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Para los alumnos, sí. Porque si la historia registra un hecho cierto, éste es que la
violencia más antigua y permanente en las aulas ha sido culpa de educadores
convencidos de que los azotes son capaces de erradicar las fallas morales y de que la
letra con sangre entra.
Hasta hace muy poco, esta era la única violencia digna de mención en la escuela. Suecia
fue el primer país en abolir los castigos físicos para los menores de edad, en 1979, y los
más recientes fueron Alemania e Israel, en 2000. No obstante, 90 naciones del planeta
todavía permiten esta indigna forma de abuso. En los EEUU, 23 estados siguen
aceptando explícitamente que los niños pueden ser golpeados en las nalgas con una
plancha de madera ("paddle"), cuando a juicio de sus maestros lo merezcan, y en el
bienio 1986-87 hubo registro de un millón de tales incidentes, con unos 20.000
estudiantes requiriendo atención médica.
A pesar de estos números, la realidad es que en la última mitad del siglo XX las penas
corporales y otras formas de tortura de dudoso valor pedagógico fueron perdiendo
vigencia en los diversos sistemas educativos. Los golpes y las humillaciones
paulatinamente dieron paso a castigos más bien simbólicos y, en nuestros días, aún
estos se encuentran en franca extinción.
¿De qué puede quejarse hoy un padre preocupado por el bienestar de su hijo en una
escuela típica? Lo usual será acusar a los maestros de autoritarios, pero no porque
recurran a la vara o usen la regla para enrojecer a golpes la palma de las manos de los
alumnos díscolos, sino porque exigen demasiados deberes, imponen temas y ritmo de
estudio sin atender a reclamos, o porque tratan de poner orden… ¡alzando la voz!
Cualquier maestra contemporánea siente temor a ser señalada por sus discípulos como
muy gritona o demasiado estricta, pero difícilmente le quite el sueño ser sumariada por
algún acto verdaderamente violento, por la simple razón de que semejante desatino no
forma parte de sus planificaciones, como podría haberlo hecho cien años atrás.
Si se toman en cuenta los casos que reporta la prensa o la materia que se discute en
congresos y simposios docentes, son los propios educadores los que se quejan de la
violencia escolar. Ellos sienten que en pocos años han pasado de victimarios a víctimas.
Hoy se dan dos formas mayores de violencia en la escuela: la natural agresividad de los
niños y jóvenes entre sí, y la de los estudiantes hacia sus profesores y la institución. La
primera ha existido desde siempre; tiene que ver con el desarrollo de la personalidad, la
afirmación del yo, la competitividad innata y los instintos de nuestra especie cuando una
incipiente maduración no logra controlarlos todavía. Es enteramente lógico que los
niños corran, griten y se golpeen, que se insulten y se discriminen, que rompan las cosas
y produzcan daño: están tanteando los límites para descubrir, por prueba y error, cuál
será su lugar en el mundo y bajo qué condiciones deberán ocuparlo. La segunda forma
de violencia también es intemporal y tiene su justificación: los niños en edad escolar, y
sobre todo los adolescentes, cumplen el mandato genético de volverse individuos
independientes desafiando a la autoridad y rebelándose ante el orden establecido.
¿De qué se lamentan entonces los maestros? Anulada la violencia propia por las
modernas concepciones pedagógicas fundadas en la comprensión, la compasión, la
tolerancia y el respeto, ha cobrado vigencia inusitada la otra violencia, la de los
alumnos. Mientras los educadores eran todopoderosos negreros en posesión del látigo,
las torpezas y la inmadurez de los estudiantes eran vistas apenas como una forma más
de cumplir con aquel dictum que afirma "a golpes se hacen los hombres". Ahora,
habiendo enterrado sus armas más feroces, ya no les parece a los docentes una travesura
simpática que los chicos se agredan malamente, y no pueden excusarse diciendo que
"reaccionan contra el sistema".
Que la disciplina sea un gravísimo problema en países tan disímiles como Japón,
Francia y Argentina es prueba fehaciente de que hay uno o más factores comunes,
externos a la escuela, que obran a favor de la universalización del problema. De todos
los posibles, el más obvio, el más asiduamente demostrado como tal, es la influencia de
los medios y resulta increíble que la sociedad humana todavía se niegue a la
incontrastable evidencia que han producido y siguen produciendo los científicos.
Una explicación podría ser que los habitantes de este planeta nos sentimos
perfectamente conformes con sacrificar la estabilidad y la salud de nuestras estructuras
sociales a cambio de una pizca de entretenimiento banal y que, en el camino, estamos
alegremente preparados para arrojar a la pira primero que nada a nuestros hijos.
El Director
CLARIN, Domingo 6/11/05
INVESTIGACION
La violencia va a la escuela
Chicos contra chicos.Chicas contra chicas y también contra chicos. Los casos en el país
se multiplican cada vez con más frecuencia. Sólo en los primeros cuatro meses del año,
se detectaron 14.199 casos de agresiones físicas a alumnos bonaerenses. Yel último año,
en la Capital, se denunciaron 176 episodios violentos en escuelas. ¿Esto tiene solución?
Todavía no aparece.
Es simple. La mecha para el primer fogonazo se enciende fácil. Una mirada y vos-qué-
mirás . Un pechazo y ella-medijo-que-vos-dijiste , un insulto al pasar, porque sí. Y
punto. No hacen falta más excusas. Las aulas de las escuelas públicas, privadas, del
conurbano o de plena Capital, son una caja de resonancia donde tarde o temprano, los
chicos parecen descargar esa suerte de turbulencia por la que transitan desde hace
tiempo. Y recién cuando algún caso salta el cerco de la escuela y se hace público, para
muchos el mundo real hace plop como un chicle globo. Aunque, en realidad, no hay
demasiado de qué asombrarse.
Por sólo nombrar algunos casos del año escolar que termina por ahora deja estas luces
de “¡alto, peligro!”: una chica de 15 años fue golpeada por tres compañeros a la salida
de la Escuela Técnica N°1 de La Plata, y terminó en el hospital. Otra nena, de 11, fue
agredida por alumnas del sexto grado de la Escuela N°9 de
Villa Lugano. Le rompieron la clavícula. ¿Motivo? “Porque se hacía la linda y es una
tonta”, habrían argumentado las agresoras. Hay más. Un informe del Ministerio de
Educación de Catamarca dio a conocer que en los últimos seis meses, se duplicaron los
casos de violencia en las escuelas de la provincia. En Presidencia Roque Saenz Peña,
Chaco, un nene de séptimo grado fue a clase -en la Escuela N° 327- con una tumbera
(una escopeta de fabricación casera) cargada con balas de calibre 36. Y un adolescente
de 16 apareció frente a sus compañeros con una carabina calibre 22, en una escuela de
enseñanza técnica de Neuquén. Una piba de 18 años apuñaló con un cuchillo de cocina
a otro alumno en una escuela de Santa Fe durante una discusión. Y un chiquito de
séptimo año del EGB, en José León Suárez, amenazó con una pistola 22 a un
compañero de clase.
¿Bowling for Columbine? No, Argentina 2005.
Pero, ¿por qué habría que pedirles cordura full time a unos chicos cuyos padres, por
ejemplo, son capaces de ir a trompear a una maestra porque no están de acuerdo con las
notas que pone? ¿O cuando los adultos dirimen una discusión de tránsito con un tiro
homicida en plena autopista? Bullying es el nombre que usan
los expertos para definir estas situaciones de violencia entre estudiantes. Un término
inglés que denomina a los procesos de intimidación y victimización entre iguales, entre
compañeros de aula, donde el maltrato va mutando desde el acoso verbal hasta los
hechos.
Chicos contra chicos. Chicas contra chicas. Chicos contra chicos. Todos contra todos. A
la hora de encontrar una respuesta, las causas tienen un nudo tan íntimo y familiar como
social, en el que la historia pasada, la de ayer nomás y la de hoy, se constriñe cada día
un poco más, y que, por ahora, no indica haber llegado a su límite. ¿Víctimas o
victimarios? ¿Dónde está la diferencia?
Los terribles
El pibe tiene 15 años y el pelo teñido de amarillo huevo. Está en noveno año, el último
ciclo del EGB de una escuela de Ingeniero Budge, a unos 20 minutos del Obelisco.
Barrio de márgenes, de necesidades, de relaciones conflictivas, de inseguridad. Pero aún
ante este cuadro de situación, la escuela no es de las más
problemáticas de la zona. Y su directora aceptó abrir las puertas para que VIVA escuche
por boca de sus alumnos cómo capitalizan ellos el estado cotidiano de esa larva violenta
que se instaló puertas adentro. Pero es sólo una muestra. Lo mismo podría escucharse,
con matices, en cualquier punto del país.
No habrá nombres propios que los identifiquen, porque son menores; tampoco de la
escuela en cuestión.
La primera bandada –y no de blancas palomitas precisamente– llega cuando termina el
recreo. En el pizarrón hay resabios de una clase elemental de inglés. A los pibes les
entusiasma la idea de contar sus códigos intraescolares. La voz cantante tiene dueño: el
pibe teñido de rubio. Alto, delgado, entrador. Cualquiera se dejaría ganar por su cara de
buen pibe. Y nadie duda que lo sea. Aunque por el momento, lidera una bandita
(pandilla, le dicen) que maneja los hilos y los humores, no sólo de su entorno, sino
también de la clase y de todo el resto de la escuela. Además, tiene muy buenas notas,
algo que le da un handicap interesante. Para sus compañeros, es un ejemplo. Eso de
“hace lío, pero es buen alumno”. Y los profesores reconocen que es muy inteligente.
Pero cuando pega algún faltazo, su ausencia se nota: el resto está más relajado. “¿Cómo
son las cosas acá? A estos les pegamos siempre”, arranca el rubio señalando a otros
cuatro que lo miran con nerviosa mudez. “Ya lo saben: nosotros les vamos a pegar
siempre”, azuza con una sonrisita candorosa. ¿Por qué pegarles? “Porque es así. Los que
se dejan pegar y no hacen nada,
son unos tontos. Y estos son unos tontos. Se la tienen que bancar”. Se ríe el rubio y ríen
sus “hermanos”,
como se llaman entre sí. Y los que cobran también se ríen, entre incómodos y
nerviosos. Es curioso observar el dibujo que hicieron acomodándose en el aula. Los
hermanos en el centro, y allá en el fondo, dos pibes inmutables, con el sigilo perturbado.
No miran; no dicen ni mu. A lo mejor querrían estar en Marte cuando La re pandilla o
Los mafiosos o Los terribles (como también se autodenominan), hablan entre excitados
y verborrágicos.
El líder va por más: “A éste no le puedo pegar”, ningunea a uno que lo mira de refilón.
Y se cuela una carga de adrenalínica humillación. El aludido refunfunea algo entre
dientes, pero ni siquiera le sostiene la mirada al rubio. Obvia el comentario. Pero, ¿hasta
cuándo? Sí querría estar descargando el aguijón que le acababan de clavar. “Y a aquél –
siguen los terrible s– le hicimos aspirar una tiza entera. La molimos bien hasta que
quedara hecha polvo, como si fuera cocaína, ¿vio? y se la tuvo que aspirar toda.
Después andaba medio boleado”. Ja, ja,ja,ja. Al pibe agredido, un borrador le quitó la
sonrisa. Contagio. Eso dice que tienen. Se les pegan las ganas de hacer lío o de estar
malhumorados. “Cuando uno de nosotros viene sin ganas de nada contagia a todo el
grupo. Y nos contagiamos el mal humor”, cuenta el de ojitos verdes, carita de ángel
precoz.
Las causas son varias: algún problema familiar que traen colgado del cuello (y de los
que prefieren no hablar) o porque se levantaron con la luna atravesada. Y en ese
pastiche de posibilidades, caen los que vienen de afuera. La repandilla relata, con gran
agitación, que el año pasado un compañero se quiso autoagredir (cortarse las venas,
cuentan ellos) “porque nosotros lo molestábamos y, en parte, porque no entendía
matemáticas”. El pibe terminó yéndose a otro colegio.
Pero no fue el único episodio de acoso insoportable. Dicen que si no los paran, cuando
se agarran a las piñas, “nos matamos”. Y admiten, con férrea sinceridad, que “no está
bien” manejarse en esos términos. Pero “es lo que hay”, define el líder del grupo como
toda razón y justicia. Eso sí, en el futuro se ven, orgullosos, como servidores públicos:
quieren ser policías.
Adentro y afuera
Violencia verbal. Acoso.Golpes. Gallos de riña picoteándose sin razón y ¿sin sentido?
¿Qué pasa con estos pibes que hablan de sus hazañas como quien se encuentra con
viejos compañeros a repasar travesuras, algunas pavotas, es cierto, como la de tirar una
naranja contra el ventilador de techo encendido para que toda el aula termine como un
jugo de frutas? ¿Qué pasa con ellos cuando buscan socavar las resistencias de sus
iguales?
Un relevamiento sobre violencia realizado por la Dirección de Psicología y Asistencia
Social Escolar bonaerense, dio algunos resultados inquietantes sobre lo que pasa en el
adentro y en el afuera de las escuelas de la provincia, donde van casi 4,5 millones de
alumnos repartidos en 16 mil colegios. (Ver Cifras preocupantes ). Los números
encabezan el maltrato emocional, físico, las peleas entre grupos rivales. Y le
siguen los robos, accidentes, uso de armas, consumo de drogas y alcohol, maltrato
sexual, intentos de suicidios y suicidios, y dos asesinatos. “El estudio abarcó situaciones
que nos permiten tener un conocimiento global de la violencia que vivien los chicos en
el adentro y el afuera de la escuela”, explica la licenciada Lilian Armentano, de la
Dirección de Psicología provincial.
Según la funcionaria, muchas veces los conflictos entre pares en la escuela empiezan en
el afuera, en los barrios donde viven o en los lugares donde van a bailar: “Y lo que no se
dirimió en el afuera, termina dirimiéndose en el adentro”. Cuestiones territoriales,
antagonismos, peleas por un chico o por una chica. Por diferencias en el aspecto físico o
por potencialidades intelectuales. Los expertos hablan de esa perturbadora necesidad de
“aniquilar” al otro que subyace en todo el problema de la violencia.
“Es importante remarcar que estos pibes no nacen violentos, sino que van tomando
conductas del medio donde viven”, explica Armentano.
Y define: “La violencia entre pares también tiene que ver con la época en que se vive”.
La funcionaria actuó, entre otros, en el caso de Junior, el chico de Carmen de Patagones
que hace un año produjo una masacre.
Para los especialistas, la degradación económica convirtió a muchos hogares en
generadores de una tensión inusual. Donde la autoridad parental se rompió, y los que
traen el sostén son los mismos chicos. “Y en ese caso, si no proveo, no puedo poner ley
ni orden”, ensaya Armentano, en relación a la nueva relación en el seno familiar.
En la Defensoría del Pueblo porteña hay 147 expedientes de denuncias de violencia en
las escuelas de la Ciudad entre pares, de maestros a alumnos, de padres a maestros y de
directivos a docentes. “Las escuelas se convirtieron en espacios sociales donde
repercuten sin filtros una realidad social; no son burbujas ni templos del saber como en
otras épocas”, estima Gustavo Lesbegueris, defensor adjunto.
“Y los docentes están sobrepasados”, agrega. ¿Ejemplos? En una escuela de Palermo,
un chico fue a clase con una escopeta de aire comprimido. Otro, con una faca (arma
casera), le dio un puntazo a una profesora que se desmayó de pánico. Un nene de una
escuela primaria del Bajo Flores llevó una pistola en su mochila. Y en una escuela
católica, a la salida de una misa, las piñas dejaron atrás el saludo de la paz entre
chicos de sexto y séptimo. El incidente terminó en un juzgado, acusados de lesiones y
amenazas. Si se hace una progresión de las denunicas en la Defensoría porteña, la
escalada va en ascenso desde el 2001.
Un pibe de una escuela privada de Caballito, clase media, también habla de grupos
rivales que se buscan hasta que terminan con la nariz sangrando o el dedo fracturado,
como ocurrió hace pocos días con una chica de su colegio, a quien agarraron a golpes
otras adolescentes, por causa de un noviecito. “Las peleas son porque uno es de Flores y
el otro de Floresta, o de La Paternal. Y en general, las piñas son en los alrededores de la
escuela. Adentro, esta más o menos controlado todo”, comenta el pibe de Caballito.
¿Las chicas? Van a la par: “A veces las tenemos que separar nosotros (los varones) para
que no se maten”, admite el adolescente, hijo de profesionales. Rivadavia y Nazca, los
sábados puede ser un buen escenario para que se crucen los grupos que suelen ir a bailar
en los boliches de la zona.
Vínculos alterados
Hay varias manifestaciones del comportamiento antisocial en las escuelas. El psiquiatra
Infanto Juvenil, Héctor Basile, de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, repasa
algunas características: la disrupción en el aula (alumnos que impiden el desarrollo
normal de una clase), los problemas de disciplina (resistencia,
boicot, desafío o insulto al docente), la discriminación (al bolita, paragüa, yorugua, o al
obeso), el maltrato entre compañeros ( bullying , que incluye amenazas y la violencia
física). La eficacia del bullying está en el
silencio del agredido, porque se siente ridiculizado y bloquea su posibilidad de hablar.
¿Y qué piensan ellas de esas pibas que le rompieron la clavícula a otra en una escuela de
Villa Lugano? Respuesta inmediata: “Está muy bien que se la hayan dado si se hacía la
linda”. Cuestión de parámetros. “No te podés hacer la linda”, regula una. Desde la
Secretaría de Educación porteña, Roxana Perazza,
evalúa “con preocupación y señal de alerta” el estado de violencia en las escuelas
porteñas. Y agrega
que es un fenómeno que puede y debe ser analizado y trabajado desde la escuela, con
las familias: “Tenemos claro que la escuela no es una usina generadora de violencia,
sino que la violencia social, a veces, se manifiesta en la escuela”. Es evidente, dice
Perazza, que “un alumno que comete un hecho violento no deja de ser un chico que
demanda algunas cuestiones que los adultos tenemos que escuchar”.
Para Gustavo Iaies, presidente del Centro de Estudio de Políticas Públicas, especialista
en educación, esa demanda reside en “la dificultad en los adultos en poner límites; a los
padres les está costando mucho hacer de padres y los pibes terminan construyéndose
uno propio”. Pero es evidente que algo más se rompió. Iaies dice que se hizo trizas el
contrato entre la escuela y la familia. “El modelo de escuela estaba ajustado a un
modelo de familia que cambió. Y a los educadores les está costando mucho entender el
proceso de cambio social. Seguimos pensando que la escuela es la misma de siempre. Y
no se dieron cuenta de la dimensión del cambio”.
* * *
“El monitor”, nº 2.
Gabriel Kessler*
En una investigación reciente sobre jóvenes que cometieron delitos, los entrevistados
manifiestan una disyuntiva central acerca de la escuela: más allá de valorar el hecho de
estar alfabetizados afirmaban -en particular sobre la escuela media- que no entienden
nada y que lo que aprenden no les sirve para nada. Sin embargo, hay un punto en que la
propia experiencia se disocia del juicio general, puesto que cuando no hacen referencia
a la propia escolaridad, valoran la educación en general como agente legítimo de
socialización y movilidad social. La escuela es importante para "ser alguien en la vida",
"para conseguir trabajo" porque "sin escuela no sos nada".
La pregunta que estas reflexiones abren es acerca de qué debe hacer la escuela. No hay
recetas ni una respuesta fácil. Nuestra investigación muestra un desdibujamiento
generalizado del concepto de ley como marco normativo para muchos de los jóvenes y
en todas las dimensiones estudiadas, no solo en la escuela. Ella no es, por supuesto, ni la
responsable ni tampoco la que puede sola restaurar un marco de ley en un sentido
amplio. Ni la familia, ni las comunidades barriales, ni el mundo del trabajo pueden hoy
resolver por sí solos los conflictos que se desarrollan tanto en su interior como en otros
ámbitos que de un modo u otro los afectan. Ahora bien, cierto es que la escuela sola no
puede, que debe buscar aliados a fin de restablecer sentido y futuro para una parte
importante de los jóvenes de nuestro país. No cabe duda de que la escuela tiene un rol
protagónico porque, como dijimos, a pesar de todos los problemas y carencias que sufre,
es quizás la única institución en la que todavía confían, a la que todavía demandan y de
la que esperan que contribuya a crear otro
* * *
La Violencia en la Escuela
Autor: Lic. Osvaldo Carnero
MAYO 2001
En este breve informe intentaré abordar un tema que ocupa un lugar especial en la
problemática de la educación en nuestros días. Es un hecho insoslayable que la
violencia es un problema que afecta a nuestra sociedad y a la escuela argentina.
