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Ejes de contenidos:
Concepciones teóricas de familia, “orígenes”. El lugar fundacional de las familias en la intervención
profesional. Paradigma humanista dialéctico. La comprensión como fundamento de la investigación
profesional. El Paradigma Comunicacional en T.S. La cooperación inteligente de George Mead.
Bibliografía de referencia:
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PAIDEIA, Mar del Plata.
DI CARLO, E. y Equipo (2005). Bases de la metodología del Servicio Social. Fundación PAIDEIA-
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MEAD, George( 1986 ) Espíritu , Persona y Sociedad, Bs.As., Editorial Paidos.
MENAND, Louis (2002) El club de los metafísicos, Historia de las ideas en América, Barcelona,
Ediciones Destino.
PERLMAN, Helen (1992). El Trabajo Social Individualizado. Méjico: Ed. RIALP, S.A.
RICHMOND, Mary (2005). Diagnóstico Social. Siglo XXI Editores de España. (1ra. Ed. 1917,
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EIEM.
TRAVI, Bibiana (2011) “Una adelantada. Mary Ellen Richmond (1861- 1928)”, Las 12, suplemento
Página 12.
Videos sugeridos:
12 hombres en pugna, año 1957. Estados Unidos, dirigida por Sidney Lumet .Henry Fonda,
Martin Balsam, John Fiedler, Lee J. Cobb, E. G. Marshall, Jack Klugman, Edward Binns,
Jack Warden, Joseph Sweeney, Ed Begley, George Voskovec y Robert Webber.
https://zoowoman.website/wp/movies/12-hombres-sin-piedad/
Las Bostonianas, Año 1984. Duración 120 min. País Reino Unido Reino Unido. Director
James Ivory. Guión Ruth Prawer Jhabvala
https://www.youtube.com/watch?v=2tEBB8sAMOA&list=PLJ8Um1T__dEdzzjlD-
A3VBBZqILH7gX1V&index=2
Las sufragistas. Año 2015. Reino Unido. Protagonistas: Meryl Streep, Carey Mulligan,
Helena Bonham Carter, Ben Whishaw. Película en línea:
https://www.youtube.com/watch?v=DphSUmaZ-VU
“Ya han transcurrido quince años desde que comencé a tomar notas, reunir documentos de
referencia e, incluso, redactar unos cuantos capítulos para un libro sobre trabajo social con familias.
Con él, quería ofrecer a los más jóvenes de entre aquellos que se internaban por vez primera en el
sector de las organizaciones benéficas una explicación de los métodos que habían resultado útiles
a sus antecesores. Sin embargo, pronto fui consciente de que no existían métodos u objetivos
propios del tratamiento de las familias que acudían a una organización benéfica (COS), o que
estuvieran adaptados exclusivamente a las mismas. En lo fundamental, los métodos y objetivos del
trabajo social de casos eran o debían ser los mismos en cualquier situación, independientemente
de que se aplicarán a un paralítico sin hogar, a un niño abandonado de padres alcohólicos o a una
viuda con niños de temprana edad. Por supuesto, en función del tipo de discapacidad social
sometida a tratamiento, algunos procedimientos eran propios de un grupo de casos y otros de otro
grupo. Sin embargo, los elementos que debían ser subrayados en relación con el trabajo de casos
eran aquellos comunes a todas las situaciones. A pesar de que la división del trabajo social en
departamentos y especialidades era conveniente y necesaria, seguían dándose semejanzas
esenciales En el caso de otros profesionales - por ejemplo, médicos o abogados -, ya existía un
conocimiento de base común. Si un neurólogo consultaba a un cirujano, ambos sabían que el otro
conocía los elementos propios de toda una serie de ciencias fundamentales, así como la
experiencia formulada y transmitida por los miembros de su profesión. Pero, ¿qué conocimiento
común podrían asumir los trabajadores sociales en un caso similar? Esta fue la pregunta que me
planteé, hace quince años. Entonces creía -y aún lo sigo creyendo- que los elementos que
componen el diagnóstico social, una vez formulados, los podría constituir una parte del saber
común de todos los trabajadores sociales, y que, con el tiempo, debería ser posible inferir, en
cualquier trabajador social, un conocimiento y dominio de dichos elementos y de las modificaciones
aportadas por cada década de desempeño de la profesión. Aunque este enfoque restringía el tema
de mi libro a los procesos iniciales del trabajo social de casos, al mismo tiempo lo ampliaba
notablemente puesto que se requería, para su tratamiento, la experiencia acumulada por los
diferentes tipos de dicho trabajo. Como directora de una gran entidad para la atención a familias,
Dra. Rosa Soto
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disponía, en aquel momento, de poco tiempo para llevar a cabo el estudio, por lo que tuve que dejar
a un lado este proyecto durante prácticamente nueve años. No obstante, hace más de seis años,
tras mi nombramiento como miembro de la dirección de la Russell Sage Foundation, lo retomé de
nuevo. Entre tanto, había comenzado a abrirse camino en mi mente la inmensa utilidad de la
evidencia social, el diagnóstico social y el tratamiento social, tanto en el sector más especializado
como en otras profesiones, incluso cuando estas últimas se dirigen a individuos que no son ni
dependientes ni delincuentes. No cabía duda de que el trabajo social de casos podía complementar
las labores judiciales, sanitarias o docentes. Por otra parte, en algunas ciudades estadounidenses,
existían grupos de trabajadores sociales que estaban desarrollando una notable tarea en las
entidades sociales más comunes. Estaban elaborando, en concreto, un método de diagnóstico para
el tratamiento de las dificultades a las que se enfrentan los seres humanos, al que debería
ofrecérsele la oportunidad, fundamentalmente en su periodo formativo, de crecer para alcanzar el
estatuto de técnica social, libre de las convenciones profesionales de gran arraigo, ya sea en los
tribunales, los hospitales o los centros docentes. Retomé, por segunda vez, este proyecto en el
invierno de 1910-1911, con un punto de vista bastante diferente del que tuviera en un primer
momento, y con la determinación de llevar, en la medida de lo posible, mis indagaciones más allá
de los límites marcados por mi propia experiencia personal. Francis H. McLean, compañero en la
Russell Sage Foundation en ese momento, me prestó una ayuda excepcional en el desarrollo de
esta tarea, al solicitar a un grupo de trabajadores sociales de casos (en su mayor parte, aunque no
todos, ligados a organizaciones benéficas) una descripción breve e informal de sus métodos y
experiencias a la hora de tomar las medidas que, en su trabajo, preceden la elaboración de un plan
de tratamiento. Este grupo se incrementó posteriormente, y algunos de sus trabajos acerca de
cuestiones como las fuentes vecinales actuales, las relaciones con los empleadores en el análisis
de un informe laboral, los métodos de realización de una primera entrevista, etc.- se imprimieron
con carácter privado y se facilitaron, de forma limitada, a los miembros de organizaciones benéficas.
