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MAESTRÍA EN INVESTIGACIÓN EDUCATIVA |ESTUDIOS CULTURALES | OLGA KARINA GARCÍA RAMÍREZ

¿Qué tipo de ciencia se puede producir cuando se vive al margen de la reproducción de la


vida humana?

En las últimas décadas, la participación de las mujeres en la educación superior en México ha


incrementado de manera significativa. En los años 60’s, por cada 100 estudiantes solo 17 eran
mujeres (8100 mujeres); 40 años después, el ingreso de las mujeres a la educación superior
aumentó, por cada 100 estudiantes 50 son mujeres; de acuerdo con estos datos, el crecimiento de
la matrícula de mujeres ha sido de 184%, para el caso de los hombres el incremento sólo ha
alcanzado un 38% (INEGI, 2010).

La Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior de la República,


A.C. (ANUIES) informa que la matrícula de estudiantes en las instituciones de educación
superior (públicas y privadas) en el ciclo escolar 2011-2012 segregada por sexo era de 1’ 627,
817 mujeres y 1’ 672,431 hombres; es decir, el 49% de la matrícula estaba compuesta por
mujeres (ANUIES, 2012).

En el campo de la investigación, la participación de las mujeres también ha tenido un notable


incremento, aunque no tan significativo como su acceso a estudios de educación superior. En un
estudio sobre el desarrollo de las mujeres en la ciencia y la investigación en México (Mendieta,
2015), se muestra que hasta el 2014, eran 21,359 el número de miembros que conformaban el
Sistema Nacional de Investigadores (SNI); de éste total, sólo el 34.85% era representado por
mujeres, es decir, 7444 investigadoras.

Aunque se ha logrado un avance significativo en el acceso de las mujeres a la educación superior


y a otros espacios sociales (académicos, mercado laboral, participación política, función pública,
etc.), estos avances no han garantizado que vivamos una mayor autonomía y poder de decisión
dentro del contexto familiar ni en el ámbito escolar como históricamente lo han hecho los
hombres.
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Con relación a la trayectoria de las mujeres como investigadoras en México, se pueden enunciar
un número de prácticas asociadas a su condición de mujeres que limitan su desarrollo (Mendieta,
2015):

 Acoso laboral por parte de funcionarios e investigadores


 Falta de integración de redes de apoyo para la defensa de sus derechos
 Carencia de protocolos para la atención de casos de discriminación por razones de género
 Limitaciones familiares que inducen a las investigadoras a abandonar sus carreras por
privilegiar su vida y sus compromisos familiares
 Falta de mecanismos de apoyo para las investigadoras en etapa de gestación
 Criterios no escritos de exclusión de las mujeres u obstáculos en los procesos de toma de
decisión en los institutos y centros de investigación donde están adscritas.
 Poca representación de las mujeres en algunas áreas del conocimiento.
 Dificultad en la participación significativa de las mujeres investigadoras en los órganos
de decisión de las políticas públicas y programas institucionales para la ciencia y el
desarrollo.
 Ineficiencia en los programas institucionales, sociales y gubernamentales que dan
visibilidad al trabajo de investigación producido por las mujeres.

Estas prácticas sexistas que imperan en las instituciones de educación superior (IES), obedecen a
una cultura patriarcal que se constituye por diversas formas de control y dominación que son
materializan a través de una discriminación estructural y desigualdad social que afecta
gravemente a las mujeres. La complejidad de esta problemática radica en su normalización y
naturalización, como señala Bell Hooks (2017), en una cultura de dominación, todas las personas
son socializadas para ver la violencia como un modo aceptable de control social.

Con relación a la trayectoria de los hombres, María Jesús Izquierdo (2020) señalan que los
investigadores hacen carrera académica porque externaliza a las mujeres los costes de
reproducción de la vida humana, considera que este proceso de externalización es explotación y,
por tanto, reconoce que la carrera de los hombres se asienta sobre la explotación de las mujeres.

Abonando a estas causas estructurales de inequidad y desigualdad social, otros abordajes


feministas han destacado como la división sexual del trabajo, la sobrecarga de cuidados y de
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trabajo doméstico (remunerado y no remunerado) que ha sido asignado históricamente a las


mujeres podrían estar relacionados con esta problemática.

