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…del final de una vida que recién comienza.


© 2020 - Ricardo Martín Contard - Reservados todos los derechos que previene la Ley 11.723. Prohibida su reproducción total o parcial, sin el permiso del titular.

Estrella

Cuando miro al cielo de noche y las nubes no están ahí; soy más feliz, pues están las
estrellas.
Ellas no son astros, ni cuerpos celestes, ni simples luces, ni soles, ni planetas, ni...
Ellas son simplemente pequeños agujeritos en el cielo.
Y por cierto; el cielo no es más que el límite o borde de la grandiosa burbuja en la que
estamos todos atrapados, en la vida...
En la infinitud del cielo están los agujeritos, que nos sirven para ver todo lo que hay del
otro lado.
Todo lo que hay del otro lado de la vida es muy distinto a ésta.
Alcanzando a mirar a través de un simple agujerito podríamos ver, por ejemplo, los otros
mundos, las otras galaxias, los verdaderos dioses (que tanto polemizamos) que manejan
todas nuestras cosas, la belleza de la existencia, la eternidad del tiempo, la infinitud del
espacio, la libertad espiritual,... en fin; todo lo esencial, todo lo invisible a los ojos, todo lo
agotado en el mercado de la vida, todo...
Lo esencial de todo esto es que cada estrella nos proyecta algo diferente a cada persona.
Por eso es que hay una estrella para cada hombre (y un estrello para cada mujer).
El problema es que mi propia estrella, no sólo es un agujerito, sino que además es una
puerta. Una puerta por la que mi espíritu se escapa y suele divagar por la eternidad y, al
parecer, esto es muy “peligroso”.
En definitiva, puedo decir que amo cada vez más a mi estrella, pero ella va consumiendo
de a poquito mi espíritu, y estoy quedando cada vez más humano y más indefenso ante
los caprichos del tiempo.
Pero prefiero, antes de rezongar y reprocharle los vicios a mi estrella, continuar cantándole
así:
1
Ella no es
un cuerpo celeste
pero brilla
y con luz propia.
Ella no es
presencia constante;
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ella es fugaz
y me da suerte,
ella es mi destino,
con ella nací,...
y con ella voy a morir.

Divisiones

Hoy hace ya mucho tiempo que mi vecino no me saluda. Ni siquiera la casualidad cruza
nuestras miradas.
Y cuando mi mente empieza a darse cuenta de todo, me despierto y sólo sé que alguna
vez, si mal no me acuerdo, tuve uno, dos o más amigos.
De niño, de adolescente, y hasta ahora, ya de “grande”, me doy cuenta que hubo
divisiones que no pasaron desapercibidas; que tienen arreglo, y que pueden cambiar parte
de nuestras vidas.
Porque, ¿qué nos lleva a esas divisiones? Que, por cierto, aún se siguen y se seguirán
dando.
¿Qué es lo que mueve a los hombres a prescindir de la compañía de los demás y,
sobre todo cuando esos “demás” pueden ser amigos, parientes, etc.?
Pero yo pregunto:
¿Por qué dividirnos en familias de parientes,
si somos todos parte de la “familia de la raza humana”?

¿Por qué nos dividimos en humanos, inhumanos, animales, ...;


si somos todos seres vivos y todos disfrutamos por igual de la vida y de la muerte?

¿Por qué nos dividimos en grandes y chicos,


si todos tenemos el corazón del mismo tamaño?

2
¿Por qué nos dividimos en hombres y mujeres, en blancos y negros, en lindos y feos, en
buenos y malos, en fuertes y débiles, en jóvenes y viejos, en sabios e ignorantes; si todos
somos iguales a los ojos del Tiempo?

Con respecto al espacio:


¿Por qué dividirnos en barrios,
si todos somos de la misma ciudad?
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¿Por qué dividirnos en ciudades,


si todos somos parte de la misma provincia?

¿Por qué dividirnos en provincias y competir,


si todos somos parte del mismo país?

