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La vida de piedad en el ministerio – A. N.

Martin
Existe un dicho antiguo que se repite con frecuencia, y la razón de que sea tan viejo y
repetido es precisamente su veracidad: la vida de un hombre es la vida de su ministerio.
Como demostraremos con detalles específicos, no existe aspecto alguno del deber pastoral
que no tenga sus raíces en el estado de la propia vida interna del pastor delante de Dios.
Proverbios 4:23 dice una gran verdad: «Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él
brotan los manantiales de la vida». Cada corriente que fluye del interior de un hombre hasta
alcanzar las distintas dimensiones de la labor pastoral se remonta al estado de su corazón.

Por consiguiente, el punto de partida para cualquiera que tenga la santa aspiración de
desempeñar el oficio de supervisor, se halla en la pregunta siguiente: «¿Cuál es el requisito
fundamental?». Ser intachable. Tener una vida irreprensible. En esto volví a comprobar que
los escritores antiguos aventajan a los contemporáneos en el énfasis constante que ponen en
este fundamento, que yo llamo presuposición, y con el que trabajaré durante todo el curso.
Las palabras de Stalker en su maravillosa obra titulada The Preacher and His Models [El
predicador y sus modelos]1 lo captan muy bien: «Estamos constituidos de un modo —y
vean ustedes si esto no se aplica a su propia experiencia, hermanos— que el efecto de
cuanto oímos depende, en gran manera, de la disposición que tengamos hacia el orador.

Los oyentes habituales de un ministro se van formando una imagen de él en su mente, casi
sin darse cuenta, y a esto van añadiendo cualquier cosa que recuerden sobre él y todo lo que
hayan oído acerca de él. Cuando se sube al púlpito el domingo, ya no es ese hombre visible
al que están escuchando, sino la imagen que hay detrás de él y que determina el peso exacto
y el efecto de cada frase que pronuncie». ¿Acaso esto no es cierto en vuestra experiencia?
No podemos limitarnos a aislar y separar las palabras. Apartándolas del instrumento que las
transmite. No se puede hacer. Desde el punto de vista psicológico, moral y espiritual es
imposible. Dios no nos hizo de ese modo. Dios no pretende que seamos y que funcionemos
así. Por tanto, esto es lo que convierte esta presuposición en algo fundamental. Algunos
dirán que esto se manifestará ad nauseam. Desde luego esto ocurre con los escritores
antiguos y yo me refugio en ellos y procuro hacerme eco de esos pareceres. Se decía de un
erudito antiguo: «Le alimentaba a uno con su doctrina y le edificaba con su ejemplo. Su
predicación era un cortejo para Cristo y le atraía a uno hacia Él por su proceder». ¿No sería
maravilloso ir a la tumba y que las personas pudieran decir de nosotros: «Le alimentaba a
uno con su doctrina y le edificaba con su ejemplo. Su predicación era un cortejo para Cristo
y le atraía a uno hacia Él por su proceder»?

Notas

1. N. T. Este libro no ha sido traducido al español. El título entre corchetes es una


traducción literal del inglés.

Este artículo es un extracto de “Conferencias sobre la Teología Pastoral,” por Albert N.


Martin. Es parte del Módulo nº 1 — El llamado del hombre de Dios al oficio pastoral,
Conferencia 1. La traducción del inglés pertenece a la Iglesia Bautista de North Bergen.
Reservados todos los derechos.

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