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Este documento discute las concepciones modernas del hombre que lo separan de Dios y le dan poder absoluto, lo que lleva al sufrimiento. Argumenta que el hombre debe restablecer su orden bajo Dios, quien guía la historia. Finalmente, advierte que una nueva era de destrucción u construcción se avecina, colocando a la humanidad ante grandes responsabilidades.
Este documento discute las concepciones modernas del hombre que lo separan de Dios y le dan poder absoluto, lo que lleva al sufrimiento. Argumenta que el hombre debe restablecer su orden bajo Dios, quien guía la historia. Finalmente, advierte que una nueva era de destrucción u construcción se avecina, colocando a la humanidad ante grandes responsabilidades.
Este documento discute las concepciones modernas del hombre que lo separan de Dios y le dan poder absoluto, lo que lleva al sufrimiento. Argumenta que el hombre debe restablecer su orden bajo Dios, quien guía la historia. Finalmente, advierte que una nueva era de destrucción u construcción se avecina, colocando a la humanidad ante grandes responsabilidades.
una naturaleza que le es próxima, con la cual le es
posible una armonía, y que debe elevar al estado de una civilización cada vez más perfecta. La concepción tota litaria niega al hombre en tanto que persona y no ve en él más que un elemento de los datos históricos y políti cos. La concepción existencialista da al individuo libertad absoluta, le lanza al vacío y le atribuye el poder de determinar su propia existencia. Esas concepciones son * muy diferentes unas de las otras, pero se parecen en un punto: ellas separan al hombre de Dios, le aban- . ¡ donan a su propio poder y le dan el señorío absoluto . del mundo. Por esa razón, el hombre pierde la noción de lo que le rebasa y está a merced de las cualidades t •» internas y externas. , Pero esas concepciones son falsas. Son ideologías de , revuelta. El hombre que nos presentan no existe. Mien- £ tras el hombre se concibe así, le es imposible vencer al enemigo de su vida; a saber, su propio poder. Sufre la. sujeción de la ciencia, de la técnica, de la política, y sucumbe a ella. He aquí el punto decisivo: el hombre debe restablecer »■ 4* las cosas en su orden. Ese orden tiene su fundamento en Dios, el Dios vivo, creador, señor y juez. La esencia de todo orden es la obediencia a Dios. A partir de ahí, el hombre podrá crear el orden en sí mismo, entre su propio poder y su propia vida. Pues, en su relación con el Señor del mundo, tiene el punto de apoyo de Arquímedes. Y a ese Señor del mundo lo tiene como aliado. Dios no es solamente idea suprema, sino realidad; no solamente causa del mundo, sino Dios-Persona. Dios ñlúsica y Espiritualidad, pur A. Colling
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mismo conduce la historia, y el hombre que cree en El
se pone en armonía con su santidad. Así es como le será dada al hombre la posibilidad de encadenar su propio poder; de esa manera y no de otra. Igualmente, la deci sión religiosa — la afirmación o la negación de la fe en el Dios vivo, la afirmación o negación de la obediencia a El— decidirá toda existencia. Pretenderlo no es una fantasía de la imaginación. Hombres a los cuales, cier tamente, no se les puede reprochar el tener una religión ingenua, han dicho la misma cosa. No creo que se pueda pretender que el hombre esté, de una manera general, en vías de progreso. En un punto, sin embargo, parece que pueda ser realmente así: la historia revela, cada vez más distintamente, que las consecuencias, las decisiones, son cada vez más claras. Pero aquí se encuentra el punto central de toda decisión. De esta manera, la guerra será vencida en el interior del hombre. Y así es solamente cómo la guerra exterior entrará en el orden. Una nueva e inmensa posibilidad se abre, pues, ante nosotros, ora de destrucción, ora de construcción. Ningu na época ha sido colocada ante deberes tales como los nuestros. ¡Qué hermoso es entreverlos; qué esplendor llegar a realizarlos!
