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Creo

Creer es aceptar que existe algo más allá de lo que captan nuestros sentidos, de modo que
toda nuestra vida se desarrolle dentro de ese plano más amplio que nos ofrece la fe; es
adherirse firmemente a Dios y a su palabra, de tal modo que toda nuestra existencia
carezca de sentido sin Él. La Sagrada Escritura describe la fe como apoyarse sobre una
Roca que es Dios: “Sólo Dios es mi roca salvadora; Él es mi fortaleza, nunca vacilaré”
(Sal 62,3.7). Aunque no tengamos pruebas, creemos en todo lo que Dios nos dice. “La fe
es la plena certeza de lo que no se ve” (Heb 11,1)

en un solo Dios,
Hay un solo Dios, y fuera de Él no hay otro. Muchas personas y cosas se nos presentan
solicitando que les dediquemos nuestra vida y toda nuestra atención, pero sabemos que no
son dioses. “El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Y tu amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (Dt 6,4-5).

Padre todopoderoso,
En estos dos títulos se reúnen el poder total y el amor inmenso. Nuestro Dios, el único
Dios, tiene poder sobre todo el universo. “El mundo entero es ante ti como un grano de
polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío que cae sobre la tierra en la
mañana. Te compadeces de todos porque tú lo puedes todo” (Sab 11,22-23). Pero Dios se
manifiesta cercano a nosotros como “Padre”, quiere que lo llamemos “Padre”, y Jesús nos
ha enseñado que cuando oremos, lo hagamos diciendo: “Padre...” (Mt 6,9; Lc 11,2).

Creador del cielo y de la tierra,


de todo lo visible e invisible.
“Dios hizo todo de la nada” (2Mac 7,28), lo que se ve y lo que no se ve, y lo sostiene con
su poder.
Todo lo que Dios ha hecho es bueno, y nada es aborrecible: “Tú amas todo lo que existe y
no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías
creado” (Sab 11,24).
Las cosas existentes no están por encima de los seres humanos, sino por contrario, Dios
las puso al servicio de la humanidad: “Hagamos al hombre... para que domine” (Gen
1,26); “¿Qué es el hombre?... Le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste
bajos sus pies” (Sal 8,5.7).

Creo en un solo Señor, Jesucristo,


A Dios se lo llama “el Señor”, y Jesucristo es el único que puede ser invocado con ese
nombre. “... hay una cantidad de dioses y una cantidad de señores. Pero para nosotros no
hay más que un solo Dios, el Padre... y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y
por quien nosotros existimos” (1Cor 8,5-6). “¡Que toda lengua proclame «Jesucristo es el
Señor»!” (Fil 2,11).

Hijo único de Dios,


nacido del Padre antes de todos los siglos:
Los seres humanos llegan a ser hijos de Dios por adopción, en el momento del bautismo
(Gal 3,26). Jesucristo, en cambio, es el Hijo de Dios que nació del Padre, y como Palabra
de Dios estaba junto a Dios desde toda la eternidad. “En el principio estaba la Palabra, y
la Palabra estaba junto a Dios...” (Jn 1,1)

Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,


Jesucristo es la Palabra de Dios que expresa y revela todo lo que es el Padre. Dios no
puede ser visto por los ojos humanos, pero se nos revela en la humanidad de Jesús: “A
Dios nadie lo vio jamás, pero el que lo revela es el Dios Hijo único, que está en el seno
del Padre” (Jn 1,18). Jesucristo es la imagen perfecta del Padre: “Él es la imagen del Dios
invisible” (Col 1,15); “El que me ha visto, ha visto al Padre ¿Cómo dices «Muéstranos al
Padre»?”. Por eso puede ser invocado como “Dios” y como “Luz”, como es invocado el
Padre.

engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre;


por quien todo fue hecho;
El Hijo de Dios no fue hecho, como las criaturas, sino que nació del Padre y tiene su
misma naturaleza. Él es anterior a todas las cosas porque es la Palabra con la que Dios
creó todo lo existente. “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra, y sin ella
no se hizo nada” (Jn 1,3).

que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación


bajó del cielo,
La humanidad vive en una penosa situación como consecuencia del pecado que reina en
el mundo. Sin embargo “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16).
El Hijo de Dios vino para liberar a la humanidad del pecado y de sus consecuencias, y
para otorgarle la posibilidad de alcanzar la vida eterna. Por amor a la humanidad se
despojó de la gloria que tenía junto al Padre y tomó la condición de servidor (Fil 2,6-7).
“Jesucristo se entregó por nuestros pecados para librarnos de este mundo perverso” (Gal
1,3-4).

y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen,


y se hizo hombre;
Para ingresar en la historia humana, el Hijo de Dios descendió por obra del Espíritu Santo
al seno inmaculado de María, tomó su carne y su sangre y asumió una condición mortal
como la nuestra. Él es verdadero Dios y verdadero hombre, “semejante en todo a sus
hermanos, menos en el pecado” (Heb 2,17; 4,15).

y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato;


padeció y fue sepultado,
Jesucristo vio con claridad cuáles eran los padecimientos a los que sería sometido durante
su pasión, y los asumió voluntariamente: “Abbá, Padre... aleja de mí este cáliz, pero que
no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mc 14,36). “Cristo vino como Sumo Sacerdote... y
entró una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su
propia sangre...” (Heb 9,11-12); “El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí” (Gal
2,20).

