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¿Supervisión y/o análisis de control?: ¡A cuidar el


crédito del celu!
El análisis de control intenta que la creencia que instituye el sujeto supuesto saber en un tratamiento no
suponga la inflación narcisista del practicante, sea por la vía del furor curandi, propio de quien se siente
llamado a curar los conflictos del mundo y sus alrededores… Es además un llamado de atención para que el
practicante revise sus fantasmas en el sitio que corresponde, a saber: su propio análisis… Se espera que las
instituciones garanticen este dispositivo en épocas de vaciamiento simbólico…
 
 
                  “El falso espejo” Óleo de René Magritte realizado en 1928*
 
 
  El título plantea una alternativa no excluyente: supervisión y/o análisis de control. El primer
término de este par que no hace grieta supondría la expectativa de una suerte de asistencia por
la cual un analista experimentado −tras escuchar el material presentado por el principiante−
brindaría una suerte de “visto bueno” a los primeros pasos con que se inicia una práctica.
 
  La apuesta del supervisor consistiría en que −tal como refiere Lacan− no es sin razón de “que
alguien venga a contarle algo en nombre simplemente de esto: que se le ha dicho que era un
analista”[1]. Es decir: por sobre todas las cosas se atiende a la atribución de saber que un sujeto
otorga al practicante que viene a supervisar.
 
  Por su parte, el análisis de control parece insinuar una torsión más pronunciada sobre los
eventuales fantasmas que dicha atribución estaría agitando en la escucha de quien acude a un
control.
 
  Quizás, entonces, podríamos asimilar la supervisión con la frescura del “instante de ver” y el
análisis de control con un “tiempo para comprender”, cuya resolución, sin embargo, no es sin la
precipitación que impone el acto.
 
  Así, lo solidario de estas dos instancias indispensables en la marcha de toda comunidad analítica
estaría en el Momento de Concluir[2], por el cual el analista −tal como figura en la Nota italiana−
“no se autoriza sino por sí mismo”[3], si bien “Autorizarse no es auto-ri(tuali)zar”[4].
 
 
El acto sobrepasa al analista
 
  De esta forma, supervisión y análisis de control conformarían matices de una misma posición
ética respecto a un imposible constitutivo de la experiencia analítica: el Padre, esa instancia
neurótica en cuya creencia descansa el sujeto supuesto saber que posibilita un tratamiento, ese
crédito cuya mera función de señuelo causa el despliegue subjetivo.
 
  Por algo, dice Lacan que el psicoanálisis es un “saber en jaque”[5] (lo que no significa fracaso
del saber), esto es: un saber sometido a la singularidad del paciente que se da sólo en
transferencia.
 
  De esta forma no nos interesan tanto los supuestos desatinos que según la doctrina haya
cometido el practicante, como la respuesta del sujeto frente a los mismos. Así, una corrección en
la marcha de un tratamiento no es una puesta a punto con algún protocolo de intervención sino
más bien un ajuste en el semblante que la singularidad del sujeto ha ubicado en el cuerpo del
analista durante el tratamiento.
 
  Para dar un ejemplo, un practicante acude a su control, horrorizado porque en una sesión
transcurrida cara a cara se durmió (pegó un cabezazo) ante una paciente. La supervisión
interroga de qué estaba hablando el sujeto; respuesta: −“hablaba de que creía que era muy
aburrida”. La frase, dicha durante el control, fue suficiente para despejar culpas y autoreproches.
 
  Lo cierto es que, en el siguiente encuentro, no bien pisó el consultorio la misma paciente se
dirigió al analista para decir: ¡Qué buen actor que sos! En otros términos, en el Momento de
concluir: el ominoso cabezazo ocurrido en plena sesión había adquirido la dignidad de un acto del
cual el practicante consintió a darse por enterado quince días después.
 
 
De inconsciente a inconsciente: el crédito del celu
 
  Desde ya, en este ejemplo está presente la comunicación de inconsciente a inconsciente que
Freud eligió ilustrar con la metáfora del teléfono en su texto de “Consejos al Médico”[6]. Bien,
¿Cuál es el lugar de la supervisión y/o del análisis de control en esta comunicación de
inconsciente a inconsciente?
 
  Para el caso de la supervisión: asegurarse del buen estado de los cables, lo que −en versión del
siglo XXI− sería: que el celu tenga crédito. Para el caso del análisis de control: que el crédito (en
este caso: la creencia que instituye el sujeto supuesto saber en un tratamiento) no suponga la
inflación narcisista del practicante, sea por la vía del furor curandi, propio de quien se siente
llamado a curar los conflictos del mundo y sus alrededores; sea por quien deja de escuchar para
guiarse por supuestos “casos similares”; sea por quien se deja sugestionar por otros discursos,
tal como suele suceder en casos de niños y adolescentes (médico, abogado, familia, escuela).
 
