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La Gran Colombia y La Gran Holanda
La Gran Colombia y La Gran Holanda
Y LA GRAN HOLANDA
1815-1830
Presentación 9
Dos grandezas y una pequeñez 16
La Gran Holanda: nacimiento de un reino 26
Preludio de la guerra de los Quince Años 44
La Gran Colombia: nacimiento de una república 58
Empresas rastreras 76
Isla poco pacífica 88
El Viejo y el Nuevo Mundo 108
El sueño del rey 134
Obra en construcción 154
Noticias de Colombia 174
Duelo en Bogotá 192
El grado superlativo de un canal 216
La dictadura de la impotencia 232
El principio del fin 254
El ocaso de la Gran Colombia 276
El ocaso de la Gran Holanda 290
Cabos sueltos 306
Bibliografía 328
Índice onomástico 340
Presentación
1 Los términos Gran Colombia y Gran Holanda no están tomados por el autor en un estricto
sentido jurídico o administrativo respecto del nombre que adoptaron dichos Estados en
ese periodo histórico, sino en el marco de una connotación metafórica muy extendida.
2 Bassi, E. An Aqueous Territory: Sailor Geographies and New Granada’s Transimperial Greater
Caribbean World. Duke University Press, 2016.
3 Barrera Monroy, E. Mestizaje, comercio y resistencia: La Guajira durante la segunda mitad del
siglo xviii. Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (icanh), 2000.
4 Polo Acuña, J. Etnicidad. Poder y negociación en la frontera guajira. 1750-1820. Bogotá, Ins-
tituto Colombiano de Antropología e Historia (icanh), 2005.
5 Sourdis Nájera, A. «Los judíos en el Caribe Colombiano, 1813-1938». Los judíos en Colom-
bia. Madrid-Bogotá, Casa Sefarad-Israel, 2011.
Dos grandezas
y una pequeñez
República y reino
Las colonias españolas en América se declararon repúblicas de signatura
liberal. Para los conservadores contemporáneos, se trataba de un pleonas-
mo. A su entender, la legitimidad era sinónimo de monarquía, mientras
que una república era producto de una falta de legitimidad. Después de
1815, las repúblicas olían a revolución, por más que Napoleón le hubiera
dado a la Revolución francesa un giro monárquico y hasta imperial.
Precisamente debido a la forma de gobierno republicana, la indepen-
dencia del Nuevo Mundo representaba un obstáculo insalvable para el
Viejo. Las repúblicas sudamericanas eran consideradas un estallido de
la revolución que en Europa acababa de reprimirse. Este inconveniente
ideológico no se aplicaba a Brasil, que se independizó en 1822 en forma
de imperio bajo un príncipe de la casa real portuguesa (y como tal exis-
tiría hasta 1889, cuando acabó convirtiéndose en república). Gracias a su
aspecto monárquico, Brasil podía ser reconocido sin problemas por las
potencias europeas.
En cambio, el reconocimiento de las repúblicas de habla hispana equi-
valía a una blasfemia legitimista. Debido a su fama revolucionaria, Hispa-
noamérica era un tabú ideológico, si bien desde el siglo xvi estaba catalo-
gada al mismo tiempo como un símbolo de riqueza legendaria. El ocaso
del Imperio español activó en el imaginario europeo el mito de El Dorado.
Una representación exagerada de los tesoros del Nuevo Mundo hizo que
la codicia estuviera reñida con la ortodoxia ideológica. La creciente tensión
La Gran Holanda:
nacimiento de un reino
Insurrección
Tras la victoria cerca de Leipzig, las tropas rusas y prusianas se encamina-
ron a Holanda para ahuyentar a los franceses.1 Mientras los aliados avanza-
ban por el este, los funcionarios y soldados franceses huían en masa hacia
el sur. Simultáneamente con la entrada de los libertadores y la salida de
los usurpadores, se produjo la «Insurrección» (como da en llamarse en la
antigua historiografía holandesa a los acontecimientos de noviembre de
1813). Despojada del heroísmo que le adscribe la tradición, se trata de una
descripción eufemística de un golpe orangista dirigido por Van Hogendorp.
Inicialmente, Van Hogendorp quería convocar a los Estados Generales
en su composición orangista de 1795 para elevar al príncipe de Orange a la
categoría de rey. Sin embargo, los pocos regentes añosos que hicieron caso
de su llamamiento se arredraron ante ese paso inusitado.2 Acto seguido,
Van Hogendorp decidió instaurar por su cuenta, junto con dos correligio-
narios, un gobierno provisional sin ningún tipo de mandato. El 20 de no-
viembre de 1813, ese triunvirato formó un Gobierno General, que declaró
querer gobernar «hasta la llegada de Su Alteza». El príncipe anunciado
tardó nada menos que diez días en llegar. Durante esa semana y media, el
1 Para una descripción reciente del origen del Reino Unido de los Países Bajos, véase Koch,
Koning Willem I, pp. 215-283.
2 Falck, Gedenkschriften, p. 99.
5 Falck, Gedenkschriften, p. 161: «Por decirlo así, él mismo se ciñó la corona»; Van Hogen-
dorp, Brieven en Gedenkschriften, tomo v , pp. 514-517.
6 Staatsblad van het Koningrijk der Nederlanden, 18-3-1815; Van Hogendorp, Brieven en Ge-
denkschriften, tomo V, p. 127.
7 anpb /sge 6205, Protocolo del Congreso de Viena, 23-3-1815; congratulaciones de varios
monarcas europeos en anpb /rree 1827.
Fusión
Así, producto de una singular coincidencia, vino al mundo el Reino de
Gran Holanda. El principado inicial no era la continuación de la república
en forma de monarquía, como lo había imaginado Van Hogendorp, sino
que constituyó la plataforma de lanzamiento del Reino Unido de los Países
Bajos. Tampoco este reino era una consecuencia natural del principado,
pues la asociación del norte y el sur solo se comprende como resultado de
la toma de decisiones aliada, en parte gracias al insistente lobby de Gui-
llermo I. Si el principado todavía podía presentarse como un producto
de factura holandesa, el reino era indiscutiblemente una creación de las
grandes potencias.
8 Así en el primero de los Ocho Artículos para la unión, redactados por Falck en mayo de
1814. La formulación fue adoptada en el Protocolo de Londres del 21 de junio de 1814,
mediante el cual los Aliados aprobaron provisionalmente la unión.
Esmero infatigable
Para promover la fusión, Guillermo I residía alternativamente seis meses
en La Haya y otro tanto en Bruselas. Mandó construir caminos y canales
para mejorar las comunicaciones entre ambas partes del reino. Estimuló el
comercio y la industria para promover el intercambio entre el norte y
el sur. La creación de intereses comunes era, a su entender, el mejor reme-
dio contra la división de su reino. También con independencia de ello, el
desarrollo económico beneficiaba a la Gran Holanda, pues después de la
dominación francesa, tanto el norte como el sur se habían quedado em-
pantanados. Como se verá, por medio de la Gran Colombia Guillermo
I también esperaba desencadenar una sinergia que resultara provechosa
para la amalgama.
Tutela aliada
La amalgama obligaba a Guillermo I a aspirar al reconocimiento interior,
lo que a la larga coincidía cada vez más con la imposición de su autoridad.
La otra cara de la moneda era aspirar al reconocimiento exterior, pero en
las relaciones internacionales no podía hacer valer ninguna autoridad. Si
bien conforme al encabezamiento de sus reales decretos gobernaba por la
gracia de Dios, era perfectamente consciente de que el Supremo era una
metáfora que representaba a la Alianza que había derrotado a Napoleón.
Los vencedores consideraban el reino como una estructura estatal que ha-
bían aparejado en aras del equilibrio de poder. El canciller austríaco Kle-
mens von Metternich, que al final había optado por el lado correcto en el
momento justo, recalcó ante su enviado en La Haya que el nuevo Estado
9 «Yo sé que el cuerpo diplomático […] ni los gabinetes europeos tienen buena opinión de
mí», Colenbrander, «Gesprekken met Koning Willem I», p. 262.
12 Ibidem, p. 172.
13 Van Sas, Onze natuurlijkste bondgenoot. Nederland, Engeland en Europa, 1813-31.
Preludio de la guerra
de los Quince Años
Paladín
A los insurgentes de 1797 se los conoce como precursores de la indepen-
dencia. Otro precursor con una agenda revolucionaria prematura fue Fran-
cisco de Miranda, nacido en Caracas en 1750 e hijo de un comerciante de
lienzos.1 Era, pues, un criollo venezolano, el primero de su familia. Su
padre había emigrado a la colonia procedente de las Islas Canarias. En
sus años mozos, Miranda partió a España, donde se formó militarmente
como oficial. Sirvió en las plazas fuertes españolas del Norte de África y
en 1780 fue destinado a Cuba. Como España apoyaba a las colonias britá-
nicas rebeldes en su lucha contra Inglaterra, participó desde aquella isla
en la guerra de independencia librada en América del Norte. Una estadía
1 Robertson, Life of Miranda; Racine, Francisco de Miranda; Maher (ed.), Francisco de Miranda.
Exile and Enlightenment; De Miranda, Diario de viajes y escritos políticos. Los documentos
de Miranda se publicaron en el Archivo del General Miranda (ed. V. Dávila; Caracas 1929-
1950, 24 vols.).
2 Miranda visitó Holanda en 1785 (Archivo del General Miranda, tomo i , pp. 354-362) y 1788
(tomo iii , pp. 259-321). Véase Wim Klooster, «De reis van Francisco Miranda door de
Republiek in 1788».
La expedición de 1806
Con vagas promesas, el gobierno británico dio largas al paladín de la in-
dependencia hispanoamericana, pero finalmente puso a su disposición
6.000 libras esterlinas para sufragar una rebelión en Venezuela. Miranda
partió a Estados Unidos para preparar la expedición; en Nueva York re-
clutó doscientos hombres, alquiló tres barcos y compró una prensa para
imprimir las proclamaciones necesarias. Así, a comienzos de 1806 puso
rumbo a Venezuela, con la esperanza de ser recibido como libertador. En
el camino enarboló por primera vez la tricolor colombiana por él diseñada,
con franjas en amarillo, azul y rojo.
Antes de invadir Venezuela, efectuó un desembarco en la isla holande-
sa de Aruba, para que tras el largo viaje por mar sus tropas pudieran estirar
las piernas. No se trataba de pasearse sin más: el comandante obligó a sus
soldados a hacer maniobras en la playa, pues la mayoría no tenía experien-
cia militar. Después de cuatro días de adiestramiento, la expedición partió
51
Ahorcamiento de diez oficiales de Miranda en Ocumare, 1806. Grabado diletante en History of the adventu-
res and sufferings of Moses Smith (1814). Smith fue uno de los participantes en la expedición mirandina.
Biblioteca Beinecke, Universidad de Yale (Estados Unidos).
El movimiento de 1810
Una vez que se hubo lamido las heridas, Miranda regresó a Londres, pero
no se desanimó. En 1808, la coyuntura política ofreció nuevas posibilidades
al perseverante revolucionario. En España, Carlos IV había abdicado el tro-
no en favor de su hijo Fernando VII, pero mientras tanto Napoleón había
4 J. Briggs, The history of Don Francisco de Miranda’s attempt to effect a revolution in South
America, Boston, 1811. Sus peripecias en Aruba en Bosch, Reizen in West-Indië, tomo ii ,
pp. 163-165; Hartog, Piar, pp. 29-31. La estadía de Miranda en Trinidad fue descrita por
V. S. Naipaul, The loss of Eldorado, Londres, 1969.
La Gran Colombia:
nacimiento de una
república
La primera República
El ideal independentista estremeció a Bolívar. En abril de 1810 no integró
la junta, si bien participó intensamente en la conmoción política. En junio
de ese año viajó nuevamente a Europa, esta vez a Inglaterra, para pedir
apoyo a la causa venezolana. El gobierno británico no quiso tomar partido
en el conflicto con España, aunque se comprometió a ofrecer su apoyo en
caso de que Francia atacara Venezuela. En Londres, Bolívar conoció a Mi-
randa, que lo acompañó a Venezuela a instancias suyas. El paladín de la
libertad sudamericana había cumplido ya sesenta años, estaba casado con
una mujer joven y era padre de dos hijos pequeños. Había encontrado en
la felicidad del hogar una compensación para sus numerosas decepciones
políticas, pero no pudo resistir la llamada de la revolución.
En Caracas, una aceleración de los acontecimientos políticos llevó en
julio de 1811 a la declaración de la República de Venezuela. La Sociedad Pa-
triótica, de la que formaban parte tanto Miranda como Bolívar, desempeñó
Entreacto en Curazao
Así pues, se hundió la primera República. Bolívar salvó el pellejo, según las
malas lenguas porque las autoridades españolas lo dejaron partir por haber
contribuido a la detención de Miranda. Con algunos otros refugiados repu-
blicanos se exilió en Curazao, de la que se habían apoderado los ingleses
(como Estado vasallo de Francia, Holanda era considerada por Inglaterra
una potencia enemiga). También sus dos hermanas buscaron refugio en
Curazao con sus hijos. Bolívar permaneció dos meses en la isla, sin dinero
y sin perspectivas. Sus posesiones en Venezuela habían sido confiscadas
por las autoridades españolas, mientras que el gobernador británico de
Curazao consideró necesario incautarse de su equipaje.
En Willemstad, Bolívar se codeó con el abogado Mordejái Ricardo, un
amsterdamés de nacimiento que era primo del economista británico David
Ricardo y tío del poeta holandés Isaac da Costa, ejemplo extraordinario de
La Segunda República
También en Nueva Granada, la parte colombiana del Virreinato, se ha-
bía puesto en marcha un movimiento independentista. Despojado de sus
bienes, Bolívar pidió prestado algo de dinero en Curazao ―a Ricardo,
por supuesto― y, en noviembre de 1812, partió rumbo al continente para
continuar la lucha. Poco después de llegar publicó su «Manifiesto de Car-
tagena», elaborado durante su estadía en Curazao. En esa profética pano-
rámica, exhortaba a todas las colonias sudamericanas a unirse en la lucha
contra España.
Bolívar consiguió apoyo para la causa venezolana en Nueva Granada,
y a comienzos de 1813 emprendió una campaña memorable con un peque-
ño ejército de unos cientos de hombres. El viaje abarcó alrededor de mil
kilómetros por territorio inaccesible y lo llevó a Caracas tras una serie de
resonantes victorias. El 7 de agosto de 1813 el Libertador, como era llamado
ahora, hizo su entrada en su ciudad natal. Se proclamó la Segunda Repú-
blica, aunque su existencia resultó tan efímera como la de su predecesora.
Amplias capas de la población, sobre todo mulatos, desconfiaban de
la signatura criolla de la independencia. Las tropas españolas reagrupadas
1 De Pool, Bolívar en Curazao; Lovera De-Sola, Curazao, escala en el primer destierro del Liber-
tador; Emmanuel, History of the Jews of the Netherlands Antilles, tomo i , pp. 296-298.
2 Isaäc da Costa, Bezwaren tegen den geest der eeuw (Leiden, 1823), p. 56.
Granada. Sus veteranos españoles eran de otro calibre que los soldados que
habían combatido hasta entonces a los insurgentes; las milicias coloniales,
igual que las republicanas, se componían en gran parte de personas sin
adiestrar. En menos de un año, el general español sometió la zona rebel-
de. La operación fue ejecutada bajo el denominador de «la Pacificación»,
pero en realidad fue una sucesión de actos de terror. Los partidarios de la
república fueron abatidos o ahorcados a gran escala. La contrarrevolución
triunfó y la causa de la independencia pareció definitivamente perdida.
3 Hartog, Piar, pp. 104-136; Brada, Piar, pp. 77-109; Thibaud, Repúblicas en armas, pp. 231-
233, 303-308, 317-319.
4 Angostura fue rebautizada Ciudad Bolívar en 1846.
Legión extranjera
Otro refuerzo de las huestes rebeldes fueron los voluntarios europeos que
empezaron a llegar en grandes cantidades a Angostura en 1817. En Europa
había trascendido la noticia sobre la guerra de liberación, y los liberales
que se lamentaban del desmoronamiento de la Revolución francesa vieron
en el Nuevo Mundo una alternativa esperanzadora del Viejo. En Europa,
Bolívar se convirtió en el ícono de la resistencia contra el orden establecido,
como lo fue el Che Guevara un siglo y medio después. Los estudiantes
ansiosos de agitación manifestaban sus sentimientos liberales ataviándose
con el sombrero de Bolívar, un sombrero de copa alta con un ala más ancha
de lo habitual. La prenda de cabeza a la moda tuvo aceptación en círculos
intelectuales europeos ―el joven poeta alemán Heinrich Heine fue visto
con uno en 1822―, pero resultaba totalmente inútil en las condiciones de
vida nómadas de quien le había dado nombre. Para los individuos conser-
vadores, la moda prescribía un sombrero que debía su nombre a Morillo,
el comandante español de Nueva Granada.5
la Bolívar». Según su amigo Carl Wesermann, el poeta se atavió con un sombrero así en
1822 (H. H. Houben y M. Werner, Begegnungen mit Heine: Berichte der Zeitgenossen, Ham-
burgo [1973], I, p. 59, nota 51). El novelista francés Victor Hugo describe en el capítulo
xii de Les Misérables (1862) la guerra de los sombreros como un episodio de su juventud.
