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Resistencia e Integración

Historia Argentina III (Universidad de Buenos Aires)

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INFORME “Resistencia e Integración”


El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976.

Daniel James
Capítulo I: El peronismo y la clase trabajadora.

Capítulo II: Supervivencia del peronismo: la resistencia en las fábricas.

Capítulo III: Comandos y sindicatos: surgimiento del nuevo liderazgo sindical peronista.

Capítulo IV: Ideología y conciencia en la resistencia peronista.

El trabajo organizado y el Estado Peronista


Al promediar la década 1940-50 la argentina tenía una economía cada vez más industrializada. En la estructura
social se operaron cambios que reflejaban esa evolución: El número de establecimientos aumentó a la vez que el
número de los trabajadores. También se modificó la composición interna de esa fuerza laboral.

Si bien la economía Industrial se expandió rápidamente, la clase trabajadora no fue beneficiada por ese proceso.
Los salarios reales en general declinaron al rezagarse detrás de la inflación. La legislación laboral era escasa y su
cumplimiento obligatorio era sólo esporádico. Las familias debían enfrentar los problemas sociales de la rápida
urbanización.

El movimiento laboral existente en el tiempo del golpe militar de 1943 estaba dividido y era débil. Había en la
argentina cuatro centrales gremiales: la FORA anarquista, la USA sindicalista, y la CGT dividida en 1 y 2. El influjo
de este fragmentado movimiento sobre la clase trabajadora era limitado. La gran mayoría del proletariado
industrial estaba al margen de toda organización sindical efectiva.

Perón, desde su posición como secretario de Trabajo y después vicepresidente del gobierno militar instaurado en
1943, se consagró a atender algunas de las preocupaciones fundamentales de la emergente fuerza laboral
industrial. Al mismo tiempo, se dedicó a socavar la influencia de las fuerzas sociales de izquierda que competían
con él en la esfera sindical. Su política social y laboral creó simpatías por él tanto entre los trabajadores
agremiados como entre los ajenos a toda organización. Además, sectores decisivos de la jefatura sindical llegaron
a ver sus propios futuros en la organización ligados a la supervivencia de Perón. El creciente apoyo a Perón por los
obreros se cristalizó el 17 de octubre de 1945.

La década peronista 46-55 tuvo un efecto mucho más profundo que la anterior sobre la posición de la clase
trabajadora en la sociedad argentina. Se asistió a un aumento de la capacidad de organización y el peso social de
la clase trabajadora, combinándose la simpatía del Estado por el fortalecimiento de la organización sindical y el
anhelo de la clase trabajadora de trasladar su victoria política a ventajas concretas. Ese movimiento determinó
una rápida extensión del sindicalismo.

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La estructura de organización impuesta a la expansión sindical fue importante en el sentido de que modeló el
futuro desarrollo del movimiento gremial. La sindicalización debía basarse en la unidad de actividad económica,
además se creó una estructura sindical especifica centralizada la CGT. El estado supervisaba y articulaba esa
estructura. El ministerio de trabajo era la autoridad estatal que otorgaba a un sindicato el reconocimiento legal
que lo autorizaba para negociar con los empleadores. La ley de asociaciones permitía al estado supervisar vastas
áreas del sindicato aunque al mismo tiempo, estos recibían muchas ventajas: derechos de negociación, protección
de los funcionarios sindicales contra la adopción de medidas punitivas que lo afectaran, deducción automática de
los sueldos y salarios de las cuotas sindicales y aplicación de estas a vastos planes de bienestar social. Pero al
mismo tiempo, otorgó al Estado las funciones de garante y supervisor final de este proceso y de los beneficios
derivados de él.

Mientras la expansión aseguraba el reconocimiento de la clase trabajadora como fuerza social en la esfera de
producción, durante el periodo se asistió a la integración de esa fuerza social a una coalición política emergente.
Desde el punto de vista de los trabajadores, la índole exacta de su incorporación al régimen no se evidenció
inmediatamente. En el primer período, 46 al 51, se fue dando la subordinación gradual del moviendo sindical al
Estado y la eliminación de los líderes de la vieja guardia sindical. Los sindicatos fueron llamados a actuar como
agentes del mismo ante la clase trabajadora. En la segunda presidencia, se perfiló más claramente el Estado
justicialista, con sus pretensiones corporativistas de organizar y dirigir grandes esferas de la vida social, política y
económica, se tornó evidente el papel oficialmente asignado al mov. Sindical: incorporar a la clase trabajadora a
ese Estado. Los atractivos que ofrecía esa relación fueron grandes tanto para los dirigentes como para las bases.