¿Por qué dividirnos en países y librar guerras entre unos y otros,


si somos todos parte del mismo mundo?

¿Por qué dividirnos en mundos, universos y galaxias,


si somos todos parte integral del mismo sueño; el sueño de un ser supremo y creador, que
nos unió a todos los “existentes” en una misma realidad?

¿Por qué nos dividimos en amigos y enemigos,


si nadie quiere estar solo?

¿Por qué nos dividimos en pobres y ricos,


si en realidad la riqueza y la pobreza son los caprichos de unos pocos y al Juez no le
importa?

¿Por qué dividirnos y hacer todo más difícil?

¿Cuándo cambiaremos nuestra realidad?

¿Cuándo cambiaremos el hecho de que desde la luna, lo que se ve con más claridad de la
Tierra es la Muralla China (monumento a una de las tantas divisiones que se han sufrido)?

Quien tenga la respuesta a todos estos puntos; que la diga.


Si ya la dijo; que la vuelva a decir con más fuerza.
Si ya la dijo y nadie lo escuchó; que se lo confíe sólo a sus amigos; como lo hago yo...
Ser

Me he preguntado
¿cómo vivir?
Tuve un maestro
y así aprendí a vivir.
3
Hoy me pregunto
si sé vivir,
veo que este mundo
no está ... no se ve ...
muy feliz.

¿Será que estoy llevando una “vida bien”?


¿Será que me estoy convirtiendo en lo que se convierten todos cuando se aburren de vivir:
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en una persona adulta?


¿Será, che?
¿Acaso el adulto actual está tan materializado que llega hasta a pensar en suicidarse si le
quitan el sueldo?
¿Acaso todos los adultos recuerdan solamente a sus deudores?
¿Acaso se han perdido en el olvido las tareas primarias y exclusivas de todo adulto?
¿Acaso se han olvidado los adultos de atarse los cordones y de enseñarles ese arte a sus
hijos y descendientes?
¿Acaso se han olvidado de que ciertas tareas como andar en bicicleta, remontar barriletes,
ir a Misa en familia, compartir por lo menos una mesa al día juntos, discutir, reírse a
carcajadas (aunque sólo sea por unos chistes ”pavos”), llorar y consolar; son actividades
que no le deben faltar a ningún grupo o sociedad humana?
Y los adultos son los responsables de todo eso. Todas estas cosas son obligación y
derecho de todo adulto, en todo lugar, durante toda su vida, sin ninguna excusa; por más
que sea pobre o rico, laburador o desocupado, feliz o infeliz, libre o esclavo, hombre o
mujer, grande o pequeño, alegre o amargado, etc…
No importa nada de eso.
Sólo cuando hayamos aprendido, practicado y enseñado a practicar estas tareas
cotidianas, podremos decir que somos personas adultas; uno de los requisitos esenciales
para llegar a la más digna etapa de nuestra vida: la vejez.

