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1.- Los medios materiales necesarios para el cumplimiento de los fines del Estado.
-Recursos del Estado Federal: el art. 4º de la constitución está referido a la composición de lo que
la norma llama el tesoro nacional. Dice así: “El gobierno federal provee a los gastos de la nación
con los fondos del tesoro nacional, formado del producto de derechos de importación y
exportación, del de la venta o locación de tierra de propiedad nacional, de la renta de correos, de
las demás contribuciones que equitativa y proporcionalmente a la población imponga el congreso
general, y de los empréstitos y operaciones de crédito que decrete el mismo congreso para
urgencias de la nación o para empresas de utilidad nacional”.
Más allá de la enunciación de los recursos, el artículo transcripto revela implícitamente el principio
de finalidad en la política financiera y en la tributación.
-La actividad financiera del Estado: la llamada actividad financiera estatal –o pública- que se
exterioriza en la obtención de recursos y en la realización de gastos apareja, recíprocamente, la
recaudación fiscal y la afectación de erogaciones.
La política fiscal, la política económica, y el ordenamiento normativo-financiero no se desligan del
ordenamiento jurídico constitucional, razón por la cual es imposible y erróneo romper ese nexo y
suponer que la actividad financiera estatal es únicamente de naturaleza económica, o que puede
anteponer los principios y pautas de esa índole sin tomar en cuenta prioritariamente a la
constitución.
Para entenderlo, se intercalan ahora los fines de la mencionada actividad financiera. Ellos son los
que hacen viable el funcionamiento integral del estado democrático y, en su núcleo, permiten dar
efectividad a los derechos que tienen su raíz en la constitución.
2.- Clasificación de los recursos.
A) Recursos tributarios.
-Derechos de importación y exportación: otro de los recursos de los cuales se compone el Tesoro
Nacional son los derechos de importación y exportación. Resulta concordante con el
establecimiento exclusivo de aduanas nacionales, esto es, exteriores, y según las tarifas que
establezca el Congreso.
-Régimen constitucional de las aduanas: la constitución formal ha federalizado las aduanas. Las
normas que rigen la materia son:
Artículo 9º: dispone que en todo el territorio del estado no habrá más aduanas que las nacionales,
de acuerdo a las tarifas que establezca el Congreso.
Artículo 75, inc. 10: dispone que es atribución del congreso crear o suprimir aduanas.
Art. 75, inc. 1º: dispone que corresponde al congreso legislar en materia aduanera y establecer los
derechos de importación y exportación, los cuales, así como las avaluaciones sobre las que
recaigan, serán uniformes en toda la nación.
Art. 4º: en cuanto incluye a los derechos de importación y exportación entre los recursos del
tesoro nacional.
Cuando la constitución habla de aduanas “nacionales” hemos de entender dos cosas: que se
refiere a aduanas exteriores y que la competencia federal es exclusiva en ellas, en orden a los
aspectos antes delineados.
La prohibición de establecer aduanas interiores se vincula con la circulación territorial, la que a su
vez se enlaza con la libertad de comercio, de navegación, y hasta de trabajar.
La constitución formal ha querido hacer del estado un solo y único territorio a los fines del tránsito
o paso de personas, bienes, buques, vehículos, etc. Esto es lo que se llama circulación territorial
como libertad de circulación sin trabas emergentes de aduanas interiores o de gravámenes al
tráfico territorial interno.
Ha de dejarse en claro que lo abolido y prohibido es el gravamen a la circulación “territorial”. El
paso de una provincia a otra no puede convertirse en “hecho imponible” porque el hecho de
transitar el territorio, cualquiera sea la demarcación o el límite que se atraviese, goza de libertad.
Ahora bien, la circulación llamada económica es otra cosa: el derecho judicial emergente de la
Corte Suprema tiene establecido que la exoneración impositiva de la circulación territorial no
impide que las provincias graven mercaderías no producidas en ellas una vez que han entrado en
la circulación económica local o se han incorporado a la riqueza provincial.
a) Principio de legalidad: traslada a la materia tributaria la pauta del art. 19: nadie puede ser
obligado a hacer lo que la ley no manda. Todo tributo debe ser creado por ley. “Nullum tributum
sine lege”.
Las leyes de contribuciones deben, además, comenzar su tratamiento congresional en la cámara
de diputados como cámara de origen (art. 52).
El principio de legalidad tributaria surge explícitamente del art. 17: sólo el congreso impone las
contribuciones que se expresan en el art. 4º. El término “contribuciones” debe entenderse como
comprensivo de impuestos, tasas y contribuciones.
La excepcional competencia del poder ejecutivo para dictar decretos de necesidad y urgencia está
absoluta y expresamente prohibida en materia tributaria (art. 99 inc. 3). También lo está la
iniciativa popular para proyectos de ley sobre tributos (art. 39).