Se hizo, en parte, para sacar el máximo partido posible de las críticas. Además, los trabajos tenían
un enfoque demasiado experimental que imposibilitaba su publicación. Pese a ello, contenían
pasajes de incalculable| valor, de los que se ha efectuado un uso libre en la Parte II del presente
libro, citando, no obstante, su procedencia. El siguiente paso consistió en la contratación de dos
trabajadoras sociales de casos experimentadas -una en el trato con familias y otra en el campo
médico-social-, que se encargarían, durante un año, del estudio de informes de casos reales.
Dra. Rosa Soto
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tratamiento de un tipo de caso a otro -del trabajo con familias a la protección de menores, de trabajar
en un settlement1 a tratar a sujetos en libertad condicional o a realizar una tarea de tipo médico-
social-, para conocer las modificaciones existían pocas cosas más fáciles de identificar que el
informe completo de un caso de trabajo social. El experimento, pese a sus limitaciones, nos ha
proporcionado enseñanzas de gran valor que se recogen en estas páginas. A pesar de que en gran
medida, un tratamiento estadístico del diagnóstico social no resulta concluyente se efectuó un breve
análisis estadístico para medir, de forma aproximada, la frecuencia relativa con la que se consultan
las diferentes fuentes externas de información y cooperación. Gracias a la colaboración de
cincuenta y seis entidades sociales que desarrollaban diversos tipos de trabajo social de casos en
tres ciudades diferentes, pudimos elaborar una lista de las fuentes externas por ellas consultadas
en cincuenta casos. Los resultados de este estudio se exponen en la Parte II y en uno de los
apéndices. Los métodos enumerados nos facilitaron los datos expuestos en la Parte II. El análisis
de dichos datos y la determinación de sus aspectos más significativos han constituido un trabajo
de tales dimensiones que se ha extendido durante varios años. Se han citado fielmente en este
libro los errores descubiertos. Dado que los métodos aplicables al trabajo de casos se desarrollaban
a un ritmo vertiginoso, probablemente, ahora, los errores hallados pertenezcan al pasado. No
obstante, puede que queden algunos. Se probó otro método de recopilación de datos a las
variaciones del proceso que permite la elaboración del diagnóstico. ¿Cómo podrían estas
variaciones, muchas de ellas propias de los diferentes tipos de discapacidad social, expresarse con
una amplitud y concisión suficientes para servir de referente en el quehacer diario? Se trataba de
elaborar, a partir de múltiples sugerencias de especialistas, una serie de cuestionarios tipo que no
consistieran en preguntas dirigidas al cliente del trabajador de casos, sino en listas de interrogantes
sugestivos de tal forma que, al formularlos, el trabajador considerara que valdría la pena
planteárselos a sí mismo. Un listado de preguntas, como el presentado en la parte III, siempre
puede ser susceptible de malinterpretaciones; no cabe duda de que se trata de un instrumento poco
pulido, pero ni yo ni mis colaboradores hemos hallado otra forma de proporcionar al trabajador de
casos una perspectiva global de las posibles implicaciones de una discapacidad dada. Se percibirá
que no todos los cuestionarios han sido elaborados por la misma persona. Algunos han sido
1
Los settlements eran instituciones fundadas y mantenidas dentro de una gran ciudad, con frecuencia bajo auspicios de alguna
iglesia, colegio u organización semejante para proveer servicios educativos, recreativos, médicos y de otro tipo a la comunidad.
[N. del T.]
Dra. Rosa Soto
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borrador. Francis H. McLean encabeza esta lista, así como las dos lectoras de casos, Hilbert F.
Day y H. S. Amsden. Asimismo, estoy en deuda con Margaret F. Byington y Caroline L. Bedford, y
con mi actual asociada, Mary B. Sayles. Por último, deseo extender mi agradecimiento a los
departamentos de investigación social de la Escuela de Educación Cívica y Filantrópica de Chicago
y a la Escuela de Trabajo Social de Boston que han sido de gran ayuda en la recogida de material.
En 1914, como profesora de la Escuela de Filantropía de Nueva York, usé algunos datos que había
recogido en un curso de seis conferencias. En aquel momento negué -y lo vuelvo a hacer ahora-
que la participación desmesurada en discusiones técnicas sobre el método convierta a alguien en
un eficaz profesional. No sólo es necesaria la práctica, además del conocimiento teórico, sino que
la posesión de una personalidad fuerte y atractiva resulta un factor indispensable. El método que
ignora o dificulta la individualidad del trabajador no sólo está condenado al fracaso en el trabajo
social, sino también en la enseñanza, el sacerdocio, el arte y en todo esfuerzo creativo. Aunque en
ninguna de estas disciplinas los profesionales han rechazado la utilidad del estudio de los procesos
en su propio campo, en ninguna se ha considerado el conocimiento ordenado como enemigo de la
inspiración. Phillips Brooks dijo en una ocasión: "Cuanto más brilla y arde la cabeza vacía, más
hueca, flaca y seca llega a ser". Cualquier trabajador social que se haya visto obligado a
recomponer las piezas esparcidas por un supuesto genio que prescinde de los precedentes y la
técnica, no dudará en afirmar que deja tras de él un territorio completamente arrasado: el trabajador
social que sólo se guía por la inspiración o el que acata estrictamente las normas y las fórmulas. A
aquellos que consideren escasas algunas de las referencias bibliográficas que aparecen en las
notas a pie de página, les señalo que han sido deliberadamente abreviadas, dejando
exclusivamente las referencias de los artículos o libros al tema tratado, y se han incluido en la
Bibliografía, al final del libro, en la que encontrarán todos los datos pertinentes. Cabe añadir que se
han modificado los nombres que se citan en los ejemplos de casos reales expuestos a lo largo del
libro. Por último, quisiera decir que nadie me podrá acusar de deslealtad hacia el grupo con el que
me he identificado durante tanto tiempo porque no haya dudado en mostrar sus defectos en materia
de diagnóstico. Llevé a cabo este proyecto porque existían dichos defectos, pero no habría podido
avanzar si muchos trabajadores sociales de casos no hubiesen hecho un trabajo eficaz y original,
a menudo con grandes dificultades. Si, después de leer estas páginas, el profesional agobiado y
con sobrecarga de trabajo piensa que los consejos en ellas ofrecidos son impracticables dadas las
circunstancias que necesariamente limitan su tarea diaria, le insto a que se pregunte si algunas de
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dichas circunstancias no deberían o podrían cambiarse. Si, entonces, aún sigue convencido de mi
error, o si descubre otros errores, ya sea por omisión o comisión, le invito a que me escriba y me lo
cuente. Mi solicitud de crítica está sobradamente justificada ya que nadie conoce mejor que yo el
carácter provisional de esta discusión. No obstante, en el caso remoto de que vuelva a editarse
este libro, me gustaría ser más útil de lo que, con mi mayor esfuerzo, soy ahora.”
