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INTELIGENCIA
EMOCIONAL
Cuando un niño ingresa al Jardín de Infantes lleva consigo pautas de crianza y educación
familiares, y sociales, que de alguna manera establecen un modo “adecuado” de expresar sus
emociones y de vincularse con los pares y adultos que lo rodean. En estos primeros entornos, la
mamá o el referente de crianza, van habilitando formas aceptadas –de acuerdo a estilos familiares
y pautas culturales- sobre la expresión de las emociones que se visibilizan como positivas o
negativas, permitidas o rechazadas.
INTELIGENCIA EMOCIONAL
Daniel Goleman (1995) define a la inteligencia emocional como: “la capacidad de reconocer
nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivar (nos) y de manejar adecuadamente
las relaciones”. El que los niños aprendan y dominen las habilidades sociales y emocionales, les
ayudará no solo en la escuela, sino también en todos los aspectos vitales. Numerosos estudios han
descubierto que los jóvenes que poseen estas habilidades son más felices, tienen más confianza
en sí mismos y son competentes como estudiantes, miembros de familia, amigos y trabajadores.
Para que un niño comience a reconocer y aceptar las manifestaciones de sus emociones,
necesita de un adulto que posibilite su expresión y simbolización a través de la palabra, que lo
acoja sin juzgamiento, desde una intervención afectiva, cuya intencionalidad sea buscar la manera
de calmar esa manifestación y le asegure sentirse aceptado y querido. Las intervenciones que el
docente realiza para mediar ante una situación de conflicto, ante un estallido emocional de un
niño, muestran modalidades de actuar que el grupo en su totalidad va a asumir como las
“aceptadas”. Por eso es importante que se fundamenten en la aceptación y el respeto marcando
una asimetría en la vinculación, es decir es el maestro el que puede conciliar o mediar en esa
situación, porque no es parte de ese enojo/ o conflicto y posee una empatía con el o los
involucrados que le permite comprender la situación. Cuando el trabajo con las emociones toma
un lugar en la educación, en los tiempos diarios de enseñanza, el docente puede entender que no
es “que perdimos todo el tiempo porque se la pasaron peleando”, o “te perdiste de jugar porque
estuviste enojado todo el día”, sino que se habilitó un tiempo y un espacio de aprendizaje para
que ese niño o niños puedan expresar sus emociones y expandan sus posibilidades de encauzarlas
y expresarlas a través de la palabra.
En el Diseño Curricular se especifican las formas de enseñar características del Nivel Inicial. A
continuación se presentan posibles intervenciones docentes, que en el contexto de los ámbitos de
experiencias, implican cotidianamente el abordaje de las emociones. En este sentido, se afirma
que la educación emocional no puede asociarse a alguna forma de enseñar en particular ni a un
ámbito de experiencia específico, ya que debe considerársela de manera transversal en todas las
propuestas de enseñanza.
Un docente atento que sabe observar, puede intervenir a tiempo para establecer la calma,
contener un desborde, ayudando al niño a regular su emoción desde el contacto físico- que
habilite el niño- abrazándolo y tranquilizándolo desde la corporeidad, cuando no logra hacerlo
desde la palabra. Este tipo de intervenciones favorecen la regulación de las emociones y la
construcción de esquemas mentales acerca de cómo empatizar con el otro.
Acompañar desde el andamiaje afectivo implica, por un lado, contener al niño y dar respuesta
a sus angustias, llantos y necesidades, pero también, poder retirarse a tiempo- más no
ausentarse- para favorecer el traspaso de la regulación de sus propias emociones, para que
aprendan progresivamente a calmarse y a expresar con palabras aquello que sienten.
Actitudes como mirarlos a los ojos mientras nos hablan, tomarles las manos mientras
escuchamos atentamente lo que nos cuentan o acariciarles la cara tras la escucha, ayudan a
transmitir que se está aceptando lo que están sintiendo y por lo tanto se favorece a que ellos
se sientan comprendidos emocionalmente por un adulto empático y respetuoso de las
emociones de los demás.
Acompañar con la palabra implica que los niños escuchen del docente palabras que den
cuenta del reconocimiento y aceptación hacia lo que los niños están sintiendo internamente.
Cuando un niño se muestra enojado, triste o tiene miedo y recibe expresiones como, por
ejemplo; ” veo que estás enojado”, “ese empujón que recibiste te hizo poner triste”; “veo que
te da miedo estar sin luz”, sienten que tienen permiso para expresar sus emociones y
seguramente aprendan con más facilidad cómo encauzarlas.
La alfabetización emocional supone llamar a la emoción, y sus diferentes matices, con los
nombres que las definen: alegría, miedo, tristeza, enojo, desagrado, sorpresa; generando
condiciones para desarrollar la capacidad de comunicación (mediatizar con la palabra,
dándoles la voz, habilitando espacios para que puedan expresarse, por ejemplo). Es
conveniente aclarar que no se trata de “encasillar” o armar un “catálogo” de los estados de
ánimo, sino que se trata de un proceso constructivo personal de externalización de procesos
internos.