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Consagración Episcopal
Añatuya – Diciembre 2015

Bendito sea Dios nuestro Padre, que me ha elegido y ha derramado el


don del Espíritu Santo para configurarme obispo, es el don del espíritu para
presidir, con la plenitud del Sacerdocio de su Hijo Jesucristo para la
edificación de la Iglesia, aquí, en esta querida comunidad de Añatuya.

Este llamado, consagración y misión que se me ha conferido, es posible


sólo porque soy incorporado a un cuerpo, a un Colegio de obispos cuyo
primado lo ejerce hoy el Papa Francisco. Doy gracias por el providencial
tiempo de Iglesia que nos toca vivir en su ministerio como sucesor de Pedro.
Tiempo para revivir la alegría del Evangelio y el gozo indecible de poder
anunciarlo. Ese mismo Evangelio que hoy ha sido colocado sobre mi cabeza
en el momento de mi consagración, es mi primera tarea episcopal (LG 25) y
será mi motivo permanente de alegría en el ministerio. Gracias Santo Padre
por invitarnos a ser una Iglesia pobre para los pobres, en serio, de verdad. En
la persona del Señor Nuncio apostólico quiero depositar esta gratitud y el
compromiso de mi comunión y obediencia.

Quiero expresar una gratitud y admiración inmensa a Monseñor Gotau,


que desde el cielo sigue acompañándonos; que sus huellas no se borren
nunca de este suelo, porque son huellas de santidad. Gracias queridos
obispos predecesores aquí presentes, Mons. Antonio y Mons. Adolfo, quien
ha aceptado humildemente mi pedido de que fuera él quien me consagrara.
Doy gracias al Señor por el inmenso cariño con el que he sido recibido por
mis hermanos obispos, por cuánto me animaron, me siento en casa con ellos.
Quiero agradecer en particular a mis hermanos obispos de la región del NOA,
especialmente con ustedes quiero vivir la cercanía y el caminar juntos.
Gracias Mons. Alfredo, Arzobispo Metropolitano de Tucumán; y un “gracias”
grande al Cardenal Luis Villalba, mi maestro, y ahora, mi hermano en el
episcopado.
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Reconozco que esta elección de Dios tiene una historia y por ello, le
doy gracias por el don de la vida y de la fe, que papá y mamá, en mi familia
nos transmitieron, con la sencillez de una vida cristiana madurada
justamente, bajo el amparo de la Virgen del Valle, patrona de esta Iglesia.

Reconozco agradecido esta elección en el seno de la Iglesia en


Tucumán, pienso en la mediación de tantas personas que acompañaron mi
camino vocacional y toda mi vida sacerdotal: obispos, sacerdotes,
seminaristas, fieles laicos, religiosos, con quienes compartí la confortadora
alegría de anunciar el Evangelio en tantas comunidades, parroquias,
movimientos, instituciones y organismos de pastoral diocesanos, en los que
me tocó servir en mi querido Tucumán. He recibido mucho de ustedes,
muchísimo; en entrega y generosidad y, no creo, sinceramente, haber
correspondido en la misma medida. Por eso también quiero pedir perdón al
Señor y perdón a ustedes, mis hermanos tucumanos.

Y ahora el Señor me invita a incorporarme a otra Iglesia, y como su


pastor. Quiero compartirles que cuando el Señor Nuncio me transmitió la
noticia de que el Papa Francisco me había nombrado Obispo de Añatuya
experimenté una enorme alegría, no sólo por lo que significaba la gracia de la
plenitud del ministerio apostólico, sino también porque se trataba de
Añatuya, pastorear esta Iglesia de Añatuya por la cual guardé siempre un
especial cariño. Cariño que germinó junto a mis compañeros, muchos de los
actuales sacerdotes de este presbiterio, cuando eramos seminaristas,
germen que fructificó en amistades sacerdotales desde hace más de treinta
años y que se extendió en los vínculos creados, más recientemente, a raíz de
mi servicio como formador en el Seminario de Tucumán. Enorme alegría,
sobre todo, por tratarse de una Iglesia de nuestro querido NOA, nuestra
región, con la cual me comprometo a caminar y a compartir los desafíos
comunes y a dar testimonio de comunión.

