Está en la página 1de 18

Degradación ambiental, endeudamiento externo

y comercio internacional
Diego Azqueta
Gonzalo Delacámara
Daniel Sotelsek
Departamento de Fundamentos de Economía e Historia
Universidad de Alcalá

Resumen

El proceso de degradación ambiental está estrechamente vinculado a la situación de balanza de pagos


de los países subdesarrollados y a su elevado endeudamiento externo. Ello, unido al proteccionismo de los
países adelantados, les hace buscar nuevas fuentes de divisas, entre las que la explotación insostenible de
los recursos naturales juega un papel de primera magnitud. El presente trabajo analiza, en primer lugar,
algunas posibilidades que ofrece el comercio internacional para tratar de revertir esta situación, propor-
cionando divisas sin poner en peligro la sostenibilidad ambiental: desmantelamiento de la protección agrí-
cola en los países desarrollados, Comercio Justo, Certificación Ambiental, Pago por Servicios Ambientales
y Mecanismo de Desarrollo Limpio. En segundo lugar, el reconocimiento de una deuda ecológica con estos
países.
Palabras clave: deuda externa, proteccionismo agrario, certificación ambiental, Comercio Justo, huella
ecológica, deuda ecológica, Mecanismo de Desarrollo Limpio.
Clasificación JEL: F18, F34, Q45, Q57.

Abstract

Balance of payment problems, together with increasing external debt levels, are to blame, to a great
extent, for the process of environmental degradation experienced in many developing countries. Developed
countries protectionism, on the other hand, make it very difficult to obtain much needed foreign exchange
through the exploitation of conventional comparative advantage, thus making it necessary the search for new
sources of foreign exchange. This paper analyses, in the framework of international trade relationship
between developed and underdeveloped countries, different posibilities of adressing both problems,
economic development and environmental sustainability, simultaneously. First, the dismantling of
agricultural protectiona in developed areas; fair trade and environmental labelling; environmental services;
and Clean Development Mechanism. Second, establishing a link between external and ecological debt.
Keywords: external debt, agricultural protection, ecological labelling, Fair Trade, ecological footprint,
ecological debt, Clean Development Mechanism.
JEL classification: F18, F34, Q45, Q57.

1. Introducción

El cambio de rumbo necesario para tratar de encauzar el desarrollo económico


mundial hacia una senda más sostenible, no puede hacerse sin el concurso de los pa-
íses subdesarrollados. En ellos, sin embargo, son prioritarios los problemas de la po-
breza, el subdesarrollo y la marginación, y es difícil plantear un escenario en el que
su contribución a la sostenibilidad global se alcance a costa del sacrificio de estos
116 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

objetivos más inmediatos: así lo reconoce, por ejemplo, el Protocolo de Kioto.


Ahora bien: en este doble objetivo de tratar de frenar y, en la medida de lo posible
revertir la degradación ambiental, por un lado, y aliviar los problemas del subdesa-
rrollo y la pobreza, por el otro, las relaciones financieras y comerciales entre los
países adelantados y los atrasados están llamadas a jugar un papel de primera mag-
nitud.
El presente artículo trata de analizar algunas posibilidades que ofrecen tanto el
comercio internacional como los programas de condonación de deuda en este doble
sentido, continuando un trabajo previo de los autores (Azqueta y Sotelsek, 1999; Az-
queta y Delacámara, 2004). Para ello está estructurado de la siguiente forma. La sec-
ción segunda plantea, en términos muy generales, los problemas de balanza de
pagos de los países subdesarrollados, y el deterioro ambiental que ello comporta. En
la sección tercera se analizan los eventuales impactos ambientales que podría tener
una de las medidas más generalmente recomendadas para resolver el problema de la
pobreza rural en el mundo subdesarrollado y para aliviar las presiones sobre la ba-
lanza de pagos: el desmantelamiento progresivo de la protección al sector agrícola
en los países desarrollados (UE, EE.UU.) y la correspondiente apertura de mercados
a los productos de los países subdesarrollados. Como complemento de lo anterior,
pero a una escala más microeconómica, en la sección cuarta se presentan dos alter-
nativas que han conocido un cierto desarrollo recientemente, la Certificación Am-
biental y el Comercio Justo. En el marco más general del Pago por Servicios Am-
bientales, la sección quinta aborda las posibilidades abiertas por el Mecanismo de
Desarrollo Limpio del Protocolo de Kioto. Por último, la sección sexta aborda la
problemática de la deuda y su condonación, tratando de presentar un análisis crítico
de la propuesta de comparar la deuda económica de todos los países con la deuda
ecológica de cada uno de ellos, para derivar el saldo neto correspondiente, y actuar
en consecuencia. Como es tradicional, el artículo se cierra con unas breves conclu-
siones.

2. Deuda externa, proteccionismo y minería de recursos

Los países subdesarrollados, en general, enfrentan graves problemas de dese-


quilibrio de su balanza de pagos, con el consiguiente proceso de endeudamiento ex-
terno. La carga de la deuda se convierte de esta forma en un importante freno al de-
sarrollo, al comprometer unos recursos muy escasos (inversión pública, divisas) y
muy necesarios para el propio esfuerzo de desarrollo.
Un buen reflejo de lo anterior, en términos económicos, es el elevado valor del
precio cuenta de la divisa, concepto acuñado en el seno de organismos como el
Banco Mundial para reflejar el verdadero coste de oportunidad de la moneda ex-
tranjera en términos de su contribución al bienestar social. Este precio recoge la es-
casez relativa de divisas, de tal forma que la relación entre este precio de cuenta y
el tipo de cambio oficial, refleja la rentabilidad social de los proyectos de inversión
sacrificados, por ejemplo, al dedicar divisas al pago de la deuda. Cuanto mayor es
DEGRADACIÓN AMBIENTAL, ENDEUDAMIENTO EXTERNO Y COMERCIO INTERNACIONAL 117

este desfase, mayor es el costo para el país del pago de la deuda, y mayor el benefi-
cio asociado a cada nueva divisa que entra en la economía.
Ahora bien, el problema del pago de una deuda acumulada por la imprevisión
tanto de prestatarios como de prestamistas, viene agravado por la dificultad de ac-
ceso a los mercados de los países desarrollados para multitud de productos, prima-
rios y manufacturados, en los que estos países tendrían una ventaja comparativa, de-
bido a la presencia de una serie de barreras proteccionistas tanto arancelarias como
no arancelarias (Coyler, 2003).
Esta dificultad en la obtención de moneda extranjera a través de la vía conven-
cional de las ventajas comparativas, ha llevado, como no podía ser de otra manera,
a la búsqueda de nuevos yacimientos de divisas. Una posibilidad obvia, en este
campo, la constituyen los recursos naturales: bien explotando nuevos yacimientos
(minerales, forestales, pesqueros), bien sobreexplotando los ya existentes. De ahí la
degradación ambiental consiguiente: las divisas que ello proporciona son tremenda-
mente necesarias, en el muy corto plazo, mientras que la degradación ambiental es
una externalidad negativa que se comparte con el resto del mundo y con las genera-
ciones futuras. Desde el punto de vista de la racionalidad estrictamente económica,
este proceder puede incluso considerarse justificado, una vez que se toman en con-
sideración, conjuntamente, dos parámetros clave para el planificador social: el alto
precio de cuenta de la divisa, ya mencionado, por un lado, y la elevada tasa de des-
cuento social, por el otro. Desgraciadamente, este proceder, si bien explicable en el
corto plazo, incluso desde una perspectiva social, tiene dos inconvenientes graves.
En primer lugar, no garantiza una utilización eficiente de los servicios de la biosfe-
ra desde el punto de vista del bienestar económico global. En segundo lugar, cons-
pira contra el desarrollo y el propio bienestar social, en el largo plazo.
A continuación se analizan algunas posibilidades distintas de solución de ambos
problemas simultáneamente: alternativas que, generando divisas para los países sub-
desarrollados, y ayudando a resolver el problema de la pobreza, no tengan como
consecuencia el deterioro y la degradación ambiental.

