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El mito de un Castillo débil

César Félix Sánchez

No sé si es por la llegada del otoño o la tercera ola de la pandemia, pero, como apunté en el
artículo de la semana pasada, he notado cierto oscurecimiento en algunas inteligencias que antes
parecían no ser tan mortecinas. Gentes que dicen no ser de izquierda, con alguna formación y que
otrora hacían gala de cierta prudencia vienen ahora con teorías rocambolescas de que convendría
votar por Castillo, porque sería débil, tonto o copable y que, más bien, elegir a Keiko, mucho más
astuta y fuerte, podría significar una «amenaza a la democracia» o, peor aún, que su triunfo
exasperaría a la izquierda y la haría más violenta.

En primer lugar, la supuesta debilidad de Castillo es un mito absoluto. Su experiencia como


agitador y líder sindical le otorga un know how en el ejercicio real del poder y la manipulación de
grupos humanos que lo coloca a años luz de cualquier activista de tuiter o político pre-fabricado por
marqueteros de “centro progresista”. Por otro lado, su partido está bajo el férreo control de
Vladimir Cerrón quien no solo define a su organización como marxista-leninista, sino que, como dijo
en una conferencia suya en homenaje al Che Guevara en octubre del año pasado, considera la
permanencia indefinida en el poder como un rasgo definidor de la izquierda auténtica. Tal hybris
nunca se vio en el otro lado, ni siquiera en los tiempos más duros de Fujimori.

Quizá en este punto algún ingenuo diga que no interesan las intenciones de Castillo y de su
partido, pues los «cerrojos» institucionales y un congreso fragmentado impedirían que pueda hacer
de las suyas. Pero, por un lado, los congresistas electos de Perú libre ya han dicho en todos los
idiomas que su idea es crear una asamblea constituyente corporativa (como la de Venezuela) al
margen del congreso que, al final, acabaría por reemplazarlo. Por otro lado, como apuntamos en
nuestro artículo de febrero de 2020 sobre un «escenario arequipeño» para el 2021, refiriéndonos al
outsider extremista chavista que sabíamos que pasaría a la segunda vuelta: «probablemente ya no
haya hojas de ruta que valgan. Porque en su ceguera “antifujiaprista”, las cofradías progres y sus
brazos jurídicos y mediáticos, han hipertrofiado de manera suicida al poder ejecutivo, inflando la
cuestión de confianza y canonizándola como fáctica. Han preparado un lecho confortable para
cualquier aprendiz de tirano». Urge recordar el daño institucional infligido al Perú por Vizcarra –y
denunciado siempre por El Montonero – al convertir a la cuestión de confianza –¡incluso sobre
reformas constitucionales!– en una herramienta prácticamente todopoderosa para amenazar al
congreso. Vizcarra ha sido, como apuntó Federico Prieto Celi hace ya algún tiempo, el Kerensky
peruano. Sería bueno restregar estas verdades en la cara de tantos «preocupados» y «demócratas»
actuales que en septiembre y octubre de 2020 aplaudían aquellas barrabasadas tan grotescas, pero
que acabarían por costarnos tan caro durante la pandemia, en estas elecciones y quién sabe si en
nuestro futuro como sociedad libre.

Por otro lado, el argumento de que «hay que ceder» votando por Castillo para evitar que la
izquierda se haga aún más violenta durante un gobierno de Keiko es absolutamente absurdo.
Reducido a su esencia es lo mismo que decir dejémonos violentar por la izquierda para evitar ser
violentados por la izquierda.

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