4
Historia de Sincerón XIII y los once días robados

En aquel tiempo, el rey Sincerón XIII había estado recibiendo muchas noticias de
rebeliones y motines en sectores de su pueblo, en contra de su gobierno y sus medidas.
Esto lo llevó a tomar ciertas decisiones que no cayeron muy bien en el gusto de su gente.
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Un día hizo reunir a todo su pueblo, sin excluir a nadie, en el patio de su gran palacio.
Estando toda la gente a la expectativa e impaciente, se vio aparecer en un balcón del
palacio la figura de un rey enojado. Era Sincerón.
Un murmullo desconfiado se apoderó del aire en unos instantes, hasta que cesó
abruptamente cuando se vio que el Rey alzaba su brazo derecho, como quien utiliza ese
gesto para derramar bendiciones sobre algo o alguien; y comenzó:
“—Sea bienvenido mi pueblo querido—y continuó—Sepan que hoy, 4 de octubre de 1582,
es un día importante.
Me he enterado de que ciertas personas se sienten desconformes conmigo y con mi gente.
Era de suponer que este “sistema” no iba a caer muy bien a todos; así es que decidí
empezar a poner más mano dura y hacer una “depuración general”, que por cierto es
necesaria.
Lo que haremos es lo siguiente: voy a ir llamando a partes de la gente que de alguna
forma no se acoplan al modelo de sociedad que proponemos.
Por supuesto que tengo una base bien fundamentada; y es algo que ustedes ya conocen:
nuestra querida Fe, que nos han transmitido nuestros anteriores. […]”
“Hoy, como primera medida voy a recordarles nuestra primera y principal medida, que
dice:
Yo soy Sincerón, su rey, que les da un tiempo y un lugar para que vivan. No se postrarán
ante ningún otro rey ni le rendirán culto, porque yo soy el único rey, y soy un rey celoso,
que castiga la maldad de los padres en los hijos, hasta la cuarta generación. Sólo tendré
misericordia con los que me amen y cumplan lo que les mando”.
Luego de todo el trámite que le costó pronunciar la primera ley, agregó:
“—A continuación les solicito se presenten todos los que de alguna forma u otra han
desobedecido esta ley, levantando en orden su mano derecha. Éstos tendrán su castigo
correspondiente.”

Mientras continuaba su discurso, los soldados del Rey iban deteniendo y llevando hacia el
palacio a las personas que poco a poco iban levantando sus manos. Luego de que
aproximadamente cien personas fueron apartadas de la multitud y apresadas; es Rey
concluyó su discurso convocando a la gente restante para que asistiera nuevamente al
palacio al día siguiente para enterarse del castigo que recibieron los detenidos y para
escuchar la segunda ley.

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En el segundo día, la misma gente se reunió nuevamente frente al palacio dispuesta a
escuchar. Cuando Sincerón ya hubo saludado amablemente, comenzó su discurso:
“—Como segunda ley les digo: No pronunciarán mi nombre en vano, y meno para su
propio beneficio.
Os ruego se presenten levantando la mano todos cuantos han desobedecido esta ley
alguna vez”.
En es momento, alrededor de trescientas personas, entre ellas comerciantes y estafadores;
levantaron inocentemente sus manos, y fueron detenidos inmediatamente por los
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soldados.
El Rey volvió a convocar al pueblo para el día siguiente.

Al tercer día proclamó que debían trabajar todos, sin excepción, sólo seis días de la
semana, y dejar el último (al sábado), para descanso y para hacer honor al Rey.
A raíz de esta ley fueron apartados y castigados todos los que trabajaban como esclavos
de los nobles, pues ellos no acostumbraban tener días de descanso.

Al cuarto día, y como era un Rey muy conservador, declaró ley que se honrara a los padres
y la familia; así es que todas las personas que vivían solas o apartadas de sus hogares
familiares, que por cierto eran muchas, fueron apartadas y condenadas.

Al quinto día, Sincerón declaró ley “no matar”; lo que incluía a todas las formas de seres
vivos que existían en el reino. Esto produjo que el pueblo se redujera aún más.

Al sexto día se redujo el número de la gente un tanto más, pues Sincerón condenó a
aquellas personas que cometían o habían cometido alguna vez adulterio.

Al séptimo día condenó a los ladrones y estafadores, y así el pueblo que alguna vez había
sido “nación”, quedó reducido a un número de cien personas.

Al octavo día dio fin a los mentirosos y difamadores, y el número de súbditos que quedaba
se redujo a la mitad.

Al noveno día, el Rey ordenó que se presenten los que alguna vez codiciaron o envidiaron
los bienes de otros. Entonces, de las cincuenta personas que había frente al palacio, poco a
poco fueron levantando sus manos los cuarenta y nueve últimos culpables, quienes en el
acto fueron separados y castigados.

