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Cuadernillo VI Idolatria y Creciimiento Del Hombre
Cuadernillo VI Idolatria y Creciimiento Del Hombre
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La Idolatría del Hombre
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punto tal que procedemos como si ellas fueran capaces de llenar las
aspiraciones más profundas de nuestras almas.
Pero esto es una vana ilusión. Porque es tan grande la aspiración del
corazón humano que sólo Dios puede llenarlo y rebasarlo. Las creaturas
pueden proporcionar al corazón del hombre pedazos de alegría pero nunca
llenarlo. Y cuando las creaturas apartan al hombre de Dios, entonces en su
corazón, junto a una pasajera y engañosa alegría, se realiza una destrucción
profunda y como un mar de desdichas que tarde o temprano tiene que aflorar
y percibirse. Por eso el pecador se da cuenta de su estado, es lógico que
sienta adentro la desnudez de su espíritu, la vaciedad de su vida, y la locura
de una vida frustrada.
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nuestros pensamientos en los largos momentos de ilusión pecaminosa que
continuamente vivimos.
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idolatría del hombre empieza a inundarnos aunque muy pocos se den cuenta
de ello.
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El verdadero crecimiento del Hombre
Por eso, sobre este ser extraño – el humano – complejo y nunca bien
conocido, conviene pronunciar aquello de Chesterton: “Sabes donde comienza
el mal pero no sabes donde termina”; y lo otro, de San Gregorio Magno: “Los
placeres de la tierra atraen mientras no se conocen pero una vez conocidos,
hastían; los celestiales no atraen cuando no se conocen, pero una vez
conocidos, arrebatan”.-
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convierte sus potencias en actos disformes, torturantes de esas mismas
tendencias.
Las virtudes son al alma lo que los músculos son al cuerpo. El esfuerzo
que es el placer para un cuerpo bien desarrollado, resulta padecimiento para
el demedrado. Así también el hombre, la mujer sin virtudes están desarmados
de aptitudes suficientes con respecto de su propia vida, siempre llena de
arduas exigencias. Por eso, la vida aplasta al común de los hombres y los
precipita en la neurastenia.
Los ojos ciegos de los hombres de todos los días no notan como, a
pesar de la apariencia impecable de sus vestidos, se les desborda la podre de
sus tendencias sueltas en las miasmas de sus palabras, en lodo de sus
parpados, en la proclama de sus humores y sus gestos.
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Es que sólo el virtuoso es verdadero hombre. Los demás son en ellos
mismos un puñado amorfo de apetitos dispersos, los cuales, desprendidos de
la armonía que en la unidad personal sólo la razón les puede dar, constituyen
un estado de real descomposición, la peor. Esta como lava derramada,
desolando todo a su paso – hogares, prójimo, sociedad, artes, ciencias,
sabiduría – corre hacia las regiones del infierno. “Rubén mi primogénito; tú, mi
fortaleza y el principio de mi dolor, el primero en los dones, el mayor en el
mando: Te derramaste como agua, no crezcas” (Génesis XLIX, 3 y 4).
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Como piensa la mayoría:
“Yo no mato, no robo; no hago mal a nadie”;
Lo destruye:
con los pecados y miserias que encubren con las decencias del mundo.
Y, sobre todo,
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Amicales
Si mones
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