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INTRODUCCIÓN 11
I. INTRODUCCIÓN
¿Podemos establecer algunas consecuencias políticas sobre la pandemia
cuando estamos todavía en medio de ella? Pensamos que, aunque
provisional, la respuesta es afirmativa; al menos esto es lo que trataremos
de justificar en las páginas que siguen. El problema es cómo hacerlo, dado
que ante un tema tan amplio solo caben dos opciones, o elegir alguna de las
dimensiones que abarca, o tratar de esquematizar brevemente cuáles sean
estas, concentrarnos en el mayor número de ellas. Aquí hemos optado por la
segunda posibilidad. Primero, porque nos ofrece una mayor perspectiva
sobre la multiplicidad de facetas que se han visto afectadas por el fenómeno
de la covid; y, en segundo lugar, porque muchas de ellas están relacionadas,
es muy difícil distinguir unas de otras. Desde luego, nuestra preocupación
fundamental es desarrollar la pregunta que encabeza este trabajo. Por eso
mismo, no entraremos en algunas cuestiones que no dejan de tener un gran
interés, como, por ejemplo, el golpe recibido en nuestra conciencia de
dominio sobre la naturaleza al retornar amenazas que creíamos que estaban
prácticamente amortizadas, como son las epidemias, uno de los
tradicionales azotes de la humanidad. Por mucho que fuese un peligro del
que se nos venía advirtiendo desde hace tiempo, era algo casi relegado a la
ficción distópica. Detrás del clamor por disponer de una vacuna con
urgencia late esa frustración por ver desbaratado nuestro otrora casi
absoluto optimismo respecto del progreso científico; o el ocuparnos de otras
dimensiones psicosociales, como la propia experiencia del confinamiento y
su repercusión sobre los estados de ánimo, asociados a la aparición de
nuevas patologías de tipo psicológico.
Sea como fuere, partimos de la tesis de que, a pesar de que la pandemia
bien puede interpretarse en sus efectos como una cesura histórica, una
visión más realista propende más bien a contemplarla como un acelerador
de tendencias o procesos en curso o como un estímulo para replantear
dilemas o disyuntivas que ya estaban presentes entre nosotros. Y nos
permite analizar lo que ya estaba ocurriendo de hecho con algo más de
perspectiva. Así, por ejemplo, por anticipar algo que veremos enseguida,
cuestiones tan distintas entre sí como el teletrabajo, la reorganización de la
ciudad, la crisis de la democracia o la reestructuración de la globalización
económica estaban ya bien presentes, solo que ahora han recibido un
importante acelerón. La gran novedad puede que consistiera en el
acontecimiento de contemplar a todo el planeta unido en torno a un mismo
fenómeno, siguiendo cada detalle de la evolución en la expansión del virus,
las novedades que se iban descubriendo sobre su naturaleza, las
disquisiciones en torno a sus efectos o las formas de combatirlo. Pocas
veces ha estado la humanidad tan pendiente de un mismo hecho durante
tanto tiempo –equivalentes como la final de un campeonato mundial de
fútbol o la inauguración de unos juegos olímpicos son momentos
ocasionales–. Paradójicamente, esto ocurrió cuando la movilidad entre
fronteras se restringió al máximo. El giro hacia una mayor «conciencia
planetaria», el salto hacia la actitud más cosmopolita que hemos adoptado
en nuestra historia, la dimos curiosamente mientras estuvimos sujetos a
diversos grados de confinamiento.
Esta es una de las primeras paradojas que ha sacado a la luz la pandemia,
pero, como decíamos, nos está obligando a revisar muchos de los
presupuestos sobre los que veníamos elaborando nuestros diagnósticos. En
lo que sigue procederemos a pasar revista a algunos de ellos, y lo haremos a
partir de problemas y dilemas que la crisis de la covid ha hecho más
urgentes y necesitados de encontrar una solución política. Va de suyo que
muchos de ellos se solapan en algunos puntos y todos ellos ponen el acento
sobre la dimensión política. Para facilitar la exposición los formularemos a
partir de cinco grandes bloques y de la manera más analítica y sintética
posible.
II. LAS ESPACIALIZACIONES: EL RETORNO DEL ESTADO VS.
GLOBALIZACIÓN
I. INTRODUCCIÓN
El papel que otorgamos al conocimiento y al debate democrático en la
toma de decisiones y en el diseño de políticas públicas es un viejo debate.
Podemos remontarlo al contraste entre el rey-filósofo de Platón, quizá la
primera apuesta tecnocrática cuando todavía no existía la tecnocracia, y la
confianza de Aristóteles en la capacidad de los ciudadanos para, en plural,
alcanzar una sabiduría que no estaría nunca al alcance de ninguna persona
en singular, por sabia que fuera. Y podemos también situarlo frente al
espejo de dos grandes autores y dos grandes obras del análisis de las
políticas públicas: el Speaking Truth to Power de Aaron Wildavsky (1979)
y The Intelligence of Democracy de Charles Lindblom (1963). Dos títulos
que sin mediar más comentarios ya nos muestran las coordenadas del
debate.
En este artículo nos situaremos en el contexto de la pandemia de la covid-
19, valoraremos cómo estamos respondiendo a ella y, finalmente,
reflexionaremos sobre el impacto ocasionado en el diseño de las políticas
públicas. En realidad, sin embargo, mi hipótesis es que no nos encontramos
ante ningún giro en el guion, que sigue siendo el mismo; identificando y
relatando desde hace décadas cuáles son los principales retos de nuestras
sociedades. El contexto de la pandemia supone más una intensificación que
un cambio. La situación ya era compleja y desconcertante, de manera que
los retos que afectaban a las políticas públicas eran los mismos que los
actuales. En realidad, son los retos de las últimas décadas; los retos de un
nuevo milenio ante el cuál no logramos saber cómo actuar. Un contexto de
complejidad que no somos capaces de manejar y que está provocando que
se nos acumulen los problemas y que, en todo caso, hoy, afectados por la
pandemia, se nos aceleren y se nos hagan más intensos.
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CAPÍTULO III
EL LEVIATÁN Y LA COVID. LA
MODERNIZACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN
EN EL MUNDO POSTPANDEMIA
I. INTRODUCCIÓN
¿Cómo ha afectado la pandemia de la covid-19 a nuestras
Administraciones? ¿Y a la relación entre las Administraciones y las
empresas en la prestación de bienes y servicios públicos? En este capítulo
veremos la doble relación causal entre la pandemia y las Administraciones,
entre la covid y el Leviatán. Por un lado, ¿cómo ha afectado y está
afectando el coronavirus a las estructuras gubernamentales y
administrativas? ¿Peligran los sistemas democráticos y las reformas
administrativas modernizadoras? Y, por el otro, si invertimos la flecha de la
relación causal, ¿qué efecto tienen estas estructuras de gobierno y
Administración sobre la mejor, o peor, gestión de la pandemia?
