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Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre.

Por medio de palabras, mentales o


vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del
corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. "Que nuestra oración se oiga no
depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas" (San Juan
Crisóstomo, ecl. 2).
 
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Oración de Jesús y textos de Juan Crisóstomo
LA ORACIÓN DE JESÚS
 
Existe una profunda relación entre la veneración  milenaria al Santo Rostro de Jesucristo -Mandylion-  y otras
devociones también dirigidas a aspectos de su persona: a su Santo nombre, a la Eucaristía-devoción por
excelencia-, a su Sagrado Corazón. En efecto, las cuatro se dirigen a los aspectos más significativos del ser
humano y todas, en última instancia nos conducen a la persona misma del Dios encarnado:
1) el rostro, expresión del interior y que nos  relaciona con el otro.
2) el corazón, sede de la vida y ,por analogía, de la emoción más profunda y espiritual del ser humano, el
amor. El amor es lo que define a Dios. Si era "El que es" en el Antiguo Testamento, Juan lo define como 
Amor en el Nuevo. De ese Ser, que es Amor, participamos. Y ese Ser por esencia, que es Amor, se manifiesta
convirtiéndose en uno de nosotros con corazón humano y palpitante. 
3)La Eucaristía, medio privilegiado escogido por Cristo para permanecer realmente entre nosotros,  escondido
a los ojos físicos  humanos, pero vivo y real a los del espíritu creyente. 
4) el nombre, que define la persona como un todo y que cuando lo invocamos, como hizo el ciego de Jericó,
suplicamos con él a la persona  que nombra, implorando su ayuda y misericordia: ¡Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí!.
La oración del corazón o la oración de la invocación de Jesús, se remonta a los orígenes del monacato. El
primero en mencionarla explícitamente fue Diadoco de Fótice, en el siglo IV: Los que no cesan de meditar en
las profundidades de su corazón el nombre de Jesús santo y glorioso podrán ver un día la luz en su espíritu.
Pero su origen es más antiguo, pues se encuentra en los mismos Evangelios: ¡Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí!, gritaba con insistencia el ciego que estaba al borde del camino de Jericó. Lo mismo
clamaban los diez leprosos en tierras de Samaría: ¡Jesús, Maestro,  ten piedad de nosotros! Y todos fueron
sanados gracias a su fe y a la profundidad de su clamor.
Esta invocación continua del nombre de Jesús, hecha de un deseo lleno de dulzura y de gozo hace que el
espacio del corazón se desborde de alegría desde la serenidad y que a partir de que el pensamiento no cesa de
invocar el nombre de Jesús, y el espíritu está totalmente atento a la invocación del nombre divino, la luz del
conocimiento de Dios cubre con su sombra toda el alma como una nube inflamada en llamas.
La oración de Jesús está emparentada con el rosario a María en su origen último y objetivo: ambas tienen sus
raíces en medios monásticos, de Oriente la primera, de Occidente la segunda; ambas son  oraciones de
súplica; en ambas imploramos aquello que más deseamos y necesitamos de verdad y que no sabemos pedir
porque puede que lo desconozcamos; en ambas dejamos que el Espíritu hable en nosotros, utilizando para
ello  palabras de la Escritura o propuestas por la Iglesia y la Tradición; ambas son oraciones para todo tipo de
personas, que recitadas con tranquilidad y sin prisas, concentrando dulcemente el ánimo en lo que decimos,
producen sosiego y, con tiempo y perseverancia, paz duradera, reforma de vida.
 La oración de Jesús, por su brevedad, puede rezarse en cualquier lugar y a todas horas. Aunque su  base es la
plegaria del ciego de Jericó, puede tener variantes personales: "Jesús Hijo de Dios, ten compasión de
nosotros" o "Jesús Hijo de Dios, por medio de la Virgen María ten compasión de nosotros pecadores" etc.
Se ajusta esta oración perfectamente al consejo evangélico: Hay que orar continuamente, sin desfallecer. Si te
ves llamado a seguir este camino de la oración del corazón, búscate un buen consejero que te guíe. Y
comienza, ya: Dios irá haciendo el resto si es que desea que este sea tu forma de dirigirte a Él.  
Si la Iglesia respira con dos pulmones-Oriente y Occidente- se puede decir que la Oración de Jesús  es la
expresión más característica de la espiritualidad de la Iglesia Oriental. Por el bien que ha hecho y hace allí, y
por la influencia que actualmente tiene en Occidente, vale la pena conocer algo de este escondido venero de
piedad y espiritualidad.
Para ampliar sobre este tema , sigue leyendo los otros apartados basados en apuntes traducidos libremente del
original catalán de Julià  Maristany S.J.
 
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Jesús, sálvame!,- Kyrie eleison!: este clamor del corazón que se encuentra en el centro de la plegaria de
Oriente procede directamente del Evangelio: es el clamor del ciego de Jericó; la súplica del publicano. Esta
llamada de auxilio, es, en primer lugar, un acto de fe en Jesús Salvador. El mismo nombre de Jesús significa
YWVH salva y es una confesión, en el Espíritu Santo, de que es el Señor. Recuérdese que nadie  puede
pronunciar el Nombre de Jesús sin la inspiración del Espíritu Santo (I Co, 12,3). 
El Nombre de Jesús no es tan sólo el que le ponen sus padres cuando nace –de acuerdo con el mandato a José
o lo que se dijo a María en la Anunciación: Le pondrás por nombre Jesús-sino también el nombre divino que
le ha dado el Padre tal como dice Jesús en la oración sacerdotal (Jn 17,11): Padre Santo guárdalos en tu
nombre, aquel que me diste, para que sean uno como somos nosotros. También Pablo dirá en el himno de Fil.
2,9-11, a propósito de la humillación y exaltación de Cristo: Le fue concedido el nombre sobre todo nombre
para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua
proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. 
La gloria del cristiano es proclamar este nombre, y su felicidad estriba en sufrir por él: Y si recibís insultos
porque predicáis el nombre de Cristo ¡Felices vosotros! El Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios,
reposa sobre vosotros. (I Pe 4,13)  
En su Nombre los cristianos somos bautizados y por causa de su Nombre, perseguidos.  Por su Nombre
sufriremos y seremos glorificados (textos de Lucas y libro de los Hechos). Pedro confiesa ante el Sanedrín
(Hechos 4,12): La Salvación no se encuentra en nadie más, porque bajo el cielo Dios no ha dado a los
hombres otro Nombre en el que puedan ser salvos. Pablo, después de perseguir a los que invocaban el
Nombre del Señor (Hechos 9,14) se dirige en su primera carta a los Corintios a todos aquellos que invocan el
nombre de Nuestro Señor Jesucristo y anima a su estimado discípulo Timoteo a buscar la fe y la caridad con
todos los que, con corazón puro, invocan el Nombre del Señor.     
Los textos del Nuevo Testamento que hacen referencia al Nombre de Jesús son innumerables y pertenecen a
todas las tradiciones: Pablo, Sinópticos, Juan. El nombre de Jesús es divino y fuerte. Y quien le invoca
siempre es escuchado. Él mismo lo dice en Juan 16,23-24: Con toda verdad os digo que mi Padre os
concederá todo lo que le pidáis si lo hacéis en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre;
hacedlo en mi nombre y recibiréis todo lo que pidáis y vuestra alegría será plena. 
El nombre de Jesús es Eucarístico :Todo lo que hagáis, sea de palabra, sea de obra, hacedlo en el nombre de
Jesús, dirigiendo por Él a Dios la Acción de Gracias (que esto significa Eucaristía (Col 3,17). 
En Efesios, Lucas y Tesalonicenses se nos anima a orar en toda ocasión siempre y constantemente. La
invocación al Señor es un plegaria interior porque nosotros no sabemos que hemos de pedir para rezar como
es debido, es Él, el Espíritu, quien ora en lugar nuestro (Rom,8,26). Y nadie puede decir Jesús si no es movido
por el Espíritu Santo(1Co,12,3) 
Así pues, el Nuevo Testamento legitima la invocación del Nombre de Jesús y de cómo se nos impone en la
gracia bautismal. Esta invocación del Nombre de Jesús   no se convertirá en la Oración de Jesús hasta que no
se le asocie al deseo de oración continua expresado en la invocaciones breves que contienen el nombre del
Señor o de Jesús. Casiano y S.Agustín dan testimonio de la existencia de estas breves oraciones o jaculatorias
entre los eremitas del desierto de Egipto.
 
