Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Su mirada clara
se perdía a través de los arbustos, en la avenida. Parecía que contaba los autos al pasar,
uno, dos, tres, cuatro. Sus labios lo decían muy claro. Prefería no mirarlo a él.
Llegó la infusión en una taza anaranjada. El mozo la depositó sobre la mesa con mucho
—Sí, gracias —contestó Magdalena y esbozó una sonrisa, como aceptando que
el mozo existía y que la amabilidad en su voz merecía bien un gesto suyo, aunque fuera
—Y un café para el señor —añadió el mozo. Dejó la taza sobre la mesa con un
salida de aquel laberinto de melena negra, de atractivo rostro de jovencita astuta pero
tierna.
—Te miro, Octavio —dijo ella, pero siguió contando los autos con una
estoy con mis amigas. Cuando estudio sola en mi habitación, te miro. Así que te miro
—Entiendo —contestó él, sin entender nada—. Habrás intuido, por nuestra
conversación telefónica, que esto es serio e importante. Escúchame, tengo que hablar
contigo, debo serte sincero. Hay algo que yo… ya no siento, y no puedo seguir
en minifalda, muy seria. Mientras pedaleaba, por momentos, se le veían las piernas y la
—Debemos terminar. Perdóname, Magda, pero es así. Ya no siento nada por ti,
es decir, siento mucho afecto, te quiero un cielo, pero no estoy enamorado de ti. Lo
querido, desde que empecé a comprenderlo. Lo he deseado tanto, volver a amarte, pero
La infusión de jazmín y menta humeaba relajadamente. Magdalena tomó los dos sobres
La cuchara, manejada por su pulso impasible, poco a poco se fue dejando caer sobre la
taza, hasta el fondo. Algunos terroncitos se derritieron con rapidez, fundiéndose con la
bebida caliente, otros en cambio soportaron toda la caída hasta el fondo de la taza,
donde ardieron, por así decirlo, ardieron en agua y se consumieron en agua. Luego, la
reposar en el platito.
Magdalena se acercó la bebida a los labios. Sopló tres veces haciendo una o con la boca.
Era un buen día. El sol no quemaba demasiado y los grandes ficus que escoltaban toda
El hombre frunció el ceño con la boca ligeramente abierta. No había tocado su café.
Casi no había tocado nada en esa terraza donde se habían dado cita. A penas había
tocado a Magdalena con el poco ímpetu de sus palabras, en un esfuerzo enorme por
decir una vez y tan solo una, lo que había ido a decir.
—Magda. ¿Cómo puedes hacerme repetirlo? ¿Crees que esto es un chiste?, ¿que
—Octavio, —esclareció ella— para mí, tú casi no has dicho nada desde que
llegaste.
Mierda, pensó él. ¿Es éste el precio de la separación? ¿Y cuánto le puede divertir a ella?
¿Acaso no le duele tanto como a mí? Una vez más, se dijo. Un esfuerzo más, ahora no
—Estoy rompiendo contigo, mujer. Mírame, ya no siento nada por ti. Desde
hace tiempo que verte no es lo mismo. Ya no tengo esa emoción de estar al lado tuyo.
Magda, mis días van lentamente. Reunirme contigo se ha vuelto en los últimos meses
Como respuesta, Magdalena bebió otro sorbo de té y miró hacia la avenida. Volvió a
contar autos.
Sus ojos entrecerrados parecían estar pensando algún tipo de respuesta a la vez que con
Siguió pensando con esa carita, ahora seria, impávida. Frunció los labios. Dejó la taza
—Amor —soltó divertida— Este té está muy bueno. No sé cómo puedes estar
bebiendo ese café tan amargo en un día tan espléndido. Mira a tu alrededor: es una
mañana para reír y charlar en el parque, para jugar con niños o leer bajo la sombra de un
árbol. Observa, ¿acaso hay algo en el día que te sugiera beber ese café tan horrendo y
áspero?
Octavio quedó paralizado. No, peor aún. Antes ya había quedado un poco paralizado.
La perspectiva de tener que vivir aquella escena era, además de desalentadora y triste,
un martirio que lo desarmaba. No había estado preparado para aquel tipo de reacción.
reflexión, de forma que solo pudiera meditar en la ruptura, y en saber elegir las palabras
correctas cuando llegara el momento. Sin embargo, el ignoro forzado de aquella mujer
—Magda…
has escuchado?” Y te lo repetiré una vez más: Para mí, Octavio, tú no has dicho nada
—Magdalena, pero…
conmigo. Para mí, tu boca —hizo una boca con los dedos— sólo se ha movido
silenciosamente sin que ninguna maldita palabra haya salido de ella. ¿Y sabes por qué?
Porque un universo así, uno donde tú me dejas, es inconcebible. ¡Pum! No existe, no
a mi realidad. Soy como un perro, Octavio, al que tratas de enseñarle tus estúpidas leyes
—Señorita, su infusión de jazmín y menta—. El mozo llegó con una tetera sobre
Con una mano enfundada en un guante blanco, el tipo tomó la pequeña tetera, parecía
de plata. La inclinó cuarenta grados y, desde una altura de quince centímetros, llenó la
Octavio recuperó el aliento, pero no pudo reponerse de la conmoción que le había dado.
Si al llegar a aquel café solo había tenido un único tema en la cabeza, ahora que éste no
le servía, una extraña brecha se le había abierto en el firme entramado mental. Todo un
golpe hipnótico.
aleatoriamente. No era capaz de hilvanar otra cosa. No había planeado otra cosa, así que
se quedó como una estatua mirando a Magdalena. La contempló sin pensar, sin decir,
—Ya vámonos, Octavio. Amor, es un día precioso como para quedarse bebiendo
ese horrendo café. ¡Oh!, veo que ni siquiera lo has tocado. Bien por ti. Ahora vamos al
parque, ven.
Ella se puso de pie y Octavio la imitó.
—Leamos ese diario que has traído —continuó Magdalena—. Sentémonos sobre
la grama a conversar de lo que sea, mi amor. Me contarás sobre tus clases, sobre tus
chimpancés. Hace un día hermoso para pasear. Camina, Octavio, y luego vayamos a tu
Estaba imposibilitado para la articulación de pensamientos que no tuvieran que ver con
la ruptura. Y como la ruptura era un tema que simplemente no existía con aquella
muchacha, ya podría decirse que para el resto del día, Octavio prácticamente sería un