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El pupilo quiere ser tutor

Gustavo Böhn

Peter Handke, uno de los escritores europeos contemporáneos más


polémicos, nació el 6 de diciembre de 1942 en Griffen, Carintia, Austria. Pasó su
infancia entre el sector oriental de Berlín y su ciudad natal. Sus primeros escritos
aparecieron en la revista “Fackel”, publicación de un internado católico. Comenzó a
estudiar derecho en Graz en 1961, pero interrumpió sus estudios en 1965 luego de
publicar su primera novela.

El material original de El pupilo quiere ser tutor aparece en un texto de


Handke fechado en 1965, Augenzeugenbericht (Reporte de un testigo presencial). Allí,
un testigo relata cómo un adolescente con retardo mental asesina a su tutor con una
máquina cortadora de remolachas. El texto es un registro extremadamente meticuloso de
los hechos, y el distanciamiento que logra se repite también en la versión teatral gracias
a la falta absoluta de palabras en todo el desarrollo de la acción. Su concentración en los
gestos crea una especie de ritual escénico, donde el poder del Tutor se manifiesta
claramente sin necesidad de utilizar una sola palabra.

El Tutor se acerca y mira a El Pupilo. El Pupilo come


tranquilamente una manzana. El Tutor sostiene la mirada sobre el
Pupilo. Como podemos ver, poco a poco, empieza a hacerse más
lento el comer la manzana. Cuanto más persistente es la mirada de
El Tutor, más lento se hace el comer la manzana. Cuando El Tutor
ha llegado al límite de duración de su mirada, cesa el comer de la
manzana.

La manera de jugar y describir las acciones en el devenir del tiempo es algo muy
propio de Handke. Se podría hablar de espacio, tiempo y paciencia en este autor para
quien la escritura es una profunda reflexión sobre la espera, sobre resistir y perseverar a
la escucha de algo que está a punto de ocurrir y no ocurre, y que transmite una
sensación de catástrofe en espacio de lo cotidiano.
Handke es un autor que no se acomoda a ningún molde, tanto en lo que se refiere
a su estética como a su posición intelectual en el complejo mundo contemporáneo.
Quizás esa sea una de las razones por las cuales ha sido al mismo tiempo comparado
con los clásicos del siglo XIX y acusado de narcisismo, autopromoción y búsqueda de
originalidad a cualquier precio. Pero lo cierto es que en su búsqueda siempre hay
experimentación y riesgo.

En lo que se refiere a su obra dramática, encontramos un marcado acento en los


modos de representación. ¿Qué se representa sobre el escenario y cómo se lleva a cabo
esa representación? Desde 1966, cuando se dio a conocer con Publikumbeschimpfung
(Insultos al público), el escándalo acompañó muchos de sus estrenos, y los que hoy le

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reprochan su elección deliberada de la torre de marfil y su discutible declaración de que
“hay hombres comprometidos pero no escritores comprometidos” olvidan que sus
posiciones radicales lo llevaron en su momento a tener problemas con la policía, y que
en ocasión de recibir el premio Gerhard Hauptmann pronunció un explosivo discurso
sobre la muerte del estudiante Ohnesorg en lugar de la disertación académica que se
esperaba. En 1968, un año antes de la aparición de El pupilo quiere ser tutor, el mundo
era testigo del despertar político de la juventud, que se expresó explosivamente en las
manifestaciones estudiantiles que inundaron las calles de París mientras Checoslovaquia
sufría la invasión soviética. Los “acontecimientos de mayo”, además de generar la
movilización estudiantil más importante de la historia francesa, derivaron en lo que
posiblemente haya sido su huelga general más importante. El 11 de mayo de 1968 el
equipo teatral TAT de Frankfurt estrenó Kaspar, pieza en la que Handke nos obliga a
reflexionar sobre “lo que es posible hacer con alguien” desde el mecanismo del poder.
La forma elegida coloca al espectador en la situación de experimentar –durante la
representación teatral– el funcionamiento de ese mecanismo perverso que se hace del
lenguaje. En realidad el lenguaje es una preocupación fundamental en Handke: nadie
como él ha sabido desmontar los mecanismos internos de la palabra y su tremendo
poder de control e integración social. En este contexto (que bien podría considerarse la
mayor transformación social europea posterior a 1945) surge El pupilo quiere ser tutor,
estrenada también por el TAT en enero de 1969, donde Handke plantea claramente las
relaciones de poder a través de un tutor decididamente dominante y su pupilo que lo
imita buscando superarlo y reprimiendo al mismo tiempo sus deseos de enfrentarlo.

El Pupilo coloca los pies sobre el travesaño de su silla; para ello hace
retroceder la silla con el cuerpo, que produce el ruido acostumbrado. El
Tutor no se deja provocar, contesta quitándose el sombrero y colocándolo
ante sí, sobre la mesa. Silencio. Música.

Pero no se trata de un acto de protesta sino de una representación, utilizando esta


vez un recurso exactamente opuesto al de Kaspar: sin que se pronuncie una sola
palabra.

El Pupilo: mira lentamente a su alrededor en la habitación, hacia arriba,


hacia abajo, esquivando cada vez a El Tutor: esta acción se repetirá tantas
veces que perderá todo sentido psicológico.

Aquello que Kaspar lograba por extralimitación, El pupilo... lo consigue por


omisión. En Kaspar las palabras atormentan al personaje y a los espectadores hasta
llegar a un absoluto vacío de contenido que posibilita generar uno nuevo, el de cada
uno. Cuando desde afuera ya no se nos puede decir nada (porque se ha excedido la
medida del decir), surge lo que nosotros decimos y nos decimos. En El pupilo... el
público llega al mismo resultado por un camino diferente: el vaciamiento de contenido
no ya de las palabras sino de las acciones de la obra, donde cada acontecimiento se
describe meticulosamente desde la perspectiva del espectador:

Como podemos ver, poco a poco, empieza a hacerse más lento el comer
la manzana.

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Se trata de un espectador “en vivo” que lo observa todo; dramáticamente
“colocado” en ese lugar por el autor. Así, por ejemplo, en lugar de una simple
descripción escénica se estimula una mirada activa dirigida hacia la escena:

El límite izquierdo, visto desde nuestra posición, muestra la perspectiva


de un campo de maíz. El límite derecho, visto desde nuestra posición,
está formado por la perspectiva de un gran campo de remolachas.

