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Javier Lajo
Autor - Editor
® Javier Lajo, 2015
1ra Edición, Lima 2015
— William Shakespeare
Presentación, dedicatoria
y agradecimientos
—¿Inka Aimbo?
—“Mujeres inkas” —aclaró la joven con mucha gracia
en el rostro—. Descendemos de las ñustas del último ajllawasi
que huyeron hacia los antis cuando eran buscadas por los in-
vasores barbudos. Ellas, nuestras abuelas, fueron acogidas por
tribus de mujeres que en ese entonces habitaban la selva por el
Amaru Mayu, río que confluye mucho más abajo con el lla-
mado Amazonas por los extranjeros. Han pasado varias gene-
raciones y aún hoy no permitimos que los varones vivan entre
nosotras, ni barbudos, ni andinos ni selváticos. Todos se han
contagiado de un extraño mal espiritual que los induce a mal-
tratarnos.
—Y si no consienten varones en su comunidad, ¿por qué
ahora me cuidan?, ¿qué quieren de mí? —le preguntó.
—Nos serás muy útil —le contestó Shinanya, son-
riendo—. Ya anoche has tenido una reñida prueba que la su-
peraste con creces… me gustaron mucho tus caricias de toda
la noche.
Arnawan se sonrojó, pero le agradó mucho que lo tratara
con aprecio y cariño. Entonces se percató de que algunas jó-
venes llevaban arco y flechas, y no sabía si los utilizaban para
cazar animales con qué alimentarse o servían también para…
¡eliminar a los intrusos como él, luego de utilizarlos para gozar
y procrear!... Por un momento, aquella duda lo estremeció.
Lo que escapó a sus ojos era la presencia de la anciana
Layka Qota, una mujer que lo observaba oculta detrás de los
árboles, y cuya belleza se había marchitado aceleradamente con
el paso de los años, como un tronco viejo y sin follaje a punto
de desmoronarse. Colgaban de su cuello varios collares hechos
de wayruro y otras semillas rojas y negras. Sus cabellos descui-
dados y enredados, su lliklla roída cayendo de sus hombros y
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corazón. ¡Tienen que sanarse de esas heridas! Tal vez y solo así
podrían acaso entender su significado y sobre todo el uso que
tiene, la función para la que están hechas. Puede ser otra opor-
tunidad para rectificarse que Pachamama y Pachatata, madre y
padre del cosmos, nos han dado a todos los seres humanos.
—El Vaticano debe manejar esto directamente, de lo
contrario el mundo no lo aceptaría, todos se preguntarían ¿Y
qué pueden enseñar esos curanderos indígenas ignorantes a los
teólogos doctorados en Roma? Y yo mismo te lo pregunto,
¿ah?
—El alumno pregunta y el maestro responde…
El arzobispo entendió la indirecta y abrió sus ojos in-
dignado pero también espantado, y el Shanti aprovechó para
asestar un duro golpe a su investidura.
—¡Y escucha bien mi lección, teólogo antropólogo! —
le dijo, levantando el dedo índice para darle mayor severidad a
sus palabras—. Los Papas y los Inkas han rivalizado por milenios
luego del gran diluvio universal. ¡Tú llevas el trauma de los que
sobrevivieron a ese gran diluvio que eliminó a los desordenados
y provocadores del desequilibrio del planeta! No pudieron rec-
tificarse a tiempo purificándose y re-equilibrando el mundo, y
maltrataron tanto a la Pachamama que provocaron el Pachakuti
cósmico, que llamaron Diluvio Universal. Ustedes son los so-
brevivientes o “hijos de Noé”, que quedaron marcados por el
pánico y el odio enfermizos hacia la Pachamama, a quien cul-
pan de la muerte de millones de sus cómplices pecadores e in-
fieles, que ocasionaron el unu-pachakuti o “diluvio universal”.
—¡Basta, Shanti! —intentó callarlo el arzobispo, pero el
curandero continuó hablando, decidido a todo.