El Rey quedó admirado al ver que una sola persona, supuestamente, no había
desobedecido nunca ninguna de sus leyes.
Era un hombre joven y pobre, que al ver que a su Rey se le habían acabado las “leyes”,
preguntó con respeto:
“—¿Y yo, que debo hacer, mi Señor?”
“—Tu serás otro buen Rey, como yo—respondió Sincerón—y, juntos compartiremos las
riquezas de este basto reino.”
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A lo que él respondió:
“—No puedo aceptar su propuesta Señor, pues yo no soy quién para dominar o juzgar
injustamente a las demás personas, como lo hizo Usted...”

Aquel hombre fue ahorcado y decapitado, al igual que todas las demás personas que el
Rey había condenado durante esos diez días.
A los dos días fueron quemados todos los cuerpos y las cabezas de los condenados.
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Sincerón XIII murió al poco tiempo, pues ya no tenía un pueblo para gobernar.

Los que quedaron al mando del reino decretaron que en los calendarios siguientes y en las
memorias, al día 3 de octubre le siguiera el 18 de octubre; así, serían borrados del tiempo
los once días de tormento y castigo.

La sabiduría de un buen hombre reside en la virtud del gobierno de los propios actos y
pensamientos. Y es verdaderamente digno y capaz de gobernar a otros quien se gobierna
y domina a sí mismo.

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Bienvenido. Ésta es la “página principal” del trabajo. A partir de que leas estas líneas sabrás si
continuar o no leyendo el libro entero. Es por eso que está ubicada aproximadamente en la mitad;
pues, si la situara al final como una conclusión, no sería inteligente de mi parte, ya que siempre hay
alguien que comienza a leer los libros desde atrás.
Así como en la vida misma, hay un momento en el que todo se detiene en un darse cuenta, en un
preguntarse por el verdadero sentido del ser, en un mirar atrás para seguir con más fuerza, en un
detenerse en el camino y adelantarse voluntariamente varios metros en el tiempo para ser historia
(ocupando un renglón en ella). . .
Así, en este simple “libro” están estas páginas, llenas de preguntas que te obligan a despertar y no
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volverte a dormir en vos mismo. Esas preguntas son:

¿Qué es para vos el arco iris?


¿Cuál es el sueño de tu vida?
¿Y la vida de tus sueños?
¿De qué está hecho el fuego?
¿Qué cosas te hacen reír?
¿Qué cosas te hacen llorar?
¿Cuánto debes a tus deudores?
¿Sabes dónde vive tu alma?
¿Por qué la mayoría de la gente usa anteojos de sol?
¿Tus amigos, dónde están...?
¿Crees verdaderamente que Dios es increíble?
¿Conoces a alguien que sea capaz de todo por nada?
¿Estás pensando en qué hiciste ayer,
o en qué vas a hacer mañana?
¿Qué es mejor: dar o recibir?
¿Crees en los beneficios del perdón?
¿Por qué llueve?
¿Te gusta caminar por la ciudad
bajo la lluvia torrencial, y así creer
que tu corazón se va lavando de a poco
para empezar de nuevo al otro día?
¿Te gustan los chupetines?
¿Querés a tus hermanos?
¿Te imaginas el invierno en el infierno?
¿Qué hacés ahí sentado,
leyendo y haciéndote preguntas estúpidas;
mientras hay todo un mundo
a tu alrededor (y más lejos)
que necesita que hagas algo ya?
Pensalo...
Luego de unos minutos de “niña reflexión”, te invito a que continúes con la lectura del libro y lo
termines, pues no está muy bien hacer las cosas “a medias” ...
Cuando acabes con él puedes volver a estas páginas para empezar a buscar respuestas en tu
propia vida.

