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Dicho esto, Nietzsche menciona que eta semilla cuyo fruto terminó germinando en
la tragedia y el ditirambo dramático, se puede ver en la poesía griega, como padres a
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Nietzsche, Frederich. El nacimiento de la tragedia. Madrid, Gredos 2010. Pág. 21.
2
Ibid. Pág. 41
Homero y Arquíloco, con lo cual el autor contrapone la épica de la lírica. En lo que
respecta a Arquíloco, fue él quien introdujo la canción popular en el terreno de la literatura,
lo que la distingue es la huella perpetua de una hibridación entre lo apolíneo y dionisiaco.
Ahora bien, bajo la consideración de la lírica como una fulguración imitativa de la música
en imágenes y conceptos, se puede decir que la música aparece como voluntad. De ese
modo, Nietzsche dice que la lírica depende del espíritu de la música en la misma medida en
que la música como tal, dada su absoluta soberanía, no necesita ni de la imagen ni del
concepto: tan sólo los tolera como posible acompañamiento.
Mas adelante Nietzsche hace una sentencia fuerte que vislumbra la afirmación de la
voluntad de vivir a través del arte: “es este coro el que brinda consuelo a este heleno tan
especial, profundamente dotado tanto para el sufrimiento más sutil como para el más grave,
ese eleno cuya acerada mirada había ya penetrado en la terrible tendencia destructiva de la
llamada Historia Universal, así como en la crueldad de la naturaleza hasta el punto de
correr el riesgo de anhelar la negación budista de la voluntad. A este lo salvará el arte, y a
través del arte será la vida quien lo salve…para sí misma. (…) el coro ditirámbico de
sátiros no es sino la acción salvadora del arte griego; gracias al mundo intermedio de estos
acompañantes de Dioniso se mitigaron los violentos arrebatos que acabamos de describir”. 3
De ese modo, el griego dionisiaco, en cambio quiere acceder a la verdad y a la naturaleza
en todo su potencial… y bajo el efecto de la magia se ve transformado en sátiro. La
posterior constitución del coro trágico no es sino la imitación artística de ese fenómeno
natural. De tal modo que entonces se hizo necesario distinguir entre espectadores
dionisiacos y seres poseídos por el influjo mágico de Dionisio. Asimismo, no se ha de
olvidar que el público de la tragedia ática se identificaba con el coro de la orquesta, de tal
forma que, en última instancia, carecía de sentido hablar de una contraposición entre
público y coro. En ese contexto, dice el autor, se nos descubre en la tesis de Schlegel un
significado aún más hondo. El coro es el <<espectador ideal>> en la medida en que es el
único contemplador, el contemplador del mundo visionario del escenario. Asimismo, la
forma del teatro evoca el espacio de un valle solitario en la montaña. La arquitectura
escénica se asemeja a una radiante formación nubosa que es observada desde la cumbre de
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Ibid. Pág. 60
las revoltosas bacantes como el majestuoso marco en cuyo centro se revela la imagen de
Dioniso.
Finalmente, Nietzsche dice que la tragedia griega pereció de modo distinto del de
todos los otros antiguos géneros artísticos hermanados con ella. Mientras que todos los
géneros restantes expiaron a edad avanzada con una muerte muy bella y plácida, ella
terminó suicidándose a causa de un conflicto insoluble, es decir, de manera trágica. <<¡La
tragedia ha muerto!>> <<¡Y con esa muerte también la propia poesía ha sucumbido!>>.
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Ahora bien, Nietzsche habla de un nuevo género que veneraba a la tragedia como su
precursora y maestra que encarnaba los rasgos de su madre, más aquellos mismos que había
manifestado durante su larga agonía última. Por esa agonía mortal de la tragedia trabajo
Eurípides; y ese género artístico tardío es el conocido como comedia ática nueva. En ella
sobrevivió la forma degenerada de la tragedia como monumento de un fallecimiento, el
suyo, sumamente doloroso y violento. El autor menciona que con Eurípides, el espectador
fue conducido al escenario. Gracias a él, el hombre de la vida cotidiana saltó de los
graderíos al escenario, el espejo en el que antaño no encontraban expresión más que rasgos
de la grandeza e intrepidez, ahora reflejaba esa embarazosa fidelidad que produce
escrupulosamente hasta las líneas deformes pergeñadas por la naturaleza. Con Eurípides
uno hasta podía aprender a hablar, un hecho del que también se jacta cuando compite con
Esquilo. Una masa preparada e ilustrada de ese modo podía ser receptiva a esa comedia
nueva de que Eurípides era en cierta medida su corifeo; sólo que en esta ocasión era el coro
de espectadores el que tenía que ser adiestrado. Eurípides, duce Nietzsche, sin embargo, no
dejó en ningún momento de ser alabado; la gente, incluso, se habría dejado matar por
aprender algo más de él, si no se hubiera sabido que los poetas trágicos estaban tan muertos
como la misma tragedia. Asimismo, como poeta, Eurípides se sentía superior a la masa,
pero no a dos de sus espectadores: el primero, es el propio Eurípides el pensador no el
poeta, quien de modo embebido sin descanso en sus reflexiones, tomó sitio en el teatro, y,
como espectador, confesó para sus adentros que no comprendía a sus grandes predecesores.
Fue en esta situación atormentada cuando Eurípides se topó con el segundo espectador que
no comprendía la tragedia y por esta razón tampoco la apreciaba. Y gracias a esta alianza,
puedo atreverse a liberarse de su aislamiento y a iniciar una enorme batalla contra las obras
4
Ibid. Pág. 78
de Esquilo y Sófocles: no bajo una forma panfletaria, sino en calidad de poeta dramático
que oponía su idea de la tragedia a la tradicional.