En 1819 se representó en París una opereta cómica llamada Les Bolivars et les Morillos.
República en ciernes
En Angostura, Bolívar organizó un gobierno provisional que debía redactar
una constitución. El Libertador no esperó el resultado, pues quedaba mucho
territorio por liberar. Invirtiendo su campaña relámpago de 1813, condujo a
su ejército desde las llanuras tropicales a orillas del Orinoco hasta Bogotá,
en Nueva Granada, cruzando los Andes: una marcha forzada de mil qui-
nientos kilómetros que expuso a sus soldados a severos escollos y grandes
carencias. Los aires épicos de esta campaña en la tradición son un pálido
reflejo de la crudeza que la caracterizó en la realidad. El 7 de agosto de 1819,
6 Brown, Adventuring through Spanish Colonies; idem, con Alonso Roa, Militares extranjeros
en la Independencia de Colombia. Brown compiló un banco de datos con los apellidos de
3.000 voluntarios extranjeros, algo menos de la mitad del número total (www.bris.ac.uk/
hispanic/latin/research/htm).
9 «En el Perú ya no hay campo para mí y Bolívar»; citado por Lynch, San Martín, p. 197.
10 En el norte de Venezuela, los españoles ocuparon durante otros dos años las ciudades
de Maracaibo y Puerto Cabello.
Empresas rastreras
1 anpb /rree 131, De Pando a Van Nagell, 24-1-1817. José María de Pando (1787-1840)
fue un español de origen peruano que en su función diplomática disimuló su simpatía
por la independencia de Latinoamérica. En 1824 volvió a Perú y fue nombrado —por
Bolívar— ministro de Hacienda y, más tarde, de Relaciones Exteriores. En 1826 fue uno
de los diputados peruanos en el Congreso de Panamá (véase el capítulo «Noticias de
Colombia»).
Comercio de armas
Anne Willem van Nagell, el ministro de Relaciones Exteriores holandés
ya entrado en años, no veía en las quejas españolas ningún motivo para
prohibir la exportación de armas. Le comunicó al rey que una prohibición
tenía poco sentido, pues siempre podía eludirse declarando un destino fal-
so. Otras medidas tampoco servirían de mucho. Exigir fianzas en caso de
cargas sospechosas era poco práctico y contrario al interés de esta indus-
tria, tan importante para la economía nacional. Le pareció mejor adaptar
la línea de actuación a la disposición de que toda exportación de armas
debía ser aprobada por el gobierno. Consideraba suficiente denegar dicha
autorización a los suministros que, según se desprendiera de la documen-
tación de los barcos, estuvieran dirigidos explícitamente a los insurgentes
2 anpb /rree 299, Van Nagell a Guillermo I, 10-2-1817; rree 132, Real Decreto del 12 de
febrero 1817, relativo a la exportación de armas.
3 anpb /sge5676.A, Falck a Guillermo I, 28-1-1823; Falck, Ambtsbrieven, pp. 177-179. Ante-
riormente, ya un negocio parecido había llevado a un enfrentamiento entre Falck y Van
Maanen (sge 5674, Falck a Guillermo I, 2-9-1822).
4 anpb /sge 5663.B, Wiselius a Van Maanen, 2-10-1820, anexo de un informe detallado de
Van Maanen sobre los suministros de armas; De Jong, «Nederland en Latijns-Ameri-
ka», p. 31.
Reclutamiento
Si el gobierno permitía el comercio de armas haciéndose el desentendido,
con el reclutamiento de voluntarios en territorio holandés se mostró menos
complaciente. En marzo de 1819 se manifestó al respecto en Gante un tal
Pierre Jean Claude Granier, barón de Beauregard. El expatriado francés se
jactaba de que dominaba el arte de la fabricación de los llamados «cohetes
Congreve» (bombas voladoras con una carga de pólvora, desarrolladas
por el inglés William Congreve). Granier se había familiarizado con esta
técnica ejerciendo su antiguo cargo de director de la Fundición de Artillería
Imperial en Turín. Van Maanen consideró que el «fabricante de fuegos de
artificio» era sospechoso y ordenó vigilarlo minuciosamente.6
La desconfianza del ministro resultó justificada, pues en junio de ese
año Granier publicó en el periódico liberal Journal de Gand un artículo lau-
datorio sobre los éxitos de Bolívar. El barón, que se presentaba como un
«guerrero cubierto de honrosas cicatrices», tras este clarinazo periodístico
comenzó con la compra de fusiles y el reclutamiento de soldados. Para
demostrar su fiabilidad, al desplegar sus actividades enseñaba un acta
sellada de nombramiento de «coronel e inspector general» del ejército co-
lombiano.7
Las credenciales de Granier llevaban la firma de Francesco Macirone
(o Maceroni), antiguo ayudante de Joachim Murat, que a su vez era el an-
tiguo rey de Nápoles. Murat, un cuñado de Napoleón, había adquirido su
categoría real en el marco de la estrategia imperial de tripular los tronos
de Europa con familiares. El rey de Nápoles había sido depuesto en 1814,
después de la primera derrota de Napoleón, aunque al año siguiente hizo
un intento por reconquistar su trono. El golpe napolitano fracasó, Murat
8 F. Maceroni (o Macirone), Memoirs of the life and adventures of Colonel Maceroni, 2 vols.,
Londres, 1838. En los años 1830 Maceroni (1788-1846) se dedicó a desarrollar un vehículo
a vapor.
9 Sobre esta curiosa intriga véase la obra de E. Ocampo, The emperor’s last campaign. A
napoleonic empire in America, Tuscaloosa, 2009.
10 anpb /sge 5659, Van Maanen a Guillermo I, 1-5, 30-6, 1-7, 3-7, 4-8 y 9-8-1819.
11 anpb /sge 5661.B, Van Maanen a Guillermo I, 31-5-1820, con la petición de Donny de
10-11-1819.
12 Granier viajó a Londres, aunque en marzo de 1820 solicitó su readmisión en Holanda
(anpb /sge 5661.A, Van Maanen a Guillermo I, 25-3-1820 y Van Nagell a Guillermo I,
27-3-1820). Su ruego fue denegado (sge 5661.B, 18-4-1820). Para Granier, véase De Jong,
«Nederland en Latijns-Amerika», pp. 28-31.
Fermentación revolucionaria
La conmoción en torno al proceder de Granier no fue un hecho aislado,
pues en 1819 y 1820 Europa fermentaba por todas partes. Los poderes
dominantes estaban muy atareados reprimiendo manifestaciones liberales
y complots subversivos. Las actividades de Granier se desarrollaron en el
intervalo entre dos sensacionales asesinatos, uno en Alemania y el otro
en Francia. En marzo de 1819, la creciente represión en las universidades
alemanas llevó a un exaltado estudiante de teología a quitar la vida al
escritor reaccionario August von Kotzebue. En enero de 1820, al retirarse
de la ópera, el sucesor al trono francés, el duque de Berry, fue apuñalado
4 anpb /cba hasta 1828, 234-235, diario Kikkert 1816-1819 (asimismo, en col 3610-3624);
cba hasta 1828, 352-354, informes Kikkert al Gobierno holandés (asimismo, en col 3739-
3749); De Hullu, «Curazao in 1817», pp. 563-609.
5 anpb /cba hasta 1828, 338.I, el intendente español Salvador de Moxó a Kikkert, 26-3-1816;
cba hasta 1828, 375, Kikkert a De Moxó, 9-4-1816; col 3610, diario Kikkert, 1-4-1816.
Corporaal, Internationaal-rechtelijke betrekkingen tusschen Nederland en Venezuela, p. 9.
6 anpb /cba hasta 1828, 338.I, Brión a Kikkert, 13-7-1816, a bordo de la goleta Bolívar; cba
hasta 1828, 234, diario Kikkert, 14/17-7-1816 (asimismo, en col 3611); cba hasta 1828,
255, borrador del diario de Kikkert, 14/17-7-1816; cba hasta 1828, 352, Kikkert a Johannes
Goldberg, director general del ministerio de Colonias, 25-7-1816 (asimismo, en col 3740).
7 anpb /cba hasta 1828, 338.I, Bolívar a Kikkert, «Quartel General de Ocumare», 8/9-7-
1816. Con un optimismo injustificado, Bolívar anunció la próxima conquista de Caracas,
La Guaira y Puerto Cabello.
8 anpb /cba hasta 1828, 375, Kikkert a Brión, 14-7-1816; ibidem, Kikkert a Bolívar, 14-7-1816.
Bolívar partió de Ocumare una semana después de llegar, y el 16 de julio Brión se extrañó
de encontrárselo en Bonaire. Los españoles se quejaron de la presencia del «rebelde Bolí-
var» y el «pérfido Brión» en esa isla (cba hasta 1828, 338.I, De Moxó a Kikkert, 3-8-1816).
9 anpb /col 3785, Goldberg a Kikkert, 13-8 y 4-11-1816; rree 88, Real Decreto del 29 de
octubre de 1816.
10 anpb /cba hasta 1828, 338.I, Brión a Kikkert, 13-1/14-2-1817. El plan de Brión se mencio-
na en Ducoudray-Holstein, Memoirs of Bolívar, Londres, 1830, tomo ii , p. 210; el pasaje
respectivo falta en la edición francesa.
11 Lovera De-Sola, Curazao, pp. 62, 65; Emmanuel, Jews of the Netherlands Antilles, tomo i ,
pp. 298-301.
13 anpb /sge 5659, Falck a Guillermo I, 16-8-1819; Falck, Ambtsbrieven, pp. 128-130; idem,
Gedenkschriften, pp. 262-263.
14 anpb /col 3750, Cantz’laar a Falck, 7-7-1821.
15 anpb /cba hasta 1828, 237-238, diario Cantz’laar 1821 (asimismo, en col 3629-3632); sus
informes a Falck en col 3749-3750.
16 anpb /cba hasta 1828, 238, diario Cantz’laar, 28-9-1821 (asimismo, en col 3631); Bosch,
Reizen in West-Indië, tomo ii , pp. 402-404; Ducoudray-Holstein, Histoire de Bolívar, tomo ii ,
p. 260; Hartog, Luis Brión, pp. 140-154; Cartas del Libertador, ed. V. Lecuna, 2.a ed.,
La Habana 1950, tomo i (1799-1824), nº. 548, Bolívar a W. Parker en Curazao, 12-12-1821.
17 anpb /cba hasta 1828, 239, diario Cantz’laar, enero 1822 (también en col 3633);
cba hasta 1828, 339.I, el capitán de navío Ángel Laborde a Cantz’laar, 26-1 y 3-2-1822;
La República Boricua
También varios participantes europeos en la guerra se instalaban por cierto
tiempo en Curazao. Así, por ejemplo, el capitán británico Cowley perma-
neció en la isla en 1821, después de haber abandonado el servicio en la ma-
rina republicana. Con posterioridad, tras su regreso a Inglaterra, redactó
sus memorias de «tres años de servicio en la guerra más destructiva y más
mortífera en Colombia», como reza el título de su libro. La narración de sus
aventuras se lee mejor de lo que el rimbombante título hace pensar. Varios
voluntarios trasladaron sus experiencias a sendos libros, provocando una
pequeña onda colombiana en la literatura. En Holanda el género suscitó
cierto interés, a juzgar por la traducción de un número de esas obras.18
Otro veterano que buscó refugio en Curazao fue el alemán afrancesado
Henri Louis Villaume Ducoudray-Holstein. Su verdadero apellido era Vi-
llaume, pero lo adornó con el añadido pseudonoble de «Ducoudray-Hols-
tein». Había nacido en 1772 en la pequeña localidad alemana oriental de
Schwedt an der Oder. Su padre era un pastor protestante que a edad avan-
zada entró a trabajar al servicio de un conde de Holstein, lo que explica en
parte el alias noble del hijo.
El joven Ducoudray quería ser pastor, como su padre, pero en la dé-
cada de 1790, inspirado por la Revolución francesa, se mudó a Francia y
llegó a ser oficial del ejército de Napoleón. Durante la guerra en España fue
hecho prisionero. Tras su evasión de Cádiz partió a México, donde ofreció
sus servicios a los insurgentes. Atraído por los éxitos de Bolívar, desplazó
cba hasta 1828, 376, Cantz’laar a Bolívar, 21-1-1822; rree 404, Juan de Navia, enviado de
España, al ministro Van Reede, 20-12-1824; rree 412, De Navia a Van Reede, 8-3-1825;
rree 559, Van Lansberge al ministro Verstolk, 16-9-1828.
18 Anónimo, Recollections of a service of three years during the war of extermination in the Repu-
blics of Venezuela and Columbia, Londres, 1828; edición holandesa Gorcum, 1829 [algunas
fuentes indican que el autor fue un Captain Cowley].
Severos castigos
Cantz’laar mandó encarcelar a los tres instigadores, al considerar que sus
ideas eran «perniciosas para todas las colonias pertenecientes a las poten-
cias legítimas». El gobernador temía un efecto dominó de alzamientos de
esclavos en la región del Caribe. A los revolucionarios en ciernes se los
acusó de piratería, o al menos de la infame intención de cometerla. El pro-
cedimiento judicial se desarrolló de manera desordenada, pues no obstante
la vaguedad de la acusación, el 11 de febrero de 1823 Ducoudray e Irvine
fueron condenados por alta traición. Al primero le impusieron una pena
de prisión vitalicia; al segundo, treinta años de cárcel: unos castigos por
demás severos para sancionar una rebelión abortada.
20 anpb /col 3635-3637, diario Cantz’laar 1822-1823 (también en cba hasta 1828, 239-241);
sus informes detallados en col 3752-3754; la reacción de Falck en col 3793, 9-5 y 17-
6-1823. Véase Ducoudray-Holstein, Memoirs of Bolívar, tomo ii , pp. 191-199 (falta en la
edición francesa); Bosch, «De mislukte expeditie tegen Porto-Rico»; De Gaay Fortman,
«Een wonderlijke onderneming tegen Puerto Rico»; Cedó Alzamora, Mayagüez, capital
de la República Boricua, que da muestra de que Cantz’laar mantenía al corriente a su
homólogo, el gobernador español de Puerto Rico.
21 anpb /cba hasta 1828, 339.ii , Vogel a Cantz’laar, 27-12-1823 y 12-2-1824; J. B. Irvine, Traits
of colonial jurisprudence, or, a peep at the trading inquisition of Curazao, Baltimore, 1824.
El principado de Poyais
Otro fundador de Estados fue el escocés Gregor MacGregor, mencionado
ya en el capítulo anterior como reclutador para la legión extranjera de Bo-
lívar. Como tantos contemporáneos suyos, MacGregor había acumulado
experiencia militar durante la era napoleónica. Luchó en el ejército británi-
co en la península Ibérica contra las tropas francesas, a las que pertenecía
Ducoudray, entre otros. Según afirmaba el escocés, sus méritos le habían
valido la concesión de un título nobiliario portugués, motivo por el cual se
hacía llamar «Sir Gregor». Incentivado por la proclamación de independen-
cia venezolana, en 1811 se mudó a Caracas, donde se casó con una sobrina
de Bolívar. Tras la caída de la primera República, huyó de Venezuela y en
el otoño de 1812 permaneció presumiblemente en Curazao junto a Bolívar.
En los años siguientes, MacGregor hizo carrera en el ejército de libe-
ración tras las huellas del Libertador. En 1816 presenció las deliberaciones
de guerra en Haití y participó en la malograda invasión cerca de Ocumare,
comentada antes. El mayor hecho de armas de MacGregor fue un derivado
de ese fiasco: supo conducir a los seiscientos participantes con seguridad
hacia el este de Venezuela, donde se sumaron a la guerrilla de Piar. A con-
tinuación, MacGregor tuvo un enfrentamiento con este general de origen
curazoleño, pues se negaba a servir bajo las órdenes de un comandante no
blanco. Poco después, por motivos no esclarecidos, discutió con Bolívar.
Las disputas eran un fenómeno habitual en los escalones superiores del
ejército independiente. El escocés abandonó las huestes patriotas y en ade-
lante operó como proveedor independiente de independencias.
23 Strangeways, Sketch of the Mosquito Shore, including the Territory of Poyais, Edimburgo/
Londres, 1822, pp. 59, 63, 236, 349.
24 Rafter, Memoirs of Gregor McGregor, comprising a sketch of the revolution in New Granada and
Venezuela, Londres, 1820; Hasbrouck, «Gregor McGregor and the Colonization of Poyais,
1820-1824», Hispanic American Historical Review 7 (1927), pp. 438-459; Sinclair, The land
that never was: Sir Gregor MacGregor and the most audacious fraud in history;. Brown, «Inca,
sailor, soldier, king. Gregor MacGregor in the early nineteenth century Caribbean», Bri-
tish Latin American Review 24 (2005), pp. 44-71; anónimo, «The king of con-men», The
Economist, 22 de diciembre 2012, pp. 97-99.
El Viejo y
el Nuevo Mundo
Mediador
Castlereagh, el ministro británico de Relaciones Exteriores, era poco afecto a
una cruzada tal, tanto menos por cuanto en las últimas décadas los intereses
británicos en Hispanoamérica habían tomado vuelo. No se dejó tentar por la
perspectiva de grandes ventajas comerciales que pintaba Fernando, pues el
comercio británico medraba de manera excelente sin autorización española.