Durante este periodo la clase trabajadora tuvo un notable grado de cohesión política. La era peronista borró en
gran medida las anteriores lealtades políticas que existían en las filas obreras e implementó otras nuevas. Para los
socialistas y radicales, el peronismo había de seguir siendo un ultraje moral y cívico, una prueba del atraso y la
carencia de virtudes cívicas de los trabajadores argentinos.

El partido comunista intentó asumir una función más flexible. Aunque no fue capaz de subsanar el error de
apoyar a la unión democrática –antiperonistas- ni tampoco de ofrecer una alternativa creíble que desafiará la
hegemonía política del peronismo en las filas sindicales.

Los trabajadores y la atracción política del peronismo


La relación entre los trabajadores y sus organizaciones por un lado, y de estas dentro del movimiento en relación
con el Estado resulta fundamental para entender el período 43-55. Las anteriores explicaciones –Germani-, que
entendían el apoyo a Perón por la división entre la vieja y la nueva clase trabajadora. Para los revisionistas, el
apoyo se veía como el lógico compromiso de los obreros con un proyecto reformista dirigido por el Estado. No han
presentado la imagen de una masa pasiva manipulada sino la de los actores dotados de conciencia de clase, que
procuraban encontrar un camino realista para la satisfacción de sus necesidades materiales. Sin embargo, era
también algo más. Era un movimiento representativo de un cambio decisivo en la conducta y las lealtades políticas
de la clase trabajadora que adquirió una visión política de la realidad diferente. En vez de ver al peronismo como
una inevitable expresión de insatisfacción social es necesario definir sus rasgos específicos para poder comprender
por qué la solución la dio este y no otro diferente.

Los trabajadores como ciudadanos en la retórica política peronista

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El atractivo político fundamental del mismo reside en su capacidad para redefinir la noción de ciudadanía dentro
de un contexto más amplio, esencialmente social. La cuestión de la ciudadanía y el acceso a los plenos derechos
fue un aspecto poderos del discurso peronista donde formó parte de un discurso de protesta. Pudo reunir capital
político denunciando la hipocresía de un sistema democrático formal que tenía escaso contenido democrático
real.

El éxito del peronismo con los trabajadores se explicó por su capacidad para redundir el problema de la
ciudadanía en un molde nuevo, de carácter social. El discurso negó la validez de la separación, formulada por el
liberalismo, entre el estado y la política por un lado, y la sociedad civil por otro. La Constitución ya no debía ser
definida más simplemente en función de derechos individuales. Y sus relaciones dentro de la sociedad política
redefinidas en función de la esfera económica y social de la Sociedad Civil En está retórica luchar por los derechos
en el orden de la política implicaba luchar por el cambio social. Esto marcaba un nuevo papel de la clase
trabajadora en la sociedad. Tradicionalmente, el sistema político liberal había reconocido la existencia política de
los trabajadores atomizados como individuos. Dotados de una forma de igualdad en el derecho político pero al
mismo tiempo habían rechazado su constitución como actor en ese campo.

Fundaba su llamamiento político a los trabajadores en un reconocimiento de la clase trabajadora como fuerza
social propiamente dicha, que solicitaba reconocimiento y representación como tal en la vida política de la
nación. La clase social autónoma como fuerza social autónoma había de tener acceso directo y por cierto
privilegiado al Estado por intermedio de sus sindicatos. El Estado era un espacio donde las clases – no los
individuos aislados- podían actuar política y socialmente unos junto con los otros para establecer derechos y
exigencias de orden corporativo. El árbitro final de ese proceso podía ser el Estado, pero este no constituía a esos
grupos como fuerzas sociales, pues ellos tenían cierta independencia, así como una presencia irreductible, social y
por lo tanto, política. Sin embargo, este discurso era adaptado a las distintas necesidades políticas de Perón.

Esta afirmación de los trabajadores como presencia social y su incorporación directa al manejo de la cosa pública
suponía un nuevo concepto de las legítimas esferas de interés y actividad de la clase trabajadora. Los trabajadores
tenían derecho a interesarse por el desarrollo de la nación y a contribuir a determinarlo. Perón tuvo la habilidad
para redefinir determinados parámetros –como el desarrollo industrial- de forma nueva que atrajo a la clase
trabajadora de forma tal que se veían con un papel vital para sí mismo como agente en la esfera pública y permitió
que se apropiaran del tema.

