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RAFAEL GARCÍA HERREROS

Marcela

E sta linda muchacha, recién llegada de


Suiza, en donde obtuvo el bachillerato, es
realmente distinta. Ella tiene la gracia de decir cosas que
a ninguna se le ocurren.
El miércoles pasado, en un té, levantó tribuna,
entre sorbo y sorbo, y dijo una cantidad de afirmaciones
que dividieron totalmente la opinión entre las muchachas
más distinguidas de la capital de la República.
Entre otras cosas, dijo que quería revelarles un dato
gravísimo, y era que en Colombia se perdían, cada año,
cincuenta mil años...
Fue tal la admiración de sus compañeras, que le
dijeron:

–– Prueba esa afirmación.

Ella contestó impávida:

–– Las muchachas de familias decentes de Bogotá,

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de 15 a 20 años, somos más de cincuenta mil... Y


nosotras hemos tomado de moda perder los años
desde que terminamos el bachillerato hasta cuando
nos casamos, lo cual da más o menos cincuenta mil
años...
Nosotras nada hacemos; levantarnos tarde, leer una
novela tonta, salir a pasear y visitar las tiendas... En
resumidas cuentas, no hacemos absolutamente nada,
desde cuando salimos a los 16 ó a los 17 años, hasta
cuando nos casamos... Nosotras, las muchachas de
Colombia, somos las menos originales.
Nada se nos ocurre... ¿Dónde se dice que hemos
hecho algo importante?... Ni siquiera fuimos capaces
de inventar el monoquini, porque usarlo sí es la más
solemne estupidez y ridiculez.

Cuando Marcela dijo esto, todas soltaron la risa y


aceptaron que tenía razón. Alguna de ellas preguntó, para
poner a prueba la originalidad de la muchacha:

–– ... Y tú, ¿qué sugieres que se pueda hacer?

Marcela respondió:

–– ¿Por qué las muchachas de la sociedad de Bogotá no


nos proponemos hacer el Banquete del Millón de
este año, para que llegue a mil comensales? Ya ves,
eso sí sería formidable...
Es verdaderamente vergonzoso que dejemos todo
el trabajo al padre García Herreros... ¿Por qué cada
una de nosotras no consigue dos boletas? Ustedes
saben que tenemos un compromiso con esa

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obra... Que esa obra ha tomado una fuerza feroz y


tremenda; que si fracasa, parece que fracasara toda
Colombia... ¿Cómo es posible que nosotras, que
tenemos contacto con todo lo principal del mundo
capitalino, no formemos un grupo poderoso que
presione la opinión y la oriente en este sentido?

Una de las niñas preguntó:

–– ¿Y dónde queda el barrio El Minuto de Dios?

Marcela respondió con énfasis:

–– Es el colmo que no conozcamos el Minuto de


Dios... El Minuto de Dios es un pequeño, sencillo y
bello pueblecito donde se está formando una nueva
sociedad que va a dar ejemplo a todo el país y a toda
la América Latina. Tenemos que conocerlo, pero
sobre todo, tenemos que ayudarlo.

Y Marcela, para concluir, volvió a repetir su frase


exagerada:

–– En Colombia, cada año, se pierden cincuenta mil


años de trabajo y de aporte de las personas más
preparadas y más juveniles: nosotras. Porque cerca
de cincuenta mil muchachas, regadas en todo el
territorio, que son las muchachas más acomodadas
y más preparadas, tienen por norma perder todo su
tiempo desde que concluyen el bachillerato hasta
cuando se casan.
Yo quiero proponerles a todas que enmendemos esa

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falta gravísima, colaborando para que todos nuestros


amigos de plata asistan al Banquete del Millón de
este año...

Cuando Marcela dijo esto, entró una señora e


interrumpió, ante el desconcierto de las contertulias:

–– Ahora, después de este sermón, tomen el té, porque


se les va a enfriar.

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