Extracto del Capítulo: “El proceso en la fase inicial” del libro El Trabajo social
individualizado. (Helen Perlman)
“El proceso mediante el cual el especialista en «casework» procura satisfacer las tres cuestiones
que más preocupan al cliente al iniciar su experiencia con la agencia, es un verdadero prototipo de:
proceso total.
Se inicia con una actitud de atención y receptividad por parte del especialista en «casework». Así
que el cliente capta esta actitud y empieza a confiarse, exponiendo su historia, revelándose al
especialista en «casework», siente brotar la relación que se está trabando y experimenta una
sensación de seguridad al ver que éste está compenetrado con sus sentimientos. Pero esta relación
de confianza y seguridad no se apoya únicamente en la aceptación y cordialidad demostradas por
el especialista en «casework», su subsistencia depende también de su actitud demostrándole que
no sólo desea ayudarle sino que además sabe cómo hacerlo, cosa que el cliente puede apreciar
en su manera de ayudarle, desde el principio, a exponer sus problemas. No se limita a escucharle
con atención, además le interroga. Le pregunta por los hechos que les permitirán a ambos ver
claramente en qué consiste el problema, y le ayuda a discriminar los hechos de mayor importancia.
Sus comentarios y preguntas le estimulan a reflexionar sobre el problema relacionándolo con su
propio yo, con las posibles soluciones y con la agencia en cuestión.
En este momento del proceso tienen lugar simultáneamente varias cosas útiles: se ayuda al cliente
a exponer sus problemas, a relajar su sensación de agobio; el cliente se siente apoyado por la
actitud del especialista en «casework»; su confianza va aumentando al ver que éste sabe abordar
el problema de una manera organizada y sistemática; y el alivio que le proporciona el compartir su
carga, y las perspectivas que le abren los comentarios y preguntas del especialista en «casework»,
le permiten enfocar su problema de distinta manera, no más optimista tal vez, pero sí mejor definida
y más clara.
Basándose en los hechos del problema y en las respuestas verbales y comportamentales del
cliente, el especialista en «casework» averigua los recursos internos y externos de que aquél puede
disponer para resolver sus problemas. Para averiguar si el cliente está capacitado o no para recibir
y utilizar la ayuda de la agencia el especialista en «casework» tiene que hacer dos cosas de vital
importancia en la fase inicial: responder a sus preguntas, a menudo no formuladas, respecto a si la
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Cualquiera que sea el problema que experimenta el cliente y la agencia a donde acude, el contenido
de la fase inicial del proceso de asistencia es siempre el mismo. De la naturaleza específica del
problema, de la personalidad del cliente y de las funciones y medios de la agencia, depende, en
cierto modo, que la atención se centre sobre unas partes del contenido y no sobre otras, que se dé
a unos aspectos más importancia que a otros, que se recojan y elaboren unos hechos y se
desprecien otros. Pero, cierto tipo de datos y de conocimientos se pueden considerar «constantes»,
ya que todo proceso de «casework los presenta en su fase inicial.
El sentido común y la lógica de la resolución de problemas bastan para establecer cuáles son estos
datos. Cualquier intento razonable de ayudar a otra persona (o a uno mismo) exige responder a
ciertas preguntas:
• ¿De qué se trata, es decir, qué es lo que esta persona necesita, o desea retener o arrojar lejos
de sí?
• ¿Qué valor tiene o qué significa este problema para la persona que lo experimenta, qué es lo más
significativo en la manera cómo influye sobre su bienestar moral físico o social?
• ¿Qué lo origina o provoca y a qué da lugar a su vez?
• ¿Qué ha pensado e intentado hacer tal persona respecto a su problema?
• ¿Qué trata de lograr o qué espera?
• Y, por último, ¿son válidas sus expectativas?
Mr Grayson: La primera entrevista
Circunstancias: Se trata de una clínica psiquiátrica particular para adultos que, en virtud del contrato
firmado con la Administración de Veteranos, acoge a algunos pacientes que ésta le remite para
someterlos a tratamiento, En esta clínica, el especialista en «casework» social entrevista a los
pacientes recién llegados para ayudarles a determinar si creen o no que necesitan o desean recibir
tratamiento psiquiátrico y para familiarizarlos, en cierto modo, con lo que experimentarán si deciden
someterse a tratamiento. En una o varias entrevistas con el trabajador social psiquiátrico el cliente
decide si desea o no seguir el tratamiento y, en caso afirmativo, se le remite al psiquiatra que se
ocupará de su caso. Cuando el cliente inicia el tratamiento psiquiátrico, el especialista en
«casework» centra su atención en los familiares y circunstancias que pueden influir sobre el
bienestar del paciente.
1. La recepcionista me informó de que Mr. G. había llegado. Llegaba antes de la hora convenida.
Cuando bajé a su encuentro estaba en la sala de recepción, sentado en el borde mismo de la silla
y con la cabeza gacha. Le saludé. Parecía sobrecogido y tenso.
2. Le dije que no era un médico sino un trabajador social, y que me entrevistaba con todos los
veteranos que remitía la clínica de Higiene Mental de la Administración de Veteranos, a su llegada,
porque nos habíamos dado cuenta de que a la mayoría le gustaba saber algo sobre la clínica antes
de ver al doctor. Le pregunté si quería venir a mi despacho, donde gozaríamos de mayor reserva,
en lugar de permanecer en la sala de recepción.
3. Mr. G. se encaminó hacia las escaleras y yo le indiqué mí despacho que estaba justamente
encima. Se detuvo y preguntó en voz muy baja: « ¿Ha bajado usted para recibirme?» te dije que
sí, porque, siendo su primera visita, quería acompañarle hasta mi despacho.
