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1. INTRODUCCION
Pocos temas hay que gocen de un interés tan amplio y lejano, a la par
que actual, como el que tiene por centro la variable «sexo». Ya Terman y Mi-
les (1936) constataban el «interés humano universal a lo largo de la historia»
por aspectos relativos al hecho sexual. Maccoby (1980), en nuestros días, re-
salta el igualmente fenómeno universal de la primera pregunta obligada para
el adulto ante el recién nacido —des niño o niña?—, y la situación embara-
zosa que se puede crear si no aparece claro desde el primer momento el sexo
del bebé. Esto hace que, a nivel de investigación psicológica, como anota Mis-
chel (1986), el sexo sea una variable que nunca debiera ignorarse y que, junto
con la inteligencia, sea el tema que más literatura ha producido (Pleck, 1981).
Pese a ello, el conocimiento psicológico evolutivo que hoy poseemos en
torno a la realidad sexual del sujeto humano es más bien escaso. La Psicolo-
gía, en general, ha mostrado ante este tema un enfoque predominantemente
diferencial, que se inicia a fines del siglo XIX y va a permanecer hasta nues-
tros días (Schield, 1975). Esto va a hacer que disciplinas específicas, como es
el caso de la Psicología Evolutiva, todavía hoy, muestre en sus más recientes
publicaciones un claro enfoque diferencial (Bee, 1978; Sheperd-Look, 1982)
y/o que vengan éstas firmadas por autores que han investigado en el área de
la Psicología Diferencial de los sexos (Maccoby, 1980; Lloyd, 1983).
Es a partir de la década de los setenta cuando se va a manifestar la ne-
cesidad de enfoques propiamente evolutivos que, aun conservando parte de
las aportaciones puestas de manifiesto por la Psicología Diferencial, traten
de poner de manifiesto la evolución del hecho sexual en cuanto tal (Huston,
1983).
No obstante, con anterioridad a estas fechas, ya habían aparecido algunas
aportaciones importantes específicas de la Psicología Evolutiva, que trataban
de elaborar un marco de comprensión seria del desarrollo de la tipificación
sexual.
2. ENFOQUES CLASICOS
1. Identidad
sexual
tipificada
Miedo a la
venganza del
padre
1
2. Identificación 2. Identificación 2. Modelándose al
con el padre modelándose al padre padre
TABLA 1
Al igual que con respecto a la teoría freudiana general aparecieron los «pri-
meros disidentes» ya en la segunda y tercera década del presente sigla y, con
posterioridad, han aparecido diversos movimientos «neofreudianos» (Blum,
1953), también dentro del área de la identidad sexualmente tipificada pode-
mos destacar varios aspectos críticos a la teoría original freudiana por parte
de los distintos autores pertenecientes a ambos movimientos.
Sin duda, una de las bases comunes a ambos movimientos para sus posi-
ciones críticas proviene de la observación de Ernest Jones, el gran amigo y
biógrafo de Freud, sobre el sesgo «fálico» de su posición (Williams, 1977).
Esto va a hacer que el hincapié del psicoanálisis ulterior se centre en una nue-
va formulación sobre esa «oscuridad incomprensible» (Freud, 1905) o ese
«enigma de la feminidad» (Freud, 1933), expresiones que de por sí manifies-
tan la concepción poco clara del desarrollo psicosexual de la mujer en la obra
freudiana.