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Los Padres del Desierto retoman la oración del publicano en el siglo IV. Ammonas, en el desierto egipcio,
aconseja que se conserve siempre en el corazón las palabras del publicano, para experimentar la salvación y
Macario, interrogado sobre cómo se ha de orar, enseña: No  es necesario perderse en palabras; es suficiente
con que extendáis las manos y digáis: Señor, como Tú quieres y como Tú sabes, ¡ten piedad! Y si viniera el
combate (la tentación): ¡Señor, venid en mi auxilio!. Él sabe lo que nos conviene y tendrá misericordia.
Fue Diadoco de Fótice en el siglo V quien propuso invocar en el fondo del corazón sin interrupción al Señor
Jesús y a su santo y glorioso nombre, para purificar y unificar el alma dividida por el pecado y experimentar
la gracia como base del perpetuo recuerdo de Dios: Cuando, recordando a Dios, cerramos las salidas del
espíritu, éste sólo precisa que le dejen alguna actividad adecuada para mantener en acción su natural
dinamismo. Es el momento de entregarle la invocación del Nombre de Jesús como única actividad en que
puede concentrarse todo el que quiere. Está escrito: Nadie puede decir Señor Jesús sino es en el Espíritu
Santo. Y Barsunufio insiste: A nosotros, débiles, sólo nos resta refugiarnos en el Nombre de Jesús.
Fue en Gaza, en el desierto palestinense, donde los monjes dieron a la invocación del Nombre de Jesús una
formulación más desarrollada. El joven Dositeo mantuvo siempre la memoria de Jesús durante la grave de
enfermad de la que habría de morir. Su padre espiritual, Doroteo, le había enseñado a repetir sin descanso:
¡Hijo de Dios, venid en mi auxilio!. Esta era su oración continua. Y cuando ya estaba tan débil que no podía
repetirla le aconsejó: ¡Ten presente solamente a Dios y piensa que está a tu lado!
Así pues, encontramos que la tradición de la invocación del Nombre de Jesús u Oración de Jesús se extendía
por Palestina cuando comienza la segunda etapa en que se asocia al hesicasmo sinaítico y al del Monte Athos.
 
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San Juan Crisóstomo
De los cuatro grandes Padres del Oriente y de los tres grandes doctores ecuménicos de la Iglesia griega sólo
uno pertenece a la escuela de Antioquía, San Juan Crisóstomo. Ningún escritor cristiano de la antigüedad tuvo
tantos biógrafos y panegiristas como él, desde el escrito más antiguo y mejor de todos, compuesto el año 415
por el obispo Paladio de Elenópolis (cf. supra, p.187), hasta el último, que se escribió en época bizantina.
Por desgracia, ninguno aporta los datos necesarios para determinar la fecha exacta de su nacimiento, que
debió de ocurrir entre los años 344 y 354. Como su amigo y condiscípulo Teodoro de Mopsuestia, nació en
Antioquía en el seno de una familia cristiana noble y acomodada. Su primera educación la recibió de su
piadosa madre, Antusa, quien había perdido a su marido contando ella solamente veinte años y cuando Juan
era todavía un niño. Aprendió filosofía con Andragathius y retórica con el famoso sofista Libanios
(cf. supra, p .233). "A la edad de dieciocho años, cuenta Paladio (5), se rebeló contra los profesores de
palabrerías; en llegando a la madurez de espíritu, se enamoró de la doctrina sagrada. Al frente de la iglesia de
Antioquía estaba por entonces el bienaventurado Melecio el Confesor, armenio de raza. Reparó en aquel
joven tan bien dispuesto y, prendado de la belleza de su carácter, se hacía acompañar de él continuamente,
previendo con visión profética el futuro del joven. Habiéndole servido durante tres años, admitido al baño de
la regeneración, fue promovido lector." Durante este período tuvo como maestro de teología a Diodoro de
Tarso. Llevaba en casa una vida de estricta mortificación, y se hubiera retirado del mundo a no ser por su
madre, que le pidió que no la hiciera viuda por segunda vez (De sacerdotio 1,4). Al fin, sin embargo,
terminó dirigiéndose a las montañas vecinas, y encontró allí a un ermitaño anciano, con quien compartió la
vida durante cuatro años. "Se retiró entonces a una cueva solo, buscando ocultarse. Permaneció allí
veinticuatro meses; la mayor parte del tiempo lo pasaba sin dormir, estudiando los testamentos de Cristo para
despejar la ignorancia. Al no recostarse durante esos dos años, ni de noche ni de día, se le atrofiaron las partes
infragástricas y las funciones de los riñones quedaron afectadas por el frío. Como no podía valerse por sí solo,
volvió al puerto de la Iglesia" (paladio, 5).
 
Vuelto a Antioquía, el año 381 le ordenó de diácono Melecio y el 386 de sacerdote el obispo Flaviano. Este
último le asignó como deber especial el predicar en la iglesia principal de la ciudad. Durante doce años, desde
el 386 hasta el 397, cumplió este oficio con tanto celo, habilidad y éxito, que se aseguró para siempre el titulo
del más grande orador sagrado de la cristiandad. Fue durante este tiempo cuando pronunció más famosas
homilías.
 
Este período feliz y tranquilo de su vida terminó un tanto ex abrupto cuando el 27 de septiembre del 397
murió Nectario, patriarca de Constantinopla, y para sucederle fue elegido Juan. Como éste no mostrara ningún
interés a aceptar el cargo, fue llevado a la capital por orden de Arcadio por la fuerza y con engaño. Se le
obligó a Teófilo, patriarca de Alejandría, a consagrarle el 26 de febrero del 398. Inmediatamente Crisóstomo
puso manos a la obra en la reforma de la ciudad y del clero, que se habían corrompido en tiempos de su
predecesor. Pronto quedó claro, sin embargo, que su nombramiento para la sede de la residencia imperial fue
la mayor desgracia de su vida. No encajaba en su nueva posición. Nunca se dio cuenta de la diferencia
esencial que existía entre el ambiente envenenado de la residencia imperial y el clima más puro de la capital
provinciana de Antioquía. Su alma era demasiado noble y generosa para no perderse en medio de las intrigas
de la corte. Su sentido de la dignidad personal era demasiado elevado como para rebajarse a aquella actitud
servil hacia las majestades imperiales que le hubiera podido asegurar el favor duradero de los emperadores.
Por el contrario, su temperamento ardiente le traicionó no pocas veces, arrastrándole a un lenguaje y a un
modo de actuar inconsiderados, si no ofensivos. Su plan de reforma del clero y del laicado era quimérico, y su
inflexible adhesión al ideal no produjo más resultado que el de unir en contra suya todas las fuerzas hostiles;
él estaba ayuno de la artera diplomacia que incita a un enemigo a pelear con otro.
 
A pesar de que él mismo daba ejemplo de simplicidad y dedicó sus cuantiosos ingresos a erigir hospitales y a
socorrer a los pobres, sus esfuerzos llenos de celo por elevar el tono moral de los sacerdotes y del pueblo
encontraron fuerte oposición. Esta se trocó en odio cuando el año 401, en un sínodo de Efeso, mandó deponer
a seis obispos culpables de simonía. Entonces sus adversarios de dentro y fuera aunaron sus fuerzas para
destruirlo. A pesar de que al principio sus relaciones con la corte imperial habían sido amistosas, la situación
cambió rápidamente después de la caída del todopoderoso e influyente Eutropio (399), consejero y secretario
favorito del pusilánime emperador Arcadio. La autoridad imperial pasó a manos de la emperatriz Eudoxia, a
quien le habían envenenado en contra de Juan, sugiriéndole insidiosamente que las invectivas de este contra el
lujo y la depravación iban directamente contra ella y contra su corte. Por añadidura, los propios colegas
episcopales de Crisóstomo, Severiano de Gábala, Acacio de Berea y Antíoco de Ptolemaida, hicieron todo lo
posible para fomentar el creciente resentimiento de Eudoxia contra el patriarca.
 