4. Mr. G. me miró atentamente. Era un joven delgado y aparentaba más de veintitrés años. Su pelo
negro y liso, muy pegado a la cabeza, parecía poner de relieve la tensión a que estaba sometido.
Sus ojos, oscuros y hundidos, expresaban temor y estaban en constante movimiento. Le invité a
sentarse y así lo hizo, pero, evidentemente, le resultaba penoso mirarme a la cara aunque estaba
sentada enfrente de él.
5. Volví a decirle que yo era un trabajador social de nuestro ambulatorio neuropsiquiátrico. Que mi
misión consistía en recibir a su llegada a todos los veteranos que acudían a nosotros remitidos por
la Clínica de Higiene Mental de la Administración de Veteranos, para explicarles cómo era nuestra
clínica y como funcionaba, y determinar en cada caso si el veterano en cuestión estaba interesado
o no en utilizar los servicios de nuestra clínica. Que me gustaría que me preguntase todo lo que
desease saber respecto a su traslado.
Para eso le recibía yo primero, porque no creíamos, en modo alguno, que todos los veteranos que
nos remitían deseaban ver al psiquiatra nada más llegar.
7. Manifesté el más profundo interés por sus opiniones y convine en que, realmente, una
organización tan amplia como la Administración de Veteranos puede cometer errores. Por otra
parte, a juzgar por lo que me había dicho, él parecía creer que en su caso se habían equivocado
remitiéndole a nuestra clínica neuropsiquiátrica. Le pregunté, no obstante, por qué le había enviado
tal carta la Administración de Veteranos. ¿Cómo habían sabido su nombre, si la Clínica Mental de
la Administración de Veteranos sólo ve veteranos que presentan trastornos neuropsiquiátricos?
8. Mr. G. volvió a sentarse y, aunque parecía muy trastornado, se tranquilizó algo. Entonces le dije,
sin hacer demasiado hincapié, que tal vez se sintiera «engañado» y que por eso, precisamente,
deseaba hablar con él. Mr. G. se mostraba aparentemente tranquilo, pero se le notaba agitado. Le
pregunté si tenía la menor idea de lo que la Administración de Veteranos pretendía al remitírnoslo.
No me respondió, así que le pregunté de nuevo si deseaba que le explicase algo más referente a
nuestra clínica. Mr. G. echó hacia atrás la silla y dijo que «ellos» (la Administración de Veteranos)
le habían hecho una «mala pasada» enviándole aquí. « ¿De dónde se han sacado que yo estoy
loco?»
9. Le dije que, desde luego, estaba en su perfecto derecho de sentirse molesto por tal traslado si la
Administración de Veteranos no le había hecho el menor comentario al respecto. De todos modos,
quería hacerle notar que los pacientes que nos envía esta institución no están necesariamente
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«locos», entendiendo por tales las personas privadas de uso de razón que requieren atención
hospitalaria. Nuestros pacientes son personas nerviosas, que sufren trastornos emocionales, es
decir, que no controlan sus sentimientos. A menudo la convivencia con las demás personas les
resulta difícil; a algunos esto les acarrea dificultades en el lugar de trabajo donde no consiguen
rendir lo que debieran. En general, nuestros pacientes se sienten desgraciados por causa de sus
problemas y desean que se les ayude para enderezarse de nuevo. Unos pocos de nuestros
pacientes presentan también diversas formas de trastorno mental, pero también estos pacientes
desean llegar a «funcionar» adecuadamente. Nuestros pacientes son visitados por nuestros
psiquiatras, se les da hora para la entrevista y vuelven a su casa después de cada consulta. No
tenemos establecido ningún convenio con la Administración de Veteranos para tratar a pacientes
que requieran hospitalización.
10. Mr. G. me miraba fijamente mientras le hablaba. Creí que me había estado escuchando
atentamente. Hice una pausa y, como no me decía nada, le pregunté si quería que llamase a la
Administración de Veteranos y les preguntase por qué nos lo habían remitido. Mr. G. se puso serio
y dijo que no hacía falta. Según él podíamos resolver el asunto entre nosotros. Le dije que estaba
dispuesto a intentarlo y le pregunté cómo se le ocurría que procediésemos.
11. Se aclaró la garganta y me dijo que todo su problema residía en su columna vertebral y en sus
pies: ya no podía resistir el dolor. Después de esto calló. Le pregunté si no le habían tratado por
este motivo, ya que el dolor debía ser considerable. Me dijo que sí. Durante año y medio le había
estado tratando un médico particular. Le había dado inyecciones y píldoras y, mientras se las
daban, se encontraba mejor, pero en cuanto interrumpían el tratamiento volvía el dolor. A pesar de
todo había seguido trabajando (como maquinista), pero se había dado cuenta de que se encontraba
«más y más...», el paciente se interrumpió para añadir luego medio en broma, «nervioso, irritable
e inquieto». Al referirse a su nerviosismo Mr. G. se puso visiblemente agitado. Me mostró las manos
y las sentía empapadas en sudor; se restregaba la frente, se pasaba la mano por los cabellos. De
repente dijo: «Toda la vida he sido nervioso. No puedo soportar a la gente; no puedo soportar los
ruidos y, cuando estoy con otras personas, siento un terrible dolor en el estómago y vomito.»
12. Le dije que comprendía perfectamente lo que le pasaba. Sin duda alguna venir a nuestra clínica
le había afectado. Sentía lo que le ocurría. Mr. G. estaba temblando, pero por primera vez me
miraba francamente y sus ojos eran tristes y suplicantes. Le pregunté si creía que sus dolores en
la columna vertebral y en el pie eran responsables del nerviosismo que experimentaba y que tan
bien me había descrito.
13. Mi pregunta desconcertó a Mr. G. Casi en un murmullo me contestó que no creía que tuviesen
nada que ver. Era nervioso de siempre, pero los dolores también eran reales. Convine con él en
que bien pudiera ser, ambos podían ser reales. Puesto que se le habían tratado tales dolores, ¿qué
le había indicado su médico? Mr. G. me respondió tranquilamente, confiándome que el médico
suponía que su nerviosismo habitual podía contribuir tal vez a agravar dichos dolores. Le había
tratado lo mejor posible, sugiriéndole que visitase a un psiquiatra.
14. Le pregunté si esta opinión del médico le había parecido fuera de lugar y contestó que no. Pero
él esperaba que su médico le curase los dolores y de resultas se aliviase su nerviosismo. Traté de
averiguar entonces qué le gustaría hacer. En voz muy baja me respondió que suponía que lo mejor
sería ver a un médico «de los nervios» (había fracasado con el otro médico); tal vez sería mejor
que fuese «a uno de esos psiquiatras».
