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SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO

LOS PRIMEROS

500 AÑOS

Dr. Pablo A. Deiros

EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

Copyright (C) 2005 por Pablo A. Deiros

deiros@sion.com

Publicado por EDICIONES DEL CENTRO

Estados Unidos 1273,


1101 Buenos Aires, Argentina

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almacenada o transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabado o cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de
información, sin la autorización previa en forma escrita por parte de su autor.

ISBN: 987-95473-9-X

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián

Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión

Internacional (Miami: Sociedad Bíblica Internacional, 1999).

CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - El cristianismo en el Imperio Romano

Introducción
El lugar, el tiempo y el propósito

El lugar

El tiempo

El propósito

Factores que contribuyeron a la expansión del cristianismo

La contribución romana

La contribución griega

La contribución hebrea

Un mundo urbano

El surgimiento de la Iglesia

El lugar de adoración

La vida y el ministerio

Otras prácticas cristianas

Símbolos cristianos

La Iglesia y su misión

El comienzo

El avance

La organización

La membresía

La oposición al cristianismo

La oposición en tiempos neotestamentarios

Los cristianos en el Imperio Romano

La oposición en el segundo siglo

La oposición a mediados del tercer siglo

La oposición más seria y final

El primer emperador pro-cristiano


El fin de la última y peor persecución

El triunfo de Constantino

UNIDAD 2 - El cristianismo más allá del Imperio Romano

Introducción

El primer reino cristiano: Edesa

La conversión de Edesa

La contribución de Edesa

La primer nación cristiana: Armenia

La conversión de Armenia

El apóstol de Armenia

El cristianismo en Armenia

La Iglesia en Armenia

El testimonio cristiano más allá de Armenia

Los cristianos de Partia

El lugar

La llegada y difusión del cristianismo

La oposición al cristianismo

Los cristianos de Persia

El desarrollo del testimonio cristiano

La oposición a los cristianos

La gran persecución de 339

La supervivencia del testimonio

Otros períodos de persecución en Persia

La Iglesia Persa y el nestorianismo

El cristianismo en Etiopía

Ubicación geográfica e histórica


El desarrollo del cristianismo en Etiopía

Evidencias del cristianismo en Etiopía

El cristianismo en Arabia e India

Arabia

India

Los bárbaros del norte de Europa

Los hunos de Asia Central

Los godos de Europa del norte

La Iglesia del Oeste y los godos

La Iglesia del Este y los hunos

La Iglesia y el fin del mundo

El cristianismo en las Islas Británicas

El testimonio en Bretaña

El testimonio en Escocia

El testimonio en Irlanda

El testimonio en las Islas Británicas

El cristianismo en la Península Ibérica

Una vieja tradición

Una encarnizada herejía

Un fanatismo riguroso

Un extenso peregrinaje

UNIDAD 3 - El cristianismo en el Imperio Bizantino

Introducción

El lugar y las circunstancias

La ciudad de Constantinopla

La creación del Imperio Bizantino


Desarrollo del Imperio Bizantino

La llegada al trono de Justiniano

El gobierno de Justiniano

Evaluación del gobierno de Justiniano

Cosmovisión y cultura

La civilización bizantina

Arte y arquitectura

Codificación de la ley

Teocracia absoluta

Iglesia, Estado y sociedad

La destrucción del paganismo

La pugna entre el poder temporal y el espiritual

Los efectos de la unión de la Iglesia y el Estado

Cristiandad bizantina postnicena

Las dos naturalezas de Cristo

Los Padres Capadocios

El siglo quinto

Crisóstomo de Constantinopla vs. Teófilo de Alejandría

Nestorio de Constantinopla vs. Cirilo de Alejandría

Flaviano de Constantinopla vs. Dióscoro de Alejandría

El siglo sexto

El monofisismo

Controversia de los Tres Capítulos

La vida y ministerio de la Iglesia

Administración

Organización
Liturgia

Teología

UNIDAD 4 - Los problemas del cristianismo primitivo

Introducción

El problema de las Escrituras

Las Escrituras de los primeros cristianos

La herejía de Marción (c. 160)

El canon del Nuevo Testamento

El problema del credo

La fe de los primeros cristianos

El problema de los judaizantes

La herejía de los gnósticos

La reacción cristiana

El problema de la ética

La herejía de Montano (c. 179)

Otros disidentes

La reacción de la Iglesia

El problema de la eclesiología

De un ministerio carismático a un ministerio triple

Desarrollo del episcopado monárquico

Factores que contribuyeron a la supremacía del obispo de Roma

El problema de las controversias teológicas

La necesidad de una teología cristiana

Las primeras controversias

Las controversias trinitarias

Las controversias cristológicas


La controversia pelagiana

El problema de la mundanalidad

El movimiento monástico

Los monjes del desierto

El monasticismo oriental

El monasticismo occidental

El problema de la ideología

La unión de la Iglesia y el Estado

El concepto de cristiandad

Mirada retrospectiva y prospectiva

Evaluación del cristianismo del período

La contribución del cristianismo del período

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros

USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.

El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el

servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.
Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.

Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla la
cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.
Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.

En el presente libro de texto se seguirá mayormente un criterio cronológico, en base al esquema


general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los autores de las Guías de Estudio de
TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El material será arreglado en cuatro
unidades principales, y cada una de ellas dividida en un número de temas de estudio. Así, pues, la
primera unidad considera la expansión del testimonio cristiano en el ámbito del Imperio Romano.
La segunda unidad presta atención al mismo fenómeno, pero fuera de las fronteras del Imperio
Romano. La tercera se concentra en el análisis del desarrollo del cristianismo en torno a
Constantinopla y el Imperio Bizantino. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los primeros cinco siglos de su
existencia, y cómo se intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo es de gran provecho para el líder cristiano. Primero, el
estudio de la historia del cristianismo reafirma la fe del creyente en la validez de su mensaje y obra.
No hay una explicación adecuada para la vitalidad continua del testimonio cristiano frente a las
tremendas dificultades por las que ha atravesado, que no sea la validez del mensaje que Dios estaba
en Cristo reconciliando al mundo consigo. Los frutos de la proclamación de este mensaje renuevan
la fe en la obra del Espíritu Santo, como agente de la acción redentora de Dios en la historia. El
testimonio cristiano ha hecho una contribución significativa al desarrollo de la humanidad.

1. El cristianismo ha revalorizado la vida del ser humano individual y la sociedad como un todo.
Esto ha tenido un impacto especial en los grupos humanos más oprimidos, las mujeres, los niños,
los enfermos, los marginados, los prisioneros y los esclavos. El cristianismo también presenta el
concepto más alto de sociedad: el reino de Dios, la sociedad de los redimidos bajo el señorío de
Cristo.

2. El cristianismo ha revalorizado el trabajo del ser humano. En lugar de ser una fuente de
humillación y explotación, el testimonio cristiano ha enseñado que el trabajo es una oportunidad
para glorificar a Dios y cumplir el destino propio como mayordomo de su creación. El cristianismo
ha contribuido a la elevación social de los trabajadores alrededor del mundo.

3. El cristianismo ha revalorizado la educación del ser humano. Gracias al testimonio cristiano,


la educación ya no es entendida como un privilegio para unos pocos, sino como un derecho para
todos, sin exclusiones. El ejercicio de este derecho inalienable es esencial para el desarrollo de la
dignidad de cada persona. Debe recordarse que los primeros en ofrecer oportunidades de
educación a las mujeres fueron cristianos.

4. El cristianismo ha revalorizado la historia del ser humano. El testimonio cristiano ha provisto


de una nueva interpretación de la historia, que ofrece esperanza para la humanidad y sentido al
devenir. El cristianismo cambió el concepto griego de la historia como una serie de ciclos dominados
por el destino o la fortuna. La fe cristiana toma en cuenta tanto la inmanencia como la trascendencia
de Dios en los eventos de este mundo. Pero reconoce que el ser humano no alcanzará su destino
final dentro de la historia, sino que evoca su esperanza para que mire más allá de la historia a la
victoria final en Cristo.

5. El cristianismo ha revalorizado las relaciones del ser humano. Su mensaje habla de la


eliminación de prejuicios, odios, racismo, discriminación e invita a todos los seres humanos a
reconciliarse con Dios y los unos con los otros. El llamado a la reconciliación incluye la idea de una
nueva fraternidad y solidaridad entre los seres humanos, que tiene que encontrar expresión
concreta en la vida de la comunidad de fe, como modelo de comunidad humana.

Segundo, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la falacia de confundir los perfiles
culturales del cristianismo con el evangelio mismo. En la historia del cristianismo es posible ver
períodos áridos y oscuros, cuando apenas la cáscara externa de la religión parecía estar intacta. Las
Cruzadas, los papas renacentistas, la imposición del cristianismo a los pueblos nativos en América
Latina, los destinos manifiestos y los imperialismos mesiánicos son apenas algunos pocos ejemplos
de la confusión entre subproductos culturales de la fe y el evangelio cristiano. La confusión de la fe
cristiana con la cultura occidental ha sido frecuente, y generalmente con resultados deplorables.
Tercero, el estudio de la historia del cristianismo enseña la futilidad de esperar la perfección aquí
en la tierra y de este lado de la eternidad. Esta expectativa de construir un mundo perfecto ha sido
el fracaso de más de un idealista. Incluso muchos cristianos se han alejado de sus respectivas
comuniones cristianas en razón de que han encontrado imperfecciones en ellas. Por supuesto que
parte del ideal cristiano es aspirar a la perfección y trabajar por la santidad. Pero hace falta un
balance para ver que de este lado de la eternidad la perfección no es posible, ni siquiera en la Iglesia.
Pretender que la Iglesia sea perfecta es confundir al cuerpo de Cristo con el Señor mismo.

Cuarto, el estudio de la historia del cristianismo desenmascara a los verdaderos enemigos del
evangelio. Estos enemigos no son las imperfecciones de los hermanos, por más perturbadoras que
éstas sean. Estos enemigos no son las disparidades en la comprensión teológica entre cristianos
sinceros, por más confundidoras que éstas sean. Los enemigos reales no son siquiera las iglesias
rivales que alguna vez nos han perseguido, excluido o discriminado. Los verdaderos enemigos del
evangelio son Satanás y sus huestes de maldad, junto con los poderes que ellos desatan:
secularismo, relativismo, materialismo, hedonismo, consumismo, egocentrismo, imperialismo,
terrorismo, etc.

Quinto, el estudio de la historia del cristianismo alienta una visión ecuménica de la fe. La historia
del cristianismo nos ilustra la unidad esencial de los cristianos en torno a la fe en Cristo. Los períodos
de grandes avivamientos espirituales en esta historia no han estado restringidos a un grupo
particular. El testimonio cristiano ha sido más impactante y efectivo cuando ha sido el resultado de
la unidad de los cristianos en respuesta a la oración de Jesús (Juan 17).

Sexto, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la validez del principio de unidad en la
diversidad. Pablo enseñó esta verdad bajo la figura del cuerpo y sus diversos miembros, cada uno
de los cuales tiene sus propias funciones pero necesita de los demás. El gran factor espiritual a lo
largo de los siglos ha sido el descubrimiento de que las diversas comuniones de fe dentro del
cristianismo pueden enriquecerse unas a otras y encontrar su unidad esencial en Cristo, sin perder
la validez de su propia contribución.

Séptimo, el estudio de la historia del cristianismo desarrolla un espíritu de tolerancia y


comprensión. Tolerancia no significa renunciar a la verdad. Más bien, es la disposición de permitir a
otros ejercer el derecho de expresar sus propios puntos de vista. Nadie puede estudiar la historia
del testimonio cristiano sin sentirse perturbado por las profundas heridas producidas en la Iglesia
por la intolerancia. De igual modo, el conocimiento del pasado cristiano ayuda a desarrollar una
mayor y mejor comprensión de los hechos. Y esto, a su vez, permite un ejercicio más inteligente del
amor y la aceptación.

Octavo, el estudio de la historia del cristianismo provee de una perspectiva adecuada para
valorar las tendencias y movimientos del presente. A través de sus estudios históricos, el creyente
está mejor capacitado para reconocer en los cultos de nuestros días la reaparición de viejas herejías.
Uno puede constatar el hecho triste de que cada generación muchas veces repite los mismos errores
del pasado. Una perspectiva histórica puede ayudarnos a ser mejores profetas de Dios al ver su
mano obrando en la historia.
LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. El cristianismo en el mundo

2. Palestina en el centro del mundo

3. Palestina en la historia

4. La expansión del cristianismo hacia el año 350

5. Las grandes sedes episcopales

6. Etiopía, Arabia, Persia e India

7. La expansión del cristianismo a fines del siglo VI

8. Rutas seguidas por los hunos y godos

9. Imperio Bizantino y Constantinopla

Cuadros

1. Progreso del cristianismo

2. La marcha del cristianismo

3. Caracterización de cada siglo

4. La contribución romana al cristianismo

5. La contribución griega al cristianismo

6. La contribución hebrea al cristianismo

7. Anagrama de Tertuliano

8. Símbolos cristianos

9. Tres etapas de la misión de los apóstoles

10. Emperadores romanos

11. Zoroastrismo

12. Maniqueísmo

13. Problemas y respuestas de la Iglesia


14. Los Padres de la Iglesia

15. Defensores de la fe

16. Los grandes concilios universales o ecuménicos

Introducción general

La historia del cristianismo ha sido definida de múltiples maneras. Muchos autores,


comprometidos con la ideología de la cristiandad, la han definido desde una perspectiva
institucional. Es por esto que han titulado sus estudios como “historia de la Iglesia” o “historia
eclesiástica.” A. H. Newman señala: “La historia de la iglesia es la narración de todo lo que se conoce
de la fundación y el desarrollo del reino de Cristo sobre la tierra.” Según Newman, la expresión
“historia de la iglesia” se usa comúnmente para designar no sólo el registro de la vida cristiana
organizada de nuestra era, sino también el registro de la carrera de la religión cristiana misma.
Incluye dentro de su esfera las influencias religiosas directas e indirectas que el cristianismo ha
ejercido. Muchos autores protestantes siguen este enfoque, que pone el énfasis en la institución
histórica que se conoce como Iglesia cristiana.

Obviamente, ésta es también la comprensión de los historiadores católicorromanos. Joseph


Lortz presenta la siguiente definición: “La Historia de la Iglesia es, …, similar a cualquiera otra ciencia
histórica, y trabaja con las mismas leyes de la crítica histórica. Pero la Historia de la Iglesia es
diametralmente distinta de la pura ciencia natural, ya que opera según principios propios tomados
de la Revelación: la Historia de la Iglesia es teología.” Otro autor católico, Bernardino Llorca, señala:
“Historia de la Iglesia es la ciencia que estudia el desarrollo exterior e interior y toda la actividad de
la Iglesia, como institución de Cristo.”

Esta comprensión responde al método de la historiografía antigua, y fue inaugurado por Eusebio
de Cesarea (260–340), el padre de la “historia eclesiástica,” a comienzos del siglo IV. Al escribir
después de la supuesta “conversión” del emperador romano Constantino (año 312), Eusebio
procuró escribir una historia institucional que sirviera a los propósitos del Imperio Romano, más que
como un testimonio de la manifestación del reino de Dios.

Otros definen nuestra disciplina desde la perspectiva de la historia de las religiones. Según W.J.
McGlothlin, “La historia del cristianismo es el relato del origen, progreso y desenvolvimiento de la
religión cristiana y de su influencia sobre el mundo.” McGlothlin distingue entre una historia
externa, que tiene que ver con el relato de la influencia del cristianismo en su crecimiento y
expansión; y, una historia interna, que se refiere al relato de los cambios internos. Para Kenneth S.
Latourette, “la historia del cristianismo es la historia de lo que Dios ha hecho por el hombre así como
la contestación del hombre a la actitud de Dios.”

La tendencia en la historiografía cristiana contemporánea es ver a la historia del cristianismo


como la historia de un movimiento y como una realidad más grande que cualquier institución
eclesiástica local o particular. Esta perspectiva histórica toma en cuenta la diversidad de creencias y
prácticas que se han dado a lo largo de dos mil años de testimonio cristiano. Además, al considerar
al cristianismo como movimiento, estos historiadores hacen el esfuerzo por mantener una
perspectiva global en su aproximación a los hechos históricos.

El presente libro de texto no es una historia eclesiástica. Tampoco se trata de una historia de la
religión cristiana, con énfasis sobre el desarrollo de sus doctrinas y prácticas, su clero y
organizaciones. Más bien, lo que nos proponemos es elaborar una historia del cristianismo. La
historia del cristianismo es el relato crítico del origen, progreso y desarrollo del testimonio cristiano
y de su influencia en el mundo. No nos interesa tanto la Iglesia como institución ni el cristianismo
como religión, sino más bien la fe cristiana como testimonio de vida y de salvación para toda la
humanidad. En este sentido, el cristianismo ha sido siempre una fe histórica. Lo ha sido por dos
razones. Primero, porque cree en el carácter histórico de su protagonista central: Jesús de Nazaret.
Segundo, porque afirma la relación fundamental entre la actividad de Dios y el curso de la historia
humana. La historia es central para la fe cristiana. Es en la arena del tiempo y de los eventos
humanos donde se desarrolla el plan redentor de Dios y la manifestación y expansión de su reino.

Marc Bloch: “El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han
podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo
humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus liturgias
conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la iglesia y de
los santos. El cristianismo es además histórico en otro sentido, quizá más profundo:
colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos,
una larga aventura, de la cual cada destino, cada ‘peregrinación’ individual, ofrece, a su vez,
el reflejo; en la duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación
cristiana, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Redención.”

Hay tres religiones que pretenden ser universales y que en ciertos períodos de la historia se han
difundido por el mundo. Estas religiones han apelando a las personas de todas las razas, culturas y
lenguas con sus doctrinas y prácticas. Ellas son: el budismo, el cristianismo y el islamismo. El budismo
comenzó en el noreste de la India seis siglos antes de Cristo, y el islamismo nació en Arabia seis
siglos después de Cristo. El budismo se esparció hacia Oriente, donde llegó a ser la religión más
difundida de Asia, mientras que el islamismo se extendió principalmente hacia el oeste de Asia y
Arabia, y se transformó en la religión de dos continentes: Asia y África. En los últimos cuatro o cinco
siglos ninguna de estas dos religiones ha dado mayores muestras de vitalidad. No obstante, en años
más recientes, se han dado ciertos indicios de avance y renovación. El fundamentalismo islámico ha
llamado la atención de todo el mundo, mientras que el budismo se ha infiltrado significativamente
en la cultura occidental. Ambas religiones han puesto de manifiesto un dinamismo misionero, que
ha cautivado a muchos en el mundo noratlántico.

A diferencia de estas dos religiones, el cristianismo comenzó desde una posición estratégica
mejor. Palestina puede ser comparada con un estrecho corredor entre el mar y el desierto o un
puente que une a tres continentes: Asia, África y Europa. El cristianismo pronto se esparció a estos
tres continentes, ganando su primer triunfo en forma decisiva alrededor del mar Mediterráneo. A
pesar de los retrocesos o detenimientos en su avance, la fe de Jesucristo se ha expandido una y otra
vez, llegando a ser la religión más difundida del mundo.

MAPA 1 - EL CRISTIANISMO EN EL MUNDO

La vida más fecunda y efectiva del cristianismo corresponde a los últimos cinco siglos, y su
avance geográfico más grande se ha dado en los últimos doscientos años. Estos años pasados fueron
testigos del desarrollo extraordinario del cristianismo, no tanto numéricamente, como en su
influencia general sobre el mundo, llegando a estar presente en casi todos los países de nuestro
planeta.

Antes de discutir el progreso del cristianismo en los distintos períodos de su historia, es


necesario tener una visión global de este proceso. El cuadro que sigue ilustra la manera en que el
eminente profesor Kenneth S. Latourette grafica la historia del cristianismo en su obra Historia de
la expansión del cristianismo (en inglés), en siete volúmenes.

CUADRO 1 - PROGRESO DEL CRISTIANISMO


A la luz de este gráfico, puede verse que ningún período de retroceso del movimiento cristiano
fue tan serio y profundo como el primero. Después de cada retroceso vino no sólo un período de
recuperación, sino un avance a nuevos logros y expansión. Debe notarse también la continua y
realmente creciente influencia del cristianismo en el mundo. Tomada en su conjunto, la línea del
desarrollo del movimiento cristiano muestra un balance positivo de crecimiento, avance, logros y
realizaciones, que van más allá de lo que cualquier otra religión en el mundo haya logrado. El cuadro
que sigue nos ayuda a entender e interpretar el gráfico anterior:

CUADRO 2 - LA MARCHA DEL CRISTIANISMO

AÑO CARACTERIZACIÓN ACONTECIMIENTOS


IMPORTANTES

29–500 Primer Avance Conquista del Imperio Romano.

500–950 Primer Retroceso Caída del Imperio de Occidente


y surgimiento del Islam.

950–1350 Segundo Avance Resurgimiento del cristianismo


occidental.

1350–1500 Segundo Retroceso Declinación de la iglesia


medieval y resurgimiento del
poder islámico bajo los turcos
otomanes.
1500–1750 Tercer Avance Reforma y Contrarreforma.

1750–1815 Tercer Retroceso Creciente secularización en


Occidente y declinación de las
potencias cristianas: España y
Portugal.

1815–1914 Cuarto Avance Movimientos modernos y el


período más grande de
expansión.

1914–1990 Retroceso y Avance Movimiento ecuménico, y


movimientos de consolidación y
renovación espiritual.

Como puede verse, el progreso está lejos de ser uniforme. A pesar de la oposición, los primeros
cinco siglos se caracterizaron por un avance rápido y sin mayores interrupciones, que resultó en el
establecimiento de la fe cristiana en toda la cuenca del mar Mediterráneo. Después de Pentecostés,
los discípulos tuvieron nuevas fuerzas para hacer frente a la misión encomendada por Jesús. Las
primeras persecuciones los obligaron a esparcirse y a llevar el mensaje a otros lugares fuera de
Palestina. Con Pablo se abrió la puerta a los gentiles y el evangelio llegó hasta Roma, que no era “lo
último de la tierra” sino más bien el centro del mundo greco-romano. Pero Roma sí era la antesala
para llegar hasta lo último de la tierra, como era el deseo del apóstol (Ro. 15:24, 28, España era para
los antiguos el extremo occidental del mundo conocido). Con la conversión del emperador romano
Constantino, el cristianismo encontró puertas abiertas para su expansión, a pesar de sus
controversias internas. Más tarde, las invasiones bárbaras impusieron la necesidad de un ajuste a
las nuevas circunstancias históricas y frenaron el dinamismo del avance cristiano.

Después de los primeros cinco siglos de avance llegamos a los “mil años de incertidumbre”
(como los denomina Latourette). El período comienza con cuatro siglos y medio de declinación,
posiblemente la más seria de toda la historia del cristianismo. El primer retroceso será el más grande
y prolongado de todos los que muestra el gráfico. En buena medida, esto se debió a la caída del
Imperio Romano de Occidente, que había significado para el cristianismo un medio ambiente
estable y seguro, en el que en los primeros siglos la fe cristiana encontró su mayor oportunidad para
una expansión rápida e ininterrumpida. Otro factor de esta declinación fue el surgimiento del Islam
en el Cercano Oriente, es decir, el nacimiento del rival religioso más grande del cristianismo hasta
los tiempos modernos. No obstante, el cristianismo no sólo sobrevivió, sino que hacia el 950
comenzó un paulatino ascenso, que va a continuar hasta cerca del 1350. Noten que deberán pasar
600 años (el período que algunos llaman la “Edad Oscura”) antes de que se alcance una posición
comparable con la del año 500.

Hay dos cosas importantes que notar durante este ascenso: (1) En Occidente, la religión
cristiana, que sobrevivió a la civilización romana, llegó a ser el núcleo de la nueva civilización
europea. Si bien no fue una civilización cristiana, el cristianismo ocupó en ella un lugar primordial.
(2) En Oriente, se ven señales de recuperación con las Cruzadas (1096) y en la nueva empresa
misionera (siglo XIII).

Una segunda declinación comenzó hacia el 1350 y continuó hasta el 1500. La razón fue doble:
en Occidente se da la división de la cristiandad y movimientos de revuelta contra los abusos en la
Iglesia; en Oriente se da un reavivamiento del Islam y un acrecentamiento de su agresividad.

Hacia el año 1500 terminó este período de retroceso para dar paso a un significativo avance del
cristianismo. El período del 1500 al 1750 fue un verdadero salto hacia arriba. En su comienzo
encontramos nuevas líneas de comunicaciones que comenzaron a abrirse por todo el mundo.
Coincidiendo con esto surgieron movimientos de un nuevo celo religioso en algunos sectores de la
cristiandad occidental. El resultado fue el período más fecundo y rico, hasta el momento, en la
historia del cristianismo. Hacia el año 1750, las grandes potencias políticas, que promovieron los
viajes de descubrimiento y exploración, cayeron de su sitial de poder y otras naciones ocuparon su
lugar. Paralela a esta crisis política se dio la crisis religiosa con una pérdida de vigor y un enfriamiento
del celo cristiano. En Europa esto se debió a la expansión de una actitud materialista y racionalista,
ejemplificada dramáticamente en la política antirreligiosa de la Revolución Francesa de 1789. En
otras partes el retroceso se debió a la declinación de las misiones romanas con el eclipse de España
y Portugal, los primeros patrocinadores de aquellas misiones en las nuevas tierras, y luego la
situación diferente de Francia, que durante algún tiempo sobrepasó a las naciones mencionadas
como potencia católica romana.

Con el fin de las guerras napoleónicas en 1815, comenzó para Europa un siglo de comparativa
paz, y para el cristianismo uno de progreso sin igual. En América Latina comienza el período de la
independencia de España y Portugal, y más tarde (en la segunda mitad del siglo) el período de
organización nacional de las repúblicas latinoamericanas. Inglaterra se destacó como la potencia
mundial más importante, y la Revolución Industrial, en la que esta nación tuvo la delantera, la
transformó en la fábrica del mundo. Es en el marco de esta nueva situación económica, política y
social, que se tradujo en la expansión imperialista mundial, que debe interpretarse el papel de
Inglaterra en esta etapa de nuevo avance del cristianismo. A partir de comienzos pequeños se
desarrolló un movimiento que difundió el cristianismo hasta fronteras desconocidas en cualquier
momento anterior de su historia.

Es en este período que la religión cristiana llegó a ser universal en el sentido geográfico de la
palabra, es decir, no sólo con un mensaje que es para todas las personas, sino que realmente
comenzó a ganar a las personas “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas”. El movimiento
misionero moderno surgió en Inglaterra y se extendió a los protestantes en el continente europeo
y en Norteamérica. A los católicos romanos, que habían ocupado un lugar muy importante en el
período anterior (1500–1800), les costó mucho tiempo adaptarse a las oportunidades de esta edad,
pero pronto comenzaron un nuevo trabajo misionero. Protestantes y católicos, entre los años 1800
y 1914, esparcieron el cristianismo a lugares a los que hasta entonces no había llegado. En este
sentido, el siglo XIX ha sido llamado “El Gran Siglo”.

CUADRO 3 - CARACTERIZACIÓN DE CADA SIGLO

El primer siglo, es el siglo apostólico fundacional;

el segundo siglo, es el siglo de los apologistas griegos;

el tercer siglo, es el siglo de la persecución en el Imperio Romano;

el cuarto siglo, es el siglo de la Iglesia estatal;

el quinto siglo, es el siglo de las divisiones en Oriente;

el sexto siglo, es el siglo del cesaropapismo;

el séptimo siglo, es el siglo del Islam;

el octavo siglo, es el siglo de la controversia sobre los íconos en Oriente;

el noveno siglo, es el siglo del Sacro Imperio Romano Germánico;

el décimo siglo, es el siglo de la conversión de Rusia;

el undécimo siglo, es el siglo de la escolástica;

el duodécimo siglo, es el siglo de las Cruzadas;

el décimo tercer siglo, es el siglo del poder papal;

el décimo cuarto siglo, es el siglo del Cautiverio Babilónico y Cisma Papal;

el décimo quinto siglo, es el siglo del Renacimiento;

el décimo sexto siglo, es el siglo de las Reformas;

el décimo séptimo siglo, es el siglo de la razón;

el décimo octavo siglo, es el siglo de los avivamientos evangélicos; el décimo noveno siglo, es el
siglo de las misiones modernas.
El último período se inaugura después de 1914 y coincide con el siglo pasado. Todos los siglos
de la historia del cristianismo pueden ser designados por sus tendencias o eventos característicos.

¿Qué nombre podemos darle al siglo XX o cómo podemos caracterizarlo? Quizás es muy pronto
para darle un nombre, pero posiblemente sea el “siglo de la consolidación y la renovación
espiritual”. Estamos muy cerca de los eventos como para estar seguros de sus causas, de su
significado y de su orientación. ¿Será este último período un cuarto retroceso? Muchos europeos,
conscientes del secularismo y del proceso de descristianización imperante en sus países,
responderían “SÍ”. Algunos norteamericanos, con un pobre desarrollo denominacional y
permanente decrecimiento numérico en el protestantismo troncal, también dirían “SÍ”.

No obstante, si interrogamos al continente asiático las respuestas serán diferentes según los
lugares. En China, con el advenimiento del comunismo, el cristianismo casi fue cortado de raíz, pero
a comienzos del siglo XXI había más de 150 millones de cristianos confesantes en la Iglesia
subterránea en esta populosa nación. En otros países de Oriente, las iglesias cristianas han pasado
y están pasando por momentos de extraordinario avivamiento y desarrollo, como en Corea del Sur
e Indonesia. En África, a pesar de los choques políticos, raciales y culturales, el progreso del
cristianismo continúa siendo notable. En algunos países africanos el desarrollo es explosivo. En
América Latina no se ha dado todavía un gran avivamiento de la fe cristiana, lo que no significa un
retroceso sino una oportunidad. Es posible que el continente latinoamericano sea testigo en las
próximas décadas de una revitalización del cristianismo que afecte a toda la cristiandad, si es que el
Señor no retorna antes. Ya hay indicios verificables de este proceso de renovación espiritual y
crecimiento de las iglesias. América Latina se está volcando masivamente a una comprensión
evangélica (más específicamente pentecostal y carismática) de la fe cristiana.

Del resumen histórico anterior surge la observación general de que después de cada retroceso
vino no sólo una recuperación sino un avance de grado superior a los anteriores. Es de notar también
la continua y creciente influencia del cristianismo. Tomada en su conjunto, la línea de desarrollo
muestra un crecimiento, avance, logros y realizaciones que van más allá de lo que cualquier otra
religión en el mundo haya logrado jamás. Será, pues, como parte de esta línea de desarrollo que
analizaremos y estudiaremos la importancia de cada período de la historia del cristianismo.

En este primer volumen se considerará el período del primer avance del cristianismo: los
primeros quinientos años. Consideraremos estos siglos fundacionales a través de cuatro unidades
de desarrollo. En este volumen se estudia el primer avance del cristianismo desde Jerusalén “hasta
lo último de la tierra.” El énfasis principal está puesto sobre la gente antes que en cuestiones
políticas o polémicas. Se procura hacer una descripción vívida de los cristianos en los primeros cinco
siglos sobreviviendo con su fe a través de la persecución y llevando esa fe hacia el este en Asia, el
sur en África, y hacia occidente en Europa.

La Unidad 1 considera el rápido proceso de difusión del cristianismo en el ámbito geográfico del
Imperio Romano, y se muestra cómo de religión reprimida se transformó en religión favorecida por
el Estado. Se destacan los factores que contribuyeron a esa rápida expansión y la vida y ministerio
de los primeros cristianos.
La Unidad 2 considera la expansión del cristianismo fuera del Imperio Romano, procurando
mostrar que la fe cristiana no sólo se desarrolló en forma floreciente en Occidente, sino también en
Oriente. Se notará cómo, hacia fines del período en consideración, el cristianismo había llegado a
los extremos del mundo conocido: Inglaterra en Occidente y China en Oriente; los pueblos bárbaros
al norte de Europa y la costa oriental de África hacia el sur.

La Unidad 3 presta atención de manera particular al desarrollo del cristianismo en el Imperio


Romano Oriental, con su capital en Constantinopla. En la historiografía tradicional este desarrollo
no ha recibido suficiente atención. Se procurará no sólo conocer el desarrollo político sino también
el religioso, que estuvo íntimamente relacionado con el primero. A tal efecto, será de interés la
consideración de la cosmovisión y cultura bizantina, así como sus manifestaciones teológicas,
religiosas, eclesiológicas y litúrgicas.

La Unidad 4 señala los problemas a los que el cristianismo tuvo que hacer frente en sus primeros
500 años de vida. Algunos fueron más profundos que otros, algunos pronto perdieron su vigencia,
otros sobrevivieron sin una solución definitiva durante varios siglos, aun otros continúan
reapareciendo hasta el día de hoy de una u otra manera.

SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO

LOS PRIMEROS

500 AÑOS

Dr. Pablo A. Deiros


EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

Copyright (C) 2005 por Pablo A. Deiros

deiros@sion.com

Publicado por EDICIONES DEL CENTRO

Estados Unidos 1273,

1101 Buenos Aires, Argentina

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Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada o transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabado o cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de
información, sin la autorización previa en forma escrita por parte de su autor.

ISBN: 987-95473-9-X

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián

Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión

Internacional (Miami: Sociedad Bíblica Internacional, 1999).


CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - El cristianismo en el Imperio Romano

Introducción

El lugar, el tiempo y el propósito

El lugar

El tiempo

El propósito

Factores que contribuyeron a la expansión del cristianismo

La contribución romana

La contribución griega

La contribución hebrea

Un mundo urbano

El surgimiento de la Iglesia

El lugar de adoración

La vida y el ministerio

Otras prácticas cristianas

Símbolos cristianos

La Iglesia y su misión

El comienzo

El avance
La organización

La membresía

La oposición al cristianismo

La oposición en tiempos neotestamentarios

Los cristianos en el Imperio Romano

La oposición en el segundo siglo

La oposición a mediados del tercer siglo

La oposición más seria y final

El primer emperador pro-cristiano

El fin de la última y peor persecución

El triunfo de Constantino

UNIDAD 2 - El cristianismo más allá del Imperio Romano

Introducción

El primer reino cristiano: Edesa

La conversión de Edesa

La contribución de Edesa

La primer nación cristiana: Armenia

La conversión de Armenia

El apóstol de Armenia

El cristianismo en Armenia

La Iglesia en Armenia

El testimonio cristiano más allá de Armenia

Los cristianos de Partia

El lugar

La llegada y difusión del cristianismo

La oposición al cristianismo
Los cristianos de Persia

El desarrollo del testimonio cristiano

La oposición a los cristianos

La gran persecución de 339

La supervivencia del testimonio

Otros períodos de persecución en Persia

La Iglesia Persa y el nestorianismo

El cristianismo en Etiopía

Ubicación geográfica e histórica

El desarrollo del cristianismo en Etiopía

Evidencias del cristianismo en Etiopía

El cristianismo en Arabia e India

Arabia

India

Los bárbaros del norte de Europa

Los hunos de Asia Central

Los godos de Europa del norte

La Iglesia del Oeste y los godos

La Iglesia del Este y los hunos

La Iglesia y el fin del mundo

El cristianismo en las Islas Británicas

El testimonio en Bretaña

El testimonio en Escocia

El testimonio en Irlanda

El testimonio en las Islas Británicas

El cristianismo en la Península Ibérica


Una vieja tradición

Una encarnizada herejía

Un fanatismo riguroso

Un extenso peregrinaje

UNIDAD 3 - El cristianismo en el Imperio Bizantino

Introducción

El lugar y las circunstancias

La ciudad de Constantinopla

La creación del Imperio Bizantino

Desarrollo del Imperio Bizantino

La llegada al trono de Justiniano

El gobierno de Justiniano

Evaluación del gobierno de Justiniano

Cosmovisión y cultura

La civilización bizantina

Arte y arquitectura

Codificación de la ley

Teocracia absoluta

Iglesia, Estado y sociedad

La destrucción del paganismo

La pugna entre el poder temporal y el espiritual

Los efectos de la unión de la Iglesia y el Estado

Cristiandad bizantina postnicena

Las dos naturalezas de Cristo

Los Padres Capadocios

El siglo quinto
Crisóstomo de Constantinopla vs. Teófilo de Alejandría

Nestorio de Constantinopla vs. Cirilo de Alejandría

Flaviano de Constantinopla vs. Dióscoro de Alejandría

El siglo sexto

El monofisismo

Controversia de los Tres Capítulos

La vida y ministerio de la Iglesia

Administración

Organización

Liturgia

Teología

UNIDAD 4 - Los problemas del cristianismo primitivo

Introducción

El problema de las Escrituras

Las Escrituras de los primeros cristianos

La herejía de Marción (c. 160)

El canon del Nuevo Testamento

El problema del credo

La fe de los primeros cristianos

El problema de los judaizantes

La herejía de los gnósticos

La reacción cristiana

El problema de la ética

La herejía de Montano (c. 179)

Otros disidentes

La reacción de la Iglesia
El problema de la eclesiología

De un ministerio carismático a un ministerio triple

Desarrollo del episcopado monárquico

Factores que contribuyeron a la supremacía del obispo de Roma

El problema de las controversias teológicas

La necesidad de una teología cristiana

Las primeras controversias

Las controversias trinitarias

Las controversias cristológicas

La controversia pelagiana

El problema de la mundanalidad

El movimiento monástico

Los monjes del desierto

El monasticismo oriental

El monasticismo occidental

El problema de la ideología

La unión de la Iglesia y el Estado

El concepto de cristiandad

Mirada retrospectiva y prospectiva

Evaluación del cristianismo del período

La contribución del cristianismo del período

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO
Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros
USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.
El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el

servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.

Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla la
cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.

Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.

En el presente libro de texto se seguirá mayormente un criterio cronológico, en base al esquema


general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los autores de las Guías de Estudio de
TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El material será arreglado en cuatro
unidades principales, y cada una de ellas dividida en un número de temas de estudio. Así, pues, la
primera unidad considera la expansión del testimonio cristiano en el ámbito del Imperio Romano.
La segunda unidad presta atención al mismo fenómeno, pero fuera de las fronteras del Imperio
Romano. La tercera se concentra en el análisis del desarrollo del cristianismo en torno a
Constantinopla y el Imperio Bizantino. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los primeros cinco siglos de su
existencia, y cómo se intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo es de gran provecho para el líder cristiano. Primero, el
estudio de la historia del cristianismo reafirma la fe del creyente en la validez de su mensaje y obra.
No hay una explicación adecuada para la vitalidad continua del testimonio cristiano frente a las
tremendas dificultades por las que ha atravesado, que no sea la validez del mensaje que Dios estaba
en Cristo reconciliando al mundo consigo. Los frutos de la proclamación de este mensaje renuevan
la fe en la obra del Espíritu Santo, como agente de la acción redentora de Dios en la historia. El
testimonio cristiano ha hecho una contribución significativa al desarrollo de la humanidad.

1. El cristianismo ha revalorizado la vida del ser humano individual y la sociedad como un todo.
Esto ha tenido un impacto especial en los grupos humanos más oprimidos, las mujeres, los niños,
los enfermos, los marginados, los prisioneros y los esclavos. El cristianismo también presenta el
concepto más alto de sociedad: el reino de Dios, la sociedad de los redimidos bajo el señorío de
Cristo.

2. El cristianismo ha revalorizado el trabajo del ser humano. En lugar de ser una fuente de
humillación y explotación, el testimonio cristiano ha enseñado que el trabajo es una oportunidad
para glorificar a Dios y cumplir el destino propio como mayordomo de su creación. El cristianismo
ha contribuido a la elevación social de los trabajadores alrededor del mundo.

3. El cristianismo ha revalorizado la educación del ser humano. Gracias al testimonio cristiano,


la educación ya no es entendida como un privilegio para unos pocos, sino como un derecho para
todos, sin exclusiones. El ejercicio de este derecho inalienable es esencial para el desarrollo de la
dignidad de cada persona. Debe recordarse que los primeros en ofrecer oportunidades de
educación a las mujeres fueron cristianos.

4. El cristianismo ha revalorizado la historia del ser humano. El testimonio cristiano ha provisto


de una nueva interpretación de la historia, que ofrece esperanza para la humanidad y sentido al
devenir. El cristianismo cambió el concepto griego de la historia como una serie de ciclos dominados
por el destino o la fortuna. La fe cristiana toma en cuenta tanto la inmanencia como la trascendencia
de Dios en los eventos de este mundo. Pero reconoce que el ser humano no alcanzará su destino
final dentro de la historia, sino que evoca su esperanza para que mire más allá de la historia a la
victoria final en Cristo.

5. El cristianismo ha revalorizado las relaciones del ser humano. Su mensaje habla de la


eliminación de prejuicios, odios, racismo, discriminación e invita a todos los seres humanos a
reconciliarse con Dios y los unos con los otros. El llamado a la reconciliación incluye la idea de una
nueva fraternidad y solidaridad entre los seres humanos, que tiene que encontrar expresión
concreta en la vida de la comunidad de fe, como modelo de comunidad humana.

Segundo, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la falacia de confundir los perfiles
culturales del cristianismo con el evangelio mismo. En la historia del cristianismo es posible ver
períodos áridos y oscuros, cuando apenas la cáscara externa de la religión parecía estar intacta. Las
Cruzadas, los papas renacentistas, la imposición del cristianismo a los pueblos nativos en América
Latina, los destinos manifiestos y los imperialismos mesiánicos son apenas algunos pocos ejemplos
de la confusión entre subproductos culturales de la fe y el evangelio cristiano. La confusión de la fe
cristiana con la cultura occidental ha sido frecuente, y generalmente con resultados deplorables.

Tercero, el estudio de la historia del cristianismo enseña la futilidad de esperar la perfección aquí
en la tierra y de este lado de la eternidad. Esta expectativa de construir un mundo perfecto ha sido
el fracaso de más de un idealista. Incluso muchos cristianos se han alejado de sus respectivas
comuniones cristianas en razón de que han encontrado imperfecciones en ellas. Por supuesto que
parte del ideal cristiano es aspirar a la perfección y trabajar por la santidad. Pero hace falta un
balance para ver que de este lado de la eternidad la perfección no es posible, ni siquiera en la Iglesia.
Pretender que la Iglesia sea perfecta es confundir al cuerpo de Cristo con el Señor mismo.

Cuarto, el estudio de la historia del cristianismo desenmascara a los verdaderos enemigos del
evangelio. Estos enemigos no son las imperfecciones de los hermanos, por más perturbadoras que
éstas sean. Estos enemigos no son las disparidades en la comprensión teológica entre cristianos
sinceros, por más confundidoras que éstas sean. Los enemigos reales no son siquiera las iglesias
rivales que alguna vez nos han perseguido, excluido o discriminado. Los verdaderos enemigos del
evangelio son Satanás y sus huestes de maldad, junto con los poderes que ellos desatan:
secularismo, relativismo, materialismo, hedonismo, consumismo, egocentrismo, imperialismo,
terrorismo, etc.

Quinto, el estudio de la historia del cristianismo alienta una visión ecuménica de la fe. La historia
del cristianismo nos ilustra la unidad esencial de los cristianos en torno a la fe en Cristo. Los períodos
de grandes avivamientos espirituales en esta historia no han estado restringidos a un grupo
particular. El testimonio cristiano ha sido más impactante y efectivo cuando ha sido el resultado de
la unidad de los cristianos en respuesta a la oración de Jesús (Juan 17).

Sexto, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la validez del principio de unidad en la
diversidad. Pablo enseñó esta verdad bajo la figura del cuerpo y sus diversos miembros, cada uno
de los cuales tiene sus propias funciones pero necesita de los demás. El gran factor espiritual a lo
largo de los siglos ha sido el descubrimiento de que las diversas comuniones de fe dentro del
cristianismo pueden enriquecerse unas a otras y encontrar su unidad esencial en Cristo, sin perder
la validez de su propia contribución.

Séptimo, el estudio de la historia del cristianismo desarrolla un espíritu de tolerancia y


comprensión. Tolerancia no significa renunciar a la verdad. Más bien, es la disposición de permitir a
otros ejercer el derecho de expresar sus propios puntos de vista. Nadie puede estudiar la historia
del testimonio cristiano sin sentirse perturbado por las profundas heridas producidas en la Iglesia
por la intolerancia. De igual modo, el conocimiento del pasado cristiano ayuda a desarrollar una
mayor y mejor comprensión de los hechos. Y esto, a su vez, permite un ejercicio más inteligente del
amor y la aceptación.

Octavo, el estudio de la historia del cristianismo provee de una perspectiva adecuada para
valorar las tendencias y movimientos del presente. A través de sus estudios históricos, el creyente
está mejor capacitado para reconocer en los cultos de nuestros días la reaparición de viejas herejías.
Uno puede constatar el hecho triste de que cada generación muchas veces repite los mismos errores
del pasado. Una perspectiva histórica puede ayudarnos a ser mejores profetas de Dios al ver su
mano obrando en la historia.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. El cristianismo en el mundo

2. Palestina en el centro del mundo

3. Palestina en la historia

4. La expansión del cristianismo hacia el año 350

5. Las grandes sedes episcopales

6. Etiopía, Arabia, Persia e India

7. La expansión del cristianismo a fines del siglo VI

8. Rutas seguidas por los hunos y godos

9. Imperio Bizantino y Constantinopla

Cuadros
1. Progreso del cristianismo

2. La marcha del cristianismo

3. Caracterización de cada siglo

4. La contribución romana al cristianismo

5. La contribución griega al cristianismo

6. La contribución hebrea al cristianismo

7. Anagrama de Tertuliano

8. Símbolos cristianos

9. Tres etapas de la misión de los apóstoles

10. Emperadores romanos

11. Zoroastrismo

12. Maniqueísmo

13. Problemas y respuestas de la Iglesia

14. Los Padres de la Iglesia

15. Defensores de la fe

16. Los grandes concilios universales o ecuménicos

Introducción general

La historia del cristianismo ha sido definida de múltiples maneras. Muchos autores,


comprometidos con la ideología de la cristiandad, la han definido desde una perspectiva
institucional. Es por esto que han titulado sus estudios como “historia de la Iglesia” o “historia
eclesiástica.” A. H. Newman señala: “La historia de la iglesia es la narración de todo lo que se conoce
de la fundación y el desarrollo del reino de Cristo sobre la tierra.” Según Newman, la expresión
“historia de la iglesia” se usa comúnmente para designar no sólo el registro de la vida cristiana
organizada de nuestra era, sino también el registro de la carrera de la religión cristiana misma.
Incluye dentro de su esfera las influencias religiosas directas e indirectas que el cristianismo ha
ejercido. Muchos autores protestantes siguen este enfoque, que pone el énfasis en la institución
histórica que se conoce como Iglesia cristiana.

Obviamente, ésta es también la comprensión de los historiadores católicorromanos. Joseph


Lortz presenta la siguiente definición: “La Historia de la Iglesia es, …, similar a cualquiera otra ciencia
histórica, y trabaja con las mismas leyes de la crítica histórica. Pero la Historia de la Iglesia es
diametralmente distinta de la pura ciencia natural, ya que opera según principios propios tomados
de la Revelación: la Historia de la Iglesia es teología.” Otro autor católico, Bernardino Llorca, señala:
“Historia de la Iglesia es la ciencia que estudia el desarrollo exterior e interior y toda la actividad de
la Iglesia, como institución de Cristo.”

Esta comprensión responde al método de la historiografía antigua, y fue inaugurado por Eusebio
de Cesarea (260–340), el padre de la “historia eclesiástica,” a comienzos del siglo IV. Al escribir
después de la supuesta “conversión” del emperador romano Constantino (año 312), Eusebio
procuró escribir una historia institucional que sirviera a los propósitos del Imperio Romano, más que
como un testimonio de la manifestación del reino de Dios.

Otros definen nuestra disciplina desde la perspectiva de la historia de las religiones. Según W.J.
McGlothlin, “La historia del cristianismo es el relato del origen, progreso y desenvolvimiento de la
religión cristiana y de su influencia sobre el mundo.” McGlothlin distingue entre una historia
externa, que tiene que ver con el relato de la influencia del cristianismo en su crecimiento y
expansión; y, una historia interna, que se refiere al relato de los cambios internos. Para Kenneth S.
Latourette, “la historia del cristianismo es la historia de lo que Dios ha hecho por el hombre así como
la contestación del hombre a la actitud de Dios.”

La tendencia en la historiografía cristiana contemporánea es ver a la historia del cristianismo


como la historia de un movimiento y como una realidad más grande que cualquier institución
eclesiástica local o particular. Esta perspectiva histórica toma en cuenta la diversidad de creencias y
prácticas que se han dado a lo largo de dos mil años de testimonio cristiano. Además, al considerar
al cristianismo como movimiento, estos historiadores hacen el esfuerzo por mantener una
perspectiva global en su aproximación a los hechos históricos.

El presente libro de texto no es una historia eclesiástica. Tampoco se trata de una historia de la
religión cristiana, con énfasis sobre el desarrollo de sus doctrinas y prácticas, su clero y
organizaciones. Más bien, lo que nos proponemos es elaborar una historia del cristianismo. La
historia del cristianismo es el relato crítico del origen, progreso y desarrollo del testimonio cristiano
y de su influencia en el mundo. No nos interesa tanto la Iglesia como institución ni el cristianismo
como religión, sino más bien la fe cristiana como testimonio de vida y de salvación para toda la
humanidad. En este sentido, el cristianismo ha sido siempre una fe histórica. Lo ha sido por dos
razones. Primero, porque cree en el carácter histórico de su protagonista central: Jesús de Nazaret.
Segundo, porque afirma la relación fundamental entre la actividad de Dios y el curso de la historia
humana. La historia es central para la fe cristiana. Es en la arena del tiempo y de los eventos
humanos donde se desarrolla el plan redentor de Dios y la manifestación y expansión de su reino.
Marc Bloch: “El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han
podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo
humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus liturgias
conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la iglesia y de
los santos. El cristianismo es además histórico en otro sentido, quizá más profundo:
colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos,
una larga aventura, de la cual cada destino, cada ‘peregrinación’ individual, ofrece, a su vez,
el reflejo; en la duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación
cristiana, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Redención.”

Hay tres religiones que pretenden ser universales y que en ciertos períodos de la historia se han
difundido por el mundo. Estas religiones han apelando a las personas de todas las razas, culturas y
lenguas con sus doctrinas y prácticas. Ellas son: el budismo, el cristianismo y el islamismo. El budismo
comenzó en el noreste de la India seis siglos antes de Cristo, y el islamismo nació en Arabia seis
siglos después de Cristo. El budismo se esparció hacia Oriente, donde llegó a ser la religión más
difundida de Asia, mientras que el islamismo se extendió principalmente hacia el oeste de Asia y
Arabia, y se transformó en la religión de dos continentes: Asia y África. En los últimos cuatro o cinco
siglos ninguna de estas dos religiones ha dado mayores muestras de vitalidad. No obstante, en años
más recientes, se han dado ciertos indicios de avance y renovación. El fundamentalismo islámico ha
llamado la atención de todo el mundo, mientras que el budismo se ha infiltrado significativamente
en la cultura occidental. Ambas religiones han puesto de manifiesto un dinamismo misionero, que
ha cautivado a muchos en el mundo noratlántico.

A diferencia de estas dos religiones, el cristianismo comenzó desde una posición estratégica
mejor. Palestina puede ser comparada con un estrecho corredor entre el mar y el desierto o un
puente que une a tres continentes: Asia, África y Europa. El cristianismo pronto se esparció a estos
tres continentes, ganando su primer triunfo en forma decisiva alrededor del mar Mediterráneo. A
pesar de los retrocesos o detenimientos en su avance, la fe de Jesucristo se ha expandido una y otra
vez, llegando a ser la religión más difundida del mundo.

MAPA 1 - EL CRISTIANISMO EN EL MUNDO


La vida más fecunda y efectiva del cristianismo corresponde a los últimos cinco siglos, y su
avance geográfico más grande se ha dado en los últimos doscientos años. Estos años pasados fueron
testigos del desarrollo extraordinario del cristianismo, no tanto numéricamente, como en su
influencia general sobre el mundo, llegando a estar presente en casi todos los países de nuestro
planeta.

Antes de discutir el progreso del cristianismo en los distintos períodos de su historia, es


necesario tener una visión global de este proceso. El cuadro que sigue ilustra la manera en que el
eminente profesor Kenneth S. Latourette grafica la historia del cristianismo en su obra Historia de
la expansión del cristianismo (en inglés), en siete volúmenes.

CUADRO 1 - PROGRESO DEL CRISTIANISMO

A la luz de este gráfico, puede verse que ningún período de retroceso del movimiento cristiano
fue tan serio y profundo como el primero. Después de cada retroceso vino no sólo un período de
recuperación, sino un avance a nuevos logros y expansión. Debe notarse también la continua y
realmente creciente influencia del cristianismo en el mundo. Tomada en su conjunto, la línea del
desarrollo del movimiento cristiano muestra un balance positivo de crecimiento, avance, logros y
realizaciones, que van más allá de lo que cualquier otra religión en el mundo haya logrado. El cuadro
que sigue nos ayuda a entender e interpretar el gráfico anterior:

CUADRO 2 - LA MARCHA DEL CRISTIANISMO

AÑO CARACTERIZACIÓN ACONTECIMIENTOS


IMPORTANTES

29–500 Primer Avance Conquista del Imperio Romano.

500–950 Primer Retroceso Caída del Imperio de Occidente


y surgimiento del Islam.

950–1350 Segundo Avance Resurgimiento del cristianismo


occidental.

1350–1500 Segundo Retroceso Declinación de la iglesia


medieval y resurgimiento del
poder islámico bajo los turcos
otomanes.

1500–1750 Tercer Avance Reforma y Contrarreforma.

1750–1815 Tercer Retroceso Creciente secularización en


Occidente y declinación de las
potencias cristianas: España y
Portugal.

1815–1914 Cuarto Avance Movimientos modernos y el


período más grande de
expansión.
1914–1990 Retroceso y Avance Movimiento ecuménico, y
movimientos de consolidación y
renovación espiritual.

Como puede verse, el progreso está lejos de ser uniforme. A pesar de la oposición, los primeros
cinco siglos se caracterizaron por un avance rápido y sin mayores interrupciones, que resultó en el
establecimiento de la fe cristiana en toda la cuenca del mar Mediterráneo. Después de Pentecostés,
los discípulos tuvieron nuevas fuerzas para hacer frente a la misión encomendada por Jesús. Las
primeras persecuciones los obligaron a esparcirse y a llevar el mensaje a otros lugares fuera de
Palestina. Con Pablo se abrió la puerta a los gentiles y el evangelio llegó hasta Roma, que no era “lo
último de la tierra” sino más bien el centro del mundo greco-romano. Pero Roma sí era la antesala
para llegar hasta lo último de la tierra, como era el deseo del apóstol (Ro. 15:24, 28, España era para
los antiguos el extremo occidental del mundo conocido). Con la conversión del emperador romano
Constantino, el cristianismo encontró puertas abiertas para su expansión, a pesar de sus
controversias internas. Más tarde, las invasiones bárbaras impusieron la necesidad de un ajuste a
las nuevas circunstancias históricas y frenaron el dinamismo del avance cristiano.

Después de los primeros cinco siglos de avance llegamos a los “mil años de incertidumbre”
(como los denomina Latourette). El período comienza con cuatro siglos y medio de declinación,
posiblemente la más seria de toda la historia del cristianismo. El primer retroceso será el más grande
y prolongado de todos los que muestra el gráfico. En buena medida, esto se debió a la caída del
Imperio Romano de Occidente, que había significado para el cristianismo un medio ambiente
estable y seguro, en el que en los primeros siglos la fe cristiana encontró su mayor oportunidad para
una expansión rápida e ininterrumpida. Otro factor de esta declinación fue el surgimiento del Islam
en el Cercano Oriente, es decir, el nacimiento del rival religioso más grande del cristianismo hasta
los tiempos modernos. No obstante, el cristianismo no sólo sobrevivió, sino que hacia el 950
comenzó un paulatino ascenso, que va a continuar hasta cerca del 1350. Noten que deberán pasar
600 años (el período que algunos llaman la “Edad Oscura”) antes de que se alcance una posición
comparable con la del año 500.

Hay dos cosas importantes que notar durante este ascenso: (1) En Occidente, la religión
cristiana, que sobrevivió a la civilización romana, llegó a ser el núcleo de la nueva civilización
europea. Si bien no fue una civilización cristiana, el cristianismo ocupó en ella un lugar primordial.
(2) En Oriente, se ven señales de recuperación con las Cruzadas (1096) y en la nueva empresa
misionera (siglo XIII).

Una segunda declinación comenzó hacia el 1350 y continuó hasta el 1500. La razón fue doble:
en Occidente se da la división de la cristiandad y movimientos de revuelta contra los abusos en la
Iglesia; en Oriente se da un reavivamiento del Islam y un acrecentamiento de su agresividad.
Hacia el año 1500 terminó este período de retroceso para dar paso a un significativo avance del
cristianismo. El período del 1500 al 1750 fue un verdadero salto hacia arriba. En su comienzo
encontramos nuevas líneas de comunicaciones que comenzaron a abrirse por todo el mundo.
Coincidiendo con esto surgieron movimientos de un nuevo celo religioso en algunos sectores de la
cristiandad occidental. El resultado fue el período más fecundo y rico, hasta el momento, en la
historia del cristianismo. Hacia el año 1750, las grandes potencias políticas, que promovieron los
viajes de descubrimiento y exploración, cayeron de su sitial de poder y otras naciones ocuparon su
lugar. Paralela a esta crisis política se dio la crisis religiosa con una pérdida de vigor y un enfriamiento
del celo cristiano. En Europa esto se debió a la expansión de una actitud materialista y racionalista,
ejemplificada dramáticamente en la política antirreligiosa de la Revolución Francesa de 1789. En
otras partes el retroceso se debió a la declinación de las misiones romanas con el eclipse de España
y Portugal, los primeros patrocinadores de aquellas misiones en las nuevas tierras, y luego la
situación diferente de Francia, que durante algún tiempo sobrepasó a las naciones mencionadas
como potencia católica romana.

Con el fin de las guerras napoleónicas en 1815, comenzó para Europa un siglo de comparativa
paz, y para el cristianismo uno de progreso sin igual. En América Latina comienza el período de la
independencia de España y Portugal, y más tarde (en la segunda mitad del siglo) el período de
organización nacional de las repúblicas latinoamericanas. Inglaterra se destacó como la potencia
mundial más importante, y la Revolución Industrial, en la que esta nación tuvo la delantera, la
transformó en la fábrica del mundo. Es en el marco de esta nueva situación económica, política y
social, que se tradujo en la expansión imperialista mundial, que debe interpretarse el papel de
Inglaterra en esta etapa de nuevo avance del cristianismo. A partir de comienzos pequeños se
desarrolló un movimiento que difundió el cristianismo hasta fronteras desconocidas en cualquier
momento anterior de su historia.

Es en este período que la religión cristiana llegó a ser universal en el sentido geográfico de la
palabra, es decir, no sólo con un mensaje que es para todas las personas, sino que realmente
comenzó a ganar a las personas “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas”. El movimiento
misionero moderno surgió en Inglaterra y se extendió a los protestantes en el continente europeo
y en Norteamérica. A los católicos romanos, que habían ocupado un lugar muy importante en el
período anterior (1500–1800), les costó mucho tiempo adaptarse a las oportunidades de esta edad,
pero pronto comenzaron un nuevo trabajo misionero. Protestantes y católicos, entre los años 1800
y 1914, esparcieron el cristianismo a lugares a los que hasta entonces no había llegado. En este
sentido, el siglo XIX ha sido llamado “El Gran Siglo”.

CUADRO 3 - CARACTERIZACIÓN DE CADA SIGLO

El primer siglo, es el siglo apostólico fundacional;

el segundo siglo, es el siglo de los apologistas griegos;

el tercer siglo, es el siglo de la persecución en el Imperio Romano;


el cuarto siglo, es el siglo de la Iglesia estatal;

el quinto siglo, es el siglo de las divisiones en Oriente;

el sexto siglo, es el siglo del cesaropapismo;

el séptimo siglo, es el siglo del Islam;

el octavo siglo, es el siglo de la controversia sobre los íconos en Oriente;

el noveno siglo, es el siglo del Sacro Imperio Romano Germánico;

el décimo siglo, es el siglo de la conversión de Rusia;

el undécimo siglo, es el siglo de la escolástica;

el duodécimo siglo, es el siglo de las Cruzadas;

el décimo tercer siglo, es el siglo del poder papal;

el décimo cuarto siglo, es el siglo del Cautiverio Babilónico y Cisma Papal;

el décimo quinto siglo, es el siglo del Renacimiento;

el décimo sexto siglo, es el siglo de las Reformas;

el décimo séptimo siglo, es el siglo de la razón;

el décimo octavo siglo, es el siglo de los avivamientos evangélicos; el décimo noveno siglo, es el
siglo de las misiones modernas.

El último período se inaugura después de 1914 y coincide con el siglo pasado. Todos los siglos
de la historia del cristianismo pueden ser designados por sus tendencias o eventos característicos.

¿Qué nombre podemos darle al siglo XX o cómo podemos caracterizarlo? Quizás es muy pronto
para darle un nombre, pero posiblemente sea el “siglo de la consolidación y la renovación
espiritual”. Estamos muy cerca de los eventos como para estar seguros de sus causas, de su
significado y de su orientación. ¿Será este último período un cuarto retroceso? Muchos europeos,
conscientes del secularismo y del proceso de descristianización imperante en sus países,
responderían “SÍ”. Algunos norteamericanos, con un pobre desarrollo denominacional y
permanente decrecimiento numérico en el protestantismo troncal, también dirían “SÍ”.

No obstante, si interrogamos al continente asiático las respuestas serán diferentes según los
lugares. En China, con el advenimiento del comunismo, el cristianismo casi fue cortado de raíz, pero
a comienzos del siglo XXI había más de 150 millones de cristianos confesantes en la Iglesia
subterránea en esta populosa nación. En otros países de Oriente, las iglesias cristianas han pasado
y están pasando por momentos de extraordinario avivamiento y desarrollo, como en Corea del Sur
e Indonesia. En África, a pesar de los choques políticos, raciales y culturales, el progreso del
cristianismo continúa siendo notable. En algunos países africanos el desarrollo es explosivo. En
América Latina no se ha dado todavía un gran avivamiento de la fe cristiana, lo que no significa un
retroceso sino una oportunidad. Es posible que el continente latinoamericano sea testigo en las
próximas décadas de una revitalización del cristianismo que afecte a toda la cristiandad, si es que el
Señor no retorna antes. Ya hay indicios verificables de este proceso de renovación espiritual y
crecimiento de las iglesias. América Latina se está volcando masivamente a una comprensión
evangélica (más específicamente pentecostal y carismática) de la fe cristiana.

Del resumen histórico anterior surge la observación general de que después de cada retroceso
vino no sólo una recuperación sino un avance de grado superior a los anteriores. Es de notar también
la continua y creciente influencia del cristianismo. Tomada en su conjunto, la línea de desarrollo
muestra un crecimiento, avance, logros y realizaciones que van más allá de lo que cualquier otra
religión en el mundo haya logrado jamás. Será, pues, como parte de esta línea de desarrollo que
analizaremos y estudiaremos la importancia de cada período de la historia del cristianismo.

En este primer volumen se considerará el período del primer avance del cristianismo: los
primeros quinientos años. Consideraremos estos siglos fundacionales a través de cuatro unidades
de desarrollo. En este volumen se estudia el primer avance del cristianismo desde Jerusalén “hasta
lo último de la tierra.” El énfasis principal está puesto sobre la gente antes que en cuestiones
políticas o polémicas. Se procura hacer una descripción vívida de los cristianos en los primeros cinco
siglos sobreviviendo con su fe a través de la persecución y llevando esa fe hacia el este en Asia, el
sur en África, y hacia occidente en Europa.

La Unidad 1 considera el rápido proceso de difusión del cristianismo en el ámbito geográfico del
Imperio Romano, y se muestra cómo de religión reprimida se transformó en religión favorecida por
el Estado. Se destacan los factores que contribuyeron a esa rápida expansión y la vida y ministerio
de los primeros cristianos.

La Unidad 2 considera la expansión del cristianismo fuera del Imperio Romano, procurando
mostrar que la fe cristiana no sólo se desarrolló en forma floreciente en Occidente, sino también en
Oriente. Se notará cómo, hacia fines del período en consideración, el cristianismo había llegado a
los extremos del mundo conocido: Inglaterra en Occidente y China en Oriente; los pueblos bárbaros
al norte de Europa y la costa oriental de África hacia el sur.

La Unidad 3 presta atención de manera particular al desarrollo del cristianismo en el Imperio


Romano Oriental, con su capital en Constantinopla. En la historiografía tradicional este desarrollo
no ha recibido suficiente atención. Se procurará no sólo conocer el desarrollo político sino también
el religioso, que estuvo íntimamente relacionado con el primero. A tal efecto, será de interés la
consideración de la cosmovisión y cultura bizantina, así como sus manifestaciones teológicas,
religiosas, eclesiológicas y litúrgicas.
La Unidad 4 señala los problemas a los que el cristianismo tuvo que hacer frente en sus primeros
500 años de vida. Algunos fueron más profundos que otros, algunos pronto perdieron su vigencia,
otros sobrevivieron sin una solución definitiva durante varios siglos, aun otros continúan
reapareciendo hasta el día de hoy de una u otra manera.

UNIDAD 1

El cristianismo en el imperio romano

INTRODUCCIÓN
Esta unidad es una síntesis de la historia del cristianismo desde sus orígenes hasta el siglo VI, en
el ámbito de lo que se conoció como el Imperio Romano, pero con una perspectiva global. Se pondrá
énfasis en el surgimiento y desarrollo del testimonio cristiano, mayormente en el mundo
grecorromano. Se prestará atención a los eventos y movimientos principales, los personajes más
importantes, los documentos fundamentales, y algunas de las tendencias teológicas más
destacadas.

El conocimiento de la historia del cristianismo de los primeros siglos es básico para una
comprensión del testimonio y la vida de la Iglesia contemporáneos. Muchas de nuestras creencias
y prácticas actuales son productos de aquellos siglos fundacionales. Mediante el estudio de la
enseñanza y práctica de los primeros cristianos, los estudiantes y lectores aprenderán a apreciar a
la Iglesia primitiva y a comprometerse con la misión que el Señor nos ha confiado.

Todo el Nuevo Testamento señala el hecho del esparcimiento del cristianismo por todo el
mundo como una meta que debe cumplirse en la historia. Cada uno de los cuatro Evangelios termina
con un claro mandato, dado por Jesús, en este sentido (Mt. 28:19; Mr. 16:15; Lc. 24:47; Jn. 20:21).
El libro de los Hechos de los Apóstoles tiene como propósito narrar los acontecimientos de ese
programa desde el comienzo en Jerusalén “hasta lo último de la tierra”. El resto de la literatura del
Nuevo Testamento consiste en cartas de los misioneros a las jóvenes iglesias del mundo
mediterráneo con cuya fundación estaban relacionados.

Por estos documentos sabemos que los primeros cristianos estaban firmemente convencidos
que su religión era las “buenas nuevas” para todas las personas (Jn. 3:16; Lc. 24:47). Es posible que
ante esta pretensión muchos de los que oían su prédica se hayan reído. Al fin y al cabo, en
comparación con los grandes movimientos filosóficos y los cultos practicados por las mayorías, el
cristianismo no parecía otra cosa que una superstición inexplicable y peligrosa, que atentaba contra
el orden institucional. Su origen era dudoso y los contenidos históricos de su fe resultaban no sólo
paradójicos, sino inaceptables para la cosmovisión dominante en aquel entonces. Además, ¿qué
valor o influencia podía tener una secta judía nacida en un rincón tan oscuro del mundo como era
Palestina?

EL LUGAR, EL TIEMPO Y EL PROPÓSITO


Para muchos pensadores de distinción en el primer siglo, Palestina, la cuna del cristianismo, no
era más que un rincón olvidado y despreciado del mundo. Los griegos pensaban de él como una
tierra de ignorantes y los romanos como un territorio rebelde y problemático. Sin embargo, ¿tenían
razón los antiguos cuando consideraban a Palestina como un rincón del mundo? Si observamos un
mapa, inmediatamente se hace evidente que Palestina no está en un rincón, sino en el centro mismo
del mundo (ver mapa 2).

MAPA 2 - PALESTINA EN EL CENTRO DEL MUNDO

_ El lugar
El lugar del nacimiento del cristianismo fue importante. Si bien algunos filósofos e intelectuales
de las primeras décadas de testimonio cristiano se burlaron de las pretensiones de universalidad de
la nueva fe, la cuna del cristianismo—Palestina—estaba ubicada en un lugar central desde el punto
de vista geográfico. Allá por el año 175, un conocido filósofo pagano, Celso, decía: “Si Dios
despertara de un largo sueño y quisiera salvar a todos los seres humanos, ¿piensas que iría a una
esquina del mundo?… Sólo un escritor cómico diría que el Hijo de Dios fue enviado a los judíos.”
Muchos en sus días compartían el concepto de Celso. Palestina era un territorio pequeño y marginal.
Apenas una franja rugosa de 240 kms. de longitud por 120 kms. de ancho.
Sin embargo, Palestina era central en términos geográficos. No hay otro territorio que esté
mejor ubicado respecto a los cinco continentes. La expansión de la fe cristiana, entonces, comenzó
a partir de un territorio estratégicamente ubicado, desde donde su expansión por todo el planeta
era más factible. En un sentido, Palestina puede ser considerada como un centro geográfico del
mundo.

_ El tiempo
No sólo el lugar resultó importante para el surgimiento del cristianismo, sino también el tiempo.
Palestina es central geográficamente y también lo es históricamente. Este territorio ha ocupado una
posición histórica estratégica a lo largo de la historia de la humanidad en el corredor entre Asia y
África (ver mapa 3).

MAPA 3 - PALESTINA EN LA HISTORIA

Por un lado, esta posición estratégica de Palestina, significó una verdadera desgracia para sus
habitantes, desde la antigüedad hasta el presente. El país está encajado como un estrecho corredor
entre los territorios donde se desarrollaron algunas de las más grandes civilizaciones de la
antigüedad: el Delta del río Nilo y las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates. Fue inevitable que las
sucesivas potencias rivales en estas dos áreas culturales se propusieran adueñarse de este corredor
estratégico y procurarán conservarlo para sí. De este modo, el pequeño país se vio condenado a ser
víctima constante de las guerras entre estos grandes dominios. Esta situación configura el trasfondo
histórico de todo el Antiguo Testamento. Pero no sólo Asia y África compitieron por Palestina, sino
que pronto se unió también Europa. El primer monarca europeo en dominar estas tierras fue
Alejandro Magno, de Macedonia (c. 330 a.C.), y luego vinieron los romanos (63 a.C.). Ésta era la
situación cuando se inició el período del Nuevo Testamento: Asia, África y Europa rodeaban a
Palestina, que era como un estrecho puente entre ellas. La historia del pueblo hebreo, según se nos
refiere en el Antiguo Testamento, da testimonio de este hecho. Caldeos, egipcios, asirios, babilonios,
persas, griegos y romanos, representantes de tres continentes, invadieron sucesivamente esta tierra
y escribieron en ella su historia.

Por otro lado, Palestina fue algo más que el escenario histórico de los conflictos bélicos de los
imperios de la antigüedad. En el desarrollo de esa historia, Dios escogió el tiempo más propicio para
el advenimiento del Salvador del mundo. La Biblia declara que el advenimiento del Mesías no fue
una casualidad histórica, sino que Dios escogió el tiempo. Los Evangelios testifican: “Jesús vino …
predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido” (Mr. 1:14, 15). Pablo
usa una frase similar: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de
mujer y nacido bajo la ley …” (Gá. 4:4). Ambas declaraciones indican que Dios preparó las cosas y
que la preparación fue completa y adecuada para su eterno propósito redentor.

Kenneth S. Latourette: “En el tiempo en que comenzó el cristianismo y en los primeros tres
siglos de su existencia más que en cualquier era precedente, las condiciones en el mundo
mediterráneo prepararon el camino para la difusión de una nueva fe religiosa a través de
toda la extensión de esa área. En realidad, tampoco después de los tres siglos en los que el
cristianismo tuvo éxito en establecerse como la religión más fuerte en esa región, volvieron
a existir allí las condiciones que favorecieron de tal manera la entrada y aceptación general
de una nueva fe.”

_ El propósito
Tiempo y espacio coincidieron como coordenadas para crear el marco más propicio para la
venida de Jesús al mundo. Pero Palestina es central no sólo geográfica e históricamente, sino
también espiritualmente. Palestina fue algo más que el escenario espacio-temporal de los conflictos
bélicos de la antigüedad. Por sobre todas las cosas, fue la tierra en que nació Jesús, el Salvador del
mundo. Fue el lugar del nacimiento del movimiento cristiano, y en esto su posición central adquiere
una nueva importancia. Es cierto que Palestina fue el embudo por el que pasaron las potencias de
tres continentes, pero fue también el punto de partida ideal para que el cristianismo penetrara en
esos tres continentes con su mensaje de paz y justicia. Jesús había dicho: “Id … a todas las naciones,
comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:47), y “desde Jerusalén … hasta lo último de la tierra” (Hch.
1:8). Basta con observar un planisferio para notar cuán sabiamente escogió Dios a esta tierra para
la realización de sus planes redentores y para la difusión de su luz por todo el mundo (ver mapa 2).

El libro de los Hechos comienza la historia de una nueva era, cuando la posición central de
Palestina (geográfica, histórica y espiritual) fue utilizada por Dios en forma novedosa y redentora.
Los apóstoles al principio no se dieron cuenta de esto. Jesús les había hablado de la inauguración de
un nuevo reino y de un nuevo poder con el que ellos lo pondrían de manifiesto en todo el mundo
(Hch. 1:8). Pero ellos no entendieron la dimensión de lo que Jesús les estaba diciendo (Hch. 1:6),
hasta que llegó el día de Pentecostés y el Espíritu Santo los ungió para la misión. Algo
maravillosamente nuevo estaba ocurriendo y Dios había preparado las cosas. Poco a poco los
primeros cristianos comenzaron a entender la misión de Dios y a comprometerse con ella con todo
entusiasmo y fe.

FACTORES QUE CONTRIBUYERON A LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO


Los cristianos que vivían en el tiempo del primer avance rápido del cristianismo (hasta el año
250) y que habían desempeñado un papel importante en ese avance, veían que Dios había
preparado las cosas de tres maneras:

_ La contribución romana
El mundo romano hizo una quíntuple contribución a la expansión del cristianismo. Cada uno de
estos aspectos puede ser recordado por la palabra en latín que lo describe: pax, lex, via, rex, ars.

Pax: la paz romana. Es difícil que una idea se difunda en medio de situaciones de conflicto. El
Imperio Romano gozaba de paz cuando apareció el cristianismo. Orígenes de Alejandría (185–254),
uno de los más destacados biblistas y teólogos del cristianismo antiguo, afirma: “Dios estaba
preparando a las naciones para su enseñanza.… Jesús nació en el reino del emperador Augusto (27
a.C.–14 d.C.), que incorporó a muchos reinos a un solo Imperio Romano. Las guerras entre reinos
rivales habrían entorpecido la difusión de las enseñanzas de Jesús por toda la tierra.”

Lex: la ley romana. El hecho de tener un solo código legal en el Imperio Romano (el derecho
romano) fue un factor crucial en la unificación del diverso mundo romano. Pero la legislación
romana no fue un instrumento rígido, porque dentro del amplio margen de uniformidad, la
administración romana a nivel local era flexible, tolerante y abierta. Además, muchos residentes de
las provincias recibieron la condición de cives romani (ciudadanos de Roma), con todos sus derechos
y deberes. Pablo fue uno de ellos (Hch. 22:25–29), y esto le dio enormes ventajas en su tarea
misionera.

Via: las comunicaciones romanas por tierra y por mar. Estas vías de comunicación terrestre y
marítima se extendían desde Inglaterra hasta China. En todo el mundo del mar Mediterráneo, las
carreteras y vías marítimas, la paz, la ley y el orden romanos animaban a la gente a viajar, tanto por
motivos de negocios como por placer, con una libertad y comodidad que fueron desconocidas hasta
los tiempos modernos. Las rutas terrestres eran básicamente de uso militar, estaban construidas en
piedra, con drenajes, puentes, y postas regulares para el recambio de cabalgaduras y descanso de
los viajeros. Eran caminos rápidos y bien cuidados. Las rutas marítimas eran mayormente
comerciales y por ellas viajaba mucha gente. Hechos 27:37 da una idea de la cantidad de pasajeros
en una nave romana de gran calado. Los barcos en este período cruzaban el Mediterráneo desde
Gibraltar hasta Roma en siete días, y desde Roma a Alejandría en dieciocho. El periplo hacia el Lejano
Oriente comenzaba con un viaje hasta Alejandría, siguiendo luego por el Nilo, y desde allí se iba por
tierra hasta la costa occidental del mar Rojo, para continuar atravesando el mar de Arabia y seguir
hacia África del este o hacia la India. Sin estas comunicaciones los viajes misioneros de Pablo y otros
cristianos hubiesen sido imposibles.
Rex: el gobierno romano. El gobierno fue el talento supremo de los romanos. Para ellos la
política y el gobierno fueron un arte en el que alcanzaron un alto grado de sofisticación. El fuerte
gobierno centralizado de Roma proporcionaba paz y protección en todo el ámbito del Imperio. Los
soldados romanos protegían a los pueblos y ciudades de los ataques externos y garantizaban el
desarrollo del comercio y las misiones cristianas. La unidad política del Imperio Romano hacía que
toda la cuenca del Mediterráneo fuese un solo mundo, regido por la misma autoridad. Misioneros
como Pablo, Timoteo, Silas, Tito y otros no necesitaron de pasaporte para llevar a cabo sus viajes
misioneros. Y fue por su condición de ciudadano romano que Pablo pudo apelar a César y llegar a
Roma (Hch. 25:21, 25).

Ars: el talento romano. El vocablo ars en latín significa habilidad, talento, y en plural (artis) se
refiere a las cualidades intelectuales o morales, como a las inclinaciones o conducta. En todos estos
aspectos, los romanos copiaron a los griegos, pero alcanzaron niveles de desarrollo único y
sorprendente. En el campo de la educación, enfatizaron los aspectos prácticos con poca instrucción
libresca, y crearon un complicado sistema escolar. La literatura escolar desarrollaba temas de
historia y filosofía, con énfasis sobre la retórica. La pintura y la escultura, si bien seguían de cerca
los modelos griegos, fue popularizada y orientada a destacar la herencia histórica de Roma,
especialmente caracterizada por el retrato. No obstante, el genio romano y su extraordinaria
habilidad técnica se expresó sobre todo en la arquitectura. Estructuras como la bóveda y el medio
arco romano revolucionaron las técnicas de construcción, de manera que permitieron levantar
edificios y estructuras monumentales (puentes, acueductos, circos, anfiteatros, basílicas, templos,
foros). Todos estos elementos fueron adaptados y usados por los cristianos en la elaboración de las
primeras formas del arte y la arquitectura cristiana.

CUADRO 4 - LA CONTRIBUCIÓN ROMANA AL CRISTIANISMO

PAX - la paz romana: garantizaba estabilidad.

LEX - la ley romana: el derecho romano daba seguridad.

VIA - las comunicaciones romanas: ayudaban a la comunicación.

REX - el gobierno romano: el imperio era una unidad política.

ARS - el talento romano: educación, arte y arquitectura.


_ La contribución griega
El mundo griego contribuyó a la expansión del cristianismo de cuatro maneras: idioma,
cosmovisión, filosofía y cultura.

El idioma griego. El griego (coiné) era entendido y hablado por casi todo el mundo conocido del
primer siglo. Se lo utilizaba especialmente en el comercio. Las personas que recibieron la Gran
Comisión eran judías. Su idioma natal era el arameo, pero hablaban también el griego. El griego era
el idioma más utilizado en el Mediterráneo oriental. Esto proporcionaba un fuerte sentido de unidad
cultural. Las Escrituras que usaron los primeros cristianos estaban escritas en griego (la Septuaginta
o Versión de los Setenta, LXX) y sus escritos fueron redactados en este idioma, de modo que los
documentos que luego se reunieron para formar el Nuevo Testamento no necesitaron traducción.
Esto facilitó enormemente el trabajo evangelizador de los primeros creyentes y la clara difusión de
sus ideas. El griego es un idioma sumamente adecuado para expresar con exactitud y con una
riqueza que no tiene igual en otros idiomas del mundo, las verdades contenidas en el Nuevo
Testamento.

La cosmovisión griega. Los griegos contribuyeron con su pensamiento, que magnificaba el valor
de la persona humana y ponía gran énfasis sobre la verdad espiritual y moral. Los griegos fueron un
pueblo de visión, conscientes de su protagonismo histórico, y por cierto muy emprendedores. En su
cosmovisión, el ser humano era central y la persona humana tenía un valor único. Sobre todas las
cosas, los griegos fueron un pueblo sumamente curioso y amante de la verdad.

La filosofía griega. La filosofía griega tuvo una gran influencia en la formación del pensamiento
occidental. Después de estudiar a los pensadores griegos muchos abandonaban las religiones
paganas y las supersticiones, y estaban preparados para recibir una religión superior, como es el
cristianismo. El amor por la verdad llevó a muchos a encontrarse con el Dios verdadero. Más tarde,
cuando los Padres de la Iglesia desarrollaron su teología, utilizaron muchos elementos de la filosofía
griega, especialmente su vocabulario e ideas centrales, para expresar las verdades cristianas.
Escuelas filosóficas como el estoicismo y el neoplatonismo ejercieron una gran influencia en la
formulación del pensamiento cristiano. Pero hubo también otras escuelas filosóficas que de algún
modo impactaron el desarrollo de la fe cristiana o desafiaron su pretensión de ser la verdad:
epicúreos, pitagóricos, peripatéticos y los seguidores de Platón.

Clemente de Alejandría (150–215): “Dios es la causa de todas las cosas buenas; pero de
algunas en forma primaria, como del Antiguo y del Nuevo Testamentos; y de otras por
consecuencia, como la filosofía. Quizás, también, la filosofía fue dada a los griegos
directamente y primariamente, hasta que el Señor pudiese llamar a los griegos. Porque ésta
fue una educadora para traer a la ‘mente helenista a Cristo,’ así como la ley trajo a los
hebreos (Gá. 3:24). La filosofía, por lo tanto, fue una preparación, que pavimentó el camino
para quien es perfeccionado en Cristo.”

La cultura griega. Para los días del Nuevo Testamento, esta cultura había alcanzado un alto
grado de desarrollo y difusión. Conocida como helenismo, había sido esparcida por buena parte del
mundo conocido de aquel entonces con las conquistas de Alejandro Magno (356–23 a.C.) y tenía
influencia tanto dentro como fuera del Imperio Romano. El arte, la literatura, la arquitectura, la
música, el teatro, los estilos, los gustos, la retórica, los símbolos y valores del mundo antiguo en los
días de Jesús y los apóstoles tenían un marcado tinte helenista.

CUADRO 5 - LA CONTRIBUCIÓN GRIEGA AL CRISTIANISMO

IDIOMA - adecuado para la transmisión de ideas.

COSMOVISIÓN - valor de la persona humana.

FILOSOFÍA - amor por la verdad.

CULTURA - arte, literatura, símbolos, valores.

_ La contribución hebrea
De todos los factores que aportaron elementos importantes para ayudar al despegue del
cristianismo, ninguno fue más determinante que el trasfondo hebreo en el que el movimiento
cristiano nació. La fe y la vida del pueblo de Dios proveyeron el trasfondo inmediato para el
advenimiento de Cristo y de todos sus discípulos. La religión hebrea aportó también instituciones
como las sinagogas y el trabajo de los escribas, que fueron de suma importancia en el primer siglo
de vida del movimiento cristiano. El mundo hebreo contribuyó a la expansión del cristianismo de
seis maneras: monoteísmo, escrituras, diáspora, sinagogas, universalismo y mesianismo.

El monoteísmo hebreo. La preparación más grande para la venida de Cristo al mundo fue la
religión hebrea. De todos los aspectos del rico mundo religioso hebreo, el más importante fue su
monoteísmo ético. Fue este concepto monoteísta hebreo el que atrajo a muchos gentiles
insatisfechos con la religión pagana politeísta. Como indican Irvin y Sunquist: “Muchos en las
ciudades alrededor del Mediterráneo y a lo largo de los mundos de Siria y Persia se veían atraídos
por la doctrina del monoteísmo: las enseñanzas morales de la Torá, los relatos de las escrituras de
Israel, y el estilo de vida comunitario que ofrecía el judaísmo.” Estos autores continúan diciendo: “El
monoteísmo fue atractivo en el mundo helenista, donde las enseñanzas de personas como Platón y
Aristóteles, y de escuelas filosóficas como el estoicismo, apuntaban lejos de los muchos dioses de la
mitología griega y romana y hacia la presencia unificadora de un ser superior.” Cabe recordar,
también, que al principio y debido a su convicción monoteísta, el cristianismo fue considerado como
una secta del judaísmo, aunque nunca lo fue, sino que más bien el primero fue la culminación y
completamiento del segundo.

Orígenes de Alejandría: “Dios no estaba durmiendo. Toda cosa buena que alguna vez haya
acontecido entre los seres humanos ha sido la obra de Dios. Pero la venida de Cristo sólo
podía ser a un lugar, donde las personas creyesen que Dios es uno; donde las personas
estuviesen leyendo a los Profetas que señalan a Cristo; y donde las personas supiesen que
Cristo vendría en un momento cuando, desde este lugar único, su enseñanza inundaría a
todo el mundo.”

Las escrituras hebreas. La versión bíblica más aceptada en el judaísmo helenista del primer siglo
era la Septuaginta, que “pronto probó ser tanto un símbolo como un vehículo de una
transformación religiosa más amplia que tuvo lugar en el judaísmo helenista.” Quienes leían sus
palabras encontraban nuevo significado para su fe a través de esta traducción, lo cual abrió sus
mentes y corazones para aceptar el evangelio cristiano. Las escrituras de los judíos señalaban al
Mesías, el Cristo. Según los Evangelios, Jesús pretendía ser el cumplimiento de esas profecías (Lc.
4:21; 24:27). Apóstoles, predicadores y maestros, según los documentos del Nuevo Testamento
(Hechos y las epístolas) enfatizaban que en Jesús se habían cumplido las escrituras del Antiguo
Testamento. Justino Mártir (100–165), el más grande de los apologistas en lengua griega, estaba
convencido que la mejor y más clara evidencia a favor del cristianismo, se encontraba en los libros
de los profetas. “En estos libros … de los profetas,” según él, “encontramos a Jesús nuestro Cristo
preanunciado como viniendo, nacido de una virgen, creciendo hasta ser hombre, sanando toda
enfermedad y toda dolencia, y resucitando a los muertos, y siendo odiado, y despreciado, y
crucificado, y muriendo, y resucitando nuevamente, y ascendiendo a los cielos, y siendo llamado el
Hijo de Dios.” Justino era griego y filósofo, pero tuvo una conversión profunda gracias a su lectura
de los textos proféticos que anunciaban al Mesías. Según él, “inmediatamente una llama se
encendió en mi alma; y fui prendido de amor por los profetas y por aquellos hombres que son los
amigos de Cristo (los apóstoles).”

La diáspora hebrea. La diáspora o dispersión de los judíos después de la destrucción de Jerusalén


en ocasión de la invasión del imperio neo-babilónico (586 a.C.) y en los siglos que siguieron, había
llevado al establecimiento de comunidades de judíos desde España, por toda Europa, Asia (Persia y
Arabia), India, y África (valle del Nilo y Etiopía). En tiempos de Jesús había más judíos fuera de
Palestina que dentro. Estrabón en su Geografía (publicada en el año 7), señala con cierto prejuicio
antisemita: “Los judíos han ido a toda ciudad, y es difícil encontrar un lugar sobre la tierra que no
los haya admitido y haya caído bajo su control.” Para los días de Jesús, los judíos que vivían en el
mundo persa sumaban alrededor de un millón de almas, la mayoría de ellos dedicados al comercio
o la administración, y otros sirviendo como escribas o eruditos en la Torá, especialmente en o
alrededor de Babilonia. En Egipto había comunidades judías en las principales ciudades, como
Elefantina y Alejandría. En la segunda, ocupaban un barrio completo con alrededor de 100.000
habitantes.
La sinagoga hebrea. En las sinagogas (gr. “casa de reunión”), que estaban establecidas desde
España hasta la India, se predicaba el monoteísmo ético y el concepto de un Dios personal. En
muchos casos, durante los primeros años, el núcleo de las nuevas congregaciones cristianas estuvo
constituido por los prosélitos y adherentes de las sinagogas. Muchos de los elementos de la
adoración en las sinagogas, tales como oraciones, la lectura bíblica, exposición de las Escrituras y
alabanza, prepararon el camino para la adoración cristiana y fueron su primer modelo. Las sinagogas
fueron también los primeros centros de predicación cristiana. Pablo comenzaba su tarea misionera
en una ciudad visitando la sinagoga local y dando testimonio de su fe en Cristo (ver Hch. 13:5, 14;
14:1; 17:1–3, 10; 18:4; etc.). Las primeras comunidades cristianas nacieron del testimonio cristiano
en las sinagogas de la diáspora. Además, en las sinagogas se enseñaba la importancia de separar un
día en la semana para el descanso y la adoración a Dios. La observancia del Sabbath (sábado) como
día especial para la adoración pasó a los cristianos, que pronto lo asociaron con la celebración de la
resurrección de Cristo.

El universalismo hebreo. La fe hebrea confesaba que la religión de Israel era para bendición de
las naciones. Esta comprensión del alcance universal de la fe fue transferida del judaísmo al
cristianismo, que se transformó en una religión verdaderamente universal. El instrumento clave en
este proceso fue el apóstol Pablo. Fue a través de Pablo que se abrió la puerta del cristianismo a los
gentiles. Pocos misioneros tuvieron alguna vez tantas ventajas como tuvo Pablo. El oficial romano
que lo arrestó después del alboroto en Jerusalén (Hch. 21:33) debe haber pensado en tres Pablo en
vez de uno. El apóstol era un verdadero prototipo de su época. Primero, Pablo le habló al oficial en
griego, y le dijo que era de Tarso, una ciudad que tenía una universidad griega (Hch. 21:37–39).
Segundo, Pablo apaciguó a la multitud hablándoles en su propia “lengua hebrea”, es decir, aramea
(Hch. 21:40–22:2), refiriéndoles de su educación hebrea en Jerusalén. Y, tercero, aterrorizó al
tribuno (que había permitido que sus soldados lo trataran rudamente), cuando le dijo que
pertenecía a una familia que tenía el privilegio de la ciudadanía romana (Hch. 22:25–29). Pablo
pertenecía a estas tres esferas o mundos: era griego, hebreo y romano. Pero, sobre todo, era un
misionero cristiano, con un mensaje de vida nueva para todas las naciones.

El mesianismo hebreo. El pueblo hebreo tenía una gran expectativa mesiánica, junto con una
fuerte convicción de ser el pueblo elegido por Dios para un fin redentor en la historia. El cristianismo
nunca se consideró como una religión totalmente diferente del judaísmo, sino más bien como su
completamiento y coronación. A pesar de la apertura del cristianismo a los gentiles, los cristianos
conservaron las Escrituras judías. También afirmaban que todas las promesas concernientes al
pueblo escogido de Dios se habían cumplido en la Iglesia cristiana, el Nuevo Israel. Podemos decir,
entonces, que el cristianismo fue el cumplimiento del judaísmo, pero fue más allá del judaísmo. No
permaneció como una secta judía, sino que se transformó en una fe nueva y fresca. Es esencial la
comprensión del judaísmo para un entendimiento cabal del cristianismo, pero el judaísmo no
explica al cristianismo. El cristianismo se levantó sobre los cimientos del judaísmo, pero fue
radicalmente diferente. En esta diferencia está el secreto de su vitalidad y de su historia
extraordinaria.
CUADRO 6 - LA CONTRIBUCIÓN HEBREA AL CRISTIANISMO

MONOTEÍSMO ÉTICO - la fe en un Dios personal y moral.

ESCRITURAS - el Antiguo Testamento.

DIÁSPORA - una red de sinagogas en casi todo el mundo.

SINAGOGA - modelo de comunidad de enseñanza y culto.

UNIVERSALISMO—bendición a todas las naciones.

MESIANISMO—una misión redentora en el mundo.

UN MUNDO URBANO
Por su enorme importancia como trasfondo positivo para la expansión del movimiento cristiano,
vale la pena mencionar de manera especial el contexto urbano y cosmopolita en el que nació la fe
en Cristo. No sólo el Imperio Romano sino también el Imperio Persa y las grandes civilizaciones que
se desarrollaron en ellos y a su alrededor, se caracterizaron por constituir una trama de
nucleamientos urbanos de importancia. Palestina, como se indicó, se encontraba en el medio de
esta galaxia de ciudades ligadas las unas a las otras por fluidas vías de comunicación. Esta red de
centros urbanos conectaba amplias regiones culturales en tres continentes, con un flujo continuo
de política y comercio, que iba desde el Atlántico hasta el Pacífico.

Irvin y Sunquist: “Las ciudades fueron centrales en civilizaciones tales como la


mediterránea, la persa, la india y la china. Éstas fueron también civilizaciones que habían
desarrollado la escritura. Para el primer siglo cada una de ellas podía hacer gala de una
extensa tradición literaria. En particular, los escritos sagrados pasaron a la herencia de las
creencias religiosas a través de himnos, escritos sacerdotales, tratados filosóficos (o de
sabiduría), y relatos sagrados. Durante el milenio antes del nacimiento de Cristo, estas
civilizaciones habían sido testigos del surgimiento de numerosos maestros, especialmente
importantes o inspirados, cuyos escritos transformaron el carácter religioso y filosófico de
la humanidad. Las obras de estos maestros todavía hoy informan el proyecto de la
civilización humana. Kung-fu-tzu (Confucio en latín), Lao-Tzu, el Buda, los escritores del
Upanishad, Zoroastro, los profetas de Israel, y los filósofos de Grecia todos ellos pertenecían
a una revolución en la conciencia humana, que había configurado de manera muy
significativa al mundo en el que los discípulos de Jesús se movieron por primera vez.”

Las ciudades desparramadas por el mundo conocido del primer siglo, eran verdaderos
conglomerados humanos que concentraban riqueza material y poder político, y servían como focos
de difusión cultural e información de gran alcance. Mercaderes, artesanos, esclavos, gobernantes,
artistas, sacerdotes, maestros, predicadores y obreros se daban cita en estos verdaderos crisoles de
cultura. Las ciudades fueron el campo misionero por excelencia de los primeros cristianos, tal como
lo ilustra un análisis de los viajes misioneros del apóstol Pablo. Desde su comienzo mismo, el
cristianismo se caracterizó como un movimiento urbano.

Wayne A. Meeks: “En aquellos años tempranos, …, a una década de la crucifixión de Jesús,
la cultura de la villa en Palestina había sido dejada atrás, y la ciudad grecorromana se
transformó en el medio ambiente dominante del movimiento cristiano. Y así permaneció,
desde la dispersión de los “helenistas” de Jerusalén hasta bien después del tiempo de
Constantino. El movimiento había cruzado la división más fundamental en la sociedad del
Imperio Romano, aquella entre la gente rural y los habitantes urbanos, y los resultados iban
a probar ser importantes.”

SERIE:

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Historia del

CRISTIANISMO

LOS PRIMEROS

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ISBN: 987-95473-9-X

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián

Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión


Internacional (Miami: Sociedad Bíblica Internacional, 1999).

CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - El cristianismo en el Imperio Romano

Introducción

El lugar, el tiempo y el propósito

El lugar

El tiempo

El propósito

Factores que contribuyeron a la expansión del cristianismo

La contribución romana

La contribución griega

La contribución hebrea

Un mundo urbano

El surgimiento de la Iglesia

El lugar de adoración

La vida y el ministerio

Otras prácticas cristianas


Símbolos cristianos

La Iglesia y su misión

El comienzo

El avance

La organización

La membresía

La oposición al cristianismo

La oposición en tiempos neotestamentarios

Los cristianos en el Imperio Romano

La oposición en el segundo siglo

La oposición a mediados del tercer siglo

La oposición más seria y final

El primer emperador pro-cristiano

El fin de la última y peor persecución

El triunfo de Constantino

UNIDAD 2 - El cristianismo más allá del Imperio Romano

Introducción

El primer reino cristiano: Edesa

La conversión de Edesa

La contribución de Edesa

La primer nación cristiana: Armenia

La conversión de Armenia

El apóstol de Armenia

El cristianismo en Armenia

La Iglesia en Armenia

El testimonio cristiano más allá de Armenia


Los cristianos de Partia

El lugar

La llegada y difusión del cristianismo

La oposición al cristianismo

Los cristianos de Persia

El desarrollo del testimonio cristiano

La oposición a los cristianos

La gran persecución de 339

La supervivencia del testimonio

Otros períodos de persecución en Persia

La Iglesia Persa y el nestorianismo

El cristianismo en Etiopía

Ubicación geográfica e histórica

El desarrollo del cristianismo en Etiopía

Evidencias del cristianismo en Etiopía

El cristianismo en Arabia e India

Arabia

India

Los bárbaros del norte de Europa

Los hunos de Asia Central

Los godos de Europa del norte

La Iglesia del Oeste y los godos

La Iglesia del Este y los hunos

La Iglesia y el fin del mundo

El cristianismo en las Islas Británicas

El testimonio en Bretaña
El testimonio en Escocia

El testimonio en Irlanda

El testimonio en las Islas Británicas

El cristianismo en la Península Ibérica

Una vieja tradición

Una encarnizada herejía

Un fanatismo riguroso

Un extenso peregrinaje

UNIDAD 3 - El cristianismo en el Imperio Bizantino

Introducción

El lugar y las circunstancias

La ciudad de Constantinopla

La creación del Imperio Bizantino

Desarrollo del Imperio Bizantino

La llegada al trono de Justiniano

El gobierno de Justiniano

Evaluación del gobierno de Justiniano

Cosmovisión y cultura

La civilización bizantina

Arte y arquitectura

Codificación de la ley

Teocracia absoluta

Iglesia, Estado y sociedad

La destrucción del paganismo

La pugna entre el poder temporal y el espiritual

Los efectos de la unión de la Iglesia y el Estado


Cristiandad bizantina postnicena

Las dos naturalezas de Cristo

Los Padres Capadocios

El siglo quinto

Crisóstomo de Constantinopla vs. Teófilo de Alejandría

Nestorio de Constantinopla vs. Cirilo de Alejandría

Flaviano de Constantinopla vs. Dióscoro de Alejandría

El siglo sexto

El monofisismo

Controversia de los Tres Capítulos

La vida y ministerio de la Iglesia

Administración

Organización

Liturgia

Teología

UNIDAD 4 - Los problemas del cristianismo primitivo

Introducción

El problema de las Escrituras

Las Escrituras de los primeros cristianos

La herejía de Marción (c. 160)

El canon del Nuevo Testamento

El problema del credo

La fe de los primeros cristianos

El problema de los judaizantes

La herejía de los gnósticos

La reacción cristiana
El problema de la ética

La herejía de Montano (c. 179)

Otros disidentes

La reacción de la Iglesia

El problema de la eclesiología

De un ministerio carismático a un ministerio triple

Desarrollo del episcopado monárquico

Factores que contribuyeron a la supremacía del obispo de Roma

El problema de las controversias teológicas

La necesidad de una teología cristiana

Las primeras controversias

Las controversias trinitarias

Las controversias cristológicas

La controversia pelagiana

El problema de la mundanalidad

El movimiento monástico

Los monjes del desierto

El monasticismo oriental

El monasticismo occidental

El problema de la ideología

La unión de la Iglesia y el Estado

El concepto de cristiandad

Mirada retrospectiva y prospectiva

Evaluación del cristianismo del período

La contribución del cristianismo del período

BIBLIOGRAFÍA
PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros
USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.
El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el

servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.

Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla la
cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.

Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.

En el presente libro de texto se seguirá mayormente un criterio cronológico, en base al esquema


general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los autores de las Guías de Estudio de
TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El material será arreglado en cuatro
unidades principales, y cada una de ellas dividida en un número de temas de estudio. Así, pues, la
primera unidad considera la expansión del testimonio cristiano en el ámbito del Imperio Romano.
La segunda unidad presta atención al mismo fenómeno, pero fuera de las fronteras del Imperio
Romano. La tercera se concentra en el análisis del desarrollo del cristianismo en torno a
Constantinopla y el Imperio Bizantino. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los primeros cinco siglos de su
existencia, y cómo se intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo es de gran provecho para el líder cristiano. Primero, el
estudio de la historia del cristianismo reafirma la fe del creyente en la validez de su mensaje y obra.
No hay una explicación adecuada para la vitalidad continua del testimonio cristiano frente a las
tremendas dificultades por las que ha atravesado, que no sea la validez del mensaje que Dios estaba
en Cristo reconciliando al mundo consigo. Los frutos de la proclamación de este mensaje renuevan
la fe en la obra del Espíritu Santo, como agente de la acción redentora de Dios en la historia. El
testimonio cristiano ha hecho una contribución significativa al desarrollo de la humanidad.

1. El cristianismo ha revalorizado la vida del ser humano individual y la sociedad como un todo.
Esto ha tenido un impacto especial en los grupos humanos más oprimidos, las mujeres, los niños,
los enfermos, los marginados, los prisioneros y los esclavos. El cristianismo también presenta el
concepto más alto de sociedad: el reino de Dios, la sociedad de los redimidos bajo el señorío de
Cristo.

2. El cristianismo ha revalorizado el trabajo del ser humano. En lugar de ser una fuente de
humillación y explotación, el testimonio cristiano ha enseñado que el trabajo es una oportunidad
para glorificar a Dios y cumplir el destino propio como mayordomo de su creación. El cristianismo
ha contribuido a la elevación social de los trabajadores alrededor del mundo.

3. El cristianismo ha revalorizado la educación del ser humano. Gracias al testimonio cristiano,


la educación ya no es entendida como un privilegio para unos pocos, sino como un derecho para
todos, sin exclusiones. El ejercicio de este derecho inalienable es esencial para el desarrollo de la
dignidad de cada persona. Debe recordarse que los primeros en ofrecer oportunidades de
educación a las mujeres fueron cristianos.

4. El cristianismo ha revalorizado la historia del ser humano. El testimonio cristiano ha provisto


de una nueva interpretación de la historia, que ofrece esperanza para la humanidad y sentido al
devenir. El cristianismo cambió el concepto griego de la historia como una serie de ciclos dominados
por el destino o la fortuna. La fe cristiana toma en cuenta tanto la inmanencia como la trascendencia
de Dios en los eventos de este mundo. Pero reconoce que el ser humano no alcanzará su destino
final dentro de la historia, sino que evoca su esperanza para que mire más allá de la historia a la
victoria final en Cristo.

5. El cristianismo ha revalorizado las relaciones del ser humano. Su mensaje habla de la


eliminación de prejuicios, odios, racismo, discriminación e invita a todos los seres humanos a
reconciliarse con Dios y los unos con los otros. El llamado a la reconciliación incluye la idea de una
nueva fraternidad y solidaridad entre los seres humanos, que tiene que encontrar expresión
concreta en la vida de la comunidad de fe, como modelo de comunidad humana.

Segundo, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la falacia de confundir los perfiles
culturales del cristianismo con el evangelio mismo. En la historia del cristianismo es posible ver
períodos áridos y oscuros, cuando apenas la cáscara externa de la religión parecía estar intacta. Las
Cruzadas, los papas renacentistas, la imposición del cristianismo a los pueblos nativos en América
Latina, los destinos manifiestos y los imperialismos mesiánicos son apenas algunos pocos ejemplos
de la confusión entre subproductos culturales de la fe y el evangelio cristiano. La confusión de la fe
cristiana con la cultura occidental ha sido frecuente, y generalmente con resultados deplorables.

Tercero, el estudio de la historia del cristianismo enseña la futilidad de esperar la perfección aquí
en la tierra y de este lado de la eternidad. Esta expectativa de construir un mundo perfecto ha sido
el fracaso de más de un idealista. Incluso muchos cristianos se han alejado de sus respectivas
comuniones cristianas en razón de que han encontrado imperfecciones en ellas. Por supuesto que
parte del ideal cristiano es aspirar a la perfección y trabajar por la santidad. Pero hace falta un
balance para ver que de este lado de la eternidad la perfección no es posible, ni siquiera en la Iglesia.
Pretender que la Iglesia sea perfecta es confundir al cuerpo de Cristo con el Señor mismo.

Cuarto, el estudio de la historia del cristianismo desenmascara a los verdaderos enemigos del
evangelio. Estos enemigos no son las imperfecciones de los hermanos, por más perturbadoras que
éstas sean. Estos enemigos no son las disparidades en la comprensión teológica entre cristianos
sinceros, por más confundidoras que éstas sean. Los enemigos reales no son siquiera las iglesias
rivales que alguna vez nos han perseguido, excluido o discriminado. Los verdaderos enemigos del
evangelio son Satanás y sus huestes de maldad, junto con los poderes que ellos desatan:
secularismo, relativismo, materialismo, hedonismo, consumismo, egocentrismo, imperialismo,
terrorismo, etc.

Quinto, el estudio de la historia del cristianismo alienta una visión ecuménica de la fe. La historia
del cristianismo nos ilustra la unidad esencial de los cristianos en torno a la fe en Cristo. Los períodos
de grandes avivamientos espirituales en esta historia no han estado restringidos a un grupo
particular. El testimonio cristiano ha sido más impactante y efectivo cuando ha sido el resultado de
la unidad de los cristianos en respuesta a la oración de Jesús (Juan 17).

Sexto, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la validez del principio de unidad en la
diversidad. Pablo enseñó esta verdad bajo la figura del cuerpo y sus diversos miembros, cada uno
de los cuales tiene sus propias funciones pero necesita de los demás. El gran factor espiritual a lo
largo de los siglos ha sido el descubrimiento de que las diversas comuniones de fe dentro del
cristianismo pueden enriquecerse unas a otras y encontrar su unidad esencial en Cristo, sin perder
la validez de su propia contribución.

Séptimo, el estudio de la historia del cristianismo desarrolla un espíritu de tolerancia y


comprensión. Tolerancia no significa renunciar a la verdad. Más bien, es la disposición de permitir a
otros ejercer el derecho de expresar sus propios puntos de vista. Nadie puede estudiar la historia
del testimonio cristiano sin sentirse perturbado por las profundas heridas producidas en la Iglesia
por la intolerancia. De igual modo, el conocimiento del pasado cristiano ayuda a desarrollar una
mayor y mejor comprensión de los hechos. Y esto, a su vez, permite un ejercicio más inteligente del
amor y la aceptación.

Octavo, el estudio de la historia del cristianismo provee de una perspectiva adecuada para
valorar las tendencias y movimientos del presente. A través de sus estudios históricos, el creyente
está mejor capacitado para reconocer en los cultos de nuestros días la reaparición de viejas herejías.
Uno puede constatar el hecho triste de que cada generación muchas veces repite los mismos errores
del pasado. Una perspectiva histórica puede ayudarnos a ser mejores profetas de Dios al ver su
mano obrando en la historia.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. El cristianismo en el mundo

2. Palestina en el centro del mundo

3. Palestina en la historia

4. La expansión del cristianismo hacia el año 350

5. Las grandes sedes episcopales

6. Etiopía, Arabia, Persia e India

7. La expansión del cristianismo a fines del siglo VI

8. Rutas seguidas por los hunos y godos

9. Imperio Bizantino y Constantinopla

Cuadros
1. Progreso del cristianismo

2. La marcha del cristianismo

3. Caracterización de cada siglo

4. La contribución romana al cristianismo

5. La contribución griega al cristianismo

6. La contribución hebrea al cristianismo

7. Anagrama de Tertuliano

8. Símbolos cristianos

9. Tres etapas de la misión de los apóstoles

10. Emperadores romanos

11. Zoroastrismo

12. Maniqueísmo

13. Problemas y respuestas de la Iglesia

14. Los Padres de la Iglesia

15. Defensores de la fe

16. Los grandes concilios universales o ecuménicos

Introducción general

La historia del cristianismo ha sido definida de múltiples maneras. Muchos autores,


comprometidos con la ideología de la cristiandad, la han definido desde una perspectiva
institucional. Es por esto que han titulado sus estudios como “historia de la Iglesia” o “historia
eclesiástica.” A. H. Newman señala: “La historia de la iglesia es la narración de todo lo que se conoce
de la fundación y el desarrollo del reino de Cristo sobre la tierra.” Según Newman, la expresión
“historia de la iglesia” se usa comúnmente para designar no sólo el registro de la vida cristiana
organizada de nuestra era, sino también el registro de la carrera de la religión cristiana misma.
Incluye dentro de su esfera las influencias religiosas directas e indirectas que el cristianismo ha
ejercido. Muchos autores protestantes siguen este enfoque, que pone el énfasis en la institución
histórica que se conoce como Iglesia cristiana.

Obviamente, ésta es también la comprensión de los historiadores católicorromanos. Joseph


Lortz presenta la siguiente definición: “La Historia de la Iglesia es, …, similar a cualquiera otra ciencia
histórica, y trabaja con las mismas leyes de la crítica histórica. Pero la Historia de la Iglesia es
diametralmente distinta de la pura ciencia natural, ya que opera según principios propios tomados
de la Revelación: la Historia de la Iglesia es teología.” Otro autor católico, Bernardino Llorca, señala:
“Historia de la Iglesia es la ciencia que estudia el desarrollo exterior e interior y toda la actividad de
la Iglesia, como institución de Cristo.”

Esta comprensión responde al método de la historiografía antigua, y fue inaugurado por Eusebio
de Cesarea (260–340), el padre de la “historia eclesiástica,” a comienzos del siglo IV. Al escribir
después de la supuesta “conversión” del emperador romano Constantino (año 312), Eusebio
procuró escribir una historia institucional que sirviera a los propósitos del Imperio Romano, más que
como un testimonio de la manifestación del reino de Dios.

Otros definen nuestra disciplina desde la perspectiva de la historia de las religiones. Según W.J.
McGlothlin, “La historia del cristianismo es el relato del origen, progreso y desenvolvimiento de la
religión cristiana y de su influencia sobre el mundo.” McGlothlin distingue entre una historia
externa, que tiene que ver con el relato de la influencia del cristianismo en su crecimiento y
expansión; y, una historia interna, que se refiere al relato de los cambios internos. Para Kenneth S.
Latourette, “la historia del cristianismo es la historia de lo que Dios ha hecho por el hombre así como
la contestación del hombre a la actitud de Dios.”

La tendencia en la historiografía cristiana contemporánea es ver a la historia del cristianismo


como la historia de un movimiento y como una realidad más grande que cualquier institución
eclesiástica local o particular. Esta perspectiva histórica toma en cuenta la diversidad de creencias y
prácticas que se han dado a lo largo de dos mil años de testimonio cristiano. Además, al considerar
al cristianismo como movimiento, estos historiadores hacen el esfuerzo por mantener una
perspectiva global en su aproximación a los hechos históricos.

El presente libro de texto no es una historia eclesiástica. Tampoco se trata de una historia de la
religión cristiana, con énfasis sobre el desarrollo de sus doctrinas y prácticas, su clero y
organizaciones. Más bien, lo que nos proponemos es elaborar una historia del cristianismo. La
historia del cristianismo es el relato crítico del origen, progreso y desarrollo del testimonio cristiano
y de su influencia en el mundo. No nos interesa tanto la Iglesia como institución ni el cristianismo
como religión, sino más bien la fe cristiana como testimonio de vida y de salvación para toda la
humanidad. En este sentido, el cristianismo ha sido siempre una fe histórica. Lo ha sido por dos
razones. Primero, porque cree en el carácter histórico de su protagonista central: Jesús de Nazaret.
Segundo, porque afirma la relación fundamental entre la actividad de Dios y el curso de la historia
humana. La historia es central para la fe cristiana. Es en la arena del tiempo y de los eventos
humanos donde se desarrolla el plan redentor de Dios y la manifestación y expansión de su reino.
Marc Bloch: “El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han
podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo
humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus liturgias
conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la iglesia y de
los santos. El cristianismo es además histórico en otro sentido, quizá más profundo:
colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos,
una larga aventura, de la cual cada destino, cada ‘peregrinación’ individual, ofrece, a su vez,
el reflejo; en la duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación
cristiana, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Redención.”

Hay tres religiones que pretenden ser universales y que en ciertos períodos de la historia se han
difundido por el mundo. Estas religiones han apelando a las personas de todas las razas, culturas y
lenguas con sus doctrinas y prácticas. Ellas son: el budismo, el cristianismo y el islamismo. El budismo
comenzó en el noreste de la India seis siglos antes de Cristo, y el islamismo nació en Arabia seis
siglos después de Cristo. El budismo se esparció hacia Oriente, donde llegó a ser la religión más
difundida de Asia, mientras que el islamismo se extendió principalmente hacia el oeste de Asia y
Arabia, y se transformó en la religión de dos continentes: Asia y África. En los últimos cuatro o cinco
siglos ninguna de estas dos religiones ha dado mayores muestras de vitalidad. No obstante, en años
más recientes, se han dado ciertos indicios de avance y renovación. El fundamentalismo islámico ha
llamado la atención de todo el mundo, mientras que el budismo se ha infiltrado significativamente
en la cultura occidental. Ambas religiones han puesto de manifiesto un dinamismo misionero, que
ha cautivado a muchos en el mundo noratlántico.

A diferencia de estas dos religiones, el cristianismo comenzó desde una posición estratégica
mejor. Palestina puede ser comparada con un estrecho corredor entre el mar y el desierto o un
puente que une a tres continentes: Asia, África y Europa. El cristianismo pronto se esparció a estos
tres continentes, ganando su primer triunfo en forma decisiva alrededor del mar Mediterráneo. A
pesar de los retrocesos o detenimientos en su avance, la fe de Jesucristo se ha expandido una y otra
vez, llegando a ser la religión más difundida del mundo.

MAPA 1 - EL CRISTIANISMO EN EL MUNDO


La vida más fecunda y efectiva del cristianismo corresponde a los últimos cinco siglos, y su
avance geográfico más grande se ha dado en los últimos doscientos años. Estos años pasados fueron
testigos del desarrollo extraordinario del cristianismo, no tanto numéricamente, como en su
influencia general sobre el mundo, llegando a estar presente en casi todos los países de nuestro
planeta.

Antes de discutir el progreso del cristianismo en los distintos períodos de su historia, es


necesario tener una visión global de este proceso. El cuadro que sigue ilustra la manera en que el
eminente profesor Kenneth S. Latourette grafica la historia del cristianismo en su obra Historia de
la expansión del cristianismo (en inglés), en siete volúmenes.

CUADRO 1 - PROGRESO DEL CRISTIANISMO

A la luz de este gráfico, puede verse que ningún período de retroceso del movimiento cristiano
fue tan serio y profundo como el primero. Después de cada retroceso vino no sólo un período de
recuperación, sino un avance a nuevos logros y expansión. Debe notarse también la continua y
realmente creciente influencia del cristianismo en el mundo. Tomada en su conjunto, la línea del
desarrollo del movimiento cristiano muestra un balance positivo de crecimiento, avance, logros y
realizaciones, que van más allá de lo que cualquier otra religión en el mundo haya logrado. El cuadro
que sigue nos ayuda a entender e interpretar el gráfico anterior:

CUADRO 2 - LA MARCHA DEL CRISTIANISMO

AÑO CARACTERIZACIÓN ACONTECIMIENTOS


IMPORTANTES

29–500 Primer Avance Conquista del Imperio Romano.

500–950 Primer Retroceso Caída del Imperio de Occidente


y surgimiento del Islam.

950–1350 Segundo Avance Resurgimiento del cristianismo


occidental.

1350–1500 Segundo Retroceso Declinación de la iglesia


medieval y resurgimiento del
poder islámico bajo los turcos
otomanes.

1500–1750 Tercer Avance Reforma y Contrarreforma.

1750–1815 Tercer Retroceso Creciente secularización en


Occidente y declinación de las
potencias cristianas: España y
Portugal.

1815–1914 Cuarto Avance Movimientos modernos y el


período más grande de
expansión.
1914–1990 Retroceso y Avance Movimiento ecuménico, y
movimientos de consolidación y
renovación espiritual.

Como puede verse, el progreso está lejos de ser uniforme. A pesar de la oposición, los primeros
cinco siglos se caracterizaron por un avance rápido y sin mayores interrupciones, que resultó en el
establecimiento de la fe cristiana en toda la cuenca del mar Mediterráneo. Después de Pentecostés,
los discípulos tuvieron nuevas fuerzas para hacer frente a la misión encomendada por Jesús. Las
primeras persecuciones los obligaron a esparcirse y a llevar el mensaje a otros lugares fuera de
Palestina. Con Pablo se abrió la puerta a los gentiles y el evangelio llegó hasta Roma, que no era “lo
último de la tierra” sino más bien el centro del mundo greco-romano. Pero Roma sí era la antesala
para llegar hasta lo último de la tierra, como era el deseo del apóstol (Ro. 15:24, 28, España era para
los antiguos el extremo occidental del mundo conocido). Con la conversión del emperador romano
Constantino, el cristianismo encontró puertas abiertas para su expansión, a pesar de sus
controversias internas. Más tarde, las invasiones bárbaras impusieron la necesidad de un ajuste a
las nuevas circunstancias históricas y frenaron el dinamismo del avance cristiano.

Después de los primeros cinco siglos de avance llegamos a los “mil años de incertidumbre”
(como los denomina Latourette). El período comienza con cuatro siglos y medio de declinación,
posiblemente la más seria de toda la historia del cristianismo. El primer retroceso será el más grande
y prolongado de todos los que muestra el gráfico. En buena medida, esto se debió a la caída del
Imperio Romano de Occidente, que había significado para el cristianismo un medio ambiente
estable y seguro, en el que en los primeros siglos la fe cristiana encontró su mayor oportunidad para
una expansión rápida e ininterrumpida. Otro factor de esta declinación fue el surgimiento del Islam
en el Cercano Oriente, es decir, el nacimiento del rival religioso más grande del cristianismo hasta
los tiempos modernos. No obstante, el cristianismo no sólo sobrevivió, sino que hacia el 950
comenzó un paulatino ascenso, que va a continuar hasta cerca del 1350. Noten que deberán pasar
600 años (el período que algunos llaman la “Edad Oscura”) antes de que se alcance una posición
comparable con la del año 500.

Hay dos cosas importantes que notar durante este ascenso: (1) En Occidente, la religión
cristiana, que sobrevivió a la civilización romana, llegó a ser el núcleo de la nueva civilización
europea. Si bien no fue una civilización cristiana, el cristianismo ocupó en ella un lugar primordial.
(2) En Oriente, se ven señales de recuperación con las Cruzadas (1096) y en la nueva empresa
misionera (siglo XIII).

Una segunda declinación comenzó hacia el 1350 y continuó hasta el 1500. La razón fue doble:
en Occidente se da la división de la cristiandad y movimientos de revuelta contra los abusos en la
Iglesia; en Oriente se da un reavivamiento del Islam y un acrecentamiento de su agresividad.
Hacia el año 1500 terminó este período de retroceso para dar paso a un significativo avance del
cristianismo. El período del 1500 al 1750 fue un verdadero salto hacia arriba. En su comienzo
encontramos nuevas líneas de comunicaciones que comenzaron a abrirse por todo el mundo.
Coincidiendo con esto surgieron movimientos de un nuevo celo religioso en algunos sectores de la
cristiandad occidental. El resultado fue el período más fecundo y rico, hasta el momento, en la
historia del cristianismo. Hacia el año 1750, las grandes potencias políticas, que promovieron los
viajes de descubrimiento y exploración, cayeron de su sitial de poder y otras naciones ocuparon su
lugar. Paralela a esta crisis política se dio la crisis religiosa con una pérdida de vigor y un enfriamiento
del celo cristiano. En Europa esto se debió a la expansión de una actitud materialista y racionalista,
ejemplificada dramáticamente en la política antirreligiosa de la Revolución Francesa de 1789. En
otras partes el retroceso se debió a la declinación de las misiones romanas con el eclipse de España
y Portugal, los primeros patrocinadores de aquellas misiones en las nuevas tierras, y luego la
situación diferente de Francia, que durante algún tiempo sobrepasó a las naciones mencionadas
como potencia católica romana.

Con el fin de las guerras napoleónicas en 1815, comenzó para Europa un siglo de comparativa
paz, y para el cristianismo uno de progreso sin igual. En América Latina comienza el período de la
independencia de España y Portugal, y más tarde (en la segunda mitad del siglo) el período de
organización nacional de las repúblicas latinoamericanas. Inglaterra se destacó como la potencia
mundial más importante, y la Revolución Industrial, en la que esta nación tuvo la delantera, la
transformó en la fábrica del mundo. Es en el marco de esta nueva situación económica, política y
social, que se tradujo en la expansión imperialista mundial, que debe interpretarse el papel de
Inglaterra en esta etapa de nuevo avance del cristianismo. A partir de comienzos pequeños se
desarrolló un movimiento que difundió el cristianismo hasta fronteras desconocidas en cualquier
momento anterior de su historia.

Es en este período que la religión cristiana llegó a ser universal en el sentido geográfico de la
palabra, es decir, no sólo con un mensaje que es para todas las personas, sino que realmente
comenzó a ganar a las personas “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas”. El movimiento
misionero moderno surgió en Inglaterra y se extendió a los protestantes en el continente europeo
y en Norteamérica. A los católicos romanos, que habían ocupado un lugar muy importante en el
período anterior (1500–1800), les costó mucho tiempo adaptarse a las oportunidades de esta edad,
pero pronto comenzaron un nuevo trabajo misionero. Protestantes y católicos, entre los años 1800
y 1914, esparcieron el cristianismo a lugares a los que hasta entonces no había llegado. En este
sentido, el siglo XIX ha sido llamado “El Gran Siglo”.

CUADRO 3 - CARACTERIZACIÓN DE CADA SIGLO

El primer siglo, es el siglo apostólico fundacional;

el segundo siglo, es el siglo de los apologistas griegos;

el tercer siglo, es el siglo de la persecución en el Imperio Romano;


el cuarto siglo, es el siglo de la Iglesia estatal;

el quinto siglo, es el siglo de las divisiones en Oriente;

el sexto siglo, es el siglo del cesaropapismo;

el séptimo siglo, es el siglo del Islam;

el octavo siglo, es el siglo de la controversia sobre los íconos en Oriente;

el noveno siglo, es el siglo del Sacro Imperio Romano Germánico;

el décimo siglo, es el siglo de la conversión de Rusia;

el undécimo siglo, es el siglo de la escolástica;

el duodécimo siglo, es el siglo de las Cruzadas;

el décimo tercer siglo, es el siglo del poder papal;

el décimo cuarto siglo, es el siglo del Cautiverio Babilónico y Cisma Papal;

el décimo quinto siglo, es el siglo del Renacimiento;

el décimo sexto siglo, es el siglo de las Reformas;

el décimo séptimo siglo, es el siglo de la razón;

el décimo octavo siglo, es el siglo de los avivamientos evangélicos; el décimo noveno siglo, es el
siglo de las misiones modernas.

El último período se inaugura después de 1914 y coincide con el siglo pasado. Todos los siglos
de la historia del cristianismo pueden ser designados por sus tendencias o eventos característicos.

¿Qué nombre podemos darle al siglo XX o cómo podemos caracterizarlo? Quizás es muy pronto
para darle un nombre, pero posiblemente sea el “siglo de la consolidación y la renovación
espiritual”. Estamos muy cerca de los eventos como para estar seguros de sus causas, de su
significado y de su orientación. ¿Será este último período un cuarto retroceso? Muchos europeos,
conscientes del secularismo y del proceso de descristianización imperante en sus países,
responderían “SÍ”. Algunos norteamericanos, con un pobre desarrollo denominacional y
permanente decrecimiento numérico en el protestantismo troncal, también dirían “SÍ”.

No obstante, si interrogamos al continente asiático las respuestas serán diferentes según los
lugares. En China, con el advenimiento del comunismo, el cristianismo casi fue cortado de raíz, pero
a comienzos del siglo XXI había más de 150 millones de cristianos confesantes en la Iglesia
subterránea en esta populosa nación. En otros países de Oriente, las iglesias cristianas han pasado
y están pasando por momentos de extraordinario avivamiento y desarrollo, como en Corea del Sur
e Indonesia. En África, a pesar de los choques políticos, raciales y culturales, el progreso del
cristianismo continúa siendo notable. En algunos países africanos el desarrollo es explosivo. En
América Latina no se ha dado todavía un gran avivamiento de la fe cristiana, lo que no significa un
retroceso sino una oportunidad. Es posible que el continente latinoamericano sea testigo en las
próximas décadas de una revitalización del cristianismo que afecte a toda la cristiandad, si es que el
Señor no retorna antes. Ya hay indicios verificables de este proceso de renovación espiritual y
crecimiento de las iglesias. América Latina se está volcando masivamente a una comprensión
evangélica (más específicamente pentecostal y carismática) de la fe cristiana.

Del resumen histórico anterior surge la observación general de que después de cada retroceso
vino no sólo una recuperación sino un avance de grado superior a los anteriores. Es de notar también
la continua y creciente influencia del cristianismo. Tomada en su conjunto, la línea de desarrollo
muestra un crecimiento, avance, logros y realizaciones que van más allá de lo que cualquier otra
religión en el mundo haya logrado jamás. Será, pues, como parte de esta línea de desarrollo que
analizaremos y estudiaremos la importancia de cada período de la historia del cristianismo.

En este primer volumen se considerará el período del primer avance del cristianismo: los
primeros quinientos años. Consideraremos estos siglos fundacionales a través de cuatro unidades
de desarrollo. En este volumen se estudia el primer avance del cristianismo desde Jerusalén “hasta
lo último de la tierra.” El énfasis principal está puesto sobre la gente antes que en cuestiones
políticas o polémicas. Se procura hacer una descripción vívida de los cristianos en los primeros cinco
siglos sobreviviendo con su fe a través de la persecución y llevando esa fe hacia el este en Asia, el
sur en África, y hacia occidente en Europa.

La Unidad 1 considera el rápido proceso de difusión del cristianismo en el ámbito geográfico del
Imperio Romano, y se muestra cómo de religión reprimida se transformó en religión favorecida por
el Estado. Se destacan los factores que contribuyeron a esa rápida expansión y la vida y ministerio
de los primeros cristianos.

La Unidad 2 considera la expansión del cristianismo fuera del Imperio Romano, procurando
mostrar que la fe cristiana no sólo se desarrolló en forma floreciente en Occidente, sino también en
Oriente. Se notará cómo, hacia fines del período en consideración, el cristianismo había llegado a
los extremos del mundo conocido: Inglaterra en Occidente y China en Oriente; los pueblos bárbaros
al norte de Europa y la costa oriental de África hacia el sur.

La Unidad 3 presta atención de manera particular al desarrollo del cristianismo en el Imperio


Romano Oriental, con su capital en Constantinopla. En la historiografía tradicional este desarrollo
no ha recibido suficiente atención. Se procurará no sólo conocer el desarrollo político sino también
el religioso, que estuvo íntimamente relacionado con el primero. A tal efecto, será de interés la
consideración de la cosmovisión y cultura bizantina, así como sus manifestaciones teológicas,
religiosas, eclesiológicas y litúrgicas.
La Unidad 4 señala los problemas a los que el cristianismo tuvo que hacer frente en sus primeros
500 años de vida. Algunos fueron más profundos que otros, algunos pronto perdieron su vigencia,
otros sobrevivieron sin una solución definitiva durante varios siglos, aun otros continúan
reapareciendo hasta el día de hoy de una u otra manera.

UNIDAD 1

El cristianismo en el imperio romano

INTRODUCCIÓN
Esta unidad es una síntesis de la historia del cristianismo desde sus orígenes hasta el siglo VI, en
el ámbito de lo que se conoció como el Imperio Romano, pero con una perspectiva global. Se pondrá
énfasis en el surgimiento y desarrollo del testimonio cristiano, mayormente en el mundo
grecorromano. Se prestará atención a los eventos y movimientos principales, los personajes más
importantes, los documentos fundamentales, y algunas de las tendencias teológicas más
destacadas.

El conocimiento de la historia del cristianismo de los primeros siglos es básico para una
comprensión del testimonio y la vida de la Iglesia contemporáneos. Muchas de nuestras creencias
y prácticas actuales son productos de aquellos siglos fundacionales. Mediante el estudio de la
enseñanza y práctica de los primeros cristianos, los estudiantes y lectores aprenderán a apreciar a
la Iglesia primitiva y a comprometerse con la misión que el Señor nos ha confiado.

Todo el Nuevo Testamento señala el hecho del esparcimiento del cristianismo por todo el
mundo como una meta que debe cumplirse en la historia. Cada uno de los cuatro Evangelios termina
con un claro mandato, dado por Jesús, en este sentido (Mt. 28:19; Mr. 16:15; Lc. 24:47; Jn. 20:21).
El libro de los Hechos de los Apóstoles tiene como propósito narrar los acontecimientos de ese
programa desde el comienzo en Jerusalén “hasta lo último de la tierra”. El resto de la literatura del
Nuevo Testamento consiste en cartas de los misioneros a las jóvenes iglesias del mundo
mediterráneo con cuya fundación estaban relacionados.

Por estos documentos sabemos que los primeros cristianos estaban firmemente convencidos
que su religión era las “buenas nuevas” para todas las personas (Jn. 3:16; Lc. 24:47). Es posible que
ante esta pretensión muchos de los que oían su prédica se hayan reído. Al fin y al cabo, en
comparación con los grandes movimientos filosóficos y los cultos practicados por las mayorías, el
cristianismo no parecía otra cosa que una superstición inexplicable y peligrosa, que atentaba contra
el orden institucional. Su origen era dudoso y los contenidos históricos de su fe resultaban no sólo
paradójicos, sino inaceptables para la cosmovisión dominante en aquel entonces. Además, ¿qué
valor o influencia podía tener una secta judía nacida en un rincón tan oscuro del mundo como era
Palestina?

EL LUGAR, EL TIEMPO Y EL PROPÓSITO


Para muchos pensadores de distinción en el primer siglo, Palestina, la cuna del cristianismo, no
era más que un rincón olvidado y despreciado del mundo. Los griegos pensaban de él como una
tierra de ignorantes y los romanos como un territorio rebelde y problemático. Sin embargo, ¿tenían
razón los antiguos cuando consideraban a Palestina como un rincón del mundo? Si observamos un
mapa, inmediatamente se hace evidente que Palestina no está en un rincón, sino en el centro mismo
del mundo (ver mapa 2).

MAPA 2 - PALESTINA EN EL CENTRO DEL MUNDO

_ El lugar
El lugar del nacimiento del cristianismo fue importante. Si bien algunos filósofos e intelectuales
de las primeras décadas de testimonio cristiano se burlaron de las pretensiones de universalidad de
la nueva fe, la cuna del cristianismo—Palestina—estaba ubicada en un lugar central desde el punto
de vista geográfico. Allá por el año 175, un conocido filósofo pagano, Celso, decía: “Si Dios
despertara de un largo sueño y quisiera salvar a todos los seres humanos, ¿piensas que iría a una
esquina del mundo?… Sólo un escritor cómico diría que el Hijo de Dios fue enviado a los judíos.”
Muchos en sus días compartían el concepto de Celso. Palestina era un territorio pequeño y marginal.
Apenas una franja rugosa de 240 kms. de longitud por 120 kms. de ancho.
Sin embargo, Palestina era central en términos geográficos. No hay otro territorio que esté
mejor ubicado respecto a los cinco continentes. La expansión de la fe cristiana, entonces, comenzó
a partir de un territorio estratégicamente ubicado, desde donde su expansión por todo el planeta
era más factible. En un sentido, Palestina puede ser considerada como un centro geográfico del
mundo.

_ El tiempo
No sólo el lugar resultó importante para el surgimiento del cristianismo, sino también el tiempo.
Palestina es central geográficamente y también lo es históricamente. Este territorio ha ocupado una
posición histórica estratégica a lo largo de la historia de la humanidad en el corredor entre Asia y
África (ver mapa 3).

MAPA 3 - PALESTINA EN LA HISTORIA

Por un lado, esta posición estratégica de Palestina, significó una verdadera desgracia para sus
habitantes, desde la antigüedad hasta el presente. El país está encajado como un estrecho corredor
entre los territorios donde se desarrollaron algunas de las más grandes civilizaciones de la
antigüedad: el Delta del río Nilo y las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates. Fue inevitable que las
sucesivas potencias rivales en estas dos áreas culturales se propusieran adueñarse de este corredor
estratégico y procurarán conservarlo para sí. De este modo, el pequeño país se vio condenado a ser
víctima constante de las guerras entre estos grandes dominios. Esta situación configura el trasfondo
histórico de todo el Antiguo Testamento. Pero no sólo Asia y África compitieron por Palestina, sino
que pronto se unió también Europa. El primer monarca europeo en dominar estas tierras fue
Alejandro Magno, de Macedonia (c. 330 a.C.), y luego vinieron los romanos (63 a.C.). Ésta era la
situación cuando se inició el período del Nuevo Testamento: Asia, África y Europa rodeaban a
Palestina, que era como un estrecho puente entre ellas. La historia del pueblo hebreo, según se nos
refiere en el Antiguo Testamento, da testimonio de este hecho. Caldeos, egipcios, asirios, babilonios,
persas, griegos y romanos, representantes de tres continentes, invadieron sucesivamente esta tierra
y escribieron en ella su historia.

Por otro lado, Palestina fue algo más que el escenario histórico de los conflictos bélicos de los
imperios de la antigüedad. En el desarrollo de esa historia, Dios escogió el tiempo más propicio para
el advenimiento del Salvador del mundo. La Biblia declara que el advenimiento del Mesías no fue
una casualidad histórica, sino que Dios escogió el tiempo. Los Evangelios testifican: “Jesús vino …
predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido” (Mr. 1:14, 15). Pablo
usa una frase similar: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de
mujer y nacido bajo la ley …” (Gá. 4:4). Ambas declaraciones indican que Dios preparó las cosas y
que la preparación fue completa y adecuada para su eterno propósito redentor.

Kenneth S. Latourette: “En el tiempo en que comenzó el cristianismo y en los primeros tres
siglos de su existencia más que en cualquier era precedente, las condiciones en el mundo
mediterráneo prepararon el camino para la difusión de una nueva fe religiosa a través de
toda la extensión de esa área. En realidad, tampoco después de los tres siglos en los que el
cristianismo tuvo éxito en establecerse como la religión más fuerte en esa región, volvieron
a existir allí las condiciones que favorecieron de tal manera la entrada y aceptación general
de una nueva fe.”

_ El propósito
Tiempo y espacio coincidieron como coordenadas para crear el marco más propicio para la
venida de Jesús al mundo. Pero Palestina es central no sólo geográfica e históricamente, sino
también espiritualmente. Palestina fue algo más que el escenario espacio-temporal de los conflictos
bélicos de la antigüedad. Por sobre todas las cosas, fue la tierra en que nació Jesús, el Salvador del
mundo. Fue el lugar del nacimiento del movimiento cristiano, y en esto su posición central adquiere
una nueva importancia. Es cierto que Palestina fue el embudo por el que pasaron las potencias de
tres continentes, pero fue también el punto de partida ideal para que el cristianismo penetrara en
esos tres continentes con su mensaje de paz y justicia. Jesús había dicho: “Id … a todas las naciones,
comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:47), y “desde Jerusalén … hasta lo último de la tierra” (Hch.
1:8). Basta con observar un planisferio para notar cuán sabiamente escogió Dios a esta tierra para
la realización de sus planes redentores y para la difusión de su luz por todo el mundo (ver mapa 2).

El libro de los Hechos comienza la historia de una nueva era, cuando la posición central de
Palestina (geográfica, histórica y espiritual) fue utilizada por Dios en forma novedosa y redentora.
Los apóstoles al principio no se dieron cuenta de esto. Jesús les había hablado de la inauguración de
un nuevo reino y de un nuevo poder con el que ellos lo pondrían de manifiesto en todo el mundo
(Hch. 1:8). Pero ellos no entendieron la dimensión de lo que Jesús les estaba diciendo (Hch. 1:6),
hasta que llegó el día de Pentecostés y el Espíritu Santo los ungió para la misión. Algo
maravillosamente nuevo estaba ocurriendo y Dios había preparado las cosas. Poco a poco los
primeros cristianos comenzaron a entender la misión de Dios y a comprometerse con ella con todo
entusiasmo y fe.

FACTORES QUE CONTRIBUYERON A LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO


Los cristianos que vivían en el tiempo del primer avance rápido del cristianismo (hasta el año
250) y que habían desempeñado un papel importante en ese avance, veían que Dios había
preparado las cosas de tres maneras:

_ La contribución romana
El mundo romano hizo una quíntuple contribución a la expansión del cristianismo. Cada uno de
estos aspectos puede ser recordado por la palabra en latín que lo describe: pax, lex, via, rex, ars.

Pax: la paz romana. Es difícil que una idea se difunda en medio de situaciones de conflicto. El
Imperio Romano gozaba de paz cuando apareció el cristianismo. Orígenes de Alejandría (185–254),
uno de los más destacados biblistas y teólogos del cristianismo antiguo, afirma: “Dios estaba
preparando a las naciones para su enseñanza.… Jesús nació en el reino del emperador Augusto (27
a.C.–14 d.C.), que incorporó a muchos reinos a un solo Imperio Romano. Las guerras entre reinos
rivales habrían entorpecido la difusión de las enseñanzas de Jesús por toda la tierra.”

Lex: la ley romana. El hecho de tener un solo código legal en el Imperio Romano (el derecho
romano) fue un factor crucial en la unificación del diverso mundo romano. Pero la legislación
romana no fue un instrumento rígido, porque dentro del amplio margen de uniformidad, la
administración romana a nivel local era flexible, tolerante y abierta. Además, muchos residentes de
las provincias recibieron la condición de cives romani (ciudadanos de Roma), con todos sus derechos
y deberes. Pablo fue uno de ellos (Hch. 22:25–29), y esto le dio enormes ventajas en su tarea
misionera.

Via: las comunicaciones romanas por tierra y por mar. Estas vías de comunicación terrestre y
marítima se extendían desde Inglaterra hasta China. En todo el mundo del mar Mediterráneo, las
carreteras y vías marítimas, la paz, la ley y el orden romanos animaban a la gente a viajar, tanto por
motivos de negocios como por placer, con una libertad y comodidad que fueron desconocidas hasta
los tiempos modernos. Las rutas terrestres eran básicamente de uso militar, estaban construidas en
piedra, con drenajes, puentes, y postas regulares para el recambio de cabalgaduras y descanso de
los viajeros. Eran caminos rápidos y bien cuidados. Las rutas marítimas eran mayormente
comerciales y por ellas viajaba mucha gente. Hechos 27:37 da una idea de la cantidad de pasajeros
en una nave romana de gran calado. Los barcos en este período cruzaban el Mediterráneo desde
Gibraltar hasta Roma en siete días, y desde Roma a Alejandría en dieciocho. El periplo hacia el Lejano
Oriente comenzaba con un viaje hasta Alejandría, siguiendo luego por el Nilo, y desde allí se iba por
tierra hasta la costa occidental del mar Rojo, para continuar atravesando el mar de Arabia y seguir
hacia África del este o hacia la India. Sin estas comunicaciones los viajes misioneros de Pablo y otros
cristianos hubiesen sido imposibles.
Rex: el gobierno romano. El gobierno fue el talento supremo de los romanos. Para ellos la
política y el gobierno fueron un arte en el que alcanzaron un alto grado de sofisticación. El fuerte
gobierno centralizado de Roma proporcionaba paz y protección en todo el ámbito del Imperio. Los
soldados romanos protegían a los pueblos y ciudades de los ataques externos y garantizaban el
desarrollo del comercio y las misiones cristianas. La unidad política del Imperio Romano hacía que
toda la cuenca del Mediterráneo fuese un solo mundo, regido por la misma autoridad. Misioneros
como Pablo, Timoteo, Silas, Tito y otros no necesitaron de pasaporte para llevar a cabo sus viajes
misioneros. Y fue por su condición de ciudadano romano que Pablo pudo apelar a César y llegar a
Roma (Hch. 25:21, 25).

Ars: el talento romano. El vocablo ars en latín significa habilidad, talento, y en plural (artis) se
refiere a las cualidades intelectuales o morales, como a las inclinaciones o conducta. En todos estos
aspectos, los romanos copiaron a los griegos, pero alcanzaron niveles de desarrollo único y
sorprendente. En el campo de la educación, enfatizaron los aspectos prácticos con poca instrucción
libresca, y crearon un complicado sistema escolar. La literatura escolar desarrollaba temas de
historia y filosofía, con énfasis sobre la retórica. La pintura y la escultura, si bien seguían de cerca
los modelos griegos, fue popularizada y orientada a destacar la herencia histórica de Roma,
especialmente caracterizada por el retrato. No obstante, el genio romano y su extraordinaria
habilidad técnica se expresó sobre todo en la arquitectura. Estructuras como la bóveda y el medio
arco romano revolucionaron las técnicas de construcción, de manera que permitieron levantar
edificios y estructuras monumentales (puentes, acueductos, circos, anfiteatros, basílicas, templos,
foros). Todos estos elementos fueron adaptados y usados por los cristianos en la elaboración de las
primeras formas del arte y la arquitectura cristiana.

CUADRO 4 - LA CONTRIBUCIÓN ROMANA AL CRISTIANISMO

PAX - la paz romana: garantizaba estabilidad.

LEX - la ley romana: el derecho romano daba seguridad.

VIA - las comunicaciones romanas: ayudaban a la comunicación.

REX - el gobierno romano: el imperio era una unidad política.

ARS - el talento romano: educación, arte y arquitectura.


_ La contribución griega
El mundo griego contribuyó a la expansión del cristianismo de cuatro maneras: idioma,
cosmovisión, filosofía y cultura.

El idioma griego. El griego (coiné) era entendido y hablado por casi todo el mundo conocido del
primer siglo. Se lo utilizaba especialmente en el comercio. Las personas que recibieron la Gran
Comisión eran judías. Su idioma natal era el arameo, pero hablaban también el griego. El griego era
el idioma más utilizado en el Mediterráneo oriental. Esto proporcionaba un fuerte sentido de unidad
cultural. Las Escrituras que usaron los primeros cristianos estaban escritas en griego (la Septuaginta
o Versión de los Setenta, LXX) y sus escritos fueron redactados en este idioma, de modo que los
documentos que luego se reunieron para formar el Nuevo Testamento no necesitaron traducción.
Esto facilitó enormemente el trabajo evangelizador de los primeros creyentes y la clara difusión de
sus ideas. El griego es un idioma sumamente adecuado para expresar con exactitud y con una
riqueza que no tiene igual en otros idiomas del mundo, las verdades contenidas en el Nuevo
Testamento.

La cosmovisión griega. Los griegos contribuyeron con su pensamiento, que magnificaba el valor
de la persona humana y ponía gran énfasis sobre la verdad espiritual y moral. Los griegos fueron un
pueblo de visión, conscientes de su protagonismo histórico, y por cierto muy emprendedores. En su
cosmovisión, el ser humano era central y la persona humana tenía un valor único. Sobre todas las
cosas, los griegos fueron un pueblo sumamente curioso y amante de la verdad.

La filosofía griega. La filosofía griega tuvo una gran influencia en la formación del pensamiento
occidental. Después de estudiar a los pensadores griegos muchos abandonaban las religiones
paganas y las supersticiones, y estaban preparados para recibir una religión superior, como es el
cristianismo. El amor por la verdad llevó a muchos a encontrarse con el Dios verdadero. Más tarde,
cuando los Padres de la Iglesia desarrollaron su teología, utilizaron muchos elementos de la filosofía
griega, especialmente su vocabulario e ideas centrales, para expresar las verdades cristianas.
Escuelas filosóficas como el estoicismo y el neoplatonismo ejercieron una gran influencia en la
formulación del pensamiento cristiano. Pero hubo también otras escuelas filosóficas que de algún
modo impactaron el desarrollo de la fe cristiana o desafiaron su pretensión de ser la verdad:
epicúreos, pitagóricos, peripatéticos y los seguidores de Platón.

Clemente de Alejandría (150–215): “Dios es la causa de todas las cosas buenas; pero de
algunas en forma primaria, como del Antiguo y del Nuevo Testamentos; y de otras por
consecuencia, como la filosofía. Quizás, también, la filosofía fue dada a los griegos
directamente y primariamente, hasta que el Señor pudiese llamar a los griegos. Porque ésta
fue una educadora para traer a la ‘mente helenista a Cristo,’ así como la ley trajo a los
hebreos (Gá. 3:24). La filosofía, por lo tanto, fue una preparación, que pavimentó el camino
para quien es perfeccionado en Cristo.”

La cultura griega. Para los días del Nuevo Testamento, esta cultura había alcanzado un alto
grado de desarrollo y difusión. Conocida como helenismo, había sido esparcida por buena parte del
mundo conocido de aquel entonces con las conquistas de Alejandro Magno (356–23 a.C.) y tenía
influencia tanto dentro como fuera del Imperio Romano. El arte, la literatura, la arquitectura, la
música, el teatro, los estilos, los gustos, la retórica, los símbolos y valores del mundo antiguo en los
días de Jesús y los apóstoles tenían un marcado tinte helenista.

CUADRO 5 - LA CONTRIBUCIÓN GRIEGA AL CRISTIANISMO

IDIOMA - adecuado para la transmisión de ideas.

COSMOVISIÓN - valor de la persona humana.

FILOSOFÍA - amor por la verdad.

CULTURA - arte, literatura, símbolos, valores.

_ La contribución hebrea
De todos los factores que aportaron elementos importantes para ayudar al despegue del
cristianismo, ninguno fue más determinante que el trasfondo hebreo en el que el movimiento
cristiano nació. La fe y la vida del pueblo de Dios proveyeron el trasfondo inmediato para el
advenimiento de Cristo y de todos sus discípulos. La religión hebrea aportó también instituciones
como las sinagogas y el trabajo de los escribas, que fueron de suma importancia en el primer siglo
de vida del movimiento cristiano. El mundo hebreo contribuyó a la expansión del cristianismo de
seis maneras: monoteísmo, escrituras, diáspora, sinagogas, universalismo y mesianismo.

El monoteísmo hebreo. La preparación más grande para la venida de Cristo al mundo fue la
religión hebrea. De todos los aspectos del rico mundo religioso hebreo, el más importante fue su
monoteísmo ético. Fue este concepto monoteísta hebreo el que atrajo a muchos gentiles
insatisfechos con la religión pagana politeísta. Como indican Irvin y Sunquist: “Muchos en las
ciudades alrededor del Mediterráneo y a lo largo de los mundos de Siria y Persia se veían atraídos
por la doctrina del monoteísmo: las enseñanzas morales de la Torá, los relatos de las escrituras de
Israel, y el estilo de vida comunitario que ofrecía el judaísmo.” Estos autores continúan diciendo: “El
monoteísmo fue atractivo en el mundo helenista, donde las enseñanzas de personas como Platón y
Aristóteles, y de escuelas filosóficas como el estoicismo, apuntaban lejos de los muchos dioses de la
mitología griega y romana y hacia la presencia unificadora de un ser superior.” Cabe recordar,
también, que al principio y debido a su convicción monoteísta, el cristianismo fue considerado como
una secta del judaísmo, aunque nunca lo fue, sino que más bien el primero fue la culminación y
completamiento del segundo.

Orígenes de Alejandría: “Dios no estaba durmiendo. Toda cosa buena que alguna vez haya
acontecido entre los seres humanos ha sido la obra de Dios. Pero la venida de Cristo sólo
podía ser a un lugar, donde las personas creyesen que Dios es uno; donde las personas
estuviesen leyendo a los Profetas que señalan a Cristo; y donde las personas supiesen que
Cristo vendría en un momento cuando, desde este lugar único, su enseñanza inundaría a
todo el mundo.”

Las escrituras hebreas. La versión bíblica más aceptada en el judaísmo helenista del primer siglo
era la Septuaginta, que “pronto probó ser tanto un símbolo como un vehículo de una
transformación religiosa más amplia que tuvo lugar en el judaísmo helenista.” Quienes leían sus
palabras encontraban nuevo significado para su fe a través de esta traducción, lo cual abrió sus
mentes y corazones para aceptar el evangelio cristiano. Las escrituras de los judíos señalaban al
Mesías, el Cristo. Según los Evangelios, Jesús pretendía ser el cumplimiento de esas profecías (Lc.
4:21; 24:27). Apóstoles, predicadores y maestros, según los documentos del Nuevo Testamento
(Hechos y las epístolas) enfatizaban que en Jesús se habían cumplido las escrituras del Antiguo
Testamento. Justino Mártir (100–165), el más grande de los apologistas en lengua griega, estaba
convencido que la mejor y más clara evidencia a favor del cristianismo, se encontraba en los libros
de los profetas. “En estos libros … de los profetas,” según él, “encontramos a Jesús nuestro Cristo
preanunciado como viniendo, nacido de una virgen, creciendo hasta ser hombre, sanando toda
enfermedad y toda dolencia, y resucitando a los muertos, y siendo odiado, y despreciado, y
crucificado, y muriendo, y resucitando nuevamente, y ascendiendo a los cielos, y siendo llamado el
Hijo de Dios.” Justino era griego y filósofo, pero tuvo una conversión profunda gracias a su lectura
de los textos proféticos que anunciaban al Mesías. Según él, “inmediatamente una llama se
encendió en mi alma; y fui prendido de amor por los profetas y por aquellos hombres que son los
amigos de Cristo (los apóstoles).”

La diáspora hebrea. La diáspora o dispersión de los judíos después de la destrucción de Jerusalén


en ocasión de la invasión del imperio neo-babilónico (586 a.C.) y en los siglos que siguieron, había
llevado al establecimiento de comunidades de judíos desde España, por toda Europa, Asia (Persia y
Arabia), India, y África (valle del Nilo y Etiopía). En tiempos de Jesús había más judíos fuera de
Palestina que dentro. Estrabón en su Geografía (publicada en el año 7), señala con cierto prejuicio
antisemita: “Los judíos han ido a toda ciudad, y es difícil encontrar un lugar sobre la tierra que no
los haya admitido y haya caído bajo su control.” Para los días de Jesús, los judíos que vivían en el
mundo persa sumaban alrededor de un millón de almas, la mayoría de ellos dedicados al comercio
o la administración, y otros sirviendo como escribas o eruditos en la Torá, especialmente en o
alrededor de Babilonia. En Egipto había comunidades judías en las principales ciudades, como
Elefantina y Alejandría. En la segunda, ocupaban un barrio completo con alrededor de 100.000
habitantes.
La sinagoga hebrea. En las sinagogas (gr. “casa de reunión”), que estaban establecidas desde
España hasta la India, se predicaba el monoteísmo ético y el concepto de un Dios personal. En
muchos casos, durante los primeros años, el núcleo de las nuevas congregaciones cristianas estuvo
constituido por los prosélitos y adherentes de las sinagogas. Muchos de los elementos de la
adoración en las sinagogas, tales como oraciones, la lectura bíblica, exposición de las Escrituras y
alabanza, prepararon el camino para la adoración cristiana y fueron su primer modelo. Las sinagogas
fueron también los primeros centros de predicación cristiana. Pablo comenzaba su tarea misionera
en una ciudad visitando la sinagoga local y dando testimonio de su fe en Cristo (ver Hch. 13:5, 14;
14:1; 17:1–3, 10; 18:4; etc.). Las primeras comunidades cristianas nacieron del testimonio cristiano
en las sinagogas de la diáspora. Además, en las sinagogas se enseñaba la importancia de separar un
día en la semana para el descanso y la adoración a Dios. La observancia del Sabbath (sábado) como
día especial para la adoración pasó a los cristianos, que pronto lo asociaron con la celebración de la
resurrección de Cristo.

El universalismo hebreo. La fe hebrea confesaba que la religión de Israel era para bendición de
las naciones. Esta comprensión del alcance universal de la fe fue transferida del judaísmo al
cristianismo, que se transformó en una religión verdaderamente universal. El instrumento clave en
este proceso fue el apóstol Pablo. Fue a través de Pablo que se abrió la puerta del cristianismo a los
gentiles. Pocos misioneros tuvieron alguna vez tantas ventajas como tuvo Pablo. El oficial romano
que lo arrestó después del alboroto en Jerusalén (Hch. 21:33) debe haber pensado en tres Pablo en
vez de uno. El apóstol era un verdadero prototipo de su época. Primero, Pablo le habló al oficial en
griego, y le dijo que era de Tarso, una ciudad que tenía una universidad griega (Hch. 21:37–39).
Segundo, Pablo apaciguó a la multitud hablándoles en su propia “lengua hebrea”, es decir, aramea
(Hch. 21:40–22:2), refiriéndoles de su educación hebrea en Jerusalén. Y, tercero, aterrorizó al
tribuno (que había permitido que sus soldados lo trataran rudamente), cuando le dijo que
pertenecía a una familia que tenía el privilegio de la ciudadanía romana (Hch. 22:25–29). Pablo
pertenecía a estas tres esferas o mundos: era griego, hebreo y romano. Pero, sobre todo, era un
misionero cristiano, con un mensaje de vida nueva para todas las naciones.

El mesianismo hebreo. El pueblo hebreo tenía una gran expectativa mesiánica, junto con una
fuerte convicción de ser el pueblo elegido por Dios para un fin redentor en la historia. El cristianismo
nunca se consideró como una religión totalmente diferente del judaísmo, sino más bien como su
completamiento y coronación. A pesar de la apertura del cristianismo a los gentiles, los cristianos
conservaron las Escrituras judías. También afirmaban que todas las promesas concernientes al
pueblo escogido de Dios se habían cumplido en la Iglesia cristiana, el Nuevo Israel. Podemos decir,
entonces, que el cristianismo fue el cumplimiento del judaísmo, pero fue más allá del judaísmo. No
permaneció como una secta judía, sino que se transformó en una fe nueva y fresca. Es esencial la
comprensión del judaísmo para un entendimiento cabal del cristianismo, pero el judaísmo no
explica al cristianismo. El cristianismo se levantó sobre los cimientos del judaísmo, pero fue
radicalmente diferente. En esta diferencia está el secreto de su vitalidad y de su historia
extraordinaria.
CUADRO 6 - LA CONTRIBUCIÓN HEBREA AL CRISTIANISMO

MONOTEÍSMO ÉTICO - la fe en un Dios personal y moral.

ESCRITURAS - el Antiguo Testamento.

DIÁSPORA - una red de sinagogas en casi todo el mundo.

SINAGOGA - modelo de comunidad de enseñanza y culto.

UNIVERSALISMO—bendición a todas las naciones.

MESIANISMO—una misión redentora en el mundo.

UN MUNDO URBANO
Por su enorme importancia como trasfondo positivo para la expansión del movimiento cristiano,
vale la pena mencionar de manera especial el contexto urbano y cosmopolita en el que nació la fe
en Cristo. No sólo el Imperio Romano sino también el Imperio Persa y las grandes civilizaciones que
se desarrollaron en ellos y a su alrededor, se caracterizaron por constituir una trama de
nucleamientos urbanos de importancia. Palestina, como se indicó, se encontraba en el medio de
esta galaxia de ciudades ligadas las unas a las otras por fluidas vías de comunicación. Esta red de
centros urbanos conectaba amplias regiones culturales en tres continentes, con un flujo continuo
de política y comercio, que iba desde el Atlántico hasta el Pacífico.

Irvin y Sunquist: “Las ciudades fueron centrales en civilizaciones tales como la


mediterránea, la persa, la india y la china. Éstas fueron también civilizaciones que habían
desarrollado la escritura. Para el primer siglo cada una de ellas podía hacer gala de una
extensa tradición literaria. En particular, los escritos sagrados pasaron a la herencia de las
creencias religiosas a través de himnos, escritos sacerdotales, tratados filosóficos (o de
sabiduría), y relatos sagrados. Durante el milenio antes del nacimiento de Cristo, estas
civilizaciones habían sido testigos del surgimiento de numerosos maestros, especialmente
importantes o inspirados, cuyos escritos transformaron el carácter religioso y filosófico de
la humanidad. Las obras de estos maestros todavía hoy informan el proyecto de la
civilización humana. Kung-fu-tzu (Confucio en latín), Lao-Tzu, el Buda, los escritores del
Upanishad, Zoroastro, los profetas de Israel, y los filósofos de Grecia todos ellos pertenecían
a una revolución en la conciencia humana, que había configurado de manera muy
significativa al mundo en el que los discípulos de Jesús se movieron por primera vez.”

Las ciudades desparramadas por el mundo conocido del primer siglo, eran verdaderos
conglomerados humanos que concentraban riqueza material y poder político, y servían como focos
de difusión cultural e información de gran alcance. Mercaderes, artesanos, esclavos, gobernantes,
artistas, sacerdotes, maestros, predicadores y obreros se daban cita en estos verdaderos crisoles de
cultura. Las ciudades fueron el campo misionero por excelencia de los primeros cristianos, tal como
lo ilustra un análisis de los viajes misioneros del apóstol Pablo. Desde su comienzo mismo, el
cristianismo se caracterizó como un movimiento urbano.

Wayne A. Meeks: “En aquellos años tempranos, …, a una década de la crucifixión de Jesús,
la cultura de la villa en Palestina había sido dejada atrás, y la ciudad grecorromana se
transformó en el medio ambiente dominante del movimiento cristiano. Y así permaneció,
desde la dispersión de los “helenistas” de Jerusalén hasta bien después del tiempo de
Constantino. El movimiento había cruzado la división más fundamental en la sociedad del
Imperio Romano, aquella entre la gente rural y los habitantes urbanos, y los resultados iban
a probar ser importantes.”

EL SURGIMIENTO DE LA IGLESIA

_ El lugar de adoración
Durante los dos primeros siglos después de Cristo, los cristianos no tuvieron edificios
eclesiásticos, en razón de que no podían poseer propiedades por no tener una posición legal en el
Imperio Romano. Las congregaciones cristianas se reunían en casas de familia, donde desarrollaban
su vida como comunidad de fe. Tres grandes acontecimientos en la historia del cristianismo
neotestamentario ocurrieron en una casa de Jerusalén: la última cena de Jesús con sus discípulos
(Mr. 14:12–26); las apariciones del Jesús resucitado a los apóstoles (Jn. 20:14–29); y la venida del
Espíritu Santo (Hch. 2). Posiblemente era la casa de Juan Marcos, el futuro autor del Evangelio que
lleva su nombre. Cuando se comparan ciertos pasajes y se procura identificar el lugar que
mencionan, parece seguro que en los tres casos se trata de la misma casa (Mr. 14:14–15; Hch. 1:12–
15; Jn. 20:19). En Hechos 12 se menciona una casa donde muchos cristianos se reunían para orar
(Hch. 12:12). Marcos 14:51 sugiere que el joven en cuestión fue Juan Marcos, porque ningún otro
Evangelio menciona el incidente. Si es así, la casa grande en Jerusalén bien puede haber sido la casa
de María, la madre de Juan Marcos, el autor del Evangelio que lleva su nombre.

En el Nuevo Testamento se mencionan muchas “casas” en las que se reunía la iglesia primitiva,
y se dan los nombres de sus dueños: en Filipos (Hch. 16:40); en Corinto (Hch. 18:7); en Roma (Ro.
16:5, 14, 15); en Éfeso (1 Co. 16:19); en Laodicea (Col. 4:15); en Colosas (Flm. 1 y 2). Estas iglesias
caseras fueron características del período neotestamentario y hasta el segundo siglo. Los primeros
cristianos se sentían felices de reunirse en sus propias casas. Los paganos tenían templos; los judíos,
sinagogas; pero los cristianos eran algo nuevo e ilegal, no tenían reconocimiento oficial y eran
sospechosos. La única propiedad privada que tuvieron las primeras iglesias fueron las tumbas
(catacumbas), y allí se reunían, especialmente en tiempos de persecución. Fueron estas iglesias
“caseras” o sin templo (Ro. 16:5) las que expandieron el cristianismo por todo el mundo romano y
más allá también.

Recién hacia el año 250 se construyeron algunos templos cristianos en el Ponto (Asia Menor),
Siria y Egipto, pero se perdieron por causa de las terribles persecuciones de mediados del siglo III.
Los arqueólogos han descubierto los restos de lo que parece haber sido una casa remodelada y
adaptada para servir como casa de reunión de los cristianos. El descubrimiento fue hecho en 1934,
en la localidad arqueológica de Dura-Europos, sobre el río Éufrates en lo que hoy es Irak. Allí se
encontró un edificio probablemente construido alrededor del año 100, pero que fue reformado en
el 232. Se trata de una vivienda en la que se derrumbaron algunos muros y en la que se construyó
un bautisterio, y sobre cuyas paredes se pintaron hermosos frescos con motivos cristianos.

_ La vida y el ministerio
La vida y el ministerio de estas iglesias eran muy simples. Lo más importante era la predicación,
la Cena del Señor y el Bautismo. No se hacía lo mismo en todas partes, ni todo lo que se hacía estaba
bien hecho o en conformidad con los testimonios de los documentos neotestamentarios.

La predicación. Ocupaba un lugar muy importante en el culto cristiano primitivo. Generalmente,


era de carácter didáctico y testimonial. Al principio se llevó a cabo siguiendo el modelo de la
predicación rabínica en la sinagoga y consistía en una exposición de algún texto del Antiguo
Testamento o de los Evangelios en la forma de una homilía. Hay testimonios sumamente ilustrativos
de la predicación cristiana temprana. Uno de los más conmovedores es el que presenta Ireneo de
Lión (130–202), Padre de la Iglesia que fue discípulo del obispo Policarpo de Esmirna (69–155), quien
a su vez fue discípulo del apóstol Juan.

Ireneo de Lión: “Tengo un recuerdo más vívido de lo que ocurrió en aquel tiempo que de
eventos recientes (ya que las experiencias de la infancia, manteniendo el ritmo con el
crecimiento del alma, se incorporan con ella); de modo que puedo incluso describir el lugar
donde el bendito Policarpo solía sentarse y predicar—su salida, también, y su entrada—su
estilo de vida general y su apariencia física, junto con los sermones que él predicaba a la
gente; también la manera en que él hablaba de su relación familiar con Juan, y con el resto
de aquellos que habían visto al Señor; y cómo él traía a la memoria sus palabras.
Cualesquiera cosas que él había oído de ellos respecto del Señor, tanto en relación con sus
milagros y sus enseñanzas, Policarpo, que había así recibido [información] de los testigos
oculares de la Palabra de Vida, las solía contar todas en armonía con las Escrituras. Estas
cosas, a través de la misericordia de Dios que estaba sobre mí, yo las escuché luego
atentamente, por la gracia de Dios, registrando estas cosas exactamente en mi mente.”
Es interesante notar que la predicación de Policarpo no se puede repetir y que nosotros no
podemos experimentar la emoción que sintió Ireneo al recordarla. Pero no tenemos por qué
envidiarlo, porque nosotros tenemos el registro inspirado de la predicación y testimonio apostólico
en los escritos del Nuevo Testamento.

La Cena del Señor. La “eucaristía” (el nombre más antiguo para esta práctica cristiana) fue, junto
con la predicación, uno de los actos de mayor significado en las reuniones de los primeros cristianos,
en obediencia al claro mandato de Jesús (Mt. 26:26–29; Mr. 14:22–25; Lc. 22:19–24; 1 Co. 11:23–
26). Generalmente, cuando llegaba el momento de la Eucaristía (“acción de gracias”) o Cena del
Señor, se invitaba a los que no eran bautizados a retirarse, porque ésta era sólo “para aquellos que
habían sido bautizados en el nombre del Señor” (según enseña un documento muy antiguo conocido
como Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles). Justino Mártir nos presenta un cuadro
interesante de cómo se celebraba la Eucaristía en Roma, a mediados del segundo siglo.

Justino Mártir: “Luego es traído al presidente de los hermanos el pan y una copa de vino
mezclado con agua; y él tomándolos, da alabanza y gloria al Padre del universo, a través del
nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y ofrece gracias por un buen rato para que seamos
tenidos por dignos de recibir estas cosas de Sus manos. Y cuando él ha concluido las
oraciones y la acción de gracias, todas las personas presentes expresan su asentimiento
diciendo Amén. Esta palabra Amén corresponde en la lengua hebrea a genoito [así sea]. Y
cuando el presidente ha dado gracias, y todas las personas han expresado su asentimiento,
aquellos que son llamados por nosotros diáconos dan a cada uno de los que están presentes
para que participen el pan y el vino mezclado con agua sobre los cuales la acción de gracias
fue pronunciada, y a aquellos que están ausentes les llevan una porción. Y esta comida es
llamada entre nosotros Eujaristia [la Eucaristía], de la que a nadie se le permite participar
sino a la persona que cree que las cosas que nosotros enseñamos son ciertas, y que ha sido
lavada con el lavamiento que es para la remisión de pecados, y para la regeneración, y que
en consecuencia vive según Cristo ha enseñado.”

El Bautismo. El bautismo cristiano es uno de los ritos cristianos más antiguos. Le debe mucho a
las prácticas de abluciones purificadoras del judaísmo y a su aplicación como rito de iniciación de
los prosélitos. Puede también estar relacionado con el bautismo de arrepentimiento ministrado por
Juan el Bautista. Se practicó primero en ríos, porque el agua “viva” (es decir, corriente) parecía más
apropiada que el agua “muerta” (estancada), para este acto tan simbólico. El Nuevo Testamento
exhorta diciendo, “despojaos del viejo hombre” y “vestíos del nuevo hombre” (Ef. 4:22–24; Col 3:9,
10); también habla de los creyentes como “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”
(Ro. 6:11). El bautismo simboliza todo esto en forma muy real. Por eso, los cristianos primitivos se
desnudaban totalmente antes de entrar al agua, y luego se vestían con ropas nuevas, limpias y
blancas. Generalmente se los sumergía completamente en el agua. Muy temprano se introdujo la
práctica de la aspersión o el rociamiento, derramando agua sobre la cabeza tres veces. A medida
que el cristianismo se esparció a regiones con climas más rigurosos esta práctica se fue haciendo
cada vez más común.
Los primeros cristianos bautizaban sólo a personas que habían confiado en Jesucristo como
Salvador y Señor de sus vidas, y que estaban dispuestas a comprometerse como miembros de la
comunidad de fe (Mt. 28:19; Mr. 16:16; Jn. 3:5; Ef. 4:5). El bautismo infantil fue una práctica de
desarrollo posterior. Esta práctica ya era conocida en los días de Tertuliano de Cartago (160–220),
en la segunda mitad del siglo II, si bien no estaba muy generalizada. Junto con esto, se dio también
paulatinamente un cambio en la comprensión original del bautismo, a medida en que éste se fue
interpretando más como un sacramento con cierto poder mágico, con la capacidad de producir
regeneración (Justino Mártir lo llama “baño de la regeneración”).

Los testimonios sobre la práctica del bautismo son múltiples e ilustran de manera muy vívida
cuán importante era este acto de testimonio público para los primeros cristianos.

Justino Mártir: “Todos aquellos que están persuadidos y creen que lo que enseñamos y
decimos es verdad, y se comprometen a ser capaces de vivir en conformidad, son instruidos
a orar y a rogar a Dios con ayuno, por la remisión de sus pecados pasados, orando y
ayunando nosotros con ellos. Luego son llevados por nosotros donde hay agua, y son
regenerados de la misma manera en que nosotros mismos fuimos regenerados. Porque, en
el nombre de Dios, el Padre y Señor del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo, y del
Espíritu Santo, ellos reciben entonces el lavamiento con agua.… Pero nosotros, después que
hemos lavado de esta manera a quien ha estado convencido y ha sido afirmado en nuestra
enseñanza, lo llevamos al lugar donde aquellos que son llamados hermanos están reunidos,
a fin de que podamos ofrecer oraciones sinceras en común por nosotros mismos y por la
persona bautizada [iluminada], y por todos los demás en cualquier lugar, para que podamos
ser contados por dignos, ahora que hemos aprendido la verdad, y por nuestras obras
también ser considerados como buenos ciudadanos y guardadores de los mandamientos,
de modo que podamos ser salvos con una salvación eterna. Habiendo terminado con las
oraciones, nos saludamos unos a otros con un beso.”

En muchos lugares, con anterioridad a la administración del bautismo, se instruía durante algún
tiempo a los catecúmenos (candidatos al bautismo) en cuanto a la fe y conducta de un cristiano.
Luego de ayunar y orar estaban listos para el bautismo, que simbolizaba su abandono del paganismo
por el cristianismo. El acto comenzaba con una solemne confesión de fe por parte del catecúmeno
(“Jesucristo es el Señor;” “Jesús es el Hijo de Dios”), seguía con su inmersión, la unción de aceite e
imposición de manos para la llenura del Espíritu Santo, y terminaba con la bienvenida que se le daba
a la comunidad de los creyentes y su participación en la Cena del Señor.

Tertuliano de Cartago: “No hay absolutamente nada que torne más obstinadas las mentes
humanas que la simplicidad de las obras divinas que son visibles en el acto [del bautismo],
cuando se las compara con la grandeza que es prometida en ello en cuanto al efecto; de
modo que de este hecho mismo, que con una simplicidad tan grande, sin pompa, sin
ninguna novedad considerable de preparación, finalmente, sin gasto, un hombre es
sumergido en agua, y en medio de la pronunciación de algunas pocas palabras, es mojado,
y luego levantado nuevamente, no mucho (o casi nada) más limpio, la consiguiente
obtención de la eternidad es estimada como más increíble.… ¿Qué entonces? ¿No es
maravilloso, también, que la muerte se lave por el baño?… Nosotros mismos también nos
maravillamos, pero es porque creemos.”

_ Otras prácticas cristianas


El día del Señor. Hasta el siglo IV, el día del Señor se observaba en algún momento entre el
atardecer del sábado y la hora de iniciar la jornada de trabajo, el domingo por la mañana. Para los
cristianos primitivos el domingo (“Día del Señor”) ocupó el lugar del Sabbath judío (Hch. 20:7; 1 Co.
16:2; Ap. 1:10). Justino Mártir, en su Primera Apología, se refiere a este día de manera particular.

Justino Mártir: “En el día llamado día del sol (en inglés, Sunday), todos los (hermanos) que
viven en ciudades o en el campo, se reúnen en un lugar, y se leen las memorias de los
apóstoles (los Evangelios) o los escritos de los profetas, en cuanto el tiempo lo permite;
luego, habiendo terminado el lector, el que preside instruye y exhorta verbalmente a la
imitación de estas cosas buenas. Después todos juntos nos ponemos de pie y oramos, y,
según dijimos antes, concluida nuestra oración, se trae pan y vino con agua, y el que preside
de igual manera ofrece oraciones y acción de gracias, conforme su capacidad, y el pueblo
asiente, diciendo ‘¡Amén!’ Y se procede a la distribución a cada uno y a la participación de
aquello sobre lo cual se ha dado gracias, y a aquellos que están ausentes se les envía una
porción por medio de los diáconos.… Pero el domingo es el día en el que todos tenemos
nuestra asamblea común, porque es el primer día en el que Dios, habiendo obrado un
cambio en las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y Jesucristo, nuestro Redentor, en el
mismo día resucitó de entre los muertos. Pues él fue crucificado en el día anterior al de
Saturno (sábado); y en el día después del de Saturno, que es el día del Sol, habiendo
aparecido a sus apóstoles y discípulos, les enseñó estas cosas, que hemos sometido a vos
también para vuestra consideración.”

La ayuda a los necesitados. Los primeros cristianos dieron una importancia primordial a la
asistencia de los pobres, las viudas y los huérfanos. Hay que tener en cuenta que la gran mayoría de
los creyentes eran esclavos o libertos muy pobres. El Nuevo Testamento refleja esta característica
de la condición social y económica de las primeras comunidades cristianas.

Justino Mártir: “Después de estos servicios (Bautismo y Eucaristía), nos recordamos


continuamente estas cosas. Y los ricos entre nosotros ayudan a los que están en necesidad;
y siempre nos mantenemos juntos.… Y los pudientes y todos los que quieren dan lo que a
cada uno le parece adecuado; y lo que se colecta es depositado con el presidente, quien
socorre a los huérfanos y viudas y a aquellos que, por causa de enfermedad o cualquier otra
causa, están en necesidad, y a aquellos que están presos y a los extranjeros que están de
viaje entre nosotros, y en una palabra, él cuida de todos los que están en necesidad.”

Los primeros cristianos fueron bien conocidos por su solidaridad y por la efectividad de su amor
puesto en acción. Los Padres Apostólicos y los apologistas utilizaron esta realidad como uno de los
argumentos fundamentales en su defensa de la autenticidad de la fe cristiana. Tertuliano fue uno
de los que más apeló a esta argumentación a fines del segundo siglo, presentando la manera
práctica en que en Cartago la Iglesia atendía a las necesidades sentidas de las personas, como una
cuestión prioritaria en el cumplimiento de su misión.

Tertuliano de Cartago: “Si bien tenemos nuestra caja, ésta no está compuesta de dinero
mal habido, como el de una religión que tiene su precio. Una vez al mes, si así lo quiere,
cada uno pone en ella una pequeña donación; pero sólo si así lo quiere, y sólo si puede:
porque no hay obligación; todo es voluntario. Estos donativos son una especie de fondo de
depósito piadoso. Porque no se los toma de allí y se los gasta en fiestas, y borracheras, y
comilonas, sino en sustentar y ayudar a gente pobre, a suplir las necesidades de niños y
niñas carentes de medios y padres, y de personas ancianas confinadas ahora a la casa;
también a los que han sufrido naufragio; y si ocurre que hay alguien en las minas, o exiliado
en las islas, o encerrado en las prisiones, por ninguna otra razón que su fidelidad a la causa
de la iglesia de Dios, ellos se transforman en la base de su confesión. Pero es
fundamentalmente las acciones de un amor tan noble lo que lleva a muchos a poner una
marca sobre nosotros. Miren, ellos dicen, cómo se aman unos a otros.”

Según Eusebio de Cesarea (260–340) en su Historia eclesiástica, en el año 250, las iglesias en
Roma, sostenían a su obispo, “46 presbíteros, siete diáconos, siete sub-diáconos, 42 acólitos, 52
exorcistas, lectores, y porteros, y más de 1500 viudas y personas en desgracia, todos ellos nutridos
por la gracia y el cuidado amoroso del Maestro.” Un siglo más tarde, en 362, el emperador Juliano
el Apóstata se quejaba: “Los cristianos alimentan no sólo a sus propios pobres, sino también a los
nuestros, mientras que nadie que esté necesitado busca ayuda en los templos (paganos).”

_ Símbolos cristianos
La riqueza iconográfica producida por los primeros cristianos es sorprendente. La fe en
Jesucristo era proclamada no sólo a través de la palabra hablada y escrita, la conducta y el ejemplo,
el amor y la solidaridad de los creyentes, sino también a través del arte y una gran variedad de
expresiones plásticas y artísticas. En general, las representaciones más numerosas son de carácter
simbólico, y expresan de manera elocuente los contenidos de la fe. La mayoría de los símbolos
cristianos se utilizaban en epitafios en las tumbas. El lenguaje simbólico servía para distinguir una
cierta tumba como cristiana y transmitir un mensaje, cuyo significado sólo podían entender otros
cristianos. Las evidencias más importantes se encuentran en las catacumbas de Roma. Éstas son
galerías subterráneas cercanas a las rutas de salida de la ciudad, que se extienden por más de 800
kilómetros y servían como lugares de sepultura. Se conocen unas 35 catacumbas. Las más antiguas
datan de mediados del siglo II y se conocen por los nombres de algunos mártires cristianos famosos:
Lucina, Calixto, Domitila y Priscila.

Las inscripciones y pinturas de las catacumbas ayudan a clarificar el desarrollo del arte y el
simbolismo cristiano primitivo. Los símbolos cristianos más comunes son: el pez, la cruz, el ancla, la
paloma, la barca, y el buen pastor.
El pez. De todos los símbolos cristianos, éste es uno de los más antiguos y por cierto de los más
populares hasta el día de hoy. El pez representa la esencia de la fe cristiana. En relación con su
significado, Tertuliano señala con referencia al bautismo cristiano: “Pero nosotros [los cristianos],
somos peces pequeños, que al igual que nuestro Ichthus [“pez” en griego] Jesucristo, somos nacidos
en el agua, así como tampoco tenemos seguridad de ninguna otra manera que morando
permanentemente en el agua; … ¡la forma de matar a los peces pequeños es sacándolos del agua!”
Las palabras del célebre líder cristiano, apologista y pastor de Cartago hacen referencia a lo que se
conoce como Anagrama de Tertuliano, es decir, el uso de una palabra para formar diversos
significados. En este caso, utilizando las letras griegas de la palabra pez (ichthus), se puede elaborar
un anagrama que representa la confesión de la fe cristiana por excelencia: “Jesucristo, el Hijo de
Dios (es) el Salvador.”

CUADRO 7 - ANAGRAMA DE TERTULIANO

Palabra Latín Griego Traducción

Ι lesous Ιεσουζ Jesús

Χ Christos Χριστοζ Cristo

Ζ Theos Θεοζ de Dios

Υ Uios Υιοζ Hijo

Σ Soter Στερ Salvador

La cruz. El símbolo de la cruz fue evitado al principio por los cristianos, no sólo por su relación
directa con la muerte de Cristo, sino también por su vergonzosa asociación con la ejecución de un
criminal común. Además de instrumento de tortura, maldición y muerte, la cruz era conocida como
símbolo en el mundo grecorromano. Sus dos barras ya eran en la antigüedad un símbolo cósmico
del eje entre el cielo y la tierra. Pero su temprana elección por los cristianos como símbolo
característico de su fe tuvo una explicación más específica. Ellos no querían conmemorar como
central para su comprensión de Jesús ni su nacimiento o juventud, ni su enseñanza o servicio,
tampoco su resurrección o reinado, ni su don del Espíritu Santo, sino su muerte, su crucifixión.
Parece seguro que, al menos desde el siglo II en adelante, los cristianos no sólo llevaban, pintaban
y esculpían la cruz como un símbolo gráfico de su fe, sino también hacían la señal de la cruz sobre sí
mismos u otros, especialmente como indicación de protección contra las acechanzas del maligno.

La cruz es el símbolo por excelencia de la muerte de Jesús y el centro del mensaje cristiano (1
Co. 1:18; Ef. 2:16; ver 1 Co. 1:23; 2:2). El principal triunfo del cristianismo ha sido el de transformar
la cruz como símbolo de vergüenza y dolor, en símbolo de lo que es más glorioso y sagrado—el amor
de Dios—, y del triunfo y exaltación de Cristo.

El lábaro de Constantino. Después de la supuesta “conversión” de este emperador romano


(312), este símbolo se universalizó como representación de la cristiandad. Está compuesto por las
dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego: XP. Según la leyenda, la noche anterior a su
combate contra Majencio, su competidor por el trono imperial, Constantino tuvo una visión en la
cual oyó una voz que le decía: “In hoc signo vinces” (Con este signo, vencerás). Temprano a la
mañana, Constantino hizo cambiar el estandarte tradicional de las legiones romanas (SQPR, “el
Senado y el Pueblo de Roma”) por las dos primeras letras del nombre de Cristo … ¡y salió victorioso
en la batalla sobre el puente Milvio! Desde entonces, este símbolo ha adornado altares, púlpitos,
libros e instrumentos sagrados, indicando que son cristianos.

CUADRO 8 - SÍMBOLOS CRISTIANOS

CRUZ ALFA Y OMEGA

Muerte de Cristo. La eternidad de Cristo.

PALOMA ANCLA

Espíritu Santo en el Fe.


bautismo de Jesús.

CORDERO PAN Y VINO

Sacrificio expiatorio de Eucaristía—la muerte


Cristo. de Cristo.

PESCADO CHI-RHO

Primeras dos letras


griegas del nombre
Anagrama: “Jesús “Cristo”. Lábaro de
Cristo, el Hijo de Dios, es Constantino.
el Salvador.”

PASTOR VID

Cuidado de Cristo por su La unión de Cristo con


pueblo. su pueblo; el vino de la
eucaristía.

BARCA LLAMA DE FUEGO

La Iglesia en el mundo. Espíritu Santo en el día


de Pentecostés.

LA IGLESIA Y SU MISIÓN

_ El comienzo
El comienzo del cristianismo fue muy humilde. El libro de los Hechos nos habla de apenas 120
personas en una casa de Jerusalén. Realmente un comienzo pequeño. Sin embargo, a partir de aquel
puñado de creyentes llenos del Espíritu Santo, muy pronto el testimonio cristiano se esparciría a lo
largo y a lo ancho del Imperio Romano y más allá también, en todas direcciones. Si bien Hechos no
registra la expansión del cristianismo a las diferentes regiones representadas en Pentecostés (Partia,
Media, Elam, Mesopotamia y Libia), sí hay testimonios del arribo temprano de la fe cristiana a estos
lugares como también a Asia Menor (Capadocia, Ponto, Asia, Frigia y Panfilia), a África del Norte
(Egipto y Cirene), Roma, Creta, Arabia, entre otras regiones. De modo que, en las décadas
inmediatas después de Pentecostés, el movimiento cristiano se esparció ampliamente tanto dentro
como fuera del Imperio Romano.

De los relatos de los viajes misioneros de Pablo y de referencias en sus epístolas, sabemos que
el evangelio fue llevado a Macedonia, Acaya y posiblemente también a España. Esta rápida
expansión ocurrió dentro de los primeros 35 años después de la muerte de Cristo. No obstante,
desconocemos con precisión el grado de penetración en estas áreas o cualquier extensión más allá
de ellas, hacia fines del primer siglo. La Primera Carta de Pedro habla de cristianos en Bitinia, Ponto
y Capadocia. También se habla de cristianos en Tiro y Sidón, y muchas otras partes.
Para el año 240, Orígenes decía que las profecías del Antiguo Testamento se estaban
cumpliendo y que el cristianismo se estaba transformando en una religión mundial. Según él señala,
en su Comentario sobre Ezequiel: “Con la venida de Cristo, la tierra de Bretaña acepta la creencia en
el único Dios. Así también los moros de África. Así también todo el globo. Ahora hay iglesias en las
fronteras del mundo, y toda la tierra grita de gozo al Dios de Israel.”

_ El avance
¿Cómo ocurrió este extraordinario avance? ¿Quiénes fueron sus protagonistas? Los
documentos del Nuevo Testamento y de la primera literatura cristiana nos ofrecen suficientes
testimonios como para ilustrar este proceso asombroso. Sobre todo, nos muestran cómo, bajo la
conducción del Espíritu Santo, apóstoles, obispos o pastores, evangelistas y misioneros itinerantes,
apologistas, y creyentes anónimos proclamaron las buenas nuevas del evangelio y llevaron su
mensaje hasta pueblos remotos.

El ministerio de los apóstoles. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a los primeros
en asumir la responsabilidad de llegar con el evangelio “hasta lo último de la tierra”. Lucas, el primer
historiador cristiano y autor de Hechos, describe los primeros pasos del avance del cristianismo
siguiendo el bosquejo trazado por Jesús antes de ascender a los cielos (Hch. 1:8). El cuadro que sigue
resume las tres etapas principales del ministerio o misión de los apóstoles, según Hechos.

CUADRO 9 - TRES ETAPAS DE LA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES

TRES ETAPAS FIGURAS CENTRALES - EVENTOS - PROGRESO

1. Testimonio “en Jerusalén” (Hechos 1–5) - TESTIMONIO A JUDIOS Y PROSELITOS

Los doce con Pedro y Juan como centrales. Sus


oyentes eran hombres que provenían de 14
áreas diferentes, 5 en Oriente y 2 en África. Tres
mil se convierten en un día. Los números pronto
ascienden a cinco mil.

2. Testimonio “en toda Judea y Samaria” - TESTIMONIO A SAMARITANOS, GENTILES


(Hechos 6–12) ADHERENTES Y PAGANOS

Los Siete, con Esteban y Felipe como centrales.


Esteban fue martirizado y los líderes esparcidos
por Judea y Samaria. Pedro en Judea (Lida y
Jope), y Samaria (Cesarea). Pedro bautiza a un
soldado romano que era adherente del judaismo
y a su familia. Pedro es arrestado por Herodes,
escapa, y huye de Jerusalén.

3. Testimonio “hasta lo último de la tierra” - TESTIMONIO A LOS GENTILES


(Hechos 13–28)
Profetas y maestros de Antioquía comisionan a
Bernabé y Pablo. Pablo es central. Los tres viajes
misioneros de Pablo, su arresto en Jerusalén, su
defensa en Cesarea y su arribo a Roma.

Como indica Foster: “Cuando consideramos al libro de los Hechos de los Apóstoles en su
totalidad, … podemos ver estas tres etapas no sólo como movimientos de un área a otra, sino como
una ampliación del alcance misionero.” El hecho más grande que narra el libro de los Hechos fue la
misión a los gentiles, encarada por el apóstol Pablo, porque esto cambió los destinos del
cristianismo, que se transformó de esta manera en una religión verdaderamente universal o
mundial. Pablo fue el instrumento que el Señor utilizó para dirigir a la Iglesia hacia esta orientación
universal de su servicio y ministerio, que es tan característica y propia del cristianismo. No obstante,
la expansión apostólica de la fe cristiana fue la visión central que gobernó las decisiones y acciones
de los primeros cristianos.

Eusebio de Cesarea: “Los santos apóstoles y discípulos de nuestro Salvador fueron


esparcidos por todo el mundo. Tomás, nos cuenta la tradición, fue elegido para Partia,
Andrés para los escitas, Juan para Asia, donde permaneció hasta su muerte en Éfeso. Pedro
parece haber predicado en Ponto, Galacia y Bitinia, Capadocia y Asia, a los judíos de la
Dispersión. Finalmente, vino a Roma donde fue crucificado, cabeza abajo según su propio
pedido. ¿Qué se necesita decir de Pablo, quien desde Jerusalén hasta tan lejos como Ilírico
predicó en toda su plenitud el evangelio de Cristo, y más tarde fue martirizado en Roma
bajo Nerón?”

No es muy claro cuál fue el campo de labor apostólica de cada uno de los primeros apóstoles, y
al evaluar esto conviene tener en cuenta lo que observa Latourette, cuando dice: “La tradición
posterior que narra las actividades de varios miembros del grupo original de los Doce Apóstoles en
partes del mundo bien diferentes no se ha probado que tenga base alguna en los hechos.” Se dice
que Bartolomé llevó el Evangelio de Mateo a la India, adonde también llegó Tomás después de
ministrar en Partia. La tradición en cuanto a Mateo es más bien confusa. Se dice que predicó primero
a su propio pueblo y más tarde en tierras extranjeras. Jacobo el hijo de Alfeo parece haber ido a
Egipto, mientras que se informa que Tadeo fue misionero en Persia. Egipto y Bretaña se mencionan
como campos de misión de Simón el Zelote, mientras que también hay reportes de su ministerio en
Persia y Babilonia. Se le atribuye al evangelista Juan Marcos haber fundado la iglesia en Alejandría.
El ministerio de los obispos y/o pastores. Además de los apóstoles, hubo muchos otros que
llevaron adelante esta misión. Entre ellos, los obispos o pastores que son considerados por Eusebio
de Cesarea como los “sucesores de los apóstoles.” En la historia del cristianismo muchos de ellos
son conocidos también como Padres Apostólicos. Ellos fueron los autores de los primeros escritos
cristianos después de los apóstoles. Se los llama “Padres” porque este término se aplicaba al
maestro, ya que en el uso de la Biblia y del cristianismo primitivo los maestros son considerados
como los padres espirituales de sus alumnos (1 Co. 4:15). El nombre de “apostólicos” deriva del
hecho de que fueron discípulos directos o indirectos de alguno de los Doce. Entre los Padres
Apostólicos más importantes cabe mencionar:

Clemente de Roma (30–100), fue el tercer obispo de Roma, ente los años 91–100. Eusebio
(siguiendo a Orígenes) lo identifica con el Clemente de Filipenses 4:3. Eusebio menciona y cita el
texto de la carta que Clemente “escribió en nombre de la iglesia romana” a la iglesia de Corinto y la
califica de “epístola grande y maravillosa.” También dice que esta epístola “es leída desde tiempos
antiguos hasta nuestros días en las iglesias.” En esta carta Clemente enfatiza la idea de la sucesión
apostólica, doctrina que más tarde sería fundamental para la Iglesia Católica Romana. Clemente
escribió esta carta para hacer frente a un conflicto generado en la iglesia de Corinto, allá por el año
95. Por las expresiones de Clemente, parece ser que la iglesia en aquella ciudad no había aprendido
muy bien las lecciones que Pablo quiso enseñarles a través de sus varias cartas. Este notable obispo
de Roma murió mártir bajo la persecución de Domiciano.

Ignacio de Antioquia (m. 117) sirvió como obispo de Antioquía de Siria hasta que fue arrestado
allí y enviado bajo custodia a Roma, donde fue martirizado durante el reinado del emperador
Trajano. Durante el viaje escribió cartas a varias iglesias de Asia Menor y a la iglesia en Roma,
alentando a los creyentes en su fe y combatiendo a aquellos judíos cristianos que a él le parecía
restringían el significado y la práctica del evangelio cristiano con sus enseñanzas y prácticas
judaizantes. También atacó a otros (quizás los mismos judaizantes) que no podían aceptar la
realidad de la encarnación de Cristo y sus sufrimientos, y en consecuencia se inclinaban a las
doctrinas del docetismo. Ignacio fue un gran defensor de la fe y se opuso especialmente a las
herejías gnósticas. Sus cartas conocidas son: A los Efesios, A los Magnesios, A los Tralianos, A los
Romanos, A los Filadelfos, A los Esmirnenses, y una carta A Policarpo. En su carta A los Romanos,
Ignacio habla con gran entusiasmo de su inminente martirio en Roma, y lo hace en términos que
hoy nos sorprenden.

Ignacio de Antioquía: “Ojalá que disfrute de las bestias que están preparadas para mí, y
ruego hallarlas ya prontas contra mí. Hasta voy a acariciarlas para que sin demora me
devoren, y no (me suceda) como a algunos a quienes, intimidadas, no tocaron. Y si ellas se
resistieren, yo mismo las provocaré. ¡Perdonadme! Yo sé lo que me aprovecha. Ahora
empiezo a ser discípulo de Cristo. ¡Que nada de las cosas visibles o invisibles me tenga celos,
por llegar a Jesucristo! ¡Que fuego o cruz, manadas de bestias, (amputaciones,
desmembraciones), descoyuntamiento de los huesos, miembros cortados, tormentos de
todo el cuerpo, crueles azotes del diablo vengan sobre mí, con tal de llegar a Jesucristo!”
Policarpo de Esmirna (69–155) fue obispo de Esmirna en Asia Menor y discípulo del apóstol Juan,
y un destacado evangelista. Éste es el Policarpo, que tan profundamente había impresionado al
joven Ireneo con su predicación. En razón de su fidelidad, llegó a ser venerado como un testigo
viviente de la era apostólica a lo largo de la primera mitad del siglo segundo. Policarpo compiló y
preservó las epístolas de Ignacio y escribió una epístola A los Filipenses. Vivió hasta una edad
avanzada, diciendo en el juicio previo a su martirio que había servido a Cristo por 86 años. Fue
martirizado en el año 155–156, bajo el emperador Antonino Pío. Tenemos el relato de su martirio,
que tiene la forma de una carta encíclica de la iglesia de Esmirna, y que fue probablemente escrita
por testigos oculares del mismo. El relato es sumamente conmovedor y refleja la grandeza espiritual
de este gran pastor.

Actas del martirio de Policarpo: “Cuando Policarpo entró en el estadio, habló una voz del
cielo: ‘¡Sé fuerte, sé hombre, Policarpo!’ Nadie vio al que hablaba, mas oyeron la voz
cuantos estaban presentes de los nuestros.…

Llevado ante el procónsul, éste le preguntó si era Policarpo. A su respuesta afirmativa,


le instaba a renegar de su fe, diciéndole: ‘¡Apiádate de tu vejez!’ y otras cosas por el estilo,
como es su costumbre en tales procedimientos, como: ‘¡Jura por la fortuna de César!
¡Conviértete! Di: ¡Mueran los ateos!’ Entonces Policarpo, volviéndose con semblante
sombrío hacia toda esa muchedumbre de impíos paganos apiñada en el estadio, extendió
hacia ellos su mano y mirando al cielo, con un suspiro dijo: ‘¡Mueran los ateos!’

Luego el procónsul insistió más y dijo: ‘¡Jura y te absolveré! ¡Blasfema a Cristo!’ Le


repitió Policarpo: ‘Durante ochenta y seis años he servido a Cristo y nunca me hizo mal
alguno. ¿Cómo puedo blasfemar de mi Rey que me salvó?’ Pero como el otro insistía aún,
diciéndole: ‘¡Jura por la fortuna del César!’, contestó: ‘Si te impulsa la vanagloria a hacerme
jurar por la fortuna del César, según tus palabras, y estás fingiendo ignorar quién soy,
escucha mi franca confesión: ¡soy cristiano! Si empero quieres conocer la razón de la fe
cristiana, ¡dame un día y óyeme!’

El procónsul le dijo: ‘Te entregaré como pasto de las llamas, si es que las bestias te
parecen poco, y si no cambias de actitud.’ Policarpo le contestó: ‘Me amenazas con un fuego
que arde una hora y pronto se apaga, porque no conoces aquel fuego del juicio venidero y
del eterno suplicio que espera a los impíos. Pero, ¿para qué más demora? ¡Haz lo que
quieras!’ ”

El ministerio de evangelistas y misioneros itinerantes. Además de los apóstoles y pastores hubo


muchos otros que llevaron adelante la misión cristiana. Los documentos del Nuevo Testamento
ilustran la efectividad del ministerio evangelizador y misionero de muchos, que yendo de lugar en
lugar ganaban a nuevos creyentes y plantaban iglesias. En los primeros siglos muchos evangelistas
y misioneros itinerantes iban de comarca en comarca proclamando el evangelio tal como lo habían
hecho los Setenta (Lc. 10:1–24), Felipe (Hch. 8), y otros anteriormente. Conforme la indicación de
Jesús, estos predicadores itinerantes vivían de lo que los creyentes locales les daban para su
sustento y se alojaban en sus casas, mientras cumplían su ministerio en cada localidad. Fue
inevitable que muy pronto se cometieran abusos y que algunos de estos predicadores itinerantes
cumplieran su ministerio por “ganancia deshonesta” (1 Ti. 3:3; Tit. 1:10–11; 1 P. 5:2). Leyendo los
documentos del Nuevo Testamento se perciben los problemas que provocaban algunos de estos
ministerios itinerantes falsos o con motivos equivocados.

La Didaché es un pequeño opúsculo de fines del primer siglo, que gozó de gran autoridad como
manual de eclesiología, al punto que compitió seriamente con los escritos canónicos del Nuevo
Testamento en la preferencia de los primeros cristianos. El documento pretende basar su enseñanza
en los apóstoles, y por eso se lo conoce también como Doctrina de los Doce Apóstoles. La obra se
presenta como una síntesis moral, litúrgica y disciplinaria. Es posible haya sido utilizada para la
educación cristiana de los catecúmenos. La Didaché advierte sobre el ministerio itinerante de
algunos evangelistas falsos o deshonestos.

Didaché “En cuanto a los apóstoles y profetas, procedan así conforme al precepto del
evangelio: todo apóstol que llegue a ustedes ha de ser recibido como el Señor. Pero no se
quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un falso profeta. Al
partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje.
Si pidiere dinero, es un falso profeta. Y a todo profeta que hable en espíritu, no le tienten ni
pongan a prueba. Porque todo pecado se perdonará; mas este pecado no será perdonado.
Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres
del Señor. Pues, por las costumbres se conocerá al seudo profeta y al profeta. Y ningún
profeta, disponiendo la mesa en espíritu, comerá de la misma, de lo contrario, es un falso
profeta. Pero todo profeta que enseña la verdad, y no hace lo que enseña, es un profeta
falso. Todo profeta, sin embargo, probado y auténtico, que obra para el misterio cósmico
de la Iglesia, pero no enseña a hacer lo que él hace, no ha de ser juzgado por ustedes. Su
juicio corresponde a Dios. Porque otro tanto hicieron los antiguos profetas. Mas quien dijere
en espíritu: Dame dinero, u otra cosa semejante, no lo escuchen. Si, empero, les dice que
den para otros menesterosos, nadie lo juzgue.”

No obstante, fueron mucho más numerosos los evangelistas y misioneros que cumplieron su
ministerio con poder de lo alto y gran efectividad. Entre los más destacados cabe mencionar a
algunos que no sólo proclamaron la palabra acompañando el mensaje con señales y milagros, sino
también con una profunda reflexión teológica y enseñanza de la sana doctrina.

Cuadrato de Atenas (c. 130) fue un gran evangelista, según Eusebio, al igual que Panteno de
Sicilia (c. 200). Del segundo se dice que se convirtió del paganismo al cristianismo y se involucró muy
pronto en un ministerio de predicación misionera. Hizo un viaje a la India con la idea de ganar a las
castas superiores para la fe cristiana. Desde alrededor del año 180 se estableció en Alejandría,
donde enseñó y sirvió como el primer director de la escuela catequética en aquella ciudad de Egipto.
Entre sus discípulos estuvieron destacados teólogos de la antigüedad, como Clemente de Alejandría
y Alejandro de Jerusalén.

Eusebio de Cesarea: “Para ese tiempo, Panteno, un hombre altamente distinguido por su
erudición, estaba a cargo de la escuela de los fieles en Alejandría. Una escuela de erudición
sagrada, que continúa hasta nuestro día, fue establecida allí en tiempos antiguos, y tal como
se nos ha informado, fue administrada por hombres de gran habilidad y celo por las cosas
divinas. Entre estos se informa que Panteno en ese tiempo fue especialmente conspicuo, ya
que había sido educado en el sistema filosófico de aquellos llamados estoicos. Ellos dicen
que él manifestó tal entusiasmo por la palabra divina, que fue designado como heraldo del
evangelio de Cristo a las naciones del Este, y fue enviado hasta tan lejos como la India.
Porque realmente todavía había muchos evangelistas de la Palabra que procuraban
ardientemente utilizar su celo inspirado, siguiendo los ejemplos de los apóstoles, para el
incremento y edificación de la Palabra divina. Panteno fue uno de éstos, y se dice que él fue
a la India. Y se informa que entre personas allí que conocían a Cristo, él encontró el Evangelio
según Marcos, que había anticipado su propio arribo. Puesto que Bartolomé, uno de los
apóstoles, les había predicado, y había dejado con ellos el relato de Mateo en la lengua
hebrea, que ellos preservaron hasta ese tiempo. Después de muchas buenas acciones,
Panteno finalmente llegó a ser la cabeza de la escuela en Alejandría, y expuso los tesoros
de la doctrina divina tanto de manera oral como por escrito.”

El ministerio de los apologistas. Los apologistas fueron defensores de la fe cristiana durante el


siglo II, que enseñaron y escribieron contra las acusaciones populares y otros ataques más
sofisticados, especialmente por parte de representantes del judaísmo y el politeísmo. Estos
escritores, mayormente en lengua griega, se propusieron defender la verdad y posición de la fe
cristiana frente a las filosofías, religiones y planteos políticos de sus días. Muchos de sus escritos
estuvieron dedicados a los emperadores, pero sus interlocutores fueron mayormente las personas
educadas de sus días. Algunos de los apologistas más famosos fueron los siguientes.

Arístides de Atenas (76–138) fue un filósofo ateniense cristiano, que presentó al emperador
Antonino Pío una defensa del cristianismo, alrededor del año 140. Eusebio menciona a Arístides
como “un creyente fervientemente devoto a nuestra religión, que dejó, al igual que Cuadrato, una
apología de la fe, dirigida a Adriano.” Evidentemente, Eusebio se equivocó en cuanto al destinatario
de la Apología, pero no en cuanto a la calidad y compromiso cristiano de su autor. Jerónimo dice
que la apología de Arístides estaba llena de pasajes de escritos de los filósofos, y que Justino, más
tarde, hizo bastante uso de ella. Su obra muestra una fuerte influencia paulina. La Apología de
Arístides es la más antigua que se conserva.

Arístides de Atenas: “Los cristianos conocen y confían en Dios. Apaciguan a quienes los
oprimen y los hacen sus amigos, hacen bien a sus enemigos. Sus esposas son virtuosas y sus
hijas modestas; sus hombres se abstienen de casamientos ilícitos y de toda deshonestidad.
Si tienen siervos o niños los persuaden a hacerse cristianos por el amor que a ellos tienen;
y cuando lo son, los llaman sin distinción hermanos; se aman los unos a los otros. No
rehuyen ayudar a las viudas. Rescatan al huérfano de los que le hacen violencia. El que tiene
da al que no tiene. Si ven a un forastero, lo llevan a su casa y se regocijan como un verdadero
hermano; no se llaman hermanos por el parentesco, sino por el Espíritu de Dios. Si entre
ellos hay alguno pobre y necesitado y no tienen bocado que darle, ayunarán dos o tres días
para proporcionarle el alimento necesario. Escrupulosamente obedecen los mandatos del
Mesías. Todas las mañanas y a cada hora dan gracias y alaban a Dios por su amorosa bondad
hacia ellos; por ellos fluye todo lo bello que hay en el mundo. Pero las buenas acciones que
ellos hacen no las proclaman a los oídos de las multitudes y tienen cuidado de que ninguno
las perciba. Así es como ellos trabajan para ser rectos. Verdaderamente ésta es gente nueva
y hay algo de divino en ellos.”

Ya hemos citado a Justino Mártir (114–165), el más grande de los apologistas del siglo II. Justino
nació en Flavia (Neápolis). Desde joven quiso conocer a Dios de manera personal. Así fue como
recorrió los caminos del estoicismo, la filosofía de los peripatéticos y pitagóricos, y por último, el
platonismo, pero sin encontrar satisfacción para su búsqueda de la verdad. Cierto día, mientras
caminaba por la playa, se encontró con un anciano que lo convenció de la verdad del cristianismo.
Se convirtió a la nueva fe, a la que defendió con todo el bagaje de su experiencia intelectual. Justino
había estudiado como filósofo antes de hacerse cristiano, y como cristiano continuó vistiendo la
toga de filósofo, de modo que enseñó el cristianismo como la filosofía verdadera.

De sus obras sólo sobreviven las Apologías (primera y segunda), y el Diálogo con Trifón el judío.
Parece que Eusebio conoció también otras obras de este gran apologista. Sus Apologías son
defensas de la fe cristiana contra la persecución y las sospechas que parecían justificar tal
persecución. Están dirigidas al emperador, el senado y el pueblo de Roma. Su Diálogo con Trifón es
una larga y estilizada discusión sobre la interpretación de las Escrituras, en la que Justino justifica la
interpretación “profética” de la Biblia contra los argumentos del judío Trifón. Sus otras obras
estaban dirigidas contra herejes, especialmente Marción y los gnósticos, y parecen haber incluido
algunos tratados filosóficos. Justino fue muy influido por la filosofía platónica de sus días, en la que
él veía muchos paralelos con el cristianismo. Fue martirizado entre el 162 y 168. El relato de su
martirio ha llegado a nuestros días y es conmovedor.

El martirio de los santos mártires: “Rusticus el prefecto dijo: ‘¿Dónde se reúnen?’ Justino
dijo: ‘Donde cada uno escoge y puede: ¿acaso te imaginas que todos nosotros nos reunimos
exactamente en el mismo lugar? De ningún modo; porque el Dios de los cristianos no está
circunscrito por un lugar; pero siendo invisible, él llena los cielos y la tierra, y es adorado y
glorificado por los fieles.’ Rusticus el prefecto dijo: ‘Dime, ¿dónde se reúnen, o en qué lugar
juntan a sus seguidores?’ Justino dijo: ‘Vivo escaleras arriba de un tal Martinus, cerca del
Baño Timiotinio; y durante todo este tiempo (y ahora estoy viviendo en Roma por segunda
vez) ignoro de cualquier otro lugar de reunión que el de él. Y si alguien deseaba venir a mí,
le comunicaba las doctrinas de la verdad.’ Rusticus dijo: ‘Entonces, ¿no eres un cristiano?’
Justino dijo: ‘Sí, yo soy un cristiano.’ … Rusticus el prefecto dijo: ‘Entonces vayamos a la
cuestión que tenemos por delante, y … ofrezcan sacrificio de buena voluntad a los dioses.’
Justino dijo: ‘Ninguna persona en su sano juicio abandona la piedad por la impiedad.’
Rusticus el prefecto dijo: ‘A menos que obedezcan, serán castigados sin misericordia.’
Justino dijo: ‘Por medio de la oración podemos ser salvos por nuestro Señor Jesucristo, aun
cuando hayamos sido castigados, porque esto se tornará para nosotros en salvación y
confianza en el juicio más temible y universal de nuestro Señor y Salvador.’ Lo mismo dijeron
los otros mártires: ‘Haz lo que quieras, porque nosotros somos cristianos, y no
sacrificaremos a los ídolos’.”

Hay un apologista anónimo, el autor de la Carta a Diogneto (c. 170). Esta carta es una apología
cuyo autor y fecha de composición son desconocidos. Está dirigida al filósofo estoico Diogneto,
quien fuera maestro del emperador Marco Aurelio (161–180). En doce breves capítulos, la carta
presenta una de las más bellas y nobles apologías cristianas de su tiempo. El autor demuestra la
necedad de la adoración a los ídolos y expone el carácter de la fe cristiana.

Carta a Diogneto: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra
natal, ni por su idioma, ni por sus instituciones políticas. Es a saber que no habitan en
ciudades propias y particulares, no hablan una lengua inusitada, no llevan una vida extraña.
Tampoco su orden de vida ha sido inventado por el estudio ingenioso de hombres curiosos;
no patrocinan un sistema filosófico humano, como hacen algunos. Moran en ciudades
griegas y bárbaras, según la suerte se lo depara a cada uno. Siguen las costumbres
regionales en el vestir y en el comer, y en las demás cosas de la vida. Mas, con todo esto,
muestran su propio estado de vida, según la opinión común, admirable y paradójico.

Viven en su patria, mas como si fuesen extranjeros. Participan de todos los asuntos
como ciudadanos, mas lo sufren todo pacientemente como forasteros. Toda tierra extraña
es patria de ellos; y toda patria, tierra extraña. Contraen matrimonio, como todos. Crían
hijos, mas no los echan a perder. Tienen en común la mesa, mas no el lecho. Viven en la
carne, mas no según la carne. Moran en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y con su vida particular sobrepujan a las leyes. Aman a
todos y de todos son perseguidos. Son desconocidos, pero condenados. Los matan, y con
ello les dan vida. Son mendigos y enriquecen a muchos. Sufren penuria de todo y abundan
en todas las cosas. Son despreciados y en la deshonra hallan su gloria.”

Otro gran apologista fue Atenágoras (c. 177), un filósofo ateniense que se convirtió al
cristianismo mientras leía la Biblia con el propósito de refutarla. Fue antecesor de Panteno en la
escuela catequética de Alejandría y el más capaz de todos los apologistas griegos. Escribió muchos
libros, la mayoría de ellos ahora perdidos. No obstante, de todas sus obras se conservan su Apología
y un Tratado sobre la resurrección, que dan evidencia de su habilidad como escritor y de su rica
cultura. Atenágoras presentó su Apología a los emperadores Aurelio y Cómodo en el año 177.

Minucio Félix (m. 180) fue un abogado romano y el primer apologista que escribió en latín. Su
obra lleva el título de Octavio, ya que éste era el nombre del protagonista cristiano que discute con
un pagano. La obra consiste en una discusión acerca del paganismo y el cristianismo. El libro está
dividido en diez capítulos, que son muy atractivos en razón de su lenguaje fácil y fluido. Lo más
interesante de todo el diálogo es que el pagano repite los rumores que circulaban acerca de los
cristianos en los sectores populares, y esto nos da una idea de la opinión de la gente en el Imperio
Romano acerca de los cristianos.
Minucio Félix: “Oigo que, persuadidos por alguna convicción absurda, ellos adoran la cabeza
de un asno, la más baja de todas las criaturas.… El relato acerca de la iniciación de los nuevos
miembros es tan detestable como es bien conocido. Un niño, cubierto con harina, en orden
a engañar a los desprevenidos, es colocado delante de aquél que es iniciado en los misterios.
Engañado por esta masa de harina, que le hace creer que sus golpes no causan daño, el
neófito mata al infante.… Ellos ávidamente lamen la sangre de este niño y discuten sobre
cómo compartir sus miembros. Por esta víctima hacen pacto entre ellos, ¡y es por causa de
su complicidad en este crimen que guardan un silencio mutuo!

Todo el mundo sabe acerca de sus banquetes, y se habla de éstos en todas partes.… En
los festivales se reúnen para una fiesta con sus hijos, sus hermanas, sus madres, gente de
ambos sexos y de toda edad. Después de comer su porción, cuando la excitación de la fiesta
está al máximo y su ardor borracho ha inflamado las pasiones incestuosas, provocan a un
perro que ha estado atado a una lámpara de pie para que salte, arrojándole un pedazo de
carne más allá del alcance de la cuerda que lo sujeta. Apagándose de esta manera la luz que
podía haberlos traicionado, se abrazan los unos a los otros, y con quien sea. Si en los hechos
esto no ocurre, sí pasa por sus mentes, dado que éste es su deseo.”

Por último, mencionaremos a Teófilo de Antioquía (130–190). Teófilo nació en un hogar pagano
y se convirtió por el estudio cuidadoso de las Escrituras. En 168 fue nombrado obispo de Antioquía
y se destacó como apologista. Escribió varias obras contra las herejías de sus días, comentarios de
los Evangelios y del libro de Proverbios. Lo único que nos queda de su producción literaria son tres
libros apologéticos, que están dirigidos a su amigo Autólico.

El ministerio de creyentes anónimos. Quienes más hicieron por la rápida expansión de la fe


cristiana fueron los innumerables creyentes anónimos que viajaban predicando y estableciendo
nuevas iglesias allí donde iban. La inmensa mayoría nos es desconocida, si bien a algunos pocos los
conocemos por nombre (por ejemplo, Aquila y Priscila, Hch. 18). En general, estos creyentes
anónimos eran personas de muy poca educación y muchos de ellos eran esclavos. Su falta de
notoriedad social los constituía en el objeto de la burla de las personas más educadas o de rango
social más alto, que consideraban la fe de ellos como una superstición peligrosa y despreciable. El
filósofo pagano Celso nos da testimonio de cómo funcionaba, según su opinión, el ministerio de
estos creyentes anónimos.

Celso: “Vemos en casas privadas a tejedores, zapateros, campesinos ignorantes. Ellos no se


atreverían a abrir sus bocas con personas mayores allí, o frente a su amo más sabio. Pero
van a los niños, o a cualesquiera de las mujeres que son ignorantes como ellos mismos.
Entonces derraman maravillosas declaraciones: ‘No deben prestar atención a su padre o a
sus maestros. Obedezcan a nosotros. Ellos son necios y estúpidos. Ellos ni conocen ni
pueden hacer nada realmente bueno. Sólo nosotros conocemos cómo deben vivir los
hombres. Si ustedes, niños, hacen como nosotros decimos, serán felices ustedes mismos y
harán feliz también a su hogar.’
Mientras están hablando, ven venir a uno de los maestros de la escuela o incluso al
padre mismo. Así que murmuran: ‘Con él aquí no podemos explicar. Pero si quieren, pueden
venir con las mujeres y sus compañeros de juego a los aposentos de las mujeres, o del
tejedor, o a la lavandería, de modo que puedan obtener todo lo que hay.’ Con palabras
como éstas, ellos los conquistan.”

Sin embargo, fue el testimonio comprometido de estos miles de creyentes simples pero llenos
del poder del Espíritu Santo, el factor que explica el explosivo crecimiento del cristianismo en los
dos primeros siglos. Se estima que hacia principios del segundo siglo solamente en el ámbito del
Imperio Romano el número de cristianos llegaba a cerca del millón de personas. El celo de estos
creyentes anónimos y su disposición de proclamar el evangelio del reino se destacaron por encima
de cualquier otra característica de su vida religiosa.

Orígenes de Alejandría: “… los cristianos no descuidan, hasta donde depende de ellos,


tomar medidas para diseminar su doctrina por todo el mundo. Algunos de ellos,
consiguientemente, han hecho de esto su ocupación al viajar no sólo a través de ciudades,
sino incluso villas y casas de campo, con el fin de poder hacer convertidos para Dios. Y nadie
sostendría que ellos hacen esto por causa de ganancia, cuando a veces ellos no aceptan
incluso el sustento necesario.”

Muchos de estos testigos predicaron más con la calidad de sus vidas transformadas, que con la
profundidad de su teología. Este hecho fue precisamente el argumento preferido de los apologistas
en sus defensas de la fe cristiana. Cabe recordar que, en general, los apologistas escribieron y
dirigieron sus obras a paganos y enemigos del cristianismo. En su argumentación en contra de las
acusaciones de Celso, Orígenes afirma: “Si alguien desea ver a hombres que trabajan por la salvación
de otros, en un espíritu como el de Cristo, que tome nota de aquellos que predican el evangelio de
Jesús en todas las tierras.… Hay muchos Cristos en el mundo.”

Justino Mártir: “Él [Jesús] nos ha exhortado a que, con paciencia y mansedumbre,
conduzcamos a todos los hombres fuera de la vergüenza y el amor al mal. Y esto realmente
lo podemos mostrar en el caso de muchos que alguna vez eran de vuestra manera de
pensar, pero han cambiado su disposición violenta y tiránica, siendo vencidos ya sea por la
constancia que han visto en las vidas de sus vecinos [cristianos], o por la extraordinaria
paciencia que han observado en sus compañeros de viaje [cristianos] al ser defraudados, o
por la honestidad de aquellos con los que han hecho negocios.”

Otros dieron testimonio a través de su sufrimiento por Cristo. Jesús fue bien claro cuando
estableció la condición para el discipulado cristiano: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y
todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lc. 9:23–24). Muchos cristianos en la
antigüedad interpretaron estas palabras como refiriéndose a estar dispuestos a padecer todo tipo
de sufrimiento e incluso la muerte misma, por amor al Señor. Algunos sufrieron por confesar a Cristo
como Salvador y Señor, y se los llamó “confesores.” Otros murieron por hacerlo, y se los llamó
“mártires” (del griego martures, testigos). La mayoría de los creyentes de estos primeros siglos
entendió bien que la mejor manera de confesar “Creo en Cristo” es estar dispuesto a morir por él.
Entre miles de estos testigos estuvo Basílides, un oficial del ejército romano en Alejandría allá por
el año 210, que condujo a una mujer cristiana, Potamiaena, a su ejecución, y luego fue mártir él
mismo al convertirse a la nueva fe gracias al testimonio de ella.

Eusebio de Cesarea: “Acto seguido, ella [Potamiaena] recibió inmediatamente la sentencia,


y Basilides, uno de los oficiales del ejército, la condujo a la muerte. Pero mientras el pueblo
intentaba molestarla e insultarla con palabras abusivas, él empujó hacia atrás a quienes la
insultaban, mostrándole mucha piedad y bondad. Y percibiendo la simpatía del hombre por
ella, ella lo exhortó a ser valiente, porque ella suplicaría al Señor por él después de su
partida, y él pronto recibiría una recompensa por la bondad que le había mostrado.
Habiendo dicho esto, noblemente soportó el tormento, mientras le derramaban brea
ardiendo poco a poco sobre varias partes de su cuerpo, desde la planta de sus pies hasta la
corona de la cabeza.…

No mucho después de esto, Basílides, cuando sus compañeros soldados le pidieron que
jurara por una cierta cuestión, declaró que no podía jurar bajo ninguna circunstancia,
porque él era cristiano, y confesó esto abiertamente. Al principio ellos pensaron que estaba
bromeando, pero cuando él continuó afirmándolo, fue llevado ante el juez, y, reconociendo
su convicción delante de él, fue puesto en prisión. Cuando los hermanos en Dios lo visitaron
y le preguntaron la razón para esta repentina y sorprendente resolución, se dice que él
declaró que durante tres días después de su martirio, Potamiaena se paró a su lado en la
noche y colocó una corona sobre su cabeza, y dijo que había orado al Señor por él y había
obtenido su pedido, y que pronto ella lo pondría a su lado. Acto seguido, los hermanos le
dieron el sello del Señor [bautismo]; y al día siguiente, después de dar un glorioso testimonio
por el Señor, él fue decapitado.”

_ La organización
Los ministerios de la Iglesia se fueron organizando a lo largo de muchos siglos. Su origen y
desarrollo es bastante oscuro. Los términos que se usan en el Nuevo Testamento y en los
documentos sub-apostólicos para referirse a los diversos ministerios son muy variados y el mismo
vocablo no siempre tiene el mismo significado, que depende del lugar y el período. La organización
de la iglesia en tiempos del Nuevo Testamento era totalmente diferente de la organización de las
iglesias hoy.

La organización de la Iglesia era muy simple. No había una jerarquía eclesiástica. La iglesia era
una comunidad carismática, en la que algunos hermanos cumplían ciertas funciones más
específicas. Cada comunidad era autónoma, libre y con una autoridad local centrada en la voluntad
de la asamblea, y expresada a través del consenso de sus miembros. No había distinción alguna
entre clérigos y laicos, sino que cada creyente se sentía responsable por el testimonio y el servicio
cristianos.
Los primeros desarrollos en la organización de la Iglesia ocurrieron conforme las características
culturales impuestas por los diversos contextos y sobre todo por la demanda de testificar el
evangelio con efectividad en los mismos. En este sentido, hay dos contextos que considerar. Por un
lado, la comunidad palestinense, es decir, aquella que se desarrolló en Palestina, especialmente en
torno a la ciudad de Jerusalén y su influencia. La comunidad cristiana primitiva en esta tradición
tenía una organización doble. El primer liderazgo estaba constituido por el grupo de los Doce, que
se remontaba al ministerio terrenal de Jesús (Mr. 3:16–19), y cuyo número se completó después de
la muerte de Judas (Hch. 1:15–16). Este liderazgo colectivo administraba la comunidad palestinense
de lengua hebrea (aramea). El segundo liderazgo estaba representado por el grupo de los Siete,
inspirados por Esteban (Hch. 6:1–6), que cuidaba de la comunidad que había emergido del judaísmo
helenista y que hablaba griego.

Por otro lado, encontramos la comunidad de la diáspora. La persecución que siguió al martirio
de Esteban resultó en la dispersión de los judíos helenistas, que se hicieron misioneros. A partir de
aquí, surgieron diferentes formas de organización, que dependían del origen de la comunidad. La
comunidad en Jerusalén y otras derivadas del judaísmo se modelaron en base a la comunidad judía
por excelencia, la sinagoga. Al frente de estos grupos estaba un colegio de ancianos o presbíteros
(del griego presbúteros, anciano). Santiago (o Jacobo), el hermano de Jesús, era la cabeza en
Jerusalén (Hch. 15:13–21), probablemente una suerte de presidente del grupo de dirigentes
constituido por apóstoles y ancianos (Hch. 15:2, 4, 6, 22). Parece claro que los Doce fundaron varias
comunidades de este tipo en Judea, Samaria y las regiones vecinas.

La comunidad cristiana en Antioquía era de origen misionero y tuvo una doble organización. Por
un lado, un ministerio itinerante constituido por misioneros itinerantes (por ejemplo, 1 Co. 12:28),
que practicaban un ministerio carismático. Este tipo de ministerio itinerante parece haber sido toda
su vida y responsabilidad. Estos agentes misioneros eran apóstoles que no formaban parte del grupo
de los Doce (como Pablo y Bernabé). Como responsables de la tarea de evangelización y plantación
de iglesias, estos misioneros viajaban todo el tiempo. Por otro lado, había en Antioquía un ministerio
residente. Este ministerio estaba constituido por profetas, que exponían la palabra de Dios en las
congregaciones, y maestros, que eran una especie de rabinos que se especializaban en la enseñanza
de las Escrituras.

En el curso de sus viajes, los misioneros fundaban comunidades locales y nombraban a personas
responsables como cabeza de cada una de ellas. El liderazgo de estas comunidades locales, al menos
durante algún tiempo y en ciertas regiones, durante las primeras décadas de expansión cristiana en
el Imperio Romano, estaba constituido por obispos (sobreveedores) o presbíteros (ancianos). En
Tito 1:5, 7; 1 Timoteo 3:1–2 y 5:17–19, Pablo se refiere a estos líderes llamándolos indistintamente
obispos y/o ancianos. El primer vocablo enfatiza su función (sobreveer o supervisar la
congregación), mientras que el segundo indica la necesidad de madurez espiritual y experiencia.
También se mencionan a los diáconos, que tenían un ministerio de servicio también de orientación
pastoral, ya que se esperaba que ellos cumpliesen con los mismos requisitos que los obispos (1 Ti.
3:8–13). En Filipenses 1:1, Pablo hace referencia a ambas funciones ministeriales, “obispos y
diáconos.”
La tarea primordial de estos ministerios residentes era la de predicar, bautizar y presidir la
Eucaristía. En general, en todo el movimiento cristiano, obispos y presbíteros llegaron a cumplir
muchas de las funciones que eran llevadas a cabo por los sacerdotes de otras religiones. Todos los
ministros en la Iglesia eran dedicados al servicio mediante la imposición de manos, acompañada de
oración y ayuno (Hch. 6:6; 13:3; 1 Ti. 5:22). De todos modos, el Nuevo Testamento no es muy claro
en sus referencias a los diversos ministerios en la Iglesia. Es probable que haya habido una evolución
a lo largo del tiempo y que no se haya hecho lo mismo en todos los lugares. De hecho, da la
impresión como que había otras categorías o tipos de ministerios en algunas iglesias además de las
mencionadas. En Efesios 4:11, por ejemplo, se habla de “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores
y maestros,” lo cual representa una estructura carismática de ministerio.

_ La membresía
El concepto más difundido en las primeras comunidades cristianas era el de entender a la Iglesia
como la familia o casa (oikos) de Dios. En el mundo greco-romano, la familia era el núcleo de la
sociedad y su fundamento. El ingreso a la familia de la fe se producía después que la persona tomaba
una decisión de fe por Jesucristo y sellaba su compromiso con la comunidad mediante el bautismo.
Los derechos y deberes del miembro de la Iglesia, así como la disciplina a la que se sujetaba, estaban
directamente relacionados con el concepto del cuerpo de creyentes como una nueva familia, la
familia de Dios. En esta nueva unidad social básica, caracterizada por un nuevo pacto de fe con el
Creador, el líder (obispo o presbítero) poco a poco pasó a ocupar el papel del patriarca o padre de
familia. Por lo demás, la comunidad de fe estaba integrada y estructurada como cualquier familia
patriarcal de aquellos tiempos.

La gran masa de cristianos en los primeros dos siglos estaba constituida por esclavos. En el
Imperio Romano casi todo el trabajo, el especializado y el más duro, era hecho por esclavos. En el
mundo antiguo, la esclavitud de una forma u otra era un fenómeno universal. El famoso historiador
inglés Eduardo Gibbon indica que había 60 millones, lo que puede ser una exageración, aunque
refleja el alcance de este problema social. Pablo dice: “Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no
sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo y lo menospreciado escogió
Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co.
1:26–29). Si bien algunos cristianos pertenecían a las clases más privilegiadas e incluso algunos
pocos eran funcionarios de gobierno o de muy buena posición económica y social, la gran mayoría
eran esclavos o gente de condición muy humilde. El cristianismo no intentó abolir la esclavitud. El
mundo antiguo no podía concebir una sociedad sin esclavos. Pero los cristianos negaron firmemente
que la distinción entre esclavo y libre tuviera importancia para Dios (Gá. 3:28).

No obstante, había algunos cristianos en posiciones de prestigio y autoridad social. Hubo


discípulos de Jesús en lugares prominentes (Lc. 8:3). En la Iglesia primitiva, algunos creyentes fueron
personas de relevancia social, como Manaén (Hch. 13:1), “los de la casa de César” (Fil. 4:22), y el
procónsul Sergio Paulo en Chipre (Hch. 13:12). Hay otros testimonios de personas distinguidas fuera
de los documentos del Nuevo Testamento. Una sobrina de Domiciano, Domitila, esposa de un
cónsul, fue exiliada en el año 96 por ser cristiana (según Eusebio). Una catacumba o cementerio
cristiano en Roma lleva su nombre. El emperador Cómodo (180–192) fue influido positivamente por
una concubina cristiana de nombre Marcia. La madre del emperador Alejandro Severo (222–235),
Mamea, mandó una escolta a Orígenes en su viaje a Antioquía, donde él “se quedó con ella durante
algún tiempo y le mostró muchas cosas concernientes a la gloria del Señor y de la virtud del mensaje
divino.” Orígenes mismo escribió al emperador Felipe (244–249) y a su esposa porque oyó del
interés de ellos en el cristianismo.

Allá por el año 248 Orígenes decía que las falsas acusaciones contra los cristianos “ahora son
reconocidas, incluso por la masa del pueblo, como calumnias falsas contra los cristianos.” Con un
optimismo algo excesivo, Orígenes anticipaba que “toda otra adoración se extinguirá y sólo la de los
cristianos prevalecerá. Así será algún día, a medida que su doctrina tome posesión de las mentes en
una escala cada vez más grande.”

El evangelio era proclamado a todos los grupos sociales. La misión cristiana tenía como objetivo
llegar a todas las personas en todos los lugares hasta el fin del mundo para anunciarles el evangelio
del reino. Líderes como Orígenes, proveniente de Alejandría, viajaron mucho en el Imperio Romano
y por todo el este proclamando el evangelio. Para mediados del tercer siglo la fe en Jesucristo había
cubierto todo el ámbito del Imperio Romano y algunas regiones, como Asia Menor y el norte de
África, contaban con una considerable densidad de población cristiana.

Orígenes de Alejandría: “Si observamos cuán poderoso se ha tornado el evangelio en unos


muy pocos años, a pesar de la persecución y la tortura, la muerte y la confiscación, y a pesar
del pequeño número de predicadores, vemos que la palabra ha sido proclamada por toda
la tierra. Griegos y bárbaros, doctos e indoctos se han unido a la religión de Jesús. No
podemos dudar que esto va más allá de los poderes humanos, puesto que Jesús enseñó con
autoridad y la persuasión necesaria para que la palabra se estableciera.”

SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO
LOS PRIMEROS

500 AÑOS

Dr. Pablo A. Deiros

EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

Copyright (C) 2005 por Pablo A. Deiros

deiros@sion.com

Publicado por EDICIONES DEL CENTRO

Estados Unidos 1273,

1101 Buenos Aires, Argentina

Telefax: 54-11-4304-3346

e-mail: iglesiadelcentro@sion.com

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada o transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabado o cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de
información, sin la autorización previa en forma escrita por parte de su autor.

ISBN: 987-95473-9-X

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián


Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión

Internacional (Miami: Sociedad Bíblica Internacional, 1999).

CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - El cristianismo en el Imperio Romano

Introducción

El lugar, el tiempo y el propósito

El lugar

El tiempo

El propósito

Factores que contribuyeron a la expansión del cristianismo

La contribución romana

La contribución griega

La contribución hebrea

Un mundo urbano
El surgimiento de la Iglesia

El lugar de adoración

La vida y el ministerio

Otras prácticas cristianas

Símbolos cristianos

La Iglesia y su misión

El comienzo

El avance

La organización

La membresía

La oposición al cristianismo

La oposición en tiempos neotestamentarios

Los cristianos en el Imperio Romano

La oposición en el segundo siglo

La oposición a mediados del tercer siglo

La oposición más seria y final

El primer emperador pro-cristiano

El fin de la última y peor persecución

El triunfo de Constantino

UNIDAD 2 - El cristianismo más allá del Imperio Romano

Introducción

El primer reino cristiano: Edesa

La conversión de Edesa

La contribución de Edesa

La primer nación cristiana: Armenia

La conversión de Armenia
El apóstol de Armenia

El cristianismo en Armenia

La Iglesia en Armenia

El testimonio cristiano más allá de Armenia

Los cristianos de Partia

El lugar

La llegada y difusión del cristianismo

La oposición al cristianismo

Los cristianos de Persia

El desarrollo del testimonio cristiano

La oposición a los cristianos

La gran persecución de 339

La supervivencia del testimonio

Otros períodos de persecución en Persia

La Iglesia Persa y el nestorianismo

El cristianismo en Etiopía

Ubicación geográfica e histórica

El desarrollo del cristianismo en Etiopía

Evidencias del cristianismo en Etiopía

El cristianismo en Arabia e India

Arabia

India

Los bárbaros del norte de Europa

Los hunos de Asia Central

Los godos de Europa del norte

La Iglesia del Oeste y los godos


La Iglesia del Este y los hunos

La Iglesia y el fin del mundo

El cristianismo en las Islas Británicas

El testimonio en Bretaña

El testimonio en Escocia

El testimonio en Irlanda

El testimonio en las Islas Británicas

El cristianismo en la Península Ibérica

Una vieja tradición

Una encarnizada herejía

Un fanatismo riguroso

Un extenso peregrinaje

UNIDAD 3 - El cristianismo en el Imperio Bizantino

Introducción

El lugar y las circunstancias

La ciudad de Constantinopla

La creación del Imperio Bizantino

Desarrollo del Imperio Bizantino

La llegada al trono de Justiniano

El gobierno de Justiniano

Evaluación del gobierno de Justiniano

Cosmovisión y cultura

La civilización bizantina

Arte y arquitectura

Codificación de la ley

Teocracia absoluta
Iglesia, Estado y sociedad

La destrucción del paganismo

La pugna entre el poder temporal y el espiritual

Los efectos de la unión de la Iglesia y el Estado

Cristiandad bizantina postnicena

Las dos naturalezas de Cristo

Los Padres Capadocios

El siglo quinto

Crisóstomo de Constantinopla vs. Teófilo de Alejandría

Nestorio de Constantinopla vs. Cirilo de Alejandría

Flaviano de Constantinopla vs. Dióscoro de Alejandría

El siglo sexto

El monofisismo

Controversia de los Tres Capítulos

La vida y ministerio de la Iglesia

Administración

Organización

Liturgia

Teología

UNIDAD 4 - Los problemas del cristianismo primitivo

Introducción

El problema de las Escrituras

Las Escrituras de los primeros cristianos

La herejía de Marción (c. 160)

El canon del Nuevo Testamento

El problema del credo


La fe de los primeros cristianos

El problema de los judaizantes

La herejía de los gnósticos

La reacción cristiana

El problema de la ética

La herejía de Montano (c. 179)

Otros disidentes

La reacción de la Iglesia

El problema de la eclesiología

De un ministerio carismático a un ministerio triple

Desarrollo del episcopado monárquico

Factores que contribuyeron a la supremacía del obispo de Roma

El problema de las controversias teológicas

La necesidad de una teología cristiana

Las primeras controversias

Las controversias trinitarias

Las controversias cristológicas

La controversia pelagiana

El problema de la mundanalidad

El movimiento monástico

Los monjes del desierto

El monasticismo oriental

El monasticismo occidental

El problema de la ideología

La unión de la Iglesia y el Estado

El concepto de cristiandad
Mirada retrospectiva y prospectiva

Evaluación del cristianismo del período

La contribución del cristianismo del período

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros

USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.

El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el

servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.
Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.
PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.

Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla la
cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.

Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.

En el presente libro de texto se seguirá mayormente un criterio cronológico, en base al esquema


general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los autores de las Guías de Estudio de
TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El material será arreglado en cuatro
unidades principales, y cada una de ellas dividida en un número de temas de estudio. Así, pues, la
primera unidad considera la expansión del testimonio cristiano en el ámbito del Imperio Romano.
La segunda unidad presta atención al mismo fenómeno, pero fuera de las fronteras del Imperio
Romano. La tercera se concentra en el análisis del desarrollo del cristianismo en torno a
Constantinopla y el Imperio Bizantino. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los primeros cinco siglos de su
existencia, y cómo se intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo es de gran provecho para el líder cristiano. Primero, el
estudio de la historia del cristianismo reafirma la fe del creyente en la validez de su mensaje y obra.
No hay una explicación adecuada para la vitalidad continua del testimonio cristiano frente a las
tremendas dificultades por las que ha atravesado, que no sea la validez del mensaje que Dios estaba
en Cristo reconciliando al mundo consigo. Los frutos de la proclamación de este mensaje renuevan
la fe en la obra del Espíritu Santo, como agente de la acción redentora de Dios en la historia. El
testimonio cristiano ha hecho una contribución significativa al desarrollo de la humanidad.

1. El cristianismo ha revalorizado la vida del ser humano individual y la sociedad como un todo.
Esto ha tenido un impacto especial en los grupos humanos más oprimidos, las mujeres, los niños,
los enfermos, los marginados, los prisioneros y los esclavos. El cristianismo también presenta el
concepto más alto de sociedad: el reino de Dios, la sociedad de los redimidos bajo el señorío de
Cristo.

2. El cristianismo ha revalorizado el trabajo del ser humano. En lugar de ser una fuente de
humillación y explotación, el testimonio cristiano ha enseñado que el trabajo es una oportunidad
para glorificar a Dios y cumplir el destino propio como mayordomo de su creación. El cristianismo
ha contribuido a la elevación social de los trabajadores alrededor del mundo.

3. El cristianismo ha revalorizado la educación del ser humano. Gracias al testimonio cristiano,


la educación ya no es entendida como un privilegio para unos pocos, sino como un derecho para
todos, sin exclusiones. El ejercicio de este derecho inalienable es esencial para el desarrollo de la
dignidad de cada persona. Debe recordarse que los primeros en ofrecer oportunidades de
educación a las mujeres fueron cristianos.

4. El cristianismo ha revalorizado la historia del ser humano. El testimonio cristiano ha provisto


de una nueva interpretación de la historia, que ofrece esperanza para la humanidad y sentido al
devenir. El cristianismo cambió el concepto griego de la historia como una serie de ciclos dominados
por el destino o la fortuna. La fe cristiana toma en cuenta tanto la inmanencia como la trascendencia
de Dios en los eventos de este mundo. Pero reconoce que el ser humano no alcanzará su destino
final dentro de la historia, sino que evoca su esperanza para que mire más allá de la historia a la
victoria final en Cristo.

5. El cristianismo ha revalorizado las relaciones del ser humano. Su mensaje habla de la


eliminación de prejuicios, odios, racismo, discriminación e invita a todos los seres humanos a
reconciliarse con Dios y los unos con los otros. El llamado a la reconciliación incluye la idea de una
nueva fraternidad y solidaridad entre los seres humanos, que tiene que encontrar expresión
concreta en la vida de la comunidad de fe, como modelo de comunidad humana.

Segundo, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la falacia de confundir los perfiles
culturales del cristianismo con el evangelio mismo. En la historia del cristianismo es posible ver
períodos áridos y oscuros, cuando apenas la cáscara externa de la religión parecía estar intacta. Las
Cruzadas, los papas renacentistas, la imposición del cristianismo a los pueblos nativos en América
Latina, los destinos manifiestos y los imperialismos mesiánicos son apenas algunos pocos ejemplos
de la confusión entre subproductos culturales de la fe y el evangelio cristiano. La confusión de la fe
cristiana con la cultura occidental ha sido frecuente, y generalmente con resultados deplorables.

Tercero, el estudio de la historia del cristianismo enseña la futilidad de esperar la perfección aquí
en la tierra y de este lado de la eternidad. Esta expectativa de construir un mundo perfecto ha sido
el fracaso de más de un idealista. Incluso muchos cristianos se han alejado de sus respectivas
comuniones cristianas en razón de que han encontrado imperfecciones en ellas. Por supuesto que
parte del ideal cristiano es aspirar a la perfección y trabajar por la santidad. Pero hace falta un
balance para ver que de este lado de la eternidad la perfección no es posible, ni siquiera en la Iglesia.
Pretender que la Iglesia sea perfecta es confundir al cuerpo de Cristo con el Señor mismo.

Cuarto, el estudio de la historia del cristianismo desenmascara a los verdaderos enemigos del
evangelio. Estos enemigos no son las imperfecciones de los hermanos, por más perturbadoras que
éstas sean. Estos enemigos no son las disparidades en la comprensión teológica entre cristianos
sinceros, por más confundidoras que éstas sean. Los enemigos reales no son siquiera las iglesias
rivales que alguna vez nos han perseguido, excluido o discriminado. Los verdaderos enemigos del
evangelio son Satanás y sus huestes de maldad, junto con los poderes que ellos desatan:
secularismo, relativismo, materialismo, hedonismo, consumismo, egocentrismo, imperialismo,
terrorismo, etc.

Quinto, el estudio de la historia del cristianismo alienta una visión ecuménica de la fe. La historia
del cristianismo nos ilustra la unidad esencial de los cristianos en torno a la fe en Cristo. Los períodos
de grandes avivamientos espirituales en esta historia no han estado restringidos a un grupo
particular. El testimonio cristiano ha sido más impactante y efectivo cuando ha sido el resultado de
la unidad de los cristianos en respuesta a la oración de Jesús (Juan 17).

Sexto, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la validez del principio de unidad en la
diversidad. Pablo enseñó esta verdad bajo la figura del cuerpo y sus diversos miembros, cada uno
de los cuales tiene sus propias funciones pero necesita de los demás. El gran factor espiritual a lo
largo de los siglos ha sido el descubrimiento de que las diversas comuniones de fe dentro del
cristianismo pueden enriquecerse unas a otras y encontrar su unidad esencial en Cristo, sin perder
la validez de su propia contribución.

Séptimo, el estudio de la historia del cristianismo desarrolla un espíritu de tolerancia y


comprensión. Tolerancia no significa renunciar a la verdad. Más bien, es la disposición de permitir a
otros ejercer el derecho de expresar sus propios puntos de vista. Nadie puede estudiar la historia
del testimonio cristiano sin sentirse perturbado por las profundas heridas producidas en la Iglesia
por la intolerancia. De igual modo, el conocimiento del pasado cristiano ayuda a desarrollar una
mayor y mejor comprensión de los hechos. Y esto, a su vez, permite un ejercicio más inteligente del
amor y la aceptación.

Octavo, el estudio de la historia del cristianismo provee de una perspectiva adecuada para
valorar las tendencias y movimientos del presente. A través de sus estudios históricos, el creyente
está mejor capacitado para reconocer en los cultos de nuestros días la reaparición de viejas herejías.
Uno puede constatar el hecho triste de que cada generación muchas veces repite los mismos errores
del pasado. Una perspectiva histórica puede ayudarnos a ser mejores profetas de Dios al ver su
mano obrando en la historia.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. El cristianismo en el mundo

2. Palestina en el centro del mundo


3. Palestina en la historia

4. La expansión del cristianismo hacia el año 350

5. Las grandes sedes episcopales

6. Etiopía, Arabia, Persia e India

7. La expansión del cristianismo a fines del siglo VI

8. Rutas seguidas por los hunos y godos

9. Imperio Bizantino y Constantinopla

Cuadros

1. Progreso del cristianismo

2. La marcha del cristianismo

3. Caracterización de cada siglo

4. La contribución romana al cristianismo

5. La contribución griega al cristianismo

6. La contribución hebrea al cristianismo

7. Anagrama de Tertuliano

8. Símbolos cristianos

9. Tres etapas de la misión de los apóstoles

10. Emperadores romanos

11. Zoroastrismo

12. Maniqueísmo

13. Problemas y respuestas de la Iglesia

14. Los Padres de la Iglesia

15. Defensores de la fe

16. Los grandes concilios universales o ecuménicos


Introducción general

La historia del cristianismo ha sido definida de múltiples maneras. Muchos autores,


comprometidos con la ideología de la cristiandad, la han definido desde una perspectiva
institucional. Es por esto que han titulado sus estudios como “historia de la Iglesia” o “historia
eclesiástica.” A. H. Newman señala: “La historia de la iglesia es la narración de todo lo que se conoce
de la fundación y el desarrollo del reino de Cristo sobre la tierra.” Según Newman, la expresión
“historia de la iglesia” se usa comúnmente para designar no sólo el registro de la vida cristiana
organizada de nuestra era, sino también el registro de la carrera de la religión cristiana misma.
Incluye dentro de su esfera las influencias religiosas directas e indirectas que el cristianismo ha
ejercido. Muchos autores protestantes siguen este enfoque, que pone el énfasis en la institución
histórica que se conoce como Iglesia cristiana.

Obviamente, ésta es también la comprensión de los historiadores católicorromanos. Joseph


Lortz presenta la siguiente definición: “La Historia de la Iglesia es, …, similar a cualquiera otra ciencia
histórica, y trabaja con las mismas leyes de la crítica histórica. Pero la Historia de la Iglesia es
diametralmente distinta de la pura ciencia natural, ya que opera según principios propios tomados
de la Revelación: la Historia de la Iglesia es teología.” Otro autor católico, Bernardino Llorca, señala:
“Historia de la Iglesia es la ciencia que estudia el desarrollo exterior e interior y toda la actividad de
la Iglesia, como institución de Cristo.”

Esta comprensión responde al método de la historiografía antigua, y fue inaugurado por Eusebio
de Cesarea (260–340), el padre de la “historia eclesiástica,” a comienzos del siglo IV. Al escribir
después de la supuesta “conversión” del emperador romano Constantino (año 312), Eusebio
procuró escribir una historia institucional que sirviera a los propósitos del Imperio Romano, más que
como un testimonio de la manifestación del reino de Dios.

Otros definen nuestra disciplina desde la perspectiva de la historia de las religiones. Según W.J.
McGlothlin, “La historia del cristianismo es el relato del origen, progreso y desenvolvimiento de la
religión cristiana y de su influencia sobre el mundo.” McGlothlin distingue entre una historia
externa, que tiene que ver con el relato de la influencia del cristianismo en su crecimiento y
expansión; y, una historia interna, que se refiere al relato de los cambios internos. Para Kenneth S.
Latourette, “la historia del cristianismo es la historia de lo que Dios ha hecho por el hombre así como
la contestación del hombre a la actitud de Dios.”

La tendencia en la historiografía cristiana contemporánea es ver a la historia del cristianismo


como la historia de un movimiento y como una realidad más grande que cualquier institución
eclesiástica local o particular. Esta perspectiva histórica toma en cuenta la diversidad de creencias y
prácticas que se han dado a lo largo de dos mil años de testimonio cristiano. Además, al considerar
al cristianismo como movimiento, estos historiadores hacen el esfuerzo por mantener una
perspectiva global en su aproximación a los hechos históricos.
El presente libro de texto no es una historia eclesiástica. Tampoco se trata de una historia de la
religión cristiana, con énfasis sobre el desarrollo de sus doctrinas y prácticas, su clero y
organizaciones. Más bien, lo que nos proponemos es elaborar una historia del cristianismo. La
historia del cristianismo es el relato crítico del origen, progreso y desarrollo del testimonio cristiano
y de su influencia en el mundo. No nos interesa tanto la Iglesia como institución ni el cristianismo
como religión, sino más bien la fe cristiana como testimonio de vida y de salvación para toda la
humanidad. En este sentido, el cristianismo ha sido siempre una fe histórica. Lo ha sido por dos
razones. Primero, porque cree en el carácter histórico de su protagonista central: Jesús de Nazaret.
Segundo, porque afirma la relación fundamental entre la actividad de Dios y el curso de la historia
humana. La historia es central para la fe cristiana. Es en la arena del tiempo y de los eventos
humanos donde se desarrolla el plan redentor de Dios y la manifestación y expansión de su reino.

Marc Bloch: “El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han
podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo
humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus liturgias
conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la iglesia y de
los santos. El cristianismo es además histórico en otro sentido, quizá más profundo:
colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos,
una larga aventura, de la cual cada destino, cada ‘peregrinación’ individual, ofrece, a su vez,
el reflejo; en la duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación
cristiana, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Redención.”

Hay tres religiones que pretenden ser universales y que en ciertos períodos de la historia se han
difundido por el mundo. Estas religiones han apelando a las personas de todas las razas, culturas y
lenguas con sus doctrinas y prácticas. Ellas son: el budismo, el cristianismo y el islamismo. El budismo
comenzó en el noreste de la India seis siglos antes de Cristo, y el islamismo nació en Arabia seis
siglos después de Cristo. El budismo se esparció hacia Oriente, donde llegó a ser la religión más
difundida de Asia, mientras que el islamismo se extendió principalmente hacia el oeste de Asia y
Arabia, y se transformó en la religión de dos continentes: Asia y África. En los últimos cuatro o cinco
siglos ninguna de estas dos religiones ha dado mayores muestras de vitalidad. No obstante, en años
más recientes, se han dado ciertos indicios de avance y renovación. El fundamentalismo islámico ha
llamado la atención de todo el mundo, mientras que el budismo se ha infiltrado significativamente
en la cultura occidental. Ambas religiones han puesto de manifiesto un dinamismo misionero, que
ha cautivado a muchos en el mundo noratlántico.

A diferencia de estas dos religiones, el cristianismo comenzó desde una posición estratégica
mejor. Palestina puede ser comparada con un estrecho corredor entre el mar y el desierto o un
puente que une a tres continentes: Asia, África y Europa. El cristianismo pronto se esparció a estos
tres continentes, ganando su primer triunfo en forma decisiva alrededor del mar Mediterráneo. A
pesar de los retrocesos o detenimientos en su avance, la fe de Jesucristo se ha expandido una y otra
vez, llegando a ser la religión más difundida del mundo.

MAPA 1 - EL CRISTIANISMO EN EL MUNDO


La vida más fecunda y efectiva del cristianismo corresponde a los últimos cinco siglos, y su
avance geográfico más grande se ha dado en los últimos doscientos años. Estos años pasados fueron
testigos del desarrollo extraordinario del cristianismo, no tanto numéricamente, como en su
influencia general sobre el mundo, llegando a estar presente en casi todos los países de nuestro
planeta.

Antes de discutir el progreso del cristianismo en los distintos períodos de su historia, es


necesario tener una visión global de este proceso. El cuadro que sigue ilustra la manera en que el
eminente profesor Kenneth S. Latourette grafica la historia del cristianismo en su obra Historia de
la expansión del cristianismo (en inglés), en siete volúmenes.

CUADRO 1 - PROGRESO DEL CRISTIANISMO

A la luz de este gráfico, puede verse que ningún período de retroceso del movimiento cristiano
fue tan serio y profundo como el primero. Después de cada retroceso vino no sólo un período de
recuperación, sino un avance a nuevos logros y expansión. Debe notarse también la continua y
realmente creciente influencia del cristianismo en el mundo. Tomada en su conjunto, la línea del
desarrollo del movimiento cristiano muestra un balance positivo de crecimiento, avance, logros y
realizaciones, que van más allá de lo que cualquier otra religión en el mundo haya logrado. El cuadro
que sigue nos ayuda a entender e interpretar el gráfico anterior:

CUADRO 2 - LA MARCHA DEL CRISTIANISMO

AÑO CARACTERIZACIÓN ACONTECIMIENTOS


IMPORTANTES

29–500 Primer Avance Conquista del Imperio Romano.

500–950 Primer Retroceso Caída del Imperio de Occidente


y surgimiento del Islam.

950–1350 Segundo Avance Resurgimiento del cristianismo


occidental.

1350–1500 Segundo Retroceso Declinación de la iglesia


medieval y resurgimiento del
poder islámico bajo los turcos
otomanes.

1500–1750 Tercer Avance Reforma y Contrarreforma.

1750–1815 Tercer Retroceso Creciente secularización en


Occidente y declinación de las
potencias cristianas: España y
Portugal.

1815–1914 Cuarto Avance Movimientos modernos y el


período más grande de
expansión.
1914–1990 Retroceso y Avance Movimiento ecuménico, y
movimientos de consolidación y
renovación espiritual.

Como puede verse, el progreso está lejos de ser uniforme. A pesar de la oposición, los primeros
cinco siglos se caracterizaron por un avance rápido y sin mayores interrupciones, que resultó en el
establecimiento de la fe cristiana en toda la cuenca del mar Mediterráneo. Después de Pentecostés,
los discípulos tuvieron nuevas fuerzas para hacer frente a la misión encomendada por Jesús. Las
primeras persecuciones los obligaron a esparcirse y a llevar el mensaje a otros lugares fuera de
Palestina. Con Pablo se abrió la puerta a los gentiles y el evangelio llegó hasta Roma, que no era “lo
último de la tierra” sino más bien el centro del mundo greco-romano. Pero Roma sí era la antesala
para llegar hasta lo último de la tierra, como era el deseo del apóstol (Ro. 15:24, 28, España era para
los antiguos el extremo occidental del mundo conocido). Con la conversión del emperador romano
Constantino, el cristianismo encontró puertas abiertas para su expansión, a pesar de sus
controversias internas. Más tarde, las invasiones bárbaras impusieron la necesidad de un ajuste a
las nuevas circunstancias históricas y frenaron el dinamismo del avance cristiano.

Después de los primeros cinco siglos de avance llegamos a los “mil años de incertidumbre”
(como los denomina Latourette). El período comienza con cuatro siglos y medio de declinación,
posiblemente la más seria de toda la historia del cristianismo. El primer retroceso será el más grande
y prolongado de todos los que muestra el gráfico. En buena medida, esto se debió a la caída del
Imperio Romano de Occidente, que había significado para el cristianismo un medio ambiente
estable y seguro, en el que en los primeros siglos la fe cristiana encontró su mayor oportunidad para
una expansión rápida e ininterrumpida. Otro factor de esta declinación fue el surgimiento del Islam
en el Cercano Oriente, es decir, el nacimiento del rival religioso más grande del cristianismo hasta
los tiempos modernos. No obstante, el cristianismo no sólo sobrevivió, sino que hacia el 950
comenzó un paulatino ascenso, que va a continuar hasta cerca del 1350. Noten que deberán pasar
600 años (el período que algunos llaman la “Edad Oscura”) antes de que se alcance una posición
comparable con la del año 500.

Hay dos cosas importantes que notar durante este ascenso: (1) En Occidente, la religión
cristiana, que sobrevivió a la civilización romana, llegó a ser el núcleo de la nueva civilización
europea. Si bien no fue una civilización cristiana, el cristianismo ocupó en ella un lugar primordial.
(2) En Oriente, se ven señales de recuperación con las Cruzadas (1096) y en la nueva empresa
misionera (siglo XIII).

Una segunda declinación comenzó hacia el 1350 y continuó hasta el 1500. La razón fue doble:
en Occidente se da la división de la cristiandad y movimientos de revuelta contra los abusos en la
Iglesia; en Oriente se da un reavivamiento del Islam y un acrecentamiento de su agresividad.
Hacia el año 1500 terminó este período de retroceso para dar paso a un significativo avance del
cristianismo. El período del 1500 al 1750 fue un verdadero salto hacia arriba. En su comienzo
encontramos nuevas líneas de comunicaciones que comenzaron a abrirse por todo el mundo.
Coincidiendo con esto surgieron movimientos de un nuevo celo religioso en algunos sectores de la
cristiandad occidental. El resultado fue el período más fecundo y rico, hasta el momento, en la
historia del cristianismo. Hacia el año 1750, las grandes potencias políticas, que promovieron los
viajes de descubrimiento y exploración, cayeron de su sitial de poder y otras naciones ocuparon su
lugar. Paralela a esta crisis política se dio la crisis religiosa con una pérdida de vigor y un enfriamiento
del celo cristiano. En Europa esto se debió a la expansión de una actitud materialista y racionalista,
ejemplificada dramáticamente en la política antirreligiosa de la Revolución Francesa de 1789. En
otras partes el retroceso se debió a la declinación de las misiones romanas con el eclipse de España
y Portugal, los primeros patrocinadores de aquellas misiones en las nuevas tierras, y luego la
situación diferente de Francia, que durante algún tiempo sobrepasó a las naciones mencionadas
como potencia católica romana.

Con el fin de las guerras napoleónicas en 1815, comenzó para Europa un siglo de comparativa
paz, y para el cristianismo uno de progreso sin igual. En América Latina comienza el período de la
independencia de España y Portugal, y más tarde (en la segunda mitad del siglo) el período de
organización nacional de las repúblicas latinoamericanas. Inglaterra se destacó como la potencia
mundial más importante, y la Revolución Industrial, en la que esta nación tuvo la delantera, la
transformó en la fábrica del mundo. Es en el marco de esta nueva situación económica, política y
social, que se tradujo en la expansión imperialista mundial, que debe interpretarse el papel de
Inglaterra en esta etapa de nuevo avance del cristianismo. A partir de comienzos pequeños se
desarrolló un movimiento que difundió el cristianismo hasta fronteras desconocidas en cualquier
momento anterior de su historia.

Es en este período que la religión cristiana llegó a ser universal en el sentido geográfico de la
palabra, es decir, no sólo con un mensaje que es para todas las personas, sino que realmente
comenzó a ganar a las personas “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas”. El movimiento
misionero moderno surgió en Inglaterra y se extendió a los protestantes en el continente europeo
y en Norteamérica. A los católicos romanos, que habían ocupado un lugar muy importante en el
período anterior (1500–1800), les costó mucho tiempo adaptarse a las oportunidades de esta edad,
pero pronto comenzaron un nuevo trabajo misionero. Protestantes y católicos, entre los años 1800
y 1914, esparcieron el cristianismo a lugares a los que hasta entonces no había llegado. En este
sentido, el siglo XIX ha sido llamado “El Gran Siglo”.

CUADRO 3 - CARACTERIZACIÓN DE CADA SIGLO

El primer siglo, es el siglo apostólico fundacional;

el segundo siglo, es el siglo de los apologistas griegos;

el tercer siglo, es el siglo de la persecución en el Imperio Romano;


el cuarto siglo, es el siglo de la Iglesia estatal;

el quinto siglo, es el siglo de las divisiones en Oriente;

el sexto siglo, es el siglo del cesaropapismo;

el séptimo siglo, es el siglo del Islam;

el octavo siglo, es el siglo de la controversia sobre los íconos en Oriente;

el noveno siglo, es el siglo del Sacro Imperio Romano Germánico;

el décimo siglo, es el siglo de la conversión de Rusia;

el undécimo siglo, es el siglo de la escolástica;

el duodécimo siglo, es el siglo de las Cruzadas;

el décimo tercer siglo, es el siglo del poder papal;

el décimo cuarto siglo, es el siglo del Cautiverio Babilónico y Cisma Papal;

el décimo quinto siglo, es el siglo del Renacimiento;

el décimo sexto siglo, es el siglo de las Reformas;

el décimo séptimo siglo, es el siglo de la razón;

el décimo octavo siglo, es el siglo de los avivamientos evangélicos; el décimo noveno siglo, es el
siglo de las misiones modernas.

El último período se inaugura después de 1914 y coincide con el siglo pasado. Todos los siglos
de la historia del cristianismo pueden ser designados por sus tendencias o eventos característicos.

¿Qué nombre podemos darle al siglo XX o cómo podemos caracterizarlo? Quizás es muy pronto
para darle un nombre, pero posiblemente sea el “siglo de la consolidación y la renovación
espiritual”. Estamos muy cerca de los eventos como para estar seguros de sus causas, de su
significado y de su orientación. ¿Será este último período un cuarto retroceso? Muchos europeos,
conscientes del secularismo y del proceso de descristianización imperante en sus países,
responderían “SÍ”. Algunos norteamericanos, con un pobre desarrollo denominacional y
permanente decrecimiento numérico en el protestantismo troncal, también dirían “SÍ”.

No obstante, si interrogamos al continente asiático las respuestas serán diferentes según los
lugares. En China, con el advenimiento del comunismo, el cristianismo casi fue cortado de raíz, pero
a comienzos del siglo XXI había más de 150 millones de cristianos confesantes en la Iglesia
subterránea en esta populosa nación. En otros países de Oriente, las iglesias cristianas han pasado
y están pasando por momentos de extraordinario avivamiento y desarrollo, como en Corea del Sur
e Indonesia. En África, a pesar de los choques políticos, raciales y culturales, el progreso del
cristianismo continúa siendo notable. En algunos países africanos el desarrollo es explosivo. En
América Latina no se ha dado todavía un gran avivamiento de la fe cristiana, lo que no significa un
retroceso sino una oportunidad. Es posible que el continente latinoamericano sea testigo en las
próximas décadas de una revitalización del cristianismo que afecte a toda la cristiandad, si es que el
Señor no retorna antes. Ya hay indicios verificables de este proceso de renovación espiritual y
crecimiento de las iglesias. América Latina se está volcando masivamente a una comprensión
evangélica (más específicamente pentecostal y carismática) de la fe cristiana.

Del resumen histórico anterior surge la observación general de que después de cada retroceso
vino no sólo una recuperación sino un avance de grado superior a los anteriores. Es de notar también
la continua y creciente influencia del cristianismo. Tomada en su conjunto, la línea de desarrollo
muestra un crecimiento, avance, logros y realizaciones que van más allá de lo que cualquier otra
religión en el mundo haya logrado jamás. Será, pues, como parte de esta línea de desarrollo que
analizaremos y estudiaremos la importancia de cada período de la historia del cristianismo.

En este primer volumen se considerará el período del primer avance del cristianismo: los
primeros quinientos años. Consideraremos estos siglos fundacionales a través de cuatro unidades
de desarrollo. En este volumen se estudia el primer avance del cristianismo desde Jerusalén “hasta
lo último de la tierra.” El énfasis principal está puesto sobre la gente antes que en cuestiones
políticas o polémicas. Se procura hacer una descripción vívida de los cristianos en los primeros cinco
siglos sobreviviendo con su fe a través de la persecución y llevando esa fe hacia el este en Asia, el
sur en África, y hacia occidente en Europa.

La Unidad 1 considera el rápido proceso de difusión del cristianismo en el ámbito geográfico del
Imperio Romano, y se muestra cómo de religión reprimida se transformó en religión favorecida por
el Estado. Se destacan los factores que contribuyeron a esa rápida expansión y la vida y ministerio
de los primeros cristianos.

La Unidad 2 considera la expansión del cristianismo fuera del Imperio Romano, procurando
mostrar que la fe cristiana no sólo se desarrolló en forma floreciente en Occidente, sino también en
Oriente. Se notará cómo, hacia fines del período en consideración, el cristianismo había llegado a
los extremos del mundo conocido: Inglaterra en Occidente y China en Oriente; los pueblos bárbaros
al norte de Europa y la costa oriental de África hacia el sur.

La Unidad 3 presta atención de manera particular al desarrollo del cristianismo en el Imperio


Romano Oriental, con su capital en Constantinopla. En la historiografía tradicional este desarrollo
no ha recibido suficiente atención. Se procurará no sólo conocer el desarrollo político sino también
el religioso, que estuvo íntimamente relacionado con el primero. A tal efecto, será de interés la
consideración de la cosmovisión y cultura bizantina, así como sus manifestaciones teológicas,
religiosas, eclesiológicas y litúrgicas.
La Unidad 4 señala los problemas a los que el cristianismo tuvo que hacer frente en sus primeros
500 años de vida. Algunos fueron más profundos que otros, algunos pronto perdieron su vigencia,
otros sobrevivieron sin una solución definitiva durante varios siglos, aun otros continúan
reapareciendo hasta el día de hoy de una u otra manera.

UNIDAD 1

El cristianismo en el imperio romano

INTRODUCCIÓN
Esta unidad es una síntesis de la historia del cristianismo desde sus orígenes hasta el siglo VI, en
el ámbito de lo que se conoció como el Imperio Romano, pero con una perspectiva global. Se pondrá
énfasis en el surgimiento y desarrollo del testimonio cristiano, mayormente en el mundo
grecorromano. Se prestará atención a los eventos y movimientos principales, los personajes más
importantes, los documentos fundamentales, y algunas de las tendencias teológicas más
destacadas.

El conocimiento de la historia del cristianismo de los primeros siglos es básico para una
comprensión del testimonio y la vida de la Iglesia contemporáneos. Muchas de nuestras creencias
y prácticas actuales son productos de aquellos siglos fundacionales. Mediante el estudio de la
enseñanza y práctica de los primeros cristianos, los estudiantes y lectores aprenderán a apreciar a
la Iglesia primitiva y a comprometerse con la misión que el Señor nos ha confiado.

Todo el Nuevo Testamento señala el hecho del esparcimiento del cristianismo por todo el
mundo como una meta que debe cumplirse en la historia. Cada uno de los cuatro Evangelios termina
con un claro mandato, dado por Jesús, en este sentido (Mt. 28:19; Mr. 16:15; Lc. 24:47; Jn. 20:21).
El libro de los Hechos de los Apóstoles tiene como propósito narrar los acontecimientos de ese
programa desde el comienzo en Jerusalén “hasta lo último de la tierra”. El resto de la literatura del
Nuevo Testamento consiste en cartas de los misioneros a las jóvenes iglesias del mundo
mediterráneo con cuya fundación estaban relacionados.

Por estos documentos sabemos que los primeros cristianos estaban firmemente convencidos
que su religión era las “buenas nuevas” para todas las personas (Jn. 3:16; Lc. 24:47). Es posible que
ante esta pretensión muchos de los que oían su prédica se hayan reído. Al fin y al cabo, en
comparación con los grandes movimientos filosóficos y los cultos practicados por las mayorías, el
cristianismo no parecía otra cosa que una superstición inexplicable y peligrosa, que atentaba contra
el orden institucional. Su origen era dudoso y los contenidos históricos de su fe resultaban no sólo
paradójicos, sino inaceptables para la cosmovisión dominante en aquel entonces. Además, ¿qué
valor o influencia podía tener una secta judía nacida en un rincón tan oscuro del mundo como era
Palestina?

EL LUGAR, EL TIEMPO Y EL PROPÓSITO


Para muchos pensadores de distinción en el primer siglo, Palestina, la cuna del cristianismo, no
era más que un rincón olvidado y despreciado del mundo. Los griegos pensaban de él como una
tierra de ignorantes y los romanos como un territorio rebelde y problemático. Sin embargo, ¿tenían
razón los antiguos cuando consideraban a Palestina como un rincón del mundo? Si observamos un
mapa, inmediatamente se hace evidente que Palestina no está en un rincón, sino en el centro mismo
del mundo (ver mapa 2).

MAPA 2 - PALESTINA EN EL CENTRO DEL MUNDO

_ El lugar
El lugar del nacimiento del cristianismo fue importante. Si bien algunos filósofos e intelectuales
de las primeras décadas de testimonio cristiano se burlaron de las pretensiones de universalidad de
la nueva fe, la cuna del cristianismo—Palestina—estaba ubicada en un lugar central desde el punto
de vista geográfico. Allá por el año 175, un conocido filósofo pagano, Celso, decía: “Si Dios
despertara de un largo sueño y quisiera salvar a todos los seres humanos, ¿piensas que iría a una
esquina del mundo?… Sólo un escritor cómico diría que el Hijo de Dios fue enviado a los judíos.”
Muchos en sus días compartían el concepto de Celso. Palestina era un territorio pequeño y marginal.
Apenas una franja rugosa de 240 kms. de longitud por 120 kms. de ancho.
Sin embargo, Palestina era central en términos geográficos. No hay otro territorio que esté
mejor ubicado respecto a los cinco continentes. La expansión de la fe cristiana, entonces, comenzó
a partir de un territorio estratégicamente ubicado, desde donde su expansión por todo el planeta
era más factible. En un sentido, Palestina puede ser considerada como un centro geográfico del
mundo.

_ El tiempo
No sólo el lugar resultó importante para el surgimiento del cristianismo, sino también el tiempo.
Palestina es central geográficamente y también lo es históricamente. Este territorio ha ocupado una
posición histórica estratégica a lo largo de la historia de la humanidad en el corredor entre Asia y
África (ver mapa 3).

MAPA 3 - PALESTINA EN LA HISTORIA

Por un lado, esta posición estratégica de Palestina, significó una verdadera desgracia para sus
habitantes, desde la antigüedad hasta el presente. El país está encajado como un estrecho corredor
entre los territorios donde se desarrollaron algunas de las más grandes civilizaciones de la
antigüedad: el Delta del río Nilo y las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates. Fue inevitable que las
sucesivas potencias rivales en estas dos áreas culturales se propusieran adueñarse de este corredor
estratégico y procurarán conservarlo para sí. De este modo, el pequeño país se vio condenado a ser
víctima constante de las guerras entre estos grandes dominios. Esta situación configura el trasfondo
histórico de todo el Antiguo Testamento. Pero no sólo Asia y África compitieron por Palestina, sino
que pronto se unió también Europa. El primer monarca europeo en dominar estas tierras fue
Alejandro Magno, de Macedonia (c. 330 a.C.), y luego vinieron los romanos (63 a.C.). Ésta era la
situación cuando se inició el período del Nuevo Testamento: Asia, África y Europa rodeaban a
Palestina, que era como un estrecho puente entre ellas. La historia del pueblo hebreo, según se nos
refiere en el Antiguo Testamento, da testimonio de este hecho. Caldeos, egipcios, asirios, babilonios,
persas, griegos y romanos, representantes de tres continentes, invadieron sucesivamente esta tierra
y escribieron en ella su historia.

Por otro lado, Palestina fue algo más que el escenario histórico de los conflictos bélicos de los
imperios de la antigüedad. En el desarrollo de esa historia, Dios escogió el tiempo más propicio para
el advenimiento del Salvador del mundo. La Biblia declara que el advenimiento del Mesías no fue
una casualidad histórica, sino que Dios escogió el tiempo. Los Evangelios testifican: “Jesús vino …
predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido” (Mr. 1:14, 15). Pablo
usa una frase similar: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de
mujer y nacido bajo la ley …” (Gá. 4:4). Ambas declaraciones indican que Dios preparó las cosas y
que la preparación fue completa y adecuada para su eterno propósito redentor.

Kenneth S. Latourette: “En el tiempo en que comenzó el cristianismo y en los primeros tres
siglos de su existencia más que en cualquier era precedente, las condiciones en el mundo
mediterráneo prepararon el camino para la difusión de una nueva fe religiosa a través de
toda la extensión de esa área. En realidad, tampoco después de los tres siglos en los que el
cristianismo tuvo éxito en establecerse como la religión más fuerte en esa región, volvieron
a existir allí las condiciones que favorecieron de tal manera la entrada y aceptación general
de una nueva fe.”

_ El propósito
Tiempo y espacio coincidieron como coordenadas para crear el marco más propicio para la
venida de Jesús al mundo. Pero Palestina es central no sólo geográfica e históricamente, sino
también espiritualmente. Palestina fue algo más que el escenario espacio-temporal de los conflictos
bélicos de la antigüedad. Por sobre todas las cosas, fue la tierra en que nació Jesús, el Salvador del
mundo. Fue el lugar del nacimiento del movimiento cristiano, y en esto su posición central adquiere
una nueva importancia. Es cierto que Palestina fue el embudo por el que pasaron las potencias de
tres continentes, pero fue también el punto de partida ideal para que el cristianismo penetrara en
esos tres continentes con su mensaje de paz y justicia. Jesús había dicho: “Id … a todas las naciones,
comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:47), y “desde Jerusalén … hasta lo último de la tierra” (Hch.
1:8). Basta con observar un planisferio para notar cuán sabiamente escogió Dios a esta tierra para
la realización de sus planes redentores y para la difusión de su luz por todo el mundo (ver mapa 2).

El libro de los Hechos comienza la historia de una nueva era, cuando la posición central de
Palestina (geográfica, histórica y espiritual) fue utilizada por Dios en forma novedosa y redentora.
Los apóstoles al principio no se dieron cuenta de esto. Jesús les había hablado de la inauguración de
un nuevo reino y de un nuevo poder con el que ellos lo pondrían de manifiesto en todo el mundo
(Hch. 1:8). Pero ellos no entendieron la dimensión de lo que Jesús les estaba diciendo (Hch. 1:6),
hasta que llegó el día de Pentecostés y el Espíritu Santo los ungió para la misión. Algo
maravillosamente nuevo estaba ocurriendo y Dios había preparado las cosas. Poco a poco los
primeros cristianos comenzaron a entender la misión de Dios y a comprometerse con ella con todo
entusiasmo y fe.

FACTORES QUE CONTRIBUYERON A LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO


Los cristianos que vivían en el tiempo del primer avance rápido del cristianismo (hasta el año
250) y que habían desempeñado un papel importante en ese avance, veían que Dios había
preparado las cosas de tres maneras:

_ La contribución romana
El mundo romano hizo una quíntuple contribución a la expansión del cristianismo. Cada uno de
estos aspectos puede ser recordado por la palabra en latín que lo describe: pax, lex, via, rex, ars.

Pax: la paz romana. Es difícil que una idea se difunda en medio de situaciones de conflicto. El
Imperio Romano gozaba de paz cuando apareció el cristianismo. Orígenes de Alejandría (185–254),
uno de los más destacados biblistas y teólogos del cristianismo antiguo, afirma: “Dios estaba
preparando a las naciones para su enseñanza.… Jesús nació en el reino del emperador Augusto (27
a.C.–14 d.C.), que incorporó a muchos reinos a un solo Imperio Romano. Las guerras entre reinos
rivales habrían entorpecido la difusión de las enseñanzas de Jesús por toda la tierra.”

Lex: la ley romana. El hecho de tener un solo código legal en el Imperio Romano (el derecho
romano) fue un factor crucial en la unificación del diverso mundo romano. Pero la legislación
romana no fue un instrumento rígido, porque dentro del amplio margen de uniformidad, la
administración romana a nivel local era flexible, tolerante y abierta. Además, muchos residentes de
las provincias recibieron la condición de cives romani (ciudadanos de Roma), con todos sus derechos
y deberes. Pablo fue uno de ellos (Hch. 22:25–29), y esto le dio enormes ventajas en su tarea
misionera.

Via: las comunicaciones romanas por tierra y por mar. Estas vías de comunicación terrestre y
marítima se extendían desde Inglaterra hasta China. En todo el mundo del mar Mediterráneo, las
carreteras y vías marítimas, la paz, la ley y el orden romanos animaban a la gente a viajar, tanto por
motivos de negocios como por placer, con una libertad y comodidad que fueron desconocidas hasta
los tiempos modernos. Las rutas terrestres eran básicamente de uso militar, estaban construidas en
piedra, con drenajes, puentes, y postas regulares para el recambio de cabalgaduras y descanso de
los viajeros. Eran caminos rápidos y bien cuidados. Las rutas marítimas eran mayormente
comerciales y por ellas viajaba mucha gente. Hechos 27:37 da una idea de la cantidad de pasajeros
en una nave romana de gran calado. Los barcos en este período cruzaban el Mediterráneo desde
Gibraltar hasta Roma en siete días, y desde Roma a Alejandría en dieciocho. El periplo hacia el Lejano
Oriente comenzaba con un viaje hasta Alejandría, siguiendo luego por el Nilo, y desde allí se iba por
tierra hasta la costa occidental del mar Rojo, para continuar atravesando el mar de Arabia y seguir
hacia África del este o hacia la India. Sin estas comunicaciones los viajes misioneros de Pablo y otros
cristianos hubiesen sido imposibles.
Rex: el gobierno romano. El gobierno fue el talento supremo de los romanos. Para ellos la
política y el gobierno fueron un arte en el que alcanzaron un alto grado de sofisticación. El fuerte
gobierno centralizado de Roma proporcionaba paz y protección en todo el ámbito del Imperio. Los
soldados romanos protegían a los pueblos y ciudades de los ataques externos y garantizaban el
desarrollo del comercio y las misiones cristianas. La unidad política del Imperio Romano hacía que
toda la cuenca del Mediterráneo fuese un solo mundo, regido por la misma autoridad. Misioneros
como Pablo, Timoteo, Silas, Tito y otros no necesitaron de pasaporte para llevar a cabo sus viajes
misioneros. Y fue por su condición de ciudadano romano que Pablo pudo apelar a César y llegar a
Roma (Hch. 25:21, 25).

Ars: el talento romano. El vocablo ars en latín significa habilidad, talento, y en plural (artis) se
refiere a las cualidades intelectuales o morales, como a las inclinaciones o conducta. En todos estos
aspectos, los romanos copiaron a los griegos, pero alcanzaron niveles de desarrollo único y
sorprendente. En el campo de la educación, enfatizaron los aspectos prácticos con poca instrucción
libresca, y crearon un complicado sistema escolar. La literatura escolar desarrollaba temas de
historia y filosofía, con énfasis sobre la retórica. La pintura y la escultura, si bien seguían de cerca
los modelos griegos, fue popularizada y orientada a destacar la herencia histórica de Roma,
especialmente caracterizada por el retrato. No obstante, el genio romano y su extraordinaria
habilidad técnica se expresó sobre todo en la arquitectura. Estructuras como la bóveda y el medio
arco romano revolucionaron las técnicas de construcción, de manera que permitieron levantar
edificios y estructuras monumentales (puentes, acueductos, circos, anfiteatros, basílicas, templos,
foros). Todos estos elementos fueron adaptados y usados por los cristianos en la elaboración de las
primeras formas del arte y la arquitectura cristiana.

CUADRO 4 - LA CONTRIBUCIÓN ROMANA AL CRISTIANISMO

PAX - la paz romana: garantizaba estabilidad.

LEX - la ley romana: el derecho romano daba seguridad.

VIA - las comunicaciones romanas: ayudaban a la comunicación.

REX - el gobierno romano: el imperio era una unidad política.

ARS - el talento romano: educación, arte y arquitectura.


_ La contribución griega
El mundo griego contribuyó a la expansión del cristianismo de cuatro maneras: idioma,
cosmovisión, filosofía y cultura.

El idioma griego. El griego (coiné) era entendido y hablado por casi todo el mundo conocido del
primer siglo. Se lo utilizaba especialmente en el comercio. Las personas que recibieron la Gran
Comisión eran judías. Su idioma natal era el arameo, pero hablaban también el griego. El griego era
el idioma más utilizado en el Mediterráneo oriental. Esto proporcionaba un fuerte sentido de unidad
cultural. Las Escrituras que usaron los primeros cristianos estaban escritas en griego (la Septuaginta
o Versión de los Setenta, LXX) y sus escritos fueron redactados en este idioma, de modo que los
documentos que luego se reunieron para formar el Nuevo Testamento no necesitaron traducción.
Esto facilitó enormemente el trabajo evangelizador de los primeros creyentes y la clara difusión de
sus ideas. El griego es un idioma sumamente adecuado para expresar con exactitud y con una
riqueza que no tiene igual en otros idiomas del mundo, las verdades contenidas en el Nuevo
Testamento.

La cosmovisión griega. Los griegos contribuyeron con su pensamiento, que magnificaba el valor
de la persona humana y ponía gran énfasis sobre la verdad espiritual y moral. Los griegos fueron un
pueblo de visión, conscientes de su protagonismo histórico, y por cierto muy emprendedores. En su
cosmovisión, el ser humano era central y la persona humana tenía un valor único. Sobre todas las
cosas, los griegos fueron un pueblo sumamente curioso y amante de la verdad.

La filosofía griega. La filosofía griega tuvo una gran influencia en la formación del pensamiento
occidental. Después de estudiar a los pensadores griegos muchos abandonaban las religiones
paganas y las supersticiones, y estaban preparados para recibir una religión superior, como es el
cristianismo. El amor por la verdad llevó a muchos a encontrarse con el Dios verdadero. Más tarde,
cuando los Padres de la Iglesia desarrollaron su teología, utilizaron muchos elementos de la filosofía
griega, especialmente su vocabulario e ideas centrales, para expresar las verdades cristianas.
Escuelas filosóficas como el estoicismo y el neoplatonismo ejercieron una gran influencia en la
formulación del pensamiento cristiano. Pero hubo también otras escuelas filosóficas que de algún
modo impactaron el desarrollo de la fe cristiana o desafiaron su pretensión de ser la verdad:
epicúreos, pitagóricos, peripatéticos y los seguidores de Platón.

Clemente de Alejandría (150–215): “Dios es la causa de todas las cosas buenas; pero de
algunas en forma primaria, como del Antiguo y del Nuevo Testamentos; y de otras por
consecuencia, como la filosofía. Quizás, también, la filosofía fue dada a los griegos
directamente y primariamente, hasta que el Señor pudiese llamar a los griegos. Porque ésta
fue una educadora para traer a la ‘mente helenista a Cristo,’ así como la ley trajo a los
hebreos (Gá. 3:24). La filosofía, por lo tanto, fue una preparación, que pavimentó el camino
para quien es perfeccionado en Cristo.”

La cultura griega. Para los días del Nuevo Testamento, esta cultura había alcanzado un alto
grado de desarrollo y difusión. Conocida como helenismo, había sido esparcida por buena parte del
mundo conocido de aquel entonces con las conquistas de Alejandro Magno (356–23 a.C.) y tenía
influencia tanto dentro como fuera del Imperio Romano. El arte, la literatura, la arquitectura, la
música, el teatro, los estilos, los gustos, la retórica, los símbolos y valores del mundo antiguo en los
días de Jesús y los apóstoles tenían un marcado tinte helenista.

CUADRO 5 - LA CONTRIBUCIÓN GRIEGA AL CRISTIANISMO

IDIOMA - adecuado para la transmisión de ideas.

COSMOVISIÓN - valor de la persona humana.

FILOSOFÍA - amor por la verdad.

CULTURA - arte, literatura, símbolos, valores.

_ La contribución hebrea
De todos los factores que aportaron elementos importantes para ayudar al despegue del
cristianismo, ninguno fue más determinante que el trasfondo hebreo en el que el movimiento
cristiano nació. La fe y la vida del pueblo de Dios proveyeron el trasfondo inmediato para el
advenimiento de Cristo y de todos sus discípulos. La religión hebrea aportó también instituciones
como las sinagogas y el trabajo de los escribas, que fueron de suma importancia en el primer siglo
de vida del movimiento cristiano. El mundo hebreo contribuyó a la expansión del cristianismo de
seis maneras: monoteísmo, escrituras, diáspora, sinagogas, universalismo y mesianismo.

El monoteísmo hebreo. La preparación más grande para la venida de Cristo al mundo fue la
religión hebrea. De todos los aspectos del rico mundo religioso hebreo, el más importante fue su
monoteísmo ético. Fue este concepto monoteísta hebreo el que atrajo a muchos gentiles
insatisfechos con la religión pagana politeísta. Como indican Irvin y Sunquist: “Muchos en las
ciudades alrededor del Mediterráneo y a lo largo de los mundos de Siria y Persia se veían atraídos
por la doctrina del monoteísmo: las enseñanzas morales de la Torá, los relatos de las escrituras de
Israel, y el estilo de vida comunitario que ofrecía el judaísmo.” Estos autores continúan diciendo: “El
monoteísmo fue atractivo en el mundo helenista, donde las enseñanzas de personas como Platón y
Aristóteles, y de escuelas filosóficas como el estoicismo, apuntaban lejos de los muchos dioses de la
mitología griega y romana y hacia la presencia unificadora de un ser superior.” Cabe recordar,
también, que al principio y debido a su convicción monoteísta, el cristianismo fue considerado como
una secta del judaísmo, aunque nunca lo fue, sino que más bien el primero fue la culminación y
completamiento del segundo.

Orígenes de Alejandría: “Dios no estaba durmiendo. Toda cosa buena que alguna vez haya
acontecido entre los seres humanos ha sido la obra de Dios. Pero la venida de Cristo sólo
podía ser a un lugar, donde las personas creyesen que Dios es uno; donde las personas
estuviesen leyendo a los Profetas que señalan a Cristo; y donde las personas supiesen que
Cristo vendría en un momento cuando, desde este lugar único, su enseñanza inundaría a
todo el mundo.”

Las escrituras hebreas. La versión bíblica más aceptada en el judaísmo helenista del primer siglo
era la Septuaginta, que “pronto probó ser tanto un símbolo como un vehículo de una
transformación religiosa más amplia que tuvo lugar en el judaísmo helenista.” Quienes leían sus
palabras encontraban nuevo significado para su fe a través de esta traducción, lo cual abrió sus
mentes y corazones para aceptar el evangelio cristiano. Las escrituras de los judíos señalaban al
Mesías, el Cristo. Según los Evangelios, Jesús pretendía ser el cumplimiento de esas profecías (Lc.
4:21; 24:27). Apóstoles, predicadores y maestros, según los documentos del Nuevo Testamento
(Hechos y las epístolas) enfatizaban que en Jesús se habían cumplido las escrituras del Antiguo
Testamento. Justino Mártir (100–165), el más grande de los apologistas en lengua griega, estaba
convencido que la mejor y más clara evidencia a favor del cristianismo, se encontraba en los libros
de los profetas. “En estos libros … de los profetas,” según él, “encontramos a Jesús nuestro Cristo
preanunciado como viniendo, nacido de una virgen, creciendo hasta ser hombre, sanando toda
enfermedad y toda dolencia, y resucitando a los muertos, y siendo odiado, y despreciado, y
crucificado, y muriendo, y resucitando nuevamente, y ascendiendo a los cielos, y siendo llamado el
Hijo de Dios.” Justino era griego y filósofo, pero tuvo una conversión profunda gracias a su lectura
de los textos proféticos que anunciaban al Mesías. Según él, “inmediatamente una llama se
encendió en mi alma; y fui prendido de amor por los profetas y por aquellos hombres que son los
amigos de Cristo (los apóstoles).”

La diáspora hebrea. La diáspora o dispersión de los judíos después de la destrucción de Jerusalén


en ocasión de la invasión del imperio neo-babilónico (586 a.C.) y en los siglos que siguieron, había
llevado al establecimiento de comunidades de judíos desde España, por toda Europa, Asia (Persia y
Arabia), India, y África (valle del Nilo y Etiopía). En tiempos de Jesús había más judíos fuera de
Palestina que dentro. Estrabón en su Geografía (publicada en el año 7), señala con cierto prejuicio
antisemita: “Los judíos han ido a toda ciudad, y es difícil encontrar un lugar sobre la tierra que no
los haya admitido y haya caído bajo su control.” Para los días de Jesús, los judíos que vivían en el
mundo persa sumaban alrededor de un millón de almas, la mayoría de ellos dedicados al comercio
o la administración, y otros sirviendo como escribas o eruditos en la Torá, especialmente en o
alrededor de Babilonia. En Egipto había comunidades judías en las principales ciudades, como
Elefantina y Alejandría. En la segunda, ocupaban un barrio completo con alrededor de 100.000
habitantes.
La sinagoga hebrea. En las sinagogas (gr. “casa de reunión”), que estaban establecidas desde
España hasta la India, se predicaba el monoteísmo ético y el concepto de un Dios personal. En
muchos casos, durante los primeros años, el núcleo de las nuevas congregaciones cristianas estuvo
constituido por los prosélitos y adherentes de las sinagogas. Muchos de los elementos de la
adoración en las sinagogas, tales como oraciones, la lectura bíblica, exposición de las Escrituras y
alabanza, prepararon el camino para la adoración cristiana y fueron su primer modelo. Las sinagogas
fueron también los primeros centros de predicación cristiana. Pablo comenzaba su tarea misionera
en una ciudad visitando la sinagoga local y dando testimonio de su fe en Cristo (ver Hch. 13:5, 14;
14:1; 17:1–3, 10; 18:4; etc.). Las primeras comunidades cristianas nacieron del testimonio cristiano
en las sinagogas de la diáspora. Además, en las sinagogas se enseñaba la importancia de separar un
día en la semana para el descanso y la adoración a Dios. La observancia del Sabbath (sábado) como
día especial para la adoración pasó a los cristianos, que pronto lo asociaron con la celebración de la
resurrección de Cristo.

El universalismo hebreo. La fe hebrea confesaba que la religión de Israel era para bendición de
las naciones. Esta comprensión del alcance universal de la fe fue transferida del judaísmo al
cristianismo, que se transformó en una religión verdaderamente universal. El instrumento clave en
este proceso fue el apóstol Pablo. Fue a través de Pablo que se abrió la puerta del cristianismo a los
gentiles. Pocos misioneros tuvieron alguna vez tantas ventajas como tuvo Pablo. El oficial romano
que lo arrestó después del alboroto en Jerusalén (Hch. 21:33) debe haber pensado en tres Pablo en
vez de uno. El apóstol era un verdadero prototipo de su época. Primero, Pablo le habló al oficial en
griego, y le dijo que era de Tarso, una ciudad que tenía una universidad griega (Hch. 21:37–39).
Segundo, Pablo apaciguó a la multitud hablándoles en su propia “lengua hebrea”, es decir, aramea
(Hch. 21:40–22:2), refiriéndoles de su educación hebrea en Jerusalén. Y, tercero, aterrorizó al
tribuno (que había permitido que sus soldados lo trataran rudamente), cuando le dijo que
pertenecía a una familia que tenía el privilegio de la ciudadanía romana (Hch. 22:25–29). Pablo
pertenecía a estas tres esferas o mundos: era griego, hebreo y romano. Pero, sobre todo, era un
misionero cristiano, con un mensaje de vida nueva para todas las naciones.

El mesianismo hebreo. El pueblo hebreo tenía una gran expectativa mesiánica, junto con una
fuerte convicción de ser el pueblo elegido por Dios para un fin redentor en la historia. El cristianismo
nunca se consideró como una religión totalmente diferente del judaísmo, sino más bien como su
completamiento y coronación. A pesar de la apertura del cristianismo a los gentiles, los cristianos
conservaron las Escrituras judías. También afirmaban que todas las promesas concernientes al
pueblo escogido de Dios se habían cumplido en la Iglesia cristiana, el Nuevo Israel. Podemos decir,
entonces, que el cristianismo fue el cumplimiento del judaísmo, pero fue más allá del judaísmo. No
permaneció como una secta judía, sino que se transformó en una fe nueva y fresca. Es esencial la
comprensión del judaísmo para un entendimiento cabal del cristianismo, pero el judaísmo no
explica al cristianismo. El cristianismo se levantó sobre los cimientos del judaísmo, pero fue
radicalmente diferente. En esta diferencia está el secreto de su vitalidad y de su historia
extraordinaria.
CUADRO 6 - LA CONTRIBUCIÓN HEBREA AL CRISTIANISMO

MONOTEÍSMO ÉTICO - la fe en un Dios personal y moral.

ESCRITURAS - el Antiguo Testamento.

DIÁSPORA - una red de sinagogas en casi todo el mundo.

SINAGOGA - modelo de comunidad de enseñanza y culto.

UNIVERSALISMO—bendición a todas las naciones.

MESIANISMO—una misión redentora en el mundo.

UN MUNDO URBANO
Por su enorme importancia como trasfondo positivo para la expansión del movimiento cristiano,
vale la pena mencionar de manera especial el contexto urbano y cosmopolita en el que nació la fe
en Cristo. No sólo el Imperio Romano sino también el Imperio Persa y las grandes civilizaciones que
se desarrollaron en ellos y a su alrededor, se caracterizaron por constituir una trama de
nucleamientos urbanos de importancia. Palestina, como se indicó, se encontraba en el medio de
esta galaxia de ciudades ligadas las unas a las otras por fluidas vías de comunicación. Esta red de
centros urbanos conectaba amplias regiones culturales en tres continentes, con un flujo continuo
de política y comercio, que iba desde el Atlántico hasta el Pacífico.

Irvin y Sunquist: “Las ciudades fueron centrales en civilizaciones tales como la


mediterránea, la persa, la india y la china. Éstas fueron también civilizaciones que habían
desarrollado la escritura. Para el primer siglo cada una de ellas podía hacer gala de una
extensa tradición literaria. En particular, los escritos sagrados pasaron a la herencia de las
creencias religiosas a través de himnos, escritos sacerdotales, tratados filosóficos (o de
sabiduría), y relatos sagrados. Durante el milenio antes del nacimiento de Cristo, estas
civilizaciones habían sido testigos del surgimiento de numerosos maestros, especialmente
importantes o inspirados, cuyos escritos transformaron el carácter religioso y filosófico de
la humanidad. Las obras de estos maestros todavía hoy informan el proyecto de la
civilización humana. Kung-fu-tzu (Confucio en latín), Lao-Tzu, el Buda, los escritores del
Upanishad, Zoroastro, los profetas de Israel, y los filósofos de Grecia todos ellos pertenecían
a una revolución en la conciencia humana, que había configurado de manera muy
significativa al mundo en el que los discípulos de Jesús se movieron por primera vez.”

Las ciudades desparramadas por el mundo conocido del primer siglo, eran verdaderos
conglomerados humanos que concentraban riqueza material y poder político, y servían como focos
de difusión cultural e información de gran alcance. Mercaderes, artesanos, esclavos, gobernantes,
artistas, sacerdotes, maestros, predicadores y obreros se daban cita en estos verdaderos crisoles de
cultura. Las ciudades fueron el campo misionero por excelencia de los primeros cristianos, tal como
lo ilustra un análisis de los viajes misioneros del apóstol Pablo. Desde su comienzo mismo, el
cristianismo se caracterizó como un movimiento urbano.

Wayne A. Meeks: “En aquellos años tempranos, …, a una década de la crucifixión de Jesús,
la cultura de la villa en Palestina había sido dejada atrás, y la ciudad grecorromana se
transformó en el medio ambiente dominante del movimiento cristiano. Y así permaneció,
desde la dispersión de los “helenistas” de Jerusalén hasta bien después del tiempo de
Constantino. El movimiento había cruzado la división más fundamental en la sociedad del
Imperio Romano, aquella entre la gente rural y los habitantes urbanos, y los resultados iban
a probar ser importantes.”

EL SURGIMIENTO DE LA IGLESIA

_ El lugar de adoración
Durante los dos primeros siglos después de Cristo, los cristianos no tuvieron edificios
eclesiásticos, en razón de que no podían poseer propiedades por no tener una posición legal en el
Imperio Romano. Las congregaciones cristianas se reunían en casas de familia, donde desarrollaban
su vida como comunidad de fe. Tres grandes acontecimientos en la historia del cristianismo
neotestamentario ocurrieron en una casa de Jerusalén: la última cena de Jesús con sus discípulos
(Mr. 14:12–26); las apariciones del Jesús resucitado a los apóstoles (Jn. 20:14–29); y la venida del
Espíritu Santo (Hch. 2). Posiblemente era la casa de Juan Marcos, el futuro autor del Evangelio que
lleva su nombre. Cuando se comparan ciertos pasajes y se procura identificar el lugar que
mencionan, parece seguro que en los tres casos se trata de la misma casa (Mr. 14:14–15; Hch. 1:12–
15; Jn. 20:19). En Hechos 12 se menciona una casa donde muchos cristianos se reunían para orar
(Hch. 12:12). Marcos 14:51 sugiere que el joven en cuestión fue Juan Marcos, porque ningún otro
Evangelio menciona el incidente. Si es así, la casa grande en Jerusalén bien puede haber sido la casa
de María, la madre de Juan Marcos, el autor del Evangelio que lleva su nombre.

En el Nuevo Testamento se mencionan muchas “casas” en las que se reunía la iglesia primitiva,
y se dan los nombres de sus dueños: en Filipos (Hch. 16:40); en Corinto (Hch. 18:7); en Roma (Ro.
16:5, 14, 15); en Éfeso (1 Co. 16:19); en Laodicea (Col. 4:15); en Colosas (Flm. 1 y 2). Estas iglesias
caseras fueron características del período neotestamentario y hasta el segundo siglo. Los primeros
cristianos se sentían felices de reunirse en sus propias casas. Los paganos tenían templos; los judíos,
sinagogas; pero los cristianos eran algo nuevo e ilegal, no tenían reconocimiento oficial y eran
sospechosos. La única propiedad privada que tuvieron las primeras iglesias fueron las tumbas
(catacumbas), y allí se reunían, especialmente en tiempos de persecución. Fueron estas iglesias
“caseras” o sin templo (Ro. 16:5) las que expandieron el cristianismo por todo el mundo romano y
más allá también.

Recién hacia el año 250 se construyeron algunos templos cristianos en el Ponto (Asia Menor),
Siria y Egipto, pero se perdieron por causa de las terribles persecuciones de mediados del siglo III.
Los arqueólogos han descubierto los restos de lo que parece haber sido una casa remodelada y
adaptada para servir como casa de reunión de los cristianos. El descubrimiento fue hecho en 1934,
en la localidad arqueológica de Dura-Europos, sobre el río Éufrates en lo que hoy es Irak. Allí se
encontró un edificio probablemente construido alrededor del año 100, pero que fue reformado en
el 232. Se trata de una vivienda en la que se derrumbaron algunos muros y en la que se construyó
un bautisterio, y sobre cuyas paredes se pintaron hermosos frescos con motivos cristianos.

_ La vida y el ministerio
La vida y el ministerio de estas iglesias eran muy simples. Lo más importante era la predicación,
la Cena del Señor y el Bautismo. No se hacía lo mismo en todas partes, ni todo lo que se hacía estaba
bien hecho o en conformidad con los testimonios de los documentos neotestamentarios.

La predicación. Ocupaba un lugar muy importante en el culto cristiano primitivo. Generalmente,


era de carácter didáctico y testimonial. Al principio se llevó a cabo siguiendo el modelo de la
predicación rabínica en la sinagoga y consistía en una exposición de algún texto del Antiguo
Testamento o de los Evangelios en la forma de una homilía. Hay testimonios sumamente ilustrativos
de la predicación cristiana temprana. Uno de los más conmovedores es el que presenta Ireneo de
Lión (130–202), Padre de la Iglesia que fue discípulo del obispo Policarpo de Esmirna (69–155), quien
a su vez fue discípulo del apóstol Juan.

Ireneo de Lión: “Tengo un recuerdo más vívido de lo que ocurrió en aquel tiempo que de
eventos recientes (ya que las experiencias de la infancia, manteniendo el ritmo con el
crecimiento del alma, se incorporan con ella); de modo que puedo incluso describir el lugar
donde el bendito Policarpo solía sentarse y predicar—su salida, también, y su entrada—su
estilo de vida general y su apariencia física, junto con los sermones que él predicaba a la
gente; también la manera en que él hablaba de su relación familiar con Juan, y con el resto
de aquellos que habían visto al Señor; y cómo él traía a la memoria sus palabras.
Cualesquiera cosas que él había oído de ellos respecto del Señor, tanto en relación con sus
milagros y sus enseñanzas, Policarpo, que había así recibido [información] de los testigos
oculares de la Palabra de Vida, las solía contar todas en armonía con las Escrituras. Estas
cosas, a través de la misericordia de Dios que estaba sobre mí, yo las escuché luego
atentamente, por la gracia de Dios, registrando estas cosas exactamente en mi mente.”
Es interesante notar que la predicación de Policarpo no se puede repetir y que nosotros no
podemos experimentar la emoción que sintió Ireneo al recordarla. Pero no tenemos por qué
envidiarlo, porque nosotros tenemos el registro inspirado de la predicación y testimonio apostólico
en los escritos del Nuevo Testamento.

La Cena del Señor. La “eucaristía” (el nombre más antiguo para esta práctica cristiana) fue, junto
con la predicación, uno de los actos de mayor significado en las reuniones de los primeros cristianos,
en obediencia al claro mandato de Jesús (Mt. 26:26–29; Mr. 14:22–25; Lc. 22:19–24; 1 Co. 11:23–
26). Generalmente, cuando llegaba el momento de la Eucaristía (“acción de gracias”) o Cena del
Señor, se invitaba a los que no eran bautizados a retirarse, porque ésta era sólo “para aquellos que
habían sido bautizados en el nombre del Señor” (según enseña un documento muy antiguo conocido
como Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles). Justino Mártir nos presenta un cuadro
interesante de cómo se celebraba la Eucaristía en Roma, a mediados del segundo siglo.

Justino Mártir: “Luego es traído al presidente de los hermanos el pan y una copa de vino
mezclado con agua; y él tomándolos, da alabanza y gloria al Padre del universo, a través del
nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y ofrece gracias por un buen rato para que seamos
tenidos por dignos de recibir estas cosas de Sus manos. Y cuando él ha concluido las
oraciones y la acción de gracias, todas las personas presentes expresan su asentimiento
diciendo Amén. Esta palabra Amén corresponde en la lengua hebrea a genoito [así sea]. Y
cuando el presidente ha dado gracias, y todas las personas han expresado su asentimiento,
aquellos que son llamados por nosotros diáconos dan a cada uno de los que están presentes
para que participen el pan y el vino mezclado con agua sobre los cuales la acción de gracias
fue pronunciada, y a aquellos que están ausentes les llevan una porción. Y esta comida es
llamada entre nosotros Eujaristia [la Eucaristía], de la que a nadie se le permite participar
sino a la persona que cree que las cosas que nosotros enseñamos son ciertas, y que ha sido
lavada con el lavamiento que es para la remisión de pecados, y para la regeneración, y que
en consecuencia vive según Cristo ha enseñado.”

El Bautismo. El bautismo cristiano es uno de los ritos cristianos más antiguos. Le debe mucho a
las prácticas de abluciones purificadoras del judaísmo y a su aplicación como rito de iniciación de
los prosélitos. Puede también estar relacionado con el bautismo de arrepentimiento ministrado por
Juan el Bautista. Se practicó primero en ríos, porque el agua “viva” (es decir, corriente) parecía más
apropiada que el agua “muerta” (estancada), para este acto tan simbólico. El Nuevo Testamento
exhorta diciendo, “despojaos del viejo hombre” y “vestíos del nuevo hombre” (Ef. 4:22–24; Col 3:9,
10); también habla de los creyentes como “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”
(Ro. 6:11). El bautismo simboliza todo esto en forma muy real. Por eso, los cristianos primitivos se
desnudaban totalmente antes de entrar al agua, y luego se vestían con ropas nuevas, limpias y
blancas. Generalmente se los sumergía completamente en el agua. Muy temprano se introdujo la
práctica de la aspersión o el rociamiento, derramando agua sobre la cabeza tres veces. A medida
que el cristianismo se esparció a regiones con climas más rigurosos esta práctica se fue haciendo
cada vez más común.
Los primeros cristianos bautizaban sólo a personas que habían confiado en Jesucristo como
Salvador y Señor de sus vidas, y que estaban dispuestas a comprometerse como miembros de la
comunidad de fe (Mt. 28:19; Mr. 16:16; Jn. 3:5; Ef. 4:5). El bautismo infantil fue una práctica de
desarrollo posterior. Esta práctica ya era conocida en los días de Tertuliano de Cartago (160–220),
en la segunda mitad del siglo II, si bien no estaba muy generalizada. Junto con esto, se dio también
paulatinamente un cambio en la comprensión original del bautismo, a medida en que éste se fue
interpretando más como un sacramento con cierto poder mágico, con la capacidad de producir
regeneración (Justino Mártir lo llama “baño de la regeneración”).

Los testimonios sobre la práctica del bautismo son múltiples e ilustran de manera muy vívida
cuán importante era este acto de testimonio público para los primeros cristianos.

Justino Mártir: “Todos aquellos que están persuadidos y creen que lo que enseñamos y
decimos es verdad, y se comprometen a ser capaces de vivir en conformidad, son instruidos
a orar y a rogar a Dios con ayuno, por la remisión de sus pecados pasados, orando y
ayunando nosotros con ellos. Luego son llevados por nosotros donde hay agua, y son
regenerados de la misma manera en que nosotros mismos fuimos regenerados. Porque, en
el nombre de Dios, el Padre y Señor del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo, y del
Espíritu Santo, ellos reciben entonces el lavamiento con agua.… Pero nosotros, después que
hemos lavado de esta manera a quien ha estado convencido y ha sido afirmado en nuestra
enseñanza, lo llevamos al lugar donde aquellos que son llamados hermanos están reunidos,
a fin de que podamos ofrecer oraciones sinceras en común por nosotros mismos y por la
persona bautizada [iluminada], y por todos los demás en cualquier lugar, para que podamos
ser contados por dignos, ahora que hemos aprendido la verdad, y por nuestras obras
también ser considerados como buenos ciudadanos y guardadores de los mandamientos,
de modo que podamos ser salvos con una salvación eterna. Habiendo terminado con las
oraciones, nos saludamos unos a otros con un beso.”

En muchos lugares, con anterioridad a la administración del bautismo, se instruía durante algún
tiempo a los catecúmenos (candidatos al bautismo) en cuanto a la fe y conducta de un cristiano.
Luego de ayunar y orar estaban listos para el bautismo, que simbolizaba su abandono del paganismo
por el cristianismo. El acto comenzaba con una solemne confesión de fe por parte del catecúmeno
(“Jesucristo es el Señor;” “Jesús es el Hijo de Dios”), seguía con su inmersión, la unción de aceite e
imposición de manos para la llenura del Espíritu Santo, y terminaba con la bienvenida que se le daba
a la comunidad de los creyentes y su participación en la Cena del Señor.

Tertuliano de Cartago: “No hay absolutamente nada que torne más obstinadas las mentes
humanas que la simplicidad de las obras divinas que son visibles en el acto [del bautismo],
cuando se las compara con la grandeza que es prometida en ello en cuanto al efecto; de
modo que de este hecho mismo, que con una simplicidad tan grande, sin pompa, sin
ninguna novedad considerable de preparación, finalmente, sin gasto, un hombre es
sumergido en agua, y en medio de la pronunciación de algunas pocas palabras, es mojado,
y luego levantado nuevamente, no mucho (o casi nada) más limpio, la consiguiente
obtención de la eternidad es estimada como más increíble.… ¿Qué entonces? ¿No es
maravilloso, también, que la muerte se lave por el baño?… Nosotros mismos también nos
maravillamos, pero es porque creemos.”

_ Otras prácticas cristianas


El día del Señor. Hasta el siglo IV, el día del Señor se observaba en algún momento entre el
atardecer del sábado y la hora de iniciar la jornada de trabajo, el domingo por la mañana. Para los
cristianos primitivos el domingo (“Día del Señor”) ocupó el lugar del Sabbath judío (Hch. 20:7; 1 Co.
16:2; Ap. 1:10). Justino Mártir, en su Primera Apología, se refiere a este día de manera particular.

Justino Mártir: “En el día llamado día del sol (en inglés, Sunday), todos los (hermanos) que
viven en ciudades o en el campo, se reúnen en un lugar, y se leen las memorias de los
apóstoles (los Evangelios) o los escritos de los profetas, en cuanto el tiempo lo permite;
luego, habiendo terminado el lector, el que preside instruye y exhorta verbalmente a la
imitación de estas cosas buenas. Después todos juntos nos ponemos de pie y oramos, y,
según dijimos antes, concluida nuestra oración, se trae pan y vino con agua, y el que preside
de igual manera ofrece oraciones y acción de gracias, conforme su capacidad, y el pueblo
asiente, diciendo ‘¡Amén!’ Y se procede a la distribución a cada uno y a la participación de
aquello sobre lo cual se ha dado gracias, y a aquellos que están ausentes se les envía una
porción por medio de los diáconos.… Pero el domingo es el día en el que todos tenemos
nuestra asamblea común, porque es el primer día en el que Dios, habiendo obrado un
cambio en las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y Jesucristo, nuestro Redentor, en el
mismo día resucitó de entre los muertos. Pues él fue crucificado en el día anterior al de
Saturno (sábado); y en el día después del de Saturno, que es el día del Sol, habiendo
aparecido a sus apóstoles y discípulos, les enseñó estas cosas, que hemos sometido a vos
también para vuestra consideración.”

La ayuda a los necesitados. Los primeros cristianos dieron una importancia primordial a la
asistencia de los pobres, las viudas y los huérfanos. Hay que tener en cuenta que la gran mayoría de
los creyentes eran esclavos o libertos muy pobres. El Nuevo Testamento refleja esta característica
de la condición social y económica de las primeras comunidades cristianas.

Justino Mártir: “Después de estos servicios (Bautismo y Eucaristía), nos recordamos


continuamente estas cosas. Y los ricos entre nosotros ayudan a los que están en necesidad;
y siempre nos mantenemos juntos.… Y los pudientes y todos los que quieren dan lo que a
cada uno le parece adecuado; y lo que se colecta es depositado con el presidente, quien
socorre a los huérfanos y viudas y a aquellos que, por causa de enfermedad o cualquier otra
causa, están en necesidad, y a aquellos que están presos y a los extranjeros que están de
viaje entre nosotros, y en una palabra, él cuida de todos los que están en necesidad.”

Los primeros cristianos fueron bien conocidos por su solidaridad y por la efectividad de su amor
puesto en acción. Los Padres Apostólicos y los apologistas utilizaron esta realidad como uno de los
argumentos fundamentales en su defensa de la autenticidad de la fe cristiana. Tertuliano fue uno
de los que más apeló a esta argumentación a fines del segundo siglo, presentando la manera
práctica en que en Cartago la Iglesia atendía a las necesidades sentidas de las personas, como una
cuestión prioritaria en el cumplimiento de su misión.

Tertuliano de Cartago: “Si bien tenemos nuestra caja, ésta no está compuesta de dinero
mal habido, como el de una religión que tiene su precio. Una vez al mes, si así lo quiere,
cada uno pone en ella una pequeña donación; pero sólo si así lo quiere, y sólo si puede:
porque no hay obligación; todo es voluntario. Estos donativos son una especie de fondo de
depósito piadoso. Porque no se los toma de allí y se los gasta en fiestas, y borracheras, y
comilonas, sino en sustentar y ayudar a gente pobre, a suplir las necesidades de niños y
niñas carentes de medios y padres, y de personas ancianas confinadas ahora a la casa;
también a los que han sufrido naufragio; y si ocurre que hay alguien en las minas, o exiliado
en las islas, o encerrado en las prisiones, por ninguna otra razón que su fidelidad a la causa
de la iglesia de Dios, ellos se transforman en la base de su confesión. Pero es
fundamentalmente las acciones de un amor tan noble lo que lleva a muchos a poner una
marca sobre nosotros. Miren, ellos dicen, cómo se aman unos a otros.”

Según Eusebio de Cesarea (260–340) en su Historia eclesiástica, en el año 250, las iglesias en
Roma, sostenían a su obispo, “46 presbíteros, siete diáconos, siete sub-diáconos, 42 acólitos, 52
exorcistas, lectores, y porteros, y más de 1500 viudas y personas en desgracia, todos ellos nutridos
por la gracia y el cuidado amoroso del Maestro.” Un siglo más tarde, en 362, el emperador Juliano
el Apóstata se quejaba: “Los cristianos alimentan no sólo a sus propios pobres, sino también a los
nuestros, mientras que nadie que esté necesitado busca ayuda en los templos (paganos).”

_ Símbolos cristianos
La riqueza iconográfica producida por los primeros cristianos es sorprendente. La fe en
Jesucristo era proclamada no sólo a través de la palabra hablada y escrita, la conducta y el ejemplo,
el amor y la solidaridad de los creyentes, sino también a través del arte y una gran variedad de
expresiones plásticas y artísticas. En general, las representaciones más numerosas son de carácter
simbólico, y expresan de manera elocuente los contenidos de la fe. La mayoría de los símbolos
cristianos se utilizaban en epitafios en las tumbas. El lenguaje simbólico servía para distinguir una
cierta tumba como cristiana y transmitir un mensaje, cuyo significado sólo podían entender otros
cristianos. Las evidencias más importantes se encuentran en las catacumbas de Roma. Éstas son
galerías subterráneas cercanas a las rutas de salida de la ciudad, que se extienden por más de 800
kilómetros y servían como lugares de sepultura. Se conocen unas 35 catacumbas. Las más antiguas
datan de mediados del siglo II y se conocen por los nombres de algunos mártires cristianos famosos:
Lucina, Calixto, Domitila y Priscila.

Las inscripciones y pinturas de las catacumbas ayudan a clarificar el desarrollo del arte y el
simbolismo cristiano primitivo. Los símbolos cristianos más comunes son: el pez, la cruz, el ancla, la
paloma, la barca, y el buen pastor.
El pez. De todos los símbolos cristianos, éste es uno de los más antiguos y por cierto de los más
populares hasta el día de hoy. El pez representa la esencia de la fe cristiana. En relación con su
significado, Tertuliano señala con referencia al bautismo cristiano: “Pero nosotros [los cristianos],
somos peces pequeños, que al igual que nuestro Ichthus [“pez” en griego] Jesucristo, somos nacidos
en el agua, así como tampoco tenemos seguridad de ninguna otra manera que morando
permanentemente en el agua; … ¡la forma de matar a los peces pequeños es sacándolos del agua!”
Las palabras del célebre líder cristiano, apologista y pastor de Cartago hacen referencia a lo que se
conoce como Anagrama de Tertuliano, es decir, el uso de una palabra para formar diversos
significados. En este caso, utilizando las letras griegas de la palabra pez (ichthus), se puede elaborar
un anagrama que representa la confesión de la fe cristiana por excelencia: “Jesucristo, el Hijo de
Dios (es) el Salvador.”

CUADRO 7 - ANAGRAMA DE TERTULIANO

Palabra Latín Griego Traducción

Ι lesous Ιεσουζ Jesús

Χ Christos Χριστοζ Cristo

Ζ Theos Θεοζ de Dios

Υ Uios Υιοζ Hijo

Σ Soter Στερ Salvador

La cruz. El símbolo de la cruz fue evitado al principio por los cristianos, no sólo por su relación
directa con la muerte de Cristo, sino también por su vergonzosa asociación con la ejecución de un
criminal común. Además de instrumento de tortura, maldición y muerte, la cruz era conocida como
símbolo en el mundo grecorromano. Sus dos barras ya eran en la antigüedad un símbolo cósmico
del eje entre el cielo y la tierra. Pero su temprana elección por los cristianos como símbolo
característico de su fe tuvo una explicación más específica. Ellos no querían conmemorar como
central para su comprensión de Jesús ni su nacimiento o juventud, ni su enseñanza o servicio,
tampoco su resurrección o reinado, ni su don del Espíritu Santo, sino su muerte, su crucifixión.
Parece seguro que, al menos desde el siglo II en adelante, los cristianos no sólo llevaban, pintaban
y esculpían la cruz como un símbolo gráfico de su fe, sino también hacían la señal de la cruz sobre sí
mismos u otros, especialmente como indicación de protección contra las acechanzas del maligno.

La cruz es el símbolo por excelencia de la muerte de Jesús y el centro del mensaje cristiano (1
Co. 1:18; Ef. 2:16; ver 1 Co. 1:23; 2:2). El principal triunfo del cristianismo ha sido el de transformar
la cruz como símbolo de vergüenza y dolor, en símbolo de lo que es más glorioso y sagrado—el amor
de Dios—, y del triunfo y exaltación de Cristo.

El lábaro de Constantino. Después de la supuesta “conversión” de este emperador romano


(312), este símbolo se universalizó como representación de la cristiandad. Está compuesto por las
dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego: XP. Según la leyenda, la noche anterior a su
combate contra Majencio, su competidor por el trono imperial, Constantino tuvo una visión en la
cual oyó una voz que le decía: “In hoc signo vinces” (Con este signo, vencerás). Temprano a la
mañana, Constantino hizo cambiar el estandarte tradicional de las legiones romanas (SQPR, “el
Senado y el Pueblo de Roma”) por las dos primeras letras del nombre de Cristo … ¡y salió victorioso
en la batalla sobre el puente Milvio! Desde entonces, este símbolo ha adornado altares, púlpitos,
libros e instrumentos sagrados, indicando que son cristianos.

CUADRO 8 - SÍMBOLOS CRISTIANOS

CRUZ ALFA Y OMEGA

Muerte de Cristo. La eternidad de Cristo.

PALOMA ANCLA

Espíritu Santo en el Fe.


bautismo de Jesús.

CORDERO PAN Y VINO

Sacrificio expiatorio de Eucaristía—la muerte


Cristo. de Cristo.

PESCADO CHI-RHO

Primeras dos letras


griegas del nombre
Anagrama: “Jesús “Cristo”. Lábaro de
Cristo, el Hijo de Dios, es Constantino.
el Salvador.”

PASTOR VID

Cuidado de Cristo por su La unión de Cristo con


pueblo. su pueblo; el vino de la
eucaristía.

BARCA LLAMA DE FUEGO

La Iglesia en el mundo. Espíritu Santo en el día


de Pentecostés.

LA IGLESIA Y SU MISIÓN

_ El comienzo
El comienzo del cristianismo fue muy humilde. El libro de los Hechos nos habla de apenas 120
personas en una casa de Jerusalén. Realmente un comienzo pequeño. Sin embargo, a partir de aquel
puñado de creyentes llenos del Espíritu Santo, muy pronto el testimonio cristiano se esparciría a lo
largo y a lo ancho del Imperio Romano y más allá también, en todas direcciones. Si bien Hechos no
registra la expansión del cristianismo a las diferentes regiones representadas en Pentecostés (Partia,
Media, Elam, Mesopotamia y Libia), sí hay testimonios del arribo temprano de la fe cristiana a estos
lugares como también a Asia Menor (Capadocia, Ponto, Asia, Frigia y Panfilia), a África del Norte
(Egipto y Cirene), Roma, Creta, Arabia, entre otras regiones. De modo que, en las décadas
inmediatas después de Pentecostés, el movimiento cristiano se esparció ampliamente tanto dentro
como fuera del Imperio Romano.

De los relatos de los viajes misioneros de Pablo y de referencias en sus epístolas, sabemos que
el evangelio fue llevado a Macedonia, Acaya y posiblemente también a España. Esta rápida
expansión ocurrió dentro de los primeros 35 años después de la muerte de Cristo. No obstante,
desconocemos con precisión el grado de penetración en estas áreas o cualquier extensión más allá
de ellas, hacia fines del primer siglo. La Primera Carta de Pedro habla de cristianos en Bitinia, Ponto
y Capadocia. También se habla de cristianos en Tiro y Sidón, y muchas otras partes.
Para el año 240, Orígenes decía que las profecías del Antiguo Testamento se estaban
cumpliendo y que el cristianismo se estaba transformando en una religión mundial. Según él señala,
en su Comentario sobre Ezequiel: “Con la venida de Cristo, la tierra de Bretaña acepta la creencia en
el único Dios. Así también los moros de África. Así también todo el globo. Ahora hay iglesias en las
fronteras del mundo, y toda la tierra grita de gozo al Dios de Israel.”

_ El avance
¿Cómo ocurrió este extraordinario avance? ¿Quiénes fueron sus protagonistas? Los
documentos del Nuevo Testamento y de la primera literatura cristiana nos ofrecen suficientes
testimonios como para ilustrar este proceso asombroso. Sobre todo, nos muestran cómo, bajo la
conducción del Espíritu Santo, apóstoles, obispos o pastores, evangelistas y misioneros itinerantes,
apologistas, y creyentes anónimos proclamaron las buenas nuevas del evangelio y llevaron su
mensaje hasta pueblos remotos.

El ministerio de los apóstoles. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a los primeros
en asumir la responsabilidad de llegar con el evangelio “hasta lo último de la tierra”. Lucas, el primer
historiador cristiano y autor de Hechos, describe los primeros pasos del avance del cristianismo
siguiendo el bosquejo trazado por Jesús antes de ascender a los cielos (Hch. 1:8). El cuadro que sigue
resume las tres etapas principales del ministerio o misión de los apóstoles, según Hechos.

CUADRO 9 - TRES ETAPAS DE LA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES

TRES ETAPAS FIGURAS CENTRALES - EVENTOS - PROGRESO

1. Testimonio “en Jerusalén” (Hechos 1–5) - TESTIMONIO A JUDIOS Y PROSELITOS

Los doce con Pedro y Juan como centrales. Sus


oyentes eran hombres que provenían de 14
áreas diferentes, 5 en Oriente y 2 en África. Tres
mil se convierten en un día. Los números pronto
ascienden a cinco mil.

2. Testimonio “en toda Judea y Samaria” - TESTIMONIO A SAMARITANOS, GENTILES


(Hechos 6–12) ADHERENTES Y PAGANOS

Los Siete, con Esteban y Felipe como centrales.


Esteban fue martirizado y los líderes esparcidos
por Judea y Samaria. Pedro en Judea (Lida y
Jope), y Samaria (Cesarea). Pedro bautiza a un
soldado romano que era adherente del judaismo
y a su familia. Pedro es arrestado por Herodes,
escapa, y huye de Jerusalén.

3. Testimonio “hasta lo último de la tierra” - TESTIMONIO A LOS GENTILES


(Hechos 13–28)
Profetas y maestros de Antioquía comisionan a
Bernabé y Pablo. Pablo es central. Los tres viajes
misioneros de Pablo, su arresto en Jerusalén, su
defensa en Cesarea y su arribo a Roma.

Como indica Foster: “Cuando consideramos al libro de los Hechos de los Apóstoles en su
totalidad, … podemos ver estas tres etapas no sólo como movimientos de un área a otra, sino como
una ampliación del alcance misionero.” El hecho más grande que narra el libro de los Hechos fue la
misión a los gentiles, encarada por el apóstol Pablo, porque esto cambió los destinos del
cristianismo, que se transformó de esta manera en una religión verdaderamente universal o
mundial. Pablo fue el instrumento que el Señor utilizó para dirigir a la Iglesia hacia esta orientación
universal de su servicio y ministerio, que es tan característica y propia del cristianismo. No obstante,
la expansión apostólica de la fe cristiana fue la visión central que gobernó las decisiones y acciones
de los primeros cristianos.

Eusebio de Cesarea: “Los santos apóstoles y discípulos de nuestro Salvador fueron


esparcidos por todo el mundo. Tomás, nos cuenta la tradición, fue elegido para Partia,
Andrés para los escitas, Juan para Asia, donde permaneció hasta su muerte en Éfeso. Pedro
parece haber predicado en Ponto, Galacia y Bitinia, Capadocia y Asia, a los judíos de la
Dispersión. Finalmente, vino a Roma donde fue crucificado, cabeza abajo según su propio
pedido. ¿Qué se necesita decir de Pablo, quien desde Jerusalén hasta tan lejos como Ilírico
predicó en toda su plenitud el evangelio de Cristo, y más tarde fue martirizado en Roma
bajo Nerón?”

No es muy claro cuál fue el campo de labor apostólica de cada uno de los primeros apóstoles, y
al evaluar esto conviene tener en cuenta lo que observa Latourette, cuando dice: “La tradición
posterior que narra las actividades de varios miembros del grupo original de los Doce Apóstoles en
partes del mundo bien diferentes no se ha probado que tenga base alguna en los hechos.” Se dice
que Bartolomé llevó el Evangelio de Mateo a la India, adonde también llegó Tomás después de
ministrar en Partia. La tradición en cuanto a Mateo es más bien confusa. Se dice que predicó primero
a su propio pueblo y más tarde en tierras extranjeras. Jacobo el hijo de Alfeo parece haber ido a
Egipto, mientras que se informa que Tadeo fue misionero en Persia. Egipto y Bretaña se mencionan
como campos de misión de Simón el Zelote, mientras que también hay reportes de su ministerio en
Persia y Babilonia. Se le atribuye al evangelista Juan Marcos haber fundado la iglesia en Alejandría.
El ministerio de los obispos y/o pastores. Además de los apóstoles, hubo muchos otros que
llevaron adelante esta misión. Entre ellos, los obispos o pastores que son considerados por Eusebio
de Cesarea como los “sucesores de los apóstoles.” En la historia del cristianismo muchos de ellos
son conocidos también como Padres Apostólicos. Ellos fueron los autores de los primeros escritos
cristianos después de los apóstoles. Se los llama “Padres” porque este término se aplicaba al
maestro, ya que en el uso de la Biblia y del cristianismo primitivo los maestros son considerados
como los padres espirituales de sus alumnos (1 Co. 4:15). El nombre de “apostólicos” deriva del
hecho de que fueron discípulos directos o indirectos de alguno de los Doce. Entre los Padres
Apostólicos más importantes cabe mencionar:

Clemente de Roma (30–100), fue el tercer obispo de Roma, ente los años 91–100. Eusebio
(siguiendo a Orígenes) lo identifica con el Clemente de Filipenses 4:3. Eusebio menciona y cita el
texto de la carta que Clemente “escribió en nombre de la iglesia romana” a la iglesia de Corinto y la
califica de “epístola grande y maravillosa.” También dice que esta epístola “es leída desde tiempos
antiguos hasta nuestros días en las iglesias.” En esta carta Clemente enfatiza la idea de la sucesión
apostólica, doctrina que más tarde sería fundamental para la Iglesia Católica Romana. Clemente
escribió esta carta para hacer frente a un conflicto generado en la iglesia de Corinto, allá por el año
95. Por las expresiones de Clemente, parece ser que la iglesia en aquella ciudad no había aprendido
muy bien las lecciones que Pablo quiso enseñarles a través de sus varias cartas. Este notable obispo
de Roma murió mártir bajo la persecución de Domiciano.

Ignacio de Antioquia (m. 117) sirvió como obispo de Antioquía de Siria hasta que fue arrestado
allí y enviado bajo custodia a Roma, donde fue martirizado durante el reinado del emperador
Trajano. Durante el viaje escribió cartas a varias iglesias de Asia Menor y a la iglesia en Roma,
alentando a los creyentes en su fe y combatiendo a aquellos judíos cristianos que a él le parecía
restringían el significado y la práctica del evangelio cristiano con sus enseñanzas y prácticas
judaizantes. También atacó a otros (quizás los mismos judaizantes) que no podían aceptar la
realidad de la encarnación de Cristo y sus sufrimientos, y en consecuencia se inclinaban a las
doctrinas del docetismo. Ignacio fue un gran defensor de la fe y se opuso especialmente a las
herejías gnósticas. Sus cartas conocidas son: A los Efesios, A los Magnesios, A los Tralianos, A los
Romanos, A los Filadelfos, A los Esmirnenses, y una carta A Policarpo. En su carta A los Romanos,
Ignacio habla con gran entusiasmo de su inminente martirio en Roma, y lo hace en términos que
hoy nos sorprenden.

Ignacio de Antioquía: “Ojalá que disfrute de las bestias que están preparadas para mí, y
ruego hallarlas ya prontas contra mí. Hasta voy a acariciarlas para que sin demora me
devoren, y no (me suceda) como a algunos a quienes, intimidadas, no tocaron. Y si ellas se
resistieren, yo mismo las provocaré. ¡Perdonadme! Yo sé lo que me aprovecha. Ahora
empiezo a ser discípulo de Cristo. ¡Que nada de las cosas visibles o invisibles me tenga celos,
por llegar a Jesucristo! ¡Que fuego o cruz, manadas de bestias, (amputaciones,
desmembraciones), descoyuntamiento de los huesos, miembros cortados, tormentos de
todo el cuerpo, crueles azotes del diablo vengan sobre mí, con tal de llegar a Jesucristo!”
Policarpo de Esmirna (69–155) fue obispo de Esmirna en Asia Menor y discípulo del apóstol Juan,
y un destacado evangelista. Éste es el Policarpo, que tan profundamente había impresionado al
joven Ireneo con su predicación. En razón de su fidelidad, llegó a ser venerado como un testigo
viviente de la era apostólica a lo largo de la primera mitad del siglo segundo. Policarpo compiló y
preservó las epístolas de Ignacio y escribió una epístola A los Filipenses. Vivió hasta una edad
avanzada, diciendo en el juicio previo a su martirio que había servido a Cristo por 86 años. Fue
martirizado en el año 155–156, bajo el emperador Antonino Pío. Tenemos el relato de su martirio,
que tiene la forma de una carta encíclica de la iglesia de Esmirna, y que fue probablemente escrita
por testigos oculares del mismo. El relato es sumamente conmovedor y refleja la grandeza espiritual
de este gran pastor.

Actas del martirio de Policarpo: “Cuando Policarpo entró en el estadio, habló una voz del
cielo: ‘¡Sé fuerte, sé hombre, Policarpo!’ Nadie vio al que hablaba, mas oyeron la voz
cuantos estaban presentes de los nuestros.…

Llevado ante el procónsul, éste le preguntó si era Policarpo. A su respuesta afirmativa,


le instaba a renegar de su fe, diciéndole: ‘¡Apiádate de tu vejez!’ y otras cosas por el estilo,
como es su costumbre en tales procedimientos, como: ‘¡Jura por la fortuna de César!
¡Conviértete! Di: ¡Mueran los ateos!’ Entonces Policarpo, volviéndose con semblante
sombrío hacia toda esa muchedumbre de impíos paganos apiñada en el estadio, extendió
hacia ellos su mano y mirando al cielo, con un suspiro dijo: ‘¡Mueran los ateos!’

Luego el procónsul insistió más y dijo: ‘¡Jura y te absolveré! ¡Blasfema a Cristo!’ Le


repitió Policarpo: ‘Durante ochenta y seis años he servido a Cristo y nunca me hizo mal
alguno. ¿Cómo puedo blasfemar de mi Rey que me salvó?’ Pero como el otro insistía aún,
diciéndole: ‘¡Jura por la fortuna del César!’, contestó: ‘Si te impulsa la vanagloria a hacerme
jurar por la fortuna del César, según tus palabras, y estás fingiendo ignorar quién soy,
escucha mi franca confesión: ¡soy cristiano! Si empero quieres conocer la razón de la fe
cristiana, ¡dame un día y óyeme!’

El procónsul le dijo: ‘Te entregaré como pasto de las llamas, si es que las bestias te
parecen poco, y si no cambias de actitud.’ Policarpo le contestó: ‘Me amenazas con un fuego
que arde una hora y pronto se apaga, porque no conoces aquel fuego del juicio venidero y
del eterno suplicio que espera a los impíos. Pero, ¿para qué más demora? ¡Haz lo que
quieras!’ ”

El ministerio de evangelistas y misioneros itinerantes. Además de los apóstoles y pastores hubo


muchos otros que llevaron adelante la misión cristiana. Los documentos del Nuevo Testamento
ilustran la efectividad del ministerio evangelizador y misionero de muchos, que yendo de lugar en
lugar ganaban a nuevos creyentes y plantaban iglesias. En los primeros siglos muchos evangelistas
y misioneros itinerantes iban de comarca en comarca proclamando el evangelio tal como lo habían
hecho los Setenta (Lc. 10:1–24), Felipe (Hch. 8), y otros anteriormente. Conforme la indicación de
Jesús, estos predicadores itinerantes vivían de lo que los creyentes locales les daban para su
sustento y se alojaban en sus casas, mientras cumplían su ministerio en cada localidad. Fue
inevitable que muy pronto se cometieran abusos y que algunos de estos predicadores itinerantes
cumplieran su ministerio por “ganancia deshonesta” (1 Ti. 3:3; Tit. 1:10–11; 1 P. 5:2). Leyendo los
documentos del Nuevo Testamento se perciben los problemas que provocaban algunos de estos
ministerios itinerantes falsos o con motivos equivocados.

La Didaché es un pequeño opúsculo de fines del primer siglo, que gozó de gran autoridad como
manual de eclesiología, al punto que compitió seriamente con los escritos canónicos del Nuevo
Testamento en la preferencia de los primeros cristianos. El documento pretende basar su enseñanza
en los apóstoles, y por eso se lo conoce también como Doctrina de los Doce Apóstoles. La obra se
presenta como una síntesis moral, litúrgica y disciplinaria. Es posible haya sido utilizada para la
educación cristiana de los catecúmenos. La Didaché advierte sobre el ministerio itinerante de
algunos evangelistas falsos o deshonestos.

Didaché “En cuanto a los apóstoles y profetas, procedan así conforme al precepto del
evangelio: todo apóstol que llegue a ustedes ha de ser recibido como el Señor. Pero no se
quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un falso profeta. Al
partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje.
Si pidiere dinero, es un falso profeta. Y a todo profeta que hable en espíritu, no le tienten ni
pongan a prueba. Porque todo pecado se perdonará; mas este pecado no será perdonado.
Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres
del Señor. Pues, por las costumbres se conocerá al seudo profeta y al profeta. Y ningún
profeta, disponiendo la mesa en espíritu, comerá de la misma, de lo contrario, es un falso
profeta. Pero todo profeta que enseña la verdad, y no hace lo que enseña, es un profeta
falso. Todo profeta, sin embargo, probado y auténtico, que obra para el misterio cósmico
de la Iglesia, pero no enseña a hacer lo que él hace, no ha de ser juzgado por ustedes. Su
juicio corresponde a Dios. Porque otro tanto hicieron los antiguos profetas. Mas quien dijere
en espíritu: Dame dinero, u otra cosa semejante, no lo escuchen. Si, empero, les dice que
den para otros menesterosos, nadie lo juzgue.”

No obstante, fueron mucho más numerosos los evangelistas y misioneros que cumplieron su
ministerio con poder de lo alto y gran efectividad. Entre los más destacados cabe mencionar a
algunos que no sólo proclamaron la palabra acompañando el mensaje con señales y milagros, sino
también con una profunda reflexión teológica y enseñanza de la sana doctrina.

Cuadrato de Atenas (c. 130) fue un gran evangelista, según Eusebio, al igual que Panteno de
Sicilia (c. 200). Del segundo se dice que se convirtió del paganismo al cristianismo y se involucró muy
pronto en un ministerio de predicación misionera. Hizo un viaje a la India con la idea de ganar a las
castas superiores para la fe cristiana. Desde alrededor del año 180 se estableció en Alejandría,
donde enseñó y sirvió como el primer director de la escuela catequética en aquella ciudad de Egipto.
Entre sus discípulos estuvieron destacados teólogos de la antigüedad, como Clemente de Alejandría
y Alejandro de Jerusalén.

Eusebio de Cesarea: “Para ese tiempo, Panteno, un hombre altamente distinguido por su
erudición, estaba a cargo de la escuela de los fieles en Alejandría. Una escuela de erudición
sagrada, que continúa hasta nuestro día, fue establecida allí en tiempos antiguos, y tal como
se nos ha informado, fue administrada por hombres de gran habilidad y celo por las cosas
divinas. Entre estos se informa que Panteno en ese tiempo fue especialmente conspicuo, ya
que había sido educado en el sistema filosófico de aquellos llamados estoicos. Ellos dicen
que él manifestó tal entusiasmo por la palabra divina, que fue designado como heraldo del
evangelio de Cristo a las naciones del Este, y fue enviado hasta tan lejos como la India.
Porque realmente todavía había muchos evangelistas de la Palabra que procuraban
ardientemente utilizar su celo inspirado, siguiendo los ejemplos de los apóstoles, para el
incremento y edificación de la Palabra divina. Panteno fue uno de éstos, y se dice que él fue
a la India. Y se informa que entre personas allí que conocían a Cristo, él encontró el Evangelio
según Marcos, que había anticipado su propio arribo. Puesto que Bartolomé, uno de los
apóstoles, les había predicado, y había dejado con ellos el relato de Mateo en la lengua
hebrea, que ellos preservaron hasta ese tiempo. Después de muchas buenas acciones,
Panteno finalmente llegó a ser la cabeza de la escuela en Alejandría, y expuso los tesoros
de la doctrina divina tanto de manera oral como por escrito.”

El ministerio de los apologistas. Los apologistas fueron defensores de la fe cristiana durante el


siglo II, que enseñaron y escribieron contra las acusaciones populares y otros ataques más
sofisticados, especialmente por parte de representantes del judaísmo y el politeísmo. Estos
escritores, mayormente en lengua griega, se propusieron defender la verdad y posición de la fe
cristiana frente a las filosofías, religiones y planteos políticos de sus días. Muchos de sus escritos
estuvieron dedicados a los emperadores, pero sus interlocutores fueron mayormente las personas
educadas de sus días. Algunos de los apologistas más famosos fueron los siguientes.

Arístides de Atenas (76–138) fue un filósofo ateniense cristiano, que presentó al emperador
Antonino Pío una defensa del cristianismo, alrededor del año 140. Eusebio menciona a Arístides
como “un creyente fervientemente devoto a nuestra religión, que dejó, al igual que Cuadrato, una
apología de la fe, dirigida a Adriano.” Evidentemente, Eusebio se equivocó en cuanto al destinatario
de la Apología, pero no en cuanto a la calidad y compromiso cristiano de su autor. Jerónimo dice
que la apología de Arístides estaba llena de pasajes de escritos de los filósofos, y que Justino, más
tarde, hizo bastante uso de ella. Su obra muestra una fuerte influencia paulina. La Apología de
Arístides es la más antigua que se conserva.

Arístides de Atenas: “Los cristianos conocen y confían en Dios. Apaciguan a quienes los
oprimen y los hacen sus amigos, hacen bien a sus enemigos. Sus esposas son virtuosas y sus
hijas modestas; sus hombres se abstienen de casamientos ilícitos y de toda deshonestidad.
Si tienen siervos o niños los persuaden a hacerse cristianos por el amor que a ellos tienen;
y cuando lo son, los llaman sin distinción hermanos; se aman los unos a los otros. No
rehuyen ayudar a las viudas. Rescatan al huérfano de los que le hacen violencia. El que tiene
da al que no tiene. Si ven a un forastero, lo llevan a su casa y se regocijan como un verdadero
hermano; no se llaman hermanos por el parentesco, sino por el Espíritu de Dios. Si entre
ellos hay alguno pobre y necesitado y no tienen bocado que darle, ayunarán dos o tres días
para proporcionarle el alimento necesario. Escrupulosamente obedecen los mandatos del
Mesías. Todas las mañanas y a cada hora dan gracias y alaban a Dios por su amorosa bondad
hacia ellos; por ellos fluye todo lo bello que hay en el mundo. Pero las buenas acciones que
ellos hacen no las proclaman a los oídos de las multitudes y tienen cuidado de que ninguno
las perciba. Así es como ellos trabajan para ser rectos. Verdaderamente ésta es gente nueva
y hay algo de divino en ellos.”

Ya hemos citado a Justino Mártir (114–165), el más grande de los apologistas del siglo II. Justino
nació en Flavia (Neápolis). Desde joven quiso conocer a Dios de manera personal. Así fue como
recorrió los caminos del estoicismo, la filosofía de los peripatéticos y pitagóricos, y por último, el
platonismo, pero sin encontrar satisfacción para su búsqueda de la verdad. Cierto día, mientras
caminaba por la playa, se encontró con un anciano que lo convenció de la verdad del cristianismo.
Se convirtió a la nueva fe, a la que defendió con todo el bagaje de su experiencia intelectual. Justino
había estudiado como filósofo antes de hacerse cristiano, y como cristiano continuó vistiendo la
toga de filósofo, de modo que enseñó el cristianismo como la filosofía verdadera.

De sus obras sólo sobreviven las Apologías (primera y segunda), y el Diálogo con Trifón el judío.
Parece que Eusebio conoció también otras obras de este gran apologista. Sus Apologías son
defensas de la fe cristiana contra la persecución y las sospechas que parecían justificar tal
persecución. Están dirigidas al emperador, el senado y el pueblo de Roma. Su Diálogo con Trifón es
una larga y estilizada discusión sobre la interpretación de las Escrituras, en la que Justino justifica la
interpretación “profética” de la Biblia contra los argumentos del judío Trifón. Sus otras obras
estaban dirigidas contra herejes, especialmente Marción y los gnósticos, y parecen haber incluido
algunos tratados filosóficos. Justino fue muy influido por la filosofía platónica de sus días, en la que
él veía muchos paralelos con el cristianismo. Fue martirizado entre el 162 y 168. El relato de su
martirio ha llegado a nuestros días y es conmovedor.

El martirio de los santos mártires: “Rusticus el prefecto dijo: ‘¿Dónde se reúnen?’ Justino
dijo: ‘Donde cada uno escoge y puede: ¿acaso te imaginas que todos nosotros nos reunimos
exactamente en el mismo lugar? De ningún modo; porque el Dios de los cristianos no está
circunscrito por un lugar; pero siendo invisible, él llena los cielos y la tierra, y es adorado y
glorificado por los fieles.’ Rusticus el prefecto dijo: ‘Dime, ¿dónde se reúnen, o en qué lugar
juntan a sus seguidores?’ Justino dijo: ‘Vivo escaleras arriba de un tal Martinus, cerca del
Baño Timiotinio; y durante todo este tiempo (y ahora estoy viviendo en Roma por segunda
vez) ignoro de cualquier otro lugar de reunión que el de él. Y si alguien deseaba venir a mí,
le comunicaba las doctrinas de la verdad.’ Rusticus dijo: ‘Entonces, ¿no eres un cristiano?’
Justino dijo: ‘Sí, yo soy un cristiano.’ … Rusticus el prefecto dijo: ‘Entonces vayamos a la
cuestión que tenemos por delante, y … ofrezcan sacrificio de buena voluntad a los dioses.’
Justino dijo: ‘Ninguna persona en su sano juicio abandona la piedad por la impiedad.’
Rusticus el prefecto dijo: ‘A menos que obedezcan, serán castigados sin misericordia.’
Justino dijo: ‘Por medio de la oración podemos ser salvos por nuestro Señor Jesucristo, aun
cuando hayamos sido castigados, porque esto se tornará para nosotros en salvación y
confianza en el juicio más temible y universal de nuestro Señor y Salvador.’ Lo mismo dijeron
los otros mártires: ‘Haz lo que quieras, porque nosotros somos cristianos, y no
sacrificaremos a los ídolos’.”

Hay un apologista anónimo, el autor de la Carta a Diogneto (c. 170). Esta carta es una apología
cuyo autor y fecha de composición son desconocidos. Está dirigida al filósofo estoico Diogneto,
quien fuera maestro del emperador Marco Aurelio (161–180). En doce breves capítulos, la carta
presenta una de las más bellas y nobles apologías cristianas de su tiempo. El autor demuestra la
necedad de la adoración a los ídolos y expone el carácter de la fe cristiana.

Carta a Diogneto: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra
natal, ni por su idioma, ni por sus instituciones políticas. Es a saber que no habitan en
ciudades propias y particulares, no hablan una lengua inusitada, no llevan una vida extraña.
Tampoco su orden de vida ha sido inventado por el estudio ingenioso de hombres curiosos;
no patrocinan un sistema filosófico humano, como hacen algunos. Moran en ciudades
griegas y bárbaras, según la suerte se lo depara a cada uno. Siguen las costumbres
regionales en el vestir y en el comer, y en las demás cosas de la vida. Mas, con todo esto,
muestran su propio estado de vida, según la opinión común, admirable y paradójico.

Viven en su patria, mas como si fuesen extranjeros. Participan de todos los asuntos
como ciudadanos, mas lo sufren todo pacientemente como forasteros. Toda tierra extraña
es patria de ellos; y toda patria, tierra extraña. Contraen matrimonio, como todos. Crían
hijos, mas no los echan a perder. Tienen en común la mesa, mas no el lecho. Viven en la
carne, mas no según la carne. Moran en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y con su vida particular sobrepujan a las leyes. Aman a
todos y de todos son perseguidos. Son desconocidos, pero condenados. Los matan, y con
ello les dan vida. Son mendigos y enriquecen a muchos. Sufren penuria de todo y abundan
en todas las cosas. Son despreciados y en la deshonra hallan su gloria.”

Otro gran apologista fue Atenágoras (c. 177), un filósofo ateniense que se convirtió al
cristianismo mientras leía la Biblia con el propósito de refutarla. Fue antecesor de Panteno en la
escuela catequética de Alejandría y el más capaz de todos los apologistas griegos. Escribió muchos
libros, la mayoría de ellos ahora perdidos. No obstante, de todas sus obras se conservan su Apología
y un Tratado sobre la resurrección, que dan evidencia de su habilidad como escritor y de su rica
cultura. Atenágoras presentó su Apología a los emperadores Aurelio y Cómodo en el año 177.

Minucio Félix (m. 180) fue un abogado romano y el primer apologista que escribió en latín. Su
obra lleva el título de Octavio, ya que éste era el nombre del protagonista cristiano que discute con
un pagano. La obra consiste en una discusión acerca del paganismo y el cristianismo. El libro está
dividido en diez capítulos, que son muy atractivos en razón de su lenguaje fácil y fluido. Lo más
interesante de todo el diálogo es que el pagano repite los rumores que circulaban acerca de los
cristianos en los sectores populares, y esto nos da una idea de la opinión de la gente en el Imperio
Romano acerca de los cristianos.
Minucio Félix: “Oigo que, persuadidos por alguna convicción absurda, ellos adoran la cabeza
de un asno, la más baja de todas las criaturas.… El relato acerca de la iniciación de los nuevos
miembros es tan detestable como es bien conocido. Un niño, cubierto con harina, en orden
a engañar a los desprevenidos, es colocado delante de aquél que es iniciado en los misterios.
Engañado por esta masa de harina, que le hace creer que sus golpes no causan daño, el
neófito mata al infante.… Ellos ávidamente lamen la sangre de este niño y discuten sobre
cómo compartir sus miembros. Por esta víctima hacen pacto entre ellos, ¡y es por causa de
su complicidad en este crimen que guardan un silencio mutuo!

Todo el mundo sabe acerca de sus banquetes, y se habla de éstos en todas partes.… En
los festivales se reúnen para una fiesta con sus hijos, sus hermanas, sus madres, gente de
ambos sexos y de toda edad. Después de comer su porción, cuando la excitación de la fiesta
está al máximo y su ardor borracho ha inflamado las pasiones incestuosas, provocan a un
perro que ha estado atado a una lámpara de pie para que salte, arrojándole un pedazo de
carne más allá del alcance de la cuerda que lo sujeta. Apagándose de esta manera la luz que
podía haberlos traicionado, se abrazan los unos a los otros, y con quien sea. Si en los hechos
esto no ocurre, sí pasa por sus mentes, dado que éste es su deseo.”

Por último, mencionaremos a Teófilo de Antioquía (130–190). Teófilo nació en un hogar pagano
y se convirtió por el estudio cuidadoso de las Escrituras. En 168 fue nombrado obispo de Antioquía
y se destacó como apologista. Escribió varias obras contra las herejías de sus días, comentarios de
los Evangelios y del libro de Proverbios. Lo único que nos queda de su producción literaria son tres
libros apologéticos, que están dirigidos a su amigo Autólico.

El ministerio de creyentes anónimos. Quienes más hicieron por la rápida expansión de la fe


cristiana fueron los innumerables creyentes anónimos que viajaban predicando y estableciendo
nuevas iglesias allí donde iban. La inmensa mayoría nos es desconocida, si bien a algunos pocos los
conocemos por nombre (por ejemplo, Aquila y Priscila, Hch. 18). En general, estos creyentes
anónimos eran personas de muy poca educación y muchos de ellos eran esclavos. Su falta de
notoriedad social los constituía en el objeto de la burla de las personas más educadas o de rango
social más alto, que consideraban la fe de ellos como una superstición peligrosa y despreciable. El
filósofo pagano Celso nos da testimonio de cómo funcionaba, según su opinión, el ministerio de
estos creyentes anónimos.

Celso: “Vemos en casas privadas a tejedores, zapateros, campesinos ignorantes. Ellos no se


atreverían a abrir sus bocas con personas mayores allí, o frente a su amo más sabio. Pero
van a los niños, o a cualesquiera de las mujeres que son ignorantes como ellos mismos.
Entonces derraman maravillosas declaraciones: ‘No deben prestar atención a su padre o a
sus maestros. Obedezcan a nosotros. Ellos son necios y estúpidos. Ellos ni conocen ni
pueden hacer nada realmente bueno. Sólo nosotros conocemos cómo deben vivir los
hombres. Si ustedes, niños, hacen como nosotros decimos, serán felices ustedes mismos y
harán feliz también a su hogar.’
Mientras están hablando, ven venir a uno de los maestros de la escuela o incluso al
padre mismo. Así que murmuran: ‘Con él aquí no podemos explicar. Pero si quieren, pueden
venir con las mujeres y sus compañeros de juego a los aposentos de las mujeres, o del
tejedor, o a la lavandería, de modo que puedan obtener todo lo que hay.’ Con palabras
como éstas, ellos los conquistan.”

Sin embargo, fue el testimonio comprometido de estos miles de creyentes simples pero llenos
del poder del Espíritu Santo, el factor que explica el explosivo crecimiento del cristianismo en los
dos primeros siglos. Se estima que hacia principios del segundo siglo solamente en el ámbito del
Imperio Romano el número de cristianos llegaba a cerca del millón de personas. El celo de estos
creyentes anónimos y su disposición de proclamar el evangelio del reino se destacaron por encima
de cualquier otra característica de su vida religiosa.

Orígenes de Alejandría: “… los cristianos no descuidan, hasta donde depende de ellos,


tomar medidas para diseminar su doctrina por todo el mundo. Algunos de ellos,
consiguientemente, han hecho de esto su ocupación al viajar no sólo a través de ciudades,
sino incluso villas y casas de campo, con el fin de poder hacer convertidos para Dios. Y nadie
sostendría que ellos hacen esto por causa de ganancia, cuando a veces ellos no aceptan
incluso el sustento necesario.”

Muchos de estos testigos predicaron más con la calidad de sus vidas transformadas, que con la
profundidad de su teología. Este hecho fue precisamente el argumento preferido de los apologistas
en sus defensas de la fe cristiana. Cabe recordar que, en general, los apologistas escribieron y
dirigieron sus obras a paganos y enemigos del cristianismo. En su argumentación en contra de las
acusaciones de Celso, Orígenes afirma: “Si alguien desea ver a hombres que trabajan por la salvación
de otros, en un espíritu como el de Cristo, que tome nota de aquellos que predican el evangelio de
Jesús en todas las tierras.… Hay muchos Cristos en el mundo.”

Justino Mártir: “Él [Jesús] nos ha exhortado a que, con paciencia y mansedumbre,
conduzcamos a todos los hombres fuera de la vergüenza y el amor al mal. Y esto realmente
lo podemos mostrar en el caso de muchos que alguna vez eran de vuestra manera de
pensar, pero han cambiado su disposición violenta y tiránica, siendo vencidos ya sea por la
constancia que han visto en las vidas de sus vecinos [cristianos], o por la extraordinaria
paciencia que han observado en sus compañeros de viaje [cristianos] al ser defraudados, o
por la honestidad de aquellos con los que han hecho negocios.”

Otros dieron testimonio a través de su sufrimiento por Cristo. Jesús fue bien claro cuando
estableció la condición para el discipulado cristiano: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y
todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lc. 9:23–24). Muchos cristianos en la
antigüedad interpretaron estas palabras como refiriéndose a estar dispuestos a padecer todo tipo
de sufrimiento e incluso la muerte misma, por amor al Señor. Algunos sufrieron por confesar a Cristo
como Salvador y Señor, y se los llamó “confesores.” Otros murieron por hacerlo, y se los llamó
“mártires” (del griego martures, testigos). La mayoría de los creyentes de estos primeros siglos
entendió bien que la mejor manera de confesar “Creo en Cristo” es estar dispuesto a morir por él.
Entre miles de estos testigos estuvo Basílides, un oficial del ejército romano en Alejandría allá por
el año 210, que condujo a una mujer cristiana, Potamiaena, a su ejecución, y luego fue mártir él
mismo al convertirse a la nueva fe gracias al testimonio de ella.

Eusebio de Cesarea: “Acto seguido, ella [Potamiaena] recibió inmediatamente la sentencia,


y Basilides, uno de los oficiales del ejército, la condujo a la muerte. Pero mientras el pueblo
intentaba molestarla e insultarla con palabras abusivas, él empujó hacia atrás a quienes la
insultaban, mostrándole mucha piedad y bondad. Y percibiendo la simpatía del hombre por
ella, ella lo exhortó a ser valiente, porque ella suplicaría al Señor por él después de su
partida, y él pronto recibiría una recompensa por la bondad que le había mostrado.
Habiendo dicho esto, noblemente soportó el tormento, mientras le derramaban brea
ardiendo poco a poco sobre varias partes de su cuerpo, desde la planta de sus pies hasta la
corona de la cabeza.…

No mucho después de esto, Basílides, cuando sus compañeros soldados le pidieron que
jurara por una cierta cuestión, declaró que no podía jurar bajo ninguna circunstancia,
porque él era cristiano, y confesó esto abiertamente. Al principio ellos pensaron que estaba
bromeando, pero cuando él continuó afirmándolo, fue llevado ante el juez, y, reconociendo
su convicción delante de él, fue puesto en prisión. Cuando los hermanos en Dios lo visitaron
y le preguntaron la razón para esta repentina y sorprendente resolución, se dice que él
declaró que durante tres días después de su martirio, Potamiaena se paró a su lado en la
noche y colocó una corona sobre su cabeza, y dijo que había orado al Señor por él y había
obtenido su pedido, y que pronto ella lo pondría a su lado. Acto seguido, los hermanos le
dieron el sello del Señor [bautismo]; y al día siguiente, después de dar un glorioso testimonio
por el Señor, él fue decapitado.”

_ La organización
Los ministerios de la Iglesia se fueron organizando a lo largo de muchos siglos. Su origen y
desarrollo es bastante oscuro. Los términos que se usan en el Nuevo Testamento y en los
documentos sub-apostólicos para referirse a los diversos ministerios son muy variados y el mismo
vocablo no siempre tiene el mismo significado, que depende del lugar y el período. La organización
de la iglesia en tiempos del Nuevo Testamento era totalmente diferente de la organización de las
iglesias hoy.

La organización de la Iglesia era muy simple. No había una jerarquía eclesiástica. La iglesia era
una comunidad carismática, en la que algunos hermanos cumplían ciertas funciones más
específicas. Cada comunidad era autónoma, libre y con una autoridad local centrada en la voluntad
de la asamblea, y expresada a través del consenso de sus miembros. No había distinción alguna
entre clérigos y laicos, sino que cada creyente se sentía responsable por el testimonio y el servicio
cristianos.
Los primeros desarrollos en la organización de la Iglesia ocurrieron conforme las características
culturales impuestas por los diversos contextos y sobre todo por la demanda de testificar el
evangelio con efectividad en los mismos. En este sentido, hay dos contextos que considerar. Por un
lado, la comunidad palestinense, es decir, aquella que se desarrolló en Palestina, especialmente en
torno a la ciudad de Jerusalén y su influencia. La comunidad cristiana primitiva en esta tradición
tenía una organización doble. El primer liderazgo estaba constituido por el grupo de los Doce, que
se remontaba al ministerio terrenal de Jesús (Mr. 3:16–19), y cuyo número se completó después de
la muerte de Judas (Hch. 1:15–16). Este liderazgo colectivo administraba la comunidad palestinense
de lengua hebrea (aramea). El segundo liderazgo estaba representado por el grupo de los Siete,
inspirados por Esteban (Hch. 6:1–6), que cuidaba de la comunidad que había emergido del judaísmo
helenista y que hablaba griego.

Por otro lado, encontramos la comunidad de la diáspora. La persecución que siguió al martirio
de Esteban resultó en la dispersión de los judíos helenistas, que se hicieron misioneros. A partir de
aquí, surgieron diferentes formas de organización, que dependían del origen de la comunidad. La
comunidad en Jerusalén y otras derivadas del judaísmo se modelaron en base a la comunidad judía
por excelencia, la sinagoga. Al frente de estos grupos estaba un colegio de ancianos o presbíteros
(del griego presbúteros, anciano). Santiago (o Jacobo), el hermano de Jesús, era la cabeza en
Jerusalén (Hch. 15:13–21), probablemente una suerte de presidente del grupo de dirigentes
constituido por apóstoles y ancianos (Hch. 15:2, 4, 6, 22). Parece claro que los Doce fundaron varias
comunidades de este tipo en Judea, Samaria y las regiones vecinas.

La comunidad cristiana en Antioquía era de origen misionero y tuvo una doble organización. Por
un lado, un ministerio itinerante constituido por misioneros itinerantes (por ejemplo, 1 Co. 12:28),
que practicaban un ministerio carismático. Este tipo de ministerio itinerante parece haber sido toda
su vida y responsabilidad. Estos agentes misioneros eran apóstoles que no formaban parte del grupo
de los Doce (como Pablo y Bernabé). Como responsables de la tarea de evangelización y plantación
de iglesias, estos misioneros viajaban todo el tiempo. Por otro lado, había en Antioquía un ministerio
residente. Este ministerio estaba constituido por profetas, que exponían la palabra de Dios en las
congregaciones, y maestros, que eran una especie de rabinos que se especializaban en la enseñanza
de las Escrituras.

En el curso de sus viajes, los misioneros fundaban comunidades locales y nombraban a personas
responsables como cabeza de cada una de ellas. El liderazgo de estas comunidades locales, al menos
durante algún tiempo y en ciertas regiones, durante las primeras décadas de expansión cristiana en
el Imperio Romano, estaba constituido por obispos (sobreveedores) o presbíteros (ancianos). En
Tito 1:5, 7; 1 Timoteo 3:1–2 y 5:17–19, Pablo se refiere a estos líderes llamándolos indistintamente
obispos y/o ancianos. El primer vocablo enfatiza su función (sobreveer o supervisar la
congregación), mientras que el segundo indica la necesidad de madurez espiritual y experiencia.
También se mencionan a los diáconos, que tenían un ministerio de servicio también de orientación
pastoral, ya que se esperaba que ellos cumpliesen con los mismos requisitos que los obispos (1 Ti.
3:8–13). En Filipenses 1:1, Pablo hace referencia a ambas funciones ministeriales, “obispos y
diáconos.”
La tarea primordial de estos ministerios residentes era la de predicar, bautizar y presidir la
Eucaristía. En general, en todo el movimiento cristiano, obispos y presbíteros llegaron a cumplir
muchas de las funciones que eran llevadas a cabo por los sacerdotes de otras religiones. Todos los
ministros en la Iglesia eran dedicados al servicio mediante la imposición de manos, acompañada de
oración y ayuno (Hch. 6:6; 13:3; 1 Ti. 5:22). De todos modos, el Nuevo Testamento no es muy claro
en sus referencias a los diversos ministerios en la Iglesia. Es probable que haya habido una evolución
a lo largo del tiempo y que no se haya hecho lo mismo en todos los lugares. De hecho, da la
impresión como que había otras categorías o tipos de ministerios en algunas iglesias además de las
mencionadas. En Efesios 4:11, por ejemplo, se habla de “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores
y maestros,” lo cual representa una estructura carismática de ministerio.

_ La membresía
El concepto más difundido en las primeras comunidades cristianas era el de entender a la Iglesia
como la familia o casa (oikos) de Dios. En el mundo greco-romano, la familia era el núcleo de la
sociedad y su fundamento. El ingreso a la familia de la fe se producía después que la persona tomaba
una decisión de fe por Jesucristo y sellaba su compromiso con la comunidad mediante el bautismo.
Los derechos y deberes del miembro de la Iglesia, así como la disciplina a la que se sujetaba, estaban
directamente relacionados con el concepto del cuerpo de creyentes como una nueva familia, la
familia de Dios. En esta nueva unidad social básica, caracterizada por un nuevo pacto de fe con el
Creador, el líder (obispo o presbítero) poco a poco pasó a ocupar el papel del patriarca o padre de
familia. Por lo demás, la comunidad de fe estaba integrada y estructurada como cualquier familia
patriarcal de aquellos tiempos.

La gran masa de cristianos en los primeros dos siglos estaba constituida por esclavos. En el
Imperio Romano casi todo el trabajo, el especializado y el más duro, era hecho por esclavos. En el
mundo antiguo, la esclavitud de una forma u otra era un fenómeno universal. El famoso historiador
inglés Eduardo Gibbon indica que había 60 millones, lo que puede ser una exageración, aunque
refleja el alcance de este problema social. Pablo dice: “Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no
sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo y lo menospreciado escogió
Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co.
1:26–29). Si bien algunos cristianos pertenecían a las clases más privilegiadas e incluso algunos
pocos eran funcionarios de gobierno o de muy buena posición económica y social, la gran mayoría
eran esclavos o gente de condición muy humilde. El cristianismo no intentó abolir la esclavitud. El
mundo antiguo no podía concebir una sociedad sin esclavos. Pero los cristianos negaron firmemente
que la distinción entre esclavo y libre tuviera importancia para Dios (Gá. 3:28).

No obstante, había algunos cristianos en posiciones de prestigio y autoridad social. Hubo


discípulos de Jesús en lugares prominentes (Lc. 8:3). En la Iglesia primitiva, algunos creyentes fueron
personas de relevancia social, como Manaén (Hch. 13:1), “los de la casa de César” (Fil. 4:22), y el
procónsul Sergio Paulo en Chipre (Hch. 13:12). Hay otros testimonios de personas distinguidas fuera
de los documentos del Nuevo Testamento. Una sobrina de Domiciano, Domitila, esposa de un
cónsul, fue exiliada en el año 96 por ser cristiana (según Eusebio). Una catacumba o cementerio
cristiano en Roma lleva su nombre. El emperador Cómodo (180–192) fue influido positivamente por
una concubina cristiana de nombre Marcia. La madre del emperador Alejandro Severo (222–235),
Mamea, mandó una escolta a Orígenes en su viaje a Antioquía, donde él “se quedó con ella durante
algún tiempo y le mostró muchas cosas concernientes a la gloria del Señor y de la virtud del mensaje
divino.” Orígenes mismo escribió al emperador Felipe (244–249) y a su esposa porque oyó del
interés de ellos en el cristianismo.

Allá por el año 248 Orígenes decía que las falsas acusaciones contra los cristianos “ahora son
reconocidas, incluso por la masa del pueblo, como calumnias falsas contra los cristianos.” Con un
optimismo algo excesivo, Orígenes anticipaba que “toda otra adoración se extinguirá y sólo la de los
cristianos prevalecerá. Así será algún día, a medida que su doctrina tome posesión de las mentes en
una escala cada vez más grande.”

El evangelio era proclamado a todos los grupos sociales. La misión cristiana tenía como objetivo
llegar a todas las personas en todos los lugares hasta el fin del mundo para anunciarles el evangelio
del reino. Líderes como Orígenes, proveniente de Alejandría, viajaron mucho en el Imperio Romano
y por todo el este proclamando el evangelio. Para mediados del tercer siglo la fe en Jesucristo había
cubierto todo el ámbito del Imperio Romano y algunas regiones, como Asia Menor y el norte de
África, contaban con una considerable densidad de población cristiana.

Orígenes de Alejandría: “Si observamos cuán poderoso se ha tornado el evangelio en unos


muy pocos años, a pesar de la persecución y la tortura, la muerte y la confiscación, y a pesar
del pequeño número de predicadores, vemos que la palabra ha sido proclamada por toda
la tierra. Griegos y bárbaros, doctos e indoctos se han unido a la religión de Jesús. No
podemos dudar que esto va más allá de los poderes humanos, puesto que Jesús enseñó con
autoridad y la persuasión necesaria para que la palabra se estableciera.”

LA OPOSICIÓN AL CRISTIANISMO

_ La oposición en tiempos neotestamentarios


Situación cambiante. El Nuevo Testamento refleja la cambiante situación de los cristianos en el
Imperio Romano, desde el tiempo de Pablo hasta el final del primer siglo. En la carta a los Romanos
(año 55), el apóstol se muestra leal al Imperio y lo considera un “agente de Dios,” y exhorta a los
creyentes para que sean buenos ciudadanos (Ro. 13:1–7). Pero este mismo Imperio en poco tiempo
se constituyó en el enemigo más grande del cristianismo en este período, llegando a amenazar su
propia existencia. El gobierno y el pueblo en el Imperio Romano eran muy tolerantes en materia
religiosa. Eduardo Gibbon señala: “Las varias formas de adoración, que prevalecieron en el mundo
romano, fueron todas consideradas por el pueblo, como igualmente verdaderas; por el filósofo,
como igualmente falsas; y por el magistrado, como igualmente útiles. Y así la tolerancia produjo no
sólo indulgencia mutua, sino incluso concordia religiosa.”
Los romanos reconocían los dioses locales de los pueblos conquistados e incluso los adoraban.
Ellos tenían sus rituales tradicionales, suplementados, después de Augusto, por el culto a los
emperadores divinizados. Pero estos cultos romanos estaban sumamente condimentados con el
aporte de religiones foráneas, como los cultos a Sulis Minerva (diosa celta y romana de la sabiduría),
Mitra (dios persa de la luz); o Isis (diosa egipcia de la fertilidad).

Minucio Félix: “Cada pueblo tiene su propia adoración nacional y honra a sus dioses locales.
Y los romanos los honran a todos. Ésta es la razón por la que su poder ha llenado
completamente todo el mundo, y han esparcido su Imperio más allá de las sendas del sol y
de los límites de los mares.… Ellos reverencian a los dioses conquistados, investigan las
religiones de los extranjeros y las hacen propias.”

Los judíos no quisieron compartir su religión con los romanos, pero a pesar de esto, los romanos
los respetaron y permitieron su culto, el templo en Jerusalén y sus autoridades, leyes y castigos. En
todo esto se mostraron sumamente tolerantes para con la intolerancia judía, a pesar de despreciar
su fe monoteísta. Además, el judaísmo no era una religión nueva, sino que representaba una
tradición de varios siglos. Como argumentaba el filósofo pagano Celso: “Los judíos no deben ser
culpados, porque cada uno debe vivir de acuerdo con las costumbres de sus ancestros.”

Sin embargo, una minoría que se aísla y se rehúsa a compartir los intereses de la comunidad,
generalmente es despreciada o resistida. El cristianismo había comenzado dentro del judaísmo y al
principio parecía ser una secta más dentro de esta religión antigua. Es por esto que hasta los días de
Pablo, los cristianos y los judíos no fueron mayormente molestados por las autoridades romanas.
Pero el mismo apóstol Pablo, con su prédica y ministerio, dejó bien en claro que el cristianismo no
era una secta del judaísmo. Por otro lado, la iglesia creció rápidamente, y los nuevos convertidos
comenzaron a ser en su mayoría gentiles. Además, el mismo Nuevo Testamento señala que muchas
veces los judíos denunciaban por diversas razones a los cristianos.

En el imperio Romano nadie quería a los judíos, pero mucho menos querían a los cristianos, que
ganaban nuevos convertidos a expensas de las religiones antiguas y tradicionales. Como señalara
Celso: “Los cristianos han olvidado sus costumbres nacionales por la ley de Cristo.” Así es como
comenzó a considerárselos como una verdadera amenaza para la sociedad. La guerra de los judíos
contra Roma entre el 66 y el 70 acentuó la diferencia entre éstos y los cristianos, al no querer
participar los segundos en el levantamiento de aquéllos.

Oposición creciente. El Nuevo Testamento refleja la creciente oposición al cristianismo, tanto


por parte del pueblo como de las autoridades romanas. Los documentos neotestamentarios hablan
de murmuración, calumnias y acusaciones falsas contra los cristianos (1 P. 2:12). La carta a los
Hebreos refleja un contexto de inseguridad, peligro, cárcel e incluso muerte. La carta está
relacionada con Italia (He. 13:24). Fue escrita a una congregación integrada por gente que en su
mayoría habían pertenecido a una sinagoga, pero que ahora eran parte de un nuevo pacto (He.
9:15), un camino nuevo y vivo (He. 10:20). Parece evidente que fue escrita en momentos de peligro.
El texto habla de sangre derramada (He. 12:4), diversos padecimientos (10:32–33), pérdida de
propiedades (10:34), prisión (13:3), y aun cosas peores (13:13–14). El Imperio Romano ya no era un
poder seguro y protector. Los cristianos ya no tenían seguridad en ninguna parte.

Hostilidad abierta. El Nuevo Testamento termina mostrando a un Imperio Romano


abiertamente hostil hacia los cristianos. Es interesante notar el contraste entre lo que enseña Pablo
en Romanos 13 y lo que señala Juan en Apocalipsis 13 respecto al poder del Estado y los cristianos.
En Apocalipsis, Roma es la bestia con siete cabezas (13:1, 4, 8) y la ramera (17:3–6). Partes del
Apocalipsis son como mensajes en código, propios de una situación de extremo peligro y donde
conviene que el enemigo no tenga acceso a lo que se comunica. Algunas claves para la comprensión
de este lenguaje hermético y críptico están en el capítulo 17. “Babilonia” es el gran poder
perseguidor en el Antiguo Testamento (Daniel 7) y parece referirse a Roma como tal en Apocalipsis.
La “bestia con siete cabezas” puede tener un doble significado. Por un lado, es la ciudad sobre las
siete colinas (Ap. 17:9), que es Roma. Por otro lado, son los siete emperadores desde Nerón hasta
Domiciano, el emperador que envió a Juan a Patmos (Ap. 17:10). El vocablo “bestia,” pues, se refiere
al emperador de Roma, mientras que la “mujer” es la ciudad, cuyo nombre “Roma” viene del griego
rhome (“fuerte”), que es femenino. Finalmente, “nombres de blasfemia” es una expresión que
parece hacer referencia a la adoración del emperador.

_ Los cristianos en el Imperio Romano


Los cristianos no eran malos vecinos, ni súbditos desleales ni sediciosos, pero cuando un pueblo
odia a una minoría y la considera peligrosa, entonces imagina lo peor de esa minoría. La oposición,
pues, fue triple: popular, intelectual y oficial.

La oposición popular. El pueblo se oponía a los cristianos por prejuicio. Los cristianos se sentían
obligados a separarse de muchas cosas que en la sociedad pagana eran costumbres aceptadas, y
por esto se los consideraba excéntricos. La ética cristiana ponía a los creyentes en conflicto con la
ética pagana imperante y los hacía tan diferentes, que se los consideraba extraños o locos. Sus
reuniones nocturnas eran sospechosas. Su amor fraternal, adoración, sacramentos y disciplina eran
mal interpretados. Por otro lado, nadie quería aceptar las advertencias de juicio de la dura prédica
cristiana. Como sugiere el interlocutor de Octavio, el personaje cristiano en la obra de Minucio Félix,
los cristianos eran acusados de celebrar “fiestas de amor” en las que después de comer, todos se
emborrachaban y participaban de una orgía sexual. El populacho hablaba de inmoralidad, incesto
entre “hermanos” y “hermanas,” y muchos otros excesos. La Eucaristía y la expresión de Jesús “esto
es mi cuerpo … esto es mi sangre” era interpretada como expresión de canibalismo y se acusaba a
los cristianos de infanticidio.

Tácito (60–120), uno de los grandes historiadores romanos, dice que los cristianos eran odiados
por sus abominaciones. Entre otras cosas, menciona magia, brujería, y califica al cristianismo de
“superstición foránea.” Otros historiadores romanos utilizan expresiones similares. Plinio dice que
el cristianismo es una “superstición irracional y sin límites,” mientras que Suetonio lo valúa como
“una superstición nueva y peligrosa.”
Por rechazar el politeísmo prevaleciente y la idolatría, los cristianos eran acusados también de
ateísmo. Mucha gente pensaba que los cristianos no tenían religión alguna por no participar de la
religión tradicional o de los cultos orientales que eran muy populares en todo el Imperio. Minucio
Félix registra el rumor que escuchó el pagano de su historia: “Oigo que, persuadidos por alguna
convicción absurda, ellos adoran la cabeza de un asno, la más baja de todas las criaturas.”

Además, los paganos atribuían a los cristianos todas las calamidades y catástrofes indicando que
éstas venían por abandonar a los dioses ancestrales por el Dios cristiano. Los cristianos eran una
amenaza también para la economía del Imperio en razón de su exclusivismo y fanatismo. Lo ocurrido
en la ciudad de Éfeso y la quiebra del negocio religioso pagano debido a la efectividad de la prédica
cristiana, era un ejemplo de esto (Hch. 19:23–27).

La oposición intelectual. Poco a poco, los intelectuales fueron investigando al cristianismo,


leyeron sus escrituras y lo refutaron con vigor. Dos de los escritos más conocidos en este sentido
fueron los producidos por Celso (siglo II) y Porfirio (siglo III). ¿De qué acusaban a los cristianos estos
intelectuales?

Por un lado, se los acusaba de ser ignorantes y unos pobres arrogantes. Se decía que los
cristianos se aprovechaban de los más pobres e ignorantes para hacer su cosecha de adeptos,
tomando ventaja de su credulidad. La realidad es que los cristianos cuestionaban los valores de la
civilización grecorromana, que daban prestigio y autoridad al hombre sabio (educado), que no
trabajaba con sus manos. Con esto, por supuesto, minaban el sistema patriarcal romano y la
autoridad del pater familias o jefe de familia. Luciano de Samosata (c. 125–192), escritor griego de
aquella ciudad de Siria, atacó a los cristianos por esto mismo. Luciano era un autor cínico que viajó
mucho y escribió varios diálogos en los que ridiculiza los valores filosóficos y religiosos establecidos.
Con el mismo vigor se opuso a lo que consideraba era la religión y superstición de unos pobres
diablos, el cristianismo.

Luciano de Samosata: “Los pobres infelices se han convencido, antes que nada, de que van
a ser inmortales y a vivir por siempre, y como consecuencia de esto, desprecian la muerte e
incluso voluntariamente se entregan como prisioneros, la mayoría de ellos. Además, su
primer legislador [Jesús] los persuadió de que son todos hermanos los unos de los otros,
después que han cometido transgresión de manera definitiva, al negar a los dioses griegos
y al adorar a ese mismo sofista crucificado y vivir bajo sus leyes. Por lo tanto, desprecian
todo esto indiscriminadamente y lo consideran propiedad común.… De modo que si
cualquier charlatán e impostor, capaz de aprovechar cualquier ocasión, viene a ellos,
rápidamente adquiere una riqueza repentina al imponerse sobre esta gente simple.”

Por otro lado, se los acusaba de ser malos ciudadanos. Los cristianos no participaban en la
adoración oficial de la ciudad en que vivían ni de la religión del imperio. No reconocían las
“costumbres ancestrales” y rechazaban ocupar puestos o responsabilidades en las magistraturas y
se negaban a cumplir con el servicio militar. No parecían estar interesados en las cuestiones políticas
o en el bienestar del imperio. Los soldados cristianos no peleaban con la crueldad y empeño con
que lo hacían los que eran paganos. Y si bien cumplían con las leyes, sólo lo hacían en la medida en
que éstas no contradijeran sus principios y valores cristianos. Decían que eran ciudadanos del
Imperio, pero afirmaban que su verdadera ciudadanía estaba en los cielos y que servían a un Señor
(kyrios) que estaba muy por encima del emperador.

Finalmente, se los acusaba de sostener una doctrina irracional. Para los pensadores y filósofos
paganos la doctrina de la encarnación no tenía sentido. Según ellos, un Dios perfecto e inmutable
no puede rebajarse y ser un pequeño bebé, como Jesús en Belén. Además, si fuera cierto que Dios
quería hacerse humano, ¿por qué esta encarnación ocurrió tan tarde en la historia? Para los
intelectuales grecorromanos, Jesús fue un pobre hombre, que fue incapaz de morir como se supone
que debe morir un sabio (como Sócrates, que con toda dignidad se suicidó). Por otro lado, la
enseñanza de Jesús, decían, fue una mala copia de las viejas enseñanzas egipcias y griegas. Y la
doctrina cardinal de la fe de los cristianos, la resurrección de la carne, era una mentira monstruosa,
una verdadera blasfemia intelectual y religiosa.

Porfirio: “Incluso suponiendo que algunos griegos fueron lo suficientemente estúpidos


como para pensar que los dioses moran en estatuas, esto sería un concepto más puro que
aceptar que lo divino ha descendido al vientre de la Virgen María, que él llegó a
transformarse en un embrión, que después de su nacimiento él fue envuelto en pañales,
manchado con sangre, bilis y peor.…

¿Por qué cuando fue llevado ante el sumo sacerdote y gobernador, el Cristo no dijo
nada digno de un hombre divino …? Él permitió que se le golpease, se le escupiese en el
rostro, se le coronase con espinas.… Incluso si él tenía que sufrir por orden de Dios, él podía
haber aceptado el castigo, pero no soportado su pasión sin algún discurso valiente, alguna
palabra vigorosa y sabia dirigida a Pilato, su juez, en lugar de permitir que se le insultara
como si fuese un canalla de las calles.

¡Esto es una mentira increíble! (Referencia a la descripción de la resurrección en 1 Ts.


4:14). Si tú cantas esto a las bestias irracionales que no pueden hacer otra cosa sino producir
un ruido como respuesta, las harías bramar y piar con un alboroto ensordecedor frente a la
idea de hombres de carne volando por el aire como pájaros, o transportados sobre una
nube.”

Según el escritor pagano Porfirio (232–303), el Antiguo y el Nuevo Testamentos eran una trama
de historias crueles de tipo antropomórfico, sin ningún valor espiritual. Él encontraba
contradicciones entre el Dios pacífico de los Evangelios y el Dios guerrero del Antiguo Testamento.
Los relatos de la pasión de Jesús se contradecían entre sí. Las ceremonias cristianas eran inmorales.
El Bautismo alentaba el vicio al declarar perdonados todos los pecados y la Eucaristía era un acto de
canibalismo aun cuando se la interpretara de la manera más alegórica.

La oposición oficial. Durante este período, los cristianos pudieron sobrellevar con bastante
entereza la oposición popular y los ataques de los intelectuales en el ámbito del Imperio Romano.
A pesar de confrontar estos conflictos, supieron crecer, expandirse y ganar a decenas de miles para
las filas cristianas. Sin embargo, las cosas fueron más difíciles toda vez que la maquinaria política,
militar y administrativa del Imperio se puso en su contra.

Las razones de la creciente oposición oficial del Imperio fueron diversas. El concepto romano de
religión fue una causa importante. Para los romanos la religión era una cuestión política, y por lo
tanto, un interés del Estado. El Estado controlaba a los dioses conocidos y desconocidos, e intentaba
predecir y manipular el futuro a partir de la religión. El sistema religioso en el Imperio Romano era
un mecanismo del Estado para el control social. El propio gobierno romano pretendía ser divino, en
la persona del emperador. Los emperadores se consideraban “poderes” de los que dependían las
vidas de las personas.

Por otro lado, el Imperio Romano temía a las asociaciones secretas que podían asumir un
carácter político y a las nuevas religiones no reconocidas por el Estado. De allí que cualquier grupo
o secta religiosa que no se ajustara a las expectativas del gobierno romano fácilmente caía bajo la
acusación de sedición o subversión. De este modo, la disidencia religiosa se transformaba en
sedición política, con las consecuencias que son imaginables. De hecho, Jesús fue crucificado por
orden de Pilato, no por el delito religioso de llamarse “Hijo de Dios,” sino por el delito político de
pretender ser “Rey de los judíos” (Jn. 19:19). Además, los cristianos se rehusaban a hacer libaciones
y ofrendas en honor al emperador o a participar en otras prácticas del culto pagano oficial, y esto
agravaba su situación, aun cuando algunos oficiales querían mostrarse clementes para con ellos.

El desarrollo de la creciente oposición oficial del Imperio se fue incrementando en intensidad.


La primera persecución local seria ocurrió como consecuencia del incendio de Roma, perpetrado
por el emperador Nerón, el 18 de julio del año 64. En la noche de ese día comenzó un fuego que
pronto se extendió en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Durante seis días el fuego ardió
con fuerza debido a un viento constante, lo que llevó a la destrucción de una buena parte de la
ciudad e hizo que miles de personas se quedaran sin vivienda. En la calle corrió todo tipo de rumores,
pero todos coincidían en señalar al emperador como el responsable final de la catástrofe. Algunos
decían que Nerón había ordenado el incendio para dejar espacio libre para construir algunos
edificios públicos. Otros apuntaban a la crueldad del hombre que no tuvo problemas en asesinar a
su propia madre. Y aun otros decían que el incendio había sido provocado por la locura del
emperador que quería lograr con ello inspiración para componer un poema. Los cristianos fueron
acusados oficialmente como responsables por el siniestro y miles murieron martirizados, como
señala el historiador romano Tácito (56–120), para satisfacer la crueldad de un hombre, Nerón.

Tácito: “Todos los esfuerzos de los hombres, toda la largueza del emperador y las
propiciaciones de los dioses, no fueron suficientes para mitigar el escándalo o borrar la
convicción de que el fuego había sido ordenado. Y así, para deshacerse de este rumor,
Nerón supuso culpables y castigó con los tormentos más refinados a una clase odiada por
sus abominaciones, que comúnmente son llamados cristianos. Christus, de quien se deriva
su nombre, fue ejecutado a manos del procurador Poncio Pilato en el reinado de Tiberio.
Reprimida en un primer momento, esta perniciosa superstición se manifestó de nuevo, no
solamente en Judea, la fuente de este mal, sino también en Roma, ese receptáculo para
todo lo que es sórdido y degradante desde todo rincón del globo, que allí encuentra
seguidores. Consecuentemente, se realizó primero un arresto de todos los que confesaron
(ser cristianos); luego, sobre su evidencia, se condenó a una inmensa multitud, no tanto en
base a la acusación de incendio premeditado como a causa del odio de la raza humana.
Además de ser condenados a muerte se los hizo servir como objetos de entretenimiento;
fueron vestidos con pieles de bestias y desgarrados a muerte por perros; otros fueron
crucificados, otros prendidos fuego para iluminar la noche cuando desaparecía la luz del día.
Nerón había dejado abierta su propiedad para la exhibición, y montó un espectáculo en el
circo, donde él se mezcló con el pueblo con ropas de auriga y condujo su carro. Todo esto
dio lugar a un sentimiento de piedad, incluso hacia hombres cuya culpa merecía del castigo
más ejemplar; porque se sentía que ellos estaban siendo destruidos no por el bien público
sino para gratificar la crueldad de un individuo.”

Otro historiador romano, Suetonio (75–160), señala: “En su reinado (de Nerón) muchos abusos
fueron severamente castigados y reprimidos, y muchas leyes nuevas fueron instituidas.… Se infligió
castigo a los cristianos, un conjunto de hombres que se adhieren a una superstición novedosa y
dañina.” Pero esta persecución no se esparció más allá de Roma y no fue por razones de carácter
religioso, sino más bien se debió al oportunismo del emperador para desligarse de la
responsabilidad por el siniestro buscando un chivo emisario.

Bajo el gobierno de Domiciano (81–96), se dio una segunda persecución dirigida contra toda
persona que no adorara la imagen del emperador. Domiciano se hizo llamar “Señor y Dios” y ordenó
que así fuese confesado por todo ciudadano en el Imperio mientras libaba vino y aceite frente a su
estatua. Es interesante notar que esta expresión es equivalente al clímax del Evangelio de Juan (Jn.
20:28). Para los cristianos obedecer la orden imperial era, pues, una blasfemia. El Coliseo de Roma,
inmenso estadio con capacidad para más de 50.000 personas sentadas, había sido terminado para
este tiempo (86) y miles de cristianos derramaron allí su sangre por testificar de su fe. Es posible
que el libro de Apocalipsis se refiera a estas circunstancias, al hacer el contraste entre Cristo y
Domiciano (Ap. 17:14).

_ La oposición en el segundo siglo.


El período del 96–180 fue de prosperidad para el Imperio Romano. Fueron años en los que
gobernaron buenos emperadores, con gran capacidad para la administración del Estado, como
Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio. Si bien estos hombres fueron buenos
gobernantes, tomaron medidas que resultaron en la persecución de los cristianos en diversos
lugares del Imperio. Durante el reinado de Trajano (98–117) se desarrolló la norma imperial para la
persecución del cristianismo. En 112, Plinio el Joven (62–113), gobernador romano de la provincia
de Ponto-Bitinia (Asia Menor), le escribió a Trajano describiendo su manejo de la superstición
cristiana.

Plinio el Joven: “Es mi regla, Señor, referirme a ti en cuestiones en las que no estoy seguro.
Porque, ¿quién puede dirigir mejor mi duda o instruir mi ignorancia? Yo nunca estuve
presente en algún juicio de cristianos; por lo tanto, no sé cuáles son las penas o
investigaciones acostumbradas, y qué límites se observan. He dudado mucho sobre la
cuestión de si debe haber algún tipo de distinción por edades; si el débil debe tener el mismo
trato que el más robusto; si aquellos que se retractan deben ser perdonados, o si un hombre
que alguna vez haya sido cristiano no gana algo al dejar de serlo; si el nombre mismo, incluso
si es inocente de crimen, debe ser castigado, o sólo los crímenes que están ligados a ese
nombre.

Mientras tanto, éste es el curso que he adoptado en el caso de aquellos traídos a mí


como cristianos. Les pregunto si son cristianos. Si lo admiten, repito la pregunta una
segunda y una tercera vez, amenazándolos con la pena capital; si persisten los sentencio a
muerte. Porque no dudo que, cualquiera que pueda ser el tipo de crimen que ellos han
confesado, su terquedad y obstinación inflexible ciertamente deben ser castigadas. Había
otros que manifestaron una locura parecida y a quienes reservé para ser enviados a Roma,
dado que eran ciudadanos romanos.”

El emperador le respondió sentando los principios para la acción en contra de los


cristianos dentro del marco del derecho romano.

Trajano: “Tú has tomado la línea correcta, mi querido Plinio, al examinar los casos de
aquellos que te son denunciados como cristianos, puesto que ninguna regla dura y rápida
puede establecerse, de aplicación universal. Ellos no deben ser buscados; si se informa en
contra de ellos, y la acusación se prueba, deben ser castigados, con esta reserva—que si
alguien niega que es un cristiano, y realmente lo prueba, esto es mediante la adoración de
nuestros dioses, debe ser perdonado como resultado de su retractación, por más
sospechoso que haya sido con respecto al pasado. Los panfletos que son publicados
anónimamente no deben tener peso en cualquier acusación que sea. Ellos constituyen un
muy mal precedente, y también están fuera de lugar en este tiempo.”

Tertuliano, más tarde (197), atacó la decisión de Trajano, diciendo: “¿Por qué haces que la
justicia juegue a las escondidas consigo misma? Si tú condenas, ¿por qué no buscas? Si no buscas,
¿por qué no nos declaras inocentes?” No obstante, la indecisión de Trajano fue beneficiosa para los
cristianos, que siguieron creciendo a lo largo del siglo II, si bien en medio de incertidumbre e
inseguridad. A lo largo de todo el siglo segundo los cristianos padecieron la oposición del gobierno
imperial. Tertuliano habla de reuniones interrumpidas por la policía, soldados demandando
soborno, vecinos no amigables que denunciaban a los cristianos de manera anónima, siervos de
poca confianza que hacían lo mismo, espías, y sobre todo, el sometimiento de los cristianos a
procesos ilegales.

Tertuliano: “Si es cierto lo que presumen, que nosotros los cristianos somos los más malos
de los hombres, ¿por qué no nos igualan con los malhechores que cometen pecados
semejantes a los nuestros? Dado que a igual delito, igual tratamiento debe darse en los
tribunales. Si somos iguales a los demás, ¿por qué si a todo delincuente le es lícito valerse
de su boca y de contratar abogados para recomendar su inocencia; por qué si ellos tienen
plena oportunidad para responder y para altercar, para que ninguno sea condenado sin ser
oído; a sólo el cristiano no se le permite abrir la boca para purgar su causa, buscar ayuda
para defender la verdad, hablar por sí para que no sea injusto el juez, condenando al que
no se defendió? Pero sólo en nuestra causa no se admite el examen del delito, que es
beneficio de los reos; sólo se atiende a la confesión del nombre cristiano, que es el odioso
título que irrita el odio popular.”

A este período corresponde el martirio de Ignacio de Antioquía, del que da testimonio un


documento conocido como Las actas del martirio de Ignacio. Estas actas fueron publicadas en el
siglo XVII en latín y griego. Se discute su autenticidad, pero obviamente están inspiradas en la
persona y correspondencia del célebre mártir, que murió entregado a las fieras en el año 117, bajo
el gobierno de Trajano.

El martirio de Ignacio: “Y cuando él fue conducido ante el emperador Trajano, [ese príncipe]
le dijo: ‘¿Quién eres tú, malvado infeliz, empeñado en transgredir nuestros mandatos, y
persuades a otros a hacer lo mismo, para que miserablemente perezcan?’ Repuso Ignacio:
‘Nadie debería llamar a Teóforo malvado; porque todos los espíritus han sido echados de
los siervos de Dios. Pero si, en razón de que soy un enemigo de estos [espíritus], tú me
llamas malvado en respeto a ellos, concuerdo plenamente contigo; porque en la medida en
que tengo a Cristo el Rey del cielo [dentro mío], yo destruyo todas las maquinaciones de
estos [malos espíritus].’ Trajano respondió: ‘¿Y quién es Teóforo?’ Ignacio replicó: ‘Aquél
que tiene a Cristo en su pecho.’ Trajano dijo: ‘Pues qué, ¿te parece que nosotros no tenemos
en nuestra mente a nuestros dioses, cuya asistencia gozamos al luchar contra nuestros
enemigos?’ Ignacio contestó: ‘Estás en error cuando llamas dioses a los demonios de las
naciones. Es de saber que hay sólo un Dios, el cual ha hecho el cielo y la tierra, el mar y todo
cuanto hay en ellos; y un Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, de cuyo reino quisiera gozar.’
Trajano dijo: ‘¿Estás hablando de aquél que fue crucificado bajo Poncio Pilato?’ Ignacio
respondió: ‘Del que crucificó mi pecado junto con su inventor, y quien ha condenado y
arrojado todo engaño y malicia del demonio bajo los pies de quienes le llevan en su
corazón.’ Trajano dijo: ‘¿Entonces tú llevas al crucificado en ti?’ Ignacio replicó:
‘¡Verdaderamente así es! Porque está escrito: “Habitaré en ellos y andaré entre ellos”.’
Entonces Trajano pronunció el fallo como sigue: ‘Ordenamos que Ignacio, que afirma llevar
en sí al crucificado, sea engrillado por soldados y llevado a la gran ciudad Roma, para que
allí sea devorado por las bestias, para diversión del pueblo.’ Cuando el santo mártir oyó esta
sentencia, exclamó con alegría: ‘¡Gracias te doy, oh Señor, que te dignaste honrarme con
un amor perfecto para contigo, y me has hecho encadenar con cadenas de hierro, al igual
que tu apóstol Pablo’.”

La política de Trajano continuó bajo Adriano (117–138), Antonino Pío (138–161), y bajo Marco
Aurelio (161–180). Pero en todos estos casos se trató de persecuciones locales y no de un intento
por exterminar el cristianismo en todo el Imperio. Adriano insistió en que las personas inocentes del
cargo de ser cristianos fuesen protegidas, e incluso ordenó que quienes hacían acusaciones falsas
fuesen castigados. No obstante, no impidió la represión de aquellos que insistían en profesar su fe.
Bajo el reinado de Antonino Pío, los cristianos sufrieron en Roma. Marco Aurelio sentía aversión
hacia los cristianos, probablemente porque los consideraba un peligro contra la estructura de la
civilización que él estaba procurando mantener contra las amenazas internas y externas a su
Imperio. Cómodo, el hijo de Marco Aurelio, continuó con actos de persecución, si bien más tarde
los disminuyó debido a la intervención de su favorita Marcia, que era cristiana. Septimio Severo
(193–211) no fue desfavorable a los cristianos, ya que tenía a algunos de ellos en su propia familia.
Sin embargo, en 202 expidió un edicto que prohibía las conversiones al judaísmo y al cristianismo.

A lo largo del siglo II, hubo episodios de violencia serios, como en Lión (Galia) en el año 177,
según los registra Eusebio.

Eusebio de Cesarea: “Para comenzar, ellos soportaron noblemente todos los daños
amontonados sobre ellos por el populacho: gritería y golpes y linchamiento y saqueos y
pedradas y prisión, y todo aquello que una turba enfurecida se deleita en infligir a enemigos
y adversarios. Luego, llevados al foro por el tribuno y las autoridades de la ciudad, fueron
interrogados delante de toda la multitud, y habiendo confesado, fueron encerrados en la
cárcel para esperar el arribo del gobernador. Más tarde, cuando fueron llevados delante de
él, él nos trató con la crueldad más terrible.…”

_ La oposición a mediados del tercer siglo


El edicto de Septimio Severo en 202 terminó en persecución. Fue en esta ocasión que el padre
de Orígenes murió mártir. Orígenes mismo, en su ardor de adolescente, deseando compartir la
suerte de su padre, quiso entregarse a las autoridades, pero fue impedido por la intervención de su
madre, quien le escondió la ropa. De todos modos, es muy probable que estas persecuciones de la
primera mitad del siglo no se hayan extendido por todo el Imperio. Más bien, el estado de represión
era constante puesto que la situación legal de los cristianos era precaria, y cualquier oficial local o
provincial podía encontrar excusas para reprimir a los cristianos. Con Maximino Tracio (235–238)
las hostilidades se reavivaron, y con Felipe el Árabe (244–249) disminuyeron, al punto que algunos
llegan a considerarlo el primer emperador que favoreció a los cristianos.

Desde mediados del tercer siglo en adelante, la oposición se hizo más severa, al transformarse
en persecuciones generales y organizadas para el exterminio. La razón principal para este
agravamiento en la actitud del Estado hacia los cristianos es que se los acusaba de sedición. Las
palabras de Orígenes poco antes de las grandes persecuciones de mediados del tercer siglo
probaron ser verdaderamente proféticas: “Parece probable que la existencia segura, en cuanto al
mundo, que al presente gozan los creyentes, se va a terminar, ya que aquellos que calumnian al
cristianismo de todas las maneras posibles, están nuevamente atribuyendo la frecuencia presente
de rebelión a la multitud de los creyentes, y al hecho de que no están siendo perseguidos por las
autoridades como en los viejos tiempos.”

Otra razón era que se quería restaurar la antigua gloria del Imperio Romano. El Imperio estaba
decayendo debido a la anarquía militar, la corrupción, la inflación, los altos impuestos y la
inseguridad en las fronteras. Estos problemas y la idea de volver a los momentos más gloriosos de
la historia de Roma fueron discutidos ampliamente en el año 248, cuando el Imperio Romano estaba
celebrando el milenio de la fundación de Roma (según la tradición, Rómulo y Remo fundaron Roma
en el año 748 a.C.).

El emperador Decio (249–251) no sólo se propuso restaurar la gloria de Roma sino también su
religión tradicional. En el año 250 decretó que los cristianos en todo el Imperio debían abandonar
su fe o morir. Su sucesor, Valeriano (253–260), continuó con esta política y dejó casi sin líderes a la
Iglesia, ya que procuró terminar con el clero cristiano. No obstante, lejos de aniquilar al cristianismo,
esta persecución masiva y los martirios que produjo arraigaron todavía más a los cristianos y
ayudaron a una mayor difusión de su fe. Como bien afirmara Tertuliano en su expresión ahora bien
conocida: “Segando nos sembráis: más somos cuanto derramáis más sangre; que la sangre de los
cristianos es semilla. Muchos hay entre vosotros que exhortan a la tolerancia del dolor y de la
muerte.… Mas no han hallado tantos discípulos estas palabras como han enseñado los cristianos
con sus obras.”

Los emperadores que siguieron a Decio continuaron con su política de represión generalizada.
Galo (251–253) avivó la persecución en algunas partes del Imperio. Valeriano (253–260) se mostró
amigable hacia los cristianos en sus primeros años de gobierno, pero repentinamente cambió de
disposición y casi dejó a la Iglesia sin obispos. La persecución terminó en 260, cuando Valeriano fue
tomado prisionero en una batalla contra los persas. Su hijo y sucesor, Galieno (253–268), anuló la
política de su padre y expidió edictos de tolerancia para el cristianismo. Por algún tiempo en el
ámbito del Imperio, el movimiento cristiano gozó de una generación de paz y prosperidad.

_ La oposición más seria y final


La persecución final se dio durante el reinado del emperador Diocleciano (284–305). Al llegar al
poder en 284, Diocleciano se propuso el reordenamiento de la administración imperial, que era
caótica. Así, pues, dividió el Imperio en cuatro, con dos emperadores, uno en el Este y el otro en el
Oeste. El inmenso territorio del Imperio Romano era difícil de gobernar y de custodiar. Diocleciano
se estableció en la zona oriental, fijó su capital en Nicomedia (Asia Menor) y designó por colega a
Maximiano, quien se radicó en Milán (Italia). Para evitar que la elección de los emperadores
estuviera sujeta al arbitrio de los soldados, como había ocurrido en décadas anteriores, fueron
designados dos funcionarios con el título de Césares, que secundarían a los Augustos
(emperadores), y que los sucederían en caso de vacancia en el trono. Galerio fue designado como
César en el Este, mientras que Constancio Cloro ocupó esa función en el Oeste. Este sistema de dos
emperadores y dos césares con el Imperio dividido por la mitad se conoció como la Tetrarquía
(gobierno de cuatro).

Con el propósito de detener la decadencia y pensando que la antigua adoración oficial traería
unidad y fuerza política al Imperio, Diocleciano ordenó en 303 la destrucción de los templos
cristianos, la quema de Biblias y otros libros cristianos, la liquidación de la adoración cristiana y el
arresto del clero. Al año siguiente su consigna fue todavía más terminante: los cristianos debían
sacrificar a los ídolos o morir.
A pesar de estar muy difundido y haber penetrado hondamente la sociedad pagana (casi el 50%
de la población del Imperio era cristiana para aquel entonces), el cristianismo corrió un serio peligro
de desaparecer. Afortunadamente, el gobierno fracasó en sus intentos. El cristianismo sobrevivió,
pero las persecuciones afectaron profundamente su carácter. El rigor de estas persecuciones llevó
a la devoción a las reliquias de los mártires y dio lugar a un verdadero culto del martirio. Muchos
fanáticos buscaban el martirio para la obtención de una gloria mayor. Otros, no pudiendo resistir la
tortura, negaron su fe, entregaron las Escrituras para ser quemadas o hicieron arreglos con el
perseguidor. Los obispos ganaron un prestigio extraordinario en razón de que sus cabezas eran más
valiosas para los perseguidores que la de los demás creyentes. Pero la persecución tuvo también un
efecto purificador. No era fácil ser cristiano en circunstancias tan difíciles.

Irvin y Sunquist: “Donde quiera que nos volvamos en la historia del movimiento cristiano
temprano, encontramos la memoria y presencia de los mártires. La experiencia de aquellos
que testificaron de Cristo mediante el sufrimiento por la fe es penetrante. El número real
de aquellos que sufrieron martirio en los primeros tres siglos fue en realidad relativamente
bajo.… El número total de cristianos que murieron bajo los romanos estuvo muy
probablemente por debajo de diez mil—esto en un imperio que contaba con no menos de
cincuenta millones de personas en su apogeo.”

CUADRO 10 - EMPERADORES ROMANOS

NOMBRE AÑOS DE REINADO

Augusto 27 a.C.–14 d.C.

Tiberio 14 d.C.–37

Calígula 37–41

Claudio 41–54

Nerón 54–68

Galba 68–69
Otón 69

Vitelio 69

Vespasiano 69–79

Tito 79–81

Domiciano 81–96

Nerva 96–98

Trajano 98–117

Adriano 117–138

Antonino Pío 138–161

Marco Aurelio 161–180

Cómodo 177–192

Pértinax 193
Septimio Severo 193–211

Caracalla 198–217

Geta 209–212

Macrino 217–218

Heliogábalo 218–222

Alejandro Severo 222–235

Máximo 235–238

Gordiano I y II 238

Gordiano III 238–244

Felipe 244–249

Decio 249–251

Valeriano 253–260

Galieno 253–268
Claudio II 268–270

Aureliano 270–275

Probo 276–282

Diocleciano y la Tetrarquía 284–305

Constantino y la Tetrarquía 306–313

Constantino y Licinio 313–324

Constantino único monarca 324–337

EL PRIMER EMPERADOR PRO-CRISTIANO

_ El fin de la última y peor persecución


A comienzos del siglo IV, el mundo romano se encontraba sumido en una crisis profunda. Por
un lado, Roma estaba en constante conflicto con su más encarnizado contrincante, el Imperio Persa
en el Este. Por otro lado, continuaba el creciente ingreso de tribus germánicas por la frontera norte
del Imperio. Además, la burocracia imperial no podía resolver problemas internos como la
necesidad de mayores impuestos para mantener la maquinaria estatal, la creciente inflación, los
conflictos sociales, la decadencia moral y el vacío espiritual y religioso. Para este tiempo, el
movimiento cristiano estaba bien articulado y presentaba la red social más difundida y contenedora
en todo el Imperio Romano. No es extraño, pues, que la persecución desatada por Diocleciano haya
sido la peor de todas. Los cristianos ponían en vilo la unidad del Imperio al rehusarse a participar de
la religión imperial. No obstante, tres eventos dramáticos señalaron el fin de la última gran
persecución y ayudaron a cambiar la suerte del movimiento cristiano:
La huída de Constantino en 306. En 305, Diocleciano abdicó al trono imperial en el Este y lo
mismo hizo Maximiano en el Oeste. Tal como estaba dispuesto, ocuparon su lugar los césares
Galerio y Constancio Cloro. Éstos a su vez nombraron a nuevos césares: Maximino Daza en el Este y
Severo en el Oeste. Siendo todavía César de Occidente, Constancio Cloro había ido a Galia y había
dejado a su hijo Constantino al cuidado de Diocleciano. Cuando Galerio ocupó el trono imperial en
el Este en el año 305, tomó como rehén a Constantino con miras a presionar a Constancio y
adueñarse de todo el Imperio. En 306, Constantino decidió escapar de su cautiverio e ir con su padre,
que para entonces ya era el emperador de Occidente. Constantino logró su cometido y después de
cruzar toda Europa llegó por fin a Galia, pero su padre se había trasladado a Bretaña. Al llegar allí,
Constantino se encontró con que su padre había muerto en York. El ejército de su padre entonces
lo proclamó imperator, es decir, general. Por supuesto, Galerio se opuso a tal designación. El hijo de
Galerio y recién designado césar del Este, Majencio, avanzó con sus tropas y se adueñó de Roma. El
césar de Occidente, Severo, ante el giro inesperado de los acontecimientos políticos se suicidó. De
este modo, Galerio y su hijo Majencio, ahora controlando Roma, eran el único poder en todo el Este,
mientras que Constantino era el único gobernante en el Oeste, pero también con pretensiones de
adueñarse de todo el Imperio.

El edicto de tolerancia de Galerio en 311. Galerio se estaba muriendo y tenía un miedo


supersticioso a la muerte y al infierno. Lleno de culpa por haber perseguido a los cristianos y
desesperado por la situación política decretó un edicto que concedía tolerancia a los cristianos a
cambio de sus oraciones a Dios. El edicto de 311 dice: “Dado que un gran número de cristianos
persiste todavía, nosotros con nuestra usual misericordia, hemos pensado correcto permitirles ser
nuevamente cristianos, y tener sus reuniones religiosas. De modo que será deber de los cristianos,
a causa de esta tolerancia, orar a Dios por nosotros, por el Estado, y por mí mismo.” En definitiva, al
menos en la mitad oriental del Imperio, los cristianos sobrevivieron y triunfaron.

La batalla por Roma en 312. Constantino partió de Galia con su ejército y avanzó contra
Majencio, que había quedado como el único amo en Italia. La victoria de Constantino contra sus
opositores por la corona imperial en 312 fue el punto decisivo del futuro del cristianismo en todo el
Imperio Romano, especialmente en Occidente. Eusebio de Cesarea dice que Constantino mismo
contaba haber visto, la noche antes de la batalla decisiva en el puente Milvio sobre el río Tíber, una
cruz resplandeciente en el cielo y sobre ella las palabras: “Con este signo vencerás.” Convencido del
poder del Dios de los cristianos, se hizo hacer un nuevo estandarte en el que aparecían la cruz y las
dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego: C y R. Este símbolo se conoce con el nombre de
lábaro de Constantino.

_ El triunfo de Constantino
Con este estandarte al frente de sus tropas, Constantino venció a Majencio, y con él pretendió
salvar a su Imperio de la decadencia en que se encontraba. La decisión de Constantino fue más
política que religiosa. Su necesidad mayor era lograr la unidad del Imperio, y con gran acierto vio en
la fe cristiana la suficiente vitalidad y fuerza como para lograrlo. La lealtad política al emperador
unida a la lealtad religiosa a una fe como el cristianismo podía resultar en la salvación de su Imperio.
Habiendo fracasado en destruirlo, el Estado romano bajo el emperador Constantino, reconoció al
cristianismo como religión lícita. El cristianismo, que hasta entonces había sido la religión de una
minoría perseguida, pasó a ser la religión favorecida por el Estado.

Eusebio de Cesarea: “¡Cuán maravilloso es el poder de Cristo, que llamó a hombres oscuros
y sin educación de su oficio de pescadores, y les hizo legisladores y maestros de la
humanidad! ‘Os haré pescadores de hombres,’ dijo Cristo, ¡y qué bien ha cumplido él la
promesa! Él dio poder a los apóstoles, de modo que lo que recibieron pudiera traducirse a
todos los idiomas, civilizados y bárbaros; y pudiera ser leído y ponderado por todas las
naciones, y la enseñanza pudiera ser recibida como la revelación de Dios.… Victorioso sobre
dioses y héroes, Cristo sólo se está haciendo reconocer en toda región del mundo, por todos
los pueblos, como el único Hijo de Dios.”

El cambio fue tremendo. De la noche a la mañana los cristianos se vieron honrados, tenidos en
consideración, respetados, consultados y hasta obsequiados por los altos oficiales del Imperio y el
emperador mismo. Constantino se mostró sumamente favorable al cristianismo y fue muy difícil
para los líderes cristianos percibir su manejo político de esta situación.

Carta de Constantino a Eusebio: “Mucha gente se está uniendo a la iglesia en la ciudad que
es llamada por mi nombre (Constantinopla). El número de iglesias debe ser aumentado. Te
pido que ordenes cincuenta copias de las Sagradas Escrituras, escritas legiblemente sobre
pergamino por copistas hábiles … tan pronto como sea posible. Tienes autorización para
usar dos carros del gobierno para traerme los libros a los efectos de verlos. Envía a uno de
tus diáconos con ellos, y yo pagaré por ellos generosamente. Dios te guarde, querido
hermano.”

Para los cristianos, su situación legal dentro del Imperio tuvo un giro total. Si bien es dudoso
que Constantino haya sido un cristiano auténtico, concedió muchos favores al cristianismo en
Occidente. Entre ellos: (1) terminó con las persecuciones generales con el Edicto de Milán en el año
313; (2) destruyó los templos paganos; (3) incorporó a cristianos como funcionarios de su gobierno;
(4) eximió a los cristianos del servicio militar; (5) eximió de impuestos a las iglesias; (6) hizo del día
domingo un feriado civil.

Constantino llegó a ser el único emperador del Imperio Romano a partir de 323, después de
derrotar a uno de sus opositores, Licinio. En el año 325 hizo una exhortación general para que todo
el pueblo del Imperio se hiciera cristiano. Esta decisión influyó grandemente en Teodosio el Grande,
quien comenzó a gobernar en 378, y en 380 colocó al cristianismo como religión oficial del Imperio
Romano. El 28 de febrero de 380, en Tesalónica, Teodosio promulgó un edicto, que decía: “Todos
nuestros pueblos deben adherirse a la fe transmitida a los romanos por el apóstol Pedro y profesada
por el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría, es decir, reconocer la Santa Trinidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” El edicto continuaba estableciendo el crimen del sacrilegio,
declaraba infames a quienes desobedecieran esta orden, y añadía: “¡Dios se vengará de ellos y
nosotros también!”
De perseguidor, el Estado romano pasó a ser el mayor promotor de la fe cristiana. Ahora la
Iglesia tenía que enfrentar otros peligros más graves que la persecución: la mundanalidad, el mal
uso del poder, el relajamiento de las pautas morales, la corrupción, la pérdida de visión, el
relajamiento del celo evangelizador, el desarrollo de la ideología de cristiandad, y el proceso de
institucionalización. A partir de este tiempo, el cristianismo va a ir transformándose en cristiandad,
mientras la civilización romana se va a ir convirtiendo en civilización cristiana.

El período de las persecuciones y la oposición estatal había pasado, pero la Iglesia en Occidente
paulatinamente se fue institucionalizando como Iglesia del Imperio, acomodándose a sus valores y
finalmente imitándolo en su estructura de poder. El cristianismo se insertó en la sociedad de una
manera tal que, con todos los cambios que siguieron, jamás se vio seriamente amenazado en
Occidente, hasta los tiempos modernos. Esto abrió las puertas a extraordinarias oportunidades,
pero también a numerosísimos problemas, fundamentalmente el de la autenticidad de la fe de
enormes multitudes cuyas conversiones frecuentemente eran sólo nominales.

SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO

LOS PRIMEROS

500 AÑOS

Dr. Pablo A. Deiros


EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

Copyright (C) 2005 por Pablo A. Deiros

deiros@sion.com

Publicado por EDICIONES DEL CENTRO

Estados Unidos 1273,

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Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada o transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabado o cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de
información, sin la autorización previa en forma escrita por parte de su autor.

ISBN: 987-95473-9-X

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián

Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión

Internacional (Miami: Sociedad Bíblica Internacional, 1999).


CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - El cristianismo en el Imperio Romano

Introducción

El lugar, el tiempo y el propósito

El lugar

El tiempo

El propósito

Factores que contribuyeron a la expansión del cristianismo

La contribución romana

La contribución griega

La contribución hebrea

Un mundo urbano

El surgimiento de la Iglesia

El lugar de adoración

La vida y el ministerio

Otras prácticas cristianas

Símbolos cristianos

La Iglesia y su misión

El comienzo

El avance
La organización

La membresía

La oposición al cristianismo

La oposición en tiempos neotestamentarios

Los cristianos en el Imperio Romano

La oposición en el segundo siglo

La oposición a mediados del tercer siglo

La oposición más seria y final

El primer emperador pro-cristiano

El fin de la última y peor persecución

El triunfo de Constantino

UNIDAD 2 - El cristianismo más allá del Imperio Romano

Introducción

El primer reino cristiano: Edesa

La conversión de Edesa

La contribución de Edesa

La primer nación cristiana: Armenia

La conversión de Armenia

El apóstol de Armenia

El cristianismo en Armenia

La Iglesia en Armenia

El testimonio cristiano más allá de Armenia

Los cristianos de Partia

El lugar

La llegada y difusión del cristianismo

La oposición al cristianismo
Los cristianos de Persia

El desarrollo del testimonio cristiano

La oposición a los cristianos

La gran persecución de 339

La supervivencia del testimonio

Otros períodos de persecución en Persia

La Iglesia Persa y el nestorianismo

El cristianismo en Etiopía

Ubicación geográfica e histórica

El desarrollo del cristianismo en Etiopía

Evidencias del cristianismo en Etiopía

El cristianismo en Arabia e India

Arabia

India

Los bárbaros del norte de Europa

Los hunos de Asia Central

Los godos de Europa del norte

La Iglesia del Oeste y los godos

La Iglesia del Este y los hunos

La Iglesia y el fin del mundo

El cristianismo en las Islas Británicas

El testimonio en Bretaña

El testimonio en Escocia

El testimonio en Irlanda

El testimonio en las Islas Británicas

El cristianismo en la Península Ibérica


Una vieja tradición

Una encarnizada herejía

Un fanatismo riguroso

Un extenso peregrinaje

UNIDAD 3 - El cristianismo en el Imperio Bizantino

Introducción

El lugar y las circunstancias

La ciudad de Constantinopla

La creación del Imperio Bizantino

Desarrollo del Imperio Bizantino

La llegada al trono de Justiniano

El gobierno de Justiniano

Evaluación del gobierno de Justiniano

Cosmovisión y cultura

La civilización bizantina

Arte y arquitectura

Codificación de la ley

Teocracia absoluta

Iglesia, Estado y sociedad

La destrucción del paganismo

La pugna entre el poder temporal y el espiritual

Los efectos de la unión de la Iglesia y el Estado

Cristiandad bizantina postnicena

Las dos naturalezas de Cristo

Los Padres Capadocios

El siglo quinto
Crisóstomo de Constantinopla vs. Teófilo de Alejandría

Nestorio de Constantinopla vs. Cirilo de Alejandría

Flaviano de Constantinopla vs. Dióscoro de Alejandría

El siglo sexto

El monofisismo

Controversia de los Tres Capítulos

La vida y ministerio de la Iglesia

Administración

Organización

Liturgia

Teología

UNIDAD 4 - Los problemas del cristianismo primitivo

Introducción

El problema de las Escrituras

Las Escrituras de los primeros cristianos

La herejía de Marción (c. 160)

El canon del Nuevo Testamento

El problema del credo

La fe de los primeros cristianos

El problema de los judaizantes

La herejía de los gnósticos

La reacción cristiana

El problema de la ética

La herejía de Montano (c. 179)

Otros disidentes

La reacción de la Iglesia
El problema de la eclesiología

De un ministerio carismático a un ministerio triple

Desarrollo del episcopado monárquico

Factores que contribuyeron a la supremacía del obispo de Roma

El problema de las controversias teológicas

La necesidad de una teología cristiana

Las primeras controversias

Las controversias trinitarias

Las controversias cristológicas

La controversia pelagiana

El problema de la mundanalidad

El movimiento monástico

Los monjes del desierto

El monasticismo oriental

El monasticismo occidental

El problema de la ideología

La unión de la Iglesia y el Estado

El concepto de cristiandad

Mirada retrospectiva y prospectiva

Evaluación del cristianismo del período

La contribución del cristianismo del período

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO
Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros
USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.
El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el

servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.

Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla la
cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.

Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.

En el presente libro de texto se seguirá mayormente un criterio cronológico, en base al esquema


general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los autores de las Guías de Estudio de
TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El material será arreglado en cuatro
unidades principales, y cada una de ellas dividida en un número de temas de estudio. Así, pues, la
primera unidad considera la expansión del testimonio cristiano en el ámbito del Imperio Romano.
La segunda unidad presta atención al mismo fenómeno, pero fuera de las fronteras del Imperio
Romano. La tercera se concentra en el análisis del desarrollo del cristianismo en torno a
Constantinopla y el Imperio Bizantino. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los primeros cinco siglos de su
existencia, y cómo se intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo es de gran provecho para el líder cristiano. Primero, el
estudio de la historia del cristianismo reafirma la fe del creyente en la validez de su mensaje y obra.
No hay una explicación adecuada para la vitalidad continua del testimonio cristiano frente a las
tremendas dificultades por las que ha atravesado, que no sea la validez del mensaje que Dios estaba
en Cristo reconciliando al mundo consigo. Los frutos de la proclamación de este mensaje renuevan
la fe en la obra del Espíritu Santo, como agente de la acción redentora de Dios en la historia. El
testimonio cristiano ha hecho una contribución significativa al desarrollo de la humanidad.

1. El cristianismo ha revalorizado la vida del ser humano individual y la sociedad como un todo.
Esto ha tenido un impacto especial en los grupos humanos más oprimidos, las mujeres, los niños,
los enfermos, los marginados, los prisioneros y los esclavos. El cristianismo también presenta el
concepto más alto de sociedad: el reino de Dios, la sociedad de los redimidos bajo el señorío de
Cristo.

2. El cristianismo ha revalorizado el trabajo del ser humano. En lugar de ser una fuente de
humillación y explotación, el testimonio cristiano ha enseñado que el trabajo es una oportunidad
para glorificar a Dios y cumplir el destino propio como mayordomo de su creación. El cristianismo
ha contribuido a la elevación social de los trabajadores alrededor del mundo.

3. El cristianismo ha revalorizado la educación del ser humano. Gracias al testimonio cristiano,


la educación ya no es entendida como un privilegio para unos pocos, sino como un derecho para
todos, sin exclusiones. El ejercicio de este derecho inalienable es esencial para el desarrollo de la
dignidad de cada persona. Debe recordarse que los primeros en ofrecer oportunidades de
educación a las mujeres fueron cristianos.

4. El cristianismo ha revalorizado la historia del ser humano. El testimonio cristiano ha provisto


de una nueva interpretación de la historia, que ofrece esperanza para la humanidad y sentido al
devenir. El cristianismo cambió el concepto griego de la historia como una serie de ciclos dominados
por el destino o la fortuna. La fe cristiana toma en cuenta tanto la inmanencia como la trascendencia
de Dios en los eventos de este mundo. Pero reconoce que el ser humano no alcanzará su destino
final dentro de la historia, sino que evoca su esperanza para que mire más allá de la historia a la
victoria final en Cristo.

5. El cristianismo ha revalorizado las relaciones del ser humano. Su mensaje habla de la


eliminación de prejuicios, odios, racismo, discriminación e invita a todos los seres humanos a
reconciliarse con Dios y los unos con los otros. El llamado a la reconciliación incluye la idea de una
nueva fraternidad y solidaridad entre los seres humanos, que tiene que encontrar expresión
concreta en la vida de la comunidad de fe, como modelo de comunidad humana.

Segundo, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la falacia de confundir los perfiles
culturales del cristianismo con el evangelio mismo. En la historia del cristianismo es posible ver
períodos áridos y oscuros, cuando apenas la cáscara externa de la religión parecía estar intacta. Las
Cruzadas, los papas renacentistas, la imposición del cristianismo a los pueblos nativos en América
Latina, los destinos manifiestos y los imperialismos mesiánicos son apenas algunos pocos ejemplos
de la confusión entre subproductos culturales de la fe y el evangelio cristiano. La confusión de la fe
cristiana con la cultura occidental ha sido frecuente, y generalmente con resultados deplorables.

Tercero, el estudio de la historia del cristianismo enseña la futilidad de esperar la perfección aquí
en la tierra y de este lado de la eternidad. Esta expectativa de construir un mundo perfecto ha sido
el fracaso de más de un idealista. Incluso muchos cristianos se han alejado de sus respectivas
comuniones cristianas en razón de que han encontrado imperfecciones en ellas. Por supuesto que
parte del ideal cristiano es aspirar a la perfección y trabajar por la santidad. Pero hace falta un
balance para ver que de este lado de la eternidad la perfección no es posible, ni siquiera en la Iglesia.
Pretender que la Iglesia sea perfecta es confundir al cuerpo de Cristo con el Señor mismo.

Cuarto, el estudio de la historia del cristianismo desenmascara a los verdaderos enemigos del
evangelio. Estos enemigos no son las imperfecciones de los hermanos, por más perturbadoras que
éstas sean. Estos enemigos no son las disparidades en la comprensión teológica entre cristianos
sinceros, por más confundidoras que éstas sean. Los enemigos reales no son siquiera las iglesias
rivales que alguna vez nos han perseguido, excluido o discriminado. Los verdaderos enemigos del
evangelio son Satanás y sus huestes de maldad, junto con los poderes que ellos desatan:
secularismo, relativismo, materialismo, hedonismo, consumismo, egocentrismo, imperialismo,
terrorismo, etc.

Quinto, el estudio de la historia del cristianismo alienta una visión ecuménica de la fe. La historia
del cristianismo nos ilustra la unidad esencial de los cristianos en torno a la fe en Cristo. Los períodos
de grandes avivamientos espirituales en esta historia no han estado restringidos a un grupo
particular. El testimonio cristiano ha sido más impactante y efectivo cuando ha sido el resultado de
la unidad de los cristianos en respuesta a la oración de Jesús (Juan 17).

Sexto, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la validez del principio de unidad en la
diversidad. Pablo enseñó esta verdad bajo la figura del cuerpo y sus diversos miembros, cada uno
de los cuales tiene sus propias funciones pero necesita de los demás. El gran factor espiritual a lo
largo de los siglos ha sido el descubrimiento de que las diversas comuniones de fe dentro del
cristianismo pueden enriquecerse unas a otras y encontrar su unidad esencial en Cristo, sin perder
la validez de su propia contribución.

Séptimo, el estudio de la historia del cristianismo desarrolla un espíritu de tolerancia y


comprensión. Tolerancia no significa renunciar a la verdad. Más bien, es la disposición de permitir a
otros ejercer el derecho de expresar sus propios puntos de vista. Nadie puede estudiar la historia
del testimonio cristiano sin sentirse perturbado por las profundas heridas producidas en la Iglesia
por la intolerancia. De igual modo, el conocimiento del pasado cristiano ayuda a desarrollar una
mayor y mejor comprensión de los hechos. Y esto, a su vez, permite un ejercicio más inteligente del
amor y la aceptación.

Octavo, el estudio de la historia del cristianismo provee de una perspectiva adecuada para
valorar las tendencias y movimientos del presente. A través de sus estudios históricos, el creyente
está mejor capacitado para reconocer en los cultos de nuestros días la reaparición de viejas herejías.
Uno puede constatar el hecho triste de que cada generación muchas veces repite los mismos errores
del pasado. Una perspectiva histórica puede ayudarnos a ser mejores profetas de Dios al ver su
mano obrando en la historia.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. El cristianismo en el mundo

2. Palestina en el centro del mundo

3. Palestina en la historia

4. La expansión del cristianismo hacia el año 350

5. Las grandes sedes episcopales

6. Etiopía, Arabia, Persia e India

7. La expansión del cristianismo a fines del siglo VI

8. Rutas seguidas por los hunos y godos

9. Imperio Bizantino y Constantinopla

Cuadros
1. Progreso del cristianismo

2. La marcha del cristianismo

3. Caracterización de cada siglo

4. La contribución romana al cristianismo

5. La contribución griega al cristianismo

6. La contribución hebrea al cristianismo

7. Anagrama de Tertuliano

8. Símbolos cristianos

9. Tres etapas de la misión de los apóstoles

10. Emperadores romanos

11. Zoroastrismo

12. Maniqueísmo

13. Problemas y respuestas de la Iglesia

14. Los Padres de la Iglesia

15. Defensores de la fe

16. Los grandes concilios universales o ecuménicos

Introducción general

La historia del cristianismo ha sido definida de múltiples maneras. Muchos autores,


comprometidos con la ideología de la cristiandad, la han definido desde una perspectiva
institucional. Es por esto que han titulado sus estudios como “historia de la Iglesia” o “historia
eclesiástica.” A. H. Newman señala: “La historia de la iglesia es la narración de todo lo que se conoce
de la fundación y el desarrollo del reino de Cristo sobre la tierra.” Según Newman, la expresión
“historia de la iglesia” se usa comúnmente para designar no sólo el registro de la vida cristiana
organizada de nuestra era, sino también el registro de la carrera de la religión cristiana misma.
Incluye dentro de su esfera las influencias religiosas directas e indirectas que el cristianismo ha
ejercido. Muchos autores protestantes siguen este enfoque, que pone el énfasis en la institución
histórica que se conoce como Iglesia cristiana.

Obviamente, ésta es también la comprensión de los historiadores católicorromanos. Joseph


Lortz presenta la siguiente definición: “La Historia de la Iglesia es, …, similar a cualquiera otra ciencia
histórica, y trabaja con las mismas leyes de la crítica histórica. Pero la Historia de la Iglesia es
diametralmente distinta de la pura ciencia natural, ya que opera según principios propios tomados
de la Revelación: la Historia de la Iglesia es teología.” Otro autor católico, Bernardino Llorca, señala:
“Historia de la Iglesia es la ciencia que estudia el desarrollo exterior e interior y toda la actividad de
la Iglesia, como institución de Cristo.”

Esta comprensión responde al método de la historiografía antigua, y fue inaugurado por Eusebio
de Cesarea (260–340), el padre de la “historia eclesiástica,” a comienzos del siglo IV. Al escribir
después de la supuesta “conversión” del emperador romano Constantino (año 312), Eusebio
procuró escribir una historia institucional que sirviera a los propósitos del Imperio Romano, más que
como un testimonio de la manifestación del reino de Dios.

Otros definen nuestra disciplina desde la perspectiva de la historia de las religiones. Según W.J.
McGlothlin, “La historia del cristianismo es el relato del origen, progreso y desenvolvimiento de la
religión cristiana y de su influencia sobre el mundo.” McGlothlin distingue entre una historia
externa, que tiene que ver con el relato de la influencia del cristianismo en su crecimiento y
expansión; y, una historia interna, que se refiere al relato de los cambios internos. Para Kenneth S.
Latourette, “la historia del cristianismo es la historia de lo que Dios ha hecho por el hombre así como
la contestación del hombre a la actitud de Dios.”

La tendencia en la historiografía cristiana contemporánea es ver a la historia del cristianismo


como la historia de un movimiento y como una realidad más grande que cualquier institución
eclesiástica local o particular. Esta perspectiva histórica toma en cuenta la diversidad de creencias y
prácticas que se han dado a lo largo de dos mil años de testimonio cristiano. Además, al considerar
al cristianismo como movimiento, estos historiadores hacen el esfuerzo por mantener una
perspectiva global en su aproximación a los hechos históricos.

El presente libro de texto no es una historia eclesiástica. Tampoco se trata de una historia de la
religión cristiana, con énfasis sobre el desarrollo de sus doctrinas y prácticas, su clero y
organizaciones. Más bien, lo que nos proponemos es elaborar una historia del cristianismo. La
historia del cristianismo es el relato crítico del origen, progreso y desarrollo del testimonio cristiano
y de su influencia en el mundo. No nos interesa tanto la Iglesia como institución ni el cristianismo
como religión, sino más bien la fe cristiana como testimonio de vida y de salvación para toda la
humanidad. En este sentido, el cristianismo ha sido siempre una fe histórica. Lo ha sido por dos
razones. Primero, porque cree en el carácter histórico de su protagonista central: Jesús de Nazaret.
Segundo, porque afirma la relación fundamental entre la actividad de Dios y el curso de la historia
humana. La historia es central para la fe cristiana. Es en la arena del tiempo y de los eventos
humanos donde se desarrolla el plan redentor de Dios y la manifestación y expansión de su reino.
Marc Bloch: “El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han
podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo
humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus liturgias
conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la iglesia y de
los santos. El cristianismo es además histórico en otro sentido, quizá más profundo:
colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos,
una larga aventura, de la cual cada destino, cada ‘peregrinación’ individual, ofrece, a su vez,
el reflejo; en la duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación
cristiana, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Redención.”

Hay tres religiones que pretenden ser universales y que en ciertos períodos de la historia se han
difundido por el mundo. Estas religiones han apelando a las personas de todas las razas, culturas y
lenguas con sus doctrinas y prácticas. Ellas son: el budismo, el cristianismo y el islamismo. El budismo
comenzó en el noreste de la India seis siglos antes de Cristo, y el islamismo nació en Arabia seis
siglos después de Cristo. El budismo se esparció hacia Oriente, donde llegó a ser la religión más
difundida de Asia, mientras que el islamismo se extendió principalmente hacia el oeste de Asia y
Arabia, y se transformó en la religión de dos continentes: Asia y África. En los últimos cuatro o cinco
siglos ninguna de estas dos religiones ha dado mayores muestras de vitalidad. No obstante, en años
más recientes, se han dado ciertos indicios de avance y renovación. El fundamentalismo islámico ha
llamado la atención de todo el mundo, mientras que el budismo se ha infiltrado significativamente
en la cultura occidental. Ambas religiones han puesto de manifiesto un dinamismo misionero, que
ha cautivado a muchos en el mundo noratlántico.

A diferencia de estas dos religiones, el cristianismo comenzó desde una posición estratégica
mejor. Palestina puede ser comparada con un estrecho corredor entre el mar y el desierto o un
puente que une a tres continentes: Asia, África y Europa. El cristianismo pronto se esparció a estos
tres continentes, ganando su primer triunfo en forma decisiva alrededor del mar Mediterráneo. A
pesar de los retrocesos o detenimientos en su avance, la fe de Jesucristo se ha expandido una y otra
vez, llegando a ser la religión más difundida del mundo.

MAPA 1 - EL CRISTIANISMO EN EL MUNDO


La vida más fecunda y efectiva del cristianismo corresponde a los últimos cinco siglos, y su
avance geográfico más grande se ha dado en los últimos doscientos años. Estos años pasados fueron
testigos del desarrollo extraordinario del cristianismo, no tanto numéricamente, como en su
influencia general sobre el mundo, llegando a estar presente en casi todos los países de nuestro
planeta.

Antes de discutir el progreso del cristianismo en los distintos períodos de su historia, es


necesario tener una visión global de este proceso. El cuadro que sigue ilustra la manera en que el
eminente profesor Kenneth S. Latourette grafica la historia del cristianismo en su obra Historia de
la expansión del cristianismo (en inglés), en siete volúmenes.

CUADRO 1 - PROGRESO DEL CRISTIANISMO

A la luz de este gráfico, puede verse que ningún período de retroceso del movimiento cristiano
fue tan serio y profundo como el primero. Después de cada retroceso vino no sólo un período de
recuperación, sino un avance a nuevos logros y expansión. Debe notarse también la continua y
realmente creciente influencia del cristianismo en el mundo. Tomada en su conjunto, la línea del
desarrollo del movimiento cristiano muestra un balance positivo de crecimiento, avance, logros y
realizaciones, que van más allá de lo que cualquier otra religión en el mundo haya logrado. El cuadro
que sigue nos ayuda a entender e interpretar el gráfico anterior:

CUADRO 2 - LA MARCHA DEL CRISTIANISMO

AÑO CARACTERIZACIÓN ACONTECIMIENTOS


IMPORTANTES

29–500 Primer Avance Conquista del Imperio Romano.

500–950 Primer Retroceso Caída del Imperio de Occidente


y surgimiento del Islam.

950–1350 Segundo Avance Resurgimiento del cristianismo


occidental.

1350–1500 Segundo Retroceso Declinación de la iglesia


medieval y resurgimiento del
poder islámico bajo los turcos
otomanes.

1500–1750 Tercer Avance Reforma y Contrarreforma.

1750–1815 Tercer Retroceso Creciente secularización en


Occidente y declinación de las
potencias cristianas: España y
Portugal.

1815–1914 Cuarto Avance Movimientos modernos y el


período más grande de
expansión.
1914–1990 Retroceso y Avance Movimiento ecuménico, y
movimientos de consolidación y
renovación espiritual.

Como puede verse, el progreso está lejos de ser uniforme. A pesar de la oposición, los primeros
cinco siglos se caracterizaron por un avance rápido y sin mayores interrupciones, que resultó en el
establecimiento de la fe cristiana en toda la cuenca del mar Mediterráneo. Después de Pentecostés,
los discípulos tuvieron nuevas fuerzas para hacer frente a la misión encomendada por Jesús. Las
primeras persecuciones los obligaron a esparcirse y a llevar el mensaje a otros lugares fuera de
Palestina. Con Pablo se abrió la puerta a los gentiles y el evangelio llegó hasta Roma, que no era “lo
último de la tierra” sino más bien el centro del mundo greco-romano. Pero Roma sí era la antesala
para llegar hasta lo último de la tierra, como era el deseo del apóstol (Ro. 15:24, 28, España era para
los antiguos el extremo occidental del mundo conocido). Con la conversión del emperador romano
Constantino, el cristianismo encontró puertas abiertas para su expansión, a pesar de sus
controversias internas. Más tarde, las invasiones bárbaras impusieron la necesidad de un ajuste a
las nuevas circunstancias históricas y frenaron el dinamismo del avance cristiano.

Después de los primeros cinco siglos de avance llegamos a los “mil años de incertidumbre”
(como los denomina Latourette). El período comienza con cuatro siglos y medio de declinación,
posiblemente la más seria de toda la historia del cristianismo. El primer retroceso será el más grande
y prolongado de todos los que muestra el gráfico. En buena medida, esto se debió a la caída del
Imperio Romano de Occidente, que había significado para el cristianismo un medio ambiente
estable y seguro, en el que en los primeros siglos la fe cristiana encontró su mayor oportunidad para
una expansión rápida e ininterrumpida. Otro factor de esta declinación fue el surgimiento del Islam
en el Cercano Oriente, es decir, el nacimiento del rival religioso más grande del cristianismo hasta
los tiempos modernos. No obstante, el cristianismo no sólo sobrevivió, sino que hacia el 950
comenzó un paulatino ascenso, que va a continuar hasta cerca del 1350. Noten que deberán pasar
600 años (el período que algunos llaman la “Edad Oscura”) antes de que se alcance una posición
comparable con la del año 500.

Hay dos cosas importantes que notar durante este ascenso: (1) En Occidente, la religión
cristiana, que sobrevivió a la civilización romana, llegó a ser el núcleo de la nueva civilización
europea. Si bien no fue una civilización cristiana, el cristianismo ocupó en ella un lugar primordial.
(2) En Oriente, se ven señales de recuperación con las Cruzadas (1096) y en la nueva empresa
misionera (siglo XIII).

Una segunda declinación comenzó hacia el 1350 y continuó hasta el 1500. La razón fue doble:
en Occidente se da la división de la cristiandad y movimientos de revuelta contra los abusos en la
Iglesia; en Oriente se da un reavivamiento del Islam y un acrecentamiento de su agresividad.
Hacia el año 1500 terminó este período de retroceso para dar paso a un significativo avance del
cristianismo. El período del 1500 al 1750 fue un verdadero salto hacia arriba. En su comienzo
encontramos nuevas líneas de comunicaciones que comenzaron a abrirse por todo el mundo.
Coincidiendo con esto surgieron movimientos de un nuevo celo religioso en algunos sectores de la
cristiandad occidental. El resultado fue el período más fecundo y rico, hasta el momento, en la
historia del cristianismo. Hacia el año 1750, las grandes potencias políticas, que promovieron los
viajes de descubrimiento y exploración, cayeron de su sitial de poder y otras naciones ocuparon su
lugar. Paralela a esta crisis política se dio la crisis religiosa con una pérdida de vigor y un enfriamiento
del celo cristiano. En Europa esto se debió a la expansión de una actitud materialista y racionalista,
ejemplificada dramáticamente en la política antirreligiosa de la Revolución Francesa de 1789. En
otras partes el retroceso se debió a la declinación de las misiones romanas con el eclipse de España
y Portugal, los primeros patrocinadores de aquellas misiones en las nuevas tierras, y luego la
situación diferente de Francia, que durante algún tiempo sobrepasó a las naciones mencionadas
como potencia católica romana.

Con el fin de las guerras napoleónicas en 1815, comenzó para Europa un siglo de comparativa
paz, y para el cristianismo uno de progreso sin igual. En América Latina comienza el período de la
independencia de España y Portugal, y más tarde (en la segunda mitad del siglo) el período de
organización nacional de las repúblicas latinoamericanas. Inglaterra se destacó como la potencia
mundial más importante, y la Revolución Industrial, en la que esta nación tuvo la delantera, la
transformó en la fábrica del mundo. Es en el marco de esta nueva situación económica, política y
social, que se tradujo en la expansión imperialista mundial, que debe interpretarse el papel de
Inglaterra en esta etapa de nuevo avance del cristianismo. A partir de comienzos pequeños se
desarrolló un movimiento que difundió el cristianismo hasta fronteras desconocidas en cualquier
momento anterior de su historia.

Es en este período que la religión cristiana llegó a ser universal en el sentido geográfico de la
palabra, es decir, no sólo con un mensaje que es para todas las personas, sino que realmente
comenzó a ganar a las personas “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas”. El movimiento
misionero moderno surgió en Inglaterra y se extendió a los protestantes en el continente europeo
y en Norteamérica. A los católicos romanos, que habían ocupado un lugar muy importante en el
período anterior (1500–1800), les costó mucho tiempo adaptarse a las oportunidades de esta edad,
pero pronto comenzaron un nuevo trabajo misionero. Protestantes y católicos, entre los años 1800
y 1914, esparcieron el cristianismo a lugares a los que hasta entonces no había llegado. En este
sentido, el siglo XIX ha sido llamado “El Gran Siglo”.

CUADRO 3 - CARACTERIZACIÓN DE CADA SIGLO

El primer siglo, es el siglo apostólico fundacional;

el segundo siglo, es el siglo de los apologistas griegos;

el tercer siglo, es el siglo de la persecución en el Imperio Romano;


el cuarto siglo, es el siglo de la Iglesia estatal;

el quinto siglo, es el siglo de las divisiones en Oriente;

el sexto siglo, es el siglo del cesaropapismo;

el séptimo siglo, es el siglo del Islam;

el octavo siglo, es el siglo de la controversia sobre los íconos en Oriente;

el noveno siglo, es el siglo del Sacro Imperio Romano Germánico;

el décimo siglo, es el siglo de la conversión de Rusia;

el undécimo siglo, es el siglo de la escolástica;

el duodécimo siglo, es el siglo de las Cruzadas;

el décimo tercer siglo, es el siglo del poder papal;

el décimo cuarto siglo, es el siglo del Cautiverio Babilónico y Cisma Papal;

el décimo quinto siglo, es el siglo del Renacimiento;

el décimo sexto siglo, es el siglo de las Reformas;

el décimo séptimo siglo, es el siglo de la razón;

el décimo octavo siglo, es el siglo de los avivamientos evangélicos; el décimo noveno siglo, es el
siglo de las misiones modernas.

El último período se inaugura después de 1914 y coincide con el siglo pasado. Todos los siglos
de la historia del cristianismo pueden ser designados por sus tendencias o eventos característicos.

¿Qué nombre podemos darle al siglo XX o cómo podemos caracterizarlo? Quizás es muy pronto
para darle un nombre, pero posiblemente sea el “siglo de la consolidación y la renovación
espiritual”. Estamos muy cerca de los eventos como para estar seguros de sus causas, de su
significado y de su orientación. ¿Será este último período un cuarto retroceso? Muchos europeos,
conscientes del secularismo y del proceso de descristianización imperante en sus países,
responderían “SÍ”. Algunos norteamericanos, con un pobre desarrollo denominacional y
permanente decrecimiento numérico en el protestantismo troncal, también dirían “SÍ”.

No obstante, si interrogamos al continente asiático las respuestas serán diferentes según los
lugares. En China, con el advenimiento del comunismo, el cristianismo casi fue cortado de raíz, pero
a comienzos del siglo XXI había más de 150 millones de cristianos confesantes en la Iglesia
subterránea en esta populosa nación. En otros países de Oriente, las iglesias cristianas han pasado
y están pasando por momentos de extraordinario avivamiento y desarrollo, como en Corea del Sur
e Indonesia. En África, a pesar de los choques políticos, raciales y culturales, el progreso del
cristianismo continúa siendo notable. En algunos países africanos el desarrollo es explosivo. En
América Latina no se ha dado todavía un gran avivamiento de la fe cristiana, lo que no significa un
retroceso sino una oportunidad. Es posible que el continente latinoamericano sea testigo en las
próximas décadas de una revitalización del cristianismo que afecte a toda la cristiandad, si es que el
Señor no retorna antes. Ya hay indicios verificables de este proceso de renovación espiritual y
crecimiento de las iglesias. América Latina se está volcando masivamente a una comprensión
evangélica (más específicamente pentecostal y carismática) de la fe cristiana.

Del resumen histórico anterior surge la observación general de que después de cada retroceso
vino no sólo una recuperación sino un avance de grado superior a los anteriores. Es de notar también
la continua y creciente influencia del cristianismo. Tomada en su conjunto, la línea de desarrollo
muestra un crecimiento, avance, logros y realizaciones que van más allá de lo que cualquier otra
religión en el mundo haya logrado jamás. Será, pues, como parte de esta línea de desarrollo que
analizaremos y estudiaremos la importancia de cada período de la historia del cristianismo.

En este primer volumen se considerará el período del primer avance del cristianismo: los
primeros quinientos años. Consideraremos estos siglos fundacionales a través de cuatro unidades
de desarrollo. En este volumen se estudia el primer avance del cristianismo desde Jerusalén “hasta
lo último de la tierra.” El énfasis principal está puesto sobre la gente antes que en cuestiones
políticas o polémicas. Se procura hacer una descripción vívida de los cristianos en los primeros cinco
siglos sobreviviendo con su fe a través de la persecución y llevando esa fe hacia el este en Asia, el
sur en África, y hacia occidente en Europa.

La Unidad 1 considera el rápido proceso de difusión del cristianismo en el ámbito geográfico del
Imperio Romano, y se muestra cómo de religión reprimida se transformó en religión favorecida por
el Estado. Se destacan los factores que contribuyeron a esa rápida expansión y la vida y ministerio
de los primeros cristianos.

La Unidad 2 considera la expansión del cristianismo fuera del Imperio Romano, procurando
mostrar que la fe cristiana no sólo se desarrolló en forma floreciente en Occidente, sino también en
Oriente. Se notará cómo, hacia fines del período en consideración, el cristianismo había llegado a
los extremos del mundo conocido: Inglaterra en Occidente y China en Oriente; los pueblos bárbaros
al norte de Europa y la costa oriental de África hacia el sur.

La Unidad 3 presta atención de manera particular al desarrollo del cristianismo en el Imperio


Romano Oriental, con su capital en Constantinopla. En la historiografía tradicional este desarrollo
no ha recibido suficiente atención. Se procurará no sólo conocer el desarrollo político sino también
el religioso, que estuvo íntimamente relacionado con el primero. A tal efecto, será de interés la
consideración de la cosmovisión y cultura bizantina, así como sus manifestaciones teológicas,
religiosas, eclesiológicas y litúrgicas.
La Unidad 4 señala los problemas a los que el cristianismo tuvo que hacer frente en sus primeros
500 años de vida. Algunos fueron más profundos que otros, algunos pronto perdieron su vigencia,
otros sobrevivieron sin una solución definitiva durante varios siglos, aun otros continúan
reapareciendo hasta el día de hoy de una u otra manera.

UNIDAD 1

El cristianismo en el imperio romano

INTRODUCCIÓN
Esta unidad es una síntesis de la historia del cristianismo desde sus orígenes hasta el siglo VI, en
el ámbito de lo que se conoció como el Imperio Romano, pero con una perspectiva global. Se pondrá
énfasis en el surgimiento y desarrollo del testimonio cristiano, mayormente en el mundo
grecorromano. Se prestará atención a los eventos y movimientos principales, los personajes más
importantes, los documentos fundamentales, y algunas de las tendencias teológicas más
destacadas.

El conocimiento de la historia del cristianismo de los primeros siglos es básico para una
comprensión del testimonio y la vida de la Iglesia contemporáneos. Muchas de nuestras creencias
y prácticas actuales son productos de aquellos siglos fundacionales. Mediante el estudio de la
enseñanza y práctica de los primeros cristianos, los estudiantes y lectores aprenderán a apreciar a
la Iglesia primitiva y a comprometerse con la misión que el Señor nos ha confiado.

Todo el Nuevo Testamento señala el hecho del esparcimiento del cristianismo por todo el
mundo como una meta que debe cumplirse en la historia. Cada uno de los cuatro Evangelios termina
con un claro mandato, dado por Jesús, en este sentido (Mt. 28:19; Mr. 16:15; Lc. 24:47; Jn. 20:21).
El libro de los Hechos de los Apóstoles tiene como propósito narrar los acontecimientos de ese
programa desde el comienzo en Jerusalén “hasta lo último de la tierra”. El resto de la literatura del
Nuevo Testamento consiste en cartas de los misioneros a las jóvenes iglesias del mundo
mediterráneo con cuya fundación estaban relacionados.

Por estos documentos sabemos que los primeros cristianos estaban firmemente convencidos
que su religión era las “buenas nuevas” para todas las personas (Jn. 3:16; Lc. 24:47). Es posible que
ante esta pretensión muchos de los que oían su prédica se hayan reído. Al fin y al cabo, en
comparación con los grandes movimientos filosóficos y los cultos practicados por las mayorías, el
cristianismo no parecía otra cosa que una superstición inexplicable y peligrosa, que atentaba contra
el orden institucional. Su origen era dudoso y los contenidos históricos de su fe resultaban no sólo
paradójicos, sino inaceptables para la cosmovisión dominante en aquel entonces. Además, ¿qué
valor o influencia podía tener una secta judía nacida en un rincón tan oscuro del mundo como era
Palestina?

EL LUGAR, EL TIEMPO Y EL PROPÓSITO


Para muchos pensadores de distinción en el primer siglo, Palestina, la cuna del cristianismo, no
era más que un rincón olvidado y despreciado del mundo. Los griegos pensaban de él como una
tierra de ignorantes y los romanos como un territorio rebelde y problemático. Sin embargo, ¿tenían
razón los antiguos cuando consideraban a Palestina como un rincón del mundo? Si observamos un
mapa, inmediatamente se hace evidente que Palestina no está en un rincón, sino en el centro mismo
del mundo (ver mapa 2).

MAPA 2 - PALESTINA EN EL CENTRO DEL MUNDO

_ El lugar
El lugar del nacimiento del cristianismo fue importante. Si bien algunos filósofos e intelectuales
de las primeras décadas de testimonio cristiano se burlaron de las pretensiones de universalidad de
la nueva fe, la cuna del cristianismo—Palestina—estaba ubicada en un lugar central desde el punto
de vista geográfico. Allá por el año 175, un conocido filósofo pagano, Celso, decía: “Si Dios
despertara de un largo sueño y quisiera salvar a todos los seres humanos, ¿piensas que iría a una
esquina del mundo?… Sólo un escritor cómico diría que el Hijo de Dios fue enviado a los judíos.”
Muchos en sus días compartían el concepto de Celso. Palestina era un territorio pequeño y marginal.
Apenas una franja rugosa de 240 kms. de longitud por 120 kms. de ancho.
Sin embargo, Palestina era central en términos geográficos. No hay otro territorio que esté
mejor ubicado respecto a los cinco continentes. La expansión de la fe cristiana, entonces, comenzó
a partir de un territorio estratégicamente ubicado, desde donde su expansión por todo el planeta
era más factible. En un sentido, Palestina puede ser considerada como un centro geográfico del
mundo.

_ El tiempo
No sólo el lugar resultó importante para el surgimiento del cristianismo, sino también el tiempo.
Palestina es central geográficamente y también lo es históricamente. Este territorio ha ocupado una
posición histórica estratégica a lo largo de la historia de la humanidad en el corredor entre Asia y
África (ver mapa 3).

MAPA 3 - PALESTINA EN LA HISTORIA

Por un lado, esta posición estratégica de Palestina, significó una verdadera desgracia para sus
habitantes, desde la antigüedad hasta el presente. El país está encajado como un estrecho corredor
entre los territorios donde se desarrollaron algunas de las más grandes civilizaciones de la
antigüedad: el Delta del río Nilo y las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates. Fue inevitable que las
sucesivas potencias rivales en estas dos áreas culturales se propusieran adueñarse de este corredor
estratégico y procurarán conservarlo para sí. De este modo, el pequeño país se vio condenado a ser
víctima constante de las guerras entre estos grandes dominios. Esta situación configura el trasfondo
histórico de todo el Antiguo Testamento. Pero no sólo Asia y África compitieron por Palestina, sino
que pronto se unió también Europa. El primer monarca europeo en dominar estas tierras fue
Alejandro Magno, de Macedonia (c. 330 a.C.), y luego vinieron los romanos (63 a.C.). Ésta era la
situación cuando se inició el período del Nuevo Testamento: Asia, África y Europa rodeaban a
Palestina, que era como un estrecho puente entre ellas. La historia del pueblo hebreo, según se nos
refiere en el Antiguo Testamento, da testimonio de este hecho. Caldeos, egipcios, asirios, babilonios,
persas, griegos y romanos, representantes de tres continentes, invadieron sucesivamente esta tierra
y escribieron en ella su historia.

Por otro lado, Palestina fue algo más que el escenario histórico de los conflictos bélicos de los
imperios de la antigüedad. En el desarrollo de esa historia, Dios escogió el tiempo más propicio para
el advenimiento del Salvador del mundo. La Biblia declara que el advenimiento del Mesías no fue
una casualidad histórica, sino que Dios escogió el tiempo. Los Evangelios testifican: “Jesús vino …
predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido” (Mr. 1:14, 15). Pablo
usa una frase similar: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de
mujer y nacido bajo la ley …” (Gá. 4:4). Ambas declaraciones indican que Dios preparó las cosas y
que la preparación fue completa y adecuada para su eterno propósito redentor.

Kenneth S. Latourette: “En el tiempo en que comenzó el cristianismo y en los primeros tres
siglos de su existencia más que en cualquier era precedente, las condiciones en el mundo
mediterráneo prepararon el camino para la difusión de una nueva fe religiosa a través de
toda la extensión de esa área. En realidad, tampoco después de los tres siglos en los que el
cristianismo tuvo éxito en establecerse como la religión más fuerte en esa región, volvieron
a existir allí las condiciones que favorecieron de tal manera la entrada y aceptación general
de una nueva fe.”

_ El propósito
Tiempo y espacio coincidieron como coordenadas para crear el marco más propicio para la
venida de Jesús al mundo. Pero Palestina es central no sólo geográfica e históricamente, sino
también espiritualmente. Palestina fue algo más que el escenario espacio-temporal de los conflictos
bélicos de la antigüedad. Por sobre todas las cosas, fue la tierra en que nació Jesús, el Salvador del
mundo. Fue el lugar del nacimiento del movimiento cristiano, y en esto su posición central adquiere
una nueva importancia. Es cierto que Palestina fue el embudo por el que pasaron las potencias de
tres continentes, pero fue también el punto de partida ideal para que el cristianismo penetrara en
esos tres continentes con su mensaje de paz y justicia. Jesús había dicho: “Id … a todas las naciones,
comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:47), y “desde Jerusalén … hasta lo último de la tierra” (Hch.
1:8). Basta con observar un planisferio para notar cuán sabiamente escogió Dios a esta tierra para
la realización de sus planes redentores y para la difusión de su luz por todo el mundo (ver mapa 2).

El libro de los Hechos comienza la historia de una nueva era, cuando la posición central de
Palestina (geográfica, histórica y espiritual) fue utilizada por Dios en forma novedosa y redentora.
Los apóstoles al principio no se dieron cuenta de esto. Jesús les había hablado de la inauguración de
un nuevo reino y de un nuevo poder con el que ellos lo pondrían de manifiesto en todo el mundo
(Hch. 1:8). Pero ellos no entendieron la dimensión de lo que Jesús les estaba diciendo (Hch. 1:6),
hasta que llegó el día de Pentecostés y el Espíritu Santo los ungió para la misión. Algo
maravillosamente nuevo estaba ocurriendo y Dios había preparado las cosas. Poco a poco los
primeros cristianos comenzaron a entender la misión de Dios y a comprometerse con ella con todo
entusiasmo y fe.

FACTORES QUE CONTRIBUYERON A LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO


Los cristianos que vivían en el tiempo del primer avance rápido del cristianismo (hasta el año
250) y que habían desempeñado un papel importante en ese avance, veían que Dios había
preparado las cosas de tres maneras:

_ La contribución romana
El mundo romano hizo una quíntuple contribución a la expansión del cristianismo. Cada uno de
estos aspectos puede ser recordado por la palabra en latín que lo describe: pax, lex, via, rex, ars.

Pax: la paz romana. Es difícil que una idea se difunda en medio de situaciones de conflicto. El
Imperio Romano gozaba de paz cuando apareció el cristianismo. Orígenes de Alejandría (185–254),
uno de los más destacados biblistas y teólogos del cristianismo antiguo, afirma: “Dios estaba
preparando a las naciones para su enseñanza.… Jesús nació en el reino del emperador Augusto (27
a.C.–14 d.C.), que incorporó a muchos reinos a un solo Imperio Romano. Las guerras entre reinos
rivales habrían entorpecido la difusión de las enseñanzas de Jesús por toda la tierra.”

Lex: la ley romana. El hecho de tener un solo código legal en el Imperio Romano (el derecho
romano) fue un factor crucial en la unificación del diverso mundo romano. Pero la legislación
romana no fue un instrumento rígido, porque dentro del amplio margen de uniformidad, la
administración romana a nivel local era flexible, tolerante y abierta. Además, muchos residentes de
las provincias recibieron la condición de cives romani (ciudadanos de Roma), con todos sus derechos
y deberes. Pablo fue uno de ellos (Hch. 22:25–29), y esto le dio enormes ventajas en su tarea
misionera.

Via: las comunicaciones romanas por tierra y por mar. Estas vías de comunicación terrestre y
marítima se extendían desde Inglaterra hasta China. En todo el mundo del mar Mediterráneo, las
carreteras y vías marítimas, la paz, la ley y el orden romanos animaban a la gente a viajar, tanto por
motivos de negocios como por placer, con una libertad y comodidad que fueron desconocidas hasta
los tiempos modernos. Las rutas terrestres eran básicamente de uso militar, estaban construidas en
piedra, con drenajes, puentes, y postas regulares para el recambio de cabalgaduras y descanso de
los viajeros. Eran caminos rápidos y bien cuidados. Las rutas marítimas eran mayormente
comerciales y por ellas viajaba mucha gente. Hechos 27:37 da una idea de la cantidad de pasajeros
en una nave romana de gran calado. Los barcos en este período cruzaban el Mediterráneo desde
Gibraltar hasta Roma en siete días, y desde Roma a Alejandría en dieciocho. El periplo hacia el Lejano
Oriente comenzaba con un viaje hasta Alejandría, siguiendo luego por el Nilo, y desde allí se iba por
tierra hasta la costa occidental del mar Rojo, para continuar atravesando el mar de Arabia y seguir
hacia África del este o hacia la India. Sin estas comunicaciones los viajes misioneros de Pablo y otros
cristianos hubiesen sido imposibles.
Rex: el gobierno romano. El gobierno fue el talento supremo de los romanos. Para ellos la
política y el gobierno fueron un arte en el que alcanzaron un alto grado de sofisticación. El fuerte
gobierno centralizado de Roma proporcionaba paz y protección en todo el ámbito del Imperio. Los
soldados romanos protegían a los pueblos y ciudades de los ataques externos y garantizaban el
desarrollo del comercio y las misiones cristianas. La unidad política del Imperio Romano hacía que
toda la cuenca del Mediterráneo fuese un solo mundo, regido por la misma autoridad. Misioneros
como Pablo, Timoteo, Silas, Tito y otros no necesitaron de pasaporte para llevar a cabo sus viajes
misioneros. Y fue por su condición de ciudadano romano que Pablo pudo apelar a César y llegar a
Roma (Hch. 25:21, 25).

Ars: el talento romano. El vocablo ars en latín significa habilidad, talento, y en plural (artis) se
refiere a las cualidades intelectuales o morales, como a las inclinaciones o conducta. En todos estos
aspectos, los romanos copiaron a los griegos, pero alcanzaron niveles de desarrollo único y
sorprendente. En el campo de la educación, enfatizaron los aspectos prácticos con poca instrucción
libresca, y crearon un complicado sistema escolar. La literatura escolar desarrollaba temas de
historia y filosofía, con énfasis sobre la retórica. La pintura y la escultura, si bien seguían de cerca
los modelos griegos, fue popularizada y orientada a destacar la herencia histórica de Roma,
especialmente caracterizada por el retrato. No obstante, el genio romano y su extraordinaria
habilidad técnica se expresó sobre todo en la arquitectura. Estructuras como la bóveda y el medio
arco romano revolucionaron las técnicas de construcción, de manera que permitieron levantar
edificios y estructuras monumentales (puentes, acueductos, circos, anfiteatros, basílicas, templos,
foros). Todos estos elementos fueron adaptados y usados por los cristianos en la elaboración de las
primeras formas del arte y la arquitectura cristiana.

CUADRO 4 - LA CONTRIBUCIÓN ROMANA AL CRISTIANISMO

PAX - la paz romana: garantizaba estabilidad.

LEX - la ley romana: el derecho romano daba seguridad.

VIA - las comunicaciones romanas: ayudaban a la comunicación.

REX - el gobierno romano: el imperio era una unidad política.

ARS - el talento romano: educación, arte y arquitectura.


_ La contribución griega
El mundo griego contribuyó a la expansión del cristianismo de cuatro maneras: idioma,
cosmovisión, filosofía y cultura.

El idioma griego. El griego (coiné) era entendido y hablado por casi todo el mundo conocido del
primer siglo. Se lo utilizaba especialmente en el comercio. Las personas que recibieron la Gran
Comisión eran judías. Su idioma natal era el arameo, pero hablaban también el griego. El griego era
el idioma más utilizado en el Mediterráneo oriental. Esto proporcionaba un fuerte sentido de unidad
cultural. Las Escrituras que usaron los primeros cristianos estaban escritas en griego (la Septuaginta
o Versión de los Setenta, LXX) y sus escritos fueron redactados en este idioma, de modo que los
documentos que luego se reunieron para formar el Nuevo Testamento no necesitaron traducción.
Esto facilitó enormemente el trabajo evangelizador de los primeros creyentes y la clara difusión de
sus ideas. El griego es un idioma sumamente adecuado para expresar con exactitud y con una
riqueza que no tiene igual en otros idiomas del mundo, las verdades contenidas en el Nuevo
Testamento.

La cosmovisión griega. Los griegos contribuyeron con su pensamiento, que magnificaba el valor
de la persona humana y ponía gran énfasis sobre la verdad espiritual y moral. Los griegos fueron un
pueblo de visión, conscientes de su protagonismo histórico, y por cierto muy emprendedores. En su
cosmovisión, el ser humano era central y la persona humana tenía un valor único. Sobre todas las
cosas, los griegos fueron un pueblo sumamente curioso y amante de la verdad.

La filosofía griega. La filosofía griega tuvo una gran influencia en la formación del pensamiento
occidental. Después de estudiar a los pensadores griegos muchos abandonaban las religiones
paganas y las supersticiones, y estaban preparados para recibir una religión superior, como es el
cristianismo. El amor por la verdad llevó a muchos a encontrarse con el Dios verdadero. Más tarde,
cuando los Padres de la Iglesia desarrollaron su teología, utilizaron muchos elementos de la filosofía
griega, especialmente su vocabulario e ideas centrales, para expresar las verdades cristianas.
Escuelas filosóficas como el estoicismo y el neoplatonismo ejercieron una gran influencia en la
formulación del pensamiento cristiano. Pero hubo también otras escuelas filosóficas que de algún
modo impactaron el desarrollo de la fe cristiana o desafiaron su pretensión de ser la verdad:
epicúreos, pitagóricos, peripatéticos y los seguidores de Platón.

Clemente de Alejandría (150–215): “Dios es la causa de todas las cosas buenas; pero de
algunas en forma primaria, como del Antiguo y del Nuevo Testamentos; y de otras por
consecuencia, como la filosofía. Quizás, también, la filosofía fue dada a los griegos
directamente y primariamente, hasta que el Señor pudiese llamar a los griegos. Porque ésta
fue una educadora para traer a la ‘mente helenista a Cristo,’ así como la ley trajo a los
hebreos (Gá. 3:24). La filosofía, por lo tanto, fue una preparación, que pavimentó el camino
para quien es perfeccionado en Cristo.”

La cultura griega. Para los días del Nuevo Testamento, esta cultura había alcanzado un alto
grado de desarrollo y difusión. Conocida como helenismo, había sido esparcida por buena parte del
mundo conocido de aquel entonces con las conquistas de Alejandro Magno (356–23 a.C.) y tenía
influencia tanto dentro como fuera del Imperio Romano. El arte, la literatura, la arquitectura, la
música, el teatro, los estilos, los gustos, la retórica, los símbolos y valores del mundo antiguo en los
días de Jesús y los apóstoles tenían un marcado tinte helenista.

CUADRO 5 - LA CONTRIBUCIÓN GRIEGA AL CRISTIANISMO

IDIOMA - adecuado para la transmisión de ideas.

COSMOVISIÓN - valor de la persona humana.

FILOSOFÍA - amor por la verdad.

CULTURA - arte, literatura, símbolos, valores.

_ La contribución hebrea
De todos los factores que aportaron elementos importantes para ayudar al despegue del
cristianismo, ninguno fue más determinante que el trasfondo hebreo en el que el movimiento
cristiano nació. La fe y la vida del pueblo de Dios proveyeron el trasfondo inmediato para el
advenimiento de Cristo y de todos sus discípulos. La religión hebrea aportó también instituciones
como las sinagogas y el trabajo de los escribas, que fueron de suma importancia en el primer siglo
de vida del movimiento cristiano. El mundo hebreo contribuyó a la expansión del cristianismo de
seis maneras: monoteísmo, escrituras, diáspora, sinagogas, universalismo y mesianismo.

El monoteísmo hebreo. La preparación más grande para la venida de Cristo al mundo fue la
religión hebrea. De todos los aspectos del rico mundo religioso hebreo, el más importante fue su
monoteísmo ético. Fue este concepto monoteísta hebreo el que atrajo a muchos gentiles
insatisfechos con la religión pagana politeísta. Como indican Irvin y Sunquist: “Muchos en las
ciudades alrededor del Mediterráneo y a lo largo de los mundos de Siria y Persia se veían atraídos
por la doctrina del monoteísmo: las enseñanzas morales de la Torá, los relatos de las escrituras de
Israel, y el estilo de vida comunitario que ofrecía el judaísmo.” Estos autores continúan diciendo: “El
monoteísmo fue atractivo en el mundo helenista, donde las enseñanzas de personas como Platón y
Aristóteles, y de escuelas filosóficas como el estoicismo, apuntaban lejos de los muchos dioses de la
mitología griega y romana y hacia la presencia unificadora de un ser superior.” Cabe recordar,
también, que al principio y debido a su convicción monoteísta, el cristianismo fue considerado como
una secta del judaísmo, aunque nunca lo fue, sino que más bien el primero fue la culminación y
completamiento del segundo.

Orígenes de Alejandría: “Dios no estaba durmiendo. Toda cosa buena que alguna vez haya
acontecido entre los seres humanos ha sido la obra de Dios. Pero la venida de Cristo sólo
podía ser a un lugar, donde las personas creyesen que Dios es uno; donde las personas
estuviesen leyendo a los Profetas que señalan a Cristo; y donde las personas supiesen que
Cristo vendría en un momento cuando, desde este lugar único, su enseñanza inundaría a
todo el mundo.”

Las escrituras hebreas. La versión bíblica más aceptada en el judaísmo helenista del primer siglo
era la Septuaginta, que “pronto probó ser tanto un símbolo como un vehículo de una
transformación religiosa más amplia que tuvo lugar en el judaísmo helenista.” Quienes leían sus
palabras encontraban nuevo significado para su fe a través de esta traducción, lo cual abrió sus
mentes y corazones para aceptar el evangelio cristiano. Las escrituras de los judíos señalaban al
Mesías, el Cristo. Según los Evangelios, Jesús pretendía ser el cumplimiento de esas profecías (Lc.
4:21; 24:27). Apóstoles, predicadores y maestros, según los documentos del Nuevo Testamento
(Hechos y las epístolas) enfatizaban que en Jesús se habían cumplido las escrituras del Antiguo
Testamento. Justino Mártir (100–165), el más grande de los apologistas en lengua griega, estaba
convencido que la mejor y más clara evidencia a favor del cristianismo, se encontraba en los libros
de los profetas. “En estos libros … de los profetas,” según él, “encontramos a Jesús nuestro Cristo
preanunciado como viniendo, nacido de una virgen, creciendo hasta ser hombre, sanando toda
enfermedad y toda dolencia, y resucitando a los muertos, y siendo odiado, y despreciado, y
crucificado, y muriendo, y resucitando nuevamente, y ascendiendo a los cielos, y siendo llamado el
Hijo de Dios.” Justino era griego y filósofo, pero tuvo una conversión profunda gracias a su lectura
de los textos proféticos que anunciaban al Mesías. Según él, “inmediatamente una llama se
encendió en mi alma; y fui prendido de amor por los profetas y por aquellos hombres que son los
amigos de Cristo (los apóstoles).”

La diáspora hebrea. La diáspora o dispersión de los judíos después de la destrucción de Jerusalén


en ocasión de la invasión del imperio neo-babilónico (586 a.C.) y en los siglos que siguieron, había
llevado al establecimiento de comunidades de judíos desde España, por toda Europa, Asia (Persia y
Arabia), India, y África (valle del Nilo y Etiopía). En tiempos de Jesús había más judíos fuera de
Palestina que dentro. Estrabón en su Geografía (publicada en el año 7), señala con cierto prejuicio
antisemita: “Los judíos han ido a toda ciudad, y es difícil encontrar un lugar sobre la tierra que no
los haya admitido y haya caído bajo su control.” Para los días de Jesús, los judíos que vivían en el
mundo persa sumaban alrededor de un millón de almas, la mayoría de ellos dedicados al comercio
o la administración, y otros sirviendo como escribas o eruditos en la Torá, especialmente en o
alrededor de Babilonia. En Egipto había comunidades judías en las principales ciudades, como
Elefantina y Alejandría. En la segunda, ocupaban un barrio completo con alrededor de 100.000
habitantes.
La sinagoga hebrea. En las sinagogas (gr. “casa de reunión”), que estaban establecidas desde
España hasta la India, se predicaba el monoteísmo ético y el concepto de un Dios personal. En
muchos casos, durante los primeros años, el núcleo de las nuevas congregaciones cristianas estuvo
constituido por los prosélitos y adherentes de las sinagogas. Muchos de los elementos de la
adoración en las sinagogas, tales como oraciones, la lectura bíblica, exposición de las Escrituras y
alabanza, prepararon el camino para la adoración cristiana y fueron su primer modelo. Las sinagogas
fueron también los primeros centros de predicación cristiana. Pablo comenzaba su tarea misionera
en una ciudad visitando la sinagoga local y dando testimonio de su fe en Cristo (ver Hch. 13:5, 14;
14:1; 17:1–3, 10; 18:4; etc.). Las primeras comunidades cristianas nacieron del testimonio cristiano
en las sinagogas de la diáspora. Además, en las sinagogas se enseñaba la importancia de separar un
día en la semana para el descanso y la adoración a Dios. La observancia del Sabbath (sábado) como
día especial para la adoración pasó a los cristianos, que pronto lo asociaron con la celebración de la
resurrección de Cristo.

El universalismo hebreo. La fe hebrea confesaba que la religión de Israel era para bendición de
las naciones. Esta comprensión del alcance universal de la fe fue transferida del judaísmo al
cristianismo, que se transformó en una religión verdaderamente universal. El instrumento clave en
este proceso fue el apóstol Pablo. Fue a través de Pablo que se abrió la puerta del cristianismo a los
gentiles. Pocos misioneros tuvieron alguna vez tantas ventajas como tuvo Pablo. El oficial romano
que lo arrestó después del alboroto en Jerusalén (Hch. 21:33) debe haber pensado en tres Pablo en
vez de uno. El apóstol era un verdadero prototipo de su época. Primero, Pablo le habló al oficial en
griego, y le dijo que era de Tarso, una ciudad que tenía una universidad griega (Hch. 21:37–39).
Segundo, Pablo apaciguó a la multitud hablándoles en su propia “lengua hebrea”, es decir, aramea
(Hch. 21:40–22:2), refiriéndoles de su educación hebrea en Jerusalén. Y, tercero, aterrorizó al
tribuno (que había permitido que sus soldados lo trataran rudamente), cuando le dijo que
pertenecía a una familia que tenía el privilegio de la ciudadanía romana (Hch. 22:25–29). Pablo
pertenecía a estas tres esferas o mundos: era griego, hebreo y romano. Pero, sobre todo, era un
misionero cristiano, con un mensaje de vida nueva para todas las naciones.

El mesianismo hebreo. El pueblo hebreo tenía una gran expectativa mesiánica, junto con una
fuerte convicción de ser el pueblo elegido por Dios para un fin redentor en la historia. El cristianismo
nunca se consideró como una religión totalmente diferente del judaísmo, sino más bien como su
completamiento y coronación. A pesar de la apertura del cristianismo a los gentiles, los cristianos
conservaron las Escrituras judías. También afirmaban que todas las promesas concernientes al
pueblo escogido de Dios se habían cumplido en la Iglesia cristiana, el Nuevo Israel. Podemos decir,
entonces, que el cristianismo fue el cumplimiento del judaísmo, pero fue más allá del judaísmo. No
permaneció como una secta judía, sino que se transformó en una fe nueva y fresca. Es esencial la
comprensión del judaísmo para un entendimiento cabal del cristianismo, pero el judaísmo no
explica al cristianismo. El cristianismo se levantó sobre los cimientos del judaísmo, pero fue
radicalmente diferente. En esta diferencia está el secreto de su vitalidad y de su historia
extraordinaria.
CUADRO 6 - LA CONTRIBUCIÓN HEBREA AL CRISTIANISMO

MONOTEÍSMO ÉTICO - la fe en un Dios personal y moral.

ESCRITURAS - el Antiguo Testamento.

DIÁSPORA - una red de sinagogas en casi todo el mundo.

SINAGOGA - modelo de comunidad de enseñanza y culto.

UNIVERSALISMO—bendición a todas las naciones.

MESIANISMO—una misión redentora en el mundo.

UN MUNDO URBANO
Por su enorme importancia como trasfondo positivo para la expansión del movimiento cristiano,
vale la pena mencionar de manera especial el contexto urbano y cosmopolita en el que nació la fe
en Cristo. No sólo el Imperio Romano sino también el Imperio Persa y las grandes civilizaciones que
se desarrollaron en ellos y a su alrededor, se caracterizaron por constituir una trama de
nucleamientos urbanos de importancia. Palestina, como se indicó, se encontraba en el medio de
esta galaxia de ciudades ligadas las unas a las otras por fluidas vías de comunicación. Esta red de
centros urbanos conectaba amplias regiones culturales en tres continentes, con un flujo continuo
de política y comercio, que iba desde el Atlántico hasta el Pacífico.

Irvin y Sunquist: “Las ciudades fueron centrales en civilizaciones tales como la


mediterránea, la persa, la india y la china. Éstas fueron también civilizaciones que habían
desarrollado la escritura. Para el primer siglo cada una de ellas podía hacer gala de una
extensa tradición literaria. En particular, los escritos sagrados pasaron a la herencia de las
creencias religiosas a través de himnos, escritos sacerdotales, tratados filosóficos (o de
sabiduría), y relatos sagrados. Durante el milenio antes del nacimiento de Cristo, estas
civilizaciones habían sido testigos del surgimiento de numerosos maestros, especialmente
importantes o inspirados, cuyos escritos transformaron el carácter religioso y filosófico de
la humanidad. Las obras de estos maestros todavía hoy informan el proyecto de la
civilización humana. Kung-fu-tzu (Confucio en latín), Lao-Tzu, el Buda, los escritores del
Upanishad, Zoroastro, los profetas de Israel, y los filósofos de Grecia todos ellos pertenecían
a una revolución en la conciencia humana, que había configurado de manera muy
significativa al mundo en el que los discípulos de Jesús se movieron por primera vez.”

Las ciudades desparramadas por el mundo conocido del primer siglo, eran verdaderos
conglomerados humanos que concentraban riqueza material y poder político, y servían como focos
de difusión cultural e información de gran alcance. Mercaderes, artesanos, esclavos, gobernantes,
artistas, sacerdotes, maestros, predicadores y obreros se daban cita en estos verdaderos crisoles de
cultura. Las ciudades fueron el campo misionero por excelencia de los primeros cristianos, tal como
lo ilustra un análisis de los viajes misioneros del apóstol Pablo. Desde su comienzo mismo, el
cristianismo se caracterizó como un movimiento urbano.

Wayne A. Meeks: “En aquellos años tempranos, …, a una década de la crucifixión de Jesús,
la cultura de la villa en Palestina había sido dejada atrás, y la ciudad grecorromana se
transformó en el medio ambiente dominante del movimiento cristiano. Y así permaneció,
desde la dispersión de los “helenistas” de Jerusalén hasta bien después del tiempo de
Constantino. El movimiento había cruzado la división más fundamental en la sociedad del
Imperio Romano, aquella entre la gente rural y los habitantes urbanos, y los resultados iban
a probar ser importantes.”

EL SURGIMIENTO DE LA IGLESIA

_ El lugar de adoración
Durante los dos primeros siglos después de Cristo, los cristianos no tuvieron edificios
eclesiásticos, en razón de que no podían poseer propiedades por no tener una posición legal en el
Imperio Romano. Las congregaciones cristianas se reunían en casas de familia, donde desarrollaban
su vida como comunidad de fe. Tres grandes acontecimientos en la historia del cristianismo
neotestamentario ocurrieron en una casa de Jerusalén: la última cena de Jesús con sus discípulos
(Mr. 14:12–26); las apariciones del Jesús resucitado a los apóstoles (Jn. 20:14–29); y la venida del
Espíritu Santo (Hch. 2). Posiblemente era la casa de Juan Marcos, el futuro autor del Evangelio que
lleva su nombre. Cuando se comparan ciertos pasajes y se procura identificar el lugar que
mencionan, parece seguro que en los tres casos se trata de la misma casa (Mr. 14:14–15; Hch. 1:12–
15; Jn. 20:19). En Hechos 12 se menciona una casa donde muchos cristianos se reunían para orar
(Hch. 12:12). Marcos 14:51 sugiere que el joven en cuestión fue Juan Marcos, porque ningún otro
Evangelio menciona el incidente. Si es así, la casa grande en Jerusalén bien puede haber sido la casa
de María, la madre de Juan Marcos, el autor del Evangelio que lleva su nombre.

En el Nuevo Testamento se mencionan muchas “casas” en las que se reunía la iglesia primitiva,
y se dan los nombres de sus dueños: en Filipos (Hch. 16:40); en Corinto (Hch. 18:7); en Roma (Ro.
16:5, 14, 15); en Éfeso (1 Co. 16:19); en Laodicea (Col. 4:15); en Colosas (Flm. 1 y 2). Estas iglesias
caseras fueron características del período neotestamentario y hasta el segundo siglo. Los primeros
cristianos se sentían felices de reunirse en sus propias casas. Los paganos tenían templos; los judíos,
sinagogas; pero los cristianos eran algo nuevo e ilegal, no tenían reconocimiento oficial y eran
sospechosos. La única propiedad privada que tuvieron las primeras iglesias fueron las tumbas
(catacumbas), y allí se reunían, especialmente en tiempos de persecución. Fueron estas iglesias
“caseras” o sin templo (Ro. 16:5) las que expandieron el cristianismo por todo el mundo romano y
más allá también.

Recién hacia el año 250 se construyeron algunos templos cristianos en el Ponto (Asia Menor),
Siria y Egipto, pero se perdieron por causa de las terribles persecuciones de mediados del siglo III.
Los arqueólogos han descubierto los restos de lo que parece haber sido una casa remodelada y
adaptada para servir como casa de reunión de los cristianos. El descubrimiento fue hecho en 1934,
en la localidad arqueológica de Dura-Europos, sobre el río Éufrates en lo que hoy es Irak. Allí se
encontró un edificio probablemente construido alrededor del año 100, pero que fue reformado en
el 232. Se trata de una vivienda en la que se derrumbaron algunos muros y en la que se construyó
un bautisterio, y sobre cuyas paredes se pintaron hermosos frescos con motivos cristianos.

_ La vida y el ministerio
La vida y el ministerio de estas iglesias eran muy simples. Lo más importante era la predicación,
la Cena del Señor y el Bautismo. No se hacía lo mismo en todas partes, ni todo lo que se hacía estaba
bien hecho o en conformidad con los testimonios de los documentos neotestamentarios.

La predicación. Ocupaba un lugar muy importante en el culto cristiano primitivo. Generalmente,


era de carácter didáctico y testimonial. Al principio se llevó a cabo siguiendo el modelo de la
predicación rabínica en la sinagoga y consistía en una exposición de algún texto del Antiguo
Testamento o de los Evangelios en la forma de una homilía. Hay testimonios sumamente ilustrativos
de la predicación cristiana temprana. Uno de los más conmovedores es el que presenta Ireneo de
Lión (130–202), Padre de la Iglesia que fue discípulo del obispo Policarpo de Esmirna (69–155), quien
a su vez fue discípulo del apóstol Juan.

Ireneo de Lión: “Tengo un recuerdo más vívido de lo que ocurrió en aquel tiempo que de
eventos recientes (ya que las experiencias de la infancia, manteniendo el ritmo con el
crecimiento del alma, se incorporan con ella); de modo que puedo incluso describir el lugar
donde el bendito Policarpo solía sentarse y predicar—su salida, también, y su entrada—su
estilo de vida general y su apariencia física, junto con los sermones que él predicaba a la
gente; también la manera en que él hablaba de su relación familiar con Juan, y con el resto
de aquellos que habían visto al Señor; y cómo él traía a la memoria sus palabras.
Cualesquiera cosas que él había oído de ellos respecto del Señor, tanto en relación con sus
milagros y sus enseñanzas, Policarpo, que había así recibido [información] de los testigos
oculares de la Palabra de Vida, las solía contar todas en armonía con las Escrituras. Estas
cosas, a través de la misericordia de Dios que estaba sobre mí, yo las escuché luego
atentamente, por la gracia de Dios, registrando estas cosas exactamente en mi mente.”
Es interesante notar que la predicación de Policarpo no se puede repetir y que nosotros no
podemos experimentar la emoción que sintió Ireneo al recordarla. Pero no tenemos por qué
envidiarlo, porque nosotros tenemos el registro inspirado de la predicación y testimonio apostólico
en los escritos del Nuevo Testamento.

La Cena del Señor. La “eucaristía” (el nombre más antiguo para esta práctica cristiana) fue, junto
con la predicación, uno de los actos de mayor significado en las reuniones de los primeros cristianos,
en obediencia al claro mandato de Jesús (Mt. 26:26–29; Mr. 14:22–25; Lc. 22:19–24; 1 Co. 11:23–
26). Generalmente, cuando llegaba el momento de la Eucaristía (“acción de gracias”) o Cena del
Señor, se invitaba a los que no eran bautizados a retirarse, porque ésta era sólo “para aquellos que
habían sido bautizados en el nombre del Señor” (según enseña un documento muy antiguo conocido
como Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles). Justino Mártir nos presenta un cuadro
interesante de cómo se celebraba la Eucaristía en Roma, a mediados del segundo siglo.

Justino Mártir: “Luego es traído al presidente de los hermanos el pan y una copa de vino
mezclado con agua; y él tomándolos, da alabanza y gloria al Padre del universo, a través del
nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y ofrece gracias por un buen rato para que seamos
tenidos por dignos de recibir estas cosas de Sus manos. Y cuando él ha concluido las
oraciones y la acción de gracias, todas las personas presentes expresan su asentimiento
diciendo Amén. Esta palabra Amén corresponde en la lengua hebrea a genoito [así sea]. Y
cuando el presidente ha dado gracias, y todas las personas han expresado su asentimiento,
aquellos que son llamados por nosotros diáconos dan a cada uno de los que están presentes
para que participen el pan y el vino mezclado con agua sobre los cuales la acción de gracias
fue pronunciada, y a aquellos que están ausentes les llevan una porción. Y esta comida es
llamada entre nosotros Eujaristia [la Eucaristía], de la que a nadie se le permite participar
sino a la persona que cree que las cosas que nosotros enseñamos son ciertas, y que ha sido
lavada con el lavamiento que es para la remisión de pecados, y para la regeneración, y que
en consecuencia vive según Cristo ha enseñado.”

El Bautismo. El bautismo cristiano es uno de los ritos cristianos más antiguos. Le debe mucho a
las prácticas de abluciones purificadoras del judaísmo y a su aplicación como rito de iniciación de
los prosélitos. Puede también estar relacionado con el bautismo de arrepentimiento ministrado por
Juan el Bautista. Se practicó primero en ríos, porque el agua “viva” (es decir, corriente) parecía más
apropiada que el agua “muerta” (estancada), para este acto tan simbólico. El Nuevo Testamento
exhorta diciendo, “despojaos del viejo hombre” y “vestíos del nuevo hombre” (Ef. 4:22–24; Col 3:9,
10); también habla de los creyentes como “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”
(Ro. 6:11). El bautismo simboliza todo esto en forma muy real. Por eso, los cristianos primitivos se
desnudaban totalmente antes de entrar al agua, y luego se vestían con ropas nuevas, limpias y
blancas. Generalmente se los sumergía completamente en el agua. Muy temprano se introdujo la
práctica de la aspersión o el rociamiento, derramando agua sobre la cabeza tres veces. A medida
que el cristianismo se esparció a regiones con climas más rigurosos esta práctica se fue haciendo
cada vez más común.
Los primeros cristianos bautizaban sólo a personas que habían confiado en Jesucristo como
Salvador y Señor de sus vidas, y que estaban dispuestas a comprometerse como miembros de la
comunidad de fe (Mt. 28:19; Mr. 16:16; Jn. 3:5; Ef. 4:5). El bautismo infantil fue una práctica de
desarrollo posterior. Esta práctica ya era conocida en los días de Tertuliano de Cartago (160–220),
en la segunda mitad del siglo II, si bien no estaba muy generalizada. Junto con esto, se dio también
paulatinamente un cambio en la comprensión original del bautismo, a medida en que éste se fue
interpretando más como un sacramento con cierto poder mágico, con la capacidad de producir
regeneración (Justino Mártir lo llama “baño de la regeneración”).

Los testimonios sobre la práctica del bautismo son múltiples e ilustran de manera muy vívida
cuán importante era este acto de testimonio público para los primeros cristianos.

Justino Mártir: “Todos aquellos que están persuadidos y creen que lo que enseñamos y
decimos es verdad, y se comprometen a ser capaces de vivir en conformidad, son instruidos
a orar y a rogar a Dios con ayuno, por la remisión de sus pecados pasados, orando y
ayunando nosotros con ellos. Luego son llevados por nosotros donde hay agua, y son
regenerados de la misma manera en que nosotros mismos fuimos regenerados. Porque, en
el nombre de Dios, el Padre y Señor del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo, y del
Espíritu Santo, ellos reciben entonces el lavamiento con agua.… Pero nosotros, después que
hemos lavado de esta manera a quien ha estado convencido y ha sido afirmado en nuestra
enseñanza, lo llevamos al lugar donde aquellos que son llamados hermanos están reunidos,
a fin de que podamos ofrecer oraciones sinceras en común por nosotros mismos y por la
persona bautizada [iluminada], y por todos los demás en cualquier lugar, para que podamos
ser contados por dignos, ahora que hemos aprendido la verdad, y por nuestras obras
también ser considerados como buenos ciudadanos y guardadores de los mandamientos,
de modo que podamos ser salvos con una salvación eterna. Habiendo terminado con las
oraciones, nos saludamos unos a otros con un beso.”

En muchos lugares, con anterioridad a la administración del bautismo, se instruía durante algún
tiempo a los catecúmenos (candidatos al bautismo) en cuanto a la fe y conducta de un cristiano.
Luego de ayunar y orar estaban listos para el bautismo, que simbolizaba su abandono del paganismo
por el cristianismo. El acto comenzaba con una solemne confesión de fe por parte del catecúmeno
(“Jesucristo es el Señor;” “Jesús es el Hijo de Dios”), seguía con su inmersión, la unción de aceite e
imposición de manos para la llenura del Espíritu Santo, y terminaba con la bienvenida que se le daba
a la comunidad de los creyentes y su participación en la Cena del Señor.

Tertuliano de Cartago: “No hay absolutamente nada que torne más obstinadas las mentes
humanas que la simplicidad de las obras divinas que son visibles en el acto [del bautismo],
cuando se las compara con la grandeza que es prometida en ello en cuanto al efecto; de
modo que de este hecho mismo, que con una simplicidad tan grande, sin pompa, sin
ninguna novedad considerable de preparación, finalmente, sin gasto, un hombre es
sumergido en agua, y en medio de la pronunciación de algunas pocas palabras, es mojado,
y luego levantado nuevamente, no mucho (o casi nada) más limpio, la consiguiente
obtención de la eternidad es estimada como más increíble.… ¿Qué entonces? ¿No es
maravilloso, también, que la muerte se lave por el baño?… Nosotros mismos también nos
maravillamos, pero es porque creemos.”

_ Otras prácticas cristianas


El día del Señor. Hasta el siglo IV, el día del Señor se observaba en algún momento entre el
atardecer del sábado y la hora de iniciar la jornada de trabajo, el domingo por la mañana. Para los
cristianos primitivos el domingo (“Día del Señor”) ocupó el lugar del Sabbath judío (Hch. 20:7; 1 Co.
16:2; Ap. 1:10). Justino Mártir, en su Primera Apología, se refiere a este día de manera particular.

Justino Mártir: “En el día llamado día del sol (en inglés, Sunday), todos los (hermanos) que
viven en ciudades o en el campo, se reúnen en un lugar, y se leen las memorias de los
apóstoles (los Evangelios) o los escritos de los profetas, en cuanto el tiempo lo permite;
luego, habiendo terminado el lector, el que preside instruye y exhorta verbalmente a la
imitación de estas cosas buenas. Después todos juntos nos ponemos de pie y oramos, y,
según dijimos antes, concluida nuestra oración, se trae pan y vino con agua, y el que preside
de igual manera ofrece oraciones y acción de gracias, conforme su capacidad, y el pueblo
asiente, diciendo ‘¡Amén!’ Y se procede a la distribución a cada uno y a la participación de
aquello sobre lo cual se ha dado gracias, y a aquellos que están ausentes se les envía una
porción por medio de los diáconos.… Pero el domingo es el día en el que todos tenemos
nuestra asamblea común, porque es el primer día en el que Dios, habiendo obrado un
cambio en las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y Jesucristo, nuestro Redentor, en el
mismo día resucitó de entre los muertos. Pues él fue crucificado en el día anterior al de
Saturno (sábado); y en el día después del de Saturno, que es el día del Sol, habiendo
aparecido a sus apóstoles y discípulos, les enseñó estas cosas, que hemos sometido a vos
también para vuestra consideración.”

La ayuda a los necesitados. Los primeros cristianos dieron una importancia primordial a la
asistencia de los pobres, las viudas y los huérfanos. Hay que tener en cuenta que la gran mayoría de
los creyentes eran esclavos o libertos muy pobres. El Nuevo Testamento refleja esta característica
de la condición social y económica de las primeras comunidades cristianas.

Justino Mártir: “Después de estos servicios (Bautismo y Eucaristía), nos recordamos


continuamente estas cosas. Y los ricos entre nosotros ayudan a los que están en necesidad;
y siempre nos mantenemos juntos.… Y los pudientes y todos los que quieren dan lo que a
cada uno le parece adecuado; y lo que se colecta es depositado con el presidente, quien
socorre a los huérfanos y viudas y a aquellos que, por causa de enfermedad o cualquier otra
causa, están en necesidad, y a aquellos que están presos y a los extranjeros que están de
viaje entre nosotros, y en una palabra, él cuida de todos los que están en necesidad.”

Los primeros cristianos fueron bien conocidos por su solidaridad y por la efectividad de su amor
puesto en acción. Los Padres Apostólicos y los apologistas utilizaron esta realidad como uno de los
argumentos fundamentales en su defensa de la autenticidad de la fe cristiana. Tertuliano fue uno
de los que más apeló a esta argumentación a fines del segundo siglo, presentando la manera
práctica en que en Cartago la Iglesia atendía a las necesidades sentidas de las personas, como una
cuestión prioritaria en el cumplimiento de su misión.

Tertuliano de Cartago: “Si bien tenemos nuestra caja, ésta no está compuesta de dinero
mal habido, como el de una religión que tiene su precio. Una vez al mes, si así lo quiere,
cada uno pone en ella una pequeña donación; pero sólo si así lo quiere, y sólo si puede:
porque no hay obligación; todo es voluntario. Estos donativos son una especie de fondo de
depósito piadoso. Porque no se los toma de allí y se los gasta en fiestas, y borracheras, y
comilonas, sino en sustentar y ayudar a gente pobre, a suplir las necesidades de niños y
niñas carentes de medios y padres, y de personas ancianas confinadas ahora a la casa;
también a los que han sufrido naufragio; y si ocurre que hay alguien en las minas, o exiliado
en las islas, o encerrado en las prisiones, por ninguna otra razón que su fidelidad a la causa
de la iglesia de Dios, ellos se transforman en la base de su confesión. Pero es
fundamentalmente las acciones de un amor tan noble lo que lleva a muchos a poner una
marca sobre nosotros. Miren, ellos dicen, cómo se aman unos a otros.”

Según Eusebio de Cesarea (260–340) en su Historia eclesiástica, en el año 250, las iglesias en
Roma, sostenían a su obispo, “46 presbíteros, siete diáconos, siete sub-diáconos, 42 acólitos, 52
exorcistas, lectores, y porteros, y más de 1500 viudas y personas en desgracia, todos ellos nutridos
por la gracia y el cuidado amoroso del Maestro.” Un siglo más tarde, en 362, el emperador Juliano
el Apóstata se quejaba: “Los cristianos alimentan no sólo a sus propios pobres, sino también a los
nuestros, mientras que nadie que esté necesitado busca ayuda en los templos (paganos).”

_ Símbolos cristianos
La riqueza iconográfica producida por los primeros cristianos es sorprendente. La fe en
Jesucristo era proclamada no sólo a través de la palabra hablada y escrita, la conducta y el ejemplo,
el amor y la solidaridad de los creyentes, sino también a través del arte y una gran variedad de
expresiones plásticas y artísticas. En general, las representaciones más numerosas son de carácter
simbólico, y expresan de manera elocuente los contenidos de la fe. La mayoría de los símbolos
cristianos se utilizaban en epitafios en las tumbas. El lenguaje simbólico servía para distinguir una
cierta tumba como cristiana y transmitir un mensaje, cuyo significado sólo podían entender otros
cristianos. Las evidencias más importantes se encuentran en las catacumbas de Roma. Éstas son
galerías subterráneas cercanas a las rutas de salida de la ciudad, que se extienden por más de 800
kilómetros y servían como lugares de sepultura. Se conocen unas 35 catacumbas. Las más antiguas
datan de mediados del siglo II y se conocen por los nombres de algunos mártires cristianos famosos:
Lucina, Calixto, Domitila y Priscila.

Las inscripciones y pinturas de las catacumbas ayudan a clarificar el desarrollo del arte y el
simbolismo cristiano primitivo. Los símbolos cristianos más comunes son: el pez, la cruz, el ancla, la
paloma, la barca, y el buen pastor.
El pez. De todos los símbolos cristianos, éste es uno de los más antiguos y por cierto de los más
populares hasta el día de hoy. El pez representa la esencia de la fe cristiana. En relación con su
significado, Tertuliano señala con referencia al bautismo cristiano: “Pero nosotros [los cristianos],
somos peces pequeños, que al igual que nuestro Ichthus [“pez” en griego] Jesucristo, somos nacidos
en el agua, así como tampoco tenemos seguridad de ninguna otra manera que morando
permanentemente en el agua; … ¡la forma de matar a los peces pequeños es sacándolos del agua!”
Las palabras del célebre líder cristiano, apologista y pastor de Cartago hacen referencia a lo que se
conoce como Anagrama de Tertuliano, es decir, el uso de una palabra para formar diversos
significados. En este caso, utilizando las letras griegas de la palabra pez (ichthus), se puede elaborar
un anagrama que representa la confesión de la fe cristiana por excelencia: “Jesucristo, el Hijo de
Dios (es) el Salvador.”

CUADRO 7 - ANAGRAMA DE TERTULIANO

Palabra Latín Griego Traducción

Ι lesous Ιεσουζ Jesús

Χ Christos Χριστοζ Cristo

Ζ Theos Θεοζ de Dios

Υ Uios Υιοζ Hijo

Σ Soter Στερ Salvador

La cruz. El símbolo de la cruz fue evitado al principio por los cristianos, no sólo por su relación
directa con la muerte de Cristo, sino también por su vergonzosa asociación con la ejecución de un
criminal común. Además de instrumento de tortura, maldición y muerte, la cruz era conocida como
símbolo en el mundo grecorromano. Sus dos barras ya eran en la antigüedad un símbolo cósmico
del eje entre el cielo y la tierra. Pero su temprana elección por los cristianos como símbolo
característico de su fe tuvo una explicación más específica. Ellos no querían conmemorar como
central para su comprensión de Jesús ni su nacimiento o juventud, ni su enseñanza o servicio,
tampoco su resurrección o reinado, ni su don del Espíritu Santo, sino su muerte, su crucifixión.
Parece seguro que, al menos desde el siglo II en adelante, los cristianos no sólo llevaban, pintaban
y esculpían la cruz como un símbolo gráfico de su fe, sino también hacían la señal de la cruz sobre sí
mismos u otros, especialmente como indicación de protección contra las acechanzas del maligno.

La cruz es el símbolo por excelencia de la muerte de Jesús y el centro del mensaje cristiano (1
Co. 1:18; Ef. 2:16; ver 1 Co. 1:23; 2:2). El principal triunfo del cristianismo ha sido el de transformar
la cruz como símbolo de vergüenza y dolor, en símbolo de lo que es más glorioso y sagrado—el amor
de Dios—, y del triunfo y exaltación de Cristo.

El lábaro de Constantino. Después de la supuesta “conversión” de este emperador romano


(312), este símbolo se universalizó como representación de la cristiandad. Está compuesto por las
dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego: XP. Según la leyenda, la noche anterior a su
combate contra Majencio, su competidor por el trono imperial, Constantino tuvo una visión en la
cual oyó una voz que le decía: “In hoc signo vinces” (Con este signo, vencerás). Temprano a la
mañana, Constantino hizo cambiar el estandarte tradicional de las legiones romanas (SQPR, “el
Senado y el Pueblo de Roma”) por las dos primeras letras del nombre de Cristo … ¡y salió victorioso
en la batalla sobre el puente Milvio! Desde entonces, este símbolo ha adornado altares, púlpitos,
libros e instrumentos sagrados, indicando que son cristianos.

CUADRO 8 - SÍMBOLOS CRISTIANOS

CRUZ ALFA Y OMEGA

Muerte de Cristo. La eternidad de Cristo.

PALOMA ANCLA

Espíritu Santo en el Fe.


bautismo de Jesús.

CORDERO PAN Y VINO

Sacrificio expiatorio de Eucaristía—la muerte


Cristo. de Cristo.

PESCADO CHI-RHO

Primeras dos letras


griegas del nombre
Anagrama: “Jesús “Cristo”. Lábaro de
Cristo, el Hijo de Dios, es Constantino.
el Salvador.”

PASTOR VID

Cuidado de Cristo por su La unión de Cristo con


pueblo. su pueblo; el vino de la
eucaristía.

BARCA LLAMA DE FUEGO

La Iglesia en el mundo. Espíritu Santo en el día


de Pentecostés.

LA IGLESIA Y SU MISIÓN

_ El comienzo
El comienzo del cristianismo fue muy humilde. El libro de los Hechos nos habla de apenas 120
personas en una casa de Jerusalén. Realmente un comienzo pequeño. Sin embargo, a partir de aquel
puñado de creyentes llenos del Espíritu Santo, muy pronto el testimonio cristiano se esparciría a lo
largo y a lo ancho del Imperio Romano y más allá también, en todas direcciones. Si bien Hechos no
registra la expansión del cristianismo a las diferentes regiones representadas en Pentecostés (Partia,
Media, Elam, Mesopotamia y Libia), sí hay testimonios del arribo temprano de la fe cristiana a estos
lugares como también a Asia Menor (Capadocia, Ponto, Asia, Frigia y Panfilia), a África del Norte
(Egipto y Cirene), Roma, Creta, Arabia, entre otras regiones. De modo que, en las décadas
inmediatas después de Pentecostés, el movimiento cristiano se esparció ampliamente tanto dentro
como fuera del Imperio Romano.

De los relatos de los viajes misioneros de Pablo y de referencias en sus epístolas, sabemos que
el evangelio fue llevado a Macedonia, Acaya y posiblemente también a España. Esta rápida
expansión ocurrió dentro de los primeros 35 años después de la muerte de Cristo. No obstante,
desconocemos con precisión el grado de penetración en estas áreas o cualquier extensión más allá
de ellas, hacia fines del primer siglo. La Primera Carta de Pedro habla de cristianos en Bitinia, Ponto
y Capadocia. También se habla de cristianos en Tiro y Sidón, y muchas otras partes.
Para el año 240, Orígenes decía que las profecías del Antiguo Testamento se estaban
cumpliendo y que el cristianismo se estaba transformando en una religión mundial. Según él señala,
en su Comentario sobre Ezequiel: “Con la venida de Cristo, la tierra de Bretaña acepta la creencia en
el único Dios. Así también los moros de África. Así también todo el globo. Ahora hay iglesias en las
fronteras del mundo, y toda la tierra grita de gozo al Dios de Israel.”

_ El avance
¿Cómo ocurrió este extraordinario avance? ¿Quiénes fueron sus protagonistas? Los
documentos del Nuevo Testamento y de la primera literatura cristiana nos ofrecen suficientes
testimonios como para ilustrar este proceso asombroso. Sobre todo, nos muestran cómo, bajo la
conducción del Espíritu Santo, apóstoles, obispos o pastores, evangelistas y misioneros itinerantes,
apologistas, y creyentes anónimos proclamaron las buenas nuevas del evangelio y llevaron su
mensaje hasta pueblos remotos.

El ministerio de los apóstoles. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a los primeros
en asumir la responsabilidad de llegar con el evangelio “hasta lo último de la tierra”. Lucas, el primer
historiador cristiano y autor de Hechos, describe los primeros pasos del avance del cristianismo
siguiendo el bosquejo trazado por Jesús antes de ascender a los cielos (Hch. 1:8). El cuadro que sigue
resume las tres etapas principales del ministerio o misión de los apóstoles, según Hechos.

CUADRO 9 - TRES ETAPAS DE LA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES

TRES ETAPAS FIGURAS CENTRALES - EVENTOS - PROGRESO

1. Testimonio “en Jerusalén” (Hechos 1–5) - TESTIMONIO A JUDIOS Y PROSELITOS

Los doce con Pedro y Juan como centrales. Sus


oyentes eran hombres que provenían de 14
áreas diferentes, 5 en Oriente y 2 en África. Tres
mil se convierten en un día. Los números pronto
ascienden a cinco mil.

2. Testimonio “en toda Judea y Samaria” - TESTIMONIO A SAMARITANOS, GENTILES


(Hechos 6–12) ADHERENTES Y PAGANOS

Los Siete, con Esteban y Felipe como centrales.


Esteban fue martirizado y los líderes esparcidos
por Judea y Samaria. Pedro en Judea (Lida y
Jope), y Samaria (Cesarea). Pedro bautiza a un
soldado romano que era adherente del judaismo
y a su familia. Pedro es arrestado por Herodes,
escapa, y huye de Jerusalén.

3. Testimonio “hasta lo último de la tierra” - TESTIMONIO A LOS GENTILES


(Hechos 13–28)
Profetas y maestros de Antioquía comisionan a
Bernabé y Pablo. Pablo es central. Los tres viajes
misioneros de Pablo, su arresto en Jerusalén, su
defensa en Cesarea y su arribo a Roma.

Como indica Foster: “Cuando consideramos al libro de los Hechos de los Apóstoles en su
totalidad, … podemos ver estas tres etapas no sólo como movimientos de un área a otra, sino como
una ampliación del alcance misionero.” El hecho más grande que narra el libro de los Hechos fue la
misión a los gentiles, encarada por el apóstol Pablo, porque esto cambió los destinos del
cristianismo, que se transformó de esta manera en una religión verdaderamente universal o
mundial. Pablo fue el instrumento que el Señor utilizó para dirigir a la Iglesia hacia esta orientación
universal de su servicio y ministerio, que es tan característica y propia del cristianismo. No obstante,
la expansión apostólica de la fe cristiana fue la visión central que gobernó las decisiones y acciones
de los primeros cristianos.

Eusebio de Cesarea: “Los santos apóstoles y discípulos de nuestro Salvador fueron


esparcidos por todo el mundo. Tomás, nos cuenta la tradición, fue elegido para Partia,
Andrés para los escitas, Juan para Asia, donde permaneció hasta su muerte en Éfeso. Pedro
parece haber predicado en Ponto, Galacia y Bitinia, Capadocia y Asia, a los judíos de la
Dispersión. Finalmente, vino a Roma donde fue crucificado, cabeza abajo según su propio
pedido. ¿Qué se necesita decir de Pablo, quien desde Jerusalén hasta tan lejos como Ilírico
predicó en toda su plenitud el evangelio de Cristo, y más tarde fue martirizado en Roma
bajo Nerón?”

No es muy claro cuál fue el campo de labor apostólica de cada uno de los primeros apóstoles, y
al evaluar esto conviene tener en cuenta lo que observa Latourette, cuando dice: “La tradición
posterior que narra las actividades de varios miembros del grupo original de los Doce Apóstoles en
partes del mundo bien diferentes no se ha probado que tenga base alguna en los hechos.” Se dice
que Bartolomé llevó el Evangelio de Mateo a la India, adonde también llegó Tomás después de
ministrar en Partia. La tradición en cuanto a Mateo es más bien confusa. Se dice que predicó primero
a su propio pueblo y más tarde en tierras extranjeras. Jacobo el hijo de Alfeo parece haber ido a
Egipto, mientras que se informa que Tadeo fue misionero en Persia. Egipto y Bretaña se mencionan
como campos de misión de Simón el Zelote, mientras que también hay reportes de su ministerio en
Persia y Babilonia. Se le atribuye al evangelista Juan Marcos haber fundado la iglesia en Alejandría.
El ministerio de los obispos y/o pastores. Además de los apóstoles, hubo muchos otros que
llevaron adelante esta misión. Entre ellos, los obispos o pastores que son considerados por Eusebio
de Cesarea como los “sucesores de los apóstoles.” En la historia del cristianismo muchos de ellos
son conocidos también como Padres Apostólicos. Ellos fueron los autores de los primeros escritos
cristianos después de los apóstoles. Se los llama “Padres” porque este término se aplicaba al
maestro, ya que en el uso de la Biblia y del cristianismo primitivo los maestros son considerados
como los padres espirituales de sus alumnos (1 Co. 4:15). El nombre de “apostólicos” deriva del
hecho de que fueron discípulos directos o indirectos de alguno de los Doce. Entre los Padres
Apostólicos más importantes cabe mencionar:

Clemente de Roma (30–100), fue el tercer obispo de Roma, ente los años 91–100. Eusebio
(siguiendo a Orígenes) lo identifica con el Clemente de Filipenses 4:3. Eusebio menciona y cita el
texto de la carta que Clemente “escribió en nombre de la iglesia romana” a la iglesia de Corinto y la
califica de “epístola grande y maravillosa.” También dice que esta epístola “es leída desde tiempos
antiguos hasta nuestros días en las iglesias.” En esta carta Clemente enfatiza la idea de la sucesión
apostólica, doctrina que más tarde sería fundamental para la Iglesia Católica Romana. Clemente
escribió esta carta para hacer frente a un conflicto generado en la iglesia de Corinto, allá por el año
95. Por las expresiones de Clemente, parece ser que la iglesia en aquella ciudad no había aprendido
muy bien las lecciones que Pablo quiso enseñarles a través de sus varias cartas. Este notable obispo
de Roma murió mártir bajo la persecución de Domiciano.

Ignacio de Antioquia (m. 117) sirvió como obispo de Antioquía de Siria hasta que fue arrestado
allí y enviado bajo custodia a Roma, donde fue martirizado durante el reinado del emperador
Trajano. Durante el viaje escribió cartas a varias iglesias de Asia Menor y a la iglesia en Roma,
alentando a los creyentes en su fe y combatiendo a aquellos judíos cristianos que a él le parecía
restringían el significado y la práctica del evangelio cristiano con sus enseñanzas y prácticas
judaizantes. También atacó a otros (quizás los mismos judaizantes) que no podían aceptar la
realidad de la encarnación de Cristo y sus sufrimientos, y en consecuencia se inclinaban a las
doctrinas del docetismo. Ignacio fue un gran defensor de la fe y se opuso especialmente a las
herejías gnósticas. Sus cartas conocidas son: A los Efesios, A los Magnesios, A los Tralianos, A los
Romanos, A los Filadelfos, A los Esmirnenses, y una carta A Policarpo. En su carta A los Romanos,
Ignacio habla con gran entusiasmo de su inminente martirio en Roma, y lo hace en términos que
hoy nos sorprenden.

Ignacio de Antioquía: “Ojalá que disfrute de las bestias que están preparadas para mí, y
ruego hallarlas ya prontas contra mí. Hasta voy a acariciarlas para que sin demora me
devoren, y no (me suceda) como a algunos a quienes, intimidadas, no tocaron. Y si ellas se
resistieren, yo mismo las provocaré. ¡Perdonadme! Yo sé lo que me aprovecha. Ahora
empiezo a ser discípulo de Cristo. ¡Que nada de las cosas visibles o invisibles me tenga celos,
por llegar a Jesucristo! ¡Que fuego o cruz, manadas de bestias, (amputaciones,
desmembraciones), descoyuntamiento de los huesos, miembros cortados, tormentos de
todo el cuerpo, crueles azotes del diablo vengan sobre mí, con tal de llegar a Jesucristo!”
Policarpo de Esmirna (69–155) fue obispo de Esmirna en Asia Menor y discípulo del apóstol Juan,
y un destacado evangelista. Éste es el Policarpo, que tan profundamente había impresionado al
joven Ireneo con su predicación. En razón de su fidelidad, llegó a ser venerado como un testigo
viviente de la era apostólica a lo largo de la primera mitad del siglo segundo. Policarpo compiló y
preservó las epístolas de Ignacio y escribió una epístola A los Filipenses. Vivió hasta una edad
avanzada, diciendo en el juicio previo a su martirio que había servido a Cristo por 86 años. Fue
martirizado en el año 155–156, bajo el emperador Antonino Pío. Tenemos el relato de su martirio,
que tiene la forma de una carta encíclica de la iglesia de Esmirna, y que fue probablemente escrita
por testigos oculares del mismo. El relato es sumamente conmovedor y refleja la grandeza espiritual
de este gran pastor.

Actas del martirio de Policarpo: “Cuando Policarpo entró en el estadio, habló una voz del
cielo: ‘¡Sé fuerte, sé hombre, Policarpo!’ Nadie vio al que hablaba, mas oyeron la voz
cuantos estaban presentes de los nuestros.…

Llevado ante el procónsul, éste le preguntó si era Policarpo. A su respuesta afirmativa,


le instaba a renegar de su fe, diciéndole: ‘¡Apiádate de tu vejez!’ y otras cosas por el estilo,
como es su costumbre en tales procedimientos, como: ‘¡Jura por la fortuna de César!
¡Conviértete! Di: ¡Mueran los ateos!’ Entonces Policarpo, volviéndose con semblante
sombrío hacia toda esa muchedumbre de impíos paganos apiñada en el estadio, extendió
hacia ellos su mano y mirando al cielo, con un suspiro dijo: ‘¡Mueran los ateos!’

Luego el procónsul insistió más y dijo: ‘¡Jura y te absolveré! ¡Blasfema a Cristo!’ Le


repitió Policarpo: ‘Durante ochenta y seis años he servido a Cristo y nunca me hizo mal
alguno. ¿Cómo puedo blasfemar de mi Rey que me salvó?’ Pero como el otro insistía aún,
diciéndole: ‘¡Jura por la fortuna del César!’, contestó: ‘Si te impulsa la vanagloria a hacerme
jurar por la fortuna del César, según tus palabras, y estás fingiendo ignorar quién soy,
escucha mi franca confesión: ¡soy cristiano! Si empero quieres conocer la razón de la fe
cristiana, ¡dame un día y óyeme!’

El procónsul le dijo: ‘Te entregaré como pasto de las llamas, si es que las bestias te
parecen poco, y si no cambias de actitud.’ Policarpo le contestó: ‘Me amenazas con un fuego
que arde una hora y pronto se apaga, porque no conoces aquel fuego del juicio venidero y
del eterno suplicio que espera a los impíos. Pero, ¿para qué más demora? ¡Haz lo que
quieras!’ ”

El ministerio de evangelistas y misioneros itinerantes. Además de los apóstoles y pastores hubo


muchos otros que llevaron adelante la misión cristiana. Los documentos del Nuevo Testamento
ilustran la efectividad del ministerio evangelizador y misionero de muchos, que yendo de lugar en
lugar ganaban a nuevos creyentes y plantaban iglesias. En los primeros siglos muchos evangelistas
y misioneros itinerantes iban de comarca en comarca proclamando el evangelio tal como lo habían
hecho los Setenta (Lc. 10:1–24), Felipe (Hch. 8), y otros anteriormente. Conforme la indicación de
Jesús, estos predicadores itinerantes vivían de lo que los creyentes locales les daban para su
sustento y se alojaban en sus casas, mientras cumplían su ministerio en cada localidad. Fue
inevitable que muy pronto se cometieran abusos y que algunos de estos predicadores itinerantes
cumplieran su ministerio por “ganancia deshonesta” (1 Ti. 3:3; Tit. 1:10–11; 1 P. 5:2). Leyendo los
documentos del Nuevo Testamento se perciben los problemas que provocaban algunos de estos
ministerios itinerantes falsos o con motivos equivocados.

La Didaché es un pequeño opúsculo de fines del primer siglo, que gozó de gran autoridad como
manual de eclesiología, al punto que compitió seriamente con los escritos canónicos del Nuevo
Testamento en la preferencia de los primeros cristianos. El documento pretende basar su enseñanza
en los apóstoles, y por eso se lo conoce también como Doctrina de los Doce Apóstoles. La obra se
presenta como una síntesis moral, litúrgica y disciplinaria. Es posible haya sido utilizada para la
educación cristiana de los catecúmenos. La Didaché advierte sobre el ministerio itinerante de
algunos evangelistas falsos o deshonestos.

Didaché “En cuanto a los apóstoles y profetas, procedan así conforme al precepto del
evangelio: todo apóstol que llegue a ustedes ha de ser recibido como el Señor. Pero no se
quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un falso profeta. Al
partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje.
Si pidiere dinero, es un falso profeta. Y a todo profeta que hable en espíritu, no le tienten ni
pongan a prueba. Porque todo pecado se perdonará; mas este pecado no será perdonado.
Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres
del Señor. Pues, por las costumbres se conocerá al seudo profeta y al profeta. Y ningún
profeta, disponiendo la mesa en espíritu, comerá de la misma, de lo contrario, es un falso
profeta. Pero todo profeta que enseña la verdad, y no hace lo que enseña, es un profeta
falso. Todo profeta, sin embargo, probado y auténtico, que obra para el misterio cósmico
de la Iglesia, pero no enseña a hacer lo que él hace, no ha de ser juzgado por ustedes. Su
juicio corresponde a Dios. Porque otro tanto hicieron los antiguos profetas. Mas quien dijere
en espíritu: Dame dinero, u otra cosa semejante, no lo escuchen. Si, empero, les dice que
den para otros menesterosos, nadie lo juzgue.”

No obstante, fueron mucho más numerosos los evangelistas y misioneros que cumplieron su
ministerio con poder de lo alto y gran efectividad. Entre los más destacados cabe mencionar a
algunos que no sólo proclamaron la palabra acompañando el mensaje con señales y milagros, sino
también con una profunda reflexión teológica y enseñanza de la sana doctrina.

Cuadrato de Atenas (c. 130) fue un gran evangelista, según Eusebio, al igual que Panteno de
Sicilia (c. 200). Del segundo se dice que se convirtió del paganismo al cristianismo y se involucró muy
pronto en un ministerio de predicación misionera. Hizo un viaje a la India con la idea de ganar a las
castas superiores para la fe cristiana. Desde alrededor del año 180 se estableció en Alejandría,
donde enseñó y sirvió como el primer director de la escuela catequética en aquella ciudad de Egipto.
Entre sus discípulos estuvieron destacados teólogos de la antigüedad, como Clemente de Alejandría
y Alejandro de Jerusalén.

Eusebio de Cesarea: “Para ese tiempo, Panteno, un hombre altamente distinguido por su
erudición, estaba a cargo de la escuela de los fieles en Alejandría. Una escuela de erudición
sagrada, que continúa hasta nuestro día, fue establecida allí en tiempos antiguos, y tal como
se nos ha informado, fue administrada por hombres de gran habilidad y celo por las cosas
divinas. Entre estos se informa que Panteno en ese tiempo fue especialmente conspicuo, ya
que había sido educado en el sistema filosófico de aquellos llamados estoicos. Ellos dicen
que él manifestó tal entusiasmo por la palabra divina, que fue designado como heraldo del
evangelio de Cristo a las naciones del Este, y fue enviado hasta tan lejos como la India.
Porque realmente todavía había muchos evangelistas de la Palabra que procuraban
ardientemente utilizar su celo inspirado, siguiendo los ejemplos de los apóstoles, para el
incremento y edificación de la Palabra divina. Panteno fue uno de éstos, y se dice que él fue
a la India. Y se informa que entre personas allí que conocían a Cristo, él encontró el Evangelio
según Marcos, que había anticipado su propio arribo. Puesto que Bartolomé, uno de los
apóstoles, les había predicado, y había dejado con ellos el relato de Mateo en la lengua
hebrea, que ellos preservaron hasta ese tiempo. Después de muchas buenas acciones,
Panteno finalmente llegó a ser la cabeza de la escuela en Alejandría, y expuso los tesoros
de la doctrina divina tanto de manera oral como por escrito.”

El ministerio de los apologistas. Los apologistas fueron defensores de la fe cristiana durante el


siglo II, que enseñaron y escribieron contra las acusaciones populares y otros ataques más
sofisticados, especialmente por parte de representantes del judaísmo y el politeísmo. Estos
escritores, mayormente en lengua griega, se propusieron defender la verdad y posición de la fe
cristiana frente a las filosofías, religiones y planteos políticos de sus días. Muchos de sus escritos
estuvieron dedicados a los emperadores, pero sus interlocutores fueron mayormente las personas
educadas de sus días. Algunos de los apologistas más famosos fueron los siguientes.

Arístides de Atenas (76–138) fue un filósofo ateniense cristiano, que presentó al emperador
Antonino Pío una defensa del cristianismo, alrededor del año 140. Eusebio menciona a Arístides
como “un creyente fervientemente devoto a nuestra religión, que dejó, al igual que Cuadrato, una
apología de la fe, dirigida a Adriano.” Evidentemente, Eusebio se equivocó en cuanto al destinatario
de la Apología, pero no en cuanto a la calidad y compromiso cristiano de su autor. Jerónimo dice
que la apología de Arístides estaba llena de pasajes de escritos de los filósofos, y que Justino, más
tarde, hizo bastante uso de ella. Su obra muestra una fuerte influencia paulina. La Apología de
Arístides es la más antigua que se conserva.