No se trata de un lugar que aparece ante nuestra mirada, es nuestra mirada la que
descubre (y modifica) el espacio. El público es de algún modo el “relator” de la acción
escénica, ya que las indicaciones escritas para un posible director incluyen las
reacciones del espectador que (de manera más evidente que en Kaspar) se transforma en
un personaje más:

de modo que reconocemos: lo que hace es lo que representa,

o
Nos parece, a veces, como “el estertor de un moribundo”.

Si decidimos adoptar el punto de vista del actor, descubrimos que su forma de


actuar debe generar distancia respecto de su personaje. No se habla tanto de una manera
de desarrollar la acción (punto de vista del actor) sino de las reacciones que esta acción
debe producir o no (punto de vista del espectador).

El Pupilo muerde la manzana, como si nadie estuviese mirando. ...


(Cuando observamos, las manzanas se comen de un modo muy afectado).

Es decir que el actor debe necesariamente saber que alguien lo observa, pero
tiene que actuar como si nadie lo estuviese mirando –no para lograr una suerte de
naturalidad, sino para que el espectador perciba concretamente que el personaje actúa
como si él no estuviera allí. Pero el personaje sabe que está siendo mirado, de lo
contrario la aclaración no tendría ningún sentido (normalmente un personaje actúa como
si nadie lo mirase porque no está en su naturaleza saber que alguien lo está observando).
Además, la obra se sirve de un lenguaje poético que va mucho más allá de las
meras indicaciones escénicas para el director:

Sobre el escenario iluminado de nuevo, están ambos personajes sentados


junto a la mesa, ensimismados.
Están sentados ensimismados.
Están sentados ensimismados.
Están sentados ensimismados.
Están sentados ensimismados.
De pronto percibimos que a El Pupilo le sangra la nariz. La sangre corre
desde la nariz, por la boca, por la barbilla...
El Tutor está sentado ensimismado, El Pupilo no se mueve de su sitio...

Evidentemente esta repetición es innecesaria para indicar lo que debe transmitir


el actor. El que lee recibe la información expresada de tal manera que es afectado por

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ella; percibe la violencia a través de la forma de expresión elegida, sin que esto indique
que para conseguir ese efecto deba ser actuada de manera violenta. La oscuridad y los
sonidos que la pueblan también se describen para estimular la imaginación del lector:

Es como la respiración muy amplificada de un viejo, pero no


absolutamente; por otra parte es como la respiración muy amplificada de
una fiera salvaje puesta en libertad, pero no del todo: es ávida, llena de
pánico, horrorosa, pero tampoco del todo.

Con el objetivo de despertar la fantasía del público existen también indicaciones


con referencias muy concretas, que deben ser tomadas en cuenta para una puesta en
escena:

En el film italiano de espionaje El jefe envía su mejor hombre (con


Stewart Granger y Peter van Eyck, dirección de Sergio Solima) hay una
extraña vivienda, en la cual ha entrado un hombre y ha encontrado a su
amigo muerto; de pronto se apaga la luz, y tras unos instantes de silencio
empieza a escucharse en la oscuridad la mencionada respiración, tan
larga y minuciosamente que el intruso empieza, desesperado, a disparar y
salta de su escondite detrás de un sillón: en el mismo instante le disparan,
y se enciende la luz. Un hombre joven está de pie frente él, con un
grabador en la mano que él desconecta en ese momento, con lo que la
terrible respiración cesa: es esta respiración en la oscuridad la que
describimos, naturalmente sin sus consecuencias. Tan repentinamente
como empezó, deja de oírse después de cierto tiempo.

Quizás lo más importante respecto a la perspectiva de la obra (a su forma de


representación), es que no se trata de una manipulación del espectador por medios
teatrales, sino de la recuperación de la verdad teatral a través de la mirada del público:
verdad teatral que también es estimulada imponiendo una realidad concreta que es
imposible controlar del todo:

un gato: al alzarse el telón seguramente levantará la cabeza y después


hará lo que haga, de modo que reconocemos: lo que hace es lo que
representa.

Handke propone que haya un animal en escena, e indica que dicho animal
representará lo que en ese momento haga. El gato estará allí, “en vivo”, y sus acciones
serán impredecibles: su representación es su propia existencia. Como reafirmación de
que se trata de una representación de la realidad y no de la realidad misma, aparece este
ser de acciones independientes y completamente espontáneas, que modificará a los
actores y llamará la atención del público hacia la representación. (El quehacer de los
actores, en un nivel diferente a la “actuación” del gato, está también “en vivo” y
también es impredecible). Esto ayuda a que el espectador descubra el elemento de
riesgo que existe en toda representación. Es por eso que el gato reaparece para llamar la
atención en un momento clave:

De pronto, desde la casa, se desliza el gato. El siguiente golpe de cuchilla

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de El Pupilo es tan débil que la remolacha no cae al suelo de inmediato.
El Tutor se queda allí parado. Al próximo golpe la remolacha cae. El gato
hará lo que haga. El Tutor, de pie, contempla la acción.

Luego de plantear al público (al lector) determinada manera de observar una


secuencia de acciones que ilustran hasta la exasperación la relación entre el Pupilo y el
Tutor, hacia el final de la representación pareciera que una cierta acción esperada da
comienzo:

Sin principio, la obra ha comenzado de nuevo: El Tutor quita el


impermeable del objeto de manera tal que descubre una máquina
cortadora de remolachas.

Este proceso de vaciamiento de contenido de una secuencia de acciones referidas


al funcionamiento del Poder (la relación tutor-pupilo, amo-esclavo), nos adiestra para
ver la realidad de otra manera. Handke no presenta una situación de la que podamos
extraer una moraleja, sino que nos confronta con una realidad distanciada por una
representación vaciada de psicología. No pretende señalarnos el fondo de determinada
cuestión sino hacernos reconocer su forma. Lo que ocurre entre el Pupilo y el Tutor es
un esquema de relación que podemos llenar fácilmente con contenidos propios. Lo que
hagamos después con esos contenidos que la reflexión saque a la luz, es algo que está
más allá de la pantomima.

Gustavo Böhm

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EL PUPILO QUIERE SER TUTOR

MIRANDA: O dear father,


Make not too rash a trial of him, for
He's gentle and not fearful.
PROSPERO: What? I say, my foot my tutor?

MIRANDA: ¡Oh, padre querido!


No le sometáis a tan dura prueba, pues
Es gentil y no inspira recelo.
PRÓSPERO: ¡Cómo! Estoy pensando, ¿será mi pie mi tutor?

[En la versión alemana: Was, das Mündel will Vormund sein?


¡Cómo! ¿El pupilo quiere ser tutor?]