15. Mr. G. empezó a sudar de nuevo abundantemente, estaba visiblemente agitado. Le hice ver en
qué estado se encontraba y le pregunté qué era lo que le preocupaba ahora. Lentamente me dijo
que vivía en una pequeña ciudad, y le daba miedo que si alguien se enteraba de que había venido
a una clínica neuropsiquiátrica, sus vecinos pensasen que estaba loco. Convine con él en que sus
motivos de preocupación eran sensatos y nada fáciles de resolver. Le pregunté si sus vecinos se
habían dado cuenta de lo difícil que resultaba mezclarse con los demás, porque en una ciudad
pequeña las noticias se difunden con gran rapidez. Mr. G. me explicó que en varias ocasiones había
tenido que marcharse de la habitación donde estaban las visitas porque no podía soportar su charla.
Llegamos a la conclusión de que, en cualquier caso, sus vecinos debían pensar que su
comportamiento con la gente era algo poco corriente. Mr. G. estuvo conforme en que lo que
importaba ahora era pensar en sí mismo y en su salud. Hizo un gesto con la mano como si tratase
de apartar un mal pensamiento y expresó su decisión de solicitar la ayuda de la clínica para resolver
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sus problemas, prescindiendo de lo que pudiesen pensar sus vecinos. Verdad es que siempre ha
sido un poco nervioso, pero nunca tanto como ahora y cree que todo se remonta a cuando entró
en el ejército. Inmediatamente, no obstante, dijo con gran vehemencia: «No quiero hablar de eso,
quiero olvidarlo, tranquilizarme y ser un ciudadano como los demás.» Entonces me pidió que le
contase algo más acerca de la clínica.
16. Le expliqué que nuestro servicio médico era de psicoterapia y que él visitaría al mismo psiquiatra
regularmente, en un día convenido, y por espacio de unas cuatro a seis semanas, que constituían
nuestro período de exploración. A lo largo de este período nuestro psiquiatra tendría ocasión de
conocerle y de comprender su situación y, en consecuencia, podría decidir con conocimiento de
causa si podía serle útil. Mr. G., por su parte, también tendría ocasión de conocer al médico y de
comprender si se sentía capaz de exponerle sus preocupaciones y problemas, y si le inspiraba
suficiente confianza para dejarse ayudar por él. Al final de este período, Mr. G. y el psiquiatra
discutirían el asunto y decidirían si debían o no proseguir el tratamiento.
17. Mr. G. pareció asombrado. ¿Quiere usted decir que el psiquiatra me pedirá mi opinión?» Le dije
que sí que lo haría, porque lo que se pretende es ayudarle. Por grande que sea el talento profesional
del psiquiatra, si el paciente, Mr. G., no se beneficia de la ayuda prestada, no vale la pena seguir.
« ¿Quiere usted decir que si no vuelvo, el psiquiatra no se ofenderá?» Le dije que el doctor sentiría
que Mr. G. interrumpiese el tratamiento, si consideraba que éste podía beneficiarle. Ahora bien, el
psiquiatra sabe de sobra que nada se consigue a menos que el paciente desee que el médico le
ayude. Mr. G. pareció aliviado y la tristeza desapareció de sus ojos. Empezó a hablar rápidamente
sobre cuándo y cómo podía ver al doctor y, según me corresponde, concerté una cita para hoy.
Esta entrevista con el psiquiatra tendría carácter introductorio. Podía aprovecharla para exponer
sus problemas al médico y decidir si deseaba o no volver. Mr. G. respondió rápidamente:
«Entonces, hecho
18. Pasado el entusiasmo inicial por ver al psiquiatra Mr. G. se mostró receloso. Después de todo,
tal vez llegase a superar su nerviosismo. ¿Qué pensarán ellos?», murmuró. Me referí a la opinión
que había emitido anteriormente respecto al origen de su nerviosismo y le pregunté cuándo le
habían dispensado de servicio. Me lo dijo y volví a preguntarle si con ello había experimentado
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alguna mejoría. Me respondió que cada vez estaba peor. Poco después regresó a su hogar y se
casó con una joven a la que conocía desde hacía cinco años. Ahora su mujer está embarazada.
Empezó a trabajar de mecánico. Su ansia de ganar dinero le llevó a comprar coches viejos, que
luego transformaba y arreglaba para revenderlos con un buen beneficio. De esta manera consiguió
ahorrar 1.400 dólares que invirtió en la compra de una casa. Trabajaba a marchas forzadas hasta
que se dio cuenta de que no podía soportar este ritmo. En una ocasión tuvo que tomarse unos días
de asueto. Cada vez estaba más inquieto y continuamente se peleaba con su jefe, con su esposa
y con sus padres, en cuya casa residían hasta que se compraron una. Quería hacerlo todo él y se
irritaba cuando alguien le ofrecía ayuda, incluso cuando se encontraba en un «aprieto» y alguien
se ofrecía a prestarle dinero. Su mujer le dijo que acudiese a la Administración de Veteranos para
que lo tratasen y por eso fue.
19. Le pregunté si había recibido alguna compensación y me dijo que creía que sí debido a su
condición neuropsiquiátrica. Le pregunté si sabía que las clasificaciones de incapacitación no tienen
carácter permanente y que al gobierno le interesa primordialmente la rehabilitación de los
incapacitados; por eso remite a los veteranos a instituciones que les pueden prestar asistencia
médica. Mr. G. se quedó mirándome. Yo añadí que el propósito que nos guiaba era el de ayudarle
a ponerse bien. Le expliqué mejor nuestra relación con la Administración de Veteranos, haciendo
hincapié en el hecho de que no teníamos la menor relación con el Tribunal calificador de la
Administración, ni la menor autoridad para recomendar que se aumentase o disminuyese la
calificación de un veterano, aunque la Administración de Veteranos cuenta con que le enviemos
mensualmente un informe sobre los progresos que apreciamos en el paciente en nuestros
contactos periódicos. Estos informes solemos enviarlos al tribunal calificador o a cualquier otro
departamento de la Administración de Veteranos interesado por el paciente. Mr. G. parecía confuso.
Le dije que, si lo deseaba, podía seguir meditando sobre ello. Era posible que si Mr. G. se decidía
a seguir el tratamiento y mejoraba, la Administración de Veteranos redujese, o incluso suprimiese
su compensación. La verdad es que la mayoría de los pacientes que han pasado por esta clínica
han mejorado.
