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PERSPECTIVAS SOBRE EL AMOR ROMANTICO

hay que levantarse temprano para ir al trabajo o la escuela, pasar


horas en el tráfico hasta llegar allí, transcurrir las siguientes 8 o 10
horas laborando, compartir el día a día con personas que pueden
convertirse en los mejores compañeros, amigos o enemigos, comer
entuppers o comida rápida cercana de la oficina, salir del trabajo o
escuela para pasar otras horas en un embotellamiento automovilístico,
llegar a casa y prepararse para ir al gimnasio, psicólogo o siquiera
hacer un poco de limpieza, cenar y tratar de desconectar la mente
hasta conciliar el sueño. Todo esto, para poder ganar lo necesario
para nuestros lujos.

Desgraciadamente pasan los días y, sin darnos cuenta, nuestro


cuerpo y mente se convierten en máquinas de producción con
mínimas dosis de felicidad. En palabras de la colaboradora dePikara
Magazine, Coral Herrera Gómez, es nuestro estilo de vida en la
actualidad, el del capitalismo, el que nos está dejando sin tiempo para
el amor:

Al sistema productivo le da igual que estés borracha de amor,


cachonda, angustiada o de duelo. El capitalismo nos enjaula,
quiere que dediquemos nuestro tiempo a trabajar o a consumir: el
amor es improductivo. Los feminismos reclaman la conciliación de
la vida laboral y el trabajo reproductivo pero, más aún,
necesitamos un modelo compatible con el placer y los afectos.

Pese a que vivimos en una “sociedad muy amorosa”, en donde


inundan las canciones de corazones rotos, películas de grandes
historias en donde el amor triunfa sobre todas las cosas, chismes
amorosos de los famosos, aplicaciones móviles para conocer a
posibles parejas amorosas o sexuales, publicaciones en redes
sociales con hashtags como #RelationshipGoals, publicidades con
paraísos románticos de casas, coches, muebles o viajes, la realidad es
que hay muy poco tiempo para el amor.

Perdemos la capacidad de amar tanto a la pareja como a nosotros


mismos, pues dejamos de ser capaces de proveernos y experimentar
placer. La mayor parte del día nos dedicamos a un trabajo que nos da
a cambio un salario; el resto es para dormir y “resolver las cuestiones
básicas de higiene y nutrición –y otras miles obligaciones de la vida
urbana posmoderna–”. Y con mucho esfuerzo energético, con
cansancio acumulado encima, hay que tener sexo o hacer el amor con
la pareja “al final del día, antes de dormir, y hay que darse prisa para
terminar pronto y poder dormir si acaso 7 u 8 horas”. Es como si el
tiempo para ver a amigos cercanos, visitar familiares o realizar
cualquier pasatiempo que no sea descansar se fuese de las manos .

Sin embargo, pese a las necesidades de la vida posmoderna, las de la


vida humana se esfuerzan por salir a flote:

La tiranía del tiempo que se nos va, se diluye cuando nos


enamoramos salvajemente. Nos liberamos cuando el subido del
enamoramiento trastoca nuestra percepción y relación con el
tiempo, como pasa con las drogas. Dejamos de mirar el reloj, las
intensas noches de amor se hacen cortas, los instantes sublimes
congelan el tiempo y se hacen eternas. […] La química del amor
es tan fuerte que somos capaces de pasar noches enteras sin
dormir junto a la persona amada, y cada día acudir al trabajo y
cumplir tus obligaciones como si nada hubiera pasado: sólo te
delata una sonrisa permanente en la cara, las ojeras malvas, la
piel tersa y el cabello brillante. A la noche te espera otra
desvelada, tú te sientes con fuerzas para todo: nos llenamos de
energía cósmica para vivir el presente intensamente.

Desgraciadamente, cuando el enamoramiento pasa y regresamos a la


vida real:

perdemos los superpoderes para dedicar horas a hacer el amor y


ya el cuerpo responde mal si le sigues quitando horas de sueño.
Con el paso de los meses y los años, las parejas se vuelcan más
hacia lo social que hacia lo íntimo, y es difícil para muchas volver
a construir esos espacios íntimos llenos de magia para detener el
tiempo. Así pues, hay gente que se queja de que follamos con
prisa, follamos sin ganas, follamos cansadas, follamos poco, o no
follamos nada.

El tiempo en la intimidad de la pareja se reduce a escasas horas en el


día, mientras que “a las empresas no sólo les damos mucho tiempo de
nuestras vidas, sino también nuestras energías físicas, mentales y
emocionales”. A las empresas, en realidad, no les importa si un
empleado está enamorado, si está enfermo o algún familiar suyo
acaba de fallecer: a las empresas sólo les importa que alguien sea
productivo. Esto sucede porque:

El capitalismo nos enjaula, aunque no seamos productivas. Al


capitalismo le da igual que estés borracha de amor, feliz, eufórica,
exultante, cachonda, preocupada, angustiada, desesperada, triste,
ansiosa, enojada. Al capitalismo no le importa que tu compañera esté
hospitalizada y tú quieras estar cuidando y acompañándola. No le
importa si vas a tener una conversación decisiva con tu pareja, si
estás de duelo por una ruptura sentimental, si quieres acompañar a
una amiga o amigo en momentos difíciles. No le importa, y tú tienes
que ir a trabajar, aunque tu abuela se esté muriendo. No le importa si
has dormido esa noche por la gripe de tu hija o si te has pasado la
noche gozando lujuriosamente. Tú tienes que estar ahí, cumpliendo,
aunque no seas productiva y no logres hacer nada ese día.

Si te lo montas por tu cuenta, es lo mismo. No puedes permitirte el


lujo, generalmente, de tomarte unos días para tus asuntos personales,
porque entonces no comes ese mes. La cadena de producción no
puede parar por tus sentimientos, y al capitalismo le conviene que no
seamos demasiado felices: nuestra insatisfacción permanente y
nuestro dolor nos hacen más vulnerables. Así que la explotación de
nuestras energías y tiempos es brutal, porque va más allá de la
cuestión productiva. Vivimos en una sociedad represiva a la que le
conviene constreñirnos al acceso al placer, al amor, al juego y al
disfrute. Prefieren que disfrutemos consumiendo o dediquemos
nuestro tiempo a trabajar: el amor es improductivo. Poco rentable.

