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Perspectivas

Las políticas locales de género desde el punto de vista de las


capacidades del estado

por Ana Laura Rodríguez Gustá*

* Ph.D. Docente – Investigadora. CEDeT, Escuela de Política y Gobierno (UNSAM).

Crecientemente, los municipios en América Latina cuentan con maquinarias de


género, así como con planes de igualdad de oportunidades y derechos para
varones y mujeres. Si bien, cuantitativamente, estas experiencias aún
comprenden una proporción relativamente baja en el total de 16.000 municipios
de la región, las experiencias más innovadoras respecto de cómo garantizar los
derechos y las condiciones de vida de las mujeres están desplegándose en las
arenas locales.

A título ilustrativo, en la Argentina existen más de doscientas oficinas


municipales dedicadas a las cuestiones de género (Gray 2004). En Chile,
Valdez (2007) informa acerca de la elaboración de trece Planes Regionales de
Igualdad de Oportunidades, cada uno de ellos con rasgos distintivos. Por su
parte, Montevideo presenta un plan líder por incorporar una perspectiva de
transversalización con un componente de intersección con lo racial (afro-
descendientes) y con la inclusión de los varones como protagonistas del mismo
(IMM 2007).

Al calor de las nuevas agendas de género globales, podríamos afirmar que


existe un verdadero giro subnacional en los procesos de elaboración y
ejecución de las políticas de igualdad para mujeres y varones. A propósito,
cabe señalar un nuevo clima internacional y de cooperación técnica orientado a
promover un mayor anclaje municipal de las políticas de género e instalar una
descentralización robusta de las funciones públicas en los municipios 1 . La
Unión Internacional de Autoridades Locales (IULA por su acrónimo en inglés)
manifestó su interés por las cuestiones de equidad de género en 1998, con la
Declaración Mundial sobre las Mujeres en el Gobierno Local. Asimismo, en
este mismo año, la Federación de Mujeres Municipalistas de América Latina y
el Caribe expresó su preocupación en la Declaración de Quito. Dadas estas
tendencias, se podría esperar un escenario promisorio para las políticas de
igualdad de oportunidades.

No obstante ello, comúnmente se afirma que los gobiernos locales se


encuentran desbordados en sus capacidades de dar cuenta de las
problemáticas sociales del territorio, a lo que se agregaría una agenda de
género bastante demandante acerca de cómo, efectivamente, gobernar. En su
variante transversal como política integral, la puesta en funcionamiento de

1
Cabe señalar las actividades realizadas al amparo de la cooperación española y alemana, así como el
apoyo de UNIFEM y de UN-Hábitat.
planes de igualdad requiere componentes múltiples. Entre los más salientes,
señalados en la literatura 2 , podemos mencionar una activa participación de
mujeres organizadas con habilidades para articular sus demandas, personal
técnico capacitado desde la perspectiva de la igualdad de género, habilidades
para procesar información que pueda dar cuenta de diferencias de género,
estructuras y procedimientos acordes con instancias participativas donde
pueda plantearse la diversidad de las necesidades de mujeres, etc.

Requisitos fundamentales: maquinarias de género y mujeres políticas

Por lo general, las iniciativas relativas a los derechos y a la condición


socioeconómica de las mujeres son impulsadas por mujeres políticas (Htun
2002). Habida cuenta de ello, la baja representación política en las jerarquías
de los gobiernos locales es problemática a efectos de instalar planes de
igualdad de oportunidades. A propósito, Massolo (2006) señala que ni las
políticas de descentralización ni las reformas municipales han incrementado
significativamente la presencia femenina en los cargos municipales electivos.
Ello es preocupante ya que Htun (2002) muestra que, en América Latina, la
creciente participación de mujeres en las legislaturas nacionales efectivamente
coincide con una mayor atención a cuestiones tales como los derechos de
mujeres, la violencia doméstica, las cuestiones reproductivas, etc.

Por su parte, las denominadas maquinarias de género –oficinas de mujeres,


direcciones de la mujer, etc.– dentro de la estructura municipal constituyen otro
ingrediente primordial para la instalación de políticas locales de igualdad de
género. Estas maquinarias presentan varias debilidades. En líneas generales,
cuentan con una escasa asignación presupuestaria y con poco personal
técnico. Asimismo, usualmente dependen de otras jerarquías, por lo cual su
diálogo con las máximas autoridades municipales está mediado por actores
intermedios. Además, sus acciones son desarrolladas segmentadamente en
relación al resto de las actividades municipales, las cuales, por otra parte,
enfrentan debilidades administrativas y operativas.

Aún en condiciones óptimas –suficientes mujeres en cargos electivos y


jerárquicos municipales y, además, maquinarias de género con suficientes
recursos económicos y humanos– existen notorias dificultades para promover,
implantar y evaluar las políticas de género por su compleja naturaleza. A
continuación discutimos algunas debilidades relativas a las capacidades de los
gobiernos locales para impulsar estas desafiantes políticas públicas.

El compromiso político

El compromiso con las políticas de género, según muestran algunas


experiencias latinoamericanas, ha sido particularmente dificultoso al momento
de implantar acciones locales. Aún en países donde la maquinaria de género
tiene ya una importante tradición como en Chile, algunas investigaciones
señalan que los recursos presupuestarios asignados a las políticas de género

2
Véase, por ejemplo, Massolo (2006).
son derivados a otras áreas consideradas de “emergencia” ante cualquier
instancia de escasez de recursos (Francheschet 2003).

