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Don Delillo
Don Delillo
Tras Body art (2001), obra que da paso a una serie de preocupaciones relacionadas con el
mundo del arte, vinieron dos narraciones interesantes pero fallidas, Cosmópolis (2003) y El
hombre del salto(2007). Con Punto Omega (2010), obra de rara serenidad, DeLillo se adentra
sin miedo en la senda de lo sublime, desvelando facetas apenas esbozadas en su producción
anterior, de la misma manera que también resultan sumamente intrigantes sus cuentos y sus
piezas teatrales, que parecen ahora en Teatro (Seix Barral. Traducción de Ramón
Buenaventura y Otto Minera). La entrevista tiene lugar en un piso alto de un rascacielos de
Midtown, en un despacho acristalado que se asoma al vértigo del tráfico matinal en
Manhattan, con el East River al fondo.
Pregunta. ¿Qué busca un novelista como DeLillo en el teatro?
P. ¿Le llama la atención el hecho de que Shakespeare, a quien muchos consideran el mejor
escritor de todos los tiempos, fuera un hombre de teatro?
R. Yo nací y crecí en el Bronx. Mi lenguaje está más cerca de Hemingway que de
Shakespeare. De haber nacido un poco más tarde, Shakespeare hubiera sido seguramente
novelista.
P. Usted afirma que la literatura es una zona distinta de la experiencia. ¿Qué quiere decir?
R. No hay palabras para explicar una cosa así. Hay veces que las frases parecen escribirse
por sí mismas, sin que yo sepa exactamente de dónde surgen. También me ha sucedido que
la estructura de la novela se despliega ante mí sin que intervenga mi voluntad. Es una suerte
de revelación.
R. Escribir es ir forjando frases que hay que ir arrancando una a una del venero del idioma. Mi
trabajo consiste en entablar un forcejeo feroz con el lenguaje. Por supuesto mis novelas se
ocupan de asuntos que tienen interés social o cultural, pero el motor de una novela, lo que
hace que avance, palabra a palabra, es el bagaje que consigo arrebatar del alma del idioma.
Lo demás no cuenta. Es algo muy humano, y muy falible, no un proceso matemático.
P. A veces la lectura de su obra deja la sensación de que se propone trascender el lenguaje,
llegar al ámbito de lo no verbal.
R. Antes empleé la palabra revelación. Hay cosas que el lenguaje no es capaz de comunicar,
ideas que resultan imposibles de articular. Cuando se entra en la esfera de lo inefable, surgen
conceptos inasibles que procuro atrapar y regresar con ellos al ámbito del lenguaje para
darles forma.
P. Después de Submundo, que muchos consideran la culminación de su trayectoria, su obra
entra en una nueva fase, con narraciones más desnudas, más breves, en las que lo visual
parece jugar un papel determinante.
R. Uno de los aspectos más importantes de las obras que he escrito en los últimos 10 u 11
años es la reflexión que hago acerca de la naturaleza del tiempo, un enigma insondable que
se infiltra en mis libros, impregnándolo todo. El tiempo y las pérdidas irreparables que trae
consigo.
R. En el sentido de que la creación artística es una suerte de fuga, un escape que busca
descifrar el misterio de la mortalidad, la máxima aspiración de toda obra.
R. Ese libro responde a un esfuerzo muy serio por mi parte. Los temas que trato en él son los
que más me preocupan. Los creadores de quienes hablo cayeron en alguna forma de
depresión, posiblemente algo casi inevitable cuando se es un artista serio. En los años
cincuenta frecuentaba un club de jazz del Greenwich Village en el que solía tocar Thelonius
Monk. Aquellos conciertos fueron uno de los catalizadores del libro. En cuanto a Bernhard, su
voz me sigue pareciendo tan asombrosa como cuando lo leí por primera vez. Bernhard era un
disidente del espíritu humano. Glenn Gould me resulta más lejano, pero su ejecución de
las Variaciones Goldberg nunca ha dejado de hipnotizarme.
P. En el libro hay una imagen imborrable: Monk sentado al piano en silencio, mientras los
músicos y el público aguardan expectantes. Monk escucha algo que nadie más alcanza a oír.
La imagen me lleva a usted, envuelto en una aureola de silencio al margen de las palabras,
fuera del tiempo.
R. Un crítico francés dijo que mi escritura le hacía pensar en la música de Thelonius Monk. Me
fascina el hecho de que varios años antes de morir dejara de tocar. Un misterio más del arte...
R. El punto omega es una idea del teólogo Theilard de Chardin en El fenómeno humano. Es
una noción extraordinariamente ambigua, un punto en el que convergen fuerzas que
trascienden el ámbito de lo individual. La idea del punto omega entraña una mezcla de
hechos, sueños e ideas metafísicas, sin que sea posible jerarquizar la importancia de cada
uno de esos elementos.
P. La última vez que hablé con usted le angustiaba no tener tiempo para escribir las obras que
tenía dentro antes de morir.
R. He cambiado. Ahora escribo cuentos. No sé muy bien por qué. Después de Punto
Omega he escrito tres. A finales de este año voy a sacar un libro de relatos.
P. ¿Y después?
R. Prefiero no decirlo.
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