El objetivo es conciliar la vida laboral y familiar, en donde “un sistema


productivo [exista] más acorde a nuestras necesidades vitales,
individuales y colectivas”. Más allá de los bienes materiales, se trata
de recuperar el tiempo y energía para disfrutar de la vida:

Necesitamos tiempo para amar, para disfrutar del placer en toda


su plenitud. Tiempo para escuchar, para viajar, para conocer,
para compartir, para construir comunidades con los demás.
Tiempo para apoyar, para crear redes, para celebrar, para
aprender, para crear. Tiempo para cultivar y nutrir lo único que
parece darle un poco de sentido a la vida: los afectos.
“El amor es el amor”. Pero no todas las personas saben expresarlo de
la misma manera o lo sienten con la misma intensidad. Lo que para
uno puede ser amor verdadero, el otro puede interpretarlo como
simple capricho pasajero. Es por ello que la psicología define a los
diferentes tipos de amor según el lenguaje corporal y el
comportamiento de la persona.

Tal vez en este momento te sientas enamorado o enamorada de tu


pareja; pero ¿has pensado qué tipo de amor es el que sientes? A
veces, sin conocer ninguna teoría psicológica, podemos notar cómo el
amor que sentimos por nuestra pareja va mutando a través de los
años. Hace 20 años que estoy con quien hoy es mi marido, y puedo
asegurar que he pasado casi todas las etapas de las formas de
amor que propone el Sociólogo e investigador John Alan Lee.

Los tipos de amor

Según Lee en su obra más conocida es “The Colours of Love“, existen


diferentes tipos de amor, de acuerdo a cómo se manifiesta y se
expresa y de acuerdo a las características interpersonales del
individuo que lo demuestra. En su obra, el autor elige denominar cada
tipo de amor utilizando un vocablo griego.

1. El amor romántico y pasional (“Eros”)

Muchas parejas experimentan este tipo de amor cuando aseguran


haberse enamorado “a primera vista”, pues tiene que ver con la
intensidad de la atracción física y pasional por el otro. La pareja vive
su relación de forma intensa, y la centra principalmente en el romance
y en las relaciones físicas y sexuales, aunque la atracción mental tiene
mucho peso también. El romance y lo erótico sobresale y está a flor de
piel, rasgos que muchas veces suelen “tapar” otras características de
las personas que se descubren más tarde. Es un amor donde hay una
conexión física inmediata, y se da cuando ambos miembros tienen
“química”.

2. El amor lúdico (“Ludus”)

La pareja que vive un amor lúdico lo vive sin ataduras ni compromisos,


y busca sobre todas las cosas las aventuras y la diversión. Se
mantienen en la relación hasta que se aburren y, generalmente
cuando ello sucede, van en búsqueda de un nuevo amor. La atracción
física juega un papel importante, pero las personas que prefieren vivir
un amor lúdico buscarán siempre la aventura de lo nuevo. Por lo
general, estas personas suelen no ser maduras emocionalmente y
procuran no involucrarse demasiado afectivamente en la relación.

3. El amor amistoso y leal (“Storge”)

En este tipo de amor, lo emocional está en primer plano. Está basado


en la lealtad, la amistad y el compañerismo. Es el amor que crece
poco a poco y se cimienta sobre fuertes bases. La relación se
mantiene por el entendimiento mutuo y la necesidad de disfrutar de la
compañía de la otra persona y las relaciones sexuales pasan a
segundo plano, así como las demostraciones de pasión intensa. Es el
amor maduro y comprometido de las relaciones duraderas.

4. El amor maniático (Manía =”Eros” + “Ludus”)


Es una combinación del amor lúdico y el pasional, donde hay
dependencia emocional obsesiva. Es un amor obsesivo que surge
generalmente en las personas de baja autoestima que necesitan
sentirse amadas. Este amor está basado en los celos y en la posesión,
y las personas que sienten esta clase de amor suelen ser muy
posesivos y celosos, y debido a las conductas exacerbadas para
demostrar afecto, las relaciones pueden terminar siendo violentas.

Lee30 cosas que hace un esposo CASI perfecto ¡Sí existen, y quizás
tú tienes uno y aún no te diste cuenta

5. El amor pragmático (Pragma=”Ludos” + “Storge”)

Es la combinación del amor lúdico con el amor amistoso. El sentido


práctico es la base de este amor, donde la pareja buscan intereses en
común y abordan el amor desde un sentido realista y práctico. Por lo
general, es un amor donde la pareja tiene los mismos intereses,
mismos gustos, misma clase social, etc. Es una forma racional de
abordar al amor, pues los amantes pragmáticos buscan cualidades
bien definidas en su pareja y saben lo que están buscando. La
compatibilidad es la base de este amor.

6. El amor desinteresado (Ágape=”Eros” + “Storge”)

Es la combinación del amor romántico con el amistoso y leal. Es un


tipo de amor altruista y desinteresado, donde la persona daría
cualquier cosa por su pareja, y se basa en un compromiso
inquebrantable, pues es un amor gentil y fraternal, basado en el
compromiso y el altruismo. No hay celos ni se busca la reciprocidad,
pues la base es el bienestar del otro.

¿Sólo un amor?

Este detalle de los tipos de amor sirven tan sólo como guía, pues
todas las personas pueden experimentar uno o varios tipos de amor a
lo largo de su vida y de una misma relación. La gran cantidad de
emociones que puede experimentar una persona en una relación con
otra no pueden traducirse en meras palabras, pero sí se puede tener
una aproximación de lo que puede llegar a ser.

A pesar de las diferentes clasificaciones de amor, considero que no


todas lo son. Pues el amor verdadero no es aquel que cela y prohíbe,
ni el que ama “un rato sí”, “otro rato no”. Que la persona lo perciba
como amor, es otra cosa, pero el amor “del bueno” es aquel que da y
no pide nada a cambio, el que admira, el que vibra en positivo.

Y tú ¿Qué tipo de amor sientes por tu pareja?