Su intriga tuvo rotundo éxito, especialmente a partir del brusco reproche de Crisóstomo a la emperatriz por
haberse apoderado de un solar. Con todo, su enemigo más peligroso era Teófilo de Alejandría, que estaba
resentido contra el patriarca de Constantinopla desde que el emperador Arcadio le había obligado a
consagrarle. Su antipatía se trocó en rabia cuando el año 402 fue llamado a la capital para responder ante un
sínodo presidido por Crisóstomo, de las acusaciones que hicieran contra él los monjes del desierto de Nitria.
Teófilo le hizo a aquél responsable de esta citación, y, con la ayuda de la emperatriz, decidió volver las tornas
a Crisóstomo. Convocó una reunión de treinta y seis obispos, de los cuales todos menos siete eran de Egipto y
todos enemigos de Crisóstomo. Este sínodo, llamado de la Encina, suburbio de Calcedonia, condenó al
patriarca de la capital basándose en veintinueve cargos inventados. (Las actas de este sínodo nos las ha
conservado Focio, Bibl. cod. 59.) Después que Crisóstomo se negó por tres veces a presentarse ante esta ?
corte episcopal,? fue declarado depuesto en agosto del 403. El emperador Arcadio aprobó la decisión del
sínodo y le desterró a Bitinia. Esta primera expulsión no duró mucho tiempo, pues fue llamado al día
siguiente. Asustada por la desenfrenada indignación del pueblo de Constantinopla y por un trágico accidente
que ocurrió en el palacio imperial, la misma emperatriz había pedido su regreso. Crisóstomo volvió a entrar
en la capital en medio de una triunfal procesión y pronunció en la iglesia de los Apóstoles un discurso
jubiloso, que se conserva todavía (Hom. 1 post reditum). En un segundo discurso, quizás al día siguiente,
habló de la emperatriz en los términos más elogiosos (Sozomeno, Hist. eccl. 8,18,8). Esta situación de paz
se vio turbada violentamente dos meses más tarde, cuando Crisóstomo se lamentó de los ruidosos e incidentes
entretenimientos y danzas públicas que señalaron la dedicación de una estatua de plata de Eudoxia a pocos
pasos de la catedral. Sus enemigos no tardaron en presentarlo como una afrenta personal. Profundamente
herida, la emperatriz no hizo gran cosa para ocultar su resentimiento; Crisóstomo, por su parte, enfurecido por
las pruebas de renovada hostilidad e impulsado por su ardiente temperamento, cometió una imprudencia que
fue fatal en sus consecuencias. En la fiesta de San Juan Bautista empezó su sermón con estas palabras: ?Ya se
enfurece nuevamente Herodías; nuevamente se conmueve; baila de nuevo y nuevamente pide en una bandeja
la cabeza de Juan? (Sócrates, Hist. eccl. 6,18; Sozomeno, Hist. eccl. 8,20). Sus enemigos consideraron
esta sensacional introducción como una alusión a Eudoxia y resolvieron asegurar su deportación sobre la base
de haber asumido ilegal mente la dirección de una sede de la cual había sido depuesto canónicamente. El
emperador ordenó a Crisóstomo que cesara de ejercer las funciones eclesiásticas, cosa que él rehusó hacer.
Entonces se le prohibió hacer uso de ninguna iglesia. Cuando él y los leales sacerdotes que le seguían fieles
reunieron, en la vigilia de Pascua del año 404, alos catecúmenos en los baños de Constante para conferirles
solemnemente el bautismo, la ceremonia quedó interrumpida por la intervención armada; los fieles fueron
arrojados fuera y el agua bautismal quedó teñida en sangre (Paladio, 33.34; Sócrates, Hist. eccl. 6,18,14).
Cinco días después de Pentecostés, el 9 de junio del 404, un notario imperial informaba a Crisóstomo que
tenía que abandonar la ciudad inmediatamente, y así lo hizo. Fue desterrado a Cúcuso, en la Baja Armenia,
donde permaneció tres años. Bien pronto su antigua comunidad de Antioquía acudió en peregrinación a ver a
su querido predicador. ?Cuando ellos [sus enemigos] vieron que la iglesia de Antioquía emigraba a la iglesia
de Armenia y que desde aquí la sabiduría, llena de gracia, de Juan cantaba a la iglesia de Antioquía, desearon
cortar rápidamente su vida? (paladio, 38). A petición suya, Arcadio le desterró a Pitio, lugar salvaje en la
extremidad oriental del mar Negro. Quebrantado por las penalidades del camino y por verse obligado a
caminar a pie con un tiempo riguroso, murió en Comana, en el Ponto, el 14 de septiembre del 407, antes de
llegar a su destino. Sus restos mortales fueron traídos en solemne procesión a Constantinopla el 27 de enero
del 438 y enterrados en la iglesia de los Apóstoles. El emperador Teodosio II, hijo de Eudoxia (que había
muerto ya el 404), salió al encuentro del cortejo fúnebre. ?Apoyó su rostro sobre el féretro y rogó y suplicó
que perdonaran a sus padres el daño que le habían ocasionado por ignorancia? (Τeodoreto, Hist. eccl. 5,36).
 
Antes de abandonar Constantinopla, Crisóstomo había apelado al papa Inocencio I de Roma y a los obispos
Venerio de Milán y Cromacio de Aquileya, y había pedido que se formara un tribunal. Paladio nos ha
conservado esta comunicación (Dialog. 8-11). Poco después, Teófilo de Alejandría notificaba al Papa la
deposición de Juan. El papa Inocencio se negó a aceptarla y pidió que abriera una investigación un sínodo
compuesto de obispos occidentales y orientales. Al ser rechazada esta proposición, el Papa y todo el
Occidente rompieron la comunión con Constantinopla, Alejandría y Antioquía hasta que no se diera cumplida
satisfacción. Arsacio, primer sucesor de Crisóstomo, murió el 11 de noviembre del 405. Le sucedió Ático. El
y sus amigos fueron admitidos nuevamente en la comunión de Roma, pero sólo después que prometieron
volver a insertar en los dípticos el nombre de Juan, que ya había muerto entretanto.  MMIX.I.
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Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está "con
nosotros, todos los días" (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24).
Nuestro tiempo está en las manos de Dios:
Es posible, incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa
oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina
(San Juan Crisóstomo, ecl.2).
2744 Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la
esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser "vida nuestra", si
nuestro corazón está lejos de él?
Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es
imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Anna 4, 5).
Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (San Alfonso María de
Ligorio, mez.).
 
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En la segunda mitad del siglo XIII y a lo largo del XIV floreció en Athos, la santa montaña de Macedonia, el
renacimiento del ideal hesicasta. La Oración de Jesús se acompañaba de una disciplina de la respiración,
sistematizada por Nicéforo el Hesicasta y por Gregorio Sinaíta. El método se basa en ralentizar la respiración
y buscar el lugar del corazón doblándose sobre sí mismo y concentrándose en el lugar del corazón. Todo ello
simultaneado con la invocación repetida de la oración de Jesús: ¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, tened piedad
mi! acompasada con la inspiración y la expiración. 
Este movimiento de interiorización se hace en dos tiempos, según las dos partes que componen la fórmula de
la oración: «Señor Jesús, hijo de Dios» y «ten compasión de mi pecador. El ritmo de la respiración y los
latidos del corazón participan también de la oración, complementándose mutuamente: en simultaneidad con la
primera parte de la oración, los pulmones inspiran el nombre de Jesús, lo cual permite a la diástole
(dilatación) del corazón que el espíritu se lance por entero fuera de toda materia; y, simultáneamente a la
segunda parte de la oración -«ten piedad de mí»-, los pulmones expiran el aire contaminado, a la vez que por
la sístole (contracción) del corazón el espíritu reviene sobre sí mismo.
La oración de Jesús tiene, pues, un cierto aspecto técnico que precisa de un adiestramiento. Pero no se puede
reducir a una simple mecánica, porque «nadie puede decir `Señor Jesús´ sino por influjo del Espíritu Santo»
(1 Cor 12,3). Lo cual no impide que las indicaciones concretas dadas por los monjes sean de una gran ayuda,
porque son fruto de su propia experiencia
 
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Recordar la primigenia índole misionera de la Iglesia significa testimoniar esencialmente que la tarea de la inculturación, como difusión
integral del Evangelio y de su consiguiente adaptación al pensamiento y a la vida, sigue aún hoy y constituye el corazón, el medio y el
objetivo de la "nueva evangelización". Para una tarea tan elevada resuena siempre la promesa de Jesús: "Y he aquí que yo estoy con
vosotros", allí donde la palabra y los signos del Evangelio encuentran al hombre de cualquier edad, condición y cultura: "Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
«Duc in altum» (Lc 5,4) dijo Cristo al apóstol Pedro en el Mar de Galilea.
 
La palabra hesiquía en griego se traduce como  estado de tranquilidad, de paz, o de reposo. Quien la posee
se encuentra equilibrado, vive en paz y a la vez, calla y guarda silencio. Recuerda a la actitud que Platón
afirma corresponde al auténtico filósofo: que se mantiene tranquilo y se ocupa de lo que le pertenece. Y
también se ajusta a las palabras del Libro de los Proverbios: el hombre sensato sabe callar ; o al estilo
del  solitario de quien dice el profeta Baruq: Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.
En el Nuevo Testamento el mismo Cristo dice a sus discípulos: Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados y yo os daré descanso. Aceptad mi yugo y haceos mis discípulos, ya que soy bueno y humilde de
corazón, y encontraréis reposo (hesiquía) para vuestras almas pues mi yugo es suave y mi carga ligera.(Mt.11,
28-29).
 Ammonas, sucesor de S.Antonio en Egipto habla de cómo la hesiquía es el camino propio del monje y
escribe una carta mostrando que es el fundamento de todas las virtudes. Fueron los anacoretas los primeros en
llamarse hesicastas. Si la virtud de los cenobitas (monjes que viven en comunidad) es la obediencia, la de los
hesicastas (anacoretas o solitarios) es la oración perpetua. La búsqueda de la hesiquía es tan antigua como la
vida monástica.
En el siglo VI, S.Juan Clímaco, abad del monasterio del Sinaí y autor de la Escala del Paraíso, unió la
hesiquía y el Recuerdo de Jesús. La hesiquía es la adoración perpetua en presencia de Dios: Que el recuerdo
de Jesús se una a tu respiración y pronto te darás cuenta de la utilidad de la hesiquía. La oración ideal es la
que elimina los raciocinios y se convierte en una sola palabra. 
La Memoria de Jesús provee a este tipo de oración de forma y contenido. La unión del recuerdo de Jesús y la
respiración será reemprendida por Hesiquio de Batos que ya la llama Oración de Jesús: Si con sinceridad
quieres ahuyentar los pensamientos, vivir en quietud, sin dificultad, y ejercer la vigilancia sobre tu corazón
debes adherir la Oración de Jesús a tu respiración y pronto lo conseguirás. La unión de respiración y Oración
de Jesús  en su fórmula desarrollada: Señor Jesús, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí, pecador, constituirá el
fundamento del hesicasmo bizantino y de Monte Athos en el siglo XIV.  
«Cuando reces, inspira al mismo tiempo, y que tu pensamiento, dirigiéndose al interior de ti mismo, fije su
meditación y su visión en el lugar del corazón de donde brotan las lágrimas. Que tu atención permanezca ahí,
en la medida en que puedas. Te será de una gran ayuda. Esta invocación de Jesús  libera al espíritu de su
cautividad, otorga la paz y ayuda a descubrir la oración permanente del corazón por la gracia del Espíritu
vivificante en Jesucristo Nuestro Señor».
 
