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Es complicado ver al grandioso autor 

César Vallejo,  quien nació el 16 de marzo de


1892 Santiago de Chuco, en Perú, y falleció el 15 de abril de 1938 en Paris, Francia, en
el rol de periodista ya que hay una enorme diferencia entre su lirica poética con el
léxico, en ocasiones vulgar, de la mayoría de periodistas. Pero este trabajo fue uno de
los pocos ingresos monetarios que tuvo el literario durante su estadía en Europa desde el
años 1923, hasta el día de su fallecimiento en 1938. Mas bien ya no iba a volver a estar
en aquella prisión que dejó una marca en su vida, y una hostil bienvenida a su libro,
Trilce. Sin embargo exclusivamente quienes están en el secreto de la obra y letra de
este gran lírico podrán notar, en las espaciadas crónicas que fue enviando al
diario trujillano El Norte o a la revista limeña El Mundial, algún rumor de la forma
fundamental que lo caracterizó a lo extenso de su vida.

Y es que tan sólo un asiduo mensaje de distanciamiento crítico culpa al literato


disfrazado del corresponsal que en 1923 envía a sus paisanos crónicas ligeras sobre el
comportamiento del hispanoamericano en Montmartre. Era el viejo repertorio de Rubén
Darío y Enrique Gómez Carrillo; sólo que, donde éstos tenían un carácter mundano,
Vallejo siempre se presentaba como un simple hombre de la calle y con mucho por
viajar, declarando que aún no ha conocido muchas ciudades y capitales, y a quien
vemos aportando a la actualidad cultural y política de París más en un rol leyendo
periódicos que de un gran personaje de las salas que visitaba.

Desconocemos si los lectores seguidores peruanos de Vallejo se dejaban llevar por una
postura transparente, pero, en pocos meses, el poeta comienza a escribir mensajes de
actualidad cada vez más críticos hacia la realidad de Francia y Europa. El acertado
retrato que hace de Picasso en 1927 (“Picasso o la cucaña del héroe”) es probablemente
el primero en el que un contemporáneo del pintor reconoce, aparte de la brillantez de
éste, su carácter de transformista. Pero el rival directo de Vallejo es el cosmopolita Paul
Morand, en el que ve un modelo de la trascendencia burguesa y de lo falso del arte
“moderno” de su tiempo. El odio hacia Morand seguirá incluso al gran acontecimiento
en el desarrollo de la poesía vallejiana en este periodo: su conversión al marxismo en
torno a 1927. Morand será todavía el dechado de un pésimo escritor que Vallejo
comparar a los escritores “proletarios” rusos a los que verá en sus tres viajes a la
URSS. “Un reportaje de Rusia”, centrado en los dos primeros, es un interesantísimo
documento en el que asombra tanto la precisión de los detalles como las muy amplias
tragaderas con las que el peruano se asomaba al paupérrimo experimento totalitario que
se estaba desarrollando en ese país.

En sus escritos últimos, centrados en reflexiones referente el documento del sabio ante


las nuevas realidades, y ante la detonación de la Guerra Civil española, Vallejo no se
engaña: el literato no está llamando a cambiar el planeta, sino a escoltar muy en
segundo plano a quienes pueden hacerlo. Punto de vista no esencialmente diferente al
que manifestaba en 1927, cuando afirmaba que el artista es “depositario” de la
conocimiento habitual, sintetizada, de los hombres de su tiempo, y está llamado a
expresarla con libertad del credo artísticos que diga enseñar... El mejor cumplimiento de
este postulado vallejiano fue, cómo no, su propia obra.

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