8
Alicio Sacco, el hombre que buscaba el arco iris

Don Alicio Sacco, un hombre viejo y sabio; se había dado cuenta que todavía, a
pesar de su edad, le faltaban muchas cosas por aprender.
Una de esas cosas, de las que no dejan a uno tranquilo hasta que no se las
resuelve y se las entiende completamente, era que misteriosamente había días
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en que a pesar de llover, había sol. Y en esos días lo que más le asombraba era
esa figura de colores que aparecía atravesando el cielo: el arco iris.
Lo primero que quería hacer era tocarlo, porque imaginó que por ser algo tan
misterioso y aparentemente inalcanzable, ningún hombre había podido lograrlo
aún.
Entonces, tomó una escalera, subió al techo de su casa para ver de dónde salía;
y vio que en un punto lejano en el horizonte se cortaba la figura, y pensó que
ese era el principio, la fuente de donde se desprendía.
Sin más que pensar, tomó su saco y algunas cosas de valor, y marchó...
Ya en el camino interestatal, esperó varias horas y caminó otras tantas, hasta
que un bondadoso camionero lo llevó un largo tramo.
“— ¿Adónde vas, amigo?”
“—No lo sé exactamente,... al horizonte.”
Cuando el camionero debió desviarse del camino de Don Sacco, le pidió las
disculpas del caso y lo dejó en medio de la ruta.
Alicio no sabía cómo agradecerle al señor, y de su viejo saco extrajo un poco de
suerte que le quedaba y se lo entregó como forma de pago. El camionero la
aceptó, se fue y jamás se volvieron a ver.
Solo en la ruta y, cansado del viaje; Alicio no hizo más que entrar en la primera
tranquera que vio para pedir hospedaje por esa noche:
“— ¿Qué se le ofrece, don?”
“—Me gustaría pasar la noche en su casa, si usted me lo permite, ya que es muy
tarde para caminar por la ruta solo y casado como estoy...”
El señor aceptó muy amablemente.
En la cena, disfrutando de un rico puchero, Alicio vio que era una familia muy
humilde pero feliz, y como agradecimiento por su hospitalidad, sacó de uno de
sus bolsillos toda la confianza y el silencio que guardaba y se los regaló.
A la mañana del día siguiente, al despedirse del señor dueño del campo, le dio
un consejo, le dijo:
“—Cuide siempre este campo, para usted y su familia. Las ciudades no
convienen.”
Nuevamente en camino, encontró en una estación de servicio, a un viejito ciego
que pedía limosna con la mano extendida en una silla de ruedas.

9
Alicio Sacco, hombre misericordioso y bueno, vació otro de sus bolsillos para
regalarle toda la juventud y el tiempo que le quedaban. Y el viejito, contento,
comenzó una nueva vida con más ganas y voluntad.
Además, en la estación de servicio, Alicio conoció a un hombre que también
viajaba muy lejos, pero era un poco más joven; y se llamaba Mario.
Juntos anduvieron muchos kilómetros. Pero un día el destino los tuvo que
separar. Y Don Sacco, como era su costumbre, sacó de su saco una cajita como
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las de fósforos en la que guardaba toda la fortaleza y el espíritu de aventurero; y


se la obsequió como una muestra de cariño.

Después de un tiempo de recorrer caminos en los que, cada tanto, veía el arco
iris en el cielo,-- lo que lo animaba e inspiraba a seguir adelante--, Alicio se
cansó y se quedó a vivir temporalmente en un pueblito pobre y chiquito.
Durante ese estar en el pueblito conoció a una viejita, se enamoró y vivió con
ella largos años.
A todo esto, Don Sacco había perdido su juventud y su tiempo (con el viejito
ciego de la estación), ya no tenía casi más suerte (la tenía el camionero) ni
tampoco la fortaleza necesaria para seguir (debido a su amigo Mario).
Ya le costaba lograr el silencio interior, pues lo había dejado todo en la familia
del campo.
A pesar de todo esto, le quedaba en su viejo saco un manojo de recuerdos de
todo lo que había vivido en el viaje, un pedazo de esperanza y abundante
sabiduría para entender la vida.