Creemos que es nuestra obligación como docentes indagar en las causas de esta
violencia, considerarla en sus múltiples dimensiones y tratar de prepararnos para
enfrentarla efectivamente en nuestra realidad cotidiana.
La búsqueda de información sobre el tema, en publicaciones periodísticas o
especializadas, con un enfoque interdisciplinario nos parece un necesario primer paso
para un fructífero abordaje. En ese sentido, estoy convencido de que INTERNET
constituye una valiosa herramienta para tal fin.
En primer lugar rescatamos un editorial del diario Clarín del 12 de Marzo que presenta
el tema Causas de la violencia escolar.
http://ar.clarin.com/diario/2001-03-12/o-02002.htm
La lectura de este artículo nos lleva a temas conexos tales como:
* recomendaciones destinadas a favorecer la integración de padres en el tratamiento de
las cuestiones disciplinarias de cada escuela.
* importancia de reforzar los lazos de la escuela con el barrio y la localidad.
* medidas preventivas, para que los jóvenes de los barrios marginales recuperen la
autoestima y puedan articular respuestas diferentes a la violencia.
* corrosión de la ligadura familiar.
* integración de los jóvenes en base a normas y patrones compartidos por el grueso de
la sociedad.
Más allá de la crónica diaria y de una opinión editorial, valiosas para entrar a este tema,
presentaremos algunas opiniones especializadas:
La revista La Educación en nuestras manos patrocinada por el SUTEBA, Sindicato
unificado de los trabajadores de la educación de la provincia de Buenos Aires, ha
publicado una serie de artículos sobre el tema; de tales artículos se ha hecho una
selección para su publicación Web, denominándola Programa Violencia, Escuela y
Sociedad.
http://www.suteba.org.ar/ddhh/ves.htm
En esta publicación se destaca un ensayo del psicólogo Ricardo Malfé, quien nos
presenta el problema de la violencia en la escuela desde una profunda concepción
filosófica. Nos habla de la inevitable violencia simbólica que resulta de tener que
aprender, de pasar de la tabla rasa primitiva a la apropiación de la norma. Pone esto en
el contexto de otras violencias que él llama innecesarias producto de lacras del sistema.
http://www.suteba.org.ar/rev-web/750w.htm
Adriana Brichetto, Prof. de Psicología Educacional de la UBA, en su ensayo Los
modelos violentos se aprenden, cita a Piera Aulagnier, quien define a la violencia como
la acción mediante la cual se le impone al otro una elección, un pensamiento o una
acción, motivados por el deseo del que lo impone sobre el que lo sufre y no la necesita,
entendiendo por necesidad todos los factores o situaciones indispensables para
desarrollar su vida psicológica y física, y mantener su umbral de autonomía.
La autora plantea que los modelos se aprenden a través de las acciones y que estamos en
una sociedad agresiva, violenta, en donde hay impunidad. La escuela es parte de este
contexto. También alude a La violencia económica y social; y a La sociedad y la
frustración.
Creemos que éste es un aporte muy útil a nuestra discusión. Tomando elementos del
conductismo norteamericano, pero matizándolos con su propia impronta, Adriana
Brichetto nos pone frente al eterno hecho de que se educa mejor con ejemplo que con la
palabra.
http://www.suteba.org.ar/rev-web/775w.htm
Silvia Duchavsky, de FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales -
http://www.flacso.org/ ), realizó una investigación con alumnos de cuarto y quinto año
de dos escuelas Medias del conurbano, ubicadas en contextos de grave problemática
socio -económica. En Mirás a los costados y no tenés nada nos muestra algunas de sus
conclusiones. Temas: Análisis del valor que le dan a la escuela media los adolescentes
en los sectores de pobreza. Las diferencias sociales. El rol de la escuela. La identidad
juvenil y la violencia. La droga y la marginación social. La sexualidad y el embarazo
¿Cómo entender a los jóvenes de hoy? No es fácil relacionarnos con jóvenes que se
están socializando en el lenguaje de la imagen y de la acción más que en el de las
palabras. Más complejo aún entrar al mundo de los cada vez más numerosos alumnos
que se están socializando en la pobreza y la exclusión. La idea de pertenencia, la
necesidad de ser mirado, la violencia como lenguaje y como fracaso del lenguaje, son
temas que la autora trata con gran lucidez. Incluye en su análisis problemáticas conexas
como el embarazo precoz y la droga, no con un lenguaje moralista sino con la honesta
objetividad del intelectual comprometido.
http://www.suteba.org.ar/rev-web/623w.htm
Alfredo Manuel van Gelderen y Gustavo López Espinosa en su trabajo La escuela
argentina en transformación. Ocho cuestiones y veintidós protagonistas. Buenos Aires,
Santillana, colección Aula XXI, 1996, abordan una crucial temática: ¿Sigue siendo
indispensable la escuela? Esto da lugar a una publicación Web homónima en la cual se
trata de manera muy objetiva y científica tal cuestión, que estuvo en boga hace unos
años, sobre si no sería mejor la educación extra-áulica, supuestamente en los lugares
naturales de vida: Éste era llamado El movimiento de la antiescolaridad. Los autores
con vehemencia concluyen: “...Por todo ello, ¡debe ser la escuela! Solicitada por
necesidades sociales y culturales cada día más acuciantes, ha de dar su respuesta
específica, propia, sin desnaturalizarse en su cometido. Pero en un mundo en el que la
educación es cada día más costosa y los gobiernos más pobres, esta reafirmación no
puede ser declamatoria o voluntarista. Ha de ser efectiva.”
Se recomienda leer el texto completo.
http://www.santillana.com.ar/xtextos/feb2.htm
María Antonia Gallart, del Centro Interamericano de Investigación y Documentación
sobre Formación Profesional (CINTERFOR) -servicio técnico de la Oficina
Internacional del Trabajo (OIT), creado en 1963
http://www.ilo.org/public/spanish/region/ampro/cinterfor/about/
-nos cuenta que “La investigación colaborativa regional que se presenta aquí integra un
estudio de determinadas áreas elegidas por los investigadores en cinco países
(Argentina, Chile, Colombia, México y Perú), planteando los mismos interrogantes,
pero con un cierto grado de autonomía en la aproximación metodológica, siguiendo las
características de cada país y la experiencia de los investigadores”.
En este documento se trata el problema de la dificultad de inclusión de los jóvenes
pobres a las nuevas economías globalizadas. En mi humilde opinión este documento
tiene importancia en tanto es resultado de una investigación colaborativa regional.
http://www.cinterfor.org.uy/public/spanish/region/ampro/cinterfor/temas/youth/doc/not/
libro71/
*********************************************
Esta selección de material configura una introducción al tema de la violencia escolar.
Creemos que hay una variedad de enfoques, lo que le da buen alcance. Por otro lado,
cada documento presentado podría considerarse como un punto de partida para una
mayor y más específica búsqueda de nuevo material.
* * *
Violencia en la escuela
Violencia, maltrato, exclusión, guerra, agresiones, conflictos, gritos, silencios, malestar.
Convivencia, aceptación, diálogo, paz, entendimiento, acercamiento, inclusión,
comprensión, bienestar. Dos conjuntos de palabras. Dos caras de la misma moneda: una
sociedad compleja. Formando parte de esa sociedad, una escuela habitada por sujetos.
Sujetos que gritan y que callan; que se expresan con palabras y con gestos. Maestros
que a pesar de todo tratan de enseñar, niños que anhelan aprender y ser. Niños y jóvenes
que no logran llegar a la escuela, y otros que cuando llegan duran poco. Y en la
noósfera, otra clase de sujetos: los políticos y los científicos, los sociólogos y los
psicólogos, los expertos en educación y los economistas, que miran la escuela desde
afuera y que de vez en cuando ponen un pie en ella para aportar recetas salvadoras o
decretar la impotencia de la institución para resolver los males de la sociedad. Y
también los cineastas, como Gus Van Sant y Michael Moore, que con sus lúcidas
cámaras muestran casos de violencia extrema, situaciones dramáticas e ¿imprevisibles?,
que hasta hace poco parecían ser un mal exclusivo del poderoso país del Norte. Y los
ojos asombrados de los ciudadanos argentinos enterándose a través de los medios que
una -hasta entonces- tranquila y pequeña ciudad del sur también tuvo su Columbine. De
todo eso trata esta edición de Novedades Educativas. De horrores y sueños; de
incertidumbres y desafíos. Del trabajo de muchas voluntades que buscan un nuevo
equilibrio.
Violencia es mentir.
Mariano Narodowski
La violencia en las escuelas acapara las tapas de los diarios, los reportajes en las radios
y ocupa un lugar preponderante en la televisión. Ya no es, simplemente, un problema de
psicopedagogos, de expertos en patologías infantiles o de preocupados investigadores:
el tema estalló en los medios y va a ser muy difícil que la lógica mediática se
desembarace de este tema.
* * *
Miriam Abramovay *
SÍNTESIS: A lo largo de las últimas décadas, América Latina está siendo identificada
como un ejemplo de los fenómenos de desigualdad y de exclusión social que existen en
el mundo. Los jóvenes latinoamericanos, y de manera destacada los de edades
comprendidas entre los 15 y los 24 años, constituyen la franja de población que está más
expuesta a la violencia, ya sea como víctimas, ya sea como agentes.
Sin duda, la violencia, hoy en día, es uno de los factores que más peso tiene en la baja
calidad de la enseñanza. A partir de tal premisa, todos somos víctimas. De una u otra
forma, nuestras vidas cotidianas se ven alteradas por escuelas que las circunstancias han
convertido, en casos extremos, en verdaderos campos de batalla. Por ese motivo, es del
todo necesario fijar la atención en las experiencias que tienen la capacidad de estimular
la promoción de nuevas formas de cambio y de transformación global.
1. Presentación
A lo largo de las últimas décadas, América Latina (al) viene siendo reconocida como un
ejemplo de ese fenómeno de profunda desigualdad y de exclusión social. Muchos
estudios han identificado dicha situación en al, donde los actos de violencia ocurren en
proporciones preocupantes. Los jóvenes latinoamericanos, y, dentro de ellos, los
comprendidos entre los 15 y los 24 años, constituyen la franja de edad de la población
más expuesta a la violencia, ya sea como víctimas, ya sea como agentes. En términos de
muertes causadas por los factores llamados externos (homicidios, accidentes de tránsito
y suicidios), los datos cuantitativos correspondientes a la mencionada franja de edad son
elevados, hasta el punto de colocar los índices de la región entre los más altos del
mundo.
Para entender tales dificultades, debe ponerse atención en el hecho de que el vocablo
«violencia» posee múltiples significados. Esa palabra incorpora una gran diversidad de
sentidos, definidos en términos históricos y culturales (Chesnais, 1981; Dupâquier,
1999), que cubren también una definición generalista, y que incluye muchas situaciones,
que van desde pequeñas infracciones y ataques a bienes materiales, hasta situaciones
que representan riesgo para la propia vida. Estas son las realidades y las manifestaciones
de las distintas y diferentes formas de violencia.
La idea de incivilidad, como directriz para el análisis de la violencia escolar, tuvo gran
repercusión, sobre todo en los estudios procedentes de Francia (Peralva, 1997). Entre
esos estudios, algunos autores, como Dupâquier (1999) y Fukui (1992), llaman la
atención sobre la necesidad de reconocer la violencia como agresión (demostraciones
de incivilidad). Entre tanto, debe tenerse en cuenta que no todos los actos agresivos son
de por sí demostraciones de violencia, y que no todos los actos agresivos tienen como
base el deseo de destruir a alguien más/el otro.
Para Debarbieux (1998), «las incivilidades son violencias antisociales y antiescolares.
Cuanto más traumáticas sean, y cuanto más sean resguardadas y transformadas en
acontecimientos banales para proteger a la escuela, más se vuelven, muchas veces, una
forma de violencia simbólica» (Abramovay y Rua, 2002). Estudios recientes
(Debarbieux, 2002; Blaya, 2002) nos advierten acerca de las interacciones escolares, lo
que puede dar origen a interpretaciones y a explicaciones de naturaleza evolucionista
para los actos violentos. Entre ellas, el predominio del uso de términos estandarizados
para indicar comportamientos vistos como «salvajes» o como «civilizados». Ese uso
lingüístico motivó que se sugiriera la sustitución del término incivilidades por el de
microviolencias, lo que permitiría una mejor calificación de determinados actos de
violencia que ocurren en los procesos interactivos entre los diferentes participantes.
Hacer uso de las investigaciones que tratan del universo escolar con el objetivo de
alinear los puntos de vista macrosociales sobre los jóvenes, sobre la violencia y sobre la
exclusión social, puede llegar a representar una importante contribución para la
construcción de alternativas destinadas a combatir la violencia.
Uno de los problemas más serios con los que se enfrenta el sistema educativo de
cualquier país contemporáneo es el del agravamiento de las situaciones generadoras de
violencia en las escuelas. Ese es el inmenso desafío que debe ser encarado por las
políticas públicas: preparar e influir en los jóvenes que frecuentan el ambiente escolar.
Entre los estudios que con mayor rigor se han ocupado del tema en Iberoamérica
destaca Violencia en las escuelas (Abramovay y Rua, 2002). Llevado a cabo en 14
capitales de estados de Brasil1, Violencia en las escuelas se basó en las percepciones de
los alumnos, de los padres, de los profesores, de los directores y de los funcionarios de
las escuelas públicas y particulares. Dicho estudio permitió la construcción de un mapa
de los innumerables tipos de violencia registrados en los establecimientos escolares.
Con la finalidad de obtener una comprensión más profunda del universo escolar y de los
puntos de vista de los diversos participantes2, el estudio decidió utilizar el concepto
amplio de violencia, que incorpora las nociones de maltrato y de uso de la fuerza o de la
intimidación, así como los aspectos socioculturales y simbólicos del fenómeno.
Por otra parte, el citado estudio señala algunas situaciones capaces de desencadenar
violencia. Entre ellas, medidas disciplinarias, actos agresivos entre alumnos y
profesores, graffiti, daños físicos a la escuela, y reglas de organización poco explícitas.
Otros factores influyentes son la carencia de recursos humanos y materiales, así como
los bajos salarios de profesores y de funcionarios, la insuficiencia de diálogo entre las
personas que componen el ambiente escolar, y la escasez de interacción entre la familia
y la comunidad. El estudio sugiere que tales situaciones sean pensadas de forma
integrada, y que sean encaradas como factores que, aunque no siempre estén
interrelacionados en términos de causalidad, son profundamente interdependientes
Situaciones de ese tipo tienen consecuencias drásticas sobre los alumnos: repiten el año
o son expulsados de la escuela. La repetición escolar y el abandono del centro reducen
la eficiencia del sistema educativo.
La violencia afecta de modo significativo el ambiente escolar. El deterioro de las
relaciones perjudica la calidad de las clases y el desempeño académico de los alumnos
(Abramovay y Rua, 2002). La tabla 2 ilustra ese hecho.
Un ambiente escolar hostil perjudica las relaciones entre las personas que componen la
escuela (profesores y alumnos, profesores y administración, alumnos y alumnos, y
alumnos y administración)3. La tabla 3 ofrece una visión panorámica de los aspectos de
la escuela que más desagradan a los alumnos.
4. Observaciones finales
En resumen, debemos mencionar que los estudios y las investigaciones que sobre la
violencia en las escuelas se han llevado y se llevan a cabo en América Latina, están
permitiendo la circulación de una gran cantidad de informaciones. Esos estudios han
significado y significan una inmensa contribución para los debates sobre la cuestión.
También han coadyuvado al desarrollo de amplias asociaciones con diferentes
entidades, tanto gubernamentales como no gubernamentales, con las universidades y
con la sociedad civil en general, y a la definición de políticas públicas para enfrentar
este problema.
Sin duda la violencia es, hoy en día, una de las razones que más influye en la baja
calidad de la enseñanza. Eso es válido no sólo para América Latina, sino igualmente
para varios países de otras regiones del mundo. A partir de ese punto de vista, todos
somos víctimas. De una u otra forma, nuestras vidas cotidianas están siendo afectadas
por escuelas que las circunstancias han transformado, en casos extremos, en verdaderos
campos de batalla.
De cualquier manera, lo más importante es que existe una relación directa entre la
violencia y el bajo rendimiento escolar. La literatura especializada (Scheerens y Bosker,
1997) confirma ampliamente el hecho de que las escuelas producen resultados menos
satisfactorios cuando los profesores y otros miembros del equipo técnico hacen uso de
la violencia simbólica y de la violencia física contra alumnos y colegas, generando así
un círculo vicioso y una cultura de fracaso y de abandono de la escuela. Las diversas
«violencias» (en plural, para denotar las distintas tipologías del fenómeno), al tiempo
que afectan el orden, la motivación, la satisfacción y las expectativas de las personas en
sus relaciones mutuas, tienen efectos muy plausibles sobre las escuelas, que están
relacionados con el fracaso de sus propósitos y de sus objetivos más amplios de
educación, de enseñanza y de aprendizaje.
Aunque sea evidente la necesidad de realizar estudios más profundos sobre el impacto
de la violencia en la calidad de la enseñanza, las informaciones disponibles parecen
sugerir una relación directa y negativa entre las «violencias» (en plural) y el desempeño
escolar, lo que supone su éxito en términos de continuidad de los estudios y de la
asistencia a clases. Se puede suponer que el desempeño de las escuelas –cuyas
relaciones se ven perjudicadas por la alta proporción de alumnos que rechazan a sus
compañeros–, muchas veces es el factor más afectado (Abramovay y Rua, 2002). Esa
correlación no se limita al ambiente de la escuela, pues tiene repercusiones sobre otros
factores, como el uso del horario lectivo, una vez que, cuanto más frecuente sea la
violencia, mayor será el esfuerzo empeñado en su combate, y menor será el tiempo que
los profesores tendrán para concentrarse en sus actividades didácticas.
Por tal razón, es del todo necesario poner atención en el hecho de que las varias
experiencias desarrolladas a nivel local tienen la capacidad de convertirse en acciones
globales, porque estimulan la promoción de nuevas formas de cambio y de
transformación global. Dichas experiencias demuestran nuevos conocimientos, nuevas
trayectorias y nuevas prácticas innovadoras, que generan un conjunto de instrumentos
más eficientes para la lucha contra la violencia, y que van dirigidas hacia el logro de una
educación de calidad para todos.
* * *
Revista Iberoamericana de Educación, nº 37.
Por ejemplo, Olmedilla (2002) y Wallach (1996) exponen que, dentro del contexto
escolar, se guardan en un mismo saco todas aquellas acciones que deslegitiman o que
aminoran al otro. Las disrupciones en las aulas, los problemas de disciplina, el maltrato
entre compañeros, el vandalismo, la violencia física, las agresiones, entre otras, se
presentan como acciones violentas en las que los límites entre unas y otras no están
claramente definidos, pero que remiten a un tipo particular de violencia: la violencia
física o «visible a los ojos».
Sin embargo, otra perspectiva ha abierto paso a una nueva mirada de este fenómeno: la
violencia «visible a los oídos». Con esta se hace referencia a la violencia que tiende a
ser menos perceptible, pues no compromete ningún acto físico violento hacia el otro,
sino a la que puede ejercerse a través del lenguaje, o, como afirma Flores (2002), es
aquella con la que se puede «agredir o aminorar al otro desde un determinado discurso».
Bakhtin, en su libro The Problem of Speech Genres, escribió: «Las formas de lenguaje y
las formas típicas de pronunciación, esto es, los géneros discursivos, entran en nuestra
experiencia y en nuestra conciencia en cercana conexión con otro» (Bakhtin, 1986, p.
78), y, en este sentido, se podría afirmar que nuestra manera de conocer y de darle
sentido al mundo, tanto interno como externo, ha estado siempre pregnado del lenguaje.