Pero, antes de eso, exploraremos lo que no ha cambiado: el peso que las
tradiciones administrativas y nacionales tiene sobre el funcionamiento de
nuestras organizaciones públicas. Y, después de eso, después de explorar los
cambios que la pandemia está teniendo sobre nuestro sector público,
concluiremos el capítulo describiendo tres terrenos de actuación para la
mejora de nuestras Administraciones: más transparencia, más gestión
pública, y menos politización.
Atención primaria privada 32,90 34,52 30,99 29,75 29,05 25,50 25,00
Atención especializada privada 42,60 45,62 43,60 42,94 40,37 36,90 35,30
Atención urgente privada 27,70 30,51 31,19 32,99 32,17 30,10 27,10
Fuente: Parrado y Reynaers (2019).
Lo primero que hay que destacar es que, independientemente del año, solo
una minoría de españoles elegiría un centro sanitario privado para una
prestación sanitaria. Ni en el año de gracia de 2004, culminación del boom
económico español, el porcentaje de españoles que, si pudieran elegir,
acudiría a un centro sanitario para la atención primaria u hospitalaria
alcanza la mitad de la población. Y, de nuevo, a medida que España transita
de un periodo de confianza y crecimiento económico a uno caracterizado
por recesión económica y la desconfianza en la política fruto de los casos de
corrupción, el número de españoles que optaría por un prestador privado de
un servicio sanitario público va erosionándose un poco más. No es una
caída dramática, pero, si tuviéramos que establecer una tendencia, parece
que los españoles desconfiamos un poquito más de las colaboraciones
público-privadas que antaño.
Una razón de fondo es quizás que España, en las comparativas
internacionales con países del entorno de la OCDE (es decir, democracias
ricas), aparece como una sociedad que demanda mucha acción del gobierno
en la vida de los ciudadanos. Por ejemplo, y con la excepción de algunos
países asiáticos y Chile, no hay ningún país de la OCDE con un mayor
porcentaje de ciudadanos que consideran que el gobierno debería asumir
más responsabilidad sobre el bienestar de los ciudadanos. De forma
parecida, los españoles son particularmente de izquierdas. En la famosa
escala ideológica de 10 puntos, la media de los españoles es más baja (es
decir, más de izquierdas) que en países americanos (como México,
Argentina o EE.UU.), lo cual es comprensible. Pero llama la atención que
los españoles también somos ligeramente más de izquierdas que los países
tradicionalmente asociados con un fuerte Estado de bienestar o
socialdemócrata como Alemania o incluso Suecia.
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CAPÍTULO IV
¿QUÉ SABEMOS SOBRE CÓMO REFORMAR
LA ADMINISTRACIÓN?:
CONTENIDOS, CAPACIDAD Y
TRAYECTORIAS144
5.2. Agencificación
Una de las tendencias más características de la organización del sector
público en Europa ha sido la aparición de los organismos ejecutivos
semiautónomos o independientes, es decir, la desagregación de las
estructuras de la Administración pública en una serie de más pequeñas
unidades con un propósito único, para ser más flexible y estar más cercanas
al sector de política de que se trate y operar como un brazo ejecutor de sus
ministerios favoreciendo la rendición de cuentas posterior basada en los
resultados más que en el cumplimiento legal de los controles ex-ante (Pollitt
et al., 2004; Verhoest et al, 2010: 6-8).
Las agencias prestan servicios públicos, implementan políticas y regulan
mercados y sectores de política. Llevan a cabo «inspecciones, la emisión de
licencias, el pago de prestaciones, la ejecución de programas de
investigación y desarrollo científico, la regulación de servicios públicos, el
mantenimiento de la infraestructura pública, el desarrollo y el
funcionamiento de bases de datos, la adjudicación de aplicaciones, la
administración de museos, la salvaguarda del medio ambiente, la oferta de
servicios de información, la gestión de las prisiones, la recaudación de
impuestos y muchas otras funciones» (Pollitt et al., 2004: 6, véase James y
Van Thiel, 2010; Verhoest, 2018).
En el campo de la regulación de los mercados, las agencias reguladoras
independientes (IRAs) son organizaciones públicas con competencias
reguladoras que ni son elegidos por la ciudadanía, ni gestionadas
directamente por los responsables públicos electos (Gilardi, 2008: 21).
Llevan a cabo las competencias de expedición y ejecución de las licencias
para operar en el mercado, autorizar las fusiones o adquisiciones, prevenir
el comportamiento contrario a la competencia y los límites de precios
establecidos, supervisan a las instituciones financieras, imponen multas,
establecen normas y elaboran la legislación secundaria, como directivas. En
comparación con los departamentos ministeriales tradicionales, las agencias
ejecutivas semiautónomas o agencias reguladoras independientes soportan
menos control jerárquico e influencia política en su funcionamiento
cotidiano y poseen más libertad de gestión en los ámbitos de las finanzas y
el personal. Sin embargo, por lo general, no son totalmente independientes,
ya que el ejecutivo tiene la responsabilidad política última por sus
actividades.
El estudio comparado de organismos y agencias no es fácil. Cada país
presenta sus propios tipos de agencias, tales como, por ejemplo, los
organismos públicos no departamentales (NDPB) y las Agencias Next Steps
del Reino Unido, las llamadas Zelfstandige Bestuurs Organen (ZBO) en los
Países Bajos, los establecimientos públicos en Francia, Italia y Portugal, las
agencias estatales en los países nórdicos o los llamados bureaus y boards en
los países del Este (Pollitt et al, 2004; Van Thiel, 2012). En el marco de la
red CRIPO (Van Thiel, 2012: 20) se ha propuesto una tipología de agencias
que distingue varios tipos de organismos: 1) agencias semiautónomas sin
independencia jurídica que están más cerca del ministerio, con cierta
autonomía de gestión, aunque su financiación y políticas de personal
continúan vinculados directamente a la burocracia gubernamental; 2) los
órganos estatutarios, con independencia jurídica a través de una ley o de
otro tipo de legislación, con más autonomía que el primer tipo en relación
con el personal y las decisiones financieras; 3) las corporaciones, empresas
y fundaciones basadas en el derecho privado, con los más altos grados de
autonomía.
