Es imposible escribir un libro sin apoyo, o al menos sin la
amabilidad de los extraños. Fue duro revivir los sucesos que han marcado para siempre Nueva Orleans: el Katrina y la rotura de los diques. Debo dar las gracias a varias amigas de la ciudad que tuvieron que aguantarme preguntando cosas como: «¿Te acuerdas de cuándo volvieron a funcionar las farolas?». Me refiero, por supuesto, a Beth y a Cherry, y también a Marie, Yvonne, Candy y Barb. Asimismo, quiero expresar mi agradecimiento a la historiadora Gillian Rodger por permitirme usar su investigación sobre el teatro del siglo XIX y las mujeres que se ganaban la vida actuando vestidas de hombre. Quiero citar también a los compañeros de mi trabajo de día, especialmente a los que están a mi cargo, por soportar a una jefa que tiene dos profesiones y anda corta de tiempo con las dos: Noel, Enrique, Doreen, Lisa, Pam, Jeannette, Seema, Deanne, Josh, Mark, Narquis, Ked, Allison, Brian, Mary Ellen y Pegah, todo el personal del Community Aware Network y de la oficina de Tulane. Y también debo dar las gracias a Computer Mark, por rescatar