Reproducción de la vida humana: división sexual del trabajo, trabajo doméstico y cuidados

La división sexual del trabajo, como categoría analítica, ayuda a entender cómo el género
funciona como ordenador de actividades y tiempos (Nava et al., 2017). Esta diferenciación entre
las actividades “de hombres” y las “de mujeres” organiza el poder y lo que se considera
valorado. Connell (1987) explica las relaciones de género a partir del siguiente supuesto: para
ella el género se construye a través de las prácticas que los sujetos realizan, “no es que las
mujeres, por ser mujeres, deban encargarse de ciertas tareas, sino que, por el contrario, las
mujeres se construyen como mujeres a través de la propia realización de ciertas actividades y no
de otras” (Nava et al., 2017:18-19).

Por su parte, María Jesús Izquierdo agrega que la división sexual no sólo limita las oportunidades
de las mujeres, sino que favorece su explotación económica. “así como el desarrollo de
sentimientos cargados de ambivalencia tanto en la persona que es objeto de cuidados como en su
cuidadora” (Izquierdo, 2004:130).

Si bien, este supuesto nos ayuda a entender como la división sexual del trabajo es importante
para entender las relaciones de género y sus posibilidades de transformación, es fundamental
realizar un análisis desde otras miradas, no apartar la atención del clasismo, el racismo y el
sexismo (Hooks, 2004) que condiciona la reproducción de otras desigualdades.

Silvia Federici (2018) afirma que las tareas reproductivas (no asalariadas) que se realizan en el
hogar para generar las condiciones necesarias para llevar adelante la producción que sostiene la
vida, están a cargo de las mujeres, impuestas con apariencia de naturalidad (“feminidad”) que
influye en cualquier cosa que hagan. Para Silvia Federici:

“El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan
el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es
la crianza y cuidado de nuestros hijos ―los futuros trabajadores― cuidándoles desde el
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día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también
actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa que tras cada
fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de
mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se
emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas1 (2018:30-31).

En este sentido, la naturalización del trabajo doméstico cumple una función esencial de
disciplinamiento para las mujeres. Federici también analiza cómo estas tareas están fuertemente
ligadas a una economía global que se asienta en un estrato invisible de la jerarquía de la fuerza
de trabajo (amas de casa) que no reciben ningún salario. Es así como abre la invita a reflexionar
acerca de una economía del cuidado.

En este mismo sentido, la investigadora Laura Pautassi (2018) enfatiza cómo esta injusta
distribución del trabajo no remunerado y las responsabilidades de cuidado se conforman como
un círculo reproductor de la pobreza y la desigualdad.

Hablar de cuidados, implica poner en el centro de la reflexión el bienestar diario de las personas
(que está profundamente relacionado con lo descrito anteriormente): familia, trabajo, autonomía,
reproducción, cuidados y vínculos comunitarios se articulan para mantener la vida. Por tanto, no
es posible pensar un mundo sin estas tareas, sin que esté presente esta reproducción de la vida
humana actuando todo el tiempo. Rodríguez Enríquez (2005) propone pensar el espacio de la
reproducción humana desde una perspectiva de la economía del cuidado, su interpretación
también la lleva a considerar que los trabajos de cuidado producen personas, producen
posibilidad de existir y de sobrevivir.

Considerando el contexto en que se desarrollan las investigadoras mexicanas a lo largo de su


trayectoria académica y asumiéndome como estudiante de un posgrado que tiene como principal
objetivo formar futuras investigadoras en el campo de la educación, y después de adentrarme en
las complejidades de los cuidados y las tareas de reproducción humana, me surgen dos
1
Mariarosa Dalla Costa, «Community, Factory and School from the Woman’s Viewpoint», L’Offensiva, 1972: «La
comunidad es esencialmente el lugar de la mujer en el sentido de que es allí donde directamente efectúa su trabajo.
Pero de la misma manera, la fábrica es también el lugar que personifica el trabajo de las mujeres a las que no se verá
allí y que han traspasado su trabajo a los hombres que son los únicos que aparecen. De la misma manera, la escuela
representa el trabajo de las mujeres a las que tampoco se verá pero que han trasladado su trabajo a los estudiantes
que regresan cada mañana alimentados, cuidados y planchados por sus madres».
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cuestionamientos: primero, ¿qué tipo de ciencia se puede producir cuando se vive al margen de
la reproducción de la vida humana? 2, y segundo, ¿es posible pensar la producción del
conocimiento desde una categoría del cuidado?

El objeto del siguiente apartado, no será responder las interrogantes anteriores, debido a mis
limitaciones, bastará con una limitada aproximación a la complejidad de los estudios del cuidado
y el alcance que podría tener con relación a la producción de conocimiento.