  “Aquí es donde un control podría parecer no estar de más” observa Lacan en su Discurso en la
Escuela Freudiana de París. Para luego agregar que la práctica de control: “Es otra cosa que
controlar un ‘caso’: un sujeto (subrayo) al que su acto sobrepasa, lo cual no es nada, pero que, si
él sobrepasa su acto, produce la incapacidad que vemos florecer en el cantero de los
psicoanalistas”[7].
 
  Una observación por demás reveladora: pareciera que Lacan se muestra tanto más preocupado
en el control de la comunidad analítica que en el cumplimiento de tal o cual procedimiento
preestablecido de intervención.
 
  En efecto, el comentario apunta directo a la infatuación a la que puede arrastrar el sillón del
analista: “sitio del obsesivo (dice)[8], por ejemplo, al ceder a su demanda de falo interpretándola
en términos de coprofagia y así fijándola a su cagalera, para que finalmente le fallemos a su
deseo”. Esto es: los fantasmas del practicante (ser un te-so-ro/so-re-te de mamá en este
ejemplo del obsesivo) enchufados en el discurso del sujeto.
 
  No es casualidad que el párrafo siguiente haga referencia a un deber ser −articulado con el
deseo del psicoanalista− en tanto hacerse causa del deseo del Otro, es decir: ofrecer un vacío
donde el sujeto cede el objeto de su fantasma, tal como el analista que, en el ejemplo del
cabezazo más arriba citado, por estar dispuesto a la escucha interpretó en acto el deseo
fantasmático de la paciente: hacerse rechazar por el Otro.
 
 
Necesidad del practicante, obligación para la comunidad analítica
 
  Y aquí un punto decisivo referente a los distintos ámbitos que la práctica del análisis supone
para el practicante: “La corrección del deseo del psicoanalista por lo que se dice queda abierta, al
retomar el bastón del psicoanalizante”.
 
  Es decir: si es cierto que un sujeto no acude a su control para hablar de sus conflictos
subjetivos, una observación sin embargo puede constituir un llamado de atención para que el
practicante revise sus fantasmas en el sitio que corresponde, a saber: su propio análisis. Lacan es
muy puntilloso al señalar que tal distinción se logra a partir de “lo que se dice”.
 
  Será entonces la posición que el practicante adopta respecto al recorte del caso que trae a su
control, lo que indique la necesidad −subrayo necesidad− de retomar el bastón del
psicoanalizante. Una metáfora −la del bastón−, dicho sea de paso, vuelta a mencionar en la clase
del 24 de enero de 1968 durante el seminario dedicado no por nada al acto analítico:
 
“El psicoanalizante, al comienzo, toma su bastón, carga sus alforjas para acudir a la cita
con el sujeto supuesto saber. Es lo que sólo puede permitir esa cuidadosa interdicción
que se impone el analista del lado del acto. De otro modo, si no se lo impusiera, sería
pura y simplemente un embustero, puesto que él sabe en principio lo que ocurrirá en el
análisis con el sujeto supuesto saber”[9].
 
  Es decir, en términos del ejemplo más arriba citado: ese crédito en el celu que establece la
neurosis de transferencia hasta que el levantamiento de los síntomas indique la liquidación de la
transferencia: ese destino al que la cita de Lacan hace referencia.
 
  Advertimos que la frase de la analizante en el episodio clínico que nos sirve de guía brilla por su
lucidez: “¡Qué buen actor que sos!”. Se trata de un sujeto en condiciones de advertir la máscara
en que se apoya la operatoria del analista.
 
  Ahora bien, si lo que la máscara oculta durante el Tiempo para comprender es la neurosis que
se desvanece en el Momento de Concluir, es de esperar que quien conduce esa cura se mantenga
advertido que detrás de la máscara nunca hubo más que nada.
 
  Sospecho que este es el control a esperar dentro una comunidad analítica. De allí que la
supervisión y/o análisis de control constituya −según indica Lacan− una necesidad para el
practicante y una obligación para la institución que lo alberga.
 
  Todo un llamado de atención para las instituciones analíticas, hoy que el vaciamiento simbólico
al que empuja la empresa neoliberal −llámese posverdad, medicalización, satisfacción inmediata,
etc.− amenaza dejarnos sin crédito en el celu.
 
 
* La imagen condensa en esta obra de René Magritte (1898 – 1967) lo medular de este
pintor surrealista belga. ¿Se trata de un gran ojo o de un espejo que refleja?
 
 
Nota: Texto a presentado en la Jornada preparatoria del VIII Coloquio sobre Ecos y
resonancias de algunas supervisiones: “Disponer de la supervisión en los inicios de la
práctica” organizado por el Colegio de Psicólogos Distrito XV. Viernes 29 de junio de
2018.

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