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EGIPTO Y ETIOPIA A LA GRESCA POR EL AGUA

Autor. Jesús A. Núñez Villaverde

Fuente: https://www.iecah.org/index.php/articulos/3895-egipto-y-etiopia-a-la-gresca-
por-el-agua
Las aguas del Nilo, que bañan a once países, bajan cada vez más turbias desde hace una
década. Justo desde el momento en el que Etiopía puso en marcha el macroproyecto de
construcción de la llamada Gran Presa Etíope del Renacimiento, ubicada en la región
noroccidental de Benishangul-Gumuz, con un presupuesto estimado en unos 4.500 millones de
euros. Y ahora, cuando Adis Abeba anuncia que comienza su segundo llenado, la tensión
parece alcanzar un punto máximo, tras los sucesivos fracasos de mediación registrados,
incluyendo el de la administración de Donald Trump el pasado año. Llegados a este punto,
queda por ver si algún mediador logra frenar la dinámica belicista que El Cairo alimenta, al
considerar que la pretensión etíope es una amenaza directa a sus intereses vitales, o si
efectivamente ambos países, con Sudán como tercer implicado, acaban chocando
directamente.
La existencia de unos 260 ríos internacionales supone otros tantos focos de potencial
conflictividad, si no se logran acordar fórmulas de gestión común que garanticen el acceso a un
recurso cada vez más escaso. En relación con el río más largo del mundo, el problema arranca
con el acuerdo por el que, en 1959, Londres bendijo un reparto de esas aguas que concedía a
Egipto 55.500 millones de metros cúbicos al año (el 75% del total), más otros 18.500 a Sudán,
sin tener en cuenta en ningún caso a Etiopía, que ya entonces declaró que no reconocía lo
decidido, en última instancia, por la principal potencia colonial de la zona.
Desde aquel momento el desencuentro no ha hecho más que agrandarse. Por un lado, El Cairo
argumenta que el río supone más del 90% de toda el agua dulce de la que dispone Egipto,
contando con que ya tiene que importar más de la mitad de los productos alimenticios que
consumen los 105 millones de egipcios, y que ya desaliniza anualmente unos 25.000 millones
de metros cúbicos. Y añade que, si Etiopia completa su presa al ritmo que plantea –contando
con que las aguas del Nilo Azul que traspasan la frontera con Sudán suponen el 86% de todas
las que recibe Egipto (el 95% en época de crecidas) –, eso supondría la pérdida de más de un
millón de puestos de trabajo y más de 1.800 millones de euros en producción agrícola. Todo
ello sin olvidar que, según un acuerdo de 1902, Etiopía se comprometió a no construir ninguna
presa en las aguas del Nilo Azul sin el consentimiento de Egipto. Aun suponiendo que esas
cifras fueran realistas, no cabe duda, como defiende Adis Abeba, de que la presa –que puede
llegar a almacenar unos 74.000 millones de metros cúbicos– va a suponer un salto muy
relevante para el desarrollo de un país que ya supera los 110 millones de habitantes, tanto por
la posibilidad de poner en regadío muchas tierras para mejorar la seguridad alimentaria del
país, como por la conversión de Etiopía –donde solo un tercio de la población tiene acceso a la
energía eléctrica en sus domicilios– en el mayor productor y exportador africano de energía
eléctrica (de la que también se beneficiarían Sudán y Yibuti), con una capacidad de más de
6.400 megavatios.
Hasta ahora, incluyendo el intento de abril de este año de revitalizar las negociaciones en
Kinshasa, no ha sido posible alcanzar un punto de acuerdo entre ambos países, sobre todo en
relación con el ritmo de llenado de la presa. Etiopía plantea hacerlo en un periodo de dos a tres
años, mientras que Egipto exige que sean entre cuatro y siete para evitar interrupciones o
reducciones de suministro por debajo de la cifra que se le concedió en el citado acuerdo.
Entretanto, el gobierno etíope de Abiy Ahmed Ali ha decidido empezar el relleno de la presa por
segundo año, aprovechando las lluvias entre junio y septiembre, con el objetivo de conseguir
acumular otros 13.000 millones de metros cúbicos, sumados a los 4.900 del pasado año.
En paralelo, ambos países se han enzarzado en una ofensiva diplomática con la que tratan de
ganar aliados a su causa. Y aunque, en principio, parece que El Cairo acumula más apoyos, la
realidad demuestra que ni siquiera ha conseguido que la Unión Africana se ponga totalmente
de su lado. Quizás por eso se vuelven a escuchar mensajes belicosos por parte de su
presidente, Abdelfatah al-Sis, recordando lo que ya en 1979 llevaba a Anuar el Sadat a
declarar que el único motivo que podía llevar a Egipto a la guerra era el agua del Nilo. En esa
línea hay que entender el esfuerzo egipcio por firmar nuevos acuerdos de cooperación militar
con Sudán, en junio de este mismo año, así como con Uganda (en abril) y otros países
ribereños. El Consejo de Seguridad de la ONU tiene, de momento, la palabra.

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