3. Proteccionismo agrícola en los países desarrollados

Los países subdesarrollados vienen reclamando desde hace ya algún tiempo el


desmantelamiento de las medidas de protección de la agricultura en los países desa-
rrollados (EE.UU. y la UE, básicamente) y la liberalización del comercio interna-
cional en este sector. Esta protección, tanto arancelaria como en forma de subsidios,
hace imposible a los productores de los países atrasados competir con sus contra-
partes en los países adelantados, a pesar de su mayor productividad, cerrándoles el
acceso a una fuente de divisas muy necesaria. De esta forma, la protección traería
una doble consecuencia negativa: no sólo está impidiendo una más eficiente asig-
nación de recursos a nivel internacional, sino que frena el desarrollo económico de
quienes más lo necesitan (Coxhead, 2003).
118 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

En efecto, las políticas proteccionistas hacia las actividades agrícolas y ganade-


ras que implementan muchos países industrializados, como el caso de la Unión Eu-
ropea con su Política Agraria Común (PAC) o la Ley Agraria en EE.UU., tienen
efectos críticos sobre la producción y comercialización de numerosos productos
agrícolas en muchos países, además de causar cambios estructurales en las econo-
mías de los países menos desarrollados.
A título de ejemplo, Borrell y Hubbard (2000) realizaron una estimación de los
efectos de la PAC sobre distintos grupos de países, centrándose únicamente en la re-
ducción en la producción y en el volumen de exportaciones de ciertos grupos de pro-
ductos, todo ello en un contexto de equilibrio general computable. Entre los resulta-
dos más destacables, se encuentra la reducción en la producción de distintos bienes
agrícolas (productos cerealísticos y no cerealísticos, carne, ganado y productos lác-
teos) en porcentajes en algunos casos cercanos al 10 por 100 y, por el contrario, un
aumento más contenido de la producción de otros productos primarios (minería, pro-
ductos madereros), del sector industrial y de otros productos agrícolas. Por el lado de
las exportaciones, los resultados adquieren mayor magnitud. El descenso en las ex-
portaciones de productos agrícolas en general (productos cerealísticos y no cerealís-
ticos, carne y productos lácteos) supera en todos los casos el 30 por 100, mientras que
el aumento de las exportaciones de otros productos primarios generado por las polí-
ticas agrícolas proteccionistas de la UE ronda el 9 por 100.
En definitiva, la presencia de unas políticas agrícolas proteccionistas en los pa-
íses más desarrollados tiene efectos significativos sobre la estructura productiva de
la economía del resto de países y su distribución espacial; se fomenta la extracción
de recursos naturales (minería, explotación maderera), casi siempre de manera in-
sostenible, y se contiene la actividad agraria en general.
Esta búsqueda forzosa de nuevas fuentes de divisas, presionando sobre el medio
natural, ante las dificultades encontradas por los productos agrícolas y manufactu-
rados de los países subdesarrollados en los mercados de los países desarrollados, ha
tenido consecuencias indudables sobre la preservación de la diversidad biológica.
La diversidad biológica es una de las funciones de la biosfera sobre las que con
mayor intensidad se refleja la disyuntiva apuntada. No en vano es uno de los com-
ponentes fundamentales del patrimonio que nos ha legado la naturaleza. Como es
bien sabido, las dos causas fundamentales de pérdida de diversidad biológica son la
destrucción y transformación de hábitats, por un lado, y la introducción de especies
exóticas en ellos, por otro (Perrings, 2003).
Ahora bien, el impacto de las actividades extractivas mencionadas (petróleo, mi-
nerales) sobre la pérdida de diversidad biológica es muy notable, aunque no de
forma directa. En efecto, siendo una de las principales causas de pérdida de diversi-
dad biológica la deforestación y degradación de los bosques tropicales, la pérdida de
superficie forestal asociada directamente a estas actividades es mucho menor que la
asociada a la expansión de la frontera agrícola, por actividades de colonización de
nuevas tierras (Chomitz y Thomas, 2003). Sin embargo, la velocidad de expansión
de la frontera agrícola se explica, en gran parte, por la mejora de la accesibilidad
(nuevas carreteras y vías de penetración) que este tipo de actividades trae consigo
DEGRADACIÓN AMBIENTAL, ENDEUDAMIENTO EXTERNO Y COMERCIO INTERNACIONAL 119

(Azqueta, 2002, cap.14). Esta mejora en la accesibilidad no sólo se materializa en


una más rápida expansión de la frontera agrícola, sino también en otros impactos
ambientales con efectos también importantes sobre la diversidad biológica: frag-
mentación de hábitats; introducción de especies exóticas favorecidas por la movili-
dad de las poblaciones humanas; construcción de embalses con fines energéticos;
contaminación de las aguas por el proceso de extracción de los distintos metales y
la disposición de los residuos asociados a esta extracción, etcétera.
La apertura de los mercados agrícolas del mundo desarrollado a los productos
de los países pobres y altamente endeudados, junto con el desmantelamiento de las
ayudas al sector, puede ocasionar, en este contexto, toda una serie de consecuencias
sobre los recursos naturales y su conservación, en la medida en que esta apertura po-
dría permitirles acceder a una fuente de divisas alternativa.
Conviene distinguir, sin embargo, dos efectos contrapuestos en este sentido:
En primer lugar, un efecto positivo, a través no sólo de la generación de divisas,
sino también vía reducción de la pobreza. En efecto, el análisis sobre las conse-
cuencias que tendría la liberalización de los mercados internacionales en relación
con los productos procedentes de los países en desarrollo se ha centrado, general-
mente, en los efectos sobre el crecimiento económico y la eliminación de la pobre-
za en estos países (Frankel y Romer, 1999; Proops, 2004). Asimismo, se han estu-
diado las posibles consecuencias que estas medidas tendrían sobre el medio
ambiente, pero de una forma incompleta (Liddle, 2001). Ahora bien, si altos niveles
de renta se asocian, además, con aumentos en la demanda por la conservación de la
diversidad biológica, entonces, la inversión para proteger el resto de diversidad de-
bería aumentar y la ratio de pérdida de diversidad debería bajar a medida que au-
menta la renta (Sampson, 2002). Por tanto, las políticas conservacionistas de los go-
biernos aumentan tan pronto como se alcanza un determinado umbral de renta.
Desgraciadamente, muchas de estas políticas conservacionistas sólo tienen como
consecuencia la desaceleración de la pérdida de biodiversidad y no el cese de la
misma (Dietz y Adger, 2003). Así y aunque son muchos los autores que defienden
que, a largo plazo, el comercio tiene consecuencias positivas sobre el crecimiento
económico y el medio ambiente (WTO, 1999), otros, sin embargo, critican este ar-
gumento económico convencional dirigido a resaltar las consecuencias positivas de
la liberalización del comercio. El primero ha sido el argumento seguido por las in-
vestigaciones auspiciadas por la OCDE (OECD, 2002), dedicadas al estudio de las
interrelaciones existentes entre comercio y medio ambiente, que junto con el traba-
jo de otros autores (por ejemplo, Bhagwati, 1996) mostraron que los ratios de pér-
dida de calidad ambiental eran más bajos en los países con economías abiertas.
En segundo lugar, sin embargo, puede aparecer un eventual efecto negativo,
menos estudiado. Como ya se ha mencionado, la agricultura es la principal causa de
deforestación en el mundo, y muy especialmente en América Latina (Portela y Rade-
macher, 2001). Esta deforestación, que no debe entenderse únicamente como una sim-
ple tala de árboles sino, en términos más generales, como un cambio radical en los
usos del suelo, tiene efectos negativos críticos sobre la diversidad biológica del pla-
neta. Si bien en algunos países, especialmente centroamericanos, puede considerarse
120 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