Una visión digna de crédito: carácter concreto y creíble del discurso político de perón.
La cuestión de la credibilidad es decisiva para comprender tanto la exitosa identificación, efectuada por Perón de
sí mismo con ciertos símbolos importantes, por Ej. La industrializaron; más en general, el impacto político de su
discurso sobre los trabajadores. El vocabulario del P era a la vez visionario y creíble. Esta retórica contrastó en el
46-47 con el lenguaje de alta abstracción empleado por los adversarios. La credibilidad política que el peronismo
ofrecía a los trabajadores se debía no sólo a lo concreto de su retórica, sino tan bien a su inmediatez. Tomaba la
conciencia, los hábitos, los estilos de vida y los valores de la clase trabajadora tales como los encontraba y
afirmaba su suficiencia y su validez e inculcaba un antiintelectualismo.

La retórica P incluía un reconocimiento tácito de la inmutabilidad de la desigualdad social, una resignada


aceptación pero los remedios propuestos para mitigar esas desigualdades eran plausibles e inmediatos. Más aun,
la credibilidad de la visión política de Perón, la practicabilidad de la esperanza que ofrecía, eran afirmadas por las

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acciones que él ejecutaba desde el Estado. La confirmación de las soluciones se podían verificar cada día. En 1945
ya había empezado a circular la consigna que había de simbolizar esa credibilidad: Perón cumple.

El herético impacto social del peronismo


El peronismo significó una presencia social y política mucho mayor de la clase trabajadora en la sociedad
argentina. El impacto de este hecho puede ser medido en términos institucionales, en la relación entre el Estado y
el sindicalismo, la masiva ampliación del gremialismo y el número de parlamentarios de extracción gremial. Sin
embargo, hay otros factores para evaluar el peso social del P que son más difíciles de cuantificar como el orgullo,
el respeto propio y la dignidad.

Significado de la década infame: respuestas de la clase obrera.


Para evaluar la importancia de esos factores debemos volver a la década infame por ser el punto de referencia con
el cual los trabajadores midieron su experiencia del peronismo.

La década Infame fue experimentada por muchos trabajadores como un tiempo de frustración y humillación
profundas, sentidas colectiva e individualmente debido a la dureza de las condiciones de trabajo entre otras.
Aunque las únicas respuestas con los que contaron los trabajadores no consistieron en el cinismo, la apatía o la
resignación. Aun se encontraba presente la característica militante de la década anterior que inculcaba el espíritu
de ayuda mutua.

Experiencia privada y discurso político


El poder del peronismo radicó en su capacidad para dar expresión pública a lo que hasta entonces sólo había sido
internalizado, vivido como experiencia privada. La circunstancia de que términos que antes simbolizaban la
humillación de la clase obrera y su explicita falta de status en una sociedad profundamente consciente del status
adquirieron ahora connotaciones y valores diametralmente opuestos. El ejemplo más famoso es la palabra
“descamisado”. Este había sido utilizado inicialmente por los antiperonistas como calificativo de los trabajadores
que apoyaban a Perón en términos de inferioridad. El peronismo lo dio vuelta transformándolo en afirmación del
valor de la clase trabajadora. También el término negro, la negrada de Perón y cabecitas negras adquirían con un
nuevo status. La movilización del 17 demuestra la defensa de los trabajadores para sus intereses y un rechazo de
las formas aceptadas de jerarquía social y los símbolos de autoridad. El hecho de que la movilización terminará en
Plaza de Mayo era un hecho significativo ya que esta había sido un territorio reservado a la gente decente. Para la
clase obrera represento una recuperación del orgullo y la autoestima.

Los límites de la herejía: ambivalencia del legado social peronista


Una vez en el poder el peronismo no contempló la ebullición y la espontaneidad mostrada por la clase trabajadora
desde octubre de 1945 hasta febrero del 46 con mirada tan favorable como la que tuvo en este lapso de lucha.
Gran parte de los esfuerzos del Estado peronista desde el 46 hasta su deposición en el 55 pueden ser vistos como
un intento por institucionalizar y controlar el desafió herético que había desencadenado en el periodo inicial y por
absorber esa actitud desafiante en el seno de una nueva ortodoxia patrocinada por el Estado. El peronismo fue en
cierto sentido, para los trabajadores, un experimento social de desmovilización pasiva. En su retórica oficial puso
cada vez mas de relieve la movilización controlada bajo la tutela del Estado, como por ejemplo en el clásico: “de la
casa al trabajo y del trabajo a casa”.