Después de unos años más, la viejita, con la que había tenido un hijo, falleció
(naturalmente).
Don Sacco no tuvo más remedio que darle a su hijo todo el amor que le
quedaba en el bolsillo interior de su abrigo.
Pero su hijo no lo quería como padre, pues en toda su vida lo había dado todo
para conseguir, en definitiva, llegar a un lugar imaginario, como es el principio
del arco iris.
A Sacco no le importó lo de su hijo. Juntó las pocas fuerzas físicas que le
quedaban, y reemprendió su eterno viaje.
Hasta que un buen día, llegó a un lugar donde el río cae desde tal altura que el
agua y las diminutas gotas que salpica hacen que al salir el sol, se produzca el
fenómeno que tanto lo asombró durante toda su vida: el arco iris.
Satisfecho por el descubrimiento y lleno de alegría y de luz, volvió a su casa en
el pueblito, a reencontrarse con su hijo.
Cuando llegó, el mismo hijo ya había crecido mucho, pero su corazón aún
estaba muy duro con respecto a su padre.
Don Alicio utilizó toda su misericordia para perdonarlo; y fue a su encuentro:

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“—Hijo, yo sé que nunca nos llevamos muy bien. Pero yo ya estoy viejo. He
aprendido mucho de la vida. Hasta aprendí cómo se forma el arco iris. Y te traje
un regalo...”
En ese momento, como de costumbre, Don Sacco sacó de su saco una bolsa de
trapo que estaba llena de luz, luz que había podido rescatar del último arco iris
que había visto.
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En fin, Alicio ya había dado casi todo. No le quedaba mucho más que la vida,
que por cierto estaba a punto de terminar…
Si. Así es. En el hospital de su pueblo, tirado en la cama, yacía Don Sacco
esperando la hora fatal. Pero ésta, no llegó antes de que su hijo lo fuera a visitar
y a decirle “adiós”:
“—Hijo,...me estoy muriendo.”
“—Ya sé, papi.”
En ese momento irrumpió en la habitación una enfermera pidiéndole al
muchacho que, por el bien del paciente, se retirara a esperar afuera, en el
pasillo.
En cuanto la enfermera se fue, el hijo le dio un beso a su padre y se fue:
“— ¿No estás olvidando algo? –preguntó con mucho esfuerzo el viejo Sacco—
Alcánzame el saco, por favor...”
El hijo obedeció.
“—Dame tu mano, hijo.”
Y como acostumbró toda su vida, Alicio sacó de un bolsillo algo imaginario y se
lo puso en su mano al muchacho diciendo:
“—Un poco de alegría para la vida.”

Y bueno; Alicio Sacco lo había perdido todo. Pero hay cosas que nunca se
pierden del todo: la alegría, las costumbres, los sacos, la luz...

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Perdidos en un extraño lugar.

Eran dos hermanos. Pedro de diez y Luisito de siete. Y estaban perdidos.


Solos. En un lugar lleno de gente. Lleno de seres extraordinarios.
Para el lado que miraran, nada les parecía similar a su lugar, a su barrio.
Nada les parecía una salida.
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No había árboles como en su barrio. “Se los había llevado alguien” pensaron.
La calle era dura. Muy dura.
Las casas eran de muchos colores diferentes y tenían puertas grandes. Las
puertas estaban pintadas de otros diferentes colores y tenían números extraños.
El techo de estas casas estaba tan alto que parecía que jugaban a ver cuál casa
era más alta.
Las paredes estaban adornadas de diferentes formas.
Además, sorprendía lo juntas que estaban las casas y los edificios.
¡Ah! Los edificios… para estos niños, los edificios eran muchas casas apiladas de
gente testaruda que había querido vivir en el mismo lugar.
Las puertas y las ventanas eran parecidas: altas, lujosas, caras…
Había casas que en vez de la pared del frente sólo tenían una gran ventana a
través de la cual se podían ver todas las cosas lindas que se guardaban las casas
en su interior.
Esas casas, por dentro eran muy raras. Por sus cosas, sus muebles, sus adornos,
su falta desconcertante de personas, etc.
Los pisos eran brillosos y estaban formados por pequeños “cuadrados”, todos
iguales.
Esas no eran casas comunes. Sus ventanas eran las llamadas “vidrieras”.
Era un mundo, para estos chicos, bastante incompleto. No había patios donde
jugar. Ni siquiera había un lugar con el suelo lo suficientemente blando para
hacer un hoyito y jugar “a las bolillas”.