Dentro de los primeros disidentes, cabe reseñar las aportaciones prove-
nientes de la psicología individual adleriana. El núcleo determinante de las
discrepancias radica en la contraposición adleriana entre la maduración hu-
mana dinamizada por las pulsiones de tipo instintivo propuesta por Freud y
la consideración del sujeto humano como un ser social, motivado por intere-
ses sociales que él establece. Los conceptos básicos para la comprensión de la
personalidad —«objetivos de expectativas», «sentimientos de inferioridad»,
«lucha por la superación», «interés social», «estilo de vida», «el yo creativo»
(Hall y Lindzey, 1970)— vertebran su concepción del desarrollo psicosexual
de la mujer. La clave del desarrollo normal o patológico a nivel psicosexual
radica en los sistemas de socialización del niño. Adler (1927) pone de mani-
fiesto que las falacias gemelas de la superioridad del hombre y la inferioridad
de la mujer —sistemas de socialización vigentes en la sociedad occidental-
erosionan la relación erótica y social entre los sexos, creando inevitablemente
hostilidad y sospechas entre uno y otro sexo en vez de camaradería y confianza.
A nivel individual, el modo de socialización típico occidental conlleva en
la mujer una menor autoestima, falta de competencia, insatisfacción en el rol
femenino y un sentimiento de inferioridad adicional al del hombre, que viene
adscrito socialmente.
La diferencia del desarrollo psicosexual entre la concepción freudiana y la
adleriana radica, pues, no tanto en el nivel descriptivo cuanto en el explica- 53
tivo: fundamentación biologicista en Freud frente a una fundamentación cla-
ramente social en Adler. La mujer sufriría un sentimiento doble de inferio-
ridad: el común con el niño, en cuanto niños con respecto al adulto, y el es-
pecífico de niña en cuanto mujer.
Adler se constituye, de esta forma, en un claro precursor de las aporta-
ciones ulteriores de los neofreudianos. Dentro de este grupo, destacan entre
otros los trabajos de Horney y Thompson.
Horney (1973), partiendo de una de las hipótesis básicas del modelo freu-
diano con respecto al desarrollo psicosexual de la mujer —«la envidia del
pene»— va a mostrar que justamente es eso: una mera hipótesis, aunque con
el agravante de patentizar un sesgo marcadamente masculino. Es decir, se ha
tratado de comprender el desarrollo psicosexual femenino desde el punto de
vista del hombre, tomando como modelo el desarrollo del niño. Además, los
conceptos de «complejo de masculinidad» y «sentimientos básicos de inferio-
ridad» propuestos desde la teoría freudiana como enraizados en las pulsiones
de carácter biológico, van a determinar el desarrollo psicosexual. Lo que se
envidia o desea por parte de la mujer son los atributos que la sociedad po-
tencia en el varón y de los cuales la niña/mujer se siente privada.
Por otra parte, el sesgo masculino de interpretación del desarrollo sexual
de Freud ha imposibilitado el análisis del «complejo femenino» de los ni-
ños/hombres, que se encubre bajo el mayor número de posibilidades para una
realización en el mundo extrahogareño. Esto le lleva a Horney a postular la
necesidad de un análisis riguroso de los factores socioculturales, en tanto que
causantes principales de la identificación sexualmente tipificada. En la inves-
tigación rigurosa de estas ideologías sociales se descubre el servicio que éstas
prestan en la concienciación del rol subordinado de la mujer, definiéndolo
como deseable y, por tanto, motivando a la niña/mujer a la identificación con
el mismo como forma única de autorrealización.
Thompson (1942, 1964), desde un enfoque interpersonal, llegará a negar
el valor del sexo como un componente importante del desarrollo del niño.
Unicamente en la adolescencia recobraría dicho valor. Ahora bien, el desa-
rrollo sexual vendrá determinado más por un proceso de aculturación que por
impulsos y pulsiones de tipo biológico. Al igual que Horney, va a mostrar
que lo que la mujer envidia o desea no es tanto el órgano genital del niño,
cuanto los privilegios correspondientes a éste al vivir dentro de una sociedad
patriarcal. De nuevo aquí se van a resaltar dos de los sesgos freudianos típi-
cos de su modelo del desarrollo psicosexual: 1. Explicar el desarrollo de la
niña desde el punto de vista del niño. 2. Extrapolar estos análisis de la cul-
tura occidental a todo tipo de culturas.