"Sin ti no soy nada,/una gota de lluvia mojando mi cara./Mi mundo es
pequeño y mi corazón pedacitos de hielo”, canta la española Amaral.
El amor romántico en sus ciclos (goce, éxtasis, ansiedad, depresión)
lo habita todo: películas, libros, tv, representaciones en general. La
emocionalidad "Romeo y Julieta", de shampoo dos en uno, de “media
naranja”, es una de las bases culturales más fuertes y naturalizadas. 

El feminismo actual, esa linterna que apunta a señalar la paja en el ojo


del modelo patriarcal, levanta el dedo para señalar la dependencia
tóxica en las relaciones de pareja como origen de muchas violencias
sufridas por las mujeres. Y de ahí a cuestionar las bases culturales de
eso, hay solo un paso. “No es tu media naranja, es tu exprimidor”; “Si
me vas a hacer una escena, que sea porno”; “No nací para ser
princesa, sino dragona”, son algunas de las consignas que, en
paredes y pancartas del 8M pasado, le declararon la guerra a
Cenicienta.

"El día en que una mujer pueda amar, no desde su debilidad sino
desde su fuerza, no para escapar de sí misma sino para encontrarse,
no para rebajarse sino para afirmarse, ese día será para ella, como
para los hombres, una fuente de vida y no de peligro mortal", decía la
lúcida Simone de Beauvoir desde la segunda ola feminista de los '70.
A esas mismas palabras, la cuarta ola de los dos mil, las hace bandera
en la calle

Los orígenes del amor romántico

Se trata de un modelo relativamente nuevo. Fue una revolución en su


momento histórico, porque marcó el fin de las alianzas de pareja
basadas en acuerdos económicos o arreglados, para unir amor, sexo,
procreación y convivencia. Diana Maffía, filósofa feminista, lo explica
así: “El amor romántico es un invento entre el renacimiento y la
modernidad que tiene que ver con fijar determinado tipo de roles a
partir del cambio en la familia. La idea del amor, la sexualidad y el
matrimonio unidos en un mismo espacio es absolutamente reciente.
Estas vías transcurrían cada una por su lado, los matrimonios eran
asociaciones con objetivos, a veces la procreación, a veces alianzas
políticas o tribales. El amor y la sexualidad no siempre concurrían. El
amor romántico es pensar en dos imanes que en algún momento
conforman una totalidad, un amor heterosexual en el cual un varón y
una mujer se van a ver atraídos y complementados.” (*)

Esto resulta en que una mujer está incompleta hasta que encuentra
esa pareja: el todo. También resulta en que a una sola persona se le
demanda: exclusividad sexual, amigos en común, hijos, vacaciones y
momentos de ocio compartidos. Si este combo no se arma hay vacío y
sufrimiento. El amor romántico se adapta bien a una sociedad
capitalista en la que prima el individualismo porque excluye otro tipo
de alianzas fuertes de afecto.

“El amor romántico es este ideal de complementariedad, pero también


de satisfacción de los objetivos existenciales en la intimidad, esto
pone a las mujeres en una situación vulnerable. Para ser una persona
valiosa, debemos encontrar una pareja, tener hijos, porque nuestro
éxito personal, nuestra trascendencia, depende de otros sujetos. La
idea de romanticismo es una idea de satisfacción absoluta de todas
las necesidades en ese vínculo”, afirma Maffía.

De príncipes y princesas

Disney fue la gran máquina reproductora de este tipo de afectividad,


de la princesa que mata el tiempo hasta que le sucede “el amor”, un
compañero con estatus social elevado que ofrece comodidades
materiales ad infinitum. La carencia de objetivos personales y la ilusión
de que el amor se encuentra una vez y dura para siempre son otros
supuestos peligrosos.

Y ¡horror! Porque este modelo choca de frente contra una modernidad


líquida en la que los vínculos son cada vez más fugaces y liberales en
términos sexuales, generando un sentimiento de inadecuación que
bloquea el desarrollo personal.

Más allá del amor romántico, un horizonte posible


Virginia Cano, activista lesbiana, feminista, docente y Doctora en
Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, explica esta subversión
del concepto: "Creo que la apuesta más interesante que están
haciendo los feminismos y las disidencias sexuales y corporales en
torno a la deconstrucción del amor romántico es la articulación,
diversificación y fortalecimiento de las redes de soporte. En ese
sentido, más que la ya bastante de moda crítica a la monogamia
obligatoria y las retóricas de la “liberación” sexual, creo que hay que
enfocarse en nuestras maneras cotidianas y prácticas a través de las
cuales des-aprendemos la pedagogía erótico-afectiva recibida."

Las crianzas compartidas, la convivencias múltiples o el sentido de


tribu y, sobre todo, la reflexión profunda sobre el amor propio que
implica asumirnos completos, sin media naranjas o con múltiples
medias naranjas, marcan la diferencia: "El desafío -afirma Cano- es
sostener e inventar otros modos de vincularnos sexual, amorosa,
amistosa y políticamente. De distribuir los cuidados, las labores
domésticas, y también los mimos, el afecto corporal, la atención, el
deseo y la sexualidad". 

Muchas veces se opone el "amor romántico" a al "amor verdadero", el


primero sería una idealización del otro, el segundo se construiría como
acción, sentido límites y humanidad. Bell Hooks, feminista
afroamericana, en su obra Claridad: dar palabras al amor (2012), lo
dice como un verbo: amar debe ser una acción y no un sentimiento, y
esto nos lleva a tomar una responsabilidad, implica voluntad, no
instinto. Compartir, cuidar, respetar, potenciar, acompañar, entrarían
en esta definición de amor. Retomando a Beauvoir, que el amor sea
una fuente de vida. O que no sea nada.