Con el lenguaje damos vida e intencionalidad a nuestras acciones, como también a las
interacciones con el otro. Éstas pueden tener un tinte favorable o desfavorable, pero en
ambos casos con ellas damos significado a nuestra vida. En tal sentido, y posicionados
desde una mirada sociogenética, la mente estaría determinada socialmente, y estaríamos
dando énfasis a la individualidad tanto como a la demostración de la naturaleza social
de la persona (Valsiner y van der Veer, 2000).
Al preguntar una vez a un maestro de escuela cómo había conseguido que los niños le
obedecieran sin necesidad de golpes, me respondió: «trato de convencer a mis alumnos,
a través de mi comportamiento, de que estoy actuando por su propio bien, y les
demuestro mediante ejemplos y comparaciones que ellos serán los primeros
perjudicados si no me obedecen. Además, ofrezco como recompensa que el más
complaciente, obediente y aplicado en las horas de clase puede ser preferido a los
demás. Les hago muchas más preguntas, les permito leer su composición en público, y
les hago escribir en la pizarra lo que sea preciso copiar (p. 35)1.
Enunciados como «estoy actuando por tu propio bien», «ellos serán los primeros
perjudicados si no me obedecen», «el más complaciente, obediente y aplicado en las
horas de clase puede ser preferido a los demás»; «...cómo quedó el otro después del
golpe» etc., que con frecuencia se escuchan en las aulas y en los pasillos de nuestras
escuelas del siglo xxi, se constituyen en discursos reproductores de patrones
tradicionales (Milicic, 2002), como también de significaciones que «denigran la
existencia del otro, lo rechazan o lo cosifican» (Barudy, 2000).
Así, los niños y las niñas «no son pizarras limpias en las que podamos escribir o
dibujar» (Losada, 2002, p. 3) una estructura unitaria, aislada de un tiempo y de un
espacio determinados, aspectos que le dan sentido a aquella. Por el contrario, al estar
encarnados en un contexto histórico, poseen una «forma única de pararse en el mundo»
(Milicic, 2002). Por tanto, la consecuencia inmediata es la construcción de dicha
estructura unitaria desde una posición determinada, pero en relación con los otros. Es
decir, el self se establece a partir de un proceso dialógico que se concibe como social
(Hermans, Kempen y Loon, 1992).
Nos referimos a las expresiones que emitimos gracias a la capacidad humana que nos
hace diferentes de los animales, y que nos ubican dentro de la escala evolutiva en una
posición privilegiada: el lenguaje. Pero, al parecer, en muchas ocasiones estas voces o
expresiones que pronunciamos transgreden el campo de la legitimidad del otro,
violentando su «sí mismo». Drucaroff (1996) afirma que las voces de los otros siempre
previas a la mía y siempre posteriores, no sólo señalan los límites físicos del enunciado,
sino también delimitan su sentido. Éste último, por tanto, ha sido dado a partir de lo que
ya se ha dicho, de las opiniones, de las confrontaciones, de los discursos almacenados
sobre el mismo tema. Entonces sería sensato reflexionar sobre ¿qué uso le damos al
lenguaje dentro del aula o en los pasillos de nuestras escuelas cuando nos relacionamos
con los niños y las niñas?
* * *
* * *
El sintagma «violencia escolar» hace referencia a una realidad compleja, en la que cabe
distinguir diferentes tipos de conflictos. Así, a los profesores les preocupan, sobre todo,
los serios problemas de disciplina (resistencia pasiva, boicot, insultos...), las faltas de
respeto o las conductas asociales que perturban la marcha normal de las clases
(disrupción en las aulas). La intimidación y la victimización entre iguales (bullying) no
suelen incluir violencia física, pero sí es corriente que tengan consecuencias
devastadoras cuando son persistentes. Sin embargo, el vandalismo y la agresión física,
que se consideran como estrictos fenómenos de violencia y como causantes de un
mayor impacto en la opinión pública, no parecen superar el 10% de los casos de
conducta antisocial en los centros. Finalmente, el acoso sexual es un fenómeno oculto
de conducta antisocial. Al igual que el maltrato de carácter racista, podría entenderse
como una forma del llamado bullying, pero parece tener suficiente entidad como para
ser tratado por separado. Para algunos estudiosos (Moreno, 2000) sería más apropiado
utilizar la expresión comportamiento o conducta antisocial, que incluiría acciones
diferentes, como la disrupción en las aulas, los problemas de disciplina, el maltrato entre
iguales, el vandalismo, la violencia física y el acoso/violencia sexual.
El rasgo más notable en el tratamiento del tema de la violencia escolar por parte de los
medios de comunicación escrita es el planteamiento contradictorio del fenómeno; las
distintas perspectivas desde las que se contemplan los hechos, esto es, los diferentes
enunciadores (Ducrot, 1986) –profesores, especialistas, políticos, niños, padres, y la
sociedad en general– van a dar lugar a discursos distintos, y, en muchos aspectos
esenciales, contradictorios. De hecho, la discrepancia afecta a la consideración de la
existencia misma del fenómeno: desde la defensa de una situación de normalidad, a la
de alerta por la creencia de encontrarse ante una grave crisis social. Por otra parte, es
necesario destacar el desequilibrio en cuanto a la representación de las partes
implicadas; los niños, protagonistas absolutos de los hechos, sólo son enunciadores en
dos ocasiones2. Así, se puede afirmar que no contamos con su voz, que no conocemos
la visión particular de un fenómeno que les afecta íntimamente. El espacio enunciativo
se reparte casi en exclusiva entre profesores, políticos y especialistas; estos últimos,
muchas veces invitados o contratados por parte de organizaciones y de instituciones
públicas.
En líneas generales, el discurso de los políticos se caracteriza por la amortiguación de
los acontecimientos, hasta el extremo de cuestionar la existencia misma del conflicto, el
cual, en muchos de los casos, queda reducido a un mero accidente esporádico, puntual.
La mejor arma para resolver los conflictos no es la de las actitudes violentas, sino la
palabra, el diálogo y el respeto (Talleres organizados en Granada por 12 centros
educativos, en colaboración con las ong Proyecto Hombre y aspa; son expresiones de
los escolares, que parten de la existencia de problemas de convivencia en las aulas).
Para el análisis, utilizamos textos de los diarios abc, El País, El Diario de Sevilla, Ideal,
La Vanguardia y Metro directo de los meses pasados del año en curso. Hemos partido
de los conceptos y del método de las nuevas corrientes de Análisis Crítico del Discurso
y de la Tradición Enunciativa (van Dijk, 1997; Bañón, 1996, 2002; Briz, 2001; Fuentes
Rodríguez, 2004), que han encontrado en la metodología cualitativa un ámbito común
de aplicación para la moderna Lingüística del Texto y la Psicología.
En aquellos textos en los que aparecen los políticos como enunciadores, se defiende la
tesis de la existencia de una situación de normalidad, alterada accidentalmente por
conflictos esporádicos, puntuales, que, por otra parte, han existido siempre, y que hoy
emergen públicamente por la acción de los medios de comunicación. De acuerdo con
esta argumentación, tienden a atenuar cualquier información acerca de conflictos en el
ámbito escolar. De hecho, parten de una negación radical de la realidad de la violencia
escolar:
El País, 1/03/2005: Educación crea una web para detectar conflictos escolares.
Subtítulo: El consejero niega que haya violencia en las aulas y habla de «conflictos
disciplinarios».
El discurso de los políticos parte siempre de esa afirmación básica de normalidad. Los
diferentes hechos que pudieran contradecirla se atenúan, ya sea cuantitativamente,
reduciéndolos a cuestiones accidentales, esporádicas, muy puntuales, ya sea
cualitativamente, presentándolos como hechos consustanciales a la vida, inevitables en
cualquier tiempo y en cualquier espacio. La atenuación se manifiesta en el adverbio
sólo, y los adjetivos muy puntuales, inevitables, nada representativas, están orientados
hacia la negación del conflicto; inevitables supone una aceptación matizada del
conflicto, pues, al tiempo que se reconoce su existencia, se afirma la imposibilidad de su
resolución; luego, en definitiva, se niega como tal conflicto. La negación se manifiesta
con carácter enfático en el superlativo que acompaña a un adjetivo, que, por sus rasgos
semánticos, no admite gradación, así como en la negación nada en lugar del adverbio,
más neutro, no.
El locutor mantiene la distancia enunciativa a través del uso de las comillas; por otra
parte, los datos objetivos que aporta, los 200 casos inspeccionados, suponen una
contradicción con las palabras del político, que ponen en evidencia la incoherencia de
una aparente situación de normalidad con la necesidad de inspeccionar 200 casos (sólo
en Valencia) de conflictos en la escuela. El dato, por sí mismo, provoca una distancia y
una lectura crítica tanto del adverbio sólo como del sustantivo normalidad.
[…] casi uno de cada tres alumnos ha padecido alguna situación conflictiva en las aulas,
una cifra que en otro estudio del Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo
(idea) se eleva al 49%, aunque advierte que los colegios no son una jungla.
La concesiva expresa la negación de una implicatura que se deduce de las cifras que da
el propio Defensor del Pueblo (explicación no pedida).
Las contradicciones entre el discurso de los políticos y los hechos, o entre diferentes
manifestaciones de este discurso, no se reflejan sólo en apreciaciones o en enunciados
estimativos individuales (Castilla del Pino), sino que se hacen patentes también en el
manejo de las cifras. Las oscilaciones son extraordinarias. Así, las encuestas que se dan
a conocer durante el debate organizado por la Agencia de Salud Pública de Barcelona
afirman:
En cualquier caso, las interpretaciones son discutibles, pero la realidad se impone con
una fuerza incuestionable:
Ideal, 17/02/2005: [...] gracias al análisis de una muestra de 1.200 alumnos de entre 12 y
16 años de Granada y Jaén, los especialistas han concluido que el 50% de los escolares
ha sido o es víctima de agresiones esporádicas en sus centros educativos. En un 2% de
los casos, los incidentes ocasionales acabarán degenerando en bullying.
Tres meses después, la dimisión sigue firme, pero no ha sido admitida por la directora
[…]. Sus miembros aseguran que no entienden por qué la consejería no les deja aplicar
la normativa sobre convivencia […]. El alumno problemático fue enviado por sus
padres a otro centro próximo, pero […] el otro día volvió con una cuerda y entre varios
ataron a un niño a un árbol (El País, 16/02/2005).
Como el cáncer o el terrorismo, que tanto tememos pero que la costumbre nos obliga a
anticipar, la violencia escolar también forma parte del catálogo vigente de horrores
predecibles.
Estas espeluznantes matanzas nos espantan, nos duelen, y echan por tierra las
expectativas más básicas sobre el comportamiento humano. Aun así, su impacto en la
sociedad es efímero. Con independencia de los cadáveres que acaben esparcidos por las
aulas, la indignación colectiva se disipa a los pocos meses (L. Ro-jas Marcos, El País,
2/04/2005).
Olas de homicidios y de suicidios en las escuelas públicas de Nueva Cork […]
«hostigamiento», «ensañamiento», «acosamiento persistente» [...] el léxico
perteneciente al campo semántico de la tortura o del «martirio» presenta a los alumnos
implicados como «acosadores», como «maltratadores», como «víctimas habituales de
ensañamiento» que sufren «interminables pesadillas», y que a la hora de encontrar
explicaciones que les ayuden a entender su penosa situación, la mayoría termina
culpándose a sí misma (L. Rojas Marcos, art. cit.):
La vivencia del fenómeno como una enfermedad contagiosa que se propaga y que crece
indefinidamente, explica el léxico propio de la epidemiología:
La mejor arma para resolver los conflictos no son las actitudes violentas, sino la palabra,
el diálogo y el respeto (Talleres organizados en Granada por 12 centros educativos, en
colaboración con las ong Proyecto Hombre y aspa).
6. CONCLUSIONES
El tratamiento del tema de la violencia escolar por parte de los medios de comunicación
muestra la existencia de puntos de vista divergentes sobre el hecho, en función del
enunciador del discurso. La discrepancia afecta a la propia consideración de la
existencia del fenómeno: su negación por parte de los políticos, frente a la voz de
alarma de los docentes y de los especialistas, que lo consideran como una grave
enfermedad social. Los dos tipos de discursos sirven de legitimación de intereses
también contrapuestos: los representantes políticos buscan neutralizar la crítica social,
especialmente en lo que se refiere a la adecuación de las medidas en política educativa.
El discurso de docentes y de especialistas crea un estado de conciencia de alerta, y sirve
de legi-timación a la idea explícitamente formulada de la necesidad de reformas. En
general, se muestran partidarios de tomar medidas disciplinarias y de aumentar el
control en los centros. Por su parte, los especialistas apuntan hacia la necesidad de
transformar el clima social que genera la violencia, concretamente el imperativo de
recuperar la enseñanza en valores humanos olvidados. Destaca en los medios de
comunicación la ausencia del punto de vista de los alumnos, quienes, a pesar de
constituir el centro del debate, no tienen voz, ya que sólo en dos ocasiones llegan a
tomar la palabra.
Subtítulo: Condenados por un delito contra la integridad moral y una falta de lesiones.
Titular de abc: Absueltos de inducción al suicidio los ocho imputados por el «caso
Jokin».
Subtítulo: El juez les impone 18 meses de libertad vigilada por violar su «integridad
moral».
* * *
Alicia Pintus *
Síntesis: Nuestra pretensión es analizar los fenómenos de violencia que se han hecho
cotidianos en las instituciones educativas, para ofrecer alternativas de acción que
puedan contribuir a generar soluciones factibles. Con ello aspiramos a que conocer las
causas de este fenómeno de múltiples aristas nos permita encontrar elementos que
aporten un buen resultado.
Por último, sugerimos algunas reflexiones que pueden resultar orientadoras para el
docente, con el fin de encontrar alternativas y soluciones a este problema en el horizonte
de posibilidades con el que efectivamente cuenta.
1. INTRODUCCIÓN
El titular del periódico nos informa que «atacó a golpes a la maestra que había retado a
su hijo en un recreo»1. Se trata de una madre que tomó por el cuello a la docente de su
hijo, y, en el aula, llena de niños, la tiró al suelo y le siguió pegando. Esta noticia y otras
similares se multiplican. Si nos detenemos a rastrear las informaciones o a escuchar a
los colegas docentes sobre las realidades de sus escuelas, muchas veces nos
encontramos con discursos que, salvando la particularidad de la anécdota, coinciden con
dificultades muy similares respecto al tema de la violencia: hablamos de alumnos que
perturban el normal desenvolvimiento de las clases, que llevan armas a la escuela; de
docentes golpeados y de docentes agresivos que denigran a sus estudiantes; de
directivos que abusan de su poder; de edificios destruidos, de intimidaciones, de
maltratos diversos, de climas hostiles, de burlas, de ironías. Asistimos a diario a tantas
manifestaciones claras de violencia en distintos ámbitos de la vida cotidiana, que ya no
nos sorprenden. A veces la violencia toma formato sutil, y está ligada a aplicaciones
arbitrarias de normas injustas en instituciones que funcionan como máquinas de
dominación, de deshumanización y de enfermedad.
Nuestra pretensión es analizar los fenómenos de violencia que se han hecho habituales
en las instituciones educativas, para ofrecer alternativas de acción que puedan contribuir
a generar soluciones factibles. Nos preguntamos por las causas, ya que aspiramos a que
conocer este fenómeno de múltiples aristas nos permitirá encontrar elementos que
aporten la solución.
Este sigue siendo un fenómeno generalizado, aunque quizás hoy nos preocupe más,
dado que ha tomado perfiles inéditos por la irracionalidad que lo caracteriza. Vivimos
en una sociedad violenta, en la que la agresión penetra y corroe todos los intersticios del
tejido social. Como era previsible suponer, se ha trasladado también a los espacios
físicos de la escuela. Sin embargo, definir la violencia a partir de su localización
geográfica puede resultar insuficiente e improductivo a efectos de hallar soluciones.
El acierto de nuestras acciones para prevenir o para resolver dichos problemas estará
asociado a preguntarnos acerca de en qué medida la escuela contribuye a reproducir
ciertos modelos vinculares precedentes y ajenos, que se reactualizan en las interacciones
propias de las prácticas pedagógicas escolarizadas. Aunque todas las suposiciones
anteriores sean sensatas, lo que nos interesa aquí es que, partiendo de un análisis de la
violencia, hay que tratar de dilucidar cuáles pueden ser las causas a las que los docentes
podemos tener acceso efectivo para tratarlas, con el propósito de prevenir o de resolver
lo que está sucediendo.
Lencia
3. VIOLENCIA EN LA ESCUELA: MÁS ALLÁ DE LO SIMBÓLICO
La descripción que se ha realizado para todo vínculo interpersonal puede aplicarse a las
relaciones humanas en la escuela. Sería conveniente que nos preguntáramos si la
escuela, como institución cuya función sustantiva es la de socializar a los individuos a
través de la enseñanza de conocimientos públicamente legitimados8, tiene en su
naturaleza constitutiva un germen de violencia que se despliega y que prolifera en las
situaciones características que le dan identidad.
Si la escuela es lo que de ella pretenden sus maestros: ¿qué uso hacen las personas de
ese poder que tienen? ¿Cuáles son los vínculos que se establecen? ¿Qué formas adoptan
las interacciones? ¿Cómo se vivencian los encuentros? ¿Cuál es la responsabilidad de
los docentes respecto a los fenómenos de violencia que se producen?
4. PENSANDO ESTRATEGIAS Y SOLUCIONES
Por lo general, cuando los directivos y los docentes consultan acerca de casos de
violencia que se presentan en sus instituciones, el curso de los acontecimientos ha
llegado a un punto en el que resulta casi imposible ignorar lo que está sucediendo; eso
significa que se ha producido un estado avanzado de instalación, y que las
manifestaciones son muy visibles, reiteradas y que revisten cierta gravedad. En ese
momento también suele ser difícil desentrañar el origen y las causas que generaron la
situación que motivó la solicitud. Es importante tener plena conciencia de que no hay
recetas mágicas ni expertos externos que, con su sola presencia, puedan modificar algo
que llevó un proceso de consolidación en los modos de vincularse de ese sistema. Una
solución genuina no puede ser iniciativa de una persona aislada, aunque cada uno de
nosotros puede intentar caminos alternativos para comenzar ese cambio por aquello que
depende de cada quien.
Reflexión y coherencia
La vida sólo puede ser entidad hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante.
Sören Kierkegaard
Uno de los primeros pasos que tendríamos que poder dar en una institución que tiene
manifestaciones de violencia es reflexionar, no como una práctica individual y racional,
sino también social y vivencial: hablar con otros, dialogar. Casi siempre lo que
contribuye a consolidar un estatus de violencia en los vínculos es la impunidad, el
silencio que se suscita en relación con los hechos; aquello que no se comenta
abiertamente. Nadie quiere admitir que «eso» esté ocurriendo, y menos que cada uno
pueda tener algo de responsabilidad o de participación. Esa reflexión implica iniciar un
examen introspectivo, en el que cada uno se traslade del lugar del espectador-
observador inocente hacia el de un análisis de las responsabilidades que le corresponden
como productor de violencia. Nada es del todo individual. Somos seres sociales, y lo
que cada uno de nosotros es está entretejido en vínculos con los demás. No podemos no
tener participación.
¿En qué medida cada uno de nosotros es responsable de lo que está ocurriendo? ¿En qué
medida aportamos algo a las relaciones interpersonales en la institución?
Por ejemplo: cada uno tiene un conjunto de concepciones implícitas que sirven de motor
para las acciones. Entre esos supuestos también tenemos un conjunto de ideas acerca de
la educación. De ahí que podamos preguntarnos de qué modo influyen ciertas
concepciones educativas en las acciones que intercambiamos con los demás en el
contexto de la escuela en la que estamos integrados. Tendemos a considerar nuestras
creencias como si fueran las únicas válidas. El paso siguiente en esa escalada, que puede
terminar en imprevisibles incidentes de violencia, es tratar de que todos los que nos
rodean tengan la misma visión de la realidad y de la educación. A veces, con buenas
intenciones, decimos que tenemos que acordar criterios, cuando lo que se encubre en el
discurso es un intento de homogeneizar el pensamiento de los demás y asimilarlo al
nuestro. La imposición puede ser sutil o explícita. ¿En qué medida pretendemos que los
demás vean el mundo como nosotros? ¿Qué consecuencias vinculares se desprenden de
esta demanda? ¿Lo proponemos o lo exigimos?