M. Etienne GILSON 1 de la Academia Francesa
He aquí que se terminan estas jornadas, a lo largo
de las cuales se han reunido los católicos para examinar 19 290 LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO
con valentía los problemas más diversos e intentar dis
cernir posibles soluciones. Es hora, pues, de sacar de estos exámenes una con clusión común, una idea para que podamos llevárnosla con nosotros. Lo que más sorprende en las diversas confrontaciones que han tenido lugar es que todas parten de un cierto temor — ¿y por qué no darle su verdadero nombre?— , de un cierto m iedo: el miedo del hombre que ha perdido su propia justicia y se pregunta cómo recobrarla; el miedo del hombre que ha conquistado tanta ciencia, que su poder le horroriza a él mismo y se pregunta si podrá dominarla; el miedo del hombre que, ante una sociedad en la que reinan verdaderamente demasiadas injusticias sociales, se pregunta si podrá establecer la justicia; el miedo del hombre europeo respecto de esa patria común, la cual se preguntaba antes si existía, pero de la que no se duda ya que haya sido real, después que se la ve des truida, y que se llama Europa — y de la que nos pre guntamos ansiosamente si podremos levantarla de sus ruinas y cómo. He ahí los problemas que nos hemos planteado. La respuesta encontrada ya la conocen, puesto que el pro fesor Romano Guardini y nuestro amigo Mr. Speaight nos lo han dicho. Pero yo quisiera presentárosla un poco distintamente, mediante un rodeo y subiendo con ustedes, durante algu nos minutos, en esa máquina de explorar el tiempo in ventada por W ells: máquina en la cual se pone en mar cha ciertos mecanismos que pueden precipitarnos hacia __ DonintualMtii) ñor A ílni.I . I N C .
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el porvenir y hacernos ver lo que ocurrirá, o, al contra
rio, nos hará remontar en el pasado tan lejos como que ramos. Les propondría — por ser ésta mi profesión— el tras ladarnos al pasado, y puesto que el viaje no cuesta nada, a hacerlo mil años atrás. Henos, pues, en 948. ¿Qué vemos? Si creo las historias que nos contaban cuando íbamos a clase, estamos en un mundo que vive en el terror, en los terrores del año 1000. Es verdad que hoy se nos enseña otra cosa y que entonces no ocurrió nada, i Es un gran progreso de la historia y nos sería difícil ne garlo, pues los historiadores se sienten siempre encanta dos de demostrar que algo no ocurrió! Admitamos, pues, que no hubo terror en el año 1000. Admitamos — lo que creo, por otra parte, verdad— que •hacia el 948 las genles no iban de puerta en puerta preguntándose: «¿N o creen ustedes que el fin del mundo va a tener lugar en el año 1000?» Y, no obstante, algo ocurrió y nueslros antepasados asistieron entonces a mu chos acontecimientos inquietantes. Aquí, una casa en la cual las piedras no cesan de caer en todo el día sin herir a nadie ni romper cacharro alguno, lo que no deja de ser extraño. Allí, todos los mojones de los campos se reúnen en el patio de una casa, con sorpresa de todos. En la población de Auxerre * ir,
se ve aparecer por los aires un dragón monstruoso que
atraviesa el cielo de norte a sur lanzando llamas. Noti cias extrañas encuentran eco en multitud de gentes. En Berneval, una muchedumbre se reúne en la playa para 292 LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO
ver una ballena monstruosa, enorme, como una isla, que
se dirige hacia el océano Atlántico. Súbitamente, esto se vuelve trágico: hay una gran hecatombe de príncipes de este mundo y de príncipes de la Iglesia; un hambre horrible diezma a Europa un poco antes del año 1000; las guerras destrozan a Occidente; inauditas herejías se manifiestan, y los sarracenos, que han invadido España, amenazan con ocupar toda Europa. No sin razón se produjo todo esto antes del año 1000. Se esperaba algo, pero ¿qué?... ¿El fin del mundo?... No... Se esperaba otra cosa: se esperaba la llegada del Anticristo. Se sabía que aparecería hacia el año 1000. Se sabía, por consiguiente, que el mundo no iba a termi nar, puesto que el Anticristo debía reinar aún durante mil años, i y esto no es muy tranquilizador para nosotros! Se sabía casi cómo se llamaría, porque San Ireneo lo había dicho: se llamaría Lateinos o Evantas o Titán, y se sabía igualmente a lo que se parecería : tendría cuerpo de leopardo, pies de oso, siete cabezas de hombre y, sobre ellas, las blasfemias... Es a quien se esperaba, a quien se temía. No sé muy bien si es verdad que hubo terror en el año 1000, pero me pregunto si encontraríamos gran difi cultad, situándonos un poco en lo por venir, en describir los terrores del año 2000. ¿Acaso todo lo que Raúl Glaber nos ha contado no es poco al lado de lo que hemos visto, al lado de esa guerra de 1914-1918, con sus hecatombes de millones de vidas humanas; de esa guerra tal vez más horrenda aún, en la cual no pensamos ya más, que fue la guerra LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO 293