(*) "Amor romántico", producción audiovisual de la Asociación Civil


Trama.
Amor y Feminismo. Aprender a amar en el S.XXI

Del feminismo aprendimos a cuestionar lo heredado y a analizar


críticamente el presente, nunca esperamos un manual sobre
cómo querer. En manos de cada una está la posibilidad de
conseguirlo, y en la de todas, luchar porque sea más fácil.
He vivido en espacios contraculturales, como okupas, y he formado –y
formo– parte de eso que se llama difusamente “movimientos sociales”
en el entorno de la autonomía política. En esos espacios, he estado
rodeada de gente que se cuestionaba las relaciones amorosas
“tradicionales” casi como imperativo vital.
He sido testigo de relaciones abiertas, tríos amorosos, relaciones
simultáneas –eso que ahora llaman poliamor– y otras variables de
relación donde se podía repensar cada una de las cuestiones que se
supone que vienen asociadas a ese dispositivo social que llamamos
“amor”, o que llamamos “pareja”. He tenido entre mis brazos a un
amigo triste que necesitaba consuelo porque su novia se había ido de
vacaciones con otra mujer que era la novia de su novia. He visto a
gente luchar contra los celos, o mentirse a sí misma diciendo que no
los sentía. He tenido que fingir que no me importase que mi novio –
compañero, decimos– me hablase de su último ligue.

Lo he pasado algo mal y algo he aprendido de estas experiencias. Por


supuesto, he conocido también a parejas felices que compartían
amantes sin ningún tipo de problema.

Quizás esta matemática de los cuerpos es la parte más folclórica y


llamativa del todo el asunto. La parte difícil era la de construir día a día
relaciones duraderas poniendo en cuestión los roles sociales
asignados y los que cada uno acaba asumiendo en la pareja; la de
intentar respetar los espacios de cada cual en un compromiso virtuoso
sin dependencias obscenas ni sentirse abandonado en los momentos
difíciles; o la de construir interacciones igualitarias, sin regodearse en
la capacidad de dominio que te proporciona el que alguien te necesite.
Amarse, al fin, con libertad, pero al mismo tiempo, apoyo, compromiso,
mutua responsabilidad.
Eso ha sido infinitamente más difícil. Una amiga sabia de aquel tiempo
siempre me decía que habíamos derribado todos los muros, habíamos
puesto todo en cuestión, habíamos deconstruido el amor y las
relaciones, pero no pudimos conseguir un modelo alternativo sólido o
sostenible. (Mi amiga ahora está en un matrimonio bastante
convencional. Tiene un marido celoso. Lo lleva regular).

Lo que aprendimos en esa época, lo aprendimos del feminismo


En buena parte, todas estas experiencias estaban marcadas por las
enseñanzas del feminismo, también por un cierto influjo de la
liberación del deseo y de la puesta en cuestión de los roles de género
que aportaban las luchas LGTBI. Si jugábamos en fiestas y talleres a
actuar con el género cambiado, o si convivíamos con transexuales que
hacían relatos espectaculares y profundos de sus transiciones, estos
roles se evidenciaban más claramente en su condición de
performance.

Del feminismo aprendimos, por ejemplo, que emanciparnos como


mujeres solo se podría lograr si nos desprendíamos del ideal del amor
romántico. Aquí cada una hizo su camino. Para muchas, entre las que
me cuento, esto no significaba dejar de enamorarse o de disfrutar de
las emociones que provoca el enamoramiento por más que estén
“históricamente determinadas” o “socialmente construidas”. Quería
decir cosas como que tu felicidad en la relación es más importante que
la relación misma, por más intensidad que te recorra. Que si no te
hace feliz estar con esa persona, pues la relación no sirve.
Que el amor no es suficiente para sostener nada, hace falta
componerse de esas otras mil maneras que hacen posible la vida en
común. Que el amor no puede ser jamás una relación de dominio ni un
intento de control sobre el otro por más miedo que te dé perder a esa
persona. Y no siempre es fácil, claro. A veces nos sentimos tan solas,
somos tan frágiles. En esa época, aprendimos cómo estaban
vinculados el amor romántico y la violencia en la pareja. Pocos
obstáculos hay tan grandes para la igualdad de la mujer –y la felicidad
humana en general– como el modelo tradicional de romance, donde
los celos, la necesidad de posesión y el ser a través de la vinculación
con el otro están tan relacionados con la reproducción de la violencia
machista. Sin embargo, esos roles patriarcales, como dice bell hooks,
pueden ser asumidos también por mujeres tanto en parejas
homosexuales como heterosexuales cuando usan ese amor para
someter y dominar.

La idea que subyace es que la manera en la que se ha construido


socialmente ese sentimiento legitima cosas como leer los mensajes
del móvil de nuestra pareja o utilizar la violencia “pasional”. Aunque
hemos avanzado mucho, resulta alarmante cuánta gente todavía
piensa que los celos son una expresión de amor. Dice hooks: “Por
amor” las mujeres nos aferramos a situaciones de maltrato, abuso y
explotación. Somos capaces de humillarnos ‘por amor’ y, a la vez, de
presumir de nuestra intensa capacidad de amar”. Por supuesto, en el
día a día, pareja, amor y condiciones materiales de existencia tejen su
propia red. Cuando muchas mujeres además dejan sus trabajos para
dedicarse a las tareas de cuidado y del hogar, se generan
dependencias económicas que a veces atan más que el ideal
romántico.

El amor tiene más formas que las nubes


Somos frágiles, a veces, nos sentimos tan solas. Decía. El feminismo
nos habló de interdependencia. El ideal de persona independiente del
capitalismo liberal no sirve y además invisibiliza toda la trama de
cuidados –pagados o no– que sostienen esas vidas. Nadie puede vivir
sin ayuda de otros, ya sea en la enfermedad, o en situaciones difíciles,
ya sea en determinados momentos de la vida: infancia, vejez. También
hay muchas personas con diversidad funcional que necesitan a otras.
Por no decir qué tipo de vida sería una, donde no sostenerse nunca en
nadie significaría no apoyar tampoco a los demás.

No existe, pero tampoco es deseable. No es deseable pagar por todo


lo que necesitamos ni está al alcance de todas las clases sociales.
(Así como tampoco es justo que cuidar recaiga en las mujeres ya sea
retribuido o “por amor”.) Por eso, somos frágiles, como toda vida
humana. Por eso, seguimos formando familias, y todavía la mayoría
son nucleares –papá, mamá, hijos– aunque cada vez menos.

