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EE - Infierno - Repetición

INFIERNO - REPETICIÓN

Benedicto XVI, 25 de marzo de 2007, parroquia Santa Felícitas, Roma:


“Jesús vino para decirnos que quiere a todos en el paraíso, y que el infierno, del que se habla
poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para quienes cierran su corazón a su amor. Por tanto
también en este episodio comprendemos que nuestro verdadero enemigo es el apego al pecado que
pueda llevarnos al fracaso de nuestra existencia”.

Habla el P. Santiago Martín, sacerdote de la archidiócesis de Madrid (España) y conocido


periodista, Fundador y presidente de una nueva familia espiritual, la Asociación Pontificia de los
Franciscanos de María, Misioneros del Agradecimiento. Se trata de una realidad presente en 78
diócesis de 22 países; cuenta con más de diez mil miembros laicos y con un prometedor equipo
de sacerdotes y seminaristas. Ya fueron aprobados por la Santa Sede.

--¿Cómo surgió la idea de una nueva fundación? ¿Qué problema es el que vio usted?
--El secularismo. La obra que he fundado va directamente contra este mal que arranca a Dios del
corazón del hombre y, como consecuencia, saca a Dios y todo lo religioso de la sociedad.

--¿Podría profundizar en algún factor al respecto?


--P. Santiago Martín: En los últimos años se ha producido una perversión suicida en el mensaje
que algunos eclesiásticos han transmitido. Han dicho que el infierno no existe o que está vacío y
que al cielo va todo el mundo. Esto no es verdad, pero la mayoría de la gente lo ha creído. De
este modo, el gran motivo que los católicos -como los practicantes de las demás religiones-
tenían para hacer el bien y evitar el mal, se ha diluido. Si la mayoría de la gente sólo obraba por
miedo o por interés y, de repente, le han dicho que hicieran lo que hicieran les iban a dar el
mismo pago, sencillamente muchos han dejado de actuar por motivaciones religiosas. Esas
motivaciones, tan fuertes en el pasado, se han mostrado rápidamente ineficaces, sobre todo en
países donde el nivel de vida ha mejorado mucho y ya no hay tanto sufrimiento de tipo material.
De este modo, la crisis en la fe en el cielo y el infierno ha acentuado el secularismo y ha hecho
que la gente se olvidara de Dios, al menos en su quehacer diario.

1- EL INFIERNO EN LOS PASTORCITOS DE FÁTIMA

Lucía tenía 10 años; Francisco 9 y Jacinta 6 años.

2. Influencia de la visión del infierno en los pastorcitos1.


La influencia del mensaje de la Señora, incluido el llamado «secreto» entero, con sus tres
partes, fue muy grande en los pastorcitos. Prefirieron la cárcel y aun la muerte, antes de revelarlo
a las autoridades civiles que los forzaban a ello. De modo particular el «primer secreto» –es
decir, de la visión del infierno–tuvo una mayor resonancia en la Beata Jacinta, la más pequeña de
los tres videntes. Apenas tenía seis años cuando la Virgen le mostró el infierno. La misma Lucía
1
P. CARLOS M. BUELA, Fátima, Y el sol bailó, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael, Argentina, 2000, p. 29ss.

