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Ramiro recuerda la llamada insistente que recibió una tarde de los últimos días de
abril de 2020. La primera vez no respondió, no tenía cerca su celular. La segunda
vez vio que era la dueña que le alquilaba el local donde funciona su restaurante, en
Lima, capital del Perú. Aceptó la llamada, intercambiaron unos saludos: no le
renovaría el alquiler del local.
Desazón y recuerdos lo invadieron tras asimilar que era el final del negocio que había
tenido por más de 10 años. Entonces rememoró aquella tarde del domingo 15 de
marzo del 2020, cuando cerró la reja de su negocio –sin saber que sería la última
vez–, regresó a su casa, saludó a su familia y se puso a escuchar, para su sorpresa, el
discurso que pronunciaba Martín Vizcarra, entonces presidente del Perú.
-¿De qué se trata? –le preguntó a su hija.
Hasta entonces había recibido pocas noticias del nuevo coronavirus. “China está
lejísimos”, se aliviaba. “Luego de hacer una evaluación seria y responsable, hemos
aprobado, en Consejo de Ministros, de manera unánime, un decreto supremo que
declara el estado de emergencia nacional por las graves circunstancias que afectan a
la Nación”, le escuchó decir al presidente Vizcarra. Por entonces, Ramiro no
avizoraba la magnitud de lo que vendría semanas después. Por eso, pensó en
aprovechar esos quince días de inmovilización obligatoria que decretó el Gobierno,
a fin de disminuir los contagios, para descansar, luego de tantos años de trabajo.
Días después, con la segunda extensión de la cuarentena por otra quincena, acordó
con la dueña del local que el pago del mes lo cubriría la garantía que aportó cuando
iniciaron el contrato del alquiler.
Pero, con el paso de los días, notó que el problema y las restricciones tomarían más
tiempo: aumentaban los contagios, escuchaba noticias de contagiados y muertes
sospechosas por covid-19 en el mercado y lugares cercanos de su restaurante –en
uno de los cerros del distrito limeño de Comas– y el colapso de los hospitales en
varias partes del país.
A la vez, ningún acuerdo parecía convencer a la dueña del local, quien, recuerda
Ramiro, le ofreció dividir el pago del alquiler del segundo mes de emergencia (600
soles, cerca de 170 dólares) en los próximos dos meses, es decir, ahora debía
cancelarle 900 soles. Aun si volvía a trabajar, la incertidumbre gobernaba a Ramiro
pues sabía que su negocio no volvería a ser como antes, sobre todo en sus ingresos.
Sin una solución concreta, mantenía la esperanza de que el Gobierno anuncie
alguna disposición para normar los alquileres, como esperaban los padres con los
colegios particulares. Rota toda posibilidad de acuerdo y vigente el cobro íntegro del
alquiler por cada día que pasaba, llegó el final de su negocio.
A la par, consideró que sus más de 60 años era un riesgo para volver a atender a sus
clientes, y, sobre todo, un impedimento mayor: es informal. Ramiro infirió que ser
informal lo exponía a la fiscalización de la municipalidad, una multa, el cierre y,
posiblemente, una coima. Entonces, tras analizar que no volvería a trabajar y
desechar recibir cualquiera de los bonos del Gobierno, así como retirar algún monto
por AFP –es informal y siempre lo fue–, concluyó que no volvería a tener ingresos y
analizó sus gastos futuros, entre ellos, por los servicios básicos, como el agua potable.
El martes 17 de marzo, el segundo día de la emergencia, Martín Vizcarra daba un
anuncio sustancial, aunque somero durante su conferencia: “Se coordina con las
empresas de los servicios públicos para postergar el pago correspondiente a marzo
del 2020”. Horas después, el entonces ministro de Vivienda, Rodolfo Yáñez,
profundizaba a la prensa: “A nivel nacional, los recibos de agua de marzo se
postergarán y prorratearán en los próximos doce meses, según se establecerá en un
decreto supremo. El Ministerio de Vivienda se encuentra elaborando un dispositivo
legal que viabilice esta medida. Se estudia la situación de las EPS [empresas de
agua] a nivel nacional”.