y resucitó al tercer día, según las Escrituras,


“Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (1Cor
15,14). Dios no abandonó a su Hijo a la corrupción del sepulcro, sino que lo resucitó (Hch
2,24). Cristo resucitado se apareció ante sus discípulos, y les mostró que no era un
espíritu, un fantasma o una visión, sino Él mismo, y les dijo: “...vean, un espíritu no tiene
carne ni huesos como ven que yo tengo... y comió delante de todos” (Lc 24,39-41).

y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;


La humanidad de Jesucristo fue llevada a participar de la gloria que el Hijo de Dios tenía
antes de la creación del mundo (Jn 17,5). “Hombre él también, es el único mediador entre
Dios y los hombres” (1Tim 2.3) y cumple la función sacerdotal en beneficio de todo el
mundo: “vive eternamente para interceder por los que se acercan a Dios” (Heb 6,25).

y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos,


La historia de la humanidad tendrá un fin, en un día que sólo Dios conoce. El Hijo de
Dios se manifestará con gloria (Ti 2,13), y “todos deberemos presentarnos ante el tribunal
de Jesucristo para que cada uno reciba de acuerdo con sus obras” (2Cor 5,10). Pero Él,
que será nuestro Juez, será también nuestro Defensor, porque “está a la derecha de Dios e
intercede por nosotros” (Rom 8,34).

y su reino no tendrá fin.


El reinado de Dios, comenzado con la venida de Jesucristo, se va abriendo paso
penosamente en la historia del mundo, y alcanzará su plenitud a pesar de todas las
oposiciones del mal. Jesucristo vino a anunciar la “buena noticia” de que el Reino de Dios
se aproxima, y es necesario creer en esa “buena noticia” (Mc 1,14-15).
Llegará un día en el que el mal desaparecerá por completo. “El último enemigo que será
vencido es la muerte” (1Cor 15,26), y en este mundo se hará sólo la voluntad de Dios así
como se hace en el cielo (Mt 6,10). “Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y
su reino no será destruido” (Dan 7,14).

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,


El Espíritu Santo es el soplo divino, la fuerza con la que Dios realiza su obra en este
mundo. Con el Espíritu, Dios da la vida física y comunica la vida divina, dirige la Iglesia,
suscita en ella ministerios y carismas, santifica e instruye a los fieles. El Espíritu tiene
todo lo que es Dios, y por eso es llamado “Señor”, como el Padre y el Hijo.

que procede del Padre y del Hijo,


El Espíritu Santo, que tiene su origen en el Padre (Jn 15,26), es enviado por el Padre y por
el Hijo (Jn 15,26; 16,7; Hch 2,33).

que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,


El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. Por esa razón las tres Personas de la
Trinidad deben ser adoradas y glorificadas sin ninguna diferencia. “Cuando creemos de tu
gloria, Padre, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo y del Espíritu Santo,
sin diferencia alguna”.

y que habló por medio de los profetas.


Los profetas y los autores de la Sagrada Escritura fueron inspirados por el Espíritu Santo
para que nos revelaran lo que debemos saber para nuestra salvación. El mismo Espíritu
continúa guiando a la Iglesia de Cristo, para que la Escritura sea comprendida y
actualizada de una manera cada vez más perfecta (Jn 14,26; 16,13-15).

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.


La Iglesia es el pueblo convocado por Dios, el rebaño de Jesucristo. Jesús quiere que haya
un solo rebaño (Jn 10,16), que es santo porque en él está la fuerza santificadora del
Espíritu, aunque los cristianos todavía no vivan todos santamente; la Iglesia es católica
porque está abierta a los hombres de toda lengua y nación, y es apostólica porque todos
los cristianos confiesan la misma fe predicada por los apóstoles.

Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados.


No puede haber más que un solo bautismo porque bautizarse es “sumergirse” en
Jesucristo para participar de su vida, de su Espíritu, de su título de Hijo de Dios. Todos
los que reciben el bautismo participan de la muerte y la resurrección de Jesucristo, son
adoptados por Dios como hijos y quedan purificados de todos sus pecados. Por el
bautismo son incorporados a la Iglesia y forman parte del Pueblo de Dios.

Espero la resurrección de los muertos


y la vida del mundo futuro.
Los que se unieron a Cristo en el bautismo y permanecen unidos a Él participarán también
de su vida eterna y su resurrección. Todos deberán morir y volver al polvo, pero al morir
“dejarán este cuerpo para estar con Cristo” (2Cor 5,8; Fil 1,22).
Pero “si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también
nos identificaremos con él en la resurrección” (Rom 6,5). Esto significa que el Espíritu de
Jesucristo dará nueva vida a los cuerpos de los que han muerto. No resucitará un espíritu o
un alma, sino un cuerpo, que no tendrá las condiciones que tiene en la actualidad. Será un
cuerpo completamente transformado, dotado de gloria e inmortalidad. “Seremos llevados
sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y viviremos con el Señor para siempre” (1Tes
4,17). La vida con Cristo será la vida eterna, la vida así como vive Dios, en una felicidad
sin fin, en “los cielos nuevos y la tierra nueva” que anunciaron los profetas (Is 65,17;
66,22).

Amén.

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