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destaca esto, haciendo una crítica muy interesante a aquellas personas, incluso gente piadosa,
que no quiere que se hable del infierno a los niños. Basta prestar atención a lo que Lucía relata
en sus Memorias para suponer la crítica que ella haría a todo lo que implica la «pastoral
progresista» de nuestros días, que ni siquiera deja que se mencione el infierno a gente adulta.
Por eso Lucía no tiene el menor reparo en contar lo siguiente, en las Memorias que escribe a
pedido del obispo de Fátima:
«Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo: dije ya a V. Excelencia Reverendísima, en las
anotaciones que le envié, una vez leído el libro “Jacinta”, que ella se impresionaba muchísimo
con algunas de las cosas reveladas en el secreto. Ciertamente era así. Al tener la visión del
infierno, se horrorizó de tal manera, que todas las penitencias y mortificaciones le parecían nada
para salvar de allí a algunas almas.
Bien; ahora respondo yo al segundo punto de su interrogación que, de muchos sitios, hasta
aquí me han llegado.
¿Cómo es que Jacinta, siendo tan pequeñita, se dejó poseer y llegó a comprender tan gran
espíritu de mortificación y penitencia?
Me parece a mí que fue debido: primero, a una gracia especialísima de la Madre que Dios, por
medio del Inmaculado Corazón de María, le concedió; segundo, viendo el infierno y las
desgracias de las almas que allí padecen.
Algunas personas, incluso piadosas, no quieren hablar a los niños pequeños sobre el infierno,
para no asustarlos; sin embargo Dios no dudó de mostrarlo a tres y una de ellas contando apenas
seis años; y Él sabía que había de horrorizarse hasta el punto de, casi me atrevería a decirlo,
morirse de susto.
Con frecuencia se sentaba en el suelo o en alguna piedra y, pensativa, comenzaba a decir:
–¡El infierno! ¡El infierno! ¡Qué pena tengo de las almas que van al infierno! ¡Y las personas
que, estando allí vivas, arden como leña en el fuego!
Y, asustada, se ponía de rodillas, y con las manos juntas, rezaba las oraciones que Nuestra
Señora le había enseñado:
–¡Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas,
especialmente a aquellas que más lo necesitan!
Y permanecía así, durante largo tiempo, de rodillas, repitiendo la misma oración. De vez en
cuando me llamaba a mí o a su hermano (como si despertara de un sueño):
–Francisco, Francisco, ¿vosotros rezáis conmigo? Es preciso rezar mucho, para librar a las
almas del infierno. ¡Van para allá tantas!, ¡tantas!
Otras veces preguntaba:
–¿Por qué Nuestra Señora no muestra el infierno a los pecadores? ¡Si ellos lo vieran, no
pecarían para no ir allá! Has de decir a aquella Señora que muestre el infierno a toda aquella
gente (referíase a los que se encontraban en Cova da Iria en el momento de la aparición). Verás
cómo se convierten.
Después, medio descontenta, me preguntaba:

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–¿Por qué no dijiste a Nuestra Señora que mostrase el infierno a aquella gente?
–Lo olvidé, le respondí.
–También yo lo he olvidado –decía ella con aire triste–.
–¿Qué pecados son los que esa gente hace para ir al infierno?
–No sé. Tal vez el pecado de no ir Misa los Domingos, de robar, el decir palabras feas,
maldecir, jurar.
–¿Y sólo así por una palabra van al infierno?
–¡Claro! Es pecado…
–¡Qué trabajo les costaría el estar callados e ir a Misa! ¡Qué lástima me dan los pecadores! ¡Si
yo pudiera mostrarles el infierno!
Algunas veces, de una manera repentina, se agarraba a mí y me decía:
–Yo voy al Cielo; pero tú te quedas aquí; si Nuestra Señora te lo permitiera, di a todo el
mundo cómo es el infierno, para que no cometan pecados y no vayan allá.
Otras veces, después de estar un poco de tiempo pensando decía:
–¡Tanta gente que va al infierno! ¡Tanta gente en el infierno!
Para tranquilizarla yo le decía:
–No tengas miedo. Tú irás al Cielo.
–Voy, voy –decía con paz–, pero yo quisiera que todas aquellas gentes fueran también allá.
Cuando ella, por mortificarse, no quería comer, yo le decía:
–¡Jacinta!, anda, ahora come.
–No. Ofrezco este sacrificio por los pecadores que comen más de la cuenta.
Cuando durante la enfermedad iba algún día a Misa, le decía:
–Jacinta, ¡no vengas! Tú no puedes. Hoy no es domingo.
–¡No importa! Voy por los pecadores que no van ni los domingos.
Si alguna vez oía algunas de esas palabras, que alguna gente hacía alarde de pronunciar, se
cubría la cara con las manos y decía:
–¡Dios mío! ¿No saben estas gentes que por pronunciar estas cosas pueden ir al infierno?
Jesús mío, perdónales y conviértelas. Cierto es que no saben que con esto ofenden a Dios. ¡Qué
lástima, Jesús mío! Yo rezo por ellos.
Y ella repetía la oración enseñada por Nuestra Señora:
–¡Oh, Jesús mío, perdónanos!, etc.».2
Hasta aquí la Hermana Lucía.