Algunas de estas agencias nacieron bajo la influencia de la NGP, pero
otras surgieron debido a los requisitos de re-regulación en el contexto de la
liberalización, en el que eran necesarias autoridades regulatorias para
asegurar la competencia (Papadopoulos, 2013; Jordana, 2004; García
Juanatey et al., 2017). Las agencias independientes no necesariamente han
proliferado debido a su proclamada mayor eficiencia, sino, en muchos
casos, a través de un proceso de difusión, «moda» y una «fiebre de agencias
contagiosa» entre los países (Pollitt et al., 2004), a veces basada
simplemente en la reputación de «historias de éxito» o, peor aún, en la
proximidad geográfica pura (Gilardi, 2008).
Se han descrito diferentes estilos o caminos de agencificación en distintos
países y sectores. Aunque muchos países contaban ya con agencias, la NGP
y la influencia de los organismos internacionales en este nuevo tipo
agencias fue clave. En Europa, hay que mencionar el papel de la UE en la
promoción de la agencificación en los Estados miembros y en su propia
Administración (Kelemen, 2011), ya que en muchos sectores la legislación
comunitaria obliga a los Estados miembros a crear agencias reguladoras
independientes y se promueven redes de agencias nacionales. Las
características nacionales afectaron después a la trayectoria seguida. Según
Torres (2004: 102), los países con una tradición muy legalista (modelo
Rechtsstaat) y las estructuras federales han preferido la descentralización
hacia los niveles subnacionales sobre la agencificación.
A pesar de las proclamadas ventajas para las organizaciones individuales
y en relación con la flexibilidad y la calidad del servicio, la agencificación
también presenta sus dificultades, como al relativo al control de su
funcionamiento y de las propias políticas públicas, los problemas de
fragmentación, la falta de coordinación o a su grado real de independencia
(Maggetti, 2012). La agencificación y la gobernanza por los órganos de
expertos no electos también plantean problemas importantes para la
rendición de cuentas democrática que se han señalado muchas veces en
relación por ejemplo a los bancos centrales u otras agencias reguladoras, ya
que la responsabilidad ministerial se reduce dando lugar a un déficit
democrático (Vibert, 2007; Papadopoulos, 2013).
Así pues, en la última década, «la tendencia a la agencificación ha
generado una contrareacción, con el objetivo de racionalizar el panorama de
los organismos para (re)mejorar la transparencia, el control político y la
eficiencia de todo el gobierno» y para evitar que la fragmentación impida
afrontar los problemas públicos complejos como el cambio climático o la
pobreza, que necesitan una perspectiva más integrada (Verhoest, 2018:
328). Esta contrareacción, en la que también influyó claramente la
disciplina fiscal impuesta en el contexto de la gran recesión, se ha traducido
en muchos países como Francia, Reino Unido, Irlanda o España, en la
supresión, reorganización o fusión de agencias, aunque no siempre por los
mismos motivos.
VI. CONCLUSIÓN
En este capítulo se ha descrito el contenido y alcance en distintos países
de algunas reformas llevadas a cabo en las Administraciones europeas en
los últimos años, así como algunos de los debates a los que han dado lugar.
Se han dejado fuera del texto muchas otras que es imposible tratar en un
corto espacio. Por ejemplo, los cambios importantísimos relacionados con
la Administración digital que, sin embargo, son abordados desde múltiples
perspectivas para el caso de España en el libro recién publicado también por
el INAP y editado por Ramió (2021). Igualmente, podrían haberse incluido
las reformas vinculadas al gobierno abierto, la transparencia y lucha contra
la corrupción (véase para España Villoria, 2020); la transformación de
gobernanza territorial (Del Pino, Moreno y Hernández, 2021) o repasarse
asuntos de tanta actualidad como la gestión de la crisis sanitaria y los retos
vinculados con el necesario refuerzo de los mecanismos de preparación y
respuesta y de la misma capacidad de las Administraciones para enfrentarse
a este tipo de eventos, así como la mejora de la coordinación intersectorial e
interterritorial (Cortés, 2020; Mazzucato y Kattel, 2020; Del Pino et al.,
2020) o la incorporación de mecanismos para garantizar la formulación de
políticas basadas en la evidencia (Cairney, 2016).
Sin embargo, junto a la urgencia de discutir sobre el contenido y la
dirección de las reformas administrativas, es necesario entender los factores
que pueden facilitar o dificultar los cambios. Como hemos visto aquí, a
pesar de que las Administraciones europeas comparten presiones y
estímulos similares, tales como las ideas englobadas bajo la NGP u otros
paradigmas y las políticas e iniciativas de la UE, las tradiciones y políticas
administrativas existentes así como otros factores internos a cada país
también afectan a la capacidad y el alcance de las reformas. Si bien en el
debate público las propuestas de reforma suelen abundar, sería necesario un
debate más intenso sobre cuáles de esas reformas son técnica y
políticamente viables en nuestro país.
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CAPÍTULO V
COMPLEJIDAD, URGENCIA Y DINÁMICAS
DE GOBIERNO. LA GESTIÓN DE LA
PANDEMIA
DEL CORONAVIRUS
Resumen
Este texto16 trata de presentar los dilemas que plantean situaciones de gran
complejidad cuando la necesidad de respuesta es inmediata. Los gobiernos
situados en primera línea son los que más a menudo experimentan estas
tensiones. La pandemia de la covid representa con claridad uno de esos
momentos, no siendo descartable que sucesos de este tipo sean más
frecuentes en el futuro. En esos escenarios, las lógicas jerárquicas y de
división competencial que caracterizan las pautas de organización y
actuación de las Administraciones públicas, pueden casar mal con las
exigencias de adaptación a realidades diversas y con la necesaria
articulación de recursos frente a situaciones que no responden solo a un
sector de políticas determinado. De ahí que se caracterice este tipo de
situaciones como problemas intergubernamentales complejos. Problemas
que abordaremos aquí desde distintas perspectivas y distintas esferas de
gobierno, también la metropolitana (notablemente ausente en España).
Centralización y descentralización son dilemas habituales en todo proceso
de determinación de responsabilidades y pautas de intervención. La
perspectiva adoptada en este texto no es estrictamente técnica, económica o
jurídica. Es también una perspectiva política, en el sentido que se trata de
establecer distribución de costes y beneficios en la lógica de construcción
de las capacidades de gobierno en situaciones como las ya descritas.
