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Texto:
Migrantes, refugiados y fronteras
Rodrigo Uprimny Yepes
El pasado 20 de junio fue el Día Mundial del Refugiado, creado por Naciones Unidas para
visibilizar el drama de los refugiados y conmemorar el valor y la perseverancia de estas
personas, que cruzan fronteras, huyendo de la guerra o de la persecución por razones
políticas, de raza o género, entre otras. En este día también recordamos a los migrantes
forzados, que salen de sus países obligados por las difíciles situaciones económicas y
sociales en que viven.
Este drama de los refugiados y migrantes se explica, en parte, por la tensión normativa que
subyace al orden jurídico creado después de la Segunda Guerra Mundial.
De un lado, las Naciones Unidas proclamaron los derechos humanos como valores
universales, que deben ser asegurados a todas las personas, independientemente de su raza,
sexo u otra condición social, pues derivan de la dignidad igual e intrínseca de todos los
seres humanos. El goce de los derechos humanos no debería, entonces, depender de la
nacionalidad de las personas. Pero no es así pues, de otro lado, la Carta de Naciones Unidas
mantuvo un mundo westfaliano, fundado en la existencia de Estados independientes y hasta
cierto punto soberanos. Y como existen agudas disparidades de desarrollo económico y
político, el goce efectivo de los derechos humanos varía significativamente de un país a
otro. Por solo citar un ejemplo, un niño que nace hoy en Noruega tiene una esperanza de
vida de 83 años pero si nace en República Centroafricana, esta será de 53: treinta años
menos.
Esas profundas diferencias en el goce de los derechos humanos no solo contrarían el
principio de universalidad de estos derechos sino que están, en cierta forma, legitimadas
por el derecho internacional, que reconoce a los Estados un cierto derecho a decidir quién
entra o no a su territorio.
Las fronteras nacionales son entonces barreras a la garantía igualitaria de los derechos
humanos. Pero los refugiados y migrantes forzados desafían esas barreras, pues su situación
exige que se tome en serio la promesa de que los derechos humanos son universales y
deben ser garantizados a todas las personas.
El derecho internacional reconoce a los refugiados el derecho a pedir protección en otro
país y obliga a los Estados receptores a otorgarla. Pero muchos Estados no honran esa
obligación y rechazan a los refugiados, imponiéndoles todo tipo de trabas para otorgarles el
asilo o haciendo todo lo posible para que estos perseguidos no lleguen siquiera a sus
fronteras, como lo han hecho varios países europeos con los refugiados sirios.
Aun más precaria es la situación jurídica de los migrantes forzados, pues los Estados
receptores pueden simplemente impedirles la entrada a su territorio.
La situación jurídica de los refugiados y los migrantes forzados es entonces diversa, pero el
drama humano es enorme en ambos casos. Por eso la calidad del compromiso de distintas
naciones y gobiernos con la idea de universalidad de los derechos humanos se puede medir
por la manera como tratan a los refugiados y migrantes que llegan a sus fronteras.
Hoy nos corresponde a los colombianos enfrentar esa difícil prueba ética y política. La
razón es obvia: durante mucho tiempo fuimos esencialmente un país de emigrantes, pues
millones de colombianos buscaron refugio o migraron a otros países, incluida Venezuela.
Hoy, en especial por la catástrofe humanitaria en ese país, nos hemos tornado un país
receptor. Nuestra decencia como nación democrática está siendo puesta a prueba por la
manera como enfrentemos el desafío de acoger a estos millones de venezolanos que han
salido de su país huyendo de la pobreza, la violencia y la persecución política.
Ficha de lectura:
Síntesis:
Opción 1:
Opción 2:
Opción 1:
Si bien la garantía a los derechos humanos hace parte fundamental de los valores que
sustentan la democracia, el compromiso colombiano con ella no puede estar condicionado
al desarrollo de una única política pública, en tanto el actual es un mundo de recursos
limitados que exige la priorización de acciones.
Derechos y democracia
La democracia posible
Colombia, la democracia más antigua de América Latina, es el tercer país más desigual del
mundo (PNUD 2017) y ello ha implicado crecientes tasas de pobreza y pobreza extrema; la
cobertura de servicios públicos es deficiente; el sistema de salud ha sido objeto de
constantes críticas no solo por sus bajos niveles de cobertura sino también por sus precarias
condiciones de calidad, y, de hecho, según la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico –OCDE, en Colombia son necesarias 11 generaciones para superar
la condición de pobreza (2018).
Todo ello implica que buena parte de la población colombiana tiene dificultades para gozar
efectivamente de sus derechos, incluso de los fundamentales y, en ese sentido, el Estado
viene desarrollando planes y proyectos, y destinando todos sus recursos a superar dicha
situación que sigue siendo una meta por alcanzar.
Conclusión
Si bien la primera tarea de cualquier sociedad que se diga democrática es el trabajo por la
garantía de los derechos humanos y las condiciones de dignidad de su población, el
indicador del nivel de compromiso con la democracia de cualquier Estado (entre ellos
Colombiano) debe ser precisamente el accionar, no el impacto de dicha acción, en tanto ese
impacto está condicionado por factores exógenos y recursos limitados. En ese sentido, el
nivel de profundización de la democracia colombiana debe ser medido por la aceptación de
los migrantes y su inclusión en proyectos sociales, no puntualmente por el número de
migrantes atendidos o el número de atenciones brindadas, eso sería injusto, e incluso una
paradoja si, para atender más y mejor a los migrantes, deja de atender a su población,
igualmente pobre y vulnerable y, en 8 millones de casos, también víctima de
desplazamiento forzoso.