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¿Cómo hablar de Dios?
39 Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la
posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de
su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos.
40 Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No
podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y
de pensar.
41 Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen
y semejanza de Dios. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan,
por tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus
criaturas, "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor"
(Sb 13,5).
42 Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene
de limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios "inefable,
incomprensible, invisible, inalcanzable" (Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisóstomo) con nuestras
representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
43 Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a
Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que
"entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea mayor
todavía" (Cc. Letrán IV: DS 806), y que "nosotros no podemos captar de Dios lo que él es, sino solamente lo
que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a él" (S. Tomás de A., s. gent. 1,30).
 
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La doctrina de los Padres de la Iglesia
 
La conciencia viva de la eucaristía que tienen los Padres de la Iglesia como misterio de fe y
de vida, a través de una celebración viva y participada, se pone de mil maneras de relieve el
nexo indisoluble entre Eucaristía e Iglesia con todas las consecuencias que conlleva consigo
no solo la hondura de la percepción de una iglesia plasmada y manifestada por la
celebración de los misterios, sino también por las exigencias de la profesión de la fe, del
verdadero sacerdocio, de la comunión jerárquica, de la caridad y del dinamismo misionero.
Es imprescindible en este tema remitir a la obra clásica de H. De Lubac y a los libros de
J.M.R. Tillard.[18]
Escogemos la doctrina de tres eximios testigos de la época patrística en Oriente y en
Occidente: Juan Crisóstomo, Cirilo de Alejandría, Agustín de Hipona .
Juan Crisóstomo es uno de ellos. Juan Pablo II lo cita al glosar el texto de la 1 Carta a los
Corintios 10, 16-17. “ Como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto de muchos
granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su
diversidad desaparece en virtud de su perfecta; de la misma manera, también nosotros
estamos unidos recíprocamente unos a otros y todos juntos en Cristo”.[19]
Se trata de una unión íntima que tiene como fundamento a Cristo mismo que hace de todos
nosotros su Cuerpo eclesial: “ El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de
Cristo? ¿Por qué no dijo la participación? Porque quiso significar algo más y manifestar
una gran unión. Pues comulgamos no sólo con participar y recibir, sino también con el ser
unidos. Pues como aquel cuerpo está unido a Cristo, así también nosotros estamos unidos a
él por medio de este pan”.[20]
Para este Padre de la Iglesia la comunión eclesial es también exigencia de caridad para con
los hermanos, especialmente para los más pobres. Son célebres los textos de este Padre
hasta el punto que se habla de la doctrina crisostomiana como el paralelo entre el
sacramento de la Eucaristía y el sacramento del hermano.[21]
En Cirilo de Alejandría la dimensión eclesial de la Eucaristía que nos hace un solo Cuerpo,
es más que nos hace “concorpóreos y consanguíneos” con Cristo, tiene un tono más
místico. La unión con Cristo en la Iglesia por medio de la Eucaristía es imagen y
realización de la comunión trinitaria con Cristo y entre nosotros. Tal es la hondura de la
comunión eclesial y eucarística.[22]
El texto fundamental, referido a la unidad trinitaria entre nosotros por medio de la
Eucaristía es este: “Para que también nosotros tendiéramos a la unión con Dios y entre
nosotros, y para que nos fusionásemos hasta formar una sola cosa, aunque tengamos
cuerpos y almas diferentes, el Unigénito, buscó una razón en su sabiduría y en el consejo
del Padre. Porque con un solo cuerpo, a saber con el suyo, bendiciendo por la mística
comunión a los que creen en él, los hace concorpóreos con él y con los demás. Porque si
todos participamos de un solo pan formamos todos un sólo cuerpo, pues Cristo no se puede
dividir. Por esta razón a la Iglesia de le llama cuerpo de Cristo, y a nosotros miembros, cada
uno por su parte, según la mente de San Pablo. Porque estando nosotros todos unidos a
Cristo por medio de su santo Cuerpo, ya que le recibimos en nuestros cuerpos, a él uno e
indivisible, le debemos a él nuestros miembros, más que a nosotros mismos”.[23]
Muy acertada es la perspectiva pneumatológica de la Eucaristía y de la unidad, según este
Padre de la Iglesia: “ Y acerca de la unión en el Espíritu Santo diremos, siguiendo el mismo
método que todos nosotros nos fusionamos en cierta manera unos con otros y con Dios.
Porque aunque seamos muchos individualmente y en cada uno de nosotros Cristo haga
inhabitar el Espíritu del Padre y suyo, sin embargo es uno e indivisible el Espíritu. Porque
así como la virtud de la santa carne hace concorpóreos aquellos en quien está, del mismo
modo, según creo, el único e indivisible Espíritu de Dios, habitando en todos, los reúne en
una unidad espiritual”. De esta mística de la unidad eclesial eucarística, Cirilo arguye
acerca de la total unidad en la fe, en el amor, en la esperanza...[24] Tillard que recoge estos
testimonios comenta: “ Quizá más que Agustín y que Juan Crisóstomo, Cirilo hace
comprender así cual es la fuente y la naturaleza de la unidad eclesial. La comunión
eucarística deja en la carne del creyente la huella de la carne de Cristo, con el Espíritu. De
esta huella en todos nosotros es de donde nace la Iglesia de Dios”.[25]
En Occidente es clásica la doctrina de San Agustín. Nos imposible resumir sus enseñanzas
y por ello nos es suficiente citar algunos de sus textos, geniales por su argumentación en la
que juega con la realidad de la Eucaristía cuerpo y de la Iglesia cuerpo de Cristo.[26]
Son célebres dos homilías pascuales a los bautizados, los sermones 227 y 272 en los que
con un realismo verbal y a la vez sacramental ilustra a los neófitos el sentido de la
eucaristía que está en el altar y van a recibir y que es ese mismo cuerpo del Señor que hace
de ellos la iglesia, cuerpo del Señor. He aquí las palabras esenciales: “Si queréis entender lo
que es el cuerpo de Cristo, escuchad al apóstol: “ Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus
miembros. Si, pues, vosotros sois el cuerpo de y los miembros de Cristo, lo que está sobre
la santa mesa es un símbolo de vosotros mismos, y lo que recibís es vuestro propio
misterio. Vosotros mismos lo refrendáis así al responder: Amen. Se os dice: He aquí el
Cuerpo de Cristo. Y contestáis: Amen, así es. Sed, pues, miembros de Cristo para responder
con verdad Amén”.[27]
Son innumerables los textos en los que Agustín marca esta identidad. He aquí algunos: «
Este pan es el cuerpo de Cristo, del cual dice el Apóstol hablando a la Iglesia: “ Vosotros
sois el cuerpo y los miembros de Cristo”.[28] “Vosotros estáis sobre la mesa y vosotros
estáis en el cáliz; vosotros sois todo esto con nosotros. Lo somos juntamente. Juntamente lo
bebemos porque juntamente lo vivimos...Nosotros mismos hemos venido a ser su cuerpo y
por su misericordia recibimos de él lo que somos...»[29]
Célebre es la página de Agustín sobre el sacrificio espiritual de los cristianos en su contesto
global que alude no sólo a la unidad del cuerpo del Señor y de la Iglesia sino a la unidad del
mismo sacrificio redentor celebrado en la Eucaristía: “ Este es el sacrificio de los cristianos,
formando nosotros, siendo muchos en número, un cuerpo en Jesucristo. Lo cual frecuenta la
Iglesia en la celebración del augusto sacramento del altar que usan los fieles, en el cual se le
demuestra que en la oblación y sacrificio que ofrece, ella es ofrecida”.[30]
La Eucaristía cuerpo de Cristo hace de la Iglesia en cada uno de sus miembros y en su
conjunto el verdadero Cuerpo del Señor, con la misma fuerza del Espíritu que lo aglutina y
la misma caridad que lo une y que no es otra cosa sino el Espíritu Santo. Es lo que pone de
relieve un discípulo de Agustín, Fulgencio de Ruspe, célebre por su hermosa espiritualidad
de la caridad eclesial fruto del Espíritu derramado en nuestros corazones por medio de la
Eucaristía que recibimos.[31]
Es la misma doctrina que llega hasta la teología de la edad media con Sto. Tomás que
afirma, con la mejor tradición, que el efecto propio de la Eucaristía es la unidad del Cuerpo
místico sin la cual no hay salvación; y es comunión porque nos unimos a Cristo y a los
demás; la Eucaristía nos hace estar unidos a Cristo e incorporados a los miembros de su
cuerpo que es la Iglesia.[32]
El eco de esta doctrina llegará hasta el Concilio de Trento, que si bien no ha tratado
explícitamente del tema Eucaristía e Iglesia, lo recuerda precisamente en las circunstancias
tristes del cisma de Occidente al hablar el proemio de la sesión XIII sobre la presencia real:
“ precisamente la eucaristía que nuestro salvador ha dejado a su Iglesia como signo de su
unidad y de la caridad con la cual quiso que todos los cristianos estuviesen aglutinados y
unidos entre ellos”.[33]
En conclusión la grande tradición patrística nos ha dejado una huella perenne de la doctrina
de la “communio eucharistica” como “communio ecclesialis”, con todas las exigencias de
la misma fe y del mismo amor, de la misma pertenencia al Cuerpo de Cristo que es su
iglesia verdadera, con todas las exigencias de mutua caridad e unión en el amor que brotan
de este ser un solo cuerpo por la gracia del Espíritu, fuente de caridad y vínculo de
comunión con la Trinidad y con los miembros de la Iglesia.
 