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Sin embargo, tuvo éxito en el control de la clase trabajadora, tanto social como políticamente. Las relaciones entre
el capital y trabajo por cierto mejoraron. Varias razones pueden explicar ese éxito. Una fue la capacidad de la clase
trabajadora para satisfacer sus aspiraciones materiales dentro de los parámetros ofrecidos por el Estado, otra, el
prestigio personal de Perón. También es preciso tomar en consideración la habilidad del Estado y su aparato
cultural, político e ideológico para promover e inculcar nociones de armonía e intereses comunes de las clases. La
retórica peronista como cualquier otra, derivó su influjo, en definitiva, de su aptitud para decirle a su público lo
que éste deseaba escuchar. Se apropio de los símbolos de las tradiciones de las clases obreras anteriores y rivales,
que los peronistas absorbieron y neutralización. Como por ejemplo, el 1º de Mayo antes representaba la tristeza,
el dolor y la impotencia revelados por los rostros vendados que miran al lector desde el documento. El día del
trabajo en la era del peronismo significaba rostros sonrientes de obreros en marcha hacia la Casa de Gobierno,
una atmósfera de tranquilidad y armonía, ausencia de pánico, de policías y de lesiones. Esto estaba en
concordancia con la sensación de haber recobrado la dignidad y el respeto propio.

Al resumir, marcó una coyuntura decisiva en la aparición y formación de la moderna clase trabajadora argentina.
Su existencia y su sentido de identidad como fuerza nacional coherente, tanto en lo social como en lo político, se
remontó a la era de Perón.

De ese análisis se pueden extraer varias consecuencias. En primer término, el apoyo que los trabajadores dieron
no se fundó exclusivamente en su experiencia de clase en las fábricas. Fue también una adhesión de índole
política generada por una forma particular de movilización y discurso políticos. Las dos bases de la movilización no
deben ser contrapuestas, no deben ser vistas bajo la dicotomía entre las clases trabajadores viejas y nuevas.

La clase trabajadora no llegó ya plenamente formada y se limitó a adoptar esa causa y su retórica como el más
conveniente de los vehículos disponibles para satisfacer sus necesidades materiales. En un sentido importante, la
clase trabajadora misma fue construido por Perón, su propia identificación como fuerza social y política dentro de
la sociedad nacional, fue al menos en parte construida por el discurso político peronista.

Este fue evidentemente un proceso complejo, que involucró para algunos trabajadores una reconstitución de su
identidad y su lealtad política cuando abandonaban identidades y lealtades establecidas. La construcción de la
clase trabajadora no implicó necesariamente la manipulación y la pasividad asociadas a la poderosa imagen de las
masas disponibles formulada por Germani. Había en juego indiscutiblemente un proceso de interacción en dos
direcciones, y si bien la clase trabajadora fue constituida en parte por el peronismo, este fue a su vez en parte
creación de la clase trabajadora.

También desde el punto de vista social el legado que la experiencia dejó a la clase trabajadora fue profundamente
ambivalente. La retórica P predicó y la política oficial procuró cada vez más la identificación de la clase trabajadora
en el Estado y su incorporación a él, lo cual suponía, cierta pasividad relativa de la clase. Análogamente, el
movimiento sindical emergió de este período con un profundo espíritu reformista.

Sin embargo, la era también legó a la clase trabajadora un sentimiento muy profundo de solidez e importancia
potencial nacional. Por añadidura, la legislación laboral y del bienestar social representó en su conjunto una
realización en gran escala de los derechos y reconocimiento de la clase trabajadora, una realización que reflejaba
movilización de los trabajadores y conciencia de clase y no simplemente aceptación pasiva de la largueza estatal.
El desarrollo de un movimiento Sindical centralizado y masivo confirmó inevitablemente la existencia de los
trabajadores como fuerza social dentro del Capitalismo argentino. Esto significaba que en el nivel del movimiento

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Gremial actuara como vocero del Estado, los intereses de clase conflictivos se manifestaron realmente y los
intereses de la clase obrera eran en verdad articulados.

El peronismo aspiraba a lograr una alternativa hegemónica viable para el capitalismo argentino, quería promover
un desarrollo económico basado en la integración social y política de la clase trabajadora. Las tensiones
resultantes de ese legado ambiguo fueron considerables. La principal de ellas se centró en el conflicto entre el
significado del peronismo como movimiento Social y sus necesidades funcionales como forma específica del poder
estatal.

LONARDI. Difícil equilibrio


El acenso de Lonardi al más alto cargo del Estado en septiembre de 1955 supuso, aunque en breve término, el
triunfo del ala conciliadora y nacionalista de las FFAA luego del derrocamiento de Perón. En breve síntesis
podemos decir que la idea de Lonardi era mantener las conquistas alcanzadas por los obreros en materia de
justicia social al mismo tiempo que realizar una depuración de los elementos corruptos del aparato sindical,
manteniendo la dirección peronista de la CGT, pero limitando estrictamente la acción de ésta a la representación
de los trabajadores.