Arístides de Atenas: “Los cristianos conocen y confían en Dios. Apaciguan a quienes los
oprimen y los hacen sus amigos, hacen bien a sus enemigos. Sus esposas son virtuosas y sus
hijas modestas; sus hombres se abstienen de casamientos ilícitos y de toda deshonestidad.
Si tienen siervos o niños los persuaden a hacerse cristianos por el amor que a ellos tienen;
y cuando lo son, los llaman sin distinción hermanos; se aman los unos a los otros. No
rehuyen ayudar a las viudas. Rescatan al huérfano de los que le hacen violencia. El que tiene
da al que no tiene. Si ven a un forastero, lo llevan a su casa y se regocijan como un verdadero
hermano; no se llaman hermanos por el parentesco, sino por el Espíritu de Dios. Si entre
ellos hay alguno pobre y necesitado y no tienen bocado que darle, ayunarán dos o tres días
para proporcionarle el alimento necesario. Escrupulosamente obedecen los mandatos del
Mesías. Todas las mañanas y a cada hora dan gracias y alaban a Dios por su amorosa bondad
hacia ellos; por ellos fluye todo lo bello que hay en el mundo. Pero las buenas acciones que
ellos hacen no las proclaman a los oídos de las multitudes y tienen cuidado de que ninguno
las perciba. Así es como ellos trabajan para ser rectos. Verdaderamente ésta es gente nueva
y hay algo de divino en ellos.”

Ya hemos citado a Justino Mártir (114–165), el más grande de los apologistas del siglo II. Justino
nació en Flavia (Neápolis). Desde joven quiso conocer a Dios de manera personal. Así fue como
recorrió los caminos del estoicismo, la filosofía de los peripatéticos y pitagóricos, y por último, el
platonismo, pero sin encontrar satisfacción para su búsqueda de la verdad. Cierto día, mientras
caminaba por la playa, se encontró con un anciano que lo convenció de la verdad del cristianismo.
Se convirtió a la nueva fe, a la que defendió con todo el bagaje de su experiencia intelectual. Justino
había estudiado como filósofo antes de hacerse cristiano, y como cristiano continuó vistiendo la
toga de filósofo, de modo que enseñó el cristianismo como la filosofía verdadera.

De sus obras sólo sobreviven las Apologías (primera y segunda), y el Diálogo con Trifón el judío.
Parece que Eusebio conoció también otras obras de este gran apologista. Sus Apologías son
defensas de la fe cristiana contra la persecución y las sospechas que parecían justificar tal
persecución. Están dirigidas al emperador, el senado y el pueblo de Roma. Su Diálogo con Trifón es
una larga y estilizada discusión sobre la interpretación de las Escrituras, en la que Justino justifica la
interpretación “profética” de la Biblia contra los argumentos del judío Trifón. Sus otras obras
estaban dirigidas contra herejes, especialmente Marción y los gnósticos, y parecen haber incluido
algunos tratados filosóficos. Justino fue muy influido por la filosofía platónica de sus días, en la que
él veía muchos paralelos con el cristianismo. Fue martirizado entre el 162 y 168. El relato de su
martirio ha llegado a nuestros días y es conmovedor.

El martirio de los santos mártires: “Rusticus el prefecto dijo: ‘¿Dónde se reúnen?’ Justino
dijo: ‘Donde cada uno escoge y puede: ¿acaso te imaginas que todos nosotros nos reunimos
exactamente en el mismo lugar? De ningún modo; porque el Dios de los cristianos no está
circunscrito por un lugar; pero siendo invisible, él llena los cielos y la tierra, y es adorado y
glorificado por los fieles.’ Rusticus el prefecto dijo: ‘Dime, ¿dónde se reúnen, o en qué lugar
juntan a sus seguidores?’ Justino dijo: ‘Vivo escaleras arriba de un tal Martinus, cerca del
Baño Timiotinio; y durante todo este tiempo (y ahora estoy viviendo en Roma por segunda
vez) ignoro de cualquier otro lugar de reunión que el de él. Y si alguien deseaba venir a mí,
le comunicaba las doctrinas de la verdad.’ Rusticus dijo: ‘Entonces, ¿no eres un cristiano?’
Justino dijo: ‘Sí, yo soy un cristiano.’ … Rusticus el prefecto dijo: ‘Entonces vayamos a la
cuestión que tenemos por delante, y … ofrezcan sacrificio de buena voluntad a los dioses.’
Justino dijo: ‘Ninguna persona en su sano juicio abandona la piedad por la impiedad.’
Rusticus el prefecto dijo: ‘A menos que obedezcan, serán castigados sin misericordia.’
Justino dijo: ‘Por medio de la oración podemos ser salvos por nuestro Señor Jesucristo, aun
cuando hayamos sido castigados, porque esto se tornará para nosotros en salvación y
confianza en el juicio más temible y universal de nuestro Señor y Salvador.’ Lo mismo dijeron
los otros mártires: ‘Haz lo que quieras, porque nosotros somos cristianos, y no
sacrificaremos a los ídolos’.”

Hay un apologista anónimo, el autor de la Carta a Diogneto (c. 170). Esta carta es una apología
cuyo autor y fecha de composición son desconocidos. Está dirigida al filósofo estoico Diogneto,
quien fuera maestro del emperador Marco Aurelio (161–180). En doce breves capítulos, la carta
presenta una de las más bellas y nobles apologías cristianas de su tiempo. El autor demuestra la
necedad de la adoración a los ídolos y expone el carácter de la fe cristiana.

Carta a Diogneto: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra
natal, ni por su idioma, ni por sus instituciones políticas. Es a saber que no habitan en
ciudades propias y particulares, no hablan una lengua inusitada, no llevan una vida extraña.
Tampoco su orden de vida ha sido inventado por el estudio ingenioso de hombres curiosos;
no patrocinan un sistema filosófico humano, como hacen algunos. Moran en ciudades
griegas y bárbaras, según la suerte se lo depara a cada uno. Siguen las costumbres
regionales en el vestir y en el comer, y en las demás cosas de la vida. Mas, con todo esto,
muestran su propio estado de vida, según la opinión común, admirable y paradójico.

Viven en su patria, mas como si fuesen extranjeros. Participan de todos los asuntos
como ciudadanos, mas lo sufren todo pacientemente como forasteros. Toda tierra extraña
es patria de ellos; y toda patria, tierra extraña. Contraen matrimonio, como todos. Crían
hijos, mas no los echan a perder. Tienen en común la mesa, mas no el lecho. Viven en la
carne, mas no según la carne. Moran en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y con su vida particular sobrepujan a las leyes. Aman a
todos y de todos son perseguidos. Son desconocidos, pero condenados. Los matan, y con
ello les dan vida. Son mendigos y enriquecen a muchos. Sufren penuria de todo y abundan
en todas las cosas. Son despreciados y en la deshonra hallan su gloria.”

Otro gran apologista fue Atenágoras (c. 177), un filósofo ateniense que se convirtió al
cristianismo mientras leía la Biblia con el propósito de refutarla. Fue antecesor de Panteno en la
escuela catequética de Alejandría y el más capaz de todos los apologistas griegos. Escribió muchos
libros, la mayoría de ellos ahora perdidos. No obstante, de todas sus obras se conservan su Apología
y un Tratado sobre la resurrección, que dan evidencia de su habilidad como escritor y de su rica
cultura. Atenágoras presentó su Apología a los emperadores Aurelio y Cómodo en el año 177.

Minucio Félix (m. 180) fue un abogado romano y el primer apologista que escribió en latín. Su
obra lleva el título de Octavio, ya que éste era el nombre del protagonista cristiano que discute con
un pagano. La obra consiste en una discusión acerca del paganismo y el cristianismo. El libro está
dividido en diez capítulos, que son muy atractivos en razón de su lenguaje fácil y fluido. Lo más
interesante de todo el diálogo es que el pagano repite los rumores que circulaban acerca de los
cristianos en los sectores populares, y esto nos da una idea de la opinión de la gente en el Imperio
Romano acerca de los cristianos.
Minucio Félix: “Oigo que, persuadidos por alguna convicción absurda, ellos adoran la cabeza
de un asno, la más baja de todas las criaturas.… El relato acerca de la iniciación de los nuevos
miembros es tan detestable como es bien conocido. Un niño, cubierto con harina, en orden
a engañar a los desprevenidos, es colocado delante de aquél que es iniciado en los misterios.
Engañado por esta masa de harina, que le hace creer que sus golpes no causan daño, el
neófito mata al infante.… Ellos ávidamente lamen la sangre de este niño y discuten sobre
cómo compartir sus miembros. Por esta víctima hacen pacto entre ellos, ¡y es por causa de
su complicidad en este crimen que guardan un silencio mutuo!

Todo el mundo sabe acerca de sus banquetes, y se habla de éstos en todas partes.… En
los festivales se reúnen para una fiesta con sus hijos, sus hermanas, sus madres, gente de
ambos sexos y de toda edad. Después de comer su porción, cuando la excitación de la fiesta
está al máximo y su ardor borracho ha inflamado las pasiones incestuosas, provocan a un
perro que ha estado atado a una lámpara de pie para que salte, arrojándole un pedazo de
carne más allá del alcance de la cuerda que lo sujeta. Apagándose de esta manera la luz que
podía haberlos traicionado, se abrazan los unos a los otros, y con quien sea. Si en los hechos
esto no ocurre, sí pasa por sus mentes, dado que éste es su deseo.”

Por último, mencionaremos a Teófilo de Antioquía (130–190). Teófilo nació en un hogar pagano
y se convirtió por el estudio cuidadoso de las Escrituras. En 168 fue nombrado obispo de Antioquía
y se destacó como apologista. Escribió varias obras contra las herejías de sus días, comentarios de
los Evangelios y del libro de Proverbios. Lo único que nos queda de su producción literaria son tres
libros apologéticos, que están dirigidos a su amigo Autólico.

El ministerio de creyentes anónimos. Quienes más hicieron por la rápida expansión de la fe


cristiana fueron los innumerables creyentes anónimos que viajaban predicando y estableciendo
nuevas iglesias allí donde iban. La inmensa mayoría nos es desconocida, si bien a algunos pocos los
conocemos por nombre (por ejemplo, Aquila y Priscila, Hch. 18). En general, estos creyentes
anónimos eran personas de muy poca educación y muchos de ellos eran esclavos. Su falta de
notoriedad social los constituía en el objeto de la burla de las personas más educadas o de rango
social más alto, que consideraban la fe de ellos como una superstición peligrosa y despreciable. El
filósofo pagano Celso nos da testimonio de cómo funcionaba, según su opinión, el ministerio de
estos creyentes anónimos.

Celso: “Vemos en casas privadas a tejedores, zapateros, campesinos ignorantes. Ellos no se


atreverían a abrir sus bocas con personas mayores allí, o frente a su amo más sabio. Pero
van a los niños, o a cualesquiera de las mujeres que son ignorantes como ellos mismos.
Entonces derraman maravillosas declaraciones: ‘No deben prestar atención a su padre o a
sus maestros. Obedezcan a nosotros. Ellos son necios y estúpidos. Ellos ni conocen ni
pueden hacer nada realmente bueno. Sólo nosotros conocemos cómo deben vivir los
hombres. Si ustedes, niños, hacen como nosotros decimos, serán felices ustedes mismos y
harán feliz también a su hogar.’
Mientras están hablando, ven venir a uno de los maestros de la escuela o incluso al
padre mismo. Así que murmuran: ‘Con él aquí no podemos explicar. Pero si quieren, pueden
venir con las mujeres y sus compañeros de juego a los aposentos de las mujeres, o del
tejedor, o a la lavandería, de modo que puedan obtener todo lo que hay.’ Con palabras
como éstas, ellos los conquistan.”

Sin embargo, fue el testimonio comprometido de estos miles de creyentes simples pero llenos
del poder del Espíritu Santo, el factor que explica el explosivo crecimiento del cristianismo en los
dos primeros siglos. Se estima que hacia principios del segundo siglo solamente en el ámbito del
Imperio Romano el número de cristianos llegaba a cerca del millón de personas. El celo de estos
creyentes anónimos y su disposición de proclamar el evangelio del reino se destacaron por encima
de cualquier otra característica de su vida religiosa.

Orígenes de Alejandría: “… los cristianos no descuidan, hasta donde depende de ellos,


tomar medidas para diseminar su doctrina por todo el mundo. Algunos de ellos,
consiguientemente, han hecho de esto su ocupación al viajar no sólo a través de ciudades,
sino incluso villas y casas de campo, con el fin de poder hacer convertidos para Dios. Y nadie
sostendría que ellos hacen esto por causa de ganancia, cuando a veces ellos no aceptan
incluso el sustento necesario.”

Muchos de estos testigos predicaron más con la calidad de sus vidas transformadas, que con la
profundidad de su teología. Este hecho fue precisamente el argumento preferido de los apologistas
en sus defensas de la fe cristiana. Cabe recordar que, en general, los apologistas escribieron y
dirigieron sus obras a paganos y enemigos del cristianismo. En su argumentación en contra de las
acusaciones de Celso, Orígenes afirma: “Si alguien desea ver a hombres que trabajan por la salvación
de otros, en un espíritu como el de Cristo, que tome nota de aquellos que predican el evangelio de
Jesús en todas las tierras.… Hay muchos Cristos en el mundo.”

Justino Mártir: “Él [Jesús] nos ha exhortado a que, con paciencia y mansedumbre,
conduzcamos a todos los hombres fuera de la vergüenza y el amor al mal. Y esto realmente
lo podemos mostrar en el caso de muchos que alguna vez eran de vuestra manera de
pensar, pero han cambiado su disposición violenta y tiránica, siendo vencidos ya sea por la
constancia que han visto en las vidas de sus vecinos [cristianos], o por la extraordinaria
paciencia que han observado en sus compañeros de viaje [cristianos] al ser defraudados, o
por la honestidad de aquellos con los que han hecho negocios.”

Otros dieron testimonio a través de su sufrimiento por Cristo. Jesús fue bien claro cuando
estableció la condición para el discipulado cristiano: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y
todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lc. 9:23–24). Muchos cristianos en la
antigüedad interpretaron estas palabras como refiriéndose a estar dispuestos a padecer todo tipo
de sufrimiento e incluso la muerte misma, por amor al Señor. Algunos sufrieron por confesar a Cristo
como Salvador y Señor, y se los llamó “confesores.” Otros murieron por hacerlo, y se los llamó
“mártires” (del griego martures, testigos). La mayoría de los creyentes de estos primeros siglos
entendió bien que la mejor manera de confesar “Creo en Cristo” es estar dispuesto a morir por él.
Entre miles de estos testigos estuvo Basílides, un oficial del ejército romano en Alejandría allá por
el año 210, que condujo a una mujer cristiana, Potamiaena, a su ejecución, y luego fue mártir él
mismo al convertirse a la nueva fe gracias al testimonio de ella.

Eusebio de Cesarea: “Acto seguido, ella [Potamiaena] recibió inmediatamente la sentencia,


y Basilides, uno de los oficiales del ejército, la condujo a la muerte. Pero mientras el pueblo
intentaba molestarla e insultarla con palabras abusivas, él empujó hacia atrás a quienes la
insultaban, mostrándole mucha piedad y bondad. Y percibiendo la simpatía del hombre por
ella, ella lo exhortó a ser valiente, porque ella suplicaría al Señor por él después de su
partida, y él pronto recibiría una recompensa por la bondad que le había mostrado.
Habiendo dicho esto, noblemente soportó el tormento, mientras le derramaban brea
ardiendo poco a poco sobre varias partes de su cuerpo, desde la planta de sus pies hasta la
corona de la cabeza.…

No mucho después de esto, Basílides, cuando sus compañeros soldados le pidieron que
jurara por una cierta cuestión, declaró que no podía jurar bajo ninguna circunstancia,
porque él era cristiano, y confesó esto abiertamente. Al principio ellos pensaron que estaba
bromeando, pero cuando él continuó afirmándolo, fue llevado ante el juez, y, reconociendo
su convicción delante de él, fue puesto en prisión. Cuando los hermanos en Dios lo visitaron
y le preguntaron la razón para esta repentina y sorprendente resolución, se dice que él
declaró que durante tres días después de su martirio, Potamiaena se paró a su lado en la
noche y colocó una corona sobre su cabeza, y dijo que había orado al Señor por él y había
obtenido su pedido, y que pronto ella lo pondría a su lado. Acto seguido, los hermanos le
dieron el sello del Señor [bautismo]; y al día siguiente, después de dar un glorioso testimonio
por el Señor, él fue decapitado.”

_ La organización
Los ministerios de la Iglesia se fueron organizando a lo largo de muchos siglos. Su origen y
desarrollo es bastante oscuro. Los términos que se usan en el Nuevo Testamento y en los
documentos sub-apostólicos para referirse a los diversos ministerios son muy variados y el mismo
vocablo no siempre tiene el mismo significado, que depende del lugar y el período. La organización
de la iglesia en tiempos del Nuevo Testamento era totalmente diferente de la organización de las
iglesias hoy.

La organización de la Iglesia era muy simple. No había una jerarquía eclesiástica. La iglesia era
una comunidad carismática, en la que algunos hermanos cumplían ciertas funciones más
específicas. Cada comunidad era autónoma, libre y con una autoridad local centrada en la voluntad
de la asamblea, y expresada a través del consenso de sus miembros. No había distinción alguna
entre clérigos y laicos, sino que cada creyente se sentía responsable por el testimonio y el servicio
cristianos.
Los primeros desarrollos en la organización de la Iglesia ocurrieron conforme las características
culturales impuestas por los diversos contextos y sobre todo por la demanda de testificar el
evangelio con efectividad en los mismos. En este sentido, hay dos contextos que considerar. Por un
lado, la comunidad palestinense, es decir, aquella que se desarrolló en Palestina, especialmente en
torno a la ciudad de Jerusalén y su influencia. La comunidad cristiana primitiva en esta tradición
tenía una organización doble. El primer liderazgo estaba constituido por el grupo de los Doce, que
se remontaba al ministerio terrenal de Jesús (Mr. 3:16–19), y cuyo número se completó después de
la muerte de Judas (Hch. 1:15–16). Este liderazgo colectivo administraba la comunidad palestinense
de lengua hebrea (aramea). El segundo liderazgo estaba representado por el grupo de los Siete,
inspirados por Esteban (Hch. 6:1–6), que cuidaba de la comunidad que había emergido del judaísmo
helenista y que hablaba griego.

Por otro lado, encontramos la comunidad de la diáspora. La persecución que siguió al martirio
de Esteban resultó en la dispersión de los judíos helenistas, que se hicieron misioneros. A partir de
aquí, surgieron diferentes formas de organización, que dependían del origen de la comunidad. La
comunidad en Jerusalén y otras derivadas del judaísmo se modelaron en base a la comunidad judía
por excelencia, la sinagoga. Al frente de estos grupos estaba un colegio de ancianos o presbíteros
(del griego presbúteros, anciano). Santiago (o Jacobo), el hermano de Jesús, era la cabeza en
Jerusalén (Hch. 15:13–21), probablemente una suerte de presidente del grupo de dirigentes
constituido por apóstoles y ancianos (Hch. 15:2, 4, 6, 22). Parece claro que los Doce fundaron varias
comunidades de este tipo en Judea, Samaria y las regiones vecinas.

La comunidad cristiana en Antioquía era de origen misionero y tuvo una doble organización. Por
un lado, un ministerio itinerante constituido por misioneros itinerantes (por ejemplo, 1 Co. 12:28),
que practicaban un ministerio carismático. Este tipo de ministerio itinerante parece haber sido toda
su vida y responsabilidad. Estos agentes misioneros eran apóstoles que no formaban parte del grupo
de los Doce (como Pablo y Bernabé). Como responsables de la tarea de evangelización y plantación
de iglesias, estos misioneros viajaban todo el tiempo. Por otro lado, había en Antioquía un ministerio
residente. Este ministerio estaba constituido por profetas, que exponían la palabra de Dios en las
congregaciones, y maestros, que eran una especie de rabinos que se especializaban en la enseñanza
de las Escrituras.

En el curso de sus viajes, los misioneros fundaban comunidades locales y nombraban a personas
responsables como cabeza de cada una de ellas. El liderazgo de estas comunidades locales, al menos
durante algún tiempo y en ciertas regiones, durante las primeras décadas de expansión cristiana en
el Imperio Romano, estaba constituido por obispos (sobreveedores) o presbíteros (ancianos). En
Tito 1:5, 7; 1 Timoteo 3:1–2 y 5:17–19, Pablo se refiere a estos líderes llamándolos indistintamente
obispos y/o ancianos. El primer vocablo enfatiza su función (sobreveer o supervisar la
congregación), mientras que el segundo indica la necesidad de madurez espiritual y experiencia.
También se mencionan a los diáconos, que tenían un ministerio de servicio también de orientación
pastoral, ya que se esperaba que ellos cumpliesen con los mismos requisitos que los obispos (1 Ti.
3:8–13). En Filipenses 1:1, Pablo hace referencia a ambas funciones ministeriales, “obispos y
diáconos.”
La tarea primordial de estos ministerios residentes era la de predicar, bautizar y presidir la
Eucaristía. En general, en todo el movimiento cristiano, obispos y presbíteros llegaron a cumplir
muchas de las funciones que eran llevadas a cabo por los sacerdotes de otras religiones. Todos los
ministros en la Iglesia eran dedicados al servicio mediante la imposición de manos, acompañada de
oración y ayuno (Hch. 6:6; 13:3; 1 Ti. 5:22). De todos modos, el Nuevo Testamento no es muy claro
en sus referencias a los diversos ministerios en la Iglesia. Es probable que haya habido una evolución
a lo largo del tiempo y que no se haya hecho lo mismo en todos los lugares. De hecho, da la
impresión como que había otras categorías o tipos de ministerios en algunas iglesias además de las
mencionadas. En Efesios 4:11, por ejemplo, se habla de “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores
y maestros,” lo cual representa una estructura carismática de ministerio.

_ La membresía
El concepto más difundido en las primeras comunidades cristianas era el de entender a la Iglesia
como la familia o casa (oikos) de Dios. En el mundo greco-romano, la familia era el núcleo de la
sociedad y su fundamento. El ingreso a la familia de la fe se producía después que la persona tomaba
una decisión de fe por Jesucristo y sellaba su compromiso con la comunidad mediante el bautismo.
Los derechos y deberes del miembro de la Iglesia, así como la disciplina a la que se sujetaba, estaban
directamente relacionados con el concepto del cuerpo de creyentes como una nueva familia, la
familia de Dios. En esta nueva unidad social básica, caracterizada por un nuevo pacto de fe con el
Creador, el líder (obispo o presbítero) poco a poco pasó a ocupar el papel del patriarca o padre de
familia. Por lo demás, la comunidad de fe estaba integrada y estructurada como cualquier familia
patriarcal de aquellos tiempos.

La gran masa de cristianos en los primeros dos siglos estaba constituida por esclavos. En el
Imperio Romano casi todo el trabajo, el especializado y el más duro, era hecho por esclavos. En el
mundo antiguo, la esclavitud de una forma u otra era un fenómeno universal. El famoso historiador
inglés Eduardo Gibbon indica que había 60 millones, lo que puede ser una exageración, aunque
refleja el alcance de este problema social. Pablo dice: “Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no
sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo y lo menospreciado escogió
Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co.
1:26–29). Si bien algunos cristianos pertenecían a las clases más privilegiadas e incluso algunos
pocos eran funcionarios de gobierno o de muy buena posición económica y social, la gran mayoría
eran esclavos o gente de condición muy humilde. El cristianismo no intentó abolir la esclavitud. El
mundo antiguo no podía concebir una sociedad sin esclavos. Pero los cristianos negaron firmemente
que la distinción entre esclavo y libre tuviera importancia para Dios (Gá. 3:28).

No obstante, había algunos cristianos en posiciones de prestigio y autoridad social. Hubo


discípulos de Jesús en lugares prominentes (Lc. 8:3). En la Iglesia primitiva, algunos creyentes fueron
personas de relevancia social, como Manaén (Hch. 13:1), “los de la casa de César” (Fil. 4:22), y el
procónsul Sergio Paulo en Chipre (Hch. 13:12). Hay otros testimonios de personas distinguidas fuera
de los documentos del Nuevo Testamento. Una sobrina de Domiciano, Domitila, esposa de un
cónsul, fue exiliada en el año 96 por ser cristiana (según Eusebio). Una catacumba o cementerio
cristiano en Roma lleva su nombre. El emperador Cómodo (180–192) fue influido positivamente por
una concubina cristiana de nombre Marcia. La madre del emperador Alejandro Severo (222–235),
Mamea, mandó una escolta a Orígenes en su viaje a Antioquía, donde él “se quedó con ella durante
algún tiempo y le mostró muchas cosas concernientes a la gloria del Señor y de la virtud del mensaje
divino.” Orígenes mismo escribió al emperador Felipe (244–249) y a su esposa porque oyó del
interés de ellos en el cristianismo.

Allá por el año 248 Orígenes decía que las falsas acusaciones contra los cristianos “ahora son
reconocidas, incluso por la masa del pueblo, como calumnias falsas contra los cristianos.” Con un
optimismo algo excesivo, Orígenes anticipaba que “toda otra adoración se extinguirá y sólo la de los
cristianos prevalecerá. Así será algún día, a medida que su doctrina tome posesión de las mentes en
una escala cada vez más grande.”

El evangelio era proclamado a todos los grupos sociales. La misión cristiana tenía como objetivo
llegar a todas las personas en todos los lugares hasta el fin del mundo para anunciarles el evangelio
del reino. Líderes como Orígenes, proveniente de Alejandría, viajaron mucho en el Imperio Romano
y por todo el este proclamando el evangelio. Para mediados del tercer siglo la fe en Jesucristo había
cubierto todo el ámbito del Imperio Romano y algunas regiones, como Asia Menor y el norte de
África, contaban con una considerable densidad de población cristiana.

Orígenes de Alejandría: “Si observamos cuán poderoso se ha tornado el evangelio en unos


muy pocos años, a pesar de la persecución y la tortura, la muerte y la confiscación, y a pesar
del pequeño número de predicadores, vemos que la palabra ha sido proclamada por toda
la tierra. Griegos y bárbaros, doctos e indoctos se han unido a la religión de Jesús. No
podemos dudar que esto va más allá de los poderes humanos, puesto que Jesús enseñó con
autoridad y la persuasión necesaria para que la palabra se estableciera.”

LA OPOSICIÓN AL CRISTIANISMO

_ La oposición en tiempos neotestamentarios


Situación cambiante. El Nuevo Testamento refleja la cambiante situación de los cristianos en el
Imperio Romano, desde el tiempo de Pablo hasta el final del primer siglo. En la carta a los Romanos
(año 55), el apóstol se muestra leal al Imperio y lo considera un “agente de Dios,” y exhorta a los
creyentes para que sean buenos ciudadanos (Ro. 13:1–7). Pero este mismo Imperio en poco tiempo
se constituyó en el enemigo más grande del cristianismo en este período, llegando a amenazar su
propia existencia. El gobierno y el pueblo en el Imperio Romano eran muy tolerantes en materia
religiosa. Eduardo Gibbon señala: “Las varias formas de adoración, que prevalecieron en el mundo
romano, fueron todas consideradas por el pueblo, como igualmente verdaderas; por el filósofo,
como igualmente falsas; y por el magistrado, como igualmente útiles. Y así la tolerancia produjo no
sólo indulgencia mutua, sino incluso concordia religiosa.”
Los romanos reconocían los dioses locales de los pueblos conquistados e incluso los adoraban.
Ellos tenían sus rituales tradicionales, suplementados, después de Augusto, por el culto a los
emperadores divinizados. Pero estos cultos romanos estaban sumamente condimentados con el
aporte de religiones foráneas, como los cultos a Sulis Minerva (diosa celta y romana de la sabiduría),
Mitra (dios persa de la luz); o Isis (diosa egipcia de la fertilidad).

Minucio Félix: “Cada pueblo tiene su propia adoración nacional y honra a sus dioses locales.
Y los romanos los honran a todos. Ésta es la razón por la que su poder ha llenado
completamente todo el mundo, y han esparcido su Imperio más allá de las sendas del sol y
de los límites de los mares.… Ellos reverencian a los dioses conquistados, investigan las
religiones de los extranjeros y las hacen propias.”

Los judíos no quisieron compartir su religión con los romanos, pero a pesar de esto, los romanos
los respetaron y permitieron su culto, el templo en Jerusalén y sus autoridades, leyes y castigos. En
todo esto se mostraron sumamente tolerantes para con la intolerancia judía, a pesar de despreciar
su fe monoteísta. Además, el judaísmo no era una religión nueva, sino que representaba una
tradición de varios siglos. Como argumentaba el filósofo pagano Celso: “Los judíos no deben ser
culpados, porque cada uno debe vivir de acuerdo con las costumbres de sus ancestros.”

Sin embargo, una minoría que se aísla y se rehúsa a compartir los intereses de la comunidad,
generalmente es despreciada o resistida. El cristianismo había comenzado dentro del judaísmo y al
principio parecía ser una secta más dentro de esta religión antigua. Es por esto que hasta los días de
Pablo, los cristianos y los judíos no fueron mayormente molestados por las autoridades romanas.
Pero el mismo apóstol Pablo, con su prédica y ministerio, dejó bien en claro que el cristianismo no
era una secta del judaísmo. Por otro lado, la iglesia creció rápidamente, y los nuevos convertidos
comenzaron a ser en su mayoría gentiles. Además, el mismo Nuevo Testamento señala que muchas
veces los judíos denunciaban por diversas razones a los cristianos.

En el imperio Romano nadie quería a los judíos, pero mucho menos querían a los cristianos, que
ganaban nuevos convertidos a expensas de las religiones antiguas y tradicionales. Como señalara
Celso: “Los cristianos han olvidado sus costumbres nacionales por la ley de Cristo.” Así es como
comenzó a considerárselos como una verdadera amenaza para la sociedad. La guerra de los judíos
contra Roma entre el 66 y el 70 acentuó la diferencia entre éstos y los cristianos, al no querer
participar los segundos en el levantamiento de aquéllos.

Oposición creciente. El Nuevo Testamento refleja la creciente oposición al cristianismo, tanto


por parte del pueblo como de las autoridades romanas. Los documentos neotestamentarios hablan
de murmuración, calumnias y acusaciones falsas contra los cristianos (1 P. 2:12). La carta a los
Hebreos refleja un contexto de inseguridad, peligro, cárcel e incluso muerte. La carta está
relacionada con Italia (He. 13:24). Fue escrita a una congregación integrada por gente que en su
mayoría habían pertenecido a una sinagoga, pero que ahora eran parte de un nuevo pacto (He.
9:15), un camino nuevo y vivo (He. 10:20). Parece evidente que fue escrita en momentos de peligro.
El texto habla de sangre derramada (He. 12:4), diversos padecimientos (10:32–33), pérdida de
propiedades (10:34), prisión (13:3), y aun cosas peores (13:13–14). El Imperio Romano ya no era un
poder seguro y protector. Los cristianos ya no tenían seguridad en ninguna parte.

Hostilidad abierta. El Nuevo Testamento termina mostrando a un Imperio Romano


abiertamente hostil hacia los cristianos. Es interesante notar el contraste entre lo que enseña Pablo
en Romanos 13 y lo que señala Juan en Apocalipsis 13 respecto al poder del Estado y los cristianos.
En Apocalipsis, Roma es la bestia con siete cabezas (13:1, 4, 8) y la ramera (17:3–6). Partes del
Apocalipsis son como mensajes en código, propios de una situación de extremo peligro y donde
conviene que el enemigo no tenga acceso a lo que se comunica. Algunas claves para la comprensión
de este lenguaje hermético y críptico están en el capítulo 17. “Babilonia” es el gran poder
perseguidor en el Antiguo Testamento (Daniel 7) y parece referirse a Roma como tal en Apocalipsis.
La “bestia con siete cabezas” puede tener un doble significado. Por un lado, es la ciudad sobre las
siete colinas (Ap. 17:9), que es Roma. Por otro lado, son los siete emperadores desde Nerón hasta
Domiciano, el emperador que envió a Juan a Patmos (Ap. 17:10). El vocablo “bestia,” pues, se refiere
al emperador de Roma, mientras que la “mujer” es la ciudad, cuyo nombre “Roma” viene del griego
rhome (“fuerte”), que es femenino. Finalmente, “nombres de blasfemia” es una expresión que
parece hacer referencia a la adoración del emperador.

_ Los cristianos en el Imperio Romano


Los cristianos no eran malos vecinos, ni súbditos desleales ni sediciosos, pero cuando un pueblo
odia a una minoría y la considera peligrosa, entonces imagina lo peor de esa minoría. La oposición,
pues, fue triple: popular, intelectual y oficial.

La oposición popular. El pueblo se oponía a los cristianos por prejuicio. Los cristianos se sentían
obligados a separarse de muchas cosas que en la sociedad pagana eran costumbres aceptadas, y
por esto se los consideraba excéntricos. La ética cristiana ponía a los creyentes en conflicto con la
ética pagana imperante y los hacía tan diferentes, que se los consideraba extraños o locos. Sus
reuniones nocturnas eran sospechosas. Su amor fraternal, adoración, sacramentos y disciplina eran
mal interpretados. Por otro lado, nadie quería aceptar las advertencias de juicio de la dura prédica
cristiana. Como sugiere el interlocutor de Octavio, el personaje cristiano en la obra de Minucio Félix,
los cristianos eran acusados de celebrar “fiestas de amor” en las que después de comer, todos se
emborrachaban y participaban de una orgía sexual. El populacho hablaba de inmoralidad, incesto
entre “hermanos” y “hermanas,” y muchos otros excesos. La Eucaristía y la expresión de Jesús “esto
es mi cuerpo … esto es mi sangre” era interpretada como expresión de canibalismo y se acusaba a
los cristianos de infanticidio.

Tácito (60–120), uno de los grandes historiadores romanos, dice que los cristianos eran odiados
por sus abominaciones. Entre otras cosas, menciona magia, brujería, y califica al cristianismo de
“superstición foránea.” Otros historiadores romanos utilizan expresiones similares. Plinio dice que
el cristianismo es una “superstición irracional y sin límites,” mientras que Suetonio lo valúa como
“una superstición nueva y peligrosa.”
Por rechazar el politeísmo prevaleciente y la idolatría, los cristianos eran acusados también de
ateísmo. Mucha gente pensaba que los cristianos no tenían religión alguna por no participar de la
religión tradicional o de los cultos orientales que eran muy populares en todo el Imperio. Minucio
Félix registra el rumor que escuchó el pagano de su historia: “Oigo que, persuadidos por alguna
convicción absurda, ellos adoran la cabeza de un asno, la más baja de todas las criaturas.”

Además, los paganos atribuían a los cristianos todas las calamidades y catástrofes indicando que
éstas venían por abandonar a los dioses ancestrales por el Dios cristiano. Los cristianos eran una
amenaza también para la economía del Imperio en razón de su exclusivismo y fanatismo. Lo ocurrido
en la ciudad de Éfeso y la quiebra del negocio religioso pagano debido a la efectividad de la prédica
cristiana, era un ejemplo de esto (Hch. 19:23–27).

La oposición intelectual. Poco a poco, los intelectuales fueron investigando al cristianismo,


leyeron sus escrituras y lo refutaron con vigor. Dos de los escritos más conocidos en este sentido
fueron los producidos por Celso (siglo II) y Porfirio (siglo III). ¿De qué acusaban a los cristianos estos
intelectuales?

Por un lado, se los acusaba de ser ignorantes y unos pobres arrogantes. Se decía que los
cristianos se aprovechaban de los más pobres e ignorantes para hacer su cosecha de adeptos,
tomando ventaja de su credulidad. La realidad es que los cristianos cuestionaban los valores de la
civilización grecorromana, que daban prestigio y autoridad al hombre sabio (educado), que no
trabajaba con sus manos. Con esto, por supuesto, minaban el sistema patriarcal romano y la
autoridad del pater familias o jefe de familia. Luciano de Samosata (c. 125–192), escritor griego de
aquella ciudad de Siria, atacó a los cristianos por esto mismo. Luciano era un autor cínico que viajó
mucho y escribió varios diálogos en los que ridiculiza los valores filosóficos y religiosos establecidos.
Con el mismo vigor se opuso a lo que consideraba era la religión y superstición de unos pobres
diablos, el cristianismo.

Luciano de Samosata: “Los pobres infelices se han convencido, antes que nada, de que van
a ser inmortales y a vivir por siempre, y como consecuencia de esto, desprecian la muerte e
incluso voluntariamente se entregan como prisioneros, la mayoría de ellos. Además, su
primer legislador [Jesús] los persuadió de que son todos hermanos los unos de los otros,
después que han cometido transgresión de manera definitiva, al negar a los dioses griegos
y al adorar a ese mismo sofista crucificado y vivir bajo sus leyes. Por lo tanto, desprecian
todo esto indiscriminadamente y lo consideran propiedad común.… De modo que si
cualquier charlatán e impostor, capaz de aprovechar cualquier ocasión, viene a ellos,
rápidamente adquiere una riqueza repentina al imponerse sobre esta gente simple.”

Por otro lado, se los acusaba de ser malos ciudadanos. Los cristianos no participaban en la
adoración oficial de la ciudad en que vivían ni de la religión del imperio. No reconocían las
“costumbres ancestrales” y rechazaban ocupar puestos o responsabilidades en las magistraturas y
se negaban a cumplir con el servicio militar. No parecían estar interesados en las cuestiones políticas
o en el bienestar del imperio. Los soldados cristianos no peleaban con la crueldad y empeño con
que lo hacían los que eran paganos. Y si bien cumplían con las leyes, sólo lo hacían en la medida en
que éstas no contradijeran sus principios y valores cristianos. Decían que eran ciudadanos del
Imperio, pero afirmaban que su verdadera ciudadanía estaba en los cielos y que servían a un Señor
(kyrios) que estaba muy por encima del emperador.

Finalmente, se los acusaba de sostener una doctrina irracional. Para los pensadores y filósofos
paganos la doctrina de la encarnación no tenía sentido. Según ellos, un Dios perfecto e inmutable
no puede rebajarse y ser un pequeño bebé, como Jesús en Belén. Además, si fuera cierto que Dios
quería hacerse humano, ¿por qué esta encarnación ocurrió tan tarde en la historia? Para los
intelectuales grecorromanos, Jesús fue un pobre hombre, que fue incapaz de morir como se supone
que debe morir un sabio (como Sócrates, que con toda dignidad se suicidó). Por otro lado, la
enseñanza de Jesús, decían, fue una mala copia de las viejas enseñanzas egipcias y griegas. Y la
doctrina cardinal de la fe de los cristianos, la resurrección de la carne, era una mentira monstruosa,
una verdadera blasfemia intelectual y religiosa.

Porfirio: “Incluso suponiendo que algunos griegos fueron lo suficientemente estúpidos


como para pensar que los dioses moran en estatuas, esto sería un concepto más puro que
aceptar que lo divino ha descendido al vientre de la Virgen María, que él llegó a
transformarse en un embrión, que después de su nacimiento él fue envuelto en pañales,
manchado con sangre, bilis y peor.…

¿Por qué cuando fue llevado ante el sumo sacerdote y gobernador, el Cristo no dijo
nada digno de un hombre divino …? Él permitió que se le golpease, se le escupiese en el
rostro, se le coronase con espinas.… Incluso si él tenía que sufrir por orden de Dios, él podía
haber aceptado el castigo, pero no soportado su pasión sin algún discurso valiente, alguna
palabra vigorosa y sabia dirigida a Pilato, su juez, en lugar de permitir que se le insultara
como si fuese un canalla de las calles.

¡Esto es una mentira increíble! (Referencia a la descripción de la resurrección en 1 Ts.


4:14). Si tú cantas esto a las bestias irracionales que no pueden hacer otra cosa sino producir
un ruido como respuesta, las harías bramar y piar con un alboroto ensordecedor frente a la
idea de hombres de carne volando por el aire como pájaros, o transportados sobre una
nube.”

Según el escritor pagano Porfirio (232–303), el Antiguo y el Nuevo Testamentos eran una trama
de historias crueles de tipo antropomórfico, sin ningún valor espiritual. Él encontraba
contradicciones entre el Dios pacífico de los Evangelios y el Dios guerrero del Antiguo Testamento.
Los relatos de la pasión de Jesús se contradecían entre sí. Las ceremonias cristianas eran inmorales.
El Bautismo alentaba el vicio al declarar perdonados todos los pecados y la Eucaristía era un acto de
canibalismo aun cuando se la interpretara de la manera más alegórica.

La oposición oficial. Durante este período, los cristianos pudieron sobrellevar con bastante
entereza la oposición popular y los ataques de los intelectuales en el ámbito del Imperio Romano.
A pesar de confrontar estos conflictos, supieron crecer, expandirse y ganar a decenas de miles para
las filas cristianas. Sin embargo, las cosas fueron más difíciles toda vez que la maquinaria política,
militar y administrativa del Imperio se puso en su contra.

Las razones de la creciente oposición oficial del Imperio fueron diversas. El concepto romano de
religión fue una causa importante. Para los romanos la religión era una cuestión política, y por lo
tanto, un interés del Estado. El Estado controlaba a los dioses conocidos y desconocidos, e intentaba
predecir y manipular el futuro a partir de la religión. El sistema religioso en el Imperio Romano era
un mecanismo del Estado para el control social. El propio gobierno romano pretendía ser divino, en
la persona del emperador. Los emperadores se consideraban “poderes” de los que dependían las
vidas de las personas.

Por otro lado, el Imperio Romano temía a las asociaciones secretas que podían asumir un
carácter político y a las nuevas religiones no reconocidas por el Estado. De allí que cualquier grupo
o secta religiosa que no se ajustara a las expectativas del gobierno romano fácilmente caía bajo la
acusación de sedición o subversión. De este modo, la disidencia religiosa se transformaba en
sedición política, con las consecuencias que son imaginables. De hecho, Jesús fue crucificado por
orden de Pilato, no por el delito religioso de llamarse “Hijo de Dios,” sino por el delito político de
pretender ser “Rey de los judíos” (Jn. 19:19). Además, los cristianos se rehusaban a hacer libaciones
y ofrendas en honor al emperador o a participar en otras prácticas del culto pagano oficial, y esto
agravaba su situación, aun cuando algunos oficiales querían mostrarse clementes para con ellos.

El desarrollo de la creciente oposición oficial del Imperio se fue incrementando en intensidad.


La primera persecución local seria ocurrió como consecuencia del incendio de Roma, perpetrado
por el emperador Nerón, el 18 de julio del año 64. En la noche de ese día comenzó un fuego que
pronto se extendió en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Durante seis días el fuego ardió
con fuerza debido a un viento constante, lo que llevó a la destrucción de una buena parte de la
ciudad e hizo que miles de personas se quedaran sin vivienda. En la calle corrió todo tipo de rumores,
pero todos coincidían en señalar al emperador como el responsable final de la catástrofe. Algunos
decían que Nerón había ordenado el incendio para dejar espacio libre para construir algunos
edificios públicos. Otros apuntaban a la crueldad del hombre que no tuvo problemas en asesinar a
su propia madre. Y aun otros decían que el incendio había sido provocado por la locura del
emperador que quería lograr con ello inspiración para componer un poema. Los cristianos fueron
acusados oficialmente como responsables por el siniestro y miles murieron martirizados, como
señala el historiador romano Tácito (56–120), para satisfacer la crueldad de un hombre, Nerón.

Tácito: “Todos los esfuerzos de los hombres, toda la largueza del emperador y las
propiciaciones de los dioses, no fueron suficientes para mitigar el escándalo o borrar la
convicción de que el fuego había sido ordenado. Y así, para deshacerse de este rumor,
Nerón supuso culpables y castigó con los tormentos más refinados a una clase odiada por
sus abominaciones, que comúnmente son llamados cristianos. Christus, de quien se deriva
su nombre, fue ejecutado a manos del procurador Poncio Pilato en el reinado de Tiberio.
Reprimida en un primer momento, esta perniciosa superstición se manifestó de nuevo, no
solamente en Judea, la fuente de este mal, sino también en Roma, ese receptáculo para
todo lo que es sórdido y degradante desde todo rincón del globo, que allí encuentra
seguidores. Consecuentemente, se realizó primero un arresto de todos los que confesaron
(ser cristianos); luego, sobre su evidencia, se condenó a una inmensa multitud, no tanto en
base a la acusación de incendio premeditado como a causa del odio de la raza humana.
Además de ser condenados a muerte se los hizo servir como objetos de entretenimiento;
fueron vestidos con pieles de bestias y desgarrados a muerte por perros; otros fueron
crucificados, otros prendidos fuego para iluminar la noche cuando desaparecía la luz del día.
Nerón había dejado abierta su propiedad para la exhibición, y montó un espectáculo en el
circo, donde él se mezcló con el pueblo con ropas de auriga y condujo su carro. Todo esto
dio lugar a un sentimiento de piedad, incluso hacia hombres cuya culpa merecía del castigo
más ejemplar; porque se sentía que ellos estaban siendo destruidos no por el bien público
sino para gratificar la crueldad de un individuo.”

Otro historiador romano, Suetonio (75–160), señala: “En su reinado (de Nerón) muchos abusos
fueron severamente castigados y reprimidos, y muchas leyes nuevas fueron instituidas.… Se infligió
castigo a los cristianos, un conjunto de hombres que se adhieren a una superstición novedosa y
dañina.” Pero esta persecución no se esparció más allá de Roma y no fue por razones de carácter
religioso, sino más bien se debió al oportunismo del emperador para desligarse de la
responsabilidad por el siniestro buscando un chivo emisario.

Bajo el gobierno de Domiciano (81–96), se dio una segunda persecución dirigida contra toda
persona que no adorara la imagen del emperador. Domiciano se hizo llamar “Señor y Dios” y ordenó
que así fuese confesado por todo ciudadano en el Imperio mientras libaba vino y aceite frente a su
estatua. Es interesante notar que esta expresión es equivalente al clímax del Evangelio de Juan (Jn.
20:28). Para los cristianos obedecer la orden imperial era, pues, una blasfemia. El Coliseo de Roma,
inmenso estadio con capacidad para más de 50.000 personas sentadas, había sido terminado para
este tiempo (86) y miles de cristianos derramaron allí su sangre por testificar de su fe. Es posible
que el libro de Apocalipsis se refiera a estas circunstancias, al hacer el contraste entre Cristo y
Domiciano (Ap. 17:14).

_ La oposición en el segundo siglo.


El período del 96–180 fue de prosperidad para el Imperio Romano. Fueron años en los que
gobernaron buenos emperadores, con gran capacidad para la administración del Estado, como
Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio. Si bien estos hombres fueron buenos
gobernantes, tomaron medidas que resultaron en la persecución de los cristianos en diversos
lugares del Imperio. Durante el reinado de Trajano (98–117) se desarrolló la norma imperial para la
persecución del cristianismo. En 112, Plinio el Joven (62–113), gobernador romano de la provincia
de Ponto-Bitinia (Asia Menor), le escribió a Trajano describiendo su manejo de la superstición
cristiana.

Plinio el Joven: “Es mi regla, Señor, referirme a ti en cuestiones en las que no estoy seguro.
Porque, ¿quién puede dirigir mejor mi duda o instruir mi ignorancia? Yo nunca estuve
presente en algún juicio de cristianos; por lo tanto, no sé cuáles son las penas o
investigaciones acostumbradas, y qué límites se observan. He dudado mucho sobre la
cuestión de si debe haber algún tipo de distinción por edades; si el débil debe tener el mismo
trato que el más robusto; si aquellos que se retractan deben ser perdonados, o si un hombre
que alguna vez haya sido cristiano no gana algo al dejar de serlo; si el nombre mismo, incluso
si es inocente de crimen, debe ser castigado, o sólo los crímenes que están ligados a ese
nombre.

Mientras tanto, éste es el curso que he adoptado en el caso de aquellos traídos a mí


como cristianos. Les pregunto si son cristianos. Si lo admiten, repito la pregunta una
segunda y una tercera vez, amenazándolos con la pena capital; si persisten los sentencio a
muerte. Porque no dudo que, cualquiera que pueda ser el tipo de crimen que ellos han
confesado, su terquedad y obstinación inflexible ciertamente deben ser castigadas. Había
otros que manifestaron una locura parecida y a quienes reservé para ser enviados a Roma,
dado que eran ciudadanos romanos.”

El emperador le respondió sentando los principios para la acción en contra de los


cristianos dentro del marco del derecho romano.

Trajano: “Tú has tomado la línea correcta, mi querido Plinio, al examinar los casos de
aquellos que te son denunciados como cristianos, puesto que ninguna regla dura y rápida
puede establecerse, de aplicación universal. Ellos no deben ser buscados; si se informa en
contra de ellos, y la acusación se prueba, deben ser castigados, con esta reserva—que si
alguien niega que es un cristiano, y realmente lo prueba, esto es mediante la adoración de
nuestros dioses, debe ser perdonado como resultado de su retractación, por más
sospechoso que haya sido con respecto al pasado. Los panfletos que son publicados
anónimamente no deben tener peso en cualquier acusación que sea. Ellos constituyen un
muy mal precedente, y también están fuera de lugar en este tiempo.”

Tertuliano, más tarde (197), atacó la decisión de Trajano, diciendo: “¿Por qué haces que la
justicia juegue a las escondidas consigo misma? Si tú condenas, ¿por qué no buscas? Si no buscas,
¿por qué no nos declaras inocentes?” No obstante, la indecisión de Trajano fue beneficiosa para los
cristianos, que siguieron creciendo a lo largo del siglo II, si bien en medio de incertidumbre e
inseguridad. A lo largo de todo el siglo segundo los cristianos padecieron la oposición del gobierno
imperial. Tertuliano habla de reuniones interrumpidas por la policía, soldados demandando
soborno, vecinos no amigables que denunciaban a los cristianos de manera anónima, siervos de
poca confianza que hacían lo mismo, espías, y sobre todo, el sometimiento de los cristianos a
procesos ilegales.

Tertuliano: “Si es cierto lo que presumen, que nosotros los cristianos somos los más malos
de los hombres, ¿por qué no nos igualan con los malhechores que cometen pecados
semejantes a los nuestros? Dado que a igual delito, igual tratamiento debe darse en los
tribunales. Si somos iguales a los demás, ¿por qué si a todo delincuente le es lícito valerse
de su boca y de contratar abogados para recomendar su inocencia; por qué si ellos tienen
plena oportunidad para responder y para altercar, para que ninguno sea condenado sin ser
oído; a sólo el cristiano no se le permite abrir la boca para purgar su causa, buscar ayuda
para defender la verdad, hablar por sí para que no sea injusto el juez, condenando al que
no se defendió? Pero sólo en nuestra causa no se admite el examen del delito, que es
beneficio de los reos; sólo se atiende a la confesión del nombre cristiano, que es el odioso
título que irrita el odio popular.”

A este período corresponde el martirio de Ignacio de Antioquía, del que da testimonio un


documento conocido como Las actas del martirio de Ignacio. Estas actas fueron publicadas en el
siglo XVII en latín y griego. Se discute su autenticidad, pero obviamente están inspiradas en la
persona y correspondencia del célebre mártir, que murió entregado a las fieras en el año 117, bajo
el gobierno de Trajano.

El martirio de Ignacio: “Y cuando él fue conducido ante el emperador Trajano, [ese príncipe]
le dijo: ‘¿Quién eres tú, malvado infeliz, empeñado en transgredir nuestros mandatos, y
persuades a otros a hacer lo mismo, para que miserablemente perezcan?’ Repuso Ignacio:
‘Nadie debería llamar a Teóforo malvado; porque todos los espíritus han sido echados de
los siervos de Dios. Pero si, en razón de que soy un enemigo de estos [espíritus], tú me
llamas malvado en respeto a ellos, concuerdo plenamente contigo; porque en la medida en
que tengo a Cristo el Rey del cielo [dentro mío], yo destruyo todas las maquinaciones de
estos [malos espíritus].’ Trajano respondió: ‘¿Y quién es Teóforo?’ Ignacio replicó: ‘Aquél
que tiene a Cristo en su pecho.’ Trajano dijo: ‘Pues qué, ¿te parece que nosotros no tenemos
en nuestra mente a nuestros dioses, cuya asistencia gozamos al luchar contra nuestros
enemigos?’ Ignacio contestó: ‘Estás en error cuando llamas dioses a los demonios de las
naciones. Es de saber que hay sólo un Dios, el cual ha hecho el cielo y la tierra, el mar y todo
cuanto hay en ellos; y un Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, de cuyo reino quisiera gozar.’
Trajano dijo: ‘¿Estás hablando de aquél que fue crucificado bajo Poncio Pilato?’ Ignacio
respondió: ‘Del que crucificó mi pecado junto con su inventor, y quien ha condenado y
arrojado todo engaño y malicia del demonio bajo los pies de quienes le llevan en su
corazón.’ Trajano dijo: ‘¿Entonces tú llevas al crucificado en ti?’ Ignacio replicó:
‘¡Verdaderamente así es! Porque está escrito: “Habitaré en ellos y andaré entre ellos”.’
Entonces Trajano pronunció el fallo como sigue: ‘Ordenamos que Ignacio, que afirma llevar
en sí al crucificado, sea engrillado por soldados y llevado a la gran ciudad Roma, para que
allí sea devorado por las bestias, para diversión del pueblo.’ Cuando el santo mártir oyó esta
sentencia, exclamó con alegría: ‘¡Gracias te doy, oh Señor, que te dignaste honrarme con
un amor perfecto para contigo, y me has hecho encadenar con cadenas de hierro, al igual
que tu apóstol Pablo’.”

La política de Trajano continuó bajo Adriano (117–138), Antonino Pío (138–161), y bajo Marco
Aurelio (161–180). Pero en todos estos casos se trató de persecuciones locales y no de un intento
por exterminar el cristianismo en todo el Imperio. Adriano insistió en que las personas inocentes del
cargo de ser cristianos fuesen protegidas, e incluso ordenó que quienes hacían acusaciones falsas
fuesen castigados. No obstante, no impidió la represión de aquellos que insistían en profesar su fe.
Bajo el reinado de Antonino Pío, los cristianos sufrieron en Roma. Marco Aurelio sentía aversión
hacia los cristianos, probablemente porque los consideraba un peligro contra la estructura de la
civilización que él estaba procurando mantener contra las amenazas internas y externas a su
Imperio. Cómodo, el hijo de Marco Aurelio, continuó con actos de persecución, si bien más tarde
los disminuyó debido a la intervención de su favorita Marcia, que era cristiana. Septimio Severo
(193–211) no fue desfavorable a los cristianos, ya que tenía a algunos de ellos en su propia familia.
Sin embargo, en 202 expidió un edicto que prohibía las conversiones al judaísmo y al cristianismo.

A lo largo del siglo II, hubo episodios de violencia serios, como en Lión (Galia) en el año 177,
según los registra Eusebio.

Eusebio de Cesarea: “Para comenzar, ellos soportaron noblemente todos los daños
amontonados sobre ellos por el populacho: gritería y golpes y linchamiento y saqueos y
pedradas y prisión, y todo aquello que una turba enfurecida se deleita en infligir a enemigos
y adversarios. Luego, llevados al foro por el tribuno y las autoridades de la ciudad, fueron
interrogados delante de toda la multitud, y habiendo confesado, fueron encerrados en la
cárcel para esperar el arribo del gobernador. Más tarde, cuando fueron llevados delante de
él, él nos trató con la crueldad más terrible.…”

_ La oposición a mediados del tercer siglo


El edicto de Septimio Severo en 202 terminó en persecución. Fue en esta ocasión que el padre
de Orígenes murió mártir. Orígenes mismo, en su ardor de adolescente, deseando compartir la
suerte de su padre, quiso entregarse a las autoridades, pero fue impedido por la intervención de su
madre, quien le escondió la ropa. De todos modos, es muy probable que estas persecuciones de la
primera mitad del siglo no se hayan extendido por todo el Imperio. Más bien, el estado de represión
era constante puesto que la situación legal de los cristianos era precaria, y cualquier oficial local o
provincial podía encontrar excusas para reprimir a los cristianos. Con Maximino Tracio (235–238)
las hostilidades se reavivaron, y con Felipe el Árabe (244–249) disminuyeron, al punto que algunos
llegan a considerarlo el primer emperador que favoreció a los cristianos.

Desde mediados del tercer siglo en adelante, la oposición se hizo más severa, al transformarse
en persecuciones generales y organizadas para el exterminio. La razón principal para este
agravamiento en la actitud del Estado hacia los cristianos es que se los acusaba de sedición. Las
palabras de Orígenes poco antes de las grandes persecuciones de mediados del tercer siglo
probaron ser verdaderamente proféticas: “Parece probable que la existencia segura, en cuanto al
mundo, que al presente gozan los creyentes, se va a terminar, ya que aquellos que calumnian al
cristianismo de todas las maneras posibles, están nuevamente atribuyendo la frecuencia presente
de rebelión a la multitud de los creyentes, y al hecho de que no están siendo perseguidos por las
autoridades como en los viejos tiempos.”

Otra razón era que se quería restaurar la antigua gloria del Imperio Romano. El Imperio estaba
decayendo debido a la anarquía militar, la corrupción, la inflación, los altos impuestos y la
inseguridad en las fronteras. Estos problemas y la idea de volver a los momentos más gloriosos de
la historia de Roma fueron discutidos ampliamente en el año 248, cuando el Imperio Romano estaba
celebrando el milenio de la fundación de Roma (según la tradición, Rómulo y Remo fundaron Roma
en el año 748 a.C.).

El emperador Decio (249–251) no sólo se propuso restaurar la gloria de Roma sino también su
religión tradicional. En el año 250 decretó que los cristianos en todo el Imperio debían abandonar
su fe o morir. Su sucesor, Valeriano (253–260), continuó con esta política y dejó casi sin líderes a la
Iglesia, ya que procuró terminar con el clero cristiano. No obstante, lejos de aniquilar al cristianismo,
esta persecución masiva y los martirios que produjo arraigaron todavía más a los cristianos y
ayudaron a una mayor difusión de su fe. Como bien afirmara Tertuliano en su expresión ahora bien
conocida: “Segando nos sembráis: más somos cuanto derramáis más sangre; que la sangre de los
cristianos es semilla. Muchos hay entre vosotros que exhortan a la tolerancia del dolor y de la
muerte.… Mas no han hallado tantos discípulos estas palabras como han enseñado los cristianos
con sus obras.”

Los emperadores que siguieron a Decio continuaron con su política de represión generalizada.
Galo (251–253) avivó la persecución en algunas partes del Imperio. Valeriano (253–260) se mostró
amigable hacia los cristianos en sus primeros años de gobierno, pero repentinamente cambió de
disposición y casi dejó a la Iglesia sin obispos. La persecución terminó en 260, cuando Valeriano fue
tomado prisionero en una batalla contra los persas. Su hijo y sucesor, Galieno (253–268), anuló la
política de su padre y expidió edictos de tolerancia para el cristianismo. Por algún tiempo en el
ámbito del Imperio, el movimiento cristiano gozó de una generación de paz y prosperidad.

_ La oposición más seria y final


La persecución final se dio durante el reinado del emperador Diocleciano (284–305). Al llegar al
poder en 284, Diocleciano se propuso el reordenamiento de la administración imperial, que era
caótica. Así, pues, dividió el Imperio en cuatro, con dos emperadores, uno en el Este y el otro en el
Oeste. El inmenso territorio del Imperio Romano era difícil de gobernar y de custodiar. Diocleciano
se estableció en la zona oriental, fijó su capital en Nicomedia (Asia Menor) y designó por colega a
Maximiano, quien se radicó en Milán (Italia). Para evitar que la elección de los emperadores
estuviera sujeta al arbitrio de los soldados, como había ocurrido en décadas anteriores, fueron
designados dos funcionarios con el título de Césares, que secundarían a los Augustos
(emperadores), y que los sucederían en caso de vacancia en el trono. Galerio fue designado como
César en el Este, mientras que Constancio Cloro ocupó esa función en el Oeste. Este sistema de dos
emperadores y dos césares con el Imperio dividido por la mitad se conoció como la Tetrarquía
(gobierno de cuatro).

Con el propósito de detener la decadencia y pensando que la antigua adoración oficial traería
unidad y fuerza política al Imperio, Diocleciano ordenó en 303 la destrucción de los templos
cristianos, la quema de Biblias y otros libros cristianos, la liquidación de la adoración cristiana y el
arresto del clero. Al año siguiente su consigna fue todavía más terminante: los cristianos debían
sacrificar a los ídolos o morir.
A pesar de estar muy difundido y haber penetrado hondamente la sociedad pagana (casi el 50%
de la población del Imperio era cristiana para aquel entonces), el cristianismo corrió un serio peligro
de desaparecer. Afortunadamente, el gobierno fracasó en sus intentos. El cristianismo sobrevivió,
pero las persecuciones afectaron profundamente su carácter. El rigor de estas persecuciones llevó
a la devoción a las reliquias de los mártires y dio lugar a un verdadero culto del martirio. Muchos
fanáticos buscaban el martirio para la obtención de una gloria mayor. Otros, no pudiendo resistir la
tortura, negaron su fe, entregaron las Escrituras para ser quemadas o hicieron arreglos con el
perseguidor. Los obispos ganaron un prestigio extraordinario en razón de que sus cabezas eran más
valiosas para los perseguidores que la de los demás creyentes. Pero la persecución tuvo también un
efecto purificador. No era fácil ser cristiano en circunstancias tan difíciles.

Irvin y Sunquist: “Donde quiera que nos volvamos en la historia del movimiento cristiano
temprano, encontramos la memoria y presencia de los mártires. La experiencia de aquellos
que testificaron de Cristo mediante el sufrimiento por la fe es penetrante. El número real
de aquellos que sufrieron martirio en los primeros tres siglos fue en realidad relativamente
bajo.… El número total de cristianos que murieron bajo los romanos estuvo muy
probablemente por debajo de diez mil—esto en un imperio que contaba con no menos de
cincuenta millones de personas en su apogeo.”

CUADRO 10 - EMPERADORES ROMANOS

NOMBRE AÑOS DE REINADO

Augusto 27 a.C.–14 d.C.

Tiberio 14 d.C.–37

Calígula 37–41

Claudio 41–54

Nerón 54–68

Galba 68–69
Otón 69

Vitelio 69

Vespasiano 69–79

Tito 79–81

Domiciano 81–96

Nerva 96–98

Trajano 98–117

Adriano 117–138

Antonino Pío 138–161

Marco Aurelio 161–180

Cómodo 177–192

Pértinax 193
Septimio Severo 193–211

Caracalla 198–217

Geta 209–212

Macrino 217–218

Heliogábalo 218–222

Alejandro Severo 222–235

Máximo 235–238

Gordiano I y II 238

Gordiano III 238–244

Felipe 244–249

Decio 249–251

Valeriano 253–260

Galieno 253–268
Claudio II 268–270

Aureliano 270–275

Probo 276–282

Diocleciano y la Tetrarquía 284–305

Constantino y la Tetrarquía 306–313

Constantino y Licinio 313–324

Constantino único monarca 324–337

EL PRIMER EMPERADOR PRO-CRISTIANO

_ El fin de la última y peor persecución


A comienzos del siglo IV, el mundo romano se encontraba sumido en una crisis profunda. Por
un lado, Roma estaba en constante conflicto con su más encarnizado contrincante, el Imperio Persa
en el Este. Por otro lado, continuaba el creciente ingreso de tribus germánicas por la frontera norte
del Imperio. Además, la burocracia imperial no podía resolver problemas internos como la
necesidad de mayores impuestos para mantener la maquinaria estatal, la creciente inflación, los
conflictos sociales, la decadencia moral y el vacío espiritual y religioso. Para este tiempo, el
movimiento cristiano estaba bien articulado y presentaba la red social más difundida y contenedora
en todo el Imperio Romano. No es extraño, pues, que la persecución desatada por Diocleciano haya
sido la peor de todas. Los cristianos ponían en vilo la unidad del Imperio al rehusarse a participar de
la religión imperial. No obstante, tres eventos dramáticos señalaron el fin de la última gran
persecución y ayudaron a cambiar la suerte del movimiento cristiano:
La huída de Constantino en 306. En 305, Diocleciano abdicó al trono imperial en el Este y lo
mismo hizo Maximiano en el Oeste. Tal como estaba dispuesto, ocuparon su lugar los césares
Galerio y Constancio Cloro. Éstos a su vez nombraron a nuevos césares: Maximino Daza en el Este y
Severo en el Oeste. Siendo todavía César de Occidente, Constancio Cloro había ido a Galia y había
dejado a su hijo Constantino al cuidado de Diocleciano. Cuando Galerio ocupó el trono imperial en
el Este en el año 305, tomó como rehén a Constantino con miras a presionar a Constancio y
adueñarse de todo el Imperio. En 306, Constantino decidió escapar de su cautiverio e ir con su padre,
que para entonces ya era el emperador de Occidente. Constantino logró su cometido y después de
cruzar toda Europa llegó por fin a Galia, pero su padre se había trasladado a Bretaña. Al llegar allí,
Constantino se encontró con que su padre había muerto en York. El ejército de su padre entonces
lo proclamó imperator, es decir, general. Por supuesto, Galerio se opuso a tal designación. El hijo de
Galerio y recién designado césar del Este, Majencio, avanzó con sus tropas y se adueñó de Roma. El
césar de Occidente, Severo, ante el giro inesperado de los acontecimientos políticos se suicidó. De
este modo, Galerio y su hijo Majencio, ahora controlando Roma, eran el único poder en todo el Este,
mientras que Constantino era el único gobernante en el Oeste, pero también con pretensiones de
adueñarse de todo el Imperio.

El edicto de tolerancia de Galerio en 311. Galerio se estaba muriendo y tenía un miedo


supersticioso a la muerte y al infierno. Lleno de culpa por haber perseguido a los cristianos y
desesperado por la situación política decretó un edicto que concedía tolerancia a los cristianos a
cambio de sus oraciones a Dios. El edicto de 311 dice: “Dado que un gran número de cristianos
persiste todavía, nosotros con nuestra usual misericordia, hemos pensado correcto permitirles ser
nuevamente cristianos, y tener sus reuniones religiosas. De modo que será deber de los cristianos,
a causa de esta tolerancia, orar a Dios por nosotros, por el Estado, y por mí mismo.” En definitiva, al
menos en la mitad oriental del Imperio, los cristianos sobrevivieron y triunfaron.

La batalla por Roma en 312. Constantino partió de Galia con su ejército y avanzó contra
Majencio, que había quedado como el único amo en Italia. La victoria de Constantino contra sus
opositores por la corona imperial en 312 fue el punto decisivo del futuro del cristianismo en todo el
Imperio Romano, especialmente en Occidente. Eusebio de Cesarea dice que Constantino mismo
contaba haber visto, la noche antes de la batalla decisiva en el puente Milvio sobre el río Tíber, una
cruz resplandeciente en el cielo y sobre ella las palabras: “Con este signo vencerás.” Convencido del
poder del Dios de los cristianos, se hizo hacer un nuevo estandarte en el que aparecían la cruz y las
dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego: C y R. Este símbolo se conoce con el nombre de
lábaro de Constantino.

_ El triunfo de Constantino
Con este estandarte al frente de sus tropas, Constantino venció a Majencio, y con él pretendió
salvar a su Imperio de la decadencia en que se encontraba. La decisión de Constantino fue más
política que religiosa. Su necesidad mayor era lograr la unidad del Imperio, y con gran acierto vio en
la fe cristiana la suficiente vitalidad y fuerza como para lograrlo. La lealtad política al emperador
unida a la lealtad religiosa a una fe como el cristianismo podía resultar en la salvación de su Imperio.
Habiendo fracasado en destruirlo, el Estado romano bajo el emperador Constantino, reconoció al
cristianismo como religión lícita. El cristianismo, que hasta entonces había sido la religión de una
minoría perseguida, pasó a ser la religión favorecida por el Estado.

Eusebio de Cesarea: “¡Cuán maravilloso es el poder de Cristo, que llamó a hombres oscuros
y sin educación de su oficio de pescadores, y les hizo legisladores y maestros de la
humanidad! ‘Os haré pescadores de hombres,’ dijo Cristo, ¡y qué bien ha cumplido él la
promesa! Él dio poder a los apóstoles, de modo que lo que recibieron pudiera traducirse a
todos los idiomas, civilizados y bárbaros; y pudiera ser leído y ponderado por todas las
naciones, y la enseñanza pudiera ser recibida como la revelación de Dios.… Victorioso sobre
dioses y héroes, Cristo sólo se está haciendo reconocer en toda región del mundo, por todos
los pueblos, como el único Hijo de Dios.”

El cambio fue tremendo. De la noche a la mañana los cristianos se vieron honrados, tenidos en
consideración, respetados, consultados y hasta obsequiados por los altos oficiales del Imperio y el
emperador mismo. Constantino se mostró sumamente favorable al cristianismo y fue muy difícil
para los líderes cristianos percibir su manejo político de esta situación.

Carta de Constantino a Eusebio: “Mucha gente se está uniendo a la iglesia en la ciudad que
es llamada por mi nombre (Constantinopla). El número de iglesias debe ser aumentado. Te
pido que ordenes cincuenta copias de las Sagradas Escrituras, escritas legiblemente sobre
pergamino por copistas hábiles … tan pronto como sea posible. Tienes autorización para
usar dos carros del gobierno para traerme los libros a los efectos de verlos. Envía a uno de
tus diáconos con ellos, y yo pagaré por ellos generosamente. Dios te guarde, querido
hermano.”

Para los cristianos, su situación legal dentro del Imperio tuvo un giro total. Si bien es dudoso
que Constantino haya sido un cristiano auténtico, concedió muchos favores al cristianismo en
Occidente. Entre ellos: (1) terminó con las persecuciones generales con el Edicto de Milán en el año
313; (2) destruyó los templos paganos; (3) incorporó a cristianos como funcionarios de su gobierno;
(4) eximió a los cristianos del servicio militar; (5) eximió de impuestos a las iglesias; (6) hizo del día
domingo un feriado civil.

Constantino llegó a ser el único emperador del Imperio Romano a partir de 323, después de
derrotar a uno de sus opositores, Licinio. En el año 325 hizo una exhortación general para que todo
el pueblo del Imperio se hiciera cristiano. Esta decisión influyó grandemente en Teodosio el Grande,
quien comenzó a gobernar en 378, y en 380 colocó al cristianismo como religión oficial del Imperio
Romano. El 28 de febrero de 380, en Tesalónica, Teodosio promulgó un edicto, que decía: “Todos
nuestros pueblos deben adherirse a la fe transmitida a los romanos por el apóstol Pedro y profesada
por el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría, es decir, reconocer la Santa Trinidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” El edicto continuaba estableciendo el crimen del sacrilegio,
declaraba infames a quienes desobedecieran esta orden, y añadía: “¡Dios se vengará de ellos y
nosotros también!”
De perseguidor, el Estado romano pasó a ser el mayor promotor de la fe cristiana. Ahora la
Iglesia tenía que enfrentar otros peligros más graves que la persecución: la mundanalidad, el mal
uso del poder, el relajamiento de las pautas morales, la corrupción, la pérdida de visión, el
relajamiento del celo evangelizador, el desarrollo de la ideología de cristiandad, y el proceso de
institucionalización. A partir de este tiempo, el cristianismo va a ir transformándose en cristiandad,
mientras la civilización romana se va a ir convirtiendo en civilización cristiana.

El período de las persecuciones y la oposición estatal había pasado, pero la Iglesia en Occidente
paulatinamente se fue institucionalizando como Iglesia del Imperio, acomodándose a sus valores y
finalmente imitándolo en su estructura de poder. El cristianismo se insertó en la sociedad de una
manera tal que, con todos los cambios que siguieron, jamás se vio seriamente amenazado en
Occidente, hasta los tiempos modernos. Esto abrió las puertas a extraordinarias oportunidades,
pero también a numerosísimos problemas, fundamentalmente el de la autenticidad de la fe de
enormes multitudes cuyas conversiones frecuentemente eran sólo nominales.

GLOSARIO

adherente: persona que forma parte de un grupo o sociedad. Los adherentes o “temerosos de Dios”
(Hch. 13:16) fueron personas que simpatizaban con el monoteísmo ético judío y que estuvieron
dispuestos a aceptar el mensaje cristiano. El eunuco etíope (Hch. 8:26–39) y el centurión (Hch. 10)
eran adherentes judíos.

anagrama: palabra que resulta de la transposición de las letras de otra (como amor-Roma) o cuyas
letras sirven para formar otra palabra o expresión.

arameo: idioma semítico conocido desde el siglo IX a.C. como la lengua de los arameos y más tarde
usado extensamente en el sudoeste de Asia como lengua comercial y del gobierno. Fue adoptada
como su lengua franca por varios pueblos no arameos, incluyendo a los judíos después del exilio
babilónico. Está emparentado con otras lenguas (siríaco y árabe). Era el idioma que se hablaba en
Palestina en tiempos de Jesús.

área cultural: el territorio geográfico dentro del cual las culturas tienden a ser similares en algunos
aspectos significativos. Los habitantes del área cultural comparten una cultura o pauta cultural
común.

catecúmeno: persona que es un nuevo creyente en la fe cristiana y que se instruye en un cuerpo


básico de la doctrina cristiana, como candidato para el bautismo. El término significa literalmente
“alguien que es enseñado por la palabra de la boca.”

civilización: un nivel relativamente alto de desarrollo cultural y tecnológico. Es el estadio de


desarrollo cultural en el que se logra la escritura y la conservación de registros escritos, la
domesticación de los animales y el establecimiento de un complejo agrario estable.
cosmovisión: concepto filosófico o ideológico del mundo, que puede traducirse como “mirada sobre
el mundo.” Es un concepto abarcador o aprehensión del mundo, especialmente desde un punto de
vista específico. La cosmovisión es la forma en que las personas perciben la realidad. Es una
comprensión general del carácter del universo y del lugar que se ocupa en él.

diáspora: dispersión del pueblo judío por todas las naciones, ocurrida a partir de la caída de
Jerusalén en manos del Imperio Neo-Babilónico (586 a.C.), lo que los llevó al exilio fuera de su tierra,
Israel. La dispersión de los judíos ocurrió en parte como resultado de la guerra y el exilio, y en parte
como resultado de viajes y el comercio.

Didaché: documento cristiano conocido también como Doctrina de los doce apóstoles, que fue
redactado entre los años 80–100. Se presenta como una síntesis moral, litúrgica y disciplinaria, que
es posible haya sido utilizada para la educación cristiana de los catecúmenos.

docetismo: creencia considerada como herejía por los primeros cristianos porque enseñaba que
Cristo sólo parecía tener un cuerpo humano, y que en realidad él no sufrió ni experimentó la muerte
sobre la cruz. Se la conoce también como fantasmismo, por sostener que Cristo era sólo un espíritu
con apariencia humana.

epicureísmo: la filosofía de Epicuro, quien sostenía una ética hedonista, que consideraba a la
tranquilidad emocional y el estado imperturbable como el bien supremo, sostenía que el placer
intelectual era superior a cualquier otro, y defendía el renunciamiento a las cosas temporales a favor
de placeres más permanentes.

estoicismo: la filosofía de Zenón (c. 300 a.C.), quien sostenía que la persona sabia debe estar libre
de toda pasión, no conmoverse con alegría o tristeza, y someterse a la ley natural siendo indiferente
a todo dolor o placer.

libación: derramamiento o efusión de vino u otro licor, que hacían los antiguos en honor de los
dioses o los espíritus ancestrales.

neoplatonismo: escuela filosófica que floreció principalmente en Alejandría en los primeros siglos
de la era cristiana (siglos III al VI), y cuyas doctrinas eran una renovación de la filosofía platónica bajo
la influencia del pensamiento oriental, prácticas ascéticas y cierto misticismo. Su representante más
importante fue Plotino (205–270), nacido en Egipto, discípulo de la escuela de Alejandría, y quien
enseñó en Roma una filosofía en la que combinaba las doctrinas antiguas y el cristianismo. Plotino
quiso modificar el platonismo para ajustarlo al aristotelismo, postaristotelismo y conceptos
orientales. Él concebía el mundo como una emanación de un ser invisible y absoluto, con quien el
alma es capaz de reunirse en trance o éxtasis. Sus lecciones se recopilaron en las Enneadas.

pagano: palabra utilizada originalmente por los cristianos para referirse a los pueblos politeístas
antiguos y, por extensión, a todos los pueblos politeístas, no convertidos al cristianismo, o que no
profesan una fe verdadera, así como de lo que se relaciona con ellos o sus dioses. Hoy tiende a
referirse a una persona que no es cristiana, judía o musulmana, o a una persona que es irreligiosa o
que se adhiere a alguna forma reavivada de una religión antigua.
peripatéticos: los seguidores de la filosofía de Aristóteles o adherentes del aristotelismo. La palabra
significa “los que caminan para arriba y para abajo,” y hace referencia al método de Aristóteles de
enseñar mientras caminaba.

periplo: viaje de circunnavegación de los antiguos marinos.

pitagóricos: los seguidores de la filosofía de Pitágoras, quien desarrolló ciertos principios básicos de
matemáticas y astronomía, dio origen a la doctrina de la armonía de las esferas, creía en la
metempsicosis (la recurrencia eterna de las cosas), y el significado místico de los números.

prosélito: gentil o pagano (no judío) convertido al judaísmo y al que se le permitía adorar en la
sinagoga y acatar algunas leyes ceremoniales judías. Los prosélitos se sintieron muy atraídos por la
temprana prédica del evangelio cristiano, que comenzó en las sinagogas (Hch. 2:11).

reliquia: parte del cuerpo de un santo u objeto que le perteneció o sirvió para su martirio, que se
conserva piadosamente y al que se presta veneración. Generalmente se atribuyen a las reliquias
poderes milagrosos.

Sabbath: el día de la semana cuando las personas son llamadas a descansar de sus labores y a pensar
en Dios, así como Dios descansó “el día séptimo” de la creación. Esta práctica asegura un ritmo de
actividad y recreación en la vida. Los judíos observan el día sábado como su sabbath, desde el
atardecer del viernes hasta el atardecer del sábado. Los cristianos hacen lo propio el día domingo,
si bien de manera menos rigurosa.

Septuaginta: traducción griega del Antiguo Testamento hebreo, hecha por unos setenta ancianos
en Alejandría (Egipto), en tiempos del rey Ptolomeo II Filadelfo, rey de Egipto de 285 a 246 a.C. Fue
la Biblia de los primeros cristianos.

Upanishad: una de las clases de tratados védicos (Vedas) que trata con amplios problemas
filosóficos.

SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO
LOS PRIMEROS

500 AÑOS

Dr. Pablo A. Deiros

EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

Copyright (C) 2005 por Pablo A. Deiros

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almacenada o transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabado o cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de
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ISBN: 987-95473-9-X

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián


Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión

Internacional (Miami: Sociedad Bíblica Internacional, 1999).

CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - El cristianismo en el Imperio Romano

Introducción

El lugar, el tiempo y el propósito

El lugar

El tiempo

El propósito

Factores que contribuyeron a la expansión del cristianismo

La contribución romana

La contribución griega

La contribución hebrea

Un mundo urbano
El surgimiento de la Iglesia

El lugar de adoración

La vida y el ministerio

Otras prácticas cristianas

Símbolos cristianos

La Iglesia y su misión

El comienzo

El avance

La organización

La membresía

La oposición al cristianismo

La oposición en tiempos neotestamentarios

Los cristianos en el Imperio Romano

La oposición en el segundo siglo

La oposición a mediados del tercer siglo

La oposición más seria y final

El primer emperador pro-cristiano

El fin de la última y peor persecución

El triunfo de Constantino

UNIDAD 2 - El cristianismo más allá del Imperio Romano

Introducción

El primer reino cristiano: Edesa

La conversión de Edesa

La contribución de Edesa

La primer nación cristiana: Armenia

La conversión de Armenia
El apóstol de Armenia

El cristianismo en Armenia

La Iglesia en Armenia

El testimonio cristiano más allá de Armenia

Los cristianos de Partia

El lugar

La llegada y difusión del cristianismo

La oposición al cristianismo

Los cristianos de Persia

El desarrollo del testimonio cristiano

La oposición a los cristianos

La gran persecución de 339

La supervivencia del testimonio

Otros períodos de persecución en Persia

La Iglesia Persa y el nestorianismo

El cristianismo en Etiopía

Ubicación geográfica e histórica

El desarrollo del cristianismo en Etiopía

Evidencias del cristianismo en Etiopía

El cristianismo en Arabia e India

Arabia

India

Los bárbaros del norte de Europa

Los hunos de Asia Central

Los godos de Europa del norte

La Iglesia del Oeste y los godos


La Iglesia del Este y los hunos

La Iglesia y el fin del mundo

El cristianismo en las Islas Británicas

El testimonio en Bretaña

El testimonio en Escocia

El testimonio en Irlanda

El testimonio en las Islas Británicas

El cristianismo en la Península Ibérica

Una vieja tradición

Una encarnizada herejía

Un fanatismo riguroso

Un extenso peregrinaje

UNIDAD 3 - El cristianismo en el Imperio Bizantino

Introducción

El lugar y las circunstancias

La ciudad de Constantinopla

La creación del Imperio Bizantino

Desarrollo del Imperio Bizantino

La llegada al trono de Justiniano

El gobierno de Justiniano

Evaluación del gobierno de Justiniano

Cosmovisión y cultura

La civilización bizantina

Arte y arquitectura

Codificación de la ley

Teocracia absoluta
Iglesia, Estado y sociedad

La destrucción del paganismo

La pugna entre el poder temporal y el espiritual

Los efectos de la unión de la Iglesia y el Estado

Cristiandad bizantina postnicena

Las dos naturalezas de Cristo

Los Padres Capadocios

El siglo quinto

Crisóstomo de Constantinopla vs. Teófilo de Alejandría

Nestorio de Constantinopla vs. Cirilo de Alejandría

Flaviano de Constantinopla vs. Dióscoro de Alejandría

El siglo sexto

El monofisismo

Controversia de los Tres Capítulos

La vida y ministerio de la Iglesia

Administración

Organización

Liturgia

Teología

UNIDAD 4 - Los problemas del cristianismo primitivo

Introducción

El problema de las Escrituras

Las Escrituras de los primeros cristianos

La herejía de Marción (c. 160)

El canon del Nuevo Testamento

El problema del credo


La fe de los primeros cristianos

El problema de los judaizantes

La herejía de los gnósticos

La reacción cristiana

El problema de la ética

La herejía de Montano (c. 179)

Otros disidentes

La reacción de la Iglesia

El problema de la eclesiología

De un ministerio carismático a un ministerio triple

Desarrollo del episcopado monárquico

Factores que contribuyeron a la supremacía del obispo de Roma

El problema de las controversias teológicas

La necesidad de una teología cristiana

Las primeras controversias

Las controversias trinitarias

Las controversias cristológicas

La controversia pelagiana

El problema de la mundanalidad

El movimiento monástico

Los monjes del desierto

El monasticismo oriental

El monasticismo occidental

El problema de la ideología

La unión de la Iglesia y el Estado

El concepto de cristiandad
Mirada retrospectiva y prospectiva

Evaluación del cristianismo del período

La contribución del cristianismo del período

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros

USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.

El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el

servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.
Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.
PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.

Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla la
cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.

Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.

En el presente libro de texto se seguirá mayormente un criterio cronológico, en base al esquema


general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los autores de las Guías de Estudio de
TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El material será arreglado en cuatro
unidades principales, y cada una de ellas dividida en un número de temas de estudio. Así, pues, la
primera unidad considera la expansión del testimonio cristiano en el ámbito del Imperio Romano.
La segunda unidad presta atención al mismo fenómeno, pero fuera de las fronteras del Imperio
Romano. La tercera se concentra en el análisis del desarrollo del cristianismo en torno a
Constantinopla y el Imperio Bizantino. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los primeros cinco siglos de su
existencia, y cómo se intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo es de gran provecho para el líder cristiano. Primero, el
estudio de la historia del cristianismo reafirma la fe del creyente en la validez de su mensaje y obra.
No hay una explicación adecuada para la vitalidad continua del testimonio cristiano frente a las
tremendas dificultades por las que ha atravesado, que no sea la validez del mensaje que Dios estaba
en Cristo reconciliando al mundo consigo. Los frutos de la proclamación de este mensaje renuevan
la fe en la obra del Espíritu Santo, como agente de la acción redentora de Dios en la historia. El
testimonio cristiano ha hecho una contribución significativa al desarrollo de la humanidad.

1. El cristianismo ha revalorizado la vida del ser humano individual y la sociedad como un todo.
Esto ha tenido un impacto especial en los grupos humanos más oprimidos, las mujeres, los niños,
los enfermos, los marginados, los prisioneros y los esclavos. El cristianismo también presenta el
concepto más alto de sociedad: el reino de Dios, la sociedad de los redimidos bajo el señorío de
Cristo.

2. El cristianismo ha revalorizado el trabajo del ser humano. En lugar de ser una fuente de
humillación y explotación, el testimonio cristiano ha enseñado que el trabajo es una oportunidad
para glorificar a Dios y cumplir el destino propio como mayordomo de su creación. El cristianismo
ha contribuido a la elevación social de los trabajadores alrededor del mundo.

3. El cristianismo ha revalorizado la educación del ser humano. Gracias al testimonio cristiano,


la educación ya no es entendida como un privilegio para unos pocos, sino como un derecho para
todos, sin exclusiones. El ejercicio de este derecho inalienable es esencial para el desarrollo de la
dignidad de cada persona. Debe recordarse que los primeros en ofrecer oportunidades de
educación a las mujeres fueron cristianos.

4. El cristianismo ha revalorizado la historia del ser humano. El testimonio cristiano ha provisto


de una nueva interpretación de la historia, que ofrece esperanza para la humanidad y sentido al
devenir. El cristianismo cambió el concepto griego de la historia como una serie de ciclos dominados
por el destino o la fortuna. La fe cristiana toma en cuenta tanto la inmanencia como la trascendencia
de Dios en los eventos de este mundo. Pero reconoce que el ser humano no alcanzará su destino
final dentro de la historia, sino que evoca su esperanza para que mire más allá de la historia a la
victoria final en Cristo.

5. El cristianismo ha revalorizado las relaciones del ser humano. Su mensaje habla de la


eliminación de prejuicios, odios, racismo, discriminación e invita a todos los seres humanos a
reconciliarse con Dios y los unos con los otros. El llamado a la reconciliación incluye la idea de una
nueva fraternidad y solidaridad entre los seres humanos, que tiene que encontrar expresión
concreta en la vida de la comunidad de fe, como modelo de comunidad humana.

Segundo, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la falacia de confundir los perfiles
culturales del cristianismo con el evangelio mismo. En la historia del cristianismo es posible ver
períodos áridos y oscuros, cuando apenas la cáscara externa de la religión parecía estar intacta. Las
Cruzadas, los papas renacentistas, la imposición del cristianismo a los pueblos nativos en América
Latina, los destinos manifiestos y los imperialismos mesiánicos son apenas algunos pocos ejemplos
de la confusión entre subproductos culturales de la fe y el evangelio cristiano. La confusión de la fe
cristiana con la cultura occidental ha sido frecuente, y generalmente con resultados deplorables.

Tercero, el estudio de la historia del cristianismo enseña la futilidad de esperar la perfección aquí
en la tierra y de este lado de la eternidad. Esta expectativa de construir un mundo perfecto ha sido
el fracaso de más de un idealista. Incluso muchos cristianos se han alejado de sus respectivas
comuniones cristianas en razón de que han encontrado imperfecciones en ellas. Por supuesto que
parte del ideal cristiano es aspirar a la perfección y trabajar por la santidad. Pero hace falta un
balance para ver que de este lado de la eternidad la perfección no es posible, ni siquiera en la Iglesia.
Pretender que la Iglesia sea perfecta es confundir al cuerpo de Cristo con el Señor mismo.

Cuarto, el estudio de la historia del cristianismo desenmascara a los verdaderos enemigos del
evangelio. Estos enemigos no son las imperfecciones de los hermanos, por más perturbadoras que
éstas sean. Estos enemigos no son las disparidades en la comprensión teológica entre cristianos
sinceros, por más confundidoras que éstas sean. Los enemigos reales no son siquiera las iglesias
rivales que alguna vez nos han perseguido, excluido o discriminado. Los verdaderos enemigos del
evangelio son Satanás y sus huestes de maldad, junto con los poderes que ellos desatan:
secularismo, relativismo, materialismo, hedonismo, consumismo, egocentrismo, imperialismo,
terrorismo, etc.

Quinto, el estudio de la historia del cristianismo alienta una visión ecuménica de la fe. La historia
del cristianismo nos ilustra la unidad esencial de los cristianos en torno a la fe en Cristo. Los períodos
de grandes avivamientos espirituales en esta historia no han estado restringidos a un grupo
particular. El testimonio cristiano ha sido más impactante y efectivo cuando ha sido el resultado de
la unidad de los cristianos en respuesta a la oración de Jesús (Juan 17).

Sexto, el estudio de la historia del cristianismo demuestra la validez del principio de unidad en la
diversidad. Pablo enseñó esta verdad bajo la figura del cuerpo y sus diversos miembros, cada uno
de los cuales tiene sus propias funciones pero necesita de los demás. El gran factor espiritual a lo
largo de los siglos ha sido el descubrimiento de que las diversas comuniones de fe dentro del
cristianismo pueden enriquecerse unas a otras y encontrar su unidad esencial en Cristo, sin perder
la validez de su propia contribución.

Séptimo, el estudio de la historia del cristianismo desarrolla un espíritu de tolerancia y


comprensión. Tolerancia no significa renunciar a la verdad. Más bien, es la disposición de permitir a
otros ejercer el derecho de expresar sus propios puntos de vista. Nadie puede estudiar la historia
del testimonio cristiano sin sentirse perturbado por las profundas heridas producidas en la Iglesia
por la intolerancia. De igual modo, el conocimiento del pasado cristiano ayuda a desarrollar una
mayor y mejor comprensión de los hechos. Y esto, a su vez, permite un ejercicio más inteligente del
amor y la aceptación.

Octavo, el estudio de la historia del cristianismo provee de una perspectiva adecuada para
valorar las tendencias y movimientos del presente. A través de sus estudios históricos, el creyente
está mejor capacitado para reconocer en los cultos de nuestros días la reaparición de viejas herejías.
Uno puede constatar el hecho triste de que cada generación muchas veces repite los mismos errores
del pasado. Una perspectiva histórica puede ayudarnos a ser mejores profetas de Dios al ver su
mano obrando en la historia.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. El cristianismo en el mundo

2. Palestina en el centro del mundo


3. Palestina en la historia

4. La expansión del cristianismo hacia el año 350

5. Las grandes sedes episcopales

6. Etiopía, Arabia, Persia e India

7. La expansión del cristianismo a fines del siglo VI

8. Rutas seguidas por los hunos y godos

9. Imperio Bizantino y Constantinopla

Cuadros

1. Progreso del cristianismo

2. La marcha del cristianismo

3. Caracterización de cada siglo

4. La contribución romana al cristianismo

5. La contribución griega al cristianismo

6. La contribución hebrea al cristianismo

7. Anagrama de Tertuliano

8. Símbolos cristianos

9. Tres etapas de la misión de los apóstoles

10. Emperadores romanos

11. Zoroastrismo

12. Maniqueísmo

13. Problemas y respuestas de la Iglesia

14. Los Padres de la Iglesia

15. Defensores de la fe

16. Los grandes concilios universales o ecuménicos


Introducción general

La historia del cristianismo ha sido definida de múltiples maneras. Muchos autores,


comprometidos con la ideología de la cristiandad, la han definido desde una perspectiva
institucional. Es por esto que han titulado sus estudios como “historia de la Iglesia” o “historia
eclesiástica.” A. H. Newman señala: “La historia de la iglesia es la narración de todo lo que se conoce
de la fundación y el desarrollo del reino de Cristo sobre la tierra.” Según Newman, la expresión
“historia de la iglesia” se usa comúnmente para designar no sólo el registro de la vida cristiana
organizada de nuestra era, sino también el registro de la carrera de la religión cristiana misma.
Incluye dentro de su esfera las influencias religiosas directas e indirectas que el cristianismo ha
ejercido. Muchos autores protestantes siguen este enfoque, que pone el énfasis en la institución
histórica que se conoce como Iglesia cristiana.

Obviamente, ésta es también la comprensión de los historiadores católicorromanos. Joseph


Lortz presenta la siguiente definición: “La Historia de la Iglesia es, …, similar a cualquiera otra ciencia
histórica, y trabaja con las mismas leyes de la crítica histórica. Pero la Historia de la Iglesia es
diametralmente distinta de la pura ciencia natural, ya que opera según principios propios tomados
de la Revelación: la Historia de la Iglesia es teología.” Otro autor católico, Bernardino Llorca, señala:
“Historia de la Iglesia es la ciencia que estudia el desarrollo exterior e interior y toda la actividad de
la Iglesia, como institución de Cristo.”

Esta comprensión responde al método de la historiografía antigua, y fue inaugurado por Eusebio
de Cesarea (260–340), el padre de la “historia eclesiástica,” a comienzos del siglo IV. Al escribir
después de la supuesta “conversión” del emperador romano Constantino (año 312), Eusebio
procuró escribir una historia institucional que sirviera a los propósitos del Imperio Romano, más que
como un testimonio de la manifestación del reino de Dios.

Otros definen nuestra disciplina desde la perspectiva de la historia de las religiones. Según W.J.
McGlothlin, “La historia del cristianismo es el relato del origen, progreso y desenvolvimiento de la
religión cristiana y de su influencia sobre el mundo.” McGlothlin distingue entre una historia
externa, que tiene que ver con el relato de la influencia del cristianismo en su crecimiento y
expansión; y, una historia interna, que se refiere al relato de los cambios internos. Para Kenneth S.
Latourette, “la historia del cristianismo es la historia de lo que Dios ha hecho por el hombre así como
la contestación del hombre a la actitud de Dios.”

La tendencia en la historiografía cristiana contemporánea es ver a la historia del cristianismo


como la historia de un movimiento y como una realidad más grande que cualquier institución
eclesiástica local o particular. Esta perspectiva histórica toma en cuenta la diversidad de creencias y
prácticas que se han dado a lo largo de dos mil años de testimonio cristiano. Además, al considerar
al cristianismo como movimiento, estos historiadores hacen el esfuerzo por mantener una
perspectiva global en su aproximación a los hechos históricos.
El presente libro de texto no es una historia eclesiástica. Tampoco se trata de una historia de la
religión cristiana, con énfasis sobre el desarrollo de sus doctrinas y prácticas, su clero y
organizaciones. Más bien, lo que nos proponemos es elaborar una historia del cristianismo. La
historia del cristianismo es el relato crítico del origen, progreso y desarrollo del testimonio cristiano
y de su influencia en el mundo. No nos interesa tanto la Iglesia como institución ni el cristianismo
como religión, sino más bien la fe cristiana como testimonio de vida y de salvación para toda la
humanidad. En este sentido, el cristianismo ha sido siempre una fe histórica. Lo ha sido por dos
razones. Primero, porque cree en el carácter histórico de su protagonista central: Jesús de Nazaret.
Segundo, porque afirma la relación fundamental entre la actividad de Dios y el curso de la historia
humana. La historia es central para la fe cristiana. Es en la arena del tiempo y de los eventos
humanos donde se desarrolla el plan redentor de Dios y la manifestación y expansión de su reino.

Marc Bloch: “El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han
podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo
humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus liturgias
conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la iglesia y de
los santos. El cristianismo es además histórico en otro sentido, quizá más profundo:
colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos,
una larga aventura, de la cual cada destino, cada ‘peregrinación’ individual, ofrece, a su vez,
el reflejo; en la duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación
cristiana, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Redención.”

Hay tres religiones que pretenden ser universales y que en ciertos períodos de la historia se han
difundido por el mundo. Estas religiones han apelando a las personas de todas las razas, culturas y
lenguas con sus doctrinas y prácticas. Ellas son: el budismo, el cristianismo y el islamismo. El budismo
comenzó en el noreste de la India seis siglos antes de Cristo, y el islamismo nació en Arabia seis
siglos después de Cristo. El budismo se esparció hacia Oriente, donde llegó a ser la religión más
difundida de Asia, mientras que el islamismo se extendió principalmente hacia el oeste de Asia y
Arabia, y se transformó en la religión de dos continentes: Asia y África. En los últimos cuatro o cinco
siglos ninguna de estas dos religiones ha dado mayores muestras de vitalidad. No obstante, en años
más recientes, se han dado ciertos indicios de avance y renovación. El fundamentalismo islámico ha
llamado la atención de todo el mundo, mientras que el budismo se ha infiltrado significativamente
en la cultura occidental. Ambas religiones han puesto de manifiesto un dinamismo misionero, que
ha cautivado a muchos en el mundo noratlántico.

A diferencia de estas dos religiones, el cristianismo comenzó desde una posición estratégica
mejor. Palestina puede ser comparada con un estrecho corredor entre el mar y el desierto o un
puente que une a tres continentes: Asia, África y Europa. El cristianismo pronto se esparció a estos
tres continentes, ganando su primer triunfo en forma decisiva alrededor del mar Mediterráneo. A
pesar de los retrocesos o detenimientos en su avance, la fe de Jesucristo se ha expandido una y otra
vez, llegando a ser la religión más difundida del mundo.

MAPA 1 - EL CRISTIANISMO EN EL MUNDO


La vida más fecunda y efectiva del cristianismo corresponde a los últimos cinco siglos, y su
avance geográfico más grande se ha dado en los últimos doscientos años. Estos años pasados fueron
testigos del desarrollo extraordinario del cristianismo, no tanto numéricamente, como en su
influencia general sobre el mundo, llegando a estar presente en casi todos los países de nuestro
planeta.

Antes de discutir el progreso del cristianismo en los distintos períodos de su historia, es


necesario tener una visión global de este proceso. El cuadro que sigue ilustra la manera en que el
eminente profesor Kenneth S. Latourette grafica la historia del cristianismo en su obra Historia de
la expansión del cristianismo (en inglés), en siete volúmenes.

CUADRO 1 - PROGRESO DEL CRISTIANISMO

A la luz de este gráfico, puede verse que ningún período de retroceso del movimiento cristiano
fue tan serio y profundo como el primero. Después de cada retroceso vino no sólo un período de
recuperación, sino un avance a nuevos logros y expansión. Debe notarse también la continua y
realmente creciente influencia del cristianismo en el mundo. Tomada en su conjunto, la línea del
desarrollo del movimiento cristiano muestra un balance positivo de crecimiento, avance, logros y
realizaciones, que van más allá de lo que cualquier otra religión en el mundo haya logrado. El cuadro
que sigue nos ayuda a entender e interpretar el gráfico anterior:

CUADRO 2 - LA MARCHA DEL CRISTIANISMO

AÑO CARACTERIZACIÓN ACONTECIMIENTOS


IMPORTANTES

29–500 Primer Avance Conquista del Imperio Romano.

500–950 Primer Retroceso Caída del Imperio de Occidente


y surgimiento del Islam.

950–1350 Segundo Avance Resurgimiento del cristianismo


occidental.

1350–1500 Segundo Retroceso Declinación de la iglesia


medieval y resurgimiento del
poder islámico bajo los turcos
otomanes.

1500–1750 Tercer Avance Reforma y Contrarreforma.

1750–1815 Tercer Retroceso Creciente secularización en


Occidente y declinación de las
potencias cristianas: España y
Portugal.

1815–1914 Cuarto Avance Movimientos modernos y el


período más grande de
expansión.
1914–1990 Retroceso y Avance Movimiento ecuménico, y
movimientos de consolidación y
renovación espiritual.

Como puede verse, el progreso está lejos de ser uniforme. A pesar de la oposición, los primeros
cinco siglos se caracterizaron por un avance rápido y sin mayores interrupciones, que resultó en el
establecimiento de la fe cristiana en toda la cuenca del mar Mediterráneo. Después de Pentecostés,
los discípulos tuvieron nuevas fuerzas para hacer frente a la misión encomendada por Jesús. Las
primeras persecuciones los obligaron a esparcirse y a llevar el mensaje a otros lugares fuera de
Palestina. Con Pablo se abrió la puerta a los gentiles y el evangelio llegó hasta Roma, que no era “lo
último de la tierra” sino más bien el centro del mundo greco-romano. Pero Roma sí era la antesala
para llegar hasta lo último de la tierra, como era el deseo del apóstol (Ro. 15:24, 28, España era para
los antiguos el extremo occidental del mundo conocido). Con la conversión del emperador romano
Constantino, el cristianismo encontró puertas abiertas para su expansión, a pesar de sus
controversias internas. Más tarde, las invasiones bárbaras impusieron la necesidad de un ajuste a
las nuevas circunstancias históricas y frenaron el dinamismo del avance cristiano.

Después de los primeros cinco siglos de avance llegamos a los “mil años de incertidumbre”
(como los denomina Latourette). El período comienza con cuatro siglos y medio de declinación,
posiblemente la más seria de toda la historia del cristianismo. El primer retroceso será el más grande
y prolongado de todos los que muestra el gráfico. En buena medida, esto se debió a la caída del
Imperio Romano de Occidente, que había significado para el cristianismo un medio ambiente
estable y seguro, en el que en los primeros siglos la fe cristiana encontró su mayor oportunidad para
una expansión rápida e ininterrumpida. Otro factor de esta declinación fue el surgimiento del Islam
en el Cercano Oriente, es decir, el nacimiento del rival religioso más grande del cristianismo hasta
los tiempos modernos. No obstante, el cristianismo no sólo sobrevivió, sino que hacia el 950
comenzó un paulatino ascenso, que va a continuar hasta cerca del 1350. Noten que deberán pasar
600 años (el período que algunos llaman la “Edad Oscura”) antes de que se alcance una posición
comparable con la del año 500.

Hay dos cosas importantes que notar durante este ascenso: (1) En Occidente, la religión
cristiana, que sobrevivió a la civilización romana, llegó a ser el núcleo de la nueva civilización
europea. Si bien no fue una civilización cristiana, el cristianismo ocupó en ella un lugar primordial.
(2) En Oriente, se ven señales de recuperación con las Cruzadas (1096) y en la nueva empresa
misionera (siglo XIII).

Una segunda declinación comenzó hacia el 1350 y continuó hasta el 1500. La razón fue doble:
en Occidente se da la división de la cristiandad y movimientos de revuelta contra los abusos en la
Iglesia; en Oriente se da un reavivamiento del Islam y un acrecentamiento de su agresividad.
Hacia el año 1500 terminó este período de retroceso para dar paso a un significativo avance del
cristianismo. El período del 1500 al 1750 fue un verdadero salto hacia arriba. En su comienzo
encontramos nuevas líneas de comunicaciones que comenzaron a abrirse por todo el mundo.
Coincidiendo con esto surgieron movimientos de un nuevo celo religioso en algunos sectores de la
cristiandad occidental. El resultado fue el período más fecundo y rico, hasta el momento, en la
historia del cristianismo. Hacia el año 1750, las grandes potencias políticas, que promovieron los
viajes de descubrimiento y exploración, cayeron de su sitial de poder y otras naciones ocuparon su
lugar. Paralela a esta crisis política se dio la crisis religiosa con una pérdida de vigor y un enfriamiento
del celo cristiano. En Europa esto se debió a la expansión de una actitud materialista y racionalista,
ejemplificada dramáticamente en la política antirreligiosa de la Revolución Francesa de 1789. En
otras partes el retroceso se debió a la declinación de las misiones romanas con el eclipse de España
y Portugal, los primeros patrocinadores de aquellas misiones en las nuevas tierras, y luego la
situación diferente de Francia, que durante algún tiempo sobrepasó a las naciones mencionadas
como potencia católica romana.

Con el fin de las guerras napoleónicas en 1815, comenzó para Europa un siglo de comparativa
paz, y para el cristianismo uno de progreso sin igual. En América Latina comienza el período de la
independencia de España y Portugal, y más tarde (en la segunda mitad del siglo) el período de
organización nacional de las repúblicas latinoamericanas. Inglaterra se destacó como la potencia
mundial más importante, y la Revolución Industrial, en la que esta nación tuvo la delantera, la
transformó en la fábrica del mundo. Es en el marco de esta nueva situación económica, política y
social, que se tradujo en la expansión imperialista mundial, que debe interpretarse el papel de
Inglaterra en esta etapa de nuevo avance del cristianismo. A partir de comienzos pequeños se
desarrolló un movimiento que difundió el cristianismo hasta fronteras desconocidas en cualquier
momento anterior de su historia.

Es en este período que la religión cristiana llegó a ser universal en el sentido geográfico de la
palabra, es decir, no sólo con un mensaje que es para todas las personas, sino que realmente
comenzó a ganar a las personas “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas”. El movimiento
misionero moderno surgió en Inglaterra y se extendió a los protestantes en el continente europeo
y en Norteamérica. A los católicos romanos, que habían ocupado un lugar muy importante en el
período anterior (1500–1800), les costó mucho tiempo adaptarse a las oportunidades de esta edad,
pero pronto comenzaron un nuevo trabajo misionero. Protestantes y católicos, entre los años 1800
y 1914, esparcieron el cristianismo a lugares a los que hasta entonces no había llegado. En este
sentido, el siglo XIX ha sido llamado “El Gran Siglo”.

CUADRO 3 - CARACTERIZACIÓN DE CADA SIGLO

El primer siglo, es el siglo apostólico fundacional;

el segundo siglo, es el siglo de los apologistas griegos;

el tercer siglo, es el siglo de la persecución en el Imperio Romano;


el cuarto siglo, es el siglo de la Iglesia estatal;

el quinto siglo, es el siglo de las divisiones en Oriente;

el sexto siglo, es el siglo del cesaropapismo;

el séptimo siglo, es el siglo del Islam;

el octavo siglo, es el siglo de la controversia sobre los íconos en Oriente;

el noveno siglo, es el siglo del Sacro Imperio Romano Germánico;

el décimo siglo, es el siglo de la conversión de Rusia;

el undécimo siglo, es el siglo de la escolástica;

el duodécimo siglo, es el siglo de las Cruzadas;

el décimo tercer siglo, es el siglo del poder papal;

el décimo cuarto siglo, es el siglo del Cautiverio Babilónico y Cisma Papal;

el décimo quinto siglo, es el siglo del Renacimiento;

el décimo sexto siglo, es el siglo de las Reformas;

el décimo séptimo siglo, es el siglo de la razón;

el décimo octavo siglo, es el siglo de los avivamientos evangélicos; el décimo noveno siglo, es el
siglo de las misiones modernas.

El último período se inaugura después de 1914 y coincide con el siglo pasado. Todos los siglos
de la historia del cristianismo pueden ser designados por sus tendencias o eventos característicos.

¿Qué nombre podemos darle al siglo XX o cómo podemos caracterizarlo? Quizás es muy pronto
para darle un nombre, pero posiblemente sea el “siglo de la consolidación y la renovación
espiritual”. Estamos muy cerca de los eventos como para estar seguros de sus causas, de su
significado y de su orientación. ¿Será este último período un cuarto retroceso? Muchos europeos,
conscientes del secularismo y del proceso de descristianización imperante en sus países,
responderían “SÍ”. Algunos norteamericanos, con un pobre desarrollo denominacional y
permanente decrecimiento numérico en el protestantismo troncal, también dirían “SÍ”.

No obstante, si interrogamos al continente asiático las respuestas serán diferentes según los
lugares. En China, con el advenimiento del comunismo, el cristianismo casi fue cortado de raíz, pero
a comienzos del siglo XXI había más de 150 millones de cristianos confesantes en la Iglesia
subterránea en esta populosa nación. En otros países de Oriente, las iglesias cristianas han pasado
y están pasando por momentos de extraordinario avivamiento y desarrollo, como en Corea del Sur
e Indonesia. En África, a pesar de los choques políticos, raciales y culturales, el progreso del
cristianismo continúa siendo notable. En algunos países africanos el desarrollo es explosivo. En
América Latina no se ha dado todavía un gran avivamiento de la fe cristiana, lo que no significa un
retroceso sino una oportunidad. Es posible que el continente latinoamericano sea testigo en las
próximas décadas de una revitalización del cristianismo que afecte a toda la cristiandad, si es que el
Señor no retorna antes. Ya hay indicios verificables de este proceso de renovación espiritual y
crecimiento de las iglesias. América Latina se está volcando masivamente a una comprensión
evangélica (más específicamente pentecostal y carismática) de la fe cristiana.

Del resumen histórico anterior surge la observación general de que después de cada retroceso
vino no sólo una recuperación sino un avance de grado superior a los anteriores. Es de notar también
la continua y creciente influencia del cristianismo. Tomada en su conjunto, la línea de desarrollo
muestra un crecimiento, avance, logros y realizaciones que van más allá de lo que cualquier otra
religión en el mundo haya logrado jamás. Será, pues, como parte de esta línea de desarrollo que
analizaremos y estudiaremos la importancia de cada período de la historia del cristianismo.

En este primer volumen se considerará el período del primer avance del cristianismo: los
primeros quinientos años. Consideraremos estos siglos fundacionales a través de cuatro unidades
de desarrollo. En este volumen se estudia el primer avance del cristianismo desde Jerusalén “hasta
lo último de la tierra.” El énfasis principal está puesto sobre la gente antes que en cuestiones
políticas o polémicas. Se procura hacer una descripción vívida de los cristianos en los primeros cinco
siglos sobreviviendo con su fe a través de la persecución y llevando esa fe hacia el este en Asia, el
sur en África, y hacia occidente en Europa.

La Unidad 1 considera el rápido proceso de difusión del cristianismo en el ámbito geográfico del
Imperio Romano, y se muestra cómo de religión reprimida se transformó en religión favorecida por
el Estado. Se destacan los factores que contribuyeron a esa rápida expansión y la vida y ministerio
de los primeros cristianos.

La Unidad 2 considera la expansión del cristianismo fuera del Imperio Romano, procurando
mostrar que la fe cristiana no sólo se desarrolló en forma floreciente en Occidente, sino también en
Oriente. Se notará cómo, hacia fines del período en consideración, el cristianismo había llegado a
los extremos del mundo conocido: Inglaterra en Occidente y China en Oriente; los pueblos bárbaros
al norte de Europa y la costa oriental de África hacia el sur.

La Unidad 3 presta atención de manera particular al desarrollo del cristianismo en el Imperio


Romano Oriental, con su capital en Constantinopla. En la historiografía tradicional este desarrollo
no ha recibido suficiente atención. Se procurará no sólo conocer el desarrollo político sino también
el religioso, que estuvo íntimamente relacionado con el primero. A tal efecto, será de interés la
consideración de la cosmovisión y cultura bizantina, así como sus manifestaciones teológicas,
religiosas, eclesiológicas y litúrgicas.
La Unidad 4 señala los problemas a los que el cristianismo tuvo que hacer frente en sus primeros
500 años de vida. Algunos fueron más profundos que otros, algunos pronto perdieron su vigencia,
otros sobrevivieron sin una solución definitiva durante varios siglos, aun otros continúan
reapareciendo hasta el día de hoy de una u otra manera.

UNIDAD 1

El cristianismo en el imperio romano

INTRODUCCIÓN
Esta unidad es una síntesis de la historia del cristianismo desde sus orígenes hasta el siglo VI, en
el ámbito de lo que se conoció como el Imperio Romano, pero con una perspectiva global. Se pondrá
énfasis en el surgimiento y desarrollo del testimonio cristiano, mayormente en el mundo
grecorromano. Se prestará atención a los eventos y movimientos principales, los personajes más
importantes, los documentos fundamentales, y algunas de las tendencias teológicas más
destacadas.

El conocimiento de la historia del cristianismo de los primeros siglos es básico para una
comprensión del testimonio y la vida de la Iglesia contemporáneos. Muchas de nuestras creencias
y prácticas actuales son productos de aquellos siglos fundacionales. Mediante el estudio de la
enseñanza y práctica de los primeros cristianos, los estudiantes y lectores aprenderán a apreciar a
la Iglesia primitiva y a comprometerse con la misión que el Señor nos ha confiado.

Todo el Nuevo Testamento señala el hecho del esparcimiento del cristianismo por todo el
mundo como una meta que debe cumplirse en la historia. Cada uno de los cuatro Evangelios termina
con un claro mandato, dado por Jesús, en este sentido (Mt. 28:19; Mr. 16:15; Lc. 24:47; Jn. 20:21).
El libro de los Hechos de los Apóstoles tiene como propósito narrar los acontecimientos de ese
programa desde el comienzo en Jerusalén “hasta lo último de la tierra”. El resto de la literatura del
Nuevo Testamento consiste en cartas de los misioneros a las jóvenes iglesias del mundo
mediterráneo con cuya fundación estaban relacionados.

Por estos documentos sabemos que los primeros cristianos estaban firmemente convencidos
que su religión era las “buenas nuevas” para todas las personas (Jn. 3:16; Lc. 24:47). Es posible que
ante esta pretensión muchos de los que oían su prédica se hayan reído. Al fin y al cabo, en
comparación con los grandes movimientos filosóficos y los cultos practicados por las mayorías, el
cristianismo no parecía otra cosa que una superstición inexplicable y peligrosa, que atentaba contra
el orden institucional. Su origen era dudoso y los contenidos históricos de su fe resultaban no sólo
paradójicos, sino inaceptables para la cosmovisión dominante en aquel entonces. Además, ¿qué
valor o influencia podía tener una secta judía nacida en un rincón tan oscuro del mundo como era
Palestina?

EL LUGAR, EL TIEMPO Y EL PROPÓSITO


Para muchos pensadores de distinción en el primer siglo, Palestina, la cuna del cristianismo, no
era más que un rincón olvidado y despreciado del mundo. Los griegos pensaban de él como una
tierra de ignorantes y los romanos como un territorio rebelde y problemático. Sin embargo, ¿tenían
razón los antiguos cuando consideraban a Palestina como un rincón del mundo? Si observamos un
mapa, inmediatamente se hace evidente que Palestina no está en un rincón, sino en el centro mismo
del mundo (ver mapa 2).

MAPA 2 - PALESTINA EN EL CENTRO DEL MUNDO

_ El lugar
El lugar del nacimiento del cristianismo fue importante. Si bien algunos filósofos e intelectuales
de las primeras décadas de testimonio cristiano se burlaron de las pretensiones de universalidad de
la nueva fe, la cuna del cristianismo—Palestina—estaba ubicada en un lugar central desde el punto
de vista geográfico. Allá por el año 175, un conocido filósofo pagano, Celso, decía: “Si Dios
despertara de un largo sueño y quisiera salvar a todos los seres humanos, ¿piensas que iría a una
esquina del mundo?… Sólo un escritor cómico diría que el Hijo de Dios fue enviado a los judíos.”
Muchos en sus días compartían el concepto de Celso. Palestina era un territorio pequeño y marginal.
Apenas una franja rugosa de 240 kms. de longitud por 120 kms. de ancho.
Sin embargo, Palestina era central en términos geográficos. No hay otro territorio que esté
mejor ubicado respecto a los cinco continentes. La expansión de la fe cristiana, entonces, comenzó
a partir de un territorio estratégicamente ubicado, desde donde su expansión por todo el planeta
era más factible. En un sentido, Palestina puede ser considerada como un centro geográfico del
mundo.

_ El tiempo
No sólo el lugar resultó importante para el surgimiento del cristianismo, sino también el tiempo.
Palestina es central geográficamente y también lo es históricamente. Este territorio ha ocupado una
posición histórica estratégica a lo largo de la historia de la humanidad en el corredor entre Asia y
África (ver mapa 3).

MAPA 3 - PALESTINA EN LA HISTORIA

Por un lado, esta posición estratégica de Palestina, significó una verdadera desgracia para sus
habitantes, desde la antigüedad hasta el presente. El país está encajado como un estrecho corredor
entre los territorios donde se desarrollaron algunas de las más grandes civilizaciones de la
antigüedad: el Delta del río Nilo y las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates. Fue inevitable que las
sucesivas potencias rivales en estas dos áreas culturales se propusieran adueñarse de este corredor
estratégico y procurarán conservarlo para sí. De este modo, el pequeño país se vio condenado a ser
víctima constante de las guerras entre estos grandes dominios. Esta situación configura el trasfondo
histórico de todo el Antiguo Testamento. Pero no sólo Asia y África compitieron por Palestina, sino
que pronto se unió también Europa. El primer monarca europeo en dominar estas tierras fue
Alejandro Magno, de Macedonia (c. 330 a.C.), y luego vinieron los romanos (63 a.C.). Ésta era la
situación cuando se inició el período del Nuevo Testamento: Asia, África y Europa rodeaban a
Palestina, que era como un estrecho puente entre ellas. La historia del pueblo hebreo, según se nos
refiere en el Antiguo Testamento, da testimonio de este hecho. Caldeos, egipcios, asirios, babilonios,
persas, griegos y romanos, representantes de tres continentes, invadieron sucesivamente esta tierra
y escribieron en ella su historia.

Por otro lado, Palestina fue algo más que el escenario histórico de los conflictos bélicos de los
imperios de la antigüedad. En el desarrollo de esa historia, Dios escogió el tiempo más propicio para
el advenimiento del Salvador del mundo. La Biblia declara que el advenimiento del Mesías no fue
una casualidad histórica, sino que Dios escogió el tiempo. Los Evangelios testifican: “Jesús vino …
predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido” (Mr. 1:14, 15). Pablo
usa una frase similar: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de
mujer y nacido bajo la ley …” (Gá. 4:4). Ambas declaraciones indican que Dios preparó las cosas y
que la preparación fue completa y adecuada para su eterno propósito redentor.

Kenneth S. Latourette: “En el tiempo en que comenzó el cristianismo y en los primeros tres
siglos de su existencia más que en cualquier era precedente, las condiciones en el mundo
mediterráneo prepararon el camino para la difusión de una nueva fe religiosa a través de
toda la extensión de esa área. En realidad, tampoco después de los tres siglos en los que el
cristianismo tuvo éxito en establecerse como la religión más fuerte en esa región, volvieron
a existir allí las condiciones que favorecieron de tal manera la entrada y aceptación general
de una nueva fe.”

_ El propósito
Tiempo y espacio coincidieron como coordenadas para crear el marco más propicio para la
venida de Jesús al mundo. Pero Palestina es central no sólo geográfica e históricamente, sino
también espiritualmente. Palestina fue algo más que el escenario espacio-temporal de los conflictos
bélicos de la antigüedad. Por sobre todas las cosas, fue la tierra en que nació Jesús, el Salvador del
mundo. Fue el lugar del nacimiento del movimiento cristiano, y en esto su posición central adquiere
una nueva importancia. Es cierto que Palestina fue el embudo por el que pasaron las potencias de
tres continentes, pero fue también el punto de partida ideal para que el cristianismo penetrara en
esos tres continentes con su mensaje de paz y justicia. Jesús había dicho: “Id … a todas las naciones,
comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:47), y “desde Jerusalén … hasta lo último de la tierra” (Hch.
1:8). Basta con observar un planisferio para notar cuán sabiamente escogió Dios a esta tierra para
la realización de sus planes redentores y para la difusión de su luz por todo el mundo (ver mapa 2).

El libro de los Hechos comienza la historia de una nueva era, cuando la posición central de
Palestina (geográfica, histórica y espiritual) fue utilizada por Dios en forma novedosa y redentora.
Los apóstoles al principio no se dieron cuenta de esto. Jesús les había hablado de la inauguración de
un nuevo reino y de un nuevo poder con el que ellos lo pondrían de manifiesto en todo el mundo
(Hch. 1:8). Pero ellos no entendieron la dimensión de lo que Jesús les estaba diciendo (Hch. 1:6),
hasta que llegó el día de Pentecostés y el Espíritu Santo los ungió para la misión. Algo
maravillosamente nuevo estaba ocurriendo y Dios había preparado las cosas. Poco a poco los
primeros cristianos comenzaron a entender la misión de Dios y a comprometerse con ella con todo
entusiasmo y fe.

FACTORES QUE CONTRIBUYERON A LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO


Los cristianos que vivían en el tiempo del primer avance rápido del cristianismo (hasta el año
250) y que habían desempeñado un papel importante en ese avance, veían que Dios había
preparado las cosas de tres maneras:

_ La contribución romana
El mundo romano hizo una quíntuple contribución a la expansión del cristianismo. Cada uno de
estos aspectos puede ser recordado por la palabra en latín que lo describe: pax, lex, via, rex, ars.

Pax: la paz romana. Es difícil que una idea se difunda en medio de situaciones de conflicto. El
Imperio Romano gozaba de paz cuando apareció el cristianismo. Orígenes de Alejandría (185–254),
uno de los más destacados biblistas y teólogos del cristianismo antiguo, afirma: “Dios estaba
preparando a las naciones para su enseñanza.… Jesús nació en el reino del emperador Augusto (27
a.C.–14 d.C.), que incorporó a muchos reinos a un solo Imperio Romano. Las guerras entre reinos
rivales habrían entorpecido la difusión de las enseñanzas de Jesús por toda la tierra.”

Lex: la ley romana. El hecho de tener un solo código legal en el Imperio Romano (el derecho
romano) fue un factor crucial en la unificación del diverso mundo romano. Pero la legislación
romana no fue un instrumento rígido, porque dentro del amplio margen de uniformidad, la
administración romana a nivel local era flexible, tolerante y abierta. Además, muchos residentes de
las provincias recibieron la condición de cives romani (ciudadanos de Roma), con todos sus derechos
y deberes. Pablo fue uno de ellos (Hch. 22:25–29), y esto le dio enormes ventajas en su tarea
misionera.

Via: las comunicaciones romanas por tierra y por mar. Estas vías de comunicación terrestre y
marítima se extendían desde Inglaterra hasta China. En todo el mundo del mar Mediterráneo, las
carreteras y vías marítimas, la paz, la ley y el orden romanos animaban a la gente a viajar, tanto por
motivos de negocios como por placer, con una libertad y comodidad que fueron desconocidas hasta
los tiempos modernos. Las rutas terrestres eran básicamente de uso militar, estaban construidas en
piedra, con drenajes, puentes, y postas regulares para el recambio de cabalgaduras y descanso de
los viajeros. Eran caminos rápidos y bien cuidados. Las rutas marítimas eran mayormente
comerciales y por ellas viajaba mucha gente. Hechos 27:37 da una idea de la cantidad de pasajeros
en una nave romana de gran calado. Los barcos en este período cruzaban el Mediterráneo desde
Gibraltar hasta Roma en siete días, y desde Roma a Alejandría en dieciocho. El periplo hacia el Lejano
Oriente comenzaba con un viaje hasta Alejandría, siguiendo luego por el Nilo, y desde allí se iba por
tierra hasta la costa occidental del mar Rojo, para continuar atravesando el mar de Arabia y seguir
hacia África del este o hacia la India. Sin estas comunicaciones los viajes misioneros de Pablo y otros
cristianos hubiesen sido imposibles.
Rex: el gobierno romano. El gobierno fue el talento supremo de los romanos. Para ellos la
política y el gobierno fueron un arte en el que alcanzaron un alto grado de sofisticación. El fuerte
gobierno centralizado de Roma proporcionaba paz y protección en todo el ámbito del Imperio. Los
soldados romanos protegían a los pueblos y ciudades de los ataques externos y garantizaban el
desarrollo del comercio y las misiones cristianas. La unidad política del Imperio Romano hacía que
toda la cuenca del Mediterráneo fuese un solo mundo, regido por la misma autoridad. Misioneros
como Pablo, Timoteo, Silas, Tito y otros no necesitaron de pasaporte para llevar a cabo sus viajes
misioneros. Y fue por su condición de ciudadano romano que Pablo pudo apelar a César y llegar a
Roma (Hch. 25:21, 25).

Ars: el talento romano. El vocablo ars en latín significa habilidad, talento, y en plural (artis) se
refiere a las cualidades intelectuales o morales, como a las inclinaciones o conducta. En todos estos
aspectos, los romanos copiaron a los griegos, pero alcanzaron niveles de desarrollo único y
sorprendente. En el campo de la educación, enfatizaron los aspectos prácticos con poca instrucción
libresca, y crearon un complicado sistema escolar. La literatura escolar desarrollaba temas de
historia y filosofía, con énfasis sobre la retórica. La pintura y la escultura, si bien seguían de cerca
los modelos griegos, fue popularizada y orientada a destacar la herencia histórica de Roma,
especialmente caracterizada por el retrato. No obstante, el genio romano y su extraordinaria
habilidad técnica se expresó sobre todo en la arquitectura. Estructuras como la bóveda y el medio
arco romano revolucionaron las técnicas de construcción, de manera que permitieron levantar
edificios y estructuras monumentales (puentes, acueductos, circos, anfiteatros, basílicas, templos,
foros). Todos estos elementos fueron adaptados y usados por los cristianos en la elaboración de las
primeras formas del arte y la arquitectura cristiana.

CUADRO 4 - LA CONTRIBUCIÓN ROMANA AL CRISTIANISMO

PAX - la paz romana: garantizaba estabilidad.

LEX - la ley romana: el derecho romano daba seguridad.

VIA - las comunicaciones romanas: ayudaban a la comunicación.

REX - el gobierno romano: el imperio era una unidad política.

ARS - el talento romano: educación, arte y arquitectura.


_ La contribución griega
El mundo griego contribuyó a la expansión del cristianismo de cuatro maneras: idioma,
cosmovisión, filosofía y cultura.

El idioma griego. El griego (coiné) era entendido y hablado por casi todo el mundo conocido del
primer siglo. Se lo utilizaba especialmente en el comercio. Las personas que recibieron la Gran
Comisión eran judías. Su idioma natal era el arameo, pero hablaban también el griego. El griego era
el idioma más utilizado en el Mediterráneo oriental. Esto proporcionaba un fuerte sentido de unidad
cultural. Las Escrituras que usaron los primeros cristianos estaban escritas en griego (la Septuaginta
o Versión de los Setenta, LXX) y sus escritos fueron redactados en este idioma, de modo que los
documentos que luego se reunieron para formar el Nuevo Testamento no necesitaron traducción.
Esto facilitó enormemente el trabajo evangelizador de los primeros creyentes y la clara difusión de
sus ideas. El griego es un idioma sumamente adecuado para expresar con exactitud y con una
riqueza que no tiene igual en otros idiomas del mundo, las verdades contenidas en el Nuevo
Testamento.

La cosmovisión griega. Los griegos contribuyeron con su pensamiento, que magnificaba el valor
de la persona humana y ponía gran énfasis sobre la verdad espiritual y moral. Los griegos fueron un
pueblo de visión, conscientes de su protagonismo histórico, y por cierto muy emprendedores. En su
cosmovisión, el ser humano era central y la persona humana tenía un valor único. Sobre todas las
cosas, los griegos fueron un pueblo sumamente curioso y amante de la verdad.

La filosofía griega. La filosofía griega tuvo una gran influencia en la formación del pensamiento
occidental. Después de estudiar a los pensadores griegos muchos abandonaban las religiones
paganas y las supersticiones, y estaban preparados para recibir una religión superior, como es el
cristianismo. El amor por la verdad llevó a muchos a encontrarse con el Dios verdadero. Más tarde,
cuando los Padres de la Iglesia desarrollaron su teología, utilizaron muchos elementos de la filosofía
griega, especialmente su vocabulario e ideas centrales, para expresar las verdades cristianas.
Escuelas filosóficas como el estoicismo y el neoplatonismo ejercieron una gran influencia en la
formulación del pensamiento cristiano. Pero hubo también otras escuelas filosóficas que de algún
modo impactaron el desarrollo de la fe cristiana o desafiaron su pretensión de ser la verdad:
epicúreos, pitagóricos, peripatéticos y los seguidores de Platón.

Clemente de Alejandría (150–215): “Dios es la causa de todas las cosas buenas; pero de
algunas en forma primaria, como del Antiguo y del Nuevo Testamentos; y de otras por
consecuencia, como la filosofía. Quizás, también, la filosofía fue dada a los griegos
directamente y primariamente, hasta que el Señor pudiese llamar a los griegos. Porque ésta
fue una educadora para traer a la ‘mente helenista a Cristo,’ así como la ley trajo a los
hebreos (Gá. 3:24). La filosofía, por lo tanto, fue una preparación, que pavimentó el camino
para quien es perfeccionado en Cristo.”

La cultura griega. Para los días del Nuevo Testamento, esta cultura había alcanzado un alto
grado de desarrollo y difusión. Conocida como helenismo, había sido esparcida por buena parte del
mundo conocido de aquel entonces con las conquistas de Alejandro Magno (356–23 a.C.) y tenía
influencia tanto dentro como fuera del Imperio Romano. El arte, la literatura, la arquitectura, la
música, el teatro, los estilos, los gustos, la retórica, los símbolos y valores del mundo antiguo en los
días de Jesús y los apóstoles tenían un marcado tinte helenista.

CUADRO 5 - LA CONTRIBUCIÓN GRIEGA AL CRISTIANISMO

IDIOMA - adecuado para la transmisión de ideas.

COSMOVISIÓN - valor de la persona humana.

FILOSOFÍA - amor por la verdad.

CULTURA - arte, literatura, símbolos, valores.

_ La contribución hebrea
De todos los factores que aportaron elementos importantes para ayudar al despegue del
cristianismo, ninguno fue más determinante que el trasfondo hebreo en el que el movimiento
cristiano nació. La fe y la vida del pueblo de Dios proveyeron el trasfondo inmediato para el
advenimiento de Cristo y de todos sus discípulos. La religión hebrea aportó también instituciones
como las sinagogas y el trabajo de los escribas, que fueron de suma importancia en el primer siglo
de vida del movimiento cristiano. El mundo hebreo contribuyó a la expansión del cristianismo de
seis maneras: monoteísmo, escrituras, diáspora, sinagogas, universalismo y mesianismo.

El monoteísmo hebreo. La preparación más grande para la venida de Cristo al mundo fue la
religión hebrea. De todos los aspectos del rico mundo religioso hebreo, el más importante fue su
monoteísmo ético. Fue este concepto monoteísta hebreo el que atrajo a muchos gentiles
insatisfechos con la religión pagana politeísta. Como indican Irvin y Sunquist: “Muchos en las
ciudades alrededor del Mediterráneo y a lo largo de los mundos de Siria y Persia se veían atraídos
por la doctrina del monoteísmo: las enseñanzas morales de la Torá, los relatos de las escrituras de
Israel, y el estilo de vida comunitario que ofrecía el judaísmo.” Estos autores continúan diciendo: “El
monoteísmo fue atractivo en el mundo helenista, donde las enseñanzas de personas como Platón y
Aristóteles, y de escuelas filosóficas como el estoicismo, apuntaban lejos de los muchos dioses de la
mitología griega y romana y hacia la presencia unificadora de un ser superior.” Cabe recordar,
también, que al principio y debido a su convicción monoteísta, el cristianismo fue considerado como
una secta del judaísmo, aunque nunca lo fue, sino que más bien el primero fue la culminación y
completamiento del segundo.

Orígenes de Alejandría: “Dios no estaba durmiendo. Toda cosa buena que alguna vez haya
acontecido entre los seres humanos ha sido la obra de Dios. Pero la venida de Cristo sólo
podía ser a un lugar, donde las personas creyesen que Dios es uno; donde las personas
estuviesen leyendo a los Profetas que señalan a Cristo; y donde las personas supiesen que
Cristo vendría en un momento cuando, desde este lugar único, su enseñanza inundaría a
todo el mundo.”

Las escrituras hebreas. La versión bíblica más aceptada en el judaísmo helenista del primer siglo
era la Septuaginta, que “pronto probó ser tanto un símbolo como un vehículo de una
transformación religiosa más amplia que tuvo lugar en el judaísmo helenista.” Quienes leían sus
palabras encontraban nuevo significado para su fe a través de esta traducción, lo cual abrió sus
mentes y corazones para aceptar el evangelio cristiano. Las escrituras de los judíos señalaban al
Mesías, el Cristo. Según los Evangelios, Jesús pretendía ser el cumplimiento de esas profecías (Lc.
4:21; 24:27). Apóstoles, predicadores y maestros, según los documentos del Nuevo Testamento
(Hechos y las epístolas) enfatizaban que en Jesús se habían cumplido las escrituras del Antiguo
Testamento. Justino Mártir (100–165), el más grande de los apologistas en lengua griega, estaba
convencido que la mejor y más clara evidencia a favor del cristianismo, se encontraba en los libros
de los profetas. “En estos libros … de los profetas,” según él, “encontramos a Jesús nuestro Cristo
preanunciado como viniendo, nacido de una virgen, creciendo hasta ser hombre, sanando toda
enfermedad y toda dolencia, y resucitando a los muertos, y siendo odiado, y despreciado, y
crucificado, y muriendo, y resucitando nuevamente, y ascendiendo a los cielos, y siendo llamado el
Hijo de Dios.” Justino era griego y filósofo, pero tuvo una conversión profunda gracias a su lectura
de los textos proféticos que anunciaban al Mesías. Según él, “inmediatamente una llama se
encendió en mi alma; y fui prendido de amor por los profetas y por aquellos hombres que son los
amigos de Cristo (los apóstoles).”

La diáspora hebrea. La diáspora o dispersión de los judíos después de la destrucción de Jerusalén


en ocasión de la invasión del imperio neo-babilónico (586 a.C.) y en los siglos que siguieron, había
llevado al establecimiento de comunidades de judíos desde España, por toda Europa, Asia (Persia y
Arabia), India, y África (valle del Nilo y Etiopía). En tiempos de Jesús había más judíos fuera de
Palestina que dentro. Estrabón en su Geografía (publicada en el año 7), señala con cierto prejuicio
antisemita: “Los judíos han ido a toda ciudad, y es difícil encontrar un lugar sobre la tierra que no
los haya admitido y haya caído bajo su control.” Para los días de Jesús, los judíos que vivían en el
mundo persa sumaban alrededor de un millón de almas, la mayoría de ellos dedicados al comercio
o la administración, y otros sirviendo como escribas o eruditos en la Torá, especialmente en o
alrededor de Babilonia. En Egipto había comunidades judías en las principales ciudades, como
Elefantina y Alejandría. En la segunda, ocupaban un barrio completo con alrededor de 100.000
habitantes.
La sinagoga hebrea. En las sinagogas (gr. “casa de reunión”), que estaban establecidas desde
España hasta la India, se predicaba el monoteísmo ético y el concepto de un Dios personal. En
muchos casos, durante los primeros años, el núcleo de las nuevas congregaciones cristianas estuvo
constituido por los prosélitos y adherentes de las sinagogas. Muchos de los elementos de la
adoración en las sinagogas, tales como oraciones, la lectura bíblica, exposición de las Escrituras y
alabanza, prepararon el camino para la adoración cristiana y fueron su primer modelo. Las sinagogas
fueron también los primeros centros de predicación cristiana. Pablo comenzaba su tarea misionera
en una ciudad visitando la sinagoga local y dando testimonio de su fe en Cristo (ver Hch. 13:5, 14;
14:1; 17:1–3, 10; 18:4; etc.). Las primeras comunidades cristianas nacieron del testimonio cristiano
en las sinagogas de la diáspora. Además, en las sinagogas se enseñaba la importancia de separar un
día en la semana para el descanso y la adoración a Dios. La observancia del Sabbath (sábado) como
día especial para la adoración pasó a los cristianos, que pronto lo asociaron con la celebración de la
resurrección de Cristo.

El universalismo hebreo. La fe hebrea confesaba que la religión de Israel era para bendición de
las naciones. Esta comprensión del alcance universal de la fe fue transferida del judaísmo al
cristianismo, que se transformó en una religión verdaderamente universal. El instrumento clave en
este proceso fue el apóstol Pablo. Fue a través de Pablo que se abrió la puerta del cristianismo a los
gentiles. Pocos misioneros tuvieron alguna vez tantas ventajas como tuvo Pablo. El oficial romano
que lo arrestó después del alboroto en Jerusalén (Hch. 21:33) debe haber pensado en tres Pablo en
vez de uno. El apóstol era un verdadero prototipo de su época. Primero, Pablo le habló al oficial en
griego, y le dijo que era de Tarso, una ciudad que tenía una universidad griega (Hch. 21:37–39).
Segundo, Pablo apaciguó a la multitud hablándoles en su propia “lengua hebrea”, es decir, aramea
(Hch. 21:40–22:2), refiriéndoles de su educación hebrea en Jerusalén. Y, tercero, aterrorizó al
tribuno (que había permitido que sus soldados lo trataran rudamente), cuando le dijo que
pertenecía a una familia que tenía el privilegio de la ciudadanía romana (Hch. 22:25–29). Pablo
pertenecía a estas tres esferas o mundos: era griego, hebreo y romano. Pero, sobre todo, era un
misionero cristiano, con un mensaje de vida nueva para todas las naciones.

El mesianismo hebreo. El pueblo hebreo tenía una gran expectativa mesiánica, junto con una
fuerte convicción de ser el pueblo elegido por Dios para un fin redentor en la historia. El cristianismo
nunca se consideró como una religión totalmente diferente del judaísmo, sino más bien como su
completamiento y coronación. A pesar de la apertura del cristianismo a los gentiles, los cristianos
conservaron las Escrituras judías. También afirmaban que todas las promesas concernientes al
pueblo escogido de Dios se habían cumplido en la Iglesia cristiana, el Nuevo Israel. Podemos decir,
entonces, que el cristianismo fue el cumplimiento del judaísmo, pero fue más allá del judaísmo. No
permaneció como una secta judía, sino que se transformó en una fe nueva y fresca. Es esencial la
comprensión del judaísmo para un entendimiento cabal del cristianismo, pero el judaísmo no
explica al cristianismo. El cristianismo se levantó sobre los cimientos del judaísmo, pero fue
radicalmente diferente. En esta diferencia está el secreto de su vitalidad y de su historia
extraordinaria.
CUADRO 6 - LA CONTRIBUCIÓN HEBREA AL CRISTIANISMO

MONOTEÍSMO ÉTICO - la fe en un Dios personal y moral.

ESCRITURAS - el Antiguo Testamento.

DIÁSPORA - una red de sinagogas en casi todo el mundo.

SINAGOGA - modelo de comunidad de enseñanza y culto.

UNIVERSALISMO—bendición a todas las naciones.

MESIANISMO—una misión redentora en el mundo.

UN MUNDO URBANO
Por su enorme importancia como trasfondo positivo para la expansión del movimiento cristiano,
vale la pena mencionar de manera especial el contexto urbano y cosmopolita en el que nació la fe
en Cristo. No sólo el Imperio Romano sino también el Imperio Persa y las grandes civilizaciones que
se desarrollaron en ellos y a su alrededor, se caracterizaron por constituir una trama de
nucleamientos urbanos de importancia. Palestina, como se indicó, se encontraba en el medio de
esta galaxia de ciudades ligadas las unas a las otras por fluidas vías de comunicación. Esta red de
centros urbanos conectaba amplias regiones culturales en tres continentes, con un flujo continuo
de política y comercio, que iba desde el Atlántico hasta el Pacífico.

Irvin y Sunquist: “Las ciudades fueron centrales en civilizaciones tales como la


mediterránea, la persa, la india y la china. Éstas fueron también civilizaciones que habían
desarrollado la escritura. Para el primer siglo cada una de ellas podía hacer gala de una
extensa tradición literaria. En particular, los escritos sagrados pasaron a la herencia de las
creencias religiosas a través de himnos, escritos sacerdotales, tratados filosóficos (o de
sabiduría), y relatos sagrados. Durante el milenio antes del nacimiento de Cristo, estas
civilizaciones habían sido testigos del surgimiento de numerosos maestros, especialmente
importantes o inspirados, cuyos escritos transformaron el carácter religioso y filosófico de
la humanidad. Las obras de estos maestros todavía hoy informan el proyecto de la
civilización humana. Kung-fu-tzu (Confucio en latín), Lao-Tzu, el Buda, los escritores del
Upanishad, Zoroastro, los profetas de Israel, y los filósofos de Grecia todos ellos pertenecían
a una revolución en la conciencia humana, que había configurado de manera muy
significativa al mundo en el que los discípulos de Jesús se movieron por primera vez.”

Las ciudades desparramadas por el mundo conocido del primer siglo, eran verdaderos
conglomerados humanos que concentraban riqueza material y poder político, y servían como focos
de difusión cultural e información de gran alcance. Mercaderes, artesanos, esclavos, gobernantes,
artistas, sacerdotes, maestros, predicadores y obreros se daban cita en estos verdaderos crisoles de
cultura. Las ciudades fueron el campo misionero por excelencia de los primeros cristianos, tal como
lo ilustra un análisis de los viajes misioneros del apóstol Pablo. Desde su comienzo mismo, el
cristianismo se caracterizó como un movimiento urbano.

Wayne A. Meeks: “En aquellos años tempranos, …, a una década de la crucifixión de Jesús,
la cultura de la villa en Palestina había sido dejada atrás, y la ciudad grecorromana se
transformó en el medio ambiente dominante del movimiento cristiano. Y así permaneció,
desde la dispersión de los “helenistas” de Jerusalén hasta bien después del tiempo de
Constantino. El movimiento había cruzado la división más fundamental en la sociedad del
Imperio Romano, aquella entre la gente rural y los habitantes urbanos, y los resultados iban
a probar ser importantes.”

EL SURGIMIENTO DE LA IGLESIA

_ El lugar de adoración
Durante los dos primeros siglos después de Cristo, los cristianos no tuvieron edificios
eclesiásticos, en razón de que no podían poseer propiedades por no tener una posición legal en el
Imperio Romano. Las congregaciones cristianas se reunían en casas de familia, donde desarrollaban
su vida como comunidad de fe. Tres grandes acontecimientos en la historia del cristianismo
neotestamentario ocurrieron en una casa de Jerusalén: la última cena de Jesús con sus discípulos
(Mr. 14:12–26); las apariciones del Jesús resucitado a los apóstoles (Jn. 20:14–29); y la venida del
Espíritu Santo (Hch. 2). Posiblemente era la casa de Juan Marcos, el futuro autor del Evangelio que
lleva su nombre. Cuando se comparan ciertos pasajes y se procura identificar el lugar que
mencionan, parece seguro que en los tres casos se trata de la misma casa (Mr. 14:14–15; Hch. 1:12–
15; Jn. 20:19). En Hechos 12 se menciona una casa donde muchos cristianos se reunían para orar
(Hch. 12:12). Marcos 14:51 sugiere que el joven en cuestión fue Juan Marcos, porque ningún otro
Evangelio menciona el incidente. Si es así, la casa grande en Jerusalén bien puede haber sido la casa
de María, la madre de Juan Marcos, el autor del Evangelio que lleva su nombre.

En el Nuevo Testamento se mencionan muchas “casas” en las que se reunía la iglesia primitiva,
y se dan los nombres de sus dueños: en Filipos (Hch. 16:40); en Corinto (Hch. 18:7); en Roma (Ro.
16:5, 14, 15); en Éfeso (1 Co. 16:19); en Laodicea (Col. 4:15); en Colosas (Flm. 1 y 2). Estas iglesias
caseras fueron características del período neotestamentario y hasta el segundo siglo. Los primeros
cristianos se sentían felices de reunirse en sus propias casas. Los paganos tenían templos; los judíos,
sinagogas; pero los cristianos eran algo nuevo e ilegal, no tenían reconocimiento oficial y eran
sospechosos. La única propiedad privada que tuvieron las primeras iglesias fueron las tumbas
(catacumbas), y allí se reunían, especialmente en tiempos de persecución. Fueron estas iglesias
“caseras” o sin templo (Ro. 16:5) las que expandieron el cristianismo por todo el mundo romano y
más allá también.

Recién hacia el año 250 se construyeron algunos templos cristianos en el Ponto (Asia Menor),
Siria y Egipto, pero se perdieron por causa de las terribles persecuciones de mediados del siglo III.
Los arqueólogos han descubierto los restos de lo que parece haber sido una casa remodelada y
adaptada para servir como casa de reunión de los cristianos. El descubrimiento fue hecho en 1934,
en la localidad arqueológica de Dura-Europos, sobre el río Éufrates en lo que hoy es Irak. Allí se
encontró un edificio probablemente construido alrededor del año 100, pero que fue reformado en
el 232. Se trata de una vivienda en la que se derrumbaron algunos muros y en la que se construyó
un bautisterio, y sobre cuyas paredes se pintaron hermosos frescos con motivos cristianos.

_ La vida y el ministerio
La vida y el ministerio de estas iglesias eran muy simples. Lo más importante era la predicación,
la Cena del Señor y el Bautismo. No se hacía lo mismo en todas partes, ni todo lo que se hacía estaba
bien hecho o en conformidad con los testimonios de los documentos neotestamentarios.

La predicación. Ocupaba un lugar muy importante en el culto cristiano primitivo. Generalmente,


era de carácter didáctico y testimonial. Al principio se llevó a cabo siguiendo el modelo de la
predicación rabínica en la sinagoga y consistía en una exposición de algún texto del Antiguo
Testamento o de los Evangelios en la forma de una homilía. Hay testimonios sumamente ilustrativos
de la predicación cristiana temprana. Uno de los más conmovedores es el que presenta Ireneo de
Lión (130–202), Padre de la Iglesia que fue discípulo del obispo Policarpo de Esmirna (69–155), quien
a su vez fue discípulo del apóstol Juan.

Ireneo de Lión: “Tengo un recuerdo más vívido de lo que ocurrió en aquel tiempo que de
eventos recientes (ya que las experiencias de la infancia, manteniendo el ritmo con el
crecimiento del alma, se incorporan con ella); de modo que puedo incluso describir el lugar
donde el bendito Policarpo solía sentarse y predicar—su salida, también, y su entrada—su
estilo de vida general y su apariencia física, junto con los sermones que él predicaba a la
gente; también la manera en que él hablaba de su relación familiar con Juan, y con el resto
de aquellos que habían visto al Señor; y cómo él traía a la memoria sus palabras.
Cualesquiera cosas que él había oído de ellos respecto del Señor, tanto en relación con sus
milagros y sus enseñanzas, Policarpo, que había así recibido [información] de los testigos
oculares de la Palabra de Vida, las solía contar todas en armonía con las Escrituras. Estas
cosas, a través de la misericordia de Dios que estaba sobre mí, yo las escuché luego
atentamente, por la gracia de Dios, registrando estas cosas exactamente en mi mente.”
Es interesante notar que la predicación de Policarpo no se puede repetir y que nosotros no
podemos experimentar la emoción que sintió Ireneo al recordarla. Pero no tenemos por qué
envidiarlo, porque nosotros tenemos el registro inspirado de la predicación y testimonio apostólico
en los escritos del Nuevo Testamento.

La Cena del Señor. La “eucaristía” (el nombre más antiguo para esta práctica cristiana) fue, junto
con la predicación, uno de los actos de mayor significado en las reuniones de los primeros cristianos,
en obediencia al claro mandato de Jesús (Mt. 26:26–29; Mr. 14:22–25; Lc. 22:19–24; 1 Co. 11:23–
26). Generalmente, cuando llegaba el momento de la Eucaristía (“acción de gracias”) o Cena del
Señor, se invitaba a los que no eran bautizados a retirarse, porque ésta era sólo “para aquellos que
habían sido bautizados en el nombre del Señor” (según enseña un documento muy antiguo conocido
como Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles). Justino Mártir nos presenta un cuadro
interesante de cómo se celebraba la Eucaristía en Roma, a mediados del segundo siglo.

Justino Mártir: “Luego es traído al presidente de los hermanos el pan y una copa de vino
mezclado con agua; y él tomándolos, da alabanza y gloria al Padre del universo, a través del
nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y ofrece gracias por un buen rato para que seamos
tenidos por dignos de recibir estas cosas de Sus manos. Y cuando él ha concluido las
oraciones y la acción de gracias, todas las personas presentes expresan su asentimiento
diciendo Amén. Esta palabra Amén corresponde en la lengua hebrea a genoito [así sea]. Y
cuando el presidente ha dado gracias, y todas las personas han expresado su asentimiento,
aquellos que son llamados por nosotros diáconos dan a cada uno de los que están presentes
para que participen el pan y el vino mezclado con agua sobre los cuales la acción de gracias
fue pronunciada, y a aquellos que están ausentes les llevan una porción. Y esta comida es
llamada entre nosotros Eujaristia [la Eucaristía], de la que a nadie se le permite participar
sino a la persona que cree que las cosas que nosotros enseñamos son ciertas, y que ha sido
lavada con el lavamiento que es para la remisión de pecados, y para la regeneración, y que
en consecuencia vive según Cristo ha enseñado.”

El Bautismo. El bautismo cristiano es uno de los ritos cristianos más antiguos. Le debe mucho a
las prácticas de abluciones purificadoras del judaísmo y a su aplicación como rito de iniciación de
los prosélitos. Puede también estar relacionado con el bautismo de arrepentimiento ministrado por
Juan el Bautista. Se practicó primero en ríos, porque el agua “viva” (es decir, corriente) parecía más
apropiada que el agua “muerta” (estancada), para este acto tan simbólico. El Nuevo Testamento
exhorta diciendo, “despojaos del viejo hombre” y “vestíos del nuevo hombre” (Ef. 4:22–24; Col 3:9,
10); también habla de los creyentes como “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”
(Ro. 6:11). El bautismo simboliza todo esto en forma muy real. Por eso, los cristianos primitivos se
desnudaban totalmente antes de entrar al agua, y luego se vestían con ropas nuevas, limpias y
blancas. Generalmente se los sumergía completamente en el agua. Muy temprano se introdujo la
práctica de la aspersión o el rociamiento, derramando agua sobre la cabeza tres veces. A medida
que el cristianismo se esparció a regiones con climas más rigurosos esta práctica se fue haciendo
cada vez más común.
Los primeros cristianos bautizaban sólo a personas que habían confiado en Jesucristo como
Salvador y Señor de sus vidas, y que estaban dispuestas a comprometerse como miembros de la
comunidad de fe (Mt. 28:19; Mr. 16:16; Jn. 3:5; Ef. 4:5). El bautismo infantil fue una práctica de
desarrollo posterior. Esta práctica ya era conocida en los días de Tertuliano de Cartago (160–220),
en la segunda mitad del siglo II, si bien no estaba muy generalizada. Junto con esto, se dio también
paulatinamente un cambio en la comprensión original del bautismo, a medida en que éste se fue
interpretando más como un sacramento con cierto poder mágico, con la capacidad de producir
regeneración (Justino Mártir lo llama “baño de la regeneración”).

Los testimonios sobre la práctica del bautismo son múltiples e ilustran de manera muy vívida
cuán importante era este acto de testimonio público para los primeros cristianos.

Justino Mártir: “Todos aquellos que están persuadidos y creen que lo que enseñamos y
decimos es verdad, y se comprometen a ser capaces de vivir en conformidad, son instruidos
a orar y a rogar a Dios con ayuno, por la remisión de sus pecados pasados, orando y
ayunando nosotros con ellos. Luego son llevados por nosotros donde hay agua, y son
regenerados de la misma manera en que nosotros mismos fuimos regenerados. Porque, en
el nombre de Dios, el Padre y Señor del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo, y del
Espíritu Santo, ellos reciben entonces el lavamiento con agua.… Pero nosotros, después que
hemos lavado de esta manera a quien ha estado convencido y ha sido afirmado en nuestra
enseñanza, lo llevamos al lugar donde aquellos que son llamados hermanos están reunidos,
a fin de que podamos ofrecer oraciones sinceras en común por nosotros mismos y por la
persona bautizada [iluminada], y por todos los demás en cualquier lugar, para que podamos
ser contados por dignos, ahora que hemos aprendido la verdad, y por nuestras obras
también ser considerados como buenos ciudadanos y guardadores de los mandamientos,
de modo que podamos ser salvos con una salvación eterna. Habiendo terminado con las
oraciones, nos saludamos unos a otros con un beso.”

En muchos lugares, con anterioridad a la administración del bautismo, se instruía durante algún
tiempo a los catecúmenos (candidatos al bautismo) en cuanto a la fe y conducta de un cristiano.
Luego de ayunar y orar estaban listos para el bautismo, que simbolizaba su abandono del paganismo
por el cristianismo. El acto comenzaba con una solemne confesión de fe por parte del catecúmeno
(“Jesucristo es el Señor;” “Jesús es el Hijo de Dios”), seguía con su inmersión, la unción de aceite e
imposición de manos para la llenura del Espíritu Santo, y terminaba con la bienvenida que se le daba
a la comunidad de los creyentes y su participación en la Cena del Señor.

Tertuliano de Cartago: “No hay absolutamente nada que torne más obstinadas las mentes
humanas que la simplicidad de las obras divinas que son visibles en el acto [del bautismo],
cuando se las compara con la grandeza que es prometida en ello en cuanto al efecto; de
modo que de este hecho mismo, que con una simplicidad tan grande, sin pompa, sin
ninguna novedad considerable de preparación, finalmente, sin gasto, un hombre es
sumergido en agua, y en medio de la pronunciación de algunas pocas palabras, es mojado,
y luego levantado nuevamente, no mucho (o casi nada) más limpio, la consiguiente
obtención de la eternidad es estimada como más increíble.… ¿Qué entonces? ¿No es
maravilloso, también, que la muerte se lave por el baño?… Nosotros mismos también nos
maravillamos, pero es porque creemos.”

_ Otras prácticas cristianas


El día del Señor. Hasta el siglo IV, el día del Señor se observaba en algún momento entre el
atardecer del sábado y la hora de iniciar la jornada de trabajo, el domingo por la mañana. Para los
cristianos primitivos el domingo (“Día del Señor”) ocupó el lugar del Sabbath judío (Hch. 20:7; 1 Co.
16:2; Ap. 1:10). Justino Mártir, en su Primera Apología, se refiere a este día de manera particular.

Justino Mártir: “En el día llamado día del sol (en inglés, Sunday), todos los (hermanos) que
viven en ciudades o en el campo, se reúnen en un lugar, y se leen las memorias de los
apóstoles (los Evangelios) o los escritos de los profetas, en cuanto el tiempo lo permite;
luego, habiendo terminado el lector, el que preside instruye y exhorta verbalmente a la
imitación de estas cosas buenas. Después todos juntos nos ponemos de pie y oramos, y,
según dijimos antes, concluida nuestra oración, se trae pan y vino con agua, y el que preside
de igual manera ofrece oraciones y acción de gracias, conforme su capacidad, y el pueblo
asiente, diciendo ‘¡Amén!’ Y se procede a la distribución a cada uno y a la participación de
aquello sobre lo cual se ha dado gracias, y a aquellos que están ausentes se les envía una
porción por medio de los diáconos.… Pero el domingo es el día en el que todos tenemos
nuestra asamblea común, porque es el primer día en el que Dios, habiendo obrado un
cambio en las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y Jesucristo, nuestro Redentor, en el
mismo día resucitó de entre los muertos. Pues él fue crucificado en el día anterior al de
Saturno (sábado); y en el día después del de Saturno, que es el día del Sol, habiendo
aparecido a sus apóstoles y discípulos, les enseñó estas cosas, que hemos sometido a vos
también para vuestra consideración.”

La ayuda a los necesitados. Los primeros cristianos dieron una importancia primordial a la
asistencia de los pobres, las viudas y los huérfanos. Hay que tener en cuenta que la gran mayoría de
los creyentes eran esclavos o libertos muy pobres. El Nuevo Testamento refleja esta característica
de la condición social y económica de las primeras comunidades cristianas.

Justino Mártir: “Después de estos servicios (Bautismo y Eucaristía), nos recordamos


continuamente estas cosas. Y los ricos entre nosotros ayudan a los que están en necesidad;
y siempre nos mantenemos juntos.… Y los pudientes y todos los que quieren dan lo que a
cada uno le parece adecuado; y lo que se colecta es depositado con el presidente, quien
socorre a los huérfanos y viudas y a aquellos que, por causa de enfermedad o cualquier otra
causa, están en necesidad, y a aquellos que están presos y a los extranjeros que están de
viaje entre nosotros, y en una palabra, él cuida de todos los que están en necesidad.”

Los primeros cristianos fueron bien conocidos por su solidaridad y por la efectividad de su amor
puesto en acción. Los Padres Apostólicos y los apologistas utilizaron esta realidad como uno de los
argumentos fundamentales en su defensa de la autenticidad de la fe cristiana. Tertuliano fue uno
de los que más apeló a esta argumentación a fines del segundo siglo, presentando la manera
práctica en que en Cartago la Iglesia atendía a las necesidades sentidas de las personas, como una
cuestión prioritaria en el cumplimiento de su misión.

Tertuliano de Cartago: “Si bien tenemos nuestra caja, ésta no está compuesta de dinero
mal habido, como el de una religión que tiene su precio. Una vez al mes, si así lo quiere,
cada uno pone en ella una pequeña donación; pero sólo si así lo quiere, y sólo si puede:
porque no hay obligación; todo es voluntario. Estos donativos son una especie de fondo de
depósito piadoso. Porque no se los toma de allí y se los gasta en fiestas, y borracheras, y
comilonas, sino en sustentar y ayudar a gente pobre, a suplir las necesidades de niños y
niñas carentes de medios y padres, y de personas ancianas confinadas ahora a la casa;
también a los que han sufrido naufragio; y si ocurre que hay alguien en las minas, o exiliado
en las islas, o encerrado en las prisiones, por ninguna otra razón que su fidelidad a la causa
de la iglesia de Dios, ellos se transforman en la base de su confesión. Pero es
fundamentalmente las acciones de un amor tan noble lo que lleva a muchos a poner una
marca sobre nosotros. Miren, ellos dicen, cómo se aman unos a otros.”

Según Eusebio de Cesarea (260–340) en su Historia eclesiástica, en el año 250, las iglesias en
Roma, sostenían a su obispo, “46 presbíteros, siete diáconos, siete sub-diáconos, 42 acólitos, 52
exorcistas, lectores, y porteros, y más de 1500 viudas y personas en desgracia, todos ellos nutridos
por la gracia y el cuidado amoroso del Maestro.” Un siglo más tarde, en 362, el emperador Juliano
el Apóstata se quejaba: “Los cristianos alimentan no sólo a sus propios pobres, sino también a los
nuestros, mientras que nadie que esté necesitado busca ayuda en los templos (paganos).”

_ Símbolos cristianos
La riqueza iconográfica producida por los primeros cristianos es sorprendente. La fe en
Jesucristo era proclamada no sólo a través de la palabra hablada y escrita, la conducta y el ejemplo,
el amor y la solidaridad de los creyentes, sino también a través del arte y una gran variedad de
expresiones plásticas y artísticas. En general, las representaciones más numerosas son de carácter
simbólico, y expresan de manera elocuente los contenidos de la fe. La mayoría de los símbolos
cristianos se utilizaban en epitafios en las tumbas. El lenguaje simbólico servía para distinguir una
cierta tumba como cristiana y transmitir un mensaje, cuyo significado sólo podían entender otros
cristianos. Las evidencias más importantes se encuentran en las catacumbas de Roma. Éstas son
galerías subterráneas cercanas a las rutas de salida de la ciudad, que se extienden por más de 800
kilómetros y servían como lugares de sepultura. Se conocen unas 35 catacumbas. Las más antiguas
datan de mediados del siglo II y se conocen por los nombres de algunos mártires cristianos famosos:
Lucina, Calixto, Domitila y Priscila.

Las inscripciones y pinturas de las catacumbas ayudan a clarificar el desarrollo del arte y el
simbolismo cristiano primitivo. Los símbolos cristianos más comunes son: el pez, la cruz, el ancla, la
paloma, la barca, y el buen pastor.
El pez. De todos los símbolos cristianos, éste es uno de los más antiguos y por cierto de los más
populares hasta el día de hoy. El pez representa la esencia de la fe cristiana. En relación con su
significado, Tertuliano señala con referencia al bautismo cristiano: “Pero nosotros [los cristianos],
somos peces pequeños, que al igual que nuestro Ichthus [“pez” en griego] Jesucristo, somos nacidos
en el agua, así como tampoco tenemos seguridad de ninguna otra manera que morando
permanentemente en el agua; … ¡la forma de matar a los peces pequeños es sacándolos del agua!”
Las palabras del célebre líder cristiano, apologista y pastor de Cartago hacen referencia a lo que se
conoce como Anagrama de Tertuliano, es decir, el uso de una palabra para formar diversos
significados. En este caso, utilizando las letras griegas de la palabra pez (ichthus), se puede elaborar
un anagrama que representa la confesión de la fe cristiana por excelencia: “Jesucristo, el Hijo de
Dios (es) el Salvador.”

CUADRO 7 - ANAGRAMA DE TERTULIANO

Palabra Latín Griego Traducción

Ι lesous Ιεσουζ Jesús

Χ Christos Χριστοζ Cristo

Ζ Theos Θεοζ de Dios

Υ Uios Υιοζ Hijo

Σ Soter Στερ Salvador

La cruz. El símbolo de la cruz fue evitado al principio por los cristianos, no sólo por su relación
directa con la muerte de Cristo, sino también por su vergonzosa asociación con la ejecución de un
criminal común. Además de instrumento de tortura, maldición y muerte, la cruz era conocida como
símbolo en el mundo grecorromano. Sus dos barras ya eran en la antigüedad un símbolo cósmico
del eje entre el cielo y la tierra. Pero su temprana elección por los cristianos como símbolo
característico de su fe tuvo una explicación más específica. Ellos no querían conmemorar como
central para su comprensión de Jesús ni su nacimiento o juventud, ni su enseñanza o servicio,
tampoco su resurrección o reinado, ni su don del Espíritu Santo, sino su muerte, su crucifixión.
Parece seguro que, al menos desde el siglo II en adelante, los cristianos no sólo llevaban, pintaban
y esculpían la cruz como un símbolo gráfico de su fe, sino también hacían la señal de la cruz sobre sí
mismos u otros, especialmente como indicación de protección contra las acechanzas del maligno.

La cruz es el símbolo por excelencia de la muerte de Jesús y el centro del mensaje cristiano (1
Co. 1:18; Ef. 2:16; ver 1 Co. 1:23; 2:2). El principal triunfo del cristianismo ha sido el de transformar
la cruz como símbolo de vergüenza y dolor, en símbolo de lo que es más glorioso y sagrado—el amor
de Dios—, y del triunfo y exaltación de Cristo.

El lábaro de Constantino. Después de la supuesta “conversión” de este emperador romano


(312), este símbolo se universalizó como representación de la cristiandad. Está compuesto por las
dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego: XP. Según la leyenda, la noche anterior a su
combate contra Majencio, su competidor por el trono imperial, Constantino tuvo una visión en la
cual oyó una voz que le decía: “In hoc signo vinces” (Con este signo, vencerás). Temprano a la
mañana, Constantino hizo cambiar el estandarte tradicional de las legiones romanas (SQPR, “el
Senado y el Pueblo de Roma”) por las dos primeras letras del nombre de Cristo … ¡y salió victorioso
en la batalla sobre el puente Milvio! Desde entonces, este símbolo ha adornado altares, púlpitos,
libros e instrumentos sagrados, indicando que son cristianos.

CUADRO 8 - SÍMBOLOS CRISTIANOS

CRUZ ALFA Y OMEGA

Muerte de Cristo. La eternidad de Cristo.

PALOMA ANCLA

Espíritu Santo en el Fe.


bautismo de Jesús.

CORDERO PAN Y VINO

Sacrificio expiatorio de Eucaristía—la muerte


Cristo. de Cristo.

PESCADO CHI-RHO

Primeras dos letras


griegas del nombre
Anagrama: “Jesús “Cristo”. Lábaro de
Cristo, el Hijo de Dios, es Constantino.
el Salvador.”

PASTOR VID

Cuidado de Cristo por su La unión de Cristo con


pueblo. su pueblo; el vino de la
eucaristía.

BARCA LLAMA DE FUEGO

La Iglesia en el mundo. Espíritu Santo en el día


de Pentecostés.

LA IGLESIA Y SU MISIÓN

_ El comienzo
El comienzo del cristianismo fue muy humilde. El libro de los Hechos nos habla de apenas 120
personas en una casa de Jerusalén. Realmente un comienzo pequeño. Sin embargo, a partir de aquel
puñado de creyentes llenos del Espíritu Santo, muy pronto el testimonio cristiano se esparciría a lo
largo y a lo ancho del Imperio Romano y más allá también, en todas direcciones. Si bien Hechos no
registra la expansión del cristianismo a las diferentes regiones representadas en Pentecostés (Partia,
Media, Elam, Mesopotamia y Libia), sí hay testimonios del arribo temprano de la fe cristiana a estos
lugares como también a Asia Menor (Capadocia, Ponto, Asia, Frigia y Panfilia), a África del Norte
(Egipto y Cirene), Roma, Creta, Arabia, entre otras regiones. De modo que, en las décadas
inmediatas después de Pentecostés, el movimiento cristiano se esparció ampliamente tanto dentro
como fuera del Imperio Romano.

De los relatos de los viajes misioneros de Pablo y de referencias en sus epístolas, sabemos que
el evangelio fue llevado a Macedonia, Acaya y posiblemente también a España. Esta rápida
expansión ocurrió dentro de los primeros 35 años después de la muerte de Cristo. No obstante,
desconocemos con precisión el grado de penetración en estas áreas o cualquier extensión más allá
de ellas, hacia fines del primer siglo. La Primera Carta de Pedro habla de cristianos en Bitinia, Ponto
y Capadocia. También se habla de cristianos en Tiro y Sidón, y muchas otras partes.
Para el año 240, Orígenes decía que las profecías del Antiguo Testamento se estaban
cumpliendo y que el cristianismo se estaba transformando en una religión mundial. Según él señala,
en su Comentario sobre Ezequiel: “Con la venida de Cristo, la tierra de Bretaña acepta la creencia en
el único Dios. Así también los moros de África. Así también todo el globo. Ahora hay iglesias en las
fronteras del mundo, y toda la tierra grita de gozo al Dios de Israel.”

_ El avance
¿Cómo ocurrió este extraordinario avance? ¿Quiénes fueron sus protagonistas? Los
documentos del Nuevo Testamento y de la primera literatura cristiana nos ofrecen suficientes
testimonios como para ilustrar este proceso asombroso. Sobre todo, nos muestran cómo, bajo la
conducción del Espíritu Santo, apóstoles, obispos o pastores, evangelistas y misioneros itinerantes,
apologistas, y creyentes anónimos proclamaron las buenas nuevas del evangelio y llevaron su
mensaje hasta pueblos remotos.

El ministerio de los apóstoles. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a los primeros
en asumir la responsabilidad de llegar con el evangelio “hasta lo último de la tierra”. Lucas, el primer
historiador cristiano y autor de Hechos, describe los primeros pasos del avance del cristianismo
siguiendo el bosquejo trazado por Jesús antes de ascender a los cielos (Hch. 1:8). El cuadro que sigue
resume las tres etapas principales del ministerio o misión de los apóstoles, según Hechos.

CUADRO 9 - TRES ETAPAS DE LA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES

TRES ETAPAS FIGURAS CENTRALES - EVENTOS - PROGRESO

1. Testimonio “en Jerusalén” (Hechos 1–5) - TESTIMONIO A JUDIOS Y PROSELITOS

Los doce con Pedro y Juan como centrales. Sus


oyentes eran hombres que provenían de 14
áreas diferentes, 5 en Oriente y 2 en África. Tres
mil se convierten en un día. Los números pronto
ascienden a cinco mil.

2. Testimonio “en toda Judea y Samaria” - TESTIMONIO A SAMARITANOS, GENTILES


(Hechos 6–12) ADHERENTES Y PAGANOS

Los Siete, con Esteban y Felipe como centrales.


Esteban fue martirizado y los líderes esparcidos
por Judea y Samaria. Pedro en Judea (Lida y
Jope), y Samaria (Cesarea). Pedro bautiza a un
soldado romano que era adherente del judaismo
y a su familia. Pedro es arrestado por Herodes,
escapa, y huye de Jerusalén.

3. Testimonio “hasta lo último de la tierra” - TESTIMONIO A LOS GENTILES


(Hechos 13–28)
Profetas y maestros de Antioquía comisionan a
Bernabé y Pablo. Pablo es central. Los tres viajes
misioneros de Pablo, su arresto en Jerusalén, su
defensa en Cesarea y su arribo a Roma.

Como indica Foster: “Cuando consideramos al libro de los Hechos de los Apóstoles en su
totalidad, … podemos ver estas tres etapas no sólo como movimientos de un área a otra, sino como
una ampliación del alcance misionero.” El hecho más grande que narra el libro de los Hechos fue la
misión a los gentiles, encarada por el apóstol Pablo, porque esto cambió los destinos del
cristianismo, que se transformó de esta manera en una religión verdaderamente universal o
mundial. Pablo fue el instrumento que el Señor utilizó para dirigir a la Iglesia hacia esta orientación
universal de su servicio y ministerio, que es tan característica y propia del cristianismo. No obstante,
la expansión apostólica de la fe cristiana fue la visión central que gobernó las decisiones y acciones
de los primeros cristianos.

Eusebio de Cesarea: “Los santos apóstoles y discípulos de nuestro Salvador fueron


esparcidos por todo el mundo. Tomás, nos cuenta la tradición, fue elegido para Partia,
Andrés para los escitas, Juan para Asia, donde permaneció hasta su muerte en Éfeso. Pedro
parece haber predicado en Ponto, Galacia y Bitinia, Capadocia y Asia, a los judíos de la
Dispersión. Finalmente, vino a Roma donde fue crucificado, cabeza abajo según su propio
pedido. ¿Qué se necesita decir de Pablo, quien desde Jerusalén hasta tan lejos como Ilírico
predicó en toda su plenitud el evangelio de Cristo, y más tarde fue martirizado en Roma
bajo Nerón?”

No es muy claro cuál fue el campo de labor apostólica de cada uno de los primeros apóstoles, y
al evaluar esto conviene tener en cuenta lo que observa Latourette, cuando dice: “La tradición
posterior que narra las actividades de varios miembros del grupo original de los Doce Apóstoles en
partes del mundo bien diferentes no se ha probado que tenga base alguna en los hechos.” Se dice
que Bartolomé llevó el Evangelio de Mateo a la India, adonde también llegó Tomás después de
ministrar en Partia. La tradición en cuanto a Mateo es más bien confusa. Se dice que predicó primero
a su propio pueblo y más tarde en tierras extranjeras. Jacobo el hijo de Alfeo parece haber ido a
Egipto, mientras que se informa que Tadeo fue misionero en Persia. Egipto y Bretaña se mencionan
como campos de misión de Simón el Zelote, mientras que también hay reportes de su ministerio en
Persia y Babilonia. Se le atribuye al evangelista Juan Marcos haber fundado la iglesia en Alejandría.
El ministerio de los obispos y/o pastores. Además de los apóstoles, hubo muchos otros que
llevaron adelante esta misión. Entre ellos, los obispos o pastores que son considerados por Eusebio
de Cesarea como los “sucesores de los apóstoles.” En la historia del cristianismo muchos de ellos
son conocidos también como Padres Apostólicos. Ellos fueron los autores de los primeros escritos
cristianos después de los apóstoles. Se los llama “Padres” porque este término se aplicaba al
maestro, ya que en el uso de la Biblia y del cristianismo primitivo los maestros son considerados
como los padres espirituales de sus alumnos (1 Co. 4:15). El nombre de “apostólicos” deriva del
hecho de que fueron discípulos directos o indirectos de alguno de los Doce. Entre los Padres
Apostólicos más importantes cabe mencionar:

Clemente de Roma (30–100), fue el tercer obispo de Roma, ente los años 91–100. Eusebio
(siguiendo a Orígenes) lo identifica con el Clemente de Filipenses 4:3. Eusebio menciona y cita el
texto de la carta que Clemente “escribió en nombre de la iglesia romana” a la iglesia de Corinto y la
califica de “epístola grande y maravillosa.” También dice que esta epístola “es leída desde tiempos
antiguos hasta nuestros días en las iglesias.” En esta carta Clemente enfatiza la idea de la sucesión
apostólica, doctrina que más tarde sería fundamental para la Iglesia Católica Romana. Clemente
escribió esta carta para hacer frente a un conflicto generado en la iglesia de Corinto, allá por el año
95. Por las expresiones de Clemente, parece ser que la iglesia en aquella ciudad no había aprendido
muy bien las lecciones que Pablo quiso enseñarles a través de sus varias cartas. Este notable obispo
de Roma murió mártir bajo la persecución de Domiciano.

Ignacio de Antioquia (m. 117) sirvió como obispo de Antioquía de Siria hasta que fue arrestado
allí y enviado bajo custodia a Roma, donde fue martirizado durante el reinado del emperador
Trajano. Durante el viaje escribió cartas a varias iglesias de Asia Menor y a la iglesia en Roma,
alentando a los creyentes en su fe y combatiendo a aquellos judíos cristianos que a él le parecía
restringían el significado y la práctica del evangelio cristiano con sus enseñanzas y prácticas
judaizantes. También atacó a otros (quizás los mismos judaizantes) que no podían aceptar la
realidad de la encarnación de Cristo y sus sufrimientos, y en consecuencia se inclinaban a las
doctrinas del docetismo. Ignacio fue un gran defensor de la fe y se opuso especialmente a las
herejías gnósticas. Sus cartas conocidas son: A los Efesios, A los Magnesios, A los Tralianos, A los
Romanos, A los Filadelfos, A los Esmirnenses, y una carta A Policarpo. En su carta A los Romanos,
Ignacio habla con gran entusiasmo de su inminente martirio en Roma, y lo hace en términos que
hoy nos sorprenden.

Ignacio de Antioquía: “Ojalá que disfrute de las bestias que están preparadas para mí, y
ruego hallarlas ya prontas contra mí. Hasta voy a acariciarlas para que sin demora me
devoren, y no (me suceda) como a algunos a quienes, intimidadas, no tocaron. Y si ellas se
resistieren, yo mismo las provocaré. ¡Perdonadme! Yo sé lo que me aprovecha. Ahora
empiezo a ser discípulo de Cristo. ¡Que nada de las cosas visibles o invisibles me tenga celos,
por llegar a Jesucristo! ¡Que fuego o cruz, manadas de bestias, (amputaciones,
desmembraciones), descoyuntamiento de los huesos, miembros cortados, tormentos de
todo el cuerpo, crueles azotes del diablo vengan sobre mí, con tal de llegar a Jesucristo!”
Policarpo de Esmirna (69–155) fue obispo de Esmirna en Asia Menor y discípulo del apóstol Juan,
y un destacado evangelista. Éste es el Policarpo, que tan profundamente había impresionado al
joven Ireneo con su predicación. En razón de su fidelidad, llegó a ser venerado como un testigo
viviente de la era apostólica a lo largo de la primera mitad del siglo segundo. Policarpo compiló y
preservó las epístolas de Ignacio y escribió una epístola A los Filipenses. Vivió hasta una edad
avanzada, diciendo en el juicio previo a su martirio que había servido a Cristo por 86 años. Fue
martirizado en el año 155–156, bajo el emperador Antonino Pío. Tenemos el relato de su martirio,
que tiene la forma de una carta encíclica de la iglesia de Esmirna, y que fue probablemente escrita
por testigos oculares del mismo. El relato es sumamente conmovedor y refleja la grandeza espiritual
de este gran pastor.

Actas del martirio de Policarpo: “Cuando Policarpo entró en el estadio, habló una voz del
cielo: ‘¡Sé fuerte, sé hombre, Policarpo!’ Nadie vio al que hablaba, mas oyeron la voz
cuantos estaban presentes de los nuestros.…

Llevado ante el procónsul, éste le preguntó si era Policarpo. A su respuesta afirmativa,


le instaba a renegar de su fe, diciéndole: ‘¡Apiádate de tu vejez!’ y otras cosas por el estilo,
como es su costumbre en tales procedimientos, como: ‘¡Jura por la fortuna de César!
¡Conviértete! Di: ¡Mueran los ateos!’ Entonces Policarpo, volviéndose con semblante
sombrío hacia toda esa muchedumbre de impíos paganos apiñada en el estadio, extendió
hacia ellos su mano y mirando al cielo, con un suspiro dijo: ‘¡Mueran los ateos!’

Luego el procónsul insistió más y dijo: ‘¡Jura y te absolveré! ¡Blasfema a Cristo!’ Le


repitió Policarpo: ‘Durante ochenta y seis años he servido a Cristo y nunca me hizo mal
alguno. ¿Cómo puedo blasfemar de mi Rey que me salvó?’ Pero como el otro insistía aún,
diciéndole: ‘¡Jura por la fortuna del César!’, contestó: ‘Si te impulsa la vanagloria a hacerme
jurar por la fortuna del César, según tus palabras, y estás fingiendo ignorar quién soy,
escucha mi franca confesión: ¡soy cristiano! Si empero quieres conocer la razón de la fe
cristiana, ¡dame un día y óyeme!’

El procónsul le dijo: ‘Te entregaré como pasto de las llamas, si es que las bestias te
parecen poco, y si no cambias de actitud.’ Policarpo le contestó: ‘Me amenazas con un fuego
que arde una hora y pronto se apaga, porque no conoces aquel fuego del juicio venidero y
del eterno suplicio que espera a los impíos. Pero, ¿para qué más demora? ¡Haz lo que
quieras!’ ”

El ministerio de evangelistas y misioneros itinerantes. Además de los apóstoles y pastores hubo


muchos otros que llevaron adelante la misión cristiana. Los documentos del Nuevo Testamento
ilustran la efectividad del ministerio evangelizador y misionero de muchos, que yendo de lugar en
lugar ganaban a nuevos creyentes y plantaban iglesias. En los primeros siglos muchos evangelistas
y misioneros itinerantes iban de comarca en comarca proclamando el evangelio tal como lo habían
hecho los Setenta (Lc. 10:1–24), Felipe (Hch. 8), y otros anteriormente. Conforme la indicación de
Jesús, estos predicadores itinerantes vivían de lo que los creyentes locales les daban para su
sustento y se alojaban en sus casas, mientras cumplían su ministerio en cada localidad. Fue
inevitable que muy pronto se cometieran abusos y que algunos de estos predicadores itinerantes
cumplieran su ministerio por “ganancia deshonesta” (1 Ti. 3:3; Tit. 1:10–11; 1 P. 5:2). Leyendo los
documentos del Nuevo Testamento se perciben los problemas que provocaban algunos de estos
ministerios itinerantes falsos o con motivos equivocados.

La Didaché es un pequeño opúsculo de fines del primer siglo, que gozó de gran autoridad como
manual de eclesiología, al punto que compitió seriamente con los escritos canónicos del Nuevo
Testamento en la preferencia de los primeros cristianos. El documento pretende basar su enseñanza
en los apóstoles, y por eso se lo conoce también como Doctrina de los Doce Apóstoles. La obra se
presenta como una síntesis moral, litúrgica y disciplinaria. Es posible haya sido utilizada para la
educación cristiana de los catecúmenos. La Didaché advierte sobre el ministerio itinerante de
algunos evangelistas falsos o deshonestos.

Didaché “En cuanto a los apóstoles y profetas, procedan así conforme al precepto del
evangelio: todo apóstol que llegue a ustedes ha de ser recibido como el Señor. Pero no se
quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un falso profeta. Al
partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje.
Si pidiere dinero, es un falso profeta. Y a todo profeta que hable en espíritu, no le tienten ni
pongan a prueba. Porque todo pecado se perdonará; mas este pecado no será perdonado.
Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres
del Señor. Pues, por las costumbres se conocerá al seudo profeta y al profeta. Y ningún
profeta, disponiendo la mesa en espíritu, comerá de la misma, de lo contrario, es un falso
profeta. Pero todo profeta que enseña la verdad, y no hace lo que enseña, es un profeta
falso. Todo profeta, sin embargo, probado y auténtico, que obra para el misterio cósmico
de la Iglesia, pero no enseña a hacer lo que él hace, no ha de ser juzgado por ustedes. Su
juicio corresponde a Dios. Porque otro tanto hicieron los antiguos profetas. Mas quien dijere
en espíritu: Dame dinero, u otra cosa semejante, no lo escuchen. Si, empero, les dice que
den para otros menesterosos, nadie lo juzgue.”

No obstante, fueron mucho más numerosos los evangelistas y misioneros que cumplieron su
ministerio con poder de lo alto y gran efectividad. Entre los más destacados cabe mencionar a
algunos que no sólo proclamaron la palabra acompañando el mensaje con señales y milagros, sino
también con una profunda reflexión teológica y enseñanza de la sana doctrina.

Cuadrato de Atenas (c. 130) fue un gran evangelista, según Eusebio, al igual que Panteno de
Sicilia (c. 200). Del segundo se dice que se convirtió del paganismo al cristianismo y se involucró muy
pronto en un ministerio de predicación misionera. Hizo un viaje a la India con la idea de ganar a las
castas superiores para la fe cristiana. Desde alrededor del año 180 se estableció en Alejandría,
donde enseñó y sirvió como el primer director de la escuela catequética en aquella ciudad de Egipto.
Entre sus discípulos estuvieron destacados teólogos de la antigüedad, como Clemente de Alejandría
y Alejandro de Jerusalén.

Eusebio de Cesarea: “Para ese tiempo, Panteno, un hombre altamente distinguido por su
erudición, estaba a cargo de la escuela de los fieles en Alejandría. Una escuela de erudición
sagrada, que continúa hasta nuestro día, fue establecida allí en tiempos antiguos, y tal como
se nos ha informado, fue administrada por hombres de gran habilidad y celo por las cosas
divinas. Entre estos se informa que Panteno en ese tiempo fue especialmente conspicuo, ya
que había sido educado en el sistema filosófico de aquellos llamados estoicos. Ellos dicen
que él manifestó tal entusiasmo por la palabra divina, que fue designado como heraldo del
evangelio de Cristo a las naciones del Este, y fue enviado hasta tan lejos como la India.
Porque realmente todavía había muchos evangelistas de la Palabra que procuraban
ardientemente utilizar su celo inspirado, siguiendo los ejemplos de los apóstoles, para el
incremento y edificación de la Palabra divina. Panteno fue uno de éstos, y se dice que él fue
a la India. Y se informa que entre personas allí que conocían a Cristo, él encontró el Evangelio
según Marcos, que había anticipado su propio arribo. Puesto que Bartolomé, uno de los
apóstoles, les había predicado, y había dejado con ellos el relato de Mateo en la lengua
hebrea, que ellos preservaron hasta ese tiempo. Después de muchas buenas acciones,
Panteno finalmente llegó a ser la cabeza de la escuela en Alejandría, y expuso los tesoros
de la doctrina divina tanto de manera oral como por escrito.”

El ministerio de los apologistas. Los apologistas fueron defensores de la fe cristiana durante el


siglo II, que enseñaron y escribieron contra las acusaciones populares y otros ataques más
sofisticados, especialmente por parte de representantes del judaísmo y el politeísmo. Estos
escritores, mayormente en lengua griega, se propusieron defender la verdad y posición de la fe
cristiana frente a las filosofías, religiones y planteos políticos de sus días. Muchos de sus escritos
estuvieron dedicados a los emperadores, pero sus interlocutores fueron mayormente las personas
educadas de sus días. Algunos de los apologistas más famosos fueron los siguientes.

Arístides de Atenas (76–138) fue un filósofo ateniense cristiano, que presentó al emperador
Antonino Pío una defensa del cristianismo, alrededor del año 140. Eusebio menciona a Arístides
como “un creyente fervientemente devoto a nuestra religión, que dejó, al igual que Cuadrato, una
apología de la fe, dirigida a Adriano.” Evidentemente, Eusebio se equivocó en cuanto al destinatario
de la Apología, pero no en cuanto a la calidad y compromiso cristiano de su autor. Jerónimo dice
que la apología de Arístides estaba llena de pasajes de escritos de los filósofos, y que Justino, más
tarde, hizo bastante uso de ella. Su obra muestra una fuerte influencia paulina. La Apología de
Arístides es la más antigua que se conserva.

Arístides de Atenas: “Los cristianos conocen y confían en Dios. Apaciguan a quienes los
oprimen y los hacen sus amigos, hacen bien a sus enemigos. Sus esposas son virtuosas y sus
hijas modestas; sus hombres se abstienen de casamientos ilícitos y de toda deshonestidad.
Si tienen siervos o niños los persuaden a hacerse cristianos por el amor que a ellos tienen;
y cuando lo son, los llaman sin distinción hermanos; se aman los unos a los otros. No
rehuyen ayudar a las viudas. Rescatan al huérfano de los que le hacen violencia. El que tiene
da al que no tiene. Si ven a un forastero, lo llevan a su casa y se regocijan como un verdadero
hermano; no se llaman hermanos por el parentesco, sino por el Espíritu de Dios. Si entre
ellos hay alguno pobre y necesitado y no tienen bocado que darle, ayunarán dos o tres días
para proporcionarle el alimento necesario. Escrupulosamente obedecen los mandatos del
Mesías. Todas las mañanas y a cada hora dan gracias y alaban a Dios por su amorosa bondad
hacia ellos; por ellos fluye todo lo bello que hay en el mundo. Pero las buenas acciones que
ellos hacen no las proclaman a los oídos de las multitudes y tienen cuidado de que ninguno
las perciba. Así es como ellos trabajan para ser rectos. Verdaderamente ésta es gente nueva
y hay algo de divino en ellos.”

Ya hemos citado a Justino Mártir (114–165), el más grande de los apologistas del siglo II. Justino
nació en Flavia (Neápolis). Desde joven quiso conocer a Dios de manera personal. Así fue como
recorrió los caminos del estoicismo, la filosofía de los peripatéticos y pitagóricos, y por último, el
platonismo, pero sin encontrar satisfacción para su búsqueda de la verdad. Cierto día, mientras
caminaba por la playa, se encontró con un anciano que lo convenció de la verdad del cristianismo.
Se convirtió a la nueva fe, a la que defendió con todo el bagaje de su experiencia intelectual. Justino
había estudiado como filósofo antes de hacerse cristiano, y como cristiano continuó vistiendo la
toga de filósofo, de modo que enseñó el cristianismo como la filosofía verdadera.

De sus obras sólo sobreviven las Apologías (primera y segunda), y el Diálogo con Trifón el judío.
Parece que Eusebio conoció también otras obras de este gran apologista. Sus Apologías son
defensas de la fe cristiana contra la persecución y las sospechas que parecían justificar tal
persecución. Están dirigidas al emperador, el senado y el pueblo de Roma. Su Diálogo con Trifón es
una larga y estilizada discusión sobre la interpretación de las Escrituras, en la que Justino justifica la
interpretación “profética” de la Biblia contra los argumentos del judío Trifón. Sus otras obras
estaban dirigidas contra herejes, especialmente Marción y los gnósticos, y parecen haber incluido
algunos tratados filosóficos. Justino fue muy influido por la filosofía platónica de sus días, en la que
él veía muchos paralelos con el cristianismo. Fue martirizado entre el 162 y 168. El relato de su
martirio ha llegado a nuestros días y es conmovedor.

El martirio de los santos mártires: “Rusticus el prefecto dijo: ‘¿Dónde se reúnen?’ Justino
dijo: ‘Donde cada uno escoge y puede: ¿acaso te imaginas que todos nosotros nos reunimos
exactamente en el mismo lugar? De ningún modo; porque el Dios de los cristianos no está
circunscrito por un lugar; pero siendo invisible, él llena los cielos y la tierra, y es adorado y
glorificado por los fieles.’ Rusticus el prefecto dijo: ‘Dime, ¿dónde se reúnen, o en qué lugar
juntan a sus seguidores?’ Justino dijo: ‘Vivo escaleras arriba de un tal Martinus, cerca del
Baño Timiotinio; y durante todo este tiempo (y ahora estoy viviendo en Roma por segunda
vez) ignoro de cualquier otro lugar de reunión que el de él. Y si alguien deseaba venir a mí,
le comunicaba las doctrinas de la verdad.’ Rusticus dijo: ‘Entonces, ¿no eres un cristiano?’
Justino dijo: ‘Sí, yo soy un cristiano.’ … Rusticus el prefecto dijo: ‘Entonces vayamos a la
cuestión que tenemos por delante, y … ofrezcan sacrificio de buena voluntad a los dioses.’
Justino dijo: ‘Ninguna persona en su sano juicio abandona la piedad por la impiedad.’
Rusticus el prefecto dijo: ‘A menos que obedezcan, serán castigados sin misericordia.’
Justino dijo: ‘Por medio de la oración podemos ser salvos por nuestro Señor Jesucristo, aun
cuando hayamos sido castigados, porque esto se tornará para nosotros en salvación y
confianza en el juicio más temible y universal de nuestro Señor y Salvador.’ Lo mismo dijeron
los otros mártires: ‘Haz lo que quieras, porque nosotros somos cristianos, y no
sacrificaremos a los ídolos’.”

Hay un apologista anónimo, el autor de la Carta a Diogneto (c. 170). Esta carta es una apología
cuyo autor y fecha de composición son desconocidos. Está dirigida al filósofo estoico Diogneto,
quien fuera maestro del emperador Marco Aurelio (161–180). En doce breves capítulos, la carta
presenta una de las más bellas y nobles apologías cristianas de su tiempo. El autor demuestra la
necedad de la adoración a los ídolos y expone el carácter de la fe cristiana.

Carta a Diogneto: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra
natal, ni por su idioma, ni por sus instituciones políticas. Es a saber que no habitan en
ciudades propias y particulares, no hablan una lengua inusitada, no llevan una vida extraña.
Tampoco su orden de vida ha sido inventado por el estudio ingenioso de hombres curiosos;
no patrocinan un sistema filosófico humano, como hacen algunos. Moran en ciudades
griegas y bárbaras, según la suerte se lo depara a cada uno. Siguen las costumbres
regionales en el vestir y en el comer, y en las demás cosas de la vida. Mas, con todo esto,
muestran su propio estado de vida, según la opinión común, admirable y paradójico.

Viven en su patria, mas como si fuesen extranjeros. Participan de todos los asuntos
como ciudadanos, mas lo sufren todo pacientemente como forasteros. Toda tierra extraña
es patria de ellos; y toda patria, tierra extraña. Contraen matrimonio, como todos. Crían
hijos, mas no los echan a perder. Tienen en común la mesa, mas no el lecho. Viven en la
carne, mas no según la carne. Moran en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo.
Obedecen las leyes establecidas, y con su vida particular sobrepujan a las leyes. Aman a
todos y de todos son perseguidos. Son desconocidos, pero condenados. Los matan, y con
ello les dan vida. Son mendigos y enriquecen a muchos. Sufren penuria de todo y abundan
en todas las cosas. Son despreciados y en la deshonra hallan su gloria.”

Otro gran apologista fue Atenágoras (c. 177), un filósofo ateniense que se convirtió al
cristianismo mientras leía la Biblia con el propósito de refutarla. Fue antecesor de Panteno en la
escuela catequética de Alejandría y el más capaz de todos los apologistas griegos. Escribió muchos
libros, la mayoría de ellos ahora perdidos. No obstante, de todas sus obras se conservan su Apología
y un Tratado sobre la resurrección, que dan evidencia de su habilidad como escritor y de su rica
cultura. Atenágoras presentó su Apología a los emperadores Aurelio y Cómodo en el año 177.

Minucio Félix (m. 180) fue un abogado romano y el primer apologista que escribió en latín. Su
obra lleva el título de Octavio, ya que éste era el nombre del protagonista cristiano que discute con
un pagano. La obra consiste en una discusión acerca del paganismo y el cristianismo. El libro está
dividido en diez capítulos, que son muy atractivos en razón de su lenguaje fácil y fluido. Lo más
interesante de todo el diálogo es que el pagano repite los rumores que circulaban acerca de los
cristianos en los sectores populares, y esto nos da una idea de la opinión de la gente en el Imperio
Romano acerca de los cristianos.
Minucio Félix: “Oigo que, persuadidos por alguna convicción absurda, ellos adoran la cabeza
de un asno, la más baja de todas las criaturas.… El relato acerca de la iniciación de los nuevos
miembros es tan detestable como es bien conocido. Un niño, cubierto con harina, en orden
a engañar a los desprevenidos, es colocado delante de aquél que es iniciado en los misterios.
Engañado por esta masa de harina, que le hace creer que sus golpes no causan daño, el
neófito mata al infante.… Ellos ávidamente lamen la sangre de este niño y discuten sobre
cómo compartir sus miembros. Por esta víctima hacen pacto entre ellos, ¡y es por causa de
su complicidad en este crimen que guardan un silencio mutuo!

Todo el mundo sabe acerca de sus banquetes, y se habla de éstos en todas partes.… En
los festivales se reúnen para una fiesta con sus hijos, sus hermanas, sus madres, gente de
ambos sexos y de toda edad. Después de comer su porción, cuando la excitación de la fiesta
está al máximo y su ardor borracho ha inflamado las pasiones incestuosas, provocan a un
perro que ha estado atado a una lámpara de pie para que salte, arrojándole un pedazo de
carne más allá del alcance de la cuerda que lo sujeta. Apagándose de esta manera la luz que
podía haberlos traicionado, se abrazan los unos a los otros, y con quien sea. Si en los hechos
esto no ocurre, sí pasa por sus mentes, dado que éste es su deseo.”

Por último, mencionaremos a Teófilo de Antioquía (130–190). Teófilo nació en un hogar pagano
y se convirtió por el estudio cuidadoso de las Escrituras. En 168 fue nombrado obispo de Antioquía
y se destacó como apologista. Escribió varias obras contra las herejías de sus días, comentarios de
los Evangelios y del libro de Proverbios. Lo único que nos queda de su producción literaria son tres
libros apologéticos, que están dirigidos a su amigo Autólico.

El ministerio de creyentes anónimos. Quienes más hicieron por la rápida expansión de la fe


cristiana fueron los innumerables creyentes anónimos que viajaban predicando y estableciendo
nuevas iglesias allí donde iban. La inmensa mayoría nos es desconocida, si bien a algunos pocos los
conocemos por nombre (por ejemplo, Aquila y Priscila, Hch. 18). En general, estos creyentes
anónimos eran personas de muy poca educación y muchos de ellos eran esclavos. Su falta de
notoriedad social los constituía en el objeto de la burla de las personas más educadas o de rango
social más alto, que consideraban la fe de ellos como una superstición peligrosa y despreciable. El
filósofo pagano Celso nos da testimonio de cómo funcionaba, según su opinión, el ministerio de
estos creyentes anónimos.

Celso: “Vemos en casas privadas a tejedores, zapateros, campesinos ignorantes. Ellos no se


atreverían a abrir sus bocas con personas mayores allí, o frente a su amo más sabio. Pero
van a los niños, o a cualesquiera de las mujeres que son ignorantes como ellos mismos.
Entonces derraman maravillosas declaraciones: ‘No deben prestar atención a su padre o a
sus maestros. Obedezcan a nosotros. Ellos son necios y estúpidos. Ellos ni conocen ni
pueden hacer nada realmente bueno. Sólo nosotros conocemos cómo deben vivir los
hombres. Si ustedes, niños, hacen como nosotros decimos, serán felices ustedes mismos y
harán feliz también a su hogar.’
Mientras están hablando, ven venir a uno de los maestros de la escuela o incluso al
padre mismo. Así que murmuran: ‘Con él aquí no podemos explicar. Pero si quieren, pueden
venir con las mujeres y sus compañeros de juego a los aposentos de las mujeres, o del
tejedor, o a la lavandería, de modo que puedan obtener todo lo que hay.’ Con palabras
como éstas, ellos los conquistan.”

Sin embargo, fue el testimonio comprometido de estos miles de creyentes simples pero llenos
del poder del Espíritu Santo, el factor que explica el explosivo crecimiento del cristianismo en los
dos primeros siglos. Se estima que hacia principios del segundo siglo solamente en el ámbito del
Imperio Romano el número de cristianos llegaba a cerca del millón de personas. El celo de estos
creyentes anónimos y su disposición de proclamar el evangelio del reino se destacaron por encima
de cualquier otra característica de su vida religiosa.

Orígenes de Alejandría: “… los cristianos no descuidan, hasta donde depende de ellos,


tomar medidas para diseminar su doctrina por todo el mundo. Algunos de ellos,
consiguientemente, han hecho de esto su ocupación al viajar no sólo a través de ciudades,
sino incluso villas y casas de campo, con el fin de poder hacer convertidos para Dios. Y nadie
sostendría que ellos hacen esto por causa de ganancia, cuando a veces ellos no aceptan
incluso el sustento necesario.”

Muchos de estos testigos predicaron más con la calidad de sus vidas transformadas, que con la
profundidad de su teología. Este hecho fue precisamente el argumento preferido de los apologistas
en sus defensas de la fe cristiana. Cabe recordar que, en general, los apologistas escribieron y
dirigieron sus obras a paganos y enemigos del cristianismo. En su argumentación en contra de las
acusaciones de Celso, Orígenes afirma: “Si alguien desea ver a hombres que trabajan por la salvación
de otros, en un espíritu como el de Cristo, que tome nota de aquellos que predican el evangelio de
Jesús en todas las tierras.… Hay muchos Cristos en el mundo.”

Justino Mártir: “Él [Jesús] nos ha exhortado a que, con paciencia y mansedumbre,
conduzcamos a todos los hombres fuera de la vergüenza y el amor al mal. Y esto realmente
lo podemos mostrar en el caso de muchos que alguna vez eran de vuestra manera de
pensar, pero han cambiado su disposición violenta y tiránica, siendo vencidos ya sea por la
constancia que han visto en las vidas de sus vecinos [cristianos], o por la extraordinaria
paciencia que han observado en sus compañeros de viaje [cristianos] al ser defraudados, o
por la honestidad de aquellos con los que han hecho negocios.”

Otros dieron testimonio a través de su sufrimiento por Cristo. Jesús fue bien claro cuando
estableció la condición para el discipulado cristiano: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y
todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lc. 9:23–24). Muchos cristianos en la
antigüedad interpretaron estas palabras como refiriéndose a estar dispuestos a padecer todo tipo
de sufrimiento e incluso la muerte misma, por amor al Señor. Algunos sufrieron por confesar a Cristo
como Salvador y Señor, y se los llamó “confesores.” Otros murieron por hacerlo, y se los llamó
“mártires” (del griego martures, testigos). La mayoría de los creyentes de estos primeros siglos
entendió bien que la mejor manera de confesar “Creo en Cristo” es estar dispuesto a morir por él.
Entre miles de estos testigos estuvo Basílides, un oficial del ejército romano en Alejandría allá por
el año 210, que condujo a una mujer cristiana, Potamiaena, a su ejecución, y luego fue mártir él
mismo al convertirse a la nueva fe gracias al testimonio de ella.

Eusebio de Cesarea: “Acto seguido, ella [Potamiaena] recibió inmediatamente la sentencia,


y Basilides, uno de los oficiales del ejército, la condujo a la muerte. Pero mientras el pueblo
intentaba molestarla e insultarla con palabras abusivas, él empujó hacia atrás a quienes la
insultaban, mostrándole mucha piedad y bondad. Y percibiendo la simpatía del hombre por
ella, ella lo exhortó a ser valiente, porque ella suplicaría al Señor por él después de su
partida, y él pronto recibiría una recompensa por la bondad que le había mostrado.
Habiendo dicho esto, noblemente soportó el tormento, mientras le derramaban brea
ardiendo poco a poco sobre varias partes de su cuerpo, desde la planta de sus pies hasta la
corona de la cabeza.…

No mucho después de esto, Basílides, cuando sus compañeros soldados le pidieron que
jurara por una cierta cuestión, declaró que no podía jurar bajo ninguna circunstancia,
porque él era cristiano, y confesó esto abiertamente. Al principio ellos pensaron que estaba
bromeando, pero cuando él continuó afirmándolo, fue llevado ante el juez, y, reconociendo
su convicción delante de él, fue puesto en prisión. Cuando los hermanos en Dios lo visitaron
y le preguntaron la razón para esta repentina y sorprendente resolución, se dice que él
declaró que durante tres días después de su martirio, Potamiaena se paró a su lado en la
noche y colocó una corona sobre su cabeza, y dijo que había orado al Señor por él y había
obtenido su pedido, y que pronto ella lo pondría a su lado. Acto seguido, los hermanos le
dieron el sello del Señor [bautismo]; y al día siguiente, después de dar un glorioso testimonio
por el Señor, él fue decapitado.”

_ La organización
Los ministerios de la Iglesia se fueron organizando a lo largo de muchos siglos. Su origen y
desarrollo es bastante oscuro. Los términos que se usan en el Nuevo Testamento y en los
documentos sub-apostólicos para referirse a los diversos ministerios son muy variados y el mismo
vocablo no siempre tiene el mismo significado, que depende del lugar y el período. La organización
de la iglesia en tiempos del Nuevo Testamento era totalmente diferente de la organización de las
iglesias hoy.

La organización de la Iglesia era muy simple. No había una jerarquía eclesiástica. La iglesia era
una comunidad carismática, en la que algunos hermanos cumplían ciertas funciones más
específicas. Cada comunidad era autónoma, libre y con una autoridad local centrada en la voluntad
de la asamblea, y expresada a través del consenso de sus miembros. No había distinción alguna
entre clérigos y laicos, sino que cada creyente se sentía responsable por el testimonio y el servicio
cristianos.
Los primeros desarrollos en la organización de la Iglesia ocurrieron conforme las características
culturales impuestas por los diversos contextos y sobre todo por la demanda de testificar el
evangelio con efectividad en los mismos. En este sentido, hay dos contextos que considerar. Por un
lado, la comunidad palestinense, es decir, aquella que se desarrolló en Palestina, especialmente en
torno a la ciudad de Jerusalén y su influencia. La comunidad cristiana primitiva en esta tradición
tenía una organización doble. El primer liderazgo estaba constituido por el grupo de los Doce, que
se remontaba al ministerio terrenal de Jesús (Mr. 3:16–19), y cuyo número se completó después de
la muerte de Judas (Hch. 1:15–16). Este liderazgo colectivo administraba la comunidad palestinense
de lengua hebrea (aramea). El segundo liderazgo estaba representado por el grupo de los Siete,
inspirados por Esteban (Hch. 6:1–6), que cuidaba de la comunidad que había emergido del judaísmo
helenista y que hablaba griego.

Por otro lado, encontramos la comunidad de la diáspora. La persecución que siguió al martirio
de Esteban resultó en la dispersión de los judíos helenistas, que se hicieron misioneros. A partir de
aquí, surgieron diferentes formas de organización, que dependían del origen de la comunidad. La
comunidad en Jerusalén y otras derivadas del judaísmo se modelaron en base a la comunidad judía
por excelencia, la sinagoga. Al frente de estos grupos estaba un colegio de ancianos o presbíteros
(del griego presbúteros, anciano). Santiago (o Jacobo), el hermano de Jesús, era la cabeza en
Jerusalén (Hch. 15:13–21), probablemente una suerte de presidente del grupo de dirigentes
constituido por apóstoles y ancianos (Hch. 15:2, 4, 6, 22). Parece claro que los Doce fundaron varias
comunidades de este tipo en Judea, Samaria y las regiones vecinas.

La comunidad cristiana en Antioquía era de origen misionero y tuvo una doble organización. Por
un lado, un ministerio itinerante constituido por misioneros itinerantes (por ejemplo, 1 Co. 12:28),
que practicaban un ministerio carismático. Este tipo de ministerio itinerante parece haber sido toda
su vida y responsabilidad. Estos agentes misioneros eran apóstoles que no formaban parte del grupo
de los Doce (como Pablo y Bernabé). Como responsables de la tarea de evangelización y plantación
de iglesias, estos misioneros viajaban todo el tiempo. Por otro lado, había en Antioquía un ministerio
residente. Este ministerio estaba constituido por profetas, que exponían la palabra de Dios en las
congregaciones, y maestros, que eran una especie de rabinos que se especializaban en la enseñanza
de las Escrituras.

En el curso de sus viajes, los misioneros fundaban comunidades locales y nombraban a personas
responsables como cabeza de cada una de ellas. El liderazgo de estas comunidades locales, al menos
durante algún tiempo y en ciertas regiones, durante las primeras décadas de expansión cristiana en
el Imperio Romano, estaba constituido por obispos (sobreveedores) o presbíteros (ancianos). En
Tito 1:5, 7; 1 Timoteo 3:1–2 y 5:17–19, Pablo se refiere a estos líderes llamándolos indistintamente
obispos y/o ancianos. El primer vocablo enfatiza su función (sobreveer o supervisar la
congregación), mientras que el segundo indica la necesidad de madurez espiritual y experiencia.
También se mencionan a los diáconos, que tenían un ministerio de servicio también de orientación
pastoral, ya que se esperaba que ellos cumpliesen con los mismos requisitos que los obispos (1 Ti.
3:8–13). En Filipenses 1:1, Pablo hace referencia a ambas funciones ministeriales, “obispos y
diáconos.”
La tarea primordial de estos ministerios residentes era la de predicar, bautizar y presidir la
Eucaristía. En general, en todo el movimiento cristiano, obispos y presbíteros llegaron a cumplir
muchas de las funciones que eran llevadas a cabo por los sacerdotes de otras religiones. Todos los
ministros en la Iglesia eran dedicados al servicio mediante la imposición de manos, acompañada de
oración y ayuno (Hch. 6:6; 13:3; 1 Ti. 5:22). De todos modos, el Nuevo Testamento no es muy claro
en sus referencias a los diversos ministerios en la Iglesia. Es probable que haya habido una evolución
a lo largo del tiempo y que no se haya hecho lo mismo en todos los lugares. De hecho, da la
impresión como que había otras categorías o tipos de ministerios en algunas iglesias además de las
mencionadas. En Efesios 4:11, por ejemplo, se habla de “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores
y maestros,” lo cual representa una estructura carismática de ministerio.

_ La membresía
El concepto más difundido en las primeras comunidades cristianas era el de entender a la Iglesia
como la familia o casa (oikos) de Dios. En el mundo greco-romano, la familia era el núcleo de la
sociedad y su fundamento. El ingreso a la familia de la fe se producía después que la persona tomaba
una decisión de fe por Jesucristo y sellaba su compromiso con la comunidad mediante el bautismo.
Los derechos y deberes del miembro de la Iglesia, así como la disciplina a la que se sujetaba, estaban
directamente relacionados con el concepto del cuerpo de creyentes como una nueva familia, la
familia de Dios. En esta nueva unidad social básica, caracterizada por un nuevo pacto de fe con el
Creador, el líder (obispo o presbítero) poco a poco pasó a ocupar el papel del patriarca o padre de
familia. Por lo demás, la comunidad de fe estaba integrada y estructurada como cualquier familia
patriarcal de aquellos tiempos.

La gran masa de cristianos en los primeros dos siglos estaba constituida por esclavos. En el
Imperio Romano casi todo el trabajo, el especializado y el más duro, era hecho por esclavos. En el
mundo antiguo, la esclavitud de una forma u otra era un fenómeno universal. El famoso historiador
inglés Eduardo Gibbon indica que había 60 millones, lo que puede ser una exageración, aunque
refleja el alcance de este problema social. Pablo dice: “Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no
sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo y lo menospreciado escogió
Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co.
1:26–29). Si bien algunos cristianos pertenecían a las clases más privilegiadas e incluso algunos
pocos eran funcionarios de gobierno o de muy buena posición económica y social, la gran mayoría
eran esclavos o gente de condición muy humilde. El cristianismo no intentó abolir la esclavitud. El
mundo antiguo no podía concebir una sociedad sin esclavos. Pero los cristianos negaron firmemente
que la distinción entre esclavo y libre tuviera importancia para Dios (Gá. 3:28).

No obstante, había algunos cristianos en posiciones de prestigio y autoridad social. Hubo


discípulos de Jesús en lugares prominentes (Lc. 8:3). En la Iglesia primitiva, algunos creyentes fueron
personas de relevancia social, como Manaén (Hch. 13:1), “los de la casa de César” (Fil. 4:22), y el
procónsul Sergio Paulo en Chipre (Hch. 13:12). Hay otros testimonios de personas distinguidas fuera
de los documentos del Nuevo Testamento. Una sobrina de Domiciano, Domitila, esposa de un
cónsul, fue exiliada en el año 96 por ser cristiana (según Eusebio). Una catacumba o cementerio
cristiano en Roma lleva su nombre. El emperador Cómodo (180–192) fue influido positivamente por
una concubina cristiana de nombre Marcia. La madre del emperador Alejandro Severo (222–235),
Mamea, mandó una escolta a Orígenes en su viaje a Antioquía, donde él “se quedó con ella durante
algún tiempo y le mostró muchas cosas concernientes a la gloria del Señor y de la virtud del mensaje
divino.” Orígenes mismo escribió al emperador Felipe (244–249) y a su esposa porque oyó del
interés de ellos en el cristianismo.

Allá por el año 248 Orígenes decía que las falsas acusaciones contra los cristianos “ahora son
reconocidas, incluso por la masa del pueblo, como calumnias falsas contra los cristianos.” Con un
optimismo algo excesivo, Orígenes anticipaba que “toda otra adoración se extinguirá y sólo la de los
cristianos prevalecerá. Así será algún día, a medida que su doctrina tome posesión de las mentes en
una escala cada vez más grande.”

El evangelio era proclamado a todos los grupos sociales. La misión cristiana tenía como objetivo
llegar a todas las personas en todos los lugares hasta el fin del mundo para anunciarles el evangelio
del reino. Líderes como Orígenes, proveniente de Alejandría, viajaron mucho en el Imperio Romano
y por todo el este proclamando el evangelio. Para mediados del tercer siglo la fe en Jesucristo había
cubierto todo el ámbito del Imperio Romano y algunas regiones, como Asia Menor y el norte de
África, contaban con una considerable densidad de población cristiana.

Orígenes de Alejandría: “Si observamos cuán poderoso se ha tornado el evangelio en unos


muy pocos años, a pesar de la persecución y la tortura, la muerte y la confiscación, y a pesar
del pequeño número de predicadores, vemos que la palabra ha sido proclamada por toda
la tierra. Griegos y bárbaros, doctos e indoctos se han unido a la religión de Jesús. No
podemos dudar que esto va más allá de los poderes humanos, puesto que Jesús enseñó con
autoridad y la persuasión necesaria para que la palabra se estableciera.”

LA OPOSICIÓN AL CRISTIANISMO

_ La oposición en tiempos neotestamentarios


Situación cambiante. El Nuevo Testamento refleja la cambiante situación de los cristianos en el
Imperio Romano, desde el tiempo de Pablo hasta el final del primer siglo. En la carta a los Romanos
(año 55), el apóstol se muestra leal al Imperio y lo considera un “agente de Dios,” y exhorta a los
creyentes para que sean buenos ciudadanos (Ro. 13:1–7). Pero este mismo Imperio en poco tiempo
se constituyó en el enemigo más grande del cristianismo en este período, llegando a amenazar su
propia existencia. El gobierno y el pueblo en el Imperio Romano eran muy tolerantes en materia
religiosa. Eduardo Gibbon señala: “Las varias formas de adoración, que prevalecieron en el mundo
romano, fueron todas consideradas por el pueblo, como igualmente verdaderas; por el filósofo,
como igualmente falsas; y por el magistrado, como igualmente útiles. Y así la tolerancia produjo no
sólo indulgencia mutua, sino incluso concordia religiosa.”
Los romanos reconocían los dioses locales de los pueblos conquistados e incluso los adoraban.
Ellos tenían sus rituales tradicionales, suplementados, después de Augusto, por el culto a los
emperadores divinizados. Pero estos cultos romanos estaban sumamente condimentados con el
aporte de religiones foráneas, como los cultos a Sulis Minerva (diosa celta y romana de la sabiduría),
Mitra (dios persa de la luz); o Isis (diosa egipcia de la fertilidad).

Minucio Félix: “Cada pueblo tiene su propia adoración nacional y honra a sus dioses locales.
Y los romanos los honran a todos. Ésta es la razón por la que su poder ha llenado
completamente todo el mundo, y han esparcido su Imperio más allá de las sendas del sol y
de los límites de los mares.… Ellos reverencian a los dioses conquistados, investigan las
religiones de los extranjeros y las hacen propias.”

Los judíos no quisieron compartir su religión con los romanos, pero a pesar de esto, los romanos
los respetaron y permitieron su culto, el templo en Jerusalén y sus autoridades, leyes y castigos. En
todo esto se mostraron sumamente tolerantes para con la intolerancia judía, a pesar de despreciar
su fe monoteísta. Además, el judaísmo no era una religión nueva, sino que representaba una
tradición de varios siglos. Como argumentaba el filósofo pagano Celso: “Los judíos no deben ser
culpados, porque cada uno debe vivir de acuerdo con las costumbres de sus ancestros.”

Sin embargo, una minoría que se aísla y se rehúsa a compartir los intereses de la comunidad,
generalmente es despreciada o resistida. El cristianismo había comenzado dentro del judaísmo y al
principio parecía ser una secta más dentro de esta religión antigua. Es por esto que hasta los días de
Pablo, los cristianos y los judíos no fueron mayormente molestados por las autoridades romanas.
Pero el mismo apóstol Pablo, con su prédica y ministerio, dejó bien en claro que el cristianismo no
era una secta del judaísmo. Por otro lado, la iglesia creció rápidamente, y los nuevos convertidos
comenzaron a ser en su mayoría gentiles. Además, el mismo Nuevo Testamento señala que muchas
veces los judíos denunciaban por diversas razones a los cristianos.

En el imperio Romano nadie quería a los judíos, pero mucho menos querían a los cristianos, que
ganaban nuevos convertidos a expensas de las religiones antiguas y tradicionales. Como señalara
Celso: “Los cristianos han olvidado sus costumbres nacionales por la ley de Cristo.” Así es como
comenzó a considerárselos como una verdadera amenaza para la sociedad. La guerra de los judíos
contra Roma entre el 66 y el 70 acentuó la diferencia entre éstos y los cristianos, al no querer
participar los segundos en el levantamiento de aquéllos.

Oposición creciente. El Nuevo Testamento refleja la creciente oposición al cristianismo, tanto


por parte del pueblo como de las autoridades romanas. Los documentos neotestamentarios hablan
de murmuración, calumnias y acusaciones falsas contra los cristianos (1 P. 2:12). La carta a los
Hebreos refleja un contexto de inseguridad, peligro, cárcel e incluso muerte. La carta está
relacionada con Italia (He. 13:24). Fue escrita a una congregación integrada por gente que en su
mayoría habían pertenecido a una sinagoga, pero que ahora eran parte de un nuevo pacto (He.
9:15), un camino nuevo y vivo (He. 10:20). Parece evidente que fue escrita en momentos de peligro.
El texto habla de sangre derramada (He. 12:4), diversos padecimientos (10:32–33), pérdida de
propiedades (10:34), prisión (13:3), y aun cosas peores (13:13–14). El Imperio Romano ya no era un
poder seguro y protector. Los cristianos ya no tenían seguridad en ninguna parte.

Hostilidad abierta. El Nuevo Testamento termina mostrando a un Imperio Romano


abiertamente hostil hacia los cristianos. Es interesante notar el contraste entre lo que enseña Pablo
en Romanos 13 y lo que señala Juan en Apocalipsis 13 respecto al poder del Estado y los cristianos.
En Apocalipsis, Roma es la bestia con siete cabezas (13:1, 4, 8) y la ramera (17:3–6). Partes del
Apocalipsis son como mensajes en código, propios de una situación de extremo peligro y donde
conviene que el enemigo no tenga acceso a lo que se comunica. Algunas claves para la comprensión
de este lenguaje hermético y críptico están en el capítulo 17. “Babilonia” es el gran poder
perseguidor en el Antiguo Testamento (Daniel 7) y parece referirse a Roma como tal en Apocalipsis.
La “bestia con siete cabezas” puede tener un doble significado. Por un lado, es la ciudad sobre las
siete colinas (Ap. 17:9), que es Roma. Por otro lado, son los siete emperadores desde Nerón hasta
Domiciano, el emperador que envió a Juan a Patmos (Ap. 17:10). El vocablo “bestia,” pues, se refiere
al emperador de Roma, mientras que la “mujer” es la ciudad, cuyo nombre “Roma” viene del griego
rhome (“fuerte”), que es femenino. Finalmente, “nombres de blasfemia” es una expresión que
parece hacer referencia a la adoración del emperador.

_ Los cristianos en el Imperio Romano


Los cristianos no eran malos vecinos, ni súbditos desleales ni sediciosos, pero cuando un pueblo
odia a una minoría y la considera peligrosa, entonces imagina lo peor de esa minoría. La oposición,
pues, fue triple: popular, intelectual y oficial.

La oposición popular. El pueblo se oponía a los cristianos por prejuicio. Los cristianos se sentían
obligados a separarse de muchas cosas que en la sociedad pagana eran costumbres aceptadas, y
por esto se los consideraba excéntricos. La ética cristiana ponía a los creyentes en conflicto con la
ética pagana imperante y los hacía tan diferentes, que se los consideraba extraños o locos. Sus
reuniones nocturnas eran sospechosas. Su amor fraternal, adoración, sacramentos y disciplina eran
mal interpretados. Por otro lado, nadie quería aceptar las advertencias de juicio de la dura prédica
cristiana. Como sugiere el interlocutor de Octavio, el personaje cristiano en la obra de Minucio Félix,
los cristianos eran acusados de celebrar “fiestas de amor” en las que después de comer, todos se
emborrachaban y participaban de una orgía sexual. El populacho hablaba de inmoralidad, incesto
entre “hermanos” y “hermanas,” y muchos otros excesos. La Eucaristía y la expresión de Jesús “esto
es mi cuerpo … esto es mi sangre” era interpretada como expresión de canibalismo y se acusaba a
los cristianos de infanticidio.

Tácito (60–120), uno de los grandes historiadores romanos, dice que los cristianos eran odiados
por sus abominaciones. Entre otras cosas, menciona magia, brujería, y califica al cristianismo de
“superstición foránea.” Otros historiadores romanos utilizan expresiones similares. Plinio dice que
el cristianismo es una “superstición irracional y sin límites,” mientras que Suetonio lo valúa como
“una superstición nueva y peligrosa.”
Por rechazar el politeísmo prevaleciente y la idolatría, los cristianos eran acusados también de
ateísmo. Mucha gente pensaba que los cristianos no tenían religión alguna por no participar de la
religión tradicional o de los cultos orientales que eran muy populares en todo el Imperio. Minucio
Félix registra el rumor que escuchó el pagano de su historia: “Oigo que, persuadidos por alguna
convicción absurda, ellos adoran la cabeza de un asno, la más baja de todas las criaturas.”

Además, los paganos atribuían a los cristianos todas las calamidades y catástrofes indicando que
éstas venían por abandonar a los dioses ancestrales por el Dios cristiano. Los cristianos eran una
amenaza también para la economía del Imperio en razón de su exclusivismo y fanatismo. Lo ocurrido
en la ciudad de Éfeso y la quiebra del negocio religioso pagano debido a la efectividad de la prédica
cristiana, era un ejemplo de esto (Hch. 19:23–27).

La oposición intelectual. Poco a poco, los intelectuales fueron investigando al cristianismo,


leyeron sus escrituras y lo refutaron con vigor. Dos de los escritos más conocidos en este sentido
fueron los producidos por Celso (siglo II) y Porfirio (siglo III). ¿De qué acusaban a los cristianos estos
intelectuales?

Por un lado, se los acusaba de ser ignorantes y unos pobres arrogantes. Se decía que los
cristianos se aprovechaban de los más pobres e ignorantes para hacer su cosecha de adeptos,
tomando ventaja de su credulidad. La realidad es que los cristianos cuestionaban los valores de la
civilización grecorromana, que daban prestigio y autoridad al hombre sabio (educado), que no
trabajaba con sus manos. Con esto, por supuesto, minaban el sistema patriarcal romano y la
autoridad del pater familias o jefe de familia. Luciano de Samosata (c. 125–192), escritor griego de
aquella ciudad de Siria, atacó a los cristianos por esto mismo. Luciano era un autor cínico que viajó
mucho y escribió varios diálogos en los que ridiculiza los valores filosóficos y religiosos establecidos.
Con el mismo vigor se opuso a lo que consideraba era la religión y superstición de unos pobres
diablos, el cristianismo.

Luciano de Samosata: “Los pobres infelices se han convencido, antes que nada, de que van
a ser inmortales y a vivir por siempre, y como consecuencia de esto, desprecian la muerte e
incluso voluntariamente se entregan como prisioneros, la mayoría de ellos. Además, su
primer legislador [Jesús] los persuadió de que son todos hermanos los unos de los otros,
después que han cometido transgresión de manera definitiva, al negar a los dioses griegos
y al adorar a ese mismo sofista crucificado y vivir bajo sus leyes. Por lo tanto, desprecian
todo esto indiscriminadamente y lo consideran propiedad común.… De modo que si
cualquier charlatán e impostor, capaz de aprovechar cualquier ocasión, viene a ellos,
rápidamente adquiere una riqueza repentina al imponerse sobre esta gente simple.”

Por otro lado, se los acusaba de ser malos ciudadanos. Los cristianos no participaban en la
adoración oficial de la ciudad en que vivían ni de la religión del imperio. No reconocían las
“costumbres ancestrales” y rechazaban ocupar puestos o responsabilidades en las magistraturas y
se negaban a cumplir con el servicio militar. No parecían estar interesados en las cuestiones políticas
o en el bienestar del imperio. Los soldados cristianos no peleaban con la crueldad y empeño con
que lo hacían los que eran paganos. Y si bien cumplían con las leyes, sólo lo hacían en la medida en
que éstas no contradijeran sus principios y valores cristianos. Decían que eran ciudadanos del
Imperio, pero afirmaban que su verdadera ciudadanía estaba en los cielos y que servían a un Señor
(kyrios) que estaba muy por encima del emperador.

Finalmente, se los acusaba de sostener una doctrina irracional. Para los pensadores y filósofos
paganos la doctrina de la encarnación no tenía sentido. Según ellos, un Dios perfecto e inmutable
no puede rebajarse y ser un pequeño bebé, como Jesús en Belén. Además, si fuera cierto que Dios
quería hacerse humano, ¿por qué esta encarnación ocurrió tan tarde en la historia? Para los
intelectuales grecorromanos, Jesús fue un pobre hombre, que fue incapaz de morir como se supone
que debe morir un sabio (como Sócrates, que con toda dignidad se suicidó). Por otro lado, la
enseñanza de Jesús, decían, fue una mala copia de las viejas enseñanzas egipcias y griegas. Y la
doctrina cardinal de la fe de los cristianos, la resurrección de la carne, era una mentira monstruosa,
una verdadera blasfemia intelectual y religiosa.

Porfirio: “Incluso suponiendo que algunos griegos fueron lo suficientemente estúpidos


como para pensar que los dioses moran en estatuas, esto sería un concepto más puro que
aceptar que lo divino ha descendido al vientre de la Virgen María, que él llegó a
transformarse en un embrión, que después de su nacimiento él fue envuelto en pañales,
manchado con sangre, bilis y peor.…

¿Por qué cuando fue llevado ante el sumo sacerdote y gobernador, el Cristo no dijo
nada digno de un hombre divino …? Él permitió que se le golpease, se le escupiese en el
rostro, se le coronase con espinas.… Incluso si él tenía que sufrir por orden de Dios, él podía
haber aceptado el castigo, pero no soportado su pasión sin algún discurso valiente, alguna
palabra vigorosa y sabia dirigida a Pilato, su juez, en lugar de permitir que se le insultara
como si fuese un canalla de las calles.

¡Esto es una mentira increíble! (Referencia a la descripción de la resurrección en 1 Ts.


4:14). Si tú cantas esto a las bestias irracionales que no pueden hacer otra cosa sino producir
un ruido como respuesta, las harías bramar y piar con un alboroto ensordecedor frente a la
idea de hombres de carne volando por el aire como pájaros, o transportados sobre una
nube.”

Según el escritor pagano Porfirio (232–303), el Antiguo y el Nuevo Testamentos eran una trama
de historias crueles de tipo antropomórfico, sin ningún valor espiritual. Él encontraba
contradicciones entre el Dios pacífico de los Evangelios y el Dios guerrero del Antiguo Testamento.
Los relatos de la pasión de Jesús se contradecían entre sí. Las ceremonias cristianas eran inmorales.
El Bautismo alentaba el vicio al declarar perdonados todos los pecados y la Eucaristía era un acto de
canibalismo aun cuando se la interpretara de la manera más alegórica.

La oposición oficial. Durante este período, los cristianos pudieron sobrellevar con bastante
entereza la oposición popular y los ataques de los intelectuales en el ámbito del Imperio Romano.
A pesar de confrontar estos conflictos, supieron crecer, expandirse y ganar a decenas de miles para
las filas cristianas. Sin embargo, las cosas fueron más difíciles toda vez que la maquinaria política,
militar y administrativa del Imperio se puso en su contra.

Las razones de la creciente oposición oficial del Imperio fueron diversas. El concepto romano de
religión fue una causa importante. Para los romanos la religión era una cuestión política, y por lo
tanto, un interés del Estado. El Estado controlaba a los dioses conocidos y desconocidos, e intentaba
predecir y manipular el futuro a partir de la religión. El sistema religioso en el Imperio Romano era
un mecanismo del Estado para el control social. El propio gobierno romano pretendía ser divino, en
la persona del emperador. Los emperadores se consideraban “poderes” de los que dependían las
vidas de las personas.

Por otro lado, el Imperio Romano temía a las asociaciones secretas que podían asumir un
carácter político y a las nuevas religiones no reconocidas por el Estado. De allí que cualquier grupo
o secta religiosa que no se ajustara a las expectativas del gobierno romano fácilmente caía bajo la
acusación de sedición o subversión. De este modo, la disidencia religiosa se transformaba en
sedición política, con las consecuencias que son imaginables. De hecho, Jesús fue crucificado por
orden de Pilato, no por el delito religioso de llamarse “Hijo de Dios,” sino por el delito político de
pretender ser “Rey de los judíos” (Jn. 19:19). Además, los cristianos se rehusaban a hacer libaciones
y ofrendas en honor al emperador o a participar en otras prácticas del culto pagano oficial, y esto
agravaba su situación, aun cuando algunos oficiales querían mostrarse clementes para con ellos.

El desarrollo de la creciente oposición oficial del Imperio se fue incrementando en intensidad.


La primera persecución local seria ocurrió como consecuencia del incendio de Roma, perpetrado
por el emperador Nerón, el 18 de julio del año 64. En la noche de ese día comenzó un fuego que
pronto se extendió en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Durante seis días el fuego ardió
con fuerza debido a un viento constante, lo que llevó a la destrucción de una buena parte de la
ciudad e hizo que miles de personas se quedaran sin vivienda. En la calle corrió todo tipo de rumores,
pero todos coincidían en señalar al emperador como el responsable final de la catástrofe. Algunos
decían que Nerón había ordenado el incendio para dejar espacio libre para construir algunos
edificios públicos. Otros apuntaban a la crueldad del hombre que no tuvo problemas en asesinar a
su propia madre. Y aun otros decían que el incendio había sido provocado por la locura del
emperador que quería lograr con ello inspiración para componer un poema. Los cristianos fueron
acusados oficialmente como responsables por el siniestro y miles murieron martirizados, como
señala el historiador romano Tácito (56–120), para satisfacer la crueldad de un hombre, Nerón.

Tácito: “Todos los esfuerzos de los hombres, toda la largueza del emperador y las
propiciaciones de los dioses, no fueron suficientes para mitigar el escándalo o borrar la
convicción de que el fuego había sido ordenado. Y así, para deshacerse de este rumor,
Nerón supuso culpables y castigó con los tormentos más refinados a una clase odiada por
sus abominaciones, que comúnmente son llamados cristianos. Christus, de quien se deriva
su nombre, fue ejecutado a manos del procurador Poncio Pilato en el reinado de Tiberio.
Reprimida en un primer momento, esta perniciosa superstición se manifestó de nuevo, no
solamente en Judea, la fuente de este mal, sino también en Roma, ese receptáculo para
todo lo que es sórdido y degradante desde todo rincón del globo, que allí encuentra
seguidores. Consecuentemente, se realizó primero un arresto de todos los que confesaron
(ser cristianos); luego, sobre su evidencia, se condenó a una inmensa multitud, no tanto en
base a la acusación de incendio premeditado como a causa del odio de la raza humana.
Además de ser condenados a muerte se los hizo servir como objetos de entretenimiento;
fueron vestidos con pieles de bestias y desgarrados a muerte por perros; otros fueron
crucificados, otros prendidos fuego para iluminar la noche cuando desaparecía la luz del día.
Nerón había dejado abierta su propiedad para la exhibición, y montó un espectáculo en el
circo, donde él se mezcló con el pueblo con ropas de auriga y condujo su carro. Todo esto
dio lugar a un sentimiento de piedad, incluso hacia hombres cuya culpa merecía del castigo
más ejemplar; porque se sentía que ellos estaban siendo destruidos no por el bien público
sino para gratificar la crueldad de un individuo.”

Otro historiador romano, Suetonio (75–160), señala: “En su reinado (de Nerón) muchos abusos
fueron severamente castigados y reprimidos, y muchas leyes nuevas fueron instituidas.… Se infligió
castigo a los cristianos, un conjunto de hombres que se adhieren a una superstición novedosa y
dañina.” Pero esta persecución no se esparció más allá de Roma y no fue por razones de carácter
religioso, sino más bien se debió al oportunismo del emperador para desligarse de la
responsabilidad por el siniestro buscando un chivo emisario.

Bajo el gobierno de Domiciano (81–96), se dio una segunda persecución dirigida contra toda
persona que no adorara la imagen del emperador. Domiciano se hizo llamar “Señor y Dios” y ordenó
que así fuese confesado por todo ciudadano en el Imperio mientras libaba vino y aceite frente a su
estatua. Es interesante notar que esta expresión es equivalente al clímax del Evangelio de Juan (Jn.
20:28). Para los cristianos obedecer la orden imperial era, pues, una blasfemia. El Coliseo de Roma,
inmenso estadio con capacidad para más de 50.000 personas sentadas, había sido terminado para
este tiempo (86) y miles de cristianos derramaron allí su sangre por testificar de su fe. Es posible
que el libro de Apocalipsis se refiera a estas circunstancias, al hacer el contraste entre Cristo y
Domiciano (Ap. 17:14).

_ La oposición en el segundo siglo.


El período del 96–180 fue de prosperidad para el Imperio Romano. Fueron años en los que
gobernaron buenos emperadores, con gran capacidad para la administración del Estado, como
Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio. Si bien estos hombres fueron buenos
gobernantes, tomaron medidas que resultaron en la persecución de los cristianos en diversos
lugares del Imperio. Durante el reinado de Trajano (98–117) se desarrolló la norma imperial para la
persecución del cristianismo. En 112, Plinio el Joven (62–113), gobernador romano de la provincia
de Ponto-Bitinia (Asia Menor), le escribió a Trajano describiendo su manejo de la superstición
cristiana.

Plinio el Joven: “Es mi regla, Señor, referirme a ti en cuestiones en las que no estoy seguro.
Porque, ¿quién puede dirigir mejor mi duda o instruir mi ignorancia? Yo nunca estuve
presente en algún juicio de cristianos; por lo tanto, no sé cuáles son las penas o
investigaciones acostumbradas, y qué límites se observan. He dudado mucho sobre la
cuestión de si debe haber algún tipo de distinción por edades; si el débil debe tener el mismo
trato que el más robusto; si aquellos que se retractan deben ser perdonados, o si un hombre
que alguna vez haya sido cristiano no gana algo al dejar de serlo; si el nombre mismo, incluso
si es inocente de crimen, debe ser castigado, o sólo los crímenes que están ligados a ese
nombre.

Mientras tanto, éste es el curso que he adoptado en el caso de aquellos traídos a mí


como cristianos. Les pregunto si son cristianos. Si lo admiten, repito la pregunta una
segunda y una tercera vez, amenazándolos con la pena capital; si persisten los sentencio a
muerte. Porque no dudo que, cualquiera que pueda ser el tipo de crimen que ellos han
confesado, su terquedad y obstinación inflexible ciertamente deben ser castigadas. Había
otros que manifestaron una locura parecida y a quienes reservé para ser enviados a Roma,
dado que eran ciudadanos romanos.”

El emperador le respondió sentando los principios para la acción en contra de los


cristianos dentro del marco del derecho romano.

Trajano: “Tú has tomado la línea correcta, mi querido Plinio, al examinar los casos de
aquellos que te son denunciados como cristianos, puesto que ninguna regla dura y rápida
puede establecerse, de aplicación universal. Ellos no deben ser buscados; si se informa en
contra de ellos, y la acusación se prueba, deben ser castigados, con esta reserva—que si
alguien niega que es un cristiano, y realmente lo prueba, esto es mediante la adoración de
nuestros dioses, debe ser perdonado como resultado de su retractación, por más
sospechoso que haya sido con respecto al pasado. Los panfletos que son publicados
anónimamente no deben tener peso en cualquier acusación que sea. Ellos constituyen un
muy mal precedente, y también están fuera de lugar en este tiempo.”

Tertuliano, más tarde (197), atacó la decisión de Trajano, diciendo: “¿Por qué haces que la
justicia juegue a las escondidas consigo misma? Si tú condenas, ¿por qué no buscas? Si no buscas,
¿por qué no nos declaras inocentes?” No obstante, la indecisión de Trajano fue beneficiosa para los
cristianos, que siguieron creciendo a lo largo del siglo II, si bien en medio de incertidumbre e
inseguridad. A lo largo de todo el siglo segundo los cristianos padecieron la oposición del gobierno
imperial. Tertuliano habla de reuniones interrumpidas por la policía, soldados demandando
soborno, vecinos no amigables que denunciaban a los cristianos de manera anónima, siervos de
poca confianza que hacían lo mismo, espías, y sobre todo, el sometimiento de los cristianos a
procesos ilegales.

Tertuliano: “Si es cierto lo que presumen, que nosotros los cristianos somos los más malos
de los hombres, ¿por qué no nos igualan con los malhechores que cometen pecados
semejantes a los nuestros? Dado que a igual delito, igual tratamiento debe darse en los
tribunales. Si somos iguales a los demás, ¿por qué si a todo delincuente le es lícito valerse
de su boca y de contratar abogados para recomendar su inocencia; por qué si ellos tienen
plena oportunidad para responder y para altercar, para que ninguno sea condenado sin ser
oído; a sólo el cristiano no se le permite abrir la boca para purgar su causa, buscar ayuda
para defender la verdad, hablar por sí para que no sea injusto el juez, condenando al que
no se defendió? Pero sólo en nuestra causa no se admite el examen del delito, que es
beneficio de los reos; sólo se atiende a la confesión del nombre cristiano, que es el odioso
título que irrita el odio popular.”

A este período corresponde el martirio de Ignacio de Antioquía, del que da testimonio un


documento conocido como Las actas del martirio de Ignacio. Estas actas fueron publicadas en el
siglo XVII en latín y griego. Se discute su autenticidad, pero obviamente están inspiradas en la
persona y correspondencia del célebre mártir, que murió entregado a las fieras en el año 117, bajo
el gobierno de Trajano.

El martirio de Ignacio: “Y cuando él fue conducido ante el emperador Trajano, [ese príncipe]
le dijo: ‘¿Quién eres tú, malvado infeliz, empeñado en transgredir nuestros mandatos, y
persuades a otros a hacer lo mismo, para que miserablemente perezcan?’ Repuso Ignacio:
‘Nadie debería llamar a Teóforo malvado; porque todos los espíritus han sido echados de
los siervos de Dios. Pero si, en razón de que soy un enemigo de estos [espíritus], tú me
llamas malvado en respeto a ellos, concuerdo plenamente contigo; porque en la medida en
que tengo a Cristo el Rey del cielo [dentro mío], yo destruyo todas las maquinaciones de
estos [malos espíritus].’ Trajano respondió: ‘¿Y quién es Teóforo?’ Ignacio replicó: ‘Aquél
que tiene a Cristo en su pecho.’ Trajano dijo: ‘Pues qué, ¿te parece que nosotros no tenemos
en nuestra mente a nuestros dioses, cuya asistencia gozamos al luchar contra nuestros
enemigos?’ Ignacio contestó: ‘Estás en error cuando llamas dioses a los demonios de las
naciones. Es de saber que hay sólo un Dios, el cual ha hecho el cielo y la tierra, el mar y todo
cuanto hay en ellos; y un Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, de cuyo reino quisiera gozar.’
Trajano dijo: ‘¿Estás hablando de aquél que fue crucificado bajo Poncio Pilato?’ Ignacio
respondió: ‘Del que crucificó mi pecado junto con su inventor, y quien ha condenado y
arrojado todo engaño y malicia del demonio bajo los pies de quienes le llevan en su
corazón.’ Trajano dijo: ‘¿Entonces tú llevas al crucificado en ti?’ Ignacio replicó:
‘¡Verdaderamente así es! Porque está escrito: “Habitaré en ellos y andaré entre ellos”.’
Entonces Trajano pronunció el fallo como sigue: ‘Ordenamos que Ignacio, que afirma llevar
en sí al crucificado, sea engrillado por soldados y llevado a la gran ciudad Roma, para que
allí sea devorado por las bestias, para diversión del pueblo.’ Cuando el santo mártir oyó esta
sentencia, exclamó con alegría: ‘¡Gracias te doy, oh Señor, que te dignaste honrarme con
un amor perfecto para contigo, y me has hecho encadenar con cadenas de hierro, al igual
que tu apóstol Pablo’.”

La política de Trajano continuó bajo Adriano (117–138), Antonino Pío (138–161), y bajo Marco
Aurelio (161–180). Pero en todos estos casos se trató de persecuciones locales y no de un intento
por exterminar el cristianismo en todo el Imperio. Adriano insistió en que las personas inocentes del
cargo de ser cristianos fuesen protegidas, e incluso ordenó que quienes hacían acusaciones falsas
fuesen castigados. No obstante, no impidió la represión de aquellos que insistían en profesar su fe.
Bajo el reinado de Antonino Pío, los cristianos sufrieron en Roma. Marco Aurelio sentía aversión
hacia los cristianos, probablemente porque los consideraba un peligro contra la estructura de la
civilización que él estaba procurando mantener contra las amenazas internas y externas a su
Imperio. Cómodo, el hijo de Marco Aurelio, continuó con actos de persecución, si bien más tarde
los disminuyó debido a la intervención de su favorita Marcia, que era cristiana. Septimio Severo
(193–211) no fue desfavorable a los cristianos, ya que tenía a algunos de ellos en su propia familia.
Sin embargo, en 202 expidió un edicto que prohibía las conversiones al judaísmo y al cristianismo.

A lo largo del siglo II, hubo episodios de violencia serios, como en Lión (Galia) en el año 177,
según los registra Eusebio.

Eusebio de Cesarea: “Para comenzar, ellos soportaron noblemente todos los daños
amontonados sobre ellos por el populacho: gritería y golpes y linchamiento y saqueos y
pedradas y prisión, y todo aquello que una turba enfurecida se deleita en infligir a enemigos
y adversarios. Luego, llevados al foro por el tribuno y las autoridades de la ciudad, fueron
interrogados delante de toda la multitud, y habiendo confesado, fueron encerrados en la
cárcel para esperar el arribo del gobernador. Más tarde, cuando fueron llevados delante de
él, él nos trató con la crueldad más terrible.…”

_ La oposición a mediados del tercer siglo


El edicto de Septimio Severo en 202 terminó en persecución. Fue en esta ocasión que el padre
de Orígenes murió mártir. Orígenes mismo, en su ardor de adolescente, deseando compartir la
suerte de su padre, quiso entregarse a las autoridades, pero fue impedido por la intervención de su
madre, quien le escondió la ropa. De todos modos, es muy probable que estas persecuciones de la
primera mitad del siglo no se hayan extendido por todo el Imperio. Más bien, el estado de represión
era constante puesto que la situación legal de los cristianos era precaria, y cualquier oficial local o
provincial podía encontrar excusas para reprimir a los cristianos. Con Maximino Tracio (235–238)
las hostilidades se reavivaron, y con Felipe el Árabe (244–249) disminuyeron, al punto que algunos
llegan a considerarlo el primer emperador que favoreció a los cristianos.

Desde mediados del tercer siglo en adelante, la oposición se hizo más severa, al transformarse
en persecuciones generales y organizadas para el exterminio. La razón principal para este
agravamiento en la actitud del Estado hacia los cristianos es que se los acusaba de sedición. Las
palabras de Orígenes poco antes de las grandes persecuciones de mediados del tercer siglo
probaron ser verdaderamente proféticas: “Parece probable que la existencia segura, en cuanto al
mundo, que al presente gozan los creyentes, se va a terminar, ya que aquellos que calumnian al
cristianismo de todas las maneras posibles, están nuevamente atribuyendo la frecuencia presente
de rebelión a la multitud de los creyentes, y al hecho de que no están siendo perseguidos por las
autoridades como en los viejos tiempos.”

Otra razón era que se quería restaurar la antigua gloria del Imperio Romano. El Imperio estaba
decayendo debido a la anarquía militar, la corrupción, la inflación, los altos impuestos y la
inseguridad en las fronteras. Estos problemas y la idea de volver a los momentos más gloriosos de
la historia de Roma fueron discutidos ampliamente en el año 248, cuando el Imperio Romano estaba
celebrando el milenio de la fundación de Roma (según la tradición, Rómulo y Remo fundaron Roma
en el año 748 a.C.).

El emperador Decio (249–251) no sólo se propuso restaurar la gloria de Roma sino también su
religión tradicional. En el año 250 decretó que los cristianos en todo el Imperio debían abandonar
su fe o morir. Su sucesor, Valeriano (253–260), continuó con esta política y dejó casi sin líderes a la
Iglesia, ya que procuró terminar con el clero cristiano. No obstante, lejos de aniquilar al cristianismo,
esta persecución masiva y los martirios que produjo arraigaron todavía más a los cristianos y
ayudaron a una mayor difusión de su fe. Como bien afirmara Tertuliano en su expresión ahora bien
conocida: “Segando nos sembráis: más somos cuanto derramáis más sangre; que la sangre de los
cristianos es semilla. Muchos hay entre vosotros que exhortan a la tolerancia del dolor y de la
muerte.… Mas no han hallado tantos discípulos estas palabras como han enseñado los cristianos
con sus obras.”

Los emperadores que siguieron a Decio continuaron con su política de represión generalizada.
Galo (251–253) avivó la persecución en algunas partes del Imperio. Valeriano (253–260) se mostró
amigable hacia los cristianos en sus primeros años de gobierno, pero repentinamente cambió de
disposición y casi dejó a la Iglesia sin obispos. La persecución terminó en 260, cuando Valeriano fue
tomado prisionero en una batalla contra los persas. Su hijo y sucesor, Galieno (253–268), anuló la
política de su padre y expidió edictos de tolerancia para el cristianismo. Por algún tiempo en el
ámbito del Imperio, el movimiento cristiano gozó de una generación de paz y prosperidad.

_ La oposición más seria y final


La persecución final se dio durante el reinado del emperador Diocleciano (284–305). Al llegar al
poder en 284, Diocleciano se propuso el reordenamiento de la administración imperial, que era
caótica. Así, pues, dividió el Imperio en cuatro, con dos emperadores, uno en el Este y el otro en el
Oeste. El inmenso territorio del Imperio Romano era difícil de gobernar y de custodiar. Diocleciano
se estableció en la zona oriental, fijó su capital en Nicomedia (Asia Menor) y designó por colega a
Maximiano, quien se radicó en Milán (Italia). Para evitar que la elección de los emperadores
estuviera sujeta al arbitrio de los soldados, como había ocurrido en décadas anteriores, fueron
designados dos funcionarios con el título de Césares, que secundarían a los Augustos
(emperadores), y que los sucederían en caso de vacancia en el trono. Galerio fue designado como
César en el Este, mientras que Constancio Cloro ocupó esa función en el Oeste. Este sistema de dos
emperadores y dos césares con el Imperio dividido por la mitad se conoció como la Tetrarquía
(gobierno de cuatro).

Con el propósito de detener la decadencia y pensando que la antigua adoración oficial traería
unidad y fuerza política al Imperio, Diocleciano ordenó en 303 la destrucción de los templos
cristianos, la quema de Biblias y otros libros cristianos, la liquidación de la adoración cristiana y el
arresto del clero. Al año siguiente su consigna fue todavía más terminante: los cristianos debían
sacrificar a los ídolos o morir.
A pesar de estar muy difundido y haber penetrado hondamente la sociedad pagana (casi el 50%
de la población del Imperio era cristiana para aquel entonces), el cristianismo corrió un serio peligro
de desaparecer. Afortunadamente, el gobierno fracasó en sus intentos. El cristianismo sobrevivió,
pero las persecuciones afectaron profundamente su carácter. El rigor de estas persecuciones llevó
a la devoción a las reliquias de los mártires y dio lugar a un verdadero culto del martirio. Muchos
fanáticos buscaban el martirio para la obtención de una gloria mayor. Otros, no pudiendo resistir la
tortura, negaron su fe, entregaron las Escrituras para ser quemadas o hicieron arreglos con el
perseguidor. Los obispos ganaron un prestigio extraordinario en razón de que sus cabezas eran más
valiosas para los perseguidores que la de los demás creyentes. Pero la persecución tuvo también un
efecto purificador. No era fácil ser cristiano en circunstancias tan difíciles.

Irvin y Sunquist: “Donde quiera que nos volvamos en la historia del movimiento cristiano
temprano, encontramos la memoria y presencia de los mártires. La experiencia de aquellos
que testificaron de Cristo mediante el sufrimiento por la fe es penetrante. El número real
de aquellos que sufrieron martirio en los primeros tres siglos fue en realidad relativamente
bajo.… El número total de cristianos que murieron bajo los romanos estuvo muy
probablemente por debajo de diez mil—esto en un imperio que contaba con no menos de
cincuenta millones de personas en su apogeo.”

CUADRO 10 - EMPERADORES ROMANOS

NOMBRE AÑOS DE REINADO

Augusto 27 a.C.–14 d.C.

Tiberio 14 d.C.–37

Calígula 37–41

Claudio 41–54

Nerón 54–68

Galba 68–69
Otón 69

Vitelio 69

Vespasiano 69–79

Tito 79–81

Domiciano 81–96

Nerva 96–98

Trajano 98–117

Adriano 117–138

Antonino Pío 138–161

Marco Aurelio 161–180

Cómodo 177–192

Pértinax 193
Septimio Severo 193–211

Caracalla 198–217

Geta 209–212

Macrino 217–218

Heliogábalo 218–222

Alejandro Severo 222–235

Máximo 235–238

Gordiano I y II 238

Gordiano III 238–244

Felipe 244–249

Decio 249–251

Valeriano 253–260

Galieno 253–268
Claudio II 268–270

Aureliano 270–275

Probo 276–282

Diocleciano y la Tetrarquía 284–305

Constantino y la Tetrarquía 306–313

Constantino y Licinio 313–324

Constantino único monarca 324–337

EL PRIMER EMPERADOR PRO-CRISTIANO

_ El fin de la última y peor persecución


A comienzos del siglo IV, el mundo romano se encontraba sumido en una crisis profunda. Por
un lado, Roma estaba en constante conflicto con su más encarnizado contrincante, el Imperio Persa
en el Este. Por otro lado, continuaba el creciente ingreso de tribus germánicas por la frontera norte
del Imperio. Además, la burocracia imperial no podía resolver problemas internos como la
necesidad de mayores impuestos para mantener la maquinaria estatal, la creciente inflación, los
conflictos sociales, la decadencia moral y el vacío espiritual y religioso. Para este tiempo, el
movimiento cristiano estaba bien articulado y presentaba la red social más difundida y contenedora
en todo el Imperio Romano. No es extraño, pues, que la persecución desatada por Diocleciano haya
sido la peor de todas. Los cristianos ponían en vilo la unidad del Imperio al rehusarse a participar de
la religión imperial. No obstante, tres eventos dramáticos señalaron el fin de la última gran
persecución y ayudaron a cambiar la suerte del movimiento cristiano:
La huída de Constantino en 306. En 305, Diocleciano abdicó al trono imperial en el Este y lo
mismo hizo Maximiano en el Oeste. Tal como estaba dispuesto, ocuparon su lugar los césares
Galerio y Constancio Cloro. Éstos a su vez nombraron a nuevos césares: Maximino Daza en el Este y
Severo en el Oeste. Siendo todavía César de Occidente, Constancio Cloro había ido a Galia y había
dejado a su hijo Constantino al cuidado de Diocleciano. Cuando Galerio ocupó el trono imperial en
el Este en el año 305, tomó como rehén a Constantino con miras a presionar a Constancio y
adueñarse de todo el Imperio. En 306, Constantino decidió escapar de su cautiverio e ir con su padre,
que para entonces ya era el emperador de Occidente. Constantino logró su cometido y después de
cruzar toda Europa llegó por fin a Galia, pero su padre se había trasladado a Bretaña. Al llegar allí,
Constantino se encontró con que su padre había muerto en York. El ejército de su padre entonces
lo proclamó imperator, es decir, general. Por supuesto, Galerio se opuso a tal designación. El hijo de
Galerio y recién designado césar del Este, Majencio, avanzó con sus tropas y se adueñó de Roma. El
césar de Occidente, Severo, ante el giro inesperado de los acontecimientos políticos se suicidó. De
este modo, Galerio y su hijo Majencio, ahora controlando Roma, eran el único poder en todo el Este,
mientras que Constantino era el único gobernante en el Oeste, pero también con pretensiones de
adueñarse de todo el Imperio.

El edicto de tolerancia de Galerio en 311. Galerio se estaba muriendo y tenía un miedo


supersticioso a la muerte y al infierno. Lleno de culpa por haber perseguido a los cristianos y
desesperado por la situación política decretó un edicto que concedía tolerancia a los cristianos a
cambio de sus oraciones a Dios. El edicto de 311 dice: “Dado que un gran número de cristianos
persiste todavía, nosotros con nuestra usual misericordia, hemos pensado correcto permitirles ser
nuevamente cristianos, y tener sus reuniones religiosas. De modo que será deber de los cristianos,
a causa de esta tolerancia, orar a Dios por nosotros, por el Estado, y por mí mismo.” En definitiva, al
menos en la mitad oriental del Imperio, los cristianos sobrevivieron y triunfaron.

La batalla por Roma en 312. Constantino partió de Galia con su ejército y avanzó contra
Majencio, que había quedado como el único amo en Italia. La victoria de Constantino contra sus
opositores por la corona imperial en 312 fue el punto decisivo del futuro del cristianismo en todo el
Imperio Romano, especialmente en Occidente. Eusebio de Cesarea dice que Constantino mismo
contaba haber visto, la noche antes de la batalla decisiva en el puente Milvio sobre el río Tíber, una
cruz resplandeciente en el cielo y sobre ella las palabras: “Con este signo vencerás.” Convencido del
poder del Dios de los cristianos, se hizo hacer un nuevo estandarte en el que aparecían la cruz y las
dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego: C y R. Este símbolo se conoce con el nombre de
lábaro de Constantino.

_ El triunfo de Constantino
Con este estandarte al frente de sus tropas, Constantino venció a Majencio, y con él pretendió
salvar a su Imperio de la decadencia en que se encontraba. La decisión de Constantino fue más
política que religiosa. Su necesidad mayor era lograr la unidad del Imperio, y con gran acierto vio en
la fe cristiana la suficiente vitalidad y fuerza como para lograrlo. La lealtad política al emperador
unida a la lealtad religiosa a una fe como el cristianismo podía resultar en la salvación de su Imperio.
Habiendo fracasado en destruirlo, el Estado romano bajo el emperador Constantino, reconoció al
cristianismo como religión lícita. El cristianismo, que hasta entonces había sido la religión de una
minoría perseguida, pasó a ser la religión favorecida por el Estado.

Eusebio de Cesarea: “¡Cuán maravilloso es el poder de Cristo, que llamó a hombres oscuros
y sin educación de su oficio de pescadores, y les hizo legisladores y maestros de la
humanidad! ‘Os haré pescadores de hombres,’ dijo Cristo, ¡y qué bien ha cumplido él la
promesa! Él dio poder a los apóstoles, de modo que lo que recibieron pudiera traducirse a
todos los idiomas, civilizados y bárbaros; y pudiera ser leído y ponderado por todas las
naciones, y la enseñanza pudiera ser recibida como la revelación de Dios.… Victorioso sobre
dioses y héroes, Cristo sólo se está haciendo reconocer en toda región del mundo, por todos
los pueblos, como el único Hijo de Dios.”

El cambio fue tremendo. De la noche a la mañana los cristianos se vieron honrados, tenidos en
consideración, respetados, consultados y hasta obsequiados por los altos oficiales del Imperio y el
emperador mismo. Constantino se mostró sumamente favorable al cristianismo y fue muy difícil
para los líderes cristianos percibir su manejo político de esta situación.

Carta de Constantino a Eusebio: “Mucha gente se está uniendo a la iglesia en la ciudad que
es llamada por mi nombre (Constantinopla). El número de iglesias debe ser aumentado. Te
pido que ordenes cincuenta copias de las Sagradas Escrituras, escritas legiblemente sobre
pergamino por copistas hábiles … tan pronto como sea posible. Tienes autorización para
usar dos carros del gobierno para traerme los libros a los efectos de verlos. Envía a uno de
tus diáconos con ellos, y yo pagaré por ellos generosamente. Dios te guarde, querido
hermano.”

Para los cristianos, su situación legal dentro del Imperio tuvo un giro total. Si bien es dudoso
que Constantino haya sido un cristiano auténtico, concedió muchos favores al cristianismo en
Occidente. Entre ellos: (1) terminó con las persecuciones generales con el Edicto de Milán en el año
313; (2) destruyó los templos paganos; (3) incorporó a cristianos como funcionarios de su gobierno;
(4) eximió a los cristianos del servicio militar; (5) eximió de impuestos a las iglesias; (6) hizo del día
domingo un feriado civil.

Constantino llegó a ser el único emperador del Imperio Romano a partir de 323, después de
derrotar a uno de sus opositores, Licinio. En el año 325 hizo una exhortación general para que todo
el pueblo del Imperio se hiciera cristiano. Esta decisión influyó grandemente en Teodosio el Grande,
quien comenzó a gobernar en 378, y en 380 colocó al cristianismo como religión oficial del Imperio
Romano. El 28 de febrero de 380, en Tesalónica, Teodosio promulgó un edicto, que decía: “Todos
nuestros pueblos deben adherirse a la fe transmitida a los romanos por el apóstol Pedro y profesada
por el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría, es decir, reconocer la Santa Trinidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” El edicto continuaba estableciendo el crimen del sacrilegio,
declaraba infames a quienes desobedecieran esta orden, y añadía: “¡Dios se vengará de ellos y
nosotros también!”
De perseguidor, el Estado romano pasó a ser el mayor promotor de la fe cristiana. Ahora la
Iglesia tenía que enfrentar otros peligros más graves que la persecución: la mundanalidad, el mal
uso del poder, el relajamiento de las pautas morales, la corrupción, la pérdida de visión, el
relajamiento del celo evangelizador, el desarrollo de la ideología de cristiandad, y el proceso de
institucionalización. A partir de este tiempo, el cristianismo va a ir transformándose en cristiandad,
mientras la civilización romana se va a ir convirtiendo en civilización cristiana.

El período de las persecuciones y la oposición estatal había pasado, pero la Iglesia en Occidente
paulatinamente se fue institucionalizando como Iglesia del Imperio, acomodándose a sus valores y
finalmente imitándolo en su estructura de poder. El cristianismo se insertó en la sociedad de una
manera tal que, con todos los cambios que siguieron, jamás se vio seriamente amenazado en
Occidente, hasta los tiempos modernos. Esto abrió las puertas a extraordinarias oportunidades,
pero también a numerosísimos problemas, fundamentalmente el de la autenticidad de la fe de
enormes multitudes cuyas conversiones frecuentemente eran sólo nominales.

GLOSARIO

adherente: persona que forma parte de un grupo o sociedad. Los adherentes o “temerosos de Dios”
(Hch. 13:16) fueron personas que simpatizaban con el monoteísmo ético judío y que estuvieron
dispuestos a aceptar el mensaje cristiano. El eunuco etíope (Hch. 8:26–39) y el centurión (Hch. 10)
eran adherentes judíos.

anagrama: palabra que resulta de la transposición de las letras de otra (como amor-Roma) o cuyas
letras sirven para formar otra palabra o expresión.

arameo: idioma semítico conocido desde el siglo IX a.C. como la lengua de los arameos y más tarde
usado extensamente en el sudoeste de Asia como lengua comercial y del gobierno. Fue adoptada
como su lengua franca por varios pueblos no arameos, incluyendo a los judíos después del exilio
babilónico. Está emparentado con otras lenguas (siríaco y árabe). Era el idioma que se hablaba en
Palestina en tiempos de Jesús.

área cultural: el territorio geográfico dentro del cual las culturas tienden a ser similares en algunos
aspectos significativos. Los habitantes del área cultural comparten una cultura o pauta cultural
común.

catecúmeno: persona que es un nuevo creyente en la fe cristiana y que se instruye en un cuerpo


básico de la doctrina cristiana, como candidato para el bautismo. El término significa literalmente
“alguien que es enseñado por la palabra de la boca.”

civilización: un nivel relativamente alto de desarrollo cultural y tecnológico. Es el estadio de


desarrollo cultural en el que se logra la escritura y la conservación de registros escritos, la
domesticación de los animales y el establecimiento de un complejo agrario estable.
cosmovisión: concepto filosófico o ideológico del mundo, que puede traducirse como “mirada sobre
el mundo.” Es un concepto abarcador o aprehensión del mundo, especialmente desde un punto de
vista específico. La cosmovisión es la forma en que las personas perciben la realidad. Es una
comprensión general del carácter del universo y del lugar que se ocupa en él.

diáspora: dispersión del pueblo judío por todas las naciones, ocurrida a partir de la caída de
Jerusalén en manos del Imperio Neo-Babilónico (586 a.C.), lo que los llevó al exilio fuera de su tierra,
Israel. La dispersión de los judíos ocurrió en parte como resultado de la guerra y el exilio, y en parte
como resultado de viajes y el comercio.

Didaché: documento cristiano conocido también como Doctrina de los doce apóstoles, que fue
redactado entre los años 80–100. Se presenta como una síntesis moral, litúrgica y disciplinaria, que
es posible haya sido utilizada para la educación cristiana de los catecúmenos.

docetismo: creencia considerada como herejía por los primeros cristianos porque enseñaba que
Cristo sólo parecía tener un cuerpo humano, y que en realidad él no sufrió ni experimentó la muerte
sobre la cruz. Se la conoce también como fantasmismo, por sostener que Cristo era sólo un espíritu
con apariencia humana.

epicureísmo: la filosofía de Epicuro, quien sostenía una ética hedonista, que consideraba a la
tranquilidad emocional y el estado imperturbable como el bien supremo, sostenía que el placer
intelectual era superior a cualquier otro, y defendía el renunciamiento a las cosas temporales a favor
de placeres más permanentes.

estoicismo: la filosofía de Zenón (c. 300 a.C.), quien sostenía que la persona sabia debe estar libre
de toda pasión, no conmoverse con alegría o tristeza, y someterse a la ley natural siendo indiferente
a todo dolor o placer.

libación: derramamiento o efusión de vino u otro licor, que hacían los antiguos en honor de los
dioses o los espíritus ancestrales.

neoplatonismo: escuela filosófica que floreció principalmente en Alejandría en los primeros siglos
de la era cristiana (siglos III al VI), y cuyas doctrinas eran una renovación de la filosofía platónica bajo
la influencia del pensamiento oriental, prácticas ascéticas y cierto misticismo. Su representante más
importante fue Plotino (205–270), nacido en Egipto, discípulo de la escuela de Alejandría, y quien
enseñó en Roma una filosofía en la que combinaba las doctrinas antiguas y el cristianismo. Plotino
quiso modificar el platonismo para ajustarlo al aristotelismo, postaristotelismo y conceptos
orientales. Él concebía el mundo como una emanación de un ser invisible y absoluto, con quien el
alma es capaz de reunirse en trance o éxtasis. Sus lecciones se recopilaron en las Enneadas.

pagano: palabra utilizada originalmente por los cristianos para referirse a los pueblos politeístas
antiguos y, por extensión, a todos los pueblos politeístas, no convertidos al cristianismo, o que no
profesan una fe verdadera, así como de lo que se relaciona con ellos o sus dioses. Hoy tiende a
referirse a una persona que no es cristiana, judía o musulmana, o a una persona que es irreligiosa o
que se adhiere a alguna forma reavivada de una religión antigua.
peripatéticos: los seguidores de la filosofía de Aristóteles o adherentes del aristotelismo. La palabra
significa “los que caminan para arriba y para abajo,” y hace referencia al método de Aristóteles de
enseñar mientras caminaba.

periplo: viaje de circunnavegación de los antiguos marinos.

pitagóricos: los seguidores de la filosofía de Pitágoras, quien desarrolló ciertos principios básicos de
matemáticas y astronomía, dio origen a la doctrina de la armonía de las esferas, creía en la
metempsicosis (la recurrencia eterna de las cosas), y el significado místico de los números.

prosélito: gentil o pagano (no judío) convertido al judaísmo y al que se le permitía adorar en la
sinagoga y acatar algunas leyes ceremoniales judías. Los prosélitos se sintieron muy atraídos por la
temprana prédica del evangelio cristiano, que comenzó en las sinagogas (Hch. 2:11).

reliquia: parte del cuerpo de un santo u objeto que le perteneció o sirvió para su martirio, que se
conserva piadosamente y al que se presta veneración. Generalmente se atribuyen a las reliquias
poderes milagrosos.

Sabbath: el día de la semana cuando las personas son llamadas a descansar de sus labores y a pensar
en Dios, así como Dios descansó “el día séptimo” de la creación. Esta práctica asegura un ritmo de
actividad y recreación en la vida. Los judíos observan el día sábado como su sabbath, desde el
atardecer del viernes hasta el atardecer del sábado. Los cristianos hacen lo propio el día domingo,
si bien de manera menos rigurosa.

Septuaginta: traducción griega del Antiguo Testamento hebreo, hecha por unos setenta ancianos
en Alejandría (Egipto), en tiempos del rey Ptolomeo II Filadelfo, rey de Egipto de 285 a 246 a.C. Fue
la Biblia de los primeros cristianos.

Upanishad: una de las clases de tratados védicos (Vedas) que trata con amplios problemas
filosóficos.

SINOPSIS CRONOLÓGICA

27 a.C.–14 d.C. Augusto

4 a.C. Nacimiento de Jesús

14–37 Tiberio
30 Crucifixión de Jesús; Pentecostés

35 Martirio de Esteban; conversión de Pablo

37–41 Calígula

46 Pablo comienza sus viajes misioneros

48 Concilio de Jerusalén

41–54 Claudio

57 Pablo escribe su Carta a los Romanos

54–68 Nerón

64 Incendio de Roma; Nerón lanza persecuciones

65 Pedro y Pablo son ejecutados

66 Cristianos de Jerusalén huyen a Pela

68–69 Galba

69 Otón
69 Vitelio

70 Caída y destrucción de Jerusalén por Tito


Vespasiano

69–79 Vespasiano

79–81 Tito

81–96 Domiciano

86 Domiciano termina el Coliseo de Roma

96–98 Narva

98–117 Trajano

110 Martirio de Ignacio de Antioquía

112 Plinio escribe a Trajano

117–138 Adriano

138–161 Antonino Pío


140 Marción comienza a enseñar

140 Valentino comienza a enseñar

150 Justino Mártir dedica su Apología primera

154 Policarpo en Roma

156 Martirio de Policarpo

160 Marción y Valentino dejan de enseñar

160 Melitón de Sardis

161–180 Marco Aurelio

172 Comienza montanismo

175 Celso ataca al cristianismo

177 Mártires de Lión (Francia)

178 Ireneo, obispo de Lión (Francia)


180 Panteno dirige la escuela catequética de
Alejandría

180 Ireneo escribe Contra herejías

180 Clemente de Alejandría

180–192 Cómodo

195 Controversia sobre la Pascua, en Roma

195 Conversión de Tertuliano

202 Clemente deja Alejandría

202 Martirios en Cartago

203 Orígenes dirige la escuela catequética de


Alejandría

193–211 Septimio Severo

210 Hipólito en Roma

211–212 Caracalla
215 Orígenes deja Alejandría

216 Nacimiento de Mani

218 Calixto, obispo de Roma

222 Calixto muere

222–235 Alejandro Severo

230 Primeros edificios eclesiásticos

236 Fabiano, obispo de Roma

248 Cipriano, obispo de Cartago

248 Roma cumple mil años de su fundación

249–251 Decio

250 Persecución bajo Decio

250 Fabiano muere

251 Cornelio, obispo de Roma


253 Cornelio muere

253–260 Valeriano

254 Esteban, obispo de Roma

254 Orígenes muere

256 Cae Dura Europos

257 Persecución bajo Valeriano

258 Cipriano muere

260–268 Galieno

261 Galieno pone fin a la persecución

270 Antonio va al desierto

277 Muerte de Mani

284–305 Diocleciano
284 Diocleciano instituye la Tetrarquía

285–305 Maximiano

292–306 Constancio Cloro en el poder

292–311 Galerio en el poder

298 Cristianos son forzados a renunciar al ejército

303 Persecución bajo Diocleciano

305 Abdicación de Diocleciano y Maximiano

305 Constancio y Galerio como emperadores

306 Muere Constancio y huída de Constantino

306 Persecución en el este solamente

305–313 Maximino Daza

306–337 Constantino

306–312 Majencio
309 Concilio de Elvira

311 Edicto de tolerancia de Galerio

312 Batalla del Puente Milvio: “conversión” de


Constantino

312 Comienza el cisma donatista

313 Edicto de Milán

313 Eusebio, obispo de Cesarea

323 Eusebio completa su Historia eclesiástica

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. ¿Cuál es el mandato de Jesús con el que terminan los cuatro Evangelios?

2. ¿Por qué razón Palestina fue un lugar adecuado para el comienzo de una religión que debía
esparcirse “a todo el mundo”?

3. Menciona tres factores que contribuyeron a la expansión del cristianismo.


4. ¿Por qué razón la situación geográfica de Palestina ha sido siempre peligrosa?

5. ¿Cuál fue la “Biblia” de los primeros cristianos? ¿En qué idioma estaba escrita?

6. Menciona una o dos razones por las que en el Imperio Romano los que estaban insatisfechos con
su religión pagana aceptaban el judaísmo.

7. Menciona las razones por las que consideramos a Pablo un prototipo de su época.

8. ¿Qué tres grandes acontecimientos en la historia del cristianismo del Nuevo Testamento
ocurrieron en una casa de Jerusalén?

9. Describe con tus palabras cómo era el bautismo que practicaba la iglesia primitiva.

10. Menciona tres etapas de la misión apostólica según el libro de los Hechos.

11. Lee Hechos 18 y menciona a una pareja de misioneros itinerantes que allí se nombra.

12. ¿Cómo estaba organizada la iglesia cristiana primitiva?

13. Describe la oposición popular al cristianismo.

14. ¿Cuáles fueron los efectos sobre el cristianismo de la persecución desatada por el emperador
Diocleciano?

15. Menciona las circunstancias en las que el emperador Constantino se decidió en


TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Referencias al cristianismo en autores clásicos.

Lee y responde:
“Pomponia Graecina, una mujer de alto rango (la esposa de Aulus Plautius, a quien, como he
mencionado, se le ofreció una ovación por su campaña en Bretaña), fue acusada de una superstición
foránea, y fue pasada a su esposo para que la juzgara. Él siguió el procedimiento antiguo de escuchar
su caso, que tenía que ver con la situación legal de su esposa y su honor, en presencia de miembros
de la familia, y la declaró inocente. La larga vida de Pomponia se tornó en una tristeza
inquebrantable, porque después de la muerte de Julia, la hija de Drusus, vivió cuarenta años con
ropas de luto con sólo dolor en su corazón. Esto hizo que pudiera escapar al castigo durante el reino
de Claudio, y de allí en más contribuyó a su gloria.”

Tácito (c. 60–c. 120) en Los anales (13:32), sobre el juicio de Pomponia Graecina (57).

- Explica con tus palabras cuál puede haber sido la “superstición foránea” de la que era acusada
Pomponia Graecina.

TAREA 2: La persecución en Viena y Lión en Galia (177).

“La grandeza de la tribulación en esta región, y la furia de los paganos contra los santos, y los
sufrimientos de los benditos testigos, no podemos narrarlos con precisión, ni siquiera pueden ellos
ser realmente registrados. Porque con todo su poder el adversario cayó sobre nosotros, dándonos
un anticipo de su actividad desenfrenada en su futura venida. Se esforzó en toda manera en
entrenar y ejercitar a sus siervos contra los siervos de Dios, no sólo expulsándonos de casas y baños
y mercados, sino prohibiendo a cualquiera de nosotros ser visto en cualquier lugar que sea.… Pero
aquellos que eran dignos fueron apresados día por día, completando su número, de modo que todas
las personas celosas, y aquellos a través de quienes especialmente nuestros asuntos se habían
establecido, fueron reunidas de las dos iglesias. Y algunos de nuestros siervos paganos también
fueron apresados, ya que el gobernador había ordenado que todos nosotros debíamos ser
examinados públicamente. Éstos, siendo engañados por Satanás, y temiendo para ellos las torturas
que habían visto a los santos soportar, y siendo también urgidos por los soldados, nos acusaron
falsamente … de acciones de las que no sólo no nos está permitido hablar o pensar, sino que no
podemos creer que hayan sido hechas jamás por los hombres. Cuando se informaron estas
acusaciones, todo el pueblo rugió como bestias salvajes en contra nuestra, de modo que incluso si
alguien antes había sido moderado en base a amistad, ahora estaban sumamente furiosos y
rechinaban sus dientes contra nosotros. Entonces finalmente los santos testigos soportaron
sufrimientos más allá de toda descripción.”

Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 5.4, 5, 14–16.

- Según el relato de los sobrevivientes de las persecuciones contra las congregaciones de Viena y
Lión ¿qué lugar jugó Satanás en tratar de silenciar el testimonio cristiano en aquella región de Galia?

- A la luz de este testimonio histórico, ¿cuál es el arma preferida del diablo para silenciar a la Iglesia?

- ¿Cuál es tu propia evaluación de la obra demoníaca hoy en tu contexto en términos de detener el


avance del testimonio cristiano?

TAREA 3: ¿Era cristiano Constantino?

Los autores de historia del cristianismo no coinciden en sus opiniones acerca de si Constantino era
auténticamente cristiano o no.

Lee algunos de los siguientes juicios y saca tu propia conclusión:

Baker, Compendio de historia cristiana, 27–28, 59; González, Historia del cristianismo, 1:136–139;
Latourette, Historia del cristianismo, 1:131–133; Muirhead, Historia del cristianismo, 1:137–142;
Walker, Historia de la iglesia cristiana, 110–114, 119.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. Leer Latourette, Historia del cristianismo, 1:31–37, y discutir las diferentes interpretaciones que
se han hecho sobre la ubicación del cristianismo en la historia. Discutir los dos últimos párrafos de
la p. 37, extrayendo conclusiones para compartir en un plenario de la clase.

2. Responder a las siguientes preguntas: ¿Por qué razones el idioma griego fue útil para la
comunicación del evangelio cristiano? ¿Qué idioma moderno es el más útil para comunicar el
evangelio hoy en todo el mundo? Dar razones. ¿Es el castellano un idioma adecuado para la
comunicación del evangelio?
LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 7–25; 30–42.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 5–30.

González, Historia del cristianismo, 1:21–76; 103–144.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:1 1–60; 101–116; 118–133; 146–150; 155–164;

245–273.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:17–84; 97–134.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 9–21; 28–35.

Walker, Historia de la iglesia cristiana, 1–52; 83–114.

UNIDAD 2

El cristianismo más alla del imperio romano

INTRODUCCIÓN
Hacia fines del segundo siglo el cristianismo se había difundido por casi todo el mundo
mediterráneo. Se encontraba bien establecido en el norte de África, en Galia y en España. Es
probable que para esta época haya alcanzado las Islas Británicas. Hacia el sudoeste, se estaba
esparciendo a lo largo de las márgenes africana y árabe del mar Rojo. Hacia el este del Imperio había
conquistado la pequeña ciudad-estado de Edesa, y desde allí se estaba extendiendo hacia el norte
llegando a Armenia, y hacia el este iba penetrando en Persia, y aun más allá dirigiéndose hacia el
Asia Central. En este tiempo, Tertuliano de Cartago, decía: “Somos apenas de ayer, y hemos llenado
todo lugar entre vosotros—ciudades, islas, fortalezas, pueblos, mercados, y los mismos
campamentos, tribus, compañías, palacio, Senado, Foro—no os hemos dejado nada sino los templos
de vuestros dioses.” Para fines del siglo tercero, el cristianismo se había establecido fuertemente en
muchas partes del Imperio Romano a pesar de la persecución y seguía avanzando firmemente fuera
del mismo, especialmente en Mesopotamia. Para comienzos del siglo IV, estaba ganando a Etiopía,
donde desde el rey hasta el último vasallo confesaban la fe de Cristo.

Hacia el año 350, la expansión del cristianismo resultaba notable. Primero, el cristianismo era
todavía una religión predominantemente “oriental,” ya que su fuerza más grande en este tiempo
estaba en Armenia (fuera del Imperio Romano), en Asia Menor, y en el extremo oriental de Europa
en la nueva capital del Imperio: Constantinopla. Generalmente, se concibe al cristianismo como una
religión europea y casi exclusivamente occidental. La historia no apoya este concepto. Por supuesto,
el cristianismo era muy fuerte en el mundo mediterráneo y allí habría de avanzar a pasos
agigantados, especialmente a partir del momento en que comenzó a contar con el favor imperial.
Pero no debemos pasar por alto el hecho del floreciente desarrollo del cristianismo en la frontera
oriental del Imperio y más allá de ella.

Segundo, en África, además de los puntos fuertes del litoral norteño, en Numidia, Cirenaica y el
delta y valle del río Nilo, el cristianismo iba penetrando paulatinamente por las riberas del mar Rojo
hasta entrar y conquistar Abisinia en este período. El desarrollo del cristianismo en el norte de África
fue muy significativo, ya que de allí salieron algunos de los teólogos cristianos más destacados de
este período (Tertuliano de Cartago, Cipriano de Cartago, Agustín de Hipona).

MAPA 4 - LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO HACIA EL AÑO 350

Tercero, el progreso del cristianismo a través de Asia continuó sin pausa. En Persia, donde hacia
mediados del siglo IV comenzó a sufrir una severa persecución; a lo largo de las márgenes árabe y
persa del golfo Pérsico; y desde aquí por mar hasta la India (alrededor del 295). Una embajada
romana enviada por el emperador Constancio en 354 se encontró con una comunidad cristiana en
el sudoeste de la India. La tradición oral, en la Iglesia Siríaca Antigua, que todavía hoy sobrevive en
esta región, habla de la llegada de cristianos allá por el año 345 provenientes de Persia
(presumiblemente huyendo de la persecución). Es probable que el cristianismo haya llegado hasta
la India o por lo menos a su frontera noroeste por vía terrestre. En el Concilio de Nicea en 325, un
obispo se autotituló como “Juan de la Gran India y Persia.” Más tarde, el cristianismo penetró más
profundamente en Asia Central, llegando a convertir y civilizar a los pueblos nómadas del
Turquestán alrededor del año 500.

EL PRIMER REINO CRISTIANO: EDESA

_ La conversión de Edesa
El libro de los Hechos nos dice que el día de Pentecostés la predicación de Pedro y los demás
apóstoles fue oída por “partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia” (Hch. 2:9), es decir,
habitantes de la región al este de Palestina. La ruta que llevaba a estos territorios pasaba por la
ciudad siria de Antioquía. Esta ciudad fue, desde muy temprano (Hch. 11:19–21) un centro muy
importante de cristianismo helenista. De hecho, fue allí que “a los discípulos se les llamó ‘cristianos’
por primera vez” (Hch. 11:26). Por ser una metrópolis comercial con una ubicación tan estratégica,
no es extraño que desde allí el movimiento cristiano se haya expandido en varias direcciones. Desde
Antioquía, donde comenzó Pablo su misión hacia Occidente, comenzó también la expansión hacia
Oriente. Desde fines del siglo I, cristianos de lengua aramea de Palestina predicaron a las
comunidades judías de una región denominada Osroene. Esta corriente misionera se conoce como
la misión palestinense. Fue el judío Tobías quien recibió a Addai, el primer misionero judeo-cristiano
en esa región.

La primera ciudad en ser alcanzada fue Edesa (200 kilómetros al este de Antioquía), capital de
un pequeño reino independiente (Osroene), estratégicamente ubicada sobre las rutas principales
de comunicación entre Oriente y Occidente. Aquí había también una importante comunidad judía,
que proveía de una buena base para el inicio del testimonio cristiano. Fue esta ciudad la primera en
ver a su rey convertido y al cristianismo constituido en religión oficial, cerca del año 200. De este
modo, Edesa se transformó en el centro más importante para la difusión del movimiento cristiano
de habla siríaca, lengua muy cercana al arameo.

El testimonio de Eusebio, quien visitó la ciudad en 320, agrega una información curiosa. Dice
Eusebio que en Edesa encontró un documento conocido como Crónica de Addai, que según él
contenía la correspondencia mantenida entre el rey de la ciudad, Abgar, con nadie menos que Jesús.
Según estos documentos, el rey invitó a Jesús a ir a Edesa, para que lo curara de una enfermedad
que padecía. Jesús le respondió que no podía ir, pero que enviaría a uno de sus discípulos.

Eusebio dice que después de la ascensión de Jesús, el apóstol Tomás “envió a Tadeo (Addai en
siríaco), uno de los setenta,” a Edesa. Tadeo curó a Abgar y a “muchos otros en la ciudad, hizo obras
maravillosas y predicó la palabra de Dios.” La pregunta que surge es si lo que relata Eusebio es
históricamente verificable y cierto. Eusebio así lo creía, pero quizás estaba equivocado. La
arqueología ha encontrado una moneda con la esfinge del rey Abgar de Edesa, con una cruz en su
corona. Pero no es el Abgar de tiempos de Jesús, sino Abgar VIII ó IX (179–216), y la moneda fue
acuñada entre 180–192. Como ocurría con frecuencia en la antigüedad, los compiladores de la
historia tomaron un hecho real y lo remontaron a los días de Jesús para darle lustre.
Es muy probable que el primer rey cristiano de Edesa haya sido Abgar IX. Su nombre aparece en
la Crónica de Edesa, pero allí no dice que haya sido cristiano. Julio Africano, quien vivió en la corte
de Abgar antes del 216, dice que este rey era un “hombre consagrado” (¿cristiano?). El Libro de las
leyes de las tierras, escrito antes del 250 por un discípulo de Bardaisanes, dice explícitamente que
el rey Abgar se hizo cristiano.

De todos modos, parece razonable pensar que para fines del primer siglo algunos cristianos
arameos ya habían llegado de Palestina a Osroene y que predicaron a las comunidades judías en la
región. Una indicación de esto es el hecho de que fue un judío, Tobías, quien recibió a Addai. Otro
elemento a tomar en cuenta es que los cristianos de Osroene celebraban la Pascua como lo hacían
los cristianos palestinenses y no como los de Asia.

_ La contribución de Edesa
El reino de Edesa (Osroene) fue “primero” también en varias cosas más. Por un lado, tuvo el
primer templo cristiano que recuerde la historia. Gracias al favor real, los cristianos de esta ciudad
pudieron tener su templo junto al palacio, cuando no había templos en el Imperio Romano. En el
año 201 hubo una inundación, y los registros indican que “Abgar, el rey, se paró sobre la torre,
llamada la Torre Persa, y observó las aguas con la luz de las antorchas. Las aguas rompían contra la
muralla occidental de la ciudad, entraban a la ciudad, y derribaban el grande y hermoso palacio del
rey.… Y las aguas destrozaron el templo de la iglesia de los cristianos.” De este modo, Osroene fue
probablemente el primer reino en el que se levantaron edificios destinados específicamente al culto
cristiano.

Además, en esta ciudad se hizo la primera traducción de los Evangelios del griego al siríaco, el
idioma que se hablaba por aquel entonces en Mesopotamia. A partir del segundo siglo se hicieron
traducciones del griego al siríaco, siendo posiblemente el Nuevo Testamento la primera de estas
traducciones, bastante antes del año 200. El siríaco es importante porque se transformó en el
idioma eclesiástico del avance cristiano oriental, y fue llevado, en las Escrituras y la liturgia, a través
de Asia hasta el mar de la China.

Una tercera contribución pionera de Edesa fue su énfasis en un cristianismo ascético,


especialmente a partir del siglo III. El cristianismo siríaco que se desarrolló allí puso un fuerte énfasis
sobre la ascesis. Los Hechos de Tomás hablan de los convertidos renunciando al matrimonio. Las
iglesias estaban compuestas mayormente por ascetas y se caracterizaban por un ejercicio intensivo
de los dones del Espíritu y la proclamación del evangelio. La práctica de la castidad estaba muy
difundida.

Edesa fue también un centro de expansión del testimonio cristiano y de producción de literatura
cristiana en lengua siríaca. En Edesa se formó lo que se conoce como el “ciclo de Tomás” (así como
en Frigia oriental se desarrolló el ciclo de Felipe o en Asia Menor el ciclo de Juan), que significa la
producción de una serie de tradiciones históricas y literarias ligadas al apóstol Tomás y su ministerio.
Allí surgen varias obras asociadas a Tomás, como Hechos de Tomás (siglo III), Salmos de Tomás
(composiciones judeo-cristianas del siglo II, que más tarde fueron adoptadas por los maniqueos),
Evangelio de Tomás (hallado en Nag Hammadi, pero relacionado con el medio judeo-cristiano de
Edesa, a mediados del siglo II). Otra obra importante del cristianismo primitivo oriental es Odas de
Salomón, un escrito de carácter judeo-cristiano, de orientación esenia, probablemente de fines del
siglo I. También se destacan el Evangelio de la verdad (una homilía litúrgica) y el Canto de la perla,
preservada en los Hechos de Tomás.

Edesa también produjo algunos personajes cristianos de renombre. Uno de ellos fue Taciano (c.
170), quien nació en Mesopotamia, de lengua siríaca, tuvo una buena educación, y quien fue al
Oeste buscando una religión que le diera satisfacción. Probó muchas de las religiones que se
practicaban en el Imperio Romano, hasta el año 150 cuando se convirtió a la fe cristiana en Roma.
Fue discípulo de Justino Mártir y autor de obras importantes. Su Discurso a los griegos es una
reacción contra la civilización greco-romana. En ella Taciano expresa su gratitud personal por su
liberación de los dioses del politeísmo pagano. También es el autor de una obra perdida titulada
Diatessaron (“a través de cuatro”), que fue probablemente la primera armonía de los Evangelios en
ser escrita y que tuvo una gran influencia en el cristianismo siríaco. Su testimonio personal de
conversión exalta el poder de las Escrituras y su valor por sobre los escritos griegos, que antes habían
concentrado su devoción.

Taciano: “Y, mientras estaba prestando mi más sincera atención al asunto, di con ciertos
escritos bárbaros, demasiado viejos para ser comparados con las opiniones de los griegos,
y demasiado divinos para ser comparados con sus errores; y fui guiado a depositar fe en
éstos por la sencillez sincera del lenguaje, el carácter no artificial de los escritores, el pre-
conocimiento manifiesto de eventos futuros, la calidad excelente de los preceptos, y la
declaración del gobierno del universo como centrado en un solo Ser. Y, al ser mi alma
enseñada por Dios, llegué a entender que la clase anterior de escritos llevaba a la
condenación, pero que éstos pondían fin a la esclavitud que está en el mundo, y nos
rescatan de la multiplicidad de potestades y de diez mil tiranos, mientras que nos dan, no
realmente lo que antes no habíamos recibido, sino lo que habíamos recibido pero por el
error no podíamos retener.”

Bardaisanes (154–222) fue otro nativo destacado de Edesa. Perteneció a una familia noble de
esa ciudad y estuvo ligado a la corte. Julio Africano nos informa que fue un arquero diestro, y que
escribía muy bien en griego y siríaco. Se convirtió en 179 y fue conocido como un hombre de
pensamiento independiente, poeta y primer himnólogo en lengua siríaca. Según Efraín, Bardaisanes
compuso muchos himnos (madrase), que eran una especie de lecciones líricas con un refrán. Estas
composiciones se cantaban de manera antifonal. Así, pues, Bardaisanes merece un lugar importante
como pionero en la historia de la música litúrgica.

Bardaisanes se destacó también en la literatura. En este sentido, es muy elogiado por Eusebio.
Un discípulo suyo registró su enseñanza en una obra titulada En cuanto al destino, escrita en forma
de preguntas y respuestas. También se atribuye a Bardaisanes el poema El himno del alma conocido
también como El canto de la perla. En El libro de las leyes de diversos países, algunos de sus
discípulos registraron sus enseñanzas, en las que se pone en evidencia el amplio conocimiento de
Bardaisanes. Lamentablemente, de sus numerosos escritos sólo se conservan unos pocos
fragmentos. Sus observaciones nos ofrecen un cuadro de la situación del cristianismo en todo el
mundo conocido de sus días.

Bardaisanes: “¿Y qué diremos de la nueva raza de nosotros los cristianos, a quienes Cristo
en su venida plantó en cada país y en toda región? Porque, he aquí, dondequiera que
estamos, todos somos llamados por el único nombre de Cristo: cristianos. En cierto día, el
primero de la semana, nos congregamos juntos, y en los días de las lecturas [?] nos
abstenemos de tomar alimento. Los hermanos que están en Galia no toman a varones por
esposas, ni los que están en Partia dos esposas; tampoco se circuncidan aquellos que están
en Judea; ni nuestras hermanas que están entre los Geli se unen a extraños; como tampoco
aquellos hermanos que están en Persia toman a sus hijas por esposas; ni los que están en
Media abandonan a sus muertos, o los entierran vivos, o los entregan como comida a los
perros; ni los que están en Edesa matan a sus esposas o a sus hermanas cuando cometen
impureza, sino que se alejan de ellas, y las entregan al juicio de Dios; ni los que están en
Hatra apedrean a los ladrones a muerte; sino que, dondequiera que están, y en cualquier
lugar en que se encuentren, las leyes de los diversos países no les impiden obedecer la ley
de su Soberano, Cristo; ni siquiera el Destino de los Gobernadores celestiales los mueva a
hacer uso de cosas que ellos consideran como impuras.”

Es difícil precisar la posición doctrinal de Bardaisanes. Por un lado, luchó contra la herejía.
Eusebio dice que escribió contra Marción. Pero por otro lado, se lo acusó de ser discípulo de
Valentino (gnóstico) y de practicar la astrología. Parece evidente que Bardaisanes profesaba una
especie de judeo-cristianismo gnóstico, pero no está tan claro si su gnosticismo era dualista o
meramente una manera de pensar algo anticuada. Lo segundo parece ser más probable.

LA PRIMERA NACIÓN CRISTIANA: ARMENIA


Las tradiciones más antiguas atribuyen un origen apostólico al movimiento cristiano en
Armenia. Se habla del apóstol Tadeo y se dice que ministró en este país al oeste del mar Caspio por
unos ocho años (35–43). De igual modo, se dice que el apóstol Bartolomé predicó allí por unos
dieciséis años (44–60). No obstante, estas tradiciones carecen de todo fundamento histórico.

_ La conversión de Armenia
Armenia estaba al este del Imperio Romano, pero más al norte que Edesa. El historiador griego
Sozómenos, en su Historia eclesiástica, escrita allá por el año 450, dice: “Los armenios, tengo
entendido, fueron los primeros en aceptar la fe cristiana como nación.” Según Eusebio, Armenia se
hizo cristiana hacia el 311, cuando el emperador Maximiano les declaró la guerra por esa razón. Dice
Eusebio: “Además de esto, el tirano (Maximiano) tuvo que hacer frente a una guerra contra los
armenios, gente que desde una fecha muy temprana habían sido amigos y aliados de los romanos.
Como ellos eran también cristianos y celosos en su piedad hacia la Deidad, el enemigo de Dios
(Maximiano) había intentado forzarlos a sacrificar a los ídolos y a los demonios, haciendo con esto
que de amigos se tornaran en contrincantes y de aliados en enemigos.”

Sabemos que hubo persecuciones contra los cristianos en Armenia desde comienzos del siglo II,
pero fue recién hacia el año 301 (según la tradición armenia), que el cristianismo se convirtió en
religión dominante en Armenia. Este país fue así el primer Estado del mundo en proclamar al
cristianismo como religión oficial. Armenia se encontraba entre el Imperio Persa hacia el Este y el
Imperio Romano hacia el Oeste. Debido a esta situación y su necesidad de protección frente a los
avances de uno y otro imperio, su política fue pendular. No obstante, los armenios mostraron más
acercamiento hacia los romanos que hacia los persas.

_ El apóstol de Armenia
El promotor de la conversión de Armenia fue el hijo de un noble armenio, que fue educado
como cristiano en Capadocia (Asia Menor), donde los cristianos eran mayoría hacia el siglo III. Este
varón recibió el nombre latino de Gregorio y llegó a ser conocido como Gregorio el Iluminador (240–
332), el apóstol de Armenia.

En 224, los persas sasánidas se apoderaron de Partia y comenzaron a amenazar a Armenia.


Cuando el rey armenio Cosroes (de la dinastía de los arsácidas de origen parto) procuró aliarse con
Roma, los persas mandaron a un noble armenio y pariente suyo, Anak, a matar al rey. El complot
fue descubierto y Anak fue ejecutado con toda su familia, excepto un niño, que fue llevado a
territorio romano en Asia Menor (Cesarea de Capadocia). Este niño era Gregorio. Más tarde, los
persas sasánidas invadieron Armenia y apresaron a la familia real, excepto a un hijo de Cosroes,
Tirdat (o Tiridates), que logró escapar al Imperio Romano. El emperador Valeriano atacó a los persas
en defensa de los armenios, pero los persas lo derrotaron e hicieron prisionero, sometiendo a
Armenia a su dominio. En territorio romano, Tiridates llegó a ser un soldado distinguido en el
ejército de Diocleciano. En 287, con la ayuda de Diocleciano, Tiridates recuperó el trono de su padre
y reestableció la independencia armenia.

Muchos refugiados volvieron a su patria, entre ellos Gregorio, quien debido a su muy buena
educación llegó a ser oficial de confianza de Tiridates. No obstante, con el tiempo Gregorio tuvo
problemas con el rey en razón de que rechazaba su paganismo, porque él era cristiano. El rey
finalmente lo arrestó, lo encarceló, torturó y lo tuvo por quince años en una mazmorra. Más tarde
lo condenó a muerte, cuando se enteró que Gregorio era hijo del hombre que quiso asesinar a su
padre. Pero Tiridates cayó enfermo de licantropía. Una esclava cristiana y la hermana del rey
exhortaron a Tiridates a buscar la ayuda de Dios, y le dijeron: “Sólo Gregorio tiene la medicina para
todos los males del país.” Gregorio fue llevado ante el rey, oró por su sanidad, Tiridates se sanó y
proclamó al cristianismo como religión oficial del Estado. El cronista armenio del siglo V, conocido
como Agathangelos, recuerda estos episodios, en estos términos:

Agathangelos (c. 450): “Ahora, cuando todos ellos se habían reunido en el lugar de
adoración de la casa de Dios, el bendito Gregorio comenzó a hablar, diciendo: ‘Doblen las
rodillas, todos, para que el Señor pueda efectuar la sanidad de sus tormentos.’ Todos ellos
doblaron las rodillas a Dios, y el bendito Gregorio con oraciones y súplicas fervientes imploró
con lágrimas por la sanidad del rey. Y el rey, mientras estaba de pie entre el pueblo con la
apariencia de un cerdo, de pronto tembló y echó de su cuerpo la piel como de cerdo con
sus dientes como colmillos y rostro como con hocico, y se quitó la piel con su pelo como de
cerdo. Su rostro volvió a su propia forma y su cuerpo se tornó suave y joven como el de un
niño recién nacido; fue completamente sanado en todos sus miembros.

De manera similar, todas las personas que se habían reunido en grandes números fueron
curadas de la aflicción de cada uno: algunos habían sido leprosos, otros paralíticos, tullidos,
hidrópicos, poseídos, quienes sufrían de gusanos o gota. De esta manera Cristo en su misericordia
abrió su gracia sanadora todopoderosa, y sanó a todos a través de Gregorio; aquellos afligidos
fueron curados de toda enfermedad. Así también se abrió la fuente del conocimiento de Cristo y
ésta llenó los oídos de todos con la verdadera enseñanza de Dios.”

_ El cristianismo en Armenia
Pronto surgió un movimiento de pueblos, que resultó en la conversión masiva de casi todo el
reino. En pocos meses, el culto pagano casi desapareció y el cristianismo se estableció en todas
partes. Por toda Armenia se destruyeron los ídolos, los templos fueron limpiados y consagrados
como iglesias cristianas, y muchos sacerdotes y sus hijos se incorporaron al clero cristiano. Esto
último hizo que en Armenia el sacerdocio cristiano se hiciera hereditario, como lo había sido el
pagano. Gregorio, que hasta entonces no estaba ordenado al ministerio cristiano, fue consagrado
primer obispo de Armenia en el año 302 por Leoncio, arzobispo de Cesarea de Capadocia, y llegó a
ser conocido como el “Iluminador”. El propio rey armenio, Tiridates, se convirtió y fue bautizado en
enero del año 303. Gregorio gobernó la Iglesia Armenia durante un cuarto de siglo, haciendo todo
lo posible por darle una organización sólida y completa.

Arzobispo Maghakia Ormanian: “Creó cerca de cuatrocientas diócesis episcopales y


archiepiscopales para el gobierno espiritual de Armenia y de los países circundantes.
Presidió la conversión de Georgia, de la Albania Caspiana y de la Atropatena, donde envió
dirigentes y eclesiásticos. Murió en el momento de la convocación del Concilio de Nicea
(325). Sus hijos le sucedieron.… El mantenimiento del patriarcado en la familia de San
Gregorio era con el deseo de la nación, sea porque quería rendir homenaje a su gran
Iluminador, o porque sufrió la influencia de una costumbre pagana.”

A pesar del rápido proceso de conversión de la nación, hubo algunos avivamientos de


paganismo especialmente en los distritos montañosos, y conflictos entre el rey y el Catholicós
(autoridad episcopal máxima) sobre cuestiones morales y políticas. No obstante, a lo largo del siglo
IV, el cristianismo se fue afirmando en Armenia. Este progreso se debió en particular a la
perseverancia de grandes obispos como Nercés (353–373) y Sajak (387–439), que completaron el
apostolado de Gregorio el Iluminador. En 365 se llevó a cabo el primer concilio nacional, que
estableció las reglas de disciplina necesarias para la joven iglesia.
Por entonces comenzó a sentirse la necesidad de tener la Biblia y otros escritos sagrados, así
como la liturgia, en la lengua vernácula. El problema era que el armenio carecía de un alfabeto
propio. Bajo el obispo Sajak, un ex-secretario del rey, Mesrop, desarrolló un nuevo alfabeto para el
idioma armenio (404), que contaba con treinta y seis caracteres capaces de expresar todos los
sonidos de la lengua. Una vez creado el alfabeto, Mesrop, Sajak y otros ayudantes se dispusieron a
traducir la Biblia. Hacia el año 433 apareció un Antiguo Testamento en ese idioma, traducido de la
Septuaginta, pero con muchas variantes en conformidad con la versión siríaca. De este modo, la
cultura armenia se fue gestando en torno a la fe cristiana gracias al idioma escrito. Comentarios
patrísticos y otros tratados, la liturgia y otra literatura sagrada fueron publicados en armenio, la
lengua nacional. De este modo, la nación armenia y su Iglesia estuvieron entrelazadas tan
estrechamente que han logrado sobrevivir el paso del tiempo.

_ La Iglesia en Armenia
Hacia mediados del siglo V, los persas sasánidas tomaron nuevamente el control de Armenia y
por un edicto de 449 impusieron su religión, el mazdeísmo (zoroastrismo), que se caracterizaba por
el culto al sol y al fuego. Los cristianos armenios padecieron una fuerte persecución, mientras
solicitaban ayuda a sus aliados cristianos del Imperio Romano Oriental. Esta ayuda no llegó y
Armenia quedó sometida al dominio persa. Hubo muchos mártires cristianos como consecuencia de
esta persecución. Justo L. González narra estos tristes acontecimientos, de la siguiente manera:

Justo L. González: “Los jefes de la nación armenia se reunieron en Artachat, y convinieron


en un mensaje que debía serle enviado al rey de Persia, firmado por los obispos del país:
‘De esta fe nadie nos podrá apartar.… Haz lo que quieras.’ Cuando los armenios le enviaron
este mensaje al rey de Persia contaban con el apoyo del emperador Teodosio II y de
Crisapio.… Pero poco después Teodosio murió y sus sucesores, Pulqueria y Marciano,
cambiaron de política con respecto a Persia, y por tanto les retiraron su apoyo a los
armenios. En el año 451, el mismo en que se reunió el Concilio de Calcedonia, las tropas
persas invadieron Armenia, y los naturales del país se vieron obligados a defenderse por sí
solos. Uno de sus principales jefes militares, Vardan ‘el valiente,’ defendió uno de los pasos
entre las montañas con sólo 1036 soldados, y tras larga batalla todos murieron. Los persas
conquistaron el país, y Armenia perdió su independencia.”

Como reacción, los cristianos armenios rompieron sus relaciones con el cristianismo occidental,
rechazaron las decisiones del Concilio de Calcedonia (451), y mantuvieron un desarrollo teológico y
eclesiástico independiente. Su teología fue monofisita, es decir, contraria a los cánones establecidos
por el Concilio de Calcedonia, que definían la doctrina de la doble naturaleza de Cristo como
totalmente humano y totalmente divino. El monofisismo afirmaba que la naturaleza de Cristo
permanecía totalmente divina y no humana, aun cuando él había asumido un cuerpo terrenal y
humano con su ciclo de nacimiento, vida y muerte.

Bajo el dominio persa, los armenios continuaron su resistencia basados en su fe cristiana, hasta
que el monarca persa decidió concederles algo de libertad religiosa y cierto grado de autonomía.
Con este propósito, se nombró como gobernador de Armenia al patriota Vaján (485), uno de los
líderes de la resistencia nacional. A partir de entonces, y hasta las conquistas de los turcos
selyúcidas, la iglesia de Armenia gozó de relativa paz. El patriarca Hovanes transfirió su sede a la
nueva capital, Dvin, bajo la protección del gobierno y allí pudo consagrarse a la reforma interior de
la iglesia y del pueblo. De este modo, su nombre permanece como el más honrado, después del
patriarca Sajak.

A principios del siglo VI, el episcopado armenio se fue tornando crecientemente hostil al
nestorianismo y a todo lo que se le pareciera. Esto ocurrió parcialmente debido a la influencia del
movimiento anti-calcedónico que por entonces estaba triunfando en Constantinopla, y
fundamentalmente debido a la influencia de los monofisitas de Mesopotamia y más tarde de Siria.
Para mediados del siglo VI, el Concilio de Calcedonia fue condenado de manera explícita, junto con
el Tomo del Papa León I. Desde ese momento en adelante, el monofisismo se hizo una parte integral
del patrimonio de la iglesia nacional armenia.

Esto se puso en evidencia cuando el emperador bizantino Mauricio, que había conquistado la
parte occidental de Armenia de manos de Cosroes II (582), trató de someter a esa región
nuevamente a la ortodoxia calcedónica. Apenas logró la adhesión de unos veinte obispos bajo su
autoridad, pero provocó un cisma profundo, el primero en la historia de la Iglesia Armenia (591–
610). Los demás obispos rechazaron su intento y se agruparon en torno al catholicós de Dvin,
distanciándose así de Constantinopla. La iglesia armenia entró en una ola de disturbios causados
por las dificultades exteriores, que la absorbieron totalmente, pero logró sobrevivir el paso de los
siglos. La fe cristiana ha sido desde entonces el fundamento de la identidad nacional armenia.

_ El testimonio cristiano más allá de Armenia


Al noreste de Armenia el cristianismo llegó a Azerbaidján, donde Mesrop nuevamente creó un
alfabeto que sirvió para darle forma escrita a la lengua oral y ser usada al servicio de la iglesia. Hacia
el noroeste, el testimonio se esparció hacia Georgia (en el Cáucaso). La tradición indica al apóstol
Andrés como el pionero en esta región. También habla de algunos pocos convertidos y mártires en
la generación siguiente. No obstante, los primeros registros históricos de trabajo misionero son de
comienzos del siglo IV. En este caso, la conversión de estos pueblos fue obra de una mujer, Nino
(probablemente significa “monja” o “mujer cristiana”). Era una esclava cristiana, capturada en
alguna incursión bárbara en territorio romano, que atrajo la atención de la familia real de Georgia
por su piedad y las sanidades y milagros que resultaron de sus oraciones. El rey se convirtió (hacia
330) y con él toda la nación. Se solicitó un obispo y sacerdotes a Constantinopla, se organizó la iglesia
y pronto se desarrollaron de manera autónoma. Aquí también se creó un alfabeto para los escritos
sagrados y surgió una literatura y liturgia cristianas en lengua georgiana.

Rufino de Aquilea (345–410): “El rey mandó llamar a la cautiva, y le ordenó que le enseñara
de qué manera debía adorar a Cristo. Cuando ella le hubo dado tanta instrucción como era
correcto para que una mujer dijera e hiciera, él reunió a sus súbditos y les declaró
sencillamente las misericordias divinas que habían sido concedidas a él y a su esposa, y si
bien no estaba iniciado, declaró a su pueblo las doctrinas de Cristo. Toda la nación fue
persuadida de abrazar el cristianismo, los hombres siendo convencidos por los comentarios
del rey, y las mujeres por los de la reina y la cautiva. Y rápidamente con el consentimiento
general de toda la nación, se prepararon con mucho entusiasmo para construir una iglesia.
Cuando las paredes externas fueron completadas, se trajeron las máquinas para levantar
las columnas y fijarlas sobre sus pedestales. Se cuenta que cuando la primera y la segunda
columnas se levantaron por estos medios, hubo gran dificultad para fijar la tercera columna,
ya que ni el ingenio ni la fuerza física sirvieron para nada, si bien muchos de los presentes
asistieron en empujar. Cuando llegó el atardecer, la mujer cautiva se quedó sola en el lugar,
y continuó allí a lo largo de la noche, intercediendo a Dios para que la erección de las
columnas pudiese ser completada fácilmente, especialmente porque todo el mundo se
había ido frustrado ante el fracaso; porque la columna sólo estaba levantada por la mitad,
y permanecía de pie, y una punta de ella estaba tan metida en su fundamento que era
imposible bajarla.… Temprano en la mañana, cuando se presentaron en la iglesia,
contemplaron un espectáculo maravilloso, que les pareció un sueño. La columna, que en el
día anterior parecía inamovible, ahora aparecía erguida, y elevada por un pequeño espacio
sobre su propia base. Todos los presentes fueron sacudidos con admiración, y confesaron,
con pleno acuerdo, que sólo Cristo es el Dios verdadero. Mientras todos estaban mirando,
la columna se deslizó lenta y espontáneamente y se ajustó como por una máquina a su base.
Las otras columnas fueron erigidas con facilidad, y los íberos completaron la estructura con
gran presteza.”

LOS CRISTIANOS DE PARTIA

_ El lugar
Al este de Edesa y Armenia se encontraba el Imperio Parto, que se extendía desde el mar Caspio
hasta el río Indo y hacia Occidente llegaba al río Éufrates. Desde 240 a. C. hasta 225 d. C., los partos
(originarios del sudeste del mar Caspio) dominaron este territorio y levantaron un imperio militar.
Se trataba de una federación de pueblos con poco control central. Los partos eran más bien señores
militares que cobraban tributos y mantenían el orden y la seguridad. El siríaco era el idioma más
generalizado, si bien también se leía y hablaba griego. Había comunidades judías y otras religiones
más primitivas, pero el zoroastrismo era la religión más importante.

CUADRO 11 - ZOROASTRISMO

DEFINICIÓN: Religión de la Persia antigua, posiblemente relacionada con la religión védica (Vedas)
de la India.
DIVINIDAD: Ahura Mazda/Ohrmazd (“Señor sabio”). Sus atributos son comparables a los de
Varuna, el dios del cielo de los Vedas. Demanda pureza ética y ritual, y juzga a las almas de los
seres humanos después de la muerte. Su símbolo es el fuego sagrado.

FUNDADOR: Zoroastro o Zaratustra (s. VII ó VI a. C.)

CIRCUNSTANCIA: A los treinta años tuvo una revelación de Ahura Mazda, que lo llevó a predicar
contra el politeísmo.

MUERTE: Según la tradición, murió llevando a cabo un sacrificio de fuego, que era la ceremonia
central de la nueva fe.

CREENCIAS: Zoroastro enseñó que Ahura Mazda juzgará a cada alma individual después de la
muerte. Más tarde se desarrolló un complejo sistema doctrinal especulando acerca de la
naturaleza interior del universo.

PRÁCTICAS: Religión fuertemente ética.

DESARROLLO: La expansión del Islam desplazó al zoroastrismo de Persia.

El zoroastrismo es una religión de la antigua Persia, fundada por Zoroastro o Zaratustra (¿660–
583? a. C.), quien a los treinta años tuvo una revelación de Ahura Mazda, que lo llevó a predicar
contra el politeísmo. Consiguió la conversión del rey de Irán Oriental, Vishtaspa, y sus seguidores
recibieron la protección de Darío el Grande. Según la tradición, Zoroastro murió llevando a cabo un
sacrificio de fuego, que era la ceremonia central de la nueva fe. Las ideas y prácticas del zoroastrismo
guardan cierta relación con la religión de las escrituras Vedas de la India. Su divinidad era Ahura
Mazda/Ohrmazd (“señor sabio”). Sus atributos son comparables a los de Varuna, el dios del cielo de
los Vedas. El zoroastrismo demandaba pureza ética y ritual. Su símbolo era el fuego sagrado. Se
caracterizaba por su monoteísmo y rigor ético. Zoroastro enseñaba que Ahura Mazda (o Ormuz)
juzgaría a cada alma individual después de la muerte.
Más tarde, se desarrolló un complejo sistema doctrinal que especulaba sobre la naturaleza
interna del universo. Su teología era dualista, ya que Ahura Mazda, el creador supremo, se oponía
a Angra Manyú o Ahrimán, el dios malo. Esta confrontación se describe en los escritos sagrados o
Zend-Avesta, donde la victoria final le pertenece a Ormuz. Con el tiempo, el zoroastrismo recibió
influencias del politeísmo y ciertos atributos divinos empezaron a considerarse deidades separadas.
Entre las nuevas deidades estuvo Mitra, el dios del Sol invencible. Tanto el mitraísmo como el
maniqueísmo pueden haberse fundado sobre ideas extraídas del zoroastrismo.

El zoroastrismo fue la religión oficial en Persia durante gran parte del gobierno de la dinastía
Aqueménida y más tarde con los Sasánidas, a partir del siglo III. Con la llegada del critianismo, el
zoroastrismo tuvo que hacer frente a un serio competidor religioso, y con el surgimiento del Islam,
el zoroastrismo perdió su dominio sobre Persia, a partir del siglo VII.

No obstante, es probable que la dinastía reinante en Partia al momento de la llegada del


testimonio cristiano—los Arsácidas—hayan sido tolerantes hacia el cristianismo en los primeros
siglos del movimiento. Los casos de martirios parecen haber sido más el resultado de hostilidades
locales que una política del Estado. Esto permitió que el cristianismo se difundiera ampliamente por
la región, de modo que hacia el final del período parto (225 d. C.) había más de veinte sedes
episcopales en Mesopotamia y sobre la frontera con Persia.

_ La llegada y la difusión del cristianismo


La primera influencia cristiana en Partia probablemente vino de Edesa. Los documentos hablan
de conversiones en la región de Adiabene ya por el año 99. No obstante, se trató de grupos
pequeños y sometidos a la presión constante de grupos religiosos rivales. Uno de los primeros
convertidos fue Pekhidha, el hijo de un hombre pobre, esclavo de un sacerdote zoroastrista.
Pekhidha quedó impresionado por el ministerio del misionero Addai (Tadeo) y decidió hacerse
cristiano. Pero sus padres lo encerraron. Él logro escapar y siguió a Addai. El documento que refiere
esta historia es la Crónica de Arbela, escrito en siríaco probablemente en el siglo VI por Mishiha
Zkha. Arbela era la ciudad capital del reino de Adiabene. Según la Crónica, el comienzo del
testimonio cristiano en Partia fue como sigue: “Dicen que después de cinco años, Addai lo ordenó
(a Pekhidha) y envió a su propio pueblo. De manera que … el primer obispo que tuvo la tierra de
Adiabene fue ordenado por el apóstol Addai mismo.” Pekhidha fue el primer obispo de Arbela entre
105–115.

La difusión de la fe cristiana se encontró con la resistencia de la nobleza y de los sacerdotes del


zoroastrismo, que en el 123 dieron muerte a Sansón, el primer mártir parto. La Crónica de Arbela
cuenta lo siguiente: “Sansón predicó (en las villas vecinas a Adiabene) durante dos años, y bautizó a
un gran número. La fe cristiana se esparció ampliamente en su comarca. Cuando los nobles y
sacerdotes zoroastristas oyeron de esto, pusieron a Sansón en cadenas, lo torturaron severamente,
y cortaron su cabeza.… Sansón fue el primer mártir que de nuestro país ascendió a los cielos.”
Sansón había sido diácono del obispo Pekhidha y más tarde (en 121) había llegado a ser obispo de
Adiabene.
No obstante, a pesar de la oposición, algunos altos oficiales del gobierno se convirtieron, como
Raqbakht (140), gobernante de Adiabene. Raqbakht ayudó a la fe cristiana a esparcirse, hasta que
los sacerdotes zoroastristas lo advirtieron y se complotaron para matarlo, pero él se salvó
milagrosamente. La Crónica de Arbela lo llama “hombre de Dios, el Constantino de su tiempo.”

Esta expansión temprana del cristianismo en Adiabene se dio mientras se iba cumpliendo
también una importante misión judía en la región. El rey de Adiabene, Izates y su madre se
convirtieron al judaísmo. Fue en este contexto que la misión judeo-cristiana prosperó. Es
interesante que los nombres de los obispos cristianos de Adiabene en el siglo II son todos judíos:
Sansón, Isaac, Abraham, Moisés, Abel. El obispo de Arbela, Noé, recibió visitantes de Jerusalén, y
fue de esta región que provino Taciano, a fines del segundo siglo. De modo que el cristianismo de
Adiabene fue fuertemente influido por las tendencias judeo-cristianas.

_ La oposición al cristianismo
La oposición del zoroastrismo se transformó en persecución del Imperio Parto en los años 160
y 179, con una gran matanza de cristianos. En 160, refiere la Crónica, “los sacerdotes zoroastristas
se levantaron contra los cristianos, despojándolos de sus bienes y torturándolos.” De la crisis de
179, dice: “Nuestros hermanos sufrieron mucho. Muchos que eran jóvenes y débiles en su fe,
retrocedieron, puesto que vieron sus casas saqueadas, sus hijos e hijas arrestados o secuestrados.
Y ellos mismos fueron golpeados.” Pero el desarrollo del cristianismo continuó a pesar de las
dificultades. Antes de terminar el período parto (224), según la Crónica de Arbela, había alrededor
de veinte episcopados en la región que bordeaba al Tigris. Estas sedes estaban dentro del Imperio
Parto, casi todas dentro de Mesopotamia, pero había una al sur del mar Caspio y otra en la margen
sur del golfo Pérsico. Para el año 225 la Iglesia se había extendido bastante lejos. El Libro de las leyes
de las tierras dice que había cristianos en Partia, Media y Bactria.

El cristianismo de Adiabene resultó de las influencias del judeo-cristianismo palestinense y


penetró profundamente hacia el Este. En 240, cuando Manes fue a la India, parece que encontró allí
comunidades cristianas. Si tenemos en cuenta que a fines del segundo siglo, según la Crónica de
Arbela, todavía había un solo obispo en Adiabene, es posible notar la expansión extraordinaria del
testimonio cristiano para comienzos del siglo III.

LOS CRISTIANOS DE PERSIA


Durante el siglo III, el testimonio cristiano que había alcanzado a Adiabene, al este del río Tigris,
y se esparció por toda Mesopotamia, en lo que hoy es Irak y más allá también. El cristianismo logró
penetrar profundamente en toda esta región, pero fue también aquí donde experimentó las
mayores dificultades y persecución.

_ El desarrollo del testimonio cristiano


En el año 225, las provincias persas que estaban al norte del golfo Pérsico, y que eran
gobernadas por su propio rey, se rebelaron contra los partos, quienes debilitados por sus guerras
contra los romanos, cayeron vencidos. Los persas formaron un imperio que se llamó “Sasánida” y
que pretendía revivir las glorias de la antigua Persia. Hicieron de Ctesifonte, sobre el río Tigris, su
capital y proclamaron a Ardacher (¿226–241?) como primer rey de la dinastía de los Sasánidas. El
zoroastrismo (o mazdeísmo) era la religión oficial, y desarrollaba un fuerte impulso misionero bajo
el estricto control de un clero jerárquico. Al principio los cristianos no tuvieron mayores problemas,
porque al ser perseguidos por el Imperio Romano, el peor enemigo de los Sasánidas, el gobierno no
tenía motivos para sospechar de su lealtad. Pero poco a poco, la jerarquía mazdeista, bajo la
autoridad de su Sumo Sacerdote, comenzó a invocar la ayuda del Estado para silenciar las voces
religiosas disidentes o rivales, de grupos como los maniqueos y los cristianos siríacos.

El personaje religioso más destacado en Persia durante este período fue Manes (216–277), el
fundador del maniqueísmo. Nació en el norte de Babilonia. Su familia parece haber estado
relacionada con los Arsácidas (partos). Su religión era típica del sincretismo que caracterizó al
período parto. Como resultado de una visión, su padre, Palek, se convirtió al ideal ascético y se unió
a una secta seudo-cristiana caracterizada por sus bautismos de purificación. Manes se asoció a este
grupo, pero en su juventud en Babilonia (Seleucia-Ctesifonte) también absorbió de otras religiones
(mazdeísmo, budismo, brahmanismo, judaísmo y cristianismo siríaco).

En 240, Manes recibió una revelación, según la cual tenía una misión que cumplir en
continuación de la de Zoroastro, Buda y Jesús. Su primera misión lo llevó a la India (Beluchistán),
donde convirtió al rey. De regreso pasó por la capital de los reyes Sasánidas, donde fue recibido por
Sapor I, quien lo autorizó a predicar su mensaje. Incluso, Manes acompañó a Sapor en una campaña
contra los romanos (242–244). Pero pronto enfrentó la oposición de los sacerdotes zoroastristas y
fue condenado a muerte bajo el reinado de Bihram I, el segundo sucesor de Sapor I.

CUADRO 12 - MANIQUEÍSMO

DEFINICIÓN: religión dualista de Oriente, fundada por Manes o Manetos (s. III). Combinaba
elementos del cristianismo, religiones babilónicas y mitraísmo.

FUNDADOR: Manes, quien se consideraba el revelador de una nueva religión.

CIRCUNSTANCIAS: Manes decía haber recibido una revelación, según la cual tenía una misión que
cumplir en continuación de la de Zoroastro, Buda y Jesús.
MUERTE: debido a la oposición de los sacerdotes zoroastristas (magos), fue condenado a muerte
en 277 bajo el rey Bihram I.

CREENCIAS: la base de su sistema es un gnosticismo dualista, inspirado por el gnosticismo judeo-


cristiano y el zoroastrismo iraní. El maniqueísmo se caracterizó por su sincretismo religioso:
Manes se consideraba heredero de todas las religiones, pero estuvo muy influido por el
cristianismo siríaco. Cosmología dualista parecida a la de Bardaisanes, que condenaba el mundo
material. Jesús y el Paracleto juegan un papel importante en su gnosis. La pasión de Jesús no tiene
importancia histórica sino un carácter místico, pero es el corazón de su soteriología. No eran
cristianos, pero fueron un desarrollo del cristianismo siríaco.

PRÁCTICAS: las iglesias maniqueas se dividían entre los que eran perfectos, los ascetas (miembros
verdaderos), y los que no eran perfectos, los oyentes o catecúmenos. Practicaban el encratismo
moral, que prohibía el matrimonio y el uso de ciertas comidas (carne, vino). El monasticismo
maniqueo se desarrolló de manera paralela al monasticismo cristiano.

DESARROLLO: se esparcieron ampliamente llegando hasta China y África del norte. Continuaron
hasta bien entrada la Edad Media.

Manes: “Sabiduría y acciones han sido siempre traídas de tiempo en tiempo a a humanidad
por los mensajeros de Dios. Así, en un tiempo han sido traídas a la India por el mensajero
llamado Buda, en otro tiempo a Persia por Zaratustra, y en otro al Oeste por Jesús. Por
consiguiente, esta revelación, esta profecía en este último tiempo, ha descendido a través
de mí, Manes, mensajero del Dios de la verdad a Babilonia.”

Para mediados del siglo III, en ocasión de la victoria de Sapor contra el emperador romano
Valeriano, cristianos de Siria fueron deportados a Elam, y ayudaron a esparcir el evangelio hacia el
Este, hasta el corazón mismo del Imperio Persa. Pero debido a las dificultades mencionadas, estas
comunidades cristianas siríacas estuvieron mayormente concentradas en torno a la sede episcopal
de Seleucia-Ctesifón (entre Babilonia y Bagdad), y demasiado inclinadas a seguir a las iglesias de
Occidente en materia doctrinal y espiritual.

_ La oposición a los cristianos


En el año 312, la situación cambió debido a la conversión de Constantino y la aceptación del
cristianismo por parte de Roma. Los Sasánidas no sólo rechazaron a los cristianos por oponerse a la
religión oficial (mazdeísmo), sino también porque pertenecían a la religión que favorecía el enemigo
romano. Para colmo de males, en 315, Constantino envió una carta al emperador persa (Sapor II el
Grande, 309–379), en la que alababa la nueva fe que decía profesar. Entre otras cosas, le dice que
el Dios de los cristianos fue quien lo ayudó a destronar a los tiranos y a traer paz a Roma. Agregaba
que algunos de sus predecesores persiguieron a los cristianos y como consecuencia cayeron por la
justicia divina, como Valeriano que había muerto prisionero de los persas. Con gran entusiasmo,
Constantino le decía a Sapor: “Imagina mi gozo cuando oí que los mejores distritos de Persia, están
llenos de aquellos hombres a favor de quienes estoy hablando, los cristianos. Por eso, te ruego que
tanto tú como ellos puedan prosperar.… Porque tu poder es grande, te pido que los protejas.” De
más está decir cuáles fueron las consecuencias de tremendos comentarios.

No obstante, a pesar de esto, la persecución no vino de inmediato. Pero en 337, Constantino


“habiendo oído de una insurrección de algunos bárbaros en el Este, observó que la conquista de
este enemigo todavía le estaba reservada, y resolvió hacer una expedición contra los persas.
Consiguientemente procedió de inmediato a poner a sus fuerzas en movimiento, al tiempo que
comunicó su plan marcha a los obispos que en ese momento estaban en su corte, a algunos de los
cuales él juzgó correcto llevar consigo como compañeros, y como coadjutores necesarios en el
servicio de Dios. Ellos, por otro lado, declararon alegremente su disposición de seguir su proyecto,
renunciando a todo deseo de abandonarlo, e involucrándose en batalla con él y para él por medio
de oraciones a Dios a su favor. Lleno de gozo por esta respuesta a su pedido, él les presentó su
proyectado plan de marcha; después de lo cual ordenó que una tienda de gran esplendor,
representando en su forma la figura de una iglesia fuese preparada para su propio uso en la guerra
que venía. En esto él intentaba unirse con los obispos en ofrecer oraciones a Dios de quien procede
toda victoria.” Constantino murió antes de que la campaña militar comenzara, pero el daño ya
estaba hecho. En el año 339 comenzó una gran persecución en el Imperio Persa.

_ La gran persecución de 339


Sapor II sistemáticamente procuró desmantelar la estructura de la Iglesia de la minoría cristiana,
y lo hizo concentrando sus ataques especialmente sobre los miembros del clero y aquellos hombres
y mujeres que habían tomado el voto de virginidad. Primero, se obligó a los cristianos a pagar
impuestos dobles. Cuando esto fracasó en hacerles abandonar su fe, el emperador ordenó que los
sacerdotes y ministros de Dios fuesen pasados por la espada. Los edificios eclesiásticos fueron
destruidos, la platería del altar fue llevada al tesoro, y el obispo de Ctesifonte fue arrestado como
traidor al Imperio y su religión. De esta manera los sacerdotes zoroastristas, con la ayuda de los
judíos, destruyeron rápidamente las casas de oración.

Sozómenos: “Cuando, con el tiempo, los cristianos crecieron en número, y comenzaron a


formar iglesias, y nombraron sacerdotes y diáconos, los Magos [sacerdotes zoroastristas],
quienes como una tribu sacerdotal habían actuado desde el principio en generaciones
sucesivas como los guardianes de la religión persa, se encolerizaron profundamente contra
ellos. Los judíos, quienes por envidia están de alguna manera opuestos naturalmente a la
religión cristiana, también se ofendieron del mismo modo. En consecuencia, trajeron
acusaciones delante de Sapor, el soberano reinante, contra Simeón, que entonces era
arzobispo de Seleucia y Ctesifonte, ciudades reales de Persia, y lo acusaron de ser amigo del
César de los romanos, y de comunicarle las cuestiones de los persas. Sapor creyó estas
acusaciones, y al principio, cargó a los cristianos con impuestos excesivos, si bien él sabía
que la mayoría de ellos había abrazado voluntariamente la pobreza. Le encargó el cobro a
hombres crueles, esperando que, por la carencia de lo necesario y la atrocidad de los
exactores, ellos podían ser compelidos a abjurar su religión; porque éste era su propósito.
Sin embargo, más tarde ordenó que los sacerdotes y conductores de la adoración de Dios
fuesen pasados por espada. Las iglesias fueron demolidas, sus vasos fueron depositados en
el tesoro, y Simeón fue arrestado como traidor al reino y la religión de los persas. Así los
Magos, con la cooperación de los judíos, rápidamente destruyeron las casas de oración.”

Esto fue sólo el comienzo. Tres obispos sucesivos de Seleucia-Ctesifonte sufrieron martirio, y
como resultado la sede episcopal permaneció vacante por casi los cuarenta años que duró la
persecución (348–388). Sozómenos dice que los mártires conocidos llegaron a 16.000, pero que
hubo una multitud incontable cuyos nombres no se conocen. Es posible que esta persecución haya
sobrepasado los sufrimientos de la Iglesia en el Imperio Romano, durante el siglo anterior. La peor
persecución en el Imperio Romano fue la de Diocleciano, que no produjo más de 3.000 víctimas
fatales. Pero en Persia no hubo un Constantino que cambiara la situación.

Sozómenos: “Por mi parte, pienso que he dicho lo suficiente de él [el obispo Milles] y de los
demás mártires que sufrieron en Persia durante el reinado de Sapor; porque sería difícil
relatar en detalle cada circunstancia respecto a ellos, tales como sus nombres, su país, el
modo de completar su martirio, y los tipos de tortura a los cuales fueron sometidos; porque
son innumerables, dado que tales métodos son celosamente llevados a cabo por los persas,
incluso al extremo de la crueldad. Brevemente diré que el número de hombres y mujeres
cuyos nombres han sido registrados, y que fueron martirizados en este período, ha sido
computado en dieciséis mil; mientras que la multitud fuera de estos está más allá de todo
cálculo.”

_ La supervivencia del testimonio


A pesar de verse diezmado cruelmente, el cristianismo siríaco en Persia logró sobrevivir con la
ayuda de otras comunidades cristianas de lengua siríaca en el norte de Mesopotamia. En este
proceso, la Escuela de los Persas, un seminario instalado primero en Nisibis y más tarde en Edesa
(363) jugó un papel muy importante. En esta escuela cumplió su ministerio docente Efraín (306–
373). La escuela fue una combinación de un seminario y una universidad cristianos, que entrenó al
liderazgo de las iglesias de lengua siríaca y promovió su cultura.

Cuando la persecución terminó, el obispo Maruta dirigió la reconstrucción de la Iglesia Persa.


Maruta fue miembro de varias embajadas romanas a la corte de Yezdegerd I (399–420). Fue
bienvenido por el monarca, quien se mostró tolerante hacia sus súbditos cristianos. Maruta logró
reunir a cuarenta obispos en un sínodo en Seleucia (410), que adoptó las decisiones del Concilio de
Nicea y fortaleció los lazos con la Iglesia de Occidente. También restableció el orden y la jerarquía
en toda la Iglesia Persa, con un obispo principal o metropolitano en Seleucia-Ctesifonte (que poco
más tarde fue llamado Catholikós).

_ Otros períodos de persecución en Persia


Hubo otros períodos de persecución en Persia, especialmente entre los años 420–422, bajo el
emperador Bihram V. Todo esto hizo que el cristianismo persa fuese la religión de una minoría. Pero
esta minoría sobrevivió hasta llegar a ser una comunidad reconocida, que si bien no contó con una
tolerancia completa, por lo menos pudo sobrevivir. Los cristianos pudieron establecer un acuerdo
efectivo con las autoridades del Imperio Persa, al independizarse de los obispados de la Iglesia en el
Imperio Romano y “nacionalizarse” al tener sus propios obispos (424). Así se constituyó la “Iglesia
del Este,” según se llamaba, con el siríaco como su idioma eclesiástico y el de sus Escrituras. Esta
Iglesia contó con su propio patriarca (catholikós) desde el 410, con sede en la ciudad de Ctesifonte,
y desarrolló una teología de carácter nestoriano (486), con una cristología del tipo de la escuela de
Antioquía, es decir, ponía énfasis sobre la humanidad de Cristo. En 484, el catholikós Barsumas
permitió a los obispos casarse, lo cual fue una concesión a lo que era una costumbre nacional.

Más hacia Occidente, en tanto, había tres “Grandes Obispos” en competencia por ver quién era
el primero y el de mayor influencia: (1) el obispo de Alejandría, que tenía autoridad sobre las iglesias
en Egipto, Libia y Cirenaica; (2) el obispo de Roma, que no tenía un área de autoridad declarada,
pero que era el único Gran Obispo desde Italia hacia Occidente; (3) el obispo de Antioquía, que
tampoco tenía un área de autoridad establecida, pero que tenía influencia sobre los territorios del
Mediterráneo oriental.

MAPA 5 - LAS GRANDES SEDES EPISCOPALES


_ La Iglesia Persa y el nestorianismo
Ya entrando en el siglo V, había en el Este dos corrientes de orientación teológica diferente. Por
un lado, estaba la jerarquía establecida en la sede de Seleucia-Ctesifonte (en territorio Persa) y la
escuela de Edesa (en territorio romano). Al igual que Antioquía, la sede de Edesa se vio desgarrada
con las controversias teológicas que se produjeron en la primera mitad del siglo V. Desde 437 a 457,
la escuela estuvo bajo la dirección de Narsai (m. 502), y subscribió una cristología anti-nicena o
nestoriana. No obstante, la reacción calcedónica obligó al traslado de la escuela a territorio persa,
en Nisibis (457). La escuela en Edesa finalmente fue cerrada por el emperador Zenón el Isaurio, en
489.

La escuela en Nisibis tuvo una gran influencia entre los cristianos persas y contribuyó al triunfo
en la región de la cristología nestoriana, que finalmente fue aceptada por un sínodo general de las
iglesias del Imperio Persa, celebrado en Seleucia en 486. Estas iglesias tuvieron que padecer muchas
persecuciones a lo largo del siglo V (420, 422, 445–447), debido a la oposición del mazdeísmo. Sólo
gozaron de cierta tolerancia durante los cortos períodos en los que la evolución de la política
exterior obligó al rey persa a reconciliarse con el Imperio Romano Oriental. Pero cuando estas
relaciones se deterioraban, como en tiempos de Cosroes I y Justiniano (540–545), o de Cosroes II y
Heraclio (602 en adelante), el número de mártires se multiplicaba.

La Iglesia Persa o del Este sufrió también debido a los problemas internos, en razón de
problemas sucesorios en el liderazgo, cismas y anarquía. Afortunadamente, gozó de un período de
vigor bajo el liderazgo de un gran Catholikós reformador, Mar Aba (540–552), quien venció las
dificultades y logró restituir el orden y la disciplina. A pesar de los muchos obstáculos, el cristianismo
tuvo éxito no sólo en mantener su fortaleza sino en hacer progresos dentro de la sociedad sasánida,
al punto de lograr algunos convertidos en la clase gobernante, e incluso en la familia real y el
sacerdocio mazdeísta.

La labor misionera nestoriana avanzó significativamente en las montañas del Kurdistán, donde
todavía hoy se encuentran comunidades nestorianas (los cristianos asirios). Los nestorianos también
se extendieron en dirección a Asia Central y la India (la Iglesia Siríaca en la costa Malabar). No
obstante, con el correr del tiempo, la Iglesia Nestoriana se fue aislando del resto de la cristiandad y
se desarrolló a su propio ritmo. Tuvieron que enfrentar la competencia del proselitismo de los
monofisitas, desde Filomeno de Mabbug a Jacobo Baradeo en territorio persa, y que terminaron por
organizarse como una Iglesia separada con su propia red de obispos y monasterios. No obstante, le
cupo a esta Iglesia ser la protagonista de la primera expansión del cristianismo hacia el Lejano
Oriente, cruzando toda el Asia Central hasta llegar a China (635).

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Referencias al cristianismo en autores clásicos.


Lee y responde:
“Pomponia Graecina, una mujer de alto rango (la esposa de Aulus Plautius, a quien, como he
mencionado, se le ofreció una ovación por su campaña en Bretaña), fue acusada de una superstición
foránea, y fue pasada a su esposo para que la juzgara. Él siguió el procedimiento antiguo de escuchar
su caso, que tenía que ver con la situación legal de su esposa y su honor, en presencia de miembros
de la familia, y la declaró inocente. La larga vida de Pomponia se tornó en una tristeza
inquebrantable, porque después de la muerte de Julia, la hija de Drusus, vivió cuarenta años con
ropas de luto con sólo dolor en su corazón. Esto hizo que pudiera escapar al castigo durante el reino
de Claudio, y de allí en más contribuyó a su gloria.”

Tácito (c. 60–c. 120) en Los anales (13:32), sobre el juicio de Pomponia Graecina (57).

- Explica con tus palabras cuál puede haber sido la “superstición foránea” de la que era acusada
Pomponia Graecina.

TAREA 2: La persecución en Viena y Lión en Galia (177).

“La grandeza de la tribulación en esta región, y la furia de los paganos contra los santos, y los
sufrimientos de los benditos testigos, no podemos narrarlos con precisión, ni siquiera pueden ellos
ser realmente registrados. Porque con todo su poder el adversario cayó sobre nosotros, dándonos
un anticipo de su actividad desenfrenada en su futura venida. Se esforzó en toda manera en
entrenar y ejercitar a sus siervos contra los siervos de Dios, no sólo expulsándonos de casas y baños
y mercados, sino prohibiendo a cualquiera de nosotros ser visto en cualquier lugar que sea.… Pero
aquellos que eran dignos fueron apresados día por día, completando su número, de modo que todas
las personas celosas, y aquellos a través de quienes especialmente nuestros asuntos se habían
establecido, fueron reunidas de las dos iglesias. Y algunos de nuestros siervos paganos también
fueron apresados, ya que el gobernador había ordenado que todos nosotros debíamos ser
examinados públicamente. Éstos, siendo engañados por Satanás, y temiendo para ellos las torturas
que habían visto a los santos soportar, y siendo también urgidos por los soldados, nos acusaron
falsamente … de acciones de las que no sólo no nos está permitido hablar o pensar, sino que no
podemos creer que hayan sido hechas jamás por los hombres. Cuando se informaron estas
acusaciones, todo el pueblo rugió como bestias salvajes en contra nuestra, de modo que incluso si
alguien antes había sido moderado en base a amistad, ahora estaban sumamente furiosos y
rechinaban sus dientes contra nosotros. Entonces finalmente los santos testigos soportaron
sufrimientos más allá de toda descripción.”

Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 5.4, 5, 14–16.

- Según el relato de los sobrevivientes de las persecuciones contra las congregaciones de Viena y
Lión ¿qué lugar jugó Satanás en tratar de silenciar el testimonio cristiano en aquella región de Galia?
- A la luz de este testimonio histórico, ¿cuál es el arma preferida del diablo para silenciar a la Iglesia?

- ¿Cuál es tu propia evaluación de la obra demoníaca hoy en tu contexto en términos de detener el


avance del testimonio cristiano?

TAREA 3: ¿Era cristiano Constantino?

Los autores de historia del cristianismo no coinciden en sus opiniones acerca de si Constantino era
auténticamente cristiano o no.

Lee algunos de los siguientes juicios y saca tu propia conclusión:

Baker, Compendio de historia cristiana, 27–28, 59; González, Historia del cristianismo, 1:136–139;
Latourette, Historia del cristianismo, 1:131–133; Muirhead, Historia del cristianismo, 1:137–142;
Walker, Historia de la iglesia cristiana, 110–114, 119.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. Leer Latourette, Historia del cristianismo, 1:31–37, y discutir las diferentes interpretaciones que
se han hecho sobre la ubicación del cristianismo en la historia. Discutir los dos últimos párrafos de
la p. 37, extrayendo conclusiones para compartir en un plenario de la clase.

2. Responder a las siguientes preguntas: ¿Por qué razones el idioma griego fue útil para la
comunicación del evangelio cristiano? ¿Qué idioma moderno es el más útil para comunicar el
evangelio hoy en todo el mundo? Dar razones. ¿Es el castellano un idioma adecuado para la
comunicación del evangelio?

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 7–25; 30–42.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 5–30.

González, Historia del cristianismo, 1:21–76; 103–144.


Latourette, Historia del cristianismo, 1:1 1–60; 101–116; 118–133; 146–150; 155–164;

245–273.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:17–84; 97–134.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 9–21; 28–35.

Walker, Historia de la iglesia cristiana, 1–52; 83–114.

UNIDAD 2

El cristianismo más alla del imperio romano

INTRODUCCIÓN
Hacia fines del segundo siglo el cristianismo se había difundido por casi todo el mundo
mediterráneo. Se encontraba bien establecido en el norte de África, en Galia y en España. Es
probable que para esta época haya alcanzado las Islas Británicas. Hacia el sudoeste, se estaba
esparciendo a lo largo de las márgenes africana y árabe del mar Rojo. Hacia el este del Imperio había
conquistado la pequeña ciudad-estado de Edesa, y desde allí se estaba extendiendo hacia el norte
llegando a Armenia, y hacia el este iba penetrando en Persia, y aun más allá dirigiéndose hacia el
Asia Central. En este tiempo, Tertuliano de Cartago, decía: “Somos apenas de ayer, y hemos llenado
todo lugar entre vosotros—ciudades, islas, fortalezas, pueblos, mercados, y los mismos
campamentos, tribus, compañías, palacio, Senado, Foro—no os hemos dejado nada sino los templos
de vuestros dioses.” Para fines del siglo tercero, el cristianismo se había establecido fuertemente en
muchas partes del Imperio Romano a pesar de la persecución y seguía avanzando firmemente fuera
del mismo, especialmente en Mesopotamia. Para comienzos del siglo IV, estaba ganando a Etiopía,
donde desde el rey hasta el último vasallo confesaban la fe de Cristo.

Hacia el año 350, la expansión del cristianismo resultaba notable. Primero, el cristianismo era
todavía una religión predominantemente “oriental,” ya que su fuerza más grande en este tiempo
estaba en Armenia (fuera del Imperio Romano), en Asia Menor, y en el extremo oriental de Europa
en la nueva capital del Imperio: Constantinopla. Generalmente, se concibe al cristianismo como una
religión europea y casi exclusivamente occidental. La historia no apoya este concepto. Por supuesto,
el cristianismo era muy fuerte en el mundo mediterráneo y allí habría de avanzar a pasos
agigantados, especialmente a partir del momento en que comenzó a contar con el favor imperial.
Pero no debemos pasar por alto el hecho del floreciente desarrollo del cristianismo en la frontera
oriental del Imperio y más allá de ella.
Segundo, en África, además de los puntos fuertes del litoral norteño, en Numidia, Cirenaica y el
delta y valle del río Nilo, el cristianismo iba penetrando paulatinamente por las riberas del mar Rojo
hasta entrar y conquistar Abisinia en este período. El desarrollo del cristianismo en el norte de África
fue muy significativo, ya que de allí salieron algunos de los teólogos cristianos más destacados de
este período (Tertuliano de Cartago, Cipriano de Cartago, Agustín de Hipona).

MAPA 4 - LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO HACIA EL AÑO 350

Tercero, el progreso del cristianismo a través de Asia continuó sin pausa. En Persia, donde hacia
mediados del siglo IV comenzó a sufrir una severa persecución; a lo largo de las márgenes árabe y
persa del golfo Pérsico; y desde aquí por mar hasta la India (alrededor del 295). Una embajada
romana enviada por el emperador Constancio en 354 se encontró con una comunidad cristiana en
el sudoeste de la India. La tradición oral, en la Iglesia Siríaca Antigua, que todavía hoy sobrevive en
esta región, habla de la llegada de cristianos allá por el año 345 provenientes de Persia
(presumiblemente huyendo de la persecución). Es probable que el cristianismo haya llegado hasta
la India o por lo menos a su frontera noroeste por vía terrestre. En el Concilio de Nicea en 325, un
obispo se autotituló como “Juan de la Gran India y Persia.” Más tarde, el cristianismo penetró más
profundamente en Asia Central, llegando a convertir y civilizar a los pueblos nómadas del
Turquestán alrededor del año 500.

EL PRIMER REINO CRISTIANO: EDESA

_ La conversión de Edesa
El libro de los Hechos nos dice que el día de Pentecostés la predicación de Pedro y los demás
apóstoles fue oída por “partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia” (Hch. 2:9), es decir,
habitantes de la región al este de Palestina. La ruta que llevaba a estos territorios pasaba por la
ciudad siria de Antioquía. Esta ciudad fue, desde muy temprano (Hch. 11:19–21) un centro muy
importante de cristianismo helenista. De hecho, fue allí que “a los discípulos se les llamó ‘cristianos’
por primera vez” (Hch. 11:26). Por ser una metrópolis comercial con una ubicación tan estratégica,
no es extraño que desde allí el movimiento cristiano se haya expandido en varias direcciones. Desde
Antioquía, donde comenzó Pablo su misión hacia Occidente, comenzó también la expansión hacia
Oriente. Desde fines del siglo I, cristianos de lengua aramea de Palestina predicaron a las
comunidades judías de una región denominada Osroene. Esta corriente misionera se conoce como
la misión palestinense. Fue el judío Tobías quien recibió a Addai, el primer misionero judeo-cristiano
en esa región.

La primera ciudad en ser alcanzada fue Edesa (200 kilómetros al este de Antioquía), capital de
un pequeño reino independiente (Osroene), estratégicamente ubicada sobre las rutas principales
de comunicación entre Oriente y Occidente. Aquí había también una importante comunidad judía,
que proveía de una buena base para el inicio del testimonio cristiano. Fue esta ciudad la primera en
ver a su rey convertido y al cristianismo constituido en religión oficial, cerca del año 200. De este
modo, Edesa se transformó en el centro más importante para la difusión del movimiento cristiano
de habla siríaca, lengua muy cercana al arameo.

El testimonio de Eusebio, quien visitó la ciudad en 320, agrega una información curiosa. Dice
Eusebio que en Edesa encontró un documento conocido como Crónica de Addai, que según él
contenía la correspondencia mantenida entre el rey de la ciudad, Abgar, con nadie menos que Jesús.
Según estos documentos, el rey invitó a Jesús a ir a Edesa, para que lo curara de una enfermedad
que padecía. Jesús le respondió que no podía ir, pero que enviaría a uno de sus discípulos.

Eusebio dice que después de la ascensión de Jesús, el apóstol Tomás “envió a Tadeo (Addai en
siríaco), uno de los setenta,” a Edesa. Tadeo curó a Abgar y a “muchos otros en la ciudad, hizo obras
maravillosas y predicó la palabra de Dios.” La pregunta que surge es si lo que relata Eusebio es
históricamente verificable y cierto. Eusebio así lo creía, pero quizás estaba equivocado. La
arqueología ha encontrado una moneda con la esfinge del rey Abgar de Edesa, con una cruz en su
corona. Pero no es el Abgar de tiempos de Jesús, sino Abgar VIII ó IX (179–216), y la moneda fue
acuñada entre 180–192. Como ocurría con frecuencia en la antigüedad, los compiladores de la
historia tomaron un hecho real y lo remontaron a los días de Jesús para darle lustre.

Es muy probable que el primer rey cristiano de Edesa haya sido Abgar IX. Su nombre aparece en
la Crónica de Edesa, pero allí no dice que haya sido cristiano. Julio Africano, quien vivió en la corte
de Abgar antes del 216, dice que este rey era un “hombre consagrado” (¿cristiano?). El Libro de las
leyes de las tierras, escrito antes del 250 por un discípulo de Bardaisanes, dice explícitamente que
el rey Abgar se hizo cristiano.

De todos modos, parece razonable pensar que para fines del primer siglo algunos cristianos
arameos ya habían llegado de Palestina a Osroene y que predicaron a las comunidades judías en la
región. Una indicación de esto es el hecho de que fue un judío, Tobías, quien recibió a Addai. Otro
elemento a tomar en cuenta es que los cristianos de Osroene celebraban la Pascua como lo hacían
los cristianos palestinenses y no como los de Asia.

_ La contribución de Edesa
El reino de Edesa (Osroene) fue “primero” también en varias cosas más. Por un lado, tuvo el
primer templo cristiano que recuerde la historia. Gracias al favor real, los cristianos de esta ciudad
pudieron tener su templo junto al palacio, cuando no había templos en el Imperio Romano. En el
año 201 hubo una inundación, y los registros indican que “Abgar, el rey, se paró sobre la torre,
llamada la Torre Persa, y observó las aguas con la luz de las antorchas. Las aguas rompían contra la
muralla occidental de la ciudad, entraban a la ciudad, y derribaban el grande y hermoso palacio del
rey.… Y las aguas destrozaron el templo de la iglesia de los cristianos.” De este modo, Osroene fue
probablemente el primer reino en el que se levantaron edificios destinados específicamente al culto
cristiano.

Además, en esta ciudad se hizo la primera traducción de los Evangelios del griego al siríaco, el
idioma que se hablaba por aquel entonces en Mesopotamia. A partir del segundo siglo se hicieron
traducciones del griego al siríaco, siendo posiblemente el Nuevo Testamento la primera de estas
traducciones, bastante antes del año 200. El siríaco es importante porque se transformó en el
idioma eclesiástico del avance cristiano oriental, y fue llevado, en las Escrituras y la liturgia, a través
de Asia hasta el mar de la China.

Una tercera contribución pionera de Edesa fue su énfasis en un cristianismo ascético,


especialmente a partir del siglo III. El cristianismo siríaco que se desarrolló allí puso un fuerte énfasis
sobre la ascesis. Los Hechos de Tomás hablan de los convertidos renunciando al matrimonio. Las
iglesias estaban compuestas mayormente por ascetas y se caracterizaban por un ejercicio intensivo
de los dones del Espíritu y la proclamación del evangelio. La práctica de la castidad estaba muy
difundida.

Edesa fue también un centro de expansión del testimonio cristiano y de producción de literatura
cristiana en lengua siríaca. En Edesa se formó lo que se conoce como el “ciclo de Tomás” (así como
en Frigia oriental se desarrolló el ciclo de Felipe o en Asia Menor el ciclo de Juan), que significa la
producción de una serie de tradiciones históricas y literarias ligadas al apóstol Tomás y su ministerio.
Allí surgen varias obras asociadas a Tomás, como Hechos de Tomás (siglo III), Salmos de Tomás
(composiciones judeo-cristianas del siglo II, que más tarde fueron adoptadas por los maniqueos),
Evangelio de Tomás (hallado en Nag Hammadi, pero relacionado con el medio judeo-cristiano de
Edesa, a mediados del siglo II). Otra obra importante del cristianismo primitivo oriental es Odas de
Salomón, un escrito de carácter judeo-cristiano, de orientación esenia, probablemente de fines del
siglo I. También se destacan el Evangelio de la verdad (una homilía litúrgica) y el Canto de la perla,
preservada en los Hechos de Tomás.

Edesa también produjo algunos personajes cristianos de renombre. Uno de ellos fue Taciano (c.
170), quien nació en Mesopotamia, de lengua siríaca, tuvo una buena educación, y quien fue al
Oeste buscando una religión que le diera satisfacción. Probó muchas de las religiones que se
practicaban en el Imperio Romano, hasta el año 150 cuando se convirtió a la fe cristiana en Roma.
Fue discípulo de Justino Mártir y autor de obras importantes. Su Discurso a los griegos es una
reacción contra la civilización greco-romana. En ella Taciano expresa su gratitud personal por su
liberación de los dioses del politeísmo pagano. También es el autor de una obra perdida titulada
Diatessaron (“a través de cuatro”), que fue probablemente la primera armonía de los Evangelios en
ser escrita y que tuvo una gran influencia en el cristianismo siríaco. Su testimonio personal de
conversión exalta el poder de las Escrituras y su valor por sobre los escritos griegos, que antes habían
concentrado su devoción.

Taciano: “Y, mientras estaba prestando mi más sincera atención al asunto, di con ciertos
escritos bárbaros, demasiado viejos para ser comparados con las opiniones de los griegos,
y demasiado divinos para ser comparados con sus errores; y fui guiado a depositar fe en
éstos por la sencillez sincera del lenguaje, el carácter no artificial de los escritores, el pre-
conocimiento manifiesto de eventos futuros, la calidad excelente de los preceptos, y la
declaración del gobierno del universo como centrado en un solo Ser. Y, al ser mi alma
enseñada por Dios, llegué a entender que la clase anterior de escritos llevaba a la
condenación, pero que éstos pondían fin a la esclavitud que está en el mundo, y nos
rescatan de la multiplicidad de potestades y de diez mil tiranos, mientras que nos dan, no
realmente lo que antes no habíamos recibido, sino lo que habíamos recibido pero por el
error no podíamos retener.”

Bardaisanes (154–222) fue otro nativo destacado de Edesa. Perteneció a una familia noble de
esa ciudad y estuvo ligado a la corte. Julio Africano nos informa que fue un arquero diestro, y que
escribía muy bien en griego y siríaco. Se convirtió en 179 y fue conocido como un hombre de
pensamiento independiente, poeta y primer himnólogo en lengua siríaca. Según Efraín, Bardaisanes
compuso muchos himnos (madrase), que eran una especie de lecciones líricas con un refrán. Estas
composiciones se cantaban de manera antifonal. Así, pues, Bardaisanes merece un lugar importante
como pionero en la historia de la música litúrgica.

Bardaisanes se destacó también en la literatura. En este sentido, es muy elogiado por Eusebio.
Un discípulo suyo registró su enseñanza en una obra titulada En cuanto al destino, escrita en forma
de preguntas y respuestas. También se atribuye a Bardaisanes el poema El himno del alma conocido
también como El canto de la perla. En El libro de las leyes de diversos países, algunos de sus
discípulos registraron sus enseñanzas, en las que se pone en evidencia el amplio conocimiento de
Bardaisanes. Lamentablemente, de sus numerosos escritos sólo se conservan unos pocos
fragmentos. Sus observaciones nos ofrecen un cuadro de la situación del cristianismo en todo el
mundo conocido de sus días.

Bardaisanes: “¿Y qué diremos de la nueva raza de nosotros los cristianos, a quienes Cristo
en su venida plantó en cada país y en toda región? Porque, he aquí, dondequiera que
estamos, todos somos llamados por el único nombre de Cristo: cristianos. En cierto día, el
primero de la semana, nos congregamos juntos, y en los días de las lecturas [?] nos
abstenemos de tomar alimento. Los hermanos que están en Galia no toman a varones por
esposas, ni los que están en Partia dos esposas; tampoco se circuncidan aquellos que están
en Judea; ni nuestras hermanas que están entre los Geli se unen a extraños; como tampoco
aquellos hermanos que están en Persia toman a sus hijas por esposas; ni los que están en
Media abandonan a sus muertos, o los entierran vivos, o los entregan como comida a los
perros; ni los que están en Edesa matan a sus esposas o a sus hermanas cuando cometen
impureza, sino que se alejan de ellas, y las entregan al juicio de Dios; ni los que están en
Hatra apedrean a los ladrones a muerte; sino que, dondequiera que están, y en cualquier
lugar en que se encuentren, las leyes de los diversos países no les impiden obedecer la ley
de su Soberano, Cristo; ni siquiera el Destino de los Gobernadores celestiales los mueva a
hacer uso de cosas que ellos consideran como impuras.”

Es difícil precisar la posición doctrinal de Bardaisanes. Por un lado, luchó contra la herejía.
Eusebio dice que escribió contra Marción. Pero por otro lado, se lo acusó de ser discípulo de
Valentino (gnóstico) y de practicar la astrología. Parece evidente que Bardaisanes profesaba una
especie de judeo-cristianismo gnóstico, pero no está tan claro si su gnosticismo era dualista o
meramente una manera de pensar algo anticuada. Lo segundo parece ser más probable.

LA PRIMERA NACIÓN CRISTIANA: ARMENIA


Las tradiciones más antiguas atribuyen un origen apostólico al movimiento cristiano en
Armenia. Se habla del apóstol Tadeo y se dice que ministró en este país al oeste del mar Caspio por
unos ocho años (35–43). De igual modo, se dice que el apóstol Bartolomé predicó allí por unos
dieciséis años (44–60). No obstante, estas tradiciones carecen de todo fundamento histórico.

_ La conversión de Armenia
Armenia estaba al este del Imperio Romano, pero más al norte que Edesa. El historiador griego
Sozómenos, en su Historia eclesiástica, escrita allá por el año 450, dice: “Los armenios, tengo
entendido, fueron los primeros en aceptar la fe cristiana como nación.” Según Eusebio, Armenia se
hizo cristiana hacia el 311, cuando el emperador Maximiano les declaró la guerra por esa razón. Dice
Eusebio: “Además de esto, el tirano (Maximiano) tuvo que hacer frente a una guerra contra los
armenios, gente que desde una fecha muy temprana habían sido amigos y aliados de los romanos.
Como ellos eran también cristianos y celosos en su piedad hacia la Deidad, el enemigo de Dios
(Maximiano) había intentado forzarlos a sacrificar a los ídolos y a los demonios, haciendo con esto
que de amigos se tornaran en contrincantes y de aliados en enemigos.”

Sabemos que hubo persecuciones contra los cristianos en Armenia desde comienzos del siglo II,
pero fue recién hacia el año 301 (según la tradición armenia), que el cristianismo se convirtió en
religión dominante en Armenia. Este país fue así el primer Estado del mundo en proclamar al
cristianismo como religión oficial. Armenia se encontraba entre el Imperio Persa hacia el Este y el
Imperio Romano hacia el Oeste. Debido a esta situación y su necesidad de protección frente a los
avances de uno y otro imperio, su política fue pendular. No obstante, los armenios mostraron más
acercamiento hacia los romanos que hacia los persas.
_ El apóstol de Armenia
El promotor de la conversión de Armenia fue el hijo de un noble armenio, que fue educado
como cristiano en Capadocia (Asia Menor), donde los cristianos eran mayoría hacia el siglo III. Este
varón recibió el nombre latino de Gregorio y llegó a ser conocido como Gregorio el Iluminador (240–
332), el apóstol de Armenia.

En 224, los persas sasánidas se apoderaron de Partia y comenzaron a amenazar a Armenia.


Cuando el rey armenio Cosroes (de la dinastía de los arsácidas de origen parto) procuró aliarse con
Roma, los persas mandaron a un noble armenio y pariente suyo, Anak, a matar al rey. El complot
fue descubierto y Anak fue ejecutado con toda su familia, excepto un niño, que fue llevado a
territorio romano en Asia Menor (Cesarea de Capadocia). Este niño era Gregorio. Más tarde, los
persas sasánidas invadieron Armenia y apresaron a la familia real, excepto a un hijo de Cosroes,
Tirdat (o Tiridates), que logró escapar al Imperio Romano. El emperador Valeriano atacó a los persas
en defensa de los armenios, pero los persas lo derrotaron e hicieron prisionero, sometiendo a
Armenia a su dominio. En territorio romano, Tiridates llegó a ser un soldado distinguido en el
ejército de Diocleciano. En 287, con la ayuda de Diocleciano, Tiridates recuperó el trono de su padre
y reestableció la independencia armenia.

Muchos refugiados volvieron a su patria, entre ellos Gregorio, quien debido a su muy buena
educación llegó a ser oficial de confianza de Tiridates. No obstante, con el tiempo Gregorio tuvo
problemas con el rey en razón de que rechazaba su paganismo, porque él era cristiano. El rey
finalmente lo arrestó, lo encarceló, torturó y lo tuvo por quince años en una mazmorra. Más tarde
lo condenó a muerte, cuando se enteró que Gregorio era hijo del hombre que quiso asesinar a su
padre. Pero Tiridates cayó enfermo de licantropía. Una esclava cristiana y la hermana del rey
exhortaron a Tiridates a buscar la ayuda de Dios, y le dijeron: “Sólo Gregorio tiene la medicina para
todos los males del país.” Gregorio fue llevado ante el rey, oró por su sanidad, Tiridates se sanó y
proclamó al cristianismo como religión oficial del Estado. El cronista armenio del siglo V, conocido
como Agathangelos, recuerda estos episodios, en estos términos:

Agathangelos (c. 450): “Ahora, cuando todos ellos se habían reunido en el lugar de
adoración de la casa de Dios, el bendito Gregorio comenzó a hablar, diciendo: ‘Doblen las
rodillas, todos, para que el Señor pueda efectuar la sanidad de sus tormentos.’ Todos ellos
doblaron las rodillas a Dios, y el bendito Gregorio con oraciones y súplicas fervientes imploró
con lágrimas por la sanidad del rey. Y el rey, mientras estaba de pie entre el pueblo con la
apariencia de un cerdo, de pronto tembló y echó de su cuerpo la piel como de cerdo con
sus dientes como colmillos y rostro como con hocico, y se quitó la piel con su pelo como de
cerdo. Su rostro volvió a su propia forma y su cuerpo se tornó suave y joven como el de un
niño recién nacido; fue completamente sanado en todos sus miembros.

De manera similar, todas las personas que se habían reunido en grandes números fueron
curadas de la aflicción de cada uno: algunos habían sido leprosos, otros paralíticos, tullidos,
hidrópicos, poseídos, quienes sufrían de gusanos o gota. De esta manera Cristo en su misericordia
abrió su gracia sanadora todopoderosa, y sanó a todos a través de Gregorio; aquellos afligidos
fueron curados de toda enfermedad. Así también se abrió la fuente del conocimiento de Cristo y
ésta llenó los oídos de todos con la verdadera enseñanza de Dios.”

_ El cristianismo en Armenia
Pronto surgió un movimiento de pueblos, que resultó en la conversión masiva de casi todo el
reino. En pocos meses, el culto pagano casi desapareció y el cristianismo se estableció en todas
partes. Por toda Armenia se destruyeron los ídolos, los templos fueron limpiados y consagrados
como iglesias cristianas, y muchos sacerdotes y sus hijos se incorporaron al clero cristiano. Esto
último hizo que en Armenia el sacerdocio cristiano se hiciera hereditario, como lo había sido el
pagano. Gregorio, que hasta entonces no estaba ordenado al ministerio cristiano, fue consagrado
primer obispo de Armenia en el año 302 por Leoncio, arzobispo de Cesarea de Capadocia, y llegó a
ser conocido como el “Iluminador”. El propio rey armenio, Tiridates, se convirtió y fue bautizado en
enero del año 303. Gregorio gobernó la Iglesia Armenia durante un cuarto de siglo, haciendo todo
lo posible por darle una organización sólida y completa.

Arzobispo Maghakia Ormanian: “Creó cerca de cuatrocientas diócesis episcopales y


archiepiscopales para el gobierno espiritual de Armenia y de los países circundantes.
Presidió la conversión de Georgia, de la Albania Caspiana y de la Atropatena, donde envió
dirigentes y eclesiásticos. Murió en el momento de la convocación del Concilio de Nicea
(325). Sus hijos le sucedieron.… El mantenimiento del patriarcado en la familia de San
Gregorio era con el deseo de la nación, sea porque quería rendir homenaje a su gran
Iluminador, o porque sufrió la influencia de una costumbre pagana.”

A pesar del rápido proceso de conversión de la nación, hubo algunos avivamientos de


paganismo especialmente en los distritos montañosos, y conflictos entre el rey y el Catholicós
(autoridad episcopal máxima) sobre cuestiones morales y políticas. No obstante, a lo largo del siglo
IV, el cristianismo se fue afirmando en Armenia. Este progreso se debió en particular a la
perseverancia de grandes obispos como Nercés (353–373) y Sajak (387–439), que completaron el
apostolado de Gregorio el Iluminador. En 365 se llevó a cabo el primer concilio nacional, que
estableció las reglas de disciplina necesarias para la joven iglesia.

Por entonces comenzó a sentirse la necesidad de tener la Biblia y otros escritos sagrados, así
como la liturgia, en la lengua vernácula. El problema era que el armenio carecía de un alfabeto
propio. Bajo el obispo Sajak, un ex-secretario del rey, Mesrop, desarrolló un nuevo alfabeto para el
idioma armenio (404), que contaba con treinta y seis caracteres capaces de expresar todos los
sonidos de la lengua. Una vez creado el alfabeto, Mesrop, Sajak y otros ayudantes se dispusieron a
traducir la Biblia. Hacia el año 433 apareció un Antiguo Testamento en ese idioma, traducido de la
Septuaginta, pero con muchas variantes en conformidad con la versión siríaca. De este modo, la
cultura armenia se fue gestando en torno a la fe cristiana gracias al idioma escrito. Comentarios
patrísticos y otros tratados, la liturgia y otra literatura sagrada fueron publicados en armenio, la
lengua nacional. De este modo, la nación armenia y su Iglesia estuvieron entrelazadas tan
estrechamente que han logrado sobrevivir el paso del tiempo.

_ La Iglesia en Armenia
Hacia mediados del siglo V, los persas sasánidas tomaron nuevamente el control de Armenia y
por un edicto de 449 impusieron su religión, el mazdeísmo (zoroastrismo), que se caracterizaba por
el culto al sol y al fuego. Los cristianos armenios padecieron una fuerte persecución, mientras
solicitaban ayuda a sus aliados cristianos del Imperio Romano Oriental. Esta ayuda no llegó y
Armenia quedó sometida al dominio persa. Hubo muchos mártires cristianos como consecuencia de
esta persecución. Justo L. González narra estos tristes acontecimientos, de la siguiente manera:

Justo L. González: “Los jefes de la nación armenia se reunieron en Artachat, y convinieron


en un mensaje que debía serle enviado al rey de Persia, firmado por los obispos del país:
‘De esta fe nadie nos podrá apartar.… Haz lo que quieras.’ Cuando los armenios le enviaron
este mensaje al rey de Persia contaban con el apoyo del emperador Teodosio II y de
Crisapio.… Pero poco después Teodosio murió y sus sucesores, Pulqueria y Marciano,
cambiaron de política con respecto a Persia, y por tanto les retiraron su apoyo a los
armenios. En el año 451, el mismo en que se reunió el Concilio de Calcedonia, las tropas
persas invadieron Armenia, y los naturales del país se vieron obligados a defenderse por sí
solos. Uno de sus principales jefes militares, Vardan ‘el valiente,’ defendió uno de los pasos
entre las montañas con sólo 1036 soldados, y tras larga batalla todos murieron. Los persas
conquistaron el país, y Armenia perdió su independencia.”

Como reacción, los cristianos armenios rompieron sus relaciones con el cristianismo occidental,
rechazaron las decisiones del Concilio de Calcedonia (451), y mantuvieron un desarrollo teológico y
eclesiástico independiente. Su teología fue monofisita, es decir, contraria a los cánones establecidos
por el Concilio de Calcedonia, que definían la doctrina de la doble naturaleza de Cristo como
totalmente humano y totalmente divino. El monofisismo afirmaba que la naturaleza de Cristo
permanecía totalmente divina y no humana, aun cuando él había asumido un cuerpo terrenal y
humano con su ciclo de nacimiento, vida y muerte.

Bajo el dominio persa, los armenios continuaron su resistencia basados en su fe cristiana, hasta
que el monarca persa decidió concederles algo de libertad religiosa y cierto grado de autonomía.
Con este propósito, se nombró como gobernador de Armenia al patriota Vaján (485), uno de los
líderes de la resistencia nacional. A partir de entonces, y hasta las conquistas de los turcos
selyúcidas, la iglesia de Armenia gozó de relativa paz. El patriarca Hovanes transfirió su sede a la
nueva capital, Dvin, bajo la protección del gobierno y allí pudo consagrarse a la reforma interior de
la iglesia y del pueblo. De este modo, su nombre permanece como el más honrado, después del
patriarca Sajak.

A principios del siglo VI, el episcopado armenio se fue tornando crecientemente hostil al
nestorianismo y a todo lo que se le pareciera. Esto ocurrió parcialmente debido a la influencia del
movimiento anti-calcedónico que por entonces estaba triunfando en Constantinopla, y
fundamentalmente debido a la influencia de los monofisitas de Mesopotamia y más tarde de Siria.
Para mediados del siglo VI, el Concilio de Calcedonia fue condenado de manera explícita, junto con
el Tomo del Papa León I. Desde ese momento en adelante, el monofisismo se hizo una parte integral
del patrimonio de la iglesia nacional armenia.

Esto se puso en evidencia cuando el emperador bizantino Mauricio, que había conquistado la
parte occidental de Armenia de manos de Cosroes II (582), trató de someter a esa región
nuevamente a la ortodoxia calcedónica. Apenas logró la adhesión de unos veinte obispos bajo su
autoridad, pero provocó un cisma profundo, el primero en la historia de la Iglesia Armenia (591–
610). Los demás obispos rechazaron su intento y se agruparon en torno al catholicós de Dvin,
distanciándose así de Constantinopla. La iglesia armenia entró en una ola de disturbios causados
por las dificultades exteriores, que la absorbieron totalmente, pero logró sobrevivir el paso de los
siglos. La fe cristiana ha sido desde entonces el fundamento de la identidad nacional armenia.

_ El testimonio cristiano más allá de Armenia


Al noreste de Armenia el cristianismo llegó a Azerbaidján, donde Mesrop nuevamente creó un
alfabeto que sirvió para darle forma escrita a la lengua oral y ser usada al servicio de la iglesia. Hacia
el noroeste, el testimonio se esparció hacia Georgia (en el Cáucaso). La tradición indica al apóstol
Andrés como el pionero en esta región. También habla de algunos pocos convertidos y mártires en
la generación siguiente. No obstante, los primeros registros históricos de trabajo misionero son de
comienzos del siglo IV. En este caso, la conversión de estos pueblos fue obra de una mujer, Nino
(probablemente significa “monja” o “mujer cristiana”). Era una esclava cristiana, capturada en
alguna incursión bárbara en territorio romano, que atrajo la atención de la familia real de Georgia
por su piedad y las sanidades y milagros que resultaron de sus oraciones. El rey se convirtió (hacia
330) y con él toda la nación. Se solicitó un obispo y sacerdotes a Constantinopla, se organizó la iglesia
y pronto se desarrollaron de manera autónoma. Aquí también se creó un alfabeto para los escritos
sagrados y surgió una literatura y liturgia cristianas en lengua georgiana.

Rufino de Aquilea (345–410): “El rey mandó llamar a la cautiva, y le ordenó que le enseñara
de qué manera debía adorar a Cristo. Cuando ella le hubo dado tanta instrucción como era
correcto para que una mujer dijera e hiciera, él reunió a sus súbditos y les declaró
sencillamente las misericordias divinas que habían sido concedidas a él y a su esposa, y si
bien no estaba iniciado, declaró a su pueblo las doctrinas de Cristo. Toda la nación fue
persuadida de abrazar el cristianismo, los hombres siendo convencidos por los comentarios
del rey, y las mujeres por los de la reina y la cautiva. Y rápidamente con el consentimiento
general de toda la nación, se prepararon con mucho entusiasmo para construir una iglesia.
Cuando las paredes externas fueron completadas, se trajeron las máquinas para levantar
las columnas y fijarlas sobre sus pedestales. Se cuenta que cuando la primera y la segunda
columnas se levantaron por estos medios, hubo gran dificultad para fijar la tercera columna,
ya que ni el ingenio ni la fuerza física sirvieron para nada, si bien muchos de los presentes
asistieron en empujar. Cuando llegó el atardecer, la mujer cautiva se quedó sola en el lugar,
y continuó allí a lo largo de la noche, intercediendo a Dios para que la erección de las
columnas pudiese ser completada fácilmente, especialmente porque todo el mundo se
había ido frustrado ante el fracaso; porque la columna sólo estaba levantada por la mitad,
y permanecía de pie, y una punta de ella estaba tan metida en su fundamento que era
imposible bajarla.… Temprano en la mañana, cuando se presentaron en la iglesia,
contemplaron un espectáculo maravilloso, que les pareció un sueño. La columna, que en el
día anterior parecía inamovible, ahora aparecía erguida, y elevada por un pequeño espacio
sobre su propia base. Todos los presentes fueron sacudidos con admiración, y confesaron,
con pleno acuerdo, que sólo Cristo es el Dios verdadero. Mientras todos estaban mirando,
la columna se deslizó lenta y espontáneamente y se ajustó como por una máquina a su base.
Las otras columnas fueron erigidas con facilidad, y los íberos completaron la estructura con
gran presteza.”

LOS CRISTIANOS DE PARTIA

_ El lugar
Al este de Edesa y Armenia se encontraba el Imperio Parto, que se extendía desde el mar Caspio
hasta el río Indo y hacia Occidente llegaba al río Éufrates. Desde 240 a. C. hasta 225 d. C., los partos
(originarios del sudeste del mar Caspio) dominaron este territorio y levantaron un imperio militar.
Se trataba de una federación de pueblos con poco control central. Los partos eran más bien señores
militares que cobraban tributos y mantenían el orden y la seguridad. El siríaco era el idioma más
generalizado, si bien también se leía y hablaba griego. Había comunidades judías y otras religiones
más primitivas, pero el zoroastrismo era la religión más importante.

CUADRO 11 - ZOROASTRISMO

DEFINICIÓN: Religión de la Persia antigua, posiblemente relacionada con la religión védica (Vedas)
de la India.

DIVINIDAD: Ahura Mazda/Ohrmazd (“Señor sabio”). Sus atributos son comparables a los de
Varuna, el dios del cielo de los Vedas. Demanda pureza ética y ritual, y juzga a las almas de los
seres humanos después de la muerte. Su símbolo es el fuego sagrado.

FUNDADOR: Zoroastro o Zaratustra (s. VII ó VI a. C.)

CIRCUNSTANCIA: A los treinta años tuvo una revelación de Ahura Mazda, que lo llevó a predicar
contra el politeísmo.
MUERTE: Según la tradición, murió llevando a cabo un sacrificio de fuego, que era la ceremonia
central de la nueva fe.

CREENCIAS: Zoroastro enseñó que Ahura Mazda juzgará a cada alma individual después de la
muerte. Más tarde se desarrolló un complejo sistema doctrinal especulando acerca de la
naturaleza interior del universo.

PRÁCTICAS: Religión fuertemente ética.

DESARROLLO: La expansión del Islam desplazó al zoroastrismo de Persia.

El zoroastrismo es una religión de la antigua Persia, fundada por Zoroastro o Zaratustra (¿660–
583? a. C.), quien a los treinta años tuvo una revelación de Ahura Mazda, que lo llevó a predicar
contra el politeísmo. Consiguió la conversión del rey de Irán Oriental, Vishtaspa, y sus seguidores
recibieron la protección de Darío el Grande. Según la tradición, Zoroastro murió llevando a cabo un
sacrificio de fuego, que era la ceremonia central de la nueva fe. Las ideas y prácticas del zoroastrismo
guardan cierta relación con la religión de las escrituras Vedas de la India. Su divinidad era Ahura
Mazda/Ohrmazd (“señor sabio”). Sus atributos son comparables a los de Varuna, el dios del cielo de
los Vedas. El zoroastrismo demandaba pureza ética y ritual. Su símbolo era el fuego sagrado. Se
caracterizaba por su monoteísmo y rigor ético. Zoroastro enseñaba que Ahura Mazda (o Ormuz)
juzgaría a cada alma individual después de la muerte.

Más tarde, se desarrolló un complejo sistema doctrinal que especulaba sobre la naturaleza
interna del universo. Su teología era dualista, ya que Ahura Mazda, el creador supremo, se oponía
a Angra Manyú o Ahrimán, el dios malo. Esta confrontación se describe en los escritos sagrados o
Zend-Avesta, donde la victoria final le pertenece a Ormuz. Con el tiempo, el zoroastrismo recibió
influencias del politeísmo y ciertos atributos divinos empezaron a considerarse deidades separadas.
Entre las nuevas deidades estuvo Mitra, el dios del Sol invencible. Tanto el mitraísmo como el
maniqueísmo pueden haberse fundado sobre ideas extraídas del zoroastrismo.

El zoroastrismo fue la religión oficial en Persia durante gran parte del gobierno de la dinastía
Aqueménida y más tarde con los Sasánidas, a partir del siglo III. Con la llegada del critianismo, el
zoroastrismo tuvo que hacer frente a un serio competidor religioso, y con el surgimiento del Islam,
el zoroastrismo perdió su dominio sobre Persia, a partir del siglo VII.
No obstante, es probable que la dinastía reinante en Partia al momento de la llegada del
testimonio cristiano—los Arsácidas—hayan sido tolerantes hacia el cristianismo en los primeros
siglos del movimiento. Los casos de martirios parecen haber sido más el resultado de hostilidades
locales que una política del Estado. Esto permitió que el cristianismo se difundiera ampliamente por
la región, de modo que hacia el final del período parto (225 d. C.) había más de veinte sedes
episcopales en Mesopotamia y sobre la frontera con Persia.

_ La llegada y la difusión del cristianismo


La primera influencia cristiana en Partia probablemente vino de Edesa. Los documentos hablan
de conversiones en la región de Adiabene ya por el año 99. No obstante, se trató de grupos
pequeños y sometidos a la presión constante de grupos religiosos rivales. Uno de los primeros
convertidos fue Pekhidha, el hijo de un hombre pobre, esclavo de un sacerdote zoroastrista.
Pekhidha quedó impresionado por el ministerio del misionero Addai (Tadeo) y decidió hacerse
cristiano. Pero sus padres lo encerraron. Él logro escapar y siguió a Addai. El documento que refiere
esta historia es la Crónica de Arbela, escrito en siríaco probablemente en el siglo VI por Mishiha
Zkha. Arbela era la ciudad capital del reino de Adiabene. Según la Crónica, el comienzo del
testimonio cristiano en Partia fue como sigue: “Dicen que después de cinco años, Addai lo ordenó
(a Pekhidha) y envió a su propio pueblo. De manera que … el primer obispo que tuvo la tierra de
Adiabene fue ordenado por el apóstol Addai mismo.” Pekhidha fue el primer obispo de Arbela entre
105–115.

La difusión de la fe cristiana se encontró con la resistencia de la nobleza y de los sacerdotes del


zoroastrismo, que en el 123 dieron muerte a Sansón, el primer mártir parto. La Crónica de Arbela
cuenta lo siguiente: “Sansón predicó (en las villas vecinas a Adiabene) durante dos años, y bautizó a
un gran número. La fe cristiana se esparció ampliamente en su comarca. Cuando los nobles y
sacerdotes zoroastristas oyeron de esto, pusieron a Sansón en cadenas, lo torturaron severamente,
y cortaron su cabeza.… Sansón fue el primer mártir que de nuestro país ascendió a los cielos.”
Sansón había sido diácono del obispo Pekhidha y más tarde (en 121) había llegado a ser obispo de
Adiabene.

No obstante, a pesar de la oposición, algunos altos oficiales del gobierno se convirtieron, como
Raqbakht (140), gobernante de Adiabene. Raqbakht ayudó a la fe cristiana a esparcirse, hasta que
los sacerdotes zoroastristas lo advirtieron y se complotaron para matarlo, pero él se salvó
milagrosamente. La Crónica de Arbela lo llama “hombre de Dios, el Constantino de su tiempo.”

Esta expansión temprana del cristianismo en Adiabene se dio mientras se iba cumpliendo
también una importante misión judía en la región. El rey de Adiabene, Izates y su madre se
convirtieron al judaísmo. Fue en este contexto que la misión judeo-cristiana prosperó. Es
interesante que los nombres de los obispos cristianos de Adiabene en el siglo II son todos judíos:
Sansón, Isaac, Abraham, Moisés, Abel. El obispo de Arbela, Noé, recibió visitantes de Jerusalén, y
fue de esta región que provino Taciano, a fines del segundo siglo. De modo que el cristianismo de
Adiabene fue fuertemente influido por las tendencias judeo-cristianas.
_ La oposición al cristianismo
La oposición del zoroastrismo se transformó en persecución del Imperio Parto en los años 160
y 179, con una gran matanza de cristianos. En 160, refiere la Crónica, “los sacerdotes zoroastristas
se levantaron contra los cristianos, despojándolos de sus bienes y torturándolos.” De la crisis de
179, dice: “Nuestros hermanos sufrieron mucho. Muchos que eran jóvenes y débiles en su fe,
retrocedieron, puesto que vieron sus casas saqueadas, sus hijos e hijas arrestados o secuestrados.
Y ellos mismos fueron golpeados.” Pero el desarrollo del cristianismo continuó a pesar de las
dificultades. Antes de terminar el período parto (224), según la Crónica de Arbela, había alrededor
de veinte episcopados en la región que bordeaba al Tigris. Estas sedes estaban dentro del Imperio
Parto, casi todas dentro de Mesopotamia, pero había una al sur del mar Caspio y otra en la margen
sur del golfo Pérsico. Para el año 225 la Iglesia se había extendido bastante lejos. El Libro de las leyes
de las tierras dice que había cristianos en Partia, Media y Bactria.

El cristianismo de Adiabene resultó de las influencias del judeo-cristianismo palestinense y


penetró profundamente hacia el Este. En 240, cuando Manes fue a la India, parece que encontró allí
comunidades cristianas. Si tenemos en cuenta que a fines del segundo siglo, según la Crónica de
Arbela, todavía había un solo obispo en Adiabene, es posible notar la expansión extraordinaria del
testimonio cristiano para comienzos del siglo III.

LOS CRISTIANOS DE PERSIA


Durante el siglo III, el testimonio cristiano que había alcanzado a Adiabene, al este del río Tigris,
y se esparció por toda Mesopotamia, en lo que hoy es Irak y más allá también. El cristianismo logró
penetrar profundamente en toda esta región, pero fue también aquí donde experimentó las
mayores dificultades y persecución.

_ El desarrollo del testimonio cristiano


En el año 225, las provincias persas que estaban al norte del golfo Pérsico, y que eran
gobernadas por su propio rey, se rebelaron contra los partos, quienes debilitados por sus guerras
contra los romanos, cayeron vencidos. Los persas formaron un imperio que se llamó “Sasánida” y
que pretendía revivir las glorias de la antigua Persia. Hicieron de Ctesifonte, sobre el río Tigris, su
capital y proclamaron a Ardacher (¿226–241?) como primer rey de la dinastía de los Sasánidas. El
zoroastrismo (o mazdeísmo) era la religión oficial, y desarrollaba un fuerte impulso misionero bajo
el estricto control de un clero jerárquico. Al principio los cristianos no tuvieron mayores problemas,
porque al ser perseguidos por el Imperio Romano, el peor enemigo de los Sasánidas, el gobierno no
tenía motivos para sospechar de su lealtad. Pero poco a poco, la jerarquía mazdeista, bajo la
autoridad de su Sumo Sacerdote, comenzó a invocar la ayuda del Estado para silenciar las voces
religiosas disidentes o rivales, de grupos como los maniqueos y los cristianos siríacos.

El personaje religioso más destacado en Persia durante este período fue Manes (216–277), el
fundador del maniqueísmo. Nació en el norte de Babilonia. Su familia parece haber estado
relacionada con los Arsácidas (partos). Su religión era típica del sincretismo que caracterizó al
período parto. Como resultado de una visión, su padre, Palek, se convirtió al ideal ascético y se unió
a una secta seudo-cristiana caracterizada por sus bautismos de purificación. Manes se asoció a este
grupo, pero en su juventud en Babilonia (Seleucia-Ctesifonte) también absorbió de otras religiones
(mazdeísmo, budismo, brahmanismo, judaísmo y cristianismo siríaco).

En 240, Manes recibió una revelación, según la cual tenía una misión que cumplir en
continuación de la de Zoroastro, Buda y Jesús. Su primera misión lo llevó a la India (Beluchistán),
donde convirtió al rey. De regreso pasó por la capital de los reyes Sasánidas, donde fue recibido por
Sapor I, quien lo autorizó a predicar su mensaje. Incluso, Manes acompañó a Sapor en una campaña
contra los romanos (242–244). Pero pronto enfrentó la oposición de los sacerdotes zoroastristas y
fue condenado a muerte bajo el reinado de Bihram I, el segundo sucesor de Sapor I.

CUADRO 12 - MANIQUEÍSMO

DEFINICIÓN: religión dualista de Oriente, fundada por Manes o Manetos (s. III). Combinaba
elementos del cristianismo, religiones babilónicas y mitraísmo.

FUNDADOR: Manes, quien se consideraba el revelador de una nueva religión.

CIRCUNSTANCIAS: Manes decía haber recibido una revelación, según la cual tenía una misión que
cumplir en continuación de la de Zoroastro, Buda y Jesús.

MUERTE: debido a la oposición de los sacerdotes zoroastristas (magos), fue condenado a muerte
en 277 bajo el rey Bihram I.

CREENCIAS: la base de su sistema es un gnosticismo dualista, inspirado por el gnosticismo judeo-


cristiano y el zoroastrismo iraní. El maniqueísmo se caracterizó por su sincretismo religioso:
Manes se consideraba heredero de todas las religiones, pero estuvo muy influido por el
cristianismo siríaco. Cosmología dualista parecida a la de Bardaisanes, que condenaba el mundo
material. Jesús y el Paracleto juegan un papel importante en su gnosis. La pasión de Jesús no tiene
importancia histórica sino un carácter místico, pero es el corazón de su soteriología. No eran
cristianos, pero fueron un desarrollo del cristianismo siríaco.

PRÁCTICAS: las iglesias maniqueas se dividían entre los que eran perfectos, los ascetas (miembros
verdaderos), y los que no eran perfectos, los oyentes o catecúmenos. Practicaban el encratismo
moral, que prohibía el matrimonio y el uso de ciertas comidas (carne, vino). El monasticismo
maniqueo se desarrolló de manera paralela al monasticismo cristiano.

DESARROLLO: se esparcieron ampliamente llegando hasta China y África del norte. Continuaron
hasta bien entrada la Edad Media.

Manes: “Sabiduría y acciones han sido siempre traídas de tiempo en tiempo a a humanidad
por los mensajeros de Dios. Así, en un tiempo han sido traídas a la India por el mensajero
llamado Buda, en otro tiempo a Persia por Zaratustra, y en otro al Oeste por Jesús. Por
consiguiente, esta revelación, esta profecía en este último tiempo, ha descendido a través
de mí, Manes, mensajero del Dios de la verdad a Babilonia.”

Para mediados del siglo III, en ocasión de la victoria de Sapor contra el emperador romano
Valeriano, cristianos de Siria fueron deportados a Elam, y ayudaron a esparcir el evangelio hacia el
Este, hasta el corazón mismo del Imperio Persa. Pero debido a las dificultades mencionadas, estas
comunidades cristianas siríacas estuvieron mayormente concentradas en torno a la sede episcopal
de Seleucia-Ctesifón (entre Babilonia y Bagdad), y demasiado inclinadas a seguir a las iglesias de
Occidente en materia doctrinal y espiritual.

_ La oposición a los cristianos


En el año 312, la situación cambió debido a la conversión de Constantino y la aceptación del
cristianismo por parte de Roma. Los Sasánidas no sólo rechazaron a los cristianos por oponerse a la
religión oficial (mazdeísmo), sino también porque pertenecían a la religión que favorecía el enemigo
romano. Para colmo de males, en 315, Constantino envió una carta al emperador persa (Sapor II el
Grande, 309–379), en la que alababa la nueva fe que decía profesar. Entre otras cosas, le dice que
el Dios de los cristianos fue quien lo ayudó a destronar a los tiranos y a traer paz a Roma. Agregaba
que algunos de sus predecesores persiguieron a los cristianos y como consecuencia cayeron por la
justicia divina, como Valeriano que había muerto prisionero de los persas. Con gran entusiasmo,
Constantino le decía a Sapor: “Imagina mi gozo cuando oí que los mejores distritos de Persia, están
llenos de aquellos hombres a favor de quienes estoy hablando, los cristianos. Por eso, te ruego que
tanto tú como ellos puedan prosperar.… Porque tu poder es grande, te pido que los protejas.” De
más está decir cuáles fueron las consecuencias de tremendos comentarios.

No obstante, a pesar de esto, la persecución no vino de inmediato. Pero en 337, Constantino


“habiendo oído de una insurrección de algunos bárbaros en el Este, observó que la conquista de
este enemigo todavía le estaba reservada, y resolvió hacer una expedición contra los persas.
Consiguientemente procedió de inmediato a poner a sus fuerzas en movimiento, al tiempo que
comunicó su plan marcha a los obispos que en ese momento estaban en su corte, a algunos de los
cuales él juzgó correcto llevar consigo como compañeros, y como coadjutores necesarios en el
servicio de Dios. Ellos, por otro lado, declararon alegremente su disposición de seguir su proyecto,
renunciando a todo deseo de abandonarlo, e involucrándose en batalla con él y para él por medio
de oraciones a Dios a su favor. Lleno de gozo por esta respuesta a su pedido, él les presentó su
proyectado plan de marcha; después de lo cual ordenó que una tienda de gran esplendor,
representando en su forma la figura de una iglesia fuese preparada para su propio uso en la guerra
que venía. En esto él intentaba unirse con los obispos en ofrecer oraciones a Dios de quien procede
toda victoria.” Constantino murió antes de que la campaña militar comenzara, pero el daño ya
estaba hecho. En el año 339 comenzó una gran persecución en el Imperio Persa.

_ La gran persecución de 339


Sapor II sistemáticamente procuró desmantelar la estructura de la Iglesia de la minoría cristiana,
y lo hizo concentrando sus ataques especialmente sobre los miembros del clero y aquellos hombres
y mujeres que habían tomado el voto de virginidad. Primero, se obligó a los cristianos a pagar
impuestos dobles. Cuando esto fracasó en hacerles abandonar su fe, el emperador ordenó que los
sacerdotes y ministros de Dios fuesen pasados por la espada. Los edificios eclesiásticos fueron
destruidos, la platería del altar fue llevada al tesoro, y el obispo de Ctesifonte fue arrestado como
traidor al Imperio y su religión. De esta manera los sacerdotes zoroastristas, con la ayuda de los
judíos, destruyeron rápidamente las casas de oración.

Sozómenos: “Cuando, con el tiempo, los cristianos crecieron en número, y comenzaron a


formar iglesias, y nombraron sacerdotes y diáconos, los Magos [sacerdotes zoroastristas],
quienes como una tribu sacerdotal habían actuado desde el principio en generaciones
sucesivas como los guardianes de la religión persa, se encolerizaron profundamente contra
ellos. Los judíos, quienes por envidia están de alguna manera opuestos naturalmente a la
religión cristiana, también se ofendieron del mismo modo. En consecuencia, trajeron
acusaciones delante de Sapor, el soberano reinante, contra Simeón, que entonces era
arzobispo de Seleucia y Ctesifonte, ciudades reales de Persia, y lo acusaron de ser amigo del
César de los romanos, y de comunicarle las cuestiones de los persas. Sapor creyó estas
acusaciones, y al principio, cargó a los cristianos con impuestos excesivos, si bien él sabía
que la mayoría de ellos había abrazado voluntariamente la pobreza. Le encargó el cobro a
hombres crueles, esperando que, por la carencia de lo necesario y la atrocidad de los
exactores, ellos podían ser compelidos a abjurar su religión; porque éste era su propósito.
Sin embargo, más tarde ordenó que los sacerdotes y conductores de la adoración de Dios
fuesen pasados por espada. Las iglesias fueron demolidas, sus vasos fueron depositados en
el tesoro, y Simeón fue arrestado como traidor al reino y la religión de los persas. Así los
Magos, con la cooperación de los judíos, rápidamente destruyeron las casas de oración.”

Esto fue sólo el comienzo. Tres obispos sucesivos de Seleucia-Ctesifonte sufrieron martirio, y
como resultado la sede episcopal permaneció vacante por casi los cuarenta años que duró la
persecución (348–388). Sozómenos dice que los mártires conocidos llegaron a 16.000, pero que
hubo una multitud incontable cuyos nombres no se conocen. Es posible que esta persecución haya
sobrepasado los sufrimientos de la Iglesia en el Imperio Romano, durante el siglo anterior. La peor
persecución en el Imperio Romano fue la de Diocleciano, que no produjo más de 3.000 víctimas
fatales. Pero en Persia no hubo un Constantino que cambiara la situación.

Sozómenos: “Por mi parte, pienso que he dicho lo suficiente de él [el obispo Milles] y de los
demás mártires que sufrieron en Persia durante el reinado de Sapor; porque sería difícil
relatar en detalle cada circunstancia respecto a ellos, tales como sus nombres, su país, el
modo de completar su martirio, y los tipos de tortura a los cuales fueron sometidos; porque
son innumerables, dado que tales métodos son celosamente llevados a cabo por los persas,
incluso al extremo de la crueldad. Brevemente diré que el número de hombres y mujeres
cuyos nombres han sido registrados, y que fueron martirizados en este período, ha sido
computado en dieciséis mil; mientras que la multitud fuera de estos está más allá de todo
cálculo.”

_ La supervivencia del testimonio


A pesar de verse diezmado cruelmente, el cristianismo siríaco en Persia logró sobrevivir con la
ayuda de otras comunidades cristianas de lengua siríaca en el norte de Mesopotamia. En este
proceso, la Escuela de los Persas, un seminario instalado primero en Nisibis y más tarde en Edesa
(363) jugó un papel muy importante. En esta escuela cumplió su ministerio docente Efraín (306–
373). La escuela fue una combinación de un seminario y una universidad cristianos, que entrenó al
liderazgo de las iglesias de lengua siríaca y promovió su cultura.

Cuando la persecución terminó, el obispo Maruta dirigió la reconstrucción de la Iglesia Persa.


Maruta fue miembro de varias embajadas romanas a la corte de Yezdegerd I (399–420). Fue
bienvenido por el monarca, quien se mostró tolerante hacia sus súbditos cristianos. Maruta logró
reunir a cuarenta obispos en un sínodo en Seleucia (410), que adoptó las decisiones del Concilio de
Nicea y fortaleció los lazos con la Iglesia de Occidente. También restableció el orden y la jerarquía
en toda la Iglesia Persa, con un obispo principal o metropolitano en Seleucia-Ctesifonte (que poco
más tarde fue llamado Catholikós).

_ Otros períodos de persecución en Persia


Hubo otros períodos de persecución en Persia, especialmente entre los años 420–422, bajo el
emperador Bihram V. Todo esto hizo que el cristianismo persa fuese la religión de una minoría. Pero
esta minoría sobrevivió hasta llegar a ser una comunidad reconocida, que si bien no contó con una
tolerancia completa, por lo menos pudo sobrevivir. Los cristianos pudieron establecer un acuerdo
efectivo con las autoridades del Imperio Persa, al independizarse de los obispados de la Iglesia en el
Imperio Romano y “nacionalizarse” al tener sus propios obispos (424). Así se constituyó la “Iglesia
del Este,” según se llamaba, con el siríaco como su idioma eclesiástico y el de sus Escrituras. Esta
Iglesia contó con su propio patriarca (catholikós) desde el 410, con sede en la ciudad de Ctesifonte,
y desarrolló una teología de carácter nestoriano (486), con una cristología del tipo de la escuela de
Antioquía, es decir, ponía énfasis sobre la humanidad de Cristo. En 484, el catholikós Barsumas
permitió a los obispos casarse, lo cual fue una concesión a lo que era una costumbre nacional.
Más hacia Occidente, en tanto, había tres “Grandes Obispos” en competencia por ver quién era
el primero y el de mayor influencia: (1) el obispo de Alejandría, que tenía autoridad sobre las iglesias
en Egipto, Libia y Cirenaica; (2) el obispo de Roma, que no tenía un área de autoridad declarada,
pero que era el único Gran Obispo desde Italia hacia Occidente; (3) el obispo de Antioquía, que
tampoco tenía un área de autoridad establecida, pero que tenía influencia sobre los territorios del
Mediterráneo oriental.

MAPA 5 - LAS GRANDES SEDES EPISCOPALES

_ La Iglesia Persa y el nestorianismo


Ya entrando en el siglo V, había en el Este dos corrientes de orientación teológica diferente. Por
un lado, estaba la jerarquía establecida en la sede de Seleucia-Ctesifonte (en territorio Persa) y la
escuela de Edesa (en territorio romano). Al igual que Antioquía, la sede de Edesa se vio desgarrada
con las controversias teológicas que se produjeron en la primera mitad del siglo V. Desde 437 a 457,
la escuela estuvo bajo la dirección de Narsai (m. 502), y subscribió una cristología anti-nicena o
nestoriana. No obstante, la reacción calcedónica obligó al traslado de la escuela a territorio persa,
en Nisibis (457). La escuela en Edesa finalmente fue cerrada por el emperador Zenón el Isaurio, en
489.

La escuela en Nisibis tuvo una gran influencia entre los cristianos persas y contribuyó al triunfo
en la región de la cristología nestoriana, que finalmente fue aceptada por un sínodo general de las
iglesias del Imperio Persa, celebrado en Seleucia en 486. Estas iglesias tuvieron que padecer muchas
persecuciones a lo largo del siglo V (420, 422, 445–447), debido a la oposición del mazdeísmo. Sólo
gozaron de cierta tolerancia durante los cortos períodos en los que la evolución de la política
exterior obligó al rey persa a reconciliarse con el Imperio Romano Oriental. Pero cuando estas
relaciones se deterioraban, como en tiempos de Cosroes I y Justiniano (540–545), o de Cosroes II y
Heraclio (602 en adelante), el número de mártires se multiplicaba.

La Iglesia Persa o del Este sufrió también debido a los problemas internos, en razón de
problemas sucesorios en el liderazgo, cismas y anarquía. Afortunadamente, gozó de un período de
vigor bajo el liderazgo de un gran Catholikós reformador, Mar Aba (540–552), quien venció las
dificultades y logró restituir el orden y la disciplina. A pesar de los muchos obstáculos, el cristianismo
tuvo éxito no sólo en mantener su fortaleza sino en hacer progresos dentro de la sociedad sasánida,
al punto de lograr algunos convertidos en la clase gobernante, e incluso en la familia real y el
sacerdocio mazdeísta.

La labor misionera nestoriana avanzó significativamente en las montañas del Kurdistán, donde
todavía hoy se encuentran comunidades nestorianas (los cristianos asirios). Los nestorianos también
se extendieron en dirección a Asia Central y la India (la Iglesia Siríaca en la costa Malabar). No
obstante, con el correr del tiempo, la Iglesia Nestoriana se fue aislando del resto de la cristiandad y
se desarrolló a su propio ritmo. Tuvieron que enfrentar la competencia del proselitismo de los
monofisitas, desde Filomeno de Mabbug a Jacobo Baradeo en territorio persa, y que terminaron por
organizarse como una Iglesia separada con su propia red de obispos y monasterios. No obstante, le
cupo a esta Iglesia ser la protagonista de la primera expansión del cristianismo hacia el Lejano
Oriente, cruzando toda el Asia Central hasta llegar a China (635).

EL CRISTIANISMO EN ETIOPÍA

_ Ubicación geográfica e histórica


Sobre las márgenes del mar Rojo hay dos países que tuvieron una participación importante en
la historia del cristianismo, no sólo por lo que ocurrió en ellos, sino también porque fueron escalones
para un mayor avance de la fe cristiana. Estos países son Etiopía y Arabia.

MAPA 6 - ETIOPÍA, ARABIA, PERSIA E INDIA


Etiopía es el país cristiano más antiguo no sólo de África sino de todo el mundo, que lo ha sido
en forma continuada. En Hechos, Lucas menciona la presencia de africanos en Pentecostés (Hch.
2:10), y registra el bautismo de un africano como el primero practicado por un gentil (Hch. 8:26–
39). Este etíope regresó a su patria portando las buenas nuevas de Jesucristo, y ya los Padres de la
Iglesia lo consideraron como el primer misionero en África, específicamente en Meroe, en lo que
hoy es Sudán (a 2.700 kms. de Jerusalén), que era el territorio gobernado por la reina Candace.

_ El desarrollo del cristianismo en Etiopía


La historia del cristianismo en Etiopía es retomada por Rufino (c. 345–410), un monje italiano
que escribió una Historia eclesiástica (c. 400). En ella cuenta que la fe cristiana llegó a Etiopía por
medio de Frumencio (c. 300–383), un joven cristiano de Tiro, que después de haber sido tomado
prisionero por los etíopes, logró ocupar un alto cargo en el gobierno de su país (un caso parecido al
de José en el Antiguo Testamento). Meropio, filósofo cristiano de Tiro, decidió visitar la India y llevó
con él a sus dos sobrinos y discípulos (Frumencio y su hermano Edesio). En el viaje de regreso, la
embarcación que los transportaba hizo puerto en Adulis, en la costa etíope del mar Rojo, para
aprovisionarse de comida y agua. Allí fueron atacados por los locales. Frumencio y Edesio fueron
hechos prisioneros y llevados al rey etíope a la capital (Axum), donde en razón de su educación
sirvieron como secretario y copero respectivamente. Cuando el rey murió, su hijo era todavía niño
y la reina pidió a los dos hermanos que compartieran el gobierno con ella como regentes y
especialmente que educaran a su hijo como futuro rey.

El relato nos dice que los dos hermanos aprovecharon su posición de poder e influencia para
esparcir la fe cristiana. Entre otras cosas, encontraron cristianos entre los mercaderes romanos que
visitaban el país y los ayudaron a construir lugares de adoración. Cuando el príncipe creció, Edesio
decidió regresar a su familia en Tiro, pero Frumencio fue a Alejandría y le informó al obispo Atanasio
“lo que el Señor había hecho, y le pidió que consagrara un obispo para los muchos cristianos
congregados y las iglesias construidas en esta tierra extranjera. Y Atanasio, después de una reflexión
cuidadosa, dijo, ‘¿Y quién más adecuado que tú mismo?’ ” Finalmente, Frumencio fue consagrado
obispo por Atanasio de Alejandría (296–372), alrededor del año 330. Aquí también el rey se convirtió
y el cristianismo encontró terreno propicio para su difusión. Como obispo, Frumencio estableció en
Etiopía un cristianismo sólidamente niceno. Más tarde, el emperador Constancio trató en vano de
imponer el arrianismo, tal como lo estaba haciendo con éxito en el Imperio Romano.

_ Evidencias de cristianismo en Etiopía


Ezana, el rey de Etiopía, dejó inscripciones en Axum, que registran los triunfos de su reino (325–
350). Para los primeros años da gracias a los dioses del país. Luego dice: “Gracias sean dadas al Señor
de los cielos, quien tanto en el cielo como en la tierra es más poderoso que todos.” Evidentemente,
en algún momento de su vida adulta este monarca se convirtió al cristianismo. Hay una moneda con
la efigie del rey que lo presenta rodeado de cuatro cruces, típico símbolo cristiano. Ezana fue muy
probablemente el rey a quien Frumencio sirvió como regente. Esto significa que Etiopía se hizo
cristiana antes del año 350. La capital actual de Etiopía es Addis-Adeba, pero Axum continúa siendo
la capital religiosa. Salvo un corto período en el siglo X, Etiopía es el país de presencia cristiana
continuada más antiguo del mundo.

Es interesante notar que aquí también el cristianismo contribuyó al desarrollo de una cultura
nacional mediante la creación de una lengua escrita. En la primera mitad del siglo IV, la lengua
nacional, el geez, adoptó una forma de escritura derivada de un alfabeto del sur de Arabia. No
obstante, fue después de varias generaciones que se fueron produciendo obras de traducción y
edición, que hicieron que la Iglesia Etíope pudiera contar con su propia versión de las Escrituras
(segunda mitad del siglo V) y de la liturgia y literatura, como también ricas expresiones de arte
cristiano. El cristianismo en Etiopía alcanzó su período más glorioso durante los siglos V y VI, cuando
la civilización etíope echó raíces, se expandió y floreció con un marcado tinte cristiano.

La Iglesia Etíope dependió estrechamente de Egipto. Recién en el siglo XX (1951) el abuna, el


líder de la Iglesia de Abisinia, dejó de ser un dignatario nombrado por la sede patriarcal en
Alejandría. No es extraño, pues, que la Iglesia Etíope se haya inclinado a favor del monofisismo. Esta
corriente teológica fue introducida por los “Nueve Santos,” un grupo de monjes siríacos monofisitas
que se refugiaron en Etiopía escapando de la persecución católica a fines del siglo V.

EL CRISTIANISMO EN ARABIA E INDIA

_ El cristianismo en Arabia
El cristianismo llegó temprano a Arabia, introduciéndose desde el norte por la frontera con el
Imperio Persa y el Imperio Romano; y desde el sur por el golfo Pérsico y el mar Rojo. Arabia era un
país sin un gobierno central. Las tribus eran nómadas e independientes. El cristianismo se desarrolló
de igual manera, ya que no hubo un movimiento de escala nacional. Hacia el año 370 encontramos
los primeros registros de conversiones cerca de la frontera romana entre los nómadas del desierto.
Pero es evidente que ya había cristianos en Arabia desde algún tiempo antes. La reputación de
algunos monjes del desierto llevó a la conversión de una que otra tribu en territorio árabe. Los
sarracenos, por ejemplo, se convirtieron por los esfuerzos de la reina María y su obispo, el monje
Moisés, para quien se creó una sede en la península de Sinaí, en 374. No obstante, estas
conversiones eran pocas y no dan cuenta del surgimiento de verdaderas iglesias nacionales.

La difusión del cristianismo en territorio propiamente árabe fue todavía más esporádica. Es
posible que mercaderes cristianos de origen romano en sus visitas a puertos árabes sobre el mar
Rojo hayan logrado algunos convertidos. Hacia el 350, el emperador Constancio envió una embajada
a la corte del rey de los Himyaritas en lo que ahora es Yemén, para pedirle al rey que permitiera las
misiones cristianas. Pero parece que no hubo resultados muy positivos.

Conocemos el nombre de algunos obispos cristianos árabes o que sirvieron en territorio árabe.
En el Sínodo de Antioquía, en 364, en la lista de los obispos presentes, encontramos el nombre de
“Teotino, obispo de los árabes”. Otro obispo árabe fue Teófilo de la India, quien fue el obispo que
se presentó como embajador del emperador Constancio al rey del Yemén y lo instó a aceptar la fe
cristiana, alrededor de 356. Este Teófilo es un personaje curioso. Nació en alguna isla distante en el
mar Rojo o el océano Índico. A edad temprana había sido enviado como rehén a la corte de
Constancio, fue educado en el Imperio Romano, se convirtió al cristianismo, fue ordenado como
diácono por Eusebio de Nicomedia y más tarde como obispo por miembros de su partido. Abrazó la
forma más virulenta de arrianismo, y esta secta lo honró admirándolo como un gran obrador de
milagros. En ocasión de su misión al sur de Arabia, probablemente visitó la isla en la que había nacido
y otras regiones alrededor del océano Índico, donde encontró a cristianos que practicaban su
religión más o menos de manera estricta.

En Yemén, la comunidad judía se opuso firmemente a los intentos proselitistas de Teófilo, pero
éste prevaleció y el rey puso de manifiesto la sinceridad de su conversión al mandar construir tres
templos. Los cristianos del Yemen, no obstante, sufrieron más tarde (comienzos del siglo VI) una
severa persecución inspirada por los judíos. Muchos hombres, mujeres y niños padecieron martirio
en 523 bajo Masruq, rey de Yemén, hijo de una mujer judía y judío él mismo. La persecución duró
hasta el año 525, cuando el rey judío fue vencido por ejércitos cristianos provenientes de Etiopía,
que establecieron un protectorado etíope. No obstante, las vicisitudes de los cristianos continuaron,
hasta que finalmente el Yemén fue conquistado por los persas en 570.

Finalmente, gracias al protectorado etíope, el testimonio cristiano creció hasta que contó con
una importante minoría en la población, especialmente en la región de Najrán. Con el surgimiento
del Islam, el cristianismo monofisita del sur de Arabia virtualmente desapareció, o por lo menos
perdió fuerzas. Este tipo de cristianismo es el que probablemente se ve reflejado en el Corán, las
escrituras sagradas de los musulmanes.

_ El cristianismo en India
¿Cuándo llegó el cristianismo a la India? No hay documentación suficiente para dar una
respuesta definitiva, y los datos que se poseen son fragmentarios. Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa
Siria, que todavía sobrevive, es testimonio de la presencia del cristianismo desde tiempos remotos
en la India. El libro Los hechos de Tomás, escrito probablemente en Edesa alrededor del año 200,
cuenta que los doce apóstoles echaron suertes para decidir a qué país iría cada uno, y que a Tomás
le tocó la India. Viajó por mar y llegó a la corte de un rey llamado Gundaforo, a quien bautizó.
Finalmente, murió alanceado en otro lugar de la India, y enterrado en Mylapore, al sudoeste de
Madrás. La historia, si bien está llena de fantasía, puede tener elementos de verdad, y es muy
probable que el primer cristiano en llegar a la India haya sido el apóstol Tomás. Al menos, la Iglesia
Ortodoxa Siria lo considera su fundador. La tradición menciona también a Bartolomé en relación
con la evangelización de la India, si bien es probable que este apóstol haya ido a Arabia y fue desde
allí que el testimonio cristiano se extendió a la India.

Otro misionero a la India fue Panteno de Alejandría (c. 180). Según Eusebio, Panteno se hizo
cargo de una misión en la India, donde encontró un Evangelio de Mateo escrito en caracteres
hebreos (arameo). Eusebio describe a Panteno como filósofo y misionero. Nacido en Sicilia y
convertido del paganismo, Panteno finalmente se estableció en Alejandría, donde enseñó y llegó a
ser el líder de la escuela catequética en aquella ciudad de Egipto.

Diversos documentos dan testimonio de la presencia de cristianos en la India durante el siglo


IV. Se menciona a David, obispo de Basora (en Mesopotamia), que “fue a la India donde evangelizó
a mucha gente” (c. 300); a Juan el Persa, que representó a las iglesias de toda Persia y “en la gran
India” en el Concilio de Nicea (325); a Tomás el Mercader, que llegó a la costa Malabar al frente de
un grupo de inmigrantes cristianos en el año 345, posiblemente huyendo de la persecución en Persia
(339–379). Es posible, según testimonios arqueológicos que el rey de Malabar, Pallivanavar, se haya
convertido por este tiempo (350).

Hacia el año 547, un ex-mercader alejandrino que se hizo monje escribió un libro titulado La
topografía cristiana. Su propósito era demostrar que la tierra era plana y no esférica, como algunos
sostenían. Había viajado por todo el mundo (especialmente el océano Índico entre 520–525) y
estaba convencido de lo que creía. Si bien su propósito principal estaba errado, su obra es un
importante documento para la historia del cristianismo. Refiriéndose a Mateo 24:14, escribe: “El
evangelio ha sido predicado en todo el mundo. Declaro esto como un hecho, en base a lo que he
visto y oído en muchos lugares.” Luego menciona los lugares en los que se podía encontrar a
cristianos, a lo largo de las rutas comerciales de África y Asia: “En Ceylán (hoy Sri Lanka) hay una
iglesia, con clero, y una congregación de creyentes, pero no sé si más allá también hay.… Tal es el
caso también de la tierra llamada Male (Malabar o Kerala, en el sur de la India), donde crece la
pimienta, y de Kalliana (Kalyan, cerca de Mumbai), con un obispo elegido desde Persia.” Luego sigue
mencionando a Socotra, una isla en el mar de Arabia, donde “hay clero persa y una multitud de
cristianos;” toda la tierra de Persia, con “innumerables iglesias, grandes comunidades, y también
sus propios mártires; Etiopía y Axum; el Yemén y Arabia.” De esta manera, Cosmas Indicopleustes
en su descripción ofrece detalles sobre la situación del cristianismo en la India, pero presenta
también un interesante resumen del progreso del cristianismo en todo el Este, fuera del Imperio
Romano. Su testimonio es el más antiguo que se tiene de la presencia de cristianos en el
subcontinente de la India en sus días.

MAPA 7 - LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO A FINES DEL SIGLO VI

LOS BÁRBAROS DEL NORTE DE EUROPA


De Oriente volvemos a Occidente para considerar el desarrollo del cristianismo en Europa, fuera
de las fronteras del Imperio Romano. Sin embargo, para entender los procesos históricos que
ocurrieron en el norte de Europa es necesario que comencemos refiriéndonos a movimientos de
pueblos que se produjeron en el centro de Asia.

_ Los hunos de Asia Central


En Asia Central vivía un pueblo de raza mongola, conocido como los hunos. Vivían al norte del
desierto de Gobi y de los Himalayas, barreras naturales que defendían a China e India; y de la Gran
Muralla china, barrera artificial de 2200 kilómetros de longitud. Los hunos no conocían la
agricultura, no tenían ciudades, ni villas, ni casas, sino que eran nómadas que vivían en un lugar
hasta agotarlo y luego se movían a otro sitio con sus familias, tiendas y animales. Eran guerreros
feroces y tenían una gran movilidad debido a sus cabalgaduras resistentes y veloces. A medida que
crecieron, sus desplazamientos se fueron haciendo más frecuentes y rápidos. Entonces se dedicaron
al saqueo, al crimen y la destrucción. Eran temidos en Asia y en Europa.

A pesar del desierto de Gobi y la Gran Muralla, algunas tribus invadieron China e India. En el año
200 terminaron con la dinastía Han de la China y dieron comienzo a 400 años de una suerte de edad
media china. En 480 cruzaron los Himalayas y destruyeron el Imperio Gupta, que desde el 320 había
formado una gran civilización en el norte y centro de la India. Otros grupos se dirigieron hacia el
oeste presionando sobre las tribus bárbaras del norte de Europa, que comenzaron a entrar al
Imperio Romano atraídas por su clima más cálido, mejores condiciones de vida y, sobre todo, la
seguridad que ofrecían sus fronteras.

_ Los godos de Europa del norte


Desde el siglo II, los gobernantes romanos reconocieron el peligro de las tribus germanas al
norte del río Danubio, de las que los godos eran la mayoría. Estos pueblos godos comenzaron a
irrumpir pacíficamente en las fronteras romanas, estableciéndose con permiso imperial como
colonos o mercenarios en el ejército de frontera. Algunos llegaron a ser oficiales de los ejércitos
romanos, al punto que en 235 un godo llegó a ser general y más tarde fue aclamado como imperator
por el ejército (emperador Germánico, 251). Esto llegó a ser muy peligroso ya que las tribus godas
presionaban las fronteras cada vez más y llenaban de mercenarios el ejército que se suponía cuidaba
esas fronteras.

Los godos estaban establecidos en las llanuras alrededor del mar Negro, entre el Danubio y el
Dnieper. En algún momento, durante el siglo III, el testimonio cristiano comenzó a esparcirse entre
ellos posiblemente desde Crimea. En el siglo IV, los hunos presionaron sobre las tribus al norte del
Danubio (en Rumania y Hungría), especialmente a los godos, y los forzaron a ingresar masivamente
al Imperio Romano. En 376, los godos pidieron permiso para ingresar al Imperio. Se instalaron en
los Balcanes, cerca de Constantinopla. En 378, hubo un levantamiento de los refugiados godos, que
terminó en la derrota del ejército imperial del emperador Valente, en la batalla de Andrinópolis. El
sucesor, Teodosio el Grande, logró someterlos y los hizo sus aliados a cambio de un tributo anual.

Los visigodos permanecieron algunos años custodiando las fronteras del Imperio, pero a la
muerte de Teodosio (395) se alzaron en armas y luego de asolar a Grecia y Macedonia, se dirigieron
hacia Italia. En el año 408, el emperador Honorio mandó asesinar a Estilicón, el responsable por la
defensa de Roma. Entonces el general visigodo Alarico (376–410), un general godo al servicio del
Imperio y que se hallaba en Iliria, reanudó sus ataques contra el Imperio. Finalmente, en 410, Alarico
puso sitio a Roma y la saqueó.

Para muchos cristianos, la caída de Roma significó el fin del mundo. Jerónimo (342–420), el
autor de la Versión Vulgata de la Biblia (versión latina), desde su lugar de retiro en un monasterio
en Belén, refiere los acontecimientos y su desarrollo con gran dramatismo. En una carta a Heliodoro,
escrita en 396, Jerónimo expresa su espanto frente a la situación en todo el mundo.

Jerónimo: “Durante veinte años y más, la sangre de los romanos ha sido derramada
diariamente entre Constantinopla y los Alpes Julianos.… ¡Cuántas matronas y vírgenes de
Dios, damas virtuosas y nobles, han sido sometidas para entretenimiento de estos brutos!
Obispos han sido tomados cautivos, sacerdotes y aquellos en las órdenes menores han sido
asesinados. Las iglesias han sido demolidas, los caballos han sido guardados junto a los
altares de Cristo, las reliquias de los mártires han sido desenterradas. El llanto y el temor
abundan por todas partes y la muerte aparece en innumerables formas y maneras. El mundo
romano está cayendo: no obstante, mantenemos en alto nuestras cabezas en lugar de
inclinarlas.… El Este, es verdad, parecía estar protegido de todos estos males.… Pero, he
aquí, en el año que acaba de pasar los lobos (ya no de Arabia sino de todo el norte) se han
soltado sobre nosotros desde lo más intrincado del Cáucaso y en corto tiempo han
derrotado a estas grandes provincias.… ¡Qué enorme cantidad de monasterios han
capturado! ¡Cuántos ríos han hecho correr rojos en sangre!… Son nuestros pecados los que
hacen fuertes a los bárbaros, son nuestros vicios los que vencen a los soldaros de Roma.…
¡Oh, si tan solo pudiésemos subirnos a una torre de vigía lo suficientemente alta que de ella
pudiésemos contemplar toda la tierra esparcida a nuestros pies, entonces les mostraría a
un mundo en ruinas.”

Poco más tarde, la situación se había agravado y Jerónimo, como si estuviese actuando de
reportero en el frente de guerra, informa detalladamente de la situación. En una carta escrita a
Ageruchia, una viuda noble de Galia, alrededor de 409, dice: “Sí, el Anticristo está cerca.… Ahora
hablaré unas pocas palabras de nuestras miserias presentes.… Tribus salvajes en números
incontables han invadido todas las partes de Galia. Todo el país entre los Alpes y los Pirineos, entre
el Rin y el Océano [Atlántico], ha quedado devastado por las hordas de [los bárbaros].… Y los que la
espada perdona por fuera, el hambre los devora por dentro. No puedo hablar sin lágrimas …”
Apenas un poco tiempo después, Jerónimo parece estar redactando los titulares de un diario,
cuando en una carta a Principia (412), comenta: “Un rumor terrible del Oeste. Roma ha sido sitiada
y sus ciudadanos se han visto forzados a comprar sus vidas con oro. Luego, así despojados, ellos han
sido sitiados nuevamente de modo que perdieron no solamente su sustento sino sus vidas. Mi voz
se pega en mi garganta; y, al dictar [esta carta], el llanto ahoga mi palabra. La ciudad que había
tomado a todo el mundo ahora estaba cautiva.”

La caída de Roma fue el presagio de la inminente caída del Imperio Romano occidental. Antes
de terminar el siglo V, los visigodos se iban a establecer en España, los vándalos cruzaron al norte
de África, los burgundios ocuparon la región de Francia a la que dieron su nombre, mientras que las
regiones al norte del Imperio fueron dominadas por los francos y los anglo-sajones, tribus éstas que
todavía no habían tenido contacto con el cristianismo. La Edad Oscura se estaba cerniendo sobre
Occidente y muchos se habrán sentido tan apesadumbrados como Jerónimo.

La caída de Roma fue una tragedia, que despertó varios interrogantes: (1) ¿qué hizo la Iglesia
en el Imperio Romano respecto a los bárbaros que estaban por destruir ese Imperio? (2) ¿qué hizo
la Iglesia del Este respecto de los más salvajes de todos los pueblos bárbaros, los hunos? (3) ¿qué
enseñó la Iglesia acerca de la caída de Roma y sobre cualquier crisis similar que pudiera ser
considerada como “el fin del mundo”?

_ La Iglesia del Oeste y los godos


Si bien la caída de Roma fue una verdadera tragedia, no perjudicó mayormente la situación de
la Iglesia cristiana romana. En buena medida, el respeto que los bárbaros invasores tuvieron por la
Iglesia latina, su clero, sus templos e instituciones se debió al hecho de que muchos de ellos ya
conocían la fe cristiana. El cristianismo había llegado a las tribus germanas no por medio de un plan
elaborado para ganarlos, sino a través de prisioneros cristianos. En 264, godos de Rumania cruzaron
el mar Negro, atacaron Asia Menor, y tomaron prisioneros griegos cristianos. Uno de ellos fue el
abuelo de Ulfilas (311–383), quien habría de llegar a ser el apóstol a los godos.

Antes del año 400, el cristianismo había alcanzado a los pueblos germanos que vivían al norte
del río Danubio, gracias a la predicación y el ministerio de Ulfilas. Este singular misionero, hijo de
una mujer goda, pero con educación griega y latina, conocía muy bien las costumbres de los pueblos
bárbaros. Había llegado a cumplir funciones eclesiásticas como lector y estaba bien comprometido
con el ministerio, cuando una embajada enviada al Imperio Romano le dio la oportunidad de hacer
contacto con las autoridades de la Iglesia en el Este. La embajada llegó siendo emperador Constancio
(341), cuando la reacción anti-nicena triunfaba en el Este. Ulfilas, entonces, fue ordenado obispo
por Eusebio de Nicomedia y como era de esperar adoptó una teología arriana.

El obispo de Constantinopla lo designó como misionero a los godos, donde llevó a cabo una
labor misionera extraordinaria. Ulfilas era un hombre práctico. Lejos de enredarse en las
especulaciones teológicas y filosóficas de la época, se adhirió a la doctrina arriana porque resultaba
más fácil de comprender y comunicar, especialmente a los paganos. A Ulfilas no le interesaba tanto
la especulación teológica de sus días, como expresar en la forma más simple posible un credo que
fuera fácilmente aceptado. Por eso, en su prédica enseñaba que Cristo no era Dios sino un ser
inferior, es decir, su cristianismo era arriano.

Ulfilas fue más hábil como predicador que como pensador; fue un pésimo teólogo, pero un
misionero extraordinario. Su obra más importante fue la traducción de la Biblia al idioma gótico.
Para aquel entonces, la Biblia ya estaba traducida al siríaco, el copto (es decir, “egipcio”) y el latín.
El problema era que los godos no tenían escritura, salvo por algunos pocos caracteres rúnicos que
eran utilizados más en la magia que en la comunicación. Ulfilas entonces inventó un alfabeto gótico
usando letras griegas para representar los sonidos góticos. Así, la Biblia Gótica llegó a ser el primer
libro en la familia de idiomas germanos, a los que pertenecen idiomas modernos tan importantes
como el inglés y el alemán. Ulfilas conocía griego y sabía lo que tenía que hacer; pero también
conocía a los godos y sabía lo que no tenía que hacer. Por eso adaptó su versión de la Biblia a la
cultura y cosmovisión gótica.

Filostorgio: “Ulfilas tuvo un muy gran cuidado de los godos de muchas maneras. Por
ejemplo, redujo su lengua por escrito y tradujo todos los libros de la Biblia en su habla
cotidiana, excepto los libros de Reyes. Los dejó fuera porque son meramente el relato de
hazañas militares, y las tribus góticas eran particularmente afectas a la guerra. Ellas tenían
más necesidad de controles sobre sus naturalezas guerreras que de estímulos que los
urgiera a acciones de guerra.”

Ulfilas terminó su carrera en la anterior provincia romana de Mesia, al sur del Danubio. Se retiró
allí para escapar a una de las persecuciones dirigidas a interrumpir el avance del testimonio cristiano
entre los godos, o bien para acompañar la instalación de un grupo de godos en territorio romano.
Las iglesias fundadas por Ulfilas continuaron siendo arrianas en su teología. Varios sucesores de
Ulfilas sirvieron como obispos arrianos y escribieron obras y participaron en disputas teológicas
importantes. El arrianismo se transformó, de este modo, casi en la religión nacional de los pueblos
germanos.

Por supuesto, no todos los godos que se llamaban cristianos eran convertidos auténticos.
Muchos de los que entraban al Imperio aceptaban el bautismo, así como aceptaban las costumbres
romanas. Otros se hacían pasar por cristianos para poder entrar al Imperio, especialmente durante
el siglo IV. De todos modos, la Iglesia latina se vio beneficiada ya que recibió el ingreso masivo de
nuevos miembros, admiradores asombrados de las ceremonias cristianas y de la belleza de sus
templos. Los bárbaros analfabetos aceptaban todo sin demasiadas preguntas, y si bien tenían la
hegemonía política y militar, fueron sometidos al romanismo. En definitiva, la victoria cultural de
Roma sobre estas tribus fue un paso decisivo para el avance de las pretensiones de su obispo sobre
las de sus competidores del este.

MAPA 8 - RUTAS SEGUIDAS POR LOS HUNOS Y GODOS

_ La Iglesia del Este y los hunos


¿Hubo testimonio cristiano entre los hunos? Según Jerónimo, en una carta que le escribe a
Laeta, la nuera de Paula, que lo acompañaba en su monasterio en Belén (403), parece que sí. “Todos
los días”—afirma el monje de Belén—“damos la bienvenida a multitudes de monjes de India, de
Persia, de Etiopía. El arquero armenio ha dejado sus flechas de lado, los hunos están aprendiendo
el Salterio, y los fríos escitas son templados con la llama de la fe.”

El documento que testimonia de la presencia del cristianismo entre los hunos es la Crónica de
Sa’art. Este documento fue escrito entre los años 800–1300, pero está basado en registros
anteriores. Cuenta de una revuelta en Persia antes del año 500, que sacó al emperador persa Qbad
de su trono y país. Qbad huyó hacia el nordeste, a una región que se conoce como Bactria, sobre el
río Oxus, ocupada en aquel tiempo por los hunos blancos (turcos). El rey huno lo ayudó a recuperar
su trono, y al regresar a Persia, Qbad se mostró favorable a los cristianos, porque los cristianos entre
los hunos lo habían ayudado. Algunos persas miembros de su corte y que lo acompañaron a Bactria
se quedaron allí, se casaron y formaron sus familias entre los hunos. Años más tarde, algunos
regresaron a Persia y trajeron noticias de la presencia de cristianos entre los hunos. El redactor de
la Crónica de Sa’art copia los nombres de estos testigos y fecha su testimonio en el año 555. Los
episodios que describe pueden haber ocurrido entre 525–550.

Crónica de Sa’art: “Los hunos han aprendido a escribir su propia lengua. Así es como
ocurrió: Luchando contra los romanos, los hunos habían tomado prisioneros. Treinta y
cuatro años más tarde, un ángel apareció a Qaradushat, obispo de Arán, en Armenia
Oriental, diciendo: ‘En respuesta a las oraciones de los cautivos, Dios me ha dicho que te
pida que vayas, bautices a sus niños, les proveas de sacerdotes, les des los sacramentos, y
he aquí, yo estoy contigo y encontrarás todo lo que necesites.’

Siete de ellos partieron atravesando territorio salvaje, no haciendo rodeos por los pasos,
sino derecho, cruzando las montañas, y cada noche eran provistos de siete panes y de una
botella de agua. Predicaron a los cautivos, convirtieron a algunos de los hunos, y tradujeron
las Escrituras a su idioma.

Después de catorce años, Qaradushat murió. Su nombre significa ‘llamado por Dios.’
Otro obispo armenio, Makarios, fue llamado a ir, y fue de buen grado con algunos de sus
sacerdotes. Construyeron una iglesia de ladrillos, plantaron los campos, sembraron
vegetales, realizaron señales, y bautizaron a muchos. Los caudillos de los hunos los
honraron, invitándolos como maestros, cada uno a su propia tribu, y he aquí, están allí hasta
hoy.… Éste es el tiempo del cual habló el apóstol, cuando ‘ha entrado la plenitud de los
gentiles’ (Ro. 11:25).”

El documento describe lo que hoy podríamos denominar como misión rural. No se dice mucho
sobre la escritura y traducción de la Biblia, como en el caso de Ulfilas. Sin embargo, es muy probable
que la situación entre los hunos haya sido similar a la de los godos. El problema de la falta de un
abecedario o una forma escrita de la lengua era el mismo y debe haberse solucionado de la misma
manera. En este caso, se usaron letras siríacas para los sonidos hunos, y se creó un nuevo lenguaje
escrito, del que derivan lenguas como el mongol y el manchú.

_ La Iglesia y el fin del mundo


El problema de Volusiano. En un tiempo cuando el mundo parecía hacerse añicos, un sensible
cristiano se preguntaba por el porqué de la caída de un Imperio que llevaba el nombre de cristiano.
Volusiano, un joven procónsul, catecúmeno, le escribe a Agustín de Hipona (354–430), el más
importante de los Padres de la Iglesia latina, para compartir sus preguntas y preocupaciones. Así,
compara la entrada de Constantino a Roma en el 312 y la entrada de Alarico un siglo más tarde en
410. Según una carta de Marcelino a Agustín (412), “Volusiano piensa que todas estas dificultades
pueden ser agregadas a la pregunta previamente planteada, especialmente porque es evidente (si
bien él guarda silencio sobre este punto) que muy grandes calamidades han caído sobre el Imperio
bajo el gobierno de emperadores que en su mayor parte observaban la religión cristiana.”

Básicamente, Volusiano levanta dos preguntas. Por un lado, la pregunta pacifista, es decir, ¿está
bien que un cristiano ponga la otra mejilla, cuando es responsable de la seguridad de toda una
provincia, como era el caso de él? Por otro lado, la pregunta de la providencia, es decir, ¿por qué
Dios permite que ocurran estas cosas?

Desde su sede episcopal en Hipona, al norte de África, Agustín procuró responder a éste y a
otros interrogantes especialmente a través de su libro La ciudad de Dios (escrito entre 413 y 426),
que es la primera filosofía cristiana de la historia y la obra maestra de Agustín. Este libro es la defensa
más grande del cristianismo que jamás se haya escrito. Agustín salió al paso de la objeción de que
si bien el Imperio Romano había adoptado la religión cristiana, el cristianismo no había podido salvar
al Imperio de los bárbaros. Agustín escribió sabiendo que se encontraba en el fin de una edad, pero
miraba el futuro con esperanza.

La enseñanza de Agustín. Respecto de la crisis del año 410, Agustín admite que la religión
cristiana no salvó a Roma, pero afirma que sí salvó a muchos que estaban en peligro y necesidad.
Los horrores de la guerra no eran nuevos, pero muchos bárbaros eran arrianos y cuidaron de las
mujeres y los niños que se refugiaron en los templos cristianos.

Agustín de Hipona: “Todo el saqueo, pues, al que Roma se vio expuesta en la calamidad
reciente—toda la matanza, despojo, incendio y miseria—fue el resultado de la costumbre
de la guerra. Pero lo que fue novedoso, fue que los bárbaros salvajes se mostraron de
manera tan amable, que las iglesias más grandes fueron escogidas y apartadas con el
propósito de ser llenadas de gente a quienes se les dio refugio, y que en ellas nadie fue
asesinado, nadie fue acuchillado por la fuerza; que muchos fueron conducidos a ellas por
sus concesivos enemigos para ser puestos en libertad, y que de ellas nadie fue puesto en
esclavitud por enemigos inmisericordes. Quien no ve que esto debe ser atribuido al nombre
de Cristo, y al carácter cristiano, está ciego; quien lo ve y no lo alaba, es un desagradecido;
y quien impide a otros a alabarlo, está loco.”

En cuanto al problema del sufrimiento humano, señala Agustín que la religión cristiana no
pretende que el cristiano pueda evitar el sufrimiento. “Por lo tanto, si bien personas buenas y malas
sufren por igual, no debemos suponer que no haya diferencia entre las personas mismas, porque
no hay diferencia en lo que ellos sufren. Porque incluso en la semejanza de los sufrimientos, se da
una desemejanza en los que sufren; y si bien están expuestos a la misma angustia, virtud y vicio no
son la misma cosa.… Y así ocurre que en la misma aflicción los malvados detestan a Dios y blasfeman,
mientras que los buenos oran y alaban. De modo que la diferencia no está en cuáles son los males
que se sufren, sino en qué tipo de persona los sufre.”

Más complicada es su argumentación en cuanto al problema del mal en el mundo. Según


Agustín, la creación de Dios es buena y el mal sólo existe en la mala voluntad humana. En un mundo
que se ha alienado de su Creador, el propósito de Dios sólo puede encontrarse en el pueblo de Dios.
Dios sabía, antes de que ocurriera, que el ser humano iba a pecar.

Agustín de Hipona: “Y Dios no era ignorante de que el ser humano pecaría, y que, estando
ahora sujeto a la muerte, se propagaría en otros hombres condenados a muerte, y que estos
mortales correrían a tales enormidades en su pecado, que incluso las bestias carentes de
voluntad racional, y que fueron creadas de manera numerosa de las aguas y de la tierra,
vivirían más segura y pacíficamente con los de su propia especie que con el hombre, quien
se había propagado de un individuo con el propósito cierto de promover la concordia.
Porque ni siguiera los leones o los dragones han luchado entre sí guerras tales como las que
los hombres han luchado unos con otros. Pero Dios también previó que por su gracia un
pueblo sería llamado a la adopción, y que ellos, siendo justificados por la remisión de sus
pecados, serían unidos por el Espíritu Santo a los santos ángeles en paz eterna, siendo
destruido el último enemigo, la muerte.”

Finalmente, Agustín desarrolla el tema de las dos ciudades, que es el que le da el título a su libro.
En el corazón del mismo está el contraste entre la “ciudad terrenal,” que no será eterna, y la “Ciudad
Celestial” en la que está expresado el sentido de la historia. La idea central de Agustín es que toda
la historia humana es una lucha entre dos reinos, el de Dios y el del mundo, entre la civitas Dei y la
civitas terrena. Para él, la Iglesia es la colonia sobre la tierra de la Jerusalén celestial, establecida
para el testimonio acerca de Dios cualesquiera sean las circunstancias que se den en las naciones
del mundo. La Iglesia, peregrina a través de la historia, es la que da sentido a la historia y el fin de
este peregrinaje está más allá de la historia, en la Iglesia Triunfante.

EL CRISTIANISMO EN LAS ISLAS BRITÁNICAS

_ El testimonio en Bretaña
Uno de los primeros nombres asociados con el cristianismo en Bretaña es el de Albano, el primer
mártir cristiano en Inglaterra. Albano era un romano de Verulamium (la moderna St. Albans), de
quien se cuenta que amparó a un sacerdote cristiano durante la persecución bajo Diocleciano, en
304, a pesar de que todavía él no era cristiano. Cuando fue arrestado, confesó su fe cristiana
valientemente y después de ser torturado, fue ejecutado. Si bien hay ciertas dudas en cuanto a los
detalles de esta historia, hay dos cosas que parecen ser seguras. Primero, que el cristianismo para
este tiempo ya estaba firmemente establecido en Bretaña. Había obispos en Londres, York y Lincoln,
que concurrieron al Sínodo de Arlés pocos años más tarde, en 314. Segundo, el santuario de Albano,
cerca de Londres, se transformó en un lugar de peregrinación (hasta el día de hoy), y llegó a ser tan
famoso, que su nombre eclipsó el nombre romano que anteriormente tenía el lugar.

_ El testimonio en Escocia
En Escocia, el nombre que surge al investigar sobre los orígenes del cristianismo en esta región
(Galloway) es el de Niniano (c. 360–432), un bretón hijo de un caudillo cristiano. Siendo joven fue a
Roma a estudiar, y de allí al monasterio de San Martín de Tours, en Francia. Niniano regresó a
Escocia hacia el año 400, y durante algún tiempo vivió en una cueva. Cerca de allí construyó una
iglesia dedicada a Martín de Tours y un monasterio que seguía sus métodos misioneros. Los monjes
de este monasterio salieron a muchos lugares del país, evangelizando a los bretones en el sur, a los
pictos en el norte, a los escoceses en la costa occidental y en Irlanda del Norte.

_ El testimonio en Irlanda
El apóstol de Irlanda es Patricio (c. 389–c. 461), si bien el cristianismo ya había sido predicado
en la isla para cuando él llegó. Era un bretón, hijo de un diácono que vivía en la costa occidental de
Bretaña. Cuando tenía dieciséis años fue capturado por piratas irlandeses. Después de seis años
como esclavo en tierra pagana, logró escapar y regresar a su hogar. Pero no tenía paz, pues soñaba
con los irlandeses, en quienes su fe cristiana había comenzado a influir. Así, aceptó esto como un
llamado de Dios, y después de una larga preparación regresó a Irlanda, a la tierra de sus captores,
como misionero. Desembarcó en Ulster y viajó por todo el país desafiando valientemente al
paganismo, ganando a los caudillos y a sus seguidores. Su muerte ocurrió en el 461.

_ El testimonio en las Islas Británicas


El cristianismo de las Islas Británicas durante este período no estaba ligado con el cristianismo
latino del Imperio Romano, que empezaba a centrarse en la autoridad del obispo de Roma. Más
bien era un cristianismo de origen celta. Este cristianismo celta, imbuido de un fuerte espíritu
misionero, se vio de esta manera fortalecido en algunas regiones del noroeste, en un tiempo cuando
la ley y el orden romanos estaban en decadencia. De este modo, gracias a la obra de monjes
provenientes de las Islas Británicas, se preparó el camino para la evangelización del norte de Europa
en el siguiente período.

EL CRISTIANISMO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

_ Una vieja tradición


La tradición señala que el apóstol Pablo logró cumplir con su propósito de visitar España y
plantar allí el movimiento cristiano (Ro. 15:24, 28). No obstante, no tenemos prácticamente
información alguna en cuanto al desarrollo inicial del cristianismo en esa parte del mundo. Una
tradición muy antigua señala también que el apóstol Santiago (Jacobo) predicó en España y que el
apóstol Pedro envió a siete obispos a esta región. Es probable que, como ocurrió en otras partes del
mundo romano, el cristianismo haya entrado a la Península a través de comunidades judías en las
ciudades costeras, especialmente en el sureste, donde parece haber estado expandiéndose desde
comienzos del siglo tercero.

Justo L. González: “Según la tradición Santiago estuvo predicando en la región de Galicia y


en Zaragoza. Su éxito no fue notable, pues los naturales de esos lugares se negaron a aceptar
el evangelio. Cuando Santiago iba de regreso a Jerusalén, desanimado por lo que parecía
ser su fracaso, se le apareció sobre un pilar la Virgen—que todavía vivía—y le dio ánimo.
Éste es el origen de la ‘Virgen del Pilar’, venerada en España y en varias de sus antiguas
colonias. Tras su regreso a Jerusalén—continúa diciéndonos la tradición—Santiago fue
decapitado, y entonces algunos de sus discípulos españoles llevaron sus restos de regreso a
España, donde supuestamente reposan hasta el día de hoy en la basílica de Santiago de
Compostela. La tradición referente a Santiago en España ha tenido gran importancia para
los españoles a través de su historia, pues Santiago es el patrón del país, y ‘¡Santiago y cierra
España!’ fue el grito de guerra de la Reconquista contra los moros.”

Algunos registros del siglo III en cuanto al movimiento cristiano en España presentan un
cristianismo poco ortodoxo y maduro. Se menciona a un obispo que apostató de la fe durante la
persecución de Decio (250), pero que luego de pasar el peligro retornó a su oficio. Otros obispos
dejaron sus responsabilidades para involucrarse en el comercio. Algunas cartas de Cipriano de
Cartago (195–258) expresan que en España hubo una suerte de apostasía masiva, encabezada por
los obispos. Muchos cristianos acudían a los magistrados romanos para retractarse de su fe. Hubo
un derrumbe general de la moral, y no fueron pocos los creyentes que se sometieron a los sacrificios
oficiales, mientras continuaban profesando su fe cristiana. Incluso hubo quienes se desempeñaron
como sacerdotes cívicos. Los registros del concilio de Elvira, llevado a cabo alrededor del 309 revelan
que la Iglesia tuvo problemas con la idolatría, el homicidio y el adulterio e intentó corregir estos
errores. Este mismo concilio muestra que el movimiento cristiano se había extendido tan al norte
como Asturias y tan al este como Zaragoza, aunque su fuerza mayor parece haber estado en lo que
hoy es Andalucía.

En su Vida de Constantino, Eusebio de Cesarea menciona las diferentes regiones representadas


en el primer concilio ecuménico (Nicea, 325) convocado por el emperador Constantino. Con énfasis,
dice: “Hasta de la misma España, uno de gran fama se sentó como miembro de la gran asamblea.”
Este obispo famoso no era otro que Osio de Córdoba, consejero del emperador en materia
eclesiástica, y su enviado para tratar de reconciliar a las partes en conflicto en la controversia
arriana. Fue precisamente cuando Osio le informó a Constantino que las raíces del conflicto eran
muy profundas y que la disputa podía afectar la unidad del Imperio, que el monarca se decidió a dar
el paso que había considerado durante algún tiempo: convocar a todos los obispos cristianos del
mundo conocido para poner en orden la vida de la Iglesia y para resolver la controversia arriana.

Debe tenerse presente que, más tarde (379), el emperador Teodosio, que declaró al cristianismo
religión oficial del Imperio Romano, era natural de España, donde probablemente acogió su fe
cristiana. Teodosio fue el primer emperador romano de una fe cristiana ortodoxa. De todos modos,
el paganismo no desapareció rápidamente de España. En la última década del siglo IV los ritos
paganos todavía resultaban atractivos para muchos cristianos que habían renunciado a ellos. Incluso
un siglo más tarde, según las actas del concilio de Toledo, la idolatría seguía consiguiendo adeptos.
Si bien muchas de estas prácticas paganas pueden haber sido importadas por las tribus germanas
que invadieron la Península en el siglo V (vándalos, visigodos, suevos), es probable que hayan sido
supervivencias de tiempos anteriores a la llegada de los romanos o de los días del Imperio. No
obstante, con los visigodos, muchos de los cuales sostenían una fe arriana, el cristianismo logró un
establecimiento definitivo en la Península Ibérica con posterioridad al siglo V.

_ Una encarnizada herejía


Fue en España donde también surgió una “herejía,” que por algún tiempo mantuvo ocupados a
los sectores “ortodoxos” de la Iglesia. Lo ocurrido ilustra una constante del cristianismo español: su
rigorismo ético y su violencia ortodoxa. En este caso, el acusado fue Prisciliano (340–387), notable
asceta y predicador. Ya en el Concilio de Zaragoza (380), había sido condenado por leer libros
apócrifos y seguir prácticas ascéticas. Varios obispos seguidores suyos lo ordenaron como obispo de
Ávila. Muy pronto, sus oponentes consiguieron una orden imperial prohibiéndole asumir su oficio.
Prisciliano viajó a Milán y Roma para defender su caso ante el emperador y el obispo de Roma. El
segundo no lo recibió, pero el primero lo restituyó en su puesto en España. Pocos meses después,
un nuevo emperador lo sometió a un tribunal eclesiástico (385), bajo la acusación de gnosticismo,
ideas maniqueístas y depravación moral (Prisciliano consideraba que hombres y mujeres eran
iguales delante de Dios).

Prisciliano fue juzgado en Burdeos de acuerdo con la ley imperial que se aplicaba a la brujería,
y se lo obligó a comparecer ante el tribunal imperial de Tréveris. Sometidos a tortura, él y sus
compañeros (algunos de ellos eran obispos, como Instancio), confesaron las acusaciones que se les
hacían, especialmente de inmoralidad sexual. Pese a las protestas de Martín de Tours (m. 397), un
importante obispo galo, y de Ambrosio de Milán (340–397), los condenados fueron ejecutados por
decapitación, “convirtiéndose en el primer caso que conocemos de la masacre de ‘herejes’ y de la
caza de brujas bajo los auspicios cristianos.” El cuerpo de Prisciliano y de los otros seis ejecutados
fue trasladado a España, y se les dio sepultura como si fuesen mártires. El priscilianismo fue
condenado por el Concilio de Toledo (400).

Irvin y Sunquist: “El caso de Prisciliano refleja algunas de las ansiedades de su época, incluso
las cuestiones concernientes a nuevo papel público de la Iglesia y sus obispos, el ejercicio
del poder en el Imperio Romano, y las relaciones entre mujeres y hombres en la Iglesia.
Prisciliano se rehusó a reconocer tales distinciones agudamente definidas entre los géneros,
al menos entre aquellos que se habían comprometido con una vida ascética en Cristo. El uso
de la pena capital para controlar la enseñanza de la Iglesia fue también un paso mayor hacia
abajo en el largo camino de los juicios por herejía y el uso de la violencia en el nombre de la
fe cristiana ortodoxa. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo con esta dirección. Martín
de Tours, por su lado, vio las ejecuciones como una profunda distorsión de la fe cristiana.”

_ Un fanatismo riguroso
Hubo otras reacciones de indignación contra estos abusos, pero la persecución religiosa en
España continuó. Pablo Orosio (385–450), historiador y presbítero, llegó a destacarse como un
cazador español de herejes. En 414, en razón de la invasión de la Península por los vándalos, se
trasladó al norte de África, donde se colocó bajo la supervisión de Agustín de Hipona, quien le pidió
escribir una historia del mundo destinada a mostrar que la historia pre-cristiana fue peor que los
sufrimientos ocurridos en el Imperio bajo gobernadores cristianos. Los ataques bárbaros, según él,
eran expresión del justo juicio de Dios sobre los paganos que todavía no se habían convertido a la
fe cristiana.

Otro obispo español de renombre fue Dámaso (304–384), quien llegó a ser obispo de Roma
desde 366, después de haber derrotado con violencia a su oponente Ursino. De él, comenta
Johnson:

Paul Johnson: “Su meta parece haber sido bastante clara: presentar al cristianismo como la
verdadera y antigua religión del Imperio y a Roma como su ciudadela. Dámaso instituyó una
gran ceremonia anual en honor a Pedro y Pablo para destacar la idea de que el cristianismo
ya era muy antiguo y había mantenido su asociación con Roma y los triunfos del Imperio
durante más de tres siglos. Según lo que él alegaba, los dos santos no sólo habían asegurado
la primacía de Roma sobre Oriente, porque ella era su ciudad adoptiva, sino que también
habían demostrado que eran protectores de la ciudad más poderosos que los antiguos
dioses. El cristianismo era ahora una religión que tenía un pasado glorioso y un futuro
ilimitado. Dámaso vivía bien y agasajaba suntuosamente a sus visitantes. En 378 celebró un
sínodo ‘en la sublime y sagrada Sede Apostólica’—fue la primera vez que se usó la frase—
que exigió la intervención oficial para asegurar que los obispos occidentales se sometieran
a Roma. El Estado también dictaminó que el obispo de Roma no estaría obligado a
comparecer ante el tribunal: ‘Nuestro hermano Dámaso no debe ser puesto en una posición
inferior a la de aquellos con quienes tiene oficialmente una situación de igualdad, pero a
quienes supera por la prerrogativa de la Sede Apostólica.’ Según parece, Dámaso fue un
hombre desprovisto por completo de espiritualidad.”

_ Un extenso peregrinaje
Afortunadamente, no todos los testigos españoles fueron de un carácter cristiano tan dudoso
como el de Dámaso. Hacia fines del siglo IV (384), una mujer aristocrática de nombre Egeria,
probablemente una monja del noroeste de España, salió en peregrinaje hacia el Sinaí, Egipto,
Palestina y Mesopotamia. Es interesante que, en un tiempo en que casi no había mapas, ella utilizó
la Biblia para su orientación y la ayuda de ascetas locales que fue encontrando a lo largo del camino.
Su diario de viaje, escrito en un latín coloquial exquisito, es no sólo un testimonio extraordinario de
un periplo lleno de aventuras por parte de una mujer, sino una fuente de información extraordinaria
en cuanto a la liturgia, la arquitectura y la vida monástica de casi todo el mundo cristiano. El relato
testifica también de la noción, ya establecida para aquel tiempo, de una Tierra Santa cristiana y de
la importancia que la peregrinación a los sitios sagrados comenzó a tener. Además, Egeria, con el
relato de su viaje piadoso, ofrece una síntesis notable de la mayor parte de los lugares que hemos
mencionado en esta unidad, desde España hasta Mesopotamia.

En esta unidad hemos realizado un extenso viaje misionero. Comenzamos con los primeros
territorios visitados por el movimiento cristiano palestino, iniciando nuestro viaje en Antioquía de
Siria, para movernos a la primera ciudad-estado en convertirse al cristianismo, Edesa. De allí nos
movimos a la primera nación cristiana, Armenia. Pasamos por Partia, Persia, Etiopía, Arabia e India.
Desde el punto más extremo de la expansión oriental del testimonio cristiano, nos movimos al punto
más extremo de la expansión occidental, y así, pasando por el norte de Europa, llegamos finalmente
a las Islas Británicas y a la Península Ibérica.

En este viaje hemos podido constatar la manera dinámica en que el incipiente movimiento
cristiano encontró oportunidades para su expansión, la fundación de iglesias, la contextualización y
el testimonio. De igual modo, hemos podido evaluar hasta qué punto la oposición y persecución,
como también el impacto de la cultura local y sus manifestaciones, afectaron la configuración del
pensamiento y la acción cristianos. Todo esto resultó no sólo en un movimiento de aspiraciones
universales, sino verdaderamente mundial. Su dilatado alcance geográfico es parangonado con su
riquísima diversidad. Nuestra mayor cercanía con la cristiandad latina o mediterránea no debe
limitar nuestra visión del movimiento cristiano como auténticamente ecuménico y múltiple. Sin
embargo, de todos los variados factores que lo configuraron, ninguno parece ser más llamativo que
el cristianismo de los primeros siglos fue un movimiento típicamente urbano. Las iglesias que se
plantaron, tanto dentro como fuera del Imperio Romano, fueron comunidades urbanas, con todas
las características propias de tal condición socio-cultural. Para el año 500, la mayoría de las grandes
urbes del mundo conocido de entonces, habían sido alcanzadas con el testimonio del evangelio de
Jesucristo.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Referencias al cristianismo en autores clásicos.

Lee y responde:
“Pomponia Graecina, una mujer de alto rango (la esposa de Aulus Plautius, a quien, como he
mencionado, se le ofreció una ovación por su campaña en Bretaña), fue acusada de una superstición
foránea, y fue pasada a su esposo para que la juzgara. Él siguió el procedimiento antiguo de escuchar
su caso, que tenía que ver con la situación legal de su esposa y su honor, en presencia de miembros
de la familia, y la declaró inocente. La larga vida de Pomponia se tornó en una tristeza
inquebrantable, porque después de la muerte de Julia, la hija de Drusus, vivió cuarenta años con
ropas de luto con sólo dolor en su corazón. Esto hizo que pudiera escapar al castigo durante el reino
de Claudio, y de allí en más contribuyó a su gloria.”

Tácito (c. 60–c. 120) en Los anales (13:32), sobre el juicio de Pomponia Graecina (57).

- Explica con tus palabras cuál puede haber sido la “superstición foránea” de la que era acusada
Pomponia Graecina.
TAREA 2: La persecución en Viena y Lión en Galia (177).

“La grandeza de la tribulación en esta región, y la furia de los paganos contra los santos, y los
sufrimientos de los benditos testigos, no podemos narrarlos con precisión, ni siquiera pueden ellos
ser realmente registrados. Porque con todo su poder el adversario cayó sobre nosotros, dándonos
un anticipo de su actividad desenfrenada en su futura venida. Se esforzó en toda manera en
entrenar y ejercitar a sus siervos contra los siervos de Dios, no sólo expulsándonos de casas y baños
y mercados, sino prohibiendo a cualquiera de nosotros ser visto en cualquier lugar que sea.… Pero
aquellos que eran dignos fueron apresados día por día, completando su número, de modo que todas
las personas celosas, y aquellos a través de quienes especialmente nuestros asuntos se habían
establecido, fueron reunidas de las dos iglesias. Y algunos de nuestros siervos paganos también
fueron apresados, ya que el gobernador había ordenado que todos nosotros debíamos ser
examinados públicamente. Éstos, siendo engañados por Satanás, y temiendo para ellos las torturas
que habían visto a los santos soportar, y siendo también urgidos por los soldados, nos acusaron
falsamente … de acciones de las que no sólo no nos está permitido hablar o pensar, sino que no
podemos creer que hayan sido hechas jamás por los hombres. Cuando se informaron estas
acusaciones, todo el pueblo rugió como bestias salvajes en contra nuestra, de modo que incluso si
alguien antes había sido moderado en base a amistad, ahora estaban sumamente furiosos y
rechinaban sus dientes contra nosotros. Entonces finalmente los santos testigos soportaron
sufrimientos más allá de toda descripción.”

Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 5.4, 5, 14–16.

- Según el relato de los sobrevivientes de las persecuciones contra las congregaciones de Viena y
Lión ¿qué lugar jugó Satanás en tratar de silenciar el testimonio cristiano en aquella región de Galia?

- A la luz de este testimonio histórico, ¿cuál es el arma preferida del diablo para silenciar a la Iglesia?

- ¿Cuál es tu propia evaluación de la obra demoníaca hoy en tu contexto en términos de detener el


avance del testimonio cristiano?

TAREA 3: ¿Era cristiano Constantino?

Los autores de historia del cristianismo no coinciden en sus opiniones acerca de si Constantino era
auténticamente cristiano o no.

Lee algunos de los siguientes juicios y saca tu propia conclusión:


Baker, Compendio de historia cristiana, 27–28, 59; González, Historia del cristianismo, 1:136–139;
Latourette, Historia del cristianismo, 1:131–133; Muirhead, Historia del cristianismo, 1:137–142;
Walker, Historia de la iglesia cristiana, 110–114, 119.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. Leer Latourette, Historia del cristianismo, 1:31–37, y discutir las diferentes interpretaciones que
se han hecho sobre la ubicación del cristianismo en la historia. Discutir los dos últimos párrafos de
la p. 37, extrayendo conclusiones para compartir en un plenario de la clase.

2. Responder a las siguientes preguntas: ¿Por qué razones el idioma griego fue útil para la
comunicación del evangelio cristiano? ¿Qué idioma moderno es el más útil para comunicar el
evangelio hoy en todo el mundo? Dar razones. ¿Es el castellano un idioma adecuado para la
comunicación del evangelio?

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 7–25; 30–42.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 5–30.

González, Historia del cristianismo, 1:21–76; 103–144.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:1 1–60; 101–116; 118–133; 146–150; 155–164;

245–273.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:17–84; 97–134.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 9–21; 28–35.

Walker, Historia de la iglesia cristiana, 1–52; 83–114.

UNIDAD 2

El cristianismo más alla del imperio romano


INTRODUCCIÓN
Hacia fines del segundo siglo el cristianismo se había difundido por casi todo el mundo
mediterráneo. Se encontraba bien establecido en el norte de África, en Galia y en España. Es
probable que para esta época haya alcanzado las Islas Británicas. Hacia el sudoeste, se estaba
esparciendo a lo largo de las márgenes africana y árabe del mar Rojo. Hacia el este del Imperio había
conquistado la pequeña ciudad-estado de Edesa, y desde allí se estaba extendiendo hacia el norte
llegando a Armenia, y hacia el este iba penetrando en Persia, y aun más allá dirigiéndose hacia el
Asia Central. En este tiempo, Tertuliano de Cartago, decía: “Somos apenas de ayer, y hemos llenado
todo lugar entre vosotros—ciudades, islas, fortalezas, pueblos, mercados, y los mismos
campamentos, tribus, compañías, palacio, Senado, Foro—no os hemos dejado nada sino los templos
de vuestros dioses.” Para fines del siglo tercero, el cristianismo se había establecido fuertemente en
muchas partes del Imperio Romano a pesar de la persecución y seguía avanzando firmemente fuera
del mismo, especialmente en Mesopotamia. Para comienzos del siglo IV, estaba ganando a Etiopía,
donde desde el rey hasta el último vasallo confesaban la fe de Cristo.

Hacia el año 350, la expansión del cristianismo resultaba notable. Primero, el cristianismo era
todavía una religión predominantemente “oriental,” ya que su fuerza más grande en este tiempo
estaba en Armenia (fuera del Imperio Romano), en Asia Menor, y en el extremo oriental de Europa
en la nueva capital del Imperio: Constantinopla. Generalmente, se concibe al cristianismo como una
religión europea y casi exclusivamente occidental. La historia no apoya este concepto. Por supuesto,
el cristianismo era muy fuerte en el mundo mediterráneo y allí habría de avanzar a pasos
agigantados, especialmente a partir del momento en que comenzó a contar con el favor imperial.
Pero no debemos pasar por alto el hecho del floreciente desarrollo del cristianismo en la frontera
oriental del Imperio y más allá de ella.

Segundo, en África, además de los puntos fuertes del litoral norteño, en Numidia, Cirenaica y el
delta y valle del río Nilo, el cristianismo iba penetrando paulatinamente por las riberas del mar Rojo
hasta entrar y conquistar Abisinia en este período. El desarrollo del cristianismo en el norte de África
fue muy significativo, ya que de allí salieron algunos de los teólogos cristianos más destacados de
este período (Tertuliano de Cartago, Cipriano de Cartago, Agustín de Hipona).

MAPA 4 - LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO HACIA EL AÑO 350


Tercero, el progreso del cristianismo a través de Asia continuó sin pausa. En Persia, donde hacia
mediados del siglo IV comenzó a sufrir una severa persecución; a lo largo de las márgenes árabe y
persa del golfo Pérsico; y desde aquí por mar hasta la India (alrededor del 295). Una embajada
romana enviada por el emperador Constancio en 354 se encontró con una comunidad cristiana en
el sudoeste de la India. La tradición oral, en la Iglesia Siríaca Antigua, que todavía hoy sobrevive en
esta región, habla de la llegada de cristianos allá por el año 345 provenientes de Persia
(presumiblemente huyendo de la persecución). Es probable que el cristianismo haya llegado hasta
la India o por lo menos a su frontera noroeste por vía terrestre. En el Concilio de Nicea en 325, un
obispo se autotituló como “Juan de la Gran India y Persia.” Más tarde, el cristianismo penetró más
profundamente en Asia Central, llegando a convertir y civilizar a los pueblos nómadas del
Turquestán alrededor del año 500.

EL PRIMER REINO CRISTIANO: EDESA

_ La conversión de Edesa
El libro de los Hechos nos dice que el día de Pentecostés la predicación de Pedro y los demás
apóstoles fue oída por “partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia” (Hch. 2:9), es decir,
habitantes de la región al este de Palestina. La ruta que llevaba a estos territorios pasaba por la
ciudad siria de Antioquía. Esta ciudad fue, desde muy temprano (Hch. 11:19–21) un centro muy
importante de cristianismo helenista. De hecho, fue allí que “a los discípulos se les llamó ‘cristianos’
por primera vez” (Hch. 11:26). Por ser una metrópolis comercial con una ubicación tan estratégica,
no es extraño que desde allí el movimiento cristiano se haya expandido en varias direcciones. Desde
Antioquía, donde comenzó Pablo su misión hacia Occidente, comenzó también la expansión hacia
Oriente. Desde fines del siglo I, cristianos de lengua aramea de Palestina predicaron a las
comunidades judías de una región denominada Osroene. Esta corriente misionera se conoce como
la misión palestinense. Fue el judío Tobías quien recibió a Addai, el primer misionero judeo-cristiano
en esa región.

La primera ciudad en ser alcanzada fue Edesa (200 kilómetros al este de Antioquía), capital de
un pequeño reino independiente (Osroene), estratégicamente ubicada sobre las rutas principales
de comunicación entre Oriente y Occidente. Aquí había también una importante comunidad judía,
que proveía de una buena base para el inicio del testimonio cristiano. Fue esta ciudad la primera en
ver a su rey convertido y al cristianismo constituido en religión oficial, cerca del año 200. De este
modo, Edesa se transformó en el centro más importante para la difusión del movimiento cristiano
de habla siríaca, lengua muy cercana al arameo.

El testimonio de Eusebio, quien visitó la ciudad en 320, agrega una información curiosa. Dice
Eusebio que en Edesa encontró un documento conocido como Crónica de Addai, que según él
contenía la correspondencia mantenida entre el rey de la ciudad, Abgar, con nadie menos que Jesús.
Según estos documentos, el rey invitó a Jesús a ir a Edesa, para que lo curara de una enfermedad
que padecía. Jesús le respondió que no podía ir, pero que enviaría a uno de sus discípulos.

Eusebio dice que después de la ascensión de Jesús, el apóstol Tomás “envió a Tadeo (Addai en
siríaco), uno de los setenta,” a Edesa. Tadeo curó a Abgar y a “muchos otros en la ciudad, hizo obras
maravillosas y predicó la palabra de Dios.” La pregunta que surge es si lo que relata Eusebio es
históricamente verificable y cierto. Eusebio así lo creía, pero quizás estaba equivocado. La
arqueología ha encontrado una moneda con la esfinge del rey Abgar de Edesa, con una cruz en su
corona. Pero no es el Abgar de tiempos de Jesús, sino Abgar VIII ó IX (179–216), y la moneda fue
acuñada entre 180–192. Como ocurría con frecuencia en la antigüedad, los compiladores de la
historia tomaron un hecho real y lo remontaron a los días de Jesús para darle lustre.

Es muy probable que el primer rey cristiano de Edesa haya sido Abgar IX. Su nombre aparece en
la Crónica de Edesa, pero allí no dice que haya sido cristiano. Julio Africano, quien vivió en la corte
de Abgar antes del 216, dice que este rey era un “hombre consagrado” (¿cristiano?). El Libro de las
leyes de las tierras, escrito antes del 250 por un discípulo de Bardaisanes, dice explícitamente que
el rey Abgar se hizo cristiano.

De todos modos, parece razonable pensar que para fines del primer siglo algunos cristianos
arameos ya habían llegado de Palestina a Osroene y que predicaron a las comunidades judías en la
región. Una indicación de esto es el hecho de que fue un judío, Tobías, quien recibió a Addai. Otro
elemento a tomar en cuenta es que los cristianos de Osroene celebraban la Pascua como lo hacían
los cristianos palestinenses y no como los de Asia.

_ La contribución de Edesa
El reino de Edesa (Osroene) fue “primero” también en varias cosas más. Por un lado, tuvo el
primer templo cristiano que recuerde la historia. Gracias al favor real, los cristianos de esta ciudad
pudieron tener su templo junto al palacio, cuando no había templos en el Imperio Romano. En el
año 201 hubo una inundación, y los registros indican que “Abgar, el rey, se paró sobre la torre,
llamada la Torre Persa, y observó las aguas con la luz de las antorchas. Las aguas rompían contra la
muralla occidental de la ciudad, entraban a la ciudad, y derribaban el grande y hermoso palacio del
rey.… Y las aguas destrozaron el templo de la iglesia de los cristianos.” De este modo, Osroene fue
probablemente el primer reino en el que se levantaron edificios destinados específicamente al culto
cristiano.

Además, en esta ciudad se hizo la primera traducción de los Evangelios del griego al siríaco, el
idioma que se hablaba por aquel entonces en Mesopotamia. A partir del segundo siglo se hicieron
traducciones del griego al siríaco, siendo posiblemente el Nuevo Testamento la primera de estas
traducciones, bastante antes del año 200. El siríaco es importante porque se transformó en el
idioma eclesiástico del avance cristiano oriental, y fue llevado, en las Escrituras y la liturgia, a través
de Asia hasta el mar de la China.

Una tercera contribución pionera de Edesa fue su énfasis en un cristianismo ascético,


especialmente a partir del siglo III. El cristianismo siríaco que se desarrolló allí puso un fuerte énfasis
sobre la ascesis. Los Hechos de Tomás hablan de los convertidos renunciando al matrimonio. Las
iglesias estaban compuestas mayormente por ascetas y se caracterizaban por un ejercicio intensivo
de los dones del Espíritu y la proclamación del evangelio. La práctica de la castidad estaba muy
difundida.

Edesa fue también un centro de expansión del testimonio cristiano y de producción de literatura
cristiana en lengua siríaca. En Edesa se formó lo que se conoce como el “ciclo de Tomás” (así como
en Frigia oriental se desarrolló el ciclo de Felipe o en Asia Menor el ciclo de Juan), que significa la
producción de una serie de tradiciones históricas y literarias ligadas al apóstol Tomás y su ministerio.
Allí surgen varias obras asociadas a Tomás, como Hechos de Tomás (siglo III), Salmos de Tomás
(composiciones judeo-cristianas del siglo II, que más tarde fueron adoptadas por los maniqueos),
Evangelio de Tomás (hallado en Nag Hammadi, pero relacionado con el medio judeo-cristiano de
Edesa, a mediados del siglo II). Otra obra importante del cristianismo primitivo oriental es Odas de
Salomón, un escrito de carácter judeo-cristiano, de orientación esenia, probablemente de fines del
siglo I. También se destacan el Evangelio de la verdad (una homilía litúrgica) y el Canto de la perla,
preservada en los Hechos de Tomás.

Edesa también produjo algunos personajes cristianos de renombre. Uno de ellos fue Taciano (c.
170), quien nació en Mesopotamia, de lengua siríaca, tuvo una buena educación, y quien fue al
Oeste buscando una religión que le diera satisfacción. Probó muchas de las religiones que se
practicaban en el Imperio Romano, hasta el año 150 cuando se convirtió a la fe cristiana en Roma.
Fue discípulo de Justino Mártir y autor de obras importantes. Su Discurso a los griegos es una
reacción contra la civilización greco-romana. En ella Taciano expresa su gratitud personal por su
liberación de los dioses del politeísmo pagano. También es el autor de una obra perdida titulada
Diatessaron (“a través de cuatro”), que fue probablemente la primera armonía de los Evangelios en
ser escrita y que tuvo una gran influencia en el cristianismo siríaco. Su testimonio personal de
conversión exalta el poder de las Escrituras y su valor por sobre los escritos griegos, que antes habían
concentrado su devoción.
Taciano: “Y, mientras estaba prestando mi más sincera atención al asunto, di con ciertos
escritos bárbaros, demasiado viejos para ser comparados con las opiniones de los griegos,
y demasiado divinos para ser comparados con sus errores; y fui guiado a depositar fe en
éstos por la sencillez sincera del lenguaje, el carácter no artificial de los escritores, el pre-
conocimiento manifiesto de eventos futuros, la calidad excelente de los preceptos, y la
declaración del gobierno del universo como centrado en un solo Ser. Y, al ser mi alma
enseñada por Dios, llegué a entender que la clase anterior de escritos llevaba a la
condenación, pero que éstos pondían fin a la esclavitud que está en el mundo, y nos
rescatan de la multiplicidad de potestades y de diez mil tiranos, mientras que nos dan, no
realmente lo que antes no habíamos recibido, sino lo que habíamos recibido pero por el
error no podíamos retener.”

Bardaisanes (154–222) fue otro nativo destacado de Edesa. Perteneció a una familia noble de
esa ciudad y estuvo ligado a la corte. Julio Africano nos informa que fue un arquero diestro, y que
escribía muy bien en griego y siríaco. Se convirtió en 179 y fue conocido como un hombre de
pensamiento independiente, poeta y primer himnólogo en lengua siríaca. Según Efraín, Bardaisanes
compuso muchos himnos (madrase), que eran una especie de lecciones líricas con un refrán. Estas
composiciones se cantaban de manera antifonal. Así, pues, Bardaisanes merece un lugar importante
como pionero en la historia de la música litúrgica.

Bardaisanes se destacó también en la literatura. En este sentido, es muy elogiado por Eusebio.
Un discípulo suyo registró su enseñanza en una obra titulada En cuanto al destino, escrita en forma
de preguntas y respuestas. También se atribuye a Bardaisanes el poema El himno del alma conocido
también como El canto de la perla. En El libro de las leyes de diversos países, algunos de sus
discípulos registraron sus enseñanzas, en las que se pone en evidencia el amplio conocimiento de
Bardaisanes. Lamentablemente, de sus numerosos escritos sólo se conservan unos pocos
fragmentos. Sus observaciones nos ofrecen un cuadro de la situación del cristianismo en todo el
mundo conocido de sus días.

Bardaisanes: “¿Y qué diremos de la nueva raza de nosotros los cristianos, a quienes Cristo
en su venida plantó en cada país y en toda región? Porque, he aquí, dondequiera que
estamos, todos somos llamados por el único nombre de Cristo: cristianos. En cierto día, el
primero de la semana, nos congregamos juntos, y en los días de las lecturas [?] nos
abstenemos de tomar alimento. Los hermanos que están en Galia no toman a varones por
esposas, ni los que están en Partia dos esposas; tampoco se circuncidan aquellos que están
en Judea; ni nuestras hermanas que están entre los Geli se unen a extraños; como tampoco
aquellos hermanos que están en Persia toman a sus hijas por esposas; ni los que están en
Media abandonan a sus muertos, o los entierran vivos, o los entregan como comida a los
perros; ni los que están en Edesa matan a sus esposas o a sus hermanas cuando cometen
impureza, sino que se alejan de ellas, y las entregan al juicio de Dios; ni los que están en
Hatra apedrean a los ladrones a muerte; sino que, dondequiera que están, y en cualquier
lugar en que se encuentren, las leyes de los diversos países no les impiden obedecer la ley
de su Soberano, Cristo; ni siquiera el Destino de los Gobernadores celestiales los mueva a
hacer uso de cosas que ellos consideran como impuras.”

Es difícil precisar la posición doctrinal de Bardaisanes. Por un lado, luchó contra la herejía.
Eusebio dice que escribió contra Marción. Pero por otro lado, se lo acusó de ser discípulo de
Valentino (gnóstico) y de practicar la astrología. Parece evidente que Bardaisanes profesaba una
especie de judeo-cristianismo gnóstico, pero no está tan claro si su gnosticismo era dualista o
meramente una manera de pensar algo anticuada. Lo segundo parece ser más probable.

LA PRIMERA NACIÓN CRISTIANA: ARMENIA


Las tradiciones más antiguas atribuyen un origen apostólico al movimiento cristiano en
Armenia. Se habla del apóstol Tadeo y se dice que ministró en este país al oeste del mar Caspio por
unos ocho años (35–43). De igual modo, se dice que el apóstol Bartolomé predicó allí por unos
dieciséis años (44–60). No obstante, estas tradiciones carecen de todo fundamento histórico.

_ La conversión de Armenia
Armenia estaba al este del Imperio Romano, pero más al norte que Edesa. El historiador griego
Sozómenos, en su Historia eclesiástica, escrita allá por el año 450, dice: “Los armenios, tengo
entendido, fueron los primeros en aceptar la fe cristiana como nación.” Según Eusebio, Armenia se
hizo cristiana hacia el 311, cuando el emperador Maximiano les declaró la guerra por esa razón. Dice
Eusebio: “Además de esto, el tirano (Maximiano) tuvo que hacer frente a una guerra contra los
armenios, gente que desde una fecha muy temprana habían sido amigos y aliados de los romanos.
Como ellos eran también cristianos y celosos en su piedad hacia la Deidad, el enemigo de Dios
(Maximiano) había intentado forzarlos a sacrificar a los ídolos y a los demonios, haciendo con esto
que de amigos se tornaran en contrincantes y de aliados en enemigos.”

Sabemos que hubo persecuciones contra los cristianos en Armenia desde comienzos del siglo II,
pero fue recién hacia el año 301 (según la tradición armenia), que el cristianismo se convirtió en
religión dominante en Armenia. Este país fue así el primer Estado del mundo en proclamar al
cristianismo como religión oficial. Armenia se encontraba entre el Imperio Persa hacia el Este y el
Imperio Romano hacia el Oeste. Debido a esta situación y su necesidad de protección frente a los
avances de uno y otro imperio, su política fue pendular. No obstante, los armenios mostraron más
acercamiento hacia los romanos que hacia los persas.

_ El apóstol de Armenia
El promotor de la conversión de Armenia fue el hijo de un noble armenio, que fue educado
como cristiano en Capadocia (Asia Menor), donde los cristianos eran mayoría hacia el siglo III. Este
varón recibió el nombre latino de Gregorio y llegó a ser conocido como Gregorio el Iluminador (240–
332), el apóstol de Armenia.
En 224, los persas sasánidas se apoderaron de Partia y comenzaron a amenazar a Armenia.
Cuando el rey armenio Cosroes (de la dinastía de los arsácidas de origen parto) procuró aliarse con
Roma, los persas mandaron a un noble armenio y pariente suyo, Anak, a matar al rey. El complot
fue descubierto y Anak fue ejecutado con toda su familia, excepto un niño, que fue llevado a
territorio romano en Asia Menor (Cesarea de Capadocia). Este niño era Gregorio. Más tarde, los
persas sasánidas invadieron Armenia y apresaron a la familia real, excepto a un hijo de Cosroes,
Tirdat (o Tiridates), que logró escapar al Imperio Romano. El emperador Valeriano atacó a los persas
en defensa de los armenios, pero los persas lo derrotaron e hicieron prisionero, sometiendo a
Armenia a su dominio. En territorio romano, Tiridates llegó a ser un soldado distinguido en el
ejército de Diocleciano. En 287, con la ayuda de Diocleciano, Tiridates recuperó el trono de su padre
y reestableció la independencia armenia.

Muchos refugiados volvieron a su patria, entre ellos Gregorio, quien debido a su muy buena
educación llegó a ser oficial de confianza de Tiridates. No obstante, con el tiempo Gregorio tuvo
problemas con el rey en razón de que rechazaba su paganismo, porque él era cristiano. El rey
finalmente lo arrestó, lo encarceló, torturó y lo tuvo por quince años en una mazmorra. Más tarde
lo condenó a muerte, cuando se enteró que Gregorio era hijo del hombre que quiso asesinar a su
padre. Pero Tiridates cayó enfermo de licantropía. Una esclava cristiana y la hermana del rey
exhortaron a Tiridates a buscar la ayuda de Dios, y le dijeron: “Sólo Gregorio tiene la medicina para
todos los males del país.” Gregorio fue llevado ante el rey, oró por su sanidad, Tiridates se sanó y
proclamó al cristianismo como religión oficial del Estado. El cronista armenio del siglo V, conocido
como Agathangelos, recuerda estos episodios, en estos términos:

Agathangelos (c. 450): “Ahora, cuando todos ellos se habían reunido en el lugar de
adoración de la casa de Dios, el bendito Gregorio comenzó a hablar, diciendo: ‘Doblen las
rodillas, todos, para que el Señor pueda efectuar la sanidad de sus tormentos.’ Todos ellos
doblaron las rodillas a Dios, y el bendito Gregorio con oraciones y súplicas fervientes imploró
con lágrimas por la sanidad del rey. Y el rey, mientras estaba de pie entre el pueblo con la
apariencia de un cerdo, de pronto tembló y echó de su cuerpo la piel como de cerdo con
sus dientes como colmillos y rostro como con hocico, y se quitó la piel con su pelo como de
cerdo. Su rostro volvió a su propia forma y su cuerpo se tornó suave y joven como el de un
niño recién nacido; fue completamente sanado en todos sus miembros.

De manera similar, todas las personas que se habían reunido en grandes números fueron
curadas de la aflicción de cada uno: algunos habían sido leprosos, otros paralíticos, tullidos,
hidrópicos, poseídos, quienes sufrían de gusanos o gota. De esta manera Cristo en su misericordia
abrió su gracia sanadora todopoderosa, y sanó a todos a través de Gregorio; aquellos afligidos
fueron curados de toda enfermedad. Así también se abrió la fuente del conocimiento de Cristo y
ésta llenó los oídos de todos con la verdadera enseñanza de Dios.”

_ El cristianismo en Armenia
Pronto surgió un movimiento de pueblos, que resultó en la conversión masiva de casi todo el
reino. En pocos meses, el culto pagano casi desapareció y el cristianismo se estableció en todas
partes. Por toda Armenia se destruyeron los ídolos, los templos fueron limpiados y consagrados
como iglesias cristianas, y muchos sacerdotes y sus hijos se incorporaron al clero cristiano. Esto
último hizo que en Armenia el sacerdocio cristiano se hiciera hereditario, como lo había sido el
pagano. Gregorio, que hasta entonces no estaba ordenado al ministerio cristiano, fue consagrado
primer obispo de Armenia en el año 302 por Leoncio, arzobispo de Cesarea de Capadocia, y llegó a
ser conocido como el “Iluminador”. El propio rey armenio, Tiridates, se convirtió y fue bautizado en
enero del año 303. Gregorio gobernó la Iglesia Armenia durante un cuarto de siglo, haciendo todo
lo posible por darle una organización sólida y completa.

Arzobispo Maghakia Ormanian: “Creó cerca de cuatrocientas diócesis episcopales y


archiepiscopales para el gobierno espiritual de Armenia y de los países circundantes.
Presidió la conversión de Georgia, de la Albania Caspiana y de la Atropatena, donde envió
dirigentes y eclesiásticos. Murió en el momento de la convocación del Concilio de Nicea
(325). Sus hijos le sucedieron.… El mantenimiento del patriarcado en la familia de San
Gregorio era con el deseo de la nación, sea porque quería rendir homenaje a su gran
Iluminador, o porque sufrió la influencia de una costumbre pagana.”

A pesar del rápido proceso de conversión de la nación, hubo algunos avivamientos de


paganismo especialmente en los distritos montañosos, y conflictos entre el rey y el Catholicós
(autoridad episcopal máxima) sobre cuestiones morales y políticas. No obstante, a lo largo del siglo
IV, el cristianismo se fue afirmando en Armenia. Este progreso se debió en particular a la
perseverancia de grandes obispos como Nercés (353–373) y Sajak (387–439), que completaron el
apostolado de Gregorio el Iluminador. En 365 se llevó a cabo el primer concilio nacional, que
estableció las reglas de disciplina necesarias para la joven iglesia.

Por entonces comenzó a sentirse la necesidad de tener la Biblia y otros escritos sagrados, así
como la liturgia, en la lengua vernácula. El problema era que el armenio carecía de un alfabeto
propio. Bajo el obispo Sajak, un ex-secretario del rey, Mesrop, desarrolló un nuevo alfabeto para el
idioma armenio (404), que contaba con treinta y seis caracteres capaces de expresar todos los
sonidos de la lengua. Una vez creado el alfabeto, Mesrop, Sajak y otros ayudantes se dispusieron a
traducir la Biblia. Hacia el año 433 apareció un Antiguo Testamento en ese idioma, traducido de la
Septuaginta, pero con muchas variantes en conformidad con la versión siríaca. De este modo, la
cultura armenia se fue gestando en torno a la fe cristiana gracias al idioma escrito. Comentarios
patrísticos y otros tratados, la liturgia y otra literatura sagrada fueron publicados en armenio, la
lengua nacional. De este modo, la nación armenia y su Iglesia estuvieron entrelazadas tan
estrechamente que han logrado sobrevivir el paso del tiempo.

_ La Iglesia en Armenia
Hacia mediados del siglo V, los persas sasánidas tomaron nuevamente el control de Armenia y
por un edicto de 449 impusieron su religión, el mazdeísmo (zoroastrismo), que se caracterizaba por
el culto al sol y al fuego. Los cristianos armenios padecieron una fuerte persecución, mientras
solicitaban ayuda a sus aliados cristianos del Imperio Romano Oriental. Esta ayuda no llegó y
Armenia quedó sometida al dominio persa. Hubo muchos mártires cristianos como consecuencia de
esta persecución. Justo L. González narra estos tristes acontecimientos, de la siguiente manera:

Justo L. González: “Los jefes de la nación armenia se reunieron en Artachat, y convinieron


en un mensaje que debía serle enviado al rey de Persia, firmado por los obispos del país:
‘De esta fe nadie nos podrá apartar.… Haz lo que quieras.’ Cuando los armenios le enviaron
este mensaje al rey de Persia contaban con el apoyo del emperador Teodosio II y de
Crisapio.… Pero poco después Teodosio murió y sus sucesores, Pulqueria y Marciano,
cambiaron de política con respecto a Persia, y por tanto les retiraron su apoyo a los
armenios. En el año 451, el mismo en que se reunió el Concilio de Calcedonia, las tropas
persas invadieron Armenia, y los naturales del país se vieron obligados a defenderse por sí
solos. Uno de sus principales jefes militares, Vardan ‘el valiente,’ defendió uno de los pasos
entre las montañas con sólo 1036 soldados, y tras larga batalla todos murieron. Los persas
conquistaron el país, y Armenia perdió su independencia.”

Como reacción, los cristianos armenios rompieron sus relaciones con el cristianismo occidental,
rechazaron las decisiones del Concilio de Calcedonia (451), y mantuvieron un desarrollo teológico y
eclesiástico independiente. Su teología fue monofisita, es decir, contraria a los cánones establecidos
por el Concilio de Calcedonia, que definían la doctrina de la doble naturaleza de Cristo como
totalmente humano y totalmente divino. El monofisismo afirmaba que la naturaleza de Cristo
permanecía totalmente divina y no humana, aun cuando él había asumido un cuerpo terrenal y
humano con su ciclo de nacimiento, vida y muerte.

Bajo el dominio persa, los armenios continuaron su resistencia basados en su fe cristiana, hasta
que el monarca persa decidió concederles algo de libertad religiosa y cierto grado de autonomía.
Con este propósito, se nombró como gobernador de Armenia al patriota Vaján (485), uno de los
líderes de la resistencia nacional. A partir de entonces, y hasta las conquistas de los turcos
selyúcidas, la iglesia de Armenia gozó de relativa paz. El patriarca Hovanes transfirió su sede a la
nueva capital, Dvin, bajo la protección del gobierno y allí pudo consagrarse a la reforma interior de
la iglesia y del pueblo. De este modo, su nombre permanece como el más honrado, después del
patriarca Sajak.

A principios del siglo VI, el episcopado armenio se fue tornando crecientemente hostil al
nestorianismo y a todo lo que se le pareciera. Esto ocurrió parcialmente debido a la influencia del
movimiento anti-calcedónico que por entonces estaba triunfando en Constantinopla, y
fundamentalmente debido a la influencia de los monofisitas de Mesopotamia y más tarde de Siria.
Para mediados del siglo VI, el Concilio de Calcedonia fue condenado de manera explícita, junto con
el Tomo del Papa León I. Desde ese momento en adelante, el monofisismo se hizo una parte integral
del patrimonio de la iglesia nacional armenia.

Esto se puso en evidencia cuando el emperador bizantino Mauricio, que había conquistado la
parte occidental de Armenia de manos de Cosroes II (582), trató de someter a esa región
nuevamente a la ortodoxia calcedónica. Apenas logró la adhesión de unos veinte obispos bajo su
autoridad, pero provocó un cisma profundo, el primero en la historia de la Iglesia Armenia (591–
610). Los demás obispos rechazaron su intento y se agruparon en torno al catholicós de Dvin,
distanciándose así de Constantinopla. La iglesia armenia entró en una ola de disturbios causados
por las dificultades exteriores, que la absorbieron totalmente, pero logró sobrevivir el paso de los
siglos. La fe cristiana ha sido desde entonces el fundamento de la identidad nacional armenia.

_ El testimonio cristiano más allá de Armenia


Al noreste de Armenia el cristianismo llegó a Azerbaidján, donde Mesrop nuevamente creó un
alfabeto que sirvió para darle forma escrita a la lengua oral y ser usada al servicio de la iglesia. Hacia
el noroeste, el testimonio se esparció hacia Georgia (en el Cáucaso). La tradición indica al apóstol
Andrés como el pionero en esta región. También habla de algunos pocos convertidos y mártires en
la generación siguiente. No obstante, los primeros registros históricos de trabajo misionero son de
comienzos del siglo IV. En este caso, la conversión de estos pueblos fue obra de una mujer, Nino
(probablemente significa “monja” o “mujer cristiana”). Era una esclava cristiana, capturada en
alguna incursión bárbara en territorio romano, que atrajo la atención de la familia real de Georgia
por su piedad y las sanidades y milagros que resultaron de sus oraciones. El rey se convirtió (hacia
330) y con él toda la nación. Se solicitó un obispo y sacerdotes a Constantinopla, se organizó la iglesia
y pronto se desarrollaron de manera autónoma. Aquí también se creó un alfabeto para los escritos
sagrados y surgió una literatura y liturgia cristianas en lengua georgiana.

Rufino de Aquilea (345–410): “El rey mandó llamar a la cautiva, y le ordenó que le enseñara
de qué manera debía adorar a Cristo. Cuando ella le hubo dado tanta instrucción como era
correcto para que una mujer dijera e hiciera, él reunió a sus súbditos y les declaró
sencillamente las misericordias divinas que habían sido concedidas a él y a su esposa, y si
bien no estaba iniciado, declaró a su pueblo las doctrinas de Cristo. Toda la nación fue
persuadida de abrazar el cristianismo, los hombres siendo convencidos por los comentarios
del rey, y las mujeres por los de la reina y la cautiva. Y rápidamente con el consentimiento
general de toda la nación, se prepararon con mucho entusiasmo para construir una iglesia.
Cuando las paredes externas fueron completadas, se trajeron las máquinas para levantar
las columnas y fijarlas sobre sus pedestales. Se cuenta que cuando la primera y la segunda
columnas se levantaron por estos medios, hubo gran dificultad para fijar la tercera columna,
ya que ni el ingenio ni la fuerza física sirvieron para nada, si bien muchos de los presentes
asistieron en empujar. Cuando llegó el atardecer, la mujer cautiva se quedó sola en el lugar,
y continuó allí a lo largo de la noche, intercediendo a Dios para que la erección de las
columnas pudiese ser completada fácilmente, especialmente porque todo el mundo se
había ido frustrado ante el fracaso; porque la columna sólo estaba levantada por la mitad,
y permanecía de pie, y una punta de ella estaba tan metida en su fundamento que era
imposible bajarla.… Temprano en la mañana, cuando se presentaron en la iglesia,
contemplaron un espectáculo maravilloso, que les pareció un sueño. La columna, que en el
día anterior parecía inamovible, ahora aparecía erguida, y elevada por un pequeño espacio
sobre su propia base. Todos los presentes fueron sacudidos con admiración, y confesaron,
con pleno acuerdo, que sólo Cristo es el Dios verdadero. Mientras todos estaban mirando,
la columna se deslizó lenta y espontáneamente y se ajustó como por una máquina a su base.
Las otras columnas fueron erigidas con facilidad, y los íberos completaron la estructura con
gran presteza.”

LOS CRISTIANOS DE PARTIA

_ El lugar
Al este de Edesa y Armenia se encontraba el Imperio Parto, que se extendía desde el mar Caspio
hasta el río Indo y hacia Occidente llegaba al río Éufrates. Desde 240 a. C. hasta 225 d. C., los partos
(originarios del sudeste del mar Caspio) dominaron este territorio y levantaron un imperio militar.
Se trataba de una federación de pueblos con poco control central. Los partos eran más bien señores
militares que cobraban tributos y mantenían el orden y la seguridad. El siríaco era el idioma más
generalizado, si bien también se leía y hablaba griego. Había comunidades judías y otras religiones
más primitivas, pero el zoroastrismo era la religión más importante.

CUADRO 11 - ZOROASTRISMO

DEFINICIÓN: Religión de la Persia antigua, posiblemente relacionada con la religión védica (Vedas)
de la India.

DIVINIDAD: Ahura Mazda/Ohrmazd (“Señor sabio”). Sus atributos son comparables a los de
Varuna, el dios del cielo de los Vedas. Demanda pureza ética y ritual, y juzga a las almas de los
seres humanos después de la muerte. Su símbolo es el fuego sagrado.

FUNDADOR: Zoroastro o Zaratustra (s. VII ó VI a. C.)

CIRCUNSTANCIA: A los treinta años tuvo una revelación de Ahura Mazda, que lo llevó a predicar
contra el politeísmo.

MUERTE: Según la tradición, murió llevando a cabo un sacrificio de fuego, que era la ceremonia
central de la nueva fe.
CREENCIAS: Zoroastro enseñó que Ahura Mazda juzgará a cada alma individual después de la
muerte. Más tarde se desarrolló un complejo sistema doctrinal especulando acerca de la
naturaleza interior del universo.

PRÁCTICAS: Religión fuertemente ética.

DESARROLLO: La expansión del Islam desplazó al zoroastrismo de Persia.

El zoroastrismo es una religión de la antigua Persia, fundada por Zoroastro o Zaratustra (¿660–
583? a. C.), quien a los treinta años tuvo una revelación de Ahura Mazda, que lo llevó a predicar
contra el politeísmo. Consiguió la conversión del rey de Irán Oriental, Vishtaspa, y sus seguidores
recibieron la protección de Darío el Grande. Según la tradición, Zoroastro murió llevando a cabo un
sacrificio de fuego, que era la ceremonia central de la nueva fe. Las ideas y prácticas del zoroastrismo
guardan cierta relación con la religión de las escrituras Vedas de la India. Su divinidad era Ahura
Mazda/Ohrmazd (“señor sabio”). Sus atributos son comparables a los de Varuna, el dios del cielo de
los Vedas. El zoroastrismo demandaba pureza ética y ritual. Su símbolo era el fuego sagrado. Se
caracterizaba por su monoteísmo y rigor ético. Zoroastro enseñaba que Ahura Mazda (o Ormuz)
juzgaría a cada alma individual después de la muerte.

Más tarde, se desarrolló un complejo sistema doctrinal que especulaba sobre la naturaleza
interna del universo. Su teología era dualista, ya que Ahura Mazda, el creador supremo, se oponía
a Angra Manyú o Ahrimán, el dios malo. Esta confrontación se describe en los escritos sagrados o
Zend-Avesta, donde la victoria final le pertenece a Ormuz. Con el tiempo, el zoroastrismo recibió
influencias del politeísmo y ciertos atributos divinos empezaron a considerarse deidades separadas.
Entre las nuevas deidades estuvo Mitra, el dios del Sol invencible. Tanto el mitraísmo como el
maniqueísmo pueden haberse fundado sobre ideas extraídas del zoroastrismo.

El zoroastrismo fue la religión oficial en Persia durante gran parte del gobierno de la dinastía
Aqueménida y más tarde con los Sasánidas, a partir del siglo III. Con la llegada del critianismo, el
zoroastrismo tuvo que hacer frente a un serio competidor religioso, y con el surgimiento del Islam,
el zoroastrismo perdió su dominio sobre Persia, a partir del siglo VII.

No obstante, es probable que la dinastía reinante en Partia al momento de la llegada del


testimonio cristiano—los Arsácidas—hayan sido tolerantes hacia el cristianismo en los primeros
siglos del movimiento. Los casos de martirios parecen haber sido más el resultado de hostilidades
locales que una política del Estado. Esto permitió que el cristianismo se difundiera ampliamente por
la región, de modo que hacia el final del período parto (225 d. C.) había más de veinte sedes
episcopales en Mesopotamia y sobre la frontera con Persia.
_ La llegada y la difusión del cristianismo
La primera influencia cristiana en Partia probablemente vino de Edesa. Los documentos hablan
de conversiones en la región de Adiabene ya por el año 99. No obstante, se trató de grupos
pequeños y sometidos a la presión constante de grupos religiosos rivales. Uno de los primeros
convertidos fue Pekhidha, el hijo de un hombre pobre, esclavo de un sacerdote zoroastrista.
Pekhidha quedó impresionado por el ministerio del misionero Addai (Tadeo) y decidió hacerse
cristiano. Pero sus padres lo encerraron. Él logro escapar y siguió a Addai. El documento que refiere
esta historia es la Crónica de Arbela, escrito en siríaco probablemente en el siglo VI por Mishiha
Zkha. Arbela era la ciudad capital del reino de Adiabene. Según la Crónica, el comienzo del
testimonio cristiano en Partia fue como sigue: “Dicen que después de cinco años, Addai lo ordenó
(a Pekhidha) y envió a su propio pueblo. De manera que … el primer obispo que tuvo la tierra de
Adiabene fue ordenado por el apóstol Addai mismo.” Pekhidha fue el primer obispo de Arbela entre
105–115.

La difusión de la fe cristiana se encontró con la resistencia de la nobleza y de los sacerdotes del


zoroastrismo, que en el 123 dieron muerte a Sansón, el primer mártir parto. La Crónica de Arbela
cuenta lo siguiente: “Sansón predicó (en las villas vecinas a Adiabene) durante dos años, y bautizó a
un gran número. La fe cristiana se esparció ampliamente en su comarca. Cuando los nobles y
sacerdotes zoroastristas oyeron de esto, pusieron a Sansón en cadenas, lo torturaron severamente,
y cortaron su cabeza.… Sansón fue el primer mártir que de nuestro país ascendió a los cielos.”
Sansón había sido diácono del obispo Pekhidha y más tarde (en 121) había llegado a ser obispo de
Adiabene.

No obstante, a pesar de la oposición, algunos altos oficiales del gobierno se convirtieron, como
Raqbakht (140), gobernante de Adiabene. Raqbakht ayudó a la fe cristiana a esparcirse, hasta que
los sacerdotes zoroastristas lo advirtieron y se complotaron para matarlo, pero él se salvó
milagrosamente. La Crónica de Arbela lo llama “hombre de Dios, el Constantino de su tiempo.”

Esta expansión temprana del cristianismo en Adiabene se dio mientras se iba cumpliendo
también una importante misión judía en la región. El rey de Adiabene, Izates y su madre se
convirtieron al judaísmo. Fue en este contexto que la misión judeo-cristiana prosperó. Es
interesante que los nombres de los obispos cristianos de Adiabene en el siglo II son todos judíos:
Sansón, Isaac, Abraham, Moisés, Abel. El obispo de Arbela, Noé, recibió visitantes de Jerusalén, y
fue de esta región que provino Taciano, a fines del segundo siglo. De modo que el cristianismo de
Adiabene fue fuertemente influido por las tendencias judeo-cristianas.

_ La oposición al cristianismo
La oposición del zoroastrismo se transformó en persecución del Imperio Parto en los años 160
y 179, con una gran matanza de cristianos. En 160, refiere la Crónica, “los sacerdotes zoroastristas
se levantaron contra los cristianos, despojándolos de sus bienes y torturándolos.” De la crisis de
179, dice: “Nuestros hermanos sufrieron mucho. Muchos que eran jóvenes y débiles en su fe,
retrocedieron, puesto que vieron sus casas saqueadas, sus hijos e hijas arrestados o secuestrados.
Y ellos mismos fueron golpeados.” Pero el desarrollo del cristianismo continuó a pesar de las
dificultades. Antes de terminar el período parto (224), según la Crónica de Arbela, había alrededor
de veinte episcopados en la región que bordeaba al Tigris. Estas sedes estaban dentro del Imperio
Parto, casi todas dentro de Mesopotamia, pero había una al sur del mar Caspio y otra en la margen
sur del golfo Pérsico. Para el año 225 la Iglesia se había extendido bastante lejos. El Libro de las leyes
de las tierras dice que había cristianos en Partia, Media y Bactria.

El cristianismo de Adiabene resultó de las influencias del judeo-cristianismo palestinense y


penetró profundamente hacia el Este. En 240, cuando Manes fue a la India, parece que encontró allí
comunidades cristianas. Si tenemos en cuenta que a fines del segundo siglo, según la Crónica de
Arbela, todavía había un solo obispo en Adiabene, es posible notar la expansión extraordinaria del
testimonio cristiano para comienzos del siglo III.

LOS CRISTIANOS DE PERSIA


Durante el siglo III, el testimonio cristiano que había alcanzado a Adiabene, al este del río Tigris,
y se esparció por toda Mesopotamia, en lo que hoy es Irak y más allá también. El cristianismo logró
penetrar profundamente en toda esta región, pero fue también aquí donde experimentó las
mayores dificultades y persecución.

_ El desarrollo del testimonio cristiano


En el año 225, las provincias persas que estaban al norte del golfo Pérsico, y que eran
gobernadas por su propio rey, se rebelaron contra los partos, quienes debilitados por sus guerras
contra los romanos, cayeron vencidos. Los persas formaron un imperio que se llamó “Sasánida” y
que pretendía revivir las glorias de la antigua Persia. Hicieron de Ctesifonte, sobre el río Tigris, su
capital y proclamaron a Ardacher (¿226–241?) como primer rey de la dinastía de los Sasánidas. El
zoroastrismo (o mazdeísmo) era la religión oficial, y desarrollaba un fuerte impulso misionero bajo
el estricto control de un clero jerárquico. Al principio los cristianos no tuvieron mayores problemas,
porque al ser perseguidos por el Imperio Romano, el peor enemigo de los Sasánidas, el gobierno no
tenía motivos para sospechar de su lealtad. Pero poco a poco, la jerarquía mazdeista, bajo la
autoridad de su Sumo Sacerdote, comenzó a invocar la ayuda del Estado para silenciar las voces
religiosas disidentes o rivales, de grupos como los maniqueos y los cristianos siríacos.

El personaje religioso más destacado en Persia durante este período fue Manes (216–277), el
fundador del maniqueísmo. Nació en el norte de Babilonia. Su familia parece haber estado
relacionada con los Arsácidas (partos). Su religión era típica del sincretismo que caracterizó al
período parto. Como resultado de una visión, su padre, Palek, se convirtió al ideal ascético y se unió
a una secta seudo-cristiana caracterizada por sus bautismos de purificación. Manes se asoció a este
grupo, pero en su juventud en Babilonia (Seleucia-Ctesifonte) también absorbió de otras religiones
(mazdeísmo, budismo, brahmanismo, judaísmo y cristianismo siríaco).
En 240, Manes recibió una revelación, según la cual tenía una misión que cumplir en
continuación de la de Zoroastro, Buda y Jesús. Su primera misión lo llevó a la India (Beluchistán),
donde convirtió al rey. De regreso pasó por la capital de los reyes Sasánidas, donde fue recibido por
Sapor I, quien lo autorizó a predicar su mensaje. Incluso, Manes acompañó a Sapor en una campaña
contra los romanos (242–244). Pero pronto enfrentó la oposición de los sacerdotes zoroastristas y
fue condenado a muerte bajo el reinado de Bihram I, el segundo sucesor de Sapor I.

CUADRO 12 - MANIQUEÍSMO

DEFINICIÓN: religión dualista de Oriente, fundada por Manes o Manetos (s. III). Combinaba
elementos del cristianismo, religiones babilónicas y mitraísmo.

FUNDADOR: Manes, quien se consideraba el revelador de una nueva religión.

CIRCUNSTANCIAS: Manes decía haber recibido una revelación, según la cual tenía una misión que
cumplir en continuación de la de Zoroastro, Buda y Jesús.

MUERTE: debido a la oposición de los sacerdotes zoroastristas (magos), fue condenado a muerte
en 277 bajo el rey Bihram I.

CREENCIAS: la base de su sistema es un gnosticismo dualista, inspirado por el gnosticismo judeo-


cristiano y el zoroastrismo iraní. El maniqueísmo se caracterizó por su sincretismo religioso:
Manes se consideraba heredero de todas las religiones, pero estuvo muy influido por el
cristianismo siríaco. Cosmología dualista parecida a la de Bardaisanes, que condenaba el mundo
material. Jesús y el Paracleto juegan un papel importante en su gnosis. La pasión de Jesús no tiene
importancia histórica sino un carácter místico, pero es el corazón de su soteriología. No eran
cristianos, pero fueron un desarrollo del cristianismo siríaco.

PRÁCTICAS: las iglesias maniqueas se dividían entre los que eran perfectos, los ascetas (miembros
verdaderos), y los que no eran perfectos, los oyentes o catecúmenos. Practicaban el encratismo
moral, que prohibía el matrimonio y el uso de ciertas comidas (carne, vino). El monasticismo
maniqueo se desarrolló de manera paralela al monasticismo cristiano.
DESARROLLO: se esparcieron ampliamente llegando hasta China y África del norte. Continuaron
hasta bien entrada la Edad Media.

Manes: “Sabiduría y acciones han sido siempre traídas de tiempo en tiempo a a humanidad
por los mensajeros de Dios. Así, en un tiempo han sido traídas a la India por el mensajero
llamado Buda, en otro tiempo a Persia por Zaratustra, y en otro al Oeste por Jesús. Por
consiguiente, esta revelación, esta profecía en este último tiempo, ha descendido a través
de mí, Manes, mensajero del Dios de la verdad a Babilonia.”

Para mediados del siglo III, en ocasión de la victoria de Sapor contra el emperador romano
Valeriano, cristianos de Siria fueron deportados a Elam, y ayudaron a esparcir el evangelio hacia el
Este, hasta el corazón mismo del Imperio Persa. Pero debido a las dificultades mencionadas, estas
comunidades cristianas siríacas estuvieron mayormente concentradas en torno a la sede episcopal
de Seleucia-Ctesifón (entre Babilonia y Bagdad), y demasiado inclinadas a seguir a las iglesias de
Occidente en materia doctrinal y espiritual.

_ La oposición a los cristianos


En el año 312, la situación cambió debido a la conversión de Constantino y la aceptación del
cristianismo por parte de Roma. Los Sasánidas no sólo rechazaron a los cristianos por oponerse a la
religión oficial (mazdeísmo), sino también porque pertenecían a la religión que favorecía el enemigo
romano. Para colmo de males, en 315, Constantino envió una carta al emperador persa (Sapor II el
Grande, 309–379), en la que alababa la nueva fe que decía profesar. Entre otras cosas, le dice que
el Dios de los cristianos fue quien lo ayudó a destronar a los tiranos y a traer paz a Roma. Agregaba
que algunos de sus predecesores persiguieron a los cristianos y como consecuencia cayeron por la
justicia divina, como Valeriano que había muerto prisionero de los persas. Con gran entusiasmo,
Constantino le decía a Sapor: “Imagina mi gozo cuando oí que los mejores distritos de Persia, están
llenos de aquellos hombres a favor de quienes estoy hablando, los cristianos. Por eso, te ruego que
tanto tú como ellos puedan prosperar.… Porque tu poder es grande, te pido que los protejas.” De
más está decir cuáles fueron las consecuencias de tremendos comentarios.

No obstante, a pesar de esto, la persecución no vino de inmediato. Pero en 337, Constantino


“habiendo oído de una insurrección de algunos bárbaros en el Este, observó que la conquista de
este enemigo todavía le estaba reservada, y resolvió hacer una expedición contra los persas.
Consiguientemente procedió de inmediato a poner a sus fuerzas en movimiento, al tiempo que
comunicó su plan marcha a los obispos que en ese momento estaban en su corte, a algunos de los
cuales él juzgó correcto llevar consigo como compañeros, y como coadjutores necesarios en el
servicio de Dios. Ellos, por otro lado, declararon alegremente su disposición de seguir su proyecto,
renunciando a todo deseo de abandonarlo, e involucrándose en batalla con él y para él por medio
de oraciones a Dios a su favor. Lleno de gozo por esta respuesta a su pedido, él les presentó su
proyectado plan de marcha; después de lo cual ordenó que una tienda de gran esplendor,
representando en su forma la figura de una iglesia fuese preparada para su propio uso en la guerra
que venía. En esto él intentaba unirse con los obispos en ofrecer oraciones a Dios de quien procede
toda victoria.” Constantino murió antes de que la campaña militar comenzara, pero el daño ya
estaba hecho. En el año 339 comenzó una gran persecución en el Imperio Persa.

_ La gran persecución de 339


Sapor II sistemáticamente procuró desmantelar la estructura de la Iglesia de la minoría cristiana,
y lo hizo concentrando sus ataques especialmente sobre los miembros del clero y aquellos hombres
y mujeres que habían tomado el voto de virginidad. Primero, se obligó a los cristianos a pagar
impuestos dobles. Cuando esto fracasó en hacerles abandonar su fe, el emperador ordenó que los
sacerdotes y ministros de Dios fuesen pasados por la espada. Los edificios eclesiásticos fueron
destruidos, la platería del altar fue llevada al tesoro, y el obispo de Ctesifonte fue arrestado como
traidor al Imperio y su religión. De esta manera los sacerdotes zoroastristas, con la ayuda de los
judíos, destruyeron rápidamente las casas de oración.

Sozómenos: “Cuando, con el tiempo, los cristianos crecieron en número, y comenzaron a


formar iglesias, y nombraron sacerdotes y diáconos, los Magos [sacerdotes zoroastristas],
quienes como una tribu sacerdotal habían actuado desde el principio en generaciones
sucesivas como los guardianes de la religión persa, se encolerizaron profundamente contra
ellos. Los judíos, quienes por envidia están de alguna manera opuestos naturalmente a la
religión cristiana, también se ofendieron del mismo modo. En consecuencia, trajeron
acusaciones delante de Sapor, el soberano reinante, contra Simeón, que entonces era
arzobispo de Seleucia y Ctesifonte, ciudades reales de Persia, y lo acusaron de ser amigo del
César de los romanos, y de comunicarle las cuestiones de los persas. Sapor creyó estas
acusaciones, y al principio, cargó a los cristianos con impuestos excesivos, si bien él sabía
que la mayoría de ellos había abrazado voluntariamente la pobreza. Le encargó el cobro a
hombres crueles, esperando que, por la carencia de lo necesario y la atrocidad de los
exactores, ellos podían ser compelidos a abjurar su religión; porque éste era su propósito.
Sin embargo, más tarde ordenó que los sacerdotes y conductores de la adoración de Dios
fuesen pasados por espada. Las iglesias fueron demolidas, sus vasos fueron depositados en
el tesoro, y Simeón fue arrestado como traidor al reino y la religión de los persas. Así los
Magos, con la cooperación de los judíos, rápidamente destruyeron las casas de oración.”

Esto fue sólo el comienzo. Tres obispos sucesivos de Seleucia-Ctesifonte sufrieron martirio, y
como resultado la sede episcopal permaneció vacante por casi los cuarenta años que duró la
persecución (348–388). Sozómenos dice que los mártires conocidos llegaron a 16.000, pero que
hubo una multitud incontable cuyos nombres no se conocen. Es posible que esta persecución haya
sobrepasado los sufrimientos de la Iglesia en el Imperio Romano, durante el siglo anterior. La peor
persecución en el Imperio Romano fue la de Diocleciano, que no produjo más de 3.000 víctimas
fatales. Pero en Persia no hubo un Constantino que cambiara la situación.
Sozómenos: “Por mi parte, pienso que he dicho lo suficiente de él [el obispo Milles] y de los
demás mártires que sufrieron en Persia durante el reinado de Sapor; porque sería difícil
relatar en detalle cada circunstancia respecto a ellos, tales como sus nombres, su país, el
modo de completar su martirio, y los tipos de tortura a los cuales fueron sometidos; porque
son innumerables, dado que tales métodos son celosamente llevados a cabo por los persas,
incluso al extremo de la crueldad. Brevemente diré que el número de hombres y mujeres
cuyos nombres han sido registrados, y que fueron martirizados en este período, ha sido
computado en dieciséis mil; mientras que la multitud fuera de estos está más allá de todo
cálculo.”

_ La supervivencia del testimonio


A pesar de verse diezmado cruelmente, el cristianismo siríaco en Persia logró sobrevivir con la
ayuda de otras comunidades cristianas de lengua siríaca en el norte de Mesopotamia. En este
proceso, la Escuela de los Persas, un seminario instalado primero en Nisibis y más tarde en Edesa
(363) jugó un papel muy importante. En esta escuela cumplió su ministerio docente Efraín (306–
373). La escuela fue una combinación de un seminario y una universidad cristianos, que entrenó al
liderazgo de las iglesias de lengua siríaca y promovió su cultura.

Cuando la persecución terminó, el obispo Maruta dirigió la reconstrucción de la Iglesia Persa.


Maruta fue miembro de varias embajadas romanas a la corte de Yezdegerd I (399–420). Fue
bienvenido por el monarca, quien se mostró tolerante hacia sus súbditos cristianos. Maruta logró
reunir a cuarenta obispos en un sínodo en Seleucia (410), que adoptó las decisiones del Concilio de
Nicea y fortaleció los lazos con la Iglesia de Occidente. También restableció el orden y la jerarquía
en toda la Iglesia Persa, con un obispo principal o metropolitano en Seleucia-Ctesifonte (que poco
más tarde fue llamado Catholikós).

_ Otros períodos de persecución en Persia


Hubo otros períodos de persecución en Persia, especialmente entre los años 420–422, bajo el
emperador Bihram V. Todo esto hizo que el cristianismo persa fuese la religión de una minoría. Pero
esta minoría sobrevivió hasta llegar a ser una comunidad reconocida, que si bien no contó con una
tolerancia completa, por lo menos pudo sobrevivir. Los cristianos pudieron establecer un acuerdo
efectivo con las autoridades del Imperio Persa, al independizarse de los obispados de la Iglesia en el
Imperio Romano y “nacionalizarse” al tener sus propios obispos (424). Así se constituyó la “Iglesia
del Este,” según se llamaba, con el siríaco como su idioma eclesiástico y el de sus Escrituras. Esta
Iglesia contó con su propio patriarca (catholikós) desde el 410, con sede en la ciudad de Ctesifonte,
y desarrolló una teología de carácter nestoriano (486), con una cristología del tipo de la escuela de
Antioquía, es decir, ponía énfasis sobre la humanidad de Cristo. En 484, el catholikós Barsumas
permitió a los obispos casarse, lo cual fue una concesión a lo que era una costumbre nacional.

Más hacia Occidente, en tanto, había tres “Grandes Obispos” en competencia por ver quién era
el primero y el de mayor influencia: (1) el obispo de Alejandría, que tenía autoridad sobre las iglesias
en Egipto, Libia y Cirenaica; (2) el obispo de Roma, que no tenía un área de autoridad declarada,
pero que era el único Gran Obispo desde Italia hacia Occidente; (3) el obispo de Antioquía, que
tampoco tenía un área de autoridad establecida, pero que tenía influencia sobre los territorios del
Mediterráneo oriental.

MAPA 5 - LAS GRANDES SEDES EPISCOPALES

_ La Iglesia Persa y el nestorianismo


Ya entrando en el siglo V, había en el Este dos corrientes de orientación teológica diferente. Por
un lado, estaba la jerarquía establecida en la sede de Seleucia-Ctesifonte (en territorio Persa) y la
escuela de Edesa (en territorio romano). Al igual que Antioquía, la sede de Edesa se vio desgarrada
con las controversias teológicas que se produjeron en la primera mitad del siglo V. Desde 437 a 457,
la escuela estuvo bajo la dirección de Narsai (m. 502), y subscribió una cristología anti-nicena o
nestoriana. No obstante, la reacción calcedónica obligó al traslado de la escuela a territorio persa,
en Nisibis (457). La escuela en Edesa finalmente fue cerrada por el emperador Zenón el Isaurio, en
489.

La escuela en Nisibis tuvo una gran influencia entre los cristianos persas y contribuyó al triunfo
en la región de la cristología nestoriana, que finalmente fue aceptada por un sínodo general de las
iglesias del Imperio Persa, celebrado en Seleucia en 486. Estas iglesias tuvieron que padecer muchas
persecuciones a lo largo del siglo V (420, 422, 445–447), debido a la oposición del mazdeísmo. Sólo
gozaron de cierta tolerancia durante los cortos períodos en los que la evolución de la política
exterior obligó al rey persa a reconciliarse con el Imperio Romano Oriental. Pero cuando estas
relaciones se deterioraban, como en tiempos de Cosroes I y Justiniano (540–545), o de Cosroes II y
Heraclio (602 en adelante), el número de mártires se multiplicaba.
La Iglesia Persa o del Este sufrió también debido a los problemas internos, en razón de
problemas sucesorios en el liderazgo, cismas y anarquía. Afortunadamente, gozó de un período de
vigor bajo el liderazgo de un gran Catholikós reformador, Mar Aba (540–552), quien venció las
dificultades y logró restituir el orden y la disciplina. A pesar de los muchos obstáculos, el cristianismo
tuvo éxito no sólo en mantener su fortaleza sino en hacer progresos dentro de la sociedad sasánida,
al punto de lograr algunos convertidos en la clase gobernante, e incluso en la familia real y el
sacerdocio mazdeísta.

La labor misionera nestoriana avanzó significativamente en las montañas del Kurdistán, donde
todavía hoy se encuentran comunidades nestorianas (los cristianos asirios). Los nestorianos también
se extendieron en dirección a Asia Central y la India (la Iglesia Siríaca en la costa Malabar). No
obstante, con el correr del tiempo, la Iglesia Nestoriana se fue aislando del resto de la cristiandad y
se desarrolló a su propio ritmo. Tuvieron que enfrentar la competencia del proselitismo de los
monofisitas, desde Filomeno de Mabbug a Jacobo Baradeo en territorio persa, y que terminaron por
organizarse como una Iglesia separada con su propia red de obispos y monasterios. No obstante, le
cupo a esta Iglesia ser la protagonista de la primera expansión del cristianismo hacia el Lejano
Oriente, cruzando toda el Asia Central hasta llegar a China (635).

EL CRISTIANISMO EN ETIOPÍA

_ Ubicación geográfica e histórica


Sobre las márgenes del mar Rojo hay dos países que tuvieron una participación importante en
la historia del cristianismo, no sólo por lo que ocurrió en ellos, sino también porque fueron escalones
para un mayor avance de la fe cristiana. Estos países son Etiopía y Arabia.

MAPA 6 - ETIOPÍA, ARABIA, PERSIA E INDIA


Etiopía es el país cristiano más antiguo no sólo de África sino de todo el mundo, que lo ha sido
en forma continuada. En Hechos, Lucas menciona la presencia de africanos en Pentecostés (Hch.
2:10), y registra el bautismo de un africano como el primero practicado por un gentil (Hch. 8:26–
39). Este etíope regresó a su patria portando las buenas nuevas de Jesucristo, y ya los Padres de la
Iglesia lo consideraron como el primer misionero en África, específicamente en Meroe, en lo que
hoy es Sudán (a 2.700 kms. de Jerusalén), que era el territorio gobernado por la reina Candace.

_ El desarrollo del cristianismo en Etiopía


La historia del cristianismo en Etiopía es retomada por Rufino (c. 345–410), un monje italiano
que escribió una Historia eclesiástica (c. 400). En ella cuenta que la fe cristiana llegó a Etiopía por
medio de Frumencio (c. 300–383), un joven cristiano de Tiro, que después de haber sido tomado
prisionero por los etíopes, logró ocupar un alto cargo en el gobierno de su país (un caso parecido al
de José en el Antiguo Testamento). Meropio, filósofo cristiano de Tiro, decidió visitar la India y llevó
con él a sus dos sobrinos y discípulos (Frumencio y su hermano Edesio). En el viaje de regreso, la
embarcación que los transportaba hizo puerto en Adulis, en la costa etíope del mar Rojo, para
aprovisionarse de comida y agua. Allí fueron atacados por los locales. Frumencio y Edesio fueron
hechos prisioneros y llevados al rey etíope a la capital (Axum), donde en razón de su educación
sirvieron como secretario y copero respectivamente. Cuando el rey murió, su hijo era todavía niño
y la reina pidió a los dos hermanos que compartieran el gobierno con ella como regentes y
especialmente que educaran a su hijo como futuro rey.

El relato nos dice que los dos hermanos aprovecharon su posición de poder e influencia para
esparcir la fe cristiana. Entre otras cosas, encontraron cristianos entre los mercaderes romanos que
visitaban el país y los ayudaron a construir lugares de adoración. Cuando el príncipe creció, Edesio
decidió regresar a su familia en Tiro, pero Frumencio fue a Alejandría y le informó al obispo Atanasio
“lo que el Señor había hecho, y le pidió que consagrara un obispo para los muchos cristianos
congregados y las iglesias construidas en esta tierra extranjera. Y Atanasio, después de una reflexión
cuidadosa, dijo, ‘¿Y quién más adecuado que tú mismo?’ ” Finalmente, Frumencio fue consagrado
obispo por Atanasio de Alejandría (296–372), alrededor del año 330. Aquí también el rey se convirtió
y el cristianismo encontró terreno propicio para su difusión. Como obispo, Frumencio estableció en
Etiopía un cristianismo sólidamente niceno. Más tarde, el emperador Constancio trató en vano de
imponer el arrianismo, tal como lo estaba haciendo con éxito en el Imperio Romano.