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El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el
profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del
pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico que, a pesar de
sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la oveja (cf 2 S 12, 1-4).
La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4, 3-7; 1 R 21, 1-29). La muerte
entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2, 24).
Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros... Si todos se
afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos debilitando el
Cuerpo de Cristo... Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos
como lo harían las fieras. (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2 Cor. 28, 3-4).
2539 La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del
prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea
al prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín veía en la envidia el ‘pecado diabólico por excelencia’ (ctech. 4,8). ‘De la
envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del
prójimo y la tristeza causada por su prosperidad’ (S. Gregorio Magno, mor. 31, 45).
2540 La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la
caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede
con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad:
¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro
hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá - porque
su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros (S. Juan
Crisóstomo, hom. in Rom. 7, 3).
 
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El carácter sacramental os capacita para proseguir la misión de Cristo anunciando la Buena
Nueva. Por vuestro medio, Él continua guiando y custodiando el propio rebaño y, con las
acciones sagradas que realizáis, ofrece su sacrificio redentor, perdona los pecados y
distribuye su gracia. Vosotros actualizáis la misión del divino Maestro y habéis sido
elegidos desde la eternidad para ser constituidos en favor de los hombres en aquellas cosas
que se refieren a Dios, como prolongación viviente del ministerio de Cristo (cf. Heb 5,1).
San Juan Crisóstomo escribe refiriéndose al sacerdote: "Si Dios no obrase por medio de
él, tú no habrías sido bautizado, no participarías en los misterios, no habrías sido
bendecido; vale decir, no serías cristiano" (Hom in 2Tm, 2, 2.4).
 
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San Basilio fundó una ciudad-hospital cerca de Capadocia; la llamaron Basiliade.
Juan Crisóstomo, el más grande orador cristiano, llamado también panegirista de la
limosna, fue enviado en exilio por la emperadora Eudosia a quien había denunciado
públicamente por haber usurpado el viñedo de una viuda destinado al hospital de los pobres
que él administraba. Protector y defensor de la gente pobre, tuvo la consolación de ser
defendido por ellos contra los potentes que lo perseguían. La asistencia a los enfermos daba
a Juan Crisóstomo la oportunidad de conocer a los médicos y a su humanidad en la
asistencia a los enfermos terminales (el enfermo tiene una sicología frágil y exigente; una
pequeñez puede deprimirlo).
Narra de un enfermo alcoholizado que se desvivía por un poco de vino. El médico,
comprensivo, hizo preparar una jarra de arcilla mezclada con vino, la hizo quemar en el
horno y, una vez llenada de agua fresca, cerradas las persianas para oscurecer la habitación,
la dio al enfermo que, engañado por el olor de vino, la tomó satisfecho. Crisóstomo alaba la
sensibilidad del médico.
San Girólamo, en la Carta LXXVII a Océano, no terminaba de exaltar a una cierta Fabiola,
de quien se decían muchas cosas, pero se había convertido, y había edificado por cuenta
propia un hospital para los pobres.
"Ha sido la primera que ha construido un hospital para acoger a todos los enfermos que
encontraba por las calles: narices corroídas, ojos vacíos, pies y manos secas, vientres
hinchados, piernas esquelétricas, carnes podridas con un hormiguero de gusanos... Cuántas
veces, personalmente ella ha cargado a enfermos de lepra... Les daba de comer y hacía
beber a aquellos cadáveres vivientes una taza de caldo..." (Carta LXXVII).
Agustín de Hipona, narra su biógrafo Posidio, iba so lo a las casas donde habían huérfanos
y enfermos; en la Regla para los monjes tiene un buen capítulo para la asistencia a los
enfermos; presenta a Jesús como el gran médico de la humanidad que no prescribe la receta
para el farmacéutico, sino confecciona la medicina con la propiasangre, en el taller de su
Humanidad. "Venid a mí todos los que estáis cansados...; os reconfortaré".
Tiene un hermoso sermón sobre la Transfiguración de Cristo, cuando Pedro exclama:
"Rabbi, es bueno estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para tí, otra para Moisés y
otra para Elías" (cf. Mc 9, 4; Mt 17, 4).
Interviene el santo Doctor: "Calma, Pedro... ¡Cierto que es hermoso...! Pero no ahora. Baja,
hay pobres que debemos asistir, enfermos que curar, evangelio que predicar y dar
testimonio... Baja inmediatamente; la visión vendrá después...".
Es análogo el comentario al episodio d e Marta que se afana en la cocina para preparar un
almuerzo al Huésped mientras su hermana María se ha encantado en la sala escuchando la
voz de Jesús.
El episodio ha generado la disputa sobre le primado de la vida contemplativa o de aquella
activa. Agustín la resolvió con una de sus características síntesis:
Caritas Veritatis (amor por la contemplación) María;
Necessitas Caritatis (emergencia de intervención) Marta: prevalece e n ciertos momentos de
emergencia la intervención activa ante las necesidades del prójimo: la miseria, el hambre, la
enfermedad. La intervención que es: Delectatio caritatis et Veritatis (gozo de amar a Dios
en el prójimo, reconocerlo y contemplarlo).
In caritate fundati et radicati! Es realmente robusta la raíz de esta caridad que desde hace
dos mil años anima la Iglesia y suscita figuras potentes: Camilo de Lellis, Juan de Dios,
Cottolengo, Orione, Guanella, Juana Antida. En nuestros tiempos, Padre Pío, Follereau... y
otros miles, en todas partes, en las leproserías misioneras.
Para no hablar solamente del pasado, ¿queremos hablar del presente, de los vivos?: Madre
Teresa y miles y miles de otras ignoradas en medio del fuego de las guerrillas...
Porque al parecer el mundo oficial sabe hacer esto: ¡no-amar, matar!
San Pablo dice: No sólo el hombre, sino toda la creación gime en espera del parto...
Y San Pedro dice : Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva... 
San Agustín, además, recordando a Platón que auspicia un medio seguro (una revelación
divina) para lograr la playa de la felicidad, nos la indica: "Para que fuese el medio con el
cual ir, vino de allá aquel a quien queríamos ir. ¿Y qué es lo que ha hecho? Ha preparado la
madera con la cual pudiéramos atravesar el mar. Nadie puede atravesar el mar de este siglo
si no es llevado por la cruz de Cristo... (Com. Jn. Trat. 2, 2).
Jesús dijo una vez: "Cuando el Hijo del Hombre regresará, ¿encontrará aún la fe en la
tierra?".
Quizás podemos tranquilizarlo: 
"La fe, Señor; ¿quizás? 
¡La esperanza! Nos apegamos a las capacidades de los hombres y cada vez nos hacen
desesperar...
Pero la caridad no; no disminuirá; porque la caridad eres tú que vives y sufres con nosotros;
tú que nos has asegurado que estar ás con nosotros hasta la fin de los siglos... 
Fides, spes, charitas: tria haec!
Maior autem horum: Charitas! (1 Cor 3, 3).
La fe pertenece al hombre...
¿La experiencia? ¡También!
La Caridad pertenece a Dios...
¡No es biodegradable!
 
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La Liturgia Bizantina de San Juan Crisóstomo define repetidamente a Jesucristo como "el
amante del género humano". El obispo, que está en el lugar de Jesucristo entre el clero y los
fieles, está llamado a ser el "amante" de aquellos de quien es Pastor. La expresión de ese
amor genera esperanza. La tradición oriental atribuye una gran trascendencia al Espíritu
Santo como poderoso agente de unidad. La promoción del ecumenismo en la Iglesia local
es una responsabilidad del obispo, llena de esperanza. Valorando y preservando su antiguas
tradiciones, y promocionando el valor del antiguo patrimonio que compartimos con las
Iglesias del Este, nuestras hermanas, las Iglesias Católicas Orientales brindan un testimonio
tangible de la diversidad legítima que puede y debe existir en la comunión cristiana. Los
textos de los Padres del Este animan al clero y a los fieles a que se comprometan de forma
activa en el proceso de elección del obispo. Hay que intentar saber cuáles son las
necesidades de la diócesis y qué tipo de guía necesita, como servicio deseado por el clero y
por los fieles. En lo que se refiere al obispo emérito, San Juan Crisóstomo exhorta a los
obispos para que consideren el retiro como la obtención de una corona, el equivalente de su
propia consagración al oficio. La posibilidad de participar plenamente en la vida eclesial
debería garantizar que no se obstaculizaran las acciones del Espíritu Santo para la
renovación de la Iglesia que todos amamos y respetamos.
 