Referencias
OCDE (2018), A Broken Social Elevator? How to promote Social Mobility, OECD
Publishing, París, Francia. Recuperado de: https://dx.doi.org/10.1787/9789264301085-en
PNUD (2017). Informe de Desarrollo Humano, PNUD, Nueva York, E.E.U.U. Recuperado
de: https://annualreport.undp.org/es/#
Opción 2:
Los problemas relacionados con la crisis económica de Venezuela han traído un sinfín de
debates en la actualidad política colombiana. De convertirse en un problema social hasta
comprometer la seguridad nacional del país, pasando por palabras xenofóbicas incluidas en
las discusiones electorales, las reacciones han sido diversas y han puesto en tela de juicio la
capacidad, o la voluntad del pueblo colombiano de ayudar a sus vecinos. El presidente
Duque, como muchos, ha emitido su concepto según el cual esta migración era una
oportunidad para la nación tricolor y su economía (Gómez, 2019). Pero ha sido uno de los
pocos políticos que han ido en esta dirección, la mayoría han estigmatizado a los migrantes,
en sus discursos pero también en sus acciones, reclamando el cierre de la frontera o su
expulsión.
En su columna, Rodrigo Uprimny busca sensibilizar a sus lectores con esta problemática.
En este orden de ideas, explica que a pesar de que Colombia tenga, como todos los demás
Estados, el derecho de limitar la inmigración, tiene por otra parte el compromiso
humanitario de ayudar a los que lo soliciten. Ello, dice, la deja ante una encrucijada:
priorizar la solución de facilidad al trabar la entrada de esta población vulnerable, dejándola
enfrentar sus problemas por sí sola, o reafirmar su compromiso con la universalidad de los
derechos humanos recibiendo y atendiéndolos.
Pero, ¿es tan sencillo como lo plantea? ¿Hasta qué punto el compromiso de Colombia con
los derechos humanos se mide por su trato a los migrantes venezolanos?
Por un lado, no es cierto en la medida en que existe una serie de problemas inherentes la
recepción de tanto flujo migratorio que Colombia no estaría en capacidad de resolver, en
particular en términos de economía y de seguridad, que podrían vulnerar los derechos de su
propia población. Sin embargo, ninguno de estos puede ser una razón suficiente para
justificar que incumpliera con su propia carta política, pues ambos problemas se podrían
resolver en cuánto realmente se tuviera la voluntad de hacerlo, solucionando de paso
problemas estructurales que también dificultan la vida de sus propios nacionales.
Sin embargo, se puede también pensar que estos argumentos son apenas una excusa para no
atenderlos, en una débil justificación de la xenofobia y de la falta de solidaridad que incluso
parece caracterizar las relaciones políticas y sociales dentro del país. Desde esta
perspectiva, no solo Colombia mostraría la debilidad de su compromiso con los derechos
humanos a través del rechazo de la migración sino también por no aprovechar esta
oportunidad para resolver los problemas que sufre directamente su propia población. Pues
finalmente es una gran oportunidad de atacar el mal a la raíz para poder atender también a
los refugiados. El que quiere puede dice el adagio.
En cuanto a los problemas de seguridad, se sabe desde antaño que están directamente
relacionados con los problemas de oportunidades (El tiempo, 1996). La falta de una
verdadera política de empleo y de acceso a oportunidades empresariales y laborales en el
país no es nueva y acecha a los colombianos desde la apertura económica de los años
noventa. De resolverse este problema, no se podría hablar de lo problemas de integración o
de absorción económica de los migrantes provenientes del país vecino. La falta de
compromiso de los gobiernos colombianos frente a esta problemática se ve reflejada en la
situación actual y demuestra que si hubiera real voluntad política, se podría no solamente
recibir y garantizar los derechos de los migrantes sino también los de los colombianos.
Como lo dice un informe de la ONG Social Watch presentado en la sede de Naciones
Unidas en el 2004, “La pobreza se ha convertido en el principal obstáculo para la seguridad
humana en Latinoamérica” (Social Watch, 2004). A raíz de esto se puede afirmar que
efectivamente las excusas de seguridad y de falta de capacidad de recepción ilustra el hecho
de que el Estado colombiano se lave las manos con las causas endémicas de los problemas
que no son característicos de la migración sino de la lucha por los derechos de las personas
en general.
En cuanto al supuesto colapso del sistema de salud, si bien es real y dificulta la atención de
la población refugiada, no se debe necesariamente a una incapacidad del sistema sino a la
manera en que se organiza. Pues queda claro que los recursos sí están disponibles, solo se
necesita privilegiar la garantía de los derechos por encima del lucro y del enriquecimiento
de los prestadores de salud. En efecto, el sistema de salud generó un excedente de más de 2
billones de pesos en el 2018 (Montes, 2019).
Referencias bibliográficas:
El Espectador. (2019, 30 de diciembre). Más de 7000 venezolanos han sido capturados por
las autoridades este año. El Espectador.
El Tiempo. (2019, 30 de agosto). Menos trabajo por cuenta propia presiona el desempleo en
el país. El Tiempo.
Mantilla, J. (2019, 15 de julio). ¿Se ha vuelto más insegura Colombia por la migración
venezolana? La República.
Montes, S. (2019, 29 de junio). Empresas del sector salud cerraron cerraron 2018 con
utilidades de 2,3 billones de pesos. La República.