20. Se notaba que Mr. G. estaba reflexionando sobre lo que le había explicado con tanto cuidado.
Me pidió que le repitiese lo que le había dicho acerca de nuestras relaciones con la Administración
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de Veteranos y así lo hice. Lentamente me dijo que lo que deseaba era ponerse bueno. No valía la
pena beneficiarse de una pensión, a costa de empeorar. Meneó la cabeza y dijo que era demasiado
joven todavía para vivir de «limosnas». Quería ser independiente. A este respecto traje a colación
su deseo de prosperar y su afán por trabajar y mantener a su familia. Sabe, por otra parte, que a
su mujer no le gustaría tampoco que fuese un «aprovechado».
21. Dejó este tema y dijo que su mujer estaba preocupada por él. Dice que desde que ha vuelto del
servicio está desconocido. El procura ser amable con ella porque la quiere, pero a veces tiene tan
mal humor que no puede controlarse. La «emprende» con ella sin motivo y ella rompe a llorar. Sabe
perfectamente que ahora que está embarazada no debería trastornarla, pero ¿qué le va a hacer?
Bastante tiene con sentirse tan desgraciado, para encima hacer desgraciada a su mujer que es lo
que más quiere en el mundo.
22. Le dije que cuando una persona está inquieta, como él, no es extraño que tenga que pasar por
tales circunstancias. Le pregunté si a su mujer le daba miedo su actual estado y me contestó con
gran sentimiento que sí. Nunca ha vivido con una persona nerviosa, y Mr. G. cree que ha adoptado
ante él la misma actitud que sus vecinos. Ha intentado ser paciente con él, pero no le sirve de nada,
porque él se muestra irritable la mayor parte del tiempo.
23. Le dije que el panorama que me había expuesto no era, en absoluto, poco corriente. Se debía
en gran parte a su estado actual. La experiencia nos ha demostrado que en estos casos resulta
útil, tanto para el paciente como para su esposa, el poder hablar con ella acerca del doble problema
que se les plantea. Ella suele estar angustiada por la enfermedad de su esposo, por el hecho de
que tenga que acudir a una clínica neuropsiquiátrica y por los problemas que le crea su enfermedad.
En tales casos generalmente podemos ayudarla. Mr. G. admitió que a su esposa le gustaría verme
porque, en realidad, no hablaba con nadie del asunto. Sus padres eran amables pero ignorantes y
a estas fechas debían creerle un caso imposible.
24. Le dije que ya volveríamos sobre este punto. Pero, por fin, qué había decidido respecto a lo de
ver hoy al psiquiatra. Mr. G. respondió que quería verlo inmediatamente. Le di el nombre del
psiquiatra y le dije que lo acompañaría hasta su despacho para hacer las presentaciones. Le dije
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que volviese a mi despacho después de la entrevista con el psiquiatra, si decidían que se sometiera
a tratamiento, para darle una tarjeta en que se consignasen las fechas y horas de visita. De paso
podíamos decidir si yo debía invitar a Mrs. G. a visitarme.
25. Mr. G. saludó al doctor K. cordialmente y los dejé a solas. Cuando volvió a mi despacho después
de la entrevista parecía muy aliviado; por primera vez sonreía y me dijo que se sometería a
tratamiento. Me preguntó cuándo podía venir su esposa. Discutí con él lo que debería decirle
respecto al propósito de su visita y rápidamente comprendió la conveniencia de que ella desease
también venir. Me pidió hora para Mrs. G. para cuando él volviese a la semana siguiente y me dijo
que, si por cualquier razón su mujer no venía, me lo haría saber. Mr. G. me dio la mano y me
agradeció efusivamente la amabilidad y consideraciones que había tenido con él. Le acompañé
abajo.”
La intervención familiar en los orígenes de la profesión fue central, por ello se tomará la obra de
Mary Ellen Richmond (MER) como referencia para este eje.
El primer libro que conocimos en Argentina de la autora es ¿Qué es el trabajo social de caso? Que
fue traducido como Trabajo social de casos, esta distorsión en la traducción implicó consecuencias
que fueron objeto de críticas. Sabemos que su primer libro Diagnóstico social fue traducido recién
entre los años1999- 2000 a nuestro idioma.
Recomiendo una actividad para comprender la figura de esta pionera: Leer “Mary Richmond una
adelantada”, de Bibiana Travi, artículo publicado en el Suplemento Las 12 del Periódico Página 12,
disponible en https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6690-2011-08-12.html
El concepto de que el hombre es una invención de fecha reciente aparece en Las palabras y las
cosas. Una arqueología de las ciencias humanas de Michel Foucault. Para entender lo que el autor
quiere decir con esto, tenemos que comprender lo que para él significa «arqueología» y por qué
cree que deberíamos aplicarla a la historia del pensamiento.
Di Carlo plantea que el humanismo tiene diversas fuentes,
En este caso el humanismo no mantiene una connotación individualista, ni humano
experimental del renacimiento
El humanismo y la dialéctica como conceptos han servido para evadir situaciones
comprometedoras
Hoy nadie se declara antihumanista, el humanismo se vincula principalmente al arte o al
trabajo intelectual…el humanismo como ideología ha argumentado la lucha por el “hombre nuevo”
El concepto de dialéctico también es polisémico, tiene connotaciones ligadas al diálogo y
también a la lucha de clases
Di Carlo dice que el concepto de humanismo ha tenido un uso perverso, y esto le ha hecho
mucho mal. Cuando se invoca la pena de muerte en nombre de valores espirituales. Y estas mismas
figuras no se conmueven ante la muerte o desnutrición infantil.
El humanismo se debilita cuando lo humano en general debilita el compromiso social
efectivo.
La noción de comprensión:
Consiste en la forma interpretativa racional de los fenómenos humanos sociales, que no se ubica
en una ruptura “objetiva” ante los acontecimientos, propia de las ciencias naturales, ni tampoco en
las simplificaciones subjetivistas de la conciencia ingenua.
El criterio explicativo de la comprensión, se basa en la capacidad del investigador social que
dominando los conceptos pertinentes, sabe instalarse en el campo o problema estudiado sin
perderse en el mismo.
Es decir la tarea cotidiana del TS moderno, que asume su cientificidad y compromiso.
La comprensión constituye el fundamento de la investigación profesional.
Dewey fue incorporado por MER como aporte a la comprensión.
Para Dewey la investigación es necesaria en problemas genuinos, entendidos como los planteados
por situaciones existenciales problemáticas.
El método experimental encaja en la elucidación de los problemas humanos.
Dewey afirmaba que la utilización de los principios de la lógica formal para definir el rumbo de la
investigación no era suficiente.
