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con lo universal.
Lo que aquí se presenta como modo y comportamiento de lo
inmutable se ha dado como la experiencia que la autoconciencia des
doblada se forma en su desventura. Esta experiencia no es, cierta-
mente, su movimiento unilateral, pues es clla misma conciencia in-
mutable y ésta, con ello y al mismo tiempo, también conciencia
singular, y el movimiento, asimismo, movimiento de la conciencia in
mutable, que en él se manifiesta lo mismo que el otro, pues este
movimiento recorre los siguientes momentos: un pimer momento,
en el que lo inmutable es lo opuesto a lo singular en general, un
segundo momento, en el que lo inmutable, al convertirse por sí mis-
mo en lo singular, se opone al resto de lo singular, y por último um
tercer momento, en el que lo inmutablec forma una unidad con lo
singular. Pero esta consideración, en cuanto nos pertenece a nos-
otros, es aquí extemporánea, pues hasta ahora sólo hemos visto sur
gir la inmutabilidad como inmutabilidad de la conciencia, que, por
Consiguiente, no es la inmutabilidad verdadera, sino la inmutabilidad
que lleva todavía en si una contradicción, no lo inmutable en y para
sí mismo; no sabemos, por tanto, cómo csto se comportará. El único
resultado a que hemos llegado es que para la conciencia, que es aquí
nuestro objcto, estas determinaciones indicadas se mamifiestan en lo
inmutable,
Esta es la razón de que la conciencia inmutable mantenga tam-
bién en su configuración misma el carácter y el fundamento del ser
desdoblado y del ser para sí con respecto a la conciencia singular.
Para ésta es, por tanto, en general, un acaecer el que lo inmutable
adquiera la figura de lo singular; del mismo modo que sólo se en-
cuentra contrapuesta a ella, y por tanto, es por medio de la matu-
raleza como adquiere esta rclación; finalmente, el que se encuentre
en él se le revela, en parte, ciertamente, como algo producido por
ella misma o por el hecho de ser ella misma singular; pero una parte
de esta unidad se le revela como perteneciente a lo inmutable, tanto
en cuanto a su origen como en cuanto que ella es; y la contraposi-
ción permanece en esta unidad misma. De hecho, mediante la con
figuración de lo inmutable el momento del más allá no sólo perma-
nece, sino que además se afianza, pues si, por la figura de la realidad
singular parece, de una parte, acercarse más a lo inmutable, de otra
parte tenemos que lo inmutable es ahora para ella y frente a ella
como un uno sensible e impenetrable, con toda la rigidez de algo
real; la esperanza de devenir uno con él tiene necesariamente que
seguir siendo esperanza, es decir, quedar sin realizarse y sin conver
tirse en algo presente, pues entre ella y la realización se interpone
precisamente la contingencia absoluta o la indiferencia inmóvil que
se halla en la configuración misma, en lo que fundamenta a la espe
ranza. Por la naturaleza de lo uno que es, por la rcalidad que ha
revestido acaece nccesariamente que haya desaparecido en el tiempo
y que en el espacio se halle lejos y permanezca sencillamente lejos.