El documento añade que los resultados evidencian que las demás empresas
prestadoras (con excepción de Sedapal) no han sido capaces de cubrir los costos de
operación con sus ingresos. “Las causas del débil desempeño de las empresas
prestadoras son diversas, el tamaño de mercado es una limitante, razones por las
que operan por debajo de la escala mínima eficiente. El alto grado de atomización
en la prestación de servicios de saneamiento perjudica la gestión empresarial (…).
Con el proceso de descentralización –con excepción de Sedapal– el Estado
transfirió a título gratuito a las municipalidades, los activos de las filiales y
unidades operativas de la antigua empresa Servicio Nacional de Abastecimiento de
Agua Potable y Alcantarillado (SENAPA); los gobiernos locales quedaron desde
entonces como titulares de la propiedad de las empresas prestadoras públicas. Los
resultados antes expuestos muestran que la descentralización del sector
saneamiento a los gobiernos locales tampoco ha traído los beneficios esperados en
calidad y expansión de los servicios”, reflexiona el texto.
Por ello, en el 2013 se creó el Organismo Técnico de la Administración de los Servicios
de Saneamiento (Otass), adscrito al MVCS. “Dicho órgano también se encuentra
facultado para intervenir a las empresas prestadoras públicas de accionariado
municipal en condición de insolvencia financiera y operativa a fin de mejorar su
desempeño”, explica el mencionado Plan. De hecho, a mayo de 2020, son 18
empresas prestadoras más Agua Tumbes (entidad que brinda el servicio en la
región fronteriza, en situación especial luego un fracasado proceso de
privatización), las que se encuentra en el Régimen de Apoyo Transitorio, que dirige
el Otass y administra el servicio de agua para 4 millones de peruanos ubicados en 10
regiones (Tumbes, Lambayeque, Cajamarca, Amazonas, Lima, Ica, Moquegua,
Pucallpa, San Martín y Loreto).
- “Además de seguir entregando agua a los hogares peruanos, las EPS instalan
puntos para el lavado de manos, colaboran con la limpieza de mercados y calles,
atienden emergencias las 24 horas. Ahora nos preparamos para afrontar una
situación difícil por real disminución de ingresos”, escribió Óscar Pastor, director
ejecutivo del Otass, en su Twitter, el 29 de marzo de 2020.
Hasta antes de ese drástico cambio, Ramiro se levantaba muy temprano, todos los
días, para iniciar sus actividades. Entre lo primero que hacía era abrir la llave de la
red de agua potable para llenar su tanque, cuya capacidad bordea los mil litros.
Luego de 20 minutos, cerraba la llave y se alistaba para poner en marcha su
negocio.
Con el agua que recibe de Sedapal, Ramiro y las tres familias que se abastecen de la
misma conexión pueden realizar todas sus actividades. En un mes, en promedio, las
tres familias consumen 30 metros cúbicos de agua, por lo que pagan cerca de 100
soles al mes. Con la cuarentena, Ramiro –como lo hemos llamado, pues prefirió
mantener su nombre en reserva– notó que el consumo de agua aumentó, por lo
que, ahora, debe abrir la llave de la red dos veces al día, para no tener
inconvenientes en las noches.
Para decidir si pagaría el recibo, preguntó a las otras dos familias. En marzo de
2020, según el presidente de Sedapal, el 40 % de los usuarios pagó su recibo; en La
Libertad, según el presidente de Sedalib, la empresa del departamento de La
Libertad recaudó el 18 % del dinero que normalmente reciben por el servicio; en
Arequipa, según el gerente general de Sedapar, los ingresos de la empresa cayeron
45 %, comparado con los pagos hechos a fines de marzo del año pasado; y la EPS
Grau, en Piura, proyectaba una pérdida de S/ 5 millones en marzo por el no pago de
los usuarios.
“Ello representa [la postergación del pago] para las EPS dejar de recibir, por ahora,
S/ 110 millones, pero es un esfuerzo necesario”, proyectó el ministro de Vivienda, el
11 de mayo de 2020, ante la Comisión de Vivienda del Congreso.