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Lectura 02: “Impactos ambientales de la pandemia en el

Perú”
La autoridad ha reaccionado a la pandemia usando dos estrategias en paralelo:

 Mejorar la atención médico-hospitalaria específica para el COVID-19, construyendo hospitales,


habilitando y equipando unidades de tratamiento intensivo, cooptando y preparando personal
médico, testando medicamentos y procurando inventar una vacuna.

 Reducir el número de enfermos que requieren simultáneamente de atención hospitalaria, para


adecuar la demanda a la realidad de la oferta de salud pública (a eso se le ha llamado “achatar
la curva”) mediante largas cuarentenas, toques de queda, distanciamiento físico, horarios
diversos para evitar acumulaciones, definición de “personas de alto riesgo” y, entre otras,
prohibición de viajar.

Para hacer cumplir las medidas


decretadas, la autoridad está
empleando todas sus fuerzas y
medios policiales o municipales y
hasta militares, así como el personal
que hace trabajo de prevención y
control en cuestiones aduaneras,
agrarias, sanitarias, fitosanitarias o
forestales, para hacer cumplir o a
apoyar las disposiciones y así limitar
la expansión de la pandemia.
También están otros funcionarios,
inclusive guardaparques o guardas
del patrimonio arqueológico,
quienes apoyan activamente esas
medidas y parte de ellos acata la
cuarentena. En todos esos grupos debe añadirse que buena parte del personal es de “alto riesgo”,
por edad o condiciones de salud. Es decir, el plantel que, normalmente, estaría haciendo cumplir
la legislación a lo largo y ancho del territorio, está reducido y ahora concentrado en las áreas
urbanas para intentar hacer obedecer las normas relativas a la pandemia.

Como bien se sabe, en el Perú, en especial la Amazonía, posiblemente tres cuartas partes de la
población o más, no obedece a las medidas impuestas por la autoridad con relación a la pandemia
a pesar de los esfuerzos de la fuerza pública. Muchos no las acatan porque, realmente, en un país
dominado por la informalidad, no pueden hacerlo y/o porque no conocen o entienden las tales
pautas y/o porque, simplemente, no creen en el riesgo anunciado. Y, en las áreas rurales o
apartadas de centros urbanos eso es aún más agudo. En consecuencia, en esos lugares la vida
sigue como siempre, pero, ahora, sin control de ninguna clase. A eso hay que añadir que, como
tantas veces denunciado, la corrupción en la sociedad nacional es sistémica. Es decir, la pandemia
brinda una oportunidad excepcionalmente favorable para la realización de toda clase de
ilegalidades que, claro, en muchos casos impactan sobre el ambiente.
¿Qué está ocurriendo en el campo?

Se debe comenzar recordando que, en el Perú, no existe un seguimiento serio, documentado, de


lo que ocurre en el campo. Menos aún después del estallido de la pandemia. A diferencia del
Brasil, donde hay monitoreo oficial intenso, confirmado o discutido por agencias oficiosas, que en
su conjunto proveen informaciones día a día sobre, por ejemplo, la deforestación y la invasión a
tierras indígenas, las que además son replicadas en todos los diarios, en el Perú no hay nada
parecido. Las informaciones nacionales son escasas, escuetas, esporádicas y poco confiables. Pero,
lo poco que se llega a saber no es nada alentador. Todas las actividades ilegales han mostrado un
repunte notable, tal como está ocurriendo en el Brasil, donde apenas en abril la deforestación
aumentó por lo menos en 171% con relación al año anterior y donde en promedio nacional oficial,
esta ha aumentado 55% en comparación a la que se produjo en los cinco primeros meses de
marzo a mayo del año pasado. Y lo mismo ocurre en otros países del continente.

Los principales impactos ya constatados


incluyen incremento de la deforestación con
fines de expansión agropecuaria y, asimismo,
por acción de la minería ilegal; aumento de la
extracción ilegal de madera, caza de especies
en riesgo de extinción tanto para consumo
como para tráfico de especímenes valiosos,
invasión de áreas naturales protegidas y en
especial, de tierras de comunidades
indígenas; aumento de ciertas formas de
contaminación, como por mercurio así como
por arrojo descontrolado de residuos de todo
tipo; pesca abusiva y sin control tanto en el mar como los ríos. Muchos de esos impactos, como la
deforestación y la extracción ilegal de madera en curso, tendrán consecuencias en el futuro
mediato, por ejemplo, con un recrudecimiento de quemas e incendios forestales y, en su conjunto,
las consecuencias se harán sentir más a medio y largo plazo.

La pandemia no ha detenido a los campesinos informales que invaden bosques naturales para
hacer agricultura de tipo familiar (la mayoría) ni, mucho menos, a los propietarios que aprovechan
la situación para expandir el área dedicada a la producción de café, cacao, palma y otros cultivos
de tipo industrial u, obviamente, a los que hacen plantaciones ilegales como coca, marihuana y
amapola. Al contrario, esa situación le ha dado más libertad para actuar. Parte de esa
deforestación ocurre, como siempre, en bosques con vocación protectora o en áreas naturales
protegidas y tierras indígenas, lejos de controles. No hay duda que cuando se hagan las
mediciones independientes correspondientes a 2020 se revelará un nuevo sobresalto de la
deforestación que, en 2019 tuvo un ligero descenso, aunque se mantuvo muy cercana a las 150
mil hectáreas por año. Esto implica que la estación seca de 2020 sufrirá un repunte de quemas de
material leñoso en las nuevas chacras y campos y, asimismo, probables incendios forestales,
dependiendo del clima. Si, como es previsible, la deforestación aumenta, se incrementará
igualmente el aporte de CO² a la atmósfera. Contribuyendo a ese escenario está el hecho de que
las carreteras informales, decididas por autoridades locales, continúan siendo abiertas en diversas
partes de la Amazonía, en procura de tierras y de madera.

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