Es muy importante abrir espacios de diálogo en los que podamos crear la confianza
suficiente para expresarnos y para escuchar a los demás. Esto parece una obviedad; sin
embargo, exige un trabajo continuo con nuestras propias emociones y creencias, para
poder enfrentarnos al encuentro sin procurar ganar o perder, sino tratando simplemente
de cooperar para esclarecer todos nuestros supuestos.
He escuchado la opinión de algunos docentes a quienes les resultaba intolerable que sus
alumnos no tomaran notas o apuntes de sus clases magistrales, porque lo catalogaban
como una grave falta de respeto. Otros manifestaban que permitían que sus alumnos se
insultaran en el aula, creyendo que eso era propiciar que fueran auténticos, o incluso los
había que eran capaces de responder con el mismo tono y nivel del discurso porque se
tildaban de no ser hipócritas. Entre tantos extremos, tal vez debamos preguntarnos qué
consideraciones hacemos de las cosas más simples de la convivencia; cuándo y a partir
de qué deja de ser armónica y se transforma en violenta para nosotros; y en qué medida
nos hacemos responsables de la violencia que generamos o en la que no intervenimos
para menguar. Nuestras prácticas institucionales deben ser reflexivas. Tenemos que
detenernos y crear un circuito de latencia antes de reaccionar de forma automática frente
a los estímulos de los demás. El lenguaje, la palabra, nos permiten abrir brechas entre
los comportamientos automáticos y las respuestas voluntarias.
Rubén L. Makinistian12
Se ha afirmado nuestra naturaleza relacional como humanos. Dado esto, se afirma que
no podemos no comunicarnos; la relación es límite y condición de la existencia. En la
comunicación nos perturbamos mutuamente, y nuestras acciones tienen consecuencias.
Como adultos y como docentes, tenemos que admitir que es mayor la responsabilidad
que nos corresponde en los vínculos que tendemos a constituir con nuestros alumnos13.
La calificación de una conducta como violenta no se juzga sólo por las intenciones ni
por los efectos, sino por ambos, en el contexto de la historia relacional, y porque tienden
a producir una acción destructiva en el otro. Puede ocurrir que la intención y el efecto
no siempre estén coordinados. No habiendo intención pero produciéndose el efecto, y
tomando conocimiento por la explicitación del destinatario de la acción, será un
marcador o un especificador suficiente para calificar a la conducta como violenta, toda
vez que el receptor la haya vivenciado como tal y se haya sentido restringido, objeto de
crueldad o de denigración, maltratado o dañado en forma inmerecida.
Aunque quizás no se haya deseado lastimar al otro, pero si esa persona se sintió
afectada, tiene que evaluarse que la agresión estuvo implícita, de alguna manera, en la
intención. ¿Somos capaces de admitir que, si bien no tuvimos intención, podemos haber
generado una conducta violenta?
De-construir estereotipos
Quizás nos interroguemos acerca de por qué algunas personas tienen mayor plasticidad
para aceptar la realidad cambiante, y, al mismo tiempo, la imposibilidad de controlar
hechos y sujetos. Sin duda tendríamos que ahondar en las matrices de crianza que han
favorecido o no la tolerancia, para postergar la espera en la satisfacción de las
necesidades y en la realización de los deseos. Pero, más importante que profundizar en
las causas, sería que nos detuviéramos a pensar en cómo podemos incrementar nuestros
niveles de tolerancia para con los demás, y contribuir de esa forma a crear ámbitos en
los que sea posible coexistir en libertad, sobre todo en instituciones que han sido
establecidas con fines de control social más que de expansión personal. Se trata de una
de las maneras de ver el mundo. Esas maneras se aprenden y se construyen con otros, en
tanto en cuanto somos «seres-con-otros», seres en relación.
Las expectativas pueden funcionar como modelos restrictivos en nuestras relaciones con
los demás. Si esos otros son nuestros alumnos es más riesgoso todavía, porque tenemos
un poder que nos confiere el rol docente que puede imponer, ya sea de forma sutil, ya
sea de manera directa, moldes supuestamente más apropiados respecto a cómo debe ser
uno y a cómo debe comportarse.
Como docentes, ¿en qué medida tomamos en cuenta la importancia del contrato
fundacional de nuestra relación pedagógica con nuestros alumnos?
En esa ocasión especial y única que es el primer encuentro, ¿acudimos con ligereza, sin
prestar atención? ¿Nuestras pautas son claras y explícitas acerca de cómo pretendemos
que sea la relación? Si establecemos las pautas, ¿qué margen dejamos para que ellos,
nuestros alumnos, aporten sus expectativas acerca de cómo será esa relación?
¿Comenzamos con un saludo ritual desprovisto de sentido? ¿Saludamos o comenzamos
a impartir la asignatura sin preámbulos ni presentaciones? ¿Tenemos expectativas que
funcionen como un modelo previo al que deben ajustarse con rigor los alumnos reales y
concretos? ¿O las expectativas significan estar abiertos a tomar contacto con ellos, sean
como sean?
En esas otras ocasiones especiales y únicas que son cada uno de los encuentros de
aprendizaje conjunto a los que denominamos clases, ¿honramos ese contrato con
nuestras acciones? ¿O se convierte dicho contrato en una declaración vacía y formal?
Muchas veces pretendemos que cambie la realidad que nos circunda. No sólo
reclamamos infructuosamente que cambien las cosas, sino que en incontables ocasiones
lo que procuramos es forzar a las personas con las que nos vinculamos para que sus
características particulares y sus conductas se ensamblen con nuestras representaciones
mentales acerca de ellas. Elaboramos pseudopreguntas y argumentos falaces para
sostener lo inútil de cualquier modificación de nuestra parte: «¿por qué tengo que ser yo
el que cambie? ¿Por qué no cambia primero el otro? ¿Quién está equivocado?».
Pocas veces volvemos la mirada sobre nosotros mismos, y menos aún admitimos que
podamos ser nosotros los que deberíamos transformarnos. A menudo ambicionamos
cambiar lo que no depende de nosotros y que no puede ser cambiado, al menos por
nuestra mera intención o voluntad. Parece obvio que tendríamos que centrarnos en lo
que de nosotros depende, pero a veces eso no resulta tan claro a la hora de analizar lo
concreto, y menos factible puede ser que nos enfoquemos hacia lo que podemos hacer.
Esperamos ilusionados que los demás cambien, en lugar de comenzar el cambio por
nosotros mismos.
¿Cuántas veces somos irónicos y lastimamos con nuestras palabras y con nuestros
gestos?
5. CONCLUSIONES
Desde nuestra perspectiva la educación es, ante todo, un encuentro entre personas
semejantes antes que diferentes e igualadas, en nuestra dignidad humana, por esas
diferencias de las que nadie está exento. Esas diferencias, que nos enriquecen y nos
constituyen como sujetos, en interacción con funciones especificadas para cada uno:
unos, convocados para enseñar y otros para aprender14.
El soporte básico sobre el que se dará esta trama relacional no podrá ser otro que la
comunicación humana, refiriéndose a ella (para distinguirla de otras formas de
comunicación)16 como una condición de existencia, como un proceso dinámico en el
que las personas estamos vinculadas, conectadas, relacionadas, re-ligadas, en una ida y
vuelta permanente y simultánea. Somos seres relacionales. No podemos no
comunicarnos. En la comunicación nos perturbamos mutuamente. La violencia en este
marco puede definirse como una forma o como un modo que adopta el vínculo entre las
personas.
Por tanto, si pretendemos algún cambio respecto a los fenómenos de violencia que se
dan en las escuelas, tenemos que considerar qué cosas dependen de nosotros –los
docentes– como potenciales generadores de violencia, en lugar de poner la mirada sólo
en el contexto y en su influencia. Como nos exhortaba el filósofo John Lennon, «No nos
rindamos jamás. / Nunca es demasiado tarde/ para construir un mundo nuevo».
* * *
Con la crisis del Estado-nación, sus instituciones características vienen siendo objeto de
profundas remodelaciones: la regulación de la economía, la atención a las necesidades
básicas de la población –ante todo la sanidad y la educación, pero también la seguridad,
entre otras–, el servicio militar, etc., están cambiando de modo sustancial de naturaleza.
El engranaje educativo, que fue hijo del Estado-nación que empezó a generalizarse
desde finales del siglo xviii, está siendo convulsionado por este proceso de sustitución
de sacralidades.
Así, todo el sistema educativo actual, desde la educación infantil hasta la universitaria,
se encuentra en profunda crisis de reconversión para su adaptación a los imperativos
ideológicos, organizativos y culturales del mercado, tal como podemos observar al
analizar las políticas y los discursos políticos y legislativos (Ruiz Morales, 2004). Esta
crisis tiene una característica fundamental: que ocurre de forma global, al socaire de la
imposición globalista del mercado, aunque con todas las variantes y los
condicionamientos locales que podamos imaginar.
Muchas de las medidas políticas, legales y reglamentarias que se han dispuesto para las
escuelas y para los institutos se orientan hacia el hostigamiento del sistema educativo,
que tiene su eje en la figura del docente. Políticas de reducción de las plantillas,
eliminación de profesores de apoyo, carencia de especialistas, retrasos en las
contrataciones para vacantes y para sustituciones, incumplimiento del ratio profesor-
alumnos, desdoblamientos, aumento generalizado de la carga lectiva del profesorado, y
otros aspectos de este tipo que se acompañan de discursos sobre la solidaridad, la
atención a la diversidad y demás excelencias, son características en los últimos años.
La violencia escolar, es muy importante no olvidarlo, tiene una rentabilidad política que
pocas veces es destacada. Por una parte, sirve como argumento para políticas de
privatización, para focalizar el interés de los usuarios del sistema en la seguridad y no
en otros elementos, así como para la intensificación consentida de la vigilancia (se están
empezando a instalar cámaras de vigilancia en institutos andaluces).
Por otra parte, es presentada como un problema compartido, con el fin de instaurar
políticas uniformes a escala global, y de contar con referentes coincidentes para la
provisión de modelos de identificación comunes que trasciendan las instancias locales.
Así, el Consejo de Europa manifestaba en unas conclusiones de septiembre de 1997 que
los Estados miembros se enfrentan cada día al «mismo tipo» de problemas de seguridad
en las escuelas. Unos problemas que sirven para el mantenimiento de puntos de
referencia comunes, para dotarlos de más contenido para su identificación en Europa, y
que remiten no tanto a las condiciones sociales de cada sociedad concreta, sino a una
sociedad abstracta, y a la común necesidad de los tiempos, que invitan a declinar los
compromisos con lo local. En ese sentido, constituye un eslabón más para la
construcción de un «nosotros» europeo en el campo educativo, como pueden serlo a
otros niveles el espacio europeo de educación superior, los programas de intercambio o
el hermanamiento de centros. No en vano se propone la organización de conferencias
europeas sobre el tema como aglutinante, el intercambio de información, y la creación
de un grupo de expertos que trate sobre la materia.
He aquí una dimensión especial y poco atendida del tema: el problema es estimulado
por su utilidad para modelar determinados valores y determinadas pautas de
sociabilidad y de focalización de intereses, que, a su vez, pueden trascender las
vinculaciones locales de los sujetos y reorientar sus intenciones políticas en la forma
menos creativa posible. A través de los medios de comunicación, pero también de la
producción legislativa, la violencia escolar ha pasado a formar parte muy importante del
imaginario social de posibilidades dentro del marco educativo, lo que resulta necesario
para su reconversión. Sin salir del ámbito de la educación, es preciso recordar el
Decreto 85/1999 de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, sobre los
derechos y deberes del alumnado, que en buena medida se explica como respuesta ante
este tipo de asuntos, aunque también como aceptación de las recomendaciones europeas
respecto a disponer de problemas y de puntos de referencia comunes.
Este Decreto ofrece toda una gama de posibilidades contrarias a las normas de
convivencia, y define también con minuciosidad las conductas gravemente perjudiciales
para dicha convivencia: la agresión física contra cualquier miembro de la comunidad
educativa; las injurias y ofensas; las acciones perjudiciales para la salud y la integridad
personal; las vejaciones o humillaciones, sobre todo si tienen una componente sexual,
racial o xenófoba, o se realizan contra alumnos con necesidades educativas especiales;
las amenazas o las coacciones; la suplantación de personalidad; el deterioro grave o la
sustracción de instalaciones y de documentos; la reiteración de las faltas leves; cualquier
acto dirigido directamente a impedir el normal desarrollo de las actividades del centro, y
el incumplimiento de las correcciones impuestas.
«Los niveles educativos más altos han permitido a las personas mayores posibilidades
de defensa de sus derechos y de desafío a las instituciones, que se perciben como menor
reconocimiento de la autoridad y de las tradiciones institucionales. Se trata, sin
embargo, de un sistema de autoridad más compartido por las familias y el alumnado,
que se manifiesta en la demanda de un papel más activo por parte de las familias, y en
un alumnado más reticente a hacer lo que se le dice» (Orden del 09-06-03 de la
Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, que establece el II Plan Andaluz de
Formación del Profesorado).
Los aspectos disciplinarios manifiestan todo esto de manera por demás significativa, y
abren otra vía que está en la base de la violencia escolar. Por eso, no podrán imponerse
correcciones contrarias a la integridad física ni a la dignidad personal del alumnado, y,
si hay que imponerlas, deberá tenerse en cuenta la edad del alumno, así como sus
circunstancias personales, familiares o sociales. Se generaliza la idea de que el menor de
edad es intocable, y eso se ve estimulado de forma especial por las disposiciones
legales. De esta manera, por ejemplo, se proclama y se establece que los niños nunca
son delincuentes sino víctimas de estructuras sociales injustas, como si, puestos en ese
lugar, no pudiera hacerse ese planteamiento también respecto de los adultos. El
resultado será una impunidad casi total del alumno, que socava las bases de la
institución, lo que a su vez contribuye a despojarla de los atributos sagrados que tuvo:
infalibilidad, prestigio de las destrezas adquiridas en ella, contacto directo con la verdad
y con la razón, depositaria del futuro, etcétera3.
De ese modo, el papel del docente como oficiante, como mediador con el mundo de la
razón y de los saberes, que participaba de la sacralidad del Estado-nación, queda por
completo orillado. Más aún cuando, en aplicación de una pedagogía considerada como
progresista, lo que se reclama del alumnado es, junto con su falta de esfuerzo, un mayor
egocentrismo: se prescribe como necesaria una metodología que parta de lo que los
estudiantes conocen y piensan sobre cualquier aspecto de la realidad, y que conecten
con sus necesidades y con los intereses personales que ellos mismos definen. Esta
presión hacia la capacidad de fascinación del docente se ha encontrado con el obstáculo
de la falta de credibilidad –sobre la que insistiremos–, que en buena medida es
consecuencia del estímulo hacia el desinterés por ver más allá qué implica esta
pedagogía.
Todo este proceso se focaliza de forma prioritaria en la figura del docente. El profesor
ha dejado de ser el rector de la vida escolar, para convertirse en un técnico que pone en
práctica principios, objetivos e instrumentos diseñados y definidos por otros, expertos
en planificación, en tecnologías, en economía. Debe realizar su trabajo ejecutando roles
como los de amigo, de psicólogo comprensivo, de orientador familiar, de evaluador de
sus discípulos, de transmisor de los valores de tolerancia, de flexibilidad, etc., papeles
que a menudo son incompatibles y que casi siempre chocan con la realidad. Desde todas
las instancias oficiales –tanto autonómicas como estatales y europeas–, se insiste en que
el saber acumulado con los años no es hoy tan valioso, y en que por eso el docente debe
ser un profesional polivalente, transigente y adaptable. Como señalan los técnicos del
sistema educativo: aparte de participar en el desarrollo de las propuestas curriculares en
los centros y en las aulas, los profesores deben conocer la situación de cada alumno, su
integración en el grupo y en la familia; también deben analizar las dificultades y los
problemas de integración, mantener relaciones fluidas con las familias, con el resto del
equipo, etc. (C. Gómez y otros, 2001). Su trabajo ya no tiene un centro –el aula–, sino
varios: clases, claustros, consejo escolar, formación, realización de sustituciones,
burocracia, etc., y en ninguno de esos ámbitos hace ya de actor principal. Forma parte
de un conjunto funcional en el que, debido a la necesidad de aplicar decisiones de
expertos y al principio democrático de participación de alumnos y de padres, carece de
la capacidad para tomar decisiones y de la autonomía que tuvo antes. Como apunta A.
Guerrero (2001), se ve obligado a actuar como técnico, aunque carezca de la suficiente
formación en tecnología. Como un técnico, que, además, tiene que ser polivalente, y
que, por eso mismo, está insuficientemente especializado.
Según han resaltado diversos autores, el proceso al que se somete al docente puede
calificarse como de intensificación y de descualificación, lo que sin ninguna duda lo
conduce a la pérdida de las atribuciones de sacralidad que le eran inherentes antes de la
crisis de la institución escolar. Hace ya más de veinticinco años, M. Larson (1980)
observó esta tendencia, visible sobre todo en la sobrecarga de trabajo y en el deterioro
de su sociabilidad, así como en la descualificación intelectual producida por el hecho de
que el docente ya no investiga, sino que consume los conocimientos que otros producen.
Dicha vertiente se perfila aún más en el trabajo de A. Hargreaves (1996), sobre todo
porque tal proceso se ha acentuado a partir de los años ochenta. En el contexto español,
ese proceso ocurre desde el inicio de los años noventa, siendo la aplicación de la logse
(Ley de Ordenación General del Sistema Educativo, de 1990) uno de sus principales
impulsores. A los elementos anteriores hay que añadir la retórica y las presiones de la
«participación», que, además de contribuir a la descualificación del docente, tienen otra
dimensión: favorecer a los que se encuentran en mejor disposición para influir en el
gran mercado, y que es por lo que hemos entrecomillado eso de la participación. Como
expresa con agudeza T. Popkewitz (1997, p.171):
[...] la idea de participación está relacionada con una teoría liberal concreta del grupo de
intereses, que parte de la base de que la sociedad se funda en el contrato social de los
individuos, en el que la suma de sus acciones produce la estructura social. En las
complejas sociedades modernas se cree que las distintas asociaciones (o grupos de
intereses) negocian entre sí para producir el bien común. La responsabilidad de una
escuela eficaz consiste en crear oportunidades en las que todos los grupos puedan
participar en la toma de decisiones [...]. Esta postura sobre la participación no presta
atención ni reconoce las decisiones que forman parte del discurso público y del acuerdo
de poder en el que se toman tales decisiones [...]. Las reglas de participación mantienen
una metáfora de mercado que beneficia a quienes han recibido una educación, a los que
tienen un horario de trabajo flexible, y a los que disfrutan de las disposiciones asociadas
a estas ventajas sociales y económicas.
La pérdida de atributos duros, de capacidad para categorizar con fuerza propia, desnuda
a la escuela de su carácter anterior, y la disfraza de asepsia en algo tan importante para
ella como es el juicio evaluativo sobre el alumno. El resultado de esto es claro: se la
despoja de poder simbólico, de capacidad de nombrar, de atributos sagrados. Ahora
estos dictámenes los hacen otras instituciones: el mercado laboral, la televisión, la
publicidad. Pero, además, esto ocurre en un momento en el que el sistema productivo
margina a los jóvenes, motivo por el que se amplía su tiempo de escolarización, pero en
el que en su mayoría se encuentran carentes de expectativas que la escuela, por su parte,
no les puede proporcionar. Como muestra D. Juliano (1993, p. 20), a una
«escolarización de la vida y desvaloración del producto escolar».
Convertida en uno de los temas estrella más recientes, la violencia escolar sirve también
al citado proceso de intensificación-descualificación: algunos grupos políticos piden
medidas de prevención que se puedan aplicar por los docentes, que son mostrados como
los nexos fundamentales con los jóvenes. De este modo, no sólo se orienta el problema
hacia una mayor descualificación del docente y hacia una intensificación de su trabajo,
sino que se ratifica el desplazamiento simbólico de la familia en cuanto a institución
social relevante. Al profesor se le reclama sustituir a la familia, así como una especial
habilidad para conseguir atraer a los alumnos desmotivados. Pero debe hacer esto al
tiempo que pierde capacidad de decisión y de autoridad, y sin que medie disposición
alguna por parte del alumno.