que la expansión de las tierras de cultivo y pastos a costa de los bosques tropicales ya
ha alcanzado su límite al roturarse todas las tierras aptas para ello (Loening y Mar-
kussen, 2003), en otros existe en la actualidad un importante potencial de expansión
de los territorios agrícolas; sería el caso de Brasil, por ejemplo, que contiene en su te-
rritorio gran parte (55 por 100) de la extensión total de la selva Amazónica. De esta
forma, se establece una potencial diferenciación de los efectos de la apertura comer-
cial a los productos agrícolas: mientras que, en algunos países, la deforestación direc-
tamente relacionada con la agricultura y la ganadería se presume ya inexistente (aun-
que pueden existir otros efectos sobre la diversidad biológica si se procede a la
intensificación de la actividad agraria), existen amplios territorios en los que se da un
elevado potencial de expansión de la frontera agrícola y, por ello, de destrucción de los
bosques tropicales que dan cobijo a gran parte de la diversidad biológica del planeta.
Por otra parte, unos precios internacionales atractivos para algunos de los pro-
ductos procedentes de los países subdesarrollados podrían estimular la sustitución
de cultivos tradicionales por el cultivo de estos nuevos productos más demandados
y mejor pagados, imponiendo nuevas presiones sobre los ecosistemas agrarios tra-
dicionales, desplazando a este tipo de cultivos y técnicas de manejo de la tierra más
respetuosas con el medio ambiente.
El reciente desarrollo de los modelos de equilibrio general computable permite
disponer de una potente herramienta de proyección de los cambios productivos deri-
vados de esta liberalización comercial, campo en el que han resultado realmente úti-
les para el estudio de políticas públicas concretas. Muchos han sido aplicados a la
hora de diseñar políticas agrarias para ver los posibles cambios que la introducción
de una medida (por ejemplo, la modificación de la estructura de subsidios), podría
tener sobre otros sectores y, sobre todo, sobre los países menos desarrollados (Hertel
et al., 2003). La literatura, por otro lado, ofrece numerosos ejemplos de estos mode-
los aplicados a las relaciones entre comercio internacional y medio ambiente para di-
ferentes países. Algunos de estos ejercicios son los realizados en Chile, China, Costa
Rica, Indonesia, México, Marruecos o Vietnam, recogidos en Beghin et al. (2002).
Los resultados obtenidos son difícilmente generalizables, dadas las especificidades
de cada caso. Sin embargo, sí tienden a mostrar la necesidad de adoptar una serie de
medidas de acompañamiento (protección, ordenación del territorio) en las economí-
as subdesarrolladas afectadas por este impulso comercial, que traten de paliar las
eventuales consecuencias negativas de la apertura de los nuevos mercados tanto en
términos de sostenibilidad ambiental (expansión de la frontera agrícola) como de po-
breza (revalorización de tierras y desplazamiento de la población marginal).

4. Certificación Ambiental y Comercio Justo

Existen posibilidades, ciertamente, de vincular directamente los flujos comer-


ciales de los países subdesarrollados a la resolución de los problemas de pobreza y
degradación ambiental. Dos de estas soluciones, que han adquirido cierta importan-
cia recientemente, son el llamado Comercio Justo, y la Certificación Ambiental.
DEGRADACIÓN AMBIENTAL, ENDEUDAMIENTO EXTERNO Y COMERCIO INTERNACIONAL 121

La certificación llevada a cabo por un organismo independiente y reconocido


con respecto a cualquier característica, sea de un producto o de un proceso produc-
tivo, garantiza al sujeto interesado la veracidad de lo certificado. Esto es lo que tie-
nen en común los dos esquemas apuntados: ambos garantizan al consumidor una de-
terminada propiedad del producto que adquiere. Un precio para el productor que
cumple determinados requisitos, en el primer caso; y un respeto al medio ambiente,
en términos generales, en el segundo. Dos vías, por tanto, de atajar los dos proble-
mas mencionados: pobreza y degradación ambiental. De esta forma, y dada la es-
trecha relación existente entre ambos, sería de esperar que, aunque cada esquema
esté dirigido prioritariamente a resolver uno de ellos, suponga una contribución neta
a la resolución de los dos.
El denominado Comercio Justo, se enmarca dentro de la Fair Trade Labelling
Organization (FLO: www.fairtrade.net), que a su vez tiene sus raíces en el movi-
miento para un comercio alternativo (Alternative Trade Organization) de comienzos
de los años 80 del siglo pasado. Su objetivo es no sólo garantizar un determinado
nivel de precios para el productor, sino, en esencia, trascender las relaciones de mer-
cado, impersonales, y establecer un vínculo entre productor y consumidor, de tal
forma que el precio sea resultado de este vínculo personal, y no de la actuación de
las fuerzas de la oferta y la demanda. Por ello es el consumidor el que no sólo pa-
gará de entrada un precio superior al del mercado por el producto, sino que, además,
correrá con los gastos de la certificación (véase Taylor, 2005a y b, al que seguire-
mos de cerca en este apartado). Por su parte, los productores han de cumplir deter-
minados requisitos para poder participar en el esquema, y someter sus productos a
certificación. En el caso del café, por ejemplo, que es el más exitoso, los producto-
res han de operar a pequeña escala, estar organizados en asociaciones políticamen-
te independientes y perseguir determinados objetivos ambientales. A cambio, sus-
criben contratos que van más allá de un ciclo de cosechas, y reciben un precio
garantizado por la FLO, que les permita cubrir sus necesidades vitales y garantice
una explotación sostenible, y que puede llegar a ser el doble del internacional. Como
resultado adicional, se argumenta, los pequeños productores tienen un mejor acceso
al crédito y a la capacitación, se fortalecen institucionalmente las comunidades de
productores, y existe una alternativa a la emigración. En 2001, el café vendido bajo
el esquema del comercio justo representaba un 1 por 100 del total: 27 millones de
libras vendidas en Europa por valor de 300 millones de dólares (2002), 4,7 millones
de libras en EE.UU. y Canadá, por un valor de 64 millones y medio de dólares
(2000). Más de 300 asociaciones de productores, representando alrededor de medio
millón de pequeños cultivadores se beneficiaron de este esquema, siendo México el
país con una mayor participación en este comercio (23 por 100 de las exportaciones
totales). El gran éxito del comercio justo en el campo del café ha sido el de lograr
introducirse en algunas de las principales cadenas distribuidoras del mundo (Star-
bucks, Carrefour), si bien los analistas consideran que se ha alcanzado el techo de la
demanda, y va a ser difícil ampliar las ventas. De hecho, algunos productores han
abandonado los canales de la FLO tratando de firmar contratos directamente con las
empresas distribuidoras ante la saturación del mercado (Taylor, op. cit.).
122 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