La exitosa penetración del Imperio español constituía en Inglaterra una
prueba empírica de lo acertado de las ideas económicas liberales. El libre
comercio resultaba ser un negocio rentable. La actitud de rechazo británica
bloqueó una posible intervención en nombre de la Alianza, pues sin la parti-
cipación de la flota británica una acción así era irrealizable. El pragmatismo
del gobierno británico aportó una importante contribución a la independen-
cia colombiana, hecho del que Bolívar fue plenamente consciente.
Castlereagh se erigió en mediador y se arrogó una actitud de neutrali-
dad complaciente. Anunció su disposición a mediar entre la metrópoli y las
colonias, dejando claro que no podía haber apoyo armado. Cuando en 1817
Fernando solicitó nuevamente ayuda militar, el ministro fijó su posición
en un extenso memorándum. El apoyo británico para una intervención
aliada quedaba excluido. La mediación solo era posible a condición de
que el comercio con las colonias se abriera a todas las potencias, y de que
los sudamericanos obtuvieran la misma condición que los habitantes de
España. Ni lo uno ni lo otro resultaba aceptable para Fernando.2
3 Bartley, Imperial Russia and the struggle for Latin American independence, pp. 118-130; Kos-
sok, Im Schatten der Heiligen Allianz, p. 55.
4 Kossok, Im Schatten der Heiligen Allianz, pp. 63-72; Anna, Spain and the loss of America, pp.
198-199.
5 Webster, Britain and the independence of Latin America, tomo ii , p. 62.
Estallidos de democracia
A comienzos de 1820, Fernando VII se vio confrontado con una revolución
liberal en suelo propio. El ejército que partiría de Cádiz para aplastar la
insurrección en Sudamérica, dio en lugar de ello la señal para una rebelión
en España: un acontecimiento que redundaba en beneficio del bienestar
de las jóvenes repúblicas. El rey español no fue depuesto, sino puesto bajo
tutela de un gobierno constitucional. Desde una óptica conservadora, un
régimen democrático en España constituía una inversión del orden legíti-
mo. Por una cuestión de principios, Rusia y Francia se sintieron obligadas
a sofocar la revolución española mediante una intervención aliada. Pero
Castlereagh también se resistió a esa intervención, esgrimiendo el argumen-
to de que la Alianza nunca había sido pensada «para gobernar el mundo
y dirigir los asuntos interiores de los Estados».7 Metternich lo apoyaba en
6 Bertier de Sauvigny, Sainte-Alliance, pp. 273-274; Bartley, Imperial Russia, pp. 129-130.
En 1819, España invocó otra vez en vano la solidaridad de Austria y Prusia (Kossok, Im
Schatten der Heiligen Allianz, pp. 85-86).
7 Webster, Castlereagh, pp. 238-240. A pesar del rechazo del principio de intervención,
Castlereagh reservaba en su «State Paper» del 5 de mayo de 1820 para Gran Bretaña el
derecho de intervenir en Holanda en caso de urgencia; Van Sas, Natuurlijkste bondgenoot,
pp. 166, 185-189.
8 Schroeder, Metternich’s diplomacy at its zenith, pp. 60-103; Kissinger, A world restored, pp.
247-285.
La misión de Zea
Una vez proclamada ―en diciembre de 1819― la República de Colombia,
el nuevo país emprendió en Europa una ofensiva diplomática con el objeto
de adquirir reconocimiento internacional y fondos extranjeros, ambos de
vital interés para el incipiente Estado. El congreso colombiano encomendó
a Francisco Antonio Zea, recién elegido vicepresidente, que entablara rela-
ciones con un número de países europeos, entre ellos Holanda.
Toda la razón
La independencia de las colonias españolas constituía para los liberales
europeos un vector ideal para formular críticas a las testas coronadas y las
Alianzas, Santas o no. En el ámbito de tensión ideológica entre partidarios
y opositores del orden restaurador, la cuestión acabó fuertemente politi-
zada. En París, Zea fue recibido con los brazos abiertos por la vanguardia
liberal, mientras que el gobierno francés hizo oídos sordos. El prelado Do-
minique de Pradt, arzobispo de Malinas bajo Napoleón y limosnero del
13 Una opinión favorable sobre el proyecto de Zea en Navas Sierra, Utopía y atopía de la
Hispanidad. Véase también: Rivas, Historia diplomática de Colombia, pp. 66-81, y Giménez
Silva, La independencia de Venezuela ante las cancillerías europeas, pp. 114-121. Simultá-
neamente con Zea, pero con independencia de él, Bolívar mandó otros dos enviados a
España (Giménez Silva, pp. 347-349).
El Dorado liberal
En términos de poder, Estados Unidos no representaba gran cosa por aquel
entonces, pero su apoyo moral supuso un espaldarazo para los liberales
europeos. Tan pronto como trascendió la noticia de Washington, Zea em-
prendió un ataque frontal: en abril de 1822 publicó un ardiente manifiesto
en el que exigía el reconocimiento de la «libre, soberana e independiente»
Colombia. Las potencias que hicieran caso omiso de esa exhortación serían
excluidas de las inconmensurables riquezas que su país tenía que ofrecer
16 Whitaker, The United States and the independence of Latin America, pp. 344-395.
Canning y Chateaubriand
A Castlereagh lo sucedió en el cargo de ministro de Relaciones Exteriores
George Canning, un tory igual que él, aunque también su rival. Cuando en
1809 Canning hizo un intento de desbancar a Castlereagh, ambos señores
se batieron en un sensacional duelo a pistola.21 Canning gustaba de procla-
mar que el filósofo conservador Edmund Burke era su maestro, pero sus
opositores ―entre ellos, muchos tories― sospechaban que tenía simpatías
liberales. Como conservador de tendencia progresista, pertenece a la cate-
goría de híbridos ideológicos bastante comunes en los albores del siglo xix .
18 Soto Arango, Francisco Antonio Zea, pp. 219-244. Zea publicó, junto con A. Walker, Colombia,
being a geographical, statistical, agricultural and political account of that country, Londres, 1822.
19 anpb /rree 258, H. Fagel a Van Nagell, 8-5-1822. Fagel recibió la instrucción de La Haya
de vigilar la actitud británica relativa a Latinoamérica (rree 333, Van Nagell a H. Fagel,
19-4-1822).
20 Webster, Castlereagh, pp. 405-436, 467-490; Hinde, Castlereagh, pp. 276-281.
21 Hinde, Castlereagh, pp. 164-170.
22 Temperley, Foreign policy of Canning, pp. 42-49, 447-461; Lee, Canning and liberal toryism,
pp. 135-180.
La liberación de España
A Chateaubriand lo embelesaba la grandeza de Francia, que a su entender
estaba estrechamente entrelazada con la de él. Verona le ofrecía un au-
ditorio donde desempeñar en el escenario un glorioso doble papel. A su
entender, la restauración de los Borbones debía completarse con el regreso
26 Anna, Spain and the loss of America, pp. 283-286; H. Kamen, The disinherited. Exile and the
making of Spanish culture, 1492-1975, Nueva York, 2007, pp. 189-211.
27 Temperley, Canning, pp. 96-98; Schroeder, Metternich’s Diplomacy, pp. 248-249.
La «doctrina» Monroe
Aunque dicho tratado fuera ficticio, el peligro de una intervención en His-
panoamérica era real o, al menos, parecía serlo. Mientras una gran excita-
ción se adueñaba de Europa, se hizo escuchar de nuevo la voz sonora del
presidente Monroe.
El 3 de diciembre de 1823 pronunció un discurso de gran resonancia,
con la aparente intención de que sus palabras se oyeran al otro lado del
océano. Monroe declaró que Estados Unidos se oponía por principio a que
hubiera colonias «en el continente americano». Según él, el Viejo Mundo
estaba anquilosado en formas de gobierno monárquicas, mientras que el
Nuevo abrazaba los principios republicanos. El Nuevo Mundo debía a
este fundamento una superioridad moral que en el Viejo estaba aún muy
lejos. Finalmente, el presidente declaró que Estados Unidos interpretaría
31 Whitaker, The United States and the independence of Latin America, pp. 429-521; Perkins, A
history of the Monroe doctrine, pp. 42-43, 395-396; Bemis, John Quincy Adams and the foun-
dations of American foreign policy, pp. 363-408.
32 «Mémoire sur le discours du Président des États Unis de l’Amérique», en: Sweet, Friedrich von
Gentz, defender of the old order, pp. 236-241; Kossok, Im Schatten der Heiligen Allianz, pp.
117-124.
Caído al pozo
A fines de 1823, Chateaubriand se creía dueño del Viejo y el Nuevo Mundo,
pero en el transcurso de unas semanas perdió el control sobre ambos. Es-
paña resultó ser una ciénaga en la que se hundían él mismo y sus grandes
planes. La acción relámpago para derribar el régimen liberal degeneró en
una prolongada ocupación, pues sin el apoyo del ejército francés, el trono
restaurado era demasiado inestable. Los costos de la operación se dispa-
raron, y Fernando se negó a aportar una contribución financiera para su
resurrección. Tampoco quiso saber nada de los empeños de Chateaubriand
de introducir en España una variante de la constitución francesa, ni le en-
tusiasmaba su bonita idea de un imperio borbón con reinos filiales, pues
tanta autonomía colonial se le hacía muy violenta. En lugar de ello, pro-
mulgó decretos en los que proclamaba sus derechos inalienables sobre las
colonias. La Gaceta de Madrid se plagó de heroicos planes de reconquista.
El congreso aliado en el que Chateaubriand quería festejar sus triunfos
tampoco cuajó. La petición de celebrar esa reunión debía emanar de Es-
paña, pero para disgusto del francés, Fernando lanzó un militante llama-
miento a la intervención en Hispanoamérica. La amenaza de una retirada
del ejército galo obligó al rey a redactar un texto más moderado, en el que
exhortaba a sus «queridos e íntimos aliados» a discutir con él «los asuntos
de las comarcas rebeldes de América».34
33 De Chateaubriand, Congrès de Vérone, tomo ii , pp. 136-137, 231-232; Webster, Britain and
the independence of Latin America, tomo ii , pp. 115-120; Temperley, Canning, pp. 103-130;
Robertson, France and Latin American independence, pp. 253-343.
34 anpb /rree 373, R. Fagel a Van Nagell, 9-2-1824, copia de la invitación.
36 anpb /rree 375, R. Fagel a Van Nagell, 26-2-1824, copia de la negativa de Canning; Tem-
perley, Canning, pp. 131-142, 543-548; Kaufmann, British Policy and the independence of
Latin America, 1804-1828, pp. 166-170.
37 De Chateaubriand, Congrès de Vérone, tomo ii , p. 289.
38 Webster, Britain and the independence of Latin America, tomo ii , pp. 22-23, 27.
39 Von Srbik, Metternich, tomo i , pp. 623, 633.
40 Robertson, «Russia and the Emancipation of Spanish America, 1816-1826», p. 217; Völkl,
Russland und Latein-Amerika, pp. 216-217.
Preludio
En la primavera de 1822, con su «Manifiesto a los gabinetes europeos»,
Zea inició la ofensiva colombiana en pos del reconocimiento. El gobierno
español, a la sazón todavía liberal, reaccionó con otro manifiesto en el que
Fernando exhortaba por enésima vez a sus aliados a asistirlo en su debacle
colonial. En La Haya hicieron oídos sordos a ese llamamiento; en cambio,
el de Zea puso la independencia colombiana en el orden del día del gobier-
no.2 Esto último, en contra de la voluntad de Van Nagell, pues el maduro
ministro de Relaciones Exteriores no quería saber nada de Colombia ni de
Zea. El enviado oficioso de la nueva república no tuvo empacho en hacer
un cuantioso pedido de fusiles en Lieja. Van Nagell no tenía objeciones
2 anpb /rree 256, R. Fagel a Van Nagell, 14-4-1822, con el manifiesto de Zea; rree 259, De
Navia a Van Nagell, 26-5-1822, con la declaración del gobierno español; Anna, Spain and
the loss of America, pp. 266-267.
3 anpb /sge 5674, Van Maanen a Guillermo I, 30-7-1822. En 1822 tuvieron lugar varios
suministros furtivos de armas a Colombia y un reclutamiento malogrado (De Jong, «Ne-
derland en Latijns-Amerika», pp. 51-58).
4 anpb /rree 333, Van Nagell a H. Fagel, 19-4-1822.
5 anpb /col 3751, Cantz’laar a Falck, 25-1-1822. A modo de anexos, envió varias pruebas
de su trabajosa correspondencia con las autoridades españolas y colombianas (asimismo,
en col 1814-1849, 315).
6 anpb /col 3792, Falck a Guillermo I, 22-4-1822; asimismo, en rree 258 y de forma impresa
en Falck, Ambtsbrieven, pp. 169-177.
7 anpb /rree 334, Van Nagell a Guillermo I, 30-5-1822.
8 anpb /sge 1456, Real Decreto del 9 de julio 1822.
9 anpb /cba hasta 1828, 339.ii , Gual a Cantz’laar, 7-1-1823; copia en rree 290, Falck a Van
Nagell, 13-9-1823.
10 anpb /sge 5676.B, Van Nagell a Guillermo I, 26-2-1823; rree 338, Van Nagell a Guillermo
I, 28-2-1823.
11 anpb /sge 1643, Real Decreto del 21 de abril 1823.
12 anpb /sge 5681.B, Guillermo I a Falck, 7-11-1824.
Movimientos exploratorios
Del lado colombiano, en agosto de 1823 José Rafael Revenga, que había
sucedido en Londres al fallecido Zea como representante de la república,
tanteó por segunda vez el terreno. Por intermedio del cónsul general ho-
landés Job May, envió a La Haya la publicación Colombian State Papers, que
contenía una antología de documentos del gobierno traducidos, y estaba
pensado para reclutar apoyo británico.13 Van Nagell leyó en ellos con sa-
tisfacción que su homólogo colombiano Gual condenaba la «inopinada»
actuación de Zea. Por lo tanto, su propia estimación de ese individuo había
acertado. En cambio, le sorprendió que Gual mencionara una carta del
gobernador Cantz’laar en la que este expresaba la esperanza, en nombre
13 anpb /rree 289, May a Van Nagell, 16-8-1823. Zea falleció en noviembre de 1822.
14 anpb /rree 341, Van Nagell a Guillermo I, 19-8-1823; rree 290, Falck a Guillermo I, 13-9-
1823.
15 J. R. Thorbecke, Historische schetsen, La Haya, 1860, pp. 171-191; Van der Horst, Van
republiek tot koninkrijk: de vormende jaren van Anton Reinhard Falck.
16 Falck, Gedenkschriften, p. 282.
17 anpb /rree 294, Guillermo I a Van Nagell y Falck, 13-11-1823; rree 343, Van Nagell a
Falck, 15-11-1823; rree 297, Falck a Van Nagel, 17-12-1823; rree 343, Van Nagell a Gui-
llermo I, 20-12-1823 (también sge 5679, 26-1-1824).
18 El enviado ruso Meyendorff a su ministro Nesselrode, 23-12-1823, Gedenkstukken, tomo
viii .1 (1815-1825), p. 685.
Enviado disfrazado
En el otoño de 1823 Falck se trasladó a Londres, donde sustituyó a Hendrik
Fagel como embajador. Las malas lenguas afirmaban que se lo habían qui-
tado de encima porque su humor sagaz crispaba los nervios del rey.20 Como
la actitud británica hacia Latinoamérica era determinante para la holandesa,
Falck siguió siendo desde Londres el principal consejero de La Haya.
Cualquier preocupación por las posibles malas reacciones a la misión de
De Quartel resultaba innecesaria, informó de buen ánimo en enero de 1824.
Holanda poco tenía que temer de la Alianza, siempre que siguiera transi-
tando por la misma senda que Inglaterra. A principios de febrero, comunicó
que Canning se negaba a presentarse en la conferencia escenificada por Cha-
teaubriand, con lo que el ministro británico daba el puntillazo a la concordia
aliada y a la carrera política de su antagonista francés. Por la misma época
se conoció en Europa la declaración en la que Monroe proclamaba el hemis-
ferio occidental zona prohibida para la Alianza.21 Guillermo I interpretó la
agitación internacional como una prueba de la oportunidad de su política.
Falck fue también quien organizó la misión de De Quartel y redactó
su instrucción. El exdiplomático Johan Reinhold, que durante unos meses
se hizo cargo del ministerio de Relaciones Exteriores, no consideró nece-
sario formular objeciones. Mediante real decreto del 26 de enero de 1824,
el capitán teniente de la marina de guerra De Quartel fue puesto, por un
período de dos años, a disposición del gobernador Cantz’laar de Curazao,
22 anpb /rree 372, Falck a Reinhold, 20-1-1824; Reinhold a Guillermo I, 22-1-1824; sge 5679,
Real Decreto del 26 de enero 1824, relativo al nombramiento de De Quartel; ibidem, Gui-
llermo I a Cantz’laar, 28-1-1824; anpb /Colección Falck 98, Cantz’laar a Falck, 1-3-1824;
Falck, Gedenkschriften, pp. 575-578.
23 Meyendorff a Nesselrode, 9-3-1824, Gedenkstukken, tomo viii .1 (1815-1825), pp. 685-686.
24 anpb /Colección Falck B.98, Falck a Cantz’laar, 1-3-1824.