I. INTRODUCCIÓN
No podemos ni queremos aquí entrar en la gran cantidad de temas y
dilemas que la pandemia de la covid-19 ha proyectado sobre el análisis y la
gestión de los asuntos públicos. Lo que parece claro es que uno de los
elementos centrales que ha estado presente y que seguirá proyectando su
sombra en los próximos meses y años es la asignación de responsabilidades
y tareas entre las distintas esferas de gobierno o de decisión tanto a escala
global como a escala local. Desde el centro de decisiones de grandes
espacios territoriales, como China, Estados Unidos, la Unión Europea o
Rusia, hasta la esfera territorial de gobierno más próxima a cada ciudadano.
Nuestro punto de vista pretende privilegiar la mirada desde la esfera
urbana y local. La realidad urbana de este inicio del siglo XXI acumulaba
perspectivas de signo relativamente contradictorio. Por una parte, se
anunciaban situaciones más bien convulsas (múltiples presiones y
tensiones) y cambiantes (crecimiento significativo del número de personas
en áreas urbanas y más desigualdades internas). Había también referencias a
una «revolución metropolitana» (Katz-Bradley, 2013) o se especulaba sobre
la necesidad de que los alcaldes interviniesen de manera más directa en la
gobernanza global (Barber, 2013). La creciente significación de las
ciudades ha llegado a caracterizarlas recientemente como «decisoras
globales» en un nuevo mundo crecientemente urbanizado (Glaeser, Kourtit,
Nijkamp, 2021).
En este sentido, asistimos por un lado a la combinación de un rápido
proceso de urbanización y de incremento de la significación de las
ciudades, pero, por otro lado, las competencias locales siguen estando por
debajo de sus incumbencias y necesidades. Al mismo tiempo, los
mecanismos de representación y decisión que se han venido usando en el
gobierno de las grandes conurbaciones resultan cada vez más obsoletos en
comparación con los retos existentes. De un lado, se asume que es necesario
articular mejor las voluntades de distintos actores (públicos, privados y del
tercer sector) en la búsqueda de escenarios de mayor capacidad de gobierno
y eficacia decisional para encarar los retos y déficits de coordinación,
dispersión y problemas de gestión (Slack, 2007) a los que se enfrentan los
espacios metropolitanos en pleno cambio de época. Pero, por otro lado, se
constata que la dispersión de poderes, el encabalgamiento de competencias,
la falta de dinámicas de nueva institucionalidad que permitan encarar la
complejidad de problemas urbanos desde la fragmentación de gobiernos
locales, exigiría avanzar con rapidez en la configuración de auténticos
gobiernos metropolitanos capaces de articular lo que en muchos casos son
sistema de ciudades.
En efecto, los déficits que esa falta de gobierno o gobernanza
metropolitana genera son significativos. Algunos tienen una significación
más política o tienen que ver con la equidad en el conjunto del territorio
considerado. Así, por ejemplo, hay déficits notables en la capacidad de
participación y representación política en el sistema político metropolitano,
que o bien no existe formalmente, o en el caso de que disponga de cierta
institucionalidad, la lógica es casi siempre técnica y de representación
indirecta. Por otro lado, la diferencia de estatus y de presupuestos entre los
diversos componentes de la conurbación metropolitana genera profundos
desajustes en los niveles de renta, educación o de acceso a la esfera digital,
por poner algunos ejemplos. La realidad social metropolitana muestra
habitualmente esa desigualdad, que requeriría un abordaje estratégico de
carácter redistributivo para el conjunto del territorio considerado, pero ello
casa mal con la dispersión y heterogeneidad de recursos y capacidades de
los que disponen los diferentes gobiernos locales que componen esa
realidad metropolitana.
En momentos excepcionales, como el generado por la pandemia de la
covid-19, esta disonancia entre problemática común y fragmentación
competencial e institucional se pone claramente en evidencia. La naturaleza
del propio problema requiere coordinación y cooperación
intergubernamental para conseguir respuestas realmente eficaces (Paquet-
Schertzer, 2020). Estaríamos frente a lo que se ha denominado como un
problema intergubernamental complejo (Versluis et al., 2019). Un tipo de
situación ante la cual las instituciones difícilmente pueden abordar tratando
de resolver el problema, sino más bien gestionando sus consecuencias.
Existe un continuum en las urgencias derivadas de la crisis sanitaria en
cualquier rincón de una realidad metropolitana y, en cambio, el abordaje de
la contingencia se acostumbra a asumir con los instrumentos de que se
disponen, es decir, desde la división institucional, el troceamiento sectorial
y la presencia en el mismo territorio de otras esferas de gobierno con sus
propias lógicas y competencias. Es en este tipo de situaciones cuando la
tensión entre unificar los criterios con los que abordar la situación de
emergencia y, al mismo tiempo, la necesidad de distinguir los diferentes
escenarios y situaciones que se dan en cada realidad concreta, se muestra de
manera evidente (Dodds et al., 2020; Aubrecht et al., 2020).
Vemos como sigue creciendo la significación de los espacios
metropolitanos como espacios donde se concentra la mayor capacidad de
innovación, creatividad y generación de valor (Iversen-Soskice, 2019;
Glaeser, Kourtit, Nijkamp, 2021). Al mismo tiempo, comprobamos que la
falta de sistemas complejos en los que articular dinámicas estratégicas y de
gobierno conjuntas y, al mismo tiempo, el reconocimiento de la diversidad
social y territorial, acaba generando graves problemas en contingencias que
requieren eficacia y rapidez de respuesta.
La realidad urbana y metropolitana es cada vez más importante y no crece
proporcionalmente la capacidad de representar, gobernar y canalizar la
participación y complicidad social en esos escenarios. La renovación y
transformación de los sistemas de gobierno, gobernanza y gestión
metropolitanas es necesaria. No solo para afrontar de manera eficaz y
eficiente las oportunidades y posibilidades que se abren para mejorar las
condiciones colectivas de vida de una gran parte de la población del mundo
que habita en esas grandes conurbaciones, sino también para poder
responder más eficazmente a las exigencias de situaciones de emergencia
como las vividas durante la pandemia de la covid-19.