Por otra parte, conviene no olvidar que el café posee una serie de características
que facilitan en gran medida su inserción en los esquemas de Comercio Justo, pero
que no son compartidas por la gran mayoría de los productos de exportación de los
países subdesarrollados. En primer lugar, se produce exclusivamente en ellos, y por
campesinos mayoritariamente pobres. En segundo lugar, es un producto sencillo y
con muy pocos componentes (prácticamente sólo uno): otros bienes han seguido un
proceso de producción mucho más complejo en el que han participado multitud de
productores de diferentes partes del mundo. En tercer lugar, su consumo no sólo es
«social» en muchas ocasiones, sino que se ha convertido en un producto «de dise-
ño», lo que permite la identificación del demandante. Finalmente, el gasto del con-
sumidor en este producto no es muy elevado, lo que indudablemente facilita la apa-
rición de una demanda diferencial dispuesta a pagar un precio superior. En cualquier
caso, tampoco hay que perder de vista el hecho de que el café de Comercio Justo
apenas representa un 15,4 por 100 del café certificado, mientras que el café «orgá-
nico» alcanza el 61,4 por 100; el que combina los dos sellos (Orgánico y Comercio
Justo) el 12,7 por 100; el sello Rainforest Alliance el 7,7 por 100; y otros menores
(Bird Friendly) por separado, o en conjunción con los anteriores, el resto.
En el campo de la Certificación Ambiental de productos con presencia en el co-
mercio internacional, el caso más paradigmático es, sin duda, el del Forest Ste-
wardship Council (FSC: www.fsc.org/en). El FSC nace en 1993 para garantizar que
la madera certificada por la institución se ha producido y extraído en condiciones
sostenibles. El énfasis aparece, pues, en la gestión forestal ambiental, aunque tam-
bién se contemplan en sus diez «principios globales», aspectos de desarrollo social
y local: por ejemplo, el respeto de los derechos ancestrales de las comunidades lo-
cales, o la necesaria participación de la población local en los beneficios de la ex-
plotación maderera, a través del empleo, la provisión de servicios y la capacitación.
Es de señalar, en cualquier caso, que la certificación del FSO va algo más allá de las
dos medidas convencionalmente utilizadas para destacar el comportamiento am-
bientalmente más favorable de un producto (ecoetiqueta), o de un proceso producti-
vo (ISO 14.000). Con respecto al ecoetiquetado, puesto que garantiza un determi-
nado desempeño ambiental, y no simplemente que el producto en cuestión se halla
entre los menos ambientalmente agresivos de su grupo. Con respecto a la ISO
14.000 o los sistemas de gestión ambiental, en general, puesto que no sólo garanti-
za el cumplimiento de las normas y la autoimposición de unos determinados objeti-
vos ambientales, sino que, como se ha apuntado, certifica el cumplimiento de unos
estándares estrictos y prefijados (aunque susceptibles de variación en función de las
condiciones locales) en el proceso de producción maderera. El desarrollo de esta
certificación ha sido notable: se estima que la madera certificada (243 millones de
metros cúbicos anuales) representa el 5 por 100 del mercado europeo, y el 1 por 100
del norteamericano. De nuevo, la participación de algunas grandes multinacionales
interesadas en una determinada imagen de marca, o en evitar posibles acusaciones
de destrucción de recursos forestales (IKEA, Home Depot, B&Q) ha sido determi-
nante en este proceso. A diferencia del Comercio Justo, sin embargo, la certificación
no sólo no supone un precio mayor para el productor, sino que es éste quien corre
DEGRADACIÓN AMBIENTAL, ENDEUDAMIENTO EXTERNO Y COMERCIO INTERNACIONAL 123

con los gastos de la misma. La razón es sencilla: las grandes empresas comerciali-
zadoras de productos de madera sostienen que no existe una demanda para la ma-
dera certificada como tal, no existe por tanto disposición a pagar un sobreprecio,
pero que sería demoledor para ellas que se las asociara con los problemas de la de-
forestación en el mundo. Sea como fuere, el hecho es que esta práctica, junto con
los requerimientos por parte de estas empresas de calidad, volumen, estandariza-
ción, periodicidad de las entregas, etcétera, representa una barrera de entrada poco
menos que insalvable para los productores de los países subdesarrollados. No es de
extrañar por tanto que, a pesar del crecimiento del mercado de madera certificada,
éste haya tenido lugar casi exclusivamente para la de los bosques templados y bo-
reales de los países desarrollados. Si en 1996 el 70 por 100 de los bosques certifi-
cados se encontraban en los países subdesarrollados, que era para los que estaba di-
señado el esquema, en 2002 este porcentaje había caído al 12 por 100. En 2005 más
del 80 por 100 de los bosques certificados por el FSC se encontraban en Europa y
Norteamérica, a pesar de que estas dos áreas del mundo ya cuentan con sus propios
mecanismos de certificación que cubren el grueso de su madera certificada. Ahora
bien, en los bosques tropicales de los países subdesarrollados habitan más de 60 mi-
llones de personas, en su mayoría indígenas, y de ellos viven directa o indirecta-
mente otros 500 millones de personas. No es de extrañar, por tanto, que dentro del
FSC hayan aparecido iniciativas como la de Bosques Pequeños y de Manejo de Baja
Intensidad (SLIMFS), que tratan de ayudar a estas comunidades a superar las barre-
ras de entrada a los mercados de madera certificada.
En definitiva, si bien ambos esquemas están diseñados para abordar conjunta-
mente los dos problemas interrelacionados de la pobreza y la degradación ambien-
tal en países subdesarrollados, dirigiéndose prioritariamente a tratar de resolver uno
de ellos, pero sin olvidar el otro, las posibilidades que ofrecen en ambos casos son
más bien limitadas. A ello podría añadirse que, como han demostrado Ferraro et al.
(2005), si lo que se pretende es salvaguardar determinados ecosistemas (por ejem-
plo, el bosque tropical), es más eficiente otorgar un subsidio directo a la población
local por la preservación pura y dura, que un premio a la explotación sostenible de
determinados productos del mismo bosque (miel, café de sombra, ecoturismo, plan-
tas medicinales) a través de un sobre precio «verde» para los mismos1.

5. El Pago por Servicios Ambientales y el Mecanismo de Desarrollo Limpio

Un elemento clave de la Estrategia Ambiental del Banco Mundial para tratar de


frenar la degradación de los activos naturales en los países pobres, ha sido la pues-
ta en marcha de distintos esquemas de Pagos por Servicios Ambientales (PSA):

1 Es importante anotar, en cualquier caso, que el trabajo de FERRARO et al. (2005) se refiere a la solu-

ción óptima, antes de iniciar cualquier tipo de explotación, no cuando ésta ya está funcionando. En el mismo
se compara también la opción del pago directo por conservar con la de subsidiar los costes de capital nece-
sarios para la producción «ecológica», con el mismo resultado (son preferibles los pagos directos), ilustran-
do sus conclusiones con el caso del Parque Nacional Ranomafana, en Madagascar.
124 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