25 anpb /col 3757, instrucción De Quartel, anexo de Cantz’laar a Elout, 24-5-1824 (también
en rree 389 y de forma impresa en De Jong, «Nederland en Latijns-Amerika», pp. 127-135);
preparativos de la misión en cba hasta 1828, 284 y 376 y en cba después de 1828, 287.
31 anpb /sge 5681.A, autógrafo de Guillermo I, 6-10-1824; Van Mansvelt, Nederlandsche Han-
del-Maatschappij, tomo i , pp. 47-107; De Graaf, Voor Handel en Maatschappij, pp. 37-45.
32 anpb /rree 386, Van Reede a Guillermo I, 12-6-1824; rree 395, Van Reede a Elout, 18-9-
Plaza de depósito
También Curazao adquiría ahora un lugar en el plan maestro. En ese sen-
tido, Guillermo I no necesitaba preocuparse por el parlamento, pues la
constitución le concedía «por exclusión» la administración suprema sobre
las colonias. Según se desprende del informe anual de Cantz’laar relativo
a 1824, el malestar en la isla no había hecho más que aumentar desde que
había terminado la guerra en tierra firme. Colombia estaba siendo inun-
dada con bienes británicos, contra los cuales los comerciantes curazoleños
no podían competir.34
El incrementado interés del rey por las colonias de las Indias Occiden-
tales no solo fue producto de noticias negativas: en el verano de 1824, un
joven indígena encontró en Aruba una pepita de oro de nada menos que
catorce onzas. En La Haya ese oro se interpretó como una prueba tangible
de las inconmensurables riquezas que podían encontrarse en las tierras
ultramarinas. El ingeniero de minas alemán Christian Stifft, un viejo co-
nocido del rey, fue enviado con tres mineros a Aruba. Los expertos debían
examinar las vetas de oro en la isla y comprobar si era posible una explo-
tación rentable.35
El esperanzador hallazgo de oro encajaba perfectamente en el plan del
rey de hacer de Curazao el centro de distribución del comercio con Hispa-
noamérica. Con su hermoso puerto natural, la isla debía convertirse en la
nave todavía futurista por aquel entonces. Consideró que la inversión va-
lía la pena, pues Curazao sería cada vez más importante a medida que la
situación en tierra firme se estabilizara.37
Además, el punto de apoyo holandés en las Indias Occidentales debía
ser provisto de robustas fortificaciones, a fin de que pudiera hacer las veces
de «una segunda Malta» en el Caribe. A comienzos de 1825, Guillermo I
se comunicó con el teniente general Cornelis Kraijenhoff, que desde hacía
diez años estaba al frente de la llamada «afirmación de la frontera meridio-
nal», la construcción de una serie impresionante de fuertes en la frontera
con Francia, con miras a una posible nueva agresión del sur. El costoso y
faraónico proyecto era una obligación derivada de la autorización aliada
para la asociación de los Países Bajos septentrionales y meridionales. Las
obras ligadas a ese inmenso cinturón de fuertes estaban por concluir, lo
38 Los planes para Curazao, en De Jong, Krimpende horizon, pp. 154-175; Uitterhoeve,
Kraijenhoff, pp. 339-340.
Guillermo I luciendo sus galas reales. Retrato de Joseph Palinck, 1818. Ámsterdam, Museo del Estado.
CAPÍTULO 9
Obra en construcción
El final de la lucha
El sur y el este del Perú seguían firmemente en manos españolas, mientras
que el norte estaba más o menos controlado por los insurgentes. El congre-
so republicano celebrado en Lima otorgó poderes militares a Bolívar para
liberar el resto del país. La guerra culminó el 8 de diciembre de 1824 en
la batalla de Ayacucho, librada en los Andes a tres mil metros de altitud.
Sucre, la mano derecha de Bolívar, obtuvo allí una victoria que significó la
derrota definitiva de España. Desde Ayacucho, Sucre partió con el ejército
de liberación rumbo al Alto Perú, donde se fundó un Estado independiente
para contrarrestar las pretensiones territoriales tanto del Perú como de Ar-
gentina. En honor del Libertador colombiano, en agosto de 1825 se impuso
a la nueva república el nombre de «Bolivia».
Se completaba así la liberación de Hispanoamérica, si bien Sucre siguió
jugando un tiempo con la idea de emprender una campaña contra Brasil.
En 1822, en ese país se había proclamado un imperio independiente bajo
Pedro, hijo del rey portugués Juan. La monarquía y la esclavitud eran, a
ojos de los hacendados y latifundistas, dos lados de la misma moneda. En
cooperación con Argentina, Sucre consideró la posibilidad de exterminar
el engendro monárquico, para que también Brasil pudiera adaptarse al
patrón republicano del continente. Con justa razón, Bolívar previó un avis-
pero y se negó a enviar el ejército colombiano a la selva brasileña.2
Poco después de la batalla de Ayacucho, el simulacro de combate de
independencia se saldó también en Europa. En 1824, el reconocimiento
británico de las repúblicas se había vuelto una cuestión de tiempo, aunque
también Canning tenía predilección por los reinos. El discurso de Mon-
roe también hizo que él temiera una división entre un Nuevo Mundo re-
publicano y un Viejo Mundo monárquico.3 Para conjurar este peligro, se
2 Millington, Colombia’s military and Brazil’s monarchy. Undermining the republican founda-
tions of South American independence, pp. 135-179. El autor exagera la desavenencia entre
Bolívar y Sucre.
3 Kaufmann, British policy, p. 201; Temperley, Canning, pp. 211-225.
6 Temperley, Canning, pp. 380-381; Falck, Gedenkschriften, p. 299; idem, Brieven, pp. 270-271;
idem, Ambtsbrieven, p. 250.
7 anpb /col 3759, Cantz’laar a Elout, 17-2-1825, con los informes de De Quartel desde Co-
lombia; De Jong, «Nederland en Latijns-Amerika», pp. 86-97; agnc /mre 405 (Consulado
de los Países Bajos 1824-1831), fols. 4-27, documentos colombianos relativos a la misión
de De Quartel.
8 anpb /rree 406, Falck a Van Reede, 4-1-1825; Falck, Gedenkschriften, p. 611.
9 anpb /rree 406-407, quejas de varios diplomáticos; Webster, Britain and the independence
of Latin America, tomo ii , Bagot a Canning, 4-1-1825.
10 anpb /rree 411, circular de Van Reede, 22-2-1825.
11 anpb /rree 409-410, cartas de S. Dedel (Madrid), G.K. Spaen (Viena), J. van Heeckeren
(San Petersburgo) y R. Fagel (París); «Protocols of the Conferences [...] respecting Spanish
America», pp. 606-607.
tió este mensaje al castigado Van Reede, que juró nuevamente fidelidad a
la Alianza de todas las maneras posibles.12
También en su correspondencia privada con el príncipe heredero ho-
landés, Guillermo Federico, el zar trató de ejercer presión. Alejandro le
escribió a su cuñado que, según había sabido de buena fuente, «se» estaba
intentando seducir a su padre para que adoptara la misma medida teme-
raria que Inglaterra. Amenazadoramente, añadió que el rey debía contar
con serias consecuencias si, debido a tan censurable cuestión, se apartaba
de la línea de actuación aliada.
12 anpb /rree 412, resumen de Van Reede de su conversación con Gourieff, 4-3-1825 (tam-
bién sge 5683, 4-3-1825).
13 anpb /sge 5683, 11-3-1825, copia de la carta de Alejandro I a Guillermo II, con la «nota
informativa» para el último; rree 414, Van Heeckeren a Van Reede, 16/4-3-1825 y rree
415, 23/11-3-1825; Webster, Britain and the independence of Latin America, tomo ii , pp. 300-
302 (S. Canning a G. Canning, 23/11-3-1825).
14 Mier a Metternich, 2-6-1825, Gedenkstukken, tomo ix .1 (1825-1830), pp. 579-580.
15 Von Srbik, Metternich, tomo i , p. 620. El alboroto en torno a De Quartel asimismo en:
Corporaal, Internationaal-rechtelijke betrekkingen, pp. 56-64 y De Jong, «Nederland en
Latijns-Amerika», pp. 106-108. En 1825 y 1826 De Quartel viajó también a México y
Centroamérica (ibidem, 97-102).
20 anpb /rree , 451, nombramiento de J. de Stuers, 1-4-1826; sge 5690, su instrucción, 30-4-
1826.
21 anpb /sge 5689, nombramiento de G. Brender à Brandis, 27-1-1826. La proposición ma-
trimonial de Pedro I en rree 1847, Falck a Verstolk, 12-6-1828; sge 5711, 19-6-1828; asi-
mismo, Falck, Gedenkschriften, pp. 303-304; 613-614.
por primera vez una serie de premisas para la política exterior. Cuando
en junio de 1825 Guillermo I encargó al ministro de Relaciones Exteriores
que redactara una nota política al efecto, sus palabras daban cuenta de
confianza en el futuro. El reino estaba «suficientemente» afirmado y podía
reclamar más influencia, tanto dentro como fuera de Europa. En particular
«la actual situación del Nuevo Mundo» se ofrecía como vehículo de la
autoconciencia que debía caracterizar en lo sucesivo a la política exterior.22
Poco antes de que esa carta llegara al ministerio, Van Reede había
renunciado con alivio a su cargo. Lo sucedió el surholandés Patrice de
Coninck, que pasó de Interior a Relaciones Exteriores. Por motivos de sa-
lud, De Coninck dimitió ya medio año después, sin haber visto ninguna
posibilidad de ejecutar el encargo del rey. En cambio, su sucesor, Johan
25 anpb /rree 642, 23-1-1829, manuscrito (300 páginas) del «Informe sobre la política ex-
terior» de Verstolk; el borrador en anpb /Colección Verstolk 41; de forma impresa en
Gedenkstukken, tomo ix .2 (1825-1830), pp. 442-513. Véase Van Sas, Natuurlijkste bondgenoot,
pp. 233-239, 248-249.
26 Tydeman (ed.), Levensbijzonderheden van den luitenant-generaal baron C.R.T. Krayenhoff,
pp. 284-314; anpb /Colección Van den Bosch 172, copia del informe estadístico sobre
Curazao en 1825, de J. Verveer; véase también Coomans-Eustatia (ed.), Breekbare banden,
pp. 193-224.
27 anpb /cba hasta 1828, 339, Gual a Cantz’laar, 7-11-1823 y 10-11-1824; col 3760, Santander
a Cantz’laar, 15-2-1825, introducción de R. D. Mérida como agente comercial de Co-
lombia en Curazao. Bolívar nombró a Mérida ministro de Justicia durante la Segunda
República de Venezuela en 1813-1814. Llevaba unos años viviendo en Curazao.
28 anpb /col 4187, informe Kraijenhoff, 15-11-1825, con notas de Elout y Guillermo I; tam-
bién sge 5691, 7-5-1826; sge 5694, Real Decreto del 10 de agosto 1826, relativo a la fortifi-
cación de Curazao; col 3836, partida de los trabajadores de la construcción holandeses,
29-8-1826; De Jong, Krimpende Horizon, pp. 159-163; Uitterhoeve, Kraijenhoff, pp. 341-343.
29 Van Nouhuys, De eerste Nederlandsche transatlantische stoomvaart van Z.M. Stoompakket
«Curaçao». La nave estadounidense de tres palos y máquina de vapor Savannah cruzó el
Atlántico en 1819, pero estuvo propulsada en su mayor parte por sus velas.
30 anpb /rree 434, Guillermo I a Elout, 20-10-1825.
31 anpb /sge 5693, Real Decreto del 10 de julio de 1826; ibidem, varios informes sobre el
puerto franco de Curazao.
32 anpb /sge 5691, Real Decreto del 10 de mayo de 1826.
33 anpb /rree 631, circular de Verstolk a los cónsules en Sudamérica sobre el puerto franco
37 anpb /sge 5700, Van den Bosch a Guillermo I, 9-7-1827. Para la Sociedad de Beneficencia,
véase R. de Windt et al., Arbeid ter disciplinering en bestraffing, Zutphen, 1984.
38 anpb /sge 5703.A, instrucción Van den Bosch, 16-10-1827; Van Aller, Van kolonie tot ko-
ninkrijksdeel, pp. 80-100.
39 anpb /Colección Van den Bosch 106-111 y col 3266-3286; De Gaay Fortman, «Brieven
van den commissaris-generaal voor de Nederlandsche West-Indische Bezittingen, J. van
den Bosch (1827-29)»; Westendorp Boerma, Johannes van den Bosch, pp. 52-60; De Jong,
Krimpende Horizon, pp. 211-215.
Noticias de Colombia
Panamericanismo en Panamá
Por otra parte, Bolívar tenía otros planes. Ahora que la lucha había termi-
nado, volvió a la visión que había expresado diez años antes como exilia-
do en Jamaica. A su entender, los Estados nacionales eran un resultado
insatisfactorio de la guerra de independencia. Las repúblicas debían su-
perar sus particularismos, formando una liga supranacional que reflejara
la unión entre ellos. En toda su diversidad, los hispanoamericanos tenían
un patrimonio cultural común y una lengua compartida. Aunque sus di-
ferencias mutuas eran demasiado grandes para conformar un solo Estado
continental, una confederación de repúblicas independientes constituía un
ideal de proporciones realistas. Una Alianza hispanoamericana suponía
una alternativa ideológica de la europea y su contrapeso en los platillos
del equilibrio de poder internacional.
¿Soñaba Bolívar con los Estados Unidos de América del Sur como el
equivalente de los de América del Norte? Sus ideas sobre una liga de repú-
blicas hispanoamericanas eran igual de vagas que las de Guillermo I sobre
un «Areópago» de reinos europeos. Unas veces pensaba en una alianza en
términos de asistencia mutua y gestión de conflictos; otras, en una confe-
deración con una bandera propia, un ejército, un congreso y hasta un pre-
2 O’Leary, El Congreso internacional de Panamá en 1826, pp. 19-28, 79-86; O’Leary, Bolívar
and the Wars of Independence, pp. 312-314; Cavelier, Documentos para la historia diplomática
de Colombia I, pp. 178-202.
3 anpb /rree 457 y 476, Serruys a Verstolk, 11-2-1826 y 16-8-1826.
8 Uno de los diputados peruanos en Panamá fue José María de Pando, que previamente
fue el enviado español a los Países Bajos (véase el capítulo «Empresas rastreras», nota
1). Los otros dos fueron Manuel Lorenzo Vidaure y Manuel Pérez Videla.
9 Documentos colombianos relativos al Congreso de Panamá en agnc /mre 401, 402 y 403.
10 Rippy, Rivalry of the United States and Great Britain, pp. 240-246; Webster, Britain and the
independence of Latin America, tomo i , pp. 410-424.
Liga hispanoamericana
Los delegados congregados en Panamá se alegraron de la inesperada pre-
sencia de Verveer, que daba algo más de prestigio internacional a la reu-
nión. No todos los presentes habían entendido bien su nombre, a juzgar
por curiosas variantes que circularon, como «Werbel de Beer».12 El coronel,
sintiéndose obligado a contener el entusiasmo de los presentes, declaró que
no había venido en una función oficial. «No puedo dejar de mencionar a Su
Excelencia ―escribió a Verstolk― que unos y otros diputados disimularon
con dificultad los rastros de decepción».
En el momento de su llegada, estaban negociando con frenesí un tra-
tado panamericano. En ese sentido llegó justo a tiempo, aunque no le per-
mitieron asistir a las negociaciones. El 15 de julio de 1826 los delegados
firmaron un tratado de Unión, Liga y Confederación perpetua entre Mé-
xico, Colombia, América Central y Perú.13 Verveer no logró hacerse con
una copia hasta unos meses después, pero por sus conversaciones con
los presentes estaba bastante al corriente de lo negociado. Informó que la
liga hispanoamericana no solo pretendía ser una alianza defensiva, sino
también ofensiva. Se había hablado de un ataque conjunto a Cuba y Puer-
to Rico, los últimos restos del imperio español. La creación de una flota y
un ejército colectivos le pareció a Verveer una opción realista. ¿Qué podía
emprender la débil España contra el poder combinado de las repúblicas?
Además, los distintos Estados podían economizar entonces fuertemen-
te sus gastos militares. Los ejércitos nacionales podían disolverse, para
11 Whitaker, The United States and the independence of Latin America, pp. 571-590.
12 Rivas, Historia diplomática de Colombia, p. 156.
13 Varios proyectos del tratado panamericano en agnc /mre 402 (Congreso Americano en
Panamá).
14 Temperley, Canning, pp. 168-177; Webster, Britain and the independence of Latin America,
tomo i , pp. 410-424.
Tensión en Colombia
Mientras el Congreso Panamericano deliberaba, en Venezuela se desató
una rebelión contra el gobierno de Bogotá. Verveer, que en su viaje de ida
había captado rumores sobre el movimiento separatista venezolano, pidió
detalles a Gual en el congreso. El colombiano no quiso comprometerse;
la discordia en su país no le convenía ante la aspiración de unidad con
15 agnc /mre 403 (Congreso Americano en Panamá), fol. 9, Gual a Verveer, 5-7-1826, sobre
el traslado del congreso a México; en mre 401, fol. 32, en un informe al gobierno colom-
biano de 19-7-1826, Gual menciona que «el caballero Vanveer [sic]» continuará su viaje
a México.