Esta contribución pretende aportar reflexiones y propuestas que
enriquezcan el debate general sobre innovación y gobernanza
metropolitana, buscando aprovechar el gran potencial de cambio y
transformación de las ciudades y metrópolis en la actualidad, cuando
además se plantean muchas dudas sobre la propia persistencia del fenómeno
de urbanización en momentos en que la densidad social aparece como un
potencial problema de salud. Deberíamos ser capaces de superar la
aproximación clásica a los temas de gobierno que acostumbra a partir del
debate de las competencias y de la jerarquía entre niveles de gobierno, para
ir experimentando y trabajando en nuevos enfoques, tanto de la gobernanza
en red como de la coproducción de políticas urbanas en los ya ineludibles
espacios metropolitanos. La experiencia que se ha vivido y se sigue
viviendo con la gestión de la crisis del coronavirus, ha puesto de relieve,
una vez más y de manera general, las tensiones entre centralizar o
descentralizar decisiones, pero ello ha sido aún más claro cuando esa
problemática general se ha concretado a escala de las conurbaciones
metropolitanas como las que tenemos en España y en otras partes del
mundo (Da Silva, 2020).
Veamos a continuación, utilizando el contexto covid-19 como referente y
ejemplo en ciertos casos, algunos elementos que nos permitan analizar
aspectos significativos del ejercicio del gobierno (también en su dimensión
metropolitana), para después adentrarnos en la parte nuclear de esta
contribución, centrada en las ventajas e inconvenientes de la centralización
y descentralización en los escenarios de gobierno y gestión.
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CAPÍTULO VI
CAMBIO Y CRISIS. NUEVAS POLÍTICAS
SOCIALES EN TIEMPOS DE PANDEMIA
I. INTRODUCCIÓN
La política pública es en buena medida una decisión colectiva, pero
¿quién toma las decisiones? ¿Quién decide qué debemos decidir? La
aprobación y ejecución de una política concreta necesita acuerdos en
diversos momentos de un largo proceso de toma de decisiones en el que
interviene un nutrido número de factores. La perspectiva más clásica en
estudios de política pública da cuenta de la importancia de las instituciones
en la toma de decisiones, aunque existe una inacabada discusión sobre
cuáles son exactamente las instituciones más relevantes. ¿Son los
parlamentos? ¿Es el tipo de relación entre los poderes ejecutivo y
legislativo? ¿El sistema electoral y de partidos? ¿La capacidad de los
tribunales de revisar decisiones aprobadas en el parlamento? Durante
mucho tiempo fue dominante la idea de que el modelo de democracia
mayoritaria que otorga poder y estabilidad a los gobiernos genera una
mayor capacidad para «producir» política pública. Parece de sentido común
pensar que un sistema que identifica sin ambages a un claro vencedor (y
otro perdedor) que desproporciona los resultados electorales para fabricar
mayorías inequívocas, que apenas le exige a la parte ganadora que realice
concesiones hacia la otra parte y que cuenta con los mecanismos para
permanecer en el poder el tiempo constitucionalmente establecido, tenga
más capacidad de introducir reformas, y a mayor velocidad, que otro
sistema democrático que, por el contrario, aspira a dispersar el poder, que
exige negociación entre partes enfrentadas, que dispone de herramientas
para evitar los abusos que generalmente conllevan una excesiva
concentración de poder. Fue el politólogo holandés Lijphart el primero en
demostrar empíricamente que los méritos del modelo mayoritario podrían
estar sobrevalorados. En cambio, afirmaba Lijphart, las habilidades que se
adquieren para navegar por un sistema donde puede no existir un claro
vencedor y donde la gobernabilidad depende de la capacidad de alcanzar
acuerdos con oponentes políticos, sirven después para tomar decisiones de
política pública que traspasan los intereses exclusivamente partidistas.
Además del diseño institucional, en el proceso de creación y cambio de
las políticas públicas entran muchos otros elementos en juego. Las
estructuras de poder, los legados, las relaciones entre los distintos actores,
los intereses a los que se sirve y la propia manera en la que está organizado
el proceso de toma de decisiones determinan una combinación precisa de
resultados. En el caso de Administraciones públicas consolidadas en el
tiempo, la inercia de su propio funcionamiento, el legado que llevan
consigo, inhibe o desinhibe procesos de cambio. El concepto de path
dependency hace referencia a esa dependencia que las decisiones que se
toman en el presente tienen de las decisiones que se tomaron tiempo atrás
aunque las circunstancias puedan haber cambiado por completo. Entre otras
cosas, políticas ya instauradas y legitimadas social y políticamente también
ayudan a socializar los conflictos en una sociedad. En el caso de las
reformas del Estado de bienestar, su propio desarrollo altera las reglas del
juego político al cambiar las preferencias y las expectativas de votantes y
grupos de interés. Esto puede explicar que políticas, maneras de proceder y
diseños administrativos se reproduzcan en el tiempo, a pesar de que el
contexto para el que fueron creados haya dejado de existir y sea más que
evidente la necesidad de un cambio de objetivos, de diseños de política o de
formas de proceder o ambas cosas a la vez.
¿Ocurre lo mismo en las respuestas a una crisis? ¿Cuándo pueden las
crisis convertirse en palancas de cambio para acometer reformas
reconocidas como necesarias para el buen funcionamiento de la política
pública? Los gobiernos con frecuencia tienen que hacer frente a situaciones
excepcionales para las que necesita responder de manera extraordinaria.
Catástrofes naturales, crisis económicas, guerras, revoluciones violentas o
ataques terroristas exigen una rápida capacidad de respuesta y de
movilización de recursos. No existe gobierno inmune a estas crisis, y de su
capacidad de gestión dependerá no solo la salida misma de la crisis, sino
también la legitimidad y confianza de la ciudadanía del gobierno en
cuestión. Pero más allá de la respuesta concreta a estos episodios que
alteran el ritmo natural de las cosas, una pregunta relevante que ha
suscitado no poco interés en las ciencias sociales es averiguar bajo qué
condiciones puede una crisis provocar un cambio de rumbo o forzar un
desarrollo de política pública poco imaginable en circunstancias normales.
¿Qué papel juegan las crisis en la formación de los sistemas de protección
social?
En este capítulo exploraré en detalle esta relación entre crisis y cambio a
través de la evolución del Estado de bienestar contemporáneo desde las dos
grandes crisis que dieron lugar a su desarrollo: la Primera y sobre todo la
Segunda Guerra Mundial, hasta las dos crisis más recientes: la recesión
económica del 2008 (y la consiguiente crisis del euro en el 2010) y la crisis
inacabada provocada por la pandemia de la covid-19 y la capacidad de
ambas de modificar el rumbo del Estado de bienestar.