_ Evidencias de cristianismo en Etiopía


Ezana, el rey de Etiopía, dejó inscripciones en Axum, que registran los triunfos de su reino (325–
350). Para los primeros años da gracias a los dioses del país. Luego dice: “Gracias sean dadas al Señor
de los cielos, quien tanto en el cielo como en la tierra es más poderoso que todos.” Evidentemente,
en algún momento de su vida adulta este monarca se convirtió al cristianismo. Hay una moneda con
la efigie del rey que lo presenta rodeado de cuatro cruces, típico símbolo cristiano. Ezana fue muy
probablemente el rey a quien Frumencio sirvió como regente. Esto significa que Etiopía se hizo
cristiana antes del año 350. La capital actual de Etiopía es Addis-Adeba, pero Axum continúa siendo
la capital religiosa. Salvo un corto período en el siglo X, Etiopía es el país de presencia cristiana
continuada más antiguo del mundo.

Es interesante notar que aquí también el cristianismo contribuyó al desarrollo de una cultura
nacional mediante la creación de una lengua escrita. En la primera mitad del siglo IV, la lengua
nacional, el geez, adoptó una forma de escritura derivada de un alfabeto del sur de Arabia. No
obstante, fue después de varias generaciones que se fueron produciendo obras de traducción y
edición, que hicieron que la Iglesia Etíope pudiera contar con su propia versión de las Escrituras
(segunda mitad del siglo V) y de la liturgia y literatura, como también ricas expresiones de arte
cristiano. El cristianismo en Etiopía alcanzó su período más glorioso durante los siglos V y VI, cuando
la civilización etíope echó raíces, se expandió y floreció con un marcado tinte cristiano.

La Iglesia Etíope dependió estrechamente de Egipto. Recién en el siglo XX (1951) el abuna, el


líder de la Iglesia de Abisinia, dejó de ser un dignatario nombrado por la sede patriarcal en
Alejandría. No es extraño, pues, que la Iglesia Etíope se haya inclinado a favor del monofisismo. Esta
corriente teológica fue introducida por los “Nueve Santos,” un grupo de monjes siríacos monofisitas
que se refugiaron en Etiopía escapando de la persecución católica a fines del siglo V.

EL CRISTIANISMO EN ARABIA E INDIA

_ El cristianismo en Arabia
El cristianismo llegó temprano a Arabia, introduciéndose desde el norte por la frontera con el
Imperio Persa y el Imperio Romano; y desde el sur por el golfo Pérsico y el mar Rojo. Arabia era un
país sin un gobierno central. Las tribus eran nómadas e independientes. El cristianismo se desarrolló
de igual manera, ya que no hubo un movimiento de escala nacional. Hacia el año 370 encontramos
los primeros registros de conversiones cerca de la frontera romana entre los nómadas del desierto.
Pero es evidente que ya había cristianos en Arabia desde algún tiempo antes. La reputación de
algunos monjes del desierto llevó a la conversión de una que otra tribu en territorio árabe. Los
sarracenos, por ejemplo, se convirtieron por los esfuerzos de la reina María y su obispo, el monje
Moisés, para quien se creó una sede en la península de Sinaí, en 374. No obstante, estas
conversiones eran pocas y no dan cuenta del surgimiento de verdaderas iglesias nacionales.

La difusión del cristianismo en territorio propiamente árabe fue todavía más esporádica. Es
posible que mercaderes cristianos de origen romano en sus visitas a puertos árabes sobre el mar
Rojo hayan logrado algunos convertidos. Hacia el 350, el emperador Constancio envió una embajada
a la corte del rey de los Himyaritas en lo que ahora es Yemén, para pedirle al rey que permitiera las
misiones cristianas. Pero parece que no hubo resultados muy positivos.

Conocemos el nombre de algunos obispos cristianos árabes o que sirvieron en territorio árabe.
En el Sínodo de Antioquía, en 364, en la lista de los obispos presentes, encontramos el nombre de
“Teotino, obispo de los árabes”. Otro obispo árabe fue Teófilo de la India, quien fue el obispo que
se presentó como embajador del emperador Constancio al rey del Yemén y lo instó a aceptar la fe
cristiana, alrededor de 356. Este Teófilo es un personaje curioso. Nació en alguna isla distante en el
mar Rojo o el océano Índico. A edad temprana había sido enviado como rehén a la corte de
Constancio, fue educado en el Imperio Romano, se convirtió al cristianismo, fue ordenado como
diácono por Eusebio de Nicomedia y más tarde como obispo por miembros de su partido. Abrazó la
forma más virulenta de arrianismo, y esta secta lo honró admirándolo como un gran obrador de
milagros. En ocasión de su misión al sur de Arabia, probablemente visitó la isla en la que había nacido
y otras regiones alrededor del océano Índico, donde encontró a cristianos que practicaban su
religión más o menos de manera estricta.

En Yemén, la comunidad judía se opuso firmemente a los intentos proselitistas de Teófilo, pero
éste prevaleció y el rey puso de manifiesto la sinceridad de su conversión al mandar construir tres
templos. Los cristianos del Yemen, no obstante, sufrieron más tarde (comienzos del siglo VI) una
severa persecución inspirada por los judíos. Muchos hombres, mujeres y niños padecieron martirio
en 523 bajo Masruq, rey de Yemén, hijo de una mujer judía y judío él mismo. La persecución duró
hasta el año 525, cuando el rey judío fue vencido por ejércitos cristianos provenientes de Etiopía,
que establecieron un protectorado etíope. No obstante, las vicisitudes de los cristianos continuaron,
hasta que finalmente el Yemén fue conquistado por los persas en 570.

Finalmente, gracias al protectorado etíope, el testimonio cristiano creció hasta que contó con
una importante minoría en la población, especialmente en la región de Najrán. Con el surgimiento
del Islam, el cristianismo monofisita del sur de Arabia virtualmente desapareció, o por lo menos
perdió fuerzas. Este tipo de cristianismo es el que probablemente se ve reflejado en el Corán, las
escrituras sagradas de los musulmanes.

_ El cristianismo en India
¿Cuándo llegó el cristianismo a la India? No hay documentación suficiente para dar una
respuesta definitiva, y los datos que se poseen son fragmentarios. Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa
Siria, que todavía sobrevive, es testimonio de la presencia del cristianismo desde tiempos remotos
en la India. El libro Los hechos de Tomás, escrito probablemente en Edesa alrededor del año 200,
cuenta que los doce apóstoles echaron suertes para decidir a qué país iría cada uno, y que a Tomás
le tocó la India. Viajó por mar y llegó a la corte de un rey llamado Gundaforo, a quien bautizó.
Finalmente, murió alanceado en otro lugar de la India, y enterrado en Mylapore, al sudoeste de
Madrás. La historia, si bien está llena de fantasía, puede tener elementos de verdad, y es muy
probable que el primer cristiano en llegar a la India haya sido el apóstol Tomás. Al menos, la Iglesia
Ortodoxa Siria lo considera su fundador. La tradición menciona también a Bartolomé en relación
con la evangelización de la India, si bien es probable que este apóstol haya ido a Arabia y fue desde
allí que el testimonio cristiano se extendió a la India.

Otro misionero a la India fue Panteno de Alejandría (c. 180). Según Eusebio, Panteno se hizo
cargo de una misión en la India, donde encontró un Evangelio de Mateo escrito en caracteres
hebreos (arameo). Eusebio describe a Panteno como filósofo y misionero. Nacido en Sicilia y
convertido del paganismo, Panteno finalmente se estableció en Alejandría, donde enseñó y llegó a
ser el líder de la escuela catequética en aquella ciudad de Egipto.

Diversos documentos dan testimonio de la presencia de cristianos en la India durante el siglo


IV. Se menciona a David, obispo de Basora (en Mesopotamia), que “fue a la India donde evangelizó
a mucha gente” (c. 300); a Juan el Persa, que representó a las iglesias de toda Persia y “en la gran
India” en el Concilio de Nicea (325); a Tomás el Mercader, que llegó a la costa Malabar al frente de
un grupo de inmigrantes cristianos en el año 345, posiblemente huyendo de la persecución en Persia
(339–379). Es posible, según testimonios arqueológicos que el rey de Malabar, Pallivanavar, se haya
convertido por este tiempo (350).

Hacia el año 547, un ex-mercader alejandrino que se hizo monje escribió un libro titulado La
topografía cristiana. Su propósito era demostrar que la tierra era plana y no esférica, como algunos
sostenían. Había viajado por todo el mundo (especialmente el océano Índico entre 520–525) y
estaba convencido de lo que creía. Si bien su propósito principal estaba errado, su obra es un
importante documento para la historia del cristianismo. Refiriéndose a Mateo 24:14, escribe: “El
evangelio ha sido predicado en todo el mundo. Declaro esto como un hecho, en base a lo que he
visto y oído en muchos lugares.” Luego menciona los lugares en los que se podía encontrar a
cristianos, a lo largo de las rutas comerciales de África y Asia: “En Ceylán (hoy Sri Lanka) hay una
iglesia, con clero, y una congregación de creyentes, pero no sé si más allá también hay.… Tal es el
caso también de la tierra llamada Male (Malabar o Kerala, en el sur de la India), donde crece la
pimienta, y de Kalliana (Kalyan, cerca de Mumbai), con un obispo elegido desde Persia.” Luego sigue
mencionando a Socotra, una isla en el mar de Arabia, donde “hay clero persa y una multitud de
cristianos;” toda la tierra de Persia, con “innumerables iglesias, grandes comunidades, y también
sus propios mártires; Etiopía y Axum; el Yemén y Arabia.” De esta manera, Cosmas Indicopleustes
en su descripción ofrece detalles sobre la situación del cristianismo en la India, pero presenta
también un interesante resumen del progreso del cristianismo en todo el Este, fuera del Imperio
Romano. Su testimonio es el más antiguo que se tiene de la presencia de cristianos en el
subcontinente de la India en sus días.

MAPA 7 - LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO A FINES DEL SIGLO VI

LOS BÁRBAROS DEL NORTE DE EUROPA


De Oriente volvemos a Occidente para considerar el desarrollo del cristianismo en Europa, fuera
de las fronteras del Imperio Romano. Sin embargo, para entender los procesos históricos que
ocurrieron en el norte de Europa es necesario que comencemos refiriéndonos a movimientos de
pueblos que se produjeron en el centro de Asia.

_ Los hunos de Asia Central


En Asia Central vivía un pueblo de raza mongola, conocido como los hunos. Vivían al norte del
desierto de Gobi y de los Himalayas, barreras naturales que defendían a China e India; y de la Gran
Muralla china, barrera artificial de 2200 kilómetros de longitud. Los hunos no conocían la
agricultura, no tenían ciudades, ni villas, ni casas, sino que eran nómadas que vivían en un lugar
hasta agotarlo y luego se movían a otro sitio con sus familias, tiendas y animales. Eran guerreros
feroces y tenían una gran movilidad debido a sus cabalgaduras resistentes y veloces. A medida que
crecieron, sus desplazamientos se fueron haciendo más frecuentes y rápidos. Entonces se dedicaron
al saqueo, al crimen y la destrucción. Eran temidos en Asia y en Europa.

A pesar del desierto de Gobi y la Gran Muralla, algunas tribus invadieron China e India. En el año
200 terminaron con la dinastía Han de la China y dieron comienzo a 400 años de una suerte de edad
media china. En 480 cruzaron los Himalayas y destruyeron el Imperio Gupta, que desde el 320 había
formado una gran civilización en el norte y centro de la India. Otros grupos se dirigieron hacia el
oeste presionando sobre las tribus bárbaras del norte de Europa, que comenzaron a entrar al
Imperio Romano atraídas por su clima más cálido, mejores condiciones de vida y, sobre todo, la
seguridad que ofrecían sus fronteras.

_ Los godos de Europa del norte


Desde el siglo II, los gobernantes romanos reconocieron el peligro de las tribus germanas al
norte del río Danubio, de las que los godos eran la mayoría. Estos pueblos godos comenzaron a
irrumpir pacíficamente en las fronteras romanas, estableciéndose con permiso imperial como
colonos o mercenarios en el ejército de frontera. Algunos llegaron a ser oficiales de los ejércitos
romanos, al punto que en 235 un godo llegó a ser general y más tarde fue aclamado como imperator
por el ejército (emperador Germánico, 251). Esto llegó a ser muy peligroso ya que las tribus godas
presionaban las fronteras cada vez más y llenaban de mercenarios el ejército que se suponía cuidaba
esas fronteras.

Los godos estaban establecidos en las llanuras alrededor del mar Negro, entre el Danubio y el
Dnieper. En algún momento, durante el siglo III, el testimonio cristiano comenzó a esparcirse entre
ellos posiblemente desde Crimea. En el siglo IV, los hunos presionaron sobre las tribus al norte del
Danubio (en Rumania y Hungría), especialmente a los godos, y los forzaron a ingresar masivamente
al Imperio Romano. En 376, los godos pidieron permiso para ingresar al Imperio. Se instalaron en
los Balcanes, cerca de Constantinopla. En 378, hubo un levantamiento de los refugiados godos, que
terminó en la derrota del ejército imperial del emperador Valente, en la batalla de Andrinópolis. El
sucesor, Teodosio el Grande, logró someterlos y los hizo sus aliados a cambio de un tributo anual.

Los visigodos permanecieron algunos años custodiando las fronteras del Imperio, pero a la
muerte de Teodosio (395) se alzaron en armas y luego de asolar a Grecia y Macedonia, se dirigieron
hacia Italia. En el año 408, el emperador Honorio mandó asesinar a Estilicón, el responsable por la
defensa de Roma. Entonces el general visigodo Alarico (376–410), un general godo al servicio del
Imperio y que se hallaba en Iliria, reanudó sus ataques contra el Imperio. Finalmente, en 410, Alarico
puso sitio a Roma y la saqueó.

Para muchos cristianos, la caída de Roma significó el fin del mundo. Jerónimo (342–420), el
autor de la Versión Vulgata de la Biblia (versión latina), desde su lugar de retiro en un monasterio
en Belén, refiere los acontecimientos y su desarrollo con gran dramatismo. En una carta a Heliodoro,
escrita en 396, Jerónimo expresa su espanto frente a la situación en todo el mundo.

Jerónimo: “Durante veinte años y más, la sangre de los romanos ha sido derramada
diariamente entre Constantinopla y los Alpes Julianos.… ¡Cuántas matronas y vírgenes de
Dios, damas virtuosas y nobles, han sido sometidas para entretenimiento de estos brutos!
Obispos han sido tomados cautivos, sacerdotes y aquellos en las órdenes menores han sido
asesinados. Las iglesias han sido demolidas, los caballos han sido guardados junto a los
altares de Cristo, las reliquias de los mártires han sido desenterradas. El llanto y el temor
abundan por todas partes y la muerte aparece en innumerables formas y maneras. El mundo
romano está cayendo: no obstante, mantenemos en alto nuestras cabezas en lugar de
inclinarlas.… El Este, es verdad, parecía estar protegido de todos estos males.… Pero, he
aquí, en el año que acaba de pasar los lobos (ya no de Arabia sino de todo el norte) se han
soltado sobre nosotros desde lo más intrincado del Cáucaso y en corto tiempo han
derrotado a estas grandes provincias.… ¡Qué enorme cantidad de monasterios han
capturado! ¡Cuántos ríos han hecho correr rojos en sangre!… Son nuestros pecados los que
hacen fuertes a los bárbaros, son nuestros vicios los que vencen a los soldaros de Roma.…
¡Oh, si tan solo pudiésemos subirnos a una torre de vigía lo suficientemente alta que de ella
pudiésemos contemplar toda la tierra esparcida a nuestros pies, entonces les mostraría a
un mundo en ruinas.”

Poco más tarde, la situación se había agravado y Jerónimo, como si estuviese actuando de
reportero en el frente de guerra, informa detalladamente de la situación. En una carta escrita a
Ageruchia, una viuda noble de Galia, alrededor de 409, dice: “Sí, el Anticristo está cerca.… Ahora
hablaré unas pocas palabras de nuestras miserias presentes.… Tribus salvajes en números
incontables han invadido todas las partes de Galia. Todo el país entre los Alpes y los Pirineos, entre
el Rin y el Océano [Atlántico], ha quedado devastado por las hordas de [los bárbaros].… Y los que la
espada perdona por fuera, el hambre los devora por dentro. No puedo hablar sin lágrimas …”
Apenas un poco tiempo después, Jerónimo parece estar redactando los titulares de un diario,
cuando en una carta a Principia (412), comenta: “Un rumor terrible del Oeste. Roma ha sido sitiada
y sus ciudadanos se han visto forzados a comprar sus vidas con oro. Luego, así despojados, ellos han
sido sitiados nuevamente de modo que perdieron no solamente su sustento sino sus vidas. Mi voz
se pega en mi garganta; y, al dictar [esta carta], el llanto ahoga mi palabra. La ciudad que había
tomado a todo el mundo ahora estaba cautiva.”

La caída de Roma fue el presagio de la inminente caída del Imperio Romano occidental. Antes
de terminar el siglo V, los visigodos se iban a establecer en España, los vándalos cruzaron al norte
de África, los burgundios ocuparon la región de Francia a la que dieron su nombre, mientras que las
regiones al norte del Imperio fueron dominadas por los francos y los anglo-sajones, tribus éstas que
todavía no habían tenido contacto con el cristianismo. La Edad Oscura se estaba cerniendo sobre
Occidente y muchos se habrán sentido tan apesadumbrados como Jerónimo.

La caída de Roma fue una tragedia, que despertó varios interrogantes: (1) ¿qué hizo la Iglesia
en el Imperio Romano respecto a los bárbaros que estaban por destruir ese Imperio? (2) ¿qué hizo
la Iglesia del Este respecto de los más salvajes de todos los pueblos bárbaros, los hunos? (3) ¿qué
enseñó la Iglesia acerca de la caída de Roma y sobre cualquier crisis similar que pudiera ser
considerada como “el fin del mundo”?

_ La Iglesia del Oeste y los godos


Si bien la caída de Roma fue una verdadera tragedia, no perjudicó mayormente la situación de
la Iglesia cristiana romana. En buena medida, el respeto que los bárbaros invasores tuvieron por la
Iglesia latina, su clero, sus templos e instituciones se debió al hecho de que muchos de ellos ya
conocían la fe cristiana. El cristianismo había llegado a las tribus germanas no por medio de un plan
elaborado para ganarlos, sino a través de prisioneros cristianos. En 264, godos de Rumania cruzaron
el mar Negro, atacaron Asia Menor, y tomaron prisioneros griegos cristianos. Uno de ellos fue el
abuelo de Ulfilas (311–383), quien habría de llegar a ser el apóstol a los godos.

Antes del año 400, el cristianismo había alcanzado a los pueblos germanos que vivían al norte
del río Danubio, gracias a la predicación y el ministerio de Ulfilas. Este singular misionero, hijo de
una mujer goda, pero con educación griega y latina, conocía muy bien las costumbres de los pueblos
bárbaros. Había llegado a cumplir funciones eclesiásticas como lector y estaba bien comprometido
con el ministerio, cuando una embajada enviada al Imperio Romano le dio la oportunidad de hacer
contacto con las autoridades de la Iglesia en el Este. La embajada llegó siendo emperador Constancio
(341), cuando la reacción anti-nicena triunfaba en el Este. Ulfilas, entonces, fue ordenado obispo
por Eusebio de Nicomedia y como era de esperar adoptó una teología arriana.

El obispo de Constantinopla lo designó como misionero a los godos, donde llevó a cabo una
labor misionera extraordinaria. Ulfilas era un hombre práctico. Lejos de enredarse en las
especulaciones teológicas y filosóficas de la época, se adhirió a la doctrina arriana porque resultaba
más fácil de comprender y comunicar, especialmente a los paganos. A Ulfilas no le interesaba tanto
la especulación teológica de sus días, como expresar en la forma más simple posible un credo que
fuera fácilmente aceptado. Por eso, en su prédica enseñaba que Cristo no era Dios sino un ser
inferior, es decir, su cristianismo era arriano.

Ulfilas fue más hábil como predicador que como pensador; fue un pésimo teólogo, pero un
misionero extraordinario. Su obra más importante fue la traducción de la Biblia al idioma gótico.
Para aquel entonces, la Biblia ya estaba traducida al siríaco, el copto (es decir, “egipcio”) y el latín.
El problema era que los godos no tenían escritura, salvo por algunos pocos caracteres rúnicos que
eran utilizados más en la magia que en la comunicación. Ulfilas entonces inventó un alfabeto gótico
usando letras griegas para representar los sonidos góticos. Así, la Biblia Gótica llegó a ser el primer
libro en la familia de idiomas germanos, a los que pertenecen idiomas modernos tan importantes
como el inglés y el alemán. Ulfilas conocía griego y sabía lo que tenía que hacer; pero también
conocía a los godos y sabía lo que no tenía que hacer. Por eso adaptó su versión de la Biblia a la
cultura y cosmovisión gótica.

Filostorgio: “Ulfilas tuvo un muy gran cuidado de los godos de muchas maneras. Por
ejemplo, redujo su lengua por escrito y tradujo todos los libros de la Biblia en su habla
cotidiana, excepto los libros de Reyes. Los dejó fuera porque son meramente el relato de
hazañas militares, y las tribus góticas eran particularmente afectas a la guerra. Ellas tenían
más necesidad de controles sobre sus naturalezas guerreras que de estímulos que los
urgiera a acciones de guerra.”

Ulfilas terminó su carrera en la anterior provincia romana de Mesia, al sur del Danubio. Se retiró
allí para escapar a una de las persecuciones dirigidas a interrumpir el avance del testimonio cristiano
entre los godos, o bien para acompañar la instalación de un grupo de godos en territorio romano.
Las iglesias fundadas por Ulfilas continuaron siendo arrianas en su teología. Varios sucesores de
Ulfilas sirvieron como obispos arrianos y escribieron obras y participaron en disputas teológicas
importantes. El arrianismo se transformó, de este modo, casi en la religión nacional de los pueblos
germanos.

Por supuesto, no todos los godos que se llamaban cristianos eran convertidos auténticos.
Muchos de los que entraban al Imperio aceptaban el bautismo, así como aceptaban las costumbres
romanas. Otros se hacían pasar por cristianos para poder entrar al Imperio, especialmente durante
el siglo IV. De todos modos, la Iglesia latina se vio beneficiada ya que recibió el ingreso masivo de
nuevos miembros, admiradores asombrados de las ceremonias cristianas y de la belleza de sus
templos. Los bárbaros analfabetos aceptaban todo sin demasiadas preguntas, y si bien tenían la
hegemonía política y militar, fueron sometidos al romanismo. En definitiva, la victoria cultural de
Roma sobre estas tribus fue un paso decisivo para el avance de las pretensiones de su obispo sobre
las de sus competidores del este.

MAPA 8 - RUTAS SEGUIDAS POR LOS HUNOS Y GODOS

_ La Iglesia del Este y los hunos


¿Hubo testimonio cristiano entre los hunos? Según Jerónimo, en una carta que le escribe a
Laeta, la nuera de Paula, que lo acompañaba en su monasterio en Belén (403), parece que sí. “Todos
los días”—afirma el monje de Belén—“damos la bienvenida a multitudes de monjes de India, de
Persia, de Etiopía. El arquero armenio ha dejado sus flechas de lado, los hunos están aprendiendo
el Salterio, y los fríos escitas son templados con la llama de la fe.”

El documento que testimonia de la presencia del cristianismo entre los hunos es la Crónica de
Sa’art. Este documento fue escrito entre los años 800–1300, pero está basado en registros
anteriores. Cuenta de una revuelta en Persia antes del año 500, que sacó al emperador persa Qbad
de su trono y país. Qbad huyó hacia el nordeste, a una región que se conoce como Bactria, sobre el
río Oxus, ocupada en aquel tiempo por los hunos blancos (turcos). El rey huno lo ayudó a recuperar
su trono, y al regresar a Persia, Qbad se mostró favorable a los cristianos, porque los cristianos entre
los hunos lo habían ayudado. Algunos persas miembros de su corte y que lo acompañaron a Bactria
se quedaron allí, se casaron y formaron sus familias entre los hunos. Años más tarde, algunos
regresaron a Persia y trajeron noticias de la presencia de cristianos entre los hunos. El redactor de
la Crónica de Sa’art copia los nombres de estos testigos y fecha su testimonio en el año 555. Los
episodios que describe pueden haber ocurrido entre 525–550.

Crónica de Sa’art: “Los hunos han aprendido a escribir su propia lengua. Así es como
ocurrió: Luchando contra los romanos, los hunos habían tomado prisioneros. Treinta y
cuatro años más tarde, un ángel apareció a Qaradushat, obispo de Arán, en Armenia
Oriental, diciendo: ‘En respuesta a las oraciones de los cautivos, Dios me ha dicho que te
pida que vayas, bautices a sus niños, les proveas de sacerdotes, les des los sacramentos, y
he aquí, yo estoy contigo y encontrarás todo lo que necesites.’

Siete de ellos partieron atravesando territorio salvaje, no haciendo rodeos por los pasos,
sino derecho, cruzando las montañas, y cada noche eran provistos de siete panes y de una
botella de agua. Predicaron a los cautivos, convirtieron a algunos de los hunos, y tradujeron
las Escrituras a su idioma.

Después de catorce años, Qaradushat murió. Su nombre significa ‘llamado por Dios.’
Otro obispo armenio, Makarios, fue llamado a ir, y fue de buen grado con algunos de sus
sacerdotes. Construyeron una iglesia de ladrillos, plantaron los campos, sembraron
vegetales, realizaron señales, y bautizaron a muchos. Los caudillos de los hunos los
honraron, invitándolos como maestros, cada uno a su propia tribu, y he aquí, están allí hasta
hoy.… Éste es el tiempo del cual habló el apóstol, cuando ‘ha entrado la plenitud de los
gentiles’ (Ro. 11:25).”

El documento describe lo que hoy podríamos denominar como misión rural. No se dice mucho
sobre la escritura y traducción de la Biblia, como en el caso de Ulfilas. Sin embargo, es muy probable
que la situación entre los hunos haya sido similar a la de los godos. El problema de la falta de un
abecedario o una forma escrita de la lengua era el mismo y debe haberse solucionado de la misma
manera. En este caso, se usaron letras siríacas para los sonidos hunos, y se creó un nuevo lenguaje
escrito, del que derivan lenguas como el mongol y el manchú.

_ La Iglesia y el fin del mundo


El problema de Volusiano. En un tiempo cuando el mundo parecía hacerse añicos, un sensible
cristiano se preguntaba por el porqué de la caída de un Imperio que llevaba el nombre de cristiano.
Volusiano, un joven procónsul, catecúmeno, le escribe a Agustín de Hipona (354–430), el más
importante de los Padres de la Iglesia latina, para compartir sus preguntas y preocupaciones. Así,
compara la entrada de Constantino a Roma en el 312 y la entrada de Alarico un siglo más tarde en
410. Según una carta de Marcelino a Agustín (412), “Volusiano piensa que todas estas dificultades
pueden ser agregadas a la pregunta previamente planteada, especialmente porque es evidente (si
bien él guarda silencio sobre este punto) que muy grandes calamidades han caído sobre el Imperio
bajo el gobierno de emperadores que en su mayor parte observaban la religión cristiana.”

Básicamente, Volusiano levanta dos preguntas. Por un lado, la pregunta pacifista, es decir, ¿está
bien que un cristiano ponga la otra mejilla, cuando es responsable de la seguridad de toda una
provincia, como era el caso de él? Por otro lado, la pregunta de la providencia, es decir, ¿por qué
Dios permite que ocurran estas cosas?

Desde su sede episcopal en Hipona, al norte de África, Agustín procuró responder a éste y a
otros interrogantes especialmente a través de su libro La ciudad de Dios (escrito entre 413 y 426),
que es la primera filosofía cristiana de la historia y la obra maestra de Agustín. Este libro es la defensa
más grande del cristianismo que jamás se haya escrito. Agustín salió al paso de la objeción de que
si bien el Imperio Romano había adoptado la religión cristiana, el cristianismo no había podido salvar
al Imperio de los bárbaros. Agustín escribió sabiendo que se encontraba en el fin de una edad, pero
miraba el futuro con esperanza.

La enseñanza de Agustín. Respecto de la crisis del año 410, Agustín admite que la religión
cristiana no salvó a Roma, pero afirma que sí salvó a muchos que estaban en peligro y necesidad.
Los horrores de la guerra no eran nuevos, pero muchos bárbaros eran arrianos y cuidaron de las
mujeres y los niños que se refugiaron en los templos cristianos.

Agustín de Hipona: “Todo el saqueo, pues, al que Roma se vio expuesta en la calamidad
reciente—toda la matanza, despojo, incendio y miseria—fue el resultado de la costumbre
de la guerra. Pero lo que fue novedoso, fue que los bárbaros salvajes se mostraron de
manera tan amable, que las iglesias más grandes fueron escogidas y apartadas con el
propósito de ser llenadas de gente a quienes se les dio refugio, y que en ellas nadie fue
asesinado, nadie fue acuchillado por la fuerza; que muchos fueron conducidos a ellas por
sus concesivos enemigos para ser puestos en libertad, y que de ellas nadie fue puesto en
esclavitud por enemigos inmisericordes. Quien no ve que esto debe ser atribuido al nombre
de Cristo, y al carácter cristiano, está ciego; quien lo ve y no lo alaba, es un desagradecido;
y quien impide a otros a alabarlo, está loco.”

En cuanto al problema del sufrimiento humano, señala Agustín que la religión cristiana no
pretende que el cristiano pueda evitar el sufrimiento. “Por lo tanto, si bien personas buenas y malas
sufren por igual, no debemos suponer que no haya diferencia entre las personas mismas, porque
no hay diferencia en lo que ellos sufren. Porque incluso en la semejanza de los sufrimientos, se da
una desemejanza en los que sufren; y si bien están expuestos a la misma angustia, virtud y vicio no
son la misma cosa.… Y así ocurre que en la misma aflicción los malvados detestan a Dios y blasfeman,
mientras que los buenos oran y alaban. De modo que la diferencia no está en cuáles son los males
que se sufren, sino en qué tipo de persona los sufre.”

Más complicada es su argumentación en cuanto al problema del mal en el mundo. Según


Agustín, la creación de Dios es buena y el mal sólo existe en la mala voluntad humana. En un mundo
que se ha alienado de su Creador, el propósito de Dios sólo puede encontrarse en el pueblo de Dios.
Dios sabía, antes de que ocurriera, que el ser humano iba a pecar.

Agustín de Hipona: “Y Dios no era ignorante de que el ser humano pecaría, y que, estando
ahora sujeto a la muerte, se propagaría en otros hombres condenados a muerte, y que estos
mortales correrían a tales enormidades en su pecado, que incluso las bestias carentes de
voluntad racional, y que fueron creadas de manera numerosa de las aguas y de la tierra,
vivirían más segura y pacíficamente con los de su propia especie que con el hombre, quien
se había propagado de un individuo con el propósito cierto de promover la concordia.
Porque ni siguiera los leones o los dragones han luchado entre sí guerras tales como las que
los hombres han luchado unos con otros. Pero Dios también previó que por su gracia un
pueblo sería llamado a la adopción, y que ellos, siendo justificados por la remisión de sus
pecados, serían unidos por el Espíritu Santo a los santos ángeles en paz eterna, siendo
destruido el último enemigo, la muerte.”

Finalmente, Agustín desarrolla el tema de las dos ciudades, que es el que le da el título a su libro.
En el corazón del mismo está el contraste entre la “ciudad terrenal,” que no será eterna, y la “Ciudad
Celestial” en la que está expresado el sentido de la historia. La idea central de Agustín es que toda
la historia humana es una lucha entre dos reinos, el de Dios y el del mundo, entre la civitas Dei y la
civitas terrena. Para él, la Iglesia es la colonia sobre la tierra de la Jerusalén celestial, establecida
para el testimonio acerca de Dios cualesquiera sean las circunstancias que se den en las naciones
del mundo. La Iglesia, peregrina a través de la historia, es la que da sentido a la historia y el fin de
este peregrinaje está más allá de la historia, en la Iglesia Triunfante.

EL CRISTIANISMO EN LAS ISLAS BRITÁNICAS

_ El testimonio en Bretaña
Uno de los primeros nombres asociados con el cristianismo en Bretaña es el de Albano, el primer
mártir cristiano en Inglaterra. Albano era un romano de Verulamium (la moderna St. Albans), de
quien se cuenta que amparó a un sacerdote cristiano durante la persecución bajo Diocleciano, en
304, a pesar de que todavía él no era cristiano. Cuando fue arrestado, confesó su fe cristiana
valientemente y después de ser torturado, fue ejecutado. Si bien hay ciertas dudas en cuanto a los
detalles de esta historia, hay dos cosas que parecen ser seguras. Primero, que el cristianismo para
este tiempo ya estaba firmemente establecido en Bretaña. Había obispos en Londres, York y Lincoln,
que concurrieron al Sínodo de Arlés pocos años más tarde, en 314. Segundo, el santuario de Albano,
cerca de Londres, se transformó en un lugar de peregrinación (hasta el día de hoy), y llegó a ser tan
famoso, que su nombre eclipsó el nombre romano que anteriormente tenía el lugar.

_ El testimonio en Escocia
En Escocia, el nombre que surge al investigar sobre los orígenes del cristianismo en esta región
(Galloway) es el de Niniano (c. 360–432), un bretón hijo de un caudillo cristiano. Siendo joven fue a
Roma a estudiar, y de allí al monasterio de San Martín de Tours, en Francia. Niniano regresó a
Escocia hacia el año 400, y durante algún tiempo vivió en una cueva. Cerca de allí construyó una
iglesia dedicada a Martín de Tours y un monasterio que seguía sus métodos misioneros. Los monjes
de este monasterio salieron a muchos lugares del país, evangelizando a los bretones en el sur, a los
pictos en el norte, a los escoceses en la costa occidental y en Irlanda del Norte.

_ El testimonio en Irlanda
El apóstol de Irlanda es Patricio (c. 389–c. 461), si bien el cristianismo ya había sido predicado
en la isla para cuando él llegó. Era un bretón, hijo de un diácono que vivía en la costa occidental de
Bretaña. Cuando tenía dieciséis años fue capturado por piratas irlandeses. Después de seis años
como esclavo en tierra pagana, logró escapar y regresar a su hogar. Pero no tenía paz, pues soñaba
con los irlandeses, en quienes su fe cristiana había comenzado a influir. Así, aceptó esto como un
llamado de Dios, y después de una larga preparación regresó a Irlanda, a la tierra de sus captores,
como misionero. Desembarcó en Ulster y viajó por todo el país desafiando valientemente al
paganismo, ganando a los caudillos y a sus seguidores. Su muerte ocurrió en el 461.

_ El testimonio en las Islas Británicas


El cristianismo de las Islas Británicas durante este período no estaba ligado con el cristianismo
latino del Imperio Romano, que empezaba a centrarse en la autoridad del obispo de Roma. Más
bien era un cristianismo de origen celta. Este cristianismo celta, imbuido de un fuerte espíritu
misionero, se vio de esta manera fortalecido en algunas regiones del noroeste, en un tiempo cuando
la ley y el orden romanos estaban en decadencia. De este modo, gracias a la obra de monjes
provenientes de las Islas Británicas, se preparó el camino para la evangelización del norte de Europa
en el siguiente período.

EL CRISTIANISMO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

_ Una vieja tradición


La tradición señala que el apóstol Pablo logró cumplir con su propósito de visitar España y
plantar allí el movimiento cristiano (Ro. 15:24, 28). No obstante, no tenemos prácticamente
información alguna en cuanto al desarrollo inicial del cristianismo en esa parte del mundo. Una
tradición muy antigua señala también que el apóstol Santiago (Jacobo) predicó en España y que el
apóstol Pedro envió a siete obispos a esta región. Es probable que, como ocurrió en otras partes del
mundo romano, el cristianismo haya entrado a la Península a través de comunidades judías en las
ciudades costeras, especialmente en el sureste, donde parece haber estado expandiéndose desde
comienzos del siglo tercero.

Justo L. González: “Según la tradición Santiago estuvo predicando en la región de Galicia y


en Zaragoza. Su éxito no fue notable, pues los naturales de esos lugares se negaron a aceptar
el evangelio. Cuando Santiago iba de regreso a Jerusalén, desanimado por lo que parecía
ser su fracaso, se le apareció sobre un pilar la Virgen—que todavía vivía—y le dio ánimo.
Éste es el origen de la ‘Virgen del Pilar’, venerada en España y en varias de sus antiguas
colonias. Tras su regreso a Jerusalén—continúa diciéndonos la tradición—Santiago fue
decapitado, y entonces algunos de sus discípulos españoles llevaron sus restos de regreso a
España, donde supuestamente reposan hasta el día de hoy en la basílica de Santiago de
Compostela. La tradición referente a Santiago en España ha tenido gran importancia para
los españoles a través de su historia, pues Santiago es el patrón del país, y ‘¡Santiago y cierra
España!’ fue el grito de guerra de la Reconquista contra los moros.”

Algunos registros del siglo III en cuanto al movimiento cristiano en España presentan un
cristianismo poco ortodoxo y maduro. Se menciona a un obispo que apostató de la fe durante la
persecución de Decio (250), pero que luego de pasar el peligro retornó a su oficio. Otros obispos
dejaron sus responsabilidades para involucrarse en el comercio. Algunas cartas de Cipriano de
Cartago (195–258) expresan que en España hubo una suerte de apostasía masiva, encabezada por
los obispos. Muchos cristianos acudían a los magistrados romanos para retractarse de su fe. Hubo
un derrumbe general de la moral, y no fueron pocos los creyentes que se sometieron a los sacrificios
oficiales, mientras continuaban profesando su fe cristiana. Incluso hubo quienes se desempeñaron
como sacerdotes cívicos. Los registros del concilio de Elvira, llevado a cabo alrededor del 309 revelan
que la Iglesia tuvo problemas con la idolatría, el homicidio y el adulterio e intentó corregir estos
errores. Este mismo concilio muestra que el movimiento cristiano se había extendido tan al norte
como Asturias y tan al este como Zaragoza, aunque su fuerza mayor parece haber estado en lo que
hoy es Andalucía.

En su Vida de Constantino, Eusebio de Cesarea menciona las diferentes regiones representadas


en el primer concilio ecuménico (Nicea, 325) convocado por el emperador Constantino. Con énfasis,
dice: “Hasta de la misma España, uno de gran fama se sentó como miembro de la gran asamblea.”
Este obispo famoso no era otro que Osio de Córdoba, consejero del emperador en materia
eclesiástica, y su enviado para tratar de reconciliar a las partes en conflicto en la controversia
arriana. Fue precisamente cuando Osio le informó a Constantino que las raíces del conflicto eran
muy profundas y que la disputa podía afectar la unidad del Imperio, que el monarca se decidió a dar
el paso que había considerado durante algún tiempo: convocar a todos los obispos cristianos del
mundo conocido para poner en orden la vida de la Iglesia y para resolver la controversia arriana.

Debe tenerse presente que, más tarde (379), el emperador Teodosio, que declaró al cristianismo
religión oficial del Imperio Romano, era natural de España, donde probablemente acogió su fe
cristiana. Teodosio fue el primer emperador romano de una fe cristiana ortodoxa. De todos modos,
el paganismo no desapareció rápidamente de España. En la última década del siglo IV los ritos
paganos todavía resultaban atractivos para muchos cristianos que habían renunciado a ellos. Incluso
un siglo más tarde, según las actas del concilio de Toledo, la idolatría seguía consiguiendo adeptos.
Si bien muchas de estas prácticas paganas pueden haber sido importadas por las tribus germanas
que invadieron la Península en el siglo V (vándalos, visigodos, suevos), es probable que hayan sido
supervivencias de tiempos anteriores a la llegada de los romanos o de los días del Imperio. No
obstante, con los visigodos, muchos de los cuales sostenían una fe arriana, el cristianismo logró un
establecimiento definitivo en la Península Ibérica con posterioridad al siglo V.

_ Una encarnizada herejía


Fue en España donde también surgió una “herejía,” que por algún tiempo mantuvo ocupados a
los sectores “ortodoxos” de la Iglesia. Lo ocurrido ilustra una constante del cristianismo español: su
rigorismo ético y su violencia ortodoxa. En este caso, el acusado fue Prisciliano (340–387), notable
asceta y predicador. Ya en el Concilio de Zaragoza (380), había sido condenado por leer libros
apócrifos y seguir prácticas ascéticas. Varios obispos seguidores suyos lo ordenaron como obispo de
Ávila. Muy pronto, sus oponentes consiguieron una orden imperial prohibiéndole asumir su oficio.
Prisciliano viajó a Milán y Roma para defender su caso ante el emperador y el obispo de Roma. El
segundo no lo recibió, pero el primero lo restituyó en su puesto en España. Pocos meses después,
un nuevo emperador lo sometió a un tribunal eclesiástico (385), bajo la acusación de gnosticismo,
ideas maniqueístas y depravación moral (Prisciliano consideraba que hombres y mujeres eran
iguales delante de Dios).

Prisciliano fue juzgado en Burdeos de acuerdo con la ley imperial que se aplicaba a la brujería,
y se lo obligó a comparecer ante el tribunal imperial de Tréveris. Sometidos a tortura, él y sus
compañeros (algunos de ellos eran obispos, como Instancio), confesaron las acusaciones que se les
hacían, especialmente de inmoralidad sexual. Pese a las protestas de Martín de Tours (m. 397), un
importante obispo galo, y de Ambrosio de Milán (340–397), los condenados fueron ejecutados por
decapitación, “convirtiéndose en el primer caso que conocemos de la masacre de ‘herejes’ y de la
caza de brujas bajo los auspicios cristianos.” El cuerpo de Prisciliano y de los otros seis ejecutados
fue trasladado a España, y se les dio sepultura como si fuesen mártires. El priscilianismo fue
condenado por el Concilio de Toledo (400).

Irvin y Sunquist: “El caso de Prisciliano refleja algunas de las ansiedades de su época, incluso
las cuestiones concernientes a nuevo papel público de la Iglesia y sus obispos, el ejercicio
del poder en el Imperio Romano, y las relaciones entre mujeres y hombres en la Iglesia.
Prisciliano se rehusó a reconocer tales distinciones agudamente definidas entre los géneros,
al menos entre aquellos que se habían comprometido con una vida ascética en Cristo. El uso
de la pena capital para controlar la enseñanza de la Iglesia fue también un paso mayor hacia
abajo en el largo camino de los juicios por herejía y el uso de la violencia en el nombre de la
fe cristiana ortodoxa. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo con esta dirección. Martín
de Tours, por su lado, vio las ejecuciones como una profunda distorsión de la fe cristiana.”

_ Un fanatismo riguroso
Hubo otras reacciones de indignación contra estos abusos, pero la persecución religiosa en
España continuó. Pablo Orosio (385–450), historiador y presbítero, llegó a destacarse como un
cazador español de herejes. En 414, en razón de la invasión de la Península por los vándalos, se
trasladó al norte de África, donde se colocó bajo la supervisión de Agustín de Hipona, quien le pidió
escribir una historia del mundo destinada a mostrar que la historia pre-cristiana fue peor que los
sufrimientos ocurridos en el Imperio bajo gobernadores cristianos. Los ataques bárbaros, según él,
eran expresión del justo juicio de Dios sobre los paganos que todavía no se habían convertido a la
fe cristiana.

Otro obispo español de renombre fue Dámaso (304–384), quien llegó a ser obispo de Roma
desde 366, después de haber derrotado con violencia a su oponente Ursino. De él, comenta
Johnson:

Paul Johnson: “Su meta parece haber sido bastante clara: presentar al cristianismo como la
verdadera y antigua religión del Imperio y a Roma como su ciudadela. Dámaso instituyó una
gran ceremonia anual en honor a Pedro y Pablo para destacar la idea de que el cristianismo
ya era muy antiguo y había mantenido su asociación con Roma y los triunfos del Imperio
durante más de tres siglos. Según lo que él alegaba, los dos santos no sólo habían asegurado
la primacía de Roma sobre Oriente, porque ella era su ciudad adoptiva, sino que también
habían demostrado que eran protectores de la ciudad más poderosos que los antiguos
dioses. El cristianismo era ahora una religión que tenía un pasado glorioso y un futuro
ilimitado. Dámaso vivía bien y agasajaba suntuosamente a sus visitantes. En 378 celebró un
sínodo ‘en la sublime y sagrada Sede Apostólica’—fue la primera vez que se usó la frase—
que exigió la intervención oficial para asegurar que los obispos occidentales se sometieran
a Roma. El Estado también dictaminó que el obispo de Roma no estaría obligado a
comparecer ante el tribunal: ‘Nuestro hermano Dámaso no debe ser puesto en una posición
inferior a la de aquellos con quienes tiene oficialmente una situación de igualdad, pero a
quienes supera por la prerrogativa de la Sede Apostólica.’ Según parece, Dámaso fue un
hombre desprovisto por completo de espiritualidad.”

_ Un extenso peregrinaje
Afortunadamente, no todos los testigos españoles fueron de un carácter cristiano tan dudoso
como el de Dámaso. Hacia fines del siglo IV (384), una mujer aristocrática de nombre Egeria,
probablemente una monja del noroeste de España, salió en peregrinaje hacia el Sinaí, Egipto,
Palestina y Mesopotamia. Es interesante que, en un tiempo en que casi no había mapas, ella utilizó
la Biblia para su orientación y la ayuda de ascetas locales que fue encontrando a lo largo del camino.
Su diario de viaje, escrito en un latín coloquial exquisito, es no sólo un testimonio extraordinario de
un periplo lleno de aventuras por parte de una mujer, sino una fuente de información extraordinaria
en cuanto a la liturgia, la arquitectura y la vida monástica de casi todo el mundo cristiano. El relato
testifica también de la noción, ya establecida para aquel tiempo, de una Tierra Santa cristiana y de
la importancia que la peregrinación a los sitios sagrados comenzó a tener. Además, Egeria, con el
relato de su viaje piadoso, ofrece una síntesis notable de la mayor parte de los lugares que hemos
mencionado en esta unidad, desde España hasta Mesopotamia.

En esta unidad hemos realizado un extenso viaje misionero. Comenzamos con los primeros
territorios visitados por el movimiento cristiano palestino, iniciando nuestro viaje en Antioquía de
Siria, para movernos a la primera ciudad-estado en convertirse al cristianismo, Edesa. De allí nos
movimos a la primera nación cristiana, Armenia. Pasamos por Partia, Persia, Etiopía, Arabia e India.
Desde el punto más extremo de la expansión oriental del testimonio cristiano, nos movimos al punto
más extremo de la expansión occidental, y así, pasando por el norte de Europa, llegamos finalmente
a las Islas Británicas y a la Península Ibérica.

En este viaje hemos podido constatar la manera dinámica en que el incipiente movimiento
cristiano encontró oportunidades para su expansión, la fundación de iglesias, la contextualización y
el testimonio. De igual modo, hemos podido evaluar hasta qué punto la oposición y persecución,
como también el impacto de la cultura local y sus manifestaciones, afectaron la configuración del
pensamiento y la acción cristianos. Todo esto resultó no sólo en un movimiento de aspiraciones
universales, sino verdaderamente mundial. Su dilatado alcance geográfico es parangonado con su
riquísima diversidad. Nuestra mayor cercanía con la cristiandad latina o mediterránea no debe
limitar nuestra visión del movimiento cristiano como auténticamente ecuménico y múltiple. Sin
embargo, de todos los variados factores que lo configuraron, ninguno parece ser más llamativo que
el cristianismo de los primeros siglos fue un movimiento típicamente urbano. Las iglesias que se
plantaron, tanto dentro como fuera del Imperio Romano, fueron comunidades urbanas, con todas
las características propias de tal condición socio-cultural. Para el año 500, la mayoría de las grandes
urbes del mundo conocido de entonces, habían sido alcanzadas con el testimonio del evangelio de
Jesucristo.

GLOSARIO

Adiabene: región cercana a la corriente superior del Tigris, con su capital en Arbela, una antigua
ciudad sagrada de los asirios, que fue alcanzada tempranamente (c. año 100) por el testimonio
judeo-cristiano palestinense. No obstante, los grupos cristianos fueron pequeños y padecieron una
resistencia activa por parte de sacerdotes de otras religiones (especialmente zoroastristas).

arriano: seguidor de las enseñanzas de Arrio (256–336), que en su herejía negaba la


consubstancialidad del Hijo y el Padre. Los arrianos creían que el Hijo había sido creado como un
agente para la creación del mundo.

catholikós: obispo patriarca o primado de ciertas iglesias orientales, especialmente de la Iglesia


Armenia o de las iglesias nestorianas (Iglesia del Este) como la Iglesia Ortodoxa Siria.

celta: perteneciente a un grupo de pueblos indoeuropeos que se establecieron antiguamente en las


Islas Británicas, Galia, y en algunas regiones de España, Alemania, norte de Italia, Suiza, y hasta en
Asia Menor. Se refiere también a un grupo de lenguas indoeuropeas habladas especialmente en
algunas regiones de las Islas Británicas.

ciudad-estado: un estado autónomo que consiste de una ciudad y su territorio vecino.


cristología: rama de la teología que trata con la interpretación teológica de la persona y obra de
Cristo.

Ctesifonte: ciudad de Asiria (hoy Irak), a orillas del Tigris, no lejos de Seleucia, residencia de invierno
de los reyes partos, arsácidas y sasánidas.

decuria: cada una de las diez porciones en que se dividía la antigua curia romana. En la antigua
milicia romana, era la escuadra de diez soldados gobernada por un cabo.

encratismo: del griego encarteis (autocontrol), designa a movimientos entregados a prácticas


ascéticas extremas, como la prohibición del matrimonio y la ingesta de vino y carne. Por usar agua
en lugar de vino en la Cena del Señor, se los llamó “acuarios” o “hidroparastatas.” Jerónimo dice
que Taciano fue el fundador del movimiento.

godos: antiguo pueblo germánico, que invadió el Imperio Romano en los primeros siglos de la era
cristiana y ocupó España e Italia, donde fundó reinos germánicos.

Iglesia del Este: Iglesia cristiana que remonta su origen al cristianismo que se desarrolló en el
Imperio Romano Oriental (bizantino), pero que se expandió de manera independiente hacia el este
(Mesopotamia) y desde allí más tarde hasta China, sosteniendo una teología nestoriana, y con una
liturgia y literatura religiosa en lengua siríaca.

licantropía: manía en la que el enfermo se imagina a sí mismo y se comporta como si fuese un lobo.

liturgia: del gr. leitourgia (adoración) es el orden y forma (rito o conjunto de ritos) que se sigue para
celebrar el culto religioso público.

maniqueo: seguidor de las doctrinas de Manes (216–277), que admitía dos principios creadores,
uno para el bien y otro para el mal.

misión palestinense: aquella correspondiente a la expansión del judeo-cristianismo de origen


palestino, nacido en Jerusalén. Este judeo-cristianismo se extendió hacia el este, yendo de Antioquía
de Siria hacia Edesa, y de allí hacia el norte a Armenia y hacia el sur en dirección a Mesopotamia.

monofisismo: herejía de los monofisitas, que enseñaban que en Cristo había una sola naturaleza
(divina) y no dos, como enseñaba el credo de Calcedonia (451), aun cuando él había asumido un
cuerpo terrenal y humano con su ciclo de nacimiento, vida y muerte.

movimiento de pueblos: resulta de la decisión conjunta de un número de individuos, todos


pertenecientes a un mismo grupo de pueblo, que les permite hacerse cristianos sin sufrir una
dislocación social, mientras se mantienen en contacto pleno con sus familiares no cristianos. Esto
hace posible que otros segmentos de ese grupo de pueblo, a lo largo de los años, llegue a decisiones
similares y forme iglesias cristianas constituidas primariamente por miembros de ese grupo de
pueblo.
nestorianismo: herejía del s. V difundida por Nestorio (428–431), patriarca de Constantinopla, que
profesaba la existencia de dos personas en Cristo, separando en él la naturaleza divina de la humana
en el Cristo encarnado. El nestorianismo fue condenado por el Concilio de Éfeso en 431, pero se
desarrolló en las iglesias que se separaron del cristianismo bizantino a partir de esa fecha, y tuvieron
su centro en Persia, desde donde se esparció desde Asia Menor hasta China.

nómada: familia o pueblo que anda vagando sin residencia fija de lugar en lugar de manera
estacional o dentro de un territorio bien definido a fin de asegurarse la provisión de alimentos, y
que generalmente está dedicado a tareas de pastoreo.

Osroene: región del NO de Mesopotamia, con capital en Edesa, donde se fundó un pequeño estado
gobernado por sus caudillos con el título de reyes. El cristianismo llegó a la región con el apóstol
Judas, hermano de Jacobo. En 190 y 201 ya había iglesias cristianas en Edesa. El rey Abgar IX (179–
214) se convirtió y abolió los cultos paganos.

politeísmo: doctrina de los que creen en la existencia de muchos dioses.

Sasánidas: dinastía persa que reinó de 225 a 651.

siríaco: lengua hablada y escrita de los antiguos habitantes de Siria, basada en un dialecto arameo
oriental y utilizada como la lengua literaria y litúrgica por varias iglesias cristianas orientales.

Vedas: en sánscrito significa conocimiento. Se trata de cuatro libros sagrados de la India, escritos en
lengua sánscrita, atribuidos a la revelación de Brahma. Son colecciones de oraciones, de himnos, de
fórmulas de consagración, y de expiación, que constituyen los escritos sagrados hindúes más
antiguos. Los Puranas, los Sutras, etc., son comentarios de dichos libros.

zoroastrismo: religión de origen persa, fundada en el s. VI a.C. por el profeta Zoroastro a partir del
mazdeísmo, y que sostiene la creencia en Ahura Mazda como la divinidad suprema. Esta doctrina
está promulgada en el Avesta (el libro de los escritos sagrados del zoroastrismo), y se caracteriza
por su rigor ético, ya que requiere de las buenas acciones humanas para ayudar a Ahura Mazda en
su lucha cósmica contra Ahriman, el espíritu del mal.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Referencias al cristianismo en autores clásicos.

Lee y responde:
“Pomponia Graecina, una mujer de alto rango (la esposa de Aulus Plautius, a quien, como he
mencionado, se le ofreció una ovación por su campaña en Bretaña), fue acusada de una superstición
foránea, y fue pasada a su esposo para que la juzgara. Él siguió el procedimiento antiguo de escuchar
su caso, que tenía que ver con la situación legal de su esposa y su honor, en presencia de miembros
de la familia, y la declaró inocente. La larga vida de Pomponia se tornó en una tristeza
inquebrantable, porque después de la muerte de Julia, la hija de Drusus, vivió cuarenta años con
ropas de luto con sólo dolor en su corazón. Esto hizo que pudiera escapar al castigo durante el reino
de Claudio, y de allí en más contribuyó a su gloria.”

Tácito (c. 60–c. 120) en Los anales (13:32), sobre el juicio de Pomponia Graecina (57).

- Explica con tus palabras cuál puede haber sido la “superstición foránea” de la que era acusada
Pomponia Graecina.

TAREA 2: La persecución en Viena y Lión en Galia (177).

“La grandeza de la tribulación en esta región, y la furia de los paganos contra los santos, y los
sufrimientos de los benditos testigos, no podemos narrarlos con precisión, ni siquiera pueden ellos
ser realmente registrados. Porque con todo su poder el adversario cayó sobre nosotros, dándonos
un anticipo de su actividad desenfrenada en su futura venida. Se esforzó en toda manera en
entrenar y ejercitar a sus siervos contra los siervos de Dios, no sólo expulsándonos de casas y baños
y mercados, sino prohibiendo a cualquiera de nosotros ser visto en cualquier lugar que sea.… Pero
aquellos que eran dignos fueron apresados día por día, completando su número, de modo que todas
las personas celosas, y aquellos a través de quienes especialmente nuestros asuntos se habían
establecido, fueron reunidas de las dos iglesias. Y algunos de nuestros siervos paganos también
fueron apresados, ya que el gobernador había ordenado que todos nosotros debíamos ser
examinados públicamente. Éstos, siendo engañados por Satanás, y temiendo para ellos las torturas
que habían visto a los santos soportar, y siendo también urgidos por los soldados, nos acusaron
falsamente … de acciones de las que no sólo no nos está permitido hablar o pensar, sino que no
podemos creer que hayan sido hechas jamás por los hombres. Cuando se informaron estas
acusaciones, todo el pueblo rugió como bestias salvajes en contra nuestra, de modo que incluso si
alguien antes había sido moderado en base a amistad, ahora estaban sumamente furiosos y
rechinaban sus dientes contra nosotros. Entonces finalmente los santos testigos soportaron
sufrimientos más allá de toda descripción.”

Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 5.4, 5, 14–16.

- Según el relato de los sobrevivientes de las persecuciones contra las congregaciones de Viena y
Lión ¿qué lugar jugó Satanás en tratar de silenciar el testimonio cristiano en aquella región de Galia?

- A la luz de este testimonio histórico, ¿cuál es el arma preferida del diablo para silenciar a la Iglesia?
- ¿Cuál es tu propia evaluación de la obra demoníaca hoy en tu contexto en términos de detener el
avance del testimonio cristiano?

TAREA 3: ¿Era cristiano Constantino?

Los autores de historia del cristianismo no coinciden en sus opiniones acerca de si Constantino era
auténticamente cristiano o no.

Lee algunos de los siguientes juicios y saca tu propia conclusión:

Baker, Compendio de historia cristiana, 27–28, 59; González, Historia del cristianismo, 1:136–139;
Latourette, Historia del cristianismo, 1:131–133; Muirhead, Historia del cristianismo, 1:137–142;
Walker, Historia de la iglesia cristiana, 110–114, 119.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. Leer Latourette, Historia del cristianismo, 1:31–37, y discutir las diferentes interpretaciones que
se han hecho sobre la ubicación del cristianismo en la historia. Discutir los dos últimos párrafos de
la p. 37, extrayendo conclusiones para compartir en un plenario de la clase.

2. Responder a las siguientes preguntas: ¿Por qué razones el idioma griego fue útil para la
comunicación del evangelio cristiano? ¿Qué idioma moderno es el más útil para comunicar el
evangelio hoy en todo el mundo? Dar razones. ¿Es el castellano un idioma adecuado para la
comunicación del evangelio?

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 7–25; 30–42.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 5–30.

González, Historia del cristianismo, 1:21–76; 103–144.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:1 1–60; 101–116; 118–133; 146–150; 155–164;

245–273.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:17–84; 97–134.


Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 9–21; 28–35.

Walker, Historia de la iglesia cristiana, 1–52; 83–114.

UNIDAD 2

El cristianismo más alla del imperio romano

INTRODUCCIÓN
Hacia fines del segundo siglo el cristianismo se había difundido por casi todo el mundo
mediterráneo. Se encontraba bien establecido en el norte de África, en Galia y en España. Es
probable que para esta época haya alcanzado las Islas Británicas. Hacia el sudoeste, se estaba
esparciendo a lo largo de las márgenes africana y árabe del mar Rojo. Hacia el este del Imperio había
conquistado la pequeña ciudad-estado de Edesa, y desde allí se estaba extendiendo hacia el norte
llegando a Armenia, y hacia el este iba penetrando en Persia, y aun más allá dirigiéndose hacia el
Asia Central. En este tiempo, Tertuliano de Cartago, decía: “Somos apenas de ayer, y hemos llenado
todo lugar entre vosotros—ciudades, islas, fortalezas, pueblos, mercados, y los mismos
campamentos, tribus, compañías, palacio, Senado, Foro—no os hemos dejado nada sino los templos
de vuestros dioses.” Para fines del siglo tercero, el cristianismo se había establecido fuertemente en
muchas partes del Imperio Romano a pesar de la persecución y seguía avanzando firmemente fuera
del mismo, especialmente en Mesopotamia. Para comienzos del siglo IV, estaba ganando a Etiopía,
donde desde el rey hasta el último vasallo confesaban la fe de Cristo.

Hacia el año 350, la expansión del cristianismo resultaba notable. Primero, el cristianismo era
todavía una religión predominantemente “oriental,” ya que su fuerza más grande en este tiempo
estaba en Armenia (fuera del Imperio Romano), en Asia Menor, y en el extremo oriental de Europa
en la nueva capital del Imperio: Constantinopla. Generalmente, se concibe al cristianismo como una
religión europea y casi exclusivamente occidental. La historia no apoya este concepto. Por supuesto,
el cristianismo era muy fuerte en el mundo mediterráneo y allí habría de avanzar a pasos
agigantados, especialmente a partir del momento en que comenzó a contar con el favor imperial.
Pero no debemos pasar por alto el hecho del floreciente desarrollo del cristianismo en la frontera
oriental del Imperio y más allá de ella.

Segundo, en África, además de los puntos fuertes del litoral norteño, en Numidia, Cirenaica y el
delta y valle del río Nilo, el cristianismo iba penetrando paulatinamente por las riberas del mar Rojo
hasta entrar y conquistar Abisinia en este período. El desarrollo del cristianismo en el norte de África
fue muy significativo, ya que de allí salieron algunos de los teólogos cristianos más destacados de
este período (Tertuliano de Cartago, Cipriano de Cartago, Agustín de Hipona).

MAPA 4 - LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO HACIA EL AÑO 350

Tercero, el progreso del cristianismo a través de Asia continuó sin pausa. En Persia, donde hacia
mediados del siglo IV comenzó a sufrir una severa persecución; a lo largo de las márgenes árabe y
persa del golfo Pérsico; y desde aquí por mar hasta la India (alrededor del 295). Una embajada
romana enviada por el emperador Constancio en 354 se encontró con una comunidad cristiana en
el sudoeste de la India. La tradición oral, en la Iglesia Siríaca Antigua, que todavía hoy sobrevive en
esta región, habla de la llegada de cristianos allá por el año 345 provenientes de Persia
(presumiblemente huyendo de la persecución). Es probable que el cristianismo haya llegado hasta
la India o por lo menos a su frontera noroeste por vía terrestre. En el Concilio de Nicea en 325, un
obispo se autotituló como “Juan de la Gran India y Persia.” Más tarde, el cristianismo penetró más
profundamente en Asia Central, llegando a convertir y civilizar a los pueblos nómadas del
Turquestán alrededor del año 500.

EL PRIMER REINO CRISTIANO: EDESA

_ La conversión de Edesa
El libro de los Hechos nos dice que el día de Pentecostés la predicación de Pedro y los demás
apóstoles fue oída por “partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia” (Hch. 2:9), es decir,
habitantes de la región al este de Palestina. La ruta que llevaba a estos territorios pasaba por la
ciudad siria de Antioquía. Esta ciudad fue, desde muy temprano (Hch. 11:19–21) un centro muy
importante de cristianismo helenista. De hecho, fue allí que “a los discípulos se les llamó ‘cristianos’
por primera vez” (Hch. 11:26). Por ser una metrópolis comercial con una ubicación tan estratégica,
no es extraño que desde allí el movimiento cristiano se haya expandido en varias direcciones. Desde
Antioquía, donde comenzó Pablo su misión hacia Occidente, comenzó también la expansión hacia
Oriente. Desde fines del siglo I, cristianos de lengua aramea de Palestina predicaron a las
comunidades judías de una región denominada Osroene. Esta corriente misionera se conoce como
la misión palestinense. Fue el judío Tobías quien recibió a Addai, el primer misionero judeo-cristiano
en esa región.

La primera ciudad en ser alcanzada fue Edesa (200 kilómetros al este de Antioquía), capital de
un pequeño reino independiente (Osroene), estratégicamente ubicada sobre las rutas principales
de comunicación entre Oriente y Occidente. Aquí había también una importante comunidad judía,
que proveía de una buena base para el inicio del testimonio cristiano. Fue esta ciudad la primera en
ver a su rey convertido y al cristianismo constituido en religión oficial, cerca del año 200. De este
modo, Edesa se transformó en el centro más importante para la difusión del movimiento cristiano
de habla siríaca, lengua muy cercana al arameo.

El testimonio de Eusebio, quien visitó la ciudad en 320, agrega una información curiosa. Dice
Eusebio que en Edesa encontró un documento conocido como Crónica de Addai, que según él
contenía la correspondencia mantenida entre el rey de la ciudad, Abgar, con nadie menos que Jesús.
Según estos documentos, el rey invitó a Jesús a ir a Edesa, para que lo curara de una enfermedad
que padecía. Jesús le respondió que no podía ir, pero que enviaría a uno de sus discípulos.

Eusebio dice que después de la ascensión de Jesús, el apóstol Tomás “envió a Tadeo (Addai en
siríaco), uno de los setenta,” a Edesa. Tadeo curó a Abgar y a “muchos otros en la ciudad, hizo obras
maravillosas y predicó la palabra de Dios.” La pregunta que surge es si lo que relata Eusebio es
históricamente verificable y cierto. Eusebio así lo creía, pero quizás estaba equivocado. La
arqueología ha encontrado una moneda con la esfinge del rey Abgar de Edesa, con una cruz en su
corona. Pero no es el Abgar de tiempos de Jesús, sino Abgar VIII ó IX (179–216), y la moneda fue
acuñada entre 180–192. Como ocurría con frecuencia en la antigüedad, los compiladores de la
historia tomaron un hecho real y lo remontaron a los días de Jesús para darle lustre.

Es muy probable que el primer rey cristiano de Edesa haya sido Abgar IX. Su nombre aparece en
la Crónica de Edesa, pero allí no dice que haya sido cristiano. Julio Africano, quien vivió en la corte
de Abgar antes del 216, dice que este rey era un “hombre consagrado” (¿cristiano?). El Libro de las
leyes de las tierras, escrito antes del 250 por un discípulo de Bardaisanes, dice explícitamente que
el rey Abgar se hizo cristiano.

De todos modos, parece razonable pensar que para fines del primer siglo algunos cristianos
arameos ya habían llegado de Palestina a Osroene y que predicaron a las comunidades judías en la
región. Una indicación de esto es el hecho de que fue un judío, Tobías, quien recibió a Addai. Otro
elemento a tomar en cuenta es que los cristianos de Osroene celebraban la Pascua como lo hacían
los cristianos palestinenses y no como los de Asia.

_ La contribución de Edesa
El reino de Edesa (Osroene) fue “primero” también en varias cosas más. Por un lado, tuvo el
primer templo cristiano que recuerde la historia. Gracias al favor real, los cristianos de esta ciudad
pudieron tener su templo junto al palacio, cuando no había templos en el Imperio Romano. En el
año 201 hubo una inundación, y los registros indican que “Abgar, el rey, se paró sobre la torre,
llamada la Torre Persa, y observó las aguas con la luz de las antorchas. Las aguas rompían contra la
muralla occidental de la ciudad, entraban a la ciudad, y derribaban el grande y hermoso palacio del
rey.… Y las aguas destrozaron el templo de la iglesia de los cristianos.” De este modo, Osroene fue
probablemente el primer reino en el que se levantaron edificios destinados específicamente al culto
cristiano.

Además, en esta ciudad se hizo la primera traducción de los Evangelios del griego al siríaco, el
idioma que se hablaba por aquel entonces en Mesopotamia. A partir del segundo siglo se hicieron
traducciones del griego al siríaco, siendo posiblemente el Nuevo Testamento la primera de estas
traducciones, bastante antes del año 200. El siríaco es importante porque se transformó en el
idioma eclesiástico del avance cristiano oriental, y fue llevado, en las Escrituras y la liturgia, a través
de Asia hasta el mar de la China.

Una tercera contribución pionera de Edesa fue su énfasis en un cristianismo ascético,


especialmente a partir del siglo III. El cristianismo siríaco que se desarrolló allí puso un fuerte énfasis
sobre la ascesis. Los Hechos de Tomás hablan de los convertidos renunciando al matrimonio. Las
iglesias estaban compuestas mayormente por ascetas y se caracterizaban por un ejercicio intensivo
de los dones del Espíritu y la proclamación del evangelio. La práctica de la castidad estaba muy
difundida.

Edesa fue también un centro de expansión del testimonio cristiano y de producción de literatura
cristiana en lengua siríaca. En Edesa se formó lo que se conoce como el “ciclo de Tomás” (así como
en Frigia oriental se desarrolló el ciclo de Felipe o en Asia Menor el ciclo de Juan), que significa la
producción de una serie de tradiciones históricas y literarias ligadas al apóstol Tomás y su ministerio.
Allí surgen varias obras asociadas a Tomás, como Hechos de Tomás (siglo III), Salmos de Tomás
(composiciones judeo-cristianas del siglo II, que más tarde fueron adoptadas por los maniqueos),
Evangelio de Tomás (hallado en Nag Hammadi, pero relacionado con el medio judeo-cristiano de
Edesa, a mediados del siglo II). Otra obra importante del cristianismo primitivo oriental es Odas de
Salomón, un escrito de carácter judeo-cristiano, de orientación esenia, probablemente de fines del
siglo I. También se destacan el Evangelio de la verdad (una homilía litúrgica) y el Canto de la perla,
preservada en los Hechos de Tomás.

Edesa también produjo algunos personajes cristianos de renombre. Uno de ellos fue Taciano (c.
170), quien nació en Mesopotamia, de lengua siríaca, tuvo una buena educación, y quien fue al
Oeste buscando una religión que le diera satisfacción. Probó muchas de las religiones que se
practicaban en el Imperio Romano, hasta el año 150 cuando se convirtió a la fe cristiana en Roma.
Fue discípulo de Justino Mártir y autor de obras importantes. Su Discurso a los griegos es una
reacción contra la civilización greco-romana. En ella Taciano expresa su gratitud personal por su
liberación de los dioses del politeísmo pagano. También es el autor de una obra perdida titulada
Diatessaron (“a través de cuatro”), que fue probablemente la primera armonía de los Evangelios en
ser escrita y que tuvo una gran influencia en el cristianismo siríaco. Su testimonio personal de
conversión exalta el poder de las Escrituras y su valor por sobre los escritos griegos, que antes habían
concentrado su devoción.

Taciano: “Y, mientras estaba prestando mi más sincera atención al asunto, di con ciertos
escritos bárbaros, demasiado viejos para ser comparados con las opiniones de los griegos,
y demasiado divinos para ser comparados con sus errores; y fui guiado a depositar fe en
éstos por la sencillez sincera del lenguaje, el carácter no artificial de los escritores, el pre-
conocimiento manifiesto de eventos futuros, la calidad excelente de los preceptos, y la
declaración del gobierno del universo como centrado en un solo Ser. Y, al ser mi alma
enseñada por Dios, llegué a entender que la clase anterior de escritos llevaba a la
condenación, pero que éstos pondían fin a la esclavitud que está en el mundo, y nos
rescatan de la multiplicidad de potestades y de diez mil tiranos, mientras que nos dan, no
realmente lo que antes no habíamos recibido, sino lo que habíamos recibido pero por el
error no podíamos retener.”

Bardaisanes (154–222) fue otro nativo destacado de Edesa. Perteneció a una familia noble de
esa ciudad y estuvo ligado a la corte. Julio Africano nos informa que fue un arquero diestro, y que
escribía muy bien en griego y siríaco. Se convirtió en 179 y fue conocido como un hombre de
pensamiento independiente, poeta y primer himnólogo en lengua siríaca. Según Efraín, Bardaisanes
compuso muchos himnos (madrase), que eran una especie de lecciones líricas con un refrán. Estas
composiciones se cantaban de manera antifonal. Así, pues, Bardaisanes merece un lugar importante
como pionero en la historia de la música litúrgica.

Bardaisanes se destacó también en la literatura. En este sentido, es muy elogiado por Eusebio.
Un discípulo suyo registró su enseñanza en una obra titulada En cuanto al destino, escrita en forma
de preguntas y respuestas. También se atribuye a Bardaisanes el poema El himno del alma conocido
también como El canto de la perla. En El libro de las leyes de diversos países, algunos de sus
discípulos registraron sus enseñanzas, en las que se pone en evidencia el amplio conocimiento de
Bardaisanes. Lamentablemente, de sus numerosos escritos sólo se conservan unos pocos
fragmentos. Sus observaciones nos ofrecen un cuadro de la situación del cristianismo en todo el
mundo conocido de sus días.

Bardaisanes: “¿Y qué diremos de la nueva raza de nosotros los cristianos, a quienes Cristo
en su venida plantó en cada país y en toda región? Porque, he aquí, dondequiera que
estamos, todos somos llamados por el único nombre de Cristo: cristianos. En cierto día, el
primero de la semana, nos congregamos juntos, y en los días de las lecturas [?] nos
abstenemos de tomar alimento. Los hermanos que están en Galia no toman a varones por
esposas, ni los que están en Partia dos esposas; tampoco se circuncidan aquellos que están
en Judea; ni nuestras hermanas que están entre los Geli se unen a extraños; como tampoco
aquellos hermanos que están en Persia toman a sus hijas por esposas; ni los que están en
Media abandonan a sus muertos, o los entierran vivos, o los entregan como comida a los
perros; ni los que están en Edesa matan a sus esposas o a sus hermanas cuando cometen
impureza, sino que se alejan de ellas, y las entregan al juicio de Dios; ni los que están en
Hatra apedrean a los ladrones a muerte; sino que, dondequiera que están, y en cualquier
lugar en que se encuentren, las leyes de los diversos países no les impiden obedecer la ley
de su Soberano, Cristo; ni siquiera el Destino de los Gobernadores celestiales los mueva a
hacer uso de cosas que ellos consideran como impuras.”

Es difícil precisar la posición doctrinal de Bardaisanes. Por un lado, luchó contra la herejía.
Eusebio dice que escribió contra Marción. Pero por otro lado, se lo acusó de ser discípulo de
Valentino (gnóstico) y de practicar la astrología. Parece evidente que Bardaisanes profesaba una
especie de judeo-cristianismo gnóstico, pero no está tan claro si su gnosticismo era dualista o
meramente una manera de pensar algo anticuada. Lo segundo parece ser más probable.

LA PRIMERA NACIÓN CRISTIANA: ARMENIA


Las tradiciones más antiguas atribuyen un origen apostólico al movimiento cristiano en
Armenia. Se habla del apóstol Tadeo y se dice que ministró en este país al oeste del mar Caspio por
unos ocho años (35–43). De igual modo, se dice que el apóstol Bartolomé predicó allí por unos
dieciséis años (44–60). No obstante, estas tradiciones carecen de todo fundamento histórico.

_ La conversión de Armenia
Armenia estaba al este del Imperio Romano, pero más al norte que Edesa. El historiador griego
Sozómenos, en su Historia eclesiástica, escrita allá por el año 450, dice: “Los armenios, tengo
entendido, fueron los primeros en aceptar la fe cristiana como nación.” Según Eusebio, Armenia se
hizo cristiana hacia el 311, cuando el emperador Maximiano les declaró la guerra por esa razón. Dice
Eusebio: “Además de esto, el tirano (Maximiano) tuvo que hacer frente a una guerra contra los
armenios, gente que desde una fecha muy temprana habían sido amigos y aliados de los romanos.
Como ellos eran también cristianos y celosos en su piedad hacia la Deidad, el enemigo de Dios
(Maximiano) había intentado forzarlos a sacrificar a los ídolos y a los demonios, haciendo con esto
que de amigos se tornaran en contrincantes y de aliados en enemigos.”

Sabemos que hubo persecuciones contra los cristianos en Armenia desde comienzos del siglo II,
pero fue recién hacia el año 301 (según la tradición armenia), que el cristianismo se convirtió en
religión dominante en Armenia. Este país fue así el primer Estado del mundo en proclamar al
cristianismo como religión oficial. Armenia se encontraba entre el Imperio Persa hacia el Este y el
Imperio Romano hacia el Oeste. Debido a esta situación y su necesidad de protección frente a los
avances de uno y otro imperio, su política fue pendular. No obstante, los armenios mostraron más
acercamiento hacia los romanos que hacia los persas.

_ El apóstol de Armenia
El promotor de la conversión de Armenia fue el hijo de un noble armenio, que fue educado
como cristiano en Capadocia (Asia Menor), donde los cristianos eran mayoría hacia el siglo III. Este
varón recibió el nombre latino de Gregorio y llegó a ser conocido como Gregorio el Iluminador (240–
332), el apóstol de Armenia.

En 224, los persas sasánidas se apoderaron de Partia y comenzaron a amenazar a Armenia.


Cuando el rey armenio Cosroes (de la dinastía de los arsácidas de origen parto) procuró aliarse con
Roma, los persas mandaron a un noble armenio y pariente suyo, Anak, a matar al rey. El complot
fue descubierto y Anak fue ejecutado con toda su familia, excepto un niño, que fue llevado a
territorio romano en Asia Menor (Cesarea de Capadocia). Este niño era Gregorio. Más tarde, los
persas sasánidas invadieron Armenia y apresaron a la familia real, excepto a un hijo de Cosroes,
Tirdat (o Tiridates), que logró escapar al Imperio Romano. El emperador Valeriano atacó a los persas
en defensa de los armenios, pero los persas lo derrotaron e hicieron prisionero, sometiendo a
Armenia a su dominio. En territorio romano, Tiridates llegó a ser un soldado distinguido en el
ejército de Diocleciano. En 287, con la ayuda de Diocleciano, Tiridates recuperó el trono de su padre
y reestableció la independencia armenia.

Muchos refugiados volvieron a su patria, entre ellos Gregorio, quien debido a su muy buena
educación llegó a ser oficial de confianza de Tiridates. No obstante, con el tiempo Gregorio tuvo
problemas con el rey en razón de que rechazaba su paganismo, porque él era cristiano. El rey
finalmente lo arrestó, lo encarceló, torturó y lo tuvo por quince años en una mazmorra. Más tarde
lo condenó a muerte, cuando se enteró que Gregorio era hijo del hombre que quiso asesinar a su
padre. Pero Tiridates cayó enfermo de licantropía. Una esclava cristiana y la hermana del rey
exhortaron a Tiridates a buscar la ayuda de Dios, y le dijeron: “Sólo Gregorio tiene la medicina para
todos los males del país.” Gregorio fue llevado ante el rey, oró por su sanidad, Tiridates se sanó y
proclamó al cristianismo como religión oficial del Estado. El cronista armenio del siglo V, conocido
como Agathangelos, recuerda estos episodios, en estos términos:

Agathangelos (c. 450): “Ahora, cuando todos ellos se habían reunido en el lugar de
adoración de la casa de Dios, el bendito Gregorio comenzó a hablar, diciendo: ‘Doblen las
rodillas, todos, para que el Señor pueda efectuar la sanidad de sus tormentos.’ Todos ellos
doblaron las rodillas a Dios, y el bendito Gregorio con oraciones y súplicas fervientes imploró
con lágrimas por la sanidad del rey. Y el rey, mientras estaba de pie entre el pueblo con la
apariencia de un cerdo, de pronto tembló y echó de su cuerpo la piel como de cerdo con
sus dientes como colmillos y rostro como con hocico, y se quitó la piel con su pelo como de
cerdo. Su rostro volvió a su propia forma y su cuerpo se tornó suave y joven como el de un
niño recién nacido; fue completamente sanado en todos sus miembros.

De manera similar, todas las personas que se habían reunido en grandes números fueron
curadas de la aflicción de cada uno: algunos habían sido leprosos, otros paralíticos, tullidos,
hidrópicos, poseídos, quienes sufrían de gusanos o gota. De esta manera Cristo en su misericordia
abrió su gracia sanadora todopoderosa, y sanó a todos a través de Gregorio; aquellos afligidos
fueron curados de toda enfermedad. Así también se abrió la fuente del conocimiento de Cristo y
ésta llenó los oídos de todos con la verdadera enseñanza de Dios.”

_ El cristianismo en Armenia
Pronto surgió un movimiento de pueblos, que resultó en la conversión masiva de casi todo el
reino. En pocos meses, el culto pagano casi desapareció y el cristianismo se estableció en todas
partes. Por toda Armenia se destruyeron los ídolos, los templos fueron limpiados y consagrados
como iglesias cristianas, y muchos sacerdotes y sus hijos se incorporaron al clero cristiano. Esto
último hizo que en Armenia el sacerdocio cristiano se hiciera hereditario, como lo había sido el
pagano. Gregorio, que hasta entonces no estaba ordenado al ministerio cristiano, fue consagrado
primer obispo de Armenia en el año 302 por Leoncio, arzobispo de Cesarea de Capadocia, y llegó a
ser conocido como el “Iluminador”. El propio rey armenio, Tiridates, se convirtió y fue bautizado en
enero del año 303. Gregorio gobernó la Iglesia Armenia durante un cuarto de siglo, haciendo todo
lo posible por darle una organización sólida y completa.

Arzobispo Maghakia Ormanian: “Creó cerca de cuatrocientas diócesis episcopales y


archiepiscopales para el gobierno espiritual de Armenia y de los países circundantes.
Presidió la conversión de Georgia, de la Albania Caspiana y de la Atropatena, donde envió
dirigentes y eclesiásticos. Murió en el momento de la convocación del Concilio de Nicea
(325). Sus hijos le sucedieron.… El mantenimiento del patriarcado en la familia de San
Gregorio era con el deseo de la nación, sea porque quería rendir homenaje a su gran
Iluminador, o porque sufrió la influencia de una costumbre pagana.”

A pesar del rápido proceso de conversión de la nación, hubo algunos avivamientos de


paganismo especialmente en los distritos montañosos, y conflictos entre el rey y el Catholicós
(autoridad episcopal máxima) sobre cuestiones morales y políticas. No obstante, a lo largo del siglo
IV, el cristianismo se fue afirmando en Armenia. Este progreso se debió en particular a la
perseverancia de grandes obispos como Nercés (353–373) y Sajak (387–439), que completaron el
apostolado de Gregorio el Iluminador. En 365 se llevó a cabo el primer concilio nacional, que
estableció las reglas de disciplina necesarias para la joven iglesia.

Por entonces comenzó a sentirse la necesidad de tener la Biblia y otros escritos sagrados, así
como la liturgia, en la lengua vernácula. El problema era que el armenio carecía de un alfabeto
propio. Bajo el obispo Sajak, un ex-secretario del rey, Mesrop, desarrolló un nuevo alfabeto para el
idioma armenio (404), que contaba con treinta y seis caracteres capaces de expresar todos los
sonidos de la lengua. Una vez creado el alfabeto, Mesrop, Sajak y otros ayudantes se dispusieron a
traducir la Biblia. Hacia el año 433 apareció un Antiguo Testamento en ese idioma, traducido de la
Septuaginta, pero con muchas variantes en conformidad con la versión siríaca. De este modo, la
cultura armenia se fue gestando en torno a la fe cristiana gracias al idioma escrito. Comentarios
patrísticos y otros tratados, la liturgia y otra literatura sagrada fueron publicados en armenio, la
lengua nacional. De este modo, la nación armenia y su Iglesia estuvieron entrelazadas tan
estrechamente que han logrado sobrevivir el paso del tiempo.
_ La Iglesia en Armenia
Hacia mediados del siglo V, los persas sasánidas tomaron nuevamente el control de Armenia y
por un edicto de 449 impusieron su religión, el mazdeísmo (zoroastrismo), que se caracterizaba por
el culto al sol y al fuego. Los cristianos armenios padecieron una fuerte persecución, mientras
solicitaban ayuda a sus aliados cristianos del Imperio Romano Oriental. Esta ayuda no llegó y
Armenia quedó sometida al dominio persa. Hubo muchos mártires cristianos como consecuencia de
esta persecución. Justo L. González narra estos tristes acontecimientos, de la siguiente manera:

Justo L. González: “Los jefes de la nación armenia se reunieron en Artachat, y convinieron


en un mensaje que debía serle enviado al rey de Persia, firmado por los obispos del país:
‘De esta fe nadie nos podrá apartar.… Haz lo que quieras.’ Cuando los armenios le enviaron
este mensaje al rey de Persia contaban con el apoyo del emperador Teodosio II y de
Crisapio.… Pero poco después Teodosio murió y sus sucesores, Pulqueria y Marciano,
cambiaron de política con respecto a Persia, y por tanto les retiraron su apoyo a los
armenios. En el año 451, el mismo en que se reunió el Concilio de Calcedonia, las tropas
persas invadieron Armenia, y los naturales del país se vieron obligados a defenderse por sí
solos. Uno de sus principales jefes militares, Vardan ‘el valiente,’ defendió uno de los pasos
entre las montañas con sólo 1036 soldados, y tras larga batalla todos murieron. Los persas
conquistaron el país, y Armenia perdió su independencia.”

Como reacción, los cristianos armenios rompieron sus relaciones con el cristianismo occidental,
rechazaron las decisiones del Concilio de Calcedonia (451), y mantuvieron un desarrollo teológico y
eclesiástico independiente. Su teología fue monofisita, es decir, contraria a los cánones establecidos
por el Concilio de Calcedonia, que definían la doctrina de la doble naturaleza de Cristo como
totalmente humano y totalmente divino. El monofisismo afirmaba que la naturaleza de Cristo
permanecía totalmente divina y no humana, aun cuando él había asumido un cuerpo terrenal y
humano con su ciclo de nacimiento, vida y muerte.

Bajo el dominio persa, los armenios continuaron su resistencia basados en su fe cristiana, hasta
que el monarca persa decidió concederles algo de libertad religiosa y cierto grado de autonomía.
Con este propósito, se nombró como gobernador de Armenia al patriota Vaján (485), uno de los
líderes de la resistencia nacional. A partir de entonces, y hasta las conquistas de los turcos
selyúcidas, la iglesia de Armenia gozó de relativa paz. El patriarca Hovanes transfirió su sede a la
nueva capital, Dvin, bajo la protección del gobierno y allí pudo consagrarse a la reforma interior de
la iglesia y del pueblo. De este modo, su nombre permanece como el más honrado, después del
patriarca Sajak.

A principios del siglo VI, el episcopado armenio se fue tornando crecientemente hostil al
nestorianismo y a todo lo que se le pareciera. Esto ocurrió parcialmente debido a la influencia del
movimiento anti-calcedónico que por entonces estaba triunfando en Constantinopla, y
fundamentalmente debido a la influencia de los monofisitas de Mesopotamia y más tarde de Siria.
Para mediados del siglo VI, el Concilio de Calcedonia fue condenado de manera explícita, junto con
el Tomo del Papa León I. Desde ese momento en adelante, el monofisismo se hizo una parte integral
del patrimonio de la iglesia nacional armenia.

Esto se puso en evidencia cuando el emperador bizantino Mauricio, que había conquistado la
parte occidental de Armenia de manos de Cosroes II (582), trató de someter a esa región
nuevamente a la ortodoxia calcedónica. Apenas logró la adhesión de unos veinte obispos bajo su
autoridad, pero provocó un cisma profundo, el primero en la historia de la Iglesia Armenia (591–
610). Los demás obispos rechazaron su intento y se agruparon en torno al catholicós de Dvin,
distanciándose así de Constantinopla. La iglesia armenia entró en una ola de disturbios causados
por las dificultades exteriores, que la absorbieron totalmente, pero logró sobrevivir el paso de los
siglos. La fe cristiana ha sido desde entonces el fundamento de la identidad nacional armenia.

_ El testimonio cristiano más allá de Armenia


Al noreste de Armenia el cristianismo llegó a Azerbaidján, donde Mesrop nuevamente creó un
alfabeto que sirvió para darle forma escrita a la lengua oral y ser usada al servicio de la iglesia. Hacia
el noroeste, el testimonio se esparció hacia Georgia (en el Cáucaso). La tradición indica al apóstol
Andrés como el pionero en esta región. También habla de algunos pocos convertidos y mártires en
la generación siguiente. No obstante, los primeros registros históricos de trabajo misionero son de
comienzos del siglo IV. En este caso, la conversión de estos pueblos fue obra de una mujer, Nino
(probablemente significa “monja” o “mujer cristiana”). Era una esclava cristiana, capturada en
alguna incursión bárbara en territorio romano, que atrajo la atención de la familia real de Georgia
por su piedad y las sanidades y milagros que resultaron de sus oraciones. El rey se convirtió (hacia
330) y con él toda la nación. Se solicitó un obispo y sacerdotes a Constantinopla, se organizó la iglesia
y pronto se desarrollaron de manera autónoma. Aquí también se creó un alfabeto para los escritos
sagrados y surgió una literatura y liturgia cristianas en lengua georgiana.

Rufino de Aquilea (345–410): “El rey mandó llamar a la cautiva, y le ordenó que le enseñara
de qué manera debía adorar a Cristo. Cuando ella le hubo dado tanta instrucción como era
correcto para que una mujer dijera e hiciera, él reunió a sus súbditos y les declaró
sencillamente las misericordias divinas que habían sido concedidas a él y a su esposa, y si
bien no estaba iniciado, declaró a su pueblo las doctrinas de Cristo. Toda la nación fue
persuadida de abrazar el cristianismo, los hombres siendo convencidos por los comentarios
del rey, y las mujeres por los de la reina y la cautiva. Y rápidamente con el consentimiento
general de toda la nación, se prepararon con mucho entusiasmo para construir una iglesia.
Cuando las paredes externas fueron completadas, se trajeron las máquinas para levantar
las columnas y fijarlas sobre sus pedestales. Se cuenta que cuando la primera y la segunda
columnas se levantaron por estos medios, hubo gran dificultad para fijar la tercera columna,
ya que ni el ingenio ni la fuerza física sirvieron para nada, si bien muchos de los presentes
asistieron en empujar. Cuando llegó el atardecer, la mujer cautiva se quedó sola en el lugar,
y continuó allí a lo largo de la noche, intercediendo a Dios para que la erección de las
columnas pudiese ser completada fácilmente, especialmente porque todo el mundo se
había ido frustrado ante el fracaso; porque la columna sólo estaba levantada por la mitad,
y permanecía de pie, y una punta de ella estaba tan metida en su fundamento que era
imposible bajarla.… Temprano en la mañana, cuando se presentaron en la iglesia,
contemplaron un espectáculo maravilloso, que les pareció un sueño. La columna, que en el
día anterior parecía inamovible, ahora aparecía erguida, y elevada por un pequeño espacio
sobre su propia base. Todos los presentes fueron sacudidos con admiración, y confesaron,
con pleno acuerdo, que sólo Cristo es el Dios verdadero. Mientras todos estaban mirando,
la columna se deslizó lenta y espontáneamente y se ajustó como por una máquina a su base.
Las otras columnas fueron erigidas con facilidad, y los íberos completaron la estructura con
gran presteza.”

LOS CRISTIANOS DE PARTIA

_ El lugar
Al este de Edesa y Armenia se encontraba el Imperio Parto, que se extendía desde el mar Caspio
hasta el río Indo y hacia Occidente llegaba al río Éufrates. Desde 240 a. C. hasta 225 d. C., los partos
(originarios del sudeste del mar Caspio) dominaron este territorio y levantaron un imperio militar.
Se trataba de una federación de pueblos con poco control central. Los partos eran más bien señores
militares que cobraban tributos y mantenían el orden y la seguridad. El siríaco era el idioma más
generalizado, si bien también se leía y hablaba griego. Había comunidades judías y otras religiones
más primitivas, pero el zoroastrismo era la religión más importante.

CUADRO 11 - ZOROASTRISMO

DEFINICIÓN: Religión de la Persia antigua, posiblemente relacionada con la religión védica (Vedas)
de la India.

DIVINIDAD: Ahura Mazda/Ohrmazd (“Señor sabio”). Sus atributos son comparables a los de
Varuna, el dios del cielo de los Vedas. Demanda pureza ética y ritual, y juzga a las almas de los
seres humanos después de la muerte. Su símbolo es el fuego sagrado.

FUNDADOR: Zoroastro o Zaratustra (s. VII ó VI a. C.)

CIRCUNSTANCIA: A los treinta años tuvo una revelación de Ahura Mazda, que lo llevó a predicar
contra el politeísmo.
MUERTE: Según la tradición, murió llevando a cabo un sacrificio de fuego, que era la ceremonia
central de la nueva fe.

CREENCIAS: Zoroastro enseñó que Ahura Mazda juzgará a cada alma individual después de la
muerte. Más tarde se desarrolló un complejo sistema doctrinal especulando acerca de la
naturaleza interior del universo.

PRÁCTICAS: Religión fuertemente ética.

DESARROLLO: La expansión del Islam desplazó al zoroastrismo de Persia.

El zoroastrismo es una religión de la antigua Persia, fundada por Zoroastro o Zaratustra (¿660–
583? a. C.), quien a los treinta años tuvo una revelación de Ahura Mazda, que lo llevó a predicar
contra el politeísmo. Consiguió la conversión del rey de Irán Oriental, Vishtaspa, y sus seguidores
recibieron la protección de Darío el Grande. Según la tradición, Zoroastro murió llevando a cabo un
sacrificio de fuego, que era la ceremonia central de la nueva fe. Las ideas y prácticas del zoroastrismo
guardan cierta relación con la religión de las escrituras Vedas de la India. Su divinidad era Ahura
Mazda/Ohrmazd (“señor sabio”). Sus atributos son comparables a los de Varuna, el dios del cielo de
los Vedas. El zoroastrismo demandaba pureza ética y ritual. Su símbolo era el fuego sagrado. Se
caracterizaba por su monoteísmo y rigor ético. Zoroastro enseñaba que Ahura Mazda (o Ormuz)
juzgaría a cada alma individual después de la muerte.

Más tarde, se desarrolló un complejo sistema doctrinal que especulaba sobre la naturaleza
interna del universo. Su teología era dualista, ya que Ahura Mazda, el creador supremo, se oponía
a Angra Manyú o Ahrimán, el dios malo. Esta confrontación se describe en los escritos sagrados o
Zend-Avesta, donde la victoria final le pertenece a Ormuz. Con el tiempo, el zoroastrismo recibió
influencias del politeísmo y ciertos atributos divinos empezaron a considerarse deidades separadas.
Entre las nuevas deidades estuvo Mitra, el dios del Sol invencible. Tanto el mitraísmo como el
maniqueísmo pueden haberse fundado sobre ideas extraídas del zoroastrismo.

El zoroastrismo fue la religión oficial en Persia durante gran parte del gobierno de la dinastía
Aqueménida y más tarde con los Sasánidas, a partir del siglo III. Con la llegada del critianismo, el
zoroastrismo tuvo que hacer frente a un serio competidor religioso, y con el surgimiento del Islam,
el zoroastrismo perdió su dominio sobre Persia, a partir del siglo VII.

No obstante, es probable que la dinastía reinante en Partia al momento de la llegada del


testimonio cristiano—los Arsácidas—hayan sido tolerantes hacia el cristianismo en los primeros
siglos del movimiento. Los casos de martirios parecen haber sido más el resultado de hostilidades
locales que una política del Estado. Esto permitió que el cristianismo se difundiera ampliamente por
la región, de modo que hacia el final del período parto (225 d. C.) había más de veinte sedes
episcopales en Mesopotamia y sobre la frontera con Persia.

_ La llegada y la difusión del cristianismo


La primera influencia cristiana en Partia probablemente vino de Edesa. Los documentos hablan
de conversiones en la región de Adiabene ya por el año 99. No obstante, se trató de grupos
pequeños y sometidos a la presión constante de grupos religiosos rivales. Uno de los primeros
convertidos fue Pekhidha, el hijo de un hombre pobre, esclavo de un sacerdote zoroastrista.
Pekhidha quedó impresionado por el ministerio del misionero Addai (Tadeo) y decidió hacerse
cristiano. Pero sus padres lo encerraron. Él logro escapar y siguió a Addai. El documento que refiere
esta historia es la Crónica de Arbela, escrito en siríaco probablemente en el siglo VI por Mishiha
Zkha. Arbela era la ciudad capital del reino de Adiabene. Según la Crónica, el comienzo del
testimonio cristiano en Partia fue como sigue: “Dicen que después de cinco años, Addai lo ordenó
(a Pekhidha) y envió a su propio pueblo. De manera que … el primer obispo que tuvo la tierra de
Adiabene fue ordenado por el apóstol Addai mismo.” Pekhidha fue el primer obispo de Arbela entre
105–115.

La difusión de la fe cristiana se encontró con la resistencia de la nobleza y de los sacerdotes del


zoroastrismo, que en el 123 dieron muerte a Sansón, el primer mártir parto. La Crónica de Arbela
cuenta lo siguiente: “Sansón predicó (en las villas vecinas a Adiabene) durante dos años, y bautizó a
un gran número. La fe cristiana se esparció ampliamente en su comarca. Cuando los nobles y
sacerdotes zoroastristas oyeron de esto, pusieron a Sansón en cadenas, lo torturaron severamente,
y cortaron su cabeza.… Sansón fue el primer mártir que de nuestro país ascendió a los cielos.”
Sansón había sido diácono del obispo Pekhidha y más tarde (en 121) había llegado a ser obispo de
Adiabene.

No obstante, a pesar de la oposición, algunos altos oficiales del gobierno se convirtieron, como
Raqbakht (140), gobernante de Adiabene. Raqbakht ayudó a la fe cristiana a esparcirse, hasta que
los sacerdotes zoroastristas lo advirtieron y se complotaron para matarlo, pero él se salvó
milagrosamente. La Crónica de Arbela lo llama “hombre de Dios, el Constantino de su tiempo.”

Esta expansión temprana del cristianismo en Adiabene se dio mientras se iba cumpliendo
también una importante misión judía en la región. El rey de Adiabene, Izates y su madre se
convirtieron al judaísmo. Fue en este contexto que la misión judeo-cristiana prosperó. Es
interesante que los nombres de los obispos cristianos de Adiabene en el siglo II son todos judíos:
Sansón, Isaac, Abraham, Moisés, Abel. El obispo de Arbela, Noé, recibió visitantes de Jerusalén, y
fue de esta región que provino Taciano, a fines del segundo siglo. De modo que el cristianismo de
Adiabene fue fuertemente influido por las tendencias judeo-cristianas.

_ La oposición al cristianismo
La oposición del zoroastrismo se transformó en persecución del Imperio Parto en los años 160
y 179, con una gran matanza de cristianos. En 160, refiere la Crónica, “los sacerdotes zoroastristas
se levantaron contra los cristianos, despojándolos de sus bienes y torturándolos.” De la crisis de
179, dice: “Nuestros hermanos sufrieron mucho. Muchos que eran jóvenes y débiles en su fe,
retrocedieron, puesto que vieron sus casas saqueadas, sus hijos e hijas arrestados o secuestrados.
Y ellos mismos fueron golpeados.” Pero el desarrollo del cristianismo continuó a pesar de las
dificultades. Antes de terminar el período parto (224), según la Crónica de Arbela, había alrededor
de veinte episcopados en la región que bordeaba al Tigris. Estas sedes estaban dentro del Imperio
Parto, casi todas dentro de Mesopotamia, pero había una al sur del mar Caspio y otra en la margen
sur del golfo Pérsico. Para el año 225 la Iglesia se había extendido bastante lejos. El Libro de las leyes
de las tierras dice que había cristianos en Partia, Media y Bactria.

El cristianismo de Adiabene resultó de las influencias del judeo-cristianismo palestinense y


penetró profundamente hacia el Este. En 240, cuando Manes fue a la India, parece que encontró allí
comunidades cristianas. Si tenemos en cuenta que a fines del segundo siglo, según la Crónica de
Arbela, todavía había un solo obispo en Adiabene, es posible notar la expansión extraordinaria del
testimonio cristiano para comienzos del siglo III.

LOS CRISTIANOS DE PERSIA


Durante el siglo III, el testimonio cristiano que había alcanzado a Adiabene, al este del río Tigris,
y se esparció por toda Mesopotamia, en lo que hoy es Irak y más allá también. El cristianismo logró
penetrar profundamente en toda esta región, pero fue también aquí donde experimentó las
mayores dificultades y persecución.

_ El desarrollo del testimonio cristiano


En el año 225, las provincias persas que estaban al norte del golfo Pérsico, y que eran
gobernadas por su propio rey, se rebelaron contra los partos, quienes debilitados por sus guerras
contra los romanos, cayeron vencidos. Los persas formaron un imperio que se llamó “Sasánida” y
que pretendía revivir las glorias de la antigua Persia. Hicieron de Ctesifonte, sobre el río Tigris, su
capital y proclamaron a Ardacher (¿226–241?) como primer rey de la dinastía de los Sasánidas. El
zoroastrismo (o mazdeísmo) era la religión oficial, y desarrollaba un fuerte impulso misionero bajo
el estricto control de un clero jerárquico. Al principio los cristianos no tuvieron mayores problemas,
porque al ser perseguidos por el Imperio Romano, el peor enemigo de los Sasánidas, el gobierno no
tenía motivos para sospechar de su lealtad. Pero poco a poco, la jerarquía mazdeista, bajo la
autoridad de su Sumo Sacerdote, comenzó a invocar la ayuda del Estado para silenciar las voces
religiosas disidentes o rivales, de grupos como los maniqueos y los cristianos siríacos.

El personaje religioso más destacado en Persia durante este período fue Manes (216–277), el
fundador del maniqueísmo. Nació en el norte de Babilonia. Su familia parece haber estado
relacionada con los Arsácidas (partos). Su religión era típica del sincretismo que caracterizó al
período parto. Como resultado de una visión, su padre, Palek, se convirtió al ideal ascético y se unió
a una secta seudo-cristiana caracterizada por sus bautismos de purificación. Manes se asoció a este
grupo, pero en su juventud en Babilonia (Seleucia-Ctesifonte) también absorbió de otras religiones
(mazdeísmo, budismo, brahmanismo, judaísmo y cristianismo siríaco).

En 240, Manes recibió una revelación, según la cual tenía una misión que cumplir en
continuación de la de Zoroastro, Buda y Jesús. Su primera misión lo llevó a la India (Beluchistán),
donde convirtió al rey. De regreso pasó por la capital de los reyes Sasánidas, donde fue recibido por
Sapor I, quien lo autorizó a predicar su mensaje. Incluso, Manes acompañó a Sapor en una campaña
contra los romanos (242–244). Pero pronto enfrentó la oposición de los sacerdotes zoroastristas y
fue condenado a muerte bajo el reinado de Bihram I, el segundo sucesor de Sapor I.

CUADRO 12 - MANIQUEÍSMO

DEFINICIÓN: religión dualista de Oriente, fundada por Manes o Manetos (s. III). Combinaba
elementos del cristianismo, religiones babilónicas y mitraísmo.

FUNDADOR: Manes, quien se consideraba el revelador de una nueva religión.

CIRCUNSTANCIAS: Manes decía haber recibido una revelación, según la cual tenía una misión que
cumplir en continuación de la de Zoroastro, Buda y Jesús.

MUERTE: debido a la oposición de los sacerdotes zoroastristas (magos), fue condenado a muerte
en 277 bajo el rey Bihram I.

CREENCIAS: la base de su sistema es un gnosticismo dualista, inspirado por el gnosticismo judeo-


cristiano y el zoroastrismo iraní. El maniqueísmo se caracterizó por su sincretismo religioso:
Manes se consideraba heredero de todas las religiones, pero estuvo muy influido por el
cristianismo siríaco. Cosmología dualista parecida a la de Bardaisanes, que condenaba el mundo
material. Jesús y el Paracleto juegan un papel importante en su gnosis. La pasión de Jesús no tiene
importancia histórica sino un carácter místico, pero es el corazón de su soteriología. No eran
cristianos, pero fueron un desarrollo del cristianismo siríaco.

PRÁCTICAS: las iglesias maniqueas se dividían entre los que eran perfectos, los ascetas (miembros
verdaderos), y los que no eran perfectos, los oyentes o catecúmenos. Practicaban el encratismo
moral, que prohibía el matrimonio y el uso de ciertas comidas (carne, vino). El monasticismo
maniqueo se desarrolló de manera paralela al monasticismo cristiano.

DESARROLLO: se esparcieron ampliamente llegando hasta China y África del norte. Continuaron
hasta bien entrada la Edad Media.

Manes: “Sabiduría y acciones han sido siempre traídas de tiempo en tiempo a a humanidad
por los mensajeros de Dios. Así, en un tiempo han sido traídas a la India por el mensajero
llamado Buda, en otro tiempo a Persia por Zaratustra, y en otro al Oeste por Jesús. Por
consiguiente, esta revelación, esta profecía en este último tiempo, ha descendido a través
de mí, Manes, mensajero del Dios de la verdad a Babilonia.”

Para mediados del siglo III, en ocasión de la victoria de Sapor contra el emperador romano
Valeriano, cristianos de Siria fueron deportados a Elam, y ayudaron a esparcir el evangelio hacia el
Este, hasta el corazón mismo del Imperio Persa. Pero debido a las dificultades mencionadas, estas
comunidades cristianas siríacas estuvieron mayormente concentradas en torno a la sede episcopal
de Seleucia-Ctesifón (entre Babilonia y Bagdad), y demasiado inclinadas a seguir a las iglesias de
Occidente en materia doctrinal y espiritual.

_ La oposición a los cristianos


En el año 312, la situación cambió debido a la conversión de Constantino y la aceptación del
cristianismo por parte de Roma. Los Sasánidas no sólo rechazaron a los cristianos por oponerse a la
religión oficial (mazdeísmo), sino también porque pertenecían a la religión que favorecía el enemigo
romano. Para colmo de males, en 315, Constantino envió una carta al emperador persa (Sapor II el
Grande, 309–379), en la que alababa la nueva fe que decía profesar. Entre otras cosas, le dice que
el Dios de los cristianos fue quien lo ayudó a destronar a los tiranos y a traer paz a Roma. Agregaba
que algunos de sus predecesores persiguieron a los cristianos y como consecuencia cayeron por la
justicia divina, como Valeriano que había muerto prisionero de los persas. Con gran entusiasmo,
Constantino le decía a Sapor: “Imagina mi gozo cuando oí que los mejores distritos de Persia, están
llenos de aquellos hombres a favor de quienes estoy hablando, los cristianos. Por eso, te ruego que
tanto tú como ellos puedan prosperar.… Porque tu poder es grande, te pido que los protejas.” De
más está decir cuáles fueron las consecuencias de tremendos comentarios.

No obstante, a pesar de esto, la persecución no vino de inmediato. Pero en 337, Constantino


“habiendo oído de una insurrección de algunos bárbaros en el Este, observó que la conquista de
este enemigo todavía le estaba reservada, y resolvió hacer una expedición contra los persas.
Consiguientemente procedió de inmediato a poner a sus fuerzas en movimiento, al tiempo que
comunicó su plan marcha a los obispos que en ese momento estaban en su corte, a algunos de los
cuales él juzgó correcto llevar consigo como compañeros, y como coadjutores necesarios en el
servicio de Dios. Ellos, por otro lado, declararon alegremente su disposición de seguir su proyecto,
renunciando a todo deseo de abandonarlo, e involucrándose en batalla con él y para él por medio
de oraciones a Dios a su favor. Lleno de gozo por esta respuesta a su pedido, él les presentó su
proyectado plan de marcha; después de lo cual ordenó que una tienda de gran esplendor,
representando en su forma la figura de una iglesia fuese preparada para su propio uso en la guerra
que venía. En esto él intentaba unirse con los obispos en ofrecer oraciones a Dios de quien procede
toda victoria.” Constantino murió antes de que la campaña militar comenzara, pero el daño ya
estaba hecho. En el año 339 comenzó una gran persecución en el Imperio Persa.

_ La gran persecución de 339


Sapor II sistemáticamente procuró desmantelar la estructura de la Iglesia de la minoría cristiana,
y lo hizo concentrando sus ataques especialmente sobre los miembros del clero y aquellos hombres
y mujeres que habían tomado el voto de virginidad. Primero, se obligó a los cristianos a pagar
impuestos dobles. Cuando esto fracasó en hacerles abandonar su fe, el emperador ordenó que los
sacerdotes y ministros de Dios fuesen pasados por la espada. Los edificios eclesiásticos fueron
destruidos, la platería del altar fue llevada al tesoro, y el obispo de Ctesifonte fue arrestado como
traidor al Imperio y su religión. De esta manera los sacerdotes zoroastristas, con la ayuda de los
judíos, destruyeron rápidamente las casas de oración.

Sozómenos: “Cuando, con el tiempo, los cristianos crecieron en número, y comenzaron a


formar iglesias, y nombraron sacerdotes y diáconos, los Magos [sacerdotes zoroastristas],
quienes como una tribu sacerdotal habían actuado desde el principio en generaciones
sucesivas como los guardianes de la religión persa, se encolerizaron profundamente contra
ellos. Los judíos, quienes por envidia están de alguna manera opuestos naturalmente a la
religión cristiana, también se ofendieron del mismo modo. En consecuencia, trajeron
acusaciones delante de Sapor, el soberano reinante, contra Simeón, que entonces era
arzobispo de Seleucia y Ctesifonte, ciudades reales de Persia, y lo acusaron de ser amigo del
César de los romanos, y de comunicarle las cuestiones de los persas. Sapor creyó estas
acusaciones, y al principio, cargó a los cristianos con impuestos excesivos, si bien él sabía
que la mayoría de ellos había abrazado voluntariamente la pobreza. Le encargó el cobro a
hombres crueles, esperando que, por la carencia de lo necesario y la atrocidad de los
exactores, ellos podían ser compelidos a abjurar su religión; porque éste era su propósito.
Sin embargo, más tarde ordenó que los sacerdotes y conductores de la adoración de Dios
fuesen pasados por espada. Las iglesias fueron demolidas, sus vasos fueron depositados en
el tesoro, y Simeón fue arrestado como traidor al reino y la religión de los persas. Así los
Magos, con la cooperación de los judíos, rápidamente destruyeron las casas de oración.”

Esto fue sólo el comienzo. Tres obispos sucesivos de Seleucia-Ctesifonte sufrieron martirio, y
como resultado la sede episcopal permaneció vacante por casi los cuarenta años que duró la
persecución (348–388). Sozómenos dice que los mártires conocidos llegaron a 16.000, pero que
hubo una multitud incontable cuyos nombres no se conocen. Es posible que esta persecución haya
sobrepasado los sufrimientos de la Iglesia en el Imperio Romano, durante el siglo anterior. La peor
persecución en el Imperio Romano fue la de Diocleciano, que no produjo más de 3.000 víctimas
fatales. Pero en Persia no hubo un Constantino que cambiara la situación.

Sozómenos: “Por mi parte, pienso que he dicho lo suficiente de él [el obispo Milles] y de los
demás mártires que sufrieron en Persia durante el reinado de Sapor; porque sería difícil
relatar en detalle cada circunstancia respecto a ellos, tales como sus nombres, su país, el
modo de completar su martirio, y los tipos de tortura a los cuales fueron sometidos; porque
son innumerables, dado que tales métodos son celosamente llevados a cabo por los persas,
incluso al extremo de la crueldad. Brevemente diré que el número de hombres y mujeres
cuyos nombres han sido registrados, y que fueron martirizados en este período, ha sido
computado en dieciséis mil; mientras que la multitud fuera de estos está más allá de todo
cálculo.”

_ La supervivencia del testimonio


A pesar de verse diezmado cruelmente, el cristianismo siríaco en Persia logró sobrevivir con la
ayuda de otras comunidades cristianas de lengua siríaca en el norte de Mesopotamia. En este
proceso, la Escuela de los Persas, un seminario instalado primero en Nisibis y más tarde en Edesa
(363) jugó un papel muy importante. En esta escuela cumplió su ministerio docente Efraín (306–
373). La escuela fue una combinación de un seminario y una universidad cristianos, que entrenó al
liderazgo de las iglesias de lengua siríaca y promovió su cultura.

Cuando la persecución terminó, el obispo Maruta dirigió la reconstrucción de la Iglesia Persa.


Maruta fue miembro de varias embajadas romanas a la corte de Yezdegerd I (399–420). Fue
bienvenido por el monarca, quien se mostró tolerante hacia sus súbditos cristianos. Maruta logró
reunir a cuarenta obispos en un sínodo en Seleucia (410), que adoptó las decisiones del Concilio de
Nicea y fortaleció los lazos con la Iglesia de Occidente. También restableció el orden y la jerarquía
en toda la Iglesia Persa, con un obispo principal o metropolitano en Seleucia-Ctesifonte (que poco
más tarde fue llamado Catholikós).

_ Otros períodos de persecución en Persia


Hubo otros períodos de persecución en Persia, especialmente entre los años 420–422, bajo el
emperador Bihram V. Todo esto hizo que el cristianismo persa fuese la religión de una minoría. Pero
esta minoría sobrevivió hasta llegar a ser una comunidad reconocida, que si bien no contó con una
tolerancia completa, por lo menos pudo sobrevivir. Los cristianos pudieron establecer un acuerdo
efectivo con las autoridades del Imperio Persa, al independizarse de los obispados de la Iglesia en el
Imperio Romano y “nacionalizarse” al tener sus propios obispos (424). Así se constituyó la “Iglesia
del Este,” según se llamaba, con el siríaco como su idioma eclesiástico y el de sus Escrituras. Esta
Iglesia contó con su propio patriarca (catholikós) desde el 410, con sede en la ciudad de Ctesifonte,
y desarrolló una teología de carácter nestoriano (486), con una cristología del tipo de la escuela de
Antioquía, es decir, ponía énfasis sobre la humanidad de Cristo. En 484, el catholikós Barsumas
permitió a los obispos casarse, lo cual fue una concesión a lo que era una costumbre nacional.
Más hacia Occidente, en tanto, había tres “Grandes Obispos” en competencia por ver quién era
el primero y el de mayor influencia: (1) el obispo de Alejandría, que tenía autoridad sobre las iglesias
en Egipto, Libia y Cirenaica; (2) el obispo de Roma, que no tenía un área de autoridad declarada,
pero que era el único Gran Obispo desde Italia hacia Occidente; (3) el obispo de Antioquía, que
tampoco tenía un área de autoridad establecida, pero que tenía influencia sobre los territorios del
Mediterráneo oriental.

MAPA 5 - LAS GRANDES SEDES EPISCOPALES

_ La Iglesia Persa y el nestorianismo


Ya entrando en el siglo V, había en el Este dos corrientes de orientación teológica diferente. Por
un lado, estaba la jerarquía establecida en la sede de Seleucia-Ctesifonte (en territorio Persa) y la
escuela de Edesa (en territorio romano). Al igual que Antioquía, la sede de Edesa se vio desgarrada
con las controversias teológicas que se produjeron en la primera mitad del siglo V. Desde 437 a 457,
la escuela estuvo bajo la dirección de Narsai (m. 502), y subscribió una cristología anti-nicena o
nestoriana. No obstante, la reacción calcedónica obligó al traslado de la escuela a territorio persa,
en Nisibis (457). La escuela en Edesa finalmente fue cerrada por el emperador Zenón el Isaurio, en
489.

La escuela en Nisibis tuvo una gran influencia entre los cristianos persas y contribuyó al triunfo
en la región de la cristología nestoriana, que finalmente fue aceptada por un sínodo general de las
iglesias del Imperio Persa, celebrado en Seleucia en 486. Estas iglesias tuvieron que padecer muchas
persecuciones a lo largo del siglo V (420, 422, 445–447), debido a la oposición del mazdeísmo. Sólo
gozaron de cierta tolerancia durante los cortos períodos en los que la evolución de la política
exterior obligó al rey persa a reconciliarse con el Imperio Romano Oriental. Pero cuando estas
relaciones se deterioraban, como en tiempos de Cosroes I y Justiniano (540–545), o de Cosroes II y
Heraclio (602 en adelante), el número de mártires se multiplicaba.

La Iglesia Persa o del Este sufrió también debido a los problemas internos, en razón de
problemas sucesorios en el liderazgo, cismas y anarquía. Afortunadamente, gozó de un período de
vigor bajo el liderazgo de un gran Catholikós reformador, Mar Aba (540–552), quien venció las
dificultades y logró restituir el orden y la disciplina. A pesar de los muchos obstáculos, el cristianismo
tuvo éxito no sólo en mantener su fortaleza sino en hacer progresos dentro de la sociedad sasánida,
al punto de lograr algunos convertidos en la clase gobernante, e incluso en la familia real y el
sacerdocio mazdeísta.

La labor misionera nestoriana avanzó significativamente en las montañas del Kurdistán, donde
todavía hoy se encuentran comunidades nestorianas (los cristianos asirios). Los nestorianos también
se extendieron en dirección a Asia Central y la India (la Iglesia Siríaca en la costa Malabar). No
obstante, con el correr del tiempo, la Iglesia Nestoriana se fue aislando del resto de la cristiandad y
se desarrolló a su propio ritmo. Tuvieron que enfrentar la competencia del proselitismo de los
monofisitas, desde Filomeno de Mabbug a Jacobo Baradeo en territorio persa, y que terminaron por
organizarse como una Iglesia separada con su propia red de obispos y monasterios. No obstante, le
cupo a esta Iglesia ser la protagonista de la primera expansión del cristianismo hacia el Lejano
Oriente, cruzando toda el Asia Central hasta llegar a China (635).

EL CRISTIANISMO EN ETIOPÍA

_ Ubicación geográfica e histórica


Sobre las márgenes del mar Rojo hay dos países que tuvieron una participación importante en
la historia del cristianismo, no sólo por lo que ocurrió en ellos, sino también porque fueron escalones
para un mayor avance de la fe cristiana. Estos países son Etiopía y Arabia.

MAPA 6 - ETIOPÍA, ARABIA, PERSIA E INDIA


Etiopía es el país cristiano más antiguo no sólo de África sino de todo el mundo, que lo ha sido
en forma continuada. En Hechos, Lucas menciona la presencia de africanos en Pentecostés (Hch.
2:10), y registra el bautismo de un africano como el primero practicado por un gentil (Hch. 8:26–
39). Este etíope regresó a su patria portando las buenas nuevas de Jesucristo, y ya los Padres de la
Iglesia lo consideraron como el primer misionero en África, específicamente en Meroe, en lo que
hoy es Sudán (a 2.700 kms. de Jerusalén), que era el territorio gobernado por la reina Candace.

_ El desarrollo del cristianismo en Etiopía


La historia del cristianismo en Etiopía es retomada por Rufino (c. 345–410), un monje italiano
que escribió una Historia eclesiástica (c. 400). En ella cuenta que la fe cristiana llegó a Etiopía por
medio de Frumencio (c. 300–383), un joven cristiano de Tiro, que después de haber sido tomado
prisionero por los etíopes, logró ocupar un alto cargo en el gobierno de su país (un caso parecido al
de José en el Antiguo Testamento). Meropio, filósofo cristiano de Tiro, decidió visitar la India y llevó
con él a sus dos sobrinos y discípulos (Frumencio y su hermano Edesio). En el viaje de regreso, la
embarcación que los transportaba hizo puerto en Adulis, en la costa etíope del mar Rojo, para
aprovisionarse de comida y agua. Allí fueron atacados por los locales. Frumencio y Edesio fueron
hechos prisioneros y llevados al rey etíope a la capital (Axum), donde en razón de su educación
sirvieron como secretario y copero respectivamente. Cuando el rey murió, su hijo era todavía niño
y la reina pidió a los dos hermanos que compartieran el gobierno con ella como regentes y
especialmente que educaran a su hijo como futuro rey.

El relato nos dice que los dos hermanos aprovecharon su posición de poder e influencia para
esparcir la fe cristiana. Entre otras cosas, encontraron cristianos entre los mercaderes romanos que
visitaban el país y los ayudaron a construir lugares de adoración. Cuando el príncipe creció, Edesio
decidió regresar a su familia en Tiro, pero Frumencio fue a Alejandría y le informó al obispo Atanasio
“lo que el Señor había hecho, y le pidió que consagrara un obispo para los muchos cristianos
congregados y las iglesias construidas en esta tierra extranjera. Y Atanasio, después de una reflexión
cuidadosa, dijo, ‘¿Y quién más adecuado que tú mismo?’ ” Finalmente, Frumencio fue consagrado
obispo por Atanasio de Alejandría (296–372), alrededor del año 330. Aquí también el rey se convirtió
y el cristianismo encontró terreno propicio para su difusión. Como obispo, Frumencio estableció en
Etiopía un cristianismo sólidamente niceno. Más tarde, el emperador Constancio trató en vano de
imponer el arrianismo, tal como lo estaba haciendo con éxito en el Imperio Romano.

_ Evidencias de cristianismo en Etiopía


Ezana, el rey de Etiopía, dejó inscripciones en Axum, que registran los triunfos de su reino (325–
350). Para los primeros años da gracias a los dioses del país. Luego dice: “Gracias sean dadas al Señor
de los cielos, quien tanto en el cielo como en la tierra es más poderoso que todos.” Evidentemente,
en algún momento de su vida adulta este monarca se convirtió al cristianismo. Hay una moneda con
la efigie del rey que lo presenta rodeado de cuatro cruces, típico símbolo cristiano. Ezana fue muy
probablemente el rey a quien Frumencio sirvió como regente. Esto significa que Etiopía se hizo
cristiana antes del año 350. La capital actual de Etiopía es Addis-Adeba, pero Axum continúa siendo
la capital religiosa. Salvo un corto período en el siglo X, Etiopía es el país de presencia cristiana
continuada más antiguo del mundo.

Es interesante notar que aquí también el cristianismo contribuyó al desarrollo de una cultura
nacional mediante la creación de una lengua escrita. En la primera mitad del siglo IV, la lengua
nacional, el geez, adoptó una forma de escritura derivada de un alfabeto del sur de Arabia. No
obstante, fue después de varias generaciones que se fueron produciendo obras de traducción y
edición, que hicieron que la Iglesia Etíope pudiera contar con su propia versión de las Escrituras
(segunda mitad del siglo V) y de la liturgia y literatura, como también ricas expresiones de arte
cristiano. El cristianismo en Etiopía alcanzó su período más glorioso durante los siglos V y VI, cuando
la civilización etíope echó raíces, se expandió y floreció con un marcado tinte cristiano.

La Iglesia Etíope dependió estrechamente de Egipto. Recién en el siglo XX (1951) el abuna, el


líder de la Iglesia de Abisinia, dejó de ser un dignatario nombrado por la sede patriarcal en
Alejandría. No es extraño, pues, que la Iglesia Etíope se haya inclinado a favor del monofisismo. Esta
corriente teológica fue introducida por los “Nueve Santos,” un grupo de monjes siríacos monofisitas
que se refugiaron en Etiopía escapando de la persecución católica a fines del siglo V.

EL CRISTIANISMO EN ARABIA E INDIA

_ El cristianismo en Arabia
El cristianismo llegó temprano a Arabia, introduciéndose desde el norte por la frontera con el
Imperio Persa y el Imperio Romano; y desde el sur por el golfo Pérsico y el mar Rojo. Arabia era un
país sin un gobierno central. Las tribus eran nómadas e independientes. El cristianismo se desarrolló
de igual manera, ya que no hubo un movimiento de escala nacional. Hacia el año 370 encontramos
los primeros registros de conversiones cerca de la frontera romana entre los nómadas del desierto.
Pero es evidente que ya había cristianos en Arabia desde algún tiempo antes. La reputación de
algunos monjes del desierto llevó a la conversión de una que otra tribu en territorio árabe. Los
sarracenos, por ejemplo, se convirtieron por los esfuerzos de la reina María y su obispo, el monje
Moisés, para quien se creó una sede en la península de Sinaí, en 374. No obstante, estas
conversiones eran pocas y no dan cuenta del surgimiento de verdaderas iglesias nacionales.

La difusión del cristianismo en territorio propiamente árabe fue todavía más esporádica. Es
posible que mercaderes cristianos de origen romano en sus visitas a puertos árabes sobre el mar
Rojo hayan logrado algunos convertidos. Hacia el 350, el emperador Constancio envió una embajada
a la corte del rey de los Himyaritas en lo que ahora es Yemén, para pedirle al rey que permitiera las
misiones cristianas. Pero parece que no hubo resultados muy positivos.

Conocemos el nombre de algunos obispos cristianos árabes o que sirvieron en territorio árabe.
En el Sínodo de Antioquía, en 364, en la lista de los obispos presentes, encontramos el nombre de
“Teotino, obispo de los árabes”. Otro obispo árabe fue Teófilo de la India, quien fue el obispo que
se presentó como embajador del emperador Constancio al rey del Yemén y lo instó a aceptar la fe
cristiana, alrededor de 356. Este Teófilo es un personaje curioso. Nació en alguna isla distante en el
mar Rojo o el océano Índico. A edad temprana había sido enviado como rehén a la corte de
Constancio, fue educado en el Imperio Romano, se convirtió al cristianismo, fue ordenado como
diácono por Eusebio de Nicomedia y más tarde como obispo por miembros de su partido. Abrazó la
forma más virulenta de arrianismo, y esta secta lo honró admirándolo como un gran obrador de
milagros. En ocasión de su misión al sur de Arabia, probablemente visitó la isla en la que había nacido
y otras regiones alrededor del océano Índico, donde encontró a cristianos que practicaban su
religión más o menos de manera estricta.

En Yemén, la comunidad judía se opuso firmemente a los intentos proselitistas de Teófilo, pero
éste prevaleció y el rey puso de manifiesto la sinceridad de su conversión al mandar construir tres
templos. Los cristianos del Yemen, no obstante, sufrieron más tarde (comienzos del siglo VI) una
severa persecución inspirada por los judíos. Muchos hombres, mujeres y niños padecieron martirio
en 523 bajo Masruq, rey de Yemén, hijo de una mujer judía y judío él mismo. La persecución duró
hasta el año 525, cuando el rey judío fue vencido por ejércitos cristianos provenientes de Etiopía,
que establecieron un protectorado etíope. No obstante, las vicisitudes de los cristianos continuaron,
hasta que finalmente el Yemén fue conquistado por los persas en 570.

Finalmente, gracias al protectorado etíope, el testimonio cristiano creció hasta que contó con
una importante minoría en la población, especialmente en la región de Najrán. Con el surgimiento
del Islam, el cristianismo monofisita del sur de Arabia virtualmente desapareció, o por lo menos
perdió fuerzas. Este tipo de cristianismo es el que probablemente se ve reflejado en el Corán, las
escrituras sagradas de los musulmanes.

_ El cristianismo en India
¿Cuándo llegó el cristianismo a la India? No hay documentación suficiente para dar una
respuesta definitiva, y los datos que se poseen son fragmentarios. Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa
Siria, que todavía sobrevive, es testimonio de la presencia del cristianismo desde tiempos remotos
en la India. El libro Los hechos de Tomás, escrito probablemente en Edesa alrededor del año 200,
cuenta que los doce apóstoles echaron suertes para decidir a qué país iría cada uno, y que a Tomás
le tocó la India. Viajó por mar y llegó a la corte de un rey llamado Gundaforo, a quien bautizó.
Finalmente, murió alanceado en otro lugar de la India, y enterrado en Mylapore, al sudoeste de
Madrás. La historia, si bien está llena de fantasía, puede tener elementos de verdad, y es muy
probable que el primer cristiano en llegar a la India haya sido el apóstol Tomás. Al menos, la Iglesia
Ortodoxa Siria lo considera su fundador. La tradición menciona también a Bartolomé en relación
con la evangelización de la India, si bien es probable que este apóstol haya ido a Arabia y fue desde
allí que el testimonio cristiano se extendió a la India.

Otro misionero a la India fue Panteno de Alejandría (c. 180). Según Eusebio, Panteno se hizo
cargo de una misión en la India, donde encontró un Evangelio de Mateo escrito en caracteres
hebreos (arameo). Eusebio describe a Panteno como filósofo y misionero. Nacido en Sicilia y
convertido del paganismo, Panteno finalmente se estableció en Alejandría, donde enseñó y llegó a
ser el líder de la escuela catequética en aquella ciudad de Egipto.

Diversos documentos dan testimonio de la presencia de cristianos en la India durante el siglo


IV. Se menciona a David, obispo de Basora (en Mesopotamia), que “fue a la India donde evangelizó
a mucha gente” (c. 300); a Juan el Persa, que representó a las iglesias de toda Persia y “en la gran
India” en el Concilio de Nicea (325); a Tomás el Mercader, que llegó a la costa Malabar al frente de
un grupo de inmigrantes cristianos en el año 345, posiblemente huyendo de la persecución en Persia
(339–379). Es posible, según testimonios arqueológicos que el rey de Malabar, Pallivanavar, se haya
convertido por este tiempo (350).

Hacia el año 547, un ex-mercader alejandrino que se hizo monje escribió un libro titulado La
topografía cristiana. Su propósito era demostrar que la tierra era plana y no esférica, como algunos
sostenían. Había viajado por todo el mundo (especialmente el océano Índico entre 520–525) y
estaba convencido de lo que creía. Si bien su propósito principal estaba errado, su obra es un
importante documento para la historia del cristianismo. Refiriéndose a Mateo 24:14, escribe: “El
evangelio ha sido predicado en todo el mundo. Declaro esto como un hecho, en base a lo que he
visto y oído en muchos lugares.” Luego menciona los lugares en los que se podía encontrar a
cristianos, a lo largo de las rutas comerciales de África y Asia: “En Ceylán (hoy Sri Lanka) hay una
iglesia, con clero, y una congregación de creyentes, pero no sé si más allá también hay.… Tal es el
caso también de la tierra llamada Male (Malabar o Kerala, en el sur de la India), donde crece la
pimienta, y de Kalliana (Kalyan, cerca de Mumbai), con un obispo elegido desde Persia.” Luego sigue
mencionando a Socotra, una isla en el mar de Arabia, donde “hay clero persa y una multitud de
cristianos;” toda la tierra de Persia, con “innumerables iglesias, grandes comunidades, y también
sus propios mártires; Etiopía y Axum; el Yemén y Arabia.” De esta manera, Cosmas Indicopleustes
en su descripción ofrece detalles sobre la situación del cristianismo en la India, pero presenta
también un interesante resumen del progreso del cristianismo en todo el Este, fuera del Imperio
Romano. Su testimonio es el más antiguo que se tiene de la presencia de cristianos en el
subcontinente de la India en sus días.

MAPA 7 - LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO A FINES DEL SIGLO VI

LOS BÁRBAROS DEL NORTE DE EUROPA


De Oriente volvemos a Occidente para considerar el desarrollo del cristianismo en Europa, fuera
de las fronteras del Imperio Romano. Sin embargo, para entender los procesos históricos que
ocurrieron en el norte de Europa es necesario que comencemos refiriéndonos a movimientos de
pueblos que se produjeron en el centro de Asia.

_ Los hunos de Asia Central


En Asia Central vivía un pueblo de raza mongola, conocido como los hunos. Vivían al norte del
desierto de Gobi y de los Himalayas, barreras naturales que defendían a China e India; y de la Gran
Muralla china, barrera artificial de 2200 kilómetros de longitud. Los hunos no conocían la
agricultura, no tenían ciudades, ni villas, ni casas, sino que eran nómadas que vivían en un lugar
hasta agotarlo y luego se movían a otro sitio con sus familias, tiendas y animales. Eran guerreros
feroces y tenían una gran movilidad debido a sus cabalgaduras resistentes y veloces. A medida que
crecieron, sus desplazamientos se fueron haciendo más frecuentes y rápidos. Entonces se dedicaron
al saqueo, al crimen y la destrucción. Eran temidos en Asia y en Europa.

A pesar del desierto de Gobi y la Gran Muralla, algunas tribus invadieron China e India. En el año
200 terminaron con la dinastía Han de la China y dieron comienzo a 400 años de una suerte de edad
media china. En 480 cruzaron los Himalayas y destruyeron el Imperio Gupta, que desde el 320 había
formado una gran civilización en el norte y centro de la India. Otros grupos se dirigieron hacia el
oeste presionando sobre las tribus bárbaras del norte de Europa, que comenzaron a entrar al
Imperio Romano atraídas por su clima más cálido, mejores condiciones de vida y, sobre todo, la
seguridad que ofrecían sus fronteras.

_ Los godos de Europa del norte


Desde el siglo II, los gobernantes romanos reconocieron el peligro de las tribus germanas al
norte del río Danubio, de las que los godos eran la mayoría. Estos pueblos godos comenzaron a
irrumpir pacíficamente en las fronteras romanas, estableciéndose con permiso imperial como
colonos o mercenarios en el ejército de frontera. Algunos llegaron a ser oficiales de los ejércitos
romanos, al punto que en 235 un godo llegó a ser general y más tarde fue aclamado como imperator
por el ejército (emperador Germánico, 251). Esto llegó a ser muy peligroso ya que las tribus godas
presionaban las fronteras cada vez más y llenaban de mercenarios el ejército que se suponía cuidaba
esas fronteras.

Los godos estaban establecidos en las llanuras alrededor del mar Negro, entre el Danubio y el
Dnieper. En algún momento, durante el siglo III, el testimonio cristiano comenzó a esparcirse entre
ellos posiblemente desde Crimea. En el siglo IV, los hunos presionaron sobre las tribus al norte del
Danubio (en Rumania y Hungría), especialmente a los godos, y los forzaron a ingresar masivamente
al Imperio Romano. En 376, los godos pidieron permiso para ingresar al Imperio. Se instalaron en
los Balcanes, cerca de Constantinopla. En 378, hubo un levantamiento de los refugiados godos, que
terminó en la derrota del ejército imperial del emperador Valente, en la batalla de Andrinópolis. El
sucesor, Teodosio el Grande, logró someterlos y los hizo sus aliados a cambio de un tributo anual.

Los visigodos permanecieron algunos años custodiando las fronteras del Imperio, pero a la
muerte de Teodosio (395) se alzaron en armas y luego de asolar a Grecia y Macedonia, se dirigieron
hacia Italia. En el año 408, el emperador Honorio mandó asesinar a Estilicón, el responsable por la
defensa de Roma. Entonces el general visigodo Alarico (376–410), un general godo al servicio del
Imperio y que se hallaba en Iliria, reanudó sus ataques contra el Imperio. Finalmente, en 410, Alarico
puso sitio a Roma y la saqueó.

Para muchos cristianos, la caída de Roma significó el fin del mundo. Jerónimo (342–420), el
autor de la Versión Vulgata de la Biblia (versión latina), desde su lugar de retiro en un monasterio
en Belén, refiere los acontecimientos y su desarrollo con gran dramatismo. En una carta a Heliodoro,
escrita en 396, Jerónimo expresa su espanto frente a la situación en todo el mundo.

Jerónimo: “Durante veinte años y más, la sangre de los romanos ha sido derramada
diariamente entre Constantinopla y los Alpes Julianos.… ¡Cuántas matronas y vírgenes de
Dios, damas virtuosas y nobles, han sido sometidas para entretenimiento de estos brutos!
Obispos han sido tomados cautivos, sacerdotes y aquellos en las órdenes menores han sido
asesinados. Las iglesias han sido demolidas, los caballos han sido guardados junto a los
altares de Cristo, las reliquias de los mártires han sido desenterradas. El llanto y el temor
abundan por todas partes y la muerte aparece en innumerables formas y maneras. El mundo
romano está cayendo: no obstante, mantenemos en alto nuestras cabezas en lugar de
inclinarlas.… El Este, es verdad, parecía estar protegido de todos estos males.… Pero, he
aquí, en el año que acaba de pasar los lobos (ya no de Arabia sino de todo el norte) se han
soltado sobre nosotros desde lo más intrincado del Cáucaso y en corto tiempo han
derrotado a estas grandes provincias.… ¡Qué enorme cantidad de monasterios han
capturado! ¡Cuántos ríos han hecho correr rojos en sangre!… Son nuestros pecados los que
hacen fuertes a los bárbaros, son nuestros vicios los que vencen a los soldaros de Roma.…
¡Oh, si tan solo pudiésemos subirnos a una torre de vigía lo suficientemente alta que de ella
pudiésemos contemplar toda la tierra esparcida a nuestros pies, entonces les mostraría a
un mundo en ruinas.”

Poco más tarde, la situación se había agravado y Jerónimo, como si estuviese actuando de
reportero en el frente de guerra, informa detalladamente de la situación. En una carta escrita a
Ageruchia, una viuda noble de Galia, alrededor de 409, dice: “Sí, el Anticristo está cerca.… Ahora
hablaré unas pocas palabras de nuestras miserias presentes.… Tribus salvajes en números
incontables han invadido todas las partes de Galia. Todo el país entre los Alpes y los Pirineos, entre
el Rin y el Océano [Atlántico], ha quedado devastado por las hordas de [los bárbaros].… Y los que la
espada perdona por fuera, el hambre los devora por dentro. No puedo hablar sin lágrimas …”
Apenas un poco tiempo después, Jerónimo parece estar redactando los titulares de un diario,
cuando en una carta a Principia (412), comenta: “Un rumor terrible del Oeste. Roma ha sido sitiada
y sus ciudadanos se han visto forzados a comprar sus vidas con oro. Luego, así despojados, ellos han
sido sitiados nuevamente de modo que perdieron no solamente su sustento sino sus vidas. Mi voz
se pega en mi garganta; y, al dictar [esta carta], el llanto ahoga mi palabra. La ciudad que había
tomado a todo el mundo ahora estaba cautiva.”

La caída de Roma fue el presagio de la inminente caída del Imperio Romano occidental. Antes
de terminar el siglo V, los visigodos se iban a establecer en España, los vándalos cruzaron al norte
de África, los burgundios ocuparon la región de Francia a la que dieron su nombre, mientras que las
regiones al norte del Imperio fueron dominadas por los francos y los anglo-sajones, tribus éstas que
todavía no habían tenido contacto con el cristianismo. La Edad Oscura se estaba cerniendo sobre
Occidente y muchos se habrán sentido tan apesadumbrados como Jerónimo.

La caída de Roma fue una tragedia, que despertó varios interrogantes: (1) ¿qué hizo la Iglesia
en el Imperio Romano respecto a los bárbaros que estaban por destruir ese Imperio? (2) ¿qué hizo
la Iglesia del Este respecto de los más salvajes de todos los pueblos bárbaros, los hunos? (3) ¿qué
enseñó la Iglesia acerca de la caída de Roma y sobre cualquier crisis similar que pudiera ser
considerada como “el fin del mundo”?

_ La Iglesia del Oeste y los godos


Si bien la caída de Roma fue una verdadera tragedia, no perjudicó mayormente la situación de
la Iglesia cristiana romana. En buena medida, el respeto que los bárbaros invasores tuvieron por la
Iglesia latina, su clero, sus templos e instituciones se debió al hecho de que muchos de ellos ya
conocían la fe cristiana. El cristianismo había llegado a las tribus germanas no por medio de un plan
elaborado para ganarlos, sino a través de prisioneros cristianos. En 264, godos de Rumania cruzaron
el mar Negro, atacaron Asia Menor, y tomaron prisioneros griegos cristianos. Uno de ellos fue el
abuelo de Ulfilas (311–383), quien habría de llegar a ser el apóstol a los godos.

Antes del año 400, el cristianismo había alcanzado a los pueblos germanos que vivían al norte
del río Danubio, gracias a la predicación y el ministerio de Ulfilas. Este singular misionero, hijo de
una mujer goda, pero con educación griega y latina, conocía muy bien las costumbres de los pueblos
bárbaros. Había llegado a cumplir funciones eclesiásticas como lector y estaba bien comprometido
con el ministerio, cuando una embajada enviada al Imperio Romano le dio la oportunidad de hacer
contacto con las autoridades de la Iglesia en el Este. La embajada llegó siendo emperador Constancio
(341), cuando la reacción anti-nicena triunfaba en el Este. Ulfilas, entonces, fue ordenado obispo
por Eusebio de Nicomedia y como era de esperar adoptó una teología arriana.

El obispo de Constantinopla lo designó como misionero a los godos, donde llevó a cabo una
labor misionera extraordinaria. Ulfilas era un hombre práctico. Lejos de enredarse en las
especulaciones teológicas y filosóficas de la época, se adhirió a la doctrina arriana porque resultaba
más fácil de comprender y comunicar, especialmente a los paganos. A Ulfilas no le interesaba tanto
la especulación teológica de sus días, como expresar en la forma más simple posible un credo que
fuera fácilmente aceptado. Por eso, en su prédica enseñaba que Cristo no era Dios sino un ser
inferior, es decir, su cristianismo era arriano.

Ulfilas fue más hábil como predicador que como pensador; fue un pésimo teólogo, pero un
misionero extraordinario. Su obra más importante fue la traducción de la Biblia al idioma gótico.
Para aquel entonces, la Biblia ya estaba traducida al siríaco, el copto (es decir, “egipcio”) y el latín.
El problema era que los godos no tenían escritura, salvo por algunos pocos caracteres rúnicos que
eran utilizados más en la magia que en la comunicación. Ulfilas entonces inventó un alfabeto gótico
usando letras griegas para representar los sonidos góticos. Así, la Biblia Gótica llegó a ser el primer
libro en la familia de idiomas germanos, a los que pertenecen idiomas modernos tan importantes
como el inglés y el alemán. Ulfilas conocía griego y sabía lo que tenía que hacer; pero también
conocía a los godos y sabía lo que no tenía que hacer. Por eso adaptó su versión de la Biblia a la
cultura y cosmovisión gótica.

Filostorgio: “Ulfilas tuvo un muy gran cuidado de los godos de muchas maneras. Por
ejemplo, redujo su lengua por escrito y tradujo todos los libros de la Biblia en su habla
cotidiana, excepto los libros de Reyes. Los dejó fuera porque son meramente el relato de
hazañas militares, y las tribus góticas eran particularmente afectas a la guerra. Ellas tenían
más necesidad de controles sobre sus naturalezas guerreras que de estímulos que los
urgiera a acciones de guerra.”

Ulfilas terminó su carrera en la anterior provincia romana de Mesia, al sur del Danubio. Se retiró
allí para escapar a una de las persecuciones dirigidas a interrumpir el avance del testimonio cristiano
entre los godos, o bien para acompañar la instalación de un grupo de godos en territorio romano.
Las iglesias fundadas por Ulfilas continuaron siendo arrianas en su teología. Varios sucesores de
Ulfilas sirvieron como obispos arrianos y escribieron obras y participaron en disputas teológicas
importantes. El arrianismo se transformó, de este modo, casi en la religión nacional de los pueblos
germanos.

Por supuesto, no todos los godos que se llamaban cristianos eran convertidos auténticos.
Muchos de los que entraban al Imperio aceptaban el bautismo, así como aceptaban las costumbres
romanas. Otros se hacían pasar por cristianos para poder entrar al Imperio, especialmente durante
el siglo IV. De todos modos, la Iglesia latina se vio beneficiada ya que recibió el ingreso masivo de
nuevos miembros, admiradores asombrados de las ceremonias cristianas y de la belleza de sus
templos. Los bárbaros analfabetos aceptaban todo sin demasiadas preguntas, y si bien tenían la
hegemonía política y militar, fueron sometidos al romanismo. En definitiva, la victoria cultural de
Roma sobre estas tribus fue un paso decisivo para el avance de las pretensiones de su obispo sobre
las de sus competidores del este.

MAPA 8 - RUTAS SEGUIDAS POR LOS HUNOS Y GODOS

_ La Iglesia del Este y los hunos


¿Hubo testimonio cristiano entre los hunos? Según Jerónimo, en una carta que le escribe a
Laeta, la nuera de Paula, que lo acompañaba en su monasterio en Belén (403), parece que sí. “Todos
los días”—afirma el monje de Belén—“damos la bienvenida a multitudes de monjes de India, de
Persia, de Etiopía. El arquero armenio ha dejado sus flechas de lado, los hunos están aprendiendo
el Salterio, y los fríos escitas son templados con la llama de la fe.”

El documento que testimonia de la presencia del cristianismo entre los hunos es la Crónica de
Sa’art. Este documento fue escrito entre los años 800–1300, pero está basado en registros
anteriores. Cuenta de una revuelta en Persia antes del año 500, que sacó al emperador persa Qbad
de su trono y país. Qbad huyó hacia el nordeste, a una región que se conoce como Bactria, sobre el
río Oxus, ocupada en aquel tiempo por los hunos blancos (turcos). El rey huno lo ayudó a recuperar
su trono, y al regresar a Persia, Qbad se mostró favorable a los cristianos, porque los cristianos entre
los hunos lo habían ayudado. Algunos persas miembros de su corte y que lo acompañaron a Bactria
se quedaron allí, se casaron y formaron sus familias entre los hunos. Años más tarde, algunos
regresaron a Persia y trajeron noticias de la presencia de cristianos entre los hunos. El redactor de
la Crónica de Sa’art copia los nombres de estos testigos y fecha su testimonio en el año 555. Los
episodios que describe pueden haber ocurrido entre 525–550.

Crónica de Sa’art: “Los hunos han aprendido a escribir su propia lengua. Así es como
ocurrió: Luchando contra los romanos, los hunos habían tomado prisioneros. Treinta y
cuatro años más tarde, un ángel apareció a Qaradushat, obispo de Arán, en Armenia
Oriental, diciendo: ‘En respuesta a las oraciones de los cautivos, Dios me ha dicho que te
pida que vayas, bautices a sus niños, les proveas de sacerdotes, les des los sacramentos, y
he aquí, yo estoy contigo y encontrarás todo lo que necesites.’

Siete de ellos partieron atravesando territorio salvaje, no haciendo rodeos por los pasos,
sino derecho, cruzando las montañas, y cada noche eran provistos de siete panes y de una
botella de agua. Predicaron a los cautivos, convirtieron a algunos de los hunos, y tradujeron
las Escrituras a su idioma.

Después de catorce años, Qaradushat murió. Su nombre significa ‘llamado por Dios.’
Otro obispo armenio, Makarios, fue llamado a ir, y fue de buen grado con algunos de sus
sacerdotes. Construyeron una iglesia de ladrillos, plantaron los campos, sembraron
vegetales, realizaron señales, y bautizaron a muchos. Los caudillos de los hunos los
honraron, invitándolos como maestros, cada uno a su propia tribu, y he aquí, están allí hasta
hoy.… Éste es el tiempo del cual habló el apóstol, cuando ‘ha entrado la plenitud de los
gentiles’ (Ro. 11:25).”

El documento describe lo que hoy podríamos denominar como misión rural. No se dice mucho
sobre la escritura y traducción de la Biblia, como en el caso de Ulfilas. Sin embargo, es muy probable
que la situación entre los hunos haya sido similar a la de los godos. El problema de la falta de un
abecedario o una forma escrita de la lengua era el mismo y debe haberse solucionado de la misma
manera. En este caso, se usaron letras siríacas para los sonidos hunos, y se creó un nuevo lenguaje
escrito, del que derivan lenguas como el mongol y el manchú.

_ La Iglesia y el fin del mundo


El problema de Volusiano. En un tiempo cuando el mundo parecía hacerse añicos, un sensible
cristiano se preguntaba por el porqué de la caída de un Imperio que llevaba el nombre de cristiano.
Volusiano, un joven procónsul, catecúmeno, le escribe a Agustín de Hipona (354–430), el más
importante de los Padres de la Iglesia latina, para compartir sus preguntas y preocupaciones. Así,
compara la entrada de Constantino a Roma en el 312 y la entrada de Alarico un siglo más tarde en
410. Según una carta de Marcelino a Agustín (412), “Volusiano piensa que todas estas dificultades
pueden ser agregadas a la pregunta previamente planteada, especialmente porque es evidente (si
bien él guarda silencio sobre este punto) que muy grandes calamidades han caído sobre el Imperio
bajo el gobierno de emperadores que en su mayor parte observaban la religión cristiana.”

Básicamente, Volusiano levanta dos preguntas. Por un lado, la pregunta pacifista, es decir, ¿está
bien que un cristiano ponga la otra mejilla, cuando es responsable de la seguridad de toda una
provincia, como era el caso de él? Por otro lado, la pregunta de la providencia, es decir, ¿por qué
Dios permite que ocurran estas cosas?

Desde su sede episcopal en Hipona, al norte de África, Agustín procuró responder a éste y a
otros interrogantes especialmente a través de su libro La ciudad de Dios (escrito entre 413 y 426),
que es la primera filosofía cristiana de la historia y la obra maestra de Agustín. Este libro es la defensa
más grande del cristianismo que jamás se haya escrito. Agustín salió al paso de la objeción de que
si bien el Imperio Romano había adoptado la religión cristiana, el cristianismo no había podido salvar
al Imperio de los bárbaros. Agustín escribió sabiendo que se encontraba en el fin de una edad, pero
miraba el futuro con esperanza.

La enseñanza de Agustín. Respecto de la crisis del año 410, Agustín admite que la religión
cristiana no salvó a Roma, pero afirma que sí salvó a muchos que estaban en peligro y necesidad.
Los horrores de la guerra no eran nuevos, pero muchos bárbaros eran arrianos y cuidaron de las
mujeres y los niños que se refugiaron en los templos cristianos.

Agustín de Hipona: “Todo el saqueo, pues, al que Roma se vio expuesta en la calamidad
reciente—toda la matanza, despojo, incendio y miseria—fue el resultado de la costumbre
de la guerra. Pero lo que fue novedoso, fue que los bárbaros salvajes se mostraron de
manera tan amable, que las iglesias más grandes fueron escogidas y apartadas con el
propósito de ser llenadas de gente a quienes se les dio refugio, y que en ellas nadie fue
asesinado, nadie fue acuchillado por la fuerza; que muchos fueron conducidos a ellas por
sus concesivos enemigos para ser puestos en libertad, y que de ellas nadie fue puesto en
esclavitud por enemigos inmisericordes. Quien no ve que esto debe ser atribuido al nombre
de Cristo, y al carácter cristiano, está ciego; quien lo ve y no lo alaba, es un desagradecido;
y quien impide a otros a alabarlo, está loco.”

En cuanto al problema del sufrimiento humano, señala Agustín que la religión cristiana no
pretende que el cristiano pueda evitar el sufrimiento. “Por lo tanto, si bien personas buenas y malas
sufren por igual, no debemos suponer que no haya diferencia entre las personas mismas, porque
no hay diferencia en lo que ellos sufren. Porque incluso en la semejanza de los sufrimientos, se da
una desemejanza en los que sufren; y si bien están expuestos a la misma angustia, virtud y vicio no
son la misma cosa.… Y así ocurre que en la misma aflicción los malvados detestan a Dios y blasfeman,
mientras que los buenos oran y alaban. De modo que la diferencia no está en cuáles son los males
que se sufren, sino en qué tipo de persona los sufre.”

Más complicada es su argumentación en cuanto al problema del mal en el mundo. Según


Agustín, la creación de Dios es buena y el mal sólo existe en la mala voluntad humana. En un mundo
que se ha alienado de su Creador, el propósito de Dios sólo puede encontrarse en el pueblo de Dios.
Dios sabía, antes de que ocurriera, que el ser humano iba a pecar.

Agustín de Hipona: “Y Dios no era ignorante de que el ser humano pecaría, y que, estando
ahora sujeto a la muerte, se propagaría en otros hombres condenados a muerte, y que estos
mortales correrían a tales enormidades en su pecado, que incluso las bestias carentes de
voluntad racional, y que fueron creadas de manera numerosa de las aguas y de la tierra,
vivirían más segura y pacíficamente con los de su propia especie que con el hombre, quien
se había propagado de un individuo con el propósito cierto de promover la concordia.
Porque ni siguiera los leones o los dragones han luchado entre sí guerras tales como las que
los hombres han luchado unos con otros. Pero Dios también previó que por su gracia un
pueblo sería llamado a la adopción, y que ellos, siendo justificados por la remisión de sus
pecados, serían unidos por el Espíritu Santo a los santos ángeles en paz eterna, siendo
destruido el último enemigo, la muerte.”

Finalmente, Agustín desarrolla el tema de las dos ciudades, que es el que le da el título a su libro.
En el corazón del mismo está el contraste entre la “ciudad terrenal,” que no será eterna, y la “Ciudad
Celestial” en la que está expresado el sentido de la historia. La idea central de Agustín es que toda
la historia humana es una lucha entre dos reinos, el de Dios y el del mundo, entre la civitas Dei y la
civitas terrena. Para él, la Iglesia es la colonia sobre la tierra de la Jerusalén celestial, establecida
para el testimonio acerca de Dios cualesquiera sean las circunstancias que se den en las naciones
del mundo. La Iglesia, peregrina a través de la historia, es la que da sentido a la historia y el fin de
este peregrinaje está más allá de la historia, en la Iglesia Triunfante.

EL CRISTIANISMO EN LAS ISLAS BRITÁNICAS

_ El testimonio en Bretaña
Uno de los primeros nombres asociados con el cristianismo en Bretaña es el de Albano, el primer
mártir cristiano en Inglaterra. Albano era un romano de Verulamium (la moderna St. Albans), de
quien se cuenta que amparó a un sacerdote cristiano durante la persecución bajo Diocleciano, en
304, a pesar de que todavía él no era cristiano. Cuando fue arrestado, confesó su fe cristiana
valientemente y después de ser torturado, fue ejecutado. Si bien hay ciertas dudas en cuanto a los
detalles de esta historia, hay dos cosas que parecen ser seguras. Primero, que el cristianismo para
este tiempo ya estaba firmemente establecido en Bretaña. Había obispos en Londres, York y Lincoln,
que concurrieron al Sínodo de Arlés pocos años más tarde, en 314. Segundo, el santuario de Albano,
cerca de Londres, se transformó en un lugar de peregrinación (hasta el día de hoy), y llegó a ser tan
famoso, que su nombre eclipsó el nombre romano que anteriormente tenía el lugar.

_ El testimonio en Escocia
En Escocia, el nombre que surge al investigar sobre los orígenes del cristianismo en esta región
(Galloway) es el de Niniano (c. 360–432), un bretón hijo de un caudillo cristiano. Siendo joven fue a
Roma a estudiar, y de allí al monasterio de San Martín de Tours, en Francia. Niniano regresó a
Escocia hacia el año 400, y durante algún tiempo vivió en una cueva. Cerca de allí construyó una
iglesia dedicada a Martín de Tours y un monasterio que seguía sus métodos misioneros. Los monjes
de este monasterio salieron a muchos lugares del país, evangelizando a los bretones en el sur, a los
pictos en el norte, a los escoceses en la costa occidental y en Irlanda del Norte.

_ El testimonio en Irlanda
El apóstol de Irlanda es Patricio (c. 389–c. 461), si bien el cristianismo ya había sido predicado
en la isla para cuando él llegó. Era un bretón, hijo de un diácono que vivía en la costa occidental de
Bretaña. Cuando tenía dieciséis años fue capturado por piratas irlandeses. Después de seis años
como esclavo en tierra pagana, logró escapar y regresar a su hogar. Pero no tenía paz, pues soñaba
con los irlandeses, en quienes su fe cristiana había comenzado a influir. Así, aceptó esto como un
llamado de Dios, y después de una larga preparación regresó a Irlanda, a la tierra de sus captores,
como misionero. Desembarcó en Ulster y viajó por todo el país desafiando valientemente al
paganismo, ganando a los caudillos y a sus seguidores. Su muerte ocurrió en el 461.

_ El testimonio en las Islas Británicas


El cristianismo de las Islas Británicas durante este período no estaba ligado con el cristianismo
latino del Imperio Romano, que empezaba a centrarse en la autoridad del obispo de Roma. Más
bien era un cristianismo de origen celta. Este cristianismo celta, imbuido de un fuerte espíritu
misionero, se vio de esta manera fortalecido en algunas regiones del noroeste, en un tiempo cuando
la ley y el orden romanos estaban en decadencia. De este modo, gracias a la obra de monjes
provenientes de las Islas Británicas, se preparó el camino para la evangelización del norte de Europa
en el siguiente período.

EL CRISTIANISMO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

_ Una vieja tradición


La tradición señala que el apóstol Pablo logró cumplir con su propósito de visitar España y
plantar allí el movimiento cristiano (Ro. 15:24, 28). No obstante, no tenemos prácticamente
información alguna en cuanto al desarrollo inicial del cristianismo en esa parte del mundo. Una
tradición muy antigua señala también que el apóstol Santiago (Jacobo) predicó en España y que el
apóstol Pedro envió a siete obispos a esta región. Es probable que, como ocurrió en otras partes del
mundo romano, el cristianismo haya entrado a la Península a través de comunidades judías en las
ciudades costeras, especialmente en el sureste, donde parece haber estado expandiéndose desde
comienzos del siglo tercero.

Justo L. González: “Según la tradición Santiago estuvo predicando en la región de Galicia y


en Zaragoza. Su éxito no fue notable, pues los naturales de esos lugares se negaron a aceptar
el evangelio. Cuando Santiago iba de regreso a Jerusalén, desanimado por lo que parecía
ser su fracaso, se le apareció sobre un pilar la Virgen—que todavía vivía—y le dio ánimo.
Éste es el origen de la ‘Virgen del Pilar’, venerada en España y en varias de sus antiguas
colonias. Tras su regreso a Jerusalén—continúa diciéndonos la tradición—Santiago fue
decapitado, y entonces algunos de sus discípulos españoles llevaron sus restos de regreso a
España, donde supuestamente reposan hasta el día de hoy en la basílica de Santiago de
Compostela. La tradición referente a Santiago en España ha tenido gran importancia para
los españoles a través de su historia, pues Santiago es el patrón del país, y ‘¡Santiago y cierra
España!’ fue el grito de guerra de la Reconquista contra los moros.”

Algunos registros del siglo III en cuanto al movimiento cristiano en España presentan un
cristianismo poco ortodoxo y maduro. Se menciona a un obispo que apostató de la fe durante la
persecución de Decio (250), pero que luego de pasar el peligro retornó a su oficio. Otros obispos
dejaron sus responsabilidades para involucrarse en el comercio. Algunas cartas de Cipriano de
Cartago (195–258) expresan que en España hubo una suerte de apostasía masiva, encabezada por
los obispos. Muchos cristianos acudían a los magistrados romanos para retractarse de su fe. Hubo
un derrumbe general de la moral, y no fueron pocos los creyentes que se sometieron a los sacrificios
oficiales, mientras continuaban profesando su fe cristiana. Incluso hubo quienes se desempeñaron
como sacerdotes cívicos. Los registros del concilio de Elvira, llevado a cabo alrededor del 309 revelan
que la Iglesia tuvo problemas con la idolatría, el homicidio y el adulterio e intentó corregir estos
errores. Este mismo concilio muestra que el movimiento cristiano se había extendido tan al norte
como Asturias y tan al este como Zaragoza, aunque su fuerza mayor parece haber estado en lo que
hoy es Andalucía.

En su Vida de Constantino, Eusebio de Cesarea menciona las diferentes regiones representadas


en el primer concilio ecuménico (Nicea, 325) convocado por el emperador Constantino. Con énfasis,
dice: “Hasta de la misma España, uno de gran fama se sentó como miembro de la gran asamblea.”
Este obispo famoso no era otro que Osio de Córdoba, consejero del emperador en materia
eclesiástica, y su enviado para tratar de reconciliar a las partes en conflicto en la controversia
arriana. Fue precisamente cuando Osio le informó a Constantino que las raíces del conflicto eran
muy profundas y que la disputa podía afectar la unidad del Imperio, que el monarca se decidió a dar
el paso que había considerado durante algún tiempo: convocar a todos los obispos cristianos del
mundo conocido para poner en orden la vida de la Iglesia y para resolver la controversia arriana.

Debe tenerse presente que, más tarde (379), el emperador Teodosio, que declaró al cristianismo
religión oficial del Imperio Romano, era natural de España, donde probablemente acogió su fe
cristiana. Teodosio fue el primer emperador romano de una fe cristiana ortodoxa. De todos modos,
el paganismo no desapareció rápidamente de España. En la última década del siglo IV los ritos
paganos todavía resultaban atractivos para muchos cristianos que habían renunciado a ellos. Incluso
un siglo más tarde, según las actas del concilio de Toledo, la idolatría seguía consiguiendo adeptos.
Si bien muchas de estas prácticas paganas pueden haber sido importadas por las tribus germanas
que invadieron la Península en el siglo V (vándalos, visigodos, suevos), es probable que hayan sido
supervivencias de tiempos anteriores a la llegada de los romanos o de los días del Imperio. No
obstante, con los visigodos, muchos de los cuales sostenían una fe arriana, el cristianismo logró un
establecimiento definitivo en la Península Ibérica con posterioridad al siglo V.

_ Una encarnizada herejía


Fue en España donde también surgió una “herejía,” que por algún tiempo mantuvo ocupados a
los sectores “ortodoxos” de la Iglesia. Lo ocurrido ilustra una constante del cristianismo español: su
rigorismo ético y su violencia ortodoxa. En este caso, el acusado fue Prisciliano (340–387), notable
asceta y predicador. Ya en el Concilio de Zaragoza (380), había sido condenado por leer libros
apócrifos y seguir prácticas ascéticas. Varios obispos seguidores suyos lo ordenaron como obispo de
Ávila. Muy pronto, sus oponentes consiguieron una orden imperial prohibiéndole asumir su oficio.
Prisciliano viajó a Milán y Roma para defender su caso ante el emperador y el obispo de Roma. El
segundo no lo recibió, pero el primero lo restituyó en su puesto en España. Pocos meses después,
un nuevo emperador lo sometió a un tribunal eclesiástico (385), bajo la acusación de gnosticismo,
ideas maniqueístas y depravación moral (Prisciliano consideraba que hombres y mujeres eran
iguales delante de Dios).

Prisciliano fue juzgado en Burdeos de acuerdo con la ley imperial que se aplicaba a la brujería,
y se lo obligó a comparecer ante el tribunal imperial de Tréveris. Sometidos a tortura, él y sus
compañeros (algunos de ellos eran obispos, como Instancio), confesaron las acusaciones que se les
hacían, especialmente de inmoralidad sexual. Pese a las protestas de Martín de Tours (m. 397), un
importante obispo galo, y de Ambrosio de Milán (340–397), los condenados fueron ejecutados por
decapitación, “convirtiéndose en el primer caso que conocemos de la masacre de ‘herejes’ y de la
caza de brujas bajo los auspicios cristianos.” El cuerpo de Prisciliano y de los otros seis ejecutados
fue trasladado a España, y se les dio sepultura como si fuesen mártires. El priscilianismo fue
condenado por el Concilio de Toledo (400).

Irvin y Sunquist: “El caso de Prisciliano refleja algunas de las ansiedades de su época, incluso
las cuestiones concernientes a nuevo papel público de la Iglesia y sus obispos, el ejercicio
del poder en el Imperio Romano, y las relaciones entre mujeres y hombres en la Iglesia.
Prisciliano se rehusó a reconocer tales distinciones agudamente definidas entre los géneros,
al menos entre aquellos que se habían comprometido con una vida ascética en Cristo. El uso
de la pena capital para controlar la enseñanza de la Iglesia fue también un paso mayor hacia
abajo en el largo camino de los juicios por herejía y el uso de la violencia en el nombre de la
fe cristiana ortodoxa. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo con esta dirección. Martín
de Tours, por su lado, vio las ejecuciones como una profunda distorsión de la fe cristiana.”

_ Un fanatismo riguroso
Hubo otras reacciones de indignación contra estos abusos, pero la persecución religiosa en
España continuó. Pablo Orosio (385–450), historiador y presbítero, llegó a destacarse como un
cazador español de herejes. En 414, en razón de la invasión de la Península por los vándalos, se
trasladó al norte de África, donde se colocó bajo la supervisión de Agustín de Hipona, quien le pidió
escribir una historia del mundo destinada a mostrar que la historia pre-cristiana fue peor que los
sufrimientos ocurridos en el Imperio bajo gobernadores cristianos. Los ataques bárbaros, según él,
eran expresión del justo juicio de Dios sobre los paganos que todavía no se habían convertido a la
fe cristiana.

Otro obispo español de renombre fue Dámaso (304–384), quien llegó a ser obispo de Roma
desde 366, después de haber derrotado con violencia a su oponente Ursino. De él, comenta
Johnson:

Paul Johnson: “Su meta parece haber sido bastante clara: presentar al cristianismo como la
verdadera y antigua religión del Imperio y a Roma como su ciudadela. Dámaso instituyó una
gran ceremonia anual en honor a Pedro y Pablo para destacar la idea de que el cristianismo
ya era muy antiguo y había mantenido su asociación con Roma y los triunfos del Imperio
durante más de tres siglos. Según lo que él alegaba, los dos santos no sólo habían asegurado
la primacía de Roma sobre Oriente, porque ella era su ciudad adoptiva, sino que también
habían demostrado que eran protectores de la ciudad más poderosos que los antiguos
dioses. El cristianismo era ahora una religión que tenía un pasado glorioso y un futuro
ilimitado. Dámaso vivía bien y agasajaba suntuosamente a sus visitantes. En 378 celebró un
sínodo ‘en la sublime y sagrada Sede Apostólica’—fue la primera vez que se usó la frase—
que exigió la intervención oficial para asegurar que los obispos occidentales se sometieran
a Roma. El Estado también dictaminó que el obispo de Roma no estaría obligado a
comparecer ante el tribunal: ‘Nuestro hermano Dámaso no debe ser puesto en una posición
inferior a la de aquellos con quienes tiene oficialmente una situación de igualdad, pero a
quienes supera por la prerrogativa de la Sede Apostólica.’ Según parece, Dámaso fue un
hombre desprovisto por completo de espiritualidad.”

_ Un extenso peregrinaje
Afortunadamente, no todos los testigos españoles fueron de un carácter cristiano tan dudoso
como el de Dámaso. Hacia fines del siglo IV (384), una mujer aristocrática de nombre Egeria,
probablemente una monja del noroeste de España, salió en peregrinaje hacia el Sinaí, Egipto,
Palestina y Mesopotamia. Es interesante que, en un tiempo en que casi no había mapas, ella utilizó
la Biblia para su orientación y la ayuda de ascetas locales que fue encontrando a lo largo del camino.
Su diario de viaje, escrito en un latín coloquial exquisito, es no sólo un testimonio extraordinario de
un periplo lleno de aventuras por parte de una mujer, sino una fuente de información extraordinaria
en cuanto a la liturgia, la arquitectura y la vida monástica de casi todo el mundo cristiano. El relato
testifica también de la noción, ya establecida para aquel tiempo, de una Tierra Santa cristiana y de
la importancia que la peregrinación a los sitios sagrados comenzó a tener. Además, Egeria, con el
relato de su viaje piadoso, ofrece una síntesis notable de la mayor parte de los lugares que hemos
mencionado en esta unidad, desde España hasta Mesopotamia.

En esta unidad hemos realizado un extenso viaje misionero. Comenzamos con los primeros
territorios visitados por el movimiento cristiano palestino, iniciando nuestro viaje en Antioquía de
Siria, para movernos a la primera ciudad-estado en convertirse al cristianismo, Edesa. De allí nos
movimos a la primera nación cristiana, Armenia. Pasamos por Partia, Persia, Etiopía, Arabia e India.
Desde el punto más extremo de la expansión oriental del testimonio cristiano, nos movimos al punto
más extremo de la expansión occidental, y así, pasando por el norte de Europa, llegamos finalmente
a las Islas Británicas y a la Península Ibérica.

En este viaje hemos podido constatar la manera dinámica en que el incipiente movimiento
cristiano encontró oportunidades para su expansión, la fundación de iglesias, la contextualización y
el testimonio. De igual modo, hemos podido evaluar hasta qué punto la oposición y persecución,
como también el impacto de la cultura local y sus manifestaciones, afectaron la configuración del
pensamiento y la acción cristianos. Todo esto resultó no sólo en un movimiento de aspiraciones
universales, sino verdaderamente mundial. Su dilatado alcance geográfico es parangonado con su
riquísima diversidad. Nuestra mayor cercanía con la cristiandad latina o mediterránea no debe
limitar nuestra visión del movimiento cristiano como auténticamente ecuménico y múltiple. Sin
embargo, de todos los variados factores que lo configuraron, ninguno parece ser más llamativo que
el cristianismo de los primeros siglos fue un movimiento típicamente urbano. Las iglesias que se
plantaron, tanto dentro como fuera del Imperio Romano, fueron comunidades urbanas, con todas
las características propias de tal condición socio-cultural. Para el año 500, la mayoría de las grandes
urbes del mundo conocido de entonces, habían sido alcanzadas con el testimonio del evangelio de
Jesucristo.

GLOSARIO

Adiabene: región cercana a la corriente superior del Tigris, con su capital en Arbela, una antigua
ciudad sagrada de los asirios, que fue alcanzada tempranamente (c. año 100) por el testimonio
judeo-cristiano palestinense. No obstante, los grupos cristianos fueron pequeños y padecieron una
resistencia activa por parte de sacerdotes de otras religiones (especialmente zoroastristas).

arriano: seguidor de las enseñanzas de Arrio (256–336), que en su herejía negaba la


consubstancialidad del Hijo y el Padre. Los arrianos creían que el Hijo había sido creado como un
agente para la creación del mundo.

catholikós: obispo patriarca o primado de ciertas iglesias orientales, especialmente de la Iglesia


Armenia o de las iglesias nestorianas (Iglesia del Este) como la Iglesia Ortodoxa Siria.

celta: perteneciente a un grupo de pueblos indoeuropeos que se establecieron antiguamente en las


Islas Británicas, Galia, y en algunas regiones de España, Alemania, norte de Italia, Suiza, y hasta en
Asia Menor. Se refiere también a un grupo de lenguas indoeuropeas habladas especialmente en
algunas regiones de las Islas Británicas.

ciudad-estado: un estado autónomo que consiste de una ciudad y su territorio vecino.


cristología: rama de la teología que trata con la interpretación teológica de la persona y obra de
Cristo.

Ctesifonte: ciudad de Asiria (hoy Irak), a orillas del Tigris, no lejos de Seleucia, residencia de invierno
de los reyes partos, arsácidas y sasánidas.

decuria: cada una de las diez porciones en que se dividía la antigua curia romana. En la antigua
milicia romana, era la escuadra de diez soldados gobernada por un cabo.

encratismo: del griego encarteis (autocontrol), designa a movimientos entregados a prácticas


ascéticas extremas, como la prohibición del matrimonio y la ingesta de vino y carne. Por usar agua
en lugar de vino en la Cena del Señor, se los llamó “acuarios” o “hidroparastatas.” Jerónimo dice
que Taciano fue el fundador del movimiento.

godos: antiguo pueblo germánico, que invadió el Imperio Romano en los primeros siglos de la era
cristiana y ocupó España e Italia, donde fundó reinos germánicos.

Iglesia del Este: Iglesia cristiana que remonta su origen al cristianismo que se desarrolló en el
Imperio Romano Oriental (bizantino), pero que se expandió de manera independiente hacia el este
(Mesopotamia) y desde allí más tarde hasta China, sosteniendo una teología nestoriana, y con una
liturgia y literatura religiosa en lengua siríaca.

licantropía: manía en la que el enfermo se imagina a sí mismo y se comporta como si fuese un lobo.

liturgia: del gr. leitourgia (adoración) es el orden y forma (rito o conjunto de ritos) que se sigue para
celebrar el culto religioso público.

maniqueo: seguidor de las doctrinas de Manes (216–277), que admitía dos principios creadores,
uno para el bien y otro para el mal.

misión palestinense: aquella correspondiente a la expansión del judeo-cristianismo de origen


palestino, nacido en Jerusalén. Este judeo-cristianismo se extendió hacia el este, yendo de Antioquía
de Siria hacia Edesa, y de allí hacia el norte a Armenia y hacia el sur en dirección a Mesopotamia.

monofisismo: herejía de los monofisitas, que enseñaban que en Cristo había una sola naturaleza
(divina) y no dos, como enseñaba el credo de Calcedonia (451), aun cuando él había asumido un
cuerpo terrenal y humano con su ciclo de nacimiento, vida y muerte.

movimiento de pueblos: resulta de la decisión conjunta de un número de individuos, todos


pertenecientes a un mismo grupo de pueblo, que les permite hacerse cristianos sin sufrir una
dislocación social, mientras se mantienen en contacto pleno con sus familiares no cristianos. Esto
hace posible que otros segmentos de ese grupo de pueblo, a lo largo de los años, llegue a decisiones
similares y forme iglesias cristianas constituidas primariamente por miembros de ese grupo de
pueblo.
nestorianismo: herejía del s. V difundida por Nestorio (428–431), patriarca de Constantinopla, que
profesaba la existencia de dos personas en Cristo, separando en él la naturaleza divina de la humana
en el Cristo encarnado. El nestorianismo fue condenado por el Concilio de Éfeso en 431, pero se
desarrolló en las iglesias que se separaron del cristianismo bizantino a partir de esa fecha, y tuvieron
su centro en Persia, desde donde se esparció desde Asia Menor hasta China.

nómada: familia o pueblo que anda vagando sin residencia fija de lugar en lugar de manera
estacional o dentro de un territorio bien definido a fin de asegurarse la provisión de alimentos, y
que generalmente está dedicado a tareas de pastoreo.

Osroene: región del NO de Mesopotamia, con capital en Edesa, donde se fundó un pequeño estado
gobernado por sus caudillos con el título de reyes. El cristianismo llegó a la región con el apóstol
Judas, hermano de Jacobo. En 190 y 201 ya había iglesias cristianas en Edesa. El rey Abgar IX (179–
214) se convirtió y abolió los cultos paganos.

politeísmo: doctrina de los que creen en la existencia de muchos dioses.

Sasánidas: dinastía persa que reinó de 225 a 651.

siríaco: lengua hablada y escrita de los antiguos habitantes de Siria, basada en un dialecto arameo
oriental y utilizada como la lengua literaria y litúrgica por varias iglesias cristianas orientales.

Vedas: en sánscrito significa conocimiento. Se trata de cuatro libros sagrados de la India, escritos en
lengua sánscrita, atribuidos a la revelación de Brahma. Son colecciones de oraciones, de himnos, de
fórmulas de consagración, y de expiación, que constituyen los escritos sagrados hindúes más
antiguos. Los Puranas, los Sutras, etc., son comentarios de dichos libros.

zoroastrismo: religión de origen persa, fundada en el s. VI a.C. por el profeta Zoroastro a partir del
mazdeísmo, y que sostiene la creencia en Ahura Mazda como la divinidad suprema. Esta doctrina
está promulgada en el Avesta (el libro de los escritos sagrados del zoroastrismo), y se caracteriza
por su rigor ético, ya que requiere de las buenas acciones humanas para ayudar a Ahura Mazda en
su lucha cósmica contra Ahriman, el espíritu del mal.

SINOPSIS CRONOLÓGICA

90–100 Ministerio misionero de Addai en Adiabene

105–115 Pekhidha, primer obispo de Arbela

121 Sansón, obispo de Arbela (Adiabene)


123 Martirio de Sansón

135–148 Isaac, obispo de Arbela (Adiabene)

155–220 Tertuliano de Cartago

179 Muere Noé, obispo de Arbela (Adiabene)

c. 180 Panteno de Alejandría visita la India

179–186 Abgar IX, primer rey cristiano de Edesa

225 Persas sasánidas se apoderan de Partia

235–238 Maximino, un godo, emperador de Roma

264 Godos de Rumania cruzan el mar Negro

294 Gregorio “el Iluminador,” obispo de Armenia

c. 300 David, obispo de Basora

309–379 Sapor II el Grande, emperador persa sasánida


311–383 Ulfilas, apóstol a los godos

315 Carta de Constantino al emperador persa


sasánida

325–350 Ezana, rey de Etiopía

c. 330 Frumencio, obispo de Etiopía

337 Expedición de Constantino contra los persas

339–379 Gran persecución en el Imperio Persa Sasánida

339–379 Shimun, obispo de Ctesifonte

340 Ulfilas es ordenado como obispo (arriano) de los


godos

342–420 Jerónimo

345 Tomás el Mercader y refugiados de Persia llegan


a Cranganore, en la costa Malabar (India)

c. 350 Pallivanavar, posible rey cristiano de Kerala


(Malabar, India)

364 Sínodo de Antioquía


376 Los godos piden permiso para entrar al Imperio
Romano

378 Los godos derrotan al ejército imperial romano

399–420 Yezdegerd I, emperador persa sasánida

c. 400 Rufino escribe su Historia eclesiástica

410 Nuevo Testamento en Armenio

410 Alarico sitia y captura Roma

412–426 Agustín de Hipona escribe La ciudad de Dios

420–422 Bihram V, emperador persa sasánida

420–450 Período de persecución en Imperio Persa


Sasánida

430 Los vándalos sitian Hipona (norte de África)

432 Patricio comienza su misión en Irlanda

450 Sozómenos escribe su Historia eclesiástica


455 Los vándalos sitian Roma

461 Muere Patricio, el apóstol de Irlanda

480 Los hunos cruzan los Himalayas y destruyen el


Imperio Gupta, de la India

486 La Iglesia Persa opta por el nestorianismo.


Sínodo de Seleucia

491 La Iglesia Armenia opta por el monofisismo

523 Masruq, rey de Yemén (Arabia)

525 Masruq es derrotado por el ejército etíope

547 Cosmas escribe La topografía cristiana

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. ¿Quién fue el primer rey cristiano?

2. ¿Dónde se edificó el primer templo cristiano que recuerde la historia?


3. ¿Qué idioma importante fue probablemente el primero al que se tradujo el Nuevo Testamento
griego?

4. ¿Dónde era hablado ese idioma?

5. ¿Quién fue el primer obispo de Armenia, y en qué fecha?

6. ¿Cuándo fue traducido por primera vez el Nuevo Testamento al idioma armenio?

7. ¿Cuál era la religión nacional de Persia en el tiempo de los Sasánidas?

8. ¿Por qué razón la situación de los cristianos en Persia cambió a partir del año 312, con la entrada
de Constantino a Roma?

9. En el año 339 comenzó una gran persecución en el Imperio Persa, ¿de qué tres maneras se
manifestó?

10. Menciona un hecho de Constantino que llevó a la persecución de los cristianos en Persia.

11. ¿Cuándo pudo la minoría cristiana en el Imperio Persa establecer un acuerdo efectivo con las
autoridades?

12. El Concilio de Nicea (325) decretó que la Iglesia debía reconocer tres “Grandes Obispos,” quienes
tenían una autoridad mayor que la de los demás. ¿En qué ciudades tenían sus sedes, y cuáles eran
las áreas de su autoridad?

13. Narra con tus propias palabras cómo llegó Etiopía a ser un país cristiano.
14. ¿Desde dónde penetró la influencia cristiana en Arabia?

15. ¿En qué aspectos la organización política de Arabia era diferente de la de otros países antes del
advenimiento del Islam, y qué relación tiene esto con el cristianismo?

16. ¿Qué es Los hechos de Tomás y qué narra?

17. ¿Cuál era el título del libro de Cosmas y qué datos interesantes para la historia del cristianismo
en India consigna?

18. Menciona algunas características de los hunos.

19. Menciona tres razones por las que los godos entraron al Imperio Romano.

20. ¿Qué contribución especial hizo Jerónimo al cristianismo?

21. ¿Quién fue Ulfilas?

22. Menciona tres cosas que hizo Ulfilas, que muestran que fue un buen misionero.

23. ¿Quién fue Albano y qué hizo?

24. ¿Quién fue Niniano y qué hizo?

25. ¿Quién fue Patricio y qué hizo?


26. ¿Cuál fue la característica fundamental del cristianismo céltico?

27. ¿Qué indican las tradiciones más antiguas sobre el origen del cristianismo en España?

28. ¿Quién era Osio de Córdoba y qué hizo?

29. ¿Quién fue Prisciliano y que ocurrió con él y sus seguidores?

30. ¿Quién fue Egeria y qué hizo?

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y 3):

1. Dibuja un mapa en el que estén indicados los siguientes datos geográficos: mar Mediterráneo,
África, mar Rojo, Asia Menor, Constantinopla, río Nilo, Egipto, Persia, golfo Pérsico, India,
Mesopotamia, Antioquía, Edesa, Capadocia, Armenia, mar Caspio, Partia, río Indo, río Tigris, río
Éufrates, Libia, Cirenaica, Roma, Etiopía, Arabia, Alejandría, Tiro, Yemén, Basora, Costa Malabar y
Ceylán (Sri Lanka).

2. La religión oficial de Persia en tiempos de los Sasánidas era el zoroastrismo. ¿Quién fue su
fundador y qué cree esta religión? Utilizar un diccionario enciclopédico para la respuesta.

3. ¿Qué nombre se le da en la historia universal al período que siguió a la entrada de los hunos en
China y de los godos en el Imperio Romano.

4. Dibuja un mapa que muestre: (1) dónde vivían los hunos y qué regiones invadieron; (2) dónde
vivían los godos y qué regiones invadieron.

5. ¿Qué tipo de cristianismo predicó Ulfilas entre los godos? Hacer una descripción del mismo.
6. ¿De qué dos cosas podemos estar seguros en cuanto a los orígenes del cristianismo en las Islas
Británicas?

7. Menciona dos características del cristianismo en las Islas Británicas durante este período.

8. ¿Cómo evalúa el historiador Paul Johnson la persona y ministerio de Dámaso, el obispo de Roma?

9. ¿Cómo evalúa el historiador Paul Johnson la represión de Prisciliano y sus seguidores?

10. ¿Qué lugares visitó Egeria en su peregrinaje al Oriente?

Tareas avanzadas (para el nivel 3):


1. ¿Cuál habría sido el efecto sobre el desarrollo de la Iglesia en Persia, si los cristianos hubiesen
tratado de escapar de la persecución obedeciendo a las autoridades y negando la religión cristiana?

2. Explica con tus propias palabras qué quiere decir San Agustín cuando afirma en La ciudad de Dios:
“La Iglesia, peregrina a través de la historia, es la que da sentido a la historia y el fin de este
peregrinaje está más allá de la historia, en la Iglesia Triunfante.”

3. Leer Walker, La historia de la iglesia cristiana, 129–134, y confeccionar una ficha de resumen.

4. ¿Qué piensas del uso de la violencia en la represión de personas y posturas heréticas?

5. El cristianismo se expandió fuera del Imperio Romano durante este período. ¿Cuál es tu
evaluación general de esta expansión?
TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: La correspondencia entre Jesús y el rey Abgar

Supuesta carta de Abgar, rey de Edesa, a Jesús:

Abgar, rey de Edesa, a Jesús el Salvador, que se ha manifestado en Jerusalén. He oído hablar de las
curaciones que has hecho, sin usar hierbas, ni otros remedios ordinarios. Y sé que devuelves la vista
a los ciegos, y que haces andar a los cojos, y que limpias de lepra, y que arrojas los demonios
inmundos, y que curas las enfermedades más crónicas, y que resucitas a los muertos. Y, oyendo
tales cosas, me he persuadido de que tú eres Dios, o Hijo de Dios, y que estás en la tierra con el fin
de realizar esas maravillas. Y por eso te escribo, para suplicarte que vengas a mí, y que me cures de
la enfermedad que me atormenta. Y he oído decir que los judíos murmuran de ti y que te preparan
celadas. Y yo poseo una ciudad que es pequeña, pero honesta, y que bastará para los dos.”

Supuesta contestación de Jesús a Abgar:

“Bienaventurado seas, tú, Abgar, que crees en mí, sin haberme conocido. Porque de mí está escrito:
Los que lo vean no creerán en él, a fin de que los que no lo vean puedan creer, y ser bienaventurados.
Cuanto al ruego que me haces de ir cerca de ti, es preciso que yo cumpla aquí todas las cosas para
las cuales he sido enviado, y que, después de haberlas cumplido, vuelva a Aquel que me envió. Y,
cuando haya vuelto a Él, te mandaré a uno de mis discípulos, para que te cure de tu dolencia, y para
que comunique a ti y a los tuyos el camino de la bienaventuranza.”

Jorge Luis Borges, ed., Evangelios apócrifos, vol. 2 (Buenos Aires: Hyspamérica, 1985), 433–434.

- Hacer un comentario crítico de esta correspondencia, que fue aceptada como auténtica por
Eusebio de Cesarea (Historia eclesiástica, 1.13).

TAREA 2 * La caída de Roma en 410.

Lee y responde:

“¡Ay! repentinamente me han traído noticias de la muerte de Pamaquio y Marcela, el sitio de


Roma, y la caída en sueño de muchos de mis hermanos y hermanas. Quedé tan estupefacto y
desalentado que día y noche no podía pensar en ninguna otra cosa que en el bienestar de la
comunidad; parecía como si estuviese compartiendo la cautividad de los santos, y no pudiese abrir
mis labios hasta que no supiese algo más definido; y mientras tanto, lleno de ansiedad, estaba
vibrando entre esperanza y desesperación, y me estaba torturando con las desgracias de otras
personas. Pero cuando la luz brillante de todo el mundo fue apagada, o más bien, cuando el Imperio
Romano fue decapitado y, para hablar más correctamente, todo el mundo pereció en una ciudad,
quedé mudo y me humillé, y guardé en silencio las buenas palabras, porque mi pena estalló de
nuevo, mi corazón se agitó dentro de mí, y mientras meditaba el fuego fue encendido.…
Todas las cosas, no importa cuán dilatadas sean, tienen su fin; los siglos que han pasado nunca
retornan, y es cierto decir que todo lo que comienza debe perecer, y todo lo que crece pasa por
decadencia y muerte. No hay obra creada que no sea atacada por la vejez y que consecuentemente
no desaparezca. ¡Pero Roma! ¿Quién podía creer que Roma, levantada por la conquista de todo el
mundo, había caído, que la madre de las naciones había llegado a ser también su tumba; que las
costas de todo el Este, de Egipto, de África, que alguna vez pertenecieron a la ciudad imperial,
estaban llenas con las huestes de sus siervos y siervas, que nosotros estaríamos recibiendo cada día
en esta santa Belén hombres y mujeres que alguna vez fueron nobles y prósperos en todo tipo de
riqueza, pero que ahora están reducidos a pobreza? No podemos aliviar a estos sufrientes: todo lo
que podemos hacer es simpatizar con ellos, y unir nuestras lágrimas a las suyas.”

Jerónimo, Prefacio al comentario sobre Ezequiel, libros 1 y 3.

- ¿A qué se refiere Jerónimo cuando habla de “la caída en sueño de muchos”?

- ¿Qué concepto tenía Jerónimo de la ciudad de Roma, a la luz de sus palabras?

- ¿En qué sentido se habla, todavía hoy, de “Roma, la eterna”?

- ¿Qué problemas sociales generó la caída de Roma, según el testimonio de Jerónimo?

- Describe la actitud pastoral de Jerónimo.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. ¿Qué piensan ustedes en cuanto a la necesidad de la indigenización de las iglesias nacionales y su


divorcio de toda dependencia exterior (como hizo la Iglesia del Este en Persia respecto de Roma),
para que haya una auténtica expansión de la fe cristiana? ¿Por qué este proceso de indigenización
es importante desde una perspectiva misionológica?

2. ¿Cómo explicarían ustedes la caída de un imperio (como el Imperio Romano), que llevaba el
nombre de cristiano? ¿El hecho de que una nación sea cristiana, la libra de la guerra o la
autodestrucción? Fundamenten sus respuestas.
LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 56–64.

Daniélou-Marrou, Nueva historia de la iglesia, 1:90–91; 230–232; 319–321

González, Historia de las misiones, 73–83; 85–90.

González, Historia del cristianismo, 1:307–314; 221–232.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:116–118; 138–146.

Walker, Historia de la iglesia cristiana, 129–134.


UNIDAD 3

El cristianismo en el imperio bizantino

INTRODUCCIÓN
La historiografía cristiana tradicional no ha prestado mucha atención al desarrollo del
cristianismo bizantino. Y cuando lo ha hecho, ha sido generalmente en relación con los desarrollos
en el mundo romano occidental. Para nosotros en América Latina, el cristianismo bizantino nos
resulta casi totalmente desconocido, y en buena medida esto es debido a que las iglesias que lo
representan en la actualidad no han tenido una gran visibilidad en la mayor parte de los países
latinoamericanos. De manera particular, hay un desconocimiento bastante generalizado de la
historia y desarrollo, teología y prácticas de esta forma de ser cristiano. No obstante, éste es el
cristianismo sostenido por pueblos que hoy tienen una gran relevancia: griegos, rusos, búlgaros,
macedonios, serbios, rumanos, eslavos, ucranianos, e incluso algunos árabes, polacos, fineses y
albanos.

A la ignorancia del cristianismo bizantino se agregan los prejuicios y malos entendidos, que a lo
largo de los siglos se han ido desarrollando entre las iglesias de Occidente y Oriente. Es posible que
si el movimiento cristiano occidental no se hubiese separado de su contraparte oriental (1054), no
se hubiese producido la segunda división de la cristiandad con la Reforma (siglo XVI). Tanto la Iglesia
en Occidente como la Iglesia en Oriente hubiesen podido evitar muchos de sus propios conflictos
de haberse entendido mejor entre ellas.

El mundo cristiano grecorromano era muy cosmopolita. Sin embargo, su diversidad no creaba
división. Un obispo tan distinguido como Ireneo, procedente de Esmirna (Asia Menor) y formado
por Policarpo, terminó sirviendo como obispo en Lión (Francia). De modo que hasta comienzos del
siglo IV casi no tiene sentido hablar de cristianos orientales y occidentales. Los cristianos eran bien
conscientes, no de ser occidentales u orientales, sino simplemente de ser cristianos, y como tales
“extranjeros residentes” (paroikoi), peregrinos en este mundo. La Iglesia consistía de creyentes
reunidos en torno a los obispos en los pueblos y ciudades del mundo romano. Con el correr del
tiempo, como se vio, algunas sedes episcopales fueron creciendo en su prestigio y se fueron
estableciendo zonas de influencia. Estos obispos, a su vez, comenzaron a competir unos con otros,
hasta que en Occidente el obispo de Roma pretendió una posición por encima de los demás, y entró
en conflicto, especialmente con el patriarca de Constantinopla. Para fines del siglo IV y a lo largo del
siglo V ya se puede hablar con propiedad de Iglesias orientales y occidentales, si bien se seguía
pensando en una sola Iglesia, santa, católica y apostólica.
No obstante, hacia mediados del siglo V, la comunión entre latinos y griegos se rompió debido
a disputas teológicas, mayormente relacionadas con las naturalezas divina y humana en Jesús. La
brecha se amplió todavía más por causas de orden político. Con Agustín de Hipona, la Iglesia Latina
desarrollo una teología típicamente occidental. Algo similar ocurrió en Oriente con la teología
desarrollada por Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo. Con ellos se
establecieron los lineamientos principales que caracterizaron a la teología cristiana oriental. De este
modo, la teología occidental se caracterizó por enfatizar más los aspectos disciplinarios y prácticos,
mientras que la oriental fue más especulativa y mística. La Iglesia Católica en Occidente resultó ser
más legalista, realista y pragmática, prestando mucha atención al estado del ser humano delante de
Dios. Por el contrario, en Oriente las iglesias fueron más místicas e idealistas, colocando el énfasis
en el misterio de Dios.

Las diferencias se hicieron también agudas en cuanto al carácter del gobierno y el manejo del
poder. El sistema de Oriente consistía en una administración y gobierno basado sobre la ausencia
de libertad y participación popular. El emperador pasó de ser un princeps (como era en Roma) y se
convirtió en un dominus, es decir, “señor,” con un Estado cortesano, con ceremonias orientales, con
eunucos y una pompa desconocida en Occidente. Un helenismo orientalizado fue poco a poco
tornando más rígidos los estamentos sociales, limitando la autonomía de las ciudades, y creando
organizaciones jerárquicas que intervenían en todos los asuntos cotidianos y minúsculos. La Iglesia
misma se fue tornando cada vez menos democrática y su liderazgo más absoluto y divinizado, con
una actitud puramente especulativa y contemplativa, situada por encima de la magia sacramental
de los niveles inferiores.

Fue también durante el siglo V que se produjo una fractura en el cristianismo de Oriente entre
lo que podría llamarse la ortodoxia oriental y las iglesias orientales. Esto se debió a la difusión del
monofisismo y su adopción por parte de iglesias en Egipto, Abisinia, Siria y Armenia. Para la segunda
mitad de ese siglo, la cristiandad estaba dividida teológicamente en tres ramas más importantes, las
iglesias occidentales católicas, las iglesias griegas u ortodoxas, y las iglesias orientales, las tres
pretendiendo un origen apostólico y universalidad.

EL LUGAR Y LAS CIRCUNSTANCIAS


El área geográfica en la que habría de desarrollarse el cristianismo bizantino varió en su
dimensión a lo largo de los siglos. En su apogeo y mayor extensión, el mundo bizantino se extendió
por el Mediterráneo hasta incluir Sicilia, el sur de Italia, buena parte de la costa italiana del Adriático,
Grecia y una buena parte de los Balcanes, Anatolia (la moderna Turquía), Siria, Palestina,
Mesopotamia y Egipto. Sea como fuere, la región de influencia bizantina abarcaba partes de tres
continentes: Europa, África y Asia.

_ La ciudad de Constantinopla
Esta majestuosa ciudad llegó a ser el centro administrativo y económico de unas 1500 ciudades
que constituyeron la infraestructura de lo que, más tarde, se llamó el Imperio Bizantino. La ciudad
había sido fundada en 657 a.C. por colonos griegos provenientes de Megara (ciudad de la antigua
Grecia). Su ubicación en la boca de los Dardanelos le dio el control del acceso al mar Negro y al mar
de Mármara. Desde la época de Diocleciano—que trasladó la capital del Imperio a Nicomedia—
Roma perdió su gran prestigio dentro del mundo antiguo. Constantino prefirió no establecer su
gobierno en ella, y resolvió fundar una nueva capital en Oriente en un lugar que sirviera, a su vez,
de baluarte contra los ataques de los bárbaros. Para ello, eligió una pequeña población ubicada
estratégicamente a orillas del Bósforo, con un buen puerto natural. El nombre de la ciudad cambió
de Bizancio a Constantinopla cuando el emperador Constantino movió su capital imperial a este
lugar en 330 d.C. Constantino extendió la ciudad, que consideró como una Nueva Roma, ordenando
la construcción de un foro, templos, palacio, acueductos, circo y un amplio Hipódromo sobre las
siete colinas de la ciudad. Los sucesores de Constantino continuaron embelleciendo la ciudad, que
se transformó en una de las más bellas de todo el mundo conocido.

MAPA 9 - IMPERIO BIZANTINO Y CONSTANTINOPLA

A diferencia de Roma, Constantinopla fue fundada como una ciudad cristiana desde el principio.
En ella, la tradición romana, la cultura griega y la religión cristiana se dieron cita. Constantino
enfatizó el helenismo de la ciudad con sus bibliotecas, museos, erudición y arte. Pero la ciudad fue
también romana, ya que el latín se hablaba en sus calles y especialmente era la lengua oficial del
Imperio. “La Nueva Roma que es Constantinopla” era el título oficial de la ciudad y sus ciudadanos
siguieron siendo Romaioi. Las leyes y la organización del Estado continuaron siendo tan romanas
como sus tradiciones militares.

No obstante, la característica más sobresaliente de Constantinopla es que era una ciudad


cristiana. Si bien el paganismo continuó durante un buen tiempo, el movimiento cristiano fue
ganando adeptos e influyendo notablemente en la cultura bizantina. Los ciudadanos de
Constantinopla eran conscientes de su herencia griega y romana, pero su concepto básico de la vida
era diferente. Estaba más afectado por percepciones e ideas orientales que occidentales, entre ellas
el cristianismo. Como indica Steven Runciman, “… la historia del Imperio Bizantino es la historia de
la infiltración de ideas orientales para teñir las tradiciones grecorromanas, y de la reacción periódica.
Porque a pesar de todo esto, las tradiciones grecorromanas continuaron hasta el fin.”

Alfred Weber: “Al igual que Roma—hasta que ésta se desmoronó interna y
administrativamente—, Bizancio era un estado-ciudad, a pesar de todo su gran territorio
circundante. Por mucho que en Bizancio hubiese cosas procedentes del antiguo Oriente,
por mucho que hubiese una burocracia, un hieratismo, un ritualismo, un ceremonial y otras
dimensiones por el estilo extrañas a la cultura del prístino mundo antiguo, y por mucho que
todo esto circunscribiese y configurase su vida, lo cierto es también que Bizancio siguió
siendo en esencia una polis antigua; y su base fundamental, su subsuelo continuó siendo la
libertad que había sido creada en un principio por el mundo antiguo—por muy paradójica
ciertamente que esta comprobación pueda resultar a la luz del fuerte bizantinismo entonces
existente—. La fórmula empleada de ordinario en la que se dice que Bizancio tiene
elementos de la antigüedad helénico-cristiana, elementos del Oriente de la última época y
elementos del viejo paganismo, fundidos en una unidad viva, es exacta.”

Constantinopla fue creciendo también en tamaño, riqueza y prestigio en función de las


circunstancias políticas que la rodearon. Alarmado por el avance de las tribus germánicas, el
emperador Teodosio II (408–450) ordenó a sus ingenieros la construcción de una muralla alrededor
de la ciudad de casi 8 metros de alto y de unos 5 kms. de longitud. Teodosio II dividió sus dominios
entre sus dos hijos. Uno gobernó la parte occidental del Imperio mientras que el otro reinó sobre
las tierras más ricas y estables del este. En 410, Alarico condujo a sus visigodos y capturó y saqueó
a Roma. Constantinopla quedó como único centro administrativo del Imperio Romano. Después del
saqueo de Roma por los vándalos en 455, la posición de Constantinopla como la más grande y más
segura de las ciudades romanas fue indiscutible.

_ La creación del Imperio Bizantino


Durante los siglos IV y V, el ideal de un Imperio Romano unificado y único, que reuniera a Oriente
y Occidente, era más una aspiración que una realidad. Los sucesores de Constantino lucharon por
quedarse con el Imperio, hasta que Constancio (337–361), uno de sus hijos, quedó solo al frente del
gobierno. Constancio persiguió a los paganos, ordenó la pena de muerte para quienes ofrecieran
sacrificios y quienes se convirtieran al judaísmo. Los opositores paganos de Constancio fueron
considerados como traidores. También tuvo incidentes con los cristianos ortodoxos, porque
favoreció la herejía arriana. Su primo Juliano (332–363) lo sucedió en el trono, si bien gobernó sólo
dos años (361–363). Fue educado desde temprana edad en el cristianismo bajo la dirección del
obispo Eusebio de Nicomedia. Mientras residió en Capadocia, ministró en iglesias, probablemente
como lector. Sin embargo, en secreto leía las conferencias de un retórico pagano y por influencia de
la filosofía griega, especialmente el neoplatonismo, renegó de su fe y puso todo su empeño para
establecer de nuevo el paganismo.
Se inició en los misterios eléusicos mientras seguía profesándose cristiano. Se burló de los cristianos
a través de numerosos libelos y obras satíricas de las que era autor. Le quitó al clero cristiano los
privilegios e inmunidades que habían recibido bajo Constantino. Prohibió a los cristianos la
enseñanza de la literatura clásica y la filosofía, mientras ordenaba destruir sus libros sagrados, con
el fin de reducirlos a una secta despreciable e ignorante. Tomó la predicación, las vestiduras
púrpuras y los himnos de la adoración cristiana y los aplicó a la adoración pagana. Los cristianos lo
llamaron Juliano el Apóstata. Su muerte en batalla contra los persas puso fin al intento de
reestablecer el paganismo. Él fue el último emperador romano que abogó abiertamente por el
paganismo.

Juliano el Apóstata: “¿No fueron los dioses los que revelaron todo su conocimiento a
Homero, Hesíodo, Demóstenes, Herodoto, Tucídides, Isócrates y Lisias?… Pienso que es
absurdo que aquellos que exponen las obras de estos escritores deshonren a los dioses a
quienes ellos solían honrar.… Sin embargo, si ellos piensan que estos escritores estaban
equivocados con respecto a los dioses más honrados, entonces que se trasladen a las
iglesias de los galileos para exponer a Mateo y Lucas, dado que ustedes galileos [cristianos]
los están obedeciendo cuando ordenan a la gente que se abstenga de la adoración en los
templos [paganos]. Por mi parte, deseo que sus oídos y sus lenguas puedan ‘nacer de
nuevo,’ como dirían ustedes, en cuanto a estas cosas en las que yo pueda siempre tener
parte, y todos los que piensan y actúan como a mí me place.”

Después de Juliano, el Imperio Romano Oriental fue gobernado por emperadores débiles:
Joviano, Valente y Teodosio. Joviano (331–364) se resistió a su elección por parte del ejército como
emperador porque decía que era cristiano. Las tropas dijeron que ellos también lo eran y no le
permitieron declinar. Joviano anuló la legislación anti-cristiana de Juliano y proclamó la libertad de
adoración durante su breve reinado de ocho meses (363–364). Valente (328–378) gobernó de 364
a 378, pero le faltó el valor, la resolución y la habilidad que tuvo su hermano Valentiniano en su
gobierno de Occidente. Además, se vio involucrado en numerosas controversias teológicas.

Teodosio (347–395), llamado el Grande, era un guerrero español que después de sanar de una
enfermedad, se convirtió al cristianismo (380) y se dedicó a su defensa e implantación. Después de
ser bautizado, publicó el famoso edicto de Salónica, por el cual estableció como ley del Estado todos
los acuerdos del Concilio de Nicea (325). Teodosio el Grande gobernó de 379 a 395 y se lo considera
como el primer emperador bizantino ortodoxo, ya que consiguió que el senado romano reconociera
que la religión de Cristo era verdadera e hizo del cristianismo ortodoxo la religión exclusiva del
Imperio. En 381, estableció en Oriente la ortodoxia romano-alejandrina como ley del Imperio. Su
voluntad ortodoxa quedó registrada en el Código de Teodosio, que junto con el Credo de los
Apóstoles, hizo de la doctrina de la trinidad el dogma máximo y fundamental de la cristiandad
bizantina. Teodosio el Grande no sólo afirmó la ortodoxia nicena sino que también persiguió a los
paganos, cerró sus templos y destruyó sus ídolos. Ordenó extinguir el fuego sagrado custodiado por
las vestales, prohibió los juegos olímpicos y castigó con la pena de muerte a todo el que adorase
dioses falsos.
Teodosio era fervientemente ortodoxo, y al convocar el segundo concilio ecuménico en
Constantinopla (381), quiso forzar la unidad del mundo cristiano eliminando al arrianismo. En 394
se ciñó la corona del Imperio Romano Occidental. Antes de morir (395), Teodosio dividió el Imperio
entre sus dos hijos: a Arcadio le correspondió el Oriente, con Constantinopla como capital; y a
Honorio el Occidente, con Milán como capital (y posteriormente Ravena). El reinado de Teodosio
había marcado una nueva era en el Imperio Romano, que se había transformado en un imperio
cristiano ortodoxo. No obstante, con su muerte, Oriente y Occidente terminaron por separarse para
siempre.

José Luis Romero: “Consumada la división del imperio en 395, el Oriente quedó en manos
de los emperadores de Constantinopla, cuya primera actitud fue afirmar teóricamente sus
derechos sobre el Occidente, pero preocuparse sobre todo de defender su propio territorio.
Ésta fue la orientación de los emperadores del siglo V, debido a la cual se manifestó una
acentuada tendencia a la afirmación de los elementos griegos y orientales con detrimento
de la tradición romana propiamente dicha. Esa tendencia estaba alimentada en parte por la
misma Constantinopla, pero más aún por las provincias orientales del imperio.”

La dinastía iniciada por Teodosio el Grande terminó con Valentiniano III (419–455), quien reinó
desde 425 hasta que fue asesinado en 455. Este emperador bizantino lanzó un edicto en 445, que
favoreció notablemente las pretensiones del obispo de Roma de ejercer supremacía sobre todas las
sedes episcopales en el mundo cristiano. Según él, la Iglesia occidental debía estar sujeta totalmente
a Roma y a la primacía de su obispo.

Valentiniano III: “Estamos convencidos de que la única defensa para nosotros y para
nuestro Imperio está en el favor del Dios del cielo: y en orden a merecer este favor es
nuestro primer cuidado apoyar la fe cristiana y su venerable religión. Por lo tanto, en la
medida en que la preeminencia de la Sede Apostólica sea asegurada por el mérito de San
Pedro, el primero de los obispos, por la posición conductora de la ciudad de Roma y también
por la autoridad del santo Sínodo, que ninguna soberbia intente nada contra la autoridad
de esa Sede. Porque la paz de las iglesias sólo será preservada en todas partes cuando todo
el cuerpo reconozca a su gobernante.… Por lo tanto, … decretamos, como edicto perpetuo,
que nada será intentado por los obispos galicanos, o por aquellos de cualquiera otra
provincia, contrario a la antigua costumbre, sin la autoridad del venerable papa de la Ciudad
Eterna. Pero sea lo que fuere que la autoridad de la Sede Apostólica haya establecido, que
eso sea tenido como ley por todos.”

Durante el medio siglo que duró la dinastía teodosiana, el Imperio Romano Occidental entró en
rápida decadencia hasta que los bárbaros germanos lo derrumbaron. En 476, el rey ostrogodo
Odoacro forzó al último emperador romano, Rómulo Augústulo, a abdicar. Con esto, Constantinopla
quedaba como única ciudad imperial. Además, tenía la ventaja de ser más inexpugnable a los
ataques bárbaros. Visigodos, hunos y ostrogodos cruzaron el río Danubio, pero se movieron hacia
Occidente antes que hacia Constantinopla, cuya invasión consideraron complicada.
Con Arcadio (377–408), quien gobernó desde 395 como emperador en Constantinopla, nació el
Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino. A la muerte de Arcadio (408) le sucedió su hijo
Teodosio II, que gobernó siendo un niño (de 408 a 450), asistido con habilidad por su hermana
Pulqueria. Para el año 431, Teodosio había casi limpiado de paganos el Imperio, y en 438 se jactaba
de que no había quedado ninguno en sus dominios. Dos de sus contribuciones mayores fueron la
ordenación del Código Teodosiano y la fundación de la universidad de Constantinopla. Muerto
Teodosio II, Pulqueria se casó con Marciano, quien se hizo cargo del Imperio (450–457). Su sucesor
fue León I, quien gobernó de 457 a 474 y continuó la lucha contra las amenazas de los bárbaros. Su
poder fue sostenido por tropas mercenarias de origen isaurio (pueblo del interior de Asia Menor),
que trajo a Constantinopla para contrarrestar las tropas germánicas que hasta entonces
predominaban y le eran hostiles. La rivalidad entre los grupos armados complicaba los conflictos
religiosos, que distraían la atención de la corte en la capital imperial. Finalmente, en medio del caos,
los isaurios lograron imponerse hasta el punto de consagrar como emperador, a la muerte de León
I, a uno de entre ellos, Zenón, conocido como el Isáurico, que ocupó el trono desde 474 hasta 491.

Zenón intentó reconquistar Italia, para lo cual envió a Teodorico, rey de los ostrogodos, para
que sometiera a Odoacro. Pero el intento fracasó. El sucesor de Zenón, Anastasio (491–518)
gobernó en medio de luchas religiosas y ataques extranjeros (eslavos y búlgaros, además de los
persas), y se vio forzado a cambiar su política, sosteniendo que los intereses del Imperio estaban
principalmente en Oriente. A lo largo del siglo VI, los emperadores orientales hicieron todo lo
posible por recuperar las provincias occidentales del Imperio. Al principio, estos esfuerzos fueron
mayormente defensivos. Entre 493 y 526, Teodorico mismo lanzó una serie de campañas contra
Constantinopla, que fracasaron. Justino I (518–527), un campesino ilírico que no carecía de
habilidad, logró contener a los persas y búlgaros; además estableció la paz religiosa y preparó el
reinado de su sobrino Justiniano (482–565).

DESARROLLO DEL IMPERIO BIZANTINO

_ La llegada al trono de Justiniano


En 527, Justiniano llegó al trono imperial en Constantinopla. En verdad, el siglo VI está dominado
por la figura de Justiniano y por su política de reanudación de las relaciones con Occidente. Él y su
controvertida esposa, Teodora, reinaron hasta 565, y su gobierno marca el apogeo del Imperio
Cristiano Bizantino. Bajo el gobierno dinámico de Justiniano el Imperio Oriental logró recuperar
muchos territorios en Occidente, donde los reinos germánicos—con excepción de los francos en
Galia—habían caído en decadencia. Justiniano se propuso también recuperar el norte de África de
mano de los vándalos, Italia de los ostrogodos y España de los visigodos. La guerra con Persia volvió
a estallar y esto mantuvo ocupados a sus ejércitos en el este. Justiniano también procuró
reconciliarse con el papado, después de los conflictos que se habían producido entre ambos poderes
a causa de las querellas religiosas. Esa reconciliación le atrajo las simpatías de la población romana
de Italia, que comenzó a mostrarse hostil hacia los reyes ostrogodos. Esto le dio pie para intentar la
invasión militar.
En su notable gestión de gobierno, Justiniano fue acompañado hasta 548 por su esposa. La
emperatriz Teodora, que había sido actriz, fue una mujer enérgica que influyó en la política religiosa
del Imperio. De la relación de ella con el emperador, Steven Runciman comenta lo siguiente:

Steven Runciman: “Su coraje, su claridad y falta de escrúpulos fueron invalorables para él,
y su poder incluso superó al de él. Pero estaban divididos en una cuestión de política.
Teodora era monofisita, y usaba su influencia para asegurar el triunfo de su herejía. Ella no
tuvo éxito, pero mientras vivió los monofisitas gozaron la seguridad de su fuerte protección
y aliento. De haberse hecho su voluntad, Egipto y Siria podían haber permanecido como
provincias leales del Imperio. Pero Justiniano, con sus ambiciones occidentales, temió no
complacer al Occidente ortodoxo. Además, él se consideraba un teólogo y no estaba
convencido con el monofisismo. Pero esperaba encontrar alguna forma de compromiso que
pudiera imponer sobre toda la cristiandad. Él y Teodora estaban de acuerdo en que todos,
incluso los patriarcas y papas, debían seguir la teología imperial.”

Las dificultades internas empañaron los primeros años del reinado de Justiniano. Finalmente,
estallaron levantamientos (532) en relación con una disputa entre los que apoyaban a corredores
de carros rivales en el Hipódromo. La ciudad se dividió en dos bandos: los Azules, que pertenecían
mayormente a la clase de los propietarios, y los Verdes, que consistían básicamente de la gente
común. La causa de la revuelta de Niké (Niké significa “conquistemos”) descansaba sobre el
aumento general de un impuesto que el emperador necesitaba para sus proyectos. Pero la lucha
entre Verdes y Azules era más que deportiva, pues estos grupos eran expresiones de sectarismo
político y religioso. Los rebeldes demolieron Constantinopla. Para el año 537, el general eslavo
Belisario, líder del ejército de Justiniano, había aplastado la revuelta, que dejó un saldo de 30.000
muertos.

_ El gobierno de Justiniano
El final de la sublevación de Niké le dio a Justiniano la estabilidad necesaria para lanzar una
campaña en orden a recuperar las provincias occidentales. Justiniano escogió a Belisario y al persa
Narsés para conducir la invasión para desalojar a los ostrogodos de Italia, a los vándalos del norte
de África, y a los visigodos de España. El primer paso de la guerra de Justiniano contra las tribus
germánicas fue asegurar la paz a lo largo de la frontera oriental con el Imperio Persa Sasánida,
haciendo un acuerdo por el que pagó un fuerte tributo anual. Los ejércitos de Justiniano resultaron
victoriosos en sus primeras campañas. Belisario derrotó a los vándalos en el norte de África (533),
Sicilia, Córcega y Cerdeña. Los visigodos fueron expulsados de sus dominios en buena parte de
España (554).

Estas campañas drenaron de recursos al Imperio y Justiniano careció de suficientes reservas


como para mantener sus conquistas. El desastre ocurrió cuando estalló una plaga en 542.
Simultáneamente, los eslavos y los ávaros atacaron al Imperio desde el norte y los sasánidas
rompieron su acuerdo, e iniciaron hostilidades en la frontera oriental. Justiniano no pudo hacer
frente a estos conflictos con los escasos recursos de que disponía. Su reinado terminó con el
emperador controlando un Imperio Oriental en decadencia y hundiéndose.

El fracaso de Justiniano en mantener bajo su control las provincias occidentales fue definitivo.
Sus campañas en Occidente fueron el último esfuerzo de los emperadores bizantinos por reunir bajo
su mando al viejo Imperio Romano. A pesar de estas derrotas militares, Justiniano creó un legado
de grandes logros. No obstante, los problemas de las controversias teológicas no terminaron bajo
el gobierno de sus sucesores. Justino II (565–578) procuró poner fin a los conflictos teológicos con
un edicto por el cual profesaba la ortodoxia y prohibía las querellas en cuanto a personas y
expresiones. Envió al patriarca de Constantinopla a Persia a intentar una reconciliación, pero los
líderes monofisitas se rehusaron a discutir cualquier unión posible. Entonces comenzó una
persecución contra ellos, que terminó con Tiberio (578–582), su sucesor.

_ Evaluación del gobierno de Justiniano


Justiniano intentó dominar todos los aspectos de su Imperio, incluyendo las decisiones
doctrinales de la iglesia. Sus decisiones muchas veces estuvieron motivadas por una combinación
de intereses políticos y convicciones teológicas. Sus planes políticos demandaban la pacificación de
la Iglesia y la terminación de las controversias teológicas. Su ambición mayor era revivir el antiguo
Imperio Romano universal y frenar las invasiones germanas. Pero para ello necesitaba de la armonía
en el gobierno, las leyes y la Iglesia. Su ideología política era el cesaropapismo, es decir, el dominio
absoluto del imperio sobre toda realidad, incluida la Iglesia.

Reinhold Seeberg: “Nadie antes que él había intentado llevar a cabo con tanta amplitud y
osadía la idea de la Iglesia de Estado. Las doctrinas y ordenanzas eclesiásticas eran leyes
estatales y la herejía y el paganismo, crímenes castigados por el gobierno civil. El poder de
la Iglesia fue de esta manera vastamente acrecentado, pero perdió a la vez todo vestigio de
independencia y carácter distintivo frente al Estado. El Emperador era infatigable en sus
esfuerzos por aumentar el poder del clero, pero a la vez gobernaba en la Iglesia con poder
despótico. Por grande que era su poder, se veía confrontado, sin embargo, por inmensas
dificultades en la realización final de sus propósitos. La antigua unidad de las Iglesias romana
y griega se había disuelto. Roma y Constantinopla eran ahora centros independientes, y era
necesario combinarlos en uno. Era necesario armonizar primero la Iglesia de Oriente y luego
unirla con la de Occidente. Restituir la ortodoxia calcedoniana fue, pues, desde el comienzo,
la consigna adoptada. Era una empresa ardua, porque el poder del monofisismo aún
permanecía intacto en el Oriente y gozaba, además de la simpatía de la emperatriz,
Teodora, por no mencionar el favor de multitudes de piadosos creyentes.”

Su política de perseguir a los monofisitas sirios y egipcios resultó en que más tarde (siglo VII)
estas poblaciones fueron presa fácil de los invasores musulmanes, que prometieron tolerancia en
lugar de persecución. Sus intentos por unificar Oriente y Occidente resultaron en lo opuesto. Si bien
logró restablecer el control militar en algunas partes de su Imperio, llegó a agotar los recursos
económicos y humanos a tal grado que sus sucesores no pudieron mantener los logros obtenidos.
Italia se perdió totalmente a los diez años de su muerte. El monofisismo poco a poco fue alcanzando
el carácter de patrimonio teológico permanente para las iglesias sirias con el jacobismo, y se tornó
en la tendencia predominante en las iglesias copta, abisinia y armenia.

COSMOVISIÓN Y CULTURA
La influencia del helenismo, y su contacto con los pueblos orientales, le otorgaron al Imperio
Bizantino fisonomía y características propias. Rodeado de peligros exteriores y carcomido en su
interior por las luchas políticas y las querellas religiosas, el Imperio Romano de Oriente pudo
sostenerse tras sus seguras fronteras naturales, con un ejército bien equipado y una eficaz
organización administrativa. Además, la fe cristiana y el celo por la ortodoxia llevaron a un fuerte
sentido de identidad y centralización en torno a la religión. Por esto mismo, Constantinopla se
transformó en un centro de irradiación cultural, de tradición grecorromana, pero notablemente
influido por el helenismo.

_ La civilización bizantina
A diferencia del mundo occidental y latino, que se vio convulsionado por las invasiones bárbaras
y el establecimiento de los reinos germánicos, el mundo oriental y griego no sufrió una
discontinuidad con la cultura clásica grecorromana. Mientras en Occidente la iglesia se vio desafiada
a ocuparse de la evangelización de los pueblos invasores y su incorporación a la cultura tradicional,
en Oriente la lucha fue contra las herejías emergentes y la resistencia a la penetración de los
bárbaros primero y más tarde del Islam. La gran ventaja del Imperio Bizantino fue que su ciudad
capital y territorios aledaños no fueron invadidos u ocupados durante los primeros siglos de su
existencia, de modo que los bizantinos pudieron mantener la continuidad de su civilización.

Lawrence Cross: “La fe y la cultura en el cristianismo oriental son algo multifacéticos, que
surge de tres culturas distintivas. Es una fusión de los elementos griego, latino y oriental,
con contribuciones a lo largo del tiempo de los pueblos eslavos y otros grupos étnicos. A
partir de estas culturas surgió una cultura nueva y particular: un nuevo rito, una iglesia con
una espiritualidad que fue tanto universal como universalizante. Ésta es la iglesia bizantina.”

La civilización bizantina se caracterizó por conservar el legado de la antigüedad grecorromana,


pero modificado con elementos orientales y cristianos. La cultura bizantina se basó en la tradición
clásica—particularmente en lo artístico y en el derecho—y en la cristiana por su interés en las
controversias teológicas, en la patrística y en la hagiografía o vida de los santos. Los eruditos de
Constantinopla, denominados “los bibliotecarios del género humano,” conservaron manuscritos,
escribieron antologías y enciclopedias. La influencia de esta cultura se extendió hacia el Oriente y
diversos países de Europa occidental, entre ellos Italia y España.

José Luis Romero: “Sobre el área del Imperio Romano se advierten dos regiones
marcadamente diferenciadas: el Oriente y el Occidente. La primera revela sólo una
superficial influencia de la romanización, y por el contrario una acentuada perduración de
las tradiciones culturales del Oriente clásico y de Grecia, en tanto que la segunda manifiesta
una penetración vigorosa de la romanidad que casi borra las leves tradiciones culturales
indígenas: celtas, íberas, italiotas, etc. Esta diferenciación se acentuó a lo largo de la época
imperial y se hizo patente a partir de los tiempos de Diocleciano, en que quedó reflejada en
la división política del Imperio, y consagrada definitivamente a la muerte de Teodosio.
Durante ese lapso—esto es, en el siglo IV—se acentuó más y más: la tradición greco-oriental
despertó notablemente en el área oriental del Imperio, y el desarrollo y la difusión del
cristianismo acentuó la diferenciación, pues en una y otra región estimuló un distinto tipo
de religiosidad y suscitó, además, la rivalidad entre las distintas iglesias de una y otra parte,
cuyos ideales eran diversos: más especulativos en Oriente, más formalistas y activistas en
Occidente.”

El elemento más poderoso como factor aglutinante del nacionalismo y la identidad bizantina
fue la religión cristiana. Del mismo modo que en el mundo moderno la ciencia y la tecnología definen
la cultura, en el mundo bizantino fue la fe cristiana el factor definidor. La doctrina, el rito, el milagro,
lo sobrenatural estaban presentes en todos los aspectos de la vida cotidiana. Los héroes populares
favoritos de Bizancio no fueron militares y políticos, sino santos y ascetas. La intensa religiosidad
resultó en una unión estrecha entre la Iglesia y el Estado.

_ Arte y arquitectura
Muchos padres griegos, como Clemente de Alejandría, consideraban que la prohibición de hacer
imágenes del segundo de los Diez Mandamientos, era mandataria para los cristianos. Las imágenes
y estatuas religiosas pertenecían al mundo demoníaco de los paganos. No obstante, el mismo
Clemente de Alejandría da instrucciones en cuanto a la imagen más adecuada para el anillo de sello
de un cristiano, y recomienda que usen representaciones que, sin ser específicamente cristianas,
admitan una interpretación como tal. Así sugiere el uso de una paloma, un pez, una barca, una lira
o un ancla, y que se eviten aquellos símbolos que sugieran idolatría, borrachera o pasión erótica. En
general, los cristianos utilizaron imágenes moral y espiritualmente neutrales (los paganos también
las utilizaban), pero les dieron un significado diferente.

Después de la “conversión” de Constantino, la Iglesia en Oriente gozó de mayor libertad para la


expresión pública de su fe. La construcción de grandes templos y el desarrollo de una arquitectura,
escultura y arte decorativo cristiano fueron alentados por la corona misma. Los mosaicos pintados
con temas del evangelio y la creación de símbolos del cristianismo dieron lugar a un desarrollo casi
explosivo de lo que se conoce como arte cristiano bizantino. Estos elementos no se limitaron a ser
meras expresiones plásticas o artísticas, sino que se integraron como formas fundamentales del
culto cristiano y estuvieron muy ligados a sus manifestaciones litúrgicas.

Justiniano utilizó la devastación ocasionada por la revuelta de Nika como una oportunidad para
reconstruir la ciudad de Constantinopla. En 537 los obreros terminaron la construcción de la iglesia
de Santa Sofía (Santa Sabiduría). Santa Sofía fue un extraordinario logro arquitectónico. Su nave
principal tiene la forma de una cruz griega y sobre la planta cuadrada donde se cruzan los dos brazos
de la cruz se levanta la cúpula central, que tiene un diámetro de 30 metros y se levanta a una altura
de 55 metros. La cúpula está sostenida por cuatro pechinas que a su vez descansan sobre otros
tantos pilares colosales. Las columnas son de mármol verde y pórfido rojo; el piso es de mosaico.
Cuando el edificio fue completado, se dice que Justiniano exclamó: “¡Oh, Salomón, te he superado!”

La fusión del arte romano con el de los griegos y orientales dio origen a lo que se conoce como
arte bizantino, que tuvo su período de apogeo del siglo VI al XI, y su expresión más destacada la
constituyen los templos monumentales y suntuosos. El predominio de las líneas rectas,
característico de las iglesias romanas, fue sustituido por las curvas mientras que la policromía fue el
elemento decorativo más empleado. La influencia persa puede verse en la construcción del techado,
para el que utilizaron la bóveda y la cúpula dorada. Los ricos y costosos materiales de Oriente
sirvieron para efectuar lujosas decoraciones, que otorgaron a los templos bizantinos características
fastuosas y monumentales.

La pintura y la escultura fueron utilizadas con fines decorativos. La figura humana no ocupó un
lugar destacado, y los artistas se limitaron a copiar los modelos tradicionales, razón por la cual sus
obras resultaron brillantes y llenas de colorido, pero carentes de expresividad. Por este tiempo se
verificó también un gran enriquecimiento en los ornamentos y elementos decorativos en los
templos. Cálices, candelabros, velos de seda, vestiduras blancas y decoraciones en plata sobre el
altar comenzaron a enriquecer la estética del lugar de culto. La construcción de un baldaquín o
pabellón laminado en plata fina sobre el altar comenzó a ser casi un requisito.

De todos modos, las formas plásticas bizantinas fueron una expresión cristiana de la realidad
del mundo oriental. Durante más de mil años, Bizancio defendió a Europa oriental contra los ataques
de las hordas asiáticas que pugnaban por penetrar en el continente. Además, mientras Occidente
estaba en manos de los bárbaros, Constantinopla se transformó en el asilo de la antigua civilización
grecorromana. De este modo, el Imperio Bizantino elaboró una cultura propia, que irradió sobre los
pueblos bárbaros que lo rodeaban. Constantinopla fue para los árabes y eslavos lo mismo que Roma
para los germanos.

Alfred Weber: “La cultura de Bizancio asocia el fresco, el mosaico y la muy lujosa decoración
interior rica en colores, con aquella expresión de una solemnidad incorpórea, monumental
y piadosa, realizada con medios esencialmente antiguos y que, sin embargo, era algo que
no pertenecía al espíritu de la Antigüedad.… Desde entonces, el Oriente ha seguido
adherido firmemente a este tipo de expresión, completándola tan sólo mediante un severo
arte de íconos, la mayor parte de las veces frontales. Esto constituye un fenómeno paralelo
al que se desarrolló en cuanto al culto en el cristianismo oriental; a saber, el hecho de que
sobre la base y dentro del marco de la vieja misa y liturgia oriental se desenvolvió la antífona
con himnos entreverados.”

_ Codificación de la ley
Lo más perdurable del gobierno de Justiniano fue su obra legislativa. A comienzos de su reinado,
Justiniano creó una comisión para reunir las leyes del Imperio (528–535). Era necesario reorganizar
el derecho romano y efectuar su ordenamiento y eliminar las contradicciones que entorpecían la
labor de la justicia. El advenimiento del cristianismo había modificado las costumbres y por lo tanto
su influencia se hacía sentir en la aplicación de los fallos. Era necesario actualizar la legislación para
eliminar la oscuridad y agilizar la justicia.

El trabajo de la comisión resultó en lo que se conoció como Corpus Juris Civilis (Cuerpo de Leyes
Civiles). El Corpus estaba dividido en tres partes: un Código (conocido como Código de Justiniano,
529), que incluía todas las leyes desde los días del emperador Adriano; las Instituciones, que era un
libro de texto sobre procedimientos y principios legales; y, el Digesto, que era un resumen de
opiniones legales.

La importancia del Corpus Juris Civilis era doble. Por un lado, ayudó a Justiniano y a sus sucesores
a centralizar el poder y crear un mecanismo burocrático eficiente para administrar el Imperio.
Además, la codificación de Justiniano salvó para la posteridad la sabiduría jurídica romana. Al mismo
tiempo, el Corpus se transformó en el modelo sobre el cual más tarde la mayoría de los estados
europeos basaron su sistema legal, a partir del siglo XII.

_ Teocracia absolutista
Como emperador bizantino, Justiniano ejerció un poder supremo en materia política y religiosa.
Esta combinación de la autoridad política y religiosa es conocida como cesaropapismo. En
Occidente, el poder político estaba dividido entre un buen número de facciones en conflicto, en
cambio en Oriente, el emperador (basileus, rey) era al mismo tiempo el jefe de la Iglesia. Por eso,
su autoridad era casi divina, y se pretendía revestir a su persona con un carácter sagrado. Sus
pronunciamientos teológicos a través de edictos tenían el peso de verdaderas decisiones
eclesiásticas. Al nacer el heredero, era costumbre tonsurarlo, del mismo modo como si fuera
ordenado sacerdote. Ninguna figura secular o religiosa ejercía un poder tan autocrático y absoluto
en Occidente. El cesaropapismo bizantino fue único en su tipo.

Alfred Weber: “Esta teocracia absolutista fue revestida con el ceremonial del Oriente; fue
consagrada por la teología cristiana, y se apoyó efectivamente sobre una viejísima tradición
oriental y sobre un ejército, formado en los varios tiempos de modo diverso, pero siempre
con excelente disciplina. De aquí que existiese siempre—lo mismo a lo largo de los períodos
de descomposición que de las épocas de florecimiento—una gigantesca corte, un ‘palacio
imperial sagrado’ (que constantemente era ampliado a través de los siglos), con un especial
departamento de mujeres, con eunucos y con superlativo fausto y lujo; y de aquí que en
esta corte hubiese una etiqueta cuyo carácter puntilloso apenas nos podemos imaginar, una
gran arrogancia cortesana.”

Generalmente se ha marcado el contraste entre la actitud dualista en cuanto a la relación Iglesia


y Estado que prevaleció en Occidente, con la actitud de dominio autoritario del emperador sobre la
Iglesia que caracterizó a Oriente. Pero el contraste no es tan simple. La teoría que se desarrolló en
el Imperio Bizantino se basaba en la necesidad de que el emperador fuese ortodoxo. Esto, a su vez,
fue el resultado de los sangrientos conflictos que rodearon a las controversias teológicas que
devastaron Oriente (las controversias arriana e iconoclasta, especialmente).

Henry Chadwick: “El término ‘cesaropapismo’ no es una palabra útil o iluminadora para
hacer amplias generalizaciones acerca de la teoría política del Oriente griego. Un escritor
tan occidental como el Papa León el Grande puede decirle al emperador ortodoxo griego
que él está investido no sólo con imperium sino también con un oficio sacerdotal
(sacerdotium) y que por el Espíritu Santo está preservado de todo error doctrinal. Tanto el
Papa Gelasio como el Papa Gregorio el Grande reconocieron la autoridad del emperador en
cuestiones temporales. La diferencia entre Oriente y Occidente descansa más en que el
mundo bizantino no pensaba de sí mismo como dos ‘sociedades,’ sagrada y secular, sino
como una sola sociedad en armonía con el emperador como la contraparte terrenal del
Monarca divino. El balance de esta teoría podía ser afectado seriamente por el dominio del
Estado por parte de la Iglesia; la teoría más dualista de Occidente podía producir el dominio
eclesiástico sobre la sociedad civil.”

IGLESIA, ESTADO Y SOCIEDAD

_ La destrucción del paganismo


Los emperadores cristianos de Oriente comenzaron a desarrollar la idea que ser hereje o infiel
era sinónimo de deslealtad al Imperio. A su vez, era responsabilidad del emperador favorecer en
todo lo posible a aquellos ciudadanos que se llamaban cristianos. Con el tiempo, la legislación
imperial fue introduciendo limitaciones a quienes no se confesaban cristianos. Todo esto resultó en
verdaderas persecuciones contra los paganos y la destrucción de sus templos muchas veces llevadas
a cabo por monjes fanáticos con la ayuda de fuerzas militares. El gran templo de Serapis en
Alejandría fue desmantelado en 391 bajo la dirección del obispo Teófilo de Alejandría (m. 412). Los
paganos enfurecidos se volvieron contra los cristianos y masacraron a un buen número. El
emperador ordenó la destrucción del templo y de su famoso ídolo que se creía aseguraba la
inundación del río Nilo cada año. En otros casos, los templos paganos fueron transformados en
iglesias (siglo V), como el Partenón en Atenas, que fue consagrado como la iglesia de Santa María.

Surgieron conflictos en otras partes del Imperio a medida que obispos guiaban a su gente en la
destrucción de santuarios paganos e incluso en matanzas para lograr estos propósitos. El paganismo
no pudo sobrevivir como una religión singular y pública, porque carecía del celo que caracterizaba
al cristianismo. Sin embargo, logró sobrevivir infiltrándose en las iglesias, en sus creencias y en sus
prácticas. De todos modos, el paganismo fue desapareciendo paulatinamente a lo largo de mucho
tiempo. En Atenas, la escuela neoplatónica, que había sido el último refugio del paganismo,
sobrevivió hasta el 529 cuando el emperador Justiniano la cerró. Pero hasta los días de Justiniano,
los paganos continuaban ocupando altas posiciones de gobierno sin mayores dificultades.

_ La pugna entre el poder temporal y el espiritual


Después del establecimiento del cristianismo como religión del Imperio, comenzó el uso del
poder político y militar con fines religiosos, especialmente la persecución de los paganos. En 388,
los monjes de Callinicum en Mesopotamia condujeron a cristianos a poner fuego a una sinagoga
judía. El emperador Teodosio le ordenó al obispo de esa diócesis que restaurara el edificio, pero
Ambrosio, obispo de Milán, intervino y amenazó con no administrar los sacramentos al emperador
hasta que cancelase esa orden. Teodosio cedió a la demanda. En otra ocasión, Teodosio ordenó la
masacre de 3.000 ciudadanos en venganza por la muerte de un general a manos de una turba. El
obispo Ambrosio le notificó a Teodosio que sería excomunicado hasta que se arrepintiera
públicamente por este crimen. Después de ocho meses, el emperador se humilló públicamente y
reconoció su error. Estos incidentes plantearon el problema de si la Iglesia era suprema por sobre
la autoridad secular o si los oficiales del gobierno tenían autoridad sobre la Iglesia. En el desarrollo
de este conflicto se pueden ver las diferencias de cosmovisión entre Oriente y Occidente.

A partir de Justiniano, la diferencia entre la cristiandad latina y la bizantina era clara e


irreversible. Esta oposición entre Oriente y Occidente en cuanto a valores culturales habría de
perfilar dos mundos diferentes bajo el nombre de cristianos. Sobre este particular, José Luis Romero
observa lo siguiente: “La rivalidad entre la Iglesia de Roma y los patriarcas de las grandes iglesias
orientales—Alejandría, Constantinopla, Jerusalén—no era solamente una puja por la
preponderancia eclesiástica, sino también un conflicto entre concepciones diversas, pues el
patriarca de Constantinopla, por ejemplo, admitía la supremacía del emperador sobre la Iglesia
oriental, en tanto que el papa de Roma no sólo se negaba al poder civil sino que en ocasiones
aspiraba a sobreponerse a él. Cosa semejante ocurrió en el plano doctrinario.”

_ Los efectos de la unión de la Iglesia y el Estado


El historiador A.H. Newman enumera ciertos beneficios y pérdidas que resultaron de la
adopción del cristianismo como religión del Estado. Entre los beneficios cabe mencionar: (1) Más
personas cayeron bajo la influencia del cristianismo. (2) El cristianismo tuvo una influencia más
directa y poderosa sobre la legislación del Imperio, forzando al Estado a prestar más atención a los
derechos de las personas. (3) La posición de las mujeres se elevó notablemente, los castigos por
celibato y falta de hijos fueron abolidos, se prohibió el concubinato, y el adulterio fue condenado
como uno de los crímenes más grandes. (4) El asesinato de niños fue considerado como un crimen
y eventualmente se abolieron los espectáculos de gladiadores. (5) El cristianismo ejerció una
influencia positiva sobre la moralidad pública.

Pero también hubo resultados negativos: (1) Los cristianos se mostraron intolerantes en sus
leyes contra los paganos. (2) El cristianismo se secularizó: la legalización de las corporaciones
cristianas hizo que los obispos se dedicaran más al enriquecimiento de las iglesias, la legalización
del domingo como feriado cambió este día de una fiesta espiritual a una legal, la oferta de incentivos
temporales para la profesión del cristianismo atrajo a multitudes de personas no regeneradas a las
iglesias, y los beneficios otorgados a los obispos incrementaron su orgullo y mundanalidad; (3) los
paganos que se hicieron cristianos introdujeron al movimiento numerosos objetos, ritos, reliquias e
instrumentos de adoración no cristianos; (4) el desarrollo jerárquico del clero se vio estimulado; (5)
la iglesia se transformó en un poder perseguidor al usar a la autoridad civil para suprimir el disenso
y el paganismo; (6) algunos cristianos reaccionaron a la mundanalidad mediante excesos de
ascetismo y alejamiento del mundo en monasterios.

CRISTIANDAD BIZANTINA POSTNICENA

_ Las dos naturalezas de Cristo


Durante todo el siglo que siguió a las decisiones del Primer Concilio Ecuménico de Nicea (325),
la doctrina de las dos naturalezas de Cristo continuó bajo intenso debate, primero en cuanto al
aspecto humano y luego el divino. El Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla (381) afirmó
la integridad de la naturaleza humana de Cristo, y el Tercer Concilio Ecuménico de Éfeso (431) afirmó
la unidad de su persona. Finalmente, en el Cuarto Concilio Ecuménico de Calcedonia (451) dio la
expresión más plena a la fe de la Iglesia, al declarar a Cristo “perfecto en divinidad y perfecto en
humanidad.” Las discusiones posteriores agregaron poco a la declaración defensiva de Calcedonia,
si bien ésta en la práctica no fue definitiva.

Después de la muerte de Juliano el Apóstata, los seguidores de Atanasio y los conservadores


que seguían las enseñanzas de Orígenes (semi-arrianos) unieron sus fuerzas. En un sínodo realizado
en Alejandría en 362, se acordó anatematizar (condenar) a quienes sostenían la herejía arriana y a
quienes decían que el Espíritu Santo es una criatura separada de la esencia de Cristo. El sínodo
también confesó la fe de los padres de Nicea. Mientras los conservadores y el partido de Atanasio
estaban reunidos en Alejandría, los arrianos se estaban separando de algunos que ya no estaban
dispuestos a decir que el Hijo es como el Padre, sino que estaban diciendo que el Hijo es diferente
del Padre. También decían que el Hijo era falible mientras estuvo sobre la tierra y que podía haber
pecado.

_ Los Padres Capadocios


Con la ayuda de los tres grandes teólogos capadocios—Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y
Gregorio Nacianceno—quedó establecida la doctrina de una esencia (ousia) o substancia
compartida por Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero tres hupóstasis (personas: Padre, Hijo y Espíritu
Santo) como la declaración ortodoxa de la Trinidad. Basilio, influido por tendencias ascéticas, visitó
Egipto y regresó a Asia Menor para propagar el monasticismo. Llegó a ser obispo de Cesarea de
Capadocia en 370, una posición que le dio autoridad eclesiástica sobre una amplia región en Asia
Menor oriental. Por nueve años, promovió la doctrina neo-nicena. Gregorio de Nisa, el hermano
menor de Basilio, fue un gran orador y escritor. Conocía muy bien el pensamiento de Orígenes, y
puso la filosofía helenista al servicio de la doctrina cristiana. Sirvió como obispo de Nisa de 371 a
394 y se lo considera uno de los cuatro grandes padres de la Iglesia Bizantina.

Gregorio Nacianceno (329–389) era el hijo de un obispo y amigo íntimo de Basilio. Fue el
predicador más grande de los tres. Se opuso al arrianismo en Constantinopla y, con el apoyo del
emperador Teodosio, convirtió a la ciudad a la fe nicena. En 381, Teodosio lo hizo obispo de
Constantinopla. También fue reconocido como uno de los grandes padres bizantinos y se le dio el
título de El Teólogo.

Los tres Capadocios modificaron el concepto atanasiano. Atanasio había enseñado que había un
Dios único que lleva una vida personal triple y se revela como tal. Los Capadocios enseñaron que
hay tres hupóstasis divinas que, como manifiestan la misma actividad, son reconocidas como
poseedoras de una misma naturaleza y la misma dignidad. Para Atanasio, el misterio estaba en la
Trinidad, mientras que para los Capadocios estaba en la Unidad. Estos padres bizantinos
interpretaron la doctrina de Atanasio en conformidad con las concepciones y principios básicos de
la cristología del Logos de Orígenes.

Lamentablemente, lo único que se logró con los vaivenes entre el triunfo original niceno y el
triunfo transitorio del arrianismo después de Nicea fue la intervención imperial y la creciente
intromisión del Estado en la vida y la fe de la Iglesia. Como indica Williston Walker: “Pasando revista
a esta larga controversia, se puede decir que fue lamentable que en Nicea no se adoptara una
expresión menos discutible, y doblemente lamentable que la intromisión imperial jugara un papel
tan preponderante en las discusiones que siguieron. Esa lucha dio nacimiento a la iglesia imperial.
El apartamiento de la ortodoxia oficial llegó entonces a ser considerado un delito.”

EL SIGLO QUINTO
A lo largo del siglo V, el Imperio Bizantino tenía otras preocupaciones además de las continuas
amenazas de los bárbaros. Éste fue un período vital en la historia del cristianismo oriental. Durante
algún tiempo en el pasado había habido rivalidad entre las grandes sedes de Alejandría y Antioquía;
y Alejandría estaba todavía más celosa del nuevo patriarcado de Constantinopla al que se le había
dado precedencia sobre ella en el Segundo Concilio Ecuménico (381). Las rivalidades que se
manifestaron entre el patriarcado de Alejandría y el de Constantinopla en la primera mitad del siglo
V, también pusieron en peligro la estabilidad del Imperio Bizantino. Estas rivalidades se pusieron de
manifiesto en ciertas controversias que se dieron entre representantes de posturas teológicas
divergentes e intereses políticos diferentes.

_ Crisóstomo de Constantinopla vs. Teófilo de Alejandría


Juan, a quien se lo apodó Crisóstomo (boca de oro) por su extraordinaria elocuencia, llegó a ser
patriarca de Constantinopla en 398. Inmediatamente se dedicó a la reforma de la corte corrupta, el
clero y el pueblo de la ciudad. Su combinación de honestidad, ascetismo y falta de tacto muy pronto
le crearon enemigos, incluyendo a la emperatriz Eudoxia, quien interpretó sus intentos de reforma
como una censura contra ella. Las controversias que surgieron entre él y Teófilo de Alejandría casi
resultaron en un cisma. Crisóstomo fue condenado en el Sínodo de Oak (403), acusado de
veintinueve cargos, siendo los más importantes la acusación de origenismo (ser seguidor de la
teología de Orígenes) y de declaraciones impropias respecto a la emperatriz. Algunos meses más
tarde, fue exiliado a una región cercana a Antioquía y luego trasladado al Ponto. Su vida como ermita
debilitó su salud, y finalmente fue asesinado al ser forzado a viajar a pie bajo condiciones climáticas
severas. Su fama está fundada en su santidad personal, su habilidad como predicador y exegeta, y
sus reformas litúrgicas.

_ Nestorio de Constantinopla vs. Cirilo de Alejandría


El dilatado gobierno de Teodosio II (408–450) se vio plagado de dificultades internas
alimentadas por las controversias religiosas que se suscitaron a raíz de la posición teológica
adoptada por Nestorio (380–451). Este monje del monasterio de Euprepio cerca de Antioquía,
famoso por su austeridad y elocuencia, llegó a ser patriarca de Constantinopla en 428, y sostenía
una teología antioqueña. Era un hombre bien intencionado, pero carente de tacto, lo cual le ganó
cierta impopularidad en su sede por atacar herejías que gozaban de cierta popularidad, como el
culto a la Virgen María. Un capellán del emperador, Anastasio, había predicado contra el título de
Theotokos (“Madre de Dios” o “Portadora de Dios”) dado popularmente a la Virgen. Nestorio lo
apoyó señalando que sólo Dios puede ser llamado Theotokos y que María sólo fue la madre de la
naturaleza humana de Jesús. Según él, el término podía implicar que el que nació de María no era
humano sino sólo divino, lo cual era la doctrina herética de Apolinario. Nestorio sugirió que el
término correcto era Christotokos, “Madre de Cristo.” Es probable que más tarde Nestorio haya
cambiado su concepto sobre Theotokos, pero éste fue el centro de toda la controversia.

Cirilo, patriarca de Alejandría, protestó contra Nestorio en Roma, expresando la cristología


alejandrina contra la tendencia humanizante de la cristología antioqueña, que sostenía Nestorio.
Pero Cirilo no actuó por buenos motivos y utilizó métodos dudosos, ya que quería exaltar la sede de
Alejandría a expensas de la de Constantinopla. Además, Cirilo tenía la ambición de llegar a ser el
patriarca de la Iglesia de Oriente. Era un teólogo capaz y astuto, y jugó un papel muy importante en
la formulación de la doctrina cristológica de la Iglesia. El emperador Teodosio II accedió al pedido
de Nestorio de convocar a un concilio ecuménico, lo cual se efectivizó en 431 (Concilio de Éfeso).
Cirilo se aprovechó de la demora de los delegados de Antioquía y se aseguró la condena de Nestorio,
quien no quiso participar del concilio. La familia imperial y la sede romana tomaron partido a favor
de Cirilo, y condenaron al nestorianismo por separar las dos naturalezas de Cristo. Cuando
finalmente llegaron los antioqueños, hicieron un concilio aparte y condenaron a Cirilo. El emperador
depuso a Nestorio y a Cirilo, pero luego restituyó al segundo a su patriarcado y al primero lo mandó
al exilio. Incluso, algunos oponentes de Nestorio cayeron en el extremo de proponer la doctrina de
una sola naturaleza en Cristo. Nestorio vivió en el desierto egipcio hasta su muerte (451).

Algunas traducciones siríacas de escritos de Nestorio revelan que no fue responsable


personalmente de la herejía por la que fue condenado y que lleva su nombre. Más bien parece que
Nestorio fue víctima de las palabras que se usaron en el debate y de su propio temperamento. Muy
probablemente Nestorio no subscribiría lo que hoy conocemos como nestorianismo. Hay que
entender que en esta controversia se utilizaban términos teológicos técnicos, no bien definidos
todavía, lo cual generaba gran confusión y malas interpretaciones. Para poner fin al conflicto, el
emperador Marciano convocó al Cuarto Concilio Ecuménico en Calcedonia (451). El emperador
oriental estaba ansioso por mantener buenas las relaciones con Roma. Bajo la influencia del Papa
León I el Grande y del emperador, el concilio condenó la doctrina de Eutiques y el monofisismo
como herejía, junto con el nestorianismo. Los nestorianos fueron excomulgados y establecieron la
Iglesia Nestoriana Siria que se expandió por todo Oriente.

_ Flaviano de Constantinopla vs. Dióscoro de Alejandría


Cuando Cirilo murió en 444, fue sucedido por Dióscoro, que entró en disputa con Flaviano de
Constantinopla por el poder en Oriente. El primero apoyó a Eutiques, un monje anciano e ignorante
de un monasterio cercano a Constantinopla que enseñaba una cristología apolinarista. Eutiques
partía de un concepto alejandrino extremo y se decía discípulo de Cirilo. En 448, Flaviano convocó
a un sínodo en Constantinopla, que condenó al eutiquianismo como docetismo enmascarado.
Pronto volvió a surgir la controversia y el emperador Teodosio II convocó a un sínodo en Éfeso (449),
que fue presidido por Dióscoro apoyado por monjes egipcios. Mediante el uso de la violencia,
Flaviano y sus seguidores fueron forzados a firmar los decretos del sínodo, que fue por ello calificado
como “sínodo de ladrones” o “latrocinio de Éfeso.” Flaviano fue depuesto y murió poco después
como resultado de las heridas recibidas en Éfeso. Esto produjo conmoción en toda la cristiandad. El
Papa León I el Grande aprovechó para excomulgar a Dióscoro. El nuevo emperador, Marciano,
convocó a un nuevo concilio ecuménico para terminar con el escándalo, concilio que se reunió en
Calcedonia en 451, y que depuso a Dióscoro y lo desterró. Esto resultó en el alejamiento definitivo
de los cristianos egipcios (coptos) que apoyaban a Dióscoro y que repudiaron la Definición de
Calcedonia, sosteniendo una posición monofisita.

Con posterioridad a Calcedonia, los emperadores se ajustaron a las decisiones doctrinales de


este concilio. El emperador Zenón intentó cambiar las cosas y buscar una fórmula intermedia de
conciliación entre el monofisismo y la posición calcedónica con su Henotikon, un edicto de reunión
promulgado en 482. El propósito del edicto era procurar ponerle fin al cisma, lo cual implicaba un
gran riesgo político. El edicto enfatizaba las decisiones de Nicea (325) y Constantinopla (381), pero
dejaba de lado las decisiones de Calcedonia (451) al utilizar un lenguaje vago, lo cual no satisfizo a
nadie. La mayoría de los monofisitas en Oriente aceptaron el edicto, pero no fue así en Occidente.
En lugar de producir unión el documento creó más discordia. Acacio, patriarca de Constantinopla lo
apoyó y fue excomunicado por Félix III, obispo de Roma (484). Esta acción produjo un cisma entre
Oriente y Occidente que duró hasta 518.

Henotikon: “Estamos convencidos de que la fuente y sostén de nuestra soberanía, su


fortaleza y salvaguarda impenetrable, es esa única fe genuina y verdadera que, por la
inspiración de Dios, fue publicada por los 318 santos Padres reunidos en Nicea, y confirmada
por los 150 santos Padres que, de igual manera, se reunieron en el concilio en
Constantinopla. Nosotros por tanto procuramos noche y día por todos los medios, por la
oración, por los esfuerzos agotadores, por la legislación, promover en todas partes el
incremento de la santa Iglesia Católica y Apostólica, la madre impoluta e inmortal de
nuestro reino; que los laicos piadosos, permaneciendo en paz y armonía con las cosas
divinas, puedan, con los obispos, los muy queridos amados de Dios, el clero más piadoso,
los archimandritas y monjes, ofrecer aceptablemente su sacrificio en beneficio de nuestra
soberanía. En la medida en que nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien fue encarnado
y nacido de María, la Santa Virgen y portadora de Dios, apruebe y acepte con agrado nuestra
adoración y servicio armoniosos, en esa medida el poder de nuestros enemigos será
superado y disperso, y las bendiciones de la paz, del tiempo favorable y las cosechas
abundantes, y todo lo que es para el beneficio del hombre, será libremente concedido sobre
nosotros.”

El siguiente emperador, Anastasio, simpatizante del monofisismo, trató de mantener una


posición intermedia entre ambas posturas a fin de resolver la confusión religiosa en el Imperio, sin
sacrificar los intereses de una y otra parte. Eventualmente, anatematizó a los monofisitas en un
intento por reconciliar a Roma con Constantinopla, y el problema quedó sin resolver.

EL SIGLO SEXTO

_ El monofisismo
La Definición de Calcedonia no puso fin a la controversia teológica en Oriente. El eutiquianismo
se perpetuó en Egipto con monjes fanáticos y se lo conoció como monofisismo por su insistencia en
la única naturaleza de la persona de Cristo. La controversia prevaleció por más de un siglo en el
Imperio Bizantino. La mayor parte de Egipto y Etiopía y buena parte de Siria se volcaron al
monofisismo y amenazaron la unidad de la Iglesia y el Imperio. En 476, el emperador Basilisco
condenó el Tomo de León y las decisiones de Calcedonia. En un intento por sanar la brecha entre
los monofisitas y los calcedonios, el emperador Zenón revirtió la política de Basilisco y produjo un
documento que deliberadamente admitía diversas interpretaciones (el Henotikon). Sin embargo, los
monofisitas más extremos no lo aceptaron, y el obispo de Roma lo interpretó como que rechazaba
a Calcedonia. La conclusión a la controversia monofisita y más tarde la disputa monotelita (sostenía
la unidad divina pero relación con su voluntad) se extendió a lo largo del siglo sexto.

Justino I (518–527), quien era ortodoxo, adoptó una política de reconciliación con Roma y
reprimió al monofisismo, pero se ganó la oposición de Egipto y Siria. La reconciliación con Roma
requería la firma de una declaración que afirmara los privilegios de la sede de Roma e hiciera
obligatoria la unidad con el obispo de Roma y seguir sus indicaciones. Oriente no estaba unánime
en apoyar la sumisión imperial a las demandas papales y continuó con su monofisismo. Hacia fines
de su reinado, Justino depuso a Severo, patriarca de Antioquía, y a más de cincuenta obispos. En
524, lanzó un edicto contra el arrianismo. La mayoría de los centros de controversia retomaron la
ortodoxia, pero Alejandría continuó fiel al monofisismo.

Cuando Justiniano llegó al trono imperial (527), era del parecer que las diferencias entre
calcedónicos y monofisitas, que amenazaban con dividir su Imperio, podían superarse ya que no
eran más que cuestiones verbales. El problema más difícil de resolver parecía ser más bien de
carácter político, cultural, étnico y especialmente económico. Quizás por esto mismo, Justiniano se
mostró bastante tolerante hacia los monifisitas. Alrededor de 529 bajo la influencia de Teodora,
comenzó una política de conciliación, incluso permitiendo a algunos obispos exiliados a retornar a
sus sedes. En 535 un obispo monofisita fue nombrado patriarca de Constantinopla. Esta acción
renovó la controversia e hizo que el Papa depusiera al patriarca y nombrara a otro en su lugar. La
persecución contra los monofisitas se renovó, pero Teodora protegió a algunos de sus líderes en su
propio palacio.

La teología bizantina de la época se acomodó a los intereses políticos y económicos del


emperador Justiniano. Para fomentar el diálogo, el emperador convocó a un grupo de teólogos de
ambos bandos (538) en Constantinopla. Por el lado calcedónico participó Leoncio de Bizancio, quien
había escrito contra los nestorianos y eutiquianos. En el grupo hubo a su vez varios teólogos
monofisitas. Teodora también persuadió a su esposo a involucrar a los líderes monofisitas en el
ministerio de la Iglesia. Uno de ellos, llamado Jacobo, reorganizó las iglesias monofisitas de Oriente
bajo la protección de la corte. En 539, Justiniano publicó su confesión de fe, en la que no hablaba
de las dos naturalezas de Cristo, como para atraer a los monofisitas moderados. Pero esto mismo
suscitó una nueva controversia, conocida como de los Tres Capítulos.

_ Controversia de los Tres Capítulos


En 544, Justiniano intentó reconciliar a monofisitas y ortodoxos con un decreto conocido como
los “Tres Capítulos.” Lo que estaba en discusión no era tanto el contenido de la Definición de
Calcedonia, como las enseñanzas de ciertos teólogos. Lo que Justiniano quería era conciliar el
monofisismo moderado con la posición ortodoxa que él sostenía, siguiendo a Calcedonia. El edicto
fue resistido en Occidente. Estos tres temas consistían de las posiciones teológicas representadas
por Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Los tres ya habían muerto, pero
algunas de sus declaraciones parecían estar incluidas en la Definición de Calcedonia. El problema es
que los monofisitas consideraban que en sus obras estos teólogos estaban muy cerca del
nestorianismo, en razón de que los tres eran antioqueños y tendían a enfatizar la humanidad de
Cristo.

El primero, Teodoro de Mopsuestia (350–428), fue un distinguido exégeta y teólogo antioqueño.


Según él, en Cristo se podían distinguir dos sujetos históricos obrando, el Logos divino y el ser
humano que había sido asumido. Después de su muerte, su posición teológica fue asociada con la
de su discípulo Nestorio, razón por la cual Justiniano anatematizó sus obras (543) en el primero de
los Tres Capítulos. Más tarde, fue condenado por el Quinto Concilio Ecuménico de Constatinopla II
(553). Su pensamiento teológico era más bíblico y menos filosófico que el de los alejandrinos, y tuvo
una gran influencia sobre la tradición eclesiástica siria y persa.

Irvin y Sunquist: “Las dimensiones ética e histórica de la vida de Jesús dominaron en la


teología de Teodoro. En su naturaleza humana Jesús podía haber repudiado su vocación
mesiánica en cualquier momento hasta su muerte sobre la cruz cuando dijo: ‘Consumado
es.’ Para Teodoro esto también significaba que Jesús podía haber pecado mientras estuvo
sobre la tierra, una posición que fue una de las más controversiales que él tomó. Por lo
tanto, fue a través de su obediencia, llevada a cabo en el poder de su humanidad, que Jesús
ganó nuestra salvación. Sólo de esta manera podemos nosotros estar seguros de que
nuestra humanidad experimenta salvación a través de él. El énfasis para Teodoro y el resto
de los antioqueños caía consistentemente sobre la obra histórica de la persona humana de
Jesús en la carne, que él comparte plenamente con nosotros.”

El segundo, Teodoreto de Ciro (390–458), se hizo monje siendo muy joven y luego sirvió como
obispo de Ciro por el resto de su vida. Fue un buen pastor, teólogo, historiador y controversista.
Según él, Cristo tuvo dos naturalezas, unidas en una persona más no en una esencia. Fue opositor
de Cirilo de Alejandría, y esto le valió su destitución. En el Concilio de Calcedonia fue restituido, pero
se vio obligado a condenar a Nestorio, con quien simpatizaba en algún grado.

El tercero, Ibas de Edesa (380–457), fue obispo de esa ciudad, y procuró mantener una posición
intermedia entre Nestorio y Cirilo de Alejandría. No obstante, fue acusado de nestorianismo y fue
depuesto en 449 por el Concilio de Éfeso. El Concilio de Calcedonia lo restituyó, pero terminó más
tarde siendo condenado por Justiniano y el Quinto Concilio Ecuménico de Constantinopla II (553).

Los dos edictos que promulgó Justiniano (544 y 551) contra estos tres teólogos socavaban la
autoridad y la enseñanza del Concilio de Calcedonia (que había declarado ortodoxos a Teodoreto y
a Ibas). No obstante, los patriarcas orientales los aceptaron sin oposición, especialmente en el
quinto concilio ecuménico de Constantinopla (553). Este concilio tuvo como propósito aprobar los
edictos de Justiniano, pero esto fracasó en reconciliar a la mayoría de los monofisitas. No obstante,
le dio una victoria parcial a la doctrina monofisita alejandrina y condenó la teología antioqueña de
las dos naturalezas de Cristo, que había sido aprobada por el Concilio de Calcedonia.

Cánones del Segundo Concilio de Calcedonia (553): “1. Si alguien no reconoce la única
naturaleza o substancia (ousía) del Padre, Hijo y Espíritu Santo, su única virtud y poder, una
Trinidad consustancial, una Deidad adorada en tres personas (hupostáseis) o caracteres
(prósopa), que éste sea anatema. Porque hay un solo Dios y Padre, de quien provienen todas
las cosas, y un solo Señor Jesucristo, a través de quien son todas las cosas, y un solo Espíritu
Santo, en quien son todas las cosas. 2. Si alguien no confiesa que hay dos engendramientos
de Dios la Palabra, uno antes de los siglos, del Padre, sin tiempo ni cuerpo, y otro en los
últimos días, el engendramiento de la misma persona, quien descendió del cielo y fue hecho
carne de la Santa y Gloriosa Portadora de Dios y siempre virgen María, y fue nacido de ella,
que éste sea anatema.”

LA VIDA Y MINISTERIO DE LA IGLESIA


La teología bizantina desarrolló un concepto muy particular sobre la Iglesia. Para los bizantinos
la Iglesia era “una comunión sacramental con Dios en Cristo y el Espíritu.” Como tal, era el lugar de
encuentro de todos los misterios de la fe, especialmente del misterio de la comunión divino-humana
en el tiempo y el espacio, un misterio que sobrepasa las capacidades y poderes de nuestro intelecto.
Para la ortodoxia, el evangelio jamás ha sido una ideología descorporalizada. La vida cristiana no es
algo más o menos privado o una experiencia individual, sino la participación plena en el oikos de
Dios (la casa o familia de Dios), que es la Iglesia. Incluso, la misión de la Iglesia emana de su vida
como señal, símbolo y sacramento de lo divino. La dinámica de la misión, su corazón mismo, es la
adoración, y más específicamente la liturgia. De allí que, las cuestiones de administración,
organización y liturgia de la iglesia han sido fundamentales para la configuración de la vida y
ministerio de la misma.

_ Administración
El gobierno de la Iglesia en el ámbito bizantino estaba regimentado celosamente por el
emperador. En general, para mediados del siglo quinto la unidad de gobierno normal de la Iglesia
era la ciudad. Todos los cristianos de una ciudad estaban bajo la conducción de un obispo y sus
clérigos. La sede o esfera de la autoridad del obispo incluía un territorio más o menos extendido
alrededor de su ciudad. En las regiones más densamente habitadas y donde el cristianismo había
estado por más tiempo, las diócesis episcopales eran más reducidas en extensión. En general, en el
este tal era el caso en comparación con las diócesis más dilatadas de Occidente.

La esfera de autoridad episcopal era conocida como parroquia del obispo. Muy pronto las sedes
episcopales fueron agrupadas para constituir provincias eclesiásticas, bajo la autoridad de un
metropolitano u obispo de la sede madre. Era la responsabilidad del metropolitano supervisar la
elección de un nuevo obispo en caso de vacancia. Estas elecciones eran hechas por el clero, los
nobles y el pueblo de la parroquia vacante, bajo la dirección de obispos vecinos convocados para
llevar a cabo las exequias del obispo anterior. El metropolitano también convocaba y presidía los
sínodos provinciales de obispos. En estos sínodos, los obispos discutían cánones o reglas sobre
cuestiones de disciplina y doctrina, que luego eran decretados y puestos en vigencia por los
metropolitanos. Estos cánones regían el gobierno y la vida de la iglesia, y tenían carácter obligatorio
para los cristianos.

Las provincias eclesiásticas estaban agrupadas en eparquías o patriarcados, cuya sede era
generalmente una parroquia o sede ubicada en una ciudad de gran importancia, en la que se
suponía había ministrado algún apóstol. En Oriente había cuatro de estos patriarcados
(Constantinopla, Antioquía, Jerusalén, Alejandría), mientras que en Occidente sólo había uno
(Roma). Antioquía era una importante ciudad en Siria, ubicada estratégicamente a la entrada de
Asia Menor. Según la tradición, su conversión estaba ligada al ministerio del apóstol Pedro, y se
había transformado en un importante centro de difusión del cristianismo tanto hacia el este como
el oeste después de la destrucción de Jerusalén. Esta última ciudad había sido la cuna del
cristianismo y era considerada como patriarcado más por su historia y valor simbólico que por su
influencia en la cristiandad. En cuanto a Alejandría, se decía que Marcos, el discípulo de Pedro y
autor del Evangelio que lleva su nombre, había ministrado allí.

Constantinopla no podía argüir un origen apostólico, pero era la capital del Imperio y como Nueva
Roma fue considerada como patriarcado, al igual que la Vieja Roma, por el Concilio de Calcedonia.
De todos los patriarcados, el de Constantinopla fue el más importante en cuanto a su extensión
territorial y peso político. Su influencia se extendía por la mayor parte de los Balcanes, el sur del
Danubio, las islas del mar Egeo y Asia Menor.
_ Organización
La organización de la Iglesia en todos los patriarcados orientales fue más o menos la misma. El
funcionamiento de la Iglesia descansaba sobre un conjunto de clérigos entrenados y ordenados
localmente, bajo la supervisión de un obispo que era elegido localmente, pero necesitaba de la
sanción de un sínodo provincial para gobernar. La unidad de la Iglesia se mantenía en torno a la
común confianza en el carácter normativo de las Escrituras para la fe y la práctica cristiana, y su
interpretación siguiendo las conclusiones de los Padres de la Iglesia o los grandes doctores de la fe
tanto del este como del oeste. De este seguimiento compartido de las Escrituras y los Padres surgió
el énfasis en una doctrina y práctica común de la Iglesia con respecto a la vida cristiana, la ética, y
los sacramentos como medios de gracia para poder llevar a cabo esa vida.

El eje fundamental de la organización de la Iglesia pasaba por el obispo. Su poder no era de este
mundo ni estaba ligado a las estructuras mundanas de poder. Se creía que sin el obispo, la Iglesia
no pasaba de ser un ideal abstracto. El oficio del obispo, que era el del apóstol, resultó fundamental
en la comprensión bizantina de la Iglesia. La jerarquía estaba integrada por el obispo, los sacerdotes
y los diáconos, que eran considerados como dones de la iglesia. El poder del obispo de atar y desatar
era entendido como un poder para el servicio del creyente y la comunidad, y no un poder que le
pertenecía a él. Por eso, el obispo no era un monarca en el sentido mundano, ni la jerarquía era
autoritaria (salvo las inevitables excepciones a lo largo de la historia). La misión fundamental del
obispo era la de guardar la unidad de la Iglesia, defender la fe contra las herejías y sobre todo
conducir la celebración de la liturgia y en especial el sacrificio eucarístico. Los obispos también
tenían la responsabilidad de participar en los sínodos ecuménicos y los concilios episcopales.

Lawrence Cross: “Dondequiera que el apóstol u obispo se encuentre, la maravilla de la


Encarnación es manifestada en la Eucaristía y la vida de la Trinidad es revelada en la
comunidad. Consiguientemente, el papel del obispo es de primera importancia para
entender en qué espíritu las iglesias orientales están organizadas y para sentir algo de la
atmósfera interior de las comunidades de la iglesia. El ministerio del apóstol es mantenido
permanentemente en la iglesia por el obispo. Así como Dios el Padre es el principio de
unidad en la Santa Trinidad, así el obispo es dotado por el Espíritu Santo para mantener y
manifestar la unidad de la iglesia. Así como Dios el Padre preside en la unión de amor de la
Santa Trinidad, engendrando eternamente al Hijo y soplando al Espíritu, así el obispo trae
entre los hombres el misterio de Jesús en la Eucaristía, concediendo y compartiendo al
Espíritu entre los creyentes. En la iglesia primitiva el obispo era el único celebrante de la
Eucaristía.”

Para preservar la unidad de fe y práctica, se llevaron a cabo concilios generales o ecuménicos


(universales). En estos encuentros se discutieron doctrinas rivales, que pretendían tener
fundamento apostólico. Los obispos reunidos contaron la más de las veces con el apoyo de las
autoridades imperiales y sus deliberaciones se llevaron a cabo en lengua griega. Uno de los concilios
más importantes fue el de Calcedonia (451). En este Concilio, patriarcas, obispos y el emperador
mismo procuraron resolver las controversias que amenazaban con dividir el Imperio. Después de
Calcedonia, la preocupación que los mantuvo ocupados fue cómo mantener las decisiones
doctrinales tomadas y cómo imponerlas sobre todas las personas en el ámbito del Imperio.

La jerarquía bizantina aceptó la primacía del sucesor de Pedro en la sede episcopal de Roma (el
Papa) y su autoridad espiritual sobre toda la cristiandad, en tanto presida a la Iglesia Católica con
amor. Pero ya en el período bajo discusión se podían ver profundas diferencias teológicas y
prácticas, que terminaron por producir el cisma que todavía divide a la cristiandad latina de la griega.
Entre otras cuestiones, la mayor parte del clero bizantino estaba casado, mientras que para este
período el celibato se estaba imponiendo en Occidente. En el caso de los obispos, éstos
generalmente fueron monjes y, en consecuencia, célibes. Los obispos eran monjes en orden a que
pudiesen estar totalmente libres para ministrar a su iglesia, a su clero y a su pueblo, actuando como
un verdadero padre para ellos.

_ Liturgia
En la tradición bizantina, la liturgia ocupó un lugar fundamental. Las iglesias bizantinas se
describían a sí mismas como “ortodoxas,” que significa “adorar correctamente,” una comunidad
que adora a Dios como él desea ser adorado. La Iglesia recibe su identidad cuando enseña y celebra
los Santos Misterios. El ser de la Iglesia se revela en su hacer, en su leiturgia. De modo que el misterio
de la Iglesia, según lo ha concebido el cristianismo oriental a lo largo del tiempo, se manifiesta más
cabalmente en lo que la Iglesia hace, es decir, en su adoración. De allí que la liturgia haya ocupado
un lugar tan central en la vida y ministerio de las iglesias pertenecientes a la tradición bizantina.

Ya en la segunda mitad del siglo IV el culto cristiano bizantino comenzó a tornarse cada vez más
elaborado. El clero comenzó a vestir ropas especiales y suntuosas y el ritual religioso fue adquiriendo
poco a poco un esplendor cada vez más dramático. La espontaneidad y carácter carismático de los
primeros tiempos fue cediendo lugar a un culto en el que lo que se decía y hacía, junto con el
ambiente físico, estaba orientado a crear un sentido de santo asombro ante la presencia de lo
trascendente y numinoso. Es probable que la asistencia masiva a los cultos como también las luchas
contra el arrianismo haya favorecido este culto ceremonioso y con un fuerte énfasis místico.

Esta actitud de temor reverente durante la celebración del culto ya se pone en evidencia en las
enseñanzas de Cirilo de Jerusalén (315–386), pero fue enfatizada todavía más por Basilio de Cesarea
y especialmente por Juan Crisóstomo quien, por ejemplo, habla de la Mesa del Señor como un lugar
de “terror y temblor.” Teodoro de Mopsuestia, a su vez, enseñaba que el culto debía estar rodeado
de un esplendor ritual. La consecuencia de todo esto fue que antes de fines del siglo IV ya se
consideraba necesario cubrir con cortinas el altar. Cuando Justiniano construyó Santa Sofía, hizo
poner un cortinado delante del altar, sobre el que bordó en oro una figura de Cristo Pantokrator
(gobernador de todo) bendiciendo a su pueblo con su mano derecha y sosteniendo un ejemplar del
Evangelio en su mano izquierda. También hizo colocar en el pórtico central una mampara con tres
puertas sobre las que había figuras de ángeles y profetas, y los monogramas del emperador y la
emperatriz Teodora. Éste fue el primer caso de iconostasis (del griego eikón, imagen, y stasis,
estación), que luego se hizo tan popular en las iglesias griegas. Las puertas en la mampara eran
usadas para las “entradas” ceremoniales al momento de la lectura del Evangelio y del Ofertorio.

Los elementos básicos y la estructura de la liturgia oriental perdieron la sencillez y fluidez de los
primeros siglos. La liturgia se fue tornando más puntillosa y rígida. Para el año 500, el Kyrie Eleison,
que había sido una parte regular de las letanías griegas, fue incorporado a la primera parte de la
misa en latín, lo cual muestra cuán arraigado estaba en la liturgia griega. También de larga tradición
en Oriente era el uso del Gloria in excelsis y del Credo. El segundo se recitaba en ocasión del
bautismo, pero era el Credo Niceno de 325, que recién entró en la liturgia de la eucaristía bajo la
influencia de los monofisitas en el siglo V. Así, pues, es posible ver un buen número de diferencias
entre la tradición litúrgica que se fue formando en Oriente y en Occidente, especialmente en torno
a la eucaristía y el bautismo. En Oriente era usual utilizar pan leudado común para la eucaristía,
mientras en Occidente sólo se usaba pan sin levadura. La costumbre en Oriente era tener una sola
celebración de la eucaristía bajo el obispo el día domingo, mientras que en Roma los presbíteros
podían celebrarla en sus parroquias y en otros días.

La oración regular y la adoración han sido desde muy antiguo elementos fundamentales de la
adoración en el cristianismo oriental. Los bizantinos entendieron desde bien temprano que las
realidades de la fe no debían encontrarse solamente en los enunciados o conceptos de la fe, sino a
través de signos y símbolos que fuesen comprensibles para cualquier congregación en adoración.
De allí que el objetivo fundamental de los misioneros orientales fue siempre el establecimiento de
comunidades de adoración, en las que la celebración de los misterios sagrados hablara por sí misma.
Para el cristianismo oriental, la asamblea eucarística local era la que revelaba y hacía real la
naturaleza de la iglesia. La liturgia divina era la que transformaba a seres humanos pecadores en el
verdadero “pueblo de Dios.” De este modo, la liturgia revelaba la realidad de la iglesia como el
sacramento de la comunión divina y humana.

La música religiosa ocupó también un lugar muy importante en la liturgia bizantina. Dos veces
en sus cartas el apóstol Pablo hace referencia al uso del canto en la adoración (Col. 3:16; Ef. 5:19).
El canto congregacional era parte de la liturgia de la sinagoga judía y probablemente fue de aquí
que los primeros cristianos tomaron esta práctica del culto. Hay un buen número de himnos griegos
anteriores a Constantino que han sobrevivido el paso del tiempo. También hay un papiro de Egipto
del siglo III (mutilado) en el que se preserva un himno en el que la creación se une a la iglesia en la
alabanza a la Trinidad. Desde los días de Basilio de Cesarea se cantaba un himno para el atardecer,
que todavía la cristiandad ortodoxa canta al encender las luces del atardecer.

Salve, Luz de alegría, de su gloria pura derramada

Que es el Padre inmortal, celestial, y bendito,

Santísimo, Jesucristo nuestro Señor.

Ahora llegamos a la hora del descanso del sol,

Las luces del atardecer brillan a nuestro alrededor,


Alabamos como divinos al Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Sólo tú eres digno que se te cante en todo tiempo

Con lenguas puras,

Hijo de nuestro Dios, dador de vida:

Por eso en todo el mundo tus glorias, Señor, ellos tienen.

Clemente de Alejandría fue el primer escritor cristiano que discutió qué tipo de música era el más
apropiado para el culto. En su enseñanza, indica que no debe ser ese tipo de música que está
asociado con la danza erótica. Las melodías debían evitar los intervalos cromáticos y tenían que ser
austeras. Quizás estaba reaccionando contra los cánticos de algunas sectas gnósticas, en las que
había mucho menos restricciones e inhibiciones en materia musical, y que muchas veces cantaban
himnos que iban acompañados de una danza ritual. La danza, que era muy común en la adoración
del Antiguo Testamento y en la tradición judía, no era bien vista por los padres griegos, que la
asociaban con las prácticas de los misterios paganos de Dionisos.

La música coral era muy popular entre los cristianos griegos. El canto antifonal (dos grupos
corales cantando alternadamente) ya era conocido desde mediados del siglo IV y se difundió a lo
largo de Mesopotamia y Siria. Basilio de Cesarea abogó por su introducción en su diócesis. No
obstante, el uso de la música en la liturgia no gozaba de la aprobación de todos. Muchos
consideraban que el canto oscurecía el significado de las palabras. Atanasio de Alejandría procuró
superar esta dificultad exigiendo que se mantuviera el ritmo del habla en el cántico de los Salmos.
De todos modos, es imposible saber cómo era la música instrumental o cantada de aquel tiempo.
Hay un fragmento de papiro del siglo III, que presenta un precioso himno: “Mientras alabamos al
Padre, Hijo y Espíritu Santo, que toda la creación cante Amén, Amén. Alabanza, poder al único dador
de toda cosa buena. Amén. Amén.” Es interesante que en este papiro el escriba hiciera ciertas
anotaciones musicales utilizando signos, que pueden ser descifrados con la ayuda de analogías en
textos bizantinos posteriores.

El himnólogo más grande de las iglesias orientales vivió en Constantinopla: Romanos (m. 555).
Era un judío convertido que llegó a Constantinopla de Siria y escribió himnos para las espléndidas
fundaciones de Justiniano en la capital del Imperio. El fue el creador del Kontakion, un verso en
forma de acróstico para las estrofas. Cada estrofa era cantada desde el púlpito por un solista con un
refrán que era cantado por el coro. Romanos inspiró parcialmente al autor del más famoso de los
himnos griegos, el así llamado Akathistos (para ser cantado de pie) en honor de la Virgen María. La
temática preferida de los himnos griegos fue el misterio de la encarnación y la Trinidad.

La señal de la cruz, junto con infinidad de otros gestos litúrgicos, se practicó desde muy
temprano, utilizando la mano derecha y tocando la frente primero y luego los hombros derecho e
izquierdo (a diferencia de cómo se hacia en Occidente). Además, se juntaban el dedo pulgar con el
índice y el mayor para simbolizar la Santa Trinidad. Los otros dos dedos de la mano simbolizaban las
naturalezas divina y humana de Cristo. La forma bizantina de la señal de la cruz es la más antigua
que se conoce.

_ Teología
Las cuestiones de doctrina ocuparon un lugar destacado en la Iglesia griega. Las declaraciones
de fe se transformaron en testimonios de autenticidad e integridad teológica. Mientras que en el
Nuevo Testamento el énfasis está en la participación de Dios en los eventos redentores en la historia
humana, los teólogos griegos pusieron el énfasis en las declaraciones correctas acerca de Dios. Esta
teología no se hizo desde la periferia sino desde el centro, no desde abajo sino desde arriba. No fue
el resultado de la experiencia cristiana de hombres y mujeres redimidos y comprometidos con la
misión, sino de varones aristócratas y bien educados, que comenzaron a ocupar lugares de liderazgo
en la Iglesia y a definir lo que todo el mundo debía creer, si querían ser ortodoxos. La tradición
teológica del cristianismo oriental, según se fue constituyendo a partir de los primeros siete concilios
ecuménicos (todos ellos ocurridos en el mundo helenista), puede sintetizarse en torno a tres temas
fundamentales: la Santa Trinidad, la Encarnación, y el Arrepentimiento. No obstante, estas
cuestiones fundamentales de la teología ortodoxa no quedaron como meros postulados o
enunciados abstractos, sino que se expresaron fundamentalmente a través de la liturgia.

La Santa Trinidad es uno de los temas fundamentales de la teología bizantina. La fe en el Dios


trino se manifestó a través de los sacramentos y la adoración. Cada culto comenzaba con una
doxología (palabras de alabanza: doxa, gloria; logos, palabra). La invocación y alabanza a las Tres
Personas, un Dios, se repetía una y otra vez en todos los cultos. Lo mismo ocurría con la oración
privada del creyente, que se hacía de manera litúrgica y no espontánea. El Espíritu Santo ocupaba
un lugar muy prominente en la teología bizantina y, en consecuencia, en su liturgia. Los escritos
patrísticos lo describen como el Espíritu de Dios, bueno, santo y dador de vida, cuya actividad
configura la eucaristía, sostiene a la Iglesia, y quien es la fuente de todo amor, oración y buenas
obras humanos.

La encarnación (Dios hecho hombre) recibió un fuerte énfasis en la teología bizantina, a partir
de los concilios de Éfeso (431) y Calcedonia (451). Estos concilios fueron los que debatieron la relación
de las dos naturalezas de Cristo y concluyeron que el Redentor es verdadero Dios y verdadero
hombre, sin confusión ni alteración, en la única persona de Jesús, histórica y siempre viviente. El
misterio de la encarnación resultó ser el punto focal al que todo lo demás estaba referido. Cristo, el
Dios-hombre, era considerado como el comienzo de la comunión divino-humana. Ésta era la fuente
de la naturaleza de la iglesia y el trasfondo de la vida cristiana. Las oraciones litúrgicas exaltaban la
maravilla de la encarnación, al igual que los himnos y canciones que se repetían en el desarrollo del
culto.

La tercera característica de la teología bizantina era el tema del arrepentimiento, que también
era el motivo de muchos himnos. En la poesía cristiana bizantina aparecían una y otra vez caracteres
como la ramera, el publicano en el templo y Pedro luchando por creer. El tema del arrepentimiento
también se destilaba en varios ejercicios litúrgicos, especialmente aquellos referidos a la cuaresma,
y era un aspecto permanente de la vida monástica. El arrepentimiento no era una cuestión del
momento ni un acto reservado para poco antes de morir. En la comprensión bizantina, toda la vida
debía ser arrepentimiento, la lucha por hacer real y cooperar con la bendición de la encarnación. El
arrepentimiento es la entrada permanente a la vida de la resurrección.

UNIDAD 3

El cristianismo en el imperio bizantino

INTRODUCCIÓN
La historiografía cristiana tradicional no ha prestado mucha atención al desarrollo del
cristianismo bizantino. Y cuando lo ha hecho, ha sido generalmente en relación con los desarrollos
en el mundo romano occidental. Para nosotros en América Latina, el cristianismo bizantino nos
resulta casi totalmente desconocido, y en buena medida esto es debido a que las iglesias que lo
representan en la actualidad no han tenido una gran visibilidad en la mayor parte de los países
latinoamericanos. De manera particular, hay un desconocimiento bastante generalizado de la
historia y desarrollo, teología y prácticas de esta forma de ser cristiano. No obstante, éste es el
cristianismo sostenido por pueblos que hoy tienen una gran relevancia: griegos, rusos, búlgaros,
macedonios, serbios, rumanos, eslavos, ucranianos, e incluso algunos árabes, polacos, fineses y
albanos.

A la ignorancia del cristianismo bizantino se agregan los prejuicios y malos entendidos, que a lo
largo de los siglos se han ido desarrollando entre las iglesias de Occidente y Oriente. Es posible que
si el movimiento cristiano occidental no se hubiese separado de su contraparte oriental (1054), no
se hubiese producido la segunda división de la cristiandad con la Reforma (siglo XVI). Tanto la Iglesia
en Occidente como la Iglesia en Oriente hubiesen podido evitar muchos de sus propios conflictos
de haberse entendido mejor entre ellas.

El mundo cristiano grecorromano era muy cosmopolita. Sin embargo, su diversidad no creaba
división. Un obispo tan distinguido como Ireneo, procedente de Esmirna (Asia Menor) y formado
por Policarpo, terminó sirviendo como obispo en Lión (Francia). De modo que hasta comienzos del
siglo IV casi no tiene sentido hablar de cristianos orientales y occidentales. Los cristianos eran bien
conscientes, no de ser occidentales u orientales, sino simplemente de ser cristianos, y como tales
“extranjeros residentes” (paroikoi), peregrinos en este mundo. La Iglesia consistía de creyentes
reunidos en torno a los obispos en los pueblos y ciudades del mundo romano. Con el correr del
tiempo, como se vio, algunas sedes episcopales fueron creciendo en su prestigio y se fueron
estableciendo zonas de influencia. Estos obispos, a su vez, comenzaron a competir unos con otros,
hasta que en Occidente el obispo de Roma pretendió una posición por encima de los demás, y entró
en conflicto, especialmente con el patriarca de Constantinopla. Para fines del siglo IV y a lo largo del
siglo V ya se puede hablar con propiedad de Iglesias orientales y occidentales, si bien se seguía
pensando en una sola Iglesia, santa, católica y apostólica.

No obstante, hacia mediados del siglo V, la comunión entre latinos y griegos se rompió debido
a disputas teológicas, mayormente relacionadas con las naturalezas divina y humana en Jesús. La
brecha se amplió todavía más por causas de orden político. Con Agustín de Hipona, la Iglesia Latina
desarrollo una teología típicamente occidental. Algo similar ocurrió en Oriente con la teología
desarrollada por Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo. Con ellos se
establecieron los lineamientos principales que caracterizaron a la teología cristiana oriental. De este
modo, la teología occidental se caracterizó por enfatizar más los aspectos disciplinarios y prácticos,
mientras que la oriental fue más especulativa y mística. La Iglesia Católica en Occidente resultó ser
más legalista, realista y pragmática, prestando mucha atención al estado del ser humano delante de
Dios. Por el contrario, en Oriente las iglesias fueron más místicas e idealistas, colocando el énfasis
en el misterio de Dios.

Las diferencias se hicieron también agudas en cuanto al carácter del gobierno y el manejo del
poder. El sistema de Oriente consistía en una administración y gobierno basado sobre la ausencia
de libertad y participación popular. El emperador pasó de ser un princeps (como era en Roma) y se
convirtió en un dominus, es decir, “señor,” con un Estado cortesano, con ceremonias orientales, con
eunucos y una pompa desconocida en Occidente. Un helenismo orientalizado fue poco a poco
tornando más rígidos los estamentos sociales, limitando la autonomía de las ciudades, y creando
organizaciones jerárquicas que intervenían en todos los asuntos cotidianos y minúsculos. La Iglesia
misma se fue tornando cada vez menos democrática y su liderazgo más absoluto y divinizado, con
una actitud puramente especulativa y contemplativa, situada por encima de la magia sacramental
de los niveles inferiores.

Fue también durante el siglo V que se produjo una fractura en el cristianismo de Oriente entre
lo que podría llamarse la ortodoxia oriental y las iglesias orientales. Esto se debió a la difusión del
monofisismo y su adopción por parte de iglesias en Egipto, Abisinia, Siria y Armenia. Para la segunda
mitad de ese siglo, la cristiandad estaba dividida teológicamente en tres ramas más importantes, las
iglesias occidentales católicas, las iglesias griegas u ortodoxas, y las iglesias orientales, las tres
pretendiendo un origen apostólico y universalidad.

EL LUGAR Y LAS CIRCUNSTANCIAS


El área geográfica en la que habría de desarrollarse el cristianismo bizantino varió en su
dimensión a lo largo de los siglos. En su apogeo y mayor extensión, el mundo bizantino se extendió
por el Mediterráneo hasta incluir Sicilia, el sur de Italia, buena parte de la costa italiana del Adriático,
Grecia y una buena parte de los Balcanes, Anatolia (la moderna Turquía), Siria, Palestina,
Mesopotamia y Egipto. Sea como fuere, la región de influencia bizantina abarcaba partes de tres
continentes: Europa, África y Asia.
_ La ciudad de Constantinopla
Esta majestuosa ciudad llegó a ser el centro administrativo y económico de unas 1500 ciudades
que constituyeron la infraestructura de lo que, más tarde, se llamó el Imperio Bizantino. La ciudad
había sido fundada en 657 a.C. por colonos griegos provenientes de Megara (ciudad de la antigua
Grecia). Su ubicación en la boca de los Dardanelos le dio el control del acceso al mar Negro y al mar
de Mármara. Desde la época de Diocleciano—que trasladó la capital del Imperio a Nicomedia—
Roma perdió su gran prestigio dentro del mundo antiguo. Constantino prefirió no establecer su
gobierno en ella, y resolvió fundar una nueva capital en Oriente en un lugar que sirviera, a su vez,
de baluarte contra los ataques de los bárbaros. Para ello, eligió una pequeña población ubicada
estratégicamente a orillas del Bósforo, con un buen puerto natural. El nombre de la ciudad cambió
de Bizancio a Constantinopla cuando el emperador Constantino movió su capital imperial a este
lugar en 330 d.C. Constantino extendió la ciudad, que consideró como una Nueva Roma, ordenando
la construcción de un foro, templos, palacio, acueductos, circo y un amplio Hipódromo sobre las
siete colinas de la ciudad. Los sucesores de Constantino continuaron embelleciendo la ciudad, que
se transformó en una de las más bellas de todo el mundo conocido.

MAPA 9 - IMPERIO BIZANTINO Y CONSTANTINOPLA

A diferencia de Roma, Constantinopla fue fundada como una ciudad cristiana desde el principio.
En ella, la tradición romana, la cultura griega y la religión cristiana se dieron cita. Constantino
enfatizó el helenismo de la ciudad con sus bibliotecas, museos, erudición y arte. Pero la ciudad fue
también romana, ya que el latín se hablaba en sus calles y especialmente era la lengua oficial del
Imperio. “La Nueva Roma que es Constantinopla” era el título oficial de la ciudad y sus ciudadanos
siguieron siendo Romaioi. Las leyes y la organización del Estado continuaron siendo tan romanas
como sus tradiciones militares.
No obstante, la característica más sobresaliente de Constantinopla es que era una ciudad
cristiana. Si bien el paganismo continuó durante un buen tiempo, el movimiento cristiano fue
ganando adeptos e influyendo notablemente en la cultura bizantina. Los ciudadanos de
Constantinopla eran conscientes de su herencia griega y romana, pero su concepto básico de la vida
era diferente. Estaba más afectado por percepciones e ideas orientales que occidentales, entre ellas
el cristianismo. Como indica Steven Runciman, “… la historia del Imperio Bizantino es la historia de
la infiltración de ideas orientales para teñir las tradiciones grecorromanas, y de la reacción periódica.
Porque a pesar de todo esto, las tradiciones grecorromanas continuaron hasta el fin.”

Alfred Weber: “Al igual que Roma—hasta que ésta se desmoronó interna y
administrativamente—, Bizancio era un estado-ciudad, a pesar de todo su gran territorio
circundante. Por mucho que en Bizancio hubiese cosas procedentes del antiguo Oriente,
por mucho que hubiese una burocracia, un hieratismo, un ritualismo, un ceremonial y otras
dimensiones por el estilo extrañas a la cultura del prístino mundo antiguo, y por mucho que
todo esto circunscribiese y configurase su vida, lo cierto es también que Bizancio siguió
siendo en esencia una polis antigua; y su base fundamental, su subsuelo continuó siendo la
libertad que había sido creada en un principio por el mundo antiguo—por muy paradójica
ciertamente que esta comprobación pueda resultar a la luz del fuerte bizantinismo entonces
existente—. La fórmula empleada de ordinario en la que se dice que Bizancio tiene
elementos de la antigüedad helénico-cristiana, elementos del Oriente de la última época y
elementos del viejo paganismo, fundidos en una unidad viva, es exacta.”

Constantinopla fue creciendo también en tamaño, riqueza y prestigio en función de las


circunstancias políticas que la rodearon. Alarmado por el avance de las tribus germánicas, el
emperador Teodosio II (408–450) ordenó a sus ingenieros la construcción de una muralla alrededor
de la ciudad de casi 8 metros de alto y de unos 5 kms. de longitud. Teodosio II dividió sus dominios
entre sus dos hijos. Uno gobernó la parte occidental del Imperio mientras que el otro reinó sobre
las tierras más ricas y estables del este. En 410, Alarico condujo a sus visigodos y capturó y saqueó
a Roma. Constantinopla quedó como único centro administrativo del Imperio Romano. Después del
saqueo de Roma por los vándalos en 455, la posición de Constantinopla como la más grande y más
segura de las ciudades romanas fue indiscutible.

_ La creación del Imperio Bizantino


Durante los siglos IV y V, el ideal de un Imperio Romano unificado y único, que reuniera a Oriente
y Occidente, era más una aspiración que una realidad. Los sucesores de Constantino lucharon por
quedarse con el Imperio, hasta que Constancio (337–361), uno de sus hijos, quedó solo al frente del
gobierno. Constancio persiguió a los paganos, ordenó la pena de muerte para quienes ofrecieran
sacrificios y quienes se convirtieran al judaísmo. Los opositores paganos de Constancio fueron
considerados como traidores. También tuvo incidentes con los cristianos ortodoxos, porque
favoreció la herejía arriana. Su primo Juliano (332–363) lo sucedió en el trono, si bien gobernó sólo
dos años (361–363). Fue educado desde temprana edad en el cristianismo bajo la dirección del
obispo Eusebio de Nicomedia. Mientras residió en Capadocia, ministró en iglesias, probablemente
como lector. Sin embargo, en secreto leía las conferencias de un retórico pagano y por influencia de
la filosofía griega, especialmente el neoplatonismo, renegó de su fe y puso todo su empeño para
establecer de nuevo el paganismo.

Se inició en los misterios eléusicos mientras seguía profesándose cristiano. Se burló de los cristianos
a través de numerosos libelos y obras satíricas de las que era autor. Le quitó al clero cristiano los
privilegios e inmunidades que habían recibido bajo Constantino. Prohibió a los cristianos la
enseñanza de la literatura clásica y la filosofía, mientras ordenaba destruir sus libros sagrados, con
el fin de reducirlos a una secta despreciable e ignorante. Tomó la predicación, las vestiduras
púrpuras y los himnos de la adoración cristiana y los aplicó a la adoración pagana. Los cristianos lo
llamaron Juliano el Apóstata. Su muerte en batalla contra los persas puso fin al intento de
reestablecer el paganismo. Él fue el último emperador romano que abogó abiertamente por el
paganismo.

Juliano el Apóstata: “¿No fueron los dioses los que revelaron todo su conocimiento a
Homero, Hesíodo, Demóstenes, Herodoto, Tucídides, Isócrates y Lisias?… Pienso que es
absurdo que aquellos que exponen las obras de estos escritores deshonren a los dioses a
quienes ellos solían honrar.… Sin embargo, si ellos piensan que estos escritores estaban
equivocados con respecto a los dioses más honrados, entonces que se trasladen a las
iglesias de los galileos para exponer a Mateo y Lucas, dado que ustedes galileos [cristianos]
los están obedeciendo cuando ordenan a la gente que se abstenga de la adoración en los
templos [paganos]. Por mi parte, deseo que sus oídos y sus lenguas puedan ‘nacer de
nuevo,’ como dirían ustedes, en cuanto a estas cosas en las que yo pueda siempre tener
parte, y todos los que piensan y actúan como a mí me place.”

Después de Juliano, el Imperio Romano Oriental fue gobernado por emperadores débiles:
Joviano, Valente y Teodosio. Joviano (331–364) se resistió a su elección por parte del ejército como
emperador porque decía que era cristiano. Las tropas dijeron que ellos también lo eran y no le
permitieron declinar. Joviano anuló la legislación anti-cristiana de Juliano y proclamó la libertad de
adoración durante su breve reinado de ocho meses (363–364). Valente (328–378) gobernó de 364
a 378, pero le faltó el valor, la resolución y la habilidad que tuvo su hermano Valentiniano en su
gobierno de Occidente. Además, se vio involucrado en numerosas controversias teológicas.

Teodosio (347–395), llamado el Grande, era un guerrero español que después de sanar de una
enfermedad, se convirtió al cristianismo (380) y se dedicó a su defensa e implantación. Después de
ser bautizado, publicó el famoso edicto de Salónica, por el cual estableció como ley del Estado todos
los acuerdos del Concilio de Nicea (325). Teodosio el Grande gobernó de 379 a 395 y se lo considera
como el primer emperador bizantino ortodoxo, ya que consiguió que el senado romano reconociera
que la religión de Cristo era verdadera e hizo del cristianismo ortodoxo la religión exclusiva del
Imperio. En 381, estableció en Oriente la ortodoxia romano-alejandrina como ley del Imperio. Su
voluntad ortodoxa quedó registrada en el Código de Teodosio, que junto con el Credo de los
Apóstoles, hizo de la doctrina de la trinidad el dogma máximo y fundamental de la cristiandad
bizantina. Teodosio el Grande no sólo afirmó la ortodoxia nicena sino que también persiguió a los
paganos, cerró sus templos y destruyó sus ídolos. Ordenó extinguir el fuego sagrado custodiado por
las vestales, prohibió los juegos olímpicos y castigó con la pena de muerte a todo el que adorase
dioses falsos.

Teodosio era fervientemente ortodoxo, y al convocar el segundo concilio ecuménico en


Constantinopla (381), quiso forzar la unidad del mundo cristiano eliminando al arrianismo. En 394
se ciñó la corona del Imperio Romano Occidental. Antes de morir (395), Teodosio dividió el Imperio
entre sus dos hijos: a Arcadio le correspondió el Oriente, con Constantinopla como capital; y a
Honorio el Occidente, con Milán como capital (y posteriormente Ravena). El reinado de Teodosio
había marcado una nueva era en el Imperio Romano, que se había transformado en un imperio
cristiano ortodoxo. No obstante, con su muerte, Oriente y Occidente terminaron por separarse para
siempre.

José Luis Romero: “Consumada la división del imperio en 395, el Oriente quedó en manos
de los emperadores de Constantinopla, cuya primera actitud fue afirmar teóricamente sus
derechos sobre el Occidente, pero preocuparse sobre todo de defender su propio territorio.
Ésta fue la orientación de los emperadores del siglo V, debido a la cual se manifestó una
acentuada tendencia a la afirmación de los elementos griegos y orientales con detrimento
de la tradición romana propiamente dicha. Esa tendencia estaba alimentada en parte por la
misma Constantinopla, pero más aún por las provincias orientales del imperio.”

La dinastía iniciada por Teodosio el Grande terminó con Valentiniano III (419–455), quien reinó
desde 425 hasta que fue asesinado en 455. Este emperador bizantino lanzó un edicto en 445, que
favoreció notablemente las pretensiones del obispo de Roma de ejercer supremacía sobre todas las
sedes episcopales en el mundo cristiano. Según él, la Iglesia occidental debía estar sujeta totalmente
a Roma y a la primacía de su obispo.

Valentiniano III: “Estamos convencidos de que la única defensa para nosotros y para
nuestro Imperio está en el favor del Dios del cielo: y en orden a merecer este favor es
nuestro primer cuidado apoyar la fe cristiana y su venerable religión. Por lo tanto, en la
medida en que la preeminencia de la Sede Apostólica sea asegurada por el mérito de San
Pedro, el primero de los obispos, por la posición conductora de la ciudad de Roma y también
por la autoridad del santo Sínodo, que ninguna soberbia intente nada contra la autoridad
de esa Sede. Porque la paz de las iglesias sólo será preservada en todas partes cuando todo
el cuerpo reconozca a su gobernante.… Por lo tanto, … decretamos, como edicto perpetuo,
que nada será intentado por los obispos galicanos, o por aquellos de cualquiera otra
provincia, contrario a la antigua costumbre, sin la autoridad del venerable papa de la Ciudad
Eterna. Pero sea lo que fuere que la autoridad de la Sede Apostólica haya establecido, que
eso sea tenido como ley por todos.”

Durante el medio siglo que duró la dinastía teodosiana, el Imperio Romano Occidental entró en
rápida decadencia hasta que los bárbaros germanos lo derrumbaron. En 476, el rey ostrogodo
Odoacro forzó al último emperador romano, Rómulo Augústulo, a abdicar. Con esto, Constantinopla
quedaba como única ciudad imperial. Además, tenía la ventaja de ser más inexpugnable a los
ataques bárbaros. Visigodos, hunos y ostrogodos cruzaron el río Danubio, pero se movieron hacia
Occidente antes que hacia Constantinopla, cuya invasión consideraron complicada.

Con Arcadio (377–408), quien gobernó desde 395 como emperador en Constantinopla, nació el
Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino. A la muerte de Arcadio (408) le sucedió su hijo
Teodosio II, que gobernó siendo un niño (de 408 a 450), asistido con habilidad por su hermana
Pulqueria. Para el año 431, Teodosio había casi limpiado de paganos el Imperio, y en 438 se jactaba
de que no había quedado ninguno en sus dominios. Dos de sus contribuciones mayores fueron la
ordenación del Código Teodosiano y la fundación de la universidad de Constantinopla. Muerto
Teodosio II, Pulqueria se casó con Marciano, quien se hizo cargo del Imperio (450–457). Su sucesor
fue León I, quien gobernó de 457 a 474 y continuó la lucha contra las amenazas de los bárbaros. Su
poder fue sostenido por tropas mercenarias de origen isaurio (pueblo del interior de Asia Menor),
que trajo a Constantinopla para contrarrestar las tropas germánicas que hasta entonces
predominaban y le eran hostiles. La rivalidad entre los grupos armados complicaba los conflictos
religiosos, que distraían la atención de la corte en la capital imperial. Finalmente, en medio del caos,
los isaurios lograron imponerse hasta el punto de consagrar como emperador, a la muerte de León
I, a uno de entre ellos, Zenón, conocido como el Isáurico, que ocupó el trono desde 474 hasta 491.

Zenón intentó reconquistar Italia, para lo cual envió a Teodorico, rey de los ostrogodos, para
que sometiera a Odoacro. Pero el intento fracasó. El sucesor de Zenón, Anastasio (491–518)
gobernó en medio de luchas religiosas y ataques extranjeros (eslavos y búlgaros, además de los
persas), y se vio forzado a cambiar su política, sosteniendo que los intereses del Imperio estaban
principalmente en Oriente. A lo largo del siglo VI, los emperadores orientales hicieron todo lo
posible por recuperar las provincias occidentales del Imperio. Al principio, estos esfuerzos fueron
mayormente defensivos. Entre 493 y 526, Teodorico mismo lanzó una serie de campañas contra
Constantinopla, que fracasaron. Justino I (518–527), un campesino ilírico que no carecía de
habilidad, logró contener a los persas y búlgaros; además estableció la paz religiosa y preparó el
reinado de su sobrino Justiniano (482–565).

DESARROLLO DEL IMPERIO BIZANTINO

_ La llegada al trono de Justiniano


En 527, Justiniano llegó al trono imperial en Constantinopla. En verdad, el siglo VI está dominado
por la figura de Justiniano y por su política de reanudación de las relaciones con Occidente. Él y su
controvertida esposa, Teodora, reinaron hasta 565, y su gobierno marca el apogeo del Imperio
Cristiano Bizantino. Bajo el gobierno dinámico de Justiniano el Imperio Oriental logró recuperar
muchos territorios en Occidente, donde los reinos germánicos—con excepción de los francos en
Galia—habían caído en decadencia. Justiniano se propuso también recuperar el norte de África de
mano de los vándalos, Italia de los ostrogodos y España de los visigodos. La guerra con Persia volvió
a estallar y esto mantuvo ocupados a sus ejércitos en el este. Justiniano también procuró
reconciliarse con el papado, después de los conflictos que se habían producido entre ambos poderes
a causa de las querellas religiosas. Esa reconciliación le atrajo las simpatías de la población romana
de Italia, que comenzó a mostrarse hostil hacia los reyes ostrogodos. Esto le dio pie para intentar la
invasión militar.

En su notable gestión de gobierno, Justiniano fue acompañado hasta 548 por su esposa. La
emperatriz Teodora, que había sido actriz, fue una mujer enérgica que influyó en la política religiosa
del Imperio. De la relación de ella con el emperador, Steven Runciman comenta lo siguiente:

Steven Runciman: “Su coraje, su claridad y falta de escrúpulos fueron invalorables para él,
y su poder incluso superó al de él. Pero estaban divididos en una cuestión de política.
Teodora era monofisita, y usaba su influencia para asegurar el triunfo de su herejía. Ella no
tuvo éxito, pero mientras vivió los monofisitas gozaron la seguridad de su fuerte protección
y aliento. De haberse hecho su voluntad, Egipto y Siria podían haber permanecido como
provincias leales del Imperio. Pero Justiniano, con sus ambiciones occidentales, temió no
complacer al Occidente ortodoxo. Además, él se consideraba un teólogo y no estaba
convencido con el monofisismo. Pero esperaba encontrar alguna forma de compromiso que
pudiera imponer sobre toda la cristiandad. Él y Teodora estaban de acuerdo en que todos,
incluso los patriarcas y papas, debían seguir la teología imperial.”

Las dificultades internas empañaron los primeros años del reinado de Justiniano. Finalmente,
estallaron levantamientos (532) en relación con una disputa entre los que apoyaban a corredores
de carros rivales en el Hipódromo. La ciudad se dividió en dos bandos: los Azules, que pertenecían
mayormente a la clase de los propietarios, y los Verdes, que consistían básicamente de la gente
común. La causa de la revuelta de Niké (Niké significa “conquistemos”) descansaba sobre el
aumento general de un impuesto que el emperador necesitaba para sus proyectos. Pero la lucha
entre Verdes y Azules era más que deportiva, pues estos grupos eran expresiones de sectarismo
político y religioso. Los rebeldes demolieron Constantinopla. Para el año 537, el general eslavo
Belisario, líder del ejército de Justiniano, había aplastado la revuelta, que dejó un saldo de 30.000
muertos.

_ El gobierno de Justiniano
El final de la sublevación de Niké le dio a Justiniano la estabilidad necesaria para lanzar una
campaña en orden a recuperar las provincias occidentales. Justiniano escogió a Belisario y al persa
Narsés para conducir la invasión para desalojar a los ostrogodos de Italia, a los vándalos del norte
de África, y a los visigodos de España. El primer paso de la guerra de Justiniano contra las tribus
germánicas fue asegurar la paz a lo largo de la frontera oriental con el Imperio Persa Sasánida,
haciendo un acuerdo por el que pagó un fuerte tributo anual. Los ejércitos de Justiniano resultaron
victoriosos en sus primeras campañas. Belisario derrotó a los vándalos en el norte de África (533),
Sicilia, Córcega y Cerdeña. Los visigodos fueron expulsados de sus dominios en buena parte de
España (554).

Estas campañas drenaron de recursos al Imperio y Justiniano careció de suficientes reservas


como para mantener sus conquistas. El desastre ocurrió cuando estalló una plaga en 542.
Simultáneamente, los eslavos y los ávaros atacaron al Imperio desde el norte y los sasánidas
rompieron su acuerdo, e iniciaron hostilidades en la frontera oriental. Justiniano no pudo hacer
frente a estos conflictos con los escasos recursos de que disponía. Su reinado terminó con el
emperador controlando un Imperio Oriental en decadencia y hundiéndose.

El fracaso de Justiniano en mantener bajo su control las provincias occidentales fue definitivo.
Sus campañas en Occidente fueron el último esfuerzo de los emperadores bizantinos por reunir bajo
su mando al viejo Imperio Romano. A pesar de estas derrotas militares, Justiniano creó un legado
de grandes logros. No obstante, los problemas de las controversias teológicas no terminaron bajo
el gobierno de sus sucesores. Justino II (565–578) procuró poner fin a los conflictos teológicos con
un edicto por el cual profesaba la ortodoxia y prohibía las querellas en cuanto a personas y
expresiones. Envió al patriarca de Constantinopla a Persia a intentar una reconciliación, pero los
líderes monofisitas se rehusaron a discutir cualquier unión posible. Entonces comenzó una
persecución contra ellos, que terminó con Tiberio (578–582), su sucesor.

_ Evaluación del gobierno de Justiniano


Justiniano intentó dominar todos los aspectos de su Imperio, incluyendo las decisiones
doctrinales de la iglesia. Sus decisiones muchas veces estuvieron motivadas por una combinación
de intereses políticos y convicciones teológicas. Sus planes políticos demandaban la pacificación de
la Iglesia y la terminación de las controversias teológicas. Su ambición mayor era revivir el antiguo
Imperio Romano universal y frenar las invasiones germanas. Pero para ello necesitaba de la armonía
en el gobierno, las leyes y la Iglesia. Su ideología política era el cesaropapismo, es decir, el dominio
absoluto del imperio sobre toda realidad, incluida la Iglesia.

Reinhold Seeberg: “Nadie antes que él había intentado llevar a cabo con tanta amplitud y
osadía la idea de la Iglesia de Estado. Las doctrinas y ordenanzas eclesiásticas eran leyes
estatales y la herejía y el paganismo, crímenes castigados por el gobierno civil. El poder de
la Iglesia fue de esta manera vastamente acrecentado, pero perdió a la vez todo vestigio de
independencia y carácter distintivo frente al Estado. El Emperador era infatigable en sus
esfuerzos por aumentar el poder del clero, pero a la vez gobernaba en la Iglesia con poder
despótico. Por grande que era su poder, se veía confrontado, sin embargo, por inmensas
dificultades en la realización final de sus propósitos. La antigua unidad de las Iglesias romana
y griega se había disuelto. Roma y Constantinopla eran ahora centros independientes, y era
necesario combinarlos en uno. Era necesario armonizar primero la Iglesia de Oriente y luego
unirla con la de Occidente. Restituir la ortodoxia calcedoniana fue, pues, desde el comienzo,
la consigna adoptada. Era una empresa ardua, porque el poder del monofisismo aún
permanecía intacto en el Oriente y gozaba, además de la simpatía de la emperatriz,
Teodora, por no mencionar el favor de multitudes de piadosos creyentes.”

Su política de perseguir a los monofisitas sirios y egipcios resultó en que más tarde (siglo VII)
estas poblaciones fueron presa fácil de los invasores musulmanes, que prometieron tolerancia en
lugar de persecución. Sus intentos por unificar Oriente y Occidente resultaron en lo opuesto. Si bien
logró restablecer el control militar en algunas partes de su Imperio, llegó a agotar los recursos
económicos y humanos a tal grado que sus sucesores no pudieron mantener los logros obtenidos.
Italia se perdió totalmente a los diez años de su muerte. El monofisismo poco a poco fue alcanzando
el carácter de patrimonio teológico permanente para las iglesias sirias con el jacobismo, y se tornó
en la tendencia predominante en las iglesias copta, abisinia y armenia.

COSMOVISIÓN Y CULTURA
La influencia del helenismo, y su contacto con los pueblos orientales, le otorgaron al Imperio
Bizantino fisonomía y características propias. Rodeado de peligros exteriores y carcomido en su
interior por las luchas políticas y las querellas religiosas, el Imperio Romano de Oriente pudo
sostenerse tras sus seguras fronteras naturales, con un ejército bien equipado y una eficaz
organización administrativa. Además, la fe cristiana y el celo por la ortodoxia llevaron a un fuerte
sentido de identidad y centralización en torno a la religión. Por esto mismo, Constantinopla se
transformó en un centro de irradiación cultural, de tradición grecorromana, pero notablemente
influido por el helenismo.

_ La civilización bizantina
A diferencia del mundo occidental y latino, que se vio convulsionado por las invasiones bárbaras
y el establecimiento de los reinos germánicos, el mundo oriental y griego no sufrió una
discontinuidad con la cultura clásica grecorromana. Mientras en Occidente la iglesia se vio desafiada
a ocuparse de la evangelización de los pueblos invasores y su incorporación a la cultura tradicional,
en Oriente la lucha fue contra las herejías emergentes y la resistencia a la penetración de los
bárbaros primero y más tarde del Islam. La gran ventaja del Imperio Bizantino fue que su ciudad
capital y territorios aledaños no fueron invadidos u ocupados durante los primeros siglos de su
existencia, de modo que los bizantinos pudieron mantener la continuidad de su civilización.

Lawrence Cross: “La fe y la cultura en el cristianismo oriental son algo multifacéticos, que
surge de tres culturas distintivas. Es una fusión de los elementos griego, latino y oriental,
con contribuciones a lo largo del tiempo de los pueblos eslavos y otros grupos étnicos. A
partir de estas culturas surgió una cultura nueva y particular: un nuevo rito, una iglesia con
una espiritualidad que fue tanto universal como universalizante. Ésta es la iglesia bizantina.”

La civilización bizantina se caracterizó por conservar el legado de la antigüedad grecorromana,


pero modificado con elementos orientales y cristianos. La cultura bizantina se basó en la tradición
clásica—particularmente en lo artístico y en el derecho—y en la cristiana por su interés en las
controversias teológicas, en la patrística y en la hagiografía o vida de los santos. Los eruditos de
Constantinopla, denominados “los bibliotecarios del género humano,” conservaron manuscritos,
escribieron antologías y enciclopedias. La influencia de esta cultura se extendió hacia el Oriente y
diversos países de Europa occidental, entre ellos Italia y España.
José Luis Romero: “Sobre el área del Imperio Romano se advierten dos regiones
marcadamente diferenciadas: el Oriente y el Occidente. La primera revela sólo una
superficial influencia de la romanización, y por el contrario una acentuada perduración de
las tradiciones culturales del Oriente clásico y de Grecia, en tanto que la segunda manifiesta
una penetración vigorosa de la romanidad que casi borra las leves tradiciones culturales
indígenas: celtas, íberas, italiotas, etc. Esta diferenciación se acentuó a lo largo de la época
imperial y se hizo patente a partir de los tiempos de Diocleciano, en que quedó reflejada en
la división política del Imperio, y consagrada definitivamente a la muerte de Teodosio.
Durante ese lapso—esto es, en el siglo IV—se acentuó más y más: la tradición greco-oriental
despertó notablemente en el área oriental del Imperio, y el desarrollo y la difusión del
cristianismo acentuó la diferenciación, pues en una y otra región estimuló un distinto tipo
de religiosidad y suscitó, además, la rivalidad entre las distintas iglesias de una y otra parte,
cuyos ideales eran diversos: más especulativos en Oriente, más formalistas y activistas en
Occidente.”

El elemento más poderoso como factor aglutinante del nacionalismo y la identidad bizantina
fue la religión cristiana. Del mismo modo que en el mundo moderno la ciencia y la tecnología definen
la cultura, en el mundo bizantino fue la fe cristiana el factor definidor. La doctrina, el rito, el milagro,
lo sobrenatural estaban presentes en todos los aspectos de la vida cotidiana. Los héroes populares
favoritos de Bizancio no fueron militares y políticos, sino santos y ascetas. La intensa religiosidad
resultó en una unión estrecha entre la Iglesia y el Estado.

_ Arte y arquitectura
Muchos padres griegos, como Clemente de Alejandría, consideraban que la prohibición de hacer
imágenes del segundo de los Diez Mandamientos, era mandataria para los cristianos. Las imágenes
y estatuas religiosas pertenecían al mundo demoníaco de los paganos. No obstante, el mismo
Clemente de Alejandría da instrucciones en cuanto a la imagen más adecuada para el anillo de sello
de un cristiano, y recomienda que usen representaciones que, sin ser específicamente cristianas,
admitan una interpretación como tal. Así sugiere el uso de una paloma, un pez, una barca, una lira
o un ancla, y que se eviten aquellos símbolos que sugieran idolatría, borrachera o pasión erótica. En
general, los cristianos utilizaron imágenes moral y espiritualmente neutrales (los paganos también
las utilizaban), pero les dieron un significado diferente.

Después de la “conversión” de Constantino, la Iglesia en Oriente gozó de mayor libertad para la


expresión pública de su fe. La construcción de grandes templos y el desarrollo de una arquitectura,
escultura y arte decorativo cristiano fueron alentados por la corona misma. Los mosaicos pintados
con temas del evangelio y la creación de símbolos del cristianismo dieron lugar a un desarrollo casi
explosivo de lo que se conoce como arte cristiano bizantino. Estos elementos no se limitaron a ser
meras expresiones plásticas o artísticas, sino que se integraron como formas fundamentales del
culto cristiano y estuvieron muy ligados a sus manifestaciones litúrgicas.
Justiniano utilizó la devastación ocasionada por la revuelta de Nika como una oportunidad para
reconstruir la ciudad de Constantinopla. En 537 los obreros terminaron la construcción de la iglesia
de Santa Sofía (Santa Sabiduría). Santa Sofía fue un extraordinario logro arquitectónico. Su nave
principal tiene la forma de una cruz griega y sobre la planta cuadrada donde se cruzan los dos brazos
de la cruz se levanta la cúpula central, que tiene un diámetro de 30 metros y se levanta a una altura
de 55 metros. La cúpula está sostenida por cuatro pechinas que a su vez descansan sobre otros
tantos pilares colosales. Las columnas son de mármol verde y pórfido rojo; el piso es de mosaico.
Cuando el edificio fue completado, se dice que Justiniano exclamó: “¡Oh, Salomón, te he superado!”

La fusión del arte romano con el de los griegos y orientales dio origen a lo que se conoce como
arte bizantino, que tuvo su período de apogeo del siglo VI al XI, y su expresión más destacada la
constituyen los templos monumentales y suntuosos. El predominio de las líneas rectas,
característico de las iglesias romanas, fue sustituido por las curvas mientras que la policromía fue el
elemento decorativo más empleado. La influencia persa puede verse en la construcción del techado,
para el que utilizaron la bóveda y la cúpula dorada. Los ricos y costosos materiales de Oriente
sirvieron para efectuar lujosas decoraciones, que otorgaron a los templos bizantinos características
fastuosas y monumentales.

La pintura y la escultura fueron utilizadas con fines decorativos. La figura humana no ocupó un
lugar destacado, y los artistas se limitaron a copiar los modelos tradicionales, razón por la cual sus
obras resultaron brillantes y llenas de colorido, pero carentes de expresividad. Por este tiempo se
verificó también un gran enriquecimiento en los ornamentos y elementos decorativos en los
templos. Cálices, candelabros, velos de seda, vestiduras blancas y decoraciones en plata sobre el
altar comenzaron a enriquecer la estética del lugar de culto. La construcción de un baldaquín o
pabellón laminado en plata fina sobre el altar comenzó a ser casi un requisito.

De todos modos, las formas plásticas bizantinas fueron una expresión cristiana de la realidad
del mundo oriental. Durante más de mil años, Bizancio defendió a Europa oriental contra los ataques
de las hordas asiáticas que pugnaban por penetrar en el continente. Además, mientras Occidente
estaba en manos de los bárbaros, Constantinopla se transformó en el asilo de la antigua civilización
grecorromana. De este modo, el Imperio Bizantino elaboró una cultura propia, que irradió sobre los
pueblos bárbaros que lo rodeaban. Constantinopla fue para los árabes y eslavos lo mismo que Roma
para los germanos.

Alfred Weber: “La cultura de Bizancio asocia el fresco, el mosaico y la muy lujosa decoración
interior rica en colores, con aquella expresión de una solemnidad incorpórea, monumental
y piadosa, realizada con medios esencialmente antiguos y que, sin embargo, era algo que
no pertenecía al espíritu de la Antigüedad.… Desde entonces, el Oriente ha seguido
adherido firmemente a este tipo de expresión, completándola tan sólo mediante un severo
arte de íconos, la mayor parte de las veces frontales. Esto constituye un fenómeno paralelo
al que se desarrolló en cuanto al culto en el cristianismo oriental; a saber, el hecho de que
sobre la base y dentro del marco de la vieja misa y liturgia oriental se desenvolvió la antífona
con himnos entreverados.”
_ Codificación de la ley
Lo más perdurable del gobierno de Justiniano fue su obra legislativa. A comienzos de su reinado,
Justiniano creó una comisión para reunir las leyes del Imperio (528–535). Era necesario reorganizar
el derecho romano y efectuar su ordenamiento y eliminar las contradicciones que entorpecían la
labor de la justicia. El advenimiento del cristianismo había modificado las costumbres y por lo tanto
su influencia se hacía sentir en la aplicación de los fallos. Era necesario actualizar la legislación para
eliminar la oscuridad y agilizar la justicia.

El trabajo de la comisión resultó en lo que se conoció como Corpus Juris Civilis (Cuerpo de Leyes
Civiles). El Corpus estaba dividido en tres partes: un Código (conocido como Código de Justiniano,
529), que incluía todas las leyes desde los días del emperador Adriano; las Instituciones, que era un
libro de texto sobre procedimientos y principios legales; y, el Digesto, que era un resumen de
opiniones legales.

La importancia del Corpus Juris Civilis era doble. Por un lado, ayudó a Justiniano y a sus sucesores
a centralizar el poder y crear un mecanismo burocrático eficiente para administrar el Imperio.
Además, la codificación de Justiniano salvó para la posteridad la sabiduría jurídica romana. Al mismo
tiempo, el Corpus se transformó en el modelo sobre el cual más tarde la mayoría de los estados
europeos basaron su sistema legal, a partir del siglo XII.

_ Teocracia absolutista
Como emperador bizantino, Justiniano ejerció un poder supremo en materia política y religiosa.
Esta combinación de la autoridad política y religiosa es conocida como cesaropapismo. En
Occidente, el poder político estaba dividido entre un buen número de facciones en conflicto, en
cambio en Oriente, el emperador (basileus, rey) era al mismo tiempo el jefe de la Iglesia. Por eso,
su autoridad era casi divina, y se pretendía revestir a su persona con un carácter sagrado. Sus
pronunciamientos teológicos a través de edictos tenían el peso de verdaderas decisiones
eclesiásticas. Al nacer el heredero, era costumbre tonsurarlo, del mismo modo como si fuera
ordenado sacerdote. Ninguna figura secular o religiosa ejercía un poder tan autocrático y absoluto
en Occidente. El cesaropapismo bizantino fue único en su tipo.

Alfred Weber: “Esta teocracia absolutista fue revestida con el ceremonial del Oriente; fue
consagrada por la teología cristiana, y se apoyó efectivamente sobre una viejísima tradición
oriental y sobre un ejército, formado en los varios tiempos de modo diverso, pero siempre
con excelente disciplina. De aquí que existiese siempre—lo mismo a lo largo de los períodos
de descomposición que de las épocas de florecimiento—una gigantesca corte, un ‘palacio
imperial sagrado’ (que constantemente era ampliado a través de los siglos), con un especial
departamento de mujeres, con eunucos y con superlativo fausto y lujo; y de aquí que en
esta corte hubiese una etiqueta cuyo carácter puntilloso apenas nos podemos imaginar, una
gran arrogancia cortesana.”
Generalmente se ha marcado el contraste entre la actitud dualista en cuanto a la relación Iglesia
y Estado que prevaleció en Occidente, con la actitud de dominio autoritario del emperador sobre la
Iglesia que caracterizó a Oriente. Pero el contraste no es tan simple. La teoría que se desarrolló en
el Imperio Bizantino se basaba en la necesidad de que el emperador fuese ortodoxo. Esto, a su vez,
fue el resultado de los sangrientos conflictos que rodearon a las controversias teológicas que
devastaron Oriente (las controversias arriana e iconoclasta, especialmente).

Henry Chadwick: “El término ‘cesaropapismo’ no es una palabra útil o iluminadora para
hacer amplias generalizaciones acerca de la teoría política del Oriente griego. Un escritor
tan occidental como el Papa León el Grande puede decirle al emperador ortodoxo griego
que él está investido no sólo con imperium sino también con un oficio sacerdotal
(sacerdotium) y que por el Espíritu Santo está preservado de todo error doctrinal. Tanto el
Papa Gelasio como el Papa Gregorio el Grande reconocieron la autoridad del emperador en
cuestiones temporales. La diferencia entre Oriente y Occidente descansa más en que el
mundo bizantino no pensaba de sí mismo como dos ‘sociedades,’ sagrada y secular, sino
como una sola sociedad en armonía con el emperador como la contraparte terrenal del
Monarca divino. El balance de esta teoría podía ser afectado seriamente por el dominio del
Estado por parte de la Iglesia; la teoría más dualista de Occidente podía producir el dominio
eclesiástico sobre la sociedad civil.”

IGLESIA, ESTADO Y SOCIEDAD

_ La destrucción del paganismo


Los emperadores cristianos de Oriente comenzaron a desarrollar la idea que ser hereje o infiel
era sinónimo de deslealtad al Imperio. A su vez, era responsabilidad del emperador favorecer en
todo lo posible a aquellos ciudadanos que se llamaban cristianos. Con el tiempo, la legislación
imperial fue introduciendo limitaciones a quienes no se confesaban cristianos. Todo esto resultó en
verdaderas persecuciones contra los paganos y la destrucción de sus templos muchas veces llevadas
a cabo por monjes fanáticos con la ayuda de fuerzas militares. El gran templo de Serapis en
Alejandría fue desmantelado en 391 bajo la dirección del obispo Teófilo de Alejandría (m. 412). Los
paganos enfurecidos se volvieron contra los cristianos y masacraron a un buen número. El
emperador ordenó la destrucción del templo y de su famoso ídolo que se creía aseguraba la
inundación del río Nilo cada año. En otros casos, los templos paganos fueron transformados en
iglesias (siglo V), como el Partenón en Atenas, que fue consagrado como la iglesia de Santa María.

Surgieron conflictos en otras partes del Imperio a medida que obispos guiaban a su gente en la
destrucción de santuarios paganos e incluso en matanzas para lograr estos propósitos. El paganismo
no pudo sobrevivir como una religión singular y pública, porque carecía del celo que caracterizaba
al cristianismo. Sin embargo, logró sobrevivir infiltrándose en las iglesias, en sus creencias y en sus
prácticas. De todos modos, el paganismo fue desapareciendo paulatinamente a lo largo de mucho
tiempo. En Atenas, la escuela neoplatónica, que había sido el último refugio del paganismo,
sobrevivió hasta el 529 cuando el emperador Justiniano la cerró. Pero hasta los días de Justiniano,
los paganos continuaban ocupando altas posiciones de gobierno sin mayores dificultades.

_ La pugna entre el poder temporal y el espiritual


Después del establecimiento del cristianismo como religión del Imperio, comenzó el uso del
poder político y militar con fines religiosos, especialmente la persecución de los paganos. En 388,
los monjes de Callinicum en Mesopotamia condujeron a cristianos a poner fuego a una sinagoga
judía. El emperador Teodosio le ordenó al obispo de esa diócesis que restaurara el edificio, pero
Ambrosio, obispo de Milán, intervino y amenazó con no administrar los sacramentos al emperador
hasta que cancelase esa orden. Teodosio cedió a la demanda. En otra ocasión, Teodosio ordenó la
masacre de 3.000 ciudadanos en venganza por la muerte de un general a manos de una turba. El
obispo Ambrosio le notificó a Teodosio que sería excomunicado hasta que se arrepintiera
públicamente por este crimen. Después de ocho meses, el emperador se humilló públicamente y
reconoció su error. Estos incidentes plantearon el problema de si la Iglesia era suprema por sobre
la autoridad secular o si los oficiales del gobierno tenían autoridad sobre la Iglesia. En el desarrollo
de este conflicto se pueden ver las diferencias de cosmovisión entre Oriente y Occidente.

A partir de Justiniano, la diferencia entre la cristiandad latina y la bizantina era clara e


irreversible. Esta oposición entre Oriente y Occidente en cuanto a valores culturales habría de
perfilar dos mundos diferentes bajo el nombre de cristianos. Sobre este particular, José Luis Romero
observa lo siguiente: “La rivalidad entre la Iglesia de Roma y los patriarcas de las grandes iglesias
orientales—Alejandría, Constantinopla, Jerusalén—no era solamente una puja por la
preponderancia eclesiástica, sino también un conflicto entre concepciones diversas, pues el
patriarca de Constantinopla, por ejemplo, admitía la supremacía del emperador sobre la Iglesia
oriental, en tanto que el papa de Roma no sólo se negaba al poder civil sino que en ocasiones
aspiraba a sobreponerse a él. Cosa semejante ocurrió en el plano doctrinario.”

_ Los efectos de la unión de la Iglesia y el Estado


El historiador A.H. Newman enumera ciertos beneficios y pérdidas que resultaron de la
adopción del cristianismo como religión del Estado. Entre los beneficios cabe mencionar: (1) Más
personas cayeron bajo la influencia del cristianismo. (2) El cristianismo tuvo una influencia más
directa y poderosa sobre la legislación del Imperio, forzando al Estado a prestar más atención a los
derechos de las personas. (3) La posición de las mujeres se elevó notablemente, los castigos por
celibato y falta de hijos fueron abolidos, se prohibió el concubinato, y el adulterio fue condenado
como uno de los crímenes más grandes. (4) El asesinato de niños fue considerado como un crimen
y eventualmente se abolieron los espectáculos de gladiadores. (5) El cristianismo ejerció una
influencia positiva sobre la moralidad pública.

Pero también hubo resultados negativos: (1) Los cristianos se mostraron intolerantes en sus
leyes contra los paganos. (2) El cristianismo se secularizó: la legalización de las corporaciones
cristianas hizo que los obispos se dedicaran más al enriquecimiento de las iglesias, la legalización
del domingo como feriado cambió este día de una fiesta espiritual a una legal, la oferta de incentivos
temporales para la profesión del cristianismo atrajo a multitudes de personas no regeneradas a las
iglesias, y los beneficios otorgados a los obispos incrementaron su orgullo y mundanalidad; (3) los
paganos que se hicieron cristianos introdujeron al movimiento numerosos objetos, ritos, reliquias e
instrumentos de adoración no cristianos; (4) el desarrollo jerárquico del clero se vio estimulado; (5)
la iglesia se transformó en un poder perseguidor al usar a la autoridad civil para suprimir el disenso
y el paganismo; (6) algunos cristianos reaccionaron a la mundanalidad mediante excesos de
ascetismo y alejamiento del mundo en monasterios.

CRISTIANDAD BIZANTINA POSTNICENA

_ Las dos naturalezas de Cristo


Durante todo el siglo que siguió a las decisiones del Primer Concilio Ecuménico de Nicea (325),
la doctrina de las dos naturalezas de Cristo continuó bajo intenso debate, primero en cuanto al
aspecto humano y luego el divino. El Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla (381) afirmó
la integridad de la naturaleza humana de Cristo, y el Tercer Concilio Ecuménico de Éfeso (431) afirmó
la unidad de su persona. Finalmente, en el Cuarto Concilio Ecuménico de Calcedonia (451) dio la
expresión más plena a la fe de la Iglesia, al declarar a Cristo “perfecto en divinidad y perfecto en
humanidad.” Las discusiones posteriores agregaron poco a la declaración defensiva de Calcedonia,
si bien ésta en la práctica no fue definitiva.

Después de la muerte de Juliano el Apóstata, los seguidores de Atanasio y los conservadores


que seguían las enseñanzas de Orígenes (semi-arrianos) unieron sus fuerzas. En un sínodo realizado
en Alejandría en 362, se acordó anatematizar (condenar) a quienes sostenían la herejía arriana y a
quienes decían que el Espíritu Santo es una criatura separada de la esencia de Cristo. El sínodo
también confesó la fe de los padres de Nicea. Mientras los conservadores y el partido de Atanasio
estaban reunidos en Alejandría, los arrianos se estaban separando de algunos que ya no estaban
dispuestos a decir que el Hijo es como el Padre, sino que estaban diciendo que el Hijo es diferente
del Padre. También decían que el Hijo era falible mientras estuvo sobre la tierra y que podía haber
pecado.

_ Los Padres Capadocios


Con la ayuda de los tres grandes teólogos capadocios—Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y
Gregorio Nacianceno—quedó establecida la doctrina de una esencia (ousia) o substancia
compartida por Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero tres hupóstasis (personas: Padre, Hijo y Espíritu
Santo) como la declaración ortodoxa de la Trinidad. Basilio, influido por tendencias ascéticas, visitó
Egipto y regresó a Asia Menor para propagar el monasticismo. Llegó a ser obispo de Cesarea de
Capadocia en 370, una posición que le dio autoridad eclesiástica sobre una amplia región en Asia
Menor oriental. Por nueve años, promovió la doctrina neo-nicena. Gregorio de Nisa, el hermano
menor de Basilio, fue un gran orador y escritor. Conocía muy bien el pensamiento de Orígenes, y
puso la filosofía helenista al servicio de la doctrina cristiana. Sirvió como obispo de Nisa de 371 a
394 y se lo considera uno de los cuatro grandes padres de la Iglesia Bizantina.

Gregorio Nacianceno (329–389) era el hijo de un obispo y amigo íntimo de Basilio. Fue el
predicador más grande de los tres. Se opuso al arrianismo en Constantinopla y, con el apoyo del
emperador Teodosio, convirtió a la ciudad a la fe nicena. En 381, Teodosio lo hizo obispo de
Constantinopla. También fue reconocido como uno de los grandes padres bizantinos y se le dio el
título de El Teólogo.

Los tres Capadocios modificaron el concepto atanasiano. Atanasio había enseñado que había un
Dios único que lleva una vida personal triple y se revela como tal. Los Capadocios enseñaron que
hay tres hupóstasis divinas que, como manifiestan la misma actividad, son reconocidas como
poseedoras de una misma naturaleza y la misma dignidad. Para Atanasio, el misterio estaba en la
Trinidad, mientras que para los Capadocios estaba en la Unidad. Estos padres bizantinos
interpretaron la doctrina de Atanasio en conformidad con las concepciones y principios básicos de
la cristología del Logos de Orígenes.

Lamentablemente, lo único que se logró con los vaivenes entre el triunfo original niceno y el
triunfo transitorio del arrianismo después de Nicea fue la intervención imperial y la creciente
intromisión del Estado en la vida y la fe de la Iglesia. Como indica Williston Walker: “Pasando revista
a esta larga controversia, se puede decir que fue lamentable que en Nicea no se adoptara una
expresión menos discutible, y doblemente lamentable que la intromisión imperial jugara un papel
tan preponderante en las discusiones que siguieron. Esa lucha dio nacimiento a la iglesia imperial.
El apartamiento de la ortodoxia oficial llegó entonces a ser considerado un delito.”

EL SIGLO QUINTO
A lo largo del siglo V, el Imperio Bizantino tenía otras preocupaciones además de las continuas
amenazas de los bárbaros. Éste fue un período vital en la historia del cristianismo oriental. Durante
algún tiempo en el pasado había habido rivalidad entre las grandes sedes de Alejandría y Antioquía;
y Alejandría estaba todavía más celosa del nuevo patriarcado de Constantinopla al que se le había
dado precedencia sobre ella en el Segundo Concilio Ecuménico (381). Las rivalidades que se
manifestaron entre el patriarcado de Alejandría y el de Constantinopla en la primera mitad del siglo
V, también pusieron en peligro la estabilidad del Imperio Bizantino. Estas rivalidades se pusieron de
manifiesto en ciertas controversias que se dieron entre representantes de posturas teológicas
divergentes e intereses políticos diferentes.

_ Crisóstomo de Constantinopla vs. Teófilo de Alejandría


Juan, a quien se lo apodó Crisóstomo (boca de oro) por su extraordinaria elocuencia, llegó a ser
patriarca de Constantinopla en 398. Inmediatamente se dedicó a la reforma de la corte corrupta, el
clero y el pueblo de la ciudad. Su combinación de honestidad, ascetismo y falta de tacto muy pronto
le crearon enemigos, incluyendo a la emperatriz Eudoxia, quien interpretó sus intentos de reforma
como una censura contra ella. Las controversias que surgieron entre él y Teófilo de Alejandría casi
resultaron en un cisma. Crisóstomo fue condenado en el Sínodo de Oak (403), acusado de
veintinueve cargos, siendo los más importantes la acusación de origenismo (ser seguidor de la
teología de Orígenes) y de declaraciones impropias respecto a la emperatriz. Algunos meses más
tarde, fue exiliado a una región cercana a Antioquía y luego trasladado al Ponto. Su vida como ermita
debilitó su salud, y finalmente fue asesinado al ser forzado a viajar a pie bajo condiciones climáticas
severas. Su fama está fundada en su santidad personal, su habilidad como predicador y exegeta, y
sus reformas litúrgicas.

_ Nestorio de Constantinopla vs. Cirilo de Alejandría


El dilatado gobierno de Teodosio II (408–450) se vio plagado de dificultades internas
alimentadas por las controversias religiosas que se suscitaron a raíz de la posición teológica
adoptada por Nestorio (380–451). Este monje del monasterio de Euprepio cerca de Antioquía,
famoso por su austeridad y elocuencia, llegó a ser patriarca de Constantinopla en 428, y sostenía
una teología antioqueña. Era un hombre bien intencionado, pero carente de tacto, lo cual le ganó
cierta impopularidad en su sede por atacar herejías que gozaban de cierta popularidad, como el
culto a la Virgen María. Un capellán del emperador, Anastasio, había predicado contra el título de
Theotokos (“Madre de Dios” o “Portadora de Dios”) dado popularmente a la Virgen. Nestorio lo
apoyó señalando que sólo Dios puede ser llamado Theotokos y que María sólo fue la madre de la
naturaleza humana de Jesús. Según él, el término podía implicar que el que nació de María no era
humano sino sólo divino, lo cual era la doctrina herética de Apolinario. Nestorio sugirió que el
término correcto era Christotokos, “Madre de Cristo.” Es probable que más tarde Nestorio haya
cambiado su concepto sobre Theotokos, pero éste fue el centro de toda la controversia.

Cirilo, patriarca de Alejandría, protestó contra Nestorio en Roma, expresando la cristología


alejandrina contra la tendencia humanizante de la cristología antioqueña, que sostenía Nestorio.
Pero Cirilo no actuó por buenos motivos y utilizó métodos dudosos, ya que quería exaltar la sede de
Alejandría a expensas de la de Constantinopla. Además, Cirilo tenía la ambición de llegar a ser el
patriarca de la Iglesia de Oriente. Era un teólogo capaz y astuto, y jugó un papel muy importante en
la formulación de la doctrina cristológica de la Iglesia. El emperador Teodosio II accedió al pedido
de Nestorio de convocar a un concilio ecuménico, lo cual se efectivizó en 431 (Concilio de Éfeso).
Cirilo se aprovechó de la demora de los delegados de Antioquía y se aseguró la condena de Nestorio,
quien no quiso participar del concilio. La familia imperial y la sede romana tomaron partido a favor
de Cirilo, y condenaron al nestorianismo por separar las dos naturalezas de Cristo. Cuando
finalmente llegaron los antioqueños, hicieron un concilio aparte y condenaron a Cirilo. El emperador
depuso a Nestorio y a Cirilo, pero luego restituyó al segundo a su patriarcado y al primero lo mandó
al exilio. Incluso, algunos oponentes de Nestorio cayeron en el extremo de proponer la doctrina de
una sola naturaleza en Cristo. Nestorio vivió en el desierto egipcio hasta su muerte (451).

Algunas traducciones siríacas de escritos de Nestorio revelan que no fue responsable


personalmente de la herejía por la que fue condenado y que lleva su nombre. Más bien parece que
Nestorio fue víctima de las palabras que se usaron en el debate y de su propio temperamento. Muy
probablemente Nestorio no subscribiría lo que hoy conocemos como nestorianismo. Hay que
entender que en esta controversia se utilizaban términos teológicos técnicos, no bien definidos
todavía, lo cual generaba gran confusión y malas interpretaciones. Para poner fin al conflicto, el
emperador Marciano convocó al Cuarto Concilio Ecuménico en Calcedonia (451). El emperador
oriental estaba ansioso por mantener buenas las relaciones con Roma. Bajo la influencia del Papa
León I el Grande y del emperador, el concilio condenó la doctrina de Eutiques y el monofisismo
como herejía, junto con el nestorianismo. Los nestorianos fueron excomulgados y establecieron la
Iglesia Nestoriana Siria que se expandió por todo Oriente.

_ Flaviano de Constantinopla vs. Dióscoro de Alejandría


Cuando Cirilo murió en 444, fue sucedido por Dióscoro, que entró en disputa con Flaviano de
Constantinopla por el poder en Oriente. El primero apoyó a Eutiques, un monje anciano e ignorante
de un monasterio cercano a Constantinopla que enseñaba una cristología apolinarista. Eutiques
partía de un concepto alejandrino extremo y se decía discípulo de Cirilo. En 448, Flaviano convocó
a un sínodo en Constantinopla, que condenó al eutiquianismo como docetismo enmascarado.
Pronto volvió a surgir la controversia y el emperador Teodosio II convocó a un sínodo en Éfeso (449),
que fue presidido por Dióscoro apoyado por monjes egipcios. Mediante el uso de la violencia,
Flaviano y sus seguidores fueron forzados a firmar los decretos del sínodo, que fue por ello calificado
como “sínodo de ladrones” o “latrocinio de Éfeso.” Flaviano fue depuesto y murió poco después
como resultado de las heridas recibidas en Éfeso. Esto produjo conmoción en toda la cristiandad. El
Papa León I el Grande aprovechó para excomulgar a Dióscoro. El nuevo emperador, Marciano,
convocó a un nuevo concilio ecuménico para terminar con el escándalo, concilio que se reunió en
Calcedonia en 451, y que depuso a Dióscoro y lo desterró. Esto resultó en el alejamiento definitivo
de los cristianos egipcios (coptos) que apoyaban a Dióscoro y que repudiaron la Definición de
Calcedonia, sosteniendo una posición monofisita.

Con posterioridad a Calcedonia, los emperadores se ajustaron a las decisiones doctrinales de


este concilio. El emperador Zenón intentó cambiar las cosas y buscar una fórmula intermedia de
conciliación entre el monofisismo y la posición calcedónica con su Henotikon, un edicto de reunión
promulgado en 482. El propósito del edicto era procurar ponerle fin al cisma, lo cual implicaba un
gran riesgo político. El edicto enfatizaba las decisiones de Nicea (325) y Constantinopla (381), pero
dejaba de lado las decisiones de Calcedonia (451) al utilizar un lenguaje vago, lo cual no satisfizo a
nadie. La mayoría de los monofisitas en Oriente aceptaron el edicto, pero no fue así en Occidente.
En lugar de producir unión el documento creó más discordia. Acacio, patriarca de Constantinopla lo
apoyó y fue excomunicado por Félix III, obispo de Roma (484). Esta acción produjo un cisma entre
Oriente y Occidente que duró hasta 518.

Henotikon: “Estamos convencidos de que la fuente y sostén de nuestra soberanía, su


fortaleza y salvaguarda impenetrable, es esa única fe genuina y verdadera que, por la
inspiración de Dios, fue publicada por los 318 santos Padres reunidos en Nicea, y confirmada
por los 150 santos Padres que, de igual manera, se reunieron en el concilio en
Constantinopla. Nosotros por tanto procuramos noche y día por todos los medios, por la
oración, por los esfuerzos agotadores, por la legislación, promover en todas partes el
incremento de la santa Iglesia Católica y Apostólica, la madre impoluta e inmortal de
nuestro reino; que los laicos piadosos, permaneciendo en paz y armonía con las cosas
divinas, puedan, con los obispos, los muy queridos amados de Dios, el clero más piadoso,
los archimandritas y monjes, ofrecer aceptablemente su sacrificio en beneficio de nuestra
soberanía. En la medida en que nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien fue encarnado
y nacido de María, la Santa Virgen y portadora de Dios, apruebe y acepte con agrado nuestra
adoración y servicio armoniosos, en esa medida el poder de nuestros enemigos será
superado y disperso, y las bendiciones de la paz, del tiempo favorable y las cosechas
abundantes, y todo lo que es para el beneficio del hombre, será libremente concedido sobre
nosotros.”

El siguiente emperador, Anastasio, simpatizante del monofisismo, trató de mantener una


posición intermedia entre ambas posturas a fin de resolver la confusión religiosa en el Imperio, sin
sacrificar los intereses de una y otra parte. Eventualmente, anatematizó a los monofisitas en un
intento por reconciliar a Roma con Constantinopla, y el problema quedó sin resolver.

EL SIGLO SEXTO

_ El monofisismo
La Definición de Calcedonia no puso fin a la controversia teológica en Oriente. El eutiquianismo
se perpetuó en Egipto con monjes fanáticos y se lo conoció como monofisismo por su insistencia en
la única naturaleza de la persona de Cristo. La controversia prevaleció por más de un siglo en el
Imperio Bizantino. La mayor parte de Egipto y Etiopía y buena parte de Siria se volcaron al
monofisismo y amenazaron la unidad de la Iglesia y el Imperio. En 476, el emperador Basilisco
condenó el Tomo de León y las decisiones de Calcedonia. En un intento por sanar la brecha entre
los monofisitas y los calcedonios, el emperador Zenón revirtió la política de Basilisco y produjo un
documento que deliberadamente admitía diversas interpretaciones (el Henotikon). Sin embargo, los
monofisitas más extremos no lo aceptaron, y el obispo de Roma lo interpretó como que rechazaba
a Calcedonia. La conclusión a la controversia monofisita y más tarde la disputa monotelita (sostenía
la unidad divina pero relación con su voluntad) se extendió a lo largo del siglo sexto.

Justino I (518–527), quien era ortodoxo, adoptó una política de reconciliación con Roma y
reprimió al monofisismo, pero se ganó la oposición de Egipto y Siria. La reconciliación con Roma
requería la firma de una declaración que afirmara los privilegios de la sede de Roma e hiciera
obligatoria la unidad con el obispo de Roma y seguir sus indicaciones. Oriente no estaba unánime
en apoyar la sumisión imperial a las demandas papales y continuó con su monofisismo. Hacia fines
de su reinado, Justino depuso a Severo, patriarca de Antioquía, y a más de cincuenta obispos. En
524, lanzó un edicto contra el arrianismo. La mayoría de los centros de controversia retomaron la
ortodoxia, pero Alejandría continuó fiel al monofisismo.
Cuando Justiniano llegó al trono imperial (527), era del parecer que las diferencias entre
calcedónicos y monofisitas, que amenazaban con dividir su Imperio, podían superarse ya que no
eran más que cuestiones verbales. El problema más difícil de resolver parecía ser más bien de
carácter político, cultural, étnico y especialmente económico. Quizás por esto mismo, Justiniano se
mostró bastante tolerante hacia los monifisitas. Alrededor de 529 bajo la influencia de Teodora,
comenzó una política de conciliación, incluso permitiendo a algunos obispos exiliados a retornar a
sus sedes. En 535 un obispo monofisita fue nombrado patriarca de Constantinopla. Esta acción
renovó la controversia e hizo que el Papa depusiera al patriarca y nombrara a otro en su lugar. La
persecución contra los monofisitas se renovó, pero Teodora protegió a algunos de sus líderes en su
propio palacio.

La teología bizantina de la época se acomodó a los intereses políticos y económicos del


emperador Justiniano. Para fomentar el diálogo, el emperador convocó a un grupo de teólogos de
ambos bandos (538) en Constantinopla. Por el lado calcedónico participó Leoncio de Bizancio, quien
había escrito contra los nestorianos y eutiquianos. En el grupo hubo a su vez varios teólogos
monofisitas. Teodora también persuadió a su esposo a involucrar a los líderes monofisitas en el
ministerio de la Iglesia. Uno de ellos, llamado Jacobo, reorganizó las iglesias monofisitas de Oriente
bajo la protección de la corte. En 539, Justiniano publicó su confesión de fe, en la que no hablaba
de las dos naturalezas de Cristo, como para atraer a los monofisitas moderados. Pero esto mismo
suscitó una nueva controversia, conocida como de los Tres Capítulos.

_ Controversia de los Tres Capítulos


En 544, Justiniano intentó reconciliar a monofisitas y ortodoxos con un decreto conocido como
los “Tres Capítulos.” Lo que estaba en discusión no era tanto el contenido de la Definición de
Calcedonia, como las enseñanzas de ciertos teólogos. Lo que Justiniano quería era conciliar el
monofisismo moderado con la posición ortodoxa que él sostenía, siguiendo a Calcedonia. El edicto
fue resistido en Occidente. Estos tres temas consistían de las posiciones teológicas representadas
por Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Los tres ya habían muerto, pero
algunas de sus declaraciones parecían estar incluidas en la Definición de Calcedonia. El problema es
que los monofisitas consideraban que en sus obras estos teólogos estaban muy cerca del
nestorianismo, en razón de que los tres eran antioqueños y tendían a enfatizar la humanidad de
Cristo.

El primero, Teodoro de Mopsuestia (350–428), fue un distinguido exégeta y teólogo antioqueño.


Según él, en Cristo se podían distinguir dos sujetos históricos obrando, el Logos divino y el ser
humano que había sido asumido. Después de su muerte, su posición teológica fue asociada con la
de su discípulo Nestorio, razón por la cual Justiniano anatematizó sus obras (543) en el primero de
los Tres Capítulos. Más tarde, fue condenado por el Quinto Concilio Ecuménico de Constatinopla II
(553). Su pensamiento teológico era más bíblico y menos filosófico que el de los alejandrinos, y tuvo
una gran influencia sobre la tradición eclesiástica siria y persa.
Irvin y Sunquist: “Las dimensiones ética e histórica de la vida de Jesús dominaron en la
teología de Teodoro. En su naturaleza humana Jesús podía haber repudiado su vocación
mesiánica en cualquier momento hasta su muerte sobre la cruz cuando dijo: ‘Consumado
es.’ Para Teodoro esto también significaba que Jesús podía haber pecado mientras estuvo
sobre la tierra, una posición que fue una de las más controversiales que él tomó. Por lo
tanto, fue a través de su obediencia, llevada a cabo en el poder de su humanidad, que Jesús
ganó nuestra salvación. Sólo de esta manera podemos nosotros estar seguros de que
nuestra humanidad experimenta salvación a través de él. El énfasis para Teodoro y el resto
de los antioqueños caía consistentemente sobre la obra histórica de la persona humana de
Jesús en la carne, que él comparte plenamente con nosotros.”

El segundo, Teodoreto de Ciro (390–458), se hizo monje siendo muy joven y luego sirvió como
obispo de Ciro por el resto de su vida. Fue un buen pastor, teólogo, historiador y controversista.
Según él, Cristo tuvo dos naturalezas, unidas en una persona más no en una esencia. Fue opositor
de Cirilo de Alejandría, y esto le valió su destitución. En el Concilio de Calcedonia fue restituido, pero
se vio obligado a condenar a Nestorio, con quien simpatizaba en algún grado.

El tercero, Ibas de Edesa (380–457), fue obispo de esa ciudad, y procuró mantener una posición
intermedia entre Nestorio y Cirilo de Alejandría. No obstante, fue acusado de nestorianismo y fue
depuesto en 449 por el Concilio de Éfeso. El Concilio de Calcedonia lo restituyó, pero terminó más
tarde siendo condenado por Justiniano y el Quinto Concilio Ecuménico de Constantinopla II (553).

Los dos edictos que promulgó Justiniano (544 y 551) contra estos tres teólogos socavaban la
autoridad y la enseñanza del Concilio de Calcedonia (que había declarado ortodoxos a Teodoreto y
a Ibas). No obstante, los patriarcas orientales los aceptaron sin oposición, especialmente en el
quinto concilio ecuménico de Constantinopla (553). Este concilio tuvo como propósito aprobar los
edictos de Justiniano, pero esto fracasó en reconciliar a la mayoría de los monofisitas. No obstante,
le dio una victoria parcial a la doctrina monofisita alejandrina y condenó la teología antioqueña de
las dos naturalezas de Cristo, que había sido aprobada por el Concilio de Calcedonia.

Cánones del Segundo Concilio de Calcedonia (553): “1. Si alguien no reconoce la única
naturaleza o substancia (ousía) del Padre, Hijo y Espíritu Santo, su única virtud y poder, una
Trinidad consustancial, una Deidad adorada en tres personas (hupostáseis) o caracteres
(prósopa), que éste sea anatema. Porque hay un solo Dios y Padre, de quien provienen todas
las cosas, y un solo Señor Jesucristo, a través de quien son todas las cosas, y un solo Espíritu
Santo, en quien son todas las cosas. 2. Si alguien no confiesa que hay dos engendramientos
de Dios la Palabra, uno antes de los siglos, del Padre, sin tiempo ni cuerpo, y otro en los
últimos días, el engendramiento de la misma persona, quien descendió del cielo y fue hecho
carne de la Santa y Gloriosa Portadora de Dios y siempre virgen María, y fue nacido de ella,
que éste sea anatema.”

LA VIDA Y MINISTERIO DE LA IGLESIA


La teología bizantina desarrolló un concepto muy particular sobre la Iglesia. Para los bizantinos
la Iglesia era “una comunión sacramental con Dios en Cristo y el Espíritu.” Como tal, era el lugar de
encuentro de todos los misterios de la fe, especialmente del misterio de la comunión divino-humana
en el tiempo y el espacio, un misterio que sobrepasa las capacidades y poderes de nuestro intelecto.
Para la ortodoxia, el evangelio jamás ha sido una ideología descorporalizada. La vida cristiana no es
algo más o menos privado o una experiencia individual, sino la participación plena en el oikos de
Dios (la casa o familia de Dios), que es la Iglesia. Incluso, la misión de la Iglesia emana de su vida
como señal, símbolo y sacramento de lo divino. La dinámica de la misión, su corazón mismo, es la
adoración, y más específicamente la liturgia. De allí que, las cuestiones de administración,
organización y liturgia de la iglesia han sido fundamentales para la configuración de la vida y
ministerio de la misma.

_ Administración
El gobierno de la Iglesia en el ámbito bizantino estaba regimentado celosamente por el
emperador. En general, para mediados del siglo quinto la unidad de gobierno normal de la Iglesia
era la ciudad. Todos los cristianos de una ciudad estaban bajo la conducción de un obispo y sus
clérigos. La sede o esfera de la autoridad del obispo incluía un territorio más o menos extendido
alrededor de su ciudad. En las regiones más densamente habitadas y donde el cristianismo había
estado por más tiempo, las diócesis episcopales eran más reducidas en extensión. En general, en el
este tal era el caso en comparación con las diócesis más dilatadas de Occidente.

La esfera de autoridad episcopal era conocida como parroquia del obispo. Muy pronto las sedes
episcopales fueron agrupadas para constituir provincias eclesiásticas, bajo la autoridad de un
metropolitano u obispo de la sede madre. Era la responsabilidad del metropolitano supervisar la
elección de un nuevo obispo en caso de vacancia. Estas elecciones eran hechas por el clero, los
nobles y el pueblo de la parroquia vacante, bajo la dirección de obispos vecinos convocados para
llevar a cabo las exequias del obispo anterior. El metropolitano también convocaba y presidía los
sínodos provinciales de obispos. En estos sínodos, los obispos discutían cánones o reglas sobre
cuestiones de disciplina y doctrina, que luego eran decretados y puestos en vigencia por los
metropolitanos. Estos cánones regían el gobierno y la vida de la iglesia, y tenían carácter obligatorio
para los cristianos.

Las provincias eclesiásticas estaban agrupadas en eparquías o patriarcados, cuya sede era
generalmente una parroquia o sede ubicada en una ciudad de gran importancia, en la que se
suponía había ministrado algún apóstol. En Oriente había cuatro de estos patriarcados
(Constantinopla, Antioquía, Jerusalén, Alejandría), mientras que en Occidente sólo había uno
(Roma). Antioquía era una importante ciudad en Siria, ubicada estratégicamente a la entrada de
Asia Menor. Según la tradición, su conversión estaba ligada al ministerio del apóstol Pedro, y se
había transformado en un importante centro de difusión del cristianismo tanto hacia el este como
el oeste después de la destrucción de Jerusalén. Esta última ciudad había sido la cuna del
cristianismo y era considerada como patriarcado más por su historia y valor simbólico que por su
influencia en la cristiandad. En cuanto a Alejandría, se decía que Marcos, el discípulo de Pedro y
autor del Evangelio que lleva su nombre, había ministrado allí.

Constantinopla no podía argüir un origen apostólico, pero era la capital del Imperio y como Nueva
Roma fue considerada como patriarcado, al igual que la Vieja Roma, por el Concilio de Calcedonia.
De todos los patriarcados, el de Constantinopla fue el más importante en cuanto a su extensión
territorial y peso político. Su influencia se extendía por la mayor parte de los Balcanes, el sur del
Danubio, las islas del mar Egeo y Asia Menor.

_ Organización
La organización de la Iglesia en todos los patriarcados orientales fue más o menos la misma. El
funcionamiento de la Iglesia descansaba sobre un conjunto de clérigos entrenados y ordenados
localmente, bajo la supervisión de un obispo que era elegido localmente, pero necesitaba de la
sanción de un sínodo provincial para gobernar. La unidad de la Iglesia se mantenía en torno a la
común confianza en el carácter normativo de las Escrituras para la fe y la práctica cristiana, y su
interpretación siguiendo las conclusiones de los Padres de la Iglesia o los grandes doctores de la fe
tanto del este como del oeste. De este seguimiento compartido de las Escrituras y los Padres surgió
el énfasis en una doctrina y práctica común de la Iglesia con respecto a la vida cristiana, la ética, y
los sacramentos como medios de gracia para poder llevar a cabo esa vida.

El eje fundamental de la organización de la Iglesia pasaba por el obispo. Su poder no era de este
mundo ni estaba ligado a las estructuras mundanas de poder. Se creía que sin el obispo, la Iglesia
no pasaba de ser un ideal abstracto. El oficio del obispo, que era el del apóstol, resultó fundamental
en la comprensión bizantina de la Iglesia. La jerarquía estaba integrada por el obispo, los sacerdotes
y los diáconos, que eran considerados como dones de la iglesia. El poder del obispo de atar y desatar
era entendido como un poder para el servicio del creyente y la comunidad, y no un poder que le
pertenecía a él. Por eso, el obispo no era un monarca en el sentido mundano, ni la jerarquía era
autoritaria (salvo las inevitables excepciones a lo largo de la historia). La misión fundamental del
obispo era la de guardar la unidad de la Iglesia, defender la fe contra las herejías y sobre todo
conducir la celebración de la liturgia y en especial el sacrificio eucarístico. Los obispos también
tenían la responsabilidad de participar en los sínodos ecuménicos y los concilios episcopales.

Lawrence Cross: “Dondequiera que el apóstol u obispo se encuentre, la maravilla de la


Encarnación es manifestada en la Eucaristía y la vida de la Trinidad es revelada en la
comunidad. Consiguientemente, el papel del obispo es de primera importancia para
entender en qué espíritu las iglesias orientales están organizadas y para sentir algo de la
atmósfera interior de las comunidades de la iglesia. El ministerio del apóstol es mantenido
permanentemente en la iglesia por el obispo. Así como Dios el Padre es el principio de
unidad en la Santa Trinidad, así el obispo es dotado por el Espíritu Santo para mantener y
manifestar la unidad de la iglesia. Así como Dios el Padre preside en la unión de amor de la
Santa Trinidad, engendrando eternamente al Hijo y soplando al Espíritu, así el obispo trae
entre los hombres el misterio de Jesús en la Eucaristía, concediendo y compartiendo al
Espíritu entre los creyentes. En la iglesia primitiva el obispo era el único celebrante de la
Eucaristía.”

Para preservar la unidad de fe y práctica, se llevaron a cabo concilios generales o ecuménicos


(universales). En estos encuentros se discutieron doctrinas rivales, que pretendían tener
fundamento apostólico. Los obispos reunidos contaron la más de las veces con el apoyo de las
autoridades imperiales y sus deliberaciones se llevaron a cabo en lengua griega. Uno de los concilios
más importantes fue el de Calcedonia (451). En este Concilio, patriarcas, obispos y el emperador
mismo procuraron resolver las controversias que amenazaban con dividir el Imperio. Después de
Calcedonia, la preocupación que los mantuvo ocupados fue cómo mantener las decisiones
doctrinales tomadas y cómo imponerlas sobre todas las personas en el ámbito del Imperio.

La jerarquía bizantina aceptó la primacía del sucesor de Pedro en la sede episcopal de Roma (el
Papa) y su autoridad espiritual sobre toda la cristiandad, en tanto presida a la Iglesia Católica con
amor. Pero ya en el período bajo discusión se podían ver profundas diferencias teológicas y
prácticas, que terminaron por producir el cisma que todavía divide a la cristiandad latina de la griega.
Entre otras cuestiones, la mayor parte del clero bizantino estaba casado, mientras que para este
período el celibato se estaba imponiendo en Occidente. En el caso de los obispos, éstos
generalmente fueron monjes y, en consecuencia, célibes. Los obispos eran monjes en orden a que
pudiesen estar totalmente libres para ministrar a su iglesia, a su clero y a su pueblo, actuando como
un verdadero padre para ellos.

_ Liturgia
En la tradición bizantina, la liturgia ocupó un lugar fundamental. Las iglesias bizantinas se
describían a sí mismas como “ortodoxas,” que significa “adorar correctamente,” una comunidad
que adora a Dios como él desea ser adorado. La Iglesia recibe su identidad cuando enseña y celebra
los Santos Misterios. El ser de la Iglesia se revela en su hacer, en su leiturgia. De modo que el misterio
de la Iglesia, según lo ha concebido el cristianismo oriental a lo largo del tiempo, se manifiesta más
cabalmente en lo que la Iglesia hace, es decir, en su adoración. De allí que la liturgia haya ocupado
un lugar tan central en la vida y ministerio de las iglesias pertenecientes a la tradición bizantina.

Ya en la segunda mitad del siglo IV el culto cristiano bizantino comenzó a tornarse cada vez más
elaborado. El clero comenzó a vestir ropas especiales y suntuosas y el ritual religioso fue adquiriendo
poco a poco un esplendor cada vez más dramático. La espontaneidad y carácter carismático de los
primeros tiempos fue cediendo lugar a un culto en el que lo que se decía y hacía, junto con el
ambiente físico, estaba orientado a crear un sentido de santo asombro ante la presencia de lo
trascendente y numinoso. Es probable que la asistencia masiva a los cultos como también las luchas
contra el arrianismo haya favorecido este culto ceremonioso y con un fuerte énfasis místico.

Esta actitud de temor reverente durante la celebración del culto ya se pone en evidencia en las
enseñanzas de Cirilo de Jerusalén (315–386), pero fue enfatizada todavía más por Basilio de Cesarea
y especialmente por Juan Crisóstomo quien, por ejemplo, habla de la Mesa del Señor como un lugar
de “terror y temblor.” Teodoro de Mopsuestia, a su vez, enseñaba que el culto debía estar rodeado
de un esplendor ritual. La consecuencia de todo esto fue que antes de fines del siglo IV ya se
consideraba necesario cubrir con cortinas el altar. Cuando Justiniano construyó Santa Sofía, hizo
poner un cortinado delante del altar, sobre el que bordó en oro una figura de Cristo Pantokrator
(gobernador de todo) bendiciendo a su pueblo con su mano derecha y sosteniendo un ejemplar del
Evangelio en su mano izquierda. También hizo colocar en el pórtico central una mampara con tres
puertas sobre las que había figuras de ángeles y profetas, y los monogramas del emperador y la
emperatriz Teodora. Éste fue el primer caso de iconostasis (del griego eikón, imagen, y stasis,
estación), que luego se hizo tan popular en las iglesias griegas. Las puertas en la mampara eran
usadas para las “entradas” ceremoniales al momento de la lectura del Evangelio y del Ofertorio.

Los elementos básicos y la estructura de la liturgia oriental perdieron la sencillez y fluidez de los
primeros siglos. La liturgia se fue tornando más puntillosa y rígida. Para el año 500, el Kyrie Eleison,
que había sido una parte regular de las letanías griegas, fue incorporado a la primera parte de la
misa en latín, lo cual muestra cuán arraigado estaba en la liturgia griega. También de larga tradición
en Oriente era el uso del Gloria in excelsis y del Credo. El segundo se recitaba en ocasión del
bautismo, pero era el Credo Niceno de 325, que recién entró en la liturgia de la eucaristía bajo la
influencia de los monofisitas en el siglo V. Así, pues, es posible ver un buen número de diferencias
entre la tradición litúrgica que se fue formando en Oriente y en Occidente, especialmente en torno
a la eucaristía y el bautismo. En Oriente era usual utilizar pan leudado común para la eucaristía,
mientras en Occidente sólo se usaba pan sin levadura. La costumbre en Oriente era tener una sola
celebración de la eucaristía bajo el obispo el día domingo, mientras que en Roma los presbíteros
podían celebrarla en sus parroquias y en otros días.

La oración regular y la adoración han sido desde muy antiguo elementos fundamentales de la
adoración en el cristianismo oriental. Los bizantinos entendieron desde bien temprano que las
realidades de la fe no debían encontrarse solamente en los enunciados o conceptos de la fe, sino a
través de signos y símbolos que fuesen comprensibles para cualquier congregación en adoración.
De allí que el objetivo fundamental de los misioneros orientales fue siempre el establecimiento de
comunidades de adoración, en las que la celebración de los misterios sagrados hablara por sí misma.
Para el cristianismo oriental, la asamblea eucarística local era la que revelaba y hacía real la
naturaleza de la iglesia. La liturgia divina era la que transformaba a seres humanos pecadores en el
verdadero “pueblo de Dios.” De este modo, la liturgia revelaba la realidad de la iglesia como el
sacramento de la comunión divina y humana.

La música religiosa ocupó también un lugar muy importante en la liturgia bizantina. Dos veces
en sus cartas el apóstol Pablo hace referencia al uso del canto en la adoración (Col. 3:16; Ef. 5:19).
El canto congregacional era parte de la liturgia de la sinagoga judía y probablemente fue de aquí
que los primeros cristianos tomaron esta práctica del culto. Hay un buen número de himnos griegos
anteriores a Constantino que han sobrevivido el paso del tiempo. También hay un papiro de Egipto
del siglo III (mutilado) en el que se preserva un himno en el que la creación se une a la iglesia en la
alabanza a la Trinidad. Desde los días de Basilio de Cesarea se cantaba un himno para el atardecer,
que todavía la cristiandad ortodoxa canta al encender las luces del atardecer.
Salve, Luz de alegría, de su gloria pura derramada

Que es el Padre inmortal, celestial, y bendito,

Santísimo, Jesucristo nuestro Señor.

Ahora llegamos a la hora del descanso del sol,

Las luces del atardecer brillan a nuestro alrededor,

Alabamos como divinos al Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Sólo tú eres digno que se te cante en todo tiempo

Con lenguas puras,

Hijo de nuestro Dios, dador de vida:

Por eso en todo el mundo tus glorias, Señor, ellos tienen.

Clemente de Alejandría fue el primer escritor cristiano que discutió qué tipo de música era el más
apropiado para el culto. En su enseñanza, indica que no debe ser ese tipo de música que está
asociado con la danza erótica. Las melodías debían evitar los intervalos cromáticos y tenían que ser
austeras. Quizás estaba reaccionando contra los cánticos de algunas sectas gnósticas, en las que
había mucho menos restricciones e inhibiciones en materia musical, y que muchas veces cantaban
himnos que iban acompañados de una danza ritual. La danza, que era muy común en la adoración
del Antiguo Testamento y en la tradición judía, no era bien vista por los padres griegos, que la
asociaban con las prácticas de los misterios paganos de Dionisos.

La música coral era muy popular entre los cristianos griegos. El canto antifonal (dos grupos
corales cantando alternadamente) ya era conocido desde mediados del siglo IV y se difundió a lo
largo de Mesopotamia y Siria. Basilio de Cesarea abogó por su introducción en su diócesis. No
obstante, el uso de la música en la liturgia no gozaba de la aprobación de todos. Muchos
consideraban que el canto oscurecía el significado de las palabras. Atanasio de Alejandría procuró
superar esta dificultad exigiendo que se mantuviera el ritmo del habla en el cántico de los Salmos.
De todos modos, es imposible saber cómo era la música instrumental o cantada de aquel tiempo.
Hay un fragmento de papiro del siglo III, que presenta un precioso himno: “Mientras alabamos al
Padre, Hijo y Espíritu Santo, que toda la creación cante Amén, Amén. Alabanza, poder al único dador
de toda cosa buena. Amén. Amén.” Es interesante que en este papiro el escriba hiciera ciertas
anotaciones musicales utilizando signos, que pueden ser descifrados con la ayuda de analogías en
textos bizantinos posteriores.

El himnólogo más grande de las iglesias orientales vivió en Constantinopla: Romanos (m. 555).
Era un judío convertido que llegó a Constantinopla de Siria y escribió himnos para las espléndidas
fundaciones de Justiniano en la capital del Imperio. El fue el creador del Kontakion, un verso en
forma de acróstico para las estrofas. Cada estrofa era cantada desde el púlpito por un solista con un
refrán que era cantado por el coro. Romanos inspiró parcialmente al autor del más famoso de los
himnos griegos, el así llamado Akathistos (para ser cantado de pie) en honor de la Virgen María. La
temática preferida de los himnos griegos fue el misterio de la encarnación y la Trinidad.

La señal de la cruz, junto con infinidad de otros gestos litúrgicos, se practicó desde muy
temprano, utilizando la mano derecha y tocando la frente primero y luego los hombros derecho e
izquierdo (a diferencia de cómo se hacia en Occidente). Además, se juntaban el dedo pulgar con el
índice y el mayor para simbolizar la Santa Trinidad. Los otros dos dedos de la mano simbolizaban las
naturalezas divina y humana de Cristo. La forma bizantina de la señal de la cruz es la más antigua
que se conoce.

_ Teología
Las cuestiones de doctrina ocuparon un lugar destacado en la Iglesia griega. Las declaraciones
de fe se transformaron en testimonios de autenticidad e integridad teológica. Mientras que en el
Nuevo Testamento el énfasis está en la participación de Dios en los eventos redentores en la historia
humana, los teólogos griegos pusieron el énfasis en las declaraciones correctas acerca de Dios. Esta
teología no se hizo desde la periferia sino desde el centro, no desde abajo sino desde arriba. No fue
el resultado de la experiencia cristiana de hombres y mujeres redimidos y comprometidos con la
misión, sino de varones aristócratas y bien educados, que comenzaron a ocupar lugares de liderazgo
en la Iglesia y a definir lo que todo el mundo debía creer, si querían ser ortodoxos. La tradición
teológica del cristianismo oriental, según se fue constituyendo a partir de los primeros siete concilios
ecuménicos (todos ellos ocurridos en el mundo helenista), puede sintetizarse en torno a tres temas
fundamentales: la Santa Trinidad, la Encarnación, y el Arrepentimiento. No obstante, estas
cuestiones fundamentales de la teología ortodoxa no quedaron como meros postulados o
enunciados abstractos, sino que se expresaron fundamentalmente a través de la liturgia.

La Santa Trinidad es uno de los temas fundamentales de la teología bizantina. La fe en el Dios


trino se manifestó a través de los sacramentos y la adoración. Cada culto comenzaba con una
doxología (palabras de alabanza: doxa, gloria; logos, palabra). La invocación y alabanza a las Tres
Personas, un Dios, se repetía una y otra vez en todos los cultos. Lo mismo ocurría con la oración
privada del creyente, que se hacía de manera litúrgica y no espontánea. El Espíritu Santo ocupaba
un lugar muy prominente en la teología bizantina y, en consecuencia, en su liturgia. Los escritos
patrísticos lo describen como el Espíritu de Dios, bueno, santo y dador de vida, cuya actividad
configura la eucaristía, sostiene a la Iglesia, y quien es la fuente de todo amor, oración y buenas
obras humanos.

La encarnación (Dios hecho hombre) recibió un fuerte énfasis en la teología bizantina, a partir
de los concilios de Éfeso (431) y Calcedonia (451). Estos concilios fueron los que debatieron la relación
de las dos naturalezas de Cristo y concluyeron que el Redentor es verdadero Dios y verdadero
hombre, sin confusión ni alteración, en la única persona de Jesús, histórica y siempre viviente. El
misterio de la encarnación resultó ser el punto focal al que todo lo demás estaba referido. Cristo, el
Dios-hombre, era considerado como el comienzo de la comunión divino-humana. Ésta era la fuente
de la naturaleza de la iglesia y el trasfondo de la vida cristiana. Las oraciones litúrgicas exaltaban la
maravilla de la encarnación, al igual que los himnos y canciones que se repetían en el desarrollo del
culto.

La tercera característica de la teología bizantina era el tema del arrepentimiento, que también
era el motivo de muchos himnos. En la poesía cristiana bizantina aparecían una y otra vez caracteres
como la ramera, el publicano en el templo y Pedro luchando por creer. El tema del arrepentimiento
también se destilaba en varios ejercicios litúrgicos, especialmente aquellos referidos a la cuaresma,
y era un aspecto permanente de la vida monástica. El arrepentimiento no era una cuestión del
momento ni un acto reservado para poco antes de morir. En la comprensión bizantina, toda la vida
debía ser arrepentimiento, la lucha por hacer real y cooperar con la bendición de la encarnación. El
arrepentimiento es la entrada permanente a la vida de la resurrección.

GLOSARIO

acróstico: del griego akros, extremidad, y stichos, verso. Composición poética en que las letras
iniciales, medias o finales de cada verso, leídas en el sentido vertical, forman un vocablo o expresión.

Bizancio: villa pequeña escogida por el emperador Constantino como el sitio para su nueva ciudad
capital del Imperio Romano. Su nombre se utiliza para describir a la civilización romana oriental
como un todo y para describir la síntesis maravillosamente rica de la adoración que allí se forjó y
que se esparció desde Bizancio a lo largo del Cercano Oriente y a Europa del este.

carismático: se refiere a alguien que enfatiza de manera particular la importancia del Espíritu Santo
en la vida cristiana, la adoración y el testimonio. Los dones del Espíritu (charismata) también reciben
un gran énfasis.

cesaropapismo: supremacía del Estado sobre la Iglesia (como en el Imperio Bizantino y en Rusia
hasta 1917). Es lo opuesto de la hegemonía de la Iglesia respecto al Estado, como ocurrió con el
papa Inocencio III (1198–1216). El cesaropapismo significa una restricción tanto sobre la Iglesia
como sobre el Estado en sus respectivas esferas.

Cuaresma: festividad del calendario litúrgico cristiano, que se refiere a los cuarenta días que van
desde el Miércoles de Cenizas hasta la Pascua, y que es observada por cristianos católicos
occidentales, ortodoxos y algunos protestantes como un período de penitencia y ayuno.

Dardanelos: estrecho entre la península de los Balcanes y Anatolia (Turquía), que une el mar Egeo
y el de Mármara. Llamado antiguamente Heleposto.

hagiografía: del griego hagios (santo) y grafos (escrito). Se trata de la biografía de santos o de
personas venerables.
helenismo: período de la cultura griega que va desde Alejandro Magno hasta Augusto, y se
caracteriza sobre todo por la absorción de elementos de las culturas de Asia Menor y de Egipto. En
general, designa a la influencia ejercida por la cultura antigua de los griegos en la civilización y
cultura modernas.

hieratismo: del griego hieros (sagrado) hace referencia a todo lo que pertenece a los sacerdotes o
tiene las formas de una tradición litúrgica. En arte, designa a aquello que reproduce en escultura o
pintura religiosas las formas tradicionales. El término indica el carácter de una solemnidad extrema.

ícono: representación devota de pincel, o de relieve, usada en las iglesias orientales. En particular
se aplica a las tablas pintadas con técnica bizantina, llamadas en Castilla en el siglo XV “tablas de
Grecia.”

iconostasio: mampara con imágenes sagradas pintadas, que lleva tres puertas, una mayor en el
centro y otra más pequeña a cada lado, y aísla el presbiterio y su altar del resto de la iglesia.

jacobismo: movimiento religioso de Siria. Los jacobitas eran partidarios del monofisismo y
rechabaron las decisiones del Concilio de Calcedonia (451). A pesar de las persecuciones, los
jacobitas lograron sobrevivir gracias a líderes como Jacobo Baradeo (de allí su nombre). La iglesia
jacobita subsiste con una membresía reducida.

Kyrie eleison: significa “Señor, ten misericordia.” Es una oración litúrgica breve que comienza con
esta expresión o consiste de las palabras “Señor, ten misericordia.”

metropolitano: obispo que se desempeña como arzobispo, es decir, como obispo de una iglesia
metropolitana de quien dependen otros obispos (sufragáneos).

misterios eléusicos: forma de religión pagana y ritos de la antigüedad proveniente de Eleusis, un


pueblo de Ática, al noroeste de Atenas, donde había un templo de Deméter en el que se celebraban
unas fiestas famosas en toda Grecia. Estos misterios eran ritos de iniciación ligados a prácticas de
esoterismo y de carácter secreto.

monofisismo: del griego monos (uno) y fusis (naturaleza). Consistía en una controversia que dividió
la Iglesia en Oriente. Fue una reacción contra el nestorianismo, pues puso en oposición las dos
naturalezas de Cristo al afirmar que sólo existe una naturaleza en él. De este modo creían proteger
la unidad de la persona de Cristo.

numinoso: sobrenatural y misterioso; lleno de un sentido de la presencia de lo divino; algo santo y


espiritual que apela a las emociones superiores o a un sentido estético elevado.

paganismo: la religión y adoración de aquellos que no son cristianos, judíos o musulmanes,


especialmente de los que creen y practican el politeísmo. Por extensión, se considera pagana la
actitud de incredulidad, indiferencia, irreligiosidad y/o hedonismo de una persona sin religión o con
poco de ella, que se deleita en los placeres sensuales y en los bienes materiales. A tal persona
pagana se la califica de irreligiosa y hedonista.
pechina: cada uno de los triángulos curvilíneos que forma el anillo de la cúpula con los arcos torales
(cada uno de los cuatro en que estriba la media naranja de un edificio).

vestales: mujeres vírgenes romanas consagradas a la diosa romana Vesta y al servicio de cuidar el
fuego sagrado mantenido encendido de manera permanente sobre su altar.

SINOPSIS CRONOLÓGICA

657 a.C. Fundación de Bizancio

160–215 Clemente de Alejandría

185–250 Orígenes de Alejandría

189–232 Demetrio, obispo de Alejandría

250–306 Constancio I

312–326 Alejandro de Alejandría, patriarca de Alejandría

315–386 Cirilo de Jerusalén

317–361 Constancio II

321–375 Valentiniano I (emperador de 364 a 375)

325 Primer Concilio Ecuménico-Nicea


328–378 Valente (emperador de 364 a 378)

329–379 Basilio de Cesarea, el Grande

330 Constantino mueve su capital a Constantinopla

330–390 Gregorio Nacianceno

332–363 Juliano el Apóstata (emperador de 361 a 363)

332–364 Joviano (emperador de 363 a 364)

335–395 Gregorio de Nisa

337 Muere Constantino el Grande

337–350 Reinado de Constante en África, Italia e Ilírico

337–340 Reinado de Constantino II en Occidente

337–361 Reinado de Constancio en Oriente

341 Constante prohibe sacrificios paganos en Italia

347–395 Teodosio I, el Grande (emperador de 379 a 395)


345–410 Rufino

347–407 Juan Crisóstomo de Constantinopla

385–412 Teófilo de Alejandría

350–428 Teodoro de Mopsuestia

353–360 Constancio único emperador

m. 441 Juan de Antioquía

361–363 Reinado de Juliano el Apóstata como único


emperador

363–364 Reinado de Joviano como único emperador

364–378 Reinado de Valente

376–444 Cirilo de Alejandría

379–395 Reinado de Teodosio, el Grande; único


emperador desde 392

380–451 Nestorio
m. 449 Flaviano de Constantinopla

m. 454 Dióscoro de Alejandría

380–457 Ibas de Edesa

381 Segundo Concilio Ecuménico-Constantinopla

390–458 Teodoreto de Ciro

395–408 Reinado de Arcadio

408–450 Reinado de Teodosio II; Artemio, regente de


408–414

419–455 Valentiniano III (emperador de Occidente de 425


a 455)

428–431 Nestorio, patriarca de Constantinopla

431 Tercer Concilio Ecuménico-Éfeso

444–451 Dióscoro, patriarca de Alejandría

449 Sínodo de Ladrones en Éfeso


450–457 Reinado de Marciano

451 Cuarto Concilio Ecuménico-Calcedonia

455 Vándalos toman Roma

457–474 Reinado de León I, el Grande

474 Reinado de León II

474–491 Reinado de Zenón, el Isáurico

475–476 Reinado de Basilisco como usurpador del trono

476 Odoacro depone a Rómulo Augústulo

476–491 Reinado de Zenón, el Isáurico

478–568 Narsés, general de Justiniano

482 Henoticón de Zenón

490–562 Justiniano I
491–518 Reinado de Anastasio I

494–565 Belisario, general bizantino

518–527 Reinado de Justino I

527–548 Teodora, emperatriz de Oriente

527–565 Reinado de Justiniano I

529 Código de Justiniano

532 Sublevación de Niké (partidos Verde y Azul)

533 Toma de Cartago por Belisario

537 Iglesia bizantina de Santa Sofía

553 Quinto Concilio Ecuménico-Constantinopla II

562 Bizantinos completan la conquista de Italia

565–578 Reinado de Justino II

573–574 Sofía como regente


574–578 Tiberio I como regente

578–582 Reinado de Tiberio II

582–602 Reinado de Mauricio; Teodosio como co-


emperador

602–610 Reinado de Focas

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. ¿Qué atención ha prestado la historiografía cristiana tradicional al desarrollo del cristianismo


bizantino?

2. ¿Por qué motivo la comunión entre latinos y griegos se rompió hacia mediados del siglo V?

3. ¿Cuándo cambió de nombre la ciudad de Bizancio?

4. ¿Quién fue Constancio y qué hizo?

5. ¿Por qué al emperador Juliano se lo llamó el Apóstata?

6. ¿Quién fue Teodoro el Grande y qué hizo?


7. ¿Cuál fue la importancia del edicto del emperador Valentiniano III, de 445?

8. ¿Con quién nace el Imperio Romano de Oriente?

9. ¿Cuál fue la importancia del gobierno de Justiniano?

10. Menciona dos resultados de la estrecha relación entre la Iglesia y el Imperio en Oriente.

11. ¿Cuál fue el propósito y el resultado del edicto de unión del emperador Zenón?

12. ¿Qué creían los monofisitas en cuanto a la naturaleza de Cristo?

13. ¿Qué creía Justiniano que era su deber y de qué manera se propuso lograrlo?

14. ¿Cuál fue el propósito y los resultados del Quinto Concilio Ecuménico?

15. Describe la revuelta de Niké.

16. ¿Qué es el cesaropapismo?

17. ¿Qué tres elementos se fusionaron para crear la civilización bizantina?

18. ¿Qué lugar ocupó el cristianismo como factor aglutinante del nacionalismo y la identidad
bizantina?

19. ¿Qué es el Corpus Juris Civilis y cuál fue su importancia?


20. ¿En qué sentido se puede hablar de una teocracia absolutista en relación con el gobierno de
Justiniano?

21. Describe la destrucción del paganismo en el Imperio Bizantino.

22. Enumera los efectos positivos de la unión de la Iglesia y el Estado en el Imperio Bizantino.

23. Enumera los efectos negativos de la unión de la Iglesia y el Estado en el Imperio Bizantino.

24. Nombra a los tres Padres Capadocios.

25. ¿Qué era y qué decretaba el Henotikón?

26. ¿Qué fue el monofisismo?

27. ¿Cómo era la administración de la Iglesia Bizantina?

28. Describe la organización de la Iglesia Bizantina.

29. Describe la liturgia de la Iglesia Bizantina.

30. ¿Cuáles son los tres temas fundamentales de la tradición teológica el cristianismo bizantino?

Tareas suplementarias (para los niveles 2 y 3):

1. Menciona dos contribuciones de Teodosio II.


2. Describe la revuelta de Niké.

3. Haz una descripción general de la emperatriz Teodora.

4. Haz una evaluación del gobierno de Justiniano tomando en cuenta especialmente su efecto sobre
el cristianismo.

5. ¿Qué es el helenismo?

6. Describe en tus palabras la civilización bizantina.

7. Describe el arte y la arquitectura bizantina y su relación con el cristianismo.

8. Evalúa la obra legislativa de Justiniano.

9. Describe la pugna entre el poder temporal y el espiritual en el Imperio Bizantino.

10. Sintetiza la controversia de los Tres Capítulos.

Tareas avanzadas (para el nivel 3):


1. Leer González, Historia del cristianismo, 1:298–303. ¿Qué tres teólogos orientales fueron
condenados por los Tres Capítulos de Justiniano? ¿Cuál fue la resolución del Quinto Concilio
Ecuménico respecto de los Tres Capítulos de Justiniano?

2. Escribe un ensayo de 2000 palabras sobre el tema: “El cesaropapismo.”


TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Experimentando cambios.

“Desde 313 a 640, el mundo romano y la iglesia cristiana experimentaron cambios y desarrollos tan
profundos y extensivos que ellos no podían haber sido ni siquiera soñados por los hombres en los
últimos años del siglo tercero. En este espacio corto de trescientos años la trama política, económica
y social de la Europa romana se vio profundamente alterada tanto desde dentro como por presiones
externas. La iglesia misma inevitablemente pasó por los cambios corrientes junto con el mundo. En
estos años, los tres estilos católicos de la Iglesia [occidental o latino, ortodoxo o griego, y oriental]
comenzaron a emerger más distintivamente. Basado sobre el fundamento pre-existente del idioma,
la cultura y la geografía, el desarrollo de estilos fue acelerado.”

Cross, Eastern Christianity, 9–10.

- ¿De qué manera, en cada caso, el idioma, la cultura y la geografía contribuyeron al desarrollo de
un estilo propio?

Iglesia occidental o latina:

Iglesia ortodoxa o griega:

Iglesia oriental o persa:

TAREA 2: El Código de Teodosio el Grande (381).

Lee y responde:

“Es nuestro deseo que todas las varias naciones que están sujetas a nuestra clemencia y
moderación, continúen en la profesión de esa religión que fue entregada a los romanos por el divino
apóstol Pedro, tal como ha sido preservada por la tradición fiel; y que ahora es profesada por el
pontífice Dámaso y por Pedro, obispo de Alejandría, un hombre de santidad apostólica. Conforme
a la enseñanza apostólica y la doctrina del Evangelio, creemos en una deidad de Padre, Hijo y Espíritu
Santo, de igual majestad y en una santa Trinidad. Autorizamos a los seguidores de esta ley a asumir
el título de cristianos católicos; pero en cuanto a los demás, dado que, en nuestro juicio, ellos son
locos e insensatos, decretamos que sean calificados con el ignominioso nombre de herejes, y que
no se atrevan a dar a sus conventículos el nombre de iglesias. Ellos sufrirán en primer lugar el castigo
de la condenación divina, y en segundo lugar el castigo que nuestra autoridad, en conformidad con
la voluntad del Cielo, decida infligirles.

… Que ellos sean totalmente excluidos incluso de los umbrales de las iglesias, dado que no
permitimos a ningún hereje llevar a cabo sus asambleas ilegales en los pueblos. Si ellos intentan
cualquier perturbación, decretamos que su furia sea suprimida y que ellos sean expulsados fuera de
las murallas de las ciudades, de modo que las iglesias católicas en todo el mundo puedan ser
restauradas a los obispos ortodoxos que sostienen la fe de Nicea.”

Código de Teodosio (380, 381), 16:1.2; 5.6.

- ¿Cuál es la posición teológica que expresa el Código de Teodosio?

- ¿Contra qué herejía está dirigido el Código de Teodosio?

TAREA 3: La Iglesia Bizantina

“La Iglesia Bizantina no ha sido bien tratada por los historiadores. Su piedad no fue la piedad de
Occidente. Su monasticismo tendió más y más a transformarse en quietismo; puso un énfasis casi
histérico sobre el valor del arrepentimiento. Sus pasiones fueron rápidamente encendidas, y
muchos de sus sínodos y concilios fueron animados con escenas de la violencia más indigna.
Mientras que en Occidente el problema escatológico fue el que ocupó principalmente la mente de
los cristianos, los cristianos orientales estuvieron ansiosos por entrar en el estado de gracia, la
relación correcta con Dios, aquí y ahora. A tal fin la naturaleza de la encarnación de Cristo, su
Mediador, fue de importancia enorme. A tal fin si él [el cristiano bizantino] podía lograr una unión
mística con Dios, todas las demás formas de religión parecían sin valor en comparación. Pero muy
frecuentemente la Iglesia Ortodoxa ha sido denunciada de ser anti-intelectual y estar contra el
progreso. Ninguna de estas acusaciones es justa.”

Steven Runciman, Byzantine Civilization, 104.

- Escribe un ensayo de 2000 palabras haciendo una comparación entre la Iglesia Latina y la Iglesia
Bizantina, a partir de las observaciones de Runciman.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. El dominio de la Iglesia por parte del Estado (cesaropapismo) ha sido característico del Imperio
Bizantino. A la luz de la experiencia en el Imperio Bizantino, evalúen los intentos de algunos
evangélicos en diversos países de presionar al Estado a que imponga la lectura de la Biblia y la
oración en las escuelas públicas, como también la imposición de principios éticos cristianos sobre
toda la población a partir de su legislación.

2. Un elemento destacado en la cultura y civilización bizantina fue el desarrollo de un arte


típicamente cristiano. ¿Cuál es el lugar de la fe cristiana en la modelación de expresiones artísticas?
¿Hay lugar hoy para el desarrollo de un auténtico arte cristiano? ¿Qué valor misionológico tienen
las diversas formas artísticas?

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La Iglesia de nuestros padres, 65–73.

González, Historia del cristianismo, 1:176–183; 193–202; 209–214; 289–303.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:133–136.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:137–147.

Romero, La Edad Media, 9–18; 24–31.

Walker, Historia de la iglesia cristiana, 153–172.


UNIDAD 4

Los problemas del cristianismo primitivo

INTRODUCCIÓN
Los cristianos del siglo XXI, que damos por sentadas las grandes doctrinas de la fe, no siempre
somos conscientes de la larga lucha por la que tuvieron que pasar nuestros antepasados en los
caminos del Señor, para dejarnos la herencia maravillosa de nuestra doctrina y vida cristianas. El
pensamiento y la práctica de la Iglesia fueron madurando con el correr del tiempo, a medida que
los creyentes iban desplegando y formulando gradualmente las doctrinas implícitas en el Nuevo
Testamento, conforme comprendían la revelación divina en su Palabra y la aplicaban a sus
circunstancias históricas. El desarrollo del pensamiento cristiano y su expresión doctrinal fue un
largo proceso lógico-cronológico. Fue un proceso lógico, pues las doctrinas se fueron desarrollando
las unas a partir de las otras, y este proceso es cronológico puesto que esto ocurrió a lo largo del
tiempo.

Además, la fe y la vida cristianas se fueron modelando conforme las diversas y variadas


experiencias que los creyentes fueron confrontando con el correr del tiempo. A cada nueva
dificultad o desafío, los cristianos respondieron conforme su comprensión del actuar redentor de
Dios, según lo percibían en sus propias vidas y relaciones. La teología y la ética cristianas son siempre
el resultado de la experiencia cristiana, bajo la guía del Espíritu Santo y en conformidad con el
registro autoritativo de la revelación divina, la Biblia.

En el deseo de predicar y vivir su fe en un lenguaje claro y comprensible, la Iglesia se vio forzada


a definirse en torno a diversos problemas, y para ello, tuvo que reflexionar sobre su fe. Fuerzas
hostiles, que la atacaron desde afuera, y filosofías sutiles, que la minaron desde adentro, obligaron
a los cristianos a defender lo que entendían era la ortodoxia doctrinal y ética. Esto se dio ya desde
una etapa bien temprana de su historia, incluso antes de que el Nuevo Testamento se hubiese
terminado de componer o se hubiese cerrado el canon de las Escrituras. Así, pues, desde bien
temprano hubo intentos por declarar la fe según surgía la necesidad de hacerlo, y esta necesidad se
dio en un orden lógico. Esto dio como resultado el desarrollo razonado de la doctrina a lo largo de
líneas de pensamiento que han regido la fidelidad “a la fe que ha sido una vez dada a los santos”
(Judas 3).

El ideal cristiano de una iglesia inclusiva y una, pronto se vio amenazado por las fuerzas
disolventes de la división. La misma noche en que Jesús oró por la unidad de su iglesia (Juan 17), los
discípulos estuvieron discutiendo sobre quién de ellos sería el primero, y uno de los Doce se retiró
para traicionar al Maestro. Aun en la primera generación de cristianos, la Iglesia se vio desgarrada
por las disensiones. Los documentos neotestamentarios ofrecen numerosos testimonios de esta
desgracia. Antes de terminar el primer siglo ya eran numerosos los motivos de discordia y las
ocasiones de división, que echaban por tierra con el ideal de una Iglesia unida.

Kenneth S. Latourette: “En este contraste entre lo ideal y lo real en la iglesia, tenemos otro
ejemplo de las aparentes paradojas que son tan familiares en las enseñanzas de Jesús y en
el Nuevo Testamento en general. Es el de establecer la perfección como la meta hacia la
cual los cristianos deben esforzarse, meta para ellos mismos y para todos los hombres,
parangonada por el franco reconocimiento del grado al cual el cumplimiento deja de llegar
a la meta.”

CUADRO 13- Problemas y Respuestas de la Iglesia

En esta unidad procuraremos considerar algunos de los problemas más importantes a los que
el cristianismo de los primeros siglos tuvo que confrontar, en relación con la base de su fe, sus
doctrinas, sus prácticas, y su manera de entender la vida cristiana y el servicio a Dios.
EL PROBLEMA DE LAS ESCRITURAS

_ Las Escrituras de los primeros cristianos


Los primeros cristianos fueron judíos, y por supuesto, su Biblia era el Antiguo Testamento en la
versión de los Setenta o Septuaginta (LXX). Estos primeros discípulos palestinos leían el Antiguo
Testamento en todo lo que tenía que ver con el Mesías y veían en Jesús el cumplimiento de todas
sus profecías. Estos cristianos guardaban también los mandamientos y algunas de las leyes
ceremoniales prescritas en las escrituras hebreas.

Para mediados del segundo siglo la situación había cambiado. Ahora la mayoría de los cristianos
era gentil, y si bien los más educados leían el Antiguo Testamento en griego, comenzaban a leer
otros libros. Las cartas de Pablo se leían en las iglesias caseras (1 Ts. 5:27), y se pasaban de una
congregación a otra (Col. 4:16), hasta que llegaron a ser consideradas como “Escritura” (2 P. 3:16).
Los Evangelios, también llamados “Memorias de los apóstoles,” eran leídos como “Escritura” junto
con los “Profetas”. También se leían otros escritos cristianos, como las cartas de Clemente de Roma
a los Corintios, la Epístola de Bernabé, las Epístolas de Ignacio, El Pastor de Hermas, la Epístola de
Policarpo a los Filipenses, la Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, entre otros.

Todos estos escritos fueron producidos por los “Padres Apostólicos,” es decir, personas que se
suponían tuvieron un contacto más o menos directo con los apóstoles. En su gran mayoría, estos
escritos reflejan un cristianismo puro. En el período posterior a los apóstoles las iglesias tuvieron
que decidir cuáles de todos estos escritos iban a ser incluidos en su lista (“canon”) de libros sagrados.
La tarea no fue fácil.

_ La herejía de Marción (c. 160)


A mediados del segundo siglo, había muchos cristianos de cultura griega que no estaban del
todo satisfechos con las Escrituras judías y sus enseñanzas. Uno de ellos fue Marción, un
comerciante rico, dueño de una flota de barcos en el mar Negro (Sínope, Ponto), hijo del obispo de
la ciudad, que lo excomulgó por inmoralidad. Marción adquirió renombre en las filas cristianas
ortodoxas como hereje. Había viajado a Esmirna, donde conoció al gran obispo Policarpo. Más tarde
(140) llegó a Roma, donde se ganó las simpatías de la iglesia romana debido a sus ricos donativos.
Estando en Roma, se encontró con el venerable Policarpo que lo descalificó totalmente como
hereje.

Eusebio: “Policarpo mismo, cuando Marción en cierta ocasión se encontró con él y dijo:
‘¿Nos conoces?’ respondió: ‘Sí, conozco al primogénito de Satanás.’ Tal cuidado ejercieron
los apóstoles y sus discípulos para evitar incluso el intercambio de palabras con cualquiera
de aquellos que pervertían la verdad; como Pablo también dijo: ‘Al hombre que es hereje
después de la primera y segunda amonestación, rechácenlo; sabiendo que el tal es un
rebelde, y peca, y está condenado’ (Tito 3:10).”
¿Qué hizo Marción para que un pastor respetable como Policarpo lo repudiara como hereje?
¿Cuál fue su error que lo hizo merecedor de un título como “primogénito de Satanás”? Marción era
un gran admirador de Pablo, quien, según él, había sido el único que entendió la enseñanza de Jesús.
Tenía dificultades para aceptar el Antiguo Testamento, ya que pensaba contradecía las Escrituras
cristianas, especialmente las cartas de Pablo. La esencia de su enseñanza era un sentido agudo de
la novedad del evangelio cristiano y su contraste con el judaísmo. Por eso, rechazaba el Antiguo
Testamento y al Dios creador que allí se presenta, al que consideraba como totalmente diferente
del Dios proclamado por Jesucristo.

Pero Marción fue todavía más allá. Él se consideraba el único intérprete de los escritos paulinos,
y en consecuencia, él único intérprete del cristianismo. Según él, Pablo había liberado a los cristianos
de la Ley de Moisés, y él los había liberado de las Escrituras judías y del Dios de esas Escrituras. Este
Dios judío era un Dios que gobernaba sobre el mundo material, que creó con todas sus
imperfecciones, y que no actúa por otro motivo que no sea la justicia punitiva (Éx. 21:24). Para
Marción, éste no es el Dios de los cristianos. El Dios verdadero está en los cielos, es espíritu puro y
sólo actúa por amor. En definitiva, las enseñanzas de Marción eran gnósticas.

Por predicar estas enseñanzas, el obispo de Roma excomulgó a Marción y las iglesias que habían
recibido generosas donaciones tuvieron que devolverlas. Marción reunió a sus seguidores y se
estableció en la ciudad capital, desde donde esparció su doctrina a Galia, África y Mesopotamia. Su
secta estaba bien organizada con un clero reconocido y con altas y severas normas morales. En
algunos lugares los marcionitas fueron perseguidos e incluso hubo quienes fueron martirizados. Las
iglesias marcionistas persistieron por unos 150 años más, y en la Edad Media, sus ideas fueron
retomadas y seguidas por los paulicianos.

Habiendo “liberado” a sus seguidores de las Escrituras judías, Marción compuso su propia
“Biblia,” que incluía: 10 epístolas paulinas (excluía 1 y 2 Timoteo y Tito), y un solo Evangelio (Lucas),
pero corregido a su gusto. Tertuliano dice de él: “Marción enseña la Biblia no con su pluma, sino con
su cortaplumas, cortando todo lo que no concuerda con sus propias ideas.” Ireneo de Lyon dice de
él que blasfemó contra Dios porque puso de lado mucho de la enseñanza de Cristo y se colocó por
encima de los apóstoles.

Ireneo de Lión: “Marción de Ponto … presentó la blasfemia más atrevida contra Aquel que
es proclamado como Dios por la ley y los profetas, declarando que él es el autor de los males,
que se deleita en la guerra, y es inconstante en su propósito, e incluso de estar contra sí
mismo. Pero de Jesús dice que es derivado de ese Padre que está por encima del Dios que
hizo el mundo, … y que se manifestó en la forma de un hombre a aquellos que estaban en
Judea, aboliendo a los profetas y la ley, y todas las obras de ese Dios que hizo el mundo.…
Además de esto, él mutila el Evangelio que es según Lucas, quitando todo lo que está escrito
respecto a la generación del Señor, y poniendo a un lado una buena parte de la enseñanza
del Señor, en la que el Señor aparece como confesando más firmemente que el Hacedor de
este universo es su Padre. De igual modo, él persuadió a sus discípulos de que él era más
digno de crédito que todos esos apóstoles que nos han transmitido el evangelio,
proveyéndoles no con el Evangelio, sino meramente un fragmento del mismo. De igual
modo, también, él desmembró las epístolas de Pablo, quitando todo lo que dice el apóstol
respecto de que el Dios que hizo el mundo es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y
también aquellos pasajes de los escritos proféticos que el apóstol cita en orden a
enseñarnos que ellos anunciaban de antemano la venida del Señor.”

_ El canon del Nuevo Testamento


Frente al desafío de Marción, las iglesias tuvieron que decidir cuáles libros debían ser incluidos
en las Escrituras cristianas y cuáles no. La condición establecida para incluir un libro en la lista era
que su autor debía ser un apóstol, ya sea en forma directa o indirecta (como en el caso de Marcos
que dependió de Pedro, y de Lucas que dependió de Pablo). De los 27 libros actuales en el Nuevo
Testamento, sólo se incluían 24, ya que 2 Pedro, Hebreos y Santiago eran discutidos. La fijación del
canon (del griego “regla” o “lista” de libros) comenzó en Occidente, pero su influencia se esparció
por todas partes. Una inscripción china que registra el arribo del cristianismo a este país en el año
635, dice: “Las Escrituras han quedado establecidas en veintisiete libros.” De un extremo al otro
mundo, todos los cristianos reconocían un solo canon neotestamentario hacia fines de este período.
En razón de esta cristalización temprana del canon, los cristianos se vieron librados de tener en su
Biblia escritos de poco valor o libros heréticos y dañinos. En definitiva, Marción hizo más bien que
daño al desarrollo del cristianismo.

EL PROBLEMA DEL CREDO

_ La fe de los primeros cristianos


El Nuevo Testamento contiene algunas confesiones de fe, que las personas hacían frente a la
congregación generalmente al ser bautizadas. Algunas de estas confesiones de fe son: “Jesús es el
Señor” (1 Co. 12:3; Ro. 10:9; Fil. 2:11); o “Jesús es el Hijo de Dios” (Hch. 8:37–38; 1 Jn. 4:15).

Quien más hizo por establecer la creencia cristiana según debía ser enseñada (es decir,
“doctrina”) fue el apóstol Pablo. La formulación doctrinal no fue en él algo especulativo sino parte
de su vida activa como agente del reino de Dios. La doctrina cristiana fue el corazón de su
predicación y tarea misionera. El primer tema de su predicación a los gentiles iba contra el
politeísmo pagano y era “hay un solo Dios” (Hch. 14:15; 1 Ts. 1:9). El segundo tema presentaba a
Jesucristo como Hijo de Dios, como resucitado y como Salvador (1 Ts. 1:10).

Pablo era bien práctico y nada especulativo. Su método de enseñanza y comunicación de la


verdad cristiana era escribir cartas a las jóvenes iglesias para responder a las necesidades de los
nuevos convertidos. Su propósito no era especulativo, ni pretendía hacer una teología sistemática
o responder a todas las preguntas y cuestiones teológicas. Su concepto de la “sana doctrina” tiene
que ver con cuestiones bien prácticas y mayormente éticas (ver Tito 2:1–10).

_ El problema de los judaizantes


El principal problema teológico que enfrentó Pablo fueron los judaizantes. Por eso escribió
acerca de cómo salva Jesús, y desarrolló la doctrina de la salvación por gracia mediante la fe
(especialmente en Gálatas y Romanos). Los ebionitas fueron los continuadores de estos judaizantes
del Nuevo Testamento. Se originaron en Palestina a fines del primer siglo, y se esparcieron más
tarde por Asia Menor. La mayoría eran judeo-cristianos y utilizaban como escritura fundamental el
Evangelio de Mateo en lengua hebrea (aramea).

Sus enseñanzas características eran: (1) enseñaban la universalidad de la ley mosaica y decían
que la obediencia a la misma era necesaria para la salvación; (2) rechazaban los escritos y
enseñanzas de Pablo, a quien consideraban como un apóstata de la ley; (3) reconocían a Jesús como
Mesías y profeta, pero sólo pensaban de él como un ser humano sobre quien el Espíritu había venido
en el momento de su bautismo; (4) esperaban un milenio inminente.

_ La herejía de los gnósticos


Así como Marción procuró separar al cristianismo de sus orígenes judíos, en el segundo siglo
hubo otros que quisieron liberarlo de sus “pequeños comienzos”. Querían relacionar al cristianismo
con las ideas corrientes de aquel entonces sobre el mundo, los seres humanos y Dios. Estas ideas
provenían de la filosofía griega, de las religiones orientales (como el hinduismo, el budismo y el
zoroastrismo), e incluso de prácticas como la astrología y la magia. En general, las ideas gnósticas
eran expresión de un sincretismo que combinaba varios elementos orientales con las religiones
tradicionales grecorromanas.

Este movimiento se denominó gnosticismo, porque sus seguidores decían que poseían un
conocimiento especial de Dios y del mundo que los demás no tenían (del griego gnosis,
“conocimiento,” “ciencia”). El gnosticismo penetró ampliamente en las comunidades cristianas
hacia el siglo II, cuando se convirtieron algunos filósofos paganos e introdujeron algunas ideas de la
filosofía griega pagana. Su intención era: (1) elevar al cristianismo del plano inferior de la fe al plano
superior de la gnosis (ciencia); y (2) procurar así al cristianismo una mayor fuerza de expansión y
propaganda en los ambientes intelectuales helenísticos. Los gnósticos cristianos desplegaron una
gran actividad literaria, pero sus escritos han desaparecido casi enteramente. Conocemos sus ideas
mayormente a través de los escritores que los impugnaron.

Sus ideas principales eran:

El mundo: está hecho de materia, que es mala, y está gobernado desde los siete planetas por
poderes que no son buenos. A su vez, el mundo y los planetas son gobernados por el Creador (el
Jehová del Antiguo Testamento), un dios inferior conocido como Demiurgo, que cometió su mayor
error al crear a los seres humanos. El Demiurgo era un eón lo suficientemente corrompido como
para crear un mundo material. Los eones eran emanaciones de Dios en grado descendente.

Los seres humanos: están compuestos de cuerpo y mente, pero en algunos hay también una
chispa de espíritu, que está encarcelado en el cuerpo material.
Dios: el verdadero Dios es espíritu puro, y vive con otros seres espirituales en un reino de espíritu
y luz, lejos de nuestro oscuro mundo material. Jesús, que es inferior a Dios, es enviado por éste al
mundo para liberar a los espíritus encarcelados. Jesús parecía tener un cuerpo material y
necesidades materiales, pero esto sólo eran apariencias ya que él también es espíritu puro. Por eso,
no podía sufrir ni morir. Jesús salva trayendo el conocimiento del reino espiritual y de cómo retornar
a él. Esto incluye contraseñas mágicas, que después de la muerte permiten a los espíritus de las
personas llegar hasta el alejado reino espiritual donde está Dios, pasando sin peligro las amenazas
de los poderes planetarios y del Creador. La salvación consiste en llegar al reino espiritual y ser
absorbido por Dios, que es espíritu puro.

Por supuesto, este conocimiento salvador no era para todos sino sólo para los “espirituales,” es
decir, aquellos que habían recibido la gnosis o “conocimiento.” Por eso se autotitulaban “gnósticos.”

_ La reacción cristiana
La Regla de Fe. Frente a la atractiva enseñanza de los gnósticos, los cristianos se vieron forzados
a definir con claridad su propia fe. El Nuevo Testamento mismo presenta la reacción cristiana ante
la amenaza de la herejía gnóstica (1 Co. 2:6; Col. 2:8–10; 1 Jn. 1:1–3; 2:22; 4:2–3; Ap. 2:6, 15). Antes
de ser bautizado, todo creyente debía repetir ante la congregación una confesión de fe, que resumía
algunas de las verdades centrales de la doctrina cristiana (1 Co. 12:3; Ro. 10:9; 1 Jn. 4:15). Según
Tertuliano, este credo básico era la Regla de Fe o Símbolo de la Fe como también se lo llamaba.
Según el gran teólogo de África del norte, la iglesia católica (universal) “reconoce a un solo Señor
Dios, el Creador del universo, y a Cristo Jesús (nacido) de la Virgen María, el Hijo de Dios el Creador;
y la resurrección de la carne; ella une la ley y los profetas en un volumen con los escritos de los
evangelistas y apóstoles, del que bebe su fe. Ella sella esto con el agua (del bautismo), engalanada
con el Espíritu Santo, alimentada con la eucaristía, y alegrada con el martirio, y contra esta disciplina
así (mantenida) ella no admite opositores.”

Tertuliano: “La regla de la fe precisamente es una, ella sola inmutable e incambiable; la


regla, a saber, por la que se cree en un único Dios omnipotente, creador del universo, y en
su Hijo Jesucristo, que nació de la Virgen María, fue crucificado bajo Poncio Pilato,
resucitado al tercer día de entre los muertos, recibido en los cielos, que está sentado ahora
a la diestra del Padre, que ha de volver a juzgar a vivos y muertos a través de la resurrección
de la carne así como (del espíritu).”

Ireneo de Lión (¿130–200?), otro de los Padres Apostólicos, registró una confesión de fe similar:

Ireneo de Lión: “La Iglesia, si bien dispersa por todo el mundo, incluso hasta los términos
de la tierra, ha recibido de los apóstoles y de sus discípulos, esta fe: [Ella cree] en un Dios,
el Padre todopoderoso, Hacedor de los cielos y la tierra, los mares y todas las cosas que en
ellos hay; y en Cristo Jesús, el Hijo de Dios, que se encarnó para nuestra salvación; y en el
Espíritu Santo, quien proclamó a través de los profetas las dispensaciones de Dios y los
eventos, y su nacimiento de una virgen, y la pasión, y la resurrección de los muertos, y la
ascensión al cielo en la gloria del Padre “para reunir todas las cosas en una,” y para resucitar
de nuevo a toda carne de toda la raza humana, en orden a que delante de Cristo Jesús,
nuestro Señor, y Dios, y Salvador, y Rey, conforme la voluntad del Padre invisible, “toda
rodilla se doble, de las cosas que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y que
toda lengua confiese” a él, y que él ejecute un justo juicio para con todos; para que él envíe
a las “maldades espirituales” y a los ángeles que transgredieron y se hicieron apóstatas,
junto con los impíos e injustos y malvados y profanos entre los hombres, al fuego eterno;
pero que pueda en el ejercicio de su gracia, conferir inmortalidad a los justos y santos y a
aquellos que han guardado sus mandamientos, y han perseverado en su amor, algunos
desde el comienzo [de su carrera cristiana], y otros desde [la fecha de] su arrepentimiento,
y pueda rodearlos de gloria eterna.”

Una teología más sistemática. El gnosticismo también obligó a los cristianos a formular la
doctrina cristiana en forma más sistemática y didáctica, a fin de poder comunicarla con más facilidad
a los nuevos convertidos y catecúmenos. En esta tarea se destacaron varios teólogos.

Clemente de Alejandría (150–216), nació de padres paganos en Alejandría, donde se hizo


cristiano y fue discípulo de Panteno, a quien sucedió como director de la escuela de catecúmenos
en el año 189. Fue maestro de Orígenes y del obispo Alejando de Jerusalén (m. 251). A causa de la
persecución de Septimio Severo tuvo que salir de Egipto y refugiarse en Capadocia, donde quizás
murió. Su propósito era armonizar la filosofía griega con la doctrina cristiana, o las verdades de la
ciencia y el conocimiento humanos con las de la revelación divina. Quería convencer a los gentiles
de la verdad del cristianismo, para luego educarlos en la vida cristiana, y, finalmente, perfeccionarlos
en los misterios de la fe. Este triple objetivo es el que se desarrolla en sus tres obras principales: el
Protréptico o La exhortación a los gentiles, el Pedagogo, y la Strómata o Miscelánea (conocida
también como Tapices).

Orígenes (185–254), nació en Alejandría y murió en Tiro. Recibió su primera educación de su


padre, Leónidas, y fue discípulo en la escuela de Alejandría. En 202 fue nombrado sucesor de
Clemente al frente de la escuela y la dirigió por treinta años. Fue oyente del fundador del
neoplatonismo, Amonio Sacas. Hacia el año 230 fue ordenado sacerdote en Cesarea. Fue un hombre
de una conducta intachable y de una erudición enciclopédica. Orígenes se destaca como uno de los
pensadores más originales de todos los tiempos. Escribió comentarios bíblicos, compiló textos de
las Escrituras en varios idiomas (Hexapla), defendió la fe cristiana de los ataques intelectuales del
paganismo, produjo diversos escritos devocionales y preparó la primera teología sistemática
cristiana.

La apologética cristiana. Otra influencia del gnosticismo fue que puso en movimiento ideas y
métodos de argumentación que tuvieron gran repercusión sobre el cristianismo. Según ellos, su
autoridad provenía de un conocimiento secreto que les había sido transmitido por tradición. En
respuesta a esto, los cristianos afirmaban que también ellos tenían una tradición dada por Jesús a
sus apóstoles y transmitida por éstos a sus seguidores.

De esta manera el movimiento gnóstico llevó a una veneración de la tradición, que llegó a
valorarse tanto como la misma palabra de Dios en cuestiones de fe y práctica. Éste fue un resultado
negativo de la influencia gnóstica sobre el cristianismo. Aquí está el origen de la pretensión católico
romana de autoridad basada en la tradición de Pedro como primer obispo romano y de una sucesión
continuada de obispos como primados de Roma. León I (440–461) le dio base escrituraria a esta
teoría, diciendo que Pedro y sus legítimos sucesores habían recibido autoridad para regir sobre todo
el cristianismo, y para ello utilizó tres pasajes bíblicos: Mateo 16:18–19; Juan 21:15–17; y Lucas
22:31–32. Según esta teoría, Pedro tenía autoridad sobre los demás apóstoles y había transferido
esta autoridad a sus sucesores en el episcopado romano.

El ascetismo y el monasticismo. Finalmente, el énfasis gnóstico sobre la pecaminosidad de la


materia y la indignidad del cuerpo preparó el camino para el ascetismo y el monasticismo dentro
del cristianismo. Poco a poco se fueron haciendo cada vez más populares prácticas tales como el
ayuno, el celibato, la castidad de las viudas y las vírgenes, la prohibición del casamiento, y la
flagelación o mortificación del cuerpo. De esta manera llegó a asociarse la mortificación o limitación
de la carne con la piedad. A mayor mortificación, mayor piedad. En 305, un sínodo en Elvira (España)
exigió el celibato de los obispos y el clero. En 385, el obispo Siricio de Roma ordenó el celibato para
todos los sacerdotes bajo su jurisdicción. En 390, un concilio en Cartago mandó la castidad para
obispos, sacerdotes y diáconos. Estas tendencias fueron preparando el camino para el
monasticismo.

CUADRO 14 - LOS PADRES DE LA IGLESIA

Oeste Este

Primer siglo (95–c. 150) Padres Apostólicos - Propósito: edificar la Iglesia

EDIFICACIÓN Clemente de Roma Ignacio de Antioquía


Policarpo de Esmirna

Epístola de Bernabé

Epístola de Diogneto

Segunda Epístola de
Clemente
Papias

El pastor de Hermas

Didaché

Segundo siglo (120–220) Apologistas - Propósito: defender el cristianismo

EXPLICACIÓN Justino Mártir Arístides de Atenas

Tertuliano de Cartago Taciano

Atenágoras

Teófilo

Tercer siglo (180–250) Polemistas - propósito: luchar contra doctrinas falsas

REFUTACIÓN

Escuela de Roma (acercamientoEscuela de Alejandría Escuela de Antiquía


práctico) (acercamiento alegórico- (acercamiento histórico-
especulativo) gramatical
Ireneo vs. gnósticos Tertuliano Panteno Clemente de Orígenes - Hexapla (texto del
vs. Praxeas Cipriano y el Alejandría AT); De Principiis (primera
episcopado teología sistemática)

Cuarto siglo (325–460) Teólogos - propósito: establecer la sana doctrina

DEFINICIÓN Jerónimo traductor de la Biblia Atanasio - homoousios


al latín: Vulgata. Ambrosio de Crisóstomo - predicador
Milán - predicador. Agustín de Basilio de Cesarea -
Hipona - teólogo, filosofía de la Teodoro de Mopsuestia.
historia en La ciudad de Dios

EL PROBLEMA DE LA ÉTICA
Frente al relajamiento de la conducta que pareció incrementarse con el correr del tiempo, hubo
tres movimientos en los primeros siglos, que si bien fueron diferentes, guardan cierta relación. Se
caracterizaron por su lucha contra el aflojamiento de las pautas éticas y por su insistencia en un
ministerio moralmente calificado. Los tres movimientos se opusieron a que personas que habían
negado su fe o entregado sus Biblias durante la persecución pudiesen recibir o administrar los
sacramentos. Los creadores y líderes de estos movimientos diversos fueron: Montano, Novaciano y
Donato.

_ La herejía de Montano (c. 179)


Hacia el año 156, este recién convertido de Frigia (Asia Menor), estando en trance recibió varios
mensajes del Señor. Entre estos mensajes había uno que decía que Cristo volvería pronto y reinaría
en la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2), que se establecería en Pepusa, un pueblo de aquel país. Pronto se
le unieron dos profetisas, Priscila y Maximilla, que también pasaban por trances y decían estar
“inspiradas” por el Espíritu Santo. Para algunos, estos predicadores estaban poseídos por el
demonio; para muchos, eran verdaderos cristianos al estilo de los del primer siglo. Ellos se llamaban
la “Nueva Profecía,” y decían que Dios hablaba a su iglesia a través de profetas y profetizas, cuya
autoridad debía ser acatada en lugar de la de los obispos, que estaban corrompidos. Para Eusebio,
tanto Montano con sus profetisas eran falsos profetas.

Eusebio de Cesarea: “… un convertido reciente, llamado Montano, por su ambición


insaciable de liderazgo, le dio al adversario oportunidad en su contra. Y cayó fuera de sí
mismo, y cayendo de pronto en una especie de trance y éxtasis, deliró y comenzó a parlotear
y pronunciar cosas extrañas, profetizando de una manera contraria a la costumbre
constante de la iglesia transmitida por tradición desde el comienzo.

Algunos de aquellos que escucharon sus declaraciones falsas en ese tiempo estaban
indignados, y lo reprendieron como a alguien que estaba poseído, y que estaba bajo el
control de un demonio, y era guiado por un espíritu engañador, y estaba perturbando a la
multitud; y le prohibieron hablar, recordando la distinción hecha por el Señor y su
advertencia a velar atentamente contra la venida de falsos profetas. Pero otros,
imaginándose ellos mismos poseídos por el Espíritu Santo y de un espíritu profético, se
exaltaron y se envanecieron no poco; y olvidándose de la distinción del Señor, desafiaron al
espíritu loco, insidioso y seductor, y fueron seducidos y engañados por él. Como
consecuencia de esto, él ya no pudo ser controlado, como para que guardara silencio.

Así, por algún artificio o más bien mediante tal sistema de artificio maligno, el diablo, al
maquinar la ruina de los desobedientes, y ser honrado indebidamente por ellos,
secretamente excitó e inflamó sus entendimientos que ya se habían apartado de la
verdadera fe. Y él, además, levantó a dos mujeres, y llenándolas con el espíritu falso, de
modo que ellas parlotearon salvajemente e irracionalmente y extrañamente, como la
persona ya mencionada [Montano] mismo.”

Las enseñanzas de Montano se centraban en torno a dos puntos fundamentales:

1. Énfasis sobre el Espíritu Santo y los dones carismáticos. Se acusaba a Montano de pretender
ser el Espíritu Santo y que sus palabras tenían el mismo valor que las de la Biblia. En realidad, había
un fuerte énfasis sobre el don de profecía. Esto era demasiado para el cristianismo ya
institucionalizado de aquel entonces.

2. Énfasis sobre la conducta. Eran muy estrictos en la disciplina, los ayunos y las ofrendas. No se
comprometían con el paganismo ni escapaban a la persecución. Su creencia en el inmediato retorno
de Cristo los llevó a separarse del mundo y a buscar el sufrimiento como camino de
perfeccionamiento y a prohibir el casamiento.

Fue el alto código moral de los montanistas lo que provocó la oposición de muchos. A pesar de
la persecución (los montanistas tuvieron muchos mártires, especialmente en el norte de África) y el
rechazo (muchos obispos en Asia Menor se opusieron duramente), el montanismo se esparció a
Roma donde encontró mayor oposición todavía, y al norte de África donde se hizo fuerte en Cartago.
En esta última ciudad atrajo la atención de Tertuliano en el 207 y lo ganó para este movimiento.
Según Tertuliano, el montanismo era ortodoxo en la doctrina y ascético en la práctica.

El montanismo continuó su obra en Oriente hasta mucho después de la aceptación del


cristianismo por parte del gobierno imperial. Su influencia sobre el cristianismo tuvo una vigencia
todavía mayor. El montanismo (1) ejerció una influencia purificadora, especialmente sobre el clero;
(2) distinguió por primera vez entre pecados mortales (que no tienen perdón) y pecados veniales
(que pueden ser perdonados); (3) preparó el camino para el movimiento monástico al insistir en la
separación del mundo y una vida ascética.

¿Fue el montanismo un movimiento cristiano o no? Antiguamente se acusaba al montanismo


de ser sabeliano, pero Tertuliano (que era anti-sabeliano) era montanista y relaciona al sabelianismo
con el rechazo de la Nueva Profecía. El montanismo fue en realidad un profundo movimiento de
renovación espiritual en una Iglesia que comenzaba a mostrar signos de relajamiento y decadencia.
Significó el resurgimiento de la moribunda tradición de la profecía cristiana en un contexto
eclesiástico caracterizado por un creciente proceso de institucionalización. Fue también una
instancia temprana de los movimientos apocalípticos y adventistas que de tanto en tanto han
emergido en la historia del cristianismo. Y fue una expresión temprana de un cristianismo de corte
carismático, revivalista e inspiracionista, con un fuerte énfasis sobre ciertos dones del Espíritu Santo.

_ Otros disidentes
Novaciano (c. 270). Fue un destacado teólogo y presbítero de Roma, autor de varias obras, la
más importante de ellas Sobre la Trinidad. En el año 251 se opuso a la designación de Cornelio como
obispo de Roma, por considerarlo indigno de tal puesto ya que favorecía la restauración de los que
habían huido de la persecución, entregado las Escrituras o negado su fe. La posición opositora de
Novaciano se fue tornando cada vez más rígida, hasta que se transformó en un antipapa,
probablemente contra su voluntad. Así comenzó un cisma que se prolongó hasta el siglo VII. Según
el historiador eclesiástico Sócrates, Novaciano sufrió el martirio en la persecución de Valeriano. Los
novacianos fundaron iglesias disidentes y estrictas en casi todo el Imperio, especialmente en el norte
de África y en Asia Menor, donde se le unieron muchos montanistas.

Donato el Grande (c. 355). Fue elegido obispo de Cartago en el año 313 por un partido estricto,
que acusaba al obispo anterior, Cecilio, de haber sido ordenado por alguien que no estaba en
condiciones de hacerlo, dado que bajo la persecución de Diocleciano había entregado las Escrituras
para ser quemadas. Los donatistas eligieron primero a Mayorino como obispo de Cartago, quien
pronto fue sucedido por Donato. Los donatistas llegaron a ser fuertes en el norte de África,
especialmente en Numidia.

Sus enseñanzas eran muy rigurosas. Ellos enseñaban que si un obispo, por cualquier razón, era
indigno o había sido ordenado por alguien que lo era, su ministerio carecía de validez y los
sacramentos perdían su efecto salvador y de gracia si él los administraba. Además, creían que ellos
representaban la verdadera sucesión episcopal, y por lo tanto, eran los únicos que estaban en
condiciones de administrar los sacramentos con efectividad.

_ La reacción de la Iglesia
El debate teológico entre estos disidentes y la Iglesia oficial tenía que ver formalmente con la
cuestión de la restauración de los caídos en tiempos de persecución. En realidad, había otras causas
que se revestían de argumentos teológicos, como diferencias sociales, políticas y económicas entre
los partidos en conflicto. Pero sobre todo, se trataba de la lucha entre dos formas de cristianismo.
Por un lado, un cristianismo ya bastante institucionalizado y establecido con respaldo imperial, y
por el otro lado, un cristianismo no establecido, crítico de la relación de la Iglesia con el Estado
romano y no institucionalizado.

La conversión de Constantino y la paz para la Iglesia profundizaron las diferencias entre un


cristianismo “imperial” y mundano, y un cristianismo no ligado al poder y opuesto al mundo. El
cristianismo institucionalizado, con el apoyo oficial del Imperio, terminó por aplastar a la disidencia.
Por su parte, en algunos casos, los disidentes asumieron actitudes terroristas y de fuerte rechazo
del status quo religioso que resultó de la conversión de Constantino y su favoritismo hacia la Iglesia
cristiana. En otros casos, la disidencia fue una reacción contra la pérdida de la vitalidad espiritual en
las iglesias. En este sentido, se trató de verdaderos movimientos de renovación espiritual.

EL PROBLEMA DE LA ECLESIOLOGÍA

_ De un ministerio carismático a un ministerio triple


El desarrollo en relación con el ministerio se aceleró y complicó no sólo en respuesta a los
montanistas sino también debido a las divisiones y al inevitable proceso de institucionalización y
concentración del poder. Cuando leemos los documentos del Nuevo Testamento nos llama la
atención el hecho de que no hay una estructura de gobierno y organización que parezca normativa.
Más bien, los textos neotestamentarios parecen representar una gran variedad de formas según los
lugares y en diferentes épocas. En ningún otro aspecto de la eclesiología antigua se puede ver esto
más claramente que en la estructura del liderazgo de las iglesias.

El ministerio en Jerusalén. En Jerusalén, al menos en el momento de su mayor desarrollo


institucional, había “apóstoles y ancianos” (Hch. 15:2, 4, 6, 22), si bien parece que Pedro todavía
tenía cierta autoridad espiritual y prestigio (Hch. 15:7). De todos modos, es evidente que el líder
indiscutido de la iglesia en la ciudad o al menos el que tenía la palabra final era Santiago o Jacobo,
el hermano carnal de Jesús (Hch. 15:13, 19). No obstante, es interesante notar el papel protagónico
y dinámico de “toda la iglesia” en la discusión (Hch. 15:4, 12) y en la toma de decisiones (Hch. 15:22).

El ministerio en Antioquía. En Antioquía había “profetas y maestros,” que probablemente


ministraban de manera carismática como parte de un equipo integrado por lo menos por cinco
miembros aparentemente nombrados por la iglesia (Hch. 13:1). Bernabé y Saulo, que integraban
este equipo ministerial y que fueron enviados como misioneros, siguieron con la misma práctica y
“constituyeron ancianos en cada iglesia” por ellos fundadas en su primer viaje misionero (Hch.
14:23). En general, parece que en Antioquía y en las iglesias que nacieron de su proyecto misionero
se seguía el modelo de la sinagoga: una junta de ancianos presidida por un presidente.

El ministerio en Éfeso. En Éfeso había “ancianos” u “obispos” (Hch. 20:17, 28). Pablo utiliza
indistintamente estos dos vocablos para referirse a las mismas personas, que servían como líderes
de la Iglesia en la ciudad. Jerónimo comenta: “El apóstol enseña claramente que ‘presbítero’ es lo
mismo que ‘obispo’.” Posiblemente “presbítero” indica por qué fueron nombradas como líderes
estas personas (por su experiencia y madurez), mientras que “obispo” señala para qué fueron
designados (para cuidar y supervisar el rebaño).

El ministerio en Filipos. En Filipos había “obispos” y “diáconos” (Fil. 1:1). Parece claro que aquí
los obispos (del griego epíscopos) todavía no tienen una autoridad o una posición de tipo
monárquica, sino que funcionan más bien como los presbíteros o ancianos que dirigían y atendían
espiritualmente a la comunidad de fe (Tit. 1:5). Los diáconos ayudaban a los obispos en el
cumplimiento de sus responsabilidades pastorales, de allí que los requisitos personales para este
ministerio sean los mismos que para los obispos (1 Ti. 3:8–13; ver Hch. 6:1–6 donde los diáconos
aparecen como ayudantes de campo de los apóstoles).

El ministerio en Roma. En Roma (hacia el año 95) había “obispos y diáconos”. Para este tiempo
la estructura era similar a la de Filipos, si bien un poco más compleja, jerárquica, y ya con cierta idea
de continuidad apostólica. La autoridad del ministerio descansaba en el hecho de que fue instituido
por los apóstoles y debía continuar en forma apostólica. Nótese que la idea de sucesión apostólica
y de apostolicidad del ministerio ya estaba comenzando a desarrollarse. Esta idea se profundizaría
todavía más con el desafío del montanismo, las persecuciones, y el surgimiento de las herejías.

Clemente de Roma: “Los apóstoles nos han predicado el evangelio de parte del Señor
Jesucristo; y Jesucristo [hizo lo propio] de parte de Dios. Cristo, por lo tanto, fue enviado
por Dios, y los apóstoles por Cristo. Ambos nombramientos, entonces, fueron hechos de
una manera ordenada, conforme a la voluntad de Dios. Por eso, habiendo recibido sus
órdenes, y estando plenamente afirmados por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo,
y establecidos en la palabra de Dios, con plena seguridad del Espíritu Santo, ellos salieron
proclamando que el reino de Dios estaba cerca. Y así predicaron por países y ciudades, y
ordenaron a los primeros frutos [de sus labores], habiéndolos probado primero por el
Espíritu, para que fuesen obispos y diáconos de aquellos que creerían más tarde.… Nuestros
apóstoles también sabían, a través de nuestro Señor Jesucristo, que habría contiendas en
razón del oficio del episcopado. Por esta razón, por lo tanto, ya que ellos habían obtenido
un preconocimiento perfecto de esto, nombraron a aquellos [ministros] ya mencionados, y
después dieron instrucciones, que cuando éstos murieran, otros hombres aprobados debían
sucederlos en el ministerio. Nosotros somos de la opinión, por lo tanto, que aquellos
ordenados por ellos, o posteriormente por otros hombres prominentes, con el
consentimiento de toda la Iglesia, y que han servido intachablemente al rebaño de Cristo
en un espíritu humilde, pacificador y desinteresado, y que por un largo tiempo han poseído
la buena opinión de todos, no pueden ser sacados del ministerio con justicia.”

El ministerio en Asia Menor. En Asia Menor (hacia el año 115) había “obispos, presbíteros y
diáconos.” En buena medida debido al crecimiento de la Iglesia en una ciudad, uno de los presbíteros
al frente de una congregación local pasaba a supervisar a todas las congregaciones de la ciudad y a
los demás presbíteros. Este pastor más destacado era nombrado obispo y estaba a la punta de una
pirámide jerárquica de tres niveles: obispo, presbíteros y diáconos. El oficio de obispo con este
significado surgió de la costumbre de tener una junta de presbíteros u obispos con un presidente.
El presidente, bajo circunstancias especiales como fueron las épocas de persecución o la amenaza
de las herejías, llegó a tener una autoridad espiritual especial sobre los demás presbíteros en un
área determinada. Así se llegó a un ministerio triple, con un obispo en la ciudad, que supervisaba a
un número de presbíteros y de diáconos. Ignacio de Antioquía llama la atención sobre la necesidad
de que los líderes de la Iglesia estén sujetos bajo la autoridad de su obispo, a fin de preservar la
unidad de la Iglesia.

Ignacio de Antioquía: “Y por tanto es adecuado que vosotros marchéis juntos en armonía
con la voluntad de vuestro obispo, cosa que también hacéis. Porque vuestro presbiterio
justamente renombrado y digno de Dios, está ajustado al obispo exactamente como las
cuerdas de un arpa. De manera que en vuestra concordancia y amor armónico, vuestra
canción sea Jesucristo. Y transformaos, hombre por hombre, en un coro, que siendo
armonioso en amor y tomando la canción de Dios en unísono, pueda cantar a una voz al
Padre a través de Jesucristo, de modo que él pueda tanto oíros como percibir a través de
vuestras obras que sois verdaderamente miembros de su Hijo.”

_ Desarrollo del episcopado monárquico


El proceso de centralización institucional y de concentración de la autoridad espiritual en la
figura del obispo fue lento pero persistente en los primeros cinco siglos. Poco a poco, los dones y
ministerios que habían estado en manos de todos los creyentes, se fueron concentrando con
exclusividad en los obispos. Éstos se fueron constituyendo también en depositarios de la doctrina,
la correcta interpretación de la Biblia, el ejercicio de los carismas, la administración de los
sacramentos y el poder eclesiástico.

Varios factores ayudaron a este proceso, entre ellos, el surgimiento de las herejías, las divisiones
internas, las persecuciones y la decadencia de las estructuras políticas y sociales dentro del Imperio
Romano. No obstante, se trató de un lento proceso, que se fue desarrollando a lo largo de los siglos
y no siempre de la misma manera ni debido a las mismas razones. En el fondo, lo que ocurrió fue el
inevitable proceso de institucionalización acompañado de la pérdida de visión y sensibilidad
espiritual, que culminó en el desarrollo del modelo de cristiandad. En el Nuevo Testamento mismo
ya es posible detectar el comienzo de este proceso de institucionalización a medida que, primero,
los ancianos-obispos y diáconos en cada iglesia local estuvieron bajo la supervisión de los apóstoles
y más tarde algunos obispos más destacados en las principales ciudades del Imperio asumieron el
papel directivo de los primeros. A partir del siglo II ya puede detectarse el ascenso y jerarquía del
ministerio episcopal, al menos en algunas ciudades.

El episcopado durante el siglo II. Temprano en el segundo siglo podemos ver la distinción entre
obispos y presbíteros, especialmente en los escritos de Ignacio de Antioquía (50–115). Cada
congregación era gobernada por un ministerio a la cabeza del cual estaba el obispo, seguido por los
presbíteros y los diáconos. Más tarde en el siglo II, Ireneo de Lión y Tertuliano de Cartago dieron
testimonio del ministerio de obispos diocesanos, sobre una región geográfica que más o menos se
correspondía con las diócesis administrativas del Imperio Romano. Estos obispos eran
sobreveedores sobre un grupo de congregaciones locales en un área geográfica determinada. A su
vez, se los consideraba como los legítimos sucesores de los apóstoles, con todo lo que ello implicaba
en términos de autoridad espiritual.

Ireneo de Lión: “Por lo tanto, esto está al alcance de todos, en cada iglesia que desea ver la
verdad, contemplar claramente la tradición de los apóstoles manifestada a través de todo
el mundo; y estamos en posición de reconocer a aquellos que fueron instituidos por los
apóstoles como obispos en las iglesias, y [demostrar] la sucesión de estos hombres hasta
nuestro propio tiempo; aquellos que ni enseñaron ni sabían nada parecido a lo que
entusiasma a estos [herejes].… Porque ellos estaban deseosos de que estos hombres fuesen
bien perfectos e intachables en todas las cosas, a quienes ellos también estaban dejando
atrás como sus sucesores, entregando su propio lugar de gobierno a estos hombres;
hombres que, de cumplir sus funciones honestamente, serían de gran beneficio a la iglesia,
pero si caían, serían la peor calamidad.”

El episcopado durante el siglo III. Para mediados del siglo III, el mono-episcopado estaba bien
establecido y era el eje de la realidad institucional de la Iglesia en todo el mundo cristiano. Para este
tiempo ya estaba también fijada la idea del sacerdocio (el sacerdote actuaba como un mediador
entre Dios y los seres humanos) y del culto como un sacrificio. Para entonces ya comenzaba a
afirmarse la primacía del obispo de Roma por sobre los obispos en otras regiones. Nadie como
Cipriano de Cartago (c. 195–258) ayudó más a fortalecer estos conceptos con sus enseñanzas.

Cipriano de Cartago: “El que habla aquí (Juan 6:67–69) es Pedro, sobre el que había sido
edificada la Iglesia, enseñando y mostrando en nombre de la Iglesia, que, a pesar de que la
muchedumbre rebelde y soberbia de los que no quieren escuchar ni obedecer se aleje, la
Iglesia, sin embargo, no se aparta de Cristo; y ellos son la Iglesia, quienes son un pueblo
unido al sacerdote (obispo), y el rebaño que se adhiere a su pastor. Por eso, debes saber
que el obispo está en la iglesia, y que la Iglesia está en el obispo; y que si alguno no está con
el obispo, el tal no está en la Iglesia, y que en vano se lisonjean aquellos que se infiltran, sin
tener paz con los sacerdotes (obispos) de Dios, y piensan que se pueden comunicar
secretamente con algunos; cuando la Iglesia, que es católica y una, no está dividida ni
partida, sino que está realmente bien conectada y ligada con el vínculo de los sacerdotes
(obispos), que están unidos entre sí.”

El episcopado durante el siglo IV. Para el siglo IV aparecen los obispados metropolitanos
(arzobispados) y los patriarcas que gobernaban sobre toda una región más amplia. A comienzos del
siglo, en ocasión del Concilio de Nicea (325), se ve a los obispos metropolitanos (arzobispos) que,
en razón de su ubicación en centros más poblados, ganaron ascendencia sobre los chorepiscopi
(obispos rurales). Desde mediados del siglo (341), se había mandado que en cada provincia del
Imperio, el obispo de la ciudad principal o metrópoli tuviera superioridad sobre los obispos del
interior de la provincia. Para fines del siglo IV, en ocasión del Concilio de Calcedonia (381), ya se ve
el surgimiento de los patriarcas territoriales. A éstos se les reconocía un honor especial por ser los
obispos de las ciudades principales del Imperio Romano: Roma, Alejandría, Antioquía,
Constantinopla y Jerusalén, que eran las sedes episcopales más importantes en Oriente y Occidente.

El episcopado durante el siglo V. Para mediados del siglo V, la supremacía del obispo de Roma
era indiscutible. León I, en ocasión del Concilio de Calcedonia (451), pretendió autoridad sobre toda
la Iglesia y las demás sedes episcopales en base a la teoría de la sucesión apostólica y el primado de
Pedro.

_ Factores que contribuyeron a la supremacía del obispo de Roma


Un supuesto fundamento bíblico. Las pretensiones del obispo de Roma descansaban sobre la
afirmación de que Pedro había recibido autoridad sobre toda la Iglesia de parte de Jesús mismo. En
base a Mateo 16:17–19, se argumentaba que Pedro tenía el “primado,” es decir, el primer lugar
entre todos los obispos cristianos, por ser la “roca” sobre la cual el Señor edificaba su Iglesia y por
haber recibido la autoridad de atar y desatar (perdonar pecados). En base a Juan 21:15–17, se
argumentaba que Pedro era el pastor principal de la Iglesia, que tenía la tarea de alimentar, cuidar
y vigilar todas las ovejas del rebaño de Cristo en todo el mundo. En base a Lucas 22:31–32, se
argumentaba que Pedro, después de haber sido restaurado por Cristo de sus errores, era el maestro
principal de la cristiandad. Estos argumentos fueron sostenidos por primera vez por León I, quien
bien puede ser considerado como el primer papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

El argumento de la sucesión apostólica. La enseñanza de que los apóstoles transmitieron su


autoridad a sus sucesores llevó a la conclusión de que la autoridad suprema de Pedro había sido
transferida a los obispos de Roma, que lo sucedieron en su ministerio en la ciudad más importante
del Imperio. Fue a partir del siglo V que la pretensión romana de autoridad basada en la tradición
del primado petrino se sostuvo con consistencia y continuidad hasta hoy.

El martirio de Pedro y Pablo en Roma. La persecución bajo el emperador Nerón dio a la Iglesia
romana un lugar prominente en virtud de los sufrimientos padecidos por los cristianos en aquella
ciudad. Más tarde, con el surgimiento de la veneración de los mártires, Roma ganó un prestigio
especial como el lugar de las muertes de dos de los apóstoles principales: Pedro y Pablo.

La población de Roma. Como capital del Imperio Romano, la ciudad contaba con una muy
numerosa población. El número de cristianos era también importante, especialmente hacia
mediados del siglo V. El peso demográfico de Roma contribuyó a la exaltación del obispo de esa
ciudad.

El traslado de la capital del Imperio a Constantinopla. Después del Edicto de Milán (313), los
emperadores buscaron el consejo de los obispos de Roma, especialmente en cuestiones de carácter
religioso. Con el traslado de la capital imperial a Constantinopla (330), la Iglesia de Roma y su obispo
quedaron como los únicos factores de poder y de orden social en todo Occidente, lo cual aumentó
su prestigio e influencia.
Idioma y cultura. El mundo occidental de habla y cultura latina, conducido por el obispo de
Roma, resultó ser mucho más pragmático y eficiente que el mundo oriental de cultura griega. Los
intrincados dilemas teológicos que enredaban a la Iglesia en el Este de habla griega, no
entretuvieron a los teólogos latinos. El latín no era tan sutil como el griego para expresar significados
precisos, y los líderes occidentales se ocuparon más de cuestiones prácticas que especulativas.
Mientras los teólogos en Oriente se enredaban en controversias interminables, los obispos de Roma
iban construyendo de manera persistente su estructura y poder políticos.

Ubicación estratégica. De las cinco sedes patriarcales (Constantinopla, Jerusalén, Antioquía,


Alejandría y Roma), sólo Roma estaba en la mitad occidental del Imperio Romano. De este modo, el
obispo de Roma pudo ejercer su autoridad, sin competencias, sobre un territorio mayor que el de
cualquier otro patriarca.

Alcance misionero. Algunos obispos de Roma, como Gregorio I (540–604), tuvieron un interés
misionero mucho más profundo que otros patriarcas de otras regiones. En general, alentaron
trabajos misioneros exitosos entre las tribus bárbaras del norte, que por entonces admiraban todo
lo que fuese romano. Los patriarcas orientales fueron mucho menos exitosos en materia
evangelizadora y misionera. No lograron penetrar con el testimonio cristiano el mundo persa, y más
tarde, el mundo musulmán.

Las invasiones bárbaras. El colapso del Imperio Romano de Occidente bajo las invasiones
bárbaras dejó a la Iglesia como la principal fuerza integradora de la sociedad, tanto dentro del
Imperio como entre los bárbaros “cristianizados” (arrianos). En 404 se trasladó la sede imperial
occidental de Roma a Rávena, con lo cual el obispo de Roma controló la ciudad como único
representante del genio romano. Fue el obispo romano Inocencio I, que gobernó la ciudad del 402–
417, el único poder político y civil que enfrentó a Alarico y tuvo que sobrevivir al saqueo de la ciudad.
Los obispos romanos confrontaron a los bárbaros invasores con la firmeza de su convicción de que
eran los pastores de toda la cristiandad y defensores de la civilización romana. León I, papa desde
440–461, enfrentó a Atila y los hunos cuando éstos estaban por atacar Roma, y logró que levantaran
su asedio.

La conquista del Islam. Con el surgimiento del Islam y las invasiones árabes en el siglo VII, se
perdieron los territorios que controlaban las otras sedes patriarcales. Antioquía, Jerusalén y
Alejandría quedaron bajo el islamismo, y Constantinopla padeció una permanente presión y
amenaza. Al no tener otras sedes que le hicieran competencia, el obispo de Roma incrementó su
autoridad y prestigio.

CUADRO 15 - DEFENSORES DE LA FE

Apologistas Polemistas
Convertidos del paganismo Criados en una cultura cristiana

Confrontaron persecusión externa Confrontaron herejías internas.

Usaron básicamente el AT. Usaron básicamente en NT.

Defendieron o explicaron la fe cristiana. Atacaron las ideas y doctrinas heréticas

Literatura apologética o dialógica Literatura polémica o controversial.

EL PROBLEMA DE LAS CONTROVERSIAS TEOLÓGICAS

_ La necesidad de una teología cristiana


La necesidad de reflexionar sobre su fe fue impuesta sobre los cristianos por la oposición pagana
externa y las filosofías que internamente querían minarla. Esta batalla comenzó bien temprano. El
cristianismo comenzó con el testimonio de Jesús como el Hijo de Dios, y la deidad de Cristo fue la
base de su fe. Pero esta creencia tenía implicaciones que debían ser explicadas y defendidas.

Mientras Jesús estaba presente en la carne con sus discípulos, éstos lo consideraron como una
gran personalidad, con cualidades extraordinarias. Marcos presenta a un hombre fuera de serie
(“¿Quién es éste?”, Mr. 4:41). Pero luego de la resurrección, ese hombre admirable se transformó
para los discípulos en el Hijo de Dios. Por eso, la predicación de la Iglesia primitiva fue una
predicación de la resurrección, y sobre esta doctrina se fundó el cristianismo. La doctrina cristiana
más temprana surgió como un intento por explicar la experiencia de los primeros discípulos con el
Cristo resucitado.

_ Las primeras controversias


Durante el período de los comienzos del cristianismo (hasta el año 100), la literatura del canon
del Nuevo Testamento todavía no estaba organizada. Las iglesias utilizaban el Antiguo Testamento
y con él fundamentaban sus creencias. De todos modos, las iglesias crecían sin mayores problemas
doctrinales y conservaban con pureza la enseñanza apostólica (Hch. 2:42).
Las doctrinas capitales de la predicación apostólica, en el orden en que generalmente las
enseñaban, fueron: (1) hay un solo Dios verdadero (1 Ts. 1:9; Hch. 14:15); (2) Jesús es el Hijo de Dios
(1 Ts. 1:10), que resucitó y es el Salvador. Fue en torno a la segunda doctrina donde se presentaron
los primeros problemas. La primera cristología (doctrina de Cristo) era mesiánica, es decir, Jesús era
el Mesías de las esperanzas judías. Pero pronto se planteó el problema de interpretación entre el
Cristo que los discípulos conocieron en su vida terrenal y el Cristo resucitado y ascendido, que era
predicado a quienes no fueron testigos presenciales de su vida y ministerio. No era difícil pensar en
un Cristo sufriente, pero ese Cristo había sido glorificado con la resurrección, y en un mundo de
cultura griega, esto resultaba en una creencia escandalosa. La cristología de Pablo resuelve esta
oposición combinando conceptos hebreos y gentiles, y en sus cartas el apóstol habla del Siervo
sufriente y del Señor exaltado.

Otro foco de conflicto fueron los judaizantes que insistían en que los cristianos debían guardar
toda la Ley de Moisés. En respuesta a éstos, Pablo escribió Gálatas y Romanos, donde expone acerca
de Jesús y de cómo salva, desarrollando la doctrina de la salvación por gracia mediante la fe. Ante
dudas respecto a la vida después de la muerte, Pablo escribió 1 Corintios, donde considera el tema
de la resurrección del cuerpo.

A partir del segundo siglo aparecen las primeras herejías (“partidos”) entre las que se pueden
mencionar las siguientes:

Ebionitas (herejía judía). Los ebionitas fueron los continuadores de los judaizantes del Nuevo
Testamento. Confesaban a Jesús como el Mesías, incluso algunos como el más grande de los
profetas, pero no reconocían su divinidad y exigían la observancia estricta de la Ley. Esta herejía
continuó por largo tiempo, ya que Jerónimo (c. 340–420) a comienzos del siglo V habla de ellos.

Docetistas (herejía gentil). Los docetistas aparecieron a fines del período neotestamentario.
Consideraban a Dios como remoto y no interesado en el mundo. Si Jesús estaba identificado con
Dios, entonces no sufrió en la cruz, porque Dios no puede sufrir. Además, no tuvo hambre, no se
enojó, ni puede haber tenido un cuerpo, porque la materia es imperfecta. Para ellos el Jesús humano
era como un fantasma. No podían pensar de otra manera ya que partían del concepto griego de
Dios como trascendente e impasible, un Dios remoto y demasiado puro como para contaminarse
con el mundo material e imperfecto. Juan los ataca por su negación del cuerpo de Jesús (2 Jn. 7; 1
Jn. 1:1–3; 4:1–3). Jerónimo dice: “La sangre de Cristo todavía estaba fresca en Judea, cuando ya se
decía que su cuerpo era un fantasma.” Es por esto que el docetismo fue también conocido como
“fantasmismo.”

Adopcionistas (herejía judía y gentil). Los adopcionistas quisieron resolver el problema de la


relación de Cristo con el Padre, para evitar lo que les parecía era politeísmo (creencia en varios
dioses) y afirmar la unidad de Dios. Para ellos, sólo podía haber un solo ser Supremo. Por eso, se los
llamó “monarquianos”.

Hubo dos tipos de monarquianos. (1) Dinamistas o adopcionistas, que enseñaban que Jesús fue
un poder o una emanación de Dios, un hombre tan bueno que Dios lo “adoptó” como su Hijo en una
forma especial. (2) Modalistas o sabelianos, que enseñaban que las tres personas de la Trinidad no
son tres existencias o personalidades separadas, sino sólo tres modos de la existencia de una sola
personalidad divina. Sabelio (c. 265) enseñó en Roma en el tercer siglo y gozó de amplia popularidad.
Según él, Dios desempeñó tres papeles en la historia: primero como Padre Creador, que se reveló
en las Escrituras judías; segundo, como Hijo, que se reveló en el Jesús histórico; y, tercero, como
Espíritu Santo, que es la forma en que ahora debe ser adorado.

_ Las controversias trinitarias


Con la conversión de Constantino, muchos paganos se bautizaron sin ser verdaderamente
convertidos, y con ellos penetró en la Iglesia la idea pagana de Dios, que llevó a la primera herejía
seria: el arrianismo. Arrio (256–336) era un presbítero en Alejandría, que tuvo una discusión con el
obispo Alejandro (¿-328) en el año 318, por causa de un sermón que éste último predicó sobre la
divinidad de Cristo. La cuestión fundamental que abordó Alejandro era cómo podemos creer en un
solo Dios y aceptar la divinidad de Cristo. Arrio replicó diciendo que sólo Dios el Padre es eterno y
verdadero. Padre e Hijo no pueden ser iguales porque “hijo” significa que tuvo un comienzo, es
decir, hubo un momento cuando Cristo no existió. Arrio pensó que facilitaría la comprensión de la
fe cristiana a los paganos, puesto que éstos creían en semidioses. Esperaba hacerlo enseñando que
Dios es Dios, uno y único, y que Cristo no es ni Dios ni hombre, sino alguien en el medio, como los
semidioses paganos. Arrio fue excomulgado y la Iglesia se dividió porque la enseñanza arriana tuvo
una rápida difusión y se popularizó.

En el año 324, Constantino, que temía ver quebrantada la unidad del cristianismo y de su
Imperio por causa de este problema doctrinal, quiso intervenir. Lo hizo enviando a Osio (c. 257–
358), obispo de Córdoba (España), para arreglar la disputa, pero éste fracasó. El emperador, por
recomendación suya, convocó para debatir el tema a un concilio general, que se reunió en Nicea en
el año 325. Trescientos dieciocho obispos se reunieron. Se presentaron tres posiciones en cuanto a
la relación del Padre con el Hijo: (1) el Hijo era de la misma sustancia del Padre (omousios); (2) el
Hijo era de una sustancia diferente de la del Padre (heterousios); (3) el Hijo era de una sustancia
similar a la del Padre (omoiousios).

Atanasio (296–372), diácono del obispo de Alejandría, jugó un papel principal al definir que
Cristo es una esencia con el Padre. El arrianismo fue condenado, pero la controversia no terminó. A
veces los arrianos parecieron ganar, incluso contando con el favor imperial. Atanasio fue exiliado
varias veces de Alejandría, pero su posición finalmente tuvo éxito en occidente.

Atanasio: “Todo el que quiere ser salvo, antes que todo es necesario que tenga la verdadera
fe cristiana. Y si alguno no la guardare íntegra e inviolada, es indudable que perecerá
eternamente. Y la verdadera fe cristiana es ésta: que veneremos a un solo Dios en la
Trinidad, y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni dividiendo la sustancia.
Una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo. Pero una sola es la
divinidad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; igual es la gloria, y coeterna la majestad.
Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo,
increado el Espíritu Santo. El Padre es inmenso, el Hijo es inmenso, el Espíritu Santo es
inmenso. El Padre es eterno, el Hijo es eterno, el espíritu Santo es eterno. Sin embargo, no
son tres eternos, sino un Eterno. Como tampoco son tres increados, ni tres inmensos, sino
un Increado y un Inmenso. Igualmente, el Padre es todopoderoso, el Hijo es todopoderoso,
el Espíritu Santo es todopoderoso. Sin embargo, no son tres todopoderosos, sino un
Todopoderoso. Así que el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Sin
embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios.

Asimismo, el Padre es Señor, el Hijo es Señor, el Espíritu Santo es Señor. Sin embargo,
no son tres señores, sino un solo Señor. Porque, así como somos compelidos por la verdad
cristiana a confesar a cada una de las tres personas por sí misma, Dios y Señor, así nos
prohíbe la religión cristiana decir que son tres dioses y tres señores.

El Padre no fue hecho por nadie, ni creado, ni engendrado. El Espíritu Santo es del Padre
y del Hijo; ni hecho, ni creado, ni engendrado, sin precedente. Así que es un Padre, no tres
padres; un Hijo, no tres hijos; un Espíritu Santo, no tres espíritus santos. Y en esta Trinidad
ninguno es primero o postrero; ninguno mayor o menor; sino que todas las tres personas
son coeternas juntamente y coiguales; así que en todas las cosas, como queda dicho, debe
ser venerada la Trinidad en la unidad, y la unidad en la Trinidad. Quien, pues, quiere ser
salvo, debe pensar así de la Trinidad.

Además, es necesario para la salvación que se crea también fielmente en la encarnación


de nuestro Señor Jesucristo. Ésta es, pues, la fe verdadera, que creamos y confesemos que
nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y hombre; Dios de la sustancia del Padre,
engendrado antes de los siglos; y hombre de la sustancia de su madre, nacido en el tiempo;
perfecto Dios y perfecto hombre, subsistiendo de alma racional y de carne humana; igual al
Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad; quien, aunque es Dios y
hombre, sin embargo no son dos, sino un solo Cristo; uno empero, no por la conversión de
la divinidad en carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios; absolutamente uno, no
por la confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona.

Porque como el alma racional y la carne es un hombre, así Dios y el hombre es un Cristo;
quien padeció por nuestra salvación; descendió al infierno, al tercer día resucitó de los
muertos; subió al cielo; está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; de donde va
a venir a juzgar a los vivos y a los muertos; en cuya venida todos los hombres han de
resucitar con sus cuerpos; y han de dar cuenta de sus propias obras. Los que hicieron bien,
irán a la vida eterna; pero los que hicieron mal, al fuego eterno. Ésta es la verdadera fe
cristiana; que si alguno no la creyere firme y fielmente, no podrá ser salvo.”

El Credo de Nicea niega el viejo concepto griego o gnóstico de Dios y establece la creencia
correcta en las tres personas de la Trinidad, centrando la atención sobre la relación del Padre y el
Hijo: Cristo es totalmente divino, de la misma esencia y sustancia del Padre.
Credo Niceno: “Creemos en un Dios Padre todopoderoso, hacedor de todas las cosas
visibles e invisibles. Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito
del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de
Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las
cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien
para nosotros los hombres y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo
hombre, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.

Y en el Espíritu Santo.

A quienes digan, pues, que hubo (un tiempo) cuando el Hijo de Dios no existió, y que
antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue
formado de otra sustancia (hipóstasis) o esencia (usía), o que es una criatura, o que es
mutable o variable, a éstos anatematiza la Iglesia católica.”

_ Las controversias cristológicas


Estas controversias tuvieron que ver con la persona de Cristo. El primer problema había sido
cómo tres personas podían ser un Dios. Ahora, a comienzos del siglo V, se discutía cómo dos
naturalezas (divina y humana) podían estar en Cristo. Había tres puntos de vista asociados a tres
escuelas.

La escuela de Antioquía. Esta línea de pensamiento enfatizaba la realidad de la naturaleza


humana y olvidaba la divinidad de Cristo. En razón de una fuerte influencia judía, mantenía
separadas las dos naturalezas. Un destacado representante de esta escuela de pensamiento fue
Nestorio (m. 451), que fue monje y presbítero en Antioquía y luego obispo de Constantinopla en el
año 428. Sus enemigos lo acusaron de herejía y fue excomulgado por el Concilio de Éfeso (431),
porque se opuso al culto a María y rechazó el título “Madre de Dios” (theotokos) como irreverente.
Según él, había que separar las naturalezas: una era la naturaleza del ser humano que nació de
María, y otra la del ser divino que habitaba en él. Sus seguidores enseñaron que en Cristo un hombre
y Dios se unieron sin mezclarse, y que Cristo era realmente dos personas: una divina y otra humana.

La escuela de Alejandría. Esta línea de pensamiento enfatizaba la divinidad de Cristo


minimizando su humanidad. Uno de los exponentes de esta línea de interpretación fue Apolinario
(m. 392), obispo de Laodicea (360), que era sirio de nacimiento pero alejandrino de pensamiento.
Fue un hombre abnegado, estudioso y reputado como un gran erudito. Comenzó su reflexión con la
divinidad perfecta y completa de Cristo, señalando que sólo Dios puede salvar al mundo. Si Cristo
es el Salvador, entonces debe ser divino por necesidad. Su error vino cuando quiso especificar el
modo preciso de la encarnación y afirmó que en la personalidad de Cristo no hay un espíritu o mente
humana, porque el lugar del espíritu en Cristo fue ocupado por el Logos. Así, según él, Cristo fue
Logos, cuerpo y alma. El Logos vivía una vida divina en la carne humana. Apolinario fue condenado
por varios concilios, especialmente por el de Constantinopla, en el año 381.
Otro exponente de la escuela alejandrina fue Eutiques (378–454), un monje anciano e ignorante,
que enseñó una cristología apolinarista. Sostenía que la naturaleza humana en Cristo había sido
absorbida por la naturaleza divina, de manera tal que el cuerpo mismo de Cristo no fue de la misma
esencia que el nuestro, sino que fue un cuerpo divino. Según él, Cristo tuvo dos naturalezas antes
de la encarnación y una sola después. Fue condenado por el Concilio de Calcedonia en el año 451,
el más grande de todos los concilios, porque terminó con las controversias cristológicas.

La escuela de Roma. Esta línea de pensamiento enfatizaba los aspectos prácticos de la vida
cristiana. Los teólogos latinos no comenzaron con la vida interior de Dios, sino con la vida humana,
pensando del ser humano como una persona pecadora y necesitada de salvación, y preguntándose
cómo podía ser perdonado. El énfasis en Occidente estaba puesto sobre el pecado y la gracia. El ser
humano está ante Dios como un deudor que no puede pagar; Cristo viene al mundo y paga la deuda.
Por ser Dios, puede actuar como mediador; por ser hombre, puede pagar la deuda; por ser tanto
Dios como hombre, puede ser el Salvador. Desde Tertuliano de Cartago hasta Agustín de Hipona
(354–430), los cristianos occidentales pensaban así.

Este concepto fue presentado por León I (390–461), obispo de Roma, a través de una carta suya
conocida como el “Tomo,” que fue leída en el Concilio de Calcedonia. La carta entusiasmó a los
obispos asistentes, que se pusieron de pie y gritaron: “¡Pedro ha hablado!” Influido por esta carta,
el concilio aprobó la “Definición de Calcedonia” que, dejando de lado el cómo de la cuestión, afirmó
las dos naturalezas de Cristo (divina y humana). La Definición no resolvió el misterio, pero sí lo
definió y aclaró, estableciendo en forma definitiva la comprensión doble de la naturaleza de Cristo.

CUADRO 16 - LOS GRANDES CONCILIOS UNIVERSALES O ECUMÉNICOS

LUGAR FECHA EMPERADOR PARTICIPANTES RESULTADOS

NICEA 325 Constantino Arrio Alejandro Declaró al Hijo


Eusebio de homoousios (co-
Nicomedia Eusebio igual,
de Cesarea Osio consubstancial y
Atanasio co-eterno) con el
Padre. Condenó a
Arrio. Redactó la
forma original del
Credo de Nicea.

CONSTANTINOPLA 381 Teodosio Melecio de Confirmó


Antioquía Gregorio resultados del
Concilio de Nicea.
Nacianceno Produjo el Credo
Gregorio de Niza de Nicea revisado.
Terminó con la
controversia
trinitaria. Afirmó la
deidad del Espíritu
Santo. Condenó el
apolinarianismo.

EFESO 431 Teodosio II Cirilo Nestorio Declaró herético al


nestorianismo.
Aceptó por
implicación la
cristología
alejandrina.
Condenó a Pelagio.

CALCEDONIA 451 Marciano León I Dióscoro Declaró las dos


Eutiques naturalezas de
Cristo sin mezcla,
sin cambio,
indivisibles,
inseparables.
Condenó
eutiquianismo

CONSTANTINOPLA 553 Justiniano Eutoquio Condenó los “Tres


Capítulos” para
ganar el apoyo de
los monofisitas.
Afirmó la
interpretación de
Cirilo de la
“Definición de
Calcedonia”.
CONSTANTINOPLA 680–681 Constantino IV Rechazó el
monotelismo.
Condenó al papa
Honorio (m. 638)
como hereje.

NICEA 787 Constantino VI Declaró como


legítima la
veneración de
íconos y estatuas.

Definición de Calcedonia: “Siguiendo pues a los santos Padres, enseñamos todos a una voz
que ha de confesarse uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el cual es perfecto en
divinidad y perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de alma racional
y cuerpo; consubstancial al Padre según la divinidad, y asimismo consubstancial a nosotros
según la humanidad; semejante a nosotros en todo, pero sin pecado; engendrado del Padre
antes de los siglos según la divinidad, y en los últimos días, y por nosotros y nuestra
salvación, de la Virgen María, la Madre de Dios (theotokos), según la humanidad; uno y el
mismo Cristo Hijo y Señor unigénito, en dos naturalezas, sin confusión, sin mutación, sin
división, sin separación, y sin que desaparezca la diferencia de las naturalezas por razón de
la unión, sino salvando las propiedades de cada naturaleza, y uniéndolas en una persona o
hipóstasis; no dividido o partido en dos personas, sino uno y el mismo Hijo Unigénito, Dios
Verbo y Señor Jesucristo, según fue dicho acerca de él por los profetas de antaño y nos
enseñó el propio Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Credo de los Padres.”

_ La controversia pelagiana
Esta controversia tuvo dos protagonistas principales: Pelagio y Agustín de Hipona.

Pelagio (c. 370–440). Pelagio fue un monje británico muy hábil e instruido, que se estableció en
Roma hacia el año 400 y que fue seguido en sus ideas por Celeste y Juliano. Los pelagianos afirmaban
que el ser humano se reconcilia con Dios haciendo uso de su capacidad natural de escoger entre el
bien y el mal. El ser humano tiene poder para hacer lo bueno, decían, de otro modo Dios no le
hubiese dado la Ley para que la cumpliese. Además, no hay nada en el ser humano que lo lleve a
pecar y es posible que pueda llevar una vida sin pecado.

Los pelagianos rechazaban la idea del pecado original o de la inclinación pecaminosa transmitida
de padres a hijos, señalando que la caída de Adán no afectó a su posteridad. Para ellos, la muerte
no es una consecuencia del pecado, sino una necesidad del organismo, y el bautismo infantil es
innecesario y la gracia divina también. La doctrina del pecado original, según era enseñada por aquel
entonces, se contradecía. “Si el pecado es natural, no es voluntario; si es voluntario, no es innato.
Estas dos definiciones son tan mutuamente contrarias como son la necesidad y la (libre) voluntad.”
Incluso después de pecar, la voluntad permanece tan libre como era antes de que el pecado fuese
cometido, porque según los pelagianos el ser humano tenía “la posibilidad de cometer pecado o de
refrenarse del pecado.”

Ellos explicaban la universalidad del pecado señalando a la naturaleza sensual, que si bien es
totalmente inocente en sí misma, es la ocasión para la tentación y el pecado. No tuvieron un
concepto de la unidad ética de la raza humana y del individuo. Según Celeste, el concepto de pecado
debe desarrollarse tomando en cuenta los siguientes hechos: (1) Adán fue creado mortal y hubiese
muerto de todos modos, ya sea que hubiese pecado o no pecado; (2) el pecado de Adán lo dañó
sólo a él y no a toda la raza humana; (3) la Ley lleva al reino (de los cielos), así como lo hace el
evangelio; (4) incluso antes de la venida de Cristo hubo seres humanos sin pecado; (5) los niños
recién nacidos están en el mismo estado en que estaba Adán antes de su trasgresión; (6) toda la
raza humana no muere a través de la muerte y trasgresión de Adán, ni resucita nuevamente a través
de la resurrección de Cristo.

Según Pelagio, el pecado “es llevado a cabo por imitación, cometido por la voluntad, denunciado
por la razón, manifestado por la Ley, y castigado por la justicia.” Con estos conceptos, Pelagio quería
evitar la idea del pecado como hereditario. Según él, el pecado no es una necesidad universalmente
trágica, sino una cuestión de un mal ejercicio de la libertad humana.

Además, los pelagianos no creían en una gracia divina real; no concebían la gracia como una
influencia divina en el ser humano. La gracia era una suerte de iluminación de la razón del ser
humano, que le permitía descubrir la voluntad de Dios de tal manera que en su propio poder podía
escoger y actuar conveniente y correctamente.

La gracia tenía para Pelagio un cuádruple contenido: (1) doctrina y revelación, (2) revelación del
futuro con sus recompensas y castigos, (3) demostración de las trampas del diablo, y (4) “iluminación
por el multiforme e inefable don de la gracia celestial.”

Los pelagianos creían que la función de Cristo era doble: (1) proporcionar el perdón de los
pecados en el bautismo a aquellos que creen, y (2) dar un ejemplo de vida sin pecado no sólo
evitando cometer los pecados sino también evitando las ocasiones de cometerlos mediante el
ascetismo. La gracia es idéntica a la remisión general de los pecados en el bautismo. Una vez que la
persona está bautizada, la gracia carece de sentido ya que a partir de allí el ser humano es capaz de
hacer todo por su cuenta.

Agustín de Hipona (354–430). El antagonista de Pelagio fue Agustín de Hipona, quien después
de haber pasado por el maniqueísmo, el escepticismo y el neoplatonismo tuvo una profunda
experiencia de conversión cristiana. Sus enseñanzas más importantes han ejercido una notable
influencia sobre el desarrollo de la teología cristiana occidental. Según él, el ser humano original era
justo, sin pecado y libre. Adán tenía la libertad de no caer, de no morir, de no alejarse del bien;
estaba en paz, libre de todo deseo y necesidad. Pero podía usar su libertad en la dirección
equivocada, es decir, podía pecar y morir. De hecho, Adán era libre cuando cayó. La razón de su
caída no fue externa sino interna. Según Agustín, el pecado es esencialmente pecado espiritual: el
ser humano quería ser y permanecer por sí mismo, sin la asistencia de su Creador.

La caída de Adán fue debida a su orgullo (soberbia), y significó la pérdida de la libertad y la


pureza original. Su voluntad se tornó mala, la mente se hizo carnal, perdió el control propio y en
consecuencia la ayuda de la gracia divina, y quedó solo. Agustín afirma: “El principio de todo pecado
es el orgullo; el principio del orgullo es el alejamiento de Dios por parte del ser humano.” Ahora, el
pecado de Adán fue el pecado de toda la raza humana. Los niños están incluidos en esta condición
de pecado y sólo se salvan si son bautizados. El pecado de Adán es, pues, hereditario porque todos
los seres humanos existían potencialmente en Adán, en su poder de procreación. En este sentido,
todos los seres humanos participamos en su decisión libre y, en consecuencia, somos culpables.
Adán introdujo la libido, el deseo, en el proceso de la generación sexual, y este elemento pasó, por
herencia, a toda su posteridad. Es por esto que todos los seres humanos nacen del mal deseo sexual.

La restauración del ser humano pecador viene sólo por la gracia, que es absolutamente
necesaria. Esta gracia es gratia data (gracia otorgada sin mérito alguno por parte del ser humano
pecador). Ella comienza con el bautismo, que como sacramento (es decir, medio de gracia) quita el
pecado original. La transformación resulta de la influencia divina sobrenatural sobre la voluntad. La
gracia es irresistible y predestinadora, porque cambia el corazón del ser humano para que escoja
con libertad las cosas espirituales. De este modo, la persona se convierte no porque quiere, sino
que quiere porque se convierte. Además, Dios concede a los predestinados para la salvación el don
de la perseverancia. El creyente puede caer, pero no permanentemente, porque la gracia de Dios
es irresistible.

El pelagianismo fue rechazado en el año 418 en el Sínodo de Cartago, que excomulgó a Celeste;
y luego, en el Concilio de Éfeso en el año 431. Pero esto no significó la aceptación del agustinianismo.
Lo que más se rechazaba en Agustín era su concepto de la predestinación.

EL PROBLEMA DE LA MUNDANALIDAD

_ El movimiento monástico
El monasticismo, en general, puede ser considerado como un movimiento de renovación
espiritual, que comenzó como protesta contra la mundanalidad imperante en la Iglesia en los
tiempos de prosperidad y tranquilidad. Desde un comienzo, las comunidades cristianas honraron la
opción por la virginidad y la castidad por amor al reino de Dios. Esta opción se fundamentaba en la
enseñanza de Jesús (Mt. 19:22, 30) y de Pablo (1 Co. 7). Las primeras evidencias de una vida
consagrada, es decir, dedicada totalmente al servicio de Dios y el prójimo, son las viudas de 1 Ti. 5
y las cuatro hijas de Felipe, vírgenes que tenían un ministerio profético (Hch. 21:8–9).

En los siglos II y III, se multiplicaron los casos de hombres y mujeres que escogían la vía del
ascetismo y la castidad como manera de servicio a Dios. A esta motivación se agregaban otras:
disconformidad con la inmoralidad prevaleciente (varones) y liberarse de la opresión del
matrimonio patriarcal (mujeres). No existía todavía un hábito identificatorio y las personas seguían
viviendo con sus familias, pero en pobreza, llevando a cabo obras de misericordia, meditando en las
Escrituras y dedicando bastante tiempo a la oración y la contemplación. En el siglo III aparece el
tema del matrimonio con Cristo y un énfasis mayor sobre la abstención del matrimonio y el retiro
del mundo malo.

Sobre la base de la vida ascética, tanto de hombres como mujeres, se edifica lo que puede ser
considerado como el primer estadio de la vida monacal: el anacoretismo. En ocasión de las
persecuciones sistemáticas contra el cristianismo (Decio y Diocleciano), muchos cristianos
abandonaron las ciudades y se fueron a vivir al desierto, donde permanecieron incluso después de
terminadas las persecuciones. Allí vivieron una vida solitaria y ascética. Una vez que el martirio ya
no era estimado como el ideal del cristiano perfecto, la vida monacal se convirtió en el substituto
del martirio. Los monjes se transformaron en los herederos de los mártires, al interpretar así el ideal
de la imitación de Cristo. Si antes se imitaba a Cristo en su muerte con el martirio, ahora se lo imitaba
en su vida consagrándose a la ascesis.

_ Los monjes del desierto


A mediados del siglo tercero, algunos hombres, en Egipto y Siria, comenzaron a “abandonar el
mundo” y a vivir como ermitaños y anacoretas cristianos. Hubo varios personajes que alcanzaron
un gran nivel de notoriedad y popularidad, especialmente en Egipto.

Antonio (251–356). El movimiento se inició en Egipto con Antonio, que en el año 270, siendo
muy joven, se fue al desierto a vivir solo, transformándose así en el padre de los ermitaños y
anacoretas del desierto egipcio. Con el tiempo se fueron agregando otros, pero viviendo solos, con
Antonio como padre espiritual y mentor. Cuando el cristianismo triunfó en el Imperio Romano en el
año 312, el movimiento recibió un ímpetu extraordinario. La Iglesia ya no era perseguida y ser
cristiano ahora no sólo era más seguro sino que también estaba de moda. La Iglesia misma se había
“mundanalizado” y muchos no eran otra cosa que cristianos nominales. En reacción contra esta
situación, algunos de los cristianos más sinceros siguieron el camino opuesto, yéndose a la soledad
del desierto para vivir su vida cristiana en santidad.

Las formas de esta vida anacoreta fueron diversas y algunas bien singulares. Algunos ermitaños
vivían sobre un árbol (dendritas), otros sobre una columna (estilitas), otros andaban desnudos
(adamitas), y aun otros imitaban a Juan el Bautista en su manera de vestir y sus hábitos alimenticios.
Todos ellos representaban un tipo de cristianismo popular y dramático. Las historias de estos
monjes del desierto están plagadas de relatos de luchas encarnizadas contra los demonios, de
domesticación de animales salvajes y de milagros y portentos asombrosos. Estos “monjes del
desierto” en sus cuevas o chozas iban preparando el camino para el monasticismo posterior, donde
los monjes vivirían en una comunidad bajo el gobierno de un abad y obedeciendo una regla
disciplinaria determinada.
Pacomio (286–346). Pacomio fue otro conocido monje egipcio, quien fue el padre de la vida
cenobítica, que consiste en una forma de vida común bajo un superior. Siendo joven fue forzado a
ingresar en el ejército romano. Los cristianos lo ayudaron a salir, y al quedar libre pidió el bautismo
y se hizo anacoreta. A él se debe la organización de las primeras comunidades de monjes o cenobitas
(hombres “que comparten una vida común”). Su hermana María estableció una comunidad para
mujeres. Hacia el año 350, Pacomio fundó el primer monasterio en Tabennisi (Egipto) y compuso
una regla con instrucciones para la vida en el monasterio. Diez años después de su muerte había
diez monasterios en varias partes de Egipto, y el movimiento se estaba extendiendo rápidamente a
Palestina, Siria y Mesopotamia. Había también monasterios de monjas o monjeríos. En Egipto los
monjes fueron personas simples, de lengua cóptica y de poca educación, y no tenían una estructura
legal muy precisa.

_ El monasticismo oriental
En Asia Menor los monjes tenían una mejor preparación que en Egipto. En esta región hubo
también algunos personajes que alcanzaron gran prestigio en razón de su vida consagrada y que
ejercieron una notable influencia no sólo en su generación sino también en el desarrollo futuro del
movimiento monástico.

Basilio de Cesarea (329–379). Fue uno de los monjes más famosos de esta región. Pertenecía a
una familia respetable de Capadocia, si bien consideraba que el trabajo manual debía acompañar a
la oración. Basilio creía que la vida en comunidad era lo mejor. Para él, el monje solitario era un
error. Además, asoció la vida monacal con el servicio a los necesitados y la tarea intelectual. Su regla,
formulada en el año 360, influyó mucho en los monasterios griegos hasta el día de hoy. Según él, el
ideal para la vida monástica era la primera comunidad de cristianos en Jerusalén (los ciento veinte
en el aposento alto). Él creía que el monasticismo era expresión de la sociedad cristiana ideal, y que
con el tiempo reemplazaría a la sociedad pecaminosa terrenal. El deber del monje era su obediencia
al abad, cuya responsabilidad era interpretar y aplicar a la vida cotidiana la regla suprema del
evangelio. La vida monástica estaba basada en una antropología platónica, que daba poco valor al
cuerpo humano y lo consideraba esencialmente malo. Esto explica su rigor ascético.

Efraín de Siria (c. 300–379). En Siria el monje más famoso fue Efraín, un gran escritor. Escribió
sobre la Biblia, la doctrina, la vida cristiana y, sobre todo, llegó a ser muy conocido por sus poemas
e himnos, todo esto en idioma siríaco. Algo digno de destacar de los monjes sirios es que fueron
extraordinarios misioneros. Fueron ellos quienes llevaron adelante la expansión oriental del
cristianismo, ya que fueron monjes persas los que llegaron a China en el año 635.

_ El monasticismo occidental
Las influencias del Este, el número creciente de vírgenes, los abusos, las tendencias a desarrollar
instituciones, junto a otros factores ayudaron al surgimiento y organización de la vida religiosa en
Occidente. Existían varias comunidades monacales en Roma alrededor del año 350, fundadas por
mujeres de alcurnia. Había también una liturgia para la dedicación de las vírgenes o una ceremonia
para la colocación del velo que las identificaba. Ambrosio de Milán sugiere que la virgen María era
un modelo para las vírgenes en la iglesia y su ministerio. Varios monjes se destacan en Occidente
por su fama y contribución al movimiento monacal.

Jerónimo (347–419). En el Occidente latino el monje más destacado fue Jerónimo, un hombre
bien preparado, que después de una seria enfermedad, tuvo una visión en la que se vio condenado
por Dios por ser más seguidor de Cicerón que de Cristo. Entonces, abandonó todo para hacerse
monje, primero en el desierto egipcio, y desde el año 368 en Belén, donde trabajó en una cueva
cercana al lugar del nacimiento de Jesús. Algunas personas que pertenecían a la aristocracia romana
lo siguieron, entre ellas una mujer llamada Paula, que dirigió un monasterio para mujeres en
Palestina, desde donde defendió la superioridad del estado de virginidad por sobre el matrimonio.

Con su pluma elocuente, Jerónimo atacó la mundanalidad del clero romano, y él mismo
renunció a los honores y altos cargos eclesiásticos que le ofrecieron prefiriendo una vida austera.
Después del saqueo de Roma por los godos en el año 410, muchos más se le unieron
desesperanzados del mundo. En Belén, Jerónimo se dedicó a la erudición y tradujo el Antiguo
Testamento del hebreo al latín, y revisó la versión latina antigua del Nuevo Testamento. Esta Biblia
latina es la Vulgata (que es la versión en el idioma “vulgar”), que desde el Concilio de Trento (1545–
1563) ha sido la versión oficial de la Iglesia Católica Romana. Se puede decir que Jerónimo, junto
con Agustín, fueron los constructores del cristianismo latino.

Agustín de Hipona (354–430). Nuevamente mencionamos a Agustín, pero esta vez como monje.
Después de su conversión, escogió vivir como monje e hizo que su clero secular adoptase las pautas
de la vida monástica. Éste fue el comienzo de una nueva tendencia en la iglesia occidental: la
asimilación del sacerdote al monje. Los sacerdotes eran escogidos con preferencia de entre los
monjes, y se les requería que adoptasen ciertos aspectos de la vida monástica, como el celibato. La
Regla de San Agustín, que consiste de su Regla (Regula ad servos Dei) completada con una carta que
dirigió a una monja (Carta 211), bosqueja observaciones y consejos generales sobre la vida religiosa
y ministerial.

Martín de Tours (m. 397). Fue el pionero de la vida monástica en Francia, donde estableció
monasterios en Tours y Poitiers. A su muerte existían en Francia más de dos mil monjes.

Juan Casiano (360–435). Venía de Rumania, y después de visitar monasterios en el Este, fundó
dos en Marsella (410): el de San Víctor para hombres y el de Santo Salvador para mujeres. Escribió
Las instituciones monásticas y las Conferencias, obras éstas que establecían un puente entre el
monasticismo de Oriente y el de Occidente. Para él, la discreción era la virtud monástica
fundamental.

Benito de Nursia (c. 480–c. 550). Benito es considerado como el patriarca de los monjes de
Occidente. Fue enviado de adolescente a estudiar a Roma, pero impactado por la inmoralidad de la
ciudad, se fue a vivir solo en una cueva en Subiaco. En 529, después de haber vivido en pequeños
grupos con algunos seguidores, Benito construyó un monasterio en Monte Casino (entre Roma y
Nápoles), donde permaneció hasta su muerte.
El ideal de Benito para sus monjes era una comunidad que elegía a su propio abad (del siríaco
abba, padre) y que obedecían su regla paternalista. Los monjes eran admitidos como novicios (a
prueba por un año), luego tomaban votos de por vida, y servían en una comunidad sin ningún tipo
de posesiones. La vida de los monjes era simple, ocupada y disciplinada. Estaba acompañada y
guiada por lo que Benito llamaba el Opus Dei (la obra de Dios), que consistía de ocho períodos de
oración diarios cada tres horas, en los que se hacían oraciones, se cantaban salmos y se leía la Biblia.

La Regla de San Benito fue de gran influencia en el desarrollo del monasticismo occidental hasta
el siglo XII. Era un manual de disciplina estricto, detallado, conciso y práctico. Reunía toda la
tradición monástica anterior, pero insistía sobre la estabilidad y la disciplina de los monjes. El monje
tenía que prometer vivir en su monasterio. El abad funcionaba como maestro espiritual y cabeza de
la comunidad. Era elegido de por vida por los propios monjes, quienes le debían obediencia absoluta
si querían ascender la escalera de la humildad, que era la base de todo progreso espiritual. Los
monjes benedictinos vivían una vida dedicada a la pobreza, el trabajo, el estudio y la oración.

EL PROBLEMA DE LA IDEOLOGÍA
A partir de la “conversión” de Constantino, el movimiento cristiano tuvo que hacer frente a dos
problemas de carácter ideológico, que amenazaron con hacerle perder su sentido original: la unión
de la Iglesia y el Estado, y el desarrollo del concepto de cristiandad.

_ La unión de la Iglesia y el Estado


Como se indicó, movido por intereses políticos, Constantino consideró conveniente lograr el
apoyo de la Iglesia cristiana a fin de mantener la unidad de su Imperio desmembrado por múltiples
intereses. Habiendo asegurado su control del Imperio, decidió establecer en Bizancio (sobre el
Bósforo, entre Europa y Asia Menor) su nueva capital, a la que le dio su nombre, Constantinopla.
Allí construyó muchos templos cristianos y prohibió la reparación de templos paganos y la erección
de nuevas imágenes de los dioses. La madre de Constantino, Elena, fue una cristiana devota en sus
últimos años. Sus hijos recibieron una formación cristiana. No obstante, Constantino hizo ejecutar
a su esposa Fausta y a su hijo mayor Crispo en 326 bajo cargos de adulterio. Sus otros tres hijos
(Constantino II, Constante, y Constancio) fueron reconocidos como Césares y se les encomendó el
gobierno de amplias regiones del Imperio y más tarde fueron nombrados Augustos (después de la
muerte de Constantino en 337).

En 341, Constante abolió los sacrificios paganos en Italia, mientras que continuaron otros ritos
paganos, tales como procesiones, fiestas sagradas y los ritos de iniciación en las religiones de
misterio. El apoyo imperial hizo que las comunidades cristianas crecieran rápidamente. Como
religión triunfante, el cristianismo comenzó a usar el poder político contra los oponentes paganos y
judíos. Estos incidentes suscitaron el problema de si la Iglesia estaba sobre la autoridad secular o si
los oficiales del gobierno tenían poder sobre la Iglesia. No obstante, en el Imperio Bizantino la
tendencia fue colocar a la Iglesia bajo el Estado y considerar al emperador como jefe supremo con
dominio sobre ambas esferas, la espiritual y la temporal.
En Occidente, la Iglesia había disfrutado de cierta libertad respecto del Estado en razón de los
conflictivos procesos sucesorios que siguieron a la desaparición de Constantino, su división del
Imperio entre sus hijos y sobrinos, la centralización de las luchas políticas en Constantinopla, y las
interminables disputas teológicas. De este modo, mientras en Oriente los emperadores se movieron
hacia una acumulación de poder y absolutismo político, en Occidente la Iglesia de Roma resistió
todo lo que pudo tales pretensiones. Hubo numerosos obispos que defendieron la autonomía de la
Iglesia respecto al Estado.

Daniel-Rops: “Las voces de la libertad cristiana fueron innumerables. Osio de Córdoba, el


viejo obispo de España, escribió así al todopoderoso amo Constancio: ‘¡No tienes derecho
a inmiscuirte en los asuntos religiosos! ¡Dios te ha dado la autoridad sobre el Imperio, pero
a nosotros nos la dio sobre la Iglesia! ¡Y en materia de fe, es de nosotros de quienes tú tienes
que oír las lecciones!’ Y a Atanasio le oímos ya exclamar: ‘¡Mezclar el Poder romano con el
gobierno de la Iglesia es violar los cánones de Dios!’ E Hilario, portavoz de las Galias, trató
de Anticristo al Emperador y pronunció, sobre las sospechosas seducciones del Poder, estas
penetrantes frases: ‘Enemigo insinuante, perseguidor astuto, no hace que nos azoten la
espalda, pero cosquillea nuestro vientre; no nos reserva la libertad de la prisión, sino la
servidumbre del palacio; no nos corta la cabeza, pero intenta degollarnos el alma.’
Intrépidas palabras, a las que acompañaban los actos.”

Así como Eusebio de Cesarea rindió su dignidad episcopal ante las aspiraciones teocráticas de
Constantino, hubo otros obispos que resistieron al poder imperial. “El poder de la Iglesia,” proclamó
Juan Crisóstomo, “supera en valor al Poder civil tanto como el cielo supera a la tierra, o más bien los
supera todavía mucho más.” Y Ambrosio de Milán, declaró: “¡El Emperador está dentro de la Iglesia,
pero no por encima de ella!” No obstante, desde Constantino en adelante, quedó planteado el
principio del Imperio Cristiano, tal como se fue plasmando tanto en Oriente como en Occidente a lo
largo de la Edad Media. Desde entonces, la unión de la Iglesia y el Estado ha sido una constante, que
ha minado la libertad de la Iglesia para cumplir con su misión en el mundo y ha corrompido sus
ideales y fidelidad al evangelio del reino.

_ El concepto de cristiandad
Constantino, probablemente bajo la influencia de Eusebio de Cesarea, fue el primero en
desarrollar la idea de una teocracia cristiana, en la cual los intereses del Estado se mezclaban con
los de la Iglesia, en una asociación de la cual ambas esferas de poder obtenían beneficios. Justo L.
González señala: “Tal como Eusebio nos cuenta la historia de la iglesia, el plan de Dios no era
solamente que la revelación judía y la cultura grecorromana se uniesen en el cristianismo, sino
también que el cristianismo y el imperio se uniesen en Constantino. La iglesia y el Imperio habían
sido creados el uno para la otra.” La comprensión que Eusebio tenía de la Iglesia y el Estado era
monocéntrica y providencial. Para él, todos los acontecimientos del pasado llevaban a la formación
de un imperio cristiano, tal como el que él mismo estaba experimentando con Constantino, y esto
era obra de Dios.
Este concepto involucraba la suposición de que todos los súbditos del Imperio eran cristianos,
desde el momento de su bautismo (bautismo infantil), por el que se integraban a la esfera de la
Iglesia y del Estado al mismo tiempo. Se identificaban en una íntima relación los derechos civiles y
religiosos, como también la creencia de que la Iglesia y el Estado, como instituciones divinas, eran
los dos brazos del gobierno divino sobre la tierra. Esta idea se desarrolló mucho más profundamente
durante el Sacro Imperio Romano Germánico en la Edad Media y ha reaparecido en múltiples formas
a lo largo de los siglos hasta nuestros días.

Enrique D. Dussel: “La cristiandad (cristianitas) no es el cristianismo.… El cristianismo es la


religión cristiana; cristianitas, como la romanitas, es una cultura. De tal manera que una es
la religión y otra la totalidad cultural que, orientada por el cristianismo, se constituye como
cristiandad.… La cristiandad primero fija y unifica la liturgia. Ésta, en lugar de seguir
creciendo como la vida, se fija para siempre. En el imperio no se pueden admitir
fluctuaciones, diversidades.… Este proceso toca a la iglesia latina casi en su nacimiento. En
el occidente latino quedan en poco tiempo sólo algunas liturgias y, por último, de hecho,
una sola: la romana. Al mismo tiempo acontece la aparición de conglomerados
multitudinarios. Los que habían sido mercados hasta ayer ahora son los templos y se llaman
basílicas. Esas multitudes, multitudes que muchas veces se preguntan qué significa ser
cristiano, son bautizadas, investidas de una enorme responsabilidad, porque tienen una
función histórica irreemplazable que cumplir y, muchas veces, no estaban bien
catecumenizadas como en el origen: las habían bautizado cuando niños. Esas multitudes
entran en la iglesia.”

Así, pues, el concepto de cristiandad representa una totalidad cultural y una unidad política: es
el conjunto de los fieles cristianos, el mundo cristiano. Ésta es la razón por la que Constantino se
consideraba con autoridad como para convocar concilios y disolverlos, y por qué las disputas
teológicas tuvieron efectos económicos y políticos. Pero también la cristiandad es al mismo tiempo
unidad militar, jurídica y eclesiástica. Los obispos defendían la fe cristiana con la espada, legislaban
para todo el pueblo y dominaban soberanos desde la Iglesia. En el paradigma de cristiandad, la
Iglesia funciona como una parte integral del aparato del Estado. En esta asociación, el cristianismo
proveyó a los líderes del Estado la ideología capaz de pacificar a los pueblos sometidos y la
legitimación moral para llevar a cabo sus objetivos políticos y económicos. A cambio, el Estado
garantizó a la Iglesia un acceso ilimitado y protegido a nuevas fuentes de recursos humanos y
materiales.

En el paradigma de cristiandad el énfasis caía sobre el carácter institucional y pastoral de la


Iglesia. El liderazgo jerárquico y la tradición eclesiástica reforzaban la autoridad de la Iglesia sobre
sus miembros. La teología estaba más preocupada con las cuestiones intelectuales y pastorales de
la Iglesia, que con su compromiso misionero con el mundo. Cuando la Iglesia se involucraba en la
misión era para imponer por la fuerza la fe cristiana sobre los pueblos sometidos por el Imperio. De
este modo, la acción misionera de la Iglesia terminó siendo considerada como una actividad fuera
del mundo cristiano, y de desarrollo exclusivo en los pueblos todavía no conquistados y convertidos
al cristianismo (paganos). En el modelo de cristiandad, la misión cristiana era considerada como la
expansión del mundo cristiano y la meta era la adquisición de más territorio. Este modelo, pues,
tendía a enfatizar un acercamiento de arriba hacia abajo en la misión, desde una posición de poder
e influencia, más que desde un proceso de inculturación de la fe desde abajo hacia arriba.

Cuando el emperador Teodosio (en 380) decretaba que todos los pueblos del Imperio debían
adherirse a la fe cristiana, es decir, la del emperador, quedó establecido de manera definitiva el
concepto de cristiandad y se selló la unión de la Iglesia con el Estado.

Daniel-Rops: “El Estado romano y el cristianismo, desde entonces, eran ya una sola cosa. La
unidad espiritual, cuya nostalgia habían tenido tantos emperadores, que Juliano había
creído fundar en el paganismo y que Constantino no se había atrevido a imponer, la
establecía Teodosio, firme ortodoxo: una sola fe, un solo Imperio; los adversarios de Dios se
convertían en los del Estado. Solución que tenía a su favor la lógica de la historia, aunque
no dejaba de tener sus peligros.”

Uno de los gestores ideológicos del concepto de cristiandad fue Agustín de Hipona. Su
preocupación con la formación espiritual de los nuevos convertidos y su énfasis sobre el bautismo,
como medio sacramental de la incorporación de éstos a la Iglesia—el único lugar donde se podía
encontrar salvación—ayudó a desarrollar la identificación de la Iglesia con el reino de Dios. Durante
algún tiempo, Agustín se resistió a la idea de forzar a los paganos o herejes a someterse a la fe
católica, pero finalmente terminó por consentir con la conversión forzosa. De este modo, Agustín
proveyó los antecedentes y la teología que llevó al paradigma misionológico de la cristiandad, según
el cual los cristianos podían justificar la guerra santa, declarar cruzadas religiosas y, con la ayuda del
Estado, imponer el cristianismo sobre los pueblos sometidos por el Imperio.

MIRADA RETROSPECTIVA Y PROSPECTIVA

_ Evaluación del cristianismo del período


No obstante la declaración de Agustín de que los propósitos de Dios se cumplen en los cielos, a
pesar de las circunstancias que dominan en la tierra, es casi imposible cerrar la consideración de
estos primeros cinco siglos de vida histórica del cristianismo y en especial de la crisis de los últimos
años del mismo sin preguntarnos: ¿qué significado tiene todo esto sobre el futuro de la vida de la
Iglesia? Hemos visto, primero, cómo el cristianismo se esparció rápidamente por todo el Imperio
Romano, hasta que se produjo su cristianización nominal. Luego recordamos cómo los bárbaros
destruyeron esa seguridad y demás condiciones que habían favorecido la expansión veloz y el éxito
asombroso del cristianismo.

Al llegar a comienzos del siglo V, la pregunta inevitable es: ¿sobreviviría el cristianismo a esta
crisis? La respuesta es sí, y no sólo que sobreviviría, sino que se expandería todavía más
ampliamente hacia el norte de Europa. Por extraño que parezca, el secreto no estuvo en la Iglesia
institucionalizada, sino en los cristianos que desengañados del mundo corrompido, lo abandonarían.
Estos creyentes fueron los monjes. Fueron ellos los que protagonizaron el movimiento de mayor
vitalidad espiritual, que llevó a la fe cristiana hacia Oriente hasta la China y hacia Occidente hasta
Inglaterra con los benedictinos. Antes de su arribo, los monjes celtas cruzaron desde Irlanda y como
resultado de las misiones celtas y romanas, las Islas Británicas se transformaron en un centro desde
el que se llevó a cabo la conversión del norte de Europa, Holanda, Alemania y Escandinavia.

_ La contribución del cristianismo del período


Los cristianos hoy tenemos una deuda muy grande hacia los hombres y las mujeres que supieron
ser fieles al Señor y a la causa de su reino. Hay tres elementos que se destacan por sobre cualquier
otro en este período: la Biblia, la Iglesia y el testimonio cristianos.

El cristianismo es Cristo, pero Cristo se da a conocer a través de las páginas del Nuevo
Testamento, y el Nuevo Testamento nos fue entregado por la Iglesia primitiva. Fueron los cristianos
de este período los que redactaron, seleccionaron, preservaron y transmitieron, bajo la inspiración
y guía del Espíritu Santo, los libros que hoy componen nuestro Nuevo Testamento. Frente a la
amenaza marcionita, los cristianos primitivos afirmaron la validez del Antiguo Testamento y se
consideraron como una continuación y cumplimiento del judaísmo, si bien no se identificaron con
él. Con su actitud, afirmaron la autoridad de la Biblia (tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamentos), como único fundamento para la fe y la práctica cristianas. Con Tertuliano, podemos
considerar a toda la Biblia como nuestra herencia. “Ésta es mi propiedad. La he poseído por largo
tiempo. Tengo títulos de propiedad seguros de parte de los dueños originales. Soy heredero de los
apóstoles.”

Fue la iglesia primitiva la que también tradujo la Biblia y la hizo accesible a pueblos que hasta
entonces no tenían una lengua escrita. Para el año 200, el texto sagrado ya estaba en cuatro idiomas
principales (griego, siríaco, copto, latín). Para el año 400 la palabra de Dios había sido traducida al
armenio, georgiano, etiópico y gótico. Para el año 500 incluso el texto bíblico estaba traducido a un
dialecto huno. La traducción de la Biblia fue una gran contribución al desarrollo de la lengua escrita,
ya que antes de hacer la traducción fue necesario en algunos casos inventar un alfabeto para la
nueva lengua escrita. Además, la traducción bíblica contribuyó al desarrollo de la cultura general,
puesto que estimuló la necesidad de aprender a leer para poder tener acceso al texto sagrado.
También la traducción de la palabra contribuyó al desarrollo de la literatura en muchas lenguas, al
ser la Biblia la primera pieza literaria en muchas culturas.

Por otro lado, los cristianos primitivos nos legaron la Iglesia. La comprensión de la Iglesia como
una, santa, católica y apostólica es la herencia fundamental que compartimos todos los cristianos.
Si bien a lo largo de los siglos la comprensión de algunos de estos elementos que definen el carácter
de la Iglesia recibieron diferentes interpretaciones, los cristianos en todo el mundo continuamos
confesando una Iglesia santa, católica y apostólica.

A pesar de la realidad dolorosa de las divisiones y disensiones de la única Iglesia de Jesucristo


durante los siglos estudiados, sorprende la conciencia que tenían los primeros cristianos de formar
parte de un solo pueblo. En medio de los conflictos y diferencias entre Oriente y Occidente, y las
luchas contra las herejías y la oposición externa, el ideal de la unidad y la aspiración de testificar
como un cuerpo unido en torno a Cristo, fue permanente. La comprensión de que la verdadera
unidad de la Iglesia se da en Cristo y que él, a través de su Espíritu Santo, es la fuerza unificadora de
la Iglesia, ha sido la oración y aspiración de la Iglesia primitiva.

Del mismo modo, se entendió el carácter universal de la Iglesia, como una comunidad de fe
abierta a todas las personas, sin ningún tipo de distinción. El testimonio que observamos en la Iglesia
primitiva es un testimonio que rompe barreras, traza puentes y crea redes entre los seres humanos,
ama a todos sin hacer acepciones de personas, acepta a otros como hermanos, y se entrega al
mundo en el nombre de Cristo para reunir a un solo pueblo que confiese su nombre como Señor.
No menos importante es su carácter como santa y apostólica. La comunidad cristiana fue entendida
como la comunidad de los santos, hombres y mujeres perdonados y sanados por el poder del
Espíritu Santo. Como tal, se entendió el ministerio de la Iglesia como el de una nación de sacerdotes
(1 P. 2:4–5), que se relaciona con Dios en términos de santidad y con el mundo en términos de
pureza. Los primeros cristianos servían a otros con compasión, sabiendo que así reflejaban la
presencia del Espíritu y cumplían su labor apostólica. Como comunidad apostólica, enseñaban,
predicaban, hacían teología, testificaban y actuaban seguros de contar con el poder y la autoridad
de los primeros apóstoles de Jesús, según las promesas que él les había hecho. Del mismo modo,
enviaban a los suyos a predicar el evangelio del reino y plantar iglesias, con miras a llegar “hasta lo
último de la tierra.”

Carlos Van Engen: “Los primeros teólogos de la Iglesia no distinguen entre la Iglesia visible
y la invisible. La comunión o fraternidad universal se entiende como una sociedad tanto
invisible como empírica. Ésta era la real y reconocible comunión en Cristo, llamada por el
Espíritu y abierta a recibir a todas las familias de la tierra. En la auto-percepción de la Iglesia
primitiva sobre su unidad, santidad, catolicidad y apostolado, se entendía que éstos eran
criterios por medio de los cuales se medían los diversos errores que aparecían.
Posteriormente las confesiones de fe fijaron estas perspectivas como puntos de referencia
para medir la verdadera naturaleza de la Iglesia.”

En cuando al testimonio cristiano hay tres cosas que se destacan en este período: la
continuidad, la expansión, y la profundidad del mismo. Nos sorprende la milagrosa
continuidad del testimonio cristiano, a pesar de las muchas dificultades que los creyentes
tuvieron que sobrevivir. A lo largo de estos siglos ha habido una sucesión de vidas cristianas,
que han seguido a Cristo y han testificado de él, conforme al testimonio de los apóstoles.
Esta sucesión de testimonio fiel del evangelio corrió peligro de cortarse en varios momentos
de la historia, pero de manera sobrenatural, logró mantener su continuidad.

Además, la expansión del testimonio cristiano durante este período fue notable. La
meta del testimonio cristiano de llenar todo el mundo con el evangelio de Cristo (Jn. 3:16;
Mr. 16:15; Hch. 1:8) se cumplió durante estos siglos. La expansión alcanzada por el mensaje
es todavía más sorprendente cuando se tiene en cuenta los escasos recursos humanos y las
enormes dificultades que había para las comunicaciones. Nuevamente, la acción del Espíritu
Santo se hace evidente en la superación de las barreras insuperables que hubieron de
sortearse para llegar hasta pueblos no alcanzados y lugares inhóspitos con la palabra de
vida. Como se vio, en algunos lugares el evangelio no sólo llegó a ponerse en contacto con
ciertos pueblos, sino que logró penetrar a los sectores más dinámicos de la sociedad. En
muchos casos, durante este período, la fe cristiana llegó a modelar la cultura a tal grado que
el evangelio pasó a ser parte de la cosmovisión de ciertos pueblos. Así fue cómo la fe
cristiana llegó a modelar profundamente la cultura en el ámbito del Imperio Romano.
Palabras, gestos, costumbres, hábitos de conducta, moralidad publica, legislación,
estructuras sociales fueron marcadas profundamente por el evangelio cristiano.

UNIDAD 4

Los problemas del cristianismo primitivo

INTRODUCCIÓN
Los cristianos del siglo XXI, que damos por sentadas las grandes doctrinas de la fe, no siempre
somos conscientes de la larga lucha por la que tuvieron que pasar nuestros antepasados en los
caminos del Señor, para dejarnos la herencia maravillosa de nuestra doctrina y vida cristianas. El
pensamiento y la práctica de la Iglesia fueron madurando con el correr del tiempo, a medida que
los creyentes iban desplegando y formulando gradualmente las doctrinas implícitas en el Nuevo
Testamento, conforme comprendían la revelación divina en su Palabra y la aplicaban a sus
circunstancias históricas. El desarrollo del pensamiento cristiano y su expresión doctrinal fue un
largo proceso lógico-cronológico. Fue un proceso lógico, pues las doctrinas se fueron desarrollando
las unas a partir de las otras, y este proceso es cronológico puesto que esto ocurrió a lo largo del
tiempo.

Además, la fe y la vida cristianas se fueron modelando conforme las diversas y variadas


experiencias que los creyentes fueron confrontando con el correr del tiempo. A cada nueva
dificultad o desafío, los cristianos respondieron conforme su comprensión del actuar redentor de
Dios, según lo percibían en sus propias vidas y relaciones. La teología y la ética cristianas son siempre
el resultado de la experiencia cristiana, bajo la guía del Espíritu Santo y en conformidad con el
registro autoritativo de la revelación divina, la Biblia.

En el deseo de predicar y vivir su fe en un lenguaje claro y comprensible, la Iglesia se vio forzada


a definirse en torno a diversos problemas, y para ello, tuvo que reflexionar sobre su fe. Fuerzas
hostiles, que la atacaron desde afuera, y filosofías sutiles, que la minaron desde adentro, obligaron
a los cristianos a defender lo que entendían era la ortodoxia doctrinal y ética. Esto se dio ya desde
una etapa bien temprana de su historia, incluso antes de que el Nuevo Testamento se hubiese
terminado de componer o se hubiese cerrado el canon de las Escrituras. Así, pues, desde bien
temprano hubo intentos por declarar la fe según surgía la necesidad de hacerlo, y esta necesidad se
dio en un orden lógico. Esto dio como resultado el desarrollo razonado de la doctrina a lo largo de
líneas de pensamiento que han regido la fidelidad “a la fe que ha sido una vez dada a los santos”
(Judas 3).

El ideal cristiano de una iglesia inclusiva y una, pronto se vio amenazado por las fuerzas
disolventes de la división. La misma noche en que Jesús oró por la unidad de su iglesia (Juan 17), los
discípulos estuvieron discutiendo sobre quién de ellos sería el primero, y uno de los Doce se retiró
para traicionar al Maestro. Aun en la primera generación de cristianos, la Iglesia se vio desgarrada
por las disensiones. Los documentos neotestamentarios ofrecen numerosos testimonios de esta
desgracia. Antes de terminar el primer siglo ya eran numerosos los motivos de discordia y las
ocasiones de división, que echaban por tierra con el ideal de una Iglesia unida.

Kenneth S. Latourette: “En este contraste entre lo ideal y lo real en la iglesia, tenemos otro
ejemplo de las aparentes paradojas que son tan familiares en las enseñanzas de Jesús y en
el Nuevo Testamento en general. Es el de establecer la perfección como la meta hacia la
cual los cristianos deben esforzarse, meta para ellos mismos y para todos los hombres,
parangonada por el franco reconocimiento del grado al cual el cumplimiento deja de llegar
a la meta.”

CUADRO 13- Problemas y Respuestas de la Iglesia


En esta unidad procuraremos considerar algunos de los problemas más importantes a los que
el cristianismo de los primeros siglos tuvo que confrontar, en relación con la base de su fe, sus
doctrinas, sus prácticas, y su manera de entender la vida cristiana y el servicio a Dios.

EL PROBLEMA DE LAS ESCRITURAS

_ Las Escrituras de los primeros cristianos


Los primeros cristianos fueron judíos, y por supuesto, su Biblia era el Antiguo Testamento en la
versión de los Setenta o Septuaginta (LXX). Estos primeros discípulos palestinos leían el Antiguo
Testamento en todo lo que tenía que ver con el Mesías y veían en Jesús el cumplimiento de todas
sus profecías. Estos cristianos guardaban también los mandamientos y algunas de las leyes
ceremoniales prescritas en las escrituras hebreas.

Para mediados del segundo siglo la situación había cambiado. Ahora la mayoría de los cristianos
era gentil, y si bien los más educados leían el Antiguo Testamento en griego, comenzaban a leer
otros libros. Las cartas de Pablo se leían en las iglesias caseras (1 Ts. 5:27), y se pasaban de una
congregación a otra (Col. 4:16), hasta que llegaron a ser consideradas como “Escritura” (2 P. 3:16).
Los Evangelios, también llamados “Memorias de los apóstoles,” eran leídos como “Escritura” junto
con los “Profetas”. También se leían otros escritos cristianos, como las cartas de Clemente de Roma
a los Corintios, la Epístola de Bernabé, las Epístolas de Ignacio, El Pastor de Hermas, la Epístola de
Policarpo a los Filipenses, la Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, entre otros.

Todos estos escritos fueron producidos por los “Padres Apostólicos,” es decir, personas que se
suponían tuvieron un contacto más o menos directo con los apóstoles. En su gran mayoría, estos
escritos reflejan un cristianismo puro. En el período posterior a los apóstoles las iglesias tuvieron
que decidir cuáles de todos estos escritos iban a ser incluidos en su lista (“canon”) de libros sagrados.
La tarea no fue fácil.

_ La herejía de Marción (c. 160)


A mediados del segundo siglo, había muchos cristianos de cultura griega que no estaban del
todo satisfechos con las Escrituras judías y sus enseñanzas. Uno de ellos fue Marción, un
comerciante rico, dueño de una flota de barcos en el mar Negro (Sínope, Ponto), hijo del obispo de
la ciudad, que lo excomulgó por inmoralidad. Marción adquirió renombre en las filas cristianas
ortodoxas como hereje. Había viajado a Esmirna, donde conoció al gran obispo Policarpo. Más tarde
(140) llegó a Roma, donde se ganó las simpatías de la iglesia romana debido a sus ricos donativos.
Estando en Roma, se encontró con el venerable Policarpo que lo descalificó totalmente como
hereje.

Eusebio: “Policarpo mismo, cuando Marción en cierta ocasión se encontró con él y dijo:
‘¿Nos conoces?’ respondió: ‘Sí, conozco al primogénito de Satanás.’ Tal cuidado ejercieron
los apóstoles y sus discípulos para evitar incluso el intercambio de palabras con cualquiera
de aquellos que pervertían la verdad; como Pablo también dijo: ‘Al hombre que es hereje
después de la primera y segunda amonestación, rechácenlo; sabiendo que el tal es un
rebelde, y peca, y está condenado’ (Tito 3:10).”

¿Qué hizo Marción para que un pastor respetable como Policarpo lo repudiara como hereje?
¿Cuál fue su error que lo hizo merecedor de un título como “primogénito de Satanás”? Marción era
un gran admirador de Pablo, quien, según él, había sido el único que entendió la enseñanza de Jesús.
Tenía dificultades para aceptar el Antiguo Testamento, ya que pensaba contradecía las Escrituras
cristianas, especialmente las cartas de Pablo. La esencia de su enseñanza era un sentido agudo de
la novedad del evangelio cristiano y su contraste con el judaísmo. Por eso, rechazaba el Antiguo
Testamento y al Dios creador que allí se presenta, al que consideraba como totalmente diferente
del Dios proclamado por Jesucristo.

Pero Marción fue todavía más allá. Él se consideraba el único intérprete de los escritos paulinos,
y en consecuencia, él único intérprete del cristianismo. Según él, Pablo había liberado a los cristianos
de la Ley de Moisés, y él los había liberado de las Escrituras judías y del Dios de esas Escrituras. Este
Dios judío era un Dios que gobernaba sobre el mundo material, que creó con todas sus
imperfecciones, y que no actúa por otro motivo que no sea la justicia punitiva (Éx. 21:24). Para
Marción, éste no es el Dios de los cristianos. El Dios verdadero está en los cielos, es espíritu puro y
sólo actúa por amor. En definitiva, las enseñanzas de Marción eran gnósticas.
Por predicar estas enseñanzas, el obispo de Roma excomulgó a Marción y las iglesias que habían
recibido generosas donaciones tuvieron que devolverlas. Marción reunió a sus seguidores y se
estableció en la ciudad capital, desde donde esparció su doctrina a Galia, África y Mesopotamia. Su
secta estaba bien organizada con un clero reconocido y con altas y severas normas morales. En
algunos lugares los marcionitas fueron perseguidos e incluso hubo quienes fueron martirizados. Las
iglesias marcionistas persistieron por unos 150 años más, y en la Edad Media, sus ideas fueron
retomadas y seguidas por los paulicianos.

Habiendo “liberado” a sus seguidores de las Escrituras judías, Marción compuso su propia
“Biblia,” que incluía: 10 epístolas paulinas (excluía 1 y 2 Timoteo y Tito), y un solo Evangelio (Lucas),
pero corregido a su gusto. Tertuliano dice de él: “Marción enseña la Biblia no con su pluma, sino con
su cortaplumas, cortando todo lo que no concuerda con sus propias ideas.” Ireneo de Lyon dice de
él que blasfemó contra Dios porque puso de lado mucho de la enseñanza de Cristo y se colocó por
encima de los apóstoles.

Ireneo de Lión: “Marción de Ponto … presentó la blasfemia más atrevida contra Aquel que
es proclamado como Dios por la ley y los profetas, declarando que él es el autor de los males,
que se deleita en la guerra, y es inconstante en su propósito, e incluso de estar contra sí
mismo. Pero de Jesús dice que es derivado de ese Padre que está por encima del Dios que
hizo el mundo, … y que se manifestó en la forma de un hombre a aquellos que estaban en
Judea, aboliendo a los profetas y la ley, y todas las obras de ese Dios que hizo el mundo.…
Además de esto, él mutila el Evangelio que es según Lucas, quitando todo lo que está escrito
respecto a la generación del Señor, y poniendo a un lado una buena parte de la enseñanza
del Señor, en la que el Señor aparece como confesando más firmemente que el Hacedor de
este universo es su Padre. De igual modo, él persuadió a sus discípulos de que él era más
digno de crédito que todos esos apóstoles que nos han transmitido el evangelio,
proveyéndoles no con el Evangelio, sino meramente un fragmento del mismo. De igual
modo, también, él desmembró las epístolas de Pablo, quitando todo lo que dice el apóstol
respecto de que el Dios que hizo el mundo es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y
también aquellos pasajes de los escritos proféticos que el apóstol cita en orden a
enseñarnos que ellos anunciaban de antemano la venida del Señor.”

_ El canon del Nuevo Testamento


Frente al desafío de Marción, las iglesias tuvieron que decidir cuáles libros debían ser incluidos
en las Escrituras cristianas y cuáles no. La condición establecida para incluir un libro en la lista era
que su autor debía ser un apóstol, ya sea en forma directa o indirecta (como en el caso de Marcos
que dependió de Pedro, y de Lucas que dependió de Pablo). De los 27 libros actuales en el Nuevo
Testamento, sólo se incluían 24, ya que 2 Pedro, Hebreos y Santiago eran discutidos. La fijación del
canon (del griego “regla” o “lista” de libros) comenzó en Occidente, pero su influencia se esparció
por todas partes. Una inscripción china que registra el arribo del cristianismo a este país en el año
635, dice: “Las Escrituras han quedado establecidas en veintisiete libros.” De un extremo al otro
mundo, todos los cristianos reconocían un solo canon neotestamentario hacia fines de este período.
En razón de esta cristalización temprana del canon, los cristianos se vieron librados de tener en su
Biblia escritos de poco valor o libros heréticos y dañinos. En definitiva, Marción hizo más bien que
daño al desarrollo del cristianismo.

EL PROBLEMA DEL CREDO

_ La fe de los primeros cristianos


El Nuevo Testamento contiene algunas confesiones de fe, que las personas hacían frente a la
congregación generalmente al ser bautizadas. Algunas de estas confesiones de fe son: “Jesús es el
Señor” (1 Co. 12:3; Ro. 10:9; Fil. 2:11); o “Jesús es el Hijo de Dios” (Hch. 8:37–38; 1 Jn. 4:15).

Quien más hizo por establecer la creencia cristiana según debía ser enseñada (es decir,
“doctrina”) fue el apóstol Pablo. La formulación doctrinal no fue en él algo especulativo sino parte
de su vida activa como agente del reino de Dios. La doctrina cristiana fue el corazón de su
predicación y tarea misionera. El primer tema de su predicación a los gentiles iba contra el
politeísmo pagano y era “hay un solo Dios” (Hch. 14:15; 1 Ts. 1:9). El segundo tema presentaba a
Jesucristo como Hijo de Dios, como resucitado y como Salvador (1 Ts. 1:10).

Pablo era bien práctico y nada especulativo. Su método de enseñanza y comunicación de la


verdad cristiana era escribir cartas a las jóvenes iglesias para responder a las necesidades de los
nuevos convertidos. Su propósito no era especulativo, ni pretendía hacer una teología sistemática
o responder a todas las preguntas y cuestiones teológicas. Su concepto de la “sana doctrina” tiene
que ver con cuestiones bien prácticas y mayormente éticas (ver Tito 2:1–10).

_ El problema de los judaizantes


El principal problema teológico que enfrentó Pablo fueron los judaizantes. Por eso escribió
acerca de cómo salva Jesús, y desarrolló la doctrina de la salvación por gracia mediante la fe
(especialmente en Gálatas y Romanos). Los ebionitas fueron los continuadores de estos judaizantes
del Nuevo Testamento. Se originaron en Palestina a fines del primer siglo, y se esparcieron más
tarde por Asia Menor. La mayoría eran judeo-cristianos y utilizaban como escritura fundamental el
Evangelio de Mateo en lengua hebrea (aramea).

Sus enseñanzas características eran: (1) enseñaban la universalidad de la ley mosaica y decían
que la obediencia a la misma era necesaria para la salvación; (2) rechazaban los escritos y
enseñanzas de Pablo, a quien consideraban como un apóstata de la ley; (3) reconocían a Jesús como
Mesías y profeta, pero sólo pensaban de él como un ser humano sobre quien el Espíritu había venido
en el momento de su bautismo; (4) esperaban un milenio inminente.

_ La herejía de los gnósticos


Así como Marción procuró separar al cristianismo de sus orígenes judíos, en el segundo siglo
hubo otros que quisieron liberarlo de sus “pequeños comienzos”. Querían relacionar al cristianismo
con las ideas corrientes de aquel entonces sobre el mundo, los seres humanos y Dios. Estas ideas
provenían de la filosofía griega, de las religiones orientales (como el hinduismo, el budismo y el
zoroastrismo), e incluso de prácticas como la astrología y la magia. En general, las ideas gnósticas
eran expresión de un sincretismo que combinaba varios elementos orientales con las religiones
tradicionales grecorromanas.

Este movimiento se denominó gnosticismo, porque sus seguidores decían que poseían un
conocimiento especial de Dios y del mundo que los demás no tenían (del griego gnosis,
“conocimiento,” “ciencia”). El gnosticismo penetró ampliamente en las comunidades cristianas
hacia el siglo II, cuando se convirtieron algunos filósofos paganos e introdujeron algunas ideas de la
filosofía griega pagana. Su intención era: (1) elevar al cristianismo del plano inferior de la fe al plano
superior de la gnosis (ciencia); y (2) procurar así al cristianismo una mayor fuerza de expansión y
propaganda en los ambientes intelectuales helenísticos. Los gnósticos cristianos desplegaron una
gran actividad literaria, pero sus escritos han desaparecido casi enteramente. Conocemos sus ideas
mayormente a través de los escritores que los impugnaron.