Es preciso anotar que, desde luego, no pocos elementos rituales tradicionales se siguen
manteniendo, y algunos con mucha intensidad. Por ejemplo, en el campo de las
expresiones verbales, la utilización de un lenguaje incomprensible para los asistentes
por parte de los oficiantes, circunstancia que observamos en la enseñanza secundaria.
Sin embargo, esto se vive hoy como una disfunción, pues no conmueve a los
participantes –los alumnos– sino que alimenta la increencia en el medio escolar. Se
mantiene también en las fórmulas verbales la redundancia, pero ésta ya no fascina sino
que aburre.
Las escuelas y los institutos se han convertido en objetos sospechosos, tanto por abajo –
los usuarios– como por arriba –grupos de presión así como los correspondientes
políticos y técnicos–, porque son fedatarios y garantes de un orden que se derrumba.
Deben ser reconvertidos para servir al nuevo orden, el del mercado global. En ese
proceso de reconversión, la violencia escolar es especialmente propiciada por los
discursos y por las medidas político-legislativas, por los modelos pedagógicos
imperantes, y, de forma especial, por la nueva naturaleza del docente. Es, pues, lógica.
Combatirla es enfrentarse a todo un sistema, a todo un proyecto. Por eso no se puede
encarar con paliativos técnicos y desde dentro. Hay que mirar estructuras y procesos que
estén afuera.
* * *
Violencia en la escuela
Qué hacer frente a un tema delicado y muy preocupante
El aumento de los hechos graves desde 1990 hasta ahora es geométrico y hay una
relación indisoluble entre el avance de la pobreza y las agresiones de los chicos. Nadie
parece estar preparado para dar una respuesta y encontrar la solución, por eso es
importante empezar a trabajar en conjunto entre docentes y padres.
Guardapolvo o escudo
Los primeros que detectan la violencia infantil son los maestros. Al principio era sólo
entre compañeros, pero empezó a ser alarmante la agresión hacia los docentes. Antes
era raro que un chico se enfrentara violentamente a un adulto, sobre todo si era su
maestro o profesor. A lo sumo, los chicos podían mostrar cierta transgresión, haciendo
chistes o llamando la atención de la clase, pero sin violencia. Hoy, si bien no es masivo,
ocurre que algunos chicos contestan con agresiones, se levantan y se van del aula e
incluso insultan o tratan de pegarle al docente y a veces lo hacen. No hay que caer en la
confusión de pensar que son niños con una enfermedad o trastorno psiquiátrico, porque
pueden no serlo.
El marco disciplinario de las escuelas estaba preparado para contener las peleas
previsibles entre los alumnos, pero las acciones violentas donde el maestro se encuentra
parado frente a un menor de edad que lo agrede, desbordan ese marco y le restan peso a
la sanción disciplinaria. Por ejemplo, si un niño de once años amenaza a su maestra
mostrándole una navaja, no tiene sentido que lo manden a la dirección a hablar con una
autoridad y firmar el libro de disciplina porque esa medida no hace mella en su
comportamiento. Se necesita algo más.
Para que haya violencia física hacia la maestra o alguien llegue con un arma a la
escuela, a lo largo del camino pasaron cosas menores que ninguna autoridad pudo
corregir. Por eso, llegada esa instancia, el límite que hay que poner es muy difícil. Los
chicos que no pueden tolerar las normas o prestar atención, que no tienen capacidad de
frustrarse (ellos quieren charlar o jugar durante la clase y no soportan que se los
prohíban), aquellos a los que se saca constantemente del aula por su mal
comportamiento, son chicos que no pueden socializarse y estar bien en ese ámbito.
Este comportamiento tiene un correlato en el hogar, con lo cual, el primer paso que
habría que dar es hablar con la familia.
Papá y mamá
Las estadísticas son asombrosas: un 70 por ciento de los padres no concurre a las
reuniones habituales de las escuelas. Pero cuando la búsqueda es puntual, cuando se cita
a los padres de un chico por un problema en especial, la concurrencia es aun menor.
S.O.S maestra
Los docentes cuentan con un equipo técnico dentro de la escuela y si no con el gabinete
psicopedagógico que les brinda ayuda, salvo en las escuelas rurales pero, de todos
modos, la situación en esas establecimientos es muy distinta a la de los centros urbanos.
Una de las funciones de los docentes es estar atentos a la conducta de los chicos para
frenar la violencia antes de que se pase del límite. Durante una pelea fuerte entre chicos,
el docente tiene que tratar de disuadirlos mediante la palabra y, si no lo logra, tiene que
pedirle a otro chico que llame en forma urgente a otro docente y, entre los dos, procurar
que cese la violencia. Esto tiene que ver con la seguridad jurídica de los maestros,
quienes tienen explícitamente prohibido tocar a los alumnos. Tras cada hecho, deben
asegurarse de que quede registrado e insistirle al gabinete para que actúe.
Cuando un chico transgrede los limites mucho más allá de lo normal, se genera mucha
angustia en el resto de sus compañeros porque ven que un niño como ellos atraviesa el
freno interno que impide hacer todo lo que se les pasa por la cabeza y eso, en personas
que se están formando, genera mucho desasosiego. Por eso, cuando sale del aula el
compañero violento, el alivio no es sólo para la maestra sino también para él y para sus
compañeros, porque el curso vuelve a tener problemas de conducta esperables y no
incontrolables.
* * *
Las últimas décadas del siglo XX se caracterizan, entre otras cosas, por la creciente
violencia que se manifiesta en diferentes escenarios y que adquiere diversos rostros:
desigualdades y discriminación, hostilidad y acoso, daño ambiental y alienación,
autoritarismo de los regímenes y de ciertas instituciones, desocupación y hambre,
conflictos y guerras...
Todos esos rostros nos ubican ante grandes dilemas que, por su relevancia, nos inducen
a transformarlos en problemas, buscar alternativas y a adoptar acciones específicas
para resolverlos en forma creativa y pacífica, sin violencia física ni simbólica.
En este contexto, es importante que niños y adultos, hijos y padres, alumnos y docentes,
puedan reflexionar y analizar situaciones conflictivas y analizar temas como: violencia
y paz, conflictos y guerras, distribución del poder, justicia y sexo, problemáticas
ambientales, futuros alternativos. Y, a partir de ello, tender a generar preocupación
ecológica, compromiso por la justicia y una "apertura mental" que posibilite una lectura
de los hechos y acontecimientos ajustada a lo real, en el marco de :
la diversidad,
En este marco, consideramos que es posible hallar en la escuela modos alternativos de
ser en lo personal y modos de organización institucional y social que permitan formular
alternativas, con el propósito de cambiar actitudes por medio del trabajo en torno al
conocimiento, las normas sociales y los valores, y el respeto por las diferencias.
Tal como expresan L. Garay y S. Gezmet, todos los fenómenos humanos y sociales
-como la violencia- son resultante de un interjuego de componentes en el que
básicamente interactúan:
Por lo tanto, se torna necesario, por una parte, conocer aspectos de la constitución
psicológica de los niños, así como algunos procesos y mecanismos singulares
vinculados al uso de la violencia como modo de relacionarse con el mundo, a la
agresividad, los miedos, la capacidad de preocuparse por otros o la deprivación. Y, por
otra parte, es necesario establecer relaciones con las otras dimensiones: ya que tanto los
procesos estructurales como los procesos institucionales intervienen en la constitución
de los procesos psíquicos y, particularmente, en la formación de las identidades
sociales.
La violencia que "elige" como escenario a la escuela, si bien no es producida por ésta,
cuestiona seriamente el imaginario social y el tradicional ideario escolar de escuela
como lugar de encuentro y armonía.
Finalmente, no son pocas las acciones y los hechos de violencia contra las escuelas, a
través de actos de depredación del mobiliario, de los útiles y del propio edificio escolar;
o a través del abandono social de los establecimientos o de la descalificación de tal o
cual escuela.
El docente "es parte" del hecho violento, comparte el escenario, pero la triangulación
de miradas a partir de considerar, no sólo su percepción personal sino, también, su
articulación con las dimensiones: social, estructural e institucional en el marco de un
sistema causal complejo, facilita la comprensión del fenómeno.
Violencia e indisciplina
Es muy común que se identifique violencia e indisciplina, pero se trata de hechos con
peculiaridades diferentes y que tienen distintos efectos en los actores.
Por su parte los actos de indisciplina, si bien siempre refieren al sujeto y, por supuesto,
a las relaciones intersubjetivas, tienen que ver siempre con las relaciones pedagógicas
en el marco de la propia práctica áulica y/o institucional. Se trata de obstáculos o
conflictos con la tarea y, específicamente, con los modos de enseñar, con el uso de los
espacios y el tiempo, con las normas institucionales, etc.
Violencia y hostilidad
Por otra parte, consideramos relevante la diferencia que se establece entre hostilidad y
agresividad, por los efectos y las consecuencias que pueden producir los actos
violentos.
Así, mientras la violencia puede buscar producir miedo, por la amenaza o la agresión,
la hostilidad suele manifestarse entre sujetos unidos por vínculos importantes
(compañeros, alumno-docente), ubicándose al otro en el lugar del adversario, sobre el
que se proyecta la agresividad no aceptada como propia y se lo trata de hacer sentir
culpable de sus propias acciones.
En este sentido, muchas de las conductas que consideramos agresivas, no lo son; son
conductas hostiles. La hostilidad opera frecuentemente como un mecanismo de defensa;
por lo cual, es necesario diferenciar entre un acto de agresión y un acto hostil. En los
actos hostiles la primera víctima es el sujeto que lo provoca en tanto, generalmente,
provoca la ruptura de vínculos con sus pares y, consecuentemente, genera dificultades
en la integración grupal.
Comprende todo tipo de manifestaciones que van desde peleas entre alumnos o grupos,
hasta los "coscorrones" proporcionados por los docentes.
Violencia, víctima y victimario
Los rostros de la violencia serán distintos si se ven desde el lugar de la víctima o desde
el victimario.
"Desde la posición del victimario, la violencia sería toda aquella conducta realizada con
intención de destruir, herir, coaccionar, atemorizar, a otras personas, a un grupo, a uno
mismo, a instituciones u objetos considerados de valor para alguien; ya sea valor
material o simbólico" (Garay y Gezmet). Abarca una amplia gama de manifestaciones
que va desde miradas o gestos amenazantes hasta homicidios, pasando por la bofetada o
la destrucción de objetos del otro. Desde esta perspectiva, la violencia conlleva
intimidación, acoso y amenaza y siempre supone la intencionalidad de dañar, fastidiar,
molestar o destruir al otro
* * *
Internet está siendo utilizado para llamar la atención por jóvenes que suben películas a
You Tube: videos que muestran peleas, uso de drogas, armas, y ahora también
vandalismo. Ese fenómeno, llamado happy slapping, fue iniciado por jóvenes en el sur
de Inglaterra, filmando o fotografiando con teléfonos celulares momentos de violencia
perpetrados contra un tercero o actos de vandalismo en general, y se ha vuelto tan grave
que, en algunos países, como en Francia, ya son penados. Aquí, una noticia que describe
la acción del grupo de jóvenes que destruyeron un aula en una escuela de Rosario se
titulaba: “Cuando los profesores no están, vean lo que sucede en nuestra escuela”.
¿Qué es lo que lleva a que los jóvenes, además de realizar actos de vandalismo,
quieran exhibirse y mostrarles a miles de personas lo que pueden hacer? Los jóvenes
son gregarios, sufren influencias multiculturales, sienten una gran impotencia y
desconfían de las instituciones y de la “sociedad de los adultos”. Muchas veces, para
esos jóvenes, la manera de dejar de ser niños, de transformarse en adultos es por medio
de actitudes de exhibicionismo, de ruptura del orden establecido, de mostración frente a
sus pares. La sociedad del espectáculo les proporciona esa posibilidad, creando también
subculturas de violencia, donde las reglas y los valores son establecidos por ellos
mismos.
Por eso es cada vez más común el uso de las nuevas tecnologías para documentar y
difundir situaciones de violencia, que se desdobla en dos tipos: la violencia física,
ejercida en el acto en sí, y la simbólica, enorme, que representa el que los agredidos
vean esas imágenes mostradas una y otra vez por medio de Internet y la Web, sin que
puedan frenar la difusión de su propia humillación.
Además de que el incidente se dio en una escuela, el hecho muestra también cómo las
instituciones que atienden a la juventud no están logrando ni responder a los fenómenos
de violencia que se suceden ni entender cómo y por qué ocurre; problema que se
presenta en un gran número de países.
Decir que esas situaciones son producto de los altos niveles de violencia presentes fuera
de la escuela no es suficiente. Entender el contexto familiar, el de los barrios donde
están ubicadas esas escuelas y, especialmente, las relaciones de la escuela con su
entorno, con los padres de los alumnos, del cuerpo docente con sus alumnos y
viceversa, de los alumnos entre sí es fundamental para diagnosticar lo que ocurre dentro
de ese establecimiento escolar y, entre todos los agentes educativos, buscar soluciones.
Entender por qué las escuelas ya no son protectoras ni son protegidas, forma parte de
ese esfuerzo.
* * *
TEMA DE LA SEMANA
Violencia en la escuela
Esta clase de situaciones traumáticas, en las que llegan a perderse vidas de manera tan
insólita como desgarradora, a menudo responde a una situación de repetida violencia
cotidiana. Esta violencia, conformada por la suma de una serie actitudes, conductas y
situaciones producidas día a día en la escuela, tales como la discriminación, la
marginación, el autoritarismo, etcétera, resulta menos visible que episodios como el de
Carmen de Patagones, pero conforma la base del problema de la violencia escolar. A
menudo, este marco cotidiano de convivencia violento, al no desencadenar en episodios
traumáticos de agresión, es tolerado o directamente no considerado como un problema
de importancia, lo que dificulta la posibilidad de una convivencia fructífera en el ámbito
escolar y alienta a los jóvenes a incorporar determinadas conductas de violencia como
parte normal de la vida cotidiana.
Estos prejuicios traen consigo una enorme carga de violencia, porque conducen al
rechazo de una persona a partir de características que nada tienen que ver con el
comportamiento, con las conductas o con la forma de ser de esa persona. Ser rechazado
por los rasgos físicos o por las creencias religiosas y culturales genera rencor y
resentimiento. A menudo los adolescentes que son discriminados responden a esta
violencia gratuita mostrada contra ellos con otras formas de violencia, que generan a su
vez un mayor rechazo, creándose de esta forma un clima de convivencia escolar que
reproduce patrones de intolerancia y conflicto anclados en los prejuicios
característicos de nuestra sociedad.
La escuela tiene un importante papel simbólico como el espacio en el que los niños y
jóvenes aprenden no sólo un conjunto de contenidos curriculares, sino pautas de
sociabilidad y comportamiento ciudadano. Frases populares como “¿no te enseñaron
nada en la escuela?” dan cuenta de este lugar. Es por eso que si en ese mismo lugar se
reproducen en el tiempo conductas y actitudes ligadas a la intolerancia y la
discriminación, resulta muy difícil formar ciudadanos que respeten las diferencias y
puedan, en lugar de rechazarlas y condenarlas a priori, nutrirse de ellas para
desarrollarse como personas más completas. Si la escuela reproduce la xenofobia, el
antisemitismo, el machismo, etcétera, de la sociedad presente, los alumnos del futuro
también llegarán a la escuela cargados de estos prejuicios, por la simple razón de que
quienes fueron alumnos en la actualidad salieron de la escuela sin herramientas que les
permitan ejercer una crítica razonada sobre sus propios prejuicios. Si como sociedad
queremos cambiar esto, es precisamente la escuela el lugar en el que los adolescentes
pueden ser provistos de elementos conceptuales que les ofrezcan la capacidad para
superar las creencias ligadas a la intolerancia y a la discriminación, promoviendo
esquemas que les permitan aprender a tolerar la incertidumbre y a construir la propia
identidad sin necesidad de establecerla contra los que se perciben como diferentes.
Las conductas autoritarias por parte de los docentes promueven doblemente la violencia
escolar. En primer lugar, cuando los alumnos observan que los docentes imponen
sostenidamente su autoridad basándose en un conjunto de reglas y actitudes que son
percibidas como arbitrarias, actitudes que no dejan espacio para que los alumnos puedan
expresar las razones que los llevan a considerarlas de ese modo; a menudo, al no contar
con otros canales de expresión, responden de forma violenta, como forma de resistirse a
determinadas normas y prácticas escolares. En segundo lugar, cuando los alumnos
reciben cotidianamente señales autoritarias por parte de los docentes, es común que
ellos mismos reproduzcan esta actitud en la resolución de sus propios conflictos. De este
modo, en lugar de promoverse el enriquecimiento colectivo a partir de la integración de
las diferencias entre los alumnos, estas diferencias pueden conducir a situaciones de
violencia cuando los jóvenes dirimen sus diferencias reproduciendo las conductas
autoritarias que observan en los docentes. La resolución autoritaria de un conflicto por
parte del docente, al cancelar la solución colectiva que, a través del intercambio y la
explicación, incluye al alumno al ofrecerle participación en el resultado de esa
resolución y lo hace sentirse parte de la misma, fomenta las resoluciones individuales de
los conflictos cotidianos y dificulta el aprendizaje de la integración no violenta de las
diferencias.
Las conductas y actitudes autoritarias por parte de los docentes, tanto en la enseñanza
curricular como en el tratamiento de las cuestiones de conducta, promueve el desarrollo
de actitudes individualistas en los alumnos, cercenando el crecimiento de los espacios
de actividad y reflexión colectivos, espacios que además de facilitar el proceso de
enseñanza y el aprendizaje, facilitan también la integración de los alumnos entre sí al
promover un clima social de intercambio y participación que, a su vez, ayuda al
desarrollo de la actividad curricular en el aula.
* * *
Gabriel Conte - Entendemos que la educación puede ser una buena herramienta
para
afrontar las múltiples causas del delito creciente en los países
latinoamericanos. Pero, ¿cómo se puede conseguir un equilibrio de
convivencia en las escuelas para lograr que la calidad educativa no se vea
deteriorada por ello? ¿Puede romperse ese círculo vicioso de la violencia?
GC- ¿Hay recetas, acciones concretas en su experiencia que puedan aplicarse para
disminuir la violencia escolar?
JW- No considero que haya recetas infalibles o algo que se pueda aplicar y que
lleve necesariamente al fin de la violencia escolar. Hay sí experiencias
exitosas que merecen atención y que pueden ofrecer
alternativas viables para cambiar la realidad en las escuelas en todo el mundo.
Una de esas experiencias es la del Programa Abriendo Espacios en Brasil, una
iniciativa de la Unesco, llevada a cabo en asociación con el Ministerio y las
Secretarías de Educación de varios Estados en Brasil. La idea es abrir las
escuelas durante los fines de semana para la organización de diversas
actividades extracurriculares, tales como
prácticas deportivas, talleres culturales o actividades de formación
profesional. Con el apoyo de voluntarios y profesionales de la propia comunidad
próxima a la escuela, estas actividades, abiertas a la
participación de todos, permiten el fortalecimiento de las redes sociales. En
otras palabras, favorece la comunicación entre los actores que conviven dentro y
fuera de las escuelas. Las mejorías son claras. En las escuelas que participan
del programa, se ha logrado disminuir sustancialmente los índices de
criminalidad. Se nota también una mejoría en los desempeños de los alumnos en
aula. Esta experiencia se está ampliando y el objetivo es extenderla a todas las
escuelas del sistema público brasileño. La experiencia ha atraído la atención de
otros países, como Argentina.