16 anpb /rree 631-633, informes de Verveer de junio a diciembre de 1826 desde Curazao,
Panamá, Jamaica, Veracruz y Ciudad de México; anpb /Legación Gran Bretaña 36,
Verveer a Falck, 21-7-1826; De Jong, Krimpende Horizon, pp. 102-104; J. Schoonhoven y
C. T. de Jong, «The Dutch observer at the Congress of Panamá in 1826», Hispanic Ameri-
can Historical Review 36 (1956), pp. 28-37.
17 anpb /col 3764-3766 y rree 463, 471, 472, 473, 480, 481, informes de Van Raders y Penny
sobre la situación en Venezuela en 1826 y 1827. Una retrospección interesante de Andrés
Level de Goda, uno de los participantes en la Cosiata, en anpb /Consulado Trujillo 2
(Level de Goda a Travers, 31-5-1830).
Regreso de Bolívar
Mientras tanto, Bolívar estaba de camino entre Lima y Bogotá, un viaje de
más de dos meses. En el sur de Colombia fue recibido con vítores, aunque
también con quejas sobre el gobierno. Las bondades de la independencia se
limitaban a un malestar económico, impuestos onerosos y una abundancia
de funcionarios. Tras una ausencia de cinco años, Bolívar se percató de que
la república no había sido de mucho provecho para sus ciudadanos. El
presidente, al que el congreso colombiano había conferido recientemente
un segundo mandato, cayó en la cuenta de que tenía que tomar él mismo
las riendas del gobierno. Llegó al convencimiento de que la constitución
que había diseñado para Bolivia era el medio indicado contra los males de
Colombia. Las fuerzas que socavaban el Estado debían ser conjuradas por
una fuerte autoridad monocéfala: la suya.
A mediados de noviembre de 1826 llegó a Bogotá, donde volvió a ha-
cerse cargo de la presidencia y, además, se ungió con los poderes extraordi-
narios de los que, según la constitución, podía disponer en situaciones de
emergencia. A simple vista, sus relaciones con Santander eran amistosas,
pero soterradamente la tensión entre el presidente y el vicepresidente iba
Reconciliación
El 10 de enero de 1827, Bolívar y Páez hicieron su entrada conjunta en
Caracas, engalanada con arcos de triunfo, guirnaldas y banderas para la
18 anpb /cba hasta 1828, 1622, Urdaneta a Cantz’laar, 21-12-1826; cba hasta 1828, 284,
Cantz’laar a Urdaneta, 9-1-1827, rechazo de la solicitud.
ocasión. Para gran alivio de los habitantes, se había evitado una guerra
civil. Quince doncellas ataviadas de blanco dieron lustre a la ceremonia y
obsequiaron con coronas de laureles a los héroes de la nación. Mediante un
gesto teatral, Bolívar entregó su espada a Páez, que declaró que la utilizaría
exclusivamente para el bien de Colombia. Van Raders asistió a la ceremonia
y escribió que el entusiasmo con el que se había recibido a Bolívar superaba
todo entendimiento. Él mismo fue tratado con todos los honores, permitién-
dosele en una recepción apostarse al lado del Libertador. Bolívar vino, vio
y venció. El encantamiento de su prestigio restableció la paz en Venezuela;
al menos por el momento, como añadió con escepticismo Van Raders.
El siguiente medio año, Bolívar gobernó Venezuela por su propia
mano, sobre la base de su poder personal y sus poderes extraordinarios.
Van Raders veía su régimen como un primer paso hacia la introducción de
la constitución de Bolivia y la presidencia vitalicia. Esa era también la opi-
nión de Santander y sus seguidores, que iniciaron en Bogotá una campaña
contra el Libertador. El vicepresidente sacó a la publicidad su enemistad
Duelo en Bogotá
JOSEPH DE STUERS, nacido en 1783 ―el mismo año que Bolívar―, jamás
se había imaginado que un día sería cónsul general en Bogotá. Hizo carrera
durante el régimen francés instaurado en Holanda, y llegó a ser subprefec-
to de uno de los departamentos en los que se había dividido por entonces
el territorio nacional. En virtud de sus méritos como regidor, hasta le fue
concedido un título nobiliario napoleónico que le daba derecho a hacerse
llamar «barón del Imperio».
También durante el hundimiento demostró ser un convencido partida-
rio del emperador y del Imperio. En noviembre de 1813 se negó a partici-
par en la insurrección contra los franceses y en su lugar se refugió con sus
patrones en Francia. Había sido y seguiría siendo un ferviente bonapartis-
ta, como lo prueba el hecho de que aun en 1814 impusiera a un hijo suyo
el nombre de Napoleón. La batalla de Waterloo echó definitivamente por
tierra sus planes de futuro: había apostado por el caballo equivocado.1 Al
1 Nieuw Nederlandsch Biographisch Woordenboek, tomo vii , Leiden 1927, 1187-1188, el artículo
«J.P.A.L. de Stuers».
Viaje accidentado
Al no tener idea de lo que le esperaba en Colombia, De Stuers decidió
dejar a su mujer y sus hijos en casa. En el verano de 1826 arribó en paque-
bote a Curazao, donde conoció a su joven secretario Reinhart Frans Van
Lansberge, que lo acompañaría con el rango de vicecónsul. Van Lansberge
había ido a parar a la isla en 1823, a los diecinueve años de edad, después
de que el gobernador Paulus Roelof Cantz’laar le procurara un empleo
en la secretaría de la gobernación.4 Sus atribuciones provisionales como
«oficial supernumerario» se limitaban a la transcripción de documentos.
Reinhart, que había aprendido algo de español en el lugar, se interesó por
la aventura colombiana. Además, su sueldo de vicecónsul, aunque magro,
5 anpb /rree 454, 2-5-1826, nombramiento de R. F. van Lansberge como vicecónsul; anpb /
Colección Van Lansberge, 30-31.
6 R. L. Gilmore y J. Parker Hamilton, «Juan Bernardo Elbers and the introduction of steam
navigation on the Magdalena River», Hispanic American Historical Review 28 (1948), pp.
335-359.
7 agnc /mre 405 (Consulado de los Países Bajos), fol. 57, De Stuers a Restrepo, 10-9-1826,
mencionando su llegada a Cartagena.
8 anpb /rree 472, 476, 479, 485 y 488, informes De Stuers desde Curazao y Cartagena (agos-
to a noviembre de 1826). La decisión desfavorable en rree 493, Guillermo I a Verstolk,
30-5-1827.
9 Descripción de la primera parte del viaje en anpb /Colección Van Lansberge 46, «Souve-
nirs de la Colombie» (manuscrito).
Credenciales defectuosas
Los viajeros necesitaron un período prolongado para sobreponerse a los
padecimientos sufridos. Al considerar que el largo viaje le había hecho
perder demasiado tiempo, De Stuers no quiso esperar hasta que estuviera
restablecido. Afiebrado y todo, dos días después de su arribo fue a visitar
a José Manuel Restrepo, temporalmente a cargo de la cartera de Relacio-
nes Exteriores. El encuentro con las autoridades colombianas no estuvo
exento de dificultades. El ministro formuló la observación de que en las
credenciales se hacía mención de «Colombia» y no de la «República de
Colombia», como cabía esperar en un documento formal de esa naturaleza.
Restrepo tenía razón: el reconocimiento de Colombia seguía siendo una
cuestión delicada y la formulación cautelosa obedecía al temor de cometer
una impertinencia respecto de la Santa Alianza europea. De Stuers declaró
«con cierta animación» ante Restrepo que al redactar las credenciales su
soberano no estaba obligado por ninguna regla no escrita de la etiqueta
diplomática. «La fiebre que me sobrevino puso fin a nuestra conversación».
Más tarde tuvo que explicar también al vicepresidente Francisco de
Paula Santander que la formulación de marras no era producto de mala
intención. El gobierno colombiano respondió a la mezquindad holandesa
Noticias de Bogotá
De Stuers y Van Lansberge encontraron alojamiento en la Calle del Rosa-
rio, cerca del colegio homónimo precursor de la actual Universidad del
Rosario. El principal cometido del cónsul general era promover el comercio
holandés, aunque pudiera hacer poco a tal fin en Bogotá, pues dicho co-
mercio se desarrollaba en lejanas ciudades portuarias. Presentó un par de
quejas relativas a las arterías a las que estaban expuestos los habitantes
de Curazao, pero sus empeños de poco sirvieron.12 El efecto principal fue un
conflicto de competencias entre él y Cantz’laar, el gobernador de Curazao,
que solía ser quien planteaba tales asuntos ante las autoridades de la costa
septentrional. Guillermo I encauzaba su apertura sudamericana a través
de dos ministerios: el de Relaciones Exteriores y el de Colonias, lo que
derivaba en frecuentes choques entre los ejecutores.
Naturalmente, De Stuers promocionaba el puerto libre de Curazao,
que, según afirmaba, acarrearía ventajas sin precedentes al comercio y la
navegación colombianos. En Curazao podía comprarse de todo, la ciu-
dad poseía el puerto más hermoso del mar Caribe y ningún otro lugar
daba una mejor acogida a los barcos de la república. En opinión del cónsul
general, la parte colombiana bien podía corresponder a la generosidad de
11 agnc /mre 405 (Consulado de los Países Bajos), fols. 29-35 y 43-45, correspondencia entre
Restrepo y De Stuers sobre las credenciales del último.
12 Pruebas de los esfuerzos de De Stuers en favor del comercio holandés en agnc /mre 405
(Consulado de los Países Bajos), fols. 36, 41-42, 47-48, 51-55, 61-91.
201
Guillermo I, por lo que solicitó la abolición del arancel adicional del 5 % a
la importación que el gobierno imponía a los bienes que entraban al país
a través de un puerto colonial.
Santander y Restrepo declararon que nada podían hacer para cambiar
el arancel anticolonialista a la importación, ya que se había establecido en
una ley adoptada por el Congreso el año anterior. A Bolívar, que permane-
cía en Venezuela tras la reconciliación con Páez, tampoco le impresionó lo
del puerto libre. Tras enterarse de la declaración de franquicia, encomendó
a los intendentes del norte del país vigilar más estrictamente el contraban-
do originado en Curazao, que según él no haría más que aumentar a raíz
de esa medida.13
En Bogotá, De Stuers estaba más atareado con la política que con el
comercio, intentando febrilmente asir una realidad igualmente febril.
Desde un principio se enfrentó con la enemistad entre los dos gerifaltes
de la república. Bolívar, que todavía permanecía en Venezuela, se sentía
difamado por las calumnias publicadas en la prensa bogotana, achacan-
do la campaña difamatoria a Santander. Tras presentar su dimisión desde
Caracas, exigió al Congreso que se pronunciara sobre su actuación como
presidente. Altanero, rompió todos los vínculos con Santander y se negó a
seguir manteniendo una correspondencia con él. Este no quiso ser menos
y dimitió a su vez como vicepresidente; así todo el poder ejecutivo pasó a
ser dimisionario. De Stuers, sorprendido por los usos y costumbres de la
política colombiana, por momentos no lograba atar cabos en sus informes
al ministro Verstolk: «En verdad, mi muy distinguido señor, uno se con-
funde con las noticias y con todo lo que se oye».
Las partes en disputa no parecían tener otro programa que el de estar a
favor o en contra de Bolívar. Todo se reducía a ataques personales. Los san-
tanderistas se autodenominaban el partido constitucional, insinuando que
Bolívar se saltaba la constitución. Ellos, que se consideraban los liberales
auténticos, acusaban a sus adversarios de malbaratar su ideario. Se resistían
sobre todo a conceder poderes extraordinarios a Bolívar, aunque según De
Stuers no habrían tenido problema en reclamarlos para sí. Su principal arma
13 anpb /rree 520, José Rafael Revenga, en nombre de Bolívar, al intendente Castillo, del
departamento de Zulia, 6-4-1827 (anexo de Castillo al cónsul holandés E. B. Penny en
Maracaibo, 11-9-1827).
Gallos de riña
Las disputas en Bogotá se vieron exacerbadas por una serie de aconteci-
mientos acaecidos en el sur. Poco después de que Bolívar partiera del Perú,
el régimen político instaurado por él vino a quedar en la línea de fuego. La
resistencia estaba liderada por Manuel Lorenzo Vidaure, quien reciente-
mente había representado al Perú en el Congreso de Panamá. La oposición
peruana hacía causa común con un grupo de oficiales descontentos de la
Tercera División colombiana, que seguía estacionada en el Perú. El coronel
amotinado José Bustamante se dejó persuadir por Vidaure para ocupar
Guayaquil, en el sur del actual Ecuador (los peruanos consideraban que
ese territorio pertenecía a su país y que Bolívar lo había anexionado sin
derecho a Colombia). Por consiguiente, unas tropas amotinadas colombia-
nas habían ocupado una parte del territorio de Colombia en nombre de un
movimiento rebelde peruano.
Bustamante estaba en comunicación con Santander, que según De
Stuers toleraba la violación del territorio colombiano para infligir daño
a Bolívar. Al trascender en Bogotá la ocupación de Guayaquil, Santan-
der mandó echar al vuelo las campanas de las iglesias y encender fogatas
festivas. Su actuación indignó a Bolívar y sus seguidores. Cayendo en la
La magia de Bolívar
Aunque el Libertador seguía en Venezuela, la ocupación de Guayaquil y
la zozobra en Bogotá lo obligaron a partir. En junio de 1827 anunció desde
Caracas que iba a poner orden en otras partes de la república. Con ese
objetivo se desviaron algunos batallones de Venezuela a Bogotá, en parte
por tierra y en parte por mar. Bolívar partió de La Guaira a principios de
julio y llegó a Cartagena cinco días después.
Emile van Huele, un comerciante originario de Brujas que intentaba
vender un lote de fusiles en nombre de la Sociedad de Comercio de los
Países Bajos , presenció el arribo de Bolívar a ese puerto y asistió a la cena
celebrada en su honor. El discurso pronunciado por el presidente en dicha
ocasión le pareció bastante inquietante: arremetía contra los alborotadores
en Bogotá y declaraba que era su obligación contener la anarquía. Van
Huele pensó en Napoleón, cuyo asalto al poder el 18 de brumario de 1799
17 anpb /col 3769, Van Raders a Cantz’laar, 10-7-1827; anpb /sge 5702.B, Van Huele a la
Sociedad de Comercio de los Países Bajos, 11-7-1827; anpb /Curazao hasta 1828, 284,
Cantz’laar a Bolívar, 21-5-1827, introducción de Van Huele.
18 anpb /rree 637, De Stuers a Verstolk, 9-9-1827.
Perfume excitante
El 28 de octubre de 1827, día de san Simón, se celebraba el onomástico de
Bolívar. Las festividades correspondientes se prepararon con mucho esme-
ro, con la esperanza de que el culto al Libertador redundara en beneficio
de la estabilidad del país. Por la mañana el arzobispo de Bogotá ofició un
tedeum en la catedral y por la tarde el pueblo pudo regocijarse con corridas
de toros y riñas de gallos. Por la noche se celebró en el palacio presidencial
un baile al que también estaba invitado De Stuers.
La élite de Bogotá vistió sus mejores galas para asistir a este momento
culminante de la vida social. Bolívar y otros altos militares se presentaron
en uniformes de gala, con bandas y condecoraciones incluidas. El cónsul
21 Racine, Miranda, pp. 256-257; Bushnell, «The development of the press in Great Colom-
bia», Hispanic American Historical Review 30 (1950), p. 440.
22 anpb /rree 529, De Stuers a Verstolk, 30-10-1827, anexo «Eenige berigten omtrent de mijnen
in Colombia». Según se desprende de un manuscrito conservado en la Biblioteca Luis Án-
gel Arango en Bogotá, la información sobre las minas procedía del gobierno colombiano.
Sangre holandesa
El hecho suscitó gran consternación. El cuerpo de De Stuers fue transpor-
tado a Bogotá y a Miranda se lo llevaron corriendo fuera de la ciudad a fin
de evitar una condena: los duelos se castigaban con la pena de muerte. Sus
superiores, presumiblemente en connivencia con Bolívar, hicieron que des-
apareciera rumbo a Venezuela, so pretexto de que había sido trasladado allí
una semana antes. Cuatro años después, la vida del joven acabaría antes de
tiempo en una escaramuza militar. Las autoridades ordenaron investigar
pro forma el desarrollo del duelo, sin que se llegara a detener ni sentenciar
a nadie. En un comentario tendente a difuminar el asunto, la oficial Gaceta
de Colombia escribió que el caballero De Stuers había sido hallado muerto
en un terreno fuera de la ciudad «empuñando una pistola y otra en su
proximidad, dando la impresión de que perdió la vida en un duelo».
Van Lansberge encontró las dos cartas dejadas encima de la mesa por
su jefe. La que estaba destinada a Revenga contenía el anuncio de que
el vicecónsul actuaría como su sustituto en caso de que algo le sobre-
viniera.23 La otra, dirigida a él, era una disposición de última voluntad,
mediante la cual De Stuers le endosaba la responsabilidad del consulado
y le solicitaba abogar ante Guillermo I por una pensión para su mujer y
sus seis hijos. Debía comunicarle al rey «que mi conducta ha sido dictada
por el honor de la nación en todos los aspectos». Por lo visto, consideraba
que ese honor había sido puesto en entredicho por el frasquito de perfume
roto. Jamás un representante del Reino de los Países Bajos perdió la vida
por un motivo más banal.