Sus ideas principales eran:

El mundo: está hecho de materia, que es mala, y está gobernado desde los siete planetas por
poderes que no son buenos. A su vez, el mundo y los planetas son gobernados por el Creador (el
Jehová del Antiguo Testamento), un dios inferior conocido como Demiurgo, que cometió su mayor
error al crear a los seres humanos. El Demiurgo era un eón lo suficientemente corrompido como
para crear un mundo material. Los eones eran emanaciones de Dios en grado descendente.

Los seres humanos: están compuestos de cuerpo y mente, pero en algunos hay también una
chispa de espíritu, que está encarcelado en el cuerpo material.

Dios: el verdadero Dios es espíritu puro, y vive con otros seres espirituales en un reino de espíritu
y luz, lejos de nuestro oscuro mundo material. Jesús, que es inferior a Dios, es enviado por éste al
mundo para liberar a los espíritus encarcelados. Jesús parecía tener un cuerpo material y
necesidades materiales, pero esto sólo eran apariencias ya que él también es espíritu puro. Por eso,
no podía sufrir ni morir. Jesús salva trayendo el conocimiento del reino espiritual y de cómo retornar
a él. Esto incluye contraseñas mágicas, que después de la muerte permiten a los espíritus de las
personas llegar hasta el alejado reino espiritual donde está Dios, pasando sin peligro las amenazas
de los poderes planetarios y del Creador. La salvación consiste en llegar al reino espiritual y ser
absorbido por Dios, que es espíritu puro.

Por supuesto, este conocimiento salvador no era para todos sino sólo para los “espirituales,” es
decir, aquellos que habían recibido la gnosis o “conocimiento.” Por eso se autotitulaban “gnósticos.”

_ La reacción cristiana
La Regla de Fe. Frente a la atractiva enseñanza de los gnósticos, los cristianos se vieron forzados
a definir con claridad su propia fe. El Nuevo Testamento mismo presenta la reacción cristiana ante
la amenaza de la herejía gnóstica (1 Co. 2:6; Col. 2:8–10; 1 Jn. 1:1–3; 2:22; 4:2–3; Ap. 2:6, 15). Antes
de ser bautizado, todo creyente debía repetir ante la congregación una confesión de fe, que resumía
algunas de las verdades centrales de la doctrina cristiana (1 Co. 12:3; Ro. 10:9; 1 Jn. 4:15). Según
Tertuliano, este credo básico era la Regla de Fe o Símbolo de la Fe como también se lo llamaba.
Según el gran teólogo de África del norte, la iglesia católica (universal) “reconoce a un solo Señor
Dios, el Creador del universo, y a Cristo Jesús (nacido) de la Virgen María, el Hijo de Dios el Creador;
y la resurrección de la carne; ella une la ley y los profetas en un volumen con los escritos de los
evangelistas y apóstoles, del que bebe su fe. Ella sella esto con el agua (del bautismo), engalanada
con el Espíritu Santo, alimentada con la eucaristía, y alegrada con el martirio, y contra esta disciplina
así (mantenida) ella no admite opositores.”

Tertuliano: “La regla de la fe precisamente es una, ella sola inmutable e incambiable; la


regla, a saber, por la que se cree en un único Dios omnipotente, creador del universo, y en
su Hijo Jesucristo, que nació de la Virgen María, fue crucificado bajo Poncio Pilato,
resucitado al tercer día de entre los muertos, recibido en los cielos, que está sentado ahora
a la diestra del Padre, que ha de volver a juzgar a vivos y muertos a través de la resurrección
de la carne así como (del espíritu).”

Ireneo de Lión (¿130–200?), otro de los Padres Apostólicos, registró una confesión de fe similar:

Ireneo de Lión: “La Iglesia, si bien dispersa por todo el mundo, incluso hasta los términos
de la tierra, ha recibido de los apóstoles y de sus discípulos, esta fe: [Ella cree] en un Dios,
el Padre todopoderoso, Hacedor de los cielos y la tierra, los mares y todas las cosas que en
ellos hay; y en Cristo Jesús, el Hijo de Dios, que se encarnó para nuestra salvación; y en el
Espíritu Santo, quien proclamó a través de los profetas las dispensaciones de Dios y los
eventos, y su nacimiento de una virgen, y la pasión, y la resurrección de los muertos, y la
ascensión al cielo en la gloria del Padre “para reunir todas las cosas en una,” y para resucitar
de nuevo a toda carne de toda la raza humana, en orden a que delante de Cristo Jesús,
nuestro Señor, y Dios, y Salvador, y Rey, conforme la voluntad del Padre invisible, “toda
rodilla se doble, de las cosas que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y que
toda lengua confiese” a él, y que él ejecute un justo juicio para con todos; para que él envíe
a las “maldades espirituales” y a los ángeles que transgredieron y se hicieron apóstatas,
junto con los impíos e injustos y malvados y profanos entre los hombres, al fuego eterno;
pero que pueda en el ejercicio de su gracia, conferir inmortalidad a los justos y santos y a
aquellos que han guardado sus mandamientos, y han perseverado en su amor, algunos
desde el comienzo [de su carrera cristiana], y otros desde [la fecha de] su arrepentimiento,
y pueda rodearlos de gloria eterna.”

Una teología más sistemática. El gnosticismo también obligó a los cristianos a formular la
doctrina cristiana en forma más sistemática y didáctica, a fin de poder comunicarla con más facilidad
a los nuevos convertidos y catecúmenos. En esta tarea se destacaron varios teólogos.

Clemente de Alejandría (150–216), nació de padres paganos en Alejandría, donde se hizo


cristiano y fue discípulo de Panteno, a quien sucedió como director de la escuela de catecúmenos
en el año 189. Fue maestro de Orígenes y del obispo Alejando de Jerusalén (m. 251). A causa de la
persecución de Septimio Severo tuvo que salir de Egipto y refugiarse en Capadocia, donde quizás
murió. Su propósito era armonizar la filosofía griega con la doctrina cristiana, o las verdades de la
ciencia y el conocimiento humanos con las de la revelación divina. Quería convencer a los gentiles
de la verdad del cristianismo, para luego educarlos en la vida cristiana, y, finalmente, perfeccionarlos
en los misterios de la fe. Este triple objetivo es el que se desarrolla en sus tres obras principales: el
Protréptico o La exhortación a los gentiles, el Pedagogo, y la Strómata o Miscelánea (conocida
también como Tapices).

Orígenes (185–254), nació en Alejandría y murió en Tiro. Recibió su primera educación de su


padre, Leónidas, y fue discípulo en la escuela de Alejandría. En 202 fue nombrado sucesor de
Clemente al frente de la escuela y la dirigió por treinta años. Fue oyente del fundador del
neoplatonismo, Amonio Sacas. Hacia el año 230 fue ordenado sacerdote en Cesarea. Fue un hombre
de una conducta intachable y de una erudición enciclopédica. Orígenes se destaca como uno de los
pensadores más originales de todos los tiempos. Escribió comentarios bíblicos, compiló textos de
las Escrituras en varios idiomas (Hexapla), defendió la fe cristiana de los ataques intelectuales del
paganismo, produjo diversos escritos devocionales y preparó la primera teología sistemática
cristiana.

La apologética cristiana. Otra influencia del gnosticismo fue que puso en movimiento ideas y
métodos de argumentación que tuvieron gran repercusión sobre el cristianismo. Según ellos, su
autoridad provenía de un conocimiento secreto que les había sido transmitido por tradición. En
respuesta a esto, los cristianos afirmaban que también ellos tenían una tradición dada por Jesús a
sus apóstoles y transmitida por éstos a sus seguidores.

De esta manera el movimiento gnóstico llevó a una veneración de la tradición, que llegó a
valorarse tanto como la misma palabra de Dios en cuestiones de fe y práctica. Éste fue un resultado
negativo de la influencia gnóstica sobre el cristianismo. Aquí está el origen de la pretensión católico
romana de autoridad basada en la tradición de Pedro como primer obispo romano y de una sucesión
continuada de obispos como primados de Roma. León I (440–461) le dio base escrituraria a esta
teoría, diciendo que Pedro y sus legítimos sucesores habían recibido autoridad para regir sobre todo
el cristianismo, y para ello utilizó tres pasajes bíblicos: Mateo 16:18–19; Juan 21:15–17; y Lucas
22:31–32. Según esta teoría, Pedro tenía autoridad sobre los demás apóstoles y había transferido
esta autoridad a sus sucesores en el episcopado romano.

El ascetismo y el monasticismo. Finalmente, el énfasis gnóstico sobre la pecaminosidad de la


materia y la indignidad del cuerpo preparó el camino para el ascetismo y el monasticismo dentro
del cristianismo. Poco a poco se fueron haciendo cada vez más populares prácticas tales como el
ayuno, el celibato, la castidad de las viudas y las vírgenes, la prohibición del casamiento, y la
flagelación o mortificación del cuerpo. De esta manera llegó a asociarse la mortificación o limitación
de la carne con la piedad. A mayor mortificación, mayor piedad. En 305, un sínodo en Elvira (España)
exigió el celibato de los obispos y el clero. En 385, el obispo Siricio de Roma ordenó el celibato para
todos los sacerdotes bajo su jurisdicción. En 390, un concilio en Cartago mandó la castidad para
obispos, sacerdotes y diáconos. Estas tendencias fueron preparando el camino para el
monasticismo.

CUADRO 14 - LOS PADRES DE LA IGLESIA

Oeste Este

Primer siglo (95–c. 150) Padres Apostólicos - Propósito: edificar la Iglesia

EDIFICACIÓN Clemente de Roma Ignacio de Antioquía


Policarpo de Esmirna

Epístola de Bernabé

Epístola de Diogneto

Segunda Epístola de
Clemente

Papias

El pastor de Hermas

Didaché

Segundo siglo (120–220) Apologistas - Propósito: defender el cristianismo

EXPLICACIÓN Justino Mártir Arístides de Atenas


Tertuliano de Cartago Taciano

Atenágoras

Teófilo

Tercer siglo (180–250) Polemistas - propósito: luchar contra doctrinas falsas

REFUTACIÓN

Escuela de Roma (acercamientoEscuela de Alejandría Escuela de Antiquía


práctico) (acercamiento alegórico- (acercamiento histórico-
especulativo) gramatical

Ireneo vs. gnósticos Tertuliano Panteno Clemente de Orígenes - Hexapla (texto del
vs. Praxeas Cipriano y el Alejandría AT); De Principiis (primera
episcopado teología sistemática)

Cuarto siglo (325–460) Teólogos - propósito: establecer la sana doctrina

DEFINICIÓN Jerónimo traductor de la Biblia Atanasio - homoousios


al latín: Vulgata. Ambrosio de Crisóstomo - predicador
Milán - predicador. Agustín de Basilio de Cesarea -
Hipona - teólogo, filosofía de la Teodoro de Mopsuestia.
historia en La ciudad de Dios

EL PROBLEMA DE LA ÉTICA
Frente al relajamiento de la conducta que pareció incrementarse con el correr del tiempo, hubo
tres movimientos en los primeros siglos, que si bien fueron diferentes, guardan cierta relación. Se
caracterizaron por su lucha contra el aflojamiento de las pautas éticas y por su insistencia en un
ministerio moralmente calificado. Los tres movimientos se opusieron a que personas que habían
negado su fe o entregado sus Biblias durante la persecución pudiesen recibir o administrar los
sacramentos. Los creadores y líderes de estos movimientos diversos fueron: Montano, Novaciano y
Donato.

_ La herejía de Montano (c. 179)


Hacia el año 156, este recién convertido de Frigia (Asia Menor), estando en trance recibió varios
mensajes del Señor. Entre estos mensajes había uno que decía que Cristo volvería pronto y reinaría
en la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2), que se establecería en Pepusa, un pueblo de aquel país. Pronto se
le unieron dos profetisas, Priscila y Maximilla, que también pasaban por trances y decían estar
“inspiradas” por el Espíritu Santo. Para algunos, estos predicadores estaban poseídos por el
demonio; para muchos, eran verdaderos cristianos al estilo de los del primer siglo. Ellos se llamaban
la “Nueva Profecía,” y decían que Dios hablaba a su iglesia a través de profetas y profetizas, cuya
autoridad debía ser acatada en lugar de la de los obispos, que estaban corrompidos. Para Eusebio,
tanto Montano con sus profetisas eran falsos profetas.

Eusebio de Cesarea: “… un convertido reciente, llamado Montano, por su ambición


insaciable de liderazgo, le dio al adversario oportunidad en su contra. Y cayó fuera de sí
mismo, y cayendo de pronto en una especie de trance y éxtasis, deliró y comenzó a parlotear
y pronunciar cosas extrañas, profetizando de una manera contraria a la costumbre
constante de la iglesia transmitida por tradición desde el comienzo.

Algunos de aquellos que escucharon sus declaraciones falsas en ese tiempo estaban
indignados, y lo reprendieron como a alguien que estaba poseído, y que estaba bajo el
control de un demonio, y era guiado por un espíritu engañador, y estaba perturbando a la
multitud; y le prohibieron hablar, recordando la distinción hecha por el Señor y su
advertencia a velar atentamente contra la venida de falsos profetas. Pero otros,
imaginándose ellos mismos poseídos por el Espíritu Santo y de un espíritu profético, se
exaltaron y se envanecieron no poco; y olvidándose de la distinción del Señor, desafiaron al
espíritu loco, insidioso y seductor, y fueron seducidos y engañados por él. Como
consecuencia de esto, él ya no pudo ser controlado, como para que guardara silencio.

Así, por algún artificio o más bien mediante tal sistema de artificio maligno, el diablo, al
maquinar la ruina de los desobedientes, y ser honrado indebidamente por ellos,
secretamente excitó e inflamó sus entendimientos que ya se habían apartado de la
verdadera fe. Y él, además, levantó a dos mujeres, y llenándolas con el espíritu falso, de
modo que ellas parlotearon salvajemente e irracionalmente y extrañamente, como la
persona ya mencionada [Montano] mismo.”

Las enseñanzas de Montano se centraban en torno a dos puntos fundamentales:


1. Énfasis sobre el Espíritu Santo y los dones carismáticos. Se acusaba a Montano de pretender
ser el Espíritu Santo y que sus palabras tenían el mismo valor que las de la Biblia. En realidad, había
un fuerte énfasis sobre el don de profecía. Esto era demasiado para el cristianismo ya
institucionalizado de aquel entonces.

2. Énfasis sobre la conducta. Eran muy estrictos en la disciplina, los ayunos y las ofrendas. No se
comprometían con el paganismo ni escapaban a la persecución. Su creencia en el inmediato retorno
de Cristo los llevó a separarse del mundo y a buscar el sufrimiento como camino de
perfeccionamiento y a prohibir el casamiento.

Fue el alto código moral de los montanistas lo que provocó la oposición de muchos. A pesar de
la persecución (los montanistas tuvieron muchos mártires, especialmente en el norte de África) y el
rechazo (muchos obispos en Asia Menor se opusieron duramente), el montanismo se esparció a
Roma donde encontró mayor oposición todavía, y al norte de África donde se hizo fuerte en Cartago.
En esta última ciudad atrajo la atención de Tertuliano en el 207 y lo ganó para este movimiento.
Según Tertuliano, el montanismo era ortodoxo en la doctrina y ascético en la práctica.

El montanismo continuó su obra en Oriente hasta mucho después de la aceptación del


cristianismo por parte del gobierno imperial. Su influencia sobre el cristianismo tuvo una vigencia
todavía mayor. El montanismo (1) ejerció una influencia purificadora, especialmente sobre el clero;
(2) distinguió por primera vez entre pecados mortales (que no tienen perdón) y pecados veniales
(que pueden ser perdonados); (3) preparó el camino para el movimiento monástico al insistir en la
separación del mundo y una vida ascética.

¿Fue el montanismo un movimiento cristiano o no? Antiguamente se acusaba al montanismo


de ser sabeliano, pero Tertuliano (que era anti-sabeliano) era montanista y relaciona al sabelianismo
con el rechazo de la Nueva Profecía. El montanismo fue en realidad un profundo movimiento de
renovación espiritual en una Iglesia que comenzaba a mostrar signos de relajamiento y decadencia.
Significó el resurgimiento de la moribunda tradición de la profecía cristiana en un contexto
eclesiástico caracterizado por un creciente proceso de institucionalización. Fue también una
instancia temprana de los movimientos apocalípticos y adventistas que de tanto en tanto han
emergido en la historia del cristianismo. Y fue una expresión temprana de un cristianismo de corte
carismático, revivalista e inspiracionista, con un fuerte énfasis sobre ciertos dones del Espíritu Santo.

_ Otros disidentes
Novaciano (c. 270). Fue un destacado teólogo y presbítero de Roma, autor de varias obras, la
más importante de ellas Sobre la Trinidad. En el año 251 se opuso a la designación de Cornelio como
obispo de Roma, por considerarlo indigno de tal puesto ya que favorecía la restauración de los que
habían huido de la persecución, entregado las Escrituras o negado su fe. La posición opositora de
Novaciano se fue tornando cada vez más rígida, hasta que se transformó en un antipapa,
probablemente contra su voluntad. Así comenzó un cisma que se prolongó hasta el siglo VII. Según
el historiador eclesiástico Sócrates, Novaciano sufrió el martirio en la persecución de Valeriano. Los
novacianos fundaron iglesias disidentes y estrictas en casi todo el Imperio, especialmente en el norte
de África y en Asia Menor, donde se le unieron muchos montanistas.

Donato el Grande (c. 355). Fue elegido obispo de Cartago en el año 313 por un partido estricto,
que acusaba al obispo anterior, Cecilio, de haber sido ordenado por alguien que no estaba en
condiciones de hacerlo, dado que bajo la persecución de Diocleciano había entregado las Escrituras
para ser quemadas. Los donatistas eligieron primero a Mayorino como obispo de Cartago, quien
pronto fue sucedido por Donato. Los donatistas llegaron a ser fuertes en el norte de África,
especialmente en Numidia.

Sus enseñanzas eran muy rigurosas. Ellos enseñaban que si un obispo, por cualquier razón, era
indigno o había sido ordenado por alguien que lo era, su ministerio carecía de validez y los
sacramentos perdían su efecto salvador y de gracia si él los administraba. Además, creían que ellos
representaban la verdadera sucesión episcopal, y por lo tanto, eran los únicos que estaban en
condiciones de administrar los sacramentos con efectividad.

_ La reacción de la Iglesia
El debate teológico entre estos disidentes y la Iglesia oficial tenía que ver formalmente con la
cuestión de la restauración de los caídos en tiempos de persecución. En realidad, había otras causas
que se revestían de argumentos teológicos, como diferencias sociales, políticas y económicas entre
los partidos en conflicto. Pero sobre todo, se trataba de la lucha entre dos formas de cristianismo.
Por un lado, un cristianismo ya bastante institucionalizado y establecido con respaldo imperial, y
por el otro lado, un cristianismo no establecido, crítico de la relación de la Iglesia con el Estado
romano y no institucionalizado.

La conversión de Constantino y la paz para la Iglesia profundizaron las diferencias entre un


cristianismo “imperial” y mundano, y un cristianismo no ligado al poder y opuesto al mundo. El
cristianismo institucionalizado, con el apoyo oficial del Imperio, terminó por aplastar a la disidencia.
Por su parte, en algunos casos, los disidentes asumieron actitudes terroristas y de fuerte rechazo
del status quo religioso que resultó de la conversión de Constantino y su favoritismo hacia la Iglesia
cristiana. En otros casos, la disidencia fue una reacción contra la pérdida de la vitalidad espiritual en
las iglesias. En este sentido, se trató de verdaderos movimientos de renovación espiritual.

EL PROBLEMA DE LA ECLESIOLOGÍA

_ De un ministerio carismático a un ministerio triple


El desarrollo en relación con el ministerio se aceleró y complicó no sólo en respuesta a los
montanistas sino también debido a las divisiones y al inevitable proceso de institucionalización y
concentración del poder. Cuando leemos los documentos del Nuevo Testamento nos llama la
atención el hecho de que no hay una estructura de gobierno y organización que parezca normativa.
Más bien, los textos neotestamentarios parecen representar una gran variedad de formas según los
lugares y en diferentes épocas. En ningún otro aspecto de la eclesiología antigua se puede ver esto
más claramente que en la estructura del liderazgo de las iglesias.

El ministerio en Jerusalén. En Jerusalén, al menos en el momento de su mayor desarrollo


institucional, había “apóstoles y ancianos” (Hch. 15:2, 4, 6, 22), si bien parece que Pedro todavía
tenía cierta autoridad espiritual y prestigio (Hch. 15:7). De todos modos, es evidente que el líder
indiscutido de la iglesia en la ciudad o al menos el que tenía la palabra final era Santiago o Jacobo,
el hermano carnal de Jesús (Hch. 15:13, 19). No obstante, es interesante notar el papel protagónico
y dinámico de “toda la iglesia” en la discusión (Hch. 15:4, 12) y en la toma de decisiones (Hch. 15:22).

El ministerio en Antioquía. En Antioquía había “profetas y maestros,” que probablemente


ministraban de manera carismática como parte de un equipo integrado por lo menos por cinco
miembros aparentemente nombrados por la iglesia (Hch. 13:1). Bernabé y Saulo, que integraban
este equipo ministerial y que fueron enviados como misioneros, siguieron con la misma práctica y
“constituyeron ancianos en cada iglesia” por ellos fundadas en su primer viaje misionero (Hch.
14:23). En general, parece que en Antioquía y en las iglesias que nacieron de su proyecto misionero
se seguía el modelo de la sinagoga: una junta de ancianos presidida por un presidente.

El ministerio en Éfeso. En Éfeso había “ancianos” u “obispos” (Hch. 20:17, 28). Pablo utiliza
indistintamente estos dos vocablos para referirse a las mismas personas, que servían como líderes
de la Iglesia en la ciudad. Jerónimo comenta: “El apóstol enseña claramente que ‘presbítero’ es lo
mismo que ‘obispo’.” Posiblemente “presbítero” indica por qué fueron nombradas como líderes
estas personas (por su experiencia y madurez), mientras que “obispo” señala para qué fueron
designados (para cuidar y supervisar el rebaño).

El ministerio en Filipos. En Filipos había “obispos” y “diáconos” (Fil. 1:1). Parece claro que aquí
los obispos (del griego epíscopos) todavía no tienen una autoridad o una posición de tipo
monárquica, sino que funcionan más bien como los presbíteros o ancianos que dirigían y atendían
espiritualmente a la comunidad de fe (Tit. 1:5). Los diáconos ayudaban a los obispos en el
cumplimiento de sus responsabilidades pastorales, de allí que los requisitos personales para este
ministerio sean los mismos que para los obispos (1 Ti. 3:8–13; ver Hch. 6:1–6 donde los diáconos
aparecen como ayudantes de campo de los apóstoles).

El ministerio en Roma. En Roma (hacia el año 95) había “obispos y diáconos”. Para este tiempo
la estructura era similar a la de Filipos, si bien un poco más compleja, jerárquica, y ya con cierta idea
de continuidad apostólica. La autoridad del ministerio descansaba en el hecho de que fue instituido
por los apóstoles y debía continuar en forma apostólica. Nótese que la idea de sucesión apostólica
y de apostolicidad del ministerio ya estaba comenzando a desarrollarse. Esta idea se profundizaría
todavía más con el desafío del montanismo, las persecuciones, y el surgimiento de las herejías.

Clemente de Roma: “Los apóstoles nos han predicado el evangelio de parte del Señor
Jesucristo; y Jesucristo [hizo lo propio] de parte de Dios. Cristo, por lo tanto, fue enviado
por Dios, y los apóstoles por Cristo. Ambos nombramientos, entonces, fueron hechos de
una manera ordenada, conforme a la voluntad de Dios. Por eso, habiendo recibido sus
órdenes, y estando plenamente afirmados por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo,
y establecidos en la palabra de Dios, con plena seguridad del Espíritu Santo, ellos salieron
proclamando que el reino de Dios estaba cerca. Y así predicaron por países y ciudades, y
ordenaron a los primeros frutos [de sus labores], habiéndolos probado primero por el
Espíritu, para que fuesen obispos y diáconos de aquellos que creerían más tarde.… Nuestros
apóstoles también sabían, a través de nuestro Señor Jesucristo, que habría contiendas en
razón del oficio del episcopado. Por esta razón, por lo tanto, ya que ellos habían obtenido
un preconocimiento perfecto de esto, nombraron a aquellos [ministros] ya mencionados, y
después dieron instrucciones, que cuando éstos murieran, otros hombres aprobados debían
sucederlos en el ministerio. Nosotros somos de la opinión, por lo tanto, que aquellos
ordenados por ellos, o posteriormente por otros hombres prominentes, con el
consentimiento de toda la Iglesia, y que han servido intachablemente al rebaño de Cristo
en un espíritu humilde, pacificador y desinteresado, y que por un largo tiempo han poseído
la buena opinión de todos, no pueden ser sacados del ministerio con justicia.”

El ministerio en Asia Menor. En Asia Menor (hacia el año 115) había “obispos, presbíteros y
diáconos.” En buena medida debido al crecimiento de la Iglesia en una ciudad, uno de los presbíteros
al frente de una congregación local pasaba a supervisar a todas las congregaciones de la ciudad y a
los demás presbíteros. Este pastor más destacado era nombrado obispo y estaba a la punta de una
pirámide jerárquica de tres niveles: obispo, presbíteros y diáconos. El oficio de obispo con este
significado surgió de la costumbre de tener una junta de presbíteros u obispos con un presidente.
El presidente, bajo circunstancias especiales como fueron las épocas de persecución o la amenaza
de las herejías, llegó a tener una autoridad espiritual especial sobre los demás presbíteros en un
área determinada. Así se llegó a un ministerio triple, con un obispo en la ciudad, que supervisaba a
un número de presbíteros y de diáconos. Ignacio de Antioquía llama la atención sobre la necesidad
de que los líderes de la Iglesia estén sujetos bajo la autoridad de su obispo, a fin de preservar la
unidad de la Iglesia.

Ignacio de Antioquía: “Y por tanto es adecuado que vosotros marchéis juntos en armonía
con la voluntad de vuestro obispo, cosa que también hacéis. Porque vuestro presbiterio
justamente renombrado y digno de Dios, está ajustado al obispo exactamente como las
cuerdas de un arpa. De manera que en vuestra concordancia y amor armónico, vuestra
canción sea Jesucristo. Y transformaos, hombre por hombre, en un coro, que siendo
armonioso en amor y tomando la canción de Dios en unísono, pueda cantar a una voz al
Padre a través de Jesucristo, de modo que él pueda tanto oíros como percibir a través de
vuestras obras que sois verdaderamente miembros de su Hijo.”

_ Desarrollo del episcopado monárquico


El proceso de centralización institucional y de concentración de la autoridad espiritual en la
figura del obispo fue lento pero persistente en los primeros cinco siglos. Poco a poco, los dones y
ministerios que habían estado en manos de todos los creyentes, se fueron concentrando con
exclusividad en los obispos. Éstos se fueron constituyendo también en depositarios de la doctrina,
la correcta interpretación de la Biblia, el ejercicio de los carismas, la administración de los
sacramentos y el poder eclesiástico.

Varios factores ayudaron a este proceso, entre ellos, el surgimiento de las herejías, las divisiones
internas, las persecuciones y la decadencia de las estructuras políticas y sociales dentro del Imperio
Romano. No obstante, se trató de un lento proceso, que se fue desarrollando a lo largo de los siglos
y no siempre de la misma manera ni debido a las mismas razones. En el fondo, lo que ocurrió fue el
inevitable proceso de institucionalización acompañado de la pérdida de visión y sensibilidad
espiritual, que culminó en el desarrollo del modelo de cristiandad. En el Nuevo Testamento mismo
ya es posible detectar el comienzo de este proceso de institucionalización a medida que, primero,
los ancianos-obispos y diáconos en cada iglesia local estuvieron bajo la supervisión de los apóstoles
y más tarde algunos obispos más destacados en las principales ciudades del Imperio asumieron el
papel directivo de los primeros. A partir del siglo II ya puede detectarse el ascenso y jerarquía del
ministerio episcopal, al menos en algunas ciudades.

El episcopado durante el siglo II. Temprano en el segundo siglo podemos ver la distinción entre
obispos y presbíteros, especialmente en los escritos de Ignacio de Antioquía (50–115). Cada
congregación era gobernada por un ministerio a la cabeza del cual estaba el obispo, seguido por los
presbíteros y los diáconos. Más tarde en el siglo II, Ireneo de Lión y Tertuliano de Cartago dieron
testimonio del ministerio de obispos diocesanos, sobre una región geográfica que más o menos se
correspondía con las diócesis administrativas del Imperio Romano. Estos obispos eran
sobreveedores sobre un grupo de congregaciones locales en un área geográfica determinada. A su
vez, se los consideraba como los legítimos sucesores de los apóstoles, con todo lo que ello implicaba
en términos de autoridad espiritual.

Ireneo de Lión: “Por lo tanto, esto está al alcance de todos, en cada iglesia que desea ver la
verdad, contemplar claramente la tradición de los apóstoles manifestada a través de todo
el mundo; y estamos en posición de reconocer a aquellos que fueron instituidos por los
apóstoles como obispos en las iglesias, y [demostrar] la sucesión de estos hombres hasta
nuestro propio tiempo; aquellos que ni enseñaron ni sabían nada parecido a lo que
entusiasma a estos [herejes].… Porque ellos estaban deseosos de que estos hombres fuesen
bien perfectos e intachables en todas las cosas, a quienes ellos también estaban dejando
atrás como sus sucesores, entregando su propio lugar de gobierno a estos hombres;
hombres que, de cumplir sus funciones honestamente, serían de gran beneficio a la iglesia,
pero si caían, serían la peor calamidad.”

El episcopado durante el siglo III. Para mediados del siglo III, el mono-episcopado estaba bien
establecido y era el eje de la realidad institucional de la Iglesia en todo el mundo cristiano. Para este
tiempo ya estaba también fijada la idea del sacerdocio (el sacerdote actuaba como un mediador
entre Dios y los seres humanos) y del culto como un sacrificio. Para entonces ya comenzaba a
afirmarse la primacía del obispo de Roma por sobre los obispos en otras regiones. Nadie como
Cipriano de Cartago (c. 195–258) ayudó más a fortalecer estos conceptos con sus enseñanzas.
Cipriano de Cartago: “El que habla aquí (Juan 6:67–69) es Pedro, sobre el que había sido
edificada la Iglesia, enseñando y mostrando en nombre de la Iglesia, que, a pesar de que la
muchedumbre rebelde y soberbia de los que no quieren escuchar ni obedecer se aleje, la
Iglesia, sin embargo, no se aparta de Cristo; y ellos son la Iglesia, quienes son un pueblo
unido al sacerdote (obispo), y el rebaño que se adhiere a su pastor. Por eso, debes saber
que el obispo está en la iglesia, y que la Iglesia está en el obispo; y que si alguno no está con
el obispo, el tal no está en la Iglesia, y que en vano se lisonjean aquellos que se infiltran, sin
tener paz con los sacerdotes (obispos) de Dios, y piensan que se pueden comunicar
secretamente con algunos; cuando la Iglesia, que es católica y una, no está dividida ni
partida, sino que está realmente bien conectada y ligada con el vínculo de los sacerdotes
(obispos), que están unidos entre sí.”

El episcopado durante el siglo IV. Para el siglo IV aparecen los obispados metropolitanos
(arzobispados) y los patriarcas que gobernaban sobre toda una región más amplia. A comienzos del
siglo, en ocasión del Concilio de Nicea (325), se ve a los obispos metropolitanos (arzobispos) que,
en razón de su ubicación en centros más poblados, ganaron ascendencia sobre los chorepiscopi
(obispos rurales). Desde mediados del siglo (341), se había mandado que en cada provincia del
Imperio, el obispo de la ciudad principal o metrópoli tuviera superioridad sobre los obispos del
interior de la provincia. Para fines del siglo IV, en ocasión del Concilio de Calcedonia (381), ya se ve
el surgimiento de los patriarcas territoriales. A éstos se les reconocía un honor especial por ser los
obispos de las ciudades principales del Imperio Romano: Roma, Alejandría, Antioquía,
Constantinopla y Jerusalén, que eran las sedes episcopales más importantes en Oriente y Occidente.

El episcopado durante el siglo V. Para mediados del siglo V, la supremacía del obispo de Roma
era indiscutible. León I, en ocasión del Concilio de Calcedonia (451), pretendió autoridad sobre toda
la Iglesia y las demás sedes episcopales en base a la teoría de la sucesión apostólica y el primado de
Pedro.

_ Factores que contribuyeron a la supremacía del obispo de Roma


Un supuesto fundamento bíblico. Las pretensiones del obispo de Roma descansaban sobre la
afirmación de que Pedro había recibido autoridad sobre toda la Iglesia de parte de Jesús mismo. En
base a Mateo 16:17–19, se argumentaba que Pedro tenía el “primado,” es decir, el primer lugar
entre todos los obispos cristianos, por ser la “roca” sobre la cual el Señor edificaba su Iglesia y por
haber recibido la autoridad de atar y desatar (perdonar pecados). En base a Juan 21:15–17, se
argumentaba que Pedro era el pastor principal de la Iglesia, que tenía la tarea de alimentar, cuidar
y vigilar todas las ovejas del rebaño de Cristo en todo el mundo. En base a Lucas 22:31–32, se
argumentaba que Pedro, después de haber sido restaurado por Cristo de sus errores, era el maestro
principal de la cristiandad. Estos argumentos fueron sostenidos por primera vez por León I, quien
bien puede ser considerado como el primer papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

El argumento de la sucesión apostólica. La enseñanza de que los apóstoles transmitieron su


autoridad a sus sucesores llevó a la conclusión de que la autoridad suprema de Pedro había sido
transferida a los obispos de Roma, que lo sucedieron en su ministerio en la ciudad más importante
del Imperio. Fue a partir del siglo V que la pretensión romana de autoridad basada en la tradición
del primado petrino se sostuvo con consistencia y continuidad hasta hoy.

El martirio de Pedro y Pablo en Roma. La persecución bajo el emperador Nerón dio a la Iglesia
romana un lugar prominente en virtud de los sufrimientos padecidos por los cristianos en aquella
ciudad. Más tarde, con el surgimiento de la veneración de los mártires, Roma ganó un prestigio
especial como el lugar de las muertes de dos de los apóstoles principales: Pedro y Pablo.

La población de Roma. Como capital del Imperio Romano, la ciudad contaba con una muy
numerosa población. El número de cristianos era también importante, especialmente hacia
mediados del siglo V. El peso demográfico de Roma contribuyó a la exaltación del obispo de esa
ciudad.

El traslado de la capital del Imperio a Constantinopla. Después del Edicto de Milán (313), los
emperadores buscaron el consejo de los obispos de Roma, especialmente en cuestiones de carácter
religioso. Con el traslado de la capital imperial a Constantinopla (330), la Iglesia de Roma y su obispo
quedaron como los únicos factores de poder y de orden social en todo Occidente, lo cual aumentó
su prestigio e influencia.

Idioma y cultura. El mundo occidental de habla y cultura latina, conducido por el obispo de
Roma, resultó ser mucho más pragmático y eficiente que el mundo oriental de cultura griega. Los
intrincados dilemas teológicos que enredaban a la Iglesia en el Este de habla griega, no
entretuvieron a los teólogos latinos. El latín no era tan sutil como el griego para expresar significados
precisos, y los líderes occidentales se ocuparon más de cuestiones prácticas que especulativas.
Mientras los teólogos en Oriente se enredaban en controversias interminables, los obispos de Roma
iban construyendo de manera persistente su estructura y poder políticos.

Ubicación estratégica. De las cinco sedes patriarcales (Constantinopla, Jerusalén, Antioquía,


Alejandría y Roma), sólo Roma estaba en la mitad occidental del Imperio Romano. De este modo, el
obispo de Roma pudo ejercer su autoridad, sin competencias, sobre un territorio mayor que el de
cualquier otro patriarca.

Alcance misionero. Algunos obispos de Roma, como Gregorio I (540–604), tuvieron un interés
misionero mucho más profundo que otros patriarcas de otras regiones. En general, alentaron
trabajos misioneros exitosos entre las tribus bárbaras del norte, que por entonces admiraban todo
lo que fuese romano. Los patriarcas orientales fueron mucho menos exitosos en materia
evangelizadora y misionera. No lograron penetrar con el testimonio cristiano el mundo persa, y más
tarde, el mundo musulmán.

Las invasiones bárbaras. El colapso del Imperio Romano de Occidente bajo las invasiones
bárbaras dejó a la Iglesia como la principal fuerza integradora de la sociedad, tanto dentro del
Imperio como entre los bárbaros “cristianizados” (arrianos). En 404 se trasladó la sede imperial
occidental de Roma a Rávena, con lo cual el obispo de Roma controló la ciudad como único
representante del genio romano. Fue el obispo romano Inocencio I, que gobernó la ciudad del 402–
417, el único poder político y civil que enfrentó a Alarico y tuvo que sobrevivir al saqueo de la ciudad.
Los obispos romanos confrontaron a los bárbaros invasores con la firmeza de su convicción de que
eran los pastores de toda la cristiandad y defensores de la civilización romana. León I, papa desde
440–461, enfrentó a Atila y los hunos cuando éstos estaban por atacar Roma, y logró que levantaran
su asedio.

La conquista del Islam. Con el surgimiento del Islam y las invasiones árabes en el siglo VII, se
perdieron los territorios que controlaban las otras sedes patriarcales. Antioquía, Jerusalén y
Alejandría quedaron bajo el islamismo, y Constantinopla padeció una permanente presión y
amenaza. Al no tener otras sedes que le hicieran competencia, el obispo de Roma incrementó su
autoridad y prestigio.

CUADRO 15 - DEFENSORES DE LA FE

Apologistas Polemistas

Convertidos del paganismo Criados en una cultura cristiana

Confrontaron persecusión externa Confrontaron herejías internas.

Usaron básicamente el AT. Usaron básicamente en NT.

Defendieron o explicaron la fe cristiana. Atacaron las ideas y doctrinas heréticas

Literatura apologética o dialógica Literatura polémica o controversial.

EL PROBLEMA DE LAS CONTROVERSIAS TEOLÓGICAS

_ La necesidad de una teología cristiana


La necesidad de reflexionar sobre su fe fue impuesta sobre los cristianos por la oposición pagana
externa y las filosofías que internamente querían minarla. Esta batalla comenzó bien temprano. El
cristianismo comenzó con el testimonio de Jesús como el Hijo de Dios, y la deidad de Cristo fue la
base de su fe. Pero esta creencia tenía implicaciones que debían ser explicadas y defendidas.

Mientras Jesús estaba presente en la carne con sus discípulos, éstos lo consideraron como una
gran personalidad, con cualidades extraordinarias. Marcos presenta a un hombre fuera de serie
(“¿Quién es éste?”, Mr. 4:41). Pero luego de la resurrección, ese hombre admirable se transformó
para los discípulos en el Hijo de Dios. Por eso, la predicación de la Iglesia primitiva fue una
predicación de la resurrección, y sobre esta doctrina se fundó el cristianismo. La doctrina cristiana
más temprana surgió como un intento por explicar la experiencia de los primeros discípulos con el
Cristo resucitado.

_ Las primeras controversias


Durante el período de los comienzos del cristianismo (hasta el año 100), la literatura del canon
del Nuevo Testamento todavía no estaba organizada. Las iglesias utilizaban el Antiguo Testamento
y con él fundamentaban sus creencias. De todos modos, las iglesias crecían sin mayores problemas
doctrinales y conservaban con pureza la enseñanza apostólica (Hch. 2:42).

Las doctrinas capitales de la predicación apostólica, en el orden en que generalmente las


enseñaban, fueron: (1) hay un solo Dios verdadero (1 Ts. 1:9; Hch. 14:15); (2) Jesús es el Hijo de Dios
(1 Ts. 1:10), que resucitó y es el Salvador. Fue en torno a la segunda doctrina donde se presentaron
los primeros problemas. La primera cristología (doctrina de Cristo) era mesiánica, es decir, Jesús era
el Mesías de las esperanzas judías. Pero pronto se planteó el problema de interpretación entre el
Cristo que los discípulos conocieron en su vida terrenal y el Cristo resucitado y ascendido, que era
predicado a quienes no fueron testigos presenciales de su vida y ministerio. No era difícil pensar en
un Cristo sufriente, pero ese Cristo había sido glorificado con la resurrección, y en un mundo de
cultura griega, esto resultaba en una creencia escandalosa. La cristología de Pablo resuelve esta
oposición combinando conceptos hebreos y gentiles, y en sus cartas el apóstol habla del Siervo
sufriente y del Señor exaltado.

Otro foco de conflicto fueron los judaizantes que insistían en que los cristianos debían guardar
toda la Ley de Moisés. En respuesta a éstos, Pablo escribió Gálatas y Romanos, donde expone acerca
de Jesús y de cómo salva, desarrollando la doctrina de la salvación por gracia mediante la fe. Ante
dudas respecto a la vida después de la muerte, Pablo escribió 1 Corintios, donde considera el tema
de la resurrección del cuerpo.

A partir del segundo siglo aparecen las primeras herejías (“partidos”) entre las que se pueden
mencionar las siguientes:

Ebionitas (herejía judía). Los ebionitas fueron los continuadores de los judaizantes del Nuevo
Testamento. Confesaban a Jesús como el Mesías, incluso algunos como el más grande de los
profetas, pero no reconocían su divinidad y exigían la observancia estricta de la Ley. Esta herejía
continuó por largo tiempo, ya que Jerónimo (c. 340–420) a comienzos del siglo V habla de ellos.
Docetistas (herejía gentil). Los docetistas aparecieron a fines del período neotestamentario.
Consideraban a Dios como remoto y no interesado en el mundo. Si Jesús estaba identificado con
Dios, entonces no sufrió en la cruz, porque Dios no puede sufrir. Además, no tuvo hambre, no se
enojó, ni puede haber tenido un cuerpo, porque la materia es imperfecta. Para ellos el Jesús humano
era como un fantasma. No podían pensar de otra manera ya que partían del concepto griego de
Dios como trascendente e impasible, un Dios remoto y demasiado puro como para contaminarse
con el mundo material e imperfecto. Juan los ataca por su negación del cuerpo de Jesús (2 Jn. 7; 1
Jn. 1:1–3; 4:1–3). Jerónimo dice: “La sangre de Cristo todavía estaba fresca en Judea, cuando ya se
decía que su cuerpo era un fantasma.” Es por esto que el docetismo fue también conocido como
“fantasmismo.”

Adopcionistas (herejía judía y gentil). Los adopcionistas quisieron resolver el problema de la


relación de Cristo con el Padre, para evitar lo que les parecía era politeísmo (creencia en varios
dioses) y afirmar la unidad de Dios. Para ellos, sólo podía haber un solo ser Supremo. Por eso, se los
llamó “monarquianos”.

Hubo dos tipos de monarquianos. (1) Dinamistas o adopcionistas, que enseñaban que Jesús fue
un poder o una emanación de Dios, un hombre tan bueno que Dios lo “adoptó” como su Hijo en una
forma especial. (2) Modalistas o sabelianos, que enseñaban que las tres personas de la Trinidad no
son tres existencias o personalidades separadas, sino sólo tres modos de la existencia de una sola
personalidad divina. Sabelio (c. 265) enseñó en Roma en el tercer siglo y gozó de amplia popularidad.
Según él, Dios desempeñó tres papeles en la historia: primero como Padre Creador, que se reveló
en las Escrituras judías; segundo, como Hijo, que se reveló en el Jesús histórico; y, tercero, como
Espíritu Santo, que es la forma en que ahora debe ser adorado.

_ Las controversias trinitarias


Con la conversión de Constantino, muchos paganos se bautizaron sin ser verdaderamente
convertidos, y con ellos penetró en la Iglesia la idea pagana de Dios, que llevó a la primera herejía
seria: el arrianismo. Arrio (256–336) era un presbítero en Alejandría, que tuvo una discusión con el
obispo Alejandro (¿-328) en el año 318, por causa de un sermón que éste último predicó sobre la
divinidad de Cristo. La cuestión fundamental que abordó Alejandro era cómo podemos creer en un
solo Dios y aceptar la divinidad de Cristo. Arrio replicó diciendo que sólo Dios el Padre es eterno y
verdadero. Padre e Hijo no pueden ser iguales porque “hijo” significa que tuvo un comienzo, es
decir, hubo un momento cuando Cristo no existió. Arrio pensó que facilitaría la comprensión de la
fe cristiana a los paganos, puesto que éstos creían en semidioses. Esperaba hacerlo enseñando que
Dios es Dios, uno y único, y que Cristo no es ni Dios ni hombre, sino alguien en el medio, como los
semidioses paganos. Arrio fue excomulgado y la Iglesia se dividió porque la enseñanza arriana tuvo
una rápida difusión y se popularizó.

En el año 324, Constantino, que temía ver quebrantada la unidad del cristianismo y de su
Imperio por causa de este problema doctrinal, quiso intervenir. Lo hizo enviando a Osio (c. 257–
358), obispo de Córdoba (España), para arreglar la disputa, pero éste fracasó. El emperador, por
recomendación suya, convocó para debatir el tema a un concilio general, que se reunió en Nicea en
el año 325. Trescientos dieciocho obispos se reunieron. Se presentaron tres posiciones en cuanto a
la relación del Padre con el Hijo: (1) el Hijo era de la misma sustancia del Padre (omousios); (2) el
Hijo era de una sustancia diferente de la del Padre (heterousios); (3) el Hijo era de una sustancia
similar a la del Padre (omoiousios).

Atanasio (296–372), diácono del obispo de Alejandría, jugó un papel principal al definir que
Cristo es una esencia con el Padre. El arrianismo fue condenado, pero la controversia no terminó. A
veces los arrianos parecieron ganar, incluso contando con el favor imperial. Atanasio fue exiliado
varias veces de Alejandría, pero su posición finalmente tuvo éxito en occidente.

Atanasio: “Todo el que quiere ser salvo, antes que todo es necesario que tenga la verdadera
fe cristiana. Y si alguno no la guardare íntegra e inviolada, es indudable que perecerá
eternamente. Y la verdadera fe cristiana es ésta: que veneremos a un solo Dios en la
Trinidad, y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni dividiendo la sustancia.
Una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo. Pero una sola es la
divinidad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; igual es la gloria, y coeterna la majestad.

Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo,
increado el Espíritu Santo. El Padre es inmenso, el Hijo es inmenso, el Espíritu Santo es
inmenso. El Padre es eterno, el Hijo es eterno, el espíritu Santo es eterno. Sin embargo, no
son tres eternos, sino un Eterno. Como tampoco son tres increados, ni tres inmensos, sino
un Increado y un Inmenso. Igualmente, el Padre es todopoderoso, el Hijo es todopoderoso,
el Espíritu Santo es todopoderoso. Sin embargo, no son tres todopoderosos, sino un
Todopoderoso. Así que el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Sin
embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios.

Asimismo, el Padre es Señor, el Hijo es Señor, el Espíritu Santo es Señor. Sin embargo,
no son tres señores, sino un solo Señor. Porque, así como somos compelidos por la verdad
cristiana a confesar a cada una de las tres personas por sí misma, Dios y Señor, así nos
prohíbe la religión cristiana decir que son tres dioses y tres señores.

El Padre no fue hecho por nadie, ni creado, ni engendrado. El Espíritu Santo es del Padre
y del Hijo; ni hecho, ni creado, ni engendrado, sin precedente. Así que es un Padre, no tres
padres; un Hijo, no tres hijos; un Espíritu Santo, no tres espíritus santos. Y en esta Trinidad
ninguno es primero o postrero; ninguno mayor o menor; sino que todas las tres personas
son coeternas juntamente y coiguales; así que en todas las cosas, como queda dicho, debe
ser venerada la Trinidad en la unidad, y la unidad en la Trinidad. Quien, pues, quiere ser
salvo, debe pensar así de la Trinidad.

Además, es necesario para la salvación que se crea también fielmente en la encarnación


de nuestro Señor Jesucristo. Ésta es, pues, la fe verdadera, que creamos y confesemos que
nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y hombre; Dios de la sustancia del Padre,
engendrado antes de los siglos; y hombre de la sustancia de su madre, nacido en el tiempo;
perfecto Dios y perfecto hombre, subsistiendo de alma racional y de carne humana; igual al
Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad; quien, aunque es Dios y
hombre, sin embargo no son dos, sino un solo Cristo; uno empero, no por la conversión de
la divinidad en carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios; absolutamente uno, no
por la confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona.

Porque como el alma racional y la carne es un hombre, así Dios y el hombre es un Cristo;
quien padeció por nuestra salvación; descendió al infierno, al tercer día resucitó de los
muertos; subió al cielo; está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; de donde va
a venir a juzgar a los vivos y a los muertos; en cuya venida todos los hombres han de
resucitar con sus cuerpos; y han de dar cuenta de sus propias obras. Los que hicieron bien,
irán a la vida eterna; pero los que hicieron mal, al fuego eterno. Ésta es la verdadera fe
cristiana; que si alguno no la creyere firme y fielmente, no podrá ser salvo.”

El Credo de Nicea niega el viejo concepto griego o gnóstico de Dios y establece la creencia
correcta en las tres personas de la Trinidad, centrando la atención sobre la relación del Padre y el
Hijo: Cristo es totalmente divino, de la misma esencia y sustancia del Padre.

Credo Niceno: “Creemos en un Dios Padre todopoderoso, hacedor de todas las cosas
visibles e invisibles. Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito
del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de
Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las
cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien
para nosotros los hombres y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo
hombre, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.

Y en el Espíritu Santo.

A quienes digan, pues, que hubo (un tiempo) cuando el Hijo de Dios no existió, y que
antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue
formado de otra sustancia (hipóstasis) o esencia (usía), o que es una criatura, o que es
mutable o variable, a éstos anatematiza la Iglesia católica.”

_ Las controversias cristológicas


Estas controversias tuvieron que ver con la persona de Cristo. El primer problema había sido
cómo tres personas podían ser un Dios. Ahora, a comienzos del siglo V, se discutía cómo dos
naturalezas (divina y humana) podían estar en Cristo. Había tres puntos de vista asociados a tres
escuelas.

La escuela de Antioquía. Esta línea de pensamiento enfatizaba la realidad de la naturaleza


humana y olvidaba la divinidad de Cristo. En razón de una fuerte influencia judía, mantenía
separadas las dos naturalezas. Un destacado representante de esta escuela de pensamiento fue
Nestorio (m. 451), que fue monje y presbítero en Antioquía y luego obispo de Constantinopla en el
año 428. Sus enemigos lo acusaron de herejía y fue excomulgado por el Concilio de Éfeso (431),
porque se opuso al culto a María y rechazó el título “Madre de Dios” (theotokos) como irreverente.
Según él, había que separar las naturalezas: una era la naturaleza del ser humano que nació de
María, y otra la del ser divino que habitaba en él. Sus seguidores enseñaron que en Cristo un hombre
y Dios se unieron sin mezclarse, y que Cristo era realmente dos personas: una divina y otra humana.

La escuela de Alejandría. Esta línea de pensamiento enfatizaba la divinidad de Cristo


minimizando su humanidad. Uno de los exponentes de esta línea de interpretación fue Apolinario
(m. 392), obispo de Laodicea (360), que era sirio de nacimiento pero alejandrino de pensamiento.
Fue un hombre abnegado, estudioso y reputado como un gran erudito. Comenzó su reflexión con la
divinidad perfecta y completa de Cristo, señalando que sólo Dios puede salvar al mundo. Si Cristo
es el Salvador, entonces debe ser divino por necesidad. Su error vino cuando quiso especificar el
modo preciso de la encarnación y afirmó que en la personalidad de Cristo no hay un espíritu o mente
humana, porque el lugar del espíritu en Cristo fue ocupado por el Logos. Así, según él, Cristo fue
Logos, cuerpo y alma. El Logos vivía una vida divina en la carne humana. Apolinario fue condenado
por varios concilios, especialmente por el de Constantinopla, en el año 381.

Otro exponente de la escuela alejandrina fue Eutiques (378–454), un monje anciano e ignorante,
que enseñó una cristología apolinarista. Sostenía que la naturaleza humana en Cristo había sido
absorbida por la naturaleza divina, de manera tal que el cuerpo mismo de Cristo no fue de la misma
esencia que el nuestro, sino que fue un cuerpo divino. Según él, Cristo tuvo dos naturalezas antes
de la encarnación y una sola después. Fue condenado por el Concilio de Calcedonia en el año 451,
el más grande de todos los concilios, porque terminó con las controversias cristológicas.

La escuela de Roma. Esta línea de pensamiento enfatizaba los aspectos prácticos de la vida
cristiana. Los teólogos latinos no comenzaron con la vida interior de Dios, sino con la vida humana,
pensando del ser humano como una persona pecadora y necesitada de salvación, y preguntándose
cómo podía ser perdonado. El énfasis en Occidente estaba puesto sobre el pecado y la gracia. El ser
humano está ante Dios como un deudor que no puede pagar; Cristo viene al mundo y paga la deuda.
Por ser Dios, puede actuar como mediador; por ser hombre, puede pagar la deuda; por ser tanto
Dios como hombre, puede ser el Salvador. Desde Tertuliano de Cartago hasta Agustín de Hipona
(354–430), los cristianos occidentales pensaban así.

Este concepto fue presentado por León I (390–461), obispo de Roma, a través de una carta suya
conocida como el “Tomo,” que fue leída en el Concilio de Calcedonia. La carta entusiasmó a los
obispos asistentes, que se pusieron de pie y gritaron: “¡Pedro ha hablado!” Influido por esta carta,
el concilio aprobó la “Definición de Calcedonia” que, dejando de lado el cómo de la cuestión, afirmó
las dos naturalezas de Cristo (divina y humana). La Definición no resolvió el misterio, pero sí lo
definió y aclaró, estableciendo en forma definitiva la comprensión doble de la naturaleza de Cristo.

CUADRO 16 - LOS GRANDES CONCILIOS UNIVERSALES O ECUMÉNICOS

LUGAR FECHA EMPERADOR PARTICIPANTES RESULTADOS


NICEA 325 Constantino Arrio Alejandro Declaró al Hijo
Eusebio de homoousios (co-
Nicomedia Eusebio igual,
de Cesarea Osio consubstancial y
Atanasio co-eterno) con el
Padre. Condenó a
Arrio. Redactó la
forma original del
Credo de Nicea.

CONSTANTINOPLA 381 Teodosio Melecio de Confirmó


Antioquía Gregorio resultados del
Nacianceno Concilio de Nicea.
Gregorio de Niza Produjo el Credo
de Nicea revisado.
Terminó con la
controversia
trinitaria. Afirmó la
deidad del Espíritu
Santo. Condenó el
apolinarianismo.

EFESO 431 Teodosio II Cirilo Nestorio Declaró herético al


nestorianismo.
Aceptó por
implicación la
cristología
alejandrina.
Condenó a Pelagio.

CALCEDONIA 451 Marciano León I Dióscoro Declaró las dos


Eutiques naturalezas de
Cristo sin mezcla,
sin cambio,
indivisibles,
inseparables.
Condenó
eutiquianismo

CONSTANTINOPLA 553 Justiniano Eutoquio Condenó los “Tres


Capítulos” para
ganar el apoyo de
los monofisitas.
Afirmó la
interpretación de
Cirilo de la
“Definición de
Calcedonia”.

CONSTANTINOPLA 680–681 Constantino IV Rechazó el


monotelismo.
Condenó al papa
Honorio (m. 638)
como hereje.

NICEA 787 Constantino VI Declaró como


legítima la
veneración de
íconos y estatuas.

Definición de Calcedonia: “Siguiendo pues a los santos Padres, enseñamos todos a una voz
que ha de confesarse uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el cual es perfecto en
divinidad y perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de alma racional
y cuerpo; consubstancial al Padre según la divinidad, y asimismo consubstancial a nosotros
según la humanidad; semejante a nosotros en todo, pero sin pecado; engendrado del Padre
antes de los siglos según la divinidad, y en los últimos días, y por nosotros y nuestra
salvación, de la Virgen María, la Madre de Dios (theotokos), según la humanidad; uno y el
mismo Cristo Hijo y Señor unigénito, en dos naturalezas, sin confusión, sin mutación, sin
división, sin separación, y sin que desaparezca la diferencia de las naturalezas por razón de
la unión, sino salvando las propiedades de cada naturaleza, y uniéndolas en una persona o
hipóstasis; no dividido o partido en dos personas, sino uno y el mismo Hijo Unigénito, Dios
Verbo y Señor Jesucristo, según fue dicho acerca de él por los profetas de antaño y nos
enseñó el propio Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Credo de los Padres.”

_ La controversia pelagiana
Esta controversia tuvo dos protagonistas principales: Pelagio y Agustín de Hipona.

Pelagio (c. 370–440). Pelagio fue un monje británico muy hábil e instruido, que se estableció en
Roma hacia el año 400 y que fue seguido en sus ideas por Celeste y Juliano. Los pelagianos afirmaban
que el ser humano se reconcilia con Dios haciendo uso de su capacidad natural de escoger entre el
bien y el mal. El ser humano tiene poder para hacer lo bueno, decían, de otro modo Dios no le
hubiese dado la Ley para que la cumpliese. Además, no hay nada en el ser humano que lo lleve a
pecar y es posible que pueda llevar una vida sin pecado.

Los pelagianos rechazaban la idea del pecado original o de la inclinación pecaminosa transmitida
de padres a hijos, señalando que la caída de Adán no afectó a su posteridad. Para ellos, la muerte
no es una consecuencia del pecado, sino una necesidad del organismo, y el bautismo infantil es
innecesario y la gracia divina también. La doctrina del pecado original, según era enseñada por aquel
entonces, se contradecía. “Si el pecado es natural, no es voluntario; si es voluntario, no es innato.
Estas dos definiciones son tan mutuamente contrarias como son la necesidad y la (libre) voluntad.”
Incluso después de pecar, la voluntad permanece tan libre como era antes de que el pecado fuese
cometido, porque según los pelagianos el ser humano tenía “la posibilidad de cometer pecado o de
refrenarse del pecado.”

Ellos explicaban la universalidad del pecado señalando a la naturaleza sensual, que si bien es
totalmente inocente en sí misma, es la ocasión para la tentación y el pecado. No tuvieron un
concepto de la unidad ética de la raza humana y del individuo. Según Celeste, el concepto de pecado
debe desarrollarse tomando en cuenta los siguientes hechos: (1) Adán fue creado mortal y hubiese
muerto de todos modos, ya sea que hubiese pecado o no pecado; (2) el pecado de Adán lo dañó
sólo a él y no a toda la raza humana; (3) la Ley lleva al reino (de los cielos), así como lo hace el
evangelio; (4) incluso antes de la venida de Cristo hubo seres humanos sin pecado; (5) los niños
recién nacidos están en el mismo estado en que estaba Adán antes de su trasgresión; (6) toda la
raza humana no muere a través de la muerte y trasgresión de Adán, ni resucita nuevamente a través
de la resurrección de Cristo.

Según Pelagio, el pecado “es llevado a cabo por imitación, cometido por la voluntad, denunciado
por la razón, manifestado por la Ley, y castigado por la justicia.” Con estos conceptos, Pelagio quería
evitar la idea del pecado como hereditario. Según él, el pecado no es una necesidad universalmente
trágica, sino una cuestión de un mal ejercicio de la libertad humana.

Además, los pelagianos no creían en una gracia divina real; no concebían la gracia como una
influencia divina en el ser humano. La gracia era una suerte de iluminación de la razón del ser
humano, que le permitía descubrir la voluntad de Dios de tal manera que en su propio poder podía
escoger y actuar conveniente y correctamente.
La gracia tenía para Pelagio un cuádruple contenido: (1) doctrina y revelación, (2) revelación del
futuro con sus recompensas y castigos, (3) demostración de las trampas del diablo, y (4) “iluminación
por el multiforme e inefable don de la gracia celestial.”

Los pelagianos creían que la función de Cristo era doble: (1) proporcionar el perdón de los
pecados en el bautismo a aquellos que creen, y (2) dar un ejemplo de vida sin pecado no sólo
evitando cometer los pecados sino también evitando las ocasiones de cometerlos mediante el
ascetismo. La gracia es idéntica a la remisión general de los pecados en el bautismo. Una vez que la
persona está bautizada, la gracia carece de sentido ya que a partir de allí el ser humano es capaz de
hacer todo por su cuenta.

Agustín de Hipona (354–430). El antagonista de Pelagio fue Agustín de Hipona, quien después
de haber pasado por el maniqueísmo, el escepticismo y el neoplatonismo tuvo una profunda
experiencia de conversión cristiana. Sus enseñanzas más importantes han ejercido una notable
influencia sobre el desarrollo de la teología cristiana occidental. Según él, el ser humano original era
justo, sin pecado y libre. Adán tenía la libertad de no caer, de no morir, de no alejarse del bien;
estaba en paz, libre de todo deseo y necesidad. Pero podía usar su libertad en la dirección
equivocada, es decir, podía pecar y morir. De hecho, Adán era libre cuando cayó. La razón de su
caída no fue externa sino interna. Según Agustín, el pecado es esencialmente pecado espiritual: el
ser humano quería ser y permanecer por sí mismo, sin la asistencia de su Creador.

La caída de Adán fue debida a su orgullo (soberbia), y significó la pérdida de la libertad y la


pureza original. Su voluntad se tornó mala, la mente se hizo carnal, perdió el control propio y en
consecuencia la ayuda de la gracia divina, y quedó solo. Agustín afirma: “El principio de todo pecado
es el orgullo; el principio del orgullo es el alejamiento de Dios por parte del ser humano.” Ahora, el
pecado de Adán fue el pecado de toda la raza humana. Los niños están incluidos en esta condición
de pecado y sólo se salvan si son bautizados. El pecado de Adán es, pues, hereditario porque todos
los seres humanos existían potencialmente en Adán, en su poder de procreación. En este sentido,
todos los seres humanos participamos en su decisión libre y, en consecuencia, somos culpables.
Adán introdujo la libido, el deseo, en el proceso de la generación sexual, y este elemento pasó, por
herencia, a toda su posteridad. Es por esto que todos los seres humanos nacen del mal deseo sexual.

La restauración del ser humano pecador viene sólo por la gracia, que es absolutamente
necesaria. Esta gracia es gratia data (gracia otorgada sin mérito alguno por parte del ser humano
pecador). Ella comienza con el bautismo, que como sacramento (es decir, medio de gracia) quita el
pecado original. La transformación resulta de la influencia divina sobrenatural sobre la voluntad. La
gracia es irresistible y predestinadora, porque cambia el corazón del ser humano para que escoja
con libertad las cosas espirituales. De este modo, la persona se convierte no porque quiere, sino
que quiere porque se convierte. Además, Dios concede a los predestinados para la salvación el don
de la perseverancia. El creyente puede caer, pero no permanentemente, porque la gracia de Dios
es irresistible.
El pelagianismo fue rechazado en el año 418 en el Sínodo de Cartago, que excomulgó a Celeste;
y luego, en el Concilio de Éfeso en el año 431. Pero esto no significó la aceptación del agustinianismo.
Lo que más se rechazaba en Agustín era su concepto de la predestinación.

EL PROBLEMA DE LA MUNDANALIDAD

_ El movimiento monástico
El monasticismo, en general, puede ser considerado como un movimiento de renovación
espiritual, que comenzó como protesta contra la mundanalidad imperante en la Iglesia en los
tiempos de prosperidad y tranquilidad. Desde un comienzo, las comunidades cristianas honraron la
opción por la virginidad y la castidad por amor al reino de Dios. Esta opción se fundamentaba en la
enseñanza de Jesús (Mt. 19:22, 30) y de Pablo (1 Co. 7). Las primeras evidencias de una vida
consagrada, es decir, dedicada totalmente al servicio de Dios y el prójimo, son las viudas de 1 Ti. 5
y las cuatro hijas de Felipe, vírgenes que tenían un ministerio profético (Hch. 21:8–9).

En los siglos II y III, se multiplicaron los casos de hombres y mujeres que escogían la vía del
ascetismo y la castidad como manera de servicio a Dios. A esta motivación se agregaban otras:
disconformidad con la inmoralidad prevaleciente (varones) y liberarse de la opresión del
matrimonio patriarcal (mujeres). No existía todavía un hábito identificatorio y las personas seguían
viviendo con sus familias, pero en pobreza, llevando a cabo obras de misericordia, meditando en las
Escrituras y dedicando bastante tiempo a la oración y la contemplación. En el siglo III aparece el
tema del matrimonio con Cristo y un énfasis mayor sobre la abstención del matrimonio y el retiro
del mundo malo.

Sobre la base de la vida ascética, tanto de hombres como mujeres, se edifica lo que puede ser
considerado como el primer estadio de la vida monacal: el anacoretismo. En ocasión de las
persecuciones sistemáticas contra el cristianismo (Decio y Diocleciano), muchos cristianos
abandonaron las ciudades y se fueron a vivir al desierto, donde permanecieron incluso después de
terminadas las persecuciones. Allí vivieron una vida solitaria y ascética. Una vez que el martirio ya
no era estimado como el ideal del cristiano perfecto, la vida monacal se convirtió en el substituto
del martirio. Los monjes se transformaron en los herederos de los mártires, al interpretar así el ideal
de la imitación de Cristo. Si antes se imitaba a Cristo en su muerte con el martirio, ahora se lo imitaba
en su vida consagrándose a la ascesis.

_ Los monjes del desierto


A mediados del siglo tercero, algunos hombres, en Egipto y Siria, comenzaron a “abandonar el
mundo” y a vivir como ermitaños y anacoretas cristianos. Hubo varios personajes que alcanzaron
un gran nivel de notoriedad y popularidad, especialmente en Egipto.

Antonio (251–356). El movimiento se inició en Egipto con Antonio, que en el año 270, siendo
muy joven, se fue al desierto a vivir solo, transformándose así en el padre de los ermitaños y
anacoretas del desierto egipcio. Con el tiempo se fueron agregando otros, pero viviendo solos, con
Antonio como padre espiritual y mentor. Cuando el cristianismo triunfó en el Imperio Romano en el
año 312, el movimiento recibió un ímpetu extraordinario. La Iglesia ya no era perseguida y ser
cristiano ahora no sólo era más seguro sino que también estaba de moda. La Iglesia misma se había
“mundanalizado” y muchos no eran otra cosa que cristianos nominales. En reacción contra esta
situación, algunos de los cristianos más sinceros siguieron el camino opuesto, yéndose a la soledad
del desierto para vivir su vida cristiana en santidad.

Las formas de esta vida anacoreta fueron diversas y algunas bien singulares. Algunos ermitaños
vivían sobre un árbol (dendritas), otros sobre una columna (estilitas), otros andaban desnudos
(adamitas), y aun otros imitaban a Juan el Bautista en su manera de vestir y sus hábitos alimenticios.
Todos ellos representaban un tipo de cristianismo popular y dramático. Las historias de estos
monjes del desierto están plagadas de relatos de luchas encarnizadas contra los demonios, de
domesticación de animales salvajes y de milagros y portentos asombrosos. Estos “monjes del
desierto” en sus cuevas o chozas iban preparando el camino para el monasticismo posterior, donde
los monjes vivirían en una comunidad bajo el gobierno de un abad y obedeciendo una regla
disciplinaria determinada.

Pacomio (286–346). Pacomio fue otro conocido monje egipcio, quien fue el padre de la vida
cenobítica, que consiste en una forma de vida común bajo un superior. Siendo joven fue forzado a
ingresar en el ejército romano. Los cristianos lo ayudaron a salir, y al quedar libre pidió el bautismo
y se hizo anacoreta. A él se debe la organización de las primeras comunidades de monjes o cenobitas
(hombres “que comparten una vida común”). Su hermana María estableció una comunidad para
mujeres. Hacia el año 350, Pacomio fundó el primer monasterio en Tabennisi (Egipto) y compuso
una regla con instrucciones para la vida en el monasterio. Diez años después de su muerte había
diez monasterios en varias partes de Egipto, y el movimiento se estaba extendiendo rápidamente a
Palestina, Siria y Mesopotamia. Había también monasterios de monjas o monjeríos. En Egipto los
monjes fueron personas simples, de lengua cóptica y de poca educación, y no tenían una estructura
legal muy precisa.

_ El monasticismo oriental
En Asia Menor los monjes tenían una mejor preparación que en Egipto. En esta región hubo
también algunos personajes que alcanzaron gran prestigio en razón de su vida consagrada y que
ejercieron una notable influencia no sólo en su generación sino también en el desarrollo futuro del
movimiento monástico.

Basilio de Cesarea (329–379). Fue uno de los monjes más famosos de esta región. Pertenecía a
una familia respetable de Capadocia, si bien consideraba que el trabajo manual debía acompañar a
la oración. Basilio creía que la vida en comunidad era lo mejor. Para él, el monje solitario era un
error. Además, asoció la vida monacal con el servicio a los necesitados y la tarea intelectual. Su regla,
formulada en el año 360, influyó mucho en los monasterios griegos hasta el día de hoy. Según él, el
ideal para la vida monástica era la primera comunidad de cristianos en Jerusalén (los ciento veinte
en el aposento alto). Él creía que el monasticismo era expresión de la sociedad cristiana ideal, y que
con el tiempo reemplazaría a la sociedad pecaminosa terrenal. El deber del monje era su obediencia
al abad, cuya responsabilidad era interpretar y aplicar a la vida cotidiana la regla suprema del
evangelio. La vida monástica estaba basada en una antropología platónica, que daba poco valor al
cuerpo humano y lo consideraba esencialmente malo. Esto explica su rigor ascético.

Efraín de Siria (c. 300–379). En Siria el monje más famoso fue Efraín, un gran escritor. Escribió
sobre la Biblia, la doctrina, la vida cristiana y, sobre todo, llegó a ser muy conocido por sus poemas
e himnos, todo esto en idioma siríaco. Algo digno de destacar de los monjes sirios es que fueron
extraordinarios misioneros. Fueron ellos quienes llevaron adelante la expansión oriental del
cristianismo, ya que fueron monjes persas los que llegaron a China en el año 635.

_ El monasticismo occidental
Las influencias del Este, el número creciente de vírgenes, los abusos, las tendencias a desarrollar
instituciones, junto a otros factores ayudaron al surgimiento y organización de la vida religiosa en
Occidente. Existían varias comunidades monacales en Roma alrededor del año 350, fundadas por
mujeres de alcurnia. Había también una liturgia para la dedicación de las vírgenes o una ceremonia
para la colocación del velo que las identificaba. Ambrosio de Milán sugiere que la virgen María era
un modelo para las vírgenes en la iglesia y su ministerio. Varios monjes se destacan en Occidente
por su fama y contribución al movimiento monacal.

Jerónimo (347–419). En el Occidente latino el monje más destacado fue Jerónimo, un hombre
bien preparado, que después de una seria enfermedad, tuvo una visión en la que se vio condenado
por Dios por ser más seguidor de Cicerón que de Cristo. Entonces, abandonó todo para hacerse
monje, primero en el desierto egipcio, y desde el año 368 en Belén, donde trabajó en una cueva
cercana al lugar del nacimiento de Jesús. Algunas personas que pertenecían a la aristocracia romana
lo siguieron, entre ellas una mujer llamada Paula, que dirigió un monasterio para mujeres en
Palestina, desde donde defendió la superioridad del estado de virginidad por sobre el matrimonio.

Con su pluma elocuente, Jerónimo atacó la mundanalidad del clero romano, y él mismo
renunció a los honores y altos cargos eclesiásticos que le ofrecieron prefiriendo una vida austera.
Después del saqueo de Roma por los godos en el año 410, muchos más se le unieron
desesperanzados del mundo. En Belén, Jerónimo se dedicó a la erudición y tradujo el Antiguo
Testamento del hebreo al latín, y revisó la versión latina antigua del Nuevo Testamento. Esta Biblia
latina es la Vulgata (que es la versión en el idioma “vulgar”), que desde el Concilio de Trento (1545–
1563) ha sido la versión oficial de la Iglesia Católica Romana. Se puede decir que Jerónimo, junto
con Agustín, fueron los constructores del cristianismo latino.

Agustín de Hipona (354–430). Nuevamente mencionamos a Agustín, pero esta vez como monje.
Después de su conversión, escogió vivir como monje e hizo que su clero secular adoptase las pautas
de la vida monástica. Éste fue el comienzo de una nueva tendencia en la iglesia occidental: la
asimilación del sacerdote al monje. Los sacerdotes eran escogidos con preferencia de entre los
monjes, y se les requería que adoptasen ciertos aspectos de la vida monástica, como el celibato. La
Regla de San Agustín, que consiste de su Regla (Regula ad servos Dei) completada con una carta que
dirigió a una monja (Carta 211), bosqueja observaciones y consejos generales sobre la vida religiosa
y ministerial.

Martín de Tours (m. 397). Fue el pionero de la vida monástica en Francia, donde estableció
monasterios en Tours y Poitiers. A su muerte existían en Francia más de dos mil monjes.

Juan Casiano (360–435). Venía de Rumania, y después de visitar monasterios en el Este, fundó
dos en Marsella (410): el de San Víctor para hombres y el de Santo Salvador para mujeres. Escribió
Las instituciones monásticas y las Conferencias, obras éstas que establecían un puente entre el
monasticismo de Oriente y el de Occidente. Para él, la discreción era la virtud monástica
fundamental.

Benito de Nursia (c. 480–c. 550). Benito es considerado como el patriarca de los monjes de
Occidente. Fue enviado de adolescente a estudiar a Roma, pero impactado por la inmoralidad de la
ciudad, se fue a vivir solo en una cueva en Subiaco. En 529, después de haber vivido en pequeños
grupos con algunos seguidores, Benito construyó un monasterio en Monte Casino (entre Roma y
Nápoles), donde permaneció hasta su muerte.

El ideal de Benito para sus monjes era una comunidad que elegía a su propio abad (del siríaco
abba, padre) y que obedecían su regla paternalista. Los monjes eran admitidos como novicios (a
prueba por un año), luego tomaban votos de por vida, y servían en una comunidad sin ningún tipo
de posesiones. La vida de los monjes era simple, ocupada y disciplinada. Estaba acompañada y
guiada por lo que Benito llamaba el Opus Dei (la obra de Dios), que consistía de ocho períodos de
oración diarios cada tres horas, en los que se hacían oraciones, se cantaban salmos y se leía la Biblia.

La Regla de San Benito fue de gran influencia en el desarrollo del monasticismo occidental hasta
el siglo XII. Era un manual de disciplina estricto, detallado, conciso y práctico. Reunía toda la
tradición monástica anterior, pero insistía sobre la estabilidad y la disciplina de los monjes. El monje
tenía que prometer vivir en su monasterio. El abad funcionaba como maestro espiritual y cabeza de
la comunidad. Era elegido de por vida por los propios monjes, quienes le debían obediencia absoluta
si querían ascender la escalera de la humildad, que era la base de todo progreso espiritual. Los
monjes benedictinos vivían una vida dedicada a la pobreza, el trabajo, el estudio y la oración.

EL PROBLEMA DE LA IDEOLOGÍA
A partir de la “conversión” de Constantino, el movimiento cristiano tuvo que hacer frente a dos
problemas de carácter ideológico, que amenazaron con hacerle perder su sentido original: la unión
de la Iglesia y el Estado, y el desarrollo del concepto de cristiandad.

_ La unión de la Iglesia y el Estado


Como se indicó, movido por intereses políticos, Constantino consideró conveniente lograr el
apoyo de la Iglesia cristiana a fin de mantener la unidad de su Imperio desmembrado por múltiples
intereses. Habiendo asegurado su control del Imperio, decidió establecer en Bizancio (sobre el
Bósforo, entre Europa y Asia Menor) su nueva capital, a la que le dio su nombre, Constantinopla.
Allí construyó muchos templos cristianos y prohibió la reparación de templos paganos y la erección
de nuevas imágenes de los dioses. La madre de Constantino, Elena, fue una cristiana devota en sus
últimos años. Sus hijos recibieron una formación cristiana. No obstante, Constantino hizo ejecutar
a su esposa Fausta y a su hijo mayor Crispo en 326 bajo cargos de adulterio. Sus otros tres hijos
(Constantino II, Constante, y Constancio) fueron reconocidos como Césares y se les encomendó el
gobierno de amplias regiones del Imperio y más tarde fueron nombrados Augustos (después de la
muerte de Constantino en 337).

En 341, Constante abolió los sacrificios paganos en Italia, mientras que continuaron otros ritos
paganos, tales como procesiones, fiestas sagradas y los ritos de iniciación en las religiones de
misterio. El apoyo imperial hizo que las comunidades cristianas crecieran rápidamente. Como
religión triunfante, el cristianismo comenzó a usar el poder político contra los oponentes paganos y
judíos. Estos incidentes suscitaron el problema de si la Iglesia estaba sobre la autoridad secular o si
los oficiales del gobierno tenían poder sobre la Iglesia. No obstante, en el Imperio Bizantino la
tendencia fue colocar a la Iglesia bajo el Estado y considerar al emperador como jefe supremo con
dominio sobre ambas esferas, la espiritual y la temporal.

En Occidente, la Iglesia había disfrutado de cierta libertad respecto del Estado en razón de los
conflictivos procesos sucesorios que siguieron a la desaparición de Constantino, su división del
Imperio entre sus hijos y sobrinos, la centralización de las luchas políticas en Constantinopla, y las
interminables disputas teológicas. De este modo, mientras en Oriente los emperadores se movieron
hacia una acumulación de poder y absolutismo político, en Occidente la Iglesia de Roma resistió
todo lo que pudo tales pretensiones. Hubo numerosos obispos que defendieron la autonomía de la
Iglesia respecto al Estado.

Daniel-Rops: “Las voces de la libertad cristiana fueron innumerables. Osio de Córdoba, el


viejo obispo de España, escribió así al todopoderoso amo Constancio: ‘¡No tienes derecho
a inmiscuirte en los asuntos religiosos! ¡Dios te ha dado la autoridad sobre el Imperio, pero
a nosotros nos la dio sobre la Iglesia! ¡Y en materia de fe, es de nosotros de quienes tú tienes
que oír las lecciones!’ Y a Atanasio le oímos ya exclamar: ‘¡Mezclar el Poder romano con el
gobierno de la Iglesia es violar los cánones de Dios!’ E Hilario, portavoz de las Galias, trató
de Anticristo al Emperador y pronunció, sobre las sospechosas seducciones del Poder, estas
penetrantes frases: ‘Enemigo insinuante, perseguidor astuto, no hace que nos azoten la
espalda, pero cosquillea nuestro vientre; no nos reserva la libertad de la prisión, sino la
servidumbre del palacio; no nos corta la cabeza, pero intenta degollarnos el alma.’
Intrépidas palabras, a las que acompañaban los actos.”

Así como Eusebio de Cesarea rindió su dignidad episcopal ante las aspiraciones teocráticas de
Constantino, hubo otros obispos que resistieron al poder imperial. “El poder de la Iglesia,” proclamó
Juan Crisóstomo, “supera en valor al Poder civil tanto como el cielo supera a la tierra, o más bien los
supera todavía mucho más.” Y Ambrosio de Milán, declaró: “¡El Emperador está dentro de la Iglesia,
pero no por encima de ella!” No obstante, desde Constantino en adelante, quedó planteado el
principio del Imperio Cristiano, tal como se fue plasmando tanto en Oriente como en Occidente a lo
largo de la Edad Media. Desde entonces, la unión de la Iglesia y el Estado ha sido una constante, que
ha minado la libertad de la Iglesia para cumplir con su misión en el mundo y ha corrompido sus
ideales y fidelidad al evangelio del reino.

_ El concepto de cristiandad
Constantino, probablemente bajo la influencia de Eusebio de Cesarea, fue el primero en
desarrollar la idea de una teocracia cristiana, en la cual los intereses del Estado se mezclaban con
los de la Iglesia, en una asociación de la cual ambas esferas de poder obtenían beneficios. Justo L.
González señala: “Tal como Eusebio nos cuenta la historia de la iglesia, el plan de Dios no era
solamente que la revelación judía y la cultura grecorromana se uniesen en el cristianismo, sino
también que el cristianismo y el imperio se uniesen en Constantino. La iglesia y el Imperio habían
sido creados el uno para la otra.” La comprensión que Eusebio tenía de la Iglesia y el Estado era
monocéntrica y providencial. Para él, todos los acontecimientos del pasado llevaban a la formación
de un imperio cristiano, tal como el que él mismo estaba experimentando con Constantino, y esto
era obra de Dios.

Este concepto involucraba la suposición de que todos los súbditos del Imperio eran cristianos,
desde el momento de su bautismo (bautismo infantil), por el que se integraban a la esfera de la
Iglesia y del Estado al mismo tiempo. Se identificaban en una íntima relación los derechos civiles y
religiosos, como también la creencia de que la Iglesia y el Estado, como instituciones divinas, eran
los dos brazos del gobierno divino sobre la tierra. Esta idea se desarrolló mucho más profundamente
durante el Sacro Imperio Romano Germánico en la Edad Media y ha reaparecido en múltiples formas
a lo largo de los siglos hasta nuestros días.

Enrique D. Dussel: “La cristiandad (cristianitas) no es el cristianismo.… El cristianismo es la


religión cristiana; cristianitas, como la romanitas, es una cultura. De tal manera que una es
la religión y otra la totalidad cultural que, orientada por el cristianismo, se constituye como
cristiandad.… La cristiandad primero fija y unifica la liturgia. Ésta, en lugar de seguir
creciendo como la vida, se fija para siempre. En el imperio no se pueden admitir
fluctuaciones, diversidades.… Este proceso toca a la iglesia latina casi en su nacimiento. En
el occidente latino quedan en poco tiempo sólo algunas liturgias y, por último, de hecho,
una sola: la romana. Al mismo tiempo acontece la aparición de conglomerados
multitudinarios. Los que habían sido mercados hasta ayer ahora son los templos y se llaman
basílicas. Esas multitudes, multitudes que muchas veces se preguntan qué significa ser
cristiano, son bautizadas, investidas de una enorme responsabilidad, porque tienen una
función histórica irreemplazable que cumplir y, muchas veces, no estaban bien
catecumenizadas como en el origen: las habían bautizado cuando niños. Esas multitudes
entran en la iglesia.”
Así, pues, el concepto de cristiandad representa una totalidad cultural y una unidad política: es
el conjunto de los fieles cristianos, el mundo cristiano. Ésta es la razón por la que Constantino se
consideraba con autoridad como para convocar concilios y disolverlos, y por qué las disputas
teológicas tuvieron efectos económicos y políticos. Pero también la cristiandad es al mismo tiempo
unidad militar, jurídica y eclesiástica. Los obispos defendían la fe cristiana con la espada, legislaban
para todo el pueblo y dominaban soberanos desde la Iglesia. En el paradigma de cristiandad, la
Iglesia funciona como una parte integral del aparato del Estado. En esta asociación, el cristianismo
proveyó a los líderes del Estado la ideología capaz de pacificar a los pueblos sometidos y la
legitimación moral para llevar a cabo sus objetivos políticos y económicos. A cambio, el Estado
garantizó a la Iglesia un acceso ilimitado y protegido a nuevas fuentes de recursos humanos y
materiales.

En el paradigma de cristiandad el énfasis caía sobre el carácter institucional y pastoral de la


Iglesia. El liderazgo jerárquico y la tradición eclesiástica reforzaban la autoridad de la Iglesia sobre
sus miembros. La teología estaba más preocupada con las cuestiones intelectuales y pastorales de
la Iglesia, que con su compromiso misionero con el mundo. Cuando la Iglesia se involucraba en la
misión era para imponer por la fuerza la fe cristiana sobre los pueblos sometidos por el Imperio. De
este modo, la acción misionera de la Iglesia terminó siendo considerada como una actividad fuera
del mundo cristiano, y de desarrollo exclusivo en los pueblos todavía no conquistados y convertidos
al cristianismo (paganos). En el modelo de cristiandad, la misión cristiana era considerada como la
expansión del mundo cristiano y la meta era la adquisición de más territorio. Este modelo, pues,
tendía a enfatizar un acercamiento de arriba hacia abajo en la misión, desde una posición de poder
e influencia, más que desde un proceso de inculturación de la fe desde abajo hacia arriba.

Cuando el emperador Teodosio (en 380) decretaba que todos los pueblos del Imperio debían
adherirse a la fe cristiana, es decir, la del emperador, quedó establecido de manera definitiva el
concepto de cristiandad y se selló la unión de la Iglesia con el Estado.

Daniel-Rops: “El Estado romano y el cristianismo, desde entonces, eran ya una sola cosa. La
unidad espiritual, cuya nostalgia habían tenido tantos emperadores, que Juliano había
creído fundar en el paganismo y que Constantino no se había atrevido a imponer, la
establecía Teodosio, firme ortodoxo: una sola fe, un solo Imperio; los adversarios de Dios se
convertían en los del Estado. Solución que tenía a su favor la lógica de la historia, aunque
no dejaba de tener sus peligros.”

Uno de los gestores ideológicos del concepto de cristiandad fue Agustín de Hipona. Su
preocupación con la formación espiritual de los nuevos convertidos y su énfasis sobre el bautismo,
como medio sacramental de la incorporación de éstos a la Iglesia—el único lugar donde se podía
encontrar salvación—ayudó a desarrollar la identificación de la Iglesia con el reino de Dios. Durante
algún tiempo, Agustín se resistió a la idea de forzar a los paganos o herejes a someterse a la fe
católica, pero finalmente terminó por consentir con la conversión forzosa. De este modo, Agustín
proveyó los antecedentes y la teología que llevó al paradigma misionológico de la cristiandad, según
el cual los cristianos podían justificar la guerra santa, declarar cruzadas religiosas y, con la ayuda del
Estado, imponer el cristianismo sobre los pueblos sometidos por el Imperio.

MIRADA RETROSPECTIVA Y PROSPECTIVA

_ Evaluación del cristianismo del período


No obstante la declaración de Agustín de que los propósitos de Dios se cumplen en los cielos, a
pesar de las circunstancias que dominan en la tierra, es casi imposible cerrar la consideración de
estos primeros cinco siglos de vida histórica del cristianismo y en especial de la crisis de los últimos
años del mismo sin preguntarnos: ¿qué significado tiene todo esto sobre el futuro de la vida de la
Iglesia? Hemos visto, primero, cómo el cristianismo se esparció rápidamente por todo el Imperio
Romano, hasta que se produjo su cristianización nominal. Luego recordamos cómo los bárbaros
destruyeron esa seguridad y demás condiciones que habían favorecido la expansión veloz y el éxito
asombroso del cristianismo.

Al llegar a comienzos del siglo V, la pregunta inevitable es: ¿sobreviviría el cristianismo a esta
crisis? La respuesta es sí, y no sólo que sobreviviría, sino que se expandería todavía más
ampliamente hacia el norte de Europa. Por extraño que parezca, el secreto no estuvo en la Iglesia
institucionalizada, sino en los cristianos que desengañados del mundo corrompido, lo abandonarían.
Estos creyentes fueron los monjes. Fueron ellos los que protagonizaron el movimiento de mayor
vitalidad espiritual, que llevó a la fe cristiana hacia Oriente hasta la China y hacia Occidente hasta
Inglaterra con los benedictinos. Antes de su arribo, los monjes celtas cruzaron desde Irlanda y como
resultado de las misiones celtas y romanas, las Islas Británicas se transformaron en un centro desde
el que se llevó a cabo la conversión del norte de Europa, Holanda, Alemania y Escandinavia.

_ La contribución del cristianismo del período


Los cristianos hoy tenemos una deuda muy grande hacia los hombres y las mujeres que supieron
ser fieles al Señor y a la causa de su reino. Hay tres elementos que se destacan por sobre cualquier
otro en este período: la Biblia, la Iglesia y el testimonio cristianos.

El cristianismo es Cristo, pero Cristo se da a conocer a través de las páginas del Nuevo
Testamento, y el Nuevo Testamento nos fue entregado por la Iglesia primitiva. Fueron los cristianos
de este período los que redactaron, seleccionaron, preservaron y transmitieron, bajo la inspiración
y guía del Espíritu Santo, los libros que hoy componen nuestro Nuevo Testamento. Frente a la
amenaza marcionita, los cristianos primitivos afirmaron la validez del Antiguo Testamento y se
consideraron como una continuación y cumplimiento del judaísmo, si bien no se identificaron con
él. Con su actitud, afirmaron la autoridad de la Biblia (tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamentos), como único fundamento para la fe y la práctica cristianas. Con Tertuliano, podemos
considerar a toda la Biblia como nuestra herencia. “Ésta es mi propiedad. La he poseído por largo
tiempo. Tengo títulos de propiedad seguros de parte de los dueños originales. Soy heredero de los
apóstoles.”
Fue la iglesia primitiva la que también tradujo la Biblia y la hizo accesible a pueblos que hasta
entonces no tenían una lengua escrita. Para el año 200, el texto sagrado ya estaba en cuatro idiomas
principales (griego, siríaco, copto, latín). Para el año 400 la palabra de Dios había sido traducida al
armenio, georgiano, etiópico y gótico. Para el año 500 incluso el texto bíblico estaba traducido a un
dialecto huno. La traducción de la Biblia fue una gran contribución al desarrollo de la lengua escrita,
ya que antes de hacer la traducción fue necesario en algunos casos inventar un alfabeto para la
nueva lengua escrita. Además, la traducción bíblica contribuyó al desarrollo de la cultura general,
puesto que estimuló la necesidad de aprender a leer para poder tener acceso al texto sagrado.
También la traducción de la palabra contribuyó al desarrollo de la literatura en muchas lenguas, al
ser la Biblia la primera pieza literaria en muchas culturas.

Por otro lado, los cristianos primitivos nos legaron la Iglesia. La comprensión de la Iglesia como
una, santa, católica y apostólica es la herencia fundamental que compartimos todos los cristianos.
Si bien a lo largo de los siglos la comprensión de algunos de estos elementos que definen el carácter
de la Iglesia recibieron diferentes interpretaciones, los cristianos en todo el mundo continuamos
confesando una Iglesia santa, católica y apostólica.

A pesar de la realidad dolorosa de las divisiones y disensiones de la única Iglesia de Jesucristo


durante los siglos estudiados, sorprende la conciencia que tenían los primeros cristianos de formar
parte de un solo pueblo. En medio de los conflictos y diferencias entre Oriente y Occidente, y las
luchas contra las herejías y la oposición externa, el ideal de la unidad y la aspiración de testificar
como un cuerpo unido en torno a Cristo, fue permanente. La comprensión de que la verdadera
unidad de la Iglesia se da en Cristo y que él, a través de su Espíritu Santo, es la fuerza unificadora de
la Iglesia, ha sido la oración y aspiración de la Iglesia primitiva.

Del mismo modo, se entendió el carácter universal de la Iglesia, como una comunidad de fe
abierta a todas las personas, sin ningún tipo de distinción. El testimonio que observamos en la Iglesia
primitiva es un testimonio que rompe barreras, traza puentes y crea redes entre los seres humanos,
ama a todos sin hacer acepciones de personas, acepta a otros como hermanos, y se entrega al
mundo en el nombre de Cristo para reunir a un solo pueblo que confiese su nombre como Señor.
No menos importante es su carácter como santa y apostólica. La comunidad cristiana fue entendida
como la comunidad de los santos, hombres y mujeres perdonados y sanados por el poder del
Espíritu Santo. Como tal, se entendió el ministerio de la Iglesia como el de una nación de sacerdotes
(1 P. 2:4–5), que se relaciona con Dios en términos de santidad y con el mundo en términos de
pureza. Los primeros cristianos servían a otros con compasión, sabiendo que así reflejaban la
presencia del Espíritu y cumplían su labor apostólica. Como comunidad apostólica, enseñaban,
predicaban, hacían teología, testificaban y actuaban seguros de contar con el poder y la autoridad
de los primeros apóstoles de Jesús, según las promesas que él les había hecho. Del mismo modo,
enviaban a los suyos a predicar el evangelio del reino y plantar iglesias, con miras a llegar “hasta lo
último de la tierra.”

Carlos Van Engen: “Los primeros teólogos de la Iglesia no distinguen entre la Iglesia visible
y la invisible. La comunión o fraternidad universal se entiende como una sociedad tanto
invisible como empírica. Ésta era la real y reconocible comunión en Cristo, llamada por el
Espíritu y abierta a recibir a todas las familias de la tierra. En la auto-percepción de la Iglesia
primitiva sobre su unidad, santidad, catolicidad y apostolado, se entendía que éstos eran
criterios por medio de los cuales se medían los diversos errores que aparecían.
Posteriormente las confesiones de fe fijaron estas perspectivas como puntos de referencia
para medir la verdadera naturaleza de la Iglesia.”

En cuando al testimonio cristiano hay tres cosas que se destacan en este período: la
continuidad, la expansión, y la profundidad del mismo. Nos sorprende la milagrosa
continuidad del testimonio cristiano, a pesar de las muchas dificultades que los creyentes
tuvieron que sobrevivir. A lo largo de estos siglos ha habido una sucesión de vidas cristianas,
que han seguido a Cristo y han testificado de él, conforme al testimonio de los apóstoles.
Esta sucesión de testimonio fiel del evangelio corrió peligro de cortarse en varios momentos
de la historia, pero de manera sobrenatural, logró mantener su continuidad.

Además, la expansión del testimonio cristiano durante este período fue notable. La
meta del testimonio cristiano de llenar todo el mundo con el evangelio de Cristo (Jn. 3:16;
Mr. 16:15; Hch. 1:8) se cumplió durante estos siglos. La expansión alcanzada por el mensaje
es todavía más sorprendente cuando se tiene en cuenta los escasos recursos humanos y las
enormes dificultades que había para las comunicaciones. Nuevamente, la acción del Espíritu
Santo se hace evidente en la superación de las barreras insuperables que hubieron de
sortearse para llegar hasta pueblos no alcanzados y lugares inhóspitos con la palabra de
vida. Como se vio, en algunos lugares el evangelio no sólo llegó a ponerse en contacto con
ciertos pueblos, sino que logró penetrar a los sectores más dinámicos de la sociedad. En
muchos casos, durante este período, la fe cristiana llegó a modelar la cultura a tal grado que
el evangelio pasó a ser parte de la cosmovisión de ciertos pueblos. Así fue cómo la fe
cristiana llegó a modelar profundamente la cultura en el ámbito del Imperio Romano.
Palabras, gestos, costumbres, hábitos de conducta, moralidad publica, legislación,
estructuras sociales fueron marcadas profundamente por el evangelio cristiano.

GLOSARIO

abad: del arameo abba, padre, a través del griego ábbas, se refiere al superior de un monasterio de
hombres, considerado abadía.

anacoreta: persona que vive en un lugar solitario, entregada completamente a la contemplación y


a la penitencia. El anacoretismo es la vida retirada del anacoreta, caracterizada por la soledad, la
abstinencia y la piedad.

antipapa: Papa elegido irregularmente o no canónicamente, que pretende ser reconocido como tal,
pero que no es reconocido como legítimo sucesor de Pedro por la Iglesia Católica Apostólica
Romana.
ascetismo: doctrina y práctica de la vida ascética, que consiste en dedicarse particularmente a la
práctica y ejercicio de la perfección espiritual, mediante una vida consagrada. El ascetismo consiste
de prácticas austeras designadas para llevar al control del cuerpo y los sentidos. Éstas pueden incluir
ayuno y meditación, la renuncia a las posesiones materiales y la búsqueda de la soledad.

budismo: nombre de la religión fundada por el buda Siddharta Gotaza en la India en el siglo VI a.C.,
que consiste en una doctrina filosófica y religiosa derivada del brahmanismo. Tiene por fin la
realización plena de la naturaleza humana y la creación de una sociedad perfecta y pacífica. Enseña
que el sufrimiento es inherente a la vida humana, y que es el resultado de la pasión. Sólo es posible
ser liberado de él por la renuncia a sí mismo, y la autopurificación mental y moral. El ideal del
budismo consiste en conducir al fiel a la aniquilación suprema o nirvana.

canon: del latín canon (regla, medida, modelo, lista), designa la lista o catálogo de los libros sagrados
declarados auténticos, inspirados, sagrados y autoritativos por los cristianos y reconocidos como
Palabra de Dios.

carisma: del griego carisma (don, don de gracia), es un don gratuito concedido abundantemente
por Dios a una persona por medio del Espíritu Santo y para la edificación de la iglesia.

cenobita: del griego koinos (común) y bios (vida), designa la vida en común de monjes y anacoretas,
que comparten el mismo convento o casa.

confesión de fe: declaración de lo que se confiesa en materia de fe y práctica religiosa, expresada


de manera formal, generalmente por escrito. Es autoritativa para el individuo o el grupo y es
expresión de sus creencias.

doctrina: del latín docere (enseñar; significa enseñanza), es una enseñanza o creencia religiosa que
es enseñada y sostenida dentro de una comunidad religiosa particular.

eón: en el gnosticismo era cada una de las inteligencias eternas o entidades divinas de uno u otro
sexo, emanadas de la divinidad suprema o de Dios, que es espíritu puro.

ermitaño: persona que vive en soledad, como monje, en una ermita (santuario o capilla) y que cuida
de ella mientras profesa una vida de piedad solitaria.

escepticismo: doctrina de ciertos filósofos antiguos y modernos, que consiste en afirmar que la
verdad no existe, o que, si existe, el ser humano es incapaz de conocerla. Tal idea descansa en la
suspensión del juicio afirmativo o negativo mientras no se tienen pruebas materiales, sobre todo en
materia de metafísica. El escéptico tiene desconfianza o duda de la verdad o eficacia de alguna cosa.
El escepticismo es el estado de ánimo de los que niegan su adhesión a las creencias y convicciones
de la mayoría.

herejía: del griego hairesis, originalmente significaba simplemente un partido o escuela de


pensamiento. Es un término que significa cualquier doctrina o creencia que, si bien es sostenida por
un adherente profesante, está en oposición con las pautas de la verdad reconocidas y generalmente
aceptadas, que son definidas e impuestas autoritativamente por una institución, partido o sistema
establecido. En su uso más general, designa un error en materia de fe, sostenido con pertinacia.

hinduismo: denominación más usual actualmente de la religión predominante en la India,


procedente del vedismo y brahamanismo antiguo. Brahma es el dios creador, la realidad divina
absoluta, cuya autoridad fue burlada por el Buda. Se trata de una religión ritualista y sacrificial con
énfasis en la supremacía de una clase superior, que ostenta una autoridad sacerdotal sobre todos
los aspectos de la vida. La lengua religiosa es el sánscrito.

judaizantes: cristianos judíos conservadores que rechazaban la misión a los gentiles o demandaban
que los que se convertían se hicieran judíos en orden a ser verdaderos cristianos. Insistían en la
necesidad de la circuncisión y otros requisitos legales judíos para formar parte del verdadero Israel
(la iglesia), y se rehusaban a todo tipo de contacto con los gentiles, a quienes consideraban como
ceremonialmente “inmundos.”

maniqueísmo: secta de los maniqueos, los seguidores de las doctrinas de Manes (nacido en Persia,
215–276), que admitía dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal. Por extensión,
tendencia a interpretar la realidad sobre la base de una valoración dicótoma, es decir, en dos
extremos opuestos.

Mesopotamia: del griego que significa “región entre ríos,” designa la región de Asia entre los ríos
Éufrates y Tigris, que fue la cuna de las civilizaciones sumeria, acádica, babilónica y asiria.

milenio: un período de mil años al final de los tiempos, cuando Cristo reinará en la tierra sobre un
orden mundial perfecto (Ap. 20:1–10), caracterizado por paz, justicia y rectitud. El tiempo y
naturaleza del “milenio” son controvertibles, y ha dado lugar a varias teorías dentro del cristianismo
(premilenialismo, postmilenialismo, amilenialismo, etc.).

monasticismo: movimiento de renovación espiritual caracterizado por la práctica de retiro o


alejamiento total del mundo para formar comunidades de monjes o monjas. Esta práctica comenzó
en los primeros siglos del cristianismo y ha asumido muchas formas y continúa hasta el presente.

ortodoxia: calidad de ortodoxo, es decir, conforme al dogma de una religión o con la opinión
religiosa considerada como verdadera. En el caso del cristianismo, es la conformidad con la verdad,
la doctrina fundamental o los principios tradicionales y establecidos del cristianismo histórico.

paulicianos: grupo cristiano que apareció en las partes orientales del Imperio Bizantino después de
650. Su fundador, Constantino, rechazó el formalismo de la Iglesia Ortodoxa estatal que dominaba
la vida religiosa del Imperio. Basó su enseñanza sólo en la Biblia, pero sostenía que sólo los
Evangelios y las cartas de Pablo estaban divinamente inspirados. Un espíritu maligno había inspirado
el resto del Nuevo Testamento y el Antiguo Testamento.

sabelianismo: influyente movimiento teológico del siglo III, cuyo origen parece haber estado en Asia
Menor, pero fue difundido por Praxeas y Sabelio. Sostenía conceptos del monarquianismo moralista
o patripasianismo. Procuraba resolver el problema de cómo aceptar la deidad de Cristo y a la vez
mantener la unidad de Dios. Los sabelianos lograron esto a expensas de una trinidad de personas
en la divinidad. Redujeron la posición de las personas a modos o manifestaciones del Dios único.
Fue resistido por Tertuliano.

sacramento: signo sensible de efecto interior y espiritual, que Dios obra en el alma del creyente.
Agustín lo llamó “un signo exterior y visible de una gracia interior e invisible.” Es un signo o
dramatización, que produce un efecto más poderoso que las palabras. Los dos sacramentos del
evangelio ordenados por Jesús son el bautismo y la eucaristía o cena del Señor. Los católicos
romanos y ortodoxos consideran como sacramento a otras ceremonias o ritos como: confirmación,
matrimonio, ordenación, penitencia y la extremaunción o unción de los enfermos.

sincretismo: del griego sugcretismós (coalición de dos adversarios contra un tercero), es el sistema
filosófico o religioso que trata de conciliar doctrinas y prácticas diferentes. Es también el desarrollo
de dos o más religiones de manera conjunta, que produce un nuevo desarrollo en materia religiosa,
y que contiene algunas de las creencias y prácticas de cada una.

theotokos: del griego (“madre de Dios” o “la que da a luz a Dios”). Título dado a María, la madre de
Jesús. Preferido por la escuela de Alejandría a partir de Orígenes. Nestorio en el siglo V se opuso al
término y prefirió usar christotokos (“madre de Cristo”) o incluso theodojos (“receptora de Dios”).

SINOPSIS CRONOLÓGICA

314 Concilio de Arlés (cuestión donatista)

318 Condena de Arrio en Alejandría

324 Pacomio funda su monasterio

325 Primer Concilio de Nicea

328 Atanasio es consagrado obispo de Alejandría

330 Fundación de Constantinopla


335 Destitución de Atanasio y muerte de Arrio

306–337 Constantino

337–340 Constantino II

346 Muerte de Pacomio

350 Hilario es consagrado obispo de Poitiers

356 Muerte de Antonio

358 Basilio el Grande funda una comunidad


monástica

365 Primer concilio nacional de Armenia

367 Carta de Atanasio define el canon del Nuevo


Testamento

370 Martín es consagrado como obispo de Tours

370 Basilio es consagrado como obispo de Cesarea

374 Ambrosio es consagrado como obispo de Milán


380 El cristianismo como religión oficial del Imperio
Romano

381 Primer Concilio de Constantinopla

382 Jerónimo en Roma con el obispo Dámaso

385 Prisciliano es ejecutado como hereje

386 Agustín se convierte al cristianismo

389 Jerónimo en Belén

390 Latín como lengua litúrgica oficial

390 Ambrosio desafía al emperador

391 Prohibición total de la adoración pagana

395 División definitiva del imperio

396 Agustín es consagrado como obispo de Hipona

397 Muerte de Ambrosio y Martín de Tours


398 Crisóstomo es consagrado obispo de
Constantinopla

400 Las Confesiones de Agustín

405 Jerónimo completa la Vulgata

407 Muerte de Juan Crisóstomo; invasiones


germánicas

411 Condena de Pelagio

418 Sínodo de Cartago

354–430 Agustín de Hipona

431 Concilio de Éfeso

440 León el Grande consagrado obispo de Roma

445 Edicto de Valentiniano fortalece la primacía de


Roma

449 Sínodo de Ladrones en Éfeso

451 Concilio de Calcedonia


455 Captura de Roma por Genserico

476 Fin del Imperio Romano en Occidente

478 Persecución de cristianos por los vándalos

482 Clovis rey de los francos

500 Dionisio el Seudo-Areopagita escribe

500 Bautismo de Clovis

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. ¿Es cierto que para mediados del segundo siglo la mayoría de los cristianos eran gentiles?

2. Menciona algunos de los escritos cristianos producidos por los Padres Apostólicos (no menos de
cinco).

3. ¿Quién era Marción?

4. ¿Qué pensaba Marción?


5. ¿Qué libros de la Biblia reconocía Marción como “Escrituras”?

6. ¿Cuál era la condición establecida para incluir un libro en las Escrituras cristianas?

7. ¿Es cierto que hacia fines de este período (500) los cristianos reconocían un solo canon
neotestamentario?

8. ¿Qué cuatro influencias ejerció el gnosticismo sobre el cristianismo?

9. Menciona cinco contribuciones de Orígenes al cristianismo.

10. ¿Cuál fue la influencia del montanismo sobre el cristianismo?

11. ¿Qué fue lo que impuso sobre los cristianos la necesidad de reflexionar sobre su fe?

12. Menciona las dos doctrinas capitales de la predicación paulina, en el orden en que él las
enseñaba.

13. ¿Cómo se denomina la escuela de pensamiento cristiano que puso énfasis en la divinidad de
Cristo y la que puso énfasis en su humanidad?

14. ¿Quién fue el autor de la carta conocida como el Tomo?

15. ¿Qué enseñaba Apolinario sobre la naturaleza de Cristo?

16. ¿Qué enseñaba Nestorio sobre la naturaleza de Cristo?


17. ¿Quién enseñaba que Cristo tuvo dos naturalezas antes de la encarnación y una sola después.

18. ¿Cuál era el énfasis de la escuela de pensamiento cristiano de Roma?

19. ¿Cuál fue el concilio que afirmó las dos naturalezas (divina y humana) de Cristo?

20. ¿Dónde vivió y cuál fue el énfasis característico de la vida monacal de Antonio?

21. ¿Quién fue y qué hizo Pacomio?

22. ¿Dónde vivió y cuál fue la contribución de Basilio de Cesarea?

23. ¿Quién fue Efraín?

24. Menciona al menos tres contribuciones de Jerónimo al cristianismo?

25. ¿Cómo se conoce a la versión de la Biblia hecha por Jerónimo y qué significa?

26. ¿Cuál es la versión oficial de la Biblia de la Iglesia Católica Apostólica Romana y desde cuándo lo
es?

27. ¿Es cierto que Jerónimo, junto con Agustín de Hipona, fueron los constructores del cristianismo
latino?

28. ¿Quiénes fueron los protagonistas de la recuperación del cristianismo después de las crisis del
siglo IV?
29. ¿Hasta dónde llevaron la fe cristiana?

30. ¿Qué personaje, de todos los mencionados en clase o en esta unidad, te impresionó más y por
qué?

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y 3):

1. Busca en un diccionario las palabras “doctrina” y “dogma,” y luego explica brevemente, con tus
propias palabras, las diferencias de concepto que hay entre ellas.

2. “En definitiva, Marción hizo más bien que daño al desarrollo del cristianismo.” ¿Estás de acuerdo
con esta afirmación del autor? Da razones para tu respuesta.

3. ¿De dónde provenían las ideas de los gnósticos?

4. Los gnósticos negaban las doctrinas cristianas de la encarnación, la muerte y la resurrección de


Cristo. ¿Por qué?

5. ¿Es cierto que Montano pretendía ser el Mesías? Explica.

6. La controversia arriana trató la interpretación de la persona de Cristo. Más específicamente,


¿cuáles eran las cuestiones bajo discusión?

7. ¿Es cierto que Eutiques creía que después de la unión de lo divino y lo humano en Cristo había
dos naturalezas?

8. El movimiento monástico de Antonio se caracterizó por ciertos matices particulares. ¿Cuáles?


Tareas avanzadas (para el nivel 3):
1. Da ejemplos bíblicos que ilustren la siguiente afirmación del autor: “La doctrina cristiana más
temprana surgió como un intento por explicar la experiencia de los primeros discípulos con el Cristo
resucitado.”

2. Considera las creencias de algunas sectas modernas (mormones, testigos de Jehová, ciencia
cristiana, espiritismo, dianética, etc.). Discute las diferencias con las enseñanzas del cristianismo
histórico, y compáralas con las enseñanzas de Marción y los gnósticos.

3. Lee Baker, Compendio de la historia cristiana, 29–43, y confecciona una ficha resumen.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: ¿Cómo es el verdadero profeta?

Lee y responde:

“El falso profeta, al no tener el poder del Espíritu Divino en él, les responde (a los que lo
consultan como adivino) según las preguntas, y según los deseos perversos, y llena sus almas con
expectativas, según sus propios deseos. Porque al estar él mismo vacío, da respuestas vacías a
inquisidores vacíos. Ningún espíritu que es dado por Dios necesita que se lo interrogue; sino que tal
espíritu por tener el poder de la Divinidad habla todas las cosas por sí mismo, en tanto que procede
de arriba, del poder del Espíritu Divino.

Probad al hombre que tiene el Espíritu Divino por su vida. En primer lugar, quien tiene el Espíritu
Divino que viene de arriba es manso, y apacible, y humilde, y se abstiene de toda iniquidad y del
vano deseo de este mundo, y se contenta con menos exigencias que las de otros hombres, y cuando
se le pregunta no responde; ni tampoco habla en privado, ni tampoco habla del Espíritu Santo
cuando el hombre quiere que el espíritu hable, sino que habla sólo cuando Dios quiere que hable.
Entonces, cuando un hombre que tiene el Espíritu Divino viene a la congregación de los justos que
tienen fe en el Espíritu Divino, y esta asamblea de hombres ofrece oración a Dios, entonces el ángel
del Espíritu profético, que está destinado para él, llena al hombre; y el hombre al ser lleno con el
Espíritu Santo, habla a la multitud según el Señor desea. De esta manera, entonces, se manifestará
el Espíritu de la Divinidad.”

Pastor de Hermas, Mandamiento 11. (c. 140).


- Hacer una comparación entre las declaraciones del Pastor de Hermas en cuanto al ejercicio del don
de profecía en la iglesia y las del apóstol Pablo en 1 Corintios 12–14.

- ¿Cuál es el contexto en el cual debe llevarse a cabo el verdadero ministerio profético según el
Pastor de Hermas? A la luz de su declaración, ¿hay lugar para las profecías de carácter privado?

- Según las indicaciones del Pastor de Hermas, ¿cuán importante es la condición espiritual del
profeta?

- Confeccionar una lista de las condiciones morales del verdadero profeta.

TAREA 2: Una teología trinitaria y carismática.

Lee y responde:

Tertuliano fue uno de los defensores más aguerridos de la doctrina de la Trinidad y de la vigencia de
los dones del Espíritu Santo. En su obra Contra Práxeas (año 213) su condena de una teología no
trinitaria y de la negación de los dones espirituales es terminante:

“Práxeas fue el primero que trajo de Asia a Roma este género de perversidad herética. Era hombre
de carácter inquieto, hinchado por el orgullo de haber sido confesor (alguien que sufrió por confesar
su fe cristiana), sólo por algunos momentos de fastidio que padeció durante algunos días en la
cárcel. En aquella ocasión, aun cuando ‘hubiese entregado su cuerpo al fuego, de nada le habría
servido’ (1 Corintios 13:3), porque no tenía amor. Había resistido a los dones de Dios y los había
destruido. El obispo de Roma había reconocido los dones proféticos de Montano, de Prisca y de
Maximila. Con este reconocimiento había devuelto su paz a las iglesias de Asia y de Frigia, cuando
Práxeas, urdiendo falsas acusaciones contra los mismos profetas y contra sus iglesias y recordándole
la autoridad de los obispos que le habían precedido en la sede (de Roma), le obligó a revocar las
cartas de paz que había expedido ya y le hizo renunciar a su propósito de reconocer los carismas.
Práxeas, pues, prestó en Roma un doble servicio al demonio: echó fuera la profecía e introdujo la
herejía; puso en fuga al Espíritu Santo y crucificó al Padre.”

Tertuliano de Cartago, Contra Práxeas, 1.

- ¿Qué relación existe entre una teología trinitaria y la afirmación de la actualidad y vigencia de los
dones del Espíritu Santo, especialmente el don de profecía?
- ¿Por qué motivos te parece que Práxeas se opuso al ministerio carismático de profetas como
Montano?

- ¿Qué quiere decir Tertuliano cuando afirma que Práxeas “crucificó al Padre” con su negación del
ministerio profético?

- ¿En qué sentido doctrinas falsas como el “cesacionismo” de los dones del Espíritu y de las señales
y milagros son expresión de la posición herética de Práxeas?

DISCUSIÓN GRUPAL

1. Discutir la siguiente afirmación del autor: “El pensamiento y la práctica de la Iglesia fue
madurando con el correr del tiempo, a medida que los creyentes fueron desplegando y formulando
gradualmente la doctrina del Nuevo Testamento, conforme comprendían la revelación divina en su
Palabra y la aplicaban a sus circunstancias históricas.” ¿Es posible distinguir un desarrollo lógico-
cronológico en la historia de las doctrinas cristianas?

2. ¿Es necesaria la formulación de un credo oficial para evitar el problema de las “herejías” dentro
de la iglesia? Responder la pregunta a la luz de la experiencia de la iglesia de los primeros siglos y
de la realidad de las iglesias cristianas hoy.

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La Iglesia de nuestros padres, 26–30; 42–55.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 31–80.

González, Historia del cristianismo, 1:77–101; 145–177; 185–192; 203–208; 215–220; 263–272.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:164–240; 275–289.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:84–95; 149–179.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 21–27; 35–56.

Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 53–83; 115–153; 172–194.


bibliografía

FUENTES PRIMARIAS

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Vila, Samuel y Darío A. Santamaría, eds. Enciclopedia ilustrada de historia de la Iglesia.Barcelona:


CLIE, 1979.
SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO

LOS MIL AÑOS DE

INCERTIDUMBRE
(500–1500)

Dr. Pablo A. Deiros

EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

Deiros, Pablo Alberto.

Historia del cristianismo: Los mil años de incertidumbre. – 1a ed. – Buenos Aires: Del Centro.
2006

277 p.; 22×15 cm. (Formación Ministerial)

ISBN 987-22449-2-8

1. Cristianismo - Historia. I. Título


CDD 230.9

Copyright (C) 2006 por Pablo A. Deiros

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Publicado por EDICIONES DEL CENTRO

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Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián

Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión Internacional (Miami: Sociedad Bíblica
Internacional, 1999).

CONTENIDO

Prólogo
Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - Retroceso y recuperación (500–950)

Introducción

El retroceso en Occidente

El cristianismo como religión del Estado romano

La invasión de los pueblos germánicos

Los bárbaros y el cristianismo

El surgimiento del papado romano

El retroceso en Oriente

El Imperio Bizantino

El cristianismo oriental: las controversias teológicas

El surgimiento del Islam: las invasiones árabes

El Imperio Bizantino y Occidente

La recuperación en Oriente

El cristianismo en India

El cristianismo en Asia Central

El cristianismo en China

La recuperación en Occidente

La Iglesia en Europa

El monasticismo en Europa

Las misiones en Europa

El imperio cristiano en Europa


El avance hacia el centro y el este de Europa

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 500–950

Elementos

Ganancias

Pérdidas

UNIDAD 2 - Resurgimiento y progreso (950–1350)

Introducción

El resurgimiento del cristianismo

El cristianismo en Europa occidental

El cristianismo en el Cercano Oriente

El cristianismo en el Imperio Bizantino

El cristianismo en el Lejano Oriente

Las nuevas órdenes monásticas

El monasticismo como movimiento de renovación espiritual

Diversos tipos de órdenes religiosas

Los frailes

La vida de la Iglesia medieval

El clero

El culto

Los templos

El derecho eclesiástico

El escolasticismo y las universidades

El escolasticismo

Las universidades

La mística

Los Papas en el poder


Los papas posteriores a Carlomagno

Los papas desde fines del siglo IX a principios del siglo XI

Los grandes papas reformadores del siglo XI

Los papas del siglo XIII

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 950–1350

Conflicto

Expansión

UNIDAD 3 - Decadencia y vitalidad (1350–1500)

Introducción

Decadencia de la cristiandad oriental

La Iglesia Ortodoxa Griega

Las Iglesias Orientales menores

La Iglesia Ortodoxa Rusa

Resistencia a las pretensiones papales

La opresión de la Iglesia

El cuestionamiento al papado

El Cautiverio Babilónico de la Iglesia (1305–1377)

El Gran Cisma Papal (1378–1417)

Los concilios reformadores

Los Papas del Renacimiento

Problemas que enfrentaron

Decadencia que experimentaron

Movimientos de reforma

Antecedentes medievales

Precursores de la Reforma

Retroceso en Oriente
El impacto del Islam

La caída de Constantinopla

Vitalidad en Occidente

Perspectivas de una nueva era

Nuevas modalidades

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 1350–1500

El segundo retroceso

Promesa de recuperación y nuevo avance

UNIDAD 4 - Los problemas de la cristiandad medieval

Introducción

El problema ideológico

Relación Iglesia y Estado

Relación Iglesia y sociedad

Relación mundo y trasmundo

Relación vida y muerte

Relación poder y piedad

El problema teológico

Controversia sobre el adopcionismo

Controversia sobre la predestinación

Controversia sobre la virginidad de María

Controversia sobre la eucaristía

Controversia sobre el alma

Controversia sobre el filioque

Controversia sobre las imágenes

El problema cúltico

El culto a María
El culto a los santos

El culto al Diablo

El problema eclesiológico

El papado

El clericalismo

El sacerdotalismo

El sacramentalismo

El problema misionológico

Misión y monasticismo

Misión y expansionismo

Misión y sincretismo

El problema apologético

Las herejías

La Inquisición

Mirada retrospectiva y prospectiva

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.
En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros

USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.
Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.

El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el
servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.

Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo medieval. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla
la cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.

Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.

En el presente libro de texto sobre el cristianismo medieval se seguirá mayormente un criterio


cronológico, en base al esquema general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los
autores de las Guías de Estudio de TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El
material será arreglado en cuatro unidades principales, y cada una de ellas estará dividida en un
número de temas de estudio. Así, pues, la primera unidad considera el proceso de retroceso y
recuperación experimentado por el testimonio cristiano entre los siglos VI y X. La segunda unidad
presta atención al resurgimiento y progreso de este testimonio, tanto en oriente como en occidente
entre los siglos X y XIV. La tercera se concentra en el análisis de lo ocurrido en los siglos XIV y XV,
que fue un periódo de decadencia y vitalidad. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los diez siglos que comprende la
Edad Media, y cómo intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo tiene como objetivo general la recuperación del rico
legado de los siglos de testimonio cristiano y la aplicación creativa de la reflexión cristiana a los
problemas de hoy. En un curso de historia del cristianismo se estudian el surgimiento y desarrollo
de las tradiciones, prácticas, doctrinas y estrategias que se fueron dando durante el proceso de la
expansión del testimonio y del movimiento cristiano a través de los siglos. El énfasis cae en la
relación que existe entre el cristianismo y el marco histórico en el que éste se desenvuelve, en orden
a fortalecer la fe personal y a preparar al estudiante para un ministerio efectivo en el servicio a Cristo
y al prójimo.

Este libro de texto, en particular, se propone enseñar a interpretar los objetivos, fenómenos y
procesos históricos relacionados al movimiento cristiano en la real complejidad de sus
manifestaciones, desde el siglo VI hasta fines del siglo XV. Se evaluará la expansión del testimonio
cristiano desde una perspectiva misionológica, tomando en cuenta la dispersión universal de la fe
de Cristo. El estudiante o lector podrá tener contacto directo con las fuentes de la historia del
cristianismo de este período, que es generalmente conocido como la Edad Media. El cristianismo
será considerado más como un movimiento que como una institución particular, y se procurará
verlo engarzado en los eventos históricos generales y en los procesos de la cultura, más que como
un desarrollo aislado. En la medida de lo posible, se intentará mostrar también el desarrollo del
pensamiento cristiano, y la doctrina y práctica de los cristianos en el proceso histórico. Con todo
esto, se espera contribuir al desarrollo de la inteligencia mediante la comprensión de las
correlaciones de los hechos históricos y su causalidad, para lo cual se pondrá a prueba la capacidad
de observación, análisis y síntesis del lector o estudiante.

El recorrido de mil años que comprende este curso nos ayudará a reconocer los factores que
explican la caída del Imperio Romano de Occidente. Podremos también describir las características
principales de las invasiones bárbaras y las diferentes corrientes misioneras que se desarrollaron en
Europa occidental en el período bajo estudio. Por cierto, se prestará atención al papel que jugaron
en estos procesos sus protagonistas principales. El peregrinaje histórico nos llevará “hasta lo último
de la tierra,” de modo que reconoceremos la historia, doctrina y vida de los cristianos desde China
hasta Inglaterra durante estos largos años. De igual modo, podremos entender las relaciones que
existieron entre la Iglesia Romana y los francos y la Iglesia Griega y los eslavos. A su vez, también
analizaremos las relaciones, a veces tormentosas, entre estas dos ramas mayores de la cristiandad
medieval.

El surgimiento del Islam y su avance sobre la cristiandad, tanto oriental como occidental, será
tema de cuidadoso análisis. A pesar de los múltiples factores de retroceso, el cristianismo
experimentó también recuperación. Estos factores que ilustran una mayor vitalidad del cristianismo
en el período medieval serán evaluados en sus correspondientes contextos y circunstancias
históricas. De igual modo, el desarrollo del escolasticismo, sus principales representantes e ideas y
el surgimiento de las universidades enriquecerán la comprensión del impacto de la fe cristiana sobre
el mundo y el efecto de éste sobre la fe cristiana. En esta dirección será importante considerar el
desarrollo del poder papal y el papel del papado en la configuración de Europa, como entidad
histórica.

El creciente deterioro del testimonio cristiano durante la baja Edad Media y el reavivamiento
del poder musulmán bajo los turcos otomanes será tema de discusión, al igual que el surgimiento
de nuevas ideas y disidencias dentro de la Iglesia de Roma. El desarrollo y crisis de la cristiandad
bizantina ayudará también a comprender de qué manera, hacia fines del siglo XV, la humanidad
estaba preparada para una nueva comprensión del mundo y la realidad, y experimentaba una
desesperante necesidad de renovación espiritual. En nuestro estudio se enumerarán los factores
que anunciaban una nueva era hacia el final de este período.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. Invasiones bárbaras

2. Nuevos reinos germánicos

3. La Iglesia Bizantina

4. Arabia

5. Las invasiones árabes

6. El cristianismo en Oriente

7. El cristianismo en Europa central y oriental

8. Europa en el siglo XV

Cuadros

1. Retroceso del cristianismo

2. Imperio Romano e Iglesia cristiana

3. Herejías cristológicas

4. Concilios ecuménicos
5. Estructura social del sistema feudal

6. Las Cruzadas

7. Consecuencias de las Cruzadas

8. Causas del cisma Este-Oeste de 1054

9. Resultados del monacato

10. Los papas del Gran Cisma

11. Los papas renacentistas

12. Características de una nueva era

13. Causas de la decadencia del feudalismo

Introducción general

El estudio del desarrollo del testimonio cristiano durante los mil años que los historiadores han
designado como Edad Media es sumamente complejo. Lo es, primero, por cubrir un período de
tiempo tan dilatado, en el que se sucedieron cambios notables en todas las esferas del quehacer
humano: política, económica, social, cultural y religiosa. Segundo, en estos siglos el cristianismo
llega en su expansión “hasta lo último de la tierra,” en su movimiento hacia el Este (China) y el Oeste
(Inglaterra). Además, la fe de Jesucristo se presenta con una variedad de manifestaciones diferentes
que sorprende. La Iglesia, que en general se mostró como una en el período anterior (los primeros
quinientos años), ahora resultó en un mosaico de los más diversos colores. Cuarto, será en este
período en el que de manera definitiva se consolidará el paradigma de cristiandad, que perdurará
hasta el presente, dándole al cristianismo un perfil muy particular y presentando el desafío de una
comprensión diferente. Finalmente, muchas de las interpretaciones doctrinales y de las prácticas
religiosas que todavía hoy están vigentes se configuraron durante estos años. Lo mismo puede
decirse de los medios de expresión de la fe y la piedad.

Los “mil años de incertidumbre” que vamos a considerar representan un legado vasto y
profundo tanto para la civilización occidental como para la oriental. Numerosas instituciones
todavía vigentes nacieron en estos años, de manera particular los grandes cuerpos eclesiásticos de
la Iglesia Católica Apostólica Romana, la Iglesia Ortodoxa en sus varias expresiones y un número
importante de Iglesias Orientales menores. La universidad, que nació en Occidente y desde el seno
de la cristiandad, terminó por globalizarse y ejercer una influencia fundamental en todo el mundo y
todas las culturas. Algunas ideas e instituciones políticas, como la monarquía, el parlamentarismo,
el humanismo y el nacionalismo nacieron de la misma cuna y se esparcieron por el planeta. A su vez,
el islamismo tuvo un impacto notable en Occidente y continúa todavía hoy siendo el desafío más
grande para la expansión de la fe cristiana.

La influencia de la cristiandad medieval continúa estando vigente hoy en todo el mundo,


especialmente en Occidente. Incluso innumerables elementos de la cultura global del siglo XXI
tienen sus raíces en la cultura medieval, y especialmente en su marcado carácter cristiano. En
maneras profundas, la cristiandad medieval continúa condicionando nuestro destino hoy para bien
o para mal. De allí la importancia de considerar cuidadosamente el desarrollo del testimonio
cristiano durante estos siglos tan dinámicos y llenos de elementos muy cercanos a nuestra realidad
presente. En las unidades de estudio que siguen procuraremos adentrarnos a esta realidad compleja
de la Edad Media y considerar los aspectos conductores de esa experiencia, sus logros y fracasos,
sus glorias y frustraciones, sus avances y retrocesos, su vitalidad y decadencia, sus problemas y
respuestas.

Finalmente, será necesario tener en cuenta que la experiencia cristiana medieval sólo puede ser
comprendida en la medida en que hagamos el esfuerzo por entender y percibir la conciencia que
tenían los cristianos medievales de los grandes eventos que determinaron su destino. No obstante,
no será suficiente conocer los meros hechos históricos, sino que será necesario penetrar en su
naturaleza íntima hasta llegar a la mente misma de sus protagonistas y ver sus motivaciones y
expectativas. Para ello deberemos sentir y ver la cosmovisión medieval, que estuvo profundamente
marcada por el cristianismo y su comprensión de la realidad. Este nivel de comprensión nos
permitirá entender cómo los hechos históricos marcaron la conciencia de las personas que los
protagonizaron. Debemos también procurar entender de qué manera los cambios ocurridos fueron
integrados en la experiencia de las personas en el mundo medieval.

A lo largo de este período y desde la fe cristiana surgieron numerosas ideas fundamentales. A


fin de poder comprenderlas, estas ideas deberán ser consideradas en el contexto de las situaciones
sociales que condicionaron su surgimiento. Así como no es posible entender la teología de Anselmo
en cuanto a la obra salvadora de Cristo sin ubicarla en el marco del sistema feudal, tampoco puede
entenderse el surgimiento de la escolástica si no se toma en cuenta la influencia de los árabes en
Europa. De igual modo, corremos el riesgo de estimar como superficial la insistencia de la cristiandad
bizantina contra la cláusula filioque, si no entendemos la influencia de las Iglesias Orientales
menores sobre Constantinopla y especialmente el peso del islamismo sobre la teología cristiana.

En ambientes evangélicos existe la tendencia a considerar a la cristiandad medieval como


totalmente ajena a un cristianismo bíblico y fiel al evangelio de Jesucristo. En América Latina, la
prevaleciente actitud anticatólica romana ha llevado a muchos a pensar en la Edad Media como una
suerte de “agujero negro,” en el que se perdió todo rastro de un auténtico testimonio cristiano.
Nada está más lejos de la verdad que ilustra la historia. Ningún creyente hoy recibió su fe de mano
de un ángel o de un misionero de otro planeta. Hemos recibido el evangelio de testigos que, a lo
largo de los siglos, supieron comunicar el mensaje de salvación en Cristo Jesús. Y no sólo esto, sino
que con su piedad, consagración y celo cristiano lo llevaron a lugares distantes a pueblos que
permanecían en la ignorancia de las buenas noticias. Estos creyentes fueron fieles en copiar,
traducir, preservar y transmitir las Escrituras, y sin su trabajo dedicado y fiel hoy no tendríamos la
Biblia en nuestro idioma y en tantos otros idiomas del mundo. Lo mismo podría decirse de la mayoría
de los elementos constitutivos de nuestra fe y práctica cristiana evangélica.

Con una actitud de gratitud a Dios por su permanente obra redentora a lo largo de la historia,
incluida la Edad Media, y con reconocimiento por la herencia que nos viene de “una multitud tan
grande de testigos,” nos proponemos repasar los elementos históricos más importantes del
testimonio cristiano medieval.

UNIDAD 1

Retroceso & recuperación


500–950

INTRODUCCIÓN

Dos cuestiones fundamentales van a ser consideradas en el análisis de este período del
desarrollo histórico del testimonio cristiano: su retroceso y su recuperación. El retroceso del
cristianismo abre este período con el predominio de realidades, especialmente en Occidente, que
siembran dudas sobre la supervivencia de todo testimonio cristiano que merezca el nombre de tal.
El período entre los años 500 y 950 comienza con el retroceso más serio que el cristianismo haya
experimentado jamás.

CUADRO 1 - RETROCESO DEL CRISTIANISMO


La caída del Imperio Romano Occidental en manos de reyes germánicos significó el fin de todas
aquellas condiciones que contribuyeron a la rápida expansión del cristianismo en Occidente. El
papado obtuvo mayor poder y eventualmente puso a la sociedad bajo el dominio de la Iglesia e hizo
de Roma su centro de poder. El Imperio Romano tuvo su centro en Constantinopla y llegó a
conocerse como Imperio Bizantino o Imperio Griego.

En el Imperio Bizantino, se desarrolló una estrecha relación entre la Iglesia y el Estado. Atacar al
cristianismo era rebelarse contra el Imperio; los gobernantes continuaron interviniendo en las
discusiones teológicas. El poder político afectó al reino espiritual, y la organización eclesiástica fue
influida por los líderes políticos (cesaropapismo). Esta etapa de repliegue y pérdida se vio agravada
con el surgimiento del islamismo (622) en Oriente, que habría de ser el rival más grande de la fe
cristiana en todos los tiempos.

No obstante, a pesar de todos estos desastres, el cristianismo sobrevivió tanto en Occidente


como en Oriente, lo cual es una ilustración notable de su vitalidad y elasticidad ante las
circunstancias adversas. El cristianismo sobrevivió, y en muchas partes fue la única cosa romana que
sobrevivió. A partir del siglo VI, a lo largo de toda Europa, se hablaban las lenguas bárbaras. El latín
desapareció como idioma popular y sólo permaneció como idioma eclesiástico y litúrgico. Los
bárbaros penetraron todo el continente europeo. El desorden, la falta de gobiernos estables y
organizados, y la inseguridad llevaron poco a poco a la desaparición de la ley romana (el famoso
Derecho Romano), que se amparó en la Iglesia y sobrevivió en su ley canónica. En Occidente, los
cristianos seguían pensando en Roma como la capital, pero no ya del Imperio Romano, que no
existía, sino de un nuevo imperio, la Iglesia Católica Romana. La estructura política del Imperio
desapareció (diócesis y gobernadores), pero quedó la estructura de la Iglesia (diócesis y obispos).
Muchos edificios públicos romanos fueron transformados en templos cristianos (basílicas).

CUADRO 2 - IMPERIO ROMANO E IGLESIA CRISTIANA


LATÍN IDIOMA ECLESIÁSTICO

DERECHO DERECHO

ROMANO CANÓNICO

IMPERIO IGLESIA

ROMANO ROMANA

ESTRUCTURA ESTRUCTURA

POLÍTICA ECLESIÁSTICA

EDIFICIOS EDIFICIOS

PÚBLICOS ECLESIÁSTICOS

Es así como este cristianismo sobreviviente estuvo en condiciones de pretender un lugar


hegemónico en la nueva estructura social, que penosamente se iba construyendo. Éste fue un lugar
como el que jamás podría haber ganado en la civilización del Imperio Romano, de haber mediado
otras condiciones y circunstancias históricas. La nueva Europa que emergía era la Europa de la
cristiandad.

José Luis Romero: “El imperio estaba definitivamente disgregado. Pero la idea de la unidad
romana subsistía, y con ella otras muchas ideas heredadas del bajo Imperio. La Iglesia
cristiana se esforzó por conservarlas, y asumió el papel de representante legítimo de una
tradición que ahora amaba, a pesar de que antes la había condenado. De ese amor y de las
turbias y complejas influencias de las nuevas minorías dominantes, salió esa nueva imagen
del mundo que caracterizaría a la temprana Edad Media, continuación legítima y directa del
bajo Imperio.”

La recuperación del cristianismo estuvo dada por una serie de factores importantes para el
desarrollo y expansión del testimonio cristiano. El cristianismo se expandió nuevamente durante
este período, y lo hizo en forma más amplia, más temprano y más estratégicamente, en el extremo
occidental de Europa. Esto es una interesante ilustración de un fenómeno que puede constatarse
una y otra vez a lo largo de la historia del cristianismo. La presión de las circunstancias externas lleva
a una devoción más profunda y a un fervor renovado, que tarde o temprano termina en un
avivamiento misionero y evangelizador, que cumple con la tarea central de la Iglesia: “Vayan por
todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura” (Mr. 16:15).

La expansión del cristianismo fue constante a lo largo de toda la Edad Media, y en este período
se caracterizó por el avance misionero a territorios y pueblos hasta entonces no alcanzados.

EL RETROCESO EN OCCIDENTE

_ El cristianismo como religión del Estado romano

Cuando los bárbaros invadieron masivamente el Imperio Romano este Estado era cristiano. Con
el emperador Teodosio (347–395), el cristianismo había sido decretado como la religión oficial del
Imperio Romano (379). De perseguidos, los cristianos se transformaron en perseguidores de los
paganos. Esta nueva situación, que se produjo en un tiempo relativamente corto, trajo resultados
tanto positivos como negativos.

Resultados positivos. La elevación del cristianismo como religión oficial trajo ciertos beneficios.
Más personas fueron alcanzadas por la influencia del cristianismo. El cristianismo tuvo una
influencia más directa y poderosa sobre la legislación del Imperio, forzando al Estado a dar más
atención a los derechos de los individuos. La posición de las mujeres fue elevada grandemente, los
castigos por el celibato y la falta de hijos fueron eliminados, el concubinato fue prohibido y el
adulterio fue castigado como uno de los crímenes más graves. Se consideró como un crimen la
matanza de niños y los juegos de gladiadores fueron abolidos. El cristianismo ejerció una influencia
beneficiosa sobre la moralidad pública y privada.

Resultados negativos. La elevación del cristianismo como religión oficial trajo ciertos resultados
negativos. Los cristianos cayeron en intolerancia y decretaron leyes contra los paganos. El
cristianismo se secularizó. La legalización de las corporaciones cristianas hizo que los obispos se
dedicaran al enriquecimiento de las iglesias locales. La legalización del domingo como feriado hizo
de este día una fiesta legal más que espiritual. La oferta de incentivos temporales para quienes se
hacían cristianos hizo que las iglesias se llenaran de incrédulos. Los beneficios concedidos a los
obispos hicieron que éstos se llenaran de orgullo y mundanalidad. Los paganos que se hicieron
cristianos trajeron consigo numerosos objetos, reliquias y otras mediaciones para la adoración. El
desarrollo jerárquico del clero fue estimulado. La Iglesia se transformó en un poder perseguidor,
usando al poder civil para suprimir la disidencia y el paganismo. Algunos cristianos reaccionaron a
la mundanalidad con excesos de ascetismo y separación del mundo en los monasterios.

_ La invasión de los pueblos germánicos

La apertura gradual de las fronteras del Imperio Romano, formadas por los ríos Danubio en el
Este y Rin en el Oeste, debido a la presión invasora de los pueblos bárbaros del norte de Europa,
puso fin a la civilización en cuya unidad y paz el cristianismo había ganado su éxito más completo.
Los bárbaros respetaron todo lo que era romano, pues eran decididos admiradores de la cultura
superior del Imperio. A menudo adoptaron muchas costumbres romanas y no aceptaron el título de
“invasores,” sino que se consideraron como oficiales y súbditos de Roma. Su hegemonía fue política
y militar, pero culturalmente fueron sometidos a Roma.

No obstante, la civilización romana decayó, no sólo como consecuencia de las invasiones, sino
porque ya estaba agotada, y esto dio paso a la Edad Media o la Edad Oscura. Los días en que se
podía viajar por el mundo mediterráneo con gran facilidad, usando un solo idioma, que era
entendido en todas partes, bajo la seguridad de un gobierno sólido y organizado que imponía el
orden y la ley, habían llegado a su fin. La vida, poco a poco, fue perdiendo su cosmopolitismo y
tornándose más localizada, asumiendo un estilo rural antes que urbano.

A pesar de la decadencia y desaparición del Imperio Romano Occidental, los pueblos germánicos
que se fueron estableciendo en los territorios alrededor del mar Mediterráneo cayeron bajo el
proceso de romanización. Se conoce con el nombre de “romanización” el período de asimilación de
los habitantes autóctonos de un lugar, a la cultura y vida de los romanos, aceptando sus instituciones
políticas, su idioma, sus costumbres, su derecho, su arte y su religión. Los romanos han ganado
notoriedad en la historia como grandes colonizadores. Y lo fueron aún después de que su estructura
política, social, económica y cultural desapareció, pues sus “conquistadores” terminaron por ser
afectados profundamente por la herencia de los invadidos, los romanos.

En cierto sentido, el bien cultural más importante y que más profundamente penetró en la
conciencia de los pueblos germánicos fue la religión cristiana. Los papas fueron los substitutos
obligados de los emperadores de Occidente. Fueron ellos los que negociaron las paces con los
bárbaros invasores o quienes consiguieron de ellos condiciones de tregua, gracias a su prestigio y
respetabilidad. Después del último emperador romano (476) y en los siglos que siguieron, el Papa
se transformó en el más celoso defensor de Roma. Los sacerdotes no escatimaron esfuerzos para
lograr gradualmente la evolución de costumbres y leyes, y la fusión de razas en la anhelada
universalidad del cristianismo. De igual modo, fueron ellos los que primero atendieron a las urgentes
necesidades sentidas de la población.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “La transformación cultural del Imperio Romano de
Occidente para el año 600 era pronunciada. Italia, España y Galia estaban todas gobernadas
por reyes germánicos. El obispo de Roma era de lejos la autoridad eclesiástica más
importante en toda la región y una fuerza política a tener en cuenta. Las características
administrativas seculares de la sociedad romana urbana fueron reemplazadas por iglesias y
monasterios que básicamente llevaban a cabo tareas civiles. Se estaba hablando un número
considerable de nuevos idiomas, y había dioses y rituales que previamente habían sido
desconocidos en Occidente. A través de la región se estaba dando un radical encuentro
cultural ‘entre romanos y bárbaros, cristianos y paganos, latinos y germánicos, literarios y
orales, vino y cerveza, aceite y lardo, sur y norte.’ Las consecuencias de este encuentro
reverberarían en los siglos venideros.”

MAPA 1 - INVASIONES BÁRBARAS


_ Los bárbaros y el cristianismo

De las tribus germanas invasoras, la mayoría ya había tenido contactos con el cristianismo antes
de su entrada en territorio romano. Por cierto, este cristianismo era de tipo arriano, pero significó
un trasfondo importante para el futuro de la supervivencia de la Iglesia en Occidente, que sobrevivió
en muchos aspectos tan sólo como una reliquia de un mundo más amplio y floreciente, el mundo
del Imperio Romano.

La supervivencia de la Iglesia. Como ya indicamos, la Iglesia cristiana fue casi lo único “romano”
que quedó en pie. Su clero y sus monjes siguieron considerando a Roma como la capital, no ya de
un imperio, sino de la Iglesia. El idioma de la Iglesia fue el latín, que se refugió en su liturgia. La ley
de la Iglesia resultó un calco del derecho romano, que llegó a tiempos posteriores gracias a su
conservación en la ley canónica. De esta manera, el cristianismo se transformó en el núcleo de la
nueva civilización, que lentamente se fue desarrollando; y la fe cristiana llegó a ser más central e
influyente de lo que nunca antes había logrado ser.

Para el año 533, Galia estaba en manos de los francos, España estaba bajo los visigodos,
Inglaterra estaba dominada por reinos anglos y sajones, el norte de África estaba controlado por los
vándalos, e Italia estaba bajo el poder de los ostrogodos y más tarde los lombardos. El Imperio
Romano había desaparecido y en su lugar quedaban los nuevos reinos germánicos.

José Luis Romero: “A causa de las invasiones, la historia del Imperio de Occidente
adquiere—a partir de mediados del siglo V—una fisonomía radicalmente distinta de la del
Imperio de Oriente. En este último se acentuarán las antiguas y tenaces influencias
orientales y debido a ellas se perfilarán más las características que evoca el nombre de
Imperio Bizantino con que se le conoce en la Edad Media. En el primero, en cambio, las
invasiones introducirán una serie de elementos nuevos que modificarán de una manera
inesperada el antiguo carácter del imperio.

El hecho decisivo es la ocupación del territorio por numerosos pueblos germánicos que
se establecen en distintas regiones y empiezan a operar una disgregación política de la
antigua unidad imperial.… Nada quedaba, pues, al finalizar el siglo V, del antiguo Imperio de
Occidente, sino un conjunto de reinos autónomos, generalmente hostiles entre sí y
empeñados en asegurar su hegemonía.”

Los nuevos reinos germánicos. Los visigodos fueron un pueblo bárbaro altamente romanizado,
que temprano había adoptado un cristianismo de tipo arriano. Ocuparon España y establecieron su
capital en Toledo. Los visigodos abandonaron el arrianismo en el año 587, cuando su rey Recaredo
(reinó de 586 a 602) adoptó la fe católica ortodoxa. Utilizando el catolicismo, Recaredo procuró la
unidad política en la Península entre visigodos e hispanorromanos. La unificación religiosa y el apoyo
de la Iglesia dio esplendor al reino, acentuado esto por la obra de notables personajes, como Isidoro
de Sevilla (560–636), quien escribió la primera Historia de España. El reino era gobernado por una
asamblea político-eclesiástica, en la que los obispos ordenaban y resolvían asuntos religiosos, y con
la participación de la nobleza legislaban para el reino. Las leyes visigodas estaban fuertemente
influidas por los derechos romano y canónico, que dieron origen al Fuero Juzgo, el cuerpo jurídico
obligatorio para la población. Esta asociación jurídica de la Iglesia y el Estado resultó en la base del
derecho político moderno, según el cual el ejercicio del poder real quedaba convertido en un deber
para con la comunidad gobernada. El reino subsistió hasta principios del siglo VIII, cuando sucumbió
a causa de la invasión de los musulmanes.

Otro importante reino germánico fue el de los francos. Como ya indicamos, la mayoría de los
pueblos invasores había sido cristianizada antes de ingresar al Imperio. Sólo aquellos que provenían
del extremo más septentrional de Europa, como los francos y los anglosajones, eran paganos. Los
primeros comenzaron a convertirse en el año 496, cuando su rey Clovis o Clodoveo (465–511) y tres
mil de sus guerreros fueron todos bautizados en un día. Por supuesto, fueron conversiones
nominales. En esa oportunidad, el obispo de Reims los exhortó a “Adorar lo que habían quemado,
y a quemar lo que habían adorado.” Clodoveo aceptó el cristianismo gracias a la influencia de su
esposa Clotilde (¿475?–545), una princesa burgundia que era cristiana. La conversión de Clodoveo
fue un hecho fundamental para la historia de Occidente, ya que para esa época era el único rey
bárbaro que profesaba la fe cristiana católica. Esto le permitió recibir el apoyo de la Iglesia y los
papas recurrieron a él y a sus sucesores por ayuda y a favor de Italia. Con este respaldo, Clodoveo
consiguió la fusión de galos y germanos, lo cual resultó en la unidad política que lo transformó en el
monarca más poderoso de Europa Occidental. Pero también logró la unidad religiosa, puesto que
todos sus súbditos abandonaron el paganismo y fueron bautizados como católicos.

MAPA 2 - NUEVOS REINOS GERMÁNICOS


En las Islas Británicas, el reino más importante fue el de los anglosajones. La unidad política en
lo que hoy es Inglaterra se consolidó cuando los anglos y sajones unieron sus reinos en una
confederación llamada Heptarquía (reunión de siete reinos). Posteriormente, los anglosajones
lograron la unidad religiosa al convertirse al cristianismo en el año 597. Esto ocurrió cuando su rey
Etelberto fue bautizado. Sucedió ésto cuando Berta, una mujer cristiana franca casada con el rey, le
presentó al papa Gregorio I (¿540?–604) la oportunidad de enviar a Agustín y a otros cuarenta
monjes benedictinos como misioneros a los anglosajones. Gregorio fue el primer monje que llegó a
ser Papa. En la mayoría de las pinturas y dibujos que lo representan, Gregorio aparece escribiendo,
mientras una paloma (Espíritu Santo), se posa sobre su hombro y le habla al oído. Generalmente,
las imágenes están acompañadas por un panel inferior en el que algunos monjes están trabajando
en el scriptorium, copiando los libros y materiales de Gregorio.

_ El surgimiento del papado romano

Con la caída del Imperio Romano Occidental y el surgimiento de los reinos germánicos, el
papado ganó mayor poder y consiguió poner a la sociedad bajo el dominio de la Iglesia de Roma.
Las distinciones entre las iglesias y sus sedes episcopales habían surgido bien temprano. Algunas
sedes episcopales fueron creciendo en su prestigio e influencia, mientras que otras fueron
perdiendo su importancia debido a múltiples circunstancias históricas. De todas las sedes
episcopales, finalmente la de Roma adquirió un poder y papel más destacado.

Sedes episcopales más importantes. Varios factores contribuyeron a colocar a ciertas sedes
episcopales en un nivel de importancia y prestigio. El origen y tradición apostólica de iglesias como
Jerusalén, Antioquía, Éfeso, Corinto y Roma les dio gran prestigio. La organización administrativa del
Imperio elevó a ciertas ciudades a un nivel de importancia. El tamaño e influencia de algunas iglesias
aumentó el respeto por ellas. La capacidad de ciertos obispos reflejada durante sínodos y concilios
los destacó como líderes superiores.
Constantino dividió el Imperio en cuatro prefecturas, que a su vez fueron divididas en diócesis
y éstas en provincias. El clero fue organizado conforme con estas divisiones políticas. Los obispos
rurales ocuparon un lugar secundario frente a los obispos urbanos, pero no todos los obispos
urbanos tenían el mismo nivel. Los obispos de las ciudades capitales fueron designados como
metropolitanos en el Este y como arzobispos en el Oeste, y éstos supervisaban a los obispos
provinciales. Sobre los obispos metropolitanos estaban los patriarcas. En el Concilio de Calcedonia
(451) los obispos de las cuatro capitales del Imperio fueron considerados patriarcas: Roma,
Alejandría, Antioquía y Constantinopla, junto con Jerusalén.

Para mediados del siglo V, los patriarcas ejercían dominio sobre regiones bien definidas. El
patriarca de Antioquía presidía sobre una gran parte de Oriente, que comprendía quince provincias
(en Siria, Cilicia y Mesopotamia). El patriarca de Alejandría presidía sobre la diócesis de Egipto, que
abarcaba nueve provincias. El patriarca de Constantinopla tenía supervisión sobre tres diócesis:
Ponto, Asia Menor y Tracia. El patriarca de Roma extendía su influencia sobre todo el Oeste
incluyendo las prefecturas de Italia y Galia. El patriarca de Jerusalén controlaba el territorio menor,
pero más antiguo.

El ascenso de Roma. De todas las sedes patriarcales, finalmente la que se impuso fue la de Roma.
Hubo varios factores que ayudaron al desarrollo del poder monárquico del obispo de Roma.

Roma contó con hombres capaces en su liderazgo. Obispos como Inocencio I (402–417),
trabajaron consistentemente para elevar la autoridad del obispo de Roma. Él fue el primero en
pretender jurisdicción universal para el obispo romano con base en la tradición de Pedro. Sin
embargo, quien más hizo en esta dirección fue León I (440–461). Conocido también como León el
Grande, él bien puede ser considerado como el primer Papa, por las características de sus
pretensiones de autoridad y tradición. León declaró que había autoridad escrituraria para las
pretensiones de Inocencio, aseguró el reconocimiento imperial de sus pretensiones de primacía, y
defendió la posición ortodoxa en el Concilio ecuménico de Calcedonia (451).

Roma gozó de una posición geográfica privilegiada. El obispo de Roma no tenía rival en el mundo
occidental. Actuó como árbitro en las controversias que devastaban a la Iglesia Oriental. Roma se
vio beneficiada con el cambio de sede de la capital del Imperio Romano. En 330, Constantino cambió
la capital de Roma a Constantinopla. Esto le dio mayor libertad de decisión al obispo de Roma. El
obispo de Roma pasó a ser un soberano eclesiástico y secular. Roma gozó por mucho tiempo de un
prestigio político sin parangón. Roma había sido el centro del mundo político por varios siglos. Roma
contaba con una tradición cristiana honrosa. Pablo y Pedro ministraron en Roma y allí sufrieron el
martirio por su fe.

Roma manifestó, a través de sus líderes cristianos más destacados, una interesante sabiduría
doctrinal. El obispo de Roma demostró gran capacidad doctrinal y práctica durante las controversias
entre 325 y 451. Hubo tres controversias importantes en Oriente (Apolinar, Nestorio y Eutiques), y
una en Occidente (Pelagio). El carácter especulativo de la mente oriental y el carácter pragmático
de la mente occidental chocaron. El primero garantizó la ortodoxia, el segundo garantizó el poder.
Las ganancias de prestigio y poder logradas para el papado bajo León I fueron reforzadas con el
ascenso de Gregorio I (590–604). Con él, se completa la transición del sistema patriarcal al papado
medieval, en sentido estricto. Su habilidad en hacer alianzas con los reyes germánicos y los
emperadores orientales amplió la autoridad de la sede romana. Su práctica de conceder el palio
(manto, capa) sobre los obispos hizo que la validez de su ordenación dependiera del consentimiento
papal. Gregorio extendió también la influencia de la sede romana mediante la obra misionera.

EL RETROCESO EN ORIENTE

_ El Imperio Bizantino

No hay una fecha precisa para el comienzo del Imperio Bizantino, con capital en Constantinopla.
El emperador Justiniano (527–565) se consideró como el único gobernante legítimo tanto del Este
como del Oeste. Él se consideraba un continuador de la vieja tradición romana, razón por la cual
hablaba latín y ordenaba su uso en la administración del Imperio. No obstante, hizo de la derrota de
sus enemigos occidentales el principal objetivo de sus empeños.

José Luis Romero: “La época que siguió a la muerte de Justiniano fue oscura y difícil.
Ninguno de los emperadores que gobernaron por entonces reunió el conjunto de cualidades
que se requería para hacer frente a los disturbios interiores, a las rivalidades de los
partidos—verdes y azules, según sus preferencias en el hipódromo—, a las querellas
religiosas y, sobre todo, a las amenazas exteriores. Era necesario mantener un ejército
poderoso, que consumía buena parte de los recursos imperiales, y con él se mantenía
dentro de las fronteras un poder que se sobreponía con frecuencia al emperador. Pero el
ejército era cada vez más imprescindible.”

Para comienzos del siglo VII, el Imperio Bizantino ya era una realidad política, social y cultural
definida. Después del año 610, el emperador de Constantinopla hablaba griego y estaba involucrado
en el desarrollo de un programa que era típicamente oriental o “bizantino” en su orientación. En los
primeros años de su desarrollo, Heraclio (610–641), el gobernante militar de Cartago, tomó control
del Imperio y cambio el título de emperador (imperator) por el de rey (basileus). Heraclio reconoció
la imposibilidad de la meta de Justiniano de restaurar el viejo Imperio Romano. Promulgó una nueva
constitución en la que Asia Menor quedaba dividida en distritos militares (themas o
circunscripciones) dirigidos por estrategos (strategoi). Como indica José Luis Romero: “Nunca como
entonces, … [el Imperio] estuvo en mayor peligro, y nunca como entonces pudo realizar un esfuerzo
tan vasto y eficaz. No sólo la situación interior era grave por las discordias y rivalidades de los
diversos grupos y las querellas religiosas, sino que también era dificilísima la situación exterior.”

En Italia, los lombardos (una tribu germánica) habían desplazado a las fuerzas bizantinas a un
enclave en torno a Rávena, sobre la costa del Adriático, y a las regiones más al sur de Italia y Sicilia.
El Imperio Sasánida en Persia continuó representando una amenaza todavía mayor. Desde 612 hasta
619, los ejércitos persas marcharon contra Constantinopla asediando Siria, Palestina, Asia Menor y
Egipto. Incluso, incendiaron el Santo Sepulcro (614). Simultáneamente, viejos enemigos, como los
ávaros y eslavos, aparecieron por el norte (año 626). Heraclio se vio forzado a confiscar fondos de
la Iglesia para sobornar a los invasores, a fin de arreglar un acuerdo pacífico. Entonces, en un
movimiento atrevido, Heraclio dejó que la ciudad montara su propia defensa contra el avance
aplastante de los persas, mientras él marchó con su ejército por detrás de las líneas persas. Heraclio
derrotó al emperador persa, en una batalla peleada en 628 cerca de Nínive. No obstante, para
mediados del siglo VII, el Imperio Bizantino se encontraba rodeado de problemas y de pueblos
invasores: eslavos desde el norte, árabes desde el este y el sur, y tribus germánicas en Occidente.
De todos estos invasores, los que mayor influencia cultural ejercieron fueron los eslavos.

MAPA 3 - LA IGLESIA BIZANTINA

José Luis Romero: “Para ese entonces [mediados del siglo VII], el Imperio Bizantino se había
transformado considerablemente en su fisonomía. Distintos pueblos—eslavos y
mongólicos—se habían introducido en su territorio y habían impreso su sello en algunas
comarcas, dando lugar a la formación de colectividades que coexistían dentro de un mismo
orden político, pero que acentuaban cada vez más sus rasgos diferenciales. Entre todas esas
influencias, la de los eslavos fue la más importante, y se ha podido hablar de una
‘eslavización’ del Imperio Bizantino; pero la tradición helénica se sobrepuso y, eso sí,
aniquiló definitivamente a la latina, cuya lengua se extinguió en el imperio.”

_ El cristianismo oriental: las controversias teológicas

Mientras el cristianismo occidental se organizaba en torno al Papa de Roma, el cristianismo


oriental continuaba bajo la autoridad del emperador oriental. Los intereses intelectuales de los
teólogos orientales se enfocaban sobre cuestiones doctrinales y se consumían en controversias,
especialmente las controversias cristológicas. Los emperadores bizantinos intervenían en las
controversias teológicas y controlaban a la Iglesia (cesaropapismo), todo lo cual complicaba todavía
más la situación.

CUADRO 3 - HEREJÍAS CRISTOLÓGICAS

NESTORIO (nestorianismo)

El Logos moraba en la persona de Jesús, haciendo a Cristo un hombre portador de Dios más que
el Dios-hombre.

Afirmaba una unión meramente mecánica más que orgánica de la persona de Cristo.

APOLINARIO (apolinarismo)

Cristo no tenía un espíritu humano.

El Logos reemplazó al espíritu humano.

EUTIQUES (eutiquianismo)

La naturaleza humana de Cristo fue absorbida por el Logos.

SEVERO (monofisismo)

Cristo tenía una sola naturaleza

(no aceptaba la naturaleza humana de Cristo).

TEODORO (monotelismo)

Cristo no tenía voluntad humana, sino sólo la voluntad divina.

Los concilios ecuménicos. Todos los concilios ecuménicos se llevaron a cabo en el Este: Nicea
(325), Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451). El Cuarto Concilio (Calcedonia, 451) no
puso fin a la controversia cristológica entre los que abogaban por una naturaleza divina
(monofisitas) y quienes abogaban por dos naturalezas, humana y divina (diofisitas). El emperador
Zenón (474–491) quiso unir el Este con un edicto de unión que enfatizó las decisiones de los concilios
de Nicea (325) y Constantinopla (381), pero hizo poco caso de las decisiones de Calcedonia. Muchos
monofisitas del Este aceptaron el edicto, pero el Oeste lo rechazó, con lo cual se creó más discordia.
Esto llevó a un cisma que duró varias décadas (hasta 518).

CUADRO 4 - CONCILIOS ECUMÉNICOS

LUGAR FECHA EMPERADOR PARTICIPANTES RESULTADOS

NICEA 325 Constantino Arrio Eusebio de Declaró al Hijo


Nicomedia. homoousios con el
Eusebio de Padre. Condenó a
Cesarea. Osio Arrio. Redactó la
Atanasio forma original del
Credo de Nicea.

CONSTANTINOPLA 381 Teodosio Melecio de Confirmó


Antioquía Gregorio resultados del
Nacianceno Concilio de Nicea.
Gregorio de Niza Produjo el Credo
de Nicea revisado.
Terminó con la
controversia
trinitaria. Afirmó la
deidad del Espíritu
Santo. Condenó al
apolinarismo.

ÉFESO 431 Teodosio II Cirilo Nestorio Declaró herético al


nestorianismo.
Aceptó por
implicación la
cristología
alejandrina.
Condenó a Pelagio.

CALCEDONIA 451 Marciano León I Dióscoro Declaró las dos


Eutiques naturalezas de
Cristo, sin mezcla,
sin cambio,
indivisibles,
inseparables.
Condenó al
eutiquianismo.

CONSTANTINOPLA 553 Justiniano Eutiquio Condenó los Tres


Capítulos para
ganar el apoyo de
los monofisitas.
Afirmó la
interpretación de
Cirilo de la
Definición de
Calcedonia.

CONSTANTINOPLA 680–681 Constantino IV Rechazó el


monotelismo.
Condenó al papa
Honorio (m. 638)
como hereje.

NICEA 787 Constantino VI Declaró como


legítima la
veneración de
íconos y estatuas.

CONSTANTINOPLA 869–870 Condenó a Focio.

El Quinto Concilio (Constantinopla, 553) tuvo una importancia singular en este proceso. Lo
convocó Justiniano el Grande (527–656), pero no participaron los obispos de Occidente. Su
propósito fue aprobar el edicto del emperador Justiniano que condenaba a los Tres Capítulos (544),
que pretendían reconciliar a los monofisitas con los ortodoxos.
El Sexto Concilio (Constantinopla, 681) condenó a los monotelitas (sostenían dos naturalezas en
Cristo, pero decían que en Jesús sólo actuaba una sola voluntad en o a través de estas dos
naturalezas). Este concilio marcó el retorno a la ortodoxia, puso fin al monotelismo, y significó el
triunfo de Roma; pero condenó al papa Honorio como hereje.

El Séptimo Concilio (Nicea, 787) condenó a todo el movimiento iconoclasta y respaldó la


posición presentada por Juan de Damasco (675–749) a favor de la veneración de imágenes. Las
tendencias iconoclastas permanecieron en Asia Menor y entre la clase militar profesional.

Las iglesias orientales. A diferencia de lo que ocurría en Occidente durante estos siglos, donde
la Iglesia de Roma era prácticamente la única expresión de la fe y el testimonio cristiano, en Oriente
se desarrollaron varias ramas diferentes de la cristiandad, no sólo separadas y en oposición por sus
estructuras institucionales y de gobierno, sino también por profundas diferencias teológicas.

Los monofisitas de Egipto, Nubia y Etiopía. Bajo el liderazgo del patriarca de Alejandría, estas
iglesias de lengua copta rechazaron las decisiones del Concilio de Calcedonia y continuaron
sosteniendo una teología monofisita. Parte de la resistencia surgió del rechazo del dominio
bizantino y su persecución. Con las invasiones árabes (siglo VII) se vieron liberados del control
bizantino, pero cayeron bajo la influencia y limitaciones del Islam.

Los monofisitas de Siria. Los jacobitas, seguidores de Jacobo Baradeo (490–578), extendieron su
fe hacia el Este como mercaderes o fugitivos. Fueron perseguidos varias veces. La emperatriz
Teodora los trató con simpatía a mediados del siglo VI. Fue en el Segundo Concilio de Nicea (787)
que se los describió como “jacobitas” entre los anatemas lanzados contra la doctrina monofisita.
Decrecieron con las invasiones musulmanas, pero lograron extender su fe en Mesopotamia y Persia.
La iglesia jacobita todavía existe, pero con pocos miembros.

Los monofisitas de Armenia. Los armenios sostenían los decretos de Nicea contra los arrianos,
pero rechazaron los de Calcedonia y siguieron monofisitas a partir de 491. En 506, en el Sínodo de
Dvin, representantes de todas las iglesias de Armenia y de Georgia se decidieron en contra de la
doctrina de las dos naturalezas de Cristo. Se denunció a Nestorio y se rechazó el Tomo de León I. El
Henoticón del emperador Zenón (482) fue abrazado como ortodoxia. Finalmente, la doctrina de una
sola naturaleza en Cristo permaneció como parte de la confesión de fe de la iglesia nacional armenia.
Los monofisitas armenios también sufrieron las invasiones árabes y restricciones a su libertad.

El cristianismo nestoriano fue posiblemente uno de los desarrollos teológicos y eclesiásticos más
importantes. Según el nestorianismo, hay dos personas separadas en el Cristo encarnado, una divina
y otra humana, en oposición al concepto ortodoxo de que hay una persona con dos naturalezas.
Nestorio fue obispo de Constantinopla en 428 y su enseñanza fue condenada por el Concilio de Efeso
(431). Nestorio había condenado la creciente popularidad de la Virgen María, diciendo que María
no era “Theotokos” (madre o paridora de Dios), sino “Christotokos” (madre o paridora de Cristo).
Algunas iglesias en Asia Menor y Siria siguieron sus ideas. La escuela de teología de Edesa se
transformó en un centro de enseñanza del nestorianismo, hasta su clausura en 489. El
nestorianismo se desarrolló en Persia y se independizó de Roma. Su teólogo más destacado fue
Teodoro de Mopsuestia (350–428). El obispo de Seleucia-Ctesifonte fue elevado como cabeza de
esta Iglesia y se lo llamó catholikós.

La conquista árabe de Persia no cambió la situación de las iglesias nestorianas. Por el contrario,
los nestorianos tuvieron dos siglos de paz y prosperidad. Se les dio libertad para adorar y hacer
convertidos entre los persas. Eruditos cristianos tradujeron a los filósofos griegos al árabe. Los
nestorianos fueron grandes misioneros, ya que llevaron el cristianismo al Yemen y a la costa oriental
de Arabia. Sus monjes siguieron las rutas caravaneras de Asia Central, y llegaron a India, China y
Egipto.

_ El surgimiento del Islam: las invasiones árabes

El cristianismo y el islamismo. Ambas religiones tenían mucho en común. Ambas religiones eran
de origen semita y adoraban al mismo Dios. Los judíos llamaban a Dios Elohim, los cristianos siríacos
Alaha, y los musulmanes le dieron el nombre de Allah. Tanto el cristianismo como el islamismo
aceptaban las Escrituras del Antiguo Testamento. Incluso los musulmanes consideran a Jesús como
un profeta. No obstante, el surgimiento del Islam en el siglo VII fue la causa del mayor retroceso del
cristianismo de Oriente en toda su historia, y por cierto, mucho más grave que el retroceso
occidental ante las invasiones germanas. Como consecuencia de las invasiones árabes, se perdieron
territorios cristianos que jamás se volvieron a recuperar, incluso Palestina, Siria y otros países
orientales, que fueron campo de labor de los apóstoles. También se perdió la costa del norte de
África, donde vivieron muchos de los grandes Padres de la Iglesia, como Tertuliano y Agustín de
Hipona.

El islamismo nació en Arabia, que bien puede haber sido la cuna de todos los pueblos semitas.
Era un territorio desértico, poblado en aquel tiempo por pueblos nómadas, sometidos a una vida
muy rigurosa y, por lo tanto, muy independientes y divididos entre sí. En el siglo VII estas tribus
dispersas comenzaron a unirse por la necesidad de sobrevivir en una tierra que ya no los podía
sustentar y por el surgimiento de una nueva religión: el Islam (significa sumisión), la sumisión al
único Dios verdadero y al gobierno de su Profeta. De este modo, en esta coyuntura histórica,
ocurrieron dos fenómenos importantes: un movimiento de población en busca de espacio vital y el
surgimiento de una nueva religión que les dio identidad.

Mahoma y el Islam. El artífice de este extraordinario suceso fue Mahoma (570–632), un


comerciante nacido en 570, que pertenecía a una familia de una de las tribus árabes dirigentes de
la ciudad de La Meca (los coreichitas). Su padre había muerto poco antes de que él naciera, dejando
a la familia en la pobreza. Mahoma se crió con un tío y se dedicó más tarde al comercio, llegando a
ser administrador de los negocios de una mujer próspera (Cadija), con quien más tarde se casó. Con
ella tuvo dos hijos y cuatro hijas (ninguno de ellos sobrevivió, excepto Fátima).

La religión en Arabia en tiempos de Mahoma era muy primitiva. Creían en la existencia de


espíritus que habitaban en piedras erigidas. El culto más difundido era el de la Piedra Negra, que se
veneraba en la Caaba, un santuario situado en La Meca, al que concurrían los árabes en
peregrinación anual. Hubo también otros movimientos religiosos, que buscaban una religión más
profunda y que se retiraban al desierto para buscar a Dios: los janifs. Después de la muerte de sus
hijos, Mahoma mismo había participado de este tipo de movimientos, hasta que comenzó a tener
visiones por las que se sintió escogido como mensajero de Dios. En 610 recibió el llamado del ángel
Gabriel a predicar el mensaje del Dios verdadero y único, en contra de la idolatría y el politeísmo.

Mahoma regresó a su vida de comerciante en La Meca, pero compartió con su esposa y algunos
de sus amigos sus experiencias e ideas, entre las que se destacaban cuatro convicciones
fundamentales. Primero, Dios es uno, el Todopoderoso, Allah, y hay que someterse de manera
absoluta a él. Alá tiene un poder y sabiduría infinitos, pero no un amor redentor. Segundo, el pecado
de la idolatría. Mahoma sostuvo un monoteísmo abstracto, monótono, sin vida interior y plenitud,
antitrinitario, que negaba la divinidad de Cristo si bien lo aceptaba como un gran profeta. Tercero,
el temor al infierno. Según Mahoma, el diablo es un ángel caído que tienta a los seres humanos.
Cuarto, las recompensas de los fieles. El islamismo expresa fatalismo y gran temor al castigo por el
pecado; por ello mismo, los fieles tienen que ser buenos con los pobres y necesitados, y perdonar.

Mahoma estuvo muy influido por judíos y cristianos. Es posible que si la influencia cristiana
hubiese sido un poco más efectiva, el movimiento liderado por Mahoma se habría inclinado hacia
el cristianismo. Pero esto no ocurrió, y la nueva religión llegó a ser el rival más poderoso de la fe
cristiana durante toda la Edad Media. Al principio, la prédica del Profeta fue rechazada, y sólo su
esposa y algunos parientes la aceptaron.

La suerte de Mahoma cambió en 622, cuando se vio forzado a emigrar junto con sus amigos.
Este episodio se conoce como la Égira, y fue tan importante que los musulmanes consideran a este
año como los cristianos consideramos el año en que nació Cristo, y cuentan los años de su calendario
a partir de aquí. La nueva ciudad de Mahoma fue Yatreb, donde fue bien recibido y donde llegó a
ser su gobernante. En esta ciudad, que más tarde se llamó Medinat-an-Nabí (“la ciudad del Profeta”)
o Medina, se estableció una comunidad musulmana, en la que el culto y la vida civil y política
siguieron los principios del Profeta. Mahoma murió diez años más tarde (632). Para entonces, La
Meca ya lo había reconocido como Profeta de Dios (630), y así también lo hicieron todas las tribus
de Arabia. La idolatría y el politeísmo fueron desarraigados, y el monoteísmo absoluto del Islam se
impuso.

MAPA 4 - ARABIA
El libro sagrado de los musulmanes, el Corán, fue compuesto por Mahoma, según él, bajo la
revelación divina. Éste es el libro sagrado de los musulmanes y el fundamento de sus creencias y
prácticas religiosas, civiles y políticas. Contiene fragmentos históricos, enseñanzas, consejos e ideas
religiosas y morales. Según el Corán, las creencias fundamentales de los musulmanes son la fe en
un Dios único, Alá; en los ángeles y en los profetas, el último de los cuales, Mahoma, ha traído a los
seres humanos el mensaje definitivo de Dios; en el Corán y sus prescripciones; en la resurrección y
el juicio; y, finalmente, en la predestinación de las personas según la insondable voluntad de Dios.

El Corán: “El Dios, no hay dios, sino Él, el Viviente, el Subsistente. Ni la somnolencia ni el
sueño se apoderan de Él. A Él pertenece cuanto hay en los cielos y en la tierra. ¿Quién
intercederá ante Él si no es con su permiso? Sabe lo que está adelante y detrás de los
hombres, y éstos no conocen nada de su ciencia, si no es lo que Él quiere. Su trono se
extiende por los cielos y la tierra, y no le fatiga la conservación de esto. Él es el Altísimo, el
Inmenso.”

Islam significa esencialmente la sumisión a Dios. Esta sumisión involucra el cumplimiento


estricto de ciertos deberes religiosos. El primero es la confesión de fe en Dios y en Mahoma, su
profeta. Otros deberes religiosos fundamentales son: las oraciones, el ayuno, la limosna, el
peregrinaje y la guerra santa, esta última destinada a conseguir la conversión de los infieles a la
nueva fe.

José Luis Romero: “Proveniente del judaísmo y del cristianismo en sus aspectos
doctrinarios, la religión musulmana alcanzó cierta originalidad por la concepción militante
de la fe que logró imponer y que tan extraordinarias consecuencias debía significar para el
mundo. Una especie de teocracia surgió entonces en el mundo árabe y en las vastas
regiones que los musulmanes conquistaron, en la que el califa o sucesor del profeta reunía
una autoridad política omnímoda y una autoridad religiosa indiscutible. Sobre esa base, el
vasto ámbito de la cultura musulmana se desarrolló de una manera singular. De todas las
regiones que los musulmanes conquistaron supieron recoger el mejor legado que les
ofrecían las poblaciones sometidas, y con ese vasto conjunto de aportes supieron ordenar
un sistema relativamente coherente, del que predominaba, sin embargo, en cada comarca
la influencia que allí había tenido su origen: la griega, la siria, la persa, la romana. Acaso la
más importante contribución de los musulmanes—fuera de su propio desarrollo como
cultura autónoma—haya sido la constitución de un vasto ámbito económico que se
extendía desde la China hasta el estrecho de Gibraltar, por el que circulaban con bastante
libertad no sólo los productos y las personas, sino también las ideas y las conquistas de la
cultura y la civilización.”

Las invasiones árabes. Bajo los sucesores de Mahoma (llamados califas) comenzaron los ataques
árabes, que pronto se transformaron en la invasión y ocupación de los países vecinos, una vez
lograda la unidad territorial en Arabia. Las invasiones árabes no fueron guerras de religión, sino
guerras de conquista territorial. La conversión de los conquistados al islamismo no fue forzada ni
hubo al principio persecuciones contra judíos y cristianos. No obstante, su religión les dio a los
invasores un sentido de unidad y confianza en la victoria.

Justo L. González: “Los cristianos y judíos podían continuar en el libre ejercicio de su culto,
siempre que respetaran al Profeta y al Corán. Después se prohibió la conversión de los
mahometanos al cristianismo o al judaísmo. Pero aparte de esto, y de ciertas limitaciones
en las señales públicas de su culto, la única carga que se estableció sobre los judíos y los
cristianos fue la obligación de pagar un tributo mediante el cual el estado se sostenía.
Quienes se convertían al Islam no tenían que pagar ese impuesto. Por tanto, al mismo
tiempo que los musulmanes no tenían interés especial en fomentar las conversiones a su
religión, muchos de los cristianos de convicciones más flexibles terminaron por aceptar la
fe del Profeta.”

El primer territorio que sufrió el arrollador avance árabe fue el Imperio Bizantino, cuyo ejército
fue vencido en 634. Luego, en una sucesión rápida, cayeron Damasco (635), Siria (636), Jerusalén
(638), Cesarea y Gaza (640), Alejandría y todo Egipto (642). En los años que siguieron, avanzaron
sobre Túnez, Argelia y Marruecos. En 652 conquistaron Persia y fundaron un estado árabe con
capital en Bagdad. En 697 invadieron Cartago y en 711 ingresaron a España por Gibraltar (Gebel-
Tarik: la colina de Tarik, el comandante de las tropas moras, bereberes y árabes). En pocos años,
Persia, Siria, Palestina y Egipto, las tierras del origen del cristianismo, cayeron en manos
musulmanas y se perdieron para el testimonio cristiano hasta el día de hoy. En menos de un siglo,
el Islam casi había aniquilado los viejos baluartes del cristianismo en África del norte, y había cruzado
al continente europeo en España. A comienzos del siglo VIII parecía como si la cristiandad occidental
hubiese sido atrapada en un vasto movimiento de pinzas: los musulmanes avanzaron hacia Francia
en 721, y ya en 717 habían puesto sitio a Constantinopla.

Como puede verse, toda la cristiandad se sintió amenazada por el vertiginoso avance musulmán.
Dos eventos quebraron los extremos de estas pinzas y salvaron a la cristiandad de su desaparición.
Por un lado, la defensa de Constantinopla por el emperador León III, en 718, que hizo que los
musulmanes se retiraran de Asia Menor hasta detrás de los montes Taurus. Por otro lado, la victoria
de Carlos Martel (688–741) y su ejército franco cerca de Poitiers (Francia), en 732, que los echó de
Francia impidiendo su avance y no dejándoles pasar más allá de los Pirineos.

Desde 632 hasta 732 se dio un siglo de avance musulmán y de pérdidas cristianas. El
Mediterráneo, que había sido un lago romano, ahora estaba bajo el control musulmán. Los
musulmanes se adueñaron de casi la mitad del Imperio Romano cristiano. Esto tuvo enormes
consecuencias para el comercio europeo occidental y para la difusión del testimonio cristiano. Por
eso, ésta resultará ser la pérdida territorial más grande que experimentará el cristianismo en toda
su historia. Casi toda la Península Ibérica quedó bajo su control. África del norte, Egipto, Palestina y
Siria no habrían de recuperarse hasta hoy como territorios bajo influencia cristiana.

Además, si bien las invasiones árabes no fueron guerras de religión, sino de conquista, el
gobierno árabe en los territorios sometidos afectó a la religión cristiana. En Egipto, la Iglesia Copta
sufrió persecuciones, pesados impuestos, dificultades para realizar matrimonios y los cristianos eran
considerados como extranjeros: éstas y otras presiones llevaron a que muchos se hicieran
musulmanes. En el norte de África, la Iglesia cristiana casi desapareció. Ya los vándalos habían
diezmado a los cristianos y más tarde Justiniano hizo lo mismo, asolando especialmente a la
población local o indígena (bereberes), entre quienes el cristianismo no tenía mucho arraigo.
Muchos consideraban que estaban mejor bajo el dominio musulmán que bajo el dominio bizantino;
otros huyeron a Sicilia e Italia. En tiempos de Agustín de Hipona (m. 430) había alrededor de
setecientos obispados en el norte de África; para el año 700 apenas había unos treinta. Sólo España
se va a ir recuperando poco a poco para el cristianismo, pero a lo largo de un proceso de reconquista
agotador, que duró ocho siglos. No obstante, el peligro peor había sido evitado al ser detenido el
Islam en su avance sobre Europa. La cristiandad occidental sobrevivió, y estaba lista para
aventurarse nuevamente con su fe hacia Oriente una vez más.

MAPA 5 - LAS INVASIONES ÁRABES


Fernando Picó: “La política oficial del Islam triunfante era la tolerancia de la ‘gente del libro’,
cristianos y judíos, a quienes se les ponían cargas fiscales, pero se les permitía el libre
ejercicio de su religión, aunque no el proselitismo. Parte de las tierras conquistadas se
repartían entre los guerreros. En un par de generaciones los árabes se hicieron navegantes
y aprendieron las técnicas de los marineros de los puertos conquistados. También
aprovecharon los saberes acumulados de los griegos y sus sucesores, e incorporaron a su
acervo cultural técnicas de construcción, sabiduría médica, interés en las matemáticas y la
astronomía, técnicas de horticultura, drenaje y riego, y el arte de la reglamentación urbana.
Todos estos conocimientos serían pasados eventualmente a Occidente a través de España
y de Sicilia.”

El Imperio Bizantino y el Islam. Las guerras contra los persas sasánidas agotaron los recursos
económicos y humanos del Imperio. En 636, un ejército islámico infligió una derrota mayor a las
fuerzas del Imperio Bizantino, en Yarmuk. La derrota le costó al Imperio todo el territorio de Siria y
Palestina. En 642 fuerzas islámicas capturaron la más rica de todas las provincias del Imperio, Egipto.
Cuatro años más tarde una flota musulmana derrotó a la armada bizantina y ganó el control del
Mediterráneo (año 646).

Entre 673–678 naves musulmanas bloquearon la ciudad de Constantinopla. La marina bizantina


logró romper el sitio. En su campaña contra los musulmanes los bizantinos introdujeron un arma
nueva llamada “fuego griego.” El “fuego griego” era una especie de lanzadera de fuego que se
llevaba a bordo, construida alrededor de un tubo a través del cual se disparaba contra el enemigo
una mezcla de nafta, sulfuro y salitre. Tan pronto como el Imperio había roto el bloqueo, sus viejos
enemigos—los búlgaros y avaros—atacaron desde el norte. En 679 los búlgaros cruzaron el Danubio
y marcharon contra la ciudad. Para el año 700, el Imperio estaba reducido a una fracción de su
tamaño anterior. Ciento treinta y cinco años después del reinado de Justiniano, el emperador
bizantino controlaba solamente el sur de Italia, Rávena, una pequeña parte de los Balcanes y la
mayor parte de Anatolia.

En 717, León el Isaurio, o León III, subió al trono de Constantinopla como emperador. Durante
los veinticuatro años de su reinado (717–741), León III logró mantener a raya a los adversarios del
Imperio. En 717 los árabes renovaron sus ataques contra la ciudad capital mientras que otro ejército
musulmán marchaba, como vimos, cruzando el norte de África y entrando a España (717–719). León
III concentró sus recursos en proteger el corazón de su Imperio. Tomó medidas para reorganizar la
burocracia y la administración, y tuvo éxito en echar de Asia Menor a las tropas musulmanas (740).
Las victorias de León III le dieron al Imperio Bizantino un respiro de dos siglos antes de nuevos
avances árabes.

La Iglesia de Oriente y el Islam. Los cristianos al este de Palestina sufrieron el avance árabe, pero
a diferencia de lo ocurrido en España, el norte de África y en los territorios bajo el Imperio Bizantino,
lograron sobrevivir conservando su identidad e instituciones. Cuando el califato abásida estableció
su nueva capital islámica en Bagdad (750), el patriarca de la Iglesia Persa o Siríaca del Este (es decir,
la Iglesia de Oriente) también se trasladó a la ciudad capital. En 780, el obispo Timoteo, un hombre
reformador y de espíritu misionero, llegó a ser el patriarca. En 781, participó durante dos días de un
diálogo interreligioso con el califa abásida, Mahdi, y luego escribió un relato de su conversación, que
circuló como una apología. El documento refleja algo de la cristología diofisita (es decir, dos
naturalezas), que era característica por entonces en la Iglesia de Oriente. Lo interesante es este
ejemplo de diálogo religioso cristiano-musulmán en una época tan temprana.

Timoteo de Bagdad: “Yo respondí a su Majestad: ‘Oh nuestro victorioso Rey, en este mundo
todos nosotros estamos como en una casa oscura en el medio de la noche. Si en la noche y
en una casa oscura ocurre que una perla preciosa cae en medio del pueblo, y todos son
conscientes de su existencia, cada uno procurará recoger la perla, que no caerá en manos
de todos sino de uno solo, en tanto que alguien se adueñará de la perla en sí, otro de un
pedazo de vidrio, un tercero de una piedra o de un terrón de tierra, pero cada uno estará
feliz y orgulloso de ser el poseedor real de la perla. Sin embargo, cuando la noche y la
oscuridad desaparecen, y surgen la luz y el día, entonces cada una de aquellas personas que
habían creído que tenían la perla, extenderán y dirigirán su mano hacia la luz, que es la única
que puede mostrar lo que cada una tiene en la mano. Aquel que posee la perla se regocijará
y será feliz y se gozará con ella, mientras que aquellos que tenían en la mano pedazos de
vidrio o trozos de piedra sólo llorarán y estarán tristes, y suspirarán y derramarán lágrimas.

‘De la misma manera nosotros los hijos de la humanidad estamos en este mundo
perecedero como en tinieblas. La perla de la verdadera fe cayó en medio de todos nosotros,
y está indudablemente en la mano de uno de nosotros, mientras que todos nosotros
creemos que poseemos el objeto precioso. Sin embargo, en el mundo venidero, la oscuridad
de la mortalidad pasa, y la niebla de la ignorancia se disuelve, dado que la niebla de la
ignorancia es absolutamente ajena a la luz verdadera y real. En ella se regocijan los
poseedores de la perla, están felices y complacidos, y los poseedores de meras piezas de
piedra llorarán, suspirarán y derramarán lágrimas, como dijimos más arriba.’ …

Y nuestro victorioso Rey dijo: ‘Tenemos esperanza en Dios que nosotros somos los
poseedores de esta perla, y que la tenemos en nuestras manos.’—Y yo respondí: ‘Amén, oh
Rey. ¡Pero quiera Dios concedernos que nosotros también podamos compartirla contigo, y
regocijarnos en el lustre brillante y radiante de la perla! Dios ha colocado la perla de Su fe
delante de todos nosotros como los rayos brillantes del sol, y todo el que desee puede gozar
la luz del sol’.”

_ El Imperio Bizantino y Occidente

A lo largo del siglo VII y principios del VIII hubo tan sólo relaciones mínimas entre el Imperio
Bizantino y Europa Occidental. Una explicación de esto se encuentra en la necesidad de concentrar
los recursos del Imperio en su defensa y en el desorden e inferioridad de la situación imperante en
el Oeste. Estas condiciones comenzaron a cambiar a mediados del siglo VIII. Con la victoria de Carlos
Martel sobre los musulmanes (732), el Papa manifestó un renovado interés en la cristiandad
oriental. El emperador León III el Isaurio provocó una controversia con la Iglesia Occidental cuando
prohibió el uso de íconos en los cultos religiosos. El Papa se opuso a la proclamación de León y
respaldó con su autoridad el uso de imágenes.

La controversia iconoclasta. Esta disputa sobre el uso religioso de las imágenes, que duró desde
717–843, tuvo enormes consecuencias sobre la espiritualidad tanto oriental como occidental. El
conflicto fue inaugurado por los Isaurios (llamados así por una región en Asia Menor) y tenía que
ver con el uso devocional de imágenes o íconos. En el Oriente griego, el uso de los íconos estaba
bien difundido. Los íconos eran venerados no porque tuvieran algún valor material inherente, sino
más bien por las verdades espirituales que ellos manifestaban. Servían como recordatorios de
verdades espirituales y como medios de discernimiento espiritual. Los íconos también significaban
el completamiento o glorificación (theosis) espiritual de otros seres mortales junto a Cristo. Estas
imágenes eran muy populares en la devoción personal, la oración y la meditación.

El emperador León el Isaurio consideraba a los íconos como ídolos y su veneración como
idolatría. Él fue el iniciador de la controversia iconoclasta (“rompedor de íconos”). Seguramente, su
postura resultó de las influencias musulmanas en su región de origen en Asia Menor (Isauria, frente
a la isla de Chipre), pero también al hecho de que en sus días hubo un incremento del culto al
emperador. Los más devotos a los íconos eran monjes y monjas, cuyas comunidades no sólo estaban
eximidas del pago de los impuestos imperiales sino que no hacían ningún aporte significativo al
Imperio.

En 730, León publicó un edicto contra los íconos. El patriarca de Constantinopla se opuso y fue
removido de su puesto. Los soldados imperiales intentaron destruir los íconos por la fuerza en los
lugares públicos, con la oposición especialmente de grupos de mujeres. Constantino V continuó con
la política de su padre (desde 743). Un concilio reunido en 753 condenó los íconos y como
consecuencia hubo persecuciones y martirios de monjes y monjas. El sucesor de Constantino V, León
IV, disminuyó la persecución bajo la influencia de su esposa Irene, que estaba a favor de la
veneración de imágenes. Cuando Irene tomó el poder como regente de su hijo menor en 780,
revirtió la política iconoclasta de los Isaurios y en 787, junto con su hijo Constantino VI, convocó en
Nicea el Séptimo Concilio Ecuménico, que aprobó la veneración de íconos como una práctica
ortodoxa. El Concilio también estableció que las imágenes no eran dignas de la adoración debida
sólo a Dios (latría), sino de una veneración inferior (dulía).

Alfred Weber: “En esta disputa, presenciamos una curiosa sublevación de la concepción
oriental de lo religioso, judaico-arábiga, procedente del Sur (Capadocia), que carece
rigorosamente de imágenes, que se opone a la veneración de lo divino expresado en
imágenes, lo cual había tomado cierto aspecto pagano, que se opone a la veneración de los
íconos como ídolos ‘no hechos por los hombres,’ que ponía en manos de la Iglesia y de los
conventos—que cada día adquirían mayores proporciones—un poder peligroso en forma
de medios de salvación milagrosos. Al mismo tiempo, sin embargo, este movimiento
constituyó la expresión política, la voluntad de una mundanalidad casi de tipo pagano
antiguo, que encarnaba en aquellos poderosos príncipes, en contra de la santurronería
supersticiosa que se iba formando. En el siglo IX, se llega respecto de esta polémica a una
transacción, mediante la incorporación o encaje de las congregaciones monacales y al
mismo tiempo volviendo a permitir las imágenes. Este nuevo Imperio coloreado con tonos
muy vivos había vencido el espíritu de la cultura griega, desde el punto de vista político;
pero en lo cultural había vencido en cambio la helenidad adoptando la forma de un
cristianismo magístico y gnóstico; y no triunfó a modo de una actitud ética—pues nunca se
había producido la lucha en torno a ésta—sino más bien como una sensibilidad plástica de
tipo heleno infundida en la Iglesia.”

Después de la muerte de Irene en 803, el partido iconoclasta intentó hacer prevalecer su


posición. Así es como se impusieron nuevas restricciones sobre el uso de íconos en las iglesias
mediante edictos imperiales, que se proponían terminar con lo que consideraban idolatría. Monjes
y obispos se resistieron, y nuevamente hubo una persecución severa. Finalmente, en 840, la
persecución amainó. La oposición a los íconos había sido más una cuestión de los emperadores y los
militares, y no había sido efectiva para desarraigar la iconolatría del corazón del pueblo. Con la
muerte del último emperador iconoclasta, Teófilo, su esposa, la emperatriz Teodora, ordenó el final
de la persecución. En 843, el patriarca de Constantinopla predicó un sermón en Santa Sofía, que
proclamó que los íconos debían ser reinstalados en la Iglesia. Ésta es la fecha que la Iglesia Ortodoxa
celebra, hasta el día de hoy, como el final de la controversia.

Las relaciones entre Este y Oeste. Desde un punto de vista político, estas relaciones se
empeoraron entre 780 y 802. En 780 Constantino VI, un niño de diez años, llegó a ser el emperador
bizantino. La madre de Constantino, Irene, actuó como regente hasta el año 790, cuando su hijo se
deshizo de los consejeros de su madre y tomó el control del poder. Irene intrigó contra su propio
hijo, al punto que sus secuaces lo enceguecieron, con lo cual quedó ritualmente descalificado para
ser emperador. Irene se nombró a sí misma emperatriz y gobernó de 797 hasta 802. El papa León III
(no confundir con el emperador León III, el Isaurio) intervino en la controversia y declaró vacante al
trono oriental, arguyendo que una mujer no podía gobernar sobre el Imperio. El Papa presentó una
afrenta todavía mayor cuando unilateralmente, como veremos más adelante, nombró a
Carlomagno “emperador de los romanos” en el día de Navidad del año 800. Las consecuencias
prácticas de la acción del papa León III no fueron grandes. No obstante, el nombramiento de un
occidental como cabeza del Sacro Imperio Romano señaló el comienzo de seis siglos de lucha entre
las cristiandades occidental y oriental.

Desde un punto de vista teológico, en Occidente se mantuvo en general una posición intermedia
entre los iconoclastas (destructores de los íconos) y los iconodulistas (adoradores de los íconos). Los
teólogos occidentales distinguían entre las naturalezas divina y material de Cristo, mientras
afirmaban algún modo de comunicación por el cual cada una compartía sus propiedades con la otra.
Para los teólogos orientales, la veneración de los íconos expresaba su fuerte énfasis sobre el misterio
de la encarnación. El teólogo más importante en este sentido fue Juan de Damasco, un monje de
Palestina que escribió Exposición de la fe ortodoxa y tres Discursos contra los que rechazan las santas
imágenes. Estas obras no sólo fueron una afirmación del uso devocional de las imágenes, sino
también una de las declaraciones teológicas más importantes de los principios que se discutieron
en la controversia.

Juan de Damasco: “Puesto que algunos nos culpan por reverenciar y honrar imágenes del
Salvador y de Nuestra Señora, y las reliquias e imágenes de los santos y siervos de Cristo,
recuerden que desde el principio Dios hizo al ser humano a su imagen. ¿Por qué nos
reverenciamos unos a otros, si no es porque somos hechos a imagen de Dios?… Por otra
parte, ¿quién puede hacer una copia del Dios que es invisible, incorpóreo, incircunscribible
y carente de figura? Darle figura a Dios sería el máximo de la locura y la impiedad.… Pero
puesto que Dios, por sus entrañas de misericordia y para nuestra salvación, se hizo
verdaderamente hombre … vivió entre los humanos, hizo milagros, sufrió la pasión y la cruz,
resucitó y fue elevado al cielo, y puesto que todas estas cosas sucedieron y fueron vistas por
los humanos … los Padres, viendo que no todos saben leer ni tienen tiempo para hacerlo,
aprobaron la descripción de estos hechos mediante imágenes, para que sirvieran a manera
de breves comentarios.… Nosotros no reverenciamos lo material, sino lo que esas cosas
significan.”

Desde el punto de vista cultural, las diferencias entre Este y Oeste eran notables. La exquisitez
y sofisticación de la cultura bizantina estaba muy por arriba del retraso y barbarie de los logros
germánicos. Cuando el Imperio Bizantino y el Occidente se enfrenaron en el siglo VIII en torno a un
problema concreto, la cuestión de los íconos, sus perspectivas y premisas habían llegado a ser muy
diferentes. No obstante estas diferencias, el sentido de inferioridad cultural del Occidente latino
respecto a Bizancio prevaleció hasta el siglo XII y le permitió al arte, la arquitectura, y el pensamiento
bizantino ejercer considerable influencia sobre el desarrollo cultural de Occidente.

La dinastía macedónica. Los emperadores que condujeron al Imperio Bizantino desde 867 hasta
1025 pertenecieron a una dinastía macedónica. Los siglos IX y X fueron un período de prosperidad
para el Imperio. Los ejércitos bizantinos tomaron la ofensiva y recapturaron buena parte de Siria,
Armenia, Chipre y Creta. Con Constantino VII, que reinó entre 920–959, el Imperio recuperó parte
de su prestigio y esplendor. Basilio II (927–1025) aplastó a los búlgaros y su acción en el orden
cultural tendió a la protección de las ciencias y las artes. En materia política estabilizó las fronteras
del Imperio frente a los magiares y eslavos, los cuales fueron evangelizados. Desarrolló relaciones
amistosas con Vladimir de Kiev (casado con una hermana de Basilio), en el sur de Rusia. Vladimir
invitó a Basilio (989) a enviar monjes a Rusia, lo que llevó a la conversión de los eslavos al
cristianismo y su adopción de la cultura bizantina. El comercio se expandió durante estos siglos y las
reformas de la burocracia imperial mejoraron la vida dentro de los límites del Imperio. Sin embargo,
la profunda crisis social que aquejaba al Imperio provocó numerosos conflictos, agravados por la
ineptitud de los sucesores de Basilio II.

A partir del siglo XI, el Imperio Bizantino entró definitivamente en decadencia. Sin embargo, un
grave suceso lograría prolongar todavía por dos siglos la vida del Imperio. En 1057, el emperador
bizantino solicitó la ayuda del Papa romano con el fin de detener a los turcos otomanos, que ya
habían ocupado Siria y Palestina, y amenazaban con poner sitio a Constantinopla. El papa Urbano II
promovió las Cruzadas, que lograron detener momentáneamente a los peligrosos enemigos, pero
la dinastía macedónica llegó a su fin y con ello casi desapareció el Imperio Romano de Oriente, que
quedó virtualmente reducido a la ciudad de Constantinopla y sus alrededores.

LA RECUPERACIÓN EN ORIENTE

Para el siglo VII, el patriarca de la Iglesia de Oriente (siríaca) era la autoridad cristiana más
importante en todo el territorio al este de Persia. Su interés no estaba enfocado tanto en los debates
teológicos de sus días, sino más bien en cuestiones prácticas y políticas. La adoración en la Iglesia
de Oriente se llevaba a cabo en lengua siríaca, mientras estos cristianos sustentaban una teología
nicena. Entre los patriarcas que sirvieron bajo el dominio musulmán de Persia, uno de los más
influyentes fue Timoteo I, ya mencionado. Él personalmente envió más de cien misioneros a nuevas
regiones donde no había testimonio cristiano.

La expansión del testimonio cristiano al este de Persia después del año 600 fue básicamente la
obra de monjes de la Iglesia de Oriente. Hubo también sacerdotes y mercaderes que llevaron su
testimonio a lo largo de las rutas caravaneras que cruzaban el continente asiático. Fue precisamente
en las principales ciudades junto a estas rutas entre Persia y China que, ya antes del siglo X, se fueron
estableciendo monasterios, que sirvieron de centros de adoración, evangelización, hospedaje para
mercaderes y escuelas. En ellos se copiaron y tradujeron los textos siríacos de las Escrituras, la
liturgia cristiana, y las historias de santos y mártires.

_ El cristianismo en India

Hay que esperar hasta el siglo XVI para tener referencias históricas más seguras en cuanto al
desarrollo del testimonio cristiano en India. No obstante, como se vio en el volumen anterior, hay
abundantes indicaciones de la presencia de cristianos en este sub-continente con anterioridad al
siglo VI. Para mediados del siglo VII, encontramos referencias en la correspondencia del patriarca
de la Iglesia de Oriente, Ishoyahb III, de la ruptura de relaciones con el metropolitano en
Rewardashir. Las iglesias en India continuaron sosteniéndolo financieramente. En el siglo VIII
encontramos nuevamente referencias a las iglesias en India en los registros persas. Se nos informa
que tenían un metropolitano propio, elegido de entre su propia comunidad en la presencia de los
otros obispos. Evidentemente, debería haber más de una diócesis, ya que según la tradición persa,
los metropolitanos eran nombrados cuando había por lo menos seis obispos bajo su autoridad. Las
iglesias aparentemente estaban bien establecidas. Hay varias cartas del patriarca Timoteo I que
mencionan la presencia cristiana en India. Una de ellas está dirigida a un monje llamado Tomás, que
estaba viajando con un grupo de inmigrantes a la India. Otra ofrece instrucciones en cuanto a
irregularidades ministeriales. En el siglo IX encontramos la mención de dos hermanos armenios que
llegaron a India como misioneros.

Existe un interesante documento de mediados del siglo IX, que consiste de unas placas de cobre
con inscripciones, que menciona concesiones dadas por los reyes locales a los cristianos para
construir sus lugares de culto. A la luz de esta evidencia arqueológica, se puede ver que las
comunidades cristianas en India eran pequeñas y mayormente ubicadas en el sur de la India. En su
mayoría, se trataría de inmigrantes venidos de Persia, que se establecieron en la costa Malabar a lo
largo de varios siglos. Algunos llegaron como mercaderes, otros como refugiados escapando de la
persecución persa o islámica, pero también había algunos misioneros. Muchos de ellos son
mencionados como peregrinos, que venían para visitar Cranganore, el lugar al que según la tradición
había llegado el apóstol Tomás, o Mylapore, cerca de Madrás en el este, donde se creía estaba
ubicada su tumba. Con el tiempo, estos cristianos llegaron a constituir una casta separada, con lo
cual gozaron del reconocimiento social y político de los gobernantes locales según la costumbre
religiosa hindú tradicional. Al igual que los miembros de otras castas en India, estos cristianos vivían
en casas vecinas a su centro religioso, en este caso sus templos, constituyendo así vecindarios
cristianos distintivos.

El siríaco continuó siendo la lengua litúrgica, a pesar de haber sido desplazada por el arábico en
Persia. Esta lengua les dio un sentido de identidad cristiana, al parecer más cercana a la lengua
hablada por Jesús y sus discípulos. En sus cultos las iglesias de la India celebraban liturgias que
guardaban cierta relación simbólica con Jerusalén. Pero al mismo tiempo estaban contextualizados
con la cultura local, ya que utilizaban tortas de arroz y vino de palmera para la eucaristía. Esto pone
en evidencia que su identidad cultural era plenamente india. Estos cristianos probablemente
llevaron su testimonio por mar a Sri Lanka, y tal vez a Java, la península Malaya, e incluso hasta la
costa de China. De hecho, hay mención de mercaderes persas y a veces armenios que visitaron estos
lugares entre los siglos VII y X.

_ El cristianismo en Asia Central

Al este de Persia, el testimonio cristiano siguió las rutas caravaneras, especialmente la Ruta de
la Seda, que cruzaban por Balkh, la capital de Bactria, y seguían por las ciudades de Merv y
Samarcanda. Estas mismas rutas eran seguidas por monjes, sacerdotes y mercaderes zoroastristas,
budistas, maniqueos y musulmanes, además de aquellos que sostenían creencias animistas y
chamánicas. La primera presencia cristiana estuvo ligada al establecimiento de monasterios en las
principales ciudades. Como se indicó, estos monasterios estaban directamente relacionados con el
comercio de mercaderes cristianos, a quienes ofrecían alojamiento y atención religiosa. Las iglesias
siríacas fueron bien conocidas por sus médicos, algunos de los cuales eran también sacerdotes y
monjes. La presencia de cementerios con inscripciones funerarias cristianas para mujeres y hombres
es evidencia de cierto grado de educación en estas ciudades de Asia Central, e indica la existencia
de comunidades cristianas permanentes a lo largo de la Ruta de la Seda desde Persia hasta China
occidental.

En una de sus cartas (781), el patriarca Timoteo I informaba que había recibido una
comunicación de un rey entre los turcos (hunos), en la que le decía que él y su pueblo se habían
convertido al cristianismo. Este rey le pedía que ordenara y les enviara un obispo junto con algunos
monjes, cosa que Timoteo hizo. En otras cartas, Timoteo I daba testimonio de su interés en asistir a
un creciente número de iglesias, monasterios y sedes episcopales a lo largo de lo que ahora son las
naciones de Uzbekistán, Kazajstán y Tayikistán. En una de sus cartas, Timoteo informaba que el
metropolitano de China había muerto y que él estaba nombrando a alguien para que ocupara su
lugar. En otra escribió que estaba preparándose para consagrar a un obispo para los tibetanos.
Algunos textos cristianos escritos en la lengua tibetana antes del siglo X sugieren que había interés,
sino una necesidad, de literatura cristiana en lengua tibetana. La decisión de Timoteo de consagrar
a un obispo para Tibet indica que había un grupo considerable de cristianos en aquella región.

Para fines del siglo VII el mensaje cristiano había alcanzado lo que es ahora China occidental.
Las antiguas ciudades de Tunhuang y Turfan tenían comunidades cristianas. En la primera, se han
encontrado numerosos escritos cristianos en cuevas budistas. Lo mismo ha ocurrido en Turfan, al
norte de Tunhuang, todo lo cual provee de buena evidencia para afirmar una presencia cristiana
considerable en esta región antes del siglo X. Estos cristianos serían persas, turcos, mongoles y
chinos, con algunas influencias armenias y griegas, según se ve por los escritos encontrados. Además
de las Escrituras, estos materiales incluían libros de adoración, homilías, comentarios bíblicos, vidas
de santos y mártires, tratados de medicina y obras filosóficas.

Una carta de Abdisho, obispo de la ciudad de Merv, escrita al patriarca de Bagdad alrededor del
año 1000, provee de evidencia de la extensión más septentrional alcanzada por la influencia
misionera cristiana durante este período. Este obispo informaba al patriarca que el rey de los turcos
keraítas que vivía alrededor de la región junto al lago Baikal en el norte de Mongolia, había tomado
contacto con él. El rey se había convertido a la fe cristiana a través de la aparición de un santo
cristiano, que le había mostrado el camino a través de una tormenta de nieve y se identificó como
un seguidor de Cristo. Como resultado de esto, el monarca había buscado a mercaderes cristianos
que estaban viajando a través de la región, y ellos lo instruyeron en las doctrinas básicas de la fe.
Incluso le habían dejado una copia del Evangelio. Según Abdisho, unos doscientos mil miembros de
la tribu de este rey habían llegado a abrazar la fe cristiana.

El rey estaba bien comprometido con la nueva fe y estaba solicitando ser bautizado. Para ello
pedía instrucciones en cuanto a cómo prepararse. Se le indicó que debía ayunar por largos períodos
de tiempo durante un año. Los turcos entendieron que debían abstenerse de comer carne o
productos lácteos durante estos ayunos, pero ésta era su dieta básica y única. El patriarca respondió
a sus inquietudes diciéndole a Abdisho que debía enviar a un sacerdote y a un diácono a bautizarlos
y a ministrarles. En cuanto al ayuno, en razón de la ausencia de otros alimentos, ellos debían
abstenerse de comer carne, pero podían consumir productos lácteos. Éste es un interesante
ejemplo de contextualización misionológica.

MAPA 6 - EL CRISTIANISMO EN ORIENTE

_ El cristianismo en China

El cristianismo llegó a China en el año 635, el año en que la misión céltica llegaba al norte de
Inglaterra, en Northumbria. Si bien este movimiento fue muy pequeño, es suficiente como
ilustración para recordar que el cristianismo no es una religión exclusivamente occidental, sino
universal. Puede decirse, entonces, que para Inglaterra del norte y para el Lejano Oriente, la historia
cristiana comenzó en el año 635.

Los misioneros en China. El documento arqueológico más completo para la reconstrucción de la


llegada del cristianismo a la China es la Estela de Ch’ang-an, encontrada en la provincia de Xian. Esta
piedra de granito negro, grabada con caracteres chinos en todas sus caras, lleva por título
“Monumento que conmemora la transmisión de la Religión de la Luz en China.” Fue grabada en 781
y declara que la llegada del testimonio cristiano a la capital del Imperio Chino bajo la dinastía T’ang
(Ch’ang-an) se produjo en el año 635, cuando monjes siríacos de la Iglesia de Oriente, arribaron bajo
el liderazgo de Alopen (o Alouben). La dinastía T’ang fue una de las más destacadas en la larga
historia de la civilización y cultura china. La ciudad de Ch’ang-an contaba con alrededor de dos
millones de habitantes, lo que la hacía la más grande del mundo en aquel tiempo. El confusionismo
era la ideología predominante del Estado, pero se estudiaban también otras religiones e ideas como
el taoismo, el budismo, el zoroastrismo y el maniqueísmo. Entre estas nuevas ideas estaba la
representada por monjes provenientes del extremo occidental de Asia (Siria), y que en chino se
conocía como Jing Jiao (Religión Ilustre o Religión de la Luz o Luminosa).

Estela de Ch’ang-an: “La doctrina sagrada que ha traído luz al mundo vino aquí durante el
reinado del Emperador Taizong. Las enseñanzas gloriosas fueron traídas por Alouben, un
hombre de alta virtud del Imperio de Da Qin (Siria). Él vino sobre nubes azules trayendo las
escrituras verdaderas, y después de un viaje largo y arduo, arribó en Ch’ang-an durante el
noveno año de Zhenguan. El emperador envió a su ministro Fang Xuanling para saludarlo
en el suburbio occidental. El visitante fue bienvenido en el palacio donde se le pidió que
tradujera sus escrituras. Cuando el emperador oyó las enseñanzas, se dio cuenta
profundamente de que ellas hablaban la verdad. Por lo tanto, pidió que estas enseñanzas
fuesen enseñadas, y en el mes séptimo en el otoño del vigésimo año de Shenguan, proclamó
un decreto:

‘El Camino no tiene un nombre común y lo sagrado no tiene una forma común.
Proclamen las enseñanzas por todas partes para la salvación del pueblo. Alouben, el hombre
de gran virtud del Imperio de Da Qin, vino desde una tierra lejana y arribó a la capital para
presentar las enseñanzas e imágenes de su religión. Este mensaje es misterioso y
maravilloso más allá de nuestra comprensión. Las enseñanzas nos hablan acerca del origen
de las cosas y de cómo ellas fueron creadas y nutridas. El mensaje es lúcido y claro; las
enseñanzas beneficiarán a todos; y ellas deben ser practicadas por toda la tierra’.”

Los primeros misioneros en ir a China vinieron de Persia (Da Qin o Siria en la Estela), que para
aquel entonces estaba bajo el gobierno musulmán. El grupo misionero había sido enviado por la
Iglesia de Oriente, y estaba constituido por veintiún monjes de habla siríaca, bajo la dirección de
uno llamado Alopen. Un edicto imperial del año 638 les concedió tolerancia religiosa y el emperador
mismo les dio un monasterio en la ciudad capital. El sucesor del emperador ordenó la construcción
de monasterios en muchas provincias y le dio a Alopen el título de “Señor Protector de las Grandes
Enseñanzas.” La Estela señala: “La enseñanza se esparció a las diez direcciones y el país prosperó.
Se construyeron monasterios en cientos de ciudades y muchas personas recibieron bendiciones de
la Iglesia de la Religión de la Luz.”

Sin embargo, en 698, al cambiar la dinastía gobernante, los cristianos tuvieron que hacer frente
a la oposición, que por momentos fue muy violenta. Maestros budistas esparcieron rumores en
contra de los creyentes. Para el 712, la oposición comenzó en la capital misma y aparentemente
resultó en la destrucción de recintos y objetos sagrados. A mediados del siglo VIII se restauró el
favor imperial. Se construyó una iglesia en un ducado “donde la doctrina podía ser enseñada a más
personas de maneras simples y directas,” y “en poco tiempo, muchas personas fueron convertidas.”
El siguiente emperador no sólo permitió la predicación cristiana, sino que hizo regalos a un
monasterio y se les pidió a los monjes que dirigieran la adoración en el palacio imperial. Un nuevo
edicto de tolerancia permitió ciertos progresos en el trabajo misionero en varias provincias.
La teología en China. La primera parte de la Estela de Ch’ang-an es un resumen de la doctrina
cristiana sostenida por los primeros misioneros en llegar a China. La declaración de fe comienza
confesando a Dios Altísimo como el Creador, uno y eterno. En cuanto a los seres humanos,
“originalmente ellos no tenían deseo alguno, pero bajo la influencia de Satanás, abandonaron su
bondad pura y simple por el brillo y el oro.” Como consecuencia de esta situación es que apareció
Ye Su (Jesús), “Aquel que emana en tres cuerpos ocultos, escondió su verdadero poder, se hizo un
ser humano, y vino de parte del Señor del Cielo a predicar las buenas enseñanzas. Una virgen dio a
luz a lo sagrado en una morada en el Imperio Da Qin.” La Estela continúa expresando una cristología
bastante similar a la de Nestorio:

Estela de Ch’ang-an: “El mensaje fue dado a los persas quienes vieron y siguieron la luz
brillante para ofrecerle regalos. Los veinticuatro santos [los libros del Antiguo Testamento
según el canon hebreo], nos han dado las enseñanzas, y el cielo ha decretado que sea
proclamada la nueva religión de la ‘Pureza de los Tres-en-Uno de los que no se puede
hablar.’ Estas enseñanzas pueden restaurar la bondad a los creyentes sinceros, liberar a
aquellos que viven dentro de los límites de los ocho territorios [quizás las Bienaventuranzas,
Mt. 3:3–10], refinar el polvo y transformarlo en verdad, revelar el portal de las tres
constantes [probablemente fe, esperanza y amor, 1 Co. 13:13], conducirnos a la vida y
destruir la muerte. Las enseñanzas de la Religión de la Luz son como el sol resplandeciente:
tienen el poder de disolver el reino de las tinieblas y destruir para siempre el mal.

“Él puso a flote la barca de la salvación y la compasión de modo que podamos usarla
para ascender al palacio de la luz y unirnos con el Espíritu. Él llevó a cabo la obra de
liberación, y cuando la tarea fue completada, ascendió a la inmortalidad en un gran
resplandor de luz. Él dejó veintisiete libros de escrituras [Nuevo Testamento] para inspirar
nuestro espíritu; reveló las obras del Origen; y nos dio el método de la purificación por el
agua [bautismo].”

Es posible conocer algo más de la teología cristiana china primitiva a partir de documentos
encontrados en las cuevas de Tunhuang y Turfan. Estos documentos son muy parecidos a las sutras
budistas en su estilo. Uno de ellos, la Sutra de Jesucristo, ha sido fechado alrededor del 638 y puede
estar relacionado con la misión original de Alopen. Otras tres sutras, agrupadas bajo el título común
de Discursos sobre monoteísmo, parecen haber sido compuestas alrededor de 641.

Es interesante notar el vocabulario de estos manuscritos. En la Sutra de Jesucristo se usa el


nombre “Buda” para la divinidad, mientras que las otras tres usan el término chino I-shen (“Un
Dios”). Cristo es también llamado Shih-tsun (“Señor del Universo”) y el Espíritu Santo Liang-feng
(“Brisa o Viento Fresco”). Este lenguaje facilitaba la comunicación del evangelio en un contexto
típicamente budista y taoista. La Primera sutra litúrgica, compuesta cerca de 720, ilustra la
adaptación de la liturgia cristiana al contexto local con su oración a “Aquel con el rostro como jade.”

Sutra de Jesucristo: “De modo que Dios hizo que la Brisa Fresca viniese sobre una mujer
joven escogida llamada Mo Yan [María], que no tenía esposo, y ella quedó embarazada.
Todo el mundo vio esto, y entendió lo que Dios había obrado. El poder de Dios es tal que
puede crear un espíritu corpóreo y conducir al sendero claro y puro de la compasión. Mo
Yan dio a luz a un niño y lo llamó Ye Su, quien es el Mesías y cuyo padre es la Brisa Fresca.…
Dios mira con compasión hacia abajo desde el Cielo, y controla todas las cosas en el Cielo y
la Tierra. Cuando Ye Su el Mesías nació, todo el mundo vio un misterio brillante en los Cielos.
Todas las personas vieron desde sus casas una estrella tan grande como una rueda de carro.
Esta luz misteriosa brilló sobre el lugar donde Dios iba a ser encontrado, porque en este
momento el Único nació en la ciudad de Wen-li-shih-ken [Jerusalén] en el huerto de But
Lam [Belén]. Después que hubieron pasado cinco años el Mesías comenzó a hablar. Él hizo
muchas cosas milagrosas y buenas mientras enseñaba la Ley.… El Mesías ofreció su cuerpo
a los malvados por amor a todos los seres vivientes. A través de esto todo el mundo sabe
que toda vida es tan precaria como la llama de una vela. En su compasión él entregó su vida.

“Los malos trajeron al Mesías a un lugar apartado, y después de lavar su cabello lo


llevaron al lugar de ejecución llamado Chi-Chu [Gólgota]. Ellos lo colgaron alto sobre un
cadalso de madera, con dos criminales, uno a cada lado de él. Él colgó de allí por cinco
horas.… Temprano esa mañana hubo una luz solar brillante, pero a medida que el sol se
movió al Oeste, tinieblas vinieron sobre el mundo, la tierra se sacudió, las montañas
temblaron, las tumbas se abrieron y los muertos caminaron. Aquellos que vieron esto
creyeron que él era quien él decía que era. ¿Cómo puede alguien no creer? Aquellos que
toman a pecho estas palabras son verdaderos discípulos del Mesías.”

De las otras tres sutras mencionadas, la primera ofrece una discusión metafísica sobre la
naturaleza invisible de Dios, y la naturaleza visible e invisible del ser humano. La segunda trata con
la creación y la naturaleza humana (cuerpo, alma y espíritu). La tercera titulada El discurso del Señor
del Universo sobre la limosna, provee una ilustración del énfasis cristiano sirio sobre la importancia
del papel de las mujeres en el evento de la salvación.

A la luz de estos documentos, parece evidente que las autoridades chinas consideraban al
cristianismo como una secta similar al budismo. Esta identificación facilitó el ingreso del testimonio
cristiano en China bajo la dinastía T’ang.

Los resultados en China. Las crisis políticas internas y externas no fueron favorables para un gran
avance de la fe cristiana en China. La estela de Ch’ang-an describe la situación hasta el año 781,
cuando fue esculpida y termina con una nota de confianza. Dice la Estela: “Esta doctrina es grande
y sus obras son poderosas y misteriosas. Si soy forzado a describirla, las llamaría la obra del Señor
Tres-en-Uno. Todo lo que este humilde siervo ha hecho es registrar en el monumento lo que ha
sucedido y glorificar al Señor Primordial.” La historia posterior debe ser reconstruida a partir de
otros documentos.

A mediados del siglo VIII, la expansión árabe hacia el Este (especialmente Tibet) creó conflictos
con el Imperio Chino. En estos años, uno de los líderes chinos más destacados fue el duque Kuo Tzu-
i, quien defendió los territorios chinos de los avances árabes. El monumento de Xian dice que uno
de los comandantes nombrados por el emperador para acompañar al duque era un sacerdote
cristiano llamado I-ssu, a quien la Estela lo menciona como su donante. Para entonces, parece que
en algunas iglesias la adoración se hacía en chino y no en siríaco. Es probable que la creciente
identificación del cristianismo con el budismo haya sido la causa de su rápida declinación hacia
mediados del siglo IX. Los registros chinos mencionan a los cristianos hasta aproximadamente el año
900, cuando desaparece todo rastro de cristianismo en China. Las razones para este cataclismo
fueron dos.

Primero, persecución. En el año 845 un emperador pro-taoísta decidió suprimir las religiones
que no eran de origen chino, incluso el budismo. El edicto decía: “¿Cómo pueden las religiones
triviales de Occidente compararse con las nuestras?” El edicto menciona a monjes cristianos y
zoroastristas (se los menciona juntos, porque ambas religiones provenían de Persia) en número de
3.000 que, al igual que los budistas, debían “retornar al mundo para no confundir las costumbres
de China.” La política persecutoria duró sólo veinte meses. El budismo logró recuperarse, pero la
pequeña Iglesia cristiana se debilitó casi definitivamente.

Segundo, desorden. Las continuas guerras civiles durante el siglo IX crearon un clima de
inestabilidad e inseguridad. En el año 878 la rebelión arruinó todo el sur de la China y su comercio
marítimo. Los mercaderes extranjeros regresaron en multitud a Occidente, y la falta de un gobierno
estable puso fin a las comunicaciones pacíficas en Asia Central, y con todo esto, la tarea misionera
murió.

El último testimonio que oímos de este período viene de un cronista árabe que informa haber
conversado con un monje cristiano en Bagdad en 987. Siete años antes, el monje había formado
parte de una misión enviada por el patriarca para poner en orden las cuestiones de las iglesias en
China. Pero no pudieron encontrar a un solo cristiano en todo el territorio. A pesar de este informe
negativo, veremos más adelante que el cristianismo en el Lejano Oriente logró sobrevivir entre
algunas tribus del Asia Central, desde donde volvería a expandirse nuevamente hacia el Este.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Mirando hacia atrás a los primeros tres siglos del
movimiento cristiano en China, encontramos a una comunidad que jamás sumó más que
una docena de monasterios establecidos y varios miles de creyentes cristianos. El número
de cristianos empalidece a la luz de la fuerza de las escuelas budista y taoísta de ese
tiempo.… En ninguna otra parte en el mundo en los siglos séptimo y octavo puede uno
encontrar a cristianos comprometidos en un estudio y diálogo activo con budistas, taoístas,
zoroastristas, maniqueos e incluso vecinos confucionistas.… Hubo una buena cantidad de
mezcla de ideas entre estas varias tradiciones en China. Quizás … ésta fue en parte la causa
de la decadencia de estas primeras comunidades cristianas al final. El eclipse parcial de una
identidad cristiana distintiva dejó a los cristianos chinos con pocas razones para mantener
su propia existencia separada en medio de las escuelas de la dinastía T’ang en China.

“Un argumento histórico más probable es que a pesar de la notable obra de traducción
e incluso de composición de nuevas obras teológicas en chino, la mayor parte de la iglesia
cristiana en China desde los siglos séptimo al décimo permaneció como una comunidad de
extranjeros residentes. Si bien por algún tiempo en el siglo octavo Ch’ang-an fue constituida
como ciudad metropolitana por el patriarca en Bagdad, las iglesias en su mayoría
permanecieron dependientes del clero foráneo de la región de Balkh para su liderazgo. La
comunicación fue difícil a lo largo de la Ruta de la Seda después del surgimiento de los
árabes o por mar desde la India.”

LA RECUPERACIÓN EN OCCIDENTE

_ La Iglesia en Europa

Establecidos los reinos germánicos, y concretada la atomización política de Europa occidental,


la Iglesia quedaba como la única expresión de cierto orden institucional. La Iglesia se erigió como
celosa guardiana de la organización y cultura romanas. Poco a poco los monarcas germánicos se
fueron convirtiendo a la fe cristiana y con ellos sus pueblos. La Iglesia fue creciendo en su influencia
y prestigio. A fin de consolidar su unidad y la del mundo cristiano que lideraba, la Iglesia organizó y
estableció sus jerarquías siguiendo el modelo de la administración civil del desaparecido Imperio
Romano. De este modo, Europa quedó dividida en provincias eclesiásticas o arquidiócesis colocadas
bajo la autoridad de arzobispos. A su vez, cada arquidiócesis estaba constituida por un número de
diócesis bajo la autoridad de obispos. Las diócesis estaban compuestas por varias parroquias
urbanas y rurales a cargo de los presbíteros o curas párrocos.

Este conjunto de religiosos constituía el clero secular, porque vivía en contacto con el seculum
(mundo o sociedad). A partir del siglo V aparece otro tipo de clero cuyos miembros (monjes y
monjas) vivían en monasterios, alejados del mundo y sujetos a una disciplina determinada,
expresada en una regla monástica. Por ello mismo, estos religiosos pertenecían al clero regular. A
través de su clero, secular y regular, la Iglesia controlaba la totalidad de la vida cotidiana, desde el
nacimiento hasta la muerte. También ejercía un creciente poder en el campo político, al coronar y
deponer a reyes y emperadores. Pero sobre todo, moderó las costumbres de los germanos y ayudó
a la difusión de la cultura romana.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “El factor singular más importante que ligaba a los pueblos
de estas regiones [España, Galia, Italia y Gran Bretaña] alrededor del año 600 era la religión
católica: sus obispos proveían de una red administrativa de naturaleza moral y espiritual.
Las iglesias eran dueñas de tierras, promovían la educación y apoyaban los encuentros
regionales de sus líderes. Dentro de esta red en el Oeste, el obispo más poderoso era el que
ocupaba la sede histórica de Pedro en Roma, el Papa.”

Durante la temprana Edad Media el poder del papado se incrementó. El Papa de Roma jugó un
papel primordial en mantener viva y desarrollar la idea de un Imperio en Occidente. Ya desde los
días del papa Dámaso I (375), el Papa pretendía tener una autoridad suprema en materia de
enseñanza de toda verdad en la cristiandad. Dámaso basaba su pretensión en la doctrina petrina,
según la cual Jesús había establecido a Pedro como la “roca” sobre la cual la Iglesia debía ser
construida. Esta ideología del papel conductor del Papa como líder de la cristiandad occidental, fue
reforzada y ampliada por el papa Gregorio I (590–640). Él fue el primer miembro de una orden
monástica en llegar al papado. Los logros de Gregorio (conocido como el Grande) le valieron un
lugar de honor entre los grandes Padres de la Iglesia (junto con Jerónimo, Ambrosio y Agustín).
Gregorio desarrolló ideas como la de la penitencia y conceptos como el del purgatorio. Centralizó la
administración de la Iglesia y fue el primer Papa en gobernar como cabeza secular de Roma así como
de los territorios alrededor de la ciudad. Se destacó como gran estadista, especialmente en el
manejo de los lombardos que amenazaban con invadir sus posesiones. Gregorio apoyó a la orden
benedictina y, en un tiempo cuando las comunicaciones entre las diferentes partes de Europa
estaban colapsando, los utilizó para crear las bases institucionales de la Iglesia Latina occidental.

Todos, romanos y bárbaros, necesitaban un emperador, pero no lo encontraron en el Imperio,


sino en la Iglesia, que sobrevivió al Imperio y que con el papa Gregorio I alcanzó su apogeo. Gregorio
trajo al trono papal la planificación de un estadista y la devoción de un monje. Su contribución más
notable fue la misión a Inglaterra, que se concretó con misioneros del monasterio benedictino
fundado por él, bajo la dirección de un monje llamado Agustín (no es Agustín de Hipona).

_ El monasticismo en Europa

Al comienzo del período de declinación, algo empezó a ocurrir. Al principio debió haber parecido
sólo de importancia local, pero finalmente llegó a salvar la situación del testimonio cristiano en todo
Occidente. Se trató del surgimiento del movimiento monástico, como expresión de profunda
espiritualidad y de gran devoción. A medida que se profundizaba el deterioro moral y espiritual en
Europa fue creciendo el celo monacal. Debido al ingreso masivo de paganos a la Iglesia, a la violencia
e inestabilidad generalizada, a la falta de educación y al caos imperante, muchas personas veían en
la vocación monástica una manera de huir del mundo y sus poco atractivas circunstancias. El
monasterio ofrecía una vida más segura, anticipable y con buenas oportunidades para el desarrollo
cultural.

El monasticismo se originó en el Cercano Oriente. Los primeros monjes estaban motivados por
un deseo de vivir vidas dedicadas a la contemplación y la adoración a Dios. En Italia, Benito de Nursia
(480–540) estableció los fundamentos del monasticismo occidental, cuando hizo una contribución
típicamente romana, no inventando algo nuevo, sino agregando disciplina y orden a lo que ya
estaba. En el año 500 se hizo ermitaño, y en el 529 fundó un monasterio en Monte Casino, al sur de
Roma, destruyendo un templo de Apolo que había sobre una colina.

Benito había formulado una Regla, que establecía un modelo permanente para los monjes
occidentales. Hasta entonces, la vida de un monje estaba marcada por la pobreza y la castidad.
Benito enfatizó una tercera virtud: la obediencia. Benito le dio estabilidad a la vida monástica
mediante una buena organización. El monasterio estaba presidido por un abad asistido por un prior.
Si bien era estricta, la vida en un monasterio benedictino estaba bien balanceada en el uso del
tiempo: adoración y oración (en varios momentos del día); trabajo en el campo o en la cocina; y,
estudio. Algunos dichos famosos de Benito eran: “El ocio es el enemigo del alma,” y “Un claustro sin
libros es un fuerte sin armamento.” En menos de tres siglos los monasterios benedictinos se
esparcieron por todo el continente europeo, y la Regla de Benito llegó a unificar a todo el
monaquismo occidental.
_ Las misiones en Europa

Mientras el Islam destruía muchos baluartes cristianos antiguos y arrinconaba a la cristiandad


latina en Europa occidental, en el norte del continente europeo el cristianismo resistía
encarnizadamente el avance musulmán y lograba introducirse en nuevos territorios a través de
movimientos misioneros sumamente dinámicos.

El cristianismo en España. El evento más importante en la Península Ibérica a comienzos de la


Edad Media fue la conversión del rey visigodo Recaredo del arrianismo al cristianismo católico (587).
Dos años más tarde, Recaredo convocó el famoso Tercer Concilio de Toledo, el primero de una serie
de dieciséis cónclaves de la Iglesia, que se llevaron a cabo bajo la supervisión real entre 589 y 702.
Estos concilios se transformaron en un verdadero poder legislativo, integrado por miembros del
clero y la nobleza. La recopilación de las distintas disposiciones legislativas dictadas por esas
asambleas constituyeron la base del derecho español, que más tarde (687) quedó plasmado en un
código llamado Fuero Juzgo. Este Concilio fue importante porque su propósito declarado era la
conversión pública de los germanos y el fortalecimiento de la fe católica en todo el territorio (esto
antes de la invasión musulmana). Entre otras cosas, el Tercer Concilio de Toledo decretó que el
Credo fuese recitado antes del Padrenuestro toda vez que se celebraba la eucaristía. En las actas de
este concilio aparece por primera vez la cláusula filioque, el agregado de la frase “y del Hijo” al Credo
de Nicea en cuanto a la procedencia del Espíritu Santo.

Tercer Concilio de Toledo (589): “Por lo tanto confesamos que existe el Padre, quien genera
de su misma sustancia un Hijo co-igual y co-eterno con él mismo, pero no de tal manera que
sea tanto hijo como padre; sino más bien, el Padre que genera es una persona, y el Hijo que
es generado es otra, aun cuando ambos subsisten en una divinidad de sustancia. Porque el
Padre de quien el Hijo existe, él mismo existe de ninguna otra cosa; y el Hijo tiene un Padre,
no obstante él subsiste en divinidad sin comienzo y sin disminución, de tal manera que es
co-igual y co-eterno con el Padre. Y de manera similar, confesamos y predicamos que el
Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y es uno en sustancia con el Padre y el Hijo;
realmente que el Espíritu Santo es una tercera persona en la Trinidad, aunque tiene en
común con el Padre y el Hijo la esencia de la divinidad.”

Los visigodos eran los más cultos de los pueblos bárbaros y al fusionarse con los
hispanorromanos dieron origen a un alto grado de civilización en el reino que crearon en España. El
clero fue el depositario de la cultura y los trabajos literarios se ocupaban de temas referentes a la
religión, la moral y la historia. La figura más destacada de este período fue el arzobispo Isidoro de
Sevilla, un hombre erudito que escribió sobre casi todas las materias que, en su época, comprendía
el saber humano, desde teología hasta las artes mecánicas. Entre sus muchas obras se destaca
Etimologías, una obra monumental dividida en veinte libros, en los que se ocupa de temas religiosos,
y de derecho, legislación, historia y ciencias naturales.

El reino visigótico subsistió hasta principios del siglo VIII, cuando sucumbió a causa de la invasión
de los musulmanes. En 711, los musulmanes pusieron pie en tierra española y en el mes de junio
derrotaron al rey visigodo Rodrigo. Los enclaves cristianos quedaron arrinconados por la presencia
musulmana en algunos valles del Cantábrico y en la región montañosa de Asturias, a partir de 713.
De esta manera desapareció la monarquía visigoda y comenzó la lucha por la Reconquista, que se
prolongó por más de siete siglos como una verdadera cruzada cristiana. El iniciador de tal epopeya
cristiana fue el rey visigodo Pelayo, que logró vencer por primera vez a los invasores en la batalla de
Covadonga (718). Pero la expulsión de los musulmanes de la Península recién pudo ser completada
en 1492.

El cristianismo en las Islas Británicas. El desarrollo del testimonio cristiano en las Islas Británicas
tuvo dos movimientos fundamentales. Por un lado, está la misión celta, que representó una
corriente misionera proveniente del norte, básicamente del movimiento monástico desarrollado en
Irlanda. Uno de los misioneros celtas más famosos fue Columbano (543–615), contemporáneo de
Gregorio I. Nacido y educado en Bangor (Irlanda), condujo a un grupo de doce misioneros al
continente europeo (Galia) a fines del siglo VI. Allí estableció varios monasterios en el sur de Francia
y el norte de Italia, y compuso una regla monástica basada en las prácticas ascéticas celtas. Al igual
que muchos otros líderes espirituales de este período, Columbano es recordado por los milagros y
maravillas que llevó a cabo. Estas señales y prodigios sirvieron para llamar la atención de los paganos
y hacer que dejaran a sus dioses tradicionales por Cristo. En 603 escribió una carta a un sínodo de
obispos en Galia, en defensa de su adhesión a las costumbres de la Iglesia celta (especialmente en
cuanto a la Pascua) y en oposición con la práctica romana y gala.

Columbano: “Finalmente, padres, oren por nosotros así como nosotros lo hacemos por
ustedes, aunque estemos maltrechos, y rehúsense a considerarnos alejados de ustedes;
porque todos nosotros somos miembros unidos de un cuerpo, ya sean francos o bretones
o irlandeses o cualquiera que sea nuestra raza. Así que todas nuestras razas se regocijen en
la comprensión de la fe y la aprehensión del Hijo de Dios, y ocupémonos todos en lograr
una humanidad plena, a la medida de la estatura de la plenitud de Jesucristo, en quien
debemos amarnos unos a otros, alabarnos unos a otros, corregirnos unos a otros,
alentarnos unos a otros, orar unos por otros, para que con Él unos y otros podamos reinar
y triunfar.”

Otro gran protagonista de esta acción misionera celta fue Columba (521–597), a quien se lo
conoce como “apóstol de Escocia.” Columba era nieto del rey que gobernaba Irlanda cuando
Patricio, el misionero bretón que evangelizó ese país (432), fue capturado y hecho esclavo. Columba
llegó a ser abad y fundó varios monasterios en Irlanda, hasta el año 563, cuando “deseó ir en
peregrinación por amor a Cristo” dejando su tierra. Columba escogió a doce monjes que estaban
dispuestos a acompañarlo en su misión y fue a la isla de Iona, frente a la costa occidental de Escocia,
donde fundó un monasterio como base de operaciones. Columba no sólo fue apóstol de Escocia
sino también el fundador de la misión celta en Inglaterra, misión que desde el año 635 convirtió
buena parte del centro de las Islas Británicas (Northumbria). El año 597 es importante porque señala
el año de la muerte del celta Columba y el comienzo de la historia de la Iglesia en Inglaterra pues es
el año de la llegada del misionero romano Agustín (m. 604), que más tarde sería consagrado como
el primer Arzobispo de Canterbury.
Por otro lado, está la misión romana. El protagonista de este movimiento misionero jamás pisó
tierras británicas, pero fue uno de los estrategas misioneros más notables de toda la Edad Media:
Gregorio el Grande, a quien se lo conoce como el “apóstol de Inglaterra.” Gregorio I es uno de los
dos papas llamados “grandes.” Gregorio pertenecía a una familia noble de Roma (nació en 540).
Llegó a ser gobernador de la ciudad en una época muy difícil (572), de pobreza y peligros. Al morir
sus padres (574), heredó una gran fortuna, que entregó a los pobres, y transformó su casa en un
monasterio benedictino, haciéndose monje él mismo. En 578, el Papa lo envió a la corte del
emperador en Constantinopla como su representante, y luego lo colocó como su secretario
personal. En 590 fue nombrado Papa, sin que él buscara esa posición de honor. Durante el año que
pasó en Constantinopla se dio cuenta de que el emperador no podía hacer nada por Europa
occidental. Consciente de lo difícil de la tarea, asumió la responsabilidad de transformar a Roma en
la conductora y la salvadora de la cristiandad occidental.

Gregorio fue un gran misionólogo. Hizo planes a largo plazo, como que planeó la conversión de
toda Inglaterra cuando todavía el territorio no estaba unificado, de modo que hubo una Iglesia de
Inglaterra antes de que existiera Inglaterra. Alentó la adaptación a las costumbres nativas, ya que
instruyó a sus monjes que los templos paganos no debían ser abandonados si podían servir como
iglesias cristianas. También les indicó que había que aprovechar las fiestas paganas y hacerlas
cristianas. Agustín, con cuarenta monjes, después de un viaje largo y difícil, desembarcó con sus
compañeros en Kent (597), donde comenzaron sus contactos con los anglosajones. A los pocos
meses, Agustín informaba a Gregorio del bautismo de 10.000 anglosajones. Posteriormente, se
convirtió el rey y todo su reino; Agustín fue nombrado arzobispo (el primero de Canterbury) y se
creó una nueva provincia eclesiástica. Hubo varios obispados y la Iglesia estuvo relacionada con
Roma.

Como puede verse, en la evangelización de las Islas Británicas intervinieron dos tradiciones
cristianas diferentes: una celta y la otra romana. Esto dio lugar a la confusión, especialmente cuando
ambas corrientes se encontraron en Northumbria, en el centro de Inglaterra. El problema mayor
tenía que ver con la celebración de la Pascua, ya que unos la celebraban según el calendario celta y
otros según el latino. Pero en el fondo lo que se discutía era si la Iglesia de las Islas Británicas debía
ser independiente de Roma o no.

Para resolver este problema se convocó un sínodo, que tuvo lugar en Whitby, en el año 664. El
discurso decisivo lo tuvo Wilfrido, abad de un monasterio romano en Ripon (Inglaterra) y el primer
obispo anglosajón. Era un admirador de la Iglesia Romana, y en Whitby respaldó la posición de que
la Iglesia de Inglaterra dependiera de Roma. La victoria del partido romano fue un triste golpe para
la misión celta, que poco a poco regresó a Irlanda. Así, las Islas Británicas se pusieron en conexión
con el continente, aunque no sin heredar de la tradición celta del norte un profundo espíritu
misionero, que habría de manifestarse una y otra vez en su historia.

Un caso interesante de catolicidad lo ofrece quien fuera el séptimo arzobispo de Canterbury,


Teodoro de Tarso (602–690). Este monje vivía en Roma como refugiado por el avance musulmán en
el Este. El Papa lo consagró como arzobispo de Canterbury en 668, de modo que la cabeza de la
Iglesia en Inglaterra fue un monje proveniente nada menos que de Asia Menor y del Imperio
Bizantino. Teodoro fundó escuelas en las que se enseñó griego y latín, y trabajó diligentemente para
mejorar el liderazgo pastoral y la vida espiritual de su provincia eclesiástica. Nombró obispos, creó
diócesis nuevas, estableció un sistema parroquial, y celebró sínodos que acercaron todavía más a la
Iglesia de Inglaterra a Roma. Quizás la extraña combinación que se dio en Gran Bretaña de la
disciplina espiritual celta y su fuerte vocación misionera, con el pragmatismo romano y sus
conexiones con Roma, junto con la erudición teológica clásica representada por Teodoro, hicieron
que a lo largo del siglo VII surgiera una forma distintiva de cristianismo anglosajón. Más tarde, en
los siglos VIII y IX, se verían los frutos de esta amalgama de auténtica catolicidad en los territorios
en los que los misioneros anglosajones llevaron el testimonio cristiano.

El cristianismo en el norte de Europa. Inglaterra, de campo misionero se transformó en agencia


misionera, y apenas un siglo después de la llegada de Agustín de Canterbury se inició la expansión
del cristianismo hacia el continente europeo. Hubo dos personajes destacados en este proceso
misionero.

El primero de ellos fue Willibrordo (658–739) a quien se lo conoce también como el “apóstol de
los Países Bajos.” Wilfrido de Ripon, en uno de sus viajes a Roma, pasó algún tiempo en la costa de
los Países Bajos, donde quiso interesar a los jefes de las tribus bárbaras en la civilización cristiana.
Fue del monasterio de Wilfrido en Ripon de donde salió el primer gran misionero anglosajón:
Willibrordo. En el año 690 se embarcó junto con otros once monjes. Llegaron a Utrecht, donde
realizaron su obra y donde llegó a ser el primer obispo. Su trabajo misionero se realizó bajo la
protección de los francos, que estaban expandiéndose hacia el este. La historia lo recuerda como el
santo patrono de Holanda.

El otro protagonista importante de esta expansión cristiana anglosajona fue Winfrido o


Bonifacio (679–755), conocido como el “apóstol de Alemania.” Bonifacio nació en el año 679 y fue
educado en un monasterio cerca de Winchester, donde luego fue invitado para enseñar. Se hizo
monje y fue candidato a abad, pero se unió a Willibrordo en el año 718. De los Países Bajos continuó
su obra hacia Alemania. Fue consagrado obispo y más tarde arzobispo de Maguncia por el Papa,
quien en 739 le escribió para elogiarlo por “los cien mil germanos liberados de las ataduras
paganas.” El proceso de conversión no fue difícil, ya que contó con el respaldo de los ejércitos
francos, que abrieron Sajonia a la obra misionera. Además, Bonifacio apeló a los monjes y monjas
anglosajones a respaldar con oración y servicio su obra evangelizadora en Alemania. Cientos de
estos misioneros se unieron a su proyecto.

El incidente más dramático en su carrera misionera fue cuando derribó, ante la mirada
asombrada de una multitud, un roble dedicado a Thor, el dios del trueno, y luego con su madera
construyó una capilla. Su método fue establecer pequeños monasterios como bases misioneras. A
los setenta y cinco años se retiró de su ministerio como arzobispo y continuó involucrado en el
trabajo misionero. En el año 755, fue martirizado en Holanda, donde había dado sus primeros pasos
como misionero, cuando después de un viaje de predicación, reunió a sus convertidos para
ministrarles la confirmación, y hombres armados lo atacaron.
Destrucción del roble de Thor: “Muchas de las personas de Hesse fueron convertidas [por
Bonifacio] a la fe católica y confirmadas por la gracia del Espíritu: y recibieron la imposición
de manos. Pero había algunos, todavía no fuertes en su alma, que se rehusaban a aceptar
plenamente las enseñanzas de la verdadera fe. Algunos hombres sacrificaban en secreto, y
otros incluso abiertamente, a árboles y manantiales. Algunos practicaban en secreto la
adivinación, sortilegios y encantamientos, y otros en público. Pero otros, que eran de una
mente más sana ponían a un lado toda profanación pagana y no hacían ninguna de estas
cosas; y fue con el consejo y consentimiento de estos hombres que Bonifacio procuró
derribar un cierto árbol de gran tamaño, en Geismar, llamado en la lengua antigua de la
región, el roble de Jove [es decir, Thor]. El hombre de Dios fue rodeado por los siervos de
Dios. Cuando estaba listo para derribar el árbol, he aquí que una muchedumbre de paganos
que estaban allí lo maldijo agriamente entre ellos porque él era el enemigo de sus dioses. Y
cuando él había comenzado a cortar el tronco, una brisa enviada por Dios sacudió por arriba,
y de pronto la copa del árbol se quebró, y el roble con su enorme follaje cayó al suelo. Y se
rompió en cuatro partes, como por voluntad divina, de modo que el tronco quedó dividido
en cuatro grandes secciones sin ningún esfuerzo de los hermanos que estaban cerca.
Cuando los paganos que habían maldecido vieron esto, dejaron de maldecir y creyendo,
bendijeron a Dios. Entonces el más santo de los sacerdotes consultó con los hermanos y
construyó con la madera del árbol un oratorio y lo dedicó al santo apóstol Pedro.”

El cristianismo en el corazón de Europa. Las invasiones bárbaras terminaron aportando una gran
masa de nuevos aliados a la Iglesia de Roma en Galia, especialmente los francos, que fueron el reino
germánico más importante durante la temprana Edad Media. Desde la conversión de Clodoveo, los
francos favorecieron el desarrollo del cristianismo en sus territorios y fueron instrumentos de su
expansión a las nuevas tierras por ellos conquistadas. Fue gracias a la alianza entre los francos y el
papado, que el segundo pudo verse aliviado de los lombardos, que amenazaban invadir Roma y
ganar los territorios vecinos a esta ciudad, conocidos como los “estados papales.”

Muchas de estas concesiones se lograron gracias a documentos falsos, que sirvieron para
engañar a los monarcas francos y a sus sucesores durante mucho tiempo. Entre estos documentos
cabe mencionar a dos como los más influyentes. El primero, la Donación de Constantino, decía que,
cuando Constantino trasladó la capital del Imperio a Constantinopla (330), le había dado al obispo
de Roma el dominio de Occidente, además del territorio del norte de Italia, y había ordenado que
todo el clero cristiano debía responder al obispo romano. La falsificación fue hecha cerca del año
754, pero recién fue descubierta en el siglo XV por Lorenzo Valla (1407–1457). Para entonces, ya
había cumplido su propósito.

Donación de Constantino: “En nombre de la santa e indivisa Trinidad.… El emperador


Constantino … al más santo y bendito padre de los padres, Silvestre, obispo de la ciudad de
Roma y Papa; y a todos sus sucesores, los pontífices, que se sienten en la silla del bendito
Pedro hasta el fin del tiempo.… En razón de que nuestro poder imperial es terrenal, hemos
decretado que venere y honre a su más santa Iglesia Romana y que la sagrada sede del
bendito Pedro sea gloriosamente exaltada por sobre nuestro imperio y trono terrenal.
Atribuimos a él el poder y la dignidad gloriosa y la fuerza y honor del Imperio, y ordenamos
y decretamos que él también tenga gobierno sobre las cuatro sedes principales: Antioquía,
Alejandría, Constantinopla y Jerusalén, y también sobre todas las iglesias de Dios en todo el
mundo. Y el pontífice que por el momento preside sobre esa muy santa Iglesia Romana será
el más alto y principal de todos los sacerdotes en todo el mundo y conforme a su decisión
se resolverán todas las cuestiones que se emprendan para el servicio de Dios o la
confirmación de la fe de los cristianos.… Concedemos al ya mencionado y muy bendito
Silvestre, Papa universal, tanto nuestro palacio, como adelanto, y del mismo modo todas las
provincias, palacios y distritos de la ciudad de Roma e Italia y de las regiones del Oeste; y,
donándolos a su poder e imperio y de los pontífices, sus sucesores, nosotros …
determinamos y decretamos que lo mismo sea puesto a su disposición, y legalmente lo
otorgamos como una posesión permanente a la santa Iglesia Romana.”

Otros documentos importantes fueron las Decretales seudo-isidorianas, llamadas así por haber
sido atribuidas a Isidoro de Sevilla. Como se vio, Isidoro fue un arzobispo de esa ciudad y doctor de
la Iglesia, un líder que gozó de gran influencia durante la Edad Media por haber reunido en el siglo
VII toda la legislación eclesiástica conocida hasta entonces. A esta colección, en el siglo IX, se
agregaron documentos falsos, que llevaban la firma de un tal Isidoro Mercator. Su propósito era
fortalecer la posición del obispo de Roma, reclamando para él una jurisdicción suprema. No
existiendo en aquella época un sentido crítico, las Decretales fueron inmediatamente aceptadas
como genuinas, y la falsedad no se descubrió hasta que la Reforma despertó los estudios históricos
y críticos.

Los francos fueron quienes dominaron el corazón de Europa desde el siglo VI hasta el X. El hijo
de Carlos Martel, llamado Pipino el Breve (714–768), fue quien le puso fin al débil régimen de los
reyes merovingios y destronó al rey Childerico III, haciéndose coronar en su lugar. Así concluyó la
dinastía inaugurada con Clodoveo y comenzó la dinastía Carolingia (751), con el total apoyo de la
autoridad espiritual de la Iglesia. Pipino había enviado a Roma a dos obispos con el encargo de
consultar al papa Zacarías (papa de 741–752) respecto de los reyes merovingios que tenían el título,
pero no la autoridad. El Papa respondió que más valía llamar rey a quien poseía autoridad. Poco
después, Pipino fue consagrado solemnemente por el papa Esteban III (papa de 752–757), que se
trasladó a la abadía de Saint-Denis para ungirlo y proclamarlo “rey de los francos por la gracia de
Dios.”

_ El imperio cristiano en Europa

La derrota de los visigodos por los musulmanes en 711 y el rápido avance de éstos a lo largo de
la Península Ibérica hicieron temblar el corazón de Europa, la Galia. Hasta 750, España constituyó
un emirato bajo la dependencia del califa de Damasco y la antigua capital visigótica (Toledo) fue
reemplazada por Córdoba. En Francia, los reyes merovingios defendieron como pudieron sus
fronteras, hasta que en 732 los mulsulmanes fueron contenidos por Carlos Martel en Poitiers.

José Luis Romero: “La conquista de España por los musulmanes puso en contacto directo
dos civilizaciones. Esta circunstancia caracterizó todo el período subsiguiente, pues obligó
al mundo cristiano a adoptar una política dirigida por la idea del peligro inminente que lo
acechaba. La reordenación del Imperio occidental por los carolingios fue la consecuencia
más importante de esta nueva situación.”

Carlomagno (742–814). El más grande de los monarcas francos fue Carlos el Grande (del latín
magnis, “el grande”). Fue un gran guerrero, porque duplicó el territorio recibido de su padre (Pipino
el Breve). Fue también un gran organizador, porque supo manejar con mano firme el Estado y la
Iglesia. Y fue un gran promotor de la cultura, porque contribuyó significativamente a la educación,
si bien él mismo no sabía escribir y apenas podía leer en latín.

Como cristiano dejó mucho que desear, pero su política como gobernante ayudó a fortalecer y
extender la fe cristiana, si bien muchas veces usó la fuerza para ganar nuevos convertidos. En el año
773, los lombardos volvieron a amenazar los territorios papales, y el papa Adriano I (papa de 772 a
795) pidió auxilio al “Patricio de los romanos,” Carlomagno. Éste cruzó los Alpes con un gran ejército
y destruyó a los lombardos en forma definitiva. Así, Carlomagno se transformó en el protector de
Roma. En el norte de Alemania, Carlomagno extendió los territorios francos conquistando a los
sajones (780), que todavía no habían aceptado el cristianismo, a pesar de la obra misionera de
Bonifacio. Con el bautismo forzado de los sajones, vemos por primera vez el uso a gran escala de la
fuerza y violencia militar para obligar a un pueblo a convertirse al cristianismo. Por otro lado, la
conquista de Alemania fue un hecho importante, porque marcó el primer gran avance logrado por
la cultura latina y la fe cristiana al este del Rin. Así, pues, con Carlomagno se puede hablar por
primera vez de una entidad política y culturalmente singular llamada Europa.

José Luis Romero: “Así constituyó Carlomagno un vasto imperio, que reproducía con ligeras
variantes el antiguo Imperio Romano de Occidente—sin España, pero extendiéndose hacia
Germania—, en el que se reunían los antiguos reinos romanogermánicos. La fuerza
realizadora del nuevo imperio provenía del poder extensivo del pueblo franco y del genio
militar y político de Carlomagno, pero la inspiración provenía, sobre todo, del papado, que
se consideraba heredero de la tradición romana y pugnaba por reconstruir un orden
universal cristiano.”

El largo reinado de Carlomagno permitió el desarrollo de una cultura cristiana carolingia


(renacimiento carolingio), que contó con el respaldo entusiasta del emperador y de algunos
religiosos que lo respaldaron. Entre ellos cabe mencionar al anglosajón Alcuino (735–804), el franco
Eginardo (770–840) y el lombardo Pablo Diácono (730–796). El primero fue el líder del movimiento
intelectual de Carlomagno, pues actuó durante quince años como organizador y director de la
escuela palatina, destacándose por su erudición teológica. El segundo fue el consejero íntimo del
emperador y autor de varios relatos históricos imitando a los escritores de la antigüedad, entre ellos
una biografía de Carlomagno. El tercero fue un cronista que escribió una Historia de los lombardos
y sirvió como consejero del emperador. Todos estos eruditos escribieron en latín, considerado por
entonces como el idioma por excelencia para la expresión intelectual, y que ya servía como la lengua
sagrada de la Iglesia.
Fernando Picó: “Aconsejado por el monje anglosajón Alcuino, Carlomagno impulsó la
revisión cuidadosa de las copias circulantes de la Vulgata (la traducción latina de la Biblia
por Jerónimo) y la renovación de la caligrafía (con la introducción de la llamada minúscula
carolingia, precursora de la actual escritura del alfabeto latino). Alcuino dirigió una escuela
para clérigos en la residencia principal de Carlomagno en Aachen (Aix-la-Chapelle en francés
y Aquisgrán en español). También aconsejó al emperador a que patrocinara a distinguidos
escritores como Teodulfo de Orleáns. Bajo tales impulsos florecieron las escuelas de las
catedrales.”

El Papa y el emperador. A sus conquistas territoriales, Carlomagno agregó la conquista del título
de emperador romano, desaparecido en Occidente desde la época de las invasiones bárbaras (476).
El papado desempeñó un papel muy importante en la restauración de la dignidad imperial. La Iglesia
necesitaba de un Estado fuerte, que la protegiera de los reinos enemigos. El Papa era un señor
feudal más, que no tenía poder militar suficiente como para defenderse. Carlomagno gobernaba un
vasto reino, que incluía los territorios de la Iglesia, y tenía la fuerza necesaria como para traer paz y
seguridad a Roma. Ante esta situación se llegó a pensar que el plan de Dios era que el Papa tuviera
el poder espiritual y el emperador el poder terrenal. Papa y emperador se necesitaban mutuamente.

José Luis Romero: “Desde principios del siglo VII, el papado había acrecentado
considerablemente su autoridad, gracias a la enérgica y sabia política de Gregorio el Grande,
y poco a poco la Iglesia había ido adquiriendo una organización cada vez más autocrática y
jerárquica debido a la progresiva aceptación, por parte de los obispos, de la autoridad
pontificia. La conversión de diversos pueblos conquistadores a la ortodoxia había permitido
y facilitado esta evolución, de modo que, al promediar el siglo VIII, el papado poseía una
autoridad que le permitía gravitar sobre la vida internacional del Occidente con manifiesta
eficacia. Sólo le faltaba el ‘brazo secular,’ es decir, una fuerza suficientemente poderosa
para hacer respetar sus decisiones y ponerlo al abrigo de todas las amenazas. El pueblo
franco aceptó esa misión por medio de los duques de Austrasia, que lograron en cambio el
beneplácito papal para su acceso al poder real, y desde entonces la unión entre ambos
poderes fue estrecha y fecunda.”

Carlomagno necesitaba del Papa, porque sólo él podía otorgarle el título de “emperador de los
romanos”. El papa León III necesitaba de la protección del rey franco, porque había sido expulsado
de Roma por una revuelta popular en 799 y no tenía medios políticos ni militares para retomar el
poder perdido. Así, el día de Navidad del año 800, Carlomagno fue coronado como emperador por
el papa León III (papa de 795 a 816) en la Iglesia de San Pedro, en Roma. La restauración imperial no
significaba para Carlomagno mayor poder territorial o político. Pero tenía un extraordinario alcance
moral, pues le daba a Carlomagno, convertido en heredero de los césares romanos, el magnífico
prestigio de la dignidad imperial, que cuatrocientos años de invasiones y de luchas no habían
logrado disipar. Así se fortaleció una relación que habría de llevar a una parcial unificación de Europa
y al desarrollo de la autoridad papal.
El Sacro Imperio Romano-Germánico. El gran Imperio creado por Carlomagno se deshizo a la
muerte de su sucesor Ludovico Pío, cuyos hijos se repartieron el Imperio en el Tratado de Verdún
(843): Carlos el Calvo recibió Francia; Luis el Germánico, Alemania; y Lotario, la Lotaringia que
comprendía el valle del Rin, los Alpes y el norte de Italia. Al mismo tiempo le correspondía la dignidad
imperial que recibiría en lo sucesivo el nombre de Sacro Imperio Romano-Germánico. En el Tratado
de Verdún quedaron echados los cimientos de Francia y Alemania y de los futuros estados de
Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Suiza. Fue la primera tentativa de equilibrio europeo basada en la
estructura social y económica de los estados. La rivalidad de los príncipes y la invasión de los
normandos, de los magiares y de los musulmanes, deshicieron la obra de Carlomagno.

El primer monarca alemán fue Otón I el Grande (936–973) de la casa de Sajonia, que impuso su
autoridad a la nobleza unificando todos los ducados germanos. Extendió su reino hacia el Este
derrotando a los húngaros y eslavos, y a imitación de Carlomagno creó marcas fronterizas de
contención. Fue coronado emperador por el Papa en Roma el año 962 fundándose así
definitivamente el Sacro Imperio Romano-Germánico. Sin embargo, pronto la intervención del
emperador en los asuntos eclesiásticos y el carácter feudal de muchos prelados alemanes, originó
grandes conflictos con el pontificado: las luchas político-religiosas conocidas como las guerras de las
investiduras.

Fue Otón I quien puso en vigor una estrecha política de colaboración con los obispos y abades.
En vez de delegar en condes las atribuciones principales del Estado, Otón I creó vastos principados
eclesiásticos, encomendados a los obispos y abades del reino. A la muerte de cada prelado el rey
intervenía para nombrar a su sucesor. Era frecuente que el seleccionado fuera uno de los capellanes
de la corte, vinculado a alguna familia aristocrática y miembro de algún cabildo catedralicio. De esta
manera el control de estos principados eclesiásticos nunca pasaba fuera de las manos de la corona,
pues los elegidos habían sido formados en la corte real. La autoridad real tenía un firme apoyo en
los prelados alemanes, pero en algunas ocasiones los obispos alemanes manifestaron su
independencia de criterio frente a la corona, especialmente en asuntos relacionados con la
integridad de sus diócesis. La situación de estrecha alianza entre el rey y los prelados alemanes duró
un siglo, pero como veremos más adelante tuvo inesperadas consecuencias.

En el 955, Otón I obtuvo una completa victoria sobre los magiares en el Lechfeld. Esta victoria
reafirmó el prestigio de la corona como preservadora del orden. A la vez Otón I fomentó la
conversión de los daneses, los eslavos y los magiares al cristianismo y trató de utilizar los adelantos
en la evangelización para extender la influencia del reino.

El Papa como cabeza de la cristiandad occidental. Los cristianos occidentales de la Edad Media
estaban convencidos de que el obispo de Roma tenía un lugar central en el reino de Cristo. Pensaban
de él como “vicario” o representante de Pedro. En muchos sentidos, el obispo de Roma era único y
la leyenda ayudó a esto (por ejemplo, la Donación de Constantino y las Decretales seudo-
isidorianas). El Papa había actuado en forma independiente durante mucho tiempo como único
gobernante de Roma y de sus territorios vecinos. En Europa se presentaba como el único poder
“romano” unificador y como el representante de la única autoridad central: “La Santa Iglesia
Romana.”

Sobre estas premisas básicas se movió el papa Nicolás I (papa de 858 a 867), que de cabeza de
la Iglesia transformó al papado en cabeza de la cristiandad, es decir, en gobernador de todos los
territorios donde la Iglesia tenía poder e influencia. Su lema era: “Aquello que el Papa ha decidido
debe ser observado por todos.” Era un hombre de valor y atrevimiento, que tuvo la fortuna de no
enfrentar a un poder secular demasiado fuerte. Esto le permitió excomulgar al patriarca de
Constantinopla durante un breve cisma, obligar al emperador del Sacro Imperio a tomar
nuevamente a su esposa, de la que se había divorciado, y a humillar a los arzobispos renuentes que
no querían obedecerlo.

_ El avance hacia el centro y el este de Europa

La mayoría de los pueblos que habitaban la región en este período eran eslavos. A lo largo de
estos años, los eslavos ubicados más hacia Occidente adoptaron un cristianismo de tipo
católicorromano y quedaron bajo la tutela de Roma. Los territorios que hoy comprenden la
República Checa, Eslovaquia, Austria, Hungría, Eslovenia y Croacia eran parte del Sacro Imperio
Romano-Germánico, bajo Carlomagno. A la muerte de este monarca, el Imperio se dividió en tres,
y la parte oriental del mismo (las provincias eslavas) quedó en manos de un nieto de Carlomagno,
Luis el Germano. Los pueblos eslavos ubicados hacia el Este siguieron un cristianismo de tipo griego
(bizantino), que tenía su centro de influencia en Constantinopla. A los pueblos eslavos que
aceptaron el cristianismo católicorromano hay que agregar a los ávaros y magiares, y más tarde a
algunos pueblos de la cuenca sur y este del Báltico.

De este modo, a partir del siglo IX se dio un período de intensa rivalidad misionera. La presencia
de dos versiones del cristianismo, especialmente en Europa central, cada una tratando de convertir
a reyes y naciones, y de ampliar su esfera de influencia, explica el éxito que tuvieron en ganar a las
sociedades paganas para el cristianismo. En todos estos casos, el proceso de entrada a la Iglesia era
generalmente por grupos o en masa. A la conversión del rey seguía la conversión y bautismo de
todo su pueblo. Los misioneros fueron monjes y el resultado fue el establecimiento de la ideología
de cristiandad.

Paul Johnson: “Parece que los primeros conversos francos estuvieron guiados por
consideraciones de carácter militar, más o menos como el propio Constantino: un ejército
cristiano tenía más probabilidades de ganar una batalla. Otro factor fue la incapacidad de
las sociedades paganas germánicas para producir una explicación satisfactoria de lo que
sucedía después de la muerte, en contraste con la certidumbre de salvación ofrecida por el
cristianismo.”

El cristianismo en Europa central. Desde Alemania, el cristianismo se expandió hacia el Este


avanzando sobre Europa central. Los ávaros se convirtieron alrededor del año 800. Estaban
establecidos en Europa central desde el siglo VII y habían asolado los territorios balcánicos del
Imperio Bizantino. En 795, bajo presión de los francos, uno de los jefes ávaros se sometió al gobierno
carolingio y al año siguiente todo el pueblo se hizo cristiano y quedó bajo el dominio del cristianismo
romano. En las décadas subsiguientes importantes grupos de eslavos, incluyendo a croatas, serbios,
eslovenos y checos, aceptaron la fe cristiana. A lo largo del siglo IX el poder germano continuó siendo
un factor político importante en Europa central. Y esto hizo que el cristianismo latino se expandiese
a todos los pueblos dominados y conquistados. En 871 se convirtió y fue bautizado el rey de
Bohemia, bajo la predicación de Metodio. Hacia el año 1000, el cristianismo estaba penetrando en
Polonia y también en Hungría. En Hungría se convirtió su rey, Esteban (997–1038), que luego sería
canonizado como San Esteban. Todos estos reinos quedaron bajo la jurisdicción de Roma, puesto
que eran territorios eslavos del Sacro Imperio Romano-Germánico.

MAPA 7 - EL CRISTIANISMO EN EUROPA CENTRAL Y ORIENTAL

El cristianismo en Europa oriental. Desde Constantinopla, el cristianismo se expandió hacia el


oeste avanzando sobre Europa oriental. Mientras que en Occidente se fortificaba la cristiandad
latina, recuperándose del desorden provocado por las invasiones bárbaras, y ahora aliviada de la
amenaza musulmana en España (después de la batalla de Tours), en Europa oriental la Iglesia
Ortodoxa Oriental (griega) obtenía considerables triunfos misioneros. A pesar de que la Iglesia
Griega había sufrido por las controversias teológicas y el avance del Islam, su vitalidad durante los
siglos VIII y IX se ve en su expansión misionera. Después de la controversia iconoclasta, el Imperio
Bizantino y la Iglesia Griega experimentaron un avivamiento, y el patriarca Focio (810–885)
contribuyó grandemente a la expansión misionera.

Constantino y Metodio. Los protagonistas más importantes en la evangelización bizantina de los


pueblos eslavos fueron Constantino (827–869) y Metodio (815–885), considerados como los
apóstoles a los eslavos. Hacia el año 862, estos dos misioneros fueron enviados desde
Constantinopla para trabajar entre los eslavos de Moravia, a pedido de su rey Ratislavo. Constantino
(conocido en Occidente como Cirilo el Filósofo) había sido secretario del patriarca de Constantinopla
y era un destacado filósofo y lingüista. Metodio era su hermano mayor y también un hombre
notable. La obra mayor de estos extraordinarios misioneros fue la traducción de la Biblia al idioma
eslavo. Para esto, tuvieron que inventar un alfabeto, ya que el eslavo no tenía escritura. Tradujeron
también otros libros cristianos y la liturgia. Para componer el alfabeto eslavo usaron letras griegas,
inventando así la escritura de pueblos tan importantes como los eslavos rusos. Los eslavos de
Moravia tuvieron que decidirse entre seguir a la Iglesia Latina (o Romana) o la Iglesia Griega, ya que
estaban en el medio de estas dos influencias. Finalmente, se decidieron por Roma y Metodio fue
consagrado por el Papa como su obispo.

John Foster: “Es auspicioso encontrar que en este período, cuando estaba aumentando la
división, misioneros de la Iglesia Griega estaban siendo aceptados por la Iglesia Latina, y
estaban siendo alentados en la creación de una sección eslava en su seno. Es también
agradable registrar que en 881 Metodio visitó Constantinopla, donde fue honrado por el
Emperador y el Patriarca. Ambos mostraron un vivo interés en la Biblia eslava, que Metodio
había completado, y en la liturgia eslava. Metodio murió en 885, y apropiadamente, su
servicio funeral fue en tres idiomas, latín, griego y eslavo. Él pertenecía a los tres.”

Europa del Este. Dos fueron los principales territorios de expansión cristiana en esta dirección:
Bulgaria y Rusia. A mediados del siglo IX, Bulgaria estaba emergiendo como Estado entre dos
imperios: el Imperio Carolingio al Oeste y el Imperio Bizantino al Este. Al principio, pareció que su
rey, Boris (gobernó de 852 a 888) iba a aceptar el cristianismo de parte de los francos. Pero en 865
se convirtió al cristianismo ortodoxo y fue bautizado por los griegos. El clero bizantino fue
bienvenido en Bulgaria y penetró profundamente en la región. Boris le escribió al patriarca de
Constantinopla, Focio, para solicitarle ayuda a fin de establecer una Iglesia autónoma con su propio
patriarcado. La respuesta de Focio fue insatisfactoria. En 866, Boris le escribió al papa Nicolás I
pidiéndole que respondiese a un buen número de preguntas. Nicolás I despachó a dos obispos y
respondió a todas las preguntas, pero rechazó la petición de Boris de convertir en patriarcado a
Bulgaria. Las preguntas de Boris no eran teológicas, sino éticas. Sus interrogantes reflejan las
tensiones provocadas entre los búlgaros por el ritualismo ortodoxo. Estas preguntas muestran
también cuán influyente era el cristianismo sobre la vida cotidiana durante la Edad Media.

La lucha entre la Iglesia Romana y la Iglesia Griega por el control de Bulgaria profundizó las
diferencias entre Roma y Constantinopla. Finalmente, los búlgaros optaron por el cristianismo
ortodoxo de Constantinopla en razón de su proximidad geográfica, su riqueza y prestigio, y su mejor
contextualización a la cultura eslava. Los griegos se mostraron más flexibles que los latinos
especialmente en el uso de la lengua vernácula en el culto y los escritos sagrados. Fue en Bulgaria
donde la religión cristiana alcanzó su expresión eslava más plena. La Iglesia de Constantinopla ganó
a casi todas las naciones eslavas respetando su cultura.

Rusia era la más grande de las naciones eslavas y estaba poblada por los eslavos del Este: los
ros. Hacia el año 950 había algunos cristianos en Kiev. En 957 la reina Olga, quien había sucedido a
su marido en el trono, viajó a Constantinopla para ser bautizada, pero su influencia cristiana se vio
frustrada por su hijo, que era pagano. Pero su nieto Vladimiro I (m. 1015), después de dudar entre
el paganismo y el cristianismo, terminó por aceptar la fe cristiana en el año 987, cuando se casó con
Ana, la hermana del emperador bizantino. Al año siguiente fue bautizado y pidió sacerdotes a la
Iglesia de Constantinopla para establecer el cristianismo en sus dominios. Muy pronto llegaron
monjes que desarrollaron un fuerte movimiento monástico, que se esparció por toda Rusia. Es
evidente que Vladimiro estaba más impresionado con la civilización y el prestigio de Bizancio, que
con el significado de la fe cristiana. Era un príncipe tiránico y lascivo, y continuó así después de su
supuesta “conversión.” De igual modo, el bautismo de miles de sus súbditos en el río Dniéper careció
de convicción y se trató sólo de conversiones nominales y masivas, en obediencia a sus órdenes.
Este dudoso comienzo, no obstante, aseguró el futuro del cristianismo en Rusia. Toda Rusia se hizo
cristiana y Vladimiro es recordado todavía hoy como su santo más importante.

Vladimiro de Kiev: “He aquí, los búlgaros vinieron ante mí urgiéndome a aceptar su religión
[islamismo]. Luego vinieron los germanos y alabaron su propia fe [cristianismo romano]; y
después de ellos vinieron los judíos. Finalmente aparecieron los griegos [cristianismo
bizantino], criticando a todas las otras creencias pero recomendando la propia, y hablaron
largamente, contando la historia de todo el mundo desde su comienzo. Sus palabras fueron
habilidosas, y fue maravilloso escucharlos y placentero oírlos. Ellos predicaron la existencia
de otro mundo. ‘Quienquiera que adopte nuestra religión y luego muere resucitará y vivirá
por siempre. Pero quienquiera que abrace otra fe, será consumido con fuego en el mundo
venidero’. ¿Cuál es la opinión de ustedes [los consejeros reales] sobre este tema, y qué
responden?… [El informe de los enviados reales decía]: ‘Cuando viajamos entre los búlgaros,
observamos cómo adoran en su templo, llamado mezquita, mientras están relajados. El
búlgaro se inclina, se sienta, mira de acá para allá como un poseído, y no hay felicidad entre
ellos, sino sólo tristeza y un hedor espantoso. Su religión no es buena. Luego fuimos entre
los germanos, y los vimos llevando a cabo muchas ceremonias en sus templos; pero no
observamos ninguna gloria allí. Luego fuimos a Grecia y los griegos nos llevaron a los
edificios donde ellos adoran a su Dios, y no sabíamos si estábamos en el cielo o sobre la
tierra.… Lo único que sabemos es que Dios mora allí entre los seres humanos, y su culto es
mejor que las ceremonias de otras naciones’.”

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 500–950

_ Elementos

El punto de mayor avance en la expansión del poder franco en el año 800, en ocasión del
coronamiento de Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, es un buen
momento para hacer un balance histórico de las ganancias y pérdidas del cristianismo en todo el
período. De todos modos, hay tres elementos que permiten calificar a todo el período del 500–950
como un tiempo de retroceso para el testimonio cristiano.

Un primer elemento a tomar en cuenta son las invasiones bárbaras, que pusieron fin al Imperio
Romano cristiano. Las pérdidas iniciales del período, en ocasión de la entrada de los bárbaros
germanos al ámbito geográfico del Imperio Romano, dieron lugar al establecimiento de reinos
germánicos, muchos de ellos con un trasfondo arriano, pero los más aguerridos todavía estaban
sumidos en el paganismo. Poco a poco estos reinos se fueron convirtiendo al cristianismo romano,
pero mientras tanto, el desarrollo y expansión del testimonio cristiano estuvo en peligro.

Un segundo elemento, que provocó mayores pérdidas de territorios cristianos se dio con el
avance del Islam desde el siglo VII en adelante. Partiendo de Arabia, los musulmanes alcanzaron la
costa de Siria e intentaron penetrar en Asia Menor, y, luego, cruzando por el norte de África llegaron
a Gibraltar, para entrar en la Península Ibérica y pasar a Francia, donde fueron detenidos (732). El
avance musulmán llegó a poner en peligro la continuidad histórica del testimonio cristiano en
Europa occidental.

Un tercer elemento de pérdida son las invasiones bárbaras en Oriente, que amenazaron en
forma continuada al Imperio Bizantino y redujeron el número de cristianos en su territorio. Ávaros
y eslavos se sumaron a los persas, primero, y luego a los musulmanes para mantener en jaque
durante muchos años a Constantinopla.

_ Ganancias

A pesar de los elementos que indican un período de retroceso para el cristianismo durante la
temprana Edad Media, hay otros elementos que representan indicios de recuperación. Durante este
período, en Europa occidental, la Iglesia de Roma apareció como la Iglesia Madre de la cristiandad.
Su influencia llegó hasta el noroeste de Europa, donde en 496 se convirtieron los francos y en 589
hicieron lo propio los visigodos en España (Recaredo). En 597, desde Roma, se envió una misión a
Canterbury (Inglaterra), mientras que desde el 562 se establecieron misioneros celtas en la isla de
Iona (junto a Escocia), desde donde comenzó la evangelización de Northumbria, en 635. Las
corrientes misioneras céltica y romana convergieron en Whitby, en 664, donde los romanos ganaron
las deliberaciones del Sínodo allí celebrado. Gran Bretaña fue una ganancia importante, porque
desde estas islas salieron importantes contingentes misioneros hacia el continente europeo: hacia
Holanda en 690, y hacia Alemania un poco más tarde, en el año 719. Estas misiones estuvieron bajo
el patrocinio de los francos, cuyo reino cristiano era el mayor de Europa y estaba en plena expansión.
Esto significó un importante apoyo para las pretensiones de unidad religiosa en el corazón de
Europa, promovida por el Papa de Roma. Con la asociación del papado al imperio carolingio la
autoridad romana se fortaleció enormemente y el cristianismo se expandió hacia el centro y el este
de Europa.

Mientras tanto, el Imperio Romano de Oriente (Imperio Bizantino) sobrevivía como podía, si
bien con algunas pérdidas considerables. A pesar de esto, la Iglesia Griega envió a misioneros como
Constantino y Metodio, que ganaron reinos eslavos y dieron forma escrita a su lengua. Desde
Constantinopla se contribuyó para la conversión de reinos como Moravia, Bulgaria y Rusia.

Fernando Picó: “Bizancio logró una temprana hegemonía religiosa y cultural sobre los
búlgaros y la mayoría de los pueblos eslavos del Este, que fue reforzada cuando los
hermanos monjes Cirilo y Metodio introdujeron el alfabeto cirílico. Los polacos y algunos de
los grupos eslavos occidentales, recibieron el cristianismo desde Alemania o Italia y giraron
posteriormente en la órbita religiosa y cultural de Occidente. El estado húngaro, que dividía
a unos eslavos de otros, vino a determinar la orientación cultural predominante de los
eslavos, unos orientados hacia el oeste y otros hacia Constantinopla. La cristianización de
los eslavos y los esfuerzos políticos y diplomáticos por contenerlos acapararon la atención
del imperio bizantino y fueron un elemento adicional en el distanciamiento operado con el
oeste.”

_ Pérdidas

Hacia el siglo IX, éstas resultaron mayores en Oriente que en Occidente, en razón de que tribus
paganas estaban presionando sobre Europa occidental y el Imperio Bizantino desde Europa oriental.
Algunos de estos pueblos eran: los vindos, los eslavos del norte (es decir, los checos), los ávaros, los
eslavos del sur (los serbios) y los búlgaros. En el extremo occidental del mundo conocido, los vikingos
(normandos) paganos comenzaron a saquear, con ataques relámpagos, las costas del Mar del Norte
y pronto se esparcirían por todas partes, hasta entrar en el Mediterráneo.

A pesar de lo incierta que parecía ser la situación, se nota en general un cuadro mejor que el de
los siglos V y VII. El cristianismo no estaba meramente a la defensiva, sino que tenía fuerzas
suficientes como para avanzar en varios frentes, tanto en Occidente como en Oriente.

SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO

LOS MIL AÑOS DE

INCERTIDUMBRE
(500–1500)
Dr. Pablo A. Deiros

EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

Deiros, Pablo Alberto.

Historia del cristianismo: Los mil años de incertidumbre. – 1a ed. – Buenos Aires: Del Centro.
2006

277 p.; 22×15 cm. (Formación Ministerial)

ISBN 987-22449-2-8

1. Cristianismo - Historia. I. Título

CDD 230.9

Copyright (C) 2006 por Pablo A. Deiros

deiros@sion.com

Publicado por EDICIONES DEL CENTRO

Estados Unidos 1273,

1101 Buenos Aires, Argentina

Telefax: 54-11-4304-3346

e-mail: iglesiadelcentro@sion.com

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada o transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabado o cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de
información, sin la autorización previa en forma escrita por parte de su autor.

ISBN: 987-22449-2-8

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723


Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián

Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión Internacional (Miami: Sociedad Bíblica
Internacional, 1999).

CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - Retroceso y recuperación (500–950)

Introducción

El retroceso en Occidente

El cristianismo como religión del Estado romano

La invasión de los pueblos germánicos

Los bárbaros y el cristianismo

El surgimiento del papado romano

El retroceso en Oriente

El Imperio Bizantino

El cristianismo oriental: las controversias teológicas

El surgimiento del Islam: las invasiones árabes


El Imperio Bizantino y Occidente

La recuperación en Oriente

El cristianismo en India

El cristianismo en Asia Central

El cristianismo en China

La recuperación en Occidente

La Iglesia en Europa

El monasticismo en Europa

Las misiones en Europa

El imperio cristiano en Europa

El avance hacia el centro y el este de Europa

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 500–950

Elementos

Ganancias

Pérdidas

UNIDAD 2 - Resurgimiento y progreso (950–1350)

Introducción

El resurgimiento del cristianismo

El cristianismo en Europa occidental

El cristianismo en el Cercano Oriente

El cristianismo en el Imperio Bizantino

El cristianismo en el Lejano Oriente

Las nuevas órdenes monásticas

El monasticismo como movimiento de renovación espiritual

Diversos tipos de órdenes religiosas

Los frailes
La vida de la Iglesia medieval

El clero

El culto

Los templos

El derecho eclesiástico

El escolasticismo y las universidades

El escolasticismo

Las universidades

La mística

Los Papas en el poder

Los papas posteriores a Carlomagno

Los papas desde fines del siglo IX a principios del siglo XI

Los grandes papas reformadores del siglo XI

Los papas del siglo XIII

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 950–1350

Conflicto

Expansión

UNIDAD 3 - Decadencia y vitalidad (1350–1500)

Introducción

Decadencia de la cristiandad oriental

La Iglesia Ortodoxa Griega

Las Iglesias Orientales menores

La Iglesia Ortodoxa Rusa

Resistencia a las pretensiones papales

La opresión de la Iglesia

El cuestionamiento al papado
El Cautiverio Babilónico de la Iglesia (1305–1377)

El Gran Cisma Papal (1378–1417)

Los concilios reformadores

Los Papas del Renacimiento

Problemas que enfrentaron

Decadencia que experimentaron

Movimientos de reforma

Antecedentes medievales

Precursores de la Reforma

Retroceso en Oriente

El impacto del Islam

La caída de Constantinopla

Vitalidad en Occidente

Perspectivas de una nueva era

Nuevas modalidades

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 1350–1500

El segundo retroceso

Promesa de recuperación y nuevo avance

UNIDAD 4 - Los problemas de la cristiandad medieval

Introducción

El problema ideológico

Relación Iglesia y Estado

Relación Iglesia y sociedad

Relación mundo y trasmundo

Relación vida y muerte

Relación poder y piedad


El problema teológico

Controversia sobre el adopcionismo

Controversia sobre la predestinación

Controversia sobre la virginidad de María

Controversia sobre la eucaristía

Controversia sobre el alma

Controversia sobre el filioque

Controversia sobre las imágenes

El problema cúltico

El culto a María

El culto a los santos

El culto al Diablo

El problema eclesiológico

El papado

El clericalismo

El sacerdotalismo

El sacramentalismo

El problema misionológico

Misión y monasticismo

Misión y expansionismo

Misión y sincretismo

El problema apologético

Las herejías

La Inquisición

Mirada retrospectiva y prospectiva

BIBLIOGRAFÍA
PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros
USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.
El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el
servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.
El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.
Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo medieval. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla
la cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.

Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.
En el presente libro de texto sobre el cristianismo medieval se seguirá mayormente un criterio
cronológico, en base al esquema general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los
autores de las Guías de Estudio de TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El
material será arreglado en cuatro unidades principales, y cada una de ellas estará dividida en un
número de temas de estudio. Así, pues, la primera unidad considera el proceso de retroceso y
recuperación experimentado por el testimonio cristiano entre los siglos VI y X. La segunda unidad
presta atención al resurgimiento y progreso de este testimonio, tanto en oriente como en occidente
entre los siglos X y XIV. La tercera se concentra en el análisis de lo ocurrido en los siglos XIV y XV,
que fue un periódo de decadencia y vitalidad. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los diez siglos que comprende la
Edad Media, y cómo intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo tiene como objetivo general la recuperación del rico
legado de los siglos de testimonio cristiano y la aplicación creativa de la reflexión cristiana a los
problemas de hoy. En un curso de historia del cristianismo se estudian el surgimiento y desarrollo
de las tradiciones, prácticas, doctrinas y estrategias que se fueron dando durante el proceso de la
expansión del testimonio y del movimiento cristiano a través de los siglos. El énfasis cae en la
relación que existe entre el cristianismo y el marco histórico en el que éste se desenvuelve, en orden
a fortalecer la fe personal y a preparar al estudiante para un ministerio efectivo en el servicio a Cristo
y al prójimo.

Este libro de texto, en particular, se propone enseñar a interpretar los objetivos, fenómenos y
procesos históricos relacionados al movimiento cristiano en la real complejidad de sus
manifestaciones, desde el siglo VI hasta fines del siglo XV. Se evaluará la expansión del testimonio
cristiano desde una perspectiva misionológica, tomando en cuenta la dispersión universal de la fe
de Cristo. El estudiante o lector podrá tener contacto directo con las fuentes de la historia del
cristianismo de este período, que es generalmente conocido como la Edad Media. El cristianismo
será considerado más como un movimiento que como una institución particular, y se procurará
verlo engarzado en los eventos históricos generales y en los procesos de la cultura, más que como
un desarrollo aislado. En la medida de lo posible, se intentará mostrar también el desarrollo del
pensamiento cristiano, y la doctrina y práctica de los cristianos en el proceso histórico. Con todo
esto, se espera contribuir al desarrollo de la inteligencia mediante la comprensión de las
correlaciones de los hechos históricos y su causalidad, para lo cual se pondrá a prueba la capacidad
de observación, análisis y síntesis del lector o estudiante.

El recorrido de mil años que comprende este curso nos ayudará a reconocer los factores que
explican la caída del Imperio Romano de Occidente. Podremos también describir las características
principales de las invasiones bárbaras y las diferentes corrientes misioneras que se desarrollaron en
Europa occidental en el período bajo estudio. Por cierto, se prestará atención al papel que jugaron
en estos procesos sus protagonistas principales. El peregrinaje histórico nos llevará “hasta lo último
de la tierra,” de modo que reconoceremos la historia, doctrina y vida de los cristianos desde China
hasta Inglaterra durante estos largos años. De igual modo, podremos entender las relaciones que
existieron entre la Iglesia Romana y los francos y la Iglesia Griega y los eslavos. A su vez, también
analizaremos las relaciones, a veces tormentosas, entre estas dos ramas mayores de la cristiandad
medieval.

El surgimiento del Islam y su avance sobre la cristiandad, tanto oriental como occidental, será
tema de cuidadoso análisis. A pesar de los múltiples factores de retroceso, el cristianismo
experimentó también recuperación. Estos factores que ilustran una mayor vitalidad del cristianismo
en el período medieval serán evaluados en sus correspondientes contextos y circunstancias
históricas. De igual modo, el desarrollo del escolasticismo, sus principales representantes e ideas y
el surgimiento de las universidades enriquecerán la comprensión del impacto de la fe cristiana sobre
el mundo y el efecto de éste sobre la fe cristiana. En esta dirección será importante considerar el
desarrollo del poder papal y el papel del papado en la configuración de Europa, como entidad
histórica.

El creciente deterioro del testimonio cristiano durante la baja Edad Media y el reavivamiento
del poder musulmán bajo los turcos otomanes será tema de discusión, al igual que el surgimiento
de nuevas ideas y disidencias dentro de la Iglesia de Roma. El desarrollo y crisis de la cristiandad
bizantina ayudará también a comprender de qué manera, hacia fines del siglo XV, la humanidad
estaba preparada para una nueva comprensión del mundo y la realidad, y experimentaba una
desesperante necesidad de renovación espiritual. En nuestro estudio se enumerarán los factores
que anunciaban una nueva era hacia el final de este período.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. Invasiones bárbaras

2. Nuevos reinos germánicos

3. La Iglesia Bizantina

4. Arabia

5. Las invasiones árabes

6. El cristianismo en Oriente

7. El cristianismo en Europa central y oriental

8. Europa en el siglo XV
Cuadros

1. Retroceso del cristianismo

2. Imperio Romano e Iglesia cristiana

3. Herejías cristológicas

4. Concilios ecuménicos

5. Estructura social del sistema feudal

6. Las Cruzadas

7. Consecuencias de las Cruzadas

8. Causas del cisma Este-Oeste de 1054

9. Resultados del monacato

10. Los papas del Gran Cisma

11. Los papas renacentistas

12. Características de una nueva era

13. Causas de la decadencia del feudalismo

Introducción general

El estudio del desarrollo del testimonio cristiano durante los mil años que los historiadores han
designado como Edad Media es sumamente complejo. Lo es, primero, por cubrir un período de
tiempo tan dilatado, en el que se sucedieron cambios notables en todas las esferas del quehacer
humano: política, económica, social, cultural y religiosa. Segundo, en estos siglos el cristianismo
llega en su expansión “hasta lo último de la tierra,” en su movimiento hacia el Este (China) y el Oeste
(Inglaterra). Además, la fe de Jesucristo se presenta con una variedad de manifestaciones diferentes
que sorprende. La Iglesia, que en general se mostró como una en el período anterior (los primeros
quinientos años), ahora resultó en un mosaico de los más diversos colores. Cuarto, será en este
período en el que de manera definitiva se consolidará el paradigma de cristiandad, que perdurará
hasta el presente, dándole al cristianismo un perfil muy particular y presentando el desafío de una
comprensión diferente. Finalmente, muchas de las interpretaciones doctrinales y de las prácticas
religiosas que todavía hoy están vigentes se configuraron durante estos años. Lo mismo puede
decirse de los medios de expresión de la fe y la piedad.

Los “mil años de incertidumbre” que vamos a considerar representan un legado vasto y
profundo tanto para la civilización occidental como para la oriental. Numerosas instituciones
todavía vigentes nacieron en estos años, de manera particular los grandes cuerpos eclesiásticos de
la Iglesia Católica Apostólica Romana, la Iglesia Ortodoxa en sus varias expresiones y un número
importante de Iglesias Orientales menores. La universidad, que nació en Occidente y desde el seno
de la cristiandad, terminó por globalizarse y ejercer una influencia fundamental en todo el mundo y
todas las culturas. Algunas ideas e instituciones políticas, como la monarquía, el parlamentarismo,
el humanismo y el nacionalismo nacieron de la misma cuna y se esparcieron por el planeta. A su vez,
el islamismo tuvo un impacto notable en Occidente y continúa todavía hoy siendo el desafío más
grande para la expansión de la fe cristiana.

La influencia de la cristiandad medieval continúa estando vigente hoy en todo el mundo,


especialmente en Occidente. Incluso innumerables elementos de la cultura global del siglo XXI
tienen sus raíces en la cultura medieval, y especialmente en su marcado carácter cristiano. En
maneras profundas, la cristiandad medieval continúa condicionando nuestro destino hoy para bien
o para mal. De allí la importancia de considerar cuidadosamente el desarrollo del testimonio
cristiano durante estos siglos tan dinámicos y llenos de elementos muy cercanos a nuestra realidad
presente. En las unidades de estudio que siguen procuraremos adentrarnos a esta realidad compleja
de la Edad Media y considerar los aspectos conductores de esa experiencia, sus logros y fracasos,
sus glorias y frustraciones, sus avances y retrocesos, su vitalidad y decadencia, sus problemas y
respuestas.

Finalmente, será necesario tener en cuenta que la experiencia cristiana medieval sólo puede ser
comprendida en la medida en que hagamos el esfuerzo por entender y percibir la conciencia que
tenían los cristianos medievales de los grandes eventos que determinaron su destino. No obstante,
no será suficiente conocer los meros hechos históricos, sino que será necesario penetrar en su
naturaleza íntima hasta llegar a la mente misma de sus protagonistas y ver sus motivaciones y
expectativas. Para ello deberemos sentir y ver la cosmovisión medieval, que estuvo profundamente
marcada por el cristianismo y su comprensión de la realidad. Este nivel de comprensión nos
permitirá entender cómo los hechos históricos marcaron la conciencia de las personas que los
protagonizaron. Debemos también procurar entender de qué manera los cambios ocurridos fueron
integrados en la experiencia de las personas en el mundo medieval.

A lo largo de este período y desde la fe cristiana surgieron numerosas ideas fundamentales. A


fin de poder comprenderlas, estas ideas deberán ser consideradas en el contexto de las situaciones
sociales que condicionaron su surgimiento. Así como no es posible entender la teología de Anselmo
en cuanto a la obra salvadora de Cristo sin ubicarla en el marco del sistema feudal, tampoco puede
entenderse el surgimiento de la escolástica si no se toma en cuenta la influencia de los árabes en
Europa. De igual modo, corremos el riesgo de estimar como superficial la insistencia de la cristiandad
bizantina contra la cláusula filioque, si no entendemos la influencia de las Iglesias Orientales
menores sobre Constantinopla y especialmente el peso del islamismo sobre la teología cristiana.

En ambientes evangélicos existe la tendencia a considerar a la cristiandad medieval como


totalmente ajena a un cristianismo bíblico y fiel al evangelio de Jesucristo. En América Latina, la
prevaleciente actitud anticatólica romana ha llevado a muchos a pensar en la Edad Media como una
suerte de “agujero negro,” en el que se perdió todo rastro de un auténtico testimonio cristiano.
Nada está más lejos de la verdad que ilustra la historia. Ningún creyente hoy recibió su fe de mano
de un ángel o de un misionero de otro planeta. Hemos recibido el evangelio de testigos que, a lo
largo de los siglos, supieron comunicar el mensaje de salvación en Cristo Jesús. Y no sólo esto, sino
que con su piedad, consagración y celo cristiano lo llevaron a lugares distantes a pueblos que
permanecían en la ignorancia de las buenas noticias. Estos creyentes fueron fieles en copiar,
traducir, preservar y transmitir las Escrituras, y sin su trabajo dedicado y fiel hoy no tendríamos la
Biblia en nuestro idioma y en tantos otros idiomas del mundo. Lo mismo podría decirse de la mayoría
de los elementos constitutivos de nuestra fe y práctica cristiana evangélica.

Con una actitud de gratitud a Dios por su permanente obra redentora a lo largo de la historia,
incluida la Edad Media, y con reconocimiento por la herencia que nos viene de “una multitud tan
grande de testigos,” nos proponemos repasar los elementos históricos más importantes del
testimonio cristiano medieval.

UNIDAD 1

Retroceso & recuperación


500–950

INTRODUCCIÓN

Dos cuestiones fundamentales van a ser consideradas en el análisis de este período del
desarrollo histórico del testimonio cristiano: su retroceso y su recuperación. El retroceso del
cristianismo abre este período con el predominio de realidades, especialmente en Occidente, que
siembran dudas sobre la supervivencia de todo testimonio cristiano que merezca el nombre de tal.
El período entre los años 500 y 950 comienza con el retroceso más serio que el cristianismo haya
experimentado jamás.

CUADRO 1 - RETROCESO DEL CRISTIANISMO


La caída del Imperio Romano Occidental en manos de reyes germánicos significó el fin de todas
aquellas condiciones que contribuyeron a la rápida expansión del cristianismo en Occidente. El
papado obtuvo mayor poder y eventualmente puso a la sociedad bajo el dominio de la Iglesia e hizo
de Roma su centro de poder. El Imperio Romano tuvo su centro en Constantinopla y llegó a
conocerse como Imperio Bizantino o Imperio Griego.

En el Imperio Bizantino, se desarrolló una estrecha relación entre la Iglesia y el Estado. Atacar al
cristianismo era rebelarse contra el Imperio; los gobernantes continuaron interviniendo en las
discusiones teológicas. El poder político afectó al reino espiritual, y la organización eclesiástica fue
influida por los líderes políticos (cesaropapismo). Esta etapa de repliegue y pérdida se vio agravada
con el surgimiento del islamismo (622) en Oriente, que habría de ser el rival más grande de la fe
cristiana en todos los tiempos.

No obstante, a pesar de todos estos desastres, el cristianismo sobrevivió tanto en Occidente


como en Oriente, lo cual es una ilustración notable de su vitalidad y elasticidad ante las
circunstancias adversas. El cristianismo sobrevivió, y en muchas partes fue la única cosa romana que
sobrevivió. A partir del siglo VI, a lo largo de toda Europa, se hablaban las lenguas bárbaras. El latín
desapareció como idioma popular y sólo permaneció como idioma eclesiástico y litúrgico. Los
bárbaros penetraron todo el continente europeo. El desorden, la falta de gobiernos estables y
organizados, y la inseguridad llevaron poco a poco a la desaparición de la ley romana (el famoso
Derecho Romano), que se amparó en la Iglesia y sobrevivió en su ley canónica. En Occidente, los
cristianos seguían pensando en Roma como la capital, pero no ya del Imperio Romano, que no
existía, sino de un nuevo imperio, la Iglesia Católica Romana. La estructura política del Imperio
desapareció (diócesis y gobernadores), pero quedó la estructura de la Iglesia (diócesis y obispos).
Muchos edificios públicos romanos fueron transformados en templos cristianos (basílicas).

CUADRO 2 - IMPERIO ROMANO E IGLESIA CRISTIANA


LATÍN IDIOMA ECLESIÁSTICO

DERECHO DERECHO

ROMANO CANÓNICO

IMPERIO IGLESIA

ROMANO ROMANA

ESTRUCTURA ESTRUCTURA

POLÍTICA ECLESIÁSTICA

EDIFICIOS EDIFICIOS

PÚBLICOS ECLESIÁSTICOS

Es así como este cristianismo sobreviviente estuvo en condiciones de pretender un lugar


hegemónico en la nueva estructura social, que penosamente se iba construyendo. Éste fue un lugar
como el que jamás podría haber ganado en la civilización del Imperio Romano, de haber mediado
otras condiciones y circunstancias históricas. La nueva Europa que emergía era la Europa de la
cristiandad.

José Luis Romero: “El imperio estaba definitivamente disgregado. Pero la idea de la unidad
romana subsistía, y con ella otras muchas ideas heredadas del bajo Imperio. La Iglesia
cristiana se esforzó por conservarlas, y asumió el papel de representante legítimo de una
tradición que ahora amaba, a pesar de que antes la había condenado. De ese amor y de las
turbias y complejas influencias de las nuevas minorías dominantes, salió esa nueva imagen
del mundo que caracterizaría a la temprana Edad Media, continuación legítima y directa del
bajo Imperio.”

La recuperación del cristianismo estuvo dada por una serie de factores importantes para el
desarrollo y expansión del testimonio cristiano. El cristianismo se expandió nuevamente durante
este período, y lo hizo en forma más amplia, más temprano y más estratégicamente, en el extremo
occidental de Europa. Esto es una interesante ilustración de un fenómeno que puede constatarse
una y otra vez a lo largo de la historia del cristianismo. La presión de las circunstancias externas lleva
a una devoción más profunda y a un fervor renovado, que tarde o temprano termina en un
avivamiento misionero y evangelizador, que cumple con la tarea central de la Iglesia: “Vayan por
todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura” (Mr. 16:15).

La expansión del cristianismo fue constante a lo largo de toda la Edad Media, y en este período
se caracterizó por el avance misionero a territorios y pueblos hasta entonces no alcanzados.

EL RETROCESO EN OCCIDENTE

_ El cristianismo como religión del Estado romano

Cuando los bárbaros invadieron masivamente el Imperio Romano este Estado era cristiano. Con
el emperador Teodosio (347–395), el cristianismo había sido decretado como la religión oficial del
Imperio Romano (379). De perseguidos, los cristianos se transformaron en perseguidores de los
paganos. Esta nueva situación, que se produjo en un tiempo relativamente corto, trajo resultados
tanto positivos como negativos.

Resultados positivos. La elevación del cristianismo como religión oficial trajo ciertos beneficios.
Más personas fueron alcanzadas por la influencia del cristianismo. El cristianismo tuvo una
influencia más directa y poderosa sobre la legislación del Imperio, forzando al Estado a dar más
atención a los derechos de los individuos. La posición de las mujeres fue elevada grandemente, los
castigos por el celibato y la falta de hijos fueron eliminados, el concubinato fue prohibido y el
adulterio fue castigado como uno de los crímenes más graves. Se consideró como un crimen la
matanza de niños y los juegos de gladiadores fueron abolidos. El cristianismo ejerció una influencia
beneficiosa sobre la moralidad pública y privada.

Resultados negativos. La elevación del cristianismo como religión oficial trajo ciertos resultados
negativos. Los cristianos cayeron en intolerancia y decretaron leyes contra los paganos. El
cristianismo se secularizó. La legalización de las corporaciones cristianas hizo que los obispos se
dedicaran al enriquecimiento de las iglesias locales. La legalización del domingo como feriado hizo
de este día una fiesta legal más que espiritual. La oferta de incentivos temporales para quienes se
hacían cristianos hizo que las iglesias se llenaran de incrédulos. Los beneficios concedidos a los
obispos hicieron que éstos se llenaran de orgullo y mundanalidad. Los paganos que se hicieron
cristianos trajeron consigo numerosos objetos, reliquias y otras mediaciones para la adoración. El
desarrollo jerárquico del clero fue estimulado. La Iglesia se transformó en un poder perseguidor,
usando al poder civil para suprimir la disidencia y el paganismo. Algunos cristianos reaccionaron a
la mundanalidad con excesos de ascetismo y separación del mundo en los monasterios.

_ La invasión de los pueblos germánicos

La apertura gradual de las fronteras del Imperio Romano, formadas por los ríos Danubio en el
Este y Rin en el Oeste, debido a la presión invasora de los pueblos bárbaros del norte de Europa,
puso fin a la civilización en cuya unidad y paz el cristianismo había ganado su éxito más completo.
Los bárbaros respetaron todo lo que era romano, pues eran decididos admiradores de la cultura
superior del Imperio. A menudo adoptaron muchas costumbres romanas y no aceptaron el título de
“invasores,” sino que se consideraron como oficiales y súbditos de Roma. Su hegemonía fue política
y militar, pero culturalmente fueron sometidos a Roma.

No obstante, la civilización romana decayó, no sólo como consecuencia de las invasiones, sino
porque ya estaba agotada, y esto dio paso a la Edad Media o la Edad Oscura. Los días en que se
podía viajar por el mundo mediterráneo con gran facilidad, usando un solo idioma, que era
entendido en todas partes, bajo la seguridad de un gobierno sólido y organizado que imponía el
orden y la ley, habían llegado a su fin. La vida, poco a poco, fue perdiendo su cosmopolitismo y
tornándose más localizada, asumiendo un estilo rural antes que urbano.

A pesar de la decadencia y desaparición del Imperio Romano Occidental, los pueblos germánicos
que se fueron estableciendo en los territorios alrededor del mar Mediterráneo cayeron bajo el
proceso de romanización. Se conoce con el nombre de “romanización” el período de asimilación de
los habitantes autóctonos de un lugar, a la cultura y vida de los romanos, aceptando sus instituciones
políticas, su idioma, sus costumbres, su derecho, su arte y su religión. Los romanos han ganado
notoriedad en la historia como grandes colonizadores. Y lo fueron aún después de que su estructura
política, social, económica y cultural desapareció, pues sus “conquistadores” terminaron por ser
afectados profundamente por la herencia de los invadidos, los romanos.

En cierto sentido, el bien cultural más importante y que más profundamente penetró en la
conciencia de los pueblos germánicos fue la religión cristiana. Los papas fueron los substitutos
obligados de los emperadores de Occidente. Fueron ellos los que negociaron las paces con los
bárbaros invasores o quienes consiguieron de ellos condiciones de tregua, gracias a su prestigio y
respetabilidad. Después del último emperador romano (476) y en los siglos que siguieron, el Papa
se transformó en el más celoso defensor de Roma. Los sacerdotes no escatimaron esfuerzos para
lograr gradualmente la evolución de costumbres y leyes, y la fusión de razas en la anhelada
universalidad del cristianismo. De igual modo, fueron ellos los que primero atendieron a las urgentes
necesidades sentidas de la población.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “La transformación cultural del Imperio Romano de
Occidente para el año 600 era pronunciada. Italia, España y Galia estaban todas gobernadas
por reyes germánicos. El obispo de Roma era de lejos la autoridad eclesiástica más
importante en toda la región y una fuerza política a tener en cuenta. Las características
administrativas seculares de la sociedad romana urbana fueron reemplazadas por iglesias y
monasterios que básicamente llevaban a cabo tareas civiles. Se estaba hablando un número
considerable de nuevos idiomas, y había dioses y rituales que previamente habían sido
desconocidos en Occidente. A través de la región se estaba dando un radical encuentro
cultural ‘entre romanos y bárbaros, cristianos y paganos, latinos y germánicos, literarios y
orales, vino y cerveza, aceite y lardo, sur y norte.’ Las consecuencias de este encuentro
reverberarían en los siglos venideros.”

MAPA 1 - INVASIONES BÁRBARAS


_ Los bárbaros y el cristianismo

De las tribus germanas invasoras, la mayoría ya había tenido contactos con el cristianismo antes
de su entrada en territorio romano. Por cierto, este cristianismo era de tipo arriano, pero significó
un trasfondo importante para el futuro de la supervivencia de la Iglesia en Occidente, que sobrevivió
en muchos aspectos tan sólo como una reliquia de un mundo más amplio y floreciente, el mundo
del Imperio Romano.

La supervivencia de la Iglesia. Como ya indicamos, la Iglesia cristiana fue casi lo único “romano”
que quedó en pie. Su clero y sus monjes siguieron considerando a Roma como la capital, no ya de
un imperio, sino de la Iglesia. El idioma de la Iglesia fue el latín, que se refugió en su liturgia. La ley
de la Iglesia resultó un calco del derecho romano, que llegó a tiempos posteriores gracias a su
conservación en la ley canónica. De esta manera, el cristianismo se transformó en el núcleo de la
nueva civilización, que lentamente se fue desarrollando; y la fe cristiana llegó a ser más central e
influyente de lo que nunca antes había logrado ser.

Para el año 533, Galia estaba en manos de los francos, España estaba bajo los visigodos,
Inglaterra estaba dominada por reinos anglos y sajones, el norte de África estaba controlado por los
vándalos, e Italia estaba bajo el poder de los ostrogodos y más tarde los lombardos. El Imperio
Romano había desaparecido y en su lugar quedaban los nuevos reinos germánicos.

José Luis Romero: “A causa de las invasiones, la historia del Imperio de Occidente
adquiere—a partir de mediados del siglo V—una fisonomía radicalmente distinta de la del
Imperio de Oriente. En este último se acentuarán las antiguas y tenaces influencias
orientales y debido a ellas se perfilarán más las características que evoca el nombre de
Imperio Bizantino con que se le conoce en la Edad Media. En el primero, en cambio, las
invasiones introducirán una serie de elementos nuevos que modificarán de una manera
inesperada el antiguo carácter del imperio.

El hecho decisivo es la ocupación del territorio por numerosos pueblos germánicos que
se establecen en distintas regiones y empiezan a operar una disgregación política de la
antigua unidad imperial.… Nada quedaba, pues, al finalizar el siglo V, del antiguo Imperio de
Occidente, sino un conjunto de reinos autónomos, generalmente hostiles entre sí y
empeñados en asegurar su hegemonía.”

Los nuevos reinos germánicos. Los visigodos fueron un pueblo bárbaro altamente romanizado,
que temprano había adoptado un cristianismo de tipo arriano. Ocuparon España y establecieron su
capital en Toledo. Los visigodos abandonaron el arrianismo en el año 587, cuando su rey Recaredo
(reinó de 586 a 602) adoptó la fe católica ortodoxa. Utilizando el catolicismo, Recaredo procuró la
unidad política en la Península entre visigodos e hispanorromanos. La unificación religiosa y el apoyo
de la Iglesia dio esplendor al reino, acentuado esto por la obra de notables personajes, como Isidoro
de Sevilla (560–636), quien escribió la primera Historia de España. El reino era gobernado por una
asamblea político-eclesiástica, en la que los obispos ordenaban y resolvían asuntos religiosos, y con
la participación de la nobleza legislaban para el reino. Las leyes visigodas estaban fuertemente
influidas por los derechos romano y canónico, que dieron origen al Fuero Juzgo, el cuerpo jurídico
obligatorio para la población. Esta asociación jurídica de la Iglesia y el Estado resultó en la base del
derecho político moderno, según el cual el ejercicio del poder real quedaba convertido en un deber
para con la comunidad gobernada. El reino subsistió hasta principios del siglo VIII, cuando sucumbió
a causa de la invasión de los musulmanes.

Otro importante reino germánico fue el de los francos. Como ya indicamos, la mayoría de los
pueblos invasores había sido cristianizada antes de ingresar al Imperio. Sólo aquellos que provenían
del extremo más septentrional de Europa, como los francos y los anglosajones, eran paganos. Los
primeros comenzaron a convertirse en el año 496, cuando su rey Clovis o Clodoveo (465–511) y tres
mil de sus guerreros fueron todos bautizados en un día. Por supuesto, fueron conversiones
nominales. En esa oportunidad, el obispo de Reims los exhortó a “Adorar lo que habían quemado,
y a quemar lo que habían adorado.” Clodoveo aceptó el cristianismo gracias a la influencia de su
esposa Clotilde (¿475?–545), una princesa burgundia que era cristiana. La conversión de Clodoveo
fue un hecho fundamental para la historia de Occidente, ya que para esa época era el único rey
bárbaro que profesaba la fe cristiana católica. Esto le permitió recibir el apoyo de la Iglesia y los
papas recurrieron a él y a sus sucesores por ayuda y a favor de Italia. Con este respaldo, Clodoveo
consiguió la fusión de galos y germanos, lo cual resultó en la unidad política que lo transformó en el
monarca más poderoso de Europa Occidental. Pero también logró la unidad religiosa, puesto que
todos sus súbditos abandonaron el paganismo y fueron bautizados como católicos.

MAPA 2 - NUEVOS REINOS GERMÁNICOS


En las Islas Británicas, el reino más importante fue el de los anglosajones. La unidad política en
lo que hoy es Inglaterra se consolidó cuando los anglos y sajones unieron sus reinos en una
confederación llamada Heptarquía (reunión de siete reinos). Posteriormente, los anglosajones
lograron la unidad religiosa al convertirse al cristianismo en el año 597. Esto ocurrió cuando su rey
Etelberto fue bautizado. Sucedió ésto cuando Berta, una mujer cristiana franca casada con el rey, le
presentó al papa Gregorio I (¿540?–604) la oportunidad de enviar a Agustín y a otros cuarenta
monjes benedictinos como misioneros a los anglosajones. Gregorio fue el primer monje que llegó a
ser Papa. En la mayoría de las pinturas y dibujos que lo representan, Gregorio aparece escribiendo,
mientras una paloma (Espíritu Santo), se posa sobre su hombro y le habla al oído. Generalmente,
las imágenes están acompañadas por un panel inferior en el que algunos monjes están trabajando
en el scriptorium, copiando los libros y materiales de Gregorio.

_ El surgimiento del papado romano

Con la caída del Imperio Romano Occidental y el surgimiento de los reinos germánicos, el
papado ganó mayor poder y consiguió poner a la sociedad bajo el dominio de la Iglesia de Roma.
Las distinciones entre las iglesias y sus sedes episcopales habían surgido bien temprano. Algunas
sedes episcopales fueron creciendo en su prestigio e influencia, mientras que otras fueron
perdiendo su importancia debido a múltiples circunstancias históricas. De todas las sedes
episcopales, finalmente la de Roma adquirió un poder y papel más destacado.

Sedes episcopales más importantes. Varios factores contribuyeron a colocar a ciertas sedes
episcopales en un nivel de importancia y prestigio. El origen y tradición apostólica de iglesias como
Jerusalén, Antioquía, Éfeso, Corinto y Roma les dio gran prestigio. La organización administrativa del
Imperio elevó a ciertas ciudades a un nivel de importancia. El tamaño e influencia de algunas iglesias
aumentó el respeto por ellas. La capacidad de ciertos obispos reflejada durante sínodos y concilios
los destacó como líderes superiores.
Constantino dividió el Imperio en cuatro prefecturas, que a su vez fueron divididas en diócesis
y éstas en provincias. El clero fue organizado conforme con estas divisiones políticas. Los obispos
rurales ocuparon un lugar secundario frente a los obispos urbanos, pero no todos los obispos
urbanos tenían el mismo nivel. Los obispos de las ciudades capitales fueron designados como
metropolitanos en el Este y como arzobispos en el Oeste, y éstos supervisaban a los obispos
provinciales. Sobre los obispos metropolitanos estaban los patriarcas. En el Concilio de Calcedonia
(451) los obispos de las cuatro capitales del Imperio fueron considerados patriarcas: Roma,
Alejandría, Antioquía y Constantinopla, junto con Jerusalén.

Para mediados del siglo V, los patriarcas ejercían dominio sobre regiones bien definidas. El
patriarca de Antioquía presidía sobre una gran parte de Oriente, que comprendía quince provincias
(en Siria, Cilicia y Mesopotamia). El patriarca de Alejandría presidía sobre la diócesis de Egipto, que
abarcaba nueve provincias. El patriarca de Constantinopla tenía supervisión sobre tres diócesis:
Ponto, Asia Menor y Tracia. El patriarca de Roma extendía su influencia sobre todo el Oeste
incluyendo las prefecturas de Italia y Galia. El patriarca de Jerusalén controlaba el territorio menor,
pero más antiguo.

El ascenso de Roma. De todas las sedes patriarcales, finalmente la que se impuso fue la de Roma.
Hubo varios factores que ayudaron al desarrollo del poder monárquico del obispo de Roma.

Roma contó con hombres capaces en su liderazgo. Obispos como Inocencio I (402–417),
trabajaron consistentemente para elevar la autoridad del obispo de Roma. Él fue el primero en
pretender jurisdicción universal para el obispo romano con base en la tradición de Pedro. Sin
embargo, quien más hizo en esta dirección fue León I (440–461). Conocido también como León el
Grande, él bien puede ser considerado como el primer Papa, por las características de sus
pretensiones de autoridad y tradición. León declaró que había autoridad escrituraria para las
pretensiones de Inocencio, aseguró el reconocimiento imperial de sus pretensiones de primacía, y
defendió la posición ortodoxa en el Concilio ecuménico de Calcedonia (451).

Roma gozó de una posición geográfica privilegiada. El obispo de Roma no tenía rival en el mundo
occidental. Actuó como árbitro en las controversias que devastaban a la Iglesia Oriental. Roma se
vio beneficiada con el cambio de sede de la capital del Imperio Romano. En 330, Constantino cambió
la capital de Roma a Constantinopla. Esto le dio mayor libertad de decisión al obispo de Roma. El
obispo de Roma pasó a ser un soberano eclesiástico y secular. Roma gozó por mucho tiempo de un
prestigio político sin parangón. Roma había sido el centro del mundo político por varios siglos. Roma
contaba con una tradición cristiana honrosa. Pablo y Pedro ministraron en Roma y allí sufrieron el
martirio por su fe.

Roma manifestó, a través de sus líderes cristianos más destacados, una interesante sabiduría
doctrinal. El obispo de Roma demostró gran capacidad doctrinal y práctica durante las controversias
entre 325 y 451. Hubo tres controversias importantes en Oriente (Apolinar, Nestorio y Eutiques), y
una en Occidente (Pelagio). El carácter especulativo de la mente oriental y el carácter pragmático
de la mente occidental chocaron. El primero garantizó la ortodoxia, el segundo garantizó el poder.
Las ganancias de prestigio y poder logradas para el papado bajo León I fueron reforzadas con el
ascenso de Gregorio I (590–604). Con él, se completa la transición del sistema patriarcal al papado
medieval, en sentido estricto. Su habilidad en hacer alianzas con los reyes germánicos y los
emperadores orientales amplió la autoridad de la sede romana. Su práctica de conceder el palio
(manto, capa) sobre los obispos hizo que la validez de su ordenación dependiera del consentimiento
papal. Gregorio extendió también la influencia de la sede romana mediante la obra misionera.

EL RETROCESO EN ORIENTE

_ El Imperio Bizantino

No hay una fecha precisa para el comienzo del Imperio Bizantino, con capital en Constantinopla.
El emperador Justiniano (527–565) se consideró como el único gobernante legítimo tanto del Este
como del Oeste. Él se consideraba un continuador de la vieja tradición romana, razón por la cual
hablaba latín y ordenaba su uso en la administración del Imperio. No obstante, hizo de la derrota de
sus enemigos occidentales el principal objetivo de sus empeños.

José Luis Romero: “La época que siguió a la muerte de Justiniano fue oscura y difícil.
Ninguno de los emperadores que gobernaron por entonces reunió el conjunto de cualidades
que se requería para hacer frente a los disturbios interiores, a las rivalidades de los
partidos—verdes y azules, según sus preferencias en el hipódromo—, a las querellas
religiosas y, sobre todo, a las amenazas exteriores. Era necesario mantener un ejército
poderoso, que consumía buena parte de los recursos imperiales, y con él se mantenía
dentro de las fronteras un poder que se sobreponía con frecuencia al emperador. Pero el
ejército era cada vez más imprescindible.”

Para comienzos del siglo VII, el Imperio Bizantino ya era una realidad política, social y cultural
definida. Después del año 610, el emperador de Constantinopla hablaba griego y estaba involucrado
en el desarrollo de un programa que era típicamente oriental o “bizantino” en su orientación. En los
primeros años de su desarrollo, Heraclio (610–641), el gobernante militar de Cartago, tomó control
del Imperio y cambio el título de emperador (imperator) por el de rey (basileus). Heraclio reconoció
la imposibilidad de la meta de Justiniano de restaurar el viejo Imperio Romano. Promulgó una nueva
constitución en la que Asia Menor quedaba dividida en distritos militares (themas o
circunscripciones) dirigidos por estrategos (strategoi). Como indica José Luis Romero: “Nunca como
entonces, … [el Imperio] estuvo en mayor peligro, y nunca como entonces pudo realizar un esfuerzo
tan vasto y eficaz. No sólo la situación interior era grave por las discordias y rivalidades de los
diversos grupos y las querellas religiosas, sino que también era dificilísima la situación exterior.”

En Italia, los lombardos (una tribu germánica) habían desplazado a las fuerzas bizantinas a un
enclave en torno a Rávena, sobre la costa del Adriático, y a las regiones más al sur de Italia y Sicilia.
El Imperio Sasánida en Persia continuó representando una amenaza todavía mayor. Desde 612 hasta
619, los ejércitos persas marcharon contra Constantinopla asediando Siria, Palestina, Asia Menor y
Egipto. Incluso, incendiaron el Santo Sepulcro (614). Simultáneamente, viejos enemigos, como los
ávaros y eslavos, aparecieron por el norte (año 626). Heraclio se vio forzado a confiscar fondos de
la Iglesia para sobornar a los invasores, a fin de arreglar un acuerdo pacífico. Entonces, en un
movimiento atrevido, Heraclio dejó que la ciudad montara su propia defensa contra el avance
aplastante de los persas, mientras él marchó con su ejército por detrás de las líneas persas. Heraclio
derrotó al emperador persa, en una batalla peleada en 628 cerca de Nínive. No obstante, para
mediados del siglo VII, el Imperio Bizantino se encontraba rodeado de problemas y de pueblos
invasores: eslavos desde el norte, árabes desde el este y el sur, y tribus germánicas en Occidente.
De todos estos invasores, los que mayor influencia cultural ejercieron fueron los eslavos.

MAPA 3 - LA IGLESIA BIZANTINA

José Luis Romero: “Para ese entonces [mediados del siglo VII], el Imperio Bizantino se había
transformado considerablemente en su fisonomía. Distintos pueblos—eslavos y
mongólicos—se habían introducido en su territorio y habían impreso su sello en algunas
comarcas, dando lugar a la formación de colectividades que coexistían dentro de un mismo
orden político, pero que acentuaban cada vez más sus rasgos diferenciales. Entre todas esas
influencias, la de los eslavos fue la más importante, y se ha podido hablar de una
‘eslavización’ del Imperio Bizantino; pero la tradición helénica se sobrepuso y, eso sí,
aniquiló definitivamente a la latina, cuya lengua se extinguió en el imperio.”

_ El cristianismo oriental: las controversias teológicas

Mientras el cristianismo occidental se organizaba en torno al Papa de Roma, el cristianismo


oriental continuaba bajo la autoridad del emperador oriental. Los intereses intelectuales de los
teólogos orientales se enfocaban sobre cuestiones doctrinales y se consumían en controversias,
especialmente las controversias cristológicas. Los emperadores bizantinos intervenían en las
controversias teológicas y controlaban a la Iglesia (cesaropapismo), todo lo cual complicaba todavía
más la situación.

CUADRO 3 - HEREJÍAS CRISTOLÓGICAS

NESTORIO (nestorianismo)

El Logos moraba en la persona de Jesús, haciendo a Cristo un hombre portador de Dios más que
el Dios-hombre.

Afirmaba una unión meramente mecánica más que orgánica de la persona de Cristo.

APOLINARIO (apolinarismo)

Cristo no tenía un espíritu humano.

El Logos reemplazó al espíritu humano.

EUTIQUES (eutiquianismo)

La naturaleza humana de Cristo fue absorbida por el Logos.

SEVERO (monofisismo)

Cristo tenía una sola naturaleza

(no aceptaba la naturaleza humana de Cristo).

TEODORO (monotelismo)

Cristo no tenía voluntad humana, sino sólo la voluntad divina.

Los concilios ecuménicos. Todos los concilios ecuménicos se llevaron a cabo en el Este: Nicea
(325), Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451). El Cuarto Concilio (Calcedonia, 451) no
puso fin a la controversia cristológica entre los que abogaban por una naturaleza divina
(monofisitas) y quienes abogaban por dos naturalezas, humana y divina (diofisitas). El emperador
Zenón (474–491) quiso unir el Este con un edicto de unión que enfatizó las decisiones de los concilios
de Nicea (325) y Constantinopla (381), pero hizo poco caso de las decisiones de Calcedonia. Muchos
monofisitas del Este aceptaron el edicto, pero el Oeste lo rechazó, con lo cual se creó más discordia.
Esto llevó a un cisma que duró varias décadas (hasta 518).

CUADRO 4 - CONCILIOS ECUMÉNICOS

LUGAR FECHA EMPERADOR PARTICIPANTES RESULTADOS

NICEA 325 Constantino Arrio Eusebio de Declaró al Hijo


Nicomedia. homoousios con el
Eusebio de Padre. Condenó a
Cesarea. Osio Arrio. Redactó la
Atanasio forma original del
Credo de Nicea.

CONSTANTINOPLA 381 Teodosio Melecio de Confirmó


Antioquía Gregorio resultados del
Nacianceno Concilio de Nicea.
Gregorio de Niza Produjo el Credo
de Nicea revisado.
Terminó con la
controversia
trinitaria. Afirmó la
deidad del Espíritu
Santo. Condenó al
apolinarismo.

ÉFESO 431 Teodosio II Cirilo Nestorio Declaró herético al


nestorianismo.
Aceptó por
implicación la
cristología
alejandrina.
Condenó a Pelagio.

CALCEDONIA 451 Marciano León I Dióscoro Declaró las dos


Eutiques naturalezas de
Cristo, sin mezcla,
sin cambio,
indivisibles,
inseparables.
Condenó al
eutiquianismo.

CONSTANTINOPLA 553 Justiniano Eutiquio Condenó los Tres


Capítulos para
ganar el apoyo de
los monofisitas.
Afirmó la
interpretación de
Cirilo de la
Definición de
Calcedonia.

CONSTANTINOPLA 680–681 Constantino IV Rechazó el


monotelismo.
Condenó al papa
Honorio (m. 638)
como hereje.

NICEA 787 Constantino VI Declaró como


legítima la
veneración de
íconos y estatuas.

CONSTANTINOPLA 869–870 Condenó a Focio.

El Quinto Concilio (Constantinopla, 553) tuvo una importancia singular en este proceso. Lo
convocó Justiniano el Grande (527–656), pero no participaron los obispos de Occidente. Su
propósito fue aprobar el edicto del emperador Justiniano que condenaba a los Tres Capítulos (544),
que pretendían reconciliar a los monofisitas con los ortodoxos.
El Sexto Concilio (Constantinopla, 681) condenó a los monotelitas (sostenían dos naturalezas en
Cristo, pero decían que en Jesús sólo actuaba una sola voluntad en o a través de estas dos
naturalezas). Este concilio marcó el retorno a la ortodoxia, puso fin al monotelismo, y significó el
triunfo de Roma; pero condenó al papa Honorio como hereje.

El Séptimo Concilio (Nicea, 787) condenó a todo el movimiento iconoclasta y respaldó la


posición presentada por Juan de Damasco (675–749) a favor de la veneración de imágenes. Las
tendencias iconoclastas permanecieron en Asia Menor y entre la clase militar profesional.

Las iglesias orientales. A diferencia de lo que ocurría en Occidente durante estos siglos, donde
la Iglesia de Roma era prácticamente la única expresión de la fe y el testimonio cristiano, en Oriente
se desarrollaron varias ramas diferentes de la cristiandad, no sólo separadas y en oposición por sus
estructuras institucionales y de gobierno, sino también por profundas diferencias teológicas.

Los monofisitas de Egipto, Nubia y Etiopía. Bajo el liderazgo del patriarca de Alejandría, estas
iglesias de lengua copta rechazaron las decisiones del Concilio de Calcedonia y continuaron
sosteniendo una teología monofisita. Parte de la resistencia surgió del rechazo del dominio
bizantino y su persecución. Con las invasiones árabes (siglo VII) se vieron liberados del control
bizantino, pero cayeron bajo la influencia y limitaciones del Islam.

Los monofisitas de Siria. Los jacobitas, seguidores de Jacobo Baradeo (490–578), extendieron su
fe hacia el Este como mercaderes o fugitivos. Fueron perseguidos varias veces. La emperatriz
Teodora los trató con simpatía a mediados del siglo VI. Fue en el Segundo Concilio de Nicea (787)
que se los describió como “jacobitas” entre los anatemas lanzados contra la doctrina monofisita.
Decrecieron con las invasiones musulmanas, pero lograron extender su fe en Mesopotamia y Persia.
La iglesia jacobita todavía existe, pero con pocos miembros.

Los monofisitas de Armenia. Los armenios sostenían los decretos de Nicea contra los arrianos,
pero rechazaron los de Calcedonia y siguieron monofisitas a partir de 491. En 506, en el Sínodo de
Dvin, representantes de todas las iglesias de Armenia y de Georgia se decidieron en contra de la
doctrina de las dos naturalezas de Cristo. Se denunció a Nestorio y se rechazó el Tomo de León I. El
Henoticón del emperador Zenón (482) fue abrazado como ortodoxia. Finalmente, la doctrina de una
sola naturaleza en Cristo permaneció como parte de la confesión de fe de la iglesia nacional armenia.
Los monofisitas armenios también sufrieron las invasiones árabes y restricciones a su libertad.

El cristianismo nestoriano fue posiblemente uno de los desarrollos teológicos y eclesiásticos más
importantes. Según el nestorianismo, hay dos personas separadas en el Cristo encarnado, una divina
y otra humana, en oposición al concepto ortodoxo de que hay una persona con dos naturalezas.
Nestorio fue obispo de Constantinopla en 428 y su enseñanza fue condenada por el Concilio de Efeso
(431). Nestorio había condenado la creciente popularidad de la Virgen María, diciendo que María
no era “Theotokos” (madre o paridora de Dios), sino “Christotokos” (madre o paridora de Cristo).
Algunas iglesias en Asia Menor y Siria siguieron sus ideas. La escuela de teología de Edesa se
transformó en un centro de enseñanza del nestorianismo, hasta su clausura en 489. El
nestorianismo se desarrolló en Persia y se independizó de Roma. Su teólogo más destacado fue
Teodoro de Mopsuestia (350–428). El obispo de Seleucia-Ctesifonte fue elevado como cabeza de
esta Iglesia y se lo llamó catholikós.

La conquista árabe de Persia no cambió la situación de las iglesias nestorianas. Por el contrario,
los nestorianos tuvieron dos siglos de paz y prosperidad. Se les dio libertad para adorar y hacer
convertidos entre los persas. Eruditos cristianos tradujeron a los filósofos griegos al árabe. Los
nestorianos fueron grandes misioneros, ya que llevaron el cristianismo al Yemen y a la costa oriental
de Arabia. Sus monjes siguieron las rutas caravaneras de Asia Central, y llegaron a India, China y
Egipto.

_ El surgimiento del Islam: las invasiones árabes

El cristianismo y el islamismo. Ambas religiones tenían mucho en común. Ambas religiones eran
de origen semita y adoraban al mismo Dios. Los judíos llamaban a Dios Elohim, los cristianos siríacos
Alaha, y los musulmanes le dieron el nombre de Allah. Tanto el cristianismo como el islamismo
aceptaban las Escrituras del Antiguo Testamento. Incluso los musulmanes consideran a Jesús como
un profeta. No obstante, el surgimiento del Islam en el siglo VII fue la causa del mayor retroceso del
cristianismo de Oriente en toda su historia, y por cierto, mucho más grave que el retroceso
occidental ante las invasiones germanas. Como consecuencia de las invasiones árabes, se perdieron
territorios cristianos que jamás se volvieron a recuperar, incluso Palestina, Siria y otros países
orientales, que fueron campo de labor de los apóstoles. También se perdió la costa del norte de
África, donde vivieron muchos de los grandes Padres de la Iglesia, como Tertuliano y Agustín de
Hipona.

El islamismo nació en Arabia, que bien puede haber sido la cuna de todos los pueblos semitas.
Era un territorio desértico, poblado en aquel tiempo por pueblos nómadas, sometidos a una vida
muy rigurosa y, por lo tanto, muy independientes y divididos entre sí. En el siglo VII estas tribus
dispersas comenzaron a unirse por la necesidad de sobrevivir en una tierra que ya no los podía
sustentar y por el surgimiento de una nueva religión: el Islam (significa sumisión), la sumisión al
único Dios verdadero y al gobierno de su Profeta. De este modo, en esta coyuntura histórica,
ocurrieron dos fenómenos importantes: un movimiento de población en busca de espacio vital y el
surgimiento de una nueva religión que les dio identidad.

Mahoma y el Islam. El artífice de este extraordinario suceso fue Mahoma (570–632), un


comerciante nacido en 570, que pertenecía a una familia de una de las tribus árabes dirigentes de
la ciudad de La Meca (los coreichitas). Su padre había muerto poco antes de que él naciera, dejando
a la familia en la pobreza. Mahoma se crió con un tío y se dedicó más tarde al comercio, llegando a
ser administrador de los negocios de una mujer próspera (Cadija), con quien más tarde se casó. Con
ella tuvo dos hijos y cuatro hijas (ninguno de ellos sobrevivió, excepto Fátima).

La religión en Arabia en tiempos de Mahoma era muy primitiva. Creían en la existencia de


espíritus que habitaban en piedras erigidas. El culto más difundido era el de la Piedra Negra, que se
veneraba en la Caaba, un santuario situado en La Meca, al que concurrían los árabes en
peregrinación anual. Hubo también otros movimientos religiosos, que buscaban una religión más
profunda y que se retiraban al desierto para buscar a Dios: los janifs. Después de la muerte de sus
hijos, Mahoma mismo había participado de este tipo de movimientos, hasta que comenzó a tener
visiones por las que se sintió escogido como mensajero de Dios. En 610 recibió el llamado del ángel
Gabriel a predicar el mensaje del Dios verdadero y único, en contra de la idolatría y el politeísmo.

Mahoma regresó a su vida de comerciante en La Meca, pero compartió con su esposa y algunos
de sus amigos sus experiencias e ideas, entre las que se destacaban cuatro convicciones
fundamentales. Primero, Dios es uno, el Todopoderoso, Allah, y hay que someterse de manera
absoluta a él. Alá tiene un poder y sabiduría infinitos, pero no un amor redentor. Segundo, el pecado
de la idolatría. Mahoma sostuvo un monoteísmo abstracto, monótono, sin vida interior y plenitud,
antitrinitario, que negaba la divinidad de Cristo si bien lo aceptaba como un gran profeta. Tercero,
el temor al infierno. Según Mahoma, el diablo es un ángel caído que tienta a los seres humanos.
Cuarto, las recompensas de los fieles. El islamismo expresa fatalismo y gran temor al castigo por el
pecado; por ello mismo, los fieles tienen que ser buenos con los pobres y necesitados, y perdonar.

Mahoma estuvo muy influido por judíos y cristianos. Es posible que si la influencia cristiana
hubiese sido un poco más efectiva, el movimiento liderado por Mahoma se habría inclinado hacia
el cristianismo. Pero esto no ocurrió, y la nueva religión llegó a ser el rival más poderoso de la fe
cristiana durante toda la Edad Media. Al principio, la prédica del Profeta fue rechazada, y sólo su
esposa y algunos parientes la aceptaron.

La suerte de Mahoma cambió en 622, cuando se vio forzado a emigrar junto con sus amigos.
Este episodio se conoce como la Égira, y fue tan importante que los musulmanes consideran a este
año como los cristianos consideramos el año en que nació Cristo, y cuentan los años de su calendario
a partir de aquí. La nueva ciudad de Mahoma fue Yatreb, donde fue bien recibido y donde llegó a
ser su gobernante. En esta ciudad, que más tarde se llamó Medinat-an-Nabí (“la ciudad del Profeta”)
o Medina, se estableció una comunidad musulmana, en la que el culto y la vida civil y política
siguieron los principios del Profeta. Mahoma murió diez años más tarde (632). Para entonces, La
Meca ya lo había reconocido como Profeta de Dios (630), y así también lo hicieron todas las tribus
de Arabia. La idolatría y el politeísmo fueron desarraigados, y el monoteísmo absoluto del Islam se
impuso.

MAPA 4 - ARABIA
El libro sagrado de los musulmanes, el Corán, fue compuesto por Mahoma, según él, bajo la
revelación divina. Éste es el libro sagrado de los musulmanes y el fundamento de sus creencias y
prácticas religiosas, civiles y políticas. Contiene fragmentos históricos, enseñanzas, consejos e ideas
religiosas y morales. Según el Corán, las creencias fundamentales de los musulmanes son la fe en
un Dios único, Alá; en los ángeles y en los profetas, el último de los cuales, Mahoma, ha traído a los
seres humanos el mensaje definitivo de Dios; en el Corán y sus prescripciones; en la resurrección y
el juicio; y, finalmente, en la predestinación de las personas según la insondable voluntad de Dios.

El Corán: “El Dios, no hay dios, sino Él, el Viviente, el Subsistente. Ni la somnolencia ni el
sueño se apoderan de Él. A Él pertenece cuanto hay en los cielos y en la tierra. ¿Quién
intercederá ante Él si no es con su permiso? Sabe lo que está adelante y detrás de los
hombres, y éstos no conocen nada de su ciencia, si no es lo que Él quiere. Su trono se
extiende por los cielos y la tierra, y no le fatiga la conservación de esto. Él es el Altísimo, el
Inmenso.”

Islam significa esencialmente la sumisión a Dios. Esta sumisión involucra el cumplimiento


estricto de ciertos deberes religiosos. El primero es la confesión de fe en Dios y en Mahoma, su
profeta. Otros deberes religiosos fundamentales son: las oraciones, el ayuno, la limosna, el
peregrinaje y la guerra santa, esta última destinada a conseguir la conversión de los infieles a la
nueva fe.

José Luis Romero: “Proveniente del judaísmo y del cristianismo en sus aspectos
doctrinarios, la religión musulmana alcanzó cierta originalidad por la concepción militante
de la fe que logró imponer y que tan extraordinarias consecuencias debía significar para el
mundo. Una especie de teocracia surgió entonces en el mundo árabe y en las vastas
regiones que los musulmanes conquistaron, en la que el califa o sucesor del profeta reunía
una autoridad política omnímoda y una autoridad religiosa indiscutible. Sobre esa base, el
vasto ámbito de la cultura musulmana se desarrolló de una manera singular. De todas las
regiones que los musulmanes conquistaron supieron recoger el mejor legado que les
ofrecían las poblaciones sometidas, y con ese vasto conjunto de aportes supieron ordenar
un sistema relativamente coherente, del que predominaba, sin embargo, en cada comarca
la influencia que allí había tenido su origen: la griega, la siria, la persa, la romana. Acaso la
más importante contribución de los musulmanes—fuera de su propio desarrollo como
cultura autónoma—haya sido la constitución de un vasto ámbito económico que se
extendía desde la China hasta el estrecho de Gibraltar, por el que circulaban con bastante
libertad no sólo los productos y las personas, sino también las ideas y las conquistas de la
cultura y la civilización.”

Las invasiones árabes. Bajo los sucesores de Mahoma (llamados califas) comenzaron los ataques
árabes, que pronto se transformaron en la invasión y ocupación de los países vecinos, una vez
lograda la unidad territorial en Arabia. Las invasiones árabes no fueron guerras de religión, sino
guerras de conquista territorial. La conversión de los conquistados al islamismo no fue forzada ni
hubo al principio persecuciones contra judíos y cristianos. No obstante, su religión les dio a los
invasores un sentido de unidad y confianza en la victoria.

Justo L. González: “Los cristianos y judíos podían continuar en el libre ejercicio de su culto,
siempre que respetaran al Profeta y al Corán. Después se prohibió la conversión de los
mahometanos al cristianismo o al judaísmo. Pero aparte de esto, y de ciertas limitaciones
en las señales públicas de su culto, la única carga que se estableció sobre los judíos y los
cristianos fue la obligación de pagar un tributo mediante el cual el estado se sostenía.
Quienes se convertían al Islam no tenían que pagar ese impuesto. Por tanto, al mismo
tiempo que los musulmanes no tenían interés especial en fomentar las conversiones a su
religión, muchos de los cristianos de convicciones más flexibles terminaron por aceptar la
fe del Profeta.”

El primer territorio que sufrió el arrollador avance árabe fue el Imperio Bizantino, cuyo ejército
fue vencido en 634. Luego, en una sucesión rápida, cayeron Damasco (635), Siria (636), Jerusalén
(638), Cesarea y Gaza (640), Alejandría y todo Egipto (642). En los años que siguieron, avanzaron
sobre Túnez, Argelia y Marruecos. En 652 conquistaron Persia y fundaron un estado árabe con
capital en Bagdad. En 697 invadieron Cartago y en 711 ingresaron a España por Gibraltar (Gebel-
Tarik: la colina de Tarik, el comandante de las tropas moras, bereberes y árabes). En pocos años,
Persia, Siria, Palestina y Egipto, las tierras del origen del cristianismo, cayeron en manos
musulmanas y se perdieron para el testimonio cristiano hasta el día de hoy. En menos de un siglo,
el Islam casi había aniquilado los viejos baluartes del cristianismo en África del norte, y había cruzado
al continente europeo en España. A comienzos del siglo VIII parecía como si la cristiandad occidental
hubiese sido atrapada en un vasto movimiento de pinzas: los musulmanes avanzaron hacia Francia
en 721, y ya en 717 habían puesto sitio a Constantinopla.

Como puede verse, toda la cristiandad se sintió amenazada por el vertiginoso avance musulmán.
Dos eventos quebraron los extremos de estas pinzas y salvaron a la cristiandad de su desaparición.
Por un lado, la defensa de Constantinopla por el emperador León III, en 718, que hizo que los
musulmanes se retiraran de Asia Menor hasta detrás de los montes Taurus. Por otro lado, la victoria
de Carlos Martel (688–741) y su ejército franco cerca de Poitiers (Francia), en 732, que los echó de
Francia impidiendo su avance y no dejándoles pasar más allá de los Pirineos.

Desde 632 hasta 732 se dio un siglo de avance musulmán y de pérdidas cristianas. El
Mediterráneo, que había sido un lago romano, ahora estaba bajo el control musulmán. Los
musulmanes se adueñaron de casi la mitad del Imperio Romano cristiano. Esto tuvo enormes
consecuencias para el comercio europeo occidental y para la difusión del testimonio cristiano. Por
eso, ésta resultará ser la pérdida territorial más grande que experimentará el cristianismo en toda
su historia. Casi toda la Península Ibérica quedó bajo su control. África del norte, Egipto, Palestina y
Siria no habrían de recuperarse hasta hoy como territorios bajo influencia cristiana.

Además, si bien las invasiones árabes no fueron guerras de religión, sino de conquista, el
gobierno árabe en los territorios sometidos afectó a la religión cristiana. En Egipto, la Iglesia Copta
sufrió persecuciones, pesados impuestos, dificultades para realizar matrimonios y los cristianos eran
considerados como extranjeros: éstas y otras presiones llevaron a que muchos se hicieran
musulmanes. En el norte de África, la Iglesia cristiana casi desapareció. Ya los vándalos habían
diezmado a los cristianos y más tarde Justiniano hizo lo mismo, asolando especialmente a la
población local o indígena (bereberes), entre quienes el cristianismo no tenía mucho arraigo.
Muchos consideraban que estaban mejor bajo el dominio musulmán que bajo el dominio bizantino;
otros huyeron a Sicilia e Italia. En tiempos de Agustín de Hipona (m. 430) había alrededor de
setecientos obispados en el norte de África; para el año 700 apenas había unos treinta. Sólo España
se va a ir recuperando poco a poco para el cristianismo, pero a lo largo de un proceso de reconquista
agotador, que duró ocho siglos. No obstante, el peligro peor había sido evitado al ser detenido el
Islam en su avance sobre Europa. La cristiandad occidental sobrevivió, y estaba lista para
aventurarse nuevamente con su fe hacia Oriente una vez más.

MAPA 5 - LAS INVASIONES ÁRABES


Fernando Picó: “La política oficial del Islam triunfante era la tolerancia de la ‘gente del libro’,
cristianos y judíos, a quienes se les ponían cargas fiscales, pero se les permitía el libre
ejercicio de su religión, aunque no el proselitismo. Parte de las tierras conquistadas se
repartían entre los guerreros. En un par de generaciones los árabes se hicieron navegantes
y aprendieron las técnicas de los marineros de los puertos conquistados. También
aprovecharon los saberes acumulados de los griegos y sus sucesores, e incorporaron a su
acervo cultural técnicas de construcción, sabiduría médica, interés en las matemáticas y la
astronomía, técnicas de horticultura, drenaje y riego, y el arte de la reglamentación urbana.
Todos estos conocimientos serían pasados eventualmente a Occidente a través de España
y de Sicilia.”

El Imperio Bizantino y el Islam. Las guerras contra los persas sasánidas agotaron los recursos
económicos y humanos del Imperio. En 636, un ejército islámico infligió una derrota mayor a las
fuerzas del Imperio Bizantino, en Yarmuk. La derrota le costó al Imperio todo el territorio de Siria y
Palestina. En 642 fuerzas islámicas capturaron la más rica de todas las provincias del Imperio, Egipto.
Cuatro años más tarde una flota musulmana derrotó a la armada bizantina y ganó el control del
Mediterráneo (año 646).

Entre 673–678 naves musulmanas bloquearon la ciudad de Constantinopla. La marina bizantina


logró romper el sitio. En su campaña contra los musulmanes los bizantinos introdujeron un arma
nueva llamada “fuego griego.” El “fuego griego” era una especie de lanzadera de fuego que se
llevaba a bordo, construida alrededor de un tubo a través del cual se disparaba contra el enemigo
una mezcla de nafta, sulfuro y salitre. Tan pronto como el Imperio había roto el bloqueo, sus viejos
enemigos—los búlgaros y avaros—atacaron desde el norte. En 679 los búlgaros cruzaron el Danubio
y marcharon contra la ciudad. Para el año 700, el Imperio estaba reducido a una fracción de su
tamaño anterior. Ciento treinta y cinco años después del reinado de Justiniano, el emperador
bizantino controlaba solamente el sur de Italia, Rávena, una pequeña parte de los Balcanes y la
mayor parte de Anatolia.

En 717, León el Isaurio, o León III, subió al trono de Constantinopla como emperador. Durante
los veinticuatro años de su reinado (717–741), León III logró mantener a raya a los adversarios del
Imperio. En 717 los árabes renovaron sus ataques contra la ciudad capital mientras que otro ejército
musulmán marchaba, como vimos, cruzando el norte de África y entrando a España (717–719). León
III concentró sus recursos en proteger el corazón de su Imperio. Tomó medidas para reorganizar la
burocracia y la administración, y tuvo éxito en echar de Asia Menor a las tropas musulmanas (740).
Las victorias de León III le dieron al Imperio Bizantino un respiro de dos siglos antes de nuevos
avances árabes.

La Iglesia de Oriente y el Islam. Los cristianos al este de Palestina sufrieron el avance árabe, pero
a diferencia de lo ocurrido en España, el norte de África y en los territorios bajo el Imperio Bizantino,
lograron sobrevivir conservando su identidad e instituciones. Cuando el califato abásida estableció
su nueva capital islámica en Bagdad (750), el patriarca de la Iglesia Persa o Siríaca del Este (es decir,
la Iglesia de Oriente) también se trasladó a la ciudad capital. En 780, el obispo Timoteo, un hombre
reformador y de espíritu misionero, llegó a ser el patriarca. En 781, participó durante dos días de un
diálogo interreligioso con el califa abásida, Mahdi, y luego escribió un relato de su conversación, que
circuló como una apología. El documento refleja algo de la cristología diofisita (es decir, dos
naturalezas), que era característica por entonces en la Iglesia de Oriente. Lo interesante es este
ejemplo de diálogo religioso cristiano-musulmán en una época tan temprana.

Timoteo de Bagdad: “Yo respondí a su Majestad: ‘Oh nuestro victorioso Rey, en este mundo
todos nosotros estamos como en una casa oscura en el medio de la noche. Si en la noche y
en una casa oscura ocurre que una perla preciosa cae en medio del pueblo, y todos son
conscientes de su existencia, cada uno procurará recoger la perla, que no caerá en manos
de todos sino de uno solo, en tanto que alguien se adueñará de la perla en sí, otro de un
pedazo de vidrio, un tercero de una piedra o de un terrón de tierra, pero cada uno estará
feliz y orgulloso de ser el poseedor real de la perla. Sin embargo, cuando la noche y la
oscuridad desaparecen, y surgen la luz y el día, entonces cada una de aquellas personas que
habían creído que tenían la perla, extenderán y dirigirán su mano hacia la luz, que es la única
que puede mostrar lo que cada una tiene en la mano. Aquel que posee la perla se regocijará
y será feliz y se gozará con ella, mientras que aquellos que tenían en la mano pedazos de
vidrio o trozos de piedra sólo llorarán y estarán tristes, y suspirarán y derramarán lágrimas.

‘De la misma manera nosotros los hijos de la humanidad estamos en este mundo
perecedero como en tinieblas. La perla de la verdadera fe cayó en medio de todos nosotros,
y está indudablemente en la mano de uno de nosotros, mientras que todos nosotros
creemos que poseemos el objeto precioso. Sin embargo, en el mundo venidero, la oscuridad
de la mortalidad pasa, y la niebla de la ignorancia se disuelve, dado que la niebla de la
ignorancia es absolutamente ajena a la luz verdadera y real. En ella se regocijan los
poseedores de la perla, están felices y complacidos, y los poseedores de meras piezas de
piedra llorarán, suspirarán y derramarán lágrimas, como dijimos más arriba.’ …

Y nuestro victorioso Rey dijo: ‘Tenemos esperanza en Dios que nosotros somos los
poseedores de esta perla, y que la tenemos en nuestras manos.’—Y yo respondí: ‘Amén, oh
Rey. ¡Pero quiera Dios concedernos que nosotros también podamos compartirla contigo, y
regocijarnos en el lustre brillante y radiante de la perla! Dios ha colocado la perla de Su fe
delante de todos nosotros como los rayos brillantes del sol, y todo el que desee puede gozar
la luz del sol’.”

_ El Imperio Bizantino y Occidente

A lo largo del siglo VII y principios del VIII hubo tan sólo relaciones mínimas entre el Imperio
Bizantino y Europa Occidental. Una explicación de esto se encuentra en la necesidad de concentrar
los recursos del Imperio en su defensa y en el desorden e inferioridad de la situación imperante en
el Oeste. Estas condiciones comenzaron a cambiar a mediados del siglo VIII. Con la victoria de Carlos
Martel sobre los musulmanes (732), el Papa manifestó un renovado interés en la cristiandad
oriental. El emperador León III el Isaurio provocó una controversia con la Iglesia Occidental cuando
prohibió el uso de íconos en los cultos religiosos. El Papa se opuso a la proclamación de León y
respaldó con su autoridad el uso de imágenes.

La controversia iconoclasta. Esta disputa sobre el uso religioso de las imágenes, que duró desde
717–843, tuvo enormes consecuencias sobre la espiritualidad tanto oriental como occidental. El
conflicto fue inaugurado por los Isaurios (llamados así por una región en Asia Menor) y tenía que
ver con el uso devocional de imágenes o íconos. En el Oriente griego, el uso de los íconos estaba
bien difundido. Los íconos eran venerados no porque tuvieran algún valor material inherente, sino
más bien por las verdades espirituales que ellos manifestaban. Servían como recordatorios de
verdades espirituales y como medios de discernimiento espiritual. Los íconos también significaban
el completamiento o glorificación (theosis) espiritual de otros seres mortales junto a Cristo. Estas
imágenes eran muy populares en la devoción personal, la oración y la meditación.

El emperador León el Isaurio consideraba a los íconos como ídolos y su veneración como
idolatría. Él fue el iniciador de la controversia iconoclasta (“rompedor de íconos”). Seguramente, su
postura resultó de las influencias musulmanas en su región de origen en Asia Menor (Isauria, frente
a la isla de Chipre), pero también al hecho de que en sus días hubo un incremento del culto al
emperador. Los más devotos a los íconos eran monjes y monjas, cuyas comunidades no sólo estaban
eximidas del pago de los impuestos imperiales sino que no hacían ningún aporte significativo al
Imperio.

En 730, León publicó un edicto contra los íconos. El patriarca de Constantinopla se opuso y fue
removido de su puesto. Los soldados imperiales intentaron destruir los íconos por la fuerza en los
lugares públicos, con la oposición especialmente de grupos de mujeres. Constantino V continuó con
la política de su padre (desde 743). Un concilio reunido en 753 condenó los íconos y como
consecuencia hubo persecuciones y martirios de monjes y monjas. El sucesor de Constantino V, León
IV, disminuyó la persecución bajo la influencia de su esposa Irene, que estaba a favor de la
veneración de imágenes. Cuando Irene tomó el poder como regente de su hijo menor en 780,
revirtió la política iconoclasta de los Isaurios y en 787, junto con su hijo Constantino VI, convocó en
Nicea el Séptimo Concilio Ecuménico, que aprobó la veneración de íconos como una práctica
ortodoxa. El Concilio también estableció que las imágenes no eran dignas de la adoración debida
sólo a Dios (latría), sino de una veneración inferior (dulía).

Alfred Weber: “En esta disputa, presenciamos una curiosa sublevación de la concepción
oriental de lo religioso, judaico-arábiga, procedente del Sur (Capadocia), que carece
rigorosamente de imágenes, que se opone a la veneración de lo divino expresado en
imágenes, lo cual había tomado cierto aspecto pagano, que se opone a la veneración de los
íconos como ídolos ‘no hechos por los hombres,’ que ponía en manos de la Iglesia y de los
conventos—que cada día adquirían mayores proporciones—un poder peligroso en forma
de medios de salvación milagrosos. Al mismo tiempo, sin embargo, este movimiento
constituyó la expresión política, la voluntad de una mundanalidad casi de tipo pagano
antiguo, que encarnaba en aquellos poderosos príncipes, en contra de la santurronería
supersticiosa que se iba formando. En el siglo IX, se llega respecto de esta polémica a una
transacción, mediante la incorporación o encaje de las congregaciones monacales y al
mismo tiempo volviendo a permitir las imágenes. Este nuevo Imperio coloreado con tonos
muy vivos había vencido el espíritu de la cultura griega, desde el punto de vista político;
pero en lo cultural había vencido en cambio la helenidad adoptando la forma de un
cristianismo magístico y gnóstico; y no triunfó a modo de una actitud ética—pues nunca se
había producido la lucha en torno a ésta—sino más bien como una sensibilidad plástica de
tipo heleno infundida en la Iglesia.”

Después de la muerte de Irene en 803, el partido iconoclasta intentó hacer prevalecer su


posición. Así es como se impusieron nuevas restricciones sobre el uso de íconos en las iglesias
mediante edictos imperiales, que se proponían terminar con lo que consideraban idolatría. Monjes
y obispos se resistieron, y nuevamente hubo una persecución severa. Finalmente, en 840, la
persecución amainó. La oposición a los íconos había sido más una cuestión de los emperadores y los
militares, y no había sido efectiva para desarraigar la iconolatría del corazón del pueblo. Con la
muerte del último emperador iconoclasta, Teófilo, su esposa, la emperatriz Teodora, ordenó el final
de la persecución. En 843, el patriarca de Constantinopla predicó un sermón en Santa Sofía, que
proclamó que los íconos debían ser reinstalados en la Iglesia. Ésta es la fecha que la Iglesia Ortodoxa
celebra, hasta el día de hoy, como el final de la controversia.

Las relaciones entre Este y Oeste. Desde un punto de vista político, estas relaciones se
empeoraron entre 780 y 802. En 780 Constantino VI, un niño de diez años, llegó a ser el emperador
bizantino. La madre de Constantino, Irene, actuó como regente hasta el año 790, cuando su hijo se
deshizo de los consejeros de su madre y tomó el control del poder. Irene intrigó contra su propio
hijo, al punto que sus secuaces lo enceguecieron, con lo cual quedó ritualmente descalificado para
ser emperador. Irene se nombró a sí misma emperatriz y gobernó de 797 hasta 802. El papa León III
(no confundir con el emperador León III, el Isaurio) intervino en la controversia y declaró vacante al
trono oriental, arguyendo que una mujer no podía gobernar sobre el Imperio. El Papa presentó una
afrenta todavía mayor cuando unilateralmente, como veremos más adelante, nombró a
Carlomagno “emperador de los romanos” en el día de Navidad del año 800. Las consecuencias
prácticas de la acción del papa León III no fueron grandes. No obstante, el nombramiento de un
occidental como cabeza del Sacro Imperio Romano señaló el comienzo de seis siglos de lucha entre
las cristiandades occidental y oriental.

Desde un punto de vista teológico, en Occidente se mantuvo en general una posición intermedia
entre los iconoclastas (destructores de los íconos) y los iconodulistas (adoradores de los íconos). Los
teólogos occidentales distinguían entre las naturalezas divina y material de Cristo, mientras
afirmaban algún modo de comunicación por el cual cada una compartía sus propiedades con la otra.
Para los teólogos orientales, la veneración de los íconos expresaba su fuerte énfasis sobre el misterio
de la encarnación. El teólogo más importante en este sentido fue Juan de Damasco, un monje de
Palestina que escribió Exposición de la fe ortodoxa y tres Discursos contra los que rechazan las santas
imágenes. Estas obras no sólo fueron una afirmación del uso devocional de las imágenes, sino
también una de las declaraciones teológicas más importantes de los principios que se discutieron
en la controversia.

Juan de Damasco: “Puesto que algunos nos culpan por reverenciar y honrar imágenes del
Salvador y de Nuestra Señora, y las reliquias e imágenes de los santos y siervos de Cristo,
recuerden que desde el principio Dios hizo al ser humano a su imagen. ¿Por qué nos
reverenciamos unos a otros, si no es porque somos hechos a imagen de Dios?… Por otra
parte, ¿quién puede hacer una copia del Dios que es invisible, incorpóreo, incircunscribible
y carente de figura? Darle figura a Dios sería el máximo de la locura y la impiedad.… Pero
puesto que Dios, por sus entrañas de misericordia y para nuestra salvación, se hizo
verdaderamente hombre … vivió entre los humanos, hizo milagros, sufrió la pasión y la cruz,
resucitó y fue elevado al cielo, y puesto que todas estas cosas sucedieron y fueron vistas por
los humanos … los Padres, viendo que no todos saben leer ni tienen tiempo para hacerlo,
aprobaron la descripción de estos hechos mediante imágenes, para que sirvieran a manera
de breves comentarios.… Nosotros no reverenciamos lo material, sino lo que esas cosas
significan.”

Desde el punto de vista cultural, las diferencias entre Este y Oeste eran notables. La exquisitez
y sofisticación de la cultura bizantina estaba muy por arriba del retraso y barbarie de los logros
germánicos. Cuando el Imperio Bizantino y el Occidente se enfrenaron en el siglo VIII en torno a un
problema concreto, la cuestión de los íconos, sus perspectivas y premisas habían llegado a ser muy
diferentes. No obstante estas diferencias, el sentido de inferioridad cultural del Occidente latino
respecto a Bizancio prevaleció hasta el siglo XII y le permitió al arte, la arquitectura, y el pensamiento
bizantino ejercer considerable influencia sobre el desarrollo cultural de Occidente.

La dinastía macedónica. Los emperadores que condujeron al Imperio Bizantino desde 867 hasta
1025 pertenecieron a una dinastía macedónica. Los siglos IX y X fueron un período de prosperidad
para el Imperio. Los ejércitos bizantinos tomaron la ofensiva y recapturaron buena parte de Siria,
Armenia, Chipre y Creta. Con Constantino VII, que reinó entre 920–959, el Imperio recuperó parte
de su prestigio y esplendor. Basilio II (927–1025) aplastó a los búlgaros y su acción en el orden
cultural tendió a la protección de las ciencias y las artes. En materia política estabilizó las fronteras
del Imperio frente a los magiares y eslavos, los cuales fueron evangelizados. Desarrolló relaciones
amistosas con Vladimir de Kiev (casado con una hermana de Basilio), en el sur de Rusia. Vladimir
invitó a Basilio (989) a enviar monjes a Rusia, lo que llevó a la conversión de los eslavos al
cristianismo y su adopción de la cultura bizantina. El comercio se expandió durante estos siglos y las
reformas de la burocracia imperial mejoraron la vida dentro de los límites del Imperio. Sin embargo,
la profunda crisis social que aquejaba al Imperio provocó numerosos conflictos, agravados por la
ineptitud de los sucesores de Basilio II.

A partir del siglo XI, el Imperio Bizantino entró definitivamente en decadencia. Sin embargo, un
grave suceso lograría prolongar todavía por dos siglos la vida del Imperio. En 1057, el emperador
bizantino solicitó la ayuda del Papa romano con el fin de detener a los turcos otomanos, que ya
habían ocupado Siria y Palestina, y amenazaban con poner sitio a Constantinopla. El papa Urbano II
promovió las Cruzadas, que lograron detener momentáneamente a los peligrosos enemigos, pero
la dinastía macedónica llegó a su fin y con ello casi desapareció el Imperio Romano de Oriente, que
quedó virtualmente reducido a la ciudad de Constantinopla y sus alrededores.

LA RECUPERACIÓN EN ORIENTE

Para el siglo VII, el patriarca de la Iglesia de Oriente (siríaca) era la autoridad cristiana más
importante en todo el territorio al este de Persia. Su interés no estaba enfocado tanto en los debates
teológicos de sus días, sino más bien en cuestiones prácticas y políticas. La adoración en la Iglesia
de Oriente se llevaba a cabo en lengua siríaca, mientras estos cristianos sustentaban una teología
nicena. Entre los patriarcas que sirvieron bajo el dominio musulmán de Persia, uno de los más
influyentes fue Timoteo I, ya mencionado. Él personalmente envió más de cien misioneros a nuevas
regiones donde no había testimonio cristiano.

La expansión del testimonio cristiano al este de Persia después del año 600 fue básicamente la
obra de monjes de la Iglesia de Oriente. Hubo también sacerdotes y mercaderes que llevaron su
testimonio a lo largo de las rutas caravaneras que cruzaban el continente asiático. Fue precisamente
en las principales ciudades junto a estas rutas entre Persia y China que, ya antes del siglo X, se fueron
estableciendo monasterios, que sirvieron de centros de adoración, evangelización, hospedaje para
mercaderes y escuelas. En ellos se copiaron y tradujeron los textos siríacos de las Escrituras, la
liturgia cristiana, y las historias de santos y mártires.

_ El cristianismo en India

Hay que esperar hasta el siglo XVI para tener referencias históricas más seguras en cuanto al
desarrollo del testimonio cristiano en India. No obstante, como se vio en el volumen anterior, hay
abundantes indicaciones de la presencia de cristianos en este sub-continente con anterioridad al
siglo VI. Para mediados del siglo VII, encontramos referencias en la correspondencia del patriarca
de la Iglesia de Oriente, Ishoyahb III, de la ruptura de relaciones con el metropolitano en
Rewardashir. Las iglesias en India continuaron sosteniéndolo financieramente. En el siglo VIII
encontramos nuevamente referencias a las iglesias en India en los registros persas. Se nos informa
que tenían un metropolitano propio, elegido de entre su propia comunidad en la presencia de los
otros obispos. Evidentemente, debería haber más de una diócesis, ya que según la tradición persa,
los metropolitanos eran nombrados cuando había por lo menos seis obispos bajo su autoridad. Las
iglesias aparentemente estaban bien establecidas. Hay varias cartas del patriarca Timoteo I que
mencionan la presencia cristiana en India. Una de ellas está dirigida a un monje llamado Tomás, que
estaba viajando con un grupo de inmigrantes a la India. Otra ofrece instrucciones en cuanto a
irregularidades ministeriales. En el siglo IX encontramos la mención de dos hermanos armenios que
llegaron a India como misioneros.

Existe un interesante documento de mediados del siglo IX, que consiste de unas placas de cobre
con inscripciones, que menciona concesiones dadas por los reyes locales a los cristianos para
construir sus lugares de culto. A la luz de esta evidencia arqueológica, se puede ver que las
comunidades cristianas en India eran pequeñas y mayormente ubicadas en el sur de la India. En su
mayoría, se trataría de inmigrantes venidos de Persia, que se establecieron en la costa Malabar a lo
largo de varios siglos. Algunos llegaron como mercaderes, otros como refugiados escapando de la
persecución persa o islámica, pero también había algunos misioneros. Muchos de ellos son
mencionados como peregrinos, que venían para visitar Cranganore, el lugar al que según la tradición
había llegado el apóstol Tomás, o Mylapore, cerca de Madrás en el este, donde se creía estaba
ubicada su tumba. Con el tiempo, estos cristianos llegaron a constituir una casta separada, con lo
cual gozaron del reconocimiento social y político de los gobernantes locales según la costumbre
religiosa hindú tradicional. Al igual que los miembros de otras castas en India, estos cristianos vivían
en casas vecinas a su centro religioso, en este caso sus templos, constituyendo así vecindarios
cristianos distintivos.

El siríaco continuó siendo la lengua litúrgica, a pesar de haber sido desplazada por el arábico en
Persia. Esta lengua les dio un sentido de identidad cristiana, al parecer más cercana a la lengua
hablada por Jesús y sus discípulos. En sus cultos las iglesias de la India celebraban liturgias que
guardaban cierta relación simbólica con Jerusalén. Pero al mismo tiempo estaban contextualizados
con la cultura local, ya que utilizaban tortas de arroz y vino de palmera para la eucaristía. Esto pone
en evidencia que su identidad cultural era plenamente india. Estos cristianos probablemente
llevaron su testimonio por mar a Sri Lanka, y tal vez a Java, la península Malaya, e incluso hasta la
costa de China. De hecho, hay mención de mercaderes persas y a veces armenios que visitaron estos
lugares entre los siglos VII y X.

_ El cristianismo en Asia Central

Al este de Persia, el testimonio cristiano siguió las rutas caravaneras, especialmente la Ruta de
la Seda, que cruzaban por Balkh, la capital de Bactria, y seguían por las ciudades de Merv y
Samarcanda. Estas mismas rutas eran seguidas por monjes, sacerdotes y mercaderes zoroastristas,
budistas, maniqueos y musulmanes, además de aquellos que sostenían creencias animistas y
chamánicas. La primera presencia cristiana estuvo ligada al establecimiento de monasterios en las
principales ciudades. Como se indicó, estos monasterios estaban directamente relacionados con el
comercio de mercaderes cristianos, a quienes ofrecían alojamiento y atención religiosa. Las iglesias
siríacas fueron bien conocidas por sus médicos, algunos de los cuales eran también sacerdotes y
monjes. La presencia de cementerios con inscripciones funerarias cristianas para mujeres y hombres
es evidencia de cierto grado de educación en estas ciudades de Asia Central, e indica la existencia
de comunidades cristianas permanentes a lo largo de la Ruta de la Seda desde Persia hasta China
occidental.

En una de sus cartas (781), el patriarca Timoteo I informaba que había recibido una
comunicación de un rey entre los turcos (hunos), en la que le decía que él y su pueblo se habían
convertido al cristianismo. Este rey le pedía que ordenara y les enviara un obispo junto con algunos
monjes, cosa que Timoteo hizo. En otras cartas, Timoteo I daba testimonio de su interés en asistir a
un creciente número de iglesias, monasterios y sedes episcopales a lo largo de lo que ahora son las
naciones de Uzbekistán, Kazajstán y Tayikistán. En una de sus cartas, Timoteo informaba que el
metropolitano de China había muerto y que él estaba nombrando a alguien para que ocupara su
lugar. En otra escribió que estaba preparándose para consagrar a un obispo para los tibetanos.
Algunos textos cristianos escritos en la lengua tibetana antes del siglo X sugieren que había interés,
sino una necesidad, de literatura cristiana en lengua tibetana. La decisión de Timoteo de consagrar
a un obispo para Tibet indica que había un grupo considerable de cristianos en aquella región.

Para fines del siglo VII el mensaje cristiano había alcanzado lo que es ahora China occidental.
Las antiguas ciudades de Tunhuang y Turfan tenían comunidades cristianas. En la primera, se han
encontrado numerosos escritos cristianos en cuevas budistas. Lo mismo ha ocurrido en Turfan, al
norte de Tunhuang, todo lo cual provee de buena evidencia para afirmar una presencia cristiana
considerable en esta región antes del siglo X. Estos cristianos serían persas, turcos, mongoles y
chinos, con algunas influencias armenias y griegas, según se ve por los escritos encontrados. Además
de las Escrituras, estos materiales incluían libros de adoración, homilías, comentarios bíblicos, vidas
de santos y mártires, tratados de medicina y obras filosóficas.

Una carta de Abdisho, obispo de la ciudad de Merv, escrita al patriarca de Bagdad alrededor del
año 1000, provee de evidencia de la extensión más septentrional alcanzada por la influencia
misionera cristiana durante este período. Este obispo informaba al patriarca que el rey de los turcos
keraítas que vivía alrededor de la región junto al lago Baikal en el norte de Mongolia, había tomado
contacto con él. El rey se había convertido a la fe cristiana a través de la aparición de un santo
cristiano, que le había mostrado el camino a través de una tormenta de nieve y se identificó como
un seguidor de Cristo. Como resultado de esto, el monarca había buscado a mercaderes cristianos
que estaban viajando a través de la región, y ellos lo instruyeron en las doctrinas básicas de la fe.
Incluso le habían dejado una copia del Evangelio. Según Abdisho, unos doscientos mil miembros de
la tribu de este rey habían llegado a abrazar la fe cristiana.

El rey estaba bien comprometido con la nueva fe y estaba solicitando ser bautizado. Para ello
pedía instrucciones en cuanto a cómo prepararse. Se le indicó que debía ayunar por largos períodos
de tiempo durante un año. Los turcos entendieron que debían abstenerse de comer carne o
productos lácteos durante estos ayunos, pero ésta era su dieta básica y única. El patriarca respondió
a sus inquietudes diciéndole a Abdisho que debía enviar a un sacerdote y a un diácono a bautizarlos
y a ministrarles. En cuanto al ayuno, en razón de la ausencia de otros alimentos, ellos debían
abstenerse de comer carne, pero podían consumir productos lácteos. Éste es un interesante
ejemplo de contextualización misionológica.

MAPA 6 - EL CRISTIANISMO EN ORIENTE

_ El cristianismo en China

El cristianismo llegó a China en el año 635, el año en que la misión céltica llegaba al norte de
Inglaterra, en Northumbria. Si bien este movimiento fue muy pequeño, es suficiente como
ilustración para recordar que el cristianismo no es una religión exclusivamente occidental, sino
universal. Puede decirse, entonces, que para Inglaterra del norte y para el Lejano Oriente, la historia
cristiana comenzó en el año 635.

Los misioneros en China. El documento arqueológico más completo para la reconstrucción de la


llegada del cristianismo a la China es la Estela de Ch’ang-an, encontrada en la provincia de Xian. Esta
piedra de granito negro, grabada con caracteres chinos en todas sus caras, lleva por título
“Monumento que conmemora la transmisión de la Religión de la Luz en China.” Fue grabada en 781
y declara que la llegada del testimonio cristiano a la capital del Imperio Chino bajo la dinastía T’ang
(Ch’ang-an) se produjo en el año 635, cuando monjes siríacos de la Iglesia de Oriente, arribaron bajo
el liderazgo de Alopen (o Alouben). La dinastía T’ang fue una de las más destacadas en la larga
historia de la civilización y cultura china. La ciudad de Ch’ang-an contaba con alrededor de dos
millones de habitantes, lo que la hacía la más grande del mundo en aquel tiempo. El confusionismo
era la ideología predominante del Estado, pero se estudiaban también otras religiones e ideas como
el taoismo, el budismo, el zoroastrismo y el maniqueísmo. Entre estas nuevas ideas estaba la
representada por monjes provenientes del extremo occidental de Asia (Siria), y que en chino se
conocía como Jing Jiao (Religión Ilustre o Religión de la Luz o Luminosa).

Estela de Ch’ang-an: “La doctrina sagrada que ha traído luz al mundo vino aquí durante el
reinado del Emperador Taizong. Las enseñanzas gloriosas fueron traídas por Alouben, un
hombre de alta virtud del Imperio de Da Qin (Siria). Él vino sobre nubes azules trayendo las
escrituras verdaderas, y después de un viaje largo y arduo, arribó en Ch’ang-an durante el
noveno año de Zhenguan. El emperador envió a su ministro Fang Xuanling para saludarlo
en el suburbio occidental. El visitante fue bienvenido en el palacio donde se le pidió que
tradujera sus escrituras. Cuando el emperador oyó las enseñanzas, se dio cuenta
profundamente de que ellas hablaban la verdad. Por lo tanto, pidió que estas enseñanzas
fuesen enseñadas, y en el mes séptimo en el otoño del vigésimo año de Shenguan, proclamó
un decreto:

‘El Camino no tiene un nombre común y lo sagrado no tiene una forma común.
Proclamen las enseñanzas por todas partes para la salvación del pueblo. Alouben, el hombre
de gran virtud del Imperio de Da Qin, vino desde una tierra lejana y arribó a la capital para
presentar las enseñanzas e imágenes de su religión. Este mensaje es misterioso y
maravilloso más allá de nuestra comprensión. Las enseñanzas nos hablan acerca del origen
de las cosas y de cómo ellas fueron creadas y nutridas. El mensaje es lúcido y claro; las
enseñanzas beneficiarán a todos; y ellas deben ser practicadas por toda la tierra’.”

Los primeros misioneros en ir a China vinieron de Persia (Da Qin o Siria en la Estela), que para
aquel entonces estaba bajo el gobierno musulmán. El grupo misionero había sido enviado por la
Iglesia de Oriente, y estaba constituido por veintiún monjes de habla siríaca, bajo la dirección de
uno llamado Alopen. Un edicto imperial del año 638 les concedió tolerancia religiosa y el emperador
mismo les dio un monasterio en la ciudad capital. El sucesor del emperador ordenó la construcción
de monasterios en muchas provincias y le dio a Alopen el título de “Señor Protector de las Grandes
Enseñanzas.” La Estela señala: “La enseñanza se esparció a las diez direcciones y el país prosperó.
Se construyeron monasterios en cientos de ciudades y muchas personas recibieron bendiciones de
la Iglesia de la Religión de la Luz.”

Sin embargo, en 698, al cambiar la dinastía gobernante, los cristianos tuvieron que hacer frente
a la oposición, que por momentos fue muy violenta. Maestros budistas esparcieron rumores en
contra de los creyentes. Para el 712, la oposición comenzó en la capital misma y aparentemente
resultó en la destrucción de recintos y objetos sagrados. A mediados del siglo VIII se restauró el
favor imperial. Se construyó una iglesia en un ducado “donde la doctrina podía ser enseñada a más
personas de maneras simples y directas,” y “en poco tiempo, muchas personas fueron convertidas.”
El siguiente emperador no sólo permitió la predicación cristiana, sino que hizo regalos a un
monasterio y se les pidió a los monjes que dirigieran la adoración en el palacio imperial. Un nuevo
edicto de tolerancia permitió ciertos progresos en el trabajo misionero en varias provincias.
La teología en China. La primera parte de la Estela de Ch’ang-an es un resumen de la doctrina
cristiana sostenida por los primeros misioneros en llegar a China. La declaración de fe comienza
confesando a Dios Altísimo como el Creador, uno y eterno. En cuanto a los seres humanos,
“originalmente ellos no tenían deseo alguno, pero bajo la influencia de Satanás, abandonaron su
bondad pura y simple por el brillo y el oro.” Como consecuencia de esta situación es que apareció
Ye Su (Jesús), “Aquel que emana en tres cuerpos ocultos, escondió su verdadero poder, se hizo un
ser humano, y vino de parte del Señor del Cielo a predicar las buenas enseñanzas. Una virgen dio a
luz a lo sagrado en una morada en el Imperio Da Qin.” La Estela continúa expresando una cristología
bastante similar a la de Nestorio:

Estela de Ch’ang-an: “El mensaje fue dado a los persas quienes vieron y siguieron la luz
brillante para ofrecerle regalos. Los veinticuatro santos [los libros del Antiguo Testamento
según el canon hebreo], nos han dado las enseñanzas, y el cielo ha decretado que sea
proclamada la nueva religión de la ‘Pureza de los Tres-en-Uno de los que no se puede
hablar.’ Estas enseñanzas pueden restaurar la bondad a los creyentes sinceros, liberar a
aquellos que viven dentro de los límites de los ocho territorios [quizás las Bienaventuranzas,
Mt. 3:3–10], refinar el polvo y transformarlo en verdad, revelar el portal de las tres
constantes [probablemente fe, esperanza y amor, 1 Co. 13:13], conducirnos a la vida y
destruir la muerte. Las enseñanzas de la Religión de la Luz son como el sol resplandeciente:
tienen el poder de disolver el reino de las tinieblas y destruir para siempre el mal.

“Él puso a flote la barca de la salvación y la compasión de modo que podamos usarla
para ascender al palacio de la luz y unirnos con el Espíritu. Él llevó a cabo la obra de
liberación, y cuando la tarea fue completada, ascendió a la inmortalidad en un gran
resplandor de luz. Él dejó veintisiete libros de escrituras [Nuevo Testamento] para inspirar
nuestro espíritu; reveló las obras del Origen; y nos dio el método de la purificación por el
agua [bautismo].”

Es posible conocer algo más de la teología cristiana china primitiva a partir de documentos
encontrados en las cuevas de Tunhuang y Turfan. Estos documentos son muy parecidos a las sutras
budistas en su estilo. Uno de ellos, la Sutra de Jesucristo, ha sido fechado alrededor del 638 y puede
estar relacionado con la misión original de Alopen. Otras tres sutras, agrupadas bajo el título común
de Discursos sobre monoteísmo, parecen haber sido compuestas alrededor de 641.

Es interesante notar el vocabulario de estos manuscritos. En la Sutra de Jesucristo se usa el


nombre “Buda” para la divinidad, mientras que las otras tres usan el término chino I-shen (“Un
Dios”). Cristo es también llamado Shih-tsun (“Señor del Universo”) y el Espíritu Santo Liang-feng
(“Brisa o Viento Fresco”). Este lenguaje facilitaba la comunicación del evangelio en un contexto
típicamente budista y taoista. La Primera sutra litúrgica, compuesta cerca de 720, ilustra la
adaptación de la liturgia cristiana al contexto local con su oración a “Aquel con el rostro como jade.”

Sutra de Jesucristo: “De modo que Dios hizo que la Brisa Fresca viniese sobre una mujer
joven escogida llamada Mo Yan [María], que no tenía esposo, y ella quedó embarazada.
Todo el mundo vio esto, y entendió lo que Dios había obrado. El poder de Dios es tal que
puede crear un espíritu corpóreo y conducir al sendero claro y puro de la compasión. Mo
Yan dio a luz a un niño y lo llamó Ye Su, quien es el Mesías y cuyo padre es la Brisa Fresca.…
Dios mira con compasión hacia abajo desde el Cielo, y controla todas las cosas en el Cielo y
la Tierra. Cuando Ye Su el Mesías nació, todo el mundo vio un misterio brillante en los Cielos.
Todas las personas vieron desde sus casas una estrella tan grande como una rueda de carro.
Esta luz misteriosa brilló sobre el lugar donde Dios iba a ser encontrado, porque en este
momento el Único nació en la ciudad de Wen-li-shih-ken [Jerusalén] en el huerto de But
Lam [Belén]. Después que hubieron pasado cinco años el Mesías comenzó a hablar. Él hizo
muchas cosas milagrosas y buenas mientras enseñaba la Ley.… El Mesías ofreció su cuerpo
a los malvados por amor a todos los seres vivientes. A través de esto todo el mundo sabe
que toda vida es tan precaria como la llama de una vela. En su compasión él entregó su vida.

“Los malos trajeron al Mesías a un lugar apartado, y después de lavar su cabello lo


llevaron al lugar de ejecución llamado Chi-Chu [Gólgota]. Ellos lo colgaron alto sobre un
cadalso de madera, con dos criminales, uno a cada lado de él. Él colgó de allí por cinco
horas.… Temprano esa mañana hubo una luz solar brillante, pero a medida que el sol se
movió al Oeste, tinieblas vinieron sobre el mundo, la tierra se sacudió, las montañas
temblaron, las tumbas se abrieron y los muertos caminaron. Aquellos que vieron esto
creyeron que él era quien él decía que era. ¿Cómo puede alguien no creer? Aquellos que
toman a pecho estas palabras son verdaderos discípulos del Mesías.”

De las otras tres sutras mencionadas, la primera ofrece una discusión metafísica sobre la
naturaleza invisible de Dios, y la naturaleza visible e invisible del ser humano. La segunda trata con
la creación y la naturaleza humana (cuerpo, alma y espíritu). La tercera titulada El discurso del Señor
del Universo sobre la limosna, provee una ilustración del énfasis cristiano sirio sobre la importancia
del papel de las mujeres en el evento de la salvación.

A la luz de estos documentos, parece evidente que las autoridades chinas consideraban al
cristianismo como una secta similar al budismo. Esta identificación facilitó el ingreso del testimonio
cristiano en China bajo la dinastía T’ang.

Los resultados en China. Las crisis políticas internas y externas no fueron favorables para un gran
avance de la fe cristiana en China. La estela de Ch’ang-an describe la situación hasta el año 781,
cuando fue esculpida y termina con una nota de confianza. Dice la Estela: “Esta doctrina es grande
y sus obras son poderosas y misteriosas. Si soy forzado a describirla, las llamaría la obra del Señor
Tres-en-Uno. Todo lo que este humilde siervo ha hecho es registrar en el monumento lo que ha
sucedido y glorificar al Señor Primordial.” La historia posterior debe ser reconstruida a partir de
otros documentos.

A mediados del siglo VIII, la expansión árabe hacia el Este (especialmente Tibet) creó conflictos
con el Imperio Chino. En estos años, uno de los líderes chinos más destacados fue el duque Kuo Tzu-
i, quien defendió los territorios chinos de los avances árabes. El monumento de Xian dice que uno
de los comandantes nombrados por el emperador para acompañar al duque era un sacerdote
cristiano llamado I-ssu, a quien la Estela lo menciona como su donante. Para entonces, parece que
en algunas iglesias la adoración se hacía en chino y no en siríaco. Es probable que la creciente
identificación del cristianismo con el budismo haya sido la causa de su rápida declinación hacia
mediados del siglo IX. Los registros chinos mencionan a los cristianos hasta aproximadamente el año
900, cuando desaparece todo rastro de cristianismo en China. Las razones para este cataclismo
fueron dos.

Primero, persecución. En el año 845 un emperador pro-taoísta decidió suprimir las religiones
que no eran de origen chino, incluso el budismo. El edicto decía: “¿Cómo pueden las religiones
triviales de Occidente compararse con las nuestras?” El edicto menciona a monjes cristianos y
zoroastristas (se los menciona juntos, porque ambas religiones provenían de Persia) en número de
3.000 que, al igual que los budistas, debían “retornar al mundo para no confundir las costumbres
de China.” La política persecutoria duró sólo veinte meses. El budismo logró recuperarse, pero la
pequeña Iglesia cristiana se debilitó casi definitivamente.

Segundo, desorden. Las continuas guerras civiles durante el siglo IX crearon un clima de
inestabilidad e inseguridad. En el año 878 la rebelión arruinó todo el sur de la China y su comercio
marítimo. Los mercaderes extranjeros regresaron en multitud a Occidente, y la falta de un gobierno
estable puso fin a las comunicaciones pacíficas en Asia Central, y con todo esto, la tarea misionera
murió.

El último testimonio que oímos de este período viene de un cronista árabe que informa haber
conversado con un monje cristiano en Bagdad en 987. Siete años antes, el monje había formado
parte de una misión enviada por el patriarca para poner en orden las cuestiones de las iglesias en
China. Pero no pudieron encontrar a un solo cristiano en todo el territorio. A pesar de este informe
negativo, veremos más adelante que el cristianismo en el Lejano Oriente logró sobrevivir entre
algunas tribus del Asia Central, desde donde volvería a expandirse nuevamente hacia el Este.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Mirando hacia atrás a los primeros tres siglos del
movimiento cristiano en China, encontramos a una comunidad que jamás sumó más que
una docena de monasterios establecidos y varios miles de creyentes cristianos. El número
de cristianos empalidece a la luz de la fuerza de las escuelas budista y taoísta de ese
tiempo.… En ninguna otra parte en el mundo en los siglos séptimo y octavo puede uno
encontrar a cristianos comprometidos en un estudio y diálogo activo con budistas, taoístas,
zoroastristas, maniqueos e incluso vecinos confucionistas.… Hubo una buena cantidad de
mezcla de ideas entre estas varias tradiciones en China. Quizás … ésta fue en parte la causa
de la decadencia de estas primeras comunidades cristianas al final. El eclipse parcial de una
identidad cristiana distintiva dejó a los cristianos chinos con pocas razones para mantener
su propia existencia separada en medio de las escuelas de la dinastía T’ang en China.

“Un argumento histórico más probable es que a pesar de la notable obra de traducción
e incluso de composición de nuevas obras teológicas en chino, la mayor parte de la iglesia
cristiana en China desde los siglos séptimo al décimo permaneció como una comunidad de
extranjeros residentes. Si bien por algún tiempo en el siglo octavo Ch’ang-an fue constituida
como ciudad metropolitana por el patriarca en Bagdad, las iglesias en su mayoría
permanecieron dependientes del clero foráneo de la región de Balkh para su liderazgo. La
comunicación fue difícil a lo largo de la Ruta de la Seda después del surgimiento de los
árabes o por mar desde la India.”

LA RECUPERACIÓN EN OCCIDENTE

_ La Iglesia en Europa

Establecidos los reinos germánicos, y concretada la atomización política de Europa occidental,


la Iglesia quedaba como la única expresión de cierto orden institucional. La Iglesia se erigió como
celosa guardiana de la organización y cultura romanas. Poco a poco los monarcas germánicos se
fueron convirtiendo a la fe cristiana y con ellos sus pueblos. La Iglesia fue creciendo en su influencia
y prestigio. A fin de consolidar su unidad y la del mundo cristiano que lideraba, la Iglesia organizó y
estableció sus jerarquías siguiendo el modelo de la administración civil del desaparecido Imperio
Romano. De este modo, Europa quedó dividida en provincias eclesiásticas o arquidiócesis colocadas
bajo la autoridad de arzobispos. A su vez, cada arquidiócesis estaba constituida por un número de
diócesis bajo la autoridad de obispos. Las diócesis estaban compuestas por varias parroquias
urbanas y rurales a cargo de los presbíteros o curas párrocos.

Este conjunto de religiosos constituía el clero secular, porque vivía en contacto con el seculum
(mundo o sociedad). A partir del siglo V aparece otro tipo de clero cuyos miembros (monjes y
monjas) vivían en monasterios, alejados del mundo y sujetos a una disciplina determinada,
expresada en una regla monástica. Por ello mismo, estos religiosos pertenecían al clero regular. A
través de su clero, secular y regular, la Iglesia controlaba la totalidad de la vida cotidiana, desde el
nacimiento hasta la muerte. También ejercía un creciente poder en el campo político, al coronar y
deponer a reyes y emperadores. Pero sobre todo, moderó las costumbres de los germanos y ayudó
a la difusión de la cultura romana.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “El factor singular más importante que ligaba a los pueblos
de estas regiones [España, Galia, Italia y Gran Bretaña] alrededor del año 600 era la religión
católica: sus obispos proveían de una red administrativa de naturaleza moral y espiritual.
Las iglesias eran dueñas de tierras, promovían la educación y apoyaban los encuentros
regionales de sus líderes. Dentro de esta red en el Oeste, el obispo más poderoso era el que
ocupaba la sede histórica de Pedro en Roma, el Papa.”

Durante la temprana Edad Media el poder del papado se incrementó. El Papa de Roma jugó un
papel primordial en mantener viva y desarrollar la idea de un Imperio en Occidente. Ya desde los
días del papa Dámaso I (375), el Papa pretendía tener una autoridad suprema en materia de
enseñanza de toda verdad en la cristiandad. Dámaso basaba su pretensión en la doctrina petrina,
según la cual Jesús había establecido a Pedro como la “roca” sobre la cual la Iglesia debía ser
construida. Esta ideología del papel conductor del Papa como líder de la cristiandad occidental, fue
reforzada y ampliada por el papa Gregorio I (590–640). Él fue el primer miembro de una orden
monástica en llegar al papado. Los logros de Gregorio (conocido como el Grande) le valieron un
lugar de honor entre los grandes Padres de la Iglesia (junto con Jerónimo, Ambrosio y Agustín).
Gregorio desarrolló ideas como la de la penitencia y conceptos como el del purgatorio. Centralizó la
administración de la Iglesia y fue el primer Papa en gobernar como cabeza secular de Roma así como
de los territorios alrededor de la ciudad. Se destacó como gran estadista, especialmente en el
manejo de los lombardos que amenazaban con invadir sus posesiones. Gregorio apoyó a la orden
benedictina y, en un tiempo cuando las comunicaciones entre las diferentes partes de Europa
estaban colapsando, los utilizó para crear las bases institucionales de la Iglesia Latina occidental.

Todos, romanos y bárbaros, necesitaban un emperador, pero no lo encontraron en el Imperio,


sino en la Iglesia, que sobrevivió al Imperio y que con el papa Gregorio I alcanzó su apogeo. Gregorio
trajo al trono papal la planificación de un estadista y la devoción de un monje. Su contribución más
notable fue la misión a Inglaterra, que se concretó con misioneros del monasterio benedictino
fundado por él, bajo la dirección de un monje llamado Agustín (no es Agustín de Hipona).

_ El monasticismo en Europa

Al comienzo del período de declinación, algo empezó a ocurrir. Al principio debió haber parecido
sólo de importancia local, pero finalmente llegó a salvar la situación del testimonio cristiano en todo
Occidente. Se trató del surgimiento del movimiento monástico, como expresión de profunda
espiritualidad y de gran devoción. A medida que se profundizaba el deterioro moral y espiritual en
Europa fue creciendo el celo monacal. Debido al ingreso masivo de paganos a la Iglesia, a la violencia
e inestabilidad generalizada, a la falta de educación y al caos imperante, muchas personas veían en
la vocación monástica una manera de huir del mundo y sus poco atractivas circunstancias. El
monasterio ofrecía una vida más segura, anticipable y con buenas oportunidades para el desarrollo
cultural.

El monasticismo se originó en el Cercano Oriente. Los primeros monjes estaban motivados por
un deseo de vivir vidas dedicadas a la contemplación y la adoración a Dios. En Italia, Benito de Nursia
(480–540) estableció los fundamentos del monasticismo occidental, cuando hizo una contribución
típicamente romana, no inventando algo nuevo, sino agregando disciplina y orden a lo que ya
estaba. En el año 500 se hizo ermitaño, y en el 529 fundó un monasterio en Monte Casino, al sur de
Roma, destruyendo un templo de Apolo que había sobre una colina.

Benito había formulado una Regla, que establecía un modelo permanente para los monjes
occidentales. Hasta entonces, la vida de un monje estaba marcada por la pobreza y la castidad.
Benito enfatizó una tercera virtud: la obediencia. Benito le dio estabilidad a la vida monástica
mediante una buena organización. El monasterio estaba presidido por un abad asistido por un prior.
Si bien era estricta, la vida en un monasterio benedictino estaba bien balanceada en el uso del
tiempo: adoración y oración (en varios momentos del día); trabajo en el campo o en la cocina; y,
estudio. Algunos dichos famosos de Benito eran: “El ocio es el enemigo del alma,” y “Un claustro sin
libros es un fuerte sin armamento.” En menos de tres siglos los monasterios benedictinos se
esparcieron por todo el continente europeo, y la Regla de Benito llegó a unificar a todo el
monaquismo occidental.
_ Las misiones en Europa

Mientras el Islam destruía muchos baluartes cristianos antiguos y arrinconaba a la cristiandad


latina en Europa occidental, en el norte del continente europeo el cristianismo resistía
encarnizadamente el avance musulmán y lograba introducirse en nuevos territorios a través de
movimientos misioneros sumamente dinámicos.

El cristianismo en España. El evento más importante en la Península Ibérica a comienzos de la


Edad Media fue la conversión del rey visigodo Recaredo del arrianismo al cristianismo católico (587).
Dos años más tarde, Recaredo convocó el famoso Tercer Concilio de Toledo, el primero de una serie
de dieciséis cónclaves de la Iglesia, que se llevaron a cabo bajo la supervisión real entre 589 y 702.
Estos concilios se transformaron en un verdadero poder legislativo, integrado por miembros del
clero y la nobleza. La recopilación de las distintas disposiciones legislativas dictadas por esas
asambleas constituyeron la base del derecho español, que más tarde (687) quedó plasmado en un
código llamado Fuero Juzgo. Este Concilio fue importante porque su propósito declarado era la
conversión pública de los germanos y el fortalecimiento de la fe católica en todo el territorio (esto
antes de la invasión musulmana). Entre otras cosas, el Tercer Concilio de Toledo decretó que el
Credo fuese recitado antes del Padrenuestro toda vez que se celebraba la eucaristía. En las actas de
este concilio aparece por primera vez la cláusula filioque, el agregado de la frase “y del Hijo” al Credo
de Nicea en cuanto a la procedencia del Espíritu Santo.

Tercer Concilio de Toledo (589): “Por lo tanto confesamos que existe el Padre, quien genera
de su misma sustancia un Hijo co-igual y co-eterno con él mismo, pero no de tal manera que
sea tanto hijo como padre; sino más bien, el Padre que genera es una persona, y el Hijo que
es generado es otra, aun cuando ambos subsisten en una divinidad de sustancia. Porque el
Padre de quien el Hijo existe, él mismo existe de ninguna otra cosa; y el Hijo tiene un Padre,
no obstante él subsiste en divinidad sin comienzo y sin disminución, de tal manera que es
co-igual y co-eterno con el Padre. Y de manera similar, confesamos y predicamos que el
Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y es uno en sustancia con el Padre y el Hijo;
realmente que el Espíritu Santo es una tercera persona en la Trinidad, aunque tiene en
común con el Padre y el Hijo la esencia de la divinidad.”

Los visigodos eran los más cultos de los pueblos bárbaros y al fusionarse con los
hispanorromanos dieron origen a un alto grado de civilización en el reino que crearon en España. El
clero fue el depositario de la cultura y los trabajos literarios se ocupaban de temas referentes a la
religión, la moral y la historia. La figura más destacada de este período fue el arzobispo Isidoro de
Sevilla, un hombre erudito que escribió sobre casi todas las materias que, en su época, comprendía
el saber humano, desde teología hasta las artes mecánicas. Entre sus muchas obras se destaca
Etimologías, una obra monumental dividida en veinte libros, en los que se ocupa de temas religiosos,
y de derecho, legislación, historia y ciencias naturales.

El reino visigótico subsistió hasta principios del siglo VIII, cuando sucumbió a causa de la invasión
de los musulmanes. En 711, los musulmanes pusieron pie en tierra española y en el mes de junio
derrotaron al rey visigodo Rodrigo. Los enclaves cristianos quedaron arrinconados por la presencia
musulmana en algunos valles del Cantábrico y en la región montañosa de Asturias, a partir de 713.
De esta manera desapareció la monarquía visigoda y comenzó la lucha por la Reconquista, que se
prolongó por más de siete siglos como una verdadera cruzada cristiana. El iniciador de tal epopeya
cristiana fue el rey visigodo Pelayo, que logró vencer por primera vez a los invasores en la batalla de
Covadonga (718). Pero la expulsión de los musulmanes de la Península recién pudo ser completada
en 1492.

El cristianismo en las Islas Británicas. El desarrollo del testimonio cristiano en las Islas Británicas
tuvo dos movimientos fundamentales. Por un lado, está la misión celta, que representó una
corriente misionera proveniente del norte, básicamente del movimiento monástico desarrollado en
Irlanda. Uno de los misioneros celtas más famosos fue Columbano (543–615), contemporáneo de
Gregorio I. Nacido y educado en Bangor (Irlanda), condujo a un grupo de doce misioneros al
continente europeo (Galia) a fines del siglo VI. Allí estableció varios monasterios en el sur de Francia
y el norte de Italia, y compuso una regla monástica basada en las prácticas ascéticas celtas. Al igual
que muchos otros líderes espirituales de este período, Columbano es recordado por los milagros y
maravillas que llevó a cabo. Estas señales y prodigios sirvieron para llamar la atención de los paganos
y hacer que dejaran a sus dioses tradicionales por Cristo. En 603 escribió una carta a un sínodo de
obispos en Galia, en defensa de su adhesión a las costumbres de la Iglesia celta (especialmente en
cuanto a la Pascua) y en oposición con la práctica romana y gala.

Columbano: “Finalmente, padres, oren por nosotros así como nosotros lo hacemos por
ustedes, aunque estemos maltrechos, y rehúsense a considerarnos alejados de ustedes;
porque todos nosotros somos miembros unidos de un cuerpo, ya sean francos o bretones
o irlandeses o cualquiera que sea nuestra raza. Así que todas nuestras razas se regocijen en
la comprensión de la fe y la aprehensión del Hijo de Dios, y ocupémonos todos en lograr
una humanidad plena, a la medida de la estatura de la plenitud de Jesucristo, en quien
debemos amarnos unos a otros, alabarnos unos a otros, corregirnos unos a otros,
alentarnos unos a otros, orar unos por otros, para que con Él unos y otros podamos reinar
y triunfar.”

Otro gran protagonista de esta acción misionera celta fue Columba (521–597), a quien se lo
conoce como “apóstol de Escocia.” Columba era nieto del rey que gobernaba Irlanda cuando
Patricio, el misionero bretón que evangelizó ese país (432), fue capturado y hecho esclavo. Columba
llegó a ser abad y fundó varios monasterios en Irlanda, hasta el año 563, cuando “deseó ir en
peregrinación por amor a Cristo” dejando su tierra. Columba escogió a doce monjes que estaban
dispuestos a acompañarlo en su misión y fue a la isla de Iona, frente a la costa occidental de Escocia,
donde fundó un monasterio como base de operaciones. Columba no sólo fue apóstol de Escocia
sino también el fundador de la misión celta en Inglaterra, misión que desde el año 635 convirtió
buena parte del centro de las Islas Británicas (Northumbria). El año 597 es importante porque señala
el año de la muerte del celta Columba y el comienzo de la historia de la Iglesia en Inglaterra pues es
el año de la llegada del misionero romano Agustín (m. 604), que más tarde sería consagrado como
el primer Arzobispo de Canterbury.
Por otro lado, está la misión romana. El protagonista de este movimiento misionero jamás pisó
tierras británicas, pero fue uno de los estrategas misioneros más notables de toda la Edad Media:
Gregorio el Grande, a quien se lo conoce como el “apóstol de Inglaterra.” Gregorio I es uno de los
dos papas llamados “grandes.” Gregorio pertenecía a una familia noble de Roma (nació en 540).
Llegó a ser gobernador de la ciudad en una época muy difícil (572), de pobreza y peligros. Al morir
sus padres (574), heredó una gran fortuna, que entregó a los pobres, y transformó su casa en un
monasterio benedictino, haciéndose monje él mismo. En 578, el Papa lo envió a la corte del
emperador en Constantinopla como su representante, y luego lo colocó como su secretario
personal. En 590 fue nombrado Papa, sin que él buscara esa posición de honor. Durante el año que
pasó en Constantinopla se dio cuenta de que el emperador no podía hacer nada por Europa
occidental. Consciente de lo difícil de la tarea, asumió la responsabilidad de transformar a Roma en
la conductora y la salvadora de la cristiandad occidental.

Gregorio fue un gran misionólogo. Hizo planes a largo plazo, como que planeó la conversión de
toda Inglaterra cuando todavía el territorio no estaba unificado, de modo que hubo una Iglesia de
Inglaterra antes de que existiera Inglaterra. Alentó la adaptación a las costumbres nativas, ya que
instruyó a sus monjes que los templos paganos no debían ser abandonados si podían servir como
iglesias cristianas. También les indicó que había que aprovechar las fiestas paganas y hacerlas
cristianas. Agustín, con cuarenta monjes, después de un viaje largo y difícil, desembarcó con sus
compañeros en Kent (597), donde comenzaron sus contactos con los anglosajones. A los pocos
meses, Agustín informaba a Gregorio del bautismo de 10.000 anglosajones. Posteriormente, se
convirtió el rey y todo su reino; Agustín fue nombrado arzobispo (el primero de Canterbury) y se
creó una nueva provincia eclesiástica. Hubo varios obispados y la Iglesia estuvo relacionada con
Roma.

Como puede verse, en la evangelización de las Islas Británicas intervinieron dos tradiciones
cristianas diferentes: una celta y la otra romana. Esto dio lugar a la confusión, especialmente cuando
ambas corrientes se encontraron en Northumbria, en el centro de Inglaterra. El problema mayor
tenía que ver con la celebración de la Pascua, ya que unos la celebraban según el calendario celta y
otros según el latino. Pero en el fondo lo que se discutía era si la Iglesia de las Islas Británicas debía
ser independiente de Roma o no.

Para resolver este problema se convocó un sínodo, que tuvo lugar en Whitby, en el año 664. El
discurso decisivo lo tuvo Wilfrido, abad de un monasterio romano en Ripon (Inglaterra) y el primer
obispo anglosajón. Era un admirador de la Iglesia Romana, y en Whitby respaldó la posición de que
la Iglesia de Inglaterra dependiera de Roma. La victoria del partido romano fue un triste golpe para
la misión celta, que poco a poco regresó a Irlanda. Así, las Islas Británicas se pusieron en conexión
con el continente, aunque no sin heredar de la tradición celta del norte un profundo espíritu
misionero, que habría de manifestarse una y otra vez en su historia.

Un caso interesante de catolicidad lo ofrece quien fuera el séptimo arzobispo de Canterbury,


Teodoro de Tarso (602–690). Este monje vivía en Roma como refugiado por el avance musulmán en
el Este. El Papa lo consagró como arzobispo de Canterbury en 668, de modo que la cabeza de la
Iglesia en Inglaterra fue un monje proveniente nada menos que de Asia Menor y del Imperio
Bizantino. Teodoro fundó escuelas en las que se enseñó griego y latín, y trabajó diligentemente para
mejorar el liderazgo pastoral y la vida espiritual de su provincia eclesiástica. Nombró obispos, creó
diócesis nuevas, estableció un sistema parroquial, y celebró sínodos que acercaron todavía más a la
Iglesia de Inglaterra a Roma. Quizás la extraña combinación que se dio en Gran Bretaña de la
disciplina espiritual celta y su fuerte vocación misionera, con el pragmatismo romano y sus
conexiones con Roma, junto con la erudición teológica clásica representada por Teodoro, hicieron
que a lo largo del siglo VII surgiera una forma distintiva de cristianismo anglosajón. Más tarde, en
los siglos VIII y IX, se verían los frutos de esta amalgama de auténtica catolicidad en los territorios
en los que los misioneros anglosajones llevaron el testimonio cristiano.

El cristianismo en el norte de Europa. Inglaterra, de campo misionero se transformó en agencia


misionera, y apenas un siglo después de la llegada de Agustín de Canterbury se inició la expansión
del cristianismo hacia el continente europeo. Hubo dos personajes destacados en este proceso
misionero.

El primero de ellos fue Willibrordo (658–739) a quien se lo conoce también como el “apóstol de
los Países Bajos.” Wilfrido de Ripon, en uno de sus viajes a Roma, pasó algún tiempo en la costa de
los Países Bajos, donde quiso interesar a los jefes de las tribus bárbaras en la civilización cristiana.
Fue del monasterio de Wilfrido en Ripon de donde salió el primer gran misionero anglosajón:
Willibrordo. En el año 690 se embarcó junto con otros once monjes. Llegaron a Utrecht, donde
realizaron su obra y donde llegó a ser el primer obispo. Su trabajo misionero se realizó bajo la
protección de los francos, que estaban expandiéndose hacia el este. La historia lo recuerda como el
santo patrono de Holanda.

El otro protagonista importante de esta expansión cristiana anglosajona fue Winfrido o


Bonifacio (679–755), conocido como el “apóstol de Alemania.” Bonifacio nació en el año 679 y fue
educado en un monasterio cerca de Winchester, donde luego fue invitado para enseñar. Se hizo
monje y fue candidato a abad, pero se unió a Willibrordo en el año 718. De los Países Bajos continuó
su obra hacia Alemania. Fue consagrado obispo y más tarde arzobispo de Maguncia por el Papa,
quien en 739 le escribió para elogiarlo por “los cien mil germanos liberados de las ataduras
paganas.” El proceso de conversión no fue difícil, ya que contó con el respaldo de los ejércitos
francos, que abrieron Sajonia a la obra misionera. Además, Bonifacio apeló a los monjes y monjas
anglosajones a respaldar con oración y servicio su obra evangelizadora en Alemania. Cientos de
estos misioneros se unieron a su proyecto.

El incidente más dramático en su carrera misionera fue cuando derribó, ante la mirada
asombrada de una multitud, un roble dedicado a Thor, el dios del trueno, y luego con su madera
construyó una capilla. Su método fue establecer pequeños monasterios como bases misioneras. A
los setenta y cinco años se retiró de su ministerio como arzobispo y continuó involucrado en el
trabajo misionero. En el año 755, fue martirizado en Holanda, donde había dado sus primeros pasos
como misionero, cuando después de un viaje de predicación, reunió a sus convertidos para
ministrarles la confirmación, y hombres armados lo atacaron.
Destrucción del roble de Thor: “Muchas de las personas de Hesse fueron convertidas [por
Bonifacio] a la fe católica y confirmadas por la gracia del Espíritu: y recibieron la imposición
de manos. Pero había algunos, todavía no fuertes en su alma, que se rehusaban a aceptar
plenamente las enseñanzas de la verdadera fe. Algunos hombres sacrificaban en secreto, y
otros incluso abiertamente, a árboles y manantiales. Algunos practicaban en secreto la
adivinación, sortilegios y encantamientos, y otros en público. Pero otros, que eran de una
mente más sana ponían a un lado toda profanación pagana y no hacían ninguna de estas
cosas; y fue con el consejo y consentimiento de estos hombres que Bonifacio procuró
derribar un cierto árbol de gran tamaño, en Geismar, llamado en la lengua antigua de la
región, el roble de Jove [es decir, Thor]. El hombre de Dios fue rodeado por los siervos de
Dios. Cuando estaba listo para derribar el árbol, he aquí que una muchedumbre de paganos
que estaban allí lo maldijo agriamente entre ellos porque él era el enemigo de sus dioses. Y
cuando él había comenzado a cortar el tronco, una brisa enviada por Dios sacudió por arriba,
y de pronto la copa del árbol se quebró, y el roble con su enorme follaje cayó al suelo. Y se
rompió en cuatro partes, como por voluntad divina, de modo que el tronco quedó dividido
en cuatro grandes secciones sin ningún esfuerzo de los hermanos que estaban cerca.
Cuando los paganos que habían maldecido vieron esto, dejaron de maldecir y creyendo,
bendijeron a Dios. Entonces el más santo de los sacerdotes consultó con los hermanos y
construyó con la madera del árbol un oratorio y lo dedicó al santo apóstol Pedro.”

El cristianismo en el corazón de Europa. Las invasiones bárbaras terminaron aportando una gran
masa de nuevos aliados a la Iglesia de Roma en Galia, especialmente los francos, que fueron el reino
germánico más importante durante la temprana Edad Media. Desde la conversión de Clodoveo, los
francos favorecieron el desarrollo del cristianismo en sus territorios y fueron instrumentos de su
expansión a las nuevas tierras por ellos conquistadas. Fue gracias a la alianza entre los francos y el
papado, que el segundo pudo verse aliviado de los lombardos, que amenazaban invadir Roma y
ganar los territorios vecinos a esta ciudad, conocidos como los “estados papales.”

Muchas de estas concesiones se lograron gracias a documentos falsos, que sirvieron para
engañar a los monarcas francos y a sus sucesores durante mucho tiempo. Entre estos documentos
cabe mencionar a dos como los más influyentes. El primero, la Donación de Constantino, decía que,
cuando Constantino trasladó la capital del Imperio a Constantinopla (330), le había dado al obispo
de Roma el dominio de Occidente, además del territorio del norte de Italia, y había ordenado que
todo el clero cristiano debía responder al obispo romano. La falsificación fue hecha cerca del año
754, pero recién fue descubierta en el siglo XV por Lorenzo Valla (1407–1457). Para entonces, ya
había cumplido su propósito.

Donación de Constantino: “En nombre de la santa e indivisa Trinidad.… El emperador


Constantino … al más santo y bendito padre de los padres, Silvestre, obispo de la ciudad de
Roma y Papa; y a todos sus sucesores, los pontífices, que se sienten en la silla del bendito
Pedro hasta el fin del tiempo.… En razón de que nuestro poder imperial es terrenal, hemos
decretado que venere y honre a su más santa Iglesia Romana y que la sagrada sede del
bendito Pedro sea gloriosamente exaltada por sobre nuestro imperio y trono terrenal.
Atribuimos a él el poder y la dignidad gloriosa y la fuerza y honor del Imperio, y ordenamos
y decretamos que él también tenga gobierno sobre las cuatro sedes principales: Antioquía,
Alejandría, Constantinopla y Jerusalén, y también sobre todas las iglesias de Dios en todo el
mundo. Y el pontífice que por el momento preside sobre esa muy santa Iglesia Romana será
el más alto y principal de todos los sacerdotes en todo el mundo y conforme a su decisión
se resolverán todas las cuestiones que se emprendan para el servicio de Dios o la
confirmación de la fe de los cristianos.… Concedemos al ya mencionado y muy bendito
Silvestre, Papa universal, tanto nuestro palacio, como adelanto, y del mismo modo todas las
provincias, palacios y distritos de la ciudad de Roma e Italia y de las regiones del Oeste; y,
donándolos a su poder e imperio y de los pontífices, sus sucesores, nosotros …
determinamos y decretamos que lo mismo sea puesto a su disposición, y legalmente lo
otorgamos como una posesión permanente a la santa Iglesia Romana.”

Otros documentos importantes fueron las Decretales seudo-isidorianas, llamadas así por haber
sido atribuidas a Isidoro de Sevilla. Como se vio, Isidoro fue un arzobispo de esa ciudad y doctor de
la Iglesia, un líder que gozó de gran influencia durante la Edad Media por haber reunido en el siglo
VII toda la legislación eclesiástica conocida hasta entonces. A esta colección, en el siglo IX, se
agregaron documentos falsos, que llevaban la firma de un tal Isidoro Mercator. Su propósito era
fortalecer la posición del obispo de Roma, reclamando para él una jurisdicción suprema. No
existiendo en aquella época un sentido crítico, las Decretales fueron inmediatamente aceptadas
como genuinas, y la falsedad no se descubrió hasta que la Reforma despertó los estudios históricos
y críticos.

Los francos fueron quienes dominaron el corazón de Europa desde el siglo VI hasta el X. El hijo
de Carlos Martel, llamado Pipino el Breve (714–768), fue quien le puso fin al débil régimen de los
reyes merovingios y destronó al rey Childerico III, haciéndose coronar en su lugar. Así concluyó la
dinastía inaugurada con Clodoveo y comenzó la dinastía Carolingia (751), con el total apoyo de la
autoridad espiritual de la Iglesia. Pipino había enviado a Roma a dos obispos con el encargo de
consultar al papa Zacarías (papa de 741–752) respecto de los reyes merovingios que tenían el título,
pero no la autoridad. El Papa respondió que más valía llamar rey a quien poseía autoridad. Poco
después, Pipino fue consagrado solemnemente por el papa Esteban III (papa de 752–757), que se
trasladó a la abadía de Saint-Denis para ungirlo y proclamarlo “rey de los francos por la gracia de
Dios.”

_ El imperio cristiano en Europa

La derrota de los visigodos por los musulmanes en 711 y el rápido avance de éstos a lo largo de
la Península Ibérica hicieron temblar el corazón de Europa, la Galia. Hasta 750, España constituyó
un emirato bajo la dependencia del califa de Damasco y la antigua capital visigótica (Toledo) fue
reemplazada por Córdoba. En Francia, los reyes merovingios defendieron como pudieron sus
fronteras, hasta que en 732 los mulsulmanes fueron contenidos por Carlos Martel en Poitiers.

José Luis Romero: “La conquista de España por los musulmanes puso en contacto directo
dos civilizaciones. Esta circunstancia caracterizó todo el período subsiguiente, pues obligó
al mundo cristiano a adoptar una política dirigida por la idea del peligro inminente que lo
acechaba. La reordenación del Imperio occidental por los carolingios fue la consecuencia
más importante de esta nueva situación.”

Carlomagno (742–814). El más grande de los monarcas francos fue Carlos el Grande (del latín
magnis, “el grande”). Fue un gran guerrero, porque duplicó el territorio recibido de su padre (Pipino
el Breve). Fue también un gran organizador, porque supo manejar con mano firme el Estado y la
Iglesia. Y fue un gran promotor de la cultura, porque contribuyó significativamente a la educación,
si bien él mismo no sabía escribir y apenas podía leer en latín.

Como cristiano dejó mucho que desear, pero su política como gobernante ayudó a fortalecer y
extender la fe cristiana, si bien muchas veces usó la fuerza para ganar nuevos convertidos. En el año
773, los lombardos volvieron a amenazar los territorios papales, y el papa Adriano I (papa de 772 a
795) pidió auxilio al “Patricio de los romanos,” Carlomagno. Éste cruzó los Alpes con un gran ejército
y destruyó a los lombardos en forma definitiva. Así, Carlomagno se transformó en el protector de
Roma. En el norte de Alemania, Carlomagno extendió los territorios francos conquistando a los
sajones (780), que todavía no habían aceptado el cristianismo, a pesar de la obra misionera de
Bonifacio. Con el bautismo forzado de los sajones, vemos por primera vez el uso a gran escala de la
fuerza y violencia militar para obligar a un pueblo a convertirse al cristianismo. Por otro lado, la
conquista de Alemania fue un hecho importante, porque marcó el primer gran avance logrado por
la cultura latina y la fe cristiana al este del Rin. Así, pues, con Carlomagno se puede hablar por
primera vez de una entidad política y culturalmente singular llamada Europa.

José Luis Romero: “Así constituyó Carlomagno un vasto imperio, que reproducía con ligeras
variantes el antiguo Imperio Romano de Occidente—sin España, pero extendiéndose hacia
Germania—, en el que se reunían los antiguos reinos romanogermánicos. La fuerza
realizadora del nuevo imperio provenía del poder extensivo del pueblo franco y del genio
militar y político de Carlomagno, pero la inspiración provenía, sobre todo, del papado, que
se consideraba heredero de la tradición romana y pugnaba por reconstruir un orden
universal cristiano.”

El largo reinado de Carlomagno permitió el desarrollo de una cultura cristiana carolingia


(renacimiento carolingio), que contó con el respaldo entusiasta del emperador y de algunos
religiosos que lo respaldaron. Entre ellos cabe mencionar al anglosajón Alcuino (735–804), el franco
Eginardo (770–840) y el lombardo Pablo Diácono (730–796). El primero fue el líder del movimiento
intelectual de Carlomagno, pues actuó durante quince años como organizador y director de la
escuela palatina, destacándose por su erudición teológica. El segundo fue el consejero íntimo del
emperador y autor de varios relatos históricos imitando a los escritores de la antigüedad, entre ellos
una biografía de Carlomagno. El tercero fue un cronista que escribió una Historia de los lombardos
y sirvió como consejero del emperador. Todos estos eruditos escribieron en latín, considerado por
entonces como el idioma por excelencia para la expresión intelectual, y que ya servía como la lengua
sagrada de la Iglesia.
Fernando Picó: “Aconsejado por el monje anglosajón Alcuino, Carlomagno impulsó la
revisión cuidadosa de las copias circulantes de la Vulgata (la traducción latina de la Biblia
por Jerónimo) y la renovación de la caligrafía (con la introducción de la llamada minúscula
carolingia, precursora de la actual escritura del alfabeto latino). Alcuino dirigió una escuela
para clérigos en la residencia principal de Carlomagno en Aachen (Aix-la-Chapelle en francés
y Aquisgrán en español). También aconsejó al emperador a que patrocinara a distinguidos
escritores como Teodulfo de Orleáns. Bajo tales impulsos florecieron las escuelas de las
catedrales.”

El Papa y el emperador. A sus conquistas territoriales, Carlomagno agregó la conquista del título
de emperador romano, desaparecido en Occidente desde la época de las invasiones bárbaras (476).
El papado desempeñó un papel muy importante en la restauración de la dignidad imperial. La Iglesia
necesitaba de un Estado fuerte, que la protegiera de los reinos enemigos. El Papa era un señor
feudal más, que no tenía poder militar suficiente como para defenderse. Carlomagno gobernaba un
vasto reino, que incluía los territorios de la Iglesia, y tenía la fuerza necesaria como para traer paz y
seguridad a Roma. Ante esta situación se llegó a pensar que el plan de Dios era que el Papa tuviera
el poder espiritual y el emperador el poder terrenal. Papa y emperador se necesitaban mutuamente.

José Luis Romero: “Desde principios del siglo VII, el papado había acrecentado
considerablemente su autoridad, gracias a la enérgica y sabia política de Gregorio el Grande,
y poco a poco la Iglesia había ido adquiriendo una organización cada vez más autocrática y
jerárquica debido a la progresiva aceptación, por parte de los obispos, de la autoridad
pontificia. La conversión de diversos pueblos conquistadores a la ortodoxia había permitido
y facilitado esta evolución, de modo que, al promediar el siglo VIII, el papado poseía una
autoridad que le permitía gravitar sobre la vida internacional del Occidente con manifiesta
eficacia. Sólo le faltaba el ‘brazo secular,’ es decir, una fuerza suficientemente poderosa
para hacer respetar sus decisiones y ponerlo al abrigo de todas las amenazas. El pueblo
franco aceptó esa misión por medio de los duques de Austrasia, que lograron en cambio el
beneplácito papal para su acceso al poder real, y desde entonces la unión entre ambos
poderes fue estrecha y fecunda.”

Carlomagno necesitaba del Papa, porque sólo él podía otorgarle el título de “emperador de los
romanos”. El papa León III necesitaba de la protección del rey franco, porque había sido expulsado
de Roma por una revuelta popular en 799 y no tenía medios políticos ni militares para retomar el
poder perdido. Así, el día de Navidad del año 800, Carlomagno fue coronado como emperador por
el papa León III (papa de 795 a 816) en la Iglesia de San Pedro, en Roma. La restauración imperial no
significaba para Carlomagno mayor poder territorial o político. Pero tenía un extraordinario alcance
moral, pues le daba a Carlomagno, convertido en heredero de los césares romanos, el magnífico
prestigio de la dignidad imperial, que cuatrocientos años de invasiones y de luchas no habían
logrado disipar. Así se fortaleció una relación que habría de llevar a una parcial unificación de Europa
y al desarrollo de la autoridad papal.
El Sacro Imperio Romano-Germánico. El gran Imperio creado por Carlomagno se deshizo a la
muerte de su sucesor Ludovico Pío, cuyos hijos se repartieron el Imperio en el Tratado de Verdún
(843): Carlos el Calvo recibió Francia; Luis el Germánico, Alemania; y Lotario, la Lotaringia que
comprendía el valle del Rin, los Alpes y el norte de Italia. Al mismo tiempo le correspondía la dignidad
imperial que recibiría en lo sucesivo el nombre de Sacro Imperio Romano-Germánico. En el Tratado
de Verdún quedaron echados los cimientos de Francia y Alemania y de los futuros estados de
Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Suiza. Fue la primera tentativa de equilibrio europeo basada en la
estructura social y económica de los estados. La rivalidad de los príncipes y la invasión de los
normandos, de los magiares y de los musulmanes, deshicieron la obra de Carlomagno.

El primer monarca alemán fue Otón I el Grande (936–973) de la casa de Sajonia, que impuso su
autoridad a la nobleza unificando todos los ducados germanos. Extendió su reino hacia el Este
derrotando a los húngaros y eslavos, y a imitación de Carlomagno creó marcas fronterizas de
contención. Fue coronado emperador por el Papa en Roma el año 962 fundándose así
definitivamente el Sacro Imperio Romano-Germánico. Sin embargo, pronto la intervención del
emperador en los asuntos eclesiásticos y el carácter feudal de muchos prelados alemanes, originó
grandes conflictos con el pontificado: las luchas político-religiosas conocidas como las guerras de las
investiduras.

Fue Otón I quien puso en vigor una estrecha política de colaboración con los obispos y abades.
En vez de delegar en condes las atribuciones principales del Estado, Otón I creó vastos principados
eclesiásticos, encomendados a los obispos y abades del reino. A la muerte de cada prelado el rey
intervenía para nombrar a su sucesor. Era frecuente que el seleccionado fuera uno de los capellanes
de la corte, vinculado a alguna familia aristocrática y miembro de algún cabildo catedralicio. De esta
manera el control de estos principados eclesiásticos nunca pasaba fuera de las manos de la corona,
pues los elegidos habían sido formados en la corte real. La autoridad real tenía un firme apoyo en
los prelados alemanes, pero en algunas ocasiones los obispos alemanes manifestaron su
independencia de criterio frente a la corona, especialmente en asuntos relacionados con la
integridad de sus diócesis. La situación de estrecha alianza entre el rey y los prelados alemanes duró
un siglo, pero como veremos más adelante tuvo inesperadas consecuencias.

En el 955, Otón I obtuvo una completa victoria sobre los magiares en el Lechfeld. Esta victoria
reafirmó el prestigio de la corona como preservadora del orden. A la vez Otón I fomentó la
conversión de los daneses, los eslavos y los magiares al cristianismo y trató de utilizar los adelantos
en la evangelización para extender la influencia del reino.

El Papa como cabeza de la cristiandad occidental. Los cristianos occidentales de la Edad Media
estaban convencidos de que el obispo de Roma tenía un lugar central en el reino de Cristo. Pensaban
de él como “vicario” o representante de Pedro. En muchos sentidos, el obispo de Roma era único y
la leyenda ayudó a esto (por ejemplo, la Donación de Constantino y las Decretales seudo-
isidorianas). El Papa había actuado en forma independiente durante mucho tiempo como único
gobernante de Roma y de sus territorios vecinos. En Europa se presentaba como el único poder
“romano” unificador y como el representante de la única autoridad central: “La Santa Iglesia
Romana.”

Sobre estas premisas básicas se movió el papa Nicolás I (papa de 858 a 867), que de cabeza de
la Iglesia transformó al papado en cabeza de la cristiandad, es decir, en gobernador de todos los
territorios donde la Iglesia tenía poder e influencia. Su lema era: “Aquello que el Papa ha decidido
debe ser observado por todos.” Era un hombre de valor y atrevimiento, que tuvo la fortuna de no
enfrentar a un poder secular demasiado fuerte. Esto le permitió excomulgar al patriarca de
Constantinopla durante un breve cisma, obligar al emperador del Sacro Imperio a tomar
nuevamente a su esposa, de la que se había divorciado, y a humillar a los arzobispos renuentes que
no querían obedecerlo.

_ El avance hacia el centro y el este de Europa

La mayoría de los pueblos que habitaban la región en este período eran eslavos. A lo largo de
estos años, los eslavos ubicados más hacia Occidente adoptaron un cristianismo de tipo
católicorromano y quedaron bajo la tutela de Roma. Los territorios que hoy comprenden la
República Checa, Eslovaquia, Austria, Hungría, Eslovenia y Croacia eran parte del Sacro Imperio
Romano-Germánico, bajo Carlomagno. A la muerte de este monarca, el Imperio se dividió en tres,
y la parte oriental del mismo (las provincias eslavas) quedó en manos de un nieto de Carlomagno,
Luis el Germano. Los pueblos eslavos ubicados hacia el Este siguieron un cristianismo de tipo griego
(bizantino), que tenía su centro de influencia en Constantinopla. A los pueblos eslavos que
aceptaron el cristianismo católicorromano hay que agregar a los ávaros y magiares, y más tarde a
algunos pueblos de la cuenca sur y este del Báltico.

De este modo, a partir del siglo IX se dio un período de intensa rivalidad misionera. La presencia
de dos versiones del cristianismo, especialmente en Europa central, cada una tratando de convertir
a reyes y naciones, y de ampliar su esfera de influencia, explica el éxito que tuvieron en ganar a las
sociedades paganas para el cristianismo. En todos estos casos, el proceso de entrada a la Iglesia era
generalmente por grupos o en masa. A la conversión del rey seguía la conversión y bautismo de
todo su pueblo. Los misioneros fueron monjes y el resultado fue el establecimiento de la ideología
de cristiandad.

Paul Johnson: “Parece que los primeros conversos francos estuvieron guiados por
consideraciones de carácter militar, más o menos como el propio Constantino: un ejército
cristiano tenía más probabilidades de ganar una batalla. Otro factor fue la incapacidad de
las sociedades paganas germánicas para producir una explicación satisfactoria de lo que
sucedía después de la muerte, en contraste con la certidumbre de salvación ofrecida por el
cristianismo.”

El cristianismo en Europa central. Desde Alemania, el cristianismo se expandió hacia el Este


avanzando sobre Europa central. Los ávaros se convirtieron alrededor del año 800. Estaban
establecidos en Europa central desde el siglo VII y habían asolado los territorios balcánicos del
Imperio Bizantino. En 795, bajo presión de los francos, uno de los jefes ávaros se sometió al gobierno
carolingio y al año siguiente todo el pueblo se hizo cristiano y quedó bajo el dominio del cristianismo
romano. En las décadas subsiguientes importantes grupos de eslavos, incluyendo a croatas, serbios,
eslovenos y checos, aceptaron la fe cristiana. A lo largo del siglo IX el poder germano continuó siendo
un factor político importante en Europa central. Y esto hizo que el cristianismo latino se expandiese
a todos los pueblos dominados y conquistados. En 871 se convirtió y fue bautizado el rey de
Bohemia, bajo la predicación de Metodio. Hacia el año 1000, el cristianismo estaba penetrando en
Polonia y también en Hungría. En Hungría se convirtió su rey, Esteban (997–1038), que luego sería
canonizado como San Esteban. Todos estos reinos quedaron bajo la jurisdicción de Roma, puesto
que eran territorios eslavos del Sacro Imperio Romano-Germánico.

MAPA 7 - EL CRISTIANISMO EN EUROPA CENTRAL Y ORIENTAL

El cristianismo en Europa oriental. Desde Constantinopla, el cristianismo se expandió hacia el


oeste avanzando sobre Europa oriental. Mientras que en Occidente se fortificaba la cristiandad
latina, recuperándose del desorden provocado por las invasiones bárbaras, y ahora aliviada de la
amenaza musulmana en España (después de la batalla de Tours), en Europa oriental la Iglesia
Ortodoxa Oriental (griega) obtenía considerables triunfos misioneros. A pesar de que la Iglesia
Griega había sufrido por las controversias teológicas y el avance del Islam, su vitalidad durante los
siglos VIII y IX se ve en su expansión misionera. Después de la controversia iconoclasta, el Imperio
Bizantino y la Iglesia Griega experimentaron un avivamiento, y el patriarca Focio (810–885)
contribuyó grandemente a la expansión misionera.

Constantino y Metodio. Los protagonistas más importantes en la evangelización bizantina de los


pueblos eslavos fueron Constantino (827–869) y Metodio (815–885), considerados como los
apóstoles a los eslavos. Hacia el año 862, estos dos misioneros fueron enviados desde
Constantinopla para trabajar entre los eslavos de Moravia, a pedido de su rey Ratislavo. Constantino
(conocido en Occidente como Cirilo el Filósofo) había sido secretario del patriarca de Constantinopla
y era un destacado filósofo y lingüista. Metodio era su hermano mayor y también un hombre
notable. La obra mayor de estos extraordinarios misioneros fue la traducción de la Biblia al idioma
eslavo. Para esto, tuvieron que inventar un alfabeto, ya que el eslavo no tenía escritura. Tradujeron
también otros libros cristianos y la liturgia. Para componer el alfabeto eslavo usaron letras griegas,
inventando así la escritura de pueblos tan importantes como los eslavos rusos. Los eslavos de
Moravia tuvieron que decidirse entre seguir a la Iglesia Latina (o Romana) o la Iglesia Griega, ya que
estaban en el medio de estas dos influencias. Finalmente, se decidieron por Roma y Metodio fue
consagrado por el Papa como su obispo.

John Foster: “Es auspicioso encontrar que en este período, cuando estaba aumentando la
división, misioneros de la Iglesia Griega estaban siendo aceptados por la Iglesia Latina, y
estaban siendo alentados en la creación de una sección eslava en su seno. Es también
agradable registrar que en 881 Metodio visitó Constantinopla, donde fue honrado por el
Emperador y el Patriarca. Ambos mostraron un vivo interés en la Biblia eslava, que Metodio
había completado, y en la liturgia eslava. Metodio murió en 885, y apropiadamente, su
servicio funeral fue en tres idiomas, latín, griego y eslavo. Él pertenecía a los tres.”

Europa del Este. Dos fueron los principales territorios de expansión cristiana en esta dirección:
Bulgaria y Rusia. A mediados del siglo IX, Bulgaria estaba emergiendo como Estado entre dos
imperios: el Imperio Carolingio al Oeste y el Imperio Bizantino al Este. Al principio, pareció que su
rey, Boris (gobernó de 852 a 888) iba a aceptar el cristianismo de parte de los francos. Pero en 865
se convirtió al cristianismo ortodoxo y fue bautizado por los griegos. El clero bizantino fue
bienvenido en Bulgaria y penetró profundamente en la región. Boris le escribió al patriarca de
Constantinopla, Focio, para solicitarle ayuda a fin de establecer una Iglesia autónoma con su propio
patriarcado. La respuesta de Focio fue insatisfactoria. En 866, Boris le escribió al papa Nicolás I
pidiéndole que respondiese a un buen número de preguntas. Nicolás I despachó a dos obispos y
respondió a todas las preguntas, pero rechazó la petición de Boris de convertir en patriarcado a
Bulgaria. Las preguntas de Boris no eran teológicas, sino éticas. Sus interrogantes reflejan las
tensiones provocadas entre los búlgaros por el ritualismo ortodoxo. Estas preguntas muestran
también cuán influyente era el cristianismo sobre la vida cotidiana durante la Edad Media.

La lucha entre la Iglesia Romana y la Iglesia Griega por el control de Bulgaria profundizó las
diferencias entre Roma y Constantinopla. Finalmente, los búlgaros optaron por el cristianismo
ortodoxo de Constantinopla en razón de su proximidad geográfica, su riqueza y prestigio, y su mejor
contextualización a la cultura eslava. Los griegos se mostraron más flexibles que los latinos
especialmente en el uso de la lengua vernácula en el culto y los escritos sagrados. Fue en Bulgaria
donde la religión cristiana alcanzó su expresión eslava más plena. La Iglesia de Constantinopla ganó
a casi todas las naciones eslavas respetando su cultura.

Rusia era la más grande de las naciones eslavas y estaba poblada por los eslavos del Este: los
ros. Hacia el año 950 había algunos cristianos en Kiev. En 957 la reina Olga, quien había sucedido a
su marido en el trono, viajó a Constantinopla para ser bautizada, pero su influencia cristiana se vio
frustrada por su hijo, que era pagano. Pero su nieto Vladimiro I (m. 1015), después de dudar entre
el paganismo y el cristianismo, terminó por aceptar la fe cristiana en el año 987, cuando se casó con
Ana, la hermana del emperador bizantino. Al año siguiente fue bautizado y pidió sacerdotes a la
Iglesia de Constantinopla para establecer el cristianismo en sus dominios. Muy pronto llegaron
monjes que desarrollaron un fuerte movimiento monástico, que se esparció por toda Rusia. Es
evidente que Vladimiro estaba más impresionado con la civilización y el prestigio de Bizancio, que
con el significado de la fe cristiana. Era un príncipe tiránico y lascivo, y continuó así después de su
supuesta “conversión.” De igual modo, el bautismo de miles de sus súbditos en el río Dniéper careció
de convicción y se trató sólo de conversiones nominales y masivas, en obediencia a sus órdenes.
Este dudoso comienzo, no obstante, aseguró el futuro del cristianismo en Rusia. Toda Rusia se hizo
cristiana y Vladimiro es recordado todavía hoy como su santo más importante.

Vladimiro de Kiev: “He aquí, los búlgaros vinieron ante mí urgiéndome a aceptar su religión
[islamismo]. Luego vinieron los germanos y alabaron su propia fe [cristianismo romano]; y
después de ellos vinieron los judíos. Finalmente aparecieron los griegos [cristianismo
bizantino], criticando a todas las otras creencias pero recomendando la propia, y hablaron
largamente, contando la historia de todo el mundo desde su comienzo. Sus palabras fueron
habilidosas, y fue maravilloso escucharlos y placentero oírlos. Ellos predicaron la existencia
de otro mundo. ‘Quienquiera que adopte nuestra religión y luego muere resucitará y vivirá
por siempre. Pero quienquiera que abrace otra fe, será consumido con fuego en el mundo
venidero’. ¿Cuál es la opinión de ustedes [los consejeros reales] sobre este tema, y qué
responden?… [El informe de los enviados reales decía]: ‘Cuando viajamos entre los búlgaros,
observamos cómo adoran en su templo, llamado mezquita, mientras están relajados. El
búlgaro se inclina, se sienta, mira de acá para allá como un poseído, y no hay felicidad entre
ellos, sino sólo tristeza y un hedor espantoso. Su religión no es buena. Luego fuimos entre
los germanos, y los vimos llevando a cabo muchas ceremonias en sus templos; pero no
observamos ninguna gloria allí. Luego fuimos a Grecia y los griegos nos llevaron a los
edificios donde ellos adoran a su Dios, y no sabíamos si estábamos en el cielo o sobre la
tierra.… Lo único que sabemos es que Dios mora allí entre los seres humanos, y su culto es
mejor que las ceremonias de otras naciones’.”

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 500–950

_ Elementos

El punto de mayor avance en la expansión del poder franco en el año 800, en ocasión del
coronamiento de Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, es un buen
momento para hacer un balance histórico de las ganancias y pérdidas del cristianismo en todo el
período. De todos modos, hay tres elementos que permiten calificar a todo el período del 500–950
como un tiempo de retroceso para el testimonio cristiano.

Un primer elemento a tomar en cuenta son las invasiones bárbaras, que pusieron fin al Imperio
Romano cristiano. Las pérdidas iniciales del período, en ocasión de la entrada de los bárbaros
germanos al ámbito geográfico del Imperio Romano, dieron lugar al establecimiento de reinos
germánicos, muchos de ellos con un trasfondo arriano, pero los más aguerridos todavía estaban
sumidos en el paganismo. Poco a poco estos reinos se fueron convirtiendo al cristianismo romano,
pero mientras tanto, el desarrollo y expansión del testimonio cristiano estuvo en peligro.

Un segundo elemento, que provocó mayores pérdidas de territorios cristianos se dio con el
avance del Islam desde el siglo VII en adelante. Partiendo de Arabia, los musulmanes alcanzaron la
costa de Siria e intentaron penetrar en Asia Menor, y, luego, cruzando por el norte de África llegaron
a Gibraltar, para entrar en la Península Ibérica y pasar a Francia, donde fueron detenidos (732). El
avance musulmán llegó a poner en peligro la continuidad histórica del testimonio cristiano en
Europa occidental.

Un tercer elemento de pérdida son las invasiones bárbaras en Oriente, que amenazaron en
forma continuada al Imperio Bizantino y redujeron el número de cristianos en su territorio. Ávaros
y eslavos se sumaron a los persas, primero, y luego a los musulmanes para mantener en jaque
durante muchos años a Constantinopla.

_ Ganancias

A pesar de los elementos que indican un período de retroceso para el cristianismo durante la
temprana Edad Media, hay otros elementos que representan indicios de recuperación. Durante este
período, en Europa occidental, la Iglesia de Roma apareció como la Iglesia Madre de la cristiandad.
Su influencia llegó hasta el noroeste de Europa, donde en 496 se convirtieron los francos y en 589
hicieron lo propio los visigodos en España (Recaredo). En 597, desde Roma, se envió una misión a
Canterbury (Inglaterra), mientras que desde el 562 se establecieron misioneros celtas en la isla de
Iona (junto a Escocia), desde donde comenzó la evangelización de Northumbria, en 635. Las
corrientes misioneras céltica y romana convergieron en Whitby, en 664, donde los romanos ganaron
las deliberaciones del Sínodo allí celebrado. Gran Bretaña fue una ganancia importante, porque
desde estas islas salieron importantes contingentes misioneros hacia el continente europeo: hacia
Holanda en 690, y hacia Alemania un poco más tarde, en el año 719. Estas misiones estuvieron bajo
el patrocinio de los francos, cuyo reino cristiano era el mayor de Europa y estaba en plena expansión.
Esto significó un importante apoyo para las pretensiones de unidad religiosa en el corazón de
Europa, promovida por el Papa de Roma. Con la asociación del papado al imperio carolingio la
autoridad romana se fortaleció enormemente y el cristianismo se expandió hacia el centro y el este
de Europa.

Mientras tanto, el Imperio Romano de Oriente (Imperio Bizantino) sobrevivía como podía, si
bien con algunas pérdidas considerables. A pesar de esto, la Iglesia Griega envió a misioneros como
Constantino y Metodio, que ganaron reinos eslavos y dieron forma escrita a su lengua. Desde
Constantinopla se contribuyó para la conversión de reinos como Moravia, Bulgaria y Rusia.

Fernando Picó: “Bizancio logró una temprana hegemonía religiosa y cultural sobre los
búlgaros y la mayoría de los pueblos eslavos del Este, que fue reforzada cuando los
hermanos monjes Cirilo y Metodio introdujeron el alfabeto cirílico. Los polacos y algunos de
los grupos eslavos occidentales, recibieron el cristianismo desde Alemania o Italia y giraron
posteriormente en la órbita religiosa y cultural de Occidente. El estado húngaro, que dividía
a unos eslavos de otros, vino a determinar la orientación cultural predominante de los
eslavos, unos orientados hacia el oeste y otros hacia Constantinopla. La cristianización de
los eslavos y los esfuerzos políticos y diplomáticos por contenerlos acapararon la atención
del imperio bizantino y fueron un elemento adicional en el distanciamiento operado con el
oeste.”

_ Pérdidas

Hacia el siglo IX, éstas resultaron mayores en Oriente que en Occidente, en razón de que tribus
paganas estaban presionando sobre Europa occidental y el Imperio Bizantino desde Europa oriental.
Algunos de estos pueblos eran: los vindos, los eslavos del norte (es decir, los checos), los ávaros, los
eslavos del sur (los serbios) y los búlgaros. En el extremo occidental del mundo conocido, los vikingos
(normandos) paganos comenzaron a saquear, con ataques relámpagos, las costas del Mar del Norte
y pronto se esparcirían por todas partes, hasta entrar en el Mediterráneo.

A pesar de lo incierta que parecía ser la situación, se nota en general un cuadro mejor que el de
los siglos V y VII. El cristianismo no estaba meramente a la defensiva, sino que tenía fuerzas
suficientes como para avanzar en varios frentes, tanto en Occidente como en Oriente.

GLOSARIO

abad: denominación que deriva de la palabra aramea abba (padre o papá) con que se llama, desde
los inicios del siglo IV, al asceta que guiaba a otras personas en la adopción de este tipo de vida. A
partir de la regla de Benito de Nursia, el título pasa a Occidente, contando con un desarrollo
posterior considerable durante la Edad Media.

abadesa: título derivado del latín abbatisa que hace su aparición en torno al año 514. Es el
equivalente femenino del abad y al igual que esta última figura resulta fruto de un desarrollo eclesial
posterior ajeno al descrito en el Nuevo Testamento.

abásidas: califato de mayor duración en el gobierno (656–1258). La dinastía descendía de Abbás, tío
de Mahoma, y por ello mantenía la pretensión de gozar de derechos hereditarios al califato.
Valiéndose del apoyo inicial de los alidíes (descendientes de Alí, el primo de Mahoma), los abásidas
derrotaron a los omeyas y consiguieron el nombramiento como califa de Abul-Abbás. Su sucesor,
al-Mansur, fundó Bagdad, convertida pronto en un centro importante de cultura.

alta Edad Media: es el período (siglos IX al XIII) que transcurre desde la disolución del Imperio de
Carlomagno hasta el comienzo de la crisis medieval. En su transcurso aparecen obras fundamentales
del intelecto, como la Suma teológica de Tomás de Aquino y las catedrales góticas. Declina la
autoridad de los reyes y surge la Europa feudal que se disgrega en gran número de señoríos. No
sucede lo mismo con el Imperio Bizantino y el califato árabe, pues ambos mantienen su unidad
durante más tiempo.

ascetismo: del griego askesis (ejercicio, laboriosidad), se refiere a la práctica estricta de la auto-
negación como una medida de disciplina personal y especialmente espiritual, a través de la oración,
el ayuno, la meditación y la mortificación del cuerpo.

baja Edad Media: es la etapa (siglos XIV y XV) en que diversas transformaciones llevan a la crisis del
mundo medieval. Aparece la burguesía urbana, que muy pronto acumuló grandes riquezas, y no
tardó en luchar contra la nobleza, primero por el predominio económico y luego por el político. Los
monarcas se apoyaron en los burgueses para enfrentar a los nobles y en esta forma, consolidarse
en el trono. Se produjeron conflictos políticos, sociales, económicos y religiosos, y el feudalismo
entró en decadencia.

bárbaros: del latín barbari o del griego barbaroi, se refería a personas cuya lengua sonaba como
“bar-bar” (bla-bla), es decir, una lengua incomprensible.

bien cultural: toda la cultura existente en una sociedad específica en un momento dado. El término
es usado con mayor frecuencia en los debates acerca del desarrollo de las invenciones o
innovaciones de cualquier tipo, tanto relativas a la cultura material como a la inmaterial.

Caaba: la Casa de Dios (12x9x15 m) situada en La Meca hacia la que se vuelven los musulmanes para
orar. Es muy posible que el lugar fuera inicialmente un centro de culto cósmico relacionado con el
aerolito que se custodia en el interior del mismo y que Mahoma conservó. Según la tradición
islámica, su primer constructor fue Adán y, posteriormente, fue reconstruida por Abraham e Ismael.
Convertida más tarde en lugar de adoración de ídolos, fue purificada por Mahoma.

cabildo catedralicio o capítulo: conjunto de canónigos y otros cargos que se ocupan del servicio
eclesiástico en las catedrales. En la Edad Media tenían la potestad de elegir los obispos. Su
extracción social fue generalmente nobiliaria y sus propiedades territoriales muy extensas.

califa: denominación española del jalifa rasul Allah (sucesor del mensajero de Dios). El primero, Abú
Bakr, se limitó a suceder a Mahoma y accedió al cargo mediante una elección celebrada en Medina.
Con el segundo, Omar, al título de califa se une el de Amir al-muminim (comendador de los
creyentes). El califa era así defensor de la fe, pero ni podía definir la misma ni dictar dogmas.

celta: grupo de pueblos indoeuropeos establecidos antiguamente en la mayor parte de las Islas
Británicas (especialmente Irlanda), Galia y en buena parte de España y Portugal, así como en Italia
del norte, Suiza, Alemania del oeste y sur, Austria, Bohemia y la Galacia en Asia Menor.

cesaropapismo: supremacía del Estado sobre la Iglesia (como ocurrió en el Imperio Bizantino). Es lo
opuesto de la hegemonía de la Iglesia respecto al Estado. El cesaropapismo significa una restricción
tanto sobre la Iglesia como sobre el Estado en sus respectivas esferas.
clero regular: clérigos que son monjes y que viven bajo una regla (en latín regula) monástica, en
oposición a clero secular, que vive en el mundo y que no pertenece a una orden religiosa.

Corán: libro sagrado del Islam dotado de una extensión similar a la del Nuevo Testamento. Regla
infalible de fe y conducta para el musulmán, contiene el conjunto de revelaciones recibidas por
Mahoma y comunicadas por éste a sus contemporáneos. Su redacción definitiva se produjo durante
el tercer califato, gracias a la tarea de unificación de las siete lecturas del Corán. Esta redacción
canónica implicó la destrucción de todos los demás textos y volúmenes coránicos, lo que, muy
posiblemente significó el abandono de algunos textos originales de Mahoma. Está compuesto por
114 capítulos o suras, divididos en versículos.

cosmopolitismo: doctrina y género de vida de las personas que consideran como patria suya el
mundo entero, y en consecuencia, adoptan elementos culturales y socio-político-económicos de
diversidad de naciones.

cristiandad: el concepto de cristiandad representa una totalidad cultural y una unidad política: es el
conjunto de los fieles cristianos, el mundo cristiano. Pero también la cristiandad es al mismo tiempo
unidad militar, jurídica y eclesiástica. En el paradigma de cristiandad, la Iglesia funciona como una
parte integral del aparato del Estado. En esta asociación, el cristianismo proveyó a los líderes del
Estado la ideología capaz de pacificar a los pueblos sometidos y la legitimación moral para llevar a
cabo sus objetivos políticos y económicos. A cambio, el Estado garantizó a la Iglesia un acceso
ilimitado y protegido a nuevas fuentes de recursos humanos y materiales.

decretal: carta papal, o parte de ella, que contiene una decisión sobre un punto concreto del
derecho canónico.

Égira: del árabe Hijra (emigración). Es el término que designa el viaje de Mahoma y algunos de sus
seguidores de La Meca a Medina en el 622, motivado por la cada vez más deteriorada situación en
la primera ciudad. Omar ibn al Jattab decretó durante su califato (634–644) que el año de la Égira
se contara como el primero de la era islámica.

ícono: (del gr. eikon, imagen) nombre que designa cualquier imagen venerada por los cristianos de
rito bizantino. Generalmente, consiste de una placa de madera pintada al óleo con gran profusión
del dorado, con representaciones de Cristo, la Virgen María o un santo. Su uso puede remontarse al
siglo V.

Islam: nombre con el que se conoce la religión fundada por Mahoma. Deriva de la raíz árabe para
“someterse” e incluye la idea de rechazar cualquier otro objeto de culto.

janif: el término aparece una docena de veces en el Corán. Primitivamente se aplicaba a los paganos.
En tiempos de Mahoma calificaba a los monoteístas que no eran ni cristianos ni judíos. En el Corán
se usa en relación con Abraham y se recomienda a todos a que se conviertan en junafa (plural), es
decir, monoteístas que renuncian al culto a las imágenes y a los astros.
omeyas: el primer califato de corte dinástico (661–750). Fue instaurado por Mu’auiya, gobernador
de Siria, tras la muerte de Alí y la abdicación de al-Hasán. Aunque el segundo califa omeya, Yazid,
no pudo evitar que ‘Abdallah ibn al-Zubayr se proclamara califa en el Hijaz, este califato paralelo
tuvo escasa duración y bajo los omeyas el dominio islámico se extendió desde el Atlántico hasta
China.

pagano: del latín pagus (rústico). Se aplicó a fines de la antigüedad y durante la Edad Media a los
que no eran cristianos y a los que habían sido evangelizados, pero rechazaban después el mensaje
del cristianismo adhiriéndose a sus religiones originales o tradicionales.

palio: banda de lana blanca en forma de yugo, bordada con cruces, usada por el Papa y también por
algunos arzobispos, y que simboliza, en este último caso, la delegación que ostentaban dichos
arzobispos respecto a la jurisdicción metropolitana sobre los demás obispos de su provincia
eclesiástica. Lo confería el Papa y normalmente había que recogerlo en Roma personalmente.

Papa: término derivado del griego papas (latín: papa) que significa “padre.” El término no aparece
en la Biblia. Hasta 1073 era de aplicación a todos los obispos, cuando Gregorio VII ordenó que se
reservara exclusivamente al de Roma. La figura del Papa está ligada a las tesis de un primado de
Pedro, sucesivo y ligado al obispo de Roma.

prior: prelado ordinario o superior del convento en algunas órdenes religiosas (conventos de los
canónigos regulares y de las órdenes militares); y en otras, segundo prelado después del abad. En
una abadía, la autoridad siguiente a la de abad; superior de una casa religiosa que no tenía la
categoría de abadía.

reliquia: en un sentido general, es el residuo que queda de un todo. En el sentido religioso, es la


parte del cuerpo de un individuo estimado como santo, o lo que, por haberle tocado, se considera
puede producir un milagro o es digno de veneración.

siríaco: lengua semita que es un dialecto del arameo, y que cuenta con un número considerable de
obras cristianas primitivas y con una traducción específica de la Biblia, denominada Peshitta. Fue la
lengua utilizada en la gran expansión del testimonio cristiano hacia el Este.

sura: nombre que recibe cada una de las 114 secciones en que se divide el Corán. El término deriva
de shurah (“tirada”), en el sentido de sucesión de pasajes.

sutra: vocablo sánscrito que significa “hilo” y se refiere a un rosario de preceptos que resumen la
enseñanza védica. En el brahmanismo es un precepto, aforismo, regla breve, y también la colección
de tales aforismos o reglas, como el Código de Manú. En el budismo, se refiere a la parte narrativa
de las escrituras budistas, especialmente los diálogos de Buda.

temprana Edad Media: designa al período desde el siglo V hasta mediados del IX en Europa
occidental, es decir, entre la época de las invasiones bárbaras hasta la disolución del Imperio de
Carlomagno. Entre los acontecimientos importantes deben mencionarse: la destrucción política del
Imperio Romano, el surgimiento de los reinos romanogermánicos y el propósito de estos nuevos
Estados para constituirse en unidades sociales. Adquieren importancia en este período las culturas
bizantinas e islámicas.

SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO

LOS MIL AÑOS DE

INCERTIDUMBRE
(500–1500)

Dr. Pablo A. Deiros

EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

Deiros, Pablo Alberto.

Historia del cristianismo: Los mil años de incertidumbre. – 1a ed. – Buenos Aires: Del Centro.
2006

277 p.; 22×15 cm. (Formación Ministerial)

ISBN 987-22449-2-8
1. Cristianismo - Historia. I. Título

CDD 230.9

Copyright (C) 2006 por Pablo A. Deiros

deiros@sion.com

Publicado por EDICIONES DEL CENTRO

Estados Unidos 1273,

1101 Buenos Aires, Argentina

Telefax: 54-11-4304-3346

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almacenada o transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabado o cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de
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ISBN: 987-22449-2-8

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Edición y corrección: Martha L. de Dergarabedián

Diseño de portada y diagramación: Luis Adonis

+ 5411 4635.5678. lyarte@speedy.com.ar

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión Internacional (Miami: Sociedad Bíblica
Internacional, 1999).

CONTENIDO
Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - Retroceso y recuperación (500–950)

Introducción

El retroceso en Occidente

El cristianismo como religión del Estado romano

La invasión de los pueblos germánicos

Los bárbaros y el cristianismo

El surgimiento del papado romano

El retroceso en Oriente

El Imperio Bizantino

El cristianismo oriental: las controversias teológicas

El surgimiento del Islam: las invasiones árabes

El Imperio Bizantino y Occidente

La recuperación en Oriente

El cristianismo en India

El cristianismo en Asia Central

El cristianismo en China

La recuperación en Occidente

La Iglesia en Europa

El monasticismo en Europa

Las misiones en Europa


El imperio cristiano en Europa

El avance hacia el centro y el este de Europa

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 500–950

Elementos

Ganancias

Pérdidas

UNIDAD 2 - Resurgimiento y progreso (950–1350)

Introducción

El resurgimiento del cristianismo

El cristianismo en Europa occidental

El cristianismo en el Cercano Oriente

El cristianismo en el Imperio Bizantino

El cristianismo en el Lejano Oriente

Las nuevas órdenes monásticas

El monasticismo como movimiento de renovación espiritual

Diversos tipos de órdenes religiosas

Los frailes

La vida de la Iglesia medieval

El clero

El culto

Los templos

El derecho eclesiástico

El escolasticismo y las universidades

El escolasticismo

Las universidades

La mística
Los Papas en el poder

Los papas posteriores a Carlomagno

Los papas desde fines del siglo IX a principios del siglo XI

Los grandes papas reformadores del siglo XI

Los papas del siglo XIII

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 950–1350

Conflicto

Expansión

UNIDAD 3 - Decadencia y vitalidad (1350–1500)

Introducción

Decadencia de la cristiandad oriental

La Iglesia Ortodoxa Griega

Las Iglesias Orientales menores

La Iglesia Ortodoxa Rusa

Resistencia a las pretensiones papales

La opresión de la Iglesia

El cuestionamiento al papado

El Cautiverio Babilónico de la Iglesia (1305–1377)

El Gran Cisma Papal (1378–1417)

Los concilios reformadores

Los Papas del Renacimiento

Problemas que enfrentaron

Decadencia que experimentaron

Movimientos de reforma

Antecedentes medievales

Precursores de la Reforma
Retroceso en Oriente

El impacto del Islam

La caída de Constantinopla

Vitalidad en Occidente

Perspectivas de una nueva era

Nuevas modalidades

Ganancias y pérdidas del cristianismo: 1350–1500

El segundo retroceso

Promesa de recuperación y nuevo avance

UNIDAD 4 - Los problemas de la cristiandad medieval

Introducción

El problema ideológico

Relación Iglesia y Estado

Relación Iglesia y sociedad

Relación mundo y trasmundo

Relación vida y muerte

Relación poder y piedad

El problema teológico

Controversia sobre el adopcionismo

Controversia sobre la predestinación

Controversia sobre la virginidad de María

Controversia sobre la eucaristía

Controversia sobre el alma

Controversia sobre el filioque

Controversia sobre las imágenes

El problema cúltico
El culto a María

El culto a los santos

El culto al Diablo

El problema eclesiológico

El papado

El clericalismo

El sacerdotalismo

El sacramentalismo

El problema misionológico

Misión y monasticismo

Misión y expansionismo

Misión y sincretismo

El problema apologético

Las herejías

La Inquisición

Mirada retrospectiva y prospectiva

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros

USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.

El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el
servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACION

Al momento de preparar estos materiales para su publicación estoy celebrando con gratitud al
Señor treinta años de enseñanza de historia del cristianismo. A lo largo de este tiempo, he tenido la
oportunidad de introducir a miles de estudiantes al fascinante estudio del pasado del testimonio
cristiano. Junto con ellos he aprendido a reconocer con acción de gracias y admiración la manera
maravillosa en que Dios ha estado obrando su plan redentor para la humanidad.

El estudio del pasado adquiere un valor especial cuando el estudiante reconoce su propio papel
en el curso de la historia. Cuando tomamos conciencia que somos protagonistas y peregrinos en el
tiempo, entonces estamos listos para aprender más y mejor de la historia. Esta actitud hace que el
estudio del pasado no resulte aburrido ni difícil, y que se avive nuestro interés por los eventos
acontecidos. De allí que nuestra aproximación a la historia del testimonio cristiano será “desde el
camino” y no “desde el balcón,” para expresarlo en los conocidos términos usados por Juan A.
Mackay.

Este libro de texto contiene material suficiente para un curso introductorio a la historia del
cristianismo medieval. No es fácil resumir en relativamente pocas páginas y en forma clara y sencilla
la cantidad astronómica de material que existe sobre esta disciplina. Muchos profesores enseñan
historia del cristianismo en formas novedosas y experimentales: comenzando desde el presente y
remontándose hasta el más lejano pasado, ayudando a los estudiantes a comprometerse con la
realidad inmediata, planeando sus propios materiales programados para el uso en el aula, siguiendo
una línea temática determinada, o llevando a cabo trabajos de campo cuando esto es posible. Es
difícil que un solo libro pueda servir a tan diversas necesidades y seguir tan diversos enfoques. No
obstante, en la mayoría de los centros de estudios teológicos y de formación ministerial en América
Latina, la enseñanza se desarrolla sobre la base de una línea “cronológica,” usando libros tan
conocidos como los de Kenneth S. Latourette, Willinston Walker, Justo L. González o Roberto Baker.

Un curso completo de historia del cristianismo puede ser dividido en cuatro partes
fundamentales: los primeros quinientos años; los mil años de la Edad Media; el período de las
reformas de la Iglesia; el cristianismo denominacional. En el presente estamos transitando por lo
que sería un quinto período, que bien merece ser considerado, al menos provisoriamente, como el
período posdenominacional o nuevo período apostólico.

El primer período, que cubre los primeros 500 años de expansión del testimonio cristiano, no
sólo hacia Occidente sino también hacia África y Asia, fue un período de avance sostenido del
testimonio cristiano. Éste es el período fundacional de la fe cristiana, en el que cumplieron su
ministerio los apóstoles y sus sucesores, en el que se escribieron y coleccionaron los documentos
del Nuevo Testamento, y en el que fue tomando forma y se definió la fe cristiana a pesar de las
enormes dificultades internas y externas que soportaron las iglesias.

El segundo período abarca los siglos que van desde alrededor del año 500 hasta el 1500, y
considera los mil años conocidos tradicionalmente como la Edad Media, o lo que Latourette
denomina como los “mil años de incertidumbre.” Entre otros puntos de interés en este largo período
está la dilatada lucha entre el cristianismo y el islamismo (que hoy tiene tanta actualidad), las
Cruzadas y el surgimiento de importantes movimientos de renovación espiritual, como fueron
algunas órdenes monásticas. No obstante, en general, fue un período de retroceso y recuperación
en términos del progreso del testimonio cristiano.

El tercer período considera los nuevos movimientos de reformas (1500–1750) y las ideas que
estaban detrás de ellos, que cambiaron la faz del mundo así como de las iglesias. Estos movimientos
fueron también los que llevaron a la gran expansión misionera de los siglos XIX y XX, y al desarrollo
de iglesias nacionales independientes en todo el mundo. Es en este período que nace y se desarrolla,
primero en Occidente y luego en todo al mundo a través del movimiento misionero moderno, el
denominacionalismo. Esta expansión más reciente del testimonio cristiano denominacional es el
tema del cuarto período. Este período comienza alrededor del año 1750 y llega casi hasta fines del
siglo XX, con la crisis del denominacionalismo y el desarrollo de iglesias autóctonas, independientes
y emergentes en todo el mundo.

En el presente libro de texto sobre el cristianismo medieval se seguirá mayormente un criterio


cronológico, en base al esquema general propuesto por Kenneth S. Latourette y seguido por los
autores de las Guías de Estudio de TEF (Theological Education Fund) sobre historia de la Iglesia. El
material será arreglado en cuatro unidades principales, y cada una de ellas estará dividida en un
número de temas de estudio. Así, pues, la primera unidad considera el proceso de retroceso y
recuperación experimentado por el testimonio cristiano entre los siglos VI y X. La segunda unidad
presta atención al resurgimiento y progreso de este testimonio, tanto en oriente como en occidente
entre los siglos X y XIV. La tercera se concentra en el análisis de lo ocurrido en los siglos XIV y XV,
que fue un periódo de decadencia y vitalidad. La última unidad de este libro repasa los principales
problemas a los que tuvo que hacer frente el cristianismo durante los diez siglos que comprende la
Edad Media, y cómo intentó resolver los mismos.

El estudio de la historia del cristianismo tiene como objetivo general la recuperación del rico
legado de los siglos de testimonio cristiano y la aplicación creativa de la reflexión cristiana a los
problemas de hoy. En un curso de historia del cristianismo se estudian el surgimiento y desarrollo
de las tradiciones, prácticas, doctrinas y estrategias que se fueron dando durante el proceso de la
expansión del testimonio y del movimiento cristiano a través de los siglos. El énfasis cae en la
relación que existe entre el cristianismo y el marco histórico en el que éste se desenvuelve, en orden
a fortalecer la fe personal y a preparar al estudiante para un ministerio efectivo en el servicio a Cristo
y al prójimo.

Este libro de texto, en particular, se propone enseñar a interpretar los objetivos, fenómenos y
procesos históricos relacionados al movimiento cristiano en la real complejidad de sus
manifestaciones, desde el siglo VI hasta fines del siglo XV. Se evaluará la expansión del testimonio
cristiano desde una perspectiva misionológica, tomando en cuenta la dispersión universal de la fe
de Cristo. El estudiante o lector podrá tener contacto directo con las fuentes de la historia del
cristianismo de este período, que es generalmente conocido como la Edad Media. El cristianismo
será considerado más como un movimiento que como una institución particular, y se procurará
verlo engarzado en los eventos históricos generales y en los procesos de la cultura, más que como
un desarrollo aislado. En la medida de lo posible, se intentará mostrar también el desarrollo del
pensamiento cristiano, y la doctrina y práctica de los cristianos en el proceso histórico. Con todo
esto, se espera contribuir al desarrollo de la inteligencia mediante la comprensión de las
correlaciones de los hechos históricos y su causalidad, para lo cual se pondrá a prueba la capacidad
de observación, análisis y síntesis del lector o estudiante.

El recorrido de mil años que comprende este curso nos ayudará a reconocer los factores que
explican la caída del Imperio Romano de Occidente. Podremos también describir las características
principales de las invasiones bárbaras y las diferentes corrientes misioneras que se desarrollaron en
Europa occidental en el período bajo estudio. Por cierto, se prestará atención al papel que jugaron
en estos procesos sus protagonistas principales. El peregrinaje histórico nos llevará “hasta lo último
de la tierra,” de modo que reconoceremos la historia, doctrina y vida de los cristianos desde China
hasta Inglaterra durante estos largos años. De igual modo, podremos entender las relaciones que
existieron entre la Iglesia Romana y los francos y la Iglesia Griega y los eslavos. A su vez, también
analizaremos las relaciones, a veces tormentosas, entre estas dos ramas mayores de la cristiandad
medieval.

El surgimiento del Islam y su avance sobre la cristiandad, tanto oriental como occidental, será
tema de cuidadoso análisis. A pesar de los múltiples factores de retroceso, el cristianismo
experimentó también recuperación. Estos factores que ilustran una mayor vitalidad del cristianismo
en el período medieval serán evaluados en sus correspondientes contextos y circunstancias
históricas. De igual modo, el desarrollo del escolasticismo, sus principales representantes e ideas y
el surgimiento de las universidades enriquecerán la comprensión del impacto de la fe cristiana sobre
el mundo y el efecto de éste sobre la fe cristiana. En esta dirección será importante considerar el
desarrollo del poder papal y el papel del papado en la configuración de Europa, como entidad
histórica.

El creciente deterioro del testimonio cristiano durante la baja Edad Media y el reavivamiento
del poder musulmán bajo los turcos otomanes será tema de discusión, al igual que el surgimiento
de nuevas ideas y disidencias dentro de la Iglesia de Roma. El desarrollo y crisis de la cristiandad
bizantina ayudará también a comprender de qué manera, hacia fines del siglo XV, la humanidad
estaba preparada para una nueva comprensión del mundo y la realidad, y experimentaba una
desesperante necesidad de renovación espiritual. En nuestro estudio se enumerarán los factores
que anunciaban una nueva era hacia el final de este período.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. Invasiones bárbaras

2. Nuevos reinos germánicos

3. La Iglesia Bizantina

4. Arabia

5. Las invasiones árabes

6. El cristianismo en Oriente

7. El cristianismo en Europa central y oriental

8. Europa en el siglo XV

Cuadros

1. Retroceso del cristianismo

2. Imperio Romano e Iglesia cristiana


3. Herejías cristológicas

4. Concilios ecuménicos

5. Estructura social del sistema feudal

6. Las Cruzadas

7. Consecuencias de las Cruzadas

8. Causas del cisma Este-Oeste de 1054

9. Resultados del monacato

10. Los papas del Gran Cisma

11. Los papas renacentistas

12. Características de una nueva era

13. Causas de la decadencia del feudalismo

Introducción general

El estudio del desarrollo del testimonio cristiano durante los mil años que los historiadores han
designado como Edad Media es sumamente complejo. Lo es, primero, por cubrir un período de
tiempo tan dilatado, en el que se sucedieron cambios notables en todas las esferas del quehacer
humano: política, económica, social, cultural y religiosa. Segundo, en estos siglos el cristianismo
llega en su expansión “hasta lo último de la tierra,” en su movimiento hacia el Este (China) y el Oeste
(Inglaterra). Además, la fe de Jesucristo se presenta con una variedad de manifestaciones diferentes
que sorprende. La Iglesia, que en general se mostró como una en el período anterior (los primeros
quinientos años), ahora resultó en un mosaico de los más diversos colores. Cuarto, será en este
período en el que de manera definitiva se consolidará el paradigma de cristiandad, que perdurará
hasta el presente, dándole al cristianismo un perfil muy particular y presentando el desafío de una
comprensión diferente. Finalmente, muchas de las interpretaciones doctrinales y de las prácticas
religiosas que todavía hoy están vigentes se configuraron durante estos años. Lo mismo puede
decirse de los medios de expresión de la fe y la piedad.

Los “mil años de incertidumbre” que vamos a considerar representan un legado vasto y
profundo tanto para la civilización occidental como para la oriental. Numerosas instituciones
todavía vigentes nacieron en estos años, de manera particular los grandes cuerpos eclesiásticos de
la Iglesia Católica Apostólica Romana, la Iglesia Ortodoxa en sus varias expresiones y un número
importante de Iglesias Orientales menores. La universidad, que nació en Occidente y desde el seno
de la cristiandad, terminó por globalizarse y ejercer una influencia fundamental en todo el mundo y
todas las culturas. Algunas ideas e instituciones políticas, como la monarquía, el parlamentarismo,
el humanismo y el nacionalismo nacieron de la misma cuna y se esparcieron por el planeta. A su vez,
el islamismo tuvo un impacto notable en Occidente y continúa todavía hoy siendo el desafío más
grande para la expansión de la fe cristiana.

La influencia de la cristiandad medieval continúa estando vigente hoy en todo el mundo,


especialmente en Occidente. Incluso innumerables elementos de la cultura global del siglo XXI
tienen sus raíces en la cultura medieval, y especialmente en su marcado carácter cristiano. En
maneras profundas, la cristiandad medieval continúa condicionando nuestro destino hoy para bien
o para mal. De allí la importancia de considerar cuidadosamente el desarrollo del testimonio
cristiano durante estos siglos tan dinámicos y llenos de elementos muy cercanos a nuestra realidad
presente. En las unidades de estudio que siguen procuraremos adentrarnos a esta realidad compleja
de la Edad Media y considerar los aspectos conductores de esa experiencia, sus logros y fracasos,
sus glorias y frustraciones, sus avances y retrocesos, su vitalidad y decadencia, sus problemas y
respuestas.

Finalmente, será necesario tener en cuenta que la experiencia cristiana medieval sólo puede ser
comprendida en la medida en que hagamos el esfuerzo por entender y percibir la conciencia que
tenían los cristianos medievales de los grandes eventos que determinaron su destino. No obstante,
no será suficiente conocer los meros hechos históricos, sino que será necesario penetrar en su
naturaleza íntima hasta llegar a la mente misma de sus protagonistas y ver sus motivaciones y
expectativas. Para ello deberemos sentir y ver la cosmovisión medieval, que estuvo profundamente
marcada por el cristianismo y su comprensión de la realidad. Este nivel de comprensión nos
permitirá entender cómo los hechos históricos marcaron la conciencia de las personas que los
protagonizaron. Debemos también procurar entender de qué manera los cambios ocurridos fueron
integrados en la experiencia de las personas en el mundo medieval.

A lo largo de este período y desde la fe cristiana surgieron numerosas ideas fundamentales. A


fin de poder comprenderlas, estas ideas deberán ser consideradas en el contexto de las situaciones
sociales que condicionaron su surgimiento. Así como no es posible entender la teología de Anselmo
en cuanto a la obra salvadora de Cristo sin ubicarla en el marco del sistema feudal, tampoco puede
entenderse el surgimiento de la escolástica si no se toma en cuenta la influencia de los árabes en
Europa. De igual modo, corremos el riesgo de estimar como superficial la insistencia de la cristiandad
bizantina contra la cláusula filioque, si no entendemos la influencia de las Iglesias Orientales
menores sobre Constantinopla y especialmente el peso del islamismo sobre la teología cristiana.

En ambientes evangélicos existe la tendencia a considerar a la cristiandad medieval como


totalmente ajena a un cristianismo bíblico y fiel al evangelio de Jesucristo. En América Latina, la
prevaleciente actitud anticatólica romana ha llevado a muchos a pensar en la Edad Media como una
suerte de “agujero negro,” en el que se perdió todo rastro de un auténtico testimonio cristiano.
Nada está más lejos de la verdad que ilustra la historia. Ningún creyente hoy recibió su fe de mano
de un ángel o de un misionero de otro planeta. Hemos recibido el evangelio de testigos que, a lo
largo de los siglos, supieron comunicar el mensaje de salvación en Cristo Jesús. Y no sólo esto, sino
que con su piedad, consagración y celo cristiano lo llevaron a lugares distantes a pueblos que
permanecían en la ignorancia de las buenas noticias. Estos creyentes fueron fieles en copiar,
traducir, preservar y transmitir las Escrituras, y sin su trabajo dedicado y fiel hoy no tendríamos la
Biblia en nuestro idioma y en tantos otros idiomas del mundo. Lo mismo podría decirse de la mayoría
de los elementos constitutivos de nuestra fe y práctica cristiana evangélica.

Con una actitud de gratitud a Dios por su permanente obra redentora a lo largo de la historia,
incluida la Edad Media, y con reconocimiento por la herencia que nos viene de “una multitud tan
grande de testigos,” nos proponemos repasar los elementos históricos más importantes del
testimonio cristiano medieval.

UNIDAD 1

Retroceso & recuperación


500–950

INTRODUCCIÓN

Dos cuestiones fundamentales van a ser consideradas en el análisis de este período del
desarrollo histórico del testimonio cristiano: su retroceso y su recuperación. El retroceso del
cristianismo abre este período con el predominio de realidades, especialmente en Occidente, que
siembran dudas sobre la supervivencia de todo testimonio cristiano que merezca el nombre de tal.
El período entre los años 500 y 950 comienza con el retroceso más serio que el cristianismo haya
experimentado jamás.

CUADRO 1 - RETROCESO DEL CRISTIANISMO


La caída del Imperio Romano Occidental en manos de reyes germánicos significó el fin de todas
aquellas condiciones que contribuyeron a la rápida expansión del cristianismo en Occidente. El
papado obtuvo mayor poder y eventualmente puso a la sociedad bajo el dominio de la Iglesia e hizo
de Roma su centro de poder. El Imperio Romano tuvo su centro en Constantinopla y llegó a
conocerse como Imperio Bizantino o Imperio Griego.

En el Imperio Bizantino, se desarrolló una estrecha relación entre la Iglesia y el Estado. Atacar al
cristianismo era rebelarse contra el Imperio; los gobernantes continuaron interviniendo en las
discusiones teológicas. El poder político afectó al reino espiritual, y la organización eclesiástica fue
influida por los líderes políticos (cesaropapismo). Esta etapa de repliegue y pérdida se vio agravada
con el surgimiento del islamismo (622) en Oriente, que habría de ser el rival más grande de la fe
cristiana en todos los tiempos.

No obstante, a pesar de todos estos desastres, el cristianismo sobrevivió tanto en Occidente


como en Oriente, lo cual es una ilustración notable de su vitalidad y elasticidad ante las
circunstancias adversas. El cristianismo sobrevivió, y en muchas partes fue la única cosa romana que
sobrevivió. A partir del siglo VI, a lo largo de toda Europa, se hablaban las lenguas bárbaras. El latín
desapareció como idioma popular y sólo permaneció como idioma eclesiástico y litúrgico. Los
bárbaros penetraron todo el continente europeo. El desorden, la falta de gobiernos estables y
organizados, y la inseguridad llevaron poco a poco a la desaparición de la ley romana (el famoso
Derecho Romano), que se amparó en la Iglesia y sobrevivió en su ley canónica. En Occidente, los
cristianos seguían pensando en Roma como la capital, pero no ya del Imperio Romano, que no
existía, sino de un nuevo imperio, la Iglesia Católica Romana. La estructura política del Imperio
desapareció (diócesis y gobernadores), pero quedó la estructura de la Iglesia (diócesis y obispos).
Muchos edificios públicos romanos fueron transformados en templos cristianos (basílicas).

CUADRO 2 - IMPERIO ROMANO E IGLESIA CRISTIANA


LATÍN IDIOMA ECLESIÁSTICO

DERECHO DERECHO

ROMANO CANÓNICO

IMPERIO IGLESIA

ROMANO ROMANA

ESTRUCTURA ESTRUCTURA

POLÍTICA ECLESIÁSTICA

EDIFICIOS EDIFICIOS

PÚBLICOS ECLESIÁSTICOS

Es así como este cristianismo sobreviviente estuvo en condiciones de pretender un lugar


hegemónico en la nueva estructura social, que penosamente se iba construyendo. Éste fue un lugar
como el que jamás podría haber ganado en la civilización del Imperio Romano, de haber mediado
otras condiciones y circunstancias históricas. La nueva Europa que emergía era la Europa de la
cristiandad.

José Luis Romero: “El imperio estaba definitivamente disgregado. Pero la idea de la unidad
romana subsistía, y con ella otras muchas ideas heredadas del bajo Imperio. La Iglesia
cristiana se esforzó por conservarlas, y asumió el papel de representante legítimo de una
tradición que ahora amaba, a pesar de que antes la había condenado. De ese amor y de las
turbias y complejas influencias de las nuevas minorías dominantes, salió esa nueva imagen
del mundo que caracterizaría a la temprana Edad Media, continuación legítima y directa del
bajo Imperio.”

La recuperación del cristianismo estuvo dada por una serie de factores importantes para el
desarrollo y expansión del testimonio cristiano. El cristianismo se expandió nuevamente durante
este período, y lo hizo en forma más amplia, más temprano y más estratégicamente, en el extremo
occidental de Europa. Esto es una interesante ilustración de un fenómeno que puede constatarse
una y otra vez a lo largo de la historia del cristianismo. La presión de las circunstancias externas lleva
a una devoción más profunda y a un fervor renovado, que tarde o temprano termina en un
avivamiento misionero y evangelizador, que cumple con la tarea central de la Iglesia: “Vayan por
todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura” (Mr. 16:15).

La expansión del cristianismo fue constante a lo largo de toda la Edad Media, y en este período
se caracterizó por el avance misionero a territorios y pueblos hasta entonces no alcanzados.

EL RETROCESO EN OCCIDENTE

_ El cristianismo como religión del Estado romano

Cuando los bárbaros invadieron masivamente el Imperio Romano este Estado era cristiano. Con
el emperador Teodosio (347–395), el cristianismo había sido decretado como la religión oficial del
Imperio Romano (379). De perseguidos, los cristianos se transformaron en perseguidores de los
paganos. Esta nueva situación, que se produjo en un tiempo relativamente corto, trajo resultados
tanto positivos como negativos.

Resultados positivos. La elevación del cristianismo como religión oficial trajo ciertos beneficios.
Más personas fueron alcanzadas por la influencia del cristianismo. El cristianismo tuvo una
influencia más directa y poderosa sobre la legislación del Imperio, forzando al Estado a dar más
atención a los derechos de los individuos. La posición de las mujeres fue elevada grandemente, los
castigos por el celibato y la falta de hijos fueron eliminados, el concubinato fue prohibido y el
adulterio fue castigado como uno de los crímenes más graves. Se consideró como un crimen la
matanza de niños y los juegos de gladiadores fueron abolidos. El cristianismo ejerció una influencia
beneficiosa sobre la moralidad pública y privada.

Resultados negativos. La elevación del cristianismo como religión oficial trajo ciertos resultados
negativos. Los cristianos cayeron en intolerancia y decretaron leyes contra los paganos. El
cristianismo se secularizó. La legalización de las corporaciones cristianas hizo que los obispos se
dedicaran al enriquecimiento de las iglesias locales. La legalización del domingo como feriado hizo
de este día una fiesta legal más que espiritual. La oferta de incentivos temporales para quienes se
hacían cristianos hizo que las iglesias se llenaran de incrédulos. Los beneficios concedidos a los
obispos hicieron que éstos se llenaran de orgullo y mundanalidad. Los paganos que se hicieron
cristianos trajeron consigo numerosos objetos, reliquias y otras mediaciones para la adoración. El
desarrollo jerárquico del clero fue estimulado. La Iglesia se transformó en un poder perseguidor,
usando al poder civil para suprimir la disidencia y el paganismo. Algunos cristianos reaccionaron a
la mundanalidad con excesos de ascetismo y separación del mundo en los monasterios.

_ La invasión de los pueblos germánicos

La apertura gradual de las fronteras del Imperio Romano, formadas por los ríos Danubio en el
Este y Rin en el Oeste, debido a la presión invasora de los pueblos bárbaros del norte de Europa,
puso fin a la civilización en cuya unidad y paz el cristianismo había ganado su éxito más completo.
Los bárbaros respetaron todo lo que era romano, pues eran decididos admiradores de la cultura
superior del Imperio. A menudo adoptaron muchas costumbres romanas y no aceptaron el título de
“invasores,” sino que se consideraron como oficiales y súbditos de Roma. Su hegemonía fue política
y militar, pero culturalmente fueron sometidos a Roma.

No obstante, la civilización romana decayó, no sólo como consecuencia de las invasiones, sino
porque ya estaba agotada, y esto dio paso a la Edad Media o la Edad Oscura. Los días en que se
podía viajar por el mundo mediterráneo con gran facilidad, usando un solo idioma, que era
entendido en todas partes, bajo la seguridad de un gobierno sólido y organizado que imponía el
orden y la ley, habían llegado a su fin. La vida, poco a poco, fue perdiendo su cosmopolitismo y
tornándose más localizada, asumiendo un estilo rural antes que urbano.

A pesar de la decadencia y desaparición del Imperio Romano Occidental, los pueblos germánicos
que se fueron estableciendo en los territorios alrededor del mar Mediterráneo cayeron bajo el
proceso de romanización. Se conoce con el nombre de “romanización” el período de asimilación de
los habitantes autóctonos de un lugar, a la cultura y vida de los romanos, aceptando sus instituciones
políticas, su idioma, sus costumbres, su derecho, su arte y su religión. Los romanos han ganado
notoriedad en la historia como grandes colonizadores. Y lo fueron aún después de que su estructura
política, social, económica y cultural desapareció, pues sus “conquistadores” terminaron por ser
afectados profundamente por la herencia de los invadidos, los romanos.

En cierto sentido, el bien cultural más importante y que más profundamente penetró en la
conciencia de los pueblos germánicos fue la religión cristiana. Los papas fueron los substitutos
obligados de los emperadores de Occidente. Fueron ellos los que negociaron las paces con los
bárbaros invasores o quienes consiguieron de ellos condiciones de tregua, gracias a su prestigio y
respetabilidad. Después del último emperador romano (476) y en los siglos que siguieron, el Papa
se transformó en el más celoso defensor de Roma. Los sacerdotes no escatimaron esfuerzos para
lograr gradualmente la evolución de costumbres y leyes, y la fusión de razas en la anhelada
universalidad del cristianismo. De igual modo, fueron ellos los que primero atendieron a las urgentes
necesidades sentidas de la población.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “La transformación cultural del Imperio Romano de
Occidente para el año 600 era pronunciada. Italia, España y Galia estaban todas gobernadas
por reyes germánicos. El obispo de Roma era de lejos la autoridad eclesiástica más
importante en toda la región y una fuerza política a tener en cuenta. Las características
administrativas seculares de la sociedad romana urbana fueron reemplazadas por iglesias y
monasterios que básicamente llevaban a cabo tareas civiles. Se estaba hablando un número
considerable de nuevos idiomas, y había dioses y rituales que previamente habían sido
desconocidos en Occidente. A través de la región se estaba dando un radical encuentro
cultural ‘entre romanos y bárbaros, cristianos y paganos, latinos y germánicos, literarios y
orales, vino y cerveza, aceite y lardo, sur y norte.’ Las consecuencias de este encuentro
reverberarían en los siglos venideros.”

MAPA 1 - INVASIONES BÁRBARAS


_ Los bárbaros y el cristianismo

De las tribus germanas invasoras, la mayoría ya había tenido contactos con el cristianismo antes
de su entrada en territorio romano. Por cierto, este cristianismo era de tipo arriano, pero significó
un trasfondo importante para el futuro de la supervivencia de la Iglesia en Occidente, que sobrevivió
en muchos aspectos tan sólo como una reliquia de un mundo más amplio y floreciente, el mundo
del Imperio Romano.

La supervivencia de la Iglesia. Como ya indicamos, la Iglesia cristiana fue casi lo único “romano”
que quedó en pie. Su clero y sus monjes siguieron considerando a Roma como la capital, no ya de
un imperio, sino de la Iglesia. El idioma de la Iglesia fue el latín, que se refugió en su liturgia. La ley
de la Iglesia resultó un calco del derecho romano, que llegó a tiempos posteriores gracias a su
conservación en la ley canónica. De esta manera, el cristianismo se transformó en el núcleo de la
nueva civilización, que lentamente se fue desarrollando; y la fe cristiana llegó a ser más central e
influyente de lo que nunca antes había logrado ser.

Para el año 533, Galia estaba en manos de los francos, España estaba bajo los visigodos,
Inglaterra estaba dominada por reinos anglos y sajones, el norte de África estaba controlado por los
vándalos, e Italia estaba bajo el poder de los ostrogodos y más tarde los lombardos. El Imperio
Romano había desaparecido y en su lugar quedaban los nuevos reinos germánicos.

José Luis Romero: “A causa de las invasiones, la historia del Imperio de Occidente
adquiere—a partir de mediados del siglo V—una fisonomía radicalmente distinta de la del
Imperio de Oriente. En este último se acentuarán las antiguas y tenaces influencias
orientales y debido a ellas se perfilarán más las características que evoca el nombre de
Imperio Bizantino con que se le conoce en la Edad Media. En el primero, en cambio, las
invasiones introducirán una serie de elementos nuevos que modificarán de una manera
inesperada el antiguo carácter del imperio.

El hecho decisivo es la ocupación del territorio por numerosos pueblos germánicos que
se establecen en distintas regiones y empiezan a operar una disgregación política de la
antigua unidad imperial.… Nada quedaba, pues, al finalizar el siglo V, del antiguo Imperio de
Occidente, sino un conjunto de reinos autónomos, generalmente hostiles entre sí y
empeñados en asegurar su hegemonía.”

Los nuevos reinos germánicos. Los visigodos fueron un pueblo bárbaro altamente romanizado,
que temprano había adoptado un cristianismo de tipo arriano. Ocuparon España y establecieron su
capital en Toledo. Los visigodos abandonaron el arrianismo en el año 587, cuando su rey Recaredo
(reinó de 586 a 602) adoptó la fe católica ortodoxa. Utilizando el catolicismo, Recaredo procuró la
unidad política en la Península entre visigodos e hispanorromanos. La unificación religiosa y el apoyo
de la Iglesia dio esplendor al reino, acentuado esto por la obra de notables personajes, como Isidoro
de Sevilla (560–636), quien escribió la primera Historia de España. El reino era gobernado por una
asamblea político-eclesiástica, en la que los obispos ordenaban y resolvían asuntos religiosos, y con
la participación de la nobleza legislaban para el reino. Las leyes visigodas estaban fuertemente
influidas por los derechos romano y canónico, que dieron origen al Fuero Juzgo, el cuerpo jurídico
obligatorio para la población. Esta asociación jurídica de la Iglesia y el Estado resultó en la base del
derecho político moderno, según el cual el ejercicio del poder real quedaba convertido en un deber
para con la comunidad gobernada. El reino subsistió hasta principios del siglo VIII, cuando sucumbió
a causa de la invasión de los musulmanes.

Otro importante reino germánico fue el de los francos. Como ya indicamos, la mayoría de los
pueblos invasores había sido cristianizada antes de ingresar al Imperio. Sólo aquellos que provenían
del extremo más septentrional de Europa, como los francos y los anglosajones, eran paganos. Los
primeros comenzaron a convertirse en el año 496, cuando su rey Clovis o Clodoveo (465–511) y tres
mil de sus guerreros fueron todos bautizados en un día. Por supuesto, fueron conversiones
nominales. En esa oportunidad, el obispo de Reims los exhortó a “Adorar lo que habían quemado,
y a quemar lo que habían adorado.” Clodoveo aceptó el cristianismo gracias a la influencia de su
esposa Clotilde (¿475?–545), una princesa burgundia que era cristiana. La conversión de Clodoveo
fue un hecho fundamental para la historia de Occidente, ya que para esa época era el único rey
bárbaro que profesaba la fe cristiana católica. Esto le permitió recibir el apoyo de la Iglesia y los
papas recurrieron a él y a sus sucesores por ayuda y a favor de Italia. Con este respaldo, Clodoveo
consiguió la fusión de galos y germanos, lo cual resultó en la unidad política que lo transformó en el
monarca más poderoso de Europa Occidental. Pero también logró la unidad religiosa, puesto que
todos sus súbditos abandonaron el paganismo y fueron bautizados como católicos.

MAPA 2 - NUEVOS REINOS GERMÁNICOS


En las Islas Británicas, el reino más importante fue el de los anglosajones. La unidad política en
lo que hoy es Inglaterra se consolidó cuando los anglos y sajones unieron sus reinos en una
confederación llamada Heptarquía (reunión de siete reinos). Posteriormente, los anglosajones
lograron la unidad religiosa al convertirse al cristianismo en el año 597. Esto ocurrió cuando su rey
Etelberto fue bautizado. Sucedió ésto cuando Berta, una mujer cristiana franca casada con el rey, le
presentó al papa Gregorio I (¿540?–604) la oportunidad de enviar a Agustín y a otros cuarenta
monjes benedictinos como misioneros a los anglosajones. Gregorio fue el primer monje que llegó a
ser Papa. En la mayoría de las pinturas y dibujos que lo representan, Gregorio aparece escribiendo,
mientras una paloma (Espíritu Santo), se posa sobre su hombro y le habla al oído. Generalmente,
las imágenes están acompañadas por un panel inferior en el que algunos monjes están trabajando
en el scriptorium, copiando los libros y materiales de Gregorio.

_ El surgimiento del papado romano

Con la caída del Imperio Romano Occidental y el surgimiento de los reinos germánicos, el
papado ganó mayor poder y consiguió poner a la sociedad bajo el dominio de la Iglesia de Roma.
Las distinciones entre las iglesias y sus sedes episcopales habían surgido bien temprano. Algunas
sedes episcopales fueron creciendo en su prestigio e influencia, mientras que otras fueron
perdiendo su importancia debido a múltiples circunstancias históricas. De todas las sedes
episcopales, finalmente la de Roma adquirió un poder y papel más destacado.

Sedes episcopales más importantes. Varios factores contribuyeron a colocar a ciertas sedes
episcopales en un nivel de importancia y prestigio. El origen y tradición apostólica de iglesias como
Jerusalén, Antioquía, Éfeso, Corinto y Roma les dio gran prestigio. La organización administrativa del
Imperio elevó a ciertas ciudades a un nivel de importancia. El tamaño e influencia de algunas iglesias
aumentó el respeto por ellas. La capacidad de ciertos obispos reflejada durante sínodos y concilios
los destacó como líderes superiores.
Constantino dividió el Imperio en cuatro prefecturas, que a su vez fueron divididas en diócesis
y éstas en provincias. El clero fue organizado conforme con estas divisiones políticas. Los obispos
rurales ocuparon un lugar secundario frente a los obispos urbanos, pero no todos los obispos
urbanos tenían el mismo nivel. Los obispos de las ciudades capitales fueron designados como
metropolitanos en el Este y como arzobispos en el Oeste, y éstos supervisaban a los obispos
provinciales. Sobre los obispos metropolitanos estaban los patriarcas. En el Concilio de Calcedonia
(451) los obispos de las cuatro capitales del Imperio fueron considerados patriarcas: Roma,
Alejandría, Antioquía y Constantinopla, junto con Jerusalén.

Para mediados del siglo V, los patriarcas ejercían dominio sobre regiones bien definidas. El
patriarca de Antioquía presidía sobre una gran parte de Oriente, que comprendía quince provincias
(en Siria, Cilicia y Mesopotamia). El patriarca de Alejandría presidía sobre la diócesis de Egipto, que
abarcaba nueve provincias. El patriarca de Constantinopla tenía supervisión sobre tres diócesis:
Ponto, Asia Menor y Tracia. El patriarca de Roma extendía su influencia sobre todo el Oeste
incluyendo las prefecturas de Italia y Galia. El patriarca de Jerusalén controlaba el territorio menor,
pero más antiguo.

El ascenso de Roma. De todas las sedes patriarcales, finalmente la que se impuso fue la de Roma.
Hubo varios factores que ayudaron al desarrollo del poder monárquico del obispo de Roma.

Roma contó con hombres capaces en su liderazgo. Obispos como Inocencio I (402–417),
trabajaron consistentemente para elevar la autoridad del obispo de Roma. Él fue el primero en
pretender jurisdicción universal para el obispo romano con base en la tradición de Pedro. Sin
embargo, quien más hizo en esta dirección fue León I (440–461). Conocido también como León el
Grande, él bien puede ser considerado como el primer Papa, por las características de sus
pretensiones de autoridad y tradición. León declaró que había autoridad escrituraria para las
pretensiones de Inocencio, aseguró el reconocimiento imperial de sus pretensiones de primacía, y
defendió la posición ortodoxa en el Concilio ecuménico de Calcedonia (451).

Roma gozó de una posición geográfica privilegiada. El obispo de Roma no tenía rival en el mundo
occidental. Actuó como árbitro en las controversias que devastaban a la Iglesia Oriental. Roma se
vio beneficiada con el cambio de sede de la capital del Imperio Romano. En 330, Constantino cambió
la capital de Roma a Constantinopla. Esto le dio mayor libertad de decisión al obispo de Roma. El
obispo de Roma pasó a ser un soberano eclesiástico y secular. Roma gozó por mucho tiempo de un
prestigio político sin parangón. Roma había sido el centro del mundo político por varios siglos. Roma
contaba con una tradición cristiana honrosa. Pablo y Pedro ministraron en Roma y allí sufrieron el
martirio por su fe.

Roma manifestó, a través de sus líderes cristianos más destacados, una interesante sabiduría
doctrinal. El obispo de Roma demostró gran capacidad doctrinal y práctica durante las controversias
entre 325 y 451. Hubo tres controversias importantes en Oriente (Apolinar, Nestorio y Eutiques), y
una en Occidente (Pelagio). El carácter especulativo de la mente oriental y el carácter pragmático
de la mente occidental chocaron. El primero garantizó la ortodoxia, el segundo garantizó el poder.
Las ganancias de prestigio y poder logradas para el papado bajo León I fueron reforzadas con el
ascenso de Gregorio I (590–604). Con él, se completa la transición del sistema patriarcal al papado
medieval, en sentido estricto. Su habilidad en hacer alianzas con los reyes germánicos y los
emperadores orientales amplió la autoridad de la sede romana. Su práctica de conceder el palio
(manto, capa) sobre los obispos hizo que la validez de su ordenación dependiera del consentimiento
papal. Gregorio extendió también la influencia de la sede romana mediante la obra misionera.

EL RETROCESO EN ORIENTE

_ El Imperio Bizantino

No hay una fecha precisa para el comienzo del Imperio Bizantino, con capital en Constantinopla.
El emperador Justiniano (527–565) se consideró como el único gobernante legítimo tanto del Este
como del Oeste. Él se consideraba un continuador de la vieja tradición romana, razón por la cual
hablaba latín y ordenaba su uso en la administración del Imperio. No obstante, hizo de la derrota de
sus enemigos occidentales el principal objetivo de sus empeños.

José Luis Romero: “La época que siguió a la muerte de Justiniano fue oscura y difícil.
Ninguno de los emperadores que gobernaron por entonces reunió el conjunto de cualidades
que se requería para hacer frente a los disturbios interiores, a las rivalidades de los
partidos—verdes y azules, según sus preferencias en el hipódromo—, a las querellas
religiosas y, sobre todo, a las amenazas exteriores. Era necesario mantener un ejército
poderoso, que consumía buena parte de los recursos imperiales, y con él se mantenía
dentro de las fronteras un poder que se sobreponía con frecuencia al emperador. Pero el
ejército era cada vez más imprescindible.”

Para comienzos del siglo VII, el Imperio Bizantino ya era una realidad política, social y cultural
definida. Después del año 610, el emperador de Constantinopla hablaba griego y estaba involucrado
en el desarrollo de un programa que era típicamente oriental o “bizantino” en su orientación. En los
primeros años de su desarrollo, Heraclio (610–641), el gobernante militar de Cartago, tomó control
del Imperio y cambio el título de emperador (imperator) por el de rey (basileus). Heraclio reconoció
la imposibilidad de la meta de Justiniano de restaurar el viejo Imperio Romano. Promulgó una nueva
constitución en la que Asia Menor quedaba dividida en distritos militares (themas o
circunscripciones) dirigidos por estrategos (strategoi). Como indica José Luis Romero: “Nunca como
entonces, … [el Imperio] estuvo en mayor peligro, y nunca como entonces pudo realizar un esfuerzo
tan vasto y eficaz. No sólo la situación interior era grave por las discordias y rivalidades de los
diversos grupos y las querellas religiosas, sino que también era dificilísima la situación exterior.”

En Italia, los lombardos (una tribu germánica) habían desplazado a las fuerzas bizantinas a un
enclave en torno a Rávena, sobre la costa del Adriático, y a las regiones más al sur de Italia y Sicilia.
El Imperio Sasánida en Persia continuó representando una amenaza todavía mayor. Desde 612 hasta
619, los ejércitos persas marcharon contra Constantinopla asediando Siria, Palestina, Asia Menor y
Egipto. Incluso, incendiaron el Santo Sepulcro (614). Simultáneamente, viejos enemigos, como los
ávaros y eslavos, aparecieron por el norte (año 626). Heraclio se vio forzado a confiscar fondos de
la Iglesia para sobornar a los invasores, a fin de arreglar un acuerdo pacífico. Entonces, en un
movimiento atrevido, Heraclio dejó que la ciudad montara su propia defensa contra el avance
aplastante de los persas, mientras él marchó con su ejército por detrás de las líneas persas. Heraclio
derrotó al emperador persa, en una batalla peleada en 628 cerca de Nínive. No obstante, para
mediados del siglo VII, el Imperio Bizantino se encontraba rodeado de problemas y de pueblos
invasores: eslavos desde el norte, árabes desde el este y el sur, y tribus germánicas en Occidente.
De todos estos invasores, los que mayor influencia cultural ejercieron fueron los eslavos.

MAPA 3 - LA IGLESIA BIZANTINA

José Luis Romero: “Para ese entonces [mediados del siglo VII], el Imperio Bizantino se había
transformado considerablemente en su fisonomía. Distintos pueblos—eslavos y
mongólicos—se habían introducido en su territorio y habían impreso su sello en algunas
comarcas, dando lugar a la formación de colectividades que coexistían dentro de un mismo
orden político, pero que acentuaban cada vez más sus rasgos diferenciales. Entre todas esas
influencias, la de los eslavos fue la más importante, y se ha podido hablar de una
‘eslavización’ del Imperio Bizantino; pero la tradición helénica se sobrepuso y, eso sí,
aniquiló definitivamente a la latina, cuya lengua se extinguió en el imperio.”

_ El cristianismo oriental: las controversias teológicas

Mientras el cristianismo occidental se organizaba en torno al Papa de Roma, el cristianismo


oriental continuaba bajo la autoridad del emperador oriental. Los intereses intelectuales de los
teólogos orientales se enfocaban sobre cuestiones doctrinales y se consumían en controversias,
especialmente las controversias cristológicas. Los emperadores bizantinos intervenían en las
controversias teológicas y controlaban a la Iglesia (cesaropapismo), todo lo cual complicaba todavía
más la situación.

CUADRO 3 - HEREJÍAS CRISTOLÓGICAS

NESTORIO (nestorianismo)

El Logos moraba en la persona de Jesús, haciendo a Cristo un hombre portador de Dios más que
el Dios-hombre.

Afirmaba una unión meramente mecánica más que orgánica de la persona de Cristo.

APOLINARIO (apolinarismo)

Cristo no tenía un espíritu humano.

El Logos reemplazó al espíritu humano.

EUTIQUES (eutiquianismo)

La naturaleza humana de Cristo fue absorbida por el Logos.

SEVERO (monofisismo)

Cristo tenía una sola naturaleza

(no aceptaba la naturaleza humana de Cristo).

TEODORO (monotelismo)

Cristo no tenía voluntad humana, sino sólo la voluntad divina.

Los concilios ecuménicos. Todos los concilios ecuménicos se llevaron a cabo en el Este: Nicea
(325), Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451). El Cuarto Concilio (Calcedonia, 451) no
puso fin a la controversia cristológica entre los que abogaban por una naturaleza divina
(monofisitas) y quienes abogaban por dos naturalezas, humana y divina (diofisitas). El emperador
Zenón (474–491) quiso unir el Este con un edicto de unión que enfatizó las decisiones de los concilios
de Nicea (325) y Constantinopla (381), pero hizo poco caso de las decisiones de Calcedonia. Muchos
monofisitas del Este aceptaron el edicto, pero el Oeste lo rechazó, con lo cual se creó más discordia.
Esto llevó a un cisma que duró varias décadas (hasta 518).

CUADRO 4 - CONCILIOS ECUMÉNICOS

LUGAR FECHA EMPERADOR PARTICIPANTES RESULTADOS

NICEA 325 Constantino Arrio Eusebio de Declaró al Hijo


Nicomedia. homoousios con el
Eusebio de Padre. Condenó a
Cesarea. Osio Arrio. Redactó la
Atanasio forma original del
Credo de Nicea.

CONSTANTINOPLA 381 Teodosio Melecio de Confirmó


Antioquía Gregorio resultados del
Nacianceno Concilio de Nicea.
Gregorio de Niza Produjo el Credo
de Nicea revisado.
Terminó con la
controversia
trinitaria. Afirmó la
deidad del Espíritu
Santo. Condenó al
apolinarismo.

ÉFESO 431 Teodosio II Cirilo Nestorio Declaró herético al


nestorianismo.
Aceptó por
implicación la
cristología
alejandrina.
Condenó a Pelagio.

CALCEDONIA 451 Marciano León I Dióscoro Declaró las dos


Eutiques naturalezas de
Cristo, sin mezcla,
sin cambio,
indivisibles,
inseparables.
Condenó al
eutiquianismo.

CONSTANTINOPLA 553 Justiniano Eutiquio Condenó los Tres


Capítulos para
ganar el apoyo de
los monofisitas.
Afirmó la
interpretación de
Cirilo de la
Definición de
Calcedonia.

CONSTANTINOPLA 680–681 Constantino IV Rechazó el


monotelismo.
Condenó al papa
Honorio (m. 638)
como hereje.

NICEA 787 Constantino VI Declaró como


legítima la
veneración de
íconos y estatuas.

CONSTANTINOPLA 869–870 Condenó a Focio.

El Quinto Concilio (Constantinopla, 553) tuvo una importancia singular en este proceso. Lo
convocó Justiniano el Grande (527–656), pero no participaron los obispos de Occidente. Su
propósito fue aprobar el edicto del emperador Justiniano que condenaba a los Tres Capítulos (544),
que pretendían reconciliar a los monofisitas con los ortodoxos.
El Sexto Concilio (Constantinopla, 681) condenó a los monotelitas (sostenían dos naturalezas en
Cristo, pero decían que en Jesús sólo actuaba una sola voluntad en o a través de estas dos
naturalezas). Este concilio marcó el retorno a la ortodoxia, puso fin al monotelismo, y significó el
triunfo de Roma; pero condenó al papa Honorio como hereje.

El Séptimo Concilio (Nicea, 787) condenó a todo el movimiento iconoclasta y respaldó la


posición presentada por Juan de Damasco (675–749) a favor de la veneración de imágenes. Las
tendencias iconoclastas permanecieron en Asia Menor y entre la clase militar profesional.

Las iglesias orientales. A diferencia de lo que ocurría en Occidente durante estos siglos, donde
la Iglesia de Roma era prácticamente la única expresión de la fe y el testimonio cristiano, en Oriente
se desarrollaron varias ramas diferentes de la cristiandad, no sólo separadas y en oposición por sus
estructuras institucionales y de gobierno, sino también por profundas diferencias teológicas.

Los monofisitas de Egipto, Nubia y Etiopía. Bajo el liderazgo del patriarca de Alejandría, estas
iglesias de lengua copta rechazaron las decisiones del Concilio de Calcedonia y continuaron
sosteniendo una teología monofisita. Parte de la resistencia surgió del rechazo del dominio
bizantino y su persecución. Con las invasiones árabes (siglo VII) se vieron liberados del control
bizantino, pero cayeron bajo la influencia y limitaciones del Islam.

Los monofisitas de Siria. Los jacobitas, seguidores de Jacobo Baradeo (490–578), extendieron su
fe hacia el Este como mercaderes o fugitivos. Fueron perseguidos varias veces. La emperatriz
Teodora los trató con simpatía a mediados del siglo VI. Fue en el Segundo Concilio de Nicea (787)
que se los describió como “jacobitas” entre los anatemas lanzados contra la doctrina monofisita.
Decrecieron con las invasiones musulmanas, pero lograron extender su fe en Mesopotamia y Persia.
La iglesia jacobita todavía existe, pero con pocos miembros.

Los monofisitas de Armenia. Los armenios sostenían los decretos de Nicea contra los arrianos,
pero rechazaron los de Calcedonia y siguieron monofisitas a partir de 491. En 506, en el Sínodo de
Dvin, representantes de todas las iglesias de Armenia y de Georgia se decidieron en contra de la
doctrina de las dos naturalezas de Cristo. Se denunció a Nestorio y se rechazó el Tomo de León I. El
Henoticón del emperador Zenón (482) fue abrazado como ortodoxia. Finalmente, la doctrina de una
sola naturaleza en Cristo permaneció como parte de la confesión de fe de la iglesia nacional armenia.
Los monofisitas armenios también sufrieron las invasiones árabes y restricciones a su libertad.

El cristianismo nestoriano fue posiblemente uno de los desarrollos teológicos y eclesiásticos más
importantes. Según el nestorianismo, hay dos personas separadas en el Cristo encarnado, una divina
y otra humana, en oposición al concepto ortodoxo de que hay una persona con dos naturalezas.
Nestorio fue obispo de Constantinopla en 428 y su enseñanza fue condenada por el Concilio de Efeso
(431). Nestorio había condenado la creciente popularidad de la Virgen María, diciendo que María
no era “Theotokos” (madre o paridora de Dios), sino “Christotokos” (madre o paridora de Cristo).
Algunas iglesias en Asia Menor y Siria siguieron sus ideas. La escuela de teología de Edesa se
transformó en un centro de enseñanza del nestorianismo, hasta su clausura en 489. El
nestorianismo se desarrolló en Persia y se independizó de Roma. Su teólogo más destacado fue
Teodoro de Mopsuestia (350–428). El obispo de Seleucia-Ctesifonte fue elevado como cabeza de
esta Iglesia y se lo llamó catholikós.

La conquista árabe de Persia no cambió la situación de las iglesias nestorianas. Por el contrario,
los nestorianos tuvieron dos siglos de paz y prosperidad. Se les dio libertad para adorar y hacer
convertidos entre los persas. Eruditos cristianos tradujeron a los filósofos griegos al árabe. Los
nestorianos fueron grandes misioneros, ya que llevaron el cristianismo al Yemen y a la costa oriental
de Arabia. Sus monjes siguieron las rutas caravaneras de Asia Central, y llegaron a India, China y
Egipto.

_ El surgimiento del Islam: las invasiones árabes

El cristianismo y el islamismo. Ambas religiones tenían mucho en común. Ambas religiones eran
de origen semita y adoraban al mismo Dios. Los judíos llamaban a Dios Elohim, los cristianos siríacos
Alaha, y los musulmanes le dieron el nombre de Allah. Tanto el cristianismo como el islamismo
aceptaban las Escrituras del Antiguo Testamento. Incluso los musulmanes consideran a Jesús como
un profeta. No obstante, el surgimiento del Islam en el siglo VII fue la causa del mayor retroceso del
cristianismo de Oriente en toda su historia, y por cierto, mucho más grave que el retroceso
occidental ante las invasiones germanas. Como consecuencia de las invasiones árabes, se perdieron
territorios cristianos que jamás se volvieron a recuperar, incluso Palestina, Siria y otros países
orientales, que fueron campo de labor de los apóstoles. También se perdió la costa del norte de
África, donde vivieron muchos de los grandes Padres de la Iglesia, como Tertuliano y Agustín de
Hipona.

El islamismo nació en Arabia, que bien puede haber sido la cuna de todos los pueblos semitas.
Era un territorio desértico, poblado en aquel tiempo por pueblos nómadas, sometidos a una vida
muy rigurosa y, por lo tanto, muy independientes y divididos entre sí. En el siglo VII estas tribus
dispersas comenzaron a unirse por la necesidad de sobrevivir en una tierra que ya no los podía
sustentar y por el surgimiento de una nueva religión: el Islam (significa sumisión), la sumisión al
único Dios verdadero y al gobierno de su Profeta. De este modo, en esta coyuntura histórica,
ocurrieron dos fenómenos importantes: un movimiento de población en busca de espacio vital y el
surgimiento de una nueva religión que les dio identidad.

Mahoma y el Islam. El artífice de este extraordinario suceso fue Mahoma (570–632), un


comerciante nacido en 570, que pertenecía a una familia de una de las tribus árabes dirigentes de
la ciudad de La Meca (los coreichitas). Su padre había muerto poco antes de que él naciera, dejando
a la familia en la pobreza. Mahoma se crió con un tío y se dedicó más tarde al comercio, llegando a
ser administrador de los negocios de una mujer próspera (Cadija), con quien más tarde se casó. Con
ella tuvo dos hijos y cuatro hijas (ninguno de ellos sobrevivió, excepto Fátima).

La religión en Arabia en tiempos de Mahoma era muy primitiva. Creían en la existencia de


espíritus que habitaban en piedras erigidas. El culto más difundido era el de la Piedra Negra, que se
veneraba en la Caaba, un santuario situado en La Meca, al que concurrían los árabes en
peregrinación anual. Hubo también otros movimientos religiosos, que buscaban una religión más
profunda y que se retiraban al desierto para buscar a Dios: los janifs. Después de la muerte de sus
hijos, Mahoma mismo había participado de este tipo de movimientos, hasta que comenzó a tener
visiones por las que se sintió escogido como mensajero de Dios. En 610 recibió el llamado del ángel
Gabriel a predicar el mensaje del Dios verdadero y único, en contra de la idolatría y el politeísmo.

Mahoma regresó a su vida de comerciante en La Meca, pero compartió con su esposa y algunos
de sus amigos sus experiencias e ideas, entre las que se destacaban cuatro convicciones
fundamentales. Primero, Dios es uno, el Todopoderoso, Allah, y hay que someterse de manera
absoluta a él. Alá tiene un poder y sabiduría infinitos, pero no un amor redentor. Segundo, el pecado
de la idolatría. Mahoma sostuvo un monoteísmo abstracto, monótono, sin vida interior y plenitud,
antitrinitario, que negaba la divinidad de Cristo si bien lo aceptaba como un gran profeta. Tercero,
el temor al infierno. Según Mahoma, el diablo es un ángel caído que tienta a los seres humanos.
Cuarto, las recompensas de los fieles. El islamismo expresa fatalismo y gran temor al castigo por el
pecado; por ello mismo, los fieles tienen que ser buenos con los pobres y necesitados, y perdonar.

Mahoma estuvo muy influido por judíos y cristianos. Es posible que si la influencia cristiana
hubiese sido un poco más efectiva, el movimiento liderado por Mahoma se habría inclinado hacia
el cristianismo. Pero esto no ocurrió, y la nueva religión llegó a ser el rival más poderoso de la fe
cristiana durante toda la Edad Media. Al principio, la prédica del Profeta fue rechazada, y sólo su
esposa y algunos parientes la aceptaron.

La suerte de Mahoma cambió en 622, cuando se vio forzado a emigrar junto con sus amigos.
Este episodio se conoce como la Égira, y fue tan importante que los musulmanes consideran a este
año como los cristianos consideramos el año en que nació Cristo, y cuentan los años de su calendario
a partir de aquí. La nueva ciudad de Mahoma fue Yatreb, donde fue bien recibido y donde llegó a
ser su gobernante. En esta ciudad, que más tarde se llamó Medinat-an-Nabí (“la ciudad del Profeta”)
o Medina, se estableció una comunidad musulmana, en la que el culto y la vida civil y política
siguieron los principios del Profeta. Mahoma murió diez años más tarde (632). Para entonces, La
Meca ya lo había reconocido como Profeta de Dios (630), y así también lo hicieron todas las tribus
de Arabia. La idolatría y el politeísmo fueron desarraigados, y el monoteísmo absoluto del Islam se
impuso.

MAPA 4 - ARABIA
El libro sagrado de los musulmanes, el Corán, fue compuesto por Mahoma, según él, bajo la
revelación divina. Éste es el libro sagrado de los musulmanes y el fundamento de sus creencias y
prácticas religiosas, civiles y políticas. Contiene fragmentos históricos, enseñanzas, consejos e ideas
religiosas y morales. Según el Corán, las creencias fundamentales de los musulmanes son la fe en
un Dios único, Alá; en los ángeles y en los profetas, el último de los cuales, Mahoma, ha traído a los
seres humanos el mensaje definitivo de Dios; en el Corán y sus prescripciones; en la resurrección y
el juicio; y, finalmente, en la predestinación de las personas según la insondable voluntad de Dios.

El Corán: “El Dios, no hay dios, sino Él, el Viviente, el Subsistente. Ni la somnolencia ni el
sueño se apoderan de Él. A Él pertenece cuanto hay en los cielos y en la tierra. ¿Quién
intercederá ante Él si no es con su permiso? Sabe lo que está adelante y detrás de los
hombres, y éstos no conocen nada de su ciencia, si no es lo que Él quiere. Su trono se
extiende por los cielos y la tierra, y no le fatiga la conservación de esto. Él es el Altísimo, el
Inmenso.”

Islam significa esencialmente la sumisión a Dios. Esta sumisión involucra el cumplimiento


estricto de ciertos deberes religiosos. El primero es la confesión de fe en Dios y en Mahoma, su
profeta. Otros deberes religiosos fundamentales son: las oraciones, el ayuno, la limosna, el
peregrinaje y la guerra santa, esta última destinada a conseguir la conversión de los infieles a la
nueva fe.

José Luis Romero: “Proveniente del judaísmo y del cristianismo en sus aspectos
doctrinarios, la religión musulmana alcanzó cierta originalidad por la concepción militante
de la fe que logró imponer y que tan extraordinarias consecuencias debía significar para el
mundo. Una especie de teocracia surgió entonces en el mundo árabe y en las vastas
regiones que los musulmanes conquistaron, en la que el califa o sucesor del profeta reunía
una autoridad política omnímoda y una autoridad religiosa indiscutible. Sobre esa base, el
vasto ámbito de la cultura musulmana se desarrolló de una manera singular. De todas las
regiones que los musulmanes conquistaron supieron recoger el mejor legado que les
ofrecían las poblaciones sometidas, y con ese vasto conjunto de aportes supieron ordenar
un sistema relativamente coherente, del que predominaba, sin embargo, en cada comarca
la influencia que allí había tenido su origen: la griega, la siria, la persa, la romana. Acaso la
más importante contribución de los musulmanes—fuera de su propio desarrollo como
cultura autónoma—haya sido la constitución de un vasto ámbito económico que se
extendía desde la China hasta el estrecho de Gibraltar, por el que circulaban con bastante
libertad no sólo los productos y las personas, sino también las ideas y las conquistas de la
cultura y la civilización.”

Las invasiones árabes. Bajo los sucesores de Mahoma (llamados califas) comenzaron los ataques
árabes, que pronto se transformaron en la invasión y ocupación de los países vecinos, una vez
lograda la unidad territorial en Arabia. Las invasiones árabes no fueron guerras de religión, sino
guerras de conquista territorial. La conversión de los conquistados al islamismo no fue forzada ni
hubo al principio persecuciones contra judíos y cristianos. No obstante, su religión les dio a los
invasores un sentido de unidad y confianza en la victoria.

Justo L. González: “Los cristianos y judíos podían continuar en el libre ejercicio de su culto,
siempre que respetaran al Profeta y al Corán. Después se prohibió la conversión de los
mahometanos al cristianismo o al judaísmo. Pero aparte de esto, y de ciertas limitaciones
en las señales públicas de su culto, la única carga que se estableció sobre los judíos y los
cristianos fue la obligación de pagar un tributo mediante el cual el estado se sostenía.
Quienes se convertían al Islam no tenían que pagar ese impuesto. Por tanto, al mismo
tiempo que los musulmanes no tenían interés especial en fomentar las conversiones a su
religión, muchos de los cristianos de convicciones más flexibles terminaron por aceptar la
fe del Profeta.”

El primer territorio que sufrió el arrollador avance árabe fue el Imperio Bizantino, cuyo ejército
fue vencido en 634. Luego, en una sucesión rápida, cayeron Damasco (635), Siria (636), Jerusalén
(638), Cesarea y Gaza (640), Alejandría y todo Egipto (642). En los años que siguieron, avanzaron
sobre Túnez, Argelia y Marruecos. En 652 conquistaron Persia y fundaron un estado árabe con
capital en Bagdad. En 697 invadieron Cartago y en 711 ingresaron a España por Gibraltar (Gebel-
Tarik: la colina de Tarik, el comandante de las tropas moras, bereberes y árabes). En pocos años,
Persia, Siria, Palestina y Egipto, las tierras del origen del cristianismo, cayeron en manos
musulmanas y se perdieron para el testimonio cristiano hasta el día de hoy. En menos de un siglo,
el Islam casi había aniquilado los viejos baluartes del cristianismo en África del norte, y había cruzado
al continente europeo en España. A comienzos del siglo VIII parecía como si la cristiandad occidental
hubiese sido atrapada en un vasto movimiento de pinzas: los musulmanes avanzaron hacia Francia
en 721, y ya en 717 habían puesto sitio a Constantinopla.

Como puede verse, toda la cristiandad se sintió amenazada por el vertiginoso avance musulmán.
Dos eventos quebraron los extremos de estas pinzas y salvaron a la cristiandad de su desaparición.
Por un lado, la defensa de Constantinopla por el emperador León III, en 718, que hizo que los
musulmanes se retiraran de Asia Menor hasta detrás de los montes Taurus. Por otro lado, la victoria
de Carlos Martel (688–741) y su ejército franco cerca de Poitiers (Francia), en 732, que los echó de
Francia impidiendo su avance y no dejándoles pasar más allá de los Pirineos.

Desde 632 hasta 732 se dio un siglo de avance musulmán y de pérdidas cristianas. El
Mediterráneo, que había sido un lago romano, ahora estaba bajo el control musulmán. Los
musulmanes se adueñaron de casi la mitad del Imperio Romano cristiano. Esto tuvo enormes
consecuencias para el comercio europeo occidental y para la difusión del testimonio cristiano. Por
eso, ésta resultará ser la pérdida territorial más grande que experimentará el cristianismo en toda
su historia. Casi toda la Península Ibérica quedó bajo su control. África del norte, Egipto, Palestina y
Siria no habrían de recuperarse hasta hoy como territorios bajo influencia cristiana.

Además, si bien las invasiones árabes no fueron guerras de religión, sino de conquista, el
gobierno árabe en los territorios sometidos afectó a la religión cristiana. En Egipto, la Iglesia Copta
sufrió persecuciones, pesados impuestos, dificultades para realizar matrimonios y los cristianos eran
considerados como extranjeros: éstas y otras presiones llevaron a que muchos se hicieran
musulmanes. En el norte de África, la Iglesia cristiana casi desapareció. Ya los vándalos habían
diezmado a los cristianos y más tarde Justiniano hizo lo mismo, asolando especialmente a la
población local o indígena (bereberes), entre quienes el cristianismo no tenía mucho arraigo.
Muchos consideraban que estaban mejor bajo el dominio musulmán que bajo el dominio bizantino;
otros huyeron a Sicilia e Italia. En tiempos de Agustín de Hipona (m. 430) había alrededor de
setecientos obispados en el norte de África; para el año 700 apenas había unos treinta. Sólo España
se va a ir recuperando poco a poco para el cristianismo, pero a lo largo de un proceso de reconquista
agotador, que duró ocho siglos. No obstante, el peligro peor había sido evitado al ser detenido el
Islam en su avance sobre Europa. La cristiandad occidental sobrevivió, y estaba lista para
aventurarse nuevamente con su fe hacia Oriente una vez más.

MAPA 5 - LAS INVASIONES ÁRABES


Fernando Picó: “La política oficial del Islam triunfante era la tolerancia de la ‘gente del libro’,
cristianos y judíos, a quienes se les ponían cargas fiscales, pero se les permitía el libre
ejercicio de su religión, aunque no el proselitismo. Parte de las tierras conquistadas se
repartían entre los guerreros. En un par de generaciones los árabes se hicieron navegantes
y aprendieron las técnicas de los marineros de los puertos conquistados. También
aprovecharon los saberes acumulados de los griegos y sus sucesores, e incorporaron a su
acervo cultural técnicas de construcción, sabiduría médica, interés en las matemáticas y la
astronomía, técnicas de horticultura, drenaje y riego, y el arte de la reglamentación urbana.
Todos estos conocimientos serían pasados eventualmente a Occidente a través de España
y de Sicilia.”

El Imperio Bizantino y el Islam. Las guerras contra los persas sasánidas agotaron los recursos
económicos y humanos del Imperio. En 636, un ejército islámico infligió una derrota mayor a las
fuerzas del Imperio Bizantino, en Yarmuk. La derrota le costó al Imperio todo el territorio de Siria y
Palestina. En 642 fuerzas islámicas capturaron la más rica de todas las provincias del Imperio, Egipto.
Cuatro años más tarde una flota musulmana derrotó a la armada bizantina y ganó el control del
Mediterráneo (año 646).

Entre 673–678 naves musulmanas bloquearon la ciudad de Constantinopla. La marina bizantina


logró romper el sitio. En su campaña contra los musulmanes los bizantinos introdujeron un arma
nueva llamada “fuego griego.” El “fuego griego” era una especie de lanzadera de fuego que se
llevaba a bordo, construida alrededor de un tubo a través del cual se disparaba contra el enemigo
una mezcla de nafta, sulfuro y salitre. Tan pronto como el Imperio había roto el bloqueo, sus viejos
enemigos—los búlgaros y avaros—atacaron desde el norte. En 679 los búlgaros cruzaron el Danubio
y marcharon contra la ciudad. Para el año 700, el Imperio estaba reducido a una fracción de su
tamaño anterior. Ciento treinta y cinco años después del reinado de Justiniano, el emperador
bizantino controlaba solamente el sur de Italia, Rávena, una pequeña parte de los Balcanes y la
mayor parte de Anatolia.