—¡Por eso castigan a la Madre Tierra, con la contami-
nación y la depredación implacable y despiadada, tratan de de-
¡Allin Kawsay! 35
¡Chockora!
para no ser visto por su padre y los visitantes, sin dejar de ocul-
tar con sus manos al bulto que formaban las vendas bajo el
pantalón. Las modestas viviendas permanecían abiertas o a lo
mucho con una pequeña ramita de contención en la aldaba de
la puerta para indicar que sus dueños estaban ocupados en el
campo. Como hasta hoy sucede en toda comunidad andina,
no se requería de mayor seguridad. En la confederación de los
Ayllus, o familias extensas, no había ni hay lugar para las rejas
y candados. La invasión y el latrocinio no son una posibilidad
para los ayllurunas o gente del ayllu; acostumbrados al trabajo
comunitario en las instituciones colectivistas del Yanapakuy y
el Ayni.
Arnawan estaba demasiado lejos para escuchar la con-
versación entre su padre y la pareja de visitantes, aunque de
cuando en cuando volvía la mirada, tentado a contemplar una
vez más a la hermosa chica rubia de ojos color del lago. Porque
cada vez que rememoraba la imagen de sus ojos claros o de su
cuerpo enfundado en ceñidos pantalones “jeans”, le regresaba
fuerte el latir ardoroso de la herida en la punta de su sexo… y
maldecía a la chockora, una y otra vez.
V
La partida
La Cruz de Tiwanaku
indio tan guapo, capaz que ni se fija en mí, además qué vida
o proyecto nos podría ser común!”. Sin embargo el sólo cam-
bio en las rutinas cotidianas de su vida había hecho maravillas
en su psicología, liberándola poco a poco de las garras de la
depresión, a veces preguntando sobre alguna planta, y otras
comentando sobre los supuestos tesoros inkas ocultos en
algún lugar de los Andes. El Shanti, estaba muy contento con
los avances de la chica en su ánimo y su aprendizaje y, al igual
que a su hijo, la escuchaba paciente y comprensivo, seguro de
que sus enseñanzas irían sacando a ambos, poco a poco, de
sus traumas y de sus penas, y los involucraría en toda la ri-
queza del legado y herencia de los inkas.
—¿Qué harías con el supuesto tesoro de los Inkas si lo
descubrieras? —le preguntó el curandero, para distraerse y sin
prestarle mucha importancia.
—Me haría millonaria.
—Millonaria, ¿para qué?
Saraku no halló respuesta. En realidad tenía todo lo que
cualquier joven de su mundo podía pedirle a la vida. Dinero, ta-
lento, belleza y un novio que esperaba por ella en Texas, Estados
Unidos, el lugar de origen de su familia materna; un novio tan
atractivo y famoso, que era el sueño de muchas adolescentes.
—¿Para dar felicidad a los niños pobres de Bolivia y del
África? —respondió y preguntó a la vez el Shanti.
—El oro no impedirá que sigan naciendo más niños des-
tinados a padecer hambre —intervino por fin, Arnawan, en tono
molesto— el oro se acaba y la pobreza vuelve a ocupar su lugar.
—La caridad que profesa la religión cristiana no es la
solución, Saraku —medió el Shanti— sólo es un parchecito
para tapar momentáneamente la herida.
—¿Entonces…? —preguntó tímidamente la joven.
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Amant’u y Quesint’u
Par-i-verso
sin dar nada… Ese virus mental es la idea del Ser que no re-
conoce a nadie más que a sí mismo, nadie es diferente a “El
Ser”, ni siquiera un “Ser hembra”, porque no la necesita. A pro-
pósito, esa sensualidad exacerbada del individualismo convierte
el poder del sexo en genitalidad solamente y en puro placer
carnal, con lo que los contaminados por este virus mental, de-
rivan fácilmente a la indistinción sexual, por lo que creen que
el sexo es una “opción” más de su libérrima voluntad. Ese pa-
rásito mental es un monstruo solitario, y ch’ulla, In-Par... que
se apodera de la conciencia y de la voluntad, haciéndole creer
al individuo que su conciencia solo le pertenece a él.