Conclusión: sin infierno, la vida es un pic–nic.


2
Memoria tercera, 101–103.

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Probablemente recordarán muchos de ustedes el artículo que años atrás publiqué sobre el
infierno, en la revista Diálogo, número 15. Se titula “Un infierno light”. Quiero que sepan que lo
escribí para salir al paso de los daños que podría producir en nuestro Seminario la enseñanza de
una alta autoridad eclesiástica, que andaba divulgando entre los jóvenes seminaristas, que el
infierno existe pero actualmente está vacío. Al respecto escribí: «Nos podemos preguntar ¿qué es
un infierno “light”? Es un infierno “carenciado”. Es un infierno “liviano”: sin pena de daño, sin
pena de sentido, sin eternidad y/o sin habitantes. Sobre la base de estas cuatro carencias las
variantes son muchas y hay para todos los gustos. Algunos son plenamente “light” y sostienen
las cuatro negaciones, otros son más medidos y aceptan sólo algunas variantes “light” o les
ponen atenuantes».
Lo que está vacío no es el infierno, sino aquellos Seminarios donde hay profesores que, o
niegan la existencia del infierno, como si se tratara de una doctrina ya superada, o admiten su
existencia, pero enseñan que está deshabitado, porque piensan que no hay condenados de hecho,
siguiendo en esto, al parecer, el error de los no–infiernistas como Von Balthasar y otros.
¿Imaginan las consecuencias que esto trae para la pastoral? ¿Para qué confesar, asistir a los
moribundos, dar una buena catequesis, administrar los sacramentos, si todos nos vamos al Cielo?
Quien no está convencido de la seriedad de la eternidad, no convence a nadie, sus palabras son
aire que se lleva el viento y sus obras pesan lo que una tela de araña. ¿A quién puede convencer
la frivolidad del infierno gnóstico, producto de la cultura de la trivilización?
Por eso sabiamente afirma el P. Fabro: «sin la eternidad de las penas del infierno y sin
infierno, la existencia se convierte en una gira campestre» 3, en un pic–nic. Y citaba a
Kierkegaard, que decía: «Una vez eliminado el horror a la eternidad (o eterna felicidad o
eterna condenación), el querer imitar a Jesús se convierte en el fondo en una fantasía. Porque
únicamente la seriedad de la eternidad puede obligar, pero también mover, a un hombre a
cumplir y a justificar sus pasos».4 Los progresistas han eliminado el horror a la eternidad y sus
predicaciones, sus acciones pastorales, su evangelización… ¡son una fantasía! Sin eternidad el
seguimiento de Cristo… ¡es una fantasía! No quieren la seriedad de la eternidad y por eso son
incapaces de obligarse, moverse, cumplir y justificar sus acciones. Sin la posibilidad concreta de
la eterna condenación, la eternidad del cielo es fútil, pueril, insignificante. La pérdida de la
seriedad de la eternidad, y no la supuesta falta de vocación, está en la base de la claudicación de
tantos sacerdotes y religiosas.
Quiero recordar aquí que los progresistas escamotean o niegan la realidad del infierno, se
avergüenzan de predicarlo o lo ocultan con subterfugios, no sólo por pseudo razones
misericordiosistas, sino, sobre todo, por estar inmersos en lo temporal y genuflexos frente a lo
que opina el mundo. De este modo rebajan la dignidad de Cristo al quitarle valor a sus palabras,
ya que fue Nuestro Señor quien enseñó la doctrina del infierno.
En este sentido, la visión del infierno tenida por los pequeños pastorcitos, es una
confirmación, venida del Cielo, de la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el infierno. Si en
Portugal siempre se conservará el dogma de la fe, según la promesa de la Virgen, se deduce
lógicamente que en otras partes puede no conservarse. Pienso aquí en la apostasía de Europa, de
la que hablaron con tanta claridad los Padres Sinodales en el último Sínodo para Europa. Pienso
3
La aventura de la teología progresista (Pamplona 1976) 230.
4
Ibid.