En aquel entonces, hablábamos de comunidades alternativas. La


okupación nos permitía sentir que teníamos una especie de familia
elegida porque convivíamos intensamente con otros. Decíamos:
“sororidad”, o “amistades fuertes capaces de conformar redes de
cuidados”. La pareja no es imprescindible, existen vínculos afectivos
que pueden sustituirla. O al menos, concluíamos, hacernos más
fuertes frente a dependencias amorosas que pueden llegar a ser
dañinas.
De todas formas, el modelo convivencial –elegir con quién vives, vivir
con amigos– por cómo se organiza el mercado de la vivienda es
difícilmente generalizable. Tampoco es sencillo. De aquel tiempo
quedan amigos, pero un tanto por ciento muy pequeño. Y la familia,
que en algún momento nos pudo pesar, sigue sosteniéndonos. Algún
que otro colega redescubrió a su familia cuando tuvo que irse a vivir
con los padres durante la crisis. Pese a todos los cambios, la
institución familiar resiste. Muta de innumerables maneras, se adapta,
pero ahí sigue. Todavía funciona a su manera porque no parece que
hayamos encontrado una manera de sustituirla.

Aun así, sabemos que la familia nuclear o patriarcal –papá, mamá,


niños–, e incluso sus variantes homosexuales, puede ser un pozo de
profundas insatisfacciones. Sobre todo cuando se cierra sobre sí
misma, y sirve para reforzar la autoridad paterna, la dependencia
femenina y de los hijos. Sin embargo, también constituye un refugio
para el viento helado de la individuación capitalista.

El amor en los tiempos de Tinder


Así, aunque la familia nuclear esté en crisis no es porque esté dando
lugar masivamente a nuevas comunidades alternativas basadas en
otro tipo de vínculos, sino a algo más parecido a un individualismo
exacerbado. Cambiar la dependencia de la pareja por la
independencia del mercado no parece una alternativa emancipadora.
Cada vez hay más divorcios y menos relaciones a largo plazo, pero
más singles –como estilo de vida–, y la pareja se vive culturalmente
como un estorbo a la libertad personal más que como un apoyo en las
propias dificultades. Algunas feministas como Arlie Russell Hochschild
hablan no solo de mercantilización de los cuidados, sino de
mercantilización de la propia vida íntima, de la vida familiar y de las
emociones.

El compromiso de por vida también está siendo sustituido por los


valores de mercado:  novedad, reemplazo continuo, miedo al
aburrimiento y a la repetición. Como dice Eva Illouz, las antiguas
exigencias de fidelidad o compromiso entran en contradicción con el
culto a la intensidad de la experiencia siempre nueva. No es extraño
así que para algunas personas el mito del amor romántico pueda
constituir incluso una suerte de refugio en busca de autenticidad o
estabilidad. Quizás por eso este mito siga teniendo tanto protagonismo
en los productos de la industria cultural. Que los cambios culturales
impulsados por las feministas sean también funcionales a nuevos
nichos de mercado es una de las contradicciones con las que tenemos
que convivir.
En el capitalismo contemporáneo, las libertades conquistadas
producen valor. Las feministas caminamos por el filo de estas
contradicciones sin un plano tratando de construir vínculos duraderos
y compromisos en libertad que nos hagan felices. Del feminismo
aprendimos a cuestionarnos lo heredado y a analizar críticamente el
presente, nunca esperamos un mapa detallado o un manual de
instrucciones sobre cómo amar.

En manos de cada una está la posibilidad de conseguirlo, y en la de


todas, luchar porque eso sea más fácil en una sociedad más justa e
igualitaria.
Acabo de terminar la última obra de Mari Luz Esteban: ‘Crítica del
pensamiento amoroso’. No voy a abordar temas tan profundos; aún
tengo mucho que reflexionar, que procesar, que repensar. Es cierto
que ya tenía ganas de leer algo así, de toparme de frente con una
lectura feminista del amor, y debo decir que no me ha dejado
indiferente.

Las feministas no hemos renunciado al amor. De


hecho, no tenemos nada en contra del amor, ya que
nosotras también nos enamoramos locamente, igual
que las demás. Eso sí: aunque lo intentemos, es
cierto que nos cuesta gestionar ese amor sin
obedecer a la norma hegemónica.

Las feministas siempre hemos defendido que el amor romántico


hegemónico ha perjudicado mucho a las mujeres: sí, me refiero a esa
idea del príncipe/la princesa azul; y qué decir del concepto de media
naranja o del odioso estribillo “sin ti no soy nada”. Podemos identificar
fácilmente la violencia con varias ideas asociadas al amor (y, más que
nunca, ahora que se acerca el 25 de noviembre), y, cuando nos
paramos a reflexionar sobre el tema, nos suelen surgir preguntas
increíblemente largas y contradicciones profundas. No obstante, este
libro me ha ofrecido alguna que otra respuesta (o, seguramente, más
preguntas) a esa otra pregunta que ya me rondaba la cabeza desde
hace tiempo: ¿cómo queremos o deberíamos querer las feministas?

He encontrado en diferentes espacios varias fórmulas que no me han


convencido o no me han funcionado. Ya tratamos de romper con la
monogamia, pero, muchas veces, el llamado poliamor no nos
funcionó. Muchas rompimos también con la heteronorma y con la
heterosexualidad obligatoria, pero eso tampoco nos ha liberado a la
hora de romper con todo lo que queríamos romper (y qué decir sobre
las contradicciones de las heteropracticantes feministas). Nos
quisimos deshacer de los términos “novia” (o “novio”), “pareja”, etc.,
pero tampoco hemos conseguido encontrar la manera de nombrar a la
que, al fin y al cabo, es nuestra pareja o nuestra novia, y, de esta
manera, hemos llegado incluso a desvirtuar a nuestra pareja,
convirtiendo nuestras relaciones en una especie de nebulosa.
Tampoco nos gustó el término “amiga/o especial”, ya que sabemos
muy bien que existe algo (o mucho) más que eso.

Igualmente, hemos tratado de romper patrones. Ya no hacemos la


maleta lésbica al segundo día para irnos a vivir juntas sin pensárnoslo
dos veces, y, a menudo, hemos postergado más de lo que
hubiésemos deseado eso de decir “te quiero”.

Pero todo eso no ha impedido que dijéramos y sintiéramos que


estamos enamoradas. Las feministas no hemos renunciado al amor.
De hecho, no tenemos nada en contra del amor, ya que nosotras
también nos enamoramos locamente, igual que las demás. Eso sí:
aunque lo intentemos, es cierto que nos cuesta gestionar ese amor sin
obedecer a la norma hegemónica.