A caballo entre las posiciones ortodoxas freudianas y las de los disidentes,
se encuentra la postura eriksoniana. El puesto que ocupa en Freud la sexuali-
dad, lo ocupa en Erikson (1950) el estudio de la identidad. Sin embargo, Erik-
son (1964), en el análisis de las tendencias espaciales, encuentra una serie de
diferencias entre los sexos que parecen ser fiel reflejo de las diferencias ana-
tómicas sexuales. Los niños enfatizan los motivos activos, pragmáticos y de
construcción —«espacio exterior»—, mientras las niñas ponen de manifiesto
la receptividad, la protección, la orientación estática —«el espacio interior»—.
El diseño corporal de hombres y mujeres determinaría, pues, en buena me-
dida, su formación de la identidad. La anatomía como destino de la identidad
psicológica parece aquí recibir cierta confirmación, aunque su apertura a las
posibles modificaciones en función de las interacciones sociales es mayor que
la puesta de manifiesto por Freud.
No obstante, una vez más, se constata que el modelo del desarrollo de la
54 identidad de la mujer se deriva del modelo del hombre, que es el prototipo
del desarrollo humano óptimo además de la propensión a identificar la iden-
tidad de la mujer con la de madre (Williams, 1977).
En resumen, las aportaciones neofreudianas han tratado fundamentalmen-
te de investigar de diversas maneras ese «enigma de la feminidad» que quedó
pendiente en el trabajo freudiano. Al llevarlo a cabo, varios aspectos han sido
puestos de manifiesto:
1. El modelo de identidad sexual femenino sufrió en Freud el «sesgo fá-
lico», es decir, se constituyó en el negativo del modelo del desarrollo del ni-
ño/hombre.
2. La hipótesis freudiana de la determinación biologicista —«anatomía es
destino»— no ha sido confirmada por el análisis de los hechos ulteriores.
3. Los factores socioculturales, no tenidos suficientemente en cuenta por
Freud, tal vez sean los más determinantes a la hora de explicar el desarrollo
psicosexual femenino.
Si como quedó indicado antes (Apartado 2.2) dentro de la teoría del apren-
dizaje social, la variable sexo no tiene un reconocimiento especial, ya que todo
tipo de contenido es secundario con respecto a los así llamados «principios
del aprendizaje», es lógico afirmar que los progresos realizados dentro de este
paradigma respecto a la identidad sexualmente tipificada van a ser únicamen-
te los debidos a los logros obtenidos en el modelo per se. Como anota Hus-
ton (1983), el progreso lo marca el cambio implícito que va desde la «teoría
del aprendizaje social» al «aprendizaje social cognitivo». La explicitación del
papel jugado por variables intraorganísmicas de tipo cognitivo constituye el
logro mayor de este paradigma y, por ende, lo novedoso a la hora de explicar
la tipificación sexual (Bandura, 1977; Mischel, 1973, 1977, 1979).
El análisis de las expectativas a raíz de las consecuencias de las respues-
tas; la consideración del refuerzo como incentivo; el estudio de los subproce-
sos de la atención, retención, reproducción motora, motivación y refuerzo, son
algunos de los aspectos más importantes a tener en cuenta desde el enfoque
del aprendizaje social cognitivo a la hora de poder explicar el comportamien-
to sexualmente tipificado. La variable «sexo del niño» incidirá en la atención
diferencial prestada a la conducta del modelo en función a su vez del sexo de
éste. A la par, se dará una retención diferencial igualmente en función tanto
del sexo del niño como del modelo y de las contingencias sociales del refuer-
zo. A partir de aquí van a ser la capacidad de reproducción motora y moti-
vacional, a su vez en estrecha relación con las contingencias de refuerzo, las
que finalmente determinen el tipo de conductas tipificadas sexualmente que
mostrarán el niño o la niña.