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A finales del siglo XVIII se compila y traduce al eslavo la Filocalia con lo que la tradición hesicasta llegará
primeramente a Rusia, luego a Rumania y desde allí a toda la Europa del Este ortodoxa. La  Filocalia (término
griego que significa amor a lo bello y bueno) está compuesta por una antología de textos ascéticos y místicos
recopilados por Macario de Corinto y Nicodemo el Hagiorita. Fue publicada en Venecia en 1782 y se ha
dicho de ella que constituye el breviario del hesicasmo. Su publicación coincide con el renacimiento de la fe
ortodoxa en la Grecia del siglo XVIII y al ser traducida al eslavo por Paissy Velichkovsky  y al ruso por
Ignacio Brianchaninov, en 1857,  marcó la renovación del monaquismo oriental. La Filocalia eslava fue
utilizada por el gran santo Serafín de Sarov y constituye el núcleo de los Relatos Sinceros de un peregrino
ruso a su padre espiritual, obrita que apareció en Kazan en 1870. 
Este pequeño libro, que narra la peregrinación de un campesino por las estepas de Rusia invocando
constantemente el Nombre de Cristo y hablando a todos de la Oración de Jesús, es probablemente el libro que
ha popularizado más este tipo de plegaria tanto en Oriente como en Occidente. Gracias a esta obra la Oración
de Jesús, u Oración de Corazón, saltó los muros de los monasterios para pasar a la piedad popular. Alguien ha
dicho que ha hecho más por la comprensión entre los cristianos esta obra. que un sinnúmero de reuniones
teológicas. Recordemos dos textos selectos:
La plegaria de Jesús, interior y constante, es la invocación continua e ininterrumpida del Nombre de
Jesús  por medio de los labios, del corazón y de la inteligencia, sintiendo su presencia en todas partes y en
todo momento incluso mientras dormimos. Se expresa con estas palabras: ¡Señor Jesucristo, tener piedad de
mí! Aquel que se habitúa a esta invocación siente un gran consuelo y la necesidad de decirla siempre; y al
cabo de un cierto tiempo ya no sabe estar sin decirla y ella sola nace en su interior.
Siéntate en el silencio y en la soledad; inclina la cabeza y cierra los ojos; respira más suavemente, mira con tu
imaginación al interior de tu corazón, recoge tu inteligencia, es decir, tu pensamiento, de la cabeza al corazón.
Di mientras respiras en voz baja o simplemente en espíritu: ¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!. Esfuérzate en
apartar todo pensamiento, sé paciente y repite este ejercicio a menudo.
 
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SEÑOR JESUCRISTO, HIJO DE DIOS, 
TENED PIEDAD DE MÍ, PECADOR
 
Señor: viene de Kyrios y es como decir: Dios. Pues para  decir Jesús es Señor es precisa la ayuda del Espíritu
Santo, Dios.
 
Jesús: Es nombre y misterio de Salvación.
 
Cristo: Quiere decir Mesías o sea, sacerdote, profeta y rey.
 
En el Antiguo Testamento el nombre de Dios pasa de ser  pronunciable a indecible o inefable, por lo que se
sustituye por Adonai al objeto de no hacer imágenes ni siquiera del nombre de Dios. En el Nuevo Testamento
el nombre de Dios es pronunciable porque en la  nueva economía Dios se une a nuestra carne. Le pondrás por
nombre Jesús porque el salvará a su pueblo de sus pecados.
  
La plegaria hesicasta u oración de Jesús contiene toda la verdad de los Evangelios e incorpora los dos grandes
misterios que caracterizan la revelación y la fe cristiana.
  
1)     La Encarnación- Jesús (humanidad) Hijo de Dios y Señor (divinidad)
  
2)     La Trinidad- Hijo de Dios (el Padre) , Jesús-Señor (Espíritu Santo que nos da la fuerza para confesarlo).
  
Es una plegaria de adoración y penitencia que unida a la inspiración expresa acogida y a la expiración,
abandono. La Oración de Jesús aparece íntimamente vinculada a las actitudes de metanoia (cambio interior,
nueva escala de valores); a la compunción y humildad; a la confianza segura y audaz; a la atención de los
sentidos y el corazón a las palabras y a la Presencia;  y en último término a hesiquía (búsqueda de la quietud y
de la auténtica unificación interior a través de la invocación del nombre de Jesús).
  
La oración de Jesús puede practicarse en dos momentos diferentes:

1) Libre- Permite llenar el vacío entre lo tiempos de oración y las actividades ordinarias de la vida y unirnos a
Dios en momentos de trabajo.

2)Formal- Concentrados y con exclusión de toda otra actividad. A ello ayuda estar sentados, con poca luz, los
ojos cerrados, ayudándonos si es preciso  de un rosario-oriental u occidental, son un medio-  para
concentrarnos mejor.
  
Se recomienda no cambiar demasiado la fórmula elegida desde un comienzo, aunque ciertos momentos de
variación parecen oportunos para evitar el hastío. A los que empiezan se les recomienda la alternancia entre la
invocación pronunciada por los labios y la oración interior: «Cuando se reza con la boca, hay que decir la
oración con calma, dulcemente, sin agitación alguna, para que la voz no enturbie o distraiga la atención del
espíritu, hasta que éste se habitúe y progrese en el trabajo de la oración y pueda rezar por sí solo, con la gracia
del Espíritu Santo».
  
Todas estas indicaciones no tienen más objeto que el de lograr la concentración del cuerpo, del alma y del
espíritu en Jesús. De hecho, las palabras que componen la oración de Jesús varían según las épocas y los
autores. La fórmula más breve repite únicamente el nombre de «Jesús», y la más larga dice: «Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pobre pecador». Algunos Padres aconsejan a los principiantes
permanecer fieles a una sola fórmula, la que ellos prefieran; pero, una vez elegida, recomiendan variarla lo
menos posible. Así, al estar integradas y unificadas todas las potencias y partes del ser humano en el corazón,
«el corazón absorbe al Señor, y el Señor absorbe al corazón y los dos se hacen uno»` Y, a continuación, el
mismo texto añade: «Pero esto no es obra de un día o de dos. Se requiere mucho tiempo. Hay que luchar
mucho y durante mucho tiempo para lograr rechazar al enemigo y que Cristo habite en nosotros. 
  
Este estallido de amor en el pobre corazón del hombre lo eleva por encima de todas las criaturas. Pero no se
trata de una elevación que implique una exclusión, sino todo lo contrario: tal elevación de amor es una
inefable inclusión de todo lo creado; es una capacidad y potencia de amor por todos los hombres y todas las
cosas. Isaac el Sirio es quien mejor ha hablado en Oriente de este amor universal, con una ternura y sencillez
que recuerdan a nuestro Francisco de Asís en Occidente:
  
«¿Qué es un corazón compasivo? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los
pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Cuando piensa en ellos y cuando los ve, sus ojos
se le llenan de lágrimas. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón
se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. Por
eso es por lo que, con lágrimas, intercede sin cesar por los animales irracionales, por los enemigos de la
verdad y por todos los que le molestan, para que sean preservados del mal y perdonados. Es la inmensa
compasión que se eleva en su corazón -una compasión sin límites, a imagen de Dios"
  
Pero, sobre todo, no hay que forzar nada. La plegaria debe ir estableciendo su propio ritmo y acento. Que es el
ritmo que Dios quiere para nosotros.
 
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Cristo, primogénito de toda criatura 
y primer resucitado de entre los muertos
1. Hemos escuchado el admirable himno cristológico de la carta a los Colosenses.
La liturgia de las Vísperas lo propone en las cuatro semanas -en las que dicha Carta se
va desarrollando- y lo ofrece a los fieles como cántico, reproduciéndolo en la forma que
tenía probablemente el texto desde sus orígenes. En efecto, muchos estudiosos están
convencidos de que ese himno podría ser la cita de un canto de las Iglesias de Asia
menor, insertado por san Pablo en la carta dirigida a la comunidad cristiana de
Colosas, una ciudad entonces floreciente y populosa. 

Con todo, el Apóstol no se dirigió nunca a esa localidad de la Frigia, una región de la
actual Turquía. La Iglesia local había sido fundada por Epafras, un discípulo suyo,
originario de esas tierras. Al final de la carta a los Colosenses, se le nombra,
juntamente con el evangelista Lucas, "el médico amado", como lo llama san Pablo
(Col4, 14), y con otro personaje, Marcos, "primo de Bernabé" (Col 4, 10), tal vez el
homónimo compañero de Bernabé y Pablo (cf. Hch 12, 25; 13, 5.13), que luego
escribiría uno de los Evangelios. 

2. Dado que más adelante tendremos ocasión de volver a reflexionar sobre este
cántico, ahora nos limitaremos a ofrecer una mirada de conjunto y a evocar un
comentario espiritual, elaborado por un famoso Padre de la Iglesia, san
Juan Crisóstomo (siglo IV), célebre orador y obispo de Constantinopla. En ese himno
destaca la grandiosa figura de Cristo, Señor del cosmos. Como la Sabiduría divina
creadora exaltada en el Antiguo Testamento (cf., por ejemplo, Pr 8, 22-31), "él es
anterior a todo y todo se mantiene en él". Más aún, "todo fue creado por él y para él"
(Col 1, 16-17). 

Así pues, en el universo se va cumpliendo un designio trascendente que Dios realiza a


través de la obra de su Hijo. Lo proclama también el prólogo del evangelio de san
Juan, cuando afirma que "todo se hizo por el Verbo y sin él no se hizo nada de cuanto
existe" (Jn 1, 3). También la materia, con su energía, la vida y la luz llevan la huella
del Verbo de Dios, "su Hijo querido" (Col 1, 13). La revelación del Nuevo Testamento
arroja nueva luz sobre las palabras del sabio del Antiguo Testamento, el cual declaraba
que "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar
a su autor" (Sb 13, 5). 

