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La historia del surgimiento del arbitraje encuentra sus inicios en el Derecho Romano, sistema
que acuerda confiar el arbitraje a hombres considerados rectos y buenos. La Ley de las 12
Tablas y el Derecho Pretoriano, contenían normas sobre arbitraje iniciando una etapa en la
formación jurídica y orgánica del arbitraje, mediante regulaciones en las funciones del árbitro y
sus responsabilidades, así como el carácter del laudo arbitral y diversos aspectos elementales
sobre el compromiso.
En la Edad Media el Arbitraje se convierte en una de las instituciones más recurridas por parte
de la clase comercial, artesanal, quienes a través de los gremios y corporaciones van a
profundizar y ampliar la práctica de esta forma heterocompositiva para la búsqueda de justicia,
designando para tal efecto como árbitros a los Señores Feudales o al mismo Rey. En la etapa
moderna y contemporánea, el arbitraje se ha convertido en una institución que ha roto las
barreras del ejercicio privado y se ha ido ampliando su ejercicio en variados espacios de
interrelación humana donde se configuran conflictos (contratos, familia, personas, seguros,
salud, contrataciones con el Estado, etc.). Tanto que ha merecido el reconocimiento
constitucional como es en nuestro caso
La distinción entre ambos pactos y la obligación de celebrar el compromiso arbitral luego del
nacimiento de la controversia, determinaba que el arbitraje resultara una institución poco
práctica. Evidentemente, una vez generada la disputa, la celebración del compromiso arbitral se
veía retrasada por el deterioro de las relaciones entre las partes, encontrándose estas obligadas
a acudir al Poder Judicial, situación que ellas mismas habían pretendido evitar con la
celebración de la cláusula compromisoria.
Resulta necesario destacar que durante dicho período el Perú suscribió dos convenios de
particular relevancia en lo que se refiere al arbitraje internacional. Estos son la Convención de
las Naciones Unidas Sobre el Reconocimiento y Ejecución de Sentencias Arbitrales Extranjeras
de 1958 (Convención de Nueva York), la misma que fue aprobada el mes de mayo de 1988 por
Resolución Legislativa N° 24810, y la Convención Interamericana de Arbitraje Comercial
Internacional del año 1975 (Convención de Panamá), aprobada el mes de noviembre de 1988
por Resolución Legislativa N° 24924.
En nuestro país, la institución del arbitraje ha sido reconocida constitucionalmente como una
jurisdicción de excepción, a partir de la vigencia de la Constitución de 1979 en su artículo 233 .
“Nuestra carta magna, en su capítulo VIII sobre el Poder Judicial, siguiendo la corriente
impregnada por la Constitución de 1920 y la derogada de 1979 también plasmó a nivel
normativo el arbitraje como una solución de controversias distinta a la ordinaria, la militar y la
de las comunidades campesinas y nativas que establece el art. 149 del texto constitucional.
Efectivamente en el art. 139, numeral 1 de la carta magna referida se establece una jurisdicción
diferente a la ordinaria, en la arbitral y la militar.
Aquí vale la pena detenerse unos minutos, si bien la institución del arbitraje ha sido reconocida
constitucionalmente en nuestro país como una excepción a los principios de unidad y
exclusividad de la función jurisdiccional esta legitimación proviene de la voluntad general
plasmada por el constituyente en las Cartas de 1979 y 1993; mientras que en el marco de una
determinada controversia es el principio de autonomía de la voluntad de los privados el
elemento que legitima la intervención de los árbitros en la resolución del conflicto . Sobre este
particular trataremos más adelante”.
“En diciembre de 1992 entró en vigencia el Decreto Ley N° 25935, que derogó las disposiciones
del Código Civil Peruano de 1984 referidas a la cláusula compromisoria y compromiso arbitral, y
las del Código Procesal Civil referidas al juicio arbitral. Asimismo, unificó en un solo cuerpo legal
toda la regulación arbitral con el objeto de corregir las irregularidades y errores cometidos en
los cuerpos legales anteriormente mencionados.
Su estructura normativa era la siguiente: Estaba dividido en 2 grandes secciones; uno referido a
las disposiciones generales y el segundo al arbitraje internacional. Esta última sección sólo
tenía un capítulo único.
En efecto, si bien el presente Decreto Ley bajo estudio no definía lo que es el arbitraje,
establecía en su artículo 1º que podían someterse a arbitraje las controversias determinadas o
determinables sobre las cuales las partes tienen facultad de disposición, extinguiendo respecto
de ellas el proceso judicial existente o evitando el que podría promoverse.
Este Decreto Ley incorpora en su contenido un nuevo instituto: el convenio arbitral, que
eliminaba la diferencia entre clausula compromisoria y compromiso arbitral. Esto es, que
bastaba la celebración del acuerdo arbitral, antes o después de la controversia, para que las
partes decidan ir al arbitraje, a fin de resolver el conflicto de intereses, sin necesidad de otro
trámite, tal como lo declaraba el artículo 13 del mismo Decreto Ley. Se pensó que con el nuevo
instituto se había corregido el sistema anterior; sin embargo, aconteció que las partes no se
ponían de acuerdo en definir la materia controvertida, es decir, aquí también las partes
terminaban acudiendo forzosamente a la justicia ordinaria” .