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en todos los teólogos modernos que no han conservado la fe católica con respecto al infierno, y
que en sus doctrinas han sido seguidos, desgraciadamente, por obispos, sacerdotes, religiosos y
religiosas, y laicos. Pienso en los sacerdotes que han abandonado su ministerio, siendo infieles a
su vocación, tal vez porque hubo quien les convenció que el infierno no existe, o que está de
paro, o que está cerrado por falta de quorum. A esos sacerdotes, a esos religiosos, que deberían
poner toda su alma para trabajar por la salvación de las almas, los acusa el ejemplo de tres niños
de 6, 9 y 10 años, a quienes «todas las mortificiaciones y penitencias le parecían pocas con tal
de salvar a los pecadores».5
Sigue diciendo Lucía: «Ya dije en las anotaciones que envié sobre el libro “Jacinta”, que ella
se impresionaba mucho con algunas cosas reveladas en el secreto. Por ejemplo, con la visión del
infierno, con la desgracia de tantas almas que para allá iban; la guerra futura, cuyos horrores ella
parecía tener presentes, le hacían estremecer de miedo. Cuando la veía muy pensativa, le
preguntaba:
–Jacinta, ¿en qué piensas?
Y no pocas veces respondía:
–En esa guerra que ha de venir, en tanta gente que ha de morir e ir al infierno. ¡Qué pena! ¡Si
dejasen de ofender a Dios no vendría la guerra, ni tampoco irían al infierno!». 6
«Tanto impresionó a Jacinta la meditación del infierno y de la eternidad, que, a veces, jugando
preguntaba:
–Pero, oye, ¿después de muchos, muchos años, el infierno no se acaba?
Y, otras veces:
–¿Y los que allí están, en el infierno ardiendo, nunca se mueren? ¿Y no se convierten en
cenizas? ¿Y si la gente reza mucho por los pecadores, el Señor los libra de ir allí? ¿Y con los
sacrificios también? ¡Pobrecitos! Tenemos que rezar y hacer muchos sacrificios por ellos.
Después añadía: –¡Qué buena es esa Señora! ¡Y nos prometió llevarnos al Cielo!» 7
Teniendo en cuenta todos estos testimonios, se comprende el valor de lo dicho por Juan
Pablo II en la homilía de beatificación de los pastorcitos, recordando a la Virgen que dijo:
«...muchas almas van al infierno...»:
«Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que
“no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido”. Su dolor de madre la
impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: “Rezad,
rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque
no hay quien se sacrifique y pida por ellas». La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta
aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día –
cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en
cama– la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: “Nuestra Señora vino
a vernos, y dijo que pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me
5
JUAN PABLO II, Homilía durante la Misa de beatificación de los pastorcitos de Fátima Francisco y Jacinta, sábado 13 de
mayo de 2000, L’Osservatore Romano, n. 20, 3.
6
Memoria tercera, 113–114.
7
Memoria primera, 30.