Cabe temer que el choque cultural sufrido por De Stuers contribuyera
a su susceptibilidad. El poco flexible hidalgo no conseguía asir la confusa
23 agnc /mre 405 (Consulado de los Países Bajos), fol. 60, De Stuers a Revenga, 30-10-1827;
fol. 93, Van Lansberge a Revenga, 31-10-1827.
El grado superlativo
de un canal
5 anpb /sge 5706, apunte autógrafo de Guillermo I, 10-1-1828; rree , 637, Verveer a Verstolk,
12-1-1828.
6 Griffith Dawson, The first Latin American debt crisis, pp. 113-138.
13 anpb /sge 5701, 22-8-1827; 5702.B, 27-9-1827; 5706, 29-1-1828; 5703, 25-3-1828, scpb a
Guillermo I; Mansvelt, Nederlandsche Handel-Maatschappij, tomo I, pp. 172-174; De Jong,
Krimpende Horizon, pp. 176-190.
18 anpb /sge 5718, Schimmelpenninck a Guillermo I, 16-1-1829, informe anual scpb ; Mans-
velt, Nederlandsche Handel-maatschappij, tomo I, pp. 174-176.
tra España desde sus inicios, dio a conocer que la República de Colombia
deseaba firmar un tratado con el Reino Unido de los Países Bajos. Holanda
ya había reconocido de facto a la república desde hacía algunos años y, a
ojos colombianos, era hora de conferir un carácter más formal a la rela-
ción. Además, un tratado sería beneficioso para las relaciones comerciales
entre ambos países. Falck, partidario desde siempre de un acercamiento,
comunicó con satisfacción la apertura colombiana a La Haya.19 Ya antes,
De Stuers había insistido en el interés de un tratado, con la esperanza de
que se le encomendara llevar a cabo las negociaciones. Debido a su desa-
fortunada muerte, todo quedó en la nada.20
La carga ideológica de Latinoamérica había mermado desde que la
Alianza perdió el control sobre la política europea por causa de la des-
19 anpb /rree 524, Falck a Verstolk, 11-4-1828, con una nota de Fernández Madrid.
20 anpb /rree 508, De Stuers a Verstolk, 23-7-1827.
La dictadura de la
impotencia
3 anpb /rree 522, 528, 530, 532, 537 y 540, Van Lansberge a Verstolk, noviembre de 1827 a
marzo de 1828.
4 anpb /rree 544, Van Lansberge a Verstolk, 29-2-1828, con carta anexa de su madre. Se
casó con Victoria Rodríguez y Escobar el 2 de marzo de 1828.
La Gran Convención
Al comisionado general Van den Bosch le preocupaba el asunto del escua-
drón español en Curazao, pues sabía que Guillermo I otorgaba un gran
valor a mantener buenas relaciones con Colombia. Le pareció indicado
limar las asperezas con los «jacobinos buscabroncas», como calificaba a
8 anpb /rree 537 y 554, informes de Van Lansberge, Elout y Penny sobre la Gran Convención.
hacer una visita a Bolívar, pero este no estaba de humor para recibir vi-
sitantes extranjeros. Por intermedio de un ayudante, le comunicó que no
tenía tiempo. Tiempo sí tenía, pero no ganas, según se desprende del diario
que escribió el oficial de origen francés Luis Perú de Lacroix durante la
estadía en Bucaramanga. El presidente, que estaba jugando a las cartas con
sus compañeros, no quiso interrumpir el juego y mandó decirle a Elout
que debía dirigirse al ministro de Relaciones Exteriores en Bogotá. Los
Choque en Bogotá
A fines de mayo de 1828, Elout se presentó en el domicilio de Van Lans-
berge, donde tampoco era bienvenido. El inesperado visitante venía a per-
turbar la dicha incipiente de Reinhart y Victoria. Van Lansberge esperaba
poder suceder a largo plazo a De Stuers, pero Elout puso fin de forma
abrupta a ese sueño de futuro. El novato esgrimió su «encargo especial»
en nombre de Van den Bosch e hizo valer su posición. Elout era unos cua-
tro años mayor que Van Lansberge, había gozado una mejor formación y,
encima, era hijo del ministro de Colonias. Como llevaba las de perder, el
vicecónsul le comunicó con pena en el corazón a Verstolk que «transfería
la correspondencia al señor Elout».
Sin embargo Van Lansberge, que no tenía intención de pasar por alto
la humillación, emprendió el contraataque en dos frentes. En primer lu-
gar se dirigió al gobierno colombiano, poniendo al corriente al nuevo
ministro de Relaciones Exteriores, Estanislao Vergara, de la llegada de
Elout, insinuando diplomáticamente que su compatriota no disponía
de credenciales del gobierno de los Países Bajos. Y es que Elout solo venía
equipado de una recomendación expedida por una autoridad colonial:
Van den Bosch, y su instrucción había sido elaborada por el gobernador
Cantz’laar de Curazao. El gobierno colombiano, que ya se había enfrenta-
do con casos similares en otras ocasiones, se negó en redondo a conceder
a Elout una categoría formal.10
En segundo lugar, Van Lansberge se comunicó con los burócratas en
La Haya, señalando a la atención de Verstolk que los asuntos consulares
dependían del Ministerio de Relaciones Exteriores y que Jacob Elout vio-
laba sus facultades.11 Verstolk se picó y produjo una extensa nota sobre la
injerencia del Ministerio de Colonias en el ámbito político de Relaciones
Exteriores. El asunto en La Haya resultaba tanto más delicado por cuanto
12 anpb /rree 533, memoria de Verstolk sobre la disputa entre los ministerios, 19-7-1828
(también sge 5721, 3-8-1829); rree 644, 3/8-8-1829, Verstolk a Guillermo I; rree 554, Van
den Bosch a Verstolk, 16-2-1829; asimismo, en anpb /Colección Van den Bosch, 109.
Autocracia
Mientras Van Lansberge y Elout libraban su batalla en Bogotá, la lucha
entre Bolívar y Santander se prolongaba de forma sostenida. En Bucara-
manga el presidente hacía de humeante volcán; en Ocaña los delegados se
perdían en infructuosos debates. La Gran Convención acabó teniendo un
espíritu demasiado estrecho para las reformas constitucionales. Los san-
tanderistas presentaron una propuesta tendente a aumentar la autonomía
departamental y restringir los poderes extraordinarios del presidente. Por
otro lado, los bolivarianos lanzaron una contrapropuesta que aspiraba a
reforzar el poder ejecutivo, conforme al deseo de Bolívar. Cuando la pro-
puesta de los santanderistas amenazó con ser aprobada, los bolivarianos
abandonaron la asamblea en señal de protesta.
13 anpb /rree
523, Van Lansberge nombrado interino, 1-4-1828; también en anpb /Colección
Van Lansberge, 31.
14 anpb /rree 559, Van Lansberge a Verstolk, 13/16-8-1828; Elout a Verstolk, 22-8-1828.
Poder e impotencia
Bolívar nombró al margen de su gabinete un Consejo de Estado, integrado
por ministros, militares de alto rango y representantes del clero. El órgano
tenía exclusivamente carácter consultivo. La última manifestación de ad-
hesión llegó en el transcurso de agosto de Caracas, que por boca de Páez
se pronunciaba a favor de Bolívar. El 27 de agosto de 1828 se anunció la
«Ley orgánica», pensada como fundamento constitucional de la dictadu-
ra. Según la versión oficial, la constitución había perdido su efecto por el
Atentado
Bolívar conoció a Manuela Sáenz en Quito en 1822, el día en que entró
victorioso en esa ciudad. El amor fue recíproco: Manuela abandonó a su
cónyuge y siguió a su amante rumbo al Perú.18 Bolívar tuvo con ella una
relación notablemente duradera, pese a muchas peleas y numerosas his-
torias con otras mujeres. Siempre volvía a Manuela, a quien le resbalaban
las convenciones y que no mostraba talento para la subordinación. Era
también una de las pocas mujeres con las que podía hablar de política.
A comienzos de 1828 se instaló en Bogotá, donde fue honrada y denos-
tada a la vez como amante reconocida del Libertador. Manuela, acompaña-
da habitualmente de su criada negra, era una personalidad conocida en la
ciudad. Cuando salía a pasear montada a caballo, gustaba de ataviarse con
ropa de hombre. Las damas de Bogotá que se jactaban de serlo aborrecían
a la beldad liberada de Quito. Su informal salón, muy concurrido, consti-
tuía un punto de encuentro para los extranjeros. Aunque Van Lansberge
la conocía, no dejó traslucir si la frecuentaba: a su Victoria probablemente
no le haría mucha gracia saberlo.
El jueves 25 de septiembre de 1828, la ciudad despertó conmocionada
por un acontecimiento que, según Van Lansberge, «produjo consternación
en todos los corazones». A Bolívar le había llegado el rumor de que conspi-
raban contra él, si bien esto no lo preocupaba: estaba acostumbrado a las
conspiraciones, el palacio presidencial de San Carlos contaba con buena
custodia y, por las dudas, solía dormir con una pistola cargada encima
de la mesita de noche. La velada se desarrolló de manera muy hogareña:
Bolívar tomó un baño, Manuela le leyó un fragmento y a continuación se
fueron a dormir. Cuando hacia la medianoche un gran barullo los despertó,
se percataron de que había intrusos en el palacio. Bolívar se vistió rápida-
mente, tomó su pistola y quiso enfrentarlos. Temiendo que si se resistía
17 anpb /rree 540, 549, 551, 554, 558 y 559, Van Lansberge y Penny a Verstolk, junio a sep-
tiembre de 1828; Elout a Verstolk, junio a agosto de 1828. Elout también escribió cartas
a su padre, tratándole de «Su Excelencia» (col 2329).
18 Murray, For glory and Bolívar. The remarkable life of Manuela Sáenz.
Justicia vengativa
Carujo se quebró y confesó los hechos. Aparte de militares, resultó que
también formaban parte de la llamada «Conspiración Septembrina» va-
rios ciudadanos, entre ellos abogados, periodistas, un joven catedrático de
filosofía y un manojo de estudiantes ultraliberales. Catorce participantes
fueron ahorcados o fusilados. A otros diecisiete los desterraron, de los que
algunos se refugiaron en Curazao. Ocho sospechosos fueron liberados, dos
o tres se evadieron y el resto fue condenado a penas de prisión. Padilla
acabó en el paredón, si bien no había participado en el golpe de Estado y
había luchado contra los golpistas. Su rebeldía en Cartagena fue motivo
suficiente para que lo ajusticiaran, aunque el motivo tácito ―como en el
caso del curazoleño Manuel Piar― fue el temor a la «pardocracia» por
parte de los dirigentes de la República.
El papel de Santander en la conspiración no llegó a aclararse. La sos-
pecha de que era el verdadero instigador no pudo probarse, aunque sí se
comprobó que estaba al corriente de los planes. Dos de los golpistas eran
buenos amigos suyos: el periodista Florentino González y Luis Vargas,
que lo acompañaría a Washington como secretario de legación. El hecho
de que los conspiradores tramaran sus planes en la residencia de su amigo
Vargas hizo que a Santander le resultara difícil lavarse las manos. Urdaneta
opinaba que había suficientes pruebas para condenarlo a muerte, pero a
Bolívar le pareció suficiente que su rival fuera desterrado de Colombia.
Santander se exilió e inició una odisea que, entre otros destinos, lo llevaría
a los Países Bajos.
Van Lansberge estaba aliviado por el desenlace, «pues de lo contrario
habríamos sido presas de la más terrible criminalidad y rapacidad». Se
percató de que aún había habido suerte: en esa crisis, el ejército y el pue-
blo se habían unido a Bolívar y la oposición había perdido todo crédito.
Aun aquellos que aborrecían los poderes absolutos del presidente, estaban
ahora convencidos de que era el único que podía mantener unida a la re-
pública. El propio Bolívar no estaba tan convencido de ello; había escapado
Dudas liberales
Bolívar había tomado el poder que ya detentaba de hecho, de modo que
poco cambió. En Europa su medida dio pie a reacciones diversas, en
función del prisma político del observador. Los conservadores del Viejo
Mundo vieron confirmada su razón. La revolución hispanoamericana te-
nía lugar siguiendo el derrotero de la francesa y resultaba que Bolívar era
de la misma calaña que Napoleón. Su asalto al poder suponía una réplica
del 18 de brumario, el punto de partida de la dictadura napoleónica. Era
predecible que en breve el Libertador se coronara a sí mismo emperador.
Entre los compañeros de viaje liberales en Europa se produjo una di-
visión. En Francia, la noticia dio lugar a una acalorada polémica entre dos
gerifaltes liberales. Benjamin Constant perdió su confianza en Bolívar y lo
acusó de despotismo, mientras que el abate De Pradt recurrió a su pluma
para brindar protección a su ídolo. En su defensa, el clérigo no llegó a for-
mular mucho más que unos cuantos circunloquios justificativos: la falta de
ilustración de los colombianos habría obligado a Bolívar a acaparar el po-
der. Su adversario consideró que se intentaba justificar un hecho fundamen-
talmente injusto. Los conservadores rieron para sus adentros ante la lucha
entre hermanos liberales y formularon satíricos comentarios al respecto.
En Colombia, Bolívar se encogió de hombros ante tanta incomprensión
liberal, viniera de Constant o de De Pradt. Los intelectuales europeos no
tenían idea del caos que se les venía encima.20
19 anpb /rree 551, 555, 559 y 643, Van Lansberge a Verstolk, septiembre a noviembre de
1828; rree 549, Penny a Verstolk, 21-10-1828, con el panfleto Horrorosa conspiración anexo.
20 Filippi (ed.), Bolívar y Europa, tomo I, pp. 288-360; Aguirre Eloriaga, El abate De Pradt, pp.
273-278; Coen, «Constant et Bolivar».
JAN VERVEER DEBÍA LIDIAR con una guerra civil antes de poder comenzar
a excavar el canal entre el Pacífico y Atlántico. Tampoco en la República
Federal de Centroamérica las condiciones eran favorables. La federación
había nacido en 1824 y comprendía Guatemala, El Salvador, Honduras,
Nicaragua y Costa Rica. Los liberales defendían la autonomía de los Esta-
dos federados, los conservadores aspiraban a un gobierno fuerte federal.
El presidente Manuel José Arce era el líder de los conservadores; Francisco
Morazán, el de los liberales.1
Las luchas entre ambos partidos estaban en plena marcha cuando
Verveer llegó a Ciudad de Guatemala a fines de febrero de 1829. Jacob
Haefkens, el cónsul holandés, le impartió un curso acelerado de política
local. Verveer comprendió que había llegado en el momento justo para
2 anpb /rree 644, Verveer a Verstolk, 21-5-1829, sobre su intento de mediación; anpb /
Legación Gran Bretaña 36, Verveer a Falck, 21-5-1829; Haefkens, Centraal-Amerika, pp.
244-253; De Jong, Krimpende Horizon, pp. 338-343.
Mayor recato
En las negociaciones entre Falck y José Fernández Madrid, el enviado co-
lombiano en Londres, se percibieron reservas similares. El principal obs-
táculo para el tratado colombiano-holandés lo constituía el arancel de im-
portación adicional del 5 % sobre los bienes que entraran al país a través
de una colonia. En ese sentido, Fernández Madrid se negaba a hacer una
excepción para Curazao. El tonelaje máximo de los barcos curazoleños que
tocaban Colombia representaba otra cuestión controvertida. Además, el
colombiano quería incluir un artículo que, en sentido jurídico, equiparara
4 anpb /rree 577, 584-586 y 644-646, informes de Verveer y Haefkens; la dificultosa toma
de decisiones en rree 563, 569, 573, 585-587, 591, 592; 642, 645, 646 y sge 5724, 5725.A,
5725.B.
a los tratantes de esclavos con piratas. Bolívar insistía en ello porque quería
reducir la trata de esclavos.
Falck consideró innecesario incluir un artículo de esa naturaleza, pues-
to que Holanda ya se había comprometido en 1818 a aplicar el tratado
internacional contra la trata de esclavos. Por su parte, abogó por la libertad
de culto para los protestantes en Colombia, aunque no hubiera allí muchos
holandeses que pudieran beneficiarse de esa provisión bienintencionada.
También intentó conseguir, a instancias de la Secretaría de Industria Na-
cional, una reducción del arancel de importación aplicado a la ginebra. En
opinión de Johannes Netscher, el más alto funcionario de ese órgano, Falck
debía llamar la atención de su interlocutor colombiano sobre la «influencia
benéfica y favorable para la salud» de la tradicional bebida holandesa. La
experiencia había demostrado que la ginebra era un excelente profiláctico
contra la fiebre amarilla.
5 anpb /rree 642, 23-1-1829, Verstolk, «Rapport Buitenlandsche Staatkunde», fol. 264-267;
asimismo, en Gedenkstukken, tomo ix .2 (1825-1830), p. 507.
6 angc /mre 508 (Legación de Londres), Falck a Fernández Madrid, 16-1-1829, deseándole
que se mejore.
Reino atascado
Guillermo I y sus ministros dudaban si actuar con determinación. Verstolk
relacionaba los titubeos con «los tumultos intestinos» en América Central
y Colombia, pero pasaba por alto que Holanda padecía el mismo mal. El
canal interoceánico, la Compañía de las Indias Occidentales y el tratado con
Colombia eran iniciativas de 1828, cuando en el reino aún reinaban la paz y
la tranquilidad. Un año después, esa coyuntura dio un vuelco sorprenden-
temente rápido para convertirse en lo opuesto. La vacilación en la política
exterior se debía, sobre todo, a crecientes tensiones en el plano interior.