William Shakespeare, La Tempestad, Acto I, Esc. II

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Se levanta el telón.
Es un día soleado.
Al fondo del escenario vemos, como fondo de escenario, la fachada de una casa
campesina.
El escenario no es muy profundo.
El límite izquierdo, visto desde nuestra ubicación, muestra la perspectiva de un
campo de maíz.
El límite derecho del escenario, visto desde nuestra ubicación, está formado por la
perspectiva de un gran campo de remolachas.
Sobre ambos planean pájaros.
Delante de la fachada de la casa campesina vemos un curioso objeto alargado del que
nos preguntamos qué representa.
Un impermeable, negro, cubre el objeto casi por completo, pero aún cubriéndolo no
se ha adaptado del todo a su forma, de modo que no podemos discernir lo que el objeto
sobre el escenario representa.
A la derecha de la imagen de la puerta de casa, vista desde nuestra ubicación,
descubrimos frente a una ventana un tronco de madera inclinado en el que está clavada
un hacha, o mejor dicho: reposa un gran trozo de madera en el que está clavada el
hacha. Alrededor del tronco alcanzamos a ver, esparcidos sobre el piso del escenario,
muchos pedazos de madera ya cortados y astillas.
Sobre el tronco, al lado del gran trozo de madera en el que está clavada el hacha,
descubrimos un gato: al alzarse el telón seguramente levantará la cabeza y después hará
lo que haga, de modo que reconocemos: lo que hace es lo que representa.
Al lado del tronco, sobre un escabel, hemos visto desde el primer momento a alguien
sentado, una figura.
Ahora, después de haber captado los otros detalles, volvemos nuestra atención hacia
este personaje sentado en el escabel, al sol, frente a la fachada de la casa.
El -se trata de un personaje masculino- vestido con ropa apropiada para trabajar en el
campo, es decir, sobre el pantalón lleva puestos otros pantalones de tela azul; los
zapatos son toscos; lleva puesta sólo una camiseta.
No se ve que tenga tatuajes en los brazos.

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El personaje tiene su cabeza descubierta.
El sol brilla.
Casi no vale la pena hacer notar que el personaje sentado en un escabel delante de la
fachada de la casa, lleva una máscara. Ésta cubre la parte superior del rostro y es de
facciones fijas. Representa una cara que trasluce un goce profundo aunque limitado.
La figura sobre el escenario es joven, de modo que reconocemos que esta figura
sobre el escenario debe ser El Pupilo.
El Pupilo ha estirado las piernas hacia adelante.
Vemos que las suelas de los zapatos están claveteadas con tachuelas.
El Pupilo coloca la mano izquierda detrás de la rodilla de la pierna derecha; la pierna
derecha está, al contrarío de la izquierda, un poco encogida.
Vemos que El Pupilo apoya su espalda en el telón de la fachada de la casa.
En la mano derecha tiene una manzana amarilla bastante grande que, poco después
de haber subido el telón, lleva a su boca.
El Pupilo muerde la manzana, como si nadie estuviese mirando.
La manzana no cruje de un modo especial, cruje como si nadie estuviese mirando.
Sobre toda la escena flota algo que, como imagen, podríamos definir como una paz
profunda.
El Pupilo muerde la manzana como si nadie mirase.
(Cuando observamos, las manzanas se comen de un modo muy afectado).
El personaje engulle entonces la manzana, ni muy lenta ni muy rápidamente.
El gato hace lo que haga. Si se fuera del escenario nadie lo detendría.
En caso de que la figura haya atrapado demasiado nuestra atención al principio,
ahora tenemos tiempo de pasear nuestra mirada sobre los otros objetos y superficies.
(Ver más arriba)
¿Se puede reconocer en la forma de comer de El Pupilo que éste tiene un Tutor?. En
realidad, no.
De tanto mirar otros objetos, casi hemos pasado por alto que la figura ya se ha
comido la manzana. Nada especial sucedió mientras comía; el personaje no tiene ningún
modo especial de comer manzanas, quizás hayan caído algunas pepitas al suelo; gallinas
no se ven.
Ahora le toca el turno a la segunda manzana.

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Con este objeto, El Pupilo estira también la pierna derecha por completo y busca con
la mano izquierda, bajo el pantalón de trabajo, en el verdadero pantalón. Se ve que algo
que no funciona.
Tampoco con la mano derecha llega al fondo del bolsillo, porque está sentado tan
cerca de la fachada de la casa que no puede inclinar lo suficiente el tronco hacia atrás.
El Pupilo hace deslizar el escabel un poco hacia delante y se apoya contra la fachada
de la casa; pero no, el tronco y el resto del cuerpo siguen estando demasiado inclinados
para la acción.
La pausa se hace notar.
El Pupilo se levanta y, ya de pie, logra alcanzar con facilidad la segunda manzana del
pantalón, bajo el pantalón de trabajo.
Durante la acción de sentarse, muerde la manzana.
Con el trasero hace resbalar otra vez el escabel hacia la fachada de la casa y adopta
una posición, si no igual, parecida a la del principio, el gato se mueve o no se mueve, El
Pupilo come.
Desde el telón del campo de maíz, a la izquierda desde nuestra perspectiva, aparece
una segunda figura, con toda la apariencia de un Tutor: botas de goma embarradas hasta
el borde, pantalón gris de trabajo, camisa arremangada a cuadros (blancos y azules),
tatuajes en los brazos, cuello abierto, una máscara cubriendo la mitad del rostro, un
sombrero con pluma de faisán, sobre el sombrero una insignia, un lápiz de carpintero
detrás de la oreja, un zapallo muy grande sostenido con ambas manos ante la barriga.
Advertimos ahora que la superficie del campo de maíz estaba formada por pequeñas
partes móviles que, una vez aparecido El Tutor, vuelven a su antigua posición. El campo
de maíz vuelve a apaciguarse, los pájaros siguen planeando.
El Tutor ve a El Pupilo.
El Tutor se acerca y mira a El Pupilo.
El Pupilo come tranquilamente una manzana.
El Tutor sostiene la mirada sobre el Pupilo.
Como podemos ver, poco a poco, empieza a hacerse más lento el comer la manzana.
Cuanto más persistente es la mirada de El Tutor, más lento se hace el comer la
manzana.
Cuando El Tutor ha llegado al límite de duración de su mirada, cesa el comer de la

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manzana.
El zapallo que El Tutor sostiene ante su barriga es, como vemos, un auténtico
zapallo.
Pero apenas si podemos captar esta realidad, porque después de que El Tutor haya
permanecido largo tiempo mirándolo y El Pupilo haya dejado de comer la manzana, y
ésta quede extrañamente mordida en su mano, empieza a oscurecerse lentamente el
escenario. La escena ha terminado.

