Está en la página 1de 3

Luego del éxito de la Vida de las Plantas, en el que se rinde homenaje al reino vegetal, el filósofo

italiano Emanuele Coccia continúa su reflexión sobre la mezcla y la transformación de los vivientes
en Metamorfosis La tesis es radical e insólita: humanos, bacterias, virus, plantas, animales, somos
todos una misma vida, que pasa de forma en forma, se transmite desde hace siglos de especie en
especie, de reino a reino, y seguirá su curso. Hay algo tranquilizador en este ensayo luminoso que,
al describir la continuidad de la vida, devuelve al hombre a su lugar: un vehículo de la vida entre
tantos otros. El nacimiento no es su comienzo, como la muerte no es su fin.

Usted trabaja sobre la relación entre los vivientes. ¿Qué opinión tiene sobre el Coronavirus?

Todo virus es inquietante: su vida es la transformación, a veces mortal, de otras vidas. Es la


demostración de que la vida que nosotros consideramos nuestra no nos pertenece. Ella puede
volverse en cualquier momento la vida de otro, incluso de la vida biológica y anatomicamente más
activa, el virus, que se puede instalar en nuestro cuerpo y volverse su dueño.
El virus es la evidencia del cambio propio de la vida, pero como si existiera aparte de los seres
vivos: en este sentido, es el ejemplo perfecto del futuro. Lo venidero es, como un virus, una fuerza
de desarrollo de la vida que no nos pertenece, es una enfermedad benigna que obliga a los
individuos y a las poblaciones a transformarse, a no eternizarse. Es por eso que el futuro no tiene
necesidad de existir, como el pasado, como un monumento: es la realidad más minúscula, tan
pequeña como el Coronavirus, la que puede poner en crisis un aparato técnico inmenso de muchos
siglos, y la vida de un planeta entero, de un momento al otro.
Cualquier virus, y este virus en particular, nos enseña, entonces, a no medir la potencia de un ser
viviente sobre la base de sus disposiciones biológicas; cerebro, neuronas. Rompe, también, nuestro
extraño narcisismo: en el antropoceno, seguimos contemplando nuestra grandeza, incluso
negativamente, y nos magnificamos en nuestras potencias malignas, destructivas « Miren lo
poderosos que somos».
Los virus nos recuerdan que, no importa qué forma de vida sea, tiene la fuerza como para destruir el
presente y establecer un orden desconocido, inaudito. El Coronavirus muestra, al fin y al cabo, que
la vida se burla de las fronteras, de las entidades políticas, de la distinción de razas, que la vida
mezcla todo, reúne todo. Es bastante liberador

¿La metamorfosis, según usted, es lo que caracteriza la vida ? ¿Cómo la define?

La metamorfosis es la continuidad entre todos los vivientes, presentes, pasados y futuros:


comparten todos y todas una sola y misma vida. Fíjense en cualquier ser viviente: es necesariamente
la transformación de la vida lo que la precedió y la que le dio nacimiento. Una misma vida anterior,
pero capaz de existir más allá de la vida y de manera diferente. Esta continuidad de la vida no es el
orden de nacimientos dentro de una misma especie, sino la relación entre todas las formas de vida.
Según Darwin, todas las especies son una metamorfosis de una especie precedente: todas las
especies son una sola y misma vida que se transmite desde hace siglos de especie en especie, de
reino a reino, y así continuará para siempre. Cada uno de nosotros es la vida de los otros: eso es la
metamorfosis. Yo soy la vida de mi madre, catapultada al exterior de su cuerpo y obligada a vivir
separada de ella. Pero yo soy, también, la vida de los primates, catapultada al exterior de su especie.
Soy la vida de un virus que está en mí, y seré pronto la vida de esos vegetales que se alimentarán de
mi cuerpo…

Esta idea de continuidad pone en cuestión la idea de nacimiento como comienzo de la vida…

El nacimiento se concibe como un comienzo absoluto y como un proceso individual, o es como un


pasaje que lleva una misma vida de una forma a otra, de una especie a otra. La vida que nosotros
somos y que expresamos existía antes de nosotros, y aquella de nuestros abuelos, en un pasaje
continuo que llega hasta el principio de la vida en el planeta. Es por este corredor que el individuo,
la especie y la tierra se comunican, los unos y los otros, se metamorfosean los unos en los otros. Es
por eso que no hay nada más universal que el nacimiento: una bellota, un hongo, un gato, una
bacteria, son todos seres definidos por el nacimiento. Todo niño es un cuerpo al que se le ha
impuesto, a su materia original, una metamorfosis, todo ser nace a partir de otro cuerpo: nacer no
significa poder separar la propia historia de la historia del mundo. El nacimiento, en este sentido, es
es un proceso de migración de la vida, dejamos migrar en nosotros un yo, un soplo venido desde
afuera. Todo parto es una continuación de la tectónica de placas.
A pesar de eso, el nacimiento es un tabú. Nuestra cultura, dominada por los hombres, que no
tuvieron la ocasión de dar vida, está sin duda obsesionada con la muerte. Existe muy poco trabajo,
muy poca literatura sobre el nacimiento, que permanece como un misterio.

Así, ¿La muerte no puede ser pensada como lo opuesto de la vida?

La muerte es un capullo que permite los pasajes entre la vida de una especie a otra. Ella abre los
cuerpos definidos por una vida humana a otras formas de vida, en el sentido de que ese cuerpo se
volverá desafortunadamente -o afortunadamente- alimento de gusanos, de bacterias, de hongos, y
que esa vida se transformará en los cuerpos de otros.

¿La vida es la misma en el cuerpo de un hombre, de un gusano o de una flor? ¡Es


escalofriante!