Yo estoy enamorada desde hace un tiempo, no lo voy a negar.


Tampoco me cuesta admitir que estoy locamente enamorada, pero sí
que me cuesta pensar en todo lo que eso implica. No comprendo la
frase “el amor puede con todo”. Quizás es que soy joven, será eso; y
no sé si se trata de una filosofía feminista o de una filosofía egoísta,
pero debo decir que, al menos hasta el momento, esa fuerza del amor
me ha durado sólo mientras las relaciones me aportaban algo bueno.
No se me da bien rescatar, ni luchar, ni aguantar. No me
malinterpretéis; claro que lucho y trato de cuidar, endulzar y
embellecer lo que tengo con esa persona que está a mi lado (o
delante, o detrás, o encima o debajo); y tampoco le pido más a esa
persona (siempre que le apetezca). Las historias se viven, no se
tienen. Yo no quiero tener una relación; quiero vivir mis relaciones,
sentirlas, amarlas (y eso lo extrapolo al resto de mis relaciones, sea
con las amistades, con la familia, o con cualquier otra persona); y, si
no es así (y a esto me refería con lo del egoísmo), no me interesan
esas relaciones.
Hace tiempo decidí que quiero relaciones basadas
en el cuidado. Pero Aspaldi erabaki nuen zaintza
oinarri duten harremanak nahi ditudala niretzat. No
significa que “voy a estar ahí pase lo que pase”, ni
que voy a poner tu dolor, tus necesidades ni tus
penas por encima de las mías. El cuidado significa
ponerse en un mismo nivel de relevancia a la hora
de compartir algo. Cuidar a las demás significa dejar
que la cuiden a una

Trato de llevar hasta el final el concepto del cuidado (una idea que,
últimamente, está volviendo a cobrar fuerza entre nosotras). No dentro
de los parámetros de dependencia o del “todo por ti”, no; sino con la
intención de que eso a lo que he denominado “egoísmo”, eso de dejar
algo cuando ya no me sirve, mantenga una coherencia en mí. Como
ya tomé la decisión hace un tiempo, suelo decir que quiero relaciones
basadas en el cuidado. Una vez más, no me malinterpretéis: el
cuidado no consiste en hacerle un favor a una amiga cuando lo
necesita; el cuidado es algo mucho más complejo y grande. No
significa que “voy a estar ahí pase lo que pase”, ni que voy a poner tu
dolor, tus necesidades ni tus penas por encima de las mías. El cuidado
significa ponerse en un mismo nivel de relevancia a la hora de
compartir algo. Estar ahí. Cuidar a las demás significa dejar que la
cuiden a una; mostrar debilidad y fortaleza a un mismo nivel que las
demás, cuando así corresponda.

Yo aprecio muchísimo cuidar a mis amigas, y que ellas me cuiden a


mí. Me siento muy especial y afortunada por eso, y, cuando lo
trasladamos a un parámetro más “íntimo”, o, digámoslo tal cual, a una
relación de pareja, también me hace sentir afortunada. Ése es el amor
que quiero. Pero, atención: la intención de practicar ese cuidado no te
salva de perjudicar a alguien o de ser perjudicada; pero también se
puede hablar de eso.
El amor es algo muy hermoso. Sí, es así; tanto el amor entre amigas,
como el amor denominado como “de pareja”. Tiene la capacidad de
convertir un simple desayuno en la cosa más especial del mundo. Lo
mismo ocurre con un buen vino o con una buena cena. Incluso
caminar por la calle puede convertirse en algo especial cuando se
dispone de buena compañía. Y no quiero extenderme en el tema de
follar, en eso a lo que llaman “hacer el amor”. Quizás sea cuestión de
tópicos, o quizás se trate de ese peso que las feministas tratamos de
quitarnos de encima, pero yo no tengo ninguna duda: follar con esa
persona que me vuelve loca y me apasiona no es lo mismo que follar
con cualquier otra persona. En ese caso, el amor es capaz de
provocarte incluso lágrimas.

No voy a decir que yo tengo la solución, pero sí que


sé lo que no quiero, y eso es lo que las feministas
debemos asimilar

De todos modos, mi percepción del amor no siempre ha estado


relacionada con toda esa alegría ni con todas esas cosas bonitas; y,
con esta idea, quiero abordar el tema más agridulce que me ha
sugerido la obra ‘Crítica del pensamiento amoroso’. Esteban, como
antropóloga, suele valerse de entrevistas para realizar su trabajo; en
este caso, las ha utilizado para crear una etnografía muy especial, y la
última entrevista me ha afectado especialmente. Se trata de una
entrevista a una joven de 21 años y a un hombre(cillo) que es su
pareja. Es justamente la última entrevista del libro, y, yo que me
disponía a terminarlo felizmente, me he topado de bruces con la dura
realidad: las feministas tampoco nos libramos.

Puede que mi heterofobia haya tenido algo que ver, pero, a medida
que leía la entrevista, no podía parar de repetir: “¡deja a ese capullo!”.
Se trata de una tía feminista que tiene una relación con un tío pseudo-
majo pero juerguista, medio alcohólico, bastante baboso en ocasiones,
y dudoso cuidador. Y la chica con sus dudas. El chico, en cambio, bien
tranquilo, haciendo poco o nada por cuidar su relación; tranquilo, lejos
de cualquier idea que implique trabajar y cuidar su relación. Y, a mí, si
algo me enfada es la falta de cuidado, aunque no haya malos tratos.