En la oscuridad da comienzo una nueva escena, la oímos. Lo que oímos es una


respiración agitada que nos llega desde la cinta de sonido a través de los altavoces. La
respiración, tras un silencio en la oscuridad, comienza de pronto a hacerse más
estridente, y no prosigue bajando o subiendo de tono de manera uniforme, sino que
oscila constantemente en su volumen; de modo que cuando ahora creemos que tendría
que subir más y más de volumen hasta lo insoportable se hace de pronto más baja, y
cuando creemos ahora que podría silenciarse aumenta repentina y poderosamente de
volumen, mucho más que una respiración natural. Es “como” la respiración muy
amplificada de un viejo, pero no absolutamente; por otra parte es “como” la respiración
muy amplificada de una fiera salvaje puesta en libertad, pero no del todo: es “ávida”,
“llena de pánico”, “horrorosa”, pero tampoco del todo. Nos parece, a veces, como “el
estertor de un moribundo”; pero en el fondo tampoco, porque parece cambiar
constantemente de lugar. En el film italiano de espionaje “El jefe envía su mejor
hombre” (con Stewart Granger y Peter van Eyck, dirección de Sergio Solima) hay una
extraña vivienda, en la cual ha entrado un hombre y ha encontrado a su amigo muerto;
de pronto se apaga la luz, y tras unos instantes de silencio empieza a escucharse en la
oscuridad la mencionada respiración, tan larga y minuciosamente que el intruso
empieza, desesperado, a disparar y salta de su escondite detrás de un sillón: en el mismo
instante le disparan, y se enciende la luz. Un hombre joven está de pie frente él, con un
grabador en la mano que él desconecta en ese momento, con lo que la “terrible”
respiración cesa: es esta respiración en la oscuridad la que describimos, naturalmente
sin sus consecuencias. Tan repentinamente como empezó, deja de oírse después de
cierto tiempo.

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Estamos sentados casi en la oscuridad; en el escenario, a juzgar por los ruidos, se
procede a un cambio de decorado.
Mientras lentamente se iba haciendo la oscuridad, hemos escuchado música, una
sucesión de acordes aislados, con pausas de distinta duración. A veces se escuchan
algunos acordes simultáneos.
Se trata de la pieza instrumental “Colors for Susan” de “I feel like I’m fixin’to die”,
de Country Joe and the Fish (Vanguard Records vsd 79266). La pieza dura sólo cinco
minutos y cincuenta y siete segundos, de modo que puede repetirse durante las acciones;
pero el final de la pieza coincidirá con el final de las acciones.
Sobre la escena están El Pupilo y El Tutor, cambiando el escenario: lo que antes
estaba hacia adentro se coloca ahora hacia afuera.
Si el escenario fuera giratorio esto ocurriría de la siguiente manera: con un giro de
180 grados volvería el interior de la casa a la vista del público.
Si el escenario no es giratorio, El Pupilo y El Tutor volverán los telones del campo de
maíz, el de remolacha y el la fachada de la casa, de modo que las caras del reverso
muestran ahora las paredes interiores de la casa.
Podemos mirar a través de la ventana del fondo, ante la cual planean los pájaros.
El Pupilo y El Tutor han llevado los objetos que estaban delante de la casa detrás de
la escena (los objetos que estaban debajo del impermeable negro, etc.), y traen ahora los
objetos para conformar el interior.
Se trata de lo estrictamente necesario para la acción: una mesa bastante grande, dos
sillas, un calentador eléctrico, un molinillo de café de café, un cajón con botellas, vasos,
vajilla (detrás sobre el suelo), una lámpara de kerosén, una manguera, un sacabotas y un
periódico metido en el hueco de la puerta.
En la puerta, colgado de un clavo, un látigo. Del mismo clavo cuelgan unas tijeras.
En la pared derecha, visto desde nuestra perspectiva, está colgado un enorme
almanaque.
Pero para que hayamos podido observar todo, tiene que haber ocurrido entre tanto lo
siguiente:
El Tutor encendió en la oscuridad un fósforo y con él la lámpara de kerosén. Como

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ya conocemos por algunas obras de teatro, cuando se enciende sobre la escena una
lámpara de kerosén, se ilumina poco a poco todo el escenario: también aquí.
Cuando la escena está iluminada (no olvidemos seguir escuchando la música, que ni
baja ni sube de volumen) descubrimos el siguiente orden: representa ahora la habitación
de la casa. Pero la habitación está aún vacía, con excepción del diario en el quicio de la
puerta, los objetos que cuelgan de ella y el almanaque.
Vemos cómo El Pupilo y El Tutor, viniendo respectivamente de la derecha y la
izquierda, colocan los citados objetos; cada uno trae una silla, juntos colocan después la
mesa, luego viene El Tutor arrastrando la manguera y dejándola caer. A continuación, El
Pupilo con botellas y platos, más tarde El Tutor con los vasos (de manera tranquila pero
no solemne) como si nosotros no estuviésemos observando. Asistentes de circo lo harían
de otro modo. Nada de frotarse las manos, nada de “mirar controlando el trabajo
hecho”, ningún movimiento al compás de la música.
Ambos se sientan. El Pupilo lo hace primero, deteniéndose en mitad del movimiento,
se sienta entonces El Tutor, e inmediatamente El Pupilo.
Ambos se acomodan.
El Tutor extiende primero las piernas bajo la mesa.
El Pupilo, que ahora también estira las piernas bajo la mesa, interrumpe la acción al
tocar los pies de El Tutor; luego, tras una pausa, retira las piernas lentamente; el Tutor
no encoge las suyas.
El Pupilo está ahí sentado. ¿Qué hacer con las piernas?
Silencio. Música.
El Pupilo coloca los pies sobre el travesaño de su silla; para ello hace retroceder la
silla con el cuerpo, que produce el ruido acostumbrado. El Tutor no se deja provocar,
contesta quitándose el sombrero y colocándolo ante sí, sobre la mesa.
Silencio. Música.
El Pupilo: mira lentamente a su alrededor en la habitación, hacia arriba, hacia abajo,
esquivando cada vez a El Tutor: esta acción se repetirá tantas veces que perderá todo
sentido psicológico.
El Tutor: mira a El Pupilo.
El Pupilo: se levanta, toma una manzana del pantalón que está debajo del pantalón de
trabajo y la coloca junto al sombrero.