Así las cosas, esta aparente tregua y conciliación entre Lonardi y los dirigentes peronistas de la CGT serían
cuestionadas tanto por el ala dura de las FFAA como por las bases peronistas. Con la acción de radicales y
socialistas disputando los sindicatos (con ocupaciones violentas de comandos civiles) como telón de fondo, la
tregua caminaba por una delgada cuerda.

A esta circunstancia James la denomina “círculo vicioso” bajo dos premisas fundamentales: por un lado las fuerzas
que Lonardi representaba en lo militar y lo político eran sumamente débiles para disciplinar a los elementos
antiperonistas al no dominar al conjunto de las fuerzas armadas y la policía. Al mismo tiempo, y como segundo
elemento, la dirección gremial peronista creía tener una fuerza y autonomía de las bases que en breve se
demostrarían cuanto menos insuficientes.

Puestas así las cosas, ni Lonardi disponía de la fuerza suficiente para sostener a la conducción peronista de la CGT
y defenderla de los ataques, ni los gremialistas podían otorgar una concesión tras otra para que aquello fuera
posible. Tanto Lonardi por “derecha” como los sindicalistas por “izquierda” tenían muy limitado su marco de
acción.

Es por ello que, al mismo tiempo, el nuevo gobierno no podrá garantizar elecciones democráticas en los sindicatos
ni impedir las ocupaciones antiperonistas, ni la conducción de la CGT podrá disciplinar a las bases en su actitud
combativa frente a los golpistas, extendidas en todo el país y con dos acontecimientos sumamente manifiestos: el
llamado de la CGT a que el 17 de octubre de 1955 sea un día laboral normal (concesión hecha a Lonardi) arrojó un
30% de ausentismo en los grandes centros urbanos. Así como la huelga proclamada por la CGT para el 3 de
Noviembre y luego cancelada fue convertida por las bases en un acto masivo antigubernamental.

Aramburu-Rojas: Hacer efectivo el golpe


En noviembre de 1955 a dos meses de asumido, Lonardi es reemplazado por el binomio Aramburu-Rojas. Dos días
después de la nueva asunción, la CGT y todos los sindicatos se encontraban intervenidos. La política que se
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intentaba dar desde los sectores antiperonistas incluía tres líneas de acción. En primer término el
descabezamiento de la dirigencia peronista por medio de la represión y el encarcelamiento y proscripciones
legales. Una segunda línea más general de persecución y disciplinamiento a todo nivel dentro de las estructuras
sindicales (principal hincapié en las comisiones internas). En tercer término, un maridaje entre el gobierno y la
patronal para reflotar las cuestiones referentes al aumento de la productividad y la racionalización del trabajo.

Productividad
Tema trillado el de la productividad por lo menos desde inicio de los 50´s iba a encontrar una nueva correlación de
fuerzas para instalarse. Por un lado, el debilitamiento y disolución de las Comisiones Internas tenía por objeto
eliminar el factor más sensible de resistencia dentro de la lógica taller-planta. Pero no sería del todo sencillo
eliminar por decreto lo que se forjó como cultura durante 10 años. La trasferencia de poder iniciada en 1945 a
manos de la clase trabajadora al nivel del taller-planta supuso la consagración de un piso mínimo de condiciones
por fuera de lo negociable.

En concreto, el proyecto de aumento de productividad encarado por las patronales en connivencia con el gobierno
suponía el aumento de las unidades de producción en igual tiempo, aumentando el ritmo de trabajo y la tasa de
explotación, por medio de una nueva racionalización del trabajo de tipo Tylorista; al mismo tiempo combinada con
una revisión de cláusulas contractuales en lo referente a condiciones de trabajo. Junto con ello, se pretendía
inducir a los trabajadores a aceptar el nuevo régimen a través de pagas por resultado, lo que aseguraría los fines
productivistas al mismo tiempo que cercenaría los derechos adquiridos en materia de condiciones y régimen
laboral.

La resistencia no se hizo esperar y en gran medida se ajustó a acciones defensivas cuestionando la “legitimidad”
de tales supuestos. En la cultura adquirida en los últimos años los trabajadores consideraban que los aumentos
salariales, y con ello sus condiciones de vida, consistían en actualizaciones contractuales vía contratos colectivos,
lo que les proporcionaba una capacidad para ganar un salario sin estar sometidos a presiones. De igual modo, la
correlación de fuerzas de la última década dentro de la planta había legado unas condiciones de trabajo que
trababan los intentos de racionalización. Principalmente los referidos a niveles de autoridad dentro de la planta-
taller: movilidad de la mano de obra, especificaciones de tarea, garantizar beneficios sociales como la licencia por
enfermedad.

