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Soledad Castresana

Selección de poemas

De Carneada (2007)

carneado (3ra parte)

amanecer

hay que revolver la sangre


en cruz
con una cuchilla
sin parar
mientras esté vivo

el cuero es duro
es dura la grasa
es duro atravesar
clavar hondo

¿quién puede
soportar sin cagarse
ver la propia sangre
llenando una olla?

el último signo vital


se registra en el ano

mientras tanto el agua


hierve en los tachos

hay que sacar los coágulos


con las manos
hay que tirarlos contra un árbol
para las gallinas
para alimentar la rapacidad
de las crías de chimangos

el susurro del filo


raspa el cuero hirviendo
el pelo cae se apelotona
con la sangraza

el hombre que abre


despliega su precisión
como si midiera su miembro

el filo es la forma de la mano


el corte convierte
al cerdo en mariposa
la sierra divide

movidas por el reflejo las entrañas


crujen como si vivieran

sobre la carretilla
catarata de vísceras y caldos

hay que lavar las tripas


hay que escurrir
borrar los restos

las gallinas enfrentan


la saliva de los perros
no distinguen lo fresco
de lo digerido

mientras tanto la cabeza


hierve en los tachos
sin ojos

el aire congela el olfato


el frío limpia

el cerebro de un cerdo cabe


en la mano de una niña de 8 años
y el cerdo se hizo carne

hay que hervir la grasa


durante cinco horas
revolviendo en círculos

sobre el tablón
separar lo que se come
del sebo
de los nervios
de los huesos

la carne no asume
su condición
resiste
todavía entibia la hoja

el que corta
no piensa
siente cómo se enfría

un parpadeo
y el filo desconoce
en la mano
se mezclan la sangre
del hombre y del cerdo

las mujeres no piensan


meten en la picadora
exprimen
empujan
manipulan lo sólido
no hablan
ablandan

y el mate pasa
de mano ensangrentada
a boca sin manchas
de mano engrasada
a boca sin dientes

y la picadora da vértigo

si un dedo cayera
lo blanco sería rosado
el dedo chicharrón

el chasquido de la máquina
las vísceras se hinchan
en las gallinas
los chimangos y los perros

el embudo encauza el instinto


las mujeres rellenan
las tripas
recobran su erección

una mano oscura


se hunde y mezcla
la grasa la sangre
la carne de cabeza
hay que revolver
en círculos
durante cinco horas
para derretir

el hombre que revuelve


no piensa
mira las burbujas
y fuma

en algunos lugares
las cosas son simples

la carne se corta
De Selección natural (2011)

La supervivencia del más leve

Una hormiga
carga una espina.

En la punta
una mariposa
descansa.
La bailarina

Algunos cuerpos son


el vértigo del aire.
De Contra la locura (2015)

La certeza

Como cuando en la oscuridad los ojos se adaptan a ver en las sombras el contraste de grises y
texturas para adivinar los filos y las puntas de las cosas, así nosotras, envueltas en la noche de
nuestro cabello, nos entregamos a los hijos siempre hambrientos con la certeza de que un día va a
pasar un hilo de luz que volverá la casa a su antiguo espesor.
El lugar de la siesta

Habíamos aprendido que era suficiente entregar el cuerpo al sueño, pero no. No es posible
dormir en esta casa. El ojo del pájaro y del tigre se clava en el hueco de la luz.
Engañado por el brillo, el pájaro ataca su reflejo en la ventana. El tigre espera. Y las plantas
ahogan sus flores en la sombra sin perfume.
Estamos solas. Lo que alguna vez cuidamos nos rechaza.
De Que sangre (2019)

Tabú

¿Será que si me cortan las dos tetas, por fin


voy a poder andar por la calle con la camisa
abierta y sin corpiño para que el aire
me bese la piel en los días de tanto calor?
No. Tampoco nos dejan mostrar las cicatrices.
De cuando visité por primera vez el Templo Mayor

En el campo, el silencio de noche es como un golpe


de martillo en las orejas. Por eso cuando era chica,
yo quería un dios o una diosa que me ayudara a dormir.
No me servía un hombre que elegía a otros hombres
para enviarlos por el mundo a contar sus hazañas.
Ni una virgen que limpiaba con lágrimas
las heridas del hijo, que aceptaba el misterio
y subía a los cielos. Esclava y sin manchas.
Tampoco, ese hijo que ofrecía la mejilla y después,
mientras sufría sabiéndose dios,
llamaba al padre llorando de miedo.
No.

Me hubiera encantado tener una diosa


de torso desnudo, con falda de serpientes,
con rodilleras hechas de cráneos de los tontos
y los pies bien metidos en el fuego,
que mostrara las piernas abiertas, las garras
y tuviera un serrucho por lengua.
Que viniera, no a salvarme
sino a enseñarme a matar a la madre,
que luchara con el hermano deforme
y perdiera la cabeza entre las piedras.

Ahora, no necesito nada para mí,


aprendí a dormir sola. Pero para mi hija
yo quisiera una diosa que sangre.

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