No sé, pero cuando se acerca el 25, tiendo (y tendemos muchas) a


observar las relaciones amorosas, y me acabo sintiendo inquieta. No
voy a decir que yo tengo la solución, porque probablemente no exista
una solución mágica, y estoy segura de que muchas veces no he
acertado; pero sé, o, al menos, he ido aprendiendo qué es lo que no
quiero, y eso es lo que las feministas deberíamos asimilar. Siempre ha
sido así, amo las utopías, y los caminos que vivimos son precisamente
los que nos sirven para construirlas, y nos pasamos el tiempo viviendo
esos caminos en contra de todo lo que no queremos. Deberíamos
hacer lo mismo con el amor. Leed el libro de Esteban, y seguid
haciéndoos preguntas, seguid preguntándoos después de cada
entrevista: ¿qué haría yo si fuera esa mujer? Y seguid viviendo,
pensando, y, por supuesto, amando.
Sobre el amor romántico, el amor libre y alternativas (hetero)
Las dinámicas generadas dentro de las relaciones de amor romántico siguen
siendo, por desgracia, nuestro pan de cada día; incluso dentro de relaciones
con otros nombres. Esto lo expresa muy bien La Otra en una de sus canciones,
en la que dice: “nadie nos dijo que fuese a ser fácil sacarse de dentro los
cuentos de un príncipe azul”.
Vivimos en un mundo heteropatriarcal empapado de relaciones de un supuesto
amor que, tal y como nos hacen creer, es lo mejor que nos puede pasar; o
incluso lo único que hará que nuestra vida tenga sentido. Esas dinámicas
relacionales nos atan y nos amordazan cada día, no las dejamos de ver ni
siquiera en relaciones supuestamente libres, y eso nos preocupa y lo que es
peor, nos duele.

En este texto compartimos reflexiones con el fin de ayudar a deconstruir ese


aprendizaje, o al menos a ponerle palabras. Esperamos que os sea útil de la
misma forma que lo ha sido para nosotras escribirlo:

Una de las maravillas del feminismo es que nos ayuda a entender y


ponerlepalabras al sentimiento que hemos tenido y tenemos en todas y cada
una de nuestras relaciones.

Después de nombrarlo, entendemos que el amor romántico reproduce un


sistema de dominación. Nos explicamos: el amor romántico surge y se
construye dentro del régimen heteronormativo, aunque esto no quiere decir
que no exista el pensamiento amoroso romántico en relaciones entre personas
con otro tipo de identidades.

Es decir: sabemos que este término y todo lo que engloba (roles de poder,
celos, dependencia, control…) no se da únicamente en relaciones
heteronormativas, es más, se construye en este régimen y se extrapola a otras
relaciones entre otras personas, con otras identidades y no únicamente
afectivo-sexuales.

Para que nos entendamos: la mierda posesiva y jerárquica que se construye


entre los príncipes y las princesas Disney también se dan dentro de la relación
únicamente afectiva de Juanjo y Pepa. O entre María y Sonia, que son bolleras
y tienen una relación afectivo-sexual. De hecho, la posesividad y jerarquía se
introducen también en muchas ocasiones en nuestras relaciones amistosas.
Y ya que hemos tocado el tema de los príncipes y las princesas Disney; es de
Brigite Vasallo de donde sacamos el término “amor Disney” para referirnos a
lo que otras veces llamamos “amor romántico”. Esta autora hace la
apreciación de que ese romanticismo puede llevarnos a pensar en cenas con
velitas y revolcones frente a la estufa, y que en eso no está lo malo. Lo que
Vasallo señala es el veneno que hay en el siguiente paso, en la transformación
de ese romanticismo en un “amor Disney”. En la eternidad, la exclusividad y
el “amor único”.

¿Cuántas veces nos han bombardeado y bombardean con el mensaje de “el


amor verdadero es el primero”? Por no hablar de la nula autosuficiencia que
nos da la sociedad por no estar “complementadas” por un hombre
(heteropatriarcado en vena) “¿tienes novio ya?” “se te va a pasar el arroz”,
etc.
Lo que no nos cuentan nunca es que detrás de esas relaciones que las
películas, canciones y cuentos de hadas nos pintan tan bien, hay maltratos
psicológicos, físicos, violaciones y asesinatos. Esas relaciones que todas
hemos tenido, tenemos actualmente o conocemos a alguien muy cercana que
está o ha estado en esa situación. Relaciones que reproducen la realidad
patriarcal en la que vivimos. Si has llegado hasta aquí, estés o no de acuerdo
con lo expuesto, aconsejamos que le dediques un par de horas a ver y escuchar
a Pamela Palenciano, que lo explica a la perfección desde su vivencia
personal – vídeo
Visto que el amor romántico es una mierda y nosotras somos “súper
feministas”, un día leyendo sobre todo esto, se nos planteó la posibilidad de
dejar de estar aparentemente atadas poniéndole el nombre de “amor libre” a
nuestras relaciones. Y entonces: OH QUE MARAVILLOSA IDEA: SE VAN
A ACABAR TODOS LOS PROBLEMAS. Pues no. Echemos el freno, no
todo es tan bonito.

Somos conscientes de que la heteronormatividad, sus roles de género


impuestos y una retahíla de parámetros, normas e instituciones estructuradas
bajo el sistema patriarcal nos han condicionado y nos siguen condicionando en
nuestras relaciones. Pero esto no implica que la fe en querer cambiarlo sea el
único motor necesario para hacerlo posible.
La intención es importante, desde luego, pero de nada sirve decir “quiero
hacerlo” y no combatirse por dentro para conseguirlo. Esto es difícil, así que
vamos por partes:

Entendemos que la idea del “amor libre” es poder desarrollarnos como


personas individuales de forma autónoma y mientras compartir vida, lucha e
inquietudes (sexuales o no) con todas las personas que queramos. Pero
entendemos también que, cada persona individual que participa en estas
relaciones, tiene unas emociones, muchas de ellas alimentadas por
imposiciones según su posición social.
Es decir: muchas veces, nuestras expectativas y emociones en una relación
están impuestas por todo ese mundo Disney del que hablábamos más arriba.
Se nos impone socialmente que queramos a alguien que cambie por nosotras,
aprendemos a esperar indefinidamente esos cambios como la bella durmiente
que espera en la torre a ser rescatada. Socialmente, los conceptos de amor y
sacrificio están tan estrechamente relacionados que debería darnos miedo. Se
nos educa para que esperemos ciertas cosas en una relación, y así poco a poco
vamos dejando de escucharnos a nosotras mismas, hasta que no sabemos lo
que realmente queremos.

Está claro que no partimos de la misma base en una relación heterosexual,


cuando nuestras emociones impuestas han sido y son alimentadas para
hacernos dependientes, supeditando nuestro amor propio a nuestra estabilidad
en la relación con ellos. Mientras ellos, por mucha deconstrucción interna que
lleven a cabo, seguirán manteniendo y expresando su posición porque en
algún momento querrán aprovecharse (aunque sea inconscientemente) de lo
que esta misma les proporciona.