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El Tutor: baja la mirada hacia la manzana.
El Pupilo: empieza de nuevo a dirigir la mirada en círculos. ¿Cuántas cosas pueden
ser observadas en la habitación?.
El Tutor: inclina la cabeza hacia un costado, de pronto, como una trampa.
El Pupilo: es cazado por la mirada de El Tutor y deja de mirar en círculos.
Ambos se miran, se observan, se exploran. Ambos apartan la mirada. Ambos se
escudriñan obstinadamente.
El Pupilo: coloca al mismo tiempo ambos pies sobre el suelo. Lo oímos.
El Tutor: lo observa con tensión.
El Pupilo: se dirige hacia la puerta percibiéndose sólo a sí mismo, de manera que sus
pasos, que al principio eran cautelosos, se hacen, a medida que se aleja, cada vez más
despreocupados.
El Tutor: lo sigue con la mirada.
El Pupilo: se inclina hacia el quicio de la puerta y saca el periódico.
El Tutor: No sigue con la mirada a El Pupilo que se agacha sino que mira la puerta.
¿Qué cuelga de la puerta?
El Pupilo: Se yergue, vuelve a la mesa con el periódico bajo el brazo, comenzando,
en el trayecto, a volverse más cauteloso, silenciando sus pasos, cada vez más
precavidos, casi inaudibles cuando ya está al lado de la mesa. En el camino toma con la
otra mano el periódico, sosteniéndolo con fuerza al llegar a la mesa.
El Tutor: mira la puerta.
El Pupilo: coloca el periódico educadamente junto al sombrero y la manzana.
El Tutor: inclina la cabeza. En la pausa del movimiento oímos un acorde alto.
El Pupilo: se sienta silenciosamente en la misma posición del principio y el próximo
acorde musical se hace repentinamente más bajo.
El Tutor: despliega el periódico con tanta displicencia como sea posible. Lee. Pliega
el periódico sobre una hoja, que al parecer lee. Lee atentamente.
El Pupilo: toma, trabajosamente y en posición de sentado, un libro minúsculo del
pantalón, del cual ya sacó la manzana, y lee también, no menos atentamente.
El Tutor: pliega la hoja del periódico por la mitad y sigue leyendo.
El Pupilo: saca un lápiz del pantalón, un lápiz de carpintero parecido al del Tutor,
sólo que más pequeño. Con él subraya algo que lee en el librito.

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El Tutor: sigue plegando el periódico.
El Pupilo: no subraya ya en el librito, sino que tacha algo.
El Tutor: sigue plegando el periódico.
El Pupilo: comienza a dibujar, muy obviamente, en el librito.
El Tutor: pliega.
El Pupilo: como el librito es demasiado pequeño comienza a dibujar fuera de él,
sobre la palma de su mano.
El Tutor: pliega.
El Pupilo: dibuja en la palma de su mano.
El Tutor: se ve poco a poco obligado a estrujar el periódico, pero no se ha notado la
transición de plegar a estrujar.
El Pupilo: dibuja sobre su antebrazo; las figuras no tienen que ser obligadamente
parecidas a los tatuajes de El Tutor.
El Tutor: ha dejado de leer y plegar el periódico, estrujándolo ahora con violencia.
Ambos personajes están ocupados en sendos y violentos dibujar y plegar.
El Tutor: ha terminado de plegar el periódico.
El Pupilo: sigue dibujando.
El Tutor: con el periódico en la mano, mira sin moverse a su contrincante, que a su
vez dibuja.
El Pupilo: sigue dibujando, pero la insistencia de la mirada de El Tutor vuelve su
acción más lenta. Finalmente, en lugar de dibujar, se rasca el brazo con la otra punta del
lápiz, y para terminar lo aprieta contra la carne, sin atreverse a moverlo. A continuación
se rinde, y coloca lentamente el lápiz sobre la mesa, junto al sombrero; luego retira la
mano con rapidez y la coloca lentamente sobre el antebrazo en el que ha dibujado.
El Tutor: coloca el puño con el periódico estrujado sobre la mesa, reposa así, con el
periódico en el puño.
El Pupilo: comienza, una vez más, a mirar la habitación en círculos. Hacia arriba,
hacia abajo, al costado, a lo largo de sí mismo.
El Tutor: abre el puño del papel estrujado y coloca la mano junto a él sobre la mesa.
El periódico estrujado se abre poco a poco.
La música, perceptiblemente mas alta, es agradable.
La Pausa de movimiento que sigue (sin que, naturalmente, se hayan convertido en

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figuras de cera), conduce sin estridencias a la próxima acción.

Durante la breve pausa sólo se ha escuchado la música. Ahora la música se ha vuelto


tan inaudible, como el tema principal de algunas películas, que casi desaparece.
Vemos cómo El Tutor coloca los antebrazos sobre la mesa. Respondiendo al
movimiento El Pupilo pone también sus manos sobre la mesa; las puntas de sus dedos
están dirigidas hacia El Tutor.
El Tutor: sin mirar a El Pupilo, coloca lentamente la cabeza sobre los antebrazos, o
mejor dicho, sobre las manos, de modo que la boca y la nariz reposan sobre el dorso y
los ojos miran por encima de ellas.
El Pupilo: a su vez, inclina lentamente la cabeza sobre la mesa, hasta que esta cuelga
entre los brazos apoyados encima.
Tras un corto de detención de la cabeza en esa posición, El Pupilo baja aún más su
cabeza entre los brazos (que ahora tiene que doblar) hasta que ésta casi toque las
rodillas. El Pupilo permanece en esta posición.
El Tutor: encoge la cabeza, de modo que ésta no reposa ya con la boca y la nariz
sobre las manos, sino, con la frente.
El Pupilo: separa las rodillas y baja aún más la cabeza entre los brazos flexionados y
las rodillas separadas.
El Tutor: retira las manos bajo la cabeza y reposa ahora con el rostro, o mejor, con la
máscara, sobre la mesa.
(Todos estos movimientos ocurren con mucha lentitud, pero sin ningún tipo de
solemnidad).
El Pupilo: deja caer los brazos de la mesa, colgando, y mantiene la cabeza entre las
rodillas, a la misma altura.
El Tutor: manteniendo el rostro en la misma posición, hace retroceder la silla con el
cuerpo, lo necesario para no resbalarse de la silla y de la mesa.
El Pupilo: aprieta, si es posible, las rodillas sobre la cabeza, o a ambos lados.
Ambos están sobre el escenario muy quietos como si nadie estuviese mirando.
Percibimos la música de una manera más clara.
Transcurre algo de tiempo, ya ha transcurrido.