En 717, León el Isaurio, o León III, subió al trono de Constantinopla como emperador. Durante
los veinticuatro años de su reinado (717–741), León III logró mantener a raya a los adversarios del
Imperio. En 717 los árabes renovaron sus ataques contra la ciudad capital mientras que otro ejército
musulmán marchaba, como vimos, cruzando el norte de África y entrando a España (717–719). León
III concentró sus recursos en proteger el corazón de su Imperio. Tomó medidas para reorganizar la
burocracia y la administración, y tuvo éxito en echar de Asia Menor a las tropas musulmanas (740).
Las victorias de León III le dieron al Imperio Bizantino un respiro de dos siglos antes de nuevos
avances árabes.

La Iglesia de Oriente y el Islam. Los cristianos al este de Palestina sufrieron el avance árabe, pero
a diferencia de lo ocurrido en España, el norte de África y en los territorios bajo el Imperio Bizantino,
lograron sobrevivir conservando su identidad e instituciones. Cuando el califato abásida estableció
su nueva capital islámica en Bagdad (750), el patriarca de la Iglesia Persa o Siríaca del Este (es decir,
la Iglesia de Oriente) también se trasladó a la ciudad capital. En 780, el obispo Timoteo, un hombre
reformador y de espíritu misionero, llegó a ser el patriarca. En 781, participó durante dos días de un
diálogo interreligioso con el califa abásida, Mahdi, y luego escribió un relato de su conversación, que
circuló como una apología. El documento refleja algo de la cristología diofisita (es decir, dos
naturalezas), que era característica por entonces en la Iglesia de Oriente. Lo interesante es este
ejemplo de diálogo religioso cristiano-musulmán en una época tan temprana.

Timoteo de Bagdad: “Yo respondí a su Majestad: ‘Oh nuestro victorioso Rey, en este mundo
todos nosotros estamos como en una casa oscura en el medio de la noche. Si en la noche y
en una casa oscura ocurre que una perla preciosa cae en medio del pueblo, y todos son
conscientes de su existencia, cada uno procurará recoger la perla, que no caerá en manos
de todos sino de uno solo, en tanto que alguien se adueñará de la perla en sí, otro de un
pedazo de vidrio, un tercero de una piedra o de un terrón de tierra, pero cada uno estará
feliz y orgulloso de ser el poseedor real de la perla. Sin embargo, cuando la noche y la
oscuridad desaparecen, y surgen la luz y el día, entonces cada una de aquellas personas que
habían creído que tenían la perla, extenderán y dirigirán su mano hacia la luz, que es la única
que puede mostrar lo que cada una tiene en la mano. Aquel que posee la perla se regocijará
y será feliz y se gozará con ella, mientras que aquellos que tenían en la mano pedazos de
vidrio o trozos de piedra sólo llorarán y estarán tristes, y suspirarán y derramarán lágrimas.

‘De la misma manera nosotros los hijos de la humanidad estamos en este mundo
perecedero como en tinieblas. La perla de la verdadera fe cayó en medio de todos nosotros,
y está indudablemente en la mano de uno de nosotros, mientras que todos nosotros
creemos que poseemos el objeto precioso. Sin embargo, en el mundo venidero, la oscuridad
de la mortalidad pasa, y la niebla de la ignorancia se disuelve, dado que la niebla de la
ignorancia es absolutamente ajena a la luz verdadera y real. En ella se regocijan los
poseedores de la perla, están felices y complacidos, y los poseedores de meras piezas de
piedra llorarán, suspirarán y derramarán lágrimas, como dijimos más arriba.’ …

Y nuestro victorioso Rey dijo: ‘Tenemos esperanza en Dios que nosotros somos los
poseedores de esta perla, y que la tenemos en nuestras manos.’—Y yo respondí: ‘Amén, oh
Rey. ¡Pero quiera Dios concedernos que nosotros también podamos compartirla contigo, y
regocijarnos en el lustre brillante y radiante de la perla! Dios ha colocado la perla de Su fe
delante de todos nosotros como los rayos brillantes del sol, y todo el que desee puede gozar
la luz del sol’.”

_ El Imperio Bizantino y Occidente

A lo largo del siglo VII y principios del VIII hubo tan sólo relaciones mínimas entre el Imperio
Bizantino y Europa Occidental. Una explicación de esto se encuentra en la necesidad de concentrar
los recursos del Imperio en su defensa y en el desorden e inferioridad de la situación imperante en
el Oeste. Estas condiciones comenzaron a cambiar a mediados del siglo VIII. Con la victoria de Carlos
Martel sobre los musulmanes (732), el Papa manifestó un renovado interés en la cristiandad
oriental. El emperador León III el Isaurio provocó una controversia con la Iglesia Occidental cuando
prohibió el uso de íconos en los cultos religiosos. El Papa se opuso a la proclamación de León y
respaldó con su autoridad el uso de imágenes.

La controversia iconoclasta. Esta disputa sobre el uso religioso de las imágenes, que duró desde
717–843, tuvo enormes consecuencias sobre la espiritualidad tanto oriental como occidental. El
conflicto fue inaugurado por los Isaurios (llamados así por una región en Asia Menor) y tenía que
ver con el uso devocional de imágenes o íconos. En el Oriente griego, el uso de los íconos estaba
bien difundido. Los íconos eran venerados no porque tuvieran algún valor material inherente, sino
más bien por las verdades espirituales que ellos manifestaban. Servían como recordatorios de
verdades espirituales y como medios de discernimiento espiritual. Los íconos también significaban
el completamiento o glorificación (theosis) espiritual de otros seres mortales junto a Cristo. Estas
imágenes eran muy populares en la devoción personal, la oración y la meditación.

El emperador León el Isaurio consideraba a los íconos como ídolos y su veneración como
idolatría. Él fue el iniciador de la controversia iconoclasta (“rompedor de íconos”). Seguramente, su
postura resultó de las influencias musulmanas en su región de origen en Asia Menor (Isauria, frente
a la isla de Chipre), pero también al hecho de que en sus días hubo un incremento del culto al
emperador. Los más devotos a los íconos eran monjes y monjas, cuyas comunidades no sólo estaban
eximidas del pago de los impuestos imperiales sino que no hacían ningún aporte significativo al
Imperio.

En 730, León publicó un edicto contra los íconos. El patriarca de Constantinopla se opuso y fue
removido de su puesto. Los soldados imperiales intentaron destruir los íconos por la fuerza en los
lugares públicos, con la oposición especialmente de grupos de mujeres. Constantino V continuó con
la política de su padre (desde 743). Un concilio reunido en 753 condenó los íconos y como
consecuencia hubo persecuciones y martirios de monjes y monjas. El sucesor de Constantino V, León
IV, disminuyó la persecución bajo la influencia de su esposa Irene, que estaba a favor de la
veneración de imágenes. Cuando Irene tomó el poder como regente de su hijo menor en 780,
revirtió la política iconoclasta de los Isaurios y en 787, junto con su hijo Constantino VI, convocó en
Nicea el Séptimo Concilio Ecuménico, que aprobó la veneración de íconos como una práctica
ortodoxa. El Concilio también estableció que las imágenes no eran dignas de la adoración debida
sólo a Dios (latría), sino de una veneración inferior (dulía).

Alfred Weber: “En esta disputa, presenciamos una curiosa sublevación de la concepción
oriental de lo religioso, judaico-arábiga, procedente del Sur (Capadocia), que carece
rigorosamente de imágenes, que se opone a la veneración de lo divino expresado en
imágenes, lo cual había tomado cierto aspecto pagano, que se opone a la veneración de los
íconos como ídolos ‘no hechos por los hombres,’ que ponía en manos de la Iglesia y de los
conventos—que cada día adquirían mayores proporciones—un poder peligroso en forma
de medios de salvación milagrosos. Al mismo tiempo, sin embargo, este movimiento
constituyó la expresión política, la voluntad de una mundanalidad casi de tipo pagano
antiguo, que encarnaba en aquellos poderosos príncipes, en contra de la santurronería
supersticiosa que se iba formando. En el siglo IX, se llega respecto de esta polémica a una
transacción, mediante la incorporación o encaje de las congregaciones monacales y al
mismo tiempo volviendo a permitir las imágenes. Este nuevo Imperio coloreado con tonos
muy vivos había vencido el espíritu de la cultura griega, desde el punto de vista político;
pero en lo cultural había vencido en cambio la helenidad adoptando la forma de un
cristianismo magístico y gnóstico; y no triunfó a modo de una actitud ética—pues nunca se
había producido la lucha en torno a ésta—sino más bien como una sensibilidad plástica de
tipo heleno infundida en la Iglesia.”

Después de la muerte de Irene en 803, el partido iconoclasta intentó hacer prevalecer su


posición. Así es como se impusieron nuevas restricciones sobre el uso de íconos en las iglesias
mediante edictos imperiales, que se proponían terminar con lo que consideraban idolatría. Monjes
y obispos se resistieron, y nuevamente hubo una persecución severa. Finalmente, en 840, la
persecución amainó. La oposición a los íconos había sido más una cuestión de los emperadores y los
militares, y no había sido efectiva para desarraigar la iconolatría del corazón del pueblo. Con la
muerte del último emperador iconoclasta, Teófilo, su esposa, la emperatriz Teodora, ordenó el final
de la persecución. En 843, el patriarca de Constantinopla predicó un sermón en Santa Sofía, que
proclamó que los íconos debían ser reinstalados en la Iglesia. Ésta es la fecha que la Iglesia Ortodoxa
celebra, hasta el día de hoy, como el final de la controversia.

Las relaciones entre Este y Oeste. Desde un punto de vista político, estas relaciones se
empeoraron entre 780 y 802. En 780 Constantino VI, un niño de diez años, llegó a ser el emperador
bizantino. La madre de Constantino, Irene, actuó como regente hasta el año 790, cuando su hijo se
deshizo de los consejeros de su madre y tomó el control del poder. Irene intrigó contra su propio
hijo, al punto que sus secuaces lo enceguecieron, con lo cual quedó ritualmente descalificado para
ser emperador. Irene se nombró a sí misma emperatriz y gobernó de 797 hasta 802. El papa León III
(no confundir con el emperador León III, el Isaurio) intervino en la controversia y declaró vacante al
trono oriental, arguyendo que una mujer no podía gobernar sobre el Imperio. El Papa presentó una
afrenta todavía mayor cuando unilateralmente, como veremos más adelante, nombró a
Carlomagno “emperador de los romanos” en el día de Navidad del año 800. Las consecuencias
prácticas de la acción del papa León III no fueron grandes. No obstante, el nombramiento de un
occidental como cabeza del Sacro Imperio Romano señaló el comienzo de seis siglos de lucha entre
las cristiandades occidental y oriental.

Desde un punto de vista teológico, en Occidente se mantuvo en general una posición intermedia
entre los iconoclastas (destructores de los íconos) y los iconodulistas (adoradores de los íconos). Los
teólogos occidentales distinguían entre las naturalezas divina y material de Cristo, mientras
afirmaban algún modo de comunicación por el cual cada una compartía sus propiedades con la otra.
Para los teólogos orientales, la veneración de los íconos expresaba su fuerte énfasis sobre el misterio
de la encarnación. El teólogo más importante en este sentido fue Juan de Damasco, un monje de
Palestina que escribió Exposición de la fe ortodoxa y tres Discursos contra los que rechazan las santas
imágenes. Estas obras no sólo fueron una afirmación del uso devocional de las imágenes, sino
también una de las declaraciones teológicas más importantes de los principios que se discutieron
en la controversia.

Juan de Damasco: “Puesto que algunos nos culpan por reverenciar y honrar imágenes del
Salvador y de Nuestra Señora, y las reliquias e imágenes de los santos y siervos de Cristo,
recuerden que desde el principio Dios hizo al ser humano a su imagen. ¿Por qué nos
reverenciamos unos a otros, si no es porque somos hechos a imagen de Dios?… Por otra
parte, ¿quién puede hacer una copia del Dios que es invisible, incorpóreo, incircunscribible
y carente de figura? Darle figura a Dios sería el máximo de la locura y la impiedad.… Pero
puesto que Dios, por sus entrañas de misericordia y para nuestra salvación, se hizo
verdaderamente hombre … vivió entre los humanos, hizo milagros, sufrió la pasión y la cruz,
resucitó y fue elevado al cielo, y puesto que todas estas cosas sucedieron y fueron vistas por
los humanos … los Padres, viendo que no todos saben leer ni tienen tiempo para hacerlo,
aprobaron la descripción de estos hechos mediante imágenes, para que sirvieran a manera
de breves comentarios.… Nosotros no reverenciamos lo material, sino lo que esas cosas
significan.”

Desde el punto de vista cultural, las diferencias entre Este y Oeste eran notables. La exquisitez
y sofisticación de la cultura bizantina estaba muy por arriba del retraso y barbarie de los logros
germánicos. Cuando el Imperio Bizantino y el Occidente se enfrenaron en el siglo VIII en torno a un
problema concreto, la cuestión de los íconos, sus perspectivas y premisas habían llegado a ser muy
diferentes. No obstante estas diferencias, el sentido de inferioridad cultural del Occidente latino
respecto a Bizancio prevaleció hasta el siglo XII y le permitió al arte, la arquitectura, y el pensamiento
bizantino ejercer considerable influencia sobre el desarrollo cultural de Occidente.

La dinastía macedónica. Los emperadores que condujeron al Imperio Bizantino desde 867 hasta
1025 pertenecieron a una dinastía macedónica. Los siglos IX y X fueron un período de prosperidad
para el Imperio. Los ejércitos bizantinos tomaron la ofensiva y recapturaron buena parte de Siria,
Armenia, Chipre y Creta. Con Constantino VII, que reinó entre 920–959, el Imperio recuperó parte
de su prestigio y esplendor. Basilio II (927–1025) aplastó a los búlgaros y su acción en el orden
cultural tendió a la protección de las ciencias y las artes. En materia política estabilizó las fronteras
del Imperio frente a los magiares y eslavos, los cuales fueron evangelizados. Desarrolló relaciones
amistosas con Vladimir de Kiev (casado con una hermana de Basilio), en el sur de Rusia. Vladimir
invitó a Basilio (989) a enviar monjes a Rusia, lo que llevó a la conversión de los eslavos al
cristianismo y su adopción de la cultura bizantina. El comercio se expandió durante estos siglos y las
reformas de la burocracia imperial mejoraron la vida dentro de los límites del Imperio. Sin embargo,
la profunda crisis social que aquejaba al Imperio provocó numerosos conflictos, agravados por la
ineptitud de los sucesores de Basilio II.

A partir del siglo XI, el Imperio Bizantino entró definitivamente en decadencia. Sin embargo, un
grave suceso lograría prolongar todavía por dos siglos la vida del Imperio. En 1057, el emperador
bizantino solicitó la ayuda del Papa romano con el fin de detener a los turcos otomanos, que ya
habían ocupado Siria y Palestina, y amenazaban con poner sitio a Constantinopla. El papa Urbano II
promovió las Cruzadas, que lograron detener momentáneamente a los peligrosos enemigos, pero
la dinastía macedónica llegó a su fin y con ello casi desapareció el Imperio Romano de Oriente, que
quedó virtualmente reducido a la ciudad de Constantinopla y sus alrededores.

LA RECUPERACIÓN EN ORIENTE

Para el siglo VII, el patriarca de la Iglesia de Oriente (siríaca) era la autoridad cristiana más
importante en todo el territorio al este de Persia. Su interés no estaba enfocado tanto en los debates
teológicos de sus días, sino más bien en cuestiones prácticas y políticas. La adoración en la Iglesia
de Oriente se llevaba a cabo en lengua siríaca, mientras estos cristianos sustentaban una teología
nicena. Entre los patriarcas que sirvieron bajo el dominio musulmán de Persia, uno de los más
influyentes fue Timoteo I, ya mencionado. Él personalmente envió más de cien misioneros a nuevas
regiones donde no había testimonio cristiano.

La expansión del testimonio cristiano al este de Persia después del año 600 fue básicamente la
obra de monjes de la Iglesia de Oriente. Hubo también sacerdotes y mercaderes que llevaron su
testimonio a lo largo de las rutas caravaneras que cruzaban el continente asiático. Fue precisamente
en las principales ciudades junto a estas rutas entre Persia y China que, ya antes del siglo X, se fueron
estableciendo monasterios, que sirvieron de centros de adoración, evangelización, hospedaje para
mercaderes y escuelas. En ellos se copiaron y tradujeron los textos siríacos de las Escrituras, la
liturgia cristiana, y las historias de santos y mártires.

_ El cristianismo en India

Hay que esperar hasta el siglo XVI para tener referencias históricas más seguras en cuanto al
desarrollo del testimonio cristiano en India. No obstante, como se vio en el volumen anterior, hay
abundantes indicaciones de la presencia de cristianos en este sub-continente con anterioridad al
siglo VI. Para mediados del siglo VII, encontramos referencias en la correspondencia del patriarca
de la Iglesia de Oriente, Ishoyahb III, de la ruptura de relaciones con el metropolitano en
Rewardashir. Las iglesias en India continuaron sosteniéndolo financieramente. En el siglo VIII
encontramos nuevamente referencias a las iglesias en India en los registros persas. Se nos informa
que tenían un metropolitano propio, elegido de entre su propia comunidad en la presencia de los
otros obispos. Evidentemente, debería haber más de una diócesis, ya que según la tradición persa,
los metropolitanos eran nombrados cuando había por lo menos seis obispos bajo su autoridad. Las
iglesias aparentemente estaban bien establecidas. Hay varias cartas del patriarca Timoteo I que
mencionan la presencia cristiana en India. Una de ellas está dirigida a un monje llamado Tomás, que
estaba viajando con un grupo de inmigrantes a la India. Otra ofrece instrucciones en cuanto a
irregularidades ministeriales. En el siglo IX encontramos la mención de dos hermanos armenios que
llegaron a India como misioneros.

Existe un interesante documento de mediados del siglo IX, que consiste de unas placas de cobre
con inscripciones, que menciona concesiones dadas por los reyes locales a los cristianos para
construir sus lugares de culto. A la luz de esta evidencia arqueológica, se puede ver que las
comunidades cristianas en India eran pequeñas y mayormente ubicadas en el sur de la India. En su
mayoría, se trataría de inmigrantes venidos de Persia, que se establecieron en la costa Malabar a lo
largo de varios siglos. Algunos llegaron como mercaderes, otros como refugiados escapando de la
persecución persa o islámica, pero también había algunos misioneros. Muchos de ellos son
mencionados como peregrinos, que venían para visitar Cranganore, el lugar al que según la tradición
había llegado el apóstol Tomás, o Mylapore, cerca de Madrás en el este, donde se creía estaba
ubicada su tumba. Con el tiempo, estos cristianos llegaron a constituir una casta separada, con lo
cual gozaron del reconocimiento social y político de los gobernantes locales según la costumbre
religiosa hindú tradicional. Al igual que los miembros de otras castas en India, estos cristianos vivían
en casas vecinas a su centro religioso, en este caso sus templos, constituyendo así vecindarios
cristianos distintivos.

El siríaco continuó siendo la lengua litúrgica, a pesar de haber sido desplazada por el arábico en
Persia. Esta lengua les dio un sentido de identidad cristiana, al parecer más cercana a la lengua
hablada por Jesús y sus discípulos. En sus cultos las iglesias de la India celebraban liturgias que
guardaban cierta relación simbólica con Jerusalén. Pero al mismo tiempo estaban contextualizados
con la cultura local, ya que utilizaban tortas de arroz y vino de palmera para la eucaristía. Esto pone
en evidencia que su identidad cultural era plenamente india. Estos cristianos probablemente
llevaron su testimonio por mar a Sri Lanka, y tal vez a Java, la península Malaya, e incluso hasta la
costa de China. De hecho, hay mención de mercaderes persas y a veces armenios que visitaron estos
lugares entre los siglos VII y X.

_ El cristianismo en Asia Central

Al este de Persia, el testimonio cristiano siguió las rutas caravaneras, especialmente la Ruta de
la Seda, que cruzaban por Balkh, la capital de Bactria, y seguían por las ciudades de Merv y
Samarcanda. Estas mismas rutas eran seguidas por monjes, sacerdotes y mercaderes zoroastristas,
budistas, maniqueos y musulmanes, además de aquellos que sostenían creencias animistas y
chamánicas. La primera presencia cristiana estuvo ligada al establecimiento de monasterios en las
principales ciudades. Como se indicó, estos monasterios estaban directamente relacionados con el
comercio de mercaderes cristianos, a quienes ofrecían alojamiento y atención religiosa. Las iglesias
siríacas fueron bien conocidas por sus médicos, algunos de los cuales eran también sacerdotes y
monjes. La presencia de cementerios con inscripciones funerarias cristianas para mujeres y hombres
es evidencia de cierto grado de educación en estas ciudades de Asia Central, e indica la existencia
de comunidades cristianas permanentes a lo largo de la Ruta de la Seda desde Persia hasta China
occidental.

En una de sus cartas (781), el patriarca Timoteo I informaba que había recibido una
comunicación de un rey entre los turcos (hunos), en la que le decía que él y su pueblo se habían
convertido al cristianismo. Este rey le pedía que ordenara y les enviara un obispo junto con algunos
monjes, cosa que Timoteo hizo. En otras cartas, Timoteo I daba testimonio de su interés en asistir a
un creciente número de iglesias, monasterios y sedes episcopales a lo largo de lo que ahora son las
naciones de Uzbekistán, Kazajstán y Tayikistán. En una de sus cartas, Timoteo informaba que el
metropolitano de China había muerto y que él estaba nombrando a alguien para que ocupara su
lugar. En otra escribió que estaba preparándose para consagrar a un obispo para los tibetanos.
Algunos textos cristianos escritos en la lengua tibetana antes del siglo X sugieren que había interés,
sino una necesidad, de literatura cristiana en lengua tibetana. La decisión de Timoteo de consagrar
a un obispo para Tibet indica que había un grupo considerable de cristianos en aquella región.

Para fines del siglo VII el mensaje cristiano había alcanzado lo que es ahora China occidental.
Las antiguas ciudades de Tunhuang y Turfan tenían comunidades cristianas. En la primera, se han
encontrado numerosos escritos cristianos en cuevas budistas. Lo mismo ha ocurrido en Turfan, al
norte de Tunhuang, todo lo cual provee de buena evidencia para afirmar una presencia cristiana
considerable en esta región antes del siglo X. Estos cristianos serían persas, turcos, mongoles y
chinos, con algunas influencias armenias y griegas, según se ve por los escritos encontrados. Además
de las Escrituras, estos materiales incluían libros de adoración, homilías, comentarios bíblicos, vidas
de santos y mártires, tratados de medicina y obras filosóficas.

Una carta de Abdisho, obispo de la ciudad de Merv, escrita al patriarca de Bagdad alrededor del
año 1000, provee de evidencia de la extensión más septentrional alcanzada por la influencia
misionera cristiana durante este período. Este obispo informaba al patriarca que el rey de los turcos
keraítas que vivía alrededor de la región junto al lago Baikal en el norte de Mongolia, había tomado
contacto con él. El rey se había convertido a la fe cristiana a través de la aparición de un santo
cristiano, que le había mostrado el camino a través de una tormenta de nieve y se identificó como
un seguidor de Cristo. Como resultado de esto, el monarca había buscado a mercaderes cristianos
que estaban viajando a través de la región, y ellos lo instruyeron en las doctrinas básicas de la fe.
Incluso le habían dejado una copia del Evangelio. Según Abdisho, unos doscientos mil miembros de
la tribu de este rey habían llegado a abrazar la fe cristiana.

El rey estaba bien comprometido con la nueva fe y estaba solicitando ser bautizado. Para ello
pedía instrucciones en cuanto a cómo prepararse. Se le indicó que debía ayunar por largos períodos
de tiempo durante un año. Los turcos entendieron que debían abstenerse de comer carne o
productos lácteos durante estos ayunos, pero ésta era su dieta básica y única. El patriarca respondió
a sus inquietudes diciéndole a Abdisho que debía enviar a un sacerdote y a un diácono a bautizarlos
y a ministrarles. En cuanto al ayuno, en razón de la ausencia de otros alimentos, ellos debían
abstenerse de comer carne, pero podían consumir productos lácteos. Éste es un interesante
ejemplo de contextualización misionológica.

MAPA 6 - EL CRISTIANISMO EN ORIENTE

_ El cristianismo en China

El cristianismo llegó a China en el año 635, el año en que la misión céltica llegaba al norte de
Inglaterra, en Northumbria. Si bien este movimiento fue muy pequeño, es suficiente como
ilustración para recordar que el cristianismo no es una religión exclusivamente occidental, sino
universal. Puede decirse, entonces, que para Inglaterra del norte y para el Lejano Oriente, la historia
cristiana comenzó en el año 635.

Los misioneros en China. El documento arqueológico más completo para la reconstrucción de la


llegada del cristianismo a la China es la Estela de Ch’ang-an, encontrada en la provincia de Xian. Esta
piedra de granito negro, grabada con caracteres chinos en todas sus caras, lleva por título
“Monumento que conmemora la transmisión de la Religión de la Luz en China.” Fue grabada en 781
y declara que la llegada del testimonio cristiano a la capital del Imperio Chino bajo la dinastía T’ang
(Ch’ang-an) se produjo en el año 635, cuando monjes siríacos de la Iglesia de Oriente, arribaron bajo
el liderazgo de Alopen (o Alouben). La dinastía T’ang fue una de las más destacadas en la larga
historia de la civilización y cultura china. La ciudad de Ch’ang-an contaba con alrededor de dos
millones de habitantes, lo que la hacía la más grande del mundo en aquel tiempo. El confusionismo
era la ideología predominante del Estado, pero se estudiaban también otras religiones e ideas como
el taoismo, el budismo, el zoroastrismo y el maniqueísmo. Entre estas nuevas ideas estaba la
representada por monjes provenientes del extremo occidental de Asia (Siria), y que en chino se
conocía como Jing Jiao (Religión Ilustre o Religión de la Luz o Luminosa).

Estela de Ch’ang-an: “La doctrina sagrada que ha traído luz al mundo vino aquí durante el
reinado del Emperador Taizong. Las enseñanzas gloriosas fueron traídas por Alouben, un
hombre de alta virtud del Imperio de Da Qin (Siria). Él vino sobre nubes azules trayendo las
escrituras verdaderas, y después de un viaje largo y arduo, arribó en Ch’ang-an durante el
noveno año de Zhenguan. El emperador envió a su ministro Fang Xuanling para saludarlo
en el suburbio occidental. El visitante fue bienvenido en el palacio donde se le pidió que
tradujera sus escrituras. Cuando el emperador oyó las enseñanzas, se dio cuenta
profundamente de que ellas hablaban la verdad. Por lo tanto, pidió que estas enseñanzas
fuesen enseñadas, y en el mes séptimo en el otoño del vigésimo año de Shenguan, proclamó
un decreto:

‘El Camino no tiene un nombre común y lo sagrado no tiene una forma común.
Proclamen las enseñanzas por todas partes para la salvación del pueblo. Alouben, el hombre
de gran virtud del Imperio de Da Qin, vino desde una tierra lejana y arribó a la capital para
presentar las enseñanzas e imágenes de su religión. Este mensaje es misterioso y
maravilloso más allá de nuestra comprensión. Las enseñanzas nos hablan acerca del origen
de las cosas y de cómo ellas fueron creadas y nutridas. El mensaje es lúcido y claro; las
enseñanzas beneficiarán a todos; y ellas deben ser practicadas por toda la tierra’.”

Los primeros misioneros en ir a China vinieron de Persia (Da Qin o Siria en la Estela), que para
aquel entonces estaba bajo el gobierno musulmán. El grupo misionero había sido enviado por la
Iglesia de Oriente, y estaba constituido por veintiún monjes de habla siríaca, bajo la dirección de
uno llamado Alopen. Un edicto imperial del año 638 les concedió tolerancia religiosa y el emperador
mismo les dio un monasterio en la ciudad capital. El sucesor del emperador ordenó la construcción
de monasterios en muchas provincias y le dio a Alopen el título de “Señor Protector de las Grandes
Enseñanzas.” La Estela señala: “La enseñanza se esparció a las diez direcciones y el país prosperó.
Se construyeron monasterios en cientos de ciudades y muchas personas recibieron bendiciones de
la Iglesia de la Religión de la Luz.”

Sin embargo, en 698, al cambiar la dinastía gobernante, los cristianos tuvieron que hacer frente
a la oposición, que por momentos fue muy violenta. Maestros budistas esparcieron rumores en
contra de los creyentes. Para el 712, la oposición comenzó en la capital misma y aparentemente
resultó en la destrucción de recintos y objetos sagrados. A mediados del siglo VIII se restauró el
favor imperial. Se construyó una iglesia en un ducado “donde la doctrina podía ser enseñada a más
personas de maneras simples y directas,” y “en poco tiempo, muchas personas fueron convertidas.”
El siguiente emperador no sólo permitió la predicación cristiana, sino que hizo regalos a un
monasterio y se les pidió a los monjes que dirigieran la adoración en el palacio imperial. Un nuevo
edicto de tolerancia permitió ciertos progresos en el trabajo misionero en varias provincias.
La teología en China. La primera parte de la Estela de Ch’ang-an es un resumen de la doctrina
cristiana sostenida por los primeros misioneros en llegar a China. La declaración de fe comienza
confesando a Dios Altísimo como el Creador, uno y eterno. En cuanto a los seres humanos,
“originalmente ellos no tenían deseo alguno, pero bajo la influencia de Satanás, abandonaron su
bondad pura y simple por el brillo y el oro.” Como consecuencia de esta situación es que apareció
Ye Su (Jesús), “Aquel que emana en tres cuerpos ocultos, escondió su verdadero poder, se hizo un
ser humano, y vino de parte del Señor del Cielo a predicar las buenas enseñanzas. Una virgen dio a
luz a lo sagrado en una morada en el Imperio Da Qin.” La Estela continúa expresando una cristología
bastante similar a la de Nestorio:

Estela de Ch’ang-an: “El mensaje fue dado a los persas quienes vieron y siguieron la luz
brillante para ofrecerle regalos. Los veinticuatro santos [los libros del Antiguo Testamento
según el canon hebreo], nos han dado las enseñanzas, y el cielo ha decretado que sea
proclamada la nueva religión de la ‘Pureza de los Tres-en-Uno de los que no se puede
hablar.’ Estas enseñanzas pueden restaurar la bondad a los creyentes sinceros, liberar a
aquellos que viven dentro de los límites de los ocho territorios [quizás las Bienaventuranzas,
Mt. 3:3–10], refinar el polvo y transformarlo en verdad, revelar el portal de las tres
constantes [probablemente fe, esperanza y amor, 1 Co. 13:13], conducirnos a la vida y
destruir la muerte. Las enseñanzas de la Religión de la Luz son como el sol resplandeciente:
tienen el poder de disolver el reino de las tinieblas y destruir para siempre el mal.

“Él puso a flote la barca de la salvación y la compasión de modo que podamos usarla
para ascender al palacio de la luz y unirnos con el Espíritu. Él llevó a cabo la obra de
liberación, y cuando la tarea fue completada, ascendió a la inmortalidad en un gran
resplandor de luz. Él dejó veintisiete libros de escrituras [Nuevo Testamento] para inspirar
nuestro espíritu; reveló las obras del Origen; y nos dio el método de la purificación por el
agua [bautismo].”

Es posible conocer algo más de la teología cristiana china primitiva a partir de documentos
encontrados en las cuevas de Tunhuang y Turfan. Estos documentos son muy parecidos a las sutras
budistas en su estilo. Uno de ellos, la Sutra de Jesucristo, ha sido fechado alrededor del 638 y puede
estar relacionado con la misión original de Alopen. Otras tres sutras, agrupadas bajo el título común
de Discursos sobre monoteísmo, parecen haber sido compuestas alrededor de 641.

Es interesante notar el vocabulario de estos manuscritos. En la Sutra de Jesucristo se usa el


nombre “Buda” para la divinidad, mientras que las otras tres usan el término chino I-shen (“Un
Dios”). Cristo es también llamado Shih-tsun (“Señor del Universo”) y el Espíritu Santo Liang-feng
(“Brisa o Viento Fresco”). Este lenguaje facilitaba la comunicación del evangelio en un contexto
típicamente budista y taoista. La Primera sutra litúrgica, compuesta cerca de 720, ilustra la
adaptación de la liturgia cristiana al contexto local con su oración a “Aquel con el rostro como jade.”

Sutra de Jesucristo: “De modo que Dios hizo que la Brisa Fresca viniese sobre una mujer
joven escogida llamada Mo Yan [María], que no tenía esposo, y ella quedó embarazada.
Todo el mundo vio esto, y entendió lo que Dios había obrado. El poder de Dios es tal que
puede crear un espíritu corpóreo y conducir al sendero claro y puro de la compasión. Mo
Yan dio a luz a un niño y lo llamó Ye Su, quien es el Mesías y cuyo padre es la Brisa Fresca.…
Dios mira con compasión hacia abajo desde el Cielo, y controla todas las cosas en el Cielo y
la Tierra. Cuando Ye Su el Mesías nació, todo el mundo vio un misterio brillante en los Cielos.
Todas las personas vieron desde sus casas una estrella tan grande como una rueda de carro.
Esta luz misteriosa brilló sobre el lugar donde Dios iba a ser encontrado, porque en este
momento el Único nació en la ciudad de Wen-li-shih-ken [Jerusalén] en el huerto de But
Lam [Belén]. Después que hubieron pasado cinco años el Mesías comenzó a hablar. Él hizo
muchas cosas milagrosas y buenas mientras enseñaba la Ley.… El Mesías ofreció su cuerpo
a los malvados por amor a todos los seres vivientes. A través de esto todo el mundo sabe
que toda vida es tan precaria como la llama de una vela. En su compasión él entregó su vida.

“Los malos trajeron al Mesías a un lugar apartado, y después de lavar su cabello lo


llevaron al lugar de ejecución llamado Chi-Chu [Gólgota]. Ellos lo colgaron alto sobre un
cadalso de madera, con dos criminales, uno a cada lado de él. Él colgó de allí por cinco
horas.… Temprano esa mañana hubo una luz solar brillante, pero a medida que el sol se
movió al Oeste, tinieblas vinieron sobre el mundo, la tierra se sacudió, las montañas
temblaron, las tumbas se abrieron y los muertos caminaron. Aquellos que vieron esto
creyeron que él era quien él decía que era. ¿Cómo puede alguien no creer? Aquellos que
toman a pecho estas palabras son verdaderos discípulos del Mesías.”

De las otras tres sutras mencionadas, la primera ofrece una discusión metafísica sobre la
naturaleza invisible de Dios, y la naturaleza visible e invisible del ser humano. La segunda trata con
la creación y la naturaleza humana (cuerpo, alma y espíritu). La tercera titulada El discurso del Señor
del Universo sobre la limosna, provee una ilustración del énfasis cristiano sirio sobre la importancia
del papel de las mujeres en el evento de la salvación.

A la luz de estos documentos, parece evidente que las autoridades chinas consideraban al
cristianismo como una secta similar al budismo. Esta identificación facilitó el ingreso del testimonio
cristiano en China bajo la dinastía T’ang.

Los resultados en China. Las crisis políticas internas y externas no fueron favorables para un gran
avance de la fe cristiana en China. La estela de Ch’ang-an describe la situación hasta el año 781,
cuando fue esculpida y termina con una nota de confianza. Dice la Estela: “Esta doctrina es grande
y sus obras son poderosas y misteriosas. Si soy forzado a describirla, las llamaría la obra del Señor
Tres-en-Uno. Todo lo que este humilde siervo ha hecho es registrar en el monumento lo que ha
sucedido y glorificar al Señor Primordial.” La historia posterior debe ser reconstruida a partir de
otros documentos.

A mediados del siglo VIII, la expansión árabe hacia el Este (especialmente Tibet) creó conflictos
con el Imperio Chino. En estos años, uno de los líderes chinos más destacados fue el duque Kuo Tzu-
i, quien defendió los territorios chinos de los avances árabes. El monumento de Xian dice que uno
de los comandantes nombrados por el emperador para acompañar al duque era un sacerdote
cristiano llamado I-ssu, a quien la Estela lo menciona como su donante. Para entonces, parece que
en algunas iglesias la adoración se hacía en chino y no en siríaco. Es probable que la creciente
identificación del cristianismo con el budismo haya sido la causa de su rápida declinación hacia
mediados del siglo IX. Los registros chinos mencionan a los cristianos hasta aproximadamente el año
900, cuando desaparece todo rastro de cristianismo en China. Las razones para este cataclismo
fueron dos.

Primero, persecución. En el año 845 un emperador pro-taoísta decidió suprimir las religiones
que no eran de origen chino, incluso el budismo. El edicto decía: “¿Cómo pueden las religiones
triviales de Occidente compararse con las nuestras?” El edicto menciona a monjes cristianos y
zoroastristas (se los menciona juntos, porque ambas religiones provenían de Persia) en número de
3.000 que, al igual que los budistas, debían “retornar al mundo para no confundir las costumbres
de China.” La política persecutoria duró sólo veinte meses. El budismo logró recuperarse, pero la
pequeña Iglesia cristiana se debilitó casi definitivamente.

Segundo, desorden. Las continuas guerras civiles durante el siglo IX crearon un clima de
inestabilidad e inseguridad. En el año 878 la rebelión arruinó todo el sur de la China y su comercio
marítimo. Los mercaderes extranjeros regresaron en multitud a Occidente, y la falta de un gobierno
estable puso fin a las comunicaciones pacíficas en Asia Central, y con todo esto, la tarea misionera
murió.

El último testimonio que oímos de este período viene de un cronista árabe que informa haber
conversado con un monje cristiano en Bagdad en 987. Siete años antes, el monje había formado
parte de una misión enviada por el patriarca para poner en orden las cuestiones de las iglesias en
China. Pero no pudieron encontrar a un solo cristiano en todo el territorio. A pesar de este informe
negativo, veremos más adelante que el cristianismo en el Lejano Oriente logró sobrevivir entre
algunas tribus del Asia Central, desde donde volvería a expandirse nuevamente hacia el Este.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Mirando hacia atrás a los primeros tres siglos del
movimiento cristiano en China, encontramos a una comunidad que jamás sumó más que
una docena de monasterios establecidos y varios miles de creyentes cristianos. El número
de cristianos empalidece a la luz de la fuerza de las escuelas budista y taoísta de ese
tiempo.… En ninguna otra parte en el mundo en los siglos séptimo y octavo puede uno
encontrar a cristianos comprometidos en un estudio y diálogo activo con budistas, taoístas,
zoroastristas, maniqueos e incluso vecinos confucionistas.… Hubo una buena cantidad de
mezcla de ideas entre estas varias tradiciones en China. Quizás … ésta fue en parte la causa
de la decadencia de estas primeras comunidades cristianas al final. El eclipse parcial de una
identidad cristiana distintiva dejó a los cristianos chinos con pocas razones para mantener
su propia existencia separada en medio de las escuelas de la dinastía T’ang en China.

“Un argumento histórico más probable es que a pesar de la notable obra de traducción
e incluso de composición de nuevas obras teológicas en chino, la mayor parte de la iglesia
cristiana en China desde los siglos séptimo al décimo permaneció como una comunidad de
extranjeros residentes. Si bien por algún tiempo en el siglo octavo Ch’ang-an fue constituida
como ciudad metropolitana por el patriarca en Bagdad, las iglesias en su mayoría
permanecieron dependientes del clero foráneo de la región de Balkh para su liderazgo. La
comunicación fue difícil a lo largo de la Ruta de la Seda después del surgimiento de los
árabes o por mar desde la India.”

LA RECUPERACIÓN EN OCCIDENTE

_ La Iglesia en Europa

Establecidos los reinos germánicos, y concretada la atomización política de Europa occidental,


la Iglesia quedaba como la única expresión de cierto orden institucional. La Iglesia se erigió como
celosa guardiana de la organización y cultura romanas. Poco a poco los monarcas germánicos se
fueron convirtiendo a la fe cristiana y con ellos sus pueblos. La Iglesia fue creciendo en su influencia
y prestigio. A fin de consolidar su unidad y la del mundo cristiano que lideraba, la Iglesia organizó y
estableció sus jerarquías siguiendo el modelo de la administración civil del desaparecido Imperio
Romano. De este modo, Europa quedó dividida en provincias eclesiásticas o arquidiócesis colocadas
bajo la autoridad de arzobispos. A su vez, cada arquidiócesis estaba constituida por un número de
diócesis bajo la autoridad de obispos. Las diócesis estaban compuestas por varias parroquias
urbanas y rurales a cargo de los presbíteros o curas párrocos.

Este conjunto de religiosos constituía el clero secular, porque vivía en contacto con el seculum
(mundo o sociedad). A partir del siglo V aparece otro tipo de clero cuyos miembros (monjes y
monjas) vivían en monasterios, alejados del mundo y sujetos a una disciplina determinada,
expresada en una regla monástica. Por ello mismo, estos religiosos pertenecían al clero regular. A
través de su clero, secular y regular, la Iglesia controlaba la totalidad de la vida cotidiana, desde el
nacimiento hasta la muerte. También ejercía un creciente poder en el campo político, al coronar y
deponer a reyes y emperadores. Pero sobre todo, moderó las costumbres de los germanos y ayudó
a la difusión de la cultura romana.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “El factor singular más importante que ligaba a los pueblos
de estas regiones [España, Galia, Italia y Gran Bretaña] alrededor del año 600 era la religión
católica: sus obispos proveían de una red administrativa de naturaleza moral y espiritual.
Las iglesias eran dueñas de tierras, promovían la educación y apoyaban los encuentros
regionales de sus líderes. Dentro de esta red en el Oeste, el obispo más poderoso era el que
ocupaba la sede histórica de Pedro en Roma, el Papa.”

Durante la temprana Edad Media el poder del papado se incrementó. El Papa de Roma jugó un
papel primordial en mantener viva y desarrollar la idea de un Imperio en Occidente. Ya desde los
días del papa Dámaso I (375), el Papa pretendía tener una autoridad suprema en materia de
enseñanza de toda verdad en la cristiandad. Dámaso basaba su pretensión en la doctrina petrina,
según la cual Jesús había establecido a Pedro como la “roca” sobre la cual la Iglesia debía ser
construida. Esta ideología del papel conductor del Papa como líder de la cristiandad occidental, fue
reforzada y ampliada por el papa Gregorio I (590–640). Él fue el primer miembro de una orden
monástica en llegar al papado. Los logros de Gregorio (conocido como el Grande) le valieron un
lugar de honor entre los grandes Padres de la Iglesia (junto con Jerónimo, Ambrosio y Agustín).
Gregorio desarrolló ideas como la de la penitencia y conceptos como el del purgatorio. Centralizó la
administración de la Iglesia y fue el primer Papa en gobernar como cabeza secular de Roma así como
de los territorios alrededor de la ciudad. Se destacó como gran estadista, especialmente en el
manejo de los lombardos que amenazaban con invadir sus posesiones. Gregorio apoyó a la orden
benedictina y, en un tiempo cuando las comunicaciones entre las diferentes partes de Europa
estaban colapsando, los utilizó para crear las bases institucionales de la Iglesia Latina occidental.

Todos, romanos y bárbaros, necesitaban un emperador, pero no lo encontraron en el Imperio,


sino en la Iglesia, que sobrevivió al Imperio y que con el papa Gregorio I alcanzó su apogeo. Gregorio
trajo al trono papal la planificación de un estadista y la devoción de un monje. Su contribución más
notable fue la misión a Inglaterra, que se concretó con misioneros del monasterio benedictino
fundado por él, bajo la dirección de un monje llamado Agustín (no es Agustín de Hipona).

_ El monasticismo en Europa

Al comienzo del período de declinación, algo empezó a ocurrir. Al principio debió haber parecido
sólo de importancia local, pero finalmente llegó a salvar la situación del testimonio cristiano en todo
Occidente. Se trató del surgimiento del movimiento monástico, como expresión de profunda
espiritualidad y de gran devoción. A medida que se profundizaba el deterioro moral y espiritual en
Europa fue creciendo el celo monacal. Debido al ingreso masivo de paganos a la Iglesia, a la violencia
e inestabilidad generalizada, a la falta de educación y al caos imperante, muchas personas veían en
la vocación monástica una manera de huir del mundo y sus poco atractivas circunstancias. El
monasterio ofrecía una vida más segura, anticipable y con buenas oportunidades para el desarrollo
cultural.

El monasticismo se originó en el Cercano Oriente. Los primeros monjes estaban motivados por
un deseo de vivir vidas dedicadas a la contemplación y la adoración a Dios. En Italia, Benito de Nursia
(480–540) estableció los fundamentos del monasticismo occidental, cuando hizo una contribución
típicamente romana, no inventando algo nuevo, sino agregando disciplina y orden a lo que ya
estaba. En el año 500 se hizo ermitaño, y en el 529 fundó un monasterio en Monte Casino, al sur de
Roma, destruyendo un templo de Apolo que había sobre una colina.

Benito había formulado una Regla, que establecía un modelo permanente para los monjes
occidentales. Hasta entonces, la vida de un monje estaba marcada por la pobreza y la castidad.
Benito enfatizó una tercera virtud: la obediencia. Benito le dio estabilidad a la vida monástica
mediante una buena organización. El monasterio estaba presidido por un abad asistido por un prior.
Si bien era estricta, la vida en un monasterio benedictino estaba bien balanceada en el uso del
tiempo: adoración y oración (en varios momentos del día); trabajo en el campo o en la cocina; y,
estudio. Algunos dichos famosos de Benito eran: “El ocio es el enemigo del alma,” y “Un claustro sin
libros es un fuerte sin armamento.” En menos de tres siglos los monasterios benedictinos se
esparcieron por todo el continente europeo, y la Regla de Benito llegó a unificar a todo el
monaquismo occidental.
_ Las misiones en Europa

Mientras el Islam destruía muchos baluartes cristianos antiguos y arrinconaba a la cristiandad


latina en Europa occidental, en el norte del continente europeo el cristianismo resistía
encarnizadamente el avance musulmán y lograba introducirse en nuevos territorios a través de
movimientos misioneros sumamente dinámicos.

El cristianismo en España. El evento más importante en la Península Ibérica a comienzos de la


Edad Media fue la conversión del rey visigodo Recaredo del arrianismo al cristianismo católico (587).
Dos años más tarde, Recaredo convocó el famoso Tercer Concilio de Toledo, el primero de una serie
de dieciséis cónclaves de la Iglesia, que se llevaron a cabo bajo la supervisión real entre 589 y 702.
Estos concilios se transformaron en un verdadero poder legislativo, integrado por miembros del
clero y la nobleza. La recopilación de las distintas disposiciones legislativas dictadas por esas
asambleas constituyeron la base del derecho español, que más tarde (687) quedó plasmado en un
código llamado Fuero Juzgo. Este Concilio fue importante porque su propósito declarado era la
conversión pública de los germanos y el fortalecimiento de la fe católica en todo el territorio (esto
antes de la invasión musulmana). Entre otras cosas, el Tercer Concilio de Toledo decretó que el
Credo fuese recitado antes del Padrenuestro toda vez que se celebraba la eucaristía. En las actas de
este concilio aparece por primera vez la cláusula filioque, el agregado de la frase “y del Hijo” al Credo
de Nicea en cuanto a la procedencia del Espíritu Santo.

Tercer Concilio de Toledo (589): “Por lo tanto confesamos que existe el Padre, quien genera
de su misma sustancia un Hijo co-igual y co-eterno con él mismo, pero no de tal manera que
sea tanto hijo como padre; sino más bien, el Padre que genera es una persona, y el Hijo que
es generado es otra, aun cuando ambos subsisten en una divinidad de sustancia. Porque el
Padre de quien el Hijo existe, él mismo existe de ninguna otra cosa; y el Hijo tiene un Padre,
no obstante él subsiste en divinidad sin comienzo y sin disminución, de tal manera que es
co-igual y co-eterno con el Padre. Y de manera similar, confesamos y predicamos que el
Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y es uno en sustancia con el Padre y el Hijo;
realmente que el Espíritu Santo es una tercera persona en la Trinidad, aunque tiene en
común con el Padre y el Hijo la esencia de la divinidad.”

Los visigodos eran los más cultos de los pueblos bárbaros y al fusionarse con los
hispanorromanos dieron origen a un alto grado de civilización en el reino que crearon en España. El
clero fue el depositario de la cultura y los trabajos literarios se ocupaban de temas referentes a la
religión, la moral y la historia. La figura más destacada de este período fue el arzobispo Isidoro de
Sevilla, un hombre erudito que escribió sobre casi todas las materias que, en su época, comprendía
el saber humano, desde teología hasta las artes mecánicas. Entre sus muchas obras se destaca
Etimologías, una obra monumental dividida en veinte libros, en los que se ocupa de temas religiosos,
y de derecho, legislación, historia y ciencias naturales.

El reino visigótico subsistió hasta principios del siglo VIII, cuando sucumbió a causa de la invasión
de los musulmanes. En 711, los musulmanes pusieron pie en tierra española y en el mes de junio
derrotaron al rey visigodo Rodrigo. Los enclaves cristianos quedaron arrinconados por la presencia
musulmana en algunos valles del Cantábrico y en la región montañosa de Asturias, a partir de 713.
De esta manera desapareció la monarquía visigoda y comenzó la lucha por la Reconquista, que se
prolongó por más de siete siglos como una verdadera cruzada cristiana. El iniciador de tal epopeya
cristiana fue el rey visigodo Pelayo, que logró vencer por primera vez a los invasores en la batalla de
Covadonga (718). Pero la expulsión de los musulmanes de la Península recién pudo ser completada
en 1492.

El cristianismo en las Islas Británicas. El desarrollo del testimonio cristiano en las Islas Británicas
tuvo dos movimientos fundamentales. Por un lado, está la misión celta, que representó una
corriente misionera proveniente del norte, básicamente del movimiento monástico desarrollado en
Irlanda. Uno de los misioneros celtas más famosos fue Columbano (543–615), contemporáneo de
Gregorio I. Nacido y educado en Bangor (Irlanda), condujo a un grupo de doce misioneros al
continente europeo (Galia) a fines del siglo VI. Allí estableció varios monasterios en el sur de Francia
y el norte de Italia, y compuso una regla monástica basada en las prácticas ascéticas celtas. Al igual
que muchos otros líderes espirituales de este período, Columbano es recordado por los milagros y
maravillas que llevó a cabo. Estas señales y prodigios sirvieron para llamar la atención de los paganos
y hacer que dejaran a sus dioses tradicionales por Cristo. En 603 escribió una carta a un sínodo de
obispos en Galia, en defensa de su adhesión a las costumbres de la Iglesia celta (especialmente en
cuanto a la Pascua) y en oposición con la práctica romana y gala.

Columbano: “Finalmente, padres, oren por nosotros así como nosotros lo hacemos por
ustedes, aunque estemos maltrechos, y rehúsense a considerarnos alejados de ustedes;
porque todos nosotros somos miembros unidos de un cuerpo, ya sean francos o bretones
o irlandeses o cualquiera que sea nuestra raza. Así que todas nuestras razas se regocijen en
la comprensión de la fe y la aprehensión del Hijo de Dios, y ocupémonos todos en lograr
una humanidad plena, a la medida de la estatura de la plenitud de Jesucristo, en quien
debemos amarnos unos a otros, alabarnos unos a otros, corregirnos unos a otros,
alentarnos unos a otros, orar unos por otros, para que con Él unos y otros podamos reinar
y triunfar.”

Otro gran protagonista de esta acción misionera celta fue Columba (521–597), a quien se lo
conoce como “apóstol de Escocia.” Columba era nieto del rey que gobernaba Irlanda cuando
Patricio, el misionero bretón que evangelizó ese país (432), fue capturado y hecho esclavo. Columba
llegó a ser abad y fundó varios monasterios en Irlanda, hasta el año 563, cuando “deseó ir en
peregrinación por amor a Cristo” dejando su tierra. Columba escogió a doce monjes que estaban
dispuestos a acompañarlo en su misión y fue a la isla de Iona, frente a la costa occidental de Escocia,
donde fundó un monasterio como base de operaciones. Columba no sólo fue apóstol de Escocia
sino también el fundador de la misión celta en Inglaterra, misión que desde el año 635 convirtió
buena parte del centro de las Islas Británicas (Northumbria). El año 597 es importante porque señala
el año de la muerte del celta Columba y el comienzo de la historia de la Iglesia en Inglaterra pues es
el año de la llegada del misionero romano Agustín (m. 604), que más tarde sería consagrado como
el primer Arzobispo de Canterbury.
Por otro lado, está la misión romana. El protagonista de este movimiento misionero jamás pisó
tierras británicas, pero fue uno de los estrategas misioneros más notables de toda la Edad Media:
Gregorio el Grande, a quien se lo conoce como el “apóstol de Inglaterra.” Gregorio I es uno de los
dos papas llamados “grandes.” Gregorio pertenecía a una familia noble de Roma (nació en 540).
Llegó a ser gobernador de la ciudad en una época muy difícil (572), de pobreza y peligros. Al morir
sus padres (574), heredó una gran fortuna, que entregó a los pobres, y transformó su casa en un
monasterio benedictino, haciéndose monje él mismo. En 578, el Papa lo envió a la corte del
emperador en Constantinopla como su representante, y luego lo colocó como su secretario
personal. En 590 fue nombrado Papa, sin que él buscara esa posición de honor. Durante el año que
pasó en Constantinopla se dio cuenta de que el emperador no podía hacer nada por Europa
occidental. Consciente de lo difícil de la tarea, asumió la responsabilidad de transformar a Roma en
la conductora y la salvadora de la cristiandad occidental.

Gregorio fue un gran misionólogo. Hizo planes a largo plazo, como que planeó la conversión de
toda Inglaterra cuando todavía el territorio no estaba unificado, de modo que hubo una Iglesia de
Inglaterra antes de que existiera Inglaterra. Alentó la adaptación a las costumbres nativas, ya que
instruyó a sus monjes que los templos paganos no debían ser abandonados si podían servir como
iglesias cristianas. También les indicó que había que aprovechar las fiestas paganas y hacerlas
cristianas. Agustín, con cuarenta monjes, después de un viaje largo y difícil, desembarcó con sus
compañeros en Kent (597), donde comenzaron sus contactos con los anglosajones. A los pocos
meses, Agustín informaba a Gregorio del bautismo de 10.000 anglosajones. Posteriormente, se
convirtió el rey y todo su reino; Agustín fue nombrado arzobispo (el primero de Canterbury) y se
creó una nueva provincia eclesiástica. Hubo varios obispados y la Iglesia estuvo relacionada con
Roma.

Como puede verse, en la evangelización de las Islas Británicas intervinieron dos tradiciones
cristianas diferentes: una celta y la otra romana. Esto dio lugar a la confusión, especialmente cuando
ambas corrientes se encontraron en Northumbria, en el centro de Inglaterra. El problema mayor
tenía que ver con la celebración de la Pascua, ya que unos la celebraban según el calendario celta y
otros según el latino. Pero en el fondo lo que se discutía era si la Iglesia de las Islas Británicas debía
ser independiente de Roma o no.

Para resolver este problema se convocó un sínodo, que tuvo lugar en Whitby, en el año 664. El
discurso decisivo lo tuvo Wilfrido, abad de un monasterio romano en Ripon (Inglaterra) y el primer
obispo anglosajón. Era un admirador de la Iglesia Romana, y en Whitby respaldó la posición de que
la Iglesia de Inglaterra dependiera de Roma. La victoria del partido romano fue un triste golpe para
la misión celta, que poco a poco regresó a Irlanda. Así, las Islas Británicas se pusieron en conexión
con el continente, aunque no sin heredar de la tradición celta del norte un profundo espíritu
misionero, que habría de manifestarse una y otra vez en su historia.

Un caso interesante de catolicidad lo ofrece quien fuera el séptimo arzobispo de Canterbury,


Teodoro de Tarso (602–690). Este monje vivía en Roma como refugiado por el avance musulmán en
el Este. El Papa lo consagró como arzobispo de Canterbury en 668, de modo que la cabeza de la
Iglesia en Inglaterra fue un monje proveniente nada menos que de Asia Menor y del Imperio
Bizantino. Teodoro fundó escuelas en las que se enseñó griego y latín, y trabajó diligentemente para
mejorar el liderazgo pastoral y la vida espiritual de su provincia eclesiástica. Nombró obispos, creó
diócesis nuevas, estableció un sistema parroquial, y celebró sínodos que acercaron todavía más a la
Iglesia de Inglaterra a Roma. Quizás la extraña combinación que se dio en Gran Bretaña de la
disciplina espiritual celta y su fuerte vocación misionera, con el pragmatismo romano y sus
conexiones con Roma, junto con la erudición teológica clásica representada por Teodoro, hicieron
que a lo largo del siglo VII surgiera una forma distintiva de cristianismo anglosajón. Más tarde, en
los siglos VIII y IX, se verían los frutos de esta amalgama de auténtica catolicidad en los territorios
en los que los misioneros anglosajones llevaron el testimonio cristiano.

El cristianismo en el norte de Europa. Inglaterra, de campo misionero se transformó en agencia


misionera, y apenas un siglo después de la llegada de Agustín de Canterbury se inició la expansión
del cristianismo hacia el continente europeo. Hubo dos personajes destacados en este proceso
misionero.

El primero de ellos fue Willibrordo (658–739) a quien se lo conoce también como el “apóstol de
los Países Bajos.” Wilfrido de Ripon, en uno de sus viajes a Roma, pasó algún tiempo en la costa de
los Países Bajos, donde quiso interesar a los jefes de las tribus bárbaras en la civilización cristiana.
Fue del monasterio de Wilfrido en Ripon de donde salió el primer gran misionero anglosajón:
Willibrordo. En el año 690 se embarcó junto con otros once monjes. Llegaron a Utrecht, donde
realizaron su obra y donde llegó a ser el primer obispo. Su trabajo misionero se realizó bajo la
protección de los francos, que estaban expandiéndose hacia el este. La historia lo recuerda como el
santo patrono de Holanda.

El otro protagonista importante de esta expansión cristiana anglosajona fue Winfrido o


Bonifacio (679–755), conocido como el “apóstol de Alemania.” Bonifacio nació en el año 679 y fue
educado en un monasterio cerca de Winchester, donde luego fue invitado para enseñar. Se hizo
monje y fue candidato a abad, pero se unió a Willibrordo en el año 718. De los Países Bajos continuó
su obra hacia Alemania. Fue consagrado obispo y más tarde arzobispo de Maguncia por el Papa,
quien en 739 le escribió para elogiarlo por “los cien mil germanos liberados de las ataduras
paganas.” El proceso de conversión no fue difícil, ya que contó con el respaldo de los ejércitos
francos, que abrieron Sajonia a la obra misionera. Además, Bonifacio apeló a los monjes y monjas
anglosajones a respaldar con oración y servicio su obra evangelizadora en Alemania. Cientos de
estos misioneros se unieron a su proyecto.

El incidente más dramático en su carrera misionera fue cuando derribó, ante la mirada
asombrada de una multitud, un roble dedicado a Thor, el dios del trueno, y luego con su madera
construyó una capilla. Su método fue establecer pequeños monasterios como bases misioneras. A
los setenta y cinco años se retiró de su ministerio como arzobispo y continuó involucrado en el
trabajo misionero. En el año 755, fue martirizado en Holanda, donde había dado sus primeros pasos
como misionero, cuando después de un viaje de predicación, reunió a sus convertidos para
ministrarles la confirmación, y hombres armados lo atacaron.
Destrucción del roble de Thor: “Muchas de las personas de Hesse fueron convertidas [por
Bonifacio] a la fe católica y confirmadas por la gracia del Espíritu: y recibieron la imposición
de manos. Pero había algunos, todavía no fuertes en su alma, que se rehusaban a aceptar
plenamente las enseñanzas de la verdadera fe. Algunos hombres sacrificaban en secreto, y
otros incluso abiertamente, a árboles y manantiales. Algunos practicaban en secreto la
adivinación, sortilegios y encantamientos, y otros en público. Pero otros, que eran de una
mente más sana ponían a un lado toda profanación pagana y no hacían ninguna de estas
cosas; y fue con el consejo y consentimiento de estos hombres que Bonifacio procuró
derribar un cierto árbol de gran tamaño, en Geismar, llamado en la lengua antigua de la
región, el roble de Jove [es decir, Thor]. El hombre de Dios fue rodeado por los siervos de
Dios. Cuando estaba listo para derribar el árbol, he aquí que una muchedumbre de paganos
que estaban allí lo maldijo agriamente entre ellos porque él era el enemigo de sus dioses. Y
cuando él había comenzado a cortar el tronco, una brisa enviada por Dios sacudió por arriba,
y de pronto la copa del árbol se quebró, y el roble con su enorme follaje cayó al suelo. Y se
rompió en cuatro partes, como por voluntad divina, de modo que el tronco quedó dividido
en cuatro grandes secciones sin ningún esfuerzo de los hermanos que estaban cerca.
Cuando los paganos que habían maldecido vieron esto, dejaron de maldecir y creyendo,
bendijeron a Dios. Entonces el más santo de los sacerdotes consultó con los hermanos y
construyó con la madera del árbol un oratorio y lo dedicó al santo apóstol Pedro.”

El cristianismo en el corazón de Europa. Las invasiones bárbaras terminaron aportando una gran
masa de nuevos aliados a la Iglesia de Roma en Galia, especialmente los francos, que fueron el reino
germánico más importante durante la temprana Edad Media. Desde la conversión de Clodoveo, los
francos favorecieron el desarrollo del cristianismo en sus territorios y fueron instrumentos de su
expansión a las nuevas tierras por ellos conquistadas. Fue gracias a la alianza entre los francos y el
papado, que el segundo pudo verse aliviado de los lombardos, que amenazaban invadir Roma y
ganar los territorios vecinos a esta ciudad, conocidos como los “estados papales.”

Muchas de estas concesiones se lograron gracias a documentos falsos, que sirvieron para
engañar a los monarcas francos y a sus sucesores durante mucho tiempo. Entre estos documentos
cabe mencionar a dos como los más influyentes. El primero, la Donación de Constantino, decía que,
cuando Constantino trasladó la capital del Imperio a Constantinopla (330), le había dado al obispo
de Roma el dominio de Occidente, además del territorio del norte de Italia, y había ordenado que
todo el clero cristiano debía responder al obispo romano. La falsificación fue hecha cerca del año
754, pero recién fue descubierta en el siglo XV por Lorenzo Valla (1407–1457). Para entonces, ya
había cumplido su propósito.

Donación de Constantino: “En nombre de la santa e indivisa Trinidad.… El emperador


Constantino … al más santo y bendito padre de los padres, Silvestre, obispo de la ciudad de
Roma y Papa; y a todos sus sucesores, los pontífices, que se sienten en la silla del bendito
Pedro hasta el fin del tiempo.… En razón de que nuestro poder imperial es terrenal, hemos
decretado que venere y honre a su más santa Iglesia Romana y que la sagrada sede del
bendito Pedro sea gloriosamente exaltada por sobre nuestro imperio y trono terrenal.
Atribuimos a él el poder y la dignidad gloriosa y la fuerza y honor del Imperio, y ordenamos
y decretamos que él también tenga gobierno sobre las cuatro sedes principales: Antioquía,
Alejandría, Constantinopla y Jerusalén, y también sobre todas las iglesias de Dios en todo el
mundo. Y el pontífice que por el momento preside sobre esa muy santa Iglesia Romana será
el más alto y principal de todos los sacerdotes en todo el mundo y conforme a su decisión
se resolverán todas las cuestiones que se emprendan para el servicio de Dios o la
confirmación de la fe de los cristianos.… Concedemos al ya mencionado y muy bendito
Silvestre, Papa universal, tanto nuestro palacio, como adelanto, y del mismo modo todas las
provincias, palacios y distritos de la ciudad de Roma e Italia y de las regiones del Oeste; y,
donándolos a su poder e imperio y de los pontífices, sus sucesores, nosotros …
determinamos y decretamos que lo mismo sea puesto a su disposición, y legalmente lo
otorgamos como una posesión permanente a la santa Iglesia Romana.”

Otros documentos importantes fueron las Decretales seudo-isidorianas, llamadas así por haber
sido atribuidas a Isidoro de Sevilla. Como se vio, Isidoro fue un arzobispo de esa ciudad y doctor de
la Iglesia, un líder que gozó de gran influencia durante la Edad Media por haber reunido en el siglo
VII toda la legislación eclesiástica conocida hasta entonces. A esta colección, en el siglo IX, se
agregaron documentos falsos, que llevaban la firma de un tal Isidoro Mercator. Su propósito era
fortalecer la posición del obispo de Roma, reclamando para él una jurisdicción suprema. No
existiendo en aquella época un sentido crítico, las Decretales fueron inmediatamente aceptadas
como genuinas, y la falsedad no se descubrió hasta que la Reforma despertó los estudios históricos
y críticos.

Los francos fueron quienes dominaron el corazón de Europa desde el siglo VI hasta el X. El hijo
de Carlos Martel, llamado Pipino el Breve (714–768), fue quien le puso fin al débil régimen de los
reyes merovingios y destronó al rey Childerico III, haciéndose coronar en su lugar. Así concluyó la
dinastía inaugurada con Clodoveo y comenzó la dinastía Carolingia (751), con el total apoyo de la
autoridad espiritual de la Iglesia. Pipino había enviado a Roma a dos obispos con el encargo de
consultar al papa Zacarías (papa de 741–752) respecto de los reyes merovingios que tenían el título,
pero no la autoridad. El Papa respondió que más valía llamar rey a quien poseía autoridad. Poco
después, Pipino fue consagrado solemnemente por el papa Esteban III (papa de 752–757), que se
trasladó a la abadía de Saint-Denis para ungirlo y proclamarlo “rey de los francos por la gracia de
Dios.”

_ El imperio cristiano en Europa

La derrota de los visigodos por los musulmanes en 711 y el rápido avance de éstos a lo largo de
la Península Ibérica hicieron temblar el corazón de Europa, la Galia. Hasta 750, España constituyó
un emirato bajo la dependencia del califa de Damasco y la antigua capital visigótica (Toledo) fue
reemplazada por Córdoba. En Francia, los reyes merovingios defendieron como pudieron sus
fronteras, hasta que en 732 los mulsulmanes fueron contenidos por Carlos Martel en Poitiers.

José Luis Romero: “La conquista de España por los musulmanes puso en contacto directo
dos civilizaciones. Esta circunstancia caracterizó todo el período subsiguiente, pues obligó
al mundo cristiano a adoptar una política dirigida por la idea del peligro inminente que lo
acechaba. La reordenación del Imperio occidental por los carolingios fue la consecuencia
más importante de esta nueva situación.”

Carlomagno (742–814). El más grande de los monarcas francos fue Carlos el Grande (del latín
magnis, “el grande”). Fue un gran guerrero, porque duplicó el territorio recibido de su padre (Pipino
el Breve). Fue también un gran organizador, porque supo manejar con mano firme el Estado y la
Iglesia. Y fue un gran promotor de la cultura, porque contribuyó significativamente a la educación,
si bien él mismo no sabía escribir y apenas podía leer en latín.

Como cristiano dejó mucho que desear, pero su política como gobernante ayudó a fortalecer y
extender la fe cristiana, si bien muchas veces usó la fuerza para ganar nuevos convertidos. En el año
773, los lombardos volvieron a amenazar los territorios papales, y el papa Adriano I (papa de 772 a
795) pidió auxilio al “Patricio de los romanos,” Carlomagno. Éste cruzó los Alpes con un gran ejército
y destruyó a los lombardos en forma definitiva. Así, Carlomagno se transformó en el protector de
Roma. En el norte de Alemania, Carlomagno extendió los territorios francos conquistando a los
sajones (780), que todavía no habían aceptado el cristianismo, a pesar de la obra misionera de
Bonifacio. Con el bautismo forzado de los sajones, vemos por primera vez el uso a gran escala de la
fuerza y violencia militar para obligar a un pueblo a convertirse al cristianismo. Por otro lado, la
conquista de Alemania fue un hecho importante, porque marcó el primer gran avance logrado por
la cultura latina y la fe cristiana al este del Rin. Así, pues, con Carlomagno se puede hablar por
primera vez de una entidad política y culturalmente singular llamada Europa.

José Luis Romero: “Así constituyó Carlomagno un vasto imperio, que reproducía con ligeras
variantes el antiguo Imperio Romano de Occidente—sin España, pero extendiéndose hacia
Germania—, en el que se reunían los antiguos reinos romanogermánicos. La fuerza
realizadora del nuevo imperio provenía del poder extensivo del pueblo franco y del genio
militar y político de Carlomagno, pero la inspiración provenía, sobre todo, del papado, que
se consideraba heredero de la tradición romana y pugnaba por reconstruir un orden
universal cristiano.”

El largo reinado de Carlomagno permitió el desarrollo de una cultura cristiana carolingia


(renacimiento carolingio), que contó con el respaldo entusiasta del emperador y de algunos
religiosos que lo respaldaron. Entre ellos cabe mencionar al anglosajón Alcuino (735–804), el franco
Eginardo (770–840) y el lombardo Pablo Diácono (730–796). El primero fue el líder del movimiento
intelectual de Carlomagno, pues actuó durante quince años como organizador y director de la
escuela palatina, destacándose por su erudición teológica. El segundo fue el consejero íntimo del
emperador y autor de varios relatos históricos imitando a los escritores de la antigüedad, entre ellos
una biografía de Carlomagno. El tercero fue un cronista que escribió una Historia de los lombardos
y sirvió como consejero del emperador. Todos estos eruditos escribieron en latín, considerado por
entonces como el idioma por excelencia para la expresión intelectual, y que ya servía como la lengua
sagrada de la Iglesia.
Fernando Picó: “Aconsejado por el monje anglosajón Alcuino, Carlomagno impulsó la
revisión cuidadosa de las copias circulantes de la Vulgata (la traducción latina de la Biblia
por Jerónimo) y la renovación de la caligrafía (con la introducción de la llamada minúscula
carolingia, precursora de la actual escritura del alfabeto latino). Alcuino dirigió una escuela
para clérigos en la residencia principal de Carlomagno en Aachen (Aix-la-Chapelle en francés
y Aquisgrán en español). También aconsejó al emperador a que patrocinara a distinguidos
escritores como Teodulfo de Orleáns. Bajo tales impulsos florecieron las escuelas de las
catedrales.”

El Papa y el emperador. A sus conquistas territoriales, Carlomagno agregó la conquista del título
de emperador romano, desaparecido en Occidente desde la época de las invasiones bárbaras (476).
El papado desempeñó un papel muy importante en la restauración de la dignidad imperial. La Iglesia
necesitaba de un Estado fuerte, que la protegiera de los reinos enemigos. El Papa era un señor
feudal más, que no tenía poder militar suficiente como para defenderse. Carlomagno gobernaba un
vasto reino, que incluía los territorios de la Iglesia, y tenía la fuerza necesaria como para traer paz y
seguridad a Roma. Ante esta situación se llegó a pensar que el plan de Dios era que el Papa tuviera
el poder espiritual y el emperador el poder terrenal. Papa y emperador se necesitaban mutuamente.

José Luis Romero: “Desde principios del siglo VII, el papado había acrecentado
considerablemente su autoridad, gracias a la enérgica y sabia política de Gregorio el Grande,
y poco a poco la Iglesia había ido adquiriendo una organización cada vez más autocrática y
jerárquica debido a la progresiva aceptación, por parte de los obispos, de la autoridad
pontificia. La conversión de diversos pueblos conquistadores a la ortodoxia había permitido
y facilitado esta evolución, de modo que, al promediar el siglo VIII, el papado poseía una
autoridad que le permitía gravitar sobre la vida internacional del Occidente con manifiesta
eficacia. Sólo le faltaba el ‘brazo secular,’ es decir, una fuerza suficientemente poderosa
para hacer respetar sus decisiones y ponerlo al abrigo de todas las amenazas. El pueblo
franco aceptó esa misión por medio de los duques de Austrasia, que lograron en cambio el
beneplácito papal para su acceso al poder real, y desde entonces la unión entre ambos
poderes fue estrecha y fecunda.”

Carlomagno necesitaba del Papa, porque sólo él podía otorgarle el título de “emperador de los
romanos”. El papa León III necesitaba de la protección del rey franco, porque había sido expulsado
de Roma por una revuelta popular en 799 y no tenía medios políticos ni militares para retomar el
poder perdido. Así, el día de Navidad del año 800, Carlomagno fue coronado como emperador por
el papa León III (papa de 795 a 816) en la Iglesia de San Pedro, en Roma. La restauración imperial no
significaba para Carlomagno mayor poder territorial o político. Pero tenía un extraordinario alcance
moral, pues le daba a Carlomagno, convertido en heredero de los césares romanos, el magnífico
prestigio de la dignidad imperial, que cuatrocientos años de invasiones y de luchas no habían
logrado disipar. Así se fortaleció una relación que habría de llevar a una parcial unificación de Europa
y al desarrollo de la autoridad papal.
El Sacro Imperio Romano-Germánico. El gran Imperio creado por Carlomagno se deshizo a la
muerte de su sucesor Ludovico Pío, cuyos hijos se repartieron el Imperio en el Tratado de Verdún
(843): Carlos el Calvo recibió Francia; Luis el Germánico, Alemania; y Lotario, la Lotaringia que
comprendía el valle del Rin, los Alpes y el norte de Italia. Al mismo tiempo le correspondía la dignidad
imperial que recibiría en lo sucesivo el nombre de Sacro Imperio Romano-Germánico. En el Tratado
de Verdún quedaron echados los cimientos de Francia y Alemania y de los futuros estados de
Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Suiza. Fue la primera tentativa de equilibrio europeo basada en la
estructura social y económica de los estados. La rivalidad de los príncipes y la invasión de los
normandos, de los magiares y de los musulmanes, deshicieron la obra de Carlomagno.

El primer monarca alemán fue Otón I el Grande (936–973) de la casa de Sajonia, que impuso su
autoridad a la nobleza unificando todos los ducados germanos. Extendió su reino hacia el Este
derrotando a los húngaros y eslavos, y a imitación de Carlomagno creó marcas fronterizas de
contención. Fue coronado emperador por el Papa en Roma el año 962 fundándose así
definitivamente el Sacro Imperio Romano-Germánico. Sin embargo, pronto la intervención del
emperador en los asuntos eclesiásticos y el carácter feudal de muchos prelados alemanes, originó
grandes conflictos con el pontificado: las luchas político-religiosas conocidas como las guerras de las
investiduras.

Fue Otón I quien puso en vigor una estrecha política de colaboración con los obispos y abades.
En vez de delegar en condes las atribuciones principales del Estado, Otón I creó vastos principados
eclesiásticos, encomendados a los obispos y abades del reino. A la muerte de cada prelado el rey
intervenía para nombrar a su sucesor. Era frecuente que el seleccionado fuera uno de los capellanes
de la corte, vinculado a alguna familia aristocrática y miembro de algún cabildo catedralicio. De esta
manera el control de estos principados eclesiásticos nunca pasaba fuera de las manos de la corona,
pues los elegidos habían sido formados en la corte real. La autoridad real tenía un firme apoyo en
los prelados alemanes, pero en algunas ocasiones los obispos alemanes manifestaron su
independencia de criterio frente a la corona, especialmente en asuntos relacionados con la
integridad de sus diócesis. La situación de estrecha alianza entre el rey y los prelados alemanes duró
un siglo, pero como veremos más adelante tuvo inesperadas consecuencias.

En el 955, Otón I obtuvo una completa victoria sobre los magiares en el Lechfeld. Esta victoria
reafirmó el prestigio de la corona como preservadora del orden. A la vez Otón I fomentó la
conversión de los daneses, los eslavos y los magiares al cristianismo y trató de utilizar los adelantos
en la evangelización para extender la influencia del reino.

El Papa como cabeza de la cristiandad occidental. Los cristianos occidentales de la Edad Media
estaban convencidos de que el obispo de Roma tenía un lugar central en el reino de Cristo. Pensaban
de él como “vicario” o representante de Pedro. En muchos sentidos, el obispo de Roma era único y
la leyenda ayudó a esto (por ejemplo, la Donación de Constantino y las Decretales seudo-
isidorianas). El Papa había actuado en forma independiente durante mucho tiempo como único
gobernante de Roma y de sus territorios vecinos. En Europa se presentaba como el único poder
“romano” unificador y como el representante de la única autoridad central: “La Santa Iglesia
Romana.”

Sobre estas premisas básicas se movió el papa Nicolás I (papa de 858 a 867), que de cabeza de
la Iglesia transformó al papado en cabeza de la cristiandad, es decir, en gobernador de todos los
territorios donde la Iglesia tenía poder e influencia. Su lema era: “Aquello que el Papa ha decidido
debe ser observado por todos.” Era un hombre de valor y atrevimiento, que tuvo la fortuna de no
enfrentar a un poder secular demasiado fuerte. Esto le permitió excomulgar al patriarca de
Constantinopla durante un breve cisma, obligar al emperador del Sacro Imperio a tomar
nuevamente a su esposa, de la que se había divorciado, y a humillar a los arzobispos renuentes que
no querían obedecerlo.

_ El avance hacia el centro y el este de Europa

La mayoría de los pueblos que habitaban la región en este período eran eslavos. A lo largo de
estos años, los eslavos ubicados más hacia Occidente adoptaron un cristianismo de tipo
católicorromano y quedaron bajo la tutela de Roma. Los territorios que hoy comprenden la
República Checa, Eslovaquia, Austria, Hungría, Eslovenia y Croacia eran parte del Sacro Imperio
Romano-Germánico, bajo Carlomagno. A la muerte de este monarca, el Imperio se dividió en tres,
y la parte oriental del mismo (las provincias eslavas) quedó en manos de un nieto de Carlomagno,
Luis el Germano. Los pueblos eslavos ubicados hacia el Este siguieron un cristianismo de tipo griego
(bizantino), que tenía su centro de influencia en Constantinopla. A los pueblos eslavos que
aceptaron el cristianismo católicorromano hay que agregar a los ávaros y magiares, y más tarde a
algunos pueblos de la cuenca sur y este del Báltico.

De este modo, a partir del siglo IX se dio un período de intensa rivalidad misionera. La presencia
de dos versiones del cristianismo, especialmente en Europa central, cada una tratando de convertir
a reyes y naciones, y de ampliar su esfera de influencia, explica el éxito que tuvieron en ganar a las
sociedades paganas para el cristianismo. En todos estos casos, el proceso de entrada a la Iglesia era
generalmente por grupos o en masa. A la conversión del rey seguía la conversión y bautismo de
todo su pueblo. Los misioneros fueron monjes y el resultado fue el establecimiento de la ideología
de cristiandad.

Paul Johnson: “Parece que los primeros conversos francos estuvieron guiados por
consideraciones de carácter militar, más o menos como el propio Constantino: un ejército
cristiano tenía más probabilidades de ganar una batalla. Otro factor fue la incapacidad de
las sociedades paganas germánicas para producir una explicación satisfactoria de lo que
sucedía después de la muerte, en contraste con la certidumbre de salvación ofrecida por el
cristianismo.”

El cristianismo en Europa central. Desde Alemania, el cristianismo se expandió hacia el Este


avanzando sobre Europa central. Los ávaros se convirtieron alrededor del año 800. Estaban
establecidos en Europa central desde el siglo VII y habían asolado los territorios balcánicos del
Imperio Bizantino. En 795, bajo presión de los francos, uno de los jefes ávaros se sometió al gobierno
carolingio y al año siguiente todo el pueblo se hizo cristiano y quedó bajo el dominio del cristianismo
romano. En las décadas subsiguientes importantes grupos de eslavos, incluyendo a croatas, serbios,
eslovenos y checos, aceptaron la fe cristiana. A lo largo del siglo IX el poder germano continuó siendo
un factor político importante en Europa central. Y esto hizo que el cristianismo latino se expandiese
a todos los pueblos dominados y conquistados. En 871 se convirtió y fue bautizado el rey de
Bohemia, bajo la predicación de Metodio. Hacia el año 1000, el cristianismo estaba penetrando en
Polonia y también en Hungría. En Hungría se convirtió su rey, Esteban (997–1038), que luego sería
canonizado como San Esteban. Todos estos reinos quedaron bajo la jurisdicción de Roma, puesto
que eran territorios eslavos del Sacro Imperio Romano-Germánico.

MAPA 7 - EL CRISTIANISMO EN EUROPA CENTRAL Y ORIENTAL

El cristianismo en Europa oriental. Desde Constantinopla, el cristianismo se expandió hacia el


oeste avanzando sobre Europa oriental. Mientras que en Occidente se fortificaba la cristiandad
latina, recuperándose del desorden provocado por las invasiones bárbaras, y ahora aliviada de la
amenaza musulmana en España (después de la batalla de Tours), en Europa oriental la Iglesia
Ortodoxa Oriental (griega) obtenía considerables triunfos misioneros. A pesar de que la Iglesia
Griega había sufrido por las controversias teológicas y el avance del Islam, su vitalidad durante los
siglos VIII y IX se ve en su expansión misionera. Después de la controversia iconoclasta, el Imperio
Bizantino y la Iglesia Griega experimentaron un avivamiento, y el patriarca Focio (810–885)
contribuyó grandemente a la expansión misionera.

Constantino y Metodio. Los protagonistas más importantes en la evangelización bizantina de los


pueblos eslavos fueron Constantino (827–869) y Metodio (815–885), considerados como los
apóstoles a los eslavos. Hacia el año 862, estos dos misioneros fueron enviados desde
Constantinopla para trabajar entre los eslavos de Moravia, a pedido de su rey Ratislavo. Constantino
(conocido en Occidente como Cirilo el Filósofo) había sido secretario del patriarca de Constantinopla
y era un destacado filósofo y lingüista. Metodio era su hermano mayor y también un hombre
notable. La obra mayor de estos extraordinarios misioneros fue la traducción de la Biblia al idioma
eslavo. Para esto, tuvieron que inventar un alfabeto, ya que el eslavo no tenía escritura. Tradujeron
también otros libros cristianos y la liturgia. Para componer el alfabeto eslavo usaron letras griegas,
inventando así la escritura de pueblos tan importantes como los eslavos rusos. Los eslavos de
Moravia tuvieron que decidirse entre seguir a la Iglesia Latina (o Romana) o la Iglesia Griega, ya que
estaban en el medio de estas dos influencias. Finalmente, se decidieron por Roma y Metodio fue
consagrado por el Papa como su obispo.

John Foster: “Es auspicioso encontrar que en este período, cuando estaba aumentando la
división, misioneros de la Iglesia Griega estaban siendo aceptados por la Iglesia Latina, y
estaban siendo alentados en la creación de una sección eslava en su seno. Es también
agradable registrar que en 881 Metodio visitó Constantinopla, donde fue honrado por el
Emperador y el Patriarca. Ambos mostraron un vivo interés en la Biblia eslava, que Metodio
había completado, y en la liturgia eslava. Metodio murió en 885, y apropiadamente, su
servicio funeral fue en tres idiomas, latín, griego y eslavo. Él pertenecía a los tres.”

Europa del Este. Dos fueron los principales territorios de expansión cristiana en esta dirección:
Bulgaria y Rusia. A mediados del siglo IX, Bulgaria estaba emergiendo como Estado entre dos
imperios: el Imperio Carolingio al Oeste y el Imperio Bizantino al Este. Al principio, pareció que su
rey, Boris (gobernó de 852 a 888) iba a aceptar el cristianismo de parte de los francos. Pero en 865
se convirtió al cristianismo ortodoxo y fue bautizado por los griegos. El clero bizantino fue
bienvenido en Bulgaria y penetró profundamente en la región. Boris le escribió al patriarca de
Constantinopla, Focio, para solicitarle ayuda a fin de establecer una Iglesia autónoma con su propio
patriarcado. La respuesta de Focio fue insatisfactoria. En 866, Boris le escribió al papa Nicolás I
pidiéndole que respondiese a un buen número de preguntas. Nicolás I despachó a dos obispos y
respondió a todas las preguntas, pero rechazó la petición de Boris de convertir en patriarcado a
Bulgaria. Las preguntas de Boris no eran teológicas, sino éticas. Sus interrogantes reflejan las
tensiones provocadas entre los búlgaros por el ritualismo ortodoxo. Estas preguntas muestran
también cuán influyente era el cristianismo sobre la vida cotidiana durante la Edad Media.

La lucha entre la Iglesia Romana y la Iglesia Griega por el control de Bulgaria profundizó las
diferencias entre Roma y Constantinopla. Finalmente, los búlgaros optaron por el cristianismo
ortodoxo de Constantinopla en razón de su proximidad geográfica, su riqueza y prestigio, y su mejor
contextualización a la cultura eslava. Los griegos se mostraron más flexibles que los latinos
especialmente en el uso de la lengua vernácula en el culto y los escritos sagrados. Fue en Bulgaria
donde la religión cristiana alcanzó su expresión eslava más plena. La Iglesia de Constantinopla ganó
a casi todas las naciones eslavas respetando su cultura.

Rusia era la más grande de las naciones eslavas y estaba poblada por los eslavos del Este: los
ros. Hacia el año 950 había algunos cristianos en Kiev. En 957 la reina Olga, quien había sucedido a
su marido en el trono, viajó a Constantinopla para ser bautizada, pero su influencia cristiana se vio
frustrada por su hijo, que era pagano. Pero su nieto Vladimiro I (m. 1015), después de dudar entre
el paganismo y el cristianismo, terminó por aceptar la fe cristiana en el año 987, cuando se casó con
Ana, la hermana del emperador bizantino. Al año siguiente fue bautizado y pidió sacerdotes a la
Iglesia de Constantinopla para establecer el cristianismo en sus dominios. Muy pronto llegaron
monjes que desarrollaron un fuerte movimiento monástico, que se esparció por toda Rusia. Es
evidente que Vladimiro estaba más impresionado con la civilización y el prestigio de Bizancio, que
con el significado de la fe cristiana. Era un príncipe tiránico y lascivo, y continuó así después de su
supuesta “conversión.” De igual modo, el bautismo de miles de sus súbditos en el río Dniéper careció
de convicción y se trató sólo de conversiones nominales y masivas, en obediencia a sus órdenes.
Este dudoso comienzo, no obstante, aseguró el futuro del cristianismo en Rusia. Toda Rusia se hizo
cristiana y Vladimiro es recordado todavía hoy como su santo más importante.

Vladimiro de Kiev: “He aquí, los búlgaros vinieron ante mí urgiéndome a aceptar su religión
[islamismo]. Luego vinieron los germanos y alabaron su propia fe [cristianismo romano]; y
después de ellos vinieron los judíos. Finalmente aparecieron los griegos [cristianismo
bizantino], criticando a todas las otras creencias pero recomendando la propia, y hablaron
largamente, contando la historia de todo el mundo desde su comienzo. Sus palabras fueron
habilidosas, y fue maravilloso escucharlos y placentero oírlos. Ellos predicaron la existencia
de otro mundo. ‘Quienquiera que adopte nuestra religión y luego muere resucitará y vivirá
por siempre. Pero quienquiera que abrace otra fe, será consumido con fuego en el mundo
venidero’. ¿Cuál es la opinión de ustedes [los consejeros reales] sobre este tema, y qué
responden?… [El informe de los enviados reales decía]: ‘Cuando viajamos entre los búlgaros,
observamos cómo adoran en su templo, llamado mezquita, mientras están relajados. El
búlgaro se inclina, se sienta, mira de acá para allá como un poseído, y no hay felicidad entre
ellos, sino sólo tristeza y un hedor espantoso. Su religión no es buena. Luego fuimos entre
los germanos, y los vimos llevando a cabo muchas ceremonias en sus templos; pero no
observamos ninguna gloria allí. Luego fuimos a Grecia y los griegos nos llevaron a los
edificios donde ellos adoran a su Dios, y no sabíamos si estábamos en el cielo o sobre la
tierra.… Lo único que sabemos es que Dios mora allí entre los seres humanos, y su culto es
mejor que las ceremonias de otras naciones’.”

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 500–950

_ Elementos

El punto de mayor avance en la expansión del poder franco en el año 800, en ocasión del
coronamiento de Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, es un buen
momento para hacer un balance histórico de las ganancias y pérdidas del cristianismo en todo el
período. De todos modos, hay tres elementos que permiten calificar a todo el período del 500–950
como un tiempo de retroceso para el testimonio cristiano.

Un primer elemento a tomar en cuenta son las invasiones bárbaras, que pusieron fin al Imperio
Romano cristiano. Las pérdidas iniciales del período, en ocasión de la entrada de los bárbaros
germanos al ámbito geográfico del Imperio Romano, dieron lugar al establecimiento de reinos
germánicos, muchos de ellos con un trasfondo arriano, pero los más aguerridos todavía estaban
sumidos en el paganismo. Poco a poco estos reinos se fueron convirtiendo al cristianismo romano,
pero mientras tanto, el desarrollo y expansión del testimonio cristiano estuvo en peligro.

Un segundo elemento, que provocó mayores pérdidas de territorios cristianos se dio con el
avance del Islam desde el siglo VII en adelante. Partiendo de Arabia, los musulmanes alcanzaron la
costa de Siria e intentaron penetrar en Asia Menor, y, luego, cruzando por el norte de África llegaron
a Gibraltar, para entrar en la Península Ibérica y pasar a Francia, donde fueron detenidos (732). El
avance musulmán llegó a poner en peligro la continuidad histórica del testimonio cristiano en
Europa occidental.

Un tercer elemento de pérdida son las invasiones bárbaras en Oriente, que amenazaron en
forma continuada al Imperio Bizantino y redujeron el número de cristianos en su territorio. Ávaros
y eslavos se sumaron a los persas, primero, y luego a los musulmanes para mantener en jaque
durante muchos años a Constantinopla.

_ Ganancias

A pesar de los elementos que indican un período de retroceso para el cristianismo durante la
temprana Edad Media, hay otros elementos que representan indicios de recuperación. Durante este
período, en Europa occidental, la Iglesia de Roma apareció como la Iglesia Madre de la cristiandad.
Su influencia llegó hasta el noroeste de Europa, donde en 496 se convirtieron los francos y en 589
hicieron lo propio los visigodos en España (Recaredo). En 597, desde Roma, se envió una misión a
Canterbury (Inglaterra), mientras que desde el 562 se establecieron misioneros celtas en la isla de
Iona (junto a Escocia), desde donde comenzó la evangelización de Northumbria, en 635. Las
corrientes misioneras céltica y romana convergieron en Whitby, en 664, donde los romanos ganaron
las deliberaciones del Sínodo allí celebrado. Gran Bretaña fue una ganancia importante, porque
desde estas islas salieron importantes contingentes misioneros hacia el continente europeo: hacia
Holanda en 690, y hacia Alemania un poco más tarde, en el año 719. Estas misiones estuvieron bajo
el patrocinio de los francos, cuyo reino cristiano era el mayor de Europa y estaba en plena expansión.
Esto significó un importante apoyo para las pretensiones de unidad religiosa en el corazón de
Europa, promovida por el Papa de Roma. Con la asociación del papado al imperio carolingio la
autoridad romana se fortaleció enormemente y el cristianismo se expandió hacia el centro y el este
de Europa.

Mientras tanto, el Imperio Romano de Oriente (Imperio Bizantino) sobrevivía como podía, si
bien con algunas pérdidas considerables. A pesar de esto, la Iglesia Griega envió a misioneros como
Constantino y Metodio, que ganaron reinos eslavos y dieron forma escrita a su lengua. Desde
Constantinopla se contribuyó para la conversión de reinos como Moravia, Bulgaria y Rusia.

Fernando Picó: “Bizancio logró una temprana hegemonía religiosa y cultural sobre los
búlgaros y la mayoría de los pueblos eslavos del Este, que fue reforzada cuando los
hermanos monjes Cirilo y Metodio introdujeron el alfabeto cirílico. Los polacos y algunos de
los grupos eslavos occidentales, recibieron el cristianismo desde Alemania o Italia y giraron
posteriormente en la órbita religiosa y cultural de Occidente. El estado húngaro, que dividía
a unos eslavos de otros, vino a determinar la orientación cultural predominante de los
eslavos, unos orientados hacia el oeste y otros hacia Constantinopla. La cristianización de
los eslavos y los esfuerzos políticos y diplomáticos por contenerlos acapararon la atención
del imperio bizantino y fueron un elemento adicional en el distanciamiento operado con el
oeste.”

_ Pérdidas

Hacia el siglo IX, éstas resultaron mayores en Oriente que en Occidente, en razón de que tribus
paganas estaban presionando sobre Europa occidental y el Imperio Bizantino desde Europa oriental.
Algunos de estos pueblos eran: los vindos, los eslavos del norte (es decir, los checos), los ávaros, los
eslavos del sur (los serbios) y los búlgaros. En el extremo occidental del mundo conocido, los vikingos
(normandos) paganos comenzaron a saquear, con ataques relámpagos, las costas del Mar del Norte
y pronto se esparcirían por todas partes, hasta entrar en el Mediterráneo.

A pesar de lo incierta que parecía ser la situación, se nota en general un cuadro mejor que el de
los siglos V y VII. El cristianismo no estaba meramente a la defensiva, sino que tenía fuerzas
suficientes como para avanzar en varios frentes, tanto en Occidente como en Oriente.

GLOSARIO

abad: denominación que deriva de la palabra aramea abba (padre o papá) con que se llama, desde
los inicios del siglo IV, al asceta que guiaba a otras personas en la adopción de este tipo de vida. A
partir de la regla de Benito de Nursia, el título pasa a Occidente, contando con un desarrollo
posterior considerable durante la Edad Media.

abadesa: título derivado del latín abbatisa que hace su aparición en torno al año 514. Es el
equivalente femenino del abad y al igual que esta última figura resulta fruto de un desarrollo eclesial
posterior ajeno al descrito en el Nuevo Testamento.

abásidas: califato de mayor duración en el gobierno (656–1258). La dinastía descendía de Abbás, tío
de Mahoma, y por ello mantenía la pretensión de gozar de derechos hereditarios al califato.
Valiéndose del apoyo inicial de los alidíes (descendientes de Alí, el primo de Mahoma), los abásidas
derrotaron a los omeyas y consiguieron el nombramiento como califa de Abul-Abbás. Su sucesor,
al-Mansur, fundó Bagdad, convertida pronto en un centro importante de cultura.

alta Edad Media: es el período (siglos IX al XIII) que transcurre desde la disolución del Imperio de
Carlomagno hasta el comienzo de la crisis medieval. En su transcurso aparecen obras fundamentales
del intelecto, como la Suma teológica de Tomás de Aquino y las catedrales góticas. Declina la
autoridad de los reyes y surge la Europa feudal que se disgrega en gran número de señoríos. No
sucede lo mismo con el Imperio Bizantino y el califato árabe, pues ambos mantienen su unidad
durante más tiempo.

ascetismo: del griego askesis (ejercicio, laboriosidad), se refiere a la práctica estricta de la auto-
negación como una medida de disciplina personal y especialmente espiritual, a través de la oración,
el ayuno, la meditación y la mortificación del cuerpo.

baja Edad Media: es la etapa (siglos XIV y XV) en que diversas transformaciones llevan a la crisis del
mundo medieval. Aparece la burguesía urbana, que muy pronto acumuló grandes riquezas, y no
tardó en luchar contra la nobleza, primero por el predominio económico y luego por el político. Los
monarcas se apoyaron en los burgueses para enfrentar a los nobles y en esta forma, consolidarse
en el trono. Se produjeron conflictos políticos, sociales, económicos y religiosos, y el feudalismo
entró en decadencia.

bárbaros: del latín barbari o del griego barbaroi, se refería a personas cuya lengua sonaba como
“bar-bar” (bla-bla), es decir, una lengua incomprensible.

bien cultural: toda la cultura existente en una sociedad específica en un momento dado. El término
es usado con mayor frecuencia en los debates acerca del desarrollo de las invenciones o
innovaciones de cualquier tipo, tanto relativas a la cultura material como a la inmaterial.

Caaba: la Casa de Dios (12x9x15 m) situada en La Meca hacia la que se vuelven los musulmanes para
orar. Es muy posible que el lugar fuera inicialmente un centro de culto cósmico relacionado con el
aerolito que se custodia en el interior del mismo y que Mahoma conservó. Según la tradición
islámica, su primer constructor fue Adán y, posteriormente, fue reconstruida por Abraham e Ismael.
Convertida más tarde en lugar de adoración de ídolos, fue purificada por Mahoma.

cabildo catedralicio o capítulo: conjunto de canónigos y otros cargos que se ocupan del servicio
eclesiástico en las catedrales. En la Edad Media tenían la potestad de elegir los obispos. Su
extracción social fue generalmente nobiliaria y sus propiedades territoriales muy extensas.

califa: denominación española del jalifa rasul Allah (sucesor del mensajero de Dios). El primero, Abú
Bakr, se limitó a suceder a Mahoma y accedió al cargo mediante una elección celebrada en Medina.
Con el segundo, Omar, al título de califa se une el de Amir al-muminim (comendador de los
creyentes). El califa era así defensor de la fe, pero ni podía definir la misma ni dictar dogmas.

celta: grupo de pueblos indoeuropeos establecidos antiguamente en la mayor parte de las Islas
Británicas (especialmente Irlanda), Galia y en buena parte de España y Portugal, así como en Italia
del norte, Suiza, Alemania del oeste y sur, Austria, Bohemia y la Galacia en Asia Menor.

cesaropapismo: supremacía del Estado sobre la Iglesia (como ocurrió en el Imperio Bizantino). Es lo
opuesto de la hegemonía de la Iglesia respecto al Estado. El cesaropapismo significa una restricción
tanto sobre la Iglesia como sobre el Estado en sus respectivas esferas.
clero regular: clérigos que son monjes y que viven bajo una regla (en latín regula) monástica, en
oposición a clero secular, que vive en el mundo y que no pertenece a una orden religiosa.

Corán: libro sagrado del Islam dotado de una extensión similar a la del Nuevo Testamento. Regla
infalible de fe y conducta para el musulmán, contiene el conjunto de revelaciones recibidas por
Mahoma y comunicadas por éste a sus contemporáneos. Su redacción definitiva se produjo durante
el tercer califato, gracias a la tarea de unificación de las siete lecturas del Corán. Esta redacción
canónica implicó la destrucción de todos los demás textos y volúmenes coránicos, lo que, muy
posiblemente significó el abandono de algunos textos originales de Mahoma. Está compuesto por
114 capítulos o suras, divididos en versículos.

cosmopolitismo: doctrina y género de vida de las personas que consideran como patria suya el
mundo entero, y en consecuencia, adoptan elementos culturales y socio-político-económicos de
diversidad de naciones.

cristiandad: el concepto de cristiandad representa una totalidad cultural y una unidad política: es el
conjunto de los fieles cristianos, el mundo cristiano. Pero también la cristiandad es al mismo tiempo
unidad militar, jurídica y eclesiástica. En el paradigma de cristiandad, la Iglesia funciona como una
parte integral del aparato del Estado. En esta asociación, el cristianismo proveyó a los líderes del
Estado la ideología capaz de pacificar a los pueblos sometidos y la legitimación moral para llevar a
cabo sus objetivos políticos y económicos. A cambio, el Estado garantizó a la Iglesia un acceso
ilimitado y protegido a nuevas fuentes de recursos humanos y materiales.

decretal: carta papal, o parte de ella, que contiene una decisión sobre un punto concreto del
derecho canónico.

Égira: del árabe Hijra (emigración). Es el término que designa el viaje de Mahoma y algunos de sus
seguidores de La Meca a Medina en el 622, motivado por la cada vez más deteriorada situación en
la primera ciudad. Omar ibn al Jattab decretó durante su califato (634–644) que el año de la Égira
se contara como el primero de la era islámica.

ícono: (del gr. eikon, imagen) nombre que designa cualquier imagen venerada por los cristianos de
rito bizantino. Generalmente, consiste de una placa de madera pintada al óleo con gran profusión
del dorado, con representaciones de Cristo, la Virgen María o un santo. Su uso puede remontarse al
siglo V.

Islam: nombre con el que se conoce la religión fundada por Mahoma. Deriva de la raíz árabe para
“someterse” e incluye la idea de rechazar cualquier otro objeto de culto.

janif: el término aparece una docena de veces en el Corán. Primitivamente se aplicaba a los paganos.
En tiempos de Mahoma calificaba a los monoteístas que no eran ni cristianos ni judíos. En el Corán
se usa en relación con Abraham y se recomienda a todos a que se conviertan en junafa (plural), es
decir, monoteístas que renuncian al culto a las imágenes y a los astros.
omeyas: el primer califato de corte dinástico (661–750). Fue instaurado por Mu’auiya, gobernador
de Siria, tras la muerte de Alí y la abdicación de al-Hasán. Aunque el segundo califa omeya, Yazid,
no pudo evitar que ‘Abdallah ibn al-Zubayr se proclamara califa en el Hijaz, este califato paralelo
tuvo escasa duración y bajo los omeyas el dominio islámico se extendió desde el Atlántico hasta
China.

pagano: del latín pagus (rústico). Se aplicó a fines de la antigüedad y durante la Edad Media a los
que no eran cristianos y a los que habían sido evangelizados, pero rechazaban después el mensaje
del cristianismo adhiriéndose a sus religiones originales o tradicionales.

palio: banda de lana blanca en forma de yugo, bordada con cruces, usada por el Papa y también por
algunos arzobispos, y que simboliza, en este último caso, la delegación que ostentaban dichos
arzobispos respecto a la jurisdicción metropolitana sobre los demás obispos de su provincia
eclesiástica. Lo confería el Papa y normalmente había que recogerlo en Roma personalmente.

Papa: término derivado del griego papas (latín: papa) que significa “padre.” El término no aparece
en la Biblia. Hasta 1073 era de aplicación a todos los obispos, cuando Gregorio VII ordenó que se
reservara exclusivamente al de Roma. La figura del Papa está ligada a las tesis de un primado de
Pedro, sucesivo y ligado al obispo de Roma.

prior: prelado ordinario o superior del convento en algunas órdenes religiosas (conventos de los
canónigos regulares y de las órdenes militares); y en otras, segundo prelado después del abad. En
una abadía, la autoridad siguiente a la de abad; superior de una casa religiosa que no tenía la
categoría de abadía.

reliquia: en un sentido general, es el residuo que queda de un todo. En el sentido religioso, es la


parte del cuerpo de un individuo estimado como santo, o lo que, por haberle tocado, se considera
puede producir un milagro o es digno de veneración.

siríaco: lengua semita que es un dialecto del arameo, y que cuenta con un número considerable de
obras cristianas primitivas y con una traducción específica de la Biblia, denominada Peshitta. Fue la
lengua utilizada en la gran expansión del testimonio cristiano hacia el Este.

sura: nombre que recibe cada una de las 114 secciones en que se divide el Corán. El término deriva
de shurah (“tirada”), en el sentido de sucesión de pasajes.

sutra: vocablo sánscrito que significa “hilo” y se refiere a un rosario de preceptos que resumen la
enseñanza védica. En el brahmanismo es un precepto, aforismo, regla breve, y también la colección
de tales aforismos o reglas, como el Código de Manú. En el budismo, se refiere a la parte narrativa
de las escrituras budistas, especialmente los diálogos de Buda.

temprana Edad Media: designa al período desde el siglo V hasta mediados del IX en Europa
occidental, es decir, entre la época de las invasiones bárbaras hasta la disolución del Imperio de
Carlomagno. Entre los acontecimientos importantes deben mencionarse: la destrucción política del
Imperio Romano, el surgimiento de los reinos romanogermánicos y el propósito de estos nuevos
Estados para constituirse en unidades sociales. Adquieren importancia en este período las culturas
bizantinas e islámicas.

SINOPSIS CRONOLÓGICA
527–565 Reinado de Justiniano I.

528–533 Codificación del Corpus Juris Civilis.

529 Regla de Benito de Nursia.

532–537 Revuelta de Nika lleva a desorden civil.

535–553 Belisario y Narsés conducen ejércitos en el


Oeste.

537 Santa Sofía es completada.

542 Plaga en el Este.

553 Segundo Concilio de Constantinopla.

562 Bizantinos completan la conquista de Italia.

563 Columba, apóstol de Escocia.

568 Los lombardos toman control del norte de Italia.


570–632 Mahoma.

589 Conversión de Recaredo.

590 Gregorio el Grande, Papa.

597 Agustín de Canterbury llega a Inglaterra.

610 Revelación a Mahoma en el monte Hira.

610–641 Reinado de Heraclio.

622 Égira (huída) de Mahoma a Medina.

625–626 Expulsión de los judíos de Medina cuando se


rehúsan aceptar el Islam.

626 Los persas sasánidas ponen sitio a


Constantinopla.

Ávaros y eslavos atacan el Imperio.

627 Paulino, obispo de York (Inglaterra).

Edwin, rey de Northumbria, recibe el bautismo.


628 Victoria sobre los persas, ávaros y eslavos.

630 Retorno de Mahoma a La Meca.

632 Muerte de Mahoma, el Profeta.

635 Aidan de Lindisfarne llega a Northumbria.

Alopen llega a Ch’ang-an (China).

636 Derrota de los bizantinos por los árabes en


Yarmuk.

649 El Sínodo de Letrán condena el monotelismo.

664 Sínodo de Whitby.

674–678 La flota árabe bloquea Constantinopla.

680–681 Tercer Concilio de Constantinopla.

690 Willibrordo, apóstol de los Países Bajos.

698–742 Oposición budista al cristianismo en China.


711 Tarik en España.

716 Bonifacio en los Países Bajos.

717–802 Dinastía Isauria (siria).

717–741 Reinado del emperador León III.

717–718 Bloqueo árabe de Constantinopla; uso de “fuego


griego.”

718 Bonifacio, apóstol de Alemania.

El ejército bizantino derrota a los musulmanes y


los empuja detrás de los montes Taurus (Asia
Menor).

725–843 Controversia iconoclasta.

730 León III prohíbe el uso de íconos.

732 Batalla de Poitiers o Tours.

740 Victoria sobre los árabes en Akroinon.


741–775 Reinado de Constantino IV.

742 Los cristianos chinos obtienen el favor imperial.

745 Los chinos cambian el nombre de los cristianos


de “persas” a “sirios.”

750 Aparece la Donación de Constantino.

751 Caída de Rávena: fin del dominio bizantino en


Italia.

752 Coronación de Pipino como rey de Francia por el


Papa.

754 Sínodo de Hereia: denuncia la adoración de


íconos como idolatría.

Creciente tensión entre el emperador bizantino


y el Papa en torno a los íconos.

Los bizantinos toman tierras papales en Sicilia.

771 Carlomagno, rey de todos los francos.

781 Erección de la Estela de Ch’ang-an.


787 Segundo Concilio de Nicea.

797–812 La emperatriz Irene depone a Constantino IV.

El papa León III declara vacante el trono de


Constantinopla.

800 El papa León III corona a Carlomagno como


emperador del Sacro Imperio Romano-
Germánico.

800–1000 Esplendor del Imperio Bizantino.

812 Miguel I concede el título de “basileus” a


Carlomagno.

820–867 Dinastía amórica. Los árabes ocupan Creta.

826 Primer viaje misionero de Anscar a Escandinavia.

842–867 Miguel III envía misioneros a los eslavos.

845 Emperador pro-taoísta clausura monasterios


budistas, zoroastristas y cristianos.

Desorden y guerra en China.


846 San Pedro de Roma es saqueada por piratas
musulmanes.

850 Falsas decretales.

857 Focio, patriarca.

860 Los ros atacan Constantinopla.

Constantino (Cirilo) va como embajador


bizantino a los kazares.

862 Cirilo y Metodio van a Moravia como maestros a


pedido de su rey, Ratislavo.

865 Cirilo y Metodio en Moravia.

Los búlgaros aceptan el cristianismo: conversión


de Boris.

867 El patriarca Focio rompe con la Iglesia Romana.

867–869 Conversión de los servios al catolicismo.

867–1056 Dinastía macedónica en Imperio Bizantino.


869 Muere Cirilo; Metodio trabaja con la Biblia y la
liturgia en eslavo, que van a ser usados por la
Iglesia Griega en Bulgaria.

957 Es bautizada Olga, duquesa de Kiev.

978–1015 Vladimir de Kiev.

987 Vladimir el Grande acepta el cristianismo


ortodoxo.

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. ¿Aproximadamente, en qué año comenzó el primer período de retroceso del cristianismo y


debido a qué circunstancias?

2. Relaciona en pares los siguientes elementos según se correspondan: Imperio Romano - ley
canónica - latín - Iglesia Católica Romana - Derecho Romano - liturgia.

3. Señala dos cosas comunes al judaísmo, el cristianismo y el islamismo.

4. Menciona las ideas principales de Mahoma.

5. ¿Qué importancia tiene el año 622 para los musulmanes?


6. Dice el texto: “En menos de un siglo, el Islam casi había aniquilado los viejos baluartes del
cristianismo.” Haz una lista de no menos de ocho territorios cristianos ocupados por el Islam.

7. ¿Qué dos eventos salvaron a la cristiandad de ser totalmente rodeada por los ejércitos árabes?

8. ¿Qué tipo de presión soportó la Iglesia Copta en Egipto bajo el gobierno de los musulmanes?

9. Subraya la virtud que Benito de Nursia enfatizó en su Regla: pobreza, castidad, obediencia.

10. ¿Qué tres elementos formaban parte de la vida en un monasterio benedictino?

11. ¿Quién fue el que dijo: “El ocio es el enemigo del alma.”?

12. Dice el texto: “Mientras el Islam destruía muchos baluartes cristianos antiguos, en el norte de
Europa el cristianismo avanzaba por nuevos territorios.” ¿Dónde comenzó este movimiento y
quiénes fueron sus protagonistas?

13. ¿Es cierto o falso que la misión céltica convirtió buena parte de las Islas Británicas desde el año
635?

14. ¿Por qué tres razones el año 597 es importante?

15. Menciona dos papas que fueron llamados “grandes.”

16. Con tus propias palabras, resume la vida y el trabajo de Gregorio I antes de ser Papa.

17. ¿Cuál fue la contribución más notable de Gregorio I?


18. ¿Cuáles fueron las dos tradiciones que intervinieron en la evangelización de las Islas Británicas?
¿Dónde se encontraron?

19. ¿Cómo se resolvió el problema planteado en el Sínodo de Whitby? ¿Quién obtuvo la victoria?

20. ¿Quién fue Willibrordo y qué hizo?

21. ¿Quién fue Bonifacio (Winfrido) y qué hizo?

22. ¿Cuáles fueron las dos razones por las que hacia el año 900 desapareció todo rastro de
cristianismo en China?

23. Menciona dos documentos falsos que sirvieron para engañar a los monarcas francos y a sus
sucesores, y describe su contenido.

24. ¿Quién fue el más grande de los monarcas francos? ¿En qué tres aspectos fue grande?

25. ¿Quién fue Nicolás I? Menciona tres cosas que hizo.

26. ¿Quiénes fueron Constantino (Cirilo) y Metodio? ¿Cuál fue su obra más importante?

27. ¿Quiénes eran los ros y en qué año su rey se convirtió a la fe cristiana?

28. ¿Cuáles fueron las cuatro religiones que Vladimiro el Grande, rey de Kiev, mandó investigar antes
de convertirse al cristianismo ortodoxo (bizantino)?
29. ¿Qué tres elementos hay que tomar en cuenta para evaluar como un período de retroceso los
siglos que hemos considerado en esta unidad?

30. ¿Por qué razón, hacia el siglo IX, las pérdidas del cristianismo resultaron mayores en Oriente que
en Occidente?

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y 3):

1. ¿Por qué razón las tribus germanas que aceptaron el cristianismo escogieron seguir la enseñanza
arriana en lugar de la católica?

2. ¿Qué tipo de país es Arabia, y por qué su pueblo, a lo largo de toda su historia, ha tenido que
moverse hacia los territorios vecinos?

3. ¿Qué tipo de religión practicaban los árabes antes del advenimiento de Mahoma?

4. ¿Piensas que la historia habría sido diferente si en tiempos de Mahoma hubiese habido una
traducción del Nuevo Testamento al árabe? Fundamenta tu respuesta.

5. ¿Quién fue Wilfrido y qué hizo?

6. ¿Cuál fue el incidente más dramático en la carrera misionera de Bonifacio (Winfrido)?

Tareas avanzadas (para el nivel 3):

1. ¿Qué nombre se le da a los escritos sagrados de los musulmanes y cuántos capítulos o suras
contiene? ¿Cuál es el título de cada uno de ellos?

2. ¿Cuál es la diferencia fundamental entre los escritos sagrados musulmanes y las Escrituras
cristianas?
3. ¿En qué se parece la vida de Mahoma a la de Jesús, y en qué no se parece? Antes de responder a
esta pregunta, investiga cuanto puedas acerca de la vida de Mahoma.

4. ¿Qué evidencias hay en el pensamiento de Mahoma de que él conocía a los cristianos de su


tiempo?

5. Investiga qué países hoy están bajo gobiernos musulmanes y cuál es la actitud de estos gobiernos
hacia la gente de otras religiones, especialmente hacia los cristianos.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Inscripción del monumento de la Iglesia de Oriente en Xian.

Lee y responde:

“A lo largo de los reinados de los emperadores hubo registros documentando la historia de la


Iglesia de la Religión de la Luz [en China]. Ellos nos cuentan que se trajeron las enseñanzas de la
Religión de la Luz al Imperio T’ang, que se tradujeron las escrituras y que se construyeron los
monasterios. Estas enseñanzas son como una balsa, que lleva salvación, bendición y buena voluntad
a las personas de mi país.

“Siguiendo las huellas de sus ancestros, el Emperador Gaozong construyó hermosos


monasterios e iglesias por toda la tierra. El Camino Verdadero fue proclamado y el título de ‘Señor
Protector de las Grandes Enseñanzas’ fue concedido. La gente estaba feliz y hubo prosperidad por
todas partes.

“El Emperador Xuanzong promovió la doctrina sagrada todavía más. Él siguió las enseñanzas
verdaderas, escribió declaraciones para endosarlas y proclamó decretos imperiales para apoyarlas.
En palabras simples y gloriosas, alabó las acciones [de la Religión de la Luz] y las consideró dignas de
celebración.

“El Emperador Suzong revivió el Camino del Cielo y observó los días santos. En una noche, los
vientos favorables barrieron con las impurezas que habían corrompido el palacio. Se quitó el polvo
y el país nuevamente fue sanado.
“El Emperador Daizong fue filial y virtuoso. Su piedad fue tan grande como el cielo y la tierra. Él
abrió el tesoro imperial y dio regalos de materiales preciosos e incienso de jazmín. A aquellos que
eran virtuosos, él los recompensó con piedras preciosas, que eran tan brillantes como la luna llena.

“El Emperador reinante durante Jianzhang [el Emperador Dezong] creyó en las enseñazas
iluminadas. Durante su tiempo, los militares y los generales mantuvieron la paz en los cuatro
rincones de la tierra y los oficiales eruditos fueron honestos y justos. Él animó a todos a examinar la
naturaleza de las cosas con el espejo escondido. La gente en las seis direcciones fueron iluminadas,
y el centenar de tribus rebeldes fue puesto bajo jurisdicción.”

Estela de Ch’ang-an (781), parte tres.

- Según la Estela de Ch’ang-an, los emperadores de la dinastía T’ang se mostraron, en general,


favorables al trabajo misionero de los monjes siríacos. ¿Piensas que es bueno y necesario que la
Iglesia goce del favor del gobierno para el cumplimiento de su misión? Presenta varias razones para
tu respuesta.

- Describe la relación de la Iglesia y el Estado en tu propio país. ¿Cuál es la situación de las iglesias
evangélicas en tu país en términos de libertad religiosa, en todas sus dimensiones?

- Muchos evangélicos en América Latina piensan que es necesario crear partidos políticos
evangélicos para poder ejercer una influencia positiva y transformadora en la sociedad. ¿Qué
piensas acerca de esto? ¿Crees que esforzarnos por colocar a creyentes evangélicos en posiciones
de poder político puede ayudar a las iglesias a cumplir mejor con su misión en el mundo?

TAREA 2: Constantino (Cirilo) y la traducción de la Biblia a otros idiomas.

Lee y responde:

“Constantino pasó cuarenta meses en Moravia, y luego se fue para ordenar a sus discípulos.…
Cuando estaba en Venecia, obispos, sacerdotes y monjes se juntaron contra él como cuervos contra
un halcón. Y promovieron la herejía trilingüe [que enseñaba que la Biblia sólo debía estar en hebreo,
griego y latín], diciendo: ‘Dínos, oh hombre, ¿cómo es que tú ahora enseñas, habiendo creado letras
para los eslavos, que nadie más ha encontrado antes, ni el Apóstol, ni el Papa de Roma, ni Gregorio
el Teólogo, ni Jerónimo, ni Agustín? Nosotros sabemos de sólo tres idiomas que son dignos de alabar
a Dios en las Escrituras: hebreo, griego y latín.’

“Y el Filósofo les respondió: ‘¿No cae la lluvia de Dios sobre todos por igual? ¿Y no brilla el sol
también sobre todos? ¿Y no respiramos todos el aire de la misma manera? ¿No están avergonzados
de mencionar tan sólo tres idiomas, y de ordenar a todas las demás naciones y tribus a permanecer
ciegas y sordas? Díganme, ¿lo hacen a Dios tan impotente, como para que él sea incapaz de
conceder esto? ¿O tan envidioso como para que él no lo desee? Conocemos a numerosos pueblos
que poseen escritura y dan gloria a Dios, cada uno en su propia lengua. Seguramente éstos son
obvios: armenios, persas, abcacianos, ibéricos, sogdianos, godos, ávaros, turcos, kazares, árabes,
egipcios y muchos otros. Si ustedes no quieren entender esto, al menos reconozcan el juicio de las
Escrituras.[Sigue la cita de varios pasajes bíblicos: Sal. 96:1; 98:4; 66:4; 117:1; 150:6; Jn. 1:12; 17:20–
21; Mt. 28:18–20; Mr. 16:15–17; Mt. 23:13; Lc. 11:52; 1 Co. 14:5–40.] … Y con estas palabras y
muchas más, él los avergonzó y salió, dejándolos.”

Vida de Constantino (siglo X, en eslavónico), 15, 16.

- Evalúa la defensa que hace Cirilo de su ministerio de traducción de las Escrituras, tomando en
cuenta sus argumentos y especialmente los pasajes bíblicos que él cita.

¿Cuál fue la trascendencia del ministerio de traducción de Cirilo? ¿Qué consecuencias


misionológicas tuvo para la difusión del testimonio cristiano?

- ¿Cuál es tu evaluación personal del trabajo de las Sociedades Bíblicas a nivel mundial y de sus
esfuerzos por poner la Palabra de Dios en la lengua de todos los pueblos de la tierra? Averigua los
últimos datos en cuanto a la cantidad de Biblias, Nuevos Testamentos y porciones bíblicas que se
distribuyen en el mundo hoy, y a cuántos idiomas y dialectos diferentes están traducidos. Puedes
investigar utilizando Internet o materiales e informes de las Sociedades Bíblicas.

TAREA 3: El Corán.

Conseguir una buena traducción del Corán. Se puede obtener en un centro islámico o una buena
biblioteca pública. Leer los siguientes pasajes y responder las preguntas correspondientes. El
número romano indica la sura correspondiente, mientras que el número arábico indica el número
de los versículos:

1. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia los cristianos?

II.59; 105–111; 129–135.

III.57–78; 93–115.

V.17–22; 85–88.

IX.29–35.
TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Inscripción del monumento de la Iglesia de Oriente en Xian.

Lee y responde:

“A lo largo de los reinados de los emperadores hubo registros documentando la historia de la


Iglesia de la Religión de la Luz [en China]. Ellos nos cuentan que se trajeron las enseñanzas de la
Religión de la Luz al Imperio T’ang, que se tradujeron las escrituras y que se construyeron los
monasterios. Estas enseñanzas son como una balsa, que lleva salvación, bendición y buena voluntad
a las personas de mi país.

“Siguiendo las huellas de sus ancestros, el Emperador Gaozong construyó hermosos


monasterios e iglesias por toda la tierra. El Camino Verdadero fue proclamado y el título de ‘Señor
Protector de las Grandes Enseñanzas’ fue concedido. La gente estaba feliz y hubo prosperidad por
todas partes.

“El Emperador Xuanzong promovió la doctrina sagrada todavía más. Él siguió las enseñanzas
verdaderas, escribió declaraciones para endosarlas y proclamó decretos imperiales para apoyarlas.
En palabras simples y gloriosas, alabó las acciones [de la Religión de la Luz] y las consideró dignas de
celebración.

“El Emperador Suzong revivió el Camino del Cielo y observó los días santos. En una noche, los
vientos favorables barrieron con las impurezas que habían corrompido el palacio. Se quitó el polvo
y el país nuevamente fue sanado.

“El Emperador Daizong fue filial y virtuoso. Su piedad fue tan grande como el cielo y la tierra. Él
abrió el tesoro imperial y dio regalos de materiales preciosos e incienso de jazmín. A aquellos que
eran virtuosos, él los recompensó con piedras preciosas, que eran tan brillantes como la luna llena.

“El Emperador reinante durante Jianzhang [el Emperador Dezong] creyó en las enseñazas
iluminadas. Durante su tiempo, los militares y los generales mantuvieron la paz en los cuatro
rincones de la tierra y los oficiales eruditos fueron honestos y justos. Él animó a todos a examinar la
naturaleza de las cosas con el espejo escondido. La gente en las seis direcciones fueron iluminadas,
y el centenar de tribus rebeldes fue puesto bajo jurisdicción.”

Estela de Ch’ang-an (781), parte tres.

- Según la Estela de Ch’ang-an, los emperadores de la dinastía T’ang se mostraron, en general,


favorables al trabajo misionero de los monjes siríacos. ¿Piensas que es bueno y necesario que la
Iglesia goce del favor del gobierno para el cumplimiento de su misión? Presenta varias razones para
tu respuesta.
- Describe la relación de la Iglesia y el Estado en tu propio país. ¿Cuál es la situación de las iglesias
evangélicas en tu país en términos de libertad religiosa, en todas sus dimensiones?

- Muchos evangélicos en América Latina piensan que es necesario crear partidos políticos
evangélicos para poder ejercer una influencia positiva y transformadora en la sociedad. ¿Qué
piensas acerca de esto? ¿Crees que esforzarnos por colocar a creyentes evangélicos en posiciones
de poder político puede ayudar a las iglesias a cumplir mejor con su misión en el mundo?

TAREA 2: Constantino (Cirilo) y la traducción de la Biblia a otros idiomas.

Lee y responde:

“Constantino pasó cuarenta meses en Moravia, y luego se fue para ordenar a sus discípulos.…
Cuando estaba en Venecia, obispos, sacerdotes y monjes se juntaron contra él como cuervos contra
un halcón. Y promovieron la herejía trilingüe [que enseñaba que la Biblia sólo debía estar en hebreo,
griego y latín], diciendo: ‘Dínos, oh hombre, ¿cómo es que tú ahora enseñas, habiendo creado letras
para los eslavos, que nadie más ha encontrado antes, ni el Apóstol, ni el Papa de Roma, ni Gregorio
el Teólogo, ni Jerónimo, ni Agustín? Nosotros sabemos de sólo tres idiomas que son dignos de alabar
a Dios en las Escrituras: hebreo, griego y latín.’

“Y el Filósofo les respondió: ‘¿No cae la lluvia de Dios sobre todos por igual? ¿Y no brilla el sol
también sobre todos? ¿Y no respiramos todos el aire de la misma manera? ¿No están avergonzados
de mencionar tan sólo tres idiomas, y de ordenar a todas las demás naciones y tribus a permanecer
ciegas y sordas? Díganme, ¿lo hacen a Dios tan impotente, como para que él sea incapaz de
conceder esto? ¿O tan envidioso como para que él no lo desee? Conocemos a numerosos pueblos
que poseen escritura y dan gloria a Dios, cada uno en su propia lengua. Seguramente éstos son
obvios: armenios, persas, abcacianos, ibéricos, sogdianos, godos, ávaros, turcos, kazares, árabes,
egipcios y muchos otros. Si ustedes no quieren entender esto, al menos reconozcan el juicio de las
Escrituras.[Sigue la cita de varios pasajes bíblicos: Sal. 96:1; 98:4; 66:4; 117:1; 150:6; Jn. 1:12; 17:20–
21; Mt. 28:18–20; Mr. 16:15–17; Mt. 23:13; Lc. 11:52; 1 Co. 14:5–40.] … Y con estas palabras y
muchas más, él los avergonzó y salió, dejándolos.”

Vida de Constantino (siglo X, en eslavónico), 15, 16.

- Evalúa la defensa que hace Cirilo de su ministerio de traducción de las Escrituras, tomando en
cuenta sus argumentos y especialmente los pasajes bíblicos que él cita.
¿Cuál fue la trascendencia del ministerio de traducción de Cirilo? ¿Qué consecuencias
misionológicas tuvo para la difusión del testimonio cristiano?

- ¿Cuál es tu evaluación personal del trabajo de las Sociedades Bíblicas a nivel mundial y de sus
esfuerzos por poner la Palabra de Dios en la lengua de todos los pueblos de la tierra? Averigua los
últimos datos en cuanto a la cantidad de Biblias, Nuevos Testamentos y porciones bíblicas que se
distribuyen en el mundo hoy, y a cuántos idiomas y dialectos diferentes están traducidos. Puedes
investigar utilizando Internet o materiales e informes de las Sociedades Bíblicas.

TAREA 3: El Corán.

Conseguir una buena traducción del Corán. Se puede obtener en un centro islámico o una buena
biblioteca pública. Leer los siguientes pasajes y responder las preguntas correspondientes. El
número romano indica la sura correspondiente, mientras que el número arábico indica el número
de los versículos:

1. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia los cristianos?

II.59; 105–111; 129–135.

III.57–78; 93–115.

V.17–22; 85–88.

IX.29–35.

LVII.25–27.

2. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia Jesús?

II.81.

III.37–52.

IV.155–157

V.50–52; 109–120.

VI.84–90.

XIX.16–41.

LVII.25–27.
LXI.1–14.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Inscripción del monumento de la Iglesia de Oriente en Xian.

Lee y responde:

“A lo largo de los reinados de los emperadores hubo registros documentando la historia de la


Iglesia de la Religión de la Luz [en China]. Ellos nos cuentan que se trajeron las enseñanzas de la
Religión de la Luz al Imperio T’ang, que se tradujeron las escrituras y que se construyeron los
monasterios. Estas enseñanzas son como una balsa, que lleva salvación, bendición y buena voluntad
a las personas de mi país.

“Siguiendo las huellas de sus ancestros, el Emperador Gaozong construyó hermosos


monasterios e iglesias por toda la tierra. El Camino Verdadero fue proclamado y el título de ‘Señor
Protector de las Grandes Enseñanzas’ fue concedido. La gente estaba feliz y hubo prosperidad por
todas partes.

“El Emperador Xuanzong promovió la doctrina sagrada todavía más. Él siguió las enseñanzas
verdaderas, escribió declaraciones para endosarlas y proclamó decretos imperiales para apoyarlas.
En palabras simples y gloriosas, alabó las acciones [de la Religión de la Luz] y las consideró dignas de
celebración.

“El Emperador Suzong revivió el Camino del Cielo y observó los días santos. En una noche, los
vientos favorables barrieron con las impurezas que habían corrompido el palacio. Se quitó el polvo
y el país nuevamente fue sanado.

“El Emperador Daizong fue filial y virtuoso. Su piedad fue tan grande como el cielo y la tierra. Él
abrió el tesoro imperial y dio regalos de materiales preciosos e incienso de jazmín. A aquellos que
eran virtuosos, él los recompensó con piedras preciosas, que eran tan brillantes como la luna llena.

“El Emperador reinante durante Jianzhang [el Emperador Dezong] creyó en las enseñazas
iluminadas. Durante su tiempo, los militares y los generales mantuvieron la paz en los cuatro
rincones de la tierra y los oficiales eruditos fueron honestos y justos. Él animó a todos a examinar la
naturaleza de las cosas con el espejo escondido. La gente en las seis direcciones fueron iluminadas,
y el centenar de tribus rebeldes fue puesto bajo jurisdicción.”

Estela de Ch’ang-an (781), parte tres.


- Según la Estela de Ch’ang-an, los emperadores de la dinastía T’ang se mostraron, en general,
favorables al trabajo misionero de los monjes siríacos. ¿Piensas que es bueno y necesario que la
Iglesia goce del favor del gobierno para el cumplimiento de su misión? Presenta varias razones para
tu respuesta.

- Describe la relación de la Iglesia y el Estado en tu propio país. ¿Cuál es la situación de las iglesias
evangélicas en tu país en términos de libertad religiosa, en todas sus dimensiones?

- Muchos evangélicos en América Latina piensan que es necesario crear partidos políticos
evangélicos para poder ejercer una influencia positiva y transformadora en la sociedad. ¿Qué
piensas acerca de esto? ¿Crees que esforzarnos por colocar a creyentes evangélicos en posiciones
de poder político puede ayudar a las iglesias a cumplir mejor con su misión en el mundo?

TAREA 2: Constantino (Cirilo) y la traducción de la Biblia a otros idiomas.

Lee y responde:

“Constantino pasó cuarenta meses en Moravia, y luego se fue para ordenar a sus discípulos.…
Cuando estaba en Venecia, obispos, sacerdotes y monjes se juntaron contra él como cuervos contra
un halcón. Y promovieron la herejía trilingüe [que enseñaba que la Biblia sólo debía estar en hebreo,
griego y latín], diciendo: ‘Dínos, oh hombre, ¿cómo es que tú ahora enseñas, habiendo creado letras
para los eslavos, que nadie más ha encontrado antes, ni el Apóstol, ni el Papa de Roma, ni Gregorio
el Teólogo, ni Jerónimo, ni Agustín? Nosotros sabemos de sólo tres idiomas que son dignos de alabar
a Dios en las Escrituras: hebreo, griego y latín.’

“Y el Filósofo les respondió: ‘¿No cae la lluvia de Dios sobre todos por igual? ¿Y no brilla el sol
también sobre todos? ¿Y no respiramos todos el aire de la misma manera? ¿No están avergonzados
de mencionar tan sólo tres idiomas, y de ordenar a todas las demás naciones y tribus a permanecer
ciegas y sordas? Díganme, ¿lo hacen a Dios tan impotente, como para que él sea incapaz de
conceder esto? ¿O tan envidioso como para que él no lo desee? Conocemos a numerosos pueblos
que poseen escritura y dan gloria a Dios, cada uno en su propia lengua. Seguramente éstos son
obvios: armenios, persas, abcacianos, ibéricos, sogdianos, godos, ávaros, turcos, kazares, árabes,
egipcios y muchos otros. Si ustedes no quieren entender esto, al menos reconozcan el juicio de las
Escrituras.[Sigue la cita de varios pasajes bíblicos: Sal. 96:1; 98:4; 66:4; 117:1; 150:6; Jn. 1:12; 17:20–
21; Mt. 28:18–20; Mr. 16:15–17; Mt. 23:13; Lc. 11:52; 1 Co. 14:5–40.] … Y con estas palabras y
muchas más, él los avergonzó y salió, dejándolos.”

Vida de Constantino (siglo X, en eslavónico), 15, 16.


- Evalúa la defensa que hace Cirilo de su ministerio de traducción de las Escrituras, tomando en
cuenta sus argumentos y especialmente los pasajes bíblicos que él cita.

¿Cuál fue la trascendencia del ministerio de traducción de Cirilo? ¿Qué consecuencias


misionológicas tuvo para la difusión del testimonio cristiano?

- ¿Cuál es tu evaluación personal del trabajo de las Sociedades Bíblicas a nivel mundial y de sus
esfuerzos por poner la Palabra de Dios en la lengua de todos los pueblos de la tierra? Averigua los
últimos datos en cuanto a la cantidad de Biblias, Nuevos Testamentos y porciones bíblicas que se
distribuyen en el mundo hoy, y a cuántos idiomas y dialectos diferentes están traducidos. Puedes
investigar utilizando Internet o materiales e informes de las Sociedades Bíblicas.

TAREA 3: El Corán.

Conseguir una buena traducción del Corán. Se puede obtener en un centro islámico o una buena
biblioteca pública. Leer los siguientes pasajes y responder las preguntas correspondientes. El
número romano indica la sura correspondiente, mientras que el número arábico indica el número
de los versículos:

1. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia los cristianos?

II.59; 105–111; 129–135.

III.57–78; 93–115.

V.17–22; 85–88.

IX.29–35.

LVII.25–27.

2. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia Jesús?

II.81.

III.37–52.

IV.155–157

V.50–52; 109–120.
VI.84–90.

XIX.16–41.

LVII.25–27.

LXI.1–14.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. Discutir la afirmación del autor: “La presión de las circunstancias externas lleva a una devoción
más profunda y a un fervor renovado, que tarde o temprano termina en un avivamiento misionero
y evangelizador, que cumple con la tarea central de la Iglesia de ‘Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura’.” ¿Esto es siempre así? Fundamenten su respuesta.

2. El Imperio Romano fue reemplazado por reinos “bárbaros.” ¿Corrió el cristianismo la misma
suerte siendo reemplazado por el paganismo? Algunos historiadores han comparado la decadencia
del mundo occidental y cristiano de nuestros días con la decadencia del Imperio Romano. ¿En qué
se parecen o difieren ambos procesos históricos? ¿Cuáles han sido las consecuencias, en cada caso,
sobre la fortaleza e impacto de la Iglesia?

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 65–95.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 81–112.

González, Historia de las misiones, 92–106; 109–116.

González, Historia del cristianismo, 1:243–262; 273–288; 303–306; 315–327; 333–338.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:329–451.

Latourette, Los chinos, 239–243.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:181–243.

Romero, La Edad Media, 9–44; 105–140.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 56–65.

Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 195–218.


UNIDAD 2

Resurgimiento & progreso


950–1350

INTRODUCCIÓN

Los sucesores de Carlomagno no tuvieron su habilidad para las cuestiones políticas, y el poder
de los francos comenzó a decaer. Poco a poco la estructura política del Sacro Imperio Romano-
Germánico fue perdiendo efectividad ganando lugar el sistema feudal, que fue característico de
toda la Edad Media.

Henri Daniel-Rops: “El feudalismo, que iba a constituir la base del mundo medieval, había
estado evolucionando durante un largo tiempo en el pasado, debido a la fuerza de las
circunstancias. El desorden continuo de las Grandes Invasiones había alentado a los débiles
a reunirse en torno a unos pocos hombres fuertes, que eran más capaces de protegerlos
que los representantes de la autoridad oficial; éste fue el principio de recomendación.
Cuando la autoridad central fallaba, los caudillos locales tendieron a hacerse autónomos.…
El colapso de la civilización urbana, al darle a la agricultura una importancia enorme, había
hecho de la unidad agrícola, la villa, un centro económico independiente, y del gran
terrateniente una especie de gobernante. A estos factores, que surgían naturalmente de la
evolución histórica, se agregaron otros dos: inmunidad y vasallaje, que fueron propuestos
por los mismos gobiernos centrales. Los monarcas débiles, que se sentían inseguros de sus
insubordinados, autorizaron a los grandes terratenientes a liberarse del control de los
oficiales reales, y a tomar el lugar de los últimos en la administración de la justicia, la
recolección de impuestos y la leva de guerreros en sus propios dominios.… Ahora toda la
evidencia muestra que Carlomagno estuvo involucrado en este proceso.”

Desde un punto de vista social, el feudalismo supuso la existencia de clases, cuya diferenciación
se establecía en las relaciones del ser humano con la tierra. En consecuencia, disminuyó la densidad
de la población, se cortaron las comunicaciones, creció el aislamiento y la vida se tornó más insegura
y violenta. Desde un punto de vista político, el feudalismo consistió en una jerarquización de poderes
unidos entre sí por lazos de fidelidad personal. Desde un punto de vista económico, el feudalismo
produjo una economía reducida a círculos agrícolas cerrados, falta de metal precioso, disminución
de las transacciones monetarias, desaparición de los salarios y el pago de los servicios prestados con
tierra. Desde un punto de vista moral, el feudalismo hizo predominar la fuerza y la violencia.

Se produjo, entonces, una atomización del poder caracterizada por la ausencia de una autoridad
central y la organización de gobiernos locales en manos de los nobles y terratenientes. El origen de
este sistema estaba en múltiples concesiones de tierras, que los monarcas francos habían hecho a
sus jefes militares durante las guerras de conquista. El imperio de Carlomagno se transformó en un
Estado feudal, y más tarde, después de la muerte del gran monarca (814), cuando su imperio fue
dividido entre sus sucesores (Tratado de Verdún, 843), el proceso se profundizó. Los territorios del
Imperio carolingio se repartieron de la siguiente forma: Lotario, fue reconocido emperador y
gobernó Italia y una franja de terreno llamada Lotaringia, que separaba los dominios de sus
hermanos; Luis el Germánico quedó con Germania o la región comprendida al este del Rin; y Carlos
el Calvo recibió las tierras al oeste del Rin, aproximadamente la actual Francia.

El régimen feudal predominó en Europa desde comienzos del siglo X hasta el XV. En este
contexto, la vida medieval estaba estructurada, en buena medida, como las piezas de un juego de
ajedrez: reyes, reinas, obispos (alfiles), caballeros (caballos) y otros nobles vivían en castillos
(torres), a costa del trabajo de sus siervos (peones). Los siervos (siervos de la gleba), a cambio del
privilegio de cultivar la tierra suficiente para poder sobrevivir, trabajaban tres días de la semana
para su señor, que podía ser un caballero, un obispo o un rey. En una emergencia, y muy
frecuentemente en tiempo de cosecha, el señor podía exigir a los siervos un trabajo extra. Un siervo
no podía hacer abandono de la tierra de su señor, ni casarse sin su aprobación; también eran usados
como sirvientes domésticos, y muchas veces eran excelentes artesanos. Los siervos constituían la
infantería en las guerras ofensivas y defensivas de su señor. Carecían de protección y eran los más
vulnerables en toda la pirámide social de aquel entonces.

Los caballeros no tenían otra ocupación más que la guerra, y eran recompensados por el
soberano con tierras y con siervos. Cuando no había guerras, los caballeros se entretenían con
torneos y peleaban fieramente para practicar, para ganar el favor de una dama noble o el castillo
de otro caballero. Con el tiempo, los caballeros (vasallos) se convirtieron en nobles, de modo que
nobleza y caballería se identificaron de tal forma que no se consideraba noble más que a aquel que
había sido armado caballero. Estos señores vivían en castillos, que al principio no fueron más que
torres de piedra con dos o tres niveles, y más tarde se ampliaron con murallas y fosos. El castillo era
el pivote de la vida medieval. Fundamentalmente, era un refugio, una plaza fuerte, una fortaleza
capaz de resistir un sitio. La riqueza del castillo provenía de la tierra trabajada por los siervos fuera
de los muros del mismo.

Los obispos administraban los negocios así como los asuntos espirituales de la Iglesia. Los
obispos eran señores feudales que muchas veces recibían importantes donaciones, especialmente
de tierras, lo cual les daba gran prestigio y poder. El sistema feudal llegó a ser de gran beneficio para
las pretensiones de Roma, porque no había rey o señor tan fuerte, que pudiera competir con el
poder y la influencia papal. Además, la Iglesia se enriqueció en forma fabulosa porque al morir los
obispos sus propiedades quedaban en manos del Papa y muchos nobles testaban también en favor
de Roma.

CUADRO 5 - ESTRUCTURA SOCIAL DEL SISTEMA FEUDAL


La reina generalmente estaba tan bien educada como el rey, y a veces lo eclipsaba en su poder.
Era el centro de las fiestas de la corte y a menudo se unía a los hombres en la caza con halcones.
Muchas reinas medievales cristianas ayudaron a la conversión de sus esposos a la fe. El rey pretendía
que su poder, gozado por derecho divino, era supremo. Su pretensión era disputada
incesantemente por los nobles feudales y por la Iglesia. Incluso en su corte, se veía forzado a estar
en guardia contra las intrigas. La corte de un rey era el epítome mundano de una edad
predominantemente religiosa.

La Iglesia ocupaba el lugar central en el tablero de la sociedad medieval. Los reyes necesitaban
el apoyo de la Iglesia; todos los hombres necesitaban el apoyo espiritual de la Iglesia. Tanto el siervo
como el noble, el caballero como el rey eran iguales en esto: cada uno estaba seguro de otra vida
más allá de la muerte y estaban aterrados por ese trasmundo. De este modo, la Iglesia, con sus
sacramentos y ritos, traía algo de paz a la vida de estos seres sumidos en la ignorancia, la
superstición y la violencia. Éste es el trasfondo histórico-cultural de Europa en el período que
seguidamente consideraremos.

EL RESURGIMIENTO DEL CRISTIANISMO

_ El cristianismo en Europa occidental

Nuevas invasiones bárbaras. En el ámbito político, el mundo escandinavo estaba en proceso de


cambio cuando comenzaron las correrías vikingas por el Occidente. Esfuerzos por consolidar
políticamente en pequeños estados a los habitantes de lo que hoy día son los territorios de Suecia,
Noruega y Dinamarca parece que acrecentaron el nivel de violencia en esas regiones y resultaron
en la expulsión de las facciones perdedoras. Por otro lado, el reino de Dinamarca, políticamente el
más desarrollado de estos estados incipientes, había sufrido la presión del avance carolingio en el
norte de Alemania. La conversión forzada de los sajones y las enormes matanzas de éstos en el curso
de las guerras de conquista francas, deben haber alarmado grandemente a los daneses, que se
encontraban en la ruta de expansión franca, con Carlomagno y Luis I persistiendo en su política
agresiva. Además, el avance en las técnicas de navegación de los jóvenes guerreros educados en
una tradición de ejercicio militar y aventuras, les proveyó un nuevo campo de acción.

Fernando Picó: “Es la combinación de todas estas razones lo que nos explica la súbita y
destructora irrupción de los hombres del norte en el Occidente. En algunos sitios se les llamó
vikingos, en otros, los hombres del norte (Northmen o Nordmen). En el este de Europa y en
Constantinopla se les conocería como varegos. Pero todos pertenecen al mismo
movimiento general de los escandinavos en esa época.”

Hacia el año 800, los normandos (vikingos) de Escandinavia comenzaron un nuevo proceso de
invasión sobre Europa. Todas las poblaciones costeras del Mar del Norte y de los ríos navegables del
noroeste de Europa sufrieron los asaltos devastadores de estos nuevos piratas invasores. De todos,
quienes más sufrieron fueron los monjes: las iglesias y los monasterios estaban ricamente dotados
y eran presa fácil por carecer de defensa militar. De este modo, monasterios e iglesias resultaron
ser uno de los blancos preferidos de estos saqueadores vikingos. Casi todos los monasterios celtas
en las Islas Británicas fueron asaltados e incendiados. En el año 851, trescientos barcos vikingos
entraron por el río Támesis y saquearon Canterbury y Londres. A fines del siglo IX, habían
conquistado ya gran parte del territorio de Irlanda y de los reinos anglosajones. El rey de Wessex,
Alfredo el Grande (849–901) logró rechazarlos hacia el norte, pero un siglo más tarde los daneses
se adueñaron de toda Inglaterra. Los normandos invadieron también el noroeste de Francia, y le
dieron su nombre al territorio ocupado: Normandía.

Paralelamente a las invasiones normandas en el Oeste, los eslavos y los húngaros hostigaron las
fronteras orientales de la Europa carolingia. Los eslavos eran pueblos paganos de raza aria. Los
principales pueblos eslavos que avanzaron hacia el Oeste fueron los polacos, los checos, los
eslovacos y los moravos. Los que avanzaron hacia el sur fueron los servios, croatas, eslovenos y
búlgaros eslavizados. Los húngaros o magiares, pueblos de raza mongólica, fueron los invasores más
temibles, pues eran guerreros feroces dedicados al saqueo y al exterminio. Estas incursiones
violentas fueron parcialmente detenidas cuando el trono de Germania fue ocupado por Otón I el
Grande (936–973), quien reorganizó las fuerzas de su reino y contuvo las invasiones del Este.

Una tercera ola de invasiones fue la de los sarracenos (musulmanes). Fueron más bien
expediciones de rapiña y piratería, desde España y el norte de África (Zagreb). Conquistaron la isla
de Sicilia, pero el principal resultado de sus correrías fue la interrupción del comercio por el mar
Mediterráneo.

La eventual conversión de los escandinavos y los húngaros cambió el panorama político y


fundamentalmente religioso de Europa hacia el siglo X. Con mucha lentitud, algunos retrocesos y
renuencias y no pocos conflictos los escandinavos comenzaron a aceptar el cristianismo en sus
propios territorios de origen, Dinamarca, Noruega y Suecia, y la recién poblada isla del norte,
Islandia. Este proceso requirió el sacrificio y la dedicación de varias generaciones de misioneros,
especialmente de monjes. La cristianización de estas tierras facilitó los intercambios comerciales y
culturales, y como en el caso de Hungría, acabó integrando a las nuevas monarquías del norte con
los otros estados europeos.

La conversión de Noruega. El testimonio cristiano entre los pueblos escandinavos y su


conversión fue al principio un proceso gradual y las más de las veces sin un esfuerzo misionero
organizado. Los escandinavos tendieron a adoptar el idioma, la cultura y la religión de sus vecinos
cristianos, especialmente los francos. La eventual conversión de todos estos pueblos se debió en
parte al atractivo que la civilización franca ejercía sobre los normandos, así como la conversión de
los francos se debió en buena medida a la atracción que la civilización romana ejercía sobre ellos.
De todos modos, la conversión de Noruega ocurrió en razón de la influencia de algunos de sus reyes
convertidos al cristianismo. El primero fue Haakon el Bueno (rey de Noruega desde 946), quien había
sido bautizado en Inglaterra.

En el año 994 hubo una nueva invasión normanda sobre las Islas Británicas, pero con un final
diferente. El jefe del contingente pirata, Olaf Trygveson, en viaje hacia Inglaterra, se encontró con
un monje que le dijo: “Tú serás rey de Noruega y llevarás a muchos a la fe cristiana.” Después de ser
herido de muerte y orar por su sanidad, se hizo cristiano cuando curó milagrosamente, y continuó
su viaje a Inglaterra no para saquear, sino para ser confirmado por el obispo de Winchester. Un año
más tarde, Trygveson regresó a Noruega como su primer rey cristiano, usando ahora su poder no
para destruir el cristianismo en el extranjero, sino para establecerlo en sus propios dominios. Era un
hombre violento y lo fue durante toda su vida, pero ahora usaba su espada en defensa del
cristianismo que antes había hostigado. Así comenzó la conversión de Noruega, y con ella, la de casi
todas las islas del Mar del Norte, incluso Islandia y Groenlandia, que eran parte de su reino. Una
sucesión de monjes venidos desde Inglaterra por iniciativa de Trygveson ayudaron en este trabajo.
Lo mismo hizo otro rey cristiano de Noruega, Olaf Haraldsson (rey desde 1015), razón por la cual
todavía hoy se lo venera como San Olaf.

La conversión de Dinamarca. La conversión de Dinamarca comenzó gracias a las influencias


cristianas provenientes desde Sajonia (norte de Alemania). Uno de los primeros misioneros en
trabajar entre los escandinavos fue Anskar (800–865), enviado por el emperador Ludovico Pío.
Anskar se estableció en Hamburgo y de allí viajó varias veces a Dinamarca y Suecia, regiones a las
que más tarde sirvió como obispo. Se lo considera a Anskar como el primer apóstol a los pueblos
escandinavos. Uno de los primeros reyes de Dinamarca en convertirse fue Harald Blaatand (Haroldo
Dienteazul, 950–986), que lo hizo debido a un milagro llevado a cabo por un sacerdote cristiano en
su corte. El rey inmediatamente ordenó a todos sus súbditos convertirse a la nueva fe. Sacerdotes
y obispos llegaron de Alemania para ocuparse de la evangelización.

Un nieto de Harald Blaatand, Knud o Canuto se convirtió en 1019. Canuto había sido rey de
Inglaterra antes de adicionar la corona de Dinamarca. En este caso también recibió mucha ayuda
desde Inglaterra a través de los monjes misioneros. Canuto era un cristiano convencido que hizo
mucho por establecer el cristianismo en sus dominios. “Menos de setenta años después de la
muerte de Knud, Dinamarca llegó a tener su jerarquía eclesiástica propia, con un arzobispo en la
ciudad de Lund—que hoy pertenece a Suecia.” Fue necesario un siglo completo hasta que el
cristianismo se estableciera definitivamente entre estos pueblos. Pero, “en la primera mitad del
siglo XI, bajo el rey Canuto, quien llegó a gobernar toda Inglaterra, Dinamarca, Suecia y Noruega,
casi todos los escandinavos eran ya cristianos, al menos de nombre.”

La conversión de Suecia. Los suecos fueron los últimos de los pueblos escandinavos en aceptar
el cristianismo. Los misioneros más destacados entre ellos a partir del año 1000 fueron monjes
ingleses, llegando a ser algunos de ellos mártires por la fe cristiana. En este caso, los reyes suecos
jugaron también un papel importante en la conversión de sus pueblos. El primer rey cristiano fue
Olov Skötkonung, pero el testimonio ya había llegado antes a Suecia gracias a las labores de Anskar.
Los sucesores de Olov continuaron su promoción del cristianismo, que fue más rápida y profunda
que en otros pueblos escandinavos.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Anglosajones, noruegos, daneses, francos, sajones,


burgundios o eslavos—éstas eran identidades tradicionales que la gente había llevado
mientras migraban de lugar en lugar. Para el siglo décimo la mezcla entre las tribus había
alcanzado un punto en el que las fronteras ya no eran claras, ya sea en idioma o en
geografía. Las historias locales tradicionales de dioses y héroes guerreros nacionales
estaban siendo superadas por una historia más grande, la del pasado cristiano romano. Lo
que estaba emergiendo era una civilización común. Mientras muchas culturas y economías
locales, lenguas vernáculas e instituciones políticas cubrían la tierra, ésta se mantenía unida
por una estructura eclesiástica bastante unificada, liderada por una clase de líderes y
clérigos educados que hablaban una lengua común (latín) en su liturgia y teología. La única
autoridad eclesiástica más importante dentro del entramado de la cristiandad occidental
era el Papa. No obstante, incluso su autoridad no se extendía de manera pareja o sin
interrupción a lo largo del paisaje. Papas individuales resultaron ser corruptos o ineptos, sin
menoscabar el papel total de la Iglesia Católica en todo el Oeste. Al final, la tradición latina
llevó la fe hacia delante en la cristiandad occidental.”

La conversión de otros pueblos bálticos. Hacia el noroeste de Europa, a mediados del siglo XII,
se convirtieron los vendos. Éstos eran un pueblo eslavo que vivía al este del río Elba. No eran
cristianos sino que adoraban a deidades tribales eslavas tradicionales. En 1147 los gobernantes
alemanes de Sajonia procuraron permiso para lanzar una cruzada contra ellos y convertirlos. En
realidad, lo que querían los sajones junto con los daneses era ampliar sus dominios. Los vendos
fueron sometidos, sus templos paganos destruidos, se los forzó al bautismo, se los obligó a entrar a
la cristiandad como súbditos de los reyes alemanes y daneses, y se establecieron iglesias cristianas
en sus territorios. En el siglo XIII fueron incorporados a la cristiandad los pueblos de la cuenca
oriental del mar Báltico (prusianos, estonios y finlandeses); y, en el siglo XIV ocurrió lo propio con
los lituanos.

La conversión de húngaros y eslavos. Los húngaros se convirtieron al cristianismo en la década


de los años 970. Por un largo proceso de asentamiento y de cambio a una economía basada en la
agricultura y el comercio, estos pueblos nómadas y guerreros se integraron a la convivencia con las
zonas vecinas de su reino o regiones sometidas. Eventualmente enlaces dinásticos con diversas
casas reinantes del Occidente imbricaron a Hungría en el sistema político europeo.

Justo L. González: “A fines del siglo X, el rey Gueisa recibió el bautismo, así como su corte y
su heredero Vayk. En el año 997, Vayk, quien para entonces había tomado el nombre de
Esteban, heredó la corona, e inmediatamente les ordenó a sus súbditos que se hicieran
cristianos. Por la fuerza, el país se convirtió. Tras la muerte de Esteban en el 1038, el pueblo
lo tuvo por santo, y por tanto se le conoce como San Esteban de Hungría.”

Los pueblos eslavos vecinos a Sajonia, Baviera, el ducado de Corintia y eventualmente a la marca
del este (Austria), empezaron también a aceptar a los misioneros cristianos en sus territorios y a
formar sus propias provincias eclesiásticas. El caso más dramático fue el del reino de Polonia, cuya
extensión y número de habitantes era considerable.

_ El cristianismo en el Cercano Oriente

El desafío musulmán y las Cruzadas. Alrededor del año 1000, pueblos montañeses de las
mesetas de Asia Central avanzaron hacia el Oeste. Venían del Turquestán y se los conoció como los
turcos selyúcidas. Para el año 1055 ya habían ocupado toda Persia, conquistando el califato árabe
de Bagdad. No desplazaron al califa como líder religioso, pero lo relegaron a esa función, mientras
el gobierno efectivo pasó a manos de los sultanes o reyes turcos (1058). En 1076 tomaron Jerusalén,
donde cometieron todo tipo de crueldades contra los cristianos. Desde Bagdad se extendieron a
Siria y Palestina (que había estado bajo el califato de Egipto). En 1071 destrozaron al ejército del
Imperio Bizantino y avanzaron sobre Asia Menor, y establecieron su capital en Nicea, cerca de
Constantinopla. Eran de religión musulmana y fieros guerreros nómadas.

Los bizantinos, desesperados frente a la amenaza que representaban las hordas invasoras,
pidieron auxilio a los cristianos de Europa occidental. El emperador bizantino Alejo Commeno
(1081–1118), pese a la interrupción de las relaciones con Roma que siguió al cisma de 1054, se
dirigió al papa Urbano II (papa de 1088 a 1099), solicitándole que animara a los cristianos
occidentales a luchar contra el enemigo común. Este pedido llegó oportunamente, ya que el Papa
de Roma estaba procurando terminar con la turbulencia y la violencia de la sociedad feudal, y quería
lograr una unión más sólida de la cristiandad en torno a su autoridad. La posibilidad de canalizar la
violencia de los señores feudales en una lucha con un motivo tan noble como la defensa de los
intereses cristianos en Oriente, se presentaba como una efectiva estrategia para el logro de las
pretensiones hegemónicas del Papa.

El islamismo había sido el primer adversario en derrotar al cristianismo en el siglo VII. Ahora, a
fines del siglo XI, la cristiandad occidental reestablecida estaba en condiciones de ofrecer un efectivo
contraataque. A pesar de que los soldados cristianos estaban muy lejos del ideal moral
neotestamentario, su intervención en las Cruzadas fue un notable progreso respecto de la
turbulenta sociedad feudal. “Dado que quieren pelear, que peleen por fines cristianos.” Tal era la
estrategia papal. El papa Urbano II actuó rápidamente en respuesta al pedido bizantino,
proclamando una campaña para recuperar la Tierra Santa de manos de los turcos. Este desafío
cautivó la imaginación de los cristianos europeos, que ya se sentían lo suficientemente fuertes como
para enfrentarse a un enemigo considerado pagano. Fue así que, en 1095, el Papa convocó un
Concilio en Clermont (Francia) y expuso ante numerosos arzobispos, obispos, abades, señores
feudales y multitud de fieles, la necesidad de emplear todos los esfuerzos para combatir el peligro
de los turcos selyúcidas musulmanes. En el año 1096, los cristianos se lanzaron a la primera Cruzada
con el lema “Dios lo quiere” (Deus vult). El Papa actuó como cabeza de la cristiandad y su iniciativa
lo colocó al frente de la Europa cristiana.

Los fines de las Cruzadas. En esta empresa existieron ciertamente muchos motivos diferentes.
Algunos fueron menos nobles, como la codicia, la ambición, el afán de aventuras, etc. Pero en
general los móviles de los europeos fueron nobles e idealistas, y muchas veces inspirados por una
gran espiritualidad mística.

Hubo fines de orden religioso. Entre los más importantes objetivos de las Cruzadas estaba el de
rescatar el Santo Sepulcro. La devoción a la humanidad de Cristo acrecentó el entusiasmo por
aquellos lugares santificados con su presencia. Pero también se aspiraba a lograr la unión con la
Iglesia Oriental, sujetando a ésta a la autoridad de Roma y poniendo fin al cisma de 1054. El Papa
esperaba que su iniciativa le permitiera ejercitar su autoridad universal por encima de la del
emperador y los reyes. También se esperaba lograr la defensa de Occidente contra la invasión del
Islam, que continuaba presionando constantemente sobre Constantinopla como primer paso para
llegar a Occidente. La caída de Jerusalén y la reciente iniciación de un nuevo milenio (con todo su
componente de milenarismo y apocalipticismo) crearon una atmósfera favorable para la
generalización de un exaltado sentimiento religioso.

Hubo fines político-económico-sociales. Los caballeros vieron una oportunidad para satisfacer
sus impulsos guerreros y el ansia de aventuras. La necesidad de encauzar en una empresa noble el
espíritu guerrero de los caballeros y señores feudales, para quienes la Tregua de Dios era un freno
insoportable, fue central en la estrategia de la Iglesia. Por otro lado, los vasallos y siervos vieron en
las Cruzadas un modo de liberarse del poder de los señores, mientras que los comerciantes buscaron
nuevos mercados en las ricas tierras orientales.

El desarrollo de las Cruzadas. En general, los historiadores consideran que hubo ocho Cruzadas,
que se llevaron a cabo entre 1096 y 1291. Las dos primeras despertaron mucho interés religioso y
los cruzados se movieron hacia el Este por tierra, porque no había suficientes embarcaciones para
tantos miles de aventureros. En las Cruzadas posteriores decayó el entusiasmo religioso popular y
los participantes fueron más bien señores, que eligieron las rutas marítimas y estuvieron motivados
más por fines políticos y económicos. Las dos últimas fueron organizadas por la corona francesa.

La primera Cruzada (1096–1099) fue el resultado de la prédica de Urbano II, instigando a los
cristianos a luchar como soldados de Cristo contra los infieles y a favor de la fe. Una multitud de
personas humildes se lanzaron a las órdenes de un monje, Pedro el Ermitaño, sin ningún tipo de
preparación militar ni logística (1096). Cruzaron toda Europa, llegaron hasta Constantinopla, desde
donde cruzaron a Asia Menor, para ser casi aniquilados por las huestes musulmanas. Un año más
tarde (1097), llegaron a Asia Menor caballeros normandos del sur de Italia, franceses del sur y del
norte, y alemanes y flamencos, quienes se apoderaron de Nicea y más tarde de Antioquía y Edesa.
De allí marcharon hacia Jerusalén (1099) a la que consiguieron tomar poco después. En Jerusalén,
los cruzados establecieron un reino cristiano bajo el gobierno de Godofredo de Bouillon (1061–
1100). Se establecieron también otros señoríos en Antioquía y Edesa. Muy pronto llegaron
aventureros y mercaderes, y a principios del siglo XII comenzaron a abrirse las rutas del comercio
mediterráneo.

La segunda Cruzada (1147–1149) fue predicada por Bernardo de Clairvaux y se organizó para
defender los dominios cristianos. Los reyes Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania fracasaron
en sus intentos, hasta que finalmente en 1187, el sarraceno Saladino logró apoderarse de Jerusalén.
La tercera Cruzada (1189–1192) reunió a tres reyes: Federico Barbarroja (emperador), Ricardo
Corazón de León (Inglaterra) y Felipe Augusto (Francia), con el fin de recuperar la ciudad de
Jerusalén. A pesar de algunos éxitos limitados, Federico murió ahogado y los otros dos monarcas
regresaron a Europa para seguir allí peleando entre sí, mientras Jerusalén quedaba en poder de los
musulmanes. La cuarta Cruzada (1202–1204) fue organizada por caballeros franceses, pero dirigida
por los mercaderes venecianos con fines económicos. Los cruzados se volvieron contra
Constantinopla (1204) a la que saquearon y en la que fundaron el Imperio Latino de Oriente (1204–
1261), del que Balduino de Flandes fue el primer emperador, quedando los bizantinos reducidos a
sus territorios de Asia Menor. El papa Inocencio III condenó esta operación como contraria a los
objetivos religiosos de las Cruzadas.

CUADRO 6 - LAS CRUZADAS

CRUZADA FECHAS PROMOTORES PARTICIPANTES META RESULTADOS

PRIMERA 1096–1099 Urbano II. Godofredo Liberación de Masas sin


CRUZADA Pedro el Tancredo Jerusalén de víveres ni
Ermitaño Raimundo de manos de los armas (18.000).
Tolosa Roberto turcos. Un ejército de
de Flandes 60.000 capturó
Balduino Nicea,
Antioquía,
Edesa,
Jerusalén, y
estableció
reinos cruzados
feudales.
SEGUNDA 1147–1149 Bernardo de Conrado III Retomar Edesa Fracaso
CRUZADA Clairvaux (Alemania) Luis de mano de los completo.
Eugenio III VII (Francia) turcos. Desconfianza
entre los
cruzados
occidentales y
los guías
orientales
diezmaron al
ejército.
Fracaso en
conquistar
Damasco.

TERCERA 1189–1192 Gregorio VIII Federico Retomar Federico murió


CRUZADA Clemente III Barbarroja Jerusalén de ahogado. Felipe
Felipe Augusto manos de regresó a
Ricardo I Saladino y los Francia. Ricardo
sarracenos. capturó Acre y
Jope, hizo un
pacto con
Saladino, y fue
capturado en
Alemania de
regreso a
Inglaterra.

CUARTA 1202–1204 Balduino de Minar el poder La ciudad


CRUZADA Flandes de los cristiana de
Bonifacio de sarracenos Zara fue
Monferrato No mediante la saqueada para
participaron invasión de pagar a Venecia
reyes Egipto. por el
transporte. Los
cruzados
fueron
excomulgados y
saquearon
Constantinopla.

CRUZADA DE 1212 Nicolás Esteban La conquista La mayoría de


LOS NIÑOS sobrenatural de los niños
la Tierra Santa pereció
por los “puros ahogada en el
de corazón.” mar; fueron
vendidos como
esclavos o
asesinados.

QUINTA 1219–1221 Honorio III Juan de Brienne Minar el poder Los cruzados
CRUZADA Andrés de de los conquistaron
Hungría sarracenos Damieta en
Leopoldo de mediante la Egipto, pero
Austria invasión de pronto la
Egipto. perdieron y
regresaron a
Europa. Juan de
Brienne hizo un
pacto con el
califa a favor de
los peregrinos.

SEXTA 1228–1229 Federico II de No fue Federico II


CRUZADA Alemania propiamente firmó un pacto
una cruzada. con el sultán de
Egipto, por el
cual Jerusalén,
Belén, Nazaret,
Tiro y Sidón
pasaban a su
poder a cambio
de la mezquita
de Omar.
SEPTIMA 1248–1254 Inocencio IV Luis IX de Aliviar la Tierra Los cruzados
CRUZADA Francia (San Santa mediante fueron
Luis) la invasión de derrotados en
Egipto. Egipto. Luis
cayó prisionero
y tuvo que
devolver
Damieta como
rescate. Pasó a
Palestina y
esperó
refuerzos que
no llegaron.

OCTAVA 1270 Luis IX de Sitiar Túnez. Luis murió


CRUZADA Francia atacado por la
peste en Túnez.
Se perdió
Palestina.

CUADRO 7 - CONSECUENCIAS DE LAS CRUZADAS

Religiosas:

- Consolidación de la autoridad espiritual de los Papas, que actuaron como reyes y señores.

- Incremento del poder temporal de la Iglesia por donaciones y anexión de nuevas tierras,
legadas por los cruzados que morían sin dejar herederos.

- Distribución de indulgencias a quienes participaban o colaboraban económicamente.

- Freno a la expansión islámica sobre Europa.

- Definitiva separación de la Iglesia Oriental (griega) y la Iglesia Occidental (latina).

- Mayor tolerancia religiosa entre cristianos y musulmanes.

- Contaminación de la fe con costumbres orientales y acrecentamiento de las ambiciones


materiales.
Políticas:

- Prolongación de la vida del Imperio de Oriente por dos siglos más.

- Establecimiento de relaciones más sólidas y de mayor colaboración entre los Estados


europeos.

- Fortalecimiento del poder de los reyes.

- Aceleración de la independencia de las comunas y disminución del poder feudal.

Económicas:

- Mejoramiento del nivel de vida y mayor bienestar.

- Nuevas técnicas para la agricultura e industria: molinos de viento, telares.

- Florecimiento del comercio y aparición de nuevos puertos con flotas poderosas.

- Establecimiento del primer código marítimo, dictado por la ciudad-puerto de Barcelona.

Culturales:

- Traspaso de influencias árabes y bizantinas a la cultura occidental en medicina, química,


matemáticas, geografía y astronomía.

- Utilización de la numeración arábiga.

- Desarrollo del arte de la navegación y del de la guerra.

- Transformación de la cultura y del pensamiento occidentales.

- Introducción de nuevos usos y costumbres, alimentos y especias, vestimenta y utensilios.

Sociales:

- Generalización del uso de escudos y blasones y del apellido como distintivo familiar.

- Fortalecimiento de la clase media (burguesía) enriquecida por el comercio.

- Emancipación de las ciudades al comprar sus libertades de los señores arruinados.


Durante el siglo XIII se organizaron cuatro cruzadas más. La quinta Cruzada (1219–1221) fue
dirigida por Andrés II, rey de Hungría, y Juan de Brienne, un caballero francés. Su objetivo era
capturar Egipto, el principal dominio de los musulmanes, pero esto no se logró. La sexta Cruzada
(1228–1229) fue organizada por el emperador de Occidente, Federico II, que no contó con el
respaldo papal debido a sus conflictos con el Papa. Federico entró en negociaciones con los
musulmanes y obtuvo la posesión de Jerusalén con excepción del barrio donde está situada la
mezquita de Omar. Con este pacto se activó el comercio, especialmente con las ciudades italianas,
pero Jerusalén se perdió definitivamente en 1244. La séptima Cruzada (1248–1254) fue organizada
por Luis IX de Francia y se dirigió a Egipto. Se lograron algunos resultados, que pronto se perdieron.
La octava Cruzada (1270) fue también organizada por Luis IX y se lanzó contra Túnez, pero la
expedición se malogró en parte por la muerte del rey de Francia. Las ciudades de Palestina fueron
cayendo una a una en manos de los turcos. Con la pérdida de Tolemaida (1291), termina el período
de las Cruzadas.

La evaluación de las Cruzadas. Como toda gran empresa humana, las Cruzadas admiten una
evaluación tanto positiva como negativa. Entre los elementos negativos, cabe mencionar que las
Cruzadas comenzaron como un movimiento popular y espontáneo, sin mayor organización y con
resultados desastrosos. Tal fue el caso de la primera cruzada. Miles se enrolaron en un ejército
irregular, sin armas, ni conocimientos tácticos, y sin provisiones ni medios de transporte, bajo el
liderazgo de Pedro el Ermitaño. De estos 18.000 cruzados, pocos llegaron a Palestina y nadie
regresó. Los que no murieron en el camino, cayeron a filo de la espada de los turcos al llegar a Asia
Menor.

Por otro lado, la conquista de los lugares santos, que era el fin principal de las cruzadas, se
consiguió sólo parcialmente. Los territorios conquistados y los cuatro reinos feudales que se
organizaron fueron muy inestables. Al cabo de un siglo Jerusalén volvió a caer en manos de los
musulmanes. Además, más que guerras de conquista, la mayor parte de las cruzadas fueron guerras
de reconquista, defensivas o de repliegue. También hay que señalar que el llamado original había
sido para defender el Imperio Oriental de la amenaza turca. Pero no siempre fue así. La cuarta
cruzada se volvió contra el Imperio Bizantino en lugar de avanzar sobre Egipto. Los cruzados
saquearon Constantinopla en 1204 y la debilitaron para siempre, profundizando aún más la división
entre los cristianos griegos y los latinos. Finalmente, la fundación del Imperio Latino y del
patriarcado latino de Constantinopla, lejos de promover la unión con la Iglesia Griega sólo sirvió
para distanciar todavía más a los griegos. Nicetas Choniates (1155–1217), un erudito bizantino que
fue testigo del saqueo de Constantinopla, describe lo ocurrido en términos dramáticos:

Nicetas Choniates (1155–1217): “¡Cómo puedo comenzar a contar de las acciones obradas
por estos hombres nefastos! ¡He aquí, las imágenes, que debían haber sido adoradas,
fueron pisoteadas bajo sus pies! ¡He aquí, las reliquias de los santos mártires fueron
arrojadas a lugares impuros! Luego se vio lo que uno se estremece de oír, es decir, el cuerpo
y la sangre divinos de Cristo fueron derramados sobre el piso o arrojados por ahí.
Arrebataron los preciosos relicarios, tiraron en su seno los ornamentos que éstos contenían,
y utilizaron los restos rotos como sartenes o copas para beber.… Tampoco la violación de la
Gran Iglesia [Santa Sofía] puede ser oída con ecuanimidad. Porque el altar sagrado, formado
de todo tipo de materiales preciosos, y admirado por el mundo entero, fue hecho pedazos
y distribuido entre los soldados, como fueron todas las otras riquezas sagradas de un
esplendor tan grande e infinito.… Cuando los vasos y utensilios sagrados … fueron sacados
como botín, mulas y caballos ensillados fueron llevados al santuario del templo mismo.…
Incluso más, una cierta ramera, una participante en su culpa, … insultando a Cristo, se sentó
en el trono del patriarca, cantando una canción obscena y danzando frecuentemente.…
Nadie se quedó sin participar en el dolor. En las callejuelas, en las calles, en los templos,
quejas, llanto, lamentaciones, dolor, el clamor de los hombres, los gritos de las mujeres,
heridas, violación, cautiverio, la separación de aquellos más cercanos. Los nobles vagaban
en ignominia, los de edad venerable en lágrimas, los ricos en pobreza. Así fue en las calles,
en las esquinas, en el templo, en los escondrijos, porque ningún lugar quedó sin ser asaltado
o sirvió para defender a los suplicantes. Todos los lugares en todas partes fueron repletos
de todo tipo de crímenes. ¡Oh, Dios inmortal, cuán grandes las aflicciones del pueblo, cuán
grande el dolor!”

Entre los elementos positivos, cabe mencionar algunos que tuvieron consecuencias más
permanentes. No todo fue negativo en las Cruzadas. Hubo, al menos, dos aspectos altamente
positivos. Por un lado, las Cruzadas fueron el primer intento de los nuevos pueblos europeos de
actuar juntos en una causa cristiana. Por el otro, las Cruzadas abrieron el camino hacia Oriente, a la
civilización superior del Imperio Bizantino y de los pueblos del Cercano Oriente y aun más allá. Con
esta apertura, el comercio, las ciencias y las artes se beneficiaron. Las Cruzadas despertaron un
renovado espíritu misionero, que permitió la llegada del cristianismo a Asia. Las Cruzadas dieron un
golpe mortal al feudalismo, pues caballeros y príncipes, al estar lejos de sus dominios, aprendieron
a obedecer. Las Cruzadas salvaron a Occidente del peligro musulmán y retrasaron la caída de
Constantinopla.

_ El cristianismo en el Imperio Bizantino

La crisis del año 1054. Se considera al año 1054 como la fecha en que la cristiandad latina y la
griega se separaron. La Iglesia Griega del Este se había orientalizado, mientras la Iglesia Latina del
Oeste se había germanizado. La primera se caracterizaba por una manera de pensar más
especulativa y una perspectiva mística, mientras que la segunda era más práctica y menos educada.
Constantinopla estaba dominada por los emperadores, mientras que Roma estaba controlada por
los papas, impuestos por familias nobles de esta ciudad. Los hechos inescrupulosos de estos últimos
entre 904–964, hicieron que este período se conociera como “pornocracia,” es decir, el gobierno de
todo tipo de mal. Esto hizo que en el Este los cristianos miraran a Roma con desconfianza y rechazo.
A esto se agregó la controversia teológica y la diferencia en relación con algunas prácticas, como el
celibato del clero, el uso de pan sin levadura en la eucaristía y el uso de la barba en los sacerdotes.
El punto de discusión teológica giraba en torno al uso de la cláusula filioque (“y del Hijo”) por
parte de la Iglesia Romana, en relación con la procedencia del Espíritu Santo. Los orientales podían
aceptar que el Espíritu Santo vino “a través” del Hijo pero no “del Hijo.” No obstante, el problema
mayor fue más bien de carácter político: ¿quién tenía mayor autoridad, el Papa de Roma o el
Patriarca de Constantinopla? Además, en el Este el criterio para la toma de decisiones era a través
de sínodos o concilios, mientras que en el Oeste el Papa era quien tenía la primera y la última
palabra. Por cierto que ambas cristiandades quedaron separadas también por el avance musulmán,
que obstaculizaba la libre navegación del Mediterráneo.

Con el acceso al trono papal de León IX en 1048, se iniciaron negociaciones para ver de resolver
el distanciamiento. El emperador Constantino IX pidió legados al Papa, quien no supo escoger a los
mejores candidatos. Llegados éstos a Constantinopla, se dejaron arrastrar en el debate teológico.
Humberto, el representante latino, disputó públicamente con Nicetas, el representante bizantino,
en términos muy radicales, y el patriarca Miguel Cerulario (m. 1059) terminó por prohibirles a los
latinos celebrar misa en la ciudad. La reacción de Humberto y sus compañeros fue todavía más dura,
puesto que en julio de 1054 depositaron sobre el altar de Santa Sofía, ante el clero y el pueblo
reunido para el oficio religioso, una bula de excomunión contra el patriarca Cerulario, redactada por
Humberto en términos durísimos. Y se marcharon, pensando que Cerulario se sometería o sería
depuesto por el emperador. Pero no fue así. La bula de excomunión fue quemada en la plaza pública
y un sínodo de la Iglesia de Constantinopla promulgó un edicto por el que los latinos eran declarados
culpables de pervertir la verdadera fe. El ejemplo de Constantinopla fue seguido por todas las demás
Iglesias de Oriente (en Serbia, Bulgaria, Rusia, Rumania, etc.), y así se selló un cisma que se
profundizó todavía más con las Cruzadas y que perduró hasta 1965, cuando el papa Pablo VI y el
patriarca Atenágoras anularon las excomuniones.

La crisis del año 1204. La separación más radical y definitiva entre la Iglesia Romana y la Iglesia
Griega ocurrió a partir de 1204, cuando cruzados franceses y marinos venecianos destrozaron
Constantinopla. Los cruzados habían sido llamados por Alejo el Joven, quien prometió una fuerte
suma de dinero para que repusieran en el trono de Constantinopla a su padre Isaac el Ángel. Isaac
fue repuesto en su trono, pero terminó depuesto por los nobles bizantinos y los cruzados no
recibieron el dinero prometido. Entonces asediaron Constantinopla y la saquearon
vergonzosamente y constituyeron el Imperio Latino de Constantinopla, con Balduino de Flandes
como emperador. Venecia recibió extensas posesiones, principalmente las islas que eran
importantes para su comercio y se nombró un patriarca latino para Constantinopla.

Con esto, el Imperio Bizantino quedó debilitado para siempre. No obstante, la Iglesia Griega no
se sometió, salvo en aquellas cosas que le fueron impuestas por la fuerza militar de los latinos, y
logró mantener a su propio patriarca. El pueblo bizantino aborrecía a los latinos por las aberraciones
que cometieron y la división entre las dos alas de la cristiandad se profundizó. El Imperio Bizantino
continuó con su capital en Nicea, hasta que en 1261 la ciudad de Constantinopla fue retomada
nuevamente por un emperador bizantino, Miguel VIII el Paleólogo. La dinastía de los Paleólogos
habría de gobernar hasta la caída definitiva de Constantinopla en manos de los turcos otomanes
(1453).
CUADRO 8 - CAUSAS DEL CISMA ESTE-OESTE DE 1054

CAUSA IGLESIA GRIEGA IGLESIA LATINA

Rivalidad Política Imperio Bizantino Sacro Imperio Romano


Germánico

Reclamos del Papado El patriarca de Constantinopla El obispo de Roma pretendía


era considerado segundo en supremacía sobre toda la
primacía respecto al obispo de Iglesia.
Roma.

Desarrollo Teológico Estancado después del Concilio Continuó cambiando y


de Calcedonia (451) creciendo a través de
controversias y expansión.

Controversia Filioque Declaraba que el espíritu Santo Declaraba que el Espíritu Santo
procede del Padre. procede del Padre y del Hijo.

Controversia Iconoclasta Se enredó en una disputa de Hizo permanentes intentos de


120 años sobre el uso de íconos interferir en lo que era una
en la adoración; finalmente disputa puramente oriental (se
concluyó que podían ser usados permitieron las estatuas)
(se prohibieron las estatuas)

Diferencia en Cultura Griega/oriental. Latina/occidental

Celibato Clerical Se le permitió al bajo clero que Todo el clero (alto y bajo) debía
se casara. ser célibe.
Presiones Experiores Los musulmanes amenazaban y Los bárbaros occidentales
presionaban continuamente a fueron cristianizados y
la Iglesia Oriental. asimilados a la Iglesia Latina.

Excomunión Mutua Miguel Cerulario anatematizó al El papa León IX excomulgó al


papa León IX después de haber patriarca Miguel Cerulario de
sido excomulgado por él. Constantinopla.

Kenneth S. Latourette: “Los europeos occidentales, entre ellos los venecianos y los
genoveses, habían de retener por largo tiempo partes de lo que había sido territorio
bizantino, inclusive Atenas, algunas islas del mar Egeo, Creta y una sección de Asia Menor.
Eran los hermanos cristianos del Oeste en verdad tanto como los turcos musulmanes los
causantes del derrumbamiento del Bizancio Cristiano. Estos desastres políticos no podían
sino afectar el ala oriental de la Iglesia Católica, y ahondar la sima que se estaba
ensanchando entre ella y el ala occidental de dicha Iglesia.”

La expansión en Rusia. Después de 1204, Constantinopla quedó anulada por varios siglos como
centro de expansión cristiana, primero por el dominio latino y segundo por el cerco musulmán. La
disrupción del patriarcado ecuménico de Constantinopla tuvo como efecto el desarrollo de iglesias
autocéfalas en Bulgaria y Serbia, y especialmente en Rusia. Eventualmente el patriarcado fue
restaurado, y la ciudad de Constantinopla se constituyó nuevamente en capital del Imperio
Bizantino. Sin embargo, este carácter autocéfalo de las iglesias en comunión con el patriarca quedó
como una característica permanente de las iglesias del Este.

No obstante, la tradición cristiana bizantina o el cristianismo ortodoxo fue expresado y


extendido mayormente por la Iglesia Rusa. Si bien el trabajo misionero en este territorio fue
superficial, la fe cristiana fue penetrando cada vez más profundamente en la cultura y vida del
pueblo, hasta llegar a ser sinónimo del alma rusa. Los monasterios dominaron la vida religiosa del
pueblo ruso y determinaron su espiritualidad. Cuando los mongoles invadieron la región en el siglo
XIII y la tuvieron subyugada por más de dos siglos, el cristianismo bizantino se transformó en el
símbolo de la unidad e identidad nacional para los rusos. Aprovechando cierta tolerancia de parte
de los mongoles, el testimonio cristiano se extendió hacia Oriente en el Imperio Mongol y hacia el
norte entre los finlandeses y lituanos.

El más importante de los misioneros entre los finlandeses fue Esteban de Pema. Esteban era un
erudito que abandonó sus libros para dedicarse a la obra misionera entre los finlandeses que vivían
al norte de Rusia, entre quienes realizó algunos milagros, tradujo la Biblia, fundó monasterios y se
dedicó a adiestrar y establecer un clero nativo. En Lituania el cristianismo ortodoxo ruso se
estableció a través de las conquistas del principado de Moscú en los siglos XIII y XIV. Lituania se
encontraba entre los reinos cristianos latinos del Oeste y los mongoles del Este. En el siglo XIII había
emergido como un reino independiente, que controlaba cierta porción de territorio ruso, de donde
vinieron las influencias cristianas ortodoxas rusas. Más tarde, cuando los lituanos vinieron a formar
parte del reino de Polonia, la Iglesia Ortodoxa que allí existía se unió al cristianismo romano.

_ El cristianismo en el Lejano Oriente

Vimos la llegada del cristianismo a China en el año 635 y su desaparición hacia el año 900. A
mediados del siglo XII, comenzó a circular por toda Europa una historia sorprendente, que llenó de
esperanzas a los cristianos que en las Cruzadas sufrían una derrota tras otra frente a los
musulmanes. Se trataba de la historia del Preste (sacerdote) Juan. Esta historia hablaba de un reino
poderoso en Oriente, más allá del imperio musulmán, con un rey cristiano que contaba con un
incontable ejército y que atacaría a los musulmanes por la retaguardia, auxiliando así a los cristianos
cruzados. Pocos años más tarde circulaba en las cortes de Europa una carta, que se suponía venía
del Preste Juan.

Preste Juan: “Hemos planeado visitar el sepulcro de nuestro Señor al frente de un gran
ejército, para combatir y humillar a los enemigos de la cruz de Cristo.… Nuestro territorio se
extiende desde la India, donde descansa el cuerpo de Santo Tomás el Apóstol, a través de
desiertos hasta el lugar donde nace el sol, y de vuelta junto a las ruinas de Babilonia no lejos
de la Torre de Babel—de un lado la longitud es de cuatro meses de viaje, y del otro lado
nadie sabe cuán grande es.”

Historias como ésta se multiplicaban entre los cruzados y continuaron todavía por un siglo y
medio más, pera alentar a las fuerzas cristianas. Papas, emperadores, reyes y caballeros las
creyeron. Muchos de ellos incluso le escribieron al Preste Juan y enviaron embajadores para
encontrarlo. Nuestra pregunta es: ¿era cierta esta historia? En parte sí. Su verdad era que el
cristianismo no había desaparecido del todo en Asia Central.

Los mongoles. Poco después del año 1000, el cristianismo se expandió nuevamente hacia el
Extremo Oriente, pero tomando una ruta más hacia el norte. Hacia esta fecha está documentada la
presencia de cristianos entre algunos pueblos de la Mongolia occidental (ugrios y naimanes) y al sur
del lago Baikal (merkitas), y para el año 1100 incluso entre los tártaros y óngutos de la Mongolia
oriental.

El siglo XIII fue la edad de oro para los mongoles, que de pueblo nómada del desierto lograron
construir un vasto imperio, que cubrió casi todo el continente asiático y penetró incluso en Europa.
En 1241 se acercaron a Viena y Roma misma tembló, pero el avance se detuvo de pronto por
problemas de sucesión en el trono imperial. A pesar del temor que inspiraron las hordas mongolas,
la historia del Preste Juan se confirmó en esto: si bien las oleadas invasoras de los mongoles, desde
1202 en adelante, habían sometido a reinos cristianos en el Este (por ejemplo, los keraítas), éstos
influenciaron sobre los invasores.

La conquista mongólica fue destructiva, pero colocó a los cristianos en mejores posiciones que
las que hasta entonces habían tenido. El fracaso de las Cruzadas había dejado a la Europa cristiana
muy vulnerable al avance musulmán. Fue la vertiginosa formación del Imperio Mongol en Asia lo
que impidió a los turcos penetrar en Occidente. Además, hubo ciertas influencias cristianas sobre
los tártaros-mongoles. El famoso Gengis Khan (1162–1226), fundador del imperio mongol, tenía un
hijo que estaba casado con una princesa keraíta. Los registros chinos dicen que ella fue enterrada
en un monasterio cristiano; otros documentos señalan que “era una verdadera creyente.” Sus hijos
se casaron con mujeres cristianas.

El más importante de los emperadores mongoles fue Kubilai (1215–1294), nieto de Gengis Khan,
quien trasladó la capital del Imperio Mongol a Beijing (1279) y la llamó Khanbalik (la ciudad del
Khan). Su imperio fue el más extenso que el mundo haya conocido jamás. Sus dominios se extendían
desde el Mar de la China hasta el Danubio y desde los Montes Urales hasta los Himalayas. Fue Kubilai
quien como Gran Khan, le ofreció a la Iglesia cristiana la oportunidad misionera más grande que
haya tenido en toda su historia. En 1269, Kubilai le escribió al Papa de Roma pidiéndole que le
enviara misioneros para evangelizar a su pueblo.

Kubilai: “¿Cómo podéis esperar que me haga cristiano? Ya veis que los cristianos en estas
partes son tan ignorantes que no hacen nada y no tienen poder.… Pero iréis a vuestro Sumo
Sacerdote (Papa) y le rogaréis que me envíe cien hombres preparados en vuestra religión.…
Y así seré bautizado, y luego todos mis nobles y hombres ilustres, y luego sus súbditos, y
habrá de esta manera más cristianos aquí que los que hay en vuestras partes.”

Quienes trajeron al Papa de Roma estas noticias fueron dos mercaderes venecianos que
regresaban de la capital de Kubilai a Europa, después de varios años de viaje: Nicolás y Mateo Polo.
Un hijo de Nicolás, Marco Polo (1254–1324) fue el más famoso de los aventureros venecianos que
llegaron a la China. Después de cruzar Persia, Turquestán y Mongolia, llegó a la corte de Kubilai en
1275. Marco ejerció varios cargos y en algo más de una década y media pudo visitar diversas
regiones de China movido por motivos comerciales. Marco Polo dejó China en 1291 y regresó a
Europa siguiendo la vía marítima. Escribió un libro en el que narraba sus aventuras, II Millione, y que
sirvió para estimular el interés por el Extremo Oriente.

Los mongoles querían adoptar una religión que estuviese a la altura de su grandeza imperial y
dudaban entre tres posibilidades: el islamismo, el budismo y el cristianismo. Conocían el Islam en
sus territorios de Occidente; el budismo en Oriente; y, el cristianismo, que de alguna manera estaba
en todas partes. En respuesta al pedido de Kubilai, el papa Gregorio X (1271–1276) sólo envió a dos
frailes dominicos, que ni siquiera llegaron a la capital del Gran Khan. Treinta años más tarde (hacia
el 1300) la decisión imperial dejó de lado al cristianismo: en el Oeste del Imperio Mongol se adoptó
el islamismo y en el Este el budismo. Así pasó una de las más grandes oportunidades misioneras de
la Iglesia.

Los misioneros a Oriente. Durante el período de los mongoles, China recibió influencias
cristianas de Occidente. Frailes dominicos y franciscanos aprovecharon las mayores y mejores
posibilidades de viajar hacia el Extremo Oriente y visitaron Asia Central, India y China. Otros
religiosos lo hicieron como enviados diplomáticos, como el franciscano italiano Juan del Plano
Carpini, entre los años 1245–1247, quien escribió una Historia de los mongoles. Carpini había partido
desde Lión (Francia) rumbo a China, con una carta del papa Inocencio IV para el Gran Khan. Poco
después del fraile Juan, fue el dominico Ascelino de Cremona que, también por encargo del papa
Inocencio IV, llegó a la presencia del general tártaro Batsciú (1248), con el cual no llegó a un acuerdo
y tuvo que regresar. En 1249 nos encontramos con el dominico francés Andrea de Lonjumeau, que
logró llegar a la capital mongola (Karakorum, en Mongolia) para encontrarse con el Khan. Esto no
pudo ser, porque el monarca estaba muriéndose, pero pudo entrevistarse con su esposa.

Más tarde, encontramos a Guillermo de Rubruck (1253–1255), un franciscano flamenco, que el


27 de diciembre de 1253 recitó las plegarias de Navidad frente al Gran Khan. Su libro El itinerario,
escrito hacia 1260 en cincuenta y cuatro capítulos, se inicia justamente con la narración de este
episodio y con una curiosidad. Rubruck, recibido en la corte, inició la plegaria con un canto en latín
(Christus canamus principen), y el Khan se asustó pensando que se trataba de un canto de guerra,
ordenando el arresto del fraile. Cabe señalar que todos estos misioneros viajaron a China y tomaron
contacto con las cortes mongolas con anterioridad a los famosos viajes de Nicolás y Mateo Polo, y
del más famoso de los viajeros venecianos, Marco Polo.

Otro gran misionero fue el franciscano italiano Juan de Montecorvino, quien en 1289 fue
enviado a Oriente por el Papa junto con el dominico Nicolás. Montecorvino fue como misionero a
Persia, donde fue alentado por el gobernador mongol a ir a la capital de su imperio. El Papa le dio
su bendición y cartas para el Gran Khan y el catholikós de Oriente. El viaje se hizo por mar hasta la
India, donde murió el dominico. Juan siguió su viaje solo y llegó veinticinco años después (1294) del
pedido de Kubilai por cien misioneros, transformándose así en el primer misionero católicorromano
en llegar al mar de la China. Hacia 1305 Montecorvino informaba haber ganado para la “verdadera
fe católica” al rey de los óngutos, que era nestoriano. Esto le creó problemas, porque lo acusaron
de espía y fue arrestado varias veces en los primeros cinco años. Su informe habla de seis mil
convertidos en Khanbalik (Beijing), donde ya había construido un templo además de erigir tres
iglesias, un orfanato y un seminario. Su método misionero era muy particular.

Juan de Montecorvino: “He construido una iglesia en la ciudad … y he reunido a cuarenta


niños entre los siete y los once años de edad, sin preparación en religión. Los he bautizado
y les he enseñado latín y nuestra liturgia. He escrito para ellos treinta Salterios con
himnarios y dos breviarios. Once de ellos ahora conocen nuestro Oficio y mantienen los
servicios del coro esté yo aquí o no.… Y el Señor Emperador está encantado en gran manera
con su canto. Hago repicar las campanas en todas las horas [las ocho horas para la oración]
y realizo el Oficio divino con mi congregación de bebés y lactantes. Pero cantamos de
memoria porque no tenemos un libro de culto con notas.”

En 1307 el Papa consagró a siete franciscanos como obispos, con instrucciones de consagrar a
Montecorvino como su arzobispo y servir bajo su autoridad. Sólo tres sobrevivieron el viaje. Con
ellos se abrieron otras iglesias en Khanbalik y otras ciudades. En 1321 cuatro franciscanos salieron
para unirse a esta misión. Hicieron escala en lo que hoy es Mumbai (India), pero fueron descubiertos
y asesinados, constituyéndose así en los primeros mártires cristianos conocidos de la India.
John Foster: “La tragedia de esta primera misión de la Iglesia del Oeste al Asia Oriental fue
que arribó demasiado tarde para el movimiento de masa que Kubilai había anticipado, y
permaneció demasiado pequeña—en lugar de cien misioneros eran tan sólo un puñado.
Tuvo también dos otras debilidades: fracasó en cooperar con la Iglesia del Este, y fracasó en
alcanzar a la gente de la tierra [los chinos].”

El último misionero que llegó a China en la Edad Media fue el franciscano Juan de Marignolli,
delegado papal que luego de arribar por una ruta terrestre, regresó por mar y llegó a Avignon en
1353. En 1368 la dinastía mongola llegó a su fin. Keraitas y ugrios, naimanes y merkitas, tártaros y
óngutos salieron de China, y con ellos también todo vestigio de testimonio cristiano. Con la
expulsión de los mongoles y el establecimiento de la dinastía Ming, también se cortaron las
relaciones entre Europa occidental y China. Éstas habrían de reestablecerse recién en el siglo XVI.
Las comunidades establecidas por los misioneros fueron desapareciendo gradualmente.

Los misioneros desde Oriente. Mientras misioneros occidentales (franciscanos y dominicos)


intentaban llegar al Lejano Oriente con la fe cristiana, desde este extremo del mundo conocido,
hacia 1275, emprendían la marcha hacia Occidente dos monjes orientales, Sauma y Marcos. Estos
monjes óngutos cruzaron todo el continente asiático desde un pequeño monasterio cercano a
Beijing (China). Su propósito era peregrinar a Tierra Santa y visitar Jerusalén. Los turcos musulmanes
les cerraban el paso, pero se presentaron al catholikós de Maraghah, al sudoeste del mar Caspio. El
catholikós (patriarca) era la autoridad suprema de la Iglesia del Este de habla siríaca. Era como volver
a las raíces del testimonio cristiano en China (en la primera mitad del siglo VII). El catholikós ordenó
como obispo a Marcos y lo envió de vuelta a China como metropolitano (arzobispo). El camino
estaba bloqueado por la guerra, de modo que Marcos volvió al catholikós, pero se encontró con que
había muerto. Los obispos reunidos para elegir un sucesor lo invitaron a participar de las
deliberaciones y terminaron eligiéndolo a él como patriarca. Así, pues, en 1281, un monje de Beijing
(Khanbalik), la capital del imperio mongol, llegó a ser el catholikós de la Iglesia del Este, cuya
jurisdicción se extendía desde Mesopotamia hasta el Mar de la China.

En cuanto al otro monje, Sauma, fue nombrado por el Ilkhan mongol que gobernaba Persia,
Hulagú (1217–1265), nieto de Gengis Khan, como embajador a Occidente, a fin de explorar una
posible alianza en contra de los musulmanes. El diario de viaje de este peregrino ha sobrevivido al
tiempo y es un testimonio interesante de cómo era la Europa medieval, vista con ojos orientales.
Sauma fue primero a Constantinopla y quedó asombrado con la magnificencia de Santa Sofía y su
baldaquino increíblemente alto. De allí navegó a Nápoles y siguió por tierra a Roma, donde
sorprendió a los cardenales diciendo que muchos mongoles eran cristianos y que incluso muchos
de los hijos de los reyes y reinas mongoles habían sido bautizados y confesaban a Cristo. Luego viajó
por Francia, y en París fue huésped del rey Felipe IV el Hermoso (1268–1314) y vio la primera
universidad europea. Continuó su viaje y en Bordeaux se encontró con el rey de Inglaterra, Eduardo
I (1239–1307) quien, como duque de Aquitania, tenía posesiones feudales en esa parte de Francia.
El rey le pidió que celebrara la eucaristía y Sauma lo hizo utilizando su liturgia en siríaco. De este
modo, el rey de Inglaterra recibió el sacramento de manos de un monje ónguto proveniente de
China, quien condujo la liturgia en siríaco, la lengua sagrada de la Iglesia del Este. De allí, Sauma
regresó a Roma donde se encontró con un nuevo Papa, Nicolás IV (Papa de 1288–1292), quien lo
invitó a participar de la eucaristía celebrada según el rito latino. Pocos días después, Sauma tuvo la
oportunidad de celebrar la eucaristía delante del Papa usando su propio rito siríaco.

Historia de Yabh-Allaha III [Marcos] y Rabban Sawma [Sauma] (siglo XIV): “Algunos días
más tarde Rabban Sawma le dijo a Mar Papa: ‘Deseo celebrar la eucaristía para que puedas
ver nuestro rito’; y el Papa le ordenó que hiciese como había pedido. Y en ese día un
grandísimo número de personas se congregó en orden a ver de qué manera el embajador
de los mongoles celebraba la eucaristía. Y cuando ellos lo vieron se regocijaron y dijeron: ‘El
lenguaje es diferente, pero el rito es el mismo.’ … Y habiendo llevado a cabo los misterios,
fue al Mar Papa y lo saludó. Y el Papa le dijo a Rabban Sawma, ‘Que Dios reciba tu ofrenda,
y te bendiga, y perdone tus transgresiones y pecados.’ Entonces Rabban Sawma dijo:
‘Además del perdón de mis transgresiones y pecados que he recibido de ti, oh nuestro
Padre, le ruego a tu Paternidad, oh nuestro santo Padre, que me permita recibir la Ofrenda
[el sacramento eucarístico] de tus manos, de modo que la remisión [de mis pecados] pueda
ser completa.’ Y el Papa dijo: ‘¡Que así sea!’ ”

LAS NUEVAS ÓRDENES MONÁSTICAS

_ El monasticismo como movimiento de renovación espiritual

Durante la Edad Media las inquietudes por una nueva vida religiosa generalmente asumieron
una forma monástica. Durante los siglos XII y XIII se advierte un gran movimiento monástico. Adolf
Harnack llama a estos dos siglos “el tiempo heroico de los monjes y religiosos.” Un individuo reunía
a unos pocos seguidores y comenzaba una nueva comunidad de monjes. A diferencia de los monjes
primitivos que vivían solos en lugares apartados, los monjes medievales llevaban una vida
cenobítica, es decir, monástica.

A veces no se trataba de una nueva orden religiosa, sino de un movimiento que adoptaba la
Regla de Benito (529), quien en 527 había fundado un monasterio en Monte Casino. El ideal de
Benito era el de una comunidad que elegía su propio abad (del siríaco abba, padre), y seguía su
Regla de carácter paternalista, pero estricta. En el orden benedictino se ponía gran énfasis en la
disciplina, la devoción y el trabajo. Los monjes hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, y se
comprometían a quedarse en el monasterio. El gran mérito del sistema de Benito era el sentido
común y el carácter práctico de su Regla.

CUADRO 9 - RESULTADOS DEL MONACATO

1. El ascetismo monacal ocupó el lugar del sacrificio del martirio de los primeros cristianos.

2. Los monjes fueron celosos custodios del dogma, especialmente en Oriente.


3. De los monasterios salieron algunos de los mejores obispos del medioevo.

4. Los monjes fueron los misioneros más dinámicos en la conversión de los bárbaros.

5. Los monasterios fueron el refugio de la ciencia y la cultura a lo largo de la Edad Media: los
monjes fueron custodios y vehículos de cultura, pero no creadores.

6. Muchos monasterios se establecieron en tierras inhóspitas, con lo cual se transformaron en


avanzadas de la civilización y determinaron la historia futura de Europa.

7. Muchas ciudades europeas deben su origen a la fundación de un monasterio.

A pesar de que en el siglo IX los normandos asaltaron e incendiaron muchísimos monasterios


benedictinos, y en el siglo X los desórdenes feudales también los afectaron, el movimiento
benedictino continuó en todo Occidente y la Regla de Benito fue el modelo por excelencia para la
mayor parte de las órdenes monásticas medievales. No obstante, para entonces, la vida monástica
había decaído notablemente. Esto se debió, por un lado, al hecho de que muchos monasterios se
habían transformado en centros generadores de riqueza, lo cual provocó la relajación de las
costumbres y la intromisión por parte de los señores feudales. Por otro lado, muchos monasterios
eran propiedad del rey o de los señores, los cuales los confiaban a abades laicos, que no se
preocupaban por la disciplina, sino por acaparar riquezas. A diferencia de su contraparte de Oriente,
el monasticismo occidental fue un movimiento de clase alta y tendió a reflejar la jerarquía natural
de la sociedad feudal. Esto hizo necesaria la implementación de profundas reformas a lo largo los
siglos IX y X.

_ Diversos tipos de órdenes religiosas

Órdenes que tomaron como base la Regla de Benito. Algunas de las órdenes más reformistas
durante la Edad Media adoptaron la Regla de Benito. Tal fue el caso de los cluniacenses. En el año
910, el duque Guillermo de Aquitania fundó un monasterio en Cluny (Francia). Para liberarlo de los
abusos bajo control laico, lo sometió a la protección directa de Roma. Siguiendo la Regla de Benito,
los monjes de Cluny desde el principio eligieron su propio abad y colocaron el monasterio
directamente bajo la autoridad papal, librándose así de las interferencias del Estado y de las
autoridades eclesiásticas locales.
El modelo de Cluny se esparció con rapidez, gracias a una serie de abades excepcionales. Su
independencia y espíritu reformista tuvieron gran influencia en casi todos los monasterios de
Europa. Muchos otros monasterios se unieron a esta reforma, dando lugar a la Congregación de
Cluny. Para el año 1150 ya había más de trescientos monasterios cluniacenses que atacaban la
simonía (compra-venta de cargos eclesiásticos) y otros abusos. El abad de Cluny se transformó de
esta manera en la cabeza de una gran familia de monasterios que contaban con un prior al frente
de cada uno, y todos ellos con grandes ideales en cuanto a la Iglesia, que consideraban debía
gobernar al mundo.

C. H. Lawrence: “Se habría necesitado visión profética para discernir en la plantación


iniciada por el duque Guillermo en el año 909, el grano de la semilla que había de crecer
hasta convertirse en un árbol pujante. En el cenit de su esplendor, a finales del siglo XI, Cluny
era la capital de un enorme imperio monástico que se extendía por toda Europa occidental.
Era un vivero de prelados fervorosos y el guía de príncipes piadosos. Sus santos y sabios
abades eran prominentes consejeros en las cortes de papas y emperadores.… era a Cluny
adonde los hombres dirigían su mirada en busca de guía espiritual y de inspiración religiosa.
Incluso después de que hubieran pasado sus días álgidos, y su creatividad y la confianza en
sus posibilidades hubieran empezado a decaer, siguió siendo una fuerza poderosa en el
mundo de las políticas eclesiástica y secular del siglo XII.… En el siglo X Cluny representa la
restauración de la vida monástica benedictina.”

Los cluniacenses magnificaron la vida ascética y se mantuvieron alejados de los favores


seculares. Después del año 962, los emperadores alemanes apoyaron la reforma de Cluny. El Papa
al principio se resistió, si bien el movimiento significaba un gran respaldo para sus pretensiones
hegemónicas. En el año 1049, el emperador Enrique III nombró como Papa a su primo León IX, que
hasta entonces había sido cluniacense. Éste a su vez, nombró como secretario y asesor a un joven
monje reformista llamado Hildebrando. Estos dos hombres produjeron algunos de los cambios más
importantes en toda la historia de la Iglesia Católica Romana.

Otra orden medieval que siguió la Regla de Benito fue la de los cistercienses. Citeaux es una
aldea de Francia, donde en 1098 se fundó una comunidad religiosa derivada de los benedictinos,
que se ramificó por todo el país y después por España. La orden fue fundada por Roberto de
Molesme, quien con otros monjes disidentes quería seguir la Regla de Benito, pero querían volver a
una vida más simple. Sus ropas eran blancas con escapulario negro, y su estilo de vida era más
ascético que el de otras órdenes. Se caracterizaron por la pobreza rigurosa, el trabajo manual
obligatorio, la dependencia del obispo y una organización más democrática que la de los
cluniacenses. Buscaron lugares agrestes para establecer sus casas y en muchos lugares de Europa
fueron los primeros en desmontar bosques y drenar pantanos. De este modo, los cistercienses se
convirtieron en los apóstoles agrarios de la colonización interna de Europa.

C. H. Lawrence: “Citeaux y la orden que surgió de él fueron el resultado de una misma


inquietud que buscaba una forma de vida ascética más sencilla y recogida y que encontró
su expresión en nuevas órdenes durante el siglo XI. Al igual que otros movimientos similares,
comenzó como una reacción contra las riquezas corporativas, los compromisos mundanos
y el ritualismo litúrgico exacerbado de la tradición monástica carolingia. Los fundadores de
Citeaux se propusieron crear un monasterio en el que quedara restaurada la prístina
observancia. Se inspiraban, de hecho, en un cúmulo de ideas que eran corrientes en su
época. Pero la orden que se desarrolló a partir de sus esfuerzos eclipsó a todas sus rivales
por el vigor de su crecimiento, el número de sus miembros y el brillo de su reputación.”

Uno de los cistercienses más famosos fue Bernardo de Clairvaux (1090–1153). Era de una familia
noble de Burgundia, que a los veinticinco años ya era abad de una casa cisterciense. Fue un hombre
muy piadoso que ejerció una gran influencia reformadora y purificadora en la Iglesia, llegando a
tener más poder espiritual que los papas de su tiempo. Fue fundador de una abadía en Clairvaux,
predicó la segunda cruzada y fue autor de excelentes obras, entre las que se encuentra la letra del
famoso himno: “Oh, rostro ensangrentado.”

Una tercera orden regida por la regla benedictina fue la de los cartujos. Fundada por Bruno de
Colonia, quien se retiró a la vida eremítica en el valle de la Chartreuse (Cartuja), cerca de Grenoble
(1084), con seis compañeros. Fue la más austera de todas las órdenes religiosas basadas en la Regla
de Benito, a la que Bruno le añadió algunas penitencias rigurosas, como la abstinencia perpetua y el
silencio continuo. A causa de su rigidez y penitencia, se expandieron muy lentamente. Su período
de mayor esplendor fue en el siglo XV.

Órdenes que tomaron como base la Regla de Agustín. Esta regla había sido primero formulada
por Agustín de Hipona para el clero de su diócesis en el norte de África. De allí que, mayormente,
fue seguida por el clero secular más que por el clero regular. El florecimiento de la vida religiosa
había tenido su repercusión en la vida del clero secular, mediante la renovación de los capítulos
catedrales y las parroquias más importantes. Desde el papa Nicolás II en adelante, los clérigos fueron
exhortados a abrazar este género de vida como el mejor camino para implantar la reforma de la
Iglesia. Estos obispos y sacerdotes abrazaron generalmente la Regla de Agustín, hasta que con el
tiempo llegó a formarse una especie de congregación agustiniana en varios lugares de Europa.

No obstante, hubo también órdenes regulares que adoptaron la regla agustiniana. Entre ellos,
los premostratenses. La orden fue fundada por Norberto de Xanten, quien se retiró con cuarenta
clérigos al valle de Prémontré, cerca de Laón (Francia), en 1121. Seguían la Regla de Agustín, pero
con influencias de los cistercienses y de las costumbres de Cluny. Se dedicaban fundamentalmente
a la cura de almas y a la predicación; fueron grandes misioneros en las regiones del Báltico.

Órdenes militares. Estas órdenes fueron, en un sentido, totalmente diferentes de las órdenes
más características del clero regular. Tuvieron su origen en las Cruzadas como conjunción del
espíritu monacal y del espíritu guerrero. Sus miembros eran laicos que se obligaban, mediante
votos, a defender la religión y a proteger a los peregrinos en Palestina. Como monjes prometían
pobreza, castidad y obediencia. Y, como soldados, prometían su servicio militar. Al perderse la Tierra
Santa para la cristiandad, se trasladaron a Europa, donde se pusieron al servicio de los reyes, pero
conservando su independencia. Su organización era muy centralizada. La autoridad suprema era el
Gran Maestre. Sus miembros se dividían por naciones y lenguas, y dentro de cada nación, se
agrupaban en prioratos.

Algunas de las órdenes militares más famosas fueron las de los Caballeros de San Juan, la de los
Caballeros Templarios y los Caballeros Teutónicos. Los primeros tomaron su nombre del Hospital de
San Juan (hospitalarios), fundado en Jerusalén en 1048 por unos caballeros de Amalfi (Italia) para
atender a los enfermos y peregrinos. Al ser ocupada Jerusalén por Saladino (1187) pasaron a Chipre,
más tarde a Rodas, y finalmente a Malta. En cuanto a los Templarios, la orden fue fundada en 1118
por Hugo de Payens, Godofredo de San Omer y otros siete caballeros franceses. Residían sobre las
ruinas del Templo en Jerusalén, y de allí su nombre. Fueron grandes guerreros, que se enriquecieron
y adquirieron privilegios excesivos. La orden fue suprimida a principios del siglo XIV. Los Caballeros
Teutónicos tienen su origen en un hospital militar alemán fundado en San Juan de Acre, durante el
asedio de esta ciudad. Después de tomada la ciudad, se llamó Hospital de los alemanes en Jerusalén
(1190). Los Teutones participaron en el sometimiento de los paganos en Prusia (1238), hasta que
fueron secularizados con el advenimiento del protestantismo.

Órdenes mendicantes. De todas las órdenes medievales, las mendicantes fueron las que hicieron
un aporte reformador y renovador más efectivo. Tuvieron ciertas características generales en
común. Por un lado, se distinguieron por lo que podría calificarse como un apostolado universal. Las
nuevas órdenes mendicantes se consagraban directamente a la acción apostólica, abrazaban toda
clase de ministerios y se dirigían a todos los países. El monje laico e iletrado se convirtió en un
religioso sacerdote instruido, algunos de ellos preparados en alguna universidad. Los conventos no
se fundaron en la soledad del campo sino dentro de las ciudades, para predicar y enseñar a la gente.

Segundo, un rasgo notable de estas órdenes fue que se sostuvieron mediante la mendicidad. La
pobreza no fue solo individual sino comunitaria (conventos). Para su subsistencia, los monjes
contaban con su trabajo y con las limosnas mendigadas u ofrecidas espontáneamente por los fieles.
Además, estas órdenes cambiaron la manera de denominar a sus integrantes. Los miembros de las
órdenes mendicantes ya no se llamaban monjes (alguien que vive solo, solitario) sino que se
llamaban hermanos o frailes.

Otra característica interesante de las órdenes mendicantes medievales tiene que ver con su
forma de organización. Todos los miembros y todos los conventos estaban sometidos a la autoridad
de un jefe supremo llamado superior general, el cual estaba sometido directamente al Papa. Los
mendicantes no eran auxiliares del obispo ni del clero secular, sino que obedecían sólo al Papa.

En todos los casos, estas órdenes tuvieron una importante influencia espiritual y moral en el
mundo de sus días. Las órdenes mendicantes sirvieron de fuerte estímulo para la vida espiritual y
moral del pueblo en un tiempo de decadencia del clero secular. Finalmente, fueron organizadas
como órdenes laicas, es decir, integradas por personas no ordenadas al sacerdocio secular. Todas
las órdenes mendicantes desarrollaron, además de una rama de varones y otra de mujeres, una
tercera orden para varones y mujeres en el mundo.

_ Los frailes
El movimiento de renovación espiritual más importante durante la Edad Media fue el
advenimiento de las órdenes mendicantes, especialmente la de los frailes dominicos y franciscanos.
La gran diferencia entre ellos y los benedictinos fue que no estaban encerrados en un monasterio,
sino que vivían en el mundo y no provenían de las clases privilegiadas, como ocurría con la mayoría
de las monjas y con muchos de los monjes. Eran pobres o bien identificados con los pobres y estaban
dispuestos a mendigar su pan.

La influencia de los frailes fue inmensa. Al aumentar el comercio y la riqueza, los castillos
medievales se fueron transformando en palacios, y éstos se expandieron gradualmente hasta llegar
a ser ciudades amuralladas. Las ciudades se transformaron en centros comerciales llenos de
mercaderes y artesanos, pero los pobres que vivían en chozas construidas fuera de los muros de la
ciudad, no recibían los beneficios de su sistema parroquial y de su prosperidad comercial. Eran
personas necesitadas de ayuda y los frailes fueron quienes se la dieron.

C. H. Lawrence: “Las órdenes de frailes mendicantes que aparecieron a principios del siglo
XIII representaban un nuevo punto de partida, una ruptura radical con la tradición
monástica del pasado. Al adoptar una regla de pobreza corporativa y rehusar aceptar
dotaciones o tener propiedades, se desprendían del impedimento que había sido
considerado durante mucho tiempo como indispensable para cualquier comunidad de
monjes organizada. Pero su rechazo de la propiedad y su dependencia de la mendicidad
para su mantenimiento eran sólo signos externos de un cambio espiritual más profundo.
Las órdenes mendicantes quedaban libres de uno de los principios básicos del monacato
tradicional, al abandonar el aislamiento y la clausura del claustro, a fin de ocuparse en
misiones pastorales activas a favor de la sociedad de su tiempo. La predicación y la
administración de los sacramentos a la gente eran su razón de ser. El mensaje que
transmitían era distinto también. Ya no había por qué buscar la seguridad de la salvación en
la huida de la colmena humana ni en la adhesión a los cilicios de una aristocracia espiritual;
los que vivían en el mundo, cualquiera que fuese su condición, podían cumplir las exigencias
de la vida cristiana santificando los monótonos deberes y tareas de su estado; todo lo que
necesitaban era arrepentirse y aceptar el evangelio.”

Domingo de Guzmán y los dominicos. Domingo de Guzmán (1170–1221) era español y de familia
noble. En 1206 fundó una orden religiosa en Tolosa (Francia) para luchar contra los herejes
albigenses, una secta que combinaba enseñanzas cristianas con ideas persas. Sus líderes se llamaba
“Perfectos” (por eso se los conoce también como cátaros, del griego “puros”). Eran muy estrictos
en su disciplina, en contraste con el clero relajado e ignorante de la época. La Iglesia quería
eliminarlos por la fuerza, pero Domingo procuró hacerlo por la predicación. Por eso, a sus seguidores
se los conoció también con el nombre de “frailes predicadores,” hasta el día de hoy.

La orden fue reconocida por el papa Inocencio III en 1206, pero la aprobación definitiva la
concedió el papa Honorio III (1217). La orden se esparció rápidamente, y en 1277 había
cuatrocientas casas. En 1216 se fundó también la orden de las dominicas, que en el siglo XIV fue
reformada por Catalina de Siena (1347–1380). Hubo también una tercera orden. En 1218 Domingo
se entrevistó con Francisco de Asís en Roma, e introdujo a su orden la pobreza estricta. Los
dominicos se destacaron por el cultivo de las ciencias, en oposición a los franciscanos que
inicialmente se despreocuparon de ellas.

Francisco de Asís y los franciscanos. Francisco de Asís (1181–1226) era hijo de un rico mercader
de telas de Asís (Italia). Era un joven amante de la aventura, que después de haber caído prisionero
y padecer una seria enfermedad cambió rotundamente su estilo de vida (1206). Abrazó una vida
penitente y comenzó a ayudar a los pobres, leprosos y mendigos. Como consecuencia, su padre lo
repudió y desheredó.

En 1209, junto con once compañeros, que compartían sus ideales de abnegación y pobreza,
fundó una hermandad a la que le dieron el nombre de “Penitentes de Asís,” que luego cambiaron
por el de “Hermanos Menores.” Francisco compuso una brevísima Regla con frases entresacadas
del evangelio y pidió al papa Inocencio III (1210) su aprobación. El Papa les permitió predicar y seguir
viviendo según su Regla, pero difirió la aprobación hasta que la orden creciese en número. El
movimiento siguió creciendo hasta que, en 1212, una niña de familia noble de nombre Clara fue
admitida a la comunidad. Éste fue el comienzo de una segunda orden franciscana, esta vez para
mujeres, que fueron conocidas como las Pobres Claras o Clarisas. En 1221 comenzó una tercera
orden para hombres y mujeres, que sin abandonar su vida común, aceptaban seguir los ideales de
Francisco.

El papa Honorio III aprobó oficialmente la orden y su Regla en 1223. Los franciscanos se
difundieron con extraordinaria rapidez por toda Europa. A fines del siglo XIII ya contaban con 1.583
conventos. Como su fundador, los franciscanos se caracterizaron por su amor a la naturaleza, la
música, la bondad de espíritu y el celo misionero. Francisco fue canonizado a los dos años de su
muerte en 1228, por el papa Gregorio IX, quien comisionó al fraile Tomás de Celano a escribir su
vida.

Tomás de Celano: “… [Francisco] preparó su caballo, lo montó y tomando con él ropas


escarlatas [del inventario de su padre] para vender, arribó apurado a la ciudad llamada
Foligno. Allí, como mercader exitoso, vendió como de costumbre toda la mercadería que
había traído, luego obtuvo un precio por el caballo que había estado cabalgando, y lo dejó.
Así, habiendo dejado a un lado sus cargas, regresó, meditando con una mente devota qué
hacer con el dinero. Pronto, de una manera maravillosa, se volvió completamente a la obra
de Dios, y sintiendo que llevar ese dinero incluso por una hora lo único que haría sería
oprimirlo, se apuró por deshacerse de él, considerando a todas sus ganancias como mucha
arena. Y mientras estaba regresando a Asís, encontró junto al camino una iglesia que había
sido construida hacía tiempo en honor de San Damián, pero que estaba en peligro de
colapsar pronto debido a su antigüedad. Cuando el nuevo caballero de Cristo vino a ella fue
movido con compasión por tal necesidad, y entró con respeto y reverencia. Encontrando allí
a un sacerdote pobre, besó sus manos con gran fe, le ofreció el dinero que estaba llevando
y le explicó, en orden, sus planes. El sacerdote se sorprendió y, preguntándose por ese
repentino cambio de circunstancias, se rehusaba a creer lo que oía. Y en razón de que
pensaba que [Francisco] se estaba burlando de él, no quería tomar el dinero ofrecido—
porque casi el día anterior, por así decirlo, él había visto a Francisco vivir disolutamente
entre sus parientes y conocidos y sobrepasando a los demás en necedad. Pero con
obstinada persistencia Francisco continuó tratando de ganar crédito para sus palabras,
rogando y encarecidamente suplicando al sacerdote que le permitiese estar con él por amor
al Señor. Al fin el sacerdote estuvo de acuerdo con esto, pero no tomaría el dinero por temor
a los padres de Francisco; y el verdadero despreciador del dinero entonces lo echó sobre
una mesilla de ventana, considerándolo poco menos que polvo. Porque él anhelaba poseer
sabiduría, que es mejor que el oro, y obtener prudencia, que es más preciosa que la plata.”

Comparación entre dominicos y franciscanos. Las dos órdenes tenían una organización muy
similar. Tenían áreas de trabajo divididas en provincias, cada una bajo una cabeza. Cada una de estas
órdenes tenía una segunda orden para mujeres y una tercera para laicos de ambos sexos que
aceptaban sus ideales. No obstante, los religiosos eran diferentes. Los dominicos enfatizaban la
erudición como salvaguarda contra la herejía, mientras que los franciscanos temían la erudición
pensando que podía pervertir a los hermanos.

Las dos órdenes crecieron estrechamente relacionadas. Los dominicos aceptaron la pobreza
como virtud y un estilo de vida mendicante, y los franciscanos comenzaron a preparar mejor a sus
frailes. Cuando comenzaron las universidades, ambas órdenes trabajaron entre los jóvenes
estudiantes. De ellas salieron algunos de los grandes eruditos medievales como Alberto Magno y
Tomás de Aquino, que eran dominicos; y Roberto Grosseteste, que era franciscano.

Además, las dos órdenes fueron misioneras. Si bien Francisco no fue un cruzado, pertenecía a
la edad de la caballería y “tomó su cruz” para intentar salvar el Santo Sepulcro. En 1219, durante la
quinta Cruzada, cruzó desarmado las líneas musulmanas y se presentó ante el sultán de Egipto, a
quien le predicó el evangelio. En 1221 franciscanos y dominicos aceptaron oficialmente su vocación
de “ir por todo el mundo” predicando. Los dominicos, reunidos en Bologna, aceptaron Marcos 16:15
como palabras dirigidas específicamente a ellos y fueron a misionar a Europa oriental y el Cercano
Oriente. Francisco incorporó el mandato misionero en la Regla de su orden.

El español Raimundo Lulio (1235–1315) estuvo en estrecho contacto con ambas órdenes de
frailes, pero después de una juventud muy disipada, tomó el hábito franciscano y se dedicó a la
conversión de los musulmanes. A tal efecto, hizo tres viajes misioneros al norte de África. Según él,
la Cruzada más efectiva era convertir a los musulmanes a Cristo mediante la persuasión, pues si esto
ocurría iba a ser mucho más fácil convertir al resto del mundo. Lulio comenzó a educarse después
de su conversión, y llegó a ser un teólogo de renombre y el estratega misionero más grande desde
Gregorio I. Según él, la obra misionera requería de tres medios: el dominio del idioma del pueblo
que se quería alcanzar (él mismo fue un lingüista notable); erudición y la elaboración de argumentos
convincentes para compeler a los no cristianos a aceptar la fe (él escribió varios libros sobre diversos
temas); y, el testimonio de vida con la disposición de morir por la fe (en sus tres viajes al norte de
África sufrió arresto y expulsión). En su tercer viaje, terminó martirizado por lapidación en Túnez,
en 1315, cuando tenía ochenta años.
En estas misiones de los frailes encontramos un ejemplo de la devoción religiosa reavivada, que
se expresaba en la vida monástica y en el retorno a la tarea central de la Iglesia: la evangelización
del mundo. La oportunidad para estas misiones se cerró después del 1350 cuando el islamismo cerró
las puertas en Asia Central y comenzó el segundo gran retroceso del cristianismo.

Otras órdenes mendicantes. Hay otras dos órdenes mendicantes de importancia: los carmelitas
y los mercedarios. El origen de los primeros se remonta a 1163, cuando existía en el monte Carmelo,
en Palestina, una capilla junto a la gruta de Elías. La comunidad eremita que allí se desarrolló seguía
una regla dada por el patriarca Alberto de Jerusalén (1208). Más tarde (1226) fueron aprobados por
el papa Honorio III. Debido a la oposición de los musulmanes, estos eremitas del monte Carmelo se
trasladaron a Chipre (1238), después a Mesina (1247) y desde aquí se extendieron por toda Europa.

Los mercedarios fueron fundados por el francés Pedro Nolasco (1189–1256) con el apoyo del
español Raimundo de Peñafort (1180–1275), como una asociación piadosa de laicos para liberar a
los cautivos cristianos durante las Cruzadas (1222). El rey Jaime I de Aragón los transformó en una
orden militar para reprimir a los albigenses, y como tal fue aprobada por el papa Gregorio IX (1235).
Más tarde (1318), volvieron a adquirir un carácter estrictamente religioso.

Fundaciones eclesiásticas femeninas. A la vez que surgieron las órdenes monásticas masculinas,
surgieron también los nuevos monasterios para mujeres, aunque su número fue mucho menor. En
Francia el renacimiento monástico cluniacense había avivado las viejas fundaciones benedictinas de
mujeres. Hubo una gran orientación hacia el cuidado de leprosos, huérfanos y otros menesterosos.
El misticismo cisterciense suscitó la aparición de varias sabias exponentes entre las monjas
cistercienses. Pero fue en el benedictinismo tradicional que las religiosas del siglo XII encontraron
su más elocuente portavoz. Hildegarda de Bingen (1098–1179), abadesa alemana, usó el género
literario de las visiones para detallar en su libro, Scivias (Para que entiendas) veintiséis reflexiones
sobre las relaciones entre Dios y la humanidad y el buen ordenamiento de la vida cristiana. También
escribió dos vidas de santos, dos libros de medicina e historia natural, cincuenta homilías alegóricas,
una obra edificante de teatro, numerosas cartas a personalidades de su época, himnos y cánticos.
A través de sus obras, Hildegarda tuvo una enorme influencia sobre el desarrollo de la espiritualidad
femenina en Flandes y Renania en el siglo XIII.

Otra mujer notable fue Catalina de Siena (1347–1380), una dominica terciaria que a los siete
años tuvo una visión y dedicó a Cristo su virginidad. A través de sus cartas y diversas gestiones
procuró ayudar al papado a resolver los problemas del Cautiverio Babilónico y del Gran Cisma de
Occidente. La mayor parte de sus esfuerzos estuvieron dedicados a luchar por la unidad de la Iglesia.
Además de numerosas cartas a papas y reyes, Catalina fue la autora de cuatro tratados bajo el título
de Diálogo.

LA VIDA DE LA IGLESIA MEDIEVAL

Muchos historiadores denominan al período entre los años 500 al 1500 con el nombre de “Edad
Media,” porque está entre la decadencia de la civilización romana y el Renacimiento. En estos mil
años, las características de la vida de la Iglesia fueron singulares. Muchos de los elementos que se
han perpetuado hasta nuestros días tanto en la Iglesia Romana como en la Iglesia Griega, tuvieron
en estos siglos su período formativo. Fue especialmente durante la alta Edad Media que se dieron
las condiciones históricas para definir al período de 950 a 1350 como un tiempo de resurgimiento y
progreso para la cristiandad. Entre los factores a mencionar, se destacan los siguientes.

Primero, prácticamente toda actividad intelectual y artística a lo largo de estos siglos estuvo
asociada con la vida de los monasterios. Segundo, el complejo de un monasterio era como un
pequeño pueblo que, además de los monjes (clero regular) y a veces a miembros del clero secular
(obispos y sacerdotes) daba alojamiento a cientos de otras personas. Los monjes recibían tras sus
muros a obreros de todo tipo, niños pobres y huérfanos, viajeros y peregrinos, y todo esto sin cargo
alguno. En razón de que se requería de todo sacerdote que diera misa una vez al día, los templos de
los monasterios necesitaban de muchos altares. En razón de que el templo servía a la comunidad
monástica más que a personas fuera de ella, había generalmente un ápside tanto al este como al
oeste al final de la nave principal, mientras que las entradas al templo daban a los claustros o a otras
partes del complejo del monasterio.

Tercero, este fue un período de veneración de reliquias y de peregrinajes a santuarios. Todo el


culto a los mártires representaba una renovación de la pasión y resurrección de Cristo. Con el paso
del tiempo, las reliquias de los santos llegaron a asumir más importancia que la emulación de sus
vidas. Se desenterraron cuerpos, se los desmembró, dividió en pedazos, se peleó por el dedo de uno
o un diente de otro, e incluso se robaban las reliquias y se organizó un lucrativo negocio alrededor
de ellas y los relicarios. Ningún precio parecía ser demasiado alto por una reliquia, fuese auténtica
o espuria, especialmente si tenía fama de milagrosa. Toda la cristiandad parecía tener como meta
tomar el cayado del peregrino e ir a pie a visitar los santuarios más sagrados, como Santiago de
Compostela en España (la tumba de Santiago), Roma (la tumba de Pedro), y por supuesto, Jerusalén
(la ciudad sagrada). A lo largo de estas rutas de peregrinaje se ubicaban los monasterios más
grandes, con los templos más monumentales y las reliquias más “auténticas.” Cuarto, estos templos
majestuosos fueron construidos a lo largo de muchos años, a veces más de un siglo. Cuando el
arquitecto original moría y otro era designado, éste generalmente cambiaba el proyecto para
adecuarlo a un estilo más moderno. Esto explica por qué en muchas de estas construcciones se ve
una mezcla de estilos (como el románico y el gótico).

_ El clero

La preparación del clero. Desde el siglo VI casi cesó todo tipo de educación en Europa occidental.
Las escuelas fueron cerradas y los maestros esparcidos como consecuencia de las invasiones.
Algunas pocas familias que valoraban el saber conservaron libros y transmitieron conocimientos a
sus hijos. Debe tenerse presente que para el siglo VIII una biblioteca que tuviera cien libros era un
centro educativo destacado. Además, se necesitaba de un año entero para producir un manuscrito
de primera clase de la Biblia. Las principales abadías se transformaron en centros de instrucción,
pero el programa era limitado y el propósito intelectual humilde.
La preparación ministerial comenzaba con las primeras letras en la infancia. Una familia devota
decidía, a menudo por sugerencia de un sacerdote, dedicar uno de sus hijos a la Iglesia. Lo dejaban
en manos del obispo para que lo criara en su casa, donde vivía y trabajaba y se educaba para el
clero. Otros niños eran dejados con un abad y eran educados como monjes. Aprendían latín, la
liturgia (canto y recitado) y el calendario eclesiástico. De todos modos, el clero era muy ignorante y,
salvo en los monasterios, no se ponía ningún énfasis en su preparación académica.

Los deberes del clero. Por estar un poco mejor preparado que sus feligreses, el sacerdote era un
líder de la comunidad en que vivía. Actuaba como pacificador en las disputas, consejero y director
de procesiones y dramatizaciones religiosas. El sacerdote debía enseñar a sus feligreses el Padre
Nuestro, el Credo, los Diez Mandamientos y el significado de los sacramentos. No era necesario que
supiera latín, pero sí el orden de la liturgia y que pudiera participar en ella.

Su tarea principal, no obstante, era el ministerio de la Palabra y la administración de los


sacramentos. El sermón sólo se impartía cuando venía un obispo y era en lengua vernácula. La
confesión se tomaba frente al altar y el bautismo se realizaba sumergiendo a los infantes en una
fuente y ungiéndolos con aceite en sus frentes. La confirmación se hacía a edad temprana ante un
obispo y los matrimonios se celebraban con una ceremonia breve en la puerta de los templos.
Además, el sacerdote debía visitar a los enfermos y moribundos con el viaticum (provisión para el
viaje, la muerte), y promover de toda manera posible la acción social cristiana. Los obispos debían
dedicar parte de sus ingresos a los pobres, y desde el siglo IX, se establecieron casas para pobres
cerca de las catedrales.

El celibato del clero. La práctica de requerir al clero que permanezca sin casarse y se consagre a
la pureza personal en pensamiento y obra se remonta a tiempos anteriores a la Edad Media. No
obstante, fue en Oriente durante los siglos VI y VII que se aprobaron leyes que prohibían el
casamiento de los obispos. En Occidente, el celibato se tornó en una obligación canónica a través
de decretos papales y de concilios regionales. Durante los siglos IX y X, el celibato cayó casi en el
olvido y muchos eclesiásticos estaban casados o vivían en concubinato. Pero con las reformas de
Gregorio VII en el siglo XI volvió a ser impuesto de manera obligatoria para todos los niveles del
clero. A pesar de este nuevo espíritu ascético, continuó habiendo una considerable distancia entre
la teoría y la práctica respecto a este requisito. Una y otra vez, los decretos papales y las resoluciones
de sínodos y concilios a lo largo de la Edad Media tuvieron que insistir sobre la sujeción del clero a
esta demanda.

_ El culto

El idioma eclesiástico. Correctamente se llama a la Iglesia de Occidente, Iglesia Latina, ya que su


Biblia y su liturgia se encontraban en latín. Cuando los pueblos germanos introdujeron sus dialectos
después de las invasiones, el latín se conservó como el idioma de la Iglesia y de la literatura, y se
perdió como lengua hablada. Ya para mediados del siglo X era costumbre escribir una traducción
palabra por palabra sobre el texto en latín, para ayudar al lector a explicar lo que leía a la
congregación. Los idiomas de los diferentes países europeos, muchos de ellos derivados del latín,
tuvieron que esperar bastante tiempo antes de vencer a la lengua madre, justamente porque no se
los consideraba “literarios.” Los que querían leer debían aprender latín.

Los cristianos bizantinos eran griegos tanto en su idioma como en sus costumbres. El griego era
el idioma original de buena parte del cristianismo, y este idioma no murió, si bien fue transformado.
La Biblia y la liturgia bizantinas estaban escritas en un griego menos evolucionado, pero no había
problemas en entenderlo. No obstante, fue en el Este donde se produjo la mayor parte de las
primeras traducciones de los escritos cristianos. En el caso de la Iglesia de Oriente, cuya lengua
religiosa era el siríaco, también produjo numerosas traducciones según la necesidad, si bien el
siríaco continuó siendo la lengua preferida para la liturgia.

Las devociones. A lo largo de toda la Edad Media se desarrolló la mayor parte de las devociones
que todavía hoy caracterizan al catolicismo romano. Ya en el siglo XII, el afán de los fieles de
contemplar la forma consagrada del pan y del vino de la eucaristía dio lugar al rito de la elevación
en la misa, primero sólo de la hostia y luego también del cáliz. La devoción culminó en la instauración
de la fiesta del Corpus Christi en el siglo XIII. En general, las grandes devociones de la piedad católica
romana deben mucho a la escolástica, la cual creó algunas nuevas y permitió el desenvolvimiento
de otras. Surge una “devoción” cuando a una cosa concreta procedente del campo de la fe, sea un
misterio o una persona, se le hace objeto de una veneración especial. Algunas de las devociones
más populares durante este período fueron: la conmemoración de los Fieles Difuntos (fomentada
por los cluniacenses); la devoción al Niño Jesús (desarrollada por los franciscanos), a la Virgen María,
a San José, a la Sagrada Familia, a la Pasión de Cristo (franciscanos), a las cinco llagas, al Sagrado
Corazón de Jesús, y a la Madre Dolorosa, entre otras.

Mientras en las universidades los intelectuales hacían un balance entre la fe y la razón, y


elaboraban un ideario cristiano práctico para la política, la ética pública y el ordenamiento social, en
las ciudades de Italia y de Flandes se cuajaba en el siglo XIII una espiritualidad popular que se
expresaba en prácticas devocionales como el rezo del Rosario (difundido por los carmelitas en ese
siglo), el uso del Breviario, la práctica del Vía Crucis, la contemplación de Jesús en la Pasión, y la
elaboración navideña de los nacimientos o pesebres (cuya introducción se atribuye a Francisco de
Asís). Un arte popular, que encontraba patronos en las clases medias urbanas y en sus iglesias y
cofradías, favorecía la iconografía del Jesús sufriente en la cruz y de la Madonna (la Virgen María)
con el Niño en brazos, más asequibles e identificados con la cotidianidad humana que los grandes
personajes hieráticos del arte derivado de Bizancio. Desprendidos de su trasfondo dorado bizantino,
que simbolizaba la eternidad, los personajes sagrados adquirían naturalidad y expresaban
emociones en un naciente marco humano de paisajes agrarios o urbanos. En el siglo XIV esta
transformación iconográfica llevaría a la pintura de Giotto y de Duccio, y a las primeras grandes
creaciones del arte renacentista italiano.

Las reliquias. El culto de las reliquias fue sumamente popular. Las reliquias se convirtieron en el
factor individual más importante de la devoción cristiana. Se creía que los santos se comunicaban
con el mundo a través del contacto con sus restos terrenales, cualesquiera que éstos fuesen. Las
reliquias irradiaban cierta forma de energía y podían producir milagros, con lo cual, para la gente
común, se transformaron en el aspecto más importante de su religión. Además, en esta creencia, el
laicado y el clero estaban en el mismo nivel. Las reliquias funcionaban como defensa contra el
hambre, el sufrimiento y las acechanzas de los demonios. Eran indispensables para decir misa y
estaban agregadas al altar colocadas dentro de suntuosos relicarios. Representaban un papel
fundamental en el sistema judicial, en relación con los juramentos y los debates judiciales. Los reyes
las portaban en combate para obtener la victoria. Las peregrinaciones a los lugares en que se
guardaban reliquias importantes se convirtieron en el motivo principal de los viajes realizados
durante más de mil años y determinaron la estructura de las comunicaciones e incluso la forma de
la economía de muchas regiones.

En torno a ciertas reliquias, estimadas como mucho más valiosas que todos los metales
preciosos, se desarrollaron ciudades, ferias regionales y nacionales, y se activó un comercio notable.
Una parte enorme de los activos de la sociedad estaba invertida en las reliquias y en los preciosos
engastes y decoraciones de los relicarios. Era un modo de guardar con seguridad el dinero. Una
buena colección de reliquias atraía a peregrinos y, por lo tanto, riqueza a una abadía o catedral. Los
reyes formaban colecciones importantes para aumentar su poder y prestigio. El problema detrás de
tal valoración de las reliquias es que altos dignatarios de la Iglesia y del Estado no sólo las compraban
y vendían, sino que llegaron a justificar el robo y la piratería con tal de obtenerlas.

Los santuarios. A partir del siglo XI se percibe en Europa occidental una creciente movilidad. Lo
que llama la atención en este período es ver cómo grandes grupos humanos se ponen en
movimiento, bien para colonizar la frontera interior de cada región, o para expandir el marco de
Europa occidental a expensas de los vecinos musulmanes, eslavos o bizantinos. También los
individuos se desprenden de sus ataduras familiares y étnicas, y emprenden viajes, peregrinaciones,
mudanzas de trabajo y de condición social. La relativa saturación demográfica de zonas de antiguo
cultivo resultaba en la redundancia de mano de obra y en un acicate para que personas individuales
buscaran alternativas. La antigua modalidad religiosa de la peregrinación desarrolló nuevos
itinerarios, según nuevas zonas que se fueron incorporando a la red de prácticas e inquietudes
devocionales. Además de los antiguos lugares de peregrinación, como Jerusalén y Roma, otros
santuarios se hicieron populares, tales como Santiago de Compostela en la península ibérica.

El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, en Compostela (Galicia), a


principios del siglo IX, fue un acontecimiento de extraordinaria trascendencia para la vida política,
cultural y religiosa de España. Por un lado, le dio a los cristianos españoles, tanto a los que vivían en
las tierras reconquistadas de los moros como a los que residían en tierras de árabes, un santuario,
objeto de constantes peregrinaciones, que venía a ser para la cristiandad como una Anti-Meca. Por
otro lado, puso a la España cristiana, a través del llamado Camino Francés, en continua
comunicación con los otros pueblos cristianos europeos, los cuales, desde el primer momento de
este descubrimiento del sepulcro del Apóstol, acudieron a él en peregrinación, con lo que se terminó
el aislamiento en que había vivido España, con respecto al resto de Europa en el siglo VIII. En este
sentido, los santuarios se transformaron en verdaderos centros de intercambio cultural y la
peregrinación a los mismos abrió el camino para las comunicaciones en Europa occidental.
La Biblia. Tanto para la celebración litúrgica (la oración pública, la eucaristía, etc.) como para la
meditación personal, el conocimiento íntimo de la Biblia era imprescindible para el monje y el clero
secular. Desde los comienzos del monasticismo benedictino los comentarios bíblicos de los Padres
de la Iglesia tuvieron un lugar prominente en las bibliotecas de las abadías. Estos comentarios
tendían a seguir los modelos de la escuela de Alejandría, en que los pasajes bíblicos y los versos
individuales eran explicados alegóricamente. De esta manera el monje que estaba cantando un
salmo en el coro o que estaba escuchando la lectura de un segmento de un libro de los profetas
podía reflexionar sobre el sentido cristológico, moral, escatológico o eclesiológico del texto bajo su
consideración.

La enseñanza de la Biblia en las escuelas monásticas seguía ese patrón. El texto se glosaba, tanto
por escrito como oralmente, con los comentarios de Agustín de Hipona, Jerónimo, Gregorio, Beda
el Venerable o alguna de las otras autoridades del pasado. El propósito del estudio bíblico era
reforzar la oración.

_ Los templos

Durante la Edad Media, todas las expresiones del arte—especialmente la arquitectura—fueron


expresión de un profundo espíritu religioso. En los primeros siglos del medioevo, las
manifestaciones artísticas y arquitectónicas estuvieron refrenadas por la inestabilidad política y
social que siguió a la caída el Imperio Romano. Pero a partir del siglo XI, cuando los bárbaros ya
estaban más asentados y la Iglesia contaba con mayor poder y riquezas, el arte y la arquitectura se
liberaron. Entonces comienzan a desbordar muchos de los conocimientos técnicos de la antigüedad
y se ponen al servicio del cristianismo.

La construcción eclesiástica. En los tiempos neotestamentarios, como vimos, la Iglesia carecía


de edificios destinados al culto. Durante mucho tiempo los cristianos se congregaron en casas
particulares. La arquitectura era una de las artes en la que los romanos sobresalieron. Al caer el
Imperio Romano, decayó también la arquitectura monumental, pero su técnica sobrevivió y se
aplicó a la construcción de templos y monasterios cristianos. La arquitectura y el arte medieval
tuvieron un carácter eminentemente religioso. Los monasterios fueron una expresión plástica de la
intensidad de la devoción y fe cristianas. La vida retraída de los monjes requería edificios apropiados
a la convivencia de colectividades numerosas. El edificio estaba separado del exterior por altos
muros y todas las dependencias daban a un patio interno descubierto, llamado claustro (del latín,
lugar cerrado). A partir del siglo XI estos edificios fueron espléndidos.

El románico. La celebración del culto exigió la construcción de grandes recintos para albergar a
un gran número de participantes. Los primeros templos cristianos adoptaron las formas
arquitectónicas de las antiguas basílicas romanas, cuya planta rectangular fue evolucionando poco
a poco hasta tomar la forma de una cruz. El portal de entrada daba acceso a un recinto con dos filas
de columnas, que lo dividían en tres naves. La nave central terminaba en un espacio llamado ábside
(del griego apsis, bóveda), con un muro semicircular techado con una bóveda semiesférica, donde
estaba el altar y el coro. La nave transversal se llamaba crucero y los brazos de la cruz latina que se
formaba eran los transeptos. Los muros estaban edificados en ladrillo o piedra, pero utilizando el
arco de medio punto romano para darle fuerza y así poder abrir una línea de pequeñas ventanas
justo debajo del techo, que era de madera y tejas. De los techos a dos aguas sobresalían los
campanarios y, en algunos casos, una cúpula que, al prolongar la elevación del edificio, restaban
pesadez al conjunto.

El románico fue el estilo arquitectónico que predominó entre los siglos XI y XII. El aspecto
exterior de estos templos era sencillo, pero a su vez sólido y macizo. La escultura y la pintura
estuvieron al servicio de la arquitectura, y fueron fruto de influencias orientales. El interior estaba
poco iluminado, pero los muros estaban decorados con escenas religiosas pintadas al fresco, en
colores muy brillantes, al estilo de las pinturas bizantinas. A lo largo de toda la Edad Media, el templo
cristiano fue el edificio más importante en cualquier comunidad y el centro de su vida civil y religiosa.
La gente se sentía orgullosa de su templo, al que concurría con mucha frecuencia no sólo por
cuestiones religiosas.

El gótico. Hacia mediados del siglo XII se produce en la vida europea medieval un renacer que
se expresó en la construcción de templos monumentales. Este despertar arquitectónico duró algo
más de tres siglos, en los cuales se levantaron cientos de edificios eclesiásticos en toda Europa, con
un estilo monumental y agresivo: el gótico. Los logros obtenidos entre 1150 y 1450 son un misterio
y una maravilla. El gótico se caracteriza por el uso del arco quebrado u ojival, mucho más resistente
que el arco de medio punto, lo cual permitió aligerar las columnas, elevar las paredes y abrir en ellas
grandes ventanas. La bóveda está formada por cuatro semiarcos ojivales que se cruzan (bóvedas de
crucería), y no descansa totalmente sobre las columnas sino que su peso se transmite en forma
oblicua a los arbotantes, arcos de piedra que, a su vez, se apoyan sobre los contrafuertes más
macizos. Con esto se resolvió el problema del equilibrio de las bóvedas y de la iluminación de las
naves.

A pesar de estar construidos totalmente en piedra, los templos góticos no parecen estructuras
“pesadas” en razón de su altura, las nervaduras de sus columnas, las bóvedas de crucería que
parecen apuntar al cielo y la enormidad de sus ventanales cubiertos con vitrales de múltiples colores
(vitraux). A diferencia del templo románico, macizo y fuerte, el templo gótico provoca, sobre todo,
una sensación de gracia y de ligereza. La altura del edificio, coronado por techos muy inclinados de
doble pendiente, de los que sobresalen elevados campanarios terminados por finas agujas de
piedra, contribuye a confirmar la sensación de verticalidad y de penetración en el espacio que deja
la catedral gótica. Toda la estructura parece estar disparada hacia el cielo y expresa el ideal espiritual
de la época: un profundo sentido de trascendencia y las aspiraciones de una nueva clase social en
ascenso.

Hubo tres condiciones que hicieron posible el surgimiento de una arquitectura y un arte tan
sofisticados y monumentales. Primero, la alta Edad Media fue un tiempo de relativa paz. Los
saqueos de los piratas normandos terminaron hacia el año 1000 y esto permitió el surgimiento de
Estados organizados (Francia y Alemania), que al tener una mayor fuerza central pudieron terminar
también con las guerras y el desorden feudal. Segundo, se contó con una mayor riqueza. El
crecimiento del comercio trajo aparejado el desarrollo de las ciudades, y con ellas, el deseo de lograr
algo más que la mera satisfacción de las necesidades elementales. Y, tercero, se contó con nuevos
recursos técnicos. Se desarrollaron nuevas técnicas arquitectónicas y se mejoraron los estilos. Esto
permitió levantar edificios monumentales y de estructura complicada como son las catedrales
góticas.

José Luis Romero: “Un sentimiento místico predominaba en la concepción de las vigorosas
flechas de piedra erigidas hacia el cielo, como símbolo de la aspiración ultraterrena del
hombre; pero no reflejaba menos su construcción un intenso sentimiento de orgullo y
poderío ciudadano, visible a través de la riqueza invertida y del esfuerzo consagrado a
construir un monumento insuperable y que testimoniara la gloria de cada ciudad frente a
su vecina.”

Las catedrales. Una persona imbuida con la actitud escolástica contemplaba el modo de
presentación arquitectónica de la misma manera que contemplaba el modo de presentación
literaria. Para un escolástico de la alta Edad Media ambas expresiones se concebían desde el punto
de vista de una manifestatio, una manifestación de fe. Tal persona hubiera dado por sentado que el
propósito principal de los muchos elementos que componen una catedral era asegurar la
estabilidad, igual que tomaría por contado que el propósito principal de los muchos elementos que
constituyen una summa era asegurar la validez o verdad de la fe.

Para autores como Panofsky, tanto la catedral como la summa pretendían representar la
totalidad de lo conocido dentro de un ordenamiento cristiano de la realidad. Un aspecto interesante
de la homología de Panofsky es la progresiva divisibilidad de los elementos arquitectónicos y
conceptuales en las catedrales y en las summae. Todas las partes que se encuentran en el mismo
“nivel lógico” comparten una relativa uniformidad, que le brinda tanto a la catedral como a la
summa escolástica un aspecto simétrico, en el que el balance y el orden producen agrado a la vez
que le dan peso al conjunto. La organización formal de los edificios góticos refleja una unidad de
propósito afín a la de los autores de las grandes summae teológicas escolásticas de la época.

Fernando Picó: “La construcción de las catedrales góticas supuso una racionalización de las
rentas de los cabildos catedralicios, ya que fueron las corporaciones eclesiásticas las que
por lo general asumieron la responsabilidad de la construcción.… En el esfuerzo por
asegurar suficientes ingresos para la construcción, los cabildos recibieron la cooperación de
la aristocracia regional y el nuevo patriciado urbano. Pero también los gremios artesanales
dieron una mano.”

El esplendor de los oficios religiosos aumentó paulatinamente a medida que se construyeron


magníficas catedrales e iglesias en las ciudades de Europa occidental. La música, las pinturas, el
incienso y las riquísimas vestiduras contribuyeron a la impresionante celebración de la misa. La
dramaturgia moderna tuvo su origen en las representaciones de escenas bíblicas y de vidas de
santos—los llamados autos. Estos autos dramáticos se representaban en ocasión de las grandes
festividades de la Iglesia, a menudo en las escalinatas de los mismos templos.
La catedral vino a ser el centro social de la vida urbana. Desde los maitines a la medianoche o el
alba hasta el canto de completas por la noche, el canto de las horas del oficio divino en la catedral
continuamente convocaba a los fieles a sus servicios. Las grandes misas solemnes y la multitud de
misas en las capillas laterales mantenían al templo en ebullición. Los peregrinos acudían a venerar
las reliquias de los santos memorables de la localidad, y pernoctaban en la Casa de Dios, el hospicio
que solía estar situado al lado de la catedral, y que hacía también las veces de hospital y asilo. La
escuela de cantores practicaba en los claustros. En aquellos sitios donde todavía se mantenían
vigentes las escuelas catedralicias acudían jóvenes de toda la diócesis a estudiar.

_ El derecho eclesiástico

Un importante progreso realizado por la Iglesia en el siglo XII fue la creación de una ciencia del
derecho eclesiástico. Durante la temprana Edad Media, se habían formado colecciones de usos y
tradiciones y decretos papales llamados “Decretales.” Estas recopilaciones fueron obra de iglesias
particulares o también de personas privadas, pero todas tienen más o menos un tronco común. Las
colecciones jurídicas aumentaron en número a partir del siglo X.

El fundador propiamente dicho del derecho canónico como ciencia es Graciano, residente de
Bologna en las primeras décadas del siglo XII, quien elaboró un texto, conocido como el Decreto o
Concordia discordantium canonum (Concordia de los cánones discordantes), escrita en 1140. En esta
obra, Graciano no se limita a dar una colección de decretos, sino que además hace de ellos un
estudio sistemático. Su trabajo rápidamente asumió una importancia vital en la enseñanza de la ley
canónica. Organizado temáticamente alrededor de las grandes cuestiones de la ley eclesiástica, el
Decreto yuxtaponía las opiniones encontradas donde quiera que surgieran e invitaba al análisis
sistemático de ellas, para indagar si se trataba de un principio universal o una excepción, de una
norma basada en derecho positivo o en otra base. El rápido éxito del Decreto puede medirse por el
número de manuscritos que sobreviven y las muchas adiciones e interpolaciones que se le hicieron.

Fernando Picó: “Con el Decreto el derecho canónico tuvo un instrumento pedagógico que
facilitó y popularizó su enseñanza. Pronto surgieron los decretistas, o comentaristas del
Decreto. Eventualmente a éstos se añadieron los decretalistas, o comentaristas de las
decretales o cartas papales difundidas para resolver algún punto de la ley. La variedad y el
número de estos maestros muestra el vigor de la disciplina para finales del siglo XII.”

La primera codificación oficial del derecho canónico fue iniciativa del papa Gregorio IX. Por
encargo de este Papa, el dominico Raimundo de Peñafort publicó en 1234 cinco libros de decretales.
A ellos vino a añadirse en 1298 un sexto libro de Bonifacio VIII, y luego dos libros de constituciones
de Clemente V (1314) y Juan XXII (1317). Estas obras fueron completadas en los siglos XIV y XV.

EL ESCOLASTICISMO Y LAS UNIVERSIDADES

_ El escolasticismo
Surgimiento. Entre los años 1050 y 1250 se dio un resurgimiento en la vida intelectual que
produjo una sucesión de grandes teólogos. Se los llamó escolásticos porque pertenecían a las
“escuelas” o colegios que florecían en los monasterios y especialmente en las catedrales. Poco antes
del 1200, algunos de estos centros (escuelas abaciales y catedralicias) se transformaron en
universidades. El elemento cristiano impregnaba no sólo los libros que se leían, sino todos los
elementos de la cultura. No había una educación secular, con lo cual la cristiandad no fue sólo un
vehículo de cultura, sino que se convirtió en cultura.

Por otro lado, durante estos años se dio una multiplicación de textos traídos por los cruzados a
Europa vía España, que fueron traducidos y circulados profusamente. Una de las instituciones
culturales más representativas de este período en España—que se inició con Fernando I de Castilla
y se cerró al subir al trono de León, Fernando III el Santo (1035 a 1230)—es la Escuela de Traductores
de Toledo. Esta escuela dejó una honda influencia en la cultura española y en la europea en general
y marcó un hito de gran significación histórica en la evolución cultural de España. Fue un obispo
francés, Raimundo de Peñafort (1125–1151), el que, recogiendo la inquietud cultural de su época,
fomentada por la orden de Cluny en España, fundó en Toledo la primera escuela de traductores.
Aquí se tradujeron las obras árabes, primero las científicas (medicina, astronomía y matemáticas) y
luego las de filosofía.

William H. McNeill: “La recuperación de la obra aristotélica completa y la disponibilidad de


los comentarios musulmanes sobre ella ejercieron una tremenda influencia sobre los
teólogos occidentales durante la segunda mitad del siglo XII. Al principio, las autoridades
eclesiásticas intentaron prohibir el estudio de Aristóteles, temiendo que su paganismo
corrompiera el espíritu de los estudiantes, pero su tentativa fracasó. Al contrario, muchos
pensadores se dedicaron a la tarea de acomodar a Aristóteles y al resto de la sabiduría
griega y árabe dentro del marco cristiano. Sus esfuerzos dieron por fruto la filosofía
escolástica, llamada así porque era propuesta y estudiada en las escuelas, es decir,
universidades.”

Características. El escolasticismo representa a las tendencias filosóficas, científicas y teológicas


dominantes de la alta Edad Media. El escolasticismo era una manera de ver el mundo y las relaciones
del ser humano con Dios. Como tal, representaba tanto un método de enseñanza y de aproximación
a los problemas, como un contenido específico. No se procuraba una exploración creadora de la
doctrina cristiana, porque ésta estaba cerrada. Esta convicción surgía de la idea de que la obra ya
había sido ejecutada y de cierto sentimiento de inferioridad respecto al mundo clásico, que ya había
desaparecido. Los monjes de los siglos VIII y IX creían que bajo los romanos la humanidad había
poseído prácticamente la suma del conocimiento humano, de modo que todo lo que había que
hacer era transmitir fielmente lo que se había preservado de ese conocimiento.

El escolasticismo resultó de la aplicación de la razón a la teología, no con el fin de investigar los


credos o reflexionar sobre nuevas verdades, sino con el fin de sistematizar y comprobar las creencias
tradicionales existentes. El escolasticismo procuró reconciliar la razón con la fe; por eso,
predominaron en el mismo los conceptos filosóficos de Aristóteles. El creciente contacto con el
Imperio Bizantino y el mundo islámico levantó un número de preguntas acerca de cómo podía un
cristiano encontrarle sentido a la tradición pagana. En este proceso, surgieron algunas de los
pensadores filosóficos y teológicos más grandes de toda la Edad Media.

El escolasticismo se caracterizó básicamente por tres cosas. Primero, su especial relación entre
la filosofía y la teología. Se considera a la filosofía como esclava de la teología. Segundo, su
dependencia de la filosofía aristotélica. Hasta el siglo XII en Europa se conocía casi exclusivamente
la Lógica de Aristóteles, pero a partir de allí se traducen su Metafísica, Física y Ética. Tercero, su uso
del método lógico-deductivo y dialéctico. Para elaborar la síntesis del pensamiento anterior era
necesario un método lógico-deductivo consistente en definiciones, divisiones, argumentos,
silogismos, y otros recursos. Para ello, era necesaria la lógica deductiva. El método dialéctico,
comprendía esencialmente dos momentos. Lectio, mediante el cual el maestro leía un texto y
después lo interpretaba. Disputatio, por el que un alumno, asistido por un maestro, después de
exponer las definiciones y estado de la cuestión, respondía en forma de silogismo a las preguntas
de los arguyentes. Finalmente el maestro hacía un resumen de la discusión y decía la última palabra
en el asunto tratado.

Ludwig Hertling: “Lo que sobre todo faltaba a la escolástica medieval, era la posibilidad de
someter a un examen crítico el material teológico dado. Faltaban sobre todo conocimientos
sistemáticos de carácter histórico, y especialmente filológico, sobre la significación y
evolución del lenguaje humano. Además, el pensamiento teológico quedaba en muchos
puntos trabado por una deficiente observación de la naturaleza. Aquí es donde las épocas
posteriores pudieron efectuar aún grandes progresos.”

Representantes. Hubo en estos siglos un sinnúmero de pensadores, maestros, filósofos y


teólogos identificados con el método de la escolástica. Los escolásticos más importantes fueron los
siguientes.

Anselmo (1033–1109). Se lo considera como el padre del escolasticismo. Era italiano, pero
siendo joven se trasladó a Normandía donde llegó a ser profesor de teología y más tarde abad
benedictino. Al morir el arzobispo de Canterbury fue nombrado como sucesor en 1089,
destacándose como defensor de los derechos y libertades de la Iglesia y como escritor a través de
sus varios tratados de teología. El gran tema de los escolásticos estaba expresado en estas palabras
de Agustín de Hipona: “Entiende para que puedas creer; cree para que puedas entender.” El
problema era, ¿qué ponemos primero, la fe o la razón? Para Anselmo no había conflicto. Él procuró
reconciliar la fe con la razón, y quiso armonizar las naturalezas racional y espiritual del ser humano.
Ambas eran parte de los dones de Dios al ser humano. Lo que la fe cristiana enseña es una parte
esencial del concepto racional del universo y de la vida. Su meta era la fe en busca de la
comprensión, de allí su frase: “Creo para entender” (Credo ut intelligam). La fe precede al
conocimiento.

Su obra más famosa fue Cur Deus Homo (“¿Por qué Dios hombre?”). En Occidente la teología
era práctica y menos interesada en la vida interior de Dios que la teología de Oriente. Lo que
preocupaba a los teólogos occidentales era la vida real del hombre, un pecador necesitado de
perdón. En respuesta a esta inquietud, Anselmo desarrolló la teoría de la satisfacción al estudiar la
doctrina de la salvación.

En la Edad Media se pensaba de Dios como un gran señor feudal, a quien los vasallos debían
alianza y honor. El ser humano debe honor a Dios como el siervo a su señor; pero por su pecado, el
hombre ha deshonrado a Dios y es impotente para dar satisfacción por su deslealtad. En la época
feudal era posible expiar una ofensa recibiendo el castigo correspondiente o dando “satisfacción,”
es decir, la restitución del honor mancillado. El ser humano es incapaz de dar satisfacción a Dios,
por eso Dios en su misericordia envió a su Hijo, que asumió la humanidad, y quien como ser humano,
dio amplia satisfacción por su muerte inocente. Ésta es la razón por la que Dios se hizo hombre,
según Anselmo.

Abelardo (1079–1142). Nació en Francia y llegó a ser el maestro más popular en París. Fue
famoso por sus clases entusiastas en la escuela catedral de Notre Dame. Se enamoró de Eloisa
(sobrina de Fulberto, canon de Notre Dame). Cuando Fulberto descubrió esto colocó a Eloisa en un
monasterio y ordenó la castración de Abelardo. Él escribió una autobriografía, cuyo título describe
bien sus sufrimientos: La historia de mis calamidades.

Su obra más conocida es Sic et Non (Sí y No). Es un libro de teología para principiantes, donde
responde preguntas sobre ciencia, ética y religión usando citas bíblicas y de los Padres de la Iglesia.
Tomó pasajes que se contradecían con el propósito de resolver con la razón las contradicciones
aparentes. Abelardo había sido educado en la nueva lógica aristotélica y su libro quería estimular el
razonamiento lógico. Según él: “Nada debe ser creído hasta que no es entendido.” De allí que
invirtiera el axioma de Anselmo, y dijera: “Entiendo para creer” (Intelligo ut credam). Sus detractores
lo acusaron de querer minar la autoridad de la Iglesia. Bernardo de Clairvaux lo forzó a retirarse del
debate público, y la Iglesia consideró que sus ideas eran heréticas.

En cuanto a la doctrina de la salvación, Abelardo partió de la teoría de Anselmo, pero fue más
allá poniendo énfasis sobre el amor de Dios. La muerte de Cristo, según él, nos muestra cuánto nos
ama Dios y es este amor el que nos mueve al arrepentimiento.

Pedro Lombardo (1100–1160). Nació cerca de Lombardía. Estudió en Bologna y en Reims, y


enseñó en París, donde también fue obispo. Su obra más importante es Cuatro libros de sentencias,
que es un tesoro en cuanto a la abundancia de citas de los Padres de la Iglesia. Esta obra, que está
dividida en cuatro partes, llegó a ser el libro de texto del escolasticismo y tuvo una gran difusión
durante la Edad Media. Este libro fue la primera teología sistemática medieval. En ella, Lombardo
define los siete sacramentos, que todavía hoy sostiene la Iglesia Católica Apostólica Romana:
bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, orden sacerdotal, matrimonio y extremaunción.

Alberto Magno (1206–1280). Nació en Alemania (Bavaria) y estudió en Italia. Era dominico y
llegó a servir como obispo de Ratisbona por un corto tiempo. Su interés estaba en el estudio y
especialmente en las ciencias naturales. Usó a Aristóteles como ayuda para el pensamiento cristiano
acerca del universo y la vida de los seres humanos. Quiso unir a Agustín con Aristóteles. Su obra
significó una recuperación de la lógica, la ciencia y la ética aristotélica. Abogó por el uso de la
investigación empírica guiada por la observación y la prueba. Alberto fue uno de los grandes
maestros medievales que difundió la doctrina escolástica en las universidades de París, Padua,
Estrasburgo y Colonia. Entre sus obras sobresalen Suma teológica y Suma de las criaturas. Fue
maestro del más grande de los escolásticos, Tomás de Aquino.

Roberto Grosseteste (1175–1253). Filósofo y científico franciscano inglés, canciller de la


Universidad de Oxford, uno de los primeros europeos en traducir obras directamente del griego. Era
un aristotélico que trató de demostrar que el mundo era redondo. Hizo experimentos sobre la
refracción de la luz y demandó que sus estudiantes basaran sus especulaciones en la observación y
la experimentación. Un discípulo suyo, Roger Bacon (c. 1214–1294) anticipó la invención del
telescopio, enfatizó la importancia de las matemáticas y argumentó que la observación debe guiar
a la razón.

Buenaventura (1221–1274). Era franciscano y llegó a ser general de su orden en 1257. Estudió
con Alejandro de Hales (m. 1245) en París. Su nombre de bautismo era Juan de Fidanza. Francisco
de Asís fue quien le dio el nombre de Buenaventura cuando apenas tenía cuatro años. Supo unir
admirablemente los estudios especulativos con la mística. Se le conoce como el doctor seráfico.
Entre sus muchas obras de teología, exégesis, oratoria y espiritualidad sobresale su Breviloquium,
donde presenta de un modo claro y sintético toda la teología escolástica medieval.

Tomás de Aquino (1225–1274). Tomás merece una atención especial porque fue el más grande
de los teólogos escolásticos. Nació en el sur de Italia, cerca de Nápoles. Su madre era normanda,
conectada con la casa imperial alemana de los Hohenstaufen. Entró al monasterio de Monte Casino
a los cinco años y, contra la voluntad de sus padres, a la orden dominicana a los diecinueve años
(1243). Estando estudiando en la universidad de Nápoles, reconoció su llamado de ser un líder del
pensamiento cristiano. Estudió en París con Alberto Magno y lo siguió hasta Colonia. Enseñó en
varias universidades (Roma y especialmente París), y fue consejero de tres papas. Tomás era un
hombre simple y de oración, profundamente religioso y de un intelecto privilegiado. Sus obras están
marcadas por tal claridad, lógica y amplitud que lo colocan entre los pocos grandes maestros de la
Iglesia. Se destacó como escritor muy prolífico. Sus obras más destacadas son Suma contra gentiles
y Suma teológica.

La Suma teológica es un sistema de teología completo, que le llevó nueve años para escribirla y
que es la fuente principal de la filosofía y teología católicorromana. En ella utiliza la forma de
argumentación dialéctica típica del escolasticismo. La estructura de la Suma es tan racional, tan
lógica y tan clara como la estructura del otro gran logro del siglo XIII: la catedral gótica. Como dice
Henry Adams: “El método era el mismo para ambas, y el resultado fue un arte marcado por una
unidad singular, que permaneció y sirvió a su propósito hasta que el ser humano cambió su actitud
hacia el universo. La suma de Santo Tomás fue la más expresiva que el ser humano haya hecho, y
las grandes catedrales góticas fueron su expresión más completa.”

Ideas. Tomás de Aquino fue el hombre que realmente intentó fundir el sistema filosófico de
Aristóteles y la teología cristiana en un todo armonioso. Mirando hacia atrás al escenario medieval
a lo largo de los siglos que han pasado desde que Tomás vivió y escribió, uno tiende a olvidarse que
él fue un innovador y que para sus contemporáneos él era un pensador avanzado. Sin embargo, el
hecho es que al prestar su apoyo pleno, si bien no acrítico, a la filosofía aristotélica, cuyo espectro
sólo recientemente había llegado a ser conocido, Aquino no sólo enriqueció inmensamente el
pensamiento cristiano sino que dio también un paso atrevido. Sea lo que fuere que se piense de
algunos aristotélicos cristianos posteriores, la simplificación de cualquier acusación de
“oscurantismo” contra Aquino resultaría en una interpretación totalmente equivocada de la
situación en la primera mitad del siglo XIII. Por otra parte, Aquino no abrazó simplemente el
aristotelismo en razón de que era novedoso, sino que lo abrazó porque pensaba que en lo básico
era verdad, si bien ciertamente no lo consideró infalible.

Entre las ideas más importantes de Tomás de Aquino, cabe destacar las siguientes. En cuanto a
la fe y la razón, Aquino intentó su reconciliación. Siempre puso a la fe por sobre la razón, pero esto
no significa que haya desvalorizado a la razón. Su fe y su filosofía se desarrollaron en un todo
orgánico debido a que ambas surgen de la misma fuente divina. Tomás daba gran alcance a la razón
sosteniendo que aun sin la revelación divina los hombres podían llegar a creer en Dios. Para él, la
razón humana, entendida de manera aristotélica como procediendo a partir de la percepción
sensorial, podía captar algunas de las verdades que eran conocidas por la revelación divina (como
la existencia de Dios), y más aún, no contradirían a esas verdades reveladas a las que no puede
captar. Así, pues, según él, el propósito de la investigación teológica era ofrecer un conocimiento de
Dios y del origen y destino humanos. Tal conocimiento venía parcialmente por la razón (teología
natural), pero esto era inadecuado o no suficiente. Este conocimiento debía ser aumentado por los
dones sobrenaturales de Dios (dones de Gracia), que se agregaban a la naturaleza de tal manera
que no la destruían, sino que más bien la llevaban a la perfección. Dado que Dios era el autor tanto
de la fe como de la ley natural, la luz de la fe no destruía la luz natural del conocimiento que era
innato en el ser humano. La fe es un tipo de conocimiento. Ella le da asentimiento a la verdad
revelada porque ésta ha sido hablada por Dios, pero requiere de la acción determinativa de la
voluntad. Por lo tanto no puede haber conflicto entre filosofía y teología, porque ambos son de Dios.

De allí que, las creencias cristianas no son irracionales, pero la base de nuestras creencias no es
la razón sino la revelación a través de las Escrituras y los Padres, que son aceptados por fe, que es
un acto, no del intelecto sino de la voluntad y por lo tanto una decisión moral. Tomás creía que
había dos órdenes de verdad: en un nivel, la razón podía demostrar proposiciones tales como la
existencia de Dios; en un nivel superior, algunas cosas tales como la naturaleza de la Trinidad debían
ser aceptadas por fe.

Además, Tomás enfatizó el aristotelismo aun más que Alberto Magno. No sólo que lo entendió,
sino que lo admiró y lo colocó en toda su obra. Tomás basó su escolasticismo sobre el concepto del
universo como una gran cadena de ser. Dios omnisciente y omnipotente había dado su ser a todas
las cosas; cada parte de la creación tenía su lugar en un orden que iba desde la materia inanimada
hasta Dios. El ser humano ocupaba un lugar intermedio entre lo material y lo espiritual. La razón le
daba a los seres humanos el poder de comprender algunas cosas.
Frederick C. Copleston: “La adopción del aristotelismo por un hombre como Tomás de
Aquino en el siglo XIII involucró, por supuesto, el replanteo crítico de la filosofía de
Aristóteles de tal manera que resultó una síntesis obligada de teología y filosofía. El siglo XIII
fue, realmente, notable por la producción de tal síntesis. La metafísica, particularmente lo
que se conoce generalmente como ‘teología natural’, constituyó, realmente, el punto de
encuentro de estas dos ciencias.”

Teología. En cuanto a Dios, él es la causa primera y actividad pura. Él es también la más real y
perfecta de las existencias. Dios no necesita de nada, y por lo tanto la creación del mundo es una
expresión del amor divino que él concede sobre sus criaturas. El pecado hace que sea imposible
para el ser humano agradar a Dios. La restauración del ser humano es posible sólo a través de la
gracia de Dios libre e inmerecida por la cual es cambiada la naturaleza del ser humano, sus pecados
son perdonados y se le infunde el poder para practicar las tres virtudes cristianas (fe, esperanza y
amor).

En cuanto a la doctrina de la expiación, Tomás combinó el concepto de Anselmo con el de


Abelardo. Según él, Cristo hizo satisfacción por los pecados de los seres humanos, y esto es lo que
mueve a los hombres a amarle. La obra de Cristo fue el método más sabio y el más eficiente para
perdonar los pecados del ser humano. La Iglesia es una, dondequiera que esté representada, en los
cielos, sobre la tierra o en el purgatorio. Cuando un miembro de la Iglesia sufre, todos sufren;
cuando uno está bien, todos comparten en su buena obra.

_ Las universidades

Origen. Fueron las ciudades las que dieron nacimiento a las universidades, y esto después de las
Cruzadas, cuando un mejor conocimiento de las civilizaciones bizantina y musulmana provocó en
Europa occidental un gran interés por aumentar los conocimientos. Antes de la aparición de las
universidades, el conocimiento había sido fomentado y controlado por la Iglesia. En el siglo XI, los
centros de enseñanza existentes en Europa occidental eran las escuelas organizadas por el clero,
que funcionaban anexas a una iglesia o a un monasterio. El principal objetivo de ellas era la
preparación religiosa. Pero estas escuelas no podían satisfacer el ansia creciente de conocimiento.

Al principio, el nombre del nuevo sistema no fue “universidad,” sino studium generale (estudios
generales), no porque se estudiara de todo, sino porque los estudios estaban abiertos a todos. La
agrupación de estudios surgió generalmente por la iniciativa de algún obispo, pero en la segunda
mitad del siglo XIII se restringió la libertad de creación de estos centros de estudios generales y sólo
el Papa o los reyes estaban autorizados a reconocerlos como tales, concederles privilegios y darles
oficialmente el carácter de “universidad” (del latín universitas, agrupación o conjunto de todos,
corporación). El término universitas denotaba, en la Edad Media, el cuerpo de profesores y
estudiantes enseñando y estudiando en una ciudad determinada. La autorización papal o real las
constituía formalmente en una corporación educativa, con estatutos y privilegios definidos.

En este sistema, los profesores o maestros y estudiantes estaban asociados en gremios (guildas)
para defender sus derechos y dependían del obispo o del rey, quien los autorizaba o no a enseñar.
Con el tiempo, los maestros de estudios más avanzados demandaron mayor libertad y apelaron al
Papa, quien los colocó bajo su protección. De esta manera, comenzó a desarrollarse una nueva
institución, libre del control de la ciudad y de sus autoridades eclesiásticas. Esta independencia fue
aceptada como un derecho de las universidades, y la mayoría fue fundada por decretos papales.

Ludwig Hertling: “Las primeras universidades propiamente dichas surgieron hacia fines del
siglo XII, no como transformación de las escuelas catedralicias o clausurales, sino por la libre
asociación de maestros y discípulos. Tales asociaciones recibieron luego extensos privilegios
de los príncipes, y sobre todo del papa, entre ellos jurisdicción propia y también beneficios
eclesiásticos. Los primeros ‘Estudios generales’, que tal era su nombre primitivo,
aparecieron en París, Bolonia, Oxford. Las universidades posteriores fueron por lo común
fundaciones de reyes y señores, pero siempre con privilegio papal. Entre las más antiguas
de esta clase figuran Nápoles, fundada en 1224 por Federico II, Tolosa en 1229 por Gregorio
IX, Roma en 1244 por Inocencio IV, y en España, Palencia, fundada en 1212 y Salamanca,
fundada en 1243.”

Posiblemente la universidad más antigua fue la de Salerno (Italia), cuyos comienzos se fijan a
principios del siglo XI. Rápidamente le siguieron muchas otras: Bolonia (fines del siglo XI), Parma
(1100), París (1120), Oxford (1130), Montpelier (1130), Cambridge (1209), Padua (1222), Nápoles
(1224), Salamanca (1230), Valladolid (1346), Praga (1347), Colonia (1388), y otras más en numerosas
ciudades. En el campo de la teología y la filosofía especulativa París era sin dudas la universidad más
importante del siglo XIII. La política de la Santa Sede, especialmente de los papas Inocencio III, quien
sancionó los estatutos a través de su legado, y Gregorio IX, era la de promover el servicio a la religión
y a la Iglesia mediante la conciliación de la filosofía con la teología. En otras palabras, París era
considerada como la campeona y baluarte intelectual de la verdad cristiana. En cuanto a Bologna,
la universidad de esta ciudad fue también de gran importancia; pero más bien en el campo de la ley
eclesiástica y civil, que en el de la teología dogmática o de la filosofía. Fue en París que, antes que
cualquier otro lugar, el contacto entre la teología cristiana y la filosofía griega e islámica llevó a
resultados importantes. En Oxford los teólogos-filósofos eran marcadamente conservadores en
espíritu, ligados fuertemente a la tradición agustiniana, si bien este conservatismo estaba
combinado con otra característica, propia del Oxford del período, es decir, el cultivo de las
matemáticas y la ciencia según fue transmitida por los árabes.

Estructura. Los estudios universitarios estaban divididos en cuatro facultades: teología, leyes,
medicina y artes. La mayoría de los estudiantes eran clérigos mayores de trece años, que durante
siete años estudiaban el Trivium (del latín, tres caminos), que consistía en gramática, lógica
(dialéctica) y retórica; y, el Quadrivium (del latín, cuatro caminos), que consistía en música,
aritmética, geometría y astronomía. Al terminar el curso en las siete artes liberales, donde estudiaba
la mayoría, se obtenía el título de Bachiller en Artes. Luego comenzaban los estudios superiores en
cualquiera de las otras facultades (teología, leyes o medicina), que duraban unos siete años más y
que terminaban con el título de Magíster (maestro), título que le daba al graduando el derecho a
enseñar. Teología no era un curso que seguía todo el clero, sino sólo los más capaces. El grado de
preparación de la mayoría de los sacerdotes era muy pobre. Contaban con algo de latín aprendido
en la escuela de gramática y en la catedral, algo de Trivium y Quadrivium, más un poco de exposición
bíblica y preparación práctica, que impartía el obispo o algún otro maestro. El idioma universitario
era el latín, lo que facilitó el intercambio cultural, pues en todas partes de Europa se enseñaba en
forma semejante, usando la misma lengua.

Influencia. El método de enseñanza era escolástico y consistía en la lectura de textos realizada


por el maestro y ampliada con sus comentarios personales. Los estudiantes tomaban nota de lo que
el maestro leía o comentaba, y participaban de los debates que seguían. No había muchos libros y
los estudiantes eran pobres y pendencieros. No obstante, fue en las universidades medievales
donde se desarrolló la escolástica y donde la teología y la filosofía tuvieron su mejor hora. Los
conocimientos científicos fueron muy escasos, debido al interés absorbente por la teología y la
filosofía. Además, todo conocimiento se fundaba en textos ya escritos, dejando de lado toda
observación o experimentación propias, y por cierto, todo tipo de aproximación crítica.

_ La mística

Junto con el desarrollo del escolasticismo y las universidades se dio en la alta Edad Media un
reavivamiento de la mística cristiana. Mientras los escolásticos se esforzaban por llegar al
conocimiento de las verdades reveladas mediante el raciocinio, los místicos preferían sumergirse en
las verdades reveladas por medio de la contemplación interior, para exponer después los resultados
de su experiencia de un modo más formal. En un sentido, la escolástica y la mística parten de un
mismo principio. Se distinguen únicamente por la manera como cada una busca las verdades
religiosas. La escolástica, como vimos, lo hace por medio de la dialéctica, mientras que la mística
por medio de la contemplación. La escolástica discute; la mística intuye.

Muchos místicos destacados, como Bernardo de Clairvaux, escribieron comentarios sobre el


Cantar de los Cantares, al que le dieron una interpretación de carácter alegórico, y escribieron
poemas e himnos de profundo contenido espiritual. Tomás de Aquino no sólo fue el teólogo más
destacado del período, sino un gran místico. Sus obras místicas, como Punge lengua y Lauda, Sion
presentan a un Aquino que estaba enamorado de Jesús. Se dice que sus sermones movían a los
oyentes al llanto. En su comentario sobre los Salmos (por ejemplo, Salmos 32 y 46), Tomás sugiere
que el jubileo o regocijo místico es la manera correcta y más profunda de alabar al Señor, porque
nos permite expresarnos aun cuando las palabras racionales no alcancen o el lenguaje conceptual
no sea suficiente. Buenaventura, otro teólogo medieval destacado, supo combinar el rigor de un
teólogo competente con el amor simple de un místico. El jubileo (que incluye el alabar al Señor en
lenguas) jugó un papel importante en su teología del misticismo. Según él, el jubileo o regocijo
exaltado es particularmente fuerte justo antes de la unión con Dios. En su obra Camino triple, una
de sus obras más importantes sobre misticismo, Buenaventura señala dos pasos en este proceso.
Primero, el alma es limpiada a través del dolor, las lágrimas y el arrepentimiento. Luego viene el
perfeccionamiento del alma a través de la alabanza, la acción de gracias y el jubileo.

Juan Gerson (1362–1428) fue uno de los más grandes eruditos de la Edad Media. Como rector
de la Universidad de París hizo importantes contribuciones a la educación superior. Fue también un
predicador muy popular y un defensor de la teoría conciliar para la renovación de la Iglesia. En sus
obras, Gersón describe una forma particularmente exuberante de regocijo, que él pone en contraste
con el ruido descontrolado de las calles y los teatros. Según él, el jubileo cristiano resulta de una
experiencia profunda del gozo del Señor y puede ocurrir durante el éxtasis místico. Para él, este
regocijo es un gozo puro del corazón que se manifiesta en el cuerpo a través de la canción y gestos
corporales espontáneos.

Juan Gerson: “La hilaridad de la persona devota … es una cierta dulzura maravillosa e
inexplicable que toma control de la mente … de modo que ahora ella ya no se controla.
Ocurre una especie de espasmo, éxtasis o partida.… La mente brota, salta o danza por medio
de los gestos del cuerpo, que son graciosos, y luego se regocija en una manera imposible de
expresar.… La alabanza es placentera, la alabanza es agradable, en razón de que la pureza
del corazón canta junto con la voz.”

LOS PAPAS EN EL PODER

Con la coronación de Carlomagno por el Papa León III (800) nació el Sacro Imperio Romano-
Germánico. Con esto se restauró el Imperio Romano occidental destruido desde el año 476 por los
bárbaros germanos, pero con un sentido enteramente cristiano. La corona imperial no aumentó en
nada el poder real o territorial de Carlomagno, pero ante la cristiandad entera le confirió una
autoridad moral, y sobre todo, una dignidad político-sacral. Bajo el Sacro Imperio Romano-
Germánico quedaron unificados todos los cristianos de la Europa occidental.

José Luis Romero: “Durante el transcurso de la alta Edad Media, y a medida que se
acentuaba el regionalismo feudal, la autoridad de los papas romanos creció y se afirmó
decididamente. En una Europa que guardaba fervorosamente el recuerdo del Imperio
Romano y que, sin embargo, se resistía a congregarse en uno nuevo—pues el Santo Imperio
Romano-Germánico no extendía su influencia fuera de Alemania e Italia—, el papado
representaba un vínculo espiritual que satisfacía la concepción universalista predominante
sin imponer una relación de dependencia política.”

La unificación de todos los cristianos en un gran Imperio correspondía a la idea agustiniana de


la Ciudad de Dios. Agustín presentaba al reino de Cristo como algo que ya existía en este mundo
dondequiera que la Iglesia compartiera el poder con el Estado. Según esta idea, el Papa, como
cabeza de la cristiandad, y el Emperador como cabeza suprema temporal, tenían que trabajar en
unión estrecha para el doble fin de la humanidad: el trascendente o eterno y el inmanente a este
mundo. Éste fue el fundamento ideológico del concepto de cristiandad. “Cristiandad” designa, en
sentido lato, al conjunto de los fieles cristianos, al mundo cristiano; en sentido estricto, se refiere al
control de la Iglesia sobre el aparato estatal, con el sueño de reunir el poder espiritual y terrenal en
un reino duradero, una especie de civilización cristiana, bajo el control de la Iglesia. El emperador
tenía el derecho y el deber de proteger a la Iglesia y colaborar con la difusión del evangelio, mientras
que la Iglesia bendecía al emperador y legitimaba su poder político.

_ Los Papas posteriores a Carlomagno


Los cristianos occidentales de la Edad Media no tenían dudas en que el obispo de Roma tenía
un lugar central en el reino de Cristo. Pensaban de él como “vicario,” es decir, el representante de
Pedro, que en el Nuevo Testamento es el primero de los apóstoles (Mt. 10:2) y es la roca sobre la
que se edifica la iglesia (Mt. 16:18). El obispo de Roma era único en muchos aspectos y la leyenda
ayudó a incrementar su prestigio y fundamentar sus pretensiones. Documentos falsos como la
Donación de Constantino y las Decretales Pseudo-isidorianas sirvieron a este propósito.

El Papa había actuado de manera independiente durante mucho tiempo como el único
gobernante de Roma y sus territorios vecinos. En 753 fue a París a coronar a Pipino el Breve como
si el reino franco fuese suyo. El Papa era el único poder “unificador” en una Europa atomizada por
los diversos reinos germánicos. Su autoridad recordaba la unidad bajo el Imperio Romano y
garantizaba la continuidad de los viejos tiempos. Sin embargo, fue la personalidad, ingenio,
persistencia y convicción de ciertos papas lo que paulatinamente fue haciendo realidad tales
pretensiones hegemónicas.

Algunos papas del siglo IX. Gregorio IV (827–844) fue invitado por Lotario a Alemania para hacer
de intermediario entre Ludovico Pío (sucesor de Carlomagno) y sus hijos rebeldes. Pero no consiguió
nada por su postura a favor de Lotario, uno de ellos. Sergio II (844–847) vio a los sarracenos llegar
hasta Roma y saquear las basílicas de San Pedro y de San Pablo. Para evitar estos asaltos, León IV
(847–855) hizo rodear de murallas el Vaticano, mientras que Benedicto III (855–858) tuvo que luchar
por mantener su posición con un candidato imperial. Fue en estos años que apareció un Papa (que
aparentemente gobernó dos años entre León IV y Benedicto III), y que resultó ser una mujer, la
papisa Juana. Se dice que el engaño se descubrió cuando la mujer dio a luz durante una procesión.

Nicolás I (858–867). Nicolás I fue el Papa más importante de todo el primer período medieval.
Nicolás aceptó como auténticos los documentos que apoyaban su poder y actuó convencido de lo
que decían. Él estableció un nuevo concepto de la dignidad y poder del papado. Según él, el Papa,
que era la cabeza de la Iglesia, pasaba a ser la cabeza de la cristiandad, es decir, su gobierno se
extendía sobre todas las tierras donde la Iglesia ejercía su ministerio y poder. En consecuencia, tenía
un rango igual o mayor que el del emperador y actuaba independiente de él. En 843, por el Tratado
de Verdún, el imperio de Carlomagno había sido dividido por sus sucesores en tres partes: Francia
(Carlos), Alemania (Luis), y Este de Francia y Norte de Italia (Lotario). Nicolás no tuvo que enfrentar
a un solo emperador, sino a tres reyes que competían entre sí. Por eso, fue famoso por su dominio
de los emperadores y los reyes. En 863 le ordenó a Lotario II que retomara a su esposa, a la que
había repudiado por otra mujer, y declaró su matrimonio indisoluble. Además, excomulgó a los
prelados que habían autorizado la separación y depuso a los arzobispos que se opusieron a su
medida. Lotario II intentó atacarlo en Roma, pero el emperador Luis II se reconcilió con él y Lotario
tuvo que despedir a su amante y recibir a su esposa.

Nicolás pensaba del Papa como el único líder de la Iglesia Católica. Él sostenía el derecho de los
obispos de pasar por arriba de los metropolitanos y apelar a Roma. Pero también aplicó una fuerte
disciplina a los obispos y arzobispos que lo resistían, incluso usando la excomunión. Con esto, Nicolás
pretendía que el Papa era el juez supremo y que la ley de la Iglesia no era válida excepto cuando
estaba aprobada por el Papa, quien era el representante personal (vicario) de Cristo. De igual modo,
se atribuyó el derecho de censurar los escritos sobre la fe y la doctrina, y estableció el precedente
de que la Iglesia Romana tenía el poder para confirmar concilios. Los decretos conciliares eran nulos
si no estaban refrendados por el Papa. Los sínodos no eran otra cosa que instrumentos para expresar
la voluntad papal. En todas estas cuestiones, Nicolás hizo uso de las Decretales pseudo-isidorianas
para fundamentar sus pretensiones.

Nicolás I es recordado también por su desavenencia con el patriarca Focio, que terminó en un
primer cisma con la Iglesia Bizantina. Focio, que era un laico erudito, gobernó como patriarca
durante dos períodos (857–867 y 878–886). En 863, Nicolás I depuso a Focio y reconoció a Ignacio
(que había sido depuesto en 857 por el emperador bizantino) como el legítimo patriarca. Focio
respondió acusando a la Iglesia Romana de herejía por incluir la cláusula filioque en el Credo Niceno-
Constantinopolitano y por la práctica de ayunar el día sábado en lugar del día domingo. Para
complicar más las cosas, en estos años había una disputa entre Este y Oeste por el control
eclesiástico de Bulgaria.

_ Los Papas desde fines del siglo IX a principios del siglo XI

La falta de un emperador todopoderoso le dio la oportunidad a un Papa fuerte como Nicolás I


de demostrar lo que un Papa, como cabeza de la cristiandad, podía hacer. Pero un siglo más tarde,
la falta de un gobierno efectivo en Roma, el desorden y los problemas sucesorios llevaron al papado
al desastre. El problema mayor fue que el papado pasó a ser la propiedad privada de algunas familias
romanas.

El siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). El siglo X es conocido como “el siglo de hierro de la Iglesia”
en razón de su barbarie y esterilidad espiritual. Fue un tiempo de profunda crisis moral y espiritual
tanto dentro como fuera de la Iglesia. Fue un tiempo oscuro, plagado de escándalos papales y
pérdida de todo sentido de integridad. Los papas entraban y salían de su trono con violencia, y la
mayoría no logró ostentar el poder más que por unos días o meses. Con el papa Sergio III (904–911)
comenzó un tiempo de anarquía, en el cual los papas pasaron a ser títeres de la poderosa familia de
Teofilacto. Éste era tesorero de la Iglesia Romana, jefe del ejército y senador. A su lado estaba
Teodora, mujer ambiciosa y poco escrupulosa en materia de honestidad. Una hija de este
matrimonio, Marozia, terminó quedando dueña absoluta del poder en Roma y nombró Papa a su
propio hijo, Juan XI (931–935), a quien había engendrado con el papa Sergio III.

Años más tarde llegó al trono papal Juan XII (955–964), nieto de Marozia, cuando contaba con
sólo dieciocho años. El nivel de corrupción que el papado alcanzó con él es difícil de describir. Ya
antes de llegar a ser Papa, había hecho un pacto con el diablo durante una orgía. Su conducta pública
y privada fue simplemente escandalosa. Su gobierno infame de la Iglesia llegó a su fin con el
advenimiento de Otón I (936–973) de la dinastía de Sajonia al trono imperial en 962. Otón lo
destituyó y colocó a León VIII en su lugar. Cuatro meses más tarde, Juan convocó un sínodo en Roma,
excomulgó a Otón y poco después murió, terminando así este período de pornocracia.
No obstante, al morir Otón I (973) se sucedieron los desórdenes en Roma. Al frente de la nobleza
apareció una nueva familia, los Crescencios, que se adueñarían de la ciudad por unos cuarenta años
más. Otón II (973–983) no pudo dominar la situación romana y finalmente murió joven dejando el
papado de nuevo en manos de la nobleza local. Su hijo, Otón III (983–1002) se presentó en Roma
en 996, llamado por el papa Juan XV, quien reconoció su supremacía. A la muerte de Juan XV, los
romanos pusieron en sus manos la elección del nuevo Papa, que resultó ser Gregorio V (996–999),
el primer alemán en el trono papal. Al morir éste, eligió a Silvestre II (999–1003), el primer francés
en llegar al pontificado. El ideal de Otón III era la renovación del Imperio Romano, concebido como
un gran reino cristiano, una federación de naciones independientes, con igualdad de derechos y con
capital en Roma. Pero los sueños imperiales de Otón III acabaron trágicamente. Una rebelión de los
romanos, que no veían con buenos ojos la continua presencia el emperador en Roma, lo obligó a
huir junto con el papa Silvestre II. Al morir poco después Otón III y Silvestre II, el papado cayó de
nuevo en manos de la nobleza romana.

Las primeras décadas del siglo XI. Hacia el año 1000 se produjeron levantamientos populares en
contra del sistema feudal y el papado, al que acusaban de ser propiedad de una familia noble de
Roma, los Túsculo. El peor de todos los papas designados por esta familia fue Benedicto IX (1032–
1044), un adolescente degenerado (dieciocho años), que fue depuesto por el pueblo en el año 1044.
En su lugar los romanos nombraron a Silvestre III (1045), pero pocas semanas más tarde fue
depuesto por Benedicto IX, que vendió el trono recuperado al mejor postor. El comprador fue
Gregorio VI, su padrino y presbítero romano, que pagó cien talentos de plata, y que tenía
intenciones de reformar el papado. Benedicto cambió de parecer y no quiso abandonar lo que había
vendido y esto significó que en un momento en Roma había tres papas: Benedicto IX, Silvestre III y
Gregorio VI.

El pueblo romano no soportó la situación y apeló al emperador Enrique III (1039–1056), quien
depuso a los tres y nombró a su primo León IX. Silvestre III fue encerrado en un monasterio, y
Gregorio VI fue desterrado a Colonia, a donde lo acompañó Hildebrando, el futuro papa Gregorio
VII, hasta el día de su muerte. Más tarde, León IX invitó a Hildebrando a que se le uniera en sus
planes de reforma.

Jeffrey Burton Russell: “Su intervención más recordada [de Enrique III] fue en el llamado
sínodo de Sutri (1046), en el cual tres personas distintas reclamaban haber sido elegidas
legítimamente como papas. Había acusaciones mutuas entre ellos de haber accedido al
papado mediante regalos y dinero. Enrique III indujo a los tres reclamantes a deponer sus
pretensiones e hizo elegir como Papa a un obispo alemán [Clemente II (1046–1047)];
cuando éste y su sucesor murieron, promovió la ascensión al papado del obispo Bruno de
Toul, quien tomó el nombre papal de León IX (1048–1054).”

_ Los grandes Papas reformadores del siglo XI

León IX (1049–1054). La primera acción de León IX fue rehusarse a entrar en Roma con gran
pompa, como correspondía a un Papa. Lo hizo descalzo y vestido como un peregrino. En cinco años
sólo estuvo en Roma seis meses; viajó incansablemente revigorizando la Iglesia, mejorando su
disciplina y animando a arzobispos y obispos a cumplir su ministerio. León estaba imbuido del ideal
de reforma de la Iglesia.

León estaba formado en el espíritu de los monjes Cluny y planeó un programa de reforma de la
Iglesia en tres direcciones. Primero, se propuso la reforma de la Iglesia para librarla de la corrupción
que imperaba. Luchó contra la simonía y el nicolaísmo (una herejía del siglo I). Segundo, llevó a cabo
campañas militares contra los normandos y los musulmanes, si bien en esto no le fue bien. En 1053
dirigió personalmente una campaña militar contra los normandos del sur de Italia, pero cayó
prisionero. Esto fue un antecedente de las Cruzadas, de la idea del soldado cristiano y de la Iglesia
tomando la iniciativa de la guerra. Y, tercero, durante su papado el rompimiento entre Roma y
Constantinopla fue total. La política de León en el sur de Italia (que pertenecía a Oriente) ayudó a
esto, ya que León celebró sínodos y depuso a algunos obispos. Así, la lucha por el poder y nuevas
disputas teológicas terminaron en el cisma definitivo en 1054, que ocurrió unos meses después de
su muerte. Los representantes del Papa excomulgaron al patriarca Miguel Cerulario en Santa Sofía.

Nicolás II (1058–1061). Su pontificado es recordado por el decreto relativo a la elección del Papa.
Para liberar definitivamente las elecciones papales de las injerencias de los nobles y de la corte
imperial, reunió un sínodo en Roma en 1059, que promulgó un nuevo reglamento para elegir al Papa
y liberó al papado de su relación política con la ciudad de Roma y sus desórdenes. Esto significó que
en adelante el Papa no sería elegido por el pueblo de Roma, sino por un colegio de cardenales. El
Papa no tenía que ser necesariamente romano ni venir a Roma a fin de ser coronado para ejercer
su autoridad.

Nicolás II - Decreto sobre la elección papal (1059): “Nosotros decretamos y decidimos que
a la muerte del pontífice de esta iglesia romana universal, los cardenales obispos,
determinen todas las cosas con el mayor cuidado, adscriban enseguida a los cardenales-
presbíteros, y que el resto del clero y el pueblo dé su asentimiento a la nueva elección, de
suerte que, en prevención de que el veneno de la venalidad se deslice bajo un pretexto u
otro, sean los hombres religiosos los primeros que promuevan la elección del pontífice y
que otros la sigan.… Que escojan al elegido del seno de la iglesia romana misma si se
encuentra una persona capaz, y si no que la busquen en otra iglesia.”

Este mismo sínodo prohibió la investidura de laicos, es decir, la ordenación de un abad u obispo
por el gobierno secular. Este decreto indignó a la corte imperial, y para prevenir las posibles
represalias de los alemanes, Nicolás II buscó el apoyo de los normandos del sur de Italia. En 1059 se
firmó también un tratado por el cual los normandos pagaban tributo a la Santa Sede y defendían a
la Iglesia contra todo ataque de sus enemigos.

Gregorio VII (1073–1085). En el año 1073, Hildebrando, que durante veinticinco años había
estado junto al trono papal fue coronado, no conforme a las reglas de 1059, sino por aclamación
popular con la aprobación de los cardenales. Hildebrando adoptó el nombre de Gregorio VII, y fue
el más grande de todos los papas medievales. Fue uno de los papas reformadores más radicales: sus
legados recorrieron toda Europa corrigiendo y castigando abusos. Su programa de reforma
comprendía dos cuestiones esenciales: la lucha contra la simonía y el nicolaísmo, y la lucha contra
la investidura laical. Según él, no había dos poderes en los planes de Dios (el temporal y el espiritual),
sino sólo uno: el poder espiritual. Por eso, los príncipes debían besar sus pies.

Norman E. Cantor: “Continuando en la veta agustiniana, Gregorio concluyó que el único


poder legítimo en el mundo residía en el sacerdocio, particularmente en el obispo de Roma
como el vicario de Cristo sobre la tierra. Sólo aquellos que se sometían a esta autoridad
divinamente constituida podían esperar ser incluidos en la ciudad celestial. Enfatizando
fuertemente el concepto de libertad paulino-agustiniano, él afirmaba con denuedo que la
libertad del cristiano consistía en la sujeción de su voluntad egoísta a los fines divinos que
el papado perseguía en el mundo. Sólo un orden mundial en el que se concretaban estas
doctrinas podía ser llamado justo y correcto.”

Las metas de Gregorio. Las metas principales de Gregorio fueron varias y muy importantes.
Primero, eliminar la oposición al papado dentro de la Iglesia. Segundo, liberar a Roma de la
influencia secular en el nombramiento de papas y oficiales eclesiásticos. Y, tercero, conseguir el
apoyo de los poderes seculares para lograr los ideales papales de dominación.

Los medios de Gregorio. Para alcanzar estas metas, Gregorio utilizó diversos instrumentos, entre
ellos los siguientes. Por un lado, la excomunión, que significaba la suspensión de los sacramentos y
por lo tanto la condenación eterna y también temporal, ya que el excomulgado era marginado. Si el
excomulgado era un rey, sus súbditos no estaban obligados a obedecerlo y cualquier católico fiel
podía adueñarse de sus propiedades. Por otro lado, el interdicto, que era la excomunión de toda
una comunidad, incluso de todo un país. Las iglesias se cerraban y no se administraban los
sacramentos, excepto el bautismo y la extrema unción. Y, finalmente, el bando, que declaraba fuera
de la ley a quien era puesto bajo el mismo. La persona así condenada carecía de toda protección
legal y el poder secular podía disponer incluso de su vida.

El poder de Gregorio. Utilizando estos instrumentos con bastante elasticidad y fuerza, apelando
a documentos falsos e invocando la autoridad de Pedro, Gregorio VII fue ganando cada vez más
poder e influencia sobre los poderes seculares. En 1075 publicó un resumen de los privilegios de la
Santa Sede, donde expuso su concepción sobre el poder pontificio en relación al poder de los reyes
y emperadores. En la proposición doce se proclamaba el poder del Papa para deponer a los reyes, y
en la veintisiete el poder de librar a los súbditos del juramento de fidelidad respecto a sus soberanos.

Las reformas de Gregorio. Entre las reformas más importantes de Gregorio, mencionamos
especialmente dos. Por un lado, se les negó a los reyes y príncipes el derecho de nombrar obispos y
Papas. Por otro lado, se proclamó el celibato del clero, medida que resultó en un alivio económico
para Roma, en el aumento de la diferencia entre clérigo y laico, en una mayor movilidad y
disponibilidad del clero, en la eliminación del nepotismo, y en el enriquecimiento de la Iglesia, que
era la única heredera de las posesiones de los obispos cuando éstos morían.

Los problemas de Gregorio. El choque con el poder temporal fue el problema más serio que
confrontó Gregorio. Éste se produjo en ocasión de la controversia de las investiduras, cuando
Enrique IV, rey de Alemania, que pretendía ser coronado emperador del Sacro Imperio por el Papa,
nombró por su cuenta al arzobispo de Milán. Gregorio VII le escribió una carta reprendiéndolo y
aquél le respondió convocando un sínodo (1076), que depuso a Gregorio como Papa. Enrique envió
a Roma el documento de deposición con una carta dirigida a “Hildebrando, ya no Papa, sino monje
falso.” El Papa excomulgó y depuso a Enrique IV, absolviendo al pueblo de su juramento de fidelidad.
Gregorio no tenía un ejército para hacerle frente, pero Enrique contaba con fuerzas que fácilmente
se podían dividir, porque el poder real todavía no era lo suficientemente fuerte. Así, Enrique se dio
cuenta de que se quedaba sin el respaldo de los sajones y de los príncipes alemanes, y que debía
actuar sin demora haciendo las paces con el Papa a cualquier costo.

Gregorio viajaba de Roma a Alemania, para asistir a una dieta que decidiría esta cuestión, y se
detuvo en Canosa (1077), en el castillo de la condesa Matilde de Toscana. Enrique con su esposa e
hijo en pleno invierno cruzó los Alpes para verlo y estuvo parado descalzo en la nieve durante tres
días en la puerta del palacio esperando que el Papa lo recibiera. Finalmente, se le levantó la
excomunión y prometió obediencia y fue restaurado al seno de la Iglesia.

Gregorio VII: “Sin ninguna muestra de hostilidad o insolencia, llegó al pueblo con una
comitiva pequeña. Durante tres días estuvo de pie en miseria delante del pórtico del castillo,
habiéndose quitado su capa real, descalzo, vestido sólo con ropas de lana. Con muchas
lágrimas imploró la ayuda y consolación de nuestra piedad apostólica.… Finalmente,
movidos por la urgencia de su dolor, y las oraciones de todos los presentes, soltamos el yugo
de su excomunión, y lo recibimos en el seno de la santa madre Iglesia.”

Este acto de humillación fortaleció la imagen del rey ante sus súbditos y éste, lejos de claudicar
en sus pretensiones, declaró la guerra al Papa, a quien finalmente derrotó (1083) enviándolo al
exilio, donde murió. Enrique coronó a un nuevo Papa (Clemente III) y éste lo coronó emperador
(1084). Estas luchas en torno al problema de la investidura y el trono papal no terminaron hasta
comienzos del siglo XII, cuando se hizo un arreglo: la Iglesia nombraría a los obispos, pero con la
aprobación del emperador.

_ Los Papas de los siglos XII y XIII

Alejandro III (1159–1181). Comenzó su reinado con dificultades, especialmente con Federico
Barbarroja (1152–1190) el rey alemán, pero pudo continuar la obra reformadora de Gregorio VII.
Entre sus contribuciones cabe mencionar que fue él quien citó el Tercer Concilio de Letrán, que se
reunió en 1179. Este concilio decretó: (1) sólo los cardenales podían nombrar al Papa; (2) los
cristianos que morían peleando contra la herejía recibían el perdón de todos sus pecados; (3) las
autoridades seculares no debían interferir en los asuntos de la Iglesia; y, (4) la canonización de los
santos debía ser aprobada por Roma.

En relación con lo último, Alejandro III convirtió en monopolio papal toda la cuestión de la
canonización de los santos. Con las Cruzadas, el comercio de las reliquias y su veneración fue
creciendo hasta llegar a ser un verdadero furor. Las iglesias y los particulares competían entre sí en
cuanto a quién poseía las reliquias más valiosas y milagrosas. Esto había dado un fuerte impulso al
culto de los santos, que llegó a tener cierto peso político. De allí la decisión del Papa de poner control
sobre el mismo.

Inocencio III (1198–1216). A fines del siglo XII llegó al trono de Roma otro de los grandes papas:
Inocencio III, el Papa de los grandes logros y de las glorias mayores durante la Edad Media. Sus
contemporáneos lo llamaron “estupor del mundo.” Tomó el título usado por Gregorio de “Vicario
de Pedro” y lo transformó en “Vicario de Cristo.” Sus pretensiones de poder fueron menos radicales
que las de Gregorio, en parte porque era más estadista y menos batallador, y en parte porque no
había muchos opositores. Su gobierno llevó al máximo el poder papal, que alcanzó la cúspide del
poderío terrenal. Llegó a ser el mayor poder de Europa y manejó la política internacional a su antojo,
coronando y deponiendo reyes, excomulgando individuos y naciones, y otorgando favores y reinos
a quienes le rendían homenaje.

Inocencio III colocó al papado en el centro de los movimientos mundiales. Al igual que Nicolás
I, consideraba que “el mundo es una ecclesia,” de modo que consideraba como derecho y obligación
aprobar a reyes y emperadores. La Iglesia Romana era la legisladora final de toda la cristiandad y su
autoridad se extendía sobre toda la societas christiana, cuyos gobernantes debían someterse a los
juicios del Papa. Para lograr esto, el papado tenía derecho a utilizar todas las armas espirituales
disponibles, sobre todo la excomunión y el interdicto, y a emplear todos los recursos del privilegio
espiritual. Por lo tanto, el mundo tendía a dividirse no en personas buenas o malas, sino en papistas
y antipapistas.

Dos de los logros mayores de Inocencio III fueron: (1) El Cuarto Concilio Laterano de 1215, que
por orden papal reunió a autoridades eclesiásticas y seculares de toda Europa, y que fue el más
importante de toda la Edad Media (asistieron unos 1.200 prelados). Entre otras cosas, este concilio
enfatizó la importancia de la predicación y la enseñanza, la disciplina moral del clero, se declaró
como artículo de fe la transubstanciación, se hizo obligatoria la confesión y la comunión anuales y
se inauguró la inquisición para la represión de los herejes (especialmente de valdenses y albigenses).
El concilio decretó una nueva Cruzada y prohibió la fundación de nuevas órdenes religiosas. (2) El
reconocimiento de los frailes: durante su gobierno se alentó a laicos y humildes que se consideraban
llamados a una vida de pobreza a organizarse como órdenes de frailes (“hermanos”). Fue en este
tiempo que surgieron y recibieron aprobación los franciscanos y los dominicos.

Para entonces, ya estaba internalizada en toda Europa occidental la idea de una sociedad
cristiana y el paradigma de cristiandad había alcanzado su expresión más alta. Este proceso había
comenzado en el período anterior, pero fue en el siglo XIII que se completó con el Papa en la cúspide
del poder político y religioso. A partir de aquí el prestigio papal comenzaría a decaer hasta llegar a
niveles increíbles.

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 950–1350

_ Conflicto
El territorio capturado por el Islam continuó en sus manos, excepto España, que comenzó a ser
reconquistada lentamente para el cristianismo. Sicilia, que había caído en manos musulmanas en el
año 902, fue capturada por los normandos (que posteriormente se hicieron cristianos), en el año
1091. Más seria fue la revigorización del Islam producida por el advenimiento de los turcos
selyúcidas, que invadieron Asia Menor y amenazaron la ciudad de Constantinopla. Las Cruzadas, que
comenzaron en 1096, lograron recuperar Asia Menor y durante algún tiempo pudieron mantener
reinos cristianos en Siria y Palestina, pero no en forma permanente.

_ Expansión

A pesar de los muchos problemas internos (pornocracia, controversia de las investiduras), la


cristiandad occidental continuó en plena expansión en Occidente. Escandinavia fue evangelizada
gracias a las influencias y los misioneros provenientes de Inglaterra, comenzando con la conversión
de Olaf Trygveson en el año 995. Desde Noruega, la fe cristiana se expandió a las islas del Mar del
Norte, llegando a Islandia y Groelandia. A partir del año 1000, desde Inglaterra y Dinamarca se
evangelizó Suecia. El progreso aquí no fue muy rápido, pero sí persistente. En la misma época el
cristianismo avanzaba hacia Polonia y Hungría, y hacia el año 1150 los vendos paganos se
convirtieron.

En Oriente la Iglesia Ortodoxa ganaba a los búlgaros en el año 964, a los serbios un poco más
tarde, y en el año 987 el cristianismo penetraba en el Ducado de Kiev y comenzaba la gran expansión
en Rusia. En definitiva, sería este cristianismo ortodoxo ruso el que forjaría la identidad nacional y
la cultura de esta gran nación, aun en medio de las invasiones mongolas.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Inscripción del monumento de la Iglesia de Oriente en Xian.

Lee y responde:

“A lo largo de los reinados de los emperadores hubo registros documentando la historia de la


Iglesia de la Religión de la Luz [en China]. Ellos nos cuentan que se trajeron las enseñanzas de la
Religión de la Luz al Imperio T’ang, que se tradujeron las escrituras y que se construyeron los
monasterios. Estas enseñanzas son como una balsa, que lleva salvación, bendición y buena voluntad
a las personas de mi país.

“Siguiendo las huellas de sus ancestros, el Emperador Gaozong construyó hermosos


monasterios e iglesias por toda la tierra. El Camino Verdadero fue proclamado y el título de ‘Señor
Protector de las Grandes Enseñanzas’ fue concedido. La gente estaba feliz y hubo prosperidad por
todas partes.
“El Emperador Xuanzong promovió la doctrina sagrada todavía más. Él siguió las enseñanzas
verdaderas, escribió declaraciones para endosarlas y proclamó decretos imperiales para apoyarlas.
En palabras simples y gloriosas, alabó las acciones [de la Religión de la Luz] y las consideró dignas de
celebración.

“El Emperador Suzong revivió el Camino del Cielo y observó los días santos. En una noche, los
vientos favorables barrieron con las impurezas que habían corrompido el palacio. Se quitó el polvo
y el país nuevamente fue sanado.

“El Emperador Daizong fue filial y virtuoso. Su piedad fue tan grande como el cielo y la tierra. Él
abrió el tesoro imperial y dio regalos de materiales preciosos e incienso de jazmín. A aquellos que
eran virtuosos, él los recompensó con piedras preciosas, que eran tan brillantes como la luna llena.

“El Emperador reinante durante Jianzhang [el Emperador Dezong] creyó en las enseñazas
iluminadas. Durante su tiempo, los militares y los generales mantuvieron la paz en los cuatro
rincones de la tierra y los oficiales eruditos fueron honestos y justos. Él animó a todos a examinar la
naturaleza de las cosas con el espejo escondido. La gente en las seis direcciones fueron iluminadas,
y el centenar de tribus rebeldes fue puesto bajo jurisdicción.”

Estela de Ch’ang-an (781), parte tres.

- Según la Estela de Ch’ang-an, los emperadores de la dinastía T’ang se mostraron, en general,


favorables al trabajo misionero de los monjes siríacos. ¿Piensas que es bueno y necesario que la
Iglesia goce del favor del gobierno para el cumplimiento de su misión? Presenta varias razones para
tu respuesta.

- Describe la relación de la Iglesia y el Estado en tu propio país. ¿Cuál es la situación de las iglesias
evangélicas en tu país en términos de libertad religiosa, en todas sus dimensiones?

- Muchos evangélicos en América Latina piensan que es necesario crear partidos políticos
evangélicos para poder ejercer una influencia positiva y transformadora en la sociedad. ¿Qué
piensas acerca de esto? ¿Crees que esforzarnos por colocar a creyentes evangélicos en posiciones
de poder político puede ayudar a las iglesias a cumplir mejor con su misión en el mundo?

TAREA 2: Constantino (Cirilo) y la traducción de la Biblia a otros idiomas.

Lee y responde:

“Constantino pasó cuarenta meses en Moravia, y luego se fue para ordenar a sus discípulos.…
Cuando estaba en Venecia, obispos, sacerdotes y monjes se juntaron contra él como cuervos contra
un halcón. Y promovieron la herejía trilingüe [que enseñaba que la Biblia sólo debía estar en hebreo,
griego y latín], diciendo: ‘Dínos, oh hombre, ¿cómo es que tú ahora enseñas, habiendo creado letras
para los eslavos, que nadie más ha encontrado antes, ni el Apóstol, ni el Papa de Roma, ni Gregorio
el Teólogo, ni Jerónimo, ni Agustín? Nosotros sabemos de sólo tres idiomas que son dignos de alabar
a Dios en las Escrituras: hebreo, griego y latín.’

“Y el Filósofo les respondió: ‘¿No cae la lluvia de Dios sobre todos por igual? ¿Y no brilla el sol
también sobre todos? ¿Y no respiramos todos el aire de la misma manera? ¿No están avergonzados
de mencionar tan sólo tres idiomas, y de ordenar a todas las demás naciones y tribus a permanecer
ciegas y sordas? Díganme, ¿lo hacen a Dios tan impotente, como para que él sea incapaz de
conceder esto? ¿O tan envidioso como para que él no lo desee? Conocemos a numerosos pueblos
que poseen escritura y dan gloria a Dios, cada uno en su propia lengua. Seguramente éstos son
obvios: armenios, persas, abcacianos, ibéricos, sogdianos, godos, ávaros, turcos, kazares, árabes,
egipcios y muchos otros. Si ustedes no quieren entender esto, al menos reconozcan el juicio de las
Escrituras.[Sigue la cita de varios pasajes bíblicos: Sal. 96:1; 98:4; 66:4; 117:1; 150:6; Jn. 1:12; 17:20–
21; Mt. 28:18–20; Mr. 16:15–17; Mt. 23:13; Lc. 11:52; 1 Co. 14:5–40.] … Y con estas palabras y
muchas más, él los avergonzó y salió, dejándolos.”

Vida de Constantino (siglo X, en eslavónico), 15, 16.

- Evalúa la defensa que hace Cirilo de su ministerio de traducción de las Escrituras, tomando en
cuenta sus argumentos y especialmente los pasajes bíblicos que él cita.

¿Cuál fue la trascendencia del ministerio de traducción de Cirilo? ¿Qué consecuencias


misionológicas tuvo para la difusión del testimonio cristiano?

- ¿Cuál es tu evaluación personal del trabajo de las Sociedades Bíblicas a nivel mundial y de sus
esfuerzos por poner la Palabra de Dios en la lengua de todos los pueblos de la tierra? Averigua los
últimos datos en cuanto a la cantidad de Biblias, Nuevos Testamentos y porciones bíblicas que se
distribuyen en el mundo hoy, y a cuántos idiomas y dialectos diferentes están traducidos. Puedes
investigar utilizando Internet o materiales e informes de las Sociedades Bíblicas.

TAREA 3: El Corán.

Conseguir una buena traducción del Corán. Se puede obtener en un centro islámico o una buena
biblioteca pública. Leer los siguientes pasajes y responder las preguntas correspondientes. El
número romano indica la sura correspondiente, mientras que el número arábico indica el número
de los versículos:

1. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia los cristianos?


II.59; 105–111; 129–135.

III.57–78; 93–115.

V.17–22; 85–88.

IX.29–35.

LVII.25–27.

2. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia Jesús?

II.81.

III.37–52.

IV.155–157

V.50–52; 109–120.

VI.84–90.

XIX.16–41.

LVII.25–27.

LXI.1–14.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. Discutir la afirmación del autor: “La presión de las circunstancias externas lleva a una devoción
más profunda y a un fervor renovado, que tarde o temprano termina en un avivamiento misionero
y evangelizador, que cumple con la tarea central de la Iglesia de ‘Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura’.” ¿Esto es siempre así? Fundamenten su respuesta.

2. El Imperio Romano fue reemplazado por reinos “bárbaros.” ¿Corrió el cristianismo la misma
suerte siendo reemplazado por el paganismo? Algunos historiadores han comparado la decadencia
del mundo occidental y cristiano de nuestros días con la decadencia del Imperio Romano. ¿En qué
se parecen o difieren ambos procesos históricos? ¿Cuáles han sido las consecuencias, en cada caso,
sobre la fortaleza e impacto de la Iglesia?
LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 65–95.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 81–112.

González, Historia de las misiones, 92–106; 109–116.

González, Historia del cristianismo, 1:243–262; 273–288; 303–306; 315–327; 333–338.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:329–451.

Latourette, Los chinos, 239–243.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:181–243.

Romero, La Edad Media, 9–44; 105–140.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 56–65.

Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 195–218.

UNIDAD 2

Resurgimiento & progreso


950–1350

INTRODUCCIÓN

Los sucesores de Carlomagno no tuvieron su habilidad para las cuestiones políticas, y el poder
de los francos comenzó a decaer. Poco a poco la estructura política del Sacro Imperio Romano-
Germánico fue perdiendo efectividad ganando lugar el sistema feudal, que fue característico de
toda la Edad Media.

Henri Daniel-Rops: “El feudalismo, que iba a constituir la base del mundo medieval, había
estado evolucionando durante un largo tiempo en el pasado, debido a la fuerza de las
circunstancias. El desorden continuo de las Grandes Invasiones había alentado a los débiles
a reunirse en torno a unos pocos hombres fuertes, que eran más capaces de protegerlos
que los representantes de la autoridad oficial; éste fue el principio de recomendación.
Cuando la autoridad central fallaba, los caudillos locales tendieron a hacerse autónomos.…
El colapso de la civilización urbana, al darle a la agricultura una importancia enorme, había
hecho de la unidad agrícola, la villa, un centro económico independiente, y del gran
terrateniente una especie de gobernante. A estos factores, que surgían naturalmente de la
evolución histórica, se agregaron otros dos: inmunidad y vasallaje, que fueron propuestos
por los mismos gobiernos centrales. Los monarcas débiles, que se sentían inseguros de sus
insubordinados, autorizaron a los grandes terratenientes a liberarse del control de los
oficiales reales, y a tomar el lugar de los últimos en la administración de la justicia, la
recolección de impuestos y la leva de guerreros en sus propios dominios.… Ahora toda la
evidencia muestra que Carlomagno estuvo involucrado en este proceso.”

Desde un punto de vista social, el feudalismo supuso la existencia de clases, cuya diferenciación
se establecía en las relaciones del ser humano con la tierra. En consecuencia, disminuyó la densidad
de la población, se cortaron las comunicaciones, creció el aislamiento y la vida se tornó más insegura
y violenta. Desde un punto de vista político, el feudalismo consistió en una jerarquización de poderes
unidos entre sí por lazos de fidelidad personal. Desde un punto de vista económico, el feudalismo
produjo una economía reducida a círculos agrícolas cerrados, falta de metal precioso, disminución
de las transacciones monetarias, desaparición de los salarios y el pago de los servicios prestados con
tierra. Desde un punto de vista moral, el feudalismo hizo predominar la fuerza y la violencia.

Se produjo, entonces, una atomización del poder caracterizada por la ausencia de una autoridad
central y la organización de gobiernos locales en manos de los nobles y terratenientes. El origen de
este sistema estaba en múltiples concesiones de tierras, que los monarcas francos habían hecho a
sus jefes militares durante las guerras de conquista. El imperio de Carlomagno se transformó en un
Estado feudal, y más tarde, después de la muerte del gran monarca (814), cuando su imperio fue
dividido entre sus sucesores (Tratado de Verdún, 843), el proceso se profundizó. Los territorios del
Imperio carolingio se repartieron de la siguiente forma: Lotario, fue reconocido emperador y
gobernó Italia y una franja de terreno llamada Lotaringia, que separaba los dominios de sus
hermanos; Luis el Germánico quedó con Germania o la región comprendida al este del Rin; y Carlos
el Calvo recibió las tierras al oeste del Rin, aproximadamente la actual Francia.

El régimen feudal predominó en Europa desde comienzos del siglo X hasta el XV. En este
contexto, la vida medieval estaba estructurada, en buena medida, como las piezas de un juego de
ajedrez: reyes, reinas, obispos (alfiles), caballeros (caballos) y otros nobles vivían en castillos
(torres), a costa del trabajo de sus siervos (peones). Los siervos (siervos de la gleba), a cambio del
privilegio de cultivar la tierra suficiente para poder sobrevivir, trabajaban tres días de la semana
para su señor, que podía ser un caballero, un obispo o un rey. En una emergencia, y muy
frecuentemente en tiempo de cosecha, el señor podía exigir a los siervos un trabajo extra. Un siervo
no podía hacer abandono de la tierra de su señor, ni casarse sin su aprobación; también eran usados
como sirvientes domésticos, y muchas veces eran excelentes artesanos. Los siervos constituían la
infantería en las guerras ofensivas y defensivas de su señor. Carecían de protección y eran los más
vulnerables en toda la pirámide social de aquel entonces.
Los caballeros no tenían otra ocupación más que la guerra, y eran recompensados por el
soberano con tierras y con siervos. Cuando no había guerras, los caballeros se entretenían con
torneos y peleaban fieramente para practicar, para ganar el favor de una dama noble o el castillo
de otro caballero. Con el tiempo, los caballeros (vasallos) se convirtieron en nobles, de modo que
nobleza y caballería se identificaron de tal forma que no se consideraba noble más que a aquel que
había sido armado caballero. Estos señores vivían en castillos, que al principio no fueron más que
torres de piedra con dos o tres niveles, y más tarde se ampliaron con murallas y fosos. El castillo era
el pivote de la vida medieval. Fundamentalmente, era un refugio, una plaza fuerte, una fortaleza
capaz de resistir un sitio. La riqueza del castillo provenía de la tierra trabajada por los siervos fuera
de los muros del mismo.

Los obispos administraban los negocios así como los asuntos espirituales de la Iglesia. Los
obispos eran señores feudales que muchas veces recibían importantes donaciones, especialmente
de tierras, lo cual les daba gran prestigio y poder. El sistema feudal llegó a ser de gran beneficio para
las pretensiones de Roma, porque no había rey o señor tan fuerte, que pudiera competir con el
poder y la influencia papal. Además, la Iglesia se enriqueció en forma fabulosa porque al morir los
obispos sus propiedades quedaban en manos del Papa y muchos nobles testaban también en favor
de Roma.

CUADRO 5 - ESTRUCTURA SOCIAL DEL SISTEMA FEUDAL

La reina generalmente estaba tan bien educada como el rey, y a veces lo eclipsaba en su poder.
Era el centro de las fiestas de la corte y a menudo se unía a los hombres en la caza con halcones.
Muchas reinas medievales cristianas ayudaron a la conversión de sus esposos a la fe. El rey pretendía
que su poder, gozado por derecho divino, era supremo. Su pretensión era disputada
incesantemente por los nobles feudales y por la Iglesia. Incluso en su corte, se veía forzado a estar
en guardia contra las intrigas. La corte de un rey era el epítome mundano de una edad
predominantemente religiosa.
La Iglesia ocupaba el lugar central en el tablero de la sociedad medieval. Los reyes necesitaban
el apoyo de la Iglesia; todos los hombres necesitaban el apoyo espiritual de la Iglesia. Tanto el siervo
como el noble, el caballero como el rey eran iguales en esto: cada uno estaba seguro de otra vida
más allá de la muerte y estaban aterrados por ese trasmundo. De este modo, la Iglesia, con sus
sacramentos y ritos, traía algo de paz a la vida de estos seres sumidos en la ignorancia, la
superstición y la violencia. Éste es el trasfondo histórico-cultural de Europa en el período que
seguidamente consideraremos.

EL RESURGIMIENTO DEL CRISTIANISMO

_ El cristianismo en Europa occidental

Nuevas invasiones bárbaras. En el ámbito político, el mundo escandinavo estaba en proceso de


cambio cuando comenzaron las correrías vikingas por el Occidente. Esfuerzos por consolidar
políticamente en pequeños estados a los habitantes de lo que hoy día son los territorios de Suecia,
Noruega y Dinamarca parece que acrecentaron el nivel de violencia en esas regiones y resultaron
en la expulsión de las facciones perdedoras. Por otro lado, el reino de Dinamarca, políticamente el
más desarrollado de estos estados incipientes, había sufrido la presión del avance carolingio en el
norte de Alemania. La conversión forzada de los sajones y las enormes matanzas de éstos en el curso
de las guerras de conquista francas, deben haber alarmado grandemente a los daneses, que se
encontraban en la ruta de expansión franca, con Carlomagno y Luis I persistiendo en su política
agresiva. Además, el avance en las técnicas de navegación de los jóvenes guerreros educados en
una tradición de ejercicio militar y aventuras, les proveyó un nuevo campo de acción.

Fernando Picó: “Es la combinación de todas estas razones lo que nos explica la súbita y
destructora irrupción de los hombres del norte en el Occidente. En algunos sitios se les llamó
vikingos, en otros, los hombres del norte (Northmen o Nordmen). En el este de Europa y en
Constantinopla se les conocería como varegos. Pero todos pertenecen al mismo
movimiento general de los escandinavos en esa época.”

Hacia el año 800, los normandos (vikingos) de Escandinavia comenzaron un nuevo proceso de
invasión sobre Europa. Todas las poblaciones costeras del Mar del Norte y de los ríos navegables del
noroeste de Europa sufrieron los asaltos devastadores de estos nuevos piratas invasores. De todos,
quienes más sufrieron fueron los monjes: las iglesias y los monasterios estaban ricamente dotados
y eran presa fácil por carecer de defensa militar. De este modo, monasterios e iglesias resultaron
ser uno de los blancos preferidos de estos saqueadores vikingos. Casi todos los monasterios celtas
en las Islas Británicas fueron asaltados e incendiados. En el año 851, trescientos barcos vikingos
entraron por el río Támesis y saquearon Canterbury y Londres. A fines del siglo IX, habían
conquistado ya gran parte del territorio de Irlanda y de los reinos anglosajones. El rey de Wessex,
Alfredo el Grande (849–901) logró rechazarlos hacia el norte, pero un siglo más tarde los daneses
se adueñaron de toda Inglaterra. Los normandos invadieron también el noroeste de Francia, y le
dieron su nombre al territorio ocupado: Normandía.
Paralelamente a las invasiones normandas en el Oeste, los eslavos y los húngaros hostigaron las
fronteras orientales de la Europa carolingia. Los eslavos eran pueblos paganos de raza aria. Los
principales pueblos eslavos que avanzaron hacia el Oeste fueron los polacos, los checos, los
eslovacos y los moravos. Los que avanzaron hacia el sur fueron los servios, croatas, eslovenos y
búlgaros eslavizados. Los húngaros o magiares, pueblos de raza mongólica, fueron los invasores más
temibles, pues eran guerreros feroces dedicados al saqueo y al exterminio. Estas incursiones
violentas fueron parcialmente detenidas cuando el trono de Germania fue ocupado por Otón I el
Grande (936–973), quien reorganizó las fuerzas de su reino y contuvo las invasiones del Este.

Una tercera ola de invasiones fue la de los sarracenos (musulmanes). Fueron más bien
expediciones de rapiña y piratería, desde España y el norte de África (Zagreb). Conquistaron la isla
de Sicilia, pero el principal resultado de sus correrías fue la interrupción del comercio por el mar
Mediterráneo.

La eventual conversión de los escandinavos y los húngaros cambió el panorama político y


fundamentalmente religioso de Europa hacia el siglo X. Con mucha lentitud, algunos retrocesos y
renuencias y no pocos conflictos los escandinavos comenzaron a aceptar el cristianismo en sus
propios territorios de origen, Dinamarca, Noruega y Suecia, y la recién poblada isla del norte,
Islandia. Este proceso requirió el sacrificio y la dedicación de varias generaciones de misioneros,
especialmente de monjes. La cristianización de estas tierras facilitó los intercambios comerciales y
culturales, y como en el caso de Hungría, acabó integrando a las nuevas monarquías del norte con
los otros estados europeos.

La conversión de Noruega. El testimonio cristiano entre los pueblos escandinavos y su


conversión fue al principio un proceso gradual y las más de las veces sin un esfuerzo misionero
organizado. Los escandinavos tendieron a adoptar el idioma, la cultura y la religión de sus vecinos
cristianos, especialmente los francos. La eventual conversión de todos estos pueblos se debió en
parte al atractivo que la civilización franca ejercía sobre los normandos, así como la conversión de
los francos se debió en buena medida a la atracción que la civilización romana ejercía sobre ellos.
De todos modos, la conversión de Noruega ocurrió en razón de la influencia de algunos de sus reyes
convertidos al cristianismo. El primero fue Haakon el Bueno (rey de Noruega desde 946), quien había
sido bautizado en Inglaterra.

En el año 994 hubo una nueva invasión normanda sobre las Islas Británicas, pero con un final
diferente. El jefe del contingente pirata, Olaf Trygveson, en viaje hacia Inglaterra, se encontró con
un monje que le dijo: “Tú serás rey de Noruega y llevarás a muchos a la fe cristiana.” Después de ser
herido de muerte y orar por su sanidad, se hizo cristiano cuando curó milagrosamente, y continuó
su viaje a Inglaterra no para saquear, sino para ser confirmado por el obispo de Winchester. Un año
más tarde, Trygveson regresó a Noruega como su primer rey cristiano, usando ahora su poder no
para destruir el cristianismo en el extranjero, sino para establecerlo en sus propios dominios. Era un
hombre violento y lo fue durante toda su vida, pero ahora usaba su espada en defensa del
cristianismo que antes había hostigado. Así comenzó la conversión de Noruega, y con ella, la de casi
todas las islas del Mar del Norte, incluso Islandia y Groenlandia, que eran parte de su reino. Una
sucesión de monjes venidos desde Inglaterra por iniciativa de Trygveson ayudaron en este trabajo.
Lo mismo hizo otro rey cristiano de Noruega, Olaf Haraldsson (rey desde 1015), razón por la cual
todavía hoy se lo venera como San Olaf.

La conversión de Dinamarca. La conversión de Dinamarca comenzó gracias a las influencias


cristianas provenientes desde Sajonia (norte de Alemania). Uno de los primeros misioneros en
trabajar entre los escandinavos fue Anskar (800–865), enviado por el emperador Ludovico Pío.
Anskar se estableció en Hamburgo y de allí viajó varias veces a Dinamarca y Suecia, regiones a las
que más tarde sirvió como obispo. Se lo considera a Anskar como el primer apóstol a los pueblos
escandinavos. Uno de los primeros reyes de Dinamarca en convertirse fue Harald Blaatand (Haroldo
Dienteazul, 950–986), que lo hizo debido a un milagro llevado a cabo por un sacerdote cristiano en
su corte. El rey inmediatamente ordenó a todos sus súbditos convertirse a la nueva fe. Sacerdotes
y obispos llegaron de Alemania para ocuparse de la evangelización.

Un nieto de Harald Blaatand, Knud o Canuto se convirtió en 1019. Canuto había sido rey de
Inglaterra antes de adicionar la corona de Dinamarca. En este caso también recibió mucha ayuda
desde Inglaterra a través de los monjes misioneros. Canuto era un cristiano convencido que hizo
mucho por establecer el cristianismo en sus dominios. “Menos de setenta años después de la
muerte de Knud, Dinamarca llegó a tener su jerarquía eclesiástica propia, con un arzobispo en la
ciudad de Lund—que hoy pertenece a Suecia.” Fue necesario un siglo completo hasta que el
cristianismo se estableciera definitivamente entre estos pueblos. Pero, “en la primera mitad del
siglo XI, bajo el rey Canuto, quien llegó a gobernar toda Inglaterra, Dinamarca, Suecia y Noruega,
casi todos los escandinavos eran ya cristianos, al menos de nombre.”

La conversión de Suecia. Los suecos fueron los últimos de los pueblos escandinavos en aceptar
el cristianismo. Los misioneros más destacados entre ellos a partir del año 1000 fueron monjes
ingleses, llegando a ser algunos de ellos mártires por la fe cristiana. En este caso, los reyes suecos
jugaron también un papel importante en la conversión de sus pueblos. El primer rey cristiano fue
Olov Skötkonung, pero el testimonio ya había llegado antes a Suecia gracias a las labores de Anskar.
Los sucesores de Olov continuaron su promoción del cristianismo, que fue más rápida y profunda
que en otros pueblos escandinavos.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Anglosajones, noruegos, daneses, francos, sajones,


burgundios o eslavos—éstas eran identidades tradicionales que la gente había llevado
mientras migraban de lugar en lugar. Para el siglo décimo la mezcla entre las tribus había
alcanzado un punto en el que las fronteras ya no eran claras, ya sea en idioma o en
geografía. Las historias locales tradicionales de dioses y héroes guerreros nacionales
estaban siendo superadas por una historia más grande, la del pasado cristiano romano. Lo
que estaba emergiendo era una civilización común. Mientras muchas culturas y economías
locales, lenguas vernáculas e instituciones políticas cubrían la tierra, ésta se mantenía unida
por una estructura eclesiástica bastante unificada, liderada por una clase de líderes y
clérigos educados que hablaban una lengua común (latín) en su liturgia y teología. La única
autoridad eclesiástica más importante dentro del entramado de la cristiandad occidental
era el Papa. No obstante, incluso su autoridad no se extendía de manera pareja o sin
interrupción a lo largo del paisaje. Papas individuales resultaron ser corruptos o ineptos, sin
menoscabar el papel total de la Iglesia Católica en todo el Oeste. Al final, la tradición latina
llevó la fe hacia delante en la cristiandad occidental.”

La conversión de otros pueblos bálticos. Hacia el noroeste de Europa, a mediados del siglo XII,
se convirtieron los vendos. Éstos eran un pueblo eslavo que vivía al este del río Elba. No eran
cristianos sino que adoraban a deidades tribales eslavas tradicionales. En 1147 los gobernantes
alemanes de Sajonia procuraron permiso para lanzar una cruzada contra ellos y convertirlos. En
realidad, lo que querían los sajones junto con los daneses era ampliar sus dominios. Los vendos
fueron sometidos, sus templos paganos destruidos, se los forzó al bautismo, se los obligó a entrar a
la cristiandad como súbditos de los reyes alemanes y daneses, y se establecieron iglesias cristianas
en sus territorios. En el siglo XIII fueron incorporados a la cristiandad los pueblos de la cuenca
oriental del mar Báltico (prusianos, estonios y finlandeses); y, en el siglo XIV ocurrió lo propio con
los lituanos.

La conversión de húngaros y eslavos. Los húngaros se convirtieron al cristianismo en la década


de los años 970. Por un largo proceso de asentamiento y de cambio a una economía basada en la
agricultura y el comercio, estos pueblos nómadas y guerreros se integraron a la convivencia con las
zonas vecinas de su reino o regiones sometidas. Eventualmente enlaces dinásticos con diversas
casas reinantes del Occidente imbricaron a Hungría en el sistema político europeo.

Justo L. González: “A fines del siglo X, el rey Gueisa recibió el bautismo, así como su corte y
su heredero Vayk. En el año 997, Vayk, quien para entonces había tomado el nombre de
Esteban, heredó la corona, e inmediatamente les ordenó a sus súbditos que se hicieran
cristianos. Por la fuerza, el país se convirtió. Tras la muerte de Esteban en el 1038, el pueblo
lo tuvo por santo, y por tanto se le conoce como San Esteban de Hungría.”

Los pueblos eslavos vecinos a Sajonia, Baviera, el ducado de Corintia y eventualmente a la marca
del este (Austria), empezaron también a aceptar a los misioneros cristianos en sus territorios y a
formar sus propias provincias eclesiásticas. El caso más dramático fue el del reino de Polonia, cuya
extensión y número de habitantes era considerable.

_ El cristianismo en el Cercano Oriente

El desafío musulmán y las Cruzadas. Alrededor del año 1000, pueblos montañeses de las
mesetas de Asia Central avanzaron hacia el Oeste. Venían del Turquestán y se los conoció como los
turcos selyúcidas. Para el año 1055 ya habían ocupado toda Persia, conquistando el califato árabe
de Bagdad. No desplazaron al califa como líder religioso, pero lo relegaron a esa función, mientras
el gobierno efectivo pasó a manos de los sultanes o reyes turcos (1058). En 1076 tomaron Jerusalén,
donde cometieron todo tipo de crueldades contra los cristianos. Desde Bagdad se extendieron a
Siria y Palestina (que había estado bajo el califato de Egipto). En 1071 destrozaron al ejército del
Imperio Bizantino y avanzaron sobre Asia Menor, y establecieron su capital en Nicea, cerca de
Constantinopla. Eran de religión musulmana y fieros guerreros nómadas.
Los bizantinos, desesperados frente a la amenaza que representaban las hordas invasoras,
pidieron auxilio a los cristianos de Europa occidental. El emperador bizantino Alejo Commeno
(1081–1118), pese a la interrupción de las relaciones con Roma que siguió al cisma de 1054, se
dirigió al papa Urbano II (papa de 1088 a 1099), solicitándole que animara a los cristianos
occidentales a luchar contra el enemigo común. Este pedido llegó oportunamente, ya que el Papa
de Roma estaba procurando terminar con la turbulencia y la violencia de la sociedad feudal, y quería
lograr una unión más sólida de la cristiandad en torno a su autoridad. La posibilidad de canalizar la
violencia de los señores feudales en una lucha con un motivo tan noble como la defensa de los
intereses cristianos en Oriente, se presentaba como una efectiva estrategia para el logro de las
pretensiones hegemónicas del Papa.

El islamismo había sido el primer adversario en derrotar al cristianismo en el siglo VII. Ahora, a
fines del siglo XI, la cristiandad occidental reestablecida estaba en condiciones de ofrecer un efectivo
contraataque. A pesar de que los soldados cristianos estaban muy lejos del ideal moral
neotestamentario, su intervención en las Cruzadas fue un notable progreso respecto de la
turbulenta sociedad feudal. “Dado que quieren pelear, que peleen por fines cristianos.” Tal era la
estrategia papal. El papa Urbano II actuó rápidamente en respuesta al pedido bizantino,
proclamando una campaña para recuperar la Tierra Santa de manos de los turcos. Este desafío
cautivó la imaginación de los cristianos europeos, que ya se sentían lo suficientemente fuertes como
para enfrentarse a un enemigo considerado pagano. Fue así que, en 1095, el Papa convocó un
Concilio en Clermont (Francia) y expuso ante numerosos arzobispos, obispos, abades, señores
feudales y multitud de fieles, la necesidad de emplear todos los esfuerzos para combatir el peligro
de los turcos selyúcidas musulmanes. En el año 1096, los cristianos se lanzaron a la primera Cruzada
con el lema “Dios lo quiere” (Deus vult). El Papa actuó como cabeza de la cristiandad y su iniciativa
lo colocó al frente de la Europa cristiana.

Los fines de las Cruzadas. En esta empresa existieron ciertamente muchos motivos diferentes.
Algunos fueron menos nobles, como la codicia, la ambición, el afán de aventuras, etc. Pero en
general los móviles de los europeos fueron nobles e idealistas, y muchas veces inspirados por una
gran espiritualidad mística.

Hubo fines de orden religioso. Entre los más importantes objetivos de las Cruzadas estaba el de
rescatar el Santo Sepulcro. La devoción a la humanidad de Cristo acrecentó el entusiasmo por
aquellos lugares santificados con su presencia. Pero también se aspiraba a lograr la unión con la
Iglesia Oriental, sujetando a ésta a la autoridad de Roma y poniendo fin al cisma de 1054. El Papa
esperaba que su iniciativa le permitiera ejercitar su autoridad universal por encima de la del
emperador y los reyes. También se esperaba lograr la defensa de Occidente contra la invasión del
Islam, que continuaba presionando constantemente sobre Constantinopla como primer paso para
llegar a Occidente. La caída de Jerusalén y la reciente iniciación de un nuevo milenio (con todo su
componente de milenarismo y apocalipticismo) crearon una atmósfera favorable para la
generalización de un exaltado sentimiento religioso.
Hubo fines político-económico-sociales. Los caballeros vieron una oportunidad para satisfacer
sus impulsos guerreros y el ansia de aventuras. La necesidad de encauzar en una empresa noble el
espíritu guerrero de los caballeros y señores feudales, para quienes la Tregua de Dios era un freno
insoportable, fue central en la estrategia de la Iglesia. Por otro lado, los vasallos y siervos vieron en
las Cruzadas un modo de liberarse del poder de los señores, mientras que los comerciantes buscaron
nuevos mercados en las ricas tierras orientales.

El desarrollo de las Cruzadas. En general, los historiadores consideran que hubo ocho Cruzadas,
que se llevaron a cabo entre 1096 y 1291. Las dos primeras despertaron mucho interés religioso y
los cruzados se movieron hacia el Este por tierra, porque no había suficientes embarcaciones para
tantos miles de aventureros. En las Cruzadas posteriores decayó el entusiasmo religioso popular y
los participantes fueron más bien señores, que eligieron las rutas marítimas y estuvieron motivados
más por fines políticos y económicos. Las dos últimas fueron organizadas por la corona francesa.

La primera Cruzada (1096–1099) fue el resultado de la prédica de Urbano II, instigando a los
cristianos a luchar como soldados de Cristo contra los infieles y a favor de la fe. Una multitud de
personas humildes se lanzaron a las órdenes de un monje, Pedro el Ermitaño, sin ningún tipo de
preparación militar ni logística (1096). Cruzaron toda Europa, llegaron hasta Constantinopla, desde
donde cruzaron a Asia Menor, para ser casi aniquilados por las huestes musulmanas. Un año más
tarde (1097), llegaron a Asia Menor caballeros normandos del sur de Italia, franceses del sur y del
norte, y alemanes y flamencos, quienes se apoderaron de Nicea y más tarde de Antioquía y Edesa.
De allí marcharon hacia Jerusalén (1099) a la que consiguieron tomar poco después. En Jerusalén,
los cruzados establecieron un reino cristiano bajo el gobierno de Godofredo de Bouillon (1061–
1100). Se establecieron también otros señoríos en Antioquía y Edesa. Muy pronto llegaron
aventureros y mercaderes, y a principios del siglo XII comenzaron a abrirse las rutas del comercio
mediterráneo.

La segunda Cruzada (1147–1149) fue predicada por Bernardo de Clairvaux y se organizó para
defender los dominios cristianos. Los reyes Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania fracasaron
en sus intentos, hasta que finalmente en 1187, el sarraceno Saladino logró apoderarse de Jerusalén.
La tercera Cruzada (1189–1192) reunió a tres reyes: Federico Barbarroja (emperador), Ricardo
Corazón de León (Inglaterra) y Felipe Augusto (Francia), con el fin de recuperar la ciudad de
Jerusalén. A pesar de algunos éxitos limitados, Federico murió ahogado y los otros dos monarcas
regresaron a Europa para seguir allí peleando entre sí, mientras Jerusalén quedaba en poder de los
musulmanes. La cuarta Cruzada (1202–1204) fue organizada por caballeros franceses, pero dirigida
por los mercaderes venecianos con fines económicos. Los cruzados se volvieron contra
Constantinopla (1204) a la que saquearon y en la que fundaron el Imperio Latino de Oriente (1204–
1261), del que Balduino de Flandes fue el primer emperador, quedando los bizantinos reducidos a
sus territorios de Asia Menor. El papa Inocencio III condenó esta operación como contraria a los
objetivos religiosos de las Cruzadas.

CUADRO 6 - LAS CRUZADAS


CRUZADA FECHAS PROMOTORES PARTICIPANTES META RESULTADOS

PRIMERA 1096–1099 Urbano II. Godofredo Liberación de Masas sin


CRUZADA Pedro el Tancredo Jerusalén de víveres ni
Ermitaño Raimundo de manos de los armas (18.000).
Tolosa Roberto turcos. Un ejército de
de Flandes 60.000 capturó
Balduino Nicea,
Antioquía,
Edesa,
Jerusalén, y
estableció
reinos cruzados
feudales.

SEGUNDA 1147–1149 Bernardo de Conrado III Retomar Edesa Fracaso


CRUZADA Clairvaux (Alemania) Luis de mano de los completo.
Eugenio III VII (Francia) turcos. Desconfianza
entre los
cruzados
occidentales y
los guías
orientales
diezmaron al
ejército.
Fracaso en
conquistar
Damasco.

TERCERA 1189–1192 Gregorio VIII Federico Retomar Federico murió


CRUZADA Clemente III Barbarroja Jerusalén de ahogado. Felipe
Felipe Augusto manos de regresó a
Ricardo I Saladino y los Francia. Ricardo
sarracenos. capturó Acre y
Jope, hizo un
pacto con
Saladino, y fue
capturado en
Alemania de
regreso a
Inglaterra.

CUARTA 1202–1204 Balduino de Minar el poder La ciudad


CRUZADA Flandes de los cristiana de
Bonifacio de sarracenos Zara fue
Monferrato No mediante la saqueada para
participaron invasión de pagar a Venecia
reyes Egipto. por el
transporte. Los
cruzados
fueron
excomulgados y
saquearon
Constantinopla.

CRUZADA DE 1212 Nicolás Esteban La conquista La mayoría de


LOS NIÑOS sobrenatural de los niños
la Tierra Santa pereció
por los “puros ahogada en el
de corazón.” mar; fueron
vendidos como
esclavos o
asesinados.

QUINTA 1219–1221 Honorio III Juan de Brienne Minar el poder Los cruzados
CRUZADA Andrés de de los conquistaron
Hungría sarracenos Damieta en
Leopoldo de mediante la Egipto, pero
Austria invasión de pronto la
Egipto. perdieron y
regresaron a
Europa. Juan de
Brienne hizo un
pacto con el
califa a favor de
los peregrinos.

SEXTA 1228–1229 Federico II de No fue Federico II


CRUZADA Alemania propiamente firmó un pacto
una cruzada. con el sultán de
Egipto, por el
cual Jerusalén,
Belén, Nazaret,
Tiro y Sidón
pasaban a su
poder a cambio
de la mezquita
de Omar.

SEPTIMA 1248–1254 Inocencio IV Luis IX de Aliviar la Tierra Los cruzados


CRUZADA Francia (San Santa mediante fueron
Luis) la invasión de derrotados en
Egipto. Egipto. Luis
cayó prisionero
y tuvo que
devolver
Damieta como
rescate. Pasó a
Palestina y
esperó
refuerzos que
no llegaron.

OCTAVA 1270 Luis IX de Sitiar Túnez. Luis murió


CRUZADA Francia atacado por la
peste en Túnez.
Se perdió
Palestina.

CUADRO 7 - CONSECUENCIAS DE LAS CRUZADAS


Religiosas:

- Consolidación de la autoridad espiritual de los Papas, que actuaron como reyes y señores.

- Incremento del poder temporal de la Iglesia por donaciones y anexión de nuevas tierras,
legadas por los cruzados que morían sin dejar herederos.

- Distribución de indulgencias a quienes participaban o colaboraban económicamente.

- Freno a la expansión islámica sobre Europa.

- Definitiva separación de la Iglesia Oriental (griega) y la Iglesia Occidental (latina).

- Mayor tolerancia religiosa entre cristianos y musulmanes.

- Contaminación de la fe con costumbres orientales y acrecentamiento de las ambiciones


materiales.

Políticas:

- Prolongación de la vida del Imperio de Oriente por dos siglos más.

- Establecimiento de relaciones más sólidas y de mayor colaboración entre los Estados


europeos.

- Fortalecimiento del poder de los reyes.

- Aceleración de la independencia de las comunas y disminución del poder feudal.

Económicas:

- Mejoramiento del nivel de vida y mayor bienestar.

- Nuevas técnicas para la agricultura e industria: molinos de viento, telares.

- Florecimiento del comercio y aparición de nuevos puertos con flotas poderosas.

- Establecimiento del primer código marítimo, dictado por la ciudad-puerto de Barcelona.

Culturales:

- Traspaso de influencias árabes y bizantinas a la cultura occidental en medicina, química,


matemáticas, geografía y astronomía.
- Utilización de la numeración arábiga.

- Desarrollo del arte de la navegación y del de la guerra.

- Transformación de la cultura y del pensamiento occidentales.

- Introducción de nuevos usos y costumbres, alimentos y especias, vestimenta y utensilios.

Sociales:

- Generalización del uso de escudos y blasones y del apellido como distintivo familiar.

- Fortalecimiento de la clase media (burguesía) enriquecida por el comercio.

- Emancipación de las ciudades al comprar sus libertades de los señores arruinados.

Durante el siglo XIII se organizaron cuatro cruzadas más. La quinta Cruzada (1219–1221) fue
dirigida por Andrés II, rey de Hungría, y Juan de Brienne, un caballero francés. Su objetivo era
capturar Egipto, el principal dominio de los musulmanes, pero esto no se logró. La sexta Cruzada
(1228–1229) fue organizada por el emperador de Occidente, Federico II, que no contó con el
respaldo papal debido a sus conflictos con el Papa. Federico entró en negociaciones con los
musulmanes y obtuvo la posesión de Jerusalén con excepción del barrio donde está situada la
mezquita de Omar. Con este pacto se activó el comercio, especialmente con las ciudades italianas,
pero Jerusalén se perdió definitivamente en 1244. La séptima Cruzada (1248–1254) fue organizada
por Luis IX de Francia y se dirigió a Egipto. Se lograron algunos resultados, que pronto se perdieron.
La octava Cruzada (1270) fue también organizada por Luis IX y se lanzó contra Túnez, pero la
expedición se malogró en parte por la muerte del rey de Francia. Las ciudades de Palestina fueron
cayendo una a una en manos de los turcos. Con la pérdida de Tolemaida (1291), termina el período
de las Cruzadas.

La evaluación de las Cruzadas. Como toda gran empresa humana, las Cruzadas admiten una
evaluación tanto positiva como negativa. Entre los elementos negativos, cabe mencionar que las
Cruzadas comenzaron como un movimiento popular y espontáneo, sin mayor organización y con
resultados desastrosos. Tal fue el caso de la primera cruzada. Miles se enrolaron en un ejército
irregular, sin armas, ni conocimientos tácticos, y sin provisiones ni medios de transporte, bajo el
liderazgo de Pedro el Ermitaño. De estos 18.000 cruzados, pocos llegaron a Palestina y nadie
regresó. Los que no murieron en el camino, cayeron a filo de la espada de los turcos al llegar a Asia
Menor.

Por otro lado, la conquista de los lugares santos, que era el fin principal de las cruzadas, se
consiguió sólo parcialmente. Los territorios conquistados y los cuatro reinos feudales que se
organizaron fueron muy inestables. Al cabo de un siglo Jerusalén volvió a caer en manos de los
musulmanes. Además, más que guerras de conquista, la mayor parte de las cruzadas fueron guerras
de reconquista, defensivas o de repliegue. También hay que señalar que el llamado original había
sido para defender el Imperio Oriental de la amenaza turca. Pero no siempre fue así. La cuarta
cruzada se volvió contra el Imperio Bizantino en lugar de avanzar sobre Egipto. Los cruzados
saquearon Constantinopla en 1204 y la debilitaron para siempre, profundizando aún más la división
entre los cristianos griegos y los latinos. Finalmente, la fundación del Imperio Latino y del
patriarcado latino de Constantinopla, lejos de promover la unión con la Iglesia Griega sólo sirvió
para distanciar todavía más a los griegos. Nicetas Choniates (1155–1217), un erudito bizantino que
fue testigo del saqueo de Constantinopla, describe lo ocurrido en términos dramáticos:

Nicetas Choniates (1155–1217): “¡Cómo puedo comenzar a contar de las acciones obradas
por estos hombres nefastos! ¡He aquí, las imágenes, que debían haber sido adoradas,
fueron pisoteadas bajo sus pies! ¡He aquí, las reliquias de los santos mártires fueron
arrojadas a lugares impuros! Luego se vio lo que uno se estremece de oír, es decir, el cuerpo
y la sangre divinos de Cristo fueron derramados sobre el piso o arrojados por ahí.
Arrebataron los preciosos relicarios, tiraron en su seno los ornamentos que éstos contenían,
y utilizaron los restos rotos como sartenes o copas para beber.… Tampoco la violación de la
Gran Iglesia [Santa Sofía] puede ser oída con ecuanimidad. Porque el altar sagrado, formado
de todo tipo de materiales preciosos, y admirado por el mundo entero, fue hecho pedazos
y distribuido entre los soldados, como fueron todas las otras riquezas sagradas de un
esplendor tan grande e infinito.… Cuando los vasos y utensilios sagrados … fueron sacados
como botín, mulas y caballos ensillados fueron llevados al santuario del templo mismo.…
Incluso más, una cierta ramera, una participante en su culpa, … insultando a Cristo, se sentó
en el trono del patriarca, cantando una canción obscena y danzando frecuentemente.…
Nadie se quedó sin participar en el dolor. En las callejuelas, en las calles, en los templos,
quejas, llanto, lamentaciones, dolor, el clamor de los hombres, los gritos de las mujeres,
heridas, violación, cautiverio, la separación de aquellos más cercanos. Los nobles vagaban
en ignominia, los de edad venerable en lágrimas, los ricos en pobreza. Así fue en las calles,
en las esquinas, en el templo, en los escondrijos, porque ningún lugar quedó sin ser asaltado
o sirvió para defender a los suplicantes. Todos los lugares en todas partes fueron repletos
de todo tipo de crímenes. ¡Oh, Dios inmortal, cuán grandes las aflicciones del pueblo, cuán
grande el dolor!”

Entre los elementos positivos, cabe mencionar algunos que tuvieron consecuencias más
permanentes. No todo fue negativo en las Cruzadas. Hubo, al menos, dos aspectos altamente
positivos. Por un lado, las Cruzadas fueron el primer intento de los nuevos pueblos europeos de
actuar juntos en una causa cristiana. Por el otro, las Cruzadas abrieron el camino hacia Oriente, a la
civilización superior del Imperio Bizantino y de los pueblos del Cercano Oriente y aun más allá. Con
esta apertura, el comercio, las ciencias y las artes se beneficiaron. Las Cruzadas despertaron un
renovado espíritu misionero, que permitió la llegada del cristianismo a Asia. Las Cruzadas dieron un
golpe mortal al feudalismo, pues caballeros y príncipes, al estar lejos de sus dominios, aprendieron
a obedecer. Las Cruzadas salvaron a Occidente del peligro musulmán y retrasaron la caída de
Constantinopla.

_ El cristianismo en el Imperio Bizantino

La crisis del año 1054. Se considera al año 1054 como la fecha en que la cristiandad latina y la
griega se separaron. La Iglesia Griega del Este se había orientalizado, mientras la Iglesia Latina del
Oeste se había germanizado. La primera se caracterizaba por una manera de pensar más
especulativa y una perspectiva mística, mientras que la segunda era más práctica y menos educada.
Constantinopla estaba dominada por los emperadores, mientras que Roma estaba controlada por
los papas, impuestos por familias nobles de esta ciudad. Los hechos inescrupulosos de estos últimos
entre 904–964, hicieron que este período se conociera como “pornocracia,” es decir, el gobierno de
todo tipo de mal. Esto hizo que en el Este los cristianos miraran a Roma con desconfianza y rechazo.
A esto se agregó la controversia teológica y la diferencia en relación con algunas prácticas, como el
celibato del clero, el uso de pan sin levadura en la eucaristía y el uso de la barba en los sacerdotes.

El punto de discusión teológica giraba en torno al uso de la cláusula filioque (“y del Hijo”) por
parte de la Iglesia Romana, en relación con la procedencia del Espíritu Santo. Los orientales podían
aceptar que el Espíritu Santo vino “a través” del Hijo pero no “del Hijo.” No obstante, el problema
mayor fue más bien de carácter político: ¿quién tenía mayor autoridad, el Papa de Roma o el
Patriarca de Constantinopla? Además, en el Este el criterio para la toma de decisiones era a través
de sínodos o concilios, mientras que en el Oeste el Papa era quien tenía la primera y la última
palabra. Por cierto que ambas cristiandades quedaron separadas también por el avance musulmán,
que obstaculizaba la libre navegación del Mediterráneo.

Con el acceso al trono papal de León IX en 1048, se iniciaron negociaciones para ver de resolver
el distanciamiento. El emperador Constantino IX pidió legados al Papa, quien no supo escoger a los
mejores candidatos. Llegados éstos a Constantinopla, se dejaron arrastrar en el debate teológico.
Humberto, el representante latino, disputó públicamente con Nicetas, el representante bizantino,
en términos muy radicales, y el patriarca Miguel Cerulario (m. 1059) terminó por prohibirles a los
latinos celebrar misa en la ciudad. La reacción de Humberto y sus compañeros fue todavía más dura,
puesto que en julio de 1054 depositaron sobre el altar de Santa Sofía, ante el clero y el pueblo
reunido para el oficio religioso, una bula de excomunión contra el patriarca Cerulario, redactada por
Humberto en términos durísimos. Y se marcharon, pensando que Cerulario se sometería o sería
depuesto por el emperador. Pero no fue así. La bula de excomunión fue quemada en la plaza pública
y un sínodo de la Iglesia de Constantinopla promulgó un edicto por el que los latinos eran declarados
culpables de pervertir la verdadera fe. El ejemplo de Constantinopla fue seguido por todas las demás
Iglesias de Oriente (en Serbia, Bulgaria, Rusia, Rumania, etc.), y así se selló un cisma que se
profundizó todavía más con las Cruzadas y que perduró hasta 1965, cuando el papa Pablo VI y el
patriarca Atenágoras anularon las excomuniones.

La crisis del año 1204. La separación más radical y definitiva entre la Iglesia Romana y la Iglesia
Griega ocurrió a partir de 1204, cuando cruzados franceses y marinos venecianos destrozaron
Constantinopla. Los cruzados habían sido llamados por Alejo el Joven, quien prometió una fuerte
suma de dinero para que repusieran en el trono de Constantinopla a su padre Isaac el Ángel. Isaac
fue repuesto en su trono, pero terminó depuesto por los nobles bizantinos y los cruzados no
recibieron el dinero prometido. Entonces asediaron Constantinopla y la saquearon
vergonzosamente y constituyeron el Imperio Latino de Constantinopla, con Balduino de Flandes
como emperador. Venecia recibió extensas posesiones, principalmente las islas que eran
importantes para su comercio y se nombró un patriarca latino para Constantinopla.

Con esto, el Imperio Bizantino quedó debilitado para siempre. No obstante, la Iglesia Griega no
se sometió, salvo en aquellas cosas que le fueron impuestas por la fuerza militar de los latinos, y
logró mantener a su propio patriarca. El pueblo bizantino aborrecía a los latinos por las aberraciones
que cometieron y la división entre las dos alas de la cristiandad se profundizó. El Imperio Bizantino
continuó con su capital en Nicea, hasta que en 1261 la ciudad de Constantinopla fue retomada
nuevamente por un emperador bizantino, Miguel VIII el Paleólogo. La dinastía de los Paleólogos
habría de gobernar hasta la caída definitiva de Constantinopla en manos de los turcos otomanes
(1453).

CUADRO 8 - CAUSAS DEL CISMA ESTE-OESTE DE 1054

CAUSA IGLESIA GRIEGA IGLESIA LATINA

Rivalidad Política Imperio Bizantino Sacro Imperio Romano


Germánico

Reclamos del Papado El patriarca de Constantinopla El obispo de Roma pretendía


era considerado segundo en supremacía sobre toda la
primacía respecto al obispo de Iglesia.
Roma.

Desarrollo Teológico Estancado después del Concilio Continuó cambiando y


de Calcedonia (451) creciendo a través de
controversias y expansión.

Controversia Filioque Declaraba que el espíritu Santo Declaraba que el Espíritu Santo
procede del Padre. procede del Padre y del Hijo.
Controversia Iconoclasta Se enredó en una disputa de Hizo permanentes intentos de
120 años sobre el uso de íconos interferir en lo que era una
en la adoración; finalmente disputa puramente oriental (se
concluyó que podían ser usados permitieron las estatuas)
(se prohibieron las estatuas)

Diferencia en Cultura Griega/oriental. Latina/occidental

Celibato Clerical Se le permitió al bajo clero que Todo el clero (alto y bajo) debía
se casara. ser célibe.

Presiones Experiores Los musulmanes amenazaban y Los bárbaros occidentales


presionaban continuamente a fueron cristianizados y
la Iglesia Oriental. asimilados a la Iglesia Latina.

Excomunión Mutua Miguel Cerulario anatematizó al El papa León IX excomulgó al


papa León IX después de haber patriarca Miguel Cerulario de
sido excomulgado por él. Constantinopla.

Kenneth S. Latourette: “Los europeos occidentales, entre ellos los venecianos y los
genoveses, habían de retener por largo tiempo partes de lo que había sido territorio
bizantino, inclusive Atenas, algunas islas del mar Egeo, Creta y una sección de Asia Menor.
Eran los hermanos cristianos del Oeste en verdad tanto como los turcos musulmanes los
causantes del derrumbamiento del Bizancio Cristiano. Estos desastres políticos no podían
sino afectar el ala oriental de la Iglesia Católica, y ahondar la sima que se estaba
ensanchando entre ella y el ala occidental de dicha Iglesia.”

La expansión en Rusia. Después de 1204, Constantinopla quedó anulada por varios siglos como
centro de expansión cristiana, primero por el dominio latino y segundo por el cerco musulmán. La
disrupción del patriarcado ecuménico de Constantinopla tuvo como efecto el desarrollo de iglesias
autocéfalas en Bulgaria y Serbia, y especialmente en Rusia. Eventualmente el patriarcado fue
restaurado, y la ciudad de Constantinopla se constituyó nuevamente en capital del Imperio
Bizantino. Sin embargo, este carácter autocéfalo de las iglesias en comunión con el patriarca quedó
como una característica permanente de las iglesias del Este.
No obstante, la tradición cristiana bizantina o el cristianismo ortodoxo fue expresado y
extendido mayormente por la Iglesia Rusa. Si bien el trabajo misionero en este territorio fue
superficial, la fe cristiana fue penetrando cada vez más profundamente en la cultura y vida del
pueblo, hasta llegar a ser sinónimo del alma rusa. Los monasterios dominaron la vida religiosa del
pueblo ruso y determinaron su espiritualidad. Cuando los mongoles invadieron la región en el siglo
XIII y la tuvieron subyugada por más de dos siglos, el cristianismo bizantino se transformó en el
símbolo de la unidad e identidad nacional para los rusos. Aprovechando cierta tolerancia de parte
de los mongoles, el testimonio cristiano se extendió hacia Oriente en el Imperio Mongol y hacia el
norte entre los finlandeses y lituanos.

El más importante de los misioneros entre los finlandeses fue Esteban de Pema. Esteban era un
erudito que abandonó sus libros para dedicarse a la obra misionera entre los finlandeses que vivían
al norte de Rusia, entre quienes realizó algunos milagros, tradujo la Biblia, fundó monasterios y se
dedicó a adiestrar y establecer un clero nativo. En Lituania el cristianismo ortodoxo ruso se
estableció a través de las conquistas del principado de Moscú en los siglos XIII y XIV. Lituania se
encontraba entre los reinos cristianos latinos del Oeste y los mongoles del Este. En el siglo XIII había
emergido como un reino independiente, que controlaba cierta porción de territorio ruso, de donde
vinieron las influencias cristianas ortodoxas rusas. Más tarde, cuando los lituanos vinieron a formar
parte del reino de Polonia, la Iglesia Ortodoxa que allí existía se unió al cristianismo romano.

_ El cristianismo en el Lejano Oriente

Vimos la llegada del cristianismo a China en el año 635 y su desaparición hacia el año 900. A
mediados del siglo XII, comenzó a circular por toda Europa una historia sorprendente, que llenó de
esperanzas a los cristianos que en las Cruzadas sufrían una derrota tras otra frente a los
musulmanes. Se trataba de la historia del Preste (sacerdote) Juan. Esta historia hablaba de un reino
poderoso en Oriente, más allá del imperio musulmán, con un rey cristiano que contaba con un
incontable ejército y que atacaría a los musulmanes por la retaguardia, auxiliando así a los cristianos
cruzados. Pocos años más tarde circulaba en las cortes de Europa una carta, que se suponía venía
del Preste Juan.

Preste Juan: “Hemos planeado visitar el sepulcro de nuestro Señor al frente de un gran
ejército, para combatir y humillar a los enemigos de la cruz de Cristo.… Nuestro territorio se
extiende desde la India, donde descansa el cuerpo de Santo Tomás el Apóstol, a través de
desiertos hasta el lugar donde nace el sol, y de vuelta junto a las ruinas de Babilonia no lejos
de la Torre de Babel—de un lado la longitud es de cuatro meses de viaje, y del otro lado
nadie sabe cuán grande es.”

Historias como ésta se multiplicaban entre los cruzados y continuaron todavía por un siglo y
medio más, pera alentar a las fuerzas cristianas. Papas, emperadores, reyes y caballeros las
creyeron. Muchos de ellos incluso le escribieron al Preste Juan y enviaron embajadores para
encontrarlo. Nuestra pregunta es: ¿era cierta esta historia? En parte sí. Su verdad era que el
cristianismo no había desaparecido del todo en Asia Central.
Los mongoles. Poco después del año 1000, el cristianismo se expandió nuevamente hacia el
Extremo Oriente, pero tomando una ruta más hacia el norte. Hacia esta fecha está documentada la
presencia de cristianos entre algunos pueblos de la Mongolia occidental (ugrios y naimanes) y al sur
del lago Baikal (merkitas), y para el año 1100 incluso entre los tártaros y óngutos de la Mongolia
oriental.

El siglo XIII fue la edad de oro para los mongoles, que de pueblo nómada del desierto lograron
construir un vasto imperio, que cubrió casi todo el continente asiático y penetró incluso en Europa.
En 1241 se acercaron a Viena y Roma misma tembló, pero el avance se detuvo de pronto por
problemas de sucesión en el trono imperial. A pesar del temor que inspiraron las hordas mongolas,
la historia del Preste Juan se confirmó en esto: si bien las oleadas invasoras de los mongoles, desde
1202 en adelante, habían sometido a reinos cristianos en el Este (por ejemplo, los keraítas), éstos
influenciaron sobre los invasores.

La conquista mongólica fue destructiva, pero colocó a los cristianos en mejores posiciones que
las que hasta entonces habían tenido. El fracaso de las Cruzadas había dejado a la Europa cristiana
muy vulnerable al avance musulmán. Fue la vertiginosa formación del Imperio Mongol en Asia lo
que impidió a los turcos penetrar en Occidente. Además, hubo ciertas influencias cristianas sobre
los tártaros-mongoles. El famoso Gengis Khan (1162–1226), fundador del imperio mongol, tenía un
hijo que estaba casado con una princesa keraíta. Los registros chinos dicen que ella fue enterrada
en un monasterio cristiano; otros documentos señalan que “era una verdadera creyente.” Sus hijos
se casaron con mujeres cristianas.

El más importante de los emperadores mongoles fue Kubilai (1215–1294), nieto de Gengis Khan,
quien trasladó la capital del Imperio Mongol a Beijing (1279) y la llamó Khanbalik (la ciudad del
Khan). Su imperio fue el más extenso que el mundo haya conocido jamás. Sus dominios se extendían
desde el Mar de la China hasta el Danubio y desde los Montes Urales hasta los Himalayas. Fue Kubilai
quien como Gran Khan, le ofreció a la Iglesia cristiana la oportunidad misionera más grande que
haya tenido en toda su historia. En 1269, Kubilai le escribió al Papa de Roma pidiéndole que le
enviara misioneros para evangelizar a su pueblo.

Kubilai: “¿Cómo podéis esperar que me haga cristiano? Ya veis que los cristianos en estas
partes son tan ignorantes que no hacen nada y no tienen poder.… Pero iréis a vuestro Sumo
Sacerdote (Papa) y le rogaréis que me envíe cien hombres preparados en vuestra religión.…
Y así seré bautizado, y luego todos mis nobles y hombres ilustres, y luego sus súbditos, y
habrá de esta manera más cristianos aquí que los que hay en vuestras partes.”

Quienes trajeron al Papa de Roma estas noticias fueron dos mercaderes venecianos que
regresaban de la capital de Kubilai a Europa, después de varios años de viaje: Nicolás y Mateo Polo.
Un hijo de Nicolás, Marco Polo (1254–1324) fue el más famoso de los aventureros venecianos que
llegaron a la China. Después de cruzar Persia, Turquestán y Mongolia, llegó a la corte de Kubilai en
1275. Marco ejerció varios cargos y en algo más de una década y media pudo visitar diversas
regiones de China movido por motivos comerciales. Marco Polo dejó China en 1291 y regresó a
Europa siguiendo la vía marítima. Escribió un libro en el que narraba sus aventuras, II Millione, y que
sirvió para estimular el interés por el Extremo Oriente.

Los mongoles querían adoptar una religión que estuviese a la altura de su grandeza imperial y
dudaban entre tres posibilidades: el islamismo, el budismo y el cristianismo. Conocían el Islam en
sus territorios de Occidente; el budismo en Oriente; y, el cristianismo, que de alguna manera estaba
en todas partes. En respuesta al pedido de Kubilai, el papa Gregorio X (1271–1276) sólo envió a dos
frailes dominicos, que ni siquiera llegaron a la capital del Gran Khan. Treinta años más tarde (hacia
el 1300) la decisión imperial dejó de lado al cristianismo: en el Oeste del Imperio Mongol se adoptó
el islamismo y en el Este el budismo. Así pasó una de las más grandes oportunidades misioneras de
la Iglesia.

Los misioneros a Oriente. Durante el período de los mongoles, China recibió influencias
cristianas de Occidente. Frailes dominicos y franciscanos aprovecharon las mayores y mejores
posibilidades de viajar hacia el Extremo Oriente y visitaron Asia Central, India y China. Otros
religiosos lo hicieron como enviados diplomáticos, como el franciscano italiano Juan del Plano
Carpini, entre los años 1245–1247, quien escribió una Historia de los mongoles. Carpini había partido
desde Lión (Francia) rumbo a China, con una carta del papa Inocencio IV para el Gran Khan. Poco
después del fraile Juan, fue el dominico Ascelino de Cremona que, también por encargo del papa
Inocencio IV, llegó a la presencia del general tártaro Batsciú (1248), con el cual no llegó a un acuerdo
y tuvo que regresar. En 1249 nos encontramos con el dominico francés Andrea de Lonjumeau, que
logró llegar a la capital mongola (Karakorum, en Mongolia) para encontrarse con el Khan. Esto no
pudo ser, porque el monarca estaba muriéndose, pero pudo entrevistarse con su esposa.

Más tarde, encontramos a Guillermo de Rubruck (1253–1255), un franciscano flamenco, que el


27 de diciembre de 1253 recitó las plegarias de Navidad frente al Gran Khan. Su libro El itinerario,
escrito hacia 1260 en cincuenta y cuatro capítulos, se inicia justamente con la narración de este
episodio y con una curiosidad. Rubruck, recibido en la corte, inició la plegaria con un canto en latín
(Christus canamus principen), y el Khan se asustó pensando que se trataba de un canto de guerra,
ordenando el arresto del fraile. Cabe señalar que todos estos misioneros viajaron a China y tomaron
contacto con las cortes mongolas con anterioridad a los famosos viajes de Nicolás y Mateo Polo, y
del más famoso de los viajeros venecianos, Marco Polo.

Otro gran misionero fue el franciscano italiano Juan de Montecorvino, quien en 1289 fue
enviado a Oriente por el Papa junto con el dominico Nicolás. Montecorvino fue como misionero a
Persia, donde fue alentado por el gobernador mongol a ir a la capital de su imperio. El Papa le dio
su bendición y cartas para el Gran Khan y el catholikós de Oriente. El viaje se hizo por mar hasta la
India, donde murió el dominico. Juan siguió su viaje solo y llegó veinticinco años después (1294) del
pedido de Kubilai por cien misioneros, transformándose así en el primer misionero católicorromano
en llegar al mar de la China. Hacia 1305 Montecorvino informaba haber ganado para la “verdadera
fe católica” al rey de los óngutos, que era nestoriano. Esto le creó problemas, porque lo acusaron
de espía y fue arrestado varias veces en los primeros cinco años. Su informe habla de seis mil
convertidos en Khanbalik (Beijing), donde ya había construido un templo además de erigir tres
iglesias, un orfanato y un seminario. Su método misionero era muy particular.

Juan de Montecorvino: “He construido una iglesia en la ciudad … y he reunido a cuarenta


niños entre los siete y los once años de edad, sin preparación en religión. Los he bautizado
y les he enseñado latín y nuestra liturgia. He escrito para ellos treinta Salterios con
himnarios y dos breviarios. Once de ellos ahora conocen nuestro Oficio y mantienen los
servicios del coro esté yo aquí o no.… Y el Señor Emperador está encantado en gran manera
con su canto. Hago repicar las campanas en todas las horas [las ocho horas para la oración]
y realizo el Oficio divino con mi congregación de bebés y lactantes. Pero cantamos de
memoria porque no tenemos un libro de culto con notas.”

En 1307 el Papa consagró a siete franciscanos como obispos, con instrucciones de consagrar a
Montecorvino como su arzobispo y servir bajo su autoridad. Sólo tres sobrevivieron el viaje. Con
ellos se abrieron otras iglesias en Khanbalik y otras ciudades. En 1321 cuatro franciscanos salieron
para unirse a esta misión. Hicieron escala en lo que hoy es Mumbai (India), pero fueron descubiertos
y asesinados, constituyéndose así en los primeros mártires cristianos conocidos de la India.

John Foster: “La tragedia de esta primera misión de la Iglesia del Oeste al Asia Oriental fue
que arribó demasiado tarde para el movimiento de masa que Kubilai había anticipado, y
permaneció demasiado pequeña—en lugar de cien misioneros eran tan sólo un puñado.
Tuvo también dos otras debilidades: fracasó en cooperar con la Iglesia del Este, y fracasó en
alcanzar a la gente de la tierra [los chinos].”

El último misionero que llegó a China en la Edad Media fue el franciscano Juan de Marignolli,
delegado papal que luego de arribar por una ruta terrestre, regresó por mar y llegó a Avignon en
1353. En 1368 la dinastía mongola llegó a su fin. Keraitas y ugrios, naimanes y merkitas, tártaros y
óngutos salieron de China, y con ellos también todo vestigio de testimonio cristiano. Con la
expulsión de los mongoles y el establecimiento de la dinastía Ming, también se cortaron las
relaciones entre Europa occidental y China. Éstas habrían de reestablecerse recién en el siglo XVI.
Las comunidades establecidas por los misioneros fueron desapareciendo gradualmente.

Los misioneros desde Oriente. Mientras misioneros occidentales (franciscanos y dominicos)


intentaban llegar al Lejano Oriente con la fe cristiana, desde este extremo del mundo conocido,
hacia 1275, emprendían la marcha hacia Occidente dos monjes orientales, Sauma y Marcos. Estos
monjes óngutos cruzaron todo el continente asiático desde un pequeño monasterio cercano a
Beijing (China). Su propósito era peregrinar a Tierra Santa y visitar Jerusalén. Los turcos musulmanes
les cerraban el paso, pero se presentaron al catholikós de Maraghah, al sudoeste del mar Caspio. El
catholikós (patriarca) era la autoridad suprema de la Iglesia del Este de habla siríaca. Era como volver
a las raíces del testimonio cristiano en China (en la primera mitad del siglo VII). El catholikós ordenó
como obispo a Marcos y lo envió de vuelta a China como metropolitano (arzobispo). El camino
estaba bloqueado por la guerra, de modo que Marcos volvió al catholikós, pero se encontró con que
había muerto. Los obispos reunidos para elegir un sucesor lo invitaron a participar de las
deliberaciones y terminaron eligiéndolo a él como patriarca. Así, pues, en 1281, un monje de Beijing
(Khanbalik), la capital del imperio mongol, llegó a ser el catholikós de la Iglesia del Este, cuya
jurisdicción se extendía desde Mesopotamia hasta el Mar de la China.

En cuanto al otro monje, Sauma, fue nombrado por el Ilkhan mongol que gobernaba Persia,
Hulagú (1217–1265), nieto de Gengis Khan, como embajador a Occidente, a fin de explorar una
posible alianza en contra de los musulmanes. El diario de viaje de este peregrino ha sobrevivido al
tiempo y es un testimonio interesante de cómo era la Europa medieval, vista con ojos orientales.
Sauma fue primero a Constantinopla y quedó asombrado con la magnificencia de Santa Sofía y su
baldaquino increíblemente alto. De allí navegó a Nápoles y siguió por tierra a Roma, donde
sorprendió a los cardenales diciendo que muchos mongoles eran cristianos y que incluso muchos
de los hijos de los reyes y reinas mongoles habían sido bautizados y confesaban a Cristo. Luego viajó
por Francia, y en París fue huésped del rey Felipe IV el Hermoso (1268–1314) y vio la primera
universidad europea. Continuó su viaje y en Bordeaux se encontró con el rey de Inglaterra, Eduardo
I (1239–1307) quien, como duque de Aquitania, tenía posesiones feudales en esa parte de Francia.
El rey le pidió que celebrara la eucaristía y Sauma lo hizo utilizando su liturgia en siríaco. De este
modo, el rey de Inglaterra recibió el sacramento de manos de un monje ónguto proveniente de
China, quien condujo la liturgia en siríaco, la lengua sagrada de la Iglesia del Este. De allí, Sauma
regresó a Roma donde se encontró con un nuevo Papa, Nicolás IV (Papa de 1288–1292), quien lo
invitó a participar de la eucaristía celebrada según el rito latino. Pocos días después, Sauma tuvo la
oportunidad de celebrar la eucaristía delante del Papa usando su propio rito siríaco.

Historia de Yabh-Allaha III [Marcos] y Rabban Sawma [Sauma] (siglo XIV): “Algunos días
más tarde Rabban Sawma le dijo a Mar Papa: ‘Deseo celebrar la eucaristía para que puedas
ver nuestro rito’; y el Papa le ordenó que hiciese como había pedido. Y en ese día un
grandísimo número de personas se congregó en orden a ver de qué manera el embajador
de los mongoles celebraba la eucaristía. Y cuando ellos lo vieron se regocijaron y dijeron: ‘El
lenguaje es diferente, pero el rito es el mismo.’ … Y habiendo llevado a cabo los misterios,
fue al Mar Papa y lo saludó. Y el Papa le dijo a Rabban Sawma, ‘Que Dios reciba tu ofrenda,
y te bendiga, y perdone tus transgresiones y pecados.’ Entonces Rabban Sawma dijo:
‘Además del perdón de mis transgresiones y pecados que he recibido de ti, oh nuestro
Padre, le ruego a tu Paternidad, oh nuestro santo Padre, que me permita recibir la Ofrenda
[el sacramento eucarístico] de tus manos, de modo que la remisión [de mis pecados] pueda
ser completa.’ Y el Papa dijo: ‘¡Que así sea!’ ”

LAS NUEVAS ÓRDENES MONÁSTICAS

_ El monasticismo como movimiento de renovación espiritual

Durante la Edad Media las inquietudes por una nueva vida religiosa generalmente asumieron
una forma monástica. Durante los siglos XII y XIII se advierte un gran movimiento monástico. Adolf
Harnack llama a estos dos siglos “el tiempo heroico de los monjes y religiosos.” Un individuo reunía
a unos pocos seguidores y comenzaba una nueva comunidad de monjes. A diferencia de los monjes
primitivos que vivían solos en lugares apartados, los monjes medievales llevaban una vida
cenobítica, es decir, monástica.

A veces no se trataba de una nueva orden religiosa, sino de un movimiento que adoptaba la
Regla de Benito (529), quien en 527 había fundado un monasterio en Monte Casino. El ideal de
Benito era el de una comunidad que elegía su propio abad (del siríaco abba, padre), y seguía su
Regla de carácter paternalista, pero estricta. En el orden benedictino se ponía gran énfasis en la
disciplina, la devoción y el trabajo. Los monjes hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, y se
comprometían a quedarse en el monasterio. El gran mérito del sistema de Benito era el sentido
común y el carácter práctico de su Regla.

CUADRO 9 - RESULTADOS DEL MONACATO

1. El ascetismo monacal ocupó el lugar del sacrificio del martirio de los primeros cristianos.

2. Los monjes fueron celosos custodios del dogma, especialmente en Oriente.

3. De los monasterios salieron algunos de los mejores obispos del medioevo.

4. Los monjes fueron los misioneros más dinámicos en la conversión de los bárbaros.

5. Los monasterios fueron el refugio de la ciencia y la cultura a lo largo de la Edad Media: los
monjes fueron custodios y vehículos de cultura, pero no creadores.

6. Muchos monasterios se establecieron en tierras inhóspitas, con lo cual se transformaron en


avanzadas de la civilización y determinaron la historia futura de Europa.

7. Muchas ciudades europeas deben su origen a la fundación de un monasterio.

A pesar de que en el siglo IX los normandos asaltaron e incendiaron muchísimos monasterios


benedictinos, y en el siglo X los desórdenes feudales también los afectaron, el movimiento
benedictino continuó en todo Occidente y la Regla de Benito fue el modelo por excelencia para la
mayor parte de las órdenes monásticas medievales. No obstante, para entonces, la vida monástica
había decaído notablemente. Esto se debió, por un lado, al hecho de que muchos monasterios se
habían transformado en centros generadores de riqueza, lo cual provocó la relajación de las
costumbres y la intromisión por parte de los señores feudales. Por otro lado, muchos monasterios
eran propiedad del rey o de los señores, los cuales los confiaban a abades laicos, que no se
preocupaban por la disciplina, sino por acaparar riquezas. A diferencia de su contraparte de Oriente,
el monasticismo occidental fue un movimiento de clase alta y tendió a reflejar la jerarquía natural
de la sociedad feudal. Esto hizo necesaria la implementación de profundas reformas a lo largo los
siglos IX y X.

_ Diversos tipos de órdenes religiosas

Órdenes que tomaron como base la Regla de Benito. Algunas de las órdenes más reformistas
durante la Edad Media adoptaron la Regla de Benito. Tal fue el caso de los cluniacenses. En el año
910, el duque Guillermo de Aquitania fundó un monasterio en Cluny (Francia). Para liberarlo de los
abusos bajo control laico, lo sometió a la protección directa de Roma. Siguiendo la Regla de Benito,
los monjes de Cluny desde el principio eligieron su propio abad y colocaron el monasterio
directamente bajo la autoridad papal, librándose así de las interferencias del Estado y de las
autoridades eclesiásticas locales.

El modelo de Cluny se esparció con rapidez, gracias a una serie de abades excepcionales. Su
independencia y espíritu reformista tuvieron gran influencia en casi todos los monasterios de
Europa. Muchos otros monasterios se unieron a esta reforma, dando lugar a la Congregación de
Cluny. Para el año 1150 ya había más de trescientos monasterios cluniacenses que atacaban la
simonía (compra-venta de cargos eclesiásticos) y otros abusos. El abad de Cluny se transformó de
esta manera en la cabeza de una gran familia de monasterios que contaban con un prior al frente
de cada uno, y todos ellos con grandes ideales en cuanto a la Iglesia, que consideraban debía
gobernar al mundo.

C. H. Lawrence: “Se habría necesitado visión profética para discernir en la plantación


iniciada por el duque Guillermo en el año 909, el grano de la semilla que había de crecer
hasta convertirse en un árbol pujante. En el cenit de su esplendor, a finales del siglo XI, Cluny
era la capital de un enorme imperio monástico que se extendía por toda Europa occidental.
Era un vivero de prelados fervorosos y el guía de príncipes piadosos. Sus santos y sabios
abades eran prominentes consejeros en las cortes de papas y emperadores.… era a Cluny
adonde los hombres dirigían su mirada en busca de guía espiritual y de inspiración religiosa.
Incluso después de que hubieran pasado sus días álgidos, y su creatividad y la confianza en
sus posibilidades hubieran empezado a decaer, siguió siendo una fuerza poderosa en el
mundo de las políticas eclesiástica y secular del siglo XII.… En el siglo X Cluny representa la
restauración de la vida monástica benedictina.”

Los cluniacenses magnificaron la vida ascética y se mantuvieron alejados de los favores


seculares. Después del año 962, los emperadores alemanes apoyaron la reforma de Cluny. El Papa
al principio se resistió, si bien el movimiento significaba un gran respaldo para sus pretensiones
hegemónicas. En el año 1049, el emperador Enrique III nombró como Papa a su primo León IX, que
hasta entonces había sido cluniacense. Éste a su vez, nombró como secretario y asesor a un joven
monje reformista llamado Hildebrando. Estos dos hombres produjeron algunos de los cambios más
importantes en toda la historia de la Iglesia Católica Romana.

Otra orden medieval que siguió la Regla de Benito fue la de los cistercienses. Citeaux es una
aldea de Francia, donde en 1098 se fundó una comunidad religiosa derivada de los benedictinos,
que se ramificó por todo el país y después por España. La orden fue fundada por Roberto de
Molesme, quien con otros monjes disidentes quería seguir la Regla de Benito, pero querían volver a
una vida más simple. Sus ropas eran blancas con escapulario negro, y su estilo de vida era más
ascético que el de otras órdenes. Se caracterizaron por la pobreza rigurosa, el trabajo manual
obligatorio, la dependencia del obispo y una organización más democrática que la de los
cluniacenses. Buscaron lugares agrestes para establecer sus casas y en muchos lugares de Europa
fueron los primeros en desmontar bosques y drenar pantanos. De este modo, los cistercienses se
convirtieron en los apóstoles agrarios de la colonización interna de Europa.

C. H. Lawrence: “Citeaux y la orden que surgió de él fueron el resultado de una misma


inquietud que buscaba una forma de vida ascética más sencilla y recogida y que encontró
su expresión en nuevas órdenes durante el siglo XI. Al igual que otros movimientos similares,
comenzó como una reacción contra las riquezas corporativas, los compromisos mundanos
y el ritualismo litúrgico exacerbado de la tradición monástica carolingia. Los fundadores de
Citeaux se propusieron crear un monasterio en el que quedara restaurada la prístina
observancia. Se inspiraban, de hecho, en un cúmulo de ideas que eran corrientes en su
época. Pero la orden que se desarrolló a partir de sus esfuerzos eclipsó a todas sus rivales
por el vigor de su crecimiento, el número de sus miembros y el brillo de su reputación.”

Uno de los cistercienses más famosos fue Bernardo de Clairvaux (1090–1153). Era de una familia
noble de Burgundia, que a los veinticinco años ya era abad de una casa cisterciense. Fue un hombre
muy piadoso que ejerció una gran influencia reformadora y purificadora en la Iglesia, llegando a
tener más poder espiritual que los papas de su tiempo. Fue fundador de una abadía en Clairvaux,
predicó la segunda cruzada y fue autor de excelentes obras, entre las que se encuentra la letra del
famoso himno: “Oh, rostro ensangrentado.”

Una tercera orden regida por la regla benedictina fue la de los cartujos. Fundada por Bruno de
Colonia, quien se retiró a la vida eremítica en el valle de la Chartreuse (Cartuja), cerca de Grenoble
(1084), con seis compañeros. Fue la más austera de todas las órdenes religiosas basadas en la Regla
de Benito, a la que Bruno le añadió algunas penitencias rigurosas, como la abstinencia perpetua y el
silencio continuo. A causa de su rigidez y penitencia, se expandieron muy lentamente. Su período
de mayor esplendor fue en el siglo XV.

Órdenes que tomaron como base la Regla de Agustín. Esta regla había sido primero formulada
por Agustín de Hipona para el clero de su diócesis en el norte de África. De allí que, mayormente,
fue seguida por el clero secular más que por el clero regular. El florecimiento de la vida religiosa
había tenido su repercusión en la vida del clero secular, mediante la renovación de los capítulos
catedrales y las parroquias más importantes. Desde el papa Nicolás II en adelante, los clérigos fueron
exhortados a abrazar este género de vida como el mejor camino para implantar la reforma de la
Iglesia. Estos obispos y sacerdotes abrazaron generalmente la Regla de Agustín, hasta que con el
tiempo llegó a formarse una especie de congregación agustiniana en varios lugares de Europa.

No obstante, hubo también órdenes regulares que adoptaron la regla agustiniana. Entre ellos,
los premostratenses. La orden fue fundada por Norberto de Xanten, quien se retiró con cuarenta
clérigos al valle de Prémontré, cerca de Laón (Francia), en 1121. Seguían la Regla de Agustín, pero
con influencias de los cistercienses y de las costumbres de Cluny. Se dedicaban fundamentalmente
a la cura de almas y a la predicación; fueron grandes misioneros en las regiones del Báltico.

Órdenes militares. Estas órdenes fueron, en un sentido, totalmente diferentes de las órdenes
más características del clero regular. Tuvieron su origen en las Cruzadas como conjunción del
espíritu monacal y del espíritu guerrero. Sus miembros eran laicos que se obligaban, mediante
votos, a defender la religión y a proteger a los peregrinos en Palestina. Como monjes prometían
pobreza, castidad y obediencia. Y, como soldados, prometían su servicio militar. Al perderse la Tierra
Santa para la cristiandad, se trasladaron a Europa, donde se pusieron al servicio de los reyes, pero
conservando su independencia. Su organización era muy centralizada. La autoridad suprema era el
Gran Maestre. Sus miembros se dividían por naciones y lenguas, y dentro de cada nación, se
agrupaban en prioratos.

Algunas de las órdenes militares más famosas fueron las de los Caballeros de San Juan, la de los
Caballeros Templarios y los Caballeros Teutónicos. Los primeros tomaron su nombre del Hospital de
San Juan (hospitalarios), fundado en Jerusalén en 1048 por unos caballeros de Amalfi (Italia) para
atender a los enfermos y peregrinos. Al ser ocupada Jerusalén por Saladino (1187) pasaron a Chipre,
más tarde a Rodas, y finalmente a Malta. En cuanto a los Templarios, la orden fue fundada en 1118
por Hugo de Payens, Godofredo de San Omer y otros siete caballeros franceses. Residían sobre las
ruinas del Templo en Jerusalén, y de allí su nombre. Fueron grandes guerreros, que se enriquecieron
y adquirieron privilegios excesivos. La orden fue suprimida a principios del siglo XIV. Los Caballeros
Teutónicos tienen su origen en un hospital militar alemán fundado en San Juan de Acre, durante el
asedio de esta ciudad. Después de tomada la ciudad, se llamó Hospital de los alemanes en Jerusalén
(1190). Los Teutones participaron en el sometimiento de los paganos en Prusia (1238), hasta que
fueron secularizados con el advenimiento del protestantismo.

Órdenes mendicantes. De todas las órdenes medievales, las mendicantes fueron las que hicieron
un aporte reformador y renovador más efectivo. Tuvieron ciertas características generales en
común. Por un lado, se distinguieron por lo que podría calificarse como un apostolado universal. Las
nuevas órdenes mendicantes se consagraban directamente a la acción apostólica, abrazaban toda
clase de ministerios y se dirigían a todos los países. El monje laico e iletrado se convirtió en un
religioso sacerdote instruido, algunos de ellos preparados en alguna universidad. Los conventos no
se fundaron en la soledad del campo sino dentro de las ciudades, para predicar y enseñar a la gente.

Segundo, un rasgo notable de estas órdenes fue que se sostuvieron mediante la mendicidad. La
pobreza no fue solo individual sino comunitaria (conventos). Para su subsistencia, los monjes
contaban con su trabajo y con las limosnas mendigadas u ofrecidas espontáneamente por los fieles.
Además, estas órdenes cambiaron la manera de denominar a sus integrantes. Los miembros de las
órdenes mendicantes ya no se llamaban monjes (alguien que vive solo, solitario) sino que se
llamaban hermanos o frailes.

Otra característica interesante de las órdenes mendicantes medievales tiene que ver con su
forma de organización. Todos los miembros y todos los conventos estaban sometidos a la autoridad
de un jefe supremo llamado superior general, el cual estaba sometido directamente al Papa. Los
mendicantes no eran auxiliares del obispo ni del clero secular, sino que obedecían sólo al Papa.

En todos los casos, estas órdenes tuvieron una importante influencia espiritual y moral en el
mundo de sus días. Las órdenes mendicantes sirvieron de fuerte estímulo para la vida espiritual y
moral del pueblo en un tiempo de decadencia del clero secular. Finalmente, fueron organizadas
como órdenes laicas, es decir, integradas por personas no ordenadas al sacerdocio secular. Todas
las órdenes mendicantes desarrollaron, además de una rama de varones y otra de mujeres, una
tercera orden para varones y mujeres en el mundo.

_ Los frailes

El movimiento de renovación espiritual más importante durante la Edad Media fue el


advenimiento de las órdenes mendicantes, especialmente la de los frailes dominicos y franciscanos.
La gran diferencia entre ellos y los benedictinos fue que no estaban encerrados en un monasterio,
sino que vivían en el mundo y no provenían de las clases privilegiadas, como ocurría con la mayoría
de las monjas y con muchos de los monjes. Eran pobres o bien identificados con los pobres y estaban
dispuestos a mendigar su pan.

La influencia de los frailes fue inmensa. Al aumentar el comercio y la riqueza, los castillos
medievales se fueron transformando en palacios, y éstos se expandieron gradualmente hasta llegar
a ser ciudades amuralladas. Las ciudades se transformaron en centros comerciales llenos de
mercaderes y artesanos, pero los pobres que vivían en chozas construidas fuera de los muros de la
ciudad, no recibían los beneficios de su sistema parroquial y de su prosperidad comercial. Eran
personas necesitadas de ayuda y los frailes fueron quienes se la dieron.

C. H. Lawrence: “Las órdenes de frailes mendicantes que aparecieron a principios del siglo
XIII representaban un nuevo punto de partida, una ruptura radical con la tradición
monástica del pasado. Al adoptar una regla de pobreza corporativa y rehusar aceptar
dotaciones o tener propiedades, se desprendían del impedimento que había sido
considerado durante mucho tiempo como indispensable para cualquier comunidad de
monjes organizada. Pero su rechazo de la propiedad y su dependencia de la mendicidad
para su mantenimiento eran sólo signos externos de un cambio espiritual más profundo.
Las órdenes mendicantes quedaban libres de uno de los principios básicos del monacato
tradicional, al abandonar el aislamiento y la clausura del claustro, a fin de ocuparse en
misiones pastorales activas a favor de la sociedad de su tiempo. La predicación y la
administración de los sacramentos a la gente eran su razón de ser. El mensaje que
transmitían era distinto también. Ya no había por qué buscar la seguridad de la salvación en
la huida de la colmena humana ni en la adhesión a los cilicios de una aristocracia espiritual;
los que vivían en el mundo, cualquiera que fuese su condición, podían cumplir las exigencias
de la vida cristiana santificando los monótonos deberes y tareas de su estado; todo lo que
necesitaban era arrepentirse y aceptar el evangelio.”

Domingo de Guzmán y los dominicos. Domingo de Guzmán (1170–1221) era español y de familia
noble. En 1206 fundó una orden religiosa en Tolosa (Francia) para luchar contra los herejes
albigenses, una secta que combinaba enseñanzas cristianas con ideas persas. Sus líderes se llamaba
“Perfectos” (por eso se los conoce también como cátaros, del griego “puros”). Eran muy estrictos
en su disciplina, en contraste con el clero relajado e ignorante de la época. La Iglesia quería
eliminarlos por la fuerza, pero Domingo procuró hacerlo por la predicación. Por eso, a sus seguidores
se los conoció también con el nombre de “frailes predicadores,” hasta el día de hoy.

La orden fue reconocida por el papa Inocencio III en 1206, pero la aprobación definitiva la
concedió el papa Honorio III (1217). La orden se esparció rápidamente, y en 1277 había
cuatrocientas casas. En 1216 se fundó también la orden de las dominicas, que en el siglo XIV fue
reformada por Catalina de Siena (1347–1380). Hubo también una tercera orden. En 1218 Domingo
se entrevistó con Francisco de Asís en Roma, e introdujo a su orden la pobreza estricta. Los
dominicos se destacaron por el cultivo de las ciencias, en oposición a los franciscanos que
inicialmente se despreocuparon de ellas.

Francisco de Asís y los franciscanos. Francisco de Asís (1181–1226) era hijo de un rico mercader
de telas de Asís (Italia). Era un joven amante de la aventura, que después de haber caído prisionero
y padecer una seria enfermedad cambió rotundamente su estilo de vida (1206). Abrazó una vida
penitente y comenzó a ayudar a los pobres, leprosos y mendigos. Como consecuencia, su padre lo
repudió y desheredó.

En 1209, junto con once compañeros, que compartían sus ideales de abnegación y pobreza,
fundó una hermandad a la que le dieron el nombre de “Penitentes de Asís,” que luego cambiaron
por el de “Hermanos Menores.” Francisco compuso una brevísima Regla con frases entresacadas
del evangelio y pidió al papa Inocencio III (1210) su aprobación. El Papa les permitió predicar y seguir
viviendo según su Regla, pero difirió la aprobación hasta que la orden creciese en número. El
movimiento siguió creciendo hasta que, en 1212, una niña de familia noble de nombre Clara fue
admitida a la comunidad. Éste fue el comienzo de una segunda orden franciscana, esta vez para
mujeres, que fueron conocidas como las Pobres Claras o Clarisas. En 1221 comenzó una tercera
orden para hombres y mujeres, que sin abandonar su vida común, aceptaban seguir los ideales de
Francisco.

El papa Honorio III aprobó oficialmente la orden y su Regla en 1223. Los franciscanos se
difundieron con extraordinaria rapidez por toda Europa. A fines del siglo XIII ya contaban con 1.583
conventos. Como su fundador, los franciscanos se caracterizaron por su amor a la naturaleza, la
música, la bondad de espíritu y el celo misionero. Francisco fue canonizado a los dos años de su
muerte en 1228, por el papa Gregorio IX, quien comisionó al fraile Tomás de Celano a escribir su
vida.
Tomás de Celano: “… [Francisco] preparó su caballo, lo montó y tomando con él ropas
escarlatas [del inventario de su padre] para vender, arribó apurado a la ciudad llamada
Foligno. Allí, como mercader exitoso, vendió como de costumbre toda la mercadería que
había traído, luego obtuvo un precio por el caballo que había estado cabalgando, y lo dejó.
Así, habiendo dejado a un lado sus cargas, regresó, meditando con una mente devota qué
hacer con el dinero. Pronto, de una manera maravillosa, se volvió completamente a la obra
de Dios, y sintiendo que llevar ese dinero incluso por una hora lo único que haría sería
oprimirlo, se apuró por deshacerse de él, considerando a todas sus ganancias como mucha
arena. Y mientras estaba regresando a Asís, encontró junto al camino una iglesia que había
sido construida hacía tiempo en honor de San Damián, pero que estaba en peligro de
colapsar pronto debido a su antigüedad. Cuando el nuevo caballero de Cristo vino a ella fue
movido con compasión por tal necesidad, y entró con respeto y reverencia. Encontrando allí
a un sacerdote pobre, besó sus manos con gran fe, le ofreció el dinero que estaba llevando
y le explicó, en orden, sus planes. El sacerdote se sorprendió y, preguntándose por ese
repentino cambio de circunstancias, se rehusaba a creer lo que oía. Y en razón de que
pensaba que [Francisco] se estaba burlando de él, no quería tomar el dinero ofrecido—
porque casi el día anterior, por así decirlo, él había visto a Francisco vivir disolutamente
entre sus parientes y conocidos y sobrepasando a los demás en necedad. Pero con
obstinada persistencia Francisco continuó tratando de ganar crédito para sus palabras,
rogando y encarecidamente suplicando al sacerdote que le permitiese estar con él por amor
al Señor. Al fin el sacerdote estuvo de acuerdo con esto, pero no tomaría el dinero por temor
a los padres de Francisco; y el verdadero despreciador del dinero entonces lo echó sobre
una mesilla de ventana, considerándolo poco menos que polvo. Porque él anhelaba poseer
sabiduría, que es mejor que el oro, y obtener prudencia, que es más preciosa que la plata.”

Comparación entre dominicos y franciscanos. Las dos órdenes tenían una organización muy
similar. Tenían áreas de trabajo divididas en provincias, cada una bajo una cabeza. Cada una de estas
órdenes tenía una segunda orden para mujeres y una tercera para laicos de ambos sexos que
aceptaban sus ideales. No obstante, los religiosos eran diferentes. Los dominicos enfatizaban la
erudición como salvaguarda contra la herejía, mientras que los franciscanos temían la erudición
pensando que podía pervertir a los hermanos.

Las dos órdenes crecieron estrechamente relacionadas. Los dominicos aceptaron la pobreza
como virtud y un estilo de vida mendicante, y los franciscanos comenzaron a preparar mejor a sus
frailes. Cuando comenzaron las universidades, ambas órdenes trabajaron entre los jóvenes
estudiantes. De ellas salieron algunos de los grandes eruditos medievales como Alberto Magno y
Tomás de Aquino, que eran dominicos; y Roberto Grosseteste, que era franciscano.

Además, las dos órdenes fueron misioneras. Si bien Francisco no fue un cruzado, pertenecía a
la edad de la caballería y “tomó su cruz” para intentar salvar el Santo Sepulcro. En 1219, durante la
quinta Cruzada, cruzó desarmado las líneas musulmanas y se presentó ante el sultán de Egipto, a
quien le predicó el evangelio. En 1221 franciscanos y dominicos aceptaron oficialmente su vocación
de “ir por todo el mundo” predicando. Los dominicos, reunidos en Bologna, aceptaron Marcos 16:15
como palabras dirigidas específicamente a ellos y fueron a misionar a Europa oriental y el Cercano
Oriente. Francisco incorporó el mandato misionero en la Regla de su orden.

El español Raimundo Lulio (1235–1315) estuvo en estrecho contacto con ambas órdenes de
frailes, pero después de una juventud muy disipada, tomó el hábito franciscano y se dedicó a la
conversión de los musulmanes. A tal efecto, hizo tres viajes misioneros al norte de África. Según él,
la Cruzada más efectiva era convertir a los musulmanes a Cristo mediante la persuasión, pues si esto
ocurría iba a ser mucho más fácil convertir al resto del mundo. Lulio comenzó a educarse después
de su conversión, y llegó a ser un teólogo de renombre y el estratega misionero más grande desde
Gregorio I. Según él, la obra misionera requería de tres medios: el dominio del idioma del pueblo
que se quería alcanzar (él mismo fue un lingüista notable); erudición y la elaboración de argumentos
convincentes para compeler a los no cristianos a aceptar la fe (él escribió varios libros sobre diversos
temas); y, el testimonio de vida con la disposición de morir por la fe (en sus tres viajes al norte de
África sufrió arresto y expulsión). En su tercer viaje, terminó martirizado por lapidación en Túnez,
en 1315, cuando tenía ochenta años.

En estas misiones de los frailes encontramos un ejemplo de la devoción religiosa reavivada, que
se expresaba en la vida monástica y en el retorno a la tarea central de la Iglesia: la evangelización
del mundo. La oportunidad para estas misiones se cerró después del 1350 cuando el islamismo cerró
las puertas en Asia Central y comenzó el segundo gran retroceso del cristianismo.

Otras órdenes mendicantes. Hay otras dos órdenes mendicantes de importancia: los carmelitas
y los mercedarios. El origen de los primeros se remonta a 1163, cuando existía en el monte Carmelo,
en Palestina, una capilla junto a la gruta de Elías. La comunidad eremita que allí se desarrolló seguía
una regla dada por el patriarca Alberto de Jerusalén (1208). Más tarde (1226) fueron aprobados por
el papa Honorio III. Debido a la oposición de los musulmanes, estos eremitas del monte Carmelo se
trasladaron a Chipre (1238), después a Mesina (1247) y desde aquí se extendieron por toda Europa.

Los mercedarios fueron fundados por el francés Pedro Nolasco (1189–1256) con el apoyo del
español Raimundo de Peñafort (1180–1275), como una asociación piadosa de laicos para liberar a
los cautivos cristianos durante las Cruzadas (1222). El rey Jaime I de Aragón los transformó en una
orden militar para reprimir a los albigenses, y como tal fue aprobada por el papa Gregorio IX (1235).
Más tarde (1318), volvieron a adquirir un carácter estrictamente religioso.

Fundaciones eclesiásticas femeninas. A la vez que surgieron las órdenes monásticas masculinas,
surgieron también los nuevos monasterios para mujeres, aunque su número fue mucho menor. En
Francia el renacimiento monástico cluniacense había avivado las viejas fundaciones benedictinas de
mujeres. Hubo una gran orientación hacia el cuidado de leprosos, huérfanos y otros menesterosos.
El misticismo cisterciense suscitó la aparición de varias sabias exponentes entre las monjas
cistercienses. Pero fue en el benedictinismo tradicional que las religiosas del siglo XII encontraron
su más elocuente portavoz. Hildegarda de Bingen (1098–1179), abadesa alemana, usó el género
literario de las visiones para detallar en su libro, Scivias (Para que entiendas) veintiséis reflexiones
sobre las relaciones entre Dios y la humanidad y el buen ordenamiento de la vida cristiana. También
escribió dos vidas de santos, dos libros de medicina e historia natural, cincuenta homilías alegóricas,
una obra edificante de teatro, numerosas cartas a personalidades de su época, himnos y cánticos.
A través de sus obras, Hildegarda tuvo una enorme influencia sobre el desarrollo de la espiritualidad
femenina en Flandes y Renania en el siglo XIII.

Otra mujer notable fue Catalina de Siena (1347–1380), una dominica terciaria que a los siete
años tuvo una visión y dedicó a Cristo su virginidad. A través de sus cartas y diversas gestiones
procuró ayudar al papado a resolver los problemas del Cautiverio Babilónico y del Gran Cisma de
Occidente. La mayor parte de sus esfuerzos estuvieron dedicados a luchar por la unidad de la Iglesia.
Además de numerosas cartas a papas y reyes, Catalina fue la autora de cuatro tratados bajo el título
de Diálogo.

LA VIDA DE LA IGLESIA MEDIEVAL

Muchos historiadores denominan al período entre los años 500 al 1500 con el nombre de “Edad
Media,” porque está entre la decadencia de la civilización romana y el Renacimiento. En estos mil
años, las características de la vida de la Iglesia fueron singulares. Muchos de los elementos que se
han perpetuado hasta nuestros días tanto en la Iglesia Romana como en la Iglesia Griega, tuvieron
en estos siglos su período formativo. Fue especialmente durante la alta Edad Media que se dieron
las condiciones históricas para definir al período de 950 a 1350 como un tiempo de resurgimiento y
progreso para la cristiandad. Entre los factores a mencionar, se destacan los siguientes.

Primero, prácticamente toda actividad intelectual y artística a lo largo de estos siglos estuvo
asociada con la vida de los monasterios. Segundo, el complejo de un monasterio era como un
pequeño pueblo que, además de los monjes (clero regular) y a veces a miembros del clero secular
(obispos y sacerdotes) daba alojamiento a cientos de otras personas. Los monjes recibían tras sus
muros a obreros de todo tipo, niños pobres y huérfanos, viajeros y peregrinos, y todo esto sin cargo
alguno. En razón de que se requería de todo sacerdote que diera misa una vez al día, los templos de
los monasterios necesitaban de muchos altares. En razón de que el templo servía a la comunidad
monástica más que a personas fuera de ella, había generalmente un ápside tanto al este como al
oeste al final de la nave principal, mientras que las entradas al templo daban a los claustros o a otras
partes del complejo del monasterio.

Tercero, este fue un período de veneración de reliquias y de peregrinajes a santuarios. Todo el


culto a los mártires representaba una renovación de la pasión y resurrección de Cristo. Con el paso
del tiempo, las reliquias de los santos llegaron a asumir más importancia que la emulación de sus
vidas. Se desenterraron cuerpos, se los desmembró, dividió en pedazos, se peleó por el dedo de uno
o un diente de otro, e incluso se robaban las reliquias y se organizó un lucrativo negocio alrededor
de ellas y los relicarios. Ningún precio parecía ser demasiado alto por una reliquia, fuese auténtica
o espuria, especialmente si tenía fama de milagrosa. Toda la cristiandad parecía tener como meta
tomar el cayado del peregrino e ir a pie a visitar los santuarios más sagrados, como Santiago de
Compostela en España (la tumba de Santiago), Roma (la tumba de Pedro), y por supuesto, Jerusalén
(la ciudad sagrada). A lo largo de estas rutas de peregrinaje se ubicaban los monasterios más
grandes, con los templos más monumentales y las reliquias más “auténticas.” Cuarto, estos templos
majestuosos fueron construidos a lo largo de muchos años, a veces más de un siglo. Cuando el
arquitecto original moría y otro era designado, éste generalmente cambiaba el proyecto para
adecuarlo a un estilo más moderno. Esto explica por qué en muchas de estas construcciones se ve
una mezcla de estilos (como el románico y el gótico).

_ El clero

La preparación del clero. Desde el siglo VI casi cesó todo tipo de educación en Europa occidental.
Las escuelas fueron cerradas y los maestros esparcidos como consecuencia de las invasiones.
Algunas pocas familias que valoraban el saber conservaron libros y transmitieron conocimientos a
sus hijos. Debe tenerse presente que para el siglo VIII una biblioteca que tuviera cien libros era un
centro educativo destacado. Además, se necesitaba de un año entero para producir un manuscrito
de primera clase de la Biblia. Las principales abadías se transformaron en centros de instrucción,
pero el programa era limitado y el propósito intelectual humilde.

La preparación ministerial comenzaba con las primeras letras en la infancia. Una familia devota
decidía, a menudo por sugerencia de un sacerdote, dedicar uno de sus hijos a la Iglesia. Lo dejaban
en manos del obispo para que lo criara en su casa, donde vivía y trabajaba y se educaba para el
clero. Otros niños eran dejados con un abad y eran educados como monjes. Aprendían latín, la
liturgia (canto y recitado) y el calendario eclesiástico. De todos modos, el clero era muy ignorante y,
salvo en los monasterios, no se ponía ningún énfasis en su preparación académica.

Los deberes del clero. Por estar un poco mejor preparado que sus feligreses, el sacerdote era un
líder de la comunidad en que vivía. Actuaba como pacificador en las disputas, consejero y director
de procesiones y dramatizaciones religiosas. El sacerdote debía enseñar a sus feligreses el Padre
Nuestro, el Credo, los Diez Mandamientos y el significado de los sacramentos. No era necesario que
supiera latín, pero sí el orden de la liturgia y que pudiera participar en ella.

Su tarea principal, no obstante, era el ministerio de la Palabra y la administración de los


sacramentos. El sermón sólo se impartía cuando venía un obispo y era en lengua vernácula. La
confesión se tomaba frente al altar y el bautismo se realizaba sumergiendo a los infantes en una
fuente y ungiéndolos con aceite en sus frentes. La confirmación se hacía a edad temprana ante un
obispo y los matrimonios se celebraban con una ceremonia breve en la puerta de los templos.
Además, el sacerdote debía visitar a los enfermos y moribundos con el viaticum (provisión para el
viaje, la muerte), y promover de toda manera posible la acción social cristiana. Los obispos debían
dedicar parte de sus ingresos a los pobres, y desde el siglo IX, se establecieron casas para pobres
cerca de las catedrales.

El celibato del clero. La práctica de requerir al clero que permanezca sin casarse y se consagre a
la pureza personal en pensamiento y obra se remonta a tiempos anteriores a la Edad Media. No
obstante, fue en Oriente durante los siglos VI y VII que se aprobaron leyes que prohibían el
casamiento de los obispos. En Occidente, el celibato se tornó en una obligación canónica a través
de decretos papales y de concilios regionales. Durante los siglos IX y X, el celibato cayó casi en el
olvido y muchos eclesiásticos estaban casados o vivían en concubinato. Pero con las reformas de
Gregorio VII en el siglo XI volvió a ser impuesto de manera obligatoria para todos los niveles del
clero. A pesar de este nuevo espíritu ascético, continuó habiendo una considerable distancia entre
la teoría y la práctica respecto a este requisito. Una y otra vez, los decretos papales y las resoluciones
de sínodos y concilios a lo largo de la Edad Media tuvieron que insistir sobre la sujeción del clero a
esta demanda.

_ El culto

El idioma eclesiástico. Correctamente se llama a la Iglesia de Occidente, Iglesia Latina, ya que su


Biblia y su liturgia se encontraban en latín. Cuando los pueblos germanos introdujeron sus dialectos
después de las invasiones, el latín se conservó como el idioma de la Iglesia y de la literatura, y se
perdió como lengua hablada. Ya para mediados del siglo X era costumbre escribir una traducción
palabra por palabra sobre el texto en latín, para ayudar al lector a explicar lo que leía a la
congregación. Los idiomas de los diferentes países europeos, muchos de ellos derivados del latín,
tuvieron que esperar bastante tiempo antes de vencer a la lengua madre, justamente porque no se
los consideraba “literarios.” Los que querían leer debían aprender latín.

Los cristianos bizantinos eran griegos tanto en su idioma como en sus costumbres. El griego era
el idioma original de buena parte del cristianismo, y este idioma no murió, si bien fue transformado.
La Biblia y la liturgia bizantinas estaban escritas en un griego menos evolucionado, pero no había
problemas en entenderlo. No obstante, fue en el Este donde se produjo la mayor parte de las
primeras traducciones de los escritos cristianos. En el caso de la Iglesia de Oriente, cuya lengua
religiosa era el siríaco, también produjo numerosas traducciones según la necesidad, si bien el
siríaco continuó siendo la lengua preferida para la liturgia.

Las devociones. A lo largo de toda la Edad Media se desarrolló la mayor parte de las devociones
que todavía hoy caracterizan al catolicismo romano. Ya en el siglo XII, el afán de los fieles de
contemplar la forma consagrada del pan y del vino de la eucaristía dio lugar al rito de la elevación
en la misa, primero sólo de la hostia y luego también del cáliz. La devoción culminó en la instauración
de la fiesta del Corpus Christi en el siglo XIII. En general, las grandes devociones de la piedad católica
romana deben mucho a la escolástica, la cual creó algunas nuevas y permitió el desenvolvimiento
de otras. Surge una “devoción” cuando a una cosa concreta procedente del campo de la fe, sea un
misterio o una persona, se le hace objeto de una veneración especial. Algunas de las devociones
más populares durante este período fueron: la conmemoración de los Fieles Difuntos (fomentada
por los cluniacenses); la devoción al Niño Jesús (desarrollada por los franciscanos), a la Virgen María,
a San José, a la Sagrada Familia, a la Pasión de Cristo (franciscanos), a las cinco llagas, al Sagrado
Corazón de Jesús, y a la Madre Dolorosa, entre otras.

Mientras en las universidades los intelectuales hacían un balance entre la fe y la razón, y


elaboraban un ideario cristiano práctico para la política, la ética pública y el ordenamiento social, en
las ciudades de Italia y de Flandes se cuajaba en el siglo XIII una espiritualidad popular que se
expresaba en prácticas devocionales como el rezo del Rosario (difundido por los carmelitas en ese
siglo), el uso del Breviario, la práctica del Vía Crucis, la contemplación de Jesús en la Pasión, y la
elaboración navideña de los nacimientos o pesebres (cuya introducción se atribuye a Francisco de
Asís). Un arte popular, que encontraba patronos en las clases medias urbanas y en sus iglesias y
cofradías, favorecía la iconografía del Jesús sufriente en la cruz y de la Madonna (la Virgen María)
con el Niño en brazos, más asequibles e identificados con la cotidianidad humana que los grandes
personajes hieráticos del arte derivado de Bizancio. Desprendidos de su trasfondo dorado bizantino,
que simbolizaba la eternidad, los personajes sagrados adquirían naturalidad y expresaban
emociones en un naciente marco humano de paisajes agrarios o urbanos. En el siglo XIV esta
transformación iconográfica llevaría a la pintura de Giotto y de Duccio, y a las primeras grandes
creaciones del arte renacentista italiano.

Las reliquias. El culto de las reliquias fue sumamente popular. Las reliquias se convirtieron en el
factor individual más importante de la devoción cristiana. Se creía que los santos se comunicaban
con el mundo a través del contacto con sus restos terrenales, cualesquiera que éstos fuesen. Las
reliquias irradiaban cierta forma de energía y podían producir milagros, con lo cual, para la gente
común, se transformaron en el aspecto más importante de su religión. Además, en esta creencia, el
laicado y el clero estaban en el mismo nivel. Las reliquias funcionaban como defensa contra el
hambre, el sufrimiento y las acechanzas de los demonios. Eran indispensables para decir misa y
estaban agregadas al altar colocadas dentro de suntuosos relicarios. Representaban un papel
fundamental en el sistema judicial, en relación con los juramentos y los debates judiciales. Los reyes
las portaban en combate para obtener la victoria. Las peregrinaciones a los lugares en que se
guardaban reliquias importantes se convirtieron en el motivo principal de los viajes realizados
durante más de mil años y determinaron la estructura de las comunicaciones e incluso la forma de
la economía de muchas regiones.

En torno a ciertas reliquias, estimadas como mucho más valiosas que todos los metales
preciosos, se desarrollaron ciudades, ferias regionales y nacionales, y se activó un comercio notable.
Una parte enorme de los activos de la sociedad estaba invertida en las reliquias y en los preciosos
engastes y decoraciones de los relicarios. Era un modo de guardar con seguridad el dinero. Una
buena colección de reliquias atraía a peregrinos y, por lo tanto, riqueza a una abadía o catedral. Los
reyes formaban colecciones importantes para aumentar su poder y prestigio. El problema detrás de
tal valoración de las reliquias es que altos dignatarios de la Iglesia y del Estado no sólo las compraban
y vendían, sino que llegaron a justificar el robo y la piratería con tal de obtenerlas.

Los santuarios. A partir del siglo XI se percibe en Europa occidental una creciente movilidad. Lo
que llama la atención en este período es ver cómo grandes grupos humanos se ponen en
movimiento, bien para colonizar la frontera interior de cada región, o para expandir el marco de
Europa occidental a expensas de los vecinos musulmanes, eslavos o bizantinos. También los
individuos se desprenden de sus ataduras familiares y étnicas, y emprenden viajes, peregrinaciones,
mudanzas de trabajo y de condición social. La relativa saturación demográfica de zonas de antiguo
cultivo resultaba en la redundancia de mano de obra y en un acicate para que personas individuales
buscaran alternativas. La antigua modalidad religiosa de la peregrinación desarrolló nuevos
itinerarios, según nuevas zonas que se fueron incorporando a la red de prácticas e inquietudes
devocionales. Además de los antiguos lugares de peregrinación, como Jerusalén y Roma, otros
santuarios se hicieron populares, tales como Santiago de Compostela en la península ibérica.
El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, en Compostela (Galicia), a
principios del siglo IX, fue un acontecimiento de extraordinaria trascendencia para la vida política,
cultural y religiosa de España. Por un lado, le dio a los cristianos españoles, tanto a los que vivían en
las tierras reconquistadas de los moros como a los que residían en tierras de árabes, un santuario,
objeto de constantes peregrinaciones, que venía a ser para la cristiandad como una Anti-Meca. Por
otro lado, puso a la España cristiana, a través del llamado Camino Francés, en continua
comunicación con los otros pueblos cristianos europeos, los cuales, desde el primer momento de
este descubrimiento del sepulcro del Apóstol, acudieron a él en peregrinación, con lo que se terminó
el aislamiento en que había vivido España, con respecto al resto de Europa en el siglo VIII. En este
sentido, los santuarios se transformaron en verdaderos centros de intercambio cultural y la
peregrinación a los mismos abrió el camino para las comunicaciones en Europa occidental.

La Biblia. Tanto para la celebración litúrgica (la oración pública, la eucaristía, etc.) como para la
meditación personal, el conocimiento íntimo de la Biblia era imprescindible para el monje y el clero
secular. Desde los comienzos del monasticismo benedictino los comentarios bíblicos de los Padres
de la Iglesia tuvieron un lugar prominente en las bibliotecas de las abadías. Estos comentarios
tendían a seguir los modelos de la escuela de Alejandría, en que los pasajes bíblicos y los versos
individuales eran explicados alegóricamente. De esta manera el monje que estaba cantando un
salmo en el coro o que estaba escuchando la lectura de un segmento de un libro de los profetas
podía reflexionar sobre el sentido cristológico, moral, escatológico o eclesiológico del texto bajo su
consideración.

La enseñanza de la Biblia en las escuelas monásticas seguía ese patrón. El texto se glosaba, tanto
por escrito como oralmente, con los comentarios de Agustín de Hipona, Jerónimo, Gregorio, Beda
el Venerable o alguna de las otras autoridades del pasado. El propósito del estudio bíblico era
reforzar la oración.

_ Los templos

Durante la Edad Media, todas las expresiones del arte—especialmente la arquitectura—fueron


expresión de un profundo espíritu religioso. En los primeros siglos del medioevo, las
manifestaciones artísticas y arquitectónicas estuvieron refrenadas por la inestabilidad política y
social que siguió a la caída el Imperio Romano. Pero a partir del siglo XI, cuando los bárbaros ya
estaban más asentados y la Iglesia contaba con mayor poder y riquezas, el arte y la arquitectura se
liberaron. Entonces comienzan a desbordar muchos de los conocimientos técnicos de la antigüedad
y se ponen al servicio del cristianismo.

La construcción eclesiástica. En los tiempos neotestamentarios, como vimos, la Iglesia carecía


de edificios destinados al culto. Durante mucho tiempo los cristianos se congregaron en casas
particulares. La arquitectura era una de las artes en la que los romanos sobresalieron. Al caer el
Imperio Romano, decayó también la arquitectura monumental, pero su técnica sobrevivió y se
aplicó a la construcción de templos y monasterios cristianos. La arquitectura y el arte medieval
tuvieron un carácter eminentemente religioso. Los monasterios fueron una expresión plástica de la
intensidad de la devoción y fe cristianas. La vida retraída de los monjes requería edificios apropiados
a la convivencia de colectividades numerosas. El edificio estaba separado del exterior por altos
muros y todas las dependencias daban a un patio interno descubierto, llamado claustro (del latín,
lugar cerrado). A partir del siglo XI estos edificios fueron espléndidos.

El románico. La celebración del culto exigió la construcción de grandes recintos para albergar a
un gran número de participantes. Los primeros templos cristianos adoptaron las formas
arquitectónicas de las antiguas basílicas romanas, cuya planta rectangular fue evolucionando poco
a poco hasta tomar la forma de una cruz. El portal de entrada daba acceso a un recinto con dos filas
de columnas, que lo dividían en tres naves. La nave central terminaba en un espacio llamado ábside
(del griego apsis, bóveda), con un muro semicircular techado con una bóveda semiesférica, donde
estaba el altar y el coro. La nave transversal se llamaba crucero y los brazos de la cruz latina que se
formaba eran los transeptos. Los muros estaban edificados en ladrillo o piedra, pero utilizando el
arco de medio punto romano para darle fuerza y así poder abrir una línea de pequeñas ventanas
justo debajo del techo, que era de madera y tejas. De los techos a dos aguas sobresalían los
campanarios y, en algunos casos, una cúpula que, al prolongar la elevación del edificio, restaban
pesadez al conjunto.

El románico fue el estilo arquitectónico que predominó entre los siglos XI y XII. El aspecto
exterior de estos templos era sencillo, pero a su vez sólido y macizo. La escultura y la pintura
estuvieron al servicio de la arquitectura, y fueron fruto de influencias orientales. El interior estaba
poco iluminado, pero los muros estaban decorados con escenas religiosas pintadas al fresco, en
colores muy brillantes, al estilo de las pinturas bizantinas. A lo largo de toda la Edad Media, el templo
cristiano fue el edificio más importante en cualquier comunidad y el centro de su vida civil y religiosa.
La gente se sentía orgullosa de su templo, al que concurría con mucha frecuencia no sólo por
cuestiones religiosas.

El gótico. Hacia mediados del siglo XII se produce en la vida europea medieval un renacer que
se expresó en la construcción de templos monumentales. Este despertar arquitectónico duró algo
más de tres siglos, en los cuales se levantaron cientos de edificios eclesiásticos en toda Europa, con
un estilo monumental y agresivo: el gótico. Los logros obtenidos entre 1150 y 1450 son un misterio
y una maravilla. El gótico se caracteriza por el uso del arco quebrado u ojival, mucho más resistente
que el arco de medio punto, lo cual permitió aligerar las columnas, elevar las paredes y abrir en ellas
grandes ventanas. La bóveda está formada por cuatro semiarcos ojivales que se cruzan (bóvedas de
crucería), y no descansa totalmente sobre las columnas sino que su peso se transmite en forma
oblicua a los arbotantes, arcos de piedra que, a su vez, se apoyan sobre los contrafuertes más
macizos. Con esto se resolvió el problema del equilibrio de las bóvedas y de la iluminación de las
naves.

A pesar de estar construidos totalmente en piedra, los templos góticos no parecen estructuras
“pesadas” en razón de su altura, las nervaduras de sus columnas, las bóvedas de crucería que
parecen apuntar al cielo y la enormidad de sus ventanales cubiertos con vitrales de múltiples colores
(vitraux). A diferencia del templo románico, macizo y fuerte, el templo gótico provoca, sobre todo,
una sensación de gracia y de ligereza. La altura del edificio, coronado por techos muy inclinados de
doble pendiente, de los que sobresalen elevados campanarios terminados por finas agujas de
piedra, contribuye a confirmar la sensación de verticalidad y de penetración en el espacio que deja
la catedral gótica. Toda la estructura parece estar disparada hacia el cielo y expresa el ideal espiritual
de la época: un profundo sentido de trascendencia y las aspiraciones de una nueva clase social en
ascenso.

Hubo tres condiciones que hicieron posible el surgimiento de una arquitectura y un arte tan
sofisticados y monumentales. Primero, la alta Edad Media fue un tiempo de relativa paz. Los
saqueos de los piratas normandos terminaron hacia el año 1000 y esto permitió el surgimiento de
Estados organizados (Francia y Alemania), que al tener una mayor fuerza central pudieron terminar
también con las guerras y el desorden feudal. Segundo, se contó con una mayor riqueza. El
crecimiento del comercio trajo aparejado el desarrollo de las ciudades, y con ellas, el deseo de lograr
algo más que la mera satisfacción de las necesidades elementales. Y, tercero, se contó con nuevos
recursos técnicos. Se desarrollaron nuevas técnicas arquitectónicas y se mejoraron los estilos. Esto
permitió levantar edificios monumentales y de estructura complicada como son las catedrales
góticas.

José Luis Romero: “Un sentimiento místico predominaba en la concepción de las vigorosas
flechas de piedra erigidas hacia el cielo, como símbolo de la aspiración ultraterrena del
hombre; pero no reflejaba menos su construcción un intenso sentimiento de orgullo y
poderío ciudadano, visible a través de la riqueza invertida y del esfuerzo consagrado a
construir un monumento insuperable y que testimoniara la gloria de cada ciudad frente a
su vecina.”

Las catedrales. Una persona imbuida con la actitud escolástica contemplaba el modo de
presentación arquitectónica de la misma manera que contemplaba el modo de presentación
literaria. Para un escolástico de la alta Edad Media ambas expresiones se concebían desde el punto
de vista de una manifestatio, una manifestación de fe. Tal persona hubiera dado por sentado que el
propósito principal de los muchos elementos que componen una catedral era asegurar la
estabilidad, igual que tomaría por contado que el propósito principal de los muchos elementos que
constituyen una summa era asegurar la validez o verdad de la fe.

Para autores como Panofsky, tanto la catedral como la summa pretendían representar la
totalidad de lo conocido dentro de un ordenamiento cristiano de la realidad. Un aspecto interesante
de la homología de Panofsky es la progresiva divisibilidad de los elementos arquitectónicos y
conceptuales en las catedrales y en las summae. Todas las partes que se encuentran en el mismo
“nivel lógico” comparten una relativa uniformidad, que le brinda tanto a la catedral como a la
summa escolástica un aspecto simétrico, en el que el balance y el orden producen agrado a la vez
que le dan peso al conjunto. La organización formal de los edificios góticos refleja una unidad de
propósito afín a la de los autores de las grandes summae teológicas escolásticas de la época.

Fernando Picó: “La construcción de las catedrales góticas supuso una racionalización de las
rentas de los cabildos catedralicios, ya que fueron las corporaciones eclesiásticas las que
por lo general asumieron la responsabilidad de la construcción.… En el esfuerzo por
asegurar suficientes ingresos para la construcción, los cabildos recibieron la cooperación de
la aristocracia regional y el nuevo patriciado urbano. Pero también los gremios artesanales
dieron una mano.”

El esplendor de los oficios religiosos aumentó paulatinamente a medida que se construyeron


magníficas catedrales e iglesias en las ciudades de Europa occidental. La música, las pinturas, el
incienso y las riquísimas vestiduras contribuyeron a la impresionante celebración de la misa. La
dramaturgia moderna tuvo su origen en las representaciones de escenas bíblicas y de vidas de
santos—los llamados autos. Estos autos dramáticos se representaban en ocasión de las grandes
festividades de la Iglesia, a menudo en las escalinatas de los mismos templos.

La catedral vino a ser el centro social de la vida urbana. Desde los maitines a la medianoche o el
alba hasta el canto de completas por la noche, el canto de las horas del oficio divino en la catedral
continuamente convocaba a los fieles a sus servicios. Las grandes misas solemnes y la multitud de
misas en las capillas laterales mantenían al templo en ebullición. Los peregrinos acudían a venerar
las reliquias de los santos memorables de la localidad, y pernoctaban en la Casa de Dios, el hospicio
que solía estar situado al lado de la catedral, y que hacía también las veces de hospital y asilo. La
escuela de cantores practicaba en los claustros. En aquellos sitios donde todavía se mantenían
vigentes las escuelas catedralicias acudían jóvenes de toda la diócesis a estudiar.

_ El derecho eclesiástico

Un importante progreso realizado por la Iglesia en el siglo XII fue la creación de una ciencia del
derecho eclesiástico. Durante la temprana Edad Media, se habían formado colecciones de usos y
tradiciones y decretos papales llamados “Decretales.” Estas recopilaciones fueron obra de iglesias
particulares o también de personas privadas, pero todas tienen más o menos un tronco común. Las
colecciones jurídicas aumentaron en número a partir del siglo X.

El fundador propiamente dicho del derecho canónico como ciencia es Graciano, residente de
Bologna en las primeras décadas del siglo XII, quien elaboró un texto, conocido como el Decreto o
Concordia discordantium canonum (Concordia de los cánones discordantes), escrita en 1140. En esta
obra, Graciano no se limita a dar una colección de decretos, sino que además hace de ellos un
estudio sistemático. Su trabajo rápidamente asumió una importancia vital en la enseñanza de la ley
canónica. Organizado temáticamente alrededor de las grandes cuestiones de la ley eclesiástica, el
Decreto yuxtaponía las opiniones encontradas donde quiera que surgieran e invitaba al análisis
sistemático de ellas, para indagar si se trataba de un principio universal o una excepción, de una
norma basada en derecho positivo o en otra base. El rápido éxito del Decreto puede medirse por el
número de manuscritos que sobreviven y las muchas adiciones e interpolaciones que se le hicieron.

Fernando Picó: “Con el Decreto el derecho canónico tuvo un instrumento pedagógico que
facilitó y popularizó su enseñanza. Pronto surgieron los decretistas, o comentaristas del
Decreto. Eventualmente a éstos se añadieron los decretalistas, o comentaristas de las
decretales o cartas papales difundidas para resolver algún punto de la ley. La variedad y el
número de estos maestros muestra el vigor de la disciplina para finales del siglo XII.”
La primera codificación oficial del derecho canónico fue iniciativa del papa Gregorio IX. Por
encargo de este Papa, el dominico Raimundo de Peñafort publicó en 1234 cinco libros de decretales.
A ellos vino a añadirse en 1298 un sexto libro de Bonifacio VIII, y luego dos libros de constituciones
de Clemente V (1314) y Juan XXII (1317). Estas obras fueron completadas en los siglos XIV y XV.

EL ESCOLASTICISMO Y LAS UNIVERSIDADES

_ El escolasticismo

Surgimiento. Entre los años 1050 y 1250 se dio un resurgimiento en la vida intelectual que
produjo una sucesión de grandes teólogos. Se los llamó escolásticos porque pertenecían a las
“escuelas” o colegios que florecían en los monasterios y especialmente en las catedrales. Poco antes
del 1200, algunos de estos centros (escuelas abaciales y catedralicias) se transformaron en
universidades. El elemento cristiano impregnaba no sólo los libros que se leían, sino todos los
elementos de la cultura. No había una educación secular, con lo cual la cristiandad no fue sólo un
vehículo de cultura, sino que se convirtió en cultura.

Por otro lado, durante estos años se dio una multiplicación de textos traídos por los cruzados a
Europa vía España, que fueron traducidos y circulados profusamente. Una de las instituciones
culturales más representativas de este período en España—que se inició con Fernando I de Castilla
y se cerró al subir al trono de León, Fernando III el Santo (1035 a 1230)—es la Escuela de Traductores
de Toledo. Esta escuela dejó una honda influencia en la cultura española y en la europea en general
y marcó un hito de gran significación histórica en la evolución cultural de España. Fue un obispo
francés, Raimundo de Peñafort (1125–1151), el que, recogiendo la inquietud cultural de su época,
fomentada por la orden de Cluny en España, fundó en Toledo la primera escuela de traductores.
Aquí se tradujeron las obras árabes, primero las científicas (medicina, astronomía y matemáticas) y
luego las de filosofía.

William H. McNeill: “La recuperación de la obra aristotélica completa y la disponibilidad de


los comentarios musulmanes sobre ella ejercieron una tremenda influencia sobre los
teólogos occidentales durante la segunda mitad del siglo XII. Al principio, las autoridades
eclesiásticas intentaron prohibir el estudio de Aristóteles, temiendo que su paganismo
corrompiera el espíritu de los estudiantes, pero su tentativa fracasó. Al contrario, muchos
pensadores se dedicaron a la tarea de acomodar a Aristóteles y al resto de la sabiduría
griega y árabe dentro del marco cristiano. Sus esfuerzos dieron por fruto la filosofía
escolástica, llamada así porque era propuesta y estudiada en las escuelas, es decir,
universidades.”

Características. El escolasticismo representa a las tendencias filosóficas, científicas y teológicas


dominantes de la alta Edad Media. El escolasticismo era una manera de ver el mundo y las relaciones
del ser humano con Dios. Como tal, representaba tanto un método de enseñanza y de aproximación
a los problemas, como un contenido específico. No se procuraba una exploración creadora de la
doctrina cristiana, porque ésta estaba cerrada. Esta convicción surgía de la idea de que la obra ya
había sido ejecutada y de cierto sentimiento de inferioridad respecto al mundo clásico, que ya había
desaparecido. Los monjes de los siglos VIII y IX creían que bajo los romanos la humanidad había
poseído prácticamente la suma del conocimiento humano, de modo que todo lo que había que
hacer era transmitir fielmente lo que se había preservado de ese conocimiento.

El escolasticismo resultó de la aplicación de la razón a la teología, no con el fin de investigar los


credos o reflexionar sobre nuevas verdades, sino con el fin de sistematizar y comprobar las creencias
tradicionales existentes. El escolasticismo procuró reconciliar la razón con la fe; por eso,
predominaron en el mismo los conceptos filosóficos de Aristóteles. El creciente contacto con el
Imperio Bizantino y el mundo islámico levantó un número de preguntas acerca de cómo podía un
cristiano encontrarle sentido a la tradición pagana. En este proceso, surgieron algunas de los
pensadores filosóficos y teológicos más grandes de toda la Edad Media.

El escolasticismo se caracterizó básicamente por tres cosas. Primero, su especial relación entre
la filosofía y la teología. Se considera a la filosofía como esclava de la teología. Segundo, su
dependencia de la filosofía aristotélica. Hasta el siglo XII en Europa se conocía casi exclusivamente
la Lógica de Aristóteles, pero a partir de allí se traducen su Metafísica, Física y Ética. Tercero, su uso
del método lógico-deductivo y dialéctico. Para elaborar la síntesis del pensamiento anterior era
necesario un método lógico-deductivo consistente en definiciones, divisiones, argumentos,
silogismos, y otros recursos. Para ello, era necesaria la lógica deductiva. El método dialéctico,
comprendía esencialmente dos momentos. Lectio, mediante el cual el maestro leía un texto y
después lo interpretaba. Disputatio, por el que un alumno, asistido por un maestro, después de
exponer las definiciones y estado de la cuestión, respondía en forma de silogismo a las preguntas
de los arguyentes. Finalmente el maestro hacía un resumen de la discusión y decía la última palabra
en el asunto tratado.

Ludwig Hertling: “Lo que sobre todo faltaba a la escolástica medieval, era la posibilidad de
someter a un examen crítico el material teológico dado. Faltaban sobre todo conocimientos
sistemáticos de carácter histórico, y especialmente filológico, sobre la significación y
evolución del lenguaje humano. Además, el pensamiento teológico quedaba en muchos
puntos trabado por una deficiente observación de la naturaleza. Aquí es donde las épocas
posteriores pudieron efectuar aún grandes progresos.”

Representantes. Hubo en estos siglos un sinnúmero de pensadores, maestros, filósofos y


teólogos identificados con el método de la escolástica. Los escolásticos más importantes fueron los
siguientes.

Anselmo (1033–1109). Se lo considera como el padre del escolasticismo. Era italiano, pero
siendo joven se trasladó a Normandía donde llegó a ser profesor de teología y más tarde abad
benedictino. Al morir el arzobispo de Canterbury fue nombrado como sucesor en 1089,
destacándose como defensor de los derechos y libertades de la Iglesia y como escritor a través de
sus varios tratados de teología. El gran tema de los escolásticos estaba expresado en estas palabras
de Agustín de Hipona: “Entiende para que puedas creer; cree para que puedas entender.” El
problema era, ¿qué ponemos primero, la fe o la razón? Para Anselmo no había conflicto. Él procuró
reconciliar la fe con la razón, y quiso armonizar las naturalezas racional y espiritual del ser humano.
Ambas eran parte de los dones de Dios al ser humano. Lo que la fe cristiana enseña es una parte
esencial del concepto racional del universo y de la vida. Su meta era la fe en busca de la
comprensión, de allí su frase: “Creo para entender” (Credo ut intelligam). La fe precede al
conocimiento.

Su obra más famosa fue Cur Deus Homo (“¿Por qué Dios hombre?”). En Occidente la teología
era práctica y menos interesada en la vida interior de Dios que la teología de Oriente. Lo que
preocupaba a los teólogos occidentales era la vida real del hombre, un pecador necesitado de
perdón. En respuesta a esta inquietud, Anselmo desarrolló la teoría de la satisfacción al estudiar la
doctrina de la salvación.

En la Edad Media se pensaba de Dios como un gran señor feudal, a quien los vasallos debían
alianza y honor. El ser humano debe honor a Dios como el siervo a su señor; pero por su pecado, el
hombre ha deshonrado a Dios y es impotente para dar satisfacción por su deslealtad. En la época
feudal era posible expiar una ofensa recibiendo el castigo correspondiente o dando “satisfacción,”
es decir, la restitución del honor mancillado. El ser humano es incapaz de dar satisfacción a Dios,
por eso Dios en su misericordia envió a su Hijo, que asumió la humanidad, y quien como ser humano,
dio amplia satisfacción por su muerte inocente. Ésta es la razón por la que Dios se hizo hombre,
según Anselmo.

Abelardo (1079–1142). Nació en Francia y llegó a ser el maestro más popular en París. Fue
famoso por sus clases entusiastas en la escuela catedral de Notre Dame. Se enamoró de Eloisa
(sobrina de Fulberto, canon de Notre Dame). Cuando Fulberto descubrió esto colocó a Eloisa en un
monasterio y ordenó la castración de Abelardo. Él escribió una autobriografía, cuyo título describe
bien sus sufrimientos: La historia de mis calamidades.

Su obra más conocida es Sic et Non (Sí y No). Es un libro de teología para principiantes, donde
responde preguntas sobre ciencia, ética y religión usando citas bíblicas y de los Padres de la Iglesia.
Tomó pasajes que se contradecían con el propósito de resolver con la razón las contradicciones
aparentes. Abelardo había sido educado en la nueva lógica aristotélica y su libro quería estimular el
razonamiento lógico. Según él: “Nada debe ser creído hasta que no es entendido.” De allí que
invirtiera el axioma de Anselmo, y dijera: “Entiendo para creer” (Intelligo ut credam). Sus detractores
lo acusaron de querer minar la autoridad de la Iglesia. Bernardo de Clairvaux lo forzó a retirarse del
debate público, y la Iglesia consideró que sus ideas eran heréticas.

En cuanto a la doctrina de la salvación, Abelardo partió de la teoría de Anselmo, pero fue más
allá poniendo énfasis sobre el amor de Dios. La muerte de Cristo, según él, nos muestra cuánto nos
ama Dios y es este amor el que nos mueve al arrepentimiento.

Pedro Lombardo (1100–1160). Nació cerca de Lombardía. Estudió en Bologna y en Reims, y


enseñó en París, donde también fue obispo. Su obra más importante es Cuatro libros de sentencias,
que es un tesoro en cuanto a la abundancia de citas de los Padres de la Iglesia. Esta obra, que está
dividida en cuatro partes, llegó a ser el libro de texto del escolasticismo y tuvo una gran difusión
durante la Edad Media. Este libro fue la primera teología sistemática medieval. En ella, Lombardo
define los siete sacramentos, que todavía hoy sostiene la Iglesia Católica Apostólica Romana:
bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, orden sacerdotal, matrimonio y extremaunción.

Alberto Magno (1206–1280). Nació en Alemania (Bavaria) y estudió en Italia. Era dominico y
llegó a servir como obispo de Ratisbona por un corto tiempo. Su interés estaba en el estudio y
especialmente en las ciencias naturales. Usó a Aristóteles como ayuda para el pensamiento cristiano
acerca del universo y la vida de los seres humanos. Quiso unir a Agustín con Aristóteles. Su obra
significó una recuperación de la lógica, la ciencia y la ética aristotélica. Abogó por el uso de la
investigación empírica guiada por la observación y la prueba. Alberto fue uno de los grandes
maestros medievales que difundió la doctrina escolástica en las universidades de París, Padua,
Estrasburgo y Colonia. Entre sus obras sobresalen Suma teológica y Suma de las criaturas. Fue
maestro del más grande de los escolásticos, Tomás de Aquino.

Roberto Grosseteste (1175–1253). Filósofo y científico franciscano inglés, canciller de la


Universidad de Oxford, uno de los primeros europeos en traducir obras directamente del griego. Era
un aristotélico que trató de demostrar que el mundo era redondo. Hizo experimentos sobre la
refracción de la luz y demandó que sus estudiantes basaran sus especulaciones en la observación y
la experimentación. Un discípulo suyo, Roger Bacon (c. 1214–1294) anticipó la invención del
telescopio, enfatizó la importancia de las matemáticas y argumentó que la observación debe guiar
a la razón.

Buenaventura (1221–1274). Era franciscano y llegó a ser general de su orden en 1257. Estudió
con Alejandro de Hales (m. 1245) en París. Su nombre de bautismo era Juan de Fidanza. Francisco
de Asís fue quien le dio el nombre de Buenaventura cuando apenas tenía cuatro años. Supo unir
admirablemente los estudios especulativos con la mística. Se le conoce como el doctor seráfico.
Entre sus muchas obras de teología, exégesis, oratoria y espiritualidad sobresale su Breviloquium,
donde presenta de un modo claro y sintético toda la teología escolástica medieval.

Tomás de Aquino (1225–1274). Tomás merece una atención especial porque fue el más grande
de los teólogos escolásticos. Nació en el sur de Italia, cerca de Nápoles. Su madre era normanda,
conectada con la casa imperial alemana de los Hohenstaufen. Entró al monasterio de Monte Casino
a los cinco años y, contra la voluntad de sus padres, a la orden dominicana a los diecinueve años
(1243). Estando estudiando en la universidad de Nápoles, reconoció su llamado de ser un líder del
pensamiento cristiano. Estudió en París con Alberto Magno y lo siguió hasta Colonia. Enseñó en
varias universidades (Roma y especialmente París), y fue consejero de tres papas. Tomás era un
hombre simple y de oración, profundamente religioso y de un intelecto privilegiado. Sus obras están
marcadas por tal claridad, lógica y amplitud que lo colocan entre los pocos grandes maestros de la
Iglesia. Se destacó como escritor muy prolífico. Sus obras más destacadas son Suma contra gentiles
y Suma teológica.

La Suma teológica es un sistema de teología completo, que le llevó nueve años para escribirla y
que es la fuente principal de la filosofía y teología católicorromana. En ella utiliza la forma de
argumentación dialéctica típica del escolasticismo. La estructura de la Suma es tan racional, tan
lógica y tan clara como la estructura del otro gran logro del siglo XIII: la catedral gótica. Como dice
Henry Adams: “El método era el mismo para ambas, y el resultado fue un arte marcado por una
unidad singular, que permaneció y sirvió a su propósito hasta que el ser humano cambió su actitud
hacia el universo. La suma de Santo Tomás fue la más expresiva que el ser humano haya hecho, y
las grandes catedrales góticas fueron su expresión más completa.”

Ideas. Tomás de Aquino fue el hombre que realmente intentó fundir el sistema filosófico de
Aristóteles y la teología cristiana en un todo armonioso. Mirando hacia atrás al escenario medieval
a lo largo de los siglos que han pasado desde que Tomás vivió y escribió, uno tiende a olvidarse que
él fue un innovador y que para sus contemporáneos él era un pensador avanzado. Sin embargo, el
hecho es que al prestar su apoyo pleno, si bien no acrítico, a la filosofía aristotélica, cuyo espectro
sólo recientemente había llegado a ser conocido, Aquino no sólo enriqueció inmensamente el
pensamiento cristiano sino que dio también un paso atrevido. Sea lo que fuere que se piense de
algunos aristotélicos cristianos posteriores, la simplificación de cualquier acusación de
“oscurantismo” contra Aquino resultaría en una interpretación totalmente equivocada de la
situación en la primera mitad del siglo XIII. Por otra parte, Aquino no abrazó simplemente el
aristotelismo en razón de que era novedoso, sino que lo abrazó porque pensaba que en lo básico
era verdad, si bien ciertamente no lo consideró infalible.

Entre las ideas más importantes de Tomás de Aquino, cabe destacar las siguientes. En cuanto a
la fe y la razón, Aquino intentó su reconciliación. Siempre puso a la fe por sobre la razón, pero esto
no significa que haya desvalorizado a la razón. Su fe y su filosofía se desarrollaron en un todo
orgánico debido a que ambas surgen de la misma fuente divina. Tomás daba gran alcance a la razón
sosteniendo que aun sin la revelación divina los hombres podían llegar a creer en Dios. Para él, la
razón humana, entendida de manera aristotélica como procediendo a partir de la percepción
sensorial, podía captar algunas de las verdades que eran conocidas por la revelación divina (como
la existencia de Dios), y más aún, no contradirían a esas verdades reveladas a las que no puede
captar. Así, pues, según él, el propósito de la investigación teológica era ofrecer un conocimiento de
Dios y del origen y destino humanos. Tal conocimiento venía parcialmente por la razón (teología
natural), pero esto era inadecuado o no suficiente. Este conocimiento debía ser aumentado por los
dones sobrenaturales de Dios (dones de Gracia), que se agregaban a la naturaleza de tal manera
que no la destruían, sino que más bien la llevaban a la perfección. Dado que Dios era el autor tanto
de la fe como de la ley natural, la luz de la fe no destruía la luz natural del conocimiento que era
innato en el ser humano. La fe es un tipo de conocimiento. Ella le da asentimiento a la verdad
revelada porque ésta ha sido hablada por Dios, pero requiere de la acción determinativa de la
voluntad. Por lo tanto no puede haber conflicto entre filosofía y teología, porque ambos son de Dios.

De allí que, las creencias cristianas no son irracionales, pero la base de nuestras creencias no es
la razón sino la revelación a través de las Escrituras y los Padres, que son aceptados por fe, que es
un acto, no del intelecto sino de la voluntad y por lo tanto una decisión moral. Tomás creía que
había dos órdenes de verdad: en un nivel, la razón podía demostrar proposiciones tales como la
existencia de Dios; en un nivel superior, algunas cosas tales como la naturaleza de la Trinidad debían
ser aceptadas por fe.
Además, Tomás enfatizó el aristotelismo aun más que Alberto Magno. No sólo que lo entendió,
sino que lo admiró y lo colocó en toda su obra. Tomás basó su escolasticismo sobre el concepto del
universo como una gran cadena de ser. Dios omnisciente y omnipotente había dado su ser a todas
las cosas; cada parte de la creación tenía su lugar en un orden que iba desde la materia inanimada
hasta Dios. El ser humano ocupaba un lugar intermedio entre lo material y lo espiritual. La razón le
daba a los seres humanos el poder de comprender algunas cosas.

Frederick C. Copleston: “La adopción del aristotelismo por un hombre como Tomás de
Aquino en el siglo XIII involucró, por supuesto, el replanteo crítico de la filosofía de
Aristóteles de tal manera que resultó una síntesis obligada de teología y filosofía. El siglo XIII
fue, realmente, notable por la producción de tal síntesis. La metafísica, particularmente lo
que se conoce generalmente como ‘teología natural’, constituyó, realmente, el punto de
encuentro de estas dos ciencias.”

Teología. En cuanto a Dios, él es la causa primera y actividad pura. Él es también la más real y
perfecta de las existencias. Dios no necesita de nada, y por lo tanto la creación del mundo es una
expresión del amor divino que él concede sobre sus criaturas. El pecado hace que sea imposible
para el ser humano agradar a Dios. La restauración del ser humano es posible sólo a través de la
gracia de Dios libre e inmerecida por la cual es cambiada la naturaleza del ser humano, sus pecados
son perdonados y se le infunde el poder para practicar las tres virtudes cristianas (fe, esperanza y
amor).

En cuanto a la doctrina de la expiación, Tomás combinó el concepto de Anselmo con el de


Abelardo. Según él, Cristo hizo satisfacción por los pecados de los seres humanos, y esto es lo que
mueve a los hombres a amarle. La obra de Cristo fue el método más sabio y el más eficiente para
perdonar los pecados del ser humano. La Iglesia es una, dondequiera que esté representada, en los
cielos, sobre la tierra o en el purgatorio. Cuando un miembro de la Iglesia sufre, todos sufren;
cuando uno está bien, todos comparten en su buena obra.

_ Las universidades

Origen. Fueron las ciudades las que dieron nacimiento a las universidades, y esto después de las
Cruzadas, cuando un mejor conocimiento de las civilizaciones bizantina y musulmana provocó en
Europa occidental un gran interés por aumentar los conocimientos. Antes de la aparición de las
universidades, el conocimiento había sido fomentado y controlado por la Iglesia. En el siglo XI, los
centros de enseñanza existentes en Europa occidental eran las escuelas organizadas por el clero,
que funcionaban anexas a una iglesia o a un monasterio. El principal objetivo de ellas era la
preparación religiosa. Pero estas escuelas no podían satisfacer el ansia creciente de conocimiento.

Al principio, el nombre del nuevo sistema no fue “universidad,” sino studium generale (estudios
generales), no porque se estudiara de todo, sino porque los estudios estaban abiertos a todos. La
agrupación de estudios surgió generalmente por la iniciativa de algún obispo, pero en la segunda
mitad del siglo XIII se restringió la libertad de creación de estos centros de estudios generales y sólo
el Papa o los reyes estaban autorizados a reconocerlos como tales, concederles privilegios y darles
oficialmente el carácter de “universidad” (del latín universitas, agrupación o conjunto de todos,
corporación). El término universitas denotaba, en la Edad Media, el cuerpo de profesores y
estudiantes enseñando y estudiando en una ciudad determinada. La autorización papal o real las
constituía formalmente en una corporación educativa, con estatutos y privilegios definidos.

En este sistema, los profesores o maestros y estudiantes estaban asociados en gremios (guildas)
para defender sus derechos y dependían del obispo o del rey, quien los autorizaba o no a enseñar.
Con el tiempo, los maestros de estudios más avanzados demandaron mayor libertad y apelaron al
Papa, quien los colocó bajo su protección. De esta manera, comenzó a desarrollarse una nueva
institución, libre del control de la ciudad y de sus autoridades eclesiásticas. Esta independencia fue
aceptada como un derecho de las universidades, y la mayoría fue fundada por decretos papales.

Ludwig Hertling: “Las primeras universidades propiamente dichas surgieron hacia fines del
siglo XII, no como transformación de las escuelas catedralicias o clausurales, sino por la libre
asociación de maestros y discípulos. Tales asociaciones recibieron luego extensos privilegios
de los príncipes, y sobre todo del papa, entre ellos jurisdicción propia y también beneficios
eclesiásticos. Los primeros ‘Estudios generales’, que tal era su nombre primitivo,
aparecieron en París, Bolonia, Oxford. Las universidades posteriores fueron por lo común
fundaciones de reyes y señores, pero siempre con privilegio papal. Entre las más antiguas
de esta clase figuran Nápoles, fundada en 1224 por Federico II, Tolosa en 1229 por Gregorio
IX, Roma en 1244 por Inocencio IV, y en España, Palencia, fundada en 1212 y Salamanca,
fundada en 1243.”

Posiblemente la universidad más antigua fue la de Salerno (Italia), cuyos comienzos se fijan a
principios del siglo XI. Rápidamente le siguieron muchas otras: Bolonia (fines del siglo XI), Parma
(1100), París (1120), Oxford (1130), Montpelier (1130), Cambridge (1209), Padua (1222), Nápoles
(1224), Salamanca (1230), Valladolid (1346), Praga (1347), Colonia (1388), y otras más en numerosas
ciudades. En el campo de la teología y la filosofía especulativa París era sin dudas la universidad más
importante del siglo XIII. La política de la Santa Sede, especialmente de los papas Inocencio III, quien
sancionó los estatutos a través de su legado, y Gregorio IX, era la de promover el servicio a la religión
y a la Iglesia mediante la conciliación de la filosofía con la teología. En otras palabras, París era
considerada como la campeona y baluarte intelectual de la verdad cristiana. En cuanto a Bologna,
la universidad de esta ciudad fue también de gran importancia; pero más bien en el campo de la ley
eclesiástica y civil, que en el de la teología dogmática o de la filosofía. Fue en París que, antes que
cualquier otro lugar, el contacto entre la teología cristiana y la filosofía griega e islámica llevó a
resultados importantes. En Oxford los teólogos-filósofos eran marcadamente conservadores en
espíritu, ligados fuertemente a la tradición agustiniana, si bien este conservatismo estaba
combinado con otra característica, propia del Oxford del período, es decir, el cultivo de las
matemáticas y la ciencia según fue transmitida por los árabes.

Estructura. Los estudios universitarios estaban divididos en cuatro facultades: teología, leyes,
medicina y artes. La mayoría de los estudiantes eran clérigos mayores de trece años, que durante
siete años estudiaban el Trivium (del latín, tres caminos), que consistía en gramática, lógica
(dialéctica) y retórica; y, el Quadrivium (del latín, cuatro caminos), que consistía en música,
aritmética, geometría y astronomía. Al terminar el curso en las siete artes liberales, donde estudiaba
la mayoría, se obtenía el título de Bachiller en Artes. Luego comenzaban los estudios superiores en
cualquiera de las otras facultades (teología, leyes o medicina), que duraban unos siete años más y
que terminaban con el título de Magíster (maestro), título que le daba al graduando el derecho a
enseñar. Teología no era un curso que seguía todo el clero, sino sólo los más capaces. El grado de
preparación de la mayoría de los sacerdotes era muy pobre. Contaban con algo de latín aprendido
en la escuela de gramática y en la catedral, algo de Trivium y Quadrivium, más un poco de exposición
bíblica y preparación práctica, que impartía el obispo o algún otro maestro. El idioma universitario
era el latín, lo que facilitó el intercambio cultural, pues en todas partes de Europa se enseñaba en
forma semejante, usando la misma lengua.

Influencia. El método de enseñanza era escolástico y consistía en la lectura de textos realizada


por el maestro y ampliada con sus comentarios personales. Los estudiantes tomaban nota de lo que
el maestro leía o comentaba, y participaban de los debates que seguían. No había muchos libros y
los estudiantes eran pobres y pendencieros. No obstante, fue en las universidades medievales
donde se desarrolló la escolástica y donde la teología y la filosofía tuvieron su mejor hora. Los
conocimientos científicos fueron muy escasos, debido al interés absorbente por la teología y la
filosofía. Además, todo conocimiento se fundaba en textos ya escritos, dejando de lado toda
observación o experimentación propias, y por cierto, todo tipo de aproximación crítica.

_ La mística

Junto con el desarrollo del escolasticismo y las universidades se dio en la alta Edad Media un
reavivamiento de la mística cristiana. Mientras los escolásticos se esforzaban por llegar al
conocimiento de las verdades reveladas mediante el raciocinio, los místicos preferían sumergirse en
las verdades reveladas por medio de la contemplación interior, para exponer después los resultados
de su experiencia de un modo más formal. En un sentido, la escolástica y la mística parten de un
mismo principio. Se distinguen únicamente por la manera como cada una busca las verdades
religiosas. La escolástica, como vimos, lo hace por medio de la dialéctica, mientras que la mística
por medio de la contemplación. La escolástica discute; la mística intuye.

Muchos místicos destacados, como Bernardo de Clairvaux, escribieron comentarios sobre el


Cantar de los Cantares, al que le dieron una interpretación de carácter alegórico, y escribieron
poemas e himnos de profundo contenido espiritual. Tomás de Aquino no sólo fue el teólogo más
destacado del período, sino un gran místico. Sus obras místicas, como Punge lengua y Lauda, Sion
presentan a un Aquino que estaba enamorado de Jesús. Se dice que sus sermones movían a los
oyentes al llanto. En su comentario sobre los Salmos (por ejemplo, Salmos 32 y 46), Tomás sugiere
que el jubileo o regocijo místico es la manera correcta y más profunda de alabar al Señor, porque
nos permite expresarnos aun cuando las palabras racionales no alcancen o el lenguaje conceptual
no sea suficiente. Buenaventura, otro teólogo medieval destacado, supo combinar el rigor de un
teólogo competente con el amor simple de un místico. El jubileo (que incluye el alabar al Señor en
lenguas) jugó un papel importante en su teología del misticismo. Según él, el jubileo o regocijo
exaltado es particularmente fuerte justo antes de la unión con Dios. En su obra Camino triple, una
de sus obras más importantes sobre misticismo, Buenaventura señala dos pasos en este proceso.
Primero, el alma es limpiada a través del dolor, las lágrimas y el arrepentimiento. Luego viene el
perfeccionamiento del alma a través de la alabanza, la acción de gracias y el jubileo.

Juan Gerson (1362–1428) fue uno de los más grandes eruditos de la Edad Media. Como rector
de la Universidad de París hizo importantes contribuciones a la educación superior. Fue también un
predicador muy popular y un defensor de la teoría conciliar para la renovación de la Iglesia. En sus
obras, Gersón describe una forma particularmente exuberante de regocijo, que él pone en contraste
con el ruido descontrolado de las calles y los teatros. Según él, el jubileo cristiano resulta de una
experiencia profunda del gozo del Señor y puede ocurrir durante el éxtasis místico. Para él, este
regocijo es un gozo puro del corazón que se manifiesta en el cuerpo a través de la canción y gestos
corporales espontáneos.

Juan Gerson: “La hilaridad de la persona devota … es una cierta dulzura maravillosa e
inexplicable que toma control de la mente … de modo que ahora ella ya no se controla.
Ocurre una especie de espasmo, éxtasis o partida.… La mente brota, salta o danza por medio
de los gestos del cuerpo, que son graciosos, y luego se regocija en una manera imposible de
expresar.… La alabanza es placentera, la alabanza es agradable, en razón de que la pureza
del corazón canta junto con la voz.”

LOS PAPAS EN EL PODER

Con la coronación de Carlomagno por el Papa León III (800) nació el Sacro Imperio Romano-
Germánico. Con esto se restauró el Imperio Romano occidental destruido desde el año 476 por los
bárbaros germanos, pero con un sentido enteramente cristiano. La corona imperial no aumentó en
nada el poder real o territorial de Carlomagno, pero ante la cristiandad entera le confirió una
autoridad moral, y sobre todo, una dignidad político-sacral. Bajo el Sacro Imperio Romano-
Germánico quedaron unificados todos los cristianos de la Europa occidental.

José Luis Romero: “Durante el transcurso de la alta Edad Media, y a medida que se
acentuaba el regionalismo feudal, la autoridad de los papas romanos creció y se afirmó
decididamente. En una Europa que guardaba fervorosamente el recuerdo del Imperio
Romano y que, sin embargo, se resistía a congregarse en uno nuevo—pues el Santo Imperio
Romano-Germánico no extendía su influencia fuera de Alemania e Italia—, el papado
representaba un vínculo espiritual que satisfacía la concepción universalista predominante
sin imponer una relación de dependencia política.”

La unificación de todos los cristianos en un gran Imperio correspondía a la idea agustiniana de


la Ciudad de Dios. Agustín presentaba al reino de Cristo como algo que ya existía en este mundo
dondequiera que la Iglesia compartiera el poder con el Estado. Según esta idea, el Papa, como
cabeza de la cristiandad, y el Emperador como cabeza suprema temporal, tenían que trabajar en
unión estrecha para el doble fin de la humanidad: el trascendente o eterno y el inmanente a este
mundo. Éste fue el fundamento ideológico del concepto de cristiandad. “Cristiandad” designa, en
sentido lato, al conjunto de los fieles cristianos, al mundo cristiano; en sentido estricto, se refiere al
control de la Iglesia sobre el aparato estatal, con el sueño de reunir el poder espiritual y terrenal en
un reino duradero, una especie de civilización cristiana, bajo el control de la Iglesia. El emperador
tenía el derecho y el deber de proteger a la Iglesia y colaborar con la difusión del evangelio, mientras
que la Iglesia bendecía al emperador y legitimaba su poder político.

_ Los Papas posteriores a Carlomagno

Los cristianos occidentales de la Edad Media no tenían dudas en que el obispo de Roma tenía
un lugar central en el reino de Cristo. Pensaban de él como “vicario,” es decir, el representante de
Pedro, que en el Nuevo Testamento es el primero de los apóstoles (Mt. 10:2) y es la roca sobre la
que se edifica la iglesia (Mt. 16:18). El obispo de Roma era único en muchos aspectos y la leyenda
ayudó a incrementar su prestigio y fundamentar sus pretensiones. Documentos falsos como la
Donación de Constantino y las Decretales Pseudo-isidorianas sirvieron a este propósito.

El Papa había actuado de manera independiente durante mucho tiempo como el único
gobernante de Roma y sus territorios vecinos. En 753 fue a París a coronar a Pipino el Breve como
si el reino franco fuese suyo. El Papa era el único poder “unificador” en una Europa atomizada por
los diversos reinos germánicos. Su autoridad recordaba la unidad bajo el Imperio Romano y
garantizaba la continuidad de los viejos tiempos. Sin embargo, fue la personalidad, ingenio,
persistencia y convicción de ciertos papas lo que paulatinamente fue haciendo realidad tales
pretensiones hegemónicas.

Algunos papas del siglo IX. Gregorio IV (827–844) fue invitado por Lotario a Alemania para hacer
de intermediario entre Ludovico Pío (sucesor de Carlomagno) y sus hijos rebeldes. Pero no consiguió
nada por su postura a favor de Lotario, uno de ellos. Sergio II (844–847) vio a los sarracenos llegar
hasta Roma y saquear las basílicas de San Pedro y de San Pablo. Para evitar estos asaltos, León IV
(847–855) hizo rodear de murallas el Vaticano, mientras que Benedicto III (855–858) tuvo que luchar
por mantener su posición con un candidato imperial. Fue en estos años que apareció un Papa (que
aparentemente gobernó dos años entre León IV y Benedicto III), y que resultó ser una mujer, la
papisa Juana. Se dice que el engaño se descubrió cuando la mujer dio a luz durante una procesión.

Nicolás I (858–867). Nicolás I fue el Papa más importante de todo el primer período medieval.
Nicolás aceptó como auténticos los documentos que apoyaban su poder y actuó convencido de lo
que decían. Él estableció un nuevo concepto de la dignidad y poder del papado. Según él, el Papa,
que era la cabeza de la Iglesia, pasaba a ser la cabeza de la cristiandad, es decir, su gobierno se
extendía sobre todas las tierras donde la Iglesia ejercía su ministerio y poder. En consecuencia, tenía
un rango igual o mayor que el del emperador y actuaba independiente de él. En 843, por el Tratado
de Verdún, el imperio de Carlomagno había sido dividido por sus sucesores en tres partes: Francia
(Carlos), Alemania (Luis), y Este de Francia y Norte de Italia (Lotario). Nicolás no tuvo que enfrentar
a un solo emperador, sino a tres reyes que competían entre sí. Por eso, fue famoso por su dominio
de los emperadores y los reyes. En 863 le ordenó a Lotario II que retomara a su esposa, a la que
había repudiado por otra mujer, y declaró su matrimonio indisoluble. Además, excomulgó a los
prelados que habían autorizado la separación y depuso a los arzobispos que se opusieron a su
medida. Lotario II intentó atacarlo en Roma, pero el emperador Luis II se reconcilió con él y Lotario
tuvo que despedir a su amante y recibir a su esposa.

Nicolás pensaba del Papa como el único líder de la Iglesia Católica. Él sostenía el derecho de los
obispos de pasar por arriba de los metropolitanos y apelar a Roma. Pero también aplicó una fuerte
disciplina a los obispos y arzobispos que lo resistían, incluso usando la excomunión. Con esto, Nicolás
pretendía que el Papa era el juez supremo y que la ley de la Iglesia no era válida excepto cuando
estaba aprobada por el Papa, quien era el representante personal (vicario) de Cristo. De igual modo,
se atribuyó el derecho de censurar los escritos sobre la fe y la doctrina, y estableció el precedente
de que la Iglesia Romana tenía el poder para confirmar concilios. Los decretos conciliares eran nulos
si no estaban refrendados por el Papa. Los sínodos no eran otra cosa que instrumentos para expresar
la voluntad papal. En todas estas cuestiones, Nicolás hizo uso de las Decretales pseudo-isidorianas
para fundamentar sus pretensiones.

Nicolás I es recordado también por su desavenencia con el patriarca Focio, que terminó en un
primer cisma con la Iglesia Bizantina. Focio, que era un laico erudito, gobernó como patriarca
durante dos períodos (857–867 y 878–886). En 863, Nicolás I depuso a Focio y reconoció a Ignacio
(que había sido depuesto en 857 por el emperador bizantino) como el legítimo patriarca. Focio
respondió acusando a la Iglesia Romana de herejía por incluir la cláusula filioque en el Credo Niceno-
Constantinopolitano y por la práctica de ayunar el día sábado en lugar del día domingo. Para
complicar más las cosas, en estos años había una disputa entre Este y Oeste por el control
eclesiástico de Bulgaria.

_ Los Papas desde fines del siglo IX a principios del siglo XI

La falta de un emperador todopoderoso le dio la oportunidad a un Papa fuerte como Nicolás I


de demostrar lo que un Papa, como cabeza de la cristiandad, podía hacer. Pero un siglo más tarde,
la falta de un gobierno efectivo en Roma, el desorden y los problemas sucesorios llevaron al papado
al desastre. El problema mayor fue que el papado pasó a ser la propiedad privada de algunas familias
romanas.

El siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). El siglo X es conocido como “el siglo de hierro de la Iglesia”
en razón de su barbarie y esterilidad espiritual. Fue un tiempo de profunda crisis moral y espiritual
tanto dentro como fuera de la Iglesia. Fue un tiempo oscuro, plagado de escándalos papales y
pérdida de todo sentido de integridad. Los papas entraban y salían de su trono con violencia, y la
mayoría no logró ostentar el poder más que por unos días o meses. Con el papa Sergio III (904–911)
comenzó un tiempo de anarquía, en el cual los papas pasaron a ser títeres de la poderosa familia de
Teofilacto. Éste era tesorero de la Iglesia Romana, jefe del ejército y senador. A su lado estaba
Teodora, mujer ambiciosa y poco escrupulosa en materia de honestidad. Una hija de este
matrimonio, Marozia, terminó quedando dueña absoluta del poder en Roma y nombró Papa a su
propio hijo, Juan XI (931–935), a quien había engendrado con el papa Sergio III.
Años más tarde llegó al trono papal Juan XII (955–964), nieto de Marozia, cuando contaba con
sólo dieciocho años. El nivel de corrupción que el papado alcanzó con él es difícil de describir. Ya
antes de llegar a ser Papa, había hecho un pacto con el diablo durante una orgía. Su conducta pública
y privada fue simplemente escandalosa. Su gobierno infame de la Iglesia llegó a su fin con el
advenimiento de Otón I (936–973) de la dinastía de Sajonia al trono imperial en 962. Otón lo
destituyó y colocó a León VIII en su lugar. Cuatro meses más tarde, Juan convocó un sínodo en Roma,
excomulgó a Otón y poco después murió, terminando así este período de pornocracia.

No obstante, al morir Otón I (973) se sucedieron los desórdenes en Roma. Al frente de la nobleza
apareció una nueva familia, los Crescencios, que se adueñarían de la ciudad por unos cuarenta años
más. Otón II (973–983) no pudo dominar la situación romana y finalmente murió joven dejando el
papado de nuevo en manos de la nobleza local. Su hijo, Otón III (983–1002) se presentó en Roma
en 996, llamado por el papa Juan XV, quien reconoció su supremacía. A la muerte de Juan XV, los
romanos pusieron en sus manos la elección del nuevo Papa, que resultó ser Gregorio V (996–999),
el primer alemán en el trono papal. Al morir éste, eligió a Silvestre II (999–1003), el primer francés
en llegar al pontificado. El ideal de Otón III era la renovación del Imperio Romano, concebido como
un gran reino cristiano, una federación de naciones independientes, con igualdad de derechos y con
capital en Roma. Pero los sueños imperiales de Otón III acabaron trágicamente. Una rebelión de los
romanos, que no veían con buenos ojos la continua presencia el emperador en Roma, lo obligó a
huir junto con el papa Silvestre II. Al morir poco después Otón III y Silvestre II, el papado cayó de
nuevo en manos de la nobleza romana.

Las primeras décadas del siglo XI. Hacia el año 1000 se produjeron levantamientos populares en
contra del sistema feudal y el papado, al que acusaban de ser propiedad de una familia noble de
Roma, los Túsculo. El peor de todos los papas designados por esta familia fue Benedicto IX (1032–
1044), un adolescente degenerado (dieciocho años), que fue depuesto por el pueblo en el año 1044.
En su lugar los romanos nombraron a Silvestre III (1045), pero pocas semanas más tarde fue
depuesto por Benedicto IX, que vendió el trono recuperado al mejor postor. El comprador fue
Gregorio VI, su padrino y presbítero romano, que pagó cien talentos de plata, y que tenía
intenciones de reformar el papado. Benedicto cambió de parecer y no quiso abandonar lo que había
vendido y esto significó que en un momento en Roma había tres papas: Benedicto IX, Silvestre III y
Gregorio VI.

El pueblo romano no soportó la situación y apeló al emperador Enrique III (1039–1056), quien
depuso a los tres y nombró a su primo León IX. Silvestre III fue encerrado en un monasterio, y
Gregorio VI fue desterrado a Colonia, a donde lo acompañó Hildebrando, el futuro papa Gregorio
VII, hasta el día de su muerte. Más tarde, León IX invitó a Hildebrando a que se le uniera en sus
planes de reforma.

Jeffrey Burton Russell: “Su intervención más recordada [de Enrique III] fue en el llamado
sínodo de Sutri (1046), en el cual tres personas distintas reclamaban haber sido elegidas
legítimamente como papas. Había acusaciones mutuas entre ellos de haber accedido al
papado mediante regalos y dinero. Enrique III indujo a los tres reclamantes a deponer sus
pretensiones e hizo elegir como Papa a un obispo alemán [Clemente II (1046–1047)];
cuando éste y su sucesor murieron, promovió la ascensión al papado del obispo Bruno de
Toul, quien tomó el nombre papal de León IX (1048–1054).”

_ Los grandes Papas reformadores del siglo XI

León IX (1049–1054). La primera acción de León IX fue rehusarse a entrar en Roma con gran
pompa, como correspondía a un Papa. Lo hizo descalzo y vestido como un peregrino. En cinco años
sólo estuvo en Roma seis meses; viajó incansablemente revigorizando la Iglesia, mejorando su
disciplina y animando a arzobispos y obispos a cumplir su ministerio. León estaba imbuido del ideal
de reforma de la Iglesia.

León estaba formado en el espíritu de los monjes Cluny y planeó un programa de reforma de la
Iglesia en tres direcciones. Primero, se propuso la reforma de la Iglesia para librarla de la corrupción
que imperaba. Luchó contra la simonía y el nicolaísmo (una herejía del siglo I). Segundo, llevó a cabo
campañas militares contra los normandos y los musulmanes, si bien en esto no le fue bien. En 1053
dirigió personalmente una campaña militar contra los normandos del sur de Italia, pero cayó
prisionero. Esto fue un antecedente de las Cruzadas, de la idea del soldado cristiano y de la Iglesia
tomando la iniciativa de la guerra. Y, tercero, durante su papado el rompimiento entre Roma y
Constantinopla fue total. La política de León en el sur de Italia (que pertenecía a Oriente) ayudó a
esto, ya que León celebró sínodos y depuso a algunos obispos. Así, la lucha por el poder y nuevas
disputas teológicas terminaron en el cisma definitivo en 1054, que ocurrió unos meses después de
su muerte. Los representantes del Papa excomulgaron al patriarca Miguel Cerulario en Santa Sofía.

Nicolás II (1058–1061). Su pontificado es recordado por el decreto relativo a la elección del Papa.
Para liberar definitivamente las elecciones papales de las injerencias de los nobles y de la corte
imperial, reunió un sínodo en Roma en 1059, que promulgó un nuevo reglamento para elegir al Papa
y liberó al papado de su relación política con la ciudad de Roma y sus desórdenes. Esto significó que
en adelante el Papa no sería elegido por el pueblo de Roma, sino por un colegio de cardenales. El
Papa no tenía que ser necesariamente romano ni venir a Roma a fin de ser coronado para ejercer
su autoridad.

Nicolás II - Decreto sobre la elección papal (1059): “Nosotros decretamos y decidimos que
a la muerte del pontífice de esta iglesia romana universal, los cardenales obispos,
determinen todas las cosas con el mayor cuidado, adscriban enseguida a los cardenales-
presbíteros, y que el resto del clero y el pueblo dé su asentimiento a la nueva elección, de
suerte que, en prevención de que el veneno de la venalidad se deslice bajo un pretexto u
otro, sean los hombres religiosos los primeros que promuevan la elección del pontífice y
que otros la sigan.… Que escojan al elegido del seno de la iglesia romana misma si se
encuentra una persona capaz, y si no que la busquen en otra iglesia.”

Este mismo sínodo prohibió la investidura de laicos, es decir, la ordenación de un abad u obispo
por el gobierno secular. Este decreto indignó a la corte imperial, y para prevenir las posibles
represalias de los alemanes, Nicolás II buscó el apoyo de los normandos del sur de Italia. En 1059 se
firmó también un tratado por el cual los normandos pagaban tributo a la Santa Sede y defendían a
la Iglesia contra todo ataque de sus enemigos.

Gregorio VII (1073–1085). En el año 1073, Hildebrando, que durante veinticinco años había
estado junto al trono papal fue coronado, no conforme a las reglas de 1059, sino por aclamación
popular con la aprobación de los cardenales. Hildebrando adoptó el nombre de Gregorio VII, y fue
el más grande de todos los papas medievales. Fue uno de los papas reformadores más radicales: sus
legados recorrieron toda Europa corrigiendo y castigando abusos. Su programa de reforma
comprendía dos cuestiones esenciales: la lucha contra la simonía y el nicolaísmo, y la lucha contra
la investidura laical. Según él, no había dos poderes en los planes de Dios (el temporal y el espiritual),
sino sólo uno: el poder espiritual. Por eso, los príncipes debían besar sus pies.

Norman E. Cantor: “Continuando en la veta agustiniana, Gregorio concluyó que el único


poder legítimo en el mundo residía en el sacerdocio, particularmente en el obispo de Roma
como el vicario de Cristo sobre la tierra. Sólo aquellos que se sometían a esta autoridad
divinamente constituida podían esperar ser incluidos en la ciudad celestial. Enfatizando
fuertemente el concepto de libertad paulino-agustiniano, él afirmaba con denuedo que la
libertad del cristiano consistía en la sujeción de su voluntad egoísta a los fines divinos que
el papado perseguía en el mundo. Sólo un orden mundial en el que se concretaban estas
doctrinas podía ser llamado justo y correcto.”

Las metas de Gregorio. Las metas principales de Gregorio fueron varias y muy importantes.
Primero, eliminar la oposición al papado dentro de la Iglesia. Segundo, liberar a Roma de la
influencia secular en el nombramiento de papas y oficiales eclesiásticos. Y, tercero, conseguir el
apoyo de los poderes seculares para lograr los ideales papales de dominación.

Los medios de Gregorio. Para alcanzar estas metas, Gregorio utilizó diversos instrumentos, entre
ellos los siguientes. Por un lado, la excomunión, que significaba la suspensión de los sacramentos y
por lo tanto la condenación eterna y también temporal, ya que el excomulgado era marginado. Si el
excomulgado era un rey, sus súbditos no estaban obligados a obedecerlo y cualquier católico fiel
podía adueñarse de sus propiedades. Por otro lado, el interdicto, que era la excomunión de toda
una comunidad, incluso de todo un país. Las iglesias se cerraban y no se administraban los
sacramentos, excepto el bautismo y la extrema unción. Y, finalmente, el bando, que declaraba fuera
de la ley a quien era puesto bajo el mismo. La persona así condenada carecía de toda protección
legal y el poder secular podía disponer incluso de su vida.

El poder de Gregorio. Utilizando estos instrumentos con bastante elasticidad y fuerza, apelando
a documentos falsos e invocando la autoridad de Pedro, Gregorio VII fue ganando cada vez más
poder e influencia sobre los poderes seculares. En 1075 publicó un resumen de los privilegios de la
Santa Sede, donde expuso su concepción sobre el poder pontificio en relación al poder de los reyes
y emperadores. En la proposición doce se proclamaba el poder del Papa para deponer a los reyes, y
en la veintisiete el poder de librar a los súbditos del juramento de fidelidad respecto a sus soberanos.
Las reformas de Gregorio. Entre las reformas más importantes de Gregorio, mencionamos
especialmente dos. Por un lado, se les negó a los reyes y príncipes el derecho de nombrar obispos y
Papas. Por otro lado, se proclamó el celibato del clero, medida que resultó en un alivio económico
para Roma, en el aumento de la diferencia entre clérigo y laico, en una mayor movilidad y
disponibilidad del clero, en la eliminación del nepotismo, y en el enriquecimiento de la Iglesia, que
era la única heredera de las posesiones de los obispos cuando éstos morían.

Los problemas de Gregorio. El choque con el poder temporal fue el problema más serio que
confrontó Gregorio. Éste se produjo en ocasión de la controversia de las investiduras, cuando
Enrique IV, rey de Alemania, que pretendía ser coronado emperador del Sacro Imperio por el Papa,
nombró por su cuenta al arzobispo de Milán. Gregorio VII le escribió una carta reprendiéndolo y
aquél le respondió convocando un sínodo (1076), que depuso a Gregorio como Papa. Enrique envió
a Roma el documento de deposición con una carta dirigida a “Hildebrando, ya no Papa, sino monje
falso.” El Papa excomulgó y depuso a Enrique IV, absolviendo al pueblo de su juramento de fidelidad.
Gregorio no tenía un ejército para hacerle frente, pero Enrique contaba con fuerzas que fácilmente
se podían dividir, porque el poder real todavía no era lo suficientemente fuerte. Así, Enrique se dio
cuenta de que se quedaba sin el respaldo de los sajones y de los príncipes alemanes, y que debía
actuar sin demora haciendo las paces con el Papa a cualquier costo.

Gregorio viajaba de Roma a Alemania, para asistir a una dieta que decidiría esta cuestión, y se
detuvo en Canosa (1077), en el castillo de la condesa Matilde de Toscana. Enrique con su esposa e
hijo en pleno invierno cruzó los Alpes para verlo y estuvo parado descalzo en la nieve durante tres
días en la puerta del palacio esperando que el Papa lo recibiera. Finalmente, se le levantó la
excomunión y prometió obediencia y fue restaurado al seno de la Iglesia.

Gregorio VII: “Sin ninguna muestra de hostilidad o insolencia, llegó al pueblo con una
comitiva pequeña. Durante tres días estuvo de pie en miseria delante del pórtico del castillo,
habiéndose quitado su capa real, descalzo, vestido sólo con ropas de lana. Con muchas
lágrimas imploró la ayuda y consolación de nuestra piedad apostólica.… Finalmente,
movidos por la urgencia de su dolor, y las oraciones de todos los presentes, soltamos el yugo
de su excomunión, y lo recibimos en el seno de la santa madre Iglesia.”

Este acto de humillación fortaleció la imagen del rey ante sus súbditos y éste, lejos de claudicar
en sus pretensiones, declaró la guerra al Papa, a quien finalmente derrotó (1083) enviándolo al
exilio, donde murió. Enrique coronó a un nuevo Papa (Clemente III) y éste lo coronó emperador
(1084). Estas luchas en torno al problema de la investidura y el trono papal no terminaron hasta
comienzos del siglo XII, cuando se hizo un arreglo: la Iglesia nombraría a los obispos, pero con la
aprobación del emperador.

_ Los Papas de los siglos XII y XIII

Alejandro III (1159–1181). Comenzó su reinado con dificultades, especialmente con Federico
Barbarroja (1152–1190) el rey alemán, pero pudo continuar la obra reformadora de Gregorio VII.
Entre sus contribuciones cabe mencionar que fue él quien citó el Tercer Concilio de Letrán, que se
reunió en 1179. Este concilio decretó: (1) sólo los cardenales podían nombrar al Papa; (2) los
cristianos que morían peleando contra la herejía recibían el perdón de todos sus pecados; (3) las
autoridades seculares no debían interferir en los asuntos de la Iglesia; y, (4) la canonización de los
santos debía ser aprobada por Roma.

En relación con lo último, Alejandro III convirtió en monopolio papal toda la cuestión de la
canonización de los santos. Con las Cruzadas, el comercio de las reliquias y su veneración fue
creciendo hasta llegar a ser un verdadero furor. Las iglesias y los particulares competían entre sí en
cuanto a quién poseía las reliquias más valiosas y milagrosas. Esto había dado un fuerte impulso al
culto de los santos, que llegó a tener cierto peso político. De allí la decisión del Papa de poner control
sobre el mismo.

Inocencio III (1198–1216). A fines del siglo XII llegó al trono de Roma otro de los grandes papas:
Inocencio III, el Papa de los grandes logros y de las glorias mayores durante la Edad Media. Sus
contemporáneos lo llamaron “estupor del mundo.” Tomó el título usado por Gregorio de “Vicario
de Pedro” y lo transformó en “Vicario de Cristo.” Sus pretensiones de poder fueron menos radicales
que las de Gregorio, en parte porque era más estadista y menos batallador, y en parte porque no
había muchos opositores. Su gobierno llevó al máximo el poder papal, que alcanzó la cúspide del
poderío terrenal. Llegó a ser el mayor poder de Europa y manejó la política internacional a su antojo,
coronando y deponiendo reyes, excomulgando individuos y naciones, y otorgando favores y reinos
a quienes le rendían homenaje.

Inocencio III colocó al papado en el centro de los movimientos mundiales. Al igual que Nicolás
I, consideraba que “el mundo es una ecclesia,” de modo que consideraba como derecho y obligación
aprobar a reyes y emperadores. La Iglesia Romana era la legisladora final de toda la cristiandad y su
autoridad se extendía sobre toda la societas christiana, cuyos gobernantes debían someterse a los
juicios del Papa. Para lograr esto, el papado tenía derecho a utilizar todas las armas espirituales
disponibles, sobre todo la excomunión y el interdicto, y a emplear todos los recursos del privilegio
espiritual. Por lo tanto, el mundo tendía a dividirse no en personas buenas o malas, sino en papistas
y antipapistas.

Dos de los logros mayores de Inocencio III fueron: (1) El Cuarto Concilio Laterano de 1215, que
por orden papal reunió a autoridades eclesiásticas y seculares de toda Europa, y que fue el más
importante de toda la Edad Media (asistieron unos 1.200 prelados). Entre otras cosas, este concilio
enfatizó la importancia de la predicación y la enseñanza, la disciplina moral del clero, se declaró
como artículo de fe la transubstanciación, se hizo obligatoria la confesión y la comunión anuales y
se inauguró la inquisición para la represión de los herejes (especialmente de valdenses y albigenses).
El concilio decretó una nueva Cruzada y prohibió la fundación de nuevas órdenes religiosas. (2) El
reconocimiento de los frailes: durante su gobierno se alentó a laicos y humildes que se consideraban
llamados a una vida de pobreza a organizarse como órdenes de frailes (“hermanos”). Fue en este
tiempo que surgieron y recibieron aprobación los franciscanos y los dominicos.

Para entonces, ya estaba internalizada en toda Europa occidental la idea de una sociedad
cristiana y el paradigma de cristiandad había alcanzado su expresión más alta. Este proceso había
comenzado en el período anterior, pero fue en el siglo XIII que se completó con el Papa en la cúspide
del poder político y religioso. A partir de aquí el prestigio papal comenzaría a decaer hasta llegar a
niveles increíbles.

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 950–1350

_ Conflicto

El territorio capturado por el Islam continuó en sus manos, excepto España, que comenzó a ser
reconquistada lentamente para el cristianismo. Sicilia, que había caído en manos musulmanas en el
año 902, fue capturada por los normandos (que posteriormente se hicieron cristianos), en el año
1091. Más seria fue la revigorización del Islam producida por el advenimiento de los turcos
selyúcidas, que invadieron Asia Menor y amenazaron la ciudad de Constantinopla. Las Cruzadas, que
comenzaron en 1096, lograron recuperar Asia Menor y durante algún tiempo pudieron mantener
reinos cristianos en Siria y Palestina, pero no en forma permanente.

_ Expansión

A pesar de los muchos problemas internos (pornocracia, controversia de las investiduras), la


cristiandad occidental continuó en plena expansión en Occidente. Escandinavia fue evangelizada
gracias a las influencias y los misioneros provenientes de Inglaterra, comenzando con la conversión
de Olaf Trygveson en el año 995. Desde Noruega, la fe cristiana se expandió a las islas del Mar del
Norte, llegando a Islandia y Groelandia. A partir del año 1000, desde Inglaterra y Dinamarca se
evangelizó Suecia. El progreso aquí no fue muy rápido, pero sí persistente. En la misma época el
cristianismo avanzaba hacia Polonia y Hungría, y hacia el año 1150 los vendos paganos se
convirtieron.

En Oriente la Iglesia Ortodoxa ganaba a los búlgaros en el año 964, a los serbios un poco más
tarde, y en el año 987 el cristianismo penetraba en el Ducado de Kiev y comenzaba la gran expansión
en Rusia. En definitiva, sería este cristianismo ortodoxo ruso el que forjaría la identidad nacional y
la cultura de esta gran nación, aun en medio de las invasiones mongolas.

GLOSARIO

apocalipticismo: movimiento que pretende descubrir un ordenamiento inteligible en el curso


general de los acontecimiento humanos y, especialmente, concede importancia central en ese
ordenamiento a la vida histórica de Cristo. Los eventos anteriores a él se interpretan como
preparatorios, y los sucesos posteriores como desarrollo de sus consecuencias. Divide la historia en
antes y después de Cristo.

ábside: extremo, frecuentemente oriental y en forma de polígono o semicircular, de una iglesia,


límite del presbiterio, el lugar donde se encuentran el altar y el coro.
baldaquino: o baldaquín, de Baldac, nombre dado en la Edad Media a Bagdad, de donde venía una
tela así llamada. Con esa tela de seda se confeccionaba una especie de dosel o palio a modo de
pabellón que cubría el altar mayor. En Santa Sofía, el baldaquino estaba debajo del gran domo
(cúpula o bóveda) central en forma de una media esfera.

breviario: libro que contiene el orden completo del Oficio Divino de cada día y las oraciones que se
ofrecen en cada momento.

catholikós: obispo patriarca o primado de ciertas iglesias orientales, especialmente de la Iglesia


Armenia o de las iglesias nestorianas (Iglesia del Este) como la Iglesia Ortodoxa Siria.

cenobita: persona (hombre o mujer) que profesa o practica la vida monástica o cenobítica; monje o
anacoreta que expresa su vocación religiosa mediante una vida en común (del griego koinóbion), es
decir, en comunidad, en oposición a la vida eremítica.

completas: última hora de oración del Oficio Divino. Fueron establecidas en Occidente por Benito
de Nursia en su Regla, proveyendo un oficio de retiro para las comunidades religiosas posterior a las
Vísperas, que se ofrecían al atardecer. Incluía varios salmos y el Nunc Dimittis o cántico de Simeón
(Lc. 2:29–32).

Cruzadas: guerras realizadas durante los siglos XI a XIII (1096–1291) por los cristianos occidentales
para reconquistar el Santo Sepulcro del dominio de los turcos selyúcidas musulmanes. Al principio
fueron guerras de carácter religioso. Los cristianos marchaban hacia Oriente a combatir por la cruz,
signo que bordaban en rojo sobre sus vestidos para destacar la finalidad de su empresa. De allí el
nombre de “cruzadas.”

devoción: amor, fervor y veneración religiosa, y la manifestación exterior concreta de estos


sentimientos a través de actos rituales. En la Edad Media, las devociones fueron el conjunto de
mediaciones religiosas, a través de las cuales el pueblo sencillo y carente de una adecuada
formación teológico-doctrinal, expresaba su dependencia de la divinidad y su piedad. Las
devociones eran un medio para conseguir la satisfacción de alguna necesidad sentida e inmediata.

dieta: del latín dies, día. Asamblea política en que se discutían los negocios públicos de una nación.
Llevaron este nombre las asambleas deliberantes celebradas en la Edad Media y comienzos de la
Moderna en Alemania, Polonia, Hungría, Suiza, Suecia, Dinamarca y Croacia.

epítome: resumen o compendio de una obra extensa; síntesis o ejemplo de algo. En retórica es una
figura que se utiliza cuando, después de dichas muchas palabras, para mayor claridad se repiten las
primeras.

eremita: del griego eremítes, que deriva de éremos, desierto, yermo. Se refiere a la persona (hombre
o mujer) que sigue el modo de vida ascético propio de la vocación y disciplina de un ermitaño o
eremita, que vive una vida apartada del mundo y consagrada a la oración y meditación en solitario,
en oposición a la vida monástica en comunidad.
escapulario: distintivo de ciertas órdenes religiosas, que consiste en un pedazo de tela, que cuelga
sobre el pecho y la espalda. Pedazo pequeño de tela, generalmente con una imagen de la Virgen
María, que se lleva por devoción colgado al cuello con dos cintas largas.

gleba: tierra que constituye la dotación de una iglesia parroquial. Tierras a las que estaban adscritos
determinados colonos y posteriormente los siervos (siervos de la gleba).

indulgencia: según la fe católica romana, es la remisión de la deuda debida a Dios por el pecado
después que la culpa ha sido perdonada. La remisión tiene que ver con el período de corrección y
disciplina en el Purgatorio. Se dice que esto es posible debido al “tesoro de méritos” que se supone
ha sido acumulado por Jesús, la Virgen María y los santos.

liturgia: del griego leitourgia, obra o servicio público. Se refiere al campo religioso-cultural,
especialmente la relación con los ritos religiosos, sobre la base del comportamiento ritualizado en
cuanto tal o de las implicaciones emotivas y existenciales propias de determinadas ceremonias y
manifestaciones religiosas.

maitines: el oficio nocturno del breviario, derivado de la práctica de las vigilias de la iglesia primitiva.
Destinados a decirse a la medianoche en la Iglesia Romana.

metropolitano, na: perteneciente o relativo a la metrópoli arzobispal, arzobispo. Se aplica también


a la iglesia arzobispal que tiene dependientes otras sufragáneas, lideradas por obispos.

milenarismo: del latín millenarius, que contiene un mil. Movimiento social reactivo basado en la
creencia de que la brecha entre el ideal cultural y la realidad social se cerrará (y durará por mil años).
Es la creencia en el inminente advenimiento de un período histórico utópico de mil años de
duración, que inaugurará un milenio de paz y felicidad, y que ocurrirá después de la segunda venida
de Cristo y con anterioridad al fin del mundo.

nicolaísmo: doctrina de los nicolaítas, herejes del siglo I que formaron una de las más antiguas sectas
heterodoxas del cristianismo (Ap. 2:6, 15). Se los acusaba de promiscuidad y orgías, especialmente
de la práctica de la fornicación como idolatría. Se los identificaba con un tal Nicolás.

normandos: hombres del norte, procedían de las comarcas de Europa septentrional, Escandinavia
y Dinamarca. Eran de origen germánico, pero al asolar las costas de las Islas Británicas y de Francia,
todavía eran paganos. Comprendían tres tribus principales: daneses, noruegos y suecos.

Oficio Divino: (Opus Dei u obra de Dios, según Benito) es el conjunto de actividades litúrgicas
cantadas o recitadas en las horas canónicas (de oración) de cada día. El oficio monástico era algo
más largo que el cantado en las iglesias seculares.

órdenes mendicantes: expresión general aplicada a las órdenes de frailes, llamadas así porque
rehusaban tener propiedades corporativas y dependían de la mendicidad organizada para su
mantenimiento.
pornocracia: sistema de gobierno y estado social en que dominan las cortesanas, y que se
caracteriza por la obscenidad y la corrupción de las costumbres.

relicario: vaso o recipiente, hecho con frecuencia de un metal precioso y ricamente ornamentado,
que se usaba para guardar las reliquias de un santo.

sacramento: signo sensible o tangible de un supuesto efecto interior y espiritual que Dios obra en
el alma del creyente. La Iglesia medieval definió siete sacramentos: bautismo, confirmación,
penitencia, comunión, extremaunción, orden sacerdotal y matrimonio.

scriptorium: escritorio, sala u otro lugar de un monasterio donde se escribían y copiaban


manuscritos.

selyúcidas: célebre dinastía turcomana, fundada a principios del siglo XI por Togrul I, descendiente
de un famoso jefe turco llamado Selyuk o Selgiuk, y que durante dos siglos y medio dominó en el
Asia occidental.

silogismo: argumento que consta de tres proposiciones, la última de las cuales se deduce de las
otras dos.

sistema feudal: sistema de organización social dominante en Europa Occidental desde el siglo X al
XV. Estuvo basado en un sistema de tenencia de la tierra, según el cual un señor otorgaba (no en
propiedad) extensiones de diversos tamaños (feudos) a sus vasallos (caballeros) en pago por sus
servicios militares. Los feudos podían ser divididos por el vasallo entre otros caballeros, quienes a
su vez pasaban a ser sus vasallos. Los feudos se componían de uno o más señoríos, es decir, de
fundos con siervos cuya producción agrícola proporcionaba la base económica para la existencia de
la clase feudal. Cuando un vasallo recibía un feudo, hacía votos de honra y lealtad a su señor
debiendo ofrecer fidelidad como así también un cierto número de servicios militares. Al morir un
vasallo, el feudo técnicamente debía pasar de nuevo a su señor, pero era práctica común que el hijo
mayor tomara el lugar del padre como vasallo del mismo y, por lo tanto, los feudos eran de hecho
transmitidos mediante el principio de primogenitura. El feudalismo tuvo su mayor auge entre el
siglo XI y el siglo XIII. Su decadencia se debió principalmente al crecimiento de las ciudades de
manera concomitante a la aparición de una clase media urbana, de una economía comercial y,
también, a la ascensión al poder de las monarquías centralizadas.

studium generale: estudio general; término que apareció a finales del siglo XII y que se aplicaba a
una escuela que tenía carácter universal, usado especialmente para centros que fueron precedentes
de las universidades y, después, para las universidades mismas. En la teoría del derecho canónico
indicaba una categoría de privilegio que sólo era conferida por el Papa a determinadas escuelas. Su
seña de identidad era el derecho de sus licenciados a enseñar en cualquier otra escuela de la
cristiandad sin ningún otro examen.

sultán: rey de los turcos selyúcidas.


Summa: del latín “la totalidad.” Tratado que da un resumen de la esencia de un tema. En la Edad
Media era un compendio de filosofía, teología o derecho canónico que se empleaba en las escuelas
como libro de texto. En estas obras, el tema de discusión se exponía por medio del planteamiento
de una serie de preguntas, que luego se contestaban mediante el método dialéctico.

terciarios: miembros de la orden tercera, confraternidad de laicos adscrita a los frailes. Se obligaban
a seguir ciertas observancias religiosas de los frailes, incluyendo la recitación de las horas del Oficio
Divino durante el día.

vikingos: en las sagas islandesas se refiere a los piratas escandinavos o normandos, que invadieron
territorios del Occidente, Oriente y sur de Europa, descubrieron Islandia, fundaron el reino de las
Dos Sicilias y el ducado de Normandía y conquistaron a Inglaterra en 1066.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Inscripción del monumento de la Iglesia de Oriente en Xian.

Lee y responde:

“A lo largo de los reinados de los emperadores hubo registros documentando la historia de la


Iglesia de la Religión de la Luz [en China]. Ellos nos cuentan que se trajeron las enseñanzas de la
Religión de la Luz al Imperio T’ang, que se tradujeron las escrituras y que se construyeron los
monasterios. Estas enseñanzas son como una balsa, que lleva salvación, bendición y buena voluntad
a las personas de mi país.

“Siguiendo las huellas de sus ancestros, el Emperador Gaozong construyó hermosos


monasterios e iglesias por toda la tierra. El Camino Verdadero fue proclamado y el título de ‘Señor
Protector de las Grandes Enseñanzas’ fue concedido. La gente estaba feliz y hubo prosperidad por
todas partes.

“El Emperador Xuanzong promovió la doctrina sagrada todavía más. Él siguió las enseñanzas
verdaderas, escribió declaraciones para endosarlas y proclamó decretos imperiales para apoyarlas.
En palabras simples y gloriosas, alabó las acciones [de la Religión de la Luz] y las consideró dignas de
celebración.

“El Emperador Suzong revivió el Camino del Cielo y observó los días santos. En una noche, los
vientos favorables barrieron con las impurezas que habían corrompido el palacio. Se quitó el polvo
y el país nuevamente fue sanado.

“El Emperador Daizong fue filial y virtuoso. Su piedad fue tan grande como el cielo y la tierra. Él
abrió el tesoro imperial y dio regalos de materiales preciosos e incienso de jazmín. A aquellos que
eran virtuosos, él los recompensó con piedras preciosas, que eran tan brillantes como la luna llena.
“El Emperador reinante durante Jianzhang [el Emperador Dezong] creyó en las enseñazas
iluminadas. Durante su tiempo, los militares y los generales mantuvieron la paz en los cuatro
rincones de la tierra y los oficiales eruditos fueron honestos y justos. Él animó a todos a examinar la
naturaleza de las cosas con el espejo escondido. La gente en las seis direcciones fueron iluminadas,
y el centenar de tribus rebeldes fue puesto bajo jurisdicción.”

Estela de Ch’ang-an (781), parte tres.

- Según la Estela de Ch’ang-an, los emperadores de la dinastía T’ang se mostraron, en general,


favorables al trabajo misionero de los monjes siríacos. ¿Piensas que es bueno y necesario que la
Iglesia goce del favor del gobierno para el cumplimiento de su misión? Presenta varias razones para
tu respuesta.

- Describe la relación de la Iglesia y el Estado en tu propio país. ¿Cuál es la situación de las iglesias
evangélicas en tu país en términos de libertad religiosa, en todas sus dimensiones?

- Muchos evangélicos en América Latina piensan que es necesario crear partidos políticos
evangélicos para poder ejercer una influencia positiva y transformadora en la sociedad. ¿Qué
piensas acerca de esto? ¿Crees que esforzarnos por colocar a creyentes evangélicos en posiciones
de poder político puede ayudar a las iglesias a cumplir mejor con su misión en el mundo?

TAREA 2: Constantino (Cirilo) y la traducción de la Biblia a otros idiomas.

Lee y responde:

“Constantino pasó cuarenta meses en Moravia, y luego se fue para ordenar a sus discípulos.…
Cuando estaba en Venecia, obispos, sacerdotes y monjes se juntaron contra él como cuervos contra
un halcón. Y promovieron la herejía trilingüe [que enseñaba que la Biblia sólo debía estar en hebreo,
griego y latín], diciendo: ‘Dínos, oh hombre, ¿cómo es que tú ahora enseñas, habiendo creado letras
para los eslavos, que nadie más ha encontrado antes, ni el Apóstol, ni el Papa de Roma, ni Gregorio
el Teólogo, ni Jerónimo, ni Agustín? Nosotros sabemos de sólo tres idiomas que son dignos de alabar
a Dios en las Escrituras: hebreo, griego y latín.’

“Y el Filósofo les respondió: ‘¿No cae la lluvia de Dios sobre todos por igual? ¿Y no brilla el sol
también sobre todos? ¿Y no respiramos todos el aire de la misma manera? ¿No están avergonzados
de mencionar tan sólo tres idiomas, y de ordenar a todas las demás naciones y tribus a permanecer
ciegas y sordas? Díganme, ¿lo hacen a Dios tan impotente, como para que él sea incapaz de
conceder esto? ¿O tan envidioso como para que él no lo desee? Conocemos a numerosos pueblos
que poseen escritura y dan gloria a Dios, cada uno en su propia lengua. Seguramente éstos son
obvios: armenios, persas, abcacianos, ibéricos, sogdianos, godos, ávaros, turcos, kazares, árabes,
egipcios y muchos otros. Si ustedes no quieren entender esto, al menos reconozcan el juicio de las
Escrituras.[Sigue la cita de varios pasajes bíblicos: Sal. 96:1; 98:4; 66:4; 117:1; 150:6; Jn. 1:12; 17:20–
21; Mt. 28:18–20; Mr. 16:15–17; Mt. 23:13; Lc. 11:52; 1 Co. 14:5–40.] … Y con estas palabras y
muchas más, él los avergonzó y salió, dejándolos.”

Vida de Constantino (siglo X, en eslavónico), 15, 16.

- Evalúa la defensa que hace Cirilo de su ministerio de traducción de las Escrituras, tomando en
cuenta sus argumentos y especialmente los pasajes bíblicos que él cita.

¿Cuál fue la trascendencia del ministerio de traducción de Cirilo? ¿Qué consecuencias


misionológicas tuvo para la difusión del testimonio cristiano?

- ¿Cuál es tu evaluación personal del trabajo de las Sociedades Bíblicas a nivel mundial y de sus
esfuerzos por poner la Palabra de Dios en la lengua de todos los pueblos de la tierra? Averigua los
últimos datos en cuanto a la cantidad de Biblias, Nuevos Testamentos y porciones bíblicas que se
distribuyen en el mundo hoy, y a cuántos idiomas y dialectos diferentes están traducidos. Puedes
investigar utilizando Internet o materiales e informes de las Sociedades Bíblicas.

TAREA 3: El Corán.

Conseguir una buena traducción del Corán. Se puede obtener en un centro islámico o una buena
biblioteca pública. Leer los siguientes pasajes y responder las preguntas correspondientes. El
número romano indica la sura correspondiente, mientras que el número arábico indica el número
de los versículos:

1. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia los cristianos?

II.59; 105–111; 129–135.

III.57–78; 93–115.

V.17–22; 85–88.

IX.29–35.

LVII.25–27.

2. ¿Cuál es la actitud del Corán hacia Jesús?


II.81.

III.37–52.

IV.155–157

V.50–52; 109–120.

VI.84–90.

XIX.16–41.

LVII.25–27.

LXI.1–14.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. Discutir la afirmación del autor: “La presión de las circunstancias externas lleva a una devoción
más profunda y a un fervor renovado, que tarde o temprano termina en un avivamiento misionero
y evangelizador, que cumple con la tarea central de la Iglesia de ‘Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura’.” ¿Esto es siempre así? Fundamenten su respuesta.

2. El Imperio Romano fue reemplazado por reinos “bárbaros.” ¿Corrió el cristianismo la misma
suerte siendo reemplazado por el paganismo? Algunos historiadores han comparado la decadencia
del mundo occidental y cristiano de nuestros días con la decadencia del Imperio Romano. ¿En qué
se parecen o difieren ambos procesos históricos? ¿Cuáles han sido las consecuencias, en cada caso,
sobre la fortaleza e impacto de la Iglesia?

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 65–95.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 81–112.

González, Historia de las misiones, 92–106; 109–116.

González, Historia del cristianismo, 1:243–262; 273–288; 303–306; 315–327; 333–338.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:329–451.

Latourette, Los chinos, 239–243.


Muirhead, Historia del cristianismo, 1:181–243.

Romero, La Edad Media, 9–44; 105–140.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 56–65.

Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 195–218.

UNIDAD 2

Resurgimiento & progreso


950–1350

INTRODUCCIÓN

Los sucesores de Carlomagno no tuvieron su habilidad para las cuestiones políticas, y el poder
de los francos comenzó a decaer. Poco a poco la estructura política del Sacro Imperio Romano-
Germánico fue perdiendo efectividad ganando lugar el sistema feudal, que fue característico de
toda la Edad Media.

Henri Daniel-Rops: “El feudalismo, que iba a constituir la base del mundo medieval, había
estado evolucionando durante un largo tiempo en el pasado, debido a la fuerza de las
circunstancias. El desorden continuo de las Grandes Invasiones había alentado a los débiles
a reunirse en torno a unos pocos hombres fuertes, que eran más capaces de protegerlos
que los representantes de la autoridad oficial; éste fue el principio de recomendación.
Cuando la autoridad central fallaba, los caudillos locales tendieron a hacerse autónomos.…
El colapso de la civilización urbana, al darle a la agricultura una importancia enorme, había
hecho de la unidad agrícola, la villa, un centro económico independiente, y del gran
terrateniente una especie de gobernante. A estos factores, que surgían naturalmente de la
evolución histórica, se agregaron otros dos: inmunidad y vasallaje, que fueron propuestos
por los mismos gobiernos centrales. Los monarcas débiles, que se sentían inseguros de sus
insubordinados, autorizaron a los grandes terratenientes a liberarse del control de los
oficiales reales, y a tomar el lugar de los últimos en la administración de la justicia, la
recolección de impuestos y la leva de guerreros en sus propios dominios.… Ahora toda la
evidencia muestra que Carlomagno estuvo involucrado en este proceso.”
Desde un punto de vista social, el feudalismo supuso la existencia de clases, cuya diferenciación
se establecía en las relaciones del ser humano con la tierra. En consecuencia, disminuyó la densidad
de la población, se cortaron las comunicaciones, creció el aislamiento y la vida se tornó más insegura
y violenta. Desde un punto de vista político, el feudalismo consistió en una jerarquización de poderes
unidos entre sí por lazos de fidelidad personal. Desde un punto de vista económico, el feudalismo
produjo una economía reducida a círculos agrícolas cerrados, falta de metal precioso, disminución
de las transacciones monetarias, desaparición de los salarios y el pago de los servicios prestados con
tierra. Desde un punto de vista moral, el feudalismo hizo predominar la fuerza y la violencia.

Se produjo, entonces, una atomización del poder caracterizada por la ausencia de una autoridad
central y la organización de gobiernos locales en manos de los nobles y terratenientes. El origen de
este sistema estaba en múltiples concesiones de tierras, que los monarcas francos habían hecho a
sus jefes militares durante las guerras de conquista. El imperio de Carlomagno se transformó en un
Estado feudal, y más tarde, después de la muerte del gran monarca (814), cuando su imperio fue
dividido entre sus sucesores (Tratado de Verdún, 843), el proceso se profundizó. Los territorios del
Imperio carolingio se repartieron de la siguiente forma: Lotario, fue reconocido emperador y
gobernó Italia y una franja de terreno llamada Lotaringia, que separaba los dominios de sus
hermanos; Luis el Germánico quedó con Germania o la región comprendida al este del Rin; y Carlos
el Calvo recibió las tierras al oeste del Rin, aproximadamente la actual Francia.

El régimen feudal predominó en Europa desde comienzos del siglo X hasta el XV. En este
contexto, la vida medieval estaba estructurada, en buena medida, como las piezas de un juego de
ajedrez: reyes, reinas, obispos (alfiles), caballeros (caballos) y otros nobles vivían en castillos
(torres), a costa del trabajo de sus siervos (peones). Los siervos (siervos de la gleba), a cambio del
privilegio de cultivar la tierra suficiente para poder sobrevivir, trabajaban tres días de la semana
para su señor, que podía ser un caballero, un obispo o un rey. En una emergencia, y muy
frecuentemente en tiempo de cosecha, el señor podía exigir a los siervos un trabajo extra. Un siervo
no podía hacer abandono de la tierra de su señor, ni casarse sin su aprobación; también eran usados
como sirvientes domésticos, y muchas veces eran excelentes artesanos. Los siervos constituían la
infantería en las guerras ofensivas y defensivas de su señor. Carecían de protección y eran los más
vulnerables en toda la pirámide social de aquel entonces.

Los caballeros no tenían otra ocupación más que la guerra, y eran recompensados por el
soberano con tierras y con siervos. Cuando no había guerras, los caballeros se entretenían con
torneos y peleaban fieramente para practicar, para ganar el favor de una dama noble o el castillo
de otro caballero. Con el tiempo, los caballeros (vasallos) se convirtieron en nobles, de modo que
nobleza y caballería se identificaron de tal forma que no se consideraba noble más que a aquel que
había sido armado caballero. Estos señores vivían en castillos, que al principio no fueron más que
torres de piedra con dos o tres niveles, y más tarde se ampliaron con murallas y fosos. El castillo era
el pivote de la vida medieval. Fundamentalmente, era un refugio, una plaza fuerte, una fortaleza
capaz de resistir un sitio. La riqueza del castillo provenía de la tierra trabajada por los siervos fuera
de los muros del mismo.
Los obispos administraban los negocios así como los asuntos espirituales de la Iglesia. Los
obispos eran señores feudales que muchas veces recibían importantes donaciones, especialmente
de tierras, lo cual les daba gran prestigio y poder. El sistema feudal llegó a ser de gran beneficio para
las pretensiones de Roma, porque no había rey o señor tan fuerte, que pudiera competir con el
poder y la influencia papal. Además, la Iglesia se enriqueció en forma fabulosa porque al morir los
obispos sus propiedades quedaban en manos del Papa y muchos nobles testaban también en favor
de Roma.

CUADRO 5 - ESTRUCTURA SOCIAL DEL SISTEMA FEUDAL

La reina generalmente estaba tan bien educada como el rey, y a veces lo eclipsaba en su poder.
Era el centro de las fiestas de la corte y a menudo se unía a los hombres en la caza con halcones.
Muchas reinas medievales cristianas ayudaron a la conversión de sus esposos a la fe. El rey pretendía
que su poder, gozado por derecho divino, era supremo. Su pretensión era disputada
incesantemente por los nobles feudales y por la Iglesia. Incluso en su corte, se veía forzado a estar
en guardia contra las intrigas. La corte de un rey era el epítome mundano de una edad
predominantemente religiosa.

La Iglesia ocupaba el lugar central en el tablero de la sociedad medieval. Los reyes necesitaban
el apoyo de la Iglesia; todos los hombres necesitaban el apoyo espiritual de la Iglesia. Tanto el siervo
como el noble, el caballero como el rey eran iguales en esto: cada uno estaba seguro de otra vida
más allá de la muerte y estaban aterrados por ese trasmundo. De este modo, la Iglesia, con sus
sacramentos y ritos, traía algo de paz a la vida de estos seres sumidos en la ignorancia, la
superstición y la violencia. Éste es el trasfondo histórico-cultural de Europa en el período que
seguidamente consideraremos.

EL RESURGIMIENTO DEL CRISTIANISMO


_ El cristianismo en Europa occidental

Nuevas invasiones bárbaras. En el ámbito político, el mundo escandinavo estaba en proceso de


cambio cuando comenzaron las correrías vikingas por el Occidente. Esfuerzos por consolidar
políticamente en pequeños estados a los habitantes de lo que hoy día son los territorios de Suecia,
Noruega y Dinamarca parece que acrecentaron el nivel de violencia en esas regiones y resultaron
en la expulsión de las facciones perdedoras. Por otro lado, el reino de Dinamarca, políticamente el
más desarrollado de estos estados incipientes, había sufrido la presión del avance carolingio en el
norte de Alemania. La conversión forzada de los sajones y las enormes matanzas de éstos en el curso
de las guerras de conquista francas, deben haber alarmado grandemente a los daneses, que se
encontraban en la ruta de expansión franca, con Carlomagno y Luis I persistiendo en su política
agresiva. Además, el avance en las técnicas de navegación de los jóvenes guerreros educados en
una tradición de ejercicio militar y aventuras, les proveyó un nuevo campo de acción.

Fernando Picó: “Es la combinación de todas estas razones lo que nos explica la súbita y
destructora irrupción de los hombres del norte en el Occidente. En algunos sitios se les llamó
vikingos, en otros, los hombres del norte (Northmen o Nordmen). En el este de Europa y en
Constantinopla se les conocería como varegos. Pero todos pertenecen al mismo
movimiento general de los escandinavos en esa época.”