civil española, esa guerra de la cual todos los que la lian
visto hablan en voz baja, y todos los que han tomado parte en ella, cualquiera que sea el campo, son unánimes en decir: «Todo, antes que ver de nuevo esto...»? Iba a decir: ¿hemos olvidado ya la última guerra?; pero ¿ha terminado? Cuando se nos habla de ese dragón primitivo que lanza llamas en el cielo de Auxerre,.se nos divierte: nosotros los hemos visto después de otro modo perfeccionados y sabemos lo que lanzaban sobre nuestras carreteras, nuestras ciudades y nuestras casas. Cuando se nos habla de la ballena de Bernebal, que en los alrededores del año 1000 agrupaba a los papanatas en una playa, pensamos que hemos visto otros monstruos marinos que eran capaces de producir muchos más daños y de enviar tantas vidas humanas a la muerte por el camino más corlo. Hemos visto tales cosas, que no ima ginamos fuera posible verlas, y no estamos seguros de haberlo visto todo. La detonación solemne de la bomba de Hiroshima resuena aún en nuestros oídos como el anuncio de una nueva edad más trágica aún que la que hemos vivido. Entonces nos volvemos a todos lados y nos preguntamos: «Pero ¿no es éste el momento de la venida del Anticristo? ¿Dónde está?» Hete ahí que está muy cerca. Avanza hacia nosotros muy distinto de la descripción que de él se nos hiciera. No tiene pies de oso ni cuerpo de leopardo, sino hermosa cabeza de hombre, espaciosa frente echada hacia atrás, cejas zarceñas, ojo penetrante que mira recto frente a él y en el que flota ya la angustia de la locura, poblado bigote y mentón corto. Avanza hacia nosotros llevando 294 LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO
un libro en cada mano, el uno ejj el Anticristo y e lo tr o
Ecce homo. He ahí el Hombre... El Hombre de Federico Nietzsche, contra quien no voy personalmente, sino como la expresión de una aspiración profunda del corazón humano formulada por sus labios y cuyo mensaje es de' lejos el acontecimiento más importante de los tiempos modernos. Pero si se nos preguntara: ¿qué es importante hoy?, ¿cuál es el descubrimiento más importante de nuestro tiempo?, los citaríamos de todas clases, pero no se pensaría tal vez en aquel que de lejos los domina todos y transforma bajo nuestros ojos el curso de la historia: esa horrorosa revelación que el Zaratrustra de Federico Nietzsche nos aporta: «No saben aún que Dios ^ ha muerto».» '* Si esto es cierto — y Nietzsche así lo creía— , tenía mucha razón en decir que nada de lo que pudiera ocurrir en nuestra época, o de lo que ocurriera en otros tiempos, tendría clase alguna de importancia al precio de ese for midable acontecimiento: la más grande revolución que ha tenido lugar en el mundo desde sus orígenes. Imaginad lo que sería — lo que será si esa profecía debe verificarse— un mundo que, desde lo más lejano de la historia en que lo conocemos, ha vivido siempre en esa certeza de que había dioses o de que hay un Dios; un mundo en el cual el hombre no ha hecho nada, ni pensado, querido o intentado, más que bajo la mirada de Dios o de un dios; un mundo en el cual la vida entera de los hombres fue dominada por el hecho «Dios» y que, bruscamente, se percata de que no hay Dios... ¡Qué re volución! LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO 295
«Pues entonces — dice el viejo Karamazov— , si Dios
no existe, todo está permitido.» Nada está ya prohibido, ya no hay límites; nada hay que no se pueda intentar, que no se deba intentar, pues si todo lo que fue antes verdad lo ha sido por esa hipótesis de que Dios existía, hoy, que Dios no existe, nada de lo que era cierto ni de lo que estaba bien o era bello lo es ya; debemos crearlo de nuevo todo. Pero, en espera de crearlo de nuevo, hay que empezar por destruir... Ese es el gran mensaje de Nietzsche, como lo ha de finido él mismo, y aquí debemos dejarle la palabra: «Y o no soy hombre; soy dinamita. Cuando la verdad entre en lucha con la mentira milenaria, veremos conmo ciones inauditas en la historia del mundo. Los seísmos | alterarán la tierra, y las montañas