Específicamente, y en aras de institucionalizar las políticas de género, el


compromiso político es altamente relevante porque implica otorgar recursos
materiales y legitimidad a la política. Asimismo, brinda un marco formal para la
implementación de acciones que de otra manera serían posiblemente
evaporadas por las relaciones informales de poder, un tipo de relaciones que
por lo general terminan beneficiando intereses disímiles a los de mayor
equidad.

Además, puesto que las medidas orientadas hacia una mayor igualdad de
género enfrentan problemas de comprensión e implementación en los niveles
organizacionales intermedios, el interés manifiesto por parte de las máximas
autoridades ofrece la oportunidad de alinear a los actores en torno a cuestiones
definidas como prioritarias.

La naturaleza horizontal de las políticas

Las políticas de género implican coordinación, articulación y, primordialmente,


un demandante trabajo transversal al interior de la estructura municipal. En
última instancia, las acciones de género deberían estar contenidas en el
conjunto de las políticas del gobierno local, ya que la totalidad de las medidas
públicas afectan, directa o indirectamente, las oportunidades de varones y
mujeres respecto del ejercicio de derechos y el acceso a bienes y servicios.

A propósito de los requisitos de coordinación, y a partir de experiencias


europeas, Beverdige et al. (2000) identifican que la ejecución efectiva de las
políticas de género depende, en gran medida, de la interacción práctica entre
las unidades de género del estado con el resto de su aparto. En definitiva, son
políticas que deberían ser “asunto de todos”. Ciertamente, esta orientación
organizacional parecería estar fuera de sintonía con respecto de las
burocracias municipales resistentes a emprendimientos “cruzados”, herederas
de un atávico estilo sectorial de gestión (Goetz 1995; Massolo 2006).

Los espacios públicos deliberativos

De acuerdo con Verloo (2000), las políticas de género proponen alterar


significativamente la interacción entre el movimiento de mujeres, las
ciudadanas y el estado. En efecto, una restricción fundamental para la agenda
de género es la ausencia de lazos fluidos entre los gobiernos locales y de una
base organizativa fuerte de mujeres y ONG sensibles a estas temáticas. En
ocasiones, estos lazos son afectados por la mutua suspicacia entre el estado y
la sociedad civil (Álvarez 1999; Goetz 1995; Vargas 2001) aunque,
precisamente, los procesos de descentralización local –al menos en teoría–
han buscado fomentar espacios de consulta y participación entre actores con
intereses y discursos disímiles.

En términos de política pública, ello implica incentivar la participación de grupos


de mujeres que puedan articular sus necesidades y demandas frente al estado,
incluso fomentando su propia conformación y desarrollo en aquellos ámbitos
territoriales donde los colectivos de mujeres son escasos. En la literatura sobre
políticas de género, estas actividades cobran el nombre de empoderamiento.
Las mismas son particularmente relevantes puesto que algunos estudios han
señalado que las mujeres no están presentes en los ámbitos de desarrollo
regional (Byrne et al. 1996). Por ejemplo, existen grupos locales que
constituyen verdaderas barreras de entrada para la participación femenina en
espacios deliberativos aún en experiencias de democracia participativa con una
fuerte impronta de inclusión social (Clisby 2005).

Evidentemente, lo anterior requiere de la asignación de recursos especiales


(materiales y cognitivos, tiempo y atención) para el fortalecimiento y la
organización de estos grupos. Más allá de esta visión optimista, es una realidad
que las mujeres podrían tener una “jornada redonda” si, además de la jornada
laboral y las tareas domésticas, deben atender procesos participativos
demandantes. Por su parte, las mujeres han participado en el territorio pero
como “gestoras sociales”, logrando resolver carencias de bienes y servicios
básicos lo cual, simultáneamente, ha reproducido cierta división sexual de la
esfera pública. Habida cuenta de estas consideraciones, los mecanismos de
democracia participativa deberían ser selectivos y, por su parte, los apoyos a
las organizaciones de mujeres tendrían que considerar las propias restricciones
de esta población.

Organizaciones críticas

No basta con el hecho de que las mujeres estén organizadas: sus ámbitos
colectivos deben vincularse críticamente con el municipio. A efectos de incidir
en las políticas de género y, particularmente, participar activamente en su
seguimiento y evaluación, estas organizaciones deben contar con habilidades
para involucrar a funcionarios y burócratas en asuntos de planificación y
ejecución de las acciones de los planes. Un tema especialmente sensible que
ha sido dificultoso para las organizaciones femeninas es ejercer la función de
“guardián” en lo referente a los ingresos y gastos del gobierno local (Massolo
2006). En efecto, los presupuestos de género son difíciles de instalar e
implementar -en parte- porque la sociedad civil organizada no cuenta con las
habilidades para garantizar su cumplimiento.

Comentarios finales

Las políticas públicas con perspectiva de género presentan un rasgo distintivo:


su adopción conlleva una transformación de las propias políticas. La
incorporación del género como criterio constitutivo de la acción municipal
implica, entre otras cuestiones, prácticas horizontales de relación con la
sociedad civil, la activa participación ciudadana en el seguimiento de las
medidas y sus logros, una mayor coordinación y comunicación al interior del
propio gobierno local, etc. En otras palabras, una política de género municipal
no debería concebirse como una mera cuestión aditiva, en el sentido de
incorporar otra política más al amplio menú de competencias locales. Por el
contrario, esta política, por sus contenidos y las consecuencias de su
instrumentación, debería verse como una verdadera innovación de la propia
gestión pública local, ya que altera estructuras y procedimientos, así como la
propia trama de relaciones con el medio y la forma de conceptuar problemas
sociales por parte de las autoridades locales.

Bibliografía

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