Está en la página 1de 1

“Voy a matar a Roca”

Tomás Sambrice tenía 15 años y era el tercer hijo de una pareja de inmigrantes italianos que
vivían muy precariamente en el barrio de Constitución. Tomás pensaba que Roca era el
responsable de los padecimientos de la clase trabajadora en su conjunto, aunque en ese
entonces, era solo el ministro de Interior de Carlos Pellegrini. Tomás trabajó en una
talabartería y en un almacén de Defensa y San Juan.

Un día comenzó a expresar su desprecio hacia el ministro del Interior y dijo que mataría a
Roca, pero por su corta edad y pequeña contextura, nadie lo tomó en serio y aquellos que lo
escucharon se burlaron de sus planes. Sin embargo Tomás compró un revólver Bull-dog de
origen inglés, de grueso calibre para intentar asesinar al futuro presidente de la Nación. El
chico había planeado dispararle al ministro mientras se trasladara en su carruaje y para lograr
la máxima eficacia en su ataque le dispararía frontalmente.

El 19/02/1891, la reunión de gabinete se extendió. Algunos ministros habían recibido algunas


amenazas, pero resultaban poco creíbles. También había malestar en el Ejército y las heridas
que había provocado la revolución de 1890 aún no habían cerrado.

Días atrás este Tomás Sambrice había entregado una carta anónima en la en casa de Leandro
N. Alem, en donde culpaba a Roca por la falta de trabajo y en donde le anunciaba que lo
mataría. Alem creyó que se trataba de un loco o de alguna broma, por lo que no hizo denuncia
alguna. El día del atentado, a las 18:30, Roca y Gregorio Soler abordaron el carruaje. Mientras
transitaban por 25 de Mayo hacia el Norte se escuchó un estampido cuando llegaron a la calle
Cangallo. Roca dijo: "Creo que me hirieron", a la vez que se escucharon corridas y gritos de
terror en la calle. El disparo perforó el panel trasero del carruaje, pero la munición se
amortiguó entre un resorte del respaldo sobre el que se apoyaba Roca. Sin saberlo, Roca solo
tuvo una herida superficial en la zona de la columna, pero bajó del carruaje y corrió
desenvainando su estoque (también conocido como espada ropera) mientras Soler cargaba su
arma, que no usaría. Roca llegó hasta el chico que era sujetado por un hombre. Cuando notó
que era casi un niño le preguntó indignado: "¿Quién ordenó esto?" Las versiones difieren, pero
la más extendida dice que Roca abofeteó brevemente a su atacante y que Soler lo habría
tomado del cuello. La noticia del atentado se propagó rápidamente y llegó a oídos de Pellegrini
mientras caminaba por la calle Florida. El presidente se dirigió a la comisaría donde
interrogaban a Sambrice pensando que el atentado era parte del malestar militar. Roca fue
llevado a su domicilio y el doctor Güemes, que lo atendió allí, determinó que la herida era
superficial.

Cuando el susto pasó, la servidumbre del genocida patagónico preparó refrescos para la
multitud que invadió su casa. Hay una anécdota muy curiosa sobre ese día que relata que el
estudiante de medicina Juan Leuttary se asomó al zaguán de Roca y preguntó por la salud del
ministro. Al enterarse del fracaso del atentado exclamó: "¡Qué lástima!" y salió corriendo. A la
altura de Tucumán y Reconquista fue alcanzado y llevado detenido a la misma comisaría en
donde Tomás Sambrice estaba siendo interrogado. En 1886 Roca ya había sufrido un atentado
cuando un individuo había logrado acercarse hasta el y le arrojó un adoquín en la cabeza. El
agresor fue un tal Ignacio Monge o Monges que al parecer sufría de “delirios místicos”, dado
que en el allanamiento a su vivienda se encontró una gran cantidad de libros de espiritismo.

También podría gustarte