Ofensiva
En febrero de 1956 se atiende a esta cuestión vía decreto presidencial, en el que se consagra un aumento salarial
de emergencia del 10% junto con un paquete de medidas relativas a hacer efectivo el proyecto de aumento de la
productividad: virtualmente se establece la movilidad laboral dentro de la fábrica y junto con ella eliminan todas
las clausulas referidas a condiciones de trabajo “que directa o indirectamente atenten contra la necesidad
nacional de incrementar la productividad”.

Si bien este decreto fue adoptado por la patronal como las nuevas reglas de juego, no puede decirse que haya
arrojado sensibles beneficios a largo plazo, en parte porque no se realizó una aplicación total de los planes de
racionalización, en parte porque no se alcanzó a consagrar legalmente nuevos acuerdos a nivel nacional. Sin
embargo, este período fue considerado por los obreros como de abuso empresarial sin restricciones, con
evidentes signos revanchistas.

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Socialistas y comunistas
Bajo este contexto es de destacar la política diferenciada que se dieron tanto socialistas como comunistas. Los
primeros no pudieron salirse de una lógica ambigua con respecto a la política de la Revolución Libertadora.
Caracterizada ésta como encarnación de todas las fuerzas democráticas que pretendía poner fin a la tiranía de
Perón, se vieron envueltos en críticas al gobierno cuando los ataques a las condiciones de trabajo, al mismo
tiempo que le criticaban la tolerancia con los elementos peronistas en las comisiones internas. El Partido Socialista
fue asociado al gobierno y la patronal principalmente por la jefatura que ostentaron en los sindicatos intervenidos.

En tanto los comunistas adoptaron una línea de trabajo junto con los peronistas en defensa de las condiciones
laborales y la permanencia de los delegados gremiales, cuestión que les dejó muy poco margen para diferenciarse
de ellos y nunca hicieron peligrar el poder del peronismo sobre la mayoría de los obreros.

En definitiva, el fracaso rotundo de Aramburu por eliminar la influencia peronista dentro de las fábricas, fue
compensado con el intento de por lo menos poner en manos antiperonistas porciones significativas, aunque
minoritarias del movimiento gremial.

Salarios
Las nuevas condiciones dieron a los empleadores la posibilidad de ajustar sus márgenes de beneficios. Las nuevas
cláusulas de racionalización junto con la inflación convirtieron en insignificante todo aumento salarial,
produciendo una efectiva caída del salario real, a la vez que una redistribución de la renta favorable al capital. Es
de destacar que estas circunstancias no operaron bajo condiciones de recesión o desempleo sino más bien que
reflejaban la derrota de la clase obrera frente a la caída de Perón.

La Resistencia
Los signos que va a adquirir la resistencia obrera peronista serán mantener la lógica de las comisiones internas en
defensa de las conquistas logradas bajo Perón. En condiciones represivas, estos intentos de organización serán las
más de las veces en condiciones semiclandestinas, sin una dirección centralizada y dependiendo mucho del grado
de organización alcanzado antes del Golpe de septiembre del 55. El carácter de la ofensiva desatada por el
gobierno de Aramburu antes detallado reforzó aún más la identificación con Perón por parte de los trabajadores y
se tradujo en el fracaso de la política tendiente a “desperonizar” las comisiones internas.

El evidente fracaso de la política de Aramburu orientada únicamente en sentido represivo cede terreno a una
política, si bien no conciliadora, al menos con algunos signos normalizadores y de semi-legalidad. Las huelgas de
1956 junto con las elecciones sindicales (donde se produjeron) aportaron una nueva dirigencia gremial
prácticamente surgida de las bases, en reemplazo de los viejos lideres proscriptos y encarcelados.

Las condiciones de semi-legalidad junto con una nueva dirigencia proporcionaron los elementos para una práctica
sindical más masiva y democrática al estar vedados los instrumentos estructurales burocráticos de la etapa
anterior, práctica que tendió a acercar a dirigentes con militantes comunes. Así nace, a comienzos de 1957 la
Intersincical, una comisión integrada por los gremios normalizados, que pedía por el restablecimiento de las
condiciones legales para el pleno funcionamiento gremial y la liberación de presos gremiales.

