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HOMBRECITO O UNA ÉPICA DEL MIEDO.

Frente a una amenaza aparecen el miedo y el coraje.


El miedo propone huir o esconderse. Algunos le
llaman prudencia. El coraje convoca a la resistencia o
a la acción. A quienes lo tienen, los llaman temerarios.

El siguiente es un texto encontrado en las ruinas de lo que fuera la


biblioteca y sede de la lotería del Señorío de Conurba y se relata algunos
episodios referidos al ataque que terminó de derribar la civilización que tuvo por
protagonista al linaje Conurbano.

………....

Ya viene la plaga
El territorio peninsular penetraba cómo un puñal afilado en dirección al sur.
Era una tierra mítica sembrada de leyendas. Desde los gigantes que habitaban
el extremo sur hasta los barrios norteños que formaron parte del Reino incaico.

En el corazón de la América intrépida, rodeada de colosales montañas,


estaba enclavada la ciudadela amurallada del Señorío Kristiano de Conurba

Hombrecito no era más que un intermediario, un representante, aunque a


veces pretendía ser algo más que una marioneta, actuando como una especie
de títere animoso que ponía todo su empeño para lograr la aprobación de la
emperatriz ausente, administradora celosa del poder que sólo prestaba en
condiciones usurarias.

Eso fueron los términos bajo los cuales Hombrecito se puso a la cabeza de
la guerra fatal, bajo las severas condiciones que le impuso como disciplina y
prueba de obediencia el rigor imperial.

Era pequeño de contextura y de ánimo. Ambas condiciones habían


templado su carácter para obedecer y aceptar los tratos más ruines, con tal de
permanecer en la corte.

Podría librar su batalla, podría pretender por un rato ser un líder, también
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podría disfrutar de las caricias qué le dispensaban las encuestas, podría


fantasear hasta con ser el hombre gris de las profecías. Pero con una
condición, una exigencia irrevocable.

Todo, absolutamente todo, debería hacerlo honrando la imagen y


agradeciendo la Suprema presencia, guía y guardiana, fuente de Todo Mal.
Para ello debería invocarla en todo momento; y reconocer y agradecer de
manera constante, el malestar qué ella dispensaba.

Por eso y a los efectos de que no hubiera contradicciones, que no


hubiera actos reñidos con la lealtad debida al imperio, con más razón en
una situación de peligro, se dispuso que lo único tolerable fuera el silencio
absoluto que expresara el total sometimiento de todos a la voluntad de la
Siempre Presente. Hombrecito velaría por el silencio no solo con su mejor
empeño, sino convirtiendo las órdenes recibidas en su propio y más
ferviente deseo.

El Jefe guerrero en acción


Rápidamente Hombrecito se puso en acción. En primer lugar, ordenó
el confinamiento de todos, prohibiendo la circulación en las calles, y
ordenando a la policía que reprimiera con severidad a cualquiera que se
permitiera circular, enviándolo a las mazmorras del palacio.

Cuando informó el estado de situación, esperaba ser elogiado,


pero en cambio se le hizo notar con duros términos,que era un
principio insuficiente porque no hacía visible el propósito superior,
que él, por su propia pequeñez e incapacidad, no había percibido
y que era necesario que se revelara, que se notará y se expresara
físicamente.
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Se le exigió con severidad prestar más atención,

- “¡Es necesario que hagas un mayor esfuerzo para colaborar!

Fue intimado a responder públicamente la pregunta:

- ¿Cuál es el propósito, en qué consiste el homenaje que


todos deben brindar?

Hombrecito, de frente al Supervisor, pálido y trémulo


escuchaba angustiado que se dudaba de él. A espaldas del
instructor, sobre la pared del fondo del amplio despacho del
funcionario, se podía observar un retrato de la Emperatriz donde
se destacaba el frío acerado de la mirada de sus ojos negros. . .

En ese momento el impulso de Hombrecito fue postrarse de rodillas y


pegando su frente al piso expresar su sometimiento absoluto, con
humillación extrema, frente a esa imagen de la dueña de su vida.