JW- Sí, dicho vínculo existe, pero la cuestión es más compleja que eso. La
escuela es un espacio social y es afectada por varios fenómenos de la sociedad
en la cual está inserida. La reproducción del crimen organizado, el tráfico de
drogas, las agresiones entre parejas, por ejemplo, son fenómenos que pueden a
veces ser observados dentro y fuera de las escuelas, interfiriendo en
determinados establecimientos de la enseñanza. Sin embargo, muchas personas
-los
propios profesionales de la educación- tienden a "externalizar" el problema de
la violencia en las escuelas o a "naturalizarlos"; eso es grave. Entender la
escuela como espacio de reproducción de comportamientos que tienen su origen
fuera del ámbito
escolar es importante sólo si, al mismo tiempo, se considera el papel social de
la educación, del educador y de la escuela en la corrección de dichos
comportamientos. No se pueden permitir determinismos. Por otro
lado, hay determinados tipos de comportamiento y situaciones que se generan en
la escuela que tienen que ver con la distribución de los roles sociales, con las
relaciones de autoridad y poder. Estos comportamientos y situaciones también
pueden ser causas de violencia y merecen, por lo tanto, la atención del
educador. Una vez más, es fundamental que el educador esté conciente de su papel
social, en la promoción de
comportamientos y valores que se reproducirán a lo largo de toda la vida del
ciudadano.
GC- ¿Cuánto aportan a esa violencia la proliferación y fácil acceso a las armas
de fuego por parte no solo de jóvenes sino de adultos?
JW- El fácil acceso a armas de fuego sirve en parte como explicación de las
tragedias nombradas anteriormente. Si los chicos no tuvieron acceso a dichos
dispositivos, jamás se hubiera llegado a consecuencias tan fatales. Pero no
basta limitar el acceso de los chicos a las armas de fuego - lo
que está prohibido en todo el mundo, al menos formalmente. Los niños, sobretodo
cuando más chicos, tienden a replicar los comportamientos de sus padres. Si sus
padres tienen un arma dentro de casa, el mensaje que se pasa al niño es que uno
tiene derecho a defenderse con un arma de fuego, aunque eso implique quitarle la
vida a alguien. Ese es un valor que va en contra de los principios democráticos
del imperio de la ley y que alimenta un sentimiento de inseguridad entre todos -
incluso entre los portadores
de armas de fuego. Por ello se hace importante promover el desarme y sacar de
manos civiles dispositivos hechos para matar.
GC- Las ONGs argentinas vienen trabajando desde hace tiempo en propuestas de
planes de desarme. La única experiencia en ese país es la provincia de Mendoza.
Desde el año 2000 vienen proponiéndolo a la Nación. Y ahora parece que hay
interés. ¿Augura Ud. éxito a esa propuesta?
GC- ¿En qué puntos del plan de acción de un plan de este tipo pondría Ud. el
acento?
JW- Para el éxito de cualquier plan de acción que se destine a dar fin a la
inseguridad, es preciso el econocimiento de las múltiples causas de la
violencia. Ello exige la elaboración de una estrategia integrada, que actúe al
mismo tiempo y de manera coordinada en diversos frentes. Es esencial que no se
restrinja la seguridad a una cuestión de policía. Es también y fundamentalmente
una cuestión de educación, así como de
garantías institucionales, de acceso a servicios básicos, de empleo, entre
otros. Si se desea que los resultados sean sólidos y duraderos, hay que asegurar
un papel prioritario a la educación: es ella la herramienta más eficaz en la
construcción de una cultura de paz.
JW- Sí, soy optimista. Superar la violencia no es una tarea sencilla, pero es un
desafío por el cual urge luchar. La principal decisión tiene que venir de todos
en conjunto - sociedad civil, gobierno, sector privado - y
consiste en apostar en la promoción de una cultura de paz como la estrategia de
salida a esa situación de inseguridad. En esa estrategia, cada uno tiene su
responsabilidad. El Gobierno tiene que garantizar la
seguridad de los ciudadanos por medio de las instituciones legales. La sociedad
civil debe apoyar al gobierno y rechazar las falsas garantías de seguridad,
basadas en supuestos derechos individuales: el desarme de la población civil es
muy importante. El sector privado tiene que asumir sus responsabilidades
sociales y explorar las muchas maneras por las cuales puede contribuir para el
bienestar de la sociedad. Los empresarios tienen que entender que la seguridad
favorece también a sus negocios. Hay que garantizar que todos estos actores
estén en constante diálogo y que actúen coordinadamente dentro de un marco
estratégico para revertir la violencia y promover la paz.
Fuente: Gabriel Conte y Jorge Werthein
* * *
¿Cuántas veces gritamos por gritar, criticamos o discriminamos? ¿Cuántas veces con un
silencio “golpeamos” a quienes amamos o desvalorizamos con palabras y hechos a
nuestros seres queridos?
Estoy convencida que nuestros hijos nos escuchan, nos miran, y cuando la incoherencia
entre lo que decimos y hacemos se instala provocamos sentimientos encontrados en
ellos, que son causales de violencia.
En mi tarea como psicopedagoga en más de una ocasión, me encuentro con padres que
critican al colegio (que ellos eligieron para sus hijos) o a la docente frente a la mirada
inocente de los pequeños. No hace falta ser un especialista para entender que
sentimiento puede despertar en el niño esto.
O padres que a los gritos retan a un niño cuando no le sale la tarea de la escuela, sin
pensar que quizás no es que no quiera sino que no pueda resolverla. Lo único que logran
es generar escenarios de malestar y displacer frente a algo que tendría que ser
placentero: el aprendizaje.
Comencemos a promover actitudes de paz, de contención, de seguridad, evitando estas
situaciones que de tan simples nos pasan desapercibidas pero que tanto daño hacen a
través del tiempo.
Lo único que hacemos al generar estos sucesos es descargar una tensión que es nuestra
(preocupaciones, conflictos laborales o personales) y proyectarla en otro que nada tiene
que ver.
Partiendo de nuestra realidad diaria podremos comenzar a producir cambios, pero
cuidado, el cambio tiene que estar primero en nuestro interior, debemos estar
convencidos de esto para luego transmitirlo a los demás.
Es fundamental que desde nuestra mirada de adultos, padres, educadores, podamos
brindar además de coherencia, certidumbre (en un mundo donde la incertidumbre está a
la orden del día y nos descoloca), juicio crítico: explicándoles los criterios de qué está
bien y qué está mal, más allá de lo que los demás nos intentan inculcar.
Sé que no es fácil, pero basta pensar un poco, serenarnos, tomarnos ese ratito de tiempo
para ver que hay detrás de lo que un hijo me dice, o de una conducta que me preocupa,
pedir ayuda a profesionales cuando sentimos que no podemos solos, y así poder seguir
creciendo en este mundo nada fácil, nada pacífico, en esta hermosa tarea de ser padres.
* * *
“Página 12”.
Silvia Silberman, psicóloga argentina radicada en Israel, dirigió entre 1984 y 1993 el
Servicio de Psicología Educacional de la Municipalidad de Jerusalén y actualmente es
consultora en la especialidad. En diálogo con Página/12, explicó por qué la escuela, por
sus acciones u omisiones, siempre contribuye a mitigar o bien a agudizar la violencia en
sus alumnos, y describió la tarea de los psicólogos educacionales en Jerusalén, que
intervienen en una gama de situaciones que van desde la crisis desencadenada por el
suicidio de un alumno hasta la problemática de los chicos superdotados. La doctora
Silberman estuvo hace unos días en Buenos Aires invitada por la Universidad de
Palermo, donde dirigió el taller “Violencia en las escuelas. Una mirada desde la
perspectiva sistémica”.
–¿En qué consiste el Servicio de Psicología Educacional de Jerusalén?
–Este organismo presta servicios de salud mental a la población de Jerusalén en edad
escolar: jardín de infantes, primaria y, en menor medida, secundaria. Mi contribución
fue una visión sistémica y organizacional de la escuela: se atiende al niño individual y a
su familia, se da consultoría al docente, pero se observa también el contexto
organizacional. El psicólogo del servicio trabaja una vez por semana en la escuela. Su
trabajo es acordado con el director de la escuela, bajo contrato: negocian, de acuerdo
con los intereses y necesidades de cada uno, una forma de trabajo que se renueva una
vez por año.
–¿Encontró usted una problemática específica en la población escolar de Jerusalén?
–Jerusalén es una ciudad muy fragmentada. Entre los distintos barrios hay diferencias
socioeconómicas, institucionales, geográficas, étnicas, educacionales: hay tres equipos,
que trabajan con distintos grupos. Uno se dirige a la población en general; otro, a la
población árabe, ubicada en el este de Jerusalén; y otro, a la concentración de judíos
ultraortodoxos en el norte de la ciudad. Estos grupos, además de las diferencias étnicas,
tienen distintas percepciones de la escuela y la educación. Por ejemplo, cuando llegaron
en masa los etíopes, la problemática correspondía a una transición cultural muy dura, ya
que procedían de comunidades primitivas, agrícolas, que no tenían afinidad con la
cultura occidental de Jerusalén.
–¿Cómo responde el servicio, teórica y prácticamente, ante tanta variedad de
problemas?
–El servicio, en el momento que yo me retiré, tenía más de cien psicólogos. Estos
responden evaluando la problemática especial de la escuela y atendiendo en ella con
equipos especializados. Por ejemplo: un equipo sistémico de psicología de familia; otro
de dificultades de aprendizaje que trabajaba a partir de tests para localizar problemas
muy finos en el proceso cognitivo, pues hay chicos que no perciben o no discriminan
formas o sonidos, o no pueden conectar el grafismo con el sonido o coordinar los
distintos elementos de la palabra oral o escrita. También hay gente que trabaja en
psicoterapia individual dentro de una tendencia psicoanalítica. Además, el trabajo en las
escuelas desde una visión organizacional y desde el paradigma de “consulta de salud
mental” de Gerald Caplan, uno de los pilares de la psiquiatría social en Estados Unidos.
Este paradigma se basa en una intervención a nivel de la persona que está en contacto
directo con el asistido: en nuestro caso, la idea es que el maestro pueda comprender la
conducta del niño y modificar la suya para atender a las necesidades del chico.
–Eso implica reconocer en el docente un rol muy importante.
–Así es. El maestro está en contacto con el niño a un nivel muy directo. Si el maestro no
entiende aquello que le sucede al niño, produce una situación conflictiva y a veces muy
dolorosa. Y si el maestro aprovecha la consulta no sólo ayuda a un niño específico:
también ha aprendido algo que le servirá en su trabajo en el futuro. Hay que tener en
cuenta que, cuando un servicio tiene éxito, el número de derivaciones y consultas
aumenta y no disminuye. En Jerusalén el Servicio de Psicología Educacional recibe, de
cada camada de niños que ingresan a la red escolar, entre un 10 y un 20 por ciento de
derivaciones de todo tipo. Esto incluye también consultas para niños sobredotados.
Muchas veces la escuela no ofrece al niño sobredotado las mejores posibilidades de
desarrollo; hace de él un problema. A veces lo deja en paz, pero no le da posibilidades
de expresión.
–Estas dificultades incluyen la violencia escolar...
–En cuanto a la violencia, hay que observar ciertas particularidades de Israel. En una
situación en la que hay mucha tensión por un enemigo exterior, la violencia no está en
el foco de atención. Pero a medida que disminuye la violencia exterior, se hace más
patente la violencia de los chicos. No suele haber casos tremendos, como en Estados
Unidos, donde niños en la escuela matan a sus compañeros, pero hay casos aislados en
los que adolescentes agreden gravemente o matan a otro. Sin embargo, la violencia en la
escuela no tiene que llegar a límites fatales para constituirse en un problema. Chicos que
se pelean y se lastiman o que atacan a la maestra, o que van armados a la escuela porque
se sienten amenazados, son síntomas de violencia. La violencia no es exclusiva de los
grupos marginales, también encontramos casos en las clases altas.
–¿Cuáles son las condiciones para la generación de violencia escolar?
–Me interesa la contribución inherente, específica, de la escuela a la violencia, aunque
ella misma no sea creada por la escuela. Es que la escuela puede mejorar o empeorar el
problema de la violencia. Se trata de focalizar cuál es la contribución que la escuela
hace a la violencia general. Por ejemplo, cuando la escuela ofrece más posibilidades a
los chicos de seguir adelante en los pasos siguientes de la educación, entonces hay
menos violencia. Cuando la escuela limita las posibilidades de educación siguiente, la
violencia aumenta. A iguales condiciones de ingreso de los chicos, hay escuelas que
mejoran sus posibilidades para estudiar, pero hay escuelas que las empeoran.
–A mayor educación menor violencia, ¿pero también a la inversa?
–La escuela tiene la sensación de que la violencia que se produce dentro de ella es un
reflejo de la violencia social, y en cierta manera esto es cierto. Pero la escuela nunca es
neutral. Ayuda o perjudica en dos vertientes fundamentales: violencia y posibilidades de
continuar estudiando. En todo caso, el discurso del maestro puede mejorar o empeorar
la situación del chico. La mejora cuando ayuda al niño a desarrollar el nivel
metacognitivo, cuando lo ayuda a preguntarse por qué le pasa lo que le pasa, a repensar
lo que le sucede. Empeora, incrementa la violencia, cuando no le pregunta, cuando
castiga, cuando el maestro cree que sabe mejor lo que le sucede que el niño mismo,
cuando lo discrimina, cuando pone el acento en las notas y no en el proceso de trabajo.
–¿Con qué tipo de intervención se responde?
–Se desarrolló un servicio de emergencias que atiende cualquier crisis. Este servicio
comenzó a raíz de una matanza perpetrada en plena calle a la hora en que los chicos
iban a la escuela, que desencadenó una crisis en el establecimiento. Otra crisis es el caso
de un suicidio: la conmoción que el suicidio de un chico produce en la escuela exige una
intervención de emergencia, con el fin de elaborar con los chicos la situación en la
misma escuela, con sus maestras, y a veces en forma individual. La tendencia anterior
era mandar a los chicos a la casa ante cualquier emergencia, pero eso no permite
elaborar el trauma. Este servicio se fue extendiendo a la atención de situaciones
terminales, por ejemplo con relación a la muerte próxima del padre o la madre del niño,
como un trabajo de prevención para que el niño pueda elaborar y resignificar las
situaciones traumáticas. Pero el punto de anclaje es siempre el maestro y su grado.
–La intervención que usted propone implica una gran responsabilidad del docente.
–Sí, pero aquí se incluye el problema organizacional de la escuela. Porque el docente
necesita, por el grado de su exposición, una cantidad enorme de apoyo. Tanto en lo
emocional como en lo profesional. Lo que la escuela hace o no hace para el maestro es
crítico para que él pueda llevar adelante sus funciones o no. Por ejemplo, el trabajo con
la ansiedad de los niños y con la suya propia no puede llevarse adelante sin apoyo de la
escuela. La responsabilidad, entonces, corresponde a la escuela.
* * *
En primer lugar, entiende que se debe recuperar la misión de la escuela: enseñar. "Hay
una falsa contradicción entre educar y asistir, que genera vivencias de confusión
respecto de lo que hay que hacer", apuntaron.
Martorell y Marmet proponen recobrar las tareas pertinentes a cada rol dentro del
sistema educativo y planificar acciones que vuelvan a establecer la necesaria alianza
pedagógica entre todos los involucrados.
"Hay que comprender que si el maestro no está, los chicos no aprenden; si los chicos no
van a la escuela, el maestro no tiene trabajo; si los padres no llevan los chicos a la
escuela, ésta no existe; si los directivos no dirigen, la escuela sería un caos; si los
porteros no organizaran el espacio físico, tampoco se podría enseñar; y si el Estado no
brinda las condiciones necesarias, el sistema no funciona".
Agregan que "en la medida en que todos se den cuenta de que el otro no es enemigo, si
no una persona necesaria para que yo pueda cumplir mis fines y objetivos, se puede
pensar que esta soledad no es tal y que juntos, desde los distintos roles y
responsabilidades, pueden enfrentar los problemas de una manera cooperante y
solidaria. El Estado y Ministerio de Educación tienen un papel prioritario e indelegable
en esta alianza pedagógica".
Para las psicopedagogas existe una enorme reserva profesional y ética en las
instituciones educativas que permite reflexionar las distintas situaciones en conjunto.
Con ese rumbo sugieren trabajar en la prevención de la violencia.
Cronología
El 20 de octubre una chica del ex Colegio Nacional hirió gravemente con un cuchillo a
un compañero en la vereda de la institución. El adolescente debió ser hospitalizado.
El 25 de octubre en la escuela Estanislao López del barrio Santa Rosa de Lima, una
adolescente de 15 que golpeó a otra de su misma edad habría intentado echar mano de
un cuchillo que escondía en una de sus zapatillas. Intervino la preceptora y el hecho no
pasó a mayores.
El 28 de octubre un escolar de 12 años atacó a otro de su misma edad, infligiéndole una
herida en el brazo derecho con una navaja. Fue en la escuela Ignacio Crespo de Santo
Tomé.
Ese mismo día, en la puerta del Almirante Brown, un par de adolescentes atacó a otro en
la puerta de la institución.
En Rosario fueron varios los hechos ocurridos en los últimos días. Los llamados que
recibe el SOS Escuela de esa ciudad se multiplicaron por dos en los últimos años y
recibe cuatro denuncias diarias de casos de violencia escolar.
0-800
* * *
C.P 7600
La Asamblea del año XIII puso fin en forma oficial a los castigos corporales en las
escuelas de estas latitudes. Su decreto incluía los siguientes fundamentos: “habiendo
llegado a entender este gobierno que aún continúa en las escuelas de educación la
práctica bárbara de imponer a los niños la pena de azotes, cuyo castigo es excesivo y
arbitrario por parte de los preceptores, a que no están autorizados para ello en manera
alguna y perjudicando a los objetivos mismos de las instituciones juveniles, siendo
además absurdo e impropio que los niños que se educan para ser ciudadanos libres, sean
en sus primeros años abatidos vejados y oprimidos”.
De este modo se expulsaba del marco ético y legal de nuestra sociedad la violencia
física en el ámbito escolar.
Por supuesto, la violencia no se puede erradicar por decreto y la violencia continuó y
continúa. En este siglo, se asumió en forma generalizada como comportamiento
absolutamente censurable. Me refiero a la violencia manifiesta en diferentes actitudes y
sobre todo, en el ámbito escolar.
Sin embargo, otras formas de violencia más sutiles y con frecuencia más dañinas,
persistieron y persisten. La escuela no es ajena a las características de la sociedad a la
que pertenece y por lo tanto en ella existe la violencia , que asume variadas formas,
direcciones y sentidos.
Debemos los docentes y todos aquellos que conforman un núcleo estrecho de
convivencia escolar, reflexionar sobre la violencia en la escuela , pero no sólo la que
dirige a los alumnos sin también la que dice genera entre los alumnos y además la que
recibe el docente, en una maraña muy difícil de desenredar.
Es decir, se intenta ver como la violencia deviene en una forma de interacción y
comunicación cotidiana en el ámbito escolar.
Quiero destacar lo que he recogido de las experiencias de la licenciada Raquel
Disenfel, psicóloga, dedicada a trabajos de seminarios con maestros, quien afirma lo
siguiente: “Se puede observar tres aspectos violentos de nuestra sociedad que se
manifiestan en la escuela : el autoritarismo, el aislamiento y los dobles mensajes”.
El autoritarismo caracteriza nuestro sistema educativo. Es la forma más corriente en que
los distintos niveles directivos se comunican con los docentes.
La mayoría de las veces existen órdenes, no hay consultas, ni diálogo.
El aislamiento es otra forma de violencia que el sistema ejerce sobre el docente.
Se fomenta el trabajo solitario, no la cooperación y el diálogo.
Nunca hay tiempo para intercambiar información, para ayudarse mutuamente.
Con respecto a los dobles mensajes o mensajes contradictorios a los que los argentinos
estamos tan acostumbrados, la licenciada afirma lo siguiente: “el doble mensaje
confunde y ataca la inteligencia, esquizofreniza.”
Es habitual que en la escuela se le diga a los docentes, por ejemplo, que los chicos
pueden participar y cuando hablan de temas de actualidad con ellos, se les dice “de estos
temas no hay que hablar”.
Otro ejemplo, se admite que se debe respetar los tiempos de los chicos y después se los
obliga a terminar el programa.
Otra forma de violencia es la arbitrariedad y la improvisación que parece ser otro de los
males que se suma para generar un clima violento entre los docentes.
La experiencia recogida durante mi actuación docente, me lleva a pensar como tantas
compañeras de tarea, que el sistema educativo esta tan deteriorado que cualquiera tiene
acceso a cargos directivos, gente que no esta preparada para asumirlos.
Según se ha podido detectar, la experiencia de problemas de violencia entre los alumnos
suele estar vinculada con el origen social de los chicos. La violencia están más
En las escuelas donde los alumnos pertenecen a la clase media, los casos de violencia
están más individualizados, se pueden referir a problemas de conducta individuales y
familiares.