Al respecto, Castillo Freyre afirma que esta segunda Ley no incurrió en el error de la anterior
legislación, definiendo correctamente al convenio arbitral como aquél «acuerdo por el que las
partes deciden someter a arbitraje las controversias que hayan surgido o puedan surgir entre
ellas respecto de una determinada relación jurídica contractual o no contractual, sean o no
materia de un proceso judicial». Asimismo, de la definición contenida en esta segunda Ley
General de Arbitraje, se desprendían los únicos dos requisitos esenciales del convenio arbitral; a
saber: (i) la decisión de las partes de pactar el arbitraje; y (ii) la determinación de la relación
jurídica respecto de la cual se arbitrarán los actuales o potenciales conflictos.
Asimismo, Cantuarias Salaverry concluye que la inclusión de la figura del convenio arbitral
dentro del marco legal dispuesto por la nueva LGA implica un cambio cualitativo de suma
importancia para el desarrollo de la práctica arbitral en nuestro país, por cuanto elimina el
nefasto intervencionismo del Poder Judicial que se generaba con el otorgamiento del
compromiso arbitral (Código de Procedimientos Civiles y Código Civil) o con la «integración» del
convenio arbitral (LGA derogada), reservando la participación judicial únicamente para que
auxilie en la designación de los árbitros faltantes. De esta manera, el Poder Judicial actuará, de
ahora en adelante, en favor del arbitraje.
Que, auxilie en la designación de los árbitros faltantes. De esta manera, el Poder Judicial
actuará, de ahora en adelante, en favor del arbitraje.
Ahora bien, después de más de 10 años de promulgada la Ley General de Arbitraje de 1996,
era necesario realizar algunas modificaciones en determinados puntos, así lo demostraba el
avance que había mostrado la institución del arbitraje en nuestro país. Razón por la cual, el 25
enero de 2006 se creó un Comisión Técnica que elaboró un Proyecto Modificatorio, cuyas
modificaciones parciales de la Ley General de Arbitraje buscaban ajustar ciertos aspectos
importantes de la estructura arbitral, a fin de consolidar el desarrollo sostenido que viene
experimentando el arbitraje en el Perú .
Es así como el Poder Ejecutivo aprobó el Decreto Legislativo Nº 1071, Decreto Legislativo que
norma el Arbitraje o Ley de Arbitraje. La reforma se dio en un contexto de promoción de las
inversiones y con la finalidad de crear una atmósfera más favorable a los inversionistas y
empresas que deseen hacer negocios en el Perú, pues efectivamente se dio en el marco de la
implementación del TLC con los Estados Unidos. Los negocios traen controversias. Con el
crecimiento dinámico de los negocios y la inversión extranjera, era claro que las cortes
ordinarias no podrían soportar la nueva demanda. Confiar en el arbitraje es confiar en un
sistema que va generando su propia oferta en respuesta a la demanda de solución de
conflictos. Y todo ello sin necesidad de invertir en recursos públicos .
Según la versión oficial entre los principales principios que inspiraron la nueva Ley de Arbitraje
tenemos:
c) Flexibilizar las normas que regulan el convenio arbitral, en la lí- nea de la versión 2006
de la Ley Modelo UNCITRAL, permitiendo la prueba de la existencia del convenio por cualquier
medio, protegiéndolo con reglas supletorias que permitan corregir defectos en el mismo e
incorporando una novedosa regulación sobre partes no signatarias.
f) Mejorar la regulación de las medidas cautelares para reforzar no sólo las facultades de
los árbitros en este aspecto, sino para evitar conflictos entre las medidas dictadas en sede
arbitral con las dictadas en sede judicial.
“Sobre el particular, cabe preguntarnos en primer lugar, ¿cuál es el rol que le corresponde a la
jurisdicción constitucional en materia de control del arbitraje? La respuesta, a nuestro juicio,
debe darse sobre la base de un presupuesto de doble nivel. Un dato normativo que no puede
desconocerse es el mandato del Decreto Legislativo n.º 1071, que norma el Arbitraje, que
establece la posibilidad de un recurso de anulación como fórmula ex post (artículo 62), de igual
manera que la derogada Ley General de Arbitraje reguló los recursos de apelación y de
anulación. Adicionalmente, resulta claro que el referido recurso de anulación no es una etapa
procesal integrante del arbitraje. Se trata más bien, por sus propias finalidades, así como por la
configuración judicial de la que se encuentra dotado, de una verdadera opción procesal cuyo
propósito es constituirse en la vía idónea para la impugnación de laudos arbitrales. Lo expuesto,
lógicamente, no impide que, posteriormente, se cuestione mediante el amparo la actuación en
el proceso judicial de anulación por infracción al debido proceso y a la tutela procesal efectiva,
conforme a las reglas del Código Procesal Constitucional y de forma que se garantice la
optimización de los bienes constitucionales comprometidos; a saber, el adecuado
funcionamiento de la jurisdicción arbitral a la luz del orden público constitucional y los derechos
fundamentales de los justiciables .