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Los objetos están en su sitio, aquí y allá.

Sin que hayamos percibido movimientos de transición, se ha levantado El Tutor: esta


ahí, representando el estar de pie, nada más.
¿Qué hará ahora El Pupilo?
Transcurre un algo tiempo; esperamos.
El Pupilo se incorpora, sin que percibamos, en especial, movimientos de transición.
¿Qué hace El Tutor?. Anda de un lado a otro del escenario representando el andar.
El Pupilo: se levanta; está de pie.
El Tutor: corre. El Pupilo: empieza a caminar.
El Tutor: salta. El Pupilo: empieza a...
El Tutor: se sube a una silla, está ahora parado en la silla. El Pupilo: no salta, sino
que se para, se queda quieto.
El Tutor: sube a la mesa. El Pupilo: sube a la silla.
El Tutor: coloca la otra silla sobre la mesa y sube a la silla sobre la mesa. El Pupilo:
(no podía ser de otro modo) se sube a la mesa.
El Tutor: se agarra de una cuerda que pende en el aire y cuelga. El Pupilo: sube sobre
la silla que está sobre la mesa.
El Tutor: cuelga tranquilamente, balanceándose un poco y El Pupilo está parado
sobre la silla, también ensimismado.
El Tutor: se deja caer. Aterriza con las piernas flexionadas, se yergue lentamente en
toda su estatura.
El Pupilo: desciende rápidamente de la silla a la mesa, de la mesa a la otra silla, y de
ésta al suelo, quita en el mismo movimiento la primera silla de la mesa, la coloca en su
antiguo lugar y se pone, casi al mismo tiempo, en cuclillas.
Todo esto ocurre tan rápido que si quisiéramos ponernos a contar, apenas llegaríamos
a contar uno.
El Tutor: se coloca también, pero lentamente, en cuclillas.
El Pupilo: se sienta en el suelo.
El Tutor: se sienta también, pero lentamente.
El Pupilo: apenas se ha sentado El Tutor, se acuesta rápidamente de espaldas en el

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suelo.
El Tutor: lenta, muy lentamente, se acuesta él también de espaldas, cómodamente.
El Pupilo: apenas yace El Tutor de espaldas, da un rápido giro colocándose sobre el
vientre.
El Tutor: ejecutando cada movimiento ruidosamente, se vuelve con comodidad sobre
la barriga.
El Pupilo: comienza a encoger, de la mejor manera posible, todas sus extremidades.
Vemos cómo se encoge y se achica por todas partes. ¿Acaso ha estado antes inflado de
aire y ahora se desinfla?. A nosotros nos parece que sí.. El Pupilo se va haciendo cada
vez mas pequeño, menos dimensional, el escenario se va oscureciendo, El Tutor
permanece sobre el vientre, como antes; el escenario está oscuro, oímos acordes
aislados.

El escenario se ilumina.
Vemos ambas figuras sentadas en sus primitivas posiciones junto a la mesa.
El Tutor: se levanta, se acerca al sacabotas y se quita el calzado con habilidad, pero
sin exageración, como si nadie estuviese mirando. Una vez sacada la bota, la tira de una
patada por el escenario. Así con cada una de ellas.
El Pupilo: se levanta, va aquí y allá, donde las botas han quedado tiradas, las toma y
las coloca cuidadosamente junto a la puerta.
Pupilo y Tutor vuelven a sus posiciones.
Breve pausa.
El Tutor: se quita los calcetines de lana de los pies y los tira de cualquier manera en
direcciones opuestas, sin mala intención evidente, como si nadie estuviese mirando.
El Pupilo: se levanta, busca los calcetines, los estira, los enrolla y los acomoda
cuidadosamente sobre las botas de goma. Luego vuelve a la mesa y se sienta.
El Tutor no lo ha mirado.
El Tutor: se levanta, va hacia la puerta donde están colgadas las tijeras, las toma del
clavo y vuelve con ellas a la mesa.
Después de sentarse, apoya el pie desnudo sobre el travesaño lateral de la silla y se
corta las uñas de los pies.
Conocemos esos ruidos.

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Actúa como si no estuviéramos mirando.
Se corta las uñas tan lentamente, durante tanto tiempo, que finalmente no produce
ninguna sensación de comicidad. Cuando ha terminado coloca las tijeras sobre las
rodillas.
Después de cierto tiempo, El Pupilo se levanta y va de aquí para allá por el escenario,
recogiendo, como vemos, las uñas cortadas, en la palma de la mano. También él hace
esto tan lentamente que no produce ninguna sensación de comicidad.
Cuando al fin se incorpora y vuelve a la mesa, El Tutor toma las tijeras de sus
rodillas y comienza a cortarse las uñas de sus dedos.
El Pupilo: Se da vuelta y se dirige al almanaque, colgado en la pared, a la derecha.
El Tutor corta y El Pupilo arranca una hoja del almanaque lateralmente.
El Tutor corta y...
El Tutor corta y...
Es una acción lenta, sin ritmo; El Tutor necesita tiempos diferentes para cada uña, y
El Pupilo de igual modo para cada hoja del almanaque; los ruidos de cortar y arrancar
no los oímos al mismo tiempo, sino entremezclados, a veces también al unísono, las
hojas del almanaque vuelan o caen al suelo.
Ahora el almanaque está sin hojas, tan sólo vemos el cartón vacío, bastante grande en
la pared.
Pero El Tutor sigue cortándose las uñas de la mano y El Pupilo está ahí de pie,
inactivo, con los brazos colgando, el rostro a medias dirigido hacia la pared.
La música, que se hace más perceptible, es tan agradable que el ruido de las tijeras
apenas si nos molesta.
Y al oscurecerse el escenario cesa el ruido de las tijeras.

Se ilumina el escenario.
Ambos personajes están sentados en sus posiciones iniciales junto a la mesa,
tranquilamente, ensimismados.
El Tutor: se levanta y va hacia el calentador eléctrico. Toma una tetera de detrás de
las botellas e introduce la manguera en la tetera.
El Tutor hace mutis lateral del escenario, volviendo poco después.