V. CONCLUSIONES
Lo que entendemos por Estado de bienestar clásico en Europa surge de un
compromiso político insólito hasta el momento por acompañar el
crecimiento económico con un esfuerzo importante de gasto social. Ante la
necesidad de conseguir una cierta estabilidad democrática que funcione
como antídoto a las fuerzas destructoras, la paz social se convierte en
prerrequisito de cualquier proyecto de recuperación económica. No es
posible entender esos años gloriosos sin los dos episodios bélicos que
marcaron la historia europea. Pero todos los consensos son susceptibles de
quiebra. Los periodos de inestabilidad económica que sucedieron a la crisis
del petróleo en 1973 y la rápida difusión del paradigma neoliberal fueron un
fuerte revés al consenso político construido en toda Europa en las décadas
precedentes. El neoliberalismo que, además de una nueva doctrina
económica radicalmente opuesta a los prelados del Keynesianismo es
también una corriente política fuertemente orientada a erosionar los
principios de solidaridad y universalidad que permitieron el desarrollo de
los Estados de bienestar. Sin embargo, numerosos análisis interesados en
conocer el impacto de esta nueva corriente de pensamiento en los servicios
públicos concluyeron que, a pesar de los fuertes ataques en la retórica y en
la práctica, el Estado de bienestar, quizá sorprendentemente, resistió. La
lectura positiva es que instituciones democráticas maduras son más
resistentes a los golpes de lo que pudiéramos imaginar, la menos positiva es
que pueden convertirse en agentes de veto contra procesos de cambio. En
esta época convulsa en la que vivimos, cristalizan varias crisis diferenciadas
aunque relacionadas entre sí. A los problemas derivados del funcionamiento
del capitalismo financiero global se añade el aumento de las desigualdades
sociales como un fenómeno estructural al propio funcionamiento del
sistema y fuertemente agravado por la gran recesión del 2008, la crisis
ecológica, la pérdida de empleo por la robotización y las fuertes fracturas
sociales que nos dejará la crisis originada por la pandemia del coronavirus.
En el centro del debate sobre la reforma de las políticas públicas que
afectan a nuestra vida cotidiana se encuentran dilemas, con frecuencia
incluso morales, de reparto de los costes y beneficios de adoptar unas
decisiones u otras que son difíciles de eludir. Si los principales actores
políticos y sociales que impulsaron el desarrollo del Estado de bienestar han
perdido hegemonía en el espacio político europeo y nacional, si el
panorama político es de una creciente polarización y fragmentación, ¿cómo
podremos construir consensos sobre los que acometer las necesarias
reformas? La expansión de la ideología neoliberal, que ha calado
hondamente incluso entre los partidos que en un pasado asumieron el
desafío histórico de la construcción de los servicios públicos, traslada al
terreno de la responsabilidad individual lo que en época de posguerra se
definió como responsabilidad y solidaridad colectiva. La dureza y extensión
de la pandemia de la covid-19 nos deja unas muy valiosas lecciones para
retomar y reformular compromisos democráticos que conduzcan a la
sostenibilidad a largo plazo de nuestras Administraciones y políticas
públicas. Por ver está que los árboles nos permitan ver el bosque.
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CAPÍTULO VII
QUÉ ADMINISTRACIÓN NECESITAMOS PARA
IMPLEMENTAR POLÍTICAS QUE ATIENDAN
A LOS NUEVOS RETOS SOCIALES
I. INTRODUCCIÓN
Las reflexiones o conjeturas que se presentan en las siguientes páginas,
basadas, fundamentalmente, en la labor de consultoría en políticas públicas
y en algunas lecturas, abordarán varias cuestiones. La primera se refiere a
las dudas y cambios que se perciben a la hora de calificar como sociales
una parte de los asuntos de los que se ocupan las políticas públicas (o
algunas de dichas políticas) y la relevancia práctica de dichas dudas y
cambios. La segunda a la naturaleza y caracterización de los que pueden ser
denominados como nuevos retos (por oposición a otros no nuevos).
Finalmente se sugerirán algunas notas sobre líneas de desarrollo de nuestras
Administraciones para que puedan estar en mejores condiciones de dar
respuesta a estos desafíos y, por tanto, de implementar políticas que
atiendan a los nuevos retos sociales.
Maniobrabilidad
Posiblemente, la primera característica que emerge como necesaria para
las Administraciones a partir del panorama dibujado en las páginas
anteriores es la de la maniobrabilidad. Si los retos y riesgos son cambiantes,
imprevisibles y complejos, las Administraciones necesitan flexibilidad para
adaptarse y, más aún, para adelantarse a esos riesgos y retos necesariamente
imprevistos. Y ello parece ir unido a un cierto tamaño relativo: ni mucho
más grande ni mucho más pequeño que el de otros agentes con los que debe
colaborar y competir. Una Administración con masa crítica pero no
demasiado pesada.
Se necesita, ciertamente, una Administración con capacidad de agencia
propia, no sometida a la de otros agentes (como pueden ser sus propias
destinatarias, trabajadoras o personas con responsabilidades políticas). La
Administración se justifica como subsistema social por la necesidad de
dirección y coordinación de recursos y estructuras y necesita ser resistente
al clientelismo, al corporativismo o al partidismo.
Además, la revolución tecnológica digital modifica los procesos
operativos de las diferentes ramas de actividad (salud, transporte, justicia,
agricultura y demás) y las formas de diferenciación (estructuración) e
integración (articulación) entre procesos operativos, administrativos,
técnicos, directivos y políticos. De la Administración estable con cometidos
rutinarios en algunas (pocas) ramas de actividad, se habría de pasar, parece,
a la Administración exploratoria (Longo, 2019) que debe dirigir y coordinar
todos los ámbitos (con cierta capacidad de incursionar en alguna medida en
todos ellos), con suficientes resortes efectivos de conocimiento,
planificación, regulación, financiación, provisión, gestión, gobernanza,
evaluación y control.
La Administración ha sabido hacer procesos de escalamiento, por
ejemplo, mediante legislación universalizadora de derechos o prestaciones.
El mundo digital y globalizado representa un reto porque muestra otros
modelos de escalamiento, sorprendentemente intuitivos, reticulares y
rápidos.
Integración vertical y horizontal
En la medida en que las políticas públicas, en las diferentes escalas
territoriales o niveles de la Administración, reciben el desafío de ir
incursionando en más asuntos, de más maneras, para más personas y de
forma más compleja y especializada, gana importancia la cuestión de su
integración vertical y horizontal (Cunill-Grau et al., 2015):
Entendiendo por integración vertical la que se produce al interior de cada
uno de los ámbitos sectoriales (como cultura, industria, seguridad o
servicios sociales) facilitando los itinerarios intrasectoriales de las personas
destinatarias de las políticas o usuarias de los servicios públicos,
usualmente entre niveles o escalas de mayor proximidad y otros de mayor
especialización (multinivel), en ocasiones en manos de diferentes
Administraciones.