El Cuidado: ¿puede relacionarse con la producción de conocimiento?

Hasta ahora se ha descrito como los cuidados muestran que la vida es una realidad que se
reproducen desde una imagen negativa e individualizada de la dependencia y jerarquía que
contribuye al desarrollo de diferentes inequidades y desigualdades. El cuidado, señala (Izquierdo,
2004:133), más que una actividad o grupo de actividades particular, es una forma de abordar las
actividades que surge de la conciencia de vulnerabilidad de uno mismo o de los demás. Además,
confiere al cuidado nociones de afecto: la actividad no tiene lugar de un modo espontáneo,
sino que es activada por una emoción.

Es en este sentido que el concepto de cuidado es propuesto como una nueva forma de mirar y
pensar nuestra realidad. Si miramos los cuidados, desde otra mirada diferente, podemos observar
que el cuidado también visualizar y enfatizar el rol del cuidarse unas a otras como una parte
crucial de la dinámica grupal y del empoderamiento colectivo. El cuidado es un modo de
relación social con las otras y los otros, una forma de lucha por el reconocimiento y la valoración
del trabajo que realizan.

La profesora Joan Tronto ha realizado importantes aportes teóricos en torno al concepto de


cuidado, desde una visión más holítica y sistemática. Joan Tronto junto con Berenice Fisher
(1990) plantean la siguiente definición:
“En el nivel más general, sugerimos ver el cuidado como una actividad de la especie. Eso
incluye todo para reparar, mantener y continuar nuestro mundo para que lo podamos
habitar de la mejor manera posible. Ese mundo incluye a nuestro cuerpo, nuestro ser,

2
Surge de una reflexión que María de Jesús Izquierdo realiza en una charla virtual que tuvo con Ana Gabriela
Buquet, invitación de la Universidad Nacional de Rosario en Argentina.
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nuestro ambiente: todo lo que tratamos de entretejer en una compleja red que sostiene a la
vida” (Tronto y Ficher, 1990).
De esta manera, debemos tener en cuenta que el cuidado no es solamente una actividad, como
una disposición moral, sino que también es un modo de hablar y pensar el mundo. Por lo tanto,
es importante hablar sobre los discursos del cuidado. Cuando reconocemos que el cuidado
también es un discurso, surge la posibilidad de preguntarnos con qué fin se utilizan los discursos:
¿Qué es lo que nos importa? ¿Cómo se reparten las responsabilidades del cuidado?

La preocupación central del cuidado es crear y recrear diariamente el mundo común como
mundo vivible. De aquí radica la necesidad de desjerarquizar las tareas y relaciones de cuidados,
y pensar el trabajo del cuidado a partir de su reparto equitativo, no en términos del aumento de la
especialización de las actividades como se ha venido dando en los últimos años.

Pensar en un mundo más vivible, me lleva momentáneamente a retomar una de las interrogantes
planteada anteriormente: ¿es posible pensar la producción del conocimiento desde una categoría
del cuidado que permita construir un mundo más vivible? Considero que sí es posible y
necesaria.

Para pensar en otras formas de producir conocimiento, es fundamental recuperar a Donna


Haraway y sus elementos teóricos sobre el conocimiento situado. Haraway reconoce la necesidad
de una nueva práctica de la “objetividad”, de una “conciencia de la ciencia intelectual y feminista
de la objetividad como conocimientos situados”, es decir “el desarrollo de un tipo diferente de
relación humana con la percepción, la objetividad, la comprensión y la producción, que sea
semejante al uso de Hayden White y Jacques Derrida de la voz media; ya que exigirá un “estar
situado” intelectual “en un espacio medio inasible” (Hooks et al., 2004: 102).

Cuando Haraway demanda “que lo que es un “objeto de conocimiento” sea también “imaginado
como un actor y agente”, capaz de transformarse a sí mismo y su propia situación mientras actúa
al mismo tiempo sobre él” (Ídem); me lleva a pensar que producir conocimiento desde el cuidado
es una tarea y responsabilidad que puede materializarse sustancialmente.

Otro texto que considero importante resaltar en esta reflexión, es la Producción de conocimientos
en el terreno de la autonomía de Mariana Mora Bayo (2011). Así como Haraway, la experiencia
como de Mora como investigadora destaca las posibilidades que existen para romper con los
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modos patriarcales de investigar y hacer ciencia. Quiero destacar la siguiente afirmación de Mora
(2011:81): “si existe una relación inherente entre el conocimiento y el poder, entonces la
investigación en sí se convierte en un terreno contencioso, de posible transformación social y de
cuestionamiento político”. El conocimiento se construye también a través del intercambio social,
de las prácticas y relaciones sociales que se dan durante su proceso.

