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Ya viene la plaga
El territorio peninsular penetraba cómo un puñal afilado en dirección al sur.
Era una tierra mítica sembrada de leyendas. Desde los gigantes que habitaban
el extremo sur hasta los barrios norteños que formaron parte del Reino incaico.
Eso fueron los términos bajo los cuales Hombrecito se puso a la cabeza de
la guerra fatal, bajo las severas condiciones que le impuso como disciplina y
prueba de obediencia el rigor imperial.
Podría librar su batalla, podría pretender por un rato ser un líder, también
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-iHombrecito!- le gritó. -No tengo más tiempo que perder. Dejaré asentado
en el registro tú falta de atención, y haré que conste cómo una grave falta
de colaboración y empeño en el ejercicio de la imaginación, tan necesaria
para perfeccionar las acciones que halaguen los deseos del Trono.
Clave de la Misión
-Por esta vez, y solo por esta, te daré la clave qué deberá ser tu guía en las
próximas acciones. -Por ello quedas en deuda conmigo y por deberme la
vida, podré disponer de la tuya a mi voluntad.
-Te advierto entonces, que lo que mejor puede satisfacer los deseos reales
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es el silencio. Apenas superado por los aplausos y los vítores, pero dada la
situación presente deberás imponer a la gente qué guarde estricto silencio.
Como recordatorio todos deberán llevar mordazas, las que podrás llamar
con algún nombre diferente. Como barbijos o tapabocas, aunque el deseo
Supremo es que se conviertan rápidamente en bozales.
Esgrimiendo decidido a Netflix con una mano y con la otra armada del
poderoso Zoom.
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Sin embargo hay dos fragmentos que expresan con inusitada clari-
dad que la causa fue el confinamiento, que quebró para siempre el ánimo
frágil de los pequeños y dóciles compatriotas del Hombrecito. Así se man-
tuvieron, con el coraje sin mella, firmemente escondidos en sus casas
con la persianas bajas y la luz apagada, velando trémulos de agradeci-
miento el retrato de la Proveedora de Todos los Males.
“¡Quédate en casa!”