En estas relaciones, nosotras seguimos teniendo el rol de cuidadoras y


asistentes, que no está mal si así lo decidimos, pero si estamos construyendo
relaciones horizontales, qué menos que equiparar los cuidados y destruir los
roles impuestos socialmente ¿no? Sabemos que deconstruir los privilegios que
la sociedad te da por pertenecer a un grupo opresor puede ser difícil, porque
implica enfrentarse a un montón de contradicciones, pero a nosotras nos va la
vida en ello.

Por tanto, siguiendo con el tema, sentimos que lo bonito de las relaciones
libres no impuestas, es que no existe una presuposición sobre lo que es esa
relación o el hacia dónde va, sino que es una relación que se construye
mediante la comunicación con la/s otra/s persona/s de la misma.

¿Se pueden tener relaciones abiertas sin la necesidad de hablar las cosas? Sí,
claro, por supuesto. Pero no presupongas que las otras personas son como tú y
tampoco quieren hablarlo. Habrá que comunicar a la otra parte que no se
quiere hablar para que no sea una decisión unilateral.

Esto puede parecer una bobada, pero entra dentro de esa revolución tan
importante que deberíamos hacer todas antes de hacer ninguna otra: “la
revolución de los cuidados”. Empatizar con la/s otra/s persona/s, ponerse
límites personales y comunicar esos límites para que las demás implicadas en
la relación elijan libremente en base a sus límites personales automarcados.
Vamos a poner un ejemplo heterosexual de esto: A Juan le gusta Andrea y a
Andrea le gusta Juan. Andrea es capaz de llevar las relaciones
afectivosexuales que tiene Juan con otras personas que ella conoce o no, pero
tiene un límite y es que no lleva bien que sean personas demasiado cercanas.
A Juan le gusta una amiga cercana de Andrea.
Sería genial que Juan le dijese a Andrea que le gusta su amiga, puesto que,
empatizando, es obvio que la imposición social no le va a hacer erradicar los
celos y que si Juan se lía con la amiga de Andrea, puede que Andrea lo pase
mal. ¿Qué pasa si Juan se lo dice a Andrea? Que Andrea decide libremente
como afrontar esa situación. FIN.

No somos menos poliamorosas por saber identificar hasta donde estamos


dispuestas o hasta donde podemos llegar. Es más, implica una escucha interna
enorme que nos va a ayudar a crecer.

Es posible que nuestros límites emocionales vengan impulsados por esas


emociones impuestas, como los celos, pero obviarlos es absurdo, porque
existen y duelen igual. Mejor ir destruyendo poco a poco las contradicciones
que nos generan, que hacer como si no existieran y que nos destruyan como lo
han hecho hasta ahora con todas y cada una de nosotras.
Como dice una buena amiga, que también ha participado en la elaboración de
este texto: ‘’todo es una cadena, todo confluye y choca, siempre quedan cosas
por pulir y así será en este sistema.”
Vivimos desde el YO, desde el ego, por eso a veces no vemos las opresiones
que ejercemos, ni a las que nos someten o nos sometemos. Y viviendo en la
era del aislamiento egocéntrico, cosas tan necesarias como lo comentado
anteriormente (cuidados, apoyo mutuo, revisión de privilegios) se hacen
cuesta arriba y provoca que derrocar todo un sistema de relaciones personales
se vuelva difícil, incomodo, lento, vertical y doloroso.

Por tanto, creemos que en ningún caso es justificable que un término que se
supone que es creado para englobar prácticas relacionales liberadoras, acabe
por legitimar actos egocéntricos (algunos cargados de privilegiados) si estos se
realizan sin estar bajo la premisa del respeto.

Se trata de concebir la libertad individual como un bien inexpugnable pero no


ajeno a todo lo que le rodea; podemos hacer lo que queramos, siempre y
cuando asumamos las consecuencias de nuestros actos y no olvidemos que no
somos el ombligo del mundo y que a menos que vivamos aisladas en una
cabaña en el monte. Lidiar con el plano colectivo es algo cotidiano, importante
y a cuidar

Luchar contra este modelo de mundo basado en la competitividad, el egoísmo


y los privilegios sociales, exige establecer y mantener un equilibrio entre la
autocrítica, la autoestima y la constancia.

A modo de síntesis: como hemos dicho antes, quizá otra de las cuestiones más
importantes a tener en cuenta para comenzar a disfrutar las relaciones con el
resto de personas de maneras no normativas, sería la sinceridad y la
comunicación. No exigirse más de lo que puedas dar, asumir tu punto de
partida sin culpas, demonizaciones ni victimizaciones. Sabiéndote responsable
de tus actos y sentimientos, siendo consciente del contexto y de cómo este te
ha influenciado, estableciendo objetivos concluyentes sin pecar de
inmediatistas e ir avanzando poco a poco, con paciencia, contigo misma y
junto a tu manada.

En definitiva: nos encantaría tener la solución a todos estos problemas y dar


una alternativa real a esto, que viniese con un libro de instrucciones para no
perdernos por el camino, pero todas sabemos que no existe. Nos quedan
muchas lágrimas, frustración, desilusión, desgana, enfado, culpabilización
inconsciente e impuesta. Pero afortunadamente también nos queda mucho
análisis y muchas amigas que nos acompañan en los mismos.

Terminamos citando a una de nuestras “maestras” en este tema, Mari Luz


Esteban sobre la necesidad de repensar el amor:

“Cualquier teoría política y radical del amor requiere, por tanto,


contextualizarlo y descomponerlo analítica y culturalmente, requiere mostrar
de qué estamos hablando cuando hablamos de amor. El dilema no es si el
amor importa o se puede vivir o no sin amor, el dilema es cómo redefinirlo,
construirlo y aprenderlo de maneras alternativas. Es posible que en una era
que reivindica el amor por encima de todo lo demás (ojo, el amor de pareja, no
el amor a la naturaleza o a les amigues, etc) sea difícil vivir sin vínculos
amorosos. Pero en todo caso parece urgente de-construirlo, des-centrarlo, des-
encarnarlo y re-enmarcarlo.”

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