Sin embargo, el instructor, viéndolo caviloso, lo llamó bruscamente a la


realidad, golpeándole el pecho con la punta de su bastón.

-iHombrecito!- le gritó. -No tengo más tiempo que perder. Dejaré asentado
en el registro tú falta de atención, y haré que conste cómo una grave falta
de colaboración y empeño en el ejercicio de la imaginación, tan necesaria
para perfeccionar las acciones que halaguen los deseos del Trono.

Clave de la Misión
-Por esta vez, y solo por esta, te daré la clave qué deberá ser tu guía en las
próximas acciones. -Por ello quedas en deuda conmigo y por deberme la
vida, podré disponer de la tuya a mi voluntad.

-Te advierto entonces, que lo que mejor puede satisfacer los deseos reales
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es el silencio. Apenas superado por los aplausos y los vítores, pero dada la
situación presente deberás imponer a la gente qué guarde estricto silencio.
Como recordatorio todos deberán llevar mordazas, las que podrás llamar
con algún nombre diferente. Como barbijos o tapabocas, aunque el deseo
Supremo es que se conviertan rápidamente en bozales.

Desde entonces Hombrecito cumple y hace cumplir la disciplina estricta


que le fue impuesta y mantiene con pulso firme el confinamiento, bajo la
consigna invariable:

“¡Quédate en casa!” (o de lo contrario sufrirás las consecuencias)

Exaltación del miedo


La llegada del enemigo inspiró una proclama sorprendente. No se
llamaba a la resistencia, ni al enfrentamiento. Se convocaba a lavarse las
manos, como la forma adecuada del heroísmo, en esa fase histórica de
mediocridades especulativas, vacía de grandeza y huérfana de mística.

Un hombre pequeño, muy pequeño, erguido sobre las puntas de sus


pies, arengó con gesto de valor y suprema expresión de patriotismo:

• ¡Quédense en casa! ¡No salgan!

¿Por qué lo hizo? La cadena nacional informó del ataque de un


enemigo invisible, que había penetrado las fronteras y era mortífero. Había
que hacer algo. Todos escuchamos. Y pequeños, muy pequeños,
obedecimos, dispuestos y decididos a dar la batalla del miedo. Sin tregua ni
descanso. Se podía imaginar en los pechos de cada uno, la vibrante
decisión que se expresaba de norte a sur:

--"Huyamos... ¡a esconderse!". ¡Que el enemigo no nos encuentre!


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Porque cada uno cerrará la puerta y permanecerá escondido, con la


luz apagada y la respiración ahogada. Con el ánimo tenaz y decidido a no
rendirse. Escondido para siempre. En casa para siempre, con el miedo a su
lado, inseparable y tenaz.

Esgrimiendo decidido a Netflix con una mano y con la otra armada del
poderoso Zoom.

Dando la batalla celular en mano y resuelto a twittear


infatigablemente, hasta que el enemigo ruede por tierra.

Si fuera posible que el enemigo invisible quisiera rodar. Si fuera


posible que el enemigo microscópico rodara.

……….…...

Así termina el texto encontrado. No da información sobre el final de


la guerra comandada por Hombrecito. Se han encontrado algunos frag-
mento incompletos, de los cuales podría deducirse que la decadencia re-
sultante fue tremenda.

Sin embargo hay dos fragmentos que expresan con inusitada clari-
dad que la causa fue el confinamiento, que quebró para siempre el ánimo
frágil de los pequeños y dóciles compatriotas del Hombrecito. Así se man-
tuvieron, con el coraje sin mella, firmemente escondidos en sus casas
con la persianas bajas y la luz apagada, velando trémulos de agradeci-
miento el retrato de la Proveedora de Todos los Males.

Nunca más, nadie se atrevió a salir de sus casas y fueron perecien-


do lenta y dolorosamente, cumpliendo hasta el final con la consigna que
Hombrecito supo grabar en la conciencia colectiva del Señorío de Conur-
ba.
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“¡Quédate en casa!”

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