y los valles se des plazarán. La idea de política (admirad esta profundidad) será entonces completamente absorbida por la lucha de los espíritus. Todas las combinaciones de poder de la vieja sociedad saltarán por el aire. Habrán tales guerras como jamás ha visto aún la tierra... Conozco la voluptuo sidad de destruir a un grado igual a mi poder de des trucción...» Tal es, me parece, el gran acontecimiento de los tiem pos modernos, la declaración promulgada por el hombre f, de que no hay Dios, la decisión tomada por el hombre de hacer de nuestro tiempo el del aniquilamiento pre paratorio para la creación de un hermoso mundo total mente hecho por el hombre, para el hombre y a medida de su grandeza. Crear un mundo, pero, para poder crear lo, destruir primero éste. 296 LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO f Por cuya razón, en todos los órdenes de actividad y de pensamiento de los cuales nos hemos ocupado a lo largo de estas jornadas, hemos encontrado ante nos otros ese hecho característico de nuestro tiempo: la volun tad de destruir, la voluntad de aniquilar. Y observad que los que quieren esto son consecuentes consigo mismo, pues puede reprochársele todo al viejo Dios de la Biblia, empezando, si uno está seguro de ello, por no haber existido; pero hay una cosa que no se le puede repro- char: la de no haber sabido su oficio de creador. No es él quien, como un demiurgo griego, se presta ría a trabajar sobre algún pedazo con el que fabricar alguna cosa, que sería justamente lo que él puede hacer con esa materia. N o; crear es hacer algo de la nada. * Para que una obra sea verdaderamente vuestra obra, os exprese totalmente y os lo deba todo, es menester que fuera de vosotros y de ella, entre ella y vosotros, no haya nada, y lo que el hombre moderno ha retenido muy bien de la Biblia es que una creación digna de ese nombre se hace ex nihilo. Es preciso, pues, destruir lo que nos molesta, si verdaderamente se quiere crear. Bástanos prestar atención para escuchar cómo resue na en todas partes, en torno nuestro, ese llamamiento a la destrucción, ese llamamiento a la aniquilación. Un hombre de hoy enrojecería de no llamarse revoluciona rio. Es lo menos que se puede ser. Toda reforma social ^ se presenta en nuestros días exigiendo primero la des trucción violenta de todo lo dado. Quitemos primero los escombros, y se podrá construir después. En literatura, ¿que quiere el suprarrealismo, sino rechazar sistemática LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO 297
y previamente las normas y las leyes del espíritu, con el
fin de que algo enteramente nuevo y espontáneo pueda nacer? Como dice Andró Bretón, coger dos pistolas y tirar al azar sobre la multitud, he ahí el verdadero acto suprarrealista. Exactamente ocurre con el existencialismo. No sola mente encuentra siempre en el ser la nada que lia co menzado por meterle, sino que quiere que tomemos con ciencia de la necesidad de partir de la nada de Dios. Como dice Sartre, el existencialismo es la voluntad de sacar las consecuencias necesarias de un ateísmo cohe rente. Un ateísmo coherente tiene como consecuencias necesarias que, puesto que no soy creado, puesto que no recibo de ningún Dios órdenes ni leyes, es menester que me crea yo mismo de la nada y me dé a mí mismo mi propia ley. La nada como punto de partida, la gratitud como ideal, he ahí lo que se nos propone por todas parles. Estamos en el tiempo de la destrucción sistemática en vista de una renovación, la cual hay que esperar, en efecto, que se producirá con tal que en el intervalo ttfdo no haya dejado de existir... ¿Qué proponemos nosotros a ese mundo angustiado? No le hemos aconsejado volver mil años atrás. No le hemos propuesto retardar el movimiento de la ciencia ni renunciar a las reformas sociales ni abdicar de su ambición de una reconstrucción mejor de lo que existe. Le hemos aconsejado, le aconsejamos por el contrario, que no sea tímido, llegar al fin de su experiencia, atra vesarla considerarla como ya terminada y sacar de ello 298 LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO
las lecciones que correspondan. Se nos recordaba elo
