Está en la página 1de 1

En Balsena, al partir una Hostia Consagrada rezumó sangre

Un sacerdote alemán, que se dirigía a Roma como peregrino, pernoctó


durante el viaje en Balsena, no lejos de Orvieto, en el centro de Italia, y al
apuntar el alba, como era su costumbre, celebró la Santa Misa en la iglesia
parroquial. Al instante de partir la Sagrada Forma para la comunión del
sacerdote, una sangre resplandeciente fluyó de ella, cayendo gota a gota
sobre el corporal y el cáliz. Confuso ante tan nunca visto suceso, quedose el
celebrante, pero su asombro creció más y más al darse cuenta de que las
gotas de aquella preciosa sangre se transformaban en pequeñas imágenes
representando el rostro del Salvador coronado de espinas: Recogió el bueno
del sacerdote la Sagrada Forma en el cáliz y junto con el corporal lo llevó a
la sacristía, con intento de que otras personas viesen el milagro, pues temía
que todo ello no fuera más que una ilusión de sus sentidos. Durante el
trayecto cayeron unas gotas de la divina Sangre sobre cinco losas de
mármol banco del pavimento, y también allí apareció bien distintamente a
las claras el rostro del Salvador. Como justamente aquellos días el Papa
Urbano IV se alojaba en Orvieto a él se dirigió sin demora el sacerdote
alemán y  refirióle con todo pormenor cuanto le aconteciera. El Papa
encomendó al Obispo de Orvieto que fuese a Balsena y le trajese el cáliz y
el corporal donde decían hallarse las  huellas de la sangre maravillosa;
inspeccionó ambas cosas con mucho detenimiento y meticulosidad,
proclamando luego la veracidad del suceso y su carácter
incontestablemente sobrenatural. A esta sazón, las milagrosas imágenes
fueron transportadas solemnemente a la catedral de Orvieto, donde se
custodiaron en lo sucesivo. El corporal en el que se veían los rostros del
Salvador fue objeto de la más ferviente veneración de los fieles; se le
guardó en un relicario de plata de muy delicada labor de orfebrería, donde
aun hoy se le puede ver y constatar la existencia de las imágenes allí
estampadas por vía tan fuera de lo humano. Aconteció este maravilloso
favor de Dios andando el año de 1263. El milagro de Balsena movió el
ánimo del Papa Urbano IV a instaurar la festividad del Corpus Christi, a
favor de la que había ya propugnado ardorosamente cuando no era más
que diácono en Lieja (Bélgica). El Corpus se ordenó a toda la Cristiandad en
1264.

(Spirago, Catecismo en ejemplos, t. IV, Ed. Políglota, 2ª Ed.,


Barcelona, 1940, pp. 81-82)

También podría gustarte