Hacia el año 800, los normandos (vikingos) de Escandinavia comenzaron un nuevo proceso de
invasión sobre Europa. Todas las poblaciones costeras del Mar del Norte y de los ríos navegables del
noroeste de Europa sufrieron los asaltos devastadores de estos nuevos piratas invasores. De todos,
quienes más sufrieron fueron los monjes: las iglesias y los monasterios estaban ricamente dotados
y eran presa fácil por carecer de defensa militar. De este modo, monasterios e iglesias resultaron
ser uno de los blancos preferidos de estos saqueadores vikingos. Casi todos los monasterios celtas
en las Islas Británicas fueron asaltados e incendiados. En el año 851, trescientos barcos vikingos
entraron por el río Támesis y saquearon Canterbury y Londres. A fines del siglo IX, habían
conquistado ya gran parte del territorio de Irlanda y de los reinos anglosajones. El rey de Wessex,
Alfredo el Grande (849–901) logró rechazarlos hacia el norte, pero un siglo más tarde los daneses
se adueñaron de toda Inglaterra. Los normandos invadieron también el noroeste de Francia, y le
dieron su nombre al territorio ocupado: Normandía.

Paralelamente a las invasiones normandas en el Oeste, los eslavos y los húngaros hostigaron las
fronteras orientales de la Europa carolingia. Los eslavos eran pueblos paganos de raza aria. Los
principales pueblos eslavos que avanzaron hacia el Oeste fueron los polacos, los checos, los
eslovacos y los moravos. Los que avanzaron hacia el sur fueron los servios, croatas, eslovenos y
búlgaros eslavizados. Los húngaros o magiares, pueblos de raza mongólica, fueron los invasores más
temibles, pues eran guerreros feroces dedicados al saqueo y al exterminio. Estas incursiones
violentas fueron parcialmente detenidas cuando el trono de Germania fue ocupado por Otón I el
Grande (936–973), quien reorganizó las fuerzas de su reino y contuvo las invasiones del Este.

Una tercera ola de invasiones fue la de los sarracenos (musulmanes). Fueron más bien
expediciones de rapiña y piratería, desde España y el norte de África (Zagreb). Conquistaron la isla
de Sicilia, pero el principal resultado de sus correrías fue la interrupción del comercio por el mar
Mediterráneo.

La eventual conversión de los escandinavos y los húngaros cambió el panorama político y


fundamentalmente religioso de Europa hacia el siglo X. Con mucha lentitud, algunos retrocesos y
renuencias y no pocos conflictos los escandinavos comenzaron a aceptar el cristianismo en sus
propios territorios de origen, Dinamarca, Noruega y Suecia, y la recién poblada isla del norte,
Islandia. Este proceso requirió el sacrificio y la dedicación de varias generaciones de misioneros,
especialmente de monjes. La cristianización de estas tierras facilitó los intercambios comerciales y
culturales, y como en el caso de Hungría, acabó integrando a las nuevas monarquías del norte con
los otros estados europeos.

La conversión de Noruega. El testimonio cristiano entre los pueblos escandinavos y su


conversión fue al principio un proceso gradual y las más de las veces sin un esfuerzo misionero
organizado. Los escandinavos tendieron a adoptar el idioma, la cultura y la religión de sus vecinos
cristianos, especialmente los francos. La eventual conversión de todos estos pueblos se debió en
parte al atractivo que la civilización franca ejercía sobre los normandos, así como la conversión de
los francos se debió en buena medida a la atracción que la civilización romana ejercía sobre ellos.
De todos modos, la conversión de Noruega ocurrió en razón de la influencia de algunos de sus reyes
convertidos al cristianismo. El primero fue Haakon el Bueno (rey de Noruega desde 946), quien había
sido bautizado en Inglaterra.

En el año 994 hubo una nueva invasión normanda sobre las Islas Británicas, pero con un final
diferente. El jefe del contingente pirata, Olaf Trygveson, en viaje hacia Inglaterra, se encontró con
un monje que le dijo: “Tú serás rey de Noruega y llevarás a muchos a la fe cristiana.” Después de ser
herido de muerte y orar por su sanidad, se hizo cristiano cuando curó milagrosamente, y continuó
su viaje a Inglaterra no para saquear, sino para ser confirmado por el obispo de Winchester. Un año
más tarde, Trygveson regresó a Noruega como su primer rey cristiano, usando ahora su poder no
para destruir el cristianismo en el extranjero, sino para establecerlo en sus propios dominios. Era un
hombre violento y lo fue durante toda su vida, pero ahora usaba su espada en defensa del
cristianismo que antes había hostigado. Así comenzó la conversión de Noruega, y con ella, la de casi
todas las islas del Mar del Norte, incluso Islandia y Groenlandia, que eran parte de su reino. Una
sucesión de monjes venidos desde Inglaterra por iniciativa de Trygveson ayudaron en este trabajo.
Lo mismo hizo otro rey cristiano de Noruega, Olaf Haraldsson (rey desde 1015), razón por la cual
todavía hoy se lo venera como San Olaf.

La conversión de Dinamarca. La conversión de Dinamarca comenzó gracias a las influencias


cristianas provenientes desde Sajonia (norte de Alemania). Uno de los primeros misioneros en
trabajar entre los escandinavos fue Anskar (800–865), enviado por el emperador Ludovico Pío.
Anskar se estableció en Hamburgo y de allí viajó varias veces a Dinamarca y Suecia, regiones a las
que más tarde sirvió como obispo. Se lo considera a Anskar como el primer apóstol a los pueblos
escandinavos. Uno de los primeros reyes de Dinamarca en convertirse fue Harald Blaatand (Haroldo
Dienteazul, 950–986), que lo hizo debido a un milagro llevado a cabo por un sacerdote cristiano en
su corte. El rey inmediatamente ordenó a todos sus súbditos convertirse a la nueva fe. Sacerdotes
y obispos llegaron de Alemania para ocuparse de la evangelización.

Un nieto de Harald Blaatand, Knud o Canuto se convirtió en 1019. Canuto había sido rey de
Inglaterra antes de adicionar la corona de Dinamarca. En este caso también recibió mucha ayuda
desde Inglaterra a través de los monjes misioneros. Canuto era un cristiano convencido que hizo
mucho por establecer el cristianismo en sus dominios. “Menos de setenta años después de la
muerte de Knud, Dinamarca llegó a tener su jerarquía eclesiástica propia, con un arzobispo en la
ciudad de Lund—que hoy pertenece a Suecia.” Fue necesario un siglo completo hasta que el
cristianismo se estableciera definitivamente entre estos pueblos. Pero, “en la primera mitad del
siglo XI, bajo el rey Canuto, quien llegó a gobernar toda Inglaterra, Dinamarca, Suecia y Noruega,
casi todos los escandinavos eran ya cristianos, al menos de nombre.”

La conversión de Suecia. Los suecos fueron los últimos de los pueblos escandinavos en aceptar
el cristianismo. Los misioneros más destacados entre ellos a partir del año 1000 fueron monjes
ingleses, llegando a ser algunos de ellos mártires por la fe cristiana. En este caso, los reyes suecos
jugaron también un papel importante en la conversión de sus pueblos. El primer rey cristiano fue
Olov Skötkonung, pero el testimonio ya había llegado antes a Suecia gracias a las labores de Anskar.
Los sucesores de Olov continuaron su promoción del cristianismo, que fue más rápida y profunda
que en otros pueblos escandinavos.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Anglosajones, noruegos, daneses, francos, sajones,


burgundios o eslavos—éstas eran identidades tradicionales que la gente había llevado
mientras migraban de lugar en lugar. Para el siglo décimo la mezcla entre las tribus había
alcanzado un punto en el que las fronteras ya no eran claras, ya sea en idioma o en
geografía. Las historias locales tradicionales de dioses y héroes guerreros nacionales
estaban siendo superadas por una historia más grande, la del pasado cristiano romano. Lo
que estaba emergiendo era una civilización común. Mientras muchas culturas y economías
locales, lenguas vernáculas e instituciones políticas cubrían la tierra, ésta se mantenía unida
por una estructura eclesiástica bastante unificada, liderada por una clase de líderes y
clérigos educados que hablaban una lengua común (latín) en su liturgia y teología. La única
autoridad eclesiástica más importante dentro del entramado de la cristiandad occidental
era el Papa. No obstante, incluso su autoridad no se extendía de manera pareja o sin
interrupción a lo largo del paisaje. Papas individuales resultaron ser corruptos o ineptos, sin
menoscabar el papel total de la Iglesia Católica en todo el Oeste. Al final, la tradición latina
llevó la fe hacia delante en la cristiandad occidental.”

La conversión de otros pueblos bálticos. Hacia el noroeste de Europa, a mediados del siglo XII,
se convirtieron los vendos. Éstos eran un pueblo eslavo que vivía al este del río Elba. No eran
cristianos sino que adoraban a deidades tribales eslavas tradicionales. En 1147 los gobernantes
alemanes de Sajonia procuraron permiso para lanzar una cruzada contra ellos y convertirlos. En
realidad, lo que querían los sajones junto con los daneses era ampliar sus dominios. Los vendos
fueron sometidos, sus templos paganos destruidos, se los forzó al bautismo, se los obligó a entrar a
la cristiandad como súbditos de los reyes alemanes y daneses, y se establecieron iglesias cristianas
en sus territorios. En el siglo XIII fueron incorporados a la cristiandad los pueblos de la cuenca
oriental del mar Báltico (prusianos, estonios y finlandeses); y, en el siglo XIV ocurrió lo propio con
los lituanos.

La conversión de húngaros y eslavos. Los húngaros se convirtieron al cristianismo en la década


de los años 970. Por un largo proceso de asentamiento y de cambio a una economía basada en la
agricultura y el comercio, estos pueblos nómadas y guerreros se integraron a la convivencia con las
zonas vecinas de su reino o regiones sometidas. Eventualmente enlaces dinásticos con diversas
casas reinantes del Occidente imbricaron a Hungría en el sistema político europeo.

Justo L. González: “A fines del siglo X, el rey Gueisa recibió el bautismo, así como su corte y
su heredero Vayk. En el año 997, Vayk, quien para entonces había tomado el nombre de
Esteban, heredó la corona, e inmediatamente les ordenó a sus súbditos que se hicieran
cristianos. Por la fuerza, el país se convirtió. Tras la muerte de Esteban en el 1038, el pueblo
lo tuvo por santo, y por tanto se le conoce como San Esteban de Hungría.”

Los pueblos eslavos vecinos a Sajonia, Baviera, el ducado de Corintia y eventualmente a la marca
del este (Austria), empezaron también a aceptar a los misioneros cristianos en sus territorios y a
formar sus propias provincias eclesiásticas. El caso más dramático fue el del reino de Polonia, cuya
extensión y número de habitantes era considerable.

_ El cristianismo en el Cercano Oriente

El desafío musulmán y las Cruzadas. Alrededor del año 1000, pueblos montañeses de las
mesetas de Asia Central avanzaron hacia el Oeste. Venían del Turquestán y se los conoció como los
turcos selyúcidas. Para el año 1055 ya habían ocupado toda Persia, conquistando el califato árabe
de Bagdad. No desplazaron al califa como líder religioso, pero lo relegaron a esa función, mientras
el gobierno efectivo pasó a manos de los sultanes o reyes turcos (1058). En 1076 tomaron Jerusalén,
donde cometieron todo tipo de crueldades contra los cristianos. Desde Bagdad se extendieron a
Siria y Palestina (que había estado bajo el califato de Egipto). En 1071 destrozaron al ejército del
Imperio Bizantino y avanzaron sobre Asia Menor, y establecieron su capital en Nicea, cerca de
Constantinopla. Eran de religión musulmana y fieros guerreros nómadas.

Los bizantinos, desesperados frente a la amenaza que representaban las hordas invasoras,
pidieron auxilio a los cristianos de Europa occidental. El emperador bizantino Alejo Commeno
(1081–1118), pese a la interrupción de las relaciones con Roma que siguió al cisma de 1054, se
dirigió al papa Urbano II (papa de 1088 a 1099), solicitándole que animara a los cristianos
occidentales a luchar contra el enemigo común. Este pedido llegó oportunamente, ya que el Papa
de Roma estaba procurando terminar con la turbulencia y la violencia de la sociedad feudal, y quería
lograr una unión más sólida de la cristiandad en torno a su autoridad. La posibilidad de canalizar la
violencia de los señores feudales en una lucha con un motivo tan noble como la defensa de los
intereses cristianos en Oriente, se presentaba como una efectiva estrategia para el logro de las
pretensiones hegemónicas del Papa.
El islamismo había sido el primer adversario en derrotar al cristianismo en el siglo VII. Ahora, a
fines del siglo XI, la cristiandad occidental reestablecida estaba en condiciones de ofrecer un efectivo
contraataque. A pesar de que los soldados cristianos estaban muy lejos del ideal moral
neotestamentario, su intervención en las Cruzadas fue un notable progreso respecto de la
turbulenta sociedad feudal. “Dado que quieren pelear, que peleen por fines cristianos.” Tal era la
estrategia papal. El papa Urbano II actuó rápidamente en respuesta al pedido bizantino,
proclamando una campaña para recuperar la Tierra Santa de manos de los turcos. Este desafío
cautivó la imaginación de los cristianos europeos, que ya se sentían lo suficientemente fuertes como
para enfrentarse a un enemigo considerado pagano. Fue así que, en 1095, el Papa convocó un
Concilio en Clermont (Francia) y expuso ante numerosos arzobispos, obispos, abades, señores
feudales y multitud de fieles, la necesidad de emplear todos los esfuerzos para combatir el peligro
de los turcos selyúcidas musulmanes. En el año 1096, los cristianos se lanzaron a la primera Cruzada
con el lema “Dios lo quiere” (Deus vult). El Papa actuó como cabeza de la cristiandad y su iniciativa
lo colocó al frente de la Europa cristiana.

Los fines de las Cruzadas. En esta empresa existieron ciertamente muchos motivos diferentes.
Algunos fueron menos nobles, como la codicia, la ambición, el afán de aventuras, etc. Pero en
general los móviles de los europeos fueron nobles e idealistas, y muchas veces inspirados por una
gran espiritualidad mística.

Hubo fines de orden religioso. Entre los más importantes objetivos de las Cruzadas estaba el de
rescatar el Santo Sepulcro. La devoción a la humanidad de Cristo acrecentó el entusiasmo por
aquellos lugares santificados con su presencia. Pero también se aspiraba a lograr la unión con la
Iglesia Oriental, sujetando a ésta a la autoridad de Roma y poniendo fin al cisma de 1054. El Papa
esperaba que su iniciativa le permitiera ejercitar su autoridad universal por encima de la del
emperador y los reyes. También se esperaba lograr la defensa de Occidente contra la invasión del
Islam, que continuaba presionando constantemente sobre Constantinopla como primer paso para
llegar a Occidente. La caída de Jerusalén y la reciente iniciación de un nuevo milenio (con todo su
componente de milenarismo y apocalipticismo) crearon una atmósfera favorable para la
generalización de un exaltado sentimiento religioso.

Hubo fines político-económico-sociales. Los caballeros vieron una oportunidad para satisfacer
sus impulsos guerreros y el ansia de aventuras. La necesidad de encauzar en una empresa noble el
espíritu guerrero de los caballeros y señores feudales, para quienes la Tregua de Dios era un freno
insoportable, fue central en la estrategia de la Iglesia. Por otro lado, los vasallos y siervos vieron en
las Cruzadas un modo de liberarse del poder de los señores, mientras que los comerciantes buscaron
nuevos mercados en las ricas tierras orientales.

El desarrollo de las Cruzadas. En general, los historiadores consideran que hubo ocho Cruzadas,
que se llevaron a cabo entre 1096 y 1291. Las dos primeras despertaron mucho interés religioso y
los cruzados se movieron hacia el Este por tierra, porque no había suficientes embarcaciones para
tantos miles de aventureros. En las Cruzadas posteriores decayó el entusiasmo religioso popular y
los participantes fueron más bien señores, que eligieron las rutas marítimas y estuvieron motivados
más por fines políticos y económicos. Las dos últimas fueron organizadas por la corona francesa.

La primera Cruzada (1096–1099) fue el resultado de la prédica de Urbano II, instigando a los
cristianos a luchar como soldados de Cristo contra los infieles y a favor de la fe. Una multitud de
personas humildes se lanzaron a las órdenes de un monje, Pedro el Ermitaño, sin ningún tipo de
preparación militar ni logística (1096). Cruzaron toda Europa, llegaron hasta Constantinopla, desde
donde cruzaron a Asia Menor, para ser casi aniquilados por las huestes musulmanas. Un año más
tarde (1097), llegaron a Asia Menor caballeros normandos del sur de Italia, franceses del sur y del
norte, y alemanes y flamencos, quienes se apoderaron de Nicea y más tarde de Antioquía y Edesa.
De allí marcharon hacia Jerusalén (1099) a la que consiguieron tomar poco después. En Jerusalén,
los cruzados establecieron un reino cristiano bajo el gobierno de Godofredo de Bouillon (1061–
1100). Se establecieron también otros señoríos en Antioquía y Edesa. Muy pronto llegaron
aventureros y mercaderes, y a principios del siglo XII comenzaron a abrirse las rutas del comercio
mediterráneo.

La segunda Cruzada (1147–1149) fue predicada por Bernardo de Clairvaux y se organizó para
defender los dominios cristianos. Los reyes Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania fracasaron
en sus intentos, hasta que finalmente en 1187, el sarraceno Saladino logró apoderarse de Jerusalén.
La tercera Cruzada (1189–1192) reunió a tres reyes: Federico Barbarroja (emperador), Ricardo
Corazón de León (Inglaterra) y Felipe Augusto (Francia), con el fin de recuperar la ciudad de
Jerusalén. A pesar de algunos éxitos limitados, Federico murió ahogado y los otros dos monarcas
regresaron a Europa para seguir allí peleando entre sí, mientras Jerusalén quedaba en poder de los
musulmanes. La cuarta Cruzada (1202–1204) fue organizada por caballeros franceses, pero dirigida
por los mercaderes venecianos con fines económicos. Los cruzados se volvieron contra
Constantinopla (1204) a la que saquearon y en la que fundaron el Imperio Latino de Oriente (1204–
1261), del que Balduino de Flandes fue el primer emperador, quedando los bizantinos reducidos a
sus territorios de Asia Menor. El papa Inocencio III condenó esta operación como contraria a los
objetivos religiosos de las Cruzadas.

CUADRO 6 - LAS CRUZADAS

CRUZADA FECHAS PROMOTORES PARTICIPANTES META RESULTADOS

PRIMERA 1096–1099 Urbano II. Godofredo Liberación de Masas sin


CRUZADA Pedro el Tancredo Jerusalén de víveres ni
Ermitaño Raimundo de manos de los armas (18.000).
Tolosa Roberto turcos. Un ejército de
de Flandes 60.000 capturó
Balduino Nicea,
Antioquía,
Edesa,
Jerusalén, y
estableció
reinos cruzados
feudales.

SEGUNDA 1147–1149 Bernardo de Conrado III Retomar Edesa Fracaso


CRUZADA Clairvaux (Alemania) Luis de mano de los completo.
Eugenio III VII (Francia) turcos. Desconfianza
entre los
cruzados
occidentales y
los guías
orientales
diezmaron al
ejército.
Fracaso en
conquistar
Damasco.

TERCERA 1189–1192 Gregorio VIII Federico Retomar Federico murió


CRUZADA Clemente III Barbarroja Jerusalén de ahogado. Felipe
Felipe Augusto manos de regresó a
Ricardo I Saladino y los Francia. Ricardo
sarracenos. capturó Acre y
Jope, hizo un
pacto con
Saladino, y fue
capturado en
Alemania de
regreso a
Inglaterra.

CUARTA 1202–1204 Balduino de Minar el poder La ciudad


CRUZADA Flandes de los cristiana de
Bonifacio de sarracenos Zara fue
Monferrato No mediante la saqueada para
pagar a Venecia
por el
participaron invasión de transporte. Los
reyes Egipto. cruzados
fueron
excomulgados y
saquearon
Constantinopla.

CRUZADA DE 1212 Nicolás Esteban La conquista La mayoría de


LOS NIÑOS sobrenatural de los niños
la Tierra Santa pereció
por los “puros ahogada en el
de corazón.” mar; fueron
vendidos como
esclavos o
asesinados.

QUINTA 1219–1221 Honorio III Juan de Brienne Minar el poder Los cruzados
CRUZADA Andrés de de los conquistaron
Hungría sarracenos Damieta en
Leopoldo de mediante la Egipto, pero
Austria invasión de pronto la
Egipto. perdieron y
regresaron a
Europa. Juan de
Brienne hizo un
pacto con el
califa a favor de
los peregrinos.

SEXTA 1228–1229 Federico II de No fue Federico II


CRUZADA Alemania propiamente firmó un pacto
una cruzada. con el sultán de
Egipto, por el
cual Jerusalén,
Belén, Nazaret,
Tiro y Sidón
pasaban a su
poder a cambio
de la mezquita
de Omar.

SEPTIMA 1248–1254 Inocencio IV Luis IX de Aliviar la Tierra Los cruzados


CRUZADA Francia (San Santa mediante fueron
Luis) la invasión de derrotados en
Egipto. Egipto. Luis
cayó prisionero
y tuvo que
devolver
Damieta como
rescate. Pasó a
Palestina y
esperó
refuerzos que
no llegaron.

OCTAVA 1270 Luis IX de Sitiar Túnez. Luis murió


CRUZADA Francia atacado por la
peste en Túnez.
Se perdió
Palestina.

CUADRO 7 - CONSECUENCIAS DE LAS CRUZADAS

Religiosas:

- Consolidación de la autoridad espiritual de los Papas, que actuaron como reyes y señores.

- Incremento del poder temporal de la Iglesia por donaciones y anexión de nuevas tierras,
legadas por los cruzados que morían sin dejar herederos.

- Distribución de indulgencias a quienes participaban o colaboraban económicamente.

- Freno a la expansión islámica sobre Europa.

- Definitiva separación de la Iglesia Oriental (griega) y la Iglesia Occidental (latina).

- Mayor tolerancia religiosa entre cristianos y musulmanes.


- Contaminación de la fe con costumbres orientales y acrecentamiento de las ambiciones
materiales.

Políticas:

- Prolongación de la vida del Imperio de Oriente por dos siglos más.

- Establecimiento de relaciones más sólidas y de mayor colaboración entre los Estados


europeos.

- Fortalecimiento del poder de los reyes.

- Aceleración de la independencia de las comunas y disminución del poder feudal.

Económicas:

- Mejoramiento del nivel de vida y mayor bienestar.

- Nuevas técnicas para la agricultura e industria: molinos de viento, telares.

- Florecimiento del comercio y aparición de nuevos puertos con flotas poderosas.

- Establecimiento del primer código marítimo, dictado por la ciudad-puerto de Barcelona.

Culturales:

- Traspaso de influencias árabes y bizantinas a la cultura occidental en medicina, química,


matemáticas, geografía y astronomía.

- Utilización de la numeración arábiga.

- Desarrollo del arte de la navegación y del de la guerra.

- Transformación de la cultura y del pensamiento occidentales.

- Introducción de nuevos usos y costumbres, alimentos y especias, vestimenta y utensilios.

Sociales:

- Generalización del uso de escudos y blasones y del apellido como distintivo familiar.
- Fortalecimiento de la clase media (burguesía) enriquecida por el comercio.

- Emancipación de las ciudades al comprar sus libertades de los señores arruinados.

Durante el siglo XIII se organizaron cuatro cruzadas más. La quinta Cruzada (1219–1221) fue
dirigida por Andrés II, rey de Hungría, y Juan de Brienne, un caballero francés. Su objetivo era
capturar Egipto, el principal dominio de los musulmanes, pero esto no se logró. La sexta Cruzada
(1228–1229) fue organizada por el emperador de Occidente, Federico II, que no contó con el
respaldo papal debido a sus conflictos con el Papa. Federico entró en negociaciones con los
musulmanes y obtuvo la posesión de Jerusalén con excepción del barrio donde está situada la
mezquita de Omar. Con este pacto se activó el comercio, especialmente con las ciudades italianas,
pero Jerusalén se perdió definitivamente en 1244. La séptima Cruzada (1248–1254) fue organizada
por Luis IX de Francia y se dirigió a Egipto. Se lograron algunos resultados, que pronto se perdieron.
La octava Cruzada (1270) fue también organizada por Luis IX y se lanzó contra Túnez, pero la
expedición se malogró en parte por la muerte del rey de Francia. Las ciudades de Palestina fueron
cayendo una a una en manos de los turcos. Con la pérdida de Tolemaida (1291), termina el período
de las Cruzadas.

La evaluación de las Cruzadas. Como toda gran empresa humana, las Cruzadas admiten una
evaluación tanto positiva como negativa. Entre los elementos negativos, cabe mencionar que las
Cruzadas comenzaron como un movimiento popular y espontáneo, sin mayor organización y con
resultados desastrosos. Tal fue el caso de la primera cruzada. Miles se enrolaron en un ejército
irregular, sin armas, ni conocimientos tácticos, y sin provisiones ni medios de transporte, bajo el
liderazgo de Pedro el Ermitaño. De estos 18.000 cruzados, pocos llegaron a Palestina y nadie
regresó. Los que no murieron en el camino, cayeron a filo de la espada de los turcos al llegar a Asia
Menor.

Por otro lado, la conquista de los lugares santos, que era el fin principal de las cruzadas, se
consiguió sólo parcialmente. Los territorios conquistados y los cuatro reinos feudales que se
organizaron fueron muy inestables. Al cabo de un siglo Jerusalén volvió a caer en manos de los
musulmanes. Además, más que guerras de conquista, la mayor parte de las cruzadas fueron guerras
de reconquista, defensivas o de repliegue. También hay que señalar que el llamado original había
sido para defender el Imperio Oriental de la amenaza turca. Pero no siempre fue así. La cuarta
cruzada se volvió contra el Imperio Bizantino en lugar de avanzar sobre Egipto. Los cruzados
saquearon Constantinopla en 1204 y la debilitaron para siempre, profundizando aún más la división
entre los cristianos griegos y los latinos. Finalmente, la fundación del Imperio Latino y del
patriarcado latino de Constantinopla, lejos de promover la unión con la Iglesia Griega sólo sirvió
para distanciar todavía más a los griegos. Nicetas Choniates (1155–1217), un erudito bizantino que
fue testigo del saqueo de Constantinopla, describe lo ocurrido en términos dramáticos:
Nicetas Choniates (1155–1217): “¡Cómo puedo comenzar a contar de las acciones obradas
por estos hombres nefastos! ¡He aquí, las imágenes, que debían haber sido adoradas,
fueron pisoteadas bajo sus pies! ¡He aquí, las reliquias de los santos mártires fueron
arrojadas a lugares impuros! Luego se vio lo que uno se estremece de oír, es decir, el cuerpo
y la sangre divinos de Cristo fueron derramados sobre el piso o arrojados por ahí.
Arrebataron los preciosos relicarios, tiraron en su seno los ornamentos que éstos contenían,
y utilizaron los restos rotos como sartenes o copas para beber.… Tampoco la violación de la
Gran Iglesia [Santa Sofía] puede ser oída con ecuanimidad. Porque el altar sagrado, formado
de todo tipo de materiales preciosos, y admirado por el mundo entero, fue hecho pedazos
y distribuido entre los soldados, como fueron todas las otras riquezas sagradas de un
esplendor tan grande e infinito.… Cuando los vasos y utensilios sagrados … fueron sacados
como botín, mulas y caballos ensillados fueron llevados al santuario del templo mismo.…
Incluso más, una cierta ramera, una participante en su culpa, … insultando a Cristo, se sentó
en el trono del patriarca, cantando una canción obscena y danzando frecuentemente.…
Nadie se quedó sin participar en el dolor. En las callejuelas, en las calles, en los templos,
quejas, llanto, lamentaciones, dolor, el clamor de los hombres, los gritos de las mujeres,
heridas, violación, cautiverio, la separación de aquellos más cercanos. Los nobles vagaban
en ignominia, los de edad venerable en lágrimas, los ricos en pobreza. Así fue en las calles,
en las esquinas, en el templo, en los escondrijos, porque ningún lugar quedó sin ser asaltado
o sirvió para defender a los suplicantes. Todos los lugares en todas partes fueron repletos
de todo tipo de crímenes. ¡Oh, Dios inmortal, cuán grandes las aflicciones del pueblo, cuán
grande el dolor!”

Entre los elementos positivos, cabe mencionar algunos que tuvieron consecuencias más
permanentes. No todo fue negativo en las Cruzadas. Hubo, al menos, dos aspectos altamente
positivos. Por un lado, las Cruzadas fueron el primer intento de los nuevos pueblos europeos de
actuar juntos en una causa cristiana. Por el otro, las Cruzadas abrieron el camino hacia Oriente, a la
civilización superior del Imperio Bizantino y de los pueblos del Cercano Oriente y aun más allá. Con
esta apertura, el comercio, las ciencias y las artes se beneficiaron. Las Cruzadas despertaron un
renovado espíritu misionero, que permitió la llegada del cristianismo a Asia. Las Cruzadas dieron un
golpe mortal al feudalismo, pues caballeros y príncipes, al estar lejos de sus dominios, aprendieron
a obedecer. Las Cruzadas salvaron a Occidente del peligro musulmán y retrasaron la caída de
Constantinopla.

_ El cristianismo en el Imperio Bizantino

La crisis del año 1054. Se considera al año 1054 como la fecha en que la cristiandad latina y la
griega se separaron. La Iglesia Griega del Este se había orientalizado, mientras la Iglesia Latina del
Oeste se había germanizado. La primera se caracterizaba por una manera de pensar más
especulativa y una perspectiva mística, mientras que la segunda era más práctica y menos educada.
Constantinopla estaba dominada por los emperadores, mientras que Roma estaba controlada por
los papas, impuestos por familias nobles de esta ciudad. Los hechos inescrupulosos de estos últimos
entre 904–964, hicieron que este período se conociera como “pornocracia,” es decir, el gobierno de
todo tipo de mal. Esto hizo que en el Este los cristianos miraran a Roma con desconfianza y rechazo.
A esto se agregó la controversia teológica y la diferencia en relación con algunas prácticas, como el
celibato del clero, el uso de pan sin levadura en la eucaristía y el uso de la barba en los sacerdotes.

El punto de discusión teológica giraba en torno al uso de la cláusula filioque (“y del Hijo”) por
parte de la Iglesia Romana, en relación con la procedencia del Espíritu Santo. Los orientales podían
aceptar que el Espíritu Santo vino “a través” del Hijo pero no “del Hijo.” No obstante, el problema
mayor fue más bien de carácter político: ¿quién tenía mayor autoridad, el Papa de Roma o el
Patriarca de Constantinopla? Además, en el Este el criterio para la toma de decisiones era a través
de sínodos o concilios, mientras que en el Oeste el Papa era quien tenía la primera y la última
palabra. Por cierto que ambas cristiandades quedaron separadas también por el avance musulmán,
que obstaculizaba la libre navegación del Mediterráneo.

Con el acceso al trono papal de León IX en 1048, se iniciaron negociaciones para ver de resolver
el distanciamiento. El emperador Constantino IX pidió legados al Papa, quien no supo escoger a los
mejores candidatos. Llegados éstos a Constantinopla, se dejaron arrastrar en el debate teológico.
Humberto, el representante latino, disputó públicamente con Nicetas, el representante bizantino,
en términos muy radicales, y el patriarca Miguel Cerulario (m. 1059) terminó por prohibirles a los
latinos celebrar misa en la ciudad. La reacción de Humberto y sus compañeros fue todavía más dura,
puesto que en julio de 1054 depositaron sobre el altar de Santa Sofía, ante el clero y el pueblo
reunido para el oficio religioso, una bula de excomunión contra el patriarca Cerulario, redactada por
Humberto en términos durísimos. Y se marcharon, pensando que Cerulario se sometería o sería
depuesto por el emperador. Pero no fue así. La bula de excomunión fue quemada en la plaza pública
y un sínodo de la Iglesia de Constantinopla promulgó un edicto por el que los latinos eran declarados
culpables de pervertir la verdadera fe. El ejemplo de Constantinopla fue seguido por todas las demás
Iglesias de Oriente (en Serbia, Bulgaria, Rusia, Rumania, etc.), y así se selló un cisma que se
profundizó todavía más con las Cruzadas y que perduró hasta 1965, cuando el papa Pablo VI y el
patriarca Atenágoras anularon las excomuniones.

La crisis del año 1204. La separación más radical y definitiva entre la Iglesia Romana y la Iglesia
Griega ocurrió a partir de 1204, cuando cruzados franceses y marinos venecianos destrozaron
Constantinopla. Los cruzados habían sido llamados por Alejo el Joven, quien prometió una fuerte
suma de dinero para que repusieran en el trono de Constantinopla a su padre Isaac el Ángel. Isaac
fue repuesto en su trono, pero terminó depuesto por los nobles bizantinos y los cruzados no
recibieron el dinero prometido. Entonces asediaron Constantinopla y la saquearon
vergonzosamente y constituyeron el Imperio Latino de Constantinopla, con Balduino de Flandes
como emperador. Venecia recibió extensas posesiones, principalmente las islas que eran
importantes para su comercio y se nombró un patriarca latino para Constantinopla.

Con esto, el Imperio Bizantino quedó debilitado para siempre. No obstante, la Iglesia Griega no
se sometió, salvo en aquellas cosas que le fueron impuestas por la fuerza militar de los latinos, y
logró mantener a su propio patriarca. El pueblo bizantino aborrecía a los latinos por las aberraciones
que cometieron y la división entre las dos alas de la cristiandad se profundizó. El Imperio Bizantino
continuó con su capital en Nicea, hasta que en 1261 la ciudad de Constantinopla fue retomada
nuevamente por un emperador bizantino, Miguel VIII el Paleólogo. La dinastía de los Paleólogos
habría de gobernar hasta la caída definitiva de Constantinopla en manos de los turcos otomanes
(1453).

CUADRO 8 - CAUSAS DEL CISMA ESTE-OESTE DE 1054

CAUSA IGLESIA GRIEGA IGLESIA LATINA

Rivalidad Política Imperio Bizantino Sacro Imperio Romano


Germánico

Reclamos del Papado El patriarca de Constantinopla El obispo de Roma pretendía


era considerado segundo en supremacía sobre toda la
primacía respecto al obispo de Iglesia.
Roma.

Desarrollo Teológico Estancado después del Concilio Continuó cambiando y


de Calcedonia (451) creciendo a través de
controversias y expansión.

Controversia Filioque Declaraba que el espíritu Santo Declaraba que el Espíritu Santo
procede del Padre. procede del Padre y del Hijo.

Controversia Iconoclasta Se enredó en una disputa de Hizo permanentes intentos de


120 años sobre el uso de íconos interferir en lo que era una
en la adoración; finalmente disputa puramente oriental (se
concluyó que podían ser usados permitieron las estatuas)
(se prohibieron las estatuas)

Diferencia en Cultura Griega/oriental. Latina/occidental


Celibato Clerical Se le permitió al bajo clero que Todo el clero (alto y bajo) debía
se casara. ser célibe.

Presiones Experiores Los musulmanes amenazaban y Los bárbaros occidentales


presionaban continuamente a fueron cristianizados y
la Iglesia Oriental. asimilados a la Iglesia Latina.

Excomunión Mutua Miguel Cerulario anatematizó al El papa León IX excomulgó al


papa León IX después de haber patriarca Miguel Cerulario de
sido excomulgado por él. Constantinopla.

Kenneth S. Latourette: “Los europeos occidentales, entre ellos los venecianos y los
genoveses, habían de retener por largo tiempo partes de lo que había sido territorio
bizantino, inclusive Atenas, algunas islas del mar Egeo, Creta y una sección de Asia Menor.
Eran los hermanos cristianos del Oeste en verdad tanto como los turcos musulmanes los
causantes del derrumbamiento del Bizancio Cristiano. Estos desastres políticos no podían
sino afectar el ala oriental de la Iglesia Católica, y ahondar la sima que se estaba
ensanchando entre ella y el ala occidental de dicha Iglesia.”

La expansión en Rusia. Después de 1204, Constantinopla quedó anulada por varios siglos como
centro de expansión cristiana, primero por el dominio latino y segundo por el cerco musulmán. La
disrupción del patriarcado ecuménico de Constantinopla tuvo como efecto el desarrollo de iglesias
autocéfalas en Bulgaria y Serbia, y especialmente en Rusia. Eventualmente el patriarcado fue
restaurado, y la ciudad de Constantinopla se constituyó nuevamente en capital del Imperio
Bizantino. Sin embargo, este carácter autocéfalo de las iglesias en comunión con el patriarca quedó
como una característica permanente de las iglesias del Este.

No obstante, la tradición cristiana bizantina o el cristianismo ortodoxo fue expresado y


extendido mayormente por la Iglesia Rusa. Si bien el trabajo misionero en este territorio fue
superficial, la fe cristiana fue penetrando cada vez más profundamente en la cultura y vida del
pueblo, hasta llegar a ser sinónimo del alma rusa. Los monasterios dominaron la vida religiosa del
pueblo ruso y determinaron su espiritualidad. Cuando los mongoles invadieron la región en el siglo
XIII y la tuvieron subyugada por más de dos siglos, el cristianismo bizantino se transformó en el
símbolo de la unidad e identidad nacional para los rusos. Aprovechando cierta tolerancia de parte
de los mongoles, el testimonio cristiano se extendió hacia Oriente en el Imperio Mongol y hacia el
norte entre los finlandeses y lituanos.
El más importante de los misioneros entre los finlandeses fue Esteban de Pema. Esteban era un
erudito que abandonó sus libros para dedicarse a la obra misionera entre los finlandeses que vivían
al norte de Rusia, entre quienes realizó algunos milagros, tradujo la Biblia, fundó monasterios y se
dedicó a adiestrar y establecer un clero nativo. En Lituania el cristianismo ortodoxo ruso se
estableció a través de las conquistas del principado de Moscú en los siglos XIII y XIV. Lituania se
encontraba entre los reinos cristianos latinos del Oeste y los mongoles del Este. En el siglo XIII había
emergido como un reino independiente, que controlaba cierta porción de territorio ruso, de donde
vinieron las influencias cristianas ortodoxas rusas. Más tarde, cuando los lituanos vinieron a formar
parte del reino de Polonia, la Iglesia Ortodoxa que allí existía se unió al cristianismo romano.

_ El cristianismo en el Lejano Oriente

Vimos la llegada del cristianismo a China en el año 635 y su desaparición hacia el año 900. A
mediados del siglo XII, comenzó a circular por toda Europa una historia sorprendente, que llenó de
esperanzas a los cristianos que en las Cruzadas sufrían una derrota tras otra frente a los
musulmanes. Se trataba de la historia del Preste (sacerdote) Juan. Esta historia hablaba de un reino
poderoso en Oriente, más allá del imperio musulmán, con un rey cristiano que contaba con un
incontable ejército y que atacaría a los musulmanes por la retaguardia, auxiliando así a los cristianos
cruzados. Pocos años más tarde circulaba en las cortes de Europa una carta, que se suponía venía
del Preste Juan.

Preste Juan: “Hemos planeado visitar el sepulcro de nuestro Señor al frente de un gran
ejército, para combatir y humillar a los enemigos de la cruz de Cristo.… Nuestro territorio se
extiende desde la India, donde descansa el cuerpo de Santo Tomás el Apóstol, a través de
desiertos hasta el lugar donde nace el sol, y de vuelta junto a las ruinas de Babilonia no lejos
de la Torre de Babel—de un lado la longitud es de cuatro meses de viaje, y del otro lado
nadie sabe cuán grande es.”

Historias como ésta se multiplicaban entre los cruzados y continuaron todavía por un siglo y
medio más, pera alentar a las fuerzas cristianas. Papas, emperadores, reyes y caballeros las
creyeron. Muchos de ellos incluso le escribieron al Preste Juan y enviaron embajadores para
encontrarlo. Nuestra pregunta es: ¿era cierta esta historia? En parte sí. Su verdad era que el
cristianismo no había desaparecido del todo en Asia Central.

Los mongoles. Poco después del año 1000, el cristianismo se expandió nuevamente hacia el
Extremo Oriente, pero tomando una ruta más hacia el norte. Hacia esta fecha está documentada la
presencia de cristianos entre algunos pueblos de la Mongolia occidental (ugrios y naimanes) y al sur
del lago Baikal (merkitas), y para el año 1100 incluso entre los tártaros y óngutos de la Mongolia
oriental.

El siglo XIII fue la edad de oro para los mongoles, que de pueblo nómada del desierto lograron
construir un vasto imperio, que cubrió casi todo el continente asiático y penetró incluso en Europa.
En 1241 se acercaron a Viena y Roma misma tembló, pero el avance se detuvo de pronto por
problemas de sucesión en el trono imperial. A pesar del temor que inspiraron las hordas mongolas,
la historia del Preste Juan se confirmó en esto: si bien las oleadas invasoras de los mongoles, desde
1202 en adelante, habían sometido a reinos cristianos en el Este (por ejemplo, los keraítas), éstos
influenciaron sobre los invasores.

La conquista mongólica fue destructiva, pero colocó a los cristianos en mejores posiciones que
las que hasta entonces habían tenido. El fracaso de las Cruzadas había dejado a la Europa cristiana
muy vulnerable al avance musulmán. Fue la vertiginosa formación del Imperio Mongol en Asia lo
que impidió a los turcos penetrar en Occidente. Además, hubo ciertas influencias cristianas sobre
los tártaros-mongoles. El famoso Gengis Khan (1162–1226), fundador del imperio mongol, tenía un
hijo que estaba casado con una princesa keraíta. Los registros chinos dicen que ella fue enterrada
en un monasterio cristiano; otros documentos señalan que “era una verdadera creyente.” Sus hijos
se casaron con mujeres cristianas.

El más importante de los emperadores mongoles fue Kubilai (1215–1294), nieto de Gengis Khan,
quien trasladó la capital del Imperio Mongol a Beijing (1279) y la llamó Khanbalik (la ciudad del
Khan). Su imperio fue el más extenso que el mundo haya conocido jamás. Sus dominios se extendían
desde el Mar de la China hasta el Danubio y desde los Montes Urales hasta los Himalayas. Fue Kubilai
quien como Gran Khan, le ofreció a la Iglesia cristiana la oportunidad misionera más grande que
haya tenido en toda su historia. En 1269, Kubilai le escribió al Papa de Roma pidiéndole que le
enviara misioneros para evangelizar a su pueblo.

Kubilai: “¿Cómo podéis esperar que me haga cristiano? Ya veis que los cristianos en estas
partes son tan ignorantes que no hacen nada y no tienen poder.… Pero iréis a vuestro Sumo
Sacerdote (Papa) y le rogaréis que me envíe cien hombres preparados en vuestra religión.…
Y así seré bautizado, y luego todos mis nobles y hombres ilustres, y luego sus súbditos, y
habrá de esta manera más cristianos aquí que los que hay en vuestras partes.”

Quienes trajeron al Papa de Roma estas noticias fueron dos mercaderes venecianos que
regresaban de la capital de Kubilai a Europa, después de varios años de viaje: Nicolás y Mateo Polo.
Un hijo de Nicolás, Marco Polo (1254–1324) fue el más famoso de los aventureros venecianos que
llegaron a la China. Después de cruzar Persia, Turquestán y Mongolia, llegó a la corte de Kubilai en
1275. Marco ejerció varios cargos y en algo más de una década y media pudo visitar diversas
regiones de China movido por motivos comerciales. Marco Polo dejó China en 1291 y regresó a
Europa siguiendo la vía marítima. Escribió un libro en el que narraba sus aventuras, II Millione, y que
sirvió para estimular el interés por el Extremo Oriente.

Los mongoles querían adoptar una religión que estuviese a la altura de su grandeza imperial y
dudaban entre tres posibilidades: el islamismo, el budismo y el cristianismo. Conocían el Islam en
sus territorios de Occidente; el budismo en Oriente; y, el cristianismo, que de alguna manera estaba
en todas partes. En respuesta al pedido de Kubilai, el papa Gregorio X (1271–1276) sólo envió a dos
frailes dominicos, que ni siquiera llegaron a la capital del Gran Khan. Treinta años más tarde (hacia
el 1300) la decisión imperial dejó de lado al cristianismo: en el Oeste del Imperio Mongol se adoptó
el islamismo y en el Este el budismo. Así pasó una de las más grandes oportunidades misioneras de
la Iglesia.
Los misioneros a Oriente. Durante el período de los mongoles, China recibió influencias
cristianas de Occidente. Frailes dominicos y franciscanos aprovecharon las mayores y mejores
posibilidades de viajar hacia el Extremo Oriente y visitaron Asia Central, India y China. Otros
religiosos lo hicieron como enviados diplomáticos, como el franciscano italiano Juan del Plano
Carpini, entre los años 1245–1247, quien escribió una Historia de los mongoles. Carpini había partido
desde Lión (Francia) rumbo a China, con una carta del papa Inocencio IV para el Gran Khan. Poco
después del fraile Juan, fue el dominico Ascelino de Cremona que, también por encargo del papa
Inocencio IV, llegó a la presencia del general tártaro Batsciú (1248), con el cual no llegó a un acuerdo
y tuvo que regresar. En 1249 nos encontramos con el dominico francés Andrea de Lonjumeau, que
logró llegar a la capital mongola (Karakorum, en Mongolia) para encontrarse con el Khan. Esto no
pudo ser, porque el monarca estaba muriéndose, pero pudo entrevistarse con su esposa.

Más tarde, encontramos a Guillermo de Rubruck (1253–1255), un franciscano flamenco, que el


27 de diciembre de 1253 recitó las plegarias de Navidad frente al Gran Khan. Su libro El itinerario,
escrito hacia 1260 en cincuenta y cuatro capítulos, se inicia justamente con la narración de este
episodio y con una curiosidad. Rubruck, recibido en la corte, inició la plegaria con un canto en latín
(Christus canamus principen), y el Khan se asustó pensando que se trataba de un canto de guerra,
ordenando el arresto del fraile. Cabe señalar que todos estos misioneros viajaron a China y tomaron
contacto con las cortes mongolas con anterioridad a los famosos viajes de Nicolás y Mateo Polo, y
del más famoso de los viajeros venecianos, Marco Polo.

Otro gran misionero fue el franciscano italiano Juan de Montecorvino, quien en 1289 fue
enviado a Oriente por el Papa junto con el dominico Nicolás. Montecorvino fue como misionero a
Persia, donde fue alentado por el gobernador mongol a ir a la capital de su imperio. El Papa le dio
su bendición y cartas para el Gran Khan y el catholikós de Oriente. El viaje se hizo por mar hasta la
India, donde murió el dominico. Juan siguió su viaje solo y llegó veinticinco años después (1294) del
pedido de Kubilai por cien misioneros, transformándose así en el primer misionero católicorromano
en llegar al mar de la China. Hacia 1305 Montecorvino informaba haber ganado para la “verdadera
fe católica” al rey de los óngutos, que era nestoriano. Esto le creó problemas, porque lo acusaron
de espía y fue arrestado varias veces en los primeros cinco años. Su informe habla de seis mil
convertidos en Khanbalik (Beijing), donde ya había construido un templo además de erigir tres
iglesias, un orfanato y un seminario. Su método misionero era muy particular.

Juan de Montecorvino: “He construido una iglesia en la ciudad … y he reunido a cuarenta


niños entre los siete y los once años de edad, sin preparación en religión. Los he bautizado
y les he enseñado latín y nuestra liturgia. He escrito para ellos treinta Salterios con
himnarios y dos breviarios. Once de ellos ahora conocen nuestro Oficio y mantienen los
servicios del coro esté yo aquí o no.… Y el Señor Emperador está encantado en gran manera
con su canto. Hago repicar las campanas en todas las horas [las ocho horas para la oración]
y realizo el Oficio divino con mi congregación de bebés y lactantes. Pero cantamos de
memoria porque no tenemos un libro de culto con notas.”
En 1307 el Papa consagró a siete franciscanos como obispos, con instrucciones de consagrar a
Montecorvino como su arzobispo y servir bajo su autoridad. Sólo tres sobrevivieron el viaje. Con
ellos se abrieron otras iglesias en Khanbalik y otras ciudades. En 1321 cuatro franciscanos salieron
para unirse a esta misión. Hicieron escala en lo que hoy es Mumbai (India), pero fueron descubiertos
y asesinados, constituyéndose así en los primeros mártires cristianos conocidos de la India.

John Foster: “La tragedia de esta primera misión de la Iglesia del Oeste al Asia Oriental fue
que arribó demasiado tarde para el movimiento de masa que Kubilai había anticipado, y
permaneció demasiado pequeña—en lugar de cien misioneros eran tan sólo un puñado.
Tuvo también dos otras debilidades: fracasó en cooperar con la Iglesia del Este, y fracasó en
alcanzar a la gente de la tierra [los chinos].”

El último misionero que llegó a China en la Edad Media fue el franciscano Juan de Marignolli,
delegado papal que luego de arribar por una ruta terrestre, regresó por mar y llegó a Avignon en
1353. En 1368 la dinastía mongola llegó a su fin. Keraitas y ugrios, naimanes y merkitas, tártaros y
óngutos salieron de China, y con ellos también todo vestigio de testimonio cristiano. Con la
expulsión de los mongoles y el establecimiento de la dinastía Ming, también se cortaron las
relaciones entre Europa occidental y China. Éstas habrían de reestablecerse recién en el siglo XVI.
Las comunidades establecidas por los misioneros fueron desapareciendo gradualmente.

Los misioneros desde Oriente. Mientras misioneros occidentales (franciscanos y dominicos)


intentaban llegar al Lejano Oriente con la fe cristiana, desde este extremo del mundo conocido,
hacia 1275, emprendían la marcha hacia Occidente dos monjes orientales, Sauma y Marcos. Estos
monjes óngutos cruzaron todo el continente asiático desde un pequeño monasterio cercano a
Beijing (China). Su propósito era peregrinar a Tierra Santa y visitar Jerusalén. Los turcos musulmanes
les cerraban el paso, pero se presentaron al catholikós de Maraghah, al sudoeste del mar Caspio. El
catholikós (patriarca) era la autoridad suprema de la Iglesia del Este de habla siríaca. Era como volver
a las raíces del testimonio cristiano en China (en la primera mitad del siglo VII). El catholikós ordenó
como obispo a Marcos y lo envió de vuelta a China como metropolitano (arzobispo). El camino
estaba bloqueado por la guerra, de modo que Marcos volvió al catholikós, pero se encontró con que
había muerto. Los obispos reunidos para elegir un sucesor lo invitaron a participar de las
deliberaciones y terminaron eligiéndolo a él como patriarca. Así, pues, en 1281, un monje de Beijing
(Khanbalik), la capital del imperio mongol, llegó a ser el catholikós de la Iglesia del Este, cuya
jurisdicción se extendía desde Mesopotamia hasta el Mar de la China.

En cuanto al otro monje, Sauma, fue nombrado por el Ilkhan mongol que gobernaba Persia,
Hulagú (1217–1265), nieto de Gengis Khan, como embajador a Occidente, a fin de explorar una
posible alianza en contra de los musulmanes. El diario de viaje de este peregrino ha sobrevivido al
tiempo y es un testimonio interesante de cómo era la Europa medieval, vista con ojos orientales.
Sauma fue primero a Constantinopla y quedó asombrado con la magnificencia de Santa Sofía y su
baldaquino increíblemente alto. De allí navegó a Nápoles y siguió por tierra a Roma, donde
sorprendió a los cardenales diciendo que muchos mongoles eran cristianos y que incluso muchos
de los hijos de los reyes y reinas mongoles habían sido bautizados y confesaban a Cristo. Luego viajó
por Francia, y en París fue huésped del rey Felipe IV el Hermoso (1268–1314) y vio la primera
universidad europea. Continuó su viaje y en Bordeaux se encontró con el rey de Inglaterra, Eduardo
I (1239–1307) quien, como duque de Aquitania, tenía posesiones feudales en esa parte de Francia.
El rey le pidió que celebrara la eucaristía y Sauma lo hizo utilizando su liturgia en siríaco. De este
modo, el rey de Inglaterra recibió el sacramento de manos de un monje ónguto proveniente de
China, quien condujo la liturgia en siríaco, la lengua sagrada de la Iglesia del Este. De allí, Sauma
regresó a Roma donde se encontró con un nuevo Papa, Nicolás IV (Papa de 1288–1292), quien lo
invitó a participar de la eucaristía celebrada según el rito latino. Pocos días después, Sauma tuvo la
oportunidad de celebrar la eucaristía delante del Papa usando su propio rito siríaco.

Historia de Yabh-Allaha III [Marcos] y Rabban Sawma [Sauma] (siglo XIV): “Algunos días
más tarde Rabban Sawma le dijo a Mar Papa: ‘Deseo celebrar la eucaristía para que puedas
ver nuestro rito’; y el Papa le ordenó que hiciese como había pedido. Y en ese día un
grandísimo número de personas se congregó en orden a ver de qué manera el embajador
de los mongoles celebraba la eucaristía. Y cuando ellos lo vieron se regocijaron y dijeron: ‘El
lenguaje es diferente, pero el rito es el mismo.’ … Y habiendo llevado a cabo los misterios,
fue al Mar Papa y lo saludó. Y el Papa le dijo a Rabban Sawma, ‘Que Dios reciba tu ofrenda,
y te bendiga, y perdone tus transgresiones y pecados.’ Entonces Rabban Sawma dijo:
‘Además del perdón de mis transgresiones y pecados que he recibido de ti, oh nuestro
Padre, le ruego a tu Paternidad, oh nuestro santo Padre, que me permita recibir la Ofrenda
[el sacramento eucarístico] de tus manos, de modo que la remisión [de mis pecados] pueda
ser completa.’ Y el Papa dijo: ‘¡Que así sea!’ ”

LAS NUEVAS ÓRDENES MONÁSTICAS

_ El monasticismo como movimiento de renovación espiritual

Durante la Edad Media las inquietudes por una nueva vida religiosa generalmente asumieron
una forma monástica. Durante los siglos XII y XIII se advierte un gran movimiento monástico. Adolf
Harnack llama a estos dos siglos “el tiempo heroico de los monjes y religiosos.” Un individuo reunía
a unos pocos seguidores y comenzaba una nueva comunidad de monjes. A diferencia de los monjes
primitivos que vivían solos en lugares apartados, los monjes medievales llevaban una vida
cenobítica, es decir, monástica.

A veces no se trataba de una nueva orden religiosa, sino de un movimiento que adoptaba la
Regla de Benito (529), quien en 527 había fundado un monasterio en Monte Casino. El ideal de
Benito era el de una comunidad que elegía su propio abad (del siríaco abba, padre), y seguía su
Regla de carácter paternalista, pero estricta. En el orden benedictino se ponía gran énfasis en la
disciplina, la devoción y el trabajo. Los monjes hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, y se
comprometían a quedarse en el monasterio. El gran mérito del sistema de Benito era el sentido
común y el carácter práctico de su Regla.

CUADRO 9 - RESULTADOS DEL MONACATO


1. El ascetismo monacal ocupó el lugar del sacrificio del martirio de los primeros cristianos.

2. Los monjes fueron celosos custodios del dogma, especialmente en Oriente.

3. De los monasterios salieron algunos de los mejores obispos del medioevo.

4. Los monjes fueron los misioneros más dinámicos en la conversión de los bárbaros.

5. Los monasterios fueron el refugio de la ciencia y la cultura a lo largo de la Edad Media: los
monjes fueron custodios y vehículos de cultura, pero no creadores.

6. Muchos monasterios se establecieron en tierras inhóspitas, con lo cual se transformaron en


avanzadas de la civilización y determinaron la historia futura de Europa.

7. Muchas ciudades europeas deben su origen a la fundación de un monasterio.

A pesar de que en el siglo IX los normandos asaltaron e incendiaron muchísimos monasterios


benedictinos, y en el siglo X los desórdenes feudales también los afectaron, el movimiento
benedictino continuó en todo Occidente y la Regla de Benito fue el modelo por excelencia para la
mayor parte de las órdenes monásticas medievales. No obstante, para entonces, la vida monástica
había decaído notablemente. Esto se debió, por un lado, al hecho de que muchos monasterios se
habían transformado en centros generadores de riqueza, lo cual provocó la relajación de las
costumbres y la intromisión por parte de los señores feudales. Por otro lado, muchos monasterios
eran propiedad del rey o de los señores, los cuales los confiaban a abades laicos, que no se
preocupaban por la disciplina, sino por acaparar riquezas. A diferencia de su contraparte de Oriente,
el monasticismo occidental fue un movimiento de clase alta y tendió a reflejar la jerarquía natural
de la sociedad feudal. Esto hizo necesaria la implementación de profundas reformas a lo largo los
siglos IX y X.

_ Diversos tipos de órdenes religiosas

Órdenes que tomaron como base la Regla de Benito. Algunas de las órdenes más reformistas
durante la Edad Media adoptaron la Regla de Benito. Tal fue el caso de los cluniacenses. En el año
910, el duque Guillermo de Aquitania fundó un monasterio en Cluny (Francia). Para liberarlo de los
abusos bajo control laico, lo sometió a la protección directa de Roma. Siguiendo la Regla de Benito,
los monjes de Cluny desde el principio eligieron su propio abad y colocaron el monasterio
directamente bajo la autoridad papal, librándose así de las interferencias del Estado y de las
autoridades eclesiásticas locales.

El modelo de Cluny se esparció con rapidez, gracias a una serie de abades excepcionales. Su
independencia y espíritu reformista tuvieron gran influencia en casi todos los monasterios de
Europa. Muchos otros monasterios se unieron a esta reforma, dando lugar a la Congregación de
Cluny. Para el año 1150 ya había más de trescientos monasterios cluniacenses que atacaban la
simonía (compra-venta de cargos eclesiásticos) y otros abusos. El abad de Cluny se transformó de
esta manera en la cabeza de una gran familia de monasterios que contaban con un prior al frente
de cada uno, y todos ellos con grandes ideales en cuanto a la Iglesia, que consideraban debía
gobernar al mundo.

C. H. Lawrence: “Se habría necesitado visión profética para discernir en la plantación


iniciada por el duque Guillermo en el año 909, el grano de la semilla que había de crecer
hasta convertirse en un árbol pujante. En el cenit de su esplendor, a finales del siglo XI, Cluny
era la capital de un enorme imperio monástico que se extendía por toda Europa occidental.
Era un vivero de prelados fervorosos y el guía de príncipes piadosos. Sus santos y sabios
abades eran prominentes consejeros en las cortes de papas y emperadores.… era a Cluny
adonde los hombres dirigían su mirada en busca de guía espiritual y de inspiración religiosa.
Incluso después de que hubieran pasado sus días álgidos, y su creatividad y la confianza en
sus posibilidades hubieran empezado a decaer, siguió siendo una fuerza poderosa en el
mundo de las políticas eclesiástica y secular del siglo XII.… En el siglo X Cluny representa la
restauración de la vida monástica benedictina.”

Los cluniacenses magnificaron la vida ascética y se mantuvieron alejados de los favores


seculares. Después del año 962, los emperadores alemanes apoyaron la reforma de Cluny. El Papa
al principio se resistió, si bien el movimiento significaba un gran respaldo para sus pretensiones
hegemónicas. En el año 1049, el emperador Enrique III nombró como Papa a su primo León IX, que
hasta entonces había sido cluniacense. Éste a su vez, nombró como secretario y asesor a un joven
monje reformista llamado Hildebrando. Estos dos hombres produjeron algunos de los cambios más
importantes en toda la historia de la Iglesia Católica Romana.

Otra orden medieval que siguió la Regla de Benito fue la de los cistercienses. Citeaux es una
aldea de Francia, donde en 1098 se fundó una comunidad religiosa derivada de los benedictinos,
que se ramificó por todo el país y después por España. La orden fue fundada por Roberto de
Molesme, quien con otros monjes disidentes quería seguir la Regla de Benito, pero querían volver a
una vida más simple. Sus ropas eran blancas con escapulario negro, y su estilo de vida era más
ascético que el de otras órdenes. Se caracterizaron por la pobreza rigurosa, el trabajo manual
obligatorio, la dependencia del obispo y una organización más democrática que la de los
cluniacenses. Buscaron lugares agrestes para establecer sus casas y en muchos lugares de Europa
fueron los primeros en desmontar bosques y drenar pantanos. De este modo, los cistercienses se
convirtieron en los apóstoles agrarios de la colonización interna de Europa.

C. H. Lawrence: “Citeaux y la orden que surgió de él fueron el resultado de una misma


inquietud que buscaba una forma de vida ascética más sencilla y recogida y que encontró
su expresión en nuevas órdenes durante el siglo XI. Al igual que otros movimientos similares,
comenzó como una reacción contra las riquezas corporativas, los compromisos mundanos
y el ritualismo litúrgico exacerbado de la tradición monástica carolingia. Los fundadores de
Citeaux se propusieron crear un monasterio en el que quedara restaurada la prístina
observancia. Se inspiraban, de hecho, en un cúmulo de ideas que eran corrientes en su
época. Pero la orden que se desarrolló a partir de sus esfuerzos eclipsó a todas sus rivales
por el vigor de su crecimiento, el número de sus miembros y el brillo de su reputación.”

Uno de los cistercienses más famosos fue Bernardo de Clairvaux (1090–1153). Era de una familia
noble de Burgundia, que a los veinticinco años ya era abad de una casa cisterciense. Fue un hombre
muy piadoso que ejerció una gran influencia reformadora y purificadora en la Iglesia, llegando a
tener más poder espiritual que los papas de su tiempo. Fue fundador de una abadía en Clairvaux,
predicó la segunda cruzada y fue autor de excelentes obras, entre las que se encuentra la letra del
famoso himno: “Oh, rostro ensangrentado.”

Una tercera orden regida por la regla benedictina fue la de los cartujos. Fundada por Bruno de
Colonia, quien se retiró a la vida eremítica en el valle de la Chartreuse (Cartuja), cerca de Grenoble
(1084), con seis compañeros. Fue la más austera de todas las órdenes religiosas basadas en la Regla
de Benito, a la que Bruno le añadió algunas penitencias rigurosas, como la abstinencia perpetua y el
silencio continuo. A causa de su rigidez y penitencia, se expandieron muy lentamente. Su período
de mayor esplendor fue en el siglo XV.

Órdenes que tomaron como base la Regla de Agustín. Esta regla había sido primero formulada
por Agustín de Hipona para el clero de su diócesis en el norte de África. De allí que, mayormente,
fue seguida por el clero secular más que por el clero regular. El florecimiento de la vida religiosa
había tenido su repercusión en la vida del clero secular, mediante la renovación de los capítulos
catedrales y las parroquias más importantes. Desde el papa Nicolás II en adelante, los clérigos fueron
exhortados a abrazar este género de vida como el mejor camino para implantar la reforma de la
Iglesia. Estos obispos y sacerdotes abrazaron generalmente la Regla de Agustín, hasta que con el
tiempo llegó a formarse una especie de congregación agustiniana en varios lugares de Europa.

No obstante, hubo también órdenes regulares que adoptaron la regla agustiniana. Entre ellos,
los premostratenses. La orden fue fundada por Norberto de Xanten, quien se retiró con cuarenta
clérigos al valle de Prémontré, cerca de Laón (Francia), en 1121. Seguían la Regla de Agustín, pero
con influencias de los cistercienses y de las costumbres de Cluny. Se dedicaban fundamentalmente
a la cura de almas y a la predicación; fueron grandes misioneros en las regiones del Báltico.

Órdenes militares. Estas órdenes fueron, en un sentido, totalmente diferentes de las órdenes
más características del clero regular. Tuvieron su origen en las Cruzadas como conjunción del
espíritu monacal y del espíritu guerrero. Sus miembros eran laicos que se obligaban, mediante
votos, a defender la religión y a proteger a los peregrinos en Palestina. Como monjes prometían
pobreza, castidad y obediencia. Y, como soldados, prometían su servicio militar. Al perderse la Tierra
Santa para la cristiandad, se trasladaron a Europa, donde se pusieron al servicio de los reyes, pero
conservando su independencia. Su organización era muy centralizada. La autoridad suprema era el
Gran Maestre. Sus miembros se dividían por naciones y lenguas, y dentro de cada nación, se
agrupaban en prioratos.

Algunas de las órdenes militares más famosas fueron las de los Caballeros de San Juan, la de los
Caballeros Templarios y los Caballeros Teutónicos. Los primeros tomaron su nombre del Hospital de
San Juan (hospitalarios), fundado en Jerusalén en 1048 por unos caballeros de Amalfi (Italia) para
atender a los enfermos y peregrinos. Al ser ocupada Jerusalén por Saladino (1187) pasaron a Chipre,
más tarde a Rodas, y finalmente a Malta. En cuanto a los Templarios, la orden fue fundada en 1118
por Hugo de Payens, Godofredo de San Omer y otros siete caballeros franceses. Residían sobre las
ruinas del Templo en Jerusalén, y de allí su nombre. Fueron grandes guerreros, que se enriquecieron
y adquirieron privilegios excesivos. La orden fue suprimida a principios del siglo XIV. Los Caballeros
Teutónicos tienen su origen en un hospital militar alemán fundado en San Juan de Acre, durante el
asedio de esta ciudad. Después de tomada la ciudad, se llamó Hospital de los alemanes en Jerusalén
(1190). Los Teutones participaron en el sometimiento de los paganos en Prusia (1238), hasta que
fueron secularizados con el advenimiento del protestantismo.

Órdenes mendicantes. De todas las órdenes medievales, las mendicantes fueron las que hicieron
un aporte reformador y renovador más efectivo. Tuvieron ciertas características generales en
común. Por un lado, se distinguieron por lo que podría calificarse como un apostolado universal. Las
nuevas órdenes mendicantes se consagraban directamente a la acción apostólica, abrazaban toda
clase de ministerios y se dirigían a todos los países. El monje laico e iletrado se convirtió en un
religioso sacerdote instruido, algunos de ellos preparados en alguna universidad. Los conventos no
se fundaron en la soledad del campo sino dentro de las ciudades, para predicar y enseñar a la gente.

Segundo, un rasgo notable de estas órdenes fue que se sostuvieron mediante la mendicidad. La
pobreza no fue solo individual sino comunitaria (conventos). Para su subsistencia, los monjes
contaban con su trabajo y con las limosnas mendigadas u ofrecidas espontáneamente por los fieles.
Además, estas órdenes cambiaron la manera de denominar a sus integrantes. Los miembros de las
órdenes mendicantes ya no se llamaban monjes (alguien que vive solo, solitario) sino que se
llamaban hermanos o frailes.

Otra característica interesante de las órdenes mendicantes medievales tiene que ver con su
forma de organización. Todos los miembros y todos los conventos estaban sometidos a la autoridad
de un jefe supremo llamado superior general, el cual estaba sometido directamente al Papa. Los
mendicantes no eran auxiliares del obispo ni del clero secular, sino que obedecían sólo al Papa.

En todos los casos, estas órdenes tuvieron una importante influencia espiritual y moral en el
mundo de sus días. Las órdenes mendicantes sirvieron de fuerte estímulo para la vida espiritual y
moral del pueblo en un tiempo de decadencia del clero secular. Finalmente, fueron organizadas
como órdenes laicas, es decir, integradas por personas no ordenadas al sacerdocio secular. Todas
las órdenes mendicantes desarrollaron, además de una rama de varones y otra de mujeres, una
tercera orden para varones y mujeres en el mundo.

_ Los frailes

El movimiento de renovación espiritual más importante durante la Edad Media fue el


advenimiento de las órdenes mendicantes, especialmente la de los frailes dominicos y franciscanos.
La gran diferencia entre ellos y los benedictinos fue que no estaban encerrados en un monasterio,
sino que vivían en el mundo y no provenían de las clases privilegiadas, como ocurría con la mayoría
de las monjas y con muchos de los monjes. Eran pobres o bien identificados con los pobres y estaban
dispuestos a mendigar su pan.

La influencia de los frailes fue inmensa. Al aumentar el comercio y la riqueza, los castillos
medievales se fueron transformando en palacios, y éstos se expandieron gradualmente hasta llegar
a ser ciudades amuralladas. Las ciudades se transformaron en centros comerciales llenos de
mercaderes y artesanos, pero los pobres que vivían en chozas construidas fuera de los muros de la
ciudad, no recibían los beneficios de su sistema parroquial y de su prosperidad comercial. Eran
personas necesitadas de ayuda y los frailes fueron quienes se la dieron.

C. H. Lawrence: “Las órdenes de frailes mendicantes que aparecieron a principios del siglo
XIII representaban un nuevo punto de partida, una ruptura radical con la tradición
monástica del pasado. Al adoptar una regla de pobreza corporativa y rehusar aceptar
dotaciones o tener propiedades, se desprendían del impedimento que había sido
considerado durante mucho tiempo como indispensable para cualquier comunidad de
monjes organizada. Pero su rechazo de la propiedad y su dependencia de la mendicidad
para su mantenimiento eran sólo signos externos de un cambio espiritual más profundo.
Las órdenes mendicantes quedaban libres de uno de los principios básicos del monacato
tradicional, al abandonar el aislamiento y la clausura del claustro, a fin de ocuparse en
misiones pastorales activas a favor de la sociedad de su tiempo. La predicación y la
administración de los sacramentos a la gente eran su razón de ser. El mensaje que
transmitían era distinto también. Ya no había por qué buscar la seguridad de la salvación en
la huida de la colmena humana ni en la adhesión a los cilicios de una aristocracia espiritual;
los que vivían en el mundo, cualquiera que fuese su condición, podían cumplir las exigencias
de la vida cristiana santificando los monótonos deberes y tareas de su estado; todo lo que
necesitaban era arrepentirse y aceptar el evangelio.”

Domingo de Guzmán y los dominicos. Domingo de Guzmán (1170–1221) era español y de familia
noble. En 1206 fundó una orden religiosa en Tolosa (Francia) para luchar contra los herejes
albigenses, una secta que combinaba enseñanzas cristianas con ideas persas. Sus líderes se llamaba
“Perfectos” (por eso se los conoce también como cátaros, del griego “puros”). Eran muy estrictos
en su disciplina, en contraste con el clero relajado e ignorante de la época. La Iglesia quería
eliminarlos por la fuerza, pero Domingo procuró hacerlo por la predicación. Por eso, a sus seguidores
se los conoció también con el nombre de “frailes predicadores,” hasta el día de hoy.
La orden fue reconocida por el papa Inocencio III en 1206, pero la aprobación definitiva la
concedió el papa Honorio III (1217). La orden se esparció rápidamente, y en 1277 había
cuatrocientas casas. En 1216 se fundó también la orden de las dominicas, que en el siglo XIV fue
reformada por Catalina de Siena (1347–1380). Hubo también una tercera orden. En 1218 Domingo
se entrevistó con Francisco de Asís en Roma, e introdujo a su orden la pobreza estricta. Los
dominicos se destacaron por el cultivo de las ciencias, en oposición a los franciscanos que
inicialmente se despreocuparon de ellas.

Francisco de Asís y los franciscanos. Francisco de Asís (1181–1226) era hijo de un rico mercader
de telas de Asís (Italia). Era un joven amante de la aventura, que después de haber caído prisionero
y padecer una seria enfermedad cambió rotundamente su estilo de vida (1206). Abrazó una vida
penitente y comenzó a ayudar a los pobres, leprosos y mendigos. Como consecuencia, su padre lo
repudió y desheredó.

En 1209, junto con once compañeros, que compartían sus ideales de abnegación y pobreza,
fundó una hermandad a la que le dieron el nombre de “Penitentes de Asís,” que luego cambiaron
por el de “Hermanos Menores.” Francisco compuso una brevísima Regla con frases entresacadas
del evangelio y pidió al papa Inocencio III (1210) su aprobación. El Papa les permitió predicar y seguir
viviendo según su Regla, pero difirió la aprobación hasta que la orden creciese en número. El
movimiento siguió creciendo hasta que, en 1212, una niña de familia noble de nombre Clara fue
admitida a la comunidad. Éste fue el comienzo de una segunda orden franciscana, esta vez para
mujeres, que fueron conocidas como las Pobres Claras o Clarisas. En 1221 comenzó una tercera
orden para hombres y mujeres, que sin abandonar su vida común, aceptaban seguir los ideales de
Francisco.

El papa Honorio III aprobó oficialmente la orden y su Regla en 1223. Los franciscanos se
difundieron con extraordinaria rapidez por toda Europa. A fines del siglo XIII ya contaban con 1.583
conventos. Como su fundador, los franciscanos se caracterizaron por su amor a la naturaleza, la
música, la bondad de espíritu y el celo misionero. Francisco fue canonizado a los dos años de su
muerte en 1228, por el papa Gregorio IX, quien comisionó al fraile Tomás de Celano a escribir su
vida.

Tomás de Celano: “… [Francisco] preparó su caballo, lo montó y tomando con él ropas


escarlatas [del inventario de su padre] para vender, arribó apurado a la ciudad llamada
Foligno. Allí, como mercader exitoso, vendió como de costumbre toda la mercadería que
había traído, luego obtuvo un precio por el caballo que había estado cabalgando, y lo dejó.
Así, habiendo dejado a un lado sus cargas, regresó, meditando con una mente devota qué
hacer con el dinero. Pronto, de una manera maravillosa, se volvió completamente a la obra
de Dios, y sintiendo que llevar ese dinero incluso por una hora lo único que haría sería
oprimirlo, se apuró por deshacerse de él, considerando a todas sus ganancias como mucha
arena. Y mientras estaba regresando a Asís, encontró junto al camino una iglesia que había
sido construida hacía tiempo en honor de San Damián, pero que estaba en peligro de
colapsar pronto debido a su antigüedad. Cuando el nuevo caballero de Cristo vino a ella fue
movido con compasión por tal necesidad, y entró con respeto y reverencia. Encontrando allí
a un sacerdote pobre, besó sus manos con gran fe, le ofreció el dinero que estaba llevando
y le explicó, en orden, sus planes. El sacerdote se sorprendió y, preguntándose por ese
repentino cambio de circunstancias, se rehusaba a creer lo que oía. Y en razón de que
pensaba que [Francisco] se estaba burlando de él, no quería tomar el dinero ofrecido—
porque casi el día anterior, por así decirlo, él había visto a Francisco vivir disolutamente
entre sus parientes y conocidos y sobrepasando a los demás en necedad. Pero con
obstinada persistencia Francisco continuó tratando de ganar crédito para sus palabras,
rogando y encarecidamente suplicando al sacerdote que le permitiese estar con él por amor
al Señor. Al fin el sacerdote estuvo de acuerdo con esto, pero no tomaría el dinero por temor
a los padres de Francisco; y el verdadero despreciador del dinero entonces lo echó sobre
una mesilla de ventana, considerándolo poco menos que polvo. Porque él anhelaba poseer
sabiduría, que es mejor que el oro, y obtener prudencia, que es más preciosa que la plata.”

Comparación entre dominicos y franciscanos. Las dos órdenes tenían una organización muy
similar. Tenían áreas de trabajo divididas en provincias, cada una bajo una cabeza. Cada una de estas
órdenes tenía una segunda orden para mujeres y una tercera para laicos de ambos sexos que
aceptaban sus ideales. No obstante, los religiosos eran diferentes. Los dominicos enfatizaban la
erudición como salvaguarda contra la herejía, mientras que los franciscanos temían la erudición
pensando que podía pervertir a los hermanos.

Las dos órdenes crecieron estrechamente relacionadas. Los dominicos aceptaron la pobreza
como virtud y un estilo de vida mendicante, y los franciscanos comenzaron a preparar mejor a sus
frailes. Cuando comenzaron las universidades, ambas órdenes trabajaron entre los jóvenes
estudiantes. De ellas salieron algunos de los grandes eruditos medievales como Alberto Magno y
Tomás de Aquino, que eran dominicos; y Roberto Grosseteste, que era franciscano.

Además, las dos órdenes fueron misioneras. Si bien Francisco no fue un cruzado, pertenecía a
la edad de la caballería y “tomó su cruz” para intentar salvar el Santo Sepulcro. En 1219, durante la
quinta Cruzada, cruzó desarmado las líneas musulmanas y se presentó ante el sultán de Egipto, a
quien le predicó el evangelio. En 1221 franciscanos y dominicos aceptaron oficialmente su vocación
de “ir por todo el mundo” predicando. Los dominicos, reunidos en Bologna, aceptaron Marcos 16:15
como palabras dirigidas específicamente a ellos y fueron a misionar a Europa oriental y el Cercano
Oriente. Francisco incorporó el mandato misionero en la Regla de su orden.

El español Raimundo Lulio (1235–1315) estuvo en estrecho contacto con ambas órdenes de
frailes, pero después de una juventud muy disipada, tomó el hábito franciscano y se dedicó a la
conversión de los musulmanes. A tal efecto, hizo tres viajes misioneros al norte de África. Según él,
la Cruzada más efectiva era convertir a los musulmanes a Cristo mediante la persuasión, pues si esto
ocurría iba a ser mucho más fácil convertir al resto del mundo. Lulio comenzó a educarse después
de su conversión, y llegó a ser un teólogo de renombre y el estratega misionero más grande desde
Gregorio I. Según él, la obra misionera requería de tres medios: el dominio del idioma del pueblo
que se quería alcanzar (él mismo fue un lingüista notable); erudición y la elaboración de argumentos
convincentes para compeler a los no cristianos a aceptar la fe (él escribió varios libros sobre diversos
temas); y, el testimonio de vida con la disposición de morir por la fe (en sus tres viajes al norte de
África sufrió arresto y expulsión). En su tercer viaje, terminó martirizado por lapidación en Túnez,
en 1315, cuando tenía ochenta años.

En estas misiones de los frailes encontramos un ejemplo de la devoción religiosa reavivada, que
se expresaba en la vida monástica y en el retorno a la tarea central de la Iglesia: la evangelización
del mundo. La oportunidad para estas misiones se cerró después del 1350 cuando el islamismo cerró
las puertas en Asia Central y comenzó el segundo gran retroceso del cristianismo.

Otras órdenes mendicantes. Hay otras dos órdenes mendicantes de importancia: los carmelitas
y los mercedarios. El origen de los primeros se remonta a 1163, cuando existía en el monte Carmelo,
en Palestina, una capilla junto a la gruta de Elías. La comunidad eremita que allí se desarrolló seguía
una regla dada por el patriarca Alberto de Jerusalén (1208). Más tarde (1226) fueron aprobados por
el papa Honorio III. Debido a la oposición de los musulmanes, estos eremitas del monte Carmelo se
trasladaron a Chipre (1238), después a Mesina (1247) y desde aquí se extendieron por toda Europa.

Los mercedarios fueron fundados por el francés Pedro Nolasco (1189–1256) con el apoyo del
español Raimundo de Peñafort (1180–1275), como una asociación piadosa de laicos para liberar a
los cautivos cristianos durante las Cruzadas (1222). El rey Jaime I de Aragón los transformó en una
orden militar para reprimir a los albigenses, y como tal fue aprobada por el papa Gregorio IX (1235).
Más tarde (1318), volvieron a adquirir un carácter estrictamente religioso.

Fundaciones eclesiásticas femeninas. A la vez que surgieron las órdenes monásticas masculinas,
surgieron también los nuevos monasterios para mujeres, aunque su número fue mucho menor. En
Francia el renacimiento monástico cluniacense había avivado las viejas fundaciones benedictinas de
mujeres. Hubo una gran orientación hacia el cuidado de leprosos, huérfanos y otros menesterosos.
El misticismo cisterciense suscitó la aparición de varias sabias exponentes entre las monjas
cistercienses. Pero fue en el benedictinismo tradicional que las religiosas del siglo XII encontraron
su más elocuente portavoz. Hildegarda de Bingen (1098–1179), abadesa alemana, usó el género
literario de las visiones para detallar en su libro, Scivias (Para que entiendas) veintiséis reflexiones
sobre las relaciones entre Dios y la humanidad y el buen ordenamiento de la vida cristiana. También
escribió dos vidas de santos, dos libros de medicina e historia natural, cincuenta homilías alegóricas,
una obra edificante de teatro, numerosas cartas a personalidades de su época, himnos y cánticos.
A través de sus obras, Hildegarda tuvo una enorme influencia sobre el desarrollo de la espiritualidad
femenina en Flandes y Renania en el siglo XIII.

Otra mujer notable fue Catalina de Siena (1347–1380), una dominica terciaria que a los siete
años tuvo una visión y dedicó a Cristo su virginidad. A través de sus cartas y diversas gestiones
procuró ayudar al papado a resolver los problemas del Cautiverio Babilónico y del Gran Cisma de
Occidente. La mayor parte de sus esfuerzos estuvieron dedicados a luchar por la unidad de la Iglesia.
Además de numerosas cartas a papas y reyes, Catalina fue la autora de cuatro tratados bajo el título
de Diálogo.
LA VIDA DE LA IGLESIA MEDIEVAL

Muchos historiadores denominan al período entre los años 500 al 1500 con el nombre de “Edad
Media,” porque está entre la decadencia de la civilización romana y el Renacimiento. En estos mil
años, las características de la vida de la Iglesia fueron singulares. Muchos de los elementos que se
han perpetuado hasta nuestros días tanto en la Iglesia Romana como en la Iglesia Griega, tuvieron
en estos siglos su período formativo. Fue especialmente durante la alta Edad Media que se dieron
las condiciones históricas para definir al período de 950 a 1350 como un tiempo de resurgimiento y
progreso para la cristiandad. Entre los factores a mencionar, se destacan los siguientes.

Primero, prácticamente toda actividad intelectual y artística a lo largo de estos siglos estuvo
asociada con la vida de los monasterios. Segundo, el complejo de un monasterio era como un
pequeño pueblo que, además de los monjes (clero regular) y a veces a miembros del clero secular
(obispos y sacerdotes) daba alojamiento a cientos de otras personas. Los monjes recibían tras sus
muros a obreros de todo tipo, niños pobres y huérfanos, viajeros y peregrinos, y todo esto sin cargo
alguno. En razón de que se requería de todo sacerdote que diera misa una vez al día, los templos de
los monasterios necesitaban de muchos altares. En razón de que el templo servía a la comunidad
monástica más que a personas fuera de ella, había generalmente un ápside tanto al este como al
oeste al final de la nave principal, mientras que las entradas al templo daban a los claustros o a otras
partes del complejo del monasterio.

Tercero, este fue un período de veneración de reliquias y de peregrinajes a santuarios. Todo el


culto a los mártires representaba una renovación de la pasión y resurrección de Cristo. Con el paso
del tiempo, las reliquias de los santos llegaron a asumir más importancia que la emulación de sus
vidas. Se desenterraron cuerpos, se los desmembró, dividió en pedazos, se peleó por el dedo de uno
o un diente de otro, e incluso se robaban las reliquias y se organizó un lucrativo negocio alrededor
de ellas y los relicarios. Ningún precio parecía ser demasiado alto por una reliquia, fuese auténtica
o espuria, especialmente si tenía fama de milagrosa. Toda la cristiandad parecía tener como meta
tomar el cayado del peregrino e ir a pie a visitar los santuarios más sagrados, como Santiago de
Compostela en España (la tumba de Santiago), Roma (la tumba de Pedro), y por supuesto, Jerusalén
(la ciudad sagrada). A lo largo de estas rutas de peregrinaje se ubicaban los monasterios más
grandes, con los templos más monumentales y las reliquias más “auténticas.” Cuarto, estos templos
majestuosos fueron construidos a lo largo de muchos años, a veces más de un siglo. Cuando el
arquitecto original moría y otro era designado, éste generalmente cambiaba el proyecto para
adecuarlo a un estilo más moderno. Esto explica por qué en muchas de estas construcciones se ve
una mezcla de estilos (como el románico y el gótico).

_ El clero

La preparación del clero. Desde el siglo VI casi cesó todo tipo de educación en Europa occidental.
Las escuelas fueron cerradas y los maestros esparcidos como consecuencia de las invasiones.
Algunas pocas familias que valoraban el saber conservaron libros y transmitieron conocimientos a
sus hijos. Debe tenerse presente que para el siglo VIII una biblioteca que tuviera cien libros era un
centro educativo destacado. Además, se necesitaba de un año entero para producir un manuscrito
de primera clase de la Biblia. Las principales abadías se transformaron en centros de instrucción,
pero el programa era limitado y el propósito intelectual humilde.

La preparación ministerial comenzaba con las primeras letras en la infancia. Una familia devota
decidía, a menudo por sugerencia de un sacerdote, dedicar uno de sus hijos a la Iglesia. Lo dejaban
en manos del obispo para que lo criara en su casa, donde vivía y trabajaba y se educaba para el
clero. Otros niños eran dejados con un abad y eran educados como monjes. Aprendían latín, la
liturgia (canto y recitado) y el calendario eclesiástico. De todos modos, el clero era muy ignorante y,
salvo en los monasterios, no se ponía ningún énfasis en su preparación académica.

Los deberes del clero. Por estar un poco mejor preparado que sus feligreses, el sacerdote era un
líder de la comunidad en que vivía. Actuaba como pacificador en las disputas, consejero y director
de procesiones y dramatizaciones religiosas. El sacerdote debía enseñar a sus feligreses el Padre
Nuestro, el Credo, los Diez Mandamientos y el significado de los sacramentos. No era necesario que
supiera latín, pero sí el orden de la liturgia y que pudiera participar en ella.

Su tarea principal, no obstante, era el ministerio de la Palabra y la administración de los


sacramentos. El sermón sólo se impartía cuando venía un obispo y era en lengua vernácula. La
confesión se tomaba frente al altar y el bautismo se realizaba sumergiendo a los infantes en una
fuente y ungiéndolos con aceite en sus frentes. La confirmación se hacía a edad temprana ante un
obispo y los matrimonios se celebraban con una ceremonia breve en la puerta de los templos.
Además, el sacerdote debía visitar a los enfermos y moribundos con el viaticum (provisión para el
viaje, la muerte), y promover de toda manera posible la acción social cristiana. Los obispos debían
dedicar parte de sus ingresos a los pobres, y desde el siglo IX, se establecieron casas para pobres
cerca de las catedrales.

El celibato del clero. La práctica de requerir al clero que permanezca sin casarse y se consagre a
la pureza personal en pensamiento y obra se remonta a tiempos anteriores a la Edad Media. No
obstante, fue en Oriente durante los siglos VI y VII que se aprobaron leyes que prohibían el
casamiento de los obispos. En Occidente, el celibato se tornó en una obligación canónica a través
de decretos papales y de concilios regionales. Durante los siglos IX y X, el celibato cayó casi en el
olvido y muchos eclesiásticos estaban casados o vivían en concubinato. Pero con las reformas de
Gregorio VII en el siglo XI volvió a ser impuesto de manera obligatoria para todos los niveles del
clero. A pesar de este nuevo espíritu ascético, continuó habiendo una considerable distancia entre
la teoría y la práctica respecto a este requisito. Una y otra vez, los decretos papales y las resoluciones
de sínodos y concilios a lo largo de la Edad Media tuvieron que insistir sobre la sujeción del clero a
esta demanda.

_ El culto

El idioma eclesiástico. Correctamente se llama a la Iglesia de Occidente, Iglesia Latina, ya que su


Biblia y su liturgia se encontraban en latín. Cuando los pueblos germanos introdujeron sus dialectos
después de las invasiones, el latín se conservó como el idioma de la Iglesia y de la literatura, y se
perdió como lengua hablada. Ya para mediados del siglo X era costumbre escribir una traducción
palabra por palabra sobre el texto en latín, para ayudar al lector a explicar lo que leía a la
congregación. Los idiomas de los diferentes países europeos, muchos de ellos derivados del latín,
tuvieron que esperar bastante tiempo antes de vencer a la lengua madre, justamente porque no se
los consideraba “literarios.” Los que querían leer debían aprender latín.

Los cristianos bizantinos eran griegos tanto en su idioma como en sus costumbres. El griego era
el idioma original de buena parte del cristianismo, y este idioma no murió, si bien fue transformado.
La Biblia y la liturgia bizantinas estaban escritas en un griego menos evolucionado, pero no había
problemas en entenderlo. No obstante, fue en el Este donde se produjo la mayor parte de las
primeras traducciones de los escritos cristianos. En el caso de la Iglesia de Oriente, cuya lengua
religiosa era el siríaco, también produjo numerosas traducciones según la necesidad, si bien el
siríaco continuó siendo la lengua preferida para la liturgia.

Las devociones. A lo largo de toda la Edad Media se desarrolló la mayor parte de las devociones
que todavía hoy caracterizan al catolicismo romano. Ya en el siglo XII, el afán de los fieles de
contemplar la forma consagrada del pan y del vino de la eucaristía dio lugar al rito de la elevación
en la misa, primero sólo de la hostia y luego también del cáliz. La devoción culminó en la instauración
de la fiesta del Corpus Christi en el siglo XIII. En general, las grandes devociones de la piedad católica
romana deben mucho a la escolástica, la cual creó algunas nuevas y permitió el desenvolvimiento
de otras. Surge una “devoción” cuando a una cosa concreta procedente del campo de la fe, sea un
misterio o una persona, se le hace objeto de una veneración especial. Algunas de las devociones
más populares durante este período fueron: la conmemoración de los Fieles Difuntos (fomentada
por los cluniacenses); la devoción al Niño Jesús (desarrollada por los franciscanos), a la Virgen María,
a San José, a la Sagrada Familia, a la Pasión de Cristo (franciscanos), a las cinco llagas, al Sagrado
Corazón de Jesús, y a la Madre Dolorosa, entre otras.

Mientras en las universidades los intelectuales hacían un balance entre la fe y la razón, y


elaboraban un ideario cristiano práctico para la política, la ética pública y el ordenamiento social, en
las ciudades de Italia y de Flandes se cuajaba en el siglo XIII una espiritualidad popular que se
expresaba en prácticas devocionales como el rezo del Rosario (difundido por los carmelitas en ese
siglo), el uso del Breviario, la práctica del Vía Crucis, la contemplación de Jesús en la Pasión, y la
elaboración navideña de los nacimientos o pesebres (cuya introducción se atribuye a Francisco de
Asís). Un arte popular, que encontraba patronos en las clases medias urbanas y en sus iglesias y
cofradías, favorecía la iconografía del Jesús sufriente en la cruz y de la Madonna (la Virgen María)
con el Niño en brazos, más asequibles e identificados con la cotidianidad humana que los grandes
personajes hieráticos del arte derivado de Bizancio. Desprendidos de su trasfondo dorado bizantino,
que simbolizaba la eternidad, los personajes sagrados adquirían naturalidad y expresaban
emociones en un naciente marco humano de paisajes agrarios o urbanos. En el siglo XIV esta
transformación iconográfica llevaría a la pintura de Giotto y de Duccio, y a las primeras grandes
creaciones del arte renacentista italiano.

Las reliquias. El culto de las reliquias fue sumamente popular. Las reliquias se convirtieron en el
factor individual más importante de la devoción cristiana. Se creía que los santos se comunicaban
con el mundo a través del contacto con sus restos terrenales, cualesquiera que éstos fuesen. Las
reliquias irradiaban cierta forma de energía y podían producir milagros, con lo cual, para la gente
común, se transformaron en el aspecto más importante de su religión. Además, en esta creencia, el
laicado y el clero estaban en el mismo nivel. Las reliquias funcionaban como defensa contra el
hambre, el sufrimiento y las acechanzas de los demonios. Eran indispensables para decir misa y
estaban agregadas al altar colocadas dentro de suntuosos relicarios. Representaban un papel
fundamental en el sistema judicial, en relación con los juramentos y los debates judiciales. Los reyes
las portaban en combate para obtener la victoria. Las peregrinaciones a los lugares en que se
guardaban reliquias importantes se convirtieron en el motivo principal de los viajes realizados
durante más de mil años y determinaron la estructura de las comunicaciones e incluso la forma de
la economía de muchas regiones.

En torno a ciertas reliquias, estimadas como mucho más valiosas que todos los metales
preciosos, se desarrollaron ciudades, ferias regionales y nacionales, y se activó un comercio notable.
Una parte enorme de los activos de la sociedad estaba invertida en las reliquias y en los preciosos
engastes y decoraciones de los relicarios. Era un modo de guardar con seguridad el dinero. Una
buena colección de reliquias atraía a peregrinos y, por lo tanto, riqueza a una abadía o catedral. Los
reyes formaban colecciones importantes para aumentar su poder y prestigio. El problema detrás de
tal valoración de las reliquias es que altos dignatarios de la Iglesia y del Estado no sólo las compraban
y vendían, sino que llegaron a justificar el robo y la piratería con tal de obtenerlas.

Los santuarios. A partir del siglo XI se percibe en Europa occidental una creciente movilidad. Lo
que llama la atención en este período es ver cómo grandes grupos humanos se ponen en
movimiento, bien para colonizar la frontera interior de cada región, o para expandir el marco de
Europa occidental a expensas de los vecinos musulmanes, eslavos o bizantinos. También los
individuos se desprenden de sus ataduras familiares y étnicas, y emprenden viajes, peregrinaciones,
mudanzas de trabajo y de condición social. La relativa saturación demográfica de zonas de antiguo
cultivo resultaba en la redundancia de mano de obra y en un acicate para que personas individuales
buscaran alternativas. La antigua modalidad religiosa de la peregrinación desarrolló nuevos
itinerarios, según nuevas zonas que se fueron incorporando a la red de prácticas e inquietudes
devocionales. Además de los antiguos lugares de peregrinación, como Jerusalén y Roma, otros
santuarios se hicieron populares, tales como Santiago de Compostela en la península ibérica.

El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, en Compostela (Galicia), a


principios del siglo IX, fue un acontecimiento de extraordinaria trascendencia para la vida política,
cultural y religiosa de España. Por un lado, le dio a los cristianos españoles, tanto a los que vivían en
las tierras reconquistadas de los moros como a los que residían en tierras de árabes, un santuario,
objeto de constantes peregrinaciones, que venía a ser para la cristiandad como una Anti-Meca. Por
otro lado, puso a la España cristiana, a través del llamado Camino Francés, en continua
comunicación con los otros pueblos cristianos europeos, los cuales, desde el primer momento de
este descubrimiento del sepulcro del Apóstol, acudieron a él en peregrinación, con lo que se terminó
el aislamiento en que había vivido España, con respecto al resto de Europa en el siglo VIII. En este
sentido, los santuarios se transformaron en verdaderos centros de intercambio cultural y la
peregrinación a los mismos abrió el camino para las comunicaciones en Europa occidental.

La Biblia. Tanto para la celebración litúrgica (la oración pública, la eucaristía, etc.) como para la
meditación personal, el conocimiento íntimo de la Biblia era imprescindible para el monje y el clero
secular. Desde los comienzos del monasticismo benedictino los comentarios bíblicos de los Padres
de la Iglesia tuvieron un lugar prominente en las bibliotecas de las abadías. Estos comentarios
tendían a seguir los modelos de la escuela de Alejandría, en que los pasajes bíblicos y los versos
individuales eran explicados alegóricamente. De esta manera el monje que estaba cantando un
salmo en el coro o que estaba escuchando la lectura de un segmento de un libro de los profetas
podía reflexionar sobre el sentido cristológico, moral, escatológico o eclesiológico del texto bajo su
consideración.

La enseñanza de la Biblia en las escuelas monásticas seguía ese patrón. El texto se glosaba, tanto
por escrito como oralmente, con los comentarios de Agustín de Hipona, Jerónimo, Gregorio, Beda
el Venerable o alguna de las otras autoridades del pasado. El propósito del estudio bíblico era
reforzar la oración.

_ Los templos

Durante la Edad Media, todas las expresiones del arte—especialmente la arquitectura—fueron


expresión de un profundo espíritu religioso. En los primeros siglos del medioevo, las
manifestaciones artísticas y arquitectónicas estuvieron refrenadas por la inestabilidad política y
social que siguió a la caída el Imperio Romano. Pero a partir del siglo XI, cuando los bárbaros ya
estaban más asentados y la Iglesia contaba con mayor poder y riquezas, el arte y la arquitectura se
liberaron. Entonces comienzan a desbordar muchos de los conocimientos técnicos de la antigüedad
y se ponen al servicio del cristianismo.

La construcción eclesiástica. En los tiempos neotestamentarios, como vimos, la Iglesia carecía


de edificios destinados al culto. Durante mucho tiempo los cristianos se congregaron en casas
particulares. La arquitectura era una de las artes en la que los romanos sobresalieron. Al caer el
Imperio Romano, decayó también la arquitectura monumental, pero su técnica sobrevivió y se
aplicó a la construcción de templos y monasterios cristianos. La arquitectura y el arte medieval
tuvieron un carácter eminentemente religioso. Los monasterios fueron una expresión plástica de la
intensidad de la devoción y fe cristianas. La vida retraída de los monjes requería edificios apropiados
a la convivencia de colectividades numerosas. El edificio estaba separado del exterior por altos
muros y todas las dependencias daban a un patio interno descubierto, llamado claustro (del latín,
lugar cerrado). A partir del siglo XI estos edificios fueron espléndidos.

El románico. La celebración del culto exigió la construcción de grandes recintos para albergar a
un gran número de participantes. Los primeros templos cristianos adoptaron las formas
arquitectónicas de las antiguas basílicas romanas, cuya planta rectangular fue evolucionando poco
a poco hasta tomar la forma de una cruz. El portal de entrada daba acceso a un recinto con dos filas
de columnas, que lo dividían en tres naves. La nave central terminaba en un espacio llamado ábside
(del griego apsis, bóveda), con un muro semicircular techado con una bóveda semiesférica, donde
estaba el altar y el coro. La nave transversal se llamaba crucero y los brazos de la cruz latina que se
formaba eran los transeptos. Los muros estaban edificados en ladrillo o piedra, pero utilizando el
arco de medio punto romano para darle fuerza y así poder abrir una línea de pequeñas ventanas
justo debajo del techo, que era de madera y tejas. De los techos a dos aguas sobresalían los
campanarios y, en algunos casos, una cúpula que, al prolongar la elevación del edificio, restaban
pesadez al conjunto.

El románico fue el estilo arquitectónico que predominó entre los siglos XI y XII. El aspecto
exterior de estos templos era sencillo, pero a su vez sólido y macizo. La escultura y la pintura
estuvieron al servicio de la arquitectura, y fueron fruto de influencias orientales. El interior estaba
poco iluminado, pero los muros estaban decorados con escenas religiosas pintadas al fresco, en
colores muy brillantes, al estilo de las pinturas bizantinas. A lo largo de toda la Edad Media, el templo
cristiano fue el edificio más importante en cualquier comunidad y el centro de su vida civil y religiosa.
La gente se sentía orgullosa de su templo, al que concurría con mucha frecuencia no sólo por
cuestiones religiosas.

El gótico. Hacia mediados del siglo XII se produce en la vida europea medieval un renacer que
se expresó en la construcción de templos monumentales. Este despertar arquitectónico duró algo
más de tres siglos, en los cuales se levantaron cientos de edificios eclesiásticos en toda Europa, con
un estilo monumental y agresivo: el gótico. Los logros obtenidos entre 1150 y 1450 son un misterio
y una maravilla. El gótico se caracteriza por el uso del arco quebrado u ojival, mucho más resistente
que el arco de medio punto, lo cual permitió aligerar las columnas, elevar las paredes y abrir en ellas
grandes ventanas. La bóveda está formada por cuatro semiarcos ojivales que se cruzan (bóvedas de
crucería), y no descansa totalmente sobre las columnas sino que su peso se transmite en forma
oblicua a los arbotantes, arcos de piedra que, a su vez, se apoyan sobre los contrafuertes más
macizos. Con esto se resolvió el problema del equilibrio de las bóvedas y de la iluminación de las
naves.

A pesar de estar construidos totalmente en piedra, los templos góticos no parecen estructuras
“pesadas” en razón de su altura, las nervaduras de sus columnas, las bóvedas de crucería que
parecen apuntar al cielo y la enormidad de sus ventanales cubiertos con vitrales de múltiples colores
(vitraux). A diferencia del templo románico, macizo y fuerte, el templo gótico provoca, sobre todo,
una sensación de gracia y de ligereza. La altura del edificio, coronado por techos muy inclinados de
doble pendiente, de los que sobresalen elevados campanarios terminados por finas agujas de
piedra, contribuye a confirmar la sensación de verticalidad y de penetración en el espacio que deja
la catedral gótica. Toda la estructura parece estar disparada hacia el cielo y expresa el ideal espiritual
de la época: un profundo sentido de trascendencia y las aspiraciones de una nueva clase social en
ascenso.

Hubo tres condiciones que hicieron posible el surgimiento de una arquitectura y un arte tan
sofisticados y monumentales. Primero, la alta Edad Media fue un tiempo de relativa paz. Los
saqueos de los piratas normandos terminaron hacia el año 1000 y esto permitió el surgimiento de
Estados organizados (Francia y Alemania), que al tener una mayor fuerza central pudieron terminar
también con las guerras y el desorden feudal. Segundo, se contó con una mayor riqueza. El
crecimiento del comercio trajo aparejado el desarrollo de las ciudades, y con ellas, el deseo de lograr
algo más que la mera satisfacción de las necesidades elementales. Y, tercero, se contó con nuevos
recursos técnicos. Se desarrollaron nuevas técnicas arquitectónicas y se mejoraron los estilos. Esto
permitió levantar edificios monumentales y de estructura complicada como son las catedrales
góticas.

José Luis Romero: “Un sentimiento místico predominaba en la concepción de las vigorosas
flechas de piedra erigidas hacia el cielo, como símbolo de la aspiración ultraterrena del
hombre; pero no reflejaba menos su construcción un intenso sentimiento de orgullo y
poderío ciudadano, visible a través de la riqueza invertida y del esfuerzo consagrado a
construir un monumento insuperable y que testimoniara la gloria de cada ciudad frente a
su vecina.”

Las catedrales. Una persona imbuida con la actitud escolástica contemplaba el modo de
presentación arquitectónica de la misma manera que contemplaba el modo de presentación
literaria. Para un escolástico de la alta Edad Media ambas expresiones se concebían desde el punto
de vista de una manifestatio, una manifestación de fe. Tal persona hubiera dado por sentado que el
propósito principal de los muchos elementos que componen una catedral era asegurar la
estabilidad, igual que tomaría por contado que el propósito principal de los muchos elementos que
constituyen una summa era asegurar la validez o verdad de la fe.

Para autores como Panofsky, tanto la catedral como la summa pretendían representar la
totalidad de lo conocido dentro de un ordenamiento cristiano de la realidad. Un aspecto interesante
de la homología de Panofsky es la progresiva divisibilidad de los elementos arquitectónicos y
conceptuales en las catedrales y en las summae. Todas las partes que se encuentran en el mismo
“nivel lógico” comparten una relativa uniformidad, que le brinda tanto a la catedral como a la
summa escolástica un aspecto simétrico, en el que el balance y el orden producen agrado a la vez
que le dan peso al conjunto. La organización formal de los edificios góticos refleja una unidad de
propósito afín a la de los autores de las grandes summae teológicas escolásticas de la época.

Fernando Picó: “La construcción de las catedrales góticas supuso una racionalización de las
rentas de los cabildos catedralicios, ya que fueron las corporaciones eclesiásticas las que
por lo general asumieron la responsabilidad de la construcción.… En el esfuerzo por
asegurar suficientes ingresos para la construcción, los cabildos recibieron la cooperación de
la aristocracia regional y el nuevo patriciado urbano. Pero también los gremios artesanales
dieron una mano.”

El esplendor de los oficios religiosos aumentó paulatinamente a medida que se construyeron


magníficas catedrales e iglesias en las ciudades de Europa occidental. La música, las pinturas, el
incienso y las riquísimas vestiduras contribuyeron a la impresionante celebración de la misa. La
dramaturgia moderna tuvo su origen en las representaciones de escenas bíblicas y de vidas de
santos—los llamados autos. Estos autos dramáticos se representaban en ocasión de las grandes
festividades de la Iglesia, a menudo en las escalinatas de los mismos templos.

La catedral vino a ser el centro social de la vida urbana. Desde los maitines a la medianoche o el
alba hasta el canto de completas por la noche, el canto de las horas del oficio divino en la catedral
continuamente convocaba a los fieles a sus servicios. Las grandes misas solemnes y la multitud de
misas en las capillas laterales mantenían al templo en ebullición. Los peregrinos acudían a venerar
las reliquias de los santos memorables de la localidad, y pernoctaban en la Casa de Dios, el hospicio
que solía estar situado al lado de la catedral, y que hacía también las veces de hospital y asilo. La
escuela de cantores practicaba en los claustros. En aquellos sitios donde todavía se mantenían
vigentes las escuelas catedralicias acudían jóvenes de toda la diócesis a estudiar.

_ El derecho eclesiástico

Un importante progreso realizado por la Iglesia en el siglo XII fue la creación de una ciencia del
derecho eclesiástico. Durante la temprana Edad Media, se habían formado colecciones de usos y
tradiciones y decretos papales llamados “Decretales.” Estas recopilaciones fueron obra de iglesias
particulares o también de personas privadas, pero todas tienen más o menos un tronco común. Las
colecciones jurídicas aumentaron en número a partir del siglo X.

El fundador propiamente dicho del derecho canónico como ciencia es Graciano, residente de
Bologna en las primeras décadas del siglo XII, quien elaboró un texto, conocido como el Decreto o
Concordia discordantium canonum (Concordia de los cánones discordantes), escrita en 1140. En esta
obra, Graciano no se limita a dar una colección de decretos, sino que además hace de ellos un
estudio sistemático. Su trabajo rápidamente asumió una importancia vital en la enseñanza de la ley
canónica. Organizado temáticamente alrededor de las grandes cuestiones de la ley eclesiástica, el
Decreto yuxtaponía las opiniones encontradas donde quiera que surgieran e invitaba al análisis
sistemático de ellas, para indagar si se trataba de un principio universal o una excepción, de una
norma basada en derecho positivo o en otra base. El rápido éxito del Decreto puede medirse por el
número de manuscritos que sobreviven y las muchas adiciones e interpolaciones que se le hicieron.

Fernando Picó: “Con el Decreto el derecho canónico tuvo un instrumento pedagógico que
facilitó y popularizó su enseñanza. Pronto surgieron los decretistas, o comentaristas del
Decreto. Eventualmente a éstos se añadieron los decretalistas, o comentaristas de las
decretales o cartas papales difundidas para resolver algún punto de la ley. La variedad y el
número de estos maestros muestra el vigor de la disciplina para finales del siglo XII.”

La primera codificación oficial del derecho canónico fue iniciativa del papa Gregorio IX. Por
encargo de este Papa, el dominico Raimundo de Peñafort publicó en 1234 cinco libros de decretales.
A ellos vino a añadirse en 1298 un sexto libro de Bonifacio VIII, y luego dos libros de constituciones
de Clemente V (1314) y Juan XXII (1317). Estas obras fueron completadas en los siglos XIV y XV.

EL ESCOLASTICISMO Y LAS UNIVERSIDADES


_ El escolasticismo

Surgimiento. Entre los años 1050 y 1250 se dio un resurgimiento en la vida intelectual que
produjo una sucesión de grandes teólogos. Se los llamó escolásticos porque pertenecían a las
“escuelas” o colegios que florecían en los monasterios y especialmente en las catedrales. Poco antes
del 1200, algunos de estos centros (escuelas abaciales y catedralicias) se transformaron en
universidades. El elemento cristiano impregnaba no sólo los libros que se leían, sino todos los
elementos de la cultura. No había una educación secular, con lo cual la cristiandad no fue sólo un
vehículo de cultura, sino que se convirtió en cultura.

Por otro lado, durante estos años se dio una multiplicación de textos traídos por los cruzados a
Europa vía España, que fueron traducidos y circulados profusamente. Una de las instituciones
culturales más representativas de este período en España—que se inició con Fernando I de Castilla
y se cerró al subir al trono de León, Fernando III el Santo (1035 a 1230)—es la Escuela de Traductores
de Toledo. Esta escuela dejó una honda influencia en la cultura española y en la europea en general
y marcó un hito de gran significación histórica en la evolución cultural de España. Fue un obispo
francés, Raimundo de Peñafort (1125–1151), el que, recogiendo la inquietud cultural de su época,
fomentada por la orden de Cluny en España, fundó en Toledo la primera escuela de traductores.
Aquí se tradujeron las obras árabes, primero las científicas (medicina, astronomía y matemáticas) y
luego las de filosofía.

William H. McNeill: “La recuperación de la obra aristotélica completa y la disponibilidad de


los comentarios musulmanes sobre ella ejercieron una tremenda influencia sobre los
teólogos occidentales durante la segunda mitad del siglo XII. Al principio, las autoridades
eclesiásticas intentaron prohibir el estudio de Aristóteles, temiendo que su paganismo
corrompiera el espíritu de los estudiantes, pero su tentativa fracasó. Al contrario, muchos
pensadores se dedicaron a la tarea de acomodar a Aristóteles y al resto de la sabiduría
griega y árabe dentro del marco cristiano. Sus esfuerzos dieron por fruto la filosofía
escolástica, llamada así porque era propuesta y estudiada en las escuelas, es decir,
universidades.”

Características. El escolasticismo representa a las tendencias filosóficas, científicas y teológicas


dominantes de la alta Edad Media. El escolasticismo era una manera de ver el mundo y las relaciones
del ser humano con Dios. Como tal, representaba tanto un método de enseñanza y de aproximación
a los problemas, como un contenido específico. No se procuraba una exploración creadora de la
doctrina cristiana, porque ésta estaba cerrada. Esta convicción surgía de la idea de que la obra ya
había sido ejecutada y de cierto sentimiento de inferioridad respecto al mundo clásico, que ya había
desaparecido. Los monjes de los siglos VIII y IX creían que bajo los romanos la humanidad había
poseído prácticamente la suma del conocimiento humano, de modo que todo lo que había que
hacer era transmitir fielmente lo que se había preservado de ese conocimiento.

El escolasticismo resultó de la aplicación de la razón a la teología, no con el fin de investigar los


credos o reflexionar sobre nuevas verdades, sino con el fin de sistematizar y comprobar las creencias
tradicionales existentes. El escolasticismo procuró reconciliar la razón con la fe; por eso,
predominaron en el mismo los conceptos filosóficos de Aristóteles. El creciente contacto con el
Imperio Bizantino y el mundo islámico levantó un número de preguntas acerca de cómo podía un
cristiano encontrarle sentido a la tradición pagana. En este proceso, surgieron algunas de los
pensadores filosóficos y teológicos más grandes de toda la Edad Media.

El escolasticismo se caracterizó básicamente por tres cosas. Primero, su especial relación entre
la filosofía y la teología. Se considera a la filosofía como esclava de la teología. Segundo, su
dependencia de la filosofía aristotélica. Hasta el siglo XII en Europa se conocía casi exclusivamente
la Lógica de Aristóteles, pero a partir de allí se traducen su Metafísica, Física y Ética. Tercero, su uso
del método lógico-deductivo y dialéctico. Para elaborar la síntesis del pensamiento anterior era
necesario un método lógico-deductivo consistente en definiciones, divisiones, argumentos,
silogismos, y otros recursos. Para ello, era necesaria la lógica deductiva. El método dialéctico,
comprendía esencialmente dos momentos. Lectio, mediante el cual el maestro leía un texto y
después lo interpretaba. Disputatio, por el que un alumno, asistido por un maestro, después de
exponer las definiciones y estado de la cuestión, respondía en forma de silogismo a las preguntas
de los arguyentes. Finalmente el maestro hacía un resumen de la discusión y decía la última palabra
en el asunto tratado.

Ludwig Hertling: “Lo que sobre todo faltaba a la escolástica medieval, era la posibilidad de
someter a un examen crítico el material teológico dado. Faltaban sobre todo conocimientos
sistemáticos de carácter histórico, y especialmente filológico, sobre la significación y
evolución del lenguaje humano. Además, el pensamiento teológico quedaba en muchos
puntos trabado por una deficiente observación de la naturaleza. Aquí es donde las épocas
posteriores pudieron efectuar aún grandes progresos.”

Representantes. Hubo en estos siglos un sinnúmero de pensadores, maestros, filósofos y


teólogos identificados con el método de la escolástica. Los escolásticos más importantes fueron los
siguientes.

Anselmo (1033–1109). Se lo considera como el padre del escolasticismo. Era italiano, pero
siendo joven se trasladó a Normandía donde llegó a ser profesor de teología y más tarde abad
benedictino. Al morir el arzobispo de Canterbury fue nombrado como sucesor en 1089,
destacándose como defensor de los derechos y libertades de la Iglesia y como escritor a través de
sus varios tratados de teología. El gran tema de los escolásticos estaba expresado en estas palabras
de Agustín de Hipona: “Entiende para que puedas creer; cree para que puedas entender.” El
problema era, ¿qué ponemos primero, la fe o la razón? Para Anselmo no había conflicto. Él procuró
reconciliar la fe con la razón, y quiso armonizar las naturalezas racional y espiritual del ser humano.
Ambas eran parte de los dones de Dios al ser humano. Lo que la fe cristiana enseña es una parte
esencial del concepto racional del universo y de la vida. Su meta era la fe en busca de la
comprensión, de allí su frase: “Creo para entender” (Credo ut intelligam). La fe precede al
conocimiento.

Su obra más famosa fue Cur Deus Homo (“¿Por qué Dios hombre?”). En Occidente la teología
era práctica y menos interesada en la vida interior de Dios que la teología de Oriente. Lo que
preocupaba a los teólogos occidentales era la vida real del hombre, un pecador necesitado de
perdón. En respuesta a esta inquietud, Anselmo desarrolló la teoría de la satisfacción al estudiar la
doctrina de la salvación.

En la Edad Media se pensaba de Dios como un gran señor feudal, a quien los vasallos debían
alianza y honor. El ser humano debe honor a Dios como el siervo a su señor; pero por su pecado, el
hombre ha deshonrado a Dios y es impotente para dar satisfacción por su deslealtad. En la época
feudal era posible expiar una ofensa recibiendo el castigo correspondiente o dando “satisfacción,”
es decir, la restitución del honor mancillado. El ser humano es incapaz de dar satisfacción a Dios,
por eso Dios en su misericordia envió a su Hijo, que asumió la humanidad, y quien como ser humano,
dio amplia satisfacción por su muerte inocente. Ésta es la razón por la que Dios se hizo hombre,
según Anselmo.

Abelardo (1079–1142). Nació en Francia y llegó a ser el maestro más popular en París. Fue
famoso por sus clases entusiastas en la escuela catedral de Notre Dame. Se enamoró de Eloisa
(sobrina de Fulberto, canon de Notre Dame). Cuando Fulberto descubrió esto colocó a Eloisa en un
monasterio y ordenó la castración de Abelardo. Él escribió una autobriografía, cuyo título describe
bien sus sufrimientos: La historia de mis calamidades.

Su obra más conocida es Sic et Non (Sí y No). Es un libro de teología para principiantes, donde
responde preguntas sobre ciencia, ética y religión usando citas bíblicas y de los Padres de la Iglesia.
Tomó pasajes que se contradecían con el propósito de resolver con la razón las contradicciones
aparentes. Abelardo había sido educado en la nueva lógica aristotélica y su libro quería estimular el
razonamiento lógico. Según él: “Nada debe ser creído hasta que no es entendido.” De allí que
invirtiera el axioma de Anselmo, y dijera: “Entiendo para creer” (Intelligo ut credam). Sus detractores
lo acusaron de querer minar la autoridad de la Iglesia. Bernardo de Clairvaux lo forzó a retirarse del
debate público, y la Iglesia consideró que sus ideas eran heréticas.

En cuanto a la doctrina de la salvación, Abelardo partió de la teoría de Anselmo, pero fue más
allá poniendo énfasis sobre el amor de Dios. La muerte de Cristo, según él, nos muestra cuánto nos
ama Dios y es este amor el que nos mueve al arrepentimiento.

Pedro Lombardo (1100–1160). Nació cerca de Lombardía. Estudió en Bologna y en Reims, y


enseñó en París, donde también fue obispo. Su obra más importante es Cuatro libros de sentencias,
que es un tesoro en cuanto a la abundancia de citas de los Padres de la Iglesia. Esta obra, que está
dividida en cuatro partes, llegó a ser el libro de texto del escolasticismo y tuvo una gran difusión
durante la Edad Media. Este libro fue la primera teología sistemática medieval. En ella, Lombardo
define los siete sacramentos, que todavía hoy sostiene la Iglesia Católica Apostólica Romana:
bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, orden sacerdotal, matrimonio y extremaunción.

Alberto Magno (1206–1280). Nació en Alemania (Bavaria) y estudió en Italia. Era dominico y
llegó a servir como obispo de Ratisbona por un corto tiempo. Su interés estaba en el estudio y
especialmente en las ciencias naturales. Usó a Aristóteles como ayuda para el pensamiento cristiano
acerca del universo y la vida de los seres humanos. Quiso unir a Agustín con Aristóteles. Su obra
significó una recuperación de la lógica, la ciencia y la ética aristotélica. Abogó por el uso de la
investigación empírica guiada por la observación y la prueba. Alberto fue uno de los grandes
maestros medievales que difundió la doctrina escolástica en las universidades de París, Padua,
Estrasburgo y Colonia. Entre sus obras sobresalen Suma teológica y Suma de las criaturas. Fue
maestro del más grande de los escolásticos, Tomás de Aquino.

Roberto Grosseteste (1175–1253). Filósofo y científico franciscano inglés, canciller de la


Universidad de Oxford, uno de los primeros europeos en traducir obras directamente del griego. Era
un aristotélico que trató de demostrar que el mundo era redondo. Hizo experimentos sobre la
refracción de la luz y demandó que sus estudiantes basaran sus especulaciones en la observación y
la experimentación. Un discípulo suyo, Roger Bacon (c. 1214–1294) anticipó la invención del
telescopio, enfatizó la importancia de las matemáticas y argumentó que la observación debe guiar
a la razón.

Buenaventura (1221–1274). Era franciscano y llegó a ser general de su orden en 1257. Estudió
con Alejandro de Hales (m. 1245) en París. Su nombre de bautismo era Juan de Fidanza. Francisco
de Asís fue quien le dio el nombre de Buenaventura cuando apenas tenía cuatro años. Supo unir
admirablemente los estudios especulativos con la mística. Se le conoce como el doctor seráfico.
Entre sus muchas obras de teología, exégesis, oratoria y espiritualidad sobresale su Breviloquium,
donde presenta de un modo claro y sintético toda la teología escolástica medieval.

Tomás de Aquino (1225–1274). Tomás merece una atención especial porque fue el más grande
de los teólogos escolásticos. Nació en el sur de Italia, cerca de Nápoles. Su madre era normanda,
conectada con la casa imperial alemana de los Hohenstaufen. Entró al monasterio de Monte Casino
a los cinco años y, contra la voluntad de sus padres, a la orden dominicana a los diecinueve años
(1243). Estando estudiando en la universidad de Nápoles, reconoció su llamado de ser un líder del
pensamiento cristiano. Estudió en París con Alberto Magno y lo siguió hasta Colonia. Enseñó en
varias universidades (Roma y especialmente París), y fue consejero de tres papas. Tomás era un
hombre simple y de oración, profundamente religioso y de un intelecto privilegiado. Sus obras están
marcadas por tal claridad, lógica y amplitud que lo colocan entre los pocos grandes maestros de la
Iglesia. Se destacó como escritor muy prolífico. Sus obras más destacadas son Suma contra gentiles
y Suma teológica.

La Suma teológica es un sistema de teología completo, que le llevó nueve años para escribirla y
que es la fuente principal de la filosofía y teología católicorromana. En ella utiliza la forma de
argumentación dialéctica típica del escolasticismo. La estructura de la Suma es tan racional, tan
lógica y tan clara como la estructura del otro gran logro del siglo XIII: la catedral gótica. Como dice
Henry Adams: “El método era el mismo para ambas, y el resultado fue un arte marcado por una
unidad singular, que permaneció y sirvió a su propósito hasta que el ser humano cambió su actitud
hacia el universo. La suma de Santo Tomás fue la más expresiva que el ser humano haya hecho, y
las grandes catedrales góticas fueron su expresión más completa.”

Ideas. Tomás de Aquino fue el hombre que realmente intentó fundir el sistema filosófico de
Aristóteles y la teología cristiana en un todo armonioso. Mirando hacia atrás al escenario medieval
a lo largo de los siglos que han pasado desde que Tomás vivió y escribió, uno tiende a olvidarse que
él fue un innovador y que para sus contemporáneos él era un pensador avanzado. Sin embargo, el
hecho es que al prestar su apoyo pleno, si bien no acrítico, a la filosofía aristotélica, cuyo espectro
sólo recientemente había llegado a ser conocido, Aquino no sólo enriqueció inmensamente el
pensamiento cristiano sino que dio también un paso atrevido. Sea lo que fuere que se piense de
algunos aristotélicos cristianos posteriores, la simplificación de cualquier acusación de
“oscurantismo” contra Aquino resultaría en una interpretación totalmente equivocada de la
situación en la primera mitad del siglo XIII. Por otra parte, Aquino no abrazó simplemente el
aristotelismo en razón de que era novedoso, sino que lo abrazó porque pensaba que en lo básico
era verdad, si bien ciertamente no lo consideró infalible.

Entre las ideas más importantes de Tomás de Aquino, cabe destacar las siguientes. En cuanto a
la fe y la razón, Aquino intentó su reconciliación. Siempre puso a la fe por sobre la razón, pero esto
no significa que haya desvalorizado a la razón. Su fe y su filosofía se desarrollaron en un todo
orgánico debido a que ambas surgen de la misma fuente divina. Tomás daba gran alcance a la razón
sosteniendo que aun sin la revelación divina los hombres podían llegar a creer en Dios. Para él, la
razón humana, entendida de manera aristotélica como procediendo a partir de la percepción
sensorial, podía captar algunas de las verdades que eran conocidas por la revelación divina (como
la existencia de Dios), y más aún, no contradirían a esas verdades reveladas a las que no puede
captar. Así, pues, según él, el propósito de la investigación teológica era ofrecer un conocimiento de
Dios y del origen y destino humanos. Tal conocimiento venía parcialmente por la razón (teología
natural), pero esto era inadecuado o no suficiente. Este conocimiento debía ser aumentado por los
dones sobrenaturales de Dios (dones de Gracia), que se agregaban a la naturaleza de tal manera
que no la destruían, sino que más bien la llevaban a la perfección. Dado que Dios era el autor tanto
de la fe como de la ley natural, la luz de la fe no destruía la luz natural del conocimiento que era
innato en el ser humano. La fe es un tipo de conocimiento. Ella le da asentimiento a la verdad
revelada porque ésta ha sido hablada por Dios, pero requiere de la acción determinativa de la
voluntad. Por lo tanto no puede haber conflicto entre filosofía y teología, porque ambos son de Dios.

De allí que, las creencias cristianas no son irracionales, pero la base de nuestras creencias no es
la razón sino la revelación a través de las Escrituras y los Padres, que son aceptados por fe, que es
un acto, no del intelecto sino de la voluntad y por lo tanto una decisión moral. Tomás creía que
había dos órdenes de verdad: en un nivel, la razón podía demostrar proposiciones tales como la
existencia de Dios; en un nivel superior, algunas cosas tales como la naturaleza de la Trinidad debían
ser aceptadas por fe.

Además, Tomás enfatizó el aristotelismo aun más que Alberto Magno. No sólo que lo entendió,
sino que lo admiró y lo colocó en toda su obra. Tomás basó su escolasticismo sobre el concepto del
universo como una gran cadena de ser. Dios omnisciente y omnipotente había dado su ser a todas
las cosas; cada parte de la creación tenía su lugar en un orden que iba desde la materia inanimada
hasta Dios. El ser humano ocupaba un lugar intermedio entre lo material y lo espiritual. La razón le
daba a los seres humanos el poder de comprender algunas cosas.
Frederick C. Copleston: “La adopción del aristotelismo por un hombre como Tomás de
Aquino en el siglo XIII involucró, por supuesto, el replanteo crítico de la filosofía de
Aristóteles de tal manera que resultó una síntesis obligada de teología y filosofía. El siglo XIII
fue, realmente, notable por la producción de tal síntesis. La metafísica, particularmente lo
que se conoce generalmente como ‘teología natural’, constituyó, realmente, el punto de
encuentro de estas dos ciencias.”

Teología. En cuanto a Dios, él es la causa primera y actividad pura. Él es también la más real y
perfecta de las existencias. Dios no necesita de nada, y por lo tanto la creación del mundo es una
expresión del amor divino que él concede sobre sus criaturas. El pecado hace que sea imposible
para el ser humano agradar a Dios. La restauración del ser humano es posible sólo a través de la
gracia de Dios libre e inmerecida por la cual es cambiada la naturaleza del ser humano, sus pecados
son perdonados y se le infunde el poder para practicar las tres virtudes cristianas (fe, esperanza y
amor).

En cuanto a la doctrina de la expiación, Tomás combinó el concepto de Anselmo con el de


Abelardo. Según él, Cristo hizo satisfacción por los pecados de los seres humanos, y esto es lo que
mueve a los hombres a amarle. La obra de Cristo fue el método más sabio y el más eficiente para
perdonar los pecados del ser humano. La Iglesia es una, dondequiera que esté representada, en los
cielos, sobre la tierra o en el purgatorio. Cuando un miembro de la Iglesia sufre, todos sufren;
cuando uno está bien, todos comparten en su buena obra.

_ Las universidades

Origen. Fueron las ciudades las que dieron nacimiento a las universidades, y esto después de las
Cruzadas, cuando un mejor conocimiento de las civilizaciones bizantina y musulmana provocó en
Europa occidental un gran interés por aumentar los conocimientos. Antes de la aparición de las
universidades, el conocimiento había sido fomentado y controlado por la Iglesia. En el siglo XI, los
centros de enseñanza existentes en Europa occidental eran las escuelas organizadas por el clero,
que funcionaban anexas a una iglesia o a un monasterio. El principal objetivo de ellas era la
preparación religiosa. Pero estas escuelas no podían satisfacer el ansia creciente de conocimiento.

Al principio, el nombre del nuevo sistema no fue “universidad,” sino studium generale (estudios
generales), no porque se estudiara de todo, sino porque los estudios estaban abiertos a todos. La
agrupación de estudios surgió generalmente por la iniciativa de algún obispo, pero en la segunda
mitad del siglo XIII se restringió la libertad de creación de estos centros de estudios generales y sólo
el Papa o los reyes estaban autorizados a reconocerlos como tales, concederles privilegios y darles
oficialmente el carácter de “universidad” (del latín universitas, agrupación o conjunto de todos,
corporación). El término universitas denotaba, en la Edad Media, el cuerpo de profesores y
estudiantes enseñando y estudiando en una ciudad determinada. La autorización papal o real las
constituía formalmente en una corporación educativa, con estatutos y privilegios definidos.

En este sistema, los profesores o maestros y estudiantes estaban asociados en gremios (guildas)
para defender sus derechos y dependían del obispo o del rey, quien los autorizaba o no a enseñar.
Con el tiempo, los maestros de estudios más avanzados demandaron mayor libertad y apelaron al
Papa, quien los colocó bajo su protección. De esta manera, comenzó a desarrollarse una nueva
institución, libre del control de la ciudad y de sus autoridades eclesiásticas. Esta independencia fue
aceptada como un derecho de las universidades, y la mayoría fue fundada por decretos papales.

Ludwig Hertling: “Las primeras universidades propiamente dichas surgieron hacia fines del
siglo XII, no como transformación de las escuelas catedralicias o clausurales, sino por la libre
asociación de maestros y discípulos. Tales asociaciones recibieron luego extensos privilegios
de los príncipes, y sobre todo del papa, entre ellos jurisdicción propia y también beneficios
eclesiásticos. Los primeros ‘Estudios generales’, que tal era su nombre primitivo,
aparecieron en París, Bolonia, Oxford. Las universidades posteriores fueron por lo común
fundaciones de reyes y señores, pero siempre con privilegio papal. Entre las más antiguas
de esta clase figuran Nápoles, fundada en 1224 por Federico II, Tolosa en 1229 por Gregorio
IX, Roma en 1244 por Inocencio IV, y en España, Palencia, fundada en 1212 y Salamanca,
fundada en 1243.”

Posiblemente la universidad más antigua fue la de Salerno (Italia), cuyos comienzos se fijan a
principios del siglo XI. Rápidamente le siguieron muchas otras: Bolonia (fines del siglo XI), Parma
(1100), París (1120), Oxford (1130), Montpelier (1130), Cambridge (1209), Padua (1222), Nápoles
(1224), Salamanca (1230), Valladolid (1346), Praga (1347), Colonia (1388), y otras más en numerosas
ciudades. En el campo de la teología y la filosofía especulativa París era sin dudas la universidad más
importante del siglo XIII. La política de la Santa Sede, especialmente de los papas Inocencio III, quien
sancionó los estatutos a través de su legado, y Gregorio IX, era la de promover el servicio a la religión
y a la Iglesia mediante la conciliación de la filosofía con la teología. En otras palabras, París era
considerada como la campeona y baluarte intelectual de la verdad cristiana. En cuanto a Bologna,
la universidad de esta ciudad fue también de gran importancia; pero más bien en el campo de la ley
eclesiástica y civil, que en el de la teología dogmática o de la filosofía. Fue en París que, antes que
cualquier otro lugar, el contacto entre la teología cristiana y la filosofía griega e islámica llevó a
resultados importantes. En Oxford los teólogos-filósofos eran marcadamente conservadores en
espíritu, ligados fuertemente a la tradición agustiniana, si bien este conservatismo estaba
combinado con otra característica, propia del Oxford del período, es decir, el cultivo de las
matemáticas y la ciencia según fue transmitida por los árabes.

Estructura. Los estudios universitarios estaban divididos en cuatro facultades: teología, leyes,
medicina y artes. La mayoría de los estudiantes eran clérigos mayores de trece años, que durante
siete años estudiaban el Trivium (del latín, tres caminos), que consistía en gramática, lógica
(dialéctica) y retórica; y, el Quadrivium (del latín, cuatro caminos), que consistía en música,
aritmética, geometría y astronomía. Al terminar el curso en las siete artes liberales, donde estudiaba
la mayoría, se obtenía el título de Bachiller en Artes. Luego comenzaban los estudios superiores en
cualquiera de las otras facultades (teología, leyes o medicina), que duraban unos siete años más y
que terminaban con el título de Magíster (maestro), título que le daba al graduando el derecho a
enseñar. Teología no era un curso que seguía todo el clero, sino sólo los más capaces. El grado de
preparación de la mayoría de los sacerdotes era muy pobre. Contaban con algo de latín aprendido
en la escuela de gramática y en la catedral, algo de Trivium y Quadrivium, más un poco de exposición
bíblica y preparación práctica, que impartía el obispo o algún otro maestro. El idioma universitario
era el latín, lo que facilitó el intercambio cultural, pues en todas partes de Europa se enseñaba en
forma semejante, usando la misma lengua.

Influencia. El método de enseñanza era escolástico y consistía en la lectura de textos realizada


por el maestro y ampliada con sus comentarios personales. Los estudiantes tomaban nota de lo que
el maestro leía o comentaba, y participaban de los debates que seguían. No había muchos libros y
los estudiantes eran pobres y pendencieros. No obstante, fue en las universidades medievales
donde se desarrolló la escolástica y donde la teología y la filosofía tuvieron su mejor hora. Los
conocimientos científicos fueron muy escasos, debido al interés absorbente por la teología y la
filosofía. Además, todo conocimiento se fundaba en textos ya escritos, dejando de lado toda
observación o experimentación propias, y por cierto, todo tipo de aproximación crítica.

_ La mística

Junto con el desarrollo del escolasticismo y las universidades se dio en la alta Edad Media un
reavivamiento de la mística cristiana. Mientras los escolásticos se esforzaban por llegar al
conocimiento de las verdades reveladas mediante el raciocinio, los místicos preferían sumergirse en
las verdades reveladas por medio de la contemplación interior, para exponer después los resultados
de su experiencia de un modo más formal. En un sentido, la escolástica y la mística parten de un
mismo principio. Se distinguen únicamente por la manera como cada una busca las verdades
religiosas. La escolástica, como vimos, lo hace por medio de la dialéctica, mientras que la mística
por medio de la contemplación. La escolástica discute; la mística intuye.

Muchos místicos destacados, como Bernardo de Clairvaux, escribieron comentarios sobre el


Cantar de los Cantares, al que le dieron una interpretación de carácter alegórico, y escribieron
poemas e himnos de profundo contenido espiritual. Tomás de Aquino no sólo fue el teólogo más
destacado del período, sino un gran místico. Sus obras místicas, como Punge lengua y Lauda, Sion
presentan a un Aquino que estaba enamorado de Jesús. Se dice que sus sermones movían a los
oyentes al llanto. En su comentario sobre los Salmos (por ejemplo, Salmos 32 y 46), Tomás sugiere
que el jubileo o regocijo místico es la manera correcta y más profunda de alabar al Señor, porque
nos permite expresarnos aun cuando las palabras racionales no alcancen o el lenguaje conceptual
no sea suficiente. Buenaventura, otro teólogo medieval destacado, supo combinar el rigor de un
teólogo competente con el amor simple de un místico. El jubileo (que incluye el alabar al Señor en
lenguas) jugó un papel importante en su teología del misticismo. Según él, el jubileo o regocijo
exaltado es particularmente fuerte justo antes de la unión con Dios. En su obra Camino triple, una
de sus obras más importantes sobre misticismo, Buenaventura señala dos pasos en este proceso.
Primero, el alma es limpiada a través del dolor, las lágrimas y el arrepentimiento. Luego viene el
perfeccionamiento del alma a través de la alabanza, la acción de gracias y el jubileo.

Juan Gerson (1362–1428) fue uno de los más grandes eruditos de la Edad Media. Como rector
de la Universidad de París hizo importantes contribuciones a la educación superior. Fue también un
predicador muy popular y un defensor de la teoría conciliar para la renovación de la Iglesia. En sus
obras, Gersón describe una forma particularmente exuberante de regocijo, que él pone en contraste
con el ruido descontrolado de las calles y los teatros. Según él, el jubileo cristiano resulta de una
experiencia profunda del gozo del Señor y puede ocurrir durante el éxtasis místico. Para él, este
regocijo es un gozo puro del corazón que se manifiesta en el cuerpo a través de la canción y gestos
corporales espontáneos.

Juan Gerson: “La hilaridad de la persona devota … es una cierta dulzura maravillosa e
inexplicable que toma control de la mente … de modo que ahora ella ya no se controla.
Ocurre una especie de espasmo, éxtasis o partida.… La mente brota, salta o danza por medio
de los gestos del cuerpo, que son graciosos, y luego se regocija en una manera imposible de
expresar.… La alabanza es placentera, la alabanza es agradable, en razón de que la pureza
del corazón canta junto con la voz.”

LOS PAPAS EN EL PODER

Con la coronación de Carlomagno por el Papa León III (800) nació el Sacro Imperio Romano-
Germánico. Con esto se restauró el Imperio Romano occidental destruido desde el año 476 por los
bárbaros germanos, pero con un sentido enteramente cristiano. La corona imperial no aumentó en
nada el poder real o territorial de Carlomagno, pero ante la cristiandad entera le confirió una
autoridad moral, y sobre todo, una dignidad político-sacral. Bajo el Sacro Imperio Romano-
Germánico quedaron unificados todos los cristianos de la Europa occidental.

José Luis Romero: “Durante el transcurso de la alta Edad Media, y a medida que se
acentuaba el regionalismo feudal, la autoridad de los papas romanos creció y se afirmó
decididamente. En una Europa que guardaba fervorosamente el recuerdo del Imperio
Romano y que, sin embargo, se resistía a congregarse en uno nuevo—pues el Santo Imperio
Romano-Germánico no extendía su influencia fuera de Alemania e Italia—, el papado
representaba un vínculo espiritual que satisfacía la concepción universalista predominante
sin imponer una relación de dependencia política.”

La unificación de todos los cristianos en un gran Imperio correspondía a la idea agustiniana de


la Ciudad de Dios. Agustín presentaba al reino de Cristo como algo que ya existía en este mundo
dondequiera que la Iglesia compartiera el poder con el Estado. Según esta idea, el Papa, como
cabeza de la cristiandad, y el Emperador como cabeza suprema temporal, tenían que trabajar en
unión estrecha para el doble fin de la humanidad: el trascendente o eterno y el inmanente a este
mundo. Éste fue el fundamento ideológico del concepto de cristiandad. “Cristiandad” designa, en
sentido lato, al conjunto de los fieles cristianos, al mundo cristiano; en sentido estricto, se refiere al
control de la Iglesia sobre el aparato estatal, con el sueño de reunir el poder espiritual y terrenal en
un reino duradero, una especie de civilización cristiana, bajo el control de la Iglesia. El emperador
tenía el derecho y el deber de proteger a la Iglesia y colaborar con la difusión del evangelio, mientras
que la Iglesia bendecía al emperador y legitimaba su poder político.

_ Los Papas posteriores a Carlomagno


Los cristianos occidentales de la Edad Media no tenían dudas en que el obispo de Roma tenía
un lugar central en el reino de Cristo. Pensaban de él como “vicario,” es decir, el representante de
Pedro, que en el Nuevo Testamento es el primero de los apóstoles (Mt. 10:2) y es la roca sobre la
que se edifica la iglesia (Mt. 16:18). El obispo de Roma era único en muchos aspectos y la leyenda
ayudó a incrementar su prestigio y fundamentar sus pretensiones. Documentos falsos como la
Donación de Constantino y las Decretales Pseudo-isidorianas sirvieron a este propósito.

El Papa había actuado de manera independiente durante mucho tiempo como el único
gobernante de Roma y sus territorios vecinos. En 753 fue a París a coronar a Pipino el Breve como
si el reino franco fuese suyo. El Papa era el único poder “unificador” en una Europa atomizada por
los diversos reinos germánicos. Su autoridad recordaba la unidad bajo el Imperio Romano y
garantizaba la continuidad de los viejos tiempos. Sin embargo, fue la personalidad, ingenio,
persistencia y convicción de ciertos papas lo que paulatinamente fue haciendo realidad tales
pretensiones hegemónicas.

Algunos papas del siglo IX. Gregorio IV (827–844) fue invitado por Lotario a Alemania para hacer
de intermediario entre Ludovico Pío (sucesor de Carlomagno) y sus hijos rebeldes. Pero no consiguió
nada por su postura a favor de Lotario, uno de ellos. Sergio II (844–847) vio a los sarracenos llegar
hasta Roma y saquear las basílicas de San Pedro y de San Pablo. Para evitar estos asaltos, León IV
(847–855) hizo rodear de murallas el Vaticano, mientras que Benedicto III (855–858) tuvo que luchar
por mantener su posición con un candidato imperial. Fue en estos años que apareció un Papa (que
aparentemente gobernó dos años entre León IV y Benedicto III), y que resultó ser una mujer, la
papisa Juana. Se dice que el engaño se descubrió cuando la mujer dio a luz durante una procesión.

Nicolás I (858–867). Nicolás I fue el Papa más importante de todo el primer período medieval.
Nicolás aceptó como auténticos los documentos que apoyaban su poder y actuó convencido de lo
que decían. Él estableció un nuevo concepto de la dignidad y poder del papado. Según él, el Papa,
que era la cabeza de la Iglesia, pasaba a ser la cabeza de la cristiandad, es decir, su gobierno se
extendía sobre todas las tierras donde la Iglesia ejercía su ministerio y poder. En consecuencia, tenía
un rango igual o mayor que el del emperador y actuaba independiente de él. En 843, por el Tratado
de Verdún, el imperio de Carlomagno había sido dividido por sus sucesores en tres partes: Francia
(Carlos), Alemania (Luis), y Este de Francia y Norte de Italia (Lotario). Nicolás no tuvo que enfrentar
a un solo emperador, sino a tres reyes que competían entre sí. Por eso, fue famoso por su dominio
de los emperadores y los reyes. En 863 le ordenó a Lotario II que retomara a su esposa, a la que
había repudiado por otra mujer, y declaró su matrimonio indisoluble. Además, excomulgó a los
prelados que habían autorizado la separación y depuso a los arzobispos que se opusieron a su
medida. Lotario II intentó atacarlo en Roma, pero el emperador Luis II se reconcilió con él y Lotario
tuvo que despedir a su amante y recibir a su esposa.

Nicolás pensaba del Papa como el único líder de la Iglesia Católica. Él sostenía el derecho de los
obispos de pasar por arriba de los metropolitanos y apelar a Roma. Pero también aplicó una fuerte
disciplina a los obispos y arzobispos que lo resistían, incluso usando la excomunión. Con esto, Nicolás
pretendía que el Papa era el juez supremo y que la ley de la Iglesia no era válida excepto cuando
estaba aprobada por el Papa, quien era el representante personal (vicario) de Cristo. De igual modo,
se atribuyó el derecho de censurar los escritos sobre la fe y la doctrina, y estableció el precedente
de que la Iglesia Romana tenía el poder para confirmar concilios. Los decretos conciliares eran nulos
si no estaban refrendados por el Papa. Los sínodos no eran otra cosa que instrumentos para expresar
la voluntad papal. En todas estas cuestiones, Nicolás hizo uso de las Decretales pseudo-isidorianas
para fundamentar sus pretensiones.

Nicolás I es recordado también por su desavenencia con el patriarca Focio, que terminó en un
primer cisma con la Iglesia Bizantina. Focio, que era un laico erudito, gobernó como patriarca
durante dos períodos (857–867 y 878–886). En 863, Nicolás I depuso a Focio y reconoció a Ignacio
(que había sido depuesto en 857 por el emperador bizantino) como el legítimo patriarca. Focio
respondió acusando a la Iglesia Romana de herejía por incluir la cláusula filioque en el Credo Niceno-
Constantinopolitano y por la práctica de ayunar el día sábado en lugar del día domingo. Para
complicar más las cosas, en estos años había una disputa entre Este y Oeste por el control
eclesiástico de Bulgaria.

_ Los Papas desde fines del siglo IX a principios del siglo XI

La falta de un emperador todopoderoso le dio la oportunidad a un Papa fuerte como Nicolás I


de demostrar lo que un Papa, como cabeza de la cristiandad, podía hacer. Pero un siglo más tarde,
la falta de un gobierno efectivo en Roma, el desorden y los problemas sucesorios llevaron al papado
al desastre. El problema mayor fue que el papado pasó a ser la propiedad privada de algunas familias
romanas.

El siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). El siglo X es conocido como “el siglo de hierro de la Iglesia”
en razón de su barbarie y esterilidad espiritual. Fue un tiempo de profunda crisis moral y espiritual
tanto dentro como fuera de la Iglesia. Fue un tiempo oscuro, plagado de escándalos papales y
pérdida de todo sentido de integridad. Los papas entraban y salían de su trono con violencia, y la
mayoría no logró ostentar el poder más que por unos días o meses. Con el papa Sergio III (904–911)
comenzó un tiempo de anarquía, en el cual los papas pasaron a ser títeres de la poderosa familia de
Teofilacto. Éste era tesorero de la Iglesia Romana, jefe del ejército y senador. A su lado estaba
Teodora, mujer ambiciosa y poco escrupulosa en materia de honestidad. Una hija de este
matrimonio, Marozia, terminó quedando dueña absoluta del poder en Roma y nombró Papa a su
propio hijo, Juan XI (931–935), a quien había engendrado con el papa Sergio III.

Años más tarde llegó al trono papal Juan XII (955–964), nieto de Marozia, cuando contaba con
sólo dieciocho años. El nivel de corrupción que el papado alcanzó con él es difícil de describir. Ya
antes de llegar a ser Papa, había hecho un pacto con el diablo durante una orgía. Su conducta pública
y privada fue simplemente escandalosa. Su gobierno infame de la Iglesia llegó a su fin con el
advenimiento de Otón I (936–973) de la dinastía de Sajonia al trono imperial en 962. Otón lo
destituyó y colocó a León VIII en su lugar. Cuatro meses más tarde, Juan convocó un sínodo en Roma,
excomulgó a Otón y poco después murió, terminando así este período de pornocracia.
No obstante, al morir Otón I (973) se sucedieron los desórdenes en Roma. Al frente de la nobleza
apareció una nueva familia, los Crescencios, que se adueñarían de la ciudad por unos cuarenta años
más. Otón II (973–983) no pudo dominar la situación romana y finalmente murió joven dejando el
papado de nuevo en manos de la nobleza local. Su hijo, Otón III (983–1002) se presentó en Roma
en 996, llamado por el papa Juan XV, quien reconoció su supremacía. A la muerte de Juan XV, los
romanos pusieron en sus manos la elección del nuevo Papa, que resultó ser Gregorio V (996–999),
el primer alemán en el trono papal. Al morir éste, eligió a Silvestre II (999–1003), el primer francés
en llegar al pontificado. El ideal de Otón III era la renovación del Imperio Romano, concebido como
un gran reino cristiano, una federación de naciones independientes, con igualdad de derechos y con
capital en Roma. Pero los sueños imperiales de Otón III acabaron trágicamente. Una rebelión de los
romanos, que no veían con buenos ojos la continua presencia el emperador en Roma, lo obligó a
huir junto con el papa Silvestre II. Al morir poco después Otón III y Silvestre II, el papado cayó de
nuevo en manos de la nobleza romana.

Las primeras décadas del siglo XI. Hacia el año 1000 se produjeron levantamientos populares en
contra del sistema feudal y el papado, al que acusaban de ser propiedad de una familia noble de
Roma, los Túsculo. El peor de todos los papas designados por esta familia fue Benedicto IX (1032–
1044), un adolescente degenerado (dieciocho años), que fue depuesto por el pueblo en el año 1044.
En su lugar los romanos nombraron a Silvestre III (1045), pero pocas semanas más tarde fue
depuesto por Benedicto IX, que vendió el trono recuperado al mejor postor. El comprador fue
Gregorio VI, su padrino y presbítero romano, que pagó cien talentos de plata, y que tenía
intenciones de reformar el papado. Benedicto cambió de parecer y no quiso abandonar lo que había
vendido y esto significó que en un momento en Roma había tres papas: Benedicto IX, Silvestre III y
Gregorio VI.

El pueblo romano no soportó la situación y apeló al emperador Enrique III (1039–1056), quien
depuso a los tres y nombró a su primo León IX. Silvestre III fue encerrado en un monasterio, y
Gregorio VI fue desterrado a Colonia, a donde lo acompañó Hildebrando, el futuro papa Gregorio
VII, hasta el día de su muerte. Más tarde, León IX invitó a Hildebrando a que se le uniera en sus
planes de reforma.

Jeffrey Burton Russell: “Su intervención más recordada [de Enrique III] fue en el llamado
sínodo de Sutri (1046), en el cual tres personas distintas reclamaban haber sido elegidas
legítimamente como papas. Había acusaciones mutuas entre ellos de haber accedido al
papado mediante regalos y dinero. Enrique III indujo a los tres reclamantes a deponer sus
pretensiones e hizo elegir como Papa a un obispo alemán [Clemente II (1046–1047)];
cuando éste y su sucesor murieron, promovió la ascensión al papado del obispo Bruno de
Toul, quien tomó el nombre papal de León IX (1048–1054).”

_ Los grandes Papas reformadores del siglo XI

León IX (1049–1054). La primera acción de León IX fue rehusarse a entrar en Roma con gran
pompa, como correspondía a un Papa. Lo hizo descalzo y vestido como un peregrino. En cinco años
sólo estuvo en Roma seis meses; viajó incansablemente revigorizando la Iglesia, mejorando su
disciplina y animando a arzobispos y obispos a cumplir su ministerio. León estaba imbuido del ideal
de reforma de la Iglesia.

León estaba formado en el espíritu de los monjes Cluny y planeó un programa de reforma de la
Iglesia en tres direcciones. Primero, se propuso la reforma de la Iglesia para librarla de la corrupción
que imperaba. Luchó contra la simonía y el nicolaísmo (una herejía del siglo I). Segundo, llevó a cabo
campañas militares contra los normandos y los musulmanes, si bien en esto no le fue bien. En 1053
dirigió personalmente una campaña militar contra los normandos del sur de Italia, pero cayó
prisionero. Esto fue un antecedente de las Cruzadas, de la idea del soldado cristiano y de la Iglesia
tomando la iniciativa de la guerra. Y, tercero, durante su papado el rompimiento entre Roma y
Constantinopla fue total. La política de León en el sur de Italia (que pertenecía a Oriente) ayudó a
esto, ya que León celebró sínodos y depuso a algunos obispos. Así, la lucha por el poder y nuevas
disputas teológicas terminaron en el cisma definitivo en 1054, que ocurrió unos meses después de
su muerte. Los representantes del Papa excomulgaron al patriarca Miguel Cerulario en Santa Sofía.

Nicolás II (1058–1061). Su pontificado es recordado por el decreto relativo a la elección del Papa.
Para liberar definitivamente las elecciones papales de las injerencias de los nobles y de la corte
imperial, reunió un sínodo en Roma en 1059, que promulgó un nuevo reglamento para elegir al Papa
y liberó al papado de su relación política con la ciudad de Roma y sus desórdenes. Esto significó que
en adelante el Papa no sería elegido por el pueblo de Roma, sino por un colegio de cardenales. El
Papa no tenía que ser necesariamente romano ni venir a Roma a fin de ser coronado para ejercer
su autoridad.

Nicolás II - Decreto sobre la elección papal (1059): “Nosotros decretamos y decidimos que
a la muerte del pontífice de esta iglesia romana universal, los cardenales obispos,
determinen todas las cosas con el mayor cuidado, adscriban enseguida a los cardenales-
presbíteros, y que el resto del clero y el pueblo dé su asentimiento a la nueva elección, de
suerte que, en prevención de que el veneno de la venalidad se deslice bajo un pretexto u
otro, sean los hombres religiosos los primeros que promuevan la elección del pontífice y
que otros la sigan.… Que escojan al elegido del seno de la iglesia romana misma si se
encuentra una persona capaz, y si no que la busquen en otra iglesia.”

Este mismo sínodo prohibió la investidura de laicos, es decir, la ordenación de un abad u obispo
por el gobierno secular. Este decreto indignó a la corte imperial, y para prevenir las posibles
represalias de los alemanes, Nicolás II buscó el apoyo de los normandos del sur de Italia. En 1059 se
firmó también un tratado por el cual los normandos pagaban tributo a la Santa Sede y defendían a
la Iglesia contra todo ataque de sus enemigos.

Gregorio VII (1073–1085). En el año 1073, Hildebrando, que durante veinticinco años había
estado junto al trono papal fue coronado, no conforme a las reglas de 1059, sino por aclamación
popular con la aprobación de los cardenales. Hildebrando adoptó el nombre de Gregorio VII, y fue
el más grande de todos los papas medievales. Fue uno de los papas reformadores más radicales: sus
legados recorrieron toda Europa corrigiendo y castigando abusos. Su programa de reforma
comprendía dos cuestiones esenciales: la lucha contra la simonía y el nicolaísmo, y la lucha contra
la investidura laical. Según él, no había dos poderes en los planes de Dios (el temporal y el espiritual),
sino sólo uno: el poder espiritual. Por eso, los príncipes debían besar sus pies.

Norman E. Cantor: “Continuando en la veta agustiniana, Gregorio concluyó que el único


poder legítimo en el mundo residía en el sacerdocio, particularmente en el obispo de Roma
como el vicario de Cristo sobre la tierra. Sólo aquellos que se sometían a esta autoridad
divinamente constituida podían esperar ser incluidos en la ciudad celestial. Enfatizando
fuertemente el concepto de libertad paulino-agustiniano, él afirmaba con denuedo que la
libertad del cristiano consistía en la sujeción de su voluntad egoísta a los fines divinos que
el papado perseguía en el mundo. Sólo un orden mundial en el que se concretaban estas
doctrinas podía ser llamado justo y correcto.”

Las metas de Gregorio. Las metas principales de Gregorio fueron varias y muy importantes.
Primero, eliminar la oposición al papado dentro de la Iglesia. Segundo, liberar a Roma de la
influencia secular en el nombramiento de papas y oficiales eclesiásticos. Y, tercero, conseguir el
apoyo de los poderes seculares para lograr los ideales papales de dominación.

Los medios de Gregorio. Para alcanzar estas metas, Gregorio utilizó diversos instrumentos, entre
ellos los siguientes. Por un lado, la excomunión, que significaba la suspensión de los sacramentos y
por lo tanto la condenación eterna y también temporal, ya que el excomulgado era marginado. Si el
excomulgado era un rey, sus súbditos no estaban obligados a obedecerlo y cualquier católico fiel
podía adueñarse de sus propiedades. Por otro lado, el interdicto, que era la excomunión de toda
una comunidad, incluso de todo un país. Las iglesias se cerraban y no se administraban los
sacramentos, excepto el bautismo y la extrema unción. Y, finalmente, el bando, que declaraba fuera
de la ley a quien era puesto bajo el mismo. La persona así condenada carecía de toda protección
legal y el poder secular podía disponer incluso de su vida.

El poder de Gregorio. Utilizando estos instrumentos con bastante elasticidad y fuerza, apelando
a documentos falsos e invocando la autoridad de Pedro, Gregorio VII fue ganando cada vez más
poder e influencia sobre los poderes seculares. En 1075 publicó un resumen de los privilegios de la
Santa Sede, donde expuso su concepción sobre el poder pontificio en relación al poder de los reyes
y emperadores. En la proposición doce se proclamaba el poder del Papa para deponer a los reyes, y
en la veintisiete el poder de librar a los súbditos del juramento de fidelidad respecto a sus soberanos.

Las reformas de Gregorio. Entre las reformas más importantes de Gregorio, mencionamos
especialmente dos. Por un lado, se les negó a los reyes y príncipes el derecho de nombrar obispos y
Papas. Por otro lado, se proclamó el celibato del clero, medida que resultó en un alivio económico
para Roma, en el aumento de la diferencia entre clérigo y laico, en una mayor movilidad y
disponibilidad del clero, en la eliminación del nepotismo, y en el enriquecimiento de la Iglesia, que
era la única heredera de las posesiones de los obispos cuando éstos morían.

Los problemas de Gregorio. El choque con el poder temporal fue el problema más serio que
confrontó Gregorio. Éste se produjo en ocasión de la controversia de las investiduras, cuando
Enrique IV, rey de Alemania, que pretendía ser coronado emperador del Sacro Imperio por el Papa,
nombró por su cuenta al arzobispo de Milán. Gregorio VII le escribió una carta reprendiéndolo y
aquél le respondió convocando un sínodo (1076), que depuso a Gregorio como Papa. Enrique envió
a Roma el documento de deposición con una carta dirigida a “Hildebrando, ya no Papa, sino monje
falso.” El Papa excomulgó y depuso a Enrique IV, absolviendo al pueblo de su juramento de fidelidad.
Gregorio no tenía un ejército para hacerle frente, pero Enrique contaba con fuerzas que fácilmente
se podían dividir, porque el poder real todavía no era lo suficientemente fuerte. Así, Enrique se dio
cuenta de que se quedaba sin el respaldo de los sajones y de los príncipes alemanes, y que debía
actuar sin demora haciendo las paces con el Papa a cualquier costo.

Gregorio viajaba de Roma a Alemania, para asistir a una dieta que decidiría esta cuestión, y se
detuvo en Canosa (1077), en el castillo de la condesa Matilde de Toscana. Enrique con su esposa e
hijo en pleno invierno cruzó los Alpes para verlo y estuvo parado descalzo en la nieve durante tres
días en la puerta del palacio esperando que el Papa lo recibiera. Finalmente, se le levantó la
excomunión y prometió obediencia y fue restaurado al seno de la Iglesia.

Gregorio VII: “Sin ninguna muestra de hostilidad o insolencia, llegó al pueblo con una
comitiva pequeña. Durante tres días estuvo de pie en miseria delante del pórtico del castillo,
habiéndose quitado su capa real, descalzo, vestido sólo con ropas de lana. Con muchas
lágrimas imploró la ayuda y consolación de nuestra piedad apostólica.… Finalmente,
movidos por la urgencia de su dolor, y las oraciones de todos los presentes, soltamos el yugo
de su excomunión, y lo recibimos en el seno de la santa madre Iglesia.”

Este acto de humillación fortaleció la imagen del rey ante sus súbditos y éste, lejos de claudicar
en sus pretensiones, declaró la guerra al Papa, a quien finalmente derrotó (1083) enviándolo al
exilio, donde murió. Enrique coronó a un nuevo Papa (Clemente III) y éste lo coronó emperador
(1084). Estas luchas en torno al problema de la investidura y el trono papal no terminaron hasta
comienzos del siglo XII, cuando se hizo un arreglo: la Iglesia nombraría a los obispos, pero con la
aprobación del emperador.

_ Los Papas de los siglos XII y XIII

Alejandro III (1159–1181). Comenzó su reinado con dificultades, especialmente con Federico
Barbarroja (1152–1190) el rey alemán, pero pudo continuar la obra reformadora de Gregorio VII.
Entre sus contribuciones cabe mencionar que fue él quien citó el Tercer Concilio de Letrán, que se
reunió en 1179. Este concilio decretó: (1) sólo los cardenales podían nombrar al Papa; (2) los
cristianos que morían peleando contra la herejía recibían el perdón de todos sus pecados; (3) las
autoridades seculares no debían interferir en los asuntos de la Iglesia; y, (4) la canonización de los
santos debía ser aprobada por Roma.

En relación con lo último, Alejandro III convirtió en monopolio papal toda la cuestión de la
canonización de los santos. Con las Cruzadas, el comercio de las reliquias y su veneración fue
creciendo hasta llegar a ser un verdadero furor. Las iglesias y los particulares competían entre sí en
cuanto a quién poseía las reliquias más valiosas y milagrosas. Esto había dado un fuerte impulso al
culto de los santos, que llegó a tener cierto peso político. De allí la decisión del Papa de poner control
sobre el mismo.

Inocencio III (1198–1216). A fines del siglo XII llegó al trono de Roma otro de los grandes papas:
Inocencio III, el Papa de los grandes logros y de las glorias mayores durante la Edad Media. Sus
contemporáneos lo llamaron “estupor del mundo.” Tomó el título usado por Gregorio de “Vicario
de Pedro” y lo transformó en “Vicario de Cristo.” Sus pretensiones de poder fueron menos radicales
que las de Gregorio, en parte porque era más estadista y menos batallador, y en parte porque no
había muchos opositores. Su gobierno llevó al máximo el poder papal, que alcanzó la cúspide del
poderío terrenal. Llegó a ser el mayor poder de Europa y manejó la política internacional a su antojo,
coronando y deponiendo reyes, excomulgando individuos y naciones, y otorgando favores y reinos
a quienes le rendían homenaje.

Inocencio III colocó al papado en el centro de los movimientos mundiales. Al igual que Nicolás
I, consideraba que “el mundo es una ecclesia,” de modo que consideraba como derecho y obligación
aprobar a reyes y emperadores. La Iglesia Romana era la legisladora final de toda la cristiandad y su
autoridad se extendía sobre toda la societas christiana, cuyos gobernantes debían someterse a los
juicios del Papa. Para lograr esto, el papado tenía derecho a utilizar todas las armas espirituales
disponibles, sobre todo la excomunión y el interdicto, y a emplear todos los recursos del privilegio
espiritual. Por lo tanto, el mundo tendía a dividirse no en personas buenas o malas, sino en papistas
y antipapistas.

Dos de los logros mayores de Inocencio III fueron: (1) El Cuarto Concilio Laterano de 1215, que
por orden papal reunió a autoridades eclesiásticas y seculares de toda Europa, y que fue el más
importante de toda la Edad Media (asistieron unos 1.200 prelados). Entre otras cosas, este concilio
enfatizó la importancia de la predicación y la enseñanza, la disciplina moral del clero, se declaró
como artículo de fe la transubstanciación, se hizo obligatoria la confesión y la comunión anuales y
se inauguró la inquisición para la represión de los herejes (especialmente de valdenses y albigenses).
El concilio decretó una nueva Cruzada y prohibió la fundación de nuevas órdenes religiosas. (2) El
reconocimiento de los frailes: durante su gobierno se alentó a laicos y humildes que se consideraban
llamados a una vida de pobreza a organizarse como órdenes de frailes (“hermanos”). Fue en este
tiempo que surgieron y recibieron aprobación los franciscanos y los dominicos.

Para entonces, ya estaba internalizada en toda Europa occidental la idea de una sociedad
cristiana y el paradigma de cristiandad había alcanzado su expresión más alta. Este proceso había
comenzado en el período anterior, pero fue en el siglo XIII que se completó con el Papa en la cúspide
del poder político y religioso. A partir de aquí el prestigio papal comenzaría a decaer hasta llegar a
niveles increíbles.

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 950–1350

_ Conflicto
El territorio capturado por el Islam continuó en sus manos, excepto España, que comenzó a ser
reconquistada lentamente para el cristianismo. Sicilia, que había caído en manos musulmanas en el
año 902, fue capturada por los normandos (que posteriormente se hicieron cristianos), en el año
1091. Más seria fue la revigorización del Islam producida por el advenimiento de los turcos
selyúcidas, que invadieron Asia Menor y amenazaron la ciudad de Constantinopla. Las Cruzadas, que
comenzaron en 1096, lograron recuperar Asia Menor y durante algún tiempo pudieron mantener
reinos cristianos en Siria y Palestina, pero no en forma permanente.

_ Expansión

A pesar de los muchos problemas internos (pornocracia, controversia de las investiduras), la


cristiandad occidental continuó en plena expansión en Occidente. Escandinavia fue evangelizada
gracias a las influencias y los misioneros provenientes de Inglaterra, comenzando con la conversión
de Olaf Trygveson en el año 995. Desde Noruega, la fe cristiana se expandió a las islas del Mar del
Norte, llegando a Islandia y Groelandia. A partir del año 1000, desde Inglaterra y Dinamarca se
evangelizó Suecia. El progreso aquí no fue muy rápido, pero sí persistente. En la misma época el
cristianismo avanzaba hacia Polonia y Hungría, y hacia el año 1150 los vendos paganos se
convirtieron.

En Oriente la Iglesia Ortodoxa ganaba a los búlgaros en el año 964, a los serbios un poco más
tarde, y en el año 987 el cristianismo penetraba en el Ducado de Kiev y comenzaba la gran expansión
en Rusia. En definitiva, sería este cristianismo ortodoxo ruso el que forjaría la identidad nacional y
la cultura de esta gran nación, aun en medio de las invasiones mongolas.

GLOSARIO

apocalipticismo: movimiento que pretende descubrir un ordenamiento inteligible en el curso


general de los acontecimiento humanos y, especialmente, concede importancia central en ese
ordenamiento a la vida histórica de Cristo. Los eventos anteriores a él se interpretan como
preparatorios, y los sucesos posteriores como desarrollo de sus consecuencias. Divide la historia en
antes y después de Cristo.

ábside: extremo, frecuentemente oriental y en forma de polígono o semicircular, de una iglesia,


límite del presbiterio, el lugar donde se encuentran el altar y el coro.

baldaquino: o baldaquín, de Baldac, nombre dado en la Edad Media a Bagdad, de donde venía una
tela así llamada. Con esa tela de seda se confeccionaba una especie de dosel o palio a modo de
pabellón que cubría el altar mayor. En Santa Sofía, el baldaquino estaba debajo del gran domo
(cúpula o bóveda) central en forma de una media esfera.

breviario: libro que contiene el orden completo del Oficio Divino de cada día y las oraciones que se
ofrecen en cada momento.
catholikós: obispo patriarca o primado de ciertas iglesias orientales, especialmente de la Iglesia
Armenia o de las iglesias nestorianas (Iglesia del Este) como la Iglesia Ortodoxa Siria.

cenobita: persona (hombre o mujer) que profesa o practica la vida monástica o cenobítica; monje o
anacoreta que expresa su vocación religiosa mediante una vida en común (del griego koinóbion), es
decir, en comunidad, en oposición a la vida eremítica.

completas: última hora de oración del Oficio Divino. Fueron establecidas en Occidente por Benito
de Nursia en su Regla, proveyendo un oficio de retiro para las comunidades religiosas posterior a las
Vísperas, que se ofrecían al atardecer. Incluía varios salmos y el Nunc Dimittis o cántico de Simeón
(Lc. 2:29–32).

Cruzadas: guerras realizadas durante los siglos XI a XIII (1096–1291) por los cristianos occidentales
para reconquistar el Santo Sepulcro del dominio de los turcos selyúcidas musulmanes. Al principio
fueron guerras de carácter religioso. Los cristianos marchaban hacia Oriente a combatir por la cruz,
signo que bordaban en rojo sobre sus vestidos para destacar la finalidad de su empresa. De allí el
nombre de “cruzadas.”

devoción: amor, fervor y veneración religiosa, y la manifestación exterior concreta de estos


sentimientos a través de actos rituales. En la Edad Media, las devociones fueron el conjunto de
mediaciones religiosas, a través de las cuales el pueblo sencillo y carente de una adecuada
formación teológico-doctrinal, expresaba su dependencia de la divinidad y su piedad. Las
devociones eran un medio para conseguir la satisfacción de alguna necesidad sentida e inmediata.

dieta: del latín dies, día. Asamblea política en que se discutían los negocios públicos de una nación.
Llevaron este nombre las asambleas deliberantes celebradas en la Edad Media y comienzos de la
Moderna en Alemania, Polonia, Hungría, Suiza, Suecia, Dinamarca y Croacia.

epítome: resumen o compendio de una obra extensa; síntesis o ejemplo de algo. En retórica es una
figura que se utiliza cuando, después de dichas muchas palabras, para mayor claridad se repiten las
primeras.

eremita: del griego eremítes, que deriva de éremos, desierto, yermo. Se refiere a la persona (hombre
o mujer) que sigue el modo de vida ascético propio de la vocación y disciplina de un ermitaño o
eremita, que vive una vida apartada del mundo y consagrada a la oración y meditación en solitario,
en oposición a la vida monástica en comunidad.

escapulario: distintivo de ciertas órdenes religiosas, que consiste en un pedazo de tela, que cuelga
sobre el pecho y la espalda. Pedazo pequeño de tela, generalmente con una imagen de la Virgen
María, que se lleva por devoción colgado al cuello con dos cintas largas.

gleba: tierra que constituye la dotación de una iglesia parroquial. Tierras a las que estaban adscritos
determinados colonos y posteriormente los siervos (siervos de la gleba).
indulgencia: según la fe católica romana, es la remisión de la deuda debida a Dios por el pecado
después que la culpa ha sido perdonada. La remisión tiene que ver con el período de corrección y
disciplina en el Purgatorio. Se dice que esto es posible debido al “tesoro de méritos” que se supone
ha sido acumulado por Jesús, la Virgen María y los santos.

liturgia: del griego leitourgia, obra o servicio público. Se refiere al campo religioso-cultural,
especialmente la relación con los ritos religiosos, sobre la base del comportamiento ritualizado en
cuanto tal o de las implicaciones emotivas y existenciales propias de determinadas ceremonias y
manifestaciones religiosas.

maitines: el oficio nocturno del breviario, derivado de la práctica de las vigilias de la iglesia primitiva.
Destinados a decirse a la medianoche en la Iglesia Romana.

metropolitano, na: perteneciente o relativo a la metrópoli arzobispal, arzobispo. Se aplica también


a la iglesia arzobispal que tiene dependientes otras sufragáneas, lideradas por obispos.

milenarismo: del latín millenarius, que contiene un mil. Movimiento social reactivo basado en la
creencia de que la brecha entre el ideal cultural y la realidad social se cerrará (y durará por mil años).
Es la creencia en el inminente advenimiento de un período histórico utópico de mil años de
duración, que inaugurará un milenio de paz y felicidad, y que ocurrirá después de la segunda venida
de Cristo y con anterioridad al fin del mundo.

nicolaísmo: doctrina de los nicolaítas, herejes del siglo I que formaron una de las más antiguas sectas
heterodoxas del cristianismo (Ap. 2:6, 15). Se los acusaba de promiscuidad y orgías, especialmente
de la práctica de la fornicación como idolatría. Se los identificaba con un tal Nicolás.

normandos: hombres del norte, procedían de las comarcas de Europa septentrional, Escandinavia
y Dinamarca. Eran de origen germánico, pero al asolar las costas de las Islas Británicas y de Francia,
todavía eran paganos. Comprendían tres tribus principales: daneses, noruegos y suecos.

Oficio Divino: (Opus Dei u obra de Dios, según Benito) es el conjunto de actividades litúrgicas
cantadas o recitadas en las horas canónicas (de oración) de cada día. El oficio monástico era algo
más largo que el cantado en las iglesias seculares.

órdenes mendicantes: expresión general aplicada a las órdenes de frailes, llamadas así porque
rehusaban tener propiedades corporativas y dependían de la mendicidad organizada para su
mantenimiento.

pornocracia: sistema de gobierno y estado social en que dominan las cortesanas, y que se
caracteriza por la obscenidad y la corrupción de las costumbres.

relicario: vaso o recipiente, hecho con frecuencia de un metal precioso y ricamente ornamentado,
que se usaba para guardar las reliquias de un santo.
sacramento: signo sensible o tangible de un supuesto efecto interior y espiritual que Dios obra en
el alma del creyente. La Iglesia medieval definió siete sacramentos: bautismo, confirmación,
penitencia, comunión, extremaunción, orden sacerdotal y matrimonio.

scriptorium: escritorio, sala u otro lugar de un monasterio donde se escribían y copiaban


manuscritos.

selyúcidas: célebre dinastía turcomana, fundada a principios del siglo XI por Togrul I, descendiente
de un famoso jefe turco llamado Selyuk o Selgiuk, y que durante dos siglos y medio dominó en el
Asia occidental.

silogismo: argumento que consta de tres proposiciones, la última de las cuales se deduce de las
otras dos.

sistema feudal: sistema de organización social dominante en Europa Occidental desde el siglo X al
XV. Estuvo basado en un sistema de tenencia de la tierra, según el cual un señor otorgaba (no en
propiedad) extensiones de diversos tamaños (feudos) a sus vasallos (caballeros) en pago por sus
servicios militares. Los feudos podían ser divididos por el vasallo entre otros caballeros, quienes a
su vez pasaban a ser sus vasallos. Los feudos se componían de uno o más señoríos, es decir, de
fundos con siervos cuya producción agrícola proporcionaba la base económica para la existencia de
la clase feudal. Cuando un vasallo recibía un feudo, hacía votos de honra y lealtad a su señor
debiendo ofrecer fidelidad como así también un cierto número de servicios militares. Al morir un
vasallo, el feudo técnicamente debía pasar de nuevo a su señor, pero era práctica común que el hijo
mayor tomara el lugar del padre como vasallo del mismo y, por lo tanto, los feudos eran de hecho
transmitidos mediante el principio de primogenitura. El feudalismo tuvo su mayor auge entre el
siglo XI y el siglo XIII. Su decadencia se debió principalmente al crecimiento de las ciudades de
manera concomitante a la aparición de una clase media urbana, de una economía comercial y,
también, a la ascensión al poder de las monarquías centralizadas.

studium generale: estudio general; término que apareció a finales del siglo XII y que se aplicaba a
una escuela que tenía carácter universal, usado especialmente para centros que fueron precedentes
de las universidades y, después, para las universidades mismas. En la teoría del derecho canónico
indicaba una categoría de privilegio que sólo era conferida por el Papa a determinadas escuelas. Su
seña de identidad era el derecho de sus licenciados a enseñar en cualquier otra escuela de la
cristiandad sin ningún otro examen.

sultán: rey de los turcos selyúcidas.

Summa: del latín “la totalidad.” Tratado que da un resumen de la esencia de un tema. En la Edad
Media era un compendio de filosofía, teología o derecho canónico que se empleaba en las escuelas
como libro de texto. En estas obras, el tema de discusión se exponía por medio del planteamiento
de una serie de preguntas, que luego se contestaban mediante el método dialéctico.
terciarios: miembros de la orden tercera, confraternidad de laicos adscrita a los frailes. Se obligaban
a seguir ciertas observancias religiosas de los frailes, incluyendo la recitación de las horas del Oficio
Divino durante el día.

vikingos: en las sagas islandesas se refiere a los piratas escandinavos o normandos, que invadieron
territorios del Occidente, Oriente y sur de Europa, descubrieron Islandia, fundaron el reino de las
Dos Sicilias y el ducado de Normandía y conquistaron a Inglaterra en 1066.

SINOPSIS CRONOLÓGICA
843 Tratado de Verdún: división del Imperio
Carolingio.

841–896 Invasiones vikingas.

867–1056 Dinastía macedónica en el Imperio Bizantino.

900–1100 Movimiento cluniacense.

936–973 Otón I el Grande, primer rey sajón de territorios


germánicos.

978–1015 Vladimir de Kiev acepta el cristianismo ortodoxo


(bizantino).

980 Avicena.

996 Polonia se convierte al cristianismo.

1000–1200 Florecimiento de la arquitectura románica.


1025–1453 Decadencia del Imperio Bizantino.

1033–1209 Anselmo.

1040 Pax Dei (Paz de Dios).

1046 Comienzo del período de la reforma del papado.

1049–1054 El papa León X defiende la primacía de Pedro.

1054 Gran Cisma entre Oriente y Occidente.

1055 Turcos selyúcidas toman Bagdad y reinan como


sultanes.

1059 Los cardenales eligen al Papa.

1071 Turcos selyúcidas derrotan al ejército bizantino


en Manzikert.

1073–1085 Gregorio VII: idea monárquica del papado.

1074 Comienzo de la controversia de la investidura


con Enrique IV.
1076 Enrique IV y los obispos alemanes deponen a
Gregorio VII.

Gregorio VII excomulga a Enrique IV.

1077 Enrique IV se encuentra con Gregorio VII en


Canosa.

1079–1142 Pedro Lombardo.

1080 Segunda excomunión de Enrique IV.

1081–1185 Alejo Commeno.

1084 Orden de los cartujos. Enrique IV corona como


Papa a Clemente III.

1090 Turcos selyúcidas atacan Constantinopla.

1095 Alejo Commeno pide ayuda al papa Urbano II


contra los selyúcidas.

En noviembre, Urbano II predica una Cruzada en


Clermont.

1096–1291 Período de las Cruzadas.


1096 Comienza la primera Cruzada.

1098 Formación de los cistercienses.

1099 Captura de Jerusalén por los cruzados en julio.

Reino de Jerusalén bajo Godofredo de Bouillon.

1100–1300 Fundación de las primeras universidades.

1126–1298 Averroes.

1135–1204 Moisés Maimónides.

1147–1149 Segunda Cruzada.

1150–1500 Florece el estilo gótico.

1167 Secta de los cátaros o albigenses: dualistas.

1167–1227 Gengis Khan: primer Imperio Mongol.

1168–1253 Roberto de Grosseteste.


1179 Se requiere a las escuelas catedrales pagar a los
maestros.

1187 Saladino captura Jerusalén y pone fin al reino


cristiano.

1189–1192 Tercera Cruzada: Federico Barbarroja muere


ahogado; Ricardo Corazón de León negocia un
armisticio con Saladino; peregrinos pueden
visitar Jerusalén.

1200–1229 Herejía de los albigenses.

1202–1204 Cuarta Cruzada: Inocencio III envía un ejército


cruzado contra Egipto; los venecianos usan a los
cruzados para saquear a Constantinopla.

1205–1225 Conquista mongola de China.

1206–1280 Alberto Magno.

1210 Valdenses.

1212 Cruzada de los Niños: miles de niños son llevados


de Marsella a

Alejandría y terminan como esclavos.


1215 Comienza la Inquisición.

1225–1275 Tomás de Aquino.

1226–1410 Caballeros Teutónicos.

1248–1254 Quinta Cruzada: Federico II es excomulgado.

Obtiene Jerusalén por un tratado con el sultán El


Kamil de Egipto.

1245 Invasores mongoles (tártaros) conquistan Rusia.

1250–1277 Cumbre del escolasticismo.

1256 Los mongoles penetran en Persia.

1258 Los mongoles capturan Bagdad. Fin de la dinastía


abásida.

1261 Fuerzas bizantinas recuperan el control de


Constantinopla.

1270 Séptima Cruzada: San Luis muere en su esfuerzo


por tomar Túnez.
1291 Cae Acre, el último bastión cristiano en Tierra
Santa.

1301 Comienzo del surgimiento de los turcos


otomanes.

1315–1317 Hambrunas e inundaciones.

1330 Levantamientos de campesinos.

1337 Los otomanes sitian Nicomedia.

1337–1453 Guerra de los Cien Años.

1343–1346 Quebrantos bancarios en Florencia.

1348–1351 Peste Negra.

1354 Los otomanes sitian Gallípoli.

1389 Los otomanes sitian los Balcanes.

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):


1. ¿Cuál fue el origen del sistema feudal?

2. ¿Quiénes sufrieron más las invasiones normandas? ¿Por qué?

3. ¿Quién fue Olaf Trygveson y cómo se convirtió al cristianismo?

4. ¿Quién fue Canuto? (un Papa, un rey, un monje). Subrayar la palabra correcta.

5. ¿Quiénes eran los turcos selyúcidas y qué religión tenían?

6. ¿Cómo se llamaba el líder religioso de los turcos selyúcidas? ¿Cómo se llamaba su líder político?

7. ¿Cuál fue la ocasión de la primera Cruzada y cómo se organizó?

8. ¿Cuántas Cruzadas hubo y cuál fue la característica general de la mayoría de ellas?

9. Menciona dos aspectos positivos de las Cruzadas.

10 ¿Qué narraba la historia del Preste Juan? ¿Era cierta esta historia?

11. ¿Quién fue Kubilai y cuál es su importancia para la historia del cristianismo?

12. ¿Quiénes fueron Nicolás y Mateo Polo?

13. ¿Cuáles fueron las tres religiones posibles que los mongoles tenían para escoger? ¿Cuál fue la
que rechazaron?
14. ¿Qué forma asumieron, durante la Edad Media, las inquietudes por una nueva vida religiosa?

15. ¿Quiénes fueron los cluniacenses y cuáles fueron sus características?

16. ¿Qué es la simonía?

17. ¿Quiénes fueron los que produjeron algunos de los cambios más importantes en toda la historia
de la Iglesia Católica Romana?

18. ¿Quiénes fueron los cistercienses y cuáles fueron sus características?

19. ¿Quién fue Bernardo de Clairvaux y qué hizo?

20. Menciona algunas de las características de los frailes.

21. ¿Quién fue Domingo de Guzmán y qué hizo?

22. ¿Quién fue Francisco de Asís y qué hizo?

23. ¿En qué aspectos de su organización se parecían los dominicos y los franciscanos?

24. Menciona dos órdenes militares. ¿Qué prometían sus miembros como monjes y como soldados?

25. ¿Cómo denominan los historiadores al período entre los años 500 y 1500? ¿Por qué?
26. ¿Qué tres condiciones hicieron posible el desarrollo del arte y la arquitectura gótica entre los
años 1050 y 1350?

27. ¿Qué fue el escolasticismo?

28. ¿Los conceptos de qué filósofo griego predominaban en el escolasticismo? 29. ¿Quién fue
Anselmo y qué escribió?

30. ¿Qué enseñó Anselmo acerca de la salvación?

31. ¿Qué enseñó Abelardo acerca de la salvación?

32. ¿Quién fue Tomás de Aquino?

33. ¿En qué consistía el Trivium? ¿En qué consistía el Quadrivium?

34. Según Gregorio VII, ¿qué dos poderes había en los planes de Dios?

35. ¿Cuáles fueron las metas principales de Gregorio VII?

36. ¿Cuáles fueron algunos de los instrumentos que Gregorio VII utilizó para alcanzar sus metas? 37.
¿Cuáles fueron algunas de las reformas importantes de Gregorio VII?

38. Describe con tus propias palabras la controversia de las investiduras.

39. Menciona cuatro decretos del Tercer Concilio Laterano (1179).


40. Menciona cuatro resoluciones del Cuarto Concilio Laterano (1215).

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y 3):

1. Explica qué quiere decir el autor cuando afirma: “La vida medieval estaba estructurada, en buena
medida, como las piezas de un juego de ajedrez.”

2. Identificar los siguientes términos: Cruzadas, Preste Juan, Gengis Khan, keraítas.

3. ¿Qué es lo que el autor quiere significar con la expresión: “El Papa actuó como cabeza de la
cristiandad.”?

4. ¿Quiénes fueron los frailes, y cuál fue la diferencia más importante entre ellos y la mayoría de las
órdenes monásticas?

5. ¿Qué parte tuvo Francisco de Asís en las Cruzadas, y cuándo actuó?

6. El autor afirma: “En 1221 franciscanos y dominicos aceptaron oficialmente su vocación de ‘ir por
todo el mundo’ predicando.” ¿Cómo realizó cada orden de frailes su tarea?

7. La tarea principal del sacerdote medieval era “el ministerio de la Palabra y la administración de
los sacramentos.” ¿Qué otras tareas tenía un sacerdote durante la Edad Media?

8. ¿Qué era un studium generale?

9. ¿Por qué el siglo X es considerado como “el siglo de hierro de la Iglesia”?

10. Haz una evaluación del pontificado de Gregorio VII.


Tareas avanzadas (para el nivel 3):

1. En el año 1095, el papa Urbano II proclamó la primera Cruzada. ¿Qué dos problemas pretendía
solucionar con ella.

2. Compara la acción del papa Gregorio X al enviar una misión a Mongolia, con la acción del papa
Gregorio I al enviar una misión a Inglaterra. ¿Qué resultados hubo en cada caso?

3. Resume con tus propias palabras la enseñanza de Tomás de Aquino sobre fe y razón.

4. Pedro Abelardo sostenía que en cuestiones de ciencia, ética y religión siempre hay más de una
respuesta (sí y no). ¿Qué piensas sobre esto? Ofrece razones para tu respuesta.

5. Lee Baker, Compendio de la historia cristiana, capítulo 10 (pp. 113–124) y menciona los
movimientos más importantes que contribuyeron a la revitalización del papado y de la Iglesia
Romana.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: La violencia de la vida medieval.

Lee y responde:

“Aunque los nobles no trabajaban para ganarse la vida, no pasaban el tiempo en la ociosidad. Los
convencionalismos de su sociedad les exigían gran actividad bélica, aventurera y deportiva. No sólo
luchaban con pretextos baladíes para apoderarse de los feudos vecinos, sino también por puro amor
a la lucha como aventura excitante. Eran tan frecuentes los actos de violencia, que la Iglesia tuvo
que intervenir con la Paz de Dios en el siglo X y luego con la Tregua de Dios en el siglo XI. Mediante
la Paz de Dios la Iglesia pronunciaba anatemas solemnes contra quienes realizaban actos de
violencia en los lugares destinados al culto, robaban a los pobres o agraviaban a los sacerdotes. Más
tarde se extendió esta protección a los comerciantes. La Tregua de Dios prohibía toda clase de lucha
desde ‘la víspera del miércoles hasta el amanecer del lunes’ y también desde la Navidad hasta la
Epifanía (6 de enero) y durante la mayor parte de la primavera, fines del verano y comienzos del
otoño. El propósito de esta última regulación era, evidentemente, proteger a los labradores durante
las estaciones de la siembra y la cosecha. La pena que se imponía al noble que violaba esa tregua,
era la excomunión.”

- ¿Por qué razones los pueblos germánicos, especialmente sus caballeros, manifestaban una actitud
de vida tan violenta?

- ¿Cuál es tu opinión frente a la afirmación de algunos en el sentido de que la violencia es una


cuestión étnica y cultural? ¿Es posible que haya pueblos que son más violentos que otros?

- ¿Qué podemos hacer los cristianos hoy para neutralizar la violencia que se manifiesta en múltiples
formas en todo el mundo, especialmente a través de la guerra y el terrorismo?

TAREA 2: Focio de Constantinopla vs. Nicolas I de Roma por Bulgaria.

Lee y responde:

Patriarca Focio de Constantinopla: “… no es permisible decir que el Espíritu Santo procede del Padre
y del Hijo, sino sólo del Padre.… Es más, ahora la tribu bárbara de los búlgaros, que eran hostiles y
animosos a Cristo, se han convertido a un grado sorprendente de mansedumbre y conocimiento de
Dios. Más allá de toda expectativa han abrazado como cuerpo la fe de Cristo, alejándose de la
adoración a los demonios y a sus dioses ancestrales, y rechazando el error de la superstición
pagana.… ¡Pero qué trama perversa y maligna, qué situación impía!… Ese pueblo no había abrazado
la verdadera religión de los cristianos por apenas dos años, cuando ciertos hombres impíos y
siniestros … surgieron de las tinieblas (porque han surgido del Oeste). Éstos, … como un jabalí salvaje
saltando con codicia sobre la muy amada y recién plantada viña del Señor con pies y dientes
desnudos—sobre sendas de administración deshonrosa y doctrina corrupta, dividiendo de esta
manera el país para ellos mismos, han traído ruina sobre el pueblo. Perversamente se propusieron
alejarlos de la verdadera y pura doctrina y de una fe cristiana sin mácula y de esta manera
destrozarlos. [Sigue la enumeración de enseñanzas y prácticas presentadas por los misioneros
francos, que Focio considera erróneas] … Pero la blasfemia contra el Espíritu Santo, o más bien
contra toda la Trinidad, no se compara con nada de esto, y si todas las demás enseñanzas falsas no
estuvieran presentes, esto solo sería suficiente para traer diez mil anatemas sobre ellos.”

Carta encíclica a las sedes arzobispales del Este, 866.

Papa Nicolás I de Roma: “… el muy bendito Pedro, quien nos protege y defiende a nosotros, los
herederos de su ministerio, lleva las cargas que pesan sobre todos nosotros. De hecho, él las lleva
en nosotros. Seguramente entre las dificultades que nos causan gran preocupación están aquellas,
especialmente perturbadoras para nosotros, que los emperadores griegos, Miguel y Basilio, y sus
súbditos nos infligen a nosotros, y verdaderamente a todo el Oeste. Inflamados con odio y envidia
contra nosotros, … intentan acusarnos de herejía. Con odio realmente, porque nosotros no sólo
desaprobamos sino incluso condenamos por deposición y anatematización el avance logrado por
Focio, un neófito, usurpador y adúltero de la Iglesia de Constantinopla.… Y con envidia, porque
supieron que Miguel, rey de los búlgaros, y su pueblo recibieron la fe de Cristo y ahora deseaban
que la Sede de San Pedro les proveyera maestros e instrucción para ellos. En lugar de esto, ellos
procuran fervientemente alejar a los búlgaros de la obediencia al bendito Pedro y someterlos
solapadamente a su propia autoridad bajo el pretexto de la religión cristiana. Ellos predican cosas
tales sobre la Iglesia Romana, que es sin mancha ni arruga o nada de ese tipo, que los ignorantes de
la fe que escuchan estas cosas nos evitan, se apartan, y casi nos abandonan como a criminales
manchados con la mugre de varias herejías.”

Carta al arzobispo Hincmar de Reims y a los obispos del Imperio Occidental, 23 de octubre de 867.

- ¿De qué manera estos dos documentos reflejan la creciente oposición y distancia entre la Iglesia
de Roma y la Iglesia de Constantinopla?

- ¿Qué lugar ocupaba la controversia teológica sobre la cláusula filioque en las diferencias que
separaban la cristiandad latina de la cristiandad griega?

- ¿En qué medida la doctrina y obra del Espíritu Santo es hoy una cuestión que mantiene divididos
a muchos cuerpos cristianos? Presentar ilustraciones.

TAREA 3: La caída de Jerusalén en manos de los cruzados (1099).

Lee y responde:

“Después de su vano intento de tomar Acre mediante un sitio, los francos se movieron a Jerusalén
y la sitiaron por más de seis semanas. Construyeron dos torres, una de las cuales, cerca de Sión, fue
quemada por los musulmanes, matando a todos dentro de ella. Ésta apenas había dejado de arder
cuando un mensajero arribó para pedir ayuda y traer las nuevas que el otro lado de la ciudad había
caído. De hecho, Jerusalén fue tomada desde el norte en la mañana del viernes 22 de Sha’ban de
492 [15 de julio de 1099]. La población fue pasada por la espada por los francos, que saquearon el
área durante una semana. Una banda de musulmanes se refugió en el Oratorio de David y pelearon
por varios días. Se les concedió la vida a cambio de rendirse. Los francos honraron su palabra, y el
grupo se fue de noche hacia Escalón. En el Masjid al-Aqsa los francos masacraron más de 70.000
personas, entre ellos un gran número de imanes y eruditos musulmanes, hombres devotos y
ascéticos que habían dejado sus hogares para vivir vidas de reclusión piadosa en el Lugar Santo. Los
francos despojaron al Domo de la Roca de más de cuarenta candelabros de plata, … una gran
lámpara de plata … así como unos ciento cincuenta candelabros de plata más pequeños y más de
veinte de oro, y un botín mucho mayor. Los refugiados de Siria llegaron a Bagdad en Ramadán.… Les
contaron a los ministros del califa una historia que destrozó sus corazones y trajo lágrimas a sus
ojos. El viernes fueron a la mezquita catedral y rogaron por ayuda, llorando de tal manera que
quienes los oían lloraban con ellos mientras describían los sufrimientos de los musulmanes en
aquella Ciudad Santa: los hombres asesinados, las mujeres y los niños tomados prisioneros, los
hogares saqueados. En razón de las terribles aflicciones que habían sufrido, se les permitió romper
el ayuno.”

Ibn al-Athir (1160–1233), fue testigo ocular de las últimas Cruzadas. Su relato de la caída de
Jerusalén en 1099 en manos de los cruzados es parte de su historia del mundo musulmán y presenta
la visión musulmana del conflicto bélico.

- ¿Cuán profundamente el saqueo de Jerusalén por parte de los cruzados afectó las relaciones entre
Occidente y Oriente? ¿De qué manera los hechos que Ibn al-Athir describe profundizaron todavía
más el conflicto que desde 1096 cristianos y musulmanes lidiaron en Tierra Santa? ¿Quiénes fueron
la fuerza invasora?

- Procura encontrar otros ejemplos históricos en los que la brutalidad y violencia de ejércitos de
naciones llamadas cristianas han resultado en un impedimento para la difusión del cristianismo.

- Algunas cristianos justifican las acciones bélicas, imperialistas y opresoras de sus países diciendo
que actúan como cristianos para llevar al mundo oprimido los bienes de la libertad y la democracia.
¿Cuál es tu opinión sobre esto?

DISCUSIÓN GRUPAL

1. En 1963, un informe de la Comisión de Misión Mundial y Evangelización del Consejo Mundial de


Iglesias, declaraba: “La verdadera excelencia en el estudio teológico sólo se desarrollará en una
comunidad cristiana.” ¿Cuál es la opinión del grupo?

2. Algunos cristianos condenan al papa Urbano II y a otros papas por haber confiado en la fuerza
armada y otros recursos humanos para el logro de fines religiosos. Tales críticos dicen que la Iglesia
no debe hacer uso de las armas mundanas. ¿Cuál es la opinión del grupo? ¿Se justifica una guerra
religiosa?
3. ¿Qué agencias cristianas en el día de hoy pretenden el derecho de interferir en los asuntos
nacionales e internacionales? Presenten ejemplos de alguna acción asumida por la Iglesia en
oposición a los gobernantes de algún Estado.

¿Piensan que esta acción se justifica?

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 95–129.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 113–135.

González, Historia de las misiones, 106–109; 116–132.

González, Historia del cristianismo, 1:325–332; 339–453.

Knowles, Nueva historia de la Iglesia, 2:224–228; 299–356.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:457–528; 545–699.

Latourette, Los chinos, 313–334.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:244–301.

Puiggrós, El feudalismo medieval, 7–11; 38–47; 55–72; 114–129; 144–157.

Romero, La Edad Media, 45–74; 141–179.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 65–72.

Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 218–292.


UNIDAD 3

Decadencia & vitalidad


1350–1500

INTRODUCCIÓN

El período entre los años 1350 y 1500 se caracteriza por la segunda declinación en la historia del
cristianismo, debida en buena medida a los triunfos de los musulmanes en Asia Central y a la ruptura
del ordenamiento y equilibrio que caracterizó a la alta Edad Media en Europa occidental.

En Occidente, el impacto que tuvieron las Cruzadas rompió el enclaustramiento en el que la


cristiandad se había desarrollado. La renovación de la vida económica y el ascenso acelerado de la
burguesía agregó nuevos factores de poder y quebrantó el orden social. Los reinos nacionales
emergentes y la decadencia del feudalismo llevaron al fortalecimiento de la monarquía, ahora
poderosa y con recursos suficientes para lograr sus fines. La declinación de la idea de un orden
ecuménico, que resultó de la debacle tanto del Imperio como del papado, dio lugar al surgimiento
de nuevos incentivos culturales, muchos de los cuales venían de más allá de las fronteras de la
cristiandad occidental (mundo bizantino, influencias árabes).

José Luis Romero: “Las postrimerías del siglo XIII señalan a un tiempo mismo la culminación
de un orden económico, social, político y espiritual, y los signos de una profunda crisis que
debía romper ese equilibrio. Quizá sea exagerado ver en las Cruzadas el motivo único de esa
crisis, que sin duda puede reconocer otras causas; pero sin duda son las grandes
transformaciones que entonces se produjeron en relación con ellas y en todos los órdenes
las que precipitaron los acontecimientos.”

En Oriente, Miguel Paleólogo (1261–1282) logró expulsar a los franceses de Constantinopla y


recobrar los territorios europeos del Imperio Bizantino (1261). Pero sus fronteras estaban
amenazadas por nuevos peligros internos y externos. En lo interno, el surgimiento de un nuevo
Estado, el reino servio, que se había apoderado de importantes provincias bizantinas. Y en lo
externo, un nuevo avance del islamismo, representado ahora por los turcos otomanos, que
avanzaron hacia el Oeste penetrando en Europa, llegando en su avance hasta el río Danubio (1389)
e invadiendo los Balcanes, y finalmente produciendo la caída de Constantinopla en el año 1453.
Santa Sofía, expresión del esplendor alcanzado por la cristiandad bizantina, fue convertida en
mezquita (hasta hoy). En Rusia, mientras tanto, se perpetuaba la cultura bizantina, primero
alrededor de la ciudad de Novgorod para pasar más tarde a la hegemonía de Kiev. Mientras tanto
los mongoles habían fundado la Horda de Oro y dominaban las vastas llanuras amenazando
permanentemente al mundo bizantino. Todo esto puso a la cristiandad bizantina en situación de
riesgo. Las otras cristiandades menores en Asia Central, Cercano Oriente, Egipto, Nubia y Etiopía
casi desaparecieron en estos siglos.

Para la cristiandad en Occidente las cosas no fueron mejores. A principios del siglo XIV comenzó
un largo período de profundas crisis y graves conmociones, que se prolongarían hasta fines del siglo
XV. Los abusos de la Iglesia habían llegado a un nivel insoportable. El Cautiverio Babilónico de la
Iglesia, con el papado en Aviñón (Francia), entre los años 1305 y 1376, colocó a la Iglesia bajo el
dominio de Francia a pesar de su ideal de ser supranacional. Este escándalo fue seguido por otro
peor entre 1378 y 1415, conocido como el Gran Cisma o Cisma Papal, cuando hubo dos papas, uno
en Aviñón y el otro en Roma, y los nuevos países se ponían de parte de uno u otro conforme con sus
intereses políticos o económicos. Además, a la crisis eclesiástica se agregaron en estos dos siglos
diversos flagelos, como sequías, inundaciones y epidemias. Fueron tiempos difíciles en los que la
Peste Negra, la Guerra de los Cien Años, el ataque de los turcos otomanos a Europa y otros conflictos
políticos, sociales y económicos llevaron a un estado de caos e incertidumbre.

La Peste Negra fue una de las causas más importantes que provocaron la crisis del siglo XIV. Esta
pandemia de peste bubónica fue traída de Oriente en naves genovesas, que arribaron a Mesina en
1347. La enfermedad se expandió con rapidez por el continente europeo, favorecida por el mal
estado sanitario y el hacinamiento en los centros urbanos, y en menos de tres años produjo la
muerte de más de veinticinco millones de personas. En algunos lugares de Europa la población
disminuyó en dos tercios, con lo cual hubo una reducción drástica de la mano de obra y grandes
extensiones de tierra quedaron sin cultivar. Hubo también una baja de los precios agrícolas y
aumentaron los gastos de explotación. La falta de mano de obra, las malas cosechas y la carencia de
recursos y reservas hicieron que aumentara la escasez, el hambre, la depresión económica y los
conflictos sociales. El flagelo de la Peste Negra recién declinó en el año 1351. No es de sorprender,
entonces, que se oyeran voces de protesta y rebeldía, especialmente en los países enemigos de
Francia, como en Oxford con Juan Wycliff y en Praga con Juan Huss.

Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo sistema
feudal y la opresión del papado romano, llegando a amenazar la unidad de la cristiandad: el
creciente sentido de nacionalismo. En el camino de esta creciente tendencia siguió un período de
Concilios, en el que pareció abrirse un proceso de desarrollo hacia una cristiandad unida bajo la
dirección del Papa y un Concilio, que representaría los diversos intereses nacionales. Pero para 1459
el Papa había hecho de esto algo imposible. Al frustrarse la posibilidad de un cambio gradual no
quedó otro camino que el de la revolución, y la Reforma fue esa revolución.

DECADENCIA DE LA CRISTIANDAD ORIENTAL


El Imperio Latino de Oriente, constituido después de 1204, duró por un medio siglo, hasta que
Constantinopla fue recapturada en 1261 por Miguel Paleólogo, un general griego, quien forzó al
emperador y al patriarca latino a huir. Si bien los griegos vencieron a los latinos, no pudieron resistir
los embates de los turcos otomanos. Constantinopla nunca más pudo alcanzar el esplendor,
tamaño, riqueza e influencia que había tenido con anterioridad al siglo XIII. Mientras la Iglesia Griega
declinaba, la Iglesia Rusa se transformaba en la más grande y en el exponente supremo del
cristianismo bizantino. El resto de las Iglesias Orientales sufrieron su peor hora, con pérdidas
territoriales y numéricas. Para ellas, ésta fue una era oscura y desalentadora. Como indica
Latourette: “Excluyéndose la familia de la Iglesia Ortodoxa, entre las otras iglesias orientales,
numéricamente más pequeñas, no hubo ni un rayo de luz ni de esperanza para la oscuridad de la
retirada.”

_ La Iglesia Ortodoxa Griega

A comienzos del siglo XIV, el Imperio Bizantino, que había estado ligado a la Iglesia Griega por
unos mil años, disminuyó rápidamente frente a la agresividad de los turcos otomanos. Los monarcas
bizantinos intentaron unirse a Occidente en contra de la amenaza turca. Incluso estuvieron
dispuestos a poner a un lado las diferencias teológicas y la autonomía religiosa y reconocer la
primacía del obispo de Roma a fin de conservar su independencia política. Los líderes religiosos
orientales, especialmente los monjes, no pudieron ver la amenaza política y militar que
representaban los turcos otomanos y continuaron sosteniendo sus costumbres religiosas. En
algunos casos, prefirieron capitular ante los turcos antes que aceptar las costumbres religiosas de
Occidente. Mientras tanto, los turcos avanzaban inexorablemente en sus conquistas: en 1326
capturaron Brusa, en 1329 tomaron Nicea y en 1337 Nicomedia.

Los intentos del emperador Andrónico III (1328–1341) y más tarde de Ana de Saboya, que actuó
como regente en lugar de su hermano Juan V Paleólogo (1341–1391), para tratar de resolver el
cisma entre Oriente y Occidente fueron en vano. Juan I viajó a Italia en procura de ayuda, pero fue
apresado como deudor en Venecia. Su hijo, Manuel II Paleólogo (1391–1425) también visitó
Occidente y rogó la ayuda del Papa contra los turcos. Logró que los occidentales tomaran conciencia
del peligro y enviaran un ejército a los Balcanes, que fue derrotado.

En 1397 los turcos sitiaron Constantinopla, que se salvó porque Timur o Tamerlán el tártaro
(1336–1405) los atacó en el Este y en 1402 el sultán fue derrotado y capturado por los mongoles de
la Horda de Oro. Timur era un oficial militar turco de fe musulmana en la región cercana a
Samarcanda al servicio del khan mongol, que se hizo del poder con la caída de los mongoles
occidentales. A partir de 1365 comenzó a tomar el control de los territorios mongoles y en unas
pocas décadas llevó a sus ejércitos a través de Irán, India, Mesopotamia, Siria, Anatolia y Georgia.
Desde Rusia hasta la India la gente sufrió bajo uno de los regímenes más terroríficos de toda la
historia humana, al punto que se lo conoció como Azote de Dios y Terror del Mundo. Sus matanzas
redujeron sensiblemente la población en Asia central. Cristianos, musulmanes e hindúes padecieron
bajo la brutalidad extrema de sus conquistas. Las iglesias cristianas en el Este sufrieron serios golpes
con las invasiones de Timur, y los que escaparon de la masacre terminaron siendo absorbidos por
el islamismo.

Sin embargo, en 1413 el dominio de Timur fue quebrado y los turcos otomanos se recuperaron
para continuar con sus avances hacia Constantinopla. Frente a la amenaza turca, los bizantinos
procuraron reestablecer las relaciones con Occidente. En 1439, en el Concilio de Florencia, se
discutió la unión de la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Se lograron acuerdos en cuanto al
uso de la cláusula filioque en el credo occidental, las doctrinas de la Eucaristía y el Purgatorio, e
incluso el primado del Papa. El 6 de julio de 1439, el papa Eugenio IV y el emperador oriental Juan
VIII Paleólogo (1425–1448) ratificaron el Decreto de Unión, y todos los padres conciliares se
arrodillaron delante del Papa reconociéndolo como primado y cabeza de la Iglesia. Los delegados
de las principales iglesias orientales, incluyendo a las Iglesias Armenia, Jacobita, Etíope, Siria, Caldea
y Maronita, suscribieron el Decreto de Unión. No obstante, la delegación oriental que había
acordado la unión fue recibida con gritos y pedradas por el pueblo de Constantinopla. Los patriarcas
de Alejandría, Antioquía y Jerusalén repudiaron el Concilio de Florencia y el Decreto de Unión. Con
la caída de Constantinopla en 1453, el acuerdo quedó en letra muerta.

Decreto de Unión: “ ‘Alégrense los cielos (Laetentur caeli) y gócese la tierra’ (Sal. 96:2; Vulg.
95:2). Porque la pared intermedia de separación, que estaba dividiendo a la Iglesia oriental
y occidental, ha sido quitada y han retornado la paz y la concordia, con Cristo, la piedra
angular, que ha hecho de ambos uno … Porque, he aquí, después de un largo período de
división y discordia los padres occidentales y orientales se han expuesto a los peligros de
[viajar por] mar y tierra y, no escatimando esfuerzos, se han congregado gozosa y
ansiosamente en este santo concilio ecuménico, deseando esa unión muy sagrada y por la
restauración del viejo lazo de caridad … Porque los latinos y los griegos se han congregado
en un santo sínodo ecuménico y se han aplicado con fervor de modo que, entre otras cosas,
ese artículo concerniente a la piadosa procesión del Espíritu Santo pueda ser diligentemente
discutido y determinadamente examinado … Por lo tanto, en el nombre de la Santa Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la aprobación de este santo y universal concilio de Florencia,
definimos que esta verdad de la fe sea creída y recibida por todos los cristianos, y que todos
hagan así su profesión, que el Espíritu Santo es eternamente del Padre y del Hijo y que en
su ser él tiene su sustancia y su naturaleza del Padre y del Hijo juntos y de ambos
eternamente como si procediese de un principio y de un origen único … Además, definimos
que la explicación de aquellas palabras ‘y del Hijo’ (filioque) ha sido legal y razonablemente
agregada al símbolo, por declarar la verdad y bajo la compulsión de la necesidad … Además,
definimos que la santa sede apostólica y el pontífice romano tienen la primacía en todo el
mundo, y que el pontífice romano es el sucesor del bendito Pedro, príncipe de los apóstoles,
y el verdadero vicario de Cristo, la cabeza de toda la Iglesia, y que se destaca como el padre
y maestro de todos los cristianos … En adición reafirmamos la posición de los otros
patriarcas venerables decretada en los cánones; el patriarca de Constantinopla como
segundo después del santísimo pontífice romano, en tercer lugar Alejandría, en cuarto
Antioquía, y Jerusalén quinta en orden, esto es salvaguardando todos sus derechos y
privilegios.”

Desde Occidente se enviaron refuerzos para enfrentar a los turcos en los Balcanes y en sus
ataques contra Constantinopla, pero fueron aplastados. En 1453 griegos y latinos entraron a Santa
Sofía para participar de la misa por última vez. El emperador Constantino XI Paleólogo (1448–1453)
salió de esa misa sólo para encontrar la muerte en las calles de la ciudad, con su espada en la mano,
mientras exclamaba: “¡Moriré junto a mi ciudad! ¡Dios no permita que viva como un emperador sin
imperio!”

Steven Runciman: “La tragedia fue final. El veintinueve de mayo de 1453, una civilización
fue borrada irrevocablemente. Había dejado un legado glorioso en la erudición y el arte;
había levantado a países enteros de la barbarie y había dado refinamiento a otros; su
fortaleza y su inteligencia había sido por siglos la protección de la cristiandad. Por once siglos
Constantinopla había sido el centro del mundo de la luz. La brillantez rápida, el interés y la
estética de los griegos, la orgullosa estabilidad y la competencia administrativa de los
romanos, la intensidad trascendental de los cristianos del Oriente, fundidos en una masa
fluida y sensible, ahora fueron adormecidos. Constantinopla iba a transformarse en la sede
de la fuerza bruta, de la ignorancia, de una magnífica falta de buen gusto. Sólo en los
palacios rusos, sobre los que voló el águila de dos cabezas, la cresta de la Casa de los
Paleólogos, vegetó algún vestigio de Bizancio por algunos siglos más.”

_ Las Iglesias Orientales menores

Los nestorianos casi desaparecieron de Oriente con la caída del Imperio Mongol. La invasión de
Timur hacia fines del siglo XIV terminó con los últimos focos de nestorianos, incluso en Mesopotamia
y el Curdistán. En el siglo XV, el patriarcado nestoriano se hizo hereditario. Sólo en el sur de la India
sobrevivieron algunas comunidades nestorianas.

Los jacobitas monofisitas, con su patriarca en Antioquía, también sufrieron con la desaparición
del Imperio Mongol en Persia, Mesopotamia y Asia Central. El islamismo los diezmó, incluso en Siria
donde eran más numerosos. A las consecuencias de las presiones externas se agregaron las
divisiones internas entre patriarcas rivales. Para cuando se resolvió el cisma, a fines del siglo XV, la
comunidad jacobita había quedado reducida a unos pocos centenares de individuos.

El cristianismo armenio también enfrentó dificultades hacia fines de la Edad Media. Después del
dominio mongol, Armenia se dividió en muchos señoríos bajo control de armenios, turcomanos y
curdos. Éstos sufrieron las invasiones de Timur, y muchos armenios emigraron a otras regiones.
Después de la muerte de Timur, buena parte de Armenia fue gobernada por turcomanos hasta que
a comienzos del siglo XVI pasó a manos persas. Todo esto resultó en la división de la cristiandad
armenia. Algunos permanecieron ligados a Roma (como iglesia uniata), con lo cual conservaron sus
tradiciones pero reconociendo la supremacía del Papa. La mayoría permaneció alejada de Roma y
sumida en luchas intestinas, por momentos muy violentas. Durante dos siglos, la Iglesia Armenia
padeció de circunstancias escandalosas muy parecidas a las vividas por la Iglesia Latina en Occidente
durante el siglo XIV. Finalmente, a mediados del siglo XV se logró establecer el patriarcado armenio
en Echmiadzin, cerca del monte Ararat, pero no se puso fin a los conflictos ocasionados por las
ambiciones del clero armenio.

Maghakia Ormanian: “En la primera mitad del siglo XV, la Iglesia Armenia se encontraba en
un estado de gran confusión. El reino [armenio] de Cilicia [Asia Menor] había desaparecido
definitivamente (1375); la ciudad de Sis, sede del patriarcado, había caído en poder de los
egipcios … La sede patriarcal había perdido su fuerza y su esplendor. La propaganda del
catolicismo romano se ejercía con éxito en Cilicia, gracias a la actividad de los misioneros
franciscanos. Al mismo tiempo, los dominicos trabajaban para convertir la Gran Armenia.…
Un número considerable … deplorando el estado lamentable de su Iglesia, decidieron tomar
medidas radicales para mejorar la situación y poner orden. Como se habían dado cuenta de
que no existía ya razón ni utilidad para mantener alejada de su sede primitiva a la residencia
patriarcal, se pensó en establecerla de nuevo en Echmiadzin, a causa de la seguridad
relativamente superior que gozaba esa ciudad bajo la dominación persa … Desde el
patriarca Grigor Djelalbeguian (1443), la sede de Echmiadzin fue presa de alteraciones y
disturbios interiores y exteriores que duraron hasta la elección de Moisés III de Tathev
(1629).”

No fue mejor la suerte de la Iglesia Copta en Egipto, que sufrió severas restricciones y
persecuciones a lo largo de los primeros cuatro siglos de dominación islámica. No podían construir
templos, tenían que pagar mayores impuestos, no podían casarse sin autorizacón y estaban
totalmente al margen de la vida política y social en Egipto. Con el tiempo, los cristianos tuvieron que
vivir juntos en barrios separados cerca de sus templos. En el siglo VIII se impuso el árabe como
lengua oficial de los dominios islámicos y la lengua copta quedó en desuso. El copto se conservó
sólo en la liturgia, pero los textos teológicos tuvieron que ser traducidos al árabe. La Iglesia Copta
continuó deteriorándose bajo el gobierno de los mamelucos musulmanes, y desde 1517 bajo el
dominio turco otomano. Estas dificultades redujeron el número de cristianos, muchos de los cuales
se hicieron musulmanes por conveniencia.

En Nubia (Sudán) el cristianismo también decayó notablemente bajo el dominio musulmán, y


para fines de este período casi no existía. Muchos cristianos nubios habían sido esclavizados desde
mediados del siglo VII en adelante. Esto fue el resultado de un tratado firmado entre el gobernador
musulmán de Egipto y el rey cristiano de Nubia, según el cual trescientos esclavos por año debían
ser entregados al gobernador árabe en Asuán. Según Irvin y Sunquist, “ésta fue una de las primeras
experiencias de esclavos que fueron comercializados como parte de las relaciones económicas entre
musulmanes y cristianos en África. En los siglos que siguieron veremos crecer los números de
personas esclavizadas, vendidas y removidas permanentemente bien lejos de sus tierras de origen
a medida que continuó el comercio de carne humana africana.”

Con el advenimiento de los mamelucos (1260), los cristianos nubios volvieron a sufrir
persecución. Muchos se vieron forzados a abandonar sus hogares y villas o a retirarse a regiones
más remotas donde había comunidades monásticas. Finalmente, en 1323 los mamelucos instalaron
a un rey musulmán en la región norte del país y le impidieron al patriarca de Alejandría enviar
sacerdotes a Nubia, con lo cual las iglesias quedaron sin liderazgo. La última evidencia de
comunidades cristianas en la región viene de mediados del siglo XV. Después de eso, Nubia parece
haberse transformado en una región totalmente musulmana.

En Etiopía, el cristianismo se desarrolló bastante aislado del resto del mundo hasta el siglo VII,
cuando el mar Rojo se transformó en un lago árabe, y las rutas marítimas a la India quedaron
totalmente bajo el control musulmán. No obstante, los árabes no invadieron el reino de Axum, en
buena medida debido a que los etíopes habían alojado y ayudado a refugiados musulmanes durante
las persecuciones en días de Mahoma. La cabeza de la Iglesia Etíope (conocido como abuna) era
nombrada por el patriarca de Alejandría y su credo era no calcedónico. Con la invasión árabe a
Egipto (siglo VII), el nombramiento de abunas se hizo más difícil, dejando acéfala a la Iglesia etíope
por largos períodos de tiempo. En el siglo IX el reino etíope se expandió hacia el sur y con ello
también se desarrolló el trabajo misionero cristiano, especialmente en manos de comunidades
monásticas.

Las presiones políticas de los mamelucos se hicieron sentir en el reino cristiano de Etiopía en el
siglo XIII, que respondió con un avivamiento de su identidad política, cultural y religiosa, fundándose
en sus lazos históricos con el judaísmo. La capital del reino se trasladó de Axum a Adefa (más al sur),
se construyeron numerosos templos, los monarcas tomaron la conducción de la Iglesia Etíope y el
cristianismo se expandió por toda la región sur de Etiopía. Este proceso es conocido como el
Avivamiento Salomónico, en referencia a la relación de Salomón con la reina de Saba. La fuente más
importante de esta tradición es el Libro de los reyes, que ofreció la base ideológica para la idea de
la nación etíope como legítima sucesora de Jerusalén, lo cual fortaleció su identidad religiosa frente
al Islam. Los reyes etíopes se consideraban descendientes de Salomón y miembros de la casa de
David, reclamo que ningún musulmán egipcio podía hacer en el siglo XIII en cuanto a Mahoma o sus
descendientes. Así, pues, mientras el cristianismo desaparecía definitivamente de Nubia y las
iglesias coptas experimentaban serias restricciones de parte de los mamelucos, en Etiopía el
cristianismo estaba firme y se expandía notablemente durante el siglo XIV a pesar de que el país
estaba rodeado por todos lados por Estados musulmanes.

_ La Iglesia Ortodoxa Rusa

Mientras la cristiandad bizantina se desplomaba como consecuencia del avance musulmán de


los turcos otomanos, la Iglesia Ortodoxa en Rusia no sólo se expandía territorialmente sino que se
mostraba notablemente vital. Lejos de deteriorarla, la ocupación mongola (la Horda de Oro)
provocó un incremento del prestigio de la Iglesia, que se transformó en el centro de la identidad y
resistencia nacional. Después de 1310, el metropolitano de Kiev y de toda Rusia se trasladó de
manera permanente a Moscú. Hacia fines de ese siglo, el principado de Moscú era lo
suficientemente fuerte como para desafiar al dominio mongol, a quienes finalmente derrotaron. A
partir de 1386, el centro de todo el cristianismo ortodoxo ruso estuvo localizado en Moscú. Para
1448, la Iglesia Rusa ya tenía a su propio patriarca ecuménico y se declaraba autocéfala, si bien
continuaba en la tradición ortodoxa. Tres décadas más tarde (1480) el soberano de Rusia, Ivan III el
Grande (1440–1505) salvó a Rusia del poder de los tártaros, puso fin al dominio de la Horda de Oro,
construyó el Kremlin y constituyó así un reino independiente con una iglesia nacional bajo el
primado de Moscú, que fue considerada como la Tercera Roma.

RESISTENCIA A LAS PRETENSIONES PAPALES

A medida que el papado fue aumentando su ambición de poder y autoridad mundanos, también
se fue incrementando la resistencia de emperadores, reyes y príncipes a tales pretensiones. Hubo
cuatro pasos en este proceso de deterioro de las pretensiones papales: la opresión de la Iglesia; el
cuestionamiento al papado por su corrupción; el Cautiverio Babilónico de la Iglesia; y el Gran Cisma
papal. Todo esto llevó finalmente al intento de resolver estos problemas mediante la convocación
a Concilios reformadores.

_ La opresión de la Iglesia

La opresión política. Después del año 1215, el poder papal comenzó a decaer, en buena medida
debido a los mismos factores que lo ayudaron a crecer. Los príncipes comenzaron a ver en la Iglesia
a un poder secular más, lleno de equivocaciones e inconsistencias, y en competencia con sus propias
aspiraciones hegemónicas. Las Cruzadas y la Inquisición despertaron en muchos serios interrogantes
en cuanto a la autoridad de la Iglesia y del Papa, y la capacidad de éste para gobernar a toda la
cristiandad, como pretendía.

Las monarquías emergentes se resistían a aceptar el ordenamiento feudal y aspiraban a un


mayor centralismo. Para ello se apoyaron en la naciente burguesía urbana en su lucha contra la
nobleza feudal (señores y obispos). A través de esta alianza, los nuevos factores de poder pretendían
fomentar la discordia en el seno de los señoríos, favorecer a la burguesía mediante la protección de
sus intereses, y contar con los recursos necesarios para el desarrollo de una política nacional. Por
cierto, la Iglesia representaba y defendía el viejo orden, pero al entrar en profunda crisis durante
este período no podía frenar las apetencias de las monarquías nacionales. La multiplicación de los
movimientos disidentes, el descrédito del clero y un despertar lento y firme de cierta concepción
naturalística de la vida comprometían la vigorosa posición que la Iglesia había obtenido hasta
entonces y que pretendía seguir gozando.

La opresión económica. La avaricia de obispos y papas, y los pesados impuestos destinados a


mantener a la Curia Romana y las Cruzadas, hicieron dudar a muchos de la legitimidad del poder
papal. La inmensa estructura de la Iglesia Romana demandaba cada vez mayores impuestos para su
sostenimiento: Roma era una corte muy costosa. Había mucha corrupción en la administración de
la Curia y se utilizaban varios métodos abusivos para obtener los recursos necesarios.

Entre estos métodos utilizados, cabe enumerar los siguientes: (1) Anatas: una anata era la
entrega a Roma del total de las ganancias de un obispo o abad durante el primer año de su ministerio
en un lugar. La palabra viene del latín annata y esta voz se deriva del latín annus, año. Era una
especie de impuesto eclesiástico que consistía en la renta o frutos correspondientes al primer año
de posesión de cualquier beneficio o empleo en la Iglesia. (2) Colaciones: una colación era la práctica
de cambiar de lugar a un obispo o abad a cargos vacantes. Esto se hacía frecuentemente porque
representaba más anatas para el Papa. (3) Preservaciones: una preservación era la reserva de los
mejores y más rentables oficios eclesiásticos para el uso del Papa. El Papa enviaba un sacerdote en
representación suya y guardaba para sí los fondos correspondientes. (4) Expectativas: consistían en
la práctica de vender los cargos eclesiásticos al mejor postor, antes de que el puesto estuviera
vacante. Se trataba de una especie de compra a futuro que se daba en Roma a una persona para
obtener un beneficio o prebenda eclesiástica, cuando ésta quedara vacante. (5) Dispensas: una
dispensa era el perdón de las violaciones a la ley canónica mediante el pago de dinero. Se trataba
de un privilegio o excepción graciosa de lo ordenado por las leyes generales; y más comúnmente
era concedido por el Papa o por un obispo. (6) Indulgencias: eran la obtención de la remisión de las
penas “temporales,” incluidas las del Purgatorio, trasladando a favor de uno o de un ser querido
muerto los méritos excedentes de los santos, mediante el pago de una cierta cantidad de dinero.
De este modo, consistía en la remisión que hacía la Iglesia de las penas debidas por los pecados,
usando su supuesta autoridad de “atar y desatar” y de perdonar pecados. (7) Simonía: se refería a
la venta de los oficios eclesiásticos. Era simplemente la compra o venta deliberada de cosas
espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o de las cosas temporales inseparablemente
anexas o relacionadas con las espirituales, como las prebendas y los beneficios eclesiásticos. (8)
Nepotismo: era el nombramiento de familiares para cargos eclesiásticos hereditarios. (9)
Recomendaciones: era la práctica de pagar un impuesto anual al papado a cambio de un
nombramiento provisional que rendía algún beneficio, como una canonjía. (10) Diezmo: era cobrado
por los obispos y el clero parroquial sobre los frutos del campo, la mercadería, y las obras
artesanales. El sostén del clero se devengaba en parte del mismo.

La opresión social. La Iglesia llegó a considerarse como la expresión máxima de la sociedad


cristiana. En consecuencia, el papado fue el factor social dominante, mientras el Papa se colocaba
en la cúspide de la pirámide social como poder hegemónico por excelencia. Con la crisis del
feudalismo y el surgimiento de la burguesía, comenzó a cuestionarse el orden estanco de la sociedad
feudal. Cuanta más riqueza se acumulaba en manos de la burguesía, muchos comenzaron a
cuestionarse por qué el Papa tenía que ocupar la cúspide de la pirámide social, con todos los demás
seres humanos a sus pies como siervos.

Rodolfo Puiggrós: “Los inevitables cambios socioeconómicos relegaron a un lugar oscuro a


las órdenes contemplativas de la edad agrícola. Florecieron órdenes activas, arrojadas a la
conquista de las conciencias en pugna con los traficantes de la fe o a la conquista de los
bienes materiales en competencia con los traficantes de dinero y mercancías. La Iglesia se
adaptó a los nuevos tiempos, pero los nuevos tiempos no tardaron en envejecer y se vio
constreñida a nuevas adaptaciones, cuando en el siglo XIII estallaron conflictos sociales que
pusieron en tela de juicio la intangibilidad de los dogmas y modificaron las relaciones entre
las clases, proclamadas eternas por la teología.

“En las ciudades nacieron las órdenes mendicantes, las universidades y la dialéctica tomista.
Ninguna de ellas resistió la seducción del fruto prohibido. Contemporáneas de las comunas
y de las corporaciones de oficio, de la época de la expansión de la economía mercantil y de
los pasos iniciales de la técnica aplicada a la producción, no se sustrajeron a los cambios
sociales, y si promulgaron como normas de vida la pureza evangélica, también se
embriagaron con el logos griego en su forma aristotélica y lo acoplaron a la teología.”

Los numerosos conflictos sociales de este período llevaron también al cuestionamiento de la


posición del Papa como Vicario de Cristo y cabeza de la cristiandad. Para la burguesía adinerada, el
papado y cualquier otra posición dentro de la Iglesia era algo que se podía comprar y vender, y tanto
más si rendía buenos beneficios. De allí que a lo largo de este período, uno de los flagelos más
reiterados en la administración de la Iglesia haya sido la simonía y el nepotismo.

_ El cuestionamiento al papado

Después de Inocencio III la Iglesia Occidental entró en una situación caótica. Sus sucesores
procuraron acrecentar el poder y el prestigio de la Iglesia, convertida por el régimen teocrático en
una verdadera potencia universal. Mientras el Papa hacía esfuerzos por traer el reino de Dios a la
tierra, autotitulándose “Vicario de Cristo” y presentándose como un poder político más, sus
pretensiones eran severamente resistidas por muchos príncipes, que ahora contaban con mejores
recursos para enfrentarlo.

Los reyes y los reinos. En la segunda mitad del siglo XIII, Francia e Inglaterra entraron en una era
de organización interior, que trajo como resultado mayor estabilidad. Mientras tanto en Italia,
incluidos los estados pontificios, reinaba el desorden y la anarquía. La política papal a lo largo del
siglo XIV quedó definitivamente orientada hacia Francia al nombrarse a cardenales franceses para
la Curia. Finalmente, Roma cedió poder a los franceses y cayó bajo su control.

En Inglaterra, el reinado de Eduardo I (1272–1307) se caracterizó por la prudencia y habilidad


con que el monarca aceptó las consecuencias de la insurrección de los señores, manteniendo y
organizando la institución parlamentaria. Su nieto dividió el Parlamento en dos cámaras—de los
lores y de los comunes—y logró su definitivo fortalecimiento. En Francia, los reyes franceses
procuraban organizar un régimen centralizado. De todos los reinos, Francia fue el primero en
convertirse en una monarquía centralizada y en la primera potencia europea, con Luis IX o San Luis
(1226–1270). Más tarde, el proceso se aceleró con Felipe IV el Hermoso (1285–1314), quien se
propuso aprovechar la tradición jurídica romana para reordenar su autoridad sobre principios
absolutos, y contó con la eficaz colaboración de jurisconsultos salidos generalmente de las filas de
la burguesía para fundamentar su política.

José Luis Romero: “El siglo XIII es, pues, un período de organización de los reinos de Francia
e Inglaterra, de estabilización, aunque presenta caracteres opuestos en ambos casos.
Inglaterra marchó desde un régimen monárquico bastante centralizado—impuesto tras la
conquista normanda—hacia una monarquía limitada por un parlamento que representaba
a la nobleza y a la burguesía. Francia, en cambio, marchó desde una monarquía feudal hacia
un régimen cada vez más centralizado, gracias a la coalición de la corona y los burgueses.”
Los papas y el papado. Mientras los monarcas aumentaban su poder y sus reinos crecían en su
identidad nacional, los papas y el papado iban menguando en su influencia. La cúspide de esta
decadencia y cuestionamiento al papado se dio con Bonifacio VIII (1294–1303). Bonifacio era
pariente de Inocencio III, amante de la erudición, asociado a la fundación de varias universidades,
pero con demasiadas ambisiones, y muy duro en sus pretensiones y con poco tino político. Tuvo
graves conflictos con los reyes de Francia e Inglaterra, a quienes quiso manejar a su gusto. Pero
éstos lo resistieron. Deseoso de conservar la autoridad del pontificado sobre los poderes laicos, se
vio envuelto en un serio conflicto con Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. En un plazo de siete años,
el Papa y el rey tuvieron varios choques.

Influido por los jurisconsultos de su tiempo (los legistas), que propugnaban el absolutismo
monárquico, Felipe IV dispuso afirmar la autoridad real, para lo cual gravó con pesadas cargas los
bienes eclesiásticos. Ante esta actitud, el Papa contestó con la bula Unam Sanctam (noviembre de
1302), por la que prohibía al clero pagar impuestos sin su consentimiento y afirmaba las
pretensiones papales de autoridad suprema en el mundo. El conflicto se agravó poco tiempo
después, con el nombramiento del legado pontificio, el obispo Bernardo Saiset, que el rey de Francia
se negó a reconocer con el apoyo de los Estados Generales. El rey hizo arrestar al legado papal y lo
acusó de traición, violando así las provisiones de la ley canónica. Entonces, Bonifacio VIII excomulgó
a Felipe IV y relevó a sus súbditos de todo juramento de obediencia. Para vengarse, el monarca
francés inició una campaña de calumnias contra el Papa y se dispuso a atentar contra él. Después
de acusarlo de hereje y de varios delitos, Felipe envió a una pequeña tropa, bajo el mando del legista
Guillermo de Nogaret y con el apoyo de la familia romana de los Colonna, para capturar al Papa.
Éstos entraron al territorio pontificio y sorprendieron a Bonifacio VIII en su residencia de Anagni
(1303). El Papa fue tomado prisionero y fue objeto de vejámenes, pero a los tres días logró escapar,
liberado por el pueblo. Pero no pudo reponerse del atentado y falleció al mes siguiente, poniendo
fin al período de los grandes papas. Era evidente que los tiempos habían cambiado.

Bula Unam Sanctam: “Que hay una santa iglesia católica y apostólica somos impelidos a
creer y sostener por nuestra fe—esto es lo que firmemente creemos y abiertamente
confesamos—y fuera de esto no hay ni salvación ni remisión de pecados … La Iglesia
representa un cuerpo místico, y de este cuerpo Cristo es la cabeza … A esta Iglesia
veneramos y a esta sola … En esta Iglesia y en su poder hay dos espadas, a saber, una
espiritual y una temporal … Tanto la espada espiritual como la material, por lo tanto, están
en poder de la Iglesia, la última realmente para ser usada para la Iglesia, la primera por la
Iglesia; la primera por el sacerdote, la otra por la mano de reyes y soldados, pero según la
voluntad y con la conformidad del sacerdote.

Además, es adecuado que una espada esté bajo la otra, y la autoridad temporal esté
sujeta al poder espiritual … Por lo tanto, quienquiera que resista a este poder, ordenado por
Dios, resiste a la ordenanza de Dios, a menos que haya dos comienzos [es decir, dos
principios], como imagina el maniqueo … Además, proclamamos, declaramos y
pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación de todo ser humano estar
sujeto al pontífice de Roma.”
La idea de nacionalidad. Aparece en toda Europa un sentimiento de “nacionalidad” y de cierto
orgullo por la independencia de cada país. Una autoridad centralizadora y absolutista como el
papado, que pretendía ser supranacional o universal, debía buscar otro camino para sus
pretensiones. La época del esplendor del papado y el comienzo de su decadencia está marcada por
la humillación de que fue objeto Bonifacio VIII; con él termina el período de los grandes Papas.

José Luis Romero: “A la progresiva organización de hecho de los reinos nacionales


correspondió la lenta formación de una conciencia nacional. Un sentimiento apenas
entrevisto algún tiempo antes comienza a despertar poco a poco, manifestado como una
adhesión al destino histórico de cierta circunscripción territorial. Este sentimiento estaba
alimentado por la monarquía, que lo estimulaba en cuanto representaba una adhesión a la
corona, y en efecto, provenía de la creciente asimilación entre nación y monarquía que se
operó desde el siglo XIII. Lo compartían de manera vehemente los grupos burgueses, para
quienes el vínculo abstracto entre individuo y Estado parecía incomparablemente preferible
al vínculo personal entre villano y señor. Pero lo compartían también porque sus intereses
de clase coincidían con los intereses de la corona, empeñados unos y otra en desarrollar un
tipo de economía que sólo podía ser llevado adelante por la burguesía, pero que parecía
requerir la protección y el apoyo del Estado para extenderse, precisamente, hasta donde el
Estado era capaz de hacer llegar su influencia, dentro de las fronteras nacionales y en las
áreas de expansión que pudieran controlar.”

_ El Cautiverio Babilónico de la Iglesia (1305–1377)

Éste es el nombre del período en el que el papado instaló su sede en Aviñón (Francia), desde el
año 1305 hasta el 1377. El sucesor de Bonifacio VIII fue Benedicto XI, quien murió envenenado al
año siguiente. Entonces Felipe IV hizo valer su influencia en el Sacro Colegio y logró que fuera elegido
Papa el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quien asumió con el nombre de Clemente V (1305–
1314). Clemente V, que era un hombre de grandes fallas morales y débil de carácter, ordenó a nueve
franceses como cardenales. Con esto se inició la decadencia del pontificado, y el Papa dejó de ser
árbitro indiscutido de todos los problemas, para transformarse en rival o aliado de los soberanos,
según les conviniera a estos últimos. Para complacer a Felipe IV, el Papa abandonó Roma y
finalmente trasladó su corte a Aviñón (1309), donde permanecerían sus sucesores por casi setenta
años.

El conflicto entre Felipe y Bonifacio fue un episodio más en la larga lucha de la Iglesia con los
soberanos. El traslado de la sede pontificia a Aviñón perjudicó la libre acción de los pontífices y
favoreció la influencia creciente de la monarquía francesa en las cuestiones eclesiásticas. A lo largo
de todo el siglo XIV estos hechos fueron fruto y consecuencia de diversos conflictos políticos,
sociales y eclesiásticos.

Conflictos políticos. Todos estos cambios fueron severamente criticados por muchos, porque la
Iglesia quedó sometida a los dictados de la política francesa. Esto produjo gran descontento y
preocupación en el mundo cristiano, especialmente en Italia, donde se insistía en que Roma había
sido siempre la sede pontificia y el colegio de cardenales había estado compuesto normalmente por
italianos. Para muchos, el Papa no era otra cosa que un prisionero de los franceses. De allí el nombre
de Cautiverio Babilónico o Cautiverio de Aviñón.

Clemente V fortaleció la influencia francesa en la corte papal y ordenó a veintitrés obispos


franceses. Autorizó a Felipe IV a cobrar un diezmo sobre las propiedades de la Iglesia por un período
de cinco años y anuló las bulas de Bonifacio VIII, que imponían la sujeción del monarca francés al
Papa. Afirmó que, en la nueva dispensación, Francia ocuparía el lugar de Israel y que el reino secular
de Francia había sido fundado por Dios. El sucesor de Clemente V fue Juan XXII (1316–1334), quien
condenó la tesis de los franciscanos que señalaba que la pobreza de Cristo y los apóstoles había sido
absoluta. También repudió la teoría política de Marsilio de Papua y de Juan de Jandun según la cual
la soberanía descansaba en el pueblo representado por la mayoría, y que, en consecuencia, el poder
supremo de la Iglesia no residía en el papado o los obispos, sino en un Concilio compuesto de
clérigos y laicos que representaban al pueblo cristiano (teoría conciliar). Su pontificado fue agitado
y funesto.

Benedicto XII (1334–1342), un cisterciense de gran cultura teológica, se propuso retornar el


papado a Roma, pero luego decidió permanecer en Aviñón y levantar allí un gran palacio papal.
Clemente VI (1342–1352) fue un aristócrata aficionado al esplendor y la magnificencia. Convirtió a
Aviñón en una corte mundana hasta que la ciudad fue atacada por la Peste Negra (1348). En 1355,
Inocencio VI (1352–1362), que era un jurista acomodaticio sin gran competencia política, coronó a
Carlos IV como emperador, quien publicó una bula que colocaba la elección del emperador en las
manos de electores, haciendo del Sacro Imperio Romano un Imperio Alemán solamente. La bula
marcó el final de la intervención imperial en Italia y el cierre de una larga lucha entre Papa y
Emperador. Inocencio se opuso a esta medida, porque pasaba por encima del derecho papal de
confirmar la elección de los monarcas alemanes y de administrar el Imperio en caso de vacancia.

A estos hechos dramáticos se agregaron otros, como las guerras que se produjeron a lo largo
del siglo XIV. Al llegar al límite de sus posibilidades fiscales, los Estados tendieron a pensar que la
solución a sus problemas residía en aumentar su territorio con la anexión de zonas más débiles. La
expresión más acabada y trágica de esta política fue el antagonismo entre Francia e Inglaterra por
el control de Flandes y su comercio. La alianza inglesa con los flamencos irritó sobremanera a los
reyes de Francia. Otra causa de conflicto fue la situación de Guyena, única posesión feudal que los
ingleses tenían en Francia.

La hostilidad entre los dos reinos estalló en ocasión del reclamo dinástico de Eduardo III de
Inglaterra por la corona de Francia, a través de su madre, que era hija de Felipe el Hermoso. Los
franceses rechazaron el reclamo de Eduardo III, adoptando una resolución por la que se establecía
que las mujeres no tenían derecho a reinar en Francia y por lo tanto no podían transmitir por
herencia la corona (ley sálica). El conflicto llevó finalmente al estallido de la Guerra de los Cien Años
(1337–1453) entre Francia e Inglaterra.

Este conflicto entre las dos coronas más importantes de la cristiandad alentó los sentimientos
antipapales especialmente en la segunda nación. La guerra se inició con triunfos ingleses y finalizó
con victorias francesas. Un personaje clave para el logro de las victorias francesas fue una joven
campesina llamada Juana de Arco (1412–1431). Juana nació en la aldea de Domremy (Lorena) y era
hija de un matrimonio humilde. A los trece años tuvo diversas visiones celestiales y oyó voces que
la animaban a libertar a Francia de los ingleses. A pesar de la negativa de sus padres, Juana resolvió
visitar al capitán francés, que se opuso a su intervención. Ante la decisión de Juana de entrevistar al
rey, Baudricourt le facilitó caballos y una escolta de seis hombres. Vistiendo una armadura, la joven
anduvo once días y atravesó sin ningún incidente más de cien leguas de territorio enemigo, para
arribar a Chinón, donde residía Carlos VII, el Delfín. El monarca aceptó el desafío de Juana y la
autorizó a salir al campo de batalla. Juana se propuso atacar la ciudad de Orleáns, uno de los últimos
baluartes ingleses en territorio francés, y logró su rendición. A éste le siguieron otros triunfos, que
permitieron a Carlos VII trasladarse a Reims, en cuya catedral fue coronado rey de Francia.

Posteriormente, Juana cayó prisionera de los borgoñeses, cuando trataba de liberar la ciudad
de Compiegne. Fue entregada a los ingleses por 10.000 francos de oro, ante la indiferencia de Carlos
VII. En diciembre de 1430 fue trasladada a Ruán y juzgada por la Inquisición, que la acusó de
hechicería. Finalmente, por haber usado ropas masculinas fue condenada por hereje a prisión
perpetua. Sus enemigos le hurtaron sus ropas mientras dormía y le dejaron sólo una vestimenta
masculina. La joven se cubrió con ellas y entonces fue declarada relapsa (reincidente) y condenada
a morir en la hoguera. El 25 de mayo de 1431 fue conducida al cadalso levantado en la plaza de
Ruán. El papa Benedicto XV canonizó a Juana de Arco en 1920.

Conflictos socioeconómicos. Los problemas económicos y los conflictos políticos hicieron mella
sobre el tejido social. El siglo XIV fue notable por los levantamientos de campesinos, las luchas
urbanas, la insurrección de la burguesía, las protestas de trabajadores textiles, además de tumultos,
motines y guerras civiles. Los burgueses culpaban a los nobles por los fracasos militares y les
perdieron el respeto que tradicionalmente les habían tenido. En Francia, comenzaron a exigir que
se les permitiera controlar el uso del dinero que pagaban como impuestos y reclamaron una mayor
participación en el gobierno. Los soldados franceses que habían sido derrotados por los ingleses en
la batalla de Poitiers (1356) comenzaron a asolar los campos y provocaron la indignación de los
campesinos, que se lanzaron al asalto de los castillos y los campos sembrados. Los jacques, como se
les llamó, cometieron toda suerte de crueldades contra la nobleza, hasta que fueron reducidos y
castigados con mayor crueldad.

Además, a mediados del siglo XIV, toda Europa se vio sacudida por un repentino desastre
demográfico, debido al estallido de una plaga de peste bubónica. La disminución de la población en
razón de la “muerte negra,” como se la denominó, fue tan grande que la estructura social, política,
cultural y religiosa fue conmovida. La curva de la población, que había estado levantándose
firmemente desde mediados del siglo X, de pronto de niveló y probablemente declinó incluso antes
que la peste bubónica se llevara a un cuarto de la población de Europa. Las ciudades ya no
construyeron nuevos suburbios y murallas, y es probable que el volumen del comercio internacional
fuese realmente menor en 1400 que en 1300, al menos al norte de los Alpes. Ciertamente la tierra
dejó de cultivarse en Inglaterra y Alemania, como han mostrado los estudios estadísticos. Esto
parece haber sido causado conjuntamente por el agotamiento del suelo y la declinación drástica de
la población.
Sobre los problemas que la peste bubónica trajo consigo se añadieron los consecuentes a la
primera gran crisis bancaria en la historia europea. Los bancos florentinos habían sobrextendido el
crédito a las monarquías de Inglaterra, Francia y el reino de Sicilia para el pago de sus guerras,
préstamos que estos reinos no pudieron devolver. Esto generó una profunda crisis de confianza. El
colapso de los bancos tuvo un impacto en la manufactura y el comercio, que se nutrían del crédito
extendido para aumentar sus operaciones y transacciones.

Conflictos eclesiásticos. Si bien durante buena parte del siglo XIV Francia pudo controlar al
papado al mantener su sede en Aviñón, no todos en el reino consideraban que esto era una
bendición. También en Francia hubo oposición al papado francés, especialmente de aquellos que
con sus impuestos debían mantener dos cortes: la de Francia y la de Aviñón. De todos modos, la
corte papal en Aviñón funcionaba con más eficiencia que la Curia romana. Era una estructura más
centralizada, con treinta cardenales residentes, que superó a Roma en la actividad misionera y la
diplomacia. Pero se mostraba más como una corte mundana, centrada en el poder, la ley y el dinero,
que en el cumplimiento de un fin espiritual.

Petrarca: “Aquí [en Aviñón] reinan los sucesores de los pobres pescadores de Galilea. Han
olvidado absolutamente sus orígenes … [es] Babilonia, el centro de todos los vicios y el
sufrimiento … no hay piedad, ni caridad, ni fe, ni reverencia, ni temor de Dios, nada que sea
santo, nada justo, nada sagrado. Lo único que se oye o se lee tiene que ver con la perfidia,
el engaño, la dureza del orgullo, la desvergüenza y la orgía desenfrenada … en resumen,
todas las formas de la impiedad y el mal que el mundo puede mostrar se reúnen aquí … Aquí
se pierden todas las cosas buenas, primero la libertad y después sucesivamente el reposo,
la felicidad, la fe, la esperanza y la caridad.”

El sexto Papa francés en Aviñón fue Urbano V (1362–1370), un benedictino de origen noble.
Logró consolidar las posesiones del papado en Italia gracias al talento militar y político del cardenal
español Gil de Albornoz. En 1367 decidió regresar a Roma, donde permaneció por tres años, pero
luego volvió a Aviñón, donde murió. Su sucesor fue Gregorio XI (1370–1378), sobrino de Clemente
VI, quien era un especialista en derecho canónico. Animado por cartas de Catalina de Siena, se
instaló en Roma a principios de 1377, cuando sólo le quedaba un año de vida. Para entonces, los
cardenales estaban divididos. La mayoría eran franceses (11 de 16) y estaban a favor de Aviñón
como sede, pero la elección del nuevo Papa debía hacerse en Roma.

El pueblo de Roma demandó que un italiano ocupara el trono papal. Pero el nuevo Papa no fue
romano ni francés, sino napolitano, y asumió con el nombre de Urbano VI (1378–1389). Urbano VI
era un déspota brutal, autoritario y cruel, que no hizo nada por volver a Aviñón a pesar de haber
prometido hacerlo. En razón de esto, los cardenales franceses declararon que su elección no era
válida, y eligieron a un Papa francés, Clemente VII (1378–1394), quien se trasladó a Aviñón. Urbano
VI se resistió diciendo que todo era ilegal, se rehusó a reconocer a Clemente VII como Papa, y ordenó
nuevos cardenales en lugar de los que lo habían depuesto. Así comenzó el Gran Cisma Papal.
Nuevamente, la cristiandad occidental quedó dividida en dos bandos, que acataban
respectivamente la autoridad de los pontífices establecidos en Roma y Aviñón.
_ El Gran Cisma Papal (1378–1417)

Dos Papas. Había, pues, dos papas: uno italiano en Roma y uno francés en Aviñón, cada uno con
su colegio de cardenales. La cristiandad occidental se dividió tomando partido por uno u otro. El
Papa romano (Urbano VI) fue reconocido por Italia, Inglaterra, la mayor parte de Alemania,
Escandinavia, Hungría, Bohemia, Flandes, Países Bajos y Portugal. El Papa francés (Clemente VII) fue
seguido por Francia, Escocia, Saboya, Austria y el resto de Alemania. La elección se hizo sobre
premisas nacionalistas y factores políticos, frustrándose así el ideal de una Iglesia universal por
encima de los intereses nacionales. Ninguno de los dos papas estaba dispuesto a renunciar, porque
ambos afirmaban haber sido elegidos canónicamente. La mayoría de los cardenales estaba
preocupada y ansiosa por poner fin a este escándalo.

CUADRO 10 - LOS PAPAS DEL GRAN CISMA

PAPAS DE ROMA PAPAS DE AVINOŃ PAPAS CONCILIARES

GREGORIO XI (1370–1378)

Murió en 1378, preparando el


escenario para el cisma.

URBANO V (1378–1389) CLEMENTE VII (1378–1394)

Terminó con el Cautiverio Babilónico pero Después de tres años de guerra contra quienes
provocó el Cisma al separar a los cardenales respaldaban a Urbano VI, se mudó a Aviñón en
franceses y elegir a otros. 1381.

BONIFACIO IX (1389–1404) BENEDICTO XIII (1394–1417)

Depuesto por el Concilio de Pisa en 1409; pero


se rehusó a renunciar. Depuesto por el Concilio
de Constanza en 1417. Regresó a España,
convencido hasta el día de su muerte de que
era un Papa legítimo.

INOCENCIO VII (1404–1406) ALEJANDRO V (1409–1410)


Nombrado por el Concilio de
Pisa.

GREGORIO XII (1406–1415) JUAN XXIII (1410–1415)

Depuesto por el Concilio de Pisa Depuesto por el Concilio de


en 1409, pero se rehusó a Constanza en 1415.
renunciar. Depuesto por el
Concilio de Constanza en 1415.
MARTIN V (1417–1431)

Nombrado por el Concilio de


Constanza para terminar con el
Cisma.

Varias soluciones. Se ensayaron diversos caminos para la solución del Gran Cisma. Una de las
propuestas fue per viam facti o de los hechos consumados. Ambos partidos intentaron primero
presentar pruebas positivas arguyendo su legitimidad a través de declaraciones. Luego, apelaron al
anatema, la propaganda, la intriga e incluso la violencia. Clemente VII intentó esta solución por el
camino de la fuerza; pero no le dio resultado. Los teólogos y juristas de la Universidad de París en
1394 propusieron otros tres caminos. Dos de ellos apelaban a la buena voluntad de los dos papas.
Se trataba de la vía cessionis, según la cual uno o ambos papas debían renunciar al papado. La
segunda propuesta era la vía compromissi, según la cual ambos papas se reunirían acompañados de
sus respectivos cardenales para discutir las razones que se alegaban; quien mejores razones tuviese
sería reconocido como Papa por toda la Iglesia. La tercera solución presentada por los eruditos de
París preveía la convocación de un Concilio universal que prescindiera de los dos papas en litigio.
Ésta era la vía concilii. Finalmente, ésta fue la idea que prevaleció, es decir, la idea de resolver el
Gran Cisma por medio de un Concilio de todos los obispos.

_ Los concilios reformadores

El Gran Cisma Papal puso en evidencia el descontento de muchos respecto de un gobierno


eclesiástico centralizado en el Papa. Algunos renombrados profesores universitarios, como Pedro
de Ailly (1350–1420) y Juan Gerson (1363–1429), creían que el poder pleno de la Iglesia no residía
en el Papa, sino en el cuerpo total de los creyentes, que sólo podía estar representado por un
Concilio de delegados de toda la Iglesia. Sostenían, además, que le correspondía al poder civil el
derecho de convocar tal Concilio, ya que el primer Concilio ecuménico (Nicea, 325) había sido
convocado por el emperador Constantino. Estos principios se impusieron y durante el siglo XV se
realizaron varios Concilios, que pusieron fin al Gran Cisma, enfrentaron las herejías y buscaron
reformar la Iglesia.
Concilio de Pisa (1409). Pedro de Ailly y Juan Gerson desconfiaban de que el Papa de Roma y el
de Aviñón se avinieran a citar un Concilio y a obedecer sus decretos; por eso, persuadieron al rey de
Francia para que quitara su apoyo al Papa de Aviñón y reuniera a los dos grupos de cardenales.
Tanto Francia como Inglaterra apoyaron la convocación de este Concilio, que finalmente se reunió
en el año 1409 en la ciudad de Pisa. Los obispos reunidos eran pocos, pero muy representativos. El
propósito era terminar con el cisma y la herejía. El Concilio afirmó también la autoridad conciliar
sobre la papal. El resultado fue la declaración de vacancia del trono papal, la deposición de Gregorio
XII (Roma) y de Benedicto XIII (Aviñón), y el nombramiento de un nuevo Papa: Alejandro V (1409–
1410), que fue apoyado por Inglaterra, Francia, y parte de Alemania. Pero los papas depuestos no
aceptaron la decisión y continuaron en el poder: Benedicto XIII con el apoyo de España, Portugal y
Escocia, y Gregorio XII respaldado por Alemania e Italia. De modo que el escándalo de tener dos
papas se acrecentó porque ahora había tres y cada uno pretendiendo legitimidad. Alejandro V podía
haber logrado la unificación, pero murió pronto y fue sucedido por Juan XXIII (1410–1415), un Papa
mundano y degenerado, que dejó una página negra en la historia del papado. El Concilio no tuvo
poder para aplicar sus decisiones, y dejó a la Iglesia con tres papas rivales.

Concilio de Constanza (1414–1418). Después de Pisa, la Iglesia se encontró en un camino sin


salida, del que logró salir gracias al emperador Segismundo, quien presionó a Juan XXIII para que
convocara un Concilio en Constanza. Los propósitos del Concilio fueron terminar con el Cisma, poner
en marcha una reforma moral y administrativa de la Iglesia y condenar las herejías de Juan Wycliff
y de Juan Huss. Los personajes más destacados en su desarrollo fueron el Papa Juan XXIII, Pedro de
Ailly y Juan Gerson. Sin embargo, como instrumento de reforma, el Concilio fue una triste desilusión,
pero logró poner fin al Cisma, al condenar a los tres papas existentes, deponerlos y elegir a un nuevo
Papa, Martín V (1417–1431), quien fue reconocido por todos.

M. David Knowles: “La desconfianza hacia el Papa y los cardenales, así como el nacionalismo
naciente—excitado por la hostilidad que reinaba entre Inglaterra y Francia—, condujeron a
dos innovaciones importantes. Primero se discutía y votaba por grupos nacionales. Luego
fueron admitidos muchos teólogos que no eran obispos. Esto aseguró una posición fuerte a
los universitarios, que sostenían la supremacía del Concilio sobre el Papa y la necesidad de
celebrar Concilios periódicos. Pedro de Ailly, ya cardenal, era un ‘conciliarista’ extremo.
Gerson, más conservador, proponía una reforma limitada.”

A partir de Constanza, la cristiandad romana tenía una vez más una sola cabeza. El Cisma había
terminado formalmente, pero la autoridad papal estaba muy deprimida. De ahora en adelante,
según las decisiones del Concilio, el Papa tendría el poder ejecutivo de la Iglesia, pero sería regulado
por un cuerpo legislativo (Concilio), que se reuniría regularmente y representaría los intereses de
toda la cristiandad. Martín V prometió convocar a otro Concilio cinco años más tarde, en
cumplimiento de la resolución del propio Concilio de Constanza de tener Concilios regulares. El
Concilio de Constanza logró la transformación del papado de una “monarquía absoluta” a una
“monarquía constitucional.”
Concilio de Pavía (1423). Fue convocado por Martín V, conforme con lo resuelto en Constanza,
pero contra su voluntad, ya que él era de la idea de un papado absolutista. La asistencia fue pobre
debido a la peste. Fue trasladado a Siena y fue aplazando su conclusión. Sin haber logrado concluir
nada ni resolver nada significativo, el Concilio fue disuelto en 1424 por Martín V. La responsabilidad
del fracaso recayó sobre el Papa y esto aumentó el descontento.

Concilio de Basilea (1431–1449). Fue convocado por Martín V, que falleció dos meses más tarde,
y fue sucedido por Eugenio IV (1431–1447). A este Concilio asistieron menos participantes, menos
obispos y más universitarios, y su desarrollo fue más complejo que el de Constanza. La mayoría de
los padres conciliares eran adversos a la supremacía papal y sostenían que el Concilio general poseía
una autoridad superior a la del Papa. El Concilio tuvo cuatro propósitos. (1) Encaró las reformas
administrativas y morales que no se concretaron en Constanza, ordenando la realización de sínodos
anuales en cada diócesis y cada diez años un Concilio general, entre otras medidas. (2) Inició las
gestiones tendientes a la reunión de la Iglesia Latina y la Iglesia Griega, esta última amenazada por
los conquistadores turcos otomanos. (3) Tomó medidas respecto a las revueltas religiosas en
Bohemia (movimiento husita), logrando vencerlas. (4) Consolidó la paz entre los príncipes cristianos.

Concilio de Ferrara-Florencia (1437–1439). En Basilea no hubo acuerdo sobre el lugar donde


debía realizarse el contacto con los representantes de la Iglesia Griega, y el Concilio se dividió sobre
esta cuestión. El Papa, que tenía el apoyo de una minoría, trasladó el Concilio a Ferrara en 1437 para
encontrarse allí con los griegos, y luego en 1439 la sede fue llevada a Florencia. Allí se produjo la
reunión de las dos Iglesias, hecho que aumentó el prestigio de Eugenio IV. Mientras tanto, en
Basilea, la mayoría adoptaba resoluciones más radicales: depuso a Eugenio IV acusándolo de herejía
y eligió a Félix V (1439–1449). Félix V y el Concilio de Basilea fracasaron en lograr apoyo político y el
Concilio terminó por respaldar al legítimo sucesor de Eugenio IV, Nicolás V (1447–1455). El fracaso
de Basilea arruinó las esperanzas de transformar al papado en una monarquía constitucional o de
hacer la reforma tan necesaria por medio de un Concilio.

El fracaso de todos estos concilios se debió a la falta de unidad en los motivos y propósitos
(cuestiones políticas, intereses personales, ideales nacionalistas, etc.); a la solución parcial de
Constanza, que declaró todo terminado sin resolver nada; y, al antagonismo por el poder papal,
pues ningún Papa estaba dispuesto a renunciar a sus privilegios. No obstante, una nueva fuerza se
estaba manifestando en estos Concilios: la idea de nacionalidad. Este sentimiento iría aumentando
hasta la Reforma, y sería un factor importantísimo en su logro.

LOS PAPAS DEL RENACIMIENTO

El retorno de la sede papal a Roma y el fracaso de los Concilios reformadores dieron lugar al
surgimiento de un nuevo tipo de papas en el trono de San Pedro. Su mentalidad, ambiciones,
conducta y realizaciones estuvieron fuertemente afectadas por los vaivenes de la política de Italia y
el desarrollo del Renacimiento Italiano. Desde un punto de vista religioso, el papado alcanzó durante
la segunda mitad del siglo XV y comienzos del XVI su punto espiritual y moral más bajo.
M. David Knowles: “En lo que concierne al papado, el período se caracterizó esencialmente
por el hecho de que la Santa Sede estuvo cada vez más implicada en las violencias políticas
de Italia y los eclesiásticos italianos participaron en lo que se llama el Renacimiento Italiano.
Estos dos factores iban a disminuir la fuerza espiritual y moral de la curia y a aminorar
notablemente su prestigio.”

Hacia mediados del siglo XV, los papas le imprimieron al papado todos los rasgos que habrían
de caracterizarlo hasta el advenimiento de la Reforma: intrigas políticas, objetivos temporales,
corrupción, relajación moral, preocupaciones dinásticas, ambiciones desmedidas, indiferencia
pastoral, falta de espiritualidad y abandono de todo ideal religioso.

_ Problemas que enfrentaron

La eliminación del peligro turco otomano. Los Papas Renacentistas empeñaron, en más de una
ocasión, todo su entusiasmo en preparar una Cruzada contra los turcos. Pero los príncipes cristianos
no respondieron e hicieron fracasar sus planes. Nadie tenía interés en encarar una nueva Cruzada
religiosa. El resultado de esto fue que los turcos avanzaron sobre Europa y en 1453 tomaron
Constantinopla. El papa Nicolás V (1447–1455), más erudito y humanista que clérigo, hizo de Roma
la capital del Renacimiento Italiano, pero no movió un dedo para detener el avance demoledor de
los turcos sobre Constantinopla.

El último emperador bizantino, Constantino XI había logrado renovar la unión con la Iglesia
Romana (1452) por medio del cardenal Isidoro de Kiev. Pero los Occidentales no prestaron a los
bizantinos la ayuda que necesitaban contra los turcos. Después de las victorias de Warna (1444) y
de Merli (1448), los turcos estrecharon cada vez más su cerco sobre Constantinopla. Los turcos
favorecieron la ruptura de relaciones entre la Iglesia Griega y la Iglesia Romana. Un sínodo celebrado
en Constantinopla rompió formalmente con Roma (1472). En 1459 Rusia se separó de
Constantinopla, y Moscú empezó a llamarse “la Tercera Roma.”

Calixto III (1455–1458), el primer Papa de la familia de los Borgia, fue un jurista y guerrero
español, que tuvo como único propósito de su pontificado la cruzada contra los turcos. Envió
legados y predicadores por toda Europa. Pero ya había pasado mucho tiempo desde las primeras
Cruzadas. El nacionalismo con sus intereses particulares hacía tiempo que se había apoderado de
Europa. Sólo Hungría apoyó el proyecto de Cruzada y sus ejércitos lograron un resonante triunfo
sobre los turcos en Belgrado (1456). Al año siguiente, una escuadra naval, enviada por Calixto III
logró también una victoria sobre los turcos. Pero estas victorias no tuvieron el resultado deseado,
porque Venecia entró en relaciones con los otomanos, e hizo con ellos un pacto de no agresión. No
obstante, Calixto III invirtió enormes sumas de dinero en la guerra contra los turcos.

Pío II (1458–1464), un Papa humanista, continuó los esfuerzos por frenar el avance turco sobre
Europa. En 1458 reunió un encuentro de príncipes europeos en Mantua, en el que se decidió una
guerra de tres años contra los turcos, pero sin resultados prácticos. Ante la imposibilidad de librarse
del peligro turco por las armas, Pío II cambió de estrategia. Escribió una carta al sultán Mahoma II
exhortándolo a abrazar la fe cristiana. Nicolás de Cusa (1400–1464) intentó allanar las dificultades
doctrinales entre el islamismo y el cristianismo a través de una obra titulada Cribatio alchorani. Pío
II terminó por organizar una campaña naval contra los turcos, colocándose él mismo al frente de la
escuadra, pero cayó enfermo y murió en 1464.

Sixto IV (1471–1484), un hombre de origen modesto pero bien formado teológicamente, quiso
transformar a la monarquía pontificia en una gran potencia italiana e intentó una nueva Cruzada
contra los turcos. En 1473 envió cinco legados por toda Europa a predicar la Cruzada y a recoger los
diezmos impuestos para el mismo fin. Pero los príncipes no respondieron y el clero no entregó los
diezmos. La escuadra naval consiguió conquistar Esmirna, pero las disensiones entre venecianos,
napolitanos y pontificios hicieron fracasar la empresa. En 1480 los turcos conquistaron Otranto, y
con ello lograron una cabecera de playa para la conquista de Italia y de Roma misma. Al año
siguiente, una nueva flota que el Papa logró reunir, reconquistó la ciudad.

CUADRO 11 - LOS PAPAS RENACENTISTAS

Nicolás V (1447–1455)

Calixto III (1455–1458)

Pío II (1458–1464)

Paulo II (1464–1471)

Sixto IV (1471–1484)

Inocencio VIII (1484–1492)

Alejandro VI (1492–1503)

La reforma de la Iglesia. A lo largo de la Edad Media se fue oyendo el clamor por una reforma in
capite et in membris (desde la cabeza hasta los miembros), y esto se agudizó en los siglos XIV y XV,
pero sin mayores resultados. Desde la muerte de Calixto III (1458) no se verá una tentativa sincera
de reforma. Pío II intentó favorecer algunos procesos de cambio, pero sin mayores efectos. Durante
su pontificado se rodeó de amigos entregados a la reforma de la iglesia, como Domingo Domenichi
y Nicolás de Cusa. Ambos redactaron ciertos proyectos, para cuyo estudio y aplicación el Papa
constituyó una comisión de reforma. Pero la Cruzada contra los turcos le impidió poner por obra las
disposiciones que ya tenía proyectadas. A partir de Sixto IV, la Curia pontificia entró en una profunda
decadencia moral.

La teoría conciliar. Las ideas conciliaristas de la supremacía del Concilio sobre el Papa habían
sido defendidas abiertamente en Basilea con fuerte apoyo de eclesiásticos de renombre, como
Nicolás de Cusa. Estas teorías fueron resistidas por los Papas y finalmente derrotadas por teólogos
papistas. El papa Pío II había militado en el partido conciliarista de Basilea en su juventud, como
secretario de Félix V. Pero poco a poco fue cambiando de actitud, hasta que en 1444 confesó sus
errores y en 1463, siendo ya Papa, publicó una bula (Exsecrabilis) en la que se retractaba de sus
ideas conciliaristas y reafirmaba la supremacía pontificia.

Exsecrabilis: “Ha surgido en nuestro tiempo un abuso execrable, del que no se había oído
en edades anteriores, es decir, que algunos hombres, imbuidos con el espíritu de rebelión,
pretenden apelar por un concilio futuro al pontífice romano, el vicario de Jesucristo, a quien
en la persona del bendito Pedro se le dijo, ‘Alimenta a mis ovejas’ y ‘Todo lo que atares en
la tierra será atado en el cielo’; y esto no por un deseo de un juicio más sano sino para
escapar de los castigos de sus errores. Cualquiera que no sea totalmente ignorante de las
leyes puede ver de qué manera esto contraviene los cánones sagrados y cuán perjudicial es
esto para la cristiandad. Y, ¿no es simplemente absurdo apelar por lo que ahora no existe y
cuya fecha de existencia futura se desconoce? Por lo tanto, deseando expulsar de la Iglesia
de Dios este veneno pestilente y tomar medidas para la seguridad de las ovejas confiadas a
nuestro cuidado, y para proteger al rebaño de nuestro Salvador de todo lo que pueda
ofender … nosotros condenamos apelaciones de este tipo y las denunciamos como erróneas
y detestables.”

La promoción y aplicación de la teoría conciliar fue resistida por los papas porque iba contra sus
intereses. Pero el período conciliar tuvo tres consecuencias sobre el papado. Primero, fueron los
príncipes quienes cosecharon los beneficios de la agitación antipapal y conciliarista. Los derechos y
privilegios papales no se vieron limitados, pero fueron transferidos a los príncipes, o se repartieron
y negociaron con ellos. Segundo, el gobierno papal fue reorganizado como resultado de los concilios.
Para confrontar a los príncipes de igual a igual, el papado necesitaba de nuevos órganos de gobierno
(maquinaria diplomática, recursos financieros), es decir, una nueva Curia, más eficiente. Y, tercero,
la cancillería y la camera, que habían sido los vehículos principales del gobierno papal desde el siglo
XII, dejaron de ocupar la posición central que habían tenido. Nuevos oficios y oficinas, directamente
relacionados con el Papa ocuparon su lugar (secretario personal, secretario de estado, Signatura,
nuncios). Al tratar con los príncipes como iguales, los papas mismos se condujeron como príncipes
mundanos.

Las nuevas corrientes culturales. A partir del siglo XIV se fue afirmando poco a poco una nueva
corriente cultural y espiritual: el humanismo. El humanismo tuvo su origen en Italia, desde donde
se expandió a toda Europa. Su iniciador fue Petrarca (1304–1374), el cual tuvo un gran precedente
en Dante Alighieri (1265–1321), autor de la Divina Comedia. Los centros humanistas más
importantes estaban en Italia, como Florencia, Roma, Nápoles y Mantua. Papas como Nicolás V,
Sixto IV, Julio II y León X favorecieron a los humanistas y a los artistas. Cuando el Renacimiento
comenzó a tomar vuelo y a modificar la sociedad, especialmente en Italia, el papado no pudo
abstraerse de su influencia. Por el contrario, algunos papas se transformaron en celosos promotores
del mismo. Nicolás V había sido un erudito y humanista destacado antes de acceder al trono papal
y una vez en el mismo, hizo todo lo posible por transformar a Roma en la capital cultural de Italia.
Se rodeó de un grupo de notables eruditos, como Poggio, Filelfo y Lorenzo Valla. Además,
emprendió dos proyectos de importancia. El primero fue el de transformar la pequeña biblioteca
pontificia en una gran colección de manuscritos latinos y griegos, y así fundó la famosa Biblioteca
Vaticana. El segundo fue el de reconstruir San Pedro, el Vaticano y la misma ciudad de Roma con
una magnificencia inigualada.

El papa Sixto IV fue también un generoso mecenas para los artistas renacentistas. Hizo construir
una capilla que lleva su nombre, la Capilla Sixtina, y para decorarla reclutó una pléyade de genios:
Ghirlandaio, Botticelli, Perugino, Pinturicchio y Melozzo da Forli. Hizo construir también varias
iglesias.

MAPA 8 - EUROPA EN EL SIGLO XV

_ Decadencia que experimentaron

Los Papas del Renacimiento aumentaron el prestigio y la riqueza externa del papado, tan
maltrecho desde el cautiverio de Aviñón y casi moribundo durante el Cisma de Occidente. Pero la
decadencia interna creció de un modo alarmante y hasta límites casi inverosímiles durante la
segunda mitad del siglo XV y principios del siglo XVI. A lo largo de este período hubo un notable
incremento en tres formas de actividad papal: el tráfico de indulgencias, el arbitraje papal en
cuestiones internacionales, y la elaboración de un sistema de nombramientos u otorgamientos
papales de beneficios eclesiásticos. Como expresión de estas acciones, surgieron algunos de los
problemas que más afligieron a la Iglesia institucional, entre ellos los siguientes.

Nepotismo. Los papas de la baja Edad Media llegaron a considerar que todas las posiciones
jerárquicas en el clero de la Iglesia de algún modo les pertenecían y que era su derecho designar
para las mismas a quienes ellos quisieran. Ya en 1335, Benedicto XII afirmaba: “Nos reservamos para
nuestra propia ordenación, disposición y provisión todas las iglesias patriarcales, arzobispales y
episcopales, todos los monasterios, prioratos, dignidades, rectorías y oficios, todas las canonjías,
prebendas, iglesias y otros beneficios eclesiásticos, con o sin cura de almas, ya sean seculares o
regulares, de todo tipo, vacantes o a hacerse vacantes en el futuro, incluso si han sido o deben ser
cubiertos por elección o en alguna otra manera.” No es extraño, pues, que sobre esta base, los papas
hayan favorecido a familiares y amigos especialmente con aquellos puestos eclesiásticos que eran
más rentables.

La preferencia de los papas por los propios parientes, a los que llenaban de riquezas y colmaban
de cargos y de honores eclesiásticos sin tener en cuenta la dignidad moral ni la eficiencia de
gobierno, fue una verdadera plaga durante este período. El papa Calixto III hizo cardenal a su sobrino
Rodrigo Borgia, quien llegaría a ser Papa como Alejandro VI. El nepotismo del papa Sixto IV fue
probablemente el más escandaloso de todo el período. En la primera promoción de cardenales
(1471) concedió el capelo cardenalicio a dos sobrinos y más tarde hizo cardenales a otros cuatro
familiares, todos ellos indignos de ocupar un ministerio religioso y desprovistos de toda vida
espiritual. Al resto de su familia lo dotó de altos cargos y lo enriqueció a costa de los bienes de la
Iglesia.

Corrupción. Las debilidades morales de algunos papas fueron muy graves y escandalizaron a
toda la cristiandad. Con el papa Sixto IV, que había sido general de los franciscanos, comenzó la
época más desastrosa del papado después del siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). Los papas se
convirtieron en príncipes seculares, entregados totalmente a la política y la corrupción. Entre otras
acciones, Sixto IV fue quien autorizó a los Reyes Católicos de España a implantar la Inquisición en
todo ese país (1478), con todas las consecuencias que ello tuvo para los judíos y los musulmanes, y
más tarde, para los protestantes. Calixto era español y le dio al papado del siglo XV sus rasgos más
funestos.

La corrupción de la Curia se incrementó con el ascenso al trono papal de Inocencio VIII (1484–
1492). Un colegio de cardenales completamente mundanalizado lo eligió Papa, en una elección que
no estuvo exenta de simonía. Un hijo suyo se casó con una hija de Lorenzo el Magnífico (Medici), y
las bodas se celebraron en el Vaticano con un lujo y derroche propios de un sultán. La corrupción y
compra de cargos en la Curia fueron frecuentes, y abundaron las bulas falsas y los privilegios falsos.
En 1489 se descubrió un tráfico ilegal de documentos papales, vendidos a buen precio por los
empleados de la Cancillería. Las finanzas pontificias llegaron a tal grado de corrupción, que fue
necesario empeñar la tiara pontificia y una buena parte del tesoro de San Pedro. El colegio
cardenalicio estaba plagado de parientes y partidarios, y compuesto por hombres ambiciosos y
ricos, divididos en bandos que prolongaban las intrigas pontificias en la ciudad y sus alrededores.
Por otro lado, Inocencio VIII fue responsable de una brutal caza de brujas a manos de la Inquisición,
que ocurrió a partir de la publicación de una bula suya (1484) en la que denunciaba fenómenos de
brujería y alertaba sobre su multiplicación por toda Europa, especialmente en Alemania.

Probablemente, de todos los papas renacentistas, ninguno fue tan corrupto como Rodrigo
Borgia, quien ascendió al trono de Pedro con el nombre de Alejandro VI (1492–1503), cuando tenía
más de sesenta años. Su elección fue escandalosamente simoníaca, porque directamente compró
el papado, y toda su vida y ministerio papal continuó siendo escandalosa. Había sido nombrado
cardenal por su tío, el Papa español Calixto III (1456), de quien recibió toda suerte de prebendas que
le producían notables ganancias. Llevó una vida de lujo oriental y siendo cardenal tuvo tres hijos con
una mujer romana desconocida, además de varios otros hijos con otras mujeres. Muchos de estos
hijos llegaron a ocupar lugares en la jerarquía de la Iglesia o recibieron títulos de nobleza.

Mundanalización. Los papas de este tiempo fueron más bien príncipes seculares que pastores
de almas. Algunos llegaron a considerar los estados y territorios de la Iglesia como propiedad
personal, de la que podían disponer a su antojo, incluso utilizando la guerra a favor de sus intereses.
Alejandro VI gobernó la Iglesia como si fuese un principado personal. Se lo consideraba un hombre
amable, genial y sumamente hábil para la política. Pero también demostró ser capaz de cometer
cualquier intriga o crimen contra quienquiera que se interpusiera a su interés personal o el de sus
hijos. Así es como entró en conflictos con los príncipes italianos, el rey de Francia, el emperador, el
rey de España e incluso el sultán turco. Designó a su hijo Juan como duque de Gandía, y le concedió
el ducado de Benevento, que pertenecía a los Estados Papales. Con su hijo César Borgia, a quien
nombró cardenal, usurpó la administración de los Estados Papales, encarceló, asesinó y envenenó
a todos los que se opusieron. Se sospechaba incluso que César había asesinado a su hermano Juan,
para ocupar su lugar. La hija preferida de Alejandro VI fue Lucrecia Borgia, una mujer que heredó la
afección de su padre por el escándalo y las intrigas, a las que agregó varios matrimonios y divorcios.

Otros papas se destacaron más por ser humanistas, más interesados en las artes y el
engalanamiento de sus palacios que en el cuidado de la Iglesia. Nicolás V invirtió grandes sumas de
dinero en la restauración de iglesias y en la compra de códices para la Biblioteca Vaticana, de la que
fue fundador. Su sucesor, Calixto III, favoreció también a humanistas como Lorenzo Valla, Eneas
Silvio Piccolomini (futuro papa Pío II) y otros. Con el papa Paulo II (1464–1471), sobrino de Eugenio
IV, un estupendo economista y un autócrata moderado, se profundizó el proceso de
mundanalización de la corte pontificia. El Papa se granjeó la antipatía de algunos humanistas, pero
agradó al pueblo de Roma por sus carnavales y su política de construcción. Paulo II se mostró más
interesado en la gastronomía exquisita, la moda lujosa y las fiestas suntuosas que en la
administración de la Iglesia.

MOVIMIENTOS DE REFORMA

_ Antecedentes medievales
El deseo de reforma. El deseo de una reforma de la Iglesia estaba bien generalizado durante el
siglo XV, pero tenía antecedentes en muchos individuos y grupos disidentes a lo largo de toda la
Edad Media. En general, estas manifestaciones de protesta anhelaban un cristianismo más auténtico
y fiel al Nuevo Testamento, pero también expresaban los reclamos de los sectores sociales más
oprimidos y que más sufrían los cambios que se estaban produciendo en la sociedad feudal.
Lógicamente, estos disidentes y rebeldes fueron considerados como herejes, especialmente por los
líderes eclesiásticos de su tiempo, que eran los principales custodios del sistema. La historia de estos
“reformadores” no es fácil de recuperar, pero la fe de casi todos ellos fue heroica, estuvieron
dispuestos a sufrir por su causa y es apasionante recordarlos.

La mayoría de estos disidentes medievales afirmaban creencias ortodoxas, pero sus reclamos
estaban ligados a cuestiones sociales y especialmente religiosas. A medida que la Iglesia se sumergía
en el paradigma de cristiandad, se institucionalizaba y entraba en competencia con los señores de
este mundo por el poder político y económico, la disidencia se fue generalizando. Para el siglo XII,
los cimientos sociales de la Iglesia se vieron sacudidos como consecuencia de las pestes y hambrunas
recurrentes, que desataron despertares místicos y sociales contra la jerarquía eclesiástica y contra
los grandes señores, seculares y eclesiásticos, a quienes se culpaba de provocar la ira de Dios con
sus atropellos, desmanes y vicios.

Un ejemplo de estos estallidos fueron los flagelantes de los siglos XI al XIV, que recorrían en
bandas los campos y ciudades de Francia, Italia, el norte de España, Flandes, Hungría e Inglaterra.
Así como se desgarraban el cuerpo a latigazos, estos exaltados se apoderaban también de los bienes
de la Iglesia, golpeaban o mataban a los sacerdotes y asaltaban casas y castillos. Otro ejemplo era
el caso de los bogomilas, que en el siglo X introdujeron a Bulgaria desde Oriente ideas maniqueas,
como arma ideológica de lucha de los siervos contra los señores. Sus creencias y prácticas se
difundieron entre siervos y artesanos de Rusia meridional, el resto de los Balcanes, Italia del norte
y el mediodía de Francia. En este último lugar, sus libros y ritos fueron traducidos a la lengua
vernácula. En 1167 se realizó cerca de Tolosa un concilio al que asistieron delegados bogomilas de
los Balcanes, que sostenían una actitud radicalmente anticlerical.

De las herejías dualistas, la más difundida y persistente fue la de los cátaros o albigenses. Los
cátaros ya eran conocidos en el sur de Francia en 1022, en el norte de Italia alrededor del 1032, y se
hicieron numerosos en Provenza alrededor del 1200. El papa Inocencio III lanzó contra ellos la
Cruzada Albigense, que comenzó con la excomunión del conde Raimundo VI de Tolosa (1207) y
continuó con una guerra, la predicación de los dominicos y finalmente la aplicación de la Inquisición.

Algunos rebeldes y disidentes medievales. Además de los movimientos o grupos organizados,


hubo una serie de individuos que expresaron su disidencia con el status quo, si bien afirmaban
creencias rigurosamente ortodoxas y aspiraban a un cristianismo bíblico. Muchos de ellos
intentaron llevar a cabo sus ideales de reforma desde adentro de la Iglesia, pero otros fueron
tenidos por herejes y perseguidos con toda fuerza. Entre los rebeldes más destacados, cabe
mencionar a los siguientes.
Pedro de Bruys (m. 1130). Fue un predicador del sur de Francia (Languedoc), de principios del
siglo XII. Combinaba un ascetismo estricto con la negación del bautismo infantil; el rechazo de la
presencia real de Cristo en la Cena del Señor; el repudio de las ceremonias, los templos y los
crucifijos; y, la inutilidad de las oraciones a favor de los difuntos. Su enseñanza más importante fue
la fe personal en Cristo como único medio de salvación. Sus adversarios más encarnizados fueron
Pedro el Venerable (1092–1156) y Bernardo de Clairvaux, que se enfrentaron con él personalmente
y por escrito. Por haber quemado crucifijos, él mismo fue quemado vivo por el populacho enfurecido
entre los años 1120 y 1130. A sus seguidores se los llamaba “petrobrusianos.”

Enrique de Lausana (m. 1149). Fue discípulo de Pedro de Bruys y era un ex-monje y teólogo
benedictino. Predicó la vida ascética (pobreza y penitencia) y negó la validez de los sacramentos
administrados por sacerdotes indignos. Atacó la corrupción del clero y se opuso al pago de los
diezmos y las ofrendas a la Iglesia. Predicó en diversas partes del sur de Francia y fue declarado
hereje por el Concilio de Tolosa (1119). En 1135, después de ser tomado prisionero por el obispo de
Arlés, logró escapar y continuó su predicación. Uno de sus más encarnizados opositores fue
Bernardo de Clairvaux, quien fue enviado a combatir su predicación. Enrique fue arrestado y murió
en Tolosa en 1149.

Arnaldo de Brescia (1100–1155). Contemporáneo de Pedro y Enrique, de origen noble, estudió


en París donde fue discípulo de Abelardo e ingresó a la orden de los agustinos. Regresó a Italia,
donde vivió de manera muy austera. Arnaldo sostenía que los miembros del clero debían abandonar
toda propiedad y poder temporal, para ser verdaderos discípulos de Cristo. Fue un celoso promotor
de la pobreza apostólica y atacó las riquezas y el poder temporal de la Iglesia. También rechazó la
validez de los sacramentos administrados por los clérigos que tenían bienes mundanales. Esto le
costó la vida, porque el papa Adriano IV puso como condición al rey alemán Federico Barbarroja la
cabeza de Arnaldo antes de coronarlo emperador. En 1155 Arnaldo fue ahorcado y quemado como
hereje.

Pedro Valdo (¿ –1217). Era un rico comerciante de Lión, que en 1176 abandonó sus bienes,
dejándolos a los pobres, y se dedicó a predicar. Un año más tarde ya tenía un grupo de seguidores,
que se autodenominaban los “pobres de espíritu” o “pobres de Lión.” Apelaron al Tercer Concilio
de Letrán (1179) solicitando permiso para predicar y aprobación para una traducción de la Biblia al
francés, pero se les negaron ambas cosas. Valdo, que era muy obstinado, consideró la negativa como
la voz del hombre contra la voz de Dios, y continuó predicando con sus compañeros. Por su
desobediencia fueron excomulgados, pero esto les valió nuevos adeptos. Fueron condenados como
herejes por el Cuarto Concilio de Letrán (1215).

Sus ideas más importantes fueron las siguientes. (1) La Biblia, especialmente el Nuevo
Testamento, era la única regla de fe y práctica, por eso la aprendían de memoria. (2) Rechazaban
como antibíblicas las misas y las oraciones por los muertos, y negaban el Purgatorio y los méritos de
los santos. (3) Defendían la predicación laica de hombres y mujeres y criticaban el uso del latín en
el culto. (4) Proclamaron el bautismo de creyentes. Los valdenses lograron sobrevivir en los valles
alpinos de Francia e Italia. Más tarde se convirtieron al calvinismo y continúan hoy como una
denominación evangélica reconocida.

_ Precursores de la Reforma

Juan Wyclif (1329–1384). Era un inglés educado en Oxford, donde alcanzó renombre como
erudito. Allí enseñó filosofía y teología. Escribió mucho sobre la Iglesia y el Estado, sobre lo que
estaba mal en ambas esferas y cómo corregirlo. Basaba su enseñanza en la idea de lo que llamaba
el “dominio de la gracia” que, según él, significaba que toda propiedad o poder venía de Dios y
quedaba en el ser humano utilizarlos correctamente, porque si eran usados mal se perdían.
“Correctamente” significaba de acuerdo con la Ley de Dios, tal como se la encuentra en la Biblia. Si
se usaba correctamente lo que Dios había dado al ser humano, entonces se estaba bajo el “dominio
de la gracia.”

Sus ideas parecían inofensivas y ortodoxas, pero había en sus escritos una severa crítica a los
abusos de la Iglesia, su riqueza, los impuestos papales que drenaban a su país y la misma autoridad
papal. Gente de todo tipo y clases sociales escuchaba con interés la prédica de Wyclif, porque
expresaba muchos de sus propios sentimientos. Muchos estaban de acuerdo con él en que la
religión de la Biblia era muy diferente de la que tenían a su alrededor. Las noticias de esto llegaron
a Roma y el Papa (Urbano V) envió instrucciones al arzobispo de Canterbury y al obispo de Londres
para que advirtieran al rey (Eduardo III) y a los nobles contra Wyclif, y que lo arrestaran y enviaran
a Roma para ser juzgado (1377). Pero Wyclif tenía amigos poderosos y era la figura universitaria más
notoria en Oxford. Por eso no se tomó ninguna medida hasta 1382, cuando el arzobispo de
Canterbury condenó su enseñanza. Wyclif se retiró de Oxford para ir a Lutterworth como párroco,
donde murió en paz en 1384.

Las ideas más revolucionarias de Wyclif tenían que ver con la Iglesia y la Biblia. En cuanto a la
Iglesia, su modelo era la iglesia del Nuevo Testamento. Por eso, el poder temporal y las riquezas
eran una ruina para la Iglesia, y el Estado debía incautarse de las posesiones eclesiásticas y contribuir
con un subsidio para el sostenimiento del culto y del clero. Al producirse el Gran Cisma de Occidente,
Wyclif se declaró no solamente en contra de los dos papas, Urbano VI y Clemente VII, sino en contra
del papado en cuanto institución. Según él, la verdadera Iglesia era la “elegida” y estaba constituida
por aquellos que habían sido predestinados por Dios para ser salvos. En contraste con la Iglesia
visible (jerarquía y fieles), esta elección era invisible y sólo Dios la conocía. Ningún ser humano, ni
siquiera el Papa “conoce si es de la Iglesia o si es un miembro del Diablo.” Además, Wyclif afirmaba
que Cristo era la única cabeza de la Iglesia. En consecuencia, la excomunión del Papa sólo afectaba
a aquél que ya había sido excomulgado por Dios. Por otro lado, todos los fieles eran sacerdotes y no
sólo aquellos que formaban parte del clero. Respecto a los sacramentos, Wyclif negó la
transubstanciación, si bien creía en la presencia real de Cristo, aunque no “materialmente o
corporalmente.” También condenó a la confesión como una institución diabólica, rechazó el celibato
sacerdotal y monacal como inmoral y nocivo para la Iglesia, y combatió las indulgencias, el culto de
los santos y las misas por los difuntos.
En cuanto a la Biblia, Wyclif tenía el más alto concepto de ella como la Palabra inspirada de Dios.
La contribución más positiva y permanente de Wyclif tuvo que ver precisamente con la Biblia, a la
que consideraba como autoridad final para la doctrina y la práctica cristianas. Para Wyclif, la Biblia
era la única fuente de la revelación. Por eso era importante que todos pudieran leerla y estudiarla
en su propio idioma. Entre los años 1382 y 1384 se hizo una traducción de la Vulgata al inglés, en la
que Wyclif tuvo una participación importante. Esta versión bíblica tuvo una gran circulación y ejerció
una importante influencia en el pueblo inglés.

Según él, la Biblia debía ser predicada al pueblo. Todavía no había imprenta y para llevar el
evangelio al pueblo, Wyclif comenzó a enviar a sus seguidores como predicadores, vestidos de
campesinos, con un báculo en la mano y de dos en dos. Estos predicadores llevaban copias de
pasajes bíblicos, que leían a las multitudes y luego los enseñaban de memoria. En el año 1408 el
arzobispo de Canterbury condenó las doctrinas de Wyclif y su traducción de la Biblia, y prohibió la
predicación sin licencia episcopal. Algunos seguidores de Wyclif, llamados “lolardos”, fueron
quemados, pero la semilla ya había sido sembrada. El pueblo ya sabía lo que era tener la Biblia en
su propio idioma.

Juan Huss (1373–1415). Bohemia (República Checa) era un estado eslavo dentro del Sacro
Imperio, en el que comenzó un movimiento de reforma similar al de Wyclif, caracterizado por un
retorno a la Biblia. El movimiento de renovación espiritual estuvo también acompañado de un
avivamiento del espíritu nacional. Al fundarse la Universidad de Praga (1348) llegaron, con algunos
profesores franceses, las ideas de reforma del clero, para terminar con los abusos en la Iglesia. Los
obispos en el país eran casi todos alemanes y no cumplían con el deber de la residencia, es decir, la
Iglesia checa estaba casi sin pastores.

Juan Huss era un sacerdote educado en la Universidad de Praga, donde llegó a ser profesor de
filosofía (1396) y más tarde rector (1402). Huss se transformó en el líder de dos movimientos: la
reforma religiosa y el nacionalismo checo. Huss era un gran predicador, que declaraba el señorío de
Cristo y no el de Pedro, y que de esta manera se opuso a todo lo que consideraba antibíblico en el
papado y en la Iglesia. El movimiento husita fue ayudado por los acontecimientos en Inglaterra, ya
que por el casamiento del rey inglés (Ricardo II) con una princesa de Bohemia (Ana), en 1382, se
iniciaron relaciones académicas entre las universidades de Oxford y Praga, la más importante del
Imperio. En Oxford los estudiantes checos recibieron la gran influencia intelectual y reformadora de
Wyclif y los lolardos. Huss mismo siguió la mayor parte de las doctrinas de Wyclif.

En Praga, el movimiento husita se identificó con el nacionalismo checo en rivalidad contra el


conservadorismo alemán. En 1409, el partido husita triunfó y los profesores y estudiantes no eslavos
se retiraron de Praga para fundar la universidad (alemana) de Leipzig. En 1410 ya era evidente que
esta división trascendía el ámbito local (Praga), nacional (Bohemia) e incluso imperial: se trataba de
una verdadera amenaza a la unidad de toda la Iglesia en Occidente. Por orden del Papa y del
arzobispo de Praga se quemaron los libros de Wyclif y se excomulgó a Huss, a quien se le ordenó
presentarse en el Concilio de Constanza. El rey Wenceslao le aconsejó que se presentara y el
emperador Segismundo le prometió su protección con un salvoconducto. Huss fue a Constanza
esperando participar de un debate teológico, pero fue tratado como hereje y encerrado en un
castillo. Allí fue sometido a varios interrogatorios, en los que no accedió a negar sus escritos y se
reafirmó en sus ideas. Finalmente, el Concilio lo condenó como hereje, lo degradó de su dignidad
sacerdotal, lo entregó al brazo secular, que lo condenó a morir en la hoguera en 1415.

Mientras Huss estaba preso en Constanza, en Praga sus seguidores se dividieron en dos partidos:
uno aristocrático, conocido como los utraquistas, y el otro más radical y democrático conocido como
los taboritas. Los utraquistas contaban con el apoyo del rey Wenceslao y los nobles. Eran partidarios
de la comunión bajo las dos especies del pan y del vino (sub utraque specie) en la celebración de la
eucaristía. Los taboritas tomaron su nombre de la ciudad de Tabor, y vencieron a los ejércitos
papales que intentaron una Cruzada contra ellos (decretada por una bula del papa Martín V en
1420). Del movimiento husita se desarrolló, a partir de mediados del siglo XV, la Unitas Fratrum,
que absorbió lo más importante del movimiento husita, y llegó a ser la antecesora espiritual del
movimiento moravo posterior.

Todos estos movimientos representaban un profundo reclamo de libertad de todo tipo de


opresión: religiosa, política, económica, social y cultural. Europa estaba cambiando; toda una
manera de entender la realidad y de estructurar la sociedad se estaba desplomando. Desde abajo
hacia arriba olas tras olas de levantamientos religiosos y sociales como el de los husitas taboritas,
expresaban el ideal de libertad de todo tipo de opresión y abusos de las grandes masas.

Alfred Weber: “Las guerras taboritas de los husitas no hubieran podido, a pesar de las
oposiciones nacionales, encender aquel indomable fanatismo que no dejó respirar a la
Alemania del sur durante diecisiete años y que, al mismo tiempo, la empapó con ideas
husitas, si no hubiera sido porque allí y entonces actuó eficazmente la primera gran fusión
de la voluntad popular de libertad con un mundo de ideas, revestido de ropaje religioso,
que se proyectó sobre aquel afán de liberación.”

Por otro lado, todos estos movimientos buscaban reformar a la Iglesia, que como institución
estaba sumida en la crisis más profunda de toda su historia hasta aquel momento. Pero hacia fines
del siglo XV todas las esperanzas de una Iglesia mejor terminaron por desvanecerse. Como vimos,
en 1493, Rodrigo Borgia, un hombre irreligioso e inmortal, tomó la corona pontificia con el nombre
de Alejandro VI. Roma se encontró nuevamente en manos de un principado italiano, gobernada por
un príncipe mundano y necesitada de una profunda limpieza. El trabajo reformista de Nicolás II,
León IX, Gregorio VII o Inocencio III fue como si no hubiese existido nunca. Pero, ¿quién iba a hacer
ahora la limpieza? La baja condición moral de la Iglesia y el papado, y el crecimiento de la disidencia
y el nacionalismo demandaban la voz y la acción de un reformador. El mundo estaba preparado para
la llegada de Martín Lutero.

RETROCESO EN ORIENTE

_ El impacto del Islam


El primer retroceso del cristianismo en Oriente se produjo a partir del siglo VII, con el avance
del Islam. El Islam ocupó la mitad del territorio que había sido del Imperio Romano y desplazó al
cristianismo de esas tierras en muchos casos en forma permanente. El Islam llegó también a ocupar
territorios hasta entonces más o menos cristianos en Asia oriental, central y próxima. En el siglo XI,
los turcos selyúcidas invadieron Asia Menor y provocaron las Cruzadas. Si bien las Cruzadas no
lograron sus objetivos principales, consiguieron contener la expansión musulmana hacia Occidente.

Hemos visto también la oportunidad que perdió el cristianismo durante el imperio de los Khanes
mongoles (1269–1294), y cómo las provincias occidentales de este imperio se hicieron musulmanas.
A fines del siglo XIII, otras tribus turcas, al mando de Otmán u Osmán, invadieron nuevamente Asia
Menor y después de destruir a los selyúcidas, ocuparon sus territorios y dejaron constituido un
imperio que se llamó otomano u osmanlí y que se caracterizó por su ferocidad y su fanatismo
religioso. Hacia 1368, con la expulsión de los mongoles de China por la dinastía Ming, los extranjeros
se vieron forzados a emigrar hacia Occidente y por segunda vez el cristianismo desapareció de la
China.

El avance turco otomano fue detenido por la invasión de los mongoles tártaros procedentes de
Asia Central, cuando un musulmán conocido como Tamerlán o Timur tomó el poder (1370). Sus
ejércitos saquearon toda Asia destruyéndolo todo, al punto que redujeron su población. Sometieron
todo el Cercano Oriente, Irán, Rusia, norte de India, incluso atacaron a los turcos otomanos, a
quienes vencieron en la batalla de Angora (1402). Los que escaparon de la masacre fueron
absorbidos por el Islam.

_ La caída de Constantinopla

En el segundo período de retroceso, Europa oriental se agregó a la lista de pérdidas cristianas,


especialmente después de la caída de Constantinopla en el año 1453. De este modo, la pérdida más
grande de territorios cristianos en manos del Islam se produjo con el surgimiento de los turcos
otomanos, una pequeña tribu turca sobre la frontera oriental del Imperio Bizantino en Asia Menor.
Como vimos, los turcos otomanos fundaron un Estado musulmán con un ejército casi invencible,
constituido en su mayoría por esclavos que, desde niños, habían sido entrenados para la guerra y
con un profundo odio hacia todo lo que fuera cristiano. En 1356 pasaron a Europa y hacia fines del
siglo XIV ocuparon los Balcanes, sometiendo al Imperio Bizantino.

A pesar del avance otomán, la vida religiosa de los Balcanes no decayó demasiado. En la segunda
mitad del siglo XIV la Iglesia Búlgara experimentó un avivamiento notable, con un aumento de la
literatura cristiana en idioma eslavo, bajo el patriarca de Constantinopla. La Iglesia Ortodoxa de
Servia también experimentó avivamiento al constituirse en patriarcado bajo el reinado del rey
Dushan. Bajo el dominio otomano, la Iglesia Servia se transformó en el símbolo del nacionalismo
servio. En Albania, por el contrario, la población se convirtió al islamismo.

Constantinopla se salvó del saqueo otomano en el siglo XIV porque Tamerlán, como vimos,
invadió Asia Menor y destruyó al Estado otomano. Les llevó cincuenta años a los turcos recuperarse,
pero después de la muerte de Tamerlán lo lograron. Obtenida su independencia, se dispusieron a
continuar con su política expansiva. En 1453, el sultán Mahoma II puso sitio a Constantinopla. La
lucha duró dos meses y finalmente la ciudad sucumbió bajo los otomanos. El emperador
Constantino XI luchó hasta el último momento pero cayó junto con su Imperio.

El último baluarte cristiano en Oriente, que había sobrevivido como capital del Imperio Romano
cristiano, estaba ahora en manos musulmanas al igual que las poblaciones cristianas del sudeste de
Europa. Este estado de cosas se mantuvo en algunos casos hasta fines de la Primera Guerra Mundial,
en 1918. La capital cristiana de Constantino cambió su nombre por el de Estambul y su templo más
extraordinario, la Iglesia de Santa Sofía, fue transformada en mezquita. El dominio de los otomanos
sobre toda la península Balcánica y Asia Menor provocó, directa o indirectamente gran cantidad de
transformaciones en todos los órdenes de la vida, y por ello este acontecimiento ha sido tomado
como punto de partida de una nueva edad histórica.

VITALIDAD EN OCCIDENTE

_ Perspectivas de una nueva era

Los “mil años de incertidumbre,” que van del 500 al 1500, muestran cómo la idea de
“cristiandad” llegó a ser el principio unificador de Europa occidental en lugar del Imperio Romano.
Occidente era el centro de toda actividad cristiana, dado que Oriente estaba prácticamente en
manos musulmanas. Hacia fines de estos mil años comienzan tres movimientos nuevos, que
produjeron profundos cambios en las vidas de los pueblos y de la Iglesia de Europa occidental.

Nuevo saber. Avivamiento del saber o Renacimiento son los nombres que se han dado a este
fenómeno. El redescubrimiento de la cultura greco-latina estimuló, primero en Italia y luego en el
resto de Europa, el surgimiento de un nuevo arte manifestado en la pintura, la arquitectura, la
escultura y la literatura. Los eruditos se interesaron por el estudio de la historia, la crítica histórica
y literaria, y la investigación e invención científica.

En el campo de la literatura hubo una clara separación entre la literatura cortesana y la


burguesa. Cada una representaba en realidad las dos corrientes que aparecieron en la Iglesia entre
agustinos y tomistas: la primera llevó a la ciencia experimental, mientras que la segunda al
misticismo. Como fruto del renacer científico apareció una serie de ensayos sobre geografía y
astronomía.

La mística alemana tuvo en este período su desarrollo literario más pleno. Una de sus
características más importantes fue una lucha intensa en la vida presente por trascender lo humano,
y lograr un estado de perfecta unión y comunión con Dios. La doctrina fundamental de los místicos
era el carácter absoluto de Dios y la insignificancia humana. Sus más excelsos representantes, la
mayor parte de ellos frailes dominicos, procuraron formular las vías para alcanzar una comunión
con Dios perfecta. Entre ellos cabe mencionar a Juan Ruysbroeck (1293–1381), Meister Eckhart
(1260–1327) y Juan Taulero (1300–1361). Sin embargo, la obra más difundida fue la Imitación de
Cristo, de Tomás de Kempis (1380–1471), una de las grandes obras devocionales de todos los
tiempos.
Albert Henry Newman: “Los escritos y sermones de los místicos alemanes hicieron una
profunda impresión sobre las mentes de un gran número de cristianos. Comparativamente
pocos fueron conducidos al extremo de la contemplación mística al cual llegaron los líderes.
Pero una fuerte corriente de una vida cristiana celosa, en oposición al cristianismo exterior
y formal que prevalecía, surgió de estos hombres y fue perpetuada por sus escritos. No fue
todavía una manera totalizadora de ver al cristianismo. Sin embargo, fue muy efectivo en
su oposición al formalismo muerto en el que el cristianismo había caído.”

El idealismo literario alcanzó su más alta expresión con dos autores italianos, Dante Alighieri y
Francisco Petrarca. En Dante Alighieri todo era medieval: su concepción del futuro del ser humano,
su fe en Dios, su noción política, y su amor sublimado a las más altas esferas. Dante escribió un
tratado, De monarquía, a favor de una monarquía universal encarnada en los emperadores
germánicos, y un tratado teológico de profunda raíz escolástica. Pero su obra más importante fue
la Divina Comedia (1307), poema de carácter alegórico, en el que personificaba al alma humana que,
guiada por la razón (representada por Virgilio) conocía el mal, los vicios y sus diversas
manifestaciones, así como los castigos de sufrían en el Infierno quienes se dejaron arrastrar por
ellos. Arrepentida, el alma era llevada al Purgatorio, donde se purificaba y conseguía la perfección
antes de que por la gracia y la teología (representada por Beatriz) pudiera conocer el misterio de la
Trinidad y la felicidad de contemplar a Dios. En esta obra, las ideas teológicas, las ciencias y la poesía
alcanzan un grado sublime. La obra representa el espíritu humanista cristiano del siglo XIII.

El otro escritor destacado fue el poeta y humanista Petrarca. Escribió Secretum, posiblemente
inspirada en las Confesiones de Agustín de Hipona, y Los triunfos, que es una visión alegórica
típicamente medieval. Petrarca escribió en latín y en lengua vernácula, y con su trabajo inició la
poesía renacentista e influyó sobre toda la lírica europea moderna.

La invención de la imprenta en 1450 permitió a más personas participar de este nuevo saber.
Los navegantes competían unos con otros en sus viajes de exploración y descubrimiento. Todo esto
elevó el nivel de educación y conocimientos y aumentó el interés de las personas por el mundo.
Todo esto resultó sumamente amenazador para la Iglesia y el papado, que a lo largo de los siglos se
habían considerado los únicos poseedores y administradores de la verdad y, en consecuencia, de la
educación.

Paul Johnson: “De esta forma, el Nuevo Saber chocó por primera vez con la Iglesia
establecida. Pero el conflicto era inevitable. Ahora, los hombres podían estudiar los textos
griegos y hebreos originales, y compararlos con la versión recibida en latín y considerada
sacrosanta durante siglos en Occidente … Cuando los hombres comenzaron a mirar los
textos con criterios diferentes, advirtieron muchas cosas que los incomodaron o
entusiasmaron. El mensaje del Nuevo Saber de hecho era éste: gracias a la acumulación del
saber alcanzaremos una verdad espiritual más pura.”

Nuevas tierras. En Europa misma, los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón)
lograron la reconquista total de su territorio en España de manos de los musulmanes (1492), a
quienes expulsaron al igual que a los judíos. Los que se quedaron fueron obligados a hacerse
cristianos. La victoria definitiva de la Reconquista no sólo significó la integración territorial de la
Península Ibérica sino también la configuración territorial de la Europa cristiana. La cristiandad
europea occidental por fin contaba con un territorio sin la presencia de pueblos con una fe diferente
o ajena al cristianismo.

Fuera de Europa, en el siglo XV los europeos navegaron hacia el sur de África y Asia por primera
vez. A fines de este siglo y comienzos del siguiente los marinos europeos descubrieron el continente
americano y las islas del Pacífico. Pronto se inició el comercio con estos territorios, hasta que esto
se transformó en la actividad más importante. El avance de los europeos sobre nuevas tierras de
ultramar fue posible gracias a varios desarrollos técnicos importantes durante el siglo XV. La
cartografía mejoró notablemente gracias al cambio revolucionario provocado por Nicolás Copérnico
(1473–1543), quien rechazó la tradicional comprensión “geocéntrica” del universo y planteó su
teoría “heliocéntrica.” Entre otras cosas, ésta cosmovisión le quitó a la astrología, muy popular por
aquel entonces, todo fundamento.

A partir de aquí y debido a la influencia que la “revolución copernicana” tuvo sobre los marinos
portugueses y españoles, o al menos aquéllos al servicio de la Península Ibérica, comenzó la
búsqueda comprobatoria de las teorías expuestas sobre la esfericidad de la Tierra, por diferentes
estudiosos, escritores y cartógrafos. Cristóbal Colón no fue ajeno a la literatura de la época. Pero
recién en el primer viaje de circunnavegación iniciado por Magallanes y llevado a feliz término por
Elcano, pudo afirmarse fehacientemente que la Tierra era una esfera.

No obstante, el descubrimiento más importante de estos años no fueron meramente nuevos


territorios sino los nuevos pueblos que habitaban en ellos. La enorme diversidad de estos pueblos
en términos de sus culturas, cosmovisiones, religiones y sistemas de organización social y política,
resultó en un gran desafío misionero. Fue esta realidad humana no cristiana la que motivó a los
primeros europeos en aventurarse a ultramar y a considerar la necesidad de evangelizar a estos
pueblos. De allí que, junto con la expansión colonial, las primeras potencias de ultramar se
involucraron en la difusión de la fe cristiana, dando origen a importantes movimientos misioneros
de la Iglesia Romana.

Nueva vida. Después del 1200 comenzó a sentirse la necesidad de una profunda renovación en
la Iglesia occidental. Monjes y frailes, laicos y rebeldes, teólogos y oficiales de la Iglesia trataron de
reformarla. Se lograron algunos cambios importantes, pero quedaron pendientes muchos
problemas serios. Al fin de los mil años, en diferentes lugares y por diferentes razones, mucha gente
todavía veía la necesidad de una reforma en la Iglesia. Los caminos que se ensayaron para lograrlo,
como vimos, fueron diversos. Algunos optaron por el levantamiento social y violento; otros
siguieron el camino de la protesta religiosa y la disidencia. Todos los sectores sociales estuvieron
involucrados en los procesos de cambio y sintieron la necesidad de vitalizar a una Iglesia que parecía
moribunda. Desde sus filas, hubo quienes propusieron los caminos del conciliarismo, el misticismo
y el humanismo, como vías posibles para darle a la Iglesia una vida nueva, y esto preparó el camino
para el período de reformas que vendría a partir del siglo XVI.
William H. McNeill: “El conciliarismo, el misticismo y el humanismo cristiano contribuyeron
de diversas maneras a la Reforma Protestante: el conciliarismo atacando la monarquía papal
e insistiendo en que los laicos debían participar con el clero en el gobierno de la Iglesia; el
misticismo recalcando la posibilidad de un acercamiento individual a Dios sin la mediación
de los sacerdotes; y el humanismo por su crítica racionalista y a menudo aguda de los abusos
constantes que ocurrían en la Iglesia. Ciertamente ya reinaba un vago descontento con la
Iglesia, y cuando el papado volvió a entronizarse en Roma, se enredó en la política italiana
y no se ocupó seriamente de la Reforma, el camino quedó allanado para que la personalidad
de Lutero hiciese explotar el descontento latente.”

CUADRO 12 - CARACTERÍSTICAS DE UNA NUEVA ERA

Sociales:

- Contraste entre las minorías—clero y nobleza—y la enorme masa de pequeños burgueses,


artesanos y campesinos.

- Enriquecimiento de una pequeña minoría de burgueses, que actúa como nobleza.

Económicas:

- Búsqueda de nuevas rutas de comercio, por el cierre del mar Mediterráneo, aparición de
empresas, bancos y casas de cambio, principio de la economía capitalista (capitalismo
comercial).

Políticas:

- Establecimiento de monarquías absolutas.

- Disminución de la importancia y papel de los parlamentos.

Técnicas:

- Conocimiento y perfeccionamiento de la brújula, el astrolabio, el timón vertical. Nuevas


embarcaciones: más seguras, veloces y de mayor calado.

- Aparición de la imprenta de tipos movibles.

- Aparición de la pólvora, invento de las armas de fuego.


Culturales:

- Difusión masiva de las ideas gracias a la imprenta.

- Desarrollo de las lenguas vernáculas y las controversias religiosas por la traducción de la Biblia
y la predicación al pueblo en su lengua.

- Difusión de manuscritos grecorromanos por sabios emigrados de Constantinopla.

- Restauración de ideales clásicos e imitación de formas artísticas de Grecia y Roma.

Religiosas:

- Cuestionamiento de la autoridad del clero y el Papa, lo que aceleró el rompimiento de la


unidad del cristianismo.

- Búsqueda de independencia respecto de la autoridad episcopal por parte de las


universidades.

_ Nuevas modalidades

Estos tres movimientos (nuevo saber, nuevas tierras, nueva vida) determinaron las nuevas
modalidades que la Iglesia habría de asumir en la nueva edad, la Edad Moderna. El Renacimiento
llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y en sí mismos de una manera
nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe. El segundo movimiento puso a los europeos en
contacto con cinco continentes y numerosos pueblos, y esto abrió el camino para pensar en una
Iglesia realmente “mundial”, pero al mismo tiempo llevó a la dominación colonial de la mayor parte
del mundo por los europeos occidentales. El tercer movimiento llevó a la división de la Iglesia en
Europa occidental y al desarrollo de diversos intentos reformistas.

De todos los factores apuntados, posiblemente el más importante como gestor de profundos
cambios en la cristiandad occidental fue el humanismo. Partiendo de la base de que los valores
humanos constituyen el centro fundamental de la sociedad, los humanistas proyectaron su atención
sobre la antigüedad clásica y se dedicaron al estudio del ser humano y de su obra. Estaban decididos
a encontrar los ideales o modelos de las formas humanas, literarias, artísticas, históricas, filosóficas
y religiosas, que les sirvieran de ejemplo y paradigma para promover una educación y un estilo de
vida humanístico y cristiano. En general, sus intenciones no eran meramente académicas, sino que
procuraban la defensa del ser humano ante la amenaza que representaba para su libertad moral y
espiritual, la excesiva preponderancia de los valores secundarios: económicos, políticos o biológicos.
Por cierto, los humanistas aspiraban también a liberar a la fe cristiana de toda opresión clerical,
eclesiástica y dogmática.
El humanismo fue una revuelta contra muchos aspectos del pensamiento y la sociedad
medieval. Los humanistas consideraban que la cultura de la Edad Media era obsoleta e inadecuada.
El centro de la vida se había desplazado del campo a la ciudad. La economía natural antigua basada
sobre el trabajo de la tierra había sido suplantada por una nueva economía que se nutría del
comercio, la artesanía y una población urbana. El capitalismo comercial estaba naciendo y los
burgueses urbanos estaban reemplazando a la nobleza como líderes de la comunidad. Al irse
complicando cada vez más las bases materiales de la estructura social, los ideales tradicionales
comenzaron a sufrir un profundo proceso de transformación. Por ello mismo, los humanistas
admitían la necesidad de liberar a la Iglesia de las superestructuras mundanas e históricas que
parecían deformarla, y querían desatar a la cultura cristiana de sus vínculos con las deformaciones
provocadas por la filosofía medieval (escolástica) y las supersticiones. Para ello, procuraron formular
una síntesis de la cultura clásica, preferentemente de orientación platónica, con el cristianismo. En
este sentido, los humanistas fueron la partera de una nueva cultura, la cultura del Renacimiento, y
de una nueva Iglesia, la Iglesia de la Reforma.

Este resultado inesperado y desafortunado, que separó a los protestantes y los católicos, no
sólo fue irreversible, sino que más tarde continuó con su proceso divisionista con el surgimiento del
denominacionalismo (a partir de la segunda mitad del siglo XVIII). Esto, a su vez, llevó bastante más
tarde a otro movimiento que procuró reunir la Iglesia dividida sin lograrlo: el movimiento ecuménico
(segunda mitad del siglo XX).

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 1350–1500.

_ El segundo retroceso

Hacia el año 1500 terminaron los “mil años de incertidumbre” con un futuro que no era menos
incierto. Alguien contemplando la realidad del cristianismo en el mundo al filo del año 1500 y
proyectando su mirada hacia atrás a los diez siglos precedentes y hacia delante al futuro que podía
anticiparse, hubiese visto un panorama oscuro y deprimente. Si bien aquí y allí habría descubierto
algunas luces brillando con pálido esplendor, el conjunto se le habría presentado desolador, tanto
en Oriente como en Occidente.

La Iglesia Ortodoxa Oriental. Mientras España era poco a poco recuperada totalmente para el
cristianismo a través de los largos y penosos años de la Reconquista, la Iglesia Oriental sufría los
estragos producidos por el Islam. Para el año 1500 los turcos otomanos musulmanes ya habían
cruzado a Europa y habían colocado una cuña en la cristiandad europea, que todavía avanzaría más
en las primeras décadas del siglo XVI. Constantinopla ya había caído en el año 1453 y se perdió de
manera definitiva para la fe cristiana. Sin el Imperio Bizantino que la había sostenido, la Iglesia de
Oriente estaba maltrecha y sólo habría de encontrar vitalidad y fuerza en Rusia y a través del
movimiento monástico que se desarrolló allí.

La Iglesia Católica Romana. Para el año 1500 esta Iglesia acababa de dividirse debido a conflictos
de tipo nacional. El nacionalismo era ahora el nuevo factor perturbador y todavía habría de
ocasionar mayores problemas para la institución eclesiástica. Poco a poco el papado iba perdiendo
poder e influencia sobre los nuevos reinos nacionales, que se tornaron cada vez más absolutistas y
seculares. Las cumbres de prestigio y poder de poco tiempo atrás se habían perdido definitivamente
y nunca más habrían de recuperarse.

_ Promesa de recuperación y nuevo avance

La Iglesia Ortodoxa Oriental. Esta Iglesia encontró un nuevo respaldo en el Gran Ducado de
Moscú. Liberado de la subordinación a los mongoles de la Horda de Oro (ahora musulmanes) hacia
el año 1400, el patriotismo ruso encontró su unidad nacional en torno a la religión cristiana. Cuando
cayó Constantinopla (la Segunda Roma), Moscú fue proclamada como la Tercera Roma, y su
gobernante recibió el título de Zar (César). Desde esta nueva capital se produciría un nuevo
movimiento de expansión cristiana hacia Oriente.

La Iglesia Católica Romana. Manifestó dos señales de nueva vida. Las voces que se levantaban
en rebelión contra Roma no eran sólo negativas y destructivas. Las enseñanzas de Wyclif viajaron
de Oxford a Praga y sus ideas se difundieron ampliamente por toda Europa. Wyclif y Huss abogaban,
entre otras cosas, por un retorno a la Biblia. Este énfasis fue por demás de significativo ya que
proveyó al período de la Reforma de uno de los secretos de su renovado vigor cristiano. Con la
invención de la imprenta, los libros pudieron ser leídos por un número mayor de personas, y esto
significó una rápida difusión de la Biblia y las nuevas ideas. Todo esto dio comienzo a un movimiento
de nueva vida en una cristiandad hasta entonces decadente, y habría de ser una de las razones del
próximo avance del cristianismo.

El cierre de Asia por los musulmanes afectó al comercio europeo e hizo necesaria la búsqueda
de nuevas rutas hacia Oriente. Antes de terminar este período esas rutas fueron halladas. España
envió a Colón en procura de Oriente por el oeste en 1492; Portugal envió a Vasco de Gama en
procura de Oriente por el sur, siguiendo el litoral africano, en 1497. Ambos esfuerzos representaban
a un mundo nuevo que se abría y ampliaba. Apareció también un nuevo celo cristiano en la vida y
la devoción de la cristiandad occidental. Bajo los auspicios de las mayores potencias de entonces,
España y Portugal, la Iglesia Católica Romana comenzó un nuevo y más amplio movimiento
misionero, siguiendo las nuevas rutas abiertas por los descubridores y conquistadores. Ésta llegará
a ser la expansión territorial más grande que experimentará cristianismo en todos los siglos hasta
entonces. Una nueva era estaba comenzando.

UNIDAD 3
Decadencia & vitalidad
1350–1500

INTRODUCCIÓN

El período entre los años 1350 y 1500 se caracteriza por la segunda declinación en la historia del
cristianismo, debida en buena medida a los triunfos de los musulmanes en Asia Central y a la ruptura
del ordenamiento y equilibrio que caracterizó a la alta Edad Media en Europa occidental.

En Occidente, el impacto que tuvieron las Cruzadas rompió el enclaustramiento en el que la


cristiandad se había desarrollado. La renovación de la vida económica y el ascenso acelerado de la
burguesía agregó nuevos factores de poder y quebrantó el orden social. Los reinos nacionales
emergentes y la decadencia del feudalismo llevaron al fortalecimiento de la monarquía, ahora
poderosa y con recursos suficientes para lograr sus fines. La declinación de la idea de un orden
ecuménico, que resultó de la debacle tanto del Imperio como del papado, dio lugar al surgimiento
de nuevos incentivos culturales, muchos de los cuales venían de más allá de las fronteras de la
cristiandad occidental (mundo bizantino, influencias árabes).

José Luis Romero: “Las postrimerías del siglo XIII señalan a un tiempo mismo la culminación
de un orden económico, social, político y espiritual, y los signos de una profunda crisis que
debía romper ese equilibrio. Quizá sea exagerado ver en las Cruzadas el motivo único de esa
crisis, que sin duda puede reconocer otras causas; pero sin duda son las grandes
transformaciones que entonces se produjeron en relación con ellas y en todos los órdenes
las que precipitaron los acontecimientos.”

En Oriente, Miguel Paleólogo (1261–1282) logró expulsar a los franceses de Constantinopla y


recobrar los territorios europeos del Imperio Bizantino (1261). Pero sus fronteras estaban
amenazadas por nuevos peligros internos y externos. En lo interno, el surgimiento de un nuevo
Estado, el reino servio, que se había apoderado de importantes provincias bizantinas. Y en lo
externo, un nuevo avance del islamismo, representado ahora por los turcos otomanos, que
avanzaron hacia el Oeste penetrando en Europa, llegando en su avance hasta el río Danubio (1389)
e invadiendo los Balcanes, y finalmente produciendo la caída de Constantinopla en el año 1453.
Santa Sofía, expresión del esplendor alcanzado por la cristiandad bizantina, fue convertida en
mezquita (hasta hoy). En Rusia, mientras tanto, se perpetuaba la cultura bizantina, primero
alrededor de la ciudad de Novgorod para pasar más tarde a la hegemonía de Kiev. Mientras tanto
los mongoles habían fundado la Horda de Oro y dominaban las vastas llanuras amenazando
permanentemente al mundo bizantino. Todo esto puso a la cristiandad bizantina en situación de
riesgo. Las otras cristiandades menores en Asia Central, Cercano Oriente, Egipto, Nubia y Etiopía
casi desaparecieron en estos siglos.

Para la cristiandad en Occidente las cosas no fueron mejores. A principios del siglo XIV comenzó
un largo período de profundas crisis y graves conmociones, que se prolongarían hasta fines del siglo
XV. Los abusos de la Iglesia habían llegado a un nivel insoportable. El Cautiverio Babilónico de la
Iglesia, con el papado en Aviñón (Francia), entre los años 1305 y 1376, colocó a la Iglesia bajo el
dominio de Francia a pesar de su ideal de ser supranacional. Este escándalo fue seguido por otro
peor entre 1378 y 1415, conocido como el Gran Cisma o Cisma Papal, cuando hubo dos papas, uno
en Aviñón y el otro en Roma, y los nuevos países se ponían de parte de uno u otro conforme con sus
intereses políticos o económicos. Además, a la crisis eclesiástica se agregaron en estos dos siglos
diversos flagelos, como sequías, inundaciones y epidemias. Fueron tiempos difíciles en los que la
Peste Negra, la Guerra de los Cien Años, el ataque de los turcos otomanos a Europa y otros conflictos
políticos, sociales y económicos llevaron a un estado de caos e incertidumbre.

La Peste Negra fue una de las causas más importantes que provocaron la crisis del siglo XIV. Esta
pandemia de peste bubónica fue traída de Oriente en naves genovesas, que arribaron a Mesina en
1347. La enfermedad se expandió con rapidez por el continente europeo, favorecida por el mal
estado sanitario y el hacinamiento en los centros urbanos, y en menos de tres años produjo la
muerte de más de veinticinco millones de personas. En algunos lugares de Europa la población
disminuyó en dos tercios, con lo cual hubo una reducción drástica de la mano de obra y grandes
extensiones de tierra quedaron sin cultivar. Hubo también una baja de los precios agrícolas y
aumentaron los gastos de explotación. La falta de mano de obra, las malas cosechas y la carencia de
recursos y reservas hicieron que aumentara la escasez, el hambre, la depresión económica y los
conflictos sociales. El flagelo de la Peste Negra recién declinó en el año 1351. No es de sorprender,
entonces, que se oyeran voces de protesta y rebeldía, especialmente en los países enemigos de
Francia, como en Oxford con Juan Wycliff y en Praga con Juan Huss.

Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo sistema
feudal y la opresión del papado romano, llegando a amenazar la unidad de la cristiandad: el
creciente sentido de nacionalismo. En el camino de esta creciente tendencia siguió un período de
Concilios, en el que pareció abrirse un proceso de desarrollo hacia una cristiandad unida bajo la
dirección del Papa y un Concilio, que representaría los diversos intereses nacionales. Pero para 1459
el Papa había hecho de esto algo imposible. Al frustrarse la posibilidad de un cambio gradual no
quedó otro camino que el de la revolución, y la Reforma fue esa revolución.

DECADENCIA DE LA CRISTIANDAD ORIENTAL

El Imperio Latino de Oriente, constituido después de 1204, duró por un medio siglo, hasta que
Constantinopla fue recapturada en 1261 por Miguel Paleólogo, un general griego, quien forzó al
emperador y al patriarca latino a huir. Si bien los griegos vencieron a los latinos, no pudieron resistir
los embates de los turcos otomanos. Constantinopla nunca más pudo alcanzar el esplendor,
tamaño, riqueza e influencia que había tenido con anterioridad al siglo XIII. Mientras la Iglesia Griega
declinaba, la Iglesia Rusa se transformaba en la más grande y en el exponente supremo del
cristianismo bizantino. El resto de las Iglesias Orientales sufrieron su peor hora, con pérdidas
territoriales y numéricas. Para ellas, ésta fue una era oscura y desalentadora. Como indica
Latourette: “Excluyéndose la familia de la Iglesia Ortodoxa, entre las otras iglesias orientales,
numéricamente más pequeñas, no hubo ni un rayo de luz ni de esperanza para la oscuridad de la
retirada.”

_ La Iglesia Ortodoxa Griega

A comienzos del siglo XIV, el Imperio Bizantino, que había estado ligado a la Iglesia Griega por
unos mil años, disminuyó rápidamente frente a la agresividad de los turcos otomanos. Los monarcas
bizantinos intentaron unirse a Occidente en contra de la amenaza turca. Incluso estuvieron
dispuestos a poner a un lado las diferencias teológicas y la autonomía religiosa y reconocer la
primacía del obispo de Roma a fin de conservar su independencia política. Los líderes religiosos
orientales, especialmente los monjes, no pudieron ver la amenaza política y militar que
representaban los turcos otomanos y continuaron sosteniendo sus costumbres religiosas. En
algunos casos, prefirieron capitular ante los turcos antes que aceptar las costumbres religiosas de
Occidente. Mientras tanto, los turcos avanzaban inexorablemente en sus conquistas: en 1326
capturaron Brusa, en 1329 tomaron Nicea y en 1337 Nicomedia.

Los intentos del emperador Andrónico III (1328–1341) y más tarde de Ana de Saboya, que actuó
como regente en lugar de su hermano Juan V Paleólogo (1341–1391), para tratar de resolver el
cisma entre Oriente y Occidente fueron en vano. Juan I viajó a Italia en procura de ayuda, pero fue
apresado como deudor en Venecia. Su hijo, Manuel II Paleólogo (1391–1425) también visitó
Occidente y rogó la ayuda del Papa contra los turcos. Logró que los occidentales tomaran conciencia
del peligro y enviaran un ejército a los Balcanes, que fue derrotado.

En 1397 los turcos sitiaron Constantinopla, que se salvó porque Timur o Tamerlán el tártaro
(1336–1405) los atacó en el Este y en 1402 el sultán fue derrotado y capturado por los mongoles de
la Horda de Oro. Timur era un oficial militar turco de fe musulmana en la región cercana a
Samarcanda al servicio del khan mongol, que se hizo del poder con la caída de los mongoles
occidentales. A partir de 1365 comenzó a tomar el control de los territorios mongoles y en unas
pocas décadas llevó a sus ejércitos a través de Irán, India, Mesopotamia, Siria, Anatolia y Georgia.
Desde Rusia hasta la India la gente sufrió bajo uno de los regímenes más terroríficos de toda la
historia humana, al punto que se lo conoció como Azote de Dios y Terror del Mundo. Sus matanzas
redujeron sensiblemente la población en Asia central. Cristianos, musulmanes e hindúes padecieron
bajo la brutalidad extrema de sus conquistas. Las iglesias cristianas en el Este sufrieron serios golpes
con las invasiones de Timur, y los que escaparon de la masacre terminaron siendo absorbidos por
el islamismo.

Sin embargo, en 1413 el dominio de Timur fue quebrado y los turcos otomanos se recuperaron
para continuar con sus avances hacia Constantinopla. Frente a la amenaza turca, los bizantinos
procuraron reestablecer las relaciones con Occidente. En 1439, en el Concilio de Florencia, se
discutió la unión de la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Se lograron acuerdos en cuanto al
uso de la cláusula filioque en el credo occidental, las doctrinas de la Eucaristía y el Purgatorio, e
incluso el primado del Papa. El 6 de julio de 1439, el papa Eugenio IV y el emperador oriental Juan
VIII Paleólogo (1425–1448) ratificaron el Decreto de Unión, y todos los padres conciliares se
arrodillaron delante del Papa reconociéndolo como primado y cabeza de la Iglesia. Los delegados
de las principales iglesias orientales, incluyendo a las Iglesias Armenia, Jacobita, Etíope, Siria, Caldea
y Maronita, suscribieron el Decreto de Unión. No obstante, la delegación oriental que había
acordado la unión fue recibida con gritos y pedradas por el pueblo de Constantinopla. Los patriarcas
de Alejandría, Antioquía y Jerusalén repudiaron el Concilio de Florencia y el Decreto de Unión. Con
la caída de Constantinopla en 1453, el acuerdo quedó en letra muerta.

Decreto de Unión: “ ‘Alégrense los cielos (Laetentur caeli) y gócese la tierra’ (Sal. 96:2; Vulg.
95:2). Porque la pared intermedia de separación, que estaba dividiendo a la Iglesia oriental
y occidental, ha sido quitada y han retornado la paz y la concordia, con Cristo, la piedra
angular, que ha hecho de ambos uno … Porque, he aquí, después de un largo período de
división y discordia los padres occidentales y orientales se han expuesto a los peligros de
[viajar por] mar y tierra y, no escatimando esfuerzos, se han congregado gozosa y
ansiosamente en este santo concilio ecuménico, deseando esa unión muy sagrada y por la
restauración del viejo lazo de caridad … Porque los latinos y los griegos se han congregado
en un santo sínodo ecuménico y se han aplicado con fervor de modo que, entre otras cosas,
ese artículo concerniente a la piadosa procesión del Espíritu Santo pueda ser diligentemente
discutido y determinadamente examinado … Por lo tanto, en el nombre de la Santa Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la aprobación de este santo y universal concilio de Florencia,
definimos que esta verdad de la fe sea creída y recibida por todos los cristianos, y que todos
hagan así su profesión, que el Espíritu Santo es eternamente del Padre y del Hijo y que en
su ser él tiene su sustancia y su naturaleza del Padre y del Hijo juntos y de ambos
eternamente como si procediese de un principio y de un origen único … Además, definimos
que la explicación de aquellas palabras ‘y del Hijo’ (filioque) ha sido legal y razonablemente
agregada al símbolo, por declarar la verdad y bajo la compulsión de la necesidad … Además,
definimos que la santa sede apostólica y el pontífice romano tienen la primacía en todo el
mundo, y que el pontífice romano es el sucesor del bendito Pedro, príncipe de los apóstoles,
y el verdadero vicario de Cristo, la cabeza de toda la Iglesia, y que se destaca como el padre
y maestro de todos los cristianos … En adición reafirmamos la posición de los otros
patriarcas venerables decretada en los cánones; el patriarca de Constantinopla como
segundo después del santísimo pontífice romano, en tercer lugar Alejandría, en cuarto
Antioquía, y Jerusalén quinta en orden, esto es salvaguardando todos sus derechos y
privilegios.”

Desde Occidente se enviaron refuerzos para enfrentar a los turcos en los Balcanes y en sus
ataques contra Constantinopla, pero fueron aplastados. En 1453 griegos y latinos entraron a Santa
Sofía para participar de la misa por última vez. El emperador Constantino XI Paleólogo (1448–1453)
salió de esa misa sólo para encontrar la muerte en las calles de la ciudad, con su espada en la mano,
mientras exclamaba: “¡Moriré junto a mi ciudad! ¡Dios no permita que viva como un emperador sin
imperio!”

Steven Runciman: “La tragedia fue final. El veintinueve de mayo de 1453, una civilización
fue borrada irrevocablemente. Había dejado un legado glorioso en la erudición y el arte;
había levantado a países enteros de la barbarie y había dado refinamiento a otros; su
fortaleza y su inteligencia había sido por siglos la protección de la cristiandad. Por once siglos
Constantinopla había sido el centro del mundo de la luz. La brillantez rápida, el interés y la
estética de los griegos, la orgullosa estabilidad y la competencia administrativa de los
romanos, la intensidad trascendental de los cristianos del Oriente, fundidos en una masa
fluida y sensible, ahora fueron adormecidos. Constantinopla iba a transformarse en la sede
de la fuerza bruta, de la ignorancia, de una magnífica falta de buen gusto. Sólo en los
palacios rusos, sobre los que voló el águila de dos cabezas, la cresta de la Casa de los
Paleólogos, vegetó algún vestigio de Bizancio por algunos siglos más.”

_ Las Iglesias Orientales menores

Los nestorianos casi desaparecieron de Oriente con la caída del Imperio Mongol. La invasión de
Timur hacia fines del siglo XIV terminó con los últimos focos de nestorianos, incluso en Mesopotamia
y el Curdistán. En el siglo XV, el patriarcado nestoriano se hizo hereditario. Sólo en el sur de la India
sobrevivieron algunas comunidades nestorianas.

Los jacobitas monofisitas, con su patriarca en Antioquía, también sufrieron con la desaparición
del Imperio Mongol en Persia, Mesopotamia y Asia Central. El islamismo los diezmó, incluso en Siria
donde eran más numerosos. A las consecuencias de las presiones externas se agregaron las
divisiones internas entre patriarcas rivales. Para cuando se resolvió el cisma, a fines del siglo XV, la
comunidad jacobita había quedado reducida a unos pocos centenares de individuos.

El cristianismo armenio también enfrentó dificultades hacia fines de la Edad Media. Después del
dominio mongol, Armenia se dividió en muchos señoríos bajo control de armenios, turcomanos y
curdos. Éstos sufrieron las invasiones de Timur, y muchos armenios emigraron a otras regiones.
Después de la muerte de Timur, buena parte de Armenia fue gobernada por turcomanos hasta que
a comienzos del siglo XVI pasó a manos persas. Todo esto resultó en la división de la cristiandad
armenia. Algunos permanecieron ligados a Roma (como iglesia uniata), con lo cual conservaron sus
tradiciones pero reconociendo la supremacía del Papa. La mayoría permaneció alejada de Roma y
sumida en luchas intestinas, por momentos muy violentas. Durante dos siglos, la Iglesia Armenia
padeció de circunstancias escandalosas muy parecidas a las vividas por la Iglesia Latina en Occidente
durante el siglo XIV. Finalmente, a mediados del siglo XV se logró establecer el patriarcado armenio
en Echmiadzin, cerca del monte Ararat, pero no se puso fin a los conflictos ocasionados por las
ambiciones del clero armenio.

Maghakia Ormanian: “En la primera mitad del siglo XV, la Iglesia Armenia se encontraba en
un estado de gran confusión. El reino [armenio] de Cilicia [Asia Menor] había desaparecido
definitivamente (1375); la ciudad de Sis, sede del patriarcado, había caído en poder de los
egipcios … La sede patriarcal había perdido su fuerza y su esplendor. La propaganda del
catolicismo romano se ejercía con éxito en Cilicia, gracias a la actividad de los misioneros
franciscanos. Al mismo tiempo, los dominicos trabajaban para convertir la Gran Armenia.…
Un número considerable … deplorando el estado lamentable de su Iglesia, decidieron tomar
medidas radicales para mejorar la situación y poner orden. Como se habían dado cuenta de
que no existía ya razón ni utilidad para mantener alejada de su sede primitiva a la residencia
patriarcal, se pensó en establecerla de nuevo en Echmiadzin, a causa de la seguridad
relativamente superior que gozaba esa ciudad bajo la dominación persa … Desde el
patriarca Grigor Djelalbeguian (1443), la sede de Echmiadzin fue presa de alteraciones y
disturbios interiores y exteriores que duraron hasta la elección de Moisés III de Tathev
(1629).”

No fue mejor la suerte de la Iglesia Copta en Egipto, que sufrió severas restricciones y
persecuciones a lo largo de los primeros cuatro siglos de dominación islámica. No podían construir
templos, tenían que pagar mayores impuestos, no podían casarse sin autorizacón y estaban
totalmente al margen de la vida política y social en Egipto. Con el tiempo, los cristianos tuvieron que
vivir juntos en barrios separados cerca de sus templos. En el siglo VIII se impuso el árabe como
lengua oficial de los dominios islámicos y la lengua copta quedó en desuso. El copto se conservó
sólo en la liturgia, pero los textos teológicos tuvieron que ser traducidos al árabe. La Iglesia Copta
continuó deteriorándose bajo el gobierno de los mamelucos musulmanes, y desde 1517 bajo el
dominio turco otomano. Estas dificultades redujeron el número de cristianos, muchos de los cuales
se hicieron musulmanes por conveniencia.

En Nubia (Sudán) el cristianismo también decayó notablemente bajo el dominio musulmán, y


para fines de este período casi no existía. Muchos cristianos nubios habían sido esclavizados desde
mediados del siglo VII en adelante. Esto fue el resultado de un tratado firmado entre el gobernador
musulmán de Egipto y el rey cristiano de Nubia, según el cual trescientos esclavos por año debían
ser entregados al gobernador árabe en Asuán. Según Irvin y Sunquist, “ésta fue una de las primeras
experiencias de esclavos que fueron comercializados como parte de las relaciones económicas entre
musulmanes y cristianos en África. En los siglos que siguieron veremos crecer los números de
personas esclavizadas, vendidas y removidas permanentemente bien lejos de sus tierras de origen
a medida que continuó el comercio de carne humana africana.”

Con el advenimiento de los mamelucos (1260), los cristianos nubios volvieron a sufrir
persecución. Muchos se vieron forzados a abandonar sus hogares y villas o a retirarse a regiones
más remotas donde había comunidades monásticas. Finalmente, en 1323 los mamelucos instalaron
a un rey musulmán en la región norte del país y le impidieron al patriarca de Alejandría enviar
sacerdotes a Nubia, con lo cual las iglesias quedaron sin liderazgo. La última evidencia de
comunidades cristianas en la región viene de mediados del siglo XV. Después de eso, Nubia parece
haberse transformado en una región totalmente musulmana.

En Etiopía, el cristianismo se desarrolló bastante aislado del resto del mundo hasta el siglo VII,
cuando el mar Rojo se transformó en un lago árabe, y las rutas marítimas a la India quedaron
totalmente bajo el control musulmán. No obstante, los árabes no invadieron el reino de Axum, en
buena medida debido a que los etíopes habían alojado y ayudado a refugiados musulmanes durante
las persecuciones en días de Mahoma. La cabeza de la Iglesia Etíope (conocido como abuna) era
nombrada por el patriarca de Alejandría y su credo era no calcedónico. Con la invasión árabe a
Egipto (siglo VII), el nombramiento de abunas se hizo más difícil, dejando acéfala a la Iglesia etíope
por largos períodos de tiempo. En el siglo IX el reino etíope se expandió hacia el sur y con ello
también se desarrolló el trabajo misionero cristiano, especialmente en manos de comunidades
monásticas.

Las presiones políticas de los mamelucos se hicieron sentir en el reino cristiano de Etiopía en el
siglo XIII, que respondió con un avivamiento de su identidad política, cultural y religiosa, fundándose
en sus lazos históricos con el judaísmo. La capital del reino se trasladó de Axum a Adefa (más al sur),
se construyeron numerosos templos, los monarcas tomaron la conducción de la Iglesia Etíope y el
cristianismo se expandió por toda la región sur de Etiopía. Este proceso es conocido como el
Avivamiento Salomónico, en referencia a la relación de Salomón con la reina de Saba. La fuente más
importante de esta tradición es el Libro de los reyes, que ofreció la base ideológica para la idea de
la nación etíope como legítima sucesora de Jerusalén, lo cual fortaleció su identidad religiosa frente
al Islam. Los reyes etíopes se consideraban descendientes de Salomón y miembros de la casa de
David, reclamo que ningún musulmán egipcio podía hacer en el siglo XIII en cuanto a Mahoma o sus
descendientes. Así, pues, mientras el cristianismo desaparecía definitivamente de Nubia y las
iglesias coptas experimentaban serias restricciones de parte de los mamelucos, en Etiopía el
cristianismo estaba firme y se expandía notablemente durante el siglo XIV a pesar de que el país
estaba rodeado por todos lados por Estados musulmanes.

_ La Iglesia Ortodoxa Rusa

Mientras la cristiandad bizantina se desplomaba como consecuencia del avance musulmán de


los turcos otomanos, la Iglesia Ortodoxa en Rusia no sólo se expandía territorialmente sino que se
mostraba notablemente vital. Lejos de deteriorarla, la ocupación mongola (la Horda de Oro)
provocó un incremento del prestigio de la Iglesia, que se transformó en el centro de la identidad y
resistencia nacional. Después de 1310, el metropolitano de Kiev y de toda Rusia se trasladó de
manera permanente a Moscú. Hacia fines de ese siglo, el principado de Moscú era lo
suficientemente fuerte como para desafiar al dominio mongol, a quienes finalmente derrotaron. A
partir de 1386, el centro de todo el cristianismo ortodoxo ruso estuvo localizado en Moscú. Para
1448, la Iglesia Rusa ya tenía a su propio patriarca ecuménico y se declaraba autocéfala, si bien
continuaba en la tradición ortodoxa. Tres décadas más tarde (1480) el soberano de Rusia, Ivan III el
Grande (1440–1505) salvó a Rusia del poder de los tártaros, puso fin al dominio de la Horda de Oro,
construyó el Kremlin y constituyó así un reino independiente con una iglesia nacional bajo el
primado de Moscú, que fue considerada como la Tercera Roma.

RESISTENCIA A LAS PRETENSIONES PAPALES

A medida que el papado fue aumentando su ambición de poder y autoridad mundanos, también
se fue incrementando la resistencia de emperadores, reyes y príncipes a tales pretensiones. Hubo
cuatro pasos en este proceso de deterioro de las pretensiones papales: la opresión de la Iglesia; el
cuestionamiento al papado por su corrupción; el Cautiverio Babilónico de la Iglesia; y el Gran Cisma
papal. Todo esto llevó finalmente al intento de resolver estos problemas mediante la convocación
a Concilios reformadores.
_ La opresión de la Iglesia

La opresión política. Después del año 1215, el poder papal comenzó a decaer, en buena medida
debido a los mismos factores que lo ayudaron a crecer. Los príncipes comenzaron a ver en la Iglesia
a un poder secular más, lleno de equivocaciones e inconsistencias, y en competencia con sus propias
aspiraciones hegemónicas. Las Cruzadas y la Inquisición despertaron en muchos serios interrogantes
en cuanto a la autoridad de la Iglesia y del Papa, y la capacidad de éste para gobernar a toda la
cristiandad, como pretendía.

Las monarquías emergentes se resistían a aceptar el ordenamiento feudal y aspiraban a un


mayor centralismo. Para ello se apoyaron en la naciente burguesía urbana en su lucha contra la
nobleza feudal (señores y obispos). A través de esta alianza, los nuevos factores de poder pretendían
fomentar la discordia en el seno de los señoríos, favorecer a la burguesía mediante la protección de
sus intereses, y contar con los recursos necesarios para el desarrollo de una política nacional. Por
cierto, la Iglesia representaba y defendía el viejo orden, pero al entrar en profunda crisis durante
este período no podía frenar las apetencias de las monarquías nacionales. La multiplicación de los
movimientos disidentes, el descrédito del clero y un despertar lento y firme de cierta concepción
naturalística de la vida comprometían la vigorosa posición que la Iglesia había obtenido hasta
entonces y que pretendía seguir gozando.

La opresión económica. La avaricia de obispos y papas, y los pesados impuestos destinados a


mantener a la Curia Romana y las Cruzadas, hicieron dudar a muchos de la legitimidad del poder
papal. La inmensa estructura de la Iglesia Romana demandaba cada vez mayores impuestos para su
sostenimiento: Roma era una corte muy costosa. Había mucha corrupción en la administración de
la Curia y se utilizaban varios métodos abusivos para obtener los recursos necesarios.

Entre estos métodos utilizados, cabe enumerar los siguientes: (1) Anatas: una anata era la
entrega a Roma del total de las ganancias de un obispo o abad durante el primer año de su ministerio
en un lugar. La palabra viene del latín annata y esta voz se deriva del latín annus, año. Era una
especie de impuesto eclesiástico que consistía en la renta o frutos correspondientes al primer año
de posesión de cualquier beneficio o empleo en la Iglesia. (2) Colaciones: una colación era la práctica
de cambiar de lugar a un obispo o abad a cargos vacantes. Esto se hacía frecuentemente porque
representaba más anatas para el Papa. (3) Preservaciones: una preservación era la reserva de los
mejores y más rentables oficios eclesiásticos para el uso del Papa. El Papa enviaba un sacerdote en
representación suya y guardaba para sí los fondos correspondientes. (4) Expectativas: consistían en
la práctica de vender los cargos eclesiásticos al mejor postor, antes de que el puesto estuviera
vacante. Se trataba de una especie de compra a futuro que se daba en Roma a una persona para
obtener un beneficio o prebenda eclesiástica, cuando ésta quedara vacante. (5) Dispensas: una
dispensa era el perdón de las violaciones a la ley canónica mediante el pago de dinero. Se trataba
de un privilegio o excepción graciosa de lo ordenado por las leyes generales; y más comúnmente
era concedido por el Papa o por un obispo. (6) Indulgencias: eran la obtención de la remisión de las
penas “temporales,” incluidas las del Purgatorio, trasladando a favor de uno o de un ser querido
muerto los méritos excedentes de los santos, mediante el pago de una cierta cantidad de dinero.
De este modo, consistía en la remisión que hacía la Iglesia de las penas debidas por los pecados,
usando su supuesta autoridad de “atar y desatar” y de perdonar pecados. (7) Simonía: se refería a
la venta de los oficios eclesiásticos. Era simplemente la compra o venta deliberada de cosas
espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o de las cosas temporales inseparablemente
anexas o relacionadas con las espirituales, como las prebendas y los beneficios eclesiásticos. (8)
Nepotismo: era el nombramiento de familiares para cargos eclesiásticos hereditarios. (9)
Recomendaciones: era la práctica de pagar un impuesto anual al papado a cambio de un
nombramiento provisional que rendía algún beneficio, como una canonjía. (10) Diezmo: era cobrado
por los obispos y el clero parroquial sobre los frutos del campo, la mercadería, y las obras
artesanales. El sostén del clero se devengaba en parte del mismo.

La opresión social. La Iglesia llegó a considerarse como la expresión máxima de la sociedad


cristiana. En consecuencia, el papado fue el factor social dominante, mientras el Papa se colocaba
en la cúspide de la pirámide social como poder hegemónico por excelencia. Con la crisis del
feudalismo y el surgimiento de la burguesía, comenzó a cuestionarse el orden estanco de la sociedad
feudal. Cuanta más riqueza se acumulaba en manos de la burguesía, muchos comenzaron a
cuestionarse por qué el Papa tenía que ocupar la cúspide de la pirámide social, con todos los demás
seres humanos a sus pies como siervos.

Rodolfo Puiggrós: “Los inevitables cambios socioeconómicos relegaron a un lugar oscuro a


las órdenes contemplativas de la edad agrícola. Florecieron órdenes activas, arrojadas a la
conquista de las conciencias en pugna con los traficantes de la fe o a la conquista de los
bienes materiales en competencia con los traficantes de dinero y mercancías. La Iglesia se
adaptó a los nuevos tiempos, pero los nuevos tiempos no tardaron en envejecer y se vio
constreñida a nuevas adaptaciones, cuando en el siglo XIII estallaron conflictos sociales que
pusieron en tela de juicio la intangibilidad de los dogmas y modificaron las relaciones entre
las clases, proclamadas eternas por la teología.

“En las ciudades nacieron las órdenes mendicantes, las universidades y la dialéctica tomista.
Ninguna de ellas resistió la seducción del fruto prohibido. Contemporáneas de las comunas
y de las corporaciones de oficio, de la época de la expansión de la economía mercantil y de
los pasos iniciales de la técnica aplicada a la producción, no se sustrajeron a los cambios
sociales, y si promulgaron como normas de vida la pureza evangélica, también se
embriagaron con el logos griego en su forma aristotélica y lo acoplaron a la teología.”

Los numerosos conflictos sociales de este período llevaron también al cuestionamiento de la


posición del Papa como Vicario de Cristo y cabeza de la cristiandad. Para la burguesía adinerada, el
papado y cualquier otra posición dentro de la Iglesia era algo que se podía comprar y vender, y tanto
más si rendía buenos beneficios. De allí que a lo largo de este período, uno de los flagelos más
reiterados en la administración de la Iglesia haya sido la simonía y el nepotismo.

_ El cuestionamiento al papado
Después de Inocencio III la Iglesia Occidental entró en una situación caótica. Sus sucesores
procuraron acrecentar el poder y el prestigio de la Iglesia, convertida por el régimen teocrático en
una verdadera potencia universal. Mientras el Papa hacía esfuerzos por traer el reino de Dios a la
tierra, autotitulándose “Vicario de Cristo” y presentándose como un poder político más, sus
pretensiones eran severamente resistidas por muchos príncipes, que ahora contaban con mejores
recursos para enfrentarlo.

Los reyes y los reinos. En la segunda mitad del siglo XIII, Francia e Inglaterra entraron en una era
de organización interior, que trajo como resultado mayor estabilidad. Mientras tanto en Italia,
incluidos los estados pontificios, reinaba el desorden y la anarquía. La política papal a lo largo del
siglo XIV quedó definitivamente orientada hacia Francia al nombrarse a cardenales franceses para
la Curia. Finalmente, Roma cedió poder a los franceses y cayó bajo su control.

En Inglaterra, el reinado de Eduardo I (1272–1307) se caracterizó por la prudencia y habilidad


con que el monarca aceptó las consecuencias de la insurrección de los señores, manteniendo y
organizando la institución parlamentaria. Su nieto dividió el Parlamento en dos cámaras—de los
lores y de los comunes—y logró su definitivo fortalecimiento. En Francia, los reyes franceses
procuraban organizar un régimen centralizado. De todos los reinos, Francia fue el primero en
convertirse en una monarquía centralizada y en la primera potencia europea, con Luis IX o San Luis
(1226–1270). Más tarde, el proceso se aceleró con Felipe IV el Hermoso (1285–1314), quien se
propuso aprovechar la tradición jurídica romana para reordenar su autoridad sobre principios
absolutos, y contó con la eficaz colaboración de jurisconsultos salidos generalmente de las filas de
la burguesía para fundamentar su política.

José Luis Romero: “El siglo XIII es, pues, un período de organización de los reinos de Francia
e Inglaterra, de estabilización, aunque presenta caracteres opuestos en ambos casos.
Inglaterra marchó desde un régimen monárquico bastante centralizado—impuesto tras la
conquista normanda—hacia una monarquía limitada por un parlamento que representaba
a la nobleza y a la burguesía. Francia, en cambio, marchó desde una monarquía feudal hacia
un régimen cada vez más centralizado, gracias a la coalición de la corona y los burgueses.”

Los papas y el papado. Mientras los monarcas aumentaban su poder y sus reinos crecían en su
identidad nacional, los papas y el papado iban menguando en su influencia. La cúspide de esta
decadencia y cuestionamiento al papado se dio con Bonifacio VIII (1294–1303). Bonifacio era
pariente de Inocencio III, amante de la erudición, asociado a la fundación de varias universidades,
pero con demasiadas ambisiones, y muy duro en sus pretensiones y con poco tino político. Tuvo
graves conflictos con los reyes de Francia e Inglaterra, a quienes quiso manejar a su gusto. Pero
éstos lo resistieron. Deseoso de conservar la autoridad del pontificado sobre los poderes laicos, se
vio envuelto en un serio conflicto con Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. En un plazo de siete años,
el Papa y el rey tuvieron varios choques.

Influido por los jurisconsultos de su tiempo (los legistas), que propugnaban el absolutismo
monárquico, Felipe IV dispuso afirmar la autoridad real, para lo cual gravó con pesadas cargas los
bienes eclesiásticos. Ante esta actitud, el Papa contestó con la bula Unam Sanctam (noviembre de
1302), por la que prohibía al clero pagar impuestos sin su consentimiento y afirmaba las
pretensiones papales de autoridad suprema en el mundo. El conflicto se agravó poco tiempo
después, con el nombramiento del legado pontificio, el obispo Bernardo Saiset, que el rey de Francia
se negó a reconocer con el apoyo de los Estados Generales. El rey hizo arrestar al legado papal y lo
acusó de traición, violando así las provisiones de la ley canónica. Entonces, Bonifacio VIII excomulgó
a Felipe IV y relevó a sus súbditos de todo juramento de obediencia. Para vengarse, el monarca
francés inició una campaña de calumnias contra el Papa y se dispuso a atentar contra él. Después
de acusarlo de hereje y de varios delitos, Felipe envió a una pequeña tropa, bajo el mando del legista
Guillermo de Nogaret y con el apoyo de la familia romana de los Colonna, para capturar al Papa.
Éstos entraron al territorio pontificio y sorprendieron a Bonifacio VIII en su residencia de Anagni
(1303). El Papa fue tomado prisionero y fue objeto de vejámenes, pero a los tres días logró escapar,
liberado por el pueblo. Pero no pudo reponerse del atentado y falleció al mes siguiente, poniendo
fin al período de los grandes papas. Era evidente que los tiempos habían cambiado.

Bula Unam Sanctam: “Que hay una santa iglesia católica y apostólica somos impelidos a
creer y sostener por nuestra fe—esto es lo que firmemente creemos y abiertamente
confesamos—y fuera de esto no hay ni salvación ni remisión de pecados … La Iglesia
representa un cuerpo místico, y de este cuerpo Cristo es la cabeza … A esta Iglesia
veneramos y a esta sola … En esta Iglesia y en su poder hay dos espadas, a saber, una
espiritual y una temporal … Tanto la espada espiritual como la material, por lo tanto, están
en poder de la Iglesia, la última realmente para ser usada para la Iglesia, la primera por la
Iglesia; la primera por el sacerdote, la otra por la mano de reyes y soldados, pero según la
voluntad y con la conformidad del sacerdote.

Además, es adecuado que una espada esté bajo la otra, y la autoridad temporal esté
sujeta al poder espiritual … Por lo tanto, quienquiera que resista a este poder, ordenado por
Dios, resiste a la ordenanza de Dios, a menos que haya dos comienzos [es decir, dos
principios], como imagina el maniqueo … Además, proclamamos, declaramos y
pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación de todo ser humano estar
sujeto al pontífice de Roma.”

La idea de nacionalidad. Aparece en toda Europa un sentimiento de “nacionalidad” y de cierto


orgullo por la independencia de cada país. Una autoridad centralizadora y absolutista como el
papado, que pretendía ser supranacional o universal, debía buscar otro camino para sus
pretensiones. La época del esplendor del papado y el comienzo de su decadencia está marcada por
la humillación de que fue objeto Bonifacio VIII; con él termina el período de los grandes Papas.

José Luis Romero: “A la progresiva organización de hecho de los reinos nacionales


correspondió la lenta formación de una conciencia nacional. Un sentimiento apenas
entrevisto algún tiempo antes comienza a despertar poco a poco, manifestado como una
adhesión al destino histórico de cierta circunscripción territorial. Este sentimiento estaba
alimentado por la monarquía, que lo estimulaba en cuanto representaba una adhesión a la
corona, y en efecto, provenía de la creciente asimilación entre nación y monarquía que se
operó desde el siglo XIII. Lo compartían de manera vehemente los grupos burgueses, para
quienes el vínculo abstracto entre individuo y Estado parecía incomparablemente preferible
al vínculo personal entre villano y señor. Pero lo compartían también porque sus intereses
de clase coincidían con los intereses de la corona, empeñados unos y otra en desarrollar un
tipo de economía que sólo podía ser llevado adelante por la burguesía, pero que parecía
requerir la protección y el apoyo del Estado para extenderse, precisamente, hasta donde el
Estado era capaz de hacer llegar su influencia, dentro de las fronteras nacionales y en las
áreas de expansión que pudieran controlar.”

_ El Cautiverio Babilónico de la Iglesia (1305–1377)

Éste es el nombre del período en el que el papado instaló su sede en Aviñón (Francia), desde el
año 1305 hasta el 1377. El sucesor de Bonifacio VIII fue Benedicto XI, quien murió envenenado al
año siguiente. Entonces Felipe IV hizo valer su influencia en el Sacro Colegio y logró que fuera elegido
Papa el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quien asumió con el nombre de Clemente V (1305–
1314). Clemente V, que era un hombre de grandes fallas morales y débil de carácter, ordenó a nueve
franceses como cardenales. Con esto se inició la decadencia del pontificado, y el Papa dejó de ser
árbitro indiscutido de todos los problemas, para transformarse en rival o aliado de los soberanos,
según les conviniera a estos últimos. Para complacer a Felipe IV, el Papa abandonó Roma y
finalmente trasladó su corte a Aviñón (1309), donde permanecerían sus sucesores por casi setenta
años.

El conflicto entre Felipe y Bonifacio fue un episodio más en la larga lucha de la Iglesia con los
soberanos. El traslado de la sede pontificia a Aviñón perjudicó la libre acción de los pontífices y
favoreció la influencia creciente de la monarquía francesa en las cuestiones eclesiásticas. A lo largo
de todo el siglo XIV estos hechos fueron fruto y consecuencia de diversos conflictos políticos,
sociales y eclesiásticos.

Conflictos políticos. Todos estos cambios fueron severamente criticados por muchos, porque la
Iglesia quedó sometida a los dictados de la política francesa. Esto produjo gran descontento y
preocupación en el mundo cristiano, especialmente en Italia, donde se insistía en que Roma había
sido siempre la sede pontificia y el colegio de cardenales había estado compuesto normalmente por
italianos. Para muchos, el Papa no era otra cosa que un prisionero de los franceses. De allí el nombre
de Cautiverio Babilónico o Cautiverio de Aviñón.

Clemente V fortaleció la influencia francesa en la corte papal y ordenó a veintitrés obispos


franceses. Autorizó a Felipe IV a cobrar un diezmo sobre las propiedades de la Iglesia por un período
de cinco años y anuló las bulas de Bonifacio VIII, que imponían la sujeción del monarca francés al
Papa. Afirmó que, en la nueva dispensación, Francia ocuparía el lugar de Israel y que el reino secular
de Francia había sido fundado por Dios. El sucesor de Clemente V fue Juan XXII (1316–1334), quien
condenó la tesis de los franciscanos que señalaba que la pobreza de Cristo y los apóstoles había sido
absoluta. También repudió la teoría política de Marsilio de Papua y de Juan de Jandun según la cual
la soberanía descansaba en el pueblo representado por la mayoría, y que, en consecuencia, el poder
supremo de la Iglesia no residía en el papado o los obispos, sino en un Concilio compuesto de
clérigos y laicos que representaban al pueblo cristiano (teoría conciliar). Su pontificado fue agitado
y funesto.

Benedicto XII (1334–1342), un cisterciense de gran cultura teológica, se propuso retornar el


papado a Roma, pero luego decidió permanecer en Aviñón y levantar allí un gran palacio papal.
Clemente VI (1342–1352) fue un aristócrata aficionado al esplendor y la magnificencia. Convirtió a
Aviñón en una corte mundana hasta que la ciudad fue atacada por la Peste Negra (1348). En 1355,
Inocencio VI (1352–1362), que era un jurista acomodaticio sin gran competencia política, coronó a
Carlos IV como emperador, quien publicó una bula que colocaba la elección del emperador en las
manos de electores, haciendo del Sacro Imperio Romano un Imperio Alemán solamente. La bula
marcó el final de la intervención imperial en Italia y el cierre de una larga lucha entre Papa y
Emperador. Inocencio se opuso a esta medida, porque pasaba por encima del derecho papal de
confirmar la elección de los monarcas alemanes y de administrar el Imperio en caso de vacancia.

A estos hechos dramáticos se agregaron otros, como las guerras que se produjeron a lo largo
del siglo XIV. Al llegar al límite de sus posibilidades fiscales, los Estados tendieron a pensar que la
solución a sus problemas residía en aumentar su territorio con la anexión de zonas más débiles. La
expresión más acabada y trágica de esta política fue el antagonismo entre Francia e Inglaterra por
el control de Flandes y su comercio. La alianza inglesa con los flamencos irritó sobremanera a los
reyes de Francia. Otra causa de conflicto fue la situación de Guyena, única posesión feudal que los
ingleses tenían en Francia.

La hostilidad entre los dos reinos estalló en ocasión del reclamo dinástico de Eduardo III de
Inglaterra por la corona de Francia, a través de su madre, que era hija de Felipe el Hermoso. Los
franceses rechazaron el reclamo de Eduardo III, adoptando una resolución por la que se establecía
que las mujeres no tenían derecho a reinar en Francia y por lo tanto no podían transmitir por
herencia la corona (ley sálica). El conflicto llevó finalmente al estallido de la Guerra de los Cien Años
(1337–1453) entre Francia e Inglaterra.

Este conflicto entre las dos coronas más importantes de la cristiandad alentó los sentimientos
antipapales especialmente en la segunda nación. La guerra se inició con triunfos ingleses y finalizó
con victorias francesas. Un personaje clave para el logro de las victorias francesas fue una joven
campesina llamada Juana de Arco (1412–1431). Juana nació en la aldea de Domremy (Lorena) y era
hija de un matrimonio humilde. A los trece años tuvo diversas visiones celestiales y oyó voces que
la animaban a libertar a Francia de los ingleses. A pesar de la negativa de sus padres, Juana resolvió
visitar al capitán francés, que se opuso a su intervención. Ante la decisión de Juana de entrevistar al
rey, Baudricourt le facilitó caballos y una escolta de seis hombres. Vistiendo una armadura, la joven
anduvo once días y atravesó sin ningún incidente más de cien leguas de territorio enemigo, para
arribar a Chinón, donde residía Carlos VII, el Delfín. El monarca aceptó el desafío de Juana y la
autorizó a salir al campo de batalla. Juana se propuso atacar la ciudad de Orleáns, uno de los últimos
baluartes ingleses en territorio francés, y logró su rendición. A éste le siguieron otros triunfos, que
permitieron a Carlos VII trasladarse a Reims, en cuya catedral fue coronado rey de Francia.
Posteriormente, Juana cayó prisionera de los borgoñeses, cuando trataba de liberar la ciudad
de Compiegne. Fue entregada a los ingleses por 10.000 francos de oro, ante la indiferencia de Carlos
VII. En diciembre de 1430 fue trasladada a Ruán y juzgada por la Inquisición, que la acusó de
hechicería. Finalmente, por haber usado ropas masculinas fue condenada por hereje a prisión
perpetua. Sus enemigos le hurtaron sus ropas mientras dormía y le dejaron sólo una vestimenta
masculina. La joven se cubrió con ellas y entonces fue declarada relapsa (reincidente) y condenada
a morir en la hoguera. El 25 de mayo de 1431 fue conducida al cadalso levantado en la plaza de
Ruán. El papa Benedicto XV canonizó a Juana de Arco en 1920.

Conflictos socioeconómicos. Los problemas económicos y los conflictos políticos hicieron mella
sobre el tejido social. El siglo XIV fue notable por los levantamientos de campesinos, las luchas
urbanas, la insurrección de la burguesía, las protestas de trabajadores textiles, además de tumultos,
motines y guerras civiles. Los burgueses culpaban a los nobles por los fracasos militares y les
perdieron el respeto que tradicionalmente les habían tenido. En Francia, comenzaron a exigir que
se les permitiera controlar el uso del dinero que pagaban como impuestos y reclamaron una mayor
participación en el gobierno. Los soldados franceses que habían sido derrotados por los ingleses en
la batalla de Poitiers (1356) comenzaron a asolar los campos y provocaron la indignación de los
campesinos, que se lanzaron al asalto de los castillos y los campos sembrados. Los jacques, como se
les llamó, cometieron toda suerte de crueldades contra la nobleza, hasta que fueron reducidos y
castigados con mayor crueldad.

Además, a mediados del siglo XIV, toda Europa se vio sacudida por un repentino desastre
demográfico, debido al estallido de una plaga de peste bubónica. La disminución de la población en
razón de la “muerte negra,” como se la denominó, fue tan grande que la estructura social, política,
cultural y religiosa fue conmovida. La curva de la población, que había estado levantándose
firmemente desde mediados del siglo X, de pronto de niveló y probablemente declinó incluso antes
que la peste bubónica se llevara a un cuarto de la población de Europa. Las ciudades ya no
construyeron nuevos suburbios y murallas, y es probable que el volumen del comercio internacional
fuese realmente menor en 1400 que en 1300, al menos al norte de los Alpes. Ciertamente la tierra
dejó de cultivarse en Inglaterra y Alemania, como han mostrado los estudios estadísticos. Esto
parece haber sido causado conjuntamente por el agotamiento del suelo y la declinación drástica de
la población.

Sobre los problemas que la peste bubónica trajo consigo se añadieron los consecuentes a la
primera gran crisis bancaria en la historia europea. Los bancos florentinos habían sobrextendido el
crédito a las monarquías de Inglaterra, Francia y el reino de Sicilia para el pago de sus guerras,
préstamos que estos reinos no pudieron devolver. Esto generó una profunda crisis de confianza. El
colapso de los bancos tuvo un impacto en la manufactura y el comercio, que se nutrían del crédito
extendido para aumentar sus operaciones y transacciones.

Conflictos eclesiásticos. Si bien durante buena parte del siglo XIV Francia pudo controlar al
papado al mantener su sede en Aviñón, no todos en el reino consideraban que esto era una
bendición. También en Francia hubo oposición al papado francés, especialmente de aquellos que
con sus impuestos debían mantener dos cortes: la de Francia y la de Aviñón. De todos modos, la
corte papal en Aviñón funcionaba con más eficiencia que la Curia romana. Era una estructura más
centralizada, con treinta cardenales residentes, que superó a Roma en la actividad misionera y la
diplomacia. Pero se mostraba más como una corte mundana, centrada en el poder, la ley y el dinero,
que en el cumplimiento de un fin espiritual.

Petrarca: “Aquí [en Aviñón] reinan los sucesores de los pobres pescadores de Galilea. Han
olvidado absolutamente sus orígenes … [es] Babilonia, el centro de todos los vicios y el
sufrimiento … no hay piedad, ni caridad, ni fe, ni reverencia, ni temor de Dios, nada que sea
santo, nada justo, nada sagrado. Lo único que se oye o se lee tiene que ver con la perfidia,
el engaño, la dureza del orgullo, la desvergüenza y la orgía desenfrenada … en resumen,
todas las formas de la impiedad y el mal que el mundo puede mostrar se reúnen aquí … Aquí
se pierden todas las cosas buenas, primero la libertad y después sucesivamente el reposo,
la felicidad, la fe, la esperanza y la caridad.”

El sexto Papa francés en Aviñón fue Urbano V (1362–1370), un benedictino de origen noble.
Logró consolidar las posesiones del papado en Italia gracias al talento militar y político del cardenal
español Gil de Albornoz. En 1367 decidió regresar a Roma, donde permaneció por tres años, pero
luego volvió a Aviñón, donde murió. Su sucesor fue Gregorio XI (1370–1378), sobrino de Clemente
VI, quien era un especialista en derecho canónico. Animado por cartas de Catalina de Siena, se
instaló en Roma a principios de 1377, cuando sólo le quedaba un año de vida. Para entonces, los
cardenales estaban divididos. La mayoría eran franceses (11 de 16) y estaban a favor de Aviñón
como sede, pero la elección del nuevo Papa debía hacerse en Roma.

El pueblo de Roma demandó que un italiano ocupara el trono papal. Pero el nuevo Papa no fue
romano ni francés, sino napolitano, y asumió con el nombre de Urbano VI (1378–1389). Urbano VI
era un déspota brutal, autoritario y cruel, que no hizo nada por volver a Aviñón a pesar de haber
prometido hacerlo. En razón de esto, los cardenales franceses declararon que su elección no era
válida, y eligieron a un Papa francés, Clemente VII (1378–1394), quien se trasladó a Aviñón. Urbano
VI se resistió diciendo que todo era ilegal, se rehusó a reconocer a Clemente VII como Papa, y ordenó
nuevos cardenales en lugar de los que lo habían depuesto. Así comenzó el Gran Cisma Papal.
Nuevamente, la cristiandad occidental quedó dividida en dos bandos, que acataban
respectivamente la autoridad de los pontífices establecidos en Roma y Aviñón.

_ El Gran Cisma Papal (1378–1417)

Dos Papas. Había, pues, dos papas: uno italiano en Roma y uno francés en Aviñón, cada uno con
su colegio de cardenales. La cristiandad occidental se dividió tomando partido por uno u otro. El
Papa romano (Urbano VI) fue reconocido por Italia, Inglaterra, la mayor parte de Alemania,
Escandinavia, Hungría, Bohemia, Flandes, Países Bajos y Portugal. El Papa francés (Clemente VII) fue
seguido por Francia, Escocia, Saboya, Austria y el resto de Alemania. La elección se hizo sobre
premisas nacionalistas y factores políticos, frustrándose así el ideal de una Iglesia universal por
encima de los intereses nacionales. Ninguno de los dos papas estaba dispuesto a renunciar, porque
ambos afirmaban haber sido elegidos canónicamente. La mayoría de los cardenales estaba
preocupada y ansiosa por poner fin a este escándalo.

CUADRO 10 - LOS PAPAS DEL GRAN CISMA

PAPAS DE ROMA PAPAS DE AVINOŃ PAPAS CONCILIARES

GREGORIO XI (1370–1378)

Murió en 1378, preparando el


escenario para el cisma.

URBANO V (1378–1389) CLEMENTE VII (1378–1394)

Terminó con el Cautiverio Babilónico pero Después de tres años de guerra contra quienes
provocó el Cisma al separar a los cardenales respaldaban a Urbano VI, se mudó a Aviñón en
franceses y elegir a otros. 1381.

BONIFACIO IX (1389–1404) BENEDICTO XIII (1394–1417)

Depuesto por el Concilio de Pisa en 1409; pero


se rehusó a renunciar. Depuesto por el Concilio
de Constanza en 1417. Regresó a España,
convencido hasta el día de su muerte de que
era un Papa legítimo.

INOCENCIO VII (1404–1406) ALEJANDRO V (1409–1410)

Nombrado por el Concilio de


Pisa.

GREGORIO XII (1406–1415) JUAN XXIII (1410–1415)

Depuesto por el Concilio de Pisa Depuesto por el Concilio de


en 1409, pero se rehusó a Constanza en 1415.
renunciar. Depuesto por el MARTIN V (1417–1431)
Concilio de Constanza en 1415.
Nombrado por el Concilio de
Constanza para terminar con el
Cisma.

Varias soluciones. Se ensayaron diversos caminos para la solución del Gran Cisma. Una de las
propuestas fue per viam facti o de los hechos consumados. Ambos partidos intentaron primero
presentar pruebas positivas arguyendo su legitimidad a través de declaraciones. Luego, apelaron al
anatema, la propaganda, la intriga e incluso la violencia. Clemente VII intentó esta solución por el
camino de la fuerza; pero no le dio resultado. Los teólogos y juristas de la Universidad de París en
1394 propusieron otros tres caminos. Dos de ellos apelaban a la buena voluntad de los dos papas.
Se trataba de la vía cessionis, según la cual uno o ambos papas debían renunciar al papado. La
segunda propuesta era la vía compromissi, según la cual ambos papas se reunirían acompañados de
sus respectivos cardenales para discutir las razones que se alegaban; quien mejores razones tuviese
sería reconocido como Papa por toda la Iglesia. La tercera solución presentada por los eruditos de
París preveía la convocación de un Concilio universal que prescindiera de los dos papas en litigio.
Ésta era la vía concilii. Finalmente, ésta fue la idea que prevaleció, es decir, la idea de resolver el
Gran Cisma por medio de un Concilio de todos los obispos.

_ Los concilios reformadores

El Gran Cisma Papal puso en evidencia el descontento de muchos respecto de un gobierno


eclesiástico centralizado en el Papa. Algunos renombrados profesores universitarios, como Pedro
de Ailly (1350–1420) y Juan Gerson (1363–1429), creían que el poder pleno de la Iglesia no residía
en el Papa, sino en el cuerpo total de los creyentes, que sólo podía estar representado por un
Concilio de delegados de toda la Iglesia. Sostenían, además, que le correspondía al poder civil el
derecho de convocar tal Concilio, ya que el primer Concilio ecuménico (Nicea, 325) había sido
convocado por el emperador Constantino. Estos principios se impusieron y durante el siglo XV se
realizaron varios Concilios, que pusieron fin al Gran Cisma, enfrentaron las herejías y buscaron
reformar la Iglesia.

Concilio de Pisa (1409). Pedro de Ailly y Juan Gerson desconfiaban de que el Papa de Roma y el
de Aviñón se avinieran a citar un Concilio y a obedecer sus decretos; por eso, persuadieron al rey de
Francia para que quitara su apoyo al Papa de Aviñón y reuniera a los dos grupos de cardenales.
Tanto Francia como Inglaterra apoyaron la convocación de este Concilio, que finalmente se reunió
en el año 1409 en la ciudad de Pisa. Los obispos reunidos eran pocos, pero muy representativos. El
propósito era terminar con el cisma y la herejía. El Concilio afirmó también la autoridad conciliar
sobre la papal. El resultado fue la declaración de vacancia del trono papal, la deposición de Gregorio
XII (Roma) y de Benedicto XIII (Aviñón), y el nombramiento de un nuevo Papa: Alejandro V (1409–
1410), que fue apoyado por Inglaterra, Francia, y parte de Alemania. Pero los papas depuestos no
aceptaron la decisión y continuaron en el poder: Benedicto XIII con el apoyo de España, Portugal y
Escocia, y Gregorio XII respaldado por Alemania e Italia. De modo que el escándalo de tener dos
papas se acrecentó porque ahora había tres y cada uno pretendiendo legitimidad. Alejandro V podía
haber logrado la unificación, pero murió pronto y fue sucedido por Juan XXIII (1410–1415), un Papa
mundano y degenerado, que dejó una página negra en la historia del papado. El Concilio no tuvo
poder para aplicar sus decisiones, y dejó a la Iglesia con tres papas rivales.

Concilio de Constanza (1414–1418). Después de Pisa, la Iglesia se encontró en un camino sin


salida, del que logró salir gracias al emperador Segismundo, quien presionó a Juan XXIII para que
convocara un Concilio en Constanza. Los propósitos del Concilio fueron terminar con el Cisma, poner
en marcha una reforma moral y administrativa de la Iglesia y condenar las herejías de Juan Wycliff
y de Juan Huss. Los personajes más destacados en su desarrollo fueron el Papa Juan XXIII, Pedro de
Ailly y Juan Gerson. Sin embargo, como instrumento de reforma, el Concilio fue una triste desilusión,
pero logró poner fin al Cisma, al condenar a los tres papas existentes, deponerlos y elegir a un nuevo
Papa, Martín V (1417–1431), quien fue reconocido por todos.

M. David Knowles: “La desconfianza hacia el Papa y los cardenales, así como el nacionalismo
naciente—excitado por la hostilidad que reinaba entre Inglaterra y Francia—, condujeron a
dos innovaciones importantes. Primero se discutía y votaba por grupos nacionales. Luego
fueron admitidos muchos teólogos que no eran obispos. Esto aseguró una posición fuerte a
los universitarios, que sostenían la supremacía del Concilio sobre el Papa y la necesidad de
celebrar Concilios periódicos. Pedro de Ailly, ya cardenal, era un ‘conciliarista’ extremo.
Gerson, más conservador, proponía una reforma limitada.”

A partir de Constanza, la cristiandad romana tenía una vez más una sola cabeza. El Cisma había
terminado formalmente, pero la autoridad papal estaba muy deprimida. De ahora en adelante,
según las decisiones del Concilio, el Papa tendría el poder ejecutivo de la Iglesia, pero sería regulado
por un cuerpo legislativo (Concilio), que se reuniría regularmente y representaría los intereses de
toda la cristiandad. Martín V prometió convocar a otro Concilio cinco años más tarde, en
cumplimiento de la resolución del propio Concilio de Constanza de tener Concilios regulares. El
Concilio de Constanza logró la transformación del papado de una “monarquía absoluta” a una
“monarquía constitucional.”

Concilio de Pavía (1423). Fue convocado por Martín V, conforme con lo resuelto en Constanza,
pero contra su voluntad, ya que él era de la idea de un papado absolutista. La asistencia fue pobre
debido a la peste. Fue trasladado a Siena y fue aplazando su conclusión. Sin haber logrado concluir
nada ni resolver nada significativo, el Concilio fue disuelto en 1424 por Martín V. La responsabilidad
del fracaso recayó sobre el Papa y esto aumentó el descontento.

Concilio de Basilea (1431–1449). Fue convocado por Martín V, que falleció dos meses más tarde,
y fue sucedido por Eugenio IV (1431–1447). A este Concilio asistieron menos participantes, menos
obispos y más universitarios, y su desarrollo fue más complejo que el de Constanza. La mayoría de
los padres conciliares eran adversos a la supremacía papal y sostenían que el Concilio general poseía
una autoridad superior a la del Papa. El Concilio tuvo cuatro propósitos. (1) Encaró las reformas
administrativas y morales que no se concretaron en Constanza, ordenando la realización de sínodos
anuales en cada diócesis y cada diez años un Concilio general, entre otras medidas. (2) Inició las
gestiones tendientes a la reunión de la Iglesia Latina y la Iglesia Griega, esta última amenazada por
los conquistadores turcos otomanos. (3) Tomó medidas respecto a las revueltas religiosas en
Bohemia (movimiento husita), logrando vencerlas. (4) Consolidó la paz entre los príncipes cristianos.

Concilio de Ferrara-Florencia (1437–1439). En Basilea no hubo acuerdo sobre el lugar donde


debía realizarse el contacto con los representantes de la Iglesia Griega, y el Concilio se dividió sobre
esta cuestión. El Papa, que tenía el apoyo de una minoría, trasladó el Concilio a Ferrara en 1437 para
encontrarse allí con los griegos, y luego en 1439 la sede fue llevada a Florencia. Allí se produjo la
reunión de las dos Iglesias, hecho que aumentó el prestigio de Eugenio IV. Mientras tanto, en
Basilea, la mayoría adoptaba resoluciones más radicales: depuso a Eugenio IV acusándolo de herejía
y eligió a Félix V (1439–1449). Félix V y el Concilio de Basilea fracasaron en lograr apoyo político y el
Concilio terminó por respaldar al legítimo sucesor de Eugenio IV, Nicolás V (1447–1455). El fracaso
de Basilea arruinó las esperanzas de transformar al papado en una monarquía constitucional o de
hacer la reforma tan necesaria por medio de un Concilio.

El fracaso de todos estos concilios se debió a la falta de unidad en los motivos y propósitos
(cuestiones políticas, intereses personales, ideales nacionalistas, etc.); a la solución parcial de
Constanza, que declaró todo terminado sin resolver nada; y, al antagonismo por el poder papal,
pues ningún Papa estaba dispuesto a renunciar a sus privilegios. No obstante, una nueva fuerza se
estaba manifestando en estos Concilios: la idea de nacionalidad. Este sentimiento iría aumentando
hasta la Reforma, y sería un factor importantísimo en su logro.

LOS PAPAS DEL RENACIMIENTO

El retorno de la sede papal a Roma y el fracaso de los Concilios reformadores dieron lugar al
surgimiento de un nuevo tipo de papas en el trono de San Pedro. Su mentalidad, ambiciones,
conducta y realizaciones estuvieron fuertemente afectadas por los vaivenes de la política de Italia y
el desarrollo del Renacimiento Italiano. Desde un punto de vista religioso, el papado alcanzó durante
la segunda mitad del siglo XV y comienzos del XVI su punto espiritual y moral más bajo.

M. David Knowles: “En lo que concierne al papado, el período se caracterizó esencialmente


por el hecho de que la Santa Sede estuvo cada vez más implicada en las violencias políticas
de Italia y los eclesiásticos italianos participaron en lo que se llama el Renacimiento Italiano.
Estos dos factores iban a disminuir la fuerza espiritual y moral de la curia y a aminorar
notablemente su prestigio.”

Hacia mediados del siglo XV, los papas le imprimieron al papado todos los rasgos que habrían
de caracterizarlo hasta el advenimiento de la Reforma: intrigas políticas, objetivos temporales,
corrupción, relajación moral, preocupaciones dinásticas, ambiciones desmedidas, indiferencia
pastoral, falta de espiritualidad y abandono de todo ideal religioso.

_ Problemas que enfrentaron


La eliminación del peligro turco otomano. Los Papas Renacentistas empeñaron, en más de una
ocasión, todo su entusiasmo en preparar una Cruzada contra los turcos. Pero los príncipes cristianos
no respondieron e hicieron fracasar sus planes. Nadie tenía interés en encarar una nueva Cruzada
religiosa. El resultado de esto fue que los turcos avanzaron sobre Europa y en 1453 tomaron
Constantinopla. El papa Nicolás V (1447–1455), más erudito y humanista que clérigo, hizo de Roma
la capital del Renacimiento Italiano, pero no movió un dedo para detener el avance demoledor de
los turcos sobre Constantinopla.

El último emperador bizantino, Constantino XI había logrado renovar la unión con la Iglesia
Romana (1452) por medio del cardenal Isidoro de Kiev. Pero los Occidentales no prestaron a los
bizantinos la ayuda que necesitaban contra los turcos. Después de las victorias de Warna (1444) y
de Merli (1448), los turcos estrecharon cada vez más su cerco sobre Constantinopla. Los turcos
favorecieron la ruptura de relaciones entre la Iglesia Griega y la Iglesia Romana. Un sínodo celebrado
en Constantinopla rompió formalmente con Roma (1472). En 1459 Rusia se separó de
Constantinopla, y Moscú empezó a llamarse “la Tercera Roma.”

Calixto III (1455–1458), el primer Papa de la familia de los Borgia, fue un jurista y guerrero
español, que tuvo como único propósito de su pontificado la cruzada contra los turcos. Envió
legados y predicadores por toda Europa. Pero ya había pasado mucho tiempo desde las primeras
Cruzadas. El nacionalismo con sus intereses particulares hacía tiempo que se había apoderado de
Europa. Sólo Hungría apoyó el proyecto de Cruzada y sus ejércitos lograron un resonante triunfo
sobre los turcos en Belgrado (1456). Al año siguiente, una escuadra naval, enviada por Calixto III
logró también una victoria sobre los turcos. Pero estas victorias no tuvieron el resultado deseado,
porque Venecia entró en relaciones con los otomanos, e hizo con ellos un pacto de no agresión. No
obstante, Calixto III invirtió enormes sumas de dinero en la guerra contra los turcos.

Pío II (1458–1464), un Papa humanista, continuó los esfuerzos por frenar el avance turco sobre
Europa. En 1458 reunió un encuentro de príncipes europeos en Mantua, en el que se decidió una
guerra de tres años contra los turcos, pero sin resultados prácticos. Ante la imposibilidad de librarse
del peligro turco por las armas, Pío II cambió de estrategia. Escribió una carta al sultán Mahoma II
exhortándolo a abrazar la fe cristiana. Nicolás de Cusa (1400–1464) intentó allanar las dificultades
doctrinales entre el islamismo y el cristianismo a través de una obra titulada Cribatio alchorani. Pío
II terminó por organizar una campaña naval contra los turcos, colocándose él mismo al frente de la
escuadra, pero cayó enfermo y murió en 1464.

Sixto IV (1471–1484), un hombre de origen modesto pero bien formado teológicamente, quiso
transformar a la monarquía pontificia en una gran potencia italiana e intentó una nueva Cruzada
contra los turcos. En 1473 envió cinco legados por toda Europa a predicar la Cruzada y a recoger los
diezmos impuestos para el mismo fin. Pero los príncipes no respondieron y el clero no entregó los
diezmos. La escuadra naval consiguió conquistar Esmirna, pero las disensiones entre venecianos,
napolitanos y pontificios hicieron fracasar la empresa. En 1480 los turcos conquistaron Otranto, y
con ello lograron una cabecera de playa para la conquista de Italia y de Roma misma. Al año
siguiente, una nueva flota que el Papa logró reunir, reconquistó la ciudad.
CUADRO 11 - LOS PAPAS RENACENTISTAS

Nicolás V (1447–1455)

Calixto III (1455–1458)

Pío II (1458–1464)

Paulo II (1464–1471)

Sixto IV (1471–1484)

Inocencio VIII (1484–1492)

Alejandro VI (1492–1503)

La reforma de la Iglesia. A lo largo de la Edad Media se fue oyendo el clamor por una reforma in
capite et in membris (desde la cabeza hasta los miembros), y esto se agudizó en los siglos XIV y XV,
pero sin mayores resultados. Desde la muerte de Calixto III (1458) no se verá una tentativa sincera
de reforma. Pío II intentó favorecer algunos procesos de cambio, pero sin mayores efectos. Durante
su pontificado se rodeó de amigos entregados a la reforma de la iglesia, como Domingo Domenichi
y Nicolás de Cusa. Ambos redactaron ciertos proyectos, para cuyo estudio y aplicación el Papa
constituyó una comisión de reforma. Pero la Cruzada contra los turcos le impidió poner por obra las
disposiciones que ya tenía proyectadas. A partir de Sixto IV, la Curia pontificia entró en una profunda
decadencia moral.

La teoría conciliar. Las ideas conciliaristas de la supremacía del Concilio sobre el Papa habían
sido defendidas abiertamente en Basilea con fuerte apoyo de eclesiásticos de renombre, como
Nicolás de Cusa. Estas teorías fueron resistidas por los Papas y finalmente derrotadas por teólogos
papistas. El papa Pío II había militado en el partido conciliarista de Basilea en su juventud, como
secretario de Félix V. Pero poco a poco fue cambiando de actitud, hasta que en 1444 confesó sus
errores y en 1463, siendo ya Papa, publicó una bula (Exsecrabilis) en la que se retractaba de sus
ideas conciliaristas y reafirmaba la supremacía pontificia.
Exsecrabilis: “Ha surgido en nuestro tiempo un abuso execrable, del que no se había oído
en edades anteriores, es decir, que algunos hombres, imbuidos con el espíritu de rebelión,
pretenden apelar por un concilio futuro al pontífice romano, el vicario de Jesucristo, a quien
en la persona del bendito Pedro se le dijo, ‘Alimenta a mis ovejas’ y ‘Todo lo que atares en
la tierra será atado en el cielo’; y esto no por un deseo de un juicio más sano sino para
escapar de los castigos de sus errores. Cualquiera que no sea totalmente ignorante de las
leyes puede ver de qué manera esto contraviene los cánones sagrados y cuán perjudicial es
esto para la cristiandad. Y, ¿no es simplemente absurdo apelar por lo que ahora no existe y
cuya fecha de existencia futura se desconoce? Por lo tanto, deseando expulsar de la Iglesia
de Dios este veneno pestilente y tomar medidas para la seguridad de las ovejas confiadas a
nuestro cuidado, y para proteger al rebaño de nuestro Salvador de todo lo que pueda
ofender … nosotros condenamos apelaciones de este tipo y las denunciamos como erróneas
y detestables.”

La promoción y aplicación de la teoría conciliar fue resistida por los papas porque iba contra sus
intereses. Pero el período conciliar tuvo tres consecuencias sobre el papado. Primero, fueron los
príncipes quienes cosecharon los beneficios de la agitación antipapal y conciliarista. Los derechos y
privilegios papales no se vieron limitados, pero fueron transferidos a los príncipes, o se repartieron
y negociaron con ellos. Segundo, el gobierno papal fue reorganizado como resultado de los concilios.
Para confrontar a los príncipes de igual a igual, el papado necesitaba de nuevos órganos de gobierno
(maquinaria diplomática, recursos financieros), es decir, una nueva Curia, más eficiente. Y, tercero,
la cancillería y la camera, que habían sido los vehículos principales del gobierno papal desde el siglo
XII, dejaron de ocupar la posición central que habían tenido. Nuevos oficios y oficinas, directamente
relacionados con el Papa ocuparon su lugar (secretario personal, secretario de estado, Signatura,
nuncios). Al tratar con los príncipes como iguales, los papas mismos se condujeron como príncipes
mundanos.

Las nuevas corrientes culturales. A partir del siglo XIV se fue afirmando poco a poco una nueva
corriente cultural y espiritual: el humanismo. El humanismo tuvo su origen en Italia, desde donde
se expandió a toda Europa. Su iniciador fue Petrarca (1304–1374), el cual tuvo un gran precedente
en Dante Alighieri (1265–1321), autor de la Divina Comedia. Los centros humanistas más
importantes estaban en Italia, como Florencia, Roma, Nápoles y Mantua. Papas como Nicolás V,
Sixto IV, Julio II y León X favorecieron a los humanistas y a los artistas. Cuando el Renacimiento
comenzó a tomar vuelo y a modificar la sociedad, especialmente en Italia, el papado no pudo
abstraerse de su influencia. Por el contrario, algunos papas se transformaron en celosos promotores
del mismo. Nicolás V había sido un erudito y humanista destacado antes de acceder al trono papal
y una vez en el mismo, hizo todo lo posible por transformar a Roma en la capital cultural de Italia.
Se rodeó de un grupo de notables eruditos, como Poggio, Filelfo y Lorenzo Valla. Además,
emprendió dos proyectos de importancia. El primero fue el de transformar la pequeña biblioteca
pontificia en una gran colección de manuscritos latinos y griegos, y así fundó la famosa Biblioteca
Vaticana. El segundo fue el de reconstruir San Pedro, el Vaticano y la misma ciudad de Roma con
una magnificencia inigualada.
El papa Sixto IV fue también un generoso mecenas para los artistas renacentistas. Hizo construir
una capilla que lleva su nombre, la Capilla Sixtina, y para decorarla reclutó una pléyade de genios:
Ghirlandaio, Botticelli, Perugino, Pinturicchio y Melozzo da Forli. Hizo construir también varias
iglesias.

MAPA 8 - EUROPA EN EL SIGLO XV

_ Decadencia que experimentaron

Los Papas del Renacimiento aumentaron el prestigio y la riqueza externa del papado, tan
maltrecho desde el cautiverio de Aviñón y casi moribundo durante el Cisma de Occidente. Pero la
decadencia interna creció de un modo alarmante y hasta límites casi inverosímiles durante la
segunda mitad del siglo XV y principios del siglo XVI. A lo largo de este período hubo un notable
incremento en tres formas de actividad papal: el tráfico de indulgencias, el arbitraje papal en
cuestiones internacionales, y la elaboración de un sistema de nombramientos u otorgamientos
papales de beneficios eclesiásticos. Como expresión de estas acciones, surgieron algunos de los
problemas que más afligieron a la Iglesia institucional, entre ellos los siguientes.

Nepotismo. Los papas de la baja Edad Media llegaron a considerar que todas las posiciones
jerárquicas en el clero de la Iglesia de algún modo les pertenecían y que era su derecho designar
para las mismas a quienes ellos quisieran. Ya en 1335, Benedicto XII afirmaba: “Nos reservamos para
nuestra propia ordenación, disposición y provisión todas las iglesias patriarcales, arzobispales y
episcopales, todos los monasterios, prioratos, dignidades, rectorías y oficios, todas las canonjías,
prebendas, iglesias y otros beneficios eclesiásticos, con o sin cura de almas, ya sean seculares o
regulares, de todo tipo, vacantes o a hacerse vacantes en el futuro, incluso si han sido o deben ser
cubiertos por elección o en alguna otra manera.” No es extraño, pues, que sobre esta base, los papas
hayan favorecido a familiares y amigos especialmente con aquellos puestos eclesiásticos que eran
más rentables.

La preferencia de los papas por los propios parientes, a los que llenaban de riquezas y colmaban
de cargos y de honores eclesiásticos sin tener en cuenta la dignidad moral ni la eficiencia de
gobierno, fue una verdadera plaga durante este período. El papa Calixto III hizo cardenal a su sobrino
Rodrigo Borgia, quien llegaría a ser Papa como Alejandro VI. El nepotismo del papa Sixto IV fue
probablemente el más escandaloso de todo el período. En la primera promoción de cardenales
(1471) concedió el capelo cardenalicio a dos sobrinos y más tarde hizo cardenales a otros cuatro
familiares, todos ellos indignos de ocupar un ministerio religioso y desprovistos de toda vida
espiritual. Al resto de su familia lo dotó de altos cargos y lo enriqueció a costa de los bienes de la
Iglesia.

Corrupción. Las debilidades morales de algunos papas fueron muy graves y escandalizaron a
toda la cristiandad. Con el papa Sixto IV, que había sido general de los franciscanos, comenzó la
época más desastrosa del papado después del siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). Los papas se
convirtieron en príncipes seculares, entregados totalmente a la política y la corrupción. Entre otras
acciones, Sixto IV fue quien autorizó a los Reyes Católicos de España a implantar la Inquisición en
todo ese país (1478), con todas las consecuencias que ello tuvo para los judíos y los musulmanes, y
más tarde, para los protestantes. Calixto era español y le dio al papado del siglo XV sus rasgos más
funestos.

La corrupción de la Curia se incrementó con el ascenso al trono papal de Inocencio VIII (1484–
1492). Un colegio de cardenales completamente mundanalizado lo eligió Papa, en una elección que
no estuvo exenta de simonía. Un hijo suyo se casó con una hija de Lorenzo el Magnífico (Medici), y
las bodas se celebraron en el Vaticano con un lujo y derroche propios de un sultán. La corrupción y
compra de cargos en la Curia fueron frecuentes, y abundaron las bulas falsas y los privilegios falsos.
En 1489 se descubrió un tráfico ilegal de documentos papales, vendidos a buen precio por los
empleados de la Cancillería. Las finanzas pontificias llegaron a tal grado de corrupción, que fue
necesario empeñar la tiara pontificia y una buena parte del tesoro de San Pedro. El colegio
cardenalicio estaba plagado de parientes y partidarios, y compuesto por hombres ambiciosos y
ricos, divididos en bandos que prolongaban las intrigas pontificias en la ciudad y sus alrededores.
Por otro lado, Inocencio VIII fue responsable de una brutal caza de brujas a manos de la Inquisición,
que ocurrió a partir de la publicación de una bula suya (1484) en la que denunciaba fenómenos de
brujería y alertaba sobre su multiplicación por toda Europa, especialmente en Alemania.

Probablemente, de todos los papas renacentistas, ninguno fue tan corrupto como Rodrigo
Borgia, quien ascendió al trono de Pedro con el nombre de Alejandro VI (1492–1503), cuando tenía
más de sesenta años. Su elección fue escandalosamente simoníaca, porque directamente compró
el papado, y toda su vida y ministerio papal continuó siendo escandalosa. Había sido nombrado
cardenal por su tío, el Papa español Calixto III (1456), de quien recibió toda suerte de prebendas que
le producían notables ganancias. Llevó una vida de lujo oriental y siendo cardenal tuvo tres hijos con
una mujer romana desconocida, además de varios otros hijos con otras mujeres. Muchos de estos
hijos llegaron a ocupar lugares en la jerarquía de la Iglesia o recibieron títulos de nobleza.

Mundanalización. Los papas de este tiempo fueron más bien príncipes seculares que pastores
de almas. Algunos llegaron a considerar los estados y territorios de la Iglesia como propiedad
personal, de la que podían disponer a su antojo, incluso utilizando la guerra a favor de sus intereses.
Alejandro VI gobernó la Iglesia como si fuese un principado personal. Se lo consideraba un hombre
amable, genial y sumamente hábil para la política. Pero también demostró ser capaz de cometer
cualquier intriga o crimen contra quienquiera que se interpusiera a su interés personal o el de sus
hijos. Así es como entró en conflictos con los príncipes italianos, el rey de Francia, el emperador, el
rey de España e incluso el sultán turco. Designó a su hijo Juan como duque de Gandía, y le concedió
el ducado de Benevento, que pertenecía a los Estados Papales. Con su hijo César Borgia, a quien
nombró cardenal, usurpó la administración de los Estados Papales, encarceló, asesinó y envenenó
a todos los que se opusieron. Se sospechaba incluso que César había asesinado a su hermano Juan,
para ocupar su lugar. La hija preferida de Alejandro VI fue Lucrecia Borgia, una mujer que heredó la
afección de su padre por el escándalo y las intrigas, a las que agregó varios matrimonios y divorcios.

Otros papas se destacaron más por ser humanistas, más interesados en las artes y el
engalanamiento de sus palacios que en el cuidado de la Iglesia. Nicolás V invirtió grandes sumas de
dinero en la restauración de iglesias y en la compra de códices para la Biblioteca Vaticana, de la que
fue fundador. Su sucesor, Calixto III, favoreció también a humanistas como Lorenzo Valla, Eneas
Silvio Piccolomini (futuro papa Pío II) y otros. Con el papa Paulo II (1464–1471), sobrino de Eugenio
IV, un estupendo economista y un autócrata moderado, se profundizó el proceso de
mundanalización de la corte pontificia. El Papa se granjeó la antipatía de algunos humanistas, pero
agradó al pueblo de Roma por sus carnavales y su política de construcción. Paulo II se mostró más
interesado en la gastronomía exquisita, la moda lujosa y las fiestas suntuosas que en la
administración de la Iglesia.

MOVIMIENTOS DE REFORMA

_ Antecedentes medievales

El deseo de reforma. El deseo de una reforma de la Iglesia estaba bien generalizado durante el
siglo XV, pero tenía antecedentes en muchos individuos y grupos disidentes a lo largo de toda la
Edad Media. En general, estas manifestaciones de protesta anhelaban un cristianismo más auténtico
y fiel al Nuevo Testamento, pero también expresaban los reclamos de los sectores sociales más
oprimidos y que más sufrían los cambios que se estaban produciendo en la sociedad feudal.
Lógicamente, estos disidentes y rebeldes fueron considerados como herejes, especialmente por los
líderes eclesiásticos de su tiempo, que eran los principales custodios del sistema. La historia de estos
“reformadores” no es fácil de recuperar, pero la fe de casi todos ellos fue heroica, estuvieron
dispuestos a sufrir por su causa y es apasionante recordarlos.
La mayoría de estos disidentes medievales afirmaban creencias ortodoxas, pero sus reclamos
estaban ligados a cuestiones sociales y especialmente religiosas. A medida que la Iglesia se sumergía
en el paradigma de cristiandad, se institucionalizaba y entraba en competencia con los señores de
este mundo por el poder político y económico, la disidencia se fue generalizando. Para el siglo XII,
los cimientos sociales de la Iglesia se vieron sacudidos como consecuencia de las pestes y hambrunas
recurrentes, que desataron despertares místicos y sociales contra la jerarquía eclesiástica y contra
los grandes señores, seculares y eclesiásticos, a quienes se culpaba de provocar la ira de Dios con
sus atropellos, desmanes y vicios.

Un ejemplo de estos estallidos fueron los flagelantes de los siglos XI al XIV, que recorrían en
bandas los campos y ciudades de Francia, Italia, el norte de España, Flandes, Hungría e Inglaterra.
Así como se desgarraban el cuerpo a latigazos, estos exaltados se apoderaban también de los bienes
de la Iglesia, golpeaban o mataban a los sacerdotes y asaltaban casas y castillos. Otro ejemplo era
el caso de los bogomilas, que en el siglo X introdujeron a Bulgaria desde Oriente ideas maniqueas,
como arma ideológica de lucha de los siervos contra los señores. Sus creencias y prácticas se
difundieron entre siervos y artesanos de Rusia meridional, el resto de los Balcanes, Italia del norte
y el mediodía de Francia. En este último lugar, sus libros y ritos fueron traducidos a la lengua
vernácula. En 1167 se realizó cerca de Tolosa un concilio al que asistieron delegados bogomilas de
los Balcanes, que sostenían una actitud radicalmente anticlerical.

De las herejías dualistas, la más difundida y persistente fue la de los cátaros o albigenses. Los
cátaros ya eran conocidos en el sur de Francia en 1022, en el norte de Italia alrededor del 1032, y se
hicieron numerosos en Provenza alrededor del 1200. El papa Inocencio III lanzó contra ellos la
Cruzada Albigense, que comenzó con la excomunión del conde Raimundo VI de Tolosa (1207) y
continuó con una guerra, la predicación de los dominicos y finalmente la aplicación de la Inquisición.

Algunos rebeldes y disidentes medievales. Además de los movimientos o grupos organizados,


hubo una serie de individuos que expresaron su disidencia con el status quo, si bien afirmaban
creencias rigurosamente ortodoxas y aspiraban a un cristianismo bíblico. Muchos de ellos
intentaron llevar a cabo sus ideales de reforma desde adentro de la Iglesia, pero otros fueron
tenidos por herejes y perseguidos con toda fuerza. Entre los rebeldes más destacados, cabe
mencionar a los siguientes.

Pedro de Bruys (m. 1130). Fue un predicador del sur de Francia (Languedoc), de principios del
siglo XII. Combinaba un ascetismo estricto con la negación del bautismo infantil; el rechazo de la
presencia real de Cristo en la Cena del Señor; el repudio de las ceremonias, los templos y los
crucifijos; y, la inutilidad de las oraciones a favor de los difuntos. Su enseñanza más importante fue
la fe personal en Cristo como único medio de salvación. Sus adversarios más encarnizados fueron
Pedro el Venerable (1092–1156) y Bernardo de Clairvaux, que se enfrentaron con él personalmente
y por escrito. Por haber quemado crucifijos, él mismo fue quemado vivo por el populacho enfurecido
entre los años 1120 y 1130. A sus seguidores se los llamaba “petrobrusianos.”

Enrique de Lausana (m. 1149). Fue discípulo de Pedro de Bruys y era un ex-monje y teólogo
benedictino. Predicó la vida ascética (pobreza y penitencia) y negó la validez de los sacramentos
administrados por sacerdotes indignos. Atacó la corrupción del clero y se opuso al pago de los
diezmos y las ofrendas a la Iglesia. Predicó en diversas partes del sur de Francia y fue declarado
hereje por el Concilio de Tolosa (1119). En 1135, después de ser tomado prisionero por el obispo de
Arlés, logró escapar y continuó su predicación. Uno de sus más encarnizados opositores fue
Bernardo de Clairvaux, quien fue enviado a combatir su predicación. Enrique fue arrestado y murió
en Tolosa en 1149.

Arnaldo de Brescia (1100–1155). Contemporáneo de Pedro y Enrique, de origen noble, estudió


en París donde fue discípulo de Abelardo e ingresó a la orden de los agustinos. Regresó a Italia,
donde vivió de manera muy austera. Arnaldo sostenía que los miembros del clero debían abandonar
toda propiedad y poder temporal, para ser verdaderos discípulos de Cristo. Fue un celoso promotor
de la pobreza apostólica y atacó las riquezas y el poder temporal de la Iglesia. También rechazó la
validez de los sacramentos administrados por los clérigos que tenían bienes mundanales. Esto le
costó la vida, porque el papa Adriano IV puso como condición al rey alemán Federico Barbarroja la
cabeza de Arnaldo antes de coronarlo emperador. En 1155 Arnaldo fue ahorcado y quemado como
hereje.

Pedro Valdo (¿ –1217). Era un rico comerciante de Lión, que en 1176 abandonó sus bienes,
dejándolos a los pobres, y se dedicó a predicar. Un año más tarde ya tenía un grupo de seguidores,
que se autodenominaban los “pobres de espíritu” o “pobres de Lión.” Apelaron al Tercer Concilio
de Letrán (1179) solicitando permiso para predicar y aprobación para una traducción de la Biblia al
francés, pero se les negaron ambas cosas. Valdo, que era muy obstinado, consideró la negativa como
la voz del hombre contra la voz de Dios, y continuó predicando con sus compañeros. Por su
desobediencia fueron excomulgados, pero esto les valió nuevos adeptos. Fueron condenados como
herejes por el Cuarto Concilio de Letrán (1215).

Sus ideas más importantes fueron las siguientes. (1) La Biblia, especialmente el Nuevo
Testamento, era la única regla de fe y práctica, por eso la aprendían de memoria. (2) Rechazaban
como antibíblicas las misas y las oraciones por los muertos, y negaban el Purgatorio y los méritos de
los santos. (3) Defendían la predicación laica de hombres y mujeres y criticaban el uso del latín en
el culto. (4) Proclamaron el bautismo de creyentes. Los valdenses lograron sobrevivir en los valles
alpinos de Francia e Italia. Más tarde se convirtieron al calvinismo y continúan hoy como una
denominación evangélica reconocida.

_ Precursores de la Reforma

Juan Wyclif (1329–1384). Era un inglés educado en Oxford, donde alcanzó renombre como
erudito. Allí enseñó filosofía y teología. Escribió mucho sobre la Iglesia y el Estado, sobre lo que
estaba mal en ambas esferas y cómo corregirlo. Basaba su enseñanza en la idea de lo que llamaba
el “dominio de la gracia” que, según él, significaba que toda propiedad o poder venía de Dios y
quedaba en el ser humano utilizarlos correctamente, porque si eran usados mal se perdían.
“Correctamente” significaba de acuerdo con la Ley de Dios, tal como se la encuentra en la Biblia. Si
se usaba correctamente lo que Dios había dado al ser humano, entonces se estaba bajo el “dominio
de la gracia.”
Sus ideas parecían inofensivas y ortodoxas, pero había en sus escritos una severa crítica a los
abusos de la Iglesia, su riqueza, los impuestos papales que drenaban a su país y la misma autoridad
papal. Gente de todo tipo y clases sociales escuchaba con interés la prédica de Wyclif, porque
expresaba muchos de sus propios sentimientos. Muchos estaban de acuerdo con él en que la
religión de la Biblia era muy diferente de la que tenían a su alrededor. Las noticias de esto llegaron
a Roma y el Papa (Urbano V) envió instrucciones al arzobispo de Canterbury y al obispo de Londres
para que advirtieran al rey (Eduardo III) y a los nobles contra Wyclif, y que lo arrestaran y enviaran
a Roma para ser juzgado (1377). Pero Wyclif tenía amigos poderosos y era la figura universitaria más
notoria en Oxford. Por eso no se tomó ninguna medida hasta 1382, cuando el arzobispo de
Canterbury condenó su enseñanza. Wyclif se retiró de Oxford para ir a Lutterworth como párroco,
donde murió en paz en 1384.

Las ideas más revolucionarias de Wyclif tenían que ver con la Iglesia y la Biblia. En cuanto a la
Iglesia, su modelo era la iglesia del Nuevo Testamento. Por eso, el poder temporal y las riquezas
eran una ruina para la Iglesia, y el Estado debía incautarse de las posesiones eclesiásticas y contribuir
con un subsidio para el sostenimiento del culto y del clero. Al producirse el Gran Cisma de Occidente,
Wyclif se declaró no solamente en contra de los dos papas, Urbano VI y Clemente VII, sino en contra
del papado en cuanto institución. Según él, la verdadera Iglesia era la “elegida” y estaba constituida
por aquellos que habían sido predestinados por Dios para ser salvos. En contraste con la Iglesia
visible (jerarquía y fieles), esta elección era invisible y sólo Dios la conocía. Ningún ser humano, ni
siquiera el Papa “conoce si es de la Iglesia o si es un miembro del Diablo.” Además, Wyclif afirmaba
que Cristo era la única cabeza de la Iglesia. En consecuencia, la excomunión del Papa sólo afectaba
a aquél que ya había sido excomulgado por Dios. Por otro lado, todos los fieles eran sacerdotes y no
sólo aquellos que formaban parte del clero. Respecto a los sacramentos, Wyclif negó la
transubstanciación, si bien creía en la presencia real de Cristo, aunque no “materialmente o
corporalmente.” También condenó a la confesión como una institución diabólica, rechazó el celibato
sacerdotal y monacal como inmoral y nocivo para la Iglesia, y combatió las indulgencias, el culto de
los santos y las misas por los difuntos.

En cuanto a la Biblia, Wyclif tenía el más alto concepto de ella como la Palabra inspirada de Dios.
La contribución más positiva y permanente de Wyclif tuvo que ver precisamente con la Biblia, a la
que consideraba como autoridad final para la doctrina y la práctica cristianas. Para Wyclif, la Biblia
era la única fuente de la revelación. Por eso era importante que todos pudieran leerla y estudiarla
en su propio idioma. Entre los años 1382 y 1384 se hizo una traducción de la Vulgata al inglés, en la
que Wyclif tuvo una participación importante. Esta versión bíblica tuvo una gran circulación y ejerció
una importante influencia en el pueblo inglés.

Según él, la Biblia debía ser predicada al pueblo. Todavía no había imprenta y para llevar el
evangelio al pueblo, Wyclif comenzó a enviar a sus seguidores como predicadores, vestidos de
campesinos, con un báculo en la mano y de dos en dos. Estos predicadores llevaban copias de
pasajes bíblicos, que leían a las multitudes y luego los enseñaban de memoria. En el año 1408 el
arzobispo de Canterbury condenó las doctrinas de Wyclif y su traducción de la Biblia, y prohibió la
predicación sin licencia episcopal. Algunos seguidores de Wyclif, llamados “lolardos”, fueron
quemados, pero la semilla ya había sido sembrada. El pueblo ya sabía lo que era tener la Biblia en
su propio idioma.

Juan Huss (1373–1415). Bohemia (República Checa) era un estado eslavo dentro del Sacro
Imperio, en el que comenzó un movimiento de reforma similar al de Wyclif, caracterizado por un
retorno a la Biblia. El movimiento de renovación espiritual estuvo también acompañado de un
avivamiento del espíritu nacional. Al fundarse la Universidad de Praga (1348) llegaron, con algunos
profesores franceses, las ideas de reforma del clero, para terminar con los abusos en la Iglesia. Los
obispos en el país eran casi todos alemanes y no cumplían con el deber de la residencia, es decir, la
Iglesia checa estaba casi sin pastores.

Juan Huss era un sacerdote educado en la Universidad de Praga, donde llegó a ser profesor de
filosofía (1396) y más tarde rector (1402). Huss se transformó en el líder de dos movimientos: la
reforma religiosa y el nacionalismo checo. Huss era un gran predicador, que declaraba el señorío de
Cristo y no el de Pedro, y que de esta manera se opuso a todo lo que consideraba antibíblico en el
papado y en la Iglesia. El movimiento husita fue ayudado por los acontecimientos en Inglaterra, ya
que por el casamiento del rey inglés (Ricardo II) con una princesa de Bohemia (Ana), en 1382, se
iniciaron relaciones académicas entre las universidades de Oxford y Praga, la más importante del
Imperio. En Oxford los estudiantes checos recibieron la gran influencia intelectual y reformadora de
Wyclif y los lolardos. Huss mismo siguió la mayor parte de las doctrinas de Wyclif.

En Praga, el movimiento husita se identificó con el nacionalismo checo en rivalidad contra el


conservadorismo alemán. En 1409, el partido husita triunfó y los profesores y estudiantes no eslavos
se retiraron de Praga para fundar la universidad (alemana) de Leipzig. En 1410 ya era evidente que
esta división trascendía el ámbito local (Praga), nacional (Bohemia) e incluso imperial: se trataba de
una verdadera amenaza a la unidad de toda la Iglesia en Occidente. Por orden del Papa y del
arzobispo de Praga se quemaron los libros de Wyclif y se excomulgó a Huss, a quien se le ordenó
presentarse en el Concilio de Constanza. El rey Wenceslao le aconsejó que se presentara y el
emperador Segismundo le prometió su protección con un salvoconducto. Huss fue a Constanza
esperando participar de un debate teológico, pero fue tratado como hereje y encerrado en un
castillo. Allí fue sometido a varios interrogatorios, en los que no accedió a negar sus escritos y se
reafirmó en sus ideas. Finalmente, el Concilio lo condenó como hereje, lo degradó de su dignidad
sacerdotal, lo entregó al brazo secular, que lo condenó a morir en la hoguera en 1415.

Mientras Huss estaba preso en Constanza, en Praga sus seguidores se dividieron en dos partidos:
uno aristocrático, conocido como los utraquistas, y el otro más radical y democrático conocido como
los taboritas. Los utraquistas contaban con el apoyo del rey Wenceslao y los nobles. Eran partidarios
de la comunión bajo las dos especies del pan y del vino (sub utraque specie) en la celebración de la
eucaristía. Los taboritas tomaron su nombre de la ciudad de Tabor, y vencieron a los ejércitos
papales que intentaron una Cruzada contra ellos (decretada por una bula del papa Martín V en
1420). Del movimiento husita se desarrolló, a partir de mediados del siglo XV, la Unitas Fratrum,
que absorbió lo más importante del movimiento husita, y llegó a ser la antecesora espiritual del
movimiento moravo posterior.
Todos estos movimientos representaban un profundo reclamo de libertad de todo tipo de
opresión: religiosa, política, económica, social y cultural. Europa estaba cambiando; toda una
manera de entender la realidad y de estructurar la sociedad se estaba desplomando. Desde abajo
hacia arriba olas tras olas de levantamientos religiosos y sociales como el de los husitas taboritas,
expresaban el ideal de libertad de todo tipo de opresión y abusos de las grandes masas.

Alfred Weber: “Las guerras taboritas de los husitas no hubieran podido, a pesar de las
oposiciones nacionales, encender aquel indomable fanatismo que no dejó respirar a la
Alemania del sur durante diecisiete años y que, al mismo tiempo, la empapó con ideas
husitas, si no hubiera sido porque allí y entonces actuó eficazmente la primera gran fusión
de la voluntad popular de libertad con un mundo de ideas, revestido de ropaje religioso,
que se proyectó sobre aquel afán de liberación.”

Por otro lado, todos estos movimientos buscaban reformar a la Iglesia, que como institución
estaba sumida en la crisis más profunda de toda su historia hasta aquel momento. Pero hacia fines
del siglo XV todas las esperanzas de una Iglesia mejor terminaron por desvanecerse. Como vimos,
en 1493, Rodrigo Borgia, un hombre irreligioso e inmortal, tomó la corona pontificia con el nombre
de Alejandro VI. Roma se encontró nuevamente en manos de un principado italiano, gobernada por
un príncipe mundano y necesitada de una profunda limpieza. El trabajo reformista de Nicolás II,
León IX, Gregorio VII o Inocencio III fue como si no hubiese existido nunca. Pero, ¿quién iba a hacer
ahora la limpieza? La baja condición moral de la Iglesia y el papado, y el crecimiento de la disidencia
y el nacionalismo demandaban la voz y la acción de un reformador. El mundo estaba preparado para
la llegada de Martín Lutero.

RETROCESO EN ORIENTE

_ El impacto del Islam

El primer retroceso del cristianismo en Oriente se produjo a partir del siglo VII, con el avance
del Islam. El Islam ocupó la mitad del territorio que había sido del Imperio Romano y desplazó al
cristianismo de esas tierras en muchos casos en forma permanente. El Islam llegó también a ocupar
territorios hasta entonces más o menos cristianos en Asia oriental, central y próxima. En el siglo XI,
los turcos selyúcidas invadieron Asia Menor y provocaron las Cruzadas. Si bien las Cruzadas no
lograron sus objetivos principales, consiguieron contener la expansión musulmana hacia Occidente.

Hemos visto también la oportunidad que perdió el cristianismo durante el imperio de los Khanes
mongoles (1269–1294), y cómo las provincias occidentales de este imperio se hicieron musulmanas.
A fines del siglo XIII, otras tribus turcas, al mando de Otmán u Osmán, invadieron nuevamente Asia
Menor y después de destruir a los selyúcidas, ocuparon sus territorios y dejaron constituido un
imperio que se llamó otomano u osmanlí y que se caracterizó por su ferocidad y su fanatismo
religioso. Hacia 1368, con la expulsión de los mongoles de China por la dinastía Ming, los extranjeros
se vieron forzados a emigrar hacia Occidente y por segunda vez el cristianismo desapareció de la
China.
El avance turco otomano fue detenido por la invasión de los mongoles tártaros procedentes de
Asia Central, cuando un musulmán conocido como Tamerlán o Timur tomó el poder (1370). Sus
ejércitos saquearon toda Asia destruyéndolo todo, al punto que redujeron su población. Sometieron
todo el Cercano Oriente, Irán, Rusia, norte de India, incluso atacaron a los turcos otomanos, a
quienes vencieron en la batalla de Angora (1402). Los que escaparon de la masacre fueron
absorbidos por el Islam.

_ La caída de Constantinopla

En el segundo período de retroceso, Europa oriental se agregó a la lista de pérdidas cristianas,


especialmente después de la caída de Constantinopla en el año 1453. De este modo, la pérdida más
grande de territorios cristianos en manos del Islam se produjo con el surgimiento de los turcos
otomanos, una pequeña tribu turca sobre la frontera oriental del Imperio Bizantino en Asia Menor.
Como vimos, los turcos otomanos fundaron un Estado musulmán con un ejército casi invencible,
constituido en su mayoría por esclavos que, desde niños, habían sido entrenados para la guerra y
con un profundo odio hacia todo lo que fuera cristiano. En 1356 pasaron a Europa y hacia fines del
siglo XIV ocuparon los Balcanes, sometiendo al Imperio Bizantino.

A pesar del avance otomán, la vida religiosa de los Balcanes no decayó demasiado. En la segunda
mitad del siglo XIV la Iglesia Búlgara experimentó un avivamiento notable, con un aumento de la
literatura cristiana en idioma eslavo, bajo el patriarca de Constantinopla. La Iglesia Ortodoxa de
Servia también experimentó avivamiento al constituirse en patriarcado bajo el reinado del rey
Dushan. Bajo el dominio otomano, la Iglesia Servia se transformó en el símbolo del nacionalismo
servio. En Albania, por el contrario, la población se convirtió al islamismo.

Constantinopla se salvó del saqueo otomano en el siglo XIV porque Tamerlán, como vimos,
invadió Asia Menor y destruyó al Estado otomano. Les llevó cincuenta años a los turcos recuperarse,
pero después de la muerte de Tamerlán lo lograron. Obtenida su independencia, se dispusieron a
continuar con su política expansiva. En 1453, el sultán Mahoma II puso sitio a Constantinopla. La
lucha duró dos meses y finalmente la ciudad sucumbió bajo los otomanos. El emperador
Constantino XI luchó hasta el último momento pero cayó junto con su Imperio.

El último baluarte cristiano en Oriente, que había sobrevivido como capital del Imperio Romano
cristiano, estaba ahora en manos musulmanas al igual que las poblaciones cristianas del sudeste de
Europa. Este estado de cosas se mantuvo en algunos casos hasta fines de la Primera Guerra Mundial,
en 1918. La capital cristiana de Constantino cambió su nombre por el de Estambul y su templo más
extraordinario, la Iglesia de Santa Sofía, fue transformada en mezquita. El dominio de los otomanos
sobre toda la península Balcánica y Asia Menor provocó, directa o indirectamente gran cantidad de
transformaciones en todos los órdenes de la vida, y por ello este acontecimiento ha sido tomado
como punto de partida de una nueva edad histórica.

VITALIDAD EN OCCIDENTE

_ Perspectivas de una nueva era


Los “mil años de incertidumbre,” que van del 500 al 1500, muestran cómo la idea de
“cristiandad” llegó a ser el principio unificador de Europa occidental en lugar del Imperio Romano.
Occidente era el centro de toda actividad cristiana, dado que Oriente estaba prácticamente en
manos musulmanas. Hacia fines de estos mil años comienzan tres movimientos nuevos, que
produjeron profundos cambios en las vidas de los pueblos y de la Iglesia de Europa occidental.

Nuevo saber. Avivamiento del saber o Renacimiento son los nombres que se han dado a este
fenómeno. El redescubrimiento de la cultura greco-latina estimuló, primero en Italia y luego en el
resto de Europa, el surgimiento de un nuevo arte manifestado en la pintura, la arquitectura, la
escultura y la literatura. Los eruditos se interesaron por el estudio de la historia, la crítica histórica
y literaria, y la investigación e invención científica.

En el campo de la literatura hubo una clara separación entre la literatura cortesana y la


burguesa. Cada una representaba en realidad las dos corrientes que aparecieron en la Iglesia entre
agustinos y tomistas: la primera llevó a la ciencia experimental, mientras que la segunda al
misticismo. Como fruto del renacer científico apareció una serie de ensayos sobre geografía y
astronomía.

La mística alemana tuvo en este período su desarrollo literario más pleno. Una de sus
características más importantes fue una lucha intensa en la vida presente por trascender lo humano,
y lograr un estado de perfecta unión y comunión con Dios. La doctrina fundamental de los místicos
era el carácter absoluto de Dios y la insignificancia humana. Sus más excelsos representantes, la
mayor parte de ellos frailes dominicos, procuraron formular las vías para alcanzar una comunión
con Dios perfecta. Entre ellos cabe mencionar a Juan Ruysbroeck (1293–1381), Meister Eckhart
(1260–1327) y Juan Taulero (1300–1361). Sin embargo, la obra más difundida fue la Imitación de
Cristo, de Tomás de Kempis (1380–1471), una de las grandes obras devocionales de todos los
tiempos.

Albert Henry Newman: “Los escritos y sermones de los místicos alemanes hicieron una
profunda impresión sobre las mentes de un gran número de cristianos. Comparativamente
pocos fueron conducidos al extremo de la contemplación mística al cual llegaron los líderes.
Pero una fuerte corriente de una vida cristiana celosa, en oposición al cristianismo exterior
y formal que prevalecía, surgió de estos hombres y fue perpetuada por sus escritos. No fue
todavía una manera totalizadora de ver al cristianismo. Sin embargo, fue muy efectivo en
su oposición al formalismo muerto en el que el cristianismo había caído.”

El idealismo literario alcanzó su más alta expresión con dos autores italianos, Dante Alighieri y
Francisco Petrarca. En Dante Alighieri todo era medieval: su concepción del futuro del ser humano,
su fe en Dios, su noción política, y su amor sublimado a las más altas esferas. Dante escribió un
tratado, De monarquía, a favor de una monarquía universal encarnada en los emperadores
germánicos, y un tratado teológico de profunda raíz escolástica. Pero su obra más importante fue
la Divina Comedia (1307), poema de carácter alegórico, en el que personificaba al alma humana que,
guiada por la razón (representada por Virgilio) conocía el mal, los vicios y sus diversas
manifestaciones, así como los castigos de sufrían en el Infierno quienes se dejaron arrastrar por
ellos. Arrepentida, el alma era llevada al Purgatorio, donde se purificaba y conseguía la perfección
antes de que por la gracia y la teología (representada por Beatriz) pudiera conocer el misterio de la
Trinidad y la felicidad de contemplar a Dios. En esta obra, las ideas teológicas, las ciencias y la poesía
alcanzan un grado sublime. La obra representa el espíritu humanista cristiano del siglo XIII.

El otro escritor destacado fue el poeta y humanista Petrarca. Escribió Secretum, posiblemente
inspirada en las Confesiones de Agustín de Hipona, y Los triunfos, que es una visión alegórica
típicamente medieval. Petrarca escribió en latín y en lengua vernácula, y con su trabajo inició la
poesía renacentista e influyó sobre toda la lírica europea moderna.

La invención de la imprenta en 1450 permitió a más personas participar de este nuevo saber.
Los navegantes competían unos con otros en sus viajes de exploración y descubrimiento. Todo esto
elevó el nivel de educación y conocimientos y aumentó el interés de las personas por el mundo.
Todo esto resultó sumamente amenazador para la Iglesia y el papado, que a lo largo de los siglos se
habían considerado los únicos poseedores y administradores de la verdad y, en consecuencia, de la
educación.

Paul Johnson: “De esta forma, el Nuevo Saber chocó por primera vez con la Iglesia
establecida. Pero el conflicto era inevitable. Ahora, los hombres podían estudiar los textos
griegos y hebreos originales, y compararlos con la versión recibida en latín y considerada
sacrosanta durante siglos en Occidente … Cuando los hombres comenzaron a mirar los
textos con criterios diferentes, advirtieron muchas cosas que los incomodaron o
entusiasmaron. El mensaje del Nuevo Saber de hecho era éste: gracias a la acumulación del
saber alcanzaremos una verdad espiritual más pura.”

Nuevas tierras. En Europa misma, los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón)
lograron la reconquista total de su territorio en España de manos de los musulmanes (1492), a
quienes expulsaron al igual que a los judíos. Los que se quedaron fueron obligados a hacerse
cristianos. La victoria definitiva de la Reconquista no sólo significó la integración territorial de la
Península Ibérica sino también la configuración territorial de la Europa cristiana. La cristiandad
europea occidental por fin contaba con un territorio sin la presencia de pueblos con una fe diferente
o ajena al cristianismo.

Fuera de Europa, en el siglo XV los europeos navegaron hacia el sur de África y Asia por primera
vez. A fines de este siglo y comienzos del siguiente los marinos europeos descubrieron el continente
americano y las islas del Pacífico. Pronto se inició el comercio con estos territorios, hasta que esto
se transformó en la actividad más importante. El avance de los europeos sobre nuevas tierras de
ultramar fue posible gracias a varios desarrollos técnicos importantes durante el siglo XV. La
cartografía mejoró notablemente gracias al cambio revolucionario provocado por Nicolás Copérnico
(1473–1543), quien rechazó la tradicional comprensión “geocéntrica” del universo y planteó su
teoría “heliocéntrica.” Entre otras cosas, ésta cosmovisión le quitó a la astrología, muy popular por
aquel entonces, todo fundamento.
A partir de aquí y debido a la influencia que la “revolución copernicana” tuvo sobre los marinos
portugueses y españoles, o al menos aquéllos al servicio de la Península Ibérica, comenzó la
búsqueda comprobatoria de las teorías expuestas sobre la esfericidad de la Tierra, por diferentes
estudiosos, escritores y cartógrafos. Cristóbal Colón no fue ajeno a la literatura de la época. Pero
recién en el primer viaje de circunnavegación iniciado por Magallanes y llevado a feliz término por
Elcano, pudo afirmarse fehacientemente que la Tierra era una esfera.

No obstante, el descubrimiento más importante de estos años no fueron meramente nuevos


territorios sino los nuevos pueblos que habitaban en ellos. La enorme diversidad de estos pueblos
en términos de sus culturas, cosmovisiones, religiones y sistemas de organización social y política,
resultó en un gran desafío misionero. Fue esta realidad humana no cristiana la que motivó a los
primeros europeos en aventurarse a ultramar y a considerar la necesidad de evangelizar a estos
pueblos. De allí que, junto con la expansión colonial, las primeras potencias de ultramar se
involucraron en la difusión de la fe cristiana, dando origen a importantes movimientos misioneros
de la Iglesia Romana.

Nueva vida. Después del 1200 comenzó a sentirse la necesidad de una profunda renovación en
la Iglesia occidental. Monjes y frailes, laicos y rebeldes, teólogos y oficiales de la Iglesia trataron de
reformarla. Se lograron algunos cambios importantes, pero quedaron pendientes muchos
problemas serios. Al fin de los mil años, en diferentes lugares y por diferentes razones, mucha gente
todavía veía la necesidad de una reforma en la Iglesia. Los caminos que se ensayaron para lograrlo,
como vimos, fueron diversos. Algunos optaron por el levantamiento social y violento; otros
siguieron el camino de la protesta religiosa y la disidencia. Todos los sectores sociales estuvieron
involucrados en los procesos de cambio y sintieron la necesidad de vitalizar a una Iglesia que parecía
moribunda. Desde sus filas, hubo quienes propusieron los caminos del conciliarismo, el misticismo
y el humanismo, como vías posibles para darle a la Iglesia una vida nueva, y esto preparó el camino
para el período de reformas que vendría a partir del siglo XVI.

William H. McNeill: “El conciliarismo, el misticismo y el humanismo cristiano contribuyeron


de diversas maneras a la Reforma Protestante: el conciliarismo atacando la monarquía papal
e insistiendo en que los laicos debían participar con el clero en el gobierno de la Iglesia; el
misticismo recalcando la posibilidad de un acercamiento individual a Dios sin la mediación
de los sacerdotes; y el humanismo por su crítica racionalista y a menudo aguda de los abusos
constantes que ocurrían en la Iglesia. Ciertamente ya reinaba un vago descontento con la
Iglesia, y cuando el papado volvió a entronizarse en Roma, se enredó en la política italiana
y no se ocupó seriamente de la Reforma, el camino quedó allanado para que la personalidad
de Lutero hiciese explotar el descontento latente.”

CUADRO 12 - CARACTERÍSTICAS DE UNA NUEVA ERA

Sociales:
- Contraste entre las minorías—clero y nobleza—y la enorme masa de pequeños burgueses,
artesanos y campesinos.

- Enriquecimiento de una pequeña minoría de burgueses, que actúa como nobleza.

Económicas:

- Búsqueda de nuevas rutas de comercio, por el cierre del mar Mediterráneo, aparición de
empresas, bancos y casas de cambio, principio de la economía capitalista (capitalismo
comercial).

Políticas:

- Establecimiento de monarquías absolutas.

- Disminución de la importancia y papel de los parlamentos.

Técnicas:

- Conocimiento y perfeccionamiento de la brújula, el astrolabio, el timón vertical. Nuevas


embarcaciones: más seguras, veloces y de mayor calado.

- Aparición de la imprenta de tipos movibles.

- Aparición de la pólvora, invento de las armas de fuego.

Culturales:

- Difusión masiva de las ideas gracias a la imprenta.

- Desarrollo de las lenguas vernáculas y las controversias religiosas por la traducción de la Biblia
y la predicación al pueblo en su lengua.

- Difusión de manuscritos grecorromanos por sabios emigrados de Constantinopla.

- Restauración de ideales clásicos e imitación de formas artísticas de Grecia y Roma.

Religiosas:
- Cuestionamiento de la autoridad del clero y el Papa, lo que aceleró el rompimiento de la
unidad del cristianismo.

- Búsqueda de independencia respecto de la autoridad episcopal por parte de las


universidades.

_ Nuevas modalidades

Estos tres movimientos (nuevo saber, nuevas tierras, nueva vida) determinaron las nuevas
modalidades que la Iglesia habría de asumir en la nueva edad, la Edad Moderna. El Renacimiento
llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y en sí mismos de una manera
nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe. El segundo movimiento puso a los europeos en
contacto con cinco continentes y numerosos pueblos, y esto abrió el camino para pensar en una
Iglesia realmente “mundial”, pero al mismo tiempo llevó a la dominación colonial de la mayor parte
del mundo por los europeos occidentales. El tercer movimiento llevó a la división de la Iglesia en
Europa occidental y al desarrollo de diversos intentos reformistas.

De todos los factores apuntados, posiblemente el más importante como gestor de profundos
cambios en la cristiandad occidental fue el humanismo. Partiendo de la base de que los valores
humanos constituyen el centro fundamental de la sociedad, los humanistas proyectaron su atención
sobre la antigüedad clásica y se dedicaron al estudio del ser humano y de su obra. Estaban decididos
a encontrar los ideales o modelos de las formas humanas, literarias, artísticas, históricas, filosóficas
y religiosas, que les sirvieran de ejemplo y paradigma para promover una educación y un estilo de
vida humanístico y cristiano. En general, sus intenciones no eran meramente académicas, sino que
procuraban la defensa del ser humano ante la amenaza que representaba para su libertad moral y
espiritual, la excesiva preponderancia de los valores secundarios: económicos, políticos o biológicos.
Por cierto, los humanistas aspiraban también a liberar a la fe cristiana de toda opresión clerical,
eclesiástica y dogmática.

El humanismo fue una revuelta contra muchos aspectos del pensamiento y la sociedad
medieval. Los humanistas consideraban que la cultura de la Edad Media era obsoleta e inadecuada.
El centro de la vida se había desplazado del campo a la ciudad. La economía natural antigua basada
sobre el trabajo de la tierra había sido suplantada por una nueva economía que se nutría del
comercio, la artesanía y una población urbana. El capitalismo comercial estaba naciendo y los
burgueses urbanos estaban reemplazando a la nobleza como líderes de la comunidad. Al irse
complicando cada vez más las bases materiales de la estructura social, los ideales tradicionales
comenzaron a sufrir un profundo proceso de transformación. Por ello mismo, los humanistas
admitían la necesidad de liberar a la Iglesia de las superestructuras mundanas e históricas que
parecían deformarla, y querían desatar a la cultura cristiana de sus vínculos con las deformaciones
provocadas por la filosofía medieval (escolástica) y las supersticiones. Para ello, procuraron formular
una síntesis de la cultura clásica, preferentemente de orientación platónica, con el cristianismo. En
este sentido, los humanistas fueron la partera de una nueva cultura, la cultura del Renacimiento, y
de una nueva Iglesia, la Iglesia de la Reforma.

Este resultado inesperado y desafortunado, que separó a los protestantes y los católicos, no
sólo fue irreversible, sino que más tarde continuó con su proceso divisionista con el surgimiento del
denominacionalismo (a partir de la segunda mitad del siglo XVIII). Esto, a su vez, llevó bastante más
tarde a otro movimiento que procuró reunir la Iglesia dividida sin lograrlo: el movimiento ecuménico
(segunda mitad del siglo XX).

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 1350–1500.

_ El segundo retroceso

Hacia el año 1500 terminaron los “mil años de incertidumbre” con un futuro que no era menos
incierto. Alguien contemplando la realidad del cristianismo en el mundo al filo del año 1500 y
proyectando su mirada hacia atrás a los diez siglos precedentes y hacia delante al futuro que podía
anticiparse, hubiese visto un panorama oscuro y deprimente. Si bien aquí y allí habría descubierto
algunas luces brillando con pálido esplendor, el conjunto se le habría presentado desolador, tanto
en Oriente como en Occidente.

La Iglesia Ortodoxa Oriental. Mientras España era poco a poco recuperada totalmente para el
cristianismo a través de los largos y penosos años de la Reconquista, la Iglesia Oriental sufría los
estragos producidos por el Islam. Para el año 1500 los turcos otomanos musulmanes ya habían
cruzado a Europa y habían colocado una cuña en la cristiandad europea, que todavía avanzaría más
en las primeras décadas del siglo XVI. Constantinopla ya había caído en el año 1453 y se perdió de
manera definitiva para la fe cristiana. Sin el Imperio Bizantino que la había sostenido, la Iglesia de
Oriente estaba maltrecha y sólo habría de encontrar vitalidad y fuerza en Rusia y a través del
movimiento monástico que se desarrolló allí.

La Iglesia Católica Romana. Para el año 1500 esta Iglesia acababa de dividirse debido a conflictos
de tipo nacional. El nacionalismo era ahora el nuevo factor perturbador y todavía habría de
ocasionar mayores problemas para la institución eclesiástica. Poco a poco el papado iba perdiendo
poder e influencia sobre los nuevos reinos nacionales, que se tornaron cada vez más absolutistas y
seculares. Las cumbres de prestigio y poder de poco tiempo atrás se habían perdido definitivamente
y nunca más habrían de recuperarse.

_ Promesa de recuperación y nuevo avance

La Iglesia Ortodoxa Oriental. Esta Iglesia encontró un nuevo respaldo en el Gran Ducado de
Moscú. Liberado de la subordinación a los mongoles de la Horda de Oro (ahora musulmanes) hacia
el año 1400, el patriotismo ruso encontró su unidad nacional en torno a la religión cristiana. Cuando
cayó Constantinopla (la Segunda Roma), Moscú fue proclamada como la Tercera Roma, y su
gobernante recibió el título de Zar (César). Desde esta nueva capital se produciría un nuevo
movimiento de expansión cristiana hacia Oriente.
La Iglesia Católica Romana. Manifestó dos señales de nueva vida. Las voces que se levantaban
en rebelión contra Roma no eran sólo negativas y destructivas. Las enseñanzas de Wyclif viajaron
de Oxford a Praga y sus ideas se difundieron ampliamente por toda Europa. Wyclif y Huss abogaban,
entre otras cosas, por un retorno a la Biblia. Este énfasis fue por demás de significativo ya que
proveyó al período de la Reforma de uno de los secretos de su renovado vigor cristiano. Con la
invención de la imprenta, los libros pudieron ser leídos por un número mayor de personas, y esto
significó una rápida difusión de la Biblia y las nuevas ideas. Todo esto dio comienzo a un movimiento
de nueva vida en una cristiandad hasta entonces decadente, y habría de ser una de las razones del
próximo avance del cristianismo.

El cierre de Asia por los musulmanes afectó al comercio europeo e hizo necesaria la búsqueda
de nuevas rutas hacia Oriente. Antes de terminar este período esas rutas fueron halladas. España
envió a Colón en procura de Oriente por el oeste en 1492; Portugal envió a Vasco de Gama en
procura de Oriente por el sur, siguiendo el litoral africano, en 1497. Ambos esfuerzos representaban
a un mundo nuevo que se abría y ampliaba. Apareció también un nuevo celo cristiano en la vida y
la devoción de la cristiandad occidental. Bajo los auspicios de las mayores potencias de entonces,
España y Portugal, la Iglesia Católica Romana comenzó un nuevo y más amplio movimiento
misionero, siguiendo las nuevas rutas abiertas por los descubridores y conquistadores. Ésta llegará
a ser la expansión territorial más grande que experimentará cristianismo en todos los siglos hasta
entonces. Una nueva era estaba comenzando.

GLOSARIO

abuna: del árabe, que quiere decir “padre nuestro,” era el obispo o jefe de la Iglesia abisinia o etíope.

beneficio eclesiástico: cualquier cargo eclesiástico; renta anexa al mismo. Conjunto de bienes cuya
renta es propiedad de un clérigo que generalmente ostenta una dignidad eclesiástica
(frecuentemente canónigos); normalmente esta renta era vitalicia.

Camera: o Cámara Apostólica era el erario o tesoro de la Santa Sede y la junta que los administraba.

canonjía: renta de los canónigos de una catedral.

Curia: la Curia romana es el conjunto de congregaciones y tribunales que existen en la corte


pontificia para el gobierno de la Iglesia Católica. Este cuerpo gubernamental mediante el cual el
Papa administra la Iglesia ha ido evolucionando a través de su historia.

Estados Generales: nombre dado en Francia a las Asambleas generales de la nación que se
constituían con la nobleza, el clero y el tercer estado (estado llano) del reino, convocados por el rey
para tratar con él asuntos importantes concernientes al bien del Estado. Terminaron en 1789.
estamento: estrato social de carácter más cerrado y rígido que el de una clase social y menos que
el de una casta. La sociedad feudal de la Europa medieval constituyó el modelo primario del sistema
estamental. Los derechos y deberes de los miembros de un estamento estaban definidos por ley y
la pertenencia al mismo era principalmente de carácter hereditario. Sin embargo, existía alguna
posibilidad de movilidad ascendente, no tanto entre estamentos como dentro de los mismos,
debido a que cada uno incluía una amplia variedad de ocupaciones y niveles socioeconómicos.

flagelantes: grupos que en la Edad Media estaban bajo la influencia de una forma de histeria
religiosa y practicaban una penitencia rigurosa andando descalzos y azotándose el cuerpo hasta
sangrar. Su surgimiento estuvo ligado a épocas de plagas y hambrunas, especialmente la Peste
Negra de mediados del siglo XIII.

humanismo: término genérico que designa la actitud mental y espiritual de considerar al ser
humano como el eje esencial a cuyo alrededor gira la vida filosófica, literaria, artística, científica,
política y religiosa.

iglesia autocéfala: aquella iglesia nacional que forma parte de la Iglesia Ortodoxa Oriental y está en
comunión con Constantinopla, pero es gobernada por su propio sínodo nacional.

iglesia uniata: iglesia del rito oriental que, independientemente de mantener una serie de normas
propias en materia litúrgica y administrativa, aceptan la jurisdicción universal del Papa.

legado: representante que una suprema potestad civil o eclesiástica enviaba a otra. Un legado papal
era generalmente un cardenal enviado extraordinariamente por el Papa para que lo representara
cerca de un gobierno o en un Concilio.

mamelucos: del árabe “esclavo”. Eran descendientes de turcos de Rusia que habían sido vendidos
a Egipto. Muchos se hicieron soldados en el ejército egipcio y ascendieron en sus rangos. En 1250
derrocaron al sucesor de Saladino y establecieron un nuevo sultanato, que se extendió militarmente
por todo Egipto y Palestina, Siria y partes de Armenia.

nacionalidad: pertenencia e identificación con una nación específica. El término es esencialmente


político e implica a un grupo que comparte rasgos culturales comunes, incluyendo una lengua y una
historia común.

pirámide social: estratos sociales concebidos como formando, aproximadamente, una pirámide,
con los estratos más bajos (que son los más numerosos) en la base y las clases altas (menos
numerosas) en la cúspide (la parte más estrecha).

prebenda: parte de la propiedad o de las rentas de una catedral o de una colegiata (iglesia colegial
atendida por un grupo de clérigos) asignada a una canonjía de esa catedral o colegiata.

Signatura: tribunal de la corte pontificia, formado de varios prelados, en el cual se decidían y


resolvían diversos asuntos de concesiones papales o de justicia. Su tarea principal era examinar
todos los pedidos de concesiones hechos al Papa. Fue establecida como departamento fijo durante
el pontificado de Sixto IV.

UNIDAD 3

Decadencia & vitalidad


1350–1500

INTRODUCCIÓN

El período entre los años 1350 y 1500 se caracteriza por la segunda declinación en la historia del
cristianismo, debida en buena medida a los triunfos de los musulmanes en Asia Central y a la ruptura
del ordenamiento y equilibrio que caracterizó a la alta Edad Media en Europa occidental.

En Occidente, el impacto que tuvieron las Cruzadas rompió el enclaustramiento en el que la


cristiandad se había desarrollado. La renovación de la vida económica y el ascenso acelerado de la
burguesía agregó nuevos factores de poder y quebrantó el orden social. Los reinos nacionales
emergentes y la decadencia del feudalismo llevaron al fortalecimiento de la monarquía, ahora
poderosa y con recursos suficientes para lograr sus fines. La declinación de la idea de un orden
ecuménico, que resultó de la debacle tanto del Imperio como del papado, dio lugar al surgimiento
de nuevos incentivos culturales, muchos de los cuales venían de más allá de las fronteras de la
cristiandad occidental (mundo bizantino, influencias árabes).

José Luis Romero: “Las postrimerías del siglo XIII señalan a un tiempo mismo la culminación
de un orden económico, social, político y espiritual, y los signos de una profunda crisis que
debía romper ese equilibrio. Quizá sea exagerado ver en las Cruzadas el motivo único de esa
crisis, que sin duda puede reconocer otras causas; pero sin duda son las grandes
transformaciones que entonces se produjeron en relación con ellas y en todos los órdenes
las que precipitaron los acontecimientos.”

En Oriente, Miguel Paleólogo (1261–1282) logró expulsar a los franceses de Constantinopla y


recobrar los territorios europeos del Imperio Bizantino (1261). Pero sus fronteras estaban
amenazadas por nuevos peligros internos y externos. En lo interno, el surgimiento de un nuevo
Estado, el reino servio, que se había apoderado de importantes provincias bizantinas. Y en lo
externo, un nuevo avance del islamismo, representado ahora por los turcos otomanos, que
avanzaron hacia el Oeste penetrando en Europa, llegando en su avance hasta el río Danubio (1389)
e invadiendo los Balcanes, y finalmente produciendo la caída de Constantinopla en el año 1453.
Santa Sofía, expresión del esplendor alcanzado por la cristiandad bizantina, fue convertida en
mezquita (hasta hoy). En Rusia, mientras tanto, se perpetuaba la cultura bizantina, primero
alrededor de la ciudad de Novgorod para pasar más tarde a la hegemonía de Kiev. Mientras tanto
los mongoles habían fundado la Horda de Oro y dominaban las vastas llanuras amenazando
permanentemente al mundo bizantino. Todo esto puso a la cristiandad bizantina en situación de
riesgo. Las otras cristiandades menores en Asia Central, Cercano Oriente, Egipto, Nubia y Etiopía
casi desaparecieron en estos siglos.

Para la cristiandad en Occidente las cosas no fueron mejores. A principios del siglo XIV comenzó
un largo período de profundas crisis y graves conmociones, que se prolongarían hasta fines del siglo
XV. Los abusos de la Iglesia habían llegado a un nivel insoportable. El Cautiverio Babilónico de la
Iglesia, con el papado en Aviñón (Francia), entre los años 1305 y 1376, colocó a la Iglesia bajo el
dominio de Francia a pesar de su ideal de ser supranacional. Este escándalo fue seguido por otro
peor entre 1378 y 1415, conocido como el Gran Cisma o Cisma Papal, cuando hubo dos papas, uno
en Aviñón y el otro en Roma, y los nuevos países se ponían de parte de uno u otro conforme con sus
intereses políticos o económicos. Además, a la crisis eclesiástica se agregaron en estos dos siglos
diversos flagelos, como sequías, inundaciones y epidemias. Fueron tiempos difíciles en los que la
Peste Negra, la Guerra de los Cien Años, el ataque de los turcos otomanos a Europa y otros conflictos
políticos, sociales y económicos llevaron a un estado de caos e incertidumbre.

La Peste Negra fue una de las causas más importantes que provocaron la crisis del siglo XIV. Esta
pandemia de peste bubónica fue traída de Oriente en naves genovesas, que arribaron a Mesina en
1347. La enfermedad se expandió con rapidez por el continente europeo, favorecida por el mal
estado sanitario y el hacinamiento en los centros urbanos, y en menos de tres años produjo la
muerte de más de veinticinco millones de personas. En algunos lugares de Europa la población
disminuyó en dos tercios, con lo cual hubo una reducción drástica de la mano de obra y grandes
extensiones de tierra quedaron sin cultivar. Hubo también una baja de los precios agrícolas y
aumentaron los gastos de explotación. La falta de mano de obra, las malas cosechas y la carencia de
recursos y reservas hicieron que aumentara la escasez, el hambre, la depresión económica y los
conflictos sociales. El flagelo de la Peste Negra recién declinó en el año 1351. No es de sorprender,
entonces, que se oyeran voces de protesta y rebeldía, especialmente en los países enemigos de
Francia, como en Oxford con Juan Wycliff y en Praga con Juan Huss.

Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo sistema
feudal y la opresión del papado romano, llegando a amenazar la unidad de la cristiandad: el
creciente sentido de nacionalismo. En el camino de esta creciente tendencia siguió un período de
Concilios, en el que pareció abrirse un proceso de desarrollo hacia una cristiandad unida bajo la
dirección del Papa y un Concilio, que representaría los diversos intereses nacionales. Pero para 1459
el Papa había hecho de esto algo imposible. Al frustrarse la posibilidad de un cambio gradual no
quedó otro camino que el de la revolución, y la Reforma fue esa revolución.

DECADENCIA DE LA CRISTIANDAD ORIENTAL


El Imperio Latino de Oriente, constituido después de 1204, duró por un medio siglo, hasta que
Constantinopla fue recapturada en 1261 por Miguel Paleólogo, un general griego, quien forzó al
emperador y al patriarca latino a huir. Si bien los griegos vencieron a los latinos, no pudieron resistir
los embates de los turcos otomanos. Constantinopla nunca más pudo alcanzar el esplendor,
tamaño, riqueza e influencia que había tenido con anterioridad al siglo XIII. Mientras la Iglesia Griega
declinaba, la Iglesia Rusa se transformaba en la más grande y en el exponente supremo del
cristianismo bizantino. El resto de las Iglesias Orientales sufrieron su peor hora, con pérdidas
territoriales y numéricas. Para ellas, ésta fue una era oscura y desalentadora. Como indica
Latourette: “Excluyéndose la familia de la Iglesia Ortodoxa, entre las otras iglesias orientales,
numéricamente más pequeñas, no hubo ni un rayo de luz ni de esperanza para la oscuridad de la
retirada.”

_ La Iglesia Ortodoxa Griega

A comienzos del siglo XIV, el Imperio Bizantino, que había estado ligado a la Iglesia Griega por
unos mil años, disminuyó rápidamente frente a la agresividad de los turcos otomanos. Los monarcas
bizantinos intentaron unirse a Occidente en contra de la amenaza turca. Incluso estuvieron
dispuestos a poner a un lado las diferencias teológicas y la autonomía religiosa y reconocer la
primacía del obispo de Roma a fin de conservar su independencia política. Los líderes religiosos
orientales, especialmente los monjes, no pudieron ver la amenaza política y militar que
representaban los turcos otomanos y continuaron sosteniendo sus costumbres religiosas. En
algunos casos, prefirieron capitular ante los turcos antes que aceptar las costumbres religiosas de
Occidente. Mientras tanto, los turcos avanzaban inexorablemente en sus conquistas: en 1326
capturaron Brusa, en 1329 tomaron Nicea y en 1337 Nicomedia.

Los intentos del emperador Andrónico III (1328–1341) y más tarde de Ana de Saboya, que actuó
como regente en lugar de su hermano Juan V Paleólogo (1341–1391), para tratar de resolver el
cisma entre Oriente y Occidente fueron en vano. Juan I viajó a Italia en procura de ayuda, pero fue
apresado como deudor en Venecia. Su hijo, Manuel II Paleólogo (1391–1425) también visitó
Occidente y rogó la ayuda del Papa contra los turcos. Logró que los occidentales tomaran conciencia
del peligro y enviaran un ejército a los Balcanes, que fue derrotado.

En 1397 los turcos sitiaron Constantinopla, que se salvó porque Timur o Tamerlán el tártaro
(1336–1405) los atacó en el Este y en 1402 el sultán fue derrotado y capturado por los mongoles de
la Horda de Oro. Timur era un oficial militar turco de fe musulmana en la región cercana a
Samarcanda al servicio del khan mongol, que se hizo del poder con la caída de los mongoles
occidentales. A partir de 1365 comenzó a tomar el control de los territorios mongoles y en unas
pocas décadas llevó a sus ejércitos a través de Irán, India, Mesopotamia, Siria, Anatolia y Georgia.
Desde Rusia hasta la India la gente sufrió bajo uno de los regímenes más terroríficos de toda la
historia humana, al punto que se lo conoció como Azote de Dios y Terror del Mundo. Sus matanzas
redujeron sensiblemente la población en Asia central. Cristianos, musulmanes e hindúes padecieron
bajo la brutalidad extrema de sus conquistas. Las iglesias cristianas en el Este sufrieron serios golpes
con las invasiones de Timur, y los que escaparon de la masacre terminaron siendo absorbidos por
el islamismo.

Sin embargo, en 1413 el dominio de Timur fue quebrado y los turcos otomanos se recuperaron
para continuar con sus avances hacia Constantinopla. Frente a la amenaza turca, los bizantinos
procuraron reestablecer las relaciones con Occidente. En 1439, en el Concilio de Florencia, se
discutió la unión de la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Se lograron acuerdos en cuanto al
uso de la cláusula filioque en el credo occidental, las doctrinas de la Eucaristía y el Purgatorio, e
incluso el primado del Papa. El 6 de julio de 1439, el papa Eugenio IV y el emperador oriental Juan
VIII Paleólogo (1425–1448) ratificaron el Decreto de Unión, y todos los padres conciliares se
arrodillaron delante del Papa reconociéndolo como primado y cabeza de la Iglesia. Los delegados
de las principales iglesias orientales, incluyendo a las Iglesias Armenia, Jacobita, Etíope, Siria, Caldea
y Maronita, suscribieron el Decreto de Unión. No obstante, la delegación oriental que había
acordado la unión fue recibida con gritos y pedradas por el pueblo de Constantinopla. Los patriarcas
de Alejandría, Antioquía y Jerusalén repudiaron el Concilio de Florencia y el Decreto de Unión. Con
la caída de Constantinopla en 1453, el acuerdo quedó en letra muerta.

Decreto de Unión: “ ‘Alégrense los cielos (Laetentur caeli) y gócese la tierra’ (Sal. 96:2; Vulg.
95:2). Porque la pared intermedia de separación, que estaba dividiendo a la Iglesia oriental
y occidental, ha sido quitada y han retornado la paz y la concordia, con Cristo, la piedra
angular, que ha hecho de ambos uno … Porque, he aquí, después de un largo período de
división y discordia los padres occidentales y orientales se han expuesto a los peligros de
[viajar por] mar y tierra y, no escatimando esfuerzos, se han congregado gozosa y
ansiosamente en este santo concilio ecuménico, deseando esa unión muy sagrada y por la
restauración del viejo lazo de caridad … Porque los latinos y los griegos se han congregado
en un santo sínodo ecuménico y se han aplicado con fervor de modo que, entre otras cosas,
ese artículo concerniente a la piadosa procesión del Espíritu Santo pueda ser diligentemente
discutido y determinadamente examinado … Por lo tanto, en el nombre de la Santa Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la aprobación de este santo y universal concilio de Florencia,
definimos que esta verdad de la fe sea creída y recibida por todos los cristianos, y que todos
hagan así su profesión, que el Espíritu Santo es eternamente del Padre y del Hijo y que en
su ser él tiene su sustancia y su naturaleza del Padre y del Hijo juntos y de ambos
eternamente como si procediese de un principio y de un origen único … Además, definimos
que la explicación de aquellas palabras ‘y del Hijo’ (filioque) ha sido legal y razonablemente
agregada al símbolo, por declarar la verdad y bajo la compulsión de la necesidad … Además,
definimos que la santa sede apostólica y el pontífice romano tienen la primacía en todo el
mundo, y que el pontífice romano es el sucesor del bendito Pedro, príncipe de los apóstoles,
y el verdadero vicario de Cristo, la cabeza de toda la Iglesia, y que se destaca como el padre
y maestro de todos los cristianos … En adición reafirmamos la posición de los otros
patriarcas venerables decretada en los cánones; el patriarca de Constantinopla como
segundo después del santísimo pontífice romano, en tercer lugar Alejandría, en cuarto
Antioquía, y Jerusalén quinta en orden, esto es salvaguardando todos sus derechos y
privilegios.”

Desde Occidente se enviaron refuerzos para enfrentar a los turcos en los Balcanes y en sus
ataques contra Constantinopla, pero fueron aplastados. En 1453 griegos y latinos entraron a Santa
Sofía para participar de la misa por última vez. El emperador Constantino XI Paleólogo (1448–1453)
salió de esa misa sólo para encontrar la muerte en las calles de la ciudad, con su espada en la mano,
mientras exclamaba: “¡Moriré junto a mi ciudad! ¡Dios no permita que viva como un emperador sin
imperio!”

Steven Runciman: “La tragedia fue final. El veintinueve de mayo de 1453, una civilización
fue borrada irrevocablemente. Había dejado un legado glorioso en la erudición y el arte;
había levantado a países enteros de la barbarie y había dado refinamiento a otros; su
fortaleza y su inteligencia había sido por siglos la protección de la cristiandad. Por once siglos
Constantinopla había sido el centro del mundo de la luz. La brillantez rápida, el interés y la
estética de los griegos, la orgullosa estabilidad y la competencia administrativa de los
romanos, la intensidad trascendental de los cristianos del Oriente, fundidos en una masa
fluida y sensible, ahora fueron adormecidos. Constantinopla iba a transformarse en la sede
de la fuerza bruta, de la ignorancia, de una magnífica falta de buen gusto. Sólo en los
palacios rusos, sobre los que voló el águila de dos cabezas, la cresta de la Casa de los
Paleólogos, vegetó algún vestigio de Bizancio por algunos siglos más.”

_ Las Iglesias Orientales menores

Los nestorianos casi desaparecieron de Oriente con la caída del Imperio Mongol. La invasión de
Timur hacia fines del siglo XIV terminó con los últimos focos de nestorianos, incluso en Mesopotamia
y el Curdistán. En el siglo XV, el patriarcado nestoriano se hizo hereditario. Sólo en el sur de la India
sobrevivieron algunas comunidades nestorianas.

Los jacobitas monofisitas, con su patriarca en Antioquía, también sufrieron con la desaparición
del Imperio Mongol en Persia, Mesopotamia y Asia Central. El islamismo los diezmó, incluso en Siria
donde eran más numerosos. A las consecuencias de las presiones externas se agregaron las
divisiones internas entre patriarcas rivales. Para cuando se resolvió el cisma, a fines del siglo XV, la
comunidad jacobita había quedado reducida a unos pocos centenares de individuos.

El cristianismo armenio también enfrentó dificultades hacia fines de la Edad Media. Después del
dominio mongol, Armenia se dividió en muchos señoríos bajo control de armenios, turcomanos y
curdos. Éstos sufrieron las invasiones de Timur, y muchos armenios emigraron a otras regiones.
Después de la muerte de Timur, buena parte de Armenia fue gobernada por turcomanos hasta que
a comienzos del siglo XVI pasó a manos persas. Todo esto resultó en la división de la cristiandad
armenia. Algunos permanecieron ligados a Roma (como iglesia uniata), con lo cual conservaron sus
tradiciones pero reconociendo la supremacía del Papa. La mayoría permaneció alejada de Roma y
sumida en luchas intestinas, por momentos muy violentas. Durante dos siglos, la Iglesia Armenia
padeció de circunstancias escandalosas muy parecidas a las vividas por la Iglesia Latina en Occidente
durante el siglo XIV. Finalmente, a mediados del siglo XV se logró establecer el patriarcado armenio
en Echmiadzin, cerca del monte Ararat, pero no se puso fin a los conflictos ocasionados por las
ambiciones del clero armenio.

Maghakia Ormanian: “En la primera mitad del siglo XV, la Iglesia Armenia se encontraba en
un estado de gran confusión. El reino [armenio] de Cilicia [Asia Menor] había desaparecido
definitivamente (1375); la ciudad de Sis, sede del patriarcado, había caído en poder de los
egipcios … La sede patriarcal había perdido su fuerza y su esplendor. La propaganda del
catolicismo romano se ejercía con éxito en Cilicia, gracias a la actividad de los misioneros
franciscanos. Al mismo tiempo, los dominicos trabajaban para convertir la Gran Armenia.…
Un número considerable … deplorando el estado lamentable de su Iglesia, decidieron tomar
medidas radicales para mejorar la situación y poner orden. Como se habían dado cuenta de
que no existía ya razón ni utilidad para mantener alejada de su sede primitiva a la residencia
patriarcal, se pensó en establecerla de nuevo en Echmiadzin, a causa de la seguridad
relativamente superior que gozaba esa ciudad bajo la dominación persa … Desde el
patriarca Grigor Djelalbeguian (1443), la sede de Echmiadzin fue presa de alteraciones y
disturbios interiores y exteriores que duraron hasta la elección de Moisés III de Tathev
(1629).”

No fue mejor la suerte de la Iglesia Copta en Egipto, que sufrió severas restricciones y
persecuciones a lo largo de los primeros cuatro siglos de dominación islámica. No podían construir
templos, tenían que pagar mayores impuestos, no podían casarse sin autorizacón y estaban
totalmente al margen de la vida política y social en Egipto. Con el tiempo, los cristianos tuvieron que
vivir juntos en barrios separados cerca de sus templos. En el siglo VIII se impuso el árabe como
lengua oficial de los dominios islámicos y la lengua copta quedó en desuso. El copto se conservó
sólo en la liturgia, pero los textos teológicos tuvieron que ser traducidos al árabe. La Iglesia Copta
continuó deteriorándose bajo el gobierno de los mamelucos musulmanes, y desde 1517 bajo el
dominio turco otomano. Estas dificultades redujeron el número de cristianos, muchos de los cuales
se hicieron musulmanes por conveniencia.

En Nubia (Sudán) el cristianismo también decayó notablemente bajo el dominio musulmán, y


para fines de este período casi no existía. Muchos cristianos nubios habían sido esclavizados desde
mediados del siglo VII en adelante. Esto fue el resultado de un tratado firmado entre el gobernador
musulmán de Egipto y el rey cristiano de Nubia, según el cual trescientos esclavos por año debían
ser entregados al gobernador árabe en Asuán. Según Irvin y Sunquist, “ésta fue una de las primeras
experiencias de esclavos que fueron comercializados como parte de las relaciones económicas entre
musulmanes y cristianos en África. En los siglos que siguieron veremos crecer los números de
personas esclavizadas, vendidas y removidas permanentemente bien lejos de sus tierras de origen
a medida que continuó el comercio de carne humana africana.”

Con el advenimiento de los mamelucos (1260), los cristianos nubios volvieron a sufrir
persecución. Muchos se vieron forzados a abandonar sus hogares y villas o a retirarse a regiones
más remotas donde había comunidades monásticas. Finalmente, en 1323 los mamelucos instalaron
a un rey musulmán en la región norte del país y le impidieron al patriarca de Alejandría enviar
sacerdotes a Nubia, con lo cual las iglesias quedaron sin liderazgo. La última evidencia de
comunidades cristianas en la región viene de mediados del siglo XV. Después de eso, Nubia parece
haberse transformado en una región totalmente musulmana.

En Etiopía, el cristianismo se desarrolló bastante aislado del resto del mundo hasta el siglo VII,
cuando el mar Rojo se transformó en un lago árabe, y las rutas marítimas a la India quedaron
totalmente bajo el control musulmán. No obstante, los árabes no invadieron el reino de Axum, en
buena medida debido a que los etíopes habían alojado y ayudado a refugiados musulmanes durante
las persecuciones en días de Mahoma. La cabeza de la Iglesia Etíope (conocido como abuna) era
nombrada por el patriarca de Alejandría y su credo era no calcedónico. Con la invasión árabe a
Egipto (siglo VII), el nombramiento de abunas se hizo más difícil, dejando acéfala a la Iglesia etíope
por largos períodos de tiempo. En el siglo IX el reino etíope se expandió hacia el sur y con ello
también se desarrolló el trabajo misionero cristiano, especialmente en manos de comunidades
monásticas.

Las presiones políticas de los mamelucos se hicieron sentir en el reino cristiano de Etiopía en el
siglo XIII, que respondió con un avivamiento de su identidad política, cultural y religiosa, fundándose
en sus lazos históricos con el judaísmo. La capital del reino se trasladó de Axum a Adefa (más al sur),
se construyeron numerosos templos, los monarcas tomaron la conducción de la Iglesia Etíope y el
cristianismo se expandió por toda la región sur de Etiopía. Este proceso es conocido como el
Avivamiento Salomónico, en referencia a la relación de Salomón con la reina de Saba. La fuente más
importante de esta tradición es el Libro de los reyes, que ofreció la base ideológica para la idea de
la nación etíope como legítima sucesora de Jerusalén, lo cual fortaleció su identidad religiosa frente
al Islam. Los reyes etíopes se consideraban descendientes de Salomón y miembros de la casa de
David, reclamo que ningún musulmán egipcio podía hacer en el siglo XIII en cuanto a Mahoma o sus
descendientes. Así, pues, mientras el cristianismo desaparecía definitivamente de Nubia y las
iglesias coptas experimentaban serias restricciones de parte de los mamelucos, en Etiopía el
cristianismo estaba firme y se expandía notablemente durante el siglo XIV a pesar de que el país
estaba rodeado por todos lados por Estados musulmanes.

_ La Iglesia Ortodoxa Rusa

Mientras la cristiandad bizantina se desplomaba como consecuencia del avance musulmán de


los turcos otomanos, la Iglesia Ortodoxa en Rusia no sólo se expandía territorialmente sino que se
mostraba notablemente vital. Lejos de deteriorarla, la ocupación mongola (la Horda de Oro)
provocó un incremento del prestigio de la Iglesia, que se transformó en el centro de la identidad y
resistencia nacional. Después de 1310, el metropolitano de Kiev y de toda Rusia se trasladó de
manera permanente a Moscú. Hacia fines de ese siglo, el principado de Moscú era lo
suficientemente fuerte como para desafiar al dominio mongol, a quienes finalmente derrotaron. A
partir de 1386, el centro de todo el cristianismo ortodoxo ruso estuvo localizado en Moscú. Para
1448, la Iglesia Rusa ya tenía a su propio patriarca ecuménico y se declaraba autocéfala, si bien
continuaba en la tradición ortodoxa. Tres décadas más tarde (1480) el soberano de Rusia, Ivan III el
Grande (1440–1505) salvó a Rusia del poder de los tártaros, puso fin al dominio de la Horda de Oro,
construyó el Kremlin y constituyó así un reino independiente con una iglesia nacional bajo el
primado de Moscú, que fue considerada como la Tercera Roma.

RESISTENCIA A LAS PRETENSIONES PAPALES

A medida que el papado fue aumentando su ambición de poder y autoridad mundanos, también
se fue incrementando la resistencia de emperadores, reyes y príncipes a tales pretensiones. Hubo
cuatro pasos en este proceso de deterioro de las pretensiones papales: la opresión de la Iglesia; el
cuestionamiento al papado por su corrupción; el Cautiverio Babilónico de la Iglesia; y el Gran Cisma
papal. Todo esto llevó finalmente al intento de resolver estos problemas mediante la convocación
a Concilios reformadores.

_ La opresión de la Iglesia

La opresión política. Después del año 1215, el poder papal comenzó a decaer, en buena medida
debido a los mismos factores que lo ayudaron a crecer. Los príncipes comenzaron a ver en la Iglesia
a un poder secular más, lleno de equivocaciones e inconsistencias, y en competencia con sus propias
aspiraciones hegemónicas. Las Cruzadas y la Inquisición despertaron en muchos serios interrogantes
en cuanto a la autoridad de la Iglesia y del Papa, y la capacidad de éste para gobernar a toda la
cristiandad, como pretendía.

Las monarquías emergentes se resistían a aceptar el ordenamiento feudal y aspiraban a un


mayor centralismo. Para ello se apoyaron en la naciente burguesía urbana en su lucha contra la
nobleza feudal (señores y obispos). A través de esta alianza, los nuevos factores de poder pretendían
fomentar la discordia en el seno de los señoríos, favorecer a la burguesía mediante la protección de
sus intereses, y contar con los recursos necesarios para el desarrollo de una política nacional. Por
cierto, la Iglesia representaba y defendía el viejo orden, pero al entrar en profunda crisis durante
este período no podía frenar las apetencias de las monarquías nacionales. La multiplicación de los
movimientos disidentes, el descrédito del clero y un despertar lento y firme de cierta concepción
naturalística de la vida comprometían la vigorosa posición que la Iglesia había obtenido hasta
entonces y que pretendía seguir gozando.

La opresión económica. La avaricia de obispos y papas, y los pesados impuestos destinados a


mantener a la Curia Romana y las Cruzadas, hicieron dudar a muchos de la legitimidad del poder
papal. La inmensa estructura de la Iglesia Romana demandaba cada vez mayores impuestos para su
sostenimiento: Roma era una corte muy costosa. Había mucha corrupción en la administración de
la Curia y se utilizaban varios métodos abusivos para obtener los recursos necesarios.

Entre estos métodos utilizados, cabe enumerar los siguientes: (1) Anatas: una anata era la
entrega a Roma del total de las ganancias de un obispo o abad durante el primer año de su ministerio
en un lugar. La palabra viene del latín annata y esta voz se deriva del latín annus, año. Era una
especie de impuesto eclesiástico que consistía en la renta o frutos correspondientes al primer año
de posesión de cualquier beneficio o empleo en la Iglesia. (2) Colaciones: una colación era la práctica
de cambiar de lugar a un obispo o abad a cargos vacantes. Esto se hacía frecuentemente porque
representaba más anatas para el Papa. (3) Preservaciones: una preservación era la reserva de los
mejores y más rentables oficios eclesiásticos para el uso del Papa. El Papa enviaba un sacerdote en
representación suya y guardaba para sí los fondos correspondientes. (4) Expectativas: consistían en
la práctica de vender los cargos eclesiásticos al mejor postor, antes de que el puesto estuviera
vacante. Se trataba de una especie de compra a futuro que se daba en Roma a una persona para
obtener un beneficio o prebenda eclesiástica, cuando ésta quedara vacante. (5) Dispensas: una
dispensa era el perdón de las violaciones a la ley canónica mediante el pago de dinero. Se trataba
de un privilegio o excepción graciosa de lo ordenado por las leyes generales; y más comúnmente
era concedido por el Papa o por un obispo. (6) Indulgencias: eran la obtención de la remisión de las
penas “temporales,” incluidas las del Purgatorio, trasladando a favor de uno o de un ser querido
muerto los méritos excedentes de los santos, mediante el pago de una cierta cantidad de dinero.
De este modo, consistía en la remisión que hacía la Iglesia de las penas debidas por los pecados,
usando su supuesta autoridad de “atar y desatar” y de perdonar pecados. (7) Simonía: se refería a
la venta de los oficios eclesiásticos. Era simplemente la compra o venta deliberada de cosas
espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o de las cosas temporales inseparablemente
anexas o relacionadas con las espirituales, como las prebendas y los beneficios eclesiásticos. (8)
Nepotismo: era el nombramiento de familiares para cargos eclesiásticos hereditarios. (9)
Recomendaciones: era la práctica de pagar un impuesto anual al papado a cambio de un
nombramiento provisional que rendía algún beneficio, como una canonjía. (10) Diezmo: era cobrado
por los obispos y el clero parroquial sobre los frutos del campo, la mercadería, y las obras
artesanales. El sostén del clero se devengaba en parte del mismo.

La opresión social. La Iglesia llegó a considerarse como la expresión máxima de la sociedad


cristiana. En consecuencia, el papado fue el factor social dominante, mientras el Papa se colocaba
en la cúspide de la pirámide social como poder hegemónico por excelencia. Con la crisis del
feudalismo y el surgimiento de la burguesía, comenzó a cuestionarse el orden estanco de la sociedad
feudal. Cuanta más riqueza se acumulaba en manos de la burguesía, muchos comenzaron a
cuestionarse por qué el Papa tenía que ocupar la cúspide de la pirámide social, con todos los demás
seres humanos a sus pies como siervos.

Rodolfo Puiggrós: “Los inevitables cambios socioeconómicos relegaron a un lugar oscuro a


las órdenes contemplativas de la edad agrícola. Florecieron órdenes activas, arrojadas a la
conquista de las conciencias en pugna con los traficantes de la fe o a la conquista de los
bienes materiales en competencia con los traficantes de dinero y mercancías. La Iglesia se
adaptó a los nuevos tiempos, pero los nuevos tiempos no tardaron en envejecer y se vio
constreñida a nuevas adaptaciones, cuando en el siglo XIII estallaron conflictos sociales que
pusieron en tela de juicio la intangibilidad de los dogmas y modificaron las relaciones entre
las clases, proclamadas eternas por la teología.

“En las ciudades nacieron las órdenes mendicantes, las universidades y la dialéctica tomista.
Ninguna de ellas resistió la seducción del fruto prohibido. Contemporáneas de las comunas
y de las corporaciones de oficio, de la época de la expansión de la economía mercantil y de
los pasos iniciales de la técnica aplicada a la producción, no se sustrajeron a los cambios
sociales, y si promulgaron como normas de vida la pureza evangélica, también se
embriagaron con el logos griego en su forma aristotélica y lo acoplaron a la teología.”

Los numerosos conflictos sociales de este período llevaron también al cuestionamiento de la


posición del Papa como Vicario de Cristo y cabeza de la cristiandad. Para la burguesía adinerada, el
papado y cualquier otra posición dentro de la Iglesia era algo que se podía comprar y vender, y tanto
más si rendía buenos beneficios. De allí que a lo largo de este período, uno de los flagelos más
reiterados en la administración de la Iglesia haya sido la simonía y el nepotismo.

_ El cuestionamiento al papado

Después de Inocencio III la Iglesia Occidental entró en una situación caótica. Sus sucesores
procuraron acrecentar el poder y el prestigio de la Iglesia, convertida por el régimen teocrático en
una verdadera potencia universal. Mientras el Papa hacía esfuerzos por traer el reino de Dios a la
tierra, autotitulándose “Vicario de Cristo” y presentándose como un poder político más, sus
pretensiones eran severamente resistidas por muchos príncipes, que ahora contaban con mejores
recursos para enfrentarlo.

Los reyes y los reinos. En la segunda mitad del siglo XIII, Francia e Inglaterra entraron en una era
de organización interior, que trajo como resultado mayor estabilidad. Mientras tanto en Italia,
incluidos los estados pontificios, reinaba el desorden y la anarquía. La política papal a lo largo del
siglo XIV quedó definitivamente orientada hacia Francia al nombrarse a cardenales franceses para
la Curia. Finalmente, Roma cedió poder a los franceses y cayó bajo su control.

En Inglaterra, el reinado de Eduardo I (1272–1307) se caracterizó por la prudencia y habilidad


con que el monarca aceptó las consecuencias de la insurrección de los señores, manteniendo y
organizando la institución parlamentaria. Su nieto dividió el Parlamento en dos cámaras—de los
lores y de los comunes—y logró su definitivo fortalecimiento. En Francia, los reyes franceses
procuraban organizar un régimen centralizado. De todos los reinos, Francia fue el primero en
convertirse en una monarquía centralizada y en la primera potencia europea, con Luis IX o San Luis
(1226–1270). Más tarde, el proceso se aceleró con Felipe IV el Hermoso (1285–1314), quien se
propuso aprovechar la tradición jurídica romana para reordenar su autoridad sobre principios
absolutos, y contó con la eficaz colaboración de jurisconsultos salidos generalmente de las filas de
la burguesía para fundamentar su política.

José Luis Romero: “El siglo XIII es, pues, un período de organización de los reinos de Francia
e Inglaterra, de estabilización, aunque presenta caracteres opuestos en ambos casos.
Inglaterra marchó desde un régimen monárquico bastante centralizado—impuesto tras la
conquista normanda—hacia una monarquía limitada por un parlamento que representaba
a la nobleza y a la burguesía. Francia, en cambio, marchó desde una monarquía feudal hacia
un régimen cada vez más centralizado, gracias a la coalición de la corona y los burgueses.”
Los papas y el papado. Mientras los monarcas aumentaban su poder y sus reinos crecían en su
identidad nacional, los papas y el papado iban menguando en su influencia. La cúspide de esta
decadencia y cuestionamiento al papado se dio con Bonifacio VIII (1294–1303). Bonifacio era
pariente de Inocencio III, amante de la erudición, asociado a la fundación de varias universidades,
pero con demasiadas ambisiones, y muy duro en sus pretensiones y con poco tino político. Tuvo
graves conflictos con los reyes de Francia e Inglaterra, a quienes quiso manejar a su gusto. Pero
éstos lo resistieron. Deseoso de conservar la autoridad del pontificado sobre los poderes laicos, se
vio envuelto en un serio conflicto con Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. En un plazo de siete años,
el Papa y el rey tuvieron varios choques.

Influido por los jurisconsultos de su tiempo (los legistas), que propugnaban el absolutismo
monárquico, Felipe IV dispuso afirmar la autoridad real, para lo cual gravó con pesadas cargas los
bienes eclesiásticos. Ante esta actitud, el Papa contestó con la bula Unam Sanctam (noviembre de
1302), por la que prohibía al clero pagar impuestos sin su consentimiento y afirmaba las
pretensiones papales de autoridad suprema en el mundo. El conflicto se agravó poco tiempo
después, con el nombramiento del legado pontificio, el obispo Bernardo Saiset, que el rey de Francia
se negó a reconocer con el apoyo de los Estados Generales. El rey hizo arrestar al legado papal y lo
acusó de traición, violando así las provisiones de la ley canónica. Entonces, Bonifacio VIII excomulgó
a Felipe IV y relevó a sus súbditos de todo juramento de obediencia. Para vengarse, el monarca
francés inició una campaña de calumnias contra el Papa y se dispuso a atentar contra él. Después
de acusarlo de hereje y de varios delitos, Felipe envió a una pequeña tropa, bajo el mando del legista
Guillermo de Nogaret y con el apoyo de la familia romana de los Colonna, para capturar al Papa.
Éstos entraron al territorio pontificio y sorprendieron a Bonifacio VIII en su residencia de Anagni
(1303). El Papa fue tomado prisionero y fue objeto de vejámenes, pero a los tres días logró escapar,
liberado por el pueblo. Pero no pudo reponerse del atentado y falleció al mes siguiente, poniendo
fin al período de los grandes papas. Era evidente que los tiempos habían cambiado.

Bula Unam Sanctam: “Que hay una santa iglesia católica y apostólica somos impelidos a
creer y sostener por nuestra fe—esto es lo que firmemente creemos y abiertamente
confesamos—y fuera de esto no hay ni salvación ni remisión de pecados … La Iglesia
representa un cuerpo místico, y de este cuerpo Cristo es la cabeza … A esta Iglesia
veneramos y a esta sola … En esta Iglesia y en su poder hay dos espadas, a saber, una
espiritual y una temporal … Tanto la espada espiritual como la material, por lo tanto, están
en poder de la Iglesia, la última realmente para ser usada para la Iglesia, la primera por la
Iglesia; la primera por el sacerdote, la otra por la mano de reyes y soldados, pero según la
voluntad y con la conformidad del sacerdote.

Además, es adecuado que una espada esté bajo la otra, y la autoridad temporal esté
sujeta al poder espiritual … Por lo tanto, quienquiera que resista a este poder, ordenado por
Dios, resiste a la ordenanza de Dios, a menos que haya dos comienzos [es decir, dos
principios], como imagina el maniqueo … Además, proclamamos, declaramos y
pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación de todo ser humano estar
sujeto al pontífice de Roma.”
La idea de nacionalidad. Aparece en toda Europa un sentimiento de “nacionalidad” y de cierto
orgullo por la independencia de cada país. Una autoridad centralizadora y absolutista como el
papado, que pretendía ser supranacional o universal, debía buscar otro camino para sus
pretensiones. La época del esplendor del papado y el comienzo de su decadencia está marcada por
la humillación de que fue objeto Bonifacio VIII; con él termina el período de los grandes Papas.

José Luis Romero: “A la progresiva organización de hecho de los reinos nacionales


correspondió la lenta formación de una conciencia nacional. Un sentimiento apenas
entrevisto algún tiempo antes comienza a despertar poco a poco, manifestado como una
adhesión al destino histórico de cierta circunscripción territorial. Este sentimiento estaba
alimentado por la monarquía, que lo estimulaba en cuanto representaba una adhesión a la
corona, y en efecto, provenía de la creciente asimilación entre nación y monarquía que se
operó desde el siglo XIII. Lo compartían de manera vehemente los grupos burgueses, para
quienes el vínculo abstracto entre individuo y Estado parecía incomparablemente preferible
al vínculo personal entre villano y señor. Pero lo compartían también porque sus intereses
de clase coincidían con los intereses de la corona, empeñados unos y otra en desarrollar un
tipo de economía que sólo podía ser llevado adelante por la burguesía, pero que parecía
requerir la protección y el apoyo del Estado para extenderse, precisamente, hasta donde el
Estado era capaz de hacer llegar su influencia, dentro de las fronteras nacionales y en las
áreas de expansión que pudieran controlar.”

_ El Cautiverio Babilónico de la Iglesia (1305–1377)

Éste es el nombre del período en el que el papado instaló su sede en Aviñón (Francia), desde el
año 1305 hasta el 1377. El sucesor de Bonifacio VIII fue Benedicto XI, quien murió envenenado al
año siguiente. Entonces Felipe IV hizo valer su influencia en el Sacro Colegio y logró que fuera elegido
Papa el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quien asumió con el nombre de Clemente V (1305–
1314). Clemente V, que era un hombre de grandes fallas morales y débil de carácter, ordenó a nueve
franceses como cardenales. Con esto se inició la decadencia del pontificado, y el Papa dejó de ser
árbitro indiscutido de todos los problemas, para transformarse en rival o aliado de los soberanos,
según les conviniera a estos últimos. Para complacer a Felipe IV, el Papa abandonó Roma y
finalmente trasladó su corte a Aviñón (1309), donde permanecerían sus sucesores por casi setenta
años.

El conflicto entre Felipe y Bonifacio fue un episodio más en la larga lucha de la Iglesia con los
soberanos. El traslado de la sede pontificia a Aviñón perjudicó la libre acción de los pontífices y
favoreció la influencia creciente de la monarquía francesa en las cuestiones eclesiásticas. A lo largo
de todo el siglo XIV estos hechos fueron fruto y consecuencia de diversos conflictos políticos,
sociales y eclesiásticos.

Conflictos políticos. Todos estos cambios fueron severamente criticados por muchos, porque la
Iglesia quedó sometida a los dictados de la política francesa. Esto produjo gran descontento y
preocupación en el mundo cristiano, especialmente en Italia, donde se insistía en que Roma había
sido siempre la sede pontificia y el colegio de cardenales había estado compuesto normalmente por
italianos. Para muchos, el Papa no era otra cosa que un prisionero de los franceses. De allí el nombre
de Cautiverio Babilónico o Cautiverio de Aviñón.

Clemente V fortaleció la influencia francesa en la corte papal y ordenó a veintitrés obispos


franceses. Autorizó a Felipe IV a cobrar un diezmo sobre las propiedades de la Iglesia por un período
de cinco años y anuló las bulas de Bonifacio VIII, que imponían la sujeción del monarca francés al
Papa. Afirmó que, en la nueva dispensación, Francia ocuparía el lugar de Israel y que el reino secular
de Francia había sido fundado por Dios. El sucesor de Clemente V fue Juan XXII (1316–1334), quien
condenó la tesis de los franciscanos que señalaba que la pobreza de Cristo y los apóstoles había sido
absoluta. También repudió la teoría política de Marsilio de Papua y de Juan de Jandun según la cual
la soberanía descansaba en el pueblo representado por la mayoría, y que, en consecuencia, el poder
supremo de la Iglesia no residía en el papado o los obispos, sino en un Concilio compuesto de
clérigos y laicos que representaban al pueblo cristiano (teoría conciliar). Su pontificado fue agitado
y funesto.

Benedicto XII (1334–1342), un cisterciense de gran cultura teológica, se propuso retornar el


papado a Roma, pero luego decidió permanecer en Aviñón y levantar allí un gran palacio papal.
Clemente VI (1342–1352) fue un aristócrata aficionado al esplendor y la magnificencia. Convirtió a
Aviñón en una corte mundana hasta que la ciudad fue atacada por la Peste Negra (1348). En 1355,
Inocencio VI (1352–1362), que era un jurista acomodaticio sin gran competencia política, coronó a
Carlos IV como emperador, quien publicó una bula que colocaba la elección del emperador en las
manos de electores, haciendo del Sacro Imperio Romano un Imperio Alemán solamente. La bula
marcó el final de la intervención imperial en Italia y el cierre de una larga lucha entre Papa y
Emperador. Inocencio se opuso a esta medida, porque pasaba por encima del derecho papal de
confirmar la elección de los monarcas alemanes y de administrar el Imperio en caso de vacancia.

A estos hechos dramáticos se agregaron otros, como las guerras que se produjeron a lo largo
del siglo XIV. Al llegar al límite de sus posibilidades fiscales, los Estados tendieron a pensar que la
solución a sus problemas residía en aumentar su territorio con la anexión de zonas más débiles. La
expresión más acabada y trágica de esta política fue el antagonismo entre Francia e Inglaterra por
el control de Flandes y su comercio. La alianza inglesa con los flamencos irritó sobremanera a los
reyes de Francia. Otra causa de conflicto fue la situación de Guyena, única posesión feudal que los
ingleses tenían en Francia.

La hostilidad entre los dos reinos estalló en ocasión del reclamo dinástico de Eduardo III de
Inglaterra por la corona de Francia, a través de su madre, que era hija de Felipe el Hermoso. Los
franceses rechazaron el reclamo de Eduardo III, adoptando una resolución por la que se establecía
que las mujeres no tenían derecho a reinar en Francia y por lo tanto no podían transmitir por
herencia la corona (ley sálica). El conflicto llevó finalmente al estallido de la Guerra de los Cien Años
(1337–1453) entre Francia e Inglaterra.

Este conflicto entre las dos coronas más importantes de la cristiandad alentó los sentimientos
antipapales especialmente en la segunda nación. La guerra se inició con triunfos ingleses y finalizó
con victorias francesas. Un personaje clave para el logro de las victorias francesas fue una joven
campesina llamada Juana de Arco (1412–1431). Juana nació en la aldea de Domremy (Lorena) y era
hija de un matrimonio humilde. A los trece años tuvo diversas visiones celestiales y oyó voces que
la animaban a libertar a Francia de los ingleses. A pesar de la negativa de sus padres, Juana resolvió
visitar al capitán francés, que se opuso a su intervención. Ante la decisión de Juana de entrevistar al
rey, Baudricourt le facilitó caballos y una escolta de seis hombres. Vistiendo una armadura, la joven
anduvo once días y atravesó sin ningún incidente más de cien leguas de territorio enemigo, para
arribar a Chinón, donde residía Carlos VII, el Delfín. El monarca aceptó el desafío de Juana y la
autorizó a salir al campo de batalla. Juana se propuso atacar la ciudad de Orleáns, uno de los últimos
baluartes ingleses en territorio francés, y logró su rendición. A éste le siguieron otros triunfos, que
permitieron a Carlos VII trasladarse a Reims, en cuya catedral fue coronado rey de Francia.

Posteriormente, Juana cayó prisionera de los borgoñeses, cuando trataba de liberar la ciudad
de Compiegne. Fue entregada a los ingleses por 10.000 francos de oro, ante la indiferencia de Carlos
VII. En diciembre de 1430 fue trasladada a Ruán y juzgada por la Inquisición, que la acusó de
hechicería. Finalmente, por haber usado ropas masculinas fue condenada por hereje a prisión
perpetua. Sus enemigos le hurtaron sus ropas mientras dormía y le dejaron sólo una vestimenta
masculina. La joven se cubrió con ellas y entonces fue declarada relapsa (reincidente) y condenada
a morir en la hoguera. El 25 de mayo de 1431 fue conducida al cadalso levantado en la plaza de
Ruán. El papa Benedicto XV canonizó a Juana de Arco en 1920.

Conflictos socioeconómicos. Los problemas económicos y los conflictos políticos hicieron mella
sobre el tejido social. El siglo XIV fue notable por los levantamientos de campesinos, las luchas
urbanas, la insurrección de la burguesía, las protestas de trabajadores textiles, además de tumultos,
motines y guerras civiles. Los burgueses culpaban a los nobles por los fracasos militares y les
perdieron el respeto que tradicionalmente les habían tenido. En Francia, comenzaron a exigir que
se les permitiera controlar el uso del dinero que pagaban como impuestos y reclamaron una mayor
participación en el gobierno. Los soldados franceses que habían sido derrotados por los ingleses en
la batalla de Poitiers (1356) comenzaron a asolar los campos y provocaron la indignación de los
campesinos, que se lanzaron al asalto de los castillos y los campos sembrados. Los jacques, como se
les llamó, cometieron toda suerte de crueldades contra la nobleza, hasta que fueron reducidos y
castigados con mayor crueldad.

Además, a mediados del siglo XIV, toda Europa se vio sacudida por un repentino desastre
demográfico, debido al estallido de una plaga de peste bubónica. La disminución de la población en
razón de la “muerte negra,” como se la denominó, fue tan grande que la estructura social, política,
cultural y religiosa fue conmovida. La curva de la población, que había estado levantándose
firmemente desde mediados del siglo X, de pronto de niveló y probablemente declinó incluso antes
que la peste bubónica se llevara a un cuarto de la población de Europa. Las ciudades ya no
construyeron nuevos suburbios y murallas, y es probable que el volumen del comercio internacional
fuese realmente menor en 1400 que en 1300, al menos al norte de los Alpes. Ciertamente la tierra
dejó de cultivarse en Inglaterra y Alemania, como han mostrado los estudios estadísticos. Esto
parece haber sido causado conjuntamente por el agotamiento del suelo y la declinación drástica de
la población.
Sobre los problemas que la peste bubónica trajo consigo se añadieron los consecuentes a la
primera gran crisis bancaria en la historia europea. Los bancos florentinos habían sobrextendido el
crédito a las monarquías de Inglaterra, Francia y el reino de Sicilia para el pago de sus guerras,
préstamos que estos reinos no pudieron devolver. Esto generó una profunda crisis de confianza. El
colapso de los bancos tuvo un impacto en la manufactura y el comercio, que se nutrían del crédito
extendido para aumentar sus operaciones y transacciones.

Conflictos eclesiásticos. Si bien durante buena parte del siglo XIV Francia pudo controlar al
papado al mantener su sede en Aviñón, no todos en el reino consideraban que esto era una
bendición. También en Francia hubo oposición al papado francés, especialmente de aquellos que
con sus impuestos debían mantener dos cortes: la de Francia y la de Aviñón. De todos modos, la
corte papal en Aviñón funcionaba con más eficiencia que la Curia romana. Era una estructura más
centralizada, con treinta cardenales residentes, que superó a Roma en la actividad misionera y la
diplomacia. Pero se mostraba más como una corte mundana, centrada en el poder, la ley y el dinero,
que en el cumplimiento de un fin espiritual.

Petrarca: “Aquí [en Aviñón] reinan los sucesores de los pobres pescadores de Galilea. Han
olvidado absolutamente sus orígenes … [es] Babilonia, el centro de todos los vicios y el
sufrimiento … no hay piedad, ni caridad, ni fe, ni reverencia, ni temor de Dios, nada que sea
santo, nada justo, nada sagrado. Lo único que se oye o se lee tiene que ver con la perfidia,
el engaño, la dureza del orgullo, la desvergüenza y la orgía desenfrenada … en resumen,
todas las formas de la impiedad y el mal que el mundo puede mostrar se reúnen aquí … Aquí
se pierden todas las cosas buenas, primero la libertad y después sucesivamente el reposo,
la felicidad, la fe, la esperanza y la caridad.”

El sexto Papa francés en Aviñón fue Urbano V (1362–1370), un benedictino de origen noble.
Logró consolidar las posesiones del papado en Italia gracias al talento militar y político del cardenal
español Gil de Albornoz. En 1367 decidió regresar a Roma, donde permaneció por tres años, pero
luego volvió a Aviñón, donde murió. Su sucesor fue Gregorio XI (1370–1378), sobrino de Clemente
VI, quien era un especialista en derecho canónico. Animado por cartas de Catalina de Siena, se
instaló en Roma a principios de 1377, cuando sólo le quedaba un año de vida. Para entonces, los
cardenales estaban divididos. La mayoría eran franceses (11 de 16) y estaban a favor de Aviñón
como sede, pero la elección del nuevo Papa debía hacerse en Roma.

El pueblo de Roma demandó que un italiano ocupara el trono papal. Pero el nuevo Papa no fue
romano ni francés, sino napolitano, y asumió con el nombre de Urbano VI (1378–1389). Urbano VI
era un déspota brutal, autoritario y cruel, que no hizo nada por volver a Aviñón a pesar de haber
prometido hacerlo. En razón de esto, los cardenales franceses declararon que su elección no era
válida, y eligieron a un Papa francés, Clemente VII (1378–1394), quien se trasladó a Aviñón. Urbano
VI se resistió diciendo que todo era ilegal, se rehusó a reconocer a Clemente VII como Papa, y ordenó
nuevos cardenales en lugar de los que lo habían depuesto. Así comenzó el Gran Cisma Papal.
Nuevamente, la cristiandad occidental quedó dividida en dos bandos, que acataban
respectivamente la autoridad de los pontífices establecidos en Roma y Aviñón.
_ El Gran Cisma Papal (1378–1417)

Dos Papas. Había, pues, dos papas: uno italiano en Roma y uno francés en Aviñón, cada uno con
su colegio de cardenales. La cristiandad occidental se dividió tomando partido por uno u otro. El
Papa romano (Urbano VI) fue reconocido por Italia, Inglaterra, la mayor parte de Alemania,
Escandinavia, Hungría, Bohemia, Flandes, Países Bajos y Portugal. El Papa francés (Clemente VII) fue
seguido por Francia, Escocia, Saboya, Austria y el resto de Alemania. La elección se hizo sobre
premisas nacionalistas y factores políticos, frustrándose así el ideal de una Iglesia universal por
encima de los intereses nacionales. Ninguno de los dos papas estaba dispuesto a renunciar, porque
ambos afirmaban haber sido elegidos canónicamente. La mayoría de los cardenales estaba
preocupada y ansiosa por poner fin a este escándalo.

CUADRO 10 - LOS PAPAS DEL GRAN CISMA

PAPAS DE ROMA PAPAS DE AVINOŃ PAPAS CONCILIARES

GREGORIO XI (1370–1378)

Murió en 1378, preparando el


escenario para el cisma.

URBANO V (1378–1389) CLEMENTE VII (1378–1394)

Terminó con el Cautiverio Babilónico pero Después de tres años de guerra contra quienes
provocó el Cisma al separar a los cardenales respaldaban a Urbano VI, se mudó a Aviñón en
franceses y elegir a otros. 1381.

BONIFACIO IX (1389–1404) BENEDICTO XIII (1394–1417)

Depuesto por el Concilio de Pisa en 1409; pero


se rehusó a renunciar. Depuesto por el Concilio
de Constanza en 1417. Regresó a España,
convencido hasta el día de su muerte de que
era un Papa legítimo.

INOCENCIO VII (1404–1406) ALEJANDRO V (1409–1410)


Nombrado por el Concilio de
Pisa.

GREGORIO XII (1406–1415) JUAN XXIII (1410–1415)

Depuesto por el Concilio de Pisa Depuesto por el Concilio de


en 1409, pero se rehusó a Constanza en 1415.
renunciar. Depuesto por el
Concilio de Constanza en 1415.
MARTIN V (1417–1431)

Nombrado por el Concilio de


Constanza para terminar con el
Cisma.

Varias soluciones. Se ensayaron diversos caminos para la solución del Gran Cisma. Una de las
propuestas fue per viam facti o de los hechos consumados. Ambos partidos intentaron primero
presentar pruebas positivas arguyendo su legitimidad a través de declaraciones. Luego, apelaron al
anatema, la propaganda, la intriga e incluso la violencia. Clemente VII intentó esta solución por el
camino de la fuerza; pero no le dio resultado. Los teólogos y juristas de la Universidad de París en
1394 propusieron otros tres caminos. Dos de ellos apelaban a la buena voluntad de los dos papas.
Se trataba de la vía cessionis, según la cual uno o ambos papas debían renunciar al papado. La
segunda propuesta era la vía compromissi, según la cual ambos papas se reunirían acompañados de
sus respectivos cardenales para discutir las razones que se alegaban; quien mejores razones tuviese
sería reconocido como Papa por toda la Iglesia. La tercera solución presentada por los eruditos de
París preveía la convocación de un Concilio universal que prescindiera de los dos papas en litigio.
Ésta era la vía concilii. Finalmente, ésta fue la idea que prevaleció, es decir, la idea de resolver el
Gran Cisma por medio de un Concilio de todos los obispos.

_ Los concilios reformadores

El Gran Cisma Papal puso en evidencia el descontento de muchos respecto de un gobierno


eclesiástico centralizado en el Papa. Algunos renombrados profesores universitarios, como Pedro
de Ailly (1350–1420) y Juan Gerson (1363–1429), creían que el poder pleno de la Iglesia no residía
en el Papa, sino en el cuerpo total de los creyentes, que sólo podía estar representado por un
Concilio de delegados de toda la Iglesia. Sostenían, además, que le correspondía al poder civil el
derecho de convocar tal Concilio, ya que el primer Concilio ecuménico (Nicea, 325) había sido
convocado por el emperador Constantino. Estos principios se impusieron y durante el siglo XV se
realizaron varios Concilios, que pusieron fin al Gran Cisma, enfrentaron las herejías y buscaron
reformar la Iglesia.
Concilio de Pisa (1409). Pedro de Ailly y Juan Gerson desconfiaban de que el Papa de Roma y el
de Aviñón se avinieran a citar un Concilio y a obedecer sus decretos; por eso, persuadieron al rey de
Francia para que quitara su apoyo al Papa de Aviñón y reuniera a los dos grupos de cardenales.
Tanto Francia como Inglaterra apoyaron la convocación de este Concilio, que finalmente se reunió
en el año 1409 en la ciudad de Pisa. Los obispos reunidos eran pocos, pero muy representativos. El
propósito era terminar con el cisma y la herejía. El Concilio afirmó también la autoridad conciliar
sobre la papal. El resultado fue la declaración de vacancia del trono papal, la deposición de Gregorio
XII (Roma) y de Benedicto XIII (Aviñón), y el nombramiento de un nuevo Papa: Alejandro V (1409–
1410), que fue apoyado por Inglaterra, Francia, y parte de Alemania. Pero los papas depuestos no
aceptaron la decisión y continuaron en el poder: Benedicto XIII con el apoyo de España, Portugal y
Escocia, y Gregorio XII respaldado por Alemania e Italia. De modo que el escándalo de tener dos
papas se acrecentó porque ahora había tres y cada uno pretendiendo legitimidad. Alejandro V podía
haber logrado la unificación, pero murió pronto y fue sucedido por Juan XXIII (1410–1415), un Papa
mundano y degenerado, que dejó una página negra en la historia del papado. El Concilio no tuvo
poder para aplicar sus decisiones, y dejó a la Iglesia con tres papas rivales.

Concilio de Constanza (1414–1418). Después de Pisa, la Iglesia se encontró en un camino sin


salida, del que logró salir gracias al emperador Segismundo, quien presionó a Juan XXIII para que
convocara un Concilio en Constanza. Los propósitos del Concilio fueron terminar con el Cisma, poner
en marcha una reforma moral y administrativa de la Iglesia y condenar las herejías de Juan Wycliff
y de Juan Huss. Los personajes más destacados en su desarrollo fueron el Papa Juan XXIII, Pedro de
Ailly y Juan Gerson. Sin embargo, como instrumento de reforma, el Concilio fue una triste desilusión,
pero logró poner fin al Cisma, al condenar a los tres papas existentes, deponerlos y elegir a un nuevo
Papa, Martín V (1417–1431), quien fue reconocido por todos.

M. David Knowles: “La desconfianza hacia el Papa y los cardenales, así como el nacionalismo
naciente—excitado por la hostilidad que reinaba entre Inglaterra y Francia—, condujeron a
dos innovaciones importantes. Primero se discutía y votaba por grupos nacionales. Luego
fueron admitidos muchos teólogos que no eran obispos. Esto aseguró una posición fuerte a
los universitarios, que sostenían la supremacía del Concilio sobre el Papa y la necesidad de
celebrar Concilios periódicos. Pedro de Ailly, ya cardenal, era un ‘conciliarista’ extremo.
Gerson, más conservador, proponía una reforma limitada.”

A partir de Constanza, la cristiandad romana tenía una vez más una sola cabeza. El Cisma había
terminado formalmente, pero la autoridad papal estaba muy deprimida. De ahora en adelante,
según las decisiones del Concilio, el Papa tendría el poder ejecutivo de la Iglesia, pero sería regulado
por un cuerpo legislativo (Concilio), que se reuniría regularmente y representaría los intereses de
toda la cristiandad. Martín V prometió convocar a otro Concilio cinco años más tarde, en
cumplimiento de la resolución del propio Concilio de Constanza de tener Concilios regulares. El
Concilio de Constanza logró la transformación del papado de una “monarquía absoluta” a una
“monarquía constitucional.”
Concilio de Pavía (1423). Fue convocado por Martín V, conforme con lo resuelto en Constanza,
pero contra su voluntad, ya que él era de la idea de un papado absolutista. La asistencia fue pobre
debido a la peste. Fue trasladado a Siena y fue aplazando su conclusión. Sin haber logrado concluir
nada ni resolver nada significativo, el Concilio fue disuelto en 1424 por Martín V. La responsabilidad
del fracaso recayó sobre el Papa y esto aumentó el descontento.

Concilio de Basilea (1431–1449). Fue convocado por Martín V, que falleció dos meses más tarde,
y fue sucedido por Eugenio IV (1431–1447). A este Concilio asistieron menos participantes, menos
obispos y más universitarios, y su desarrollo fue más complejo que el de Constanza. La mayoría de
los padres conciliares eran adversos a la supremacía papal y sostenían que el Concilio general poseía
una autoridad superior a la del Papa. El Concilio tuvo cuatro propósitos. (1) Encaró las reformas
administrativas y morales que no se concretaron en Constanza, ordenando la realización de sínodos
anuales en cada diócesis y cada diez años un Concilio general, entre otras medidas. (2) Inició las
gestiones tendientes a la reunión de la Iglesia Latina y la Iglesia Griega, esta última amenazada por
los conquistadores turcos otomanos. (3) Tomó medidas respecto a las revueltas religiosas en
Bohemia (movimiento husita), logrando vencerlas. (4) Consolidó la paz entre los príncipes cristianos.

Concilio de Ferrara-Florencia (1437–1439). En Basilea no hubo acuerdo sobre el lugar donde


debía realizarse el contacto con los representantes de la Iglesia Griega, y el Concilio se dividió sobre
esta cuestión. El Papa, que tenía el apoyo de una minoría, trasladó el Concilio a Ferrara en 1437 para
encontrarse allí con los griegos, y luego en 1439 la sede fue llevada a Florencia. Allí se produjo la
reunión de las dos Iglesias, hecho que aumentó el prestigio de Eugenio IV. Mientras tanto, en
Basilea, la mayoría adoptaba resoluciones más radicales: depuso a Eugenio IV acusándolo de herejía
y eligió a Félix V (1439–1449). Félix V y el Concilio de Basilea fracasaron en lograr apoyo político y el
Concilio terminó por respaldar al legítimo sucesor de Eugenio IV, Nicolás V (1447–1455). El fracaso
de Basilea arruinó las esperanzas de transformar al papado en una monarquía constitucional o de
hacer la reforma tan necesaria por medio de un Concilio.

El fracaso de todos estos concilios se debió a la falta de unidad en los motivos y propósitos
(cuestiones políticas, intereses personales, ideales nacionalistas, etc.); a la solución parcial de
Constanza, que declaró todo terminado sin resolver nada; y, al antagonismo por el poder papal,
pues ningún Papa estaba dispuesto a renunciar a sus privilegios. No obstante, una nueva fuerza se
estaba manifestando en estos Concilios: la idea de nacionalidad. Este sentimiento iría aumentando
hasta la Reforma, y sería un factor importantísimo en su logro.

LOS PAPAS DEL RENACIMIENTO

El retorno de la sede papal a Roma y el fracaso de los Concilios reformadores dieron lugar al
surgimiento de un nuevo tipo de papas en el trono de San Pedro. Su mentalidad, ambiciones,
conducta y realizaciones estuvieron fuertemente afectadas por los vaivenes de la política de Italia y
el desarrollo del Renacimiento Italiano. Desde un punto de vista religioso, el papado alcanzó durante
la segunda mitad del siglo XV y comienzos del XVI su punto espiritual y moral más bajo.
M. David Knowles: “En lo que concierne al papado, el período se caracterizó esencialmente
por el hecho de que la Santa Sede estuvo cada vez más implicada en las violencias políticas
de Italia y los eclesiásticos italianos participaron en lo que se llama el Renacimiento Italiano.
Estos dos factores iban a disminuir la fuerza espiritual y moral de la curia y a aminorar
notablemente su prestigio.”

Hacia mediados del siglo XV, los papas le imprimieron al papado todos los rasgos que habrían
de caracterizarlo hasta el advenimiento de la Reforma: intrigas políticas, objetivos temporales,
corrupción, relajación moral, preocupaciones dinásticas, ambiciones desmedidas, indiferencia
pastoral, falta de espiritualidad y abandono de todo ideal religioso.

_ Problemas que enfrentaron

La eliminación del peligro turco otomano. Los Papas Renacentistas empeñaron, en más de una
ocasión, todo su entusiasmo en preparar una Cruzada contra los turcos. Pero los príncipes cristianos
no respondieron e hicieron fracasar sus planes. Nadie tenía interés en encarar una nueva Cruzada
religiosa. El resultado de esto fue que los turcos avanzaron sobre Europa y en 1453 tomaron
Constantinopla. El papa Nicolás V (1447–1455), más erudito y humanista que clérigo, hizo de Roma
la capital del Renacimiento Italiano, pero no movió un dedo para detener el avance demoledor de
los turcos sobre Constantinopla.

El último emperador bizantino, Constantino XI había logrado renovar la unión con la Iglesia
Romana (1452) por medio del cardenal Isidoro de Kiev. Pero los Occidentales no prestaron a los
bizantinos la ayuda que necesitaban contra los turcos. Después de las victorias de Warna (1444) y
de Merli (1448), los turcos estrecharon cada vez más su cerco sobre Constantinopla. Los turcos
favorecieron la ruptura de relaciones entre la Iglesia Griega y la Iglesia Romana. Un sínodo celebrado
en Constantinopla rompió formalmente con Roma (1472). En 1459 Rusia se separó de
Constantinopla, y Moscú empezó a llamarse “la Tercera Roma.”

Calixto III (1455–1458), el primer Papa de la familia de los Borgia, fue un jurista y guerrero
español, que tuvo como único propósito de su pontificado la cruzada contra los turcos. Envió
legados y predicadores por toda Europa. Pero ya había pasado mucho tiempo desde las primeras
Cruzadas. El nacionalismo con sus intereses particulares hacía tiempo que se había apoderado de
Europa. Sólo Hungría apoyó el proyecto de Cruzada y sus ejércitos lograron un resonante triunfo
sobre los turcos en Belgrado (1456). Al año siguiente, una escuadra naval, enviada por Calixto III
logró también una victoria sobre los turcos. Pero estas victorias no tuvieron el resultado deseado,
porque Venecia entró en relaciones con los otomanos, e hizo con ellos un pacto de no agresión. No
obstante, Calixto III invirtió enormes sumas de dinero en la guerra contra los turcos.

Pío II (1458–1464), un Papa humanista, continuó los esfuerzos por frenar el avance turco sobre
Europa. En 1458 reunió un encuentro de príncipes europeos en Mantua, en el que se decidió una
guerra de tres años contra los turcos, pero sin resultados prácticos. Ante la imposibilidad de librarse
del peligro turco por las armas, Pío II cambió de estrategia. Escribió una carta al sultán Mahoma II
exhortándolo a abrazar la fe cristiana. Nicolás de Cusa (1400–1464) intentó allanar las dificultades
doctrinales entre el islamismo y el cristianismo a través de una obra titulada Cribatio alchorani. Pío
II terminó por organizar una campaña naval contra los turcos, colocándose él mismo al frente de la
escuadra, pero cayó enfermo y murió en 1464.

Sixto IV (1471–1484), un hombre de origen modesto pero bien formado teológicamente, quiso
transformar a la monarquía pontificia en una gran potencia italiana e intentó una nueva Cruzada
contra los turcos. En 1473 envió cinco legados por toda Europa a predicar la Cruzada y a recoger los
diezmos impuestos para el mismo fin. Pero los príncipes no respondieron y el clero no entregó los
diezmos. La escuadra naval consiguió conquistar Esmirna, pero las disensiones entre venecianos,
napolitanos y pontificios hicieron fracasar la empresa. En 1480 los turcos conquistaron Otranto, y
con ello lograron una cabecera de playa para la conquista de Italia y de Roma misma. Al año
siguiente, una nueva flota que el Papa logró reunir, reconquistó la ciudad.

CUADRO 11 - LOS PAPAS RENACENTISTAS

Nicolás V (1447–1455)

Calixto III (1455–1458)

Pío II (1458–1464)

Paulo II (1464–1471)

Sixto IV (1471–1484)

Inocencio VIII (1484–1492)

Alejandro VI (1492–1503)

La reforma de la Iglesia. A lo largo de la Edad Media se fue oyendo el clamor por una reforma in
capite et in membris (desde la cabeza hasta los miembros), y esto se agudizó en los siglos XIV y XV,
pero sin mayores resultados. Desde la muerte de Calixto III (1458) no se verá una tentativa sincera
de reforma. Pío II intentó favorecer algunos procesos de cambio, pero sin mayores efectos. Durante
su pontificado se rodeó de amigos entregados a la reforma de la iglesia, como Domingo Domenichi
y Nicolás de Cusa. Ambos redactaron ciertos proyectos, para cuyo estudio y aplicación el Papa
constituyó una comisión de reforma. Pero la Cruzada contra los turcos le impidió poner por obra las
disposiciones que ya tenía proyectadas. A partir de Sixto IV, la Curia pontificia entró en una profunda
decadencia moral.

La teoría conciliar. Las ideas conciliaristas de la supremacía del Concilio sobre el Papa habían
sido defendidas abiertamente en Basilea con fuerte apoyo de eclesiásticos de renombre, como
Nicolás de Cusa. Estas teorías fueron resistidas por los Papas y finalmente derrotadas por teólogos
papistas. El papa Pío II había militado en el partido conciliarista de Basilea en su juventud, como
secretario de Félix V. Pero poco a poco fue cambiando de actitud, hasta que en 1444 confesó sus
errores y en 1463, siendo ya Papa, publicó una bula (Exsecrabilis) en la que se retractaba de sus
ideas conciliaristas y reafirmaba la supremacía pontificia.

Exsecrabilis: “Ha surgido en nuestro tiempo un abuso execrable, del que no se había oído
en edades anteriores, es decir, que algunos hombres, imbuidos con el espíritu de rebelión,
pretenden apelar por un concilio futuro al pontífice romano, el vicario de Jesucristo, a quien
en la persona del bendito Pedro se le dijo, ‘Alimenta a mis ovejas’ y ‘Todo lo que atares en
la tierra será atado en el cielo’; y esto no por un deseo de un juicio más sano sino para
escapar de los castigos de sus errores. Cualquiera que no sea totalmente ignorante de las
leyes puede ver de qué manera esto contraviene los cánones sagrados y cuán perjudicial es
esto para la cristiandad. Y, ¿no es simplemente absurdo apelar por lo que ahora no existe y
cuya fecha de existencia futura se desconoce? Por lo tanto, deseando expulsar de la Iglesia
de Dios este veneno pestilente y tomar medidas para la seguridad de las ovejas confiadas a
nuestro cuidado, y para proteger al rebaño de nuestro Salvador de todo lo que pueda
ofender … nosotros condenamos apelaciones de este tipo y las denunciamos como erróneas
y detestables.”

La promoción y aplicación de la teoría conciliar fue resistida por los papas porque iba contra sus
intereses. Pero el período conciliar tuvo tres consecuencias sobre el papado. Primero, fueron los
príncipes quienes cosecharon los beneficios de la agitación antipapal y conciliarista. Los derechos y
privilegios papales no se vieron limitados, pero fueron transferidos a los príncipes, o se repartieron
y negociaron con ellos. Segundo, el gobierno papal fue reorganizado como resultado de los concilios.
Para confrontar a los príncipes de igual a igual, el papado necesitaba de nuevos órganos de gobierno
(maquinaria diplomática, recursos financieros), es decir, una nueva Curia, más eficiente. Y, tercero,
la cancillería y la camera, que habían sido los vehículos principales del gobierno papal desde el siglo
XII, dejaron de ocupar la posición central que habían tenido. Nuevos oficios y oficinas, directamente
relacionados con el Papa ocuparon su lugar (secretario personal, secretario de estado, Signatura,
nuncios). Al tratar con los príncipes como iguales, los papas mismos se condujeron como príncipes
mundanos.

Las nuevas corrientes culturales. A partir del siglo XIV se fue afirmando poco a poco una nueva
corriente cultural y espiritual: el humanismo. El humanismo tuvo su origen en Italia, desde donde
se expandió a toda Europa. Su iniciador fue Petrarca (1304–1374), el cual tuvo un gran precedente
en Dante Alighieri (1265–1321), autor de la Divina Comedia. Los centros humanistas más
importantes estaban en Italia, como Florencia, Roma, Nápoles y Mantua. Papas como Nicolás V,
Sixto IV, Julio II y León X favorecieron a los humanistas y a los artistas. Cuando el Renacimiento
comenzó a tomar vuelo y a modificar la sociedad, especialmente en Italia, el papado no pudo
abstraerse de su influencia. Por el contrario, algunos papas se transformaron en celosos promotores
del mismo. Nicolás V había sido un erudito y humanista destacado antes de acceder al trono papal
y una vez en el mismo, hizo todo lo posible por transformar a Roma en la capital cultural de Italia.
Se rodeó de un grupo de notables eruditos, como Poggio, Filelfo y Lorenzo Valla. Además,
emprendió dos proyectos de importancia. El primero fue el de transformar la pequeña biblioteca
pontificia en una gran colección de manuscritos latinos y griegos, y así fundó la famosa Biblioteca
Vaticana. El segundo fue el de reconstruir San Pedro, el Vaticano y la misma ciudad de Roma con
una magnificencia inigualada.

El papa Sixto IV fue también un generoso mecenas para los artistas renacentistas. Hizo construir
una capilla que lleva su nombre, la Capilla Sixtina, y para decorarla reclutó una pléyade de genios:
Ghirlandaio, Botticelli, Perugino, Pinturicchio y Melozzo da Forli. Hizo construir también varias
iglesias.

MAPA 8 - EUROPA EN EL SIGLO XV

_ Decadencia que experimentaron

Los Papas del Renacimiento aumentaron el prestigio y la riqueza externa del papado, tan
maltrecho desde el cautiverio de Aviñón y casi moribundo durante el Cisma de Occidente. Pero la
decadencia interna creció de un modo alarmante y hasta límites casi inverosímiles durante la
segunda mitad del siglo XV y principios del siglo XVI. A lo largo de este período hubo un notable
incremento en tres formas de actividad papal: el tráfico de indulgencias, el arbitraje papal en
cuestiones internacionales, y la elaboración de un sistema de nombramientos u otorgamientos
papales de beneficios eclesiásticos. Como expresión de estas acciones, surgieron algunos de los
problemas que más afligieron a la Iglesia institucional, entre ellos los siguientes.

Nepotismo. Los papas de la baja Edad Media llegaron a considerar que todas las posiciones
jerárquicas en el clero de la Iglesia de algún modo les pertenecían y que era su derecho designar
para las mismas a quienes ellos quisieran. Ya en 1335, Benedicto XII afirmaba: “Nos reservamos para
nuestra propia ordenación, disposición y provisión todas las iglesias patriarcales, arzobispales y
episcopales, todos los monasterios, prioratos, dignidades, rectorías y oficios, todas las canonjías,
prebendas, iglesias y otros beneficios eclesiásticos, con o sin cura de almas, ya sean seculares o
regulares, de todo tipo, vacantes o a hacerse vacantes en el futuro, incluso si han sido o deben ser
cubiertos por elección o en alguna otra manera.” No es extraño, pues, que sobre esta base, los papas
hayan favorecido a familiares y amigos especialmente con aquellos puestos eclesiásticos que eran
más rentables.

La preferencia de los papas por los propios parientes, a los que llenaban de riquezas y colmaban
de cargos y de honores eclesiásticos sin tener en cuenta la dignidad moral ni la eficiencia de
gobierno, fue una verdadera plaga durante este período. El papa Calixto III hizo cardenal a su sobrino
Rodrigo Borgia, quien llegaría a ser Papa como Alejandro VI. El nepotismo del papa Sixto IV fue
probablemente el más escandaloso de todo el período. En la primera promoción de cardenales
(1471) concedió el capelo cardenalicio a dos sobrinos y más tarde hizo cardenales a otros cuatro
familiares, todos ellos indignos de ocupar un ministerio religioso y desprovistos de toda vida
espiritual. Al resto de su familia lo dotó de altos cargos y lo enriqueció a costa de los bienes de la
Iglesia.

Corrupción. Las debilidades morales de algunos papas fueron muy graves y escandalizaron a
toda la cristiandad. Con el papa Sixto IV, que había sido general de los franciscanos, comenzó la
época más desastrosa del papado después del siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). Los papas se
convirtieron en príncipes seculares, entregados totalmente a la política y la corrupción. Entre otras
acciones, Sixto IV fue quien autorizó a los Reyes Católicos de España a implantar la Inquisición en
todo ese país (1478), con todas las consecuencias que ello tuvo para los judíos y los musulmanes, y
más tarde, para los protestantes. Calixto era español y le dio al papado del siglo XV sus rasgos más
funestos.

La corrupción de la Curia se incrementó con el ascenso al trono papal de Inocencio VIII (1484–
1492). Un colegio de cardenales completamente mundanalizado lo eligió Papa, en una elección que
no estuvo exenta de simonía. Un hijo suyo se casó con una hija de Lorenzo el Magnífico (Medici), y
las bodas se celebraron en el Vaticano con un lujo y derroche propios de un sultán. La corrupción y
compra de cargos en la Curia fueron frecuentes, y abundaron las bulas falsas y los privilegios falsos.
En 1489 se descubrió un tráfico ilegal de documentos papales, vendidos a buen precio por los
empleados de la Cancillería. Las finanzas pontificias llegaron a tal grado de corrupción, que fue
necesario empeñar la tiara pontificia y una buena parte del tesoro de San Pedro. El colegio
cardenalicio estaba plagado de parientes y partidarios, y compuesto por hombres ambiciosos y
ricos, divididos en bandos que prolongaban las intrigas pontificias en la ciudad y sus alrededores.
Por otro lado, Inocencio VIII fue responsable de una brutal caza de brujas a manos de la Inquisición,
que ocurrió a partir de la publicación de una bula suya (1484) en la que denunciaba fenómenos de
brujería y alertaba sobre su multiplicación por toda Europa, especialmente en Alemania.

Probablemente, de todos los papas renacentistas, ninguno fue tan corrupto como Rodrigo
Borgia, quien ascendió al trono de Pedro con el nombre de Alejandro VI (1492–1503), cuando tenía
más de sesenta años. Su elección fue escandalosamente simoníaca, porque directamente compró
el papado, y toda su vida y ministerio papal continuó siendo escandalosa. Había sido nombrado
cardenal por su tío, el Papa español Calixto III (1456), de quien recibió toda suerte de prebendas que
le producían notables ganancias. Llevó una vida de lujo oriental y siendo cardenal tuvo tres hijos con
una mujer romana desconocida, además de varios otros hijos con otras mujeres. Muchos de estos
hijos llegaron a ocupar lugares en la jerarquía de la Iglesia o recibieron títulos de nobleza.

Mundanalización. Los papas de este tiempo fueron más bien príncipes seculares que pastores
de almas. Algunos llegaron a considerar los estados y territorios de la Iglesia como propiedad
personal, de la que podían disponer a su antojo, incluso utilizando la guerra a favor de sus intereses.
Alejandro VI gobernó la Iglesia como si fuese un principado personal. Se lo consideraba un hombre
amable, genial y sumamente hábil para la política. Pero también demostró ser capaz de cometer
cualquier intriga o crimen contra quienquiera que se interpusiera a su interés personal o el de sus
hijos. Así es como entró en conflictos con los príncipes italianos, el rey de Francia, el emperador, el
rey de España e incluso el sultán turco. Designó a su hijo Juan como duque de Gandía, y le concedió
el ducado de Benevento, que pertenecía a los Estados Papales. Con su hijo César Borgia, a quien
nombró cardenal, usurpó la administración de los Estados Papales, encarceló, asesinó y envenenó
a todos los que se opusieron. Se sospechaba incluso que César había asesinado a su hermano Juan,
para ocupar su lugar. La hija preferida de Alejandro VI fue Lucrecia Borgia, una mujer que heredó la
afección de su padre por el escándalo y las intrigas, a las que agregó varios matrimonios y divorcios.