Cuando la violencia es generalizada en una escuela, se puede decir que se debe a un
choque de “pautas culturales” diferentes.
Los chicos de clase “baja” o de condición humilde, por llamarla de alguana manera,
llegan a la escuela con otras pautas culturales. Es entonces cuando la Institución
responde con rigidez. Se entabla entonces, una relación coonnnloas lenguajes distintos,
donde los chicos no entienden lo que se les pide y los docentes no logran entender o
comprender a sus alumnos.
Este choque cultural genera violencia. La escuela que tendría que estar al servicio de los
chicos, pretende que los chicos estén al servicio de la escuela y de sus normas. Repito
los conceptos de pedagogía con muchos años de gabinete”:hay interferencia entre
docentes y alumnos. El docente suele provenir de una clase media y con frecuencia y
cada vez mas, se enfrenta con chicos provenientes de una “sub-cultura”.
El maestro debe intentar comprender y respetar la realidad de estos chicos. No debe
imponer su modo de ver las cosas, pero es obligación mostrarle otra realidad, resaltando
que existen situaciones alternativas.
En general se llega a una misma conclusión, dada mis experiencias de labor docente y
por lo tanto puedo afirmar que los chicos llegan a la escuela con una carga de violencia
traída de la casa.
Los factores que intervienen en esta situación son, entre otros, la falta de diálogo y los
problemas económicos que agobian a muchas familias argentinas, creo que son éstos los
factores generadores de violencia.
Y si partimos del ámbito escolar, se suma al planteo expuesto, la desvalorización
manifestada en los bajos sueldos de los docentes.
Esto no debe eximir a la escuela de reflexionar por lo cual, no hay que dejar de ver lo
que pasa dentro de la Institución Escolar.
Reflexionemos “el por qué?” Se dan estas conductas violentas en la escuela y de que
manera se dan, teniendo en cuenta la problemática interna de la Institución misma.
Es evidente que la violencia en la escuela es un fenómeno muy complejo, pero debemos
buscar soluciones. Hay que pensar que siempre se puede mejorar o de lo contrario, nos
invadiría la depresión con un efecto de in-acción total. Pienso que no es tarea fácil
erradicar la violencia, pero hay alternativas para suavizar situaciones de violencia, por
ejemplo, favorecer la autoestima pues aumenta la capacidad intelectual y si existe un
buen diálogo, nos divertimos disfrutando junto a nuestros alumnos.
Es entonces cuando el alumno responde con confianza y si existen dificultades, se debe
tratar de ir solucionando las situaciones que se presenten. Pienso que no es imposible;
soy optimista. La solución debe surgir desde el aula, en la tarea de respeto y
consideración del docente hacia el alumno. Y continúo haciendo hincapié en el poder
del respeto, el cariño y la buena comunicación para lograr cambios positivos.
Por la experiencia acumulada durante tanto años, puedo decir que cuando hay
problemas de conducta que generan la violencia, ésta se reduce si el docente escucha a
sus alumnos, cuando no les grita, cuando trata de hablarles de igual a igual, cuando los
comprende y trata con cariño, ya que ello lo perciben causando un efecto positivo.
A los chicos les sucede como a los adultos, ellos también necesitan que los mimen, que
los tengan en cuenta y que se los escuche.
Todo es posible, solo hay que proponérselo y llevarlo a la práctica.
* * *
* * *
Cada vez más, los medios de comunicación dedican sus portadas a incidentes violentos
en centros educativos protagonizados por el alumnado, resaltando casos en los que el
uso de la violencia física alarma por su crueldad y su generalización entre niños/as y
adolescentes. Estas noticias de primera plana son acompañadas por reportajes en
revistas no especializadas y estudios que alertan sobre situaciones como el bullyng o
acoso escolar, el miedo entre el profesorado a sufrir agresiones por parte de sus
alumnos/as, las palizas y peleas entre jóvenes grabadas con teléfonos móviles, etc.
Cuando las encuestas realizadas por sindicatos del profesorado hablan de que los
docentes se ven amenazados por la violencia del alumnado, están ofreciendo sólo una
de las miradas posibles. Aunque no dudamos de que estas situaciones se dan en los
centros, su explicación es muy pobre. Se habla sólo de un tipo de violencia: la violencia
directa, y se olvida preguntar a la otra parte (el alumnado). Para entender muchas de
las cosas que están pasando hace falta entender otro concepto: el de violencia
estructural. Ésta es la violencia que generan las estructuras sociales, económicas y
culturales que crean situaciones de marginación y de injusticia. Es muy fácil ejercer
violencia (estructural) contra una persona o un grupo sin utilizar la agresión física, es
tan sencillo como excluir de un recurso a alguien (espacio, derechos básicos, voz,
afectividad...). A menudo, los barrios que están condenados por este sistema capitalista
a la marginación y a la precariedad (esto es, a la violencia estructural) salen en los
periódicos como los lugares donde hay más violencia. Pero, ¿a nadie se le ocurre pensar
que hay una correlación evidente entre violencia estructural y directa?, ¿no es cierto
que quién se siente desplazado y fracasado tiene más posibilidades de utilizar la
agresión?. (Es lo que desde las investigaciones de psicología comunitaria se llama
estresores sociales).
Aunque pensamos que las escuelas no son todavía esas junglas que nos presentan los
expertos del alarmismo social, sí creemos que hay un aumento de las distintas formas
de violencia (estructural y directa) en su seno. Pero el quid de la cuestión es ¿qué tipo
de escuela esperábamos en una sociedad que es violenta?. Los caminos para salir de
este embrollo son difíciles y largos, pero es necesario emprenderlos. Hay mucha gente
vociferando, pero poca gente implicándose en buscar soluciones.
Huyendo de las recetas, pero dando algunas pautas sugerentes, proponemos algunas
líneas que ya se vienen trabajando:
Recuperando la comunidad. Como las causas de la violencia escolar están más allá de
los muros de los colegios, es necesario trabajar también desde fuera. La importancia de
los vínculos y redes sociales es crucial para prevenir la violencia y para resolver los
conflictos de manera no-violenta. Abrir los centros educativos a sus barrios, acercar los
contenidos y metodologías a las culturas populares, no abandonar la Educación
Compensatoria para corregir las desigualdades... Pero además trabajar desde fuera
creando redes comunitarias que abracen a la escuela, mediante grupos de apoyo y de
autoayuda, conectando con las asociaciones del entorno y promoviéndolas, y
recobrando la lucha social reivindicativa y autogestionaria para conseguir logros
colectivos que nos lleven hacia el desarrollo comunitario, tan necesario para que los
grupos humanos vivan en una Paz real.
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VIOLENCIA EN LA ESCUELA
Por José Antonio Burriel
Abogado y Periodista, experto en violencia doméstica
Y esa violencia escolar hay que atajarla con energía. No solo daña, y mucho, la
convivencia escolar, además del daño que se ocasiona a las victimas, sino que provoca
una agresividad creciente en los menores que ejercen la violencia, que, tarde o
temprano, se manifestara en sus relaciones de adultos.
Me parece una buena idea, pero con determinados condicionantes. Desde luego el
primero de ellos, además de la voluntad efectiva de pasar de las palabras a los hechos,
es decir, la aprobación y puesta en marcha de la prevista Ley, es la suficiente dotación
económica. Recuerdo una Ley aprobada por las Cortes que “duerme el sueño de los
justos” bien por motivos económicos, bien por motivos políticos o ideológicos o de
intereses de este o aquel centro educativo superior: la Ley de Mediación Familiar. No
estaría de más hacerla efectiva de una vez: la cultura de la mediación en los conflictos
necesita tiempo y ejercicio para su aprendizaje social; sin olvidar que si los padres
ponen en práctica la mediación en sus conflictos de pareja, enseñaran a los hijos a
hacerlo y éstos aprenderán.
¿Qué hacer con los violentos juegos de consolas? ¿Qué hacer con las violentas series
televisivas? O se procura atajar esa violencia que incide en los menores, o…¡papel
mojado para la nueva ley!
* * *
Violencia en las aulas: Los expertos reclaman la implicación de los padres y más
respeto hacia los profesores
23 de octubre de 2005
El seminario repasó distintos estudios sobre el bullying (acoso escolar), los factores de
riesgo que contribuyen a generar comportamientos violentos en la escuela, así como
propuestas para prevenir y atajar las actitudes censurables de los escolares. A
continuación se exponen algunas de las conclusiones y las propuestas de trabajo.
ROMPER MITOS. La ley del silencio es, en cierta forma, cómplice del acoso escolar,
pero no está tan generalizada como se creía, ya que ni la mayoría de los testigos ni las
víctimas permanecen mudas ante acciones de violencia escolar. Los testigos suelen
intervenir y contarlo, sobre todo, a sus profesores, y cuatro de cada diez víctimas se lo
cuentan a los profesores. Hay que romper con la idea de que denunciar el acoso es
chivarse, y hay que extender la evidencia de que denunciar un acoso es proteger los
derechos humanos que se le están negando a la víctima.
NORMAS CLARAS. Los centros deben tener normas claras contra el bullying,con
programas que ayuden a las víctimas y castiguen y formen a los acosadores; con
reuniones en las aulas en las que los niños discutan sobre las reglas de funcionamiento y
se responsabilicen de ellas, en las que se propicie una cultura de empatía (ponerse en el
lugar de otro). La necesidad de evaluar, a través de la inspección y de las autoridades
educativas, los distintos programas de prevención es otra de las aportaciones del
seminario. Si no se evalúa, se produce una relajación. En los países en los que se han
aplicado programas de prevención, con una evaluación continua, y existe una
legislación clara al respecto, como Inglaterra, las situaciones de acoso escolar se han
reducido en un 50%.
* * *
La violencia en las escuelas no es algo nuevo. Varios reportes - uno por la Asociación
Psicológica de Estados Unidos y otro por la Asociación Nacional de Educación -
indican un aumento dramático en los incidentes de violencia en las escuelas.
Sin embargo, si uno examina la historia, es claro que los problemas relacionados a la violencia
en las escuelas han existido casi desde que ellas han existido. Esto es verdad porque
tradicionalmente, las escuelas publicas urbanas han servido a los niños pobres, y los niños
pobres han experimentado la violencia por mucho tiempo.
Pero tenemos que reconocer que nuestras escuelas son más seguras que los barrios en donde
los niños viven. Por lo menos en las escuelas hay reglas contra la violencia y hay adultos
presentes que están allí para enforzarlas. En las calles, en los parques y hasta en casa
frecuentemente no hay tal protección.
Sin embarque, con demasiada frecuencia, los individuos responsables de enforzar la disciplina
escolar y de mantener el orden no tienen ninguna credibilidad ante los alumnos. Tengo en
mente varias escuelas en donde encuentras niños jugando a los dados en los corredores o
descaradamente portándose en una manera totalmente inapropiada, y los maestros y demás
adultos se hacen ciegos porque temen decirles a los jóvenes que cesen. En las escuelas
urbanas, las mayoría de los maestros no viven en los barrios en donde trabajan y tienen un
conocimiento limitado de como son las vidas de sus alumnos afuera de la escuela. Esta brecha
se intensifica con las diferencias de raza y clase social.
De acuerdo a mis propias investigaciones en las escuelas, he encontrado que los estudiantes
admiran y respetan a los maestros que estrictamente mantienen normas altas de
comportamiento y progreso académico, y que muestran un interés personal en sus estudiantes.
Casi todas las escuelas tienen a un maestro de este tipo, pero frecuentemente, ese maestro o
maestra funciona en una manera aislada en vez de como un modelo. El establecer relaciones
de aprendizaje entre los maestros y el impulsar la colaboración por medio del diálogo en cuanto
a estos problemas es una manera de deseminar los conocimientos y la experiencia.
En mis entrevistas y conversaciones con los estudiantes que asisten a las escuelas una
reputación de violencia, me asombro con su disgusto total con sus escuelas. En vez de
apreciar las oportunidades que podr’an tener como resultado de la preparación formal, ellos
ven a las escuelas como algo inecesario e inútil y no tienen respeto por sus escuelas o los
adultos que trabajan allí.
Con más frecuencia, las escuelas suburbanas de la media clase, y hasta las escuelas en las
zonas adineradas, están experimentando la violencia. Sin embargo, los problemas de las
escuelas urbanas son particularmente severos y se complican a causa de su conexión a la
pobreza, el crimen y la desesperación en el ambiente urbano. Las escuelas urbanas no
solamente tienen que proveer un programa académico, pero también que encontrar los
recursos para proveer el apoyo social y psicológico para los estudiantes y sus familias.
La violencia en las escuelas es solamente un síntoma de los problemas más grandes que
confronta la sociedad. No hay respuestas fáciles. Pero a lo mínimo, tenemos que encontrar
maneras de emplear a más adultos con quien los niños se puedan identificar en una manera
constante. Esto tal vez no parece ser mucho, especialmente en comparación con las
soluciones de alta tecnología que algunos han propuesto. Pero a largo plazo, podría tener más
impacto.
* * *
* * *
VIOLENCIA ESCOLAR
PATAGONES Y “ ALGO MÁS “
Este trabajo tuvo como punto de partida reflexiones acerca del episodio de
Carmen de Patagones realizadas con miembros del Capítulo de Salud Mental y
Familia
INTRODUCCIÓN
Es por todos conocido el creciente aumento de la violencia, no sólo en nuestro país sino
a nivel mundial. Tanto es así que en la década de los 90, la Organización Panamericana
de la Salud consideró a la violencia como “la pandemia social de fines de siglo”. Si
pensamos en este nuevo siglo, esto se ha maximizado.
El clima social anómico e inseguro, las relaciones familiares con déficits afectivos y el
ambiente violento que caracteriza a nuestro mundo globalizado son difícilmente
soportados, transformándose en caldo de cultivo de reacciones violentas.
Antes de considerarla, definiré el término:
Según el diccionario, violencia es “una fuerza intensa, impetuosa”. Deriva de vis, que
quiere decir fuerza. Es abuso de la fuerza, ejercicio absoluto del poder de una o más
personas sobre otras sin tenerlas en cuenta.
Como vemos, la palabra violencia está ligada con el abuso del poder. Es el no tener en
cuenta a la otra persona. Es transformar al sujeto en objeto.
Maltrato, que es otro término que se utiliza, deriva de “atropellar”, que a su vez deriva
de “tropa”, “tropel”, y evoca la marcha impetuosa del ganado.
Como vemos, la palabra violencia y la palabra maltrato están ligadas con el abuso del
poder. Y así como es violencia el abuso del poder sobre el cuerpo de otra persona, como
el maltrato físico o el abuso sexual, también es violencia el abuso del poder sobre la
mente de otra persona; es decir, la imposición de nuestros propios pensamientos a otro
sujeto. Es desconocer a la otra persona como alguien diferente, con derecho a pensar por
sí misma.
La problemática de la Violencia es compleja. Múltiples factores se anudan para
producirla, por ello es más adecuado hablar de entramado de violencia que de violencia
“a secas”.
En una trama de violencia es casi imposible distinguir los factores intervinientes, una
vez constituida la trama. Por ello el abordaje también debería ser múltiple.
VIOLENCIA SOCIOCULTURAL
VIOLENCIA ESCOLAR
En realidad sería más adecuado hablar de violencia en la escuela que pone el acento en,
que alude al lugar donde se producen los hechos y a los factores productores de
violencia en la escuela. Violencia escolar califica y centra en la institución.
Quizás esta temática sea una de las que mejor nos permite analizar la complejidad del
fenómeno.
Algunos hechos de violencia registrados en escuelas de nuestro país hacen que, como
profesionales, debamos reflexionar sobre ellos y no considerarlos como hechos aislados,
producto de situaciones particulares, sino pensar en la multiplicidad de factores y
variables en juego, para permitirnos, en la medida de lo posible, encarar una tarea
preventiva, que los tenga en cuenta para poder operar a distintos niveles: con los
adolescentes, con los docentes, con los padres...
Si bien la llamada “masacre de Patagones” fue una de las máximas expresiones de la
misma, hubo otras situaciones, en distintos lugares del país, en Córdoba, Salta, Jujuy,
Santa Fe y varios en el conurbano bonaerense, que invitan a la reflexión.
La tentación de buscar una explicación “única” es muy intensa y además
tranquilizadora. Las escuchamos en las opiniones vertidas en los distintos medios de
comunicación acerca de Patagones: problema individual: “Junior tuvo un episodio
psicótico” (solución individual: psicofármacos, internación); problema familiar:
“familia autoritaria y exigente que no comprende a los hijos” (solución exclusión de la
familia, quitar la patria potestad para con el otro hijo o, en el mejor de los casos,
tratamiento familiar); problema de la escuela: “docentes que no escuchan a los alumnos,
personal directivo y profesional ineficiente para su función” (solución reemplazo
institucional, cambio del personal); problema sociocultural: “copiar modelos
extranjeros, como el de Columbine o influencia de determinado tipo de música
(solución evitar que los adolescentes tengan acceso a dicha información).
Como vemos cada una de dichas explicaciones y sus correspondientes soluciones
contienen parte de verdad, pero la gravedad del problema amerita una reflexión
profunda que contemple los diversos factores en juego.
Como todo dilema no permite solución. Por otra parte, ambas propuestas son violentas,
la primera por imposición y la segunda por omisión.
De una u otra manera se produce que los cuerpos docentes-alumnos, a pesar de
compartir espacios, estén cada vez menos próximos y en conflicto sobre sus
posibilidades de encuentro.
* * *
Violencia en la escuela: Cómo Prevenirla y Afrontarla
Arellano Norka
Reyes Merlín
Velásquez María
RESUMEN
INTRODUCCIÓN
Una escuela que no promueva la participación y toma de decisiones por parte de los
alumnos, donde todo es organizado por la institución, y no existen instancias para la
discusión y el desarrollo de proyectos, son indicadores de una práctica educativa
autoritaria, propia de una organización jerárquica y vertical, en la cual las autoridades
escolares creen poseer la verdad y tener siempre la razón, siendo la posesión de esta
verdad prerrogativa de quienes ostentan el poder, impidiéndose de forma violenta la
construcción del saber, la oportunidad de crear y de ser uno mismo, es esta práctica
educativa caldo de cultivo para la violencia escolar. En función de lo cual, la formación
continua de los docentes, resulta cada vez más imprescindible, tanto por las exigencias
derivadas de los cambios en los entornos sociales, como los propios cambios de la
escuela y lo más importante por el desarrollo de las nuevas generaciones. Es aquí donde
la formación y el papel del maestro se ve sometido a una serie de replanteamientos que
le exigen una puesta al día continua y la aceptación de nuevas tareas en los centros
educativos.
En el caso de Venezuela y específicamente en instituciones tomadas como muestra, en
la investigación “La formación de los docentes en la prevención de la violencia”, donde
Arellano, Méndez y Nava (2006) señalan la necesidad de formar a los docentes, lo cual
queda ratificado por los resultados obtenidos, en relación al objetivo “Revelar el Nivel
de Formación de los Docentes que Permitan la Prevención y Tratamiento de la
Violencia Escolar”, que muestran una alta variedad de grados académicos existentes en
la institución, destacándose un (39 %) que no son Licenciados en Educación,
evidenciándose como un elevado porcentaje de los profesores, no tienen las
competencias académicas para fungir como docentes. Estos resultados permiten inferir
que al no poseer componente pedagógico y no actualizarse, sus competencias para
manejar problemas relacionados con adolescentes y con la violencia escolar están
limitados para prevenir y resolver problemas de éste tipo.
En la investigación mencionada, a pesar de que la institución presenta históricamente
un comportamiento violento por parte de sus estudiantes, se encontró que los docentes
encuestados no han sido capacitados con los talleres: Violencia escolar en un 82.105 %;
Comunicación en un 52.631 %; Prevención y tratamiento de la violencia escolar, con el
88,421 %; Autocontrol de la Agresión con el 95.789 %; Antiviolencia con un 94.736
%; Métodos disuasorios (circulo de amigos), en un 91.578 %; Tampoco han recibido
formación en la búsqueda de acuerdos con una alta incidencia de un 96.842 %;
Estrategias de trabajo en tiempos y contextos turbulentos, en un 98.948 %; Grupos de
trabajo cooperativo con un 68.422 %; Ayuda entre iguales, con una incidencia de
82.105 %.