Pese a estos avances, la revisión llevada a cabo por Stevenson (1983) so-
bre el aprendizaje de los niños pone de manifiesto que estamos lejos de ha-
ber conseguido una teoría del aprendizaje capaz de explicar la evolución del
individuo humano en general, por lo que, con más razón, podremos aquí in-
dicar la gran distancia que aún nos separa de la consecución de una teoría del
aprendizaje capaz de dar explicación científica de la tipificación sexual. Esto
pese a que la preocupación por la variable sexo, en el conductismo, aparece
ya en los primeros momentos de su constitución como paradigma científico
en el ámbito de la psicología (Magoun, 1981).
55
3.1.3. Desde el punto de vista cognitivo
Al igual que hizo Kohlberg (1966), también Ullian (1976) comienza mos-
trando las diferencias de los enfoques psicoanalítico y conductista en su in-
tento de explicación de la tipificación sexual, con la intención de elaborar des-
pués un nuevo modelo evolutivo de las concepciones de masculinidad y fe-
minidad. La base de este modelo se asienta en el paralelismo que se establece
entre el desarrollo cognitivo y social del niño y los cambios concomitantes
en el concepto de identificación sexualmente tipificada. Inspirado como el de
Kohlberg en la obra piagetiana, el presente modelo trata de continuar y per-
feccionar el de aquél, partiendo, en los análisis empíricos, de la edad aproxi-
mada (seis a dieciocho años) en que acabó Kohlberg los suyos (ocho años).
En este nuevo modelo se distinguen seis niveles en la conceptualización
de roles sexuales, gracias a los cuales se constata el paso de una orientación
biológica a una final de tipo psicológico, pasando por una orientación social.
Los niños, a medida que van avanzando en edad, avanzan igualmente en la
percepción de las diferencias entre los sexos y esto tanto a nivel descriptivo
como prescriptivo. Se da, pues, una preocupación secuencial con respecto a
factores de tipo biológico, social y psicológico en la determinación de los jui-
cios de los niños y adolescentes acerca de la masculinidad y feminidad. En los
niveles inferiores, las respuestas de los niños sobre dichos conceptos se basan
en diferencias físicas o biológicas entre los sexos. En los niveles medios, estas
respuestas se centran en torno a obligaciones y valores sociales. Finalmente,
en los niveles últimos, las respuestas se fundamentan en exigencias psicoló-
gicas del funcionamiento individual o interpersonal.
En este modelo, se mantienen intactos los presupuestos subyacentes del
enfoque kohlbergiano. Su aportación es, pues, más de tipo cuantitativo que
cualitativo. Ha extendido la edad estudiada, y por ello, ha podido elaborar los
seis niveles secuenciales en la conceptualización de los constructos de mascu-
linidad y feminidad, que pueden perfectamente añadirse a las secuencias evo-
lutivas reseñadas por Kohlberg.
El cambio que supone el enfoque de Block (1973) con respecto a los aquí
llamados enfoques clásicos se patentiza en cuanto que se afirma que su mo-
delo no se centrará ni en las «diferencias según el sexo» per se, ni en la cues-
tión del «desarrollo psicosexual». La preocupación fundamental se dirige ha-
cia el desarrollo de los «roles sexuales», entendidos como «constelaciones de
cualidades que un individuo reconoce caracterizan a los hombres y mujeres
de una cultura». Este desarrollo está estrechamente relacionado con la evolu-
ción de la maduración personal y el desarrollo cognitivo del individuo humano.
Las bases determinantes de este desarrollo de la «identidad del rol sexual»
van a ser tanto de tipo biológico como de tipo histórico-cultural, dentro de
una interacción compleja y con grados de cambio en ascendencia según los
56 diferentes períodos críticos. Así, pues, la concepción del rol sexual desde este
enfoque, representa una síntesis de fuerzas biológicas y culturales mediadas
por funciones del desarrollo cognitivo y del yo.