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Se oye como cae agua en la tetera.
El Tutor hace mutis lateral nuevamente, regresa poco después.
Retira la manguera de la tetera y la deja caer. Cierra el recipiente con su tapa y lo
coloca sobre el calentador.
Enciende el calentador.
El Tutor tira de la manguera. Como ésta es, al parecer, bastante larga, le lleva algún
tiempo. Finalmente, El Tutor tiene toda la manguera sobre el escenario. No sucede nada
cómico.
Enrolla la manguera muy profesionalmente sobre el codo y la mano y se dirige
después hacia la mesa, colocando la manguera enrollada junto a los otros objetos.
Se ubica en su posición inicial.
Tranquilos, ensimismados, permanecen ambas figuras en cuclillas sobre el escenario.
Poco a poco oímos hervir el agua en la tetera... Surgen los ruidos que surgen cuando
el agua hierve.


El Pupilo: se levanta, toma el molinillo de café, vuelve a sentarse, se acomoda,
aprieta el molinillo de café contra las rodillas y comienza a moler. Oímos crujidos... El
Pupilo muele café ensimismado ...





La tetera silba ...........................................


El Pupilo deja poco a poco de moler .................................



Ahora saltará la tapa del recipiente y se hará silencio de nuevo.

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La música entra en el momento adecuado cuando ya el escenario está oscuro.

En el escenario iluminado vemos a los dos personajes sentados junto a la mesa, el


calentador ya ha sido desconectado.
El Tutor se levanta y sale del escenario.
Vuelve acto seguido, trayendo en una mano un recipiente con incienso ardiendo y en
la otra, una tiza blanca grande.
Olemos el incienso y vemos las nubecillas formadas por el humo del incienso.
El Tutor se dirige a la puerta y comienza a escribir algo sobre la parte superior.
En el momento en el que El Tutor comienza a escribir El Pupilo se vuelve hacia él
desde su silla e introduce su mano bajo el pantalón de trabajo. Le arroja algo a El Tutor,
algo muy liviano, de poco peso, que en su lentísimo escribir que casi parece dibujar,
éste no percibe.
El Pupilo se pone cómodo en su silla y sigue arrojando. Sin apuro.
El Tutor escribe. El Pupilo arroja.
Vemos que los proyectiles de El Pupilo se adhieren a la camisa de El Tutor: sí, son
abrojos.
Mientras que El Tutor escribe lentamente, El Pupilo tira de vez en cuando, sin
ninguna expresión en la manera de tirar, un lampazo al Tutor.
Además escuchamos la música y olemos el incienso.
Mientras El Tutor escribe empieza poco a poco a formarse un racimo de abrojos que
cuelga de su camisa.
Lentamente escribe en la puerta:
K+M+B
K+M+B
K+M+B
K+M+B



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El Pupilo toma ahora los abrojos a manos llenas y los arroja en puñados.
El Tutor, al escribir sobre la puerta, coloca las letras a ambos lados del látigo que
cuelga de ella.
Ahora se aparta de la puerta.
En ese preciso momento El Pupilo lanza otra vez.
Incidentalmente El Tutor se da vuelta: No rápido: al mismo tiempo lanza El Pupilo:
un lampazo que alcanza el Pecho de El Tutor (o quizás no).
El Tutor está de pié allí, ensimismado: El Pupilo lanza los abrojos que le quedan en
la mano, sobre el Tutor.
El Tutor sostiene el recipiente de incienso ante sí. Mientras más tiempo sostiene El
Tutor el recipiente de este modo, más espaciado se hace el tirar del Pupilo.
En esto...
...se va haciendo de nuevo la oscuridad, y la música... (como antes).

Sobre el escenario iluminado de nuevo, están ambos personajes sentados junto a la


mesa, ensimismados.
Están sentados ensimismados.
Están sentados ensimismados.
Están sentados ensimismados.
Están sentados ensimismados.
De pronto percibimos que a El Pupilo le sangra la nariz. La sangre corre desde la
nariz, por la boca, por la barbilla...
El Tutor está sentado ensimismado, El Pupilo no se mueve de su sitio...
Poco a poco se va oscureciendo otra vez el escenario...

Cuando de nuevo podemos ver algo, ambos están sentados en sus posiciones junto a
la mesa.
El Pupilo se levanta y se coloca frente a la pared del fondo, dándonos la espalda.
El Tutor también se levanta, va hacia El Pupilo, lo agarra inexpresivo (sin violencia)
por los hombros y lo hace girar. Tras una pausa, El Tutor cambia la posición de sus

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manos y lo hace girar en dirección contraria.
El giro se produce primero hacia la izquierda y luego hacia la derecha, repitiéndose a
continuación rítmicamente.
El Tutor lo hace girar con facilidad, casi sin prestar atención (ensimismado), y El
Pupilo gira con facilidad, sin prestar atención, ensimismado. Sin transición, sin
tambalearse ninguno de los dos, vemos de pronto a El Tutor parado junto a las botellas y
los vasos.
Cuando vemos quieto a El Pupilo, hace tiempo que lo está. El Tutor se inclina y
lanza a El Pupilo, desde su posición agachada, una botella: El Pupilo hace como que la
quiere agarrar al vuelo, pero no lo consigue. La botella caerá entonces al suelo y hará lo
que haga.
Como podemos imaginar, la acción continúa así algún tiempo: El Tutor, agachado, le
arroja botellas, platos y vasos a El Pupilo, pero éste, aunque obviamente empeñado en
agarrarlos, los deja caer a todos, y los objetos se romperán o no.
Tampoco esta acción tiene un ritmo uniforme; los personajes hacen cortas pausas de
vez en cuando, luego El Tutor arroja de nuevo y El Pupilo vuelve a fallar...
De pronto, antes de que la vajilla se haya terminado (en medio del mejor lanzar y
romperse) El Pupilo agarra, como de casualidad, un objeto al vuelo.
Nos asustamos.
En el mismo momento se oscurece el escenario repentinamente.
Y de nuevo vuelve la luz y ambos están sentados junto a la mesa. El Tutor se levanta
y va ¿adónde? Al parecer no sabe adonde debiera ir.
No, no quiere ir hacia el almanaque.
Gira, se vuelve de nuevo, se vuelve otra vez.
El Pupilo se ha levantado y ha ido tras él: representa cómo comparte la indecisión de
El Tutor y hace los mismos movimientos del Tutor, los movimientos de las piernas y los
movimientos indecisos de los brazos, sin que esto sea, por cierto, una imitación exacta o
una parodia.
Cuando El Tutor, repentinamente, para esquivar los objetos añicos en el suelo,
cambia de dirección, casi chocan el uno contra el otro, y más de una vez El Pupilo está a
punto de pisarle los tobillos a El Tutor. Se siguen moviendo por la escena,
engañándonos con una meta que abandonan poco antes de alcanzar.