—¿Es acaso eso, a lo que le llaman “el Mal”?
—No, no es un demonio, ni es “el mal”, solo es un en-
samble o estructura simple de ideas, de pensamiento… nada
más. Entendiéndolo bien, se le puede desarmar y destruir,
creándole un anti-cuerpo... es necesario prepararle o crearle
una vacuna.
—Explícate Shanti… no entiendo, ¿no será solo una sos-
pecha tuya?
—Es difícil explicar, cómo es este virus mental, es una
idea o concepto muy sofisticado, que genera sentimientos de
los más fuertes, es algo que te induce a “ser solamente pen-
sando”, ni siquiera “sintiendo” y ese “Ser” quisiera existir sin
hacer nada, es un “Ser sin Hacer”, solamente “Ser,” incluso sin
tiempo, sin movimiento, pero eso sí, poseyéndolo todo con el
pensamiento, porque él es un “Ser” que ha creado todo dentro
de sí. Es complicado explicarlo. Además es un “Ser” violento,
muy agresivo, por lo desequilibrado y vanidoso, su principal
oficio es la guerra. Creo que Arnawan tendrá más ideas al res-
pecto de cómo explicarlo. Pero tú, Saraku, has aprendido de
pequeña el runasimi, has estudiado en los mejores colegios y
134 Javier Lajo
En Qhapaq Ch’eqa
Purintin
El abra: La Raya
blime de nuestra existencia. Se los diré una sola vez, así que no lo
olviden: la esfera más exterior o “afuera-arriba” representa al
Hanan Pacha, en lo sustantivo, o sea el firmamento y sus astros,
pero en el plano vivencial o verbal, abarca lo espiritual y es “lo que
se fue”…, es decir, todo lo que se nos adelantó en el tiempo. El pasado
no queda atrás, siempre marcha adelante porque es lo que ya existió,
porque el tiempo está marcado por la vida que ya fue y marcha por
delante de nosotros. Esto es inexorable, la muerte marcha siempre
por delante de nosotros uno “nunca muere antes” de nacer y de los
que ya murieron y “se nos adelantaron”. Por eso el pasado marcha
por delante de nosotros, hasta que la muerte “marca” nuestro paso o
pasado por esta existencia. Lo que “se fue”, siempre se fue por delante,
nunca “se fue para atrás”. Lo que pasa es que en castellano de-
beríamos tener un lenguaje para el tiempo y otro para el espa-
cio, como en el Qhapaq Simi o Puquina: El Pacha y el Paqha.
—Quieres decir, que lo que se llama comunmente “pa-
sado”, pero que ya existió, ¿sigue existiendo de alguna forma?...
—interrumpió Arnawan, sin quitar los ojos del estanque.
—Exacto, hijo. Por eso “crecemos para afuera” pero tam-
bién “para adentro”. En el tiempo del “Wiñay Pacha” o tiempo
eterno, se crece para “adelante”, pero también para “atrás”, se
crece para “afuera”, pero también para “adentro”. Ahora bien,
la esfera interior más pequeñita y todo lo que hay en su infinito
interior, es el Uku Pacha, el mundo que llamamos microcosmos,
o el mundo de adentro, subterráneo, lo que ocupan las semillas y
los entierros, o también el inframundo y sus entidades, a las
que no podemos ver, pero es también donde brota y nace inter-
minable el tiempo que ya viene desde adentro o “desde atrás” y
que “empuja todo el sistema”.
—Lo que llamamos “futuro” —dedujo Saraku.
—Exacto, hija.