identificando casos en los que su implementación fuera posible, ayudando a cons-


truir la institucionalización adecuada y financiando, en su caso, el funcionamiento
de estos esquemas a través del Global Environmental Facility (GEF). Su funcio-
namiento es sencillo: mediante estos pagos, los agentes afectados positivamente por
un determinado manejo ambiental (normalmente un determinado uso del suelo) re-
muneran a quienes lo llevan a cabo por hacerlo (en el entendido de que, de otra
forma, no lo harían). El caso más común es el del agua: los usuarios del recurso
aguas abajo (compañías suministradoras de agua potable, centrales hidroeléctricas,
comunidades de regantes), pagan a los dueños de la tierra, aguas arriba, por llevar a
cabo una serie de prácticas que les favorecen (reforestación), o abandonar otras que
les perjudican (utilización de fertilizantes y pesticidas, abandono de cultivos y refo-
restación). Si el coste de oportunidad para los propietarios de la tierra del cambio en
el uso del suelo está por debajo de los beneficios que ello le reportaría a los usua-
rios del agua más abajo, no hay sino que poner en marcha las instituciones necesa-
rias (organización de usuarios, por un lado y propietarios, por otro; marco legal; vi-
gilancia y control) para que el esquema pueda echar a andar. De otra forma, tanto el
GEF como distintas ONG ambientalistas, pueden proporcionar la financiación ne-
cesaria para que las cuentas cuadren. Costa Rica, por ejemplo, tiene un sistema na-
cional de PSA gestionado por el FONAFIFO de acuerdo a la Ley Forestal de 1997,
lo mismo que México (Pago por Servicios Ambientales Hidrológicos). Ciudades
como Quito han creado un «fondo de agua» alimentado por la contribución de las
compañías eléctricas y de suministro de agua potable para pagar la conservación de
las áreas protegidas en las cabeceras de la cuenca, de las que obtienen el agua. En
Colombia son los grupos de regantes del Valle del Cauca los que pagan por la con-
servación de las cuencas (Pagiola et al., 2004). A pesar de que ha sido en la conser-
vación de cuenca donde más se han desarrollado estos PSA (como pago por la ofer-
ta de agua de una determinada calidad, el control de sedimentos y la prevención de
inundaciones y corrimiento de tierras), también han aparecido esquemas similares
para la protección de la biodiversidad, del paisaje, o para la captura de carbono, nor-
malmente ligados a la conservación del bosque. Como puede comprobarse, son me-
canismos fundamentalmente locales (si se exceptúan los pagos por secuestro de car-
bono de los que se hablará a continuación) que, si bien ayudan a la conservación del
medio natural y a alcanzar una asignación más eficiente de recursos, no implican
una entrada neta de divisas al país, salvo en tanto en cuanto obtengan una financia-
ción adicional por parte del GEF o de las ONG involucradas y que, en cualquier
caso, no va a ser de una gran cuantía. Con respecto a sus implicaciones con respec-
to a la pobreza, si bien en principio estas aparecen como positivas, ya que normal-
mente afectan a quienes habitan en las cuencas altas de los ríos, que suelen ser cam-
pesinos pobres, no puede perderse de vista que, al elevar la rentabilidad de las tierras
afectadas pueden poner en marcha un proceso de concentración de la propiedad de
las mismas que sea finalmente perjudicial para los más desfavorecidos (Pagiola et
al., 2005). Caso aparte lo constituyen los convenios que distintos organismos de pa-
íses megadiversos han suscrito con empresas multinacionales farmacéuticas para
permitir la investigación en sus territorios, cerrándolos a cualquier tipo de explota-
DEGRADACIÓN AMBIENTAL, ENDEUDAMIENTO EXTERNO Y COMERCIO INTERNACIONAL 125

ción económica y preservando la biodiversidad en ellos, a cambio de una participa-


ción en las ganancias obtenidas por estas empresas en la comercialización de los fár-
macos correspondientes. Este tipo de PSA para la protección de la diversidad bioló-
gica, en los que el InBio de Costa Rica ha sido pionero, sí supone una entrada neta
de divisas, por su carácter no local, que puede llegar a ser sustancial, aunque limi-
tada únicamente a países ricos en diversidad biológica.
Un caso particular, sin embargo, lo constituye el llamado Mecanismo de Desa-
rrollo Limpio (MDL), nacido al amparo del Protocolo de Kioto.
Como es bien conocido, los Mecanismos de Flexibilidad, introducidos para facili-
tar y hacer más eficiente la consecución de los objetivos de reducción de emisiones a
los países del Anexo I, contemplan la posibilidad de invertir en países donde esta re-
ducción se consigue con un menor coste de recursos (Proyectos de Implementación
Conjunta en los países pertenecientes a la antigua Unión Soviética y a Europa Oriental;
Mecanismo de Desarrollo Limpio, en los países subdesarrollados); así como el inter-
cambio, en un mercado, de los correspondientes certificados de reducción de emisio-
nes (CER). En el caso de España, por ejemplo, y una vez llevada a cabo la asignación
de derechos de emisión entre las instalaciones obligadas por la normativa a controlar
sus emisiones (que originan algo más del 50 por 100 del total de las emisiones de gases
de efecto invernadero), se prevé que, para 2008, el 10 por 100 de estas reducciones ten-
gan que adquirirse en el mercado y a través de estos mecanismos de implementación
conjunta y de desarrollo limpio. Como era de esperar, no han tardado en aparecer de-
terminados intermediarios financieros que ofrecen, combinando los tres mecanismos de
flexibilidad, certificados de reducción de emisiones a potenciales compradores. El caso
más conocido, aunque no el único, es el del Prototype Carbon Fund del Banco Mun-
dial. En efecto, el Banco Mundial, a la vista de su gran cartera de proyectos en países
subdesarrollados, es capaz de identificar con facilidad aquellos que tienen un mayor po-
tencial en relación a los certificados de reducción de emisiones y su coste relativo, con
lo que está en condición de ofrecerlos a un precio atractivo, al haber reducido sustan-
cialmente los costes de transacción (fundamentalmente, identificación y certificación).
Aunque todavía es pronto para llevar a cabo un análisis crítico de los resultados
de este mecanismo, varios son los problemas que podrían plantearse con respecto a
sus posibilidades, desde la óptica de los países subdesarrollados:

• En primer lugar, la llamada cláusula de adicionalidad. Para que un determi-


nado proyecto pueda ser aceptado dentro del MDL necesita cumplir este re-
quisito, todavía hoy muy controvertido. Entre las fases que ha de superar el
proyecto antes de ser finalmente certificado y aprobado, una de ellas consiste
en el cálculo de la denominada línea de base: es decir, de cómo evolucionarí-
an las emisiones de CO2 equivalente, en ausencia del proyecto. Esta metodo-
logía de cálculo ha de ser aprobada por la secretaría Ejecutiva del MDL, y
sirve para calcular la reducción de emisiones que el proyecto supone. Pues
bien, mientras que los países subdesarrollados argumentan que esto es lo que
la adicionalidad quiere decir (la reducción de emisiones adicional que el pro-
yecto supone), la Secretaría Ejecutiva tiene otra perspectiva: adicional quiere
126 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