7 Las negociaciones en anpb /rree 533, 547, 556, 558, 565 y 640-643 (secreto); anpb /sge
5712, 5717, 5718, 5720; anpb /Legación Gran Bretaña 45; Falck, Ambtsbrieven, pp. 276-278,
281-284. Abolición del arancel de importación adicional en rree , 575, Van Lansberge a
Verstolk, 21-6-1829. Documentos parecidos del lado colombiano en agnc /mre 300 (Le-
gación Gran Bretaña), fols. 285-307, y mre 304, fols. 273-361; mre 405 (Consulado Países
Bajos), fols. 162-171, copia del tratado en ciernes.
cuestionaban con cada vez mayor insistencia su régimen. Exigían más de-
mocracia, poniendo el dedo en la llaga del sistema. La participación política
era incompatible con la fusión de los Países Bajos septentrionales y meri-
dionales, que tenía una base frágil en ambos. La amalgama venía impuesta
por Guillermo I, cuyo trono dependía del éxito de la asociación. Cualquier
forma de oposición ponía en entredicho la propia existencia del reino.
En el transcurso de 1829 aumentó el descontento. Las publicaciones li-
berales en el sur extendieron su cruzada contra el gobierno. El movimiento
peticionario adquirió proporciones monstruosas, cursando una petición
para la que se habían recolectado nada menos que 360.000 firmas. Para
disgusto del rey, la oposición en la Cámara de Diputados tuvo como con-
secuencia el rechazo del presupuesto decenal. Las críticas a su política
República atascada
La Gran Holanda comenzaba a atascarse, y Guillermo I perdió la bravura
que había caracterizado su política exterior. Debía esforzarse al máximo
para mantener unido su reino, igual que del otro lado del océano Bolívar
tenía que hacer un gran esfuerzo por mantener unida su república. Ambos
se consideraban liberales, pero se enfrentaron con adversarios que profesa-
ban otra clase de liberalismo. Al igual que Bolívar, Guillermo I consideraba
su autocracia como la tabla de salvación del Estado. Sin embargo, a dife-
rencia del presidente, el rey no precisaba arrogarse facultades dictatoriales:
ya las tenía.
También en Colombia se cernían oscuros nubarrones sobre el hori-
zonte político. En el otoño de 1828, poco después del atentado a Bolívar,
se produjo una revuelta en el sudeste. Lideraba el movimiento el coronel
9 Reacciones peruanas a la guerra con Colombia en las cartas de Auguste Serruys, el cónsul
holandés en Lima (anpb /rree 578, 582, 584 y 591).
El reino de Colombia
La melancolía de Bolívar fue la causa de un espejismo político muy pecu-
liar. Mientras permanecía en el sur, en Bogotá los ministros se ocupaban
de los asuntos corrientes. Durante su año de ausencia, mantenía con ellos
una correspondencia epistolar, si bien la gran distancia obstaculizaba la
comunicación. Bolívar estaba apesadumbrado, tenía oscuros pensamientos
sobre el futuro de Colombia y las cartas que le enviaban desde Bogotá no
eran muy claras. Una y otra cosa motivó un malentendido que cobró vida
propia en el transcurso de 1829. Unas declaraciones algo vagas del presi-
dente hicieron suponer a los ministros que quería transformar la república
en un reino. Desarrollaron la idea y comenzaron a hacer preparativos para
introducir la monarquía en Colombia. Bolívar estaba lejos y no tenía idea
de lo que maquinaban sus epígonos.
El consejo de ministros estaba preocupado, pues el mandato del presi-
dente caducaba en enero de 1830. Un Congreso Nacional debía introducir
las reformas constitucionales que no había sido capaz de imponer la ante-
rior Gran Convención. Mientras los ministros se debatían sobre la cuestión
de qué hacer con la república, en Bogotá se presentaron de improviso dos
visitantes franceses. Van Lansberge anunció su venida y comunicó que el
17 abril de 1829 habían sido recibidos por el gobierno.
Charles-Joseph Bresson, treintañero y el mayor de los dos, era un di-
plomático al comienzo de su carrera, que había sido secretario de legación
en Washington. Su compañero, Napoleón Lannes, duque de Montebello,
lo acompañaba en calidad de turista, según sus propias declaraciones.
Montebello había heredado su nombre de pila y su distinguido título de
su padre, al que el emperador Napoleón había concedido el tratamiento
Comedia real
El proyecto monárquico, que se hizo público en el verano de 1829, pasó a
ser objeto de tensas discusiones. Por toda la publicidad generada, el rumor
de que en el próximo Congreso Nacional Bolívar pretendía hacerse coronar
adquirió visos de un hecho. Ni Van Lansberge ni Penny dudaban de la
inminente venida del reino bolivariano. La oposición liberal, decapitada
por el destierro de Santander, se armó de valor. «El rey Simón I» sirvió de
acicate para los antibolivarianos: al final, el Libertador desenmascarado
resultó ser de la misma calaña que Napoleón. El ansia de poder se le había
subido claramente a la cabeza.
La versión popular simplificada no coincidía con el escenario que ha-
bían ideado los ministros y Bresson. En ese plan Bolívar no sería coronado
rey, sino elegido presidente vitalicio en el inminente Congreso Nacional. A
la vista de su delicada salud, dicha presidencia no podía durar mucho, y
entonces el reino se proclamaría tras su muerte. Era la intención que ciñera
11 anpb /rree 554-555, 559-561, 566-569, 571, 573, 575, 579, 581, 582, 584, 585, 587, 590, 593,
El otro Libertador
El asunto fue una tormenta en un vaso de agua, aunque produjo mucha
conmoción. Gracias a una casualidad, la intriga francesa pudo prender
en Bogotá, al menos hasta la intervención de Bolívar. La misma intriga no
prendió en Buenos Aires, a juzgar por una coincidencia que da lugar a una
hipótesis. Desde 1824, el Libertador argentino José de San Martín residía
en Bruselas, donde llevaba una vida tranquila. El general retirado no supo-
nía ninguna molestia para las autoridades holandesas. Descansaba en sus
594, 601, 603, 605, 642, 643, cartas de Van Lansberge y Penny, fines de 1828 a fines de
1829. Una descripción detallada de la «comedia real» en Parra-Pérez, La monarquía en la
Gran Colombia, en parte basada en documentos holandeses traducidos. Véase, asimismo,
Robertson, France and Latin American independence, pp. 491-506; Groot, Historia eclesiástica
y civil, tomo V, pp. 400-418.
Separatismo venezolano
Bolívar había dejado que la comedia monárquica siguiera su curso dema-
siado tiempo; el rumor de que quería coronarse contribuyó considerable-
mente a desquiciar la república. El general José María Córdova, que recien-
temente había combatido al rebelde Obando, se volvió ahora contra Bolívar
por causa de sus ambiciones reales. En septiembre de 1829, mientras la
12 Guzmán, San Martín, pp. 51-67; Robertson, France and Latin American independence, pp.
488-490. Delpech, que tenía una imprenta en Caracas, emprendió en 1813 una misión
para los insurgentes venezolanos ante Napoleón (ibidem, pp. 99-102). Véase también
Parra-Pérez, La monarquía en la Gran Colombia, pp. 255-257 y 292-293.
El ocaso de
la Gran Colombia
Desencantamiento
Tal como se había propuesto, Bolívar presentó su dimisión y declaró que
declinaría cualquier nuevo mandato como presidente. Los santanderistas
estaban convencidos de que se trataba de un gesto vano. Según ellos,
Bolívar renunciaba al poder para posteriormente hacerse declarar sal-
vador de la patria con mayor fanfarria. ¿No había recurrido a ese truco
ya otras veces? El anuncio del presidente tomó por sorpresa al Congreso
Nacional, que quiso deliberar sobre el asunto, decidiendo por lo pronto
que Bolívar se hiciera cargo del poder ejecutivo hasta que se ultimara
la nueva constitución. Vista la situación explosiva en Venezuela, la re-
pública no podía darse el lujo de quedar sin presidente. Bolívar estuvo
La salida de Bolívar
En efecto, muchos venezolanos eran partidarios de autonomía, lo que no
necesariamente significaba que también aspiraran a la independencia. La
voluntad popular era un fenómeno escurridizo, sobre todo en un entorno
infestado de rumores. Según Edward Penny, la toma de decisiones se de-
sarrollaba de forma relativamente democrática, al menos en Maracaibo.
En enero de 1830, el gobierno municipal convocó a una asamblea popular
en la que tanto la élite como las clases bajas podían expresar sus opinio-
nes. Después de las «alocuciones y deliberaciones de rigor», se decidió por
mayoría de votos que Maracaibo se adhiriera al movimiento separatista.
Solo un par de seguidores acérrimos de Bolívar se declararon en contra
de la decisión. Penny informó «con agrado» estos sucesos, pues él mis-
mo se había contagiado del virus separatista. Para él y muchos otros en
Venezuela y Holanda
En algún momento Trujillo, situado en la bahía de Honduras, había sido
un puerto próspero, a juzgar por el provechoso saqueo perpetrado por una
flota holandesa en 1633. Como este hecho de armas pervivía en la historia
patria, dos siglos después la ciudad entró en consideración para el envío de
un cónsul. Un vago recuerdo del pasado y un no menos vago conocimiento
del presente llevaron en 1826 al nombramiento de Theodorus Johannes
1 anpb /rree 593, 594, 601, 603-605, 610-612, Van Lansberge y Penny a Verstolk, enero a
junio de 1830. El 7 de mayo, un día antes de la partida de Bolívar, Van Lansberge se
presentó ante José Alejandro Osorio Uribe, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores
(agnc /mre 405, fol. 184).
2 anpb /rree 482, 488, 530, 548, Travers a Verstolk; anpb /Consulado Trujillo 5, libro de
cartas de Travers. Un oficial de la marina holandesa que visitó a la familia en Trujillo,
describió su difícil situación (anpb /cba hasta 1828, 1622, el capitán Van Es a Cantz’laar,
5-2-1827).
3 anpb /rree 558, 560, 576, 584, Travers a Verstolk, Curazao, 1829. Su informe de 3-2-1829
asimismo en De Jong, Krimpende Horizon, pp. 336-337; rree 578, rechazo de la cio a la
intromisión de Travers, 16-10-1829.
Escándalo sudoroso
Mientras Travers y Level fraguaban su tratado venezolano-holandés, se pre-
sentó en Curazao inesperadamente Jacob Elout, tras holgazanear durante
dos años en Bogotá a expensas del ministerio de Relaciones Exteriores. A
comienzos de 1830 recibió un escrito de Verstolk en el cual le comunicaba
que lo habían nombrado cónsul en el puerto venezolano de La Guaira.
Elout se resistió: el sueldo le pareció demasiado bajo y La Guaira demasiado
caliente, «según Humboldt, el lugar más caluroso de la Tierra».6 Sin embar-
go, no se atrevió a desacatar la orden y preparó su partida a regañadientes.
5 anpb /rree602, 603, 605, 612, 616, 618-620, 854, 859, Travers a Verstolk, Curazao, 1830. El
proyecto del tratado con Venezuela en rree 619 y en anpb /Consulado Trujillo 2.
6 anpb/rree 575, Verstolk a Elout, 12-9-1829; rree 603, Elout a Verstolk, 16-1, 7-2 y 14-2-1830.
7 agnc /mre 405 (Consulado de los Países Bajos), fol. 182, Van Lansberge a Domingo Cay-
cedo, entonces ministro de Relaciones Exteriores, 13-2-1830, sobre la credencial consular
de Elout para La Guaira.
8 anpb /rree 616, 617, 620, 622, 626, 854, Elout a Verstolk, junio a septiembre de 1830; anpb /
Gobernador General de las posesiones en las Indias Occidentales, Rammelman Elsevier, direc-
tor interino de Curazao, a Cantz’laar, 18/22/30-9 y 10-11-1830, con las cartas de Elout anejas.
El ocaso de
la Gran Holanda
Erupción musical
La Revolución francesa de julio de 1830 no fue la única mecha en el pol-
vorín belga. La otra, también de origen francés, fue la ópera La muda de
Portici, del compositor Daniel Auber. La popular pieza musical trataba de
una rebelión contra los españoles en la Nápoles del siglo xvii , un tema que
en Bruselas adquirió connotaciones de actualidad. ¿No sufrían los belgas la
misma cruel represión que otrora los napolitanos? Los jóvenes buscabron-
cas, que aborrecían a Guillermo I y a la Gran Holanda, adoraban la ópera.
Santander, desterrado de Colombia y a la deriva por Europa, perma-
neció un par de semanas en Bruselas a comienzos de 1830. El vicepresi-
dente depuesto sufrió un acceso de gripe, visitó al Libertador argentino
San Martín y asistió a una función de La muda. Quedó impresionado por
el espectáculo y sorprendido por el entusiasmo con que el público aplau-
día. Se le escapaba por qué los bruselenses se entregaban a tan fervientes
La pena de Bélgica
Parecía una opereta que se había trasladado del teatro a la calle, pero muy
pronto la insurrección adquirió visos más violentos. Ya no había frenos de
ningún tipo, ya no se podía parar el descontento desencadenado. A fines
de agosto, unos días después de la memorable representación, el rey en-
vió a sus hijos Guillermo y Federico a Bruselas para restablecer el orden.
Guillermo, el príncipe heredero, opinaba que su aparición bastaría para
desarmar a los belgas. Lo recibieron a pedradas y salvó el pellejo saltando
precipitadamente una barricada con su caballo.
Guillermo junior volvió a La Haya con el mensaje de que el autogobier-
no del sur era el único remedio para salvar el reino. Mientras tanto, su padre
había convocado una sesión extraordinaria de los Estados Generales sobre
el problema belga. El 29 de septiembre el parlamento se pronunció a favor
de una separación administrativa del norte y el sur. El reino debía dividirse
en una federación compuesta por dos partes autónomas. También muchos
1 Martínez Briceño (ed.), Santander en Europa, diario de viaje, tomo I (1829-1830), p. 87. Antes
de Bruselas visitó Ámsterdam.
diputados del norte consideraron que era mejor desmantelar el Estado uni-
tario. Era una idea razonable, pero ya superada por los acontecimientos.
Durante quince años Guillermo I se había cebado en la amalgama de
su reino y no tenía intención de renunciar sin más ni más a su proyecto
predilecto. No le seducía de ninguna manera la idea de una estructura fe-
derativa, que socavaba su poder y minaba su trono. Mientras los Estados
Generales seguían deliberando, encomendó a su hijo Federico que pusiera
orden a mano armada. El 23 de septiembre de 1830, el príncipe entró en
Bruselas al mando de unas fuerzas compuestas por 14.000 hombres. La
intención era celebrar un desfile militar intimidatorio, pero la acción des-
embocó en un sangriento drama.
Los bruselenses se atrincheraron detrás de sus barricadas y entablaron
la lucha contra las tropas del gobierno. Trescientos ciudadanos belgas y
cien soldados holandeses perecieron en encarnizados combates callejeros.
Después de cuatro días, el príncipe Federico asumió su derrota y, bajo el
manto protector de la oscuridad de la noche, se batió en retirada. Tras este
bautismo de fuego, la insurrección estaba bañada en sangre y trocó en una
2 Guzmán, San Martín, p. 73. A finales de 1830, San Martín se mudó a la localidad francesa
de Boulogne-sur-Mer, donde falleció en 1850.
Deslealtad aliada
La mayor carencia de la Gran Holanda fue Guillermo I. Una adaptación a
tiempo de su absolutismo tal vez habría podido salvar el reino, en forma
3 Falter, 1830. De scheiding van Nederland, België en Luxemburg, pp. 177-178, 184.
4 anpb /rree 649, Falck a Verstolk, 23-10-1830; Falck, Gedenkschriften, pp. 304-316, 617-649;
Falck, Brieven, pp. 279-285.
5 anpb /Colección Falck 101; Colenbrander, De afscheiding van België, p. 84.
Agente secreto
Mientras los aliados conferenciaban, Bélgica se presentaba con cada vez
mayor insistencia como un Estado independiente. El 10 de noviembre se
instauró en Bruselas un Congreso Nacional, seis meses después de que
pasara lo mismo en Caracas. El gobierno provisional de los últimos meses
estaba dominado por liberales radicales, pero en el Congreso Nacional
prevalecían los católicos y los liberales moderados. Sobre la base de un
electorado limitado, la composición era un reflejo relativamente fiel del
campo de fuerzas político. Abogaba a favor de la democracia belga el que
conquistaran escaños en la asamblea incluso veinticinco orangistas. El Con-
greso ratificó la declaración de independencia del gobierno provisional,
Viaje al fin
Tras su partida de Bogotá, Bolívar había bajado por el Magdalena hasta la
costa septentrional, donde arribó a fines de mayo de 1830. Quería cruzar a
Europa, pero demoró en el puerto de Cartagena. Postergó su partida una
y otra vez, pese a que la marina británica le ofreció una fragata para la
travesía. Andaba mal de salud, no tenía dinero y quería arreglar primero
sus asuntos privados. El verdadero motivo era que no podía sustraerse al
ocaso de Colombia. Intentó soltar su creación, pero ella no lo soltaba a él.