cuentemente hace p o co : Dios ha dado al hombre el cielo y la tierra para que los use a su satisfacción, pero en el límite de su naturaleza, de su orden y de sus leyes. Si crear presupone una nada, no es esa nada que sigue a la destrucción de lo que existe, sino la que precede a la edificación de todas las cosas por una sabiduría, por , la Sabiduría... La sabiduría cristiana, he ahí el remedio / que proponemos a jo s males que sufrimos. r* Esa es la solución que proponemos para los proble mas que se nos plantean. Ella es capaz de resolverlos. Primero restaurará la ciencia; se nos ha hablado del temor que el hombre experimenta ante la ciencia, pero no es de la ciencia de lo que el hombre tiene miedo, sino del empleo que se puede hacer de algunos descubrimien tos científicos. Lo más inquietante que hay de cuanto ocurre en nuestros días es precisamente el olvido pro- gresivo de lo que verdaderamente es la ciencia. Hoy, en la conciencia popular, saber es, esencial mente, poder. Un hombre que sabe, es un hombre que puede hacer cosas; un hombre que sabe más que nos otros, es un hombre que puede hacer cosas que nosotros no sabemos hacer. ¿N o hemos olvidado el magnífico y profundo senti do de la palabra «ciencia», que es a la vez un sentido griego y cristiano? La ciencia, como conocimiento de lo inteligible; la ciencia, contemplación por el espíritu del ser tal como Dios la ha hecho; contemplación que permitirá una acción, precisamente porque ésta -sabrá mantenerse en los límites de lo real, inspirarse del res- LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO 299
peto de la obra divina conocida por la inteligencia.
Nosotros no restauraremos esa noción de la ciencia, a menos que no volvamos primero a esa sabiduría suprema • que, dominando no solamente todas las ciencias, sino ) todas las filosofías, sea origen de la inteligibilidad uni versal. Es cierto que esto supone que tenemos el mundo por inteligible. Para nosotros cristianos, nada es más natu ral, pero lo que nos parece evidente no lo es para todos. En un notable artículo de 1938, titulado «Physik und Realität», Einstein hacía esta interesante observación: «que la totalidad de la experiencia sensible sea consti tuida de tal manera que pueda ser ordenada por el pen samiento, es un hecho del cual no podemos más que sorprendernos, pero que no podremos comprender jamás. Lo que hay de eternamente ininteligible en el universo es su inteligibilidad...». i Ciertamente! ¿Cómo podría resolver la ciencia un problema que su sola existencia supone ya resuelto? Si el mundo no es inteligible, no puede haber en el ciencia, pero, si hay una ciencia, es preciso que el mundo sea inte ligible. ¿ Y cómo la ciencia, que presupone la inteligi bilidad del mundo, podría izarse por encima de sí misma para ver, desde más alto, cómo es posible que exista? Es más allá de la ciencia, es por encima de la cien cia, cómo el físico podrá encontrar una respuesta a ese problema. Esa respuesta la conocemos, pues es vieja, y es : el espíritu quejconoce el mundo y el mundo conocido por el espíritu son la obra de una misma sabiduría, de una misma fuente de inteligencia: « A l . principio era 300 LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO
Es por El que todo ha sido hecho y nada ha sido hecho
sin El. Si el hombre, el sabio y el mundo del que el sabio forma parLe son la obra de un mismo Verbo, de una misma Palabra inteligible, comprendemos entonces que el uno pueda comprender la naturaleza del otro y que la ciencia sea posible. Es, pues, ante la ciencia, en la sabiduría cristiana, en^ la que es menester colocarnos para justificarla. Y ocurre lo mismo si queremos plantear los problemas so ciales. No diremos en nuestro tiempo «menos luz»; deci mos,- a propósito de la ciencia, «más luz»; esta vez aún no le diremos «menos amor», sino «más amor, aún más amor...». Con el pretexto de reconstruir un mundo en el cual todos serían perfectamente felices, no empezaremos por destruirlo lodo. No practicaremos esa horrible política de la nada que amenaza costamos cara. Exactamente coinjoja ciencia, A p o lít ic a no podrá unir a los hombres a menos que no parta de un nivel más alto que ella misma, de más allá que los hombres, por encima de ellos, y aun ahí, la sabiduría cristiana tiene una respuesta que proponernos; «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», con el fin de. al igual que en la creación El penetró todo el universo, y el espíritu en el universo, de una profunda y completa inteligibilidad, introducir hasta el centro de ja tierra y en el corazón mismo del hombre ese amor sin el cual no existe, no diré una sociedad cristiana, sino una sociedad humana digna de ese nombre. Esta es, señoras y señores — y en breves términos— , LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO oU I
la lección que me parece se desprende de estas jornadas.