A la hora de elegir un lema me vino al corazón y a la mente, el contexto


de un Papa argentino, nuestro Papa Francisco, una verdadera gracia para
nuestra patria, pensé en su ministerio y en su propuesta de actualizar el
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Concilio Vaticano II en términos de sinodalidad: caminar juntos,


escuchándonos y discerniendo juntos el sentido de la historia y el llamado del
Espíritu presente en los acontecimientos. Fue así que descubrí en el relato de
Lucas el encuentro de Jesús Resucitado con los peregrinos de Emaús, allí dice
el versículo 15 del capítulo 24 una frase que me impactó: “Se acercó, y se
puso a caminar con ellos”.

Siento que esto es lo que Jesús me pide hoy: imitar la cercanía de


Jesús, su cercanía con todos, desafiando las distancias geográficas y las otras
distancias; acercarme con la caridad de Cristo a todos, sobre todo a los más
alejados. Sí; quiero ser cercano a ustedes queridos hermanos sacerdotes
religiosos y del clero diocesano, que formamos un solo presbiterio. Quiero
ser cercano a cada comunidad religiosa que con tanta generosidad siembran
semillas del Reino en estas tierras. Quiero ser cercano a los fieles laicos que
con su testimonio hacen presente el Reino de Dios en las realidades
temporales y contribuyen a la edificación de la Iglesia en los diversos
servicios y ministerios.

Cercano, de un modo especial, a los más pobres. “Quiero una Iglesia


pobre para los pobres” (EG 198). “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y
siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por (…) los
más abandonados de la sociedad” (EG 186). En esa experiencia de cruz que
injustamente sufren tantas personas, ahí mismo se puede estar dando
revelación de Dios, y el hombre marginado puede estar captando algo de la
Vida del Resucitado, en la medida en que se abre a la esperanza, a la lucha
por la vida, a salir de la exclusión. Puede estar captando algo que nosotros no
captamos. Por eso, necesitamos escuchar y aprender, ser amigos del hombre
que sufre. Ayúdenme a que no me olvide de ellos, recuérdenmelo siempre.

Y así, cercanos, poder caminar juntos, evangelizando, haciendo


presente a Jesús con la fuerza de su Espíritu. En todo, caminar juntos.
Entonces, hasta las mismas estructuras de pastoral serán expresión de esta
sinodalidad; pero sobre todo, que sea el Espíritu el que anime la misión.
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A mis hermanos sacerdotes de esta Iglesia de Añatuya: les pido,


permítanme acercarme a ustedes, así, despacito, a cada uno, y déjense
acompañar por mi humilde ministerio. Les pido que vivan también entre
ustedes y con su gente, esta cercanía y esta Iglesia comunión. Esta nueva
etapa es también una oportunidad, oportunidad para recomenzar relaciones,
recrear vínculos, siendo misericordiosos como el Padre es misericordioso.
Querido P. Hernán: gracias por este tiempo de servicio a la diócesis como
administrador. Es la segunda vez que te toca cuidar la casa hasta la llegada
del nuevo obispo. Gracias por tu generosidad y tu servicio. Gracias por la
acogida y la disponibilidad que me brindaste.

A todos; a los ancianos, a los niños y a los jóvenes, a los enfermos, a los
privados de libertad, a los que carecen de trabajo, de techo, o de tierra, les
ofrezco hoy mi cercanía de pastor, para escucharlos, para caminar con
ustedes, hasta llegar a ser una sola familia que convive en fraternidad en la
casa común que es nuestro querido Santiago del Estero.

Gracias a todas las comunidades que vinieron desde lejos a compartir


esta fiesta, a las comunidades parroquiales de la diócesis de Añatuya; a los
hermanos que vinieron desde Tucumán, gracias por todo. Los abrazo y los
bendigo.

Que la Virgencita del Valle, que más al norte quiso tomar el nombre de
la Virgen santa de Huachana, los acompañe y cuide siempre su fe y sus vidas.

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