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asimétrica
8 julio, 2021
Esta es una de las claves del conflicto de seguridad más acuciante del
momento en Caracas: la existencia de bandas con características paramilitares
que se han atrincherado en sectores populares intrincados donde ejercen un
poder omnímodo y desde los cuales realizan incursiones, cada vez más
frecuentes y violentas, hacia zonas de la ciudad formal.
Cada vez que se registra un nuevo episodio de la acción impune de las bandas
criminales en las zonas que controlan en Caracas y otros grandes entornos
urbanos, aparece la exigencia de «mano dura». Se acusa a las autoridades de
permitir estos crímenes o de ser incapaces de someter a los célebres jefes de
las organizaciones criminales.
Expertos del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores,
Justicia y Paz estiman que lo más grave del problema es que seguirá
agravándose mientras no haya una respuesta contundente, pero la hipótesis de
que se lleve a cabo esa respuesta es mucho peor, sencillamente, catastrófica.
Inocentes sometidos por el terror. Gente que reside en estos barrios, que han
ido construyendo y desarrollando sus viviendas durante años o décadas,
trabajan en la misma zona o en otras de la ciudad. Se incluyen acá los
pequeños comerciantes que deben pagar protección a los pranes.
Familias vinculadas a los jefes de las bandas o con integrantes que forman
parte de ellas. Los denominados pranes son nativos de sus comunidades. Han
forjado su liderazgo negativo con actividades criminales en el seno de sus
barriadas, dirimiendo disputas territoriales y de negocios ilícitos con otros
delincuentes. Sus familias se encuentran radicadas allí. Lo mismo pasa con los
lugartenientes de los pranes (luceros en la jerga carcelaria) y con el resto de
los integrantes de las bandas. Por razones obvias, esas familias forman redes
de inteligencia y contrainteligencia que actúan a favor de la organización
criminal desde las entrañas mismas de la comunidad.
Gente que siente simpatías por la «gestión social» de las bandas. En muchos
casos, los pranes actúan como benefactores de la comunidad en general o de
personas o familias en dificultades, generando lazos de agradecimiento y
simpatía. Más allá de emergencias y necesidades básicas, son frecuentes las
grandes fiestas, en las que la banda aporta las bebidas, las drogas y los grupos
musicales, incluyendo algunos de renombre nacional e internacional.
Por otro lado, la infiltración en el sentido opuesto (de las bandas hacia los
cuerpos policiales) es una realidad latente lo que implica un gran riesgo para
los funcionarios honestos. La corrupción orgánica en entes de seguridad es
reconocida por los expertos del Ministerio como un factor clave.
Bandas mutantes
Los estudios criminalísticos indican que hay una mutación de las bandas en
los últimos años, que responde a factores como:
Los medios globales y los locales de la llamada «prensa libre» (financiada por
agencias de Estados Unidos, Reino Unido y otros países) actúan como los
grandes propagandistas de estas bandas y sus jefes, a quienes han convertido
en celebridades que a menudo encabezan las listas de tendencias en las redes
sociales.
Primer sentido. Cuando las bandas desarrollan sus acciones en sus propios
enclaves o fuera de ellos, presentan las informaciones haciendo énfasis en la
impunidad con la que actúan los delincuentes. Señalan que es una muestra de
la falta de control territorial del Gobierno, una señal de Estado fallido. Al
destacar la libertad de acción de las bandas hamponiles, exigen a las
autoridades que intervengan, sumándose así a la operación de provocación.
Los relatos sostenidos por las ONG y difundidos como verdad absoluta por los
medios opositores son tomados como insumos por la Alta Comisionada para
los Derechos Humanos, Michelle Bachelet y por otros entes internacionales
para elaborar sus informes en los que los individuos, armados con pertrechos
de guerra, que resultan muertos en enfrentamientos con la fuerza pública son
ubicados en las listas de presuntos crímenes de lesa humanidad.
El componente político
Otro aspecto del problema de las bandas delictivas urbanas es que cada vez se
hacen más evidente sus vínculos con los actores de la desestabilización
política.
Basta recordar que varios de los más recientes capítulos de las acciones de
estos grupos han sido maniobras de diversión para eventos mayores de la
guerra geopolítica contra Venezuela. A finales de abril y comienzos de mayo
de 2020, justo antes de la fallida Operación Gedeón, las bandas de Petare
sostuvieron varios días de supuestos enfrentamientos que mantuvieron
aterrorizados a los vecinos de la zona. Este año, los movimientos en la Cota
905 fueron el preludio de las acciones de guerra en Apure.
Las actuaciones de las bandas y de sus jefes son prácticamente aplaudidas por
los dirigentes de la oposición extremista y para muchos militantes, desde una
posición tan ambivalente como la de los medios y las ONG.
El peligro de que las organizaciones criminales sean instrumentos de la
ultraderecha violenta ha sido advertido desde hace mucho tiempo. Uno de los
autores se estas advertencias es el exdiputado Adel El Zabayar, quien aseguró,
en septiembre del año pasado que, si no se mete en cintura a estos grupos
armados, debemos prepararnos para diez años de guerra.