En la base conceptual de este modelo subyace la propuesta de Loevinger
(1966, 1976) para el desarrollo del yo. Block establece seis etapas en su mo-
delo, que implican un mayor grado de complejidad creciente y cuyo tránsito
de una a otra viene marcado por «procesos dialécticos».
El primer período implica el desarrollo de las nociones de «identidad de
género» de carácter fundamentalmente denotativo y esencialmente asexuado.
El siguiente período viene marcado por la lucha dialéctica entre las presiones
de los agentes socializadores y la determinación por parte del niño de auto-
fortalecerse. En la tercera etapa, la del desarrollo de los estereotipos de rol
sexual, aparece la conformidad y adaptación a las reglas y roles sociales que
determinarán la bifurcación de los roles sexuales. Esta etapa es de una im-
portancia trascendental, ya que en este momento comienzan las presiones so-
ciales determinantes de la contraposición de papeles para cada sexo: la mas-
culinidad del niño contrapuesta a la feminidad de la niña. En el siguiente ni-
vel tiene lugar la comparación consciente del yo como ejemplar del rol sexual
vis-á-vis los valores internalizados. Los valores sexuales van a estar modera-
dos por nociones de responsabilidad y de deber. En la penúltima etapa, el su-
jeto humano ha de enfrentarse a aspectos contradictorios y conflictivos de las
demandas del rol sexual diferenciado. Encuentra aspectos del yo masculinos
y femeninos que se muestran difíciles de conciliar dentro de la estructura ge-
neral de un yo más integrado. Finalmente, en el último nivel, se producirá
esta integración de rasgos y valores aparentemente contradictorios entre las
demandas masculinas y femeninas del yo. El concepto fundamental estructu-
rante de este último estadio es el del «rol sexual andrógino».
Pleck (1975), por su parte, después de un análisis crítico de varias áreas
de investigación relacionadas con el desarrollo de la masculinidad-feminidad,
esboza un paradigma de «rasgos tipificados según el sexo», que implica un
desarrollo del individuo humano en tres fases a lo largo del ciclo vital.
En la primera fase los niños manifiestan conceptos de rol sexual no or-
ganizados y amorfos, que incluyen hasta la confusión de su propio género.
En el segundo estadio los niños ya comprenden las reglas de la diferenciación
del rol sexual, mostrándose motivados a conformar su conducta a tales reglas,
a la vez que intentan que los demás niños se acomoden a las mismas. En el
estadio final, los niños/adolescentes/adultos trascienden las normas social-
mente impuestas en torno a los roles sexuales, desarrollando una «androginia
psicológica» de acuerdo a sus propias necesidades y circunstancias.
Desde semejante contexto parten Rebecca y cols. (1976) en la elaboración
de su modelo del desarrollo de los roles sexuales. Su nuevo modelo, de tres
estadios, muestra subyacente la concepción dialéctica del desarrollo puesta de
manifiesto por Riegel (1973), lo que les permite concebir su tercer y último
estadio como una etapa de «trascendencia de los roles sexuales».
Este modelo pretende poner de manifiesto que el presupuesto de la po-
larización —«percepción y comprensión según dicotomías, diferencias y bi-
polaridades»—, implícito en los modelos clásicos, no se mantiene cuando se
tiene en cuenta la multitud de procesos que intervienen en la socialización
de los roles sexuales. Partiendo justamente de este nuevo presupuesto de con-
cebir cada dimensión humana como un continuo independiente, establecen
tres estadios en la evolución de tales roles.
En una primera etapa —«concepción indiferenciada de los roles sexua-
les»—, los niños poseen una concepción indiferenciada de la conducta en ge-
neral y de las conductas tipificadas sexualmente en particular. A través de
una fa se de transición, en donde los niños aprenden a distinguir las primeras 57
polaridades (grande-pequeño, etc.), éstos pasan a la segunda etapa —«visión
opuesta polarizada de los roles sexuales»—. En esta etapa los niños compren-
den que a la dicotomía sexual biológica le corresponde una dicotomía social
prescriptiva, que ellos van a internalizar como «natural», y, por tanto, desea-
ble. Ahora bien, los niños aprenden, aunque no lo muestren a través de la
conducta, los dos polos de esta dicotomía sexual —conocimiento latente—.