Entendiendo por integración horizontal la integración intersectorial, que
facilita los itinerarios de las personas que requieren, con cierta intensidad
(simultánea, sucesiva o entreverada) del concurso de servicios o
intervenciones de diferentes ramas de actividad (como servicios sociales y
sanitarios o educativos y de empleo, por ejemplo).
En el sistema de bienestar tradicional (pensado para los viejos riesgos
sociales), el carácter más bien reactivo, subsidiario y reparador de las
políticas públicas (y, específicamente de las consideradas sociales)
determinaba que bastase (o pareciera bastar) con una última red (constituida
actualmente por los servicios sociales) para los casos complejos. Sin
embargo, en la sociedad de los nuevos retos sociales, los problemas y
conflictos de integración vertical y de integración horizontal arrecian y se
multiplican de manera desordenada e ineficiente las iniciativas unilaterales
y parciales de coordinación y trabajo en red que no alcanzan a poder ser
llamadas de verdadera integración, concepto que serviría para identificar
aquella situación en la que las personas destinatarias, o, en general, los
agentes involucrados, no advierten cortes, demoras o disfunciones debidas a
que diferentes eslabones de las cadenas de valor (de los itinerarios)
intrasectoriales e intersectoriales están en diferentes manos.
Se trataría, entonces, de ir simplificando y homogeneizando la
arquitectura de la integración intra e intersectorial, aprovechando, sin duda,
las oportunidades de las tecnologías digitales con herramientas como la
comunicación telemática, la inteligencia artificial distribuida, el
procesamiento de grandes cantidades de datos, las redes sociales, las
plataformas colaborativas o el internet de las cosas. Seguramente, se trata
también de reforzar la gobernanza de la complejidad multinivel e
intersectorial, de dedicarle la atención y la base de conocimiento que
requiere (Navarro, 2019).
Por otra parte, en una sociedad como la nuestra, con tantos obstáculos
estructurales y emergentes para el acceso de importantes segmentos
poblacionales a bienes físicos de primera necesidad (como el alimento, el
vestido o la energía, o, también, el alojamiento), cabe considerar
prácticamente imposible que se configuren y posicionen unos servicios
sociales dedicados a promover y proteger universalmente la interacción de
todas las personas (es decir, su autonomía para decisiones y actividades de
la vida diaria en relaciones primarias familiares y comunitarias) mientras
las estructuras y agentes de los servicios sociales tengan encomendada, a la
vez, la tramitación de ayudas últimas para la obtención de los mencionados
bienes físicos (o el alojamiento), bienes que, en general, están al cuidado de
los departamentos correspondientes (como Comercio, Industria o Vivienda)
o, en su defecto, a departamentos de Hacienda (Sevilla et al., 2019), que se
ocupan del dinero para adquirirlos.
Sea como fuere, el giro desde unos servicios sociales entendidos como
una última red general y residual a unos servicios sociales universales y
sectoriales representa un cambio en la manera en la que los servicios
sociales se relacionan y se integran con otros ámbitos de actividad y, por
tanto, en la arquitectura y gobernanza del conjunto de políticas públicas. Se
trata de dar un impulso crítico a la universalización de sistemas públicos de
servicios sociales, como oportunidad para el rediseño y la recalibración del
conjunto de pilares del bienestar, con especial énfasis en la integración de la
atención de los servicios sociales con la sanitaria y la de la política de
vivienda, con apoyo tecnológico (León, 2014). Y de un avance en la
integración entre las diferentes políticas y sistemas de garantía de ingresos y
con las políticas fiscales (y otras) para la erradicación de la pobreza
económica, desde una gestión eficiente, basada en las tecnologías
avanzadas de la información y la comunicación, de los derechos, incentivos
y obligaciones económicas de toda la población.
Por otra parte, en esta arquitectura integrada sectorial e
intersectorialmente, apoyada, fundamentalmente, en pilares sectoriales
universales funcionalmente especializados, cada uno de ellos, en la
promoción y protección de un bien (salud, seguridad, movilidad, justicia,
aprendizaje, empleo, alojamiento y otros), en un contexto, como se decía
más arriba, de aumento y mayor reconocimiento de la diversidad (de
género, generacional, funcional y cultural), es capital la adecuada
comprensión e implementación de las políticas transversales de igualad y
atención a las diversidades. Como políticas públicas necesitan una
incardinación organizativa y una cierta estructura, pero siempre orientadas a
la influencia sobre las políticas sectoriales (no a reemplazarlas o a competir
o confundirse con ellas) para que dichas políticas sectoriales sean amigables
con las diferentes diversidades y con los distintos colectivos que generan
esos ejes de diversidad, en clave de interseccionalidad (Espinosa-Fajardo y
Bustelo, 2019). Precisamente María Bustelo nos hace notar que el término
mainstreaming es más expresivo que el de transversalidad a la hora de
expresar el objetivo de incorporación de preocupaciones, capacidades y
trayectorias a la corriente general o universal frente a la generación o
aceptación de cauces separados o especiales para la satisfacción de
necesidades.
V. CONCLUSIÓN
Si sirve la metáfora, no estamos en una casa en la que simplemente
hacemos la vida cotidiana (el funcionamiento cotidiano con sus efectos
habituales). Ni siquiera estamos en una situación en la que tenemos que
seguir en esa «casa» mientras se hace en ella una reforma (conviviendo con
diversos gremios). No: la casa (la realidad en la que nos desenvolvíamos)
ha sido parcialmente destruida y, a la vez que mantenemos en la medida de
lo posible (con prioridades) el funcionamiento deseado, estamos
reconstruyendo la casa (con muchos gremios), pero, simultáneamente,
tomando decisiones de reestructuración, de cambios, porque no vamos a
reconstruir la casa que teníamos sino, en buena medida, otra casa, la casa
que vamos a necesitar en el futuro. Asistir, dotar y reestructurar: todo a la
vez. Podemos ver la Administración social realmente existente como una
flota de buques de carga. Esta flota viene realizando recorridos regulares y
su tripulación sabe, básicamente, lo que tiene que hacer en el puerto de
origen, en las diferentes etapas de los viajes y en el puerto de destino. Y
vuelta a empezar. Dentro de este funcionamiento básicamente estable de la
flota, siempre ha habido y sigue habiendo cambios. A veces hemos
cambiado rutas y puertos. O hemos modificado estructuras organizativas o
funciones en la tripulación. Y así sucesivamente.