¡Allin Kawsay! 205
El árbol de la vida
por el oro, piensan que este metal les dará o les “contagiará su eter-
nidad.” Al este de lo que ellos mismos llamaron “el paraíso” en
el mar, entre la tierra de los Mayas y Europa existía una isla
llamada Atlántida, en donde sus habitantes que fueron fieros
guerreros, premunidos de armas poderosas que se llamaron en
aquel tiempo “espadas flamígeras”, impedían que los europeos
regresen por la misma ruta que los condujo al destierro. Más
después de algunos milenios esta isla desapareció, fue tragada
por el mar, quedando esa ruta libre para el regreso de los wira-
cochas, a estas tierras del Tawantinsuyu, que es lo que ha sucedido
en estos últimos 500 años.
En ese momento, el Shanti intentó dar por finalizada la
sesión: —Es una historia muy larga que algún día se las con-
taremos completa —les dijo.
—Dinos más, Shanti —insistió otra panicha mujer, en
tono de súplica—. No te vayas; aún queremos saber más. En-
tonces, el Shanti llamó a Arnawan, dándole su lugar. El mu-
chacho, sin pensarlo dos veces, tomó nuevamente la palabra.
Para eso el Shanti lo había preparado con mucha antelación.
—Yo seré la voz de mi padre —dijo—. Continuando con
esa historia, posteriormente a la expulsión de los wiracochas
hacia la Europa arcaica, fueron traídos muchos niños con sus
padres o con su consentimiento, a nuestro continente Andino.
Niños iniciados en el “Gran Camino” o “Árbol de la Vida” para ser
educados e instruidos como avatares de las sociedades que en otros
continentes necesitaban “redención” y “reeducación”, pues las huellas
traumáticas del último diluvio o “unu pachakuti” dejó cicatrices
horribles en el alma de muchos pueblos castigados por su dese-
quilibrio, e incapaces de rectificación y que renuentes a su purifi-
cación, sus sobrevivientes respondieron con sed de venganza
contra la Pachamama y contra la mujer en general, como hasta
¡Allin Kawsay! 233
Ch’ulla
Saraku, my love
De Caxamarca a Roma
destino, que había servido, entre otras cosas, para dirigir la re-
sistencia a la dominación extranjera.
Así pues iba recordando la tradición que le refirieron sus
amautas sobre el último Inka, el quiteño Atawallpa, de la forma
cómo fue apresado y de los sucesos posteriores. ¿Era una remem-
branza única que tal vez la historia oficial de los invasores, no que-
ría que se sepa? o quién sabe, era un relato que la historia oficial
desconocía. En ese momento difícil, donde su vida corría inmi-
nente peligro, le retornaba el recuerdo de una canción, un harawi
Inka. O tal vez, eran fantasmas de su pura imaginación acelerada
y exaltada por los golpes y la inconsciencia que le acarreaba aquella
muerte lenta propiciada por la golpiza a que estaba siendo some-
tido por el cura del Opus Dei. ¿Era un sueño?, ¿un recuerdo?, ¿una
historia acaso milenaria?, que empezaba con un cántico:
Por eso, nunca como ahora queremos conocer bien al espíritu que
anima a vuestra gente, porque creemos —que es una especie desco-
nocida— en cuyo mundo solo habita el espíritu “Wiracocha”, porque
tal vez desconocen y no saben de aquel otro espíritu que es el com-
plemento y equilibrio que otorgan las mujeres y su mundo femenino,
que es el amor, la ternura, las ansias de vivir y procrear en paz y
todo lo que en este mundo puede significar y animarse con Pacha-
kamac.”
“ Y ¿quién es ese otro espíritu Pachakamac?”, preguntó Val-
verde, interesado sobremanera.
“Junto con Wiracocha, ambos constituyen los paradigmas o
tussan de los Pachas en su naturaleza Yanantin, es decir son pari-
dad, y ambos permanecen en Tinkuy de complemento y oposición,
que es la ley que rige todo en este mundo, en el Kay Pacha Yanan-
tinkuy, que es el principio fundamental de la vida.”
Dadme un ejemplo sencillo mi señor Inkarey...