Después de haber caminado bastante, se sentaron frente a una gran vidriera


llena de aparatos luminosos de forma cuadrada. Eran aparatos muy peculiares.
--¡Mira, Luisito, …hay gente metida en ese aparato!
--¡Ahá! ¿Por qué estarán ahí, che?
--No se.
Todas sus miradas eran absorbidas por los extraños artefactos. Sus pequeñas
cabecitas no daban abasto para captar toda la serie de imágenes que pasaban,
a veces, casi imperceptibles de tanta rapidez.
Pedro y Luisito no entendían nada. Y se quedaron mirando aquel extraño
suceso, dejando pasar inconscientemente el tiempo, de tal forma que se hizo de
noche y tuvieron ganas de dormir. Pero no estaban en casa. Estaban perdidos
en aquel lugar. Había muchas puertas cerradas. Muchas luces.
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Sus ojos fueron venciéndose lentamente, de tanto mirar quizás, aquellos
aparatos tan interesantes.

Ese día vieron muchas cosas, en ese solo lugar.


Vieron mucha gente rara y diferente. Los niños y los adultos usaban ropas
extrañas. Se peinaban diferente. Sus rostros estaban siempre limpios y, a veces,
pintados de varios colores.
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Las costumbres eran totalmente distintas; al comer, al caminar, al hablar, al


jugar, al dormir, etc.
Eran partes de un mundo inalcanzable.
Los autos.
Los juegos.
Las costumbres.
La vida en general.
Todas eran cosas que Pedro y Luis sólo podrían ver y sentir en esos aparatos tan
deslumbrantes.

A la mañana se despertaron en medio de un murmullo constante de gente, que


caminaba a su lado por la vereda, en la que habían quedado dormidos mirando
a través de la vidriera.
Estaban rodeados de la misma gente extraña que habían visto en los aparatos.
Los mismos autos de diferentes tamaños y colores cruzaban una y otra vez por
la dura calle.
A pesar de todo lo que los niños escuchaban y veían, nada estaba dirigido a
ellos.
Sólo estaban inmersos en uno de los tantos días normales en la gran ciudad.
Pero ellos seguían sintiéndose perdidos, solos y muy lejos de casa.
Cuando apenas se hartaron de tal situación, echaron a correr en cualquier
dirección. Y corrieron… y corrieron… y llegaron a un lugar lleno de árboles,
bancos, juegos para niños y más gente… y pensaron que habían encontrado el
lugar hacia el que alguien había transportado todos los árboles que faltaban en
las casas; para mantenerlos a todos juntos, fuertes y grandes; como todo árbol
debe estar, como cada ser debe estar: junto a sus semejantes, para crecer
fuertes y llegar muy alto.

Sin embargo ellos, Pedro y Luisito, aún están perdidos en un extraño lugar…

13
Alguna vez

Alguna vez el cielo fue sólo una estrella que brillaba en la noche.
Alguna vez la estrella fue sólo un puntito en la vida de los hombres.
Alguna vez la vida fue ese tesoro que encontrabas en la tierra.
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Alguna vez la tierra fue aquel lugar donde podíamos ser felices.

Alguna vez el Libro fue la luz brillante que animaba a los humildes.
Alguna vez la luz del sol fue la alegría en las mañanas de mi pueblo.
Alguna vez mi pueblo fue otro lugar, con otra gente y otras calles.
Alguna vez la calle fue sólo un lugar que separaba los hogares.

Alguna vez el hombre fue una flor.


La vida, una canción.
El cielo fue el camino.

Alguna vez el árbol fue ilusión.


El alma, el corazón.
Y estábamos unidos.

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