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El peligro que significa actualmente para nuestro pueblo el judaìsmo se expresa en una indiscutible
antipatía hacia el mismo de grandes sectores de la población; el motivo de esta antipatía
generalmente no es el conocimiento claro del efecto perjudicial, consciente o inconscientemente
metódico de los judíos, como comunidad, sobre nuestra nación, sino que procede, en la mayoría de
los casos, del contacto personal, bajo la impresión que causa el judío como individuo y que casi
siempre es desfavorable. Por eso es fácil que el antisemitismo llegue a tener el carácter de una
simple manifestación de sentimientos. Y, sin embargo, esto es una equivocación. El antisemitismo
como movimiento político no debe ni puede ser determinado por impul sos del sentimiento, sino
por el conocimiento de los hechos reales. Y hechos reales son:
El judaísmo es fundamentalmente una raza y no una religión. El judío no se llama jamas alemán-
judío, polaco-judío o, por ejemplo, americano-judío, sino siempre judío-alemán, polaco o
americano. Jamás el judío ha adoptado de pueblo extraños, entre los cuales vive, mucho más que
el idioma. Y de esto resulta el hecho real de que entre nosotros vive una raza extraña, no alemana,
que no está dispuesta ni es capaz de sacrificar las características de su raza, de renunciar a sus
propios sentimientos, a su manera de pensar ni a sus ambiciones y que, sin embargo, posee los
mismos derechos políticos que nosotros mismos. Si ya los sentimientos del judío se mueven en lo
puramente materialista, tanto más su pensamiento y sus ambiciones. El baile alrededor del becerro
de oro se convierte en lucha sin compasión por todos aquellos bienes que, según nuestros íntimos
sentimientos, no deberían ser los máximos y únicamente dignos de esfuerzo en este mundo.
Su medio de lucha es aquella opinión publica que jamás es expresada por la Prensa, sino que es
dirigida y falsificada por ella. Su poder es el poder del dinero, que en sus manos se convierte en
fuente de intereses que aumentan sin esfuerzo y sin límites, lo que obliga a los pueblos a someterse
al yugo más peligroso que por su dorado brillo en un principio difícilmente revela sus futuras
consecuencias tristes. Todo lo que hace evolucionar al hombre - sea la religión, el socialismo o la
democracia-, todo es para él únicamente un medio para satisfacer su afán por el dinero y el poder.
Su actitud, en sus consecuencias, se convierte en la tuberculosis racial de los pueblos.
De este modo, los actuales jefes del Estado estén obligados a buscar apoyo en aquellos que sólo han
sacado provecho de la reorganización de la situación alemana, y que por este por este único motivo
han actuado como fueras impelentes de la revolución: los judíos. Con olvido del peligro del
judaísmo, que sin duda también los actuales jefes conocen (muestra de ellos son las diferentes
expresiones de los actuales dirigentes), estos se ven obligados a aceptar la ayuda que los judíos en
su propio interés les conceden con facilidad, y con ello a pagar la compensación que exigen. Este
pago no sólo consiste en el máximo fomento del judaísmo en general, sino sobre todo en el
impedimento de la lucha del pueblo engañado contra los impostores, en la prohibici ón de todo
movimiento antisemita.
Su afectísimo,