Esto hace posible que ante contradicciones sociales y crisis vitales, los niños
puedan avanzar mediante una nueva fase de transición hacia una tercera y
última etapa —«la trascendencia de roles sexuales»—. En esta etapa todo in-
dividuo puede libremente expresar todas sus cualidades humanas, sin miedo
al castigo por violar las normas sociales implícitas en los roles/estereotipos
sexuales. Esta trascendencia de roles sexuales implica, por consiguiente, una
mayor flexibilidad en tiempo, situaciones y modos personales de comportar-
se, que posibilita el desarrollo de nuevas y/o emergentes posibilidades para
la autorrealización del individuo humano con independencia de su sexo.
En definitiva, estos tres modelos, con independencia a las etapas propues-
tas, parecen coincidir en asentar sus teorías sobre concepciones dialécticas del
desarrollo, implicando la superación de las clásicas polaridades y dicotomías
opuestas en la concepción de la evolución de los roles sexuales. Sin embargo,
pese a que los estadios finales de estos modelos coinciden en anotar la tras-
cendencia de los roles sexuales, en modo alguno esta trascendencia es conce-
bida de manera unívoca. Así, mientras en Block (1973) y Pleck (1975) im-
plica una integración de los roles masculinos y femeninos, en Rebecca y cols.
(1976) manifiesta la irrelevancia de las prescripciones relacionadas con el gé-
nero. Los sujetos actuarían libremente con respecto a las normas implícitas
a los estereotipos sexuales impuestos en cada sociedad.
Por otra parte, conviene anotar que los autores de estos modelos los pro-
ponen en tanto esbozos útiles de trabajo a la luz de los resultados actuales
en torno a la tipificación sexual.
Es a este nivel el trabajo de Huston (1983) el que nos parece más com-
pleto y ajustado a los datos con los que contamos en la actualidad, aunque
para ciertos aspectos creemos son necesarias ciertas manifestaciones de con-
formidad con la clarificación terminológica del apartado anterior. Esta autora
establece cinco áreas de contenidos que han de entenderse según cuatro tipos
de constructos.
La primera área de contenido —«el género biológico»— se comprendería
según los cuatro constructos siguientes, comunes al resto de las áreas:
1). Conceptos o creencias. Aquí tendría cabida el estudio de la constancia
de género.
2). La autopercepción o identidad. Bajo este constructo se analizarían la
«identidad de género» en tanto sentimiento interno de ser varón o ser hem-
bra, y la «identidad de rol sexual» en cuanto percepción de la propia mascu-
linidad o feminidad.
3). Preferencias, actitudes y valores (para uno mismo y para los otros).
62 Los deseos de ser varón o hembra y los sesgos de género, definidos como el
GRÁFICO 1
SEXO GENERO
I NIVEL FUNCIONAL N Y I FUNCIONAL
II Xliii111111It
XV Lui [GFNETICO Genética
SOCIEDAD
TESTICULOS [OVARIOS ENDOCRINO E ogla 1 INTORNO AMBIENTAL
HORMONAS HORMONAS
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111
Antrolol 3s a 1STEREOTIPOSI---
DE GENERO
NEUROLOGICO a
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111
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ROLES
DE GENERO
S.N.0 [RECEPTORES
[Hiponsis J rENTORNO
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t.. 1
N IVEL INTER AC 1 I VO 1
mayor valor concedido a un género que a otro, son materia de trabajo dentro
de este constructo.
4). Adopción y/o ejecución conductual. Implicaría el estudio de la mani-
festación, a nivel de cuerpo, de los atributos de cada género, incluyendo el
tipo de vestimenta, de peinado, etc.