Pero también es liberador. Pase lo que pase, continuará, con o sin mí, más allá de mis errores. No se
trata de mí, es la vida pasada y futura que me atraviesa, como una fuerza telúrica. A mí eso me
tranquiliza enormemente

El acto de comer es para usted crucial en la metamorfosis de la vida. ¿En qué sentido es una
manifestación de la universalidad?

La experiencia más reconfortante de la alimentación se encuentra allí: vivimos la misma vida que el
ser comido. Esa unión de parentesco entre todos los seres vivos se encuentra en las bases de la
ecología, que se remontan al en el siglo XVIII. Al principio entrañaba un gran escándalo, porque
suponía la idea de una guerra de todos contra todos. Una manera de neutralizar esta guerra fue hacer
una traducción termodinámica del fenómeno: comer como un intercambio de energía. Pero esta
metáfora no revela que comemos seres vivientes, que no podemos sino comer seres vivos. Cada vez
que comemos, contemplamos la identidad absoluta de la vida del comedor y del comido. Eso no
quiere decir únicamente que hay un ser vivo en el tomate, sino que hay algo del tomate en mí, y por
lo tanto el espacio que compartimos no es sólo energético sino también metafísico. El acto de comer
es un acto de multiplicación de lo viviente y de distribución integral de la vida. Un ser desaparece,
pero no desaparece en realidad porque eso eso permite a la vida seguir su curso.

¿Hay allí una crítica al veganismo y a la causa de los animales?

El antiespecismo es válido en el sentido de que no hay especies, toda especie es un patchwork, una
mezcla de otras especies. Por consiguiente, no se puede considerar que el humano sea más digno
que los otros porque la humanidad no existe, es un Frankenstein de otros vivientes. Es un estado de
agregación temporal de una vida que es la misma en todos lados. El humano se ha dado el derecho
de comer todo, como un virus tiene el derecho a destruir todo. Queriendo sobrepasar el
antropocentrismo, algunos han comprendido los derechos otorgados a los humanos como extensivos
hacia la totalidad de los animales. Pero la animalidad es, de hecho, un problema « humano,
demasiado humano ». Se criminaliza un acto, el de comer, que está en el principio de la vida. Los
animalistas tienen en el fondo una concepción pequeñoburguesa, hiper-liberal de la vida. Cada cual
debe quedarse con lo que le pertenece y no debe tocar a los otros. Una visión que se fundamenta
sobre la idea de la propiedad de la vida y de una identidad estricta, definida, se encuentra en las
antípodas de lo que yo defiendo como metamorfosis.

Si nuestra vida, según sus palabras, « no tiene nada de individual ni de exclusivo » ¿cómo
llevamos nuestro trecho del camino, y qué filosofía creamos sin la noción de « yo » ?

Decir que la vida no es personal no significa que no exista el yo. La vida es necesariamente singular
para cada uno de nosotros. Pero el fundamento de ese yo no está contorneado, la fuente y la forma
del yo no coinciden. El yo no es más que un vehículo, algo que transporta siempre otra cosa que sí.
Tomemos un ejemplo concreto: cada uno de nosotros es hijo o hija de alguien más. Yo soy la carne
de mi madre. Yo soy mi madre, literalmente, repetida y coaccionada a vivir fuera del cuerpo de mi
madre, separado de ella. Es este desplazamiento que genera la individualidad, la singularidad. Quizá
eso explica por qué la vida es tan difícil, por qué vivimos tan torpemente: yo estaba programado
para vivir la vida de mi madre, y no otra. Esta singularidad nació de un accidente. Habrá que
extender estas reflexiones a nuestra humanidad: lo que nosotros llamamos especies, el rejunte de
accidentes que nos permiten distinguir los gemelos siameses que son los hombres y los primates, el
virus y los hongos…. Nosotros estamos lejos, seguimos líneas diferentes pero somos la misma vida.

« Se nos quema la casa», decimos para hablar del cambio climático. Pero según usted, la casa
no es una buena imagen para hablar de esta vida común. ¿Por qué?

¡Porque es incluso una imagen peligrosa! La ecología se respalda sobre una base patriarcal de la
cual deberíamos alejarnos. Pensar la casa como un orden ideal y absoluto no tiene nada muy bello.
La casa alberga ciertamente una coexistencia pacífica entre los individuos – y no siempre- , pero es
sobre todo, por definición, un instrumento de exclusión: yo estoy en mi casa y los otros están
afuera. El nombre de la ecología mismo reposa sobre esta imagen (fue inventado en 1866 por el
biólogo alemán Ernst Haeckl, a partir del griego oikos, casa, y logos, ciencia).
Históricamente, el primero en querer pensar la totalidad de las especies vivas sobre la tierra fue Carl
von Linné (1707-1778), pues se creía que las especies eran fijas. Es un universo fijista, en efecto,
donde no se establece ninguna relación de parentesco entre las especies, el único punto de vista
posible para abrazar la totalidad de lo viviente es Dios. No se puede culpar a los naturalistas de la
época, no se podía hacer de otra manera: siendo Dios el padre de todos, ellos se veían forzados a
concebir el mundo como la casa donde este padre gobierna, reina. Pero es una imagen patriarcal: la
casa es un espacio donde cada uno tiene su lugar. La ecología es la ciencia que piensa a los vivos
como eternamente asignados al domicilio. Ahora bien, en realidad nos mudamos sin parar,
ocupando la vida y los cuerpos de otros, por eso deberíamos tachar la palabra ecología y preferir la
imagen de la ciudad. ¡Nos haría falta un Ibsen de la ecología que denuncie los horrores de la familia
y de la vida doméstica!

También podría gustarte