“Te daré el mejor ejemplo: Mi hermano Waskar, el escogido
del Cusco, es un Inka Urin, pero sin mí, que soy su Inka Hanan, él
quedaría reducido, y solamente, a ser un “wiracocha” local. ¿Enten-
diste wiracocha Vicente? “
—Manan —fue la respuesta evasiva del religioso, entonces,
y lo dijo en runa simi o lengua quechua, ocurrencia que arrancó al-
gunas risas amigables a ambos. Luego, el cura se retiró del lugar
rascándose la cabeza. “¡Cosas de los indios!”, dijo el aturdido Val-
verde, antes de perderse tras el portón, y luego agregó casi susu-
rrando: “creencias del demonio”.
Pero el inka alcanzó a escucharlo y reflexionó “a fin de cuen-
tas, él solo sabe de Dios y del demonio... no es tan ch’ulla ese solitario
Dios Jesucristo”, pero... ¿será el demonio, paridad de Dios?; qué
complejas son las ideas del hombre europeo, del cristiano; pensó fi-
nalmente.
276 Javier Lajo
ellas y luego las usan para delinquir contra su propia especie. Qui-
sieron adueñarse de todo, como “únicos poseedores del bien”, ¿acaso
no se proclamaron los favoritos de su Dios, para luego desaparecer
a la Diosa Madre de la faz de los cielos? Pretendieron ser los dueños
de la vida y de la muerte, propietarios de los seres humanos, gue-
rreando y matando a media humanidad, tal como hasta ahora lo
practican. Por todo esto fueron confinados a esta pequeña península
fría que ahora llaman Europa…
—Hablas como si ya hubieras confrontado estas barbaridades
que me dices, con otros cristianos ¿o me equivoco…? — interrogó
el Papa.
—Ya sé lo suficiente del significado que le dieron ustedes, los
cristianos, a esas palabras e ideas, por las innumerables noches de
conversación y debate que tuve con Vicente Valverde y Hernando
de Soto —contestó Atawallpa.
—¿Y qué de Francisco Pizarro?, ¿no hablaste con él, acaso?
—Él es un pobre ignorante y de espíritu muy rudimenta-
rio… ¿qué podría haber indagado en un estropicio humano, tal
como es, ese miserable que quiere gobernar en un cementerio, en ese
panteón en que convertirá al Tawantinsuyu?
—¿Y te has enterado de dónde provienen tus más antiguos
antepasados?... Tal parece que, por la información que recibo, lo su-
cedido con tu infortunado hermano Waskar, legítimo Inkarey…, los
inkas hijos de Caín, no han variado sus costumbres fratricidas.
—¿Otra vez con eso? —masculló Atawallpa—. Tenía razón
Hernando Colón.
El inka acercándose más al Papa, lo miro fijamente y des-
mintió lo que dijeron los españoles, referente a la muerte de Waskar.
—Eso que dicen sobre la orden mía de matar a mi propio
hermano, es una vil calumnia. En mi pueblo solamente un mal na-
cido puede acusar a alguien de asesinar a su hermano.
294 Javier Lajo
estaciones y los climas sanos y estables que son el origen del Sumaq
Kawsay o de la vida plena… ¿Ese es el Dios que buscan combatir
y matar? ¿Ese es el Dios, al que los antiguos Hamuyiris, nuestros
maestros llamaron “I”, y que ustedes llaman “I—dolo”… al que us-
tedes intentan destruir?
El Papa no fue capaz de comprender la magnitud de aquella
revelación, y caminó dando las espaldas al Inka.
—¿De dónde crees, Papa, que el poeta Dante sacó estos datos?
—preguntó Atawallpa.
—¡Bah!… ¿Enviar hombres santos al nuevo mundo? —re-
accionó el Papa, destilando furia en cada palabra—. Hombres san-
tos les llamas a tus cómplices: Dante Aligheri, René de Anjou,
Leonardo Da Vinci y otros, todos Maestros de la “fede santa”, “fideli
da amore”, “prioratos secretos”; ¡sectas y guaridas de los Templarios!