decir que, en ausencia de los pagos por los CER emitidos, el proyecto no sería
financieramente rentable, no se hubiera llevado a cabo. El MDL, en definiti-
va, no va a financiar proyectos que, por las razones que sea (rentabilidad fi-
nanciera o social), en cualquier caso se hubieran implementado. Al ser esta
última la interpretación que ha prevalecido, algunos proyectos muy emblemá-
ticos, sobre todo en el sector del transporte colectivo (como el Transmilenio
de Bogotá o el Transantiago), no han podido entrar en este esquema. Ello, qué
duda cabe, introduce incentivos perversos para la Administración , ya que
lleva a eliminar o posponer cualquier tipo de iniciativa pública ambiental-
mente beneficiosa, o a dejar que las cosas empeoren, paran luego tratar de ob-
tener CER arreglando el problema.
• En segundo lugar, la exigencia por parte de la Unión Europea, que no del Pro-
tocolo de Kioto, de que únicamente la mitad de la reducción de emisiones a
que cada país está obligado, pueda adquirirse acudiendo a estos mecanismos.
Esto, como bien argumentan los responsables de los países subdesarrollados,
deprime artificialmente la demanda de sus certificados, presionando en conse-
cuencia los precios a la baja.
• En tercer lugar, la no aceptación dentro del sistema europeo de intercambio de
CER, de los créditos conseguidos mediante proyectos de reforestación. Los
denominados proyectos LULUCF (land use, land use change and forestry)
permiten capturar carbono mediante, por ejemplo, la reforestación de tierras.
El Protocolo de Kyoto lo permite, desde la Conferencia de las Partes de Bonn,
siempre y cuando las tierras en cuestión carecieran de cubierta boscosa antes
de 1999. La Unión Europea, sin embargo, rechaza la validez de estos certifi-
cados para el cumplimiento de las obligaciones de sus países miembros, por lo
que sólo pueden ser realizados en el «mercado voluntario» (Bolsa de Chica-
go), y a un precio sensiblemente inferior. A este mercado acuden empresas e
instituciones (ayuntamientos o distintos estados de Estados Unidos) que, si
bien no están obligadas por el Protocolo, quieren cumplirlo voluntariamente,
o mejorar su imagen corporativa. El motivo alegado por la UE es el de la po-
tencial no permanencia de esta captura de carbono: el bosque plantado se
puede quemar, o el gobierno permitir dentro de unos años su tala. Dado el pro-
blema que esta negativa supone, no sólo para la obtención de divisas, sino para
la propia conservación del bosque, se han propuesto distintas medidas para in-
tentar paliar esta inseguridad, desde pólizas de seguros hasta CER con una va-
lidez temporal menor, pero, hoy por hoy, todavía no aceptadas.
• Finalmente cabe mencionar, más que un problema, la necesidad de planificar
cuidadosamente la participación en el MDL por parte de los distintos países
subdesarrollados, para obtener todos los beneficios sociales que el esquema
posibilita. En efecto, en ausencia de una intervención correctora, los proyec-
tos-MDL girarán alrededor de una lógica de mercado que buscará, simple-
mente, aquella opción que ofrezca el precio más bajo por la mercancía inter-
cambiada: una tonelada de carbono. Esta lógica es la que llevará a seleccionar
unos proyectos y no otros. Sin embargo, los proyectos involucrados, en gene-
DEGRADACIÓN AMBIENTAL, ENDEUDAMIENTO EXTERNO Y COMERCIO INTERNACIONAL 127

ral y por sus propias características, suelen venir acompañados de toda una
serie de externalidades de todo tipo. No es lo mismo, en este sentido, conse-
guir un certificado de reducción de emisiones capturando metano en una gran-
ja porcina alejada de los núcleos urbanos, que sustituyendo una central térmi-
ca de carbono por una de ciclo combinado de gas natural, dentro de una ciudad
densamente poblada. Los impactos positivos sobre la salud de la población, en
el segundo caso, es muy probable que superen sustancialmente los efectos po-
sitivos adicionales del primero. Sin embargo, nada de esto será tenido en cuen-
ta en los mercados de carbono, en ausencia de una intervención pública que
seleccione adecuadamente la cartera de proyectos socialmente más rentables.

En cualquier caso, y a diferencia del pago por servicios ambientales convencio-


nal, el MDL no depende decisivamente de la dotación de recursos naturales del país
afectado, lo que lo hace particularmente atractivo, a la vista de la distribución mun-
dial de la pobreza. Este es un rasgo que se profundiza en la posibilidad que se ana-
liza a continuación.

6. Deuda externa, huella ecológica y deuda ecológica

El peso de la deuda externa, sobre todo para los países pobres altamente endeu-
dados, ha dado lugar a una presión recurrente para su condonación. No es éste el
lugar ni el momento de abrir una discusión al respecto. Tal vez valga la pena recor-
dar, en cualquier caso, que condonaciones totales o parciales de la deuda externa ya
se han producido en distintas ocasiones, sin aparentes resultados. Es más, de acuer-
do a los provocativos argumentos de Easterly, el perdón de la deuda a los países po-
bres sólo sirve para que éstos acentúen la presión sobre la explotación de sus recur-
sos naturales, alejándose más si cabe de la sostenibilidad (Easterly, 2001, cap. 4).
Vale la pena, sin embargo, analizar una alternativa que ha alcanzado cierta no-
toriedad en determinados círculos académicos recientemente: canjear la actual
deuda económica de los países subdesarrollados, por la deuda ecológica acumulada
en el tiempo por los países desarrollados.
La capacidad del planeta para proporcionar una serie de recursos naturales, re-
novables y no renovables, así como para absorber los desechos de todo tipo que ge-
neran las actividades del ser humano, es limitada. La segunda ley de la termodiná-
mica (conocida como ley de la entropía) limita el nivel de producción sostenible al
flujo de energía solar recibido. Esta idea elemental ha propiciado la búsqueda de
unos posibles límites a la capacidad de crecimiento o, para ser más precisos, el re-
conocimiento de los mismos. Quizá la forma más reciente que han adoptado estos
intentos sea la que se conoce como huella ecológica (ecological footprint). La hue-
lla ecológica correspondiente a una población determinada se define como «la su-
perficie de tierra productiva y ecosistemas acuáticos necesaria para producir los re-
cursos que la sociedad consume, y asimilar los residuos que produce, dondequiera
que se encuentren dicha tierra y agua» (Rees, 2000, p. 371).
128 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

Como tal indicador, formalizado por Wackernagel y Rees (1996), la huella eco-
lógica no es sino un intento de traducir a una unidad común, que permita las com-
paraciones, la capacidad del planeta de proporcionar recursos y de absorber resi-
duos, por un lado, y el consumo de recursos y emisión de desechos de los patrones
de consumo de los distintos grupos sociales contemplados, por otro. Esta unidad
común de medida no es otra que una hectárea de superficie agrícola de productivi-
dad media (biocapacidad), tanto como proveedora de recursos naturales, como en su
papel de sumidero de las emisiones contaminantes (fijación del carbono atmosféri-
co a través de la función fotosintética). Comparando los requisitos con las posibili-
dades, se llega a la conclusión fundamental de estos trabajos: el habitante promedio
del planeta tiene una huella ecológica (unos patrones de consumo) que supera la ca-
pacidad de carga de la biosfera.
Siguiendo en la línea anterior, se ha desarrollado el concepto de distribución
ecológica espacial, para analizar cómo se distribuye entre distintos países el daño
ambiental generado por las distintas actividades económicas. En la esfera de las re-
laciones internacionales, esta distribución espacial del daño ambiental da lugar, se
dice, a un intercambio (ecológico) desigual mediante el que los países menos desa-
rrollados tratan de mantener su competitividad. Este comportamiento, por el que
estos países degradan su medio ambiente para poder vender sus mercancías en los
mercados internacionales, da lugar a una deuda ecológica (Muradian y Martínez-
Alier, 2001) en la que estarían incurriendo los países más desarrollados debido a la
importación de estos productos, a unos precios «ecológicamente» incorrectos.
Algunos autores han sugerido que esta deuda ecológica podría constituir la base
de un mecanismo de transferencia de recursos a favor de los países subdesarrollados
fuertemente endeudados, que les permitiera subsanar el problema de la deuda
(Torras, 2003).
El procedimiento al respecto sería el siguiente. En primer lugar, se hace necesa-
rio computar la cuantía de la deuda ecológica, en términos físicos, y pasar, en se-
gundo lugar, a determinar su equivalente monetario. Y aquí es donde juega un papel
relevante el concepto de la huella ecológica anteriormente mencionado. En efecto,
se recomienda que la deuda se calcule a partir, precisamente, de la comparación
entre el valor de dicho indicador para diferentes países y su biocapacidad. Una vez
calculados los déficit y superávit correspondientes, en hectáreas normalizadas, se
traducen a un valor monetario utilizando para ello los valores propuestos por
Costanza et al. (1997), para una hectárea representativa de los distintos ecosistemas.
Aplicando esta metodología sencilla, los principales países desarrollados acu-
mularían una deuda ecológica equivalente a 3.733 millones de ha. que, traducidos,
supondrían algo más de 800 mil millones de dólares, una cantidad nada desdeñable.
Transferir esta cantidad a los países endeudados en función de su superávit ecológi-
co (huella ecológica inferior a su biocapacidad) convertiría en acreedores netos a va-
rios de ellos (Indonesia, Miammar, Congo, Tanzania), y reduciría sustancialmente el
problema de la deuda a otros (Argentina, Brasil, Malasia, Venezuela). El problema
lo plantean aquellos países que, como China, India, Bangla Desh o Egipto, no sólo
tienen una elevada deuda económica, sino que también están endeudados «ecológi-
DEGRADACIÓN AMBIENTAL, ENDEUDAMIENTO EXTERNO Y COMERCIO INTERNACIONAL 129