Si las posibilidades de reconfigurar relaciones sociales se dan en los espacios en lo que se toman
decisiones sobre la investigación (Mora, 2011), qué tipo de ciencia se puede producir cuando se
vive al margen de la reproducción de la vida humana. En este momento, mis limitaciones
teóricas sólo me permiten reflexionar en torno a esta interrogante y plantearme su respuesta
como futura inquietud teórica.
Cabe agregar, que la ciencia (así como la dominación hegemónica del pensamiento feminista que
critica acertadamente Hooks) es un proceso de elaboración que debemos necesariamente criticar,
cuestionar, reexaminar y para explorar nuevas posibilidades (Hooks, 2004).

Conclusiones
A modo de conclusión, agregaría a este ejercicio las siguientes afirmaciones:
 W. Connell (1987, citada por Nava et al., 2017) explica que “el propio cuerpo adquiere
significado mediante las cosas que hace; es decir, es mediante las actividades que realizan
que los sujetos se relacionan con el mundo, no solo para producirlo a través de su trabajo,
sino también para producirse a sí mismos por medio de eso que se hace, eso que es”
( UNAM); en consecuencia, es mediante las relaciones de cuidado que podemos apostar a
otras formas de construir nuestra subjetividad como investigadoras y estudiantes en
formación, reconsiderar qué es lo entendemos como valioso en nuestra sociedad que
merece ser estudio y considerar una posible ética de cuidado dentro de nuestra actuar
científico.
 Es fundamental y urgente introducir en las universidades la orientación al cuidado, donde
se constituyan nuevas relaciones, considero que con la orientación al cuidado el proceso
formativo del estudiantado y el proceso de producción de conocimiento sería muy
diferente.
 El análisis del significado del cuidado y las prácticas del cuidado desde una mirada
interseccional en una tarea pendiente. Pensar los cuidados de manera comunitaria sin una
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visión colonizadora y occidental también abriría un abanico de nuevas realidades,


encontrar nuevas formas de vivir nuestro mundo para que lo podamos habitar de la mejor
manera posible.

Referencia Bibliográfica

Hooks, B. (2017). El feminismo es para todo el mundo. Traficantes de sueños.

Hooks, B., Brah, A., Sandoval, Ch. y Anzaldúa, G. (2004). Otras inapropiables. Feminismos
desde las fronteras. Traficantes de sueños.

De Garay, A. y Del Valle-Díaz-Muñoz, G. (2012). Una mirada a la presencia de las mujeres en la


educación superior en México. Consultado en
http://www.scielo.org.mx/pdf/ries/v3n6/v3n6a1.pdf

Frederici Silvia (2018). El patriarcado del salario. Editorial Traficantes de Sueños.

Izquierdo, M. (2004). El cuidado de los individuos y de los grupos: ¿quién cuida a quién?
Organización social y género. Debate Feminista, 30.
https://doi.org/https://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2004.30.1052
Mendieta, A. (2015). Desarrollo de las Mujeres en la ciencia y la investigación en México: un
campo por cultivar. Agricultura, Sociedad y Desarrollo, enero-marzo, 12, pp. 107-115.
Mora, M. (2011). Producción de conocimientos en el terreno de la autonomía. Investigación coo
tema de debate político. En luchas “muy otras”. Zapatismo y autonomía en las comunidades
indígenas de Chiapas. Consultado en:
https://zapatismoyautonomia.files.wordpress.com/2013/12/luchas-muy-otras-2011.pdf
Nava, I., Ortíz, E., García, T., Flores, N. (2017). Trabajo doméstico y de cuidados: un análisis de
las poblaciones académicas, administrativas y estudiantil de la UNAM. Editado por el Centro de
Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM.
Pautassi, L. (2018). El cuidado: de cuestión problematizada a derecho. Un recorrido estratégico,
una agenda en construcción. En el trabajo de cuidados: una cuestión de derechos
humanos y políticas públicas. México, p. 175 – 188.
Rodrígez, C. (2005). La economía del cuidado: un aporte conceptual para el estudio de políticas
públicas. CIEPP, Documento de Trabajo 44. Buenos Aires
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