Otros papas se destacaron más por ser humanistas, más interesados en las artes y el
engalanamiento de sus palacios que en el cuidado de la Iglesia. Nicolás V invirtió grandes sumas de
dinero en la restauración de iglesias y en la compra de códices para la Biblioteca Vaticana, de la que
fue fundador. Su sucesor, Calixto III, favoreció también a humanistas como Lorenzo Valla, Eneas
Silvio Piccolomini (futuro papa Pío II) y otros. Con el papa Paulo II (1464–1471), sobrino de Eugenio
IV, un estupendo economista y un autócrata moderado, se profundizó el proceso de
mundanalización de la corte pontificia. El Papa se granjeó la antipatía de algunos humanistas, pero
agradó al pueblo de Roma por sus carnavales y su política de construcción. Paulo II se mostró más
interesado en la gastronomía exquisita, la moda lujosa y las fiestas suntuosas que en la
administración de la Iglesia.

MOVIMIENTOS DE REFORMA

_ Antecedentes medievales
El deseo de reforma. El deseo de una reforma de la Iglesia estaba bien generalizado durante el
siglo XV, pero tenía antecedentes en muchos individuos y grupos disidentes a lo largo de toda la
Edad Media. En general, estas manifestaciones de protesta anhelaban un cristianismo más auténtico
y fiel al Nuevo Testamento, pero también expresaban los reclamos de los sectores sociales más
oprimidos y que más sufrían los cambios que se estaban produciendo en la sociedad feudal.
Lógicamente, estos disidentes y rebeldes fueron considerados como herejes, especialmente por los
líderes eclesiásticos de su tiempo, que eran los principales custodios del sistema. La historia de estos
“reformadores” no es fácil de recuperar, pero la fe de casi todos ellos fue heroica, estuvieron
dispuestos a sufrir por su causa y es apasionante recordarlos.

La mayoría de estos disidentes medievales afirmaban creencias ortodoxas, pero sus reclamos
estaban ligados a cuestiones sociales y especialmente religiosas. A medida que la Iglesia se sumergía
en el paradigma de cristiandad, se institucionalizaba y entraba en competencia con los señores de
este mundo por el poder político y económico, la disidencia se fue generalizando. Para el siglo XII,
los cimientos sociales de la Iglesia se vieron sacudidos como consecuencia de las pestes y hambrunas
recurrentes, que desataron despertares místicos y sociales contra la jerarquía eclesiástica y contra
los grandes señores, seculares y eclesiásticos, a quienes se culpaba de provocar la ira de Dios con
sus atropellos, desmanes y vicios.

Un ejemplo de estos estallidos fueron los flagelantes de los siglos XI al XIV, que recorrían en
bandas los campos y ciudades de Francia, Italia, el norte de España, Flandes, Hungría e Inglaterra.
Así como se desgarraban el cuerpo a latigazos, estos exaltados se apoderaban también de los bienes
de la Iglesia, golpeaban o mataban a los sacerdotes y asaltaban casas y castillos. Otro ejemplo era
el caso de los bogomilas, que en el siglo X introdujeron a Bulgaria desde Oriente ideas maniqueas,
como arma ideológica de lucha de los siervos contra los señores. Sus creencias y prácticas se
difundieron entre siervos y artesanos de Rusia meridional, el resto de los Balcanes, Italia del norte
y el mediodía de Francia. En este último lugar, sus libros y ritos fueron traducidos a la lengua
vernácula. En 1167 se realizó cerca de Tolosa un concilio al que asistieron delegados bogomilas de
los Balcanes, que sostenían una actitud radicalmente anticlerical.

De las herejías dualistas, la más difundida y persistente fue la de los cátaros o albigenses. Los
cátaros ya eran conocidos en el sur de Francia en 1022, en el norte de Italia alrededor del 1032, y se
hicieron numerosos en Provenza alrededor del 1200. El papa Inocencio III lanzó contra ellos la
Cruzada Albigense, que comenzó con la excomunión del conde Raimundo VI de Tolosa (1207) y
continuó con una guerra, la predicación de los dominicos y finalmente la aplicación de la Inquisición.

Algunos rebeldes y disidentes medievales. Además de los movimientos o grupos organizados,


hubo una serie de individuos que expresaron su disidencia con el status quo, si bien afirmaban
creencias rigurosamente ortodoxas y aspiraban a un cristianismo bíblico. Muchos de ellos
intentaron llevar a cabo sus ideales de reforma desde adentro de la Iglesia, pero otros fueron
tenidos por herejes y perseguidos con toda fuerza. Entre los rebeldes más destacados, cabe
mencionar a los siguientes.
Pedro de Bruys (m. 1130). Fue un predicador del sur de Francia (Languedoc), de principios del
siglo XII. Combinaba un ascetismo estricto con la negación del bautismo infantil; el rechazo de la
presencia real de Cristo en la Cena del Señor; el repudio de las ceremonias, los templos y los
crucifijos; y, la inutilidad de las oraciones a favor de los difuntos. Su enseñanza más importante fue
la fe personal en Cristo como único medio de salvación. Sus adversarios más encarnizados fueron
Pedro el Venerable (1092–1156) y Bernardo de Clairvaux, que se enfrentaron con él personalmente
y por escrito. Por haber quemado crucifijos, él mismo fue quemado vivo por el populacho enfurecido
entre los años 1120 y 1130. A sus seguidores se los llamaba “petrobrusianos.”

Enrique de Lausana (m. 1149). Fue discípulo de Pedro de Bruys y era un ex-monje y teólogo
benedictino. Predicó la vida ascética (pobreza y penitencia) y negó la validez de los sacramentos
administrados por sacerdotes indignos. Atacó la corrupción del clero y se opuso al pago de los
diezmos y las ofrendas a la Iglesia. Predicó en diversas partes del sur de Francia y fue declarado
hereje por el Concilio de Tolosa (1119). En 1135, después de ser tomado prisionero por el obispo de
Arlés, logró escapar y continuó su predicación. Uno de sus más encarnizados opositores fue
Bernardo de Clairvaux, quien fue enviado a combatir su predicación. Enrique fue arrestado y murió
en Tolosa en 1149.

Arnaldo de Brescia (1100–1155). Contemporáneo de Pedro y Enrique, de origen noble, estudió


en París donde fue discípulo de Abelardo e ingresó a la orden de los agustinos. Regresó a Italia,
donde vivió de manera muy austera. Arnaldo sostenía que los miembros del clero debían abandonar
toda propiedad y poder temporal, para ser verdaderos discípulos de Cristo. Fue un celoso promotor
de la pobreza apostólica y atacó las riquezas y el poder temporal de la Iglesia. También rechazó la
validez de los sacramentos administrados por los clérigos que tenían bienes mundanales. Esto le
costó la vida, porque el papa Adriano IV puso como condición al rey alemán Federico Barbarroja la
cabeza de Arnaldo antes de coronarlo emperador. En 1155 Arnaldo fue ahorcado y quemado como
hereje.

Pedro Valdo (¿ –1217). Era un rico comerciante de Lión, que en 1176 abandonó sus bienes,
dejándolos a los pobres, y se dedicó a predicar. Un año más tarde ya tenía un grupo de seguidores,
que se autodenominaban los “pobres de espíritu” o “pobres de Lión.” Apelaron al Tercer Concilio
de Letrán (1179) solicitando permiso para predicar y aprobación para una traducción de la Biblia al
francés, pero se les negaron ambas cosas. Valdo, que era muy obstinado, consideró la negativa como
la voz del hombre contra la voz de Dios, y continuó predicando con sus compañeros. Por su
desobediencia fueron excomulgados, pero esto les valió nuevos adeptos. Fueron condenados como
herejes por el Cuarto Concilio de Letrán (1215).

Sus ideas más importantes fueron las siguientes. (1) La Biblia, especialmente el Nuevo
Testamento, era la única regla de fe y práctica, por eso la aprendían de memoria. (2) Rechazaban
como antibíblicas las misas y las oraciones por los muertos, y negaban el Purgatorio y los méritos de
los santos. (3) Defendían la predicación laica de hombres y mujeres y criticaban el uso del latín en
el culto. (4) Proclamaron el bautismo de creyentes. Los valdenses lograron sobrevivir en los valles
alpinos de Francia e Italia. Más tarde se convirtieron al calvinismo y continúan hoy como una
denominación evangélica reconocida.

_ Precursores de la Reforma

Juan Wyclif (1329–1384). Era un inglés educado en Oxford, donde alcanzó renombre como
erudito. Allí enseñó filosofía y teología. Escribió mucho sobre la Iglesia y el Estado, sobre lo que
estaba mal en ambas esferas y cómo corregirlo. Basaba su enseñanza en la idea de lo que llamaba
el “dominio de la gracia” que, según él, significaba que toda propiedad o poder venía de Dios y
quedaba en el ser humano utilizarlos correctamente, porque si eran usados mal se perdían.
“Correctamente” significaba de acuerdo con la Ley de Dios, tal como se la encuentra en la Biblia. Si
se usaba correctamente lo que Dios había dado al ser humano, entonces se estaba bajo el “dominio
de la gracia.”

Sus ideas parecían inofensivas y ortodoxas, pero había en sus escritos una severa crítica a los
abusos de la Iglesia, su riqueza, los impuestos papales que drenaban a su país y la misma autoridad
papal. Gente de todo tipo y clases sociales escuchaba con interés la prédica de Wyclif, porque
expresaba muchos de sus propios sentimientos. Muchos estaban de acuerdo con él en que la
religión de la Biblia era muy diferente de la que tenían a su alrededor. Las noticias de esto llegaron
a Roma y el Papa (Urbano V) envió instrucciones al arzobispo de Canterbury y al obispo de Londres
para que advirtieran al rey (Eduardo III) y a los nobles contra Wyclif, y que lo arrestaran y enviaran
a Roma para ser juzgado (1377). Pero Wyclif tenía amigos poderosos y era la figura universitaria más
notoria en Oxford. Por eso no se tomó ninguna medida hasta 1382, cuando el arzobispo de
Canterbury condenó su enseñanza. Wyclif se retiró de Oxford para ir a Lutterworth como párroco,
donde murió en paz en 1384.

Las ideas más revolucionarias de Wyclif tenían que ver con la Iglesia y la Biblia. En cuanto a la
Iglesia, su modelo era la iglesia del Nuevo Testamento. Por eso, el poder temporal y las riquezas
eran una ruina para la Iglesia, y el Estado debía incautarse de las posesiones eclesiásticas y contribuir
con un subsidio para el sostenimiento del culto y del clero. Al producirse el Gran Cisma de Occidente,
Wyclif se declaró no solamente en contra de los dos papas, Urbano VI y Clemente VII, sino en contra
del papado en cuanto institución. Según él, la verdadera Iglesia era la “elegida” y estaba constituida
por aquellos que habían sido predestinados por Dios para ser salvos. En contraste con la Iglesia
visible (jerarquía y fieles), esta elección era invisible y sólo Dios la conocía. Ningún ser humano, ni
siquiera el Papa “conoce si es de la Iglesia o si es un miembro del Diablo.” Además, Wyclif afirmaba
que Cristo era la única cabeza de la Iglesia. En consecuencia, la excomunión del Papa sólo afectaba
a aquél que ya había sido excomulgado por Dios. Por otro lado, todos los fieles eran sacerdotes y no
sólo aquellos que formaban parte del clero. Respecto a los sacramentos, Wyclif negó la
transubstanciación, si bien creía en la presencia real de Cristo, aunque no “materialmente o
corporalmente.” También condenó a la confesión como una institución diabólica, rechazó el celibato
sacerdotal y monacal como inmoral y nocivo para la Iglesia, y combatió las indulgencias, el culto de
los santos y las misas por los difuntos.
En cuanto a la Biblia, Wyclif tenía el más alto concepto de ella como la Palabra inspirada de Dios.
La contribución más positiva y permanente de Wyclif tuvo que ver precisamente con la Biblia, a la
que consideraba como autoridad final para la doctrina y la práctica cristianas. Para Wyclif, la Biblia
era la única fuente de la revelación. Por eso era importante que todos pudieran leerla y estudiarla
en su propio idioma. Entre los años 1382 y 1384 se hizo una traducción de la Vulgata al inglés, en la
que Wyclif tuvo una participación importante. Esta versión bíblica tuvo una gran circulación y ejerció
una importante influencia en el pueblo inglés.

Según él, la Biblia debía ser predicada al pueblo. Todavía no había imprenta y para llevar el
evangelio al pueblo, Wyclif comenzó a enviar a sus seguidores como predicadores, vestidos de
campesinos, con un báculo en la mano y de dos en dos. Estos predicadores llevaban copias de
pasajes bíblicos, que leían a las multitudes y luego los enseñaban de memoria. En el año 1408 el
arzobispo de Canterbury condenó las doctrinas de Wyclif y su traducción de la Biblia, y prohibió la
predicación sin licencia episcopal. Algunos seguidores de Wyclif, llamados “lolardos”, fueron
quemados, pero la semilla ya había sido sembrada. El pueblo ya sabía lo que era tener la Biblia en
su propio idioma.

Juan Huss (1373–1415). Bohemia (República Checa) era un estado eslavo dentro del Sacro
Imperio, en el que comenzó un movimiento de reforma similar al de Wyclif, caracterizado por un
retorno a la Biblia. El movimiento de renovación espiritual estuvo también acompañado de un
avivamiento del espíritu nacional. Al fundarse la Universidad de Praga (1348) llegaron, con algunos
profesores franceses, las ideas de reforma del clero, para terminar con los abusos en la Iglesia. Los
obispos en el país eran casi todos alemanes y no cumplían con el deber de la residencia, es decir, la
Iglesia checa estaba casi sin pastores.

Juan Huss era un sacerdote educado en la Universidad de Praga, donde llegó a ser profesor de
filosofía (1396) y más tarde rector (1402). Huss se transformó en el líder de dos movimientos: la
reforma religiosa y el nacionalismo checo. Huss era un gran predicador, que declaraba el señorío de
Cristo y no el de Pedro, y que de esta manera se opuso a todo lo que consideraba antibíblico en el
papado y en la Iglesia. El movimiento husita fue ayudado por los acontecimientos en Inglaterra, ya
que por el casamiento del rey inglés (Ricardo II) con una princesa de Bohemia (Ana), en 1382, se
iniciaron relaciones académicas entre las universidades de Oxford y Praga, la más importante del
Imperio. En Oxford los estudiantes checos recibieron la gran influencia intelectual y reformadora de
Wyclif y los lolardos. Huss mismo siguió la mayor parte de las doctrinas de Wyclif.

En Praga, el movimiento husita se identificó con el nacionalismo checo en rivalidad contra el


conservadorismo alemán. En 1409, el partido husita triunfó y los profesores y estudiantes no eslavos
se retiraron de Praga para fundar la universidad (alemana) de Leipzig. En 1410 ya era evidente que
esta división trascendía el ámbito local (Praga), nacional (Bohemia) e incluso imperial: se trataba de
una verdadera amenaza a la unidad de toda la Iglesia en Occidente. Por orden del Papa y del
arzobispo de Praga se quemaron los libros de Wyclif y se excomulgó a Huss, a quien se le ordenó
presentarse en el Concilio de Constanza. El rey Wenceslao le aconsejó que se presentara y el
emperador Segismundo le prometió su protección con un salvoconducto. Huss fue a Constanza
esperando participar de un debate teológico, pero fue tratado como hereje y encerrado en un
castillo. Allí fue sometido a varios interrogatorios, en los que no accedió a negar sus escritos y se
reafirmó en sus ideas. Finalmente, el Concilio lo condenó como hereje, lo degradó de su dignidad
sacerdotal, lo entregó al brazo secular, que lo condenó a morir en la hoguera en 1415.

Mientras Huss estaba preso en Constanza, en Praga sus seguidores se dividieron en dos partidos:
uno aristocrático, conocido como los utraquistas, y el otro más radical y democrático conocido como
los taboritas. Los utraquistas contaban con el apoyo del rey Wenceslao y los nobles. Eran partidarios
de la comunión bajo las dos especies del pan y del vino (sub utraque specie) en la celebración de la
eucaristía. Los taboritas tomaron su nombre de la ciudad de Tabor, y vencieron a los ejércitos
papales que intentaron una Cruzada contra ellos (decretada por una bula del papa Martín V en
1420). Del movimiento husita se desarrolló, a partir de mediados del siglo XV, la Unitas Fratrum,
que absorbió lo más importante del movimiento husita, y llegó a ser la antecesora espiritual del
movimiento moravo posterior.

Todos estos movimientos representaban un profundo reclamo de libertad de todo tipo de


opresión: religiosa, política, económica, social y cultural. Europa estaba cambiando; toda una
manera de entender la realidad y de estructurar la sociedad se estaba desplomando. Desde abajo
hacia arriba olas tras olas de levantamientos religiosos y sociales como el de los husitas taboritas,
expresaban el ideal de libertad de todo tipo de opresión y abusos de las grandes masas.

Alfred Weber: “Las guerras taboritas de los husitas no hubieran podido, a pesar de las
oposiciones nacionales, encender aquel indomable fanatismo que no dejó respirar a la
Alemania del sur durante diecisiete años y que, al mismo tiempo, la empapó con ideas
husitas, si no hubiera sido porque allí y entonces actuó eficazmente la primera gran fusión
de la voluntad popular de libertad con un mundo de ideas, revestido de ropaje religioso,
que se proyectó sobre aquel afán de liberación.”

Por otro lado, todos estos movimientos buscaban reformar a la Iglesia, que como institución
estaba sumida en la crisis más profunda de toda su historia hasta aquel momento. Pero hacia fines
del siglo XV todas las esperanzas de una Iglesia mejor terminaron por desvanecerse. Como vimos,
en 1493, Rodrigo Borgia, un hombre irreligioso e inmortal, tomó la corona pontificia con el nombre
de Alejandro VI. Roma se encontró nuevamente en manos de un principado italiano, gobernada por
un príncipe mundano y necesitada de una profunda limpieza. El trabajo reformista de Nicolás II,
León IX, Gregorio VII o Inocencio III fue como si no hubiese existido nunca. Pero, ¿quién iba a hacer
ahora la limpieza? La baja condición moral de la Iglesia y el papado, y el crecimiento de la disidencia
y el nacionalismo demandaban la voz y la acción de un reformador. El mundo estaba preparado para
la llegada de Martín Lutero.

RETROCESO EN ORIENTE

_ El impacto del Islam


El primer retroceso del cristianismo en Oriente se produjo a partir del siglo VII, con el avance
del Islam. El Islam ocupó la mitad del territorio que había sido del Imperio Romano y desplazó al
cristianismo de esas tierras en muchos casos en forma permanente. El Islam llegó también a ocupar
territorios hasta entonces más o menos cristianos en Asia oriental, central y próxima. En el siglo XI,
los turcos selyúcidas invadieron Asia Menor y provocaron las Cruzadas. Si bien las Cruzadas no
lograron sus objetivos principales, consiguieron contener la expansión musulmana hacia Occidente.

Hemos visto también la oportunidad que perdió el cristianismo durante el imperio de los Khanes
mongoles (1269–1294), y cómo las provincias occidentales de este imperio se hicieron musulmanas.
A fines del siglo XIII, otras tribus turcas, al mando de Otmán u Osmán, invadieron nuevamente Asia
Menor y después de destruir a los selyúcidas, ocuparon sus territorios y dejaron constituido un
imperio que se llamó otomano u osmanlí y que se caracterizó por su ferocidad y su fanatismo
religioso. Hacia 1368, con la expulsión de los mongoles de China por la dinastía Ming, los extranjeros
se vieron forzados a emigrar hacia Occidente y por segunda vez el cristianismo desapareció de la
China.

El avance turco otomano fue detenido por la invasión de los mongoles tártaros procedentes de
Asia Central, cuando un musulmán conocido como Tamerlán o Timur tomó el poder (1370). Sus
ejércitos saquearon toda Asia destruyéndolo todo, al punto que redujeron su población. Sometieron
todo el Cercano Oriente, Irán, Rusia, norte de India, incluso atacaron a los turcos otomanos, a
quienes vencieron en la batalla de Angora (1402). Los que escaparon de la masacre fueron
absorbidos por el Islam.

_ La caída de Constantinopla

En el segundo período de retroceso, Europa oriental se agregó a la lista de pérdidas cristianas,


especialmente después de la caída de Constantinopla en el año 1453. De este modo, la pérdida más
grande de territorios cristianos en manos del Islam se produjo con el surgimiento de los turcos
otomanos, una pequeña tribu turca sobre la frontera oriental del Imperio Bizantino en Asia Menor.
Como vimos, los turcos otomanos fundaron un Estado musulmán con un ejército casi invencible,
constituido en su mayoría por esclavos que, desde niños, habían sido entrenados para la guerra y
con un profundo odio hacia todo lo que fuera cristiano. En 1356 pasaron a Europa y hacia fines del
siglo XIV ocuparon los Balcanes, sometiendo al Imperio Bizantino.

A pesar del avance otomán, la vida religiosa de los Balcanes no decayó demasiado. En la segunda
mitad del siglo XIV la Iglesia Búlgara experimentó un avivamiento notable, con un aumento de la
literatura cristiana en idioma eslavo, bajo el patriarca de Constantinopla. La Iglesia Ortodoxa de
Servia también experimentó avivamiento al constituirse en patriarcado bajo el reinado del rey
Dushan. Bajo el dominio otomano, la Iglesia Servia se transformó en el símbolo del nacionalismo
servio. En Albania, por el contrario, la población se convirtió al islamismo.

Constantinopla se salvó del saqueo otomano en el siglo XIV porque Tamerlán, como vimos,
invadió Asia Menor y destruyó al Estado otomano. Les llevó cincuenta años a los turcos recuperarse,
pero después de la muerte de Tamerlán lo lograron. Obtenida su independencia, se dispusieron a
continuar con su política expansiva. En 1453, el sultán Mahoma II puso sitio a Constantinopla. La
lucha duró dos meses y finalmente la ciudad sucumbió bajo los otomanos. El emperador
Constantino XI luchó hasta el último momento pero cayó junto con su Imperio.

El último baluarte cristiano en Oriente, que había sobrevivido como capital del Imperio Romano
cristiano, estaba ahora en manos musulmanas al igual que las poblaciones cristianas del sudeste de
Europa. Este estado de cosas se mantuvo en algunos casos hasta fines de la Primera Guerra Mundial,
en 1918. La capital cristiana de Constantino cambió su nombre por el de Estambul y su templo más
extraordinario, la Iglesia de Santa Sofía, fue transformada en mezquita. El dominio de los otomanos
sobre toda la península Balcánica y Asia Menor provocó, directa o indirectamente gran cantidad de
transformaciones en todos los órdenes de la vida, y por ello este acontecimiento ha sido tomado
como punto de partida de una nueva edad histórica.

VITALIDAD EN OCCIDENTE

_ Perspectivas de una nueva era

Los “mil años de incertidumbre,” que van del 500 al 1500, muestran cómo la idea de
“cristiandad” llegó a ser el principio unificador de Europa occidental en lugar del Imperio Romano.
Occidente era el centro de toda actividad cristiana, dado que Oriente estaba prácticamente en
manos musulmanas. Hacia fines de estos mil años comienzan tres movimientos nuevos, que
produjeron profundos cambios en las vidas de los pueblos y de la Iglesia de Europa occidental.

Nuevo saber. Avivamiento del saber o Renacimiento son los nombres que se han dado a este
fenómeno. El redescubrimiento de la cultura greco-latina estimuló, primero en Italia y luego en el
resto de Europa, el surgimiento de un nuevo arte manifestado en la pintura, la arquitectura, la
escultura y la literatura. Los eruditos se interesaron por el estudio de la historia, la crítica histórica
y literaria, y la investigación e invención científica.

En el campo de la literatura hubo una clara separación entre la literatura cortesana y la


burguesa. Cada una representaba en realidad las dos corrientes que aparecieron en la Iglesia entre
agustinos y tomistas: la primera llevó a la ciencia experimental, mientras que la segunda al
misticismo. Como fruto del renacer científico apareció una serie de ensayos sobre geografía y
astronomía.

La mística alemana tuvo en este período su desarrollo literario más pleno. Una de sus
características más importantes fue una lucha intensa en la vida presente por trascender lo humano,
y lograr un estado de perfecta unión y comunión con Dios. La doctrina fundamental de los místicos
era el carácter absoluto de Dios y la insignificancia humana. Sus más excelsos representantes, la
mayor parte de ellos frailes dominicos, procuraron formular las vías para alcanzar una comunión
con Dios perfecta. Entre ellos cabe mencionar a Juan Ruysbroeck (1293–1381), Meister Eckhart
(1260–1327) y Juan Taulero (1300–1361). Sin embargo, la obra más difundida fue la Imitación de
Cristo, de Tomás de Kempis (1380–1471), una de las grandes obras devocionales de todos los
tiempos.
Albert Henry Newman: “Los escritos y sermones de los místicos alemanes hicieron una
profunda impresión sobre las mentes de un gran número de cristianos. Comparativamente
pocos fueron conducidos al extremo de la contemplación mística al cual llegaron los líderes.
Pero una fuerte corriente de una vida cristiana celosa, en oposición al cristianismo exterior
y formal que prevalecía, surgió de estos hombres y fue perpetuada por sus escritos. No fue
todavía una manera totalizadora de ver al cristianismo. Sin embargo, fue muy efectivo en
su oposición al formalismo muerto en el que el cristianismo había caído.”

El idealismo literario alcanzó su más alta expresión con dos autores italianos, Dante Alighieri y
Francisco Petrarca. En Dante Alighieri todo era medieval: su concepción del futuro del ser humano,
su fe en Dios, su noción política, y su amor sublimado a las más altas esferas. Dante escribió un
tratado, De monarquía, a favor de una monarquía universal encarnada en los emperadores
germánicos, y un tratado teológico de profunda raíz escolástica. Pero su obra más importante fue
la Divina Comedia (1307), poema de carácter alegórico, en el que personificaba al alma humana que,
guiada por la razón (representada por Virgilio) conocía el mal, los vicios y sus diversas
manifestaciones, así como los castigos de sufrían en el Infierno quienes se dejaron arrastrar por
ellos. Arrepentida, el alma era llevada al Purgatorio, donde se purificaba y conseguía la perfección
antes de que por la gracia y la teología (representada por Beatriz) pudiera conocer el misterio de la
Trinidad y la felicidad de contemplar a Dios. En esta obra, las ideas teológicas, las ciencias y la poesía
alcanzan un grado sublime. La obra representa el espíritu humanista cristiano del siglo XIII.

El otro escritor destacado fue el poeta y humanista Petrarca. Escribió Secretum, posiblemente
inspirada en las Confesiones de Agustín de Hipona, y Los triunfos, que es una visión alegórica
típicamente medieval. Petrarca escribió en latín y en lengua vernácula, y con su trabajo inició la
poesía renacentista e influyó sobre toda la lírica europea moderna.

La invención de la imprenta en 1450 permitió a más personas participar de este nuevo saber.
Los navegantes competían unos con otros en sus viajes de exploración y descubrimiento. Todo esto
elevó el nivel de educación y conocimientos y aumentó el interés de las personas por el mundo.
Todo esto resultó sumamente amenazador para la Iglesia y el papado, que a lo largo de los siglos se
habían considerado los únicos poseedores y administradores de la verdad y, en consecuencia, de la
educación.

Paul Johnson: “De esta forma, el Nuevo Saber chocó por primera vez con la Iglesia
establecida. Pero el conflicto era inevitable. Ahora, los hombres podían estudiar los textos
griegos y hebreos originales, y compararlos con la versión recibida en latín y considerada
sacrosanta durante siglos en Occidente … Cuando los hombres comenzaron a mirar los
textos con criterios diferentes, advirtieron muchas cosas que los incomodaron o
entusiasmaron. El mensaje del Nuevo Saber de hecho era éste: gracias a la acumulación del
saber alcanzaremos una verdad espiritual más pura.”

Nuevas tierras. En Europa misma, los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón)
lograron la reconquista total de su territorio en España de manos de los musulmanes (1492), a
quienes expulsaron al igual que a los judíos. Los que se quedaron fueron obligados a hacerse
cristianos. La victoria definitiva de la Reconquista no sólo significó la integración territorial de la
Península Ibérica sino también la configuración territorial de la Europa cristiana. La cristiandad
europea occidental por fin contaba con un territorio sin la presencia de pueblos con una fe diferente
o ajena al cristianismo.

Fuera de Europa, en el siglo XV los europeos navegaron hacia el sur de África y Asia por primera
vez. A fines de este siglo y comienzos del siguiente los marinos europeos descubrieron el continente
americano y las islas del Pacífico. Pronto se inició el comercio con estos territorios, hasta que esto
se transformó en la actividad más importante. El avance de los europeos sobre nuevas tierras de
ultramar fue posible gracias a varios desarrollos técnicos importantes durante el siglo XV. La
cartografía mejoró notablemente gracias al cambio revolucionario provocado por Nicolás Copérnico
(1473–1543), quien rechazó la tradicional comprensión “geocéntrica” del universo y planteó su
teoría “heliocéntrica.” Entre otras cosas, ésta cosmovisión le quitó a la astrología, muy popular por
aquel entonces, todo fundamento.

A partir de aquí y debido a la influencia que la “revolución copernicana” tuvo sobre los marinos
portugueses y españoles, o al menos aquéllos al servicio de la Península Ibérica, comenzó la
búsqueda comprobatoria de las teorías expuestas sobre la esfericidad de la Tierra, por diferentes
estudiosos, escritores y cartógrafos. Cristóbal Colón no fue ajeno a la literatura de la época. Pero
recién en el primer viaje de circunnavegación iniciado por Magallanes y llevado a feliz término por
Elcano, pudo afirmarse fehacientemente que la Tierra era una esfera.

No obstante, el descubrimiento más importante de estos años no fueron meramente nuevos


territorios sino los nuevos pueblos que habitaban en ellos. La enorme diversidad de estos pueblos
en términos de sus culturas, cosmovisiones, religiones y sistemas de organización social y política,
resultó en un gran desafío misionero. Fue esta realidad humana no cristiana la que motivó a los
primeros europeos en aventurarse a ultramar y a considerar la necesidad de evangelizar a estos
pueblos. De allí que, junto con la expansión colonial, las primeras potencias de ultramar se
involucraron en la difusión de la fe cristiana, dando origen a importantes movimientos misioneros
de la Iglesia Romana.

Nueva vida. Después del 1200 comenzó a sentirse la necesidad de una profunda renovación en
la Iglesia occidental. Monjes y frailes, laicos y rebeldes, teólogos y oficiales de la Iglesia trataron de
reformarla. Se lograron algunos cambios importantes, pero quedaron pendientes muchos
problemas serios. Al fin de los mil años, en diferentes lugares y por diferentes razones, mucha gente
todavía veía la necesidad de una reforma en la Iglesia. Los caminos que se ensayaron para lograrlo,
como vimos, fueron diversos. Algunos optaron por el levantamiento social y violento; otros
siguieron el camino de la protesta religiosa y la disidencia. Todos los sectores sociales estuvieron
involucrados en los procesos de cambio y sintieron la necesidad de vitalizar a una Iglesia que parecía
moribunda. Desde sus filas, hubo quienes propusieron los caminos del conciliarismo, el misticismo
y el humanismo, como vías posibles para darle a la Iglesia una vida nueva, y esto preparó el camino
para el período de reformas que vendría a partir del siglo XVI.
William H. McNeill: “El conciliarismo, el misticismo y el humanismo cristiano contribuyeron
de diversas maneras a la Reforma Protestante: el conciliarismo atacando la monarquía papal
e insistiendo en que los laicos debían participar con el clero en el gobierno de la Iglesia; el
misticismo recalcando la posibilidad de un acercamiento individual a Dios sin la mediación
de los sacerdotes; y el humanismo por su crítica racionalista y a menudo aguda de los abusos
constantes que ocurrían en la Iglesia. Ciertamente ya reinaba un vago descontento con la
Iglesia, y cuando el papado volvió a entronizarse en Roma, se enredó en la política italiana
y no se ocupó seriamente de la Reforma, el camino quedó allanado para que la personalidad
de Lutero hiciese explotar el descontento latente.”

CUADRO 12 - CARACTERÍSTICAS DE UNA NUEVA ERA

Sociales:

- Contraste entre las minorías—clero y nobleza—y la enorme masa de pequeños burgueses,


artesanos y campesinos.

- Enriquecimiento de una pequeña minoría de burgueses, que actúa como nobleza.

Económicas:

- Búsqueda de nuevas rutas de comercio, por el cierre del mar Mediterráneo, aparición de
empresas, bancos y casas de cambio, principio de la economía capitalista (capitalismo
comercial).

Políticas:

- Establecimiento de monarquías absolutas.

- Disminución de la importancia y papel de los parlamentos.

Técnicas:

- Conocimiento y perfeccionamiento de la brújula, el astrolabio, el timón vertical. Nuevas


embarcaciones: más seguras, veloces y de mayor calado.

- Aparición de la imprenta de tipos movibles.

- Aparición de la pólvora, invento de las armas de fuego.


Culturales:

- Difusión masiva de las ideas gracias a la imprenta.

- Desarrollo de las lenguas vernáculas y las controversias religiosas por la traducción de la Biblia
y la predicación al pueblo en su lengua.

- Difusión de manuscritos grecorromanos por sabios emigrados de Constantinopla.

- Restauración de ideales clásicos e imitación de formas artísticas de Grecia y Roma.

Religiosas:

- Cuestionamiento de la autoridad del clero y el Papa, lo que aceleró el rompimiento de la


unidad del cristianismo.

- Búsqueda de independencia respecto de la autoridad episcopal por parte de las


universidades.

_ Nuevas modalidades

Estos tres movimientos (nuevo saber, nuevas tierras, nueva vida) determinaron las nuevas
modalidades que la Iglesia habría de asumir en la nueva edad, la Edad Moderna. El Renacimiento
llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y en sí mismos de una manera
nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe. El segundo movimiento puso a los europeos en
contacto con cinco continentes y numerosos pueblos, y esto abrió el camino para pensar en una
Iglesia realmente “mundial”, pero al mismo tiempo llevó a la dominación colonial de la mayor parte
del mundo por los europeos occidentales. El tercer movimiento llevó a la división de la Iglesia en
Europa occidental y al desarrollo de diversos intentos reformistas.

De todos los factores apuntados, posiblemente el más importante como gestor de profundos
cambios en la cristiandad occidental fue el humanismo. Partiendo de la base de que los valores
humanos constituyen el centro fundamental de la sociedad, los humanistas proyectaron su atención
sobre la antigüedad clásica y se dedicaron al estudio del ser humano y de su obra. Estaban decididos
a encontrar los ideales o modelos de las formas humanas, literarias, artísticas, históricas, filosóficas
y religiosas, que les sirvieran de ejemplo y paradigma para promover una educación y un estilo de
vida humanístico y cristiano. En general, sus intenciones no eran meramente académicas, sino que
procuraban la defensa del ser humano ante la amenaza que representaba para su libertad moral y
espiritual, la excesiva preponderancia de los valores secundarios: económicos, políticos o biológicos.
Por cierto, los humanistas aspiraban también a liberar a la fe cristiana de toda opresión clerical,
eclesiástica y dogmática.
El humanismo fue una revuelta contra muchos aspectos del pensamiento y la sociedad
medieval. Los humanistas consideraban que la cultura de la Edad Media era obsoleta e inadecuada.
El centro de la vida se había desplazado del campo a la ciudad. La economía natural antigua basada
sobre el trabajo de la tierra había sido suplantada por una nueva economía que se nutría del
comercio, la artesanía y una población urbana. El capitalismo comercial estaba naciendo y los
burgueses urbanos estaban reemplazando a la nobleza como líderes de la comunidad. Al irse
complicando cada vez más las bases materiales de la estructura social, los ideales tradicionales
comenzaron a sufrir un profundo proceso de transformación. Por ello mismo, los humanistas
admitían la necesidad de liberar a la Iglesia de las superestructuras mundanas e históricas que
parecían deformarla, y querían desatar a la cultura cristiana de sus vínculos con las deformaciones
provocadas por la filosofía medieval (escolástica) y las supersticiones. Para ello, procuraron formular
una síntesis de la cultura clásica, preferentemente de orientación platónica, con el cristianismo. En
este sentido, los humanistas fueron la partera de una nueva cultura, la cultura del Renacimiento, y
de una nueva Iglesia, la Iglesia de la Reforma.

Este resultado inesperado y desafortunado, que separó a los protestantes y los católicos, no
sólo fue irreversible, sino que más tarde continuó con su proceso divisionista con el surgimiento del
denominacionalismo (a partir de la segunda mitad del siglo XVIII). Esto, a su vez, llevó bastante más
tarde a otro movimiento que procuró reunir la Iglesia dividida sin lograrlo: el movimiento ecuménico
(segunda mitad del siglo XX).

GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 1350–1500.

_ El segundo retroceso

Hacia el año 1500 terminaron los “mil años de incertidumbre” con un futuro que no era menos
incierto. Alguien contemplando la realidad del cristianismo en el mundo al filo del año 1500 y
proyectando su mirada hacia atrás a los diez siglos precedentes y hacia delante al futuro que podía
anticiparse, hubiese visto un panorama oscuro y deprimente. Si bien aquí y allí habría descubierto
algunas luces brillando con pálido esplendor, el conjunto se le habría presentado desolador, tanto
en Oriente como en Occidente.

La Iglesia Ortodoxa Oriental. Mientras España era poco a poco recuperada totalmente para el
cristianismo a través de los largos y penosos años de la Reconquista, la Iglesia Oriental sufría los
estragos producidos por el Islam. Para el año 1500 los turcos otomanos musulmanes ya habían
cruzado a Europa y habían colocado una cuña en la cristiandad europea, que todavía avanzaría más
en las primeras décadas del siglo XVI. Constantinopla ya había caído en el año 1453 y se perdió de
manera definitiva para la fe cristiana. Sin el Imperio Bizantino que la había sostenido, la Iglesia de
Oriente estaba maltrecha y sólo habría de encontrar vitalidad y fuerza en Rusia y a través del
movimiento monástico que se desarrolló allí.

La Iglesia Católica Romana. Para el año 1500 esta Iglesia acababa de dividirse debido a conflictos
de tipo nacional. El nacionalismo era ahora el nuevo factor perturbador y todavía habría de
ocasionar mayores problemas para la institución eclesiástica. Poco a poco el papado iba perdiendo
poder e influencia sobre los nuevos reinos nacionales, que se tornaron cada vez más absolutistas y
seculares. Las cumbres de prestigio y poder de poco tiempo atrás se habían perdido definitivamente
y nunca más habrían de recuperarse.

_ Promesa de recuperación y nuevo avance

La Iglesia Ortodoxa Oriental. Esta Iglesia encontró un nuevo respaldo en el Gran Ducado de
Moscú. Liberado de la subordinación a los mongoles de la Horda de Oro (ahora musulmanes) hacia
el año 1400, el patriotismo ruso encontró su unidad nacional en torno a la religión cristiana. Cuando
cayó Constantinopla (la Segunda Roma), Moscú fue proclamada como la Tercera Roma, y su
gobernante recibió el título de Zar (César). Desde esta nueva capital se produciría un nuevo
movimiento de expansión cristiana hacia Oriente.

La Iglesia Católica Romana. Manifestó dos señales de nueva vida. Las voces que se levantaban
en rebelión contra Roma no eran sólo negativas y destructivas. Las enseñanzas de Wyclif viajaron
de Oxford a Praga y sus ideas se difundieron ampliamente por toda Europa. Wyclif y Huss abogaban,
entre otras cosas, por un retorno a la Biblia. Este énfasis fue por demás de significativo ya que
proveyó al período de la Reforma de uno de los secretos de su renovado vigor cristiano. Con la
invención de la imprenta, los libros pudieron ser leídos por un número mayor de personas, y esto
significó una rápida difusión de la Biblia y las nuevas ideas. Todo esto dio comienzo a un movimiento
de nueva vida en una cristiandad hasta entonces decadente, y habría de ser una de las razones del
próximo avance del cristianismo.

El cierre de Asia por los musulmanes afectó al comercio europeo e hizo necesaria la búsqueda
de nuevas rutas hacia Oriente. Antes de terminar este período esas rutas fueron halladas. España
envió a Colón en procura de Oriente por el oeste en 1492; Portugal envió a Vasco de Gama en
procura de Oriente por el sur, siguiendo el litoral africano, en 1497. Ambos esfuerzos representaban
a un mundo nuevo que se abría y ampliaba. Apareció también un nuevo celo cristiano en la vida y
la devoción de la cristiandad occidental. Bajo los auspicios de las mayores potencias de entonces,
España y Portugal, la Iglesia Católica Romana comenzó un nuevo y más amplio movimiento
misionero, siguiendo las nuevas rutas abiertas por los descubridores y conquistadores. Ésta llegará
a ser la expansión territorial más grande que experimentará cristianismo en todos los siglos hasta
entonces. Una nueva era estaba comenzando.

GLOSARIO

abuna: del árabe, que quiere decir “padre nuestro,” era el obispo o jefe de la Iglesia abisinia o etíope.

beneficio eclesiástico: cualquier cargo eclesiástico; renta anexa al mismo. Conjunto de bienes cuya
renta es propiedad de un clérigo que generalmente ostenta una dignidad eclesiástica
(frecuentemente canónigos); normalmente esta renta era vitalicia.
Camera: o Cámara Apostólica era el erario o tesoro de la Santa Sede y la junta que los administraba.

canonjía: renta de los canónigos de una catedral.

Curia: la Curia romana es el conjunto de congregaciones y tribunales que existen en la corte


pontificia para el gobierno de la Iglesia Católica. Este cuerpo gubernamental mediante el cual el
Papa administra la Iglesia ha ido evolucionando a través de su historia.

Estados Generales: nombre dado en Francia a las Asambleas generales de la nación que se
constituían con la nobleza, el clero y el tercer estado (estado llano) del reino, convocados por el rey
para tratar con él asuntos importantes concernientes al bien del Estado. Terminaron en 1789.

estamento: estrato social de carácter más cerrado y rígido que el de una clase social y menos que
el de una casta. La sociedad feudal de la Europa medieval constituyó el modelo primario del sistema
estamental. Los derechos y deberes de los miembros de un estamento estaban definidos por ley y
la pertenencia al mismo era principalmente de carácter hereditario. Sin embargo, existía alguna
posibilidad de movilidad ascendente, no tanto entre estamentos como dentro de los mismos,
debido a que cada uno incluía una amplia variedad de ocupaciones y niveles socioeconómicos.

flagelantes: grupos que en la Edad Media estaban bajo la influencia de una forma de histeria
religiosa y practicaban una penitencia rigurosa andando descalzos y azotándose el cuerpo hasta
sangrar. Su surgimiento estuvo ligado a épocas de plagas y hambrunas, especialmente la Peste
Negra de mediados del siglo XIII.

humanismo: término genérico que designa la actitud mental y espiritual de considerar al ser
humano como el eje esencial a cuyo alrededor gira la vida filosófica, literaria, artística, científica,
política y religiosa.

iglesia autocéfala: aquella iglesia nacional que forma parte de la Iglesia Ortodoxa Oriental y está en
comunión con Constantinopla, pero es gobernada por su propio sínodo nacional.

iglesia uniata: iglesia del rito oriental que, independientemente de mantener una serie de normas
propias en materia litúrgica y administrativa, aceptan la jurisdicción universal del Papa.

legado: representante que una suprema potestad civil o eclesiástica enviaba a otra. Un legado papal
era generalmente un cardenal enviado extraordinariamente por el Papa para que lo representara
cerca de un gobierno o en un Concilio.

mamelucos: del árabe “esclavo”. Eran descendientes de turcos de Rusia que habían sido vendidos
a Egipto. Muchos se hicieron soldados en el ejército egipcio y ascendieron en sus rangos. En 1250
derrocaron al sucesor de Saladino y establecieron un nuevo sultanato, que se extendió militarmente
por todo Egipto y Palestina, Siria y partes de Armenia.

nacionalidad: pertenencia e identificación con una nación específica. El término es esencialmente


político e implica a un grupo que comparte rasgos culturales comunes, incluyendo una lengua y una
historia común.
pirámide social: estratos sociales concebidos como formando, aproximadamente, una pirámide,
con los estratos más bajos (que son los más numerosos) en la base y las clases altas (menos
numerosas) en la cúspide (la parte más estrecha).

prebenda: parte de la propiedad o de las rentas de una catedral o de una colegiata (iglesia colegial
atendida por un grupo de clérigos) asignada a una canonjía de esa catedral o colegiata.

Signatura: tribunal de la corte pontificia, formado de varios prelados, en el cual se decidían y


resolvían diversos asuntos de concesiones papales o de justicia. Su tarea principal era examinar
todos los pedidos de concesiones hechos al Papa. Fue establecida como departamento fijo durante
el pontificado de Sixto IV.

SINOPSIS CRONOLÓGICA
1337–1453 Guerra de los Cien Años.

1347 Nace Catalina de Siena.

1348–1349 Epidemia de la Peste Negra.

1349 Muerte de Guillermo de Occam.

1353–1363 El cardenal Albornoz restablece los Estados


Pontificios.

1354–1378 Alejo, metropolitano de Moscú.

1357 Constitución de Albornoz para los Estados


Pontificios.

1358 Jacquerie, revuelta de los campesinos franceses.


1361 Muerte de Juan Taulero.

1378–1417 Gran Cisma de Occidente.

1379 Wyclif empieza a enseñar su doctrina sobre la


eucaristía.

1380 Oxford condena a Wyclif.

1381 Revuelta de los campesinos ingleses. Muere


Ruysbroeck.

1402 Juan Huss comienza a predicar. Rector de la


Universidad de Praga.

1409 Concilio de Pisa. Tres papas.

1410 Huss es convocado a Roma.

1413–1414 Rebelión de los lolardos.

1414–1418 Concilio de Constanza.

1415 Huss es quemado vivo en Constanza.


1416 Jerónimo de Praga es quemado vivo en
Constanza.

1417 Elección del papa Martín V.

1420 Cuatro Artículos de Praga. Primera Cruzada


contra los husitas.

1420–1431 Las guerras husitas en Bohemia.

1427 Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis.

1431 Juana de Arco quemada viva en Ruán.

1431–1449 Concilio de Basilea.

1433 Segismundo es coronado emperador en Roma.

Acuerdos de Praga entre el Concilio y los husitas.

1438 El papa Eugenio IV traslada el Concilio.

1439 Unión de la Iglesia Griega y la Iglesia Latina.

1447 Nicolás V, Papa renacentista.


1448–1461 Jonás, metropolitano de Rusia, se independiza
de Constantinopla.

1453 Caída de Constantinopla por los turcos


otomanos.

1456 Gutemberg imprime la primera Biblia en


Maguncia.

1458–1464 Pontificado de Pío II (Enea Silvio Picolomini).

1460 Bula Exsecrabilis contra las apelaciones a un


Concilio.

1464 Muerte de Nicolás de Cusa.

1465 Empieza la imprenta en Italia.

1467 Se establece en Bohemia una Iglesia separada.

1469–1492 Lorenzo de Médicis, príncipe de Florencia.

1474–1504 Isabel la Católica, reina de Castilla.

1479–1516 Fernando el Católico, rey de Aragón.


1484 Bartolomé Díaz da vuelta al Cabo Buena
Esperanza.

1490 Savonarola en Florencia.

1492 Los Reyes Católicos conquistan Granada.

Expulsión de los judíos de España. Colón


descubre América.

Iván III el Moscovita proclama a Moscú como la


“Nueva Constantinopla.”

1492–1503 Pontificado de Alejandro VI Borgia.

1493 Promulgación de la bula “Intercaetera” por


Alejandro VI.

1494 Tratado de Tordesillas.

1497 Vasco da Gama: los portugueses desplazan a los


moros de partes de África.

1498 Ejecución de Savonarola.

1500 Llegada de la flota de Cabral al Brasil (con


franciscanos a bordo).
1513 El Príncipe de Maquiavelo.

1516 Nuevo Testamento Griego de Erasmo de


Rotterdam.

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. “Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo sistema feudal
y la opresión del papado romano.” ¿Cuál era?

2. Menciona diez métodos usados por la Iglesia Romana para obtener los recursos necesarios.

3. ¿Con qué reyes tuvo conflictos el papa Bonifacio VIII? ¿Qué hicieron éstos?

4. ¿Cuál es el nombre del período histórico en el que el papado instaló su sede en Aviñón (Francia)?

5. ¿Qué dos cosas hizo Clemente V que le valieron una crítica severa?

6. ¿Quién fue el Papa que por primera vez pensó en trasladar la sede papal de Aviñón a Roma?

7. Explica con tus propias palabras cómo la elección papal de 1377 llevó a lo que se conoce como
Gran Cisma de Occidente.
8. ¿Qué países reconocieron al Papa de Roma y cuáles al Papa de Aviñón durante el Gran Crisma, y
por qué razón?

9. Menciona dos profesores universitarios que sugirieron cómo podía terminarse con el Gran
Crisma. ¿Qué sostenían?

10. Indica la fecha de los siguientes Concilios: Pisa, Constanza, Pavía, Basilea, Ferrara-Florencia.

11. ¿Por qué razones fracasaron estos concilios?

12. ¿Quién fue Pedro de Bruys y qué hizo?

13. ¿Quién fue Enrique de Lausana y qué hizo?

14. ¿Quién fue Arnaldo de Brescia y qué hizo?

15. ¿Quién fue Pedro Valdo y qué hizo?

16. ¿Cuáles fueron las ideas más importantes de Pedro Valdo?

17. ¿Cuál fue la reacción del Papa a la enseñanza de Wyclif?

18. ¿Cuál fue la contribución más positiva y permanente de Wyclif a la Iglesia?

19. ¿Quién fue Juan Huss y qué hizo?


20. Los husitas se dividieron en dos partidos, ¿cómo eran y cómo se llamaban?

21. ¿Quién fue Tamerlán?

22. ¿Qué tribu musulmana causó la pérdida más grande de territorios cristianos? ¿Qué tipo de
ejército tenían?

23. ¿Por qué Constantinopla no cayó bajo los turcos otomanos cuando esta tribu cruzó de Asia a
Europa en 1356?

24. ¿Por qué afirma el autor que entre los años 500 y 1500 Occidente fue el centro de toda actividad
cristiana?

25. ¿Qué tres tipos de movimientos produjeron profundos cambios en las vidas del pueblo y la
Iglesia en Europa occidental a fines de la Edad Media?

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y 3):

1. Menciona cuatro pasos en el proceso de deterioro de las pretensiones papales.

2. “Los tiempos habían cambiado.” ¿Qué quiere decir el autor con esta expresión?

3. ¿Cuál fue el resultado principal del Concilio de Pisa?

4. ¿Cuál fue el resultado principal del Concilio de Constanza?

5. Menciona los tres propósitos de Concilio de Basilea.


6. ¿Qué pensaba Wyclif acerca de la Iglesia?

7. ¿Qué pensaba Wyclif acerca de la Biblia?

8. Describe cómo los seguidores de Wyclif transmitían la Biblia al pueblo.

9. “El movimiento husita fue ayudado por los acontecimientos en Inglaterra.” Describe estos
acontecimientos.

10. Menciona algunas características del Renacimiento.

Tareas avanzadas (para el nivel 3):

1. Explica con tus propias palabras qué entendía Wyclif por “dominio de la gracia.”

2. Wyclif consideraba a la Biblia “como autoridad final para la doctrina,” aun por sobre la Iglesia.
¿Qué pensaban las autoridades eclesiásticas de su día acerca de esta convicción? ¿Cuál es tu propia
opinión?

3. En días de Wyclif, muchas personas se sentían insatisfechas con la Iglesia y procuraban cambiarla
de alguna manera. ¿Cuál es la mejor manera de demostrar la desaprobación hacia el estado de la
Iglesia? ¿Abandonarla o procurar cambiarla desde adentro? Presenta razones para tu respuesta.

4. Explica la afirmación del autor, cuando dice: “El trabajo reformista de Nicolás II, León IX, Gregorio
VII o Inocencio III era como si no hubiese existido nunca.” ¿Se puede afirmar que el trabajo de
muchos grandes cristianos ha sido inútil?

5. En un párrafo breve presenta tu propia evaluación del impacto del humanismo sobre el
cristianismo.
TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: Retroceso en las Iglesias Orientales.

Lee y responde:

“La caída de Constantinopla en 1453 produjo el fin de todo imperio cristiano en su forma
bizantina. La caída del Imperio Mongol en China aproximadamente un siglo antes produjo un fuerte
movimiento nacional contra las religiones foráneas, y así el segundo eclipse del movimiento
cristiano allí. Por todas partes en Asia los gobernantes mongoles experimentaron conversiones a
gran escala a la fe islámica de la mayoría de sus súbditos en el siglo XIV. Los cristianos fueron
generalmente los perdedores en las consecuencias de estas conversiones. El reinado breve pero
sangriento de Timur Lenk aceleró la declinación rápida de las iglesias a través de Asia central, Persia
y Mesopotamia. El surgimiento de los otomanos en Anatolia disminuyó todavía más la presencia
cristiana en Asia occidental.

Después de 1453, el patriarca ecuménico quedó sujeto a los gobernantes otomenos, que eran
musulmanes. En Europa oriental, Serbia, Bulgaria, Macedonia y Grecia fueron todas puestas
también bajo el gobierno otomano. El efecto sobre las iglesias en estas regiones no sólo fue limitar
su acceso al poder sino disminuir su número a través de guerra y conversión. La única excepción
entre las iglesias en la familia de la ortodoxia bizantina fue Rusia, que pronto iba a ser proclamada
como una Nueva Constantinopla e incluso la Tercera Roma. Junto con el reino de Etiopía, Rusia fue
el único Estado fuera de Europa occidental a fines del siglo XV donde reyes cristianos ejercieron el
gobierno político.

Después de mil quinientos años, el movimiento cristiano se encontró en una situación más bien
desproporcionada. La mayoría de los cristianos del mundo residía en la Europa occidental. La cultura
dominante de Europa occidental era virtualmente sinónimo de la cristiandad latina. Las instituciones
sociales y políticas estaban conformadas por la gente de la Iglesia. Los ejércitos occidentales
marchaban a favor de impulsos cristianos tanto como políticos y nacionales. Estos mismos ejércitos,
acompañados de frailes y seguidos por mercaderes, pronto iban a esparcirse por todo el mundo en
la nueva fase de expansión cristiana que acompañó al colonialismo europeo.”

- ¿Cuáles han sido las consecuencias de las circunstancias políticas que se describen en estos
párrafos sobre el desarrollo del testimonio cristiano hasta el presente?

- ¿Hasta qué punto la cristiandad ortodoxa rusa expresó un carácter fuertemente nacional y cuán
significativa fue en preservar esa identidad nacional hasta nuestros días?
- ¿Qué ventajas o desventajas puedes mencionar en relación con el hecho de que para el año 1500
el cristianismo estaba representado mayormente por la cristiandad latina?

TAREA 2: La teoría conciliar.

Lee y responde:

Haec Sancta: “Primero [este Concilio] declara que, reunido legalmente en el Espíritu Santo,
constituyendo un concilio general y representando a la Iglesia Católica militante, ostenta poder
directamente de Cristo; y que cada uno de cualquier estado o dignidad que sea, incluso papal, está
obligado a obedecerlo en aquellas cosas que pertenecen a la fe, y a la erradicación del dicho cisma,
y para la reforma general de la dicha Iglesia de Dios en cabeza y en miembros. Ítem, declara que
quienquiera, de cualquier condición, estado o dignidad que sea, incluso papal, que contumazmente
se niegue a obedecer los mandados, leyes u ordenanzas o preceptos de este santo sínodo, o de
cualquier otro concilio que sea que se reúna conforme a la ley, en relación de lo anterior o de
asuntos pertenecientes a ellos, hecho o para hacerse, estará sujeto a un castigo bien merecido, a
menos que se arrepienta, y será debidamente castigado, incluso teniendo que recurrir a otros
apoyos de la ley, si eso es necesario.”

Frequens: “La realización frecuente de concilios generales es una manera preeminentemente buena
de cultivar el patrimonio de nuestro Señor … El descuido de los concilios, por otro lado, esparce y
promueve los males anteriores. Esta conclusión es puesta bajo nuestras narices por el registro de lo
que ha ocurrido en el pasado y por las reflexiones sobre la situación presente. Por esta razón por un
edicto perpetuo, establecemos, promulgamos, decretamos y ordenamos que el primero tendrá
lugar en cinco años inmediatamente después del final de este concilio, y el segundo en siete años
de ese concilio que siga inmediatamente; y después ellos tendrán lugar de diez a diez años por
siempre.”

- El Concilio de Constanza, apoyado por todas las potencias europeas, resolvió la crisis del Gran
Cisma deponiendo a los tres papas y nombrando a Martín V. El Concilio afirmó su postura “conciliar”
a través del decreto Haec sancta y en Frequens intentó asegurarse la realización futura de concilios.
¿Cuán efectivos resultaron estos concilios en resolver los problemas que afligían a la Iglesia en aquel
tiempo?

- ¿Cómo se resuelven los problemas de divisiones, controversias, doctrinas erróneas o conflictos de


poder en tu iglesia local y denominación?
- ¿Qué importancia le asignas a la discusión abierta y el diálogo entre cristianos para la resolución
de los problemas o circunstancias que nos mantienen separados en iglesias o denominaciones
diferentes?

TAREA 3:

Copia o calca un mapa que incluya Europa, Cercano Oriente y norte de África, y marca en él las
siguientes ciudades: Alejandría – Antioquía – Aviñón – Basilea – Canterbury – Constantinopla –
Constanza – Florencia – Jerusalén – Kiev – Mesina – Moscú – Nápoles – Nicea – Nicomedia –
Novgorod – Otranto – Oxford – París – Pisa – Praga – Roma – Ruán – Tolosa.

DISCUSIÓN GRUPAL

1. ¿Pueden pensar en algún invento del siglo XX o XXI que haya ejercido una influencia tan grande
sobre la expansión del cristianismo, como la que tuvo la introducción de la imprenta en Europa en
el siglo XV? ¿Hay alguna relación entre el desarrollo tecnológico y científico y el progreso del
cristianismo?

2. “El Renacimiento llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y en sí mismos
de una manera nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe.” ¿Cómo la afectó, positiva o
negativamente? Algunos cristianos han dicho que la Iglesia no tendría que haberse identificado con
el Renacimiento, porque estaba basado sobre las ideas paganas de la antigua Grecia y Roma. ¿Cuál
es la opinión de ustedes?

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La iglesia de nuestros padres, 130–141.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 136–174.

González, Historia del cristianismo, 1:453–557.

Knowles, Nueva historia de la Iglesia, 2:407–469.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:703–789.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:303–343.

Puiggrós, El feudalismo medieval, 130–139.

Romero, La Edad Media, 75–101; 180–209.


Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 76–84.

Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 292–334.


UNIDAD 4

Los problemas de la Cristiandad medieval


INTRODUCCIÓN

El gran historiador del cristianismo, Kenneth S. Latourette, calificó a la Edad Media como “los
mil años de incertidumbre.” Probablemente no hay una mejor manera que ésta para evaluar un
período tan dilatado y complejo, como el que representan los diez siglos que van del año 500 al
1500. Fue en estos siglos donde la cristiandad oriental, al tiempo que se expandió “hasta lo último
de la tierra,” sufrió también serios reveses de todo orden que pusieron en vilo su continuidad
histórica. Mientras tanto, en Occidente, es notable la manera providencial en que el testimonio
cristiano logró sobrevivir a pesar de las enormes dificultades internas y externas que experimentó a
lo largo de los siglos.

En ambos casos, el testimonio cristiano no creció con la velocidad y en la profundidad que


alcanzó en los primeros quinientos años. Si bien la fe en Jesucristo estuvo cruzando
permanentemente nuevas fronteras, también es cierto que su crecimiento y expansión fueron
mucho más lentos que en el primer período. Habrá que esperar hasta después del año 1500 para
ver al cristianismo esparcirse de manera significativa, al menos en un sentido geográfico.

Esta pérdida de dinamismo expansivo puede ser atribuida a numerosos factores, tanto internos
como externos. Indudablemente los de carácter interno fueron los más significativos y los más
difíciles de resolver. No obstante, a pesar de los enormes altibajos por los que atravesó el testimonio
cristiano en este período, la fe cristiana estaba mucho más y mejor establecida, tanto dentro como
fuera del mundo del mar Mediterráneo, en el año 1500 que en el 500. Su influencia e impacto eran
notables sobre la cultura y la sociedad. La cosmovisión que se acrisoló a lo largo de la Edad Media
especialmente en Europa occidental habría de tener efectos duraderos, llegando hasta nuestros
días.

No obstante, la vida y mentalidad cristiana que resultó de tan gigantesca mezcla de ingredientes
tan diversos y a lo largo de tanto tiempo, no se dio sin el padecimiento de los fuegos inevitables de
serias crisis históricas. Los problemas ideológicos prevalecieron, en términos de las relaciones de los
individuos y las sociedades con un sistema de ideas independientes que reflejan, racionalizan y
defienden los intereses propios y los compromisos institucionales. En la esfera social, moral,
religiosa, política o económica, estos problemas ideológicos tuvieron un fuerte impacto. La
resolución de estos problemas fue necesaria a fin de encontrar las mediaciones más adecuadas para
la acción en cada uno de los campos mencionados.

Las controversias teológicas del período agregaron peligrosos elementos negativos, porque en
casi todos los casos restaron energía a la Iglesia y entretuvieron a los cristianos en cualquier cosa
menos el cumplimiento de la misión. Pero, a su vez, ayudaron a madurar un consenso en cuanto a
la fe según debía ser creída y enseñada, a evitar herejías e interpretaciones del evangelio que podían
liquidarlo o desnaturalizarlo y a encontrar una línea clara de identidad en medio de un océano de
ideas y corrientes diferentes. Por otro lado, estos debates aportaron ricos elementos para la
comprensión de la fe propia, que facilitaron su comunicación a otros que no la conocían o
experimentaban.

Algo similar ocurrió en la esfera de lo cúltico y la estructura de la comunidad de fe. El período


de la Edad Media se presenta como uno de los más creativos y diversos en cuanto al proceso de
sincretismo y complicación de las prácticas y formas heredadas del período anterior. Como es de
imaginar, cuanto más se dilataba geográficamente la expansión del cristianismo y cuanto más
diversas eran las culturas entre las que se proclamaba, tanto más se incrementaba la diversidad. No
se adoraba de la misma manera en todas las comunidades cristianas en un determinado momento,
ni se tenía la misma estructura eclesiástica en todas partes. Si bien el rango astronómico de estas
diversidades pudo ponerle fin al cristianismo como tal, el mismo actuó positivamente como
elemento enriquecedor. Además, ayudó al cristianismo a romper con el cautiverio étnico o cultural,
y lo ejercitó en la práctica de la contextualización, con la cual pudo afirmar su naturaleza
esencialmente universal y ecuménica.

En mil años, como es de suponer, las dificultades para la difusión de la fe fueron muchas y muy
graves. No obstante, la fe de Jesucristo encontró siempre la manera de correr como el agua,
buscando un camino para llegar con su mensaje de fe, esperanza y amor hasta los rincones más
recónditos del mundo conocido de aquél entonces. No siempre los caminos escogidos fueron los
más adecuados ni los que mejor respondían a los altos ideales de la fe. Pero sea como fuere, el
evangelio del reino fue proclamado. En algunos casos tal proclamación, ya sea por su carácter
profético o por su distorsión de la fe, fue reprimida y perseguida por quienes se consideraban
dueños de la verdad absoluta. Así y todo, la semilla de la Palabra de Dios encontró un suelo fértil, a
veces en terrenos insospechados, y mantuvo su maravillosa capacidad de dar vida, aun en medio de
la muerte y las tinieblas más profundas.

En esta Unidad prestaremos atención a algunos de estos elementos mencionados. Al hablar de


estos problemas de la cristiandad medieval no lo hacemos con una perspectiva negativa, sino como
áreas de desafíos que confrontaron los cristianos. En la medida de lo posible, procuraremos ver de
qué manera en la Edad Media los creyentes hicieron frente a estas cuestiones y las respuestas que
dieron a las mismas.

EL PROBLEMA IDEOLÓGICO
_ Relación Iglesia y Estado

El anhelo de unidad. El gran problema religioso y político que mantuvo en vilo al mundo
medieval fue el de la unidad. Desde los días del emperador Constantino, la gran preocupación había
sido cómo lograr la unidad política del Imperio Romano a partir de su unidad espiritual y religiosa
en torno al cristianismo. Con las invasiones bárbaras y el establecimiento de los reinos germánicos
el problema de la unidad se tornó todavía más acuciante. Europa vio profundizarse la brecha entre
Oriente y Occidente. Destruida la realidad de la unidad imperial, ésta permaneció como una
aspiración y como un proyecto. La Iglesia cristiana occidental, en la que se fijaron múltiples rasgos
de la estructura imperial, fue la promotora principal de la concepción unitaria de Occidente y creó
un modelo del papado a imagen y semejanza de la autoridad de los emperadores.

El Imperio carolingio fue expresión de esta aspiración de una unidad político-religiosa,


estimulada por la Iglesia y posibilitada por el ascenso al poder de los francos. En este sentido, el
Imperio organizado por Carlomagno fue una restauración del viejo ideal del Imperio Romano. Pero
la aspiración a un orden universal alimentada por el recuerdo del Imperio Romano, no logró superar
el proceso de fragmentación provocado por la multiplicación de los señoríos con el feudalismo. Con
la desaparición de Carlomagno el ideal de unidad no desapareció, pero sí su expresión concreta. El
proceso de desintegración que se operó en el curso del siglo IX fue una lucha universal por el
predominio de las diversas regiones y el desarrollo del feudalismo. A la antigua unidad política le
siguió una infinita parcelación del poder. El ideal de unidad, entonces, fue proyectado a un plano
religioso, en el que la Iglesia y el papado representaban la única posibilidad de realización del anhelo
ecuménico. Como indica José Luis Romero: “El imperio no fue en ningún momento, durante la Edad
Media, ni una realidad, ni siquiera una virtualidad verosímil. Sólo cabía la posibilidad de lograr una
unidad espiritual, la de la cristiandad, o al menos, la de la cristiandad occidental, y esa posibilidad
correspondía exclusivamente al papado.”

Cuando alcanzamos la segunda mitad del siglo XIII, la disolución del orden medieval parecía
inminente. La renovación de la vida económica y el ascenso acelerado de la burguesía, que siguió a
los siglos de las Cruzadas, no sólo incrementó el individualismo sino que puso en riesgo el ideal de
unidad. Los reinos nacionales fueron adquiriendo identidad y poder, mientras declinaba la viabilidad
de un orden ecuménico bajo la conducción de la Iglesia y especialmente del papado. Cada vez más,
reyes y burgueses, herejes y disidentes reclaman una cuota de poder y autonomía a expensas de la
Iglesia una y del dominio papal.

José Luis Romero: “Lo que representaban papado e imperio eran ya, inequívocamente,
ideas superadas que los nuevos tiempos no sentían con el fervor de antaño. El mundo
occidental comenzaba a moverse ahora al impulso de nuevos incentivos, muchos de los
cuales venían de más allá de las fronteras del área del cristianismo occidental. En el campo
de la cultura, la influencia de los mundos vecinos se hacía notar enérgicamente, a través del
averroísmo y de la ciencia árabe, a través de las renacientes sugestiones de la antigüedad,
que llegaban desde Bizancio, a través de los relatos sobre países y culturas exóticos. Una
nueva perspectiva se abría para el mundo occidental, que comenzó por encandilarse y
sumergirse en las más descabelladas experiencias.”

En el matrimonio medieval entre la Iglesia y el Estado, fue la primera la que mantuvo la iniciativa
y la voz cantante. El mundo medieval se mantuvo unido principalmente por la Iglesia y, en un grado
considerablemente menor, por las instituciones del Estado. Fue la Iglesia la que inundó toda la
cristiandad de estructuras eclesiásticas e institucionales, que crearon una verdadera red universal.
Arzobispados, obispados, parroquias, escuelas, universidades, claustros, monasterios, templos y
oratorios configuraron una red gigantesca, que cubría todo el continente europeo y se extendía
también más allá. El calendario eclesiástico regía la vida cotidiana de la Iglesia y el Estado. El ciclo
del año era una dramática renovación anual de la historia cristiana. Cada día recordaba a un mártir
o a un santo y sus hechos más destacados.

Además, la Iglesia se transformó a lo largo de la Edad Media en una de las fuerzas que más
colaboraron en el robustecimiento del poder real. Las relaciones de la Iglesia con el Estado
presentan en todo este período una curiosa paradoja: por un lado, los clérigos son los más acuciosos
en defender el poder real en su lucha contra el feudalismo, pues ven en el primero una mayor
garantía para el desempeño de sus funciones religiosas; pero, por otra parte, los prelados tratan de
convertirse ellos mismos en señores feudales de las villas o territorios en que residen.

Un orden universal. La idea de que la vida individual está insertada en un sistema universal
ordenado por Dios fue característica de los tiempos medievales. Esta idea fue heredada de los
ideales del Imperio Romano y perduró en la concepción universal (católica) de la Iglesia de Roma.

José Luis Romero: “Tan contradictoria como pudiera parecer la realidad históricosocial
respecto a esa convicción, [ésta] fue alimentada y sostenida por el recuerdo duradero del
imperio y por la enérgica acción del papado. Se entremezclaron a lo largo de la temprana
Edad Media las dos raíces que la nutrían, chocaron a veces las dos concepciones que
representaban, y se fundieron poco a poco en el plano teórico aun cuando esbozaran muy
pronto sus zonas de fricción. Una y otra representaban dos interpretaciones diferentes del
ideal ecuménico, pues la tradición romana tendía a una unidad real—el Imperio—, y la
tradición cristiana conducía a una unidad ideal—la Iglesia—, en la que, sin embargo, el
pontificado hubo de ver, en cierto momento, la virtualidad de una unidad tan real como la
del Imperio. De esta disparidad surgiría más tarde el conflicto entre ambas potestades.”

Poco a poco la Iglesia se fue transformando en la gestora de este orden universal. Al principio,
tal orden estaba limitado al reino del espíritu sin aspirar a ostentar algún poder temporal. Pero con
el tiempo, la Iglesia y especialmente el papado fueron creciendo en su apetencia de colocar a “los
reinos de este mundo” bajo su tutela espiritual y control político. La unidad religiosa y la obediencia
al obispo de Roma fueron consideradas condiciones necesarias para el mantenimiento del deseado
orden universal. El papado fue alimentando cada vez más su aspiración a transformar su autoridad
y poder espiritual en una autoridad y poder terrenal. Todos aspiraban a un orden universal regido
por una autoridad ajena a las luchas políticas. La única entidad que podía satisfacer tal anhelo era
el papado, especialmente cuando el Imperio desaparecía o declinaba. A lo largo de la mayor parte
de la Edad Media, el papado no tuvo competidores como poder regulador de la cristiandad, frente
a la indefinida fragmentación del poder político provocada por el feudalismo.

Su éxito en instaurar un cierto orden universal mediante la organización de la jerarquía


eclesiástica, la reforma de las órdenes monásticas, las universidades, las grandes empresas
internacionales como las Cruzadas, le permitió al papado disfrutar de autoridad y poder universal.
Es así como, hacia fines de la Edad Media, surge la teoría de “las dos espadas,” según la cual todo
poder venía de Dios y se mantenía por medio del brazo eclesiástico y el brazo secular, de los cuales
el segundo debía estar al servicio del primero. Pero cuanto más se salía de la esfera espiritual para
entrar en la esfera propiamente temporal, sus intentos enfrentaron la resistencia de otros agentes
con apetencias similares. En este caso, ya no se trataba del Imperio, sino de los reinos nacionales,
que luchaban por ganar su identidad poniendo fin al feudalismo y a la hostilidad de sus vecinos.

La controversia de las investiduras. Uno de los aspectos más memorables del siglo XI fue el
conflicto entre el papado y el Imperio alemán en torno a la selección de los prelados eclesiásticos y
su instalación en sus oficios. Este conflicto se ha llamado a veces “la querella de las investiduras,”
“la reforma Gregoriana” o según la concepción del historiador alemán Gerd Tellenbach, “la
revolución Gregoriana.” En la historia política europea este conflicto es memorable porque le dio
un impulso decisivo a la definición del Estado vis a vis la Iglesia. Eventualmente, de este conflicto va
a nacer una mayor conciencia entre los europeos sobre la distinción entre el Estado y la sociedad
civil.

Para entender las raíces del conflicto, hay que recordar las diferencias entre las concepciones
romana (pública) y germánica (patrimonial) del Estado. También hay que traer a colación la noción
de “iglesia propia” o “iglesia particular” (Eigenkirche) que los germanos desarrollaron dondequiera
que se establecieron. Según esta noción, el dueño de una iglesia (templo) era la persona que había
donado la tierra sobre la cual estaba emplazado el altar. No importaban las adiciones al monasterio
o al templo en cuestión, no importaban las rentas que se acumularan o los donativos que se
añadieran, el donante original y sus herederos retenían la propiedad de la iglesia como parte de su
patrimonio.

De este derecho de propiedad, reconocido en la ley germánica, se derivaban varios corolarios.


El patrón o dueño de la iglesia (o templo) la confería como un beneficio de por vida a una persona,
para que atendiera las necesidades de la misma. Pero cuando esta persona moría, el derecho de
nominar a su sucesor se revertía al patrón. Éste tenía derecho a gozar de las rentas cuando la iglesia
no tenía titular, y podía heredar una porción de los bienes muebles del titular.

Esta noción germánica de la iglesia o templo como propiedad de un particular estaba en


conflicto abierto con la noción romana de la iglesia o templo como perteneciente a la comunidad
de los creyentes, cuyo gestor era el obispo. Por eso fueron tan frecuentes los conflictos entre los
obispos que querían mantener jurisdicción sobre todas las iglesias de sus diócesis, y los patronos
que querían mantener los derechos heredados sobre las iglesias fundadas por sus familias.

_ Relación Iglesia y sociedad


La Iglesia y la sociedad feudal. El desmoronamiento del gobierno centralizado fue acompañado
por un fenómeno similar en la Iglesia. El papado se convirtió en botín disputado por las facciones
nobles de Roma e Italia, y hasta hubo batallas entre los pretendientes rivales. Los papas designados
carecían del prestigio y los medios necesarios para controlar los asuntos religiosos del vasto
territorio de la cristiandad occidental. En realidad, durante buena parte de la Edad Media, papas,
arzobispos, obispos y abades no gozaron de más poder y prestigio que el que les correspondía como
señores feudales en competencia con otros señores feudales.

Los monasterios y las diócesis poseían tierras extensas y ricas que, bajo las condiciones caóticas
de los siglos IX y X, fueron presa tentadora para los señores fuertes y rapaces. Ante la ausencia de
un instrumento público de paz y orden, los obispos y abades se vieron obligados a arreglárselas
como podían para proteger sus bienes. Esto significó, naturalmente, buscar caballeros y concederles
feudos a cambio de sus servicios como defensores de las tierras de la Iglesia. De este modo la Iglesia
se fue feudalizando completamente, y hasta los mismos abades y obispos llegaron a ser
generalmente hijos segundones de la aristocracia feudal. Como abad u obispo, el hijo menor de un
duque o conde podía llegar a poseer vastas tierras y rentas proporcionales a su rango; y en no pocas
ocasiones tales eclesiásticos tenían la oportunidad de valerse de su entrenamiento caballeresco
capitaneando a sus hombres para combatir contra algún señor vecino con quien tenían una disputa.
Es cierto, sin embargo, que las tradiciones del derecho y la administración romanos no se olvidaron
por completo y perduraron con mayor vigor entre los eclesiásticos.

La Iglesia y la corrupción feudal. Como puede fácilmente imaginarse, la Iglesia se corrompió no


pocas veces dadas las condiciones feudales. Muchos obispos y abades apenas se distinguían de sus
compañeros nobles en cuanto a la conducta personal se refiere. La mayoría de los párrocos estaban
casados a pesar de las prohibiciones del derecho canónico. La ambición de bienes terrenales y de
poder y prestigio afectaban de igual modo a los señores eclesiásticos como a los seglares. Éstas y
otras deficiencias perturbaban a las personas piadosas, y se hacían esfuerzos para corregirlas, si bien
no siempre con resultados efectivos.

Durante el transcurso de los siglos X y XI muchos fieles de la Iglesia, tanto miembros del clero
como laicos, llegaron a pensar que la corrupción y degradación prevalecientes en la Iglesia no se
podrían remediar mientras los laicos poseyeran la facultad de nombrar prelados, y especialmente
mientras los cargos eclesiásticos se vendieran a los candidatos interesados. La simonía y la
investidura laicas parecían ser—en particular a los ojos de los monjes cluniacenses—los obstáculos
principales que impedían la reforma y purificación de la Iglesia.

Las actividades de los frailes infundieron un nuevo ardor e idealismo a la práctica cristiana. Las
ciudades, en rápido crecimiento, fueron desde el principio el terreno de su preferencia. Los frailes
cuidaban a los enfermos y a los pobres, y para ello fundaron hospitales; además predicaban, a
menudo en las esquinas de las calles, y tomaban parte activa en la educación. Por primera vez los
habitantes de las ciudades de Europa occidental entraron en contacto con todo el poder del
idealismo cristiano gracias a los franciscanos, mientras que los escépticos y herejes quedaban
expuestos a los sutiles y convincentes argumentos de los cultos frailes dominicos.
En realidad, la Iglesia se mostró hostil hacia los campesinos y siervos de la gleba. Muchos clérigos
escribieron de manera muy negativa acerca de ellos, destacando su avaricia, violencia e ignorancia.
De hecho, no hubo muchos santos campesinos, salvo Juana de Arco, que llegó tardíamente a los
altares, después de haber sido condenada a la hoguera como bruja. El clero se fue haciendo cada
vez más urbano y menos rural. No obstante, el campesinado permaneció católico, porque la Iglesia
era su única esperanza de salvación en este mundo y por la eternidad.

_ Relación mundo y trasmundo

La cosmovisión medieval estuvo dominada por la imposición de las ideas cristianas sobre el
trasfondo de la tradición pagana (no destruida totalmente) y los aportes de los pueblos germánicos
invasores. La tradición pagana grecorromana había aportado una cierta imagen naturalista, de corte
politeísta y mágico, que coincidía bastante con el aporte de la tradición de los germanos. En ambos
casos, lo milagroso y misterioso ocupaba un lugar muy importante. El trasmundo de los dioses y de
los muertos irrumpía constantemente en el mundo real. Fue sobre este trasfondo que se impuso el
cristianismo, de suerte tal que la concepción naturalista de la realidad no desapareció, sino que
encontró formas de expresión en la religión cristiana, como en una multitud de supersticiones, el
culto de las imágenes, la veneración de la Virgen María y el sacramentalismo.

El mundo. La Edad Media se presenta, en general, como una era en la que lo religioso ocupó un
lugar fundamental. La religión afectó todas las esferas de la vida de los pueblos, y produjo una
inevitable tensión entre los presupuestos y los mandamientos religiosos por una parte, y las
necesidades prácticas de la realidad mundana por la otra.

Herbert Rosinski: “Esta tensión subyacente entre religión y mundo fue especialmente
aguda en el cristianismo, cuya original independencia radical del mundo sólo gradualmente
cedió a una progresiva adaptación. La relación del cristianismo con el mundo, de hecho,
estaba destinada a ser esencialmente tensa. Esta tensión podía franquearse y en la práctica
se franqueaba, pero, no obstante, en principio, permanecía sin resolver y era necesario que
permaneciera de ese modo si se pretendía preservar su esencia y su singular fuente de
energía … Sin embargo, esta tensión era mucho más intensa en el Occidente que en
Bizancio, hecho que tuvo decisiva significación para el desarrollo interior de las dos ramas
del cristianismo, como también para su destino definitivo.”

En el caso del Islam, la situación era totalmente diferente, ya que Mahoma fue profeta pero
también un hombre de Estado. La religión para él no era algo que estaba en contradicción con el
mundo. Por el contrario, era un poder que encontraba su meta precisamente en el dominio político
y en la transformación política del mundo. Religión y mundo en el cristianismo eran términos
opuestos, ya que la primera tiene que ver básicamente con la relación del alma con Dios, mientras
que en el Islam la religión está más relacionada con la regulación escrupulosa de la vida y no hay
contradicción con el mundo.

El ideal de vida superior durante toda la Edad Media fue la vida monástica, es decir, la huida del
mundo para poder vivir una vida contemplativa. Las formas de la convivencia monástica giraban en
torno a reglas particulares, la mayoría siguiendo el modelo ideado por Benito de Nursia, que
combinaban diferentes dosis de acción y contemplación, estudio y plegaria. Pero el retiro del mundo
no fue la opción de todos. La mayoría de las personas fueron encontrando en las incipientes
ciudades medievales las posibilidades de invertir sus vidas como artesanos o mercaderes,
estudiosos o religiosos, líderes de la comunidad o sacerdotes. La ciudad, de algún modo, ofrecía la
oportunidad de escapar a la dominación señorial y lograr algún grado mayor de libertad y
oportunidad para una vida mejor. La vida ciudadana fue resultando más ordenada, previsible y
ajustada a derecho, que la vida rural propia del feudalismo. Este proceso sirvió para cambiar poco a
poco la valoración negativa que se tenía del mundo, y tanto más cuando nos acercamos a la baja
Edad Media. La aparición del humanismo completó el proceso de secularización y de valoración del
mundo como esfera adecuada para la realización del ser humano.

El trasmundo. Ya en la temprana Edad Media puede advertirse de qué manera, en un complejo


cultural dominado por una cosmovisión cristiana, se da la presencia eminente del trasmundo. La
realidad inmediata estaba saturada por la presencia del trasmundo, que se tornaba en una realidad
bien concreta gracias al fuerte impulso apocalíptico que animó la comprensión de la fe cristiana en
ese tiempo. Incluso en la alta Edad Media continúa advirtiéndose la presencia de un ideal de vida
vigorosamente enraizado en la imagen del trasmundo. Si bien la imagen del mundo mejoró
notablemente para entonces, nada perteneciente al mundo real podía compararse en significación
con la esperanza de la eternidad y la vida bienaventurada después de la muerte.

Las expresiones más elevadas de la cultura medieval destacan la presencia permanente del
trasmundo en la conciencia colectiva de aquel tiempo. El trasmundo se presentaba en los capiteles
historiados de los claustros e iglesias románicas y góticas, los pórticos, los vitrales y las pinturas. La
decoración, especialmente la escultura, adquirió una significación extraordinaria y una simbología
llena de misterio, que incitaba a la constante consideración del trasmundo a través de las alusiones
al Juicio Final y a las historias sagradas. Catedrales, iglesias y edificios comunales de estilo gótico a
partir del siglo XII, al tiempo que revelan el empuje de la burguesía en ascenso, fueron testigos
elocuentes de la importancia que el trasmundo tenía para quienes los construyeron y utilizaron.

Alfred Weber: “Sobre el sencillo sentido religioso de externidad, propio de los cistercienses,
se eleva como nacida de esas contraposiciones la gran arquitectura gótica de plenitud.… Las
formas expresivas de esta arquitectura exhalan la múltiple diversidad de la vida, como en
amplios tonos orquestales; unen la línea horizontal de lo terreno con la línea vertical de lo
eterno; y están creadas y representadas por aquel fuerte sentido religioso enfocado al otro
mundo, cuyos efectos espirituales y psicológicos fueron los que hicieron posible que, en el
siglo XIII, se pudiese superar el estilo tan maravilloso del último período de arte románico
en Alemania, que constituía ciertamente un arte rico, esclarecido y altivo, pero todavía con
un sentido terrenal.

“En el exterior y en el interior de los templos creados o afectados por ese sentido
religioso de lo eterno, de ultratumba, hallamos las obras plásticas de esta época, las cuales
se hallan configuradas de un modo técnico con toda la fuerza de las formas aprendidas del
mundo antiguo, pero siendo ciertamente en cuanto a su esencia cristianas hasta el último
pliegue … Y estas figuras constituyen ciertamente los documentos más impresionantes de
aquel destino europeo, convertido entonces por vez primera en realidad, de aquel destino
espiritual del mundo occidental, de aquel destino inserto en la contraposición entre Dios y
Mundo, que no tiene solución.”

Por otro lado, la totalidad de la sociedad cristiana a lo largo de la Edad Media, se basaba en una
intensa creencia en lo sobrenatural. El trasmundo mágico y fantástico se vivía a flor de piel. Al no
disponerse de un sistema científico que permitiera una comprensión más objetiva y crítica de la
realidad, la dimensión sobrenatural de la existencia humana se veía magnificada. En este contexto,
los milagros ocupaban un lugar muy destacado y la intervención de Dios en el mundo era estimada
como permanente. Los eventos calificados como miracula penetraban la vida en todos los niveles.
De allí la enorme cantidad de relatos y testimonios de milagros en la literatura medieval,
especialmente de aquellos relacionados con los santuarios de santos y sus reliquias. Además,
estaban los milagros atribuidos a la Virgen y a algunos misioneros.

Benedicta Ward: “A lo largo de la Edad Media se vio unánimemente a los milagros como
parte de la Ciudad de Dios sobre la tierra, y cualesquiera hayan sido las reflexiones que las
personas hayan tenido sobre su causa y propósito, ellos constituían una parte integral de la
vida ordinaria. La exploración de los relatos de milagros deja dos impresiones principales:
el número y diversidad de los eventos considerados como de alguna manera milagrosos, no
con ingenuidad sino a partir de una concepción más compleja y sutil de la realidad que la
que poseemos; y la unidad de opinión acerca de los milagros tanto en el pensamiento como
en su registro, una unidad expresada por Agustín: ‘Dios mismo ha creado todo lo que es
maravilloso en este mundo, los grandes milagros así como las maravillas menores que he
mencionado, y él los ha incluido a todos en esa maravilla única, ese milagro de los milagros,
que es el mundo mismo’.”

Además de manifestarse a través de los milagros, el trasmundo se hacía también evidente a


través de la magia, que era su contraparte. Si bien las “artes mágicas” habían sido consistentemente
prohibidas por la Iglesia, gozaron de gran popularidad, especialmente en los siglos XIV y XV. El uso
de la magia para el contacto con lo sobrenatural y el trasmundo fue común tanto en las tierras
paganas del norte de Europa como en el mundo del Mediterráneo, al punto que la diferencia entre
magia y milagro no siempre estuvo muy clara. No obstante, en teoría al menos, la magia que
involucraba la invocación de demonios fue condenada por la Iglesia mientras que los milagros
fueron recomendados como el método adecuado para la obtención de poder sobrenatural por parte
de los cristianos. Sin embargo, en las masas predominaba un área intermedia de prácticas y
creencias sincretizadas, donde lo mágico y lo milagroso se mezclaban.

Benedicta Ward: “La discusión de los milagros durante la Edad Media muestra por sobre
cualquier otra cosa la aceptación de lo milagroso como una dimensión básica de la vida. Los
lazos de la realidad incluían lo invisible de una manera ajena al pensamiento moderno. Los
milagros eran la regla más que la excepción, y el concepto de la mano de Dios obrando en
la totalidad de la vida coloreaba la percepción de los milagros y sus registros. Dada esta
preocupación con los milagros, es de esperar que hubiera muchos registros de milagros
contemporáneos.… El número mayor de estos milagros fue registrado en los santuarios de
los santos, dado que virtualmente cada pueblo tenía su santuario y frecuentemente
también a alguien capaz de registrar los milagros.”

Será durante la baja Edad Media que se hará más evidente la tensión entre una concepción
teísta y trascendentalista de la realidad y una concepción naturalista e inmanentista. El humanismo
promovía lo segundo, pero las grandes masas no educadas continuaron sumergidas en el dominio
del trasmundo y en toda suerte de supersticiones y sincretismos. Mientras algunos humanistas
expresaron a través de sus obras (literarias o plásticas) un optimismo radical en las posibilidades
humanas, otros representaron en sus producciones el patetismo angustiado frente a la enfermedad,
el hambre, la miseria y la muerte. Como indica José Luis Romero: “La presencia del trasmundo—
signo revelador de la perduración de la típica medievalidad—se enerva en unos mientras se
robustece en otros, o a veces se reviste de cierta gracia ingenua que parece compartir una y otra
tendencia.”

_ Relación vida y muerte

La presencia de la muerte. Toda la Edad Media estuvo caracterizada por un sentido muy vivo de
la presencia constante de la muerte en la vida de las personas. La violencia feudal, la fragilidad frente
a la pobreza y la miseria, la falta de recursos para satisfacer las necesidades humanas básicas, y la
vulnerabilidad frente a plagas y cataclismos, llevaron al desarrollo de un verdadero culto a la
muerte. En tiempos medievales hubo una relación dinámica entre vivos y muertos, que hoy es
desconocida.

Patrick J. Geary: “En este mundo [medieval], que comprende esencialmente esas regiones
de Europa bajo la influencia directa de las tradiciones políticas y culturales de los francos, la
muerte era omnipresente, no sólo en el sentido de que las personas de todas las edades
podían morir y de hecho morían con asombrosa frecuencia y celeridad, sino también en el
sentido de que los muertos no dejaban de ser miembros de la comunidad humana. La
muerte marcaba una transición, un cambio de estatus, pero no el fin. Los vivos continuaban
debiéndoles ciertas obligaciones, la más importante era la de la memoria, el recuerdo. Esto
significaba no sólo el recuerdo litúrgico en las oraciones y las misas ofrecidas por los
muertos por semanas, meses y años, sino también mediante la preservación del nombre, la
familia y las acciones de los que partieron. Para una categoría de los muertos, aquellos
venerados como santos, las oraciones por ellos cambiaron a oraciones a ellos. Estos
‘muertos muy especiales’ …, podían actuar como intercesores a favor de los vivos delante
de Dios. Pero esta diferencia era sólo de grado, y no de especie. Todos los muertos
interactuaban con los vivos, continuaban ayudándolos, advirtiéndoles o amonestándoles,
incluso castigándoles si las obligaciones de memoria no se cumplían.”

Esto se hizo todavía más patético con episodios catastróficos como la Peste Negra (1348–1349).
En pocos meses, la población de Europa Occidental se redujo a un tercio de su total. Las
consecuencias económicas y sociales de la peste fueron muchas. Se dio una drástica reducción de
los cánones de arrendamiento y las exacciones señoriales; la mano de obra diestra urbana se
encareció; hubo una concentración de la riqueza inmueble en los sectores dirigentes por las muchas
herencias de los sobrevivientes y la estructura social tambaleó.

Culturalmente la peste bubónica también afectó la vida y el pensamiento. La muerte


omnipresente en los frescos y en las sepulturas de las décadas subsiguientes ensombreció el arte.
En la vida religiosa la epidemia dejó hondas huellas. Una alta proporción del clero secular murió y
en muchos lugares nunca volvió a tener la misma importancia numérica. Muchos monasterios y
conventos tampoco recuperaron el número de miembros que habían tenido antes de 1348. Los
estragos de las epidemias y el horror de su recurrencia marcaron las percepciones y las
mentalidades. La fascinación con los temas mórbidos marcó la expresión religiosa. En la mente de
muchos fieles, la epidemia era un castigo divino, y por eso se desarrollaron prácticas penitenciales
comunitarias, que a veces canalizaron y otras veces fomentaron la histeria colectiva. A la vez, los
excesos ascéticos y la prédica moralizante propiciaron la ironía y el escepticismo.

La concepción heroica de la vida. Mientras en Oriente la actitud cristiana predominante era de


carácter contemplativo y las cuestiones terrenales se proyectaban al más allá, en Occidente y debido
al impacto de los pueblos germánicos, el destino del ser humano se cumplía de este lado de la
eternidad. En la cosmovisión germánica, el guerrero y su heroísmo eran sinónimo de virtud, en
contraste con el quietismo contemplativo predominante en el cristianismo de origen oriental.
Heroísmo y activismo llevaron a una concepción señorial de la vida, en la que constituían el signo
de una acción relacionada con el poder, la gloria y la riqueza.

La Iglesia procuró poner bajo control esta concepción heroica de la vida y canalizarla de maneras
más creativas y convenientes a sus propios intereses. Esto es lo que intentó en las sucesivas
Cruzadas contra los musulmanes, que predicó con entusiasmo. Incluso los monjes occidentales
fueron muy diferentes de los orientales, en que mientras estos últimos se dedicaban a una vida
contemplativa y de oración, los primeros se mostraban como santos militantes, capaces de poner
en acción su vocación religiosa en beneficio de la propagación y defensa de la fe. En este sentido,
fueron monjes y soldados los que a lo largo de la temprana Edad Media esparcieron la fe por todo
el continente europeo. Y más tarde, fueron caballeros cristianos, que aprendieron a subordinar el
heroísmo a la fe, los que la defendieron frente a los musulmanes y los herejes surgidos en el seno
mismo del mundo cristiano.

En la baja Edad Media, esta concepción heroica de la vida asumió un carácter más refinado. El
espíritu caballeresco sobrevivió a las Cruzadas, pero poco a poco se secularizó y mundanalizó. Perdió
prestigio popular, pero se refugió en las minorías señoriales y en las cortes. Se llenó de convenciones
propias del decadente orden feudal y estableció reglas sofisticadas para la conducta social. Fiestas
y torneos, ceremonias y festines fueron las ocasiones en que este espíritu se manifestó de manera
más espectacular. Los trovadores y ministriles exaltaban, a través de sus canciones y poemas, las
virtudes de la caballería, que eran imitadas por los burgueses ricos. La exaltación e idealización de
la mujer, el amor cortés, la apetencia por la buena vida y el goce de vivir, un sentido profano de la
realidad, la contemplación de la naturaleza, la creación estética y el amor por la belleza fueron
expresión de esta concepción heroica de la vida, que estuvo acompañada de un creciente
individualismo. Lo individual se fue tornando más importante que lo colectivo. El espíritu de
aventura, la apetencia del saber y la aparición del retrato en la pintura son manifestaciones de esta
concepción heroica y exaltada de la vida.

El Purgatorio y el Infierno. Más allá de su particular posición en la compleja pirámide social


medieval y de su manera de entender y vivir la vida, todas las personas compartían la misma
certidumbre en cuanto a la muerte. Señores y siervos, obispos y laicos, cultos e incultos todos eran
bien conscientes de la proximidad de la muerte y de su funesto efecto nivelador. Frente a ella todos
eran iguales y enfrentaban los mismos temores y necesidad de salvación. Fue en torno a esta
realidad palmaria que se elaboraron los conceptos y creencias en cuanto al Purgatorio y al Infierno.

El Purgatorio. La preocupación por la muerte llevó necesariamente a preocuparse por qué


ocurría con el alma después de experimentarla. Ya en el monasticismo temprano se había planteado
la necesidad de responder a la inseguridad de la salvación y la inminencia del castigo divino con
algún camino alternativo. En el monasticismo celta se acentuaba el carácter penitencial de la vida
monástica. En la concepción celta, la majestad de Dios era tal y la fragilidad humana y su inclinación
al pecado eran tan pronunciadas, que continuamente había que estar reconciliándose con Dios. El
monje irlandés hurgaba su conciencia sin cesar para ver en qué había ofendido a Dios y cómo reparar
esas ofensas. Por esa insistencia celta en la necesidad continua del perdón y la reconciliación, la
práctica penitencial de Occidente se modificó y se elaboraron numerosos libros penitenciales. Las
penitencias que se les imponían las cumplían después de la absolución. De esa manera la absolución
vino a anteceder a la penitencia, y la confesión de los pecados vino a ser un ejercicio privado que
sustituyó la antigua absolución pública. Sin embargo, subsistió la ansiedad en cuanto a qué pasaba
si uno se moría antes de cumplir con todas las penitencias que se le habían impuesto. De ahí vino a
cobrar importancia la noción de purgar por los pecados, de la cual en el siglo XII se esbozó
teológicamente el concepto de Purgatorio.

Fernando Picó: “De esta noción de conmutar la penitencia no cumplida con una obra
piadosa también surgió eventualmente la noción de indulgencia, que tanto dio que hacer
en las controversias de la Reforma Protestante del siglo XVI. La indulgencia era un
equivalente en oraciones de la obra piadosa, que a su vez equivalía a una penitencia no
cumplida. Sin embargo, en los siglos XIV y XV surgiría la noción de que hacer un donativo en
dinero para llevar a cabo una obra piadosa era equivalente a hacer la obra piadosa. Por lo
tanto, le restaba purgatorio por cumplir al donante lo que le hubiese restado de días de
penitencia la obra piadosa.”

Los Padres Griegos no hablaron del Purgatorio, pero recomendaron las oraciones y servicios
eucarísticos a favor de los difuntos. Los Padres Latinos, especialmente Agustín enseñaron la
purificación por medio del sufrimiento en la otra vida. Los escolásticos sistematizaron y
desarrollaron la herencia patrística, enseñando que el más ínfimo dolor del Purgatorio era mayor
que el más grande dolor de la tierra, aunque a las almas allí las consuela el saber que se hallan entre
aquellos que van a ser salvos. Desde Tomás de Aquino y Buenaventura, los teólogos latinos
enseñaban que las almas en el Purgatorio eran atormentadas por el fuego, pero los teólogos
bizantinos no aceptaron esta conclusión. Por otro lado, a la luz de la práctica de las indulgencias,
estos tormentos ocurrían en el tiempo y se medían en términos de años y días. Se decía también
que el estado del Purgatorio consistía en cierta posición en el espacio, y que era algo totalmente
diferente del Cielo o del Infierno. Pero cualquier teoría en cuanto a su latitud o longitud, según se
lo describe en la Divina Comedia de Dante, era pura imaginación.

El Purgatorio era para las almas de los creyentes (bautizados), que no dejaban de ser miembros
de la Iglesia por ir allí. Es por esto que estas almas podían ser ayudadas por los sufragios (oraciones,
ofrendas, buenas obras y sacrificios) de los vivientes. El sacrificio por excelencia a favor de quienes
estaban en el Purgatorio era el sacrificio de la Misa, porque ella aseguraba la salvación al penitente.
El fundamento bíblico que se citaba era la creencia judía en la eficacia de la oración por los muertos,
según 2 Macabeos 12:42–45. Sea como fuere, la eficacia de las oraciones por los muertos e
indirectamente la doctrina del Purgatorio fueron rechazadas por los cátaros, los albigenses, los
valdenses y los lolardos, junto con otros disidentes medievales, porque carecía de base bíblica y era
contraria a una sana doctrina.

El Infierno. El temor a ser condenado en el Infierno por la eternidad llenó de terror a la


cristiandad medieval. La creencia en el Infierno fue tan firme para los medievales como su esperanza
del Cielo, sólo que la primera los llenaba de temor y determinaba la mayoría de sus acciones. En
razón de que era poco menos que imposible tener certidumbre de salvación debido a que la misma
dependía cada vez más de lo que el ser humano podía hacer para salvarse, el temor al Infierno
acercaba este aspecto oscuro del trasmundo a la realidad inmediata. Estos temores fueron
alimentados especialmente por la lectura y predicación dramática del Apocalipsis, que llenó de
pánico a personas carentes de otro recurso salvífico que los sacramentos cuasi-mágicos que les
ofrecía la Iglesia. A la interpretación tremebunda del Apocalipsis se sumaba La Ciudad de Dios de
Agustín, que dominó la teología medieval y que hizo la conocida distinción entre dos mundos
contrapuestos: la ciudad celeste y la ciudad terrestre. Esta afirmación del trasmundo continuó con
la mayoría de los teólogos medievales, especialmente aquellos que trabajaron en la alta Edad
Media.

José Luis Romero: “El mundo después de la muerte, con su Infierno, su Purgatorio y su Cielo,
había sido imaginado muchas veces antes de que Dante le proporcionara, en las
postrimerías de la Edad Media, los rigurosos perfiles con que aparece en la Comedia. La
Visión de San Pablo y el Viaje de San Brandán en el siglo XI, la Visión de Túndalo, el
Purgatorio de San Patricio y la Visión de Alberico en el siglo XII, así como el Viaje al Paraíso
de Baudoin de Condé y el Sueño del Infierno de Raoul de Houdenc, nos muestran cuánto se
pensaba en el misterio del vago mundo que esperaba al hombre para morada eterna. Era
seguramente el tema que más interés despertaba en el auditorio de los predicadores, y
alrededor de él gira la obra de Joaquín de Fiore, el ferviente y semiherético monje calabrés
fundador del grupo de los Espirituales, una de cuyas obras fundamentales desarrolla el
comentario del Apocalipsis. Poco antes, los inquietantes signos del fin del mundo habían
sido esculpidos con honda dramaticidad en los capiteles del claustro del monasterio de Silos
y seguían siendo tema predilecto de otros imagineros.”

_ Relación poder y piedad

Desde los días del emperador Constantino, cuando éste decidió establecer la capital del Imperio
Romano en la ciudad que llevó su nombre, la separación entre Oriente y Occidente fue inevitable.
Los patriarcas de Oriente quedaron sometidos al emperador (cesaropapismo) y distanciados del
obispo de Roma. En los cinco siglos que siguieron al reinado de Constantino hubo cinco grandes
cismas entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Además, de cincuenta y ocho patriarcas
que gobernaron en Constantinopla durante este período, veintidós fueron considerados como
herejes o sostenedores de enseñanzas heréticas en el Oeste. Todos ellos menos uno fueron
depuestos por los emperadores. A diferencia del obispo de Roma, estos líderes religiosos dependían
del Estado para el ejercicio de su ministerio. Así continuaron las cosas hasta que finalmente en 1054,
bajo Miguel Cerulario, la división se consumó de manera definitiva, en buena medida debido a la
competencia entre los líderes religiosos y también al carácter totalmente diferente de su concepción
en cuanto al poder. Mientras para el patriarca de Constantinopla la base sobre la cual proclamaba
su primacía era puramente política, para el Papa de Roma su autoridad pretendía ser
exclusivamente espiritual.

Lloyd B. Holsapple: “El legado de Constantino a la Iglesia fue una controversia que
perduraría durante cuatro siglos y traería aparejada consigo una desunión sin precedentes.
La disputa religiosa se convertiría en la principal actividad de la Iglesia y los individuos en
Oriente. Él legó las causas que no podrían dejar de producir el cisma entre Oriente y
Occidente tanto en la Iglesia como en el Estado.”

Al impacto político de la influencia de Constantino se agregó el enorme efecto del pensamiento


de Agustín de Hipona (354–430) sobre toda la cristiandad occidental. Para sus días, tres de las cuatro
fuerzas espirituales que habían animado al mundo grecorromano—el judaísmo y las civilizaciones
griega y romana—estaban exhaustas. Sólo el cristianismo estaba en pleno ascenso y apenas
empezaba a ejercer influencia en los asuntos seculares. La transformación del cristianismo, de
fuerza espiritual que se mantenía separada del mundo, a una fuerza que poco a poco iba
penetrándolo e identificándose con él, representó el fin de una edad y el comienzo de una nueva
era: la Edad Media.

Por otro lado, la desintegración de Occidente debido a las sucesivas invasiones de pueblos
germanos, la presión externa de los pueblos euroasiáticos sobre Oriente, y el surgimiento y
expansión del Islam condujo a la división tripartita que constituyó el mundo de la Edad Media. La
parte oeste abarcaba la mitad occidental del Imperio Romano, invadido y repartido entre las tribus
germánicas, y las zonas germánico-eslavas ubicadas en el centro y el norte de Europa, fueron
gradualmente absorbidas en su órbita. El Imperio Bizantino comprendía la península balcánica y Asia
Menor. El mundo islámico incluía básicamente (además de Irán) Siria, Egipto, el norte de África y
grandes extensiones en España. Los tres territorios fueron herederos del mundo antiguo. La
significación histórica del período medieval radica en los diferentes modos por los cuales estas tres
civilizaciones desarrollaron su herencia espiritual y política común, especialmente la dimensión
religiosa.

Las tres civilizaciones fueron esencialmente monoteístas y desplazaron a las religiones míticas
politeístas. Esta difusión del monoteísmo resultó en un proceso sin precedentes de penetración
cultural, que saturó de sentimientos y conceptos religiosos la sociedad y la cultura. Todas las esferas
de la vida de los pueblos se vieron afectadas por la manera en que los individuos se relacionaban
personalmente con Dios. Esto hizo que fuese imposible separar la esfera del poder político de la
esfera del poder religioso, de suerte tal que la simbiosis entre poder y piedad caracterizó la mayor
parte del período medieval, tanto en el Este como en el Oeste.

La cosmovisión medieval no era horizontal sino vertical. Por sobre la tierra, que era plana, se
extendía la bóveda celeste, donde moraban Dios y sus ángeles. Por debajo de la tierra estaba el
infierno, habitado por Satanás y sus demonios. Encerrada por este marco espiritual, la realidad
terrenal estaba dividida en estamentos estancos, un vasto orden jerárquico que tenía al Papa como
señor supremo compartiendo su posición con el emperador. En los niveles que seguían hacia abajo,
cada uno tenía sus tareas especiales, y sus deberes y derechos particulares.

Herbert Rosinski: “En esta vasta armonía dispuesta por Dios, nada parecía encontrarse
aislado, ni pensamiento, ni sentimiento; ni ángel, ni hombre; ni animal, ni planta ni objeto
inanimado. Todo tenía, además de su realidad inmediatamente dada, un profundo
significado simbólico. Todo estaba vinculado con todo y, en último análisis, con el Creador
de todas las cosas. En la civilización occidental de la Edad Media, la vieja forma básica de las
Grandes Civilizaciones, el sistema universal del mundo vinculado y equilibrado en todas sus
direcciones, tuvo su última y su más general realización en una forma clarificada y
racionalizada por los pensamientos bíblico y griego.”

EL PROBLEMA TEOLÓGICO

Cuando pensamos en la Edad Media, la tendencia es a considerarla como mil años de aridez en
el desarrollo teológico. A lo sumo, se destaca la importancia de la teología escolástica y su
contribución al pensamiento cristiano occidental, con consecuencias que todavía persisten. No
obstante, los tiempos medievales no fueron tan quietos en materia de producción teológica como
nos parecen. Una serie de cuestiones ocuparon la atención de quienes procuraban expresar su
experiencia de fe cristiana en términos que pudiesen ser entendidos por otros. Esto llevó al
surgimiento y desarrollo de una serie de controversias, especialmente durante el período del
Renacimiento Carolingio, que ayudaron a madurar el pensamiento cristiano y a actualizar la
comprensión de la acción redentora de Dios en la historia humana. Lamentablemente, la mayor
parte de estas discusiones estuvieron muy comprometidas con cuestiones políticas, que no siempre
ayudaron al desarrollo de una sana doctrina. Más adelante, en el siglo XII, la teología maduró con el
escolasticismo, que fijó el dogma de la Iglesia Romana, a pesar de los desafíos planteados por un
buen número de disidentes.
_ Controversia sobre el adopcionismo

En tiempos del emperador Carlomagno, una de las controversias que mantuvo ocupados a los
pensadores cristianos giró en torno al adopcionismo. El escenario principal de tales debates fue
España y como es de suponer, la discusión teológica no pudo abstraerse de los conflictos políticos,
especialmente la enorme empresa de la reconquista de la Península de manos musulmanas.

El personaje que se destacó en este debate fue Félix de Urgel (m. 818), quien sostenía una
postura adopcionista, es decir, que Cristo había sido adoptado como Hijo de Dios durante su
ministerio en la tierra. El arzobispo Elipando de Toledo había intentado refutar el sabelianismo, pero
al hacerlo propuso una cristología de corte adopcionista, a la que se adhirió Félix. En reacción a ellos
se colocó el Beato de Liébana, Alcuino, Paulino de Aquileya y los papas Adriano I y León III, y por
supuesto, el propio Carlomagno.

A los teólogos más ligados a la ortodoxia, el adopcionismo les parecía un rebrote de


nestorianismo, es decir, cierta tendencia a dividir la persona de Cristo. Quienes reaccionaron lo
hicieron procurando enfatizar la unidad de lo divino y lo humano en Cristo y la comunicación de las
propiedades entre sus dos naturalezas. Así, pues, mientras Elipando y Félix parecían hacer una
distinción entre la humanidad y la divinidad de Cristo, con énfasis en la preservación de esta última
con sus características intactas, sus opositores rechazaron tal división porque temían que se
perdiese la realidad de la encarnación. Una vez fallecidos Elipando y Félix, el debate se terminó tan
pronto como había comenzado.

_ Controversia sobre la predestinación

Esta controversia ocurrió también durante el período carolingio. Los principales protagonistas
fueron Rábano Mauro, Ratamno de Corbie, Servato Lupo, Prudencio de Troyes, Floro de Lión y Juan
Escoto Erígena. Un monje de nombre Gotescalco, seguidor fanático de la enseñanza de Agustín de
Hipona, llegó a desarrollar un concepto radical de la predestinación, con énfasis en la condenación
de los réprobos. Su planteo era de una doble predestinación (a salvación y a condenación), de modo
que Cristo murió sólo por los elegidos. Gotescalco fue condenado por Rábano Mauro, quien escribió
contra él un tratado titulado De la presciencia y la predestinación, de la gracia y el libre albedrío, en
el que enseñaba que somos predestinados en la presciencia divina.

La oposición de Mauro fue continuada por el arzobispo Hincmaro de Reims (806–882), quien
insistía en la voluntad salvadora universal de Dios. Prudencio de Troyes y Servato Lupo se opusieron
a este planteo y apoyaron una doble predestinación. Pronto intervino en el debate Retramno de
Corbie (m. 868), quien escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que sigue la doctrina
de Agustín al pie de la letra. Fue entonces que hizo su entrada en el debate Juan Escoto Erigena
(810–877), que también escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que hace un
acercamiento más filosófico que teológico al tema y en el que apoya la posición de Hincmaro. Su
libro provocó nuevas reacciones de parte de Prudencio de Troyes y más tarde de Floro de Lión. Al
final, el debate perdió todo sentido de discusión teológica y se transformó en una confrontación por
poder y prestigio entre las sedes episcopales de Lión y Reims, representadas por sus líderes Floro e
Hincmaro.

En realidad lo que estaba en discusión era una cuestión de énfasis. El énfasis agustino tendía a
sacrificar la libertad humana a favor de la soberanía divina, mientras que del otro lado se respeta el
derecho del ser humano a disponer de sí mismo y a hacer su parte en el logro de su salvación eterna.
Por cierto, el problema no se resolvió y en consecuencia volverá a presentarse nuevamente en los
siglos XVI y XVII en los debates teológicos dentro del catolicismo y del protestantismo.

_ Controversia sobre la virginidad de María

Nuevamente aparece el nombre de Ratamno de Corbie en esta breve controversia. Este monje
reaccionó a ciertas enseñanzas que circulaban en Alemania en el sentido de que Jesús no había
nacido de María del modo natural, sino que había surgido del secreto vientre virginal de algún modo
misterioso y milagroso. Según Ratamno, Jesús nació de María por la vía natural, pero esto no lo
contaminó ni violó la virginidad de su madre. Esto significa que María fue virgen antes del parto, en
el parto y después del parto, y esto es algo que sólo puede aceptarse por la fe.

La enseñanza de Ratamno fue refutada por un tal Pascasio Radberto (786–865), quien no
discutió la perpetua virginidad de María sino el modo en que esa virginidad permaneció intacta en
el parto. Según él, la virginidad permaneció intacta porque Jesús nació milagrosamente, estando el
útero cerrado. Toda esta discusión fue muy importante para el desarrollo del dogma de la perpetua
virginidad de María y otras doctrinas dependientes de este dogma.

_ Controversia sobre la eucaristía

Esta discusión giró en torno a la doble cuestión de, primero, si la presencia del cuerpo y la sangre
de Cristo en la eucaristía era tal que sólo podía verse con los ojos de la fe o si, por el contrario, se
trataba de una presencia verdadera, y, segundo, si el cuerpo de Cristo que estaba presente en la
eucaristía era el mismo que nació de María, sufrió, murió y fue sepultado, y ascendió a los cielos.
Pascasio Radberto había escrito un tratado (844) en el que presentaba una interpretación realista
extrema de la presencia de Cristo en la eucaristía. Según él, cuando los elementos son consagrados,
se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo de manera sustancial. De modo que la eucaristía
era una repetición del sacrificio de Cristo, y esto de tal modo que repetía la pasión y muerte del
Salvador.

Quien respondió a Pascasio fue Ratramno de Corbie con un tratado titulado Del cuerpo y la
sangre del Señor. Según él, el cuerpo de Cristo no estaba presente de manera real sino “en figura.”
Cristo estaba presente en el sacramento, pero no de manera visible. Además, ese cuerpo no era
idéntico al que nació de María y fue crucificado, porque ese cuerpo visible estaba sentado a la
diestra del Padre, mientras que el cuerpo presente en la eucaristía era sólo espiritual, y el creyente
participaba de él sólo espiritualmente. El debate continuó con una nueva reacción de Pascasio y la
intervención de Gotescalco y Rábano Mauro que se le opusieron. Finalmente, prevaleció la
interpretación realista de la eucaristía. Se afirmó la transformación substancial del pan y del vino en
el cuerpo y la sangre de Cristo, y se enfatizó la realidad de su presencia en el rito. Esto constituyó
un importante antecedente de la posterior doctrina de la transustanciación, que habría de ser
característica del dogma católicorromano.

El debate en torno a la eucaristía volvió a plantearse siglos más tarde (siglo XI) cuando
Berengario de Tours adoptó como propia la interpretación de Ratramno de Corbie. Berengario
negaba la transformación de la esencia del pan y del vino y afirmaba que el cuerpo de Cristo estaba
presente sólo de manera “intelectual,” es decir, espiritualmente. Berengario fue condenado varias
veces, más por cuestiones de poder eclesiástico que por asuntos propiamente teológicos. Entre
quienes rechazaron su planteamiento estaba Hugo de Chartres, quien afirmó la conversión real del
pan en el cuerpo de Cristo, aun cuando conservara el sabor del pan. La cuestión de la presencia real
de Cristo en la eucaristía y la transformación de los elementos seguía siendo tema de preocupación
para los teólogos de la segunda mitad del siglo XI. No obstante, habrá que esperar hasta 1215 para
ver consagrada definitivamente la doctrina de la transubstanciación.

_ Controversia sobre el alma

Dos cuestiones fueron motivo de debate durante el período carolingio: la incorporeidad del
alma y su individualidad. Respecto del primer asunto, Ratramno de Corbie sostenía que el alma era
incorpórea, y por lo tanto, no estaba circunscrita al cuerpo, sino que sobrepasaba sus límites. Estas
conclusiones fueron refutadas por quienes sostenían que el alma estaba atada al cuerpo, si bien no
estaba limitada a él. El segundo asunto fue más importante, ya que de la individualidad del alma
dependía la posibilidad de una vida eterna individual y consciente.

Algunos monjes habían enseñado una doctrina según la cual había sólo un alma universal, de la
que participaban las almas individuales. Esta enseñanza fue refutada por Ratramno, quien quería
preservar la individualidad de las personas. En su Tratado sobre el alma, Ratramno rechazó la idea
de que el alma pueda ser una y múltiple. Según él, hablar del alma en singular no implica un alma
universal que exista por encima y más allá de las almas particulares.

_ Controversia sobre el filioque

La cuestión de la procedencia del Espíritu Santo ya había sido tema de discusión durante el
período carolingio en Europa occidental, como parte del debate acerca de la doctrina de la Trinidad.
Sin embargo, fue en el Este donde la cuestión adquirió mayor relevancia y finalmente llevó al cisma
teológico entre Oriente y Occidente.

Mientras en Occidente se confesaba que el Espíritu procedía “del Padre y del Hijo,” en Oriente
se decía que procedía “del Padre por el Hijo.” En el primer caso, se comenzó por agregar a la fórmula
del Credo Niceno la frase “y del Hijo”—filioque—para indicar la doble procedencia del Espíritu Santo.
Mientras tanto, en Constantinopla se rechazó tal agregado como violatorio del significado del Credo
Niceno-Constantinopolitano, si bien los motivos de este rechazo eran más de carácter político que
propiamente teológicos.
Con posterioridad al Segundo Concilio de Nicea (787) el tema continuó debatiéndose pero con
tintes más políticos que teológicos. El patriarca Focio entró en conflicto con la sede romana (el papa
Nicolás I), especialmente por el control de la cristianización de Bulgaria y por su oposición a la
introducción de la cláusula filioque en el Credo Niceno. La controversia sobre la procedencia del
Espíritu Santo siguió en aumento hasta que para mediados del siglo IX (cisma de Focio, 867), la
cuestión del filioque se había transformado en uno de los motivos principales de la separación entre
la cristiandad occidental y la oriental. El Concilio de Constantinopla (869–870) condenó a Focio, que
de todos modos quedó como patriarca en Constantinopla con el reconocimiento del papa Juan VIII,
mientras que Roma se quedó con el control de Bulgaria.

Fuera de los motivos políticos que movían el debate, lo que estaba en discusión eran dos
maneras diferentes de ver la cuestión trinitaria. En Occidente el énfasis caía en la relación que une
a las tres personas de la Trinidad. Se pensaba del Espíritu como el amor que une al Padre y al Hijo.
En razón de que este amor es mutuo, entonces es posible decir que el Espíritu procede “del Padre y
del Hijo.” En Oriente el énfasis era puesto en la unidad de la trinidad y en su origen único. En este
sentido, sólo podía haber una fuente en el ser de Dios, y esa fuente era el Padre, de allí la fórmula
“del Padre, por el Hijo.”

_ Controversia sobre las imágenes

Este debate se dio fundamentalmente en el Imperio Bizantino y tuvo importantes componentes


políticos además de la cuestión propiamente teológica. Especialmente, bajo el gobierno de León III
el Isaurio y sus sucesores (siglo VIII) se suscitaron profundas controversias, de las que la de las
imágenes fue la más seria. León asumió una actitud “iconoclasta” (opuesta a la veneración de
imágenes), probablemente influido por el contacto con judíos, musulmanes y monofisitas, y en
oposición al poder de los monjes que defendían tal veneración. Como indica Justo L. González: “Para
León, su campaña iconoclasta era parte de su programa de restauración imperial. El hijo y sucesor
de León III, Constantino V, estaba convencido de que la veneración de las imágenes y de las reliquias
de los santos y de la Virgen era falsa.”

Entre los defensores de la veneración de imágenes estaban el patriarca Germán de


Constantinopla (715–729) y Juan de Damasco (675–749). Al segundo nos hemos referido en la
Unidad Uno. En cuanto al primero, refutó el argumento según el cual la veneración de imágenes era
idolatría marcando la distinción entre diversos tipos de “adoración.” Según él, una cosa era
proskunesis (respeto o veneración) y otra muy distinta era latreia (adoración en sentido estricto),
que se debe sólo a Dios.

Juan de Damasco, por su parte, distinguía entre diversos grados de culto. El culto absoluto era
sólo para Dios (latreia) y si se rendía a una criatura eso era idolatría. Pero la reverencia a las
imágenes era más una cuestión de respeto u honra (proskunesis timetiké) y podía prestarse a
objetos religiosos e incluso a personas en el ámbito civil. Finalmente, el culto a las imágenes fue
restaurado por el Concilio de Nicea en 787, que afirmó la conservación de las mismas, pero
indicando que no debía adorárselas como se adora a Dios.
En Occidente el debate no fue tan importante como en Oriente. En general, los Papas asumieron
una actitud favorable a las imágenes, pero cuidándose de no caer en idolatría. Así, pues, se
conservaron las imágenes, pero no se las consideró dignas de adoratio, es decir, de la adoración
debida sólo a Dios. Por eso, en Occidente no se le atribuyó a las imágenes el poder sacramental que
tenían en Oriente, ni llegaron a ocupar allí el lugar de importancia que tuvieron en Oriente. No
obstante, en la religiosidad popular, las imágenes en Occidente adquirieron la funcionalidad de
verdaderos ídolos, ya que la realización de milagros y señales estuvo ligada directamente a ellas y
al poder que se les atribuía.

EL PROBLEMA CÚLTICO

_ El culto a María

La mariolatría (culto o adoración a la Virgen María) surgió muy temprano en la experiencia de


la cristiandad, como resultado de un deseo de aumentar la glorificación de Cristo. El misterio de la
encarnación del Hijo de Dios colocó a la madre de Jesús en una posición de honor y prestigio. A
mediados del siglo IV, los teólogos cambiaron del título de María como “madre del Señor” para
transformarla en “madre de Dios” y “reina del cielo.” De “bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:28)
María pasó a ser considerada como una intercesora por encima de todas las mujeres y participante
de algún modo en la redención humana. La veneración de la Virgen se transformó en adoración, y
en algunos momentos llegó a ser más importante que Cristo mismo, especialmente en la religiosidad
popular.

El monasticismo ascético, que estimó el celibato como superior al matrimonio, enfatizó la


virginidad de María. José era considerado como una persona de edad, que se casó con María sólo
para protegerla de la calumnia. Los hermanos de Jesús eran hijos de José de un matrimonio anterior.
Ya para el siglo IV se afirmaba la perpetua virginidad de María. Parecía lógico, pues, que si María era
la madre de Dios, ella merecía ser objeto de adoración. Primero, se la invocó buscando su
protección. Luego, en el siglo V, muchos templos fueron dedicados a la “Santa Madre de Dios” o la
“Virgen Perpetua.” Justiniano I imploró su intercesión frente a Dios para la restauración del Imperio
Romano. En los siglos que siguieron, su imagen fue venerada y surgieron innumerables leyendas en
cuanto a los milagros que se producían a través suyo. La piedad popular le adscribía una concepción
y nacimiento sin pecado, y una resurrección y ascensión milagrosa al cielo.

En la Edad Media, Bernardo de Clairvaux jugó un papel director en el desarrollo del culto a la
Virgen, que llegó a ser una de las manifestaciones más importantes de la piedad popular del siglo
XII. Él no fue el inventor de la mariolatría (adoración de María) ni de la mariología (doctrina sobre
María). Según los eclesiásticos medievales, esta doctrina estaba implícita en los Evangelios mismos.
Pero en el pensamiento medieval temprano, la Virgen María había jugado un papel muy menor, y
es sólo con el surgimiento de un cristianismo más emocional en el siglo XI, que ella se transformó
en una intercesora de primer orden a favor de la humanidad delante de la deidad. Se la consideraba
como la madre amante de todos, cuya misericordia infinita ofrecía la posibilidad de salvación a todos
los que buscaran su asistencia con un corazón amante y contrito. Anselmo y algunos de sus
discípulos hicieron contribuciones importantes a la expansión rápida del culto a la Virgen a fines del
siglo XI, pero fue Bernardo quien hizo de la mariología una doctrina cardinal de la fe católica y una
creencia que fue más allá de las dimensiones de la enseñanza estrictamente religiosa hasta
enriquecer profundamente la visión artística y literaria de la alta Edad Media.

Así, pues, la piedad popular se fundaba no tanto en las doctrinas filosóficas elaboradas por los
teólogos medievales, como en la veneración de los santos y las reliquias, y especialmente en el culto
a la Virgen María. Durante el siglo XII el papado afirmó su derecho a canonizar nuevos santos, y se
estableció un procedimiento legal para probar su santidad. Se creía que las reliquias poseían
poderes curativos y propiedades milagrosas. Lo más característico de la religión popular, sin
embargo, fue la vasta difusión del culto mariano. Se consideraba a la Virgen María como intercesora
por los seres humanos ante Dios, más poderosa que los demás santos, e infinitamente más
compasiva. Así, pues, las plegarias de las personas comenzaron a dirigirse con creciente frecuencia
a ella.

Los cristianos bizantinos también reverenciaron a María con gran entusiasmo. Ciertas
aclamaciones litúrgicas cotidianas la declaraban: “Más honorable que los querubines, y más gloriosa
fuera de toda comparación que los serafines.” Desde el siglo X, el tema de la intercesión de la Virgen
encontró una iconografía distintiva, mucho más apasionada y amorosa que en las formas estáticas
anteriores. Desde entonces la Virgen adquirió un perfil más maternal y humano en las
representaciones bizantinas.

Ligada directamente a la devoción mariana, se desarrolló en la alta Edad Media una


transformación del carácter del caballero andante. La cristianización de la caballería constituyó un
ejemplo notable del poder de la religión en la Edad Media. Los guerreros toscos y brutales del siglo
X se fueron transformando en “caballeros gentiles y perfectos,” defensores galantes de los pobres
y los débiles, dedicados a promover la religión y a defender a la Iglesia. Tal era, por lo menos, el ideal
expresado en innumerables romances—el del Santo Grial, por ejemplo—y simbolizado en
ceremonias relacionadas con la investidura de la caballería. La realidad, como siempre, distaba
bastante del ideal. Sin embargo, no debe menospreciarse la eficacia de la Iglesia y del sentimiento
religioso para mitigar la violencia de las guerras internas en la cristiandad. Muchas veces los
miembros del clero intentaron reducir la plaga de la guerra privada declarando una Tregua de Dios,
durante la cual se prohibía la lucha entre cristianos. Dichas treguas no eran observadas
universalmente, por supuesto, pero posiblemente contribuyeron a favorecer un clima de paz en las
regiones rurales de Europa. En estos procesos de cambio cultural la devoción mariana jugó un papel
fundamental.

Por otro lado, las mujeres (tanto en Oriente como en Occidente) fueron grandes promotoras
del culto mariano, especialmente de la veneración de su imagen sea en forma de estatuas (en el
Oeste) o de íconos (en el Este). La razón es que las mujeres, que ocuparon generalmente un lugar
secundario respecto de los varones en la sociedad y la cultura, buscaban mediadores sagrados
(María u otras mujeres santas) para interceder ante un Dios masculino de tremendo poder y
majestad. Hay evidencia de que las madres alentaban a sus hijas a besar y acariciar estatuas o íconos
así como algunas niñas hoy juegan con una muñeca. Las imágenes familiares eran consideradas
como miembros honorables de la familia, e incluso a veces se nombraba a una imagen como
madrina de un niña.

La misma raíz mariana puede verse en el cambio de la posición de la mujer en la sociedad


caballeresca medieval. La mujer pasó a ser idealizada y se transformó en la depositaria de lo que se
llamó el amor cortés y romántico. El culto a la Virgen María motivó un grado de mayor reverencia
hacia la mujer y la maternidad. La caballería y los trovadores alababan la lealtad a la mujer que había
ganado el corazón de un caballero, y exaltaban no sólo su belleza física sino especialmente la
hermosura de su ser interior.

Alfred Weber: “En esta sociedad aparece entonces como centro la mujer, llamada a actuar
de árbitro del varón, en un curioso paralelo con el culto a María Santísima, que es venerada
en aquella época de manera idolátrica. Se trata de una sociedad, en la cual los caballeros
son los representantes de las preciosas formas culturales de este período, las cuales muy
pronto se convierten en amaneradas. Y en esa sociedad, los caballeros no sólo desenvuelven
sus dotes varoniles, y sus aptitudes amorosas cortesanas, sino también su productividad
espiritual, sobre todo en la epopeya y en las canciones. El clérigo, que antes lo había
dominado todo en el terreno espiritual, no es descartado, sino que, junto a la corte feudal,
obtiene una nueva tribuna en el centro espiritual de Europa.”

No obstante, a lo largo de la Edad Media, la mujer representó un papel doble: el de agente del
Diablo para la perdición del hombre y el de esposa de Cristo para su redención. Se consideraba a la
mujer como fuente de todos los males a través de la seducción sexual, su supuesta inclinación a lo
sensual más que a lo espiritual e intelectual, y su debilidad moral y espiritual por su descendencia
de Eva. Por otro lado, cuando la mujer se retiraba del mundo y se hacía monja pasaba a ser la esposa
de Cristo, dedicada a la intercesión por la redención de los hombres. En la Virgen María, la mujer
llegó al estatus de redentora y vencedora de la serpiente tentadora, a la que le pisa la cabeza.

_ El culto a los santos

El ingreso de grandes masas de paganos a la Iglesia llevó a la adoración de los mártires, santos
y reliquias. Los mártires cristianos ocuparon el lugar de los viejos dioses y héroes en la devoción de
las masas. A los martirologios se agregaron los santos, que fueron reconocidos por su piedad
ascética extraordinaria y su servicio a la Iglesia. Después de Ambrosio y Jerónimo, sólo personas
célibes o vírgenes podían calificar para ser considerados santos. Con posterioridad al Concilio de
Nicea (325) se fue desarrollando la invocación formal a los santos como patrones e intercesores
delante de Dios. Se construyeron templos y capillas sobre las tumbas de los mártires y se los dedicó
a sus nombres (advocación). Allí se llevaban a los enfermos para su sanidad y se celebraban fiestas
en honor del mártir en el aniversario de su muerte, mientras se veneraba alguna reliquia suya, a la
que se atribuían poderes milagrosos.

A lo largo de la Edad Media, el número de santos se multiplicó notablemente, al punto que el


santoral llegó a contar con más de uno por cada día del año. La canonización de los santos la hacía
el obispo conforme con el testimonio de los fieles de que habían ocurrido milagros por la intercesión
del mismo. Los sínodos extendían después la veneración de un santo a varias diócesis. Pero los papas
empezaron a reservarse el derecho de canonización de los santos. El primer santo canonizado por
un Papa fue Ulrico de Augsburgo (m. 973), canonizado por el papa Juan XV (993). El papa Alejandro
III reservó todas las canonizaciones a la Santa Sede. Los santos canonizados eran inscritos en el
Martirologio. Estos catálogos o listas de santos aprobados se conocían ya desde el siglo IV; el más
célebre era el Martirologio Jeronimiano (450). En el siglo IX se compusieron muchos de estos
catálogos, como el de Wandelberto de Prum, el de Rábano Mauro o el de Adón de Vienne.

Patrick J. Geary: “La devoción a los santos era aceptada tan universalmente, y el culto de
las reliquias era una parte tan natural de la vida humana, que la regulación y limitación de
estos fenómenos no era siquiera considerada, excepto sobre una base ad hoc cuando un
caso de abuso o fraude era tan evidente y tan dañino a la comunidad de los fieles que no
podía ser ignorado. Así los niveles de fuerza e intensidad por los cuales los fieles, laicos y
religiosos, procuraban ganar el favor de los santos se desarrolló naturalmente y se
incrementó en intensidad con la urgencia de los problemas que eran traídos a la
consideración de los santos.”

Las Cruzadas contribuyeron notablemente a aumentar la devoción a los santos. Después de la


caída de Constantinopla en manos de los cruzados (1204), Occidente se inundó de reliquias. Los
papas y los obispos procuraron oponerse en cierta medida a la superstición, al engaño y al tráfico
ilegal de reliquias. Pero en muchos casos supieron aprovechar la oportunidad de lucro y de control
social que las mismas representaban. Las fiestas de algunos santos como Nicolás, María Magdalena,
Lorenzo y Juan Bautista fueron declaradas de precepto, es decir, de observancia obligatoria.

Howard Clark Kee, et al.: “Los santos y sus reliquias, el peregrinaje y la esperanza de una
recompensa celestial encontraron su camino profundamente en la conciencia de los
hombres y mujeres medievales. El cristianismo ofrecía esperanza para la vida venidera y
significado en sus vidas terrenales duras y precarias, tocando virtualmente todos los
elementos de su existencia cotidiana. Desde el nacimiento hasta la muerte, las vidas de los
campesinos giraban en torno de la iglesia de la villa, donde los infantes eran bautizados, las
parejas se casaban, y los afligidos oraban por las almas de sus muertos, que estaban
enterrados en el cementerio de la iglesia.”

_ El culto al Diablo

La figura del Diablo y los demonios es tanto o más frecuente que la de santos y ángeles en el
arte y la literatura medieval. Se creía que el aire estaba plagado de demonios y el Diablo era una
presencia permanente y temible en la vida cotidiana. La diabología y demonología de la temprana
Edad Media estuvo dominada por el monasticismo, que siguió el concepto tradicional del Diablo
desarrollado por los padres del desierto. Más tarde, el surgimiento de las ciudades permitió el
desarrollo de universidades y la comprensión escolástica del Diablo y sus acciones. También durante
la alta Edad Media, la comprensión cristiana de lo diabólico se alimentó de la teología y las creencias
musulmanas sobre el particular. No obstante, a lo largo de todo el período medieval la creencia en
Satanás ocupó un lugar muy importante.

Jeffrey Burton Russell: “El arte y la literatura siguieron, más bien que condujeron, a la
teología del Diablo. No obstante, dramáticamente expandieron y fijaron ciertos puntos en
la tradición. El esfuerzo por crear unidad artística, por hacer el relato uno bueno y el
desarrollo de la trama convincente, llevó a un escenario en ciertas maneras más coherente
que el de los teólogos. El Diablo pasó por varios movimientos de declinación y avivamiento
en la alta y baja Edad Media. El decaimiento de Lucifer en la teología de los siglos XII y XIII
fue balanceado por el crecimiento de una literatura basada sobre preocupaciones seculares
tales como el feudalismo y el amor cortés, y más tarde por el crecimiento del humanismo,
que atribuyó el mal a las motivaciones humanas más que a las maquinaciones de los
demonios.”

A la figura del Diablo y los demonios se agregaba el temor a un sinnúmero de otras criaturas
malvadas, cuyo objetivo era molestar al ser humano, hacerlo sufrir o destruirlo. La mayoría de estas
criaturas diabólicas provenían del folklore pagano, como duendes, gnomos, elfos, enanos, gigantes,
monstruos, ogros y, sobre todos ellos, el Anticristo. El Anticristo era el más importante de todos los
cómplices del Diablo. Su influencia era profunda en todas las cuestiones humanas y se creía que
hacia el fin del mundo vendría en la carne para conducir las fuerzas del mal en una última batalla
desesperada contra el bien. A la lista de ayudantes del Diablo se agregaban herejes, judíos y brujas.

Se consideraba que el Diablo tenía mucho poder y se invocaba su ayuda de múltiples maneras
especialmente haciendo un pacto formal con él. Una vez hecho este pacto era muy difícil deshacerse
del mismo y de sus consecuencias. El compromiso y veneración del Diablo estaba relacionado con
la magia y varias otras prácticas del ocultismo. La mayoría de los practicantes de las artes mágicas
eran curanderos y adivinos. El ejercicio de la magia médica estaba muy generalizado, mediante el
uso de hierbas y animales medicinales. Eran populares los encantamientos mediante el uso de
oraciones, bendiciones e invocaciones. Todo el mundo utilizaba algún tipo de amuleto o talismán
protector, y se creía en el poder de ciertas piedras semipreciosas para curar o proteger del mal. La
adivinación y la brujería se desarrollaron notablemente a lo largo de toda la Edad Media, al igual
que la astrología, la magia astral, la cábala, la necromancia y más tarde la alquimia.

Richard Kieckhefer: “Los misioneros medievales tempranos en su conflicto con la religión


germana y celta pudieron predicar contra la magia. No obstante, al hacer acomodaciones a
la cultura germana y celta permitieron prácticas que según definiciones medievales tardías
serían consideradas como mágicas y quizás demónicas. Sin duda la confusión se incrementó
por la importación más o menos simultánea de diferentes tipos de magia de la cultura árabe.
El arribo de las ciencias ocultas, basadas en la metafísica y la cosmología, prestó una nueva
respetabilidad a la magia no demoníaca, pero a lo largo de la misma ruta de transmisión
cultural vinieron elementos clave de necromancia.”

EL PROBLEMA ECLESIOLÓGICO
_ El papado

La idea del papado comenzó a desarrollarse en Occidente durante el tiempo de las invasiones
germanas (450–750). Para entonces Roma era muy débil, pero el obispo de Roma se consideraba
sucesor del emperador romano. En razón de sus conflictos con el imperio bizantino, el papado buscó
a un rey occidental que resucitara al Imperio en el Oeste y restaurara la unidad política y la fuerza
de los países católicos latinos. Este avivamiento y reconstrucción ocurrió a principios del siglo IX bajo
Carlomagno, y la idea del imperio fue muy significativa en Occidente desde el siglo IX al XIV,
especialmente entre los monarcas germanos.

Ya hemos considerado cómo las divisiones políticas y geográficas del Imperio afectaron la
organización de la Iglesia. El área de la jurisdicción episcopal se transformó en “diócesis,” que había
sido la división administrativa imperial instituida por Diocleciano. De igual modo, las “provincias”
del Imperio pasaron a ser el ámbito administrativo de los arzobispos o metropolitanos, que
adquirieron poder en razón de gobernar sobre las ciudades más importantes del Imperio. Mientras
tanto, en el Imperio Bizantino, los obispos de las ciudades más importantes (Constantinopla,
Alejandría y Antioquía) recibían el título de patriarcas. La ventaja del obispo de Roma, el más
importante en Occidente, fue que no tuvo competidores por el poder y esgrimió argumentos
bíblicos con gran consistencia. Al no tener demasiados conflictos teológicos ni políticos a los que
hacer frente, el obispo de Roma (o Papa) pudo desarrollar mayor poder y prestigio y extender y
afirmar su autoridad (papado). De este modo, el papado fue el continuador de la autoridad imperial
romana y la teoría de una monarquía teocrática encontró en esta institución una vía de expresión.

Quien más hizo por afirmar la idea del papado como institución fue el papa Gregorio I el Grande.
Al tiempo que afirmó la autoridad pastoral de los obispos en la Iglesia, Gregorio era bien consciente
de que el obispo de Roma era más que un mero obispo. Como obispo de Roma, él era sucesor de
Pedro, primado de la Iglesia, y servus servorum Dei, “siervo de los siervos de Dios.” Gregorio expresó
la autoridad del papado en términos de responsabilidad, jerarquía y poder, ya que quien tiene
mayor responsabilidad tiene que gozar de mayor poder. En razón de que el Papa era responsable
delante de Dios por su ministerio como líder de la Iglesia cristiana, demandaba una autoridad
ilimitada en orden a llevar a cabo la obra divina que se le había confiado.

No obstante, una cosa era desarrollar la ideología del papado, y otra muy diferente era afirmar
el liderazgo del papado en Europa occidental, especialmente frente a los poderes seculares. A lo
largo de la alta Edad Media el papado estuvo involucrado en hacer prevalecer su pretensión de
dominio absoluto frente a los monarcas nacionales cuyo poder estaba en ascenso. Para cuando el
papado alcanzó el máximo de su poder temporal y prestigio en el siglo XIII, con el papa Inocencio III,
pasó a ocupar un lugar más en el concierto de otros poderes emergentes, que con el tiempo le
pondrían límites y en definitiva reducirían su impacto en la conducción de la cristiandad europea
occidental. Para fines del período medieval, estaba claro que el papado debía renunciar a toda
ambición de poder mundano y debía reformarse para dedicarse a una tarea más específicamente
religiosa y pastoral.
Inocencio III fue el Papa que sostuvo las pretensiones de autoridad y poder más grandes de todo
el papado medieval. Él no agregó nada nuevo al concepto del papado, pero procuró hacer valer su
convicción sobre la supremacía del papado sobre cualquier otro poder en el mundo.

Kenneth S. Latourette: “[Inocencio III] soñaba con la cristiandad como una comunidad en
la cual el ideal cristiano había de ser realizado bajo la dirección papal. Como sucesor de
Pedro, el Papa—así lo creía Inocencio—tenía autoridad sobre todas las iglesias. Al menos en
una ocasión, además, él declaró que él como Papa era el vicario de aquel de quien se había
afirmado que era el Rey de reyes y Señor de señores. Escribió que Cristo ‘legó a Pedro el
gobierno no sólo de la Iglesia sino también de todo el mundo’. También dijo que Pedro era
el vicario de aquel de quien son la tierra y lo que en ella está, el mundo y los que en él
habitan … Admitía que a los reyes les eran confiadas ciertas funciones por comisión divina,
pero también afirmaba que Dios había ordenado tanto el poder pontifical como el real, lo
mismo que él creó el sol y la luna, y que como ésta recibe su luz de aquél, así el poder real
deriva su dignidad y su esplendor del poder pontifical. Además, como sucesor verdadero de
los grandes papas reformadores, Inocencio insistía en que el poder del gobernante secular
no alcanzaba al clero, sino que el clero había de ser independiente de la ley del Estado y
sujeto tan sólo a la de la Iglesia.”

_ El clericalismo

El surgimiento del clericalismo es anterior al período medieval. El gnosticismo jugó un papel


muy importante en hacer una diferencia entre aquellos que tenían el conocimiento (gnosis) de los
misterios de la religión y el común de la gente que los ignoraba. De este modo, los obispos (pastores)
surgieron como hombres que ostentaban una autoridad religiosa y dogmática, administrativa y
pastoral por encima de cualquier otro creyente. Ellos tenían la responsabilidad de definir el dogma
y ejercer un control absoluto sobre el rebaño. Los presbíteros (sacerdotes) surgieron como
asistentes de los obispos. Los sacerdotes estaban bajo la autoridad del obispo y lo asistían en su
ministerio en la catedral y en las congregaciones locales que dependían de ella y eran parte de su
diócesis. Se creía que la autoridad de los obispos derivaba de su ordenación mediante la sucesión
apostólica, es decir, de Cristo a través de los apóstoles y por sus sucesores legítimos a todos los
obispos. El misterioso poder espiritual de la Iglesia era considerado como emanando de Cristo en
una línea directa hasta el que ocupaba cada sede episcopal.

El desarrollo de la jerarquía eclesiástica fue también alentado por el crecimiento del


sacramentalismo. A través de los ritos misteriosos de los sacramentos el creyente podía obtener
acceso a la gracia salvadora de Dios. Por ser los únicos administradores de los sacramentos, los
sacerdotes adquirieron un gran poder y prestigio, y se consideraba que tenían una relación especial
con Dios. Tan especial era esta relación que parte de su deber era ofrecer el sacrificio de la misa de
manera regular y permanente, incluso estando solos o fuera de la congregación. Esto hizo que los
miembros del clero adquiriesen un estatus social y espiritual superior al de cualquier otra persona
en la sociedad medieval. Esta diferenciación era marcada mediante el uso de vestimentas
especiales, la tonsura del cabello, el celibato y una vida alejada de lo que se consideraba mundano.
No obstante, muchos clérigos y monjes estaban lejos de practicar los ideales de la fe que
profesaban. El voto de castidad era violado permanentemente por la mayoría de los clérigos.
Borracheras, venalidad y simonía eran comunes. Los deberes sacerdotales eran llevados a cabo a la
ligera y sin dedicación. En algunos casos, el clero se involucró en prácticas ocultistas e incluso
satánicas. Los obispos se transformaron en magnates que se ocupaban más de las cuestiones
temporales que de sus deberes espirituales y pastorales. Todo el mundo respetaba el oficio
sacerdotal, pero muchos resistían los abusos del clero y expresaban una actitud anticlerical. El
desarrollo del clericalismo puso en evidencia el contraste entre el ideal del evangelio cristiano y la
corrupción del mismo.

Kenneth S. Latourette: “Los muchos esfuerzos para la reforma del clero y los monasterios
y de la Iglesia como un todo son al mismo tiempo una indicación de una vida religiosa que
no podía permanecer satisfecha con los abusos o con nada menos que la perfección
establecida en los Evangelios, y con los alejamientos patentes y crónicos de ese modelo. La
introducción del cristianismo [al clericalismo] trajo una tensión entre lo ideal y lo real.
Muchos fueron atraídos, pero muchos también estaban contentos con encontrar un estilo
de vida más o menos confortable en las concesiones y otros emolumentos provistos por los
fieles.”

_ El sacerdotalismo

Debido al sacramentalismo y el clericalismo, el sacerdocio (sacerdotium) ocupó una posición


elevada por encina de la posición de otros miembros de la Iglesia. Sólo los sacerdotes podían llevar
a cabo el milagro de la eucaristía (transubstanciación) y darle validez a los demás sacramentos de la
Iglesia. Con la institución de una jerarquía eclesiástica, el sacerdocio de todos los creyentes se perdió
y se creó la noción contraria al Nuevo Testamento del creyente común como laico (es decir,
perteneciente al pueblo). De este modo, el laicado quedó bajo la autoridad de la jerarquía, sujeto a
los sacerdotes y los obispos. Los dones del Espíritu Santo, que en los primeros siglos del testimonio
cristiano habían estado en manos de todos los creyentes, ahora eran privilegio exclusivo de la
jerarquía. Con todos los cinco ministerios bíblicos (predicación, enseñanza, comunión, adoración,
servicio) ocurrió lo mismo. Los laicos quedaron limitados al papel de espectadores de los rituales
sagrados llevados a cabo por los sacerdotes y obispos.

En relación con los sacerdotes y su autoridad para llevar a cabo los misterios sacramentales, se
decía que era su oficio y no la calidad de su conducta la que daba efectividad al milagro sacramental.
Esto era así, se decía, porque el sacerdote no actuaba como ser humano, sino como representante
de Cristo y oficial de la Iglesia. El sacerdote era el único que podía, mediante las palabras y fórmulas
prescritas, hacer que los sacramentos operasen como vehículos de gracia salvadora.

En razón de que la parroquia era la unidad básica de la organización de la Iglesia y que el


sacerdote era el personaje más importante de la comunidad, su prestigio y poder casi no tuvieron
competencia. La edad para acceder a los órdenes mayores era de treinta años para el sacerdocio,
veinticinco para el diaconado y veinte para el subdiaconado. Los sacerdotes que vivían en pueblos
gozaban de una variedad mayor de servicios y oportunidades para su desarrollo. En las iglesias más
grandes, los sacerdotes vivían en una comunidad semimonástica conforme con una regla (canon)
de donde se deriva el nombre de cánones para estos sacerdotes. Estas comunidades sacerdotales
eran llamadas collegia y se designaba a estas iglesias como colegiales. Los cánones estaban
asociados también con las catedrales, en las que servían como asistentes de los obispos. Durante el
siglo XII, los cánones de las catedrales (conocidos colectivamente como el capítulo) llegaron a jugar
un papel decisivo en la selección de nuevos obispos.

Carl A. Volz: “Los sacerdotes que servían en las grandes iglesias urbanas eran sostenidos
mediante legados de tierra que producían renta y que se llamaban prebendas. Algunos
cánones abusaron del sistema en la baja Edad Media cuando se dedicaron a colectar los
derechos de varias prebendas, con cuya renta contrataron a substitutos (vicarios) para
cumplir con sus deberes. Se promulgaron regulaciones que estipulaban que todo sacerdote
debía pasar al menos un tercio de cada año en residencia en su parroquia. El surgimiento
de los pueblos e incluso de las grandes ciudades a comienzos del siglo XII, junto con la
aparición de las universidades, incrementó considerablemente las oportunidades para la
educación y el mejoramiento clerical.”

La separación y distinción marcada por el sacerdotalismo encontró un fuerte elemento definidor


en la práctica del celibato sacerdotal. Con anterioridad a la Edad Media ya se consideraba al celibato
como indicación de santidad, y en consecuencia, como requisito necesario para aspirar al
sacerdocio. No obstante, fue dentro de los círculos monásticos que el celibato fue elevado por
primera vez a un estado obligatorio, y de allí pasó a ser requerido a todo el clero. El celibato romano
era diferente del aprecio bizantino por el matrimonio de su clero. En el Este, sacerdotes y diáconos
continuaban con su vida matrimonial después que eran ordenados. Sólo se obligaba a los obispos a
enviar a sus esposas a monasterios distantes.

_ El sacramentalismo

Es a lo largo de la Edad Media que la práctica y doctrina del Bautismo y de la Eucaristía se


desarrollaron considerablemente con un tinte mágico. Ambos ritos cristianos adquirieron en estos
siglos un marcado carácter sacramental, es decir, se los consideró como sacramentos. El
sacramentalismo es el concepto teológico que considera al sacramento como una forma visible de
la gracia invisible de Dios. Este concepto apareció bien temprano en la historia del cristianismo y
debe mucho de su contenido a formulaciones procedentes del helenismo. No obstante, fue a lo
largo de la Edad Media que el sacramentalismo se afirmó de manera definitiva, especialmente en
relación con el Bautismo y con la Eucaristía.

Durante la alta Edad Media, los sacramentos se organizaron y sistematizaron. Hugo de San
Víctor (1097–1141) consideraba que eran treinta en total, siguiendo el modelo de Agustín. Pero su
contemporáneo Pedro Lombardo, en sus Sentencias produjo una sistematización que consideraba
sólo siete y los distinguía de los sacramentales menores. Sus conclusiones recibieron el sello de
ortodoxia en el Cuarto Concilio Laterano y su sistema fue finalmente confirmado y establecido
teológicamente por Tomás de Aquino en su Suma teológica e impuesto oficialmente por el Concilio
de Florencia (1439). Según Lombardo y Aquino, los sacramentos confieren gracia divina
simplemente al ser ejecutados (ex opere operato). Esto es lo que se conoce como sacramentalismo.

Bautismo. La comprensión del bautismo fue afectada por la controversia entre Agustín de
Hipona y Pelagio. La doctrina del pecado original, que sostenía Agustín, resultó en la comprensión
del bautismo como medio de salvación y fomentó la necesidad de bautizar a los niños para que no
fueran al infierno o al limbo. La alta tasa de mortalidad infantil, característica de los tiempos
medievales, hizo que el bautismo se practicara cada vez más temprano en el recién nacido. Además,
en razón del concepto de cristiandad, el bautismo llegó a ser no sólo el medio de ingreso a la
comunión en la Iglesia sino también a la sociedad cristiana (Estado).

A partir de Gregorio I comenzó a practicarse una sola inmersión del catecúmeno (hasta entonces
se lo sumergía tres veces, desnudo). La aspersión para entonces era bastante común y se la
consideraba como equivalente a la inmersión. De todos modos, el bautismo era considerado como
un rito de purificación en el que todos los pecados previos eran lavados y la persona comenzaba la
vida eterna. Sólo el martirio podía ser un substituto válido para el bautismo. Generalmente, los
bautizados eran adultos, pero el bautismo de infantes ya estaba bien difundido a comienzos de la
Edad Media y llegó a ser la práctica universal durante estos siglos.

Carl A. Volz: “El Bautismo ocupó un lugar a la cabeza de los sacramentos porque era por él
que se hacían nuevos cristianos. Si bien en la iglesia primitiva el número de bautismos de
adultos era grande, para el año 1200 la mayor parte de los adultos ya había entrado a la
Iglesia, y los bautismos eran primariamente de niños. Bajo Carlomagno el gran bautisterio
para adultos dio lugar a una fuente más pequeña, y la inmersión fue reemplazada por la
aspersión, pero los infantes siguieron siendo sumergidos en grandes fuentes hasta el siglo
XVI. El rito era acompañado del uso de símbolos—agua, vela, vestidura blanca, sal y aceite.
En una edad posterior el niño recibía la Confirmación, que era una afirmación del Bautismo.”

Hacia fines del período medieval comenzó a desarrollarse la idea de que con el bautismo el alma
quedaba sellada con un “sello” indeleble, con lo cual no era necesario repetirlo. Lo mismo se
afirmaba de los sacramentos de la confirmación y de la ordenación. Esto era una conclusión lógica
a partir del concepto agustino de que el bautismo de los donatistas era válido, y por lo tanto no era
necesario repetirlo aun cuando los herejes donatistas se arrepintieran y reconciliaran con la Iglesia
Católica.

Eucaristía. La celebración de la Eucaristía o Santa Comunión, acompañada de ciertas oraciones,


continuó siendo a lo largo de la Edad Media el clímax de la adoración cristiana, tanto en Oriente
como en Occidente. En estos siglos se confirmó la comprensión sacramental de la Eucaristía en
Occidente, al afirmarse la presencia real de Cristo en los elementos, su transformación substancial
(transubstanciación) y su carácter como renovación del sacrificio expiatorio. Como vimos más
arriba, en el siglo IX, Ratramno fue uno de los últimos escritores en describir los elementos de la
Eucaristía como “símbolos,” pero su libro fue condenado en 1050. Él se oponía a Pascasio Radberto
que asumió la posición realista, que afirmaba una presencia real de Cristo en los elementos
eucarísticos y anticipaba la idea de la transubstanciación de los mismos. Así, pues, alrededor del año
1000, ya estaba bien generalizada la idea de que en la Eucaristía el signo es lo mismo que aquello
que significa o señala (posición realista). Finalmente, el Cuarto Concilio Laterano (1215) afirmó la
idea de la transubstanciación y enseñó que la sustancia del pan y del vino es cambiada en el cuerpo
y en la sangre reales de Cristo.

Aquino defendió la transubstanciación usando categorías aristotélicas, lo cual dio lugar a nuevos
énfasis y prácticas. La eucaristía se transformó en el rito máximo del culto y hubo un aumento de
devociones fuera de la liturgia. Entre estas devociones secundarias una de las más populares fue la
fiesta del Corpus Christi (cuerpo de Cristo), en la que se veneraba a la hostia consagrada. Los laicos
quedaron excluidos de la participación del vino, para evitar que derramaran el vino
transubstanciado en la sangre de Cristo. También empezaron a celebrarse misas (sacrificios
eucarísticos) por los muertos y misas privadas.

En Oriente, ya desde el siglo IV se sostenía que Cristo se hacía presente en los elementos
sacramentales durante la oración conocida como la Invocación. Se oraba para que el Espíritu Santo
descendiera y efectuara el cambio de los elementos consagrados. En Occidente se creía que la
consagración de los elementos ocurría cuando se pronunciaban las palabras de Jesús: “esto es mi
cuerpo … éste es el nuevo pacto en mi sangre.” En Oriente la acción consagratoria era la epiklesis u
oración invocando al Espíritu Santo. Esta oración central era recitada como un susurro por el
sacerdote, lo cual acentuaba el misterio del acto pero también alienaba a la gente de la participación
en el mismo.

La presencia real de Cristo hacía de la Cena tanto un sacrificio como un acto de comunión. En
Oriente se enfatizaba el aspecto de la comunión según la cual la Cena era un misterio vivificador,
por el cual el participante recibía el cuerpo y la sangre transformadores del Señor, y de ese modo
participaba de la naturaleza divina. En Occidente, donde se afirmaba que la salvación venía a través
de una correcta relación con Dios a través de un sacrificio, se concebía a la Eucaristía como un drama
en el que el sacerdote, detrás de un velo, ofrecía un sacrificio a Dios y apelaba a él para que se
mostrara misericordioso hacia aquellos por quienes se ofrecía tal sacrificio.

Hubo controversias entre el Este y el Oeste en cuanto a la práctica de la Eucaristía. En Occidente


se generalizó la práctica de usar pan sin levadura (azymes) y desde el siglo VIII en adelante se usaron
hostias para la comunión. En Oriente, por el contrario, se utilizó pan común. El Cuarto Concilio
Laterano (1215) estipuló que todos los cristianos debían comulgar por lo menos una vez al año, y
especialmente para Pascua. Para los siglos XI y XII la misa era exclusivamente una ceremonia
sacerdotal en la que las personas participaban como espectadores pasivos. Además, al ser llevada a
cabo en latín y con el sacerdote de espaldas a la congregación, era ininteligible para la mayor parte
de las personas.

EL PROBLEMA MISIONOLÓGICO

_ Misión y monasticismo
A diferencia de sus antecesores orientales, los monjes occidentales no sólo se dedicaron a la
vida contemplativa y de separación del mundo, sino que se transformaron en la fuerza misionera
más importante, especialmente durante la temprana Edad Media. Desde el siglo VI en adelante, la
mayoría de los misioneros de la Iglesia Romana y de la Iglesia Griega eran hombres y mujeres que
habían hecho votos monásticos. Entre los primeros, los monjes irlandeses ocuparon un lugar muy
particular. Eran hombres de un buen nivel de educación y de gran celo religioso, que orientaron su
vocación hacia la tarea misionera y fueron así pioneros en la conversión de los paganos anglosajones
y en sus intentos por reformar la Iglesia en Galia. La estructura no jerárquica de sus monasterios,
donde el abad no tenía autoridad sobre los monjes, sino que éstos eran libres para ir y venir como
les parecía bien, favoreció el desarrollo de sus aventuras misioneras. Norman E. Cantor señala,
además, que “los misioneros celtas que comenzaron la conversión del norte de Inglaterra a fines del
siglo VI y principios del VII trajeron con ellos su profunda erudición, y las escuelas anglo-sajonas de
los siglos VII y VIII se debieron en parte a las contribuciones de la erudición irlandesa.”

En el caso de los benedictinos, con el tiempo se tornaron más elitistas y sus cuadros estuvieron
integrados mayormente por personas pertenecientes a la nobleza. No obstante, si bien la mayoría
de los monjes permaneció en sus monasterios y sujetos a sus votos, en el siglo VIII los monjes
benedictinos más capaces dejaron con frecuencia sus comunidades para dedicarse a la obra
misionera. De este modo, el monasticismo de Benito de Nursia, que había sido pensado como una
forma de huir del mundo civilizado para dedicarse a una vida contemplativa, se transformó en la
temprana Edad Media no sólo en una parte integral de la sociedad sino también en una fuerza
salvadora de primera importancia en la civilización caótica que siguió a las invasiones germanas.

Fue especialmente en el continente europeo que los monjes jugaron un papel importante en la
conversión de numerosos pueblos paganos. A fines de la última década del siglo VII, monjes
anglosajones comenzaron a misionar entre los frisios paganos de los Países Bajos. Muy pronto estos
misioneros tomaron contacto con los carolingios, la nueva familia dominante en Francia. Bajo la
dirección de Pipino el Breve, se transformaron en la vanguardia de la expansión de los francos al
norte del río Rin.

Norman E. Cantor: “La actitud de simpatía de los carolingios hacia los misioneros anglo-
sajones estuvo motivada por su deseo de aparecer como amigos de la Iglesia, cuyo apoyo
moral podía ser especialmente útil en vista de su propio dudoso derecho legal a dominar la
monarquía francesa, y en razón de que creían que la cristianización de las tribus germánicas
de la frontera haría más fácil su absorción efectiva a la monarquía franca.”

En este proceso, algunos misioneros, como Bonifacio, jugaron un papel fundamental, ya que
fueron los gestores de la primera Europa. Bonifacio no sólo fue el apóstol de Alemania, sino también
el reformador de la Iglesia franca y el principal gestor de la alianza entre el papado y la dinastía
carolingia. Sus labores misioneras en Alemania fueron de gran trascendencia, ya que colocó bajo la
civilización cristiana latina a un amplio territorio de Europa occidental y echó los cimientos de la
Iglesia alemana, que ya en el siglo X se destacó por la intensa calidad de su religiosidad. El profundo
espíritu misionero de los monjes anglosajones de la temprana Edad Media está bien ilustrado por
una carta que Bonifacio dirigió a todos los obispos y clero de la Iglesia en Inglaterra, solicitando su
asistencia en la labor misionera que estaba llevando a cabo.

Bonifacio: “Humildemente les rogamos … que la palabra de Dios pueda avanzar y ser
glorificada. Les encarecemos que estén alertas en la oración para que Dios … pueda volver
los corazones de los sajones paganos a la fe católica … y reunirlos entre los hijos de la Madre
Iglesia. Tengan compasión por ellos, porque ellos mismos están diciendo ahora: ‘Todos
nosotros somos de una sola sangre y hueso con ustedes.’ … Además, que sea notorio a
ustedes que al hacer esta apelación cuento con la aprobación, la conformidad y la bendición
de dos pontífices de la Sede Apostólica.”

Las labores misioneras de estos monjes benedictinos y sus esfuerzos por cristianizar el occidente
europeo pusieron en movimiento un complejo de ideas e instituciones que llegaron a configurar la
civilización de la primera Europa. Por cierto que este mundo de tensiones, ambigüedades, logros y
desengaños estaba bastante más allá de los ideales puros y simples y de las expectativas
misionológicas de los misioneros anglo-sajones.

_ Misión y expansionismo

Una constante de los grandes emprendimientos misioneros de todos los tiempos es que los
misioneros acompañan a los ejércitos y mercaderes de los poderes dominantes, en el proceso de su
expansión territorial. En la historia del cristianismo, la expansión del poder carolingio durante el
siglo IX fue clave para determinar el éxito de la empresa misionera en Europa occidental. En la
conversión de los pueblos paganos al norte del río Rin dos factores se asociaron de manera estrecha:
el celo misionero de los monjes anglo-sajones y la fuerza militar de la dinastía carolingia.

Evangelización belicosa. Durante el período carolingio, la expansión del cristianismo estuvo


ligada directamente a la expansión territorial de los francos. Esto se vio claramente en la
evangelización del norte de Europa y especialmente de Europa central. Los francos querían crear
una estructura social y cultural que fuese cristiana por definición. El resultado de tremenda empresa
fue un maravilloso sentido de unidad y coherencia bajo el signo de la cruz. Esto le dio a Europa
occidental un gran dinamismo cultural, pero implicó cierto grado de intolerancia doctrinaria,
litúrgica, y en el fondo cultural y social, lo cual no hizo posible el desarrollo de una Iglesia
auténticamente ecuménica. Por lo menos, una Iglesia que combinara lo mejor de las tradiciones
cristianas de Oriente y de Occidente.

Paul Johnson: “Se obtuvo la unidad profunda a expensas de la unidad amplia. La


penetración cristiana en todos los aspectos de la vida de Occidente significó la creación de
una estructura eclesiástica muy organizada, disciplinada y particularista, que no podía
permitirse la concertación de un compromiso con los desvíos orientales. Más aún, el sesgo
imperioso de la Iglesia carolingia poco a poco tiñó las actitudes del papado y rigió a la
postura romana mucho después de que el propio Imperio carolingio desapareciera. Durante
los siglos X y XI Roma utilizó, en sus enfrentamientos con Constantinopla, argumentos que
habían sido concebidos por la corte franca en los siglos VIII y IX, y a los que en ese momento
aquélla se había opuesto, o bien había intentado moderar.”

La importancia de la violencia como método misionológico fue un rasgo especialmente


acentuado en Occidente. Los cristianos orientales tendieron a seguir las enseñanzas de Basilio de
Cesarea, para quien la guerra era una práctica vergonzosa. Ésta había sido la actitud de la tradición
cristiana original. Pero en Occidente se siguieron las enseñanzas de Agustín de Hipona, para quien
la guerra era “justa” si era la voluntad de Dios. De allí que cuando Urbano II predicara la primera
Cruzada lo hizo al grito de: “¡Dios lo quiere!” Por otro lado, el uso de la fuerza era meritorio cuando
se lo orientaba contra los que afirmaban o sostenían otras creencias religiosas o ninguna. Las
Cruzadas se transformaron así, probablemente, en la empresa más monumental de evangelización
belicosa emprendida por la cristiandad occidental.

Cuatro factores confluyeron en el desarrollo de las Cruzadas militares. El primero fue el


desarrollo de la Reconquista española, que estuvo cargada de un profundo contenido espiritual y
de fanatismo religioso. El segundo fue el temple violento de los pueblos germánicos, especialmente
los francos y más tarde los anglosajones, siempre afectos al uso de las armas. El tercero fue el peso
de la tradición histórica, ya que los francos, desde los días de Carlomagno, habían asumido el
derecho y el deber de proteger los lugares santos de Jerusalén y a los peregrinos occidentales que
los visitaban. Y, el cuarto fue la idea de unir la expansión territorial a expensas de los infieles con la
práctica de la peregrinación religiosa masiva y armada a Tierra Santa.

Paul Johnson: “La idea de que Europa era una entidad cristiana, que había adquirido ciertos
derechos inherentes sobre el resto del mundo a causa de su fe y de su deber de extenderla,
armonizaba perfectamente con la necesidad de hallar una salida tanto a su afición a la
violencia como al exceso de su población.… Por consiguiente, las Cruzadas fueron hasta
cierto punto un extraño episodio a medio camino entre los movimientos tribales de los
siglos IV y V y la migración transatlántica masiva de los pobres en el siglo XIX.”

No obstante, las Cruzadas fueron un derroche de violencia, pero misionológicamente fueron


nulas. Los cristianos occidentales gobernaron a la población conquistada como una elite colonialista.
No se realizó ningún esfuerzo por convertir a los musulmanes y los ataques contra Constantinopla
debilitaron radicalmente a la cristiandad bizantina. Sin embargo, el espíritu de cruzada caracterizó
la mayor parte de los esfuerzos evangelísticos y misioneros de la alta y baja Edad Media. En muchos
casos, no se podía entender de qué otra manera podía predicarse el evangelio que no fuese a punta
de espada. Las excepciones a esta estrategia bélica fueron Francisco de Asís y Raimundo Lulio, en
sus intentos por llegar a los musulmanes con el evangelio.

Paul Johnson: “Un aspecto que seguramente debe parecer extraño al historiador es que ni
la cristiandad occidental ni la oriental crearon órdenes misioneras. Hasta el siglo XVI el
entusiasmo cristiano, que adoptó tantas otras formas, nunca se orientó institucionalmente
por este canal. La cristiandad continuó siendo una religión universalista. Pero su espíritu
propagandístico se expresó durante la Edad Media en distintas formas de violencia. Las
cruzadas no fueron iniciativas misioneras sino guerras de conquista y experimentos
primitivos de colonización; las únicas instituciones cristianas específicas que ellas
originaron, las tres órdenes caballerescas, fueron cuerpos militares.”

Evangelización urbana. La decadencia del feudalismo y el restablecimiento del poder real


significaron un cambio en la comprensión de la misión cristiana. El régimen feudal había provocado
la desintegración política y territorial de Europa en pequeños Estados, gobernados por señores
representantes de la nobleza. Pero a fines del siglo XIII, el feudalismo comenzó a declinar en Francia
e Italia y si bien el sistema se prolongó por más tiempo en Alemania e Inglaterra, hacia el año 1500
ya se había extinguido totalmente en Europa occidental.

CUADRO 13 - CAUSAS DE LA DECADENCIA DEL FEUDALISMO

1. Desarrollo económico: desde el siglo XI creó nuevas oportunidades de trabajo y permitió a


muchos siervos y campesinos comprar su libertad.

2. Nuevas tierras: el crecimiento de la agricultura demandó de nuevas tierras, lo que llevó a la tala
de bosques y el drenaje de pantanos, trabajos emprendidos por los campesinos, que lo hicieron
a cambio de su libertad.

3. Peste Negra: diezmó las poblaciones y esto valorizó la mano de obra.

4. Ejércitos profesionales: muchos siervos se incorporaron a ellos como soldados mercenarios y


esto debilitó el prestigio de la caballería.

5. Guerra de los Cien Años: originó períodos de caos y precipitó la caída del feudalismo.

La decadencia del feudalismo y el surgimiento de una burguesía urbana favorecieron la


progresiva consolidación del poder real y el surgimiento del concepto de Estado o Nación. Los
burgueses de las ciudades enfrentados con la nobleza, apoyaron militar y económicamente a los
reyes con el propósito de asegurar el orden y la unificación política y territorial. La nobleza perdió
sus privilegios mientras la monarquía consolidaba su poder y carácter absolutista.

Ya para fines del siglo XI, el relativo aumento de la seguridad social y de la demografía,
incrementó la construcción de núcleos urbanos. Cuando desapareció el peligro de los ataques de
húngaros y de normandos, y también cesaron las guerras entre los señores feudales, los habitantes
de los lugares fortificados, en razón del aumento de la población, abandonaron esos recintos muy
estrechos y se dirigieron a las ciudades, que fueron reconstruidas y repobladas. La relativa
prosperidad de la agricultura, con nuevos cultivos como el del arroz; el progreso de las artesanías,
con la agrupación de los patrones y los obreros en gremios; y, el resurgimiento del comercio
marítimo, como resultado de las Cruzadas, provocaron un inusitado desarrollo urbano. En las
proximidades de los castillos y de los monasterios, en los cruces de caminos comerciales o en los
puertos de mar, se agrupó la población, constituyendo las villas; en las afueras de las arruinadas
ciudades antiguas se formaron barrios o burgos y se construyeron nuevas murallas y defensas. A los
habitantes de estos núcleos urbanos fortificados, generalmente comerciantes, artesanos y gente
que no se dedicaba a trabajos manuales, se les llamó burgueses.

Las villas y los burgos dependían al formarse de un señor feudal, pero pronto se fueron
emancipando al comprar sus libertades o conquistándoles por la fuerza. Los reyes, por su parte,
favorecieron este movimiento de emancipación de la clase media o burguesía, en su lucha por abatir
la nobleza feudal, siempre peligrosa para la autoridad regia. Así, ayudadas por los reyes, las ciudades
se convirtieron en municipios y organizaron su propia administración, de la que se encargaba una
asamblea de vecinos que formaban el concejo o ayuntamiento, presidido por un magistrado llamado
alcalde o síndico. Según los lugares, hubo municipios libres o autónomos y otros aforados o francos,
cuya carta o fuero limitaba los derechos del señor, de quien en parte dependían.

Los comerciantes y artesanos urbanos organizaron su trabajo tomando como base la asociación
obligatoria. Patrones y obreros se agrupaban en corporaciones o gremios, que eran entidades de
carácter religioso-profesional. Cada oficio poseía su corporación y ningún artesano podía trabajar
sin hallarse inscrito en la asociación respectiva. En su aspecto religioso, las corporaciones eran
verdaderas cofradías, pues poseían asesores eclesiásticos, y se hallaban bajo la advocación de un
santo o “patrono” espiritual. En el día destinado a honrar al divino protector, se realizaban solemnes
fiestas patronales. Éstas consistían en desfiles y procesiones, encabezadas por los estandartes del
gremio y la imagen del santo tutelar.

En este contexto urbano, los paladines de la evangelización fueron los frailes dominicos y
franciscanos, a lo largo del siglo XIII. Su ministerio evangelizador fue típicamente urbano y apeló
notablemente a las nuevas clases sociales, que veían en su estilo de vida sencillo y sus ideas
renovadoras un contraste notable con la corrupción del clero secular y regular. Muy pronto
obtuvieron facultades sacerdotales, lo que les permitió escuchar confesión y administrar los
sacramentos, y transformarse en dinámicos competidores de los sacerdotes parroquiales y del clero
de la catedral. La metodología evangelizadora que utilizaron fue típicamente urbana y respondió
adecuadamente a las expectativas de la mayoría de los laicos, que estaban desencantados con la
Iglesia institucional. Con el correr del tiempo, los frailes fueron absorbidos por los ideales urbanos,
adquirieron propiedades en las ciudades y se inclinaron al estudio de la filosofía y de la ciencia. En
el último cuarto del siglo XIII, profesores franciscanos dominaban la Universidad de Oxford mientras
que sus pares dominicos hacían lo propio en París.

_ Misión y sincretismo
Con el ingreso masivo de los bárbaros al ámbito del Imperio Romano se inició un proceso de
sincretismo religioso de gran envergadura. Este proceso se modeló con el aporte de dos fuentes
principales: la tradición pagana, que nunca había desaparecido del todo, y la tradición germánica,
que de algún modo perduró al no haber habido una adecuada evangelización sino una mera
cristianización superficial. Sobre este sustrato fundamental, durante la temprana Edad Media, en la
Europa germanizada hubo una profunda penetración de los elementos culturales orientales, que
dejarían su rastro a lo largo de todo el medioevo. La Iglesia cristianizó y dio expresión a todas estas
influencias a través de sus creencias y ritos.

Además, si bien nunca se abandonó un cierto sentido de naturalismo frente a una naturaleza
que se presentaba misteriosa y desconocida, predominó el acercamiento fantástico y mágico a la
realidad. La doctrina y la práctica cristianas durante la Edad Media se construyeron con estas
concepciones combinadas de mundo y trasmundo, lo cual terminó en diversas manifestaciones de
sincretismo. Las supersticiones populares y el sincretismo religioso afectaron notablemente el
carácter y la estrategia misionera.

José Luis Romero: “El afán de introducir a los pueblos paganos dentro del ámbito de la
iglesia movía a utilizar—fuera de la coacción, usada muchas veces—procedimientos
catequísticos que, siendo sin duda muy hábiles, conducían a resultados inmediatos muy
diversos de los esperados. La superposición de las fiestas cristianas sobre antiguas y
tradicionales fiestas paganas, la asimilación de los milagros a los viejos prodigios, la
explicación grosera de ciertas ideas abstractas inaccesibles, todo ello debía contribuir a
perpetuar cierta concepción naturalística por debajo de una aparente adhesión a la
concepción cristiana. El signo de esa perpetuación fue la multitud de supersticiones que la
Iglesia creyó necesario combatir y el peligroso culto a las imágenes, en el que desembocaba
cada cierto tiempo el antiguo politeísmo. En los campos sobre todo, las supersticiones se
manifestaban vigorosas, y constituía toda una preocupación de la Iglesia el combatirlas.”

El proceso de sincretismo continuó a lo largo de toda la Edad Media. El legado del paganismo
teutónico, celta e incluso grecorromano no desapareció nunca. De una u otra manera es posible
detectar sus raíces en la enorme difusión de la magia, la profusión de lo milagroso, la veneración de
las reliquias y el culto a los santos. Con las Cruzadas, el proceso de sincretismo religioso alcanzó
niveles asombrosos. Los cruzados trajeron de Oriente todo tipo de ideas y objetos, creencias y
prácticas, que fueron reciclados en Occidente dando lugar a las más diversas manifestaciones de
religiosidad popular.

Paul Johnson: “… es indudable que los cruzados que retornaban traían consigo la herejía. El
dualismo de los bogomilos de los Balcanes, que tenían vínculos que se remontaban a los
gnósticos, llegó a Italia y la Renania a principios del siglo XII y de ahí se extendió a Francia.
Una vez que los viajes de larga distancia se convirtieron en hechos rutinarios, fue inevitable
que se difundiesen diferentes herejías, y las cruzadas suministraron medios de
comunicación precisamente al tipo de gente que tomaba en serio las ideas religiosas y que
emocionalmente era propensa a adoptar posturas heréticas.”
A su vez, en Europa occidental la antigüedad grecorromana continuó manifestándose
especialmente en las formas plásticas y arquitectónicas. La literatura clásica fue estudiada en las
universidades bajo la aprobación y protección de la Iglesia. Los poetas latinos paganos eran
altamente estimados y tenidos como autoridades en materia moral y espiritual. De hecho, Dante
era un gran admirador de Virgilio y varios papas renacentistas se ocuparon más por resucitar la
antigüedad grecorromana que por resucitar a la Iglesia que en sus días estaba moribunda.

En la alta Edad Media se dio una forma sofisticada de sincretismo con el impacto que la filosofía
griega pagana tuvo sobre la formulación del pensamiento cristiano escolástico. Las obras de Platón
y los escritos de Dionisio el Areopagita, un autor cristiano neoplatónico, influyeron notablemente
sobre los místicos y pensadores medievales. El avivamiento de los estudios de Aristóteles y de
Averroes, su intérprete árabe, durante los siglos XII y XIII marcó profundamente la formulación
dogmática de la fe cristiana. El islamismo tuvo también su influencia notable en la formulación del
pensamiento cristiano. En buena medida, el escepticismo materialista de muchos pensadores
cristianos del siglo XIII resultó de su estudio de la filosofía musulmana. Filósofos como Avicena (979–
1037) y Averroes (1126–1198) fueron estudiados por los escolásticos cristianos y afectados por su
pensamiento aristotélico. En un grado menor, los judíos, que estaban esparcidos por toda Europa,
también ejercieron su influencia sobre la cosmovisión cristiana, especialmente a través de los
escritos de Maimónides (1135–1204), destacado seguidor de la filosofía de Aristóteles.

EL PROBLEMA APOLOGÉTICO

_ Las herejías

Uno de los problemas que más agobió a la Iglesia en Occidente durante la alta Edad Media fue
el problema de la herejía. Al finalizar el siglo XII, la Iglesia debió hacer frente a diversos movimientos
de disidencia y renovación, e incluso grupos heréticos, que representaban una reacción contra el
estado calamitoso del clero y los abusos del papado. Algunos de estos movimientos procuraban la
recuperación de un cristianismo más bíblico y semejante al de los primeros siglos. Los más
importantes de estos movimientos fueron los encabezados por los albigenses o cátaros y los
valdenses.

Rodolfo Puiggrós: “Como la teología abarcaba entonces en profundidad y extensión toda la


superestructura del feudalismo y lo consideraba un régimen estático sin tolerar
competencias ni críticas, a cualquier movimiento revolucionario se le colgaba el sambenito
de hereje. Oponerse al orden social establecido equivalía a oponerse a la Iglesia. Es cierto
que las querellas entre el trono y el altar o las rivalidades entre los señores parecían agitar
nada más que la superficie del régimen sin modificarlo, pero aun así provenían de la
ebullición de factores internos, cuya acción se prolongó en el curso de la Edad Media, a
través de un sordo y constante descontento que estallaba convulsiva y esporádicamente sin
desprenderse de su cobertura religiosa e hizo crisis a fines del siglo XII.”
El fin de la cultura de la alta Edad Media se vio marcado por una profunda percepción de la crisis
del orden tradicional. Las certidumbres que se habían logrado en este período comenzaron a hacer
agua y el naturalismo encontró vías de desarrollo. No obstante, hubo una exaltación del sentimiento
religioso, que tendió a apartar a muchos de las vías cada vez más racionales que adoptaba la teología
oficial. Como indica José Luis Romero: “En el campo de las creencias populares, aparecieron
numerosas herejías cuyo signo era el retorno a la verdad simple y pura del evangelio, con
prescindencia de todo el vasto aparato de saber intelectual que la escolástica había construido, y
con prescindencia también del vasto aparato de poder que la Iglesia significaba y que había
adquirido una desmesurada importancia a lo largo del duelo sostenido por el papado y el imperio.”

Movimientos. Los cátaros (puros) representaron la herejía más difundida de todas las herejías
medievales. El nombre de cátaros se utilizó por primera vez en el Concilio de Tours (1163). También
recibieron el nombre de albigenses. Este nombre se debió a que la primera diócesis cátara se
constituyó en la ciudad de Albi, en el sur de Francia. Los cátaros predicaban la abstinencia de todo
lo que suponían impuro, como una reacción a la laxitud moral del clero, especialmente los monjes.
La doctrina de los cátaros tenía cierta inspiración oriental ya que admitía la existencia de dos
principios: el bien y el mal. Al primero pertenecía el alma y al segundo el cuerpo. Para defender el
alma, creada por Dios, era preciso destruir el cuerpo, símbolo de impureza. En base a esto, algunos
cátaros recomendaban el suicidio y condenaban el matrimonio. Los cátaros creían en la
trasmigración del alma, la que luego de abandonar el cuerpo solía pasar al de un animal. Por eso se
abstenían de matar animales y no consumían carne, ni leche ni huevos. No admitían más
sacramentos que la penitencia y el bautismo.

Estos movimientos de alguna manera estaban relacionados con los bogomilas (amigos de Dios)
de Bulgaria y Siria. Éstos fueron conocidos con distintos nombres por toda Europa: umiliatos
(humillados) en Italia, ketzer (herejes) en Alemania, strigolniki (pelos cortos) en Rusia. La confusión
acerca de los nombres revela cierta confusión respecto a las ideas, pero en esencia todas estas
herejías eran iguales. Apuntaban a reemplazar al clero corrupto por una elite perfecta. Repudiaban
a la Iglesia institucional y querían restaurar un cristianismo similar al del Nuevo Testamento. Algunos
de ellos no reconocían otra autoridad que la que recibían directamente del Espíritu, y rechazaban a
la Iglesia, la Biblia y la encarnación de Cristo, y eran marcadamente dualistas o maniqueos.

Los valdenses, también llamados “pobres de Lión,” tuvieron como inspirador como vimos a
Pedro Valdo, un rico comerciante de esa ciudad, que orientó su ministerio a partir de una actitud
ascética y repartió sus bienes entre los pobres. Valdo adquirió notoriedad por su predicación pública
del evangelio y su rechazo del ministerio sacerdotal, afirmando que no hacía falta ninguna
mediación humana o institucional para obtener la salvación. También rechazó la eucaristía y
prohibió el culto a los santos como idolatría.

El primer canon del Cuarto Concilio Laterano (1215) contenía un credo formulado
cuidadosamente para expresar las diferencias que existían entre el cristianismo latino y las creencias
de los valdenses y albigenses. El Concilio condenó a estas herejías y ordenó el castigo de todos los
herejes que no se arrepintieran. Esto mostró la nueva importancia del problema de la herejía a
comienzos del siglo XIII. Por primera vez desde la supresión del arrianismo, la fe ortodoxa se
confrontaba con un serio rival en Occidente. Había habido herejías menores en la temprana Edad
Media e incluso más tarde, pero generalmente fueron el resultado de pequeñas controversias
teológicas y más tarde de argumentos escolásticos, y en la mayor parte de los casos casi no habían
encontrado apoyo popular. Incluso un maestro tan bien conocido como Abelardo no había causado
un peligro real para la Iglesia cuando cayó en herejía (según se lo acusaba). Una vez que sus errores
fueron expuestos, él y sus seguidores renunciaron a ellos uno por uno y el problema se terminó.
Pero las nuevas herejías de fines del siglo XII eran populares, no académicas; los herejes contaban
con el apoyo de miles de personas fuera del clero, y no podían ser eliminados simplemente usando
argumentos teológicos. La Iglesia tenía que encontrar métodos nuevos para combatir la herejía y se
tomó algún tiempo para hacerlo.

Bajo el pontificado de Inocencio III, la Iglesia reprimió con mano dura a los movimientos
heréticos, y para ello utilizó distintos recursos que variaron desde la prédica hasta la excomunión.
Como los herejes y disidentes persistieron en su actitud, el Papa organizó una Cruzada que reunió
gran número de señores franceses y alemanes. Al mando del conde Simón de Montfort (m. 1218),
la campaña duró unos veinte años (1209–1229) y se caracterizó por su extremada violencia y
crueldad. Los albigenses, al mando del conde de Tolosa y el rey Pedro II de Aragón (m. 1213), fueron
derrotados en la batalla de Muret, en el sur de Francia (1213). La sangrienta lucha prosiguió por
algunos años y terminó con el triunfo de los cruzados, que lograron exterminar a los herejes.

A estos casos de disidencia y herejía habría que agregar las numerosas desviaciones dogmáticas,
condenadas por concilios y papas, pero limitadas a los círculos eclesiásticos intelectualizados.
Berengario de Tours desconocía la presencia real de Cristo en la eucaristía. Amalarico de Géne (m.
1206), teólogo de París que lo divinizaba todo, proclamó el amor libre, llamaba Anticristo al Papa y
anunciaba el comienzo del reinado del Espíritu Santo. El calabrés Joaquín de Fiore (1145–1202),
profeta del evangelio eterno, del cual la Biblia no era más que un antecedente, y de la era del amor
con nuevos apóstoles, los fraticelli, constructores de la ciudad perfecta, logró una audiencia
importante.

A fines de la Edad Media se destaca la figura de Jerónimo Savonarola (1452–1498), un dominico


de Florencia, y su lucha contra la corrupción de la Curia romana bajo el reinado de Alejandro VI.
Savonarola fue un fogoso y popular predicador, que empezó a conmover a sus auditorios
anunciando el inminente juicio de Dios, y llamando a sus oyentes al arrepentimiento y a una vida
ascética. Según él, la Iglesia sería renovada después de un período de aflicción, los incrédulos se
convertirían y el evangelio triunfaría sobre la tierra. Bajo su liderazgo, la ciudad de Florencia se vio
conmovida por un auténtico avivamiento espiritual. Pero esto le valió la enemistad del papa
Alejandro VI, quien le prohibió continuar con su predicación. Savonarola no sólo retomó la
predicación pública, sino que denunció valientemente los males de la Iglesia y del papado. En 1497,
el Papa lo excomulgó y más tarde amenazó a Florencia con el interdicto. Esto comenzó a colocar a
la opinión popular en su contra, hasta que un franciscano lo acusó públicamente de herejía.
Finalmente, el gobierno de la ciudad arrestó a Savonarola y lo juzgó bajo tortura, y terminó por
condenarlo, ahorcarlo y quemar su cuerpo en 1498, según directivas de Alejandro VI.
Motivos. La razón principal del debilitamiento del control de la fe ortodoxa sobre el pueblo era
el disgusto de la gente con la conducta del clero. No es que los eclesiásticos de fines del siglo XII
eran más inmorales que sus predecesores—por el contrario, su carácter había mejorado
notablemente—sino que los laicos estaban estableciendo una pauta mucho más alta para ellos. Ya
no era suficiente que un clérigo se abstuviese del pecado abierto; debía también llevar una vida de
piedad activa. La gente en las ciudades quería más instrucción religiosa; no estaban satisfechos con
cultos sin sermones, o con sermones recitados de un libro. Los laicos se rehusaban a reverenciar a
prelados y sacerdotes que vivían en lujo y que gastaban más tiempo en administrar sus propiedades
que el que invertían en cumplir con sus deberes religiosos. Se acusaba a la Iglesia de preocuparse
más por el aumento de su ingreso que por el aumento del pecado, por exprimir el diezmo a los
pobres que por darles caridad, por promover a clérigos corruptos al obispado que por promover a
los verdaderos santos. La gente quería que el clero dedicara su tiempo a predicar en lugar de
administrar, y reclamaban que el dinero que tenían fuese utilizado en ayudar a los pobres y no en
una vida cómoda para ellos.

Rodolfo Puiggrós: “Las herejías procedían, en general, de las clases oprimidas y atacaban
sin tapujos al orden social establecido, desde dos puntos de vista antitéticos, que solían
confundirse en uno solo, siendo difícil diferenciar el prevaleciente: a) para destruir el
feudalismo y crear algo confusamente entrevisto, cuyas bases materiales de desarrollo
comenzaban a apuntar, y b) para restaurar una sociedad prefeudal idealizada o, en
particular, las primitivas comunidades cristianas.

Ambos tipos de rebeldía (… una mirando al futuro y otra al pasado) derivaban de la misma
causa socioeconómica: la estructura interna de los dominios feudales adaptada a una
economía de autoabastecimiento era corroída por la introducción desde el exterior de una
economía de mercado, a través de formas precapitalistas (comercio y usura).”

Obviamente los laicos estaban tratando de aliviar algo de sus propios sentimientos de culpa en
cuanto a la codicia y a la usura atacando la avaricia del clero, pero el ataque no carecía de
fundamentos. Este reclamo era muy difícil de confrontar porque el papado mismo había alentado a
los laicos a demandar pautas morales altas de sus pastores. Cuando Gregorio VII y Urbano II
prohibieron a los sacerdotes con esposas o concubinas celebrar la misa, se apoyaron en las
congregaciones parroquiales para ver que esta orden se cumpliese. De esta manera, el movimiento
de reforma, al enfatizar la importancia de pautas morales altas para el clero, hizo posible el
desarrollo de la herejía. Todo eclesiástico de influencia a lo largo del siglo XII denunció las vidas
malas de algunos miembros de su orden, y los líderes heréticos atrajeron poca atención cuando
comenzaron el mismo tipo de ataque. Muchos líderes comenzaron a extraer la conclusión final y a
enseñar que el clero ordenado del la Iglesia Católica Romana era inútil. Miles de herejes que diferían
en otras cuestiones concordaron en esta convicción, y todos ellos pueden ser agrupados como “anti-
sacerdotalistas.”

Los anti-sacerdotalistas eran especialmente fuertes en las ciudades. Esto era natural, dado que
las ciudades habían jugado un papel importante en el movimiento de reforma y estaban bien
preparadas para unirse a una nueva ola de indignación moral. También es cierto que las personas
en las ciudades estaban inclinadas a ser más críticas y menos conservadoras que los campesinos y,
por lo tanto, eran fácilmente seducidas por las nuevas doctrinas. No estaban satisfechas con los
cultos regulares de la Iglesia y querían sermones entusiastas que denunciaran el vicio y la
corrupción. Si los sacerdotes de sus parroquias fracasaban en interesarlos, ellos estaban siempre
listos para escuchar a un revivalista de ortodoxia dudosa que predicara en cualquier esquina.

Manifestaciones. El carácter gregario de la vida urbana les daba a los habitantes de las ciudades
medievales oportunidades frecuentes para la discusión, y dado que la religión era tan importante
en sus vidas, eran afectos a dedicar mucho de su tiempo a dialogar sobre ella. Las teorías anti-
sacerdotalistas se generaban fácilmente en esta atmósfera, y se esparcían de una ciudad a otra a
través de los contactos comerciales. Como resultado de esto, para el 1200 una buena proporción de
la población urbana en Europa occidental había aceptado alguna forma de herejía, y los demás
habitantes urbanos, si bien nominalmente se decían ortodoxos, eran muy críticos del clero. Los anti-
sacerdotalistas aceptaban la fe cristiana pero rechazaban la organización y jerarquía de la Iglesia.
No obstante, un grupo de herejes más peligroso era el de aquellos que rechazaban la fe junto con
la organización y la jerarquía.

Además, los líderes de los herejes se aprovechaban del bajo nivel de educación y moralidad del
clero cristiano católico. Los heresiarcas eran hombres capaces que llevaban vidas virtuosas y
practicaban un ascetismo extremo. Su prestigio era tan grande que los viajeros buscaban su
compañía a fin de sentirse protegidos por la reverencia que ellos inspiraban. Los católicos ortodoxos
pedían ser enterrados en los cementerios junto a los herejes, de manera que pudieran descansar
entre la “buena gente.” Muchos señores feudales protegían a los líderes de los herejes y les
permitían predicar en público. Algunos nobles abiertamente aceptaban estas nuevas formas de la
fe y muchos más las practicaban en secreto. El éxito de la herejía se debió no sólo a la virtud de sus
maestros, sino también a la simplicidad de su doctrina. En el caso de los cátaros, los líderes (los
“prefectos”) tenían que llevar vidas bien ascéticas, pero no ponían demasiadas restricciones sobre
sus seguidores. Estos últimos, si tenían fe, podían alcanzar la salvación simplemente recibiendo el
rito final (el consolamentum) de los “perfectos” en su lecho de muerte.

_ La Inquisición

La Inquisición toma su nombre de un procedimiento penal específico: la inquisitio, no existente


en el derecho romano, que se caracterizaba por la formulación de una acusación por iniciativa
directa de la autoridad, sin necesidad de instancias de parte, es decir, de delaciones o acusaciones
de testigos.

Comienzo y desarrollo. A fines del siglo XII, la Iglesia desarrolló este procedimiento con el
decreto del papa Luciano III: Ad abolendam (1184). La rápida difusión de herejías en Europa
occidental como el maniqueísmo, el valdeísmo y más tarde el catarismo obligó a la Iglesia Romana
a crear una estrategia defensiva. En 1184 se empezó a aplicar la pena de fuego para los herejes; en
1199 se añadieron otras penas como la confiscación de bienes y se autorizó el empleo de la tortura
en el interrogatorio sobre materias de fe, incorporándose además determinadas disposiciones
sobre el secreto en las actuaciones, como la ocultación de los testigos y la eficacia procesal.

Para evitar el resurgimiento de las herejías y consolidar la unidad de la Iglesia, el papa Gregorio
IX convocó un Concilio en Tolosa, que en 1229 creó el Tribunal de la Inquisición o Santo Oficio. La
responsabilidad de esta institución era la de combatir toda trasgresión al dogma o al culto católico,
e investigaba la conducta religiosa de las personas, incluido el clero. Así, pues, desde 1230 el
procedimiento inquisitorial se transformó en una nueva institución eclesiástica, que se creó en
Francia especialmente para reprimir el catarismo o herejía albigense, institución controlada
inicialmente por el papa Gregorio IX.

El primer inquisidor conocido fue Roberto de Brougre, un dominico que había sido antiguo
cátaro. Concretamente, donde más éxito tuvo la Inquisición fue en el sur de Francia, aunque no con
pocas resistencias, como lo demuestra el asesinato en 1242 del dominico Guillermo Arnaud,
inquisidor de Tolosa. El apogeo de esta Inquisición tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XIII,
y las últimas ejecuciones de cátaros fueron llevadas a cabo entre 1319 y 1321.

Procedimiento y carácter. El procedimiento empleado por el tribunal era secreto. El acusado de


herejía conservaba la libertad mientras se acumulaban pruebas en su contra. Éstas consistían en
actuaciones verbales o escritas. Para evitar venganzas, se ocultaba el nombre del delator, aunque
podía ser ajusticiado el que acusaba falsamente. Reunidas las pruebas, el supuesto hereje era
detenido, alojado en la cárcel y torturado si no confesaba su culpa. Si el acusado insistía en su
negativa o abjuraba de sus creencias en un acto público, era absuelto. En caso contrario, el tribunal
lo entregaba al “brazo secular” o laico, que era el encargado de aplicar las sentencias, en su mayoría
multas y prisión temporal o perpetua. Los relapsos (reincidentes) y los que persistían en su actitud
de herejía, eran quemados vivos. El principio dominante en todo el proceso era que una persona
era culpable hasta tanto se demostrara que era inocente.

Las herejías medievales tuvieron un marcado carácter de revueltas populares, pues aglutinaban
a todas las clases sociales marginadas en el proceso de conquista del poder por la burguesía urbana.
La penetración de la herejía cátara en Italia supuso también la introducción de inquisidores en
Lombardía—aquí el inquisidor Pedro de Verena fue asesinado y canonizado con el nombre de San
Pedro Mártir—y en Viterbo donde en 1273 llegaron a ejecutarse más de doscientos herejes en un
día. En el siglo XIV había tribunales inquisitoriales en Bohemia, Polonia, Portugal, Bosnia y Alemania.
Sólo los reinos latinos de Oriente, Gran Bretaña, Castilla y Escandinavia carecían de tribunales
inquisitoriales.

Progresivamente se fue multiplicando la burocracia inquisitorial y se editaron manuales


procesales, como el de Raimundo de Peñafort (siglo XIII), Bernardo Gui (siglo XIV) y Nicolau Eymerich
(siglo XV). Las categorías delictivas también se fueron ampliando hasta incorporar otros delitos:
blasfemia, bigamia y brujería. A partir de 1438 se descubrieron sabbats (aquelarres) en los Alpes,
con lo que se desató la caza de brujas.
MIRADA RETROSPECTIVA Y PROSPECTIVA

Cuando se mira hacia atrás, a los diez siglos que hemos estado considerando en este libro, el
panorama que se percibe es sumamente diverso y da lugar a las más variadas interpretaciones y
evaluaciones. La imagen generalizada y popular de los tiempos medievales como un período oscuro
de la historia debe ser corregida. Por lo menos, no fue totalmente así cuando consideramos el
desarrollo del testimonio cristiano a lo largo de estos siglos. Es cierto que la invasión de los pueblos
germánicos y posteriormente las invasiones árabes, de los normandos y de otros pueblos de Europa
del norte y del este afectaron el desarrollo de la cristiandad en el Oeste. También es cierto que los
avances de los turcos selyúcidas, los mongoles, los tártaros de Timur y los turcos otomanos frenaron
múltiples posibilidades para la cristiandad en el Este. No obstante, ambas cristiandades lograron de
algún modo sobrevivir a estas crisis, ajustarse a nuevos contextos e intentar nuevos desarrollos. Lo
mismo puede decirse de la depresión que siguió al Imperio Carolingio, el siglo de la Iglesia de hierro
(siglo X) y los fracasos de las Cruzadas.

Si bien éstas y otras instancias pueden ser consideradas como momentos “oscuros” en la
historia del testimonio cristiano medieval, ellos tienen que ser balanceados con otros momentos
luminosos de tal historia. El surgimiento del movimiento monástico en la temprana Edad Media, las
cumbres alcanzadas por el desarrollo teológico, artístico y literario de los siglos XII y XIII, la
permanente expansión misionera y la incorporación de numerosos pueblos no alcanzados al seno
de la cristiandad, y el desarrollo de la piedad mística son algunos de los elementos positivos que
deben ayudarnos a mantener tal balance. En definitiva, más allá de la conclusión a la que lleguemos
en la evaluación final de la Edad Media, siempre será mejor elaborarla en base a sus logros y
contribuciones más perdurables y positivas y no en base a las expresiones más oscuras y negativas.

Además, en cualquier evaluación histórica es importante tener presente la cosmovisión y


valores prevalecientes en el período analizado. Considerar a la cristiandad medieval con las
presuposiciones del presente puede afectar la objetividad de nuestro juicio, forzarnos a cometer
injusticia en nuestras conclusiones sobre el pasado o distorsionar lo que realmente ocurrió o cómo
pensaban y sentían los agentes históricos. En esto es bueno aplicar la regla enseñada por Jesús: “Tal
como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes” (Mt. 7:2).

El testimonio cristiano durante el período medieval no fue ni bueno ni malo, ni glorioso ni


perverso. Como en cualquier otro momento de la historia de la humanidad, el balance final nos deja
luces y sombras, grandes logros y aberrantes conductas. De todos modos, fueron estas “vasijas de
barro” con todas las limitaciones propias de la naturaleza humana pecadora, las que preservaron y
transmitieron el testimonio de la fe en Cristo, de la que nosotros somos herederos y responsables
hoy.

No obstante, la situación de toda la cristiandad hacia fines de la Edad Media era alarmante. El
panorama de la cristiandad al llegar al final de los tiempos medievales no podía ser más desolador.
Los papas renacentistas lograron decorar San Pedro con todo tipo de obras magníficas, expresión
acabada de su riqueza y poder mundano. Pero la Iglesia en Occidente estaba pasando su peor hora
en términos morales y espirituales. En el Este la situación de la Iglesia no era mejor. Con la caída de
Constantinopla en manos de los turcos otomanos desapareció el Imperio Bizantino, que había sido
el poder que había promovido, sostenido y dominado a la cristiandad oriental.

En Roma, el cuadro era lamentable. La ciudad había perdido su posición como centro del mundo
europeo y no era más que otro poder en competencia con el creciente nacionalismo y apetencias
de poder absoluto de otros Estados en Europa occidental. La Iglesia y el papado habían perdido
totalmente su camino y no había indicaciones de que fueran a encontrarlo de alguna manera. El
gran humanista Erasmo de Rotterdam criticaba y satirizaba las enormes contradicciones en que
habían caído los papas. En su obra Julius exclusus (1517), escrita en forma de un diálogo, presentaba
al papa Julio II como llegando a las puertas del Cielo después de su muerte y no pudiendo
atravesarlas. En respuesta a la demanda de Julio de que Pedro lo reconociera como Vicario de Cristo
y lo dejara entrar, Erasmo pone en labios del apóstol las siguientes palabras:

“Veo al hombre que quiere ser considerado como segundo respecto a Cristo y, de hecho
igual a él, sumergido de lejos en la más sucia de todas las cosas: dinero, poder, ejércitos,
guerras, alianzas—para no decir nada en este punto acerca de sus vicios. Pero además, si
bien tú estás tan alejado de Cristo como te resulta posible, no obstante usas mal el nombre
de Cristo para tus propios propósitos arrogantes; y bajo el pretexto de Aquel que despreció
el mundo, juegas el papel de un tirano del mundo; y si bien eres un verdadero enemigo de
Cristo, te apropias del honor que le es debido a él. Tú bendices a otros, siendo tú mismo
maldito; a otros les abres los Cielos, los cuales te están totalmente cerrados y de los que
estás muy lejos; tú consagras y estás execrado; tú excomulgas cuando no tienes comunión
con los santos.”

Hacia el año 1500, la cuestión no era si la iglesia necesitaba o no de una Reforma, sino cuándo
esta reforma iba a tener lugar y quién la iba a llevar a cabo. El sucesor de Julio II fue un hijo de la
famosa familia política y banquera de los Medici. Subió al trono papal con el nombre de León X
(1513–1521) y fue Papa durante los primeros años de la Reforma. Las palabras con las que se dice
inauguró su pontificado indican cuán poco preparado estaba para responder al clamor generalizado
por una reforma de la Iglesia Romana: “Ahora que Dios nos ha dado el papado, vamos a disfrutarlo.”

Hacia el año 1500 en Europa occidental todos sentían que se estaba llegando al fin de una era.
Muchos creían que se encontraban transitando el atardecer de un mundo moribundo y se estaban
introduciendo en el amanecer de un mundo nuevo. La ignorancia y la superstición que habían
prevalecido por mil años parecían estar desapareciendo poco a poco. El surgimiento del humanismo
y especialmente el desarrollo del Renacimiento estaban cambiando la manera de pensar y ver la
realidad. El papado mismo, que había promovido algunos de estos desarrollos, fue absorbido casi
totalmente por los nuevos movimientos y su espíritu mundano y secular. Nunca más en la historia
subsiguiente sería igual y en la primera mitad del siglo XVI experimentaría cambios sustanciales, que
ayudarían a la Iglesia a sobrevivir y proyectarse hacia delante, a pesar de la seria división del ese
siglo.

Hacia el año 1500, la cristiandad europea estaba lista para una Reforma y los agentes históricos
de este evento fundamental ya estaban listos para actuar.
UNIDAD 4

Los problemas de la Cristiandad medieval


INTRODUCCIÓN

El gran historiador del cristianismo, Kenneth S. Latourette, calificó a la Edad Media como “los
mil años de incertidumbre.” Probablemente no hay una mejor manera que ésta para evaluar un
período tan dilatado y complejo, como el que representan los diez siglos que van del año 500 al
1500. Fue en estos siglos donde la cristiandad oriental, al tiempo que se expandió “hasta lo último
de la tierra,” sufrió también serios reveses de todo orden que pusieron en vilo su continuidad
histórica. Mientras tanto, en Occidente, es notable la manera providencial en que el testimonio
cristiano logró sobrevivir a pesar de las enormes dificultades internas y externas que experimentó a
lo largo de los siglos.

En ambos casos, el testimonio cristiano no creció con la velocidad y en la profundidad que


alcanzó en los primeros quinientos años. Si bien la fe en Jesucristo estuvo cruzando
permanentemente nuevas fronteras, también es cierto que su crecimiento y expansión fueron
mucho más lentos que en el primer período. Habrá que esperar hasta después del año 1500 para
ver al cristianismo esparcirse de manera significativa, al menos en un sentido geográfico.

Esta pérdida de dinamismo expansivo puede ser atribuida a numerosos factores, tanto internos
como externos. Indudablemente los de carácter interno fueron los más significativos y los más
difíciles de resolver. No obstante, a pesar de los enormes altibajos por los que atravesó el testimonio
cristiano en este período, la fe cristiana estaba mucho más y mejor establecida, tanto dentro como
fuera del mundo del mar Mediterráneo, en el año 1500 que en el 500. Su influencia e impacto eran
notables sobre la cultura y la sociedad. La cosmovisión que se acrisoló a lo largo de la Edad Media
especialmente en Europa occidental habría de tener efectos duraderos, llegando hasta nuestros
días.

No obstante, la vida y mentalidad cristiana que resultó de tan gigantesca mezcla de ingredientes
tan diversos y a lo largo de tanto tiempo, no se dio sin el padecimiento de los fuegos inevitables de
serias crisis históricas. Los problemas ideológicos prevalecieron, en términos de las relaciones de los
individuos y las sociedades con un sistema de ideas independientes que reflejan, racionalizan y
defienden los intereses propios y los compromisos institucionales. En la esfera social, moral,
religiosa, política o económica, estos problemas ideológicos tuvieron un fuerte impacto. La
resolución de estos problemas fue necesaria a fin de encontrar las mediaciones más adecuadas para
la acción en cada uno de los campos mencionados.

Las controversias teológicas del período agregaron peligrosos elementos negativos, porque en
casi todos los casos restaron energía a la Iglesia y entretuvieron a los cristianos en cualquier cosa
menos el cumplimiento de la misión. Pero, a su vez, ayudaron a madurar un consenso en cuanto a
la fe según debía ser creída y enseñada, a evitar herejías e interpretaciones del evangelio que podían
liquidarlo o desnaturalizarlo y a encontrar una línea clara de identidad en medio de un océano de
ideas y corrientes diferentes. Por otro lado, estos debates aportaron ricos elementos para la
comprensión de la fe propia, que facilitaron su comunicación a otros que no la conocían o
experimentaban.

Algo similar ocurrió en la esfera de lo cúltico y la estructura de la comunidad de fe. El período


de la Edad Media se presenta como uno de los más creativos y diversos en cuanto al proceso de
sincretismo y complicación de las prácticas y formas heredadas del período anterior. Como es de
imaginar, cuanto más se dilataba geográficamente la expansión del cristianismo y cuanto más
diversas eran las culturas entre las que se proclamaba, tanto más se incrementaba la diversidad. No
se adoraba de la misma manera en todas las comunidades cristianas en un determinado momento,
ni se tenía la misma estructura eclesiástica en todas partes. Si bien el rango astronómico de estas
diversidades pudo ponerle fin al cristianismo como tal, el mismo actuó positivamente como
elemento enriquecedor. Además, ayudó al cristianismo a romper con el cautiverio étnico o cultural,
y lo ejercitó en la práctica de la contextualización, con la cual pudo afirmar su naturaleza
esencialmente universal y ecuménica.

En mil años, como es de suponer, las dificultades para la difusión de la fe fueron muchas y muy
graves. No obstante, la fe de Jesucristo encontró siempre la manera de correr como el agua,
buscando un camino para llegar con su mensaje de fe, esperanza y amor hasta los rincones más
recónditos del mundo conocido de aquél entonces. No siempre los caminos escogidos fueron los
más adecuados ni los que mejor respondían a los altos ideales de la fe. Pero sea como fuere, el
evangelio del reino fue proclamado. En algunos casos tal proclamación, ya sea por su carácter
profético o por su distorsión de la fe, fue reprimida y perseguida por quienes se consideraban
dueños de la verdad absoluta. Así y todo, la semilla de la Palabra de Dios encontró un suelo fértil, a
veces en terrenos insospechados, y mantuvo su maravillosa capacidad de dar vida, aun en medio de
la muerte y las tinieblas más profundas.

En esta Unidad prestaremos atención a algunos de estos elementos mencionados. Al hablar de


estos problemas de la cristiandad medieval no lo hacemos con una perspectiva negativa, sino como
áreas de desafíos que confrontaron los cristianos. En la medida de lo posible, procuraremos ver de
qué manera en la Edad Media los creyentes hicieron frente a estas cuestiones y las respuestas que
dieron a las mismas.

EL PROBLEMA IDEOLÓGICO

_ Relación Iglesia y Estado

El anhelo de unidad. El gran problema religioso y político que mantuvo en vilo al mundo
medieval fue el de la unidad. Desde los días del emperador Constantino, la gran preocupación había
sido cómo lograr la unidad política del Imperio Romano a partir de su unidad espiritual y religiosa
en torno al cristianismo. Con las invasiones bárbaras y el establecimiento de los reinos germánicos
el problema de la unidad se tornó todavía más acuciante. Europa vio profundizarse la brecha entre
Oriente y Occidente. Destruida la realidad de la unidad imperial, ésta permaneció como una
aspiración y como un proyecto. La Iglesia cristiana occidental, en la que se fijaron múltiples rasgos
de la estructura imperial, fue la promotora principal de la concepción unitaria de Occidente y creó
un modelo del papado a imagen y semejanza de la autoridad de los emperadores.

El Imperio carolingio fue expresión de esta aspiración de una unidad político-religiosa,


estimulada por la Iglesia y posibilitada por el ascenso al poder de los francos. En este sentido, el
Imperio organizado por Carlomagno fue una restauración del viejo ideal del Imperio Romano. Pero
la aspiración a un orden universal alimentada por el recuerdo del Imperio Romano, no logró superar
el proceso de fragmentación provocado por la multiplicación de los señoríos con el feudalismo. Con
la desaparición de Carlomagno el ideal de unidad no desapareció, pero sí su expresión concreta. El
proceso de desintegración que se operó en el curso del siglo IX fue una lucha universal por el
predominio de las diversas regiones y el desarrollo del feudalismo. A la antigua unidad política le
siguió una infinita parcelación del poder. El ideal de unidad, entonces, fue proyectado a un plano
religioso, en el que la Iglesia y el papado representaban la única posibilidad de realización del anhelo
ecuménico. Como indica José Luis Romero: “El imperio no fue en ningún momento, durante la Edad
Media, ni una realidad, ni siquiera una virtualidad verosímil. Sólo cabía la posibilidad de lograr una
unidad espiritual, la de la cristiandad, o al menos, la de la cristiandad occidental, y esa posibilidad
correspondía exclusivamente al papado.”

Cuando alcanzamos la segunda mitad del siglo XIII, la disolución del orden medieval parecía
inminente. La renovación de la vida económica y el ascenso acelerado de la burguesía, que siguió a
los siglos de las Cruzadas, no sólo incrementó el individualismo sino que puso en riesgo el ideal de
unidad. Los reinos nacionales fueron adquiriendo identidad y poder, mientras declinaba la viabilidad
de un orden ecuménico bajo la conducción de la Iglesia y especialmente del papado. Cada vez más,
reyes y burgueses, herejes y disidentes reclaman una cuota de poder y autonomía a expensas de la
Iglesia una y del dominio papal.

José Luis Romero: “Lo que representaban papado e imperio eran ya, inequívocamente,
ideas superadas que los nuevos tiempos no sentían con el fervor de antaño. El mundo
occidental comenzaba a moverse ahora al impulso de nuevos incentivos, muchos de los
cuales venían de más allá de las fronteras del área del cristianismo occidental. En el campo
de la cultura, la influencia de los mundos vecinos se hacía notar enérgicamente, a través del
averroísmo y de la ciencia árabe, a través de las renacientes sugestiones de la antigüedad,
que llegaban desde Bizancio, a través de los relatos sobre países y culturas exóticos. Una
nueva perspectiva se abría para el mundo occidental, que comenzó por encandilarse y
sumergirse en las más descabelladas experiencias.”

En el matrimonio medieval entre la Iglesia y el Estado, fue la primera la que mantuvo la iniciativa
y la voz cantante. El mundo medieval se mantuvo unido principalmente por la Iglesia y, en un grado
considerablemente menor, por las instituciones del Estado. Fue la Iglesia la que inundó toda la
cristiandad de estructuras eclesiásticas e institucionales, que crearon una verdadera red universal.
Arzobispados, obispados, parroquias, escuelas, universidades, claustros, monasterios, templos y
oratorios configuraron una red gigantesca, que cubría todo el continente europeo y se extendía
también más allá. El calendario eclesiástico regía la vida cotidiana de la Iglesia y el Estado. El ciclo
del año era una dramática renovación anual de la historia cristiana. Cada día recordaba a un mártir
o a un santo y sus hechos más destacados.

Además, la Iglesia se transformó a lo largo de la Edad Media en una de las fuerzas que más
colaboraron en el robustecimiento del poder real. Las relaciones de la Iglesia con el Estado
presentan en todo este período una curiosa paradoja: por un lado, los clérigos son los más acuciosos
en defender el poder real en su lucha contra el feudalismo, pues ven en el primero una mayor
garantía para el desempeño de sus funciones religiosas; pero, por otra parte, los prelados tratan de
convertirse ellos mismos en señores feudales de las villas o territorios en que residen.

Un orden universal. La idea de que la vida individual está insertada en un sistema universal
ordenado por Dios fue característica de los tiempos medievales. Esta idea fue heredada de los
ideales del Imperio Romano y perduró en la concepción universal (católica) de la Iglesia de Roma.

José Luis Romero: “Tan contradictoria como pudiera parecer la realidad históricosocial
respecto a esa convicción, [ésta] fue alimentada y sostenida por el recuerdo duradero del
imperio y por la enérgica acción del papado. Se entremezclaron a lo largo de la temprana
Edad Media las dos raíces que la nutrían, chocaron a veces las dos concepciones que
representaban, y se fundieron poco a poco en el plano teórico aun cuando esbozaran muy
pronto sus zonas de fricción. Una y otra representaban dos interpretaciones diferentes del
ideal ecuménico, pues la tradición romana tendía a una unidad real—el Imperio—, y la
tradición cristiana conducía a una unidad ideal—la Iglesia—, en la que, sin embargo, el
pontificado hubo de ver, en cierto momento, la virtualidad de una unidad tan real como la
del Imperio. De esta disparidad surgiría más tarde el conflicto entre ambas potestades.”

Poco a poco la Iglesia se fue transformando en la gestora de este orden universal. Al principio,
tal orden estaba limitado al reino del espíritu sin aspirar a ostentar algún poder temporal. Pero con
el tiempo, la Iglesia y especialmente el papado fueron creciendo en su apetencia de colocar a “los
reinos de este mundo” bajo su tutela espiritual y control político. La unidad religiosa y la obediencia
al obispo de Roma fueron consideradas condiciones necesarias para el mantenimiento del deseado
orden universal. El papado fue alimentando cada vez más su aspiración a transformar su autoridad
y poder espiritual en una autoridad y poder terrenal. Todos aspiraban a un orden universal regido
por una autoridad ajena a las luchas políticas. La única entidad que podía satisfacer tal anhelo era
el papado, especialmente cuando el Imperio desaparecía o declinaba. A lo largo de la mayor parte
de la Edad Media, el papado no tuvo competidores como poder regulador de la cristiandad, frente
a la indefinida fragmentación del poder político provocada por el feudalismo.

Su éxito en instaurar un cierto orden universal mediante la organización de la jerarquía


eclesiástica, la reforma de las órdenes monásticas, las universidades, las grandes empresas
internacionales como las Cruzadas, le permitió al papado disfrutar de autoridad y poder universal.
Es así como, hacia fines de la Edad Media, surge la teoría de “las dos espadas,” según la cual todo
poder venía de Dios y se mantenía por medio del brazo eclesiástico y el brazo secular, de los cuales
el segundo debía estar al servicio del primero. Pero cuanto más se salía de la esfera espiritual para
entrar en la esfera propiamente temporal, sus intentos enfrentaron la resistencia de otros agentes
con apetencias similares. En este caso, ya no se trataba del Imperio, sino de los reinos nacionales,
que luchaban por ganar su identidad poniendo fin al feudalismo y a la hostilidad de sus vecinos.

La controversia de las investiduras. Uno de los aspectos más memorables del siglo XI fue el
conflicto entre el papado y el Imperio alemán en torno a la selección de los prelados eclesiásticos y
su instalación en sus oficios. Este conflicto se ha llamado a veces “la querella de las investiduras,”
“la reforma Gregoriana” o según la concepción del historiador alemán Gerd Tellenbach, “la
revolución Gregoriana.” En la historia política europea este conflicto es memorable porque le dio
un impulso decisivo a la definición del Estado vis a vis la Iglesia. Eventualmente, de este conflicto va
a nacer una mayor conciencia entre los europeos sobre la distinción entre el Estado y la sociedad
civil.

Para entender las raíces del conflicto, hay que recordar las diferencias entre las concepciones
romana (pública) y germánica (patrimonial) del Estado. También hay que traer a colación la noción
de “iglesia propia” o “iglesia particular” (Eigenkirche) que los germanos desarrollaron dondequiera
que se establecieron. Según esta noción, el dueño de una iglesia (templo) era la persona que había
donado la tierra sobre la cual estaba emplazado el altar. No importaban las adiciones al monasterio
o al templo en cuestión, no importaban las rentas que se acumularan o los donativos que se
añadieran, el donante original y sus herederos retenían la propiedad de la iglesia como parte de su
patrimonio.

De este derecho de propiedad, reconocido en la ley germánica, se derivaban varios corolarios.


El patrón o dueño de la iglesia (o templo) la confería como un beneficio de por vida a una persona,
para que atendiera las necesidades de la misma. Pero cuando esta persona moría, el derecho de
nominar a su sucesor se revertía al patrón. Éste tenía derecho a gozar de las rentas cuando la iglesia
no tenía titular, y podía heredar una porción de los bienes muebles del titular.

Esta noción germánica de la iglesia o templo como propiedad de un particular estaba en


conflicto abierto con la noción romana de la iglesia o templo como perteneciente a la comunidad
de los creyentes, cuyo gestor era el obispo. Por eso fueron tan frecuentes los conflictos entre los
obispos que querían mantener jurisdicción sobre todas las iglesias de sus diócesis, y los patronos
que querían mantener los derechos heredados sobre las iglesias fundadas por sus familias.

_ Relación Iglesia y sociedad

La Iglesia y la sociedad feudal. El desmoronamiento del gobierno centralizado fue acompañado


por un fenómeno similar en la Iglesia. El papado se convirtió en botín disputado por las facciones
nobles de Roma e Italia, y hasta hubo batallas entre los pretendientes rivales. Los papas designados
carecían del prestigio y los medios necesarios para controlar los asuntos religiosos del vasto
territorio de la cristiandad occidental. En realidad, durante buena parte de la Edad Media, papas,
arzobispos, obispos y abades no gozaron de más poder y prestigio que el que les correspondía como
señores feudales en competencia con otros señores feudales.

Los monasterios y las diócesis poseían tierras extensas y ricas que, bajo las condiciones caóticas
de los siglos IX y X, fueron presa tentadora para los señores fuertes y rapaces. Ante la ausencia de
un instrumento público de paz y orden, los obispos y abades se vieron obligados a arreglárselas
como podían para proteger sus bienes. Esto significó, naturalmente, buscar caballeros y concederles
feudos a cambio de sus servicios como defensores de las tierras de la Iglesia. De este modo la Iglesia
se fue feudalizando completamente, y hasta los mismos abades y obispos llegaron a ser
generalmente hijos segundones de la aristocracia feudal. Como abad u obispo, el hijo menor de un
duque o conde podía llegar a poseer vastas tierras y rentas proporcionales a su rango; y en no pocas
ocasiones tales eclesiásticos tenían la oportunidad de valerse de su entrenamiento caballeresco
capitaneando a sus hombres para combatir contra algún señor vecino con quien tenían una disputa.
Es cierto, sin embargo, que las tradiciones del derecho y la administración romanos no se olvidaron
por completo y perduraron con mayor vigor entre los eclesiásticos.

La Iglesia y la corrupción feudal. Como puede fácilmente imaginarse, la Iglesia se corrompió no


pocas veces dadas las condiciones feudales. Muchos obispos y abades apenas se distinguían de sus
compañeros nobles en cuanto a la conducta personal se refiere. La mayoría de los párrocos estaban
casados a pesar de las prohibiciones del derecho canónico. La ambición de bienes terrenales y de
poder y prestigio afectaban de igual modo a los señores eclesiásticos como a los seglares. Éstas y
otras deficiencias perturbaban a las personas piadosas, y se hacían esfuerzos para corregirlas, si bien
no siempre con resultados efectivos.

Durante el transcurso de los siglos X y XI muchos fieles de la Iglesia, tanto miembros del clero
como laicos, llegaron a pensar que la corrupción y degradación prevalecientes en la Iglesia no se
podrían remediar mientras los laicos poseyeran la facultad de nombrar prelados, y especialmente
mientras los cargos eclesiásticos se vendieran a los candidatos interesados. La simonía y la
investidura laicas parecían ser—en particular a los ojos de los monjes cluniacenses—los obstáculos
principales que impedían la reforma y purificación de la Iglesia.

Las actividades de los frailes infundieron un nuevo ardor e idealismo a la práctica cristiana. Las
ciudades, en rápido crecimiento, fueron desde el principio el terreno de su preferencia. Los frailes
cuidaban a los enfermos y a los pobres, y para ello fundaron hospitales; además predicaban, a
menudo en las esquinas de las calles, y tomaban parte activa en la educación. Por primera vez los
habitantes de las ciudades de Europa occidental entraron en contacto con todo el poder del
idealismo cristiano gracias a los franciscanos, mientras que los escépticos y herejes quedaban
expuestos a los sutiles y convincentes argumentos de los cultos frailes dominicos.

En realidad, la Iglesia se mostró hostil hacia los campesinos y siervos de la gleba. Muchos clérigos
escribieron de manera muy negativa acerca de ellos, destacando su avaricia, violencia e ignorancia.
De hecho, no hubo muchos santos campesinos, salvo Juana de Arco, que llegó tardíamente a los
altares, después de haber sido condenada a la hoguera como bruja. El clero se fue haciendo cada
vez más urbano y menos rural. No obstante, el campesinado permaneció católico, porque la Iglesia
era su única esperanza de salvación en este mundo y por la eternidad.

_ Relación mundo y trasmundo

La cosmovisión medieval estuvo dominada por la imposición de las ideas cristianas sobre el
trasfondo de la tradición pagana (no destruida totalmente) y los aportes de los pueblos germánicos
invasores. La tradición pagana grecorromana había aportado una cierta imagen naturalista, de corte
politeísta y mágico, que coincidía bastante con el aporte de la tradición de los germanos. En ambos
casos, lo milagroso y misterioso ocupaba un lugar muy importante. El trasmundo de los dioses y de
los muertos irrumpía constantemente en el mundo real. Fue sobre este trasfondo que se impuso el
cristianismo, de suerte tal que la concepción naturalista de la realidad no desapareció, sino que
encontró formas de expresión en la religión cristiana, como en una multitud de supersticiones, el
culto de las imágenes, la veneración de la Virgen María y el sacramentalismo.

El mundo. La Edad Media se presenta, en general, como una era en la que lo religioso ocupó un
lugar fundamental. La religión afectó todas las esferas de la vida de los pueblos, y produjo una
inevitable tensión entre los presupuestos y los mandamientos religiosos por una parte, y las
necesidades prácticas de la realidad mundana por la otra.

Herbert Rosinski: “Esta tensión subyacente entre religión y mundo fue especialmente
aguda en el cristianismo, cuya original independencia radical del mundo sólo gradualmente
cedió a una progresiva adaptación. La relación del cristianismo con el mundo, de hecho,
estaba destinada a ser esencialmente tensa. Esta tensión podía franquearse y en la práctica
se franqueaba, pero, no obstante, en principio, permanecía sin resolver y era necesario que
permaneciera de ese modo si se pretendía preservar su esencia y su singular fuente de
energía … Sin embargo, esta tensión era mucho más intensa en el Occidente que en
Bizancio, hecho que tuvo decisiva significación para el desarrollo interior de las dos ramas
del cristianismo, como también para su destino definitivo.”

En el caso del Islam, la situación era totalmente diferente, ya que Mahoma fue profeta pero
también un hombre de Estado. La religión para él no era algo que estaba en contradicción con el
mundo. Por el contrario, era un poder que encontraba su meta precisamente en el dominio político
y en la transformación política del mundo. Religión y mundo en el cristianismo eran términos
opuestos, ya que la primera tiene que ver básicamente con la relación del alma con Dios, mientras
que en el Islam la religión está más relacionada con la regulación escrupulosa de la vida y no hay
contradicción con el mundo.

El ideal de vida superior durante toda la Edad Media fue la vida monástica, es decir, la huida del
mundo para poder vivir una vida contemplativa. Las formas de la convivencia monástica giraban en
torno a reglas particulares, la mayoría siguiendo el modelo ideado por Benito de Nursia, que
combinaban diferentes dosis de acción y contemplación, estudio y plegaria. Pero el retiro del mundo
no fue la opción de todos. La mayoría de las personas fueron encontrando en las incipientes
ciudades medievales las posibilidades de invertir sus vidas como artesanos o mercaderes,
estudiosos o religiosos, líderes de la comunidad o sacerdotes. La ciudad, de algún modo, ofrecía la
oportunidad de escapar a la dominación señorial y lograr algún grado mayor de libertad y
oportunidad para una vida mejor. La vida ciudadana fue resultando más ordenada, previsible y
ajustada a derecho, que la vida rural propia del feudalismo. Este proceso sirvió para cambiar poco a
poco la valoración negativa que se tenía del mundo, y tanto más cuando nos acercamos a la baja
Edad Media. La aparición del humanismo completó el proceso de secularización y de valoración del
mundo como esfera adecuada para la realización del ser humano.

El trasmundo. Ya en la temprana Edad Media puede advertirse de qué manera, en un complejo


cultural dominado por una cosmovisión cristiana, se da la presencia eminente del trasmundo. La
realidad inmediata estaba saturada por la presencia del trasmundo, que se tornaba en una realidad
bien concreta gracias al fuerte impulso apocalíptico que animó la comprensión de la fe cristiana en
ese tiempo. Incluso en la alta Edad Media continúa advirtiéndose la presencia de un ideal de vida
vigorosamente enraizado en la imagen del trasmundo. Si bien la imagen del mundo mejoró
notablemente para entonces, nada perteneciente al mundo real podía compararse en significación
con la esperanza de la eternidad y la vida bienaventurada después de la muerte.

Las expresiones más elevadas de la cultura medieval destacan la presencia permanente del
trasmundo en la conciencia colectiva de aquel tiempo. El trasmundo se presentaba en los capiteles
historiados de los claustros e iglesias románicas y góticas, los pórticos, los vitrales y las pinturas. La
decoración, especialmente la escultura, adquirió una significación extraordinaria y una simbología
llena de misterio, que incitaba a la constante consideración del trasmundo a través de las alusiones
al Juicio Final y a las historias sagradas. Catedrales, iglesias y edificios comunales de estilo gótico a
partir del siglo XII, al tiempo que revelan el empuje de la burguesía en ascenso, fueron testigos
elocuentes de la importancia que el trasmundo tenía para quienes los construyeron y utilizaron.

Alfred Weber: “Sobre el sencillo sentido religioso de externidad, propio de los cistercienses,
se eleva como nacida de esas contraposiciones la gran arquitectura gótica de plenitud.… Las
formas expresivas de esta arquitectura exhalan la múltiple diversidad de la vida, como en
amplios tonos orquestales; unen la línea horizontal de lo terreno con la línea vertical de lo
eterno; y están creadas y representadas por aquel fuerte sentido religioso enfocado al otro
mundo, cuyos efectos espirituales y psicológicos fueron los que hicieron posible que, en el
siglo XIII, se pudiese superar el estilo tan maravilloso del último período de arte románico
en Alemania, que constituía ciertamente un arte rico, esclarecido y altivo, pero todavía con
un sentido terrenal.

“En el exterior y en el interior de los templos creados o afectados por ese sentido
religioso de lo eterno, de ultratumba, hallamos las obras plásticas de esta época, las cuales
se hallan configuradas de un modo técnico con toda la fuerza de las formas aprendidas del
mundo antiguo, pero siendo ciertamente en cuanto a su esencia cristianas hasta el último
pliegue … Y estas figuras constituyen ciertamente los documentos más impresionantes de
aquel destino europeo, convertido entonces por vez primera en realidad, de aquel destino
espiritual del mundo occidental, de aquel destino inserto en la contraposición entre Dios y
Mundo, que no tiene solución.”

Por otro lado, la totalidad de la sociedad cristiana a lo largo de la Edad Media, se basaba en una
intensa creencia en lo sobrenatural. El trasmundo mágico y fantástico se vivía a flor de piel. Al no
disponerse de un sistema científico que permitiera una comprensión más objetiva y crítica de la
realidad, la dimensión sobrenatural de la existencia humana se veía magnificada. En este contexto,
los milagros ocupaban un lugar muy destacado y la intervención de Dios en el mundo era estimada
como permanente. Los eventos calificados como miracula penetraban la vida en todos los niveles.
De allí la enorme cantidad de relatos y testimonios de milagros en la literatura medieval,
especialmente de aquellos relacionados con los santuarios de santos y sus reliquias. Además,
estaban los milagros atribuidos a la Virgen y a algunos misioneros.

Benedicta Ward: “A lo largo de la Edad Media se vio unánimemente a los milagros como
parte de la Ciudad de Dios sobre la tierra, y cualesquiera hayan sido las reflexiones que las
personas hayan tenido sobre su causa y propósito, ellos constituían una parte integral de la
vida ordinaria. La exploración de los relatos de milagros deja dos impresiones principales:
el número y diversidad de los eventos considerados como de alguna manera milagrosos, no
con ingenuidad sino a partir de una concepción más compleja y sutil de la realidad que la
que poseemos; y la unidad de opinión acerca de los milagros tanto en el pensamiento como
en su registro, una unidad expresada por Agustín: ‘Dios mismo ha creado todo lo que es
maravilloso en este mundo, los grandes milagros así como las maravillas menores que he
mencionado, y él los ha incluido a todos en esa maravilla única, ese milagro de los milagros,
que es el mundo mismo’.”

Además de manifestarse a través de los milagros, el trasmundo se hacía también evidente a


través de la magia, que era su contraparte. Si bien las “artes mágicas” habían sido consistentemente
prohibidas por la Iglesia, gozaron de gran popularidad, especialmente en los siglos XIV y XV. El uso
de la magia para el contacto con lo sobrenatural y el trasmundo fue común tanto en las tierras
paganas del norte de Europa como en el mundo del Mediterráneo, al punto que la diferencia entre
magia y milagro no siempre estuvo muy clara. No obstante, en teoría al menos, la magia que
involucraba la invocación de demonios fue condenada por la Iglesia mientras que los milagros
fueron recomendados como el método adecuado para la obtención de poder sobrenatural por parte
de los cristianos. Sin embargo, en las masas predominaba un área intermedia de prácticas y
creencias sincretizadas, donde lo mágico y lo milagroso se mezclaban.

Benedicta Ward: “La discusión de los milagros durante la Edad Media muestra por sobre
cualquier otra cosa la aceptación de lo milagroso como una dimensión básica de la vida. Los
lazos de la realidad incluían lo invisible de una manera ajena al pensamiento moderno. Los
milagros eran la regla más que la excepción, y el concepto de la mano de Dios obrando en
la totalidad de la vida coloreaba la percepción de los milagros y sus registros. Dada esta
preocupación con los milagros, es de esperar que hubiera muchos registros de milagros
contemporáneos.… El número mayor de estos milagros fue registrado en los santuarios de
los santos, dado que virtualmente cada pueblo tenía su santuario y frecuentemente
también a alguien capaz de registrar los milagros.”

Será durante la baja Edad Media que se hará más evidente la tensión entre una concepción
teísta y trascendentalista de la realidad y una concepción naturalista e inmanentista. El humanismo
promovía lo segundo, pero las grandes masas no educadas continuaron sumergidas en el dominio
del trasmundo y en toda suerte de supersticiones y sincretismos. Mientras algunos humanistas
expresaron a través de sus obras (literarias o plásticas) un optimismo radical en las posibilidades
humanas, otros representaron en sus producciones el patetismo angustiado frente a la enfermedad,
el hambre, la miseria y la muerte. Como indica José Luis Romero: “La presencia del trasmundo—
signo revelador de la perduración de la típica medievalidad—se enerva en unos mientras se
robustece en otros, o a veces se reviste de cierta gracia ingenua que parece compartir una y otra
tendencia.”

_ Relación vida y muerte

La presencia de la muerte. Toda la Edad Media estuvo caracterizada por un sentido muy vivo de
la presencia constante de la muerte en la vida de las personas. La violencia feudal, la fragilidad frente
a la pobreza y la miseria, la falta de recursos para satisfacer las necesidades humanas básicas, y la
vulnerabilidad frente a plagas y cataclismos, llevaron al desarrollo de un verdadero culto a la
muerte. En tiempos medievales hubo una relación dinámica entre vivos y muertos, que hoy es
desconocida.

Patrick J. Geary: “En este mundo [medieval], que comprende esencialmente esas regiones
de Europa bajo la influencia directa de las tradiciones políticas y culturales de los francos, la
muerte era omnipresente, no sólo en el sentido de que las personas de todas las edades
podían morir y de hecho morían con asombrosa frecuencia y celeridad, sino también en el
sentido de que los muertos no dejaban de ser miembros de la comunidad humana. La
muerte marcaba una transición, un cambio de estatus, pero no el fin. Los vivos continuaban
debiéndoles ciertas obligaciones, la más importante era la de la memoria, el recuerdo. Esto
significaba no sólo el recuerdo litúrgico en las oraciones y las misas ofrecidas por los
muertos por semanas, meses y años, sino también mediante la preservación del nombre, la
familia y las acciones de los que partieron. Para una categoría de los muertos, aquellos
venerados como santos, las oraciones por ellos cambiaron a oraciones a ellos. Estos
‘muertos muy especiales’ …, podían actuar como intercesores a favor de los vivos delante
de Dios. Pero esta diferencia era sólo de grado, y no de especie. Todos los muertos
interactuaban con los vivos, continuaban ayudándolos, advirtiéndoles o amonestándoles,
incluso castigándoles si las obligaciones de memoria no se cumplían.”

Esto se hizo todavía más patético con episodios catastróficos como la Peste Negra (1348–1349).
En pocos meses, la población de Europa Occidental se redujo a un tercio de su total. Las
consecuencias económicas y sociales de la peste fueron muchas. Se dio una drástica reducción de
los cánones de arrendamiento y las exacciones señoriales; la mano de obra diestra urbana se
encareció; hubo una concentración de la riqueza inmueble en los sectores dirigentes por las muchas
herencias de los sobrevivientes y la estructura social tambaleó.

Culturalmente la peste bubónica también afectó la vida y el pensamiento. La muerte


omnipresente en los frescos y en las sepulturas de las décadas subsiguientes ensombreció el arte.
En la vida religiosa la epidemia dejó hondas huellas. Una alta proporción del clero secular murió y
en muchos lugares nunca volvió a tener la misma importancia numérica. Muchos monasterios y
conventos tampoco recuperaron el número de miembros que habían tenido antes de 1348. Los
estragos de las epidemias y el horror de su recurrencia marcaron las percepciones y las
mentalidades. La fascinación con los temas mórbidos marcó la expresión religiosa. En la mente de
muchos fieles, la epidemia era un castigo divino, y por eso se desarrollaron prácticas penitenciales
comunitarias, que a veces canalizaron y otras veces fomentaron la histeria colectiva. A la vez, los
excesos ascéticos y la prédica moralizante propiciaron la ironía y el escepticismo.

La concepción heroica de la vida. Mientras en Oriente la actitud cristiana predominante era de


carácter contemplativo y las cuestiones terrenales se proyectaban al más allá, en Occidente y debido
al impacto de los pueblos germánicos, el destino del ser humano se cumplía de este lado de la
eternidad. En la cosmovisión germánica, el guerrero y su heroísmo eran sinónimo de virtud, en
contraste con el quietismo contemplativo predominante en el cristianismo de origen oriental.
Heroísmo y activismo llevaron a una concepción señorial de la vida, en la que constituían el signo
de una acción relacionada con el poder, la gloria y la riqueza.

La Iglesia procuró poner bajo control esta concepción heroica de la vida y canalizarla de maneras
más creativas y convenientes a sus propios intereses. Esto es lo que intentó en las sucesivas
Cruzadas contra los musulmanes, que predicó con entusiasmo. Incluso los monjes occidentales
fueron muy diferentes de los orientales, en que mientras estos últimos se dedicaban a una vida
contemplativa y de oración, los primeros se mostraban como santos militantes, capaces de poner
en acción su vocación religiosa en beneficio de la propagación y defensa de la fe. En este sentido,
fueron monjes y soldados los que a lo largo de la temprana Edad Media esparcieron la fe por todo
el continente europeo. Y más tarde, fueron caballeros cristianos, que aprendieron a subordinar el
heroísmo a la fe, los que la defendieron frente a los musulmanes y los herejes surgidos en el seno
mismo del mundo cristiano.

En la baja Edad Media, esta concepción heroica de la vida asumió un carácter más refinado. El
espíritu caballeresco sobrevivió a las Cruzadas, pero poco a poco se secularizó y mundanalizó. Perdió
prestigio popular, pero se refugió en las minorías señoriales y en las cortes. Se llenó de convenciones
propias del decadente orden feudal y estableció reglas sofisticadas para la conducta social. Fiestas
y torneos, ceremonias y festines fueron las ocasiones en que este espíritu se manifestó de manera
más espectacular. Los trovadores y ministriles exaltaban, a través de sus canciones y poemas, las
virtudes de la caballería, que eran imitadas por los burgueses ricos. La exaltación e idealización de
la mujer, el amor cortés, la apetencia por la buena vida y el goce de vivir, un sentido profano de la
realidad, la contemplación de la naturaleza, la creación estética y el amor por la belleza fueron
expresión de esta concepción heroica de la vida, que estuvo acompañada de un creciente
individualismo. Lo individual se fue tornando más importante que lo colectivo. El espíritu de
aventura, la apetencia del saber y la aparición del retrato en la pintura son manifestaciones de esta
concepción heroica y exaltada de la vida.

El Purgatorio y el Infierno. Más allá de su particular posición en la compleja pirámide social


medieval y de su manera de entender y vivir la vida, todas las personas compartían la misma
certidumbre en cuanto a la muerte. Señores y siervos, obispos y laicos, cultos e incultos todos eran
bien conscientes de la proximidad de la muerte y de su funesto efecto nivelador. Frente a ella todos
eran iguales y enfrentaban los mismos temores y necesidad de salvación. Fue en torno a esta
realidad palmaria que se elaboraron los conceptos y creencias en cuanto al Purgatorio y al Infierno.

El Purgatorio. La preocupación por la muerte llevó necesariamente a preocuparse por qué


ocurría con el alma después de experimentarla. Ya en el monasticismo temprano se había planteado
la necesidad de responder a la inseguridad de la salvación y la inminencia del castigo divino con
algún camino alternativo. En el monasticismo celta se acentuaba el carácter penitencial de la vida
monástica. En la concepción celta, la majestad de Dios era tal y la fragilidad humana y su inclinación
al pecado eran tan pronunciadas, que continuamente había que estar reconciliándose con Dios. El
monje irlandés hurgaba su conciencia sin cesar para ver en qué había ofendido a Dios y cómo reparar
esas ofensas. Por esa insistencia celta en la necesidad continua del perdón y la reconciliación, la
práctica penitencial de Occidente se modificó y se elaboraron numerosos libros penitenciales. Las
penitencias que se les imponían las cumplían después de la absolución. De esa manera la absolución
vino a anteceder a la penitencia, y la confesión de los pecados vino a ser un ejercicio privado que
sustituyó la antigua absolución pública. Sin embargo, subsistió la ansiedad en cuanto a qué pasaba
si uno se moría antes de cumplir con todas las penitencias que se le habían impuesto. De ahí vino a
cobrar importancia la noción de purgar por los pecados, de la cual en el siglo XII se esbozó
teológicamente el concepto de Purgatorio.

Fernando Picó: “De esta noción de conmutar la penitencia no cumplida con una obra
piadosa también surgió eventualmente la noción de indulgencia, que tanto dio que hacer
en las controversias de la Reforma Protestante del siglo XVI. La indulgencia era un
equivalente en oraciones de la obra piadosa, que a su vez equivalía a una penitencia no
cumplida. Sin embargo, en los siglos XIV y XV surgiría la noción de que hacer un donativo en
dinero para llevar a cabo una obra piadosa era equivalente a hacer la obra piadosa. Por lo
tanto, le restaba purgatorio por cumplir al donante lo que le hubiese restado de días de
penitencia la obra piadosa.”

Los Padres Griegos no hablaron del Purgatorio, pero recomendaron las oraciones y servicios
eucarísticos a favor de los difuntos. Los Padres Latinos, especialmente Agustín enseñaron la
purificación por medio del sufrimiento en la otra vida. Los escolásticos sistematizaron y
desarrollaron la herencia patrística, enseñando que el más ínfimo dolor del Purgatorio era mayor
que el más grande dolor de la tierra, aunque a las almas allí las consuela el saber que se hallan entre
aquellos que van a ser salvos. Desde Tomás de Aquino y Buenaventura, los teólogos latinos
enseñaban que las almas en el Purgatorio eran atormentadas por el fuego, pero los teólogos
bizantinos no aceptaron esta conclusión. Por otro lado, a la luz de la práctica de las indulgencias,
estos tormentos ocurrían en el tiempo y se medían en términos de años y días. Se decía también
que el estado del Purgatorio consistía en cierta posición en el espacio, y que era algo totalmente
diferente del Cielo o del Infierno. Pero cualquier teoría en cuanto a su latitud o longitud, según se
lo describe en la Divina Comedia de Dante, era pura imaginación.

El Purgatorio era para las almas de los creyentes (bautizados), que no dejaban de ser miembros
de la Iglesia por ir allí. Es por esto que estas almas podían ser ayudadas por los sufragios (oraciones,
ofrendas, buenas obras y sacrificios) de los vivientes. El sacrificio por excelencia a favor de quienes
estaban en el Purgatorio era el sacrificio de la Misa, porque ella aseguraba la salvación al penitente.
El fundamento bíblico que se citaba era la creencia judía en la eficacia de la oración por los muertos,
según 2 Macabeos 12:42–45. Sea como fuere, la eficacia de las oraciones por los muertos e
indirectamente la doctrina del Purgatorio fueron rechazadas por los cátaros, los albigenses, los
valdenses y los lolardos, junto con otros disidentes medievales, porque carecía de base bíblica y era
contraria a una sana doctrina.

El Infierno. El temor a ser condenado en el Infierno por la eternidad llenó de terror a la


cristiandad medieval. La creencia en el Infierno fue tan firme para los medievales como su esperanza
del Cielo, sólo que la primera los llenaba de temor y determinaba la mayoría de sus acciones. En
razón de que era poco menos que imposible tener certidumbre de salvación debido a que la misma
dependía cada vez más de lo que el ser humano podía hacer para salvarse, el temor al Infierno
acercaba este aspecto oscuro del trasmundo a la realidad inmediata. Estos temores fueron
alimentados especialmente por la lectura y predicación dramática del Apocalipsis, que llenó de
pánico a personas carentes de otro recurso salvífico que los sacramentos cuasi-mágicos que les
ofrecía la Iglesia. A la interpretación tremebunda del Apocalipsis se sumaba La Ciudad de Dios de
Agustín, que dominó la teología medieval y que hizo la conocida distinción entre dos mundos
contrapuestos: la ciudad celeste y la ciudad terrestre. Esta afirmación del trasmundo continuó con
la mayoría de los teólogos medievales, especialmente aquellos que trabajaron en la alta Edad
Media.

José Luis Romero: “El mundo después de la muerte, con su Infierno, su Purgatorio y su Cielo,
había sido imaginado muchas veces antes de que Dante le proporcionara, en las
postrimerías de la Edad Media, los rigurosos perfiles con que aparece en la Comedia. La
Visión de San Pablo y el Viaje de San Brandán en el siglo XI, la Visión de Túndalo, el
Purgatorio de San Patricio y la Visión de Alberico en el siglo XII, así como el Viaje al Paraíso
de Baudoin de Condé y el Sueño del Infierno de Raoul de Houdenc, nos muestran cuánto se
pensaba en el misterio del vago mundo que esperaba al hombre para morada eterna. Era
seguramente el tema que más interés despertaba en el auditorio de los predicadores, y
alrededor de él gira la obra de Joaquín de Fiore, el ferviente y semiherético monje calabrés
fundador del grupo de los Espirituales, una de cuyas obras fundamentales desarrolla el
comentario del Apocalipsis. Poco antes, los inquietantes signos del fin del mundo habían
sido esculpidos con honda dramaticidad en los capiteles del claustro del monasterio de Silos
y seguían siendo tema predilecto de otros imagineros.”
_ Relación poder y piedad

Desde los días del emperador Constantino, cuando éste decidió establecer la capital del Imperio
Romano en la ciudad que llevó su nombre, la separación entre Oriente y Occidente fue inevitable.
Los patriarcas de Oriente quedaron sometidos al emperador (cesaropapismo) y distanciados del
obispo de Roma. En los cinco siglos que siguieron al reinado de Constantino hubo cinco grandes
cismas entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Además, de cincuenta y ocho patriarcas
que gobernaron en Constantinopla durante este período, veintidós fueron considerados como
herejes o sostenedores de enseñanzas heréticas en el Oeste. Todos ellos menos uno fueron
depuestos por los emperadores. A diferencia del obispo de Roma, estos líderes religiosos dependían
del Estado para el ejercicio de su ministerio. Así continuaron las cosas hasta que finalmente en 1054,
bajo Miguel Cerulario, la división se consumó de manera definitiva, en buena medida debido a la
competencia entre los líderes religiosos y también al carácter totalmente diferente de su concepción
en cuanto al poder. Mientras para el patriarca de Constantinopla la base sobre la cual proclamaba
su primacía era puramente política, para el Papa de Roma su autoridad pretendía ser
exclusivamente espiritual.

Lloyd B. Holsapple: “El legado de Constantino a la Iglesia fue una controversia que
perduraría durante cuatro siglos y traería aparejada consigo una desunión sin precedentes.
La disputa religiosa se convertiría en la principal actividad de la Iglesia y los individuos en
Oriente. Él legó las causas que no podrían dejar de producir el cisma entre Oriente y
Occidente tanto en la Iglesia como en el Estado.”

Al impacto político de la influencia de Constantino se agregó el enorme efecto del pensamiento


de Agustín de Hipona (354–430) sobre toda la cristiandad occidental. Para sus días, tres de las cuatro
fuerzas espirituales que habían animado al mundo grecorromano—el judaísmo y las civilizaciones
griega y romana—estaban exhaustas. Sólo el cristianismo estaba en pleno ascenso y apenas
empezaba a ejercer influencia en los asuntos seculares. La transformación del cristianismo, de
fuerza espiritual que se mantenía separada del mundo, a una fuerza que poco a poco iba
penetrándolo e identificándose con él, representó el fin de una edad y el comienzo de una nueva
era: la Edad Media.

Por otro lado, la desintegración de Occidente debido a las sucesivas invasiones de pueblos
germanos, la presión externa de los pueblos euroasiáticos sobre Oriente, y el surgimiento y
expansión del Islam condujo a la división tripartita que constituyó el mundo de la Edad Media. La
parte oeste abarcaba la mitad occidental del Imperio Romano, invadido y repartido entre las tribus
germánicas, y las zonas germánico-eslavas ubicadas en el centro y el norte de Europa, fueron
gradualmente absorbidas en su órbita. El Imperio Bizantino comprendía la península balcánica y Asia
Menor. El mundo islámico incluía básicamente (además de Irán) Siria, Egipto, el norte de África y
grandes extensiones en España. Los tres territorios fueron herederos del mundo antiguo. La
significación histórica del período medieval radica en los diferentes modos por los cuales estas tres
civilizaciones desarrollaron su herencia espiritual y política común, especialmente la dimensión
religiosa.
Las tres civilizaciones fueron esencialmente monoteístas y desplazaron a las religiones míticas
politeístas. Esta difusión del monoteísmo resultó en un proceso sin precedentes de penetración
cultural, que saturó de sentimientos y conceptos religiosos la sociedad y la cultura. Todas las esferas
de la vida de los pueblos se vieron afectadas por la manera en que los individuos se relacionaban
personalmente con Dios. Esto hizo que fuese imposible separar la esfera del poder político de la
esfera del poder religioso, de suerte tal que la simbiosis entre poder y piedad caracterizó la mayor
parte del período medieval, tanto en el Este como en el Oeste.

La cosmovisión medieval no era horizontal sino vertical. Por sobre la tierra, que era plana, se
extendía la bóveda celeste, donde moraban Dios y sus ángeles. Por debajo de la tierra estaba el
infierno, habitado por Satanás y sus demonios. Encerrada por este marco espiritual, la realidad
terrenal estaba dividida en estamentos estancos, un vasto orden jerárquico que tenía al Papa como
señor supremo compartiendo su posición con el emperador. En los niveles que seguían hacia abajo,
cada uno tenía sus tareas especiales, y sus deberes y derechos particulares.

Herbert Rosinski: “En esta vasta armonía dispuesta por Dios, nada parecía encontrarse
aislado, ni pensamiento, ni sentimiento; ni ángel, ni hombre; ni animal, ni planta ni objeto
inanimado. Todo tenía, además de su realidad inmediatamente dada, un profundo
significado simbólico. Todo estaba vinculado con todo y, en último análisis, con el Creador
de todas las cosas. En la civilización occidental de la Edad Media, la vieja forma básica de las
Grandes Civilizaciones, el sistema universal del mundo vinculado y equilibrado en todas sus
direcciones, tuvo su última y su más general realización en una forma clarificada y
racionalizada por los pensamientos bíblico y griego.”

EL PROBLEMA TEOLÓGICO

Cuando pensamos en la Edad Media, la tendencia es a considerarla como mil años de aridez en
el desarrollo teológico. A lo sumo, se destaca la importancia de la teología escolástica y su
contribución al pensamiento cristiano occidental, con consecuencias que todavía persisten. No
obstante, los tiempos medievales no fueron tan quietos en materia de producción teológica como
nos parecen. Una serie de cuestiones ocuparon la atención de quienes procuraban expresar su
experiencia de fe cristiana en términos que pudiesen ser entendidos por otros. Esto llevó al
surgimiento y desarrollo de una serie de controversias, especialmente durante el período del
Renacimiento Carolingio, que ayudaron a madurar el pensamiento cristiano y a actualizar la
comprensión de la acción redentora de Dios en la historia humana. Lamentablemente, la mayor
parte de estas discusiones estuvieron muy comprometidas con cuestiones políticas, que no siempre
ayudaron al desarrollo de una sana doctrina. Más adelante, en el siglo XII, la teología maduró con el
escolasticismo, que fijó el dogma de la Iglesia Romana, a pesar de los desafíos planteados por un
buen número de disidentes.

_ Controversia sobre el adopcionismo


En tiempos del emperador Carlomagno, una de las controversias que mantuvo ocupados a los
pensadores cristianos giró en torno al adopcionismo. El escenario principal de tales debates fue
España y como es de suponer, la discusión teológica no pudo abstraerse de los conflictos políticos,
especialmente la enorme empresa de la reconquista de la Península de manos musulmanas.

El personaje que se destacó en este debate fue Félix de Urgel (m. 818), quien sostenía una
postura adopcionista, es decir, que Cristo había sido adoptado como Hijo de Dios durante su
ministerio en la tierra. El arzobispo Elipando de Toledo había intentado refutar el sabelianismo, pero
al hacerlo propuso una cristología de corte adopcionista, a la que se adhirió Félix. En reacción a ellos
se colocó el Beato de Liébana, Alcuino, Paulino de Aquileya y los papas Adriano I y León III, y por
supuesto, el propio Carlomagno.

A los teólogos más ligados a la ortodoxia, el adopcionismo les parecía un rebrote de


nestorianismo, es decir, cierta tendencia a dividir la persona de Cristo. Quienes reaccionaron lo
hicieron procurando enfatizar la unidad de lo divino y lo humano en Cristo y la comunicación de las
propiedades entre sus dos naturalezas. Así, pues, mientras Elipando y Félix parecían hacer una
distinción entre la humanidad y la divinidad de Cristo, con énfasis en la preservación de esta última
con sus características intactas, sus opositores rechazaron tal división porque temían que se
perdiese la realidad de la encarnación. Una vez fallecidos Elipando y Félix, el debate se terminó tan
pronto como había comenzado.

_ Controversia sobre la predestinación

Esta controversia ocurrió también durante el período carolingio. Los principales protagonistas
fueron Rábano Mauro, Ratamno de Corbie, Servato Lupo, Prudencio de Troyes, Floro de Lión y Juan
Escoto Erígena. Un monje de nombre Gotescalco, seguidor fanático de la enseñanza de Agustín de
Hipona, llegó a desarrollar un concepto radical de la predestinación, con énfasis en la condenación
de los réprobos. Su planteo era de una doble predestinación (a salvación y a condenación), de modo
que Cristo murió sólo por los elegidos. Gotescalco fue condenado por Rábano Mauro, quien escribió
contra él un tratado titulado De la presciencia y la predestinación, de la gracia y el libre albedrío, en
el que enseñaba que somos predestinados en la presciencia divina.

La oposición de Mauro fue continuada por el arzobispo Hincmaro de Reims (806–882), quien
insistía en la voluntad salvadora universal de Dios. Prudencio de Troyes y Servato Lupo se opusieron
a este planteo y apoyaron una doble predestinación. Pronto intervino en el debate Retramno de
Corbie (m. 868), quien escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que sigue la doctrina
de Agustín al pie de la letra. Fue entonces que hizo su entrada en el debate Juan Escoto Erigena
(810–877), que también escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que hace un
acercamiento más filosófico que teológico al tema y en el que apoya la posición de Hincmaro. Su
libro provocó nuevas reacciones de parte de Prudencio de Troyes y más tarde de Floro de Lión. Al
final, el debate perdió todo sentido de discusión teológica y se transformó en una confrontación por
poder y prestigio entre las sedes episcopales de Lión y Reims, representadas por sus líderes Floro e
Hincmaro.
En realidad lo que estaba en discusión era una cuestión de énfasis. El énfasis agustino tendía a
sacrificar la libertad humana a favor de la soberanía divina, mientras que del otro lado se respeta el
derecho del ser humano a disponer de sí mismo y a hacer su parte en el logro de su salvación eterna.
Por cierto, el problema no se resolvió y en consecuencia volverá a presentarse nuevamente en los
siglos XVI y XVII en los debates teológicos dentro del catolicismo y del protestantismo.

_ Controversia sobre la virginidad de María

Nuevamente aparece el nombre de Ratamno de Corbie en esta breve controversia. Este monje
reaccionó a ciertas enseñanzas que circulaban en Alemania en el sentido de que Jesús no había
nacido de María del modo natural, sino que había surgido del secreto vientre virginal de algún modo
misterioso y milagroso. Según Ratamno, Jesús nació de María por la vía natural, pero esto no lo
contaminó ni violó la virginidad de su madre. Esto significa que María fue virgen antes del parto, en
el parto y después del parto, y esto es algo que sólo puede aceptarse por la fe.

La enseñanza de Ratamno fue refutada por un tal Pascasio Radberto (786–865), quien no
discutió la perpetua virginidad de María sino el modo en que esa virginidad permaneció intacta en
el parto. Según él, la virginidad permaneció intacta porque Jesús nació milagrosamente, estando el
útero cerrado. Toda esta discusión fue muy importante para el desarrollo del dogma de la perpetua
virginidad de María y otras doctrinas dependientes de este dogma.

_ Controversia sobre la eucaristía

Esta discusión giró en torno a la doble cuestión de, primero, si la presencia del cuerpo y la sangre
de Cristo en la eucaristía era tal que sólo podía verse con los ojos de la fe o si, por el contrario, se
trataba de una presencia verdadera, y, segundo, si el cuerpo de Cristo que estaba presente en la
eucaristía era el mismo que nació de María, sufrió, murió y fue sepultado, y ascendió a los cielos.
Pascasio Radberto había escrito un tratado (844) en el que presentaba una interpretación realista
extrema de la presencia de Cristo en la eucaristía. Según él, cuando los elementos son consagrados,
se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo de manera sustancial. De modo que la eucaristía
era una repetición del sacrificio de Cristo, y esto de tal modo que repetía la pasión y muerte del
Salvador.

Quien respondió a Pascasio fue Ratramno de Corbie con un tratado titulado Del cuerpo y la
sangre del Señor. Según él, el cuerpo de Cristo no estaba presente de manera real sino “en figura.”
Cristo estaba presente en el sacramento, pero no de manera visible. Además, ese cuerpo no era
idéntico al que nació de María y fue crucificado, porque ese cuerpo visible estaba sentado a la
diestra del Padre, mientras que el cuerpo presente en la eucaristía era sólo espiritual, y el creyente
participaba de él sólo espiritualmente. El debate continuó con una nueva reacción de Pascasio y la
intervención de Gotescalco y Rábano Mauro que se le opusieron. Finalmente, prevaleció la
interpretación realista de la eucaristía. Se afirmó la transformación substancial del pan y del vino en
el cuerpo y la sangre de Cristo, y se enfatizó la realidad de su presencia en el rito. Esto constituyó
un importante antecedente de la posterior doctrina de la transustanciación, que habría de ser
característica del dogma católicorromano.
El debate en torno a la eucaristía volvió a plantearse siglos más tarde (siglo XI) cuando
Berengario de Tours adoptó como propia la interpretación de Ratramno de Corbie. Berengario
negaba la transformación de la esencia del pan y del vino y afirmaba que el cuerpo de Cristo estaba
presente sólo de manera “intelectual,” es decir, espiritualmente. Berengario fue condenado varias
veces, más por cuestiones de poder eclesiástico que por asuntos propiamente teológicos. Entre
quienes rechazaron su planteamiento estaba Hugo de Chartres, quien afirmó la conversión real del
pan en el cuerpo de Cristo, aun cuando conservara el sabor del pan. La cuestión de la presencia real
de Cristo en la eucaristía y la transformación de los elementos seguía siendo tema de preocupación
para los teólogos de la segunda mitad del siglo XI. No obstante, habrá que esperar hasta 1215 para
ver consagrada definitivamente la doctrina de la transubstanciación.

_ Controversia sobre el alma

Dos cuestiones fueron motivo de debate durante el período carolingio: la incorporeidad del
alma y su individualidad. Respecto del primer asunto, Ratramno de Corbie sostenía que el alma era
incorpórea, y por lo tanto, no estaba circunscrita al cuerpo, sino que sobrepasaba sus límites. Estas
conclusiones fueron refutadas por quienes sostenían que el alma estaba atada al cuerpo, si bien no
estaba limitada a él. El segundo asunto fue más importante, ya que de la individualidad del alma
dependía la posibilidad de una vida eterna individual y consciente.

Algunos monjes habían enseñado una doctrina según la cual había sólo un alma universal, de la
que participaban las almas individuales. Esta enseñanza fue refutada por Ratramno, quien quería
preservar la individualidad de las personas. En su Tratado sobre el alma, Ratramno rechazó la idea
de que el alma pueda ser una y múltiple. Según él, hablar del alma en singular no implica un alma
universal que exista por encima y más allá de las almas particulares.

_ Controversia sobre el filioque

La cuestión de la procedencia del Espíritu Santo ya había sido tema de discusión durante el
período carolingio en Europa occidental, como parte del debate acerca de la doctrina de la Trinidad.
Sin embargo, fue en el Este donde la cuestión adquirió mayor relevancia y finalmente llevó al cisma
teológico entre Oriente y Occidente.

Mientras en Occidente se confesaba que el Espíritu procedía “del Padre y del Hijo,” en Oriente
se decía que procedía “del Padre por el Hijo.” En el primer caso, se comenzó por agregar a la fórmula
del Credo Niceno la frase “y del Hijo”—filioque—para indicar la doble procedencia del Espíritu Santo.
Mientras tanto, en Constantinopla se rechazó tal agregado como violatorio del significado del Credo
Niceno-Constantinopolitano, si bien los motivos de este rechazo eran más de carácter político que
propiamente teológicos.

Con posterioridad al Segundo Concilio de Nicea (787) el tema continuó debatiéndose pero con
tintes más políticos que teológicos. El patriarca Focio entró en conflicto con la sede romana (el papa
Nicolás I), especialmente por el control de la cristianización de Bulgaria y por su oposición a la
introducción de la cláusula filioque en el Credo Niceno. La controversia sobre la procedencia del
Espíritu Santo siguió en aumento hasta que para mediados del siglo IX (cisma de Focio, 867), la
cuestión del filioque se había transformado en uno de los motivos principales de la separación entre
la cristiandad occidental y la oriental. El Concilio de Constantinopla (869–870) condenó a Focio, que
de todos modos quedó como patriarca en Constantinopla con el reconocimiento del papa Juan VIII,
mientras que Roma se quedó con el control de Bulgaria.

Fuera de los motivos políticos que movían el debate, lo que estaba en discusión eran dos
maneras diferentes de ver la cuestión trinitaria. En Occidente el énfasis caía en la relación que une
a las tres personas de la Trinidad. Se pensaba del Espíritu como el amor que une al Padre y al Hijo.
En razón de que este amor es mutuo, entonces es posible decir que el Espíritu procede “del Padre y
del Hijo.” En Oriente el énfasis era puesto en la unidad de la trinidad y en su origen único. En este
sentido, sólo podía haber una fuente en el ser de Dios, y esa fuente era el Padre, de allí la fórmula
“del Padre, por el Hijo.”

_ Controversia sobre las imágenes

Este debate se dio fundamentalmente en el Imperio Bizantino y tuvo importantes componentes


políticos además de la cuestión propiamente teológica. Especialmente, bajo el gobierno de León III
el Isaurio y sus sucesores (siglo VIII) se suscitaron profundas controversias, de las que la de las
imágenes fue la más seria. León asumió una actitud “iconoclasta” (opuesta a la veneración de
imágenes), probablemente influido por el contacto con judíos, musulmanes y monofisitas, y en
oposición al poder de los monjes que defendían tal veneración. Como indica Justo L. González: “Para
León, su campaña iconoclasta era parte de su programa de restauración imperial. El hijo y sucesor
de León III, Constantino V, estaba convencido de que la veneración de las imágenes y de las reliquias
de los santos y de la Virgen era falsa.”

Entre los defensores de la veneración de imágenes estaban el patriarca Germán de


Constantinopla (715–729) y Juan de Damasco (675–749). Al segundo nos hemos referido en la
Unidad Uno. En cuanto al primero, refutó el argumento según el cual la veneración de imágenes era
idolatría marcando la distinción entre diversos tipos de “adoración.” Según él, una cosa era
proskunesis (respeto o veneración) y otra muy distinta era latreia (adoración en sentido estricto),
que se debe sólo a Dios.

Juan de Damasco, por su parte, distinguía entre diversos grados de culto. El culto absoluto era
sólo para Dios (latreia) y si se rendía a una criatura eso era idolatría. Pero la reverencia a las
imágenes era más una cuestión de respeto u honra (proskunesis timetiké) y podía prestarse a
objetos religiosos e incluso a personas en el ámbito civil. Finalmente, el culto a las imágenes fue
restaurado por el Concilio de Nicea en 787, que afirmó la conservación de las mismas, pero
indicando que no debía adorárselas como se adora a Dios.

En Occidente el debate no fue tan importante como en Oriente. En general, los Papas asumieron
una actitud favorable a las imágenes, pero cuidándose de no caer en idolatría. Así, pues, se
conservaron las imágenes, pero no se las consideró dignas de adoratio, es decir, de la adoración
debida sólo a Dios. Por eso, en Occidente no se le atribuyó a las imágenes el poder sacramental que
tenían en Oriente, ni llegaron a ocupar allí el lugar de importancia que tuvieron en Oriente. No
obstante, en la religiosidad popular, las imágenes en Occidente adquirieron la funcionalidad de
verdaderos ídolos, ya que la realización de milagros y señales estuvo ligada directamente a ellas y
al poder que se les atribuía.

EL PROBLEMA CÚLTICO

_ El culto a María

La mariolatría (culto o adoración a la Virgen María) surgió muy temprano en la experiencia de


la cristiandad, como resultado de un deseo de aumentar la glorificación de Cristo. El misterio de la
encarnación del Hijo de Dios colocó a la madre de Jesús en una posición de honor y prestigio. A
mediados del siglo IV, los teólogos cambiaron del título de María como “madre del Señor” para
transformarla en “madre de Dios” y “reina del cielo.” De “bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:28)
María pasó a ser considerada como una intercesora por encima de todas las mujeres y participante
de algún modo en la redención humana. La veneración de la Virgen se transformó en adoración, y
en algunos momentos llegó a ser más importante que Cristo mismo, especialmente en la religiosidad
popular.

El monasticismo ascético, que estimó el celibato como superior al matrimonio, enfatizó la


virginidad de María. José era considerado como una persona de edad, que se casó con María sólo
para protegerla de la calumnia. Los hermanos de Jesús eran hijos de José de un matrimonio anterior.
Ya para el siglo IV se afirmaba la perpetua virginidad de María. Parecía lógico, pues, que si María era
la madre de Dios, ella merecía ser objeto de adoración. Primero, se la invocó buscando su
protección. Luego, en el siglo V, muchos templos fueron dedicados a la “Santa Madre de Dios” o la
“Virgen Perpetua.” Justiniano I imploró su intercesión frente a Dios para la restauración del Imperio
Romano. En los siglos que siguieron, su imagen fue venerada y surgieron innumerables leyendas en
cuanto a los milagros que se producían a través suyo. La piedad popular le adscribía una concepción
y nacimiento sin pecado, y una resurrección y ascensión milagrosa al cielo.

En la Edad Media, Bernardo de Clairvaux jugó un papel director en el desarrollo del culto a la
Virgen, que llegó a ser una de las manifestaciones más importantes de la piedad popular del siglo
XII. Él no fue el inventor de la mariolatría (adoración de María) ni de la mariología (doctrina sobre
María). Según los eclesiásticos medievales, esta doctrina estaba implícita en los Evangelios mismos.
Pero en el pensamiento medieval temprano, la Virgen María había jugado un papel muy menor, y
es sólo con el surgimiento de un cristianismo más emocional en el siglo XI, que ella se transformó
en una intercesora de primer orden a favor de la humanidad delante de la deidad. Se la consideraba
como la madre amante de todos, cuya misericordia infinita ofrecía la posibilidad de salvación a todos
los que buscaran su asistencia con un corazón amante y contrito. Anselmo y algunos de sus
discípulos hicieron contribuciones importantes a la expansión rápida del culto a la Virgen a fines del
siglo XI, pero fue Bernardo quien hizo de la mariología una doctrina cardinal de la fe católica y una
creencia que fue más allá de las dimensiones de la enseñanza estrictamente religiosa hasta
enriquecer profundamente la visión artística y literaria de la alta Edad Media.
Así, pues, la piedad popular se fundaba no tanto en las doctrinas filosóficas elaboradas por los
teólogos medievales, como en la veneración de los santos y las reliquias, y especialmente en el culto
a la Virgen María. Durante el siglo XII el papado afirmó su derecho a canonizar nuevos santos, y se
estableció un procedimiento legal para probar su santidad. Se creía que las reliquias poseían
poderes curativos y propiedades milagrosas. Lo más característico de la religión popular, sin
embargo, fue la vasta difusión del culto mariano. Se consideraba a la Virgen María como intercesora
por los seres humanos ante Dios, más poderosa que los demás santos, e infinitamente más
compasiva. Así, pues, las plegarias de las personas comenzaron a dirigirse con creciente frecuencia
a ella.

Los cristianos bizantinos también reverenciaron a María con gran entusiasmo. Ciertas
aclamaciones litúrgicas cotidianas la declaraban: “Más honorable que los querubines, y más gloriosa
fuera de toda comparación que los serafines.” Desde el siglo X, el tema de la intercesión de la Virgen
encontró una iconografía distintiva, mucho más apasionada y amorosa que en las formas estáticas
anteriores. Desde entonces la Virgen adquirió un perfil más maternal y humano en las
representaciones bizantinas.

Ligada directamente a la devoción mariana, se desarrolló en la alta Edad Media una


transformación del carácter del caballero andante. La cristianización de la caballería constituyó un
ejemplo notable del poder de la religión en la Edad Media. Los guerreros toscos y brutales del siglo
X se fueron transformando en “caballeros gentiles y perfectos,” defensores galantes de los pobres
y los débiles, dedicados a promover la religión y a defender a la Iglesia. Tal era, por lo menos, el ideal
expresado en innumerables romances—el del Santo Grial, por ejemplo—y simbolizado en
ceremonias relacionadas con la investidura de la caballería. La realidad, como siempre, distaba
bastante del ideal. Sin embargo, no debe menospreciarse la eficacia de la Iglesia y del sentimiento
religioso para mitigar la violencia de las guerras internas en la cristiandad. Muchas veces los
miembros del clero intentaron reducir la plaga de la guerra privada declarando una Tregua de Dios,
durante la cual se prohibía la lucha entre cristianos. Dichas treguas no eran observadas
universalmente, por supuesto, pero posiblemente contribuyeron a favorecer un clima de paz en las
regiones rurales de Europa. En estos procesos de cambio cultural la devoción mariana jugó un papel
fundamental.

Por otro lado, las mujeres (tanto en Oriente como en Occidente) fueron grandes promotoras
del culto mariano, especialmente de la veneración de su imagen sea en forma de estatuas (en el
Oeste) o de íconos (en el Este). La razón es que las mujeres, que ocuparon generalmente un lugar
secundario respecto de los varones en la sociedad y la cultura, buscaban mediadores sagrados
(María u otras mujeres santas) para interceder ante un Dios masculino de tremendo poder y
majestad. Hay evidencia de que las madres alentaban a sus hijas a besar y acariciar estatuas o íconos
así como algunas niñas hoy juegan con una muñeca. Las imágenes familiares eran consideradas
como miembros honorables de la familia, e incluso a veces se nombraba a una imagen como
madrina de un niña.
La misma raíz mariana puede verse en el cambio de la posición de la mujer en la sociedad
caballeresca medieval. La mujer pasó a ser idealizada y se transformó en la depositaria de lo que se
llamó el amor cortés y romántico. El culto a la Virgen María motivó un grado de mayor reverencia
hacia la mujer y la maternidad. La caballería y los trovadores alababan la lealtad a la mujer que había
ganado el corazón de un caballero, y exaltaban no sólo su belleza física sino especialmente la
hermosura de su ser interior.

Alfred Weber: “En esta sociedad aparece entonces como centro la mujer, llamada a actuar
de árbitro del varón, en un curioso paralelo con el culto a María Santísima, que es venerada
en aquella época de manera idolátrica. Se trata de una sociedad, en la cual los caballeros
son los representantes de las preciosas formas culturales de este período, las cuales muy
pronto se convierten en amaneradas. Y en esa sociedad, los caballeros no sólo desenvuelven
sus dotes varoniles, y sus aptitudes amorosas cortesanas, sino también su productividad
espiritual, sobre todo en la epopeya y en las canciones. El clérigo, que antes lo había
dominado todo en el terreno espiritual, no es descartado, sino que, junto a la corte feudal,
obtiene una nueva tribuna en el centro espiritual de Europa.”

No obstante, a lo largo de la Edad Media, la mujer representó un papel doble: el de agente del
Diablo para la perdición del hombre y el de esposa de Cristo para su redención. Se consideraba a la
mujer como fuente de todos los males a través de la seducción sexual, su supuesta inclinación a lo
sensual más que a lo espiritual e intelectual, y su debilidad moral y espiritual por su descendencia
de Eva. Por otro lado, cuando la mujer se retiraba del mundo y se hacía monja pasaba a ser la esposa
de Cristo, dedicada a la intercesión por la redención de los hombres. En la Virgen María, la mujer
llegó al estatus de redentora y vencedora de la serpiente tentadora, a la que le pisa la cabeza.

_ El culto a los santos

El ingreso de grandes masas de paganos a la Iglesia llevó a la adoración de los mártires, santos
y reliquias. Los mártires cristianos ocuparon el lugar de los viejos dioses y héroes en la devoción de
las masas. A los martirologios se agregaron los santos, que fueron reconocidos por su piedad
ascética extraordinaria y su servicio a la Iglesia. Después de Ambrosio y Jerónimo, sólo personas
célibes o vírgenes podían calificar para ser considerados santos. Con posterioridad al Concilio de
Nicea (325) se fue desarrollando la invocación formal a los santos como patrones e intercesores
delante de Dios. Se construyeron templos y capillas sobre las tumbas de los mártires y se los dedicó
a sus nombres (advocación). Allí se llevaban a los enfermos para su sanidad y se celebraban fiestas
en honor del mártir en el aniversario de su muerte, mientras se veneraba alguna reliquia suya, a la
que se atribuían poderes milagrosos.

A lo largo de la Edad Media, el número de santos se multiplicó notablemente, al punto que el


santoral llegó a contar con más de uno por cada día del año. La canonización de los santos la hacía
el obispo conforme con el testimonio de los fieles de que habían ocurrido milagros por la intercesión
del mismo. Los sínodos extendían después la veneración de un santo a varias diócesis. Pero los papas
empezaron a reservarse el derecho de canonización de los santos. El primer santo canonizado por
un Papa fue Ulrico de Augsburgo (m. 973), canonizado por el papa Juan XV (993). El papa Alejandro
III reservó todas las canonizaciones a la Santa Sede. Los santos canonizados eran inscritos en el
Martirologio. Estos catálogos o listas de santos aprobados se conocían ya desde el siglo IV; el más
célebre era el Martirologio Jeronimiano (450). En el siglo IX se compusieron muchos de estos
catálogos, como el de Wandelberto de Prum, el de Rábano Mauro o el de Adón de Vienne.

Patrick J. Geary: “La devoción a los santos era aceptada tan universalmente, y el culto de
las reliquias era una parte tan natural de la vida humana, que la regulación y limitación de
estos fenómenos no era siquiera considerada, excepto sobre una base ad hoc cuando un
caso de abuso o fraude era tan evidente y tan dañino a la comunidad de los fieles que no
podía ser ignorado. Así los niveles de fuerza e intensidad por los cuales los fieles, laicos y
religiosos, procuraban ganar el favor de los santos se desarrolló naturalmente y se
incrementó en intensidad con la urgencia de los problemas que eran traídos a la
consideración de los santos.”

Las Cruzadas contribuyeron notablemente a aumentar la devoción a los santos. Después de la


caída de Constantinopla en manos de los cruzados (1204), Occidente se inundó de reliquias. Los
papas y los obispos procuraron oponerse en cierta medida a la superstición, al engaño y al tráfico
ilegal de reliquias. Pero en muchos casos supieron aprovechar la oportunidad de lucro y de control
social que las mismas representaban. Las fiestas de algunos santos como Nicolás, María Magdalena,
Lorenzo y Juan Bautista fueron declaradas de precepto, es decir, de observancia obligatoria.

Howard Clark Kee, et al.: “Los santos y sus reliquias, el peregrinaje y la esperanza de una
recompensa celestial encontraron su camino profundamente en la conciencia de los
hombres y mujeres medievales. El cristianismo ofrecía esperanza para la vida venidera y
significado en sus vidas terrenales duras y precarias, tocando virtualmente todos los
elementos de su existencia cotidiana. Desde el nacimiento hasta la muerte, las vidas de los
campesinos giraban en torno de la iglesia de la villa, donde los infantes eran bautizados, las
parejas se casaban, y los afligidos oraban por las almas de sus muertos, que estaban
enterrados en el cementerio de la iglesia.”

_ El culto al Diablo

La figura del Diablo y los demonios es tanto o más frecuente que la de santos y ángeles en el
arte y la literatura medieval. Se creía que el aire estaba plagado de demonios y el Diablo era una
presencia permanente y temible en la vida cotidiana. La diabología y demonología de la temprana
Edad Media estuvo dominada por el monasticismo, que siguió el concepto tradicional del Diablo
desarrollado por los padres del desierto. Más tarde, el surgimiento de las ciudades permitió el
desarrollo de universidades y la comprensión escolástica del Diablo y sus acciones. También durante
la alta Edad Media, la comprensión cristiana de lo diabólico se alimentó de la teología y las creencias
musulmanas sobre el particular. No obstante, a lo largo de todo el período medieval la creencia en
Satanás ocupó un lugar muy importante.

Jeffrey Burton Russell: “El arte y la literatura siguieron, más bien que condujeron, a la
teología del Diablo. No obstante, dramáticamente expandieron y fijaron ciertos puntos en
la tradición. El esfuerzo por crear unidad artística, por hacer el relato uno bueno y el
desarrollo de la trama convincente, llevó a un escenario en ciertas maneras más coherente
que el de los teólogos. El Diablo pasó por varios movimientos de declinación y avivamiento
en la alta y baja Edad Media. El decaimiento de Lucifer en la teología de los siglos XII y XIII
fue balanceado por el crecimiento de una literatura basada sobre preocupaciones seculares
tales como el feudalismo y el amor cortés, y más tarde por el crecimiento del humanismo,
que atribuyó el mal a las motivaciones humanas más que a las maquinaciones de los
demonios.”

A la figura del Diablo y los demonios se agregaba el temor a un sinnúmero de otras criaturas
malvadas, cuyo objetivo era molestar al ser humano, hacerlo sufrir o destruirlo. La mayoría de estas
criaturas diabólicas provenían del folklore pagano, como duendes, gnomos, elfos, enanos, gigantes,
monstruos, ogros y, sobre todos ellos, el Anticristo. El Anticristo era el más importante de todos los
cómplices del Diablo. Su influencia era profunda en todas las cuestiones humanas y se creía que
hacia el fin del mundo vendría en la carne para conducir las fuerzas del mal en una última batalla
desesperada contra el bien. A la lista de ayudantes del Diablo se agregaban herejes, judíos y brujas.

Se consideraba que el Diablo tenía mucho poder y se invocaba su ayuda de múltiples maneras
especialmente haciendo un pacto formal con él. Una vez hecho este pacto era muy difícil deshacerse
del mismo y de sus consecuencias. El compromiso y veneración del Diablo estaba relacionado con
la magia y varias otras prácticas del ocultismo. La mayoría de los practicantes de las artes mágicas
eran curanderos y adivinos. El ejercicio de la magia médica estaba muy generalizado, mediante el
uso de hierbas y animales medicinales. Eran populares los encantamientos mediante el uso de
oraciones, bendiciones e invocaciones. Todo el mundo utilizaba algún tipo de amuleto o talismán
protector, y se creía en el poder de ciertas piedras semipreciosas para curar o proteger del mal. La
adivinación y la brujería se desarrollaron notablemente a lo largo de toda la Edad Media, al igual
que la astrología, la magia astral, la cábala, la necromancia y más tarde la alquimia.

Richard Kieckhefer: “Los misioneros medievales tempranos en su conflicto con la religión


germana y celta pudieron predicar contra la magia. No obstante, al hacer acomodaciones a
la cultura germana y celta permitieron prácticas que según definiciones medievales tardías
serían consideradas como mágicas y quizás demónicas. Sin duda la confusión se incrementó
por la importación más o menos simultánea de diferentes tipos de magia de la cultura árabe.
El arribo de las ciencias ocultas, basadas en la metafísica y la cosmología, prestó una nueva
respetabilidad a la magia no demoníaca, pero a lo largo de la misma ruta de transmisión
cultural vinieron elementos clave de necromancia.”

EL PROBLEMA ECLESIOLÓGICO

_ El papado

La idea del papado comenzó a desarrollarse en Occidente durante el tiempo de las invasiones
germanas (450–750). Para entonces Roma era muy débil, pero el obispo de Roma se consideraba
sucesor del emperador romano. En razón de sus conflictos con el imperio bizantino, el papado buscó
a un rey occidental que resucitara al Imperio en el Oeste y restaurara la unidad política y la fuerza
de los países católicos latinos. Este avivamiento y reconstrucción ocurrió a principios del siglo IX bajo
Carlomagno, y la idea del imperio fue muy significativa en Occidente desde el siglo IX al XIV,
especialmente entre los monarcas germanos.

Ya hemos considerado cómo las divisiones políticas y geográficas del Imperio afectaron la
organización de la Iglesia. El área de la jurisdicción episcopal se transformó en “diócesis,” que había
sido la división administrativa imperial instituida por Diocleciano. De igual modo, las “provincias”
del Imperio pasaron a ser el ámbito administrativo de los arzobispos o metropolitanos, que
adquirieron poder en razón de gobernar sobre las ciudades más importantes del Imperio. Mientras
tanto, en el Imperio Bizantino, los obispos de las ciudades más importantes (Constantinopla,
Alejandría y Antioquía) recibían el título de patriarcas. La ventaja del obispo de Roma, el más
importante en Occidente, fue que no tuvo competidores por el poder y esgrimió argumentos
bíblicos con gran consistencia. Al no tener demasiados conflictos teológicos ni políticos a los que
hacer frente, el obispo de Roma (o Papa) pudo desarrollar mayor poder y prestigio y extender y
afirmar su autoridad (papado). De este modo, el papado fue el continuador de la autoridad imperial
romana y la teoría de una monarquía teocrática encontró en esta institución una vía de expresión.

Quien más hizo por afirmar la idea del papado como institución fue el papa Gregorio I el Grande.
Al tiempo que afirmó la autoridad pastoral de los obispos en la Iglesia, Gregorio era bien consciente
de que el obispo de Roma era más que un mero obispo. Como obispo de Roma, él era sucesor de
Pedro, primado de la Iglesia, y servus servorum Dei, “siervo de los siervos de Dios.” Gregorio expresó
la autoridad del papado en términos de responsabilidad, jerarquía y poder, ya que quien tiene
mayor responsabilidad tiene que gozar de mayor poder. En razón de que el Papa era responsable
delante de Dios por su ministerio como líder de la Iglesia cristiana, demandaba una autoridad
ilimitada en orden a llevar a cabo la obra divina que se le había confiado.

No obstante, una cosa era desarrollar la ideología del papado, y otra muy diferente era afirmar
el liderazgo del papado en Europa occidental, especialmente frente a los poderes seculares. A lo
largo de la alta Edad Media el papado estuvo involucrado en hacer prevalecer su pretensión de
dominio absoluto frente a los monarcas nacionales cuyo poder estaba en ascenso. Para cuando el
papado alcanzó el máximo de su poder temporal y prestigio en el siglo XIII, con el papa Inocencio III,
pasó a ocupar un lugar más en el concierto de otros poderes emergentes, que con el tiempo le
pondrían límites y en definitiva reducirían su impacto en la conducción de la cristiandad europea
occidental. Para fines del período medieval, estaba claro que el papado debía renunciar a toda
ambición de poder mundano y debía reformarse para dedicarse a una tarea más específicamente
religiosa y pastoral.

Inocencio III fue el Papa que sostuvo las pretensiones de autoridad y poder más grandes de todo
el papado medieval. Él no agregó nada nuevo al concepto del papado, pero procuró hacer valer su
convicción sobre la supremacía del papado sobre cualquier otro poder en el mundo.
Kenneth S. Latourette: “[Inocencio III] soñaba con la cristiandad como una comunidad en
la cual el ideal cristiano había de ser realizado bajo la dirección papal. Como sucesor de
Pedro, el Papa—así lo creía Inocencio—tenía autoridad sobre todas las iglesias. Al menos en
una ocasión, además, él declaró que él como Papa era el vicario de aquel de quien se había
afirmado que era el Rey de reyes y Señor de señores. Escribió que Cristo ‘legó a Pedro el
gobierno no sólo de la Iglesia sino también de todo el mundo’. También dijo que Pedro era
el vicario de aquel de quien son la tierra y lo que en ella está, el mundo y los que en él
habitan … Admitía que a los reyes les eran confiadas ciertas funciones por comisión divina,
pero también afirmaba que Dios había ordenado tanto el poder pontifical como el real, lo
mismo que él creó el sol y la luna, y que como ésta recibe su luz de aquél, así el poder real
deriva su dignidad y su esplendor del poder pontifical. Además, como sucesor verdadero de
los grandes papas reformadores, Inocencio insistía en que el poder del gobernante secular
no alcanzaba al clero, sino que el clero había de ser independiente de la ley del Estado y
sujeto tan sólo a la de la Iglesia.”

_ El clericalismo

El surgimiento del clericalismo es anterior al período medieval. El gnosticismo jugó un papel


muy importante en hacer una diferencia entre aquellos que tenían el conocimiento (gnosis) de los
misterios de la religión y el común de la gente que los ignoraba. De este modo, los obispos (pastores)
surgieron como hombres que ostentaban una autoridad religiosa y dogmática, administrativa y
pastoral por encima de cualquier otro creyente. Ellos tenían la responsabilidad de definir el dogma
y ejercer un control absoluto sobre el rebaño. Los presbíteros (sacerdotes) surgieron como
asistentes de los obispos. Los sacerdotes estaban bajo la autoridad del obispo y lo asistían en su
ministerio en la catedral y en las congregaciones locales que dependían de ella y eran parte de su
diócesis. Se creía que la autoridad de los obispos derivaba de su ordenación mediante la sucesión
apostólica, es decir, de Cristo a través de los apóstoles y por sus sucesores legítimos a todos los
obispos. El misterioso poder espiritual de la Iglesia era considerado como emanando de Cristo en
una línea directa hasta el que ocupaba cada sede episcopal.

El desarrollo de la jerarquía eclesiástica fue también alentado por el crecimiento del


sacramentalismo. A través de los ritos misteriosos de los sacramentos el creyente podía obtener
acceso a la gracia salvadora de Dios. Por ser los únicos administradores de los sacramentos, los
sacerdotes adquirieron un gran poder y prestigio, y se consideraba que tenían una relación especial
con Dios. Tan especial era esta relación que parte de su deber era ofrecer el sacrificio de la misa de
manera regular y permanente, incluso estando solos o fuera de la congregación. Esto hizo que los
miembros del clero adquiriesen un estatus social y espiritual superior al de cualquier otra persona
en la sociedad medieval. Esta diferenciación era marcada mediante el uso de vestimentas
especiales, la tonsura del cabello, el celibato y una vida alejada de lo que se consideraba mundano.

No obstante, muchos clérigos y monjes estaban lejos de practicar los ideales de la fe que
profesaban. El voto de castidad era violado permanentemente por la mayoría de los clérigos.
Borracheras, venalidad y simonía eran comunes. Los deberes sacerdotales eran llevados a cabo a la
ligera y sin dedicación. En algunos casos, el clero se involucró en prácticas ocultistas e incluso
satánicas. Los obispos se transformaron en magnates que se ocupaban más de las cuestiones
temporales que de sus deberes espirituales y pastorales. Todo el mundo respetaba el oficio
sacerdotal, pero muchos resistían los abusos del clero y expresaban una actitud anticlerical. El
desarrollo del clericalismo puso en evidencia el contraste entre el ideal del evangelio cristiano y la
corrupción del mismo.

Kenneth S. Latourette: “Los muchos esfuerzos para la reforma del clero y los monasterios
y de la Iglesia como un todo son al mismo tiempo una indicación de una vida religiosa que
no podía permanecer satisfecha con los abusos o con nada menos que la perfección
establecida en los Evangelios, y con los alejamientos patentes y crónicos de ese modelo. La
introducción del cristianismo [al clericalismo] trajo una tensión entre lo ideal y lo real.
Muchos fueron atraídos, pero muchos también estaban contentos con encontrar un estilo
de vida más o menos confortable en las concesiones y otros emolumentos provistos por los
fieles.”

_ El sacerdotalismo

Debido al sacramentalismo y el clericalismo, el sacerdocio (sacerdotium) ocupó una posición


elevada por encina de la posición de otros miembros de la Iglesia. Sólo los sacerdotes podían llevar
a cabo el milagro de la eucaristía (transubstanciación) y darle validez a los demás sacramentos de la
Iglesia. Con la institución de una jerarquía eclesiástica, el sacerdocio de todos los creyentes se perdió
y se creó la noción contraria al Nuevo Testamento del creyente común como laico (es decir,
perteneciente al pueblo). De este modo, el laicado quedó bajo la autoridad de la jerarquía, sujeto a
los sacerdotes y los obispos. Los dones del Espíritu Santo, que en los primeros siglos del testimonio
cristiano habían estado en manos de todos los creyentes, ahora eran privilegio exclusivo de la
jerarquía. Con todos los cinco ministerios bíblicos (predicación, enseñanza, comunión, adoración,
servicio) ocurrió lo mismo. Los laicos quedaron limitados al papel de espectadores de los rituales
sagrados llevados a cabo por los sacerdotes y obispos.

En relación con los sacerdotes y su autoridad para llevar a cabo los misterios sacramentales, se
decía que era su oficio y no la calidad de su conducta la que daba efectividad al milagro sacramental.
Esto era así, se decía, porque el sacerdote no actuaba como ser humano, sino como representante
de Cristo y oficial de la Iglesia. El sacerdote era el único que podía, mediante las palabras y fórmulas
prescritas, hacer que los sacramentos operasen como vehículos de gracia salvadora.

En razón de que la parroquia era la unidad básica de la organización de la Iglesia y que el


sacerdote era el personaje más importante de la comunidad, su prestigio y poder casi no tuvieron
competencia. La edad para acceder a los órdenes mayores era de treinta años para el sacerdocio,
veinticinco para el diaconado y veinte para el subdiaconado. Los sacerdotes que vivían en pueblos
gozaban de una variedad mayor de servicios y oportunidades para su desarrollo. En las iglesias más
grandes, los sacerdotes vivían en una comunidad semimonástica conforme con una regla (canon)
de donde se deriva el nombre de cánones para estos sacerdotes. Estas comunidades sacerdotales
eran llamadas collegia y se designaba a estas iglesias como colegiales. Los cánones estaban
asociados también con las catedrales, en las que servían como asistentes de los obispos. Durante el
siglo XII, los cánones de las catedrales (conocidos colectivamente como el capítulo) llegaron a jugar
un papel decisivo en la selección de nuevos obispos.

Carl A. Volz: “Los sacerdotes que servían en las grandes iglesias urbanas eran sostenidos
mediante legados de tierra que producían renta y que se llamaban prebendas. Algunos
cánones abusaron del sistema en la baja Edad Media cuando se dedicaron a colectar los
derechos de varias prebendas, con cuya renta contrataron a substitutos (vicarios) para
cumplir con sus deberes. Se promulgaron regulaciones que estipulaban que todo sacerdote
debía pasar al menos un tercio de cada año en residencia en su parroquia. El surgimiento
de los pueblos e incluso de las grandes ciudades a comienzos del siglo XII, junto con la
aparición de las universidades, incrementó considerablemente las oportunidades para la
educación y el mejoramiento clerical.”

La separación y distinción marcada por el sacerdotalismo encontró un fuerte elemento definidor


en la práctica del celibato sacerdotal. Con anterioridad a la Edad Media ya se consideraba al celibato
como indicación de santidad, y en consecuencia, como requisito necesario para aspirar al
sacerdocio. No obstante, fue dentro de los círculos monásticos que el celibato fue elevado por
primera vez a un estado obligatorio, y de allí pasó a ser requerido a todo el clero. El celibato romano
era diferente del aprecio bizantino por el matrimonio de su clero. En el Este, sacerdotes y diáconos
continuaban con su vida matrimonial después que eran ordenados. Sólo se obligaba a los obispos a
enviar a sus esposas a monasterios distantes.

_ El sacramentalismo

Es a lo largo de la Edad Media que la práctica y doctrina del Bautismo y de la Eucaristía se


desarrollaron considerablemente con un tinte mágico. Ambos ritos cristianos adquirieron en estos
siglos un marcado carácter sacramental, es decir, se los consideró como sacramentos. El
sacramentalismo es el concepto teológico que considera al sacramento como una forma visible de
la gracia invisible de Dios. Este concepto apareció bien temprano en la historia del cristianismo y
debe mucho de su contenido a formulaciones procedentes del helenismo. No obstante, fue a lo
largo de la Edad Media que el sacramentalismo se afirmó de manera definitiva, especialmente en
relación con el Bautismo y con la Eucaristía.

Durante la alta Edad Media, los sacramentos se organizaron y sistematizaron. Hugo de San
Víctor (1097–1141) consideraba que eran treinta en total, siguiendo el modelo de Agustín. Pero su
contemporáneo Pedro Lombardo, en sus Sentencias produjo una sistematización que consideraba
sólo siete y los distinguía de los sacramentales menores. Sus conclusiones recibieron el sello de
ortodoxia en el Cuarto Concilio Laterano y su sistema fue finalmente confirmado y establecido
teológicamente por Tomás de Aquino en su Suma teológica e impuesto oficialmente por el Concilio
de Florencia (1439). Según Lombardo y Aquino, los sacramentos confieren gracia divina
simplemente al ser ejecutados (ex opere operato). Esto es lo que se conoce como sacramentalismo.
Bautismo. La comprensión del bautismo fue afectada por la controversia entre Agustín de
Hipona y Pelagio. La doctrina del pecado original, que sostenía Agustín, resultó en la comprensión
del bautismo como medio de salvación y fomentó la necesidad de bautizar a los niños para que no
fueran al infierno o al limbo. La alta tasa de mortalidad infantil, característica de los tiempos
medievales, hizo que el bautismo se practicara cada vez más temprano en el recién nacido. Además,
en razón del concepto de cristiandad, el bautismo llegó a ser no sólo el medio de ingreso a la
comunión en la Iglesia sino también a la sociedad cristiana (Estado).

A partir de Gregorio I comenzó a practicarse una sola inmersión del catecúmeno (hasta entonces
se lo sumergía tres veces, desnudo). La aspersión para entonces era bastante común y se la
consideraba como equivalente a la inmersión. De todos modos, el bautismo era considerado como
un rito de purificación en el que todos los pecados previos eran lavados y la persona comenzaba la
vida eterna. Sólo el martirio podía ser un substituto válido para el bautismo. Generalmente, los
bautizados eran adultos, pero el bautismo de infantes ya estaba bien difundido a comienzos de la
Edad Media y llegó a ser la práctica universal durante estos siglos.

Carl A. Volz: “El Bautismo ocupó un lugar a la cabeza de los sacramentos porque era por él
que se hacían nuevos cristianos. Si bien en la iglesia primitiva el número de bautismos de
adultos era grande, para el año 1200 la mayor parte de los adultos ya había entrado a la
Iglesia, y los bautismos eran primariamente de niños. Bajo Carlomagno el gran bautisterio
para adultos dio lugar a una fuente más pequeña, y la inmersión fue reemplazada por la
aspersión, pero los infantes siguieron siendo sumergidos en grandes fuentes hasta el siglo
XVI. El rito era acompañado del uso de símbolos—agua, vela, vestidura blanca, sal y aceite.
En una edad posterior el niño recibía la Confirmación, que era una afirmación del Bautismo.”

Hacia fines del período medieval comenzó a desarrollarse la idea de que con el bautismo el alma
quedaba sellada con un “sello” indeleble, con lo cual no era necesario repetirlo. Lo mismo se
afirmaba de los sacramentos de la confirmación y de la ordenación. Esto era una conclusión lógica
a partir del concepto agustino de que el bautismo de los donatistas era válido, y por lo tanto no era
necesario repetirlo aun cuando los herejes donatistas se arrepintieran y reconciliaran con la Iglesia
Católica.

Eucaristía. La celebración de la Eucaristía o Santa Comunión, acompañada de ciertas oraciones,


continuó siendo a lo largo de la Edad Media el clímax de la adoración cristiana, tanto en Oriente
como en Occidente. En estos siglos se confirmó la comprensión sacramental de la Eucaristía en
Occidente, al afirmarse la presencia real de Cristo en los elementos, su transformación substancial
(transubstanciación) y su carácter como renovación del sacrificio expiatorio. Como vimos más
arriba, en el siglo IX, Ratramno fue uno de los últimos escritores en describir los elementos de la
Eucaristía como “símbolos,” pero su libro fue condenado en 1050. Él se oponía a Pascasio Radberto
que asumió la posición realista, que afirmaba una presencia real de Cristo en los elementos
eucarísticos y anticipaba la idea de la transubstanciación de los mismos. Así, pues, alrededor del año
1000, ya estaba bien generalizada la idea de que en la Eucaristía el signo es lo mismo que aquello
que significa o señala (posición realista). Finalmente, el Cuarto Concilio Laterano (1215) afirmó la
idea de la transubstanciación y enseñó que la sustancia del pan y del vino es cambiada en el cuerpo
y en la sangre reales de Cristo.

Aquino defendió la transubstanciación usando categorías aristotélicas, lo cual dio lugar a nuevos
énfasis y prácticas. La eucaristía se transformó en el rito máximo del culto y hubo un aumento de
devociones fuera de la liturgia. Entre estas devociones secundarias una de las más populares fue la
fiesta del Corpus Christi (cuerpo de Cristo), en la que se veneraba a la hostia consagrada. Los laicos
quedaron excluidos de la participación del vino, para evitar que derramaran el vino
transubstanciado en la sangre de Cristo. También empezaron a celebrarse misas (sacrificios
eucarísticos) por los muertos y misas privadas.

En Oriente, ya desde el siglo IV se sostenía que Cristo se hacía presente en los elementos
sacramentales durante la oración conocida como la Invocación. Se oraba para que el Espíritu Santo
descendiera y efectuara el cambio de los elementos consagrados. En Occidente se creía que la
consagración de los elementos ocurría cuando se pronunciaban las palabras de Jesús: “esto es mi
cuerpo … éste es el nuevo pacto en mi sangre.” En Oriente la acción consagratoria era la epiklesis u
oración invocando al Espíritu Santo. Esta oración central era recitada como un susurro por el
sacerdote, lo cual acentuaba el misterio del acto pero también alienaba a la gente de la participación
en el mismo.

La presencia real de Cristo hacía de la Cena tanto un sacrificio como un acto de comunión. En
Oriente se enfatizaba el aspecto de la comunión según la cual la Cena era un misterio vivificador,
por el cual el participante recibía el cuerpo y la sangre transformadores del Señor, y de ese modo
participaba de la naturaleza divina. En Occidente, donde se afirmaba que la salvación venía a través
de una correcta relación con Dios a través de un sacrificio, se concebía a la Eucaristía como un drama
en el que el sacerdote, detrás de un velo, ofrecía un sacrificio a Dios y apelaba a él para que se
mostrara misericordioso hacia aquellos por quienes se ofrecía tal sacrificio.

Hubo controversias entre el Este y el Oeste en cuanto a la práctica de la Eucaristía. En Occidente


se generalizó la práctica de usar pan sin levadura (azymes) y desde el siglo VIII en adelante se usaron
hostias para la comunión. En Oriente, por el contrario, se utilizó pan común. El Cuarto Concilio
Laterano (1215) estipuló que todos los cristianos debían comulgar por lo menos una vez al año, y
especialmente para Pascua. Para los siglos XI y XII la misa era exclusivamente una ceremonia
sacerdotal en la que las personas participaban como espectadores pasivos. Además, al ser llevada a
cabo en latín y con el sacerdote de espaldas a la congregación, era ininteligible para la mayor parte
de las personas.

EL PROBLEMA MISIONOLÓGICO

_ Misión y monasticismo

A diferencia de sus antecesores orientales, los monjes occidentales no sólo se dedicaron a la


vida contemplativa y de separación del mundo, sino que se transformaron en la fuerza misionera
más importante, especialmente durante la temprana Edad Media. Desde el siglo VI en adelante, la
mayoría de los misioneros de la Iglesia Romana y de la Iglesia Griega eran hombres y mujeres que
habían hecho votos monásticos. Entre los primeros, los monjes irlandeses ocuparon un lugar muy
particular. Eran hombres de un buen nivel de educación y de gran celo religioso, que orientaron su
vocación hacia la tarea misionera y fueron así pioneros en la conversión de los paganos anglosajones
y en sus intentos por reformar la Iglesia en Galia. La estructura no jerárquica de sus monasterios,
donde el abad no tenía autoridad sobre los monjes, sino que éstos eran libres para ir y venir como
les parecía bien, favoreció el desarrollo de sus aventuras misioneras. Norman E. Cantor señala,
además, que “los misioneros celtas que comenzaron la conversión del norte de Inglaterra a fines del
siglo VI y principios del VII trajeron con ellos su profunda erudición, y las escuelas anglo-sajonas de
los siglos VII y VIII se debieron en parte a las contribuciones de la erudición irlandesa.”

En el caso de los benedictinos, con el tiempo se tornaron más elitistas y sus cuadros estuvieron
integrados mayormente por personas pertenecientes a la nobleza. No obstante, si bien la mayoría
de los monjes permaneció en sus monasterios y sujetos a sus votos, en el siglo VIII los monjes
benedictinos más capaces dejaron con frecuencia sus comunidades para dedicarse a la obra
misionera. De este modo, el monasticismo de Benito de Nursia, que había sido pensado como una
forma de huir del mundo civilizado para dedicarse a una vida contemplativa, se transformó en la
temprana Edad Media no sólo en una parte integral de la sociedad sino también en una fuerza
salvadora de primera importancia en la civilización caótica que siguió a las invasiones germanas.

Fue especialmente en el continente europeo que los monjes jugaron un papel importante en la
conversión de numerosos pueblos paganos. A fines de la última década del siglo VII, monjes
anglosajones comenzaron a misionar entre los frisios paganos de los Países Bajos. Muy pronto estos
misioneros tomaron contacto con los carolingios, la nueva familia dominante en Francia. Bajo la
dirección de Pipino el Breve, se transformaron en la vanguardia de la expansión de los francos al
norte del río Rin.

Norman E. Cantor: “La actitud de simpatía de los carolingios hacia los misioneros anglo-
sajones estuvo motivada por su deseo de aparecer como amigos de la Iglesia, cuyo apoyo
moral podía ser especialmente útil en vista de su propio dudoso derecho legal a dominar la
monarquía francesa, y en razón de que creían que la cristianización de las tribus germánicas
de la frontera haría más fácil su absorción efectiva a la monarquía franca.”

En este proceso, algunos misioneros, como Bonifacio, jugaron un papel fundamental, ya que
fueron los gestores de la primera Europa. Bonifacio no sólo fue el apóstol de Alemania, sino también
el reformador de la Iglesia franca y el principal gestor de la alianza entre el papado y la dinastía
carolingia. Sus labores misioneras en Alemania fueron de gran trascendencia, ya que colocó bajo la
civilización cristiana latina a un amplio territorio de Europa occidental y echó los cimientos de la
Iglesia alemana, que ya en el siglo X se destacó por la intensa calidad de su religiosidad. El profundo
espíritu misionero de los monjes anglosajones de la temprana Edad Media está bien ilustrado por
una carta que Bonifacio dirigió a todos los obispos y clero de la Iglesia en Inglaterra, solicitando su
asistencia en la labor misionera que estaba llevando a cabo.
Bonifacio: “Humildemente les rogamos … que la palabra de Dios pueda avanzar y ser
glorificada. Les encarecemos que estén alertas en la oración para que Dios … pueda volver
los corazones de los sajones paganos a la fe católica … y reunirlos entre los hijos de la Madre
Iglesia. Tengan compasión por ellos, porque ellos mismos están diciendo ahora: ‘Todos
nosotros somos de una sola sangre y hueso con ustedes.’ … Además, que sea notorio a
ustedes que al hacer esta apelación cuento con la aprobación, la conformidad y la bendición
de dos pontífices de la Sede Apostólica.”

Las labores misioneras de estos monjes benedictinos y sus esfuerzos por cristianizar el occidente
europeo pusieron en movimiento un complejo de ideas e instituciones que llegaron a configurar la
civilización de la primera Europa. Por cierto que este mundo de tensiones, ambigüedades, logros y
desengaños estaba bastante más allá de los ideales puros y simples y de las expectativas
misionológicas de los misioneros anglo-sajones.

_ Misión y expansionismo

Una constante de los grandes emprendimientos misioneros de todos los tiempos es que los
misioneros acompañan a los ejércitos y mercaderes de los poderes dominantes, en el proceso de su
expansión territorial. En la historia del cristianismo, la expansión del poder carolingio durante el
siglo IX fue clave para determinar el éxito de la empresa misionera en Europa occidental. En la
conversión de los pueblos paganos al norte del río Rin dos factores se asociaron de manera estrecha:
el celo misionero de los monjes anglo-sajones y la fuerza militar de la dinastía carolingia.

Evangelización belicosa. Durante el período carolingio, la expansión del cristianismo estuvo


ligada directamente a la expansión territorial de los francos. Esto se vio claramente en la
evangelización del norte de Europa y especialmente de Europa central. Los francos querían crear
una estructura social y cultural que fuese cristiana por definición. El resultado de tremenda empresa
fue un maravilloso sentido de unidad y coherencia bajo el signo de la cruz. Esto le dio a Europa
occidental un gran dinamismo cultural, pero implicó cierto grado de intolerancia doctrinaria,
litúrgica, y en el fondo cultural y social, lo cual no hizo posible el desarrollo de una Iglesia
auténticamente ecuménica. Por lo menos, una Iglesia que combinara lo mejor de las tradiciones
cristianas de Oriente y de Occidente.

Paul Johnson: “Se obtuvo la unidad profunda a expensas de la unidad amplia. La


penetración cristiana en todos los aspectos de la vida de Occidente significó la creación de
una estructura eclesiástica muy organizada, disciplinada y particularista, que no podía
permitirse la concertación de un compromiso con los desvíos orientales. Más aún, el sesgo
imperioso de la Iglesia carolingia poco a poco tiñó las actitudes del papado y rigió a la
postura romana mucho después de que el propio Imperio carolingio desapareciera. Durante
los siglos X y XI Roma utilizó, en sus enfrentamientos con Constantinopla, argumentos que
habían sido concebidos por la corte franca en los siglos VIII y IX, y a los que en ese momento
aquélla se había opuesto, o bien había intentado moderar.”
La importancia de la violencia como método misionológico fue un rasgo especialmente
acentuado en Occidente. Los cristianos orientales tendieron a seguir las enseñanzas de Basilio de
Cesarea, para quien la guerra era una práctica vergonzosa. Ésta había sido la actitud de la tradición
cristiana original. Pero en Occidente se siguieron las enseñanzas de Agustín de Hipona, para quien
la guerra era “justa” si era la voluntad de Dios. De allí que cuando Urbano II predicara la primera
Cruzada lo hizo al grito de: “¡Dios lo quiere!” Por otro lado, el uso de la fuerza era meritorio cuando
se lo orientaba contra los que afirmaban o sostenían otras creencias religiosas o ninguna. Las
Cruzadas se transformaron así, probablemente, en la empresa más monumental de evangelización
belicosa emprendida por la cristiandad occidental.

Cuatro factores confluyeron en el desarrollo de las Cruzadas militares. El primero fue el


desarrollo de la Reconquista española, que estuvo cargada de un profundo contenido espiritual y
de fanatismo religioso. El segundo fue el temple violento de los pueblos germánicos, especialmente
los francos y más tarde los anglosajones, siempre afectos al uso de las armas. El tercero fue el peso
de la tradición histórica, ya que los francos, desde los días de Carlomagno, habían asumido el
derecho y el deber de proteger los lugares santos de Jerusalén y a los peregrinos occidentales que
los visitaban. Y, el cuarto fue la idea de unir la expansión territorial a expensas de los infieles con la
práctica de la peregrinación religiosa masiva y armada a Tierra Santa.

Paul Johnson: “La idea de que Europa era una entidad cristiana, que había adquirido ciertos
derechos inherentes sobre el resto del mundo a causa de su fe y de su deber de extenderla,
armonizaba perfectamente con la necesidad de hallar una salida tanto a su afición a la
violencia como al exceso de su población.… Por consiguiente, las Cruzadas fueron hasta
cierto punto un extraño episodio a medio camino entre los movimientos tribales de los
siglos IV y V y la migración transatlántica masiva de los pobres en el siglo XIX.”

No obstante, las Cruzadas fueron un derroche de violencia, pero misionológicamente fueron


nulas. Los cristianos occidentales gobernaron a la población conquistada como una elite colonialista.
No se realizó ningún esfuerzo por convertir a los musulmanes y los ataques contra Constantinopla
debilitaron radicalmente a la cristiandad bizantina. Sin embargo, el espíritu de cruzada caracterizó
la mayor parte de los esfuerzos evangelísticos y misioneros de la alta y baja Edad Media. En muchos
casos, no se podía entender de qué otra manera podía predicarse el evangelio que no fuese a punta
de espada. Las excepciones a esta estrategia bélica fueron Francisco de Asís y Raimundo Lulio, en
sus intentos por llegar a los musulmanes con el evangelio.

Paul Johnson: “Un aspecto que seguramente debe parecer extraño al historiador es que ni
la cristiandad occidental ni la oriental crearon órdenes misioneras. Hasta el siglo XVI el
entusiasmo cristiano, que adoptó tantas otras formas, nunca se orientó institucionalmente
por este canal. La cristiandad continuó siendo una religión universalista. Pero su espíritu
propagandístico se expresó durante la Edad Media en distintas formas de violencia. Las
cruzadas no fueron iniciativas misioneras sino guerras de conquista y experimentos
primitivos de colonización; las únicas instituciones cristianas específicas que ellas
originaron, las tres órdenes caballerescas, fueron cuerpos militares.”
Evangelización urbana. La decadencia del feudalismo y el restablecimiento del poder real
significaron un cambio en la comprensión de la misión cristiana. El régimen feudal había provocado
la desintegración política y territorial de Europa en pequeños Estados, gobernados por señores
representantes de la nobleza. Pero a fines del siglo XIII, el feudalismo comenzó a declinar en Francia
e Italia y si bien el sistema se prolongó por más tiempo en Alemania e Inglaterra, hacia el año 1500
ya se había extinguido totalmente en Europa occidental.

CUADRO 13 - CAUSAS DE LA DECADENCIA DEL FEUDALISMO

1. Desarrollo económico: desde el siglo XI creó nuevas oportunidades de trabajo y permitió a


muchos siervos y campesinos comprar su libertad.

2. Nuevas tierras: el crecimiento de la agricultura demandó de nuevas tierras, lo que llevó a la tala
de bosques y el drenaje de pantanos, trabajos emprendidos por los campesinos, que lo hicieron
a cambio de su libertad.

3. Peste Negra: diezmó las poblaciones y esto valorizó la mano de obra.

4. Ejércitos profesionales: muchos siervos se incorporaron a ellos como soldados mercenarios y


esto debilitó el prestigio de la caballería.

5. Guerra de los Cien Años: originó períodos de caos y precipitó la caída del feudalismo.

La decadencia del feudalismo y el surgimiento de una burguesía urbana favorecieron la


progresiva consolidación del poder real y el surgimiento del concepto de Estado o Nación. Los
burgueses de las ciudades enfrentados con la nobleza, apoyaron militar y económicamente a los
reyes con el propósito de asegurar el orden y la unificación política y territorial. La nobleza perdió
sus privilegios mientras la monarquía consolidaba su poder y carácter absolutista.

Ya para fines del siglo XI, el relativo aumento de la seguridad social y de la demografía,
incrementó la construcción de núcleos urbanos. Cuando desapareció el peligro de los ataques de
húngaros y de normandos, y también cesaron las guerras entre los señores feudales, los habitantes
de los lugares fortificados, en razón del aumento de la población, abandonaron esos recintos muy
estrechos y se dirigieron a las ciudades, que fueron reconstruidas y repobladas. La relativa
prosperidad de la agricultura, con nuevos cultivos como el del arroz; el progreso de las artesanías,
con la agrupación de los patrones y los obreros en gremios; y, el resurgimiento del comercio
marítimo, como resultado de las Cruzadas, provocaron un inusitado desarrollo urbano. En las
proximidades de los castillos y de los monasterios, en los cruces de caminos comerciales o en los
puertos de mar, se agrupó la población, constituyendo las villas; en las afueras de las arruinadas
ciudades antiguas se formaron barrios o burgos y se construyeron nuevas murallas y defensas. A los
habitantes de estos núcleos urbanos fortificados, generalmente comerciantes, artesanos y gente
que no se dedicaba a trabajos manuales, se les llamó burgueses.

Las villas y los burgos dependían al formarse de un señor feudal, pero pronto se fueron
emancipando al comprar sus libertades o conquistándoles por la fuerza. Los reyes, por su parte,
favorecieron este movimiento de emancipación de la clase media o burguesía, en su lucha por abatir
la nobleza feudal, siempre peligrosa para la autoridad regia. Así, ayudadas por los reyes, las ciudades
se convirtieron en municipios y organizaron su propia administración, de la que se encargaba una
asamblea de vecinos que formaban el concejo o ayuntamiento, presidido por un magistrado llamado
alcalde o síndico. Según los lugares, hubo municipios libres o autónomos y otros aforados o francos,
cuya carta o fuero limitaba los derechos del señor, de quien en parte dependían.

Los comerciantes y artesanos urbanos organizaron su trabajo tomando como base la asociación
obligatoria. Patrones y obreros se agrupaban en corporaciones o gremios, que eran entidades de
carácter religioso-profesional. Cada oficio poseía su corporación y ningún artesano podía trabajar
sin hallarse inscrito en la asociación respectiva. En su aspecto religioso, las corporaciones eran
verdaderas cofradías, pues poseían asesores eclesiásticos, y se hallaban bajo la advocación de un
santo o “patrono” espiritual. En el día destinado a honrar al divino protector, se realizaban solemnes
fiestas patronales. Éstas consistían en desfiles y procesiones, encabezadas por los estandartes del
gremio y la imagen del santo tutelar.

En este contexto urbano, los paladines de la evangelización fueron los frailes dominicos y
franciscanos, a lo largo del siglo XIII. Su ministerio evangelizador fue típicamente urbano y apeló
notablemente a las nuevas clases sociales, que veían en su estilo de vida sencillo y sus ideas
renovadoras un contraste notable con la corrupción del clero secular y regular. Muy pronto
obtuvieron facultades sacerdotales, lo que les permitió escuchar confesión y administrar los
sacramentos, y transformarse en dinámicos competidores de los sacerdotes parroquiales y del clero
de la catedral. La metodología evangelizadora que utilizaron fue típicamente urbana y respondió
adecuadamente a las expectativas de la mayoría de los laicos, que estaban desencantados con la
Iglesia institucional. Con el correr del tiempo, los frailes fueron absorbidos por los ideales urbanos,
adquirieron propiedades en las ciudades y se inclinaron al estudio de la filosofía y de la ciencia. En
el último cuarto del siglo XIII, profesores franciscanos dominaban la Universidad de Oxford mientras
que sus pares dominicos hacían lo propio en París.

_ Misión y sincretismo

Con el ingreso masivo de los bárbaros al ámbito del Imperio Romano se inició un proceso de
sincretismo religioso de gran envergadura. Este proceso se modeló con el aporte de dos fuentes
principales: la tradición pagana, que nunca había desaparecido del todo, y la tradición germánica,
que de algún modo perduró al no haber habido una adecuada evangelización sino una mera
cristianización superficial. Sobre este sustrato fundamental, durante la temprana Edad Media, en la
Europa germanizada hubo una profunda penetración de los elementos culturales orientales, que
dejarían su rastro a lo largo de todo el medioevo. La Iglesia cristianizó y dio expresión a todas estas
influencias a través de sus creencias y ritos.

Además, si bien nunca se abandonó un cierto sentido de naturalismo frente a una naturaleza
que se presentaba misteriosa y desconocida, predominó el acercamiento fantástico y mágico a la
realidad. La doctrina y la práctica cristianas durante la Edad Media se construyeron con estas
concepciones combinadas de mundo y trasmundo, lo cual terminó en diversas manifestaciones de
sincretismo. Las supersticiones populares y el sincretismo religioso afectaron notablemente el
carácter y la estrategia misionera.

José Luis Romero: “El afán de introducir a los pueblos paganos dentro del ámbito de la
iglesia movía a utilizar—fuera de la coacción, usada muchas veces—procedimientos
catequísticos que, siendo sin duda muy hábiles, conducían a resultados inmediatos muy
diversos de los esperados. La superposición de las fiestas cristianas sobre antiguas y
tradicionales fiestas paganas, la asimilación de los milagros a los viejos prodigios, la
explicación grosera de ciertas ideas abstractas inaccesibles, todo ello debía contribuir a
perpetuar cierta concepción naturalística por debajo de una aparente adhesión a la
concepción cristiana. El signo de esa perpetuación fue la multitud de supersticiones que la
Iglesia creyó necesario combatir y el peligroso culto a las imágenes, en el que desembocaba
cada cierto tiempo el antiguo politeísmo. En los campos sobre todo, las supersticiones se
manifestaban vigorosas, y constituía toda una preocupación de la Iglesia el combatirlas.”

El proceso de sincretismo continuó a lo largo de toda la Edad Media. El legado del paganismo
teutónico, celta e incluso grecorromano no desapareció nunca. De una u otra manera es posible
detectar sus raíces en la enorme difusión de la magia, la profusión de lo milagroso, la veneración de
las reliquias y el culto a los santos. Con las Cruzadas, el proceso de sincretismo religioso alcanzó
niveles asombrosos. Los cruzados trajeron de Oriente todo tipo de ideas y objetos, creencias y
prácticas, que fueron reciclados en Occidente dando lugar a las más diversas manifestaciones de
religiosidad popular.

Paul Johnson: “… es indudable que los cruzados que retornaban traían consigo la herejía. El
dualismo de los bogomilos de los Balcanes, que tenían vínculos que se remontaban a los
gnósticos, llegó a Italia y la Renania a principios del siglo XII y de ahí se extendió a Francia.
Una vez que los viajes de larga distancia se convirtieron en hechos rutinarios, fue inevitable
que se difundiesen diferentes herejías, y las cruzadas suministraron medios de
comunicación precisamente al tipo de gente que tomaba en serio las ideas religiosas y que
emocionalmente era propensa a adoptar posturas heréticas.”

A su vez, en Europa occidental la antigüedad grecorromana continuó manifestándose


especialmente en las formas plásticas y arquitectónicas. La literatura clásica fue estudiada en las
universidades bajo la aprobación y protección de la Iglesia. Los poetas latinos paganos eran
altamente estimados y tenidos como autoridades en materia moral y espiritual. De hecho, Dante
era un gran admirador de Virgilio y varios papas renacentistas se ocuparon más por resucitar la
antigüedad grecorromana que por resucitar a la Iglesia que en sus días estaba moribunda.

En la alta Edad Media se dio una forma sofisticada de sincretismo con el impacto que la filosofía
griega pagana tuvo sobre la formulación del pensamiento cristiano escolástico. Las obras de Platón
y los escritos de Dionisio el Areopagita, un autor cristiano neoplatónico, influyeron notablemente
sobre los místicos y pensadores medievales. El avivamiento de los estudios de Aristóteles y de
Averroes, su intérprete árabe, durante los siglos XII y XIII marcó profundamente la formulación
dogmática de la fe cristiana. El islamismo tuvo también su influencia notable en la formulación del
pensamiento cristiano. En buena medida, el escepticismo materialista de muchos pensadores
cristianos del siglo XIII resultó de su estudio de la filosofía musulmana. Filósofos como Avicena (979–
1037) y Averroes (1126–1198) fueron estudiados por los escolásticos cristianos y afectados por su
pensamiento aristotélico. En un grado menor, los judíos, que estaban esparcidos por toda Europa,
también ejercieron su influencia sobre la cosmovisión cristiana, especialmente a través de los
escritos de Maimónides (1135–1204), destacado seguidor de la filosofía de Aristóteles.

EL PROBLEMA APOLOGÉTICO

_ Las herejías

Uno de los problemas que más agobió a la Iglesia en Occidente durante la alta Edad Media fue
el problema de la herejía. Al finalizar el siglo XII, la Iglesia debió hacer frente a diversos movimientos
de disidencia y renovación, e incluso grupos heréticos, que representaban una reacción contra el
estado calamitoso del clero y los abusos del papado. Algunos de estos movimientos procuraban la
recuperación de un cristianismo más bíblico y semejante al de los primeros siglos. Los más
importantes de estos movimientos fueron los encabezados por los albigenses o cátaros y los
valdenses.

Rodolfo Puiggrós: “Como la teología abarcaba entonces en profundidad y extensión toda la


superestructura del feudalismo y lo consideraba un régimen estático sin tolerar
competencias ni críticas, a cualquier movimiento revolucionario se le colgaba el sambenito
de hereje. Oponerse al orden social establecido equivalía a oponerse a la Iglesia. Es cierto
que las querellas entre el trono y el altar o las rivalidades entre los señores parecían agitar
nada más que la superficie del régimen sin modificarlo, pero aun así provenían de la
ebullición de factores internos, cuya acción se prolongó en el curso de la Edad Media, a
través de un sordo y constante descontento que estallaba convulsiva y esporádicamente sin
desprenderse de su cobertura religiosa e hizo crisis a fines del siglo XII.”

El fin de la cultura de la alta Edad Media se vio marcado por una profunda percepción de la crisis
del orden tradicional. Las certidumbres que se habían logrado en este período comenzaron a hacer
agua y el naturalismo encontró vías de desarrollo. No obstante, hubo una exaltación del sentimiento
religioso, que tendió a apartar a muchos de las vías cada vez más racionales que adoptaba la teología
oficial. Como indica José Luis Romero: “En el campo de las creencias populares, aparecieron
numerosas herejías cuyo signo era el retorno a la verdad simple y pura del evangelio, con
prescindencia de todo el vasto aparato de saber intelectual que la escolástica había construido, y
con prescindencia también del vasto aparato de poder que la Iglesia significaba y que había
adquirido una desmesurada importancia a lo largo del duelo sostenido por el papado y el imperio.”

Movimientos. Los cátaros (puros) representaron la herejía más difundida de todas las herejías
medievales. El nombre de cátaros se utilizó por primera vez en el Concilio de Tours (1163). También
recibieron el nombre de albigenses. Este nombre se debió a que la primera diócesis cátara se
constituyó en la ciudad de Albi, en el sur de Francia. Los cátaros predicaban la abstinencia de todo
lo que suponían impuro, como una reacción a la laxitud moral del clero, especialmente los monjes.
La doctrina de los cátaros tenía cierta inspiración oriental ya que admitía la existencia de dos
principios: el bien y el mal. Al primero pertenecía el alma y al segundo el cuerpo. Para defender el
alma, creada por Dios, era preciso destruir el cuerpo, símbolo de impureza. En base a esto, algunos
cátaros recomendaban el suicidio y condenaban el matrimonio. Los cátaros creían en la
trasmigración del alma, la que luego de abandonar el cuerpo solía pasar al de un animal. Por eso se
abstenían de matar animales y no consumían carne, ni leche ni huevos. No admitían más
sacramentos que la penitencia y el bautismo.

Estos movimientos de alguna manera estaban relacionados con los bogomilas (amigos de Dios)
de Bulgaria y Siria. Éstos fueron conocidos con distintos nombres por toda Europa: umiliatos
(humillados) en Italia, ketzer (herejes) en Alemania, strigolniki (pelos cortos) en Rusia. La confusión
acerca de los nombres revela cierta confusión respecto a las ideas, pero en esencia todas estas
herejías eran iguales. Apuntaban a reemplazar al clero corrupto por una elite perfecta. Repudiaban
a la Iglesia institucional y querían restaurar un cristianismo similar al del Nuevo Testamento. Algunos
de ellos no reconocían otra autoridad que la que recibían directamente del Espíritu, y rechazaban a
la Iglesia, la Biblia y la encarnación de Cristo, y eran marcadamente dualistas o maniqueos.

Los valdenses, también llamados “pobres de Lión,” tuvieron como inspirador como vimos a
Pedro Valdo, un rico comerciante de esa ciudad, que orientó su ministerio a partir de una actitud
ascética y repartió sus bienes entre los pobres. Valdo adquirió notoriedad por su predicación pública
del evangelio y su rechazo del ministerio sacerdotal, afirmando que no hacía falta ninguna
mediación humana o institucional para obtener la salvación. También rechazó la eucaristía y
prohibió el culto a los santos como idolatría.

El primer canon del Cuarto Concilio Laterano (1215) contenía un credo formulado
cuidadosamente para expresar las diferencias que existían entre el cristianismo latino y las creencias
de los valdenses y albigenses. El Concilio condenó a estas herejías y ordenó el castigo de todos los
herejes que no se arrepintieran. Esto mostró la nueva importancia del problema de la herejía a
comienzos del siglo XIII. Por primera vez desde la supresión del arrianismo, la fe ortodoxa se
confrontaba con un serio rival en Occidente. Había habido herejías menores en la temprana Edad
Media e incluso más tarde, pero generalmente fueron el resultado de pequeñas controversias
teológicas y más tarde de argumentos escolásticos, y en la mayor parte de los casos casi no habían
encontrado apoyo popular. Incluso un maestro tan bien conocido como Abelardo no había causado
un peligro real para la Iglesia cuando cayó en herejía (según se lo acusaba). Una vez que sus errores
fueron expuestos, él y sus seguidores renunciaron a ellos uno por uno y el problema se terminó.
Pero las nuevas herejías de fines del siglo XII eran populares, no académicas; los herejes contaban
con el apoyo de miles de personas fuera del clero, y no podían ser eliminados simplemente usando
argumentos teológicos. La Iglesia tenía que encontrar métodos nuevos para combatir la herejía y se
tomó algún tiempo para hacerlo.

Bajo el pontificado de Inocencio III, la Iglesia reprimió con mano dura a los movimientos
heréticos, y para ello utilizó distintos recursos que variaron desde la prédica hasta la excomunión.
Como los herejes y disidentes persistieron en su actitud, el Papa organizó una Cruzada que reunió
gran número de señores franceses y alemanes. Al mando del conde Simón de Montfort (m. 1218),
la campaña duró unos veinte años (1209–1229) y se caracterizó por su extremada violencia y
crueldad. Los albigenses, al mando del conde de Tolosa y el rey Pedro II de Aragón (m. 1213), fueron
derrotados en la batalla de Muret, en el sur de Francia (1213). La sangrienta lucha prosiguió por
algunos años y terminó con el triunfo de los cruzados, que lograron exterminar a los herejes.

A estos casos de disidencia y herejía habría que agregar las numerosas desviaciones dogmáticas,
condenadas por concilios y papas, pero limitadas a los círculos eclesiásticos intelectualizados.
Berengario de Tours desconocía la presencia real de Cristo en la eucaristía. Amalarico de Géne (m.
1206), teólogo de París que lo divinizaba todo, proclamó el amor libre, llamaba Anticristo al Papa y
anunciaba el comienzo del reinado del Espíritu Santo. El calabrés Joaquín de Fiore (1145–1202),
profeta del evangelio eterno, del cual la Biblia no era más que un antecedente, y de la era del amor
con nuevos apóstoles, los fraticelli, constructores de la ciudad perfecta, logró una audiencia
importante.

A fines de la Edad Media se destaca la figura de Jerónimo Savonarola (1452–1498), un dominico


de Florencia, y su lucha contra la corrupción de la Curia romana bajo el reinado de Alejandro VI.
Savonarola fue un fogoso y popular predicador, que empezó a conmover a sus auditorios
anunciando el inminente juicio de Dios, y llamando a sus oyentes al arrepentimiento y a una vida
ascética. Según él, la Iglesia sería renovada después de un período de aflicción, los incrédulos se
convertirían y el evangelio triunfaría sobre la tierra. Bajo su liderazgo, la ciudad de Florencia se vio
conmovida por un auténtico avivamiento espiritual. Pero esto le valió la enemistad del papa
Alejandro VI, quien le prohibió continuar con su predicación. Savonarola no sólo retomó la
predicación pública, sino que denunció valientemente los males de la Iglesia y del papado. En 1497,
el Papa lo excomulgó y más tarde amenazó a Florencia con el interdicto. Esto comenzó a colocar a
la opinión popular en su contra, hasta que un franciscano lo acusó públicamente de herejía.
Finalmente, el gobierno de la ciudad arrestó a Savonarola y lo juzgó bajo tortura, y terminó por
condenarlo, ahorcarlo y quemar su cuerpo en 1498, según directivas de Alejandro VI.

Motivos. La razón principal del debilitamiento del control de la fe ortodoxa sobre el pueblo era
el disgusto de la gente con la conducta del clero. No es que los eclesiásticos de fines del siglo XII
eran más inmorales que sus predecesores—por el contrario, su carácter había mejorado
notablemente—sino que los laicos estaban estableciendo una pauta mucho más alta para ellos. Ya
no era suficiente que un clérigo se abstuviese del pecado abierto; debía también llevar una vida de
piedad activa. La gente en las ciudades quería más instrucción religiosa; no estaban satisfechos con
cultos sin sermones, o con sermones recitados de un libro. Los laicos se rehusaban a reverenciar a
prelados y sacerdotes que vivían en lujo y que gastaban más tiempo en administrar sus propiedades
que el que invertían en cumplir con sus deberes religiosos. Se acusaba a la Iglesia de preocuparse
más por el aumento de su ingreso que por el aumento del pecado, por exprimir el diezmo a los
pobres que por darles caridad, por promover a clérigos corruptos al obispado que por promover a
los verdaderos santos. La gente quería que el clero dedicara su tiempo a predicar en lugar de
administrar, y reclamaban que el dinero que tenían fuese utilizado en ayudar a los pobres y no en
una vida cómoda para ellos.

Rodolfo Puiggrós: “Las herejías procedían, en general, de las clases oprimidas y atacaban
sin tapujos al orden social establecido, desde dos puntos de vista antitéticos, que solían
confundirse en uno solo, siendo difícil diferenciar el prevaleciente: a) para destruir el
feudalismo y crear algo confusamente entrevisto, cuyas bases materiales de desarrollo
comenzaban a apuntar, y b) para restaurar una sociedad prefeudal idealizada o, en
particular, las primitivas comunidades cristianas.

Ambos tipos de rebeldía (… una mirando al futuro y otra al pasado) derivaban de la misma
causa socioeconómica: la estructura interna de los dominios feudales adaptada a una
economía de autoabastecimiento era corroída por la introducción desde el exterior de una
economía de mercado, a través de formas precapitalistas (comercio y usura).”

Obviamente los laicos estaban tratando de aliviar algo de sus propios sentimientos de culpa en
cuanto a la codicia y a la usura atacando la avaricia del clero, pero el ataque no carecía de
fundamentos. Este reclamo era muy difícil de confrontar porque el papado mismo había alentado a
los laicos a demandar pautas morales altas de sus pastores. Cuando Gregorio VII y Urbano II
prohibieron a los sacerdotes con esposas o concubinas celebrar la misa, se apoyaron en las
congregaciones parroquiales para ver que esta orden se cumpliese. De esta manera, el movimiento
de reforma, al enfatizar la importancia de pautas morales altas para el clero, hizo posible el
desarrollo de la herejía. Todo eclesiástico de influencia a lo largo del siglo XII denunció las vidas
malas de algunos miembros de su orden, y los líderes heréticos atrajeron poca atención cuando
comenzaron el mismo tipo de ataque. Muchos líderes comenzaron a extraer la conclusión final y a
enseñar que el clero ordenado del la Iglesia Católica Romana era inútil. Miles de herejes que diferían
en otras cuestiones concordaron en esta convicción, y todos ellos pueden ser agrupados como “anti-
sacerdotalistas.”

Los anti-sacerdotalistas eran especialmente fuertes en las ciudades. Esto era natural, dado que
las ciudades habían jugado un papel importante en el movimiento de reforma y estaban bien
preparadas para unirse a una nueva ola de indignación moral. También es cierto que las personas
en las ciudades estaban inclinadas a ser más críticas y menos conservadoras que los campesinos y,
por lo tanto, eran fácilmente seducidas por las nuevas doctrinas. No estaban satisfechas con los
cultos regulares de la Iglesia y querían sermones entusiastas que denunciaran el vicio y la
corrupción. Si los sacerdotes de sus parroquias fracasaban en interesarlos, ellos estaban siempre
listos para escuchar a un revivalista de ortodoxia dudosa que predicara en cualquier esquina.

Manifestaciones. El carácter gregario de la vida urbana les daba a los habitantes de las ciudades
medievales oportunidades frecuentes para la discusión, y dado que la religión era tan importante
en sus vidas, eran afectos a dedicar mucho de su tiempo a dialogar sobre ella. Las teorías anti-
sacerdotalistas se generaban fácilmente en esta atmósfera, y se esparcían de una ciudad a otra a
través de los contactos comerciales. Como resultado de esto, para el 1200 una buena proporción de
la población urbana en Europa occidental había aceptado alguna forma de herejía, y los demás
habitantes urbanos, si bien nominalmente se decían ortodoxos, eran muy críticos del clero. Los anti-
sacerdotalistas aceptaban la fe cristiana pero rechazaban la organización y jerarquía de la Iglesia.
No obstante, un grupo de herejes más peligroso era el de aquellos que rechazaban la fe junto con
la organización y la jerarquía.

Además, los líderes de los herejes se aprovechaban del bajo nivel de educación y moralidad del
clero cristiano católico. Los heresiarcas eran hombres capaces que llevaban vidas virtuosas y
practicaban un ascetismo extremo. Su prestigio era tan grande que los viajeros buscaban su
compañía a fin de sentirse protegidos por la reverencia que ellos inspiraban. Los católicos ortodoxos
pedían ser enterrados en los cementerios junto a los herejes, de manera que pudieran descansar
entre la “buena gente.” Muchos señores feudales protegían a los líderes de los herejes y les
permitían predicar en público. Algunos nobles abiertamente aceptaban estas nuevas formas de la
fe y muchos más las practicaban en secreto. El éxito de la herejía se debió no sólo a la virtud de sus
maestros, sino también a la simplicidad de su doctrina. En el caso de los cátaros, los líderes (los
“prefectos”) tenían que llevar vidas bien ascéticas, pero no ponían demasiadas restricciones sobre
sus seguidores. Estos últimos, si tenían fe, podían alcanzar la salvación simplemente recibiendo el
rito final (el consolamentum) de los “perfectos” en su lecho de muerte.

_ La Inquisición

La Inquisición toma su nombre de un procedimiento penal específico: la inquisitio, no existente


en el derecho romano, que se caracterizaba por la formulación de una acusación por iniciativa
directa de la autoridad, sin necesidad de instancias de parte, es decir, de delaciones o acusaciones
de testigos.

Comienzo y desarrollo. A fines del siglo XII, la Iglesia desarrolló este procedimiento con el
decreto del papa Luciano III: Ad abolendam (1184). La rápida difusión de herejías en Europa
occidental como el maniqueísmo, el valdeísmo y más tarde el catarismo obligó a la Iglesia Romana
a crear una estrategia defensiva. En 1184 se empezó a aplicar la pena de fuego para los herejes; en
1199 se añadieron otras penas como la confiscación de bienes y se autorizó el empleo de la tortura
en el interrogatorio sobre materias de fe, incorporándose además determinadas disposiciones
sobre el secreto en las actuaciones, como la ocultación de los testigos y la eficacia procesal.

Para evitar el resurgimiento de las herejías y consolidar la unidad de la Iglesia, el papa Gregorio
IX convocó un Concilio en Tolosa, que en 1229 creó el Tribunal de la Inquisición o Santo Oficio. La
responsabilidad de esta institución era la de combatir toda trasgresión al dogma o al culto católico,
e investigaba la conducta religiosa de las personas, incluido el clero. Así, pues, desde 1230 el
procedimiento inquisitorial se transformó en una nueva institución eclesiástica, que se creó en
Francia especialmente para reprimir el catarismo o herejía albigense, institución controlada
inicialmente por el papa Gregorio IX.

El primer inquisidor conocido fue Roberto de Brougre, un dominico que había sido antiguo
cátaro. Concretamente, donde más éxito tuvo la Inquisición fue en el sur de Francia, aunque no con
pocas resistencias, como lo demuestra el asesinato en 1242 del dominico Guillermo Arnaud,
inquisidor de Tolosa. El apogeo de esta Inquisición tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XIII,
y las últimas ejecuciones de cátaros fueron llevadas a cabo entre 1319 y 1321.

Procedimiento y carácter. El procedimiento empleado por el tribunal era secreto. El acusado de


herejía conservaba la libertad mientras se acumulaban pruebas en su contra. Éstas consistían en
actuaciones verbales o escritas. Para evitar venganzas, se ocultaba el nombre del delator, aunque
podía ser ajusticiado el que acusaba falsamente. Reunidas las pruebas, el supuesto hereje era
detenido, alojado en la cárcel y torturado si no confesaba su culpa. Si el acusado insistía en su
negativa o abjuraba de sus creencias en un acto público, era absuelto. En caso contrario, el tribunal
lo entregaba al “brazo secular” o laico, que era el encargado de aplicar las sentencias, en su mayoría
multas y prisión temporal o perpetua. Los relapsos (reincidentes) y los que persistían en su actitud
de herejía, eran quemados vivos. El principio dominante en todo el proceso era que una persona
era culpable hasta tanto se demostrara que era inocente.

Las herejías medievales tuvieron un marcado carácter de revueltas populares, pues aglutinaban
a todas las clases sociales marginadas en el proceso de conquista del poder por la burguesía urbana.
La penetración de la herejía cátara en Italia supuso también la introducción de inquisidores en
Lombardía—aquí el inquisidor Pedro de Verena fue asesinado y canonizado con el nombre de San
Pedro Mártir—y en Viterbo donde en 1273 llegaron a ejecutarse más de doscientos herejes en un
día. En el siglo XIV había tribunales inquisitoriales en Bohemia, Polonia, Portugal, Bosnia y Alemania.
Sólo los reinos latinos de Oriente, Gran Bretaña, Castilla y Escandinavia carecían de tribunales
inquisitoriales.

Progresivamente se fue multiplicando la burocracia inquisitorial y se editaron manuales


procesales, como el de Raimundo de Peñafort (siglo XIII), Bernardo Gui (siglo XIV) y Nicolau Eymerich
(siglo XV). Las categorías delictivas también se fueron ampliando hasta incorporar otros delitos:
blasfemia, bigamia y brujería. A partir de 1438 se descubrieron sabbats (aquelarres) en los Alpes,
con lo que se desató la caza de brujas.

MIRADA RETROSPECTIVA Y PROSPECTIVA

Cuando se mira hacia atrás, a los diez siglos que hemos estado considerando en este libro, el
panorama que se percibe es sumamente diverso y da lugar a las más variadas interpretaciones y
evaluaciones. La imagen generalizada y popular de los tiempos medievales como un período oscuro
de la historia debe ser corregida. Por lo menos, no fue totalmente así cuando consideramos el
desarrollo del testimonio cristiano a lo largo de estos siglos. Es cierto que la invasión de los pueblos
germánicos y posteriormente las invasiones árabes, de los normandos y de otros pueblos de Europa
del norte y del este afectaron el desarrollo de la cristiandad en el Oeste. También es cierto que los
avances de los turcos selyúcidas, los mongoles, los tártaros de Timur y los turcos otomanos frenaron
múltiples posibilidades para la cristiandad en el Este. No obstante, ambas cristiandades lograron de
algún modo sobrevivir a estas crisis, ajustarse a nuevos contextos e intentar nuevos desarrollos. Lo
mismo puede decirse de la depresión que siguió al Imperio Carolingio, el siglo de la Iglesia de hierro
(siglo X) y los fracasos de las Cruzadas.

Si bien éstas y otras instancias pueden ser consideradas como momentos “oscuros” en la
historia del testimonio cristiano medieval, ellos tienen que ser balanceados con otros momentos
luminosos de tal historia. El surgimiento del movimiento monástico en la temprana Edad Media, las
cumbres alcanzadas por el desarrollo teológico, artístico y literario de los siglos XII y XIII, la
permanente expansión misionera y la incorporación de numerosos pueblos no alcanzados al seno
de la cristiandad, y el desarrollo de la piedad mística son algunos de los elementos positivos que
deben ayudarnos a mantener tal balance. En definitiva, más allá de la conclusión a la que lleguemos
en la evaluación final de la Edad Media, siempre será mejor elaborarla en base a sus logros y
contribuciones más perdurables y positivas y no en base a las expresiones más oscuras y negativas.

Además, en cualquier evaluación histórica es importante tener presente la cosmovisión y


valores prevalecientes en el período analizado. Considerar a la cristiandad medieval con las
presuposiciones del presente puede afectar la objetividad de nuestro juicio, forzarnos a cometer
injusticia en nuestras conclusiones sobre el pasado o distorsionar lo que realmente ocurrió o cómo
pensaban y sentían los agentes históricos. En esto es bueno aplicar la regla enseñada por Jesús: “Tal
como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes” (Mt. 7:2).

El testimonio cristiano durante el período medieval no fue ni bueno ni malo, ni glorioso ni


perverso. Como en cualquier otro momento de la historia de la humanidad, el balance final nos deja
luces y sombras, grandes logros y aberrantes conductas. De todos modos, fueron estas “vasijas de
barro” con todas las limitaciones propias de la naturaleza humana pecadora, las que preservaron y
transmitieron el testimonio de la fe en Cristo, de la que nosotros somos herederos y responsables
hoy.

No obstante, la situación de toda la cristiandad hacia fines de la Edad Media era alarmante. El
panorama de la cristiandad al llegar al final de los tiempos medievales no podía ser más desolador.
Los papas renacentistas lograron decorar San Pedro con todo tipo de obras magníficas, expresión
acabada de su riqueza y poder mundano. Pero la Iglesia en Occidente estaba pasando su peor hora
en términos morales y espirituales. En el Este la situación de la Iglesia no era mejor. Con la caída de
Constantinopla en manos de los turcos otomanos desapareció el Imperio Bizantino, que había sido
el poder que había promovido, sostenido y dominado a la cristiandad oriental.

En Roma, el cuadro era lamentable. La ciudad había perdido su posición como centro del mundo
europeo y no era más que otro poder en competencia con el creciente nacionalismo y apetencias
de poder absoluto de otros Estados en Europa occidental. La Iglesia y el papado habían perdido
totalmente su camino y no había indicaciones de que fueran a encontrarlo de alguna manera. El
gran humanista Erasmo de Rotterdam criticaba y satirizaba las enormes contradicciones en que
habían caído los papas. En su obra Julius exclusus (1517), escrita en forma de un diálogo, presentaba
al papa Julio II como llegando a las puertas del Cielo después de su muerte y no pudiendo
atravesarlas. En respuesta a la demanda de Julio de que Pedro lo reconociera como Vicario de Cristo
y lo dejara entrar, Erasmo pone en labios del apóstol las siguientes palabras:

“Veo al hombre que quiere ser considerado como segundo respecto a Cristo y, de hecho
igual a él, sumergido de lejos en la más sucia de todas las cosas: dinero, poder, ejércitos,
guerras, alianzas—para no decir nada en este punto acerca de sus vicios. Pero además, si
bien tú estás tan alejado de Cristo como te resulta posible, no obstante usas mal el nombre
de Cristo para tus propios propósitos arrogantes; y bajo el pretexto de Aquel que despreció
el mundo, juegas el papel de un tirano del mundo; y si bien eres un verdadero enemigo de
Cristo, te apropias del honor que le es debido a él. Tú bendices a otros, siendo tú mismo
maldito; a otros les abres los Cielos, los cuales te están totalmente cerrados y de los que
estás muy lejos; tú consagras y estás execrado; tú excomulgas cuando no tienes comunión
con los santos.”

Hacia el año 1500, la cuestión no era si la iglesia necesitaba o no de una Reforma, sino cuándo
esta reforma iba a tener lugar y quién la iba a llevar a cabo. El sucesor de Julio II fue un hijo de la
famosa familia política y banquera de los Medici. Subió al trono papal con el nombre de León X
(1513–1521) y fue Papa durante los primeros años de la Reforma. Las palabras con las que se dice
inauguró su pontificado indican cuán poco preparado estaba para responder al clamor generalizado
por una reforma de la Iglesia Romana: “Ahora que Dios nos ha dado el papado, vamos a disfrutarlo.”

Hacia el año 1500 en Europa occidental todos sentían que se estaba llegando al fin de una era.
Muchos creían que se encontraban transitando el atardecer de un mundo moribundo y se estaban
introduciendo en el amanecer de un mundo nuevo. La ignorancia y la superstición que habían
prevalecido por mil años parecían estar desapareciendo poco a poco. El surgimiento del humanismo
y especialmente el desarrollo del Renacimiento estaban cambiando la manera de pensar y ver la
realidad. El papado mismo, que había promovido algunos de estos desarrollos, fue absorbido casi
totalmente por los nuevos movimientos y su espíritu mundano y secular. Nunca más en la historia
subsiguiente sería igual y en la primera mitad del siglo XVI experimentaría cambios sustanciales, que
ayudarían a la Iglesia a sobrevivir y proyectarse hacia delante, a pesar de la seria división del ese
siglo.

Hacia el año 1500, la cristiandad europea estaba lista para una Reforma y los agentes históricos
de este evento fundamental ya estaban listos para actuar.

GLOSARIO
advocación: título que se da en la Iglesia Católica Romana a un templo, capilla, altar o imagen
particular, cuando están consagrados a la Virgen María o a un santo particular, como Nuestra Señora
de los Dolores, Virgen del Pilar, etc.

averroísmo: doctrina que enseñaba que el alma humana era mortal o, más específicamente, que
todas las almas humanas son parte de una única alma-sustancia de la cual los individuos surgen al
nacer y a la cual regresan al morir. El nombre proviene de Ibn Rushd Averroes (1126–1198), árabe,
erudito jurista de Córdoba, España, que sostenía ideas aristotélicas.

calendario eclesiástico: o calendario litúrgico, se complicó durante la Edad Media al llenarse todos
los días con festividades de los santos, a veces legendarios y más de uno por día. Otro desarrollo
medieval fue tener festivales o días dedicados para ciertas doctrinas medievales como el día de
Todos los Santos (Purgatorio) y el día de Corpus Christi (transubstanciación).

casuística: sistema de teología moral que considera plenamente las circunstancias e intenciones de
los penitentes y formula reglas para casos particulares.

cátaro: relativo a la herejía dualista de la Edad Media que consideraba intrínsecamente malos la
carne y el mundo de los fenómenos físicos. Hereje de esta secta. Esta herejía se extendió desde
mediados del siglo XII, sobre todo por el sur de Francia, donde se les denominaba albigenses. Los
cátaros pretendían una pureza absoluta de costumbres y contaban además con una auténtica
organización eclesiástica.

catecúmeno: convertido al cristianismo que está preparándose para el bautismo. En la temprana


Edad Media, esta preparación era muy breve, se hacía durante la Cuaresma e incluía oración, ayuno,
exorcismo y aprendizaje del Credo. Con el incremento del bautismo de infantes, esta preparación
desapareció o quedó reducida a un rito breve a cumplirse en la puerta del templo, antes del
bautismo del niño, generalmente el día de Pascua.

clericalismo: influencia del clero en la vida política y social. Es la búsqueda de poder, especialmente
de poder político y social, por parte de la jerarquía religiosa, llevada a cabo con métodos seculares
y con propósitos de control social. Abarca todo lo que lleva al establecimiento de un despotismo
espiritual ejercido por una casta sacerdotal. Promueve los intereses exclusivos del clero a expensas
de los laicos o creyentes que no forman parte del clero.

escrutinios: examen formal de los catecúmenos antes de su bautismo. Incluía tres “escrutinios”: una
homilía, oraciones y la imposición de manos después de la lectura del Evangelio durante la Eucaristía
en ciertos domingos de la Cuaresma. La palabra se usaba también para el examen de candidatos a
las órdenes sagradas.

hijo segundón: hijo segundo de la casa o familia o cualquier hijo que no fuese el primogénito. En
consecuencia, designaba a alguien que no heredaba las tierras señoriales ni el título de nobleza y
los privilegios que lo acompañaban. Generalmente se dedicaban a las artes liberales o ingresaban al
clero.
hostia: del latín hostia, víctima. En el antiguo Israel se refería al animal inmolado en sacrificio a Dios.
En la liturgia católica es el pan eucarístico sin levadura, que se cree se convierte literalmente en la
sustancia del cuerpo de Cristo con la consagración y que es ofrecido en el sacrificio incruento de la
misa. Consiste en una oblea blanca que es consagrada por el sacerdote y tragada sin masticar por el
comulgante.

libro penitencial: tratado que establecía las penitencias o actos de satisfacción por los diversos
pecados, que el penitente debía realizar después de arrepentirse y confesar sus faltas a un
sacerdote. De forma semejante, era la parte de una regla monástica que prescribía las penitencias
debidas por las diversas faltas o transgresiones contra la disciplina monástica.

limbo: de una palabra teutónica que significa el ruedo o borde de una vestidura; por extensión: el
borde del Infierno. El limbus infantum es el lugar ubicado entre el Cielo y el Infierno, al cual son
enviados a su muerte los niños no bautizados y que, en consecuencia, no han sido limpiados del
pecado original. Implica la pena de daño (privación de la visión de Dios), pero no pena de sentido
(sufrimiento físico). Hay una segunda sección en el limbo donde moran los justos del Antiguo
Testamento muertos antes de la encarnación del Hijo de Dios.

martirologio: historia o lista oficial de mártires cristianos. Originalmente era un calendario que
nombraba al mártir, el lugar de su martirio y la fecha de la festividad del santo. Los martirologios
“históricos” posteriores, como el de Usuardo (m. 875) o el de Ado de Vienne (m. 875) agregaron
historias de fuentes de diverso valor.

naturalismo: concepto del mundo y de la relación del ser humano con el mismo en el que sólo se
admite o asume la operación de leyes y fuerzas naturales (en oposición a lo sobrenatural o
espiritual). También se refiere al concepto que los principios morales pueden ser analizados en
términos de conceptos aplicables a los fenómenos naturales.

necromancia: el pretendido arte de revelar eventos futuros y otras cosas mediante la comunicación
con los muertos. Por extensión, designa el uso de la magia, encantamientos y conjuros.

órdenes: los diversos grados del ministerio cristiano, es decir, los órdenes menores: de acólito,
lector, exorcista y hostiario; y los tres órdenes mayores: de subdiácono, diácono y sacerdote.

órdenes menores: los cuatro primeros órdenes a los que puede ser ordenada una persona, es decir,
el de acólito, el de lector, el de exorcista y el de hostiario, en oposición a los tres órdenes mayores:
el de subdiácono, el de diácono y el de sacerdote. En el derecho canónico medieval, el celibato sólo
era requerido para los órdenes mayores.

papado: si bien el término denota estrictamente el oficio del Papa, el obispo de Roma, comúnmente
se refiere al sistema de gobierno centralizado de la Iglesia ejercido por él, junto con la pretensión
de que tiene por designación o voluntad divina autoridad universal sobre toda la cristiandad.

Purgatorio: según la Iglesia Católica Apostólica Romana, estado de sufrimiento después de la


muerte en el que las almas de aquellos que han muerto en pecado venial, y/o de aquellos que
todavía deben alguna deuda de castigo temporal por pecados mortales, son limpiados (purgados)
para poder entrar al Cielo.

sacerdotalismo: sistema religioso en el que el sacerdocio ocupa un lugar esencial como mediador
entre los seres humanos y Dios. El término señala también al espíritu, método o carácter de tal
sistema. Generalmente se usa el término en un sentido peyorativo para denotar la exaltación de
una clase sacerdotal a expensas de los valores espirituales y la participación responsable de todos
los creyentes en la vida religiosa.

sacramento: palabra latina empleada para describir el juramento de fidelidad que prestaban los
soldados romanos. En la versión latina del Nuevo Testamento se utilizó para traducir el vocablo
griego mysterion. Según Agustín es “un signo exterior y visible de una gracia interior y espiritual,”
obrado por la gracia de Dios en el creyente. Es un signo o dramatizacion, que resulta en un efecto
más poderoso que las palabras.

sacramentales: objetos y acciones a los que, en imitación de los sacramentos, se les reconoce algún
tipo de poder o virtud para obtener por medio de su aplicación o uso, efectos o beneficios
espirituales. Son tenidos por signos sagrados, creados según el modelo de los sacramentos, por
medio de los cuales se significan efectos, sobre todo en el carácter espiritual que se obtiene por la
intervención de la Iglesia. Son bendecidos por ella y deben ser utilizados conforme con las pautas
establecidas para su uso, a fin de que cumplan con su propósito. Son sacramentales: las procesiones,
peregrinaciones, bendiciones de casas y otros objetos como medallas bendecidas, crucifijos,
rosarios, agua bendita.

sacramentalismo: en un sentido general es la doctrina y uso de los sacramentos. En sentido estricto,


es la adscripción de un poder inherente y salvador a los sacramentos, o el énfasis sobre el poder de
éstos de impartir gracia, incluso sin la operación de una fe activa. En muchos casos, es una expresión
de magia o superstición de tipo religioso.

sambenito: contracción de las palabras “saco bendito,” una capa de penitencia que llevaban los
presos de la Inquisición y que indicaba el tipo de castigo a que el tribunal los había sentenciado.

sincretismo: sistema religioso o filosófico que pretende conciliar varias doctrinas y prácticas
diferentes. El sincretismo une elementos distintos, tomados de diversos sistemas, en una nueva
totalidad o sistema. Ocurre cuando una forma o símbolo cultural es adaptado a la expresión
cristiana, pero lleva con él ciertos significados unidos al sistema anterior de creencias. Los viejos
conceptos pueden distorsionar el mensaje u oscurecer el sentido cristiano que se pretende
trasmitir.

sufragios: oraciones, especialmente intercesiones u oraciones de intercesión. Se aplica


particularmente a las oraciones por las almas de los que han muerto.

superstición: una actitud irracional o primitiva de la mente hacia lo sobrenatural o Dios, que resulta
de la ignorancia, el temor a lo desconocido o lo misterioso, o de una escrupulosidad mórbida. Es la
creencia en la magia o la fortuna, o en cualquier actitud mal dirigida o desinformada hacia la
naturaleza y que es subversiva o ajena a la religión pura y verdadera.

tonsura: corte ritual del cabello, que dejaba una marca notoria en el centro de la cabeza, por el cual
una persona recibía la condición de clérigo. La tonsura era fácilmente reconocible.

trasmundo: un mundo que está más allá de éste: el mundo venidero, el mundo que está más allá
de la tumba, la realidad no terrenal sino celestial y espiritual. En muchos pueblos paganos es la tierra
espiritual donde moran los muertos y los espíritus.

vicario: responsable de una iglesia parroquial que estaba vinculada a un monasterio o a alguna otra
corporación eclesiástica que recibía el gran diezmo. El vicario recibía una parte fija de las dotaciones
de la parroquia y de las ofrendas, y, una vez instituido por el obispo, tenía asegurado el beneficio
eclesiástico de por vida; de aquí la expresión “vicariato a perpetuidad,” que se refiere a este tipo de
beneficio.

UNIDAD 4

Los problemas de la Cristiandad medieval


INTRODUCCIÓN

El gran historiador del cristianismo, Kenneth S. Latourette, calificó a la Edad Media como “los
mil años de incertidumbre.” Probablemente no hay una mejor manera que ésta para evaluar un
período tan dilatado y complejo, como el que representan los diez siglos que van del año 500 al
1500. Fue en estos siglos donde la cristiandad oriental, al tiempo que se expandió “hasta lo último
de la tierra,” sufrió también serios reveses de todo orden que pusieron en vilo su continuidad
histórica. Mientras tanto, en Occidente, es notable la manera providencial en que el testimonio
cristiano logró sobrevivir a pesar de las enormes dificultades internas y externas que experimentó a
lo largo de los siglos.

En ambos casos, el testimonio cristiano no creció con la velocidad y en la profundidad que


alcanzó en los primeros quinientos años. Si bien la fe en Jesucristo estuvo cruzando
permanentemente nuevas fronteras, también es cierto que su crecimiento y expansión fueron
mucho más lentos que en el primer período. Habrá que esperar hasta después del año 1500 para
ver al cristianismo esparcirse de manera significativa, al menos en un sentido geográfico.
Esta pérdida de dinamismo expansivo puede ser atribuida a numerosos factores, tanto internos
como externos. Indudablemente los de carácter interno fueron los más significativos y los más
difíciles de resolver. No obstante, a pesar de los enormes altibajos por los que atravesó el testimonio
cristiano en este período, la fe cristiana estaba mucho más y mejor establecida, tanto dentro como
fuera del mundo del mar Mediterráneo, en el año 1500 que en el 500. Su influencia e impacto eran
notables sobre la cultura y la sociedad. La cosmovisión que se acrisoló a lo largo de la Edad Media
especialmente en Europa occidental habría de tener efectos duraderos, llegando hasta nuestros
días.

No obstante, la vida y mentalidad cristiana que resultó de tan gigantesca mezcla de ingredientes
tan diversos y a lo largo de tanto tiempo, no se dio sin el padecimiento de los fuegos inevitables de
serias crisis históricas. Los problemas ideológicos prevalecieron, en términos de las relaciones de los
individuos y las sociedades con un sistema de ideas independientes que reflejan, racionalizan y
defienden los intereses propios y los compromisos institucionales. En la esfera social, moral,
religiosa, política o económica, estos problemas ideológicos tuvieron un fuerte impacto. La
resolución de estos problemas fue necesaria a fin de encontrar las mediaciones más adecuadas para
la acción en cada uno de los campos mencionados.

Las controversias teológicas del período agregaron peligrosos elementos negativos, porque en
casi todos los casos restaron energía a la Iglesia y entretuvieron a los cristianos en cualquier cosa
menos el cumplimiento de la misión. Pero, a su vez, ayudaron a madurar un consenso en cuanto a
la fe según debía ser creída y enseñada, a evitar herejías e interpretaciones del evangelio que podían
liquidarlo o desnaturalizarlo y a encontrar una línea clara de identidad en medio de un océano de
ideas y corrientes diferentes. Por otro lado, estos debates aportaron ricos elementos para la
comprensión de la fe propia, que facilitaron su comunicación a otros que no la conocían o
experimentaban.

Algo similar ocurrió en la esfera de lo cúltico y la estructura de la comunidad de fe. El período


de la Edad Media se presenta como uno de los más creativos y diversos en cuanto al proceso de
sincretismo y complicación de las prácticas y formas heredadas del período anterior. Como es de
imaginar, cuanto más se dilataba geográficamente la expansión del cristianismo y cuanto más
diversas eran las culturas entre las que se proclamaba, tanto más se incrementaba la diversidad. No
se adoraba de la misma manera en todas las comunidades cristianas en un determinado momento,
ni se tenía la misma estructura eclesiástica en todas partes. Si bien el rango astronómico de estas
diversidades pudo ponerle fin al cristianismo como tal, el mismo actuó positivamente como
elemento enriquecedor. Además, ayudó al cristianismo a romper con el cautiverio étnico o cultural,
y lo ejercitó en la práctica de la contextualización, con la cual pudo afirmar su naturaleza
esencialmente universal y ecuménica.

En mil años, como es de suponer, las dificultades para la difusión de la fe fueron muchas y muy
graves. No obstante, la fe de Jesucristo encontró siempre la manera de correr como el agua,
buscando un camino para llegar con su mensaje de fe, esperanza y amor hasta los rincones más
recónditos del mundo conocido de aquél entonces. No siempre los caminos escogidos fueron los
más adecuados ni los que mejor respondían a los altos ideales de la fe. Pero sea como fuere, el
evangelio del reino fue proclamado. En algunos casos tal proclamación, ya sea por su carácter
profético o por su distorsión de la fe, fue reprimida y perseguida por quienes se consideraban
dueños de la verdad absoluta. Así y todo, la semilla de la Palabra de Dios encontró un suelo fértil, a
veces en terrenos insospechados, y mantuvo su maravillosa capacidad de dar vida, aun en medio de
la muerte y las tinieblas más profundas.

En esta Unidad prestaremos atención a algunos de estos elementos mencionados. Al hablar de


estos problemas de la cristiandad medieval no lo hacemos con una perspectiva negativa, sino como
áreas de desafíos que confrontaron los cristianos. En la medida de lo posible, procuraremos ver de
qué manera en la Edad Media los creyentes hicieron frente a estas cuestiones y las respuestas que
dieron a las mismas.

EL PROBLEMA IDEOLÓGICO

_ Relación Iglesia y Estado

El anhelo de unidad. El gran problema religioso y político que mantuvo en vilo al mundo
medieval fue el de la unidad. Desde los días del emperador Constantino, la gran preocupación había
sido cómo lograr la unidad política del Imperio Romano a partir de su unidad espiritual y religiosa
en torno al cristianismo. Con las invasiones bárbaras y el establecimiento de los reinos germánicos
el problema de la unidad se tornó todavía más acuciante. Europa vio profundizarse la brecha entre
Oriente y Occidente. Destruida la realidad de la unidad imperial, ésta permaneció como una
aspiración y como un proyecto. La Iglesia cristiana occidental, en la que se fijaron múltiples rasgos
de la estructura imperial, fue la promotora principal de la concepción unitaria de Occidente y creó
un modelo del papado a imagen y semejanza de la autoridad de los emperadores.

El Imperio carolingio fue expresión de esta aspiración de una unidad político-religiosa,


estimulada por la Iglesia y posibilitada por el ascenso al poder de los francos. En este sentido, el
Imperio organizado por Carlomagno fue una restauración del viejo ideal del Imperio Romano. Pero
la aspiración a un orden universal alimentada por el recuerdo del Imperio Romano, no logró superar
el proceso de fragmentación provocado por la multiplicación de los señoríos con el feudalismo. Con
la desaparición de Carlomagno el ideal de unidad no desapareció, pero sí su expresión concreta. El
proceso de desintegración que se operó en el curso del siglo IX fue una lucha universal por el
predominio de las diversas regiones y el desarrollo del feudalismo. A la antigua unidad política le
siguió una infinita parcelación del poder. El ideal de unidad, entonces, fue proyectado a un plano
religioso, en el que la Iglesia y el papado representaban la única posibilidad de realización del anhelo
ecuménico. Como indica José Luis Romero: “El imperio no fue en ningún momento, durante la Edad
Media, ni una realidad, ni siquiera una virtualidad verosímil. Sólo cabía la posibilidad de lograr una
unidad espiritual, la de la cristiandad, o al menos, la de la cristiandad occidental, y esa posibilidad
correspondía exclusivamente al papado.”
Cuando alcanzamos la segunda mitad del siglo XIII, la disolución del orden medieval parecía
inminente. La renovación de la vida económica y el ascenso acelerado de la burguesía, que siguió a
los siglos de las Cruzadas, no sólo incrementó el individualismo sino que puso en riesgo el ideal de
unidad. Los reinos nacionales fueron adquiriendo identidad y poder, mientras declinaba la viabilidad
de un orden ecuménico bajo la conducción de la Iglesia y especialmente del papado. Cada vez más,
reyes y burgueses, herejes y disidentes reclaman una cuota de poder y autonomía a expensas de la
Iglesia una y del dominio papal.

José Luis Romero: “Lo que representaban papado e imperio eran ya, inequívocamente,
ideas superadas que los nuevos tiempos no sentían con el fervor de antaño. El mundo
occidental comenzaba a moverse ahora al impulso de nuevos incentivos, muchos de los
cuales venían de más allá de las fronteras del área del cristianismo occidental. En el campo
de la cultura, la influencia de los mundos vecinos se hacía notar enérgicamente, a través del
averroísmo y de la ciencia árabe, a través de las renacientes sugestiones de la antigüedad,
que llegaban desde Bizancio, a través de los relatos sobre países y culturas exóticos. Una
nueva perspectiva se abría para el mundo occidental, que comenzó por encandilarse y
sumergirse en las más descabelladas experiencias.”

En el matrimonio medieval entre la Iglesia y el Estado, fue la primera la que mantuvo la iniciativa
y la voz cantante. El mundo medieval se mantuvo unido principalmente por la Iglesia y, en un grado
considerablemente menor, por las instituciones del Estado. Fue la Iglesia la que inundó toda la
cristiandad de estructuras eclesiásticas e institucionales, que crearon una verdadera red universal.
Arzobispados, obispados, parroquias, escuelas, universidades, claustros, monasterios, templos y
oratorios configuraron una red gigantesca, que cubría todo el continente europeo y se extendía
también más allá. El calendario eclesiástico regía la vida cotidiana de la Iglesia y el Estado. El ciclo
del año era una dramática renovación anual de la historia cristiana. Cada día recordaba a un mártir
o a un santo y sus hechos más destacados.

Además, la Iglesia se transformó a lo largo de la Edad Media en una de las fuerzas que más
colaboraron en el robustecimiento del poder real. Las relaciones de la Iglesia con el Estado
presentan en todo este período una curiosa paradoja: por un lado, los clérigos son los más acuciosos
en defender el poder real en su lucha contra el feudalismo, pues ven en el primero una mayor
garantía para el desempeño de sus funciones religiosas; pero, por otra parte, los prelados tratan de
convertirse ellos mismos en señores feudales de las villas o territorios en que residen.

Un orden universal. La idea de que la vida individual está insertada en un sistema universal
ordenado por Dios fue característica de los tiempos medievales. Esta idea fue heredada de los
ideales del Imperio Romano y perduró en la concepción universal (católica) de la Iglesia de Roma.

José Luis Romero: “Tan contradictoria como pudiera parecer la realidad históricosocial
respecto a esa convicción, [ésta] fue alimentada y sostenida por el recuerdo duradero del
imperio y por la enérgica acción del papado. Se entremezclaron a lo largo de la temprana
Edad Media las dos raíces que la nutrían, chocaron a veces las dos concepciones que
representaban, y se fundieron poco a poco en el plano teórico aun cuando esbozaran muy
pronto sus zonas de fricción. Una y otra representaban dos interpretaciones diferentes del
ideal ecuménico, pues la tradición romana tendía a una unidad real—el Imperio—, y la
tradición cristiana conducía a una unidad ideal—la Iglesia—, en la que, sin embargo, el
pontificado hubo de ver, en cierto momento, la virtualidad de una unidad tan real como la
del Imperio. De esta disparidad surgiría más tarde el conflicto entre ambas potestades.”

Poco a poco la Iglesia se fue transformando en la gestora de este orden universal. Al principio,
tal orden estaba limitado al reino del espíritu sin aspirar a ostentar algún poder temporal. Pero con
el tiempo, la Iglesia y especialmente el papado fueron creciendo en su apetencia de colocar a “los
reinos de este mundo” bajo su tutela espiritual y control político. La unidad religiosa y la obediencia
al obispo de Roma fueron consideradas condiciones necesarias para el mantenimiento del deseado
orden universal. El papado fue alimentando cada vez más su aspiración a transformar su autoridad
y poder espiritual en una autoridad y poder terrenal. Todos aspiraban a un orden universal regido
por una autoridad ajena a las luchas políticas. La única entidad que podía satisfacer tal anhelo era
el papado, especialmente cuando el Imperio desaparecía o declinaba. A lo largo de la mayor parte
de la Edad Media, el papado no tuvo competidores como poder regulador de la cristiandad, frente
a la indefinida fragmentación del poder político provocada por el feudalismo.

Su éxito en instaurar un cierto orden universal mediante la organización de la jerarquía


eclesiástica, la reforma de las órdenes monásticas, las universidades, las grandes empresas
internacionales como las Cruzadas, le permitió al papado disfrutar de autoridad y poder universal.
Es así como, hacia fines de la Edad Media, surge la teoría de “las dos espadas,” según la cual todo
poder venía de Dios y se mantenía por medio del brazo eclesiástico y el brazo secular, de los cuales
el segundo debía estar al servicio del primero. Pero cuanto más se salía de la esfera espiritual para
entrar en la esfera propiamente temporal, sus intentos enfrentaron la resistencia de otros agentes
con apetencias similares. En este caso, ya no se trataba del Imperio, sino de los reinos nacionales,
que luchaban por ganar su identidad poniendo fin al feudalismo y a la hostilidad de sus vecinos.

La controversia de las investiduras. Uno de los aspectos más memorables del siglo XI fue el
conflicto entre el papado y el Imperio alemán en torno a la selección de los prelados eclesiásticos y
su instalación en sus oficios. Este conflicto se ha llamado a veces “la querella de las investiduras,”
“la reforma Gregoriana” o según la concepción del historiador alemán Gerd Tellenbach, “la
revolución Gregoriana.” En la historia política europea este conflicto es memorable porque le dio
un impulso decisivo a la definición del Estado vis a vis la Iglesia. Eventualmente, de este conflicto va
a nacer una mayor conciencia entre los europeos sobre la distinción entre el Estado y la sociedad
civil.

Para entender las raíces del conflicto, hay que recordar las diferencias entre las concepciones
romana (pública) y germánica (patrimonial) del Estado. También hay que traer a colación la noción
de “iglesia propia” o “iglesia particular” (Eigenkirche) que los germanos desarrollaron dondequiera
que se establecieron. Según esta noción, el dueño de una iglesia (templo) era la persona que había
donado la tierra sobre la cual estaba emplazado el altar. No importaban las adiciones al monasterio
o al templo en cuestión, no importaban las rentas que se acumularan o los donativos que se
añadieran, el donante original y sus herederos retenían la propiedad de la iglesia como parte de su
patrimonio.

De este derecho de propiedad, reconocido en la ley germánica, se derivaban varios corolarios.


El patrón o dueño de la iglesia (o templo) la confería como un beneficio de por vida a una persona,
para que atendiera las necesidades de la misma. Pero cuando esta persona moría, el derecho de
nominar a su sucesor se revertía al patrón. Éste tenía derecho a gozar de las rentas cuando la iglesia
no tenía titular, y podía heredar una porción de los bienes muebles del titular.

Esta noción germánica de la iglesia o templo como propiedad de un particular estaba en


conflicto abierto con la noción romana de la iglesia o templo como perteneciente a la comunidad
de los creyentes, cuyo gestor era el obispo. Por eso fueron tan frecuentes los conflictos entre los
obispos que querían mantener jurisdicción sobre todas las iglesias de sus diócesis, y los patronos
que querían mantener los derechos heredados sobre las iglesias fundadas por sus familias.

_ Relación Iglesia y sociedad

La Iglesia y la sociedad feudal. El desmoronamiento del gobierno centralizado fue acompañado


por un fenómeno similar en la Iglesia. El papado se convirtió en botín disputado por las facciones
nobles de Roma e Italia, y hasta hubo batallas entre los pretendientes rivales. Los papas designados
carecían del prestigio y los medios necesarios para controlar los asuntos religiosos del vasto
territorio de la cristiandad occidental. En realidad, durante buena parte de la Edad Media, papas,
arzobispos, obispos y abades no gozaron de más poder y prestigio que el que les correspondía como
señores feudales en competencia con otros señores feudales.

Los monasterios y las diócesis poseían tierras extensas y ricas que, bajo las condiciones caóticas
de los siglos IX y X, fueron presa tentadora para los señores fuertes y rapaces. Ante la ausencia de
un instrumento público de paz y orden, los obispos y abades se vieron obligados a arreglárselas
como podían para proteger sus bienes. Esto significó, naturalmente, buscar caballeros y concederles
feudos a cambio de sus servicios como defensores de las tierras de la Iglesia. De este modo la Iglesia
se fue feudalizando completamente, y hasta los mismos abades y obispos llegaron a ser
generalmente hijos segundones de la aristocracia feudal. Como abad u obispo, el hijo menor de un
duque o conde podía llegar a poseer vastas tierras y rentas proporcionales a su rango; y en no pocas
ocasiones tales eclesiásticos tenían la oportunidad de valerse de su entrenamiento caballeresco
capitaneando a sus hombres para combatir contra algún señor vecino con quien tenían una disputa.
Es cierto, sin embargo, que las tradiciones del derecho y la administración romanos no se olvidaron
por completo y perduraron con mayor vigor entre los eclesiásticos.

La Iglesia y la corrupción feudal. Como puede fácilmente imaginarse, la Iglesia se corrompió no


pocas veces dadas las condiciones feudales. Muchos obispos y abades apenas se distinguían de sus
compañeros nobles en cuanto a la conducta personal se refiere. La mayoría de los párrocos estaban
casados a pesar de las prohibiciones del derecho canónico. La ambición de bienes terrenales y de
poder y prestigio afectaban de igual modo a los señores eclesiásticos como a los seglares. Éstas y
otras deficiencias perturbaban a las personas piadosas, y se hacían esfuerzos para corregirlas, si bien
no siempre con resultados efectivos.

Durante el transcurso de los siglos X y XI muchos fieles de la Iglesia, tanto miembros del clero
como laicos, llegaron a pensar que la corrupción y degradación prevalecientes en la Iglesia no se
podrían remediar mientras los laicos poseyeran la facultad de nombrar prelados, y especialmente
mientras los cargos eclesiásticos se vendieran a los candidatos interesados. La simonía y la
investidura laicas parecían ser—en particular a los ojos de los monjes cluniacenses—los obstáculos
principales que impedían la reforma y purificación de la Iglesia.

Las actividades de los frailes infundieron un nuevo ardor e idealismo a la práctica cristiana. Las
ciudades, en rápido crecimiento, fueron desde el principio el terreno de su preferencia. Los frailes
cuidaban a los enfermos y a los pobres, y para ello fundaron hospitales; además predicaban, a
menudo en las esquinas de las calles, y tomaban parte activa en la educación. Por primera vez los
habitantes de las ciudades de Europa occidental entraron en contacto con todo el poder del
idealismo cristiano gracias a los franciscanos, mientras que los escépticos y herejes quedaban
expuestos a los sutiles y convincentes argumentos de los cultos frailes dominicos.

En realidad, la Iglesia se mostró hostil hacia los campesinos y siervos de la gleba. Muchos clérigos
escribieron de manera muy negativa acerca de ellos, destacando su avaricia, violencia e ignorancia.
De hecho, no hubo muchos santos campesinos, salvo Juana de Arco, que llegó tardíamente a los
altares, después de haber sido condenada a la hoguera como bruja. El clero se fue haciendo cada
vez más urbano y menos rural. No obstante, el campesinado permaneció católico, porque la Iglesia
era su única esperanza de salvación en este mundo y por la eternidad.

_ Relación mundo y trasmundo

La cosmovisión medieval estuvo dominada por la imposición de las ideas cristianas sobre el
trasfondo de la tradición pagana (no destruida totalmente) y los aportes de los pueblos germánicos
invasores. La tradición pagana grecorromana había aportado una cierta imagen naturalista, de corte
politeísta y mágico, que coincidía bastante con el aporte de la tradición de los germanos. En ambos
casos, lo milagroso y misterioso ocupaba un lugar muy importante. El trasmundo de los dioses y de
los muertos irrumpía constantemente en el mundo real. Fue sobre este trasfondo que se impuso el
cristianismo, de suerte tal que la concepción naturalista de la realidad no desapareció, sino que
encontró formas de expresión en la religión cristiana, como en una multitud de supersticiones, el
culto de las imágenes, la veneración de la Virgen María y el sacramentalismo.

El mundo. La Edad Media se presenta, en general, como una era en la que lo religioso ocupó un
lugar fundamental. La religión afectó todas las esferas de la vida de los pueblos, y produjo una
inevitable tensión entre los presupuestos y los mandamientos religiosos por una parte, y las
necesidades prácticas de la realidad mundana por la otra.

Herbert Rosinski: “Esta tensión subyacente entre religión y mundo fue especialmente
aguda en el cristianismo, cuya original independencia radical del mundo sólo gradualmente
cedió a una progresiva adaptación. La relación del cristianismo con el mundo, de hecho,
estaba destinada a ser esencialmente tensa. Esta tensión podía franquearse y en la práctica
se franqueaba, pero, no obstante, en principio, permanecía sin resolver y era necesario que
permaneciera de ese modo si se pretendía preservar su esencia y su singular fuente de
energía … Sin embargo, esta tensión era mucho más intensa en el Occidente que en
Bizancio, hecho que tuvo decisiva significación para el desarrollo interior de las dos ramas
del cristianismo, como también para su destino definitivo.”

En el caso del Islam, la situación era totalmente diferente, ya que Mahoma fue profeta pero
también un hombre de Estado. La religión para él no era algo que estaba en contradicción con el
mundo. Por el contrario, era un poder que encontraba su meta precisamente en el dominio político
y en la transformación política del mundo. Religión y mundo en el cristianismo eran términos
opuestos, ya que la primera tiene que ver básicamente con la relación del alma con Dios, mientras
que en el Islam la religión está más relacionada con la regulación escrupulosa de la vida y no hay
contradicción con el mundo.

El ideal de vida superior durante toda la Edad Media fue la vida monástica, es decir, la huida del
mundo para poder vivir una vida contemplativa. Las formas de la convivencia monástica giraban en
torno a reglas particulares, la mayoría siguiendo el modelo ideado por Benito de Nursia, que
combinaban diferentes dosis de acción y contemplación, estudio y plegaria. Pero el retiro del mundo
no fue la opción de todos. La mayoría de las personas fueron encontrando en las incipientes
ciudades medievales las posibilidades de invertir sus vidas como artesanos o mercaderes,
estudiosos o religiosos, líderes de la comunidad o sacerdotes. La ciudad, de algún modo, ofrecía la
oportunidad de escapar a la dominación señorial y lograr algún grado mayor de libertad y
oportunidad para una vida mejor. La vida ciudadana fue resultando más ordenada, previsible y
ajustada a derecho, que la vida rural propia del feudalismo. Este proceso sirvió para cambiar poco a
poco la valoración negativa que se tenía del mundo, y tanto más cuando nos acercamos a la baja
Edad Media. La aparición del humanismo completó el proceso de secularización y de valoración del
mundo como esfera adecuada para la realización del ser humano.

El trasmundo. Ya en la temprana Edad Media puede advertirse de qué manera, en un complejo


cultural dominado por una cosmovisión cristiana, se da la presencia eminente del trasmundo. La
realidad inmediata estaba saturada por la presencia del trasmundo, que se tornaba en una realidad
bien concreta gracias al fuerte impulso apocalíptico que animó la comprensión de la fe cristiana en
ese tiempo. Incluso en la alta Edad Media continúa advirtiéndose la presencia de un ideal de vida
vigorosamente enraizado en la imagen del trasmundo. Si bien la imagen del mundo mejoró
notablemente para entonces, nada perteneciente al mundo real podía compararse en significación
con la esperanza de la eternidad y la vida bienaventurada después de la muerte.

Las expresiones más elevadas de la cultura medieval destacan la presencia permanente del
trasmundo en la conciencia colectiva de aquel tiempo. El trasmundo se presentaba en los capiteles
historiados de los claustros e iglesias románicas y góticas, los pórticos, los vitrales y las pinturas. La
decoración, especialmente la escultura, adquirió una significación extraordinaria y una simbología
llena de misterio, que incitaba a la constante consideración del trasmundo a través de las alusiones
al Juicio Final y a las historias sagradas. Catedrales, iglesias y edificios comunales de estilo gótico a
partir del siglo XII, al tiempo que revelan el empuje de la burguesía en ascenso, fueron testigos
elocuentes de la importancia que el trasmundo tenía para quienes los construyeron y utilizaron.

Alfred Weber: “Sobre el sencillo sentido religioso de externidad, propio de los cistercienses,
se eleva como nacida de esas contraposiciones la gran arquitectura gótica de plenitud.… Las
formas expresivas de esta arquitectura exhalan la múltiple diversidad de la vida, como en
amplios tonos orquestales; unen la línea horizontal de lo terreno con la línea vertical de lo
eterno; y están creadas y representadas por aquel fuerte sentido religioso enfocado al otro
mundo, cuyos efectos espirituales y psicológicos fueron los que hicieron posible que, en el
siglo XIII, se pudiese superar el estilo tan maravilloso del último período de arte románico
en Alemania, que constituía ciertamente un arte rico, esclarecido y altivo, pero todavía con
un sentido terrenal.

“En el exterior y en el interior de los templos creados o afectados por ese sentido
religioso de lo eterno, de ultratumba, hallamos las obras plásticas de esta época, las cuales
se hallan configuradas de un modo técnico con toda la fuerza de las formas aprendidas del
mundo antiguo, pero siendo ciertamente en cuanto a su esencia cristianas hasta el último
pliegue … Y estas figuras constituyen ciertamente los documentos más impresionantes de
aquel destino europeo, convertido entonces por vez primera en realidad, de aquel destino
espiritual del mundo occidental, de aquel destino inserto en la contraposición entre Dios y
Mundo, que no tiene solución.”

Por otro lado, la totalidad de la sociedad cristiana a lo largo de la Edad Media, se basaba en una
intensa creencia en lo sobrenatural. El trasmundo mágico y fantástico se vivía a flor de piel. Al no
disponerse de un sistema científico que permitiera una comprensión más objetiva y crítica de la
realidad, la dimensión sobrenatural de la existencia humana se veía magnificada. En este contexto,
los milagros ocupaban un lugar muy destacado y la intervención de Dios en el mundo era estimada
como permanente. Los eventos calificados como miracula penetraban la vida en todos los niveles.
De allí la enorme cantidad de relatos y testimonios de milagros en la literatura medieval,
especialmente de aquellos relacionados con los santuarios de santos y sus reliquias. Además,
estaban los milagros atribuidos a la Virgen y a algunos misioneros.

Benedicta Ward: “A lo largo de la Edad Media se vio unánimemente a los milagros como
parte de la Ciudad de Dios sobre la tierra, y cualesquiera hayan sido las reflexiones que las
personas hayan tenido sobre su causa y propósito, ellos constituían una parte integral de la
vida ordinaria. La exploración de los relatos de milagros deja dos impresiones principales:
el número y diversidad de los eventos considerados como de alguna manera milagrosos, no
con ingenuidad sino a partir de una concepción más compleja y sutil de la realidad que la
que poseemos; y la unidad de opinión acerca de los milagros tanto en el pensamiento como
en su registro, una unidad expresada por Agustín: ‘Dios mismo ha creado todo lo que es
maravilloso en este mundo, los grandes milagros así como las maravillas menores que he
mencionado, y él los ha incluido a todos en esa maravilla única, ese milagro de los milagros,
que es el mundo mismo’.”

Además de manifestarse a través de los milagros, el trasmundo se hacía también evidente a


través de la magia, que era su contraparte. Si bien las “artes mágicas” habían sido consistentemente
prohibidas por la Iglesia, gozaron de gran popularidad, especialmente en los siglos XIV y XV. El uso
de la magia para el contacto con lo sobrenatural y el trasmundo fue común tanto en las tierras
paganas del norte de Europa como en el mundo del Mediterráneo, al punto que la diferencia entre
magia y milagro no siempre estuvo muy clara. No obstante, en teoría al menos, la magia que
involucraba la invocación de demonios fue condenada por la Iglesia mientras que los milagros
fueron recomendados como el método adecuado para la obtención de poder sobrenatural por parte
de los cristianos. Sin embargo, en las masas predominaba un área intermedia de prácticas y
creencias sincretizadas, donde lo mágico y lo milagroso se mezclaban.

Benedicta Ward: “La discusión de los milagros durante la Edad Media muestra por sobre
cualquier otra cosa la aceptación de lo milagroso como una dimensión básica de la vida. Los
lazos de la realidad incluían lo invisible de una manera ajena al pensamiento moderno. Los
milagros eran la regla más que la excepción, y el concepto de la mano de Dios obrando en
la totalidad de la vida coloreaba la percepción de los milagros y sus registros. Dada esta
preocupación con los milagros, es de esperar que hubiera muchos registros de milagros
contemporáneos.… El número mayor de estos milagros fue registrado en los santuarios de
los santos, dado que virtualmente cada pueblo tenía su santuario y frecuentemente
también a alguien capaz de registrar los milagros.”

Será durante la baja Edad Media que se hará más evidente la tensión entre una concepción
teísta y trascendentalista de la realidad y una concepción naturalista e inmanentista. El humanismo
promovía lo segundo, pero las grandes masas no educadas continuaron sumergidas en el dominio
del trasmundo y en toda suerte de supersticiones y sincretismos. Mientras algunos humanistas
expresaron a través de sus obras (literarias o plásticas) un optimismo radical en las posibilidades
humanas, otros representaron en sus producciones el patetismo angustiado frente a la enfermedad,
el hambre, la miseria y la muerte. Como indica José Luis Romero: “La presencia del trasmundo—
signo revelador de la perduración de la típica medievalidad—se enerva en unos mientras se
robustece en otros, o a veces se reviste de cierta gracia ingenua que parece compartir una y otra
tendencia.”

_ Relación vida y muerte

La presencia de la muerte. Toda la Edad Media estuvo caracterizada por un sentido muy vivo de
la presencia constante de la muerte en la vida de las personas. La violencia feudal, la fragilidad frente
a la pobreza y la miseria, la falta de recursos para satisfacer las necesidades humanas básicas, y la
vulnerabilidad frente a plagas y cataclismos, llevaron al desarrollo de un verdadero culto a la
muerte. En tiempos medievales hubo una relación dinámica entre vivos y muertos, que hoy es
desconocida.
Patrick J. Geary: “En este mundo [medieval], que comprende esencialmente esas regiones
de Europa bajo la influencia directa de las tradiciones políticas y culturales de los francos, la
muerte era omnipresente, no sólo en el sentido de que las personas de todas las edades
podían morir y de hecho morían con asombrosa frecuencia y celeridad, sino también en el
sentido de que los muertos no dejaban de ser miembros de la comunidad humana. La
muerte marcaba una transición, un cambio de estatus, pero no el fin. Los vivos continuaban
debiéndoles ciertas obligaciones, la más importante era la de la memoria, el recuerdo. Esto
significaba no sólo el recuerdo litúrgico en las oraciones y las misas ofrecidas por los
muertos por semanas, meses y años, sino también mediante la preservación del nombre, la
familia y las acciones de los que partieron. Para una categoría de los muertos, aquellos
venerados como santos, las oraciones por ellos cambiaron a oraciones a ellos. Estos
‘muertos muy especiales’ …, podían actuar como intercesores a favor de los vivos delante
de Dios. Pero esta diferencia era sólo de grado, y no de especie. Todos los muertos
interactuaban con los vivos, continuaban ayudándolos, advirtiéndoles o amonestándoles,
incluso castigándoles si las obligaciones de memoria no se cumplían.”

Esto se hizo todavía más patético con episodios catastróficos como la Peste Negra (1348–1349).
En pocos meses, la población de Europa Occidental se redujo a un tercio de su total. Las
consecuencias económicas y sociales de la peste fueron muchas. Se dio una drástica reducción de
los cánones de arrendamiento y las exacciones señoriales; la mano de obra diestra urbana se
encareció; hubo una concentración de la riqueza inmueble en los sectores dirigentes por las muchas
herencias de los sobrevivientes y la estructura social tambaleó.

Culturalmente la peste bubónica también afectó la vida y el pensamiento. La muerte


omnipresente en los frescos y en las sepulturas de las décadas subsiguientes ensombreció el arte.
En la vida religiosa la epidemia dejó hondas huellas. Una alta proporción del clero secular murió y
en muchos lugares nunca volvió a tener la misma importancia numérica. Muchos monasterios y
conventos tampoco recuperaron el número de miembros que habían tenido antes de 1348. Los
estragos de las epidemias y el horror de su recurrencia marcaron las percepciones y las
mentalidades. La fascinación con los temas mórbidos marcó la expresión religiosa. En la mente de
muchos fieles, la epidemia era un castigo divino, y por eso se desarrollaron prácticas penitenciales
comunitarias, que a veces canalizaron y otras veces fomentaron la histeria colectiva. A la vez, los
excesos ascéticos y la prédica moralizante propiciaron la ironía y el escepticismo.

La concepción heroica de la vida. Mientras en Oriente la actitud cristiana predominante era de


carácter contemplativo y las cuestiones terrenales se proyectaban al más allá, en Occidente y debido
al impacto de los pueblos germánicos, el destino del ser humano se cumplía de este lado de la
eternidad. En la cosmovisión germánica, el guerrero y su heroísmo eran sinónimo de virtud, en
contraste con el quietismo contemplativo predominante en el cristianismo de origen oriental.
Heroísmo y activismo llevaron a una concepción señorial de la vida, en la que constituían el signo
de una acción relacionada con el poder, la gloria y la riqueza.
La Iglesia procuró poner bajo control esta concepción heroica de la vida y canalizarla de maneras
más creativas y convenientes a sus propios intereses. Esto es lo que intentó en las sucesivas
Cruzadas contra los musulmanes, que predicó con entusiasmo. Incluso los monjes occidentales
fueron muy diferentes de los orientales, en que mientras estos últimos se dedicaban a una vida
contemplativa y de oración, los primeros se mostraban como santos militantes, capaces de poner
en acción su vocación religiosa en beneficio de la propagación y defensa de la fe. En este sentido,
fueron monjes y soldados los que a lo largo de la temprana Edad Media esparcieron la fe por todo
el continente europeo. Y más tarde, fueron caballeros cristianos, que aprendieron a subordinar el
heroísmo a la fe, los que la defendieron frente a los musulmanes y los herejes surgidos en el seno
mismo del mundo cristiano.

En la baja Edad Media, esta concepción heroica de la vida asumió un carácter más refinado. El
espíritu caballeresco sobrevivió a las Cruzadas, pero poco a poco se secularizó y mundanalizó. Perdió
prestigio popular, pero se refugió en las minorías señoriales y en las cortes. Se llenó de convenciones
propias del decadente orden feudal y estableció reglas sofisticadas para la conducta social. Fiestas
y torneos, ceremonias y festines fueron las ocasiones en que este espíritu se manifestó de manera
más espectacular. Los trovadores y ministriles exaltaban, a través de sus canciones y poemas, las
virtudes de la caballería, que eran imitadas por los burgueses ricos. La exaltación e idealización de
la mujer, el amor cortés, la apetencia por la buena vida y el goce de vivir, un sentido profano de la
realidad, la contemplación de la naturaleza, la creación estética y el amor por la belleza fueron
expresión de esta concepción heroica de la vida, que estuvo acompañada de un creciente
individualismo. Lo individual se fue tornando más importante que lo colectivo. El espíritu de
aventura, la apetencia del saber y la aparición del retrato en la pintura son manifestaciones de esta
concepción heroica y exaltada de la vida.

El Purgatorio y el Infierno. Más allá de su particular posición en la compleja pirámide social


medieval y de su manera de entender y vivir la vida, todas las personas compartían la misma
certidumbre en cuanto a la muerte. Señores y siervos, obispos y laicos, cultos e incultos todos eran
bien conscientes de la proximidad de la muerte y de su funesto efecto nivelador. Frente a ella todos
eran iguales y enfrentaban los mismos temores y necesidad de salvación. Fue en torno a esta
realidad palmaria que se elaboraron los conceptos y creencias en cuanto al Purgatorio y al Infierno.

El Purgatorio. La preocupación por la muerte llevó necesariamente a preocuparse por qué


ocurría con el alma después de experimentarla. Ya en el monasticismo temprano se había planteado
la necesidad de responder a la inseguridad de la salvación y la inminencia del castigo divino con
algún camino alternativo. En el monasticismo celta se acentuaba el carácter penitencial de la vida
monástica. En la concepción celta, la majestad de Dios era tal y la fragilidad humana y su inclinación
al pecado eran tan pronunciadas, que continuamente había que estar reconciliándose con Dios. El
monje irlandés hurgaba su conciencia sin cesar para ver en qué había ofendido a Dios y cómo reparar
esas ofensas. Por esa insistencia celta en la necesidad continua del perdón y la reconciliación, la
práctica penitencial de Occidente se modificó y se elaboraron numerosos libros penitenciales. Las
penitencias que se les imponían las cumplían después de la absolución. De esa manera la absolución
vino a anteceder a la penitencia, y la confesión de los pecados vino a ser un ejercicio privado que
sustituyó la antigua absolución pública. Sin embargo, subsistió la ansiedad en cuanto a qué pasaba
si uno se moría antes de cumplir con todas las penitencias que se le habían impuesto. De ahí vino a
cobrar importancia la noción de purgar por los pecados, de la cual en el siglo XII se esbozó
teológicamente el concepto de Purgatorio.

Fernando Picó: “De esta noción de conmutar la penitencia no cumplida con una obra
piadosa también surgió eventualmente la noción de indulgencia, que tanto dio que hacer
en las controversias de la Reforma Protestante del siglo XVI. La indulgencia era un
equivalente en oraciones de la obra piadosa, que a su vez equivalía a una penitencia no
cumplida. Sin embargo, en los siglos XIV y XV surgiría la noción de que hacer un donativo en
dinero para llevar a cabo una obra piadosa era equivalente a hacer la obra piadosa. Por lo
tanto, le restaba purgatorio por cumplir al donante lo que le hubiese restado de días de
penitencia la obra piadosa.”

Los Padres Griegos no hablaron del Purgatorio, pero recomendaron las oraciones y servicios
eucarísticos a favor de los difuntos. Los Padres Latinos, especialmente Agustín enseñaron la
purificación por medio del sufrimiento en la otra vida. Los escolásticos sistematizaron y
desarrollaron la herencia patrística, enseñando que el más ínfimo dolor del Purgatorio era mayor
que el más grande dolor de la tierra, aunque a las almas allí las consuela el saber que se hallan entre
aquellos que van a ser salvos. Desde Tomás de Aquino y Buenaventura, los teólogos latinos
enseñaban que las almas en el Purgatorio eran atormentadas por el fuego, pero los teólogos
bizantinos no aceptaron esta conclusión. Por otro lado, a la luz de la práctica de las indulgencias,
estos tormentos ocurrían en el tiempo y se medían en términos de años y días. Se decía también
que el estado del Purgatorio consistía en cierta posición en el espacio, y que era algo totalmente
diferente del Cielo o del Infierno. Pero cualquier teoría en cuanto a su latitud o longitud, según se
lo describe en la Divina Comedia de Dante, era pura imaginación.

El Purgatorio era para las almas de los creyentes (bautizados), que no dejaban de ser miembros
de la Iglesia por ir allí. Es por esto que estas almas podían ser ayudadas por los sufragios (oraciones,
ofrendas, buenas obras y sacrificios) de los vivientes. El sacrificio por excelencia a favor de quienes
estaban en el Purgatorio era el sacrificio de la Misa, porque ella aseguraba la salvación al penitente.
El fundamento bíblico que se citaba era la creencia judía en la eficacia de la oración por los muertos,
según 2 Macabeos 12:42–45. Sea como fuere, la eficacia de las oraciones por los muertos e
indirectamente la doctrina del Purgatorio fueron rechazadas por los cátaros, los albigenses, los
valdenses y los lolardos, junto con otros disidentes medievales, porque carecía de base bíblica y era
contraria a una sana doctrina.

El Infierno. El temor a ser condenado en el Infierno por la eternidad llenó de terror a la


cristiandad medieval. La creencia en el Infierno fue tan firme para los medievales como su esperanza
del Cielo, sólo que la primera los llenaba de temor y determinaba la mayoría de sus acciones. En
razón de que era poco menos que imposible tener certidumbre de salvación debido a que la misma
dependía cada vez más de lo que el ser humano podía hacer para salvarse, el temor al Infierno
acercaba este aspecto oscuro del trasmundo a la realidad inmediata. Estos temores fueron
alimentados especialmente por la lectura y predicación dramática del Apocalipsis, que llenó de
pánico a personas carentes de otro recurso salvífico que los sacramentos cuasi-mágicos que les
ofrecía la Iglesia. A la interpretación tremebunda del Apocalipsis se sumaba La Ciudad de Dios de
Agustín, que dominó la teología medieval y que hizo la conocida distinción entre dos mundos
contrapuestos: la ciudad celeste y la ciudad terrestre. Esta afirmación del trasmundo continuó con
la mayoría de los teólogos medievales, especialmente aquellos que trabajaron en la alta Edad
Media.

José Luis Romero: “El mundo después de la muerte, con su Infierno, su Purgatorio y su Cielo,
había sido imaginado muchas veces antes de que Dante le proporcionara, en las
postrimerías de la Edad Media, los rigurosos perfiles con que aparece en la Comedia. La
Visión de San Pablo y el Viaje de San Brandán en el siglo XI, la Visión de Túndalo, el
Purgatorio de San Patricio y la Visión de Alberico en el siglo XII, así como el Viaje al Paraíso
de Baudoin de Condé y el Sueño del Infierno de Raoul de Houdenc, nos muestran cuánto se
pensaba en el misterio del vago mundo que esperaba al hombre para morada eterna. Era
seguramente el tema que más interés despertaba en el auditorio de los predicadores, y
alrededor de él gira la obra de Joaquín de Fiore, el ferviente y semiherético monje calabrés
fundador del grupo de los Espirituales, una de cuyas obras fundamentales desarrolla el
comentario del Apocalipsis. Poco antes, los inquietantes signos del fin del mundo habían
sido esculpidos con honda dramaticidad en los capiteles del claustro del monasterio de Silos
y seguían siendo tema predilecto de otros imagineros.”

_ Relación poder y piedad

Desde los días del emperador Constantino, cuando éste decidió establecer la capital del Imperio
Romano en la ciudad que llevó su nombre, la separación entre Oriente y Occidente fue inevitable.
Los patriarcas de Oriente quedaron sometidos al emperador (cesaropapismo) y distanciados del
obispo de Roma. En los cinco siglos que siguieron al reinado de Constantino hubo cinco grandes
cismas entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Además, de cincuenta y ocho patriarcas
que gobernaron en Constantinopla durante este período, veintidós fueron considerados como
herejes o sostenedores de enseñanzas heréticas en el Oeste. Todos ellos menos uno fueron
depuestos por los emperadores. A diferencia del obispo de Roma, estos líderes religiosos dependían
del Estado para el ejercicio de su ministerio. Así continuaron las cosas hasta que finalmente en 1054,
bajo Miguel Cerulario, la división se consumó de manera definitiva, en buena medida debido a la
competencia entre los líderes religiosos y también al carácter totalmente diferente de su concepción
en cuanto al poder. Mientras para el patriarca de Constantinopla la base sobre la cual proclamaba
su primacía era puramente política, para el Papa de Roma su autoridad pretendía ser
exclusivamente espiritual.

Lloyd B. Holsapple: “El legado de Constantino a la Iglesia fue una controversia que
perduraría durante cuatro siglos y traería aparejada consigo una desunión sin precedentes.
La disputa religiosa se convertiría en la principal actividad de la Iglesia y los individuos en
Oriente. Él legó las causas que no podrían dejar de producir el cisma entre Oriente y
Occidente tanto en la Iglesia como en el Estado.”

Al impacto político de la influencia de Constantino se agregó el enorme efecto del pensamiento


de Agustín de Hipona (354–430) sobre toda la cristiandad occidental. Para sus días, tres de las cuatro
fuerzas espirituales que habían animado al mundo grecorromano—el judaísmo y las civilizaciones
griega y romana—estaban exhaustas. Sólo el cristianismo estaba en pleno ascenso y apenas
empezaba a ejercer influencia en los asuntos seculares. La transformación del cristianismo, de
fuerza espiritual que se mantenía separada del mundo, a una fuerza que poco a poco iba
penetrándolo e identificándose con él, representó el fin de una edad y el comienzo de una nueva
era: la Edad Media.

Por otro lado, la desintegración de Occidente debido a las sucesivas invasiones de pueblos
germanos, la presión externa de los pueblos euroasiáticos sobre Oriente, y el surgimiento y
expansión del Islam condujo a la división tripartita que constituyó el mundo de la Edad Media. La
parte oeste abarcaba la mitad occidental del Imperio Romano, invadido y repartido entre las tribus
germánicas, y las zonas germánico-eslavas ubicadas en el centro y el norte de Europa, fueron
gradualmente absorbidas en su órbita. El Imperio Bizantino comprendía la península balcánica y Asia
Menor. El mundo islámico incluía básicamente (además de Irán) Siria, Egipto, el norte de África y
grandes extensiones en España. Los tres territorios fueron herederos del mundo antiguo. La
significación histórica del período medieval radica en los diferentes modos por los cuales estas tres
civilizaciones desarrollaron su herencia espiritual y política común, especialmente la dimensión
religiosa.

Las tres civilizaciones fueron esencialmente monoteístas y desplazaron a las religiones míticas
politeístas. Esta difusión del monoteísmo resultó en un proceso sin precedentes de penetración
cultural, que saturó de sentimientos y conceptos religiosos la sociedad y la cultura. Todas las esferas
de la vida de los pueblos se vieron afectadas por la manera en que los individuos se relacionaban
personalmente con Dios. Esto hizo que fuese imposible separar la esfera del poder político de la
esfera del poder religioso, de suerte tal que la simbiosis entre poder y piedad caracterizó la mayor
parte del período medieval, tanto en el Este como en el Oeste.

La cosmovisión medieval no era horizontal sino vertical. Por sobre la tierra, que era plana, se
extendía la bóveda celeste, donde moraban Dios y sus ángeles. Por debajo de la tierra estaba el
infierno, habitado por Satanás y sus demonios. Encerrada por este marco espiritual, la realidad
terrenal estaba dividida en estamentos estancos, un vasto orden jerárquico que tenía al Papa como
señor supremo compartiendo su posición con el emperador. En los niveles que seguían hacia abajo,
cada uno tenía sus tareas especiales, y sus deberes y derechos particulares.

Herbert Rosinski: “En esta vasta armonía dispuesta por Dios, nada parecía encontrarse
aislado, ni pensamiento, ni sentimiento; ni ángel, ni hombre; ni animal, ni planta ni objeto
inanimado. Todo tenía, además de su realidad inmediatamente dada, un profundo
significado simbólico. Todo estaba vinculado con todo y, en último análisis, con el Creador
de todas las cosas. En la civilización occidental de la Edad Media, la vieja forma básica de las
Grandes Civilizaciones, el sistema universal del mundo vinculado y equilibrado en todas sus
direcciones, tuvo su última y su más general realización en una forma clarificada y
racionalizada por los pensamientos bíblico y griego.”

EL PROBLEMA TEOLÓGICO

Cuando pensamos en la Edad Media, la tendencia es a considerarla como mil años de aridez en
el desarrollo teológico. A lo sumo, se destaca la importancia de la teología escolástica y su
contribución al pensamiento cristiano occidental, con consecuencias que todavía persisten. No
obstante, los tiempos medievales no fueron tan quietos en materia de producción teológica como
nos parecen. Una serie de cuestiones ocuparon la atención de quienes procuraban expresar su
experiencia de fe cristiana en términos que pudiesen ser entendidos por otros. Esto llevó al
surgimiento y desarrollo de una serie de controversias, especialmente durante el período del
Renacimiento Carolingio, que ayudaron a madurar el pensamiento cristiano y a actualizar la
comprensión de la acción redentora de Dios en la historia humana. Lamentablemente, la mayor
parte de estas discusiones estuvieron muy comprometidas con cuestiones políticas, que no siempre
ayudaron al desarrollo de una sana doctrina. Más adelante, en el siglo XII, la teología maduró con el
escolasticismo, que fijó el dogma de la Iglesia Romana, a pesar de los desafíos planteados por un
buen número de disidentes.

_ Controversia sobre el adopcionismo

En tiempos del emperador Carlomagno, una de las controversias que mantuvo ocupados a los
pensadores cristianos giró en torno al adopcionismo. El escenario principal de tales debates fue
España y como es de suponer, la discusión teológica no pudo abstraerse de los conflictos políticos,
especialmente la enorme empresa de la reconquista de la Península de manos musulmanas.

El personaje que se destacó en este debate fue Félix de Urgel (m. 818), quien sostenía una
postura adopcionista, es decir, que Cristo había sido adoptado como Hijo de Dios durante su
ministerio en la tierra. El arzobispo Elipando de Toledo había intentado refutar el sabelianismo, pero
al hacerlo propuso una cristología de corte adopcionista, a la que se adhirió Félix. En reacción a ellos
se colocó el Beato de Liébana, Alcuino, Paulino de Aquileya y los papas Adriano I y León III, y por
supuesto, el propio Carlomagno.

A los teólogos más ligados a la ortodoxia, el adopcionismo les parecía un rebrote de


nestorianismo, es decir, cierta tendencia a dividir la persona de Cristo. Quienes reaccionaron lo
hicieron procurando enfatizar la unidad de lo divino y lo humano en Cristo y la comunicación de las
propiedades entre sus dos naturalezas. Así, pues, mientras Elipando y Félix parecían hacer una
distinción entre la humanidad y la divinidad de Cristo, con énfasis en la preservación de esta última
con sus características intactas, sus opositores rechazaron tal división porque temían que se
perdiese la realidad de la encarnación. Una vez fallecidos Elipando y Félix, el debate se terminó tan
pronto como había comenzado.

_ Controversia sobre la predestinación


Esta controversia ocurrió también durante el período carolingio. Los principales protagonistas
fueron Rábano Mauro, Ratamno de Corbie, Servato Lupo, Prudencio de Troyes, Floro de Lión y Juan
Escoto Erígena. Un monje de nombre Gotescalco, seguidor fanático de la enseñanza de Agustín de
Hipona, llegó a desarrollar un concepto radical de la predestinación, con énfasis en la condenación
de los réprobos. Su planteo era de una doble predestinación (a salvación y a condenación), de modo
que Cristo murió sólo por los elegidos. Gotescalco fue condenado por Rábano Mauro, quien escribió
contra él un tratado titulado De la presciencia y la predestinación, de la gracia y el libre albedrío, en
el que enseñaba que somos predestinados en la presciencia divina.

La oposición de Mauro fue continuada por el arzobispo Hincmaro de Reims (806–882), quien
insistía en la voluntad salvadora universal de Dios. Prudencio de Troyes y Servato Lupo se opusieron
a este planteo y apoyaron una doble predestinación. Pronto intervino en el debate Retramno de
Corbie (m. 868), quien escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que sigue la doctrina
de Agustín al pie de la letra. Fue entonces que hizo su entrada en el debate Juan Escoto Erigena
(810–877), que también escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que hace un
acercamiento más filosófico que teológico al tema y en el que apoya la posición de Hincmaro. Su
libro provocó nuevas reacciones de parte de Prudencio de Troyes y más tarde de Floro de Lión. Al
final, el debate perdió todo sentido de discusión teológica y se transformó en una confrontación por
poder y prestigio entre las sedes episcopales de Lión y Reims, representadas por sus líderes Floro e
Hincmaro.

En realidad lo que estaba en discusión era una cuestión de énfasis. El énfasis agustino tendía a
sacrificar la libertad humana a favor de la soberanía divina, mientras que del otro lado se respeta el
derecho del ser humano a disponer de sí mismo y a hacer su parte en el logro de su salvación eterna.
Por cierto, el problema no se resolvió y en consecuencia volverá a presentarse nuevamente en los
siglos XVI y XVII en los debates teológicos dentro del catolicismo y del protestantismo.

_ Controversia sobre la virginidad de María

Nuevamente aparece el nombre de Ratamno de Corbie en esta breve controversia. Este monje
reaccionó a ciertas enseñanzas que circulaban en Alemania en el sentido de que Jesús no había
nacido de María del modo natural, sino que había surgido del secreto vientre virginal de algún modo
misterioso y milagroso. Según Ratamno, Jesús nació de María por la vía natural, pero esto no lo
contaminó ni violó la virginidad de su madre. Esto significa que María fue virgen antes del parto, en
el parto y después del parto, y esto es algo que sólo puede aceptarse por la fe.

La enseñanza de Ratamno fue refutada por un tal Pascasio Radberto (786–865), quien no
discutió la perpetua virginidad de María sino el modo en que esa virginidad permaneció intacta en
el parto. Según él, la virginidad permaneció intacta porque Jesús nació milagrosamente, estando el
útero cerrado. Toda esta discusión fue muy importante para el desarrollo del dogma de la perpetua
virginidad de María y otras doctrinas dependientes de este dogma.

_ Controversia sobre la eucaristía


Esta discusión giró en torno a la doble cuestión de, primero, si la presencia del cuerpo y la sangre
de Cristo en la eucaristía era tal que sólo podía verse con los ojos de la fe o si, por el contrario, se
trataba de una presencia verdadera, y, segundo, si el cuerpo de Cristo que estaba presente en la
eucaristía era el mismo que nació de María, sufrió, murió y fue sepultado, y ascendió a los cielos.
Pascasio Radberto había escrito un tratado (844) en el que presentaba una interpretación realista
extrema de la presencia de Cristo en la eucaristía. Según él, cuando los elementos son consagrados,
se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo de manera sustancial. De modo que la eucaristía
era una repetición del sacrificio de Cristo, y esto de tal modo que repetía la pasión y muerte del
Salvador.

Quien respondió a Pascasio fue Ratramno de Corbie con un tratado titulado Del cuerpo y la
sangre del Señor. Según él, el cuerpo de Cristo no estaba presente de manera real sino “en figura.”
Cristo estaba presente en el sacramento, pero no de manera visible. Además, ese cuerpo no era
idéntico al que nació de María y fue crucificado, porque ese cuerpo visible estaba sentado a la
diestra del Padre, mientras que el cuerpo presente en la eucaristía era sólo espiritual, y el creyente
participaba de él sólo espiritualmente. El debate continuó con una nueva reacción de Pascasio y la
intervención de Gotescalco y Rábano Mauro que se le opusieron. Finalmente, prevaleció la
interpretación realista de la eucaristía. Se afirmó la transformación substancial del pan y del vino en
el cuerpo y la sangre de Cristo, y se enfatizó la realidad de su presencia en el rito. Esto constituyó
un importante antecedente de la posterior doctrina de la transustanciación, que habría de ser
característica del dogma católicorromano.

El debate en torno a la eucaristía volvió a plantearse siglos más tarde (siglo XI) cuando
Berengario de Tours adoptó como propia la interpretación de Ratramno de Corbie. Berengario
negaba la transformación de la esencia del pan y del vino y afirmaba que el cuerpo de Cristo estaba
presente sólo de manera “intelectual,” es decir, espiritualmente. Berengario fue condenado varias
veces, más por cuestiones de poder eclesiástico que por asuntos propiamente teológicos. Entre
quienes rechazaron su planteamiento estaba Hugo de Chartres, quien afirmó la conversión real del
pan en el cuerpo de Cristo, aun cuando conservara el sabor del pan. La cuestión de la presencia real
de Cristo en la eucaristía y la transformación de los elementos seguía siendo tema de preocupación
para los teólogos de la segunda mitad del siglo XI. No obstante, habrá que esperar hasta 1215 para
ver consagrada definitivamente la doctrina de la transubstanciación.

_ Controversia sobre el alma

Dos cuestiones fueron motivo de debate durante el período carolingio: la incorporeidad del
alma y su individualidad. Respecto del primer asunto, Ratramno de Corbie sostenía que el alma era
incorpórea, y por lo tanto, no estaba circunscrita al cuerpo, sino que sobrepasaba sus límites. Estas
conclusiones fueron refutadas por quienes sostenían que el alma estaba atada al cuerpo, si bien no
estaba limitada a él. El segundo asunto fue más importante, ya que de la individualidad del alma
dependía la posibilidad de una vida eterna individual y consciente.

Algunos monjes habían enseñado una doctrina según la cual había sólo un alma universal, de la
que participaban las almas individuales. Esta enseñanza fue refutada por Ratramno, quien quería
preservar la individualidad de las personas. En su Tratado sobre el alma, Ratramno rechazó la idea
de que el alma pueda ser una y múltiple. Según él, hablar del alma en singular no implica un alma
universal que exista por encima y más allá de las almas particulares.

_ Controversia sobre el filioque

La cuestión de la procedencia del Espíritu Santo ya había sido tema de discusión durante el
período carolingio en Europa occidental, como parte del debate acerca de la doctrina de la Trinidad.
Sin embargo, fue en el Este donde la cuestión adquirió mayor relevancia y finalmente llevó al cisma
teológico entre Oriente y Occidente.

Mientras en Occidente se confesaba que el Espíritu procedía “del Padre y del Hijo,” en Oriente
se decía que procedía “del Padre por el Hijo.” En el primer caso, se comenzó por agregar a la fórmula
del Credo Niceno la frase “y del Hijo”—filioque—para indicar la doble procedencia del Espíritu Santo.
Mientras tanto, en Constantinopla se rechazó tal agregado como violatorio del significado del Credo
Niceno-Constantinopolitano, si bien los motivos de este rechazo eran más de carácter político que
propiamente teológicos.

Con posterioridad al Segundo Concilio de Nicea (787) el tema continuó debatiéndose pero con
tintes más políticos que teológicos. El patriarca Focio entró en conflicto con la sede romana (el papa
Nicolás I), especialmente por el control de la cristianización de Bulgaria y por su oposición a la
introducción de la cláusula filioque en el Credo Niceno. La controversia sobre la procedencia del
Espíritu Santo siguió en aumento hasta que para mediados del siglo IX (cisma de Focio, 867), la
cuestión del filioque se había transformado en uno de los motivos principales de la separación entre
la cristiandad occidental y la oriental. El Concilio de Constantinopla (869–870) condenó a Focio, que
de todos modos quedó como patriarca en Constantinopla con el reconocimiento del papa Juan VIII,
mientras que Roma se quedó con el control de Bulgaria.

Fuera de los motivos políticos que movían el debate, lo que estaba en discusión eran dos
maneras diferentes de ver la cuestión trinitaria. En Occidente el énfasis caía en la relación que une
a las tres personas de la Trinidad. Se pensaba del Espíritu como el amor que une al Padre y al Hijo.
En razón de que este amor es mutuo, entonces es posible decir que el Espíritu procede “del Padre y
del Hijo.” En Oriente el énfasis era puesto en la unidad de la trinidad y en su origen único. En este
sentido, sólo podía haber una fuente en el ser de Dios, y esa fuente era el Padre, de allí la fórmula
“del Padre, por el Hijo.”

_ Controversia sobre las imágenes

Este debate se dio fundamentalmente en el Imperio Bizantino y tuvo importantes componentes


políticos además de la cuestión propiamente teológica. Especialmente, bajo el gobierno de León III
el Isaurio y sus sucesores (siglo VIII) se suscitaron profundas controversias, de las que la de las
imágenes fue la más seria. León asumió una actitud “iconoclasta” (opuesta a la veneración de
imágenes), probablemente influido por el contacto con judíos, musulmanes y monofisitas, y en
oposición al poder de los monjes que defendían tal veneración. Como indica Justo L. González: “Para
León, su campaña iconoclasta era parte de su programa de restauración imperial. El hijo y sucesor
de León III, Constantino V, estaba convencido de que la veneración de las imágenes y de las reliquias
de los santos y de la Virgen era falsa.”

Entre los defensores de la veneración de imágenes estaban el patriarca Germán de


Constantinopla (715–729) y Juan de Damasco (675–749). Al segundo nos hemos referido en la
Unidad Uno. En cuanto al primero, refutó el argumento según el cual la veneración de imágenes era
idolatría marcando la distinción entre diversos tipos de “adoración.” Según él, una cosa era
proskunesis (respeto o veneración) y otra muy distinta era latreia (adoración en sentido estricto),
que se debe sólo a Dios.

Juan de Damasco, por su parte, distinguía entre diversos grados de culto. El culto absoluto era
sólo para Dios (latreia) y si se rendía a una criatura eso era idolatría. Pero la reverencia a las
imágenes era más una cuestión de respeto u honra (proskunesis timetiké) y podía prestarse a
objetos religiosos e incluso a personas en el ámbito civil. Finalmente, el culto a las imágenes fue
restaurado por el Concilio de Nicea en 787, que afirmó la conservación de las mismas, pero
indicando que no debía adorárselas como se adora a Dios.

En Occidente el debate no fue tan importante como en Oriente. En general, los Papas asumieron
una actitud favorable a las imágenes, pero cuidándose de no caer en idolatría. Así, pues, se
conservaron las imágenes, pero no se las consideró dignas de adoratio, es decir, de la adoración
debida sólo a Dios. Por eso, en Occidente no se le atribuyó a las imágenes el poder sacramental que
tenían en Oriente, ni llegaron a ocupar allí el lugar de importancia que tuvieron en Oriente. No
obstante, en la religiosidad popular, las imágenes en Occidente adquirieron la funcionalidad de
verdaderos ídolos, ya que la realización de milagros y señales estuvo ligada directamente a ellas y
al poder que se les atribuía.

EL PROBLEMA CÚLTICO

_ El culto a María

La mariolatría (culto o adoración a la Virgen María) surgió muy temprano en la experiencia de


la cristiandad, como resultado de un deseo de aumentar la glorificación de Cristo. El misterio de la
encarnación del Hijo de Dios colocó a la madre de Jesús en una posición de honor y prestigio. A
mediados del siglo IV, los teólogos cambiaron del título de María como “madre del Señor” para
transformarla en “madre de Dios” y “reina del cielo.” De “bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:28)
María pasó a ser considerada como una intercesora por encima de todas las mujeres y participante
de algún modo en la redención humana. La veneración de la Virgen se transformó en adoración, y
en algunos momentos llegó a ser más importante que Cristo mismo, especialmente en la religiosidad
popular.

El monasticismo ascético, que estimó el celibato como superior al matrimonio, enfatizó la


virginidad de María. José era considerado como una persona de edad, que se casó con María sólo
para protegerla de la calumnia. Los hermanos de Jesús eran hijos de José de un matrimonio anterior.
Ya para el siglo IV se afirmaba la perpetua virginidad de María. Parecía lógico, pues, que si María era
la madre de Dios, ella merecía ser objeto de adoración. Primero, se la invocó buscando su
protección. Luego, en el siglo V, muchos templos fueron dedicados a la “Santa Madre de Dios” o la
“Virgen Perpetua.” Justiniano I imploró su intercesión frente a Dios para la restauración del Imperio
Romano. En los siglos que siguieron, su imagen fue venerada y surgieron innumerables leyendas en
cuanto a los milagros que se producían a través suyo. La piedad popular le adscribía una concepción
y nacimiento sin pecado, y una resurrección y ascensión milagrosa al cielo.

En la Edad Media, Bernardo de Clairvaux jugó un papel director en el desarrollo del culto a la
Virgen, que llegó a ser una de las manifestaciones más importantes de la piedad popular del siglo
XII. Él no fue el inventor de la mariolatría (adoración de María) ni de la mariología (doctrina sobre
María). Según los eclesiásticos medievales, esta doctrina estaba implícita en los Evangelios mismos.
Pero en el pensamiento medieval temprano, la Virgen María había jugado un papel muy menor, y
es sólo con el surgimiento de un cristianismo más emocional en el siglo XI, que ella se transformó
en una intercesora de primer orden a favor de la humanidad delante de la deidad. Se la consideraba
como la madre amante de todos, cuya misericordia infinita ofrecía la posibilidad de salvación a todos
los que buscaran su asistencia con un corazón amante y contrito. Anselmo y algunos de sus
discípulos hicieron contribuciones importantes a la expansión rápida del culto a la Virgen a fines del
siglo XI, pero fue Bernardo quien hizo de la mariología una doctrina cardinal de la fe católica y una
creencia que fue más allá de las dimensiones de la enseñanza estrictamente religiosa hasta
enriquecer profundamente la visión artística y literaria de la alta Edad Media.

Así, pues, la piedad popular se fundaba no tanto en las doctrinas filosóficas elaboradas por los
teólogos medievales, como en la veneración de los santos y las reliquias, y especialmente en el culto
a la Virgen María. Durante el siglo XII el papado afirmó su derecho a canonizar nuevos santos, y se
estableció un procedimiento legal para probar su santidad. Se creía que las reliquias poseían
poderes curativos y propiedades milagrosas. Lo más característico de la religión popular, sin
embargo, fue la vasta difusión del culto mariano. Se consideraba a la Virgen María como intercesora
por los seres humanos ante Dios, más poderosa que los demás santos, e infinitamente más
compasiva. Así, pues, las plegarias de las personas comenzaron a dirigirse con creciente frecuencia
a ella.

Los cristianos bizantinos también reverenciaron a María con gran entusiasmo. Ciertas
aclamaciones litúrgicas cotidianas la declaraban: “Más honorable que los querubines, y más gloriosa
fuera de toda comparación que los serafines.” Desde el siglo X, el tema de la intercesión de la Virgen
encontró una iconografía distintiva, mucho más apasionada y amorosa que en las formas estáticas
anteriores. Desde entonces la Virgen adquirió un perfil más maternal y humano en las
representaciones bizantinas.

Ligada directamente a la devoción mariana, se desarrolló en la alta Edad Media una


transformación del carácter del caballero andante. La cristianización de la caballería constituyó un
ejemplo notable del poder de la religión en la Edad Media. Los guerreros toscos y brutales del siglo
X se fueron transformando en “caballeros gentiles y perfectos,” defensores galantes de los pobres
y los débiles, dedicados a promover la religión y a defender a la Iglesia. Tal era, por lo menos, el ideal
expresado en innumerables romances—el del Santo Grial, por ejemplo—y simbolizado en
ceremonias relacionadas con la investidura de la caballería. La realidad, como siempre, distaba
bastante del ideal. Sin embargo, no debe menospreciarse la eficacia de la Iglesia y del sentimiento
religioso para mitigar la violencia de las guerras internas en la cristiandad. Muchas veces los
miembros del clero intentaron reducir la plaga de la guerra privada declarando una Tregua de Dios,
durante la cual se prohibía la lucha entre cristianos. Dichas treguas no eran observadas
universalmente, por supuesto, pero posiblemente contribuyeron a favorecer un clima de paz en las
regiones rurales de Europa. En estos procesos de cambio cultural la devoción mariana jugó un papel
fundamental.

Por otro lado, las mujeres (tanto en Oriente como en Occidente) fueron grandes promotoras
del culto mariano, especialmente de la veneración de su imagen sea en forma de estatuas (en el
Oeste) o de íconos (en el Este). La razón es que las mujeres, que ocuparon generalmente un lugar
secundario respecto de los varones en la sociedad y la cultura, buscaban mediadores sagrados
(María u otras mujeres santas) para interceder ante un Dios masculino de tremendo poder y
majestad. Hay evidencia de que las madres alentaban a sus hijas a besar y acariciar estatuas o íconos
así como algunas niñas hoy juegan con una muñeca. Las imágenes familiares eran consideradas
como miembros honorables de la familia, e incluso a veces se nombraba a una imagen como
madrina de un niña.

La misma raíz mariana puede verse en el cambio de la posición de la mujer en la sociedad


caballeresca medieval. La mujer pasó a ser idealizada y se transformó en la depositaria de lo que se
llamó el amor cortés y romántico. El culto a la Virgen María motivó un grado de mayor reverencia
hacia la mujer y la maternidad. La caballería y los trovadores alababan la lealtad a la mujer que había
ganado el corazón de un caballero, y exaltaban no sólo su belleza física sino especialmente la
hermosura de su ser interior.

Alfred Weber: “En esta sociedad aparece entonces como centro la mujer, llamada a actuar
de árbitro del varón, en un curioso paralelo con el culto a María Santísima, que es venerada
en aquella época de manera idolátrica. Se trata de una sociedad, en la cual los caballeros
son los representantes de las preciosas formas culturales de este período, las cuales muy
pronto se convierten en amaneradas. Y en esa sociedad, los caballeros no sólo desenvuelven
sus dotes varoniles, y sus aptitudes amorosas cortesanas, sino también su productividad
espiritual, sobre todo en la epopeya y en las canciones. El clérigo, que antes lo había
dominado todo en el terreno espiritual, no es descartado, sino que, junto a la corte feudal,
obtiene una nueva tribuna en el centro espiritual de Europa.”

No obstante, a lo largo de la Edad Media, la mujer representó un papel doble: el de agente del
Diablo para la perdición del hombre y el de esposa de Cristo para su redención. Se consideraba a la
mujer como fuente de todos los males a través de la seducción sexual, su supuesta inclinación a lo
sensual más que a lo espiritual e intelectual, y su debilidad moral y espiritual por su descendencia
de Eva. Por otro lado, cuando la mujer se retiraba del mundo y se hacía monja pasaba a ser la esposa
de Cristo, dedicada a la intercesión por la redención de los hombres. En la Virgen María, la mujer
llegó al estatus de redentora y vencedora de la serpiente tentadora, a la que le pisa la cabeza.

_ El culto a los santos

El ingreso de grandes masas de paganos a la Iglesia llevó a la adoración de los mártires, santos
y reliquias. Los mártires cristianos ocuparon el lugar de los viejos dioses y héroes en la devoción de
las masas. A los martirologios se agregaron los santos, que fueron reconocidos por su piedad
ascética extraordinaria y su servicio a la Iglesia. Después de Ambrosio y Jerónimo, sólo personas
célibes o vírgenes podían calificar para ser considerados santos. Con posterioridad al Concilio de
Nicea (325) se fue desarrollando la invocación formal a los santos como patrones e intercesores
delante de Dios. Se construyeron templos y capillas sobre las tumbas de los mártires y se los dedicó
a sus nombres (advocación). Allí se llevaban a los enfermos para su sanidad y se celebraban fiestas
en honor del mártir en el aniversario de su muerte, mientras se veneraba alguna reliquia suya, a la
que se atribuían poderes milagrosos.

A lo largo de la Edad Media, el número de santos se multiplicó notablemente, al punto que el


santoral llegó a contar con más de uno por cada día del año. La canonización de los santos la hacía
el obispo conforme con el testimonio de los fieles de que habían ocurrido milagros por la intercesión
del mismo. Los sínodos extendían después la veneración de un santo a varias diócesis. Pero los papas
empezaron a reservarse el derecho de canonización de los santos. El primer santo canonizado por
un Papa fue Ulrico de Augsburgo (m. 973), canonizado por el papa Juan XV (993). El papa Alejandro
III reservó todas las canonizaciones a la Santa Sede. Los santos canonizados eran inscritos en el
Martirologio. Estos catálogos o listas de santos aprobados se conocían ya desde el siglo IV; el más
célebre era el Martirologio Jeronimiano (450). En el siglo IX se compusieron muchos de estos
catálogos, como el de Wandelberto de Prum, el de Rábano Mauro o el de Adón de Vienne.

Patrick J. Geary: “La devoción a los santos era aceptada tan universalmente, y el culto de
las reliquias era una parte tan natural de la vida humana, que la regulación y limitación de
estos fenómenos no era siquiera considerada, excepto sobre una base ad hoc cuando un
caso de abuso o fraude era tan evidente y tan dañino a la comunidad de los fieles que no
podía ser ignorado. Así los niveles de fuerza e intensidad por los cuales los fieles, laicos y
religiosos, procuraban ganar el favor de los santos se desarrolló naturalmente y se
incrementó en intensidad con la urgencia de los problemas que eran traídos a la
consideración de los santos.”

Las Cruzadas contribuyeron notablemente a aumentar la devoción a los santos. Después de la


caída de Constantinopla en manos de los cruzados (1204), Occidente se inundó de reliquias. Los
papas y los obispos procuraron oponerse en cierta medida a la superstición, al engaño y al tráfico
ilegal de reliquias. Pero en muchos casos supieron aprovechar la oportunidad de lucro y de control
social que las mismas representaban. Las fiestas de algunos santos como Nicolás, María Magdalena,
Lorenzo y Juan Bautista fueron declaradas de precepto, es decir, de observancia obligatoria.
Howard Clark Kee, et al.: “Los santos y sus reliquias, el peregrinaje y la esperanza de una
recompensa celestial encontraron su camino profundamente en la conciencia de los
hombres y mujeres medievales. El cristianismo ofrecía esperanza para la vida venidera y
significado en sus vidas terrenales duras y precarias, tocando virtualmente todos los
elementos de su existencia cotidiana. Desde el nacimiento hasta la muerte, las vidas de los
campesinos giraban en torno de la iglesia de la villa, donde los infantes eran bautizados, las
parejas se casaban, y los afligidos oraban por las almas de sus muertos, que estaban
enterrados en el cementerio de la iglesia.”

_ El culto al Diablo

La figura del Diablo y los demonios es tanto o más frecuente que la de santos y ángeles en el
arte y la literatura medieval. Se creía que el aire estaba plagado de demonios y el Diablo era una
presencia permanente y temible en la vida cotidiana. La diabología y demonología de la temprana
Edad Media estuvo dominada por el monasticismo, que siguió el concepto tradicional del Diablo
desarrollado por los padres del desierto. Más tarde, el surgimiento de las ciudades permitió el
desarrollo de universidades y la comprensión escolástica del Diablo y sus acciones. También durante
la alta Edad Media, la comprensión cristiana de lo diabólico se alimentó de la teología y las creencias
musulmanas sobre el particular. No obstante, a lo largo de todo el período medieval la creencia en
Satanás ocupó un lugar muy importante.

Jeffrey Burton Russell: “El arte y la literatura siguieron, más bien que condujeron, a la
teología del Diablo. No obstante, dramáticamente expandieron y fijaron ciertos puntos en
la tradición. El esfuerzo por crear unidad artística, por hacer el relato uno bueno y el
desarrollo de la trama convincente, llevó a un escenario en ciertas maneras más coherente
que el de los teólogos. El Diablo pasó por varios movimientos de declinación y avivamiento
en la alta y baja Edad Media. El decaimiento de Lucifer en la teología de los siglos XII y XIII
fue balanceado por el crecimiento de una literatura basada sobre preocupaciones seculares
tales como el feudalismo y el amor cortés, y más tarde por el crecimiento del humanismo,
que atribuyó el mal a las motivaciones humanas más que a las maquinaciones de los
demonios.”

A la figura del Diablo y los demonios se agregaba el temor a un sinnúmero de otras criaturas
malvadas, cuyo objetivo era molestar al ser humano, hacerlo sufrir o destruirlo. La mayoría de estas
criaturas diabólicas provenían del folklore pagano, como duendes, gnomos, elfos, enanos, gigantes,
monstruos, ogros y, sobre todos ellos, el Anticristo. El Anticristo era el más importante de todos los
cómplices del Diablo. Su influencia era profunda en todas las cuestiones humanas y se creía que
hacia el fin del mundo vendría en la carne para conducir las fuerzas del mal en una última batalla
desesperada contra el bien. A la lista de ayudantes del Diablo se agregaban herejes, judíos y brujas.

Se consideraba que el Diablo tenía mucho poder y se invocaba su ayuda de múltiples maneras
especialmente haciendo un pacto formal con él. Una vez hecho este pacto era muy difícil deshacerse
del mismo y de sus consecuencias. El compromiso y veneración del Diablo estaba relacionado con
la magia y varias otras prácticas del ocultismo. La mayoría de los practicantes de las artes mágicas
eran curanderos y adivinos. El ejercicio de la magia médica estaba muy generalizado, mediante el
uso de hierbas y animales medicinales. Eran populares los encantamientos mediante el uso de
oraciones, bendiciones e invocaciones. Todo el mundo utilizaba algún tipo de amuleto o talismán
protector, y se creía en el poder de ciertas piedras semipreciosas para curar o proteger del mal. La
adivinación y la brujería se desarrollaron notablemente a lo largo de toda la Edad Media, al igual
que la astrología, la magia astral, la cábala, la necromancia y más tarde la alquimia.

Richard Kieckhefer: “Los misioneros medievales tempranos en su conflicto con la religión


germana y celta pudieron predicar contra la magia. No obstante, al hacer acomodaciones a
la cultura germana y celta permitieron prácticas que según definiciones medievales tardías
serían consideradas como mágicas y quizás demónicas. Sin duda la confusión se incrementó
por la importación más o menos simultánea de diferentes tipos de magia de la cultura árabe.
El arribo de las ciencias ocultas, basadas en la metafísica y la cosmología, prestó una nueva
respetabilidad a la magia no demoníaca, pero a lo largo de la misma ruta de transmisión
cultural vinieron elementos clave de necromancia.”

EL PROBLEMA ECLESIOLÓGICO

_ El papado

La idea del papado comenzó a desarrollarse en Occidente durante el tiempo de las invasiones
germanas (450–750). Para entonces Roma era muy débil, pero el obispo de Roma se consideraba
sucesor del emperador romano. En razón de sus conflictos con el imperio bizantino, el papado buscó
a un rey occidental que resucitara al Imperio en el Oeste y restaurara la unidad política y la fuerza
de los países católicos latinos. Este avivamiento y reconstrucción ocurrió a principios del siglo IX bajo
Carlomagno, y la idea del imperio fue muy significativa en Occidente desde el siglo IX al XIV,
especialmente entre los monarcas germanos.

Ya hemos considerado cómo las divisiones políticas y geográficas del Imperio afectaron la
organización de la Iglesia. El área de la jurisdicción episcopal se transformó en “diócesis,” que había
sido la división administrativa imperial instituida por Diocleciano. De igual modo, las “provincias”
del Imperio pasaron a ser el ámbito administrativo de los arzobispos o metropolitanos, que
adquirieron poder en razón de gobernar sobre las ciudades más importantes del Imperio. Mientras
tanto, en el Imperio Bizantino, los obispos de las ciudades más importantes (Constantinopla,
Alejandría y Antioquía) recibían el título de patriarcas. La ventaja del obispo de Roma, el más
importante en Occidente, fue que no tuvo competidores por el poder y esgrimió argumentos
bíblicos con gran consistencia. Al no tener demasiados conflictos teológicos ni políticos a los que
hacer frente, el obispo de Roma (o Papa) pudo desarrollar mayor poder y prestigio y extender y
afirmar su autoridad (papado). De este modo, el papado fue el continuador de la autoridad imperial
romana y la teoría de una monarquía teocrática encontró en esta institución una vía de expresión.

Quien más hizo por afirmar la idea del papado como institución fue el papa Gregorio I el Grande.
Al tiempo que afirmó la autoridad pastoral de los obispos en la Iglesia, Gregorio era bien consciente
de que el obispo de Roma era más que un mero obispo. Como obispo de Roma, él era sucesor de
Pedro, primado de la Iglesia, y servus servorum Dei, “siervo de los siervos de Dios.” Gregorio expresó
la autoridad del papado en términos de responsabilidad, jerarquía y poder, ya que quien tiene
mayor responsabilidad tiene que gozar de mayor poder. En razón de que el Papa era responsable
delante de Dios por su ministerio como líder de la Iglesia cristiana, demandaba una autoridad
ilimitada en orden a llevar a cabo la obra divina que se le había confiado.

No obstante, una cosa era desarrollar la ideología del papado, y otra muy diferente era afirmar
el liderazgo del papado en Europa occidental, especialmente frente a los poderes seculares. A lo
largo de la alta Edad Media el papado estuvo involucrado en hacer prevalecer su pretensión de
dominio absoluto frente a los monarcas nacionales cuyo poder estaba en ascenso. Para cuando el
papado alcanzó el máximo de su poder temporal y prestigio en el siglo XIII, con el papa Inocencio III,
pasó a ocupar un lugar más en el concierto de otros poderes emergentes, que con el tiempo le
pondrían límites y en definitiva reducirían su impacto en la conducción de la cristiandad europea
occidental. Para fines del período medieval, estaba claro que el papado debía renunciar a toda
ambición de poder mundano y debía reformarse para dedicarse a una tarea más específicamente
religiosa y pastoral.

Inocencio III fue el Papa que sostuvo las pretensiones de autoridad y poder más grandes de todo
el papado medieval. Él no agregó nada nuevo al concepto del papado, pero procuró hacer valer su
convicción sobre la supremacía del papado sobre cualquier otro poder en el mundo.

Kenneth S. Latourette: “[Inocencio III] soñaba con la cristiandad como una comunidad en
la cual el ideal cristiano había de ser realizado bajo la dirección papal. Como sucesor de
Pedro, el Papa—así lo creía Inocencio—tenía autoridad sobre todas las iglesias. Al menos en
una ocasión, además, él declaró que él como Papa era el vicario de aquel de quien se había
afirmado que era el Rey de reyes y Señor de señores. Escribió que Cristo ‘legó a Pedro el
gobierno no sólo de la Iglesia sino también de todo el mundo’. También dijo que Pedro era
el vicario de aquel de quien son la tierra y lo que en ella está, el mundo y los que en él
habitan … Admitía que a los reyes les eran confiadas ciertas funciones por comisión divina,
pero también afirmaba que Dios había ordenado tanto el poder pontifical como el real, lo
mismo que él creó el sol y la luna, y que como ésta recibe su luz de aquél, así el poder real
deriva su dignidad y su esplendor del poder pontifical. Además, como sucesor verdadero de
los grandes papas reformadores, Inocencio insistía en que el poder del gobernante secular
no alcanzaba al clero, sino que el clero había de ser independiente de la ley del Estado y
sujeto tan sólo a la de la Iglesia.”

_ El clericalismo

El surgimiento del clericalismo es anterior al período medieval. El gnosticismo jugó un papel


muy importante en hacer una diferencia entre aquellos que tenían el conocimiento (gnosis) de los
misterios de la religión y el común de la gente que los ignoraba. De este modo, los obispos (pastores)
surgieron como hombres que ostentaban una autoridad religiosa y dogmática, administrativa y
pastoral por encima de cualquier otro creyente. Ellos tenían la responsabilidad de definir el dogma
y ejercer un control absoluto sobre el rebaño. Los presbíteros (sacerdotes) surgieron como
asistentes de los obispos. Los sacerdotes estaban bajo la autoridad del obispo y lo asistían en su
ministerio en la catedral y en las congregaciones locales que dependían de ella y eran parte de su
diócesis. Se creía que la autoridad de los obispos derivaba de su ordenación mediante la sucesión
apostólica, es decir, de Cristo a través de los apóstoles y por sus sucesores legítimos a todos los
obispos. El misterioso poder espiritual de la Iglesia era considerado como emanando de Cristo en
una línea directa hasta el que ocupaba cada sede episcopal.

El desarrollo de la jerarquía eclesiástica fue también alentado por el crecimiento del


sacramentalismo. A través de los ritos misteriosos de los sacramentos el creyente podía obtener
acceso a la gracia salvadora de Dios. Por ser los únicos administradores de los sacramentos, los
sacerdotes adquirieron un gran poder y prestigio, y se consideraba que tenían una relación especial
con Dios. Tan especial era esta relación que parte de su deber era ofrecer el sacrificio de la misa de
manera regular y permanente, incluso estando solos o fuera de la congregación. Esto hizo que los
miembros del clero adquiriesen un estatus social y espiritual superior al de cualquier otra persona
en la sociedad medieval. Esta diferenciación era marcada mediante el uso de vestimentas
especiales, la tonsura del cabello, el celibato y una vida alejada de lo que se consideraba mundano.

No obstante, muchos clérigos y monjes estaban lejos de practicar los ideales de la fe que
profesaban. El voto de castidad era violado permanentemente por la mayoría de los clérigos.
Borracheras, venalidad y simonía eran comunes. Los deberes sacerdotales eran llevados a cabo a la
ligera y sin dedicación. En algunos casos, el clero se involucró en prácticas ocultistas e incluso
satánicas. Los obispos se transformaron en magnates que se ocupaban más de las cuestiones
temporales que de sus deberes espirituales y pastorales. Todo el mundo respetaba el oficio
sacerdotal, pero muchos resistían los abusos del clero y expresaban una actitud anticlerical. El
desarrollo del clericalismo puso en evidencia el contraste entre el ideal del evangelio cristiano y la
corrupción del mismo.

Kenneth S. Latourette: “Los muchos esfuerzos para la reforma del clero y los monasterios
y de la Iglesia como un todo son al mismo tiempo una indicación de una vida religiosa que
no podía permanecer satisfecha con los abusos o con nada menos que la perfección
establecida en los Evangelios, y con los alejamientos patentes y crónicos de ese modelo. La
introducción del cristianismo [al clericalismo] trajo una tensión entre lo ideal y lo real.
Muchos fueron atraídos, pero muchos también estaban contentos con encontrar un estilo
de vida más o menos confortable en las concesiones y otros emolumentos provistos por los
fieles.”

_ El sacerdotalismo

Debido al sacramentalismo y el clericalismo, el sacerdocio (sacerdotium) ocupó una posición


elevada por encina de la posición de otros miembros de la Iglesia. Sólo los sacerdotes podían llevar
a cabo el milagro de la eucaristía (transubstanciación) y darle validez a los demás sacramentos de la
Iglesia. Con la institución de una jerarquía eclesiástica, el sacerdocio de todos los creyentes se perdió
y se creó la noción contraria al Nuevo Testamento del creyente común como laico (es decir,
perteneciente al pueblo). De este modo, el laicado quedó bajo la autoridad de la jerarquía, sujeto a
los sacerdotes y los obispos. Los dones del Espíritu Santo, que en los primeros siglos del testimonio
cristiano habían estado en manos de todos los creyentes, ahora eran privilegio exclusivo de la
jerarquía. Con todos los cinco ministerios bíblicos (predicación, enseñanza, comunión, adoración,
servicio) ocurrió lo mismo. Los laicos quedaron limitados al papel de espectadores de los rituales
sagrados llevados a cabo por los sacerdotes y obispos.

En relación con los sacerdotes y su autoridad para llevar a cabo los misterios sacramentales, se
decía que era su oficio y no la calidad de su conducta la que daba efectividad al milagro sacramental.
Esto era así, se decía, porque el sacerdote no actuaba como ser humano, sino como representante
de Cristo y oficial de la Iglesia. El sacerdote era el único que podía, mediante las palabras y fórmulas
prescritas, hacer que los sacramentos operasen como vehículos de gracia salvadora.

En razón de que la parroquia era la unidad básica de la organización de la Iglesia y que el


sacerdote era el personaje más importante de la comunidad, su prestigio y poder casi no tuvieron
competencia. La edad para acceder a los órdenes mayores era de treinta años para el sacerdocio,
veinticinco para el diaconado y veinte para el subdiaconado. Los sacerdotes que vivían en pueblos
gozaban de una variedad mayor de servicios y oportunidades para su desarrollo. En las iglesias más
grandes, los sacerdotes vivían en una comunidad semimonástica conforme con una regla (canon)
de donde se deriva el nombre de cánones para estos sacerdotes. Estas comunidades sacerdotales
eran llamadas collegia y se designaba a estas iglesias como colegiales. Los cánones estaban
asociados también con las catedrales, en las que servían como asistentes de los obispos. Durante el
siglo XII, los cánones de las catedrales (conocidos colectivamente como el capítulo) llegaron a jugar
un papel decisivo en la selección de nuevos obispos.

Carl A. Volz: “Los sacerdotes que servían en las grandes iglesias urbanas eran sostenidos
mediante legados de tierra que producían renta y que se llamaban prebendas. Algunos
cánones abusaron del sistema en la baja Edad Media cuando se dedicaron a colectar los
derechos de varias prebendas, con cuya renta contrataron a substitutos (vicarios) para
cumplir con sus deberes. Se promulgaron regulaciones que estipulaban que todo sacerdote
debía pasar al menos un tercio de cada año en residencia en su parroquia. El surgimiento
de los pueblos e incluso de las grandes ciudades a comienzos del siglo XII, junto con la
aparición de las universidades, incrementó considerablemente las oportunidades para la
educación y el mejoramiento clerical.”

La separación y distinción marcada por el sacerdotalismo encontró un fuerte elemento definidor


en la práctica del celibato sacerdotal. Con anterioridad a la Edad Media ya se consideraba al celibato
como indicación de santidad, y en consecuencia, como requisito necesario para aspirar al
sacerdocio. No obstante, fue dentro de los círculos monásticos que el celibato fue elevado por
primera vez a un estado obligatorio, y de allí pasó a ser requerido a todo el clero. El celibato romano
era diferente del aprecio bizantino por el matrimonio de su clero. En el Este, sacerdotes y diáconos
continuaban con su vida matrimonial después que eran ordenados. Sólo se obligaba a los obispos a
enviar a sus esposas a monasterios distantes.
_ El sacramentalismo

Es a lo largo de la Edad Media que la práctica y doctrina del Bautismo y de la Eucaristía se


desarrollaron considerablemente con un tinte mágico. Ambos ritos cristianos adquirieron en estos
siglos un marcado carácter sacramental, es decir, se los consideró como sacramentos. El
sacramentalismo es el concepto teológico que considera al sacramento como una forma visible de
la gracia invisible de Dios. Este concepto apareció bien temprano en la historia del cristianismo y
debe mucho de su contenido a formulaciones procedentes del helenismo. No obstante, fue a lo
largo de la Edad Media que el sacramentalismo se afirmó de manera definitiva, especialmente en
relación con el Bautismo y con la Eucaristía.

Durante la alta Edad Media, los sacramentos se organizaron y sistematizaron. Hugo de San
Víctor (1097–1141) consideraba que eran treinta en total, siguiendo el modelo de Agustín. Pero su
contemporáneo Pedro Lombardo, en sus Sentencias produjo una sistematización que consideraba
sólo siete y los distinguía de los sacramentales menores. Sus conclusiones recibieron el sello de
ortodoxia en el Cuarto Concilio Laterano y su sistema fue finalmente confirmado y establecido
teológicamente por Tomás de Aquino en su Suma teológica e impuesto oficialmente por el Concilio
de Florencia (1439). Según Lombardo y Aquino, los sacramentos confieren gracia divina
simplemente al ser ejecutados (ex opere operato). Esto es lo que se conoce como sacramentalismo.

Bautismo. La comprensión del bautismo fue afectada por la controversia entre Agustín de
Hipona y Pelagio. La doctrina del pecado original, que sostenía Agustín, resultó en la comprensión
del bautismo como medio de salvación y fomentó la necesidad de bautizar a los niños para que no
fueran al infierno o al limbo. La alta tasa de mortalidad infantil, característica de los tiempos
medievales, hizo que el bautismo se practicara cada vez más temprano en el recién nacido. Además,
en razón del concepto de cristiandad, el bautismo llegó a ser no sólo el medio de ingreso a la
comunión en la Iglesia sino también a la sociedad cristiana (Estado).

A partir de Gregorio I comenzó a practicarse una sola inmersión del catecúmeno (hasta entonces
se lo sumergía tres veces, desnudo). La aspersión para entonces era bastante común y se la
consideraba como equivalente a la inmersión. De todos modos, el bautismo era considerado como
un rito de purificación en el que todos los pecados previos eran lavados y la persona comenzaba la
vida eterna. Sólo el martirio podía ser un substituto válido para el bautismo. Generalmente, los
bautizados eran adultos, pero el bautismo de infantes ya estaba bien difundido a comienzos de la
Edad Media y llegó a ser la práctica universal durante estos siglos.

Carl A. Volz: “El Bautismo ocupó un lugar a la cabeza de los sacramentos porque era por él
que se hacían nuevos cristianos. Si bien en la iglesia primitiva el número de bautismos de
adultos era grande, para el año 1200 la mayor parte de los adultos ya había entrado a la
Iglesia, y los bautismos eran primariamente de niños. Bajo Carlomagno el gran bautisterio
para adultos dio lugar a una fuente más pequeña, y la inmersión fue reemplazada por la
aspersión, pero los infantes siguieron siendo sumergidos en grandes fuentes hasta el siglo
XVI. El rito era acompañado del uso de símbolos—agua, vela, vestidura blanca, sal y aceite.
En una edad posterior el niño recibía la Confirmación, que era una afirmación del Bautismo.”
Hacia fines del período medieval comenzó a desarrollarse la idea de que con el bautismo el alma
quedaba sellada con un “sello” indeleble, con lo cual no era necesario repetirlo. Lo mismo se
afirmaba de los sacramentos de la confirmación y de la ordenación. Esto era una conclusión lógica
a partir del concepto agustino de que el bautismo de los donatistas era válido, y por lo tanto no era
necesario repetirlo aun cuando los herejes donatistas se arrepintieran y reconciliaran con la Iglesia
Católica.

Eucaristía. La celebración de la Eucaristía o Santa Comunión, acompañada de ciertas oraciones,


continuó siendo a lo largo de la Edad Media el clímax de la adoración cristiana, tanto en Oriente
como en Occidente. En estos siglos se confirmó la comprensión sacramental de la Eucaristía en
Occidente, al afirmarse la presencia real de Cristo en los elementos, su transformación substancial
(transubstanciación) y su carácter como renovación del sacrificio expiatorio. Como vimos más
arriba, en el siglo IX, Ratramno fue uno de los últimos escritores en describir los elementos de la
Eucaristía como “símbolos,” pero su libro fue condenado en 1050. Él se oponía a Pascasio Radberto
que asumió la posición realista, que afirmaba una presencia real de Cristo en los elementos
eucarísticos y anticipaba la idea de la transubstanciación de los mismos. Así, pues, alrededor del año
1000, ya estaba bien generalizada la idea de que en la Eucaristía el signo es lo mismo que aquello
que significa o señala (posición realista). Finalmente, el Cuarto Concilio Laterano (1215) afirmó la
idea de la transubstanciación y enseñó que la sustancia del pan y del vino es cambiada en el cuerpo
y en la sangre reales de Cristo.

Aquino defendió la transubstanciación usando categorías aristotélicas, lo cual dio lugar a nuevos
énfasis y prácticas. La eucaristía se transformó en el rito máximo del culto y hubo un aumento de
devociones fuera de la liturgia. Entre estas devociones secundarias una de las más populares fue la
fiesta del Corpus Christi (cuerpo de Cristo), en la que se veneraba a la hostia consagrada. Los laicos
quedaron excluidos de la participación del vino, para evitar que derramaran el vino
transubstanciado en la sangre de Cristo. También empezaron a celebrarse misas (sacrificios
eucarísticos) por los muertos y misas privadas.

En Oriente, ya desde el siglo IV se sostenía que Cristo se hacía presente en los elementos
sacramentales durante la oración conocida como la Invocación. Se oraba para que el Espíritu Santo
descendiera y efectuara el cambio de los elementos consagrados. En Occidente se creía que la
consagración de los elementos ocurría cuando se pronunciaban las palabras de Jesús: “esto es mi
cuerpo … éste es el nuevo pacto en mi sangre.” En Oriente la acción consagratoria era la epiklesis u
oración invocando al Espíritu Santo. Esta oración central era recitada como un susurro por el
sacerdote, lo cual acentuaba el misterio del acto pero también alienaba a la gente de la participación
en el mismo.

La presencia real de Cristo hacía de la Cena tanto un sacrificio como un acto de comunión. En
Oriente se enfatizaba el aspecto de la comunión según la cual la Cena era un misterio vivificador,
por el cual el participante recibía el cuerpo y la sangre transformadores del Señor, y de ese modo
participaba de la naturaleza divina. En Occidente, donde se afirmaba que la salvación venía a través
de una correcta relación con Dios a través de un sacrificio, se concebía a la Eucaristía como un drama
en el que el sacerdote, detrás de un velo, ofrecía un sacrificio a Dios y apelaba a él para que se
mostrara misericordioso hacia aquellos por quienes se ofrecía tal sacrificio.

Hubo controversias entre el Este y el Oeste en cuanto a la práctica de la Eucaristía. En Occidente


se generalizó la práctica de usar pan sin levadura (azymes) y desde el siglo VIII en adelante se usaron
hostias para la comunión. En Oriente, por el contrario, se utilizó pan común. El Cuarto Concilio
Laterano (1215) estipuló que todos los cristianos debían comulgar por lo menos una vez al año, y
especialmente para Pascua. Para los siglos XI y XII la misa era exclusivamente una ceremonia
sacerdotal en la que las personas participaban como espectadores pasivos. Además, al ser llevada a
cabo en latín y con el sacerdote de espaldas a la congregación, era ininteligible para la mayor parte
de las personas.

EL PROBLEMA MISIONOLÓGICO

_ Misión y monasticismo

A diferencia de sus antecesores orientales, los monjes occidentales no sólo se dedicaron a la


vida contemplativa y de separación del mundo, sino que se transformaron en la fuerza misionera
más importante, especialmente durante la temprana Edad Media. Desde el siglo VI en adelante, la
mayoría de los misioneros de la Iglesia Romana y de la Iglesia Griega eran hombres y mujeres que
habían hecho votos monásticos. Entre los primeros, los monjes irlandeses ocuparon un lugar muy
particular. Eran hombres de un buen nivel de educación y de gran celo religioso, que orientaron su
vocación hacia la tarea misionera y fueron así pioneros en la conversión de los paganos anglosajones
y en sus intentos por reformar la Iglesia en Galia. La estructura no jerárquica de sus monasterios,
donde el abad no tenía autoridad sobre los monjes, sino que éstos eran libres para ir y venir como
les parecía bien, favoreció el desarrollo de sus aventuras misioneras. Norman E. Cantor señala,
además, que “los misioneros celtas que comenzaron la conversión del norte de Inglaterra a fines del
siglo VI y principios del VII trajeron con ellos su profunda erudición, y las escuelas anglo-sajonas de
los siglos VII y VIII se debieron en parte a las contribuciones de la erudición irlandesa.”

En el caso de los benedictinos, con el tiempo se tornaron más elitistas y sus cuadros estuvieron
integrados mayormente por personas pertenecientes a la nobleza. No obstante, si bien la mayoría
de los monjes permaneció en sus monasterios y sujetos a sus votos, en el siglo VIII los monjes
benedictinos más capaces dejaron con frecuencia sus comunidades para dedicarse a la obra
misionera. De este modo, el monasticismo de Benito de Nursia, que había sido pensado como una
forma de huir del mundo civilizado para dedicarse a una vida contemplativa, se transformó en la
temprana Edad Media no sólo en una parte integral de la sociedad sino también en una fuerza
salvadora de primera importancia en la civilización caótica que siguió a las invasiones germanas.

Fue especialmente en el continente europeo que los monjes jugaron un papel importante en la
conversión de numerosos pueblos paganos. A fines de la última década del siglo VII, monjes
anglosajones comenzaron a misionar entre los frisios paganos de los Países Bajos. Muy pronto estos
misioneros tomaron contacto con los carolingios, la nueva familia dominante en Francia. Bajo la
dirección de Pipino el Breve, se transformaron en la vanguardia de la expansión de los francos al
norte del río Rin.

Norman E. Cantor: “La actitud de simpatía de los carolingios hacia los misioneros anglo-
sajones estuvo motivada por su deseo de aparecer como amigos de la Iglesia, cuyo apoyo
moral podía ser especialmente útil en vista de su propio dudoso derecho legal a dominar la
monarquía francesa, y en razón de que creían que la cristianización de las tribus germánicas
de la frontera haría más fácil su absorción efectiva a la monarquía franca.”

En este proceso, algunos misioneros, como Bonifacio, jugaron un papel fundamental, ya que
fueron los gestores de la primera Europa. Bonifacio no sólo fue el apóstol de Alemania, sino también
el reformador de la Iglesia franca y el principal gestor de la alianza entre el papado y la dinastía
carolingia. Sus labores misioneras en Alemania fueron de gran trascendencia, ya que colocó bajo la
civilización cristiana latina a un amplio territorio de Europa occidental y echó los cimientos de la
Iglesia alemana, que ya en el siglo X se destacó por la intensa calidad de su religiosidad. El profundo
espíritu misionero de los monjes anglosajones de la temprana Edad Media está bien ilustrado por
una carta que Bonifacio dirigió a todos los obispos y clero de la Iglesia en Inglaterra, solicitando su
asistencia en la labor misionera que estaba llevando a cabo.

Bonifacio: “Humildemente les rogamos … que la palabra de Dios pueda avanzar y ser
glorificada. Les encarecemos que estén alertas en la oración para que Dios … pueda volver
los corazones de los sajones paganos a la fe católica … y reunirlos entre los hijos de la Madre
Iglesia. Tengan compasión por ellos, porque ellos mismos están diciendo ahora: ‘Todos
nosotros somos de una sola sangre y hueso con ustedes.’ … Además, que sea notorio a
ustedes que al hacer esta apelación cuento con la aprobación, la conformidad y la bendición
de dos pontífices de la Sede Apostólica.”

Las labores misioneras de estos monjes benedictinos y sus esfuerzos por cristianizar el occidente
europeo pusieron en movimiento un complejo de ideas e instituciones que llegaron a configurar la
civilización de la primera Europa. Por cierto que este mundo de tensiones, ambigüedades, logros y
desengaños estaba bastante más allá de los ideales puros y simples y de las expectativas
misionológicas de los misioneros anglo-sajones.

_ Misión y expansionismo

Una constante de los grandes emprendimientos misioneros de todos los tiempos es que los
misioneros acompañan a los ejércitos y mercaderes de los poderes dominantes, en el proceso de su
expansión territorial. En la historia del cristianismo, la expansión del poder carolingio durante el
siglo IX fue clave para determinar el éxito de la empresa misionera en Europa occidental. En la
conversión de los pueblos paganos al norte del río Rin dos factores se asociaron de manera estrecha:
el celo misionero de los monjes anglo-sajones y la fuerza militar de la dinastía carolingia.

Evangelización belicosa. Durante el período carolingio, la expansión del cristianismo estuvo


ligada directamente a la expansión territorial de los francos. Esto se vio claramente en la
evangelización del norte de Europa y especialmente de Europa central. Los francos querían crear
una estructura social y cultural que fuese cristiana por definición. El resultado de tremenda empresa
fue un maravilloso sentido de unidad y coherencia bajo el signo de la cruz. Esto le dio a Europa
occidental un gran dinamismo cultural, pero implicó cierto grado de intolerancia doctrinaria,
litúrgica, y en el fondo cultural y social, lo cual no hizo posible el desarrollo de una Iglesia
auténticamente ecuménica. Por lo menos, una Iglesia que combinara lo mejor de las tradiciones
cristianas de Oriente y de Occidente.

Paul Johnson: “Se obtuvo la unidad profunda a expensas de la unidad amplia. La


penetración cristiana en todos los aspectos de la vida de Occidente significó la creación de
una estructura eclesiástica muy organizada, disciplinada y particularista, que no podía
permitirse la concertación de un compromiso con los desvíos orientales. Más aún, el sesgo
imperioso de la Iglesia carolingia poco a poco tiñó las actitudes del papado y rigió a la
postura romana mucho después de que el propio Imperio carolingio desapareciera. Durante
los siglos X y XI Roma utilizó, en sus enfrentamientos con Constantinopla, argumentos que
habían sido concebidos por la corte franca en los siglos VIII y IX, y a los que en ese momento
aquélla se había opuesto, o bien había intentado moderar.”

La importancia de la violencia como método misionológico fue un rasgo especialmente


acentuado en Occidente. Los cristianos orientales tendieron a seguir las enseñanzas de Basilio de
Cesarea, para quien la guerra era una práctica vergonzosa. Ésta había sido la actitud de la tradición
cristiana original. Pero en Occidente se siguieron las enseñanzas de Agustín de Hipona, para quien
la guerra era “justa” si era la voluntad de Dios. De allí que cuando Urbano II predicara la primera
Cruzada lo hizo al grito de: “¡Dios lo quiere!” Por otro lado, el uso de la fuerza era meritorio cuando
se lo orientaba contra los que afirmaban o sostenían otras creencias religiosas o ninguna. Las
Cruzadas se transformaron así, probablemente, en la empresa más monumental de evangelización
belicosa emprendida por la cristiandad occidental.

Cuatro factores confluyeron en el desarrollo de las Cruzadas militares. El primero fue el


desarrollo de la Reconquista española, que estuvo cargada de un profundo contenido espiritual y
de fanatismo religioso. El segundo fue el temple violento de los pueblos germánicos, especialmente
los francos y más tarde los anglosajones, siempre afectos al uso de las armas. El tercero fue el peso
de la tradición histórica, ya que los francos, desde los días de Carlomagno, habían asumido el
derecho y el deber de proteger los lugares santos de Jerusalén y a los peregrinos occidentales que
los visitaban. Y, el cuarto fue la idea de unir la expansión territorial a expensas de los infieles con la
práctica de la peregrinación religiosa masiva y armada a Tierra Santa.

Paul Johnson: “La idea de que Europa era una entidad cristiana, que había adquirido ciertos
derechos inherentes sobre el resto del mundo a causa de su fe y de su deber de extenderla,
armonizaba perfectamente con la necesidad de hallar una salida tanto a su afición a la
violencia como al exceso de su población.… Por consiguiente, las Cruzadas fueron hasta
cierto punto un extraño episodio a medio camino entre los movimientos tribales de los
siglos IV y V y la migración transatlántica masiva de los pobres en el siglo XIX.”
No obstante, las Cruzadas fueron un derroche de violencia, pero misionológicamente fueron
nulas. Los cristianos occidentales gobernaron a la población conquistada como una elite colonialista.
No se realizó ningún esfuerzo por convertir a los musulmanes y los ataques contra Constantinopla
debilitaron radicalmente a la cristiandad bizantina. Sin embargo, el espíritu de cruzada caracterizó
la mayor parte de los esfuerzos evangelísticos y misioneros de la alta y baja Edad Media. En muchos
casos, no se podía entender de qué otra manera podía predicarse el evangelio que no fuese a punta
de espada. Las excepciones a esta estrategia bélica fueron Francisco de Asís y Raimundo Lulio, en
sus intentos por llegar a los musulmanes con el evangelio.

Paul Johnson: “Un aspecto que seguramente debe parecer extraño al historiador es que ni
la cristiandad occidental ni la oriental crearon órdenes misioneras. Hasta el siglo XVI el
entusiasmo cristiano, que adoptó tantas otras formas, nunca se orientó institucionalmente
por este canal. La cristiandad continuó siendo una religión universalista. Pero su espíritu
propagandístico se expresó durante la Edad Media en distintas formas de violencia. Las
cruzadas no fueron iniciativas misioneras sino guerras de conquista y experimentos
primitivos de colonización; las únicas instituciones cristianas específicas que ellas
originaron, las tres órdenes caballerescas, fueron cuerpos militares.”

Evangelización urbana. La decadencia del feudalismo y el restablecimiento del poder real


significaron un cambio en la comprensión de la misión cristiana. El régimen feudal había provocado
la desintegración política y territorial de Europa en pequeños Estados, gobernados por señores
representantes de la nobleza. Pero a fines del siglo XIII, el feudalismo comenzó a declinar en Francia
e Italia y si bien el sistema se prolongó por más tiempo en Alemania e Inglaterra, hacia el año 1500
ya se había extinguido totalmente en Europa occidental.

CUADRO 13 - CAUSAS DE LA DECADENCIA DEL FEUDALISMO

1. Desarrollo económico: desde el siglo XI creó nuevas oportunidades de trabajo y permitió a


muchos siervos y campesinos comprar su libertad.

2. Nuevas tierras: el crecimiento de la agricultura demandó de nuevas tierras, lo que llevó a la tala
de bosques y el drenaje de pantanos, trabajos emprendidos por los campesinos, que lo hicieron
a cambio de su libertad.

3. Peste Negra: diezmó las poblaciones y esto valorizó la mano de obra.

4. Ejércitos profesionales: muchos siervos se incorporaron a ellos como soldados mercenarios y


esto debilitó el prestigio de la caballería.
5. Guerra de los Cien Años: originó períodos de caos y precipitó la caída del feudalismo.

La decadencia del feudalismo y el surgimiento de una burguesía urbana favorecieron la


progresiva consolidación del poder real y el surgimiento del concepto de Estado o Nación. Los
burgueses de las ciudades enfrentados con la nobleza, apoyaron militar y económicamente a los
reyes con el propósito de asegurar el orden y la unificación política y territorial. La nobleza perdió
sus privilegios mientras la monarquía consolidaba su poder y carácter absolutista.

Ya para fines del siglo XI, el relativo aumento de la seguridad social y de la demografía,
incrementó la construcción de núcleos urbanos. Cuando desapareció el peligro de los ataques de
húngaros y de normandos, y también cesaron las guerras entre los señores feudales, los habitantes
de los lugares fortificados, en razón del aumento de la población, abandonaron esos recintos muy
estrechos y se dirigieron a las ciudades, que fueron reconstruidas y repobladas. La relativa
prosperidad de la agricultura, con nuevos cultivos como el del arroz; el progreso de las artesanías,
con la agrupación de los patrones y los obreros en gremios; y, el resurgimiento del comercio
marítimo, como resultado de las Cruzadas, provocaron un inusitado desarrollo urbano. En las
proximidades de los castillos y de los monasterios, en los cruces de caminos comerciales o en los
puertos de mar, se agrupó la población, constituyendo las villas; en las afueras de las arruinadas
ciudades antiguas se formaron barrios o burgos y se construyeron nuevas murallas y defensas. A los
habitantes de estos núcleos urbanos fortificados, generalmente comerciantes, artesanos y gente
que no se dedicaba a trabajos manuales, se les llamó burgueses.

Las villas y los burgos dependían al formarse de un señor feudal, pero pronto se fueron
emancipando al comprar sus libertades o conquistándoles por la fuerza. Los reyes, por su parte,
favorecieron este movimiento de emancipación de la clase media o burguesía, en su lucha por abatir
la nobleza feudal, siempre peligrosa para la autoridad regia. Así, ayudadas por los reyes, las ciudades
se convirtieron en municipios y organizaron su propia administración, de la que se encargaba una
asamblea de vecinos que formaban el concejo o ayuntamiento, presidido por un magistrado llamado
alcalde o síndico. Según los lugares, hubo municipios libres o autónomos y otros aforados o francos,
cuya carta o fuero limitaba los derechos del señor, de quien en parte dependían.

Los comerciantes y artesanos urbanos organizaron su trabajo tomando como base la asociación
obligatoria. Patrones y obreros se agrupaban en corporaciones o gremios, que eran entidades de
carácter religioso-profesional. Cada oficio poseía su corporación y ningún artesano podía trabajar
sin hallarse inscrito en la asociación respectiva. En su aspecto religioso, las corporaciones eran
verdaderas cofradías, pues poseían asesores eclesiásticos, y se hallaban bajo la advocación de un
santo o “patrono” espiritual. En el día destinado a honrar al divino protector, se realizaban solemnes
fiestas patronales. Éstas consistían en desfiles y procesiones, encabezadas por los estandartes del
gremio y la imagen del santo tutelar.
En este contexto urbano, los paladines de la evangelización fueron los frailes dominicos y
franciscanos, a lo largo del siglo XIII. Su ministerio evangelizador fue típicamente urbano y apeló
notablemente a las nuevas clases sociales, que veían en su estilo de vida sencillo y sus ideas
renovadoras un contraste notable con la corrupción del clero secular y regular. Muy pronto
obtuvieron facultades sacerdotales, lo que les permitió escuchar confesión y administrar los
sacramentos, y transformarse en dinámicos competidores de los sacerdotes parroquiales y del clero
de la catedral. La metodología evangelizadora que utilizaron fue típicamente urbana y respondió
adecuadamente a las expectativas de la mayoría de los laicos, que estaban desencantados con la
Iglesia institucional. Con el correr del tiempo, los frailes fueron absorbidos por los ideales urbanos,
adquirieron propiedades en las ciudades y se inclinaron al estudio de la filosofía y de la ciencia. En
el último cuarto del siglo XIII, profesores franciscanos dominaban la Universidad de Oxford mientras
que sus pares dominicos hacían lo propio en París.

_ Misión y sincretismo

Con el ingreso masivo de los bárbaros al ámbito del Imperio Romano se inició un proceso de
sincretismo religioso de gran envergadura. Este proceso se modeló con el aporte de dos fuentes
principales: la tradición pagana, que nunca había desaparecido del todo, y la tradición germánica,
que de algún modo perduró al no haber habido una adecuada evangelización sino una mera
cristianización superficial. Sobre este sustrato fundamental, durante la temprana Edad Media, en la
Europa germanizada hubo una profunda penetración de los elementos culturales orientales, que
dejarían su rastro a lo largo de todo el medioevo. La Iglesia cristianizó y dio expresión a todas estas
influencias a través de sus creencias y ritos.

Además, si bien nunca se abandonó un cierto sentido de naturalismo frente a una naturaleza
que se presentaba misteriosa y desconocida, predominó el acercamiento fantástico y mágico a la
realidad. La doctrina y la práctica cristianas durante la Edad Media se construyeron con estas
concepciones combinadas de mundo y trasmundo, lo cual terminó en diversas manifestaciones de
sincretismo. Las supersticiones populares y el sincretismo religioso afectaron notablemente el
carácter y la estrategia misionera.

José Luis Romero: “El afán de introducir a los pueblos paganos dentro del ámbito de la
iglesia movía a utilizar—fuera de la coacción, usada muchas veces—procedimientos
catequísticos que, siendo sin duda muy hábiles, conducían a resultados inmediatos muy
diversos de los esperados. La superposición de las fiestas cristianas sobre antiguas y
tradicionales fiestas paganas, la asimilación de los milagros a los viejos prodigios, la
explicación grosera de ciertas ideas abstractas inaccesibles, todo ello debía contribuir a
perpetuar cierta concepción naturalística por debajo de una aparente adhesión a la
concepción cristiana. El signo de esa perpetuación fue la multitud de supersticiones que la
Iglesia creyó necesario combatir y el peligroso culto a las imágenes, en el que desembocaba
cada cierto tiempo el antiguo politeísmo. En los campos sobre todo, las supersticiones se
manifestaban vigorosas, y constituía toda una preocupación de la Iglesia el combatirlas.”
El proceso de sincretismo continuó a lo largo de toda la Edad Media. El legado del paganismo
teutónico, celta e incluso grecorromano no desapareció nunca. De una u otra manera es posible
detectar sus raíces en la enorme difusión de la magia, la profusión de lo milagroso, la veneración de
las reliquias y el culto a los santos. Con las Cruzadas, el proceso de sincretismo religioso alcanzó
niveles asombrosos. Los cruzados trajeron de Oriente todo tipo de ideas y objetos, creencias y
prácticas, que fueron reciclados en Occidente dando lugar a las más diversas manifestaciones de
religiosidad popular.

Paul Johnson: “… es indudable que los cruzados que retornaban traían consigo la herejía. El
dualismo de los bogomilos de los Balcanes, que tenían vínculos que se remontaban a los
gnósticos, llegó a Italia y la Renania a principios del siglo XII y de ahí se extendió a Francia.
Una vez que los viajes de larga distancia se convirtieron en hechos rutinarios, fue inevitable
que se difundiesen diferentes herejías, y las cruzadas suministraron medios de
comunicación precisamente al tipo de gente que tomaba en serio las ideas religiosas y que
emocionalmente era propensa a adoptar posturas heréticas.”

A su vez, en Europa occidental la antigüedad grecorromana continuó manifestándose


especialmente en las formas plásticas y arquitectónicas. La literatura clásica fue estudiada en las
universidades bajo la aprobación y protección de la Iglesia. Los poetas latinos paganos eran
altamente estimados y tenidos como autoridades en materia moral y espiritual. De hecho, Dante
era un gran admirador de Virgilio y varios papas renacentistas se ocuparon más por resucitar la
antigüedad grecorromana que por resucitar a la Iglesia que en sus días estaba moribunda.

En la alta Edad Media se dio una forma sofisticada de sincretismo con el impacto que la filosofía
griega pagana tuvo sobre la formulación del pensamiento cristiano escolástico. Las obras de Platón
y los escritos de Dionisio el Areopagita, un autor cristiano neoplatónico, influyeron notablemente
sobre los místicos y pensadores medievales. El avivamiento de los estudios de Aristóteles y de
Averroes, su intérprete árabe, durante los siglos XII y XIII marcó profundamente la formulación
dogmática de la fe cristiana. El islamismo tuvo también su influencia notable en la formulación del
pensamiento cristiano. En buena medida, el escepticismo materialista de muchos pensadores
cristianos del siglo XIII resultó de su estudio de la filosofía musulmana. Filósofos como Avicena (979–
1037) y Averroes (1126–1198) fueron estudiados por los escolásticos cristianos y afectados por su
pensamiento aristotélico. En un grado menor, los judíos, que estaban esparcidos por toda Europa,
también ejercieron su influencia sobre la cosmovisión cristiana, especialmente a través de los
escritos de Maimónides (1135–1204), destacado seguidor de la filosofía de Aristóteles.

EL PROBLEMA APOLOGÉTICO

_ Las herejías

Uno de los problemas que más agobió a la Iglesia en Occidente durante la alta Edad Media fue
el problema de la herejía. Al finalizar el siglo XII, la Iglesia debió hacer frente a diversos movimientos
de disidencia y renovación, e incluso grupos heréticos, que representaban una reacción contra el
estado calamitoso del clero y los abusos del papado. Algunos de estos movimientos procuraban la
recuperación de un cristianismo más bíblico y semejante al de los primeros siglos. Los más
importantes de estos movimientos fueron los encabezados por los albigenses o cátaros y los
valdenses.

Rodolfo Puiggrós: “Como la teología abarcaba entonces en profundidad y extensión toda la


superestructura del feudalismo y lo consideraba un régimen estático sin tolerar
competencias ni críticas, a cualquier movimiento revolucionario se le colgaba el sambenito
de hereje. Oponerse al orden social establecido equivalía a oponerse a la Iglesia. Es cierto
que las querellas entre el trono y el altar o las rivalidades entre los señores parecían agitar
nada más que la superficie del régimen sin modificarlo, pero aun así provenían de la
ebullición de factores internos, cuya acción se prolongó en el curso de la Edad Media, a
través de un sordo y constante descontento que estallaba convulsiva y esporádicamente sin
desprenderse de su cobertura religiosa e hizo crisis a fines del siglo XII.”

El fin de la cultura de la alta Edad Media se vio marcado por una profunda percepción de la crisis
del orden tradicional. Las certidumbres que se habían logrado en este período comenzaron a hacer
agua y el naturalismo encontró vías de desarrollo. No obstante, hubo una exaltación del sentimiento
religioso, que tendió a apartar a muchos de las vías cada vez más racionales que adoptaba la teología
oficial. Como indica José Luis Romero: “En el campo de las creencias populares, aparecieron
numerosas herejías cuyo signo era el retorno a la verdad simple y pura del evangelio, con
prescindencia de todo el vasto aparato de saber intelectual que la escolástica había construido, y
con prescindencia también del vasto aparato de poder que la Iglesia significaba y que había
adquirido una desmesurada importancia a lo largo del duelo sostenido por el papado y el imperio.”

Movimientos. Los cátaros (puros) representaron la herejía más difundida de todas las herejías
medievales. El nombre de cátaros se utilizó por primera vez en el Concilio de Tours (1163). También
recibieron el nombre de albigenses. Este nombre se debió a que la primera diócesis cátara se
constituyó en la ciudad de Albi, en el sur de Francia. Los cátaros predicaban la abstinencia de todo
lo que suponían impuro, como una reacción a la laxitud moral del clero, especialmente los monjes.
La doctrina de los cátaros tenía cierta inspiración oriental ya que admitía la existencia de dos
principios: el bien y el mal. Al primero pertenecía el alma y al segundo el cuerpo. Para defender el
alma, creada por Dios, era preciso destruir el cuerpo, símbolo de impureza. En base a esto, algunos
cátaros recomendaban el suicidio y condenaban el matrimonio. Los cátaros creían en la
trasmigración del alma, la que luego de abandonar el cuerpo solía pasar al de un animal. Por eso se
abstenían de matar animales y no consumían carne, ni leche ni huevos. No admitían más
sacramentos que la penitencia y el bautismo.

Estos movimientos de alguna manera estaban relacionados con los bogomilas (amigos de Dios)
de Bulgaria y Siria. Éstos fueron conocidos con distintos nombres por toda Europa: umiliatos
(humillados) en Italia, ketzer (herejes) en Alemania, strigolniki (pelos cortos) en Rusia. La confusión
acerca de los nombres revela cierta confusión respecto a las ideas, pero en esencia todas estas
herejías eran iguales. Apuntaban a reemplazar al clero corrupto por una elite perfecta. Repudiaban
a la Iglesia institucional y querían restaurar un cristianismo similar al del Nuevo Testamento. Algunos
de ellos no reconocían otra autoridad que la que recibían directamente del Espíritu, y rechazaban a
la Iglesia, la Biblia y la encarnación de Cristo, y eran marcadamente dualistas o maniqueos.

Los valdenses, también llamados “pobres de Lión,” tuvieron como inspirador como vimos a
Pedro Valdo, un rico comerciante de esa ciudad, que orientó su ministerio a partir de una actitud
ascética y repartió sus bienes entre los pobres. Valdo adquirió notoriedad por su predicación pública
del evangelio y su rechazo del ministerio sacerdotal, afirmando que no hacía falta ninguna
mediación humana o institucional para obtener la salvación. También rechazó la eucaristía y
prohibió el culto a los santos como idolatría.

El primer canon del Cuarto Concilio Laterano (1215) contenía un credo formulado
cuidadosamente para expresar las diferencias que existían entre el cristianismo latino y las creencias
de los valdenses y albigenses. El Concilio condenó a estas herejías y ordenó el castigo de todos los
herejes que no se arrepintieran. Esto mostró la nueva importancia del problema de la herejía a
comienzos del siglo XIII. Por primera vez desde la supresión del arrianismo, la fe ortodoxa se
confrontaba con un serio rival en Occidente. Había habido herejías menores en la temprana Edad
Media e incluso más tarde, pero generalmente fueron el resultado de pequeñas controversias
teológicas y más tarde de argumentos escolásticos, y en la mayor parte de los casos casi no habían
encontrado apoyo popular. Incluso un maestro tan bien conocido como Abelardo no había causado
un peligro real para la Iglesia cuando cayó en herejía (según se lo acusaba). Una vez que sus errores
fueron expuestos, él y sus seguidores renunciaron a ellos uno por uno y el problema se terminó.
Pero las nuevas herejías de fines del siglo XII eran populares, no académicas; los herejes contaban
con el apoyo de miles de personas fuera del clero, y no podían ser eliminados simplemente usando
argumentos teológicos. La Iglesia tenía que encontrar métodos nuevos para combatir la herejía y se
tomó algún tiempo para hacerlo.

Bajo el pontificado de Inocencio III, la Iglesia reprimió con mano dura a los movimientos
heréticos, y para ello utilizó distintos recursos que variaron desde la prédica hasta la excomunión.
Como los herejes y disidentes persistieron en su actitud, el Papa organizó una Cruzada que reunió
gran número de señores franceses y alemanes. Al mando del conde Simón de Montfort (m. 1218),
la campaña duró unos veinte años (1209–1229) y se caracterizó por su extremada violencia y
crueldad. Los albigenses, al mando del conde de Tolosa y el rey Pedro II de Aragón (m. 1213), fueron
derrotados en la batalla de Muret, en el sur de Francia (1213). La sangrienta lucha prosiguió por
algunos años y terminó con el triunfo de los cruzados, que lograron exterminar a los herejes.

A estos casos de disidencia y herejía habría que agregar las numerosas desviaciones dogmáticas,
condenadas por concilios y papas, pero limitadas a los círculos eclesiásticos intelectualizados.
Berengario de Tours desconocía la presencia real de Cristo en la eucaristía. Amalarico de Géne (m.
1206), teólogo de París que lo divinizaba todo, proclamó el amor libre, llamaba Anticristo al Papa y
anunciaba el comienzo del reinado del Espíritu Santo. El calabrés Joaquín de Fiore (1145–1202),
profeta del evangelio eterno, del cual la Biblia no era más que un antecedente, y de la era del amor
con nuevos apóstoles, los fraticelli, constructores de la ciudad perfecta, logró una audiencia
importante.

A fines de la Edad Media se destaca la figura de Jerónimo Savonarola (1452–1498), un dominico


de Florencia, y su lucha contra la corrupción de la Curia romana bajo el reinado de Alejandro VI.
Savonarola fue un fogoso y popular predicador, que empezó a conmover a sus auditorios
anunciando el inminente juicio de Dios, y llamando a sus oyentes al arrepentimiento y a una vida
ascética. Según él, la Iglesia sería renovada después de un período de aflicción, los incrédulos se
convertirían y el evangelio triunfaría sobre la tierra. Bajo su liderazgo, la ciudad de Florencia se vio
conmovida por un auténtico avivamiento espiritual. Pero esto le valió la enemistad del papa
Alejandro VI, quien le prohibió continuar con su predicación. Savonarola no sólo retomó la
predicación pública, sino que denunció valientemente los males de la Iglesia y del papado. En 1497,
el Papa lo excomulgó y más tarde amenazó a Florencia con el interdicto. Esto comenzó a colocar a
la opinión popular en su contra, hasta que un franciscano lo acusó públicamente de herejía.
Finalmente, el gobierno de la ciudad arrestó a Savonarola y lo juzgó bajo tortura, y terminó por
condenarlo, ahorcarlo y quemar su cuerpo en 1498, según directivas de Alejandro VI.

Motivos. La razón principal del debilitamiento del control de la fe ortodoxa sobre el pueblo era
el disgusto de la gente con la conducta del clero. No es que los eclesiásticos de fines del siglo XII
eran más inmorales que sus predecesores—por el contrario, su carácter había mejorado
notablemente—sino que los laicos estaban estableciendo una pauta mucho más alta para ellos. Ya
no era suficiente que un clérigo se abstuviese del pecado abierto; debía también llevar una vida de
piedad activa. La gente en las ciudades quería más instrucción religiosa; no estaban satisfechos con
cultos sin sermones, o con sermones recitados de un libro. Los laicos se rehusaban a reverenciar a
prelados y sacerdotes que vivían en lujo y que gastaban más tiempo en administrar sus propiedades
que el que invertían en cumplir con sus deberes religiosos. Se acusaba a la Iglesia de preocuparse
más por el aumento de su ingreso que por el aumento del pecado, por exprimir el diezmo a los
pobres que por darles caridad, por promover a clérigos corruptos al obispado que por promover a
los verdaderos santos. La gente quería que el clero dedicara su tiempo a predicar en lugar de
administrar, y reclamaban que el dinero que tenían fuese utilizado en ayudar a los pobres y no en
una vida cómoda para ellos.

Rodolfo Puiggrós: “Las herejías procedían, en general, de las clases oprimidas y atacaban
sin tapujos al orden social establecido, desde dos puntos de vista antitéticos, que solían
confundirse en uno solo, siendo difícil diferenciar el prevaleciente: a) para destruir el
feudalismo y crear algo confusamente entrevisto, cuyas bases materiales de desarrollo
comenzaban a apuntar, y b) para restaurar una sociedad prefeudal idealizada o, en
particular, las primitivas comunidades cristianas.

Ambos tipos de rebeldía (… una mirando al futuro y otra al pasado) derivaban de la misma
causa socioeconómica: la estructura interna de los dominios feudales adaptada a una
economía de autoabastecimiento era corroída por la introducción desde el exterior de una
economía de mercado, a través de formas precapitalistas (comercio y usura).”
Obviamente los laicos estaban tratando de aliviar algo de sus propios sentimientos de culpa en
cuanto a la codicia y a la usura atacando la avaricia del clero, pero el ataque no carecía de
fundamentos. Este reclamo era muy difícil de confrontar porque el papado mismo había alentado a
los laicos a demandar pautas morales altas de sus pastores. Cuando Gregorio VII y Urbano II
prohibieron a los sacerdotes con esposas o concubinas celebrar la misa, se apoyaron en las
congregaciones parroquiales para ver que esta orden se cumpliese. De esta manera, el movimiento
de reforma, al enfatizar la importancia de pautas morales altas para el clero, hizo posible el
desarrollo de la herejía. Todo eclesiástico de influencia a lo largo del siglo XII denunció las vidas
malas de algunos miembros de su orden, y los líderes heréticos atrajeron poca atención cuando
comenzaron el mismo tipo de ataque. Muchos líderes comenzaron a extraer la conclusión final y a
enseñar que el clero ordenado del la Iglesia Católica Romana era inútil. Miles de herejes que diferían
en otras cuestiones concordaron en esta convicción, y todos ellos pueden ser agrupados como “anti-
sacerdotalistas.”

Los anti-sacerdotalistas eran especialmente fuertes en las ciudades. Esto era natural, dado que
las ciudades habían jugado un papel importante en el movimiento de reforma y estaban bien
preparadas para unirse a una nueva ola de indignación moral. También es cierto que las personas
en las ciudades estaban inclinadas a ser más críticas y menos conservadoras que los campesinos y,
por lo tanto, eran fácilmente seducidas por las nuevas doctrinas. No estaban satisfechas con los
cultos regulares de la Iglesia y querían sermones entusiastas que denunciaran el vicio y la
corrupción. Si los sacerdotes de sus parroquias fracasaban en interesarlos, ellos estaban siempre
listos para escuchar a un revivalista de ortodoxia dudosa que predicara en cualquier esquina.

Manifestaciones. El carácter gregario de la vida urbana les daba a los habitantes de las ciudades
medievales oportunidades frecuentes para la discusión, y dado que la religión era tan importante
en sus vidas, eran afectos a dedicar mucho de su tiempo a dialogar sobre ella. Las teorías anti-
sacerdotalistas se generaban fácilmente en esta atmósfera, y se esparcían de una ciudad a otra a
través de los contactos comerciales. Como resultado de esto, para el 1200 una buena proporción de
la población urbana en Europa occidental había aceptado alguna forma de herejía, y los demás
habitantes urbanos, si bien nominalmente se decían ortodoxos, eran muy críticos del clero. Los anti-
sacerdotalistas aceptaban la fe cristiana pero rechazaban la organización y jerarquía de la Iglesia.
No obstante, un grupo de herejes más peligroso era el de aquellos que rechazaban la fe junto con
la organización y la jerarquía.

Además, los líderes de los herejes se aprovechaban del bajo nivel de educación y moralidad del
clero cristiano católico. Los heresiarcas eran hombres capaces que llevaban vidas virtuosas y
practicaban un ascetismo extremo. Su prestigio era tan grande que los viajeros buscaban su
compañía a fin de sentirse protegidos por la reverencia que ellos inspiraban. Los católicos ortodoxos
pedían ser enterrados en los cementerios junto a los herejes, de manera que pudieran descansar
entre la “buena gente.” Muchos señores feudales protegían a los líderes de los herejes y les
permitían predicar en público. Algunos nobles abiertamente aceptaban estas nuevas formas de la
fe y muchos más las practicaban en secreto. El éxito de la herejía se debió no sólo a la virtud de sus
maestros, sino también a la simplicidad de su doctrina. En el caso de los cátaros, los líderes (los
“prefectos”) tenían que llevar vidas bien ascéticas, pero no ponían demasiadas restricciones sobre
sus seguidores. Estos últimos, si tenían fe, podían alcanzar la salvación simplemente recibiendo el
rito final (el consolamentum) de los “perfectos” en su lecho de muerte.

_ La Inquisición

La Inquisición toma su nombre de un procedimiento penal específico: la inquisitio, no existente


en el derecho romano, que se caracterizaba por la formulación de una acusación por iniciativa
directa de la autoridad, sin necesidad de instancias de parte, es decir, de delaciones o acusaciones
de testigos.

Comienzo y desarrollo. A fines del siglo XII, la Iglesia desarrolló este procedimiento con el
decreto del papa Luciano III: Ad abolendam (1184). La rápida difusión de herejías en Europa
occidental como el maniqueísmo, el valdeísmo y más tarde el catarismo obligó a la Iglesia Romana
a crear una estrategia defensiva. En 1184 se empezó a aplicar la pena de fuego para los herejes; en
1199 se añadieron otras penas como la confiscación de bienes y se autorizó el empleo de la tortura
en el interrogatorio sobre materias de fe, incorporándose además determinadas disposiciones
sobre el secreto en las actuaciones, como la ocultación de los testigos y la eficacia procesal.

Para evitar el resurgimiento de las herejías y consolidar la unidad de la Iglesia, el papa Gregorio
IX convocó un Concilio en Tolosa, que en 1229 creó el Tribunal de la Inquisición o Santo Oficio. La
responsabilidad de esta institución era la de combatir toda trasgresión al dogma o al culto católico,
e investigaba la conducta religiosa de las personas, incluido el clero. Así, pues, desde 1230 el
procedimiento inquisitorial se transformó en una nueva institución eclesiástica, que se creó en
Francia especialmente para reprimir el catarismo o herejía albigense, institución controlada
inicialmente por el papa Gregorio IX.

El primer inquisidor conocido fue Roberto de Brougre, un dominico que había sido antiguo
cátaro. Concretamente, donde más éxito tuvo la Inquisición fue en el sur de Francia, aunque no con
pocas resistencias, como lo demuestra el asesinato en 1242 del dominico Guillermo Arnaud,
inquisidor de Tolosa. El apogeo de esta Inquisición tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XIII,
y las últimas ejecuciones de cátaros fueron llevadas a cabo entre 1319 y 1321.

Procedimiento y carácter. El procedimiento empleado por el tribunal era secreto. El acusado de


herejía conservaba la libertad mientras se acumulaban pruebas en su contra. Éstas consistían en
actuaciones verbales o escritas. Para evitar venganzas, se ocultaba el nombre del delator, aunque
podía ser ajusticiado el que acusaba falsamente. Reunidas las pruebas, el supuesto hereje era
detenido, alojado en la cárcel y torturado si no confesaba su culpa. Si el acusado insistía en su
negativa o abjuraba de sus creencias en un acto público, era absuelto. En caso contrario, el tribunal
lo entregaba al “brazo secular” o laico, que era el encargado de aplicar las sentencias, en su mayoría
multas y prisión temporal o perpetua. Los relapsos (reincidentes) y los que persistían en su actitud
de herejía, eran quemados vivos. El principio dominante en todo el proceso era que una persona
era culpable hasta tanto se demostrara que era inocente.
Las herejías medievales tuvieron un marcado carácter de revueltas populares, pues aglutinaban
a todas las clases sociales marginadas en el proceso de conquista del poder por la burguesía urbana.
La penetración de la herejía cátara en Italia supuso también la introducción de inquisidores en
Lombardía—aquí el inquisidor Pedro de Verena fue asesinado y canonizado con el nombre de San
Pedro Mártir—y en Viterbo donde en 1273 llegaron a ejecutarse más de doscientos herejes en un
día. En el siglo XIV había tribunales inquisitoriales en Bohemia, Polonia, Portugal, Bosnia y Alemania.
Sólo los reinos latinos de Oriente, Gran Bretaña, Castilla y Escandinavia carecían de tribunales
inquisitoriales.

Progresivamente se fue multiplicando la burocracia inquisitorial y se editaron manuales


procesales, como el de Raimundo de Peñafort (siglo XIII), Bernardo Gui (siglo XIV) y Nicolau Eymerich
(siglo XV). Las categorías delictivas también se fueron ampliando hasta incorporar otros delitos:
blasfemia, bigamia y brujería. A partir de 1438 se descubrieron sabbats (aquelarres) en los Alpes,
con lo que se desató la caza de brujas.

MIRADA RETROSPECTIVA Y PROSPECTIVA

Cuando se mira hacia atrás, a los diez siglos que hemos estado considerando en este libro, el
panorama que se percibe es sumamente diverso y da lugar a las más variadas interpretaciones y
evaluaciones. La imagen generalizada y popular de los tiempos medievales como un período oscuro
de la historia debe ser corregida. Por lo menos, no fue totalmente así cuando consideramos el
desarrollo del testimonio cristiano a lo largo de estos siglos. Es cierto que la invasión de los pueblos
germánicos y posteriormente las invasiones árabes, de los normandos y de otros pueblos de Europa
del norte y del este afectaron el desarrollo de la cristiandad en el Oeste. También es cierto que los
avances de los turcos selyúcidas, los mongoles, los tártaros de Timur y los turcos otomanos frenaron
múltiples posibilidades para la cristiandad en el Este. No obstante, ambas cristiandades lograron de
algún modo sobrevivir a estas crisis, ajustarse a nuevos contextos e intentar nuevos desarrollos. Lo
mismo puede decirse de la depresión que siguió al Imperio Carolingio, el siglo de la Iglesia de hierro
(siglo X) y los fracasos de las Cruzadas.

Si bien éstas y otras instancias pueden ser consideradas como momentos “oscuros” en la
historia del testimonio cristiano medieval, ellos tienen que ser balanceados con otros momentos
luminosos de tal historia. El surgimiento del movimiento monástico en la temprana Edad Media, las
cumbres alcanzadas por el desarrollo teológico, artístico y literario de los siglos XII y XIII, la
permanente expansión misionera y la incorporación de numerosos pueblos no alcanzados al seno
de la cristiandad, y el desarrollo de la piedad mística son algunos de los elementos positivos que
deben ayudarnos a mantener tal balance. En definitiva, más allá de la conclusión a la que lleguemos
en la evaluación final de la Edad Media, siempre será mejor elaborarla en base a sus logros y
contribuciones más perdurables y positivas y no en base a las expresiones más oscuras y negativas.

Además, en cualquier evaluación histórica es importante tener presente la cosmovisión y


valores prevalecientes en el período analizado. Considerar a la cristiandad medieval con las
presuposiciones del presente puede afectar la objetividad de nuestro juicio, forzarnos a cometer
injusticia en nuestras conclusiones sobre el pasado o distorsionar lo que realmente ocurrió o cómo
pensaban y sentían los agentes históricos. En esto es bueno aplicar la regla enseñada por Jesús: “Tal
como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes” (Mt. 7:2).

El testimonio cristiano durante el período medieval no fue ni bueno ni malo, ni glorioso ni


perverso. Como en cualquier otro momento de la historia de la humanidad, el balance final nos deja
luces y sombras, grandes logros y aberrantes conductas. De todos modos, fueron estas “vasijas de
barro” con todas las limitaciones propias de la naturaleza humana pecadora, las que preservaron y
transmitieron el testimonio de la fe en Cristo, de la que nosotros somos herederos y responsables
hoy.

No obstante, la situación de toda la cristiandad hacia fines de la Edad Media era alarmante. El
panorama de la cristiandad al llegar al final de los tiempos medievales no podía ser más desolador.
Los papas renacentistas lograron decorar San Pedro con todo tipo de obras magníficas, expresión
acabada de su riqueza y poder mundano. Pero la Iglesia en Occidente estaba pasando su peor hora
en términos morales y espirituales. En el Este la situación de la Iglesia no era mejor. Con la caída de
Constantinopla en manos de los turcos otomanos desapareció el Imperio Bizantino, que había sido
el poder que había promovido, sostenido y dominado a la cristiandad oriental.

En Roma, el cuadro era lamentable. La ciudad había perdido su posición como centro del mundo
europeo y no era más que otro poder en competencia con el creciente nacionalismo y apetencias
de poder absoluto de otros Estados en Europa occidental. La Iglesia y el papado habían perdido
totalmente su camino y no había indicaciones de que fueran a encontrarlo de alguna manera. El
gran humanista Erasmo de Rotterdam criticaba y satirizaba las enormes contradicciones en que
habían caído los papas. En su obra Julius exclusus (1517), escrita en forma de un diálogo, presentaba
al papa Julio II como llegando a las puertas del Cielo después de su muerte y no pudiendo
atravesarlas. En respuesta a la demanda de Julio de que Pedro lo reconociera como Vicario de Cristo
y lo dejara entrar, Erasmo pone en labios del apóstol las siguientes palabras:

“Veo al hombre que quiere ser considerado como segundo respecto a Cristo y, de hecho
igual a él, sumergido de lejos en la más sucia de todas las cosas: dinero, poder, ejércitos,
guerras, alianzas—para no decir nada en este punto acerca de sus vicios. Pero además, si
bien tú estás tan alejado de Cristo como te resulta posible, no obstante usas mal el nombre
de Cristo para tus propios propósitos arrogantes; y bajo el pretexto de Aquel que despreció
el mundo, juegas el papel de un tirano del mundo; y si bien eres un verdadero enemigo de
Cristo, te apropias del honor que le es debido a él. Tú bendices a otros, siendo tú mismo
maldito; a otros les abres los Cielos, los cuales te están totalmente cerrados y de los que
estás muy lejos; tú consagras y estás execrado; tú excomulgas cuando no tienes comunión
con los santos.”

Hacia el año 1500, la cuestión no era si la iglesia necesitaba o no de una Reforma, sino cuándo
esta reforma iba a tener lugar y quién la iba a llevar a cabo. El sucesor de Julio II fue un hijo de la
famosa familia política y banquera de los Medici. Subió al trono papal con el nombre de León X
(1513–1521) y fue Papa durante los primeros años de la Reforma. Las palabras con las que se dice
inauguró su pontificado indican cuán poco preparado estaba para responder al clamor generalizado
por una reforma de la Iglesia Romana: “Ahora que Dios nos ha dado el papado, vamos a disfrutarlo.”

Hacia el año 1500 en Europa occidental todos sentían que se estaba llegando al fin de una era.
Muchos creían que se encontraban transitando el atardecer de un mundo moribundo y se estaban
introduciendo en el amanecer de un mundo nuevo. La ignorancia y la superstición que habían
prevalecido por mil años parecían estar desapareciendo poco a poco. El surgimiento del humanismo
y especialmente el desarrollo del Renacimiento estaban cambiando la manera de pensar y ver la
realidad. El papado mismo, que había promovido algunos de estos desarrollos, fue absorbido casi
totalmente por los nuevos movimientos y su espíritu mundano y secular. Nunca más en la historia
subsiguiente sería igual y en la primera mitad del siglo XVI experimentaría cambios sustanciales, que
ayudarían a la Iglesia a sobrevivir y proyectarse hacia delante, a pesar de la seria división del ese
siglo.

Hacia el año 1500, la cristiandad europea estaba lista para una Reforma y los agentes históricos
de este evento fundamental ya estaban listos para actuar.

GLOSARIO

advocación: título que se da en la Iglesia Católica Romana a un templo, capilla, altar o imagen
particular, cuando están consagrados a la Virgen María o a un santo particular, como Nuestra Señora
de los Dolores, Virgen del Pilar, etc.

averroísmo: doctrina que enseñaba que el alma humana era mortal o, más específicamente, que
todas las almas humanas son parte de una única alma-sustancia de la cual los individuos surgen al
nacer y a la cual regresan al morir. El nombre proviene de Ibn Rushd Averroes (1126–1198), árabe,
erudito jurista de Córdoba, España, que sostenía ideas aristotélicas.

calendario eclesiástico: o calendario litúrgico, se complicó durante la Edad Media al llenarse todos
los días con festividades de los santos, a veces legendarios y más de uno por día. Otro desarrollo
medieval fue tener festivales o días dedicados para ciertas doctrinas medievales como el día de
Todos los Santos (Purgatorio) y el día de Corpus Christi (transubstanciación).

casuística: sistema de teología moral que considera plenamente las circunstancias e intenciones de
los penitentes y formula reglas para casos particulares.

cátaro: relativo a la herejía dualista de la Edad Media que consideraba intrínsecamente malos la
carne y el mundo de los fenómenos físicos. Hereje de esta secta. Esta herejía se extendió desde
mediados del siglo XII, sobre todo por el sur de Francia, donde se les denominaba albigenses. Los
cátaros pretendían una pureza absoluta de costumbres y contaban además con una auténtica
organización eclesiástica.
catecúmeno: convertido al cristianismo que está preparándose para el bautismo. En la temprana
Edad Media, esta preparación era muy breve, se hacía durante la Cuaresma e incluía oración, ayuno,
exorcismo y aprendizaje del Credo. Con el incremento del bautismo de infantes, esta preparación
desapareció o quedó reducida a un rito breve a cumplirse en la puerta del templo, antes del
bautismo del niño, generalmente el día de Pascua.

clericalismo: influencia del clero en la vida política y social. Es la búsqueda de poder, especialmente
de poder político y social, por parte de la jerarquía religiosa, llevada a cabo con métodos seculares
y con propósitos de control social. Abarca todo lo que lleva al establecimiento de un despotismo
espiritual ejercido por una casta sacerdotal. Promueve los intereses exclusivos del clero a expensas
de los laicos o creyentes que no forman parte del clero.

escrutinios: examen formal de los catecúmenos antes de su bautismo. Incluía tres “escrutinios”: una
homilía, oraciones y la imposición de manos después de la lectura del Evangelio durante la Eucaristía
en ciertos domingos de la Cuaresma. La palabra se usaba también para el examen de candidatos a
las órdenes sagradas.

hijo segundón: hijo segundo de la casa o familia o cualquier hijo que no fuese el primogénito. En
consecuencia, designaba a alguien que no heredaba las tierras señoriales ni el título de nobleza y
los privilegios que lo acompañaban. Generalmente se dedicaban a las artes liberales o ingresaban al
clero.

hostia: del latín hostia, víctima. En el antiguo Israel se refería al animal inmolado en sacrificio a Dios.
En la liturgia católica es el pan eucarístico sin levadura, que se cree se convierte literalmente en la
sustancia del cuerpo de Cristo con la consagración y que es ofrecido en el sacrificio incruento de la
misa. Consiste en una oblea blanca que es consagrada por el sacerdote y tragada sin masticar por el
comulgante.

libro penitencial: tratado que establecía las penitencias o actos de satisfacción por los diversos
pecados, que el penitente debía realizar después de arrepentirse y confesar sus faltas a un
sacerdote. De forma semejante, era la parte de una regla monástica que prescribía las penitencias
debidas por las diversas faltas o transgresiones contra la disciplina monástica.

limbo: de una palabra teutónica que significa el ruedo o borde de una vestidura; por extensión: el
borde del Infierno. El limbus infantum es el lugar ubicado entre el Cielo y el Infierno, al cual son
enviados a su muerte los niños no bautizados y que, en consecuencia, no han sido limpiados del
pecado original. Implica la pena de daño (privación de la visión de Dios), pero no pena de sentido
(sufrimiento físico). Hay una segunda sección en el limbo donde moran los justos del Antiguo
Testamento muertos antes de la encarnación del Hijo de Dios.

martirologio: historia o lista oficial de mártires cristianos. Originalmente era un calendario que
nombraba al mártir, el lugar de su martirio y la fecha de la festividad del santo. Los martirologios
“históricos” posteriores, como el de Usuardo (m. 875) o el de Ado de Vienne (m. 875) agregaron
historias de fuentes de diverso valor.
naturalismo: concepto del mundo y de la relación del ser humano con el mismo en el que sólo se
admite o asume la operación de leyes y fuerzas naturales (en oposición a lo sobrenatural o
espiritual). También se refiere al concepto que los principios morales pueden ser analizados en
términos de conceptos aplicables a los fenómenos naturales.

necromancia: el pretendido arte de revelar eventos futuros y otras cosas mediante la comunicación
con los muertos. Por extensión, designa el uso de la magia, encantamientos y conjuros.

órdenes: los diversos grados del ministerio cristiano, es decir, los órdenes menores: de acólito,
lector, exorcista y hostiario; y los tres órdenes mayores: de subdiácono, diácono y sacerdote.

órdenes menores: los cuatro primeros órdenes a los que puede ser ordenada una persona, es decir,
el de acólito, el de lector, el de exorcista y el de hostiario, en oposición a los tres órdenes mayores:
el de subdiácono, el de diácono y el de sacerdote. En el derecho canónico medieval, el celibato sólo
era requerido para los órdenes mayores.

papado: si bien el término denota estrictamente el oficio del Papa, el obispo de Roma, comúnmente
se refiere al sistema de gobierno centralizado de la Iglesia ejercido por él, junto con la pretensión
de que tiene por designación o voluntad divina autoridad universal sobre toda la cristiandad.

Purgatorio: según la Iglesia Católica Apostólica Romana, estado de sufrimiento después de la


muerte en el que las almas de aquellos que han muerto en pecado venial, y/o de aquellos que
todavía deben alguna deuda de castigo temporal por pecados mortales, son limpiados (purgados)
para poder entrar al Cielo.

sacerdotalismo: sistema religioso en el que el sacerdocio ocupa un lugar esencial como mediador
entre los seres humanos y Dios. El término señala también al espíritu, método o carácter de tal
sistema. Generalmente se usa el término en un sentido peyorativo para denotar la exaltación de
una clase sacerdotal a expensas de los valores espirituales y la participación responsable de todos
los creyentes en la vida religiosa.

sacramento: palabra latina empleada para describir el juramento de fidelidad que prestaban los
soldados romanos. En la versión latina del Nuevo Testamento se utilizó para traducir el vocablo
griego mysterion. Según Agustín es “un signo exterior y visible de una gracia interior y espiritual,”
obrado por la gracia de Dios en el creyente. Es un signo o dramatizacion, que resulta en un efecto
más poderoso que las palabras.

sacramentales: objetos y acciones a los que, en imitación de los sacramentos, se les reconoce algún
tipo de poder o virtud para obtener por medio de su aplicación o uso, efectos o beneficios
espirituales. Son tenidos por signos sagrados, creados según el modelo de los sacramentos, por
medio de los cuales se significan efectos, sobre todo en el carácter espiritual que se obtiene por la
intervención de la Iglesia. Son bendecidos por ella y deben ser utilizados conforme con las pautas
establecidas para su uso, a fin de que cumplan con su propósito. Son sacramentales: las procesiones,
peregrinaciones, bendiciones de casas y otros objetos como medallas bendecidas, crucifijos,
rosarios, agua bendita.
sacramentalismo: en un sentido general es la doctrina y uso de los sacramentos. En sentido estricto,
es la adscripción de un poder inherente y salvador a los sacramentos, o el énfasis sobre el poder de
éstos de impartir gracia, incluso sin la operación de una fe activa. En muchos casos, es una expresión
de magia o superstición de tipo religioso.

sambenito: contracción de las palabras “saco bendito,” una capa de penitencia que llevaban los
presos de la Inquisición y que indicaba el tipo de castigo a que el tribunal los había sentenciado.

sincretismo: sistema religioso o filosófico que pretende conciliar varias doctrinas y prácticas
diferentes. El sincretismo une elementos distintos, tomados de diversos sistemas, en una nueva
totalidad o sistema. Ocurre cuando una forma o símbolo cultural es adaptado a la expresión
cristiana, pero lleva con él ciertos significados unidos al sistema anterior de creencias. Los viejos
conceptos pueden distorsionar el mensaje u oscurecer el sentido cristiano que se pretende
trasmitir.

sufragios: oraciones, especialmente intercesiones u oraciones de intercesión. Se aplica


particularmente a las oraciones por las almas de los que han muerto.

superstición: una actitud irracional o primitiva de la mente hacia lo sobrenatural o Dios, que resulta
de la ignorancia, el temor a lo desconocido o lo misterioso, o de una escrupulosidad mórbida. Es la
creencia en la magia o la fortuna, o en cualquier actitud mal dirigida o desinformada hacia la
naturaleza y que es subversiva o ajena a la religión pura y verdadera.

tonsura: corte ritual del cabello, que dejaba una marca notoria en el centro de la cabeza, por el cual
una persona recibía la condición de clérigo. La tonsura era fácilmente reconocible.

trasmundo: un mundo que está más allá de éste: el mundo venidero, el mundo que está más allá
de la tumba, la realidad no terrenal sino celestial y espiritual. En muchos pueblos paganos es la tierra
espiritual donde moran los muertos y los espíritus.

vicario: responsable de una iglesia parroquial que estaba vinculada a un monasterio o a alguna otra
corporación eclesiástica que recibía el gran diezmo. El vicario recibía una parte fija de las dotaciones
de la parroquia y de las ofrendas, y, una vez instituido por el obispo, tenía asegurado el beneficio
eclesiástico de por vida; de aquí la expresión “vicariato a perpetuidad,” que se refiere a este tipo de
beneficio.

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. ¿Qué lugar ocupó en la cristiandad medieval la cuestión de la unidad religiosa y política?


2. ¿A través de qué medios se expresó el ideal de unidad medieval?

3. ¿En qué consistía la teoría de las “dos espadas” de fines de la Edad Media?

4. ¿De qué manera la Iglesia se vio afectada por el sistema feudal?

5. ¿Cuál fue la actitud de la Iglesia hacia los siervos de la gleba y los campesinos?

6. ¿Cuál fue el ideal de vida superior durante la Edad Media?

7. ¿Qué lugar ocupaba lo sobrenatural en la sociedad cristiana medieval? Da ejemplos.

8. ¿Qué sentido tuvo la muerte en la vida de las personas durante la Edad Media? ¿Por qué?

9. ¿Qué fue la Peste Negra y cuándo ocurrió?

10 ¿Qué es el Purgatorio?

11. ¿Qué lugar ocupó el temor al Infierno en la cristiandad medieval?

12. ¿Qué tres civilizaciones monoteístas desplazaron a las religiones míticas politeístas durante la
Edad Media?

13. ¿Durante qué período se dio la mayor parte de las controversias teológicas mencionadas en esta
unidad?
14. Menciona un personaje destacado en cada una de las siguientes controversias teológicas
medievales: sobre el adopcionismo; sobre la predestinación; sobre la virginidad de María; sobre la
eucaristía; sobre el alma; sobre el filioque; sobre las imágenes.

15. ¿Qué es la transubstanciación?

16. ¿Qué quiere decir la expresión griega filioque?

17. ¿Qué papel jugó el monasticismo ascético en la promoción del culto a María?

18. ¿Qué son la mariología y la mariolatría?

19. ¿Qué era el Martirologio?

20. ¿Qué lugar ocupaba el culto al Diablo en la devoción medieval?

21. ¿Qué se entiende por “clericalismo”?

22. Describe con tus palabras el sacramentalismo.

23. ¿Cuál fue la comprensión y práctica medieval del bautismo?

24. ¿Cuál fue la comprensión y práctica medieval de la eucaristía?

25. ¿Quién fue Bonifacio y qué hizo?


26. ¿Qué cuatro factores confluyeron en el desarrollo de las Cruzadas militares, según el autor? 27.
¿Qué valor misionológico tuvieron las Cruzadas? Explica.

28. ¿Quiénes fueron los agentes evangelizadores más efectivos en los contextos urbanos
medievales?

29. ¿Qué es el sincretismo y cómo afectó el carácter y la estrategia misionera durante la Edad
Media?

30. ¿Quiénes fueron los cátaros o albigenses?

31. ¿Quiénes fueron los bogomila?

32. ¿Cuál fue la actitud del Cuarto Concilio Laterano (1215) hacia los valdenses? 33. ¿Quién fue
Jerónimo Savonarola y qué hizo?

34. ¿Qué fue la Inquisición y cuándo se creó?

35. ¿Cómo era el proceso inquisitorial?

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y3):

1. ¿De qué manera el feudalismo afectó el ideal de unidad de la Edad Media?

2. Define la noción de “iglesia particular.”

3. ¿Cuál fue la relación religión y mundo en el cristianismo medieval?


4. ¿Qué es el trasmundo?

5. ¿En qué sentido la Peste Negra afectó la vida y el pensamiento medieval?

6. La cosmovisión medieval era: horizontal – vertical (subrayar la palabra correcta).

7. ¿Quién fue Ratamno de Corbie y qué enseñó sobre la eucaristía?

8. ¿Quién fue el monje que jugó un papel director en el desarrollo del culto a la Virgen?

9. ¿Cómo afectó la devoción mariana al carácter del caballero andante?

10. ¿Qué se entiende por “papado”?

11. ¿Qué quiere decir el autor cuando afirma: “El desarrollo de la jerarquía eclesiástica fue también
alentado por el crecimiento del sacramentalismo.”?

12. ¿Qué se entiende por “sacerdotalismo”?

13. ¿Qué lugar ocuparon los monjes en las misiones medievales?

14. ¿En qué sentido la evangelización medieval fue belicosa?

15. Menciona algunas causas de la decadencia del feudalismo.


16. ¿Cuáles fueron las razones sociales para el surgimiento de movimientos disidentes durante la
alta y baja Edad Media?

Tareas avanzadas (para el nivel 3):

1. ¿En qué se parecen y difieren el ideal de un orden universal durante la Edad Media y el fenómeno
de la globalización presente?

2. Describe con tus palabras la concepción heroica de la vida que se tenía en la Edad Media.

3. El vocabulario evangélico aplica a la tarea de evangelización expresiones militares medievales


como “cruzadas,” “campañas,” “conquista,” “toma,” “guerra espiritual,” etc. A la luz de lo estudiado
en esta unidad, ¿te parece que éste es un vocabulario adecuado? Da razones para tu respuesta.

4. ¿A qué se refiere el autor cuando habla de “forma sofisticada de sincretismo”?

5. ¿Cuál fue el principio dominante en todo el proceso inquisitorial? ¿En qué manera este mismo
principio ha sido utilizado por las dictaduras militares del siglo XX en América Latina?

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: La imagen del universo: el trasmundo.

