Está en la página 1de 2

PROBLEMÁTICA QUE SUPONE INTENTAR UNA DEFINICIÓN ESENCIAL DEL CONOCIMIENTO

La definición esencial del conocimiento nunca ha podido llevarse felizmente a cabo, pues para saber
lo que el conocimiento esencialmente es, necesitamos valernos del propio conocimiento. No
obstante, pese a que una definición esencial supone una problemática fundamental para la Teoría
del Conocimiento, sí podemos apuntar una serie de aproximaciones descriptivas y existenciales de
las actividades del conocimiento que parten de los siguientes puntos.

PREJUICIOS PRINCIPALES SOBRE EL CONOCIMIENTO

Prejuicio finalista: el escepticismo pone de manifiesto el prejuicio de que el conocimiento se


encuentra encaminado hacia la verdad. No obstante, si no existe una única definición de la verdad,
no podemos definir la Teoría del Conocimiento en base a la misma. No podemos saber lo que es el
conocimiento en virtud de ella, ya que en este caso deberíamos disponer de una noción acabada de
verdad. Así pues, el objeto o la finalidad del conocimiento no puede ser la verdad, pues carecemos
de una definición fija de la misma, ya que los seres humanos podemos comprenderla de distintos
modos. El conocimiento, tomado como una actividad de conciencia que no tiene que tener
necesariamente una relación directa hacia la verdad, es el objeto real de la Teoría del Conocimiento.
Por tanto, hay que transformar la pregunta del conocimiento en una cuestión enfocada hacia la
existencia, o cuestión existencial, en lugar de reducirla a un tránsito hacia la verdad. Debemos
abordar la cuestión del conocimiento en términos existenciales.

Prejuicio de autocomprensión: si nos preguntamos con qué método deberíamos formular una Teoría
del Conocimiento, nos encontramos con que no habría una sola forma, sino diferentes posibilidades.
Esto nos lleva a hacernos otras preguntas, como qué orden seguir para elaborarla, o de qué medios
valernos… no obstante, todas estas preguntas remiten a una pregunta esencial: ¿qué hacemos en
definitiva cuando preguntamos? En primer lugar, cabe señalar que todo preguntar no es un acto
inocente. El que pregunta ya sabe en cierto modo lo que pretende: sin esa intuición previa no podría
surgir la pregunta. Por tanto, preguntar nunca es el inicio de nuestro pensamiento, sino tal sólo un
saber intuitivo previo al conocimiento (en palabras de Wittgenstein: “solo se puede preguntar
cuando ya hay una respuesta”). Esto demuestra que existe ya algo original en el ser humano, una
motivación previa que le empuja a formalizar una pregunta.

El sujeto epistémico reconoce hallarse en una especie de frontera entre el saber y la ignorancia. De
esta ignorancia nace el asombro, que siempre ha sido el detonante del acto epistémico. El sujeto
epistémico, instalado en este asombro, desarrolla un cierto afán o anhelo de sabiduría. Pero este
afán de sabiduría nunca podrá ser saciado completamente, puesto que nunca se llega a abandonar
esa frontera entre el saber y la ignorancia. Cuando aumenta el saber, crecen proporcionalmente la
posibilidad y la necesidad de preguntar. Por tanto, a mayor sabiduría mayor volumen de cuestiones.
Y al aumentar lo cuestionable, se deriva una necesidad de saber elegir aquellas preguntas cuyo
carácter resulta más urgente. Es decir, si el sujeto pretende ser libre en general, su libertad comienza
por elegir las preguntas que le ocupan: lo que determina el acto de libertad es decidir las preguntas y
su prioridad. En consecuencia, nuestro modo de comprensión óntica del mundo dependerá de la
elección que hagamos de unas preguntas sobre las otras, y de nuestra capacidad para hacernos
preguntas más allá de los prejuicios.
Prejuicio psicologista: consiste en reducir el acto de conocimiento a la incomunicabilidad del sujeto
en el acto epistémico. Por ejemplo, el cartesianismo cae en el psicologismo. Es un modo de
comprensión muy restricto.

Prejuicio sociologista: consiste en admitir como definitivo el condicionamiento social de las


creencias, de modo que llegan a suplantar a las justificaciones. Sospecha del carácter epistemológico
de la justificación del conocimiento.

Prejuicio cientifista: consiste en asimilar la Teoría del Conocimiento como una forma de positivismo.
Sería una especie de reducción de esta teoría al mero estudio de sus conceptos científicos. El auge de
la ciencia incita al sujeto a tomarla como paradigma de conocimiento, y por ello el discurso filosófico
se encuentra secuestrado por el discurso de la filosofía de la ciencia, que a su vez se identifica con la
Teoría del Conocimiento. Por tanto, se daría una reducción del conocimiento válido al saber
científico. De un sujeto antroposófico, se pasaría a sujeto epistémico. Pero, pese a que el saber
científico es seguro, no es suficiente para comprender el mundo. El sujeto es mucho más que un
sujeto epistémico, tiene muchas más dimensiones constitutivas de sentido, y la Teoría del
Conocimiento también debe ocuparse de ellas.

Por otro lado, este prejuicio también desembocaría en reducir el conocimiento a una pura actividad
teórica. No obstante, debe existir una reivindicación de la dimensión práctica de la Teoría del
Conocimiento. Conocer no es sólo adoptar una actitud contemplativa por parte de un sujeto
reducido a pura conciencia. Conocer también es dotar de sentido nuestra acción en el mundo. Por
tanto, la Teoría del Conocimiento puede ser concebida como una disciplina de constitución de
sentido (antroposofía) o como una reflexión lógica del conocimiento (epistemología), pero depende
del sujeto el escoger en qué comprensión del mundo se sitúa. El sujeto es responsable, y actúa.

Sin embargo, por muchos prejuicios que existan sobre el acto de conocimiento, ninguno pone en
duda el conocimiento para el sujeto. Incluso para Descartes, desde el más radical de los
escepticismos, no existe la duda acerca del conocimiento como un hecho. Reconoce y admite el
conocimiento precisamente porque duda. Lo que el escepticismo censura es el valor especulativo del
conocimiento, no su existencia.

También podría gustarte