camente»: tienen una huella ecológica muy pequeña (sus niveles de consumo son
muy bajos), pero una biocapacidad más baja todavía (territorios pobres y densa-
mente poblados). De acuerdo a este criterio, estos países tendrían que pagar ambas
deudas, mientras que otros como Canadá, Australia, Suecia o Finlandia, que tienen
un superávit ecológico, serían también candidatos a recibir los pagos.
La propuesta, por tanto, tiene el buen sentido (económico) de obviar cualquier
consideración de justicia distributiva. Torras no contempla, en efecto, la denomina-
da deuda ecológica, como un debe de los países desarrollados, culpables de la de-
gradación ambiental global, en favor de unos países subdesarrollados, que serían to-
talmente inocentes del deterioro ambiental que padecen (aunque no lo descarta). Su
enfoque es mucho más pragmático: trata de encontrar un esquema que permita re-
solver el problema de la deuda externa: que justifique, calcule y al mismo tiempo
asigne, unos fondos que alivien o resuelvan el problema. Por ello, no tiene ningún
reparo en eliminar del grupo de los deudores a los países subdesarrollados con una
huella ecológica superior a su capacidad biológica. El resultado final de la propues-
ta, sin embargo, y aun habiendo resuelto este primer problema, probablemente no
pueda ser considerado satisfactorio, ni desde el punto de vista de la equidad, ni
desde el punto de vista de la eficiencia: no son precisamente los países más pobres
los que recibirían las mayores transferencias, sino los que podrían considerarse de
desarrollo intermedio y muy ricos en recursos naturales (Brasil, Argentina, Colom-
bia, Indonesia, etcétera). Desde el punto de vista de la equidad, supone aceptar una
discriminación de partida claramente rechazable: las personas tendrían derecho al
disfrute de los dones de la naturaleza, les correspondería una determinada huella
ecológica, en función de algo tan arbitrario como el lugar de nacimiento. Un ele-
mental sentido de justicia debería llevar a rechazar este tipo de planteamiento. Por
otro lado, el punto de vista de la eficiencia en la conservación de la naturaleza y la
garantía de la sostenibilidad, rechazar este tipo de comercio, que involucra el inter-
cambio de naturaleza, es abiertamente contraproducente. La autarquía o, en el mejor
de los casos, el intercambio de equivalentes, en términos de naturaleza, al que obli-
garía cualquier intento de acabar con esta pretendida explotación, impediría resol-
ver adecuadamente el problema del deterioro ambiental y la sostenibilidad de las
pautas de producción y consumo. En efecto, para resolver de forma eficiente el reto
de la satisfacción de las necesidades humanas, debería buscarse la asignación espa-
cial de las distintas actividades económicas (producción, distribución y consumo),
allí donde su impacto ambiental fuera menor, algo que esta búsqueda de un preten-
dido equilibrio entre la huella ecológica y la dotación de recursos de cada país im-
pediría.
Efectivamente, existe una deuda ecológica, pero probablemente sea más acerta-
do plantearla en términos de la huella ecológica acumulada por determinados patro-
nes de consumo, que por razones de operatividad identificaríamos con los de las so-
ciedades más desarrolladas, con el planeta como un todo, y no con determinados
países. Esta deuda, una vez calculada, tal y como lo hace por ejemplo Torras (op.
cit.), pero en relación a la capacidad biológica promedio del planeta, debería cance-
larse a favor de los organismos multilaterales de ayuda al desarrollo para que la asig-
130 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

naran en función de criterios más equitativos, y no premiando a aquellos países que


ya cuentan con una buena base de recursos naturales.

7. Conclusiones

Hemos analizado, a lo largo de las líneas precedentes, una serie de alternativas


que podrían utilizarse, en el contexto de las relaciones comerciales y financieras
entre países desarrollados y subdesarrollados, para tratar de aliviar simultáneamen-
te los problemas íntimamente relacionados de la pobreza y la degradación ambien-
tal. En este sentido, se ha pasado revista a las posibilidades que ofrecería un des-
mantelamiento de la protección agrícola de los países desarrollados, y la apertura de
sus mercados a los productos de los países subdesarrollados. Si bien el correspon-
diente influjo de divisas que ello supondría, así como el incremento de ingresos del
sector rural en los países subdesarrollados (sector en el que se concentra el grueso
de la pobreza mundial), tendrían un indudable impacto ambiental positivo, no puede
olvidarse que, al mismo tiempo, elevan el coste de oportunidad de las tierras no cul-
tivadas, y ello conspira contra la preservación de determinados espacios ecológica-
mente muy valiosos, susceptibles de ser cultivados. Se hace necesario, por tanto,
acompañar esta medida de otra batería de incentivos destinados a reconocer, y re-
munerar, los servicios ambientales de estos ecosistemas amenazados. El Comercio
Justo y la Certificación Ambiental son, asimismo, un paso en la dirección correcta,
aunque, hoy por hoy, el techo de la demanda en el primer caso, y los costes de tran-
sacción, en el segundo, están impidiendo que puedan tener un impacto más decisi-
vo en el ámbito de estos dos problemas. Al igual que en el caso anterior, el Pago por
Servicios Ambientales, no sólo tiene un campo de actuación todavía muy limitado,
sino que sus eventuales beneficios dependen, en gran medida, de la dotación de re-
cursos naturales de cada país. Una ojeada al mapa mundial, sin embargo, permite
constatar que no existe una correspondencia biunívoca entre la dotación de recursos
naturales, por un lado, y la situación de pobreza, por otro (véase, por ejemplo, Sut-
ton y Constanza, 2002; IUCN, 2004). Si bien es cierto que un grupo no desdeñable
de países pobres son a su vez ricos en recursos naturales (recuerde el lector, por
ejemplo, la denominada «maldición de los recursos naturales» aplicada al caso afri-
cano: Sachs y Warner, 2001, es una excelente referencia), existe un buen número de
ellos, entre los que se encuentran algunos de los más poblados, que carecen de esta
riqueza. Estos países, entre ellos algunos de los más necesitados, no tendrían gran-
des posibilidades de beneficiarse de los esquemas anteriores. No es éste el caso, sin
embargo, del Mecanismo de Desarrollo Limpio, que responde a una lógica mucho
más atractiva: la de que todos los seres humanos tienen el mismo derecho a disfru-
tar de, por lo menos, uno de los servicios que gratuitamente proporciona la biosfe-
ra: ser un depósito de residuos. Si esta capacidad se ha excedido hay que comenzar
a reducir el volumen depositado, pero partiendo de la base del mismo derecho para
todos con respecto a la utilización de la misma. En idéntica línea de no discriminar
en función de la dotación de recursos naturales se encontraría la propuesta de saldar
DEGRADACIÓN AMBIENTAL, ENDEUDAMIENTO EXTERNO Y COMERCIO INTERNACIONAL 131

la deuda ecológica en la que han incurrido históricamente los países desarrollados


con el resto del mundo, no con base en la biocapacidad de los países más desfavo-
recidos, lo que sería éticamente inaceptable, sino en función de su propia huella eco-
lógica, una vez se haya refinado su proceso de cálculo, en comparación con la do-
tación promedio del planeta.