Ahora, quizá, toca hacer algo diferente. Ya se venían acumulando las
dudas sobre el sentido, planteamiento y funcionamiento general de la flota
pero la pandemia y las emergencias han intensificado esas dudas y, en
general, la envergadura del desafío que nuestra flota tiene ante sí. En esas
circunstancias, una tendencia natural puede ser la de agarrarse a las
seguridades que teníamos, repetir lo que hacíamos antes de forma
supersticiosa para intentar lograr que las cosas vuelvan a ser como antes,
como «siempre», como «toda la vida». En unas circunstancias de este estilo
se trata de buscar las dosis justas de prudencia y experimentación. La
prudencia, la precaución, intenta salvaguardar lo logrado y aprendido.
Nuestros buques y tripulaciones, en su funcionamiento ordinario y
dinámico, aportan valor, tienen un bagaje acumulado en sus estructuras,
capacidades, funcionamientos y relaciones. No podemos permitir que una
tormenta destruya nuestros buques directamente o que, por la tormenta, nos
desorientemos y acabemos chocando contra unos acantilados.
Sin embargo, hay suficiente información y evidencia de que muchas
organizaciones públicas o de otros tipos, incluso algunas que parecían
demasiado grandes para caer, han fracasado estrepitosamente por no saber
leer los cambios en el entorno, en los entornos en los que se desenvolvían.
Para eso sirven las lanchas rápidas. Las responsables de la flota, de los
buques o de parte de los buques tienen que aceptar que parte de su
tripulación debe abandonar parcial o temporalmente los buques para
engrosar equipos que puedan avanzar en lanchas rápidas. Las lanchas
rápidas son experimentos, grupos de tarea, experiencias piloto, pruebas,
incursiones que permiten diseñar, construir, explorar innovaciones (de
diferentes tipos: en destinatarias, entornos, actividades, estructuras,
tecnologías, infraestructuras y más) que posteriormente puedan ser
escaladas e implementadas en toda la flota y en la compañía. Cada una de
esas lanchas rápidas y su periplo deberán ser una maqueta, un prototipo que
contenga el mayor número de elementos que sea posible, de modo que su
posterior escalamiento impacte lo mejor posible en el funcionamiento y el
servicio de la flota y de la compañía.
A la hora de identificar, diseñar, llenar de contenido y ofrecer recursos y
recorrido a estas lanchas rápidas, parece idóneo un enfoque de arriba hacia
abajo de emisión de señales claras acerca de la orientación estratégica que
se propone, combinado con un planteamiento de abajo hacia arriba en el
que son los agentes más pegados al territorio quienes formulan las
propuestas concretas, con un deseable impacto en la calidad de la atención,
el desarrollo tecnológico, la simplificación administrativa, la innovación
organizativa, la gestión integrada y la gobernanza inteligente.
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Sobre esto, véanse, «How COVID-19 is Reshaping our Cities», Cristiana Ciaraldi, WBCSD
Insights, 16 de junio de 2020. Disponible en: https://bit.ly/3mZ4wOY, Y Norman Foster, «The
Pandemic Will Accelerate the Evolution of Our Cities», en The Guardian, 24 de septiembre de 2020.
Disponible en: https://bit.ly/3iazvUM.
Micklethwait, John, Wooldridge, Adrian. (2020). The Wake Up Call. Why the Pandemic has
Exposed the Weakness of the West, and How to Fix It. Sidney: HarperVia.
En estos momentos, por ejemplo, el Parlamento alemán está tramitando una Ley de protección de
la población frente a infecciones (Infektionsschutzgesetz) para evitar cualquier quiebra de la
legalidad.
En el caso de algunas Comunidades Autónomas, como Cataluña o País Vasco, la preocupación
derivaba de tener que sujetarse a las directrices del poder central, no a decisiones autónomas
adoptadas por ellas.
Véase a este respecto el preocupante informe de Freedom House:
https://freedomhouse.org/article/new-report-democracy-under-lockdown-impact-covid-19-global-
freedom
Véase Harari, Youvel N. «Why Technology favours Tyranny», The Atlantic, octubre 2018.
Disponible en: https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2018/10/yuval-noah-harari-
technology-tyranny/568330/
Y. Harari, entrevista en El País de 24 de octubre 2020. Disponible en:
https://elpais.com/ideas/2020-10-23/yuval-noah-harari-ser-patriota-es-sostener-un-buen-sistema-
sanitario-pagar-impuestos.html
A este respecto véase el diálogo entre el filósofo J. Habermas y el jurista K. Günther,
https://www.zeit.de/2020/20/grundrechte-lebensschutz-freiheit-juergen-habermas-klaus-guenther
Snyder, Timothy. (2020). Nuestra enfermedad, Barcelona: Galaxia Gutenberg.
Op. cit., pp. 162.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han encuentra aquí el rasgo decisivo para explicar la asimetría
en la respuesta entre ambos bloques, aunque apunta también al rasgo de la «responsabilidad
individual» como uno de los factores a incorporar también. Véase: <https://elpais.com/ideas/2020-
10-24/por-que-a-asia-le-va-mejor-que-a-europa-en-la-pandemia-el-secreto-esta-en-el-civismo.html>.
Con todo, parece que el hecho de que en naciones como Japón puedan incorporarse también a este
grupo aboga más bien por el rasgo culturalista-confuciano, comunitarista, de sacrificio al interés
general como el factor decisivo.
<https://www.theguardian.com/world/commentisfree/2020/dec/17/trump-europe-far-right-
pandemic-covid-19-us-president?CMP=share_btn_tw>
<https://www.isglobal.org/en/-/se-publican-los-primeros-resultados-de-covid-score-una-
herramienta-para-evaluar-la-percepcion-publica-de-la-respuesta-a-la-pandemia>
4
Este capítulo se ha beneficiado de dos proyectos de investigación. Por un lado, el proyecto
GoWPER, «La reestructuración de la gobernanza del Estado del bienestar: determinantes políticos e
implicaciones sobre la (des)mercantilización de los riesgos», CSO2017-85598-R Ministerio de
Economía, Industria y Competitividad. Por otro, el proyecto Mc COVID-19, «Mecanismos de
coordinación entre el sector sanitario y otros sectores de política pública para responder a la crisis del
coronavirus en Europa», financiado por el CSIC.
Los epígrafes siguientes están basados en, o constituyen un versión actualizada y ampliada de,
varios apartados de Colino y Del Pino (2015).
Algunas de las reflexiones sobre las dinámicas específicamente metropolitanas aquí incorporadas
proceden de un artículo previo (Subirats, 2018).