MER planteó la siguiente proposición lógica: para que una investigación sea controlada deben
formularse condiciones para ello. Si la investigación es sobre hechos humanos, una de las
condiciones a formular es que el sujeto social participe de la misma.
MER intentaba sistematizar un método que permitiera determinar el significado de la ayuda social,
por qué algunas prestaciones fracasaban y otras eran exitosas. También sabía por experiencia
propia que las afirmaciones sobre igualdad, solidaridad y libertad no servían por sí solas.
En este método operativo, caracterizado por la intervención del investigador, la comprensión, es la
comprensión de la forma en que cooperan los distintos elementos del proceso de investigación.
La comprensión es el hilo conductor de una planificación para actuar.
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Si retomando una vieja tradición, el pensamiento puede ser definido como “un diálogo del alma
consigo misma”, desde Mead se capta que en nuestro diálogo interior está presente la institución
del otro, el otro generalizado e interiorizado.
Es decir, que aún en la intimidad mayor de mi pensamiento, estoy comunicándome y debatiéndome
con los demás.
Pensar significa sopesar, considerar, evaluar, proyectar o examinar un conjunto de actos solamente
posibles, si contengo en una instancia “neutral” comunitaria, para considerar los asuntos y también
las consecuencias hipotéticas de acciones posibles. Cuando hablo conmigo mismo, hablo también
con el otro y viceversa.
De allí la importancia que tiene la palabra para la profesión de trabajo social. Nos comunicamos
con los demás y en esa comunicación, colaboramos para que el otro llegue a expresarnos lo que
le sucede (problema, limitaciones, necesidades, vínculos, temores, deseos, expectativas, etc), y en
ese expresarnos el propio sujeto comienza a poner en claro también a sí mismo el asunto que lo
afecta. Debe analizar, debe relacionar un aspecto con otros aspectos, debe justificar y comprender
sentimientos confusos, debe jerarquizar partes del problema, etc. Generalmente lo puede hacer
bien solo, se lo apoya y comienza a clarificar el asunto en el proceso comunicativo con el
profesional. Proceso comunicativo que ya tiene la impronta de la acción, en la medida en que
comenzar a comprender y a cambiar van juntos.
Puede darse que la presión interna de un individuo o grupo le impida hasta comenzar este proceso,
allí termina entonces el campo estricto profesional en lo metodológico. Lo que no significa que el
trabajador social no pueda cooperar con otros profesionales en aspectos complementarios.
El criterio de comunicación racional, es tan relevante para nosotros cuando se trata de una situación
individual, como cuando trabajamos con un grupo o comunidad. Lograr por ejemplo que la actividad
grupal se oriente en la forma de un pensamiento común, que al mismo tiempo no anule las
individualidades, no es tarea fácil. Tampoco lo es en los programas barriales y comunitarios de todo
tipo, que puede encarar la profesión. El trabajo social opta y se capacita en la dirección de la
elaboración de un marco reflexivo común, donde las aportaciones individuales tienen cabida y son
consideradas con respeto.
(…) En otro texto creemos haber justificado la vía de la comprensión como el procedimiento
gnoseológico adecuado a la metodología profesional. La fundamentación en la comprensión se
basa en la característica especifica del objeto social humano, de acuerdo a la cual éste es un ser
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pensante que siempre de alguna manera moldea conscientemente su situación, lo que obliga al
investigador a establecer comunicación con él.
(…) La persuasión racional incluye la consideración del área emocional, no es nunca un mero acto
“intelectual”, y tiene un carácter revolucionario y permanente para el sujeto porque da las razones
para un cambio. En contraposición, la persuasión emocional nos hace llevar por un estado de
ánimo, fácilmente sustituible por otro en el momento siguiente bajo el influjo de otras personas o
acontecimientos.
Por otra parte, es la persuasión racional la que abre el camino crítico de la acción, como la
experiencia crucial que la refuta o la corrige o que la confirma.
Es bien cierto quien vive sin emociones esta desvitalizado, no pueden “inventarse” motivos
activadores. Pero también lo es que el que vive empujado por emociones, no llega a realizar nunca
su propia experiencia, no llega nunca a saber quién es y qué quiere.
Hemos llegado a un punto en que podemos preguntarnos sobre el fundamento de la comunicación
racional. No queremos presentarla como un hecho que se da simplemente o algo que nosotros
preferimos como una suerte de puesta técnica.
Necesitamos comunidad constantemente, lo sepamos o no.
Por una parte, la comunidad se da algunas veces puntualmente y como una experiencia inmediata.
Un momento de éxtasis en un coro o en un acto colectivo, una fiesta o un encuentro pleno.
Por otra parte, existe un constante trabajo cotidiano nuestro destinado a develar y construir
comunidad. Actividad que cumplimos tanto en nuestros vínculos preferenciales como en relación al
conjunto humano.
Es algo obvio que la amplitud y el acierto, en este trabajo de construcción de comunidad a través
de la comunicación racional cotidiana varía mucho de caso en caso y hasta puede estar en crisis
en algunos.
La obra de George H. Mead se halla en el cruce de dos disciplinas: en primer lugar, comparte los
anaqueles de la sociología clásica con las obras de Marx, Durkheim y Weber, mientras que, en
segundo término, es una original contribución filosófica al pragmatismo. Ya sea interpretada como
sociológica o como filosófica, su obra nos conduce a una serie de tópicos: al status del dualismo
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cartesiano, al dilema entre kantismo y utilitarismo en filosofía moral y, finalmente, al alcance teórico
de la dimensión antropológica en el discurso sociológico.
Mead nutre el paradigma de base, desarrolló sus actividades académicas en la Escuela de Chicago,
sus colaboradores se encargaron de difundir su pensamiento, ya que él escribió poco.
Se lo valora no solo como psicólogo social sino también como filósofo social en base a sus estudios
sobre la conciencia.
Analiza estos fenómenos desde la matriz de Cooperación Inteligente que se da en la interacción
social mediada por símbolos.
Persona y Espíritu
Persona y espíritu se engendran en el proceso social, la persona se desarrolla y lo hace atraves
del lenguaje.
Lo que caracteriza a “la persona es que es objeto para si”, en cuanto sí mismo, antiguamente
denominado consciencia. Esa conciencia lo hace distinguible entre otros seres.
Postula que la persona y el Espíritu surgen en el campo social por mediación de 2 procesos:
a- El gesto vocal por el cual es posible la comunicación significante (lenguaje)
b- El proceso de adopción de roles.