Referencias bibliográficas

[1] AZQUETA, D. (2002): Introducción a la economía ambiental, McGraw-Hill, Madrid.


[2] AZQUETA, D. y DELACÁMARA, G. (2004): «El papel de las variables ambientales
en la nueva geografía económica», Investigaciones Regionales, 4: 145-176.
[3] AZQUETA, D. y SOTELSEK, D. (1999): «Ventajas comparativas y explotación de los
recursos ambientales», Revista de la CEPAL, 68: 115-134.
[4] BEGHIN, J.; ROLAND-HOLST, D. y VAN DER MENSBRUGGHE, D. (ed.) (2002):
Trade and the environment in general equilibrium: evidence form developing countries
economies, Kluwer Academic Publishers.
[5] BHAGWATI, J. (1996): «Trade and Environment: Does Environmental Diversity De-
tract from the Case for Free Trade?», en J. Bhagwati y R. E. Hugec (eds.), Fair Trade
and Harmonization, Cambridge University Press, pp. 159-223.
[6] BORRELL, B. y HUBBARD, L. (2000): «Global economic effects of the EU Common
Agricultural Policy», Economic Affairs, junio, 18-26.
[7] CHOMITZ, K. M. y THOMAS, T. S. (2003): «Determinants of land use in Amazonia:
a fine-scale spatial analysis», American Journal of Agricultural Economics, 85 (4):
1016-1028.
[8] CIEMAT (1997): Externe National Implementation. Spain, JOULE III.
[9] COSTANZA, R.; D’ARGE, R.; DE GROOT, R.; FARBER, S.; GRASSO, M.; HAN-
NON, B.; LIMBURG, K.; NAEEM, S.; O’NEILL, R. V.; PARULELO, J.; RASKIN,
R. G.; SUTTON, P. y VAN DEN BELT, M. (1997): «The value of the world’s ecosys-
tem services and natural capital», Nature, vol. 387: 253-260.
[10] COXHEAD, I. (2003): «Trade liberalization and rural poverty», American Journal of
Agricultural Economics, 85(5): 1307-1308.
[11] COYLER, D. (2003): «Agriculture and the environment in free trade agreements»,
Food, Agriculture and Environment, vol. 1 (1): 145-147.
[12] DIETZ, S. y ADGER, W. (2003): «Economic growth, biodiversity loss and conserva-
tion effort», Journal of Environmental Management, vol. 68: 23-35.
[13] EASTERLY, W. (2001): En busca del crecimiento: andanzas y tribulaciones de los
economistas del desarrollo. Antoni Bosch, Barcelona.
[14] FERRARO, P. J.; UCHIDA, T. y CONRAD, J. M. (2005): «Price Premiums for Eco-
friendly Commodities: Are “Green” Markets the Best Way to Protect Endangered
Ecosystems?», Environmental and Resource Economics, 32: 419-438.
[15] FRANKEL, J. A. y ROMER, D. (1999): «Does trade cause growth?», American Eco-
nomic Review, vol. 89 (3): 379-399.
[16] HERTEL, T. W., IVANIC, M.; PRECKEL, P. V., y CRANFIELD, J. A. (2003): Trade
liberalization and the structure of poverty in developing countries. Global Trade Analy-
sis Project.
[17] IUCN (2004): «Poverty-Conservation Mapping Applications», IUCN World Conserva-
tion Congress, noviembre de 2004.
132 CUADERNOS ECONÓMICOS DE ICE N.º 71

[18] LIDDLE, B. (2001): «Free trade and the environment-development system», Ecologi-
cal Economics, 39: 21-36.
[19] LOENING, L. J. y MARKUSSEN, M. (2003): Pobreza, deforestación y pérdida de
biodiversidad en Guatemala, Instituto Ibero-Americano de Investigaciones Económi-
cas. Documento de Trabajo 91.
[20] MURADIAN, R. y MARTÍNEZ-ALIER, J. (2001): «Trade and the environment: from
a “Southern” perspective», Ecological Economics, 36: 281-297.
[21] OECD (2002): Handbook of Biodiversity Conservation. A guide for Policy Makers, Or-
ganización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, París.
[22] PAGIOLA, S.; AGOSTINI, P; GOBBI, J.; DE HAAN, C.; IBRAHIM, M.; MUR-
GUEITIO, E.; RAMÍREZ, E.; ROSALES, M. y RUIZ, J. P. (2004): «Pago por Servi-
cios de Conservación de la Biodiversidad en Paisajes Agropecuarios». Environmental
Economics Series. The World Bank Environment Department.
[23] PAGIOLA, S.; ARCENAS, A. y PLATAIS, G. (2005): «Can Payments for Environ-
mental Services Help Reduce Poverty? An Exploration of the Issues and Evidence to
Date from Latin America». World Development 33 (2), 237-253.
[24] PERRINGS, C. (2003): Mitigation and Adaptation Strategies in the Control of Biolo-
gical Invasions. Paper presentado al 4.º taller de BIOECON, Venecia, agosto 2003.
[25] PORTELA, R. y RADEMACHER, I. (2001): «A dynamic model of patterns of defo-
restation and their effect on the ability of the Brazilian Amazon to provide ecosystem
servicies», Ecological Modelling, 143: 115-146.
[26] PROOPS, J. (2004): «The growth and distributional consequences of international
trade in natural resources and capital goods: a neo-Austrian analysis», Ecological Eco-
nomics, 48: 83-91.
[27] REES, W. E. (2000): «Ecological footprint: merits and brickbats», Ecological Econo-
mics, 32 (3): 371-374.
[28] SACHS, J. D. y WARNER, A. M. (2001): «The curse of natural resources», European
Economic Review, 45: 827-838.
[29] SAMPSON, G. P. (2002): «The environmentalist paradox: the world trade organization
challenges», Harvard International Review, vol. 23 (4): 56.
[30] SUTTON, P. C. y CONSTANZA, R. (2002): «Global estimates of market and non-mar-
ket values derived from nightime satellite imagery, land cover and ecosystem service
valuation», Ecological Economics, 41: 509-527.
[31] TAYLOR, P. L. (2005a): «In the Market But Not of It: Fair Trade Coffee and Forest
Stewardship Council Certification as Market-Based Social Change», World Develop-
ment, 33 (1): 129-147.
[32] TAYLOR, P. L. (2005b): «¿Sería factible un modelo de Comercio Justo para la Certi-
ficación Forestal? Una discusión de posibilidades». Mimeo. Departamento de Sociolo-
gía, Universidad Estatal de Colorado.
[33] TORRAS, M. (2003): «An Ecological Footprint Approach to External Debt Relief»,
World Development, 31 (12): 2161-2171.
[34] WACKERNAGEL, M. y REES, W. E. (1996): Our ecological footprint: reducing
human impact on the Earth. New Society Publishers, Gabriola Island, BC.
[34] WORLD TRADE ORGANIZATION (1999): Trade and environment, Special Studies 4.

También podría gustarte