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preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí”. Y al acercarse el momento de
la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: “Da muchos saludos de mi parte a Nuestro Señor
y a Nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de
convertir a los pecadores”. Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del
infierno, durante la aparición del 13 de julio –sigue diciendo el Papa–, que todas las
mortificaciones y penitencias le parecían poca cosa con tal de salvar a los pecadores». 8
Finalmente, se ve con cuanta razón el Papa Juan Pablo II dijo en la homilía de beatificación de
Francisco y Jacinta:
«El mensaje de Fátima es un llamado a la conversión, alertando a la humanidad para que no
siga el juego “del dragón”, que, con su “cola”, arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las
precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa,
donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos. Dios quiere que nadie se
pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, a buscar y salvar lo que estaba
perdido (Lc 19,10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz, ¡que nadie haga vana esa
cruz!».9

2- VISIÓN DEL INFIERNO DE SANTA TERESA DE JESÚS10


En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del infierno que tenía por
sus pecados merecido. Cuenta una cifra de lo que allí se lo representó para lo que fue 11.
Comienza a tratar la manera y modo cómo se fundó el monasterio, adonde ahora está, de San
José.

1. Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he
dicho12 y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber
cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar
que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en
brevísimo espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.
Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy
bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial
olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a
manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho13.

8
Juan Pablo II, Homilía durante la Misa de beatificación de los pastorcitos de Fátima Francisco y Jacinta, sábado 13 de
mayo de 2000, L”Osservatore Romano, n. 20, 3.
9
Homilía durante la Misa de beatificación de los pastorcitos de Fátima Francisco y Jacinta, sábado 13 de mayo de 2000,
L”Osservatore Romano, n . 20, 3.
10
Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, Capítulo 32. Comienza una nueva sección del libro: los Capítulos 32-36
cuentan la fundación del Carmelo de San José, estrechamente vinculada a las gracias místicas recibidas por la autora. Desea
ella que si los teólogos asesores deciden destruir el libro, conserven al menos esos capítulos y los entreguen a las monjas de su
primer Carmelo (c. 36, 29). - El c. 32 cuenta su visión del infierno (nn. 1-9) y los primeros trámites de fundación (10-18).
11
Cuenta una cifra (un resumen o muestra: cf. c. 27, 12 nota 33)... - Para lo que fue: en comparación de lo que fue la
terrible visión.
12
Se remite a las gracias místicas referidas en los cc. 23-31.
13
En mucho estrecho: en gran aprieto

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Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he dicho va
mal encarecido.
2. Estotro14 me parece que aun principio de encarecerse como es no le puede haber, ni se
puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la
manera que es. Los dolores corporales tan incomportables 15, que, con haberlos pasado en esta
vida gravísimos y, según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue
encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he
tenido, y aun algunos, como he dicho 16, causados del demonio), no es todo nada en comparación
de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar.
Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un
ahogamiento, una aflicción tan sentible17 y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no
sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco,
porque aun parece que otro os acaba la vida; mas aquí el alma misma es la que se despedaza.
El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento, sobre
tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y
desmenuzar, a lo que me parece. Y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.
3. Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse ni
echarse18, ni hay lugar, aunque me pusieron en éste como agujero hecho en la pared. Porque estas
paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todo
tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la
vista ha de dar pena todo se ve.
No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra visión de
cosas espantosas, de algunos vicios el castigo. Cuanto a la vista, muy más espantosos me
parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en esta visión quiso el
Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el
cuerpo lo estuviera padeciendo.
Yo no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced y que quiso el Señor yo viese por
vista de ojos de dónde me había librado su misericordia. Porque no es nada oírlo decir, ni haber
yo otras veces pensado en diferentes tormentos (aunque pocas, que por temor no se llevaba bien
mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada
con esta pena19, porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es
muy poco en comparación de este fuego de allá.
4. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años 20, y
es así que me parece el calor natural me falta de temor aquí adonde estoy. Y así no me acuerdo
vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y así
me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las
14
Estotro: es lo que va a referirse en contraposición al «esto» de la última frase: «lo referido».
15
Incomportables: insoportables (cf. c. 5, 7 nota 14, pasaje al que alude enseguida).
16
Los referidos en los cc. 30-31. - A continuación: no es todo nada: todo es nada.
17
Tan sentible: tan de sentir (cf. Moradas 6, 1, 9 y 6, 11, 7).
18
No hay sentarse... no hay posibilidad de sentarse...
19
No es nada comparado con esta pena.
20
Con que ha casi seis años: haciendo ya casi seis años que acaeció. - La Santa escribe a finales de 1565: la visión del
infierno data por tanto de la primera mitad de 1560, cuando ya tenía 45 años. Entró al Carmelo a los 20.