En función de estos resultados es oportuno señalar lo planteado por Andréu y López
(2002):
... el desarrollo profesional de los maestros implica su crecimiento en su ámbito de
trabajo, consolida su confianza, el desarrollo de habilidades, el continuo "estar al día",
ampliando y profundizando su conocimiento de lo que enseña y consiguiendo una
mayor conciencia de lo que hacen en el aula y de por qué lo hacen. Cuestiones que
hacen desaparecer las rutinas del quehacer educativo en el aula, aportando ilusión y
posibilidades de abrir nuevas perspectivas educativas.. (p.4).
FUNDAMENTACIÓN TEORICA
Tiempo Fuera: Esta técnica busca sacar de contexto a la persona para que baje el enojo
poco a poco y reflexione acerca de la manera en que se reacciona en una situación dada.
Si el alumno está muy alterado y nota que no lo está escuchando, envíelo a un lugar
privado unos minutos para que se calme y poder iniciar el diálogo, y si es el docente
aléjese del lugar, cálmese y regrese a retomar la situación.
Es importante aprender y enseñar a meditar y darse cuenta de las actitudes fuera
de control, en este caso cuando al estar consciente de que se ésta por perder el control
es recomendable pedir un “tiempo fuera”, frase esta que debe ser conocida por los
docentes como una clave que implica “quiero estar en privado”, tiempo que debe ser
dado al alumno hasta que supere la crisis. Si el docente quiere aplicar esta técnica es
importante que considere las siguientes sugerencias:
Busque un lugar seguro y con supervisión en donde el joven pueda estar
tranquilo sin que nadie lo moleste, dígale que al final de su tiempo fuera, van a
conversar sobre su comportamiento. Invítelo a que tome asiento tranquilo, sin
hablar con nadie, hasta que esté bien calmado y dispuesto a tener una
conversación. Cuando este dispuesto al dialogo hable con él sobre lo que
ocurrió.
La Técnica del Semáforo: El equipo del Psicólogo Escolar. com, plantean que esta
técnica está especialmente indicada para la enseñanza del Autocontrol de las Emociones
Negativas: Ira, Agresividad, Impulsividad, etc., resulta esencial dada la importancia de
educar en actitudes de tolerancia, respeto, convivencia. La escuela está siendo cada vez
más consciente de la necesidad de erradicar fenómenos de violencia que se han
instalado en su seno, resultando prioritario la educación de los aspectos emocionales de
la inteligencia. (Psicólogo escolar.com)
La Comunicación:
La autentica educación tiene como fin el desarrollo integral de la persona, por eso debe
proporcionar, además de conocimientos, valores, creencias y actitudes frente a distintas
situaciones. Para encarar esta tarea se debe estimular la comunicación y erradicar
todos los aspectos que no la hacen efectiva.
La comunicación es prevención porque posibilita encontrar un espacio, ser
protagonistas, aprender a respetar al otro, ayuda a formar el espíritu critico, viabiliza la
capacidad de aceptar el error como incentivo, para la búsqueda de otras alternativas
validas y ayuda a superar las dificultades porque la carga se reparte.
Es por ello que el docente debe promover la participación, la comunicación
interpersonal, la asunción de responsabilidades y el aprendizaje cooperativo. A través de
técnicas y estrategias diferentes tales como: el debate, asambleas, teatro, juegos
cooperativos, talleres, fiestas, campeonatos deportivos, entre otros, orientando a los
jóvenes hacia la autogestión y la autodisciplina mediante la distribución compartida de
responsabilidades estableciendo entre otras cosas normas claras y consensuadas etc.
Si se parte de considerar a la comunicación como el elemento principal para evitar la
violencia escolar, se hace importante el que los docentes aprendan a comunicarse de
manera efectiva, y para eso es imprescindible aprender a escuchar de manera activa.
Escucha activa:
Es una manera de escuchar con atención lo que la otra persona dice con el objetivo de
intentar comprenderlo. En el proceso de comunicación la persona que utiliza la escucha
activa le trasmite al emisor lo que este ha dicho, destacando el sentimiento que contenía
el mensaje. Por lo tanto, es importante resaltar que se ha entendido no únicamente lo
que ha expresado el emisor sino también lo que siente.
Aunque se comprenda los sentimientos de la otra persona, esto no significa que se este
de acuerdo con lo que dice o piensa la otra persona.
* * *
I ENCUENTRO PROVINCIAL DE PRECEPTORES
FUNDAMENTACIÓN
El presente trabajo se inicia con la idea de investigar sobre la violencia escolar, sus
dimensiones, causas y consecuencias y las medidas preventivas que ayudarían a
atenuarla.
Se considera la temática de singular importancia ya que la violencia es un
comportamiento aprendido y los valores, actitudes y destrezas interpersonales que se
adquieren a temprana edad constituyen un factor preponderante para su desarrollo.
Además la realidad muestra día a día que este fenómeno se presenta en forma
reiterada en diferentes espacios afectando el desarrollo de los niños y jóvenes y
condicionando el clima de las instituciones.
La violencia no crea sino más violencia por todas las consecuencias traumáticas y
dolorosas que provoca, por lo que en esto no puede haber ganadores. Por lo dicho se
hace relevante que docentes, padres y todos los actores de la comunidad educativa
tomen conciencia de la importancia que tiene el desaprender la violencia,
transformando el conflicto y utilizando la energía en todos sus ámbitos sociales y
culturales modificando las relaciones de tensión que la originan.
INTRODUCCIÓN
Hace tiempo que la violencia social se ha trasladado al ámbito escolar. Más allá de los
casos en muchas jurisdicciones la violencia de alumnos y padres, insultos, amenazas
o agresiones físicas y directas contra los docentes, parece un problema endémico.
Pero, ¿qué es la violencia?
La violencia es una acción ejercida por una o varias personas en donde se somete de
manera intencional al maltrato, presión, sufrimiento, manipulación u otra acción que
atente contra la integridad tanto física como psicológica y moral de cualquier persona o
grupo de personas.
Las últimas décadas del siglo XX se caracterizan, entre otras cosas, por la creciente
violencia que se manifiesta en diferentes escenarios y que adquiere diversos rostros:
desigualdades y discriminación, hostilidad y acoso, daño ambiental y alienación,
autoritarismo de los regímenes y de ciertas instituciones, desocupación y hambre,
conflictos y guerras.
Todos esos rostros nos ubican ante grandes dilemas que, por su relevancia, nos
inducen a transformarlos en problemas, buscar alternativas y a adoptar acciones
específicas para resolverlos en forma creativa y pacífica, sin violencia física ni
simbólica.
La violencia, la intolerancia y la discriminación están en la base misma del sistema
social, político y económico. La denegación de los derechos del niño y de la mujer, el
hambre o el racismo son algunas manifestaciones de la violencia estructural. Y es en
el marco de esa estructura social que se constituyen los sujetos singulares.
En este contexto, es importante que niños y adultos, hijos y padres, alumnos y
docentes, puedan reflexionar y analizar situaciones conflictivas y analizar temas como:
violencia y paz, conflictos y guerras, distribución del poder, justicia y sexo,
problemáticas ambientales, futuros alternativos. Y, a partir de ello, tender a generar
preocupación ecológica, compromiso por la justicia y una "apertura mental" que
posibilite una lectura de los hechos y acontecimientos ajustada a lo real, en el marco
de:
la diversidad,
la reflexión crítica y comprensiva y
La cooperación y el respeto mutuo en la resolución de conflictos.
En este marco, consideramos que es posible hallar en la escuela modos alternativos
de ser en lo personal y modos de organización institucional y social que permitan
formular alternativas, con el propósito de cambiar actitudes por medio del trabajo en
torno al conocimiento, las normas sociales y los valores, y el respeto por las
diferencias.
Se trata de una problemática que no puede reducirse a un área curricular como se la
presenta en algunas escuelas, sino que por su complejidad atraviesa diversos
contenidos de diferentes áreas del conocimiento y se manifiesta en todas las acciones
sociales. Una problemática que rebasa la escuela y nos lleva a considerar, a la vez, a
la dimensión política y económica y el reconocimiento de los modos de pensar, sentir y
hacer de los sujetos singulares, de los grupos sociales y de sus interacciones
OBJETIVOS
Identificar la violencia como un fenómeno social actual.
Conocer las dimensiones de la violencia y sus nuevas formas de expresión.
Determinar causas y consecuencias de la violencia escolar.
Acercarse al conocimiento de medidas preventivas de actos de violencia en las
escuelas.
MARCO TEÓRICO
A comienzos de los ´60 el psicólogo Albert Bandura realizó un experimento clásico
sobre aprendizaje y agresión.
Un grupo de niños en edad pre-escolar veía una película en la que un adulto golpeaba
a una muñeca de plástico con mazo, la tiraba al aire, la pateaba y la abofeteaba.
Después se dejó a cada niño jugando solo en una habitación con juguetes entre los
que estaba la muñeca. Muchos de los pequeños que habían visto la película imitaron
el comportamiento del adulto e incluso idearon modos nuevos de golpear a la muñeca.
Los que no habían visto la película no mostraron ninguna de las conductas agresivas
del adulto.
El experimento demuestra que los niños aprenden conductas agresivas por la pura
observación de los demás.
La violencia en la escuela puede explicarse, en parte, a través de esta teoría de este
psicólogo canadiense que hace referencia a las condiciones en que se aprende a
imitar modelos.
Esta teoría postulada hace 45 años demuestra su vigencia si tenemos en cuenta que
investigadores de la Universidad de Hardvard recientemente han demostrado que los
adolescentes que presencian actos de violencia con armas de fuego corren doble
riesgo de repetir esos hechos. ( Editorial Diario Los Andes)
Los chicos que habían presenciado actos de violencia con armas de fuego incurrieron
en acciones similares en una proporción de dos a uno respecto de aquellos que nunca
estuvieron expuestos a la violencia. Generalmente los investigadores sociales aceptaban
que existe una maraña de causas para los comportamientos violentos pero no
adjudicaban a la exposición de los menores a tales actos tanta influencia en su
comportamiento futuro. Al menos no con la contundencia con que lo demuestran los
investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard.
Violencia e indisciplina
Es muy común que se identifique violencia e indisciplina, pero se trata de hechos con
peculiaridades diferentes y que tienen distintos efectos en los actores.
Los actos de violencia se originan en procesos subjetivos y en el juego de las
interrelaciones de los actores, se alimentan de representaciones y significaciones
imaginarias a partir de la constitución subjetiva (psíquica) y se manifiestan a partir de
desencadenantes específicos en el marco de la institución escolar.
Por su parte los actos de indisciplina, si bien siempre refieren al sujeto y, por supuesto,
a las relaciones intersubjetivas, tienen que ver siempre con las relaciones pedagógicas
en el marco de la propia práctica áulica y/o institucional. Se trata de obstáculos o
conflictos con la tarea y, específicamente, con los modos de enseñar, con el uso de los
espacios y el tiempo, con las normas institucionales, etc.
Violencia y hostilidad
Por otra parte, consideramos relevante la diferencia que se establece entre hostilidad
y agresividad, por los efectos y las consecuencias que pueden producir los actos
violentos.
Así, mientras la violencia puede buscar producir miedo, por la amenaza o la agresión,
la hostilidad suele manifestarse entre sujetos unidos por vínculos importantes
(compañeros, alumno-docente), ubicándose al otro en el lugar del adversario, sobre el
que se proyecta la agresividad no aceptada como propia y se lo trata de hacer sentir
culpable de sus propias acciones.
En este sentido, muchas de las conductas que consideramos agresivas, no lo son; son
conductas hostiles. La hostilidad opera frecuentemente como un mecanismo de
defensa; por lo cual, es necesario diferenciar entre un acto de agresión y un acto
hostil. En los actos hostiles la primera víctima es el sujeto que lo provoca en tanto,
generalmente, provoca la ruptura de vínculos con sus pares y, consecuentemente,
genera dificultades en la integración grupal.
La empatía y su desarrollo
La empatía es la capacidad de apreciarlos sentimientos y las emociones que está
sintiendo nuestro interlocutor en un proceso de interacción con él. Es así como los
niños dan muestra de estar desarrollando su empatía pero, para que esto se logre es
necesario que el entorno social sea suficientemente bueno para que los adultos les
muestren el camino.
Cuando un niño se educa en contexto social en el que predominan las malas
relaciones interpersonales o una comunicación poco adecuada, los aprendizajes
sociales se deterioran y las habilidades sociales indispensables no se logran, se
adquieren hábitos negativos cuando estos mismos niños podrían haber aprendido
aquellas habilidades que no poseen.
Este es el caso de la empatía cuando se han realizado aprendizajes sociales negativos a
empática no solo se reduce, sino que aumentan las dificultades para su reeducación, y se
Si los del primer grupo tienen riesgo de problemas escolares y de conducta antisocial,
los del segundo tipo tienen riesgo de padecer problemas de conducta y depresión.
RESOLUCION DE CONFLICTOS
La primera reacción: intentar rápidamente reprimirlo, disipar el conflicto. La buena
comunicación, es un requisito básico para adquisición de habilidades para la
resolución de conflictos:
.aprender a escucha
.tratar de ponerse en el lugar del otro
.Ser tolerante
PASOS BASICOS PARA RESOLUCION
Aceptar que el problema es importante y que merece ser resuelto.
Definir la posición y los intereses.
Poner en práctica técnicas de resolución de conflictos
Objetivo: destacar que existen otras alternativas de resolución
Y ¿Qué hacer?
Tanto la familia como la escuela, las autoridades y la sociedad misma, deben abordar
el tema con seriedad y responsabilidad. Desde que un niño tiene dos o tres años debe
sentir y saber, que hay pautas a su alrededor, que no es posible cumplir todos sus
caprichos y que incluso algunas necesidades tendrán que esperar un tiempo para ser
satisfechas. Habremos de enseñarles que los bienes se reparten con los otros niños, y
asumir que eso les causara una decepción. La educación familiar y escolar debe ser
rígida todo no puede ser. Han que saber aceptar el no, y preguntar los porqués.
No deben tolerarse la burla o la falta de respeto al diferente, deben cultivarse, en la
familia y en la escuela valores socializasteis basados en compartir las cosas, el
respeto ala diversidad de las personas y el aplazamiento en la satisfacción de
necesidades y deseo de niños y jóvenes. Por eso resulta imprescindible que la escuela
cuente con el apoyo casi incondicional de los padres, cuya primera actitud será no
desautorizar a las enseñanzas delante de los hijos. Y a los docentes les convendría
contar con el apoyo institucional necesaria para que sus decisiones ante las actitudes
antisociales fueran respaldadas por los padres y por la autoridad educativa.
Dentro de la prevención, distinguimos tres líneas de actuación: la educación en
emociones, sentimientos y valores a través de la incorporación a los procesos
curriculares de objetivos, contenidos y estrategias que permitan expresar emociones,
RESULTADOS DE ENCUESTAS
Para enriquecer el presente trabajo se realizaron encuestas a docentes y alumnos
adolescentes y de esta forma se indagaron aspectos relacionados a la temática
abordada.
Con relación a la opinión de los docentes, ellos consideraron que en los últimos años
ha aumentado la violencia en las escuelas, entendiendo a la violencia no sólo como
una forma de maltrato físico, sino también psicológico y verbal.
El 80% de los encuestados admitió haber vivido algunas situaciones de violencia
durante su ejercicio. Cuando se han presentado estas situaciones las formas más
comunes de abordarlas han sido la aplicación de sanciones y charlas de reflexión.
Al cuestionar sobre las causas que llevan a que se genere la violencia en las escuelas,
las repuestas fueron variadas, es decir que se ha considerado por los docentes como
un fenómeno multicausal. Así, podemos hacer mención de:
la falta de diálogo en la familia,
la situación socio-económica,
la marginación social y psicológica,
la falta de término medio entre límites y libertad,
la ausencia de respeto a las normas y a la figura del docente,
la influencia de los medios de comunicación y la difusión de ejemplos negativos
en detrimento de los positivos,
Por otra parte, consideraron que la carga lectiva e institucional obstaculiza al docente
la posibilidad de hacer hincapié en los problemas de relaciones interpersonales.
Con relación a si los docentes están hoy debidamente capacitados para encarar casos
de violencia en las escuelas las respuestas más sobresalientes fueron que no están
capacitados o están escasamente capacitados. Esto se debe a que no han recibido
una formación académica que contemplara este aspecto o a que no todos pueden
acceder a los cursos de capacitación por los costos o por la escacez de tiempo para
poder realizarlos.
Para prevenir la violencia en las escuelas los docentes han sugerido la creación de
espacios que permitan la reflexión y el diálogo por parte de los alumnos y la mayor
integración y participación de la familia en la escuela, todo esto sumado al aporte del
gabinete psicopedagógico. Se considera de suma importancia que las autoridades
institucionales tengan la apertura suficiente como para permitir la creación de dichos
espacios, favoreciendo así a un clima institucional más democrático y abierto al
diálogo y a la afectividad.
En el caso de los cuestionarios realizados a alumnos adolescentes, ellos manifestaron
que consideran a la violencia como una forma de agresión física o verbal.
Se genera como una forma de “descargar bronca”, por la influencia de los medios de
comunicación (principalmente TV y video juegos), por los ejemplos de la familia y el
barrio y por todo lo que acontece en la sociedad especialmente con relación a lo
económico.
Para prevenirla consideran necesario la existencia de buenos ejemplos y de espacios
que permitan la reflexión y la posibilidad de ayudarse entre todos.
Como vemos, existe coincidencia en los puntos de vista de docentes y alumnos,
aunque cada uno lo vive desde una perspectiva distinta, la realidad es la misma. Las
causas y las formas de prevenirlas han sido semejantes para ambas partes y también
coinciden en la necesidad de creación de espacios que lleven a la solución y
tratamiento de estas situaciones en la escuela.
CONCLUSIÓN
Mediante este trabajo, se ha intentado abordar la temática de violencia escolar,
específicamente en los aspectos generadores, sus consecuencias y las formas en que se
puede prevenir y afrontar.
Consideramos que hemos alcanzado el objetivo que comprendía ” identificar a la
violencia como un fenómeno actual, sus dimensiones y formas de expresión ” a través
del trabajo de investigación bibliográfica y de la indagación realizada a protagonistas
del hecho educativo actual.
Con respecto al objetivo que contemplaba “determinar causas y consecuencias de
violencia escolar” entendemos que lo hemos logrado ya que se pudo determinar que
son factores multicausales los que generan esta situación dentro de las escuelas,
siendo esto corroborado con la opinión de docentes y alumnos.
Finalmente hemos logrado tener un acercamiento a las medidas preventivas más
importantes de actos de índole violenta en las escuelas.
Creemos que es de suma importancia para poder tratar esta temática el hecho de
rescatar los valores y los buenos ejemplos, la interacción de la familia con la escuela,
la recuperación del dialogo y la reflexión, la empatía y la tolerancia como medios
esenciales para mejorar la convivencia en los tiempos que corren.
Todo esto debe encararse con optimismo y esperanza, y creer que el cambio positivo
en las personas y en las instituciones es posible y que nuestro desempeño como
preceptores es un aporte fundamental para alcanzar esos cambios.
* * *
Recuperando la comunidad. Como las causas de la violencia escolar están más allá de
los muros de los colegios, es necesario trabajar también desde fuera. La importancia de
los vínculos y redes sociales es crucial para prevenir la violencia y para resolver los
conflictos de manera no-violenta. Abrir los centros educativos a sus barrios, acercar los
contenidos y metodologías a las culturas populares, no abandonar la Educación
Compensatoria para corregir las desigualdades... Pero además trabajar desde fuera
creando redes comunitarias que abracen a la escuela, mediante grupos de apoyo y de
autoayuda, conectando con las asociaciones del entorno y promoviéndolas, y
recobrando la lucha social reivindicativa y autogestionaria para conseguir logros
colectivos que nos lleven hacia el desarrollo comunitario, tan necesario para que los
grupos humanos vivan en una paz real.
Texto elaborado por: Rocío Cañadas Salguero, Francisco J. Cuevas Noa, y Santiago
Sánchez Muñoz, miembros del Colectivo de Educación Social y Noviolencia
Buenaespina (Jerez)