Howard Gardner en oposición a otros enfoques de perfil reduccionista,
propone un planteamiento que permite problematizar sobre el fenómeno de la
inteligencia yendo más allá de lo cognitivo. El define a la inteligencia como una capacidad, convirtiéndola así en una destreza que se puede desarrollar y mejorar. Gardner no niega el componente genético, afirmando que todos nacemos con unas potencialidades marcadas por la genética, pero estas se van a desarrollar de una manera o de otra dependiendo del medio ambiente, de nuestras experiencias, de la educación recibida, entre otras cuestiones. Por lo tanto el primer paso es determinar y reconocer la naturaleza y calidad de nuestras propias inteligencias múltiples y buscar las maneras más adecuadas de desarrollarlas en nuestras propias vidas. Para partir de un horizonte concreto iniciaremos con el reconocimiento de la autoestima y autoconfianza, que son pilares fundamentales del ser humano, ya que ellas configuran la funcionalidad del individuo. El hecho de valorarse y de creer en las propias capacidades hace que la persona sea capaz de afrontar distintas situaciones en la vida porque considera que tiene capacidad para hacerlo y está convencida de lograr el éxito y de resolución de conflictos. La persona que no cree en sí misma no desarrolla productividad, y no hablamos de productividad en términos económicos, sino como forma de actuar con su propia vida y de interactuar con los demás. Es importante que en la escuela se trabaje esta capacidad ya que nuestros niños y adolescentes se caracterizan por vivir explosiones de sentimientos y de su incomprensión, por lo que el hecho de expresar correctamente las emociones es un indicio de un funcionamiento adaptativo social del individuo, y en esta misma línea de pensamiento indican que una autoestima adecuada a es un factor imprescindible para vivir de manera saludable y positiva. La habilidad para manejar los sentimientos y emociones propios y de los demás, de discriminar entre ellos y de utilizar esta información para guiar el pensamiento y la acción promueve un crecimiento emocional e intelectual.