3. El cántico de la carta a los Colosenses presenta otra función de Cristo:  él es


también el Señor de la historia de la salvación, que se manifiesta en la Iglesia
(cf. Col1, 18) y se realiza "por la sangre de su cruz" (v. 20), fuente de paz y armonía
para la humanidad entera. 

Por consiguiente, no sólo el horizonte externo a nosotros está marcado por la


presencia eficaz de Cristo, sino también la realidad más específica de la criatura
humana, es decir, la historia. La historia no está a merced de fuerzas ciegas e
irracionales; a pesar del pecado y del mal, está sostenida y orientada, por obra de
Cristo, hacia la plenitud. De este modo, por medio de la cruz de Cristo, toda la realidad
es "reconciliada" con el Padre (cf. v. 20). 

El himno dibuja, así, un estupendo cuadro del universo y de la historia, invitándonos a


la confianza. No somos una mota de polvo insignificante, perdida en un espacio y en
un tiempo sin sentido, sino que formamos parte de un proyecto sabio que brota del
amor del Padre. 

4. Como hemos anticipado, damos ahora la palabra a san Juan Crisóstomo, para que
sea él quien cierre con broche de oro esta reflexión. En su Comentario a la carta a los
Colosenses glosa ampliamente este cántico. Al inicio, subraya la gratuidad del don de
Dios "que nos ha hecho capaces de compartir la suerte del pueblo santo en la luz"
(v. 12). "¿Por qué la llama "suerte"?", se pregunta el Crisóstomo, y responde:  "Para
mostrar que nadie puede conseguir el Reino con sus propias obras. También aquí,
como la mayoría de las veces, la "suerte" tiene el sentido de "fortuna".
Nadie realiza obras que merezcan el Reino, sino que todo es don del Señor. Por eso,
dice:  "Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid:  Somos siervos
inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer"" (PG 62, 312). 

Esta benévola y poderosa gratuidad vuelve a aparecer más adelante, cuando leemos
que por medio de Cristo fueron creadas todas las cosas (cf. Col 1, 16). "De él depende
la sustancia de todas las cosas -explica el Obispo-. No sólo hizo que pasaran del no ser
al ser, sino que es también él quien las sostiene, de forma que, si quedaran fuera de
su providencia, perecerían y se disolverían... Dependen de él. En efecto, incluso la
inclinación hacia él basta para sostenerlas y afianzarlas" (PG 62, 319). 

Con mayor razón es signo de amor gratuito lo que Cristo realiza en favor de la Iglesia,
de la que es Cabeza. En este punto (cf. v. 18), explica el Crisóstomo, "después de
hablar de la dignidad de Cristo, el Apóstol habla también de su amor a los hombres: 
"Él es también la cabeza de su cuerpo, que es la Iglesia"; así quiere mostrar su íntima
comunión con nosotros. Efectivamente, Cristo, que está tan elevado y es superior a
todos, se unió a los que están abajo" (PG 62, 320).
 
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 La Iglesia, sacramento de salvación de Jesucristo para el hombre, vive del culto
centrado en el Verbo encarnado, sacramento del Padre; el Canon Romano y la anáfora
de San Juan Crisóstomo definen la Santa Misa, “oblationem rationabilem” y “logikèn
latreían”, una trasformación de la Palabra divina en evento, en la cual participan el
espíritu y la razón. Aquel que es la Palabra, el Verbo, se dirige al hombre y de él
espera una respuesta comprensible, razonable (rationabile obsequium). Así, la palabra
humana se hace adoración, sacrificio y acción de gracias (eucharistia). Este “culto
espiritual” (cf Rm 12,1) es el corazón de la “participación” activa y consciente del
pueblo de Dios en el misterio eucarístico,[3] que alcanza la plenitud en la santa
comunión.
 
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S. JUAN CRISÓSTOMO, DOCTOR DE LA IGLESIA CATÓLICA (344 † 407)
 
1. "Nada hay mejor que la oración y coloquio con Dios ....Me refiero, claro está, a aquella oración que no se
hace por rutina, sino de corazón, que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se
prolonga sin cesar día y noche". (Hom. 6 sobre la oración).
 
2. "La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella
nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables; por ella nuestro espíritu espera el
cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible". (Hom. 6,
sobre la oración).
 
3. "La oración no es el efecto de una actitud exterior, sino que procede del corazón. No se reduce a unas horas
o momentos determinados, sino que está en continua actividad, lo mismo de día que de noche. No hay que
contentarse con orientar a Dios el pensamiento cuando se dedica exclusivamente a la oración; sino que, aun
cuando se encuentre absorbida por otras preocupaciones (...) hay que sembrarlas del deseo y el recuerdo de
Dios". (Hom. 6 sobre la oración).
 
4. "La oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios, alegra nuestro espíritu, aquieta nuestro
ánimo". (Hom. 6, sobre la oración).
 
5. "La oración es perfecta cuando reúne la fe y la confesión; el leproso demostró su fe postrándose y confesó
su necesidad con sus palabras". (Hom. sobre S. Mateo, 25).
 
6. "La luz para nosotros es la inteligencia, que se muestra oscura o iluminada, según la cantidad de luz. Si se
descuida la oración, que alimenta la luz, la inteligencia bien pronto se queda a oscuras". (Catena Aurea).
 
7. "Cuando digo a alguno: Ruega a Dios, pídele, suplícale, me responde: ya pedí una vez, dos, tres, diez,
veinte veces, y nada he recibido. No ceses, hermano, hasta que hayas recibido; la petición termina cuando se
recibe lo pedido. Cesa cuando hayas alcanzado; mejor aún, tampoco entonces ceses. Persevera todavía.
Mientras no recibas pide para conseguir, y cuando hayas conseguido da gracias". (Homilía, 10).
 
8. "Quien te redimió y te creó no quiere que cesen tus oraciones, y desea que por la oración alcances lo que su
bondad quiere concederte. Nunca niega sus beneficios a quien los pide, y anima a los que oran a que no se
cansen de orar". (Catena Aurea).
 
9. "La necesidad nos obliga a rogar por nosotros mismos, y la caridad fraterna a pedir por los demás. Es más
aceptable a Dios la oración recomendada por la caridad que la que es impulsada por la necesidad". (Catena
Aurea).
 
10. "Habiendo Dios dotado a los demás animales de la velocidad en la carrera, o la rapidez
en el vuelo, o de uñas, o de dientes, o de cuernos, sólo al hombre lo dispuso de tal forma
que su fortaleza no podía ser otra que la del mismo Dios: y esto lo hizo para que, obligado
por la necesidad de su flaqueza, pida siempre a Dios cuanto pueda necesitar". (Catena
Aurea).
 
SAN JUAN CRISÓSTOMO, DOCTOR DE LA IGLESIA CATÓLICA (344 † 407)
 
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La oración es luz del alma - "El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque
equivale a una íntima unión con Dios: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz,
así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea
de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino
que se prolongue día y noche sin interrupción.
Pues conviene que elevemos la mente a Dios no sólo cuando meditamos en el tiempo de la oración, sino
también que combinemos el anhelo y el recuerdo de Dios con la atención a otras ocupaciones, lo mismo en
medio del cuidado de los pobres que en las útiles tareas de la munificencia; de tal manera que todas las cosas
se conviertan como en un alimento dulcísimo para el Señor y se hallen como condimentadas con la sal del
amor de Dios. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le
dedicamos mucho tiempo.
La oración es la luz del alma, el verdadero conocimiento de Dios, la mediadora entre Dios y los hombres.
Hace que el alma se eleve hasta el cielo, que abrace a Dios con inefables abrazos apeteciendo, igual que el
niño que llora y llama a su madre, la divina leche: expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda
la naturaleza visible.
Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, ensancha el alma y tranquiliza su
afectividad. Y me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras. La oración es un deseo de
Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que
también dice el Apóstol: "Porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos inefables".
Cuando Dios otorga a alguien el don de semejante súplica, ello significa una riqueza inagotable y un alimento
celestial que satura el alma; quien le saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como un fuego
ardiente que inflama su alma.
Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la
modestia y la humildad, hazte resplandeciente con la luz de la justicia; adorna tu ser con buenas obras, como
con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y por encima
de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, por la oración a fin de preparar a Dios una casa
perfecta, y poderle recibir como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por su gracia, es como si
poseyeras su misma imagen colocada en el templo del alma".
Oración – Oremos: Confírmanos Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos
empezado la Cuaresma; y que la austeridad exterior que practicamos vaya siempre
acompañada por la sinceridad de corazón. Por nuestro Señor.
De las Homilías de San Juan Crisóstomo, obispo; (Homilía VI, suppl.: PG 64, 462-466)
 
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Advenedizos predicadores de sectas, generalmente provenientes desde los EE.UU. de Norte América, sin escrúpulos inyectan venenos
con mentiras, falsos testimonios, leyendas negras –siempre y casi únicamente- contra la Iglesia Católica fundada por Jesucristo. Al
parvenu o advenedizo no lo mueve, a la postre, sino la más cruda megalomanía, disfrazada de propósitos amables y aun filantrópicos,
hasta anunciar curaciones fáciles; huye siempre del más mínimo sacrificio porque ‘no mentir’ es una virtud sacrificada, y lo enseñaba
Cicerón. ‘Cuando se encasquilla la razón se disparan las sectas’.
 