En principio existe una base fisiológica que no podría desarrollarse sin la ayuda cooperativa de
otras personas. Cuando Mead habla de naturaleza humana está hablando de algo netamente
social.
De la comunicación de gestos a la comunicación simbólica.
El proceso mediante el cual la persona es objeto y sujeto para sí es mediantes la experiencia social
por medio de un complejo proceso que evoluciona de la conducta denominada conversación de
gestos a la conversación significante (lenguaje propiamente dicho)…a este pasaje Mead denomina
persona con espíritu.
La comunicación de gestos (Habermas) mediante la cual se comunican muchos animales, no puede
considerarse lenguaje. Una vez que se ha entendido los ademanes típicos puede indicarse las
transformaciones que es menester para que la interacción mediada por gestos se convierta en
interacción mediada simbólicamente.
En 1er lugar los gestos tienen que transformarse en símbolos mediante sustitución de
significados que solo valen para cada uno de los organismos, por significados que sean
idénticos para todos los participantes.
En 2do lugar, se transforma el comportamiento de los participantes ne la interacción de modo
que la relación causal estimulo-reacción- estimulo sea reemplazada por la relación interpersonal
entre hablante y destinatario: el uno se relaciona con el otro y el otro con el uno con intención
comunicativa.
Finalmente se produce un cambio estructural de la interacción de modo que los participantes
aprendan a distinguir entre actos de entendimientos y acciones orientadas al éxito.
La comunicación significante es aquella que afecta al individuo mismo y el efecto que él produce
es parte de la puesta en práctica inteligente de la conversación con otros. De ella se deriva el
carácter peculiar del medio social humano que está dado por el proceso de comunicación
significante, la que hace posible el pensamiento, el que a su vez, siempre involucra un símbolo,
que provoca en el otro la misma reacción que en el pensador.
En este proceso que da lugar a la inteligencia reflexiva en la que la persona piensa para actuar
de modo que su acción continúa siendo parte de un proceso social; es decir, que su
pensamiento es preparatorio de la acción social.
El proceso del pensamiento es una conversación interna, pero que siempre incluye la expresión
de lo que uno piensa dirigida a otro sujeto o público oyente y su posible reacción, desde este
punto de vista se puede comprender que la persona que piensa está en condiciones de dirigir
su conducta posterior.
Mead entiende que este proceso es posible en virtud de la “reacción impedida o demorada” que
es la capacidad del hombre de interrumpir la inmediatez estímulo –reacción, haciendo posible
el surgimiento de un comportamiento inteligente caracterizado por la capacidad de resolver
problemas de la conducta actual en términos de sus consecuencias futuras.
Dentro de la experiencia social cooperativa, el individuo por intermediación del lenguaje que
posibilita la comunicación significante, emerge como persona que tienen conciencia de sí y por
ello es posible que piense, lo que da lugar al surgimiento de la inteligencia reflexiva que le
permite al hombre demorar su reacción y dirigir su acción en términos de un futuro.
La concepción de la universalidad
Partiendo de la concepción de la persona con espíritu emerge de la experiencia social por
mediación del lenguaje, que ya se ha desarrollado, la cuestión d e la universalidad tiene que ver
con
a. Con los objetos que son parte de la situación experimental en que la persona esta
involucrada
b. Con el proceso de adopción de roles.
La universalidad de los objetos es el carácter común que tiene para servir de estímulos de un acto,
lo que es significado con un concepto.
La respuesta del sujeto dentro de este acto, es una actitud y ésta tiene que ver con el proceso de
adopción de roles. En la medida en que lo que el sujeto dice o hace, es comprendido, verdadero o
aceptable para el resto de los otros sujetos involucrados en la actividad común cooperativa de la
situación o acto dado, en esa medida la respuesta tiene universalidad social.
La comunicación es la que le permite al sujeto descubrir que su experiencia es compartida por otros
y que por lo tanto la suya como la de los otros se agrupan bajo el mismo universal,
independientemente de las diferentes perspectivas particulares.
Los trabajadores sociales sabemos de las dificultades que atraviesan las personas con las que
intervenimos…también conocemos el valor que tiene para la resolución de problemas la
comunicación que hace posible para los sujetos involucrados poner la situación en términos
universales (lenguaje significante) y de esta forma comprender lo que le pasa y orientar su acción
en la búsqueda de soluciones.
Si los conceptos refieren cualquier objeto que sirva a las exigencias de un acto y la respuesta de la
persona puede ser entendida por los otros involucrados en una situación dada, surge la
universalidad. Es decir, no es una entidad dada sino que surge en la relación comunicacional de la
situación experiencial en la que se hallan involucrados, cuyas manifestaciones particulares son
ejemplo de lo universal.
El planteamiento ético:
Mead entiende que la persona posee impulsos e intereses y se orienta a la búsqueda de objetos
que le permitan satisfacerlos como su génesis y desarrollo social, ha incorporado actitudes y valores
de los otros, haciéndolos suyos y que al adoptar el papel del “otro generalizado”, asume los valores
del proceso social mismo en que se generó. Su idea del valor: es que es bueno lo que satisface un
impulso o interés, así el valor es el carácter de un objeto en su capacidad de satisfacer un interés.
Los impulsos e intereses entran en conflicto cuando colisionan entre sí y aparece por ende un
problema moral.
Mead postula que la tarea moral es el esfuerzo reflexivo que permite una integración de los impulsos
e intereses en el campo de la interacción con otros.
Si se pone atención al fin de la acción, antes que al impulso, puede comprobarse que son buenos
los fines que conducen a la realización de la persona como ser social, que amplían sus propios
intereses y el campo de experiencia cooperativa.
Nuestra moralidad tiene lugar en la conducta y experiencia social así como la sociedad hace posible
el surgimiento de la persona, ésta hace que sea posible una sociedad organizada y que cambie.
Ambas se responden mutuamente en la conducta moral.
En el acto moral los impulsos se dirigen hacia el fin mismo y aquellos son los motivos de la conducta
moral.
La tarea moral consiste en el trato reflexivo de los valores involucrados en situaciones particulares
de la vida, que se orienta a permitir el máximo de satisfacción, expansión y armonía dinámica de
los intereses e impulsos, teniendo en cuenta el interés del otro como el propio.
Se trata de una acción inteligente socialmente dirigida, que plantea a la vida moral, como una vida
más esforzada y activa propia de una moral autónoma.
Hamilton afirma que los valores que deben alcanzarse objetivamente se convierten ellos mismos
en parte de la disciplina y del propio método.