Partimos del temor de los hombres; hemos buscado su causa, y la hemos encontrado en una voluntad universal de aniquilamiento. Esa voluntad universal de aniquila miento la hemos explicado por la pretensión que el hom bre tiene de reemplazar a Dios y de hacerse cieador. Todo lo que podemos decir a nuestro tiempo, y se lo decimos de todo corazón, es que le es preciso, por el contrario, entrar en el orden natural, que es el de la creación divina, y volver a la sabiduría de Cristo, o más bien, volver a Cristo, que es la sabiduría. Pues aquí no hablamos de una doctrina abstracta, ni tampoco de un tratado de teodicea o de teología; hablamos de Uno, Aquel que también designó nuestro doctor Santo Tomás de Aquino cuando, al comienzo de su comentario al Libro de las Sentencias, se pregunta. ¿Qué es la sabiduría? Y desde la primera frase de su tratado da la respuesta siguiente: «Entre tantas opinio nes de autores tan diversos sobre lo que es la veidadeia sabiduría, la del apóstol Pablo es singularmente lúcida y cierta. La sabiduría, nos dice la primera Epístola a los Corintios, es el Cristo poder_de__Dios, sabiduría de Dios y que Dios ha hecho para nosotros igualmente sa biduría.» ¡Cristo!, el que encontramos primero en el Evan gelio, que seguimos encontrando, si queremos, en cada una de las páginas de ese libro divino, a quien podemos dirigirnos muy simple y directamente — iba casi a decir de hombre a hombre; digamos, al menos, al IIombre- Dios— , a quien podemos decir: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de nosotros! Señor, si Tú quieres, puedes curarnos...» Está ahí, a nuestra disposición, y podemos, si queremos, ponerle a disposición de todos. Todavía está El ahí, y lo mismo en esa Iglesia de la que somos miembros, o de la cual invito a que se hagan miembros a cuantos estén aquí presentes y no lo sean, asegurándoles que nada tienen que perder y sí ganarlo todo; que ella no es una especie de sociedad política o empresa de utilización del pueblo con fines económicos o sociales, sino realidad divinamente distinta: la persona misma de Cristo vivo entre nosotros en el año de gracia de 1948, ya que ella está hecha de sus miembros y de la cual El es el jefe. A Cristo podemos encontrarle aún en su Vicario en la tierra, del que quiero recordar aquí, con emoción que no pienso disimular, qué angustias son actualmente las suyas, y decir, en presencia de su representante, cuán profundamente estamos de corazón a su lado. No olvidaré jamás la jornada del domingo de Qua- simodo de 1947, donde en Roma, después de haber tenido el honor de ser recibido por el Soberano Pontífice, tuve la satisfacción de mezclarme entre aquella multitud ro mana que, terminados los grandes oficios de una beatifi cación, esperaba en la plaza de San Pedro, esperaba, esperaba siempre incansablemente, con la esperanza y con la certeza de ver una vez aún al Padre muy amado. El tiempo pasaba y no se le veía, pero nadie se im pacientaba. Súbitamente, movida por algún presagio del corazón, toda la multitud que estaba ante San Pedro se volvió hacia su derecha, y vimos en lo más alto de la LOS INTELECTUALES ANTE LA CARIDAD DE CRISTO 303
colina vaticana, en el último piso del edificio, cómo se
habría una ventana y en ella aparecía S. S. el Papa, dando a esa multitud la triple bendición pontificia; luego, la ventana se cerraba y el Soberano Pontífice entró en su soledad, la multitud se dispersó lentamente y tuve la impresión de que acabábamos de dejar una vez más a Jesús en agonía en el Huerto de los Olivos... Pensemos en él, que piensa siempre en nosotros. Re cemos con él, que reza sin cesar por nosotros. Recordé mosle con nuestro amor y digámoselo para que lo sepa. Sigamos las directrices que él nos da, pues no lo hace mos bastante. Hagámoslas conocer en torno nuestro, pues tampoco lo hacemos bastante. Asegurémosle finalmente, al terminar estas jornadas, que es con espíritu de filial fidelidad a sus enseñanzas como hemos querido conducir las y que somos to(dos sus hijos en Cristo.
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