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mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para
perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a
padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos
y terribles.
5. Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya
de sufrir lo que yo en él allí padecí. Espántame cómo habiendo leído muchas veces libros adonde
se da algo a entender las penas del infierno, cómo no las temía ni tenía en lo que son. ¿Adónde
estaba? ¿Cómo me podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis
bendito, Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido 21 que me queríais Vos mucho más a mí
que yo me quiero! ¡Qué de veces, Señor, me librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me
tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad!
6. De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan (de
estos luteranos en especial22, porque eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia), y los
ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan
gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá
una persona que bien queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece que nuestro
mismo natural nos convida a compasión y, si es grande, nos aprieta a nosotros. Pues ver a un
alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazón
que lo lleve sin gran pena23. Pues acá con saber que, en fin, se acabará con la vida y que ya tiene
término, aun nos mueve a tanta compasión, estotro que no le tiene no sé cómo podemos sosegar
viendo tantas almas como lleva cada día el demonio consigo.
7. Esto también me hace desear que, en cosa que tanto importa, no nos contentemos con
menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte. No dejemos nada, y plega al Señor sea
servido de darnos gracia para ello.
Cuando yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún cuidado de servir a Dios y no
hacía algunas cosas que veo que, como quien no hace nada, se las tragan en el mundo y, en fin,
pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia, que me la daba el Señor; no era inclinada
a murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni
envidia jamás me acuerdo tener de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas
cosas, que, aunque era tan ruin, traía temor de Dios lo más continuo; y (14) veo adonde me
tenían ya los demonios aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me parece merecía
más castigo. Mas, con todo, digo que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos,
ni traer sosiego ni contento el alma que anda cayendo a cada paso en pecado mortal; sino que por
amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos ayudará como ha hecho a mí.
Plega a Su Majestad que no me deje de su mano para que yo torne a caer, que ya tengo visto
adónde he de ir a parar. No lo permita el Señor, por quien Su Majestad es, amén”.

21
Cómo se ha parecido: cómo se ha evidenciado... (cf. c. 35, 13; 36, 3; o bien, Fund. c. 2, 7).
22
Estos luteranos: bajo el apelativo de «luteranos» alude globalmente a los protestantes (cf. Camino 1, 2; Fund. 3, 10;
Moradas 7, 5, 4.
23
Cf. un texto paralelo en las Moradas séptimas, 1, 4.).

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3- VISIÓN DE SANTA FAUSTINA KOVALSKA24

Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de grandes
tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión!
Los tipos de tormentos que he visto:
-el primer tormento que constituye el infierno es la pérdida de Dios;
-el segundo, el continuo remordimiento de conciencia;
-el tercero, aquel destino no cambiará jamás;
-el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la aniquilará, es un tormento
terrible, es un fuego puramente espiritual, incendiado por la ira divina;
-el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible, sofocante olor; y a pesar de la
oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los
demás y el suyo;
-el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás;
el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las
maldiciones, las blasfemias. Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos,
pero no es el fin de los tormentos.
Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: cada
alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado. Hay horribles
calabozos, abismos de tormentos donde un tormento se diferencia de otro. Habría muerto a la
vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios. Que el
pecador sepa: con el sentido que peca, con ese será atormentado por toda la eternidad. Lo
escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse [diciendo] que el infierno no existe
o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es.
Yo, sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas
y dar testimonio de que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de
dejarlo por escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que
obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. He observado una
cosa: la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe.
Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas. Por
eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco incesantemente la
misericordia de Dios para ellos. ¡Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos
hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado!”

24
Diario. La Divina Misericordia en mi alma, n. 741 (Stockbridge, Massachusetts 42001), pp. 304-305

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