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La intensa actividad de la Intersindical avivó los conflictos entre la vieja dirigencia y los nuevos líderes. Para
aquellos, los nuevos muchachos no sería capaces de alterar la decisión del gobierno de debilitar la influencia
peronista en los gremios, son acusados de tibios y legalistas. Para los nuevos dirigentes, era menester utilizar
todos los espacios de legalidad para frenar al gobierno (aún faltaban recuperar varios sindicatos) y además temían
que los nuevos órganos cayeran en manos antiperonistas. Se llega así al congreso normalizador de la CGT en
septiembre de 1957, en donde tras una fallida maniobra del gobierno de impulsar a los antiperonistas a su
conducción, ésta la retienen lo peronistas y se crean las 62 organizaciones, que de allí en más será un órgano de
presión al gobierno puramente peronista. A partir de allí quedo demostrado que la principal fuerza organizadora y
la expresión institucional del peronismo serían los sindicatos.

Táctica y Estrategia: Tensiones y Resultados


James va a introducir una división esquemática y teórica a los fines heurísticos que, aunque de difícil
comprobación en la práctica, servirán para explicar lo que se jugaba en la “apertura” democrática de 1958. Esta
división estará concentrada en dos tipos de tácticas diferenciadas para desgastar al gobierno y contribuir al fin
estratégico, en principio, común: la revuelta insurreccional y el retorno de Perón. Una de las tácticas será el
sabotaje, la otra la recuperación sindical.

Si bien en la práctica las más de las veces son difíciles de disociar y marcharon de manera conjunta, la primera de
ellas puede ser atribuida más consecuentemente con los viejos líderes sindicales que mantenían cierta influencia
en sus sindicatos. Mientras que la recuperación sindical por “vía legalista” la podemos identificar con los nuevos
dirigentes surgidos a partir de 1955. Dos maneras de enfrentar y desgastar al gobierno, creando las condiciones
extremas que posibiliten la huelga general insurreccional que junto a fracciones de las FFAA leales a Perón
aseguraría el éxito del desplome del gobierno y el retorno del líder. En síntesis, se puede advertir que de
momento, dos tácticas diferenciadas de resistencia y lucha no antagónicas contribuirían al fin estratégico del
retorno de Perón. El problema se comienza a evidenciar cuando se introduce el factor tiempo. La impresión
subjetiva y todos los esfuerzos estaban concentrados en la realización del objetivo a cortísimo plazo. El gobierno
caía ya, el “luche y vuelve” se concretaría en semanas.

La realidad demostró que el tiempo pasaba, los sabotajes se sucedían, las huelgas transcurrían y las condiciones
para la huelga insurreccional no llegaban. Las diferencia tácticas comenzaron a legar diferencias estratégicas. El
objetivo de máxima (la derrota de la tiranía y el retorno de Perón) fue mutando hacia un objetivo de mínima: la
necesidad de prevenir la consolidación del antiperonismo más virulento. En esta línea se comprende la decisión de
apoyar a Frondizi en las elecciones de 1958 bajo la promesa de que con él se celebrarían elecciones libre en todos
los gremios y se retornaría a los sistemas de negociaciones colectivas.

Ideología y conciencia en la resistencia peronista.


En este capítulo se va a analizar los aspectos ideológicos de la resistencia teniendo en cuenta dos cuestiones: los
componentes tradicionales del aparato ideológico del peronismo histórico y los elementos de “contradiscurso”
generados en la etapa de la resistencia, elementos estos últimos que permanecieron en tensión e incluso a veces
en contradicción con los elementos tradicionales.

En este sentido, los elementos tradicionales del peronismo los podemos rastrear fácilmente en los tres aspectos
sobresalientes de la doctrina peronista: Independencia Económica, Soberanía Política y Justicia Social. Conceptos

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todos ellos que habían sido llenados por las masas durante la experiencia 1945/55 y que se verían reforzados por
la política seguida por la “Revolución Libertadora”.

Es por ello que a la ofensiva antiobrera desatada por la dictadura analizada en los capítulos precedentes, se le
suman las políticas seguidas en materia macroeconómica: acuerdo con el FMI, liquidación del control del comercio
exterior, liberación de las importaciones, relajación en los controles de precios (principalmente los de origen
agrícola); medidas tendientes a llevar la economía argentina a la edad de oro del modelo agroexportador en clara
disposición proimperialista. Así vemos como son atacados en sus raíces los tres aspectos más sobresalientes de la
doctrina peronista.

