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Desde la promulgación de nuestra constitución política en 1991 como carta pilar que
imprimirá un sello garantista y de protección de derechos para los ciudadanos, así
como el marco para que el Estado cambiara su hegemonía e hiciere participe de todos
los votantes como precursores del proceso democrático que por años limitaron su
papel a ser una cifra, desconociendo las obligaciones y responsabilidades que
mediante los procesos de participación tenían a cuestas.
Es así como la constitución presenta no solo una reforma normativa sino una
herramienta a la luz del ejercicio democrático basado en la efectividad y respeto de
derechos, en la garantía y prevalencia de libertades, y en la salvaguarda de un espacio
participativo y democrático que lleva al control social de la gestión pública y por ende a
procesos más justos y ajustados a las verdaderas necesidades de la colectividad.
De ello el estado se reforma desde los funcionarios hasta las instituciones, se dan
herramientas a los ciudadanos y se acogen parámetros internacionales en aras de
acabar las arbitrariedades y la corrupción del monopolio gubernamental. En tal medida
instrumentos como la Tutela para protección de derechos fundamentales, la acción
popular para acciones conjuntas enmarcaron muchas de las medidas para que desde
el sistema jurídico se diese lugar a reconocer a los ciudadanos como veedores y vigías
de la vida pública y miembros importantes en la toma de decisiones de la gestión.