Atravesaba las mismas circunstancias que Guillermo I, asistiendo impo-
tente al derribo de su obra de vida. Si el rey no tenía intención de renunciar
a la lucha, el expresidente se debatía entre la amargura y la resignación.
A principios de julio se enteró de que Sucre había sido asesinado por ene-
migos políticos. Estaba conmocionado, tanto por la pérdida de su amigo
como por la degradación de la que el crimen daba muestras.
Bogotá seguía alborotada. Los santanderistas estaban ansiosos por lle-
nar el vacío de poder creado por la partida de Bolívar. Cuando en la prime-
ra semana de junio la ciudad se engalanó en honor del Día del Sacramen-
to, aprovecharon la festividad religiosa para celebrar una manifestación
Arar en el mar
También sus epígonos en Bogotá hicieron un intento de poner entre la espa-
da y la pared al Gran Ausente. Los asediadores bolivarianos entraron en la
capital el 31 de agosto de 1830, evitando, según Van Lansberge, un golpe de
Estado santanderista y una enojosa masacre. Los bogotanos recibieron con
alivio a sus atacantes, y con idéntico alivio vieron partir a sus protectores.
A principios de septiembre, el general Urdaneta, fiel seguidor de Bolívar,
convocó una asamblea en la que el pueblo pudiera dar a conocer su volun-
tad. La toma de decisiones se desarrolló de manera predecible: el pueblo
expresó su confianza en el Libertador y le solicitó asumir de nuevo el poder.
El espadón Urdaneta se hizo cargo del poder ejecutivo hasta nueva orden,
declarando que acabaría con los ultraliberales que estaban hundiendo la
patria. Sin pena en el corazón, Joaquín Mosquera dimitió de la presidencia.
Una comisión especial viajó de Bogotá a Cartagena para solicitar al
presidente dimitido que regresara. También otras ciudades se manifesta-
ron a favor de su regreso. Haciendo pesar más su sentido del deber que
su amargura, el 18 de septiembre Bolívar anunció que «se pondría en ca-
mino hacia la capital para restablecer el orden». Van Lansberge se puso
8 anpb /rree 605, 612, 618-620, Travers a Verstolk, marzo a septiembre de 1830; anpb /Con-
sulado Trujillo 2, Level de Goda a Travers, 11-8-1830; anpb /rree 622, Penny a Verstolk,
9-8-1830; anpb /cba después de 1828, 624, 651, correspondencia de Rammelman Elsevier
y el comisario de policía Gravenhorst, agosto a noviembre de 1830; anpb /Gobernador
General de las posesiones en las Indias Occidentales 443, diario de Rammelman Elsevier,
agosto a noviembre de 1830, con anexos (asimismo, en anpb /col 3660-3661); anpb /cba
después de 1828, 317, Rammelman Elsevier a Cantz’laar, 30-11-1830; Lovera De-Sola,
Curazao, pp. 67-68; Roberto Palacios, «Sección neerlandesa» en Filippi, Bolívar y Europa,
tomo I, pp. 827-897, ibidem, pp. 885-888.
contento, pues a su entender Bolívar era «la única ancla de emergencia que
puede salvar del naufragio a la república». En cambio, Penny predijo que
el regreso del Libertador acarrearía «los más trágicos torrentes de sangre».
La esperanza de uno era tan infundada como la alarma del otro. Bolívar
no volvió a Bogotá, ni entonces ni nunca. Se sentía obligado a tomar las
riendas, pero ya no era capaz de hacerlo.
Bolívar estaba gravemente enfermo y el calor de Cartagena era inso-
portable. Acompañado por un par de fieles, emprendió una peregrinación
terminal a lo largo de la costa septentrional de Colombia, en busca de una
morada para su cuerpo enfermo. Gabriel García Márquez describió sus trá-
gicas postrimerías en la novela El general en su laberinto: Bolívar ya no tenía
escapatoria. Sentado en una butaca, el 1 de diciembre lo bajaron a tierra
en el puerto de Santa Marta. Cinco días después se trasladó a la quinta de
San Pedro Alejandrino, a un par de kilómetros de la ciudad. Consciente
de que estaba moribundo, dictó una conmovedora carta de despedida al
9 anpb /rree 613, 616, 622, 626, 627, 854, 857, 859, 864, Van Lansberge a Verstolk, junio de
1830 a enero de 1831; agnc /mre 405 (Consulado de los Países Bajos), fols. 198-200, Van
Lansberge a Juan García del Río, ministro de Relaciones Exteriores, 12-1-1831, sobre la
muerte de Bolívar; anpb /rree 620-622, 626, 854, 856, 859-861, Penny a Verstolk, junio de
1830 a enero de 1831.
Cabos sueltos
Fiebre amarilla
El desengaño se traslució en la retirada de Verveer, que seguía intentando
materializar el canal entre el Atlántico y el Pacífico. Jacob Haefkens, el cón-
sul en América Central, se repatrió en 1830 e intentó impulsar al gobierno
a desplegar un mayor dinamismo en lo referente a la excavación del canal.
La involuntaria consecuencia de su intervención fue que Verveer recibió
1 anpb /rree 649, Haefkens a Verstolk, 4-10-1830; Verstolk a Guillermo I, 4-10-1830; Gui-
llermo I a Verstolk, 6-10-1830.
2 Falck, Gedenkschriften, pp. 655-656; De Jong, Krimpende Horizon, pp. 200-204.
Letra muerta
El tratado entre la Gran Colombia y la Gran Holanda estaba condenado
a acabar en letra muerta. El ejemplar ratificado por Bolívar en Guayaquil
llegó en febrero de 1830 a Londres, donde se cambió por el firmado por
Guillermo I.4 A la usanza diplomática, el texto se imprimió en la gaceta
oficial del 5 de marzo de 1830. Sin embargo, la publicación análoga en el
órgano de gobierno colombiano se hizo esperar, lo que trajo como conse-
cuencia que en Colombia el tratado careciera de validez jurídica, como
señalaron Van Lansberge y Penny.
Bolívar todavía había llegado a nombrar a un nuevo enviado para Ho-
landa: un tal Carlos Eloy Demarquet, un coronel de origen francés. Sin em-
bargo, la muerte del Libertador y la fragmentación de Colombia impidie-
ron su partida para ese país. Falck constató con ironía que era el único que
había sacado rédito al tratado: una tabaquera de plata con incrustaciones
3 anpb /rree 623, 12-11-1830; 624, 27-11-1830; 854, 7-1-1831, documentos relativos al des-
pido de Elout; anpb /Colección Van den Bosch 218, Elout a Van den Bosch, 20-2-1832
(Batavia).
4 anpb /rree 592, memoria sobre el canje de las ratificaciones, 15-2-1830; la copia holandesa
con firma de Bolívar en rree , Ratificaciones 91 (1830); la copia colombiana con la firma
de Guillermo I se conserva en el agnc /mre ; Lagemans, Recueil des traités ii, pp. 219-228;
Cavelier, Historia diplomática de Colombia I, pp. 76-81; López Domínguez, Relaciones diplomá-
ticas de Colombia y la Nueva Granada, tratados y convenios 1811-1856, pp. 138-145. Un análisis
extenso del tratado en Corporaal, Internationaal-rechtelijke betrekkingen, pp. 101-125.
5 Falck, Gedenkschriften, pp. 302-303; José Fernández Madrid, Poesías, segunda edición,
Londres, 1828. El ejemplar de la Biblioteca Real en La Haya contiene una dedicatoria del
autor para Falck.
Páginas en blanco
Después de 1830, la red consular holandesa en Latinoamérica se vino abajo.
Auguste Serruys, el cónsul destinado en Lima, en 1831 optó por la naciona-
lidad belga y regresó a su nueva patria. Su consulado quedó vacante, igual
que el de Buenos Aires. En el sur del subcontinente permaneció únicamente
un vago cónsul en el puerto chileno de Valparaíso, dando señales de vida de
modo muy excepcional. El consulado en La Guaira decayó tras la partida
de Jacob Elout, mientras que el de Maracaibo siguió vacante tras el falle-
cimiento de Edward Brooke Penny en 1834. Desde entonces, en la antigua
Colombia hacía los honores tan solo Reinhart van Lansberge. En América
Central no se nombró a ningún cónsul nuevo. En México, el cónsul general
Grothe huyó en 1832, dejando cuantiosas deudas. Unos años después, tam-
bién el cónsul destinado en Veracruz abandonó el cargo. En la década de
1840 ya no se registraba en México ninguna actividad consular holandesa.
En proporción a ello, el número de cartas recibidas en La Haya proce-
dentes de Latinoamérica disminuyó. Al funcionario encargado de registrar
la correspondencia en el ministerio de Relaciones Exteriores le costó habi-
tuarse a la merma. Basándose en su antigua experiencia, en su registro de
cartas reservó durante años demasiadas páginas para «Hispanoamérica».
En el año culminante de 1828 había necesitado unas cien páginas para la
6 anpb /rree 862, Verstolk a Travers, 21-3-1831 (aceptación de su donación de mil florines)
y 31-3-1831 (rechazo del tratado propuesto con Venezuela); anpb /Consulado Trujillo 2,
Verstolk a Travers, 20-7-1831 (su retirada).
Guerras civiles
Las carencias de la Gran Colombia se transmitieron por sucesión a las
repúblicas surgidas de ella. Nueva Granada, Venezuela y Ecuador debían
inventarse a sí mismos como Estados nacionales y padecían los mismos
hándicaps que la república madre. El desarrollo de una conciencia nacional
suponía un proceso de largo aliento, y hasta el más ferviente nacionalismo
siguió lastrado con el recuerdo de la Gran Colombia. Antes que diluirlos,
la división en tres partes comprimió los problemas políticos. La historia de
7 agnc /mre (Consulado de los Países Bajos) 405 (1831), fols. 198-231 y 406 (1832-1856),
fols. 1-204, cartas de Van Lansberge al Gobierno colombiano. A partir de su mudanza a
Caracas en 1842, sus contactos con Bogotá disminuyeron. Alrededor de 1850, nombró
vicecónsules en Riohacha, Santa Marta, Cartagena y Panamá.
8 Van Dijk, «Reinhart Frans van Lansberge»; Brada, Gouverneur Van Lansberge, 1856-1859;
Renkema, «R.F.C. van Lansberge», en G. Oostindië (red.), De gouverneurs van de Neder-
landse Antillen, pp. 64-70.
Segundo entierro
Tras su visita a Bruselas en 1830, Santander había reanudado su peregri-
nación por Europa. En Florencia se enteró de la muerte de Bolívar y, ha-
ciendo un rodeo por Norteamérica, en septiembre de 1832 regresó a Nueva
Granada, donde sus partidarios, que dominaban el congreso de la nueva
república, lo habían elegido presidente en su ausencia.11 Los seguidores
9 Carrera Damas, Una nación llamada Venezuela; Bushnell, Colombia, una nación a pesar de sí
misma.
10 Henry van Lansberge (1832-54) publicó una serie de dibujos de su autoría en Venezuela
pintoresca (Caracas, 1853), véase anpb /Colección Van Lansberge, 211. Su hijo mayor, Johan
Willem (1830-1905), fue gobernador general de las Indias Orientales de 1874 a 1881.
11 agnc /mre 406 (Consulado de los Países Bajos), fols. 28-29, discurso de Van Lansberge
dedicado a Santander al asumir este la presidencia, 11-10-1832.
Panteón
La catedral de Caracas no fue la última morada de Bolívar, ya que un cuar-
to de siglo después lo volvieron a enterrar. Por orden de Antonio Guzmán
12 anpb /rree 1288 y 1294, Van Lansberge al entonces ministro de Relaciones Exteriores
J. W. Huyssen van Kattendijke, 4-12-1842 y 3-1-1843. Bolívar fue enterrado en Caracas
en otro ataúd y la tripulación del Venus recibió una placa de plomo del original, con una
inscripción en homenaje a su gallarda conducta. La placa se exhibió integrando una co-
lección de objetos bolivarianos en la Exposición Nacional de 1883 en Caracas (A. Ernst,
La Exposición Nacional de Venezuela en 1883, Caracas, 1884, p. 691).
13 J. A. Páez, Autobiografía, Nueva York, 1867; segunda edición Nueva York, 1945.
15 Véase A. P. Reverend, La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales del Liber-
tador Simón Bolívar, París, 1866; facsímile Bogotá, 1998.
16 Teenstra, De Nederlandsche West-Indische Eilanden I, p. 89.
17 anpb /Colección Van Lansberge 230, programa de la partida de los restos de Brión en
1882; Hartog, Brión, pp. 155-161, 179-181; De Pool, Zo was Curaçao, pp. 363-365.
18 anpb /rree , legajos A 263.
19 Las dificultades en Corporaal, Internationaal-rechtelijke betrekkingen tusschen Nederland
en Venezuela, passim; véase también Goslinga, Curaçao and Guzmán Blanco; Van Soest, De
betrekkingen tussen Curaçao en Venezuela; Van den Blink, Olie op de golven. De betrekkingen
tussen Nederland, Curaçao en Venezuela gedurende de eerste helft van de twintigste eeuw.
Colonia empantanada
Curazao, que debía convertirse en el centro boyante del comercio latinoa-
mericano, después de 1830 se fue hundiendo en un creciente malestar.
La Compañía de las Indias Occidentales no registraba grandes logros en
relación con el depósito de mercancías para el cual había sido creada. La
declaración de puerto libre no tuvo el efecto de imán en los flujos comer-
ciales imaginado por Guillermo I. El comisionado general Johannes van
den Bosch había puesto orden únicamente a simple vista. Sobre el papel,
sus medidas habían enjugado los déficits de la caja colonial, aunque en
realidad estos no hacían más que aumentar.
De la serie de fuertes que el general Kraijenhoff proyectó para la isla,
no se construyó más que un puñado. La «Malta del Caribe» ideada por
Guillermo I jamás llegó a concretarse. El ambicioso plan se había elabora-
do en 1825, en pleno auge de las esperanzas alentadoras. Según Van den
Bosch, en 1828 la circulación monetaria en la isla dependía en un 50 % de
las inyecciones de capital destinado a la construcción de fuertes. Después de
la rebelión belga, el proyecto se detuvo: el sueño del rey había terminado.
20 En 1829 se invirtieron otros cien mil florines en la construcción de fortalezas: anpb /sge
5721, Real Decreto del 21 de julio 1829; De Gaay Fortman, «Brieven van den Commissa-
ris-Generaal», p. 214.
21 anpb /sge 5709, informe del geólogo Christian Stifft sobre el oro de Aruba, 30-4-1828;
asimismo, anpb /cba hasta 1828, 344, 345 y cba después de 1828, 361; Bosch, Reizen in
West-Indië, tomo ii , pp. 223-253; De Jong, Krimpende Horizon, pp. 164-165.
22 Emmanuel, Jews of the Netherlands Antilles, tomo I, pp. 346-347. El malestar de la isla en
Renkema, Het Curaçaose plantagebedrijf, pp. 72-74, 363; Van Soest, Trustee of the Netherlands
Antilles, pp. 51-100.
La Pequeña Holanda
También en la Gran Holanda las carencias que afectaban al conjunto fueron
heredadas por las partes autonomizadas. La amalgama inconclusa se tras-
pasó a Bélgica y se agudizó en la escisión interna entre Flandria y Valonia.
En cambio, en el norte la separación llevó a una unidad imperiosa: furiosa
con la «carcoma amotinadora» de los belgas, la Pequeña Holanda estrechó
las filas detrás del rey. Bien mirado, la ruptura tendría que haber sometido
la monarquía a discusión, puesto que esa forma de gobierno estaba basa-
da en la asociación del norte y el sur. En Ámsterdam se produjo un vago
arrebato republicano, que no hizo peligrar realmente la monarquía. De un
modo casi natural, el Reino Unido de los Países Bajos trocó en el Reino de
los Países Bajos partido por la mitad.
En 1831 Guillermo I emprendió un malogrado intento de reconquistar
la parte meridional de su reino, obcecándose luego en un obstruccionismo
24 anpb /sge 5721, Van den Bosch a Guillermo I, 21-6-1829; sge 5723, Elout a Guillermo I,
3-9-1829; Westendorp Boerma, Johannes van den Bosch, pp. 64-74; H. T. Colenbrander, Ko-
loniale geschiedenis iii , La Haya, 1926, pp. 31-36; W. A. Knibbe, De vestiging der monarchie.
Het conflict Elout-Van den Bosch, Utrecht, 1935.
25 Mansvelt, Nederlandsche Handel-Maatschappij I, pp. 260-443; Reinsma, «West-Indische
Maatschappij», pp. 65-72. El capital de la cio fue transferido a la scpb en 1838. La cio
extendería su existencia vegetativa hasta 1863.
26 Colenbrander, «Gesprekken met koning Willem I», p. 292 (abril de 1840). El príncipe he-
redero Guillermo II inició una campaña difamatoria contra su padre, que posiblemente
contribuyó a su abdicación (Van Zanten, Koning Willem II, pp. 361-365).
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1 La letra f indica que el nombre aparece en el pie de ilustración; la n indica que el nombre
aparece en una nota a pie de página.
El historiador Sytze van der Veen (1952) es un apasionado del mundo hispánico y de
Colombia. Es editor de Boekenwereld (El mundo de los libros), una revista de varias
bibliotecas científicas en los Países Bajos. La edición neerlandesa de esto libro se
publicó a finales de 2015.