Un elemento más, clave para entender el proceso, es el rol del Estado como garantía última de aplicación de estas
ideas: era la acción del Estado la que proporcionaba el equilibrio entre las fuerzas de la clase obrera y el capital
nacional (“humanizado”) necesario para la justicia social. Era el Estado el que garantizaba con su fuerza la
soberanía nacional. Por último, era el Estado con su planificación y modelo industrialista quien aseguraba la
independencia económica. Y en esta lógica, la experiencia había demostrado que no era cualquier Estado el capaz
de garantizar estos principios, sino que era el Estado Peronista. Aún más: Perón y Estado llegaron a ser, las más de
las veces, una sola cosa.

Contradiscurso
A este aparato conceptual ideológico van a sumarse “variantes” producto de la práctica directa de la Resistencia.
Las luchas desatadas por los obreros frente a los patrones y al Estado legaban valores como el orgullo, la
solidaridad y la confianza en las propias fuerzas, afirmando su presencia como factor social. Un rápido aspecto que
destaca es el antipoliticismo en clave electoralista producto de los acontecimientos posteriores a 1955, junto con
una idea de autonomía de la clase obrera producto de la circunstancia que se veía a sí misma como un factor de
lucha solitario.

Los aspectos tradicionales nunca fueron abandonados del todo y al mismo tiempo no permanecieron invariables.
Cuando se apela a ellos en forma literal lo que representaba era un pasado ideal, selectivo; una añoranza hacia un
pasado mejor en el cual los aspectos tradicionales había sido efectivos y habían proporcionado una experiencia
feliz. En este sentido, la lucha no expresaba un antagonismo de clase, más bien se debatía en nociones tales como
pueblo y antipueblo o lisa y llanamente como peronismo antiperonismo.

Sin embargo se generaban tensiones producto de la práctica: cómo explicaba el peronismo tradicional la lucha
feroz dentro de los talleres y plantas por la organización y las conquistas ganadas. Era evidente que la “armonía de
clases” y el “capitalismo humanizado no explotador” no podían dar cuenta de la realidad concreta. No servían
para reinterpretar la realidad y eso generaba “un malestar, una presión, una latencia”. Aspectos que no llegan a
conformar una estructura ideológica definida y sin embargo “definen una cualidad particular de experiencia y
relaciones sociales” a esto lo denomina “estructuras de sentimiento”.

De esta “estructura de sentimiento” resaltan dos componentes: el obrerismo y el pasado mítico como bandera de
lucha. Una de las características de este proceso (más marcada en el texto de Salas) es la idea de identificación por
oposición. Un elemento aglutinador e identitario fue un obrerismo de hondo arraigo proporcionado en parte por
la animosidad y el desprecio a lo no obrero y la apropiación de los epítetos del antiperonismo: ser la chusma, los
cabecitas negras y los descamisados provocaba una exaltación de reafirmación de la identidad.

MARTIN MACELLO

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Sin embargo, estos rasgos hay que verlos más como un folklore que expresaba la dureza y la amargura de la clase
trabajadora así como una valoración afectiva de los ámbitos comunes: la familia, el barrio y los compañeros de
trabajo; no conformaban un llamamiento, políticamente articulado, en favor de la organización autónoma, o de
una conceptualización del papel de la clase trabajadora como productora de riqueza social.

En cuanto al pasado mítico lo que podemos agregar a lo ya dicho es que las referencia a un pasado utópico,
conformado por elementos selectivos, servía para atender a las actuales necesidades y apuntar hacia futuras
esperanzas: reclamar una sociedad futura fundada en la justicia social y el cese de la explotación en donde el rol
del Estado debería ser lo que había sido, garantizando el desarrollo nacional y satisfaciendo los deseos de justicia
social.

A modo de conclusión, esta tensión entre los elementos formales del peronismo y los nuevos componentes del
contradiscurso se resolvió en la coexistencia de elementos contradictorios. Los elementos formales no fueron
abandonados, sin embargo se encontraron variantes alternativas de interpretación que se ajustaban más a la
realidad presente. Como ejemplo concreto podemos pensar en la base del apoyo a Frondizi de los dirigentes
sindicales y al mismo tiempo a la larga lucha obrerista frente a Frondizi y los burócratas sindicales. Lo que justifica
el apoyo es la idea de la recreación de un genuino Estado nacional y popular donde por fin se pudiera establecer la
justicia social; al mismo tiempo, la especifica estructura de sentimientos de la resistencia hecha de orgullo,
amargura y sensación de solidaridad y poder de clase proporcionó criterios sociales y morales para políticas
públicas que discrepaban directamente con las ideas del Estado desarrollista.

MARTIN MACELLO

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