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De pronto El Tutor está frente a la puerta. La abre, sale, agarra el picaporte de afuera
para cerrarla, y El Pupilo, queriendo seguir al Tutor, agarra el picaporte desde dentro,
pero El Tutor tira con obstinación.
El Pupilo tira hacia sí.
El Tutor, tirando con firmeza y sin pausa, cierra la puerta tras de sí y ante El Pupilo,
arrastrándolo.
El Pupilo está ante la puerta, con la mano aferrada al picaporte, y ahora con la mano
sobre el picaporte.
El Pupilo deja caer la mano.
El Tutor está afuera, silencio.
El Pupilo se pone de rodillas, por cierto sin “arrodillarse”, y se desliza rápidamente
bajo la puerta: de pronto percibimos que la puerta tiene una trampilla, hecha como para
una gato.
Una vez que El Pupilo está afuera se va oscureciendo el escenario lentamente.
Ya nos hemos habituado a la música.

La pausa que sigue es más larga, ya que hay que hacer girar el decorado.
Un escenario giratorio sólo necesitaría dar la vuelta.
Si no es así, se darán vuelta los telones en la oscuridad.
Vuelve la luz: es un día lluvioso.
El Pupilo y El Tutor acomodan los objetos sobre el escenario: el objeto grande y
alargado, cubierto por el impermeable negro que traen entre los dos, el escabel,
remolachas y zapallos.
Ya está todo dispuesto, y El Pupilo se sienta en el escabel mientras El Tutor se ubica
junto al objeto.
Sin principio, la obra ha comenzado de nuevo: El Tutor quita el impermeable del
objeto de manera tal que descubre una máquina cortadora de remolachas.
El Tutor se coloca el impermeable (sigue estando con los pies descalzos) y a manera
de ensayo hace funcionar un par de veces la cuchilla de la maquina (sin remolachas).
El Pupilo se levanta y se acerca al artefacto. El Tutor se agacha para agarrar una
remolacha, la pone bajo la cuchilla y la hace funcionar sin esfuerzo hacia abajo; la

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remolacha cae sin hojas al suelo.
El Tutor repite la acción; docente, minucioso. Otra remolacha cae al suelo.
El Pupilo mira la acción no exactamente inmóvil, pero sin moverse demasiado.
El Tutor repite la acción.
El Pupilo toma una remolacha, pero recorre para ello un camino tan complicado que
podemos oír los clavos de las suelas de sus zapatos al igual que los pies desnudos del
Tutor, que se aparta y lo mira.
El Pupilo levanta la cuchilla del artefacto, coloca la remolacha debajo, y la separa de
las hojas...
El Tutor se acerca, contempla el trabajo, se aleja de nuevo...
El Pupilo va, toma un par de remolachas, las coloca...
El Tutor se acerca, observa.
De pronto, desde la casa, se desliza el gato.
El siguiente golpe de cuchilla de El Pupilo es tan débil que la remolacha no cae al
suelo de inmediato.
El Tutor se queda allí parado.
Al próximo golpe la remolacha cae.
El gato hará lo que haga.
El Tutor, de pie, contempla la acción.
El Pupilo vuelve a tener dificultades con una remolacha: hace bajar la cuchilla una,
dos veces, y seguidamente por tercera vez, sin mirar a El Tutor que se pasea con los pies
descalzos por el escenario; después de cierto tiempo, cuando El Tutor se encuentra de
nuevo frente a él y lo mira, hace bajar nuevamente la cuchilla; y cuando empieza a
oscurecerse el escenario, lo hace por quinta vez (El Tutor empieza a andar de nuevo).
Ahora todo se ha vuelto casi oscuro (¿esta El Tutor junto a El Pupilo?) y El Pupilo hace
funcionar una vez más la cuchilla, y en seguida (ya no podemos distinguir nada) otra
vez, sin que podamos percibir el sonido de algo que cae; después se hace un silencio
bastante largo sobre el escenario.
Después de que el silencio haya durado algún tiempo sobre el escenario,
escuchamos, al comienzo en un volumen bastante bajo, alzarse el sonido de una
respiración. Lo reconocemos. Se va esparciendo sobre el escenario. ¿Es un
estertor? ¿Una respiración extenuada? ¿O sólo una enorme bomba de aire? ¿O acaso un

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animal gigantesco?
Uniformemente se va haciendo más sonoro.
Poco a poco se hace demasiado fuerte para ese espacio.
¿Es aquí o allí?
De pronto, silencio.

Después de un largo tiempo, vuelve la luz.


La casa, el campo de maíz, el sembrado de remolachas.
No vemos ni al gato, ni a El Pupilo ni a El Tutor; ni siquiera la cortadora de
remolachas está sobre el escenario. Exceptuando los tres telones, todo esta vacío.
Ahora se asoma alguien por la derecha: es El Pupilo.
Trae una palangana de metal sobre su estómago, y arrollada alrededor de la parte
superior de su cuerpo, una manguera.
Se ha sacado el pantalón de trabajo.
La palangana es apoyada en el suelo, la manguera desenrollada.
El Pupilo coloca un extremo de la manguera dentro de la palangana y desaparece de
la escena llevando el otro extremo de la manguera en la mano.
Estando el escenario vacío escuchamos, durante algún tiempo, caer el agua en la
palangana.
Entonces vuelve a entrar El Pupilo con una bolsa de arena bajo el brazo.
Coloca la bolsa junto a la palangana, en el suelo. Introduce la mano en la bolsa.
Se incorpora, y ya de pie, sin permitir que la arena escurra entre los dedos, echa un
puñado en el agua.
Mete otra vez la mano en la bolsa y de pie, deja caer arena en el agua.
Mete otra vez la mano en la bolsa y deja caer arena en el agua, sin uniformidad, sin
solemnidad, cómodamente.
Mete otra vez la mano en la bolsa y de pie, deja caer arena en el agua.
Ahora escuchamos nuevamente los acordes aislados.
El Pupilo, agachándose, introduce la mano en la bolsa, y ya de pie deja caer la arena
en el agua.
El Pupilo, agachándose, introduce la mano en la bolsa, y ya de pie deja caer la arena

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en el agua.
El Pupilo, agachándose, introduce la mano en la bolsa, y ya de pie deja caer la arena
en el agua.




Mientras la escena se oscurece lentamente, oímos con claridad ambas cosas: los
acordes musicales y la arena, que cae en el agua.





Ahora, cae el telón.

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