¡Todos adoradores del demonio!... ¡Agentes infiltrados por ustedes
y por sus socios los Sufis del Islam, los Derviches de los turcos y hasta
los Cátaros occitanos! ¡Pero logramos descubrirlos y les dimos mere-
cido final! Eres hábil e inteligente Inkarey, supe que aprendiste muy
rápido el ajedrez y que les ganaste a todos los de esa sarta de inútiles
que enviamos a tus tierras. Pero a mí no me podrás ganar…
—¿Hacemos la prueba? —retrucó Atawallpa sonriente… y
agregó—: fueron tan estúpidos tus vasallos que para ocultar sus de-
bilidades, llamaron “rescate” a las ingentes cantidades de oro con
que todos, incluyéndolo a Pizarro cayeron bajo mi influencia y mi
poder; todos querían oro y yo les puse encima más oro del que podían
imaginar y soportar… solo Valverde se resistió, porque él, además
del oro, quería mi alma, y más aún, el alma de todos los inkas. ¡Si
no hubiera sido por Valverde todos tus enviados se hubieran postrado
como mis vasallos, solamente dos noches antes de mi secuestro!
—Supe que Fray Vicente te bautizó, ¿no es así?
—Y qué mal me pudo hacer un poco de agua en la cabeza,
¡Allin Kawsay! 297
Colón cumplió con extraer el corazón del cuerpo sin vida del
inka, convertirlo en ceniza, y enviarlo al Cusco, en un pequeño
cofre de bronce y en manos del tarpuntae que conociera Atawa-
llpa en La Rábida, portando un salvoconducto conseguido por
él y sus influencias en la corte de Carlos V. Ya en su tierra, el tar-
puntae cusqueño fue testigo de cómo fue el apocalipsis andino,
pero nunca fue tarde para transmitir las órdenes del inka con el
fin de implementar el Movimiento de la “Enfermedad de la Danza”
o Taki Onqoy. No en vano, antes de ser prisionero y secuestrado,
él había formado parte de la élite de los sacerdotes del Sol.
Recordó también el alucinado paqho en sus desvaríos, que
el mismo día en que Atawallpa moría, en una villa relativamente
cercana a Suiza, en Montmartre, Francia, surgía el primer grupo
europeo de hermanos y hermanas sacerdotes—guerreros “Amaro
Runa” o “Illawikuna”, adiestrados por el mismo Inka como cul-
tores de la sagrada cosmogonía del “Yanantinkuy”, y con una sola
misión: “recuperar y mantener el equilibrio del mundo”. Parale-
lamente y muy cerca de allí, nacía el embrión de la Compañía
de Jesús. Ambas instituciones tendrían marcado protagonismo
en la historia de los últimos Inkas de Willkapampa. En aquellos
años, también se logró oficializar el culto a la Virgen María,
madre de Jesús, en el llamado Concilio de Trento. Tras esa ima-
gen, un misterioso personaje e influyente sacerdote y de alto
puesto en la jerarquía católica, que tuvo el privilegio de ser ins-
truido por el Inka, pugnaba febrilmente por recuperar “oficialmente”
el culto a la misteriosa y clandestina Diosa Madre.
Finalmente, como ya dijimos antes, los recuerdos, sueños
o la imaginación mítica del Shanti, y que aceleradamente le
fluían en las difíciles condiciones de su situación de interro-
gado, torturado y en franco proceso de terminar allí su vida,
conforman otra historia… una muy singular y larga historia,
¡Allin Kawsay! 303
La marcha continúa
Atoq Zorro.
Awayu Tejido.
Awichus Abuelas.
Ñawi Ojo.
Ñoqanchik allinta
purinchik Nosotros caminamos bien.
Panqarita Florcita.
Punku Puerta.
Sumaq
Kawsay Vida plena o también “espléndida exis-
tencia”.
Sumaq
qantu tika Bellísima flor de Qantu.
379
Supay (qaqakunap
supaynin) Demonio de los cerros o lugares agres-
tes.
Wawqipanakuna Hermanos-hermanas.
Wayra Viento.
Wihinjira El “llamador”.
Yachaq Sabio.