El principio de legalidad exige que la ley establezca claramente el hecho imponible, los sujetos
obligados al pago, la fecha de pago, las infracciones y sanciones, el órgano competente para recibir
el pago, etc.
b) Principio de igualdad fiscal: es una aplicación específica de la regla de igualdad ante la ley. El art.
16 dice que la igualdad es la base del impuesto; el art. 4º habla de “contribuciones que equitativa
y proporcionalmente a la población imponga el congreso”, y el art. 75 inc. 2º -limitado a las
contribuciones directas excepcionales- las califica de “proporcionalmente iguales”.
Hay que traer a colación también la igualdad real de oportunidades y de trato a que alude
genéricamente el art. 75 inc. 23 después de la reforma de 1994.
La proporcionalidad no está referida al número de habitantes o población, sino a la riqueza que se
grava. A igual capacidad tributaria con respecto a la misma riqueza, el impuesto debe ser, en las
mismas circunstancias, igual para todos los contribuyentes; tal es la regla elaborada por la Corte.
d) Principio de finalidad: este principio exige que todo tributo tenga un fin de interés general.
Como estándar muy elástico, podríamos decir que la tributación no tiene como objetivo
enriquecer al estado, sino lograr un beneficio colectivo, común o público. La legitimidad de la
tributación radica en el fin de bien común al cual se destina la recaudación.
e) Principio de razonabilidad: éste es un principio constitucional general que, por esto mismo, es
aplicable a la materia tributaria. En efecto, los cuatro principios enunciados hasta el momento, se
hallan relacionados con el de razonabilidad, y como rodeados y alimentados por él.
-Irretroactividad fiscal: la aplicación del principio de legalidad a la materia tributaria conduce a una
primera consecuencia, harto importante: si es que no hay tributo sin ley, esta ley debe ser previa o
anterior al hecho imponible. De ahí que las leyes que crean o modifican tributos no pueden
retroactivamente crear o agravar el hecho imponible. Y si un hecho no es imponible conforme a la
ley fiscal vigente al tiempo de producirse, hay derecho “adquirido” a quedar libre de obligación
fiscal respecto del mismo hecho.
El criterio general dice que el pago de un tributo de acuerdo a la ley vigente al tiempo de
efectuarlo, libera al contribuyente o responsable de la obligación fiscal.
-Facultades impositivas del Gobierno Federal y de las Provincias: dada la forma federal de estado
que implanta la constitución, el poder tributario se halla repartido entre dos fuentes: a) el estado
federal y b) las provincias; después de la reforma de 1994 hemos de entender que, en jurisdicción
de las provincias, los municipio de cada una de ellas tienen reconocido por el art. 123 un ámbito
de autonomía en el que la constitución provincial debe reglar el alcance y contenido de la misma
autonomía en el orden económico y financiero, lo que implica admitir el poder tributario
municipal.
No hay que olvidar que el régimen autónomo de la ciudad de Buenos Aires también lo presupone.
El art. 75 inc. 2º establece las competencias que le corresponden al Estado Federal y a las
Provincias respectivamente:
Impuestos directos.
Competencia de las Provincias.
Por excepción, pueden ser competencia del Estado Federal, siempre que la defensa, seguridad
común y bien general del Estado lo exijan.
-Ley convenio: el mismo artículo 75 inc. 2º, establece el sistema de la ley convenio para la
coparticipación.
Ha de tenerse presente que la referencia a “ley convenio sobre la base de acuerdos entre la
nación y las provincias” provoca dos sugerencias: a) en tales acuerdos no se incluye a la ciudad de
Buenos Aires; b) si la ley convenio surge de acuerdos entre el estado federal y las provincias, y se
asienta sobre esa base, parece que tales acuerdos han de ser previos a la ley convenio, con lo que
ya no sería aplicable el modelo de una ley unilateralmente dictada por el congreso a la que recién
después adhieren las provincias.
La ley convenio tendrá al senado como cámara de origen, y además habrá de sancionarse con la
mayoría absoluta de la totalidad de miembros de cada cámara.
La ley convenio no admite ser modificada unilateralmente, ni tampoco reglamentada por el poder
ejecutivo.
De inmediato se añade que la ley convenio “será aprobada por las provincias”. El vocablo
“aprobación” alude al consenso provincial y ha de tenerse como equivalente de “adhesión”, que
ha sido siempre el término propio de las leyes contrato.
La duda sobreviene, no obstante, cuando la norma dice que la ley convenio “será” aprobada por
las provincias, porque el verbo “será”, en futuro, podría dejar la impresión de que ordenara
imperativamente esa aprobación.