¡Prodigiosa providencia, silenciosa y no obstante tan eficaz, constante e infalible! Ella
destruye las maquinaciones del diablo. Satanás no puede conocer la mano de Dios que
obra en el curso de los acontecimientos.
Cardenal John Henry Newman (1801+1890)
 
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“Muchos escuchan más a gusto a los que dan testimonio, que a los que enseñan, y si
escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio.” [Pablo VI]
 
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«Aquí está la mayor paradoja del hombre. La felicidad no se alcanza en el afán de
hacer lo que uno quiere, sino al contrario, olvidándose de ello, para darse a los demás.
Tomás de Aquino reconduce las virtudes cardinales al amor del fin último y éste al
amor de Dios, y lo hace de modo sorprendente y también paradójico. El hombre, dice
el santo de Aquino, por su misma naturaleza, está ordenado a amar a Dios más que a
sí mismo. De manera que cuando se ama a sí mismo sobre todas las cosas, sucede
que fracasa en la realización de su ser, no se ama adecuadamente a sí mismo.»
 
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“Maestro, que pueda ver”
 
En ti, oh Dios vivo,
Retozan mi corazón y mi carne (Sl 84,3)
¿Cuándo te verán mis ojos, oh Dios, mi Dios?
¿Cuándo colmarás los deseos de mi alma
por la manifestación de tu gloria?
Dios mío, tu eres mi heredad, escogida entre todas,
Mi fuerza y mi gloria!
¿Cuándo, en lugar de la tristeza, me vestirás 
con un traje de liberación, (Is 61,10)
para que, unida a los ángeles, 
todo mi ser te ofrezca un sacrificio de alabanza? (Sl 27,6)
¿Quién conoce la gloria de tu majestad,
quién se saciará de la claridad de tu luz?
¿Cómo bastarán los ojos humanos para verte
y el oído humano para escucharte,
admirados de la gloria de tu rostro?
¡Feliz y bienaventurado aquel que ya desde ahora 
contempla la gloria de tu semblante.
Santa Gertrudis (1254-1301)
 
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"Sed maestros de la verdad, de la verdad que el Señor quiso confiarnos no para
ocultarla o enterrarla, sino para proclamarla con humildad y coraje, para potenciarla,
para defenderla cuando está amenazada." [S.S. Juan Pablo II]
 
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Génesis Cap. I vers. 24 Dios dijo: «Que la tierra produzca toda clase de seres vivientes: ganado, reptiles y animales salvajes de toda
especie». Y así sucedió.
«Obras todas del Señor, bendecid al Señor» «Y vio Dios que era bueno».
 
 

 
Gracias por visitarnos.-
Gracias, porque te conformaste con ser esa gota en el océano sin la cual, como decía la Madre Teresa, «el océano sería diferente».
Recomendamos vivamente:
‘LA FE ES RAZONABLE’: COMO COMPRENDER, EXPLICAR Y DEFENDER LA FE CATOLICA –Autor: HAHN, SCOTT  -
EDICIONES RIALP SA
Lengua:Español, ISBN: 9788432137051 Nº Edición:1ª-2008
Ocurrió en una clase, y le ocurrió al autor de este más que interesante libro sobre la fe, y le ocurrió al reseñador del libro. El alumno,
siempre dispuesto a poner en aprieto al profesor, dijo algo así como: «Creo que si Dios no existe, en cualquier caso tendríamos que
inventarlo. Y eso hicimos. ¿Qué me responde?» -«Pues que, si Dios existe, tendríamos que negar que existiera, inventaríamos el ateísmo.
Y algunos lo han hecho». Escribe Hahn: «Yo sé cómo soy yo, y sé cómo es Dios, al menos el Dios en el que afirmo creer. Ese Dios es
infinitamente poderoso y sabio, de manera que lo conoce todo sobre mí. Es, además, infinitamente bueno, recto y santo. Dios
conoce perfectamente cómo soy yo, y me juzga en función de lo bien que me conoce. Puedo pensar que esa clase de Dios, en cierto
modo, amenaza mi estilo de vida. Si quisiera inventarme un dios, lo lógico sería inventarme uno que congeniara más con mis
caprichos. Y si tuviera la suficiente inteligencia como para inventarme un dios a mi medida, al menos inventaría un dios que
cambiara de opinión» (pp. 65-66). Hablando de inventar un dios, el hombre, a lo largo de la Historia, se ha debatido sobre si le es más
fácil negar a Dios que inventar su existencia, porque cuando se ha puesto a inventar a dios, ha inventado tantos dioses que, al final,
entraban en contradicción, con lo que le ha sido siempre más cómodo negar el objeto de su invención. Incluso vivimos en una época en la
que no sólo se niega a Dios, sino que existe una afloración de odio a Dios y a quienes confiesan a Dios. 
¿Es el caso anterior un ejemplo de nueva apologética? ¿Es este libro un ejemplo de nueva apologética? Durante no poco tiempo, mentar
la palabra apologética producía un efecto devastador. Se identificaba ese concepto con un proceso de imposición irracional de creencias,
de supersticiones; a lo sumo se consideraba que era un edificio de débil material, que se sostenía por sí mismo a partir de la aceptación de
unos principios indemostrables. La apologética ha estado mucho tiempo en desuso. Sin embargo, como se demuestra a lo largo de estas
más de doscientas apasionantes páginas, se está generando una nueva corriente de reflexión profunda sobre la razonabilidad de la fe,
sobre los presupuestos de propuesta de la fe, intelectuales, existenciales, teológicos, que están generando una rica bibliografía y que
acompañan la nueva fecundidad del testimonio cristiano. 
La experiencia del converso profesor Scott Hahn no sólo abarca los clásicos aspectos de la apologética. Se mete también en una
teología fundamental, caracterizada por la omnipresente referencia a la Sagrada Escritura, materia de la que es reconocido especialista.
Me quedo con la afirmación del historiador agnóstico Lionel Trilling: «Cuando en cuestiones religiosas se desprecia el principio
dogmático, la práctica de la religión va acompañada durante algún tiempo de una emotividad más o menos generalizada y de una
intencionalidad ética -influida también por la emotividad-, con lo que pierde la fuerza de su impulso e, incluso, la esencia de su ser». José
Francisco Serrano Oceja 2008-12-14 ‘Alfa y Omega’ Esp. 
 
2º Título: Recomendamos vivamente:  ‘Pablo de Tarso’ - Ciudadano del Imperio.
Ediciones Palabra.   (Libro novedad) - Autor: Paul Dreyfus. - Páginas: 446
ISBN: 978-84-9840-151-6 - 2008
Es una de las más sugestivas biografías del Apóstol de los gentiles. El libro se lee con pasión porque está escrito con pasión, al modo
de un insuperable reportaje periodístico; pero al mismo tiempo, tiene toda la seriedad de una minuciosa investigación histórica, y un
relato lleno de vida que interpela con fuerza al lector y que hasta al más encallecido opositor le pone delante un personaje de gigantesca
personalidad, que ocupa un lugar privilegiado en la historia del mundo occidental. Sin él, la que llamamos civilización cristiana habría
tomado rumbos muy diferentes. El autor no pretende demostrar nada, sino mostrar; no trata de "probar nada", sino darlo "a probar".
 
Benedicto XVI: La novedad inaudita del cristianismo: "La Palabra se hizo carne"
El Prólogo de san Juan ofrece una síntesis vertiginosa de toda la fe cristiana. Comienza por lo alto: De toda
esta experiencia, meditada en su corazón, Juan sacó una certeza íntima: "A Dios nadie le ha visto jamás: el
Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Juan 1,18). †
La tradición y la voluntad de Dios -  No importa la manera por dónde nos
enteramos de la voluntad de Dios, sea por la Sagrada Escritura, por la tradición
apostólica o por lo que San Pablo llama la “naturaleza”, con tal que estemos seguros
que es la voluntad de Dios. En realidad, Dios nos revela el contenido de la fe por la
inspiración, ya que es de orden sobrenatural. Pero nos revela las cuestiones prácticas
del deber moral por nuestra propia conciencia, guiada por Dios mismo.
      Las cuestiones de la pura forma nos las revela a través de la tradición de la
Iglesia, por la costumbre en su práctica, aunque no procedan de la Escritura. Lo digo
para contestar a la pregunta que nos podemos hacer: ¿Por qué practicar y observar
ritos que no están prescritos en la Sagrada Escritura? La Escritura nos prescribe lo que
hemos de creer, hacia dónde debemos tender, lo que debemos mantener. Pero no nos
dice la manera concreta de realizarlo. Ya que tenemos que hacerlo de alguna forma
precisa, estamos obligados a añadir algo a lo que dice la Escritura. Nos recomienda,
por ejemplo, reunirnos para la oración y une su eficacia a la unión de corazones. Pero
como no indica ni el momento ni el lugar de la oración, la Iglesia complementa lo que
dice la Escritura de una forma general...

       Se puede decir que la Biblia nos da el espíritu de nuestra religión; la Iglesia tiene
que formar el cuerpo donde este espíritu se encarna. La gente que intenta adorar a
Dios de una manera –dicen ellos- puramente espiritual, acaban por no adorarlo en
absoluto. Esto es un hecho corriente. Todos tenemos de ello experiencia personal...
No, la Escritura no nos tiene que revelar todo. Nos da el medio de descubrir todo. Dios
nos ha prometido su luz, pero a su manera y no a la nuestra.

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