Lee y responde:

“Pero al mismo tiempo el trasmundo se manifestaba a los ojos por medio de los elementos
fantásticos que creía descubrirse entreverados con la realidad. Leyendas musulmanas y sobre todo
bretonas comenzaban a difundirse por el Occidente europeo, en las que se hablaba de cosas antes
inauditas. No sólo se sospechaba un mundo semimágico construido sobre la vaga reminiscencia de
Bagdad, de Samarcanda y de El Cairo, lleno de posibilidades insospechadas, como el que reflejaba
Juan Bodel en el Juego de San Nicolás y difundían los cantares y las crónicas de las cruzadas, sino
también un mundo absolutamente fantástico, poblado por monstruos y en el que lo inimaginable
se tornaba verosímil, como el que revelaban las leyendas bretonas del rey Artús y de sus pares. El
milagro familiarizaba al espíritu con lo irreal, y nada podía sorprender en el encuentro con el
monstruo, en las voces del bosque, en el arcano de los mares. Una intensa curiosidad despertaba el
anhelo de la aventura, y algo de eso se combinaba con la fe para mover al peregrino y al cruzado a
abandonar sus lares en busca de tierras lejanas. Por lo demás, el misterio podía esconderse en
cualquier rincón del contorno familiar, en el castillo presumiblemente encantado o en el hada
visitante. Porque el misterio último del mundo escondido tras la muerte llevaba al ánimo la
certidumbre de que sólo apariencia de realidad era lo que veían los ojos. ¿Quién creyera lo que
contaba Giovanni Pian del Carpine, o lo que relataba Marco Polo en II millione? Y sin embargo, cosas
más misteriosas podían revelar la voz del ruiseñor o suscitar el filtro encantado.”

- ¿Por qué te parece que las personas medievales daban tanto lugar a lo fantasioso, lo legendario e
imaginario?

- ¿Qué lugar te parece que tienen estos elementos en la cultura posmoderna actual? Considera en
tu respuesta la literatura, el arte, el cine y otras expresiones culturales contemporáneas.

- ¿De qué manera la cosmovisión de Jesús y los apóstoles se parece o no a algunos elementos de la
cosmovisión medieval?

TAREA 2: Escrutinios y exorcismos.

Lee y responde:

“Para el tercer siglo el significado del exorcismo se había tornado más preciso: era el ritual de
expulsión de espíritus dañinos de personas y objetos afectados con la ayuda de poderes espirituales
superiores. Tres tipos de exorcismos eran comunes en las liturgias primitivas y medievales:
exorcismo de objetos, exorcismo de catecúmenos durante los escrutinios del bautismo y exorcismo
de demonizados. Originalmente se asumió que el Diablo o los demonios no eran exorcizados ellos
mismos, si bien el exorcismo indirectamente estaba dirigido a ellos, y en último análisis el exorcismo
siempre es una oración indirecta a Cristo. Incluso los santos pueden expulsar demonios sólo con el
poder de Cristo, nunca con el suyo propio. A los fines litúrgicos, se exorcizaban directamente el agua
bendita, el incienso, la sal y el aceite de la unción: ‘Yo te exorcizo, criatura de la sal … que esta
criatura de la sal pueda en el nombre de la Trinidad llegar a ser un sacramento efectivo para hacer
huir al Enemigo.’ Pero gradualmente se fue haciendo más común dirigirse directamente al Diablo o
a los demonios. Incluso en las liturgias tempranas los dos modos eran combinados, como en este
exorcismo del agua bendita: ‘Yo te exorcizo, criatura del agua; yo los exorcizo a todos ustedes
huestes del Diablo.’ Subyaciendo al exorcismo está la suposición de que Satanás retiene algún poder
sobre el mundo material así como sobre las almas de los humanos caídos. Sobre este punto la
tradición cristiana jamás fue consistente. Para algunos, el señorío de Satanás sobre este mundo se
extiende sólo a los humanos. Para otros, éste también afecta el orden inferior de las criaturas, y
entre éstas hay algunos que argumentan que este dominio es el resultado del pecado original y
otros que sostienen que Dios concede a Satanás el poder para usar objetos materiales para tentar
y probar a la humanidad caída.”

- ¿Qué importancia tenían los exorcismos en la pastoral cristiana medieval y en qué se parecían (o
no) a la práctica de echar fuera demonios en el ministerio de Jesús y de los apóstoles?

- ¿En qué se parece el uso de algunos de los elementos sacramentales mencionados (agua bendita,
sal, aceite de la unción) con el uso de estos elementos hoy por parte de la Iglesia Universal del Reino
de Dios?

- ¿Cuán necesario te parece hoy un ministerio de exorcismo o de echar fuera demonios—tanto


dentro como fuera de la iglesia—como parte de la misión cristiana?

TAREA 3: Herejía y justicia social.

Lee y responde:

“Los movimientos herejes tenían de común su composición social originariamente plebeya y


campesina (desposeídos de las ciudades y siervos domésticos y de la gleba), así como sus objetivos:
igualdad de los hijos de Dios y, en consecuencia, comunidad de bienes, abolición del clero,
eliminación de la Iglesia, supresión de los impuestos, servicios y privilegios, imperio de la justicia
sobre la tierra.

“Los plebeyos constituían el eje y punto de partida de esos movimientos. No tenían cabida ni en
las corporaciones ni en los feudos. Eran la única clase que estaba fuera de la sociedad oficialmente
establecida. Carecían de bienes y privilegios. El feudalismo—desarticulado internamente por la
irrupción creciente del comercio (economía mercantil)—los arrojaba continuamente de su seno y
los obligaba a actuar contra el orden social, pero sin que atinaran a luchar por un nuevo orden social.
Por lo que tenían de opositores a la propiedad feudal y partidarios de la igualdad ante Dios contaron
al principio con la ayuda de los burgueses que ambicionaban la igualdad ante la ley, la anulación del
rígido sistema corporativo feudal y la libertad del individuo, es decir, la libertad de ellos y de la
pequeña nobleza asfixiada por los señores …

“Era natural que esos herejes plebeyos fueran seguidos por multitud de siervos, en una época
en la cual éstos, al desarticularse el feudalismo de la alta Edad Media, descubrían los caminos viables
de su conversión en campesinos independientes.”
- ¿Hasta qué punto los movimientos disidentes y heréticos medievales representan levantamientos
sociales de las clases oprimidas contra los estamentos opresores?

- A lo largo de la historia del cristianismo ha habido numerosos movimientos de renovación y


reforma de la Iglesia (anabautistas en el siglo XVI, bautistas y cuáqueros en el siglo XVII, moravos y
metodistas en el siglo XVIII) que, al igual que los movimientos medievales, han tenido profundas
consecuencias sociales. ¿Cómo evalúas, en este sentido, el surgimiento y desarrollo del movimiento
pentecostal y carismático en América Latina durante el siglo XX?

DISCUSIÓN GRUPAL

1. El concepto de cristiandad (paradigma de cristiandad) ha estado en vigencia desde los días del
emperador Constantino hasta el presente. Durante la Edad Media, esta manera de entender la fe
cristiana y sus implicaciones políticas, sociales y culturales, maduró y adquirió características que
han perdurado en el tiempo. ¿En qué aspectos fundamentales es posible detectar rasgos del
concepto de cristiandad en las iglesias evangélicas hoy día? ¿Está caduco el paradigma de
cristiandad o todavía sigue vigente? Hacer una evaluación de la vigencia del paradigma de
cristiandad ofreciendo fundamentación para las conclusiones a las que se llegue.

2. El monasticismo fue uno de los movimientos de renovación espiritual y de impulso misionero más
importantes de los tiempos medievales. ¿Qué relación existe entre renovación espiritual e impulso
misionero? Responder a esta pregunta discutiendo desarrollos misioneros recientes, especialmente
desde América Latina hacia el resto del mundo.

LECTURAS RECOMENDADAS

Knowles, Nueva historia de la Iglesia, 2:231–295; 357–403.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:531–543.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:244–301.

Puiggrós, El feudalismo medieval, 7–11; 38–47; 55–72; 114–129; 144–157.

Romero, La Edad Media, 45–74; 141–179.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 65–72.


Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 218–292.

UNIDAD 4

Los problemas de la Cristiandad medieval


INTRODUCCIÓN

El gran historiador del cristianismo, Kenneth S. Latourette, calificó a la Edad Media como “los
mil años de incertidumbre.” Probablemente no hay una mejor manera que ésta para evaluar un
período tan dilatado y complejo, como el que representan los diez siglos que van del año 500 al
1500. Fue en estos siglos donde la cristiandad oriental, al tiempo que se expandió “hasta lo último
de la tierra,” sufrió también serios reveses de todo orden que pusieron en vilo su continuidad
histórica. Mientras tanto, en Occidente, es notable la manera providencial en que el testimonio
cristiano logró sobrevivir a pesar de las enormes dificultades internas y externas que experimentó a
lo largo de los siglos.

En ambos casos, el testimonio cristiano no creció con la velocidad y en la profundidad que


alcanzó en los primeros quinientos años. Si bien la fe en Jesucristo estuvo cruzando
permanentemente nuevas fronteras, también es cierto que su crecimiento y expansión fueron
mucho más lentos que en el primer período. Habrá que esperar hasta después del año 1500 para
ver al cristianismo esparcirse de manera significativa, al menos en un sentido geográfico.

Esta pérdida de dinamismo expansivo puede ser atribuida a numerosos factores, tanto internos
como externos. Indudablemente los de carácter interno fueron los más significativos y los más
difíciles de resolver. No obstante, a pesar de los enormes altibajos por los que atravesó el testimonio
cristiano en este período, la fe cristiana estaba mucho más y mejor establecida, tanto dentro como
fuera del mundo del mar Mediterráneo, en el año 1500 que en el 500. Su influencia e impacto eran
notables sobre la cultura y la sociedad. La cosmovisión que se acrisoló a lo largo de la Edad Media
especialmente en Europa occidental habría de tener efectos duraderos, llegando hasta nuestros
días.

No obstante, la vida y mentalidad cristiana que resultó de tan gigantesca mezcla de ingredientes
tan diversos y a lo largo de tanto tiempo, no se dio sin el padecimiento de los fuegos inevitables de
serias crisis históricas. Los problemas ideológicos prevalecieron, en términos de las relaciones de los
individuos y las sociedades con un sistema de ideas independientes que reflejan, racionalizan y
defienden los intereses propios y los compromisos institucionales. En la esfera social, moral,
religiosa, política o económica, estos problemas ideológicos tuvieron un fuerte impacto. La
resolución de estos problemas fue necesaria a fin de encontrar las mediaciones más adecuadas para
la acción en cada uno de los campos mencionados.

Las controversias teológicas del período agregaron peligrosos elementos negativos, porque en
casi todos los casos restaron energía a la Iglesia y entretuvieron a los cristianos en cualquier cosa
menos el cumplimiento de la misión. Pero, a su vez, ayudaron a madurar un consenso en cuanto a
la fe según debía ser creída y enseñada, a evitar herejías e interpretaciones del evangelio que podían
liquidarlo o desnaturalizarlo y a encontrar una línea clara de identidad en medio de un océano de
ideas y corrientes diferentes. Por otro lado, estos debates aportaron ricos elementos para la
comprensión de la fe propia, que facilitaron su comunicación a otros que no la conocían o
experimentaban.

Algo similar ocurrió en la esfera de lo cúltico y la estructura de la comunidad de fe. El período


de la Edad Media se presenta como uno de los más creativos y diversos en cuanto al proceso de
sincretismo y complicación de las prácticas y formas heredadas del período anterior. Como es de
imaginar, cuanto más se dilataba geográficamente la expansión del cristianismo y cuanto más
diversas eran las culturas entre las que se proclamaba, tanto más se incrementaba la diversidad. No
se adoraba de la misma manera en todas las comunidades cristianas en un determinado momento,
ni se tenía la misma estructura eclesiástica en todas partes. Si bien el rango astronómico de estas
diversidades pudo ponerle fin al cristianismo como tal, el mismo actuó positivamente como
elemento enriquecedor. Además, ayudó al cristianismo a romper con el cautiverio étnico o cultural,
y lo ejercitó en la práctica de la contextualización, con la cual pudo afirmar su naturaleza
esencialmente universal y ecuménica.

En mil años, como es de suponer, las dificultades para la difusión de la fe fueron muchas y muy
graves. No obstante, la fe de Jesucristo encontró siempre la manera de correr como el agua,
buscando un camino para llegar con su mensaje de fe, esperanza y amor hasta los rincones más
recónditos del mundo conocido de aquél entonces. No siempre los caminos escogidos fueron los
más adecuados ni los que mejor respondían a los altos ideales de la fe. Pero sea como fuere, el
evangelio del reino fue proclamado. En algunos casos tal proclamación, ya sea por su carácter
profético o por su distorsión de la fe, fue reprimida y perseguida por quienes se consideraban
dueños de la verdad absoluta. Así y todo, la semilla de la Palabra de Dios encontró un suelo fértil, a
veces en terrenos insospechados, y mantuvo su maravillosa capacidad de dar vida, aun en medio de
la muerte y las tinieblas más profundas.

En esta Unidad prestaremos atención a algunos de estos elementos mencionados. Al hablar de


estos problemas de la cristiandad medieval no lo hacemos con una perspectiva negativa, sino como
áreas de desafíos que confrontaron los cristianos. En la medida de lo posible, procuraremos ver de
qué manera en la Edad Media los creyentes hicieron frente a estas cuestiones y las respuestas que
dieron a las mismas.

EL PROBLEMA IDEOLÓGICO
_ Relación Iglesia y Estado

El anhelo de unidad. El gran problema religioso y político que mantuvo en vilo al mundo
medieval fue el de la unidad. Desde los días del emperador Constantino, la gran preocupación había
sido cómo lograr la unidad política del Imperio Romano a partir de su unidad espiritual y religiosa
en torno al cristianismo. Con las invasiones bárbaras y el establecimiento de los reinos germánicos
el problema de la unidad se tornó todavía más acuciante. Europa vio profundizarse la brecha entre
Oriente y Occidente. Destruida la realidad de la unidad imperial, ésta permaneció como una
aspiración y como un proyecto. La Iglesia cristiana occidental, en la que se fijaron múltiples rasgos
de la estructura imperial, fue la promotora principal de la concepción unitaria de Occidente y creó
un modelo del papado a imagen y semejanza de la autoridad de los emperadores.

El Imperio carolingio fue expresión de esta aspiración de una unidad político-religiosa,


estimulada por la Iglesia y posibilitada por el ascenso al poder de los francos. En este sentido, el
Imperio organizado por Carlomagno fue una restauración del viejo ideal del Imperio Romano. Pero
la aspiración a un orden universal alimentada por el recuerdo del Imperio Romano, no logró superar
el proceso de fragmentación provocado por la multiplicación de los señoríos con el feudalismo. Con
la desaparición de Carlomagno el ideal de unidad no desapareció, pero sí su expresión concreta. El
proceso de desintegración que se operó en el curso del siglo IX fue una lucha universal por el
predominio de las diversas regiones y el desarrollo del feudalismo. A la antigua unidad política le
siguió una infinita parcelación del poder. El ideal de unidad, entonces, fue proyectado a un plano
religioso, en el que la Iglesia y el papado representaban la única posibilidad de realización del anhelo
ecuménico. Como indica José Luis Romero: “El imperio no fue en ningún momento, durante la Edad
Media, ni una realidad, ni siquiera una virtualidad verosímil. Sólo cabía la posibilidad de lograr una
unidad espiritual, la de la cristiandad, o al menos, la de la cristiandad occidental, y esa posibilidad
correspondía exclusivamente al papado.”

Cuando alcanzamos la segunda mitad del siglo XIII, la disolución del orden medieval parecía
inminente. La renovación de la vida económica y el ascenso acelerado de la burguesía, que siguió a
los siglos de las Cruzadas, no sólo incrementó el individualismo sino que puso en riesgo el ideal de
unidad. Los reinos nacionales fueron adquiriendo identidad y poder, mientras declinaba la viabilidad
de un orden ecuménico bajo la conducción de la Iglesia y especialmente del papado. Cada vez más,
reyes y burgueses, herejes y disidentes reclaman una cuota de poder y autonomía a expensas de la
Iglesia una y del dominio papal.

José Luis Romero: “Lo que representaban papado e imperio eran ya, inequívocamente,
ideas superadas que los nuevos tiempos no sentían con el fervor de antaño. El mundo
occidental comenzaba a moverse ahora al impulso de nuevos incentivos, muchos de los
cuales venían de más allá de las fronteras del área del cristianismo occidental. En el campo
de la cultura, la influencia de los mundos vecinos se hacía notar enérgicamente, a través del
averroísmo y de la ciencia árabe, a través de las renacientes sugestiones de la antigüedad,
que llegaban desde Bizancio, a través de los relatos sobre países y culturas exóticos. Una
nueva perspectiva se abría para el mundo occidental, que comenzó por encandilarse y
sumergirse en las más descabelladas experiencias.”

En el matrimonio medieval entre la Iglesia y el Estado, fue la primera la que mantuvo la iniciativa
y la voz cantante. El mundo medieval se mantuvo unido principalmente por la Iglesia y, en un grado
considerablemente menor, por las instituciones del Estado. Fue la Iglesia la que inundó toda la
cristiandad de estructuras eclesiásticas e institucionales, que crearon una verdadera red universal.
Arzobispados, obispados, parroquias, escuelas, universidades, claustros, monasterios, templos y
oratorios configuraron una red gigantesca, que cubría todo el continente europeo y se extendía
también más allá. El calendario eclesiástico regía la vida cotidiana de la Iglesia y el Estado. El ciclo
del año era una dramática renovación anual de la historia cristiana. Cada día recordaba a un mártir
o a un santo y sus hechos más destacados.

Además, la Iglesia se transformó a lo largo de la Edad Media en una de las fuerzas que más
colaboraron en el robustecimiento del poder real. Las relaciones de la Iglesia con el Estado
presentan en todo este período una curiosa paradoja: por un lado, los clérigos son los más acuciosos
en defender el poder real en su lucha contra el feudalismo, pues ven en el primero una mayor
garantía para el desempeño de sus funciones religiosas; pero, por otra parte, los prelados tratan de
convertirse ellos mismos en señores feudales de las villas o territorios en que residen.

Un orden universal. La idea de que la vida individual está insertada en un sistema universal
ordenado por Dios fue característica de los tiempos medievales. Esta idea fue heredada de los
ideales del Imperio Romano y perduró en la concepción universal (católica) de la Iglesia de Roma.

José Luis Romero: “Tan contradictoria como pudiera parecer la realidad históricosocial
respecto a esa convicción, [ésta] fue alimentada y sostenida por el recuerdo duradero del
imperio y por la enérgica acción del papado. Se entremezclaron a lo largo de la temprana
Edad Media las dos raíces que la nutrían, chocaron a veces las dos concepciones que
representaban, y se fundieron poco a poco en el plano teórico aun cuando esbozaran muy
pronto sus zonas de fricción. Una y otra representaban dos interpretaciones diferentes del
ideal ecuménico, pues la tradición romana tendía a una unidad real—el Imperio—, y la
tradición cristiana conducía a una unidad ideal—la Iglesia—, en la que, sin embargo, el
pontificado hubo de ver, en cierto momento, la virtualidad de una unidad tan real como la
del Imperio. De esta disparidad surgiría más tarde el conflicto entre ambas potestades.”

Poco a poco la Iglesia se fue transformando en la gestora de este orden universal. Al principio,
tal orden estaba limitado al reino del espíritu sin aspirar a ostentar algún poder temporal. Pero con
el tiempo, la Iglesia y especialmente el papado fueron creciendo en su apetencia de colocar a “los
reinos de este mundo” bajo su tutela espiritual y control político. La unidad religiosa y la obediencia
al obispo de Roma fueron consideradas condiciones necesarias para el mantenimiento del deseado
orden universal. El papado fue alimentando cada vez más su aspiración a transformar su autoridad
y poder espiritual en una autoridad y poder terrenal. Todos aspiraban a un orden universal regido
por una autoridad ajena a las luchas políticas. La única entidad que podía satisfacer tal anhelo era
el papado, especialmente cuando el Imperio desaparecía o declinaba. A lo largo de la mayor parte
de la Edad Media, el papado no tuvo competidores como poder regulador de la cristiandad, frente
a la indefinida fragmentación del poder político provocada por el feudalismo.

Su éxito en instaurar un cierto orden universal mediante la organización de la jerarquía


eclesiástica, la reforma de las órdenes monásticas, las universidades, las grandes empresas
internacionales como las Cruzadas, le permitió al papado disfrutar de autoridad y poder universal.
Es así como, hacia fines de la Edad Media, surge la teoría de “las dos espadas,” según la cual todo
poder venía de Dios y se mantenía por medio del brazo eclesiástico y el brazo secular, de los cuales
el segundo debía estar al servicio del primero. Pero cuanto más se salía de la esfera espiritual para
entrar en la esfera propiamente temporal, sus intentos enfrentaron la resistencia de otros agentes
con apetencias similares. En este caso, ya no se trataba del Imperio, sino de los reinos nacionales,
que luchaban por ganar su identidad poniendo fin al feudalismo y a la hostilidad de sus vecinos.

La controversia de las investiduras. Uno de los aspectos más memorables del siglo XI fue el
conflicto entre el papado y el Imperio alemán en torno a la selección de los prelados eclesiásticos y
su instalación en sus oficios. Este conflicto se ha llamado a veces “la querella de las investiduras,”
“la reforma Gregoriana” o según la concepción del historiador alemán Gerd Tellenbach, “la
revolución Gregoriana.” En la historia política europea este conflicto es memorable porque le dio
un impulso decisivo a la definición del Estado vis a vis la Iglesia. Eventualmente, de este conflicto va
a nacer una mayor conciencia entre los europeos sobre la distinción entre el Estado y la sociedad
civil.

Para entender las raíces del conflicto, hay que recordar las diferencias entre las concepciones
romana (pública) y germánica (patrimonial) del Estado. También hay que traer a colación la noción
de “iglesia propia” o “iglesia particular” (Eigenkirche) que los germanos desarrollaron dondequiera
que se establecieron. Según esta noción, el dueño de una iglesia (templo) era la persona que había
donado la tierra sobre la cual estaba emplazado el altar. No importaban las adiciones al monasterio
o al templo en cuestión, no importaban las rentas que se acumularan o los donativos que se
añadieran, el donante original y sus herederos retenían la propiedad de la iglesia como parte de su
patrimonio.

De este derecho de propiedad, reconocido en la ley germánica, se derivaban varios corolarios.


El patrón o dueño de la iglesia (o templo) la confería como un beneficio de por vida a una persona,
para que atendiera las necesidades de la misma. Pero cuando esta persona moría, el derecho de
nominar a su sucesor se revertía al patrón. Éste tenía derecho a gozar de las rentas cuando la iglesia
no tenía titular, y podía heredar una porción de los bienes muebles del titular.

Esta noción germánica de la iglesia o templo como propiedad de un particular estaba en


conflicto abierto con la noción romana de la iglesia o templo como perteneciente a la comunidad
de los creyentes, cuyo gestor era el obispo. Por eso fueron tan frecuentes los conflictos entre los
obispos que querían mantener jurisdicción sobre todas las iglesias de sus diócesis, y los patronos
que querían mantener los derechos heredados sobre las iglesias fundadas por sus familias.

_ Relación Iglesia y sociedad


La Iglesia y la sociedad feudal. El desmoronamiento del gobierno centralizado fue acompañado
por un fenómeno similar en la Iglesia. El papado se convirtió en botín disputado por las facciones
nobles de Roma e Italia, y hasta hubo batallas entre los pretendientes rivales. Los papas designados
carecían del prestigio y los medios necesarios para controlar los asuntos religiosos del vasto
territorio de la cristiandad occidental. En realidad, durante buena parte de la Edad Media, papas,
arzobispos, obispos y abades no gozaron de más poder y prestigio que el que les correspondía como
señores feudales en competencia con otros señores feudales.

Los monasterios y las diócesis poseían tierras extensas y ricas que, bajo las condiciones caóticas
de los siglos IX y X, fueron presa tentadora para los señores fuertes y rapaces. Ante la ausencia de
un instrumento público de paz y orden, los obispos y abades se vieron obligados a arreglárselas
como podían para proteger sus bienes. Esto significó, naturalmente, buscar caballeros y concederles
feudos a cambio de sus servicios como defensores de las tierras de la Iglesia. De este modo la Iglesia
se fue feudalizando completamente, y hasta los mismos abades y obispos llegaron a ser
generalmente hijos segundones de la aristocracia feudal. Como abad u obispo, el hijo menor de un
duque o conde podía llegar a poseer vastas tierras y rentas proporcionales a su rango; y en no pocas
ocasiones tales eclesiásticos tenían la oportunidad de valerse de su entrenamiento caballeresco
capitaneando a sus hombres para combatir contra algún señor vecino con quien tenían una disputa.
Es cierto, sin embargo, que las tradiciones del derecho y la administración romanos no se olvidaron
por completo y perduraron con mayor vigor entre los eclesiásticos.

La Iglesia y la corrupción feudal. Como puede fácilmente imaginarse, la Iglesia se corrompió no


pocas veces dadas las condiciones feudales. Muchos obispos y abades apenas se distinguían de sus
compañeros nobles en cuanto a la conducta personal se refiere. La mayoría de los párrocos estaban
casados a pesar de las prohibiciones del derecho canónico. La ambición de bienes terrenales y de
poder y prestigio afectaban de igual modo a los señores eclesiásticos como a los seglares. Éstas y
otras deficiencias perturbaban a las personas piadosas, y se hacían esfuerzos para corregirlas, si bien
no siempre con resultados efectivos.

Durante el transcurso de los siglos X y XI muchos fieles de la Iglesia, tanto miembros del clero
como laicos, llegaron a pensar que la corrupción y degradación prevalecientes en la Iglesia no se
podrían remediar mientras los laicos poseyeran la facultad de nombrar prelados, y especialmente
mientras los cargos eclesiásticos se vendieran a los candidatos interesados. La simonía y la
investidura laicas parecían ser—en particular a los ojos de los monjes cluniacenses—los obstáculos
principales que impedían la reforma y purificación de la Iglesia.

Las actividades de los frailes infundieron un nuevo ardor e idealismo a la práctica cristiana. Las
ciudades, en rápido crecimiento, fueron desde el principio el terreno de su preferencia. Los frailes
cuidaban a los enfermos y a los pobres, y para ello fundaron hospitales; además predicaban, a
menudo en las esquinas de las calles, y tomaban parte activa en la educación. Por primera vez los
habitantes de las ciudades de Europa occidental entraron en contacto con todo el poder del
idealismo cristiano gracias a los franciscanos, mientras que los escépticos y herejes quedaban
expuestos a los sutiles y convincentes argumentos de los cultos frailes dominicos.
En realidad, la Iglesia se mostró hostil hacia los campesinos y siervos de la gleba. Muchos clérigos
escribieron de manera muy negativa acerca de ellos, destacando su avaricia, violencia e ignorancia.
De hecho, no hubo muchos santos campesinos, salvo Juana de Arco, que llegó tardíamente a los
altares, después de haber sido condenada a la hoguera como bruja. El clero se fue haciendo cada
vez más urbano y menos rural. No obstante, el campesinado permaneció católico, porque la Iglesia
era su única esperanza de salvación en este mundo y por la eternidad.

_ Relación mundo y trasmundo

La cosmovisión medieval estuvo dominada por la imposición de las ideas cristianas sobre el
trasfondo de la tradición pagana (no destruida totalmente) y los aportes de los pueblos germánicos
invasores. La tradición pagana grecorromana había aportado una cierta imagen naturalista, de corte
politeísta y mágico, que coincidía bastante con el aporte de la tradición de los germanos. En ambos
casos, lo milagroso y misterioso ocupaba un lugar muy importante. El trasmundo de los dioses y de
los muertos irrumpía constantemente en el mundo real. Fue sobre este trasfondo que se impuso el
cristianismo, de suerte tal que la concepción naturalista de la realidad no desapareció, sino que
encontró formas de expresión en la religión cristiana, como en una multitud de supersticiones, el
culto de las imágenes, la veneración de la Virgen María y el sacramentalismo.

El mundo. La Edad Media se presenta, en general, como una era en la que lo religioso ocupó un
lugar fundamental. La religión afectó todas las esferas de la vida de los pueblos, y produjo una
inevitable tensión entre los presupuestos y los mandamientos religiosos por una parte, y las
necesidades prácticas de la realidad mundana por la otra.

Herbert Rosinski: “Esta tensión subyacente entre religión y mundo fue especialmente
aguda en el cristianismo, cuya original independencia radical del mundo sólo gradualmente
cedió a una progresiva adaptación. La relación del cristianismo con el mundo, de hecho,
estaba destinada a ser esencialmente tensa. Esta tensión podía franquearse y en la práctica
se franqueaba, pero, no obstante, en principio, permanecía sin resolver y era necesario que
permaneciera de ese modo si se pretendía preservar su esencia y su singular fuente de
energía … Sin embargo, esta tensión era mucho más intensa en el Occidente que en
Bizancio, hecho que tuvo decisiva significación para el desarrollo interior de las dos ramas
del cristianismo, como también para su destino definitivo.”

En el caso del Islam, la situación era totalmente diferente, ya que Mahoma fue profeta pero
también un hombre de Estado. La religión para él no era algo que estaba en contradicción con el
mundo. Por el contrario, era un poder que encontraba su meta precisamente en el dominio político
y en la transformación política del mundo. Religión y mundo en el cristianismo eran términos
opuestos, ya que la primera tiene que ver básicamente con la relación del alma con Dios, mientras
que en el Islam la religión está más relacionada con la regulación escrupulosa de la vida y no hay
contradicción con el mundo.

El ideal de vida superior durante toda la Edad Media fue la vida monástica, es decir, la huida del
mundo para poder vivir una vida contemplativa. Las formas de la convivencia monástica giraban en
torno a reglas particulares, la mayoría siguiendo el modelo ideado por Benito de Nursia, que
combinaban diferentes dosis de acción y contemplación, estudio y plegaria. Pero el retiro del mundo
no fue la opción de todos. La mayoría de las personas fueron encontrando en las incipientes
ciudades medievales las posibilidades de invertir sus vidas como artesanos o mercaderes,
estudiosos o religiosos, líderes de la comunidad o sacerdotes. La ciudad, de algún modo, ofrecía la
oportunidad de escapar a la dominación señorial y lograr algún grado mayor de libertad y
oportunidad para una vida mejor. La vida ciudadana fue resultando más ordenada, previsible y
ajustada a derecho, que la vida rural propia del feudalismo. Este proceso sirvió para cambiar poco a
poco la valoración negativa que se tenía del mundo, y tanto más cuando nos acercamos a la baja
Edad Media. La aparición del humanismo completó el proceso de secularización y de valoración del
mundo como esfera adecuada para la realización del ser humano.

El trasmundo. Ya en la temprana Edad Media puede advertirse de qué manera, en un complejo


cultural dominado por una cosmovisión cristiana, se da la presencia eminente del trasmundo. La
realidad inmediata estaba saturada por la presencia del trasmundo, que se tornaba en una realidad
bien concreta gracias al fuerte impulso apocalíptico que animó la comprensión de la fe cristiana en
ese tiempo. Incluso en la alta Edad Media continúa advirtiéndose la presencia de un ideal de vida
vigorosamente enraizado en la imagen del trasmundo. Si bien la imagen del mundo mejoró
notablemente para entonces, nada perteneciente al mundo real podía compararse en significación
con la esperanza de la eternidad y la vida bienaventurada después de la muerte.

Las expresiones más elevadas de la cultura medieval destacan la presencia permanente del
trasmundo en la conciencia colectiva de aquel tiempo. El trasmundo se presentaba en los capiteles
historiados de los claustros e iglesias románicas y góticas, los pórticos, los vitrales y las pinturas. La
decoración, especialmente la escultura, adquirió una significación extraordinaria y una simbología
llena de misterio, que incitaba a la constante consideración del trasmundo a través de las alusiones
al Juicio Final y a las historias sagradas. Catedrales, iglesias y edificios comunales de estilo gótico a
partir del siglo XII, al tiempo que revelan el empuje de la burguesía en ascenso, fueron testigos
elocuentes de la importancia que el trasmundo tenía para quienes los construyeron y utilizaron.

Alfred Weber: “Sobre el sencillo sentido religioso de externidad, propio de los cistercienses,
se eleva como nacida de esas contraposiciones la gran arquitectura gótica de plenitud.… Las
formas expresivas de esta arquitectura exhalan la múltiple diversidad de la vida, como en
amplios tonos orquestales; unen la línea horizontal de lo terreno con la línea vertical de lo
eterno; y están creadas y representadas por aquel fuerte sentido religioso enfocado al otro
mundo, cuyos efectos espirituales y psicológicos fueron los que hicieron posible que, en el
siglo XIII, se pudiese superar el estilo tan maravilloso del último período de arte románico
en Alemania, que constituía ciertamente un arte rico, esclarecido y altivo, pero todavía con
un sentido terrenal.

“En el exterior y en el interior de los templos creados o afectados por ese sentido
religioso de lo eterno, de ultratumba, hallamos las obras plásticas de esta época, las cuales
se hallan configuradas de un modo técnico con toda la fuerza de las formas aprendidas del
mundo antiguo, pero siendo ciertamente en cuanto a su esencia cristianas hasta el último
pliegue … Y estas figuras constituyen ciertamente los documentos más impresionantes de
aquel destino europeo, convertido entonces por vez primera en realidad, de aquel destino
espiritual del mundo occidental, de aquel destino inserto en la contraposición entre Dios y
Mundo, que no tiene solución.”

Por otro lado, la totalidad de la sociedad cristiana a lo largo de la Edad Media, se basaba en una
intensa creencia en lo sobrenatural. El trasmundo mágico y fantástico se vivía a flor de piel. Al no
disponerse de un sistema científico que permitiera una comprensión más objetiva y crítica de la
realidad, la dimensión sobrenatural de la existencia humana se veía magnificada. En este contexto,
los milagros ocupaban un lugar muy destacado y la intervención de Dios en el mundo era estimada
como permanente. Los eventos calificados como miracula penetraban la vida en todos los niveles.
De allí la enorme cantidad de relatos y testimonios de milagros en la literatura medieval,
especialmente de aquellos relacionados con los santuarios de santos y sus reliquias. Además,
estaban los milagros atribuidos a la Virgen y a algunos misioneros.

Benedicta Ward: “A lo largo de la Edad Media se vio unánimemente a los milagros como
parte de la Ciudad de Dios sobre la tierra, y cualesquiera hayan sido las reflexiones que las
personas hayan tenido sobre su causa y propósito, ellos constituían una parte integral de la
vida ordinaria. La exploración de los relatos de milagros deja dos impresiones principales:
el número y diversidad de los eventos considerados como de alguna manera milagrosos, no
con ingenuidad sino a partir de una concepción más compleja y sutil de la realidad que la
que poseemos; y la unidad de opinión acerca de los milagros tanto en el pensamiento como
en su registro, una unidad expresada por Agustín: ‘Dios mismo ha creado todo lo que es
maravilloso en este mundo, los grandes milagros así como las maravillas menores que he
mencionado, y él los ha incluido a todos en esa maravilla única, ese milagro de los milagros,
que es el mundo mismo’.”

Además de manifestarse a través de los milagros, el trasmundo se hacía también evidente a


través de la magia, que era su contraparte. Si bien las “artes mágicas” habían sido consistentemente
prohibidas por la Iglesia, gozaron de gran popularidad, especialmente en los siglos XIV y XV. El uso
de la magia para el contacto con lo sobrenatural y el trasmundo fue común tanto en las tierras
paganas del norte de Europa como en el mundo del Mediterráneo, al punto que la diferencia entre
magia y milagro no siempre estuvo muy clara. No obstante, en teoría al menos, la magia que
involucraba la invocación de demonios fue condenada por la Iglesia mientras que los milagros
fueron recomendados como el método adecuado para la obtención de poder sobrenatural por parte
de los cristianos. Sin embargo, en las masas predominaba un área intermedia de prácticas y
creencias sincretizadas, donde lo mágico y lo milagroso se mezclaban.

Benedicta Ward: “La discusión de los milagros durante la Edad Media muestra por sobre
cualquier otra cosa la aceptación de lo milagroso como una dimensión básica de la vida. Los
lazos de la realidad incluían lo invisible de una manera ajena al pensamiento moderno. Los
milagros eran la regla más que la excepción, y el concepto de la mano de Dios obrando en
la totalidad de la vida coloreaba la percepción de los milagros y sus registros. Dada esta
preocupación con los milagros, es de esperar que hubiera muchos registros de milagros
contemporáneos.… El número mayor de estos milagros fue registrado en los santuarios de
los santos, dado que virtualmente cada pueblo tenía su santuario y frecuentemente
también a alguien capaz de registrar los milagros.”

Será durante la baja Edad Media que se hará más evidente la tensión entre una concepción
teísta y trascendentalista de la realidad y una concepción naturalista e inmanentista. El humanismo
promovía lo segundo, pero las grandes masas no educadas continuaron sumergidas en el dominio
del trasmundo y en toda suerte de supersticiones y sincretismos. Mientras algunos humanistas
expresaron a través de sus obras (literarias o plásticas) un optimismo radical en las posibilidades
humanas, otros representaron en sus producciones el patetismo angustiado frente a la enfermedad,
el hambre, la miseria y la muerte. Como indica José Luis Romero: “La presencia del trasmundo—
signo revelador de la perduración de la típica medievalidad—se enerva en unos mientras se
robustece en otros, o a veces se reviste de cierta gracia ingenua que parece compartir una y otra
tendencia.”

_ Relación vida y muerte

La presencia de la muerte. Toda la Edad Media estuvo caracterizada por un sentido muy vivo de
la presencia constante de la muerte en la vida de las personas. La violencia feudal, la fragilidad frente
a la pobreza y la miseria, la falta de recursos para satisfacer las necesidades humanas básicas, y la
vulnerabilidad frente a plagas y cataclismos, llevaron al desarrollo de un verdadero culto a la
muerte. En tiempos medievales hubo una relación dinámica entre vivos y muertos, que hoy es
desconocida.

Patrick J. Geary: “En este mundo [medieval], que comprende esencialmente esas regiones
de Europa bajo la influencia directa de las tradiciones políticas y culturales de los francos, la
muerte era omnipresente, no sólo en el sentido de que las personas de todas las edades
podían morir y de hecho morían con asombrosa frecuencia y celeridad, sino también en el
sentido de que los muertos no dejaban de ser miembros de la comunidad humana. La
muerte marcaba una transición, un cambio de estatus, pero no el fin. Los vivos continuaban
debiéndoles ciertas obligaciones, la más importante era la de la memoria, el recuerdo. Esto
significaba no sólo el recuerdo litúrgico en las oraciones y las misas ofrecidas por los
muertos por semanas, meses y años, sino también mediante la preservación del nombre, la
familia y las acciones de los que partieron. Para una categoría de los muertos, aquellos
venerados como santos, las oraciones por ellos cambiaron a oraciones a ellos. Estos
‘muertos muy especiales’ …, podían actuar como intercesores a favor de los vivos delante
de Dios. Pero esta diferencia era sólo de grado, y no de especie. Todos los muertos
interactuaban con los vivos, continuaban ayudándolos, advirtiéndoles o amonestándoles,
incluso castigándoles si las obligaciones de memoria no se cumplían.”

Esto se hizo todavía más patético con episodios catastróficos como la Peste Negra (1348–1349).
En pocos meses, la población de Europa Occidental se redujo a un tercio de su total. Las
consecuencias económicas y sociales de la peste fueron muchas. Se dio una drástica reducción de
los cánones de arrendamiento y las exacciones señoriales; la mano de obra diestra urbana se
encareció; hubo una concentración de la riqueza inmueble en los sectores dirigentes por las muchas
herencias de los sobrevivientes y la estructura social tambaleó.

Culturalmente la peste bubónica también afectó la vida y el pensamiento. La muerte


omnipresente en los frescos y en las sepulturas de las décadas subsiguientes ensombreció el arte.
En la vida religiosa la epidemia dejó hondas huellas. Una alta proporción del clero secular murió y
en muchos lugares nunca volvió a tener la misma importancia numérica. Muchos monasterios y
conventos tampoco recuperaron el número de miembros que habían tenido antes de 1348. Los
estragos de las epidemias y el horror de su recurrencia marcaron las percepciones y las
mentalidades. La fascinación con los temas mórbidos marcó la expresión religiosa. En la mente de
muchos fieles, la epidemia era un castigo divino, y por eso se desarrollaron prácticas penitenciales
comunitarias, que a veces canalizaron y otras veces fomentaron la histeria colectiva. A la vez, los
excesos ascéticos y la prédica moralizante propiciaron la ironía y el escepticismo.

La concepción heroica de la vida. Mientras en Oriente la actitud cristiana predominante era de


carácter contemplativo y las cuestiones terrenales se proyectaban al más allá, en Occidente y debido
al impacto de los pueblos germánicos, el destino del ser humano se cumplía de este lado de la
eternidad. En la cosmovisión germánica, el guerrero y su heroísmo eran sinónimo de virtud, en
contraste con el quietismo contemplativo predominante en el cristianismo de origen oriental.
Heroísmo y activismo llevaron a una concepción señorial de la vida, en la que constituían el signo
de una acción relacionada con el poder, la gloria y la riqueza.

La Iglesia procuró poner bajo control esta concepción heroica de la vida y canalizarla de maneras
más creativas y convenientes a sus propios intereses. Esto es lo que intentó en las sucesivas
Cruzadas contra los musulmanes, que predicó con entusiasmo. Incluso los monjes occidentales
fueron muy diferentes de los orientales, en que mientras estos últimos se dedicaban a una vida
contemplativa y de oración, los primeros se mostraban como santos militantes, capaces de poner
en acción su vocación religiosa en beneficio de la propagación y defensa de la fe. En este sentido,
fueron monjes y soldados los que a lo largo de la temprana Edad Media esparcieron la fe por todo
el continente europeo. Y más tarde, fueron caballeros cristianos, que aprendieron a subordinar el
heroísmo a la fe, los que la defendieron frente a los musulmanes y los herejes surgidos en el seno
mismo del mundo cristiano.

En la baja Edad Media, esta concepción heroica de la vida asumió un carácter más refinado. El
espíritu caballeresco sobrevivió a las Cruzadas, pero poco a poco se secularizó y mundanalizó. Perdió
prestigio popular, pero se refugió en las minorías señoriales y en las cortes. Se llenó de convenciones
propias del decadente orden feudal y estableció reglas sofisticadas para la conducta social. Fiestas
y torneos, ceremonias y festines fueron las ocasiones en que este espíritu se manifestó de manera
más espectacular. Los trovadores y ministriles exaltaban, a través de sus canciones y poemas, las
virtudes de la caballería, que eran imitadas por los burgueses ricos. La exaltación e idealización de
la mujer, el amor cortés, la apetencia por la buena vida y el goce de vivir, un sentido profano de la
realidad, la contemplación de la naturaleza, la creación estética y el amor por la belleza fueron
expresión de esta concepción heroica de la vida, que estuvo acompañada de un creciente
individualismo. Lo individual se fue tornando más importante que lo colectivo. El espíritu de
aventura, la apetencia del saber y la aparición del retrato en la pintura son manifestaciones de esta
concepción heroica y exaltada de la vida.

El Purgatorio y el Infierno. Más allá de su particular posición en la compleja pirámide social


medieval y de su manera de entender y vivir la vida, todas las personas compartían la misma
certidumbre en cuanto a la muerte. Señores y siervos, obispos y laicos, cultos e incultos todos eran
bien conscientes de la proximidad de la muerte y de su funesto efecto nivelador. Frente a ella todos
eran iguales y enfrentaban los mismos temores y necesidad de salvación. Fue en torno a esta
realidad palmaria que se elaboraron los conceptos y creencias en cuanto al Purgatorio y al Infierno.

El Purgatorio. La preocupación por la muerte llevó necesariamente a preocuparse por qué


ocurría con el alma después de experimentarla. Ya en el monasticismo temprano se había planteado
la necesidad de responder a la inseguridad de la salvación y la inminencia del castigo divino con
algún camino alternativo. En el monasticismo celta se acentuaba el carácter penitencial de la vida
monástica. En la concepción celta, la majestad de Dios era tal y la fragilidad humana y su inclinación
al pecado eran tan pronunciadas, que continuamente había que estar reconciliándose con Dios. El
monje irlandés hurgaba su conciencia sin cesar para ver en qué había ofendido a Dios y cómo reparar
esas ofensas. Por esa insistencia celta en la necesidad continua del perdón y la reconciliación, la
práctica penitencial de Occidente se modificó y se elaboraron numerosos libros penitenciales. Las
penitencias que se les imponían las cumplían después de la absolución. De esa manera la absolución
vino a anteceder a la penitencia, y la confesión de los pecados vino a ser un ejercicio privado que
sustituyó la antigua absolución pública. Sin embargo, subsistió la ansiedad en cuanto a qué pasaba
si uno se moría antes de cumplir con todas las penitencias que se le habían impuesto. De ahí vino a
cobrar importancia la noción de purgar por los pecados, de la cual en el siglo XII se esbozó
teológicamente el concepto de Purgatorio.

Fernando Picó: “De esta noción de conmutar la penitencia no cumplida con una obra
piadosa también surgió eventualmente la noción de indulgencia, que tanto dio que hacer
en las controversias de la Reforma Protestante del siglo XVI. La indulgencia era un
equivalente en oraciones de la obra piadosa, que a su vez equivalía a una penitencia no
cumplida. Sin embargo, en los siglos XIV y XV surgiría la noción de que hacer un donativo en
dinero para llevar a cabo una obra piadosa era equivalente a hacer la obra piadosa. Por lo
tanto, le restaba purgatorio por cumplir al donante lo que le hubiese restado de días de
penitencia la obra piadosa.”

Los Padres Griegos no hablaron del Purgatorio, pero recomendaron las oraciones y servicios
eucarísticos a favor de los difuntos. Los Padres Latinos, especialmente Agustín enseñaron la
purificación por medio del sufrimiento en la otra vida. Los escolásticos sistematizaron y
desarrollaron la herencia patrística, enseñando que el más ínfimo dolor del Purgatorio era mayor
que el más grande dolor de la tierra, aunque a las almas allí las consuela el saber que se hallan entre
aquellos que van a ser salvos. Desde Tomás de Aquino y Buenaventura, los teólogos latinos
enseñaban que las almas en el Purgatorio eran atormentadas por el fuego, pero los teólogos
bizantinos no aceptaron esta conclusión. Por otro lado, a la luz de la práctica de las indulgencias,
estos tormentos ocurrían en el tiempo y se medían en términos de años y días. Se decía también
que el estado del Purgatorio consistía en cierta posición en el espacio, y que era algo totalmente
diferente del Cielo o del Infierno. Pero cualquier teoría en cuanto a su latitud o longitud, según se
lo describe en la Divina Comedia de Dante, era pura imaginación.

El Purgatorio era para las almas de los creyentes (bautizados), que no dejaban de ser miembros
de la Iglesia por ir allí. Es por esto que estas almas podían ser ayudadas por los sufragios (oraciones,
ofrendas, buenas obras y sacrificios) de los vivientes. El sacrificio por excelencia a favor de quienes
estaban en el Purgatorio era el sacrificio de la Misa, porque ella aseguraba la salvación al penitente.
El fundamento bíblico que se citaba era la creencia judía en la eficacia de la oración por los muertos,
según 2 Macabeos 12:42–45. Sea como fuere, la eficacia de las oraciones por los muertos e
indirectamente la doctrina del Purgatorio fueron rechazadas por los cátaros, los albigenses, los
valdenses y los lolardos, junto con otros disidentes medievales, porque carecía de base bíblica y era
contraria a una sana doctrina.

El Infierno. El temor a ser condenado en el Infierno por la eternidad llenó de terror a la


cristiandad medieval. La creencia en el Infierno fue tan firme para los medievales como su esperanza
del Cielo, sólo que la primera los llenaba de temor y determinaba la mayoría de sus acciones. En
razón de que era poco menos que imposible tener certidumbre de salvación debido a que la misma
dependía cada vez más de lo que el ser humano podía hacer para salvarse, el temor al Infierno
acercaba este aspecto oscuro del trasmundo a la realidad inmediata. Estos temores fueron
alimentados especialmente por la lectura y predicación dramática del Apocalipsis, que llenó de
pánico a personas carentes de otro recurso salvífico que los sacramentos cuasi-mágicos que les
ofrecía la Iglesia. A la interpretación tremebunda del Apocalipsis se sumaba La Ciudad de Dios de
Agustín, que dominó la teología medieval y que hizo la conocida distinción entre dos mundos
contrapuestos: la ciudad celeste y la ciudad terrestre. Esta afirmación del trasmundo continuó con
la mayoría de los teólogos medievales, especialmente aquellos que trabajaron en la alta Edad
Media.

José Luis Romero: “El mundo después de la muerte, con su Infierno, su Purgatorio y su Cielo,
había sido imaginado muchas veces antes de que Dante le proporcionara, en las
postrimerías de la Edad Media, los rigurosos perfiles con que aparece en la Comedia. La
Visión de San Pablo y el Viaje de San Brandán en el siglo XI, la Visión de Túndalo, el
Purgatorio de San Patricio y la Visión de Alberico en el siglo XII, así como el Viaje al Paraíso
de Baudoin de Condé y el Sueño del Infierno de Raoul de Houdenc, nos muestran cuánto se
pensaba en el misterio del vago mundo que esperaba al hombre para morada eterna. Era
seguramente el tema que más interés despertaba en el auditorio de los predicadores, y
alrededor de él gira la obra de Joaquín de Fiore, el ferviente y semiherético monje calabrés
fundador del grupo de los Espirituales, una de cuyas obras fundamentales desarrolla el
comentario del Apocalipsis. Poco antes, los inquietantes signos del fin del mundo habían
sido esculpidos con honda dramaticidad en los capiteles del claustro del monasterio de Silos
y seguían siendo tema predilecto de otros imagineros.”

_ Relación poder y piedad

Desde los días del emperador Constantino, cuando éste decidió establecer la capital del Imperio
Romano en la ciudad que llevó su nombre, la separación entre Oriente y Occidente fue inevitable.
Los patriarcas de Oriente quedaron sometidos al emperador (cesaropapismo) y distanciados del
obispo de Roma. En los cinco siglos que siguieron al reinado de Constantino hubo cinco grandes
cismas entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Además, de cincuenta y ocho patriarcas
que gobernaron en Constantinopla durante este período, veintidós fueron considerados como
herejes o sostenedores de enseñanzas heréticas en el Oeste. Todos ellos menos uno fueron
depuestos por los emperadores. A diferencia del obispo de Roma, estos líderes religiosos dependían
del Estado para el ejercicio de su ministerio. Así continuaron las cosas hasta que finalmente en 1054,
bajo Miguel Cerulario, la división se consumó de manera definitiva, en buena medida debido a la
competencia entre los líderes religiosos y también al carácter totalmente diferente de su concepción
en cuanto al poder. Mientras para el patriarca de Constantinopla la base sobre la cual proclamaba
su primacía era puramente política, para el Papa de Roma su autoridad pretendía ser
exclusivamente espiritual.

Lloyd B. Holsapple: “El legado de Constantino a la Iglesia fue una controversia que
perduraría durante cuatro siglos y traería aparejada consigo una desunión sin precedentes.
La disputa religiosa se convertiría en la principal actividad de la Iglesia y los individuos en
Oriente. Él legó las causas que no podrían dejar de producir el cisma entre Oriente y
Occidente tanto en la Iglesia como en el Estado.”

Al impacto político de la influencia de Constantino se agregó el enorme efecto del pensamiento


de Agustín de Hipona (354–430) sobre toda la cristiandad occidental. Para sus días, tres de las cuatro
fuerzas espirituales que habían animado al mundo grecorromano—el judaísmo y las civilizaciones
griega y romana—estaban exhaustas. Sólo el cristianismo estaba en pleno ascenso y apenas
empezaba a ejercer influencia en los asuntos seculares. La transformación del cristianismo, de
fuerza espiritual que se mantenía separada del mundo, a una fuerza que poco a poco iba
penetrándolo e identificándose con él, representó el fin de una edad y el comienzo de una nueva
era: la Edad Media.

Por otro lado, la desintegración de Occidente debido a las sucesivas invasiones de pueblos
germanos, la presión externa de los pueblos euroasiáticos sobre Oriente, y el surgimiento y
expansión del Islam condujo a la división tripartita que constituyó el mundo de la Edad Media. La
parte oeste abarcaba la mitad occidental del Imperio Romano, invadido y repartido entre las tribus
germánicas, y las zonas germánico-eslavas ubicadas en el centro y el norte de Europa, fueron
gradualmente absorbidas en su órbita. El Imperio Bizantino comprendía la península balcánica y Asia
Menor. El mundo islámico incluía básicamente (además de Irán) Siria, Egipto, el norte de África y
grandes extensiones en España. Los tres territorios fueron herederos del mundo antiguo. La
significación histórica del período medieval radica en los diferentes modos por los cuales estas tres
civilizaciones desarrollaron su herencia espiritual y política común, especialmente la dimensión
religiosa.

Las tres civilizaciones fueron esencialmente monoteístas y desplazaron a las religiones míticas
politeístas. Esta difusión del monoteísmo resultó en un proceso sin precedentes de penetración
cultural, que saturó de sentimientos y conceptos religiosos la sociedad y la cultura. Todas las esferas
de la vida de los pueblos se vieron afectadas por la manera en que los individuos se relacionaban
personalmente con Dios. Esto hizo que fuese imposible separar la esfera del poder político de la
esfera del poder religioso, de suerte tal que la simbiosis entre poder y piedad caracterizó la mayor
parte del período medieval, tanto en el Este como en el Oeste.

La cosmovisión medieval no era horizontal sino vertical. Por sobre la tierra, que era plana, se
extendía la bóveda celeste, donde moraban Dios y sus ángeles. Por debajo de la tierra estaba el
infierno, habitado por Satanás y sus demonios. Encerrada por este marco espiritual, la realidad
terrenal estaba dividida en estamentos estancos, un vasto orden jerárquico que tenía al Papa como
señor supremo compartiendo su posición con el emperador. En los niveles que seguían hacia abajo,
cada uno tenía sus tareas especiales, y sus deberes y derechos particulares.

Herbert Rosinski: “En esta vasta armonía dispuesta por Dios, nada parecía encontrarse
aislado, ni pensamiento, ni sentimiento; ni ángel, ni hombre; ni animal, ni planta ni objeto
inanimado. Todo tenía, además de su realidad inmediatamente dada, un profundo
significado simbólico. Todo estaba vinculado con todo y, en último análisis, con el Creador
de todas las cosas. En la civilización occidental de la Edad Media, la vieja forma básica de las
Grandes Civilizaciones, el sistema universal del mundo vinculado y equilibrado en todas sus
direcciones, tuvo su última y su más general realización en una forma clarificada y
racionalizada por los pensamientos bíblico y griego.”

EL PROBLEMA TEOLÓGICO

Cuando pensamos en la Edad Media, la tendencia es a considerarla como mil años de aridez en
el desarrollo teológico. A lo sumo, se destaca la importancia de la teología escolástica y su
contribución al pensamiento cristiano occidental, con consecuencias que todavía persisten. No
obstante, los tiempos medievales no fueron tan quietos en materia de producción teológica como
nos parecen. Una serie de cuestiones ocuparon la atención de quienes procuraban expresar su
experiencia de fe cristiana en términos que pudiesen ser entendidos por otros. Esto llevó al
surgimiento y desarrollo de una serie de controversias, especialmente durante el período del
Renacimiento Carolingio, que ayudaron a madurar el pensamiento cristiano y a actualizar la
comprensión de la acción redentora de Dios en la historia humana. Lamentablemente, la mayor
parte de estas discusiones estuvieron muy comprometidas con cuestiones políticas, que no siempre
ayudaron al desarrollo de una sana doctrina. Más adelante, en el siglo XII, la teología maduró con el
escolasticismo, que fijó el dogma de la Iglesia Romana, a pesar de los desafíos planteados por un
buen número de disidentes.
_ Controversia sobre el adopcionismo

En tiempos del emperador Carlomagno, una de las controversias que mantuvo ocupados a los
pensadores cristianos giró en torno al adopcionismo. El escenario principal de tales debates fue
España y como es de suponer, la discusión teológica no pudo abstraerse de los conflictos políticos,
especialmente la enorme empresa de la reconquista de la Península de manos musulmanas.

El personaje que se destacó en este debate fue Félix de Urgel (m. 818), quien sostenía una
postura adopcionista, es decir, que Cristo había sido adoptado como Hijo de Dios durante su
ministerio en la tierra. El arzobispo Elipando de Toledo había intentado refutar el sabelianismo, pero
al hacerlo propuso una cristología de corte adopcionista, a la que se adhirió Félix. En reacción a ellos
se colocó el Beato de Liébana, Alcuino, Paulino de Aquileya y los papas Adriano I y León III, y por
supuesto, el propio Carlomagno.

A los teólogos más ligados a la ortodoxia, el adopcionismo les parecía un rebrote de


nestorianismo, es decir, cierta tendencia a dividir la persona de Cristo. Quienes reaccionaron lo
hicieron procurando enfatizar la unidad de lo divino y lo humano en Cristo y la comunicación de las
propiedades entre sus dos naturalezas. Así, pues, mientras Elipando y Félix parecían hacer una
distinción entre la humanidad y la divinidad de Cristo, con énfasis en la preservación de esta última
con sus características intactas, sus opositores rechazaron tal división porque temían que se
perdiese la realidad de la encarnación. Una vez fallecidos Elipando y Félix, el debate se terminó tan
pronto como había comenzado.

_ Controversia sobre la predestinación

Esta controversia ocurrió también durante el período carolingio. Los principales protagonistas
fueron Rábano Mauro, Ratamno de Corbie, Servato Lupo, Prudencio de Troyes, Floro de Lión y Juan
Escoto Erígena. Un monje de nombre Gotescalco, seguidor fanático de la enseñanza de Agustín de
Hipona, llegó a desarrollar un concepto radical de la predestinación, con énfasis en la condenación
de los réprobos. Su planteo era de una doble predestinación (a salvación y a condenación), de modo
que Cristo murió sólo por los elegidos. Gotescalco fue condenado por Rábano Mauro, quien escribió
contra él un tratado titulado De la presciencia y la predestinación, de la gracia y el libre albedrío, en
el que enseñaba que somos predestinados en la presciencia divina.

La oposición de Mauro fue continuada por el arzobispo Hincmaro de Reims (806–882), quien
insistía en la voluntad salvadora universal de Dios. Prudencio de Troyes y Servato Lupo se opusieron
a este planteo y apoyaron una doble predestinación. Pronto intervino en el debate Retramno de
Corbie (m. 868), quien escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que sigue la doctrina
de Agustín al pie de la letra. Fue entonces que hizo su entrada en el debate Juan Escoto Erigena
(810–877), que también escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que hace un
acercamiento más filosófico que teológico al tema y en el que apoya la posición de Hincmaro. Su
libro provocó nuevas reacciones de parte de Prudencio de Troyes y más tarde de Floro de Lión. Al
final, el debate perdió todo sentido de discusión teológica y se transformó en una confrontación por
poder y prestigio entre las sedes episcopales de Lión y Reims, representadas por sus líderes Floro e
Hincmaro.

En realidad lo que estaba en discusión era una cuestión de énfasis. El énfasis agustino tendía a
sacrificar la libertad humana a favor de la soberanía divina, mientras que del otro lado se respeta el
derecho del ser humano a disponer de sí mismo y a hacer su parte en el logro de su salvación eterna.
Por cierto, el problema no se resolvió y en consecuencia volverá a presentarse nuevamente en los
siglos XVI y XVII en los debates teológicos dentro del catolicismo y del protestantismo.

_ Controversia sobre la virginidad de María

Nuevamente aparece el nombre de Ratamno de Corbie en esta breve controversia. Este monje
reaccionó a ciertas enseñanzas que circulaban en Alemania en el sentido de que Jesús no había
nacido de María del modo natural, sino que había surgido del secreto vientre virginal de algún modo
misterioso y milagroso. Según Ratamno, Jesús nació de María por la vía natural, pero esto no lo
contaminó ni violó la virginidad de su madre. Esto significa que María fue virgen antes del parto, en
el parto y después del parto, y esto es algo que sólo puede aceptarse por la fe.

La enseñanza de Ratamno fue refutada por un tal Pascasio Radberto (786–865), quien no
discutió la perpetua virginidad de María sino el modo en que esa virginidad permaneció intacta en
el parto. Según él, la virginidad permaneció intacta porque Jesús nació milagrosamente, estando el
útero cerrado. Toda esta discusión fue muy importante para el desarrollo del dogma de la perpetua
virginidad de María y otras doctrinas dependientes de este dogma.

_ Controversia sobre la eucaristía

Esta discusión giró en torno a la doble cuestión de, primero, si la presencia del cuerpo y la sangre
de Cristo en la eucaristía era tal que sólo podía verse con los ojos de la fe o si, por el contrario, se
trataba de una presencia verdadera, y, segundo, si el cuerpo de Cristo que estaba presente en la
eucaristía era el mismo que nació de María, sufrió, murió y fue sepultado, y ascendió a los cielos.
Pascasio Radberto había escrito un tratado (844) en el que presentaba una interpretación realista
extrema de la presencia de Cristo en la eucaristía. Según él, cuando los elementos son consagrados,
se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo de manera sustancial. De modo que la eucaristía
era una repetición del sacrificio de Cristo, y esto de tal modo que repetía la pasión y muerte del
Salvador.

Quien respondió a Pascasio fue Ratramno de Corbie con un tratado titulado Del cuerpo y la
sangre del Señor. Según él, el cuerpo de Cristo no estaba presente de manera real sino “en figura.”
Cristo estaba presente en el sacramento, pero no de manera visible. Además, ese cuerpo no era
idéntico al que nació de María y fue crucificado, porque ese cuerpo visible estaba sentado a la
diestra del Padre, mientras que el cuerpo presente en la eucaristía era sólo espiritual, y el creyente
participaba de él sólo espiritualmente. El debate continuó con una nueva reacción de Pascasio y la
intervención de Gotescalco y Rábano Mauro que se le opusieron. Finalmente, prevaleció la
interpretación realista de la eucaristía. Se afirmó la transformación substancial del pan y del vino en
el cuerpo y la sangre de Cristo, y se enfatizó la realidad de su presencia en el rito. Esto constituyó
un importante antecedente de la posterior doctrina de la transustanciación, que habría de ser
característica del dogma católicorromano.

El debate en torno a la eucaristía volvió a plantearse siglos más tarde (siglo XI) cuando
Berengario de Tours adoptó como propia la interpretación de Ratramno de Corbie. Berengario
negaba la transformación de la esencia del pan y del vino y afirmaba que el cuerpo de Cristo estaba
presente sólo de manera “intelectual,” es decir, espiritualmente. Berengario fue condenado varias
veces, más por cuestiones de poder eclesiástico que por asuntos propiamente teológicos. Entre
quienes rechazaron su planteamiento estaba Hugo de Chartres, quien afirmó la conversión real del
pan en el cuerpo de Cristo, aun cuando conservara el sabor del pan. La cuestión de la presencia real
de Cristo en la eucaristía y la transformación de los elementos seguía siendo tema de preocupación
para los teólogos de la segunda mitad del siglo XI. No obstante, habrá que esperar hasta 1215 para
ver consagrada definitivamente la doctrina de la transubstanciación.

_ Controversia sobre el alma

Dos cuestiones fueron motivo de debate durante el período carolingio: la incorporeidad del
alma y su individualidad. Respecto del primer asunto, Ratramno de Corbie sostenía que el alma era
incorpórea, y por lo tanto, no estaba circunscrita al cuerpo, sino que sobrepasaba sus límites. Estas
conclusiones fueron refutadas por quienes sostenían que el alma estaba atada al cuerpo, si bien no
estaba limitada a él. El segundo asunto fue más importante, ya que de la individualidad del alma
dependía la posibilidad de una vida eterna individual y consciente.

Algunos monjes habían enseñado una doctrina según la cual había sólo un alma universal, de la
que participaban las almas individuales. Esta enseñanza fue refutada por Ratramno, quien quería
preservar la individualidad de las personas. En su Tratado sobre el alma, Ratramno rechazó la idea
de que el alma pueda ser una y múltiple. Según él, hablar del alma en singular no implica un alma
universal que exista por encima y más allá de las almas particulares.

_ Controversia sobre el filioque

La cuestión de la procedencia del Espíritu Santo ya había sido tema de discusión durante el
período carolingio en Europa occidental, como parte del debate acerca de la doctrina de la Trinidad.
Sin embargo, fue en el Este donde la cuestión adquirió mayor relevancia y finalmente llevó al cisma
teológico entre Oriente y Occidente.

Mientras en Occidente se confesaba que el Espíritu procedía “del Padre y del Hijo,” en Oriente
se decía que procedía “del Padre por el Hijo.” En el primer caso, se comenzó por agregar a la fórmula
del Credo Niceno la frase “y del Hijo”—filioque—para indicar la doble procedencia del Espíritu Santo.
Mientras tanto, en Constantinopla se rechazó tal agregado como violatorio del significado del Credo
Niceno-Constantinopolitano, si bien los motivos de este rechazo eran más de carácter político que
propiamente teológicos.
Con posterioridad al Segundo Concilio de Nicea (787) el tema continuó debatiéndose pero con
tintes más políticos que teológicos. El patriarca Focio entró en conflicto con la sede romana (el papa
Nicolás I), especialmente por el control de la cristianización de Bulgaria y por su oposición a la
introducción de la cláusula filioque en el Credo Niceno. La controversia sobre la procedencia del
Espíritu Santo siguió en aumento hasta que para mediados del siglo IX (cisma de Focio, 867), la
cuestión del filioque se había transformado en uno de los motivos principales de la separación entre
la cristiandad occidental y la oriental. El Concilio de Constantinopla (869–870) condenó a Focio, que
de todos modos quedó como patriarca en Constantinopla con el reconocimiento del papa Juan VIII,
mientras que Roma se quedó con el control de Bulgaria.

Fuera de los motivos políticos que movían el debate, lo que estaba en discusión eran dos
maneras diferentes de ver la cuestión trinitaria. En Occidente el énfasis caía en la relación que une
a las tres personas de la Trinidad. Se pensaba del Espíritu como el amor que une al Padre y al Hijo.
En razón de que este amor es mutuo, entonces es posible decir que el Espíritu procede “del Padre y
del Hijo.” En Oriente el énfasis era puesto en la unidad de la trinidad y en su origen único. En este
sentido, sólo podía haber una fuente en el ser de Dios, y esa fuente era el Padre, de allí la fórmula
“del Padre, por el Hijo.”

_ Controversia sobre las imágenes

Este debate se dio fundamentalmente en el Imperio Bizantino y tuvo importantes componentes


políticos además de la cuestión propiamente teológica. Especialmente, bajo el gobierno de León III
el Isaurio y sus sucesores (siglo VIII) se suscitaron profundas controversias, de las que la de las
imágenes fue la más seria. León asumió una actitud “iconoclasta” (opuesta a la veneración de
imágenes), probablemente influido por el contacto con judíos, musulmanes y monofisitas, y en
oposición al poder de los monjes que defendían tal veneración. Como indica Justo L. González: “Para
León, su campaña iconoclasta era parte de su programa de restauración imperial. El hijo y sucesor
de León III, Constantino V, estaba convencido de que la veneración de las imágenes y de las reliquias
de los santos y de la Virgen era falsa.”

Entre los defensores de la veneración de imágenes estaban el patriarca Germán de


Constantinopla (715–729) y Juan de Damasco (675–749). Al segundo nos hemos referido en la
Unidad Uno. En cuanto al primero, refutó el argumento según el cual la veneración de imágenes era
idolatría marcando la distinción entre diversos tipos de “adoración.” Según él, una cosa era
proskunesis (respeto o veneración) y otra muy distinta era latreia (adoración en sentido estricto),
que se debe sólo a Dios.

Juan de Damasco, por su parte, distinguía entre diversos grados de culto. El culto absoluto era
sólo para Dios (latreia) y si se rendía a una criatura eso era idolatría. Pero la reverencia a las
imágenes era más una cuestión de respeto u honra (proskunesis timetiké) y podía prestarse a
objetos religiosos e incluso a personas en el ámbito civil. Finalmente, el culto a las imágenes fue
restaurado por el Concilio de Nicea en 787, que afirmó la conservación de las mismas, pero
indicando que no debía adorárselas como se adora a Dios.
En Occidente el debate no fue tan importante como en Oriente. En general, los Papas asumieron
una actitud favorable a las imágenes, pero cuidándose de no caer en idolatría. Así, pues, se
conservaron las imágenes, pero no se las consideró dignas de adoratio, es decir, de la adoración
debida sólo a Dios. Por eso, en Occidente no se le atribuyó a las imágenes el poder sacramental que
tenían en Oriente, ni llegaron a ocupar allí el lugar de importancia que tuvieron en Oriente. No
obstante, en la religiosidad popular, las imágenes en Occidente adquirieron la funcionalidad de
verdaderos ídolos, ya que la realización de milagros y señales estuvo ligada directamente a ellas y
al poder que se les atribuía.

EL PROBLEMA CÚLTICO

_ El culto a María

La mariolatría (culto o adoración a la Virgen María) surgió muy temprano en la experiencia de


la cristiandad, como resultado de un deseo de aumentar la glorificación de Cristo. El misterio de la
encarnación del Hijo de Dios colocó a la madre de Jesús en una posición de honor y prestigio. A
mediados del siglo IV, los teólogos cambiaron del título de María como “madre del Señor” para
transformarla en “madre de Dios” y “reina del cielo.” De “bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:28)
María pasó a ser considerada como una intercesora por encima de todas las mujeres y participante
de algún modo en la redención humana. La veneración de la Virgen se transformó en adoración, y
en algunos momentos llegó a ser más importante que Cristo mismo, especialmente en la religiosidad
popular.

El monasticismo ascético, que estimó el celibato como superior al matrimonio, enfatizó la


virginidad de María. José era considerado como una persona de edad, que se casó con María sólo
para protegerla de la calumnia. Los hermanos de Jesús eran hijos de José de un matrimonio anterior.
Ya para el siglo IV se afirmaba la perpetua virginidad de María. Parecía lógico, pues, que si María era
la madre de Dios, ella merecía ser objeto de adoración. Primero, se la invocó buscando su
protección. Luego, en el siglo V, muchos templos fueron dedicados a la “Santa Madre de Dios” o la
“Virgen Perpetua.” Justiniano I imploró su intercesión frente a Dios para la restauración del Imperio
Romano. En los siglos que siguieron, su imagen fue venerada y surgieron innumerables leyendas en
cuanto a los milagros que se producían a través suyo. La piedad popular le adscribía una concepción
y nacimiento sin pecado, y una resurrección y ascensión milagrosa al cielo.

En la Edad Media, Bernardo de Clairvaux jugó un papel director en el desarrollo del culto a la
Virgen, que llegó a ser una de las manifestaciones más importantes de la piedad popular del siglo
XII. Él no fue el inventor de la mariolatría (adoración de María) ni de la mariología (doctrina sobre
María). Según los eclesiásticos medievales, esta doctrina estaba implícita en los Evangelios mismos.
Pero en el pensamiento medieval temprano, la Virgen María había jugado un papel muy menor, y
es sólo con el surgimiento de un cristianismo más emocional en el siglo XI, que ella se transformó
en una intercesora de primer orden a favor de la humanidad delante de la deidad. Se la consideraba
como la madre amante de todos, cuya misericordia infinita ofrecía la posibilidad de salvación a todos
los que buscaran su asistencia con un corazón amante y contrito. Anselmo y algunos de sus
discípulos hicieron contribuciones importantes a la expansión rápida del culto a la Virgen a fines del
siglo XI, pero fue Bernardo quien hizo de la mariología una doctrina cardinal de la fe católica y una
creencia que fue más allá de las dimensiones de la enseñanza estrictamente religiosa hasta
enriquecer profundamente la visión artística y literaria de la alta Edad Media.

Así, pues, la piedad popular se fundaba no tanto en las doctrinas filosóficas elaboradas por los
teólogos medievales, como en la veneración de los santos y las reliquias, y especialmente en el culto
a la Virgen María. Durante el siglo XII el papado afirmó su derecho a canonizar nuevos santos, y se
estableció un procedimiento legal para probar su santidad. Se creía que las reliquias poseían
poderes curativos y propiedades milagrosas. Lo más característico de la religión popular, sin
embargo, fue la vasta difusión del culto mariano. Se consideraba a la Virgen María como intercesora
por los seres humanos ante Dios, más poderosa que los demás santos, e infinitamente más
compasiva. Así, pues, las plegarias de las personas comenzaron a dirigirse con creciente frecuencia
a ella.

Los cristianos bizantinos también reverenciaron a María con gran entusiasmo. Ciertas
aclamaciones litúrgicas cotidianas la declaraban: “Más honorable que los querubines, y más gloriosa
fuera de toda comparación que los serafines.” Desde el siglo X, el tema de la intercesión de la Virgen
encontró una iconografía distintiva, mucho más apasionada y amorosa que en las formas estáticas
anteriores. Desde entonces la Virgen adquirió un perfil más maternal y humano en las
representaciones bizantinas.

Ligada directamente a la devoción mariana, se desarrolló en la alta Edad Media una


transformación del carácter del caballero andante. La cristianización de la caballería constituyó un
ejemplo notable del poder de la religión en la Edad Media. Los guerreros toscos y brutales del siglo
X se fueron transformando en “caballeros gentiles y perfectos,” defensores galantes de los pobres
y los débiles, dedicados a promover la religión y a defender a la Iglesia. Tal era, por lo menos, el ideal
expresado en innumerables romances—el del Santo Grial, por ejemplo—y simbolizado en
ceremonias relacionadas con la investidura de la caballería. La realidad, como siempre, distaba
bastante del ideal. Sin embargo, no debe menospreciarse la eficacia de la Iglesia y del sentimiento
religioso para mitigar la violencia de las guerras internas en la cristiandad. Muchas veces los
miembros del clero intentaron reducir la plaga de la guerra privada declarando una Tregua de Dios,
durante la cual se prohibía la lucha entre cristianos. Dichas treguas no eran observadas
universalmente, por supuesto, pero posiblemente contribuyeron a favorecer un clima de paz en las
regiones rurales de Europa. En estos procesos de cambio cultural la devoción mariana jugó un papel
fundamental.

Por otro lado, las mujeres (tanto en Oriente como en Occidente) fueron grandes promotoras
del culto mariano, especialmente de la veneración de su imagen sea en forma de estatuas (en el
Oeste) o de íconos (en el Este). La razón es que las mujeres, que ocuparon generalmente un lugar
secundario respecto de los varones en la sociedad y la cultura, buscaban mediadores sagrados
(María u otras mujeres santas) para interceder ante un Dios masculino de tremendo poder y
majestad. Hay evidencia de que las madres alentaban a sus hijas a besar y acariciar estatuas o íconos
así como algunas niñas hoy juegan con una muñeca. Las imágenes familiares eran consideradas
como miembros honorables de la familia, e incluso a veces se nombraba a una imagen como
madrina de un niña.

La misma raíz mariana puede verse en el cambio de la posición de la mujer en la sociedad


caballeresca medieval. La mujer pasó a ser idealizada y se transformó en la depositaria de lo que se
llamó el amor cortés y romántico. El culto a la Virgen María motivó un grado de mayor reverencia
hacia la mujer y la maternidad. La caballería y los trovadores alababan la lealtad a la mujer que había
ganado el corazón de un caballero, y exaltaban no sólo su belleza física sino especialmente la
hermosura de su ser interior.

Alfred Weber: “En esta sociedad aparece entonces como centro la mujer, llamada a actuar
de árbitro del varón, en un curioso paralelo con el culto a María Santísima, que es venerada
en aquella época de manera idolátrica. Se trata de una sociedad, en la cual los caballeros
son los representantes de las preciosas formas culturales de este período, las cuales muy
pronto se convierten en amaneradas. Y en esa sociedad, los caballeros no sólo desenvuelven
sus dotes varoniles, y sus aptitudes amorosas cortesanas, sino también su productividad
espiritual, sobre todo en la epopeya y en las canciones. El clérigo, que antes lo había
dominado todo en el terreno espiritual, no es descartado, sino que, junto a la corte feudal,
obtiene una nueva tribuna en el centro espiritual de Europa.”

No obstante, a lo largo de la Edad Media, la mujer representó un papel doble: el de agente del
Diablo para la perdición del hombre y el de esposa de Cristo para su redención. Se consideraba a la
mujer como fuente de todos los males a través de la seducción sexual, su supuesta inclinación a lo
sensual más que a lo espiritual e intelectual, y su debilidad moral y espiritual por su descendencia
de Eva. Por otro lado, cuando la mujer se retiraba del mundo y se hacía monja pasaba a ser la esposa
de Cristo, dedicada a la intercesión por la redención de los hombres. En la Virgen María, la mujer
llegó al estatus de redentora y vencedora de la serpiente tentadora, a la que le pisa la cabeza.

_ El culto a los santos

El ingreso de grandes masas de paganos a la Iglesia llevó a la adoración de los mártires, santos
y reliquias. Los mártires cristianos ocuparon el lugar de los viejos dioses y héroes en la devoción de
las masas. A los martirologios se agregaron los santos, que fueron reconocidos por su piedad
ascética extraordinaria y su servicio a la Iglesia. Después de Ambrosio y Jerónimo, sólo personas
célibes o vírgenes podían calificar para ser considerados santos. Con posterioridad al Concilio de
Nicea (325) se fue desarrollando la invocación formal a los santos como patrones e intercesores
delante de Dios. Se construyeron templos y capillas sobre las tumbas de los mártires y se los dedicó
a sus nombres (advocación). Allí se llevaban a los enfermos para su sanidad y se celebraban fiestas
en honor del mártir en el aniversario de su muerte, mientras se veneraba alguna reliquia suya, a la
que se atribuían poderes milagrosos.

A lo largo de la Edad Media, el número de santos se multiplicó notablemente, al punto que el


santoral llegó a contar con más de uno por cada día del año. La canonización de los santos la hacía
el obispo conforme con el testimonio de los fieles de que habían ocurrido milagros por la intercesión
del mismo. Los sínodos extendían después la veneración de un santo a varias diócesis. Pero los papas
empezaron a reservarse el derecho de canonización de los santos. El primer santo canonizado por
un Papa fue Ulrico de Augsburgo (m. 973), canonizado por el papa Juan XV (993). El papa Alejandro
III reservó todas las canonizaciones a la Santa Sede. Los santos canonizados eran inscritos en el
Martirologio. Estos catálogos o listas de santos aprobados se conocían ya desde el siglo IV; el más
célebre era el Martirologio Jeronimiano (450). En el siglo IX se compusieron muchos de estos
catálogos, como el de Wandelberto de Prum, el de Rábano Mauro o el de Adón de Vienne.

Patrick J. Geary: “La devoción a los santos era aceptada tan universalmente, y el culto de
las reliquias era una parte tan natural de la vida humana, que la regulación y limitación de
estos fenómenos no era siquiera considerada, excepto sobre una base ad hoc cuando un
caso de abuso o fraude era tan evidente y tan dañino a la comunidad de los fieles que no
podía ser ignorado. Así los niveles de fuerza e intensidad por los cuales los fieles, laicos y
religiosos, procuraban ganar el favor de los santos se desarrolló naturalmente y se
incrementó en intensidad con la urgencia de los problemas que eran traídos a la
consideración de los santos.”

Las Cruzadas contribuyeron notablemente a aumentar la devoción a los santos. Después de la


caída de Constantinopla en manos de los cruzados (1204), Occidente se inundó de reliquias. Los
papas y los obispos procuraron oponerse en cierta medida a la superstición, al engaño y al tráfico
ilegal de reliquias. Pero en muchos casos supieron aprovechar la oportunidad de lucro y de control
social que las mismas representaban. Las fiestas de algunos santos como Nicolás, María Magdalena,
Lorenzo y Juan Bautista fueron declaradas de precepto, es decir, de observancia obligatoria.

Howard Clark Kee, et al.: “Los santos y sus reliquias, el peregrinaje y la esperanza de una
recompensa celestial encontraron su camino profundamente en la conciencia de los
hombres y mujeres medievales. El cristianismo ofrecía esperanza para la vida venidera y
significado en sus vidas terrenales duras y precarias, tocando virtualmente todos los
elementos de su existencia cotidiana. Desde el nacimiento hasta la muerte, las vidas de los
campesinos giraban en torno de la iglesia de la villa, donde los infantes eran bautizados, las
parejas se casaban, y los afligidos oraban por las almas de sus muertos, que estaban
enterrados en el cementerio de la iglesia.”

_ El culto al Diablo

La figura del Diablo y los demonios es tanto o más frecuente que la de santos y ángeles en el
arte y la literatura medieval. Se creía que el aire estaba plagado de demonios y el Diablo era una
presencia permanente y temible en la vida cotidiana. La diabología y demonología de la temprana
Edad Media estuvo dominada por el monasticismo, que siguió el concepto tradicional del Diablo
desarrollado por los padres del desierto. Más tarde, el surgimiento de las ciudades permitió el
desarrollo de universidades y la comprensión escolástica del Diablo y sus acciones. También durante
la alta Edad Media, la comprensión cristiana de lo diabólico se alimentó de la teología y las creencias
musulmanas sobre el particular. No obstante, a lo largo de todo el período medieval la creencia en
Satanás ocupó un lugar muy importante.

Jeffrey Burton Russell: “El arte y la literatura siguieron, más bien que condujeron, a la
teología del Diablo. No obstante, dramáticamente expandieron y fijaron ciertos puntos en
la tradición. El esfuerzo por crear unidad artística, por hacer el relato uno bueno y el
desarrollo de la trama convincente, llevó a un escenario en ciertas maneras más coherente
que el de los teólogos. El Diablo pasó por varios movimientos de declinación y avivamiento
en la alta y baja Edad Media. El decaimiento de Lucifer en la teología de los siglos XII y XIII
fue balanceado por el crecimiento de una literatura basada sobre preocupaciones seculares
tales como el feudalismo y el amor cortés, y más tarde por el crecimiento del humanismo,
que atribuyó el mal a las motivaciones humanas más que a las maquinaciones de los
demonios.”

A la figura del Diablo y los demonios se agregaba el temor a un sinnúmero de otras criaturas
malvadas, cuyo objetivo era molestar al ser humano, hacerlo sufrir o destruirlo. La mayoría de estas
criaturas diabólicas provenían del folklore pagano, como duendes, gnomos, elfos, enanos, gigantes,
monstruos, ogros y, sobre todos ellos, el Anticristo. El Anticristo era el más importante de todos los
cómplices del Diablo. Su influencia era profunda en todas las cuestiones humanas y se creía que
hacia el fin del mundo vendría en la carne para conducir las fuerzas del mal en una última batalla
desesperada contra el bien. A la lista de ayudantes del Diablo se agregaban herejes, judíos y brujas.

Se consideraba que el Diablo tenía mucho poder y se invocaba su ayuda de múltiples maneras
especialmente haciendo un pacto formal con él. Una vez hecho este pacto era muy difícil deshacerse
del mismo y de sus consecuencias. El compromiso y veneración del Diablo estaba relacionado con
la magia y varias otras prácticas del ocultismo. La mayoría de los practicantes de las artes mágicas
eran curanderos y adivinos. El ejercicio de la magia médica estaba muy generalizado, mediante el
uso de hierbas y animales medicinales. Eran populares los encantamientos mediante el uso de
oraciones, bendiciones e invocaciones. Todo el mundo utilizaba algún tipo de amuleto o talismán
protector, y se creía en el poder de ciertas piedras semipreciosas para curar o proteger del mal. La
adivinación y la brujería se desarrollaron notablemente a lo largo de toda la Edad Media, al igual
que la astrología, la magia astral, la cábala, la necromancia y más tarde la alquimia.

Richard Kieckhefer: “Los misioneros medievales tempranos en su conflicto con la religión


germana y celta pudieron predicar contra la magia. No obstante, al hacer acomodaciones a
la cultura germana y celta permitieron prácticas que según definiciones medievales tardías
serían consideradas como mágicas y quizás demónicas. Sin duda la confusión se incrementó
por la importación más o menos simultánea de diferentes tipos de magia de la cultura árabe.
El arribo de las ciencias ocultas, basadas en la metafísica y la cosmología, prestó una nueva
respetabilidad a la magia no demoníaca, pero a lo largo de la misma ruta de transmisión
cultural vinieron elementos clave de necromancia.”

EL PROBLEMA ECLESIOLÓGICO
_ El papado

La idea del papado comenzó a desarrollarse en Occidente durante el tiempo de las invasiones
germanas (450–750). Para entonces Roma era muy débil, pero el obispo de Roma se consideraba
sucesor del emperador romano. En razón de sus conflictos con el imperio bizantino, el papado buscó
a un rey occidental que resucitara al Imperio en el Oeste y restaurara la unidad política y la fuerza
de los países católicos latinos. Este avivamiento y reconstrucción ocurrió a principios del siglo IX bajo
Carlomagno, y la idea del imperio fue muy significativa en Occidente desde el siglo IX al XIV,
especialmente entre los monarcas germanos.

Ya hemos considerado cómo las divisiones políticas y geográficas del Imperio afectaron la
organización de la Iglesia. El área de la jurisdicción episcopal se transformó en “diócesis,” que había
sido la división administrativa imperial instituida por Diocleciano. De igual modo, las “provincias”
del Imperio pasaron a ser el ámbito administrativo de los arzobispos o metropolitanos, que
adquirieron poder en razón de gobernar sobre las ciudades más importantes del Imperio. Mientras
tanto, en el Imperio Bizantino, los obispos de las ciudades más importantes (Constantinopla,
Alejandría y Antioquía) recibían el título de patriarcas. La ventaja del obispo de Roma, el más
importante en Occidente, fue que no tuvo competidores por el poder y esgrimió argumentos
bíblicos con gran consistencia. Al no tener demasiados conflictos teológicos ni políticos a los que
hacer frente, el obispo de Roma (o Papa) pudo desarrollar mayor poder y prestigio y extender y
afirmar su autoridad (papado). De este modo, el papado fue el continuador de la autoridad imperial
romana y la teoría de una monarquía teocrática encontró en esta institución una vía de expresión.

Quien más hizo por afirmar la idea del papado como institución fue el papa Gregorio I el Grande.
Al tiempo que afirmó la autoridad pastoral de los obispos en la Iglesia, Gregorio era bien consciente
de que el obispo de Roma era más que un mero obispo. Como obispo de Roma, él era sucesor de
Pedro, primado de la Iglesia, y servus servorum Dei, “siervo de los siervos de Dios.” Gregorio expresó
la autoridad del papado en términos de responsabilidad, jerarquía y poder, ya que quien tiene
mayor responsabilidad tiene que gozar de mayor poder. En razón de que el Papa era responsable
delante de Dios por su ministerio como líder de la Iglesia cristiana, demandaba una autoridad
ilimitada en orden a llevar a cabo la obra divina que se le había confiado.

No obstante, una cosa era desarrollar la ideología del papado, y otra muy diferente era afirmar
el liderazgo del papado en Europa occidental, especialmente frente a los poderes seculares. A lo
largo de la alta Edad Media el papado estuvo involucrado en hacer prevalecer su pretensión de
dominio absoluto frente a los monarcas nacionales cuyo poder estaba en ascenso. Para cuando el
papado alcanzó el máximo de su poder temporal y prestigio en el siglo XIII, con el papa Inocencio III,
pasó a ocupar un lugar más en el concierto de otros poderes emergentes, que con el tiempo le
pondrían límites y en definitiva reducirían su impacto en la conducción de la cristiandad europea
occidental. Para fines del período medieval, estaba claro que el papado debía renunciar a toda
ambición de poder mundano y debía reformarse para dedicarse a una tarea más específicamente
religiosa y pastoral.
Inocencio III fue el Papa que sostuvo las pretensiones de autoridad y poder más grandes de todo
el papado medieval. Él no agregó nada nuevo al concepto del papado, pero procuró hacer valer su
convicción sobre la supremacía del papado sobre cualquier otro poder en el mundo.

Kenneth S. Latourette: “[Inocencio III] soñaba con la cristiandad como una comunidad en
la cual el ideal cristiano había de ser realizado bajo la dirección papal. Como sucesor de
Pedro, el Papa—así lo creía Inocencio—tenía autoridad sobre todas las iglesias. Al menos en
una ocasión, además, él declaró que él como Papa era el vicario de aquel de quien se había
afirmado que era el Rey de reyes y Señor de señores. Escribió que Cristo ‘legó a Pedro el
gobierno no sólo de la Iglesia sino también de todo el mundo’. También dijo que Pedro era
el vicario de aquel de quien son la tierra y lo que en ella está, el mundo y los que en él
habitan … Admitía que a los reyes les eran confiadas ciertas funciones por comisión divina,
pero también afirmaba que Dios había ordenado tanto el poder pontifical como el real, lo
mismo que él creó el sol y la luna, y que como ésta recibe su luz de aquél, así el poder real
deriva su dignidad y su esplendor del poder pontifical. Además, como sucesor verdadero de
los grandes papas reformadores, Inocencio insistía en que el poder del gobernante secular
no alcanzaba al clero, sino que el clero había de ser independiente de la ley del Estado y
sujeto tan sólo a la de la Iglesia.”

_ El clericalismo

El surgimiento del clericalismo es anterior al período medieval. El gnosticismo jugó un papel


muy importante en hacer una diferencia entre aquellos que tenían el conocimiento (gnosis) de los
misterios de la religión y el común de la gente que los ignoraba. De este modo, los obispos (pastores)
surgieron como hombres que ostentaban una autoridad religiosa y dogmática, administrativa y
pastoral por encima de cualquier otro creyente. Ellos tenían la responsabilidad de definir el dogma
y ejercer un control absoluto sobre el rebaño. Los presbíteros (sacerdotes) surgieron como
asistentes de los obispos. Los sacerdotes estaban bajo la autoridad del obispo y lo asistían en su
ministerio en la catedral y en las congregaciones locales que dependían de ella y eran parte de su
diócesis. Se creía que la autoridad de los obispos derivaba de su ordenación mediante la sucesión
apostólica, es decir, de Cristo a través de los apóstoles y por sus sucesores legítimos a todos los
obispos. El misterioso poder espiritual de la Iglesia era considerado como emanando de Cristo en
una línea directa hasta el que ocupaba cada sede episcopal.

El desarrollo de la jerarquía eclesiástica fue también alentado por el crecimiento del


sacramentalismo. A través de los ritos misteriosos de los sacramentos el creyente podía obtener
acceso a la gracia salvadora de Dios. Por ser los únicos administradores de los sacramentos, los
sacerdotes adquirieron un gran poder y prestigio, y se consideraba que tenían una relación especial
con Dios. Tan especial era esta relación que parte de su deber era ofrecer el sacrificio de la misa de
manera regular y permanente, incluso estando solos o fuera de la congregación. Esto hizo que los
miembros del clero adquiriesen un estatus social y espiritual superior al de cualquier otra persona
en la sociedad medieval. Esta diferenciación era marcada mediante el uso de vestimentas
especiales, la tonsura del cabello, el celibato y una vida alejada de lo que se consideraba mundano.
No obstante, muchos clérigos y monjes estaban lejos de practicar los ideales de la fe que
profesaban. El voto de castidad era violado permanentemente por la mayoría de los clérigos.
Borracheras, venalidad y simonía eran comunes. Los deberes sacerdotales eran llevados a cabo a la
ligera y sin dedicación. En algunos casos, el clero se involucró en prácticas ocultistas e incluso
satánicas. Los obispos se transformaron en magnates que se ocupaban más de las cuestiones
temporales que de sus deberes espirituales y pastorales. Todo el mundo respetaba el oficio
sacerdotal, pero muchos resistían los abusos del clero y expresaban una actitud anticlerical. El
desarrollo del clericalismo puso en evidencia el contraste entre el ideal del evangelio cristiano y la
corrupción del mismo.

Kenneth S. Latourette: “Los muchos esfuerzos para la reforma del clero y los monasterios
y de la Iglesia como un todo son al mismo tiempo una indicación de una vida religiosa que
no podía permanecer satisfecha con los abusos o con nada menos que la perfección
establecida en los Evangelios, y con los alejamientos patentes y crónicos de ese modelo. La
introducción del cristianismo [al clericalismo] trajo una tensión entre lo ideal y lo real.
Muchos fueron atraídos, pero muchos también estaban contentos con encontrar un estilo
de vida más o menos confortable en las concesiones y otros emolumentos provistos por los
fieles.”

_ El sacerdotalismo

Debido al sacramentalismo y el clericalismo, el sacerdocio (sacerdotium) ocupó una posición


elevada por encina de la posición de otros miembros de la Iglesia. Sólo los sacerdotes podían llevar
a cabo el milagro de la eucaristía (transubstanciación) y darle validez a los demás sacramentos de la
Iglesia. Con la institución de una jerarquía eclesiástica, el sacerdocio de todos los creyentes se perdió
y se creó la noción contraria al Nuevo Testamento del creyente común como laico (es decir,
perteneciente al pueblo). De este modo, el laicado quedó bajo la autoridad de la jerarquía, sujeto a
los sacerdotes y los obispos. Los dones del Espíritu Santo, que en los primeros siglos del testimonio
cristiano habían estado en manos de todos los creyentes, ahora eran privilegio exclusivo de la
jerarquía. Con todos los cinco ministerios bíblicos (predicación, enseñanza, comunión, adoración,
servicio) ocurrió lo mismo. Los laicos quedaron limitados al papel de espectadores de los rituales
sagrados llevados a cabo por los sacerdotes y obispos.

En relación con los sacerdotes y su autoridad para llevar a cabo los misterios sacramentales, se
decía que era su oficio y no la calidad de su conducta la que daba efectividad al milagro sacramental.
Esto era así, se decía, porque el sacerdote no actuaba como ser humano, sino como representante
de Cristo y oficial de la Iglesia. El sacerdote era el único que podía, mediante las palabras y fórmulas
prescritas, hacer que los sacramentos operasen como vehículos de gracia salvadora.

En razón de que la parroquia era la unidad básica de la organización de la Iglesia y que el


sacerdote era el personaje más importante de la comunidad, su prestigio y poder casi no tuvieron
competencia. La edad para acceder a los órdenes mayores era de treinta años para el sacerdocio,
veinticinco para el diaconado y veinte para el subdiaconado. Los sacerdotes que vivían en pueblos
gozaban de una variedad mayor de servicios y oportunidades para su desarrollo. En las iglesias más
grandes, los sacerdotes vivían en una comunidad semimonástica conforme con una regla (canon)
de donde se deriva el nombre de cánones para estos sacerdotes. Estas comunidades sacerdotales
eran llamadas collegia y se designaba a estas iglesias como colegiales. Los cánones estaban
asociados también con las catedrales, en las que servían como asistentes de los obispos. Durante el
siglo XII, los cánones de las catedrales (conocidos colectivamente como el capítulo) llegaron a jugar
un papel decisivo en la selección de nuevos obispos.

Carl A. Volz: “Los sacerdotes que servían en las grandes iglesias urbanas eran sostenidos
mediante legados de tierra que producían renta y que se llamaban prebendas. Algunos
cánones abusaron del sistema en la baja Edad Media cuando se dedicaron a colectar los
derechos de varias prebendas, con cuya renta contrataron a substitutos (vicarios) para
cumplir con sus deberes. Se promulgaron regulaciones que estipulaban que todo sacerdote
debía pasar al menos un tercio de cada año en residencia en su parroquia. El surgimiento
de los pueblos e incluso de las grandes ciudades a comienzos del siglo XII, junto con la
aparición de las universidades, incrementó considerablemente las oportunidades para la
educación y el mejoramiento clerical.”

La separación y distinción marcada por el sacerdotalismo encontró un fuerte elemento definidor


en la práctica del celibato sacerdotal. Con anterioridad a la Edad Media ya se consideraba al celibato
como indicación de santidad, y en consecuencia, como requisito necesario para aspirar al
sacerdocio. No obstante, fue dentro de los círculos monásticos que el celibato fue elevado por
primera vez a un estado obligatorio, y de allí pasó a ser requerido a todo el clero. El celibato romano
era diferente del aprecio bizantino por el matrimonio de su clero. En el Este, sacerdotes y diáconos
continuaban con su vida matrimonial después que eran ordenados. Sólo se obligaba a los obispos a
enviar a sus esposas a monasterios distantes.

_ El sacramentalismo

Es a lo largo de la Edad Media que la práctica y doctrina del Bautismo y de la Eucaristía se


desarrollaron considerablemente con un tinte mágico. Ambos ritos cristianos adquirieron en estos
siglos un marcado carácter sacramental, es decir, se los consideró como sacramentos. El
sacramentalismo es el concepto teológico que considera al sacramento como una forma visible de
la gracia invisible de Dios. Este concepto apareció bien temprano en la historia del cristianismo y
debe mucho de su contenido a formulaciones procedentes del helenismo. No obstante, fue a lo
largo de la Edad Media que el sacramentalismo se afirmó de manera definitiva, especialmente en
relación con el Bautismo y con la Eucaristía.

Durante la alta Edad Media, los sacramentos se organizaron y sistematizaron. Hugo de San
Víctor (1097–1141) consideraba que eran treinta en total, siguiendo el modelo de Agustín. Pero su
contemporáneo Pedro Lombardo, en sus Sentencias produjo una sistematización que consideraba
sólo siete y los distinguía de los sacramentales menores. Sus conclusiones recibieron el sello de
ortodoxia en el Cuarto Concilio Laterano y su sistema fue finalmente confirmado y establecido
teológicamente por Tomás de Aquino en su Suma teológica e impuesto oficialmente por el Concilio
de Florencia (1439). Según Lombardo y Aquino, los sacramentos confieren gracia divina
simplemente al ser ejecutados (ex opere operato). Esto es lo que se conoce como sacramentalismo.

Bautismo. La comprensión del bautismo fue afectada por la controversia entre Agustín de
Hipona y Pelagio. La doctrina del pecado original, que sostenía Agustín, resultó en la comprensión
del bautismo como medio de salvación y fomentó la necesidad de bautizar a los niños para que no
fueran al infierno o al limbo. La alta tasa de mortalidad infantil, característica de los tiempos
medievales, hizo que el bautismo se practicara cada vez más temprano en el recién nacido. Además,
en razón del concepto de cristiandad, el bautismo llegó a ser no sólo el medio de ingreso a la
comunión en la Iglesia sino también a la sociedad cristiana (Estado).

A partir de Gregorio I comenzó a practicarse una sola inmersión del catecúmeno (hasta entonces
se lo sumergía tres veces, desnudo). La aspersión para entonces era bastante común y se la
consideraba como equivalente a la inmersión. De todos modos, el bautismo era considerado como
un rito de purificación en el que todos los pecados previos eran lavados y la persona comenzaba la
vida eterna. Sólo el martirio podía ser un substituto válido para el bautismo. Generalmente, los
bautizados eran adultos, pero el bautismo de infantes ya estaba bien difundido a comienzos de la
Edad Media y llegó a ser la práctica universal durante estos siglos.

Carl A. Volz: “El Bautismo ocupó un lugar a la cabeza de los sacramentos porque era por él
que se hacían nuevos cristianos. Si bien en la iglesia primitiva el número de bautismos de
adultos era grande, para el año 1200 la mayor parte de los adultos ya había entrado a la
Iglesia, y los bautismos eran primariamente de niños. Bajo Carlomagno el gran bautisterio
para adultos dio lugar a una fuente más pequeña, y la inmersión fue reemplazada por la
aspersión, pero los infantes siguieron siendo sumergidos en grandes fuentes hasta el siglo
XVI. El rito era acompañado del uso de símbolos—agua, vela, vestidura blanca, sal y aceite.
En una edad posterior el niño recibía la Confirmación, que era una afirmación del Bautismo.”

Hacia fines del período medieval comenzó a desarrollarse la idea de que con el bautismo el alma
quedaba sellada con un “sello” indeleble, con lo cual no era necesario repetirlo. Lo mismo se
afirmaba de los sacramentos de la confirmación y de la ordenación. Esto era una conclusión lógica
a partir del concepto agustino de que el bautismo de los donatistas era válido, y por lo tanto no era
necesario repetirlo aun cuando los herejes donatistas se arrepintieran y reconciliaran con la Iglesia
Católica.

Eucaristía. La celebración de la Eucaristía o Santa Comunión, acompañada de ciertas oraciones,


continuó siendo a lo largo de la Edad Media el clímax de la adoración cristiana, tanto en Oriente
como en Occidente. En estos siglos se confirmó la comprensión sacramental de la Eucaristía en
Occidente, al afirmarse la presencia real de Cristo en los elementos, su transformación substancial
(transubstanciación) y su carácter como renovación del sacrificio expiatorio. Como vimos más
arriba, en el siglo IX, Ratramno fue uno de los últimos escritores en describir los elementos de la
Eucaristía como “símbolos,” pero su libro fue condenado en 1050. Él se oponía a Pascasio Radberto
que asumió la posición realista, que afirmaba una presencia real de Cristo en los elementos
eucarísticos y anticipaba la idea de la transubstanciación de los mismos. Así, pues, alrededor del año
1000, ya estaba bien generalizada la idea de que en la Eucaristía el signo es lo mismo que aquello
que significa o señala (posición realista). Finalmente, el Cuarto Concilio Laterano (1215) afirmó la
idea de la transubstanciación y enseñó que la sustancia del pan y del vino es cambiada en el cuerpo
y en la sangre reales de Cristo.

Aquino defendió la transubstanciación usando categorías aristotélicas, lo cual dio lugar a nuevos
énfasis y prácticas. La eucaristía se transformó en el rito máximo del culto y hubo un aumento de
devociones fuera de la liturgia. Entre estas devociones secundarias una de las más populares fue la
fiesta del Corpus Christi (cuerpo de Cristo), en la que se veneraba a la hostia consagrada. Los laicos
quedaron excluidos de la participación del vino, para evitar que derramaran el vino
transubstanciado en la sangre de Cristo. También empezaron a celebrarse misas (sacrificios
eucarísticos) por los muertos y misas privadas.

En Oriente, ya desde el siglo IV se sostenía que Cristo se hacía presente en los elementos
sacramentales durante la oración conocida como la Invocación. Se oraba para que el Espíritu Santo
descendiera y efectuara el cambio de los elementos consagrados. En Occidente se creía que la
consagración de los elementos ocurría cuando se pronunciaban las palabras de Jesús: “esto es mi
cuerpo … éste es el nuevo pacto en mi sangre.” En Oriente la acción consagratoria era la epiklesis u
oración invocando al Espíritu Santo. Esta oración central era recitada como un susurro por el
sacerdote, lo cual acentuaba el misterio del acto pero también alienaba a la gente de la participación
en el mismo.

La presencia real de Cristo hacía de la Cena tanto un sacrificio como un acto de comunión. En
Oriente se enfatizaba el aspecto de la comunión según la cual la Cena era un misterio vivificador,
por el cual el participante recibía el cuerpo y la sangre transformadores del Señor, y de ese modo
participaba de la naturaleza divina. En Occidente, donde se afirmaba que la salvación venía a través
de una correcta relación con Dios a través de un sacrificio, se concebía a la Eucaristía como un drama
en el que el sacerdote, detrás de un velo, ofrecía un sacrificio a Dios y apelaba a él para que se
mostrara misericordioso hacia aquellos por quienes se ofrecía tal sacrificio.

Hubo controversias entre el Este y el Oeste en cuanto a la práctica de la Eucaristía. En Occidente


se generalizó la práctica de usar pan sin levadura (azymes) y desde el siglo VIII en adelante se usaron
hostias para la comunión. En Oriente, por el contrario, se utilizó pan común. El Cuarto Concilio
Laterano (1215) estipuló que todos los cristianos debían comulgar por lo menos una vez al año, y
especialmente para Pascua. Para los siglos XI y XII la misa era exclusivamente una ceremonia
sacerdotal en la que las personas participaban como espectadores pasivos. Además, al ser llevada a
cabo en latín y con el sacerdote de espaldas a la congregación, era ininteligible para la mayor parte
de las personas.

EL PROBLEMA MISIONOLÓGICO

_ Misión y monasticismo
A diferencia de sus antecesores orientales, los monjes occidentales no sólo se dedicaron a la
vida contemplativa y de separación del mundo, sino que se transformaron en la fuerza misionera
más importante, especialmente durante la temprana Edad Media. Desde el siglo VI en adelante, la
mayoría de los misioneros de la Iglesia Romana y de la Iglesia Griega eran hombres y mujeres que
habían hecho votos monásticos. Entre los primeros, los monjes irlandeses ocuparon un lugar muy
particular. Eran hombres de un buen nivel de educación y de gran celo religioso, que orientaron su
vocación hacia la tarea misionera y fueron así pioneros en la conversión de los paganos anglosajones
y en sus intentos por reformar la Iglesia en Galia. La estructura no jerárquica de sus monasterios,
donde el abad no tenía autoridad sobre los monjes, sino que éstos eran libres para ir y venir como
les parecía bien, favoreció el desarrollo de sus aventuras misioneras. Norman E. Cantor señala,
además, que “los misioneros celtas que comenzaron la conversión del norte de Inglaterra a fines del
siglo VI y principios del VII trajeron con ellos su profunda erudición, y las escuelas anglo-sajonas de
los siglos VII y VIII se debieron en parte a las contribuciones de la erudición irlandesa.”

En el caso de los benedictinos, con el tiempo se tornaron más elitistas y sus cuadros estuvieron
integrados mayormente por personas pertenecientes a la nobleza. No obstante, si bien la mayoría
de los monjes permaneció en sus monasterios y sujetos a sus votos, en el siglo VIII los monjes
benedictinos más capaces dejaron con frecuencia sus comunidades para dedicarse a la obra
misionera. De este modo, el monasticismo de Benito de Nursia, que había sido pensado como una
forma de huir del mundo civilizado para dedicarse a una vida contemplativa, se transformó en la
temprana Edad Media no sólo en una parte integral de la sociedad sino también en una fuerza
salvadora de primera importancia en la civilización caótica que siguió a las invasiones germanas.

Fue especialmente en el continente europeo que los monjes jugaron un papel importante en la
conversión de numerosos pueblos paganos. A fines de la última década del siglo VII, monjes
anglosajones comenzaron a misionar entre los frisios paganos de los Países Bajos. Muy pronto estos
misioneros tomaron contacto con los carolingios, la nueva familia dominante en Francia. Bajo la
dirección de Pipino el Breve, se transformaron en la vanguardia de la expansión de los francos al
norte del río Rin.

Norman E. Cantor: “La actitud de simpatía de los carolingios hacia los misioneros anglo-
sajones estuvo motivada por su deseo de aparecer como amigos de la Iglesia, cuyo apoyo
moral podía ser especialmente útil en vista de su propio dudoso derecho legal a dominar la
monarquía francesa, y en razón de que creían que la cristianización de las tribus germánicas
de la frontera haría más fácil su absorción efectiva a la monarquía franca.”

En este proceso, algunos misioneros, como Bonifacio, jugaron un papel fundamental, ya que
fueron los gestores de la primera Europa. Bonifacio no sólo fue el apóstol de Alemania, sino también
el reformador de la Iglesia franca y el principal gestor de la alianza entre el papado y la dinastía
carolingia. Sus labores misioneras en Alemania fueron de gran trascendencia, ya que colocó bajo la
civilización cristiana latina a un amplio territorio de Europa occidental y echó los cimientos de la
Iglesia alemana, que ya en el siglo X se destacó por la intensa calidad de su religiosidad. El profundo
espíritu misionero de los monjes anglosajones de la temprana Edad Media está bien ilustrado por
una carta que Bonifacio dirigió a todos los obispos y clero de la Iglesia en Inglaterra, solicitando su
asistencia en la labor misionera que estaba llevando a cabo.

Bonifacio: “Humildemente les rogamos … que la palabra de Dios pueda avanzar y ser
glorificada. Les encarecemos que estén alertas en la oración para que Dios … pueda volver
los corazones de los sajones paganos a la fe católica … y reunirlos entre los hijos de la Madre
Iglesia. Tengan compasión por ellos, porque ellos mismos están diciendo ahora: ‘Todos
nosotros somos de una sola sangre y hueso con ustedes.’ … Además, que sea notorio a
ustedes que al hacer esta apelación cuento con la aprobación, la conformidad y la bendición
de dos pontífices de la Sede Apostólica.”

Las labores misioneras de estos monjes benedictinos y sus esfuerzos por cristianizar el occidente
europeo pusieron en movimiento un complejo de ideas e instituciones que llegaron a configurar la
civilización de la primera Europa. Por cierto que este mundo de tensiones, ambigüedades, logros y
desengaños estaba bastante más allá de los ideales puros y simples y de las expectativas
misionológicas de los misioneros anglo-sajones.

_ Misión y expansionismo

Una constante de los grandes emprendimientos misioneros de todos los tiempos es que los
misioneros acompañan a los ejércitos y mercaderes de los poderes dominantes, en el proceso de su
expansión territorial. En la historia del cristianismo, la expansión del poder carolingio durante el
siglo IX fue clave para determinar el éxito de la empresa misionera en Europa occidental. En la
conversión de los pueblos paganos al norte del río Rin dos factores se asociaron de manera estrecha:
el celo misionero de los monjes anglo-sajones y la fuerza militar de la dinastía carolingia.

Evangelización belicosa. Durante el período carolingio, la expansión del cristianismo estuvo


ligada directamente a la expansión territorial de los francos. Esto se vio claramente en la
evangelización del norte de Europa y especialmente de Europa central. Los francos querían crear
una estructura social y cultural que fuese cristiana por definición. El resultado de tremenda empresa
fue un maravilloso sentido de unidad y coherencia bajo el signo de la cruz. Esto le dio a Europa
occidental un gran dinamismo cultural, pero implicó cierto grado de intolerancia doctrinaria,
litúrgica, y en el fondo cultural y social, lo cual no hizo posible el desarrollo de una Iglesia
auténticamente ecuménica. Por lo menos, una Iglesia que combinara lo mejor de las tradiciones
cristianas de Oriente y de Occidente.

Paul Johnson: “Se obtuvo la unidad profunda a expensas de la unidad amplia. La


penetración cristiana en todos los aspectos de la vida de Occidente significó la creación de
una estructura eclesiástica muy organizada, disciplinada y particularista, que no podía
permitirse la concertación de un compromiso con los desvíos orientales. Más aún, el sesgo
imperioso de la Iglesia carolingia poco a poco tiñó las actitudes del papado y rigió a la
postura romana mucho después de que el propio Imperio carolingio desapareciera. Durante
los siglos X y XI Roma utilizó, en sus enfrentamientos con Constantinopla, argumentos que
habían sido concebidos por la corte franca en los siglos VIII y IX, y a los que en ese momento
aquélla se había opuesto, o bien había intentado moderar.”

La importancia de la violencia como método misionológico fue un rasgo especialmente


acentuado en Occidente. Los cristianos orientales tendieron a seguir las enseñanzas de Basilio de
Cesarea, para quien la guerra era una práctica vergonzosa. Ésta había sido la actitud de la tradición
cristiana original. Pero en Occidente se siguieron las enseñanzas de Agustín de Hipona, para quien
la guerra era “justa” si era la voluntad de Dios. De allí que cuando Urbano II predicara la primera
Cruzada lo hizo al grito de: “¡Dios lo quiere!” Por otro lado, el uso de la fuerza era meritorio cuando
se lo orientaba contra los que afirmaban o sostenían otras creencias religiosas o ninguna. Las
Cruzadas se transformaron así, probablemente, en la empresa más monumental de evangelización
belicosa emprendida por la cristiandad occidental.

Cuatro factores confluyeron en el desarrollo de las Cruzadas militares. El primero fue el


desarrollo de la Reconquista española, que estuvo cargada de un profundo contenido espiritual y
de fanatismo religioso. El segundo fue el temple violento de los pueblos germánicos, especialmente
los francos y más tarde los anglosajones, siempre afectos al uso de las armas. El tercero fue el peso
de la tradición histórica, ya que los francos, desde los días de Carlomagno, habían asumido el
derecho y el deber de proteger los lugares santos de Jerusalén y a los peregrinos occidentales que
los visitaban. Y, el cuarto fue la idea de unir la expansión territorial a expensas de los infieles con la
práctica de la peregrinación religiosa masiva y armada a Tierra Santa.

Paul Johnson: “La idea de que Europa era una entidad cristiana, que había adquirido ciertos
derechos inherentes sobre el resto del mundo a causa de su fe y de su deber de extenderla,
armonizaba perfectamente con la necesidad de hallar una salida tanto a su afición a la
violencia como al exceso de su población.… Por consiguiente, las Cruzadas fueron hasta
cierto punto un extraño episodio a medio camino entre los movimientos tribales de los
siglos IV y V y la migración transatlántica masiva de los pobres en el siglo XIX.”

No obstante, las Cruzadas fueron un derroche de violencia, pero misionológicamente fueron


nulas. Los cristianos occidentales gobernaron a la población conquistada como una elite colonialista.
No se realizó ningún esfuerzo por convertir a los musulmanes y los ataques contra Constantinopla
debilitaron radicalmente a la cristiandad bizantina. Sin embargo, el espíritu de cruzada caracterizó
la mayor parte de los esfuerzos evangelísticos y misioneros de la alta y baja Edad Media. En muchos
casos, no se podía entender de qué otra manera podía predicarse el evangelio que no fuese a punta
de espada. Las excepciones a esta estrategia bélica fueron Francisco de Asís y Raimundo Lulio, en
sus intentos por llegar a los musulmanes con el evangelio.

Paul Johnson: “Un aspecto que seguramente debe parecer extraño al historiador es que ni
la cristiandad occidental ni la oriental crearon órdenes misioneras. Hasta el siglo XVI el
entusiasmo cristiano, que adoptó tantas otras formas, nunca se orientó institucionalmente
por este canal. La cristiandad continuó siendo una religión universalista. Pero su espíritu
propagandístico se expresó durante la Edad Media en distintas formas de violencia. Las
cruzadas no fueron iniciativas misioneras sino guerras de conquista y experimentos
primitivos de colonización; las únicas instituciones cristianas específicas que ellas
originaron, las tres órdenes caballerescas, fueron cuerpos militares.”

Evangelización urbana. La decadencia del feudalismo y el restablecimiento del poder real


significaron un cambio en la comprensión de la misión cristiana. El régimen feudal había provocado
la desintegración política y territorial de Europa en pequeños Estados, gobernados por señores
representantes de la nobleza. Pero a fines del siglo XIII, el feudalismo comenzó a declinar en Francia
e Italia y si bien el sistema se prolongó por más tiempo en Alemania e Inglaterra, hacia el año 1500
ya se había extinguido totalmente en Europa occidental.

CUADRO 13 - CAUSAS DE LA DECADENCIA DEL FEUDALISMO

1. Desarrollo económico: desde el siglo XI creó nuevas oportunidades de trabajo y permitió a


muchos siervos y campesinos comprar su libertad.

2. Nuevas tierras: el crecimiento de la agricultura demandó de nuevas tierras, lo que llevó a la tala
de bosques y el drenaje de pantanos, trabajos emprendidos por los campesinos, que lo hicieron
a cambio de su libertad.

3. Peste Negra: diezmó las poblaciones y esto valorizó la mano de obra.

4. Ejércitos profesionales: muchos siervos se incorporaron a ellos como soldados mercenarios y


esto debilitó el prestigio de la caballería.

5. Guerra de los Cien Años: originó períodos de caos y precipitó la caída del feudalismo.

La decadencia del feudalismo y el surgimiento de una burguesía urbana favorecieron la


progresiva consolidación del poder real y el surgimiento del concepto de Estado o Nación. Los
burgueses de las ciudades enfrentados con la nobleza, apoyaron militar y económicamente a los
reyes con el propósito de asegurar el orden y la unificación política y territorial. La nobleza perdió
sus privilegios mientras la monarquía consolidaba su poder y carácter absolutista.

Ya para fines del siglo XI, el relativo aumento de la seguridad social y de la demografía,
incrementó la construcción de núcleos urbanos. Cuando desapareció el peligro de los ataques de
húngaros y de normandos, y también cesaron las guerras entre los señores feudales, los habitantes
de los lugares fortificados, en razón del aumento de la población, abandonaron esos recintos muy
estrechos y se dirigieron a las ciudades, que fueron reconstruidas y repobladas. La relativa
prosperidad de la agricultura, con nuevos cultivos como el del arroz; el progreso de las artesanías,
con la agrupación de los patrones y los obreros en gremios; y, el resurgimiento del comercio
marítimo, como resultado de las Cruzadas, provocaron un inusitado desarrollo urbano. En las
proximidades de los castillos y de los monasterios, en los cruces de caminos comerciales o en los
puertos de mar, se agrupó la población, constituyendo las villas; en las afueras de las arruinadas
ciudades antiguas se formaron barrios o burgos y se construyeron nuevas murallas y defensas. A los
habitantes de estos núcleos urbanos fortificados, generalmente comerciantes, artesanos y gente
que no se dedicaba a trabajos manuales, se les llamó burgueses.

Las villas y los burgos dependían al formarse de un señor feudal, pero pronto se fueron
emancipando al comprar sus libertades o conquistándoles por la fuerza. Los reyes, por su parte,
favorecieron este movimiento de emancipación de la clase media o burguesía, en su lucha por abatir
la nobleza feudal, siempre peligrosa para la autoridad regia. Así, ayudadas por los reyes, las ciudades
se convirtieron en municipios y organizaron su propia administración, de la que se encargaba una
asamblea de vecinos que formaban el concejo o ayuntamiento, presidido por un magistrado llamado
alcalde o síndico. Según los lugares, hubo municipios libres o autónomos y otros aforados o francos,
cuya carta o fuero limitaba los derechos del señor, de quien en parte dependían.

Los comerciantes y artesanos urbanos organizaron su trabajo tomando como base la asociación
obligatoria. Patrones y obreros se agrupaban en corporaciones o gremios, que eran entidades de
carácter religioso-profesional. Cada oficio poseía su corporación y ningún artesano podía trabajar
sin hallarse inscrito en la asociación respectiva. En su aspecto religioso, las corporaciones eran
verdaderas cofradías, pues poseían asesores eclesiásticos, y se hallaban bajo la advocación de un
santo o “patrono” espiritual. En el día destinado a honrar al divino protector, se realizaban solemnes
fiestas patronales. Éstas consistían en desfiles y procesiones, encabezadas por los estandartes del
gremio y la imagen del santo tutelar.

En este contexto urbano, los paladines de la evangelización fueron los frailes dominicos y
franciscanos, a lo largo del siglo XIII. Su ministerio evangelizador fue típicamente urbano y apeló
notablemente a las nuevas clases sociales, que veían en su estilo de vida sencillo y sus ideas
renovadoras un contraste notable con la corrupción del clero secular y regular. Muy pronto
obtuvieron facultades sacerdotales, lo que les permitió escuchar confesión y administrar los
sacramentos, y transformarse en dinámicos competidores de los sacerdotes parroquiales y del clero
de la catedral. La metodología evangelizadora que utilizaron fue típicamente urbana y respondió
adecuadamente a las expectativas de la mayoría de los laicos, que estaban desencantados con la
Iglesia institucional. Con el correr del tiempo, los frailes fueron absorbidos por los ideales urbanos,
adquirieron propiedades en las ciudades y se inclinaron al estudio de la filosofía y de la ciencia. En
el último cuarto del siglo XIII, profesores franciscanos dominaban la Universidad de Oxford mientras
que sus pares dominicos hacían lo propio en París.

_ Misión y sincretismo
Con el ingreso masivo de los bárbaros al ámbito del Imperio Romano se inició un proceso de
sincretismo religioso de gran envergadura. Este proceso se modeló con el aporte de dos fuentes
principales: la tradición pagana, que nunca había desaparecido del todo, y la tradición germánica,
que de algún modo perduró al no haber habido una adecuada evangelización sino una mera
cristianización superficial. Sobre este sustrato fundamental, durante la temprana Edad Media, en la
Europa germanizada hubo una profunda penetración de los elementos culturales orientales, que
dejarían su rastro a lo largo de todo el medioevo. La Iglesia cristianizó y dio expresión a todas estas
influencias a través de sus creencias y ritos.

Además, si bien nunca se abandonó un cierto sentido de naturalismo frente a una naturaleza
que se presentaba misteriosa y desconocida, predominó el acercamiento fantástico y mágico a la
realidad. La doctrina y la práctica cristianas durante la Edad Media se construyeron con estas
concepciones combinadas de mundo y trasmundo, lo cual terminó en diversas manifestaciones de
sincretismo. Las supersticiones populares y el sincretismo religioso afectaron notablemente el
carácter y la estrategia misionera.

José Luis Romero: “El afán de introducir a los pueblos paganos dentro del ámbito de la
iglesia movía a utilizar—fuera de la coacción, usada muchas veces—procedimientos
catequísticos que, siendo sin duda muy hábiles, conducían a resultados inmediatos muy
diversos de los esperados. La superposición de las fiestas cristianas sobre antiguas y
tradicionales fiestas paganas, la asimilación de los milagros a los viejos prodigios, la
explicación grosera de ciertas ideas abstractas inaccesibles, todo ello debía contribuir a
perpetuar cierta concepción naturalística por debajo de una aparente adhesión a la
concepción cristiana. El signo de esa perpetuación fue la multitud de supersticiones que la
Iglesia creyó necesario combatir y el peligroso culto a las imágenes, en el que desembocaba
cada cierto tiempo el antiguo politeísmo. En los campos sobre todo, las supersticiones se
manifestaban vigorosas, y constituía toda una preocupación de la Iglesia el combatirlas.”

El proceso de sincretismo continuó a lo largo de toda la Edad Media. El legado del paganismo
teutónico, celta e incluso grecorromano no desapareció nunca. De una u otra manera es posible
detectar sus raíces en la enorme difusión de la magia, la profusión de lo milagroso, la veneración de
las reliquias y el culto a los santos. Con las Cruzadas, el proceso de sincretismo religioso alcanzó
niveles asombrosos. Los cruzados trajeron de Oriente todo tipo de ideas y objetos, creencias y
prácticas, que fueron reciclados en Occidente dando lugar a las más diversas manifestaciones de
religiosidad popular.

Paul Johnson: “… es indudable que los cruzados que retornaban traían consigo la herejía. El
dualismo de los bogomilos de los Balcanes, que tenían vínculos que se remontaban a los
gnósticos, llegó a Italia y la Renania a principios del siglo XII y de ahí se extendió a Francia.
Una vez que los viajes de larga distancia se convirtieron en hechos rutinarios, fue inevitable
que se difundiesen diferentes herejías, y las cruzadas suministraron medios de
comunicación precisamente al tipo de gente que tomaba en serio las ideas religiosas y que
emocionalmente era propensa a adoptar posturas heréticas.”
A su vez, en Europa occidental la antigüedad grecorromana continuó manifestándose
especialmente en las formas plásticas y arquitectónicas. La literatura clásica fue estudiada en las
universidades bajo la aprobación y protección de la Iglesia. Los poetas latinos paganos eran
altamente estimados y tenidos como autoridades en materia moral y espiritual. De hecho, Dante
era un gran admirador de Virgilio y varios papas renacentistas se ocuparon más por resucitar la
antigüedad grecorromana que por resucitar a la Iglesia que en sus días estaba moribunda.

En la alta Edad Media se dio una forma sofisticada de sincretismo con el impacto que la filosofía
griega pagana tuvo sobre la formulación del pensamiento cristiano escolástico. Las obras de Platón
y los escritos de Dionisio el Areopagita, un autor cristiano neoplatónico, influyeron notablemente
sobre los místicos y pensadores medievales. El avivamiento de los estudios de Aristóteles y de
Averroes, su intérprete árabe, durante los siglos XII y XIII marcó profundamente la formulación
dogmática de la fe cristiana. El islamismo tuvo también su influencia notable en la formulación del
pensamiento cristiano. En buena medida, el escepticismo materialista de muchos pensadores
cristianos del siglo XIII resultó de su estudio de la filosofía musulmana. Filósofos como Avicena (979–
1037) y Averroes (1126–1198) fueron estudiados por los escolásticos cristianos y afectados por su
pensamiento aristotélico. En un grado menor, los judíos, que estaban esparcidos por toda Europa,
también ejercieron su influencia sobre la cosmovisión cristiana, especialmente a través de los
escritos de Maimónides (1135–1204), destacado seguidor de la filosofía de Aristóteles.

EL PROBLEMA APOLOGÉTICO

_ Las herejías

Uno de los problemas que más agobió a la Iglesia en Occidente durante la alta Edad Media fue
el problema de la herejía. Al finalizar el siglo XII, la Iglesia debió hacer frente a diversos movimientos
de disidencia y renovación, e incluso grupos heréticos, que representaban una reacción contra el
estado calamitoso del clero y los abusos del papado. Algunos de estos movimientos procuraban la
recuperación de un cristianismo más bíblico y semejante al de los primeros siglos. Los más
importantes de estos movimientos fueron los encabezados por los albigenses o cátaros y los
valdenses.

Rodolfo Puiggrós: “Como la teología abarcaba entonces en profundidad y extensión toda la


superestructura del feudalismo y lo consideraba un régimen estático sin tolerar
competencias ni críticas, a cualquier movimiento revolucionario se le colgaba el sambenito
de hereje. Oponerse al orden social establecido equivalía a oponerse a la Iglesia. Es cierto
que las querellas entre el trono y el altar o las rivalidades entre los señores parecían agitar
nada más que la superficie del régimen sin modificarlo, pero aun así provenían de la
ebullición de factores internos, cuya acción se prolongó en el curso de la Edad Media, a
través de un sordo y constante descontento que estallaba convulsiva y esporádicamente sin
desprenderse de su cobertura religiosa e hizo crisis a fines del siglo XII.”
El fin de la cultura de la alta Edad Media se vio marcado por una profunda percepción de la crisis
del orden tradicional. Las certidumbres que se habían logrado en este período comenzaron a hacer
agua y el naturalismo encontró vías de desarrollo. No obstante, hubo una exaltación del sentimiento
religioso, que tendió a apartar a muchos de las vías cada vez más racionales que adoptaba la teología
oficial. Como indica José Luis Romero: “En el campo de las creencias populares, aparecieron
numerosas herejías cuyo signo era el retorno a la verdad simple y pura del evangelio, con
prescindencia de todo el vasto aparato de saber intelectual que la escolástica había construido, y
con prescindencia también del vasto aparato de poder que la Iglesia significaba y que había
adquirido una desmesurada importancia a lo largo del duelo sostenido por el papado y el imperio.”

Movimientos. Los cátaros (puros) representaron la herejía más difundida de todas las herejías
medievales. El nombre de cátaros se utilizó por primera vez en el Concilio de Tours (1163). También
recibieron el nombre de albigenses. Este nombre se debió a que la primera diócesis cátara se
constituyó en la ciudad de Albi, en el sur de Francia. Los cátaros predicaban la abstinencia de todo
lo que suponían impuro, como una reacción a la laxitud moral del clero, especialmente los monjes.
La doctrina de los cátaros tenía cierta inspiración oriental ya que admitía la existencia de dos
principios: el bien y el mal. Al primero pertenecía el alma y al segundo el cuerpo. Para defender el
alma, creada por Dios, era preciso destruir el cuerpo, símbolo de impureza. En base a esto, algunos
cátaros recomendaban el suicidio y condenaban el matrimonio. Los cátaros creían en la
trasmigración del alma, la que luego de abandonar el cuerpo solía pasar al de un animal. Por eso se
abstenían de matar animales y no consumían carne, ni leche ni huevos. No admitían más
sacramentos que la penitencia y el bautismo.

Estos movimientos de alguna manera estaban relacionados con los bogomilas (amigos de Dios)
de Bulgaria y Siria. Éstos fueron conocidos con distintos nombres por toda Europa: umiliatos
(humillados) en Italia, ketzer (herejes) en Alemania, strigolniki (pelos cortos) en Rusia. La confusión
acerca de los nombres revela cierta confusión respecto a las ideas, pero en esencia todas estas
herejías eran iguales. Apuntaban a reemplazar al clero corrupto por una elite perfecta. Repudiaban
a la Iglesia institucional y querían restaurar un cristianismo similar al del Nuevo Testamento. Algunos
de ellos no reconocían otra autoridad que la que recibían directamente del Espíritu, y rechazaban a
la Iglesia, la Biblia y la encarnación de Cristo, y eran marcadamente dualistas o maniqueos.

Los valdenses, también llamados “pobres de Lión,” tuvieron como inspirador como vimos a
Pedro Valdo, un rico comerciante de esa ciudad, que orientó su ministerio a partir de una actitud
ascética y repartió sus bienes entre los pobres. Valdo adquirió notoriedad por su predicación pública
del evangelio y su rechazo del ministerio sacerdotal, afirmando que no hacía falta ninguna
mediación humana o institucional para obtener la salvación. También rechazó la eucaristía y
prohibió el culto a los santos como idolatría.

El primer canon del Cuarto Concilio Laterano (1215) contenía un credo formulado
cuidadosamente para expresar las diferencias que existían entre el cristianismo latino y las creencias
de los valdenses y albigenses. El Concilio condenó a estas herejías y ordenó el castigo de todos los
herejes que no se arrepintieran. Esto mostró la nueva importancia del problema de la herejía a
comienzos del siglo XIII. Por primera vez desde la supresión del arrianismo, la fe ortodoxa se
confrontaba con un serio rival en Occidente. Había habido herejías menores en la temprana Edad
Media e incluso más tarde, pero generalmente fueron el resultado de pequeñas controversias
teológicas y más tarde de argumentos escolásticos, y en la mayor parte de los casos casi no habían
encontrado apoyo popular. Incluso un maestro tan bien conocido como Abelardo no había causado
un peligro real para la Iglesia cuando cayó en herejía (según se lo acusaba). Una vez que sus errores
fueron expuestos, él y sus seguidores renunciaron a ellos uno por uno y el problema se terminó.
Pero las nuevas herejías de fines del siglo XII eran populares, no académicas; los herejes contaban
con el apoyo de miles de personas fuera del clero, y no podían ser eliminados simplemente usando
argumentos teológicos. La Iglesia tenía que encontrar métodos nuevos para combatir la herejía y se
tomó algún tiempo para hacerlo.

Bajo el pontificado de Inocencio III, la Iglesia reprimió con mano dura a los movimientos
heréticos, y para ello utilizó distintos recursos que variaron desde la prédica hasta la excomunión.
Como los herejes y disidentes persistieron en su actitud, el Papa organizó una Cruzada que reunió
gran número de señores franceses y alemanes. Al mando del conde Simón de Montfort (m. 1218),
la campaña duró unos veinte años (1209–1229) y se caracterizó por su extremada violencia y
crueldad. Los albigenses, al mando del conde de Tolosa y el rey Pedro II de Aragón (m. 1213), fueron
derrotados en la batalla de Muret, en el sur de Francia (1213). La sangrienta lucha prosiguió por
algunos años y terminó con el triunfo de los cruzados, que lograron exterminar a los herejes.

A estos casos de disidencia y herejía habría que agregar las numerosas desviaciones dogmáticas,
condenadas por concilios y papas, pero limitadas a los círculos eclesiásticos intelectualizados.
Berengario de Tours desconocía la presencia real de Cristo en la eucaristía. Amalarico de Géne (m.
1206), teólogo de París que lo divinizaba todo, proclamó el amor libre, llamaba Anticristo al Papa y
anunciaba el comienzo del reinado del Espíritu Santo. El calabrés Joaquín de Fiore (1145–1202),
profeta del evangelio eterno, del cual la Biblia no era más que un antecedente, y de la era del amor
con nuevos apóstoles, los fraticelli, constructores de la ciudad perfecta, logró una audiencia
importante.

A fines de la Edad Media se destaca la figura de Jerónimo Savonarola (1452–1498), un dominico


de Florencia, y su lucha contra la corrupción de la Curia romana bajo el reinado de Alejandro VI.
Savonarola fue un fogoso y popular predicador, que empezó a conmover a sus auditorios
anunciando el inminente juicio de Dios, y llamando a sus oyentes al arrepentimiento y a una vida
ascética. Según él, la Iglesia sería renovada después de un período de aflicción, los incrédulos se
convertirían y el evangelio triunfaría sobre la tierra. Bajo su liderazgo, la ciudad de Florencia se vio
conmovida por un auténtico avivamiento espiritual. Pero esto le valió la enemistad del papa
Alejandro VI, quien le prohibió continuar con su predicación. Savonarola no sólo retomó la
predicación pública, sino que denunció valientemente los males de la Iglesia y del papado. En 1497,
el Papa lo excomulgó y más tarde amenazó a Florencia con el interdicto. Esto comenzó a colocar a
la opinión popular en su contra, hasta que un franciscano lo acusó públicamente de herejía.
Finalmente, el gobierno de la ciudad arrestó a Savonarola y lo juzgó bajo tortura, y terminó por
condenarlo, ahorcarlo y quemar su cuerpo en 1498, según directivas de Alejandro VI.
Motivos. La razón principal del debilitamiento del control de la fe ortodoxa sobre el pueblo era
el disgusto de la gente con la conducta del clero. No es que los eclesiásticos de fines del siglo XII
eran más inmorales que sus predecesores—por el contrario, su carácter había mejorado
notablemente—sino que los laicos estaban estableciendo una pauta mucho más alta para ellos. Ya
no era suficiente que un clérigo se abstuviese del pecado abierto; debía también llevar una vida de
piedad activa. La gente en las ciudades quería más instrucción religiosa; no estaban satisfechos con
cultos sin sermones, o con sermones recitados de un libro. Los laicos se rehusaban a reverenciar a
prelados y sacerdotes que vivían en lujo y que gastaban más tiempo en administrar sus propiedades
que el que invertían en cumplir con sus deberes religiosos. Se acusaba a la Iglesia de preocuparse
más por el aumento de su ingreso que por el aumento del pecado, por exprimir el diezmo a los
pobres que por darles caridad, por promover a clérigos corruptos al obispado que por promover a
los verdaderos santos. La gente quería que el clero dedicara su tiempo a predicar en lugar de
administrar, y reclamaban que el dinero que tenían fuese utilizado en ayudar a los pobres y no en
una vida cómoda para ellos.

Rodolfo Puiggrós: “Las herejías procedían, en general, de las clases oprimidas y atacaban
sin tapujos al orden social establecido, desde dos puntos de vista antitéticos, que solían
confundirse en uno solo, siendo difícil diferenciar el prevaleciente: a) para destruir el
feudalismo y crear algo confusamente entrevisto, cuyas bases materiales de desarrollo
comenzaban a apuntar, y b) para restaurar una sociedad prefeudal idealizada o, en
particular, las primitivas comunidades cristianas.

Ambos tipos de rebeldía (… una mirando al futuro y otra al pasado) derivaban de la misma
causa socioeconómica: la estructura interna de los dominios feudales adaptada a una
economía de autoabastecimiento era corroída por la introducción desde el exterior de una
economía de mercado, a través de formas precapitalistas (comercio y usura).”

Obviamente los laicos estaban tratando de aliviar algo de sus propios sentimientos de culpa en
cuanto a la codicia y a la usura atacando la avaricia del clero, pero el ataque no carecía de
fundamentos. Este reclamo era muy difícil de confrontar porque el papado mismo había alentado a
los laicos a demandar pautas morales altas de sus pastores. Cuando Gregorio VII y Urbano II
prohibieron a los sacerdotes con esposas o concubinas celebrar la misa, se apoyaron en las
congregaciones parroquiales para ver que esta orden se cumpliese. De esta manera, el movimiento
de reforma, al enfatizar la importancia de pautas morales altas para el clero, hizo posible el
desarrollo de la herejía. Todo eclesiástico de influencia a lo largo del siglo XII denunció las vidas
malas de algunos miembros de su orden, y los líderes heréticos atrajeron poca atención cuando
comenzaron el mismo tipo de ataque. Muchos líderes comenzaron a extraer la conclusión final y a
enseñar que el clero ordenado del la Iglesia Católica Romana era inútil. Miles de herejes que diferían
en otras cuestiones concordaron en esta convicción, y todos ellos pueden ser agrupados como “anti-
sacerdotalistas.”

Los anti-sacerdotalistas eran especialmente fuertes en las ciudades. Esto era natural, dado que
las ciudades habían jugado un papel importante en el movimiento de reforma y estaban bien
preparadas para unirse a una nueva ola de indignación moral. También es cierto que las personas
en las ciudades estaban inclinadas a ser más críticas y menos conservadoras que los campesinos y,
por lo tanto, eran fácilmente seducidas por las nuevas doctrinas. No estaban satisfechas con los
cultos regulares de la Iglesia y querían sermones entusiastas que denunciaran el vicio y la
corrupción. Si los sacerdotes de sus parroquias fracasaban en interesarlos, ellos estaban siempre
listos para escuchar a un revivalista de ortodoxia dudosa que predicara en cualquier esquina.

Manifestaciones. El carácter gregario de la vida urbana les daba a los habitantes de las ciudades
medievales oportunidades frecuentes para la discusión, y dado que la religión era tan importante
en sus vidas, eran afectos a dedicar mucho de su tiempo a dialogar sobre ella. Las teorías anti-
sacerdotalistas se generaban fácilmente en esta atmósfera, y se esparcían de una ciudad a otra a
través de los contactos comerciales. Como resultado de esto, para el 1200 una buena proporción de
la población urbana en Europa occidental había aceptado alguna forma de herejía, y los demás
habitantes urbanos, si bien nominalmente se decían ortodoxos, eran muy críticos del clero. Los anti-
sacerdotalistas aceptaban la fe cristiana pero rechazaban la organización y jerarquía de la Iglesia.
No obstante, un grupo de herejes más peligroso era el de aquellos que rechazaban la fe junto con
la organización y la jerarquía.

Además, los líderes de los herejes se aprovechaban del bajo nivel de educación y moralidad del
clero cristiano católico. Los heresiarcas eran hombres capaces que llevaban vidas virtuosas y
practicaban un ascetismo extremo. Su prestigio era tan grande que los viajeros buscaban su
compañía a fin de sentirse protegidos por la reverencia que ellos inspiraban. Los católicos ortodoxos
pedían ser enterrados en los cementerios junto a los herejes, de manera que pudieran descansar
entre la “buena gente.” Muchos señores feudales protegían a los líderes de los herejes y les
permitían predicar en público. Algunos nobles abiertamente aceptaban estas nuevas formas de la
fe y muchos más las practicaban en secreto. El éxito de la herejía se debió no sólo a la virtud de sus
maestros, sino también a la simplicidad de su doctrina. En el caso de los cátaros, los líderes (los
“prefectos”) tenían que llevar vidas bien ascéticas, pero no ponían demasiadas restricciones sobre
sus seguidores. Estos últimos, si tenían fe, podían alcanzar la salvación simplemente recibiendo el
rito final (el consolamentum) de los “perfectos” en su lecho de muerte.

_ La Inquisición

La Inquisición toma su nombre de un procedimiento penal específico: la inquisitio, no existente


en el derecho romano, que se caracterizaba por la formulación de una acusación por iniciativa
directa de la autoridad, sin necesidad de instancias de parte, es decir, de delaciones o acusaciones
de testigos.

Comienzo y desarrollo. A fines del siglo XII, la Iglesia desarrolló este procedimiento con el
decreto del papa Luciano III: Ad abolendam (1184). La rápida difusión de herejías en Europa
occidental como el maniqueísmo, el valdeísmo y más tarde el catarismo obligó a la Iglesia Romana
a crear una estrategia defensiva. En 1184 se empezó a aplicar la pena de fuego para los herejes; en
1199 se añadieron otras penas como la confiscación de bienes y se autorizó el empleo de la tortura
en el interrogatorio sobre materias de fe, incorporándose además determinadas disposiciones
sobre el secreto en las actuaciones, como la ocultación de los testigos y la eficacia procesal.

Para evitar el resurgimiento de las herejías y consolidar la unidad de la Iglesia, el papa Gregorio
IX convocó un Concilio en Tolosa, que en 1229 creó el Tribunal de la Inquisición o Santo Oficio. La
responsabilidad de esta institución era la de combatir toda trasgresión al dogma o al culto católico,
e investigaba la conducta religiosa de las personas, incluido el clero. Así, pues, desde 1230 el
procedimiento inquisitorial se transformó en una nueva institución eclesiástica, que se creó en
Francia especialmente para reprimir el catarismo o herejía albigense, institución controlada
inicialmente por el papa Gregorio IX.

El primer inquisidor conocido fue Roberto de Brougre, un dominico que había sido antiguo
cátaro. Concretamente, donde más éxito tuvo la Inquisición fue en el sur de Francia, aunque no con
pocas resistencias, como lo demuestra el asesinato en 1242 del dominico Guillermo Arnaud,
inquisidor de Tolosa. El apogeo de esta Inquisición tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XIII,
y las últimas ejecuciones de cátaros fueron llevadas a cabo entre 1319 y 1321.

Procedimiento y carácter. El procedimiento empleado por el tribunal era secreto. El acusado de


herejía conservaba la libertad mientras se acumulaban pruebas en su contra. Éstas consistían en
actuaciones verbales o escritas. Para evitar venganzas, se ocultaba el nombre del delator, aunque
podía ser ajusticiado el que acusaba falsamente. Reunidas las pruebas, el supuesto hereje era
detenido, alojado en la cárcel y torturado si no confesaba su culpa. Si el acusado insistía en su
negativa o abjuraba de sus creencias en un acto público, era absuelto. En caso contrario, el tribunal
lo entregaba al “brazo secular” o laico, que era el encargado de aplicar las sentencias, en su mayoría
multas y prisión temporal o perpetua. Los relapsos (reincidentes) y los que persistían en su actitud
de herejía, eran quemados vivos. El principio dominante en todo el proceso era que una persona
era culpable hasta tanto se demostrara que era inocente.

Las herejías medievales tuvieron un marcado carácter de revueltas populares, pues aglutinaban
a todas las clases sociales marginadas en el proceso de conquista del poder por la burguesía urbana.
La penetración de la herejía cátara en Italia supuso también la introducción de inquisidores en
Lombardía—aquí el inquisidor Pedro de Verena fue asesinado y canonizado con el nombre de San
Pedro Mártir—y en Viterbo donde en 1273 llegaron a ejecutarse más de doscientos herejes en un
día. En el siglo XIV había tribunales inquisitoriales en Bohemia, Polonia, Portugal, Bosnia y Alemania.
Sólo los reinos latinos de Oriente, Gran Bretaña, Castilla y Escandinavia carecían de tribunales
inquisitoriales.

Progresivamente se fue multiplicando la burocracia inquisitorial y se editaron manuales


procesales, como el de Raimundo de Peñafort (siglo XIII), Bernardo Gui (siglo XIV) y Nicolau Eymerich
(siglo XV). Las categorías delictivas también se fueron ampliando hasta incorporar otros delitos:
blasfemia, bigamia y brujería. A partir de 1438 se descubrieron sabbats (aquelarres) en los Alpes,
con lo que se desató la caza de brujas.
MIRADA RETROSPECTIVA Y PROSPECTIVA

Cuando se mira hacia atrás, a los diez siglos que hemos estado considerando en este libro, el
panorama que se percibe es sumamente diverso y da lugar a las más variadas interpretaciones y
evaluaciones. La imagen generalizada y popular de los tiempos medievales como un período oscuro
de la historia debe ser corregida. Por lo menos, no fue totalmente así cuando consideramos el
desarrollo del testimonio cristiano a lo largo de estos siglos. Es cierto que la invasión de los pueblos
germánicos y posteriormente las invasiones árabes, de los normandos y de otros pueblos de Europa
del norte y del este afectaron el desarrollo de la cristiandad en el Oeste. También es cierto que los
avances de los turcos selyúcidas, los mongoles, los tártaros de Timur y los turcos otomanos frenaron
múltiples posibilidades para la cristiandad en el Este. No obstante, ambas cristiandades lograron de
algún modo sobrevivir a estas crisis, ajustarse a nuevos contextos e intentar nuevos desarrollos. Lo
mismo puede decirse de la depresión que siguió al Imperio Carolingio, el siglo de la Iglesia de hierro
(siglo X) y los fracasos de las Cruzadas.

Si bien éstas y otras instancias pueden ser consideradas como momentos “oscuros” en la
historia del testimonio cristiano medieval, ellos tienen que ser balanceados con otros momentos
luminosos de tal historia. El surgimiento del movimiento monástico en la temprana Edad Media, las
cumbres alcanzadas por el desarrollo teológico, artístico y literario de los siglos XII y XIII, la
permanente expansión misionera y la incorporación de numerosos pueblos no alcanzados al seno
de la cristiandad, y el desarrollo de la piedad mística son algunos de los elementos positivos que
deben ayudarnos a mantener tal balance. En definitiva, más allá de la conclusión a la que lleguemos
en la evaluación final de la Edad Media, siempre será mejor elaborarla en base a sus logros y
contribuciones más perdurables y positivas y no en base a las expresiones más oscuras y negativas.

Además, en cualquier evaluación histórica es importante tener presente la cosmovisión y


valores prevalecientes en el período analizado. Considerar a la cristiandad medieval con las
presuposiciones del presente puede afectar la objetividad de nuestro juicio, forzarnos a cometer
injusticia en nuestras conclusiones sobre el pasado o distorsionar lo que realmente ocurrió o cómo
pensaban y sentían los agentes históricos. En esto es bueno aplicar la regla enseñada por Jesús: “Tal
como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes” (Mt. 7:2).

El testimonio cristiano durante el período medieval no fue ni bueno ni malo, ni glorioso ni


perverso. Como en cualquier otro momento de la historia de la humanidad, el balance final nos deja
luces y sombras, grandes logros y aberrantes conductas. De todos modos, fueron estas “vasijas de
barro” con todas las limitaciones propias de la naturaleza humana pecadora, las que preservaron y
transmitieron el testimonio de la fe en Cristo, de la que nosotros somos herederos y responsables
hoy.

No obstante, la situación de toda la cristiandad hacia fines de la Edad Media era alarmante. El
panorama de la cristiandad al llegar al final de los tiempos medievales no podía ser más desolador.
Los papas renacentistas lograron decorar San Pedro con todo tipo de obras magníficas, expresión
acabada de su riqueza y poder mundano. Pero la Iglesia en Occidente estaba pasando su peor hora
en términos morales y espirituales. En el Este la situación de la Iglesia no era mejor. Con la caída de
Constantinopla en manos de los turcos otomanos desapareció el Imperio Bizantino, que había sido
el poder que había promovido, sostenido y dominado a la cristiandad oriental.

En Roma, el cuadro era lamentable. La ciudad había perdido su posición como centro del mundo
europeo y no era más que otro poder en competencia con el creciente nacionalismo y apetencias
de poder absoluto de otros Estados en Europa occidental. La Iglesia y el papado habían perdido
totalmente su camino y no había indicaciones de que fueran a encontrarlo de alguna manera. El
gran humanista Erasmo de Rotterdam criticaba y satirizaba las enormes contradicciones en que
habían caído los papas. En su obra Julius exclusus (1517), escrita en forma de un diálogo, presentaba
al papa Julio II como llegando a las puertas del Cielo después de su muerte y no pudiendo
atravesarlas. En respuesta a la demanda de Julio de que Pedro lo reconociera como Vicario de Cristo
y lo dejara entrar, Erasmo pone en labios del apóstol las siguientes palabras:

“Veo al hombre que quiere ser considerado como segundo respecto a Cristo y, de hecho
igual a él, sumergido de lejos en la más sucia de todas las cosas: dinero, poder, ejércitos,
guerras, alianzas—para no decir nada en este punto acerca de sus vicios. Pero además, si
bien tú estás tan alejado de Cristo como te resulta posible, no obstante usas mal el nombre
de Cristo para tus propios propósitos arrogantes; y bajo el pretexto de Aquel que despreció
el mundo, juegas el papel de un tirano del mundo; y si bien eres un verdadero enemigo de
Cristo, te apropias del honor que le es debido a él. Tú bendices a otros, siendo tú mismo
maldito; a otros les abres los Cielos, los cuales te están totalmente cerrados y de los que
estás muy lejos; tú consagras y estás execrado; tú excomulgas cuando no tienes comunión
con los santos.”

Hacia el año 1500, la cuestión no era si la iglesia necesitaba o no de una Reforma, sino cuándo
esta reforma iba a tener lugar y quién la iba a llevar a cabo. El sucesor de Julio II fue un hijo de la
famosa familia política y banquera de los Medici. Subió al trono papal con el nombre de León X
(1513–1521) y fue Papa durante los primeros años de la Reforma. Las palabras con las que se dice
inauguró su pontificado indican cuán poco preparado estaba para responder al clamor generalizado
por una reforma de la Iglesia Romana: “Ahora que Dios nos ha dado el papado, vamos a disfrutarlo.”

Hacia el año 1500 en Europa occidental todos sentían que se estaba llegando al fin de una era.
Muchos creían que se encontraban transitando el atardecer de un mundo moribundo y se estaban
introduciendo en el amanecer de un mundo nuevo. La ignorancia y la superstición que habían
prevalecido por mil años parecían estar desapareciendo poco a poco. El surgimiento del humanismo
y especialmente el desarrollo del Renacimiento estaban cambiando la manera de pensar y ver la
realidad. El papado mismo, que había promovido algunos de estos desarrollos, fue absorbido casi
totalmente por los nuevos movimientos y su espíritu mundano y secular. Nunca más en la historia
subsiguiente sería igual y en la primera mitad del siglo XVI experimentaría cambios sustanciales, que
ayudarían a la Iglesia a sobrevivir y proyectarse hacia delante, a pesar de la seria división del ese
siglo.

Hacia el año 1500, la cristiandad europea estaba lista para una Reforma y los agentes históricos
de este evento fundamental ya estaban listos para actuar.
GLOSARIO

advocación: título que se da en la Iglesia Católica Romana a un templo, capilla, altar o imagen
particular, cuando están consagrados a la Virgen María o a un santo particular, como Nuestra Señora
de los Dolores, Virgen del Pilar, etc.

averroísmo: doctrina que enseñaba que el alma humana era mortal o, más específicamente, que
todas las almas humanas son parte de una única alma-sustancia de la cual los individuos surgen al
nacer y a la cual regresan al morir. El nombre proviene de Ibn Rushd Averroes (1126–1198), árabe,
erudito jurista de Córdoba, España, que sostenía ideas aristotélicas.

calendario eclesiástico: o calendario litúrgico, se complicó durante la Edad Media al llenarse todos
los días con festividades de los santos, a veces legendarios y más de uno por día. Otro desarrollo
medieval fue tener festivales o días dedicados para ciertas doctrinas medievales como el día de
Todos los Santos (Purgatorio) y el día de Corpus Christi (transubstanciación).

casuística: sistema de teología moral que considera plenamente las circunstancias e intenciones de
los penitentes y formula reglas para casos particulares.

cátaro: relativo a la herejía dualista de la Edad Media que consideraba intrínsecamente malos la
carne y el mundo de los fenómenos físicos. Hereje de esta secta. Esta herejía se extendió desde
mediados del siglo XII, sobre todo por el sur de Francia, donde se les denominaba albigenses. Los
cátaros pretendían una pureza absoluta de costumbres y contaban además con una auténtica
organización eclesiástica.

catecúmeno: convertido al cristianismo que está preparándose para el bautismo. En la temprana


Edad Media, esta preparación era muy breve, se hacía durante la Cuaresma e incluía oración, ayuno,
exorcismo y aprendizaje del Credo. Con el incremento del bautismo de infantes, esta preparación
desapareció o quedó reducida a un rito breve a cumplirse en la puerta del templo, antes del
bautismo del niño, generalmente el día de Pascua.

clericalismo: influencia del clero en la vida política y social. Es la búsqueda de poder, especialmente
de poder político y social, por parte de la jerarquía religiosa, llevada a cabo con métodos seculares
y con propósitos de control social. Abarca todo lo que lleva al establecimiento de un despotismo
espiritual ejercido por una casta sacerdotal. Promueve los intereses exclusivos del clero a expensas
de los laicos o creyentes que no forman parte del clero.

escrutinios: examen formal de los catecúmenos antes de su bautismo. Incluía tres “escrutinios”: una
homilía, oraciones y la imposición de manos después de la lectura del Evangelio durante la Eucaristía
en ciertos domingos de la Cuaresma. La palabra se usaba también para el examen de candidatos a
las órdenes sagradas.

hijo segundón: hijo segundo de la casa o familia o cualquier hijo que no fuese el primogénito. En
consecuencia, designaba a alguien que no heredaba las tierras señoriales ni el título de nobleza y
los privilegios que lo acompañaban. Generalmente se dedicaban a las artes liberales o ingresaban al
clero.

hostia: del latín hostia, víctima. En el antiguo Israel se refería al animal inmolado en sacrificio a Dios.
En la liturgia católica es el pan eucarístico sin levadura, que se cree se convierte literalmente en la
sustancia del cuerpo de Cristo con la consagración y que es ofrecido en el sacrificio incruento de la
misa. Consiste en una oblea blanca que es consagrada por el sacerdote y tragada sin masticar por el
comulgante.

libro penitencial: tratado que establecía las penitencias o actos de satisfacción por los diversos
pecados, que el penitente debía realizar después de arrepentirse y confesar sus faltas a un
sacerdote. De forma semejante, era la parte de una regla monástica que prescribía las penitencias
debidas por las diversas faltas o transgresiones contra la disciplina monástica.

limbo: de una palabra teutónica que significa el ruedo o borde de una vestidura; por extensión: el
borde del Infierno. El limbus infantum es el lugar ubicado entre el Cielo y el Infierno, al cual son
enviados a su muerte los niños no bautizados y que, en consecuencia, no han sido limpiados del
pecado original. Implica la pena de daño (privación de la visión de Dios), pero no pena de sentido
(sufrimiento físico). Hay una segunda sección en el limbo donde moran los justos del Antiguo
Testamento muertos antes de la encarnación del Hijo de Dios.

martirologio: historia o lista oficial de mártires cristianos. Originalmente era un calendario que
nombraba al mártir, el lugar de su martirio y la fecha de la festividad del santo. Los martirologios
“históricos” posteriores, como el de Usuardo (m. 875) o el de Ado de Vienne (m. 875) agregaron
historias de fuentes de diverso valor.

naturalismo: concepto del mundo y de la relación del ser humano con el mismo en el que sólo se
admite o asume la operación de leyes y fuerzas naturales (en oposición a lo sobrenatural o
espiritual). También se refiere al concepto que los principios morales pueden ser analizados en
términos de conceptos aplicables a los fenómenos naturales.

necromancia: el pretendido arte de revelar eventos futuros y otras cosas mediante la comunicación
con los muertos. Por extensión, designa el uso de la magia, encantamientos y conjuros.

órdenes: los diversos grados del ministerio cristiano, es decir, los órdenes menores: de acólito,
lector, exorcista y hostiario; y los tres órdenes mayores: de subdiácono, diácono y sacerdote.

órdenes menores: los cuatro primeros órdenes a los que puede ser ordenada una persona, es decir,
el de acólito, el de lector, el de exorcista y el de hostiario, en oposición a los tres órdenes mayores:
el de subdiácono, el de diácono y el de sacerdote. En el derecho canónico medieval, el celibato sólo
era requerido para los órdenes mayores.

papado: si bien el término denota estrictamente el oficio del Papa, el obispo de Roma, comúnmente
se refiere al sistema de gobierno centralizado de la Iglesia ejercido por él, junto con la pretensión
de que tiene por designación o voluntad divina autoridad universal sobre toda la cristiandad.
Purgatorio: según la Iglesia Católica Apostólica Romana, estado de sufrimiento después de la
muerte en el que las almas de aquellos que han muerto en pecado venial, y/o de aquellos que
todavía deben alguna deuda de castigo temporal por pecados mortales, son limpiados (purgados)
para poder entrar al Cielo.

sacerdotalismo: sistema religioso en el que el sacerdocio ocupa un lugar esencial como mediador
entre los seres humanos y Dios. El término señala también al espíritu, método o carácter de tal
sistema. Generalmente se usa el término en un sentido peyorativo para denotar la exaltación de
una clase sacerdotal a expensas de los valores espirituales y la participación responsable de todos
los creyentes en la vida religiosa.

sacramento: palabra latina empleada para describir el juramento de fidelidad que prestaban los
soldados romanos. En la versión latina del Nuevo Testamento se utilizó para traducir el vocablo
griego mysterion. Según Agustín es “un signo exterior y visible de una gracia interior y espiritual,”
obrado por la gracia de Dios en el creyente. Es un signo o dramatizacion, que resulta en un efecto
más poderoso que las palabras.

sacramentales: objetos y acciones a los que, en imitación de los sacramentos, se les reconoce algún
tipo de poder o virtud para obtener por medio de su aplicación o uso, efectos o beneficios
espirituales. Son tenidos por signos sagrados, creados según el modelo de los sacramentos, por
medio de los cuales se significan efectos, sobre todo en el carácter espiritual que se obtiene por la
intervención de la Iglesia. Son bendecidos por ella y deben ser utilizados conforme con las pautas
establecidas para su uso, a fin de que cumplan con su propósito. Son sacramentales: las procesiones,
peregrinaciones, bendiciones de casas y otros objetos como medallas bendecidas, crucifijos,
rosarios, agua bendita.

sacramentalismo: en un sentido general es la doctrina y uso de los sacramentos. En sentido estricto,


es la adscripción de un poder inherente y salvador a los sacramentos, o el énfasis sobre el poder de
éstos de impartir gracia, incluso sin la operación de una fe activa. En muchos casos, es una expresión
de magia o superstición de tipo religioso.

sambenito: contracción de las palabras “saco bendito,” una capa de penitencia que llevaban los
presos de la Inquisición y que indicaba el tipo de castigo a que el tribunal los había sentenciado.

sincretismo: sistema religioso o filosófico que pretende conciliar varias doctrinas y prácticas
diferentes. El sincretismo une elementos distintos, tomados de diversos sistemas, en una nueva
totalidad o sistema. Ocurre cuando una forma o símbolo cultural es adaptado a la expresión
cristiana, pero lleva con él ciertos significados unidos al sistema anterior de creencias. Los viejos
conceptos pueden distorsionar el mensaje u oscurecer el sentido cristiano que se pretende
trasmitir.

sufragios: oraciones, especialmente intercesiones u oraciones de intercesión. Se aplica


particularmente a las oraciones por las almas de los que han muerto.
superstición: una actitud irracional o primitiva de la mente hacia lo sobrenatural o Dios, que resulta
de la ignorancia, el temor a lo desconocido o lo misterioso, o de una escrupulosidad mórbida. Es la
creencia en la magia o la fortuna, o en cualquier actitud mal dirigida o desinformada hacia la
naturaleza y que es subversiva o ajena a la religión pura y verdadera.

tonsura: corte ritual del cabello, que dejaba una marca notoria en el centro de la cabeza, por el cual
una persona recibía la condición de clérigo. La tonsura era fácilmente reconocible.

trasmundo: un mundo que está más allá de éste: el mundo venidero, el mundo que está más allá
de la tumba, la realidad no terrenal sino celestial y espiritual. En muchos pueblos paganos es la tierra
espiritual donde moran los muertos y los espíritus.

vicario: responsable de una iglesia parroquial que estaba vinculada a un monasterio o a alguna otra
corporación eclesiástica que recibía el gran diezmo. El vicario recibía una parte fija de las dotaciones
de la parroquia y de las ofrendas, y, una vez instituido por el obispo, tenía asegurado el beneficio
eclesiástico de por vida; de aquí la expresión “vicariato a perpetuidad,” que se refiere a este tipo de
beneficio.

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. ¿Qué lugar ocupó en la cristiandad medieval la cuestión de la unidad religiosa y política?

2. ¿A través de qué medios se expresó el ideal de unidad medieval?

3. ¿En qué consistía la teoría de las “dos espadas” de fines de la Edad Media?

4. ¿De qué manera la Iglesia se vio afectada por el sistema feudal?

5. ¿Cuál fue la actitud de la Iglesia hacia los siervos de la gleba y los campesinos?

6. ¿Cuál fue el ideal de vida superior durante la Edad Media?


7. ¿Qué lugar ocupaba lo sobrenatural en la sociedad cristiana medieval? Da ejemplos.

8. ¿Qué sentido tuvo la muerte en la vida de las personas durante la Edad Media? ¿Por qué?

9. ¿Qué fue la Peste Negra y cuándo ocurrió?

10 ¿Qué es el Purgatorio?

11. ¿Qué lugar ocupó el temor al Infierno en la cristiandad medieval?

12. ¿Qué tres civilizaciones monoteístas desplazaron a las religiones míticas politeístas durante la
Edad Media?

13. ¿Durante qué período se dio la mayor parte de las controversias teológicas mencionadas en esta
unidad?

14. Menciona un personaje destacado en cada una de las siguientes controversias teológicas
medievales: sobre el adopcionismo; sobre la predestinación; sobre la virginidad de María; sobre la
eucaristía; sobre el alma; sobre el filioque; sobre las imágenes.

15. ¿Qué es la transubstanciación?

16. ¿Qué quiere decir la expresión griega filioque?

17. ¿Qué papel jugó el monasticismo ascético en la promoción del culto a María?

18. ¿Qué son la mariología y la mariolatría?


19. ¿Qué era el Martirologio?

20. ¿Qué lugar ocupaba el culto al Diablo en la devoción medieval?

21. ¿Qué se entiende por “clericalismo”?

22. Describe con tus palabras el sacramentalismo.

23. ¿Cuál fue la comprensión y práctica medieval del bautismo?

24. ¿Cuál fue la comprensión y práctica medieval de la eucaristía?

25. ¿Quién fue Bonifacio y qué hizo?

26. ¿Qué cuatro factores confluyeron en el desarrollo de las Cruzadas militares, según el autor? 27.
¿Qué valor misionológico tuvieron las Cruzadas? Explica.

28. ¿Quiénes fueron los agentes evangelizadores más efectivos en los contextos urbanos
medievales?

29. ¿Qué es el sincretismo y cómo afectó el carácter y la estrategia misionera durante la Edad
Media?

30. ¿Quiénes fueron los cátaros o albigenses?

31. ¿Quiénes fueron los bogomila?


32. ¿Cuál fue la actitud del Cuarto Concilio Laterano (1215) hacia los valdenses? 33. ¿Quién fue
Jerónimo Savonarola y qué hizo?

34. ¿Qué fue la Inquisición y cuándo se creó?

35. ¿Cómo era el proceso inquisitorial?

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y3):

1. ¿De qué manera el feudalismo afectó el ideal de unidad de la Edad Media?

2. Define la noción de “iglesia particular.”

3. ¿Cuál fue la relación religión y mundo en el cristianismo medieval?

4. ¿Qué es el trasmundo?

5. ¿En qué sentido la Peste Negra afectó la vida y el pensamiento medieval?

6. La cosmovisión medieval era: horizontal – vertical (subrayar la palabra correcta).

7. ¿Quién fue Ratamno de Corbie y qué enseñó sobre la eucaristía?

8. ¿Quién fue el monje que jugó un papel director en el desarrollo del culto a la Virgen?

9. ¿Cómo afectó la devoción mariana al carácter del caballero andante?


10. ¿Qué se entiende por “papado”?

11. ¿Qué quiere decir el autor cuando afirma: “El desarrollo de la jerarquía eclesiástica fue también
alentado por el crecimiento del sacramentalismo.”?

12. ¿Qué se entiende por “sacerdotalismo”?

13. ¿Qué lugar ocuparon los monjes en las misiones medievales?

14. ¿En qué sentido la evangelización medieval fue belicosa?

15. Menciona algunas causas de la decadencia del feudalismo.

16. ¿Cuáles fueron las razones sociales para el surgimiento de movimientos disidentes durante la
alta y baja Edad Media?

Tareas avanzadas (para el nivel 3):

1. ¿En qué se parecen y difieren el ideal de un orden universal durante la Edad Media y el fenómeno
de la globalización presente?

2. Describe con tus palabras la concepción heroica de la vida que se tenía en la Edad Media.

3. El vocabulario evangélico aplica a la tarea de evangelización expresiones militares medievales


como “cruzadas,” “campañas,” “conquista,” “toma,” “guerra espiritual,” etc. A la luz de lo estudiado
en esta unidad, ¿te parece que éste es un vocabulario adecuado? Da razones para tu respuesta.
4. ¿A qué se refiere el autor cuando habla de “forma sofisticada de sincretismo”?

5. ¿Cuál fue el principio dominante en todo el proceso inquisitorial? ¿En qué manera este mismo
principio ha sido utilizado por las dictaduras militares del siglo XX en América Latina?

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1: La imagen del universo: el trasmundo.

Lee y responde:

“Pero al mismo tiempo el trasmundo se manifestaba a los ojos por medio de los elementos
fantásticos que creía descubrirse entreverados con la realidad. Leyendas musulmanas y sobre todo
bretonas comenzaban a difundirse por el Occidente europeo, en las que se hablaba de cosas antes
inauditas. No sólo se sospechaba un mundo semimágico construido sobre la vaga reminiscencia de
Bagdad, de Samarcanda y de El Cairo, lleno de posibilidades insospechadas, como el que reflejaba
Juan Bodel en el Juego de San Nicolás y difundían los cantares y las crónicas de las cruzadas, sino
también un mundo absolutamente fantástico, poblado por monstruos y en el que lo inimaginable
se tornaba verosímil, como el que revelaban las leyendas bretonas del rey Artús y de sus pares. El
milagro familiarizaba al espíritu con lo irreal, y nada podía sorprender en el encuentro con el
monstruo, en las voces del bosque, en el arcano de los mares. Una intensa curiosidad despertaba el
anhelo de la aventura, y algo de eso se combinaba con la fe para mover al peregrino y al cruzado a
abandonar sus lares en busca de tierras lejanas. Por lo demás, el misterio podía esconderse en
cualquier rincón del contorno familiar, en el castillo presumiblemente encantado o en el hada
visitante. Porque el misterio último del mundo escondido tras la muerte llevaba al ánimo la
certidumbre de que sólo apariencia de realidad era lo que veían los ojos. ¿Quién creyera lo que
contaba Giovanni Pian del Carpine, o lo que relataba Marco Polo en II millione? Y sin embargo, cosas
más misteriosas podían revelar la voz del ruiseñor o suscitar el filtro encantado.”

- ¿Por qué te parece que las personas medievales daban tanto lugar a lo fantasioso, lo legendario e
imaginario?

- ¿Qué lugar te parece que tienen estos elementos en la cultura posmoderna actual? Considera en
tu respuesta la literatura, el arte, el cine y otras expresiones culturales contemporáneas.
- ¿De qué manera la cosmovisión de Jesús y los apóstoles se parece o no a algunos elementos de la
cosmovisión medieval?

TAREA 2: Escrutinios y exorcismos.

Lee y responde:

“Para el tercer siglo el significado del exorcismo se había tornado más preciso: era el ritual de
expulsión de espíritus dañinos de personas y objetos afectados con la ayuda de poderes espirituales
superiores. Tres tipos de exorcismos eran comunes en las liturgias primitivas y medievales:
exorcismo de objetos, exorcismo de catecúmenos durante los escrutinios del bautismo y exorcismo
de demonizados. Originalmente se asumió que el Diablo o los demonios no eran exorcizados ellos
mismos, si bien el exorcismo indirectamente estaba dirigido a ellos, y en último análisis el exorcismo
siempre es una oración indirecta a Cristo. Incluso los santos pueden expulsar demonios sólo con el
poder de Cristo, nunca con el suyo propio. A los fines litúrgicos, se exorcizaban directamente el agua
bendita, el incienso, la sal y el aceite de la unción: ‘Yo te exorcizo, criatura de la sal … que esta
criatura de la sal pueda en el nombre de la Trinidad llegar a ser un sacramento efectivo para hacer
huir al Enemigo.’ Pero gradualmente se fue haciendo más común dirigirse directamente al Diablo o
a los demonios. Incluso en las liturgias tempranas los dos modos eran combinados, como en este
exorcismo del agua bendita: ‘Yo te exorcizo, criatura del agua; yo los exorcizo a todos ustedes
huestes del Diablo.’ Subyaciendo al exorcismo está la suposición de que Satanás retiene algún poder
sobre el mundo material así como sobre las almas de los humanos caídos. Sobre este punto la
tradición cristiana jamás fue consistente. Para algunos, el señorío de Satanás sobre este mundo se
extiende sólo a los humanos. Para otros, éste también afecta el orden inferior de las criaturas, y
entre éstas hay algunos que argumentan que este dominio es el resultado del pecado original y
otros que sostienen que Dios concede a Satanás el poder para usar objetos materiales para tentar
y probar a la humanidad caída.”

- ¿Qué importancia tenían los exorcismos en la pastoral cristiana medieval y en qué se parecían (o
no) a la práctica de echar fuera demonios en el ministerio de Jesús y de los apóstoles?

- ¿En qué se parece el uso de algunos de los elementos sacramentales mencionados (agua bendita,
sal, aceite de la unción) con el uso de estos elementos hoy por parte de la Iglesia Universal del Reino
de Dios?

- ¿Cuán necesario te parece hoy un ministerio de exorcismo o de echar fuera demonios—tanto


dentro como fuera de la iglesia—como parte de la misión cristiana?
TAREA 3: Herejía y justicia social.

Lee y responde:

“Los movimientos herejes tenían de común su composición social originariamente plebeya y


campesina (desposeídos de las ciudades y siervos domésticos y de la gleba), así como sus objetivos:
igualdad de los hijos de Dios y, en consecuencia, comunidad de bienes, abolición del clero,
eliminación de la Iglesia, supresión de los impuestos, servicios y privilegios, imperio de la justicia
sobre la tierra.

“Los plebeyos constituían el eje y punto de partida de esos movimientos. No tenían cabida ni en
las corporaciones ni en los feudos. Eran la única clase que estaba fuera de la sociedad oficialmente
establecida. Carecían de bienes y privilegios. El feudalismo—desarticulado internamente por la
irrupción creciente del comercio (economía mercantil)—los arrojaba continuamente de su seno y
los obligaba a actuar contra el orden social, pero sin que atinaran a luchar por un nuevo orden social.
Por lo que tenían de opositores a la propiedad feudal y partidarios de la igualdad ante Dios contaron
al principio con la ayuda de los burgueses que ambicionaban la igualdad ante la ley, la anulación del
rígido sistema corporativo feudal y la libertad del individuo, es decir, la libertad de ellos y de la
pequeña nobleza asfixiada por los señores …

“Era natural que esos herejes plebeyos fueran seguidos por multitud de siervos, en una época
en la cual éstos, al desarticularse el feudalismo de la alta Edad Media, descubrían los caminos viables
de su conversión en campesinos independientes.”

- ¿Hasta qué punto los movimientos disidentes y heréticos medievales representan levantamientos
sociales de las clases oprimidas contra los estamentos opresores?

- A lo largo de la historia del cristianismo ha habido numerosos movimientos de renovación y


reforma de la Iglesia (anabautistas en el siglo XVI, bautistas y cuáqueros en el siglo XVII, moravos y
metodistas en el siglo XVIII) que, al igual que los movimientos medievales, han tenido profundas
consecuencias sociales. ¿Cómo evalúas, en este sentido, el surgimiento y desarrollo del movimiento
pentecostal y carismático en América Latina durante el siglo XX?

DISCUSIÓN GRUPAL

1. El concepto de cristiandad (paradigma de cristiandad) ha estado en vigencia desde los días del
emperador Constantino hasta el presente. Durante la Edad Media, esta manera de entender la fe
cristiana y sus implicaciones políticas, sociales y culturales, maduró y adquirió características que
han perdurado en el tiempo. ¿En qué aspectos fundamentales es posible detectar rasgos del
concepto de cristiandad en las iglesias evangélicas hoy día? ¿Está caduco el paradigma de
cristiandad o todavía sigue vigente? Hacer una evaluación de la vigencia del paradigma de
cristiandad ofreciendo fundamentación para las conclusiones a las que se llegue.

2. El monasticismo fue uno de los movimientos de renovación espiritual y de impulso misionero más
importantes de los tiempos medievales. ¿Qué relación existe entre renovación espiritual e impulso
misionero? Responder a esta pregunta discutiendo desarrollos misioneros recientes, especialmente
desde América Latina hacia el resto del mundo.

LECTURAS RECOMENDADAS

Knowles, Nueva historia de la Iglesia, 2:231–295; 357–403.

Latourette, Historia del cristianismo, 1:531–543.

Muirhead, Historia del cristianismo, 1:244–301.

Puiggrós, El feudalismo medieval, 7–11; 38–47; 55–72; 114–129; 144–157.

Romero, La Edad Media, 45–74; 141–179.

Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 65–72.

Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 218–292.

BIBLIOGRAFÍA

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Vila, Samuel y Davío A. Santamaría. Enciclopedia ilustrada de historia de la Iglesia. Barcelona:


Editorial CLIE, 1979.
SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO

LAS REFORMAS

DE LA IGLESIA
(1500–1750)

Por Pablo A. Deiros

EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

2008

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grabado o cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de información, sin la autorización
previa en forma escrita por parte de su autor.

ISBN 978-987-22449-7-2

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión Internacional (Miami: Sociedad Bíblica
Internacional, 1999).

CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - La Reforma protestante


Introducción

La Reforma en España

Trasfondo de la Reforma en España

Protestantismo en España

La Inquisición en España

Comunidades protestantes españolas

Exiliados protestantes españoles

Características y contribución de la Reforma en España

La Reforma en Alemania

Trasfondo de la Reforma en Alemania

Martín Lutero (1483–1546)

Las ideas de Lutero

La Reforma en Zurich

Trasfondo de la Reforma en Zurich

Ulrico Zwinglio (1484–1531)

Las ideas de Zwinglio

La Reforma en Ginebra

Trasfondo de la Reforma en Ginebra

Juan Calvino (1509–1564)

Las ideas de Calvino

La Reforma radical

Trasfondo de la Reforma Radical

Los reformadores radicales

Las ideas de los anabautistas

La Reforma en Inglaterra

Trasfondo de la Reforma en Inglaterra


Enrique VIII (1491–1547)

La Reforma en Inglaterra

El desarrollo de la Reforma inglesa

La Reforma en Escocia

Trasfondo de la Reforma en Escocia

Juan Knox (1514–1572)

Características de la Reforma escocesa

La Reforma en Francia

Trasfondo de la Reforma en Francia

Los hugonotes franceses

El desarrollo de la Reforma francesa

La Reforma en los Países Bajos

Trasfondo y desarrollo de la Reforma en los Países Bajos

Características de la Reforma en los Países Bajos

La Reforma en otros países europeos

El protestantismo hacia el año 1600

UNIDAD 2 - La Reforma católica

Introducción

¿Reforma o Contrarreforma?

Análisis historiográfico de los conceptos

Evaluación de los conceptos

La Reforma católica

Orígenes de la Reforma católica

Desarrollo de la Reforma católica

La Contrarreforma católica
Orígenes de la Contrarreforma

Desarrollo de la Contrarreforma

El catolicismo del siglo XVI: los medios

Los jesuitas

La Inquisición

El Concilio de Trento (1545–1563)

El catolicismo del siglo XVI: los resultados

Un nuevo estilo de vida sacerdotal y monástico

Una nueva vitalidad eclesiástica

Un gran desarrollo de la piedad mística

Una nueva teología y filosofía escolástica

Una notable expansión de la obra misionera

El mundo de la Reforma y de la Contrarreforma católica

El cristianismo en Asia

El cristianismo en África

El cristianismo en América

El catolicismo hacia el año 1800

UNIDAD 3 - Las reformas de los siglos XVII y XVIII

Introducción

Desarrollo del protestantismo

El protestantismo en el continente europeo

El protestantismo en Inglaterra

El protestantismo en Norteamérica

El protestantismo colonial

Comienzo de las misiones protestantes


Desarrollo de movimientos filosóficos y religiosos

Racionalismo

Deísmo

Empirismo

Masonería

Unitarismo

Evangelicalismo

Humanitarismo

Desarrollo del catolicismo

El papado frente al absolutismo monárquico

Nuevos movimientos dentro de la Iglesia Católica Romana

Controversias teológicas dentro de la Iglesia Católica Romana

Desarrollo de la ortodoxia

Las Iglesias Ortodoxas y Orientales

La Iglesia Ortodoxa Rusa

Las Iglesias Orientales autónomas

Las Iglesias nestorianas y monofisitas

Las Iglesias uniatas

La cristiandad hacia el año 1800

UNIDAD 4 - Los problemas del cristianismo

Introducción

El paradigma de cristiandad

Concepto de paradigma de cristiandad

La cristiandad católica romana

La cristiandad protestante
Cristiandad y misión

Cristianismo y esclavitud

Esclavitud en el mundo musulmán

Esclavitud en el mundo cristiano católico

Esclavitud en el mundo cristiano protestante

El impulso misionero

Las misiones católicas romanas

La indiferencia misionológica protestante

Cristianismo y modernidad

El desarrollo de la modernidad

La cosmovisión moderna

El impacto de la modernidad sobre la fe

La difusión de la Biblia

La imprenta y el protestantismo

Los agentes de difusión bíblica

Protestantismo y poder político

La secularización del mundo

El contexto político internacional

El desarrollo del Estado moderno

Protestantismo y capitalismo

El mercantilismo

El capitalismo

La revolución litúrgica

Lutero, el pionero

Adoración en la tradición reformada


BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.

En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.
Pablo A. Deiros

USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.

Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.

El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el
servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACIÓN

Debo confesar a mis lectores y estudiantes que de los tres tomos de esta Historia del
cristianismo que hasta aquí llevo escritos y publicados, éste es el que más trabajo me ha dado. Para
cualquier escritor, sus libros son como hijos, que uno engendra con amor, pero que da a luz con
esfuerzo y cierta cuota de sufrimiento. Pues éste ha sido el parto que más me ha costado, hasta
ahora. No tengo todavía muy claras las razones, pero estimo que es parte de cierto “disgusto” que
tengo con la Edad Moderna desde mis días de estudiante de secundaria.
No obstante, este es el volumen más largo de los tres. Una posible explicación es que al
costarme más su elaboración, he aprendido mucho más para compartir con mis lectores y
estudiantes. La otra posibilidad es que el período de la historia del testimonio cristiano que cubren
estas páginas ha sido lo suficientemente importante como para merecer un tratamiento más
meduloso. Sea como fuere, los movimientos que se dispararon entre los siglos XVI y XVIII significaron
cambios profundos en el curso del cristianismo y pusieron en marcha ideas y prácticas que todavía
tienen vigencia. La mayoría de los evangélicos latinoamericanos podemos remontar nuestras raíces
históricas, teológicas y religiosas a estos siglos. El mundo posmoderno en el que hoy nos
desenvolvemos no deja de ser una continuación o consecuencia del mundo moderno gestado en
este período de estudio.

Desde una visión misionológica, fue en estos años que el cristianismo se abrió a los nuevos
desafíos representados por la llegada de los europeos a los cuatro rincones del planeta, movimiento
que habría de tener su punto culminante en el siglo XIX. A su vez, fue en estos siglos que el evangelio
cristiano de origen europeo se vio confrontado por otras cristiandades, otras religiones y culturas
no cristianas. Ahora el cristianismo no tuvo que lidiar tanto con herejías y desafíos intelectuales
internos, sino con expresiones religiosas diferentes y desafiantes. Por primera vez en su experiencia
histórica, los agentes del evangelio se vieron forzados a tratar de entender a escala mundial culturas
foráneas para poder cumplir con su misión. Una lengua, como el latín, por más sagrada que se la
estimase, ya no era suficiente para proclamar la buena noticia. Con la invención de la imprenta, la
Biblia comenzó a ser traducida, publicada y distribuida en números astronómicos comparados con
los quince siglos precedentes.

La posibilidad de que más personas tuviesen acceso al texto bíblico resultó en un gran fomento
de la educación, especialmente del clero. Por otro lado, los abusos de autoridad por parte de líderes
eclesiásticos fueron más difíciles, al haber más personas ilustradas y mejor informadas. Las ideas
forzosamente se tuvieron que pulir, ya que para sobrevivir tenían que salir a un ruedo de reflexión
compartido por más personas, que ya no podían ser consideradas ignorantes. Por lo mismo, la
autoridad eclesiástica se fue tornando cada vez menos vertical y más horizontal. El pensamiento
mágico y la superstición dieron lugar a una fe más educada y fundamentada. El temor y la ignorancia
quedaron a un lado a favor de una fe más comprometida y personal.

Por más traumático que en su momento haya parecido, la ruptura de la única Iglesia en
Occidente y su desmembramiento en diversas facciones, asestó un primer golpe mortal al
paradigma de cristiandad. Esto revolucionó la cosmovisión de los cristianos, que comenzaron a
competir por quién representaba mejor la verdad revelada. Ante la insistencia de varios
pretendientes a ser dueños absolutos de la verdad y a defenderla incluso con violencia, no faltaron
quienes declararon la imposibilidad de conocer la verdad o por lo menos promovieron una gran
tolerancia y pluralismo. Esto fomentó la libertad religiosa y ayudó a la gestación de grandes
principios políticos y sociales, que todavía hoy pregonan la libertad del individuo y la libre
competencia suya frente a Dios.
A los cambios en el campo de la religión le siguieron sustanciales cambios políticos, sociales y
económicos. La modernidad no fue un movimiento de moda ni un momento en el desarrollo de una
cultura en particular. Se trató de una cosmovisión que desde Europa se comunicó a todo el planeta
a través de los agentes coloniales. El cristianismo comenzó a transformarse en una religión
verdaderamente mundial, no porque antes no lo había sido, sino porque ahora lo fue de una manera
nueva y singular a través de los cristianos europeos que conectaron a los cinco continentes y
especialmente a los pueblos en el hemisferio sur. Por cierto, el proceso no se detuvo en este período
y alcanzó mayor madurez en el siguiente. Pero sus posibilidades se sembraron a partir del siglo XVI.

¿Vale la pena hacer el esfuerzo de explorar los hechos históricos más importantes del desarrollo
del testimonio cristiano en estos siglos? ¿Hay lecciones que podemos aprender y que pueden
resultarnos de utilidad en nuestro compromiso presente con el reino de Dios? Después de
completar mi propio estudio y análisis de este tiempo, y poner por escrito los resultados para el
aprovechamiento de otros, creo que puedo responder a estos interrogantes de manera afirmativa.
Es mi deseo que cada lector y estudiante de estas páginas pueda llegar a la misma conclusión, una
vez que haya recorrido las páginas que siguen.

LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. España en el siglo XVI

2. La Reforma en Alemania

3. Europa católica en el siglo XVI

4. Los viajes misioneros de Francisco Javier

5. El cristianismo en Asia

6. El cristianismo en África

7. El cristianismo en América

8. Europa en 1559

9. Europa en 1648

Cuadros
1. Caracteres del humanismo

2. Evaluación de Lutero y su Reforma

3. Árbol del desarrollo de la Iglesia

4. Metas buscadas por el avivamiento católico

5. Necesidad de reforma del clero y de la Curia romana

6. Reforma de los obispos en España

7. Contrarreforma según Ignacio de Loyola

8. Decisiones del Concilio de Trento

9. Cambios asombrosos

10. Privilegios del Padroado portugués

11. Los Artículos Galicanos

12. Lutero y las misiones

13. La civilización moderna

Introducción general

El comienzo de la llamada Edad Moderna en Europa suele ubicarse en 1453, fecha que señala la
conquista de Constantinopla, último baluarte del Imperio Bizantino, por los turcos otomanos. La
importancia de este acontecimiento explica que se le considere como punto divisorio entre las
edades Media y Moderna. Pero no puede establecerse una división tan tajante entre ambos
períodos históricos, ya que las diferencias entre ellos no son el resultado de un solo suceso, sino de
muchos que fueron transformando, gradualmente, la civilización europea en los siglos XV y XVI. De
hecho, se han propuesto otras fechas para señalar la transición entre la Edad Media y la Moderna
en Europa: 1492, cuando Colón llegó a América; 1494, cuando los franceses invadieron Italia e
iniciaron una larga lucha entre Francia y España por el dominio de la península; 1517, cuando Lutero
fijó sus Noventa y Cinco proposiciones en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg; y otras
más. No hubo, pues, una ruptura definitiva entre ambas épocas, ya que los grandes movimientos
como el Renacimiento, la Reforma, el desarrollo del capitalismo y de los estados nacionales se
iniciaron mucho antes de 1500 y siguieron obrando como fuerzas vivas hasta mucho más tarde.
Cuando se levanta la mirada de Europa y se contempla la situación en el resto del mundo
habitado, puede afirmarse que los cincuenta años que corrieron entre 1450 y 1500 fueron
fundacionales para la construcción de las civilizaciones que se desarrollaron en los siguientes cinco
siglos. Esta mirada más amplia nos permite ver a un mundo que, por primera vez en la historia de la
humanidad, se mueve a paso firme hacia una mayor globalización. A comienzos del siglo XV, India,
cuyas comunidades cristianas en el sur habían logrado sobrevivir pero no prosperar debido a las
invasiones de los mongoles en el norte, estaba dividida en varios señoríos mayormente
musulmanes. En Sumatra, Java y la península Malaya, el reino de Majapahit (1293–1520) estaba en
rápida declinación en razón de que mercaderes musulmanes, provenientes de India estaban
estableciendo colonias comerciales y esparciendo su fe islámica. Tanto India como lo que hoy es
Indonesia estaban en transición con la influencia musulmana en ascenso. Los turcos otomanes
estaban también influyendo en Asia occidental hasta que finalmente llegaron a capturar
Constantinopla, penetrando en los Balcanes e incluso invadiendo el sur de Italia.

Mientras el Islam crecía en su influencia en el sur y oeste de Asia así como en las islas del sudeste
asiático, países como Myanmar (Birmania), Tailandia (Siam), Laos y Vietnam estaban
experimentando un avivamiento del budismo. Dos reinos muy importantes fueron fundados a
mediados del siglo XIV: el reino tailandés de Ayutthaya en 1347 y el reino laosiano sobre el valle del
río Mekong superior en 1350. El rey de Laos envió una misión a India y Ceilán (Sry Lanka), que
retornó con escrituras sagradas budistas y una famosa estatua de Buda, que fueron colocadas en un
templo en la ciudad capital de Laos, Lang Chang. Fue en el contexto de un budismo dinámico que
los reinos de los Thai, Khmer, Leo y Annameses lucharon por el control de la región durante el siglo
XV. Pero a fines de este siglo hubo una paz relativa, que permitió el establecimiento de reinos
regionales, reinos que serían los antecesores de países poscoloniales como Vietnam, Laos, Camboya
y Tailandia.

Mientras tanto, durante los siglos XIV y XV, China estuvo bajo el gobierno de la floreciente
dinastía Ming. Los chinos habían adoptado a varios dioses y diosas de la India y la religión budista, y
después del dominio mongol se habían cerrado a todo tipo de influencia foránea hasta comienzos
del siglo XV. En 1403, el emperador Ming, Zhu Di proclamó un decreto para comenzar la
construcción de una “flota imperial.” Este proyecto fue monumental y duró unos treinta años. Se
construyó un total de 1.681 barcos de carga, que llevaron los tesoros chinos a ultramar (entre 1405
y 1433), bajo el liderazgo del eunuco Zheng He. El puerto comercial principal de esta flota fue Calicut
en Kerala, en la costa sudoeste de la India. Desde Japón y Corea hasta la India y más allá, a lo largo
de la costa africana hasta Madagascar, las embarcaciones chinas llevaron los productos chinos y su
cultura. Los europeos tendrían que esperar todavía casi ochenta años antes de emprender viajes
semejantes y con naves de mucho menor tamaño. Pero así como nació, la empresa naval también
se vino abajo. Después de la muerte de Zhu Di, líderes confucionistas hicieron sentir su influencia a
favor de una China más tradicional y agrícola. Para 1440 la armada china, que había llegado a contar
con 3.500 naves en las primeras décadas del siglo XV, fue reducida a la mitad. Para 1500 se anunció
que era un delito capital construir cualquier barco con más de dos mástiles. Para 1551 era
considerado como un crimen salir a alta mar para comerciar en una nave de varios mástiles. Los
confucionistas eliminaron de esta manera la fuente primaria de poder de la dinastía Ming y sus
navegantes eunucos. Una vez más se cerraron las puertas de China a toda influencia externa.

A fines del siglo XV y comienzos del XVI, portugueses y árabes competían por el comercio de
ultramar que habían dejado vacante los chinos en la cuenca del océano Indico y el mar del sur de la
China. Cuando los portugueses finalmente completaron el periplo alrededor de África con Vasco da
Gama (1498), al igual que los árabes fueron estableciendo puestos de comercio (factorías). Tanto
portugueses como árabes estaban movidos por intereses comerciales y el afán de lucro, pero
también por cuestiones religiosas. Musulmanes y cristianos trajeron y establecieron su religión a
medida que exploraban y se establecían. De este modo, la historia moderna de África y Asia quedó
más determinada por la fe religiosa que por el poder de las economías y flotas nacionales. Así, pues,
el siglo XV fue crítico para el desarrollo religioso de Asia, África, así como para las Américas.

Volviendo la mirada a Occidente, se puede ver que los acontecimientos que, además de la ya
mencionada conquista de Constantinopla, contribuyeron al advenimiento de los tiempos modernos,
fueron numerosos y diversos. Entre otros, se pueden mencionar los siguientes: (1) los
descubrimientos geográficos de portugueses y españoles, con los que se inició la era de la expansión
colonial transatlántica de Europa; (2) las grandes invenciones, como la pólvora, la imprenta, el papel
y la brújula, que revolucionaron la vida material y espiritual de aquella época; (3) la aparición de los
Estados nacionales, que evolucionó hacia el establecimiento de monarquías absolutas; (4) el
Renacimiento, es decir, el profundo cambio en las artes, las letras y las ciencias provocado por la
resurrección de la cultura grecorromana; (5) la Reforma, como se denomina a la crisis religiosa del
siglo XVI, a consecuencia de la cual la Iglesia perdió la unidad que había procurado mantener a lo
largo de toda la Edad Media.

Al comenzar el siglo XVI ya habían evolucionado estados nacionales poderosos en algunos


lugares de Europa, particularmente en España, Francia e Inglaterra. A medida que avanzaba el siglo,
el poder de estos gobiernos nacionales creció constantemente, y una nueva nación, Holanda,
apareció como una potencia en el escenario político y económico. Sin embargo, gran parte de
Europa no estaba organizada nacionalmente. El extenso territorio del Sacro Imperio Romano se
hallaba dividido en centenares de pequeños estados, y la península italiana en más de una docena
de gobiernos plenamente independientes. La historia política del período comprendido entre 1500
y 1648 puede considerarse como un testimonio del aumento del poder de los estados nacionales a
expensas de aquellas regiones europeas que carecían de una organización nacional.

A principios del siglo XVI, el eje principal de la política europea giraba en torno a la rivalidad
entre los reyes Valois de Francia y los Habsburgo de Austria. Carlos V, beneficiario de una gran
herencia territorial en 1519, pasó la mayor parte de su reinado en guerra con Francia. La amenaza
de un avance otomano sobre sus posesiones austriacas constituyó un segundo problema que
perturbó constantemente a Carlos V. El peligro turco lo persuadió, dos años después de su
advenimiento al trono, a confiarle a su hermano Fernando el gobierno de Austria y de los territorios
vecinos. Fernando a duras penas pudo resistir el asalto de los turcos, ya que éstos conquistaron casi
toda Hungría en 1526 (batalla de Mohacs). Tres años después sitiaron Viena, pero se retiraron sin
capturar la ciudad. El poder militar de los turcos otomanos había llegado entonces a su apogeo y no
fueron derrotados por las armas cristianas hasta 1571, en la batalla de Lepanto.

Entre las dificultades a las que se enfrentaba Carlos V figuraban en tercer lugar los problemas
internos de Alemania. El surgimiento de la Reforma lo encontró a Carlos V demasiado ocupado en
sus otras luchas como para ponerle freno al nuevo movimiento religioso. Recién cuando los
franceses y los turcos le dejaron las manos libres, Carlos pudo pensar en ocuparse del movimiento
luterano y de los príncipes alemanes que lo apoyaban. Pero esto ocurrió cuando los luteranos se
habían afianzado firmemente en muchos de los estados alemanes.

Durante más de un siglo los problemas religiosos complicaron muchísimo la política. A las
rivalidades dinásticas y nacionales se sumó el antagonismo religioso, y Europa se dividió en estados
católicos y estados protestantes.

William H. McNeill: “El éxito político inicial de la Reforma se debió en gran parte a los
problemas que ocuparon la atención del emperador Carlos V distrayéndolo de los asuntos
religiosos e internos de Alemania; y también se debió a la peculiar constitución política del
Sacro Imperio, que dejaba la soberanía casi enteramente en manos de numerosos príncipes
y gobernantes locales. Es preciso tener presente estos hechos políticos para entender la
historia de los comienzos del movimiento protestante.”

Este volumen considera el período de la historia del cristianismo en el que surgieron nuevos
movimientos de reforma y expansión. Estos movimientos prepararon el escenario para la explosión
misionera y la Iglesia “moderna” o denominacional de los siglos XIX y XX-hechos que consideraremos
en el próximo volumen. Si bien será necesario prestar mayor atención que en los volúmenes
anteriores a las ideas que modelaron las reformas y abrieron las puertas a la revolución política,
intelectual e incluso tecnológica, no se perderá de vista el énfasis en los individuos como forjadores
de la historia.

En el presente volumen vamos a considerar, primero, el desarrollo de la Reforma protestante


en Europa occidental. Se prestará atención a los grandes movimientos de reforma, comenzando con
Martín Lutero, pasando por Ulrico Zuinglio, Juan Calvino, los anabautistas, la revuelta en Inglaterra,
Juan Knox, los hugonotes en Francia y la Reforma en otros lugares de Europa. Se destacarán algunos
aspectos de la vida de los reformadores más importantes, su obra y sus ideas principales. Segundo,
se considerarán los desarrollos paralelos de la Reforma y Contrarreforma católicas durante el siglo
XVI. En esta unidad, se analizará el movimiento reformista dentro de la Iglesia Católica Romana
prestando atención a los distintos caminos por los que se llevó a cabo esta reforma durante el siglo
XVI y la manera en que la Iglesia se preparó para hacer frente al avance del protestantismo.
Nuevamente, se enfatizarán las vidas de los protagonistas principales y sus ideas más importantes.
Tercero, prestaremos atención a las reformas (especialmente protestantes) de los siglos XVII y XVIII
en Europa y en Norteamérica. Se verán los principales movimientos filosóficos y religiosos del
período, y su efecto sobre la marcha del cristianismo. Y, cuarto, haremos una síntesis de los
principales problemas que confrontó el testimonio cristiano entre 1500 y 1800. La consideración de
los mismos no pretende ser exhaustiva ni abarcar todos los problemas del período, pero sí abordar
los más significativos para nuestra realidad hoy.

UNIDAD 1

La Reforma protestante

INTRODUCCIÓN

Dos condiciones son necesarias para cualquier gran expansión del testimonio cristiano:
oportunidad, especialmente en materia de comunicaciones por el mundo; y, vigor espiritual dentro
de la Iglesia. Poco después del año 1500, estas dos condiciones estaban presentes y al mismo tiempo
en un grado inusual, especialmente en Europa occidental. El resultado fue el período más grande
de expansión cristiana, que la historia haya conocido hasta ese momento.

Nuevas vías de comunicación se fueron abriendo en una secuencia asombrosa.

Hacia fines del siglo XV los marinos al servicio de España se estaban aventurando hacia el Oeste.
La idea renacentista de que el mundo era redondo los animaba. Los portugueses sentían que su
camino estaba más hacia el sur, por la costa africana. Ambas naciones, España y Portugal, esperaban
flanquear la barrera provocada por el Islam después de la caída de Constantinopla en manos de los
turcos otomanes en 1453, y querían encontrar una nueva ruta marítima que les diera un acceso
libre hacia Oriente y sus apreciados y exóticos productos.

En 1492, Cristóbal Colón (1451–1506) llegó a lo que denominó “las Indias” (Indias Occidentales),
que realmente resultó ser el Nuevo Mundo. Para 1522 la expedición de Fernando de Magallanes
(1480–1521) había completado esta exploración hacia el Oeste. Sus naves fueron las primeras en
navegar alrededor del mundo. En 1497, Vasco de Gama (1469–1524) rodeó el Cabo de Buena
Esperanza y navegó cruzando el océano Índico hasta la costa sudoccidental de la India. Los
mercaderes portugueses continuaron avanzando hacia Oriente y en 1517 llegaron por fin a la costa
de China, siendo de este modo los primeros europeos en hacerlo en casi doscientos años.

Junto con estas nuevas vías de comunicación europeas hacia los otros continentes, comenzó a
vivirse en Europa una nueva vida espiritual, en el sentido más amplio de la expresión. El
Renacimiento fue un período no sólo de nuevas rutas cruzando el mundo, sino también de un
conocimiento acerca del mundo mismo más grande que el de cualquier otra edad previa en la
historia de la humanidad. Pero la nueva vida no sólo se encontraba entre los marinos y los
mercaderes, los filósofos y los artistas, sino que algo nuevo estaba ocurriendo también dentro de la
Iglesia medieval.
El mismo año en que las naves portuguesas llegaron al Lejano Oriente, Martín Lutero colocó sus
Noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia de la Universidad de Wittenberg, y se ofreció a
defenderlas contra todos los que quisieran discutirlas. Este es considerado como el primer acto de
la Reforma protestante. De esta manera, puede decirse que el año 1517 vio cumplidas las dos
condiciones vitales para la expansión del cristianismo: comunicaciones y vigor espiritual.

Además, todo el siglo XVI se caracterizó por desafíos y cambios que fueron confrontados con un
esfuerzo firme por preservar los valores y las prácticas tradicionales. Las sociedades europeas se
vieron convulsionadas por movimientos que terminaron por forjar la civilización europea, a través
de una lucha titánica en procura de su identidad. Éstas fueron décadas vitales y turbulentas,
verdaderos tiempos de parto en los que nació una nueva Europa.

En esta unidad vamos a considerar los movimientos de la Reforma protestante tal como se
fueron desarrollando en cada una de las nuevas nacionalidades europeas a lo largo del siglo XVI.

LA REFORMA EN ESPAÑA

Los estudios generales sobre la historia de la Reforma tratan principalmente con el desarrollo
del protestantismo en aquellos países donde pudo echar raíces más profundas. Los autores que
escogen un acercamiento geográfico en la organización de sus materiales (como en nuestro caso)
consideran la Reforma en Alemania, Suiza, los Países Bajos, Inglaterra y en algunos casos Escocia y
Francia. Hay algunos eruditos que incluyen en su registro a países en los que la Reforma tuvo un
impacto menor, si bien notable, como Italia, Polonia, Hungría, Rusia y algunos otros. En un sentido,
España pertenece al segundo grupo. La historia del protestantismo en la península Ibérica puede
ser resumida como una serie de persecuciones, conventículos secretos, muertes y exilios. Como
resultado de la puntillosa efectividad de la Inquisición casi no quedaron rastros del protestantismo
temprano. Es difícil señalar con certidumbre histórica algún movimiento o grupo protestante
contemporáneo, que pueda ser considerado como descendiente genético de las facciones
disidentes del siglo XVI.

Por otro lado, la historia del protestantismo español, y la vida y obra de los primeros
reformadores españoles—perseguidos, exiliados, torturados y matados—es un capítulo importante
en la historia del cristianismo, que merece más atención que la que ha recibido. La suposición a-
crítica de que la Reforma protestante sólo prosperó en los países germanos y anglosajones, mientras
que la Reforma católica tuvo éxito en los países latinos tiene que ser revisada si se toma en cuenta
al protestantismo español. Esto es también cierto en relación con la conclusión simplista de que el
protestantismo sólo pudo prevalecer en los países del Atlántico norte mientras que el catolicismo
se fortaleció en los países mediterráneos.

Para los cristianos protestantes en España y América Latina es muy importante demostrar
históricamente que la Reforma estuvo presente en la península Ibérica desde el comienzo del
movimiento en Alemania e incluso antes. La pretensión católica tradicional de que nacionalismo y
fe son inseparables, y que la esencia misma de la hispanidad es el catolicismo romano, debe ser
confrontada con el hecho de que la comprensión protestante de la fe cristiana afectó
profundamente al alma española, incluso a pesar de los esfuerzos sobrehumanos que se invirtieron
para borrar del todo sus influencias.

_ Trasfondo de la Reforma en España


Desde fines del siglo XV y durante una buena parte del siglo XVI, España fue la potencia
dominante en la Europa cristiana y el centro de su vida intelectual y religiosa. Bajo el reinado de
Isabel de Castilla (1441–1504) y Fernando de Aragón (1452–1516), España fue pionera en las dos
empresas que habrían de cambiar el rumbo de Europa y el resto del mundo: la reforma religiosa y
la conquista de nuevos continentes. Las características nacionales de España en el siglo XVI fueron:
lealtad al rey, fe en la Iglesia, amor al catolicismo y odio a los herejes. Las cruzadas contra los moros
y judíos fueron consideradas como un deber religioso. Las catedrales majestuosas, las obras
maestras de la arquitectura, la escultura y el tallado testifican del poder de la Iglesia Católica
Romana en España durante este tiempo. Este espíritu religioso se expresó también en el entusiasmo
misionero de los conquistadores y de los viajeros y aventureros españoles alrededor del mundo.

La antipatía nacional de los españoles a las innovaciones religiosas los hacía rechazar con horror
cualquier cosa que llevara la marca de la herejía. El protestantismo en España tuvo que confrontar
el mismo odio que en algún momento se dirigió contra los judíos y los musulmanes. Ésta es la razón
por la que la historia de la Reforma en España está estrechamente asociada con la historia de la
Inquisición española.

Cornelius A. Wilkens: “Es una historia de un padecimiento infinito. ¿Cómo vamos a


relatarla? Sin consideración de la omnipotente providencia de Dios, ¿qué hubo allí [en
España], humanamente hablando, en el movimiento que le impidió [a la Reforma
protestante] desarrollarse con éxito, como fue el caso con movimientos similares en nuestra
propia tierra y otras? En parte, sin dudas, fue en razón del terrible enemigo con el que, en
la persona de la Inquisición, tuvo que contender.”

_ Protestantismo en España
¿Cuán influyente fue el protestantismo en España durante el período de la Reforma? Según la
opinión un tanto exagerada de Cornelius A. Wilkens: “Jamás el evangelio fue proclamado más
fielmente que por los reformadores españoles del siglo XVI.” ¿Cuál fue el grado de esta notable
contribución?

La influencia de Erasmo. Cuando comenzó el período de la Reforma había pocos países en


Europa donde su espíritu y realizaciones parecían tener más posibilidades de éxito que en España.
Junto con la política de consolidación de la unidad de España bajo los Reyes Católicos (Fernando e
Isabel), se dio una afirmación de la autoridad real en materia religiosa. A través del cardenal
Francisco Jiménez de Cisneros (1436–1517), los monarcas españoles introdujeron cierto grado de
orden y centralización en las órdenes monásticas y alentaron la erudición humanista. En España,
como en toda Europa, los eruditos comenzaron a cuestionar aquellas tradiciones de la Iglesia que
parecían estar en conflicto con los Evangelios. La imprenta, mayores oportunidades de educación y
una burocracia muy desarrollada, que supervisaba al Imperio en Europa y en el Nuevo Mundo,
proveían la base para una nueva clase de personas educadas, especialmente en los pueblos y
ciudades más importantes de España.

Desiderio Erasmo (1467–1536) había colocado en España sus esperanzas de una verdadera
reforma, conforme a su propia comprensión. Por cierto, él no era un luterano, pero sus ideas
tuvieron un efecto profundo sobre España y representaban una seria amenaza al establecimiento
religioso católico. Sus ideas tuvieron un impacto importante sobre personas como Alfonso de Valdés
y Juan de Vergara, quienes buscaban una “vida espiritual” centrada en Cristo y el Santo Sacramento,
purificado de las prácticas exteriores “farisaicas,” que consideraban ridículas en la gente común y
reprensibles en el clero.

Erasmo había llegado a ser una figura popular entre las personas de erudición y prestigio. En
1516, su nombre apareció por primera vez en España, y en 1517, Jiménez de Cisneros lo invitó sin
éxito a enseñar en la Universidad de Alcalá. Incluso el emperador Carlos V declaró públicamente su
admiración por Erasmo, quien tenía seguidores entre los humanistas en la corte imperial y entre los
profesores de la Universidad de Alcalá. Sus obras fueron publicadas en España y algunos de sus
seguidores escribieron imitando su estilo. Como indica Henry Kamen: “Con la Corona, la Inquisición
y la Iglesia española de su lado, la posición de Erasmo fue inexpugnable en España, donde gozó de
una popularidad mayor que en cualquier otro lugar en Europa.”

No obstante, el surgimiento del luteranismo cambió todo esto, y España se transformó en un


campo de batalla entre los que estaban a favor y en contra de Erasmo. A medida que el luteranismo
se esparció en Alemania, el erasmismo se debilitó por todas partes. Desde 1529 en adelante, los
seguidores de Erasmo se encontraron en peligro. Mientras Erasmo apelaba fuertemente a personas
de erudición, se ganaba muchos más enemigos entre los monjes y los frailes de educación limitada,
a quienes había satirizado en su Enchiridion militis christiani (Manual del caballero cristiano),
publicado a fines de 1526.

Los opositores españoles del erasmismo consideraban que Erasmo no era ortodoxo en su
doctrina, y demandaban la condena de algunos de sus conceptos. Con la muerte del arzobispo de
Toledo, Alonso de Fonseca, el partido antierasmista ganó poder. Su primera víctima fue Diego de
Uceda, un católico profundamente religioso y también erasmista que compartía su escepticismo en
cuanto a las supersticiones y los milagros. Varios de los involucrados en el movimiento de los
iluminados o alumbrados también fueron arrestados, torturados y sentenciados por la Inquisición.
Como indica Paul J. Hauben: “La aparición del protestantismo, con sus aparentes similitudes con el
erasmismo y el iluminismo español a los ojos de muchos españoles, no tan sólo inquisidores,
permitió a estos últimos ligar a los dos [movimientos] firmemente y marcarlos como expresiones de
‘luteranismo’.”

Otra víctima erasmista de la persecución fue Juan de Vergara (1492–1557), amigo de Cisneros y
de Fonseca. Fue llevado ante la Inquisición bajo la acusación de ser un defensor de herejes. Se decía
que poseía libros luteranos y sostenía ciertas doctrinas luteranas. Después de un juicio cruel,
Vergara fue forzado a abjurar públicamente. En realidad, era un erudito que simpatizaba con Erasmo
y no era un adherente de Lutero. Reflexionando sobre el encarcelamiento de Vergara, el gran
humanista español Juan Luis Vives se quejó ante Erasmo en 1534, diciendo: “Vivimos en tiempos
tan difíciles que es peligroso hablar o estar en silencio.”

Otro erasmista fue Alonso Ruíz de Virués, quien languideció en prisión por cuatro años a pesar
de la intervención de Carlos V, de quien era su predicador favorito. Virués fue encontrado culpable
de “luteranismo” por la Inquisición en 1538. Carlos V tuvo que conseguir un breve papal anulando
su sentencia, y pocos años más tarde nombró obispo a Virués, quien murió en 1545.

La influencia de Lutero. Además de la influencia de Erasmo, la obra de Isabel la Católica y el


cardenal Jiménez de Cisneros había producido sus frutos, y las reformas que intentaron, si bien
estaban lejos de ser aplicadas universalmente, estaban surtiendo efecto. El rey Carlos I (más tarde
emperador Carlos V), nieto de Isabel, era un admirador del movimiento humanista, contaba con
varios humanistas y erasmistas como asesores. Entre ellos estaba su secretario, Alfonso de Valdés
(m. 1532), quien lo acompañó a la Dieta de Worms. Para entonces, la Universidad de Alcalá de
Henares y varias otras en España eran verdaderos centros de reforma.

Los libros de Lutero y las obras de otros reformadores pronto entraron en España. Tomás McCrie
dice que: “Ya a principios de 1519, Juan Froben, un famoso impresor en Basilea, envió a España una
cantidad de tratados, de una serie escrita por Lutero, que él acababa de reimprimir.” Estas obras
estaban en latín y, en consecuencia, sólo al alcance de personas educadas. Pero pronto las obras de
Lutero comenzaron a ser traducidas al español, publicadas probablemente en Amberes e
introducidas en España. Esto era algo relativamente fácil dado que muchos españoles de linaje
ilustre acompañaron al emperador Carlos V a las Dietas que periódicamente se llevaban a cabo en
Alemania, Flandes y otras regiones donde el protestantismo se había establecido con éxito.

Además, muchos españoles sentían la necesidad de liberar a la cristiandad de lo que


consideraban era la tiranía de los Papas, la inmoralidad del clero, las prácticas supersticiosas de la
religiosidad popular y los errores doctrinales que perturbaban a todo el cuerpo de la Iglesia. Nobles
prelados, famosos predicadores, destacados teólogos e incluso gente común recibían con
entusiasmo las noticias de la rebelión espiritual en Alemania y estaban listos para adoptar como
propias las verdades evangélicas que ahora eran nuevamente expuestas. Los números de los
involucrados en el nuevo espíritu fueron importantes. En su Prefacio a la edición de su traducción
de la Biblia, Cipriano de Valera declaraba que no había ciudad, villa o lugar en España donde no
hubiera alguien o algunos a quienes Dios en su infinita misericordia no había iluminado con la luz de
su evangelio.

La afirmación de Valera es confirmada por las declaraciones del historiador católico Gonzalo de
Illescas. Según este escritor, en aquellos días, cárceles, patíbulos y cadalsos estaban llenos de gente
ilustre, destacados en las letras y las virtudes. Eran tantos y de tal carácter que se creía que “si se
tomaban dos o tres meses más para remediar este mal, toda España hubiese sido quemada.”
Como se indicó, en 1519 se enviaron a España los primeros escritos de Lutero. Al año siguiente,
su comentario sobre Gálatas fue traducido al español. Desde entonces, y de manera esporádica,
continuaron infiltrándose a España libros protestantes, provenientes mayormente de los Países
Bajos. En razón de que al comienzo la reforma liderada por Erasmo se confundió con la iniciada por
Lutero, los libros luteranos fueron populares en los círculos humanistas. La Inquisición hizo todo lo
posible por descubrirlos y destruirlos. Sin embargo, todo esto no fue más que mera curiosidad, o en
el mejor caso, el deseo de que en España pudiera comenzar un movimiento de reforma como el que
se estaba desarrollando en Alemania.

No había tantos seguidores de las ideas de Lutero como lectores de sus obras. Según Henry C.
Lea, el caso más temprano de un extranjero que importara las ideas de Lutero a España ocurrió en
1524 cuando un alemán llamado Blay Esteve fue condenado por luteranismo por la Inquisición en
Valencia. En 1528, un pintor de Gante, Cornelius, fue llevado ante un tribunal bajo la acusación de
luteranismo. Pudo salvar su vida del cadalso, pero fue sentenciado a prisión perpetua en 1530. Hugo
de Celso, un médico de Burgundia, fue otro luterano que trató de introducir sus creencias en España.
Fue juzgado en Toledo y más tarde quemado vivo en 1551. Otro posible luterano fue Melchor de
Wurtemberg, que vino a Valencia a cumplir con su misión de predicación. Melchor fue pronto
arrestado, negó toda creencia luterana y consiguientemente fue liberado después de ser azotado.

En síntesis, no hubo muchos luteranos nacionales o extranjeros en España durante la primera


mitad del siglo XVI. Muchos así llamados “luteranos” no lo fueron. Como indica John E. Longhurst:
“Los juicios de estos años caen en dos clasificaciones generales: aquellos que resultaron de
confusión y temor en cuanto al fantasma del luteranismo, y aquellos que fueron motivados por un
deseo de venganza contra algún vecino.”

La influencia de Valdés. El español Juan de Valdés (1501–1541) fue un notable humanista y autor
de Diálogo de la lengua, que constituye uno de los textos esenciales del estudio del español y una
rica fuente de observaciones lexicográficas. Sus enemigos lo consideraron el primer autor “luterano”
en español, si bien Valdés combinaba la tradición mística española con el humanismo de Erasmo.
Según McCrie, Valdés fue “la primera persona que abrazó las opiniones reformistas y se dedicó
activamente a su propagación en España.”

Justo L. González: “Juan de Valdés nunca fue luterano ni calvinista. Al principio erasmista, a
la larga dejó detrás las doctrinas de su maestro para llegar a su propio modo de interpretar
la fe cristiana. Ese modo de interpretar la fe se oponía ciertamente a buena parte de la
doctrina católica romana, pero también distaba mucho de las enseñanzas del luteranismo y
el calvinismo ortodoxos. Por lo tanto podríamos decir que Juan de Valdés es, no sólo el
primer reformista español, sino también el más español de los reformistas.”

Valdés estudió en Alcalá de Henares y mantuvo una activa correspondencia con Erasmo, con
quien compartió la convicción de la necesidad de una profunda reforma de la Iglesia. En razón de su
vasto conocimiento literario y lingüístico fue muy apreciado por Carlos V y gozó de su protección.
Pero perseguido por la Inquisición abandonó España y se refugió en Nápoles, donde reunió un
importante grupo de discípulos. Refiriéndose a su trabajo en Nápoles, el cardenal Juan Pedro Caraffa
(1476–1559), el futuro papa Pablo IV, dijo: “Juan Valdés hizo en Nápoles más estragos en los
espíritus que los que hubieran hecho mil herejes … En poco tiempo ganó a sus opiniones a un gran
número de personas, a quienes engañó y sedujo con sus artificios.”

Valdés fue un escritor prolífico. Fue el autor de excelentes comentarios bíblicos como los de
Salmos, Mateo y Primera Corintios. Entre sus obras doctrinales son dignas de mención El alfabeto
cristiano y Ciento diez consideraciones. Otra obra teológica importante es su Diálogo de doctrina
cristiana, que es un catecismo breve que sigue de cerca las ideas de Erasmo. Valdés enfatizaba el
valor del estudio bíblico y la importancia de la conciencia individual. Según Bataillon, el Diálogo “fue
el primer ensayo de uno de los genios religiosos más auténticos del siglo.”

El interés principal de Valdés no era reformar la Iglesia institucional, sino procurar una vida
espiritual más profunda para el creyente individual. De allí que los mejores frutos de su ministerio
fueron sus discípulos. Entre sus seguidores estuvo Julia de Gonzaga y Bernardino Ochino (1487–
1564). Este último era general de la orden de los capuchinos y se hizo protestante, razón por la cual
tuvo que huir de Italia. Valdés mismo no parece haber sido verdaderamente protestante. Su énfasis
sobre la vida del Espíritu, a veces en contraste no sólo con los ritos externos sino también con el
estudio de las Escrituras, fue muy diferente de lo que predicaron los reformadores luteranos y
calvinistas. No obstante, varios de sus discípulos se hicieron protestantes y tuvieron que emigrar de
Italia. Por ello, Valdés merece el título de ser el primer escritor de la Reforma en España y de ser el
iniciador de la reforma religiosa en Italia.

La influencia de Valer. Rodrigo de Valer fue natural de Lebrija y pasó su juventud llevando una
vida disoluta, hasta que cambió radicalmente. Se hizo franciscano, leyó la Biblia en latín hasta que
casi la aprendió de memoria, y vivió una vida pía y comprometida. Para 1540 estaba viviendo en
Sevilla, donde cada día tenía discusiones con clérigos y frailes, a quienes acusaba de corrupción. Con
atrevimiento expresaba sus nuevas convicciones en lugares públicos y denunciaba el estado
calamitoso de la Iglesia. Cuando se le preguntaba con qué autoridad hacía tales declaraciones y cuál
era la fuente de su conocimiento y poder, él replicaba que no era “de las hediondas lagunas, sino
del Espíritu de Dios que hace que ríos caudalosos de sabiduría corran de los corazones de aquellos
que verdaderamente creen en Cristo.” Les decía que era Dios y su causa los que le daban ese valor.
Según él, el Espíritu Santo no estaba limitado a un estado o casta especial, y ciertamente no a uno
depravado como el clero de sus días. Enseñó la necesidad de la conversión del sacerdote antes que
pudiera cumplir con los deberes de su oficio. También declaró que Cristo lo había enviado como su
mensajero.

Pronto fue citado a comparecer ante la Inquisición, donde expuso sus convicciones. Su
propiedad fue confiscada y salvó su vida porque se lo consideró lunático. Para 1545 la Inquisición lo
arrestó nuevamente y lo sentenció a prisión perpetua. En razón de su carácter rebelde y sus
actitudes contra las autoridades fue llevado de la cárcel al monasterio de San Lucar de Barrameda.
Allí murió cuando tenía unos cincuenta años. Después de su muerte se puso una inscripción en la
sacristía de la catedral de Sevilla, que decía: “Rodrigo Valera, ciudadano de Lebrija y Sevilla, un
apóstata y falso apóstol, que pretendía ser enviado de Dios.”
_ La Inquisición en España
La Reforma luterana estalló en España y la Reforma católica española se convirtió en
Contrarreforma. Como cualquier reacción, esta Contrarreforma comenzó a ver enemigos no sólo en
el protestantismo sino también en los seguidores de Erasmo. El resultado fue que muchos fueron
perseguidos, encarcelados, torturados y varios otros tuvieron que abandonar el país. Estos últimos
terminaron por asumir posiciones más radicales con respecto a las cuestiones religiosas bajo
discusión. Al mismo tiempo, la Inquisición, que hasta entonces había estado ocupada en reprimir a
los sospechosos de judaísmo encubierto (marranos) y a los moriscos, comenzó a enfocar su atención
sobre los “luteranos.” Bajo tal calificación caía cualquiera cuya posición se asemejaba aun
remotamente a la de Lutero.

Desarrollo histórico de la Inquisición española. Durante el reinado de Carlos V fueron pocos los
españoles que se sintieron atraídos al protestantismo. La mayoría de ellos prefirieron vivir en el
exilio. Sin embargo, la Reforma estuvo golpeando las puertas de España. Pero en el momento mismo
en que el país estuvo listo para abrirse, el monstruo de la intolerancia intervino y envió a prisión o
al cadalso a algunos de los mejores caracteres del reino. La primera medida tomada para prevenir
la difusión de las doctrinas luteranas fue la orden proclamada en abril de 1521 por Adriano de
Utrecht, el inquisidor general y futuro papa Adriano VI, ordenando el secuestro de libros luteranos.
No obstante, el ingreso de ideas y literatura luterana no representaba una amenaza para la unidad
de España. El luteranismo apareció en un momento en que la Inquisición parecía haber logrado su
propósito original y estaba languideciendo por inacción. La penetración luterana tuvo un efecto
estimulante sobre la Inquisición. Los protestantes fueron considerados con odio por la gran mayoría
de la población y la Inquisición tomó plena ventaja de esta hostilidad.

Al comienzo de su administración, Carlos V no prestó mucha atención a las acusaciones de


herejía que llegaban a él. Antes de mediados de siglo muchos de los acusados de herejía “consistían
mayormente de herejes inconscientes—de hombres que, con anterioridad a la condena de Lutero,
habrían sido considerados como ortodoxos indudables.” Pero después de sus experiencias en
Alemania, Carlos V comenzó a considerar a todos los herejes como rebeldes y los caracterizó como
“sediciosos, escandalosos, violadores de la paz, perturbadores del Estado.” Desde su retiro en el
monasterio portugués de San Justo, exhortó encarecidamente a su hijo Felipe a castigar a los herejes
con toda prontitud y severidad y sin consideración de personas. Además, después de 1550, los
acusados de herejía, con algunas excepciones, “eran aquellos que habían abrazado a sabiendas y
concientemente más o menos las doctrinas de la Reforma.”

A comienzos del reinado de Felipe II, las autoridades españolas llegaron a considerar que las
ideas luteranas habían penetrado profundamente en el país. Fue entonces que estalló la
persecución más seria. Para fines de 1557 y comienzos de 1558 comenzó a haber evidencias de que
la Inquisición estaba lista para asestar un golpe mortal a aquellos círculos que se inclinaban al
protestantismo en España.
El primer mártir protestante español. Francisco de San Román puede ser considerado como el
primer mártir protestante en España. Henry C. Lea lo llama “sin dudas el hereje más temprano
registrado de sangre española.” Pertenecía a una vieja familia de ricos mercaderes de Burgos.
Siguiendo la profesión de su familia fue a Flandes para comprar mercadería. Mientras estaba en
Amberes participando en las ferias de esa ciudad tomó contacto con creencias protestantes. Al
comienzo, pensó que era algo exclusivo de los flamencos; pero pronto descubrió a personas de
convicciones similares entre sus propios paisanos. Sus negocios lo llevaron a Brema. Un domingo,
mientras pasaba frente a una iglesia, oyó la melodía de un himno. Atraído por la música entró al
templo y oyó el sermón predicado por Jacobo Spreng. El pastor lo llevó a su casa y a través de su
testimonio lo ayudó a abrazar una convicción protestante. San Román regresó a Amberes con una
nueva fe, una copia del Nuevo Testamento y algunos de los mejores libros de los reformadores. Su
primer deseo fue regresar a España y compartir con otros su nueva fe. No pudiendo hacerlo, se
quedó en Amberes donde predicó sus convicciones a otros españoles y publicó varios tratados con
tal propósito.

Muy pronto sus actividades fueron notadas por la Inquisición. Sus libros y tratados fueron
quemados y él fue encarcelado. Pudo escapar e ir a Lovaina, donde se encontró con Francisco de
Enzinas, el gran traductor del Nuevo Testamento. Para entonces, Carlos V estaba en Ratisbona y San
Román tuvo la idea audaz de pedirle una audiencia para presentarle su fe e interceder por quienes
estaban bajo persecución. Finalmente, tuvo éxito en ver al emperador, pero éste lo metió en la
cárcel después de oírlo. San Román fue puesto en manos de la Inquisición en Valladolid, en cuyos
calabozos permaneció hasta su muerte en la hoguera. El sermón en su auto de fe fue predicado por
Bartolomé Carranza, quien más tarde vendría a caer bajo el poder de la misma Inquisición por sus
ideas evangélicas. San Román fue sacado de las llamas en un intento desesperado de sus ejecutores
para forzarlo a renunciar a su fe. Incapaces de hacerle romper sus convicciones, lo arrojaron
nuevamente a las llamas, donde terminó su vida heroica alrededor de 1544.

_ Comunidades protestantes españolas


Los contactos entre España, por un lado, y Alemania y los Países Bajos, por el otro, no podían
menos que introducir el protestantismo en la península Ibérica. Hacia fines del reinado de Carlos V
ya se habían fundado las primeras comunidades protestantes en España, particularmente en
Valladolid y Sevilla. No obstante, no estaban constituidas por personas que estaban totalmente
convencidas de la necesidad de seguir las enseñanzas de Lutero o Calvino. La mayoría de ellas
seguían siendo miembros de la Iglesia Católica Romana y anhelaban su reforma, mientras seguían
la inspiración de los escritores protestantes.

Los mártires evangélicos de Valladolid. Esta ciudad era la capital de Castilla la Vieja y sede de la
corte antes de que Felipe II la moviera a Madrid. Había dieciséis conventos y monasterios alrededor
de su Plaza Mayor. El movimiento protestante se había infiltrado entre las monjas de Santa Clara y
los cisterciences de San Belén. Los que participaban de los conventículos protestantes se reunían en
la casa de Leonor de Vivero, viuda de Cazalla, una persona rica y de renombre. Su hijo Agustín había
estudiado teología en Alcalá, y cuando tuvo treinta años el emperador Carlos V lo convocó a la corte
como capellán. Como tal acompañó al emperador en sus viajes a Alemania y Flandes. A fin de
prepararse mejor para atacar a los reformadores comenzó a leer sus obras, y como resultado se
convenció de la verdad de sus ideas.

Al regresar a España, Agustín se encontró con Carlos de Seso, que reforzó su nueva fe. Seso era
de origen italiano, pertenecía a la nobleza y había ganado el aprecio y favor de Carlos V por sus
valiosos servicios. Estaba casado con una mujer de la casa real española, Isabel de Castilla, y fue a
vivir al castillo de Villamedina, cerca de Logroño. Se desconoce cómo llegó a ser protestante, pero
estaba bien comprometido con la causa, al punto que dejó su posición de magistrado y se movió a
la capital para servir mejor al movimiento. Seso puede ser considerado como el fundador de la
comunidad evangélica cuyo centro era Valladolid. Había llegado a España armado con una cantidad
de libros protestantes y determinado a esparcir las doctrinas reformadas en su país.

Otro miembro de la congregación protestante en Valladolid fue el fraile dominico Domingo de


Rojas, quien fue iniciado en el estudio de la Biblia por Bartolomé Carranza. En 1557, Agustín Cazalla
y Carlos de Seso lo ganaron para el protestantismo y él, a su vez, trajo a otros de alta reputación.
Henry C. Lea señala: “Como en Sevilla, los reformadores incluyeron así a hombres de la más alta
consideración, social y eclesiásticamente, así como aquellos de las clases inferiores. Todavía sus
números eran pocos; … no excedían los cincuenta y cinco o sesenta.” No menos prominente fue el
abogado Antonio de Herrezuelo y su esposa, Leonor de Cisneros, quienes habían sido ganados por
el testimonio de de Seso.

MAPA 1 - ESPAÑA EN EL SIGLO XVI


Otro integrante de la congregación era el platero Juan García, casado con una mujer católica
fanática. Ella comenzó a sospechar de las actividades secretas de su esposo en casa de Leonor de
Vivero. Bajo la sugerencia de su confesor, denunció a su esposo a la Inquisición, que lo arrestó junto
con la mayoría de los miembros de esta congregación. Los largos y crueles procedimientos de la
Inquisición terminaron en el primer auto de fe contra los protestantes en España, llevado a cabo en
Valladolid el 21 de mayo de 1559. Catorce personas fueron asesinadas y dieciséis más fueron
castigadas en público de diferentes maneras. Quienes no se retractaron fueron quemados vivos. De
los que se retractaron algunos fueron sometidos al garrote antes de enviarlos al cadalso. Muchos se
retractaron bajo los dolores de la tortura; otros aparecen en los registros como retractándose de su
fe sólo para dar crédito a los teólogos que eran responsables de su abjuración. Tal fue el caso de
Agustín Cazalla, quien aparece en el auto como arrepentido, pero que fue fiel hasta el final.

Entre los mártires de Valladolid, Antonio de Herrezuelo es digno de mención especial. Había
sido encarcelado junto a su mujer. El día del auto de fe, cuando era llevado a la plataforma para oír
su sentencia, vio a su esposa entre los que se habían retractado. A viva voz le dijo: “¿Es éste el
aprecio que tienes por la doctrina que te he estado enseñando por seis años?” Mientras caminaba
hacia el cadalso iba repitiendo textos de la Biblia, que dejó de gritar cuando los guardias le pusieron
una mordaza en su boca. Leonor, su esposa, fue confinada en un convento—la pena menor para las
mujeres que se retractaban—con la memoria de la muerte de su esposo. Movida por su heroico
testimonio, ella se arrepintió y confesó su fe. Todos los esfuerzos de los inquisidores para debilitar
sus convicciones fracasaron y el 26 de setiembre de 1568 murió como mártir.

En el auto de fe del 21 de mayo de 1559, los restos mortales de Leonor de Vivero, quien había
muerto durante el juicio y fue sepultada en la iglesia de San Benito, también fueron quemados. Su
casa, que era el lugar de reunión de la congregación en Valladolid, fue demolida y el lugar sembrado
con sal. En el mismo sitio se levantó una columna con una placa que recordaba la causa de tal
desolación.

El segundo auto de fe en Valladolid tuvo lugar el 8 de octubre de 1559. En esta oportunidad


fueron ejecutados quienes habían sido denunciados por la esposa del platero. Trece fueron
asesinados y dieciséis fueron castigados. Se levantó una enorme plataforma de modo que el
espectáculo pudiese ser visto por unos doscientos mil espectadores. Felipe II y su corte estuvieron
presentes. El condenado más destacado fue Carlos de Seso. Cuando se le notificó su sentencia,
solicitó papel y tinta y escribió una vibrante confesión de fe. Juan Antonio Llorente, quien vio el
documento, dice: “Sería difícil dar una idea de la fortaleza de ánimo poco común con que llenó dos
hojas de papel, hallándose en presencia de la muerte.”

Otro mártir destacado de Valladolid fue Domingo de Rojas, quien declaró que había sido
instruido en la doctrina evangélica por el arzobispo Bartolomé Carranza. Después de manifestar que
no era un hereje, como suponía el populacho, hizo una confesión de su fe, diciendo: “Creo en la
pasión de Cristo, que es suficiente para salvar a todo el mundo.” Mientras caminaba en procesión
frente al palco real, Rojas le dirigió a Felipe II las siguientes palabras: “¿Podéis, Señor, presenciar así
los tormentos de vuestros inocentes súbditos?” El rey respondió con una sentencia que se hizo
famosa: “Yo mismo llevaría leña para quemar a mi propio hijo, si fuera tan desventurado como
vosotros.” Entre los que fueron quemados vivos estaba Juan Sánchez, un siervo de Pedro Cazalla;
Catalina Reinoso, una joven monja; Eufrosina Ríos, también una monja que fue estrangulada antes
de ser quemada; Marina Guevara y Margarita Santiesteban, también monjas; Pedro Sotelo;
Franciscano de Almanza; y, Pedro de Vivero Cazalla. Una monja de nombre Juana Sánchez había
muerto en la cárcel, de modo que sus ejecutores desenterraron su cuerpo y lo quemaron. De este
modo fue exterminado el naciente protestantismo de Valladolid.

Las congregaciones de Sevilla. El fundador de la comunidad protestante en Sevilla fue Juan Gil
o Egidio, un aragonés que servía como canon y predicador en la catedral de la ciudad. Aceptando el
consejo de Rodrigo Valer, Egidio abrazó las doctrinas evangélicas, que comenzó a predicar desde el
púlpito de la catedral. La ciudad lo escuchaba con interés, y Carlos V deseando recompensar su
talento, lo nombró obispo de Tortosa, en 1550. Pero sus enemigos sabían de sus inclinaciones
protestantes y antes de que asumiera sus nuevas responsabilidades hicieron que fuese arrestado
por la Inquisición. Pudo escapar con un leve castigo y murió en paz en 1556. No fue sino después de
su muerte que la investigación mostró hasta qué punto sus doctrinas habían influido a aquellos bajo
su cuidado pastoral, y sus huesos fueron sacados de la tumba y quemados en 1560 para borrar su
memoria.

Después de la muerte de Egidio, el liderazgo de la comunidad protestante cayó sobre su amigo


Constantino Ponce de la Fuente. Éste era el predicador más renombrado en la catedral de Sevilla,
donde sirvió como canónigo después de la muerte de Egidio. Anteriormente había sido confesor y
capellán de Carlos V. Era parte de un conventículo en el que se estudiaban las doctrinas
protestantes. A sus dotes de predicador, Ponce de la Fuente agregaba su talento como escritor. Dejó
varios libros y valiosos tratados. La Inquisición encontró libros que él había escondido, en su mayoría
obras de autores reformados y un manuscrito propio que eran pruebas suficientes como para
condenarlo. Sevilla se vio sacudida con la noticia de su encarcelamiento en el Castillo de Triana bajo
la acusación de herejía. Allí permaneció durante dos años en una mazmorra profunda, donde
terminó sus días con heroísmo cristiano.

Había por lo menos dos congregaciones protestantes en Sevilla. Las personas que estaban
comprometidas con la causa protestante habían constituido una congregación secreta que se reunía
en la casa de una dama noble, Isabel de Baena, y era ministrada por un médico, Cristóbal Lozada. El
otro grupo sumaba unas ciento veintisiete personas, incluyendo al prior y miembros del monasterio
Jerónimo de San Isidoro del Campo, y varios miembros del convento de Santa Paula.

Este segundo conventículo evangélico fue desarrollado en las afueras de la ciudad, en el


monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce. Este monasterio pertenecía a los frailes
jerónimos, quienes estaban muy influidos por las obras de los reformadores, particularmente el
prior de la casa, García Arias, quien alentaba su lectura y estudio. El movimiento reformador influyó
también sobre toda la vida monástica, que fue reorganizada para dar más tiempo al estudio de la
Biblia y menos tiempo a los ritos tradicionales. El ejemplo del monasterio en Santiponce se extendió
a otras casas vecinas y comenzó a encontrar su camino entre los laicos del pueblo.
Los frailes de San Isidoro fueron advertidos del peligro de su situación. Después de una discusión
de la cuestión, determinaron que cada uno era libre para seguir la decisión que consideraba
adecuada. Doce de ellos decidieron dejar el monasterio para seguir caminos diferentes, pero
acordaron encontrarse un año más tarde en Ginebra. Así lo hicieron, y después de largas y diversas
odiseas todos ellos llegaron a la ciudad suiza. Entre los refugiados sevillanos estaba Juan Pérez,
Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, todos ellos personajes de gran influencia en la historia de
la Biblia en castellano.

Pocos días después de la partida de estos frailes, se desató la tormenta. García Arias, que había
ayudado a la introducción de ideas protestantes al monasterio cambió de parecer y acusó y
persiguió a sus propios frailes. Más tarde se arrepintió y murió en la hoguera como mártir. Su
nombre fue agregado a la lista de alrededor de ochocientas personas más que fueron llevadas a las
mazmorras de la Inquisición en el Castillo de Triana a orillas del Guadalquivir y a los ochenta que
fueron llevados a Valladolid. En Sevilla el clamor fue tal que la Inquisición tuvo que colocar guardias
sobre el puente de Triana, que separaba su castillo de la ciudad.

Poco después de los eventos en Sevilla se dieron órdenes de proceder de la misma manera en
otras ciudades. Muy pronto las prisiones inquisitoriales de las principales ciudades españolas se
vieron atestadas con personas acusadas. Entre los arrestados, como se vio, estaba Constantino
Ponce de la Fuente. Los juicios duraron algún tiempo y Constantino murió de disentería debido a las
pésimas condiciones sanitarias de las mazmorras. Los inquisidores trataron de manchar su memoria
diciendo que se había suicidado abriéndose las venas con un pedazo de vidrio. Muchos de los
acusados confesaron su “herejía,” se retractaron y fueron condenados a diversos castigos. Pero la
mayoría fue sometida a juicios tan dilatados que terminaron muriendo antes de recibir algún
veredicto.

El primer auto de fe en Sevilla se llevó a cabo el 24 de setiembre de 1559. El número de los


condenados a la hoguera fue de veintiuno. Entre ellos estaba Cristóbal Lozada, el pastor de una de
las congregaciones sevillanas; y el prior de San Isidoro del Campo, García Arias. Otros cuatro frailes
que habían escogido permanecer en el monasterio cuando sus hermanos se fueron a Ginebra
formaban parte de la compañía de los mártires. Sin embargo, el caso más notable fue el de una tal
María Bohorques, una joven de veintiún años, de gran talento y piedad, que había sido discípula de
Juan Gil. Tenía apenas once años cuando había comenzado a estudiar griego, también podía leer
hebreo y latín y estaba al tanto de las obras más características de los reformadores. Pero sus
virtudes más destacadas eran su humildad y mansedumbre. Juan Gil, quien la admiraba, dijo: “Me
siento elevado cada vez que hablo con ella.”

Cuando fue arrestada fue sometida a varios interrogatorios. A este respecto, el erudito Adolfo
de Castro señala: “Disputó con varios jesuitas y dominicos que inútilmente trataban de disuadirla
de sus doctrinas, y que quedaron confundidos al ver en una doncella de tan corta edad tal erudición
teológica y tal conocimiento de las Escrituras divinas.” María fue sometida a la tortura y casi murió
en el proceso. El día del auto de fe ella estaba vestida con el típico sambenito de hereje. Una vez en
el cadalso, saludó a los otros condenados y comenzó a cantar un Salmo. Sus ejecutores le colocaron
una mordaza en la boca, que sólo quitaron cuando le dieron una última oportunidad para
retractarse. Ella permaneció firme en su fe hasta que finalmente fue ejecutada con el garrote, en
razón de su edad.

El segundo auto de fe en Sevilla tuvo lugar el 22 de diciembre de 1560. Catorce protestantes


fueron quemados vivos, tres en efigie (Juan Gil, Constantino Ponce de la Fuente y Juan Pérez de
Pineda), y otros treinta sufrieron diversos castigos. Uno de los mártires más destacados en este auto
de fe fue Julianillo Hernández. Alfonso de Castro dice de él: “Julianillo Hernández fue uno de los
protestantes más notables de España, tanto por los servicios que él hizo a la causa como por la fineza
de su talento, por su gran erudición en las letras sagradas y su muerte valiosa.”

Hernández había nacido en Villaverde. En su niñez fue con sus padres a Alemania, donde
aprendió el oficio de imprentero. Este oficio lo puso en contacto con la literatura protestante, cuyas
ideas adoptó. Regresó a España y se asoció con los conventículos de Sevilla. Después de algún
tiempo fue a Ginebra para colaborar con Juan Pérez, quien lo apreciaba mucho. En razón de que era
pequeño físicamente se lo llamaba Julianillo o el Chico. Los reformadores franceses y suizos lo
llamaban “le Petit.”

Juan de Valdés, Juan Pérez y otros fugitivos habían producido una abundante literatura
evangélica en castellano. Hernández, durante algún tiempo, contrabandeó los libros y tratados en
barriles que él transportaba como muletero. Camino a Sevilla distribuía su mercadería, para dejar el
resto de su carga en el monasterio de San Isidoro del Campo. Pero el bravo colportor fue traicionado
y durante tres años padeció encarcelamiento en el Castillo de Triana. Cada vez que era llevado de la
sala de tortura a su celda, los prisioneros podían oírlo cantar: “Vencidos van los frailes; vencidos
van./ Corridos van los lobos; corridos van.”

Finalmente, fue condenado a morir en la hoguera junto con otros trece mártires, como “hereje,
apóstata, contumaz y dogmatizante.” Cuando era llevado a la pira, le dijo a sus compañeros de
prisión: “¡Valor, camaradas! Esta es la hora en que debemos mostrarnos valientes soldados de
Jesucristo. Demos un fiel testimonio de su fe ante los hombres, y dentro de unas pocas horas
recibiremos el testimonio de su aprobación ante los ángeles y triunfaremos con él en el cielo.”

A partir de 1560 los autos de fe se multiplicaron, y en los siguientes diez años hubo al menos
doce de ellos. Más tarde, el número de los condenados a muerte bajo la acusación de ser “luteranos”
fue notable. Muchos más eran los que recibían condenas menores, tales como confiscación de
propiedades, prisión perpetua, llevar el sambenito, etc. Lea señala: “La pequeña banda de
protestantes sevillanos fue así casi desarraigada, y los autos subsiguientes muestran un número de
extranjeros constantemente preponderante.” Sin embargo, para fines del siglo XVI, la Inquisición
todavía tenía que seguir buscando y persiguiendo a quienes persistían en sus convicciones
protestantes.

_ Exiliados protestantes españoles


En razón de la amenaza permanente de la persecución inquisitorial, hubo muchos protestantes
españoles que decidieron abandonar su país y establecerse en otras tierras. Muchos fueron a
Londres, donde gozaron del favor de Isabel I, quien les ofreció un templo para sus cultos. Otros
escaparon a Ginebra, donde se unieron a la congregación italiana liderada por Guillermo Balbani de
Luca. Más tarde, organizaron su propia iglesia con Juan Pérez de Pineda como pastor. También hubo
una congregación española en Amberes, que era ministrada por Antonio Corro y se disolvió cuando
el Duque de Alba tomó posesión de la ciudad. Algunos años más tarde volvieron a congregarse con
Casiodoro de Reina como su pastor. Había también otros grupos en Estrasburgo, Hesse y en algunas
ciudades de Francia. Debido a la inestabilidad política característica de estos tiempos, los miembros
de estas comunidades tuvieron que emigrar de tiempo en tiempo a nuevos lugares. ¿Quiénes fueron
algunos de estos exiliados?

Juan Díaz. La mayor parte de los escritores protestantes del siglo XVI hacen referencia a este
español notable. Cuando se convirtió se unió a la Iglesia Reformada en Estrasburgo. En 1545, la
ciudad nombró a Martín Bucero (1491–1551) y a Juan Díaz como representantes ante la Dieta
Imperial, que fue convocada para reunirse en Ratisbona para discutir las relaciones entre
protestantes y católicos. Carlos V se sorprendió de que Estrasburgo fuese representada por un
español comprometido tan ardientemente con la Reforma y le pidió a alguien de su confianza que
intentara recuperarlo para el catolicismo. Díaz fue asediado por varios paisanos que no lograron
hacerlo renunciar a sus convicciones.

Díaz tenía un hermano llamado Alfonso, quien vivía en Roma y era un católico fanático que no
podía soportar que su hermano fuese protestante. Entonces decidió convencerlo de sus “herejías”
o hacerlo matar si no tenía éxito. Fue a Alemania y encontró a Juan ocupado en publicar algunas de
sus obras. Después de largas discusiones sobre cuestiones religiosas, Alfonso le pidió al asesino que
ya había contratado en Roma, que matase a su hermano. Juan fue asesinado con un golpe de hacha
en su cabeza. Cuando Felipe Melanchton (1497–1560) recibió la noticia de esta tragedia, exclamó:
“¡Caín ha matado a su hermano por segunda vez!”

Jaime y Francisco de Enzinas. Ambos nacieron en Burgos y estudiaron en Alcalá de Henares,


donde el erudito Pedro de Leemes los introdujo al estudio de las Escrituras. En 1540, fueron a
Lovaina para terminar sus estudios y se encontraron allí con maestros con inclinaciones
protestantes. En 1541, Jaime fue a París, pero siguiendo el consejo de su padre se trasladó a Roma
en 1546. La Inquisición lo arrestó y quemó vivo después de dar su testimonio ante los jueces, el
cuerpo de cardenales y el papa Pablo III. Fue el primer mártir de la Reforma en el siglo XVI en Italia.

Francisco fue a Wittenberg con el propósito de estudiar las lenguas originales de la Biblia. Fue
recibido por Melanchton y comenzó a traducir el Nuevo Testamento al español. Su traducción,
basada en el texto griego compuesto por Erasmo, fue publicada primero en Amberes en 1543. La
obra estaba dedicada a Carlos V, a quien Enzinas mismo presentó su obra en Bruselas. El emperador
le prometió estudiarla y se la pasó a su confesor. El resultado fue que Enzinas fue encarcelado por
promover la herejía. Durante los quince meses que permaneció en prisión, sus amigos trataron en
vano de obtener su libertad, hasta que pudo escapar antes de recibir sentencia. Huyó a Wittenberg,
donde fue recibido nuevamente por Melanchton en su casa. Dejó Wittenberg con una carta de
Melanchton a Teodoro Vitus, un predicador de Nuremberg. Enzinas estuvo también en Inglaterra,
donde fue bien recibido por el arzobispo Tomás Cranmer, quien lo nombró maestro de griego en la
Universidad de Cambridge. En 1552 fue a Ginebra para encontrarse con Calvino, con quien mantuvo
una correspondencia activa. Después de varios meses fue a Estrasburgo, donde murió el 30 de
diciembre de 1552.

Reginaldo González Montano. Fue uno de los compañeros de Constantino Ponce de la Fuente y
de Egidio en Sevilla. Encarcelado durante las persecuciones en esa ciudad, tuvo que enfrentar los
horrores del Santo Oficio. Pero logró huir de prisión y fue a Inglaterra en 1558. De Inglaterra fue a
Alemania, donde se encontró con algunos de los líderes de la Reforma. Para este tiempo escribió en
latín su libro Artes de la Inquisición española, que fue traducido a varios idiomas. Debido a esto, la
corte en Sevilla lo condenó al cadalso, pero por estar fugitivo fue quemado en efigie.

Juan Pérez de Pineda. Nació en Montilla, Andalucía, a fines del siglo XV. En 1526, fue a Roma
como secretario del embajador de España, el duque de Sesa. Fue durante este tiempo, cuando
todavía sus inclinaciones al protestantismo eran desconocidas, que logró del Papa la decisión de no
excomulgar a Erasmo. A su regreso a España, fue nombrado director del Colegio de Doctrina, donde
estudiaban jóvenes de familias ilustres sevillanas. Sus ideas se dieron a conocer, pero antes de ser
capturado pudo escapar a Ginebra y al hacerlo evitó las persecuciones que siguieron. En 1556
publicó su traducción del Nuevo Testamento y más tarde los Salmos. En el Prefacio a su Nuevo
Testamento, Pérez presenta sus razones para hacer la traducción:

Juan Pérez de Pineda: “Sintiéndome muy obligado al servicio de los de mi nación, según la
vocación con que me llamó el Señor a la anunciación de su Evangelio, parecióme que no
había medio más propio para cumplir, si no en todo, a lo menos en parte, con mi deseo y
obligación que dárselo en su propia lengua.”

Cuando en 1558 se organizó la iglesia de los exiliados españoles en Ginebra, Juan Pérez fue
nombrado pastor. También fue un escritor prolífico. Entre las muchas obras que escribió, digna de
mención es su Breve tratado de doctrina y epístola consolatoria. Comentando sobre este tratado,
Menéndez y Pelayo dice: “Es notable por la dulzura de los sentimientos y lo apacible y reposado del
estilo.” Más tarde, Juan Pérez de Pineda se identificó con los hugonotes de Francia. Murió en París
en 1567.

Juan Pérez de Pineda: “Los enemigos del Evangelio, avisados por el espíritu de Satanás,
cuando os llevan a dar la muerte, os atan las lenguas (cosa por extremo indigna de los más
crueles paganos que hubo en el mundo), para que no habléis vosotros y oigan ellos las
alabanzas de Jesucristo nuestro Señor … Ahora esto se va cumpliendo en vosotros y en todos
sus creyentes. Que porque los adversarios impiden que no hablen con sus propias lenguas
los loores y virtudes de su justificador Cristo, Él mismo en lugar de una lengua que les atan,
suelta otras muchas que no cesan de glorificarle y convidar a todos a que le glorifiquen y
conozcan … No escuchan ellos esta música del cielo tan acordada, porque los tiene sordos
su impiedad; pero óyenla los que son santificados por Jesucristo, y los que lo han de ser, y
son despertados por ella al deseo de ser compañeros y consortes de vuestras afrentas, para
ser instrumentos de tanto bien y testigos de tan divina y hermosa justicia y santificación,
cual es la que os ha dado el Señor que poseáis.”

Casiodoro de Reina. Nació en Sevilla de padres moros y estudió en un monasterio. Fue ganado
a la convicción evangélica por Ponce de León y Juan Gil. Debido a la persecución de 1559 tuvo que
huir de España. Fue primero a Ginebra pero pronto se sintió incómodo y comenzó a decir que Miguel
Servet había sido quemado “por falta de amor” y que Ginebra se había transformado en “una nueva
Roma.” Desde entonces se vio forzado al exilio varias veces. Fue a Francfort y luego a Londres, donde
vivió hasta 1564. En Inglaterra lideró los cultos de los exiliados españoles y fue bien recibido en los
círculos aristocráticos e incluso dentro de la familia real. El embajador español se disgustó con este
trato especial y le escribió a Felipe II: “A los herejes españoles que viven aquí, se les ha dado una
casa grande del obispo de Londres, en la cual predican tres veces por semana. Son favorecidos por
la Reina. Casiodoro, que asistió a la conferencia de Poissy, recibió una suma importante para este
viaje.”

Casiodoro de Reina vivió también en Amberes. Pasó por períodos de pobreza hasta que fue
protegido por el rico judío español Marcos Pérez, que había aceptado la fe cristiana con profunda
convicción. Su obra mayor en Amberes fue su famosa traducción de la Biblia, que después de varias
frustraciones fue publicada en 1569. Reina murió en Francfort, donde había servido como pastor a
inmigrantes luteranos.

Cipriano de Valera. Estuvo entre los frailes evangélicos de San Isidoro del Campo, en Sevilla.
Tenía veinticinco años cuando tuvo que escapar de su país para no regresar jamás. Se estableció en
Ginebra, luego vivió en los Países Bajos y en Inglaterra. Su obra escrita consiste mayormente de
escritos controversiales. Entre sus obras mayores está Dos tratados del Papa y de la misa, cuya
primera edición fue publicada en 1588 y la segunda en 1599. En 1597 publicó una traducción de la
Institución de la religión cristiana de Calvino.

La versión de la Biblia hecha por Reina era buena, pero susceptible de mayores revisiones y
mejoras. Valera encaró el desafío con entusiasmo, dedicando veinte años de su vida a la tarea. En
1596 publicó una edición del Nuevo Testamento con pocas alteraciones, y en 1602, en Amsterdam,
publicó toda la Biblia, incluyendo la Apócrifa. Esta versión española ha sido la más usada entre los
protestantes de habla española hasta el presente.

Juan Luis Vives. Otro gran humanista español, amigo y discípulo de Erasmo y de Nebrija, a favor
de cuya gramática escribió una de sus primeras obras. Enseñó en la Sorbona de París y ocupó
cátedras en las universidades de Lovaina y de Oxford. Vives (1492–1540) escribió sobre teología,
filosofía, moral y pedagogía. En este último campo proclamó su independencia respecto a los
prejuicios tradicionales y su amor por nuevos principios, como la observación propia, el
razonamiento y el contacto directo e inmediato con la naturaleza. De este modo, se constituyó en
un crítico científico de los métodos y normas escolásticos. Fue preceptor de María Tudor, la hija de
Enrique VIII de Inglaterra, para quien escribió Instrucción de la mujer cristiana, en la que trazó las
normas que deben regular la educación femenina.
_ Características y contribución de la Reforma en España
Como ocurrió en otros países, los movimientos que en España presionaban a favor de una
reforma de la Iglesia se derivaban de fuentes nacionales y foráneas. A las expresiones autóctonas
de los alumbrados, con su misticismo español característico, se agregaron las influencias
erasmianas. Sobre el trasfondo de los desarrollos místico-humanistas, las ideas luteranas
encontraron un suelo fértil. El resultado de las influencias cruzadas de estas percepciones
espirituales en el dinámico caldero religioso español en la primera mitad del siglo XVI, fue una nueva
conciencia de la necesidad de una reforma de la Iglesia. El clamor por un cristianismo más auténtico
se sintió particularmente en la atmósfera intelectual de la recientemente creada Universidad de
Alcalá de Henares, en algunas de las casas religiosas en las ciudades principales y en aquellos que
en razón de su posición social estaban mejor educados y tenían acceso a la nueva literatura
(humanista y protestante) que estaba ingresando de otros países.

Sin embargo, el aspecto más característico del nuevo movimiento en España fue el énfasis que
colocó en las Escrituras. La centralidad de la Biblia fue la faceta más notable de este proceso
reformador abortado, e indudablemente resultó en su contribución más significativa al avance de
la fe cristiana. El interés español en la Biblia durante los siglos XV y XVI fue genuino y amplio. La
versión Políglota Complutense de la Biblia encargada por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros
y publicada en 1521 fue expresión de este interés. La piedad popular y el interés académico en el
estudio de la Biblia por parte de eruditos como los de Alcalá de Henares fue también parte de esta
orientación general. Todos los reformadores españoles más renombrados—Juan de Valdés, Juan
Pérez de Pineda, Francisco de Enzinas, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera—fueron traductores
de una parte o de toda la Biblia.

Estos líderes del protestantismo español no pudieron desarrollar Iglesias que llevaran sus
nombres (como en Alemania o en Ginebra) ni produjeron una teología que afectara en algún grado
la configuración de la comprensión cristiana de la fe. La historia no los va a recordar por sus cambios
o reformas eclesiásticas. Sin embargo, cuando se levanta la pregunta en cuanto al valor de su
contribución para la extensión del reino de Dios, la respuesta es firme: la Biblia en castellano. Todos
sus esfuerzos y sacrificios resultaron en la producción de una de las obras literarias más hermosas y
en el instrumento más valioso para la conversión a la fe cristiana de numerosos pueblos de habla
española en el mundo. La Inquisición tuvo éxito en apagar sus vidas, pero resultó totalmente
impotente en extinguir la luz de la Palabra de Dios puesta en el lenguaje del pueblo.

Cipriano de Valera: “El trabajo que yo he tomado para sacar a luz esta obra ha sido muy
grande y de muy largo tiempo; y tanto ha sido mayor, cuanto yo he tenido menos ayuda de
alguno de mi nación que me ayudase, siquiera a leer, escribir o corregir. Todo lo he hecho
yo solo. Ha placido a mi buen Dios de tomarme por instrumento (aunque indigno e
insuficiente) para acometer una tan grande empresa, y darme fuerzas y ánimo para no
desmayar en mitad del camino y dar con la carga en tierra. Además de esto, Satanás
recelándose del daño y ruina que esta Biblia Española causará en su reino, ha procurado por
las vías posibles (conforme a su maldito odio y rencor que tiene contra Dios y su gloria) y
con nuevas estratagemas y ardides impedirla. Más con todo esto no ha podido salir con la
suya. Porque nuestro Dios (cuya causa en esta obra se trata) le ha tenido las riendas, y lo ha
de tal manera enfrentado con el freno de su potencia, que no ha hecho sino lo que su
Majestad le ha concedido que hiciese … Mi intento ha sido servir a mi Dios y hacer bien a
mi nación. ¿Y que mayor bien les puedo hacer que presentarles el medio que Dios ha
ordenado para ganarle almas, el cual es la lección de la Sagrada Escritura?”

LA REFORMA EN ALEMANIA

La Reforma destruyó la unidad religiosa en Europa occidental; produjo nuevas ideas acerca de
las relaciones entre Dios, la persona individual y la sociedad; se desarrolló bajo fuertes influencias
políticas, económicas y sociales; y condujo, en muchas partes, a la sujeción de la Iglesia cristiana a
los gobernantes políticos.

Hacia fines de la Edad Media había habido amenazas contra el ideal de unidad de la cristiandad
europea, a través de disidentes como Juan Wyclif y Juan Huss. Los abusos en las prácticas y las
posesiones de la Iglesia habían escandalizado a muchas personas. De igual modo, humanistas
cristianos habían estado criticando estos abusos y reclamando cambios sustanciales en la vida y el
testimonio de la Iglesia, especialmente de su clero. La piedad personal y el misticismo, como
acercamientos alternativos a la fe cristiana, que no requerían del aparato institucional de la Iglesia
y su clero, habían motivado a muchos a esperar y reclamar cambios.

_ Trasfondo de la Reforma en Alemania


A comienzos del siglo XVI la gente discutía diferentes caminos para llevar a cabo la ansiada y
necesaria reforma de la Iglesia. Algunos grupos de místicos buscaban renovarla mediante su propia
santidad personal. Es así como surgieron nuevas órdenes monásticas y hubo un gran desarrollo del
misticismo, especialmente en Alemania. Otros consideraban un error el intento de los Papas de
crear una cristiandad bajo su autoridad única como soberanos políticos de Europa, ocupando el
lugar de los emperadores romanos, y lo resistían.

Los intelectuales en las universidades, que usaban los nuevos métodos del Renacimiento (crítica
histórica y literaria), estudiaban las lenguas clásicas y los documentos antiguos y aplicaban sus
hallazgos al estudio de la Biblia, y descubrían que no todo lo que la Iglesia enseñaba y practicaba era
bíblico. Mucha gente deseaba un cambio y hacía algo por lograrlo, pero sin mayor efectividad.

El misticismo alemán. Para muchos críticos de la sociedad en general y de la Iglesia en particular


la única posibilidad de que ocurrieran cambios profundos en ambas esferas era a través de una
piedad cristiana sincera. A principios del siglo XVI, el misticismo experimentó un notable desarrollo,
especialmente en Alemania. Construyendo sobre los cimientos del misticismo alemán medieval,
como las contribuciones de los Hermanos de la Vida Común, fundados por Gerardo Groote (1340–
1384) de Deventer (Holanda), los místicos enfatizaban cuestiones espirituales y de educación, y
demostraban la pasión devota de muchos laicos. Esta devotio moderna (devoción moderna), si bien
se mostraba crítica de muchos abusos tanto en la sociedad como en la Iglesia, ponía un énfasis
especial en ir contra la corrupción y el secularismo que imperaban en la segunda. La piedad y la
comunión con Dios eran lo más importante para algunos de los representantes más persuasivos de
esta posición, como Tomás de Kempis (1379–1471).

Los Hermanos de la Vida Común establecieron numerosos centros en los Países Bajos y en
Alemania. Estos focos de auténtica espiritualidad cristiana desafiaron permanentemente al clero,
que se sintió amenazado, especialmente por la acogida que sus planteos tenían en los laicos. Sobre
todo, era motivo de preocupación el énfasis que los místicos ponían en una comunión directa con
Dios, lo cual potencialmente minaba la posición mediadora del clero como sacerdotes y
distribuidores de salvación. El sacerdotalismo fue cuestionado seriamente por algunos de los
miembros más devotos e íntegros de la Iglesia. Los místicos con su énfasis sobre la piedad y la
erudición crearon un trasfondo favorable para la siembra de las ideas de la Reforma, especialmente
en Alemania.

El humanismo cristiano. Fuera de Italia, el Renacimiento se canalizó a través de intereses más


religiosos y espirituales que seculares y mundanos. El estudio de los textos bíblicos y los escritos
cristianos tempranos fue característico de este movimiento, más que el análisis de los autores
seculares de Grecia y de Roma. Si bien los exponentes de este humanismo cristiano utilizaban las
técnicas de los humanistas italianos en el análisis crítico de los textos antiguos, y su lenguaje y estilo,
ellos estaban más interesados en proveer de dirección a la conducta personal y en procurar resolver
las graves dificultades morales y espirituales por las que atravesaba la Iglesia en Europa occidental.

El trabajo sobre las fuentes cristianas, hecho entre 1450 y 1530, enfatizaba la educación y el
poder del intelecto humano para producir los cambios institucionales y el mejoramiento moral, que
era tan necesario en la cristiandad europea de aquel momento. Los múltiples tratados y guías de los
humanistas cristianos estaban dirigidos a reformar la Iglesia desde adentro, pero terminaron por
motivar en muchos una actitud crítica, que finalmente los motivó a intentar la reforma de la Iglesia
desde afuera. Además, el descubrimiento de que los textos cristianos tradicionales tenían más de
una versión o lecturas diferentes resultó ser muy perturbador para muchos creyentes y el análisis
crítico de los mismos sacudió muchas de sus presuposiciones dogmáticas, que se estimaban como
inconmovibles.

Si bien muchos humanistas cristianos no eran clérigos, la mayor parte de los primeros
reformadores de la Iglesia durante la Reforma protestante había sido entrenada como humanistas
cristianos. El humanismo cristiano, con su énfasis sobre la tolerancia y la educación, desapareció
debido a las crecientes pasiones que estallaron en ocasión de la Reforma después de 1530. No
obstante, para entonces, su influencia ya se había ejercido, sobre todo dentro del Sacro Imperio
Romano-Germánico. Algunos de los humanistas cristianos más influyentes a comienzos del siglo XVI
fueron los siguientes.

Desiderio Erasmo (1467–1536), holandés de origen (Rotterdam), fue la figura más notable del
movimiento humanista cristiano. Se le debe uno de los primeros textos críticos griegos del Nuevo
Testamento en ser publicado por la imprenta (1516) y varias traducciones del griego y del latín. Su
libro Elogio de la locura (escrito en 1509 pero publicado en 1511) satirizaba las ambiciones
mundanas, muy especialmente las del clero de sus días. En sus Coloquios (1522), Erasmo criticó las
costumbres de sus contemporáneos, las supersticiones, los prejuicios, la ignorancia y el fanatismo
en todas sus formas. De estas sátiras se hicieron numerosas ediciones que contribuyeron a
consolidar su prestigio. Conocido en todos los círculos intelectuales y cortes de Europa, Erasmo
enfatizó las virtudes de la tolerancia, el respeto y la educación en un tiempo en que la Iglesia
occidental se estaba fragmentando como consecuencia de la Reforma. Erasmo llevó una vida de
piedad simple, practicando las virtudes cristianas, lo cual suscitó la acusación de que él se había
desentendido de la Iglesia institucional. Sus críticas de la Iglesia y del clero, si bien tenían como
propósito motivar a la reforma, les ofrecieron munición y oportunidades a aquellos que deseaban
atacar a la Iglesia y, en consecuencia, se dice que “Erasmo puso el huevo que Lutero empolló.”

Desiderio Erasmo: “Los pontífices, cardenales y obispos, sucesores de los Apóstoles, imitan
de tiempo inmemorial la conducta de los príncipes y casi les llevan ventaja. Pero si alguno
reflexionase que su vestidura de lino de níveo blancor simboliza una vida inmaculada; que
la mitra bicorne, cuyas puntas están unidas por un lazo, representa la ciencia absoluta del
Antiguo y del Nuevo Testamento; que los guantes que cubren sus manos le indican que
deben estar protegidas del contacto de las humanas cosas e inmaculadas para administrar
los Sacramentos; que el báculo es insignia de vigilancia diligentísima para con la grey que se
le ha confiado; que el pectoral que pende de su pecho representa la victoria de las virtudes
sobre las pasiones; si uno de éstos, digo, meditase sobre todo ello, ¿no viviría lleno de
tristeza e inquietud? Pero nuestros prelados de hoy tienen bastante con ser pastores de sí
mismos y confían el cuidado de sus ovejas o a Cristo, o a los frailes y vicarios. No recuerdan
que la palabra ‘obispo’ quiere decir, trabajo, vigilancia y solicitud. Sólo si se trata de coger
dinero se sienten verdaderamente obispos y no se les embota la vista.”

Tomás Moro (1478–1536) fue un abogado, político y humanista inglés que escribió Utopía
(palabra griega que significa “lugar bueno” o “ningún lugar”). Combinando un humanismo cívico con
ideales religiosos, el libro describe una sociedad perfecta, ubicada en una isla imaginaria, en la que
la guerra, la pobreza, la intolerancia religiosa y otros problemas de comienzos del siglo XVI no
existían. Utopía procuraba mostrar de qué manera las personas podían vivir si seguían los ideales
sociales y políticos del cristianismo. También, y en rompimiento con el pensamiento medieval, Moro
presentó a los gobernantes como bien activos en la vida económica, la educación y la salud pública
de la sociedad. Si bien Moro era crítico de la Iglesia y del clero de sus días, no obstante fue ejecutado
por el rey Enrique VIII de Inglaterra, por rehusarse a reconocer el rompimiento de Enrique con el
Papa en cuestiones religiosas.

Jacques Lefèvre de Étaples (1454–1536) fue un humanista francés muy importante, que produjo
cinco versiones de los Salmos, su Quincuplex Psalterism, y desafió a la tradición de una sola versión
autoritativa de la Biblia (la Vulgata). Su trabajo sobre los escritos del apóstol Pablo anticipó las
conclusiones de Lutero. Lefèvre declaró: “No debemos afirmar nada acerca de Dios excepto aquello
que declaran las Escrituras.” Según él, la Iglesia debía ser reformada abandonando el escolasticismo
y abrazando una teología extraída directamente de las Escrituras. Además, desarrolló una doctrina
de la justificación por la fe, abogó por la reforma religiosa de la Iglesia y confiaba en que sus
esfuerzos literarios ayudarían en este proceso. En 1523, publicó su traducción del Nuevo
Testamento al francés. Lefèvre de Étaples, en la introducción a su Comentario sobre los cuatro
Evangelios, publicado en 1521, describió el incremento en el conocimiento del evangelio y lo
comparó con el descubrimiento contemporáneo del mundo físico.

Jacques Lefèvre de Étaples: “La luz del evangelio está entrando nuevamente en el mundo,
en un tiempo en el que grandes números de personas han sido iluminados por la luz divina,
de modo que desde el tiempo de Constantino no ha habido un conocimiento de lenguas
más grande ni un descubrimiento más extenso del globo ni una propagación más amplia del
nombre de Cristo hasta los rincones más lejanos de la tierra, que en estos tiempos
nuestros.”

Ulrico von Hutten (1488–1523) fue el autor de Cartas de hombres oscuros en la que ridiculizaba
a los oponentes del humanista alemán Juan Reuchlin (1455–1522). La sátira y la invectiva, el
sarcasmo y la exageración se usaban para desacreditar a aquellos que Hutten consideraba como
reaccionarios simplones. Describía al Papa como un pastor avaro, violento y falso, que estaba
llevando a la cristiandad a su ruina, y lo hacía responsable del estado espiritual de los alemanes. Su
humanismo tenía un tono revolucionario, de modo que para 1520, en una carta en que denunciaba
al papa León X (Papa de 1513 a 1521) invitaba a sus paisanos alemanes a romper las cadenas de la
servidumbre papal.

CUADRO 1 - CARACTERES DEL HUMANISMO

La erudición y el enciclopedismo.

Sed de conocimiento.

Surgimiento de la arqueología y la filología.

La restauración del latín.

Lectura y estudio de las obras clásicas latinas.

Purificación y corrección del latín.

El estudio de las lenguas orientales.

Enseñanza del griego.

cultivo del hebreo y el caldeo.


El desarrollo del raciocinio y del espíritu crítico.

crítica de Aristóteles.

Búsqueda de la verdad.

A comienzos del siglo XVI, muchos estaban convencidos que la sociedad y la Iglesia podían
cambiar si se mejoraba la educación y se promovía la piedad. Humanismo y misticismo prepararon
el terrero para que se iniciara un proceso de reforma. No obstante, hacia falta un líder y una
circunstancia dramática que canalizara todas estas fuerzas hacia una reforma auténtica. Muchos de
los que buscaban una vida espiritual más pura, libertad del control político del Papa, y una teología
más profunda, bíblica y erudita, econtraron todo esto en la prédica, la acción, y los escritos de un
monje y profesor alemán de la Universidad de Wittenberg: Martín Lutero.

Las causas y motivaciones. La Reforma ocurrió en un contexto sacudido por importantes


cambios en todas las esferas del quehacer humano en Europa occidental. Fuerzas sociales, políticas
y económicas acompañaron a las motivaciones espirituales y religiosas en la dinámica de estos
cambios. Estas circunstancias estuvieron presentes especialmente en Alemania a principios del siglo
XVI.

Causas y motivaciones religiosas. Entre las causas y motivaciones de carácter religioso cabe
mencionar: (1) La corrupción, la simonía y los abusos del clero católico. (2) La venta de indulgencias
o el negocio del perdón de los pecados. (3) La explotación de supuestas reliquias religiosas,
aprovechando la superstición e ignorancia de los fieles. (4) El conflicto entre la concepción de la
teología agustina y la tomista. La primera, fundada en la predestinación del ser humano, su
pecaminosidad natural y su falta de libre albedrío; y, la segunda, que reconocía el libre albedrío y la
necesidad de la intervención de la Iglesia, por medio de los sacramentos, para la obtención de la
gracia divina. (5) La tendencia hacia la imitación del cristianismo primitivo al colocar la fe como la
esencia de la religión, con la afirmación de la tesis agustina del pecado original, la naturaleza
imperfecta del ser humano y la predestinación. (6) El desprestigio del papado como consecuencia
del Cautiverio Babilónico en Aviñón y el cisma papal. (7) El movimiento místico y monástico, que
afirmaba la salvación por la piedad y la fe.

Gerhard Ritter: “Una y otra vez los hombres han tratado de reformar la Iglesia sin los medios
necesarios: por la imitación de las formas externas de la vida de la comunidad cristiana
temprana, o por poner un énfasis indiscriminado sobre el significado literal de doctrinas
cristianas aisladas. Sólo Lutero penetró al corazón de la cuestión … ‘Tanto pecador como
justificado’—este resumen de la idea central de Lutero muestra bien claramente el
contraste entre los temas religiosos que aquí son puestos en una unión misteriosa. La
tensión enorme y la actividad febril que esto produjo en su vida religiosa es, en esencia, la
misma que en el comienzo mismo del cristianismo proveyó la fuerza impulsora para un
desarrollo histórico mundial en una escala incomparable.”

Causas y motivaciones socio-económicas. Entre éstas cabe mencionar: (1) El interés de los
príncipes y de los consejos de las ciudades libres en apropiarse de las tierras poseídas por la Iglesia,
que en Francia comprendían la quinta parte del territorio nacional y en Alemania la tercera parte,
así como de sus riquezas en metales preciosos, joyas y mobiliario. (2) La necesidad de obtener
ingresos para solventar los gastos de equipamiento de los ejércitos y flotas nacionales y el deseo de
liquidar las disputas y exenciones de impuestos de que gozaba la propiedad de la Iglesia. (3)
Terminar con el drenaje de dinero que representaban los impuestos papales, como el tributo anual
denominado “dinero de San Pedro”, los diezmos y las anatas. Los campesinos y pequeños burgueses
urbanos querían verse libres de las obligaciones onerosas que les imponía el clero. La Guerra de los
Campesinos fue expresión de estos reclamos de los sectores sociales oprimidos. (4) El crecimiento
de la clase media cuyos intereses estaban en contradicción con algunos principios morales del
catolicismo. Estos principios condenaban las actividades de crédito y usura, facilitando el camino
para la adopción de una religión acorde con el auge del capitalismo comercial.

Max Steinmetz: “La burguesía alemana y las masas antifeudales se vieron confrontadas con
la misión de no sólo derrumbar las barreras para un desarrollo económico más avanzado en
Alemania, sino también de abrir para toda Europa la época de la revolución burguesa
temprana … Las confrontaciones entre los poderes feudales dominantes y las masas cada
vez más oprimidas hizo posible para Lutero el desarrollo de sus ideas públicamente y la
obtención para sí de una raison d’être ‘medio legítima’.”

Causas y motivaciones políticas. Entre las causas y motivaciones de carácter político deben
mencionarse: (1) El desarrollo del absolutismo monárquico y la consiguiente emancipación de toda
potestad externa en la vida de los Estados nacionales. (2) La adopción en Inglaterra, Francia y
Alemania de disposiciones tendientes a prohibir la designación de cargos eclesiásticos por el Papa.
(3) El desarrollo del nacionalismo y, como consecuencia, el crecimiento del espíritu nacional. (4) La
necesidad de contar con una sanción teológica adecuada para las opciones políticas que se hacían,
a fin de obtener una base más sólida de respaldo popular. Como indica G. R. Elton: “La Reforma se
mantuvo dondequiera que el poder laico (príncipe o magistrado) la favoreciera; no pudo sobrevivir
allí donde las autoridades decidieron suprimirla.”

Causas y motivaciones sociales. Entre estas causas y motivaciones se destaca: (1) Los
movimientos de disidencia, rebeldía social y reclamos de espacios propios por parte de las masas
campesinas y de la incipiente burguesía urbana frente a los estamentos estancos de la estructura
social feudal en decadencia. (2) El oportunismo de los caballeros empobrecidos que culpaban de su
miseria y marginación del poder al alto clero establecido, que poseía gran parte de la propiedad
territorial (1522 y 1523). (3) La búsqueda de oportunidades por parte de numerosos “hijos
segundones” que, por ver vedado el acceso a la tierra, el título de nobleza, las riquezas y el poder
político y social veían en el desarrollo de las artes liberales su vía de realización y eran campo
propicio para la siembra de nuevas ideas religiosas.
Si bien es posible apuntar a una variedad de posibles causas y motivaciones para el estallido de
la Reforma, conviene tener presente lo que Hans J. Hillerbrand ha señalado: “La Reforma siempre
fue un paquete de factores: políticos, sociales y económicos así como religiosos. Hubo instancias
cuando otros factores que la religión fueron más prominentes, aun cuando la pretensión oficial fue
piadosamente religiosa. Pero en otras instancias, los factores auténticamente religiosos
determinaron y orientaron los eventos.”

_ Martín Lutero (1483–1546)


Nacimiento y primeros años. Lutero nació en Eisleben (Sajonia), en 1483. Su padre era un minero
de cierta posición, que quería que su hijo tuviese la mejor educación posible. Para ello pagó por la
formación temprana de Martín en escuelas en Mansfeld, Magdeburgo y Eisenach. En 1501, Lutero
se enroló en una de las escuelas más prestigiosas en Alemania, la Universidad de Erfurt, donde
desarrolló un pensamiento crítico del tomismo. En 1502, después de recibir su Bachillerato en Artes,
comenzó a enseñar en la universidad (gramática y lógica). Para 1505 se graduó con una Maestría en
Artes. Su padre quería que estudiara leyes, pero contra la voluntad de su padre y después de haber
vivido una experiencia personal de gran temor al escapar de un rayo, Lutero se hizo monje agustino
en Erfurt, donde hizo los votos irrevocables (1506). Allí también estudió teología bajo Juan von
Staupitz (1460–1524) y fue ordenado sacerdote en 1507. Un mes más tarde, celebró su primera
misa con temor y temblor, lo cual puso en evidencia una vez más el terror que sentía ante la
presencia divina.

Durante un tiempo tuvo paz interior, pero pronto volvió a preocuparse por su relación con Dios
y su salvación. Debido a su angustia personal, Lutero no podía reconciliar el problema de la
pecaminosidad individual con la justicia de Dios. ¿Cómo podía una persona pecadora lograr la
justicia necesaria como para obtener salvación? Para responder a este problema fundamental probó
todos los caminos que la Iglesia medieval ofrecía para traer perdón y salvación: la vida monástica,
el más rígido ascetismo, los méritos de los santos, las buenas obras, la adoración de las reliquias, la
peregrinación a Roma, la confesión total, todo esto, pero sin lograr lo que buscaba.

Estaba desesperado, cuando por recomendación de Staupitz fue enviado a la Universidad de


Wittenberg (1508) como profesor de Biblia. Un año más tarde, fue promovido con un Bachillerato
Bíblico. En 1510, Lutero viajó a Roma por cuestiones internas de su orden y experimentó un gran
desencanto al ver la corrupción que imperaba en la Curia romana. De regreso en Wittenberg, obtuvo
allí su doctorado en teología en 1512 y comenzó sus lecciones sobre los Salmos. Durante los cinco
años que pasó allí enseñando las Escrituras, e impactado especialmente por Romanos 1:17, llegó a
la convicción de que sus esfuerzos personales (buenas obras, una vida cristiana piadosa y
particularmente los sacramentos de la Iglesia) no eran suficientes para que el pecador “ganara” su
salvación, sino que ésta era el resultado de la fe en la gracia de Dios. Para 1515, Lutero ya había
descubierto el concepto bíblico de la salvación como un don de Dios y que la justificación sólo por
la fe era el camino a la misma. Así, Lutero se dio cuenta que la fe es hija de la gracia y madre de las
buenas obras, y que para ser salvo debía comenzar con el amor de Dios en lugar del temor a Dios.
La cuestión de la venta de indulgencias. Al principio, Lutero no se dio cuenta de que el camino
que comenzaba a transitar iba a ponerlo fuera del sistema que no logró traer paz a su vida. El
primero de los pasos en este proceso fue su resistencia a las indulgencias. Éstas se habían originado
en relación con las Cruzadas, e involucraban la cancelación de la pena que imponía la Iglesia a un
pecador confeso. La Iglesia Católica Romana enseñaba que todos los pecados cometidos antes del
bautismo eran limpiados por este sacramento, mientras que la penitencia purgaba los que se
cometían después. Para los pecados que no se cubrían por estos medios existía, después de la
muerte, el Purgatorio. La manera más común en los días de Lutero de acortar la estadía en el
Purgatorio era comprando a los representantes del Papa, unas escrituras (indulgencias), que
autorizaban al titular de la misma a “salir antes” de aquel lugar de tormento. Generalmente, estas
indulgencias se compraban en beneficio de familiares fallecidos.

Las indulgencias hacía tiempo que se habían transformado en medios para levantar fondos para
diversos proyectos de la Iglesia. Hacia 1516, Lutero ya tenía dudas acerca de esta práctica, y, a riesgo
de perder su sustento, negó su efectividad. Para 1517, Roma necesitaba grandes sumas de dinero
para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro y el arzobispo de Maguncia, Alberto de
Brandeburgo (1490–1545) había comprado tres posiciones eclesiásticas (mediante simonía) con un
préstamo de la familia banquera de los Fugger, y necesitaba dinero para devolverlo. De modo que
hicieron un arreglo para lanzar una venta especial de indulgencias, a fin de recaudar los fondos
necesarios, pero declarando ahora que las indulgencias ofrecidas perdonaban directamente todos
los pecados de quienes las compraban. Un fraile dominico, Juan Tetzel (1465–1519), fue autorizado
a predicar y vender esta edición de indulgencias, cuyas ganancias iban a parar a la construcción de
San Pedro y a la devolución del préstamo. Tetzel anduvo recorriendo Sajonia vendiendo
indulgencias, a las que publicitaba con un canto que decía: “Tan pronto como la moneda cae en el
cofre, el alma sale del Purgatorio.”

Wilton M. Nelson: “De acuerdo con la teología de la Iglesia Católica Romana, la persona que
peca incurre en pena eterna y temporal. Al confesar su pecado el penitente, el sacerdote lo
absuelve de la culpa y la pena eterna pero queda la temporal que el penitente mismo tiene
que pagar en esta vida o en el Purgatorio. Pero la Iglesia puede ser ‘indulgente’ con el
penitente, remitiendo la pena temporal de sus pecados, girando sobre este tesoro de
méritos [de Cristo, la Virgen y los santos] y aplicándolos a la cuenta del endeudado. Esto se
hace en vista de alguna consideración y a concesión especial de los jerarcas a base del ‘poder
de las llaves’ (Mt. 16:19). En 1476 el papa Sixto IV decretó que los beneficios de las
indulgencias valen para las almas en el Purgatorio, habiendo quien, estando vivo, las
consiguiera. Esto dio lugar para los abusos de la doctrina que provocaron la erupción de la
Reforma Luterana.”

Lutero no pudo resistir esto y el 31 de octubre de 1517 colocó en las puertas de la Iglesia de
Wittenberg noventa y cinco proposiciones, que invitaban a debatir tres temas generales: (1) El
tráfico de las indulgencias, que para Lutero era contrario a las Escrituras, inefectivo y peligroso. (2)
El poder del Papa para perdonar las culpas y penas no canónicas, que Lutero negaba. (3) El carácter
del Tesoro de la Iglesia, que se decía, consistía en los méritos donados por Cristo, la Virgen María y
los santos para cubrir los pecados de los penitentes, que Lutero también negaba.

Lutero expresó los grandes interrogantes que se estaba planteando toda la Iglesia y la imprenta
esparció rápidamente sus ideas por toda Europa. La primera autoridad eclesiástica en recibir las
tesis de Lutero fue el arzobispo Alberto de Maguncia, quien muy molesto las remitió a Roma. El papa
León X (1475–1521) las entregó para su análisis al cardenal Cayetano (1464–1534), un distinguido
filósofo dominico. En 1518, Lutero se reunió con Cayetano en Augsburgo por tres días, sin que éste
pudiera persuadirlo de abandonar sus ideas. Al año siguiente, Lutero se encontró nuevamente con
teólogos católicos en Leipzig. Del lado católico estaba Juan Eck (1486–1543), el teólogo católico
romano más distinguido de aquel entonces. Ni él ni sus oponentes ganaron el debate, pero Lutero
puso en evidencia que ya no estaba dispuesto a seguir la opinión de los teólogos oficiales de la Iglesia
Católica Romana en cuanto al significado de la Biblia y que estaba más de acuerdo con la doctrina
de Juan Huss que con la de Roma. Para ese momento, Lutero estaba convencido de que sólo la Biblia
y no las tradiciones religiosas o las declaraciones papales era la que determinaba cuáles eran las
creencias y las prácticas religiosas correctas.

En 1519, Carlos V (1500–1558) fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y
se dio cuenta del problema religioso que se estaba suscitando en Alemania a causa de Lutero. Los
diversos territorios heredados le proporcionaron un inmenso poder y lo convirtieron en el árbitro
de la política europea durante la primera mitad del siglo XVI. No obstante, su ideal centralizador e
imperial chocó con las tendencias nacionalistas, especialmente la disidencia religiosa en Sajonia.
Además, Carlos V consideraba como deber supremo preservar la unidad de la fe y terminar con toda
disidencia y herejía.

Condena y contribución de Lutero. En 1520, Lutero fue condenado como hereje y declarado
proscrito por una bula del papa León X (Exsurge domine). En 1521 (abril) Lutero fue citado para
presentarse en Worms ante la Dieta (Asamblea Legislativa del Sacro Imperio), en la que estuvo
presente el emperador Carlos V y las figuras más importantes del Imperio. La Dieta lo conminó a
retractarse de sus enseñanzas y escritos, lo cual Lutero se negó a hacer. La Dieta terminó
colocándolo bajo el bando, lo cual significaba que Lutero quedaba fuera de la ley y cualquier príncipe
cristiano podía arrestarlo y matarlo sin por ello cometer un delito penado por la Iglesia.

Martín Lutero: “Como, pues, Vuestra Serenísima Majestad y Vuestras Señorías pedís una
respuesta simple, la daré de un modo que no sea ni cornuda ni dentada. Si no me convencen
mediante testimonios de las Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo
al Papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado frecuentemente y contradicho
a sí mismos), quedo sujeto a los pasajes de las Escrituras aducidos por mí y mi conciencia
está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no
es prudente ni recto obrar contra la conciencia … ¡Que Dios me ayude!”

Lutero escapó de Worms con la ayuda de Federico III, el Sabio (1463–1525), elector de Sajonia,
el príncipe que gobernaba el territorio en el que Lutero residía. Lutero se refugió en el castillo de
Wartburgo por diez meses. Federico jamás aceptó las ideas de Lutero, pero lo protegió porque éste
era su súbdito y tenía razones políticas para hacerlo (la independencia de Sajonia dentro del Sacro
Imperio). Mientras el papa León X evaluaba el riesgo de condenar a Lutero como hereje, su trabajo
literario en Wartburgo fue intenso, destacándose la traducción del Nuevo Testamento al alemán
popular (publicado en setiembre de 1522). La traducción de la Biblia entera no quedó completa sino
hasta 1534, y fue su mayor contribución ya que la hizo accesible a muchas más personas, al tiempo
que influyó notablemente en el desarrollo de la lengua alemana. Además, fue en Wartburgo donde
Lutero se dedicó a escribir una serie de panfletos y tratados, en los que convocaba a una reforma
de la Iglesia.

Escritos reformadores de Lutero. Los tratados más polémicos de Lutero fueron escritos durante
el año 1520 en una secuencia asombrosa. Sus primeras obras fueron escritas en alemán y estuvieron
dirigidas a la gente común. En su Tratado sobre las buenas obras (mayo) Lutero utilizaba el Decálogo
para demostrar cómo la fe se pone en práctica en la vida del cristiano. En su tratado El papado de
Roma (junio) Lutero identificaba al Papa como “el verdadero Anticristo del cual habla toda la
Escritura.”

En su Carta abierta a la nobleza cristiana de la nación alemana (agosto) Lutero apeló a los
príncipes y señores con un tratado en el que atacaba la autoridad de la Iglesia. En este tratado Lutero
argumentaba que los nobles, al igual que el clero, eran los líderes de la Iglesia y que debían asumir
la reforma de la misma. Lutero atacaba la autoridad del Papa, diciendo que se defendía de una
reforma escondiéndose detrás de tres paredes: (1) La pretendida superioridad del poder espiritual
sobre el temporal, de modo que el poder de la Iglesia no podía ser juzgado por ningún otro poder.
(2) El derecho exclusivo del Papa para interpretar las Escrituras. (3) La pretensión de que sólo el
Papa podía convocar un concilio o reformar la Iglesia. En contra de estas presuposiciones, Lutero
hizo propuestas bien radicales.

Martín Lutero: “Se ha establecido que el Papa, los obispos, los sacerdotes y los monjes sean
llamados al estado eclesiástico; y los príncipes, los señores, los artesanos y los agricultores,
el estado secular. Es una mentira sutil y un engaño. Que nadie se asuste y ésto por la
consiguiente causa: todos los cristianos son en verdad de estado eclesiástico y entre ellos
no hay distingo, sino sólo a causa del ministerio, como Pablo dice (1 Co. 12:12–31) que todos
somos un cuerpo, pero que cada miembro, tiene su función propia con la cual sirve a los
restantes … Pues el que ha salido del agua bautismal puede gloriarse de haber sido
ordenado sacerdote, obispo y papa, si bien no le corresponde a cualquiera desempeñar tal
ministerio. Como todos somos igualmente sacerdotes, nadie debe darse importancia a sí
mismo ni atreverse a hacer sin nuestra autorización y elección aquello en lo cual todos
tenemos el mismo poder, porque lo que es común, nadie puede arrogárselo sin autorización
y orden de la comunidad.”

En El cautiverio babilónico de la Iglesia (octubre), Lutero escribía como teólogo a otros teólogos
acerca de los sacramentos. En este tratado, escrito en latín, Lutero atacaba los siete sacramentos
tradicionales de la Iglesia y los reemplazaba por no más de dos o tres. En su discusión de los
sacramentos y la eficacia de las indulgencias, Lutero señalaba tres cosas: (1) Declaraba que hay sólo
dos sacramentos y no siete: la Cena del Señor y el Bautismo. (2) Ponía en dudas la transubstanciación
(el pan y el vino se convierten materialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo) y proclamaba la
consubstanciación (Cristo está presente en forma real en el pan y el vino). (3) Indicaba que todos
pueden participar de ambos elementos, y la eficacia de éstos dependía de la fe del creyente. Según
él, la sustancia de cada sacramento no era otra cosa sino fe, y los mismos no debían ser capturados
por la Iglesia para la obtención de sus propios intereses y propósitos. Como él decía: “Primeramente
debo negar los siete sacramentos y por ahora admitir sólo tres: el bautismo, la penitencia y el pan.
Todos ellos fueron reducidos a una mísera cautividad por la curia romana, y la Iglesia fue privada de
toda su libertad. No obstante, hablando al estilo de la Escritura, admitiría sólo un sacramento y tres
signos sacramentales.” En 1521, Enrique VIII, rey de Inglaterra, que sabía algo de teología, escribió
un libro atacando la enseñanza de Lutero sobre los sacramentos. Esto les valió a los monarcas
ingleses el título de “Defensores de la Fe”.

En relación con la Cena del Señor, Lutero admitía la comunión en ambas especies y rechazaba
la doctrina de la transubstanciación como no bíblica. Además, cada persona debía recibir el
sacramento por sí misma y no había lugar para las misas privadas.

Martín Lutero: “Conste primero de modo infalible: la misa o el sacramento del altar es el
testamento de Cristo que al morir nos dejó para ser distribuido entre sus fieles. Pues así
constan sus palabras ‘Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre’. Digo que conste esta
verdad como fundamento inconmovible sobre el cual levantaremos todo lo que hemos de
decir … De ésto ya de suyo es patente cuál es el uso y el abuso de la misa; cuál su celebración
digna o indigna. Porque si es promesa, como hemos dicho, no llegamos a ella por ninguna
obra, ningún esfuerzo ni mérito, sino sólo por la fe.”

En el tratado La libertad del cristiano (noviembre), Lutero se dirigía al creyente común y


explicaba sus conceptos sobre la fe, las buenas obras, la naturaleza de Dios y la supremacía de la
autoridad política sobre los creyentes. Mucha gente estaba de acuerdo con Lutero en su propio
juicio sobre este tratado, que expresaba la vida cristiana total en forma abreviada. Lutero destacaba
la libertad que goza el creyente e indicaba que todos los cristianos eran sacerdotes. En este tratado
presentaba la paradoja fundamental de la fe cristiana: “El cristiano es libre señor de todas las cosas
y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos.” En el
último párrafo de este tratado, Lutero explicaba las dos proposiciones que parecen contradictorias.

Martín Lutero: “Se deduce de todo lo dicho que el cristiano no vive en sí mismo, sino en
Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor. Por la fe sale el cristiano
de sí mismo y va a Dios; de Dios desciende el cristiano al prójimo por el amor. Pero siempre
permanece en Dios y en el amor divino, como Cristo dice (Jn. 1:51) … He aquí la libertad
verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de todo pecado, mandamiento y ley; la
libertad que supera a toda otra como los cielos superan la tierra. ¡Quiera Dios hacernos
comprender esa libertad y que la conservemos! Amén.”

La manera en que Lutero se expresó en estos tratados no era muy diferente de la usada por
Juan Wyclif o Juan Huss, tanto en su contenido como en su vocabulario. De este modo, de su pluma
incendiaria salieron en menos de un año tratados que denunciaban los votos monásticos, atacaban
la confesión auricular, castigaban la doctrina de la misa y rechazaban la violencia en los cambios
religiosos. Al mismo tiempo, Lutero escribió numerosos panfletos, breves comentarios de pasajes
bíblicos destinados al público en general, en los que exponía la fe que había abrazado más en
términos bíblicos que según la teología escolástica.

Desarrollo de la Reforma. Mientras se encontraba escondido en Wartburgo, algunos de sus


seguidores en Wittenberg asumieron posiciones más radicalizadas. En la ciudad de Zwickau, en la
frontera con Bohemia, Nicolás Storch y otros adoptaron las ideas de Lutero, pero de manera más
radical. Expulsados de Zwickau estos elementos radicalizados fueron a Wittenberg, donde
consiguieron el apoyo de Andrés Carlstadt (1477–1541), discípulo de Lutero. En realidad, lo único
que querían los “profetas de Zwickau” y hombres como Carlstadt, junto con el profesor de griego
Felipe Melanchton (1497–1560) y el agustino Gabriel Zwilling (1487–1558), era llevar las ideas de
Lutero hasta sus últimas consecuencias. Así, pues, se sirvió la eucaristía en las dos especies, se
omitieron partes de la oración de consagración, se descartaron los hábitos eclesiásticos, se
destruyeron las imágenes y se denunció el ayuno. Se estimuló el matrimonio de sacerdotes, monjes
y monjas, y el mismo Carlstadt anunció su compromiso con una joven de dieciséis años.

Al enterarse de estos cambios, Lutero se enfureció porque vio que su reforma de “teólogos” se
estaba transformando en un movimiento popular, que estaba en conflicto con sus convicciones
tradicionales. Así que, tuvo que regresar (marzo 1522) para ponerse al frente del movimiento que
había iniciado, encauzándolo por carriles más conservadores y menos violentos que los propiciados
por Carlstadt y Zwilling. El método utilizado para lograr el control fue la persuasión de su
predicación. Con ocho sermones Lutero frenó en una semana el radicalismo en Wittenberg. Los
“profetas” Carlstadt y Zwilling se vieron forzados a abandonar la ciudad. De este modo, la reforma
religiosa según Lutero no era cuestión de iconoclastía, de austeridad y puritanismo externo, de
antisacerdotalismo, sino de una profunda lucha espiritual, de una agonía interior, de amor y
paciencia más que de violencia y denuncia. “Sin amor,” decía Lutero, “la fe es nada.”

Lutero pudo llevar a cabo su labor de reformador en Wittenberg, sin enfrentar mayores
dificultades. Contó con el respaldo del príncipe elector de Sajonia, Federico el Sabio, y pudo
continuar su obra tranquilo en Sajonia, hasta morir en paz. Además, la guerra entre Carlos V y
Francisco I de Francia, y la amenaza permanente de los turcos, obligaron a Carlos V a suspender su
persecución de Lutero, y éste pudo organizar mejor su labor de reforma.

Las enseñanzas de Lutero viajaron rápido y llegaron lejos. Bajo su influencia el rey de Dinamarca
comenzó a reformar la Iglesia en su reino, que en pocos años se transformó en la primera nación
luterana (1523). Varios otros reinos del norte de Europa adoptaron la fe luterana y establecieron a
la Iglesia Luterana como oficial. Suecia se hizo luterana en 1527 y Noruega en 1537. En Prusia, el
príncipe Alberto de Brandeburgo (1490–1568), que era gran maestre de la orden de los Caballeros
Teutónicos, secularizó en su provecho propiedades de la Iglesia Romana y creó así un poderoso
baluarte luterano en el llamado Ducado de Prusia, desde el cual expandió el movimiento luterano
en las comarcas ribereñas del Báltico. Para mediados del siglo XVI el Báltico era un “lago luterano”.
MAPA 2 - LA REFORMA EN ALEMANIA

En 1525—el mismo año en que Lutero se casó con Catalina von Bora (1499–1552), una ex-
monja—en el sur de Alemania ocurrió una revuelta de campesinos, que atacaron monasterios y
castillos hasta llegar a excesos mayores. En un sentido, estos movimientos populares fueron
motivados por Lutero mismo, quien enseñaba que para eliminar la corrupción de la Iglesia era
necesario quitarle sus riquezas, especialmente sus posesiones territoriales. Como resultado,
caballeros y campesinos trataron de adueñarse de los bienes del clero, aunque sin éxito. Lutero se
volvió contra los campesinos en un violento panfleto titulado Contra las hordas ladronas y asesinas
de los campesinos. En este tratado, Lutero presentaba su idea de que los líderes políticos y no el
pueblo, eran quienes debían tener el control tanto de la Iglesia como de la sociedad. La rebelión
campesina terminó en una horrenda carnicería (murieron entre 70.000 y 100.000 campesinos),
cuando los príncipes frustraron sus intentos de revolución social. Lutero perdió el respaldo de las
clases más bajas, convenciéndose de que su reforma prosperaría sólo si contaba con el apoyo de los
nobles y los príncipes.

Los príncipes terminaron por consumar lo que le impidieron hacer a los campesinos, es decir,
apropiarse de los bienes de la Iglesia en sus dominios con las llamadas secularizaciones. Muchos
príncipes y muchas ciudades libres, acicateados por la perspectiva de hacerse dueños de
importantes tierras, se pasaron a las filas luteranas, dando así un formidable impulso al movimiento
reformista. En 1526, el emperador Carlos V se propuso liquidar al luteranismo y para ello convocó a
una Dieta en la ciudad de Espira, que se frustró por la renovación de la guerra y terminó afirmando
que cada Estado tenía derecho de seguir el credo religioso que deseara adoptar, hasta que se
reuniera un Concilio General. Para entonces, Carlos V estaba en guerra con el rey de Francia,
Francisco I (1494–1547), y no podía ocuparse del problema con los luteranos.
En 1529 se reunió una segunda Dieta en Espira, que demandó la inmediata ejecución de las
decisiones de la Dieta de Worms (1521), dio a los católicos plenos derechos de adoración en todos
los Estados del Imperio y limitó los derechos de los luteranos. Cinco príncipes alemanes firmaron
una protesta y se los llamó “protestantes”, siendo ésta la primera vez que se usó este término.
Originalmente “protestante” significaba luterano, pero eventualmente el término fue aplicado a
todos los cristianos occidentales que no mantenían una alianza con el Papa.

Para 1529, Lutero había alcanzado una posición firme en su liderazgo eclesiástico y en la
formación de líderes. Para este tiempo ya se habían designado comisiones de visitación para
examinar, reformar y reorganizar la vida de las iglesias en Sajonia. Estas comisiones, compuestas
por teólogos, representantes de la corte y predicadores promovieron la relación estrecha de líderes
seculares y religiosos, y marcaron el comienzo de una Iglesia territorial o estatal. El Estado no debía
definir la doctrina como tampoco la Iglesia debía ejercer el control político, sino que ambas
entidades debían suplementarse mutuamente en la construcción del reino de Dios sobre la tierra.
Las visitaciones eventualmente dieron nacimiento al consistorio. Este instrumento de gobierno
eclesiástico, generalmente integrado por abogados y eclesiásticos, era designado por el gobernante
temporal. Ejercía disciplina y, por su propia estructura, mantuvo centralizada a la autoridad
eclesiástica.

Lutero procuró mejorar el nivel de educación del pueblo. Para ello, en 1529, publicó su
Catecismo mayor, para pastores y maestros, y su Catecismo menor, un manual simple de doctrina
cristiana para el común de la gente. Junto con su traducción de la Biblia, esta obra ayudó
notablemente a definir el carácter de lo que fue el luteranismo. Además, fue muy importante la
contribución de Lutero a la liturgia. Para él, el sermón ocupaba un lugar central en el culto, mientras
que la congregación tenía una participación activa en la adoración a través del canto. Según sus
enemigos, “los himnos de Lutero mataban más almas que sus sermones.” Su famoso himno “Castillo
fuerte es nuestro Dios” fue el más traducido y popular del siglo XVI.

En 1530 la Dieta de Augsburgo les dio a los protestantes el derecho de ser oídos. Se presentaron
tres declaraciones de fe, siendo la más larga la presentada por los luteranos, que había sido
redactada rápidamente por Felipe Melanchton, el “educador de Alemania,” con la aprobación de
Lutero. En esta declaración, conocida como la Confesión de Augsburgo, Melanchton procuró reducir
al mínimo las diferencias con los católicos, y llegó a ser la declaración oficial de la fe luterana. La
Confesión evitaba cuestiones controvertidas como el Purgatorio, la transubstanciación y el
sacerdocio de todos los creyentes, pero afirmaba vigorosamente la doctrina de la justificación por
la fe, defendía la entrega de la copa a los laicos, rechazaba el celibato obligatorio del clero y atacaba
el poder temporal de los eclesiásticos.

A partir de 1530, los luteranos procuraron organizarse en ligas defensivas, para protegerse de
los esfuerzos de Carlos V por reestablecer el catolicismo en Alemania por la fuerza. La Iglesia
Luterana se puso en manos de los príncipes y se transformó en una Iglesia estatal y territorial. La
confusión política, la amenaza de los turcos y la esperanza de un Concilio General que aclarara estos
problemas religiosos, hicieron que muchos postergaran una toma de posición ante el luteranismo,
y esto le permitió al mismo desarrollarse con cierta ventaja. Dondequiera que el luteranismo era
adoptado, las tierras de la Iglesia eran confiscadas por el gobierno secular. Esto hizo más difícil el
retorno al catolicismo, puesto que estas tierras, ahora en manos de nobles protestantes, no iban a
ser devueltas a la Iglesia Católica Romana.

Los años de 1532 a 1546 fueron los más propicios para el luteranismo, ya que se amplió la Liga
de Esmalcalda de 1531, que se había constituido como una liga defensiva. No obstante, los últimos
años de vida de Lutero no fueron para él los mejores. Ciertas sombras se proyectaron sobre su vida
y ministerio en estos años. Primero, su actitud negativa hacia Zuinglio, los anabautistas y otros
grupos disidentes, que profundizó las divisiones del protestantismo y comprometió al luteranismo
con los conflictos políticos de aquel tiempo. Segundo, su aprobación de la bigamia de Felipe de
Hesse (1504–1567), que provocó disensión en las filas protestantes. Y, tercero, su actitud hacia los
judíos, que fueron tratados con violencia debido a la influencia de Lutero, quien se adhirió
abiertamente a actitudes antisemitas.

Para cuando Lutero murió, en 1546, el papa Pablo III convocó a una cruzada contra los
protestantes, quienes fueron derrotados por dividirse debido a las traiciones de algunos de sus
dirigentes. Sin embargo, la envidia entre el emperador y el Papa imposibilitó la destrucción
inmediata de los protestantes, y en 1552, después de un período de muchas maniobras políticas, la
guerra se libró nuevamente y los protestantes recuperaron todo lo que habían perdido.

En 1555 se firmó la Paz de Augsburgo, que consideró a los luteranos con iguales derechos que
los católicos en sus territorios respectivos en Alemania y estableció el principio de que cada Estado
tendría la religión que su príncipe eligiera, debiendo ser una con la exclusión de la otra. De esta
manera, Alemania quedó dividida y la Iglesia también entre luteranos y católicos. La declaración
cuius regio, eius religio (“cuya religión, su religión”) significó que la religión de cualquier territorio
sería la de la autoridad política gobernante. Si los súbditos no seguían la religión del príncipe debían
emigrar, perdiendo los bienes que poseyeran. Por otro lado, se reconoció la validez de las
secularizaciones ya efectuadas, pero se prohibieron para el futuro. La Paz de Augsburgo fue uno de
los primeros documentos que consagraron oficialmente la ruptura de la unidad religiosa de la
cristiandad europea y que reconocieron una parcial tolerancia religiosa. Tuvo, además, un alto
significado político pues consagró el fracaso de la tentativa de los monarcas Habsburgo para hacer
del Imperio una monarquía absoluta y centralizada, pues era evidente que sin unidad religiosa no
era posible la unidad política. Los príncipes luteranos defendieron, por consiguiente, no sólo su
confesión religiosa, sino también la estructura política de corte feudal del Sacro Imperio.

_ Las ideas de Lutero


La gran preocupación existencial de Lutero era cómo tener una relación correcta con Dios. Ésta
era también la preocupación de muchas otras personas en su tiempo. A estas inquietudes la Iglesia
respondía de dos maneras. Por un lado, para tener una relación correcta con Dios había que seguir
el camino de la perfección (Mt. 19:21). Esta vida perfecta sólo podía vivirse en los monasterios,
alejados del mundo pecador. Por otro lado, para quienes no querían entrar a la vida monástica había
una alternativa en la Iglesia. Ésta había heredado un rico tesoro de santidad creado por las vidas
devotas de los santos. Este tesoro era accesible a los creyentes a través de los sacramentos que la
Iglesia administraba. Esta era la vía más transitada por la mayoría de las personas que querían
experimentar la misericordia de Dios.

Ambos caminos nacían de la misma idea: Dios es misericordioso con todo aquel que viene a él
con fe y amor, especialmente la persona que es digna de él o hace cosas que la hagan merecedora
de su perdón. Por otro lado, la fe no era entendida como confianza en el amor de Dios (fiducia), sino
como asentimiento al dogma de la Iglesia (assensus). Amar era entendido como vivir la vida que
Dios ordena, ya sea directamente a través de la vida monástica o indirectamente haciéndose
partícipe de la bondad y santidad de Cristo y de los santos, comunicada por la Iglesia mediante los
sacramentos de la penitencia y la eucaristía. Ahora, la Reforma resultó del hecho de que Lutero
probó estos dos caminos que le ofrecía la Iglesia de sus días y descubrió que no resultaban para
traer paz a su vida, y que daban una idea equivocada del evangelio y de la voluntad salvadora de
Dios.

La Reforma de Lutero hizo tres planteos en el pensamiento de la Iglesia que jamás se olvidarán:
(1) Que la Biblia tiene siempre un mensaje nuevo cuando lo necesitamos. (2) Que el centro del
mensaje de la Biblia es la relación entre Dios y sus criaturas. (3) Que esta relación es simple, pero
revolucionaría, porque cambia todo. En el desarrollo de estos tres planteos, Lutero contribuyó con
cuatro ideas fundamentales: sola fide, sola gratia, sola Scriptura, solo Christo.

Sola fide. La contribución más importante de Lutero a la teología cristiana fue su


redescubrimiento de la doctrina de la justificación por la fe, que es la total suficiencia de Dios en la
salvación. No obstante, para Lutero, “fe” y “amor” adquirieron un nuevo significado. De su estudio
de la Biblia, particularmente Salmos y Romanos, Lutero concluyó que fe en la Biblia significa antes
que nada la fidelidad de Dios a su pueblo, y luego la confianza de su pueblo en él. El Dios fiel hacía
justo a su pueblo, es decir, lo colocaba en una relación correcta con él. El amor no era un esfuerzo
por ganar el favor de Dios, sino la expresión del pueblo en gratitud a Dios por haberlo “justificado”
(Ro. 5:1).

De esta manera, Lutero puso a todos los seres humanos en igualdad espiritual al entrar en la
presencia de Dios, estableciendo así el sacerdocio de todos los creyentes en un mismo nivel de
igualdad. Lutero dejó al ser humano con la total responsabilidad por su destino y con la seguridad
de encontrarse con Dios para rendirle cuentas. De este modo, introdujo tres elementos de poder
transformador en la teología cristiana: seguridad en cuanto a la fe; libertad en cuanto a la
conciencia; y, responsabilidad personal en cuanto a la obediencia.

En una palabra, Lutero transformó la religión ineficaz de sus días en una teología viva y
experiencial, y esto resultó en la sustitución de esa religión formal e inefectiva por otra totalmente
diferente. Los cambios fueron notables: en lugar de una religión humana y de esfuerzos humanos a
una religión divina y que confía en lo que Dios ha hecho en Cristo; de la gracia de Dios en lugar de
los esfuerzos estériles de los seres humanos. Y estas religiones radicalmente diferentes dieron a luz
dos civilizaciones diferentes. Una, la católica romana, que perpetuó durante mucho tiempo el
feudalismo y la servidumbre característicos de la Edad Media; y, la otra, la protestante, que poco a
poco dio lugar a la dignidad de la personalidad humana, naciendo de ella la democracia y la libertad
del mundo occidental. Esto se lo debemos a la teología de la Reforma y al desarrollo de los principios
que con tanto sacrificio Lutero trajo a la luz.

Sola gratia. Siguiendo las enseñanzas del apóstol Pablo, Lutero consideraba que el ser humano
es innatamente injusto, imperfecto e incapaz de salvarse por sí mismo. Sus mejores esfuerzos no
pueden satisfacer las demandas de un Dios santo y justo. No obstante, es Dios quien toma la
iniciativa e imputa justicia a aquellos que creen. Dios es primero y supremo como autor de la
salvación, y el acceso a él está abierto y es gratuito a través de los méritos de Jesucristo. La fe sola
es el único contacto entre el pecador y el Salvador, y la salvación es un don divino que el pecador
no merece.

Lutero tuvo una gran experiencia de salvación cuando descubrió en la Biblia a Dios como un Dios
de amor y no como un juez inexorable. Liberado de la angustia y del temor por no encontrar a un
Dios misericordioso, Lutero aprendió que el corazón de Dios es bondad y que su disposición es salvar
al pecador antes que condenarlo.

Sola Scriptura. Lutero fue uno de los grandes teólogos del cristianismo, pero el eje de su labor
reformadora fue la Biblia antes que la teología: él fue un reformador bíblico. Sus escritos más
importantes fueron extensos comentarios bíblicos (Génesis, Salmos, Hebreos, Romanos, Gálatas)
en la forma de sermones o conferencias. En su estudio de la Biblia, Lutero echó mano de la mejor
erudición de sus días: el Nuevo Testamento Griego de Erasmo, el diccionario hebreo de Juan
Reuchlin, el comentario a los Salmos de Jacques Lefèvre de Étaples. Al igual que estos humanistas,
Lutero procuró entender de nuevo la Biblia, usando sus lenguas originales, traduciendo el texto al
alemán y, sobre todo, aplicando sus enseñanzas a su vida personal. Fue así como Lutero se
transformó en un teólogo de primera línea: trató de entender quién es Dios y qué es lo que Dios
quiere de sus criaturas a la luz del texto bíblico. Para Lutero no había otra autoridad en materia de
fe y práctica religiosa que la Biblia. Esto lo llevó a rechazar los decretos papales o las enseñanzas de
los Padres de la Iglesia (tradición) sobre lo que la Biblia enseñaba.

Solo Christo. Al entender la gracia de Dios no como una cosa que él da o como un poder mágico
para la salvación, Lutero adquirió una nueva comprensión de su relación con Dios. La gracia de Dios
es su actitud hacia el ser humano, de modo que no es necesario para el pecador buscar “cosas” para
su salvación, sino a Dios mismo. En esto, Lutero enfatizó el aspecto personal de la devoción cristiana,
y lo hizo en línea con lo enseñado por Bernardo de Clairvaux, Francisco de Asís y los místicos
alemanes del siglo XV. De este modo, para Lutero, el centro de la fe cristiana no era la Iglesia y los
sacramentos, sino Jesucristo mismo. Para Lutero fe y salvación significaban simplemente “tener un
Dios” y él lo encontró sólo en Cristo, el Señor.

Martín Lutero: “Pero preguntas dónde pueden hallarse y de dónde provienen la fe y la


confianza. Por cierto es sumamente necesario saberlo. Primero, sin duda, no provienen de
tus obras ni de tus méritos, sino sólo de Jesucristo, gratuitamente prometidas y dadas. Así
dice San Pablo en Romanos 5: ‘Dios encarece su amor para con nosotros en que, siendo aun
pecadores, Cristo murió por nosotros.” … Así debes inculcarte a Cristo y observar cómo en
él Dios te propone y ofrece su misericordia sin ningún merecimiento precedente de tu parte.
Y en tal visión de su gracia debe inspirarse la fe y la confianza del perdón de todos tus
pecados. Por ello, la fe no comienza con las obras. No la originan tampoco. Más bien ha de
originarse y proceder de la sangre, de las heridas y de la muerte de Cristo. Cuando en él te
das cuenta que Dios te es tan propicio que da aun a su Hijo por ti, tu corazón ha de ponerse
dócil y volver a ser a su vez propenso a Dios.”

CUADRO 2 - EVALUACIÓN DE LUTERO Y SU REFORMA

ASPECTOS NEGATIVOS ASPECTOS POSITIVOS

Fue una reforma a medias: no rompió con el Descubrió el corazón del evangelio: la
paradigma de cristiandad. justificación por la fe.

No separó la iglesia del Estado: creó una Iglesia Abrió la Biblia a todos: la interpretación libre de
territorial. las Escrituras.

Dependió del apoyo del Estado: fomentó la Redescubrió la doctrina del sacerdocio universal
unión de la espada y la cruz. de los creyentes.

Desarrolló una eclesiología centralizada: se Dio un lugar importante a la adoración en el


mantuvo la estructura clerical. culto: himnología.

Se desarrolló lejos del pueblo: se inclinó hacia la Se opuso a la autoridad del papado y las
nobleza y los poderosos. supersticiones de la Iglesia.

Sostuvo una hermenéutica equívoca: “Lo que Lutero fue un gran siervo de Dios: sin su valor e
está prohibido en la Biblia está bien.” iniciativa no hubiese habido reforma de la
Iglesia.
Lutero fue un hombre a veces imprudente: Utilizó la imprenta para comunicar con
hablaba y escribía impulsivamente. efectividad sus ideas.

No enfatizó lo suficiente las buenas obras. Reconoció el valor del ser humano.

LA REFORMA EN ZURICH

La Reforma del siglo XVI fue la Reforma de Lutero. Si bien cada país realizó su propia reforma,
todos fueron influidos por el pensamiento de Lutero a través de sus escritos. Las dos ideas básicas
de Lutero, que Dios ha justificado a los pecadores a través de lo que hizo en Cristo y que la Biblia es
la única base para la fe y la práctica cristianas, fueron aceptadas unánimemente por todos los
reformadores. Su obra comenzó en el noreste de Alemania, pero su mensaje echó raíz por toda
Europa, y especialmente en Suiza.

_ Trasfondo de la Reforma en Zurich


Algunas de las manifestaciones más maduras y mejor logradas de la Reforma protestante del
siglo XVI ocurrieron en sur de Alemania y al este de Francia, en Suiza. Fue allí donde se dio una
coincidencia de factores favorables, que permitieron que las nuevas ideas que comenzaron a
florecer con Lutero se desarrollaran de manera más fecunda. Hubo varios elementos que crearon
las condiciones propicias para que esto ocurriera.

La situación social, política y económica en Suiza. En el siglo XVI, Suiza era una confederación de
ciudades libres y cantones incorporada al Sacro Imperio Romano-Germánico, que tenía gobierno
propio y vivía de la manufactura y el comercio. El énfasis sobre la autonomía local más que en una
autoridad central caracterizó las actividades políticas de los cantones y la Dieta de la Confederación
Suiza. Sobre todo, cada cantón era libre para negociar sus propios tratados con poderes externos y
de llevar a cabo sus negocios sin una estrategia central. A su vez, el fermento social muchas veces
desafió a las estructuras políticas y económicas existentes dentro de los cantones. Esto resultó en
numerosos levantamientos campesinos, que se resistían al ordenamiento feudal. Hubo también
otros movimientos que pugnaban por una mayor participación en el gobierno, especialmente de
parte de guildas pequeñas. A comienzos del siglo XVI la clase patricia casi no podía mantener su
posición hegemónica, frente a la alianza de artesanos y campesinos que poco a poco iban
obteniendo concesiones y estableciendo nuevas oligarquías. En razón de que muchos cantones eran
gobernados por Consejos elegidos directa o indirectamente por los ciudadanos, la opinión popular
muchas veces fue un factor vital en configurar la política gubernamental. Este tipo de situación pudo
ser muy bien aprovechada por predicadores carismáticos y populares para lograr los cambios
necesarios en la Iglesia.
De este modo, al igual que lo ocurrido en Alemania y quizás más todavía, en Suiza el movimiento
de Reforma fue el resultado de factores sociales, políticos, económicos y religiosos. A estos factores
se agregó una larga y fuerte tradición de independencia, que hizo difícil para los Papas romanos o
los emperadores alemanes digitar las cuestiones religiosas. Siglos de lucha y cierto aislamiento
geográfico produjeron una actitud de autodeterminación política. No obstante, el rechazo exitoso
del control foráneo no tuvo como resultado la constitución de una trama política nacional. Hacia
1513 la Confederación consistía de trece cantones aliados superficialmente con otros cantones,
ciudades y territorios eclesiásticos.

La literatura luterana en Suiza. El nivel de educación en el norte de Suiza era superior al del
norte de Alemania. Un mejor nivel económico permitía a más personas tener acceso a la lectura y,
a su vez, esto desarrollaba una mayor curiosidad por las nuevas ideas. Por ser más comercial, urbana
y encontrarse en el punto de cruce de las principales rutas que unían el corazón de Europa
occidental, Suiza estuvo más abierta al intercambio de esas ideas. En esto, la contribución técnica
de la imprenta y los libros impresos aportó un elemento dinamizador fundamental, que incluso tuvo
efectos sobre la cultura popular. Como indica Imogen Luxton: “Mientras que la cultura provincial en
todos los niveles a fines del siglo XVI permaneció predominantemente religiosa, su énfasis había
cambiado de los efectos visuales ritualizados del período de la pre-Reforma a la palabra impresa.”
Luxton agrega: “El desarrollo de la imprenta jugó una parte importante en esta transición, pero
subyaciendo a esto estaba el énfasis de la Reforma sobre la necesidad de un estudio directo de la
Biblia.”

Los panfletos de Lutero inundaron Suiza y fueron leídos con avidez por los pequeños
comerciantes y artesanos (burgueses), que hicieron de la Reforma de su país un movimiento más
práctico y con mayor énfasis en la organización que el luterano. Lutero sólo pudo lograr sus reformas
persuadiendo a los grandes señores feudales de Alemania, y éstos a su vez tuvieron que persuadir
al emperador y al Papa. En cambio, los reformadores suizos sólo tuvieron que convencer a los
Consejos de sus propias ciudades.

Richard G. Cole: “El tratado reformado breve, directo y vulgar dirigido a una audiencia
amplia y no erudita o incluso confundida se transformó en una herramienta mayor para
aquellos que buscaban el cambio en las lealtades religiosas de grandes números de
personas … El uso de panfletos por docenas de reformadores de alguna manera creó una
Reforma impresa.”

_ Ulrico Zuinglio (1484–1531)


La Reforma en Suiza fue iniciada por Ulrico Zuinglio, un sacerdote de Zurich. Zuinglio nació en
Wildhaus, cincuenta y dos días después de Lutero, y a diferencia del reformador sajón era de buena
familia. Estaba bien educado y fue preparado como humanista por un tío sacerdote. Estudió en
Basilea, Berna y Viena, y se destacó como amante de los estudios bíblicos y humanistas. Aprendió
las lenguas bíblicas y llegó a ser maestro de griego del Nuevo Testamento bajo la tutela de Erasmo.
Influido por las ideas de Lutero, Zuinglio se transformó en un humanista radical, es decir, alguien
interesado en las raíces o fundamentos de la fe según las Escrituras. En el contexto intensamente
independiente de Suiza, Zuinglio fue quien introdujo lo que él creía era la enseñanza pura del
evangelio y se opuso a lo que consideraba corrupto en la Iglesia de sus días.

El pastor. En 1506, a la edad de veintidós años, se graduó con su maestría en artes de la


Universidad de Basilea, fue ordenado sacerdote y comenzó a servir en Glaris, donde continuó con
sus estudios humanistas. Leía intensamente, profundizó sus conocimientos del griego
neotestamentario, estableció una pequeña escuela y alentó el nacionalismo suizo. En varias
ocasiones acompañó a los mercenarios suizos convocados para defender los intereses papales en el
norte de Italia. Fue en estas experiencias que desarrolló su oposición a tales servicios, que según él
eran opresivos. Zuinglio procuró convencer a sus compatriotas de la futilidad del compromiso en las
guerras foráneas destinadas a construir imperios ajenos. Con el mismo celo rechazó una alianza de
Zurich con el rey de Francia, Francisco I.

Zuinglio se destacó como un predicador elocuente y bíblico. Después de su ministerio en Glaris,


sirvió como pastor en Einsiedeln, donde había una abadía famosa, hasta que en diciembre de 1518
fue a Zurich como pastor de la iglesia catedral. Para ese tiempo, Zurich era una ciudad imperial y se
había desarrollado como un importante centro manufacturero y mercantil. Allí comenzó a
cuestionar todas las prácticas y ritos religiosos que no estaban directamente respaldados por la
Biblia. Denunció al monasticismo y al Purgatorio, y cuestionó al diezmo, con lo cual se ganó la
oposición del clero local.

Tomás M. Lindsay: “Zurich, con su democrática constitución, era un lugar muy adecuado
para un hombre como Zuinglio, quien ya en esos días se había hecho un nombre. Poderoso
predicador, era capaz de sacudir y mover al pueblo con su elocuencia y, por otra parte,
estaba en estrechas relaciones con los más distinguidos humanistas alemanes … Su
condición de predicador del pueblo, dio a un hombre de sus populares dotes una posición
dominante en la más democrática de las ciudades suizas, donde la política local y la europea
eran intensamente discutidas.”

El reformador. Entre 1519 y 1525, cuando en la ciudad se abolió la misa, Zuinglio propugnó un
programa práctico de reforma en cooperación con el Consejo de la ciudad. Zuinglio sostenía muchos
conceptos similares a los de Lutero, pero a veces por razones diferentes. Ambos creían en la
predestinación divina. Lutero creía esto porque estaba convencido de que el amor de Dios es mayor
que el pecado humano, mientras que Zuinglio lo creía porque pensaba que Dios era la fuente de
todo lo que ocurre, incluso nuestra salvación. Lutero comenzó su Reforma a partir de un profundo
conflicto religioso personal, mientras que Zuinglio lo hizo predicando como humanista una serie de
sermones fundado directamente en el texto griego de Erasmo. Además, Zuinglio se opuso a los
abusos de la Iglesia Católica Romana, especialmente la práctica de reclutar mercenarios suizos para
los ejércitos papales. Rechazó también la idolatría y la superstición, y protestó severamente contra
la venta de indulgencias. En sus sermones denunciaba los pecados sugeridos por los pasajes bíblicos
que exponía, y aprovechaba para atacar las doctrinas del Purgatorio y de la intercesión de los santos.
En 1520, Zuinglio enfermó gravemente por efecto de la peste y estando al borde de la muerte
se profundizó su vida espiritual. Renunció a la pensión papal y obtuvo del Consejo de Zurich la
autorización para predicar la Biblia. En 1522 atacó el celibato del clero y él mismo se casó dos años
más tarde. Zuinglio tenía una gran influencia sobre el Consejo de la ciudad, lo que le permitió
desarrollar su programa de reformas. En 1523 obtuvo el triunfo en dos disputas públicas con los
católicos romanos, lo que promovió sus conceptos, presentados en sesenta y siete tesis. Muchos
sacerdotes se casaron, algunos conventos fueron convertidos en escuelas y asilos, varios ritos y
ceremonias fueron eliminados, y se quitaron las imágenes de los templos.

Su reforma prosperó hasta 1529, cuando estalló la guerra civil entre protestantes y católicos,
que tuvo un final favorable a los protestantes. Pero en 1531 volvió a estallar una vez más el conflicto.
Esta vez Zurich no estaba preparada, a pesar de los consejos de Zuinglio. Los cantones romanistas
se movieron con rapidez y derrotaron a los protestantes. Entre los caídos en la batalla final se
encontraba Zuinglio. Los católicos descubrieron su cadáver, lo descuartizaron, lo quemaron,
mezclaron sus cenizas con cenizas de cerdos y las echaron al viento. No obstante, a fines de ese año
se firmó un tratado que permitió a los cantones protestantes la libertad para continuar
desarrollando sus doctrinas.

La obra reformadora de Zuinglio en Zurich fue continuada por su yerno y sucesor Enrique
Bullinger (1504–1575). Durante cuarenta y cuatro años, Bullinger fue el líder por excelencia de la
Iglesia en Zurich (obispo). Se conservan de él doce mil cartas, que dan cuenta del papel que
desempeñó en la consolidación de la Reforma en Suiza y de su influencia en los Países Bajos.
Bullinger desarrolló un concepto moderado en cuanto a la predestinación y rechazó la idea que Dios
hubiera querido la condenación de los malvados. A su vez, la influencia de Zuinglio llegó a otros
reformadores con ideas similares a las suyas, como Juan Ecolampadio (1482–1531) en Basilea y
Martín Bucero (1491–1551) en Estrasburgo. La expansión de las ideas reformistas en estos casos se
hizo siguiendo el método empleado en Zurich, es decir, a través de las decisiones de los Consejos de
estas ciudades libres. La misa fue abolida, se suprimieron las imágenes y se decidió que los
predicadores basaran sus sermones solamente en la Biblia.

_ Las ideas de Zuinglio


En la mayor parte de su pensamiento, Zuinglio fue un buen luterano, si bien disintió con el
reformador alemán en varios puntos de doctrina. En 1527, Zuinglio alababa a Lutero por su firmeza
y fuerza en la oposición al papado y la corrupción de la religión romana. No obstante, no se
consideraba necesariamente deudor por sus ideas de reforma.

Ulrico Zuinglio: “¿Quién me sugirió, pues, la predicación y exposición seguida de todo un


Evangelio? [escribía en 1523]. ¿Lutero? Sin embargo, empecé esta predicación antes incluso
de haber oído hablar de él y resulta que hace diez años que me puse a estudiar griego para
iniciarme en la fuente misma de Cristo. No fue Lutero el que me dio esta idea ya que
desconocía su nombre dos años después de que escogiera las Escrituras como fuente única
… ya no quiero llevar el nombre de Lutero, porque, intencionalmente, he leído muy poco de
su doctrina … y lo que le he leído … son cosas corrientes … sacadas de la Palabra de Dios y
fundadas en ellas.”

A diferencia de Lutero, Zuinglio fue un hombre de acción más que de reflexión. Sirvió en el
ejército de su ciudad y murió en el campo de batalla. Sus últimos años estuvieron marcados por una
creciente actividad política. Comenzó su carrera como reformador predicando una serie de
sermones utilizando el Nuevo Testamento griego preparado por Erasmo. Sus dos ideas más
importantes fueron: (1) La Biblia es una guía completa para la vida cristiana. (2) La enseñanza
principal de la Biblia es la soberanía de Dios sobre el mundo y la vida humana.

En base a la primera idea, Zuinglio enfatizó la autoridad bíblica e insistió en que la tradición
eclesiástica no podía estar por encima de la Biblia. En consecuencia, atacó al poder papal, el celibato
obligatorio, la autoridad de los concilios, las indulgencias y el ayuno forzoso, porque todos éstos
eran creación humana y carecían de fundamento bíblico. A diferencia de Lutero, él creía que los
cristianos están obligados a hacer sólo lo que la Biblia enseña. Por eso en Zurich se sacaron las
estatuas y los órganos de los templos, y la misa fue reemplazada por un servicio de adoración mucho
más simple y nuevo basado en la Biblia. El canto congregacional se hacía sin acompañamiento
instrumental.

En base a la segunda idea, Zuinglio enseñó que somos salvados directamente por la voluntad de
Dios, y en esto concuerda con Lutero. Pero esto significa que no somos salvos por medio de los
sacramentos, y en esto se diferencia de Lutero. No obstante, al igual que Lutero, Zuinglio
consideraba que la meta del evangelio era una sociedad reformada conforme a los principios
bíblicos, con la participación constante de las autoridades seculares y eclesiásticas.

La diferencia más profunda entre Zuinglio y Lutero se dio en torno a la interpretación de la Cena
del Señor. Lutero interpretaba literalmente las palabras de Jesús en la institución de la Cena: “Esto
es mi cuerpo.” Creía en una presencia real del Señor, que se hacía efectiva con los elementos.
Zuinglio, por el contrario, ponía el énfasis no en la presencia real, que consideraba como un resabio
de superstición en Lutero, sino en el valor simbólico de los elementos. Zuinglio objetaba que un
cuerpo físico no puede estar presente en todas partes al mismo tiempo. En 1529, en Marburgo, se
celebró un coloquio entre luteranos y zuinglianos para discutir las diferencias doctrinales a fin de
unir las fuerzas protestantes en contra de los católicos. Hubo acuerdo en catorce artículos de fe,
menos en uno, el que se refería a la interpretación de la presencia de Cristo en la Cena.

Zuinglio escribió varios tratados en los que expuso sus ideas reformadas, como: En cuanto a la
elección y uso libre de la comida; Archeteles; De la claridad y certeza de la Palabra de Dios; De María,
la pura Madre de Dios, todos publicados en 1522. Estos tratados y los cambios religiosos que llevó
a cabo en Zurich fueron sometidos a escrutinio público en una disputa ante el Gran Consejo de esa
ciudad en 1523. Fue aquí donde Zuinglio presentó sus Sesenta y siete conclusiones. A pesar de la
oposición de su contrincante, Juan Faber (1478–1541), obispo de Viena, Zuinglio ganó el debate y
obtuvo el respaldo del Consejo a sus doctrinas evangélicas. A su vez, el Consejo estableció el
principio que una comunidad, a través de su gobierno, podía decidir por sí misma cuál convicción
religiosa era la correcta. Esto significó un velado rechazo de la autoridad episcopal y papal. El
ejemplo establecido por esta disputa fue seguido por muchas otras ciudades suizas, en las que laicos
y eclesiásticos comenzaron a compartir la autoridad en materia religiosa.

Zuinglio fue un teólogo radical, por un lado, y conservador y práctico, por el otro. Creía que el
Consejo de la ciudad tenía derecho de decidir cómo debía ser la adoración del pueblo. El trabajo del
teólogo era argumentar en favor de una reforma, pero hasta que el Consejo se persuadiera, su deber
era obedecer las normas vigentes. Zuinglio estaba convencido de que el Estado y la Iglesia debían
trabajar en armonía para crear una Iglesia nacional. De otro modo, según él, habría una multiplicidad
caótica de cuerpos religiosos y una anarquía incontrolable en el poder secular. Por eso, cuando
algunos elementos radicales (anabautistas) insistieron en que la Iglesia debía seguir el modelo del
Nuevo Testamento y que el bautismo infantil debía ser abolido, Zuinglio rompió con ellos y los atacó.
En sus tratados Del bautismo, anabautismo y bautismo infantil y en De la justicia divina y humana
abogó por una transformación gradual de la sociedad mediante la cooperación entre la Iglesia y el
Estado.

Zuinglio presentó la esencia de su pensamiento teológico en su obra El comentario sobre la


religión verdadera y la falsa (1525). En ella, Zuinglio contrasta su fe respaldada por la Biblia y la
historia, con las creencias ingenuas de muchos en sus días. Lo central de su fe era su concepto de
Cristo como el nexo entre el ser humano y un Dios justo y misericordioso. Es de este núcleo central
de su pensamiento que surgieron sus medidas prácticas de reforma, especialmente las que tenían
que ver con la adoración y el culto a Dios. Zuinglio rechazó la misa, las estatuas, los instrumentos
musicales en los templos y el santoral. Consideró a las ordenanzas como símbolos, enseñando que
la Cena del Señor era un recuerdo del sacrificio de Cristo y el Bautismo la señal del nuevo pacto, que
reemplazaba a la circuncisión del viejo pacto. Conservó el bautismo infantil y la aspersión, aunque
reconoció que la inmersión era la forma correcta. Puso énfasis en una adoración sencilla basada en
la Biblia y demandó una vida cristiana más coherente con los resultados de la salvación.

SERIE:

FORMACIÓN MINISTERIAL

Historia del

CRISTIANISMO

LAS REFORMAS
DE LA IGLESIA
(1500–1750)

Por Pablo A. Deiros

EDICIONES DEL CENTRO

Buenos Aires, Argentina

2008

Copyright (C) 2008 por Pablo A. Deiros

deiros38@gmail.com

Publicado por EDICIONES DEL CENTRO,

Estados Unidos 1273,

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Impreso en Argentina - Mayo de 2008

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previa en forma escrita por parte de su autor.
ISBN 978-987-22449-7-2

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión Internacional (Miami: Sociedad Bíblica
Internacional, 1999).

CONTENIDO

Prólogo

Uso de este libro

Presentación

Lista de Mapas y Cuadros

INTRODUCCIÓN GENERAL

UNIDAD 1 - La Reforma protestante

Introducción

La Reforma en España

Trasfondo de la Reforma en España

Protestantismo en España

La Inquisición en España

Comunidades protestantes españolas

Exiliados protestantes españoles

Características y contribución de la Reforma en España

La Reforma en Alemania

Trasfondo de la Reforma en Alemania

Martín Lutero (1483–1546)


Las ideas de Lutero

La Reforma en Zurich

Trasfondo de la Reforma en Zurich

Ulrico Zwinglio (1484–1531)

Las ideas de Zwinglio

La Reforma en Ginebra

Trasfondo de la Reforma en Ginebra

Juan Calvino (1509–1564)

Las ideas de Calvino

La Reforma radical

Trasfondo de la Reforma Radical

Los reformadores radicales

Las ideas de los anabautistas

La Reforma en Inglaterra

Trasfondo de la Reforma en Inglaterra

Enrique VIII (1491–1547)

La Reforma en Inglaterra

El desarrollo de la Reforma inglesa

La Reforma en Escocia

Trasfondo de la Reforma en Escocia

Juan Knox (1514–1572)

Características de la Reforma escocesa

La Reforma en Francia

Trasfondo de la Reforma en Francia

Los hugonotes franceses

El desarrollo de la Reforma francesa


La Reforma en los Países Bajos

Trasfondo y desarrollo de la Reforma en los Países Bajos

Características de la Reforma en los Países Bajos

La Reforma en otros países europeos

El protestantismo hacia el año 1600

UNIDAD 2 - La Reforma católica

Introducción

¿Reforma o Contrarreforma?

Análisis historiográfico de los conceptos

Evaluación de los conceptos

La Reforma católica

Orígenes de la Reforma católica

Desarrollo de la Reforma católica

La Contrarreforma católica

Orígenes de la Contrarreforma

Desarrollo de la Contrarreforma

El catolicismo del siglo XVI: los medios

Los jesuitas

La Inquisición

El Concilio de Trento (1545–1563)

El catolicismo del siglo XVI: los resultados

Un nuevo estilo de vida sacerdotal y monástico

Una nueva vitalidad eclesiástica

Un gran desarrollo de la piedad mística

Una nueva teología y filosofía escolástica


Una notable expansión de la obra misionera

El mundo de la Reforma y de la Contrarreforma católica

El cristianismo en Asia

El cristianismo en África

El cristianismo en América

El catolicismo hacia el año 1800

UNIDAD 3 - Las reformas de los siglos XVII y XVIII

Introducción

Desarrollo del protestantismo

El protestantismo en el continente europeo

El protestantismo en Inglaterra

El protestantismo en Norteamérica

El protestantismo colonial

Comienzo de las misiones protestantes

Desarrollo de movimientos filosóficos y religiosos

Racionalismo

Deísmo

Empirismo

Masonería

Unitarismo

Evangelicalismo

Humanitarismo

Desarrollo del catolicismo

El papado frente al absolutismo monárquico

Nuevos movimientos dentro de la Iglesia Católica Romana


Controversias teológicas dentro de la Iglesia Católica Romana

Desarrollo de la ortodoxia

Las Iglesias Ortodoxas y Orientales

La Iglesia Ortodoxa Rusa

Las Iglesias Orientales autónomas

Las Iglesias nestorianas y monofisitas

Las Iglesias uniatas

La cristiandad hacia el año 1800

UNIDAD 4 - Los problemas del cristianismo

Introducción

El paradigma de cristiandad

Concepto de paradigma de cristiandad

La cristiandad católica romana

La cristiandad protestante

Cristiandad y misión

Cristianismo y esclavitud

Esclavitud en el mundo musulmán

Esclavitud en el mundo cristiano católico

Esclavitud en el mundo cristiano protestante

El impulso misionero

Las misiones católicas romanas

La indiferencia misionológica protestante

Cristianismo y modernidad

El desarrollo de la modernidad

La cosmovisión moderna
El impacto de la modernidad sobre la fe

La difusión de la Biblia

La imprenta y el protestantismo

Los agentes de difusión bíblica

Protestantismo y poder político

La secularización del mundo

El contexto político internacional

El desarrollo del Estado moderno

Protestantismo y capitalismo

El mercantilismo

El capitalismo

La revolución litúrgica

Lutero, el pionero

Adoración en la tradición reformada

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué por primera
vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico Bautista (Buenos Aires,
Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e
Instituciones Teológicas del Cono Sur. Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto
especialmente preparados para servir las necesidades de los nuevos programas de educación
teológica por extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker, Baker,
Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.
En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de Iglesias), estaba
publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único problema es que estaban en inglés
y orientadas mayormente para servir a las iglesias en Asia y África. De manera particular, el TEF
(Theological Education Fund) a través de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre
historia del cristianismo, que seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A
History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974) fueron escritos
por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975) por Alan Thomson; y la serie
se completó más tarde con un cuarto volumen (1989) escrito por Louise Pirouet.

Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los contenidos, pero había
que darle un formato más adecuado a las necesidades de los numerosos programas de auto-estudio
y de formación ministerial por extensión. En esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando
a través de Carib Baptist Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una
metodología bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación Teológica,
preparé la edición de 1977.

En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera edición con el
agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en América Latina. Y en 1985
hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos materiales han servido a la formación de varias
generaciones de siervos y siervas del Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado
fotocopias y copias (algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido
una nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de responder a
esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta bendición para el cuerpo
de Cristo como fueron las anteriores.

Pablo A. Deiros

USO DE ESTE LIBRO

Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con los requisitos
y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de formación ministerial, pastoral,
misionera y evangelizadora en América Latina. Fue preparado con el propósito de poner en manos
de los estudiantes una guía de estudios que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados
o que de alguna manera no están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia
del cristianismo.
Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de educación
teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse fácilmente a programas
residenciales de diverso nivel académico, como también a programas de educación teológica por
extensión, a distancia o de auto-estudio. De todos modos, la metodología seguida presupone que
el estudiante es responsable en forma personal de su propio estudio e investigación de los temas
aquí tratados. El énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que
en su trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de sus
aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de estudio que le
capacitará mejor para el liderazgo cristiano.

El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los varios
instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los diversos temas de la
historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo más didácticamente posible.
Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar los contenidos. De igual modo, cada unidad
está acompañada de un Glosario de términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla
cronológica, un cuestionario de repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad
académica, y la sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como
también la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta los
mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana y algunos otros
en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor los recursos ofrecidos por
este texto en el desarrollo de sus clases.

He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas referencias se


encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he realizado una selección
de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los documentos más relevantes de la
historia del cristianismo. Lamentablemente, las limitaciones de espacio no permiten la presentación
de todas las fuentes que uno quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta
que el conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se sugiere que haya
oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados. La participación del
estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado, compartir su comprensión de la
materia con sus compañeros y enriquecerse con el aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el
pensamiento y la reflexión al enfrentarse con puntos de vista diferentes de los propios.

El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido del libro, la
realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las tareas para el hogar o trabajos
prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte clases a la manera tradicional, sino que procure
cumplir el papel de dinamizador de la discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro.
Para ello, deberá estar preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente
para aplicar a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan.
El maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes. Del mismo
modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo escrito sobre algún
tema particular, según el nivel académico del curso.

La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel de participación


en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera presencial. En todos los casos, será
importante para la evaluación el completamiento todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el
cumplimiento satisfactorio de los trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos
que eventualmente asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro
requisito conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.

En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el propósito de


este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata, sino producir cambios de
conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el alumno, a fin de ajustar la vida y el
servicio cristianos en términos del significado y el valor del conocimiento del pasado del testimonio
cristiano para la extensión del reino de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros
aprenden a vivir y servir mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su
propósito fundamental.

Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso histórico del
testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso de Historia del
cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros materiales que considero
importantes para una comprensión más global de esta historia. En el caso de que el lector esté
matriculado en un seminario, instituto bíblico, escuela de misión o en algún otro programa de
capacitación que utilice este libro como libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura
cuidadosa del texto y la bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en
el estudio personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento de
las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos, y que el maestro
o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso podrán ser utilizados en el estudio
personal, para evaluar el progreso en el conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de
ejercicios, según el nivel académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento
adecuado de las lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados
como elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un elemento
adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual que las Lecturas
Recomendadas.

El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito sobre los temas
bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa selección de materiales,
especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de dar oportunidad al estudiante de
tomar contacto con las fuentes documentales de la historia del cristianismo. La Bibliografía presenta
la literatura que yo mismo he utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas
pueden ser útiles para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este
libro de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el lector
pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La Bibliografía que se incluye
al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los materiales publicados más importantes,
especialmente en lengua castellana.

Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado en conocer
más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No pretende ser un libro
erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel académico. Si bien no es un libro
especializado, reúno en él una síntesis de mis conocimientos y experiencia como historiador
profesional a lo largo de muchos años. He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos
históricos conforme a la metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es
introducir a los estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema
tan importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen continuar
profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la Bibliografía algunos de
los mejores libros disponibles en castellano.

PRESENTACIÓN

Debo confesar a mis lectores y estudiantes que de los tres tomos de esta Historia del
cristianismo que hasta aquí llevo escritos y publicados, éste es el que más trabajo me ha dado. Para
cualquier escritor, sus libros son como hijos, que uno engendra con amor, pero que da a luz con
esfuerzo y cierta cuota de sufrimiento. Pues éste ha sido el parto que más me ha costado, hasta
ahora. No tengo todavía muy claras las razones, pero estimo que es parte de cierto “disgusto” que
tengo con la Edad Moderna desde mis días de estudiante de secundaria.

No obstante, este es el volumen más largo de los tres. Una posible explicación es que al
costarme más su elaboración, he aprendido mucho más para compartir con mis lectores y
estudiantes. La otra posibilidad es que el período de la historia del testimonio cristiano que cubren
estas páginas ha sido lo suficientemente importante como para merecer un tratamiento más
meduloso. Sea como fuere, los movimientos que se dispararon entre los siglos XVI y XVIII significaron
cambios profundos en el curso del cristianismo y pusieron en marcha ideas y prácticas que todavía
tienen vigencia. La mayoría de los evangélicos latinoamericanos podemos remontar nuestras raíces
históricas, teológicas y religiosas a estos siglos. El mundo posmoderno en el que hoy nos
desenvolvemos no deja de ser una continuación o consecuencia del mundo moderno gestado en
este período de estudio.

Desde una visión misionológica, fue en estos años que el cristianismo se abrió a los nuevos
desafíos representados por la llegada de los europeos a los cuatro rincones del planeta, movimiento
que habría de tener su punto culminante en el siglo XIX. A su vez, fue en estos siglos que el evangelio
cristiano de origen europeo se vio confrontado por otras cristiandades, otras religiones y culturas
no cristianas. Ahora el cristianismo no tuvo que lidiar tanto con herejías y desafíos intelectuales
internos, sino con expresiones religiosas diferentes y desafiantes. Por primera vez en su experiencia
histórica, los agentes del evangelio se vieron forzados a tratar de entender a escala mundial culturas
foráneas para poder cumplir con su misión. Una lengua, como el latín, por más sagrada que se la
estimase, ya no era suficiente para proclamar la buena noticia. Con la invención de la imprenta, la
Biblia comenzó a ser traducida, publicada y distribuida en números astronómicos comparados con
los quince siglos precedentes.

La posibilidad de que más personas tuviesen acceso al texto bíblico resultó en un gran fomento
de la educación, especialmente del clero. Por otro lado, los abusos de autoridad por parte de líderes
eclesiásticos fueron más difíciles, al haber más personas ilustradas y mejor informadas. Las ideas
forzosamente se tuvieron que pulir, ya que para sobrevivir tenían que salir a un ruedo de reflexión
compartido por más personas, que ya no podían ser consideradas ignorantes. Por lo mismo, la
autoridad eclesiástica se fue tornando cada vez menos vertical y más horizontal. El pensamiento
mágico y la superstición dieron lugar a una fe más educada y fundamentada. El temor y la ignorancia
quedaron a un lado a favor de una fe más comprometida y personal.

Por más traumático que en su momento haya parecido, la ruptura de la única Iglesia en
Occidente y su desmembramiento en diversas facciones, asestó un primer golpe mortal al
paradigma de cristiandad. Esto revolucionó la cosmovisión de los cristianos, que comenzaron a
competir por quién representaba mejor la verdad revelada. Ante la insistencia de varios
pretendientes a ser dueños absolutos de la verdad y a defenderla incluso con violencia, no faltaron
quienes declararon la imposibilidad de conocer la verdad o por lo menos promovieron una gran
tolerancia y pluralismo. Esto fomentó la libertad religiosa y ayudó a la gestación de grandes
principios políticos y sociales, que todavía hoy pregonan la libertad del individuo y la libre
competencia suya frente a Dios.

A los cambios en el campo de la religión le siguieron sustanciales cambios políticos, sociales y


económicos. La modernidad no fue un movimiento de moda ni un momento en el desarrollo de una
cultura en particular. Se trató de una cosmovisión que desde Europa se comunicó a todo el planeta
a través de los agentes coloniales. El cristianismo comenzó a transformarse en una religión
verdaderamente mundial, no porque antes no lo había sido, sino porque ahora lo fue de una manera
nueva y singular a través de los cristianos europeos que conectaron a los cinco continentes y
especialmente a los pueblos en el hemisferio sur. Por cierto, el proceso no se detuvo en este período
y alcanzó mayor madurez en el siguiente. Pero sus posibilidades se sembraron a partir del siglo XVI.

¿Vale la pena hacer el esfuerzo de explorar los hechos históricos más importantes del desarrollo
del testimonio cristiano en estos siglos? ¿Hay lecciones que podemos aprender y que pueden
resultarnos de utilidad en nuestro compromiso presente con el reino de Dios? Después de
completar mi propio estudio y análisis de este tiempo, y poner por escrito los resultados para el
aprovechamiento de otros, creo que puedo responder a estos interrogantes de manera afirmativa.
Es mi deseo que cada lector y estudiante de estas páginas pueda llegar a la misma conclusión, una
vez que haya recorrido las páginas que siguen.
LISTA DE MAPAS Y CUADROS

Mapas

1. España en el siglo XVI

2. La Reforma en Alemania

3. Europa católica en el siglo XVI

4. Los viajes misioneros de Francisco Javier

5. El cristianismo en Asia

6. El cristianismo en África

7. El cristianismo en América

8. Europa en 1559

9. Europa en 1648

Cuadros
1. Caracteres del humanismo

2. Evaluación de Lutero y su Reforma

3. Árbol del desarrollo de la Iglesia

4. Metas buscadas por el avivamiento católico

5. Necesidad de reforma del clero y de la Curia romana

6. Reforma de los obispos en España

7. Contrarreforma según Ignacio de Loyola

8. Decisiones del Concilio de Trento

9. Cambios asombrosos

10. Privilegios del Padroado portugués

11. Los Artículos Galicanos

12. Lutero y las misiones


13. La civilización moderna

Introducción general

El comienzo de la llamada Edad Moderna en Europa suele ubicarse en 1453, fecha que señala la
conquista de Constantinopla, último baluarte del Imperio Bizantino, por los turcos otomanos. La
importancia de este acontecimiento explica que se le considere como punto divisorio entre las
edades Media y Moderna. Pero no puede establecerse una división tan tajante entre ambos
períodos históricos, ya que las diferencias entre ellos no son el resultado de un solo suceso, sino de
muchos que fueron transformando, gradualmente, la civilización europea en los siglos XV y XVI. De
hecho, se han propuesto otras fechas para señalar la transición entre la Edad Media y la Moderna
en Europa: 1492, cuando Colón llegó a América; 1494, cuando los franceses invadieron Italia e
iniciaron una larga lucha entre Francia y España por el dominio de la península; 1517, cuando Lutero
fijó sus Noventa y Cinco proposiciones en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg; y otras
más. No hubo, pues, una ruptura definitiva entre ambas épocas, ya que los grandes movimientos
como el Renacimiento, la Reforma, el desarrollo del capitalismo y de los estados nacionales se
iniciaron mucho antes de 1500 y siguieron obrando como fuerzas vivas hasta mucho más tarde.

Cuando se levanta la mirada de Europa y se contempla la situación en el resto del mundo


habitado, puede afirmarse que los cincuenta años que corrieron entre 1450 y 1500 fueron
fundacionales para la construcción de las civilizaciones que se desarrollaron en los siguientes cinco
siglos. Esta mirada más amplia nos permite ver a un mundo que, por primera vez en la historia de la
humanidad, se mueve a paso firme hacia una mayor globalización. A comienzos del siglo XV, India,
cuyas comunidades cristianas en el sur habían logrado sobrevivir pero no prosperar debido a las
invasiones de los mongoles en el norte, estaba dividida en varios señoríos mayormente
musulmanes. En Sumatra, Java y la península Malaya, el reino de Majapahit (1293–1520) estaba en
rápida declinación en razón de que mercaderes musulmanes, provenientes de India estaban
estableciendo colonias comerciales y esparciendo su fe islámica. Tanto India como lo que hoy es
Indonesia estaban en transición con la influencia musulmana en ascenso. Los turcos otomanes
estaban también influyendo en Asia occidental hasta que finalmente llegaron a capturar
Constantinopla, penetrando en los Balcanes e incluso invadiendo el sur de Italia.

Mientras el Islam crecía en su influencia en el sur y oeste de Asia así como en las islas del sudeste
asiático, países como Myanmar (Birmania), Tailandia (Siam), Laos y Vietnam estaban
experimentando un avivamiento del budismo. Dos reinos muy importantes fueron fundados a
mediados del siglo XIV: el reino tailandés de Ayutthaya en 1347 y el reino laosiano sobre el valle del
río Mekong superior en 1350. El rey de Laos envió una misión a India y Ceilán (Sry Lanka), que
retornó con escrituras sagradas budistas y una famosa estatua de Buda, que fueron colocadas en un
templo en la ciudad capital de Laos, Lang Chang. Fue en el contexto de un budismo dinámico que
los reinos de los Thai, Khmer, Leo y Annameses lucharon por el control de la región durante el siglo
XV. Pero a fines de este siglo hubo una paz relativa, que permitió el establecimiento de reinos
regionales, reinos que serían los antecesores de países poscoloniales como Vietnam, Laos, Camboya
y Tailandia.

Mientras tanto, durante los siglos XIV y XV, China estuvo bajo el gobierno de la floreciente
dinastía Ming. Los chinos habían adoptado a varios dioses y diosas de la India y la religión budista, y
después del dominio mongol se habían cerrado a todo tipo de influencia foránea hasta comienzos
del siglo XV. En 1403, el emperador Ming, Zhu Di proclamó un decreto para comenzar la
construcción de una “flota imperial.” Este proyecto fue monumental y duró unos treinta años. Se
construyó un total de 1.681 barcos de carga, que llevaron los tesoros chinos a ultramar (entre 1405
y 1433), bajo el liderazgo del eunuco Zheng He. El puerto comercial principal de esta flota fue Calicut
en Kerala, en la costa sudoeste de la India. Desde Japón y Corea hasta la India y más allá, a lo largo
de la costa africana hasta Madagascar, las embarcaciones chinas llevaron los productos chinos y su
cultura. Los europeos tendrían que esperar todavía casi ochenta años antes de emprender viajes
semejantes y con naves de mucho menor tamaño. Pero así como nació, la empresa naval también
se vino abajo. Después de la muerte de Zhu Di, líderes confucionistas hicieron sentir su influencia a
favor de una China más tradicional y agrícola. Para 1440 la armada china, que había llegado a contar
con 3.500 naves en las primeras décadas del siglo XV, fue reducida a la mitad. Para 1500 se anunció
que era un delito capital construir cualquier barco con más de dos mástiles. Para 1551 era
considerado como un crimen salir a alta mar para comerciar en una nave de varios mástiles. Los
confucionistas eliminaron de esta manera la fuente primaria de poder de la dinastía Ming y sus
navegantes eunucos. Una vez más se cerraron las puertas de China a toda influencia externa.

A fines del siglo XV y comienzos del XVI, portugueses y árabes competían por el comercio de
ultramar que habían dejado vacante los chinos en la cuenca del océano Indico y el mar del sur de la
China. Cuando los portugueses finalmente completaron el periplo alrededor de África con Vasco da
Gama (1498), al igual que los árabes fueron estableciendo puestos de comercio (factorías). Tanto
portugueses como árabes estaban movidos por intereses comerciales y el afán de lucro, pero
también por cuestiones religiosas. Musulmanes y cristianos trajeron y establecieron su religión a
medida que exploraban y se establecían. De este modo, la historia moderna de África y Asia quedó
más determinada por la fe religiosa que por el poder de las economías y flotas nacionales. Así, pues,
el siglo XV fue crítico para el desarrollo religioso de Asia, África, así como para las Américas.

Volviendo la mirada a Occidente, se puede ver que los acontecimientos que, además de la ya
mencionada conquista de Constantinopla, contribuyeron al advenimiento de los tiempos modernos,
fueron numerosos y diversos. Entre otros, se pueden mencionar los siguientes: (1) los
descubrimientos geográficos de portugueses y españoles, con los que se inició la era de la expansión
colonial transatlántica de Europa; (2) las grandes invenciones, como la pólvora, la imprenta, el papel
y la brújula, que revolucionaron la vida material y espiritual de aquella época; (3) la aparición de los
Estados nacionales, que evolucionó hacia el establecimiento de monarquías absolutas; (4) el
Renacimiento, es decir, el profundo cambio en las artes, las letras y las ciencias provocado por la
resurrección de la cultura grecorromana; (5) la Reforma, como se denomina a la crisis religiosa del
siglo XVI, a consecuencia de la cual la Iglesia perdió la unidad que había procurado mantener a lo
largo de toda la Edad Media.

Al comenzar el siglo XVI ya habían evolucionado estados nacionales poderosos en algunos


lugares de Europa, particularmente en España, Francia e Inglaterra. A medida que avanzaba el siglo,
el poder de estos gobiernos nacionales creció constantemente, y una nueva nación, Holanda,
apareció como una potencia en el escenario político y económico. Sin embargo, gran parte de
Europa no estaba organizada nacionalmente. El extenso territorio del Sacro Imperio Romano se
hallaba dividido en centenares de pequeños estados, y la península italiana en más de una docena
de gobiernos plenamente independientes. La historia política del período comprendido entre 1500
y 1648 puede considerarse como un testimonio del aumento del poder de los estados nacionales a
expensas de aquellas regiones europeas que carecían de una organización nacional.

A principios del siglo XVI, el eje principal de la política europea giraba en torno a la rivalidad
entre los reyes Valois de Francia y los Habsburgo de Austria. Carlos V, beneficiario de una gran
herencia territorial en 1519, pasó la mayor parte de su reinado en guerra con Francia. La amenaza
de un avance otomano sobre sus posesiones austriacas constituyó un segundo problema que
perturbó constantemente a Carlos V. El peligro turco lo persuadió, dos años después de su
advenimiento al trono, a confiarle a su hermano Fernando el gobierno de Austria y de los territorios
vecinos. Fernando a duras penas pudo resistir el asalto de los turcos, ya que éstos conquistaron casi
toda Hungría en 1526 (batalla de Mohacs). Tres años después sitiaron Viena, pero se retiraron sin
capturar la ciudad. El poder militar de los turcos otomanos había llegado entonces a su apogeo y no
fueron derrotados por las armas cristianas hasta 1571, en la batalla de Lepanto.

Entre las dificultades a las que se enfrentaba Carlos V figuraban en tercer lugar los problemas
internos de Alemania. El surgimiento de la Reforma lo encontró a Carlos V demasiado ocupado en
sus otras luchas como para ponerle freno al nuevo movimiento religioso. Recién cuando los
franceses y los turcos le dejaron las manos libres, Carlos pudo pensar en ocuparse del movimiento
luterano y de los príncipes alemanes que lo apoyaban. Pero esto ocurrió cuando los luteranos se
habían afianzado firmemente en muchos de los estados alemanes.

Durante más de un siglo los problemas religiosos complicaron muchísimo la política. A las
rivalidades dinásticas y nacionales se sumó el antagonismo religioso, y Europa se dividió en estados
católicos y estados protestantes.

William H. McNeill: “El éxito político inicial de la Reforma se debió en gran parte a los
problemas que ocuparon la atención del emperador Carlos V distrayéndolo de los asuntos
religiosos e internos de Alemania; y también se debió a la peculiar constitución política del
Sacro Imperio, que dejaba la soberanía casi enteramente en manos de numerosos príncipes
y gobernantes locales. Es preciso tener presente estos hechos políticos para entender la
historia de los comienzos del movimiento protestante.”
Este volumen considera el período de la historia del cristianismo en el que surgieron nuevos
movimientos de reforma y expansión. Estos movimientos prepararon el escenario para la explosión
misionera y la Iglesia “moderna” o denominacional de los siglos XIX y XX-hechos que consideraremos
en el próximo volumen. Si bien será necesario prestar mayor atención que en los volúmenes
anteriores a las ideas que modelaron las reformas y abrieron las puertas a la revolución política,
intelectual e incluso tecnológica, no se perderá de vista el énfasis en los individuos como forjadores
de la historia.

En el presente volumen vamos a considerar, primero, el desarrollo de la Reforma protestante


en Europa occidental. Se prestará atención a los grandes movimientos de reforma, comenzando con
Martín Lutero, pasando por Ulrico Zuinglio, Juan Calvino, los anabautistas, la revuelta en Inglaterra,
Juan Knox, los hugonotes en Francia y la Reforma en otros lugares de Europa. Se destacarán algunos
aspectos de la vida de los reformadores más importantes, su obra y sus ideas principales. Segundo,
se considerarán los desarrollos paralelos de la Reforma y Contrarreforma católicas durante el siglo
XVI. En esta unidad, se analizará el movimiento reformista dentro de la Iglesia Católica Romana
prestando atención a los distintos caminos por los que se llevó a cabo esta reforma durante el siglo
XVI y la manera en que la Iglesia se preparó para hacer frente al avance del protestantismo.
Nuevamente, se enfatizarán las vidas de los protagonistas principales y sus ideas más importantes.
Tercero, prestaremos atención a las reformas (especialmente protestantes) de los siglos XVII y XVIII
en Europa y en Norteamérica. Se verán los principales movimientos filosóficos y religiosos del
período, y su efecto sobre la marcha del cristianismo. Y, cuarto, haremos una síntesis de los
principales problemas que confrontó el testimonio cristiano entre 1500 y 1800. La consideración de
los mismos no pretende ser exhaustiva ni abarcar todos los problemas del período, pero sí abordar
los más significativos para nuestra realidad hoy.

UNIDAD 1

La Reforma protestante

INTRODUCCIÓN

Dos condiciones son necesarias para cualquier gran expansión del testimonio cristiano:
oportunidad, especialmente en materia de comunicaciones por el mundo; y, vigor espiritual dentro
de la Iglesia. Poco después del año 1500, estas dos condiciones estaban presentes y al mismo tiempo
en un grado inusual, especialmente en Europa occidental. El resultado fue el período más grande
de expansión cristiana, que la historia haya conocido hasta ese momento.

Nuevas vías de comunicación se fueron abriendo en una secuencia asombrosa.


Hacia fines del siglo XV los marinos al servicio de España se estaban aventurando hacia el Oeste.
La idea renacentista de que el mundo era redondo los animaba. Los portugueses sentían que su
camino estaba más hacia el sur, por la costa africana. Ambas naciones, España y Portugal, esperaban
flanquear la barrera provocada por el Islam después de la caída de Constantinopla en manos de los
turcos otomanes en 1453, y querían encontrar una nueva ruta marítima que les diera un acceso
libre hacia Oriente y sus apreciados y exóticos productos.

En 1492, Cristóbal Colón (1451–1506) llegó a lo que denominó “las Indias” (Indias Occidentales),
que realmente resultó ser el Nuevo Mundo. Para 1522 la expedición de Fernando de Magallanes
(1480–1521) había completado esta exploración hacia el Oeste. Sus naves fueron las primeras en
navegar alrededor del mundo. En 1497, Vasco de Gama (1469–1524) rodeó el Cabo de Buena
Esperanza y navegó cruzando el océano Índico hasta la costa sudoccidental de la India. Los
mercaderes portugueses continuaron avanzando hacia Oriente y en 1517 llegaron por fin a la costa
de China, siendo de este modo los primeros europeos en hacerlo en casi doscientos años.

Junto con estas nuevas vías de comunicación europeas hacia los otros continentes, comenzó a
vivirse en Europa una nueva vida espiritual, en el sentido más amplio de la expresión. El
Renacimiento fue un período no sólo de nuevas rutas cruzando el mundo, sino también de un
conocimiento acerca del mundo mismo más grande que el de cualquier otra edad previa en la
historia de la humanidad. Pero la nueva vida no sólo se encontraba entre los marinos y los
mercaderes, los filósofos y los artistas, sino que algo nuevo estaba ocurriendo también dentro de la
Iglesia medieval.

El mismo año en que las naves portuguesas llegaron al Lejano Oriente, Martín Lutero colocó sus
Noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia de la Universidad de Wittenberg, y se ofreció a
defenderlas contra todos los que quisieran discutirlas. Este es considerado como el primer acto de
la Reforma protestante. De esta manera, puede decirse que el año 1517 vio cumplidas las dos
condiciones vitales para la expansión del cristianismo: comunicaciones y vigor espiritual.

Además, todo el siglo XVI se caracterizó por desafíos y cambios que fueron confrontados con un
esfuerzo firme por preservar los valores y las prácticas tradicionales. Las sociedades europeas se
vieron convulsionadas por movimientos que terminaron por forjar la civilización europea, a través
de una lucha titánica en procura de su identidad. Éstas fueron décadas vitales y turbulentas,
verdaderos tiempos de parto en los que nació una nueva Europa.

En esta unidad vamos a considerar los movimientos de la Reforma protestante tal como se
fueron desarrollando en cada una de las nuevas nacionalidades europeas a lo largo del siglo XVI.

LA REFORMA EN ESPAÑA

Los estudios generales sobre la historia de la Reforma tratan principalmente con el desarrollo
del protestantismo en aquellos países donde pudo echar raíces más profundas. Los autores que
escogen un acercamiento geográfico en la organización de sus materiales (como en nuestro caso)
consideran la Reforma en Alemania, Suiza, los Países Bajos, Inglaterra y en algunos casos Escocia y
Francia. Hay algunos eruditos que incluyen en su registro a países en los que la Reforma tuvo un
impacto menor, si bien notable, como Italia, Polonia, Hungría, Rusia y algunos otros. En un sentido,
España pertenece al segundo grupo. La historia del protestantismo en la península Ibérica puede
ser resumida como una serie de persecuciones, conventículos secretos, muertes y exilios. Como
resultado de la puntillosa efectividad de la Inquisición casi no quedaron rastros del protestantismo
temprano. Es difícil señalar con certidumbre histórica algún movimiento o grupo protestante
contemporáneo, que pueda ser considerado como descendiente genético de las facciones
disidentes del siglo XVI.

Por otro lado, la historia del protestantismo español, y la vida y obra de los primeros
reformadores españoles—perseguidos, exiliados, torturados y matados—es un capítulo importante
en la historia del cristianismo, que merece más atención que la que ha recibido. La suposición a-
crítica de que la Reforma protestante sólo prosperó en los países germanos y anglosajones, mientras
que la Reforma católica tuvo éxito en los países latinos tiene que ser revisada si se toma en cuenta
al protestantismo español. Esto es también cierto en relación con la conclusión simplista de que el
protestantismo sólo pudo prevalecer en los países del Atlántico norte mientras que el catolicismo
se fortaleció en los países mediterráneos.

Para los cristianos protestantes en España y América Latina es muy importante demostrar
históricamente que la Reforma estuvo presente en la península Ibérica desde el comienzo del
movimiento en Alemania e incluso antes. La pretensión católica tradicional de que nacionalismo y
fe son inseparables, y que la esencia misma de la hispanidad es el catolicismo romano, debe ser
confrontada con el hecho de que la comprensión protestante de la fe cristiana afectó
profundamente al alma española, incluso a pesar de los esfuerzos sobrehumanos que se invirtieron
para borrar del todo sus influencias.

_ Trasfondo de la Reforma en España


Desde fines del siglo XV y durante una buena parte del siglo XVI, España fue la potencia
dominante en la Europa cristiana y el centro de su vida intelectual y religiosa. Bajo el reinado de
Isabel de Castilla (1441–1504) y Fernando de Aragón (1452–1516), España fue pionera en las dos
empresas que habrían de cambiar el rumbo de Europa y el resto del mundo: la reforma religiosa y
la conquista de nuevos continentes. Las características nacionales de España en el siglo XVI fueron:
lealtad al rey, fe en la Iglesia, amor al catolicismo y odio a los herejes. Las cruzadas contra los moros
y judíos fueron consideradas como un deber religioso. Las catedrales majestuosas, las obras
maestras de la arquitectura, la escultura y el tallado testifican del poder de la Iglesia Católica
Romana en España durante este tiempo. Este espíritu religioso se expresó también en el entusiasmo
misionero de los conquistadores y de los viajeros y aventureros españoles alrededor del mundo.

La antipatía nacional de los españoles a las innovaciones religiosas los hacía rechazar con horror
cualquier cosa que llevara la marca de la herejía. El protestantismo en España tuvo que confrontar
el mismo odio que en algún momento se dirigió contra los judíos y los musulmanes. Ésta es la razón
por la que la historia de la Reforma en España está estrechamente asociada con la historia de la
Inquisición española.

Cornelius A. Wilkens: “Es una historia de un padecimiento infinito. ¿Cómo vamos a


relatarla? Sin consideración de la omnipotente providencia de Dios, ¿qué hubo allí [en
España], humanamente hablando, en el movimiento que le impidió [a la Reforma
protestante] desarrollarse con éxito, como fue el caso con movimientos similares en nuestra
propia tierra y otras? En parte, sin dudas, fue en razón del terrible enemigo con el que, en
la persona de la Inquisición, tuvo que contender.”

_ Protestantismo en España
¿Cuán influyente fue el protestantismo en España durante el período de la Reforma? Según la
opinión un tanto exagerada de Cornelius A. Wilkens: “Jamás el evangelio fue proclamado más
fielmente que por los reformadores españoles del siglo XVI.” ¿Cuál fue el grado de esta notable
contribución?

La influencia de Erasmo. Cuando comenzó el período de la Reforma había pocos países en


Europa donde su espíritu y realizaciones parecían tener más posibilidades de éxito que en España.
Junto con la política de consolidación de la unidad de España bajo los Reyes Católicos (Fernando e
Isabel), se dio una afirmación de la autoridad real en materia religiosa. A través del cardenal
Francisco Jiménez de Cisneros (1436–1517), los monarcas españoles introdujeron cierto grado de
orden y centralización en las órdenes monásticas y alentaron la erudición humanista. En España,
como en toda Europa, los eruditos comenzaron a cuestionar aquellas tradiciones de la Iglesia que
parecían estar en conflicto con los Evangelios. La imprenta, mayores oportunidades de educación y
una burocracia muy desarrollada, que supervisaba al Imperio en Europa y en el Nuevo Mundo,
proveían la base para una nueva clase de personas educadas, especialmente en los pueblos y
ciudades más importantes de España.

Desiderio Erasmo (1467–1536) había colocado en España sus esperanzas de una verdadera
reforma, conforme a su propia comprensión. Por cierto, él no era un luterano, pero sus ideas
tuvieron un efecto profundo sobre España y representaban una seria amenaza al establecimiento
religioso católico. Sus ideas tuvieron un impacto importante sobre personas como Alfonso de Valdés
y Juan de Vergara, quienes buscaban una “vida espiritual” centrada en Cristo y el Santo Sacramento,
purificado de las prácticas exteriores “farisaicas,” que consideraban ridículas en la gente común y
reprensibles en el clero.

Erasmo había llegado a ser una figura popular entre las personas de erudición y prestigio. En
1516, su nombre apareció por primera vez en España, y en 1517, Jiménez de Cisneros lo invitó sin
éxito a enseñar en la Universidad de Alcalá. Incluso el emperador Carlos V declaró públicamente su
admiración por Erasmo, quien tenía seguidores entre los humanistas en la corte imperial y entre los
profesores de la Universidad de Alcalá. Sus obras fueron publicadas en España y algunos de sus
seguidores escribieron imitando su estilo. Como indica Henry Kamen: “Con la Corona, la Inquisición
y la Iglesia española de su lado, la posición de Erasmo fue inexpugnable en España, donde gozó de
una popularidad mayor que en cualquier otro lugar en Europa.”

No obstante, el surgimiento del luteranismo cambió todo esto, y España se transformó en un


campo de batalla entre los que estaban a favor y en contra de Erasmo. A medida que el luteranismo
se esparció en Alemania, el erasmismo se debilitó por todas partes. Desde 1529 en adelante, los
seguidores de Erasmo se encontraron en peligro. Mientras Erasmo apelaba fuertemente a personas
de erudición, se ganaba muchos más enemigos entre los monjes y los frailes de educación limitada,
a quienes había satirizado en su Enchiridion militis christiani (Manual del caballero cristiano),
publicado a fines de 1526.

Los opositores españoles del erasmismo consideraban que Erasmo no era ortodoxo en su
doctrina, y demandaban la condena de algunos de sus conceptos. Con la muerte del arzobispo de
Toledo, Alonso de Fonseca, el partido antierasmista ganó poder. Su primera víctima fue Diego de
Uceda, un católico profundamente religioso y también erasmista que compartía su escepticismo en
cuanto a las supersticiones y los milagros. Varios de los involucrados en el movimiento de los
iluminados o alumbrados también fueron arrestados, torturados y sentenciados por la Inquisición.
Como indica Paul J. Hauben: “La aparición del protestantismo, con sus aparentes similitudes con el
erasmismo y el iluminismo español a los ojos de muchos españoles, no tan sólo inquisidores,
permitió a estos últimos ligar a los dos [movimientos] firmemente y marcarlos como expresiones de
‘luteranismo’.”

Otra víctima erasmista de la persecución fue Juan de Vergara (1492–1557), amigo de Cisneros y
de Fonseca. Fue llevado ante la Inquisición bajo la acusación de ser un defensor de herejes. Se decía
que poseía libros luteranos y sostenía ciertas doctrinas luteranas. Después de un juicio cruel,
Vergara fue forzado a abjurar públicamente. En realidad, era un erudito que simpatizaba con Erasmo
y no era un adherente de Lutero. Reflexionando sobre el encarcelamiento de Vergara, el gran
humanista español Juan Luis Vives se quejó ante Erasmo en 1534, diciendo: “Vivimos en tiempos
tan difíciles que es peligroso hablar o estar en silencio.”

Otro erasmista fue Alonso Ruíz de Virués, quien languideció en prisión por cuatro años a pesar
de la intervención de Carlos V, de quien era su predicador favorito. Virués fue encontrado culpable
de “luteranismo” por la Inquisición en 1538. Carlos V tuvo que conseguir un breve papal anulando
su sentencia, y pocos años más tarde nombró obispo a Virués, quien murió en 1545.

La influencia de Lutero. Además de la influencia de Erasmo, la obra de Isabel la Católica y el


cardenal Jiménez de Cisneros había producido sus frutos, y las reformas que intentaron, si bien
estaban lejos de ser aplicadas universalmente, estaban surtiendo efecto. El rey Carlos I (más tarde
emperador Carlos V), nieto de Isabel, era un admirador del movimiento humanista, contaba con
varios humanistas y erasmistas como asesores. Entre ellos estaba su secretario, Alfonso de Valdés
(m. 1532), quien lo acompañó a la Dieta de Worms. Para entonces, la Universidad de Alcalá de
Henares y varias otras en España eran verdaderos centros de reforma.
Los libros de Lutero y las obras de otros reformadores pronto entraron en España. Tomás McCrie
dice que: “Ya a principios de 1519, Juan Froben, un famoso impresor en Basilea, envió a España una
cantidad de tratados, de una serie escrita por Lutero, que él acababa de reimprimir.” Estas obras
estaban en latín y, en consecuencia, sólo al alcance de personas educadas. Pero pronto las obras de
Lutero comenzaron a ser traducidas al español, publicadas probablemente en Amberes e
introducidas en España. Esto era algo relativamente fácil dado que muchos españoles de linaje
ilustre acompañaron al emperador Carlos V a las Dietas que periódicamente se llevaban a cabo en
Alemania, Flandes y otras regiones donde el protestantismo se había establecido con éxito.

Además, muchos españoles sentían la necesidad de liberar a la cristiandad de lo que


consideraban era la tiranía de los Papas, la inmoralidad del clero, las prácticas supersticiosas de la
religiosidad popular y los errores doctrinales que perturbaban a todo el cuerpo de la Iglesia. Nobles
prelados, famosos predicadores, destacados teólogos e incluso gente común recibían con
entusiasmo las noticias de la rebelión espiritual en Alemania y estaban listos para adoptar como
propias las verdades evangélicas que ahora eran nuevamente expuestas. Los números de los
involucrados en el nuevo espíritu fueron importantes. En su Prefacio a la edición de su traducción
de la Biblia, Cipriano de Valera declaraba que no había ciudad, villa o lugar en España donde no
hubiera alguien o algunos a quienes Dios en su infinita misericordia no había iluminado con la luz de
su evangelio.

La afirmación de Valera es confirmada por las declaraciones del historiador católico Gonzalo de
Illescas. Según este escritor, en aquellos días, cárceles, patíbulos y cadalsos estaban llenos de gente
ilustre, destacados en las letras y las virtudes. Eran tantos y de tal carácter que se creía que “si se
tomaban dos o tres meses más para remediar este mal, toda España hubiese sido quemada.”

Como se indicó, en 1519 se enviaron a España los primeros escritos de Lutero. Al año siguiente,
su comentario sobre Gálatas fue traducido al español. Desde entonces, y de manera esporádica,
continuaron infiltrándose a España libros protestantes, provenientes mayormente de los Países
Bajos. En razón de que al comienzo la reforma liderada por Erasmo se confundió con la iniciada por
Lutero, los libros luteranos fueron populares en los círculos humanistas. La Inquisición hizo todo lo
posible por descubrirlos y destruirlos. Sin embargo, todo esto no fue más que mera curiosidad, o en
el mejor caso, el deseo de que en España pudiera comenzar un movimiento de reforma como el que
se estaba desarrollando en Alemania.

No había tantos seguidores de las ideas de Lutero como lectores de sus obras. Según Henry C.
Lea, el caso más temprano de un extranjero que importara las ideas de Lutero a España ocurrió en
1524 cuando un alemán llamado Blay Esteve fue condenado por luteranismo por la Inquisición en
Valencia. En 1528, un pintor de Gante, Cornelius, fue llevado ante un tribunal bajo la acusación de
luteranismo. Pudo salvar su vida del cadalso, pero fue sentenciado a prisión perpetua en 1530. Hugo
de Celso, un médico de Burgundia, fue otro luterano que trató de introducir sus creencias en España.
Fue juzgado en Toledo y más tarde quemado vivo en 1551. Otro posible luterano fue Melchor de
Wurtemberg, que vino a Valencia a cumplir con su misión de predicación. Melchor fue pronto
arrestado, negó toda creencia luterana y consiguientemente fue liberado después de ser azotado.
En síntesis, no hubo muchos luteranos nacionales o extranjeros en España durante la primera
mitad del siglo XVI. Muchos así llamados “luteranos” no lo fueron. Como indica John E. Longhurst:
“Los juicios de estos años caen en dos clasificaciones generales: aquellos que resultaron de
confusión y temor en cuanto al fantasma del luteranismo, y aquellos que fueron motivados por un
deseo de venganza contra algún vecino.”

La influencia de Valdés. El español Juan de Valdés (1501–1541) fue un notable humanista y autor
de Diálogo de la lengua, que constituye uno de los textos esenciales del estudio del español y una
rica fuente de observaciones lexicográficas. Sus enemigos lo consideraron el primer autor “luterano”
en español, si bien Valdés combinaba la tradición mística española con el humanismo de Erasmo.
Según McCrie, Valdés fue “la primera persona que abrazó las opiniones reformistas y se dedicó
activamente a su propagación en España.”

Justo L. González: “Juan de Valdés nunca fue luterano ni calvinista. Al principio erasmista, a
la larga dejó detrás las doctrinas de su maestro para llegar a su propio modo de interpretar
la fe cristiana. Ese modo de interpretar la fe se oponía ciertamente a buena parte de la
doctrina católica romana, pero también distaba mucho de las enseñanzas del luteranismo y
el calvinismo ortodoxos. Por lo tanto podríamos decir que Juan de Valdés es, no sólo el
primer reformista español, sino también el más español de los reformistas.”

Valdés estudió en Alcalá de Henares y mantuvo una activa correspondencia con Erasmo, con
quien compartió la convicción de la necesidad de una profunda reforma de la Iglesia. En razón de su
vasto conocimiento literario y lingüístico fue muy apreciado por Carlos V y gozó de su protección.
Pero perseguido por la Inquisición abandonó España y se refugió en Nápoles, donde reunió un
importante grupo de discípulos. Refiriéndose a su trabajo en Nápoles, el cardenal Juan Pedro Caraffa
(1476–1559), el futuro papa Pablo IV, dijo: “Juan Valdés hizo en Nápoles más estragos en los
espíritus que los que hubieran hecho mil herejes … En poco tiempo ganó a sus opiniones a un gran
número de personas, a quienes engañó y sedujo con sus artificios.”

Valdés fue un escritor prolífico. Fue el autor de excelentes comentarios bíblicos como los de
Salmos, Mateo y Primera Corintios. Entre sus obras doctrinales son dignas de mención El alfabeto
cristiano y Ciento diez consideraciones. Otra obra teológica importante es su Diálogo de doctrina
cristiana, que es un catecismo breve que sigue de cerca las ideas de Erasmo. Valdés enfatizaba el
valor del estudio bíblico y la importancia de la conciencia individual. Según Bataillon, el Diálogo “fue
el primer ensayo de uno de los genios religiosos más auténticos del siglo.”

El interés principal de Valdés no era reformar la Iglesia institucional, sino procurar una vida
espiritual más profunda para el creyente individual. De allí que los mejores frutos de su ministerio
fueron sus discípulos. Entre sus seguidores estuvo Julia de Gonzaga y Bernardino Ochino (1487–
1564). Este último era general de la orden de los capuchinos y se hizo protestante, razón por la cual
tuvo que huir de Italia. Valdés mismo no parece haber sido verdaderamente protestante. Su énfasis
sobre la vida del Espíritu, a veces en contraste no sólo con los ritos externos sino también con el
estudio de las Escrituras, fue muy diferente de lo que predicaron los reformadores luteranos y
calvinistas. No obstante, varios de sus discípulos se hicieron protestantes y tuvieron que emigrar de
Italia. Por ello, Valdés merece el título de ser el primer escritor de la Reforma en España y de ser el
iniciador de la reforma religiosa en Italia.

La influencia de Valer. Rodrigo de Valer fue natural de Lebrija y pasó su juventud llevando una
vida disoluta, hasta que cambió radicalmente. Se hizo franciscano, leyó la Biblia en latín hasta que
casi la aprendió de memoria, y vivió una vida pía y comprometida. Para 1540 estaba viviendo en
Sevilla, donde cada día tenía discusiones con clérigos y frailes, a quienes acusaba de corrupción. Con
atrevimiento expresaba sus nuevas convicciones en lugares públicos y denunciaba el estado
calamitoso de la Iglesia. Cuando se le preguntaba con qué autoridad hacía tales declaraciones y cuál
era la fuente de su conocimiento y poder, él replicaba que no era “de las hediondas lagunas, sino
del Espíritu de Dios que hace que ríos caudalosos de sabiduría corran de los corazones de aquellos
que verdaderamente creen en Cristo.” Les decía que era Dios y su causa los que le daban ese valor.
Según él, el Espíritu Santo no estaba limitado a un estado o casta especial, y ciertamente no a uno
depravado como el clero de sus días. Enseñó la necesidad de la conversión del sacerdote antes que
pudiera cumplir con los deberes de su oficio. También declaró que Cristo lo había enviado como su
mensajero.

Pronto fue citado a comparecer ante la Inquisición, donde expuso sus convicciones. Su
propiedad fue confiscada y salvó su vida porque se lo consideró lunático. Para 1545 la Inquisición lo
arrestó nuevamente y lo sentenció a prisión perpetua. En razón de su carácter rebelde y sus
actitudes contra las autoridades fue llevado de la cárcel al monasterio de San Lucar de Barrameda.
Allí murió cuando tenía unos cincuenta años. Después de su muerte se puso una inscripción en la
sacristía de la catedral de Sevilla, que decía: “Rodrigo Valera, ciudadano de Lebrija y Sevilla, un
apóstata y falso apóstol, que pretendía ser enviado de Dios.”

_ La Inquisición en España
La Reforma luterana estalló en España y la Reforma católica española se convirtió en
Contrarreforma. Como cualquier reacción, esta Contrarreforma comenzó a ver enemigos no sólo en
el protestantismo sino también en los seguidores de Erasmo. El resultado fue que muchos fueron
perseguidos, encarcelados, torturados y varios otros tuvieron que abandonar el país. Estos últimos
terminaron por asumir posiciones más radicales con respecto a las cuestiones religiosas bajo
discusión. Al mismo tiempo, la Inquisición, que hasta entonces había estado ocupada en reprimir a
los sospechosos de judaísmo encubierto (marranos) y a los moriscos, comenzó a enfocar su atención
sobre los “luteranos.” Bajo tal calificación caía cualquiera cuya posición se asemejaba aun
remotamente a la de Lutero.

Desarrollo histórico de la Inquisición española. Durante el reinado de Carlos V fueron pocos los
españoles que se sintieron atraídos al protestantismo. La mayoría de ellos prefirieron vivir en el
exilio. Sin embargo, la Reforma estuvo golpeando las puertas de España. Pero en el momento mismo
en que el país estuvo listo para abrirse, el monstruo de la intolerancia intervino y envió a prisión o
al cadalso a algunos de los mejores caracteres del reino. La primera medida tomada para prevenir
la difusión de las doctrinas luteranas fue la orden proclamada en abril de 1521 por Adriano de
Utrecht, el inquisidor general y futuro papa Adriano VI, ordenando el secuestro de libros luteranos.
No obstante, el ingreso de ideas y literatura luterana no representaba una amenaza para la unidad
de España. El luteranismo apareció en un momento en que la Inquisición parecía haber logrado su
propósito original y estaba languideciendo por inacción. La penetración luterana tuvo un efecto
estimulante sobre la Inquisición. Los protestantes fueron considerados con odio por la gran mayoría
de la población y la Inquisición tomó plena ventaja de esta hostilidad.

Al comienzo de su administración, Carlos V no prestó mucha atención a las acusaciones de


herejía que llegaban a él. Antes de mediados de siglo muchos de los acusados de herejía “consistían
mayormente de herejes inconscientes—de hombres que, con anterioridad a la condena de Lutero,
habrían sido considerados como ortodoxos indudables.” Pero después de sus experiencias en
Alemania, Carlos V comenzó a considerar a todos los herejes como rebeldes y los caracterizó como
“sediciosos, escandalosos, violadores de la paz, perturbadores del Estado.” Desde su retiro en el
monasterio portugués de San Justo, exhortó encarecidamente a su hijo Felipe a castigar a los herejes
con toda prontitud y severidad y sin consideración de personas. Además, después de 1550, los
acusados de herejía, con algunas excepciones, “eran aquellos que habían abrazado a sabiendas y
concientemente más o menos las doctrinas de la Reforma.”

A comienzos del reinado de Felipe II, las autoridades españolas llegaron a considerar que las
ideas luteranas habían penetrado profundamente en el país. Fue entonces que estalló la
persecución más seria. Para fines de 1557 y comienzos de 1558 comenzó a haber evidencias de que
la Inquisición estaba lista para asestar un golpe mortal a aquellos círculos que se inclinaban al
protestantismo en España.

El primer mártir protestante español. Francisco de San Román puede ser considerado como el
primer mártir protestante en España. Henry C. Lea lo llama “sin dudas el hereje más temprano
registrado de sangre española.” Pertenecía a una vieja familia de ricos mercaderes de Burgos.
Siguiendo la profesión de su familia fue a Flandes para comprar mercadería. Mientras estaba en
Amberes participando en las ferias de esa ciudad tomó contacto con creencias protestantes. Al
comienzo, pensó que era algo exclusivo de los flamencos; pero pronto descubrió a personas de
convicciones similares entre sus propios paisanos. Sus negocios lo llevaron a Brema. Un domingo,
mientras pasaba frente a una iglesia, oyó la melodía de un himno. Atraído por la música entró al
templo y oyó el sermón predicado por Jacobo Spreng. El pastor lo llevó a su casa y a través de su
testimonio lo ayudó a abrazar una convicción protestante. San Román regresó a Amberes con una
nueva fe, una copia del Nuevo Testamento y algunos de los mejores libros de los reformadores. Su
primer deseo fue regresar a España y compartir con otros su nueva fe. No pudiendo hacerlo, se
quedó en Amberes donde predicó sus convicciones a otros españoles y publicó varios tratados con
tal propósito.

Muy pronto sus actividades fueron notadas por la Inquisición. Sus libros y tratados fueron
quemados y él fue encarcelado. Pudo escapar e ir a Lovaina, donde se encontró con Francisco de
Enzinas, el gran traductor del Nuevo Testamento. Para entonces, Carlos V estaba en Ratisbona y San
Román tuvo la idea audaz de pedirle una audiencia para presentarle su fe e interceder por quienes
estaban bajo persecución. Finalmente, tuvo éxito en ver al emperador, pero éste lo metió en la
cárcel después de oírlo. San Román fue puesto en manos de la Inquisición en Valladolid, en cuyos
calabozos permaneció hasta su muerte en la hoguera. El sermón en su auto de fe fue predicado por
Bartolomé Carranza, quien más tarde vendría a caer bajo el poder de la misma Inquisición por sus
ideas evangélicas. San Román fue sacado de las llamas en un intento desesperado de sus ejecutores
para forzarlo a renunciar a su fe. Incapaces de hacerle romper sus convicciones, lo arrojaron
nuevamente a las llamas, donde terminó su vida heroica alrededor de 1544.

_ Comunidades protestantes españolas


Los contactos entre España, por un lado, y Alemania y los Países Bajos, por el otro, no podían
menos que introducir el protestantismo en la península Ibérica. Hacia fines del reinado de Carlos V
ya se habían fundado las primeras comunidades protestantes en España, particularmente en
Valladolid y Sevilla. No obstante, no estaban constituidas por personas que estaban totalmente
convencidas de la necesidad de seguir las enseñanzas de Lutero o Calvino. La mayoría de ellas
seguían siendo miembros de la Iglesia Católica Romana y anhelaban su reforma, mientras seguían
la inspiración de los escritores protestantes.

Los mártires evangélicos de Valladolid. Esta ciudad era la capital de Castilla la Vieja y sede de la
corte antes de que Felipe II la moviera a Madrid. Había dieciséis conventos y monasterios alrededor
de su Plaza Mayor. El movimiento protestante se había infiltrado entre las monjas de Santa Clara y
los cisterciences de San Belén. Los que participaban de los conventículos protestantes se reunían en
la casa de Leonor de Vivero, viuda de Cazalla, una persona rica y de renombre. Su hijo Agustín había
estudiado teología en Alcalá, y cuando tuvo treinta años el emperador Carlos V lo convocó a la corte
como capellán. Como tal acompañó al emperador en sus viajes a Alemania y Flandes. A fin de
prepararse mejor para atacar a los reformadores comenzó a leer sus obras, y como resultado se
convenció de la verdad de sus ideas.

Al regresar a España, Agustín se encontró con Carlos de Seso, que reforzó su nueva fe. Seso era
de origen italiano, pertenecía a la nobleza y había ganado el aprecio y favor de Carlos V por sus
valiosos servicios. Estaba casado con una mujer de la casa real española, Isabel de Castilla, y fue a
vivir al castillo de Villamedina, cerca de Logroño. Se desconoce cómo llegó a ser protestante, pero
estaba bien comprometido con la causa, al punto que dejó su posición de magistrado y se movió a
la capital para servir mejor al movimiento. Seso puede ser considerado como el fundador de la
comunidad evangélica cuyo centro era Valladolid. Había llegado a España armado con una cantidad
de libros protestantes y determinado a esparcir las doctrinas reformadas en su país.

Otro miembro de la congregación protestante en Valladolid fue el fraile dominico Domingo de


Rojas, quien fue iniciado en el estudio de la Biblia por Bartolomé Carranza. En 1557, Agustín Cazalla
y Carlos de Seso lo ganaron para el protestantismo y él, a su vez, trajo a otros de alta reputación.
Henry C. Lea señala: “Como en Sevilla, los reformadores incluyeron así a hombres de la más alta
consideración, social y eclesiásticamente, así como aquellos de las clases inferiores. Todavía sus
números eran pocos; … no excedían los cincuenta y cinco o sesenta.” No menos prominente fue el
abogado Antonio de Herrezuelo y su esposa, Leonor de Cisneros, quienes habían sido ganados por
el testimonio de de Seso.

MAPA 1 - ESPAÑA EN EL SIGLO XVI

Otro integrante de la congregación era el platero Juan García, casado con una mujer católica
fanática. Ella comenzó a sospechar de las actividades secretas de su esposo en casa de Leonor de
Vivero. Bajo la sugerencia de su confesor, denunció a su esposo a la Inquisición, que lo arrestó junto
con la mayoría de los miembros de esta congregación. Los largos y crueles procedimientos de la
Inquisición terminaron en el primer auto de fe contra los protestantes en España, llevado a cabo en
Valladolid el 21 de mayo de 1559. Catorce personas fueron asesinadas y dieciséis más fueron
castigadas en público de diferentes maneras. Quienes no se retractaron fueron quemados vivos. De
los que se retractaron algunos fueron sometidos al garrote antes de enviarlos al cadalso. Muchos se
retractaron bajo los dolores de la tortura; otros aparecen en los registros como retractándose de su
fe sólo para dar crédito a los teólogos que eran responsables de su abjuración. Tal fue el caso de
Agustín Cazalla, quien aparece en el auto como arrepentido, pero que fue fiel hasta el final.

Entre los mártires de Valladolid, Antonio de Herrezuelo es digno de mención especial. Había
sido encarcelado junto a su mujer. El día del auto de fe, cuando era llevado a la plataforma para oír
su sentencia, vio a su esposa entre los que se habían retractado. A viva voz le dijo: “¿Es éste el
aprecio que tienes por la doctrina que te he estado enseñando por seis años?” Mientras caminaba
hacia el cadalso iba repitiendo textos de la Biblia, que dejó de gritar cuando los guardias le pusieron
una mordaza en su boca. Leonor, su esposa, fue confinada en un convento—la pena menor para las
mujeres que se retractaban—con la memoria de la muerte de su esposo. Movida por su heroico
testimonio, ella se arrepintió y confesó su fe. Todos los esfuerzos de los inquisidores para debilitar
sus convicciones fracasaron y el 26 de setiembre de 1568 murió como mártir.

En el auto de fe del 21 de mayo de 1559, los restos mortales de Leonor de Vivero, quien había
muerto durante el juicio y fue sepultada en la iglesia de San Benito, también fueron quemados. Su
casa, que era el lugar de reunión de la congregación en Valladolid, fue demolida y el lugar sembrado
con sal. En el mismo sitio se levantó una columna con una placa que recordaba la causa de tal
desolación.

El segundo auto de fe en Valladolid tuvo lugar el 8 de octubre de 1559. En esta oportunidad


fueron ejecutados quienes habían sido denunciados por la esposa del platero. Trece fueron
asesinados y dieciséis fueron castigados. Se levantó una enorme plataforma de modo que el
espectáculo pudiese ser visto por unos doscientos mil espectadores. Felipe II y su corte estuvieron
presentes. El condenado más destacado fue Carlos de Seso. Cuando se le notificó su sentencia,
solicitó papel y tinta y escribió una vibrante confesión de fe. Juan Antonio Llorente, quien vio el
documento, dice: “Sería difícil dar una idea de la fortaleza de ánimo poco común con que llenó dos
hojas de papel, hallándose en presencia de la muerte.”

Otro mártir destacado de Valladolid fue Domingo de Rojas, quien declaró que había sido
instruido en la doctrina evangélica por el arzobispo Bartolomé Carranza. Después de manifestar que
no era un hereje, como suponía el populacho, hizo una confesión de su fe, diciendo: “Creo en la
pasión de Cristo, que es suficiente para salvar a todo el mundo.” Mientras caminaba en procesión
frente al palco real, Rojas le dirigió a Felipe II las siguientes palabras: “¿Podéis, Señor, presenciar así
los tormentos de vuestros inocentes súbditos?” El rey respondió con una sentencia que se hizo
famosa: “Yo mismo llevaría leña para quemar a mi propio hijo, si fuera tan desventurado como
vosotros.” Entre los que fueron quemados vivos estaba Juan Sánchez, un siervo de Pedro Cazalla;
Catalina Reinoso, una joven monja; Eufrosina Ríos, también una monja que fue estrangulada antes
de ser quemada; Marina Guevara y Margarita Santiesteban, también monjas; Pedro Sotelo;
Franciscano de Almanza; y, Pedro de Vivero Cazalla. Una monja de nombre Juana Sánchez había
muerto en la cárcel, de modo que sus ejecutores desenterraron su cuerpo y lo quemaron. De este
modo fue exterminado el naciente protestantismo de Valladolid.

Las congregaciones de Sevilla. El fundador de la comunidad protestante en Sevilla fue Juan Gil
o Egidio, un aragonés que servía como canon y predicador en la catedral de la ciudad. Aceptando el
consejo de Rodrigo Valer, Egidio abrazó las doctrinas evangélicas, que comenzó a predicar desde el
púlpito de la catedral. La ciudad lo escuchaba con interés, y Carlos V deseando recompensar su
talento, lo nombró obispo de Tortosa, en 1550. Pero sus enemigos sabían de sus inclinaciones
protestantes y antes de que asumiera sus nuevas responsabilidades hicieron que fuese arrestado
por la Inquisición. Pudo escapar con un leve castigo y murió en paz en 1556. No fue sino después de
su muerte que la investigación mostró hasta qué punto sus doctrinas habían influido a aquellos bajo
su cuidado pastoral, y sus huesos fueron sacados de la tumba y quemados en 1560 para borrar su
memoria.
Después de la muerte de Egidio, el liderazgo de la comunidad protestante cayó sobre su amigo
Constantino Ponce de la Fuente. Éste era el predicador más renombrado en la catedral de Sevilla,
donde sirvió como canónigo después de la muerte de Egidio. Anteriormente había sido confesor y
capellán de Carlos V. Era parte de un conventículo en el que se estudiaban las doctrinas
protestantes. A sus dotes de predicador, Ponce de la Fuente agregaba su talento como escritor. Dejó
varios libros y valiosos tratados. La Inquisición encontró libros que él había escondido, en su mayoría
obras de autores reformados y un manuscrito propio que eran pruebas suficientes como para
condenarlo. Sevilla se vio sacudida con la noticia de su encarcelamiento en el Castillo de Triana bajo
la acusación de herejía. Allí permaneció durante dos años en una mazmorra profunda, donde
terminó sus días con heroísmo cristiano.

Había por lo menos dos congregaciones protestantes en Sevilla. Las personas que estaban
comprometidas con la causa protestante habían constituido una congregación secreta que se reunía
en la casa de una dama noble, Isabel de Baena, y era ministrada por un médico, Cristóbal Lozada. El
otro grupo sumaba unas ciento veintisiete personas, incluyendo al prior y miembros del monasterio
Jerónimo de San Isidoro del Campo, y varios miembros del convento de Santa Paula.

Este segundo conventículo evangélico fue desarrollado en las afueras de la ciudad, en el


monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce. Este monasterio pertenecía a los frailes
jerónimos, quienes estaban muy influidos por las obras de los reformadores, particularmente el
prior de la casa, García Arias, quien alentaba su lectura y estudio. El movimiento reformador influyó
también sobre toda la vida monástica, que fue reorganizada para dar más tiempo al estudio de la
Biblia y menos tiempo a los ritos tradicionales. El ejemplo del monasterio en Santiponce se extendió
a otras casas vecinas y comenzó a encontrar su camino entre los laicos del pueblo.

Los frailes de San Isidoro fueron advertidos del peligro de su situación. Después de una discusión
de la cuestión, determinaron que cada uno era libre para seguir la decisión que consideraba
adecuada. Doce de ellos decidieron dejar el monasterio para seguir caminos diferentes, pero
acordaron encontrarse un año más tarde en Ginebra. Así lo hicieron, y después de largas y diversas
odiseas todos ellos llegaron a la ciudad suiza. Entre los refugiados sevillanos estaba Juan Pérez,
Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, todos ellos personajes de gran influencia en la historia de
la Biblia en castellano.

Pocos días después de la partida de estos frailes, se desató la tormenta. García Arias, que había
ayudado a la introducción de ideas protestantes al monasterio cambió de parecer y acusó y
persiguió a sus propios frailes. Más tarde se arrepintió y murió en la hoguera como mártir. Su
nombre fue agregado a la lista de alrededor de ochocientas personas más que fueron llevadas a las
mazmorras de la Inquisición en el Castillo de Triana a orillas del Guadalquivir y a los ochenta que
fueron llevados a Valladolid. En Sevilla el clamor fue tal que la Inquisición tuvo que colocar guardias
sobre el puente de Triana, que separaba su castillo de la ciudad.

Poco después de los eventos en Sevilla se dieron órdenes de proceder de la misma manera en
otras ciudades. Muy pronto las prisiones inquisitoriales de las principales ciudades españolas se
vieron atestadas con personas acusadas. Entre los arrestados, como se vio, estaba Constantino
Ponce de la Fuente. Los juicios duraron algún tiempo y Constantino murió de disentería debido a las
pésimas condiciones sanitarias de las mazmorras. Los inquisidores trataron de manchar su memoria
diciendo que se había suicidado abriéndose las venas con un pedazo de vidrio. Muchos de los
acusados confesaron su “herejía,” se retractaron y fueron condenados a diversos castigos. Pero la
mayoría fue sometida a juicios tan dilatados que terminaron muriendo antes de recibir algún
veredicto.

El primer auto de fe en Sevilla se llevó a cabo el 24 de setiembre de 1559. El número de los


condenados a la hoguera fue de veintiuno. Entre ellos estaba Cristóbal Lozada, el pastor de una de
las congregaciones sevillanas; y el prior de San Isidoro del Campo, García Arias. Otros cuatro frailes
que habían escogido permanecer en el monasterio cuando sus hermanos se fueron a Ginebra
formaban parte de la compañía de los mártires. Sin embargo, el caso más notable fue el de una tal
María Bohorques, una joven de veintiún años, de gran talento y piedad, que había sido discípula de
Juan Gil. Tenía apenas once años cuando había comenzado a estudiar griego, también podía leer
hebreo y latín y estaba al tanto de las obras más características de los reformadores. Pero sus
virtudes más destacadas eran su humildad y mansedumbre. Juan Gil, quien la admiraba, dijo: “Me
siento elevado cada vez que hablo con ella.”

Cuando fue arrestada fue sometida a varios interrogatorios. A este respecto, el erudito Adolfo
de Castro señala: “Disputó con varios jesuitas y dominicos que inútilmente trataban de disuadirla
de sus doctrinas, y que quedaron confundidos al ver en una doncella de tan corta edad tal erudición
teológica y tal conocimiento de las Escrituras divinas.” María fue sometida a la tortura y casi murió
en el proceso. El día del auto de fe ella estaba vestida con el típico sambenito de hereje. Una vez en
el cadalso, saludó a los otros condenados y comenzó a cantar un Salmo. Sus ejecutores le colocaron
una mordaza en la boca, que sólo quitaron cuando le dieron una última oportunidad para
retractarse. Ella permaneció firme en su fe hasta que finalmente fue ejecutada con el garrote, en
razón de su edad.

El segundo auto de fe en Sevilla tuvo lugar el 22 de diciembre de 1560. Catorce protestantes


fueron quemados vivos, tres en efigie (Juan Gil, Constantino Ponce de la Fuente y Juan Pérez de
Pineda), y otros treinta sufrieron diversos castigos. Uno de los mártires más destacados en este auto
de fe fue Julianillo Hernández. Alfonso de Castro dice de él: “Julianillo Hernández fue uno de los
protestantes más notables de España, tanto por los servicios que él hizo a la causa como por la fineza
de su talento, por su gran erudición en las letras sagradas y su muerte valiosa.”

Hernández había nacido en Villaverde. En su niñez fue con sus padres a Alemania, donde
aprendió el oficio de imprentero. Este oficio lo puso en contacto con la literatura protestante, cuyas
ideas adoptó. Regresó a España y se asoció con los conventículos de Sevilla. Después de algún
tiempo fue a Ginebra para colaborar con Juan Pérez, quien lo apreciaba mucho. En razón de que era
pequeño físicamente se lo llamaba Julianillo o el Chico. Los reformadores franceses y suizos lo
llamaban “le Petit.”

Juan de Valdés, Juan Pérez y otros fugitivos habían producido una abundante literatura
evangélica en castellano. Hernández, durante algún tiempo, contrabandeó los libros y tratados en
barriles que él transportaba como muletero. Camino a Sevilla distribuía su mercadería, para dejar el
resto de su carga en el monasterio de San Isidoro del Campo. Pero el bravo colportor fue traicionado
y durante tres años padeció encarcelamiento en el Castillo de Triana. Cada vez que era llevado de la
sala de tortura a su celda, los prisioneros podían oírlo cantar: “Vencidos van los frailes; vencidos
van./ Corridos van los lobos; corridos van.”

Finalmente, fue condenado a morir en la hoguera junto con otros trece mártires, como “hereje,
apóstata, contumaz y dogmatizante.” Cuando era llevado a la pira, le dijo a sus compañeros de
prisión: “¡Valor, camaradas! Esta es la hora en que debemos mostrarnos valientes soldados de
Jesucristo. Demos un fiel testimonio de su fe ante los hombres, y dentro de unas pocas horas
recibiremos el testimonio de su aprobación ante los ángeles y triunfaremos con él en el cielo.”

A partir de 1560 los autos de fe se multiplicaron, y en los siguientes diez años hubo al menos
doce de ellos. Más tarde, el número de los condenados a muerte bajo la acusación de ser “luteranos”
fue notable. Muchos más eran los que recibían condenas menores, tales como confiscación de
propiedades, prisión perpetua, llevar el sambenito, etc. Lea señala: “La pequeña banda de
protestantes sevillanos fue así casi desarraigada, y los autos subsiguientes muestran un número de
extranjeros constantemente preponderante.” Sin embargo, para fines del siglo XVI, la Inquisición
todavía tenía que seguir buscando y persiguiendo a quienes persistían en sus convicciones
protestantes.

_ Exiliados protestantes españoles


En razón de la amenaza permanente de la persecución inquisitorial, hubo muchos protestantes
españoles que decidieron abandonar su país y establecerse en otras tierras. Muchos fueron a
Londres, donde gozaron del favor de Isabel I, quien les ofreció un templo para sus cultos. Otros
escaparon a Ginebra, donde se unieron a la congregación italiana liderada por Guillermo Balbani de
Luca. Más tarde, organizaron su propia iglesia con Juan Pérez de Pineda como pastor. También hubo
una congregación española en Amberes, que era ministrada por Antonio Corro y se disolvió cuando
el Duque de Alba tomó posesión de la ciudad. Algunos años más tarde volvieron a congregarse con
Casiodoro de Reina como su pastor. Había también otros grupos en Estrasburgo, Hesse y en algunas
ciudades de Francia. Debido a la inestabilidad política característica de estos tiempos, los miembros
de estas comunidades tuvieron que emigrar de tiempo en tiempo a nuevos lugares. ¿Quiénes fueron
algunos de estos exiliados?

Juan Díaz. La mayor parte de los escritores protestantes del siglo XVI hacen referencia a este
español notable. Cuando se convirtió se unió a la Iglesia Reformada en Estrasburgo. En 1545, la
ciudad nombró a Martín Bucero (1491–1551) y a Juan Díaz como representantes ante la Dieta
Imperial, que fue convocada para reunirse en Ratisbona para discutir las relaciones entre
protestantes y católicos. Carlos V se sorprendió de que Estrasburgo fuese representada por un
español comprometido tan ardientemente con la Reforma y le pidió a alguien de su confianza que
intentara recuperarlo para el catolicismo. Díaz fue asediado por varios paisanos que no lograron
hacerlo renunciar a sus convicciones.
Díaz tenía un hermano llamado Alfonso, quien vivía en Roma y era un católico fanático que no
podía soportar que su hermano fuese protestante. Entonces decidió convencerlo de sus “herejías”
o hacerlo matar si no tenía éxito. Fue a Alemania y encontró a Juan ocupado en publicar algunas de
sus obras. Después de largas discusiones sobre cuestiones religiosas, Alfonso le pidió al asesino que
ya había contratado en Roma, que matase a su hermano. Juan fue asesinado con un golpe de hacha
en su cabeza. Cuando Felipe Melanchton (1497–1560) recibió la noticia de esta tragedia, exclamó:
“¡Caín ha matado a su hermano por segunda vez!”

Jaime y Francisco de Enzinas. Ambos nacieron en Burgos y estudiaron en Alcalá de Henares,


donde el erudito Pedro de Leemes los introdujo al estudio de las Escrituras. En 1540, fueron a
Lovaina para terminar sus estudios y se encontraron allí con maestros con inclinaciones
protestantes. En 1541, Jaime fue a París, pero siguiendo el consejo de su padre se trasladó a Roma
en 1546. La Inquisición lo arrestó y quemó vivo después de dar su testimonio ante los jueces, el
cuerpo de cardenales y el papa Pablo III. Fue el primer mártir de la Reforma en el siglo XVI en Italia.

Francisco fue a Wittenberg con el propósito de estudiar las lenguas originales de la Biblia. Fue
recibido por Melanchton y comenzó a traducir el Nuevo Testamento al español. Su traducción,
basada en el texto griego compuesto por Erasmo, fue publicada primero en Amberes en 1543. La
obra estaba dedicada a Carlos V, a quien Enzinas mismo presentó su obra en Bruselas. El emperador
le prometió estudiarla y se la pasó a su confesor. El resultado fue que Enzinas fue encarcelado por
promover la herejía. Durante los quince meses que permaneció en prisión, sus amigos trataron en
vano de obtener su libertad, hasta que pudo escapar antes de recibir sentencia. Huyó a Wittenberg,
donde fue recibido nuevamente por Melanchton en su casa. Dejó Wittenberg con una carta de
Melanchton a Teodoro Vitus, un predicador de Nuremberg. Enzinas estuvo también en Inglaterra,
donde fue bien recibido por el arzobispo Tomás Cranmer, quien lo nombró maestro de griego en la
Universidad de Cambridge. En 1552 fue a Ginebra para encontrarse con Calvino, con quien mantuvo
una correspondencia activa. Después de varios meses fue a Estrasburgo, donde murió el 30 de
diciembre de 1552.

Reginaldo González Montano. Fue uno de los compañeros de Constantino Ponce de la Fuente y
de Egidio en Sevilla. Encarcelado durante las persecuciones en esa ciudad, tuvo que enfrentar los
horrores del Santo Oficio. Pero logró huir de prisión y fue a Inglaterra en 1558. De Inglaterra fue a
Alemania, donde se encontró con algunos de los líderes de la Reforma. Para este tiempo escribió en
latín su libro Artes de la Inquisición española, que fue traducido a varios idiomas. Debido a esto, la
corte en Sevilla lo condenó al cadalso, pero por estar fugitivo fue quemado en efigie.

Juan Pérez de Pineda. Nació en Montilla, Andalucía, a fines del siglo XV. En 1526, fue a Roma
como secretario del embajador de España, el duque de Sesa. Fue durante este tiempo, cuando
todavía sus inclinaciones al protestantismo eran desconocidas, que logró del Papa la decisión de no
excomulgar a Erasmo. A su regreso a España, fue nombrado director del Colegio de Doctrina, donde
estudiaban jóvenes de familias ilustres sevillanas. Sus ideas se dieron a conocer, pero antes de ser
capturado pudo escapar a Ginebra y al hacerlo evitó las persecuciones que siguieron. En 1556
publicó su traducción del Nuevo Testamento y más tarde los Salmos. En el Prefacio a su Nuevo
Testamento, Pérez presenta sus razones para hacer la traducción:

Juan Pérez de Pineda: “Sintiéndome muy obligado al servicio de los de mi nación, según la
vocación con que me llamó el Señor a la anunciación de su Evangelio, parecióme que no
había medio más propio para cumplir, si no en todo, a lo menos en parte, con mi deseo y
obligación que dárselo en su propia lengua.”

Cuando en 1558 se organizó la iglesia de los exiliados españoles en Ginebra, Juan Pérez fue
nombrado pastor. También fue un escritor prolífico. Entre las muchas obras que escribió, digna de
mención es su Breve tratado de doctrina y epístola consolatoria. Comentando sobre este tratado,
Menéndez y Pelayo dice: “Es notable por la dulzura de los sentimientos y lo apacible y reposado del
estilo.” Más tarde, Juan Pérez de Pineda se identificó con los hugonotes de Francia. Murió en París
en 1567.

Juan Pérez de Pineda: “Los enemigos del Evangelio, avisados por el espíritu de Satanás,
cuando os llevan a dar la muerte, os atan las lenguas (cosa por extremo indigna de los más
crueles paganos que hubo en el mundo), para que no habléis vosotros y oigan ellos las
alabanzas de Jesucristo nuestro Señor … Ahora esto se va cumpliendo en vosotros y en todos
sus creyentes. Que porque los adversarios impiden que no hablen con sus propias lenguas
los loores y virtudes de su justificador Cristo, Él mismo en lugar de una lengua que les atan,
suelta otras muchas que no cesan de glorificarle y convidar a todos a que le glorifiquen y
conozcan … No escuchan ellos esta música del cielo tan acordada, porque los tiene sordos
su impiedad; pero óyenla los que son santificados por Jesucristo, y los que lo han de ser, y
son despertados por ella al deseo de ser compañeros y consortes de vuestras afrentas, para
ser instrumentos de tanto bien y testigos de tan divina y hermosa justicia y santificación,
cual es la que os ha dado el Señor que poseáis.”

Casiodoro de Reina. Nació en Sevilla de padres moros y estudió en un monasterio. Fue ganado
a la convicción evangélica por Ponce de León y Juan Gil. Debido a la persecución de 1559 tuvo que
huir de España. Fue primero a Ginebra pero pronto se sintió incómodo y comenzó a decir que Miguel
Servet había sido quemado “por falta de amor” y que Ginebra se había transformado en “una nueva
Roma.” Desde entonces se vio forzado al exilio varias veces. Fue a Francfort y luego a Londres, donde
vivió hasta 1564. En Inglaterra lideró los cultos de los exiliados españoles y fue bien recibido en los
círculos aristocráticos e incluso dentro de la familia real. El embajador español se disgustó con este
trato especial y le escribió a Felipe II: “A los herejes españoles que viven aquí, se les ha dado una
casa grande del obispo de Londres, en la cual predican tres veces por semana. Son favorecidos por
la Reina. Casiodoro, que asistió a la conferencia de Poissy, recibió una suma importante para este
viaje.”

Casiodoro de Reina vivió también en Amberes. Pasó por períodos de pobreza hasta que fue
protegido por el rico judío español Marcos Pérez, que había aceptado la fe cristiana con profunda
convicción. Su obra mayor en Amberes fue su famosa traducción de la Biblia, que después de varias
frustraciones fue publicada en 1569. Reina murió en Francfort, donde había servido como pastor a
inmigrantes luteranos.

Cipriano de Valera. Estuvo entre los frailes evangélicos de San Isidoro del Campo, en Sevilla.
Tenía veinticinco años cuando tuvo que escapar de su país para no regresar jamás. Se estableció en
Ginebra, luego vivió en los Países Bajos y en Inglaterra. Su obra escrita consiste mayormente de
escritos controversiales. Entre sus obras mayores está Dos tratados del Papa y de la misa, cuya
primera edición fue publicada en 1588 y la segunda en 1599. En 1597 publicó una traducción de la
Institución de la religión cristiana de Calvino.

La versión de la Biblia hecha por Reina era buena, pero susceptible de mayores revisiones y
mejoras. Valera encaró el desafío con entusiasmo, dedicando veinte años de su vida a la tarea. En
1596 publicó una edición del Nuevo Testamento con pocas alteraciones, y en 1602, en Amsterdam,
publicó toda la Biblia, incluyendo la Apócrifa. Esta versión española ha sido la más usada entre los
protestantes de habla española hasta el presente.

Juan Luis Vives. Otro gran humanista español, amigo y discípulo de Erasmo y de Nebrija, a favor
de cuya gramática escribió una de sus primeras obras. Enseñó en la Sorbona de París y ocupó
cátedras en las universidades de Lovaina y de Oxford. Vives (1492–1540) escribió sobre teología,
filosofía, moral y pedagogía. En este último campo proclamó su independencia respecto a los
prejuicios tradicionales y su amor por nuevos principios, como la observación propia, el
razonamiento y el contacto directo e inmediato con la naturaleza. De este modo, se constituyó en
un crítico científico de los métodos y normas escolásticos. Fue preceptor de María Tudor, la hija de
Enrique VIII de Inglaterra, para quien escribió Instrucción de la mujer cristiana, en la que trazó las
normas que deben regular la educación femenina.

_ Características y contribución de la Reforma en España


Como ocurrió en otros países, los movimientos que en España presionaban a favor de una
reforma de la Iglesia se derivaban de fuentes nacionales y foráneas. A las expresiones autóctonas
de los alumbrados, con su misticismo español característico, se agregaron las influencias
erasmianas. Sobre el trasfondo de los desarrollos místico-humanistas, las ideas luteranas
encontraron un suelo fértil. El resultado de las influencias cruzadas de estas percepciones
espirituales en el dinámico caldero religioso español en la primera mitad del siglo XVI, fue una nueva
conciencia de la necesidad de una reforma de la Iglesia. El clamor por un cristianismo más auténtico
se sintió particularmente en la atmósfera intelectual de la recientemente creada Universidad de
Alcalá de Henares, en algunas de las casas religiosas en las ciudades principales y en aquellos que
en razón de su posición social estaban mejor educados y tenían acceso a la nueva literatura
(humanista y protestante) que estaba ingresando de otros países.

Sin embargo, el aspecto más característico del nuevo movimiento en España fue el énfasis que
colocó en las Escrituras. La centralidad de la Biblia fue la faceta más notable de este proceso
reformador abortado, e indudablemente resultó en su contribución más significativa al avance de
la fe cristiana. El interés español en la Biblia durante los siglos XV y XVI fue genuino y amplio. La
versión Políglota Complutense de la Biblia encargada por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros
y publicada en 1521 fue expresión de este interés. La piedad popular y el interés académico en el
estudio de la Biblia por parte de eruditos como los de Alcalá de Henares fue también parte de esta
orientación general. Todos los reformadores españoles más renombrados—Juan de Valdés, Juan
Pérez de Pineda, Francisco de Enzinas, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera—fueron traductores
de una parte o de toda la Biblia.

Estos líderes del protestantismo español no pudieron desarrollar Iglesias que llevaran sus
nombres (como en Alemania o en Ginebra) ni produjeron una teología que afectara en algún grado
la configuración de la comprensión cristiana de la fe. La historia no los va a recordar por sus cambios
o reformas eclesiásticas. Sin embargo, cuando se levanta la pregunta en cuanto al valor de su
contribución para la extensión del reino de Dios, la respuesta es firme: la Biblia en castellano. Todos
sus esfuerzos y sacrificios resultaron en la producción de una de las obras literarias más hermosas y
en el instrumento más valioso para la conversión a la fe cristiana de numerosos pueblos de habla
española en el mundo. La Inquisición tuvo éxito en apagar sus vidas, pero resultó totalmente
impotente en extinguir la luz de la Palabra de Dios puesta en el lenguaje del pueblo.

Cipriano de Valera: “El trabajo que yo he tomado para sacar a luz esta obra ha sido muy
grande y de muy largo tiempo; y tanto ha sido mayor, cuanto yo he tenido menos ayuda de
alguno de mi nación que me ayudase, siquiera a leer, escribir o corregir. Todo lo he hecho
yo solo. Ha placido a mi buen Dios de tomarme por instrumento (aunque indigno e
insuficiente) para acometer una tan grande empresa, y darme fuerzas y ánimo para no
desmayar en mitad del camino y dar con la carga en tierra. Además de esto, Satanás
recelándose del daño y ruina que esta Biblia Española causará en su reino, ha procurado por
las vías posibles (conforme a su maldito odio y rencor que tiene contra Dios y su gloria) y
con nuevas estratagemas y ardides impedirla. Más con todo esto no ha podido salir con la
suya. Porque nuestro Dios (cuya causa en esta obra se trata) le ha tenido las riendas, y lo ha
de tal manera enfrentado con el freno de su potencia, que no ha hecho sino lo que su
Majestad le ha concedido que hiciese … Mi intento ha sido servir a mi Dios y hacer bien a
mi nación. ¿Y que mayor bien les puedo hacer que presentarles el medio que Dios ha
ordenado para ganarle almas, el cual es la lección de la Sagrada Escritura?”

LA REFORMA EN ALEMANIA

La Reforma destruyó la unidad religiosa en Europa occidental; produjo nuevas ideas acerca de
las relaciones entre Dios, la persona individual y la sociedad; se desarrolló bajo fuertes influencias
políticas, económicas y sociales; y condujo, en muchas partes, a la sujeción de la Iglesia cristiana a
los gobernantes políticos.

Hacia fines de la Edad Media había habido amenazas contra el ideal de unidad de la cristiandad
europea, a través de disidentes como Juan Wyclif y Juan Huss. Los abusos en las prácticas y las
posesiones de la Iglesia habían escandalizado a muchas personas. De igual modo, humanistas
cristianos habían estado criticando estos abusos y reclamando cambios sustanciales en la vida y el
testimonio de la Iglesia, especialmente de su clero. La piedad personal y el misticismo, como
acercamientos alternativos a la fe cristiana, que no requerían del aparato institucional de la Iglesia
y su clero, habían motivado a muchos a esperar y reclamar cambios.

_ Trasfondo de la Reforma en Alemania


A comienzos del siglo XVI la gente discutía diferentes caminos para llevar a cabo la ansiada y
necesaria reforma de la Iglesia. Algunos grupos de místicos buscaban renovarla mediante su propia
santidad personal. Es así como surgieron nuevas órdenes monásticas y hubo un gran desarrollo del
misticismo, especialmente en Alemania. Otros consideraban un error el intento de los Papas de
crear una cristiandad bajo su autoridad única como soberanos políticos de Europa, ocupando el
lugar de los emperadores romanos, y lo resistían.

Los intelectuales en las universidades, que usaban los nuevos métodos del Renacimiento (crítica
histórica y literaria), estudiaban las lenguas clásicas y los documentos antiguos y aplicaban sus
hallazgos al estudio de la Biblia, y descubrían que no todo lo que la Iglesia enseñaba y practicaba era
bíblico. Mucha gente deseaba un cambio y hacía algo por lograrlo, pero sin mayor efectividad.

El misticismo alemán. Para muchos críticos de la sociedad en general y de la Iglesia en particular


la única posibilidad de que ocurrieran cambios profundos en ambas esferas era a través de una
piedad cristiana sincera. A principios del siglo XVI, el misticismo experimentó un notable desarrollo,
especialmente en Alemania. Construyendo sobre los cimientos del misticismo alemán medieval,
como las contribuciones de los Hermanos de la Vida Común, fundados por Gerardo Groote (1340–
1384) de Deventer (Holanda), los místicos enfatizaban cuestiones espirituales y de educación, y
demostraban la pasión devota de muchos laicos. Esta devotio moderna (devoción moderna), si bien
se mostraba crítica de muchos abusos tanto en la sociedad como en la Iglesia, ponía un énfasis
especial en ir contra la corrupción y el secularismo que imperaban en la segunda. La piedad y la
comunión con Dios eran lo más importante para algunos de los representantes más persuasivos de
esta posición, como Tomás de Kempis (1379–1471).

Los Hermanos de la Vida Común establecieron numerosos centros en los Países Bajos y en
Alemania. Estos focos de auténtica espiritualidad cristiana desafiaron permanentemente al clero,
que se sintió amenazado, especialmente por la acogida que sus planteos tenían en los laicos. Sobre
todo, era motivo de preocupación el énfasis que los místicos ponían en una comunión directa con
Dios, lo cual potencialmente minaba la posición mediadora del clero como sacerdotes y
distribuidores de salvación. El sacerdotalismo fue cuestionado seriamente por algunos de los
miembros más devotos e íntegros de la Iglesia. Los místicos con su énfasis sobre la piedad y la
erudición crearon un trasfondo favorable para la siembra de las ideas de la Reforma, especialmente
en Alemania.

El humanismo cristiano. Fuera de Italia, el Renacimiento se canalizó a través de intereses más


religiosos y espirituales que seculares y mundanos. El estudio de los textos bíblicos y los escritos
cristianos tempranos fue característico de este movimiento, más que el análisis de los autores
seculares de Grecia y de Roma. Si bien los exponentes de este humanismo cristiano utilizaban las
técnicas de los humanistas italianos en el análisis crítico de los textos antiguos, y su lenguaje y estilo,
ellos estaban más interesados en proveer de dirección a la conducta personal y en procurar resolver
las graves dificultades morales y espirituales por las que atravesaba la Iglesia en Europa occidental.

El trabajo sobre las fuentes cristianas, hecho entre 1450 y 1530, enfatizaba la educación y el
poder del intelecto humano para producir los cambios institucionales y el mejoramiento moral, que
era tan necesario en la cristiandad europea de aquel momento. Los múltiples tratados y guías de los
humanistas cristianos estaban dirigidos a reformar la Iglesia desde adentro, pero terminaron por
motivar en muchos una actitud crítica, que finalmente los motivó a intentar la reforma de la Iglesia
desde afuera. Además, el descubrimiento de que los textos cristianos tradicionales tenían más de
una versión o lecturas diferentes resultó ser muy perturbador para muchos creyentes y el análisis
crítico de los mismos sacudió muchas de sus presuposiciones dogmáticas, que se estimaban como
inconmovibles.

Si bien muchos humanistas cristianos no eran clérigos, la mayor parte de los primeros
reformadores de la Iglesia durante la Reforma protestante había sido entrenada como humanistas
cristianos. El humanismo cristiano, con su énfasis sobre la tolerancia y la educación, desapareció
debido a las crecientes pasiones que estallaron en ocasión de la Reforma después de 1530. No
obstante, para entonces, su influencia ya se había ejercido, sobre todo dentro del Sacro Imperio
Romano-Germánico. Algunos de los humanistas cristianos más influyentes a comienzos del siglo XVI
fueron los siguientes.

Desiderio Erasmo (1467–1536), holandés de origen (Rotterdam), fue la figura más notable del
movimiento humanista cristiano. Se le debe uno de los primeros textos críticos griegos del Nuevo
Testamento en ser publicado por la imprenta (1516) y varias traducciones del griego y del latín. Su
libro Elogio de la locura (escrito en 1509 pero publicado en 1511) satirizaba las ambiciones
mundanas, muy especialmente las del clero de sus días. En sus Coloquios (1522), Erasmo criticó las
costumbres de sus contemporáneos, las supersticiones, los prejuicios, la ignorancia y el fanatismo
en todas sus formas. De estas sátiras se hicieron numerosas ediciones que contribuyeron a
consolidar su prestigio. Conocido en todos los círculos intelectuales y cortes de Europa, Erasmo
enfatizó las virtudes de la tolerancia, el respeto y la educación en un tiempo en que la Iglesia
occidental se estaba fragmentando como consecuencia de la Reforma. Erasmo llevó una vida de
piedad simple, practicando las virtudes cristianas, lo cual suscitó la acusación de que él se había
desentendido de la Iglesia institucional. Sus críticas de la Iglesia y del clero, si bien tenían como
propósito motivar a la reforma, les ofrecieron munición y oportunidades a aquellos que deseaban
atacar a la Iglesia y, en consecuencia, se dice que “Erasmo puso el huevo que Lutero empolló.”

Desiderio Erasmo: “Los pontífices, cardenales y obispos, sucesores de los Apóstoles, imitan
de tiempo inmemorial la conducta de los príncipes y casi les llevan ventaja. Pero si alguno
reflexionase que su vestidura de lino de níveo blancor simboliza una vida inmaculada; que
la mitra bicorne, cuyas puntas están unidas por un lazo, representa la ciencia absoluta del
Antiguo y del Nuevo Testamento; que los guantes que cubren sus manos le indican que
deben estar protegidas del contacto de las humanas cosas e inmaculadas para administrar
los Sacramentos; que el báculo es insignia de vigilancia diligentísima para con la grey que se
le ha confiado; que el pectoral que pende de su pecho representa la victoria de las virtudes
sobre las pasiones; si uno de éstos, digo, meditase sobre todo ello, ¿no viviría lleno de
tristeza e inquietud? Pero nuestros prelados de hoy tienen bastante con ser pastores de sí
mismos y confían el cuidado de sus ovejas o a Cristo, o a los frailes y vicarios. No recuerdan
que la palabra ‘obispo’ quiere decir, trabajo, vigilancia y solicitud. Sólo si se trata de coger
dinero se sienten verdaderamente obispos y no se les embota la vista.”

Tomás Moro (1478–1536) fue un abogado, político y humanista inglés que escribió Utopía
(palabra griega que significa “lugar bueno” o “ningún lugar”). Combinando un humanismo cívico con
ideales religiosos, el libro describe una sociedad perfecta, ubicada en una isla imaginaria, en la que
la guerra, la pobreza, la intolerancia religiosa y otros problemas de comienzos del siglo XVI no
existían. Utopía procuraba mostrar de qué manera las personas podían vivir si seguían los ideales
sociales y políticos del cristianismo. También, y en rompimiento con el pensamiento medieval, Moro
presentó a los gobernantes como bien activos en la vida económica, la educación y la salud pública
de la sociedad. Si bien Moro era crítico de la Iglesia y del clero de sus días, no obstante fue ejecutado
por el rey Enrique VIII de Inglaterra, por rehusarse a reconocer el rompimiento de Enrique con el
Papa en cuestiones religiosas.

Jacques Lefèvre de Étaples (1454–1536) fue un humanista francés muy importante, que produjo
cinco versiones de los Salmos, su Quincuplex Psalterism, y desafió a la tradición de una sola versión
autoritativa de la Biblia (la Vulgata). Su trabajo sobre los escritos del apóstol Pablo anticipó las
conclusiones de Lutero. Lefèvre declaró: “No debemos afirmar nada acerca de Dios excepto aquello
que declaran las Escrituras.” Según él, la Iglesia debía ser reformada abandonando el escolasticismo
y abrazando una teología extraída directamente de las Escrituras. Además, desarrolló una doctrina
de la justificación por la fe, abogó por la reforma religiosa de la Iglesia y confiaba en que sus
esfuerzos literarios ayudarían en este proceso. En 1523, publicó su traducción del Nuevo
Testamento al francés. Lefèvre de Étaples, en la introducción a su Comentario sobre los cuatro
Evangelios, publicado en 1521, describió el incremento en el conocimiento del evangelio y lo
comparó con el descubrimiento contemporáneo del mundo físico.

Jacques Lefèvre de Étaples: “La luz del evangelio está entrando nuevamente en el mundo,
en un tiempo en el que grandes números de personas han sido iluminados por la luz divina,
de modo que desde el tiempo de Constantino no ha habido un conocimiento de lenguas
más grande ni un descubrimiento más extenso del globo ni una propagación más amplia del
nombre de Cristo hasta los rincones más lejanos de la tierra, que en estos tiempos
nuestros.”

Ulrico von Hutten (1488–1523) fue el autor de Cartas de hombres oscuros en la que ridiculizaba
a los oponentes del humanista alemán Juan Reuchlin (1455–1522). La sátira y la invectiva, el
sarcasmo y la exageración se usaban para desacreditar a aquellos que Hutten consideraba como
reaccionarios simplones. Describía al Papa como un pastor avaro, violento y falso, que estaba
llevando a la cristiandad a su ruina, y lo hacía responsable del estado espiritual de los alemanes. Su
humanismo tenía un tono revolucionario, de modo que para 1520, en una carta en que denunciaba
al papa León X (Papa de 1513 a 1521) invitaba a sus paisanos alemanes a romper las cadenas de la
servidumbre papal.

CUADRO 1 - CARACTERES DEL HUMANISMO

La erudición y el enciclopedismo.

Sed de conocimiento.

Surgimiento de la arqueología y la filología.

La restauración del latín.

Lectura y estudio de las obras clásicas latinas.

Purificación y corrección del latín.

El estudio de las lenguas orientales.

Enseñanza del griego.

cultivo del hebreo y el caldeo.

El desarrollo del raciocinio y del espíritu crítico.

crítica de Aristóteles.

Búsqueda de la verdad.

A comienzos del siglo XVI, muchos estaban convencidos que la sociedad y la Iglesia podían
cambiar si se mejoraba la educación y se promovía la piedad. Humanismo y misticismo prepararon
el terrero para que se iniciara un proceso de reforma. No obstante, hacia falta un líder y una
circunstancia dramática que canalizara todas estas fuerzas hacia una reforma auténtica. Muchos de
los que buscaban una vida espiritual más pura, libertad del control político del Papa, y una teología
más profunda, bíblica y erudita, econtraron todo esto en la prédica, la acción, y los escritos de un
monje y profesor alemán de la Universidad de Wittenberg: Martín Lutero.
Las causas y motivaciones. La Reforma ocurrió en un contexto sacudido por importantes
cambios en todas las esferas del quehacer humano en Europa occidental. Fuerzas sociales, políticas
y económicas acompañaron a las motivaciones espirituales y religiosas en la dinámica de estos
cambios. Estas circunstancias estuvieron presentes especialmente en Alemania a principios del siglo
XVI.

Causas y motivaciones religiosas. Entre las causas y motivaciones de carácter religioso cabe
mencionar: (1) La corrupción, la simonía y los abusos del clero católico. (2) La venta de indulgencias
o el negocio del perdón de los pecados. (3) La explotación de supuestas reliquias religiosas,
aprovechando la superstición e ignorancia de los fieles. (4) El conflicto entre la concepción de la
teología agustina y la tomista. La primera, fundada en la predestinación del ser humano, su
pecaminosidad natural y su falta de libre albedrío; y, la segunda, que reconocía el libre albedrío y la
necesidad de la intervención de la Iglesia, por medio de los sacramentos, para la obtención de la
gracia divina. (5) La tendencia hacia la imitación del cristianismo primitivo al colocar la fe como la
esencia de la religión, con la afirmación de la tesis agustina del pecado original, la naturaleza
imperfecta del ser humano y la predestinación. (6) El desprestigio del papado como consecuencia
del Cautiverio Babilónico en Aviñón y el cisma papal. (7) El movimiento místico y monástico, que
afirmaba la salvación por la piedad y la fe.

Gerhard Ritter: “Una y otra vez los hombres han tratado de reformar la Iglesia sin los medios
necesarios: por la imitación de las formas externas de la vida de la comunidad cristiana
temprana, o por poner un énfasis indiscriminado sobre el significado literal de doctrinas
cristianas aisladas. Sólo Lutero penetró al corazón de la cuestión … ‘Tanto pecador como
justificado’—este resumen de la idea central de Lutero muestra bien claramente el
contraste entre los temas religiosos que aquí son puestos en una unión misteriosa. La
tensión enorme y la actividad febril que esto produjo en su vida religiosa es, en esencia, la
misma que en el comienzo mismo del cristianismo proveyó la fuerza impulsora para un
desarrollo histórico mundial en una escala incomparable.”

Causas y motivaciones socio-económicas. Entre éstas cabe mencionar: (1) El interés de los
príncipes y de los consejos de las ciudades libres en apropiarse de las tierras poseídas por la Iglesia,
que en Francia comprendían la quinta parte del territorio nacional y en Alemania la tercera parte,
así como de sus riquezas en metales preciosos, joyas y mobiliario. (2) La necesidad de obtener
ingresos para solventar los gastos de equipamiento de los ejércitos y flotas nacionales y el deseo de
liquidar las disputas y exenciones de impuestos de que gozaba la propiedad de la Iglesia. (3)
Terminar con el drenaje de dinero que representaban los impuestos papales, como el tributo anual
denominado “dinero de San Pedro”, los diezmos y las anatas. Los campesinos y pequeños burgueses
urbanos querían verse libres de las obligaciones onerosas que les imponía el clero. La Guerra de los
Campesinos fue expresión de estos reclamos de los sectores sociales oprimidos. (4) El crecimiento
de la clase media cuyos intereses estaban en contradicción con algunos principios morales del
catolicismo. Estos principios condenaban las actividades de crédito y usura, facilitando el camino
para la adopción de una religión acorde con el auge del capitalismo comercial.
Max Steinmetz: “La burguesía alemana y las masas antifeudales se vieron confrontadas con
la misión de no sólo derrumbar las barreras para un desarrollo económico más avanzado en
Alemania, sino también de abrir para toda Europa la época de la revolución burguesa
temprana … Las confrontaciones entre los poderes feudales dominantes y las masas cada
vez más oprimidas hizo posible para Lutero el desarrollo de sus ideas públicamente y la
obtención para sí de una raison d’être ‘medio legítima’.”

Causas y motivaciones políticas. Entre las causas y motivaciones de carácter político deben
mencionarse: (1) El desarrollo del absolutismo monárquico y la consiguiente emancipación de toda
potestad externa en la vida de los Estados nacionales. (2) La adopción en Inglaterra, Francia y
Alemania de disposiciones tendientes a prohibir la designación de cargos eclesiásticos por el Papa.
(3) El desarrollo del nacionalismo y, como consecuencia, el crecimiento del espíritu nacional. (4) La
necesidad de contar con una sanción teológica adecuada para las opciones políticas que se hacían,
a fin de obtener una base más sólida de respaldo popular. Como indica G. R. Elton: “La Reforma se
mantuvo dondequiera que el poder laico (príncipe o magistrado) la favoreciera; no pudo sobrevivir
allí donde las autoridades decidieron suprimirla.”

Causas y motivaciones sociales. Entre estas causas y motivaciones se destaca: (1) Los
movimientos de disidencia, rebeldía social y reclamos de espacios propios por parte de las masas
campesinas y de la incipiente burguesía urbana frente a los estamentos estancos de la estructura
social feudal en decadencia. (2) El oportunismo de los caballeros empobrecidos que culpaban de su
miseria y marginación del poder al alto clero establecido, que poseía gran parte de la propiedad
territorial (1522 y 1523). (3) La búsqueda de oportunidades por parte de numerosos “hijos
segundones” que, por ver vedado el acceso a la tierra, el título de nobleza, las riquezas y el poder
político y social veían en el desarrollo de las artes liberales su vía de realización y eran campo
propicio para la siembra de nuevas ideas religiosas.

Si bien es posible apuntar a una variedad de posibles causas y motivaciones para el estallido de
la Reforma, conviene tener presente lo que Hans J. Hillerbrand ha señalado: “La Reforma siempre
fue un paquete de factores: políticos, sociales y económicos así como religiosos. Hubo instancias
cuando otros factores que la religión fueron más prominentes, aun cuando la pretensión oficial fue
piadosamente religiosa. Pero en otras instancias, los factores auténticamente religiosos
determinaron y orientaron los eventos.”

_ Martín Lutero (1483–1546)


Nacimiento y primeros años. Lutero nació en Eisleben (Sajonia), en 1483. Su padre era un minero
de cierta posición, que quería que su hijo tuviese la mejor educación posible. Para ello pagó por la
formación temprana de Martín en escuelas en Mansfeld, Magdeburgo y Eisenach. En 1501, Lutero
se enroló en una de las escuelas más prestigiosas en Alemania, la Universidad de Erfurt, donde
desarrolló un pensamiento crítico del tomismo. En 1502, después de recibir su Bachillerato en Artes,
comenzó a enseñar en la universidad (gramática y lógica). Para 1505 se graduó con una Maestría en
Artes. Su padre quería que estudiara leyes, pero contra la voluntad de su padre y después de haber
vivido una experiencia personal de gran temor al escapar de un rayo, Lutero se hizo monje agustino
en Erfurt, donde hizo los votos irrevocables (1506). Allí también estudió teología bajo Juan von
Staupitz (1460–1524) y fue ordenado sacerdote en 1507. Un mes más tarde, celebró su primera
misa con temor y temblor, lo cual puso en evidencia una vez más el terror que sentía ante la
presencia divina.

Durante un tiempo tuvo paz interior, pero pronto volvió a preocuparse por su relación con Dios
y su salvación. Debido a su angustia personal, Lutero no podía reconciliar el problema de la
pecaminosidad individual con la justicia de Dios. ¿Cómo podía una persona pecadora lograr la
justicia necesaria como para obtener salvación? Para responder a este problema fundamental probó
todos los caminos que la Iglesia medieval ofrecía para traer perdón y salvación: la vida monástica,
el más rígido ascetismo, los méritos de los santos, las buenas obras, la adoración de las reliquias, la
peregrinación a Roma, la confesión total, todo esto, pero sin lograr lo que buscaba.

Estaba desesperado, cuando por recomendación de Staupitz fue enviado a la Universidad de


Wittenberg (1508) como profesor de Biblia. Un año más tarde, fue promovido con un Bachillerato
Bíblico. En 1510, Lutero viajó a Roma por cuestiones internas de su orden y experimentó un gran
desencanto al ver la corrupción que imperaba en la Curia romana. De regreso en Wittenberg, obtuvo
allí su doctorado en teología en 1512 y comenzó sus lecciones sobre los Salmos. Durante los cinco
años que pasó allí enseñando las Escrituras, e impactado especialmente por Romanos 1:17, llegó a
la convicción de que sus esfuerzos personales (buenas obras, una vida cristiana piadosa y
particularmente los sacramentos de la Iglesia) no eran suficientes para que el pecador “ganara” su
salvación, sino que ésta era el resultado de la fe en la gracia de Dios. Para 1515, Lutero ya había
descubierto el concepto bíblico de la salvación como un don de Dios y que la justificación sólo por
la fe era el camino a la misma. Así, Lutero se dio cuenta que la fe es hija de la gracia y madre de las
buenas obras, y que para ser salvo debía comenzar con el amor de Dios en lugar del temor a Dios.

La cuestión de la venta de indulgencias. Al principio, Lutero no se dio cuenta de que el camino


que comenzaba a transitar iba a ponerlo fuera del sistema que no logró traer paz a su vida. El
primero de los pasos en este proceso fue su resistencia a las indulgencias. Éstas se habían originado
en relación con las Cruzadas, e involucraban la cancelación de la pena que imponía la Iglesia a un
pecador confeso. La Iglesia Católica Romana enseñaba que todos los pecados cometidos antes del
bautismo eran limpiados por este sacramento, mientras que la penitencia purgaba los que se
cometían después. Para los pecados que no se cubrían por estos medios existía, después de la
muerte, el Purgatorio. La manera más común en los días de Lutero de acortar la estadía en el
Purgatorio era comprando a los representantes del Papa, unas escrituras (indulgencias), que
autorizaban al titular de la misma a “salir antes” de aquel lugar de tormento. Generalmente, estas
indulgencias se compraban en beneficio de familiares fallecidos.

Las indulgencias hacía tiempo que se habían transformado en medios para levantar fondos para
diversos proyectos de la Iglesia. Hacia 1516, Lutero ya tenía dudas acerca de esta práctica, y, a riesgo
de perder su sustento, negó su efectividad. Para 1517, Roma necesitaba grandes sumas de dinero
para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro y el arzobispo de Maguncia, Alberto de
Brandeburgo (1490–1545) había comprado tres posiciones eclesiásticas (mediante simonía) con un
préstamo de la familia banquera de los Fugger, y necesitaba dinero para devolverlo. De modo que
hicieron un arreglo para lanzar una venta especial de indulgencias, a fin de recaudar los fondos
necesarios, pero declarando ahora que las indulgencias ofrecidas perdonaban directamente todos
los pecados de quienes las compraban. Un fraile dominico, Juan Tetzel (1465–1519), fue autorizado
a predicar y vender esta edición de indulgencias, cuyas ganancias iban a parar a la construcción de
San Pedro y a la devolución del préstamo. Tetzel anduvo recorriendo Sajonia vendiendo
indulgencias, a las que publicitaba con un canto que decía: “Tan pronto como la moneda cae en el
cofre, el alma sale del Purgatorio.”

Wilton M. Nelson: “De acuerdo con la teología de la Iglesia Católica Romana, la persona que
peca incurre en pena eterna y temporal. Al confesar su pecado el penitente, el sacerdote lo
absuelve de la culpa y la pena eterna pero queda la temporal que el penitente mismo tiene
que pagar en esta vida o en el Purgatorio. Pero la Iglesia puede ser ‘indulgente’ con el
penitente, remitiendo la pena temporal de sus pecados, girando sobre este tesoro de
méritos [de Cristo, la Virgen y los santos] y aplicándolos a la cuenta del endeudado. Esto se
hace en vista de alguna consideración y a concesión especial de los jerarcas a base del ‘poder
de las llaves’ (Mt. 16:19). En 1476 el papa Sixto IV decretó que los beneficios de las
indulgencias valen para las almas en el Purgatorio, habiendo quien, estando vivo, las
consiguiera. Esto dio lugar para los abusos de la doctrina que provocaron la erupción de la
Reforma Luterana.”

Lutero no pudo resistir esto y el 31 de octubre de 1517 colocó en las puertas de la Iglesia de
Wittenberg noventa y cinco proposiciones, que invitaban a debatir tres temas generales: (1) El
tráfico de las indulgencias, que para Lutero era contrario a las Escrituras, inefectivo y peligroso. (2)
El poder del Papa para perdonar las culpas y penas no canónicas, que Lutero negaba. (3) El carácter
del Tesoro de la Iglesia, que se decía, consistía en los méritos donados por Cristo, la Virgen María y
los santos para cubrir los pecados de los penitentes, que Lutero también negaba.

Lutero expresó los grandes interrogantes que se estaba planteando toda la Iglesia y la imprenta
esparció rápidamente sus ideas por toda Europa. La primera autoridad eclesiástica en recibir las
tesis de Lutero fue el arzobispo Alberto de Maguncia, quien muy molesto las remitió a Roma. El papa
León X (1475–1521) las entregó para su análisis al cardenal Cayetano (1464–1534), un distinguido
filósofo dominico. En 1518, Lutero se reunió con Cayetano en Augsburgo por tres días, sin que éste
pudiera persuadirlo de abandonar sus ideas. Al año siguiente, Lutero se encontró nuevamente con
teólogos católicos en Leipzig. Del lado católico estaba Juan Eck (1486–1543), el teólogo católico
romano más distinguido de aquel entonces. Ni él ni sus oponentes ganaron el debate, pero Lutero
puso en evidencia que ya no estaba dispuesto a seguir la opinión de los teólogos oficiales de la Iglesia
Católica Romana en cuanto al significado de la Biblia y que estaba más de acuerdo con la doctrina
de Juan Huss que con la de Roma. Para ese momento, Lutero estaba convencido de que sólo la Biblia
y no las tradiciones religiosas o las declaraciones papales era la que determinaba cuáles eran las
creencias y las prácticas religiosas correctas.
En 1519, Carlos V (1500–1558) fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y
se dio cuenta del problema religioso que se estaba suscitando en Alemania a causa de Lutero. Los
diversos territorios heredados le proporcionaron un inmenso poder y lo convirtieron en el árbitro
de la política europea durante la primera mitad del siglo XVI. No obstante, su ideal centralizador e
imperial chocó con las tendencias nacionalistas, especialmente la disidencia religiosa en Sajonia.
Además, Carlos V consideraba como deber supremo preservar la unidad de la fe y terminar con toda
disidencia y herejía.

Condena y contribución de Lutero. En 1520, Lutero fue condenado como hereje y declarado
proscrito por una bula del papa León X (Exsurge domine). En 1521 (abril) Lutero fue citado para
presentarse en Worms ante la Dieta (Asamblea Legislativa del Sacro Imperio), en la que estuvo
presente el emperador Carlos V y las figuras más importantes del Imperio. La Dieta lo conminó a
retractarse de sus enseñanzas y escritos, lo cual Lutero se negó a hacer. La Dieta terminó
colocándolo bajo el bando, lo cual significaba que Lutero quedaba fuera de la ley y cualquier príncipe
cristiano podía arrestarlo y matarlo sin por ello cometer un delito penado por la Iglesia.

Martín Lutero: “Como, pues, Vuestra Serenísima Majestad y Vuestras Señorías pedís una
respuesta simple, la daré de un modo que no sea ni cornuda ni dentada. Si no me convencen
mediante testimonios de las Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo
al Papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado frecuentemente y contradicho
a sí mismos), quedo sujeto a los pasajes de las Escrituras aducidos por mí y mi conciencia
está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no
es prudente ni recto obrar contra la conciencia … ¡Que Dios me ayude!”

Lutero escapó de Worms con la ayuda de Federico III, el Sabio (1463–1525), elector de Sajonia,
el príncipe que gobernaba el territorio en el que Lutero residía. Lutero se refugió en el castillo de
Wartburgo por diez meses. Federico jamás aceptó las ideas de Lutero, pero lo protegió porque éste
era su súbdito y tenía razones políticas para hacerlo (la independencia de Sajonia dentro del Sacro
Imperio). Mientras el papa León X evaluaba el riesgo de condenar a Lutero como hereje, su trabajo
literario en Wartburgo fue intenso, destacándose la traducción del Nuevo Testamento al alemán
popular (publicado en setiembre de 1522). La traducción de la Biblia entera no quedó completa sino
hasta 1534, y fue su mayor contribución ya que la hizo accesible a muchas más personas, al tiempo
que influyó notablemente en el desarrollo de la lengua alemana. Además, fue en Wartburgo donde
Lutero se dedicó a escribir una serie de panfletos y tratados, en los que convocaba a una reforma
de la Iglesia.

Escritos reformadores de Lutero. Los tratados más polémicos de Lutero fueron escritos durante
el año 1520 en una secuencia asombrosa. Sus primeras obras fueron escritas en alemán y estuvieron
dirigidas a la gente común. En su Tratado sobre las buenas obras (mayo) Lutero utilizaba el Decálogo
para demostrar cómo la fe se pone en práctica en la vida del cristiano. En su tratado El papado de
Roma (junio) Lutero identificaba al Papa como “el verdadero Anticristo del cual habla toda la
Escritura.”
En su Carta abierta a la nobleza cristiana de la nación alemana (agosto) Lutero apeló a los
príncipes y señores con un tratado en el que atacaba la autoridad de la Iglesia. En este tratado Lutero
argumentaba que los nobles, al igual que el clero, eran los líderes de la Iglesia y que debían asumir
la reforma de la misma. Lutero atacaba la autoridad del Papa, diciendo que se defendía de una
reforma escondiéndose detrás de tres paredes: (1) La pretendida superioridad del poder espiritual
sobre el temporal, de modo que el poder de la Iglesia no podía ser juzgado por ningún otro poder.
(2) El derecho exclusivo del Papa para interpretar las Escrituras. (3) La pretensión de que sólo el
Papa podía convocar un concilio o reformar la Iglesia. En contra de estas presuposiciones, Lutero
hizo propuestas bien radicales.

Martín Lutero: “Se ha establecido que el Papa, los obispos, los sacerdotes y los monjes sean
llamados al estado eclesiástico; y los príncipes, los señores, los artesanos y los agricultores,
el estado secular. Es una mentira sutil y un engaño. Que nadie se asuste y ésto por la
consiguiente causa: todos los cristianos son en verdad de estado eclesiástico y entre ellos
no hay distingo, sino sólo a causa del ministerio, como Pablo dice (1 Co. 12:12–31) que todos
somos un cuerpo, pero que cada miembro, tiene su función propia con la cual sirve a los
restantes … Pues el que ha salido del agua bautismal puede gloriarse de haber sido
ordenado sacerdote, obispo y papa, si bien no le corresponde a cualquiera desempeñar tal
ministerio. Como todos somos igualmente sacerdotes, nadie debe darse importancia a sí
mismo ni atreverse a hacer sin nuestra autorización y elección aquello en lo cual todos
tenemos el mismo poder, porque lo que es común, nadie puede arrogárselo sin autorización
y orden de la comunidad.”

En El cautiverio babilónico de la Iglesia (octubre), Lutero escribía como teólogo a otros teólogos
acerca de los sacramentos. En este tratado, escrito en latín, Lutero atacaba los siete sacramentos
tradicionales de la Iglesia y los reemplazaba por no más de dos o tres. En su discusión de los
sacramentos y la eficacia de las indulgencias, Lutero señalaba tres cosas: (1) Declaraba que hay sólo
dos sacramentos y no siete: la Cena del Señor y el Bautismo. (2) Ponía en dudas la transubstanciación
(el pan y el vino se convierten materialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo) y proclamaba la
consubstanciación (Cristo está presente en forma real en el pan y el vino). (3) Indicaba que todos
pueden participar de ambos elementos, y la eficacia de éstos dependía de la fe del creyente. Según
él, la sustancia de cada sacramento no era otra cosa sino fe, y los mismos no debían ser capturados
por la Iglesia para la obtención de sus propios intereses y propósitos. Como él decía: “Primeramente
debo negar los siete sacramentos y por ahora admitir sólo tres: el bautismo, la penitencia y el pan.
Todos ellos fueron reducidos a una mísera cautividad por la curia romana, y la Iglesia fue privada de
toda su libertad. No obstante, hablando al estilo de la Escritura, admitiría sólo un sacramento y tres
signos sacramentales.” En 1521, Enrique VIII, rey de Inglaterra, que sabía algo de teología, escribió
un libro atacando la enseñanza de Lutero sobre los sacramentos. Esto les valió a los monarcas
ingleses el título de “Defensores de la Fe”.

En relación con la Cena del Señor, Lutero admitía la comunión en ambas especies y rechazaba
la doctrina de la transubstanciación como no bíblica. Además, cada persona debía recibir el
sacramento por sí misma y no había lugar para las misas privadas.
Martín Lutero: “Conste primero de modo infalible: la misa o el sacramento del altar es el
testamento de Cristo que al morir nos dejó para ser distribuido entre sus fieles. Pues así
constan sus palabras ‘Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre’. Digo que conste esta
verdad como fundamento inconmovible sobre el cual levantaremos todo lo que hemos de
decir … De ésto ya de suyo es patente cuál es el uso y el abuso de la misa; cuál su celebración
digna o indigna. Porque si es promesa, como hemos dicho, no llegamos a ella por ninguna
obra, ningún esfuerzo ni mérito, sino sólo por la fe.”

En el tratado La libertad del cristiano (noviembre), Lutero se dirigía al creyente común y


explicaba sus conceptos sobre la fe, las buenas obras, la naturaleza de Dios y la supremacía de la
autoridad política sobre los creyentes. Mucha gente estaba de acuerdo con Lutero en su propio
juicio sobre este tratado, que expresaba la vida cristiana total en forma abreviada. Lutero destacaba
la libertad que goza el creyente e indicaba que todos los cristianos eran sacerdotes. En este tratado
presentaba la paradoja fundamental de la fe cristiana: “El cristiano es libre señor de todas las cosas
y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos.” En el
último párrafo de este tratado, Lutero explicaba las dos proposiciones que parecen contradictorias.

Martín Lutero: “Se deduce de todo lo dicho que el cristiano no vive en sí mismo, sino en
Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor. Por la fe sale el cristiano
de sí mismo y va a Dios; de Dios desciende el cristiano al prójimo por el amor. Pero siempre
permanece en Dios y en el amor divino, como Cristo dice (Jn. 1:51) … He aquí la libertad
verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de todo pecado, mandamiento y ley; la
libertad que supera a toda otra como los cielos superan la tierra. ¡Quiera Dios hacernos
comprender esa libertad y que la conservemos! Amén.”

La manera en que Lutero se expresó en estos tratados no era muy diferente de la usada por
Juan Wyclif o Juan Huss, tanto en su contenido como en su vocabulario. De este modo, de su pluma
incendiaria salieron en menos de un año tratados que denunciaban los votos monásticos, atacaban
la confesión auricular, castigaban la doctrina de la misa y rechazaban la violencia en los cambios
religiosos. Al mismo tiempo, Lutero escribió numerosos panfletos, breves comentarios de pasajes
bíblicos destinados al público en general, en los que exponía la fe que había abrazado más en
términos bíblicos que según la teología escolástica.

Desarrollo de la Reforma. Mientras se encontraba escondido en Wartburgo, algunos de sus


seguidores en Wittenberg asumieron posiciones más radicalizadas. En la ciudad de Zwickau, en la
frontera con Bohemia, Nicolás Storch y otros adoptaron las ideas de Lutero, pero de manera más
radical. Expulsados de Zwickau estos elementos radicalizados fueron a Wittenberg, donde
consiguieron el apoyo de Andrés Carlstadt (1477–1541), discípulo de Lutero. En realidad, lo único
que querían los “profetas de Zwickau” y hombres como Carlstadt, junto con el profesor de griego
Felipe Melanchton (1497–1560) y el agustino Gabriel Zwilling (1487–1558), era llevar las ideas de
Lutero hasta sus últimas consecuencias. Así, pues, se sirvió la eucaristía en las dos especies, se
omitieron partes de la oración de consagración, se descartaron los hábitos eclesiásticos, se
destruyeron las imágenes y se denunció el ayuno. Se estimuló el matrimonio de sacerdotes, monjes
y monjas, y el mismo Carlstadt anunció su compromiso con una joven de dieciséis años.

Al enterarse de estos cambios, Lutero se enfureció porque vio que su reforma de “teólogos” se
estaba transformando en un movimiento popular, que estaba en conflicto con sus convicciones
tradicionales. Así que, tuvo que regresar (marzo 1522) para ponerse al frente del movimiento que
había iniciado, encauzándolo por carriles más conservadores y menos violentos que los propiciados
por Carlstadt y Zwilling. El método utilizado para lograr el control fue la persuasión de su
predicación. Con ocho sermones Lutero frenó en una semana el radicalismo en Wittenberg. Los
“profetas” Carlstadt y Zwilling se vieron forzados a abandonar la ciudad. De este modo, la reforma
religiosa según Lutero no era cuestión de iconoclastía, de austeridad y puritanismo externo, de
antisacerdotalismo, sino de una profunda lucha espiritual, de una agonía interior, de amor y
paciencia más que de violencia y denuncia. “Sin amor,” decía Lutero, “la fe es nada.”

Lutero pudo llevar a cabo su labor de reformador en Wittenberg, sin enfrentar mayores
dificultades. Contó con el respaldo del príncipe elector de Sajonia, Federico el Sabio, y pudo
continuar su obra tranquilo en Sajonia, hasta morir en paz. Además, la guerra entre Carlos V y
Francisco I de Francia, y la amenaza permanente de los turcos, obligaron a Carlos V a suspender su
persecución de Lutero, y éste pudo organizar mejor su labor de reforma.

Las enseñanzas de Lutero viajaron rápido y llegaron lejos. Bajo su influencia el rey de Dinamarca
comenzó a reformar la Iglesia en su reino, que en pocos años se transformó en la primera nación
luterana (1523). Varios otros reinos del norte de Europa adoptaron la fe luterana y establecieron a
la Iglesia Luterana como oficial. Suecia se hizo luterana en 1527 y Noruega en 1537. En Prusia, el
príncipe Alberto de Brandeburgo (1490–1568), que era gran maestre de la orden de los Caballeros
Teutónicos, secularizó en su provecho propiedades de la Iglesia Romana y creó así un poderoso
baluarte luterano en el llamado Ducado de Prusia, desde el cual expandió el movimiento luterano
en las comarcas ribereñas del Báltico. Para mediados del siglo XVI el Báltico era un “lago luterano”.

MAPA 2 - LA REFORMA EN ALEMANIA


En 1525—el mismo año en que Lutero se casó con Catalina von Bora (1499–1552), una ex-
monja—en el sur de Alemania ocurrió una revuelta de campesinos, que atacaron monasterios y
castillos hasta llegar a excesos mayores. En un sentido, estos movimientos populares fueron
motivados por Lutero mismo, quien enseñaba que para eliminar la corrupción de la Iglesia era
necesario quitarle sus riquezas, especialmente sus posesiones territoriales. Como resultado,
caballeros y campesinos trataron de adueñarse de los bienes del clero, aunque sin éxito. Lutero se
volvió contra los campesinos en un violento panfleto titulado Contra las hordas ladronas y asesinas
de los campesinos. En este tratado, Lutero presentaba su idea de que los líderes políticos y no el
pueblo, eran quienes debían tener el control tanto de la Iglesia como de la sociedad. La rebelión
campesina terminó en una horrenda carnicería (murieron entre 70.000 y 100.000 campesinos),
cuando los príncipes frustraron sus intentos de revolución social. Lutero perdió el respaldo de las
clases más bajas, convenciéndose de que su reforma prosperaría sólo si contaba con el apoyo de los
nobles y los príncipes.

Los príncipes terminaron por consumar lo que le impidieron hacer a los campesinos, es decir,
apropiarse de los bienes de la Iglesia en sus dominios con las llamadas secularizaciones. Muchos
príncipes y muchas ciudades libres, acicateados por la perspectiva de hacerse dueños de
importantes tierras, se pasaron a las filas luteranas, dando así un formidable impulso al movimiento
reformista. En 1526, el emperador Carlos V se propuso liquidar al luteranismo y para ello convocó a
una Dieta en la ciudad de Espira, que se frustró por la renovación de la guerra y terminó afirmando
que cada Estado tenía derecho de seguir el credo religioso que deseara adoptar, hasta que se
reuniera un Concilio General. Para entonces, Carlos V estaba en guerra con el rey de Francia,
Francisco I (1494–1547), y no podía ocuparse del problema con los luteranos.

En 1529 se reunió una segunda Dieta en Espira, que demandó la inmediata ejecución de las
decisiones de la Dieta de Worms (1521), dio a los católicos plenos derechos de adoración en todos
los Estados del Imperio y limitó los derechos de los luteranos. Cinco príncipes alemanes firmaron
una protesta y se los llamó “protestantes”, siendo ésta la primera vez que se usó este término.
Originalmente “protestante” significaba luterano, pero eventualmente el término fue aplicado a
todos los cristianos occidentales que no mantenían una alianza con el Papa.

Para 1529, Lutero había alcanzado una posición firme en su liderazgo eclesiástico y en la
formación de líderes. Para este tiempo ya se habían designado comisiones de visitación para
examinar, reformar y reorganizar la vida de las iglesias en Sajonia. Estas comisiones, compuestas
por teólogos, representantes de la corte y predicadores promovieron la relación estrecha de líderes
seculares y religiosos, y marcaron el comienzo de una Iglesia territorial o estatal. El Estado no debía
definir la doctrina como tampoco la Iglesia debía ejercer el control político, sino que ambas
entidades debían suplementarse mutuamente en la construcción del reino de Dios sobre la tierra.
Las visitaciones eventualmente dieron nacimiento al consistorio. Este instrumento de gobierno
eclesiástico, generalmente integrado por abogados y eclesiásticos, era designado por el gobernante
temporal. Ejercía disciplina y, por su propia estructura, mantuvo centralizada a la autoridad
eclesiástica.

Lutero procuró mejorar el nivel de educación del pueblo. Para ello, en 1529, publicó su
Catecismo mayor, para pastores y maestros, y su Catecismo menor, un manual simple de doctrina
cristiana para el común de la gente. Junto con su traducción de la Biblia, esta obra ayudó
notablemente a definir el carácter de lo que fue el luteranismo. Además, fue muy importante la
contribución de Lutero a la liturgia. Para él, el sermón ocupaba un lugar central en el culto, mientras
que la congregación tenía una participación activa en la adoración a través del canto. Según sus
enemigos, “los himnos de Lutero mataban más almas que sus sermones.” Su famoso himno “Castillo
fuerte es nuestro Dios” fue el más traducido y popular del siglo XVI.

En 1530 la Dieta de Augsburgo les dio a los protestantes el derecho de ser oídos. Se presentaron
tres declaraciones de fe, siendo la más larga la presentada por los luteranos, que había sido
redactada rápidamente por Felipe Melanchton, el “educador de Alemania,” con la aprobación de
Lutero. En esta declaración, conocida como la Confesión de Augsburgo, Melanchton procuró reducir
al mínimo las diferencias con los católicos, y llegó a ser la declaración oficial de la fe luterana. La
Confesión evitaba cuestiones controvertidas como el Purgatorio, la transubstanciación y el
sacerdocio de todos los creyentes, pero afirmaba vigorosamente la doctrina de la justificación por
la fe, defendía la entrega de la copa a los laicos, rechazaba el celibato obligatorio del clero y atacaba
el poder temporal de los eclesiásticos.

A partir de 1530, los luteranos procuraron organizarse en ligas defensivas, para protegerse de
los esfuerzos de Carlos V por reestablecer el catolicismo en Alemania por la fuerza. La Iglesia
Luterana se puso en manos de los príncipes y se transformó en una Iglesia estatal y territorial. La
confusión política, la amenaza de los turcos y la esperanza de un Concilio General que aclarara estos
problemas religiosos, hicieron que muchos postergaran una toma de posición ante el luteranismo,
y esto le permitió al mismo desarrollarse con cierta ventaja. Dondequiera que el luteranismo era
adoptado, las tierras de la Iglesia eran confiscadas por el gobierno secular. Esto hizo más difícil el
retorno al catolicismo, puesto que estas tierras, ahora en manos de nobles protestantes, no iban a
ser devueltas a la Iglesia Católica Romana.

Los años de 1532 a 1546 fueron los más propicios para el luteranismo, ya que se amplió la Liga
de Esmalcalda de 1531, que se había constituido como una liga defensiva. No obstante, los últimos
años de vida de Lutero no fueron para él los mejores. Ciertas sombras se proyectaron sobre su vida
y ministerio en estos años. Primero, su actitud negativa hacia Zuinglio, los anabautistas y otros
grupos disidentes, que profundizó las divisiones del protestantismo y comprometió al luteranismo
con los conflictos políticos de aquel tiempo. Segundo, su aprobación de la bigamia de Felipe de
Hesse (1504–1567), que provocó disensión en las filas protestantes. Y, tercero, su actitud hacia los
judíos, que fueron tratados con violencia debido a la influencia de Lutero, quien se adhirió
abiertamente a actitudes antisemitas.

Para cuando Lutero murió, en 1546, el papa Pablo III convocó a una cruzada contra los
protestantes, quienes fueron derrotados por dividirse debido a las traiciones de algunos de sus
dirigentes. Sin embargo, la envidia entre el emperador y el Papa imposibilitó la destrucción
inmediata de los protestantes, y en 1552, después de un período de muchas maniobras políticas, la
guerra se libró nuevamente y los protestantes recuperaron todo lo que habían perdido.

En 1555 se firmó la Paz de Augsburgo, que consideró a los luteranos con iguales derechos que
los católicos en sus territorios respectivos en Alemania y estableció el principio de que cada Estado
tendría la religión que su príncipe eligiera, debiendo ser una con la exclusión de la otra. De esta
manera, Alemania quedó dividida y la Iglesia también entre luteranos y católicos. La declaración
cuius regio, eius religio (“cuya religión, su religión”) significó que la religión de cualquier territorio
sería la de la autoridad política gobernante. Si los súbditos no seguían la religión del príncipe debían
emigrar, perdiendo los bienes que poseyeran. Por otro lado, se reconoció la validez de las
secularizaciones ya efectuadas, pero se prohibieron para el futuro. La Paz de Augsburgo fue uno de
los primeros documentos que consagraron oficialmente la ruptura de la unidad religiosa de la
cristiandad europea y que reconocieron una parcial tolerancia religiosa. Tuvo, además, un alto
significado político pues consagró el fracaso de la tentativa de los monarcas Habsburgo para hacer
del Imperio una monarquía absoluta y centralizada, pues era evidente que sin unidad religiosa no
era posible la unidad política. Los príncipes luteranos defendieron, por consiguiente, no sólo su
confesión religiosa, sino también la estructura política de corte feudal del Sacro Imperio.

_ Las ideas de Lutero


La gran preocupación existencial de Lutero era cómo tener una relación correcta con Dios. Ésta
era también la preocupación de muchas otras personas en su tiempo. A estas inquietudes la Iglesia
respondía de dos maneras. Por un lado, para tener una relación correcta con Dios había que seguir
el camino de la perfección (Mt. 19:21). Esta vida perfecta sólo podía vivirse en los monasterios,
alejados del mundo pecador. Por otro lado, para quienes no querían entrar a la vida monástica había
una alternativa en la Iglesia. Ésta había heredado un rico tesoro de santidad creado por las vidas
devotas de los santos. Este tesoro era accesible a los creyentes a través de los sacramentos que la
Iglesia administraba. Esta era la vía más transitada por la mayoría de las personas que querían
experimentar la misericordia de Dios.

Ambos caminos nacían de la misma idea: Dios es misericordioso con todo aquel que viene a él
con fe y amor, especialmente la persona que es digna de él o hace cosas que la hagan merecedora
de su perdón. Por otro lado, la fe no era entendida como confianza en el amor de Dios (fiducia), sino
como asentimiento al dogma de la Iglesia (assensus). Amar era entendido como vivir la vida que
Dios ordena, ya sea directamente a través de la vida monástica o indirectamente haciéndose
partícipe de la bondad y santidad de Cristo y de los santos, comunicada por la Iglesia mediante los
sacramentos de la penitencia y la eucaristía. Ahora, la Reforma resultó del hecho de que Lutero
probó estos dos caminos que le ofrecía la Iglesia de sus días y descubrió que no resultaban para
traer paz a su vida, y que daban una idea equivocada del evangelio y de la voluntad salvadora de
Dios.

La Reforma de Lutero hizo tres planteos en el pensamiento de la Iglesia que jamás se olvidarán:
(1) Que la Biblia tiene siempre un mensaje nuevo cuando lo necesitamos. (2) Que el centro del
mensaje de la Biblia es la relación entre Dios y sus criaturas. (3) Que esta relación es simple, pero
revolucionaría, porque cambia todo. En el desarrollo de estos tres planteos, Lutero contribuyó con
cuatro ideas fundamentales: sola fide, sola gratia, sola Scriptura, solo Christo.

Sola fide. La contribución más importante de Lutero a la teología cristiana fue su


redescubrimiento de la doctrina de la justificación por la fe, que es la total suficiencia de Dios en la
salvación. No obstante, para Lutero, “fe” y “amor” adquirieron un nuevo significado. De su estudio
de la Biblia, particularmente Salmos y Romanos, Lutero concluyó que fe en la Biblia significa antes
que nada la fidelidad de Dios a su pueblo, y luego la confianza de su pueblo en él. El Dios fiel hacía
justo a su pueblo, es decir, lo colocaba en una relación correcta con él. El amor no era un esfuerzo
por ganar el favor de Dios, sino la expresión del pueblo en gratitud a Dios por haberlo “justificado”
(Ro. 5:1).

De esta manera, Lutero puso a todos los seres humanos en igualdad espiritual al entrar en la
presencia de Dios, estableciendo así el sacerdocio de todos los creyentes en un mismo nivel de
igualdad. Lutero dejó al ser humano con la total responsabilidad por su destino y con la seguridad
de encontrarse con Dios para rendirle cuentas. De este modo, introdujo tres elementos de poder
transformador en la teología cristiana: seguridad en cuanto a la fe; libertad en cuanto a la
conciencia; y, responsabilidad personal en cuanto a la obediencia.

En una palabra, Lutero transformó la religión ineficaz de sus días en una teología viva y
experiencial, y esto resultó en la sustitución de esa religión formal e inefectiva por otra totalmente
diferente. Los cambios fueron notables: en lugar de una religión humana y de esfuerzos humanos a
una religión divina y que confía en lo que Dios ha hecho en Cristo; de la gracia de Dios en lugar de
los esfuerzos estériles de los seres humanos. Y estas religiones radicalmente diferentes dieron a luz
dos civilizaciones diferentes. Una, la católica romana, que perpetuó durante mucho tiempo el
feudalismo y la servidumbre característicos de la Edad Media; y, la otra, la protestante, que poco a
poco dio lugar a la dignidad de la personalidad humana, naciendo de ella la democracia y la libertad
del mundo occidental. Esto se lo debemos a la teología de la Reforma y al desarrollo de los principios
que con tanto sacrificio Lutero trajo a la luz.

Sola gratia. Siguiendo las enseñanzas del apóstol Pablo, Lutero consideraba que el ser humano
es innatamente injusto, imperfecto e incapaz de salvarse por sí mismo. Sus mejores esfuerzos no
pueden satisfacer las demandas de un Dios santo y justo. No obstante, es Dios quien toma la
iniciativa e imputa justicia a aquellos que creen. Dios es primero y supremo como autor de la
salvación, y el acceso a él está abierto y es gratuito a través de los méritos de Jesucristo. La fe sola
es el único contacto entre el pecador y el Salvador, y la salvación es un don divino que el pecador
no merece.

Lutero tuvo una gran experiencia de salvación cuando descubrió en la Biblia a Dios como un Dios
de amor y no como un juez inexorable. Liberado de la angustia y del temor por no encontrar a un
Dios misericordioso, Lutero aprendió que el corazón de Dios es bondad y que su disposición es salvar
al pecador antes que condenarlo.

Sola Scriptura. Lutero fue uno de los grandes teólogos del cristianismo, pero el eje de su labor
reformadora fue la Biblia antes que la teología: él fue un reformador bíblico. Sus escritos más
importantes fueron extensos comentarios bíblicos (Génesis, Salmos, Hebreos, Romanos, Gálatas)
en la forma de sermones o conferencias. En su estudio de la Biblia, Lutero echó mano de la mejor
erudición de sus días: el Nuevo Testamento Griego de Erasmo, el diccionario hebreo de Juan
Reuchlin, el comentario a los Salmos de Jacques Lefèvre de Étaples. Al igual que estos humanistas,
Lutero procuró entender de nuevo la Biblia, usando sus lenguas originales, traduciendo el texto al
alemán y, sobre todo, aplicando sus enseñanzas a su vida personal. Fue así como Lutero se
transformó en un teólogo de primera línea: trató de entender quién es Dios y qué es lo que Dios
quiere de sus criaturas a la luz del texto bíblico. Para Lutero no había otra autoridad en materia de
fe y práctica religiosa que la Biblia. Esto lo llevó a rechazar los decretos papales o las enseñanzas de
los Padres de la Iglesia (tradición) sobre lo que la Biblia enseñaba.

Solo Christo. Al entender la gracia de Dios no como una cosa que él da o como un poder mágico
para la salvación, Lutero adquirió una nueva comprensión de su relación con Dios. La gracia de Dios
es su actitud hacia el ser humano, de modo que no es necesario para el pecador buscar “cosas” para
su salvación, sino a Dios mismo. En esto, Lutero enfatizó el aspecto personal de la devoción cristiana,
y lo hizo en línea con lo enseñado por Bernardo de Clairvaux, Francisco de Asís y los místicos
alemanes del siglo XV. De este modo, para Lutero, el centro de la fe cristiana no era la Iglesia y los
sacramentos, sino Jesucristo mismo. Para Lutero fe y salvación significaban simplemente “tener un
Dios” y él lo encontró sólo en Cristo, el Señor.

Martín Lutero: “Pero preguntas dónde pueden hallarse y de dónde provienen la fe y la


confianza. Por cierto es sumamente necesario saberlo. Primero, sin duda, no provienen de
tus obras ni de tus méritos, sino sólo de Jesucristo, gratuitamente prometidas y dadas. Así
dice San Pablo en Romanos 5: ‘Dios encarece su amor para con nosotros en que, siendo aun
pecadores, Cristo murió por nosotros.” … Así debes inculcarte a Cristo y observar cómo en
él Dios te propone y ofrece su misericordia sin ningún merecimiento precedente de tu parte.
Y en tal visión de su gracia debe inspirarse la fe y la confianza del perdón de todos tus
pecados. Por ello, la fe no comienza con las obras. No la originan tampoco. Más bien ha de
originarse y proceder de la sangre, de las heridas y de la muerte de Cristo. Cuando en él te
das cuenta que Dios te es tan propicio que da aun a su Hijo por ti, tu corazón ha de ponerse
dócil y volver a ser a su vez propenso a Dios.”

CUADRO 2 - EVALUACIÓN DE LUTERO Y SU REFORMA

ASPECTOS NEGATIVOS ASPECTOS POSITIVOS

Fue una reforma a medias: no rompió con el Descubrió el corazón del evangelio: la
paradigma de cristiandad. justificación por la fe.

No separó la iglesia del Estado: creó una Iglesia Abrió la Biblia a todos: la interpretación libre de
territorial. las Escrituras.

Dependió del apoyo del Estado: fomentó la Redescubrió la doctrina del sacerdocio universal
unión de la espada y la cruz. de los creyentes.

Desarrolló una eclesiología centralizada: se Dio un lugar importante a la adoración en el


mantuvo la estructura clerical. culto: himnología.

Se desarrolló lejos del pueblo: se inclinó hacia la Se opuso a la autoridad del papado y las
nobleza y los poderosos. supersticiones de la Iglesia.

Sostuvo una hermenéutica equívoca: “Lo que Lutero fue un gran siervo de Dios: sin su valor e
está prohibido en la Biblia está bien.” iniciativa no hubiese habido reforma de la
Iglesia.

Lutero fue un hombre a veces imprudente: Utilizó la imprenta para comunicar con
hablaba y escribía impulsivamente. efectividad sus ideas.
No enfatizó lo suficiente las buenas obras. Reconoció el valor del ser humano.

LA REFORMA EN ZURICH

La Reforma del siglo XVI fue la Reforma de Lutero. Si bien cada país realizó su propia reforma,
todos fueron influidos por el pensamiento de Lutero a través de sus escritos. Las dos ideas básicas
de Lutero, que Dios ha justificado a los pecadores a través de lo que hizo en Cristo y que la Biblia es
la única base para la fe y la práctica cristianas, fueron aceptadas unánimemente por todos los
reformadores. Su obra comenzó en el noreste de Alemania, pero su mensaje echó raíz por toda
Europa, y especialmente en Suiza.

_ Trasfondo de la Reforma en Zurich


Algunas de las manifestaciones más maduras y mejor logradas de la Reforma protestante del
siglo XVI ocurrieron en sur de Alemania y al este de Francia, en Suiza. Fue allí donde se dio una
coincidencia de factores favorables, que permitieron que las nuevas ideas que comenzaron a
florecer con Lutero se desarrollaran de manera más fecunda. Hubo varios elementos que crearon
las condiciones propicias para que esto ocurriera.

La situación social, política y económica en Suiza. En el siglo XVI, Suiza era una confederación de
ciudades libres y cantones incorporada al Sacro Imperio Romano-Germánico, que tenía gobierno
propio y vivía de la manufactura y el comercio. El énfasis sobre la autonomía local más que en una
autoridad central caracterizó las actividades políticas de los cantones y la Dieta de la Confederación
Suiza. Sobre todo, cada cantón era libre para negociar sus propios tratados con poderes externos y
de llevar a cabo sus negocios sin una estrategia central. A su vez, el fermento social muchas veces
desafió a las estructuras políticas y económicas existentes dentro de los cantones. Esto resultó en
numerosos levantamientos campesinos, que se resistían al ordenamiento feudal. Hubo también
otros movimientos que pugnaban por una mayor participación en el gobierno, especialmente de
parte de guildas pequeñas. A comienzos del siglo XVI la clase patricia casi no podía mantener su
posición hegemónica, frente a la alianza de artesanos y campesinos que poco a poco iban
obteniendo concesiones y estableciendo nuevas oligarquías. En razón de que muchos cantones eran
gobernados por Consejos elegidos directa o indirectamente por los ciudadanos, la opinión popular
muchas veces fue un factor vital en configurar la política gubernamental. Este tipo de situación pudo
ser muy bien aprovechada por predicadores carismáticos y populares para lograr los cambios
necesarios en la Iglesia.

De este modo, al igual que lo ocurrido en Alemania y quizás más todavía, en Suiza el movimiento
de Reforma fue el resultado de factores sociales, políticos, económicos y religiosos. A estos factores
se agregó una larga y fuerte tradición de independencia, que hizo difícil para los Papas romanos o
los emperadores alemanes digitar las cuestiones religiosas. Siglos de lucha y cierto aislamiento
geográfico produjeron una actitud de autodeterminación política. No obstante, el rechazo exitoso
del control foráneo no tuvo como resultado la constitución de una trama política nacional. Hacia
1513 la Confederación consistía de trece cantones aliados superficialmente con otros cantones,
ciudades y territorios eclesiásticos.

La literatura luterana en Suiza. El nivel de educación en el norte de Suiza era superior al del
norte de Alemania. Un mejor nivel económico permitía a más personas tener acceso a la lectura y,
a su vez, esto desarrollaba una mayor curiosidad por las nuevas ideas. Por ser más comercial, urbana
y encontrarse en el punto de cruce de las principales rutas que unían el corazón de Europa
occidental, Suiza estuvo más abierta al intercambio de esas ideas. En esto, la contribución técnica
de la imprenta y los libros impresos aportó un elemento dinamizador fundamental, que incluso tuvo
efectos sobre la cultura popular. Como indica Imogen Luxton: “Mientras que la cultura provincial en
todos los niveles a fines del siglo XVI permaneció predominantemente religiosa, su énfasis había
cambiado de los efectos visuales ritualizados del período de la pre-Reforma a la palabra impresa.”
Luxton agrega: “El desarrollo de la imprenta jugó una parte importante en esta transición, pero
subyaciendo a esto estaba el énfasis de la Reforma sobre la necesidad de un estudio directo de la
Biblia.”

Los panfletos de Lutero inundaron Suiza y fueron leídos con avidez por los pequeños
comerciantes y artesanos (burgueses), que hicieron de la Reforma de su país un movimiento más
práctico y con mayor énfasis en la organización que el luterano. Lutero sólo pudo lograr sus reformas
persuadiendo a los grandes señores feudales de Alemania, y éstos a su vez tuvieron que persuadir
al emperador y al Papa. En cambio, los reformadores suizos sólo tuvieron que convencer a los
Consejos de sus propias ciudades.

Richard G. Cole: “El tratado reformado breve, directo y vulgar dirigido a una audiencia
amplia y no erudita o incluso confundida se transformó en una herramienta mayor para
aquellos que buscaban el cambio en las lealtades religiosas de grandes números de
personas … El uso de panfletos por docenas de reformadores de alguna manera creó una
Reforma impresa.”

_ Ulrico Zuinglio (1484–1531)


La Reforma en Suiza fue iniciada por Ulrico Zuinglio, un sacerdote de Zurich. Zuinglio nació en
Wildhaus, cincuenta y dos días después de Lutero, y a diferencia del reformador sajón era de buena
familia. Estaba bien educado y fue preparado como humanista por un tío sacerdote. Estudió en
Basilea, Berna y Viena, y se destacó como amante de los estudios bíblicos y humanistas. Aprendió
las lenguas bíblicas y llegó a ser maestro de griego del Nuevo Testamento bajo la tutela de Erasmo.
Influido por las ideas de Lutero, Zuinglio se transformó en un humanista radical, es decir, alguien
interesado en las raíces o fundamentos de la fe según las Escrituras. En el contexto intensamente
independiente de Suiza, Zuinglio fue quien introdujo lo que él creía era la enseñanza pura del
evangelio y se opuso a lo que consideraba corrupto en la Iglesia de sus días.
El pastor. En 1506, a la edad de veintidós años, se graduó con su maestría en artes de la
Universidad de Basilea, fue ordenado sacerdote y comenzó a servir en Glaris, donde continuó con
sus estudios humanistas. Leía intensamente, profundizó sus conocimientos del griego
neotestamentario, estableció una pequeña escuela y alentó el nacionalismo suizo. En varias
ocasiones acompañó a los mercenarios suizos convocados para defender los intereses papales en el
norte de Italia. Fue en estas experiencias que desarrolló su oposición a tales servicios, que según él
eran opresivos. Zuinglio procuró convencer a sus compatriotas de la futilidad del compromiso en las
guerras foráneas destinadas a construir imperios ajenos. Con el mismo celo rechazó una alianza de
Zurich con el rey de Francia, Francisco I.

Zuinglio se destacó como un predicador elocuente y bíblico. Después de su ministerio en Glaris,


sirvió como pastor en Einsiedeln, donde había una abadía famosa, hasta que en diciembre de 1518
fue a Zurich como pastor de la iglesia catedral. Para ese tiempo, Zurich era una ciudad imperial y se
había desarrollado como un importante centro manufacturero y mercantil. Allí comenzó a
cuestionar todas las prácticas y ritos religiosos que no estaban directamente respaldados por la
Biblia. Denunció al monasticismo y al Purgatorio, y cuestionó al diezmo, con lo cual se ganó la
oposición del clero local.

Tomás M. Lindsay: “Zurich, con su democrática constitución, era un lugar muy adecuado
para un hombre como Zuinglio, quien ya en esos días se había hecho un nombre. Poderoso
predicador, era capaz de sacudir y mover al pueblo con su elocuencia y, por otra parte,
estaba en estrechas relaciones con los más distinguidos humanistas alemanes … Su
condición de predicador del pueblo, dio a un hombre de sus populares dotes una posición
dominante en la más democrática de las ciudades suizas, donde la política local y la europea
eran intensamente discutidas.”

El reformador. Entre 1519 y 1525, cuando en la ciudad se abolió la misa, Zuinglio propugnó un
programa práctico de reforma en cooperación con el Consejo de la ciudad. Zuinglio sostenía muchos
conceptos similares a los de Lutero, pero a veces por razones diferentes. Ambos creían en la
predestinación divina. Lutero creía esto porque estaba convencido de que el amor de Dios es mayor
que el pecado humano, mientras que Zuinglio lo creía porque pensaba que Dios era la fuente de
todo lo que ocurre, incluso nuestra salvación. Lutero comenzó su Reforma a partir de un profundo
conflicto religioso personal, mientras que Zuinglio lo hizo predicando como humanista una serie de
sermones fundado directamente en el texto griego de Erasmo. Además, Zuinglio se opuso a los
abusos de la Iglesia Católica Romana, especialmente la práctica de reclutar mercenarios suizos para
los ejércitos papales. Rechazó también la idolatría y la superstición, y protestó severamente contra
la venta de indulgencias. En sus sermones denunciaba los pecados sugeridos por los pasajes bíblicos
que exponía, y aprovechaba para atacar las doctrinas del Purgatorio y de la intercesión de los santos.

En 1520, Zuinglio enfermó gravemente por efecto de la peste y estando al borde de la muerte
se profundizó su vida espiritual. Renunció a la pensión papal y obtuvo del Consejo de Zurich la
autorización para predicar la Biblia. En 1522 atacó el celibato del clero y él mismo se casó dos años
más tarde. Zuinglio tenía una gran influencia sobre el Consejo de la ciudad, lo que le permitió
desarrollar su programa de reformas. En 1523 obtuvo el triunfo en dos disputas públicas con los
católicos romanos, lo que promovió sus conceptos, presentados en sesenta y siete tesis. Muchos
sacerdotes se casaron, algunos conventos fueron convertidos en escuelas y asilos, varios ritos y
ceremonias fueron eliminados, y se quitaron las imágenes de los templos.

Su reforma prosperó hasta 1529, cuando estalló la guerra civil entre protestantes y católicos,
que tuvo un final favorable a los protestantes. Pero en 1531 volvió a estallar una vez más el conflicto.
Esta vez Zurich no estaba preparada, a pesar de los consejos de Zuinglio. Los cantones romanistas
se movieron con rapidez y derrotaron a los protestantes. Entre los caídos en la batalla final se
encontraba Zuinglio. Los católicos descubrieron su cadáver, lo descuartizaron, lo quemaron,
mezclaron sus cenizas con cenizas de cerdos y las echaron al viento. No obstante, a fines de ese año
se firmó un tratado que permitió a los cantones protestantes la libertad para continuar
desarrollando sus doctrinas.

La obra reformadora de Zuinglio en Zurich fue continuada por su yerno y sucesor Enrique
Bullinger (1504–1575). Durante cuarenta y cuatro años, Bullinger fue el líder por excelencia de la
Iglesia en Zurich (obispo). Se conservan de él doce mil cartas, que dan cuenta del papel que
desempeñó en la consolidación de la Reforma en Suiza y de su influencia en los Países Bajos.
Bullinger desarrolló un concepto moderado en cuanto a la predestinación y rechazó la idea que Dios
hubiera querido la condenación de los malvados. A su vez, la influencia de Zuinglio llegó a otros
reformadores con ideas similares a las suyas, como Juan Ecolampadio (1482–1531) en Basilea y
Martín Bucero (1491–1551) en Estrasburgo. La expansión de las ideas reformistas en estos casos se
hizo siguiendo el método empleado en Zurich, es decir, a través de las decisiones de los Consejos de
estas ciudades libres. La misa fue abolida, se suprimieron las imágenes y se decidió que los
predicadores basaran sus sermones solamente en la Biblia.

_ Las ideas de Zuinglio


En la mayor parte de su pensamiento, Zuinglio fue un buen luterano, si bien disintió con el
reformador alemán en varios puntos de doctrina. En 1527, Zuinglio alababa a Lutero por su firmeza
y fuerza en la oposición al papado y la corrupción de la religión romana. No obstante, no se
consideraba necesariamente deudor por sus ideas de reforma.

Ulrico Zuinglio: “¿Quién me sugirió, pues, la predicación y exposición seguida de todo un


Evangelio? [escribía en 1523]. ¿Lutero? Sin embargo, empecé esta predicación antes incluso
de haber oído hablar de él y resulta que hace diez años que me puse a estudiar griego para
iniciarme en la fuente misma de Cristo. No fue Lutero el que me dio esta idea ya que
desconocía su nombre dos años después de que escogiera las Escrituras como fuente única
… ya no quiero llevar el nombre de Lutero, porque, intencionalmente, he leído muy poco de
su doctrina … y lo que le he leído … son cosas corrientes … sacadas de la Palabra de Dios y
fundadas en ellas.”
A diferencia de Lutero, Zuinglio fue un hombre de acción más que de reflexión. Sirvió en el
ejército de su ciudad y murió en el campo de batalla. Sus últimos años estuvieron marcados por una
creciente actividad política. Comenzó su carrera como reformador predicando una serie de
sermones utilizando el Nuevo Testamento griego preparado por Erasmo. Sus dos ideas más
importantes fueron: (1) La Biblia es una guía completa para la vida cristiana. (2) La enseñanza
principal de la Biblia es la soberanía de Dios sobre el mundo y la vida humana.

En base a la primera idea, Zuinglio enfatizó la autoridad bíblica e insistió en que la tradición
eclesiástica no podía estar por encima de la Biblia. En consecuencia, atacó al poder papal, el celibato
obligatorio, la autoridad de los concilios, las indulgencias y el ayuno forzoso, porque todos éstos
eran creación humana y carecían de fundamento bíblico. A diferencia de Lutero, él creía que los
cristianos están obligados a hacer sólo lo que la Biblia enseña. Por eso en Zurich se sacaron las
estatuas y los órganos de los templos, y la misa fue reemplazada por un servicio de adoración mucho
más simple y nuevo basado en la Biblia. El canto congregacional se hacía sin acompañamiento
instrumental.

En base a la segunda idea, Zuinglio enseñó que somos salvados directamente por la voluntad de
Dios, y en esto concuerda con Lutero. Pero esto significa que no somos salvos por medio de los
sacramentos, y en esto se diferencia de Lutero. No obstante, al igual que Lutero, Zuinglio
consideraba que la meta del evangelio era una sociedad reformada conforme a los principios
bíblicos, con la participación constante de las autoridades seculares y eclesiásticas.

La diferencia más profunda entre Zuinglio y Lutero se dio en torno a la interpretación de la Cena
del Señor. Lutero interpretaba literalmente las palabras de Jesús en la institución de la Cena: “Esto
es mi cuerpo.” Creía en una presencia real del Señor, que se hacía efectiva con los elementos.
Zuinglio, por el contrario, ponía el énfasis no en la presencia real, que consideraba como un resabio
de superstición en Lutero, sino en el valor simbólico de los elementos. Zuinglio objetaba que un
cuerpo físico no puede estar presente en todas partes al mismo tiempo. En 1529, en Marburgo, se
celebró un coloquio entre luteranos y zuinglianos para discutir las diferencias doctrinales a fin de
unir las fuerzas protestantes en contra de los católicos. Hubo acuerdo en catorce artículos de fe,
menos en uno, el que se refería a la interpretación de la presencia de Cristo en la Cena.

Zuinglio escribió varios tratados en los que expuso sus ideas reformadas, como: En cuanto a la
elección y uso libre de la comida; Archeteles; De la claridad y certeza de la Palabra de Dios; De María,
la pura Madre de Dios, todos publicados en 1522. Estos tratados y los cambios religiosos que llevó
a cabo en Zurich fueron sometidos a escrutinio público en una disputa ante el Gran Consejo de esa
ciudad en 1523. Fue aquí donde Zuinglio presentó sus Sesenta y siete conclusiones. A pesar de la
oposición de su contrincante, Juan Faber (1478–1541), obispo de Viena, Zuinglio ganó el debate y
obtuvo el respaldo del Consejo a sus doctrinas evangélicas. A su vez, el Consejo estableció el
principio que una comunidad, a través de su gobierno, podía decidir por sí misma cuál convicción
religiosa era la correcta. Esto significó un velado rechazo de la autoridad episcopal y papal. El
ejemplo establecido por esta disputa fue seguido por muchas otras ciudades suizas, en las que laicos
y eclesiásticos comenzaron a compartir la autoridad en materia religiosa.
Zuinglio fue un teólogo radical, por un lado, y conservador y práctico, por el otro. Creía que el
Consejo de la ciudad tenía derecho de decidir cómo debía ser la adoración del pueblo. El trabajo del
teólogo era argumentar en favor de una reforma, pero hasta que el Consejo se persuadiera, su deber
era obedecer las normas vigentes. Zuinglio estaba convencido de que el Estado y la Iglesia debían
trabajar en armonía para crear una Iglesia nacional. De otro modo, según él, habría una multiplicidad
caótica de cuerpos religiosos y una anarquía incontrolable en el poder secular. Por eso, cuando
algunos elementos radicales (anabautistas) insistieron en que la Iglesia debía seguir el modelo del
Nuevo Testamento y que el bautismo infantil debía ser abolido, Zuinglio rompió con ellos y los atacó.
En sus tratados Del bautismo, anabautismo y bautismo infantil y en De la justicia divina y humana
abogó por una transformación gradual de la sociedad mediante la cooperación entre la Iglesia y el
Estado.

Zuinglio presentó la esencia de su pensamiento teológico en su obra El comentario sobre la


religión verdadera y la falsa (1525). En ella, Zuinglio contrasta su fe respaldada por la Biblia y la
historia, con las creencias ingenuas de muchos en sus días. Lo central de su fe era su concepto de
Cristo como el nexo entre el ser humano y un Dios justo y misericordioso. Es de este núcleo central
de su pensamiento que surgieron sus medidas prácticas de reforma, especialmente las que tenían
que ver con la adoración y el culto a Dios. Zuinglio rechazó la misa, las estatuas, los instrumentos
musicales en los templos y el santoral. Consideró a las ordenanzas como símbolos, enseñando que
la Cena del Señor era un recuerdo del sacrificio de Cristo y el Bautismo la señal del nuevo pacto, que
reemplazaba a la circuncisión del viejo pacto. Conservó el bautismo infantil y la aspersión, aunque
reconoció que la inmersión era la forma correcta. Puso énfasis en una adoración sencilla basada en
la Biblia y demandó una vida cristiana más coherente con los resultados de la salvación.

LA REFORMA EN GINEBRA

Lutero y Zuinglio fueron hombres de sólida formación teológica sistemática y participantes del
orden religioso como sacerdotes ordenados. Ambos militaron como clérigos en las filas de la Iglesia
Católica Romana y por sus convicciones protestantes se vieron forzados a dejar la Iglesia para
comenzar una nueva institución disidente con el apoyo del poder estatal. En Ginebra el proceso fue
similar en cuanto al apoyo estatal pero diferente en cuanto al carácter del líder del movimiento
reformista. Juan Calvino no era sacerdote ordenado ni miembro de alguna orden religiosa, sino un
laico de sólida formación humanística, pero que no tuvo demasiados estudios teológicos formales.

_ Trasfondo de la Reforma en Ginebra


La ciudad de Ginebra, junto con Vaud y Neuchâtel, era parte de los cantones franceses de Suiza.
En la primera mitad del siglo XVI, la ciudad representaba un contexto ideal para el desarrollo de un
proyecto de Reforma. Desde fines de la Edad Media, la ciudad se había encontrado bajo la autoridad
de tres poderes: el obispo, el conde (más tarde un virrey de la casa de Saboya) y los burgueses libres.
No obstante, los ciudadanos estaban organizados democráticamente y se reunían una vez al año en
una asamblea legislativa. Para comienzos del siglo XVI, la autoridad del obispo era muy débil al igual
que la de la casa de Saboya. Los ginebrinos no formaban parte de la Confederación Suiza (de habla
alemana), pero para 1526 lograron el apoyo de algunos cantones, como los de Berna y Friburgo. A
partir de 1530, la ciudad fue gobernada por un Pequeño Consejo, además por el Consejo de los
Doscientos, y finalmente por el Consejo General o asamblea de los ciudadanos (burgueses). Para
entonces, no eran pocos los ciudadanos de Ginebra que simpatizaban con la Reforma. Incluso, es
probable que algunos miembros del Consejo General estuviesen dispuestos a respaldar una reforma
de la Iglesia, tal como se estaba llevando a cabo en ciudades como Berna y Basilea.

A mediados de 1532, Ginebra se vio conmovida por conflictos religiosos. Nuevamente la


comercialización de indulgencias fue la ocasión de la disputa. Fue en medio de estas discusiones que
Guillermo Farel (1489–1565) llegó a la ciudad y se relacionó con el partido patriótico, que hasta
entonces no era protestante. Farel comenzó a predicar por las casas, pero muy pronto se produjeron
tumultos. Él y sus compañeros, Antonio Saunier y Pedro Roberto Olivetan (1506–1538), fueron
arrestados y expulsados de la ciudad, pero la semilla de la Reforma ya había sido sembrada. En
definitiva, la conversión de Ginebra a la fe reformada fue el fruto de un movimiento que había sido
promovido por el cantón de Berna, desde que su Consejo había decidido adoptar en 1528 la fe
reformada. Farel fue el gestor de la Reforma en la Suiza de habla francesa. Desde 1528 había viajado
por la región promoviendo el protestantismo bajo la comisión de las autoridades de Berna.

Farel regresó a la ciudad en 1533 bajo la protección de Berna, y a pesar de la oposición del
obispo logró promover la causa protestante. Para 1536, la ciudad adoptó la fe reformada y excluyó
al catolicismo del cantón. Bajo Farel se simplificó la adoración y se introdujo una disciplina rigurosa
en la Iglesia. Se estableció una escuela y se hizo obligatoria la asistencia al culto dominical. Fue justo
en estas circunstancias y cuando Farel había perdido a algunos de sus ayudantes más cercanos, que
hizo su aparición en la ciudad Juan Calvino, quien iba camino a Estrasburgo y pocos meses antes
había publicado la primera edición de su obra magna, la Institución de la religión cristiana (1536).

_ Juan Calvino (1509–1564)


El más grande de los teólogos reformados y el más importante de los reformadores de Suiza no
fue Zuinglio ni Farel, sino un francés: Juan Calvino. Un hombre de una mente brillante, de gran
talento intelectual y capacidad organizativa, Calvino proyectó la fe reformada no sólo en toda Suiza
sino por toda Europa y el mundo con el correr del tiempo.

Nacimiento y primeros años. Calvino nació en Noyon (Francia), en 1509. Su padre era notario
público y sirvió como secretario de un obispo, lo cual le garantizó a Calvino una buena educación y
sostén. A los doce años ya gozaba de un beneficio eclesiástico y dos años más tarde fue a París a
estudiar a los clásicos y filosofía. En 1529 fue a Orleáns y después a Bourges, para estudiar leyes.
Fue para este tiempo que Calvino debe haber recibido alguna influencia de la Reforma en Alemania,
pero continuó interesado en la literatura clásica. Desde 1530 en adelante se fue interiorizando cada
vez más en los estudios teológicos. En 1531, tras la muerte de su padre, volvió a París donde se
concentró en el estudio de la teología y la filosofía, mientras frecuentaba en secreto reuniones
protestantes.
Después de una estancia breve en Orleáns por segunda vez, Calvino regresó a París en 1533. Los
conflictos entre católicos y protestantes se profundizaron. Los primeros censuraron una obra de
Margarita de Navarra, titulada Espejo del alma pecadora. El rey, Enrique de Navarra, pidió a la
Universidad de París razones para tal censura. En ese tiempo, era rector de la Universidad un amigo
de Calvino, Nicolás Cop (m. 1550), quien con su ayuda compuso un discurso claramente protestante.
Se desató una persecución que terminó con el arresto de varios protestantes; Cop logró huir a
Basilea y Calvino tuvo que hacer lo propio.

Conversión a la fe reformada. Calvino casi no escribió sobre sí mismo y no sabemos qué fue lo
que lo llevó a seguir las enseñanzas de Lutero, pero hacia 1533 parece evidente que su vida cambió.
Había estado en contacto con humanistas de tendencias protestantes y es probable que haya
asistido a reuniones secretas en París. En 1534 regresó a Noyon y renunció al sostén económico que
recibía de la Iglesia (beneficios eclesiásticos). Por verse complicado en incidentes anticatólicos fue
encarcelado un par de veces “por causa de un tumulto,” hasta que fue puesto en libertad. Hacia
fines de 1534 fue a Poitiers, donde se encontró con varios protestantes y participó de sus reuniones.
Al año siguiente llegó a Basilea, donde escribió y publicó (1536) su obra cumbre: Institución de la
religión cristiana. Esta primera edición breve constaba de siete capítulos precedidos de una carta
dirigida a Francisco I, en la que defendía a los protestantes de sus calumniadores. Esta obra tuvo
varias ediciones en los años que siguieron y fue la más ordenada y sistemática presentación popular
de la doctrina y de la vida cristianas que hasta entonces había producido la Reforma. Calvino tenía
entonces veintiséis años.

De Basilea, Calvino viajó sin rumbo fijo por unos meses, hasta que se dirigió hacia Estrasburgo,
donde el protestantismo era oficial. De camino pasó por Ginebra, donde Farel lo invitó a quedarse
y a ayudarlo en su labor reformadora. Contra su voluntad, finalmente Calvino cedió a la insistencia
de Farel.

Juan Calvino: “Como la vía más directa a Estrasburgo, adonde deseaba retirarme, estaba
bloqueada por la guerra, me había resuelto pasar rápidamente por Ginebra, sin quedar más
que una noche en ella … Una persona [Louis du Tillet], quien ahora se ha vuelto a los
papistas, me descubrió y avisó a otros. Ante esto, Farel, encendido por extraordinario celo
evangelizador, en seguida se esforzó intensamente por detenerme. Al saber que mi
intención era dedicarme a estudios privados, para lo cual deseaba conservar mi libertad de
acción, y al ver que nada ganaba con sus argumentos, me imprecó diciéndome que Dios
maldeciría mi retiro y la tranquilidad de los estudios que yo buscaba, si así procedía y negara
mi ayuda ante necesidades tan urgentes. Me infundió tanto temor esta imprecación que
desistí del viaje que había emprendido.”

Ministerio en Ginebra. Calvino no llegó a Suiza sino con posterioridad a la muerte de Zuinglio, y
se quedó allí (salvo un breve período de tiempo) hasta el final de su vida. Calvino comenzó
modestamente su trabajo en Ginebra, actuando como profesor de Biblia y más tarde como
predicador, hasta que se transformó en un líder de la ciudad. En 1538, por diferencias con las
autoridades civiles sobre cuestiones de disciplina (la situación moral de la ciudad era caótica),
Calvino y Farel fueron expulsados de Ginebra. A invitación de Martín Bucero (1491–1551), Calvino
fue a Estraburgo, donde actuó como pastor de una iglesia de refugiados franceses y como
conferencista sobre teología. Los tres años que allí pasó fueron los más felices de su vida: fue
honrado por la ciudad, que lo nombró uno de sus representantes en los debates auspiciados por
Carlos V para la unión de protestantes y católicos (1540 y 1541), se casó con Idelette de Bure (1540),
y escribió algunas de sus obras más importantes, como una edición ampliada de la Institución, su
Comentario a los Romanos y la Respuesta a Sadoleto.

En 1541 regresó a Ginebra, que se encontraba sin liderazgo y amenazada por el cardenal Jacobo
Sadoleto (1477–1547), que quería colocar la ciudad nuevamente bajo control romano. Calvino había
refutado los argumentos que Sadoleto había vertido en una carta a los ginebrinos, mientras un
nuevo Consejo en la ciudad lo había invitado a regresar. Una de sus primeras responsabilidades fue
revisar las leyes de la ciudad para terminar con la laxitud moral. Pronto consiguió también la
adopción de una nueva constitución eclesiástica, las Ordenanzas, mucho más definidas que las
recomendaciones que había hecho con Farel en 1537. Sobre la base de las Ordenanzas, Calvino
organizó la Iglesia en Ginebra estableciendo cuatro oficios: predicadores, maestros, presbíteros y
diáconos, todos bajo la dirección de un consistorio, que tenía a su cargo la disciplina eclesiástica.
Además, escribió una confesión de fe, un catecismo para los niños y una nueva liturgia que ponía
énfasis en el canto congregacional. Fundó también una academia, que posteriormente llegó a ser la
Universidad de Ginebra, donde se formaron muchas generaciones de pastores, que llevaron el
calvinismo por todas partes. Como maestro, enseñaba del Antiguo Testamento durante la semana
y del Nuevo Testamento los domingos.

Su meta fue hacer de Ginebra el modelo de una perfecta comunidad cristiana. Su influencia fue
notable, llegando incluso a Polonia y Hungría, y antes de su muerte, el calvinismo ya había echado
raíces en el sudoeste de Alemania. Lamentablemente, no tuvo un sucesor de su envergadura y la
obra que había puesto en marcha ya era demasiado grande para que un solo hombre pudiera
dirigirla.

Tomás M. Lindsay: “Calvino hizo por Ginebra tres cosas que traspasaron los muros de la
ciudad: dio a la iglesia un ministerio preparado y experimentado; a los hogares, personas
instruidas que pudieran dar razón de su fe; a toda la ciudad, un alma heroica que la capacitó
para mantenerse firmemente como la Ciudadela y Ciudad de refugio de los protestantes
oprimidos de Europa.”

Antes de ser reformador y teólogo Calvino había sido un humanista de gran brillantez intelectual
y de una sólida preparación en la literatura y las lenguas clásicas (latín, griego y hebreo). Además,
había estudiado leyes en varias universidades francesas (París, Orleáns). Calvino no tuvo una
educación teológica formal ni fue ordenado como sacerdote. No obstante, su teología llegó a ser la
base de la doctrina de las Iglesias Reformadas en Suiza, Francia, los Países Bajos, Inglaterra y Estados
Unidos, y a través de las misiones foráneas de estos países, llegó a todo el mundo. Calvino llegó a
ser, pues, el único reformador verdaderamente internacional.
_ Las ideas de Calvino
Calvino y Lutero. Calvino, al igual que Lutero, puede ser considerado como un “reformador
bíblico,” porque procuró encontrar un sistema de doctrina cristiana sacado directamente de la
Biblia. En esto fue ayudado por su hábito de predicar la Biblia texto por texto. Con Lutero pensaba
que el argumento de Pablo en la Carta a los Romanos es la clave del evangelio y el mensaje central
de toda la Biblia. Calvino, al igual que Agustín, escribió más libros de los que cualquier persona puede
leer en toda su vida, pero sus enseñanzas e ideas principales están en la Institución. En su tiempo,
esta obra fue el arma más poderosa que haya forjado el protestantismo en contra del papado y la
corrupción de la Iglesia, y a favor de un auténtico cristianismo bíblico.

En la mayor parte de lo que escribió, Calvino era un buen luterano, que basaba toda doctrina en
la Biblia y que creía que la “justificación es el gozne sobre el que gira la religión.” La diferencia
realmente importante entre Lutero y Calvino fue que el segundo fue más cuidadoso y sistemático
que el primero. Calvino procuró reunir el mensaje de toda la Biblia y de cada uno de sus libros en un
todo lógico y armónico, produciendo así la exposición más sistemática, consecuente y completa de
la doctrina que jamás se había dado al mundo hasta entonces. La primera edición de la Institución
(1536) era breve. Calvino siguió trabajando el texto con los años, de modo que durante su vida hubo
nueve ediciones en latín y francés y veinticinco impresiones. Finalmente, en 1559, la obra apareció
dividida en cuatro libros, que comprendían varios capítulos cada uno. Mucho del material agregado
en las últimas ediciones fue escrito contra los católicos y los anabautistas.

Siguiendo el Credo de los apóstoles, Calvino procuró demostrar que los protestantes eran más
fieles al mismo que los católicos. Su obra está dividida en cuatro partes en las que describe, primero,
a Dios como el Creador; luego a Dios el Hijo, el Redentor y su obra redentora; tercero, Dios el Espíritu
Santo, los medios de gracia y la vida cristiana; y, finalmente, la Santa Iglesia Católica, su naturaleza
y marcas. En su desarrollo, Calvino no estaba creando nuevas doctrinas sino más bien representando
la fe histórica de la Iglesia de Cristo conforme surge de las Escrituras.

El movimiento del pensamiento de Calvino en la Institución se corresponde con el argumento


de Pablo en su carta a los Romanos: (1) la miseria del ser humano aparte de Dios (Ro. 1:18–3:20);
(2) la gracia de Dios en Jesucristo, que vence la miseria del ser humano (Ro. 3:21–5:20); (3) la nueva
vida producida por el Espíritu Santo (Ro. 6–11); (4) el ordenamiento de la nueva vida en el
compañerismo de la iglesia (Ro. 12–16). Estas cuatro partes también se corresponden con las
divisiones del manual de teología más popular a lo largo de la Edad Media: las Sentencias de Pedro
Lombardo.

Generalmente se considera al calvinismo sólo como un sistema de teología, pero fue mucho
más que ésto. Émile G. Léonard lo llama “fundador de una civilización.” Lutero fue quien liberó las
almas y produjo un mensaje propiamente religioso y teológico. Pero Calvino trabajó por crear una
nueva concepción del ser humano y del mundo, que continúa teniendo diversos efectos hasta
nuestros días. El método que él escogió para llevar a cabo tremenda empresa fue la enseñanza. La
capacitación de líderes fue su estrategia para llevar adelante su programa de Reforma.
En su carta a Francisco I, que acompaña a la primera edición de su Institución, Calvino destaca
la orientación docente de su esfuerzo.

Juan Calvino: “Al prinzipio cuando yo me apliqué á escribir este presente libro … mi intento
solamente era enseñar algunos principios, con los cuales los que son tocados de algun zelo
de religión, fuesen instruidos en verdadera piedad. Este trabajo tomaba yo por nuestros
franceses prinzipalmente: de los cuales yo via mui muchos tener hambre i sed de Jesu Cristo,
i via mui pocos dellos ser bien enseñados. Haber sido este mi propósito, fácilmente se puede
ver por el libro: al cual yo compuse acomodándome á la mas fázil i llana manera de enseñar
que me fue posible. Pero viendo yo que el furor i rabia de ziertos hombres impios ha crecido
en tanta manera en vuestro reino, que no han dejado lugar ninguno á la verdadera doctrina,
parezióme que yo haria mui bien, si hiziese un libro, el cual juntamente sirviese de
instrucción para aquellos que están deseosos de religión, i de confesion de fé delante de
vuestra Majestad, por el cual entendiesedes cuál sea la doctrina, contra quien aquellos
furiosos se enfurecen con tanta rabia metiendo vuestro reino el dia de hoy á fuego i á
sangre.”

Las enseñanzas teológicas de Calvino. Su doctrina básica es la soberanía de Dios, y de aquí se


deducen los demás elementos de su sistema. Calvino la consideraba como el consuelo de los fieles
en la adversidad y el remedio de los temores supersticiosos. Por esto mismo, Calvino indica que casi
toda la doctrina cristiana puede reducirse a dos cosas: el conocimiento de Dios y el conocimiento
de nosotros mismos. En cuanto a Dios, él es sabiduría, justicia, bondad, misericordia, verdad, virtud
y vida infinitas. Todo ha sido creado para su gloria, y esto para que la creación lo sirva en justicia,
admire en su imperio, acate en su majestad y le obedezca como Rey y Señor. Por otro lado, Dios es
un Juez justo, que castiga con severidad a quienes se apartan de sus preceptos, no se someten a su
voluntad o no actúan para su gloria. Dios es también misericordioso y manso, y recibe con bondad
a todos aquellos que se acercan a él buscando su perdón y ayuda.

El primer ser humano (Adán) fue creado a imagen y semejanza de Dios, adornado con sabiduría,
justicia y santidad, de modo que podía haber vivido perpetuamente si hubiese permanecido en la
integridad de la naturaleza que recibió de Dios. Pero cayó en pecado y esa imagen quedó como
ocultada o borrada. Se alejó de Dios y fue despojado de todos los dones de la gracia divina. Esta
calamidad pasó a todos los seres humanos, que en consecuencia son ignorantes y desconocedores
de Dios, perversos, corrompidos y desprovistos de todo bien. El corazón humano está inclinado al
mal y por lo tanto bajo el juicio de Dios como hijos de ira. Es imposible para el ser humano pecador
buscar en sí mismo la justicia, la virtud, la vida y la salud, porque todas estas cosas están en Dios, de
quien el ser humano se apartó y separó por su pecado.

Todas estas cosas las conocemos por medio de la ley natural y la ley escrita. La primera no es
otra que la conciencia, que está afectada por el pecado. Por eso hace falta la segunda, por la cual
somos instruidos acerca de la justicia perfecta. La ley escrita es como un espejo en el cual es posible
ver y contemplar el pecado y la maldición humana. Por ella aprendemos que Dios es nuestro Padre,
nuestro Creador y Señor, a quien le debemos amor, honor y gloria. Como no podemos cumplir con
esto, necesitamos un camino diferente que el de la justicia de nuestras propias obras. Tal camino es
el de la remisión de los pecados, que ha sido obrada por Cristo, quien nos da un corazón nuevo y la
capacidad de cumplir con la voluntad de Dios.

Con su muerte, Cristo pagó nuestras deudas a la justicia de Dios, aplacó su ira y nos redimió
llevando en su cuerpo el castigo merecido por nosotros. Así, pues, la salvación del ser humano
depende totalmente de la iniciativa de Dios y es obra del Espíritu Santo, que actúa cuando, cómo y
dónde él quiere llevando al arrepentimiento. La salvación se hace propia por la fe, que es una unión
vital del creyente con Cristo. La salvación es para justicia, de modo que el testimonio del Espíritu en
el corazón, las buenas obras y una vida santa son evidencias de haber sido elegido para salvación.
“Somos justificados no sin obras,” decía Calvino, “pero no por obras.” El calvinismo puso un gran
énfasis en el carácter (conducta), pero el ser humano es salvado para el carácter y no por el carácter.
La salvación, además, depende de la elección divina y las razones de esa elección están ocultas en
la inescrutable voluntad de Dios. Para Calvino, ésta fue siempre una doctrina de consolación
cristiana. Decía él: “Cristo sufrió suficientemente por todos los hombres, pero eficazmente sólo por
los elegidos.”

Juan Calvino: “Llamamos predestinación al eterno decreto de Dios, por el que ha


determinado lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque Él no los crea a todos
con la misma condición, sino que ordena a unos para la vida eterna, y a otros para
condenación perpetua. Por tanto, según el fin para el cual el hombre es creado, decimos
que está predestinado a vida o a muerte … Como quiera, pues, que la ordenación de todas
las cosas está en las manos de Dios, y Él, según le agradare, puede dar vida o muerte,
también ordena con su consejo que algunos desde el seno materno sean destinados a una
muerte eterna ciertísima, y que con su perdición glorifiquen su nombre.”

En relación a los mandamientos, Calvino enseña que surgieron como consecuencia de la caída
del ser humano y no fueron la causa de su condición pecadora. Esto está relacionado con su
concepto de la libertad del cristiano, que se ve en el hecho de que puede libremente obedecer la
voluntad divina ajustándose a la Ley, que le recuerda su deber.

Calvino compartía con Lutero la idea de la vocación divina, en el sentido que Dios había
ordenado “a todos sus deberes