La ley convenio, para responder a su naturaleza de tal, precisa que la aprobación sea voluntaria
porque, de lo contrario, no tendría sentido hablar de una “ley convenio” si resultara de una
adhesión provincial coactiva a la ley emanada unilateralmente del gobierno federal.
La susodicha ley tiene que garantizar la remisión automática de los fondos coparticipables.
-Potestad de los municipios en materia tributaria: el artículo 123 disipa las dudas surgidas antes de
la reforma de 1994, pues obliga a las provincias a reglar el alcance y contenido de la autonomía
municipal en el orden económico y financiero.
Esta base constitucional federal lleva a sostener que cada constitución provincial ha de reconocer
a cada municipio de su jurisdicción un espacio variable para crear tributos, lo que implica que
desde la constitución federal se da sustento al poder impositivo originario de los municipios.
Por supuesto que son las constituciones provinciales las que deben deslindar el poder impositivo
local entre la propia provincia y sus municipios, utilizando permisiones y prohibiciones respecto de
los últimos, pero sin que puedan inhibir o cancelar en forma total el poder tributario municipal.
-Peaje: el peaje como contribución o pago que debe satisfacer el usuario de una obra pública vial
no viola la libre circulación territorial en tanto se respeten determinadas condiciones:
C) Recursos patrimoniales.
-Tierras: otro de los recursos del Tesoro Nacional es la “venta o locación de tierras de propiedad
nacional”: al objetivo puro de la norma, de obtener recursos para aplicarlos a los gastos
nacionales, debe aunarse el del art. 75 inc. 5º, que autoriza al Congreso a disponer de su uso y
enajenación, advirtiendo la diferencia de esta última cláusula con la de su inc. 18 que atiende a as
finalidades de bien común según la política económica adoptada.
-Bienes del dominio público y del domino privado. Modos de adquisición: en cuanto a los bienes
del dominio público, el estado es un mero administrador que se limita a reglamentar su uso por
parte de la población, no es un verdadero derecho de propiedad.
Pero, con respecto a los bienes del dominio privado, el estado es un verdadero propietario. Por lo
tanto, puede disponer casi sin restricciones de sus bienes.
Para ver los modos de adquisición de bienes remitimos a la bolilla XXIII.
D) Producto de actividades industriales del Estado: las industrias que pertenecen al Estado
generan ganancias y recursos, los cuales, después de ser volcados a las obligaciones que surgen de
esas empresas, son captados directamente por el mismo.
-Control: el artículo 75, en su inciso 2º, dispone la creación por ley de un organismo fiscal federal
para control y fiscalización de la ejecución de cuanto establece el inciso 2º. La ley debe asegurar en
la composición de dicho ente la representación de todas las provincias y de la ciudad de Buenos
Aires.
La ley de presupuesto es anual, lo que la diferencia de las otras leyes que, por lo general, no
suelen tener plazo de vigencia determinado; por ende, no debe incluir normas ajenas a lo que el
presupuesto es en sí mismo.
A la época de la constitución, la anualidad era un requisito que se consideraba relacionado con el
llamado “equilibrio financiero”; hoy se aspira a un “equilibrio económico”, y se considera al
presupuesto como un instrumento a través del cual el estado actúa sobre la economía.
La ley de presupuesto no es –ni debe ser- una ley fiscal, por lo cual no ha de crear, modificar, ni
suprimir tributos, bien que deba computarlos entre los ingresos.
La ley de presupuesto debe subsumirse a las pautas obligatorias que surgen, explícita e
implícitamente, de la constitución.
-Otros medios de control: Además de la asistencia técnica que ofrece la Auditoría General de la
Nación, hay que considerar la tarea del Poder Judicial a la hora de una depreciación monetaria: el
principio legal del nominalismo significa que el dinero se da y se recibe por su valor nominal, o sea,
por el valor legalmente fijado en una cifra numeraria.
Cuando sobrevino la inflación y hubo de reconocerse que la depreciación monetaria hacía
procedente la indexación –prohibida luego de 1991 por la ley 23.928- se supuso en alguna
doctrina que los jueces no podían disponerla para preservar el valor real del crédito y de la deuda,
porque ello equivalía a “fijar” el valor de la moneda, que era y es una competencia del congreso.
Esa similitud resultaba equivocada, porque el juez que –habiendo depreciación de la moneda-
ordena en su sentencia que se actualice a su valor real la suma debida, no está “fijando” el valor
de la moneda en sustitución del congreso, sino la cantidad de dinero que, en su valor real ya
reajustado, tiene aptitud para cancelar la obligación del deudor y preservar el derecho de
propiedad del acreedor.
Ello quiere decir que el nominalismo impuesto legalmente no es inconstitucional pero, si la
depreciación monetaria altera el valor real, puede ser inconstitución la solución que niegue
reajustar el valor nominal.