A pesar de que Huston indica que este área se explica por sí misma, no-
sotros creemos, por el contrario, que es aquí donde precisamente aparece la
falta de claridad terminológica que ha estado presente hasta nuestros días, tan-
to en el ámbito de la psicología en general como en el de la psicología evo-
lutiva en particular. La falta de distinción ente se3 -0 -y género imposibilita la
demarcación mínima entre sexología y psicológía y, por ende, la perpetuación
del «mar de confusión y ambigüedad» que anotan Rosen y Rekers (1980),
como consustanciales a los trabajos sobre sexo y género.
La segunda área de contenidos a que hace referencia Huston es la de «ac-
tividades e intereses» que incluye tanto las actividades de juego como la con-
secución de destrezas espaciales y verbales, analizadas a la luz de los cuatro
constructos ya mencionados en el área primera.
La tercera área comprende los atributos personales y sociales tales como
los diferentes rasgos de personalidad y los patrones de conducta social.
En la cuarta área —«relaciones sociales basadas en el género con los dis-
tintos sujetos del entorno»— vuelve a aparecer, a nuestro modo de ver, la
confusión inherente a la no clarificación entre la doble realidad de sexo y gé-
nero. 63
Finalmente, en la quinta área se incluyen los gestos, la conducta no ver-
bal, los patrones del habla y del lenguaje, las formas de fantasía o juego, los
patrones de carácter simbólico, etc.
Como anota la autora, esta organización de los contenidos sirve a dos ob-
jetivos fundamentales:
1. La clasificación de argumentos y hallazgos conflictivos de la literatura.
2. Llamar la atención sobre alguno de los múltiples componentes de la
tipificación sexual que han sido desatendidos hasta el presente por la litera-
tura científica.
Por nuestra parte, creemos que cumple esos objetivos, si bien adolece de
esa relación necesaria con la clarificación terminológica que la harían sin duda
más fructífera a la hora de determinar lo que muy acertadamente denomina
«multidimensionalidad de la tipificación sexual». El trabajo de Huston, por
otra parte, como ella misma indica, hace referencia únicamente al campo es-
pecífico de la psicología evolutiva clásica, es decir, la infancia y la adolescen-
cia. Esto constituirá una laguna que será preciso cubrir en atención a las apor-
taciones de los autores del enfoque del ciclo vital.
FIGURA 2
Asignación sexual y o - 2 Comportamientos determi- Adultos (padres y familia-
de género nados por tales asigna- res) y hermanos
ciones
Discriminación de 2 - 3 Discriminación sexual y de Adultos (padres, familiares
sexo y género género. Categorización y cuidadores); otros ni-
propia y de los demás ños (hermanos y otros).
Televisión
Identificación sexual 3 - 7 Identificación, preferencia y Las mismas que en el apar-
y de género adopción sexuales y de tado anterior
género
Constancia sexual y 7 - 11 Afianzamiento en la con- Los pares del mismo sexo,
flexibilidad de gé- servación sexual. Rigi- televisión, libros, profe-
nero dez-flexibilidad en YV. sores, padres
de género
Redefinición sexual 11 - 20 Ajuste a los cambios corpo- Factores biológicos, compa-
y de género rales. Ajuste a los pape- ñeros de uno y otro sexo,
les de género televisión, libros, profe-
sores, padres
Realización de los 20-50 Satisfacción-insatisfacción Pares adultos, miembro de
papeles sexuales y en las relaciones sexua- la pareja, medios de co-
de género les, satisfacción-insatis- municación
facción en sus relaciones
familiares y sociales
Reajuste sexual y de 50 - Asimilación de los cambios Factores biológicos y socia-
género biológicos, asimilación de les, miembro de la pare-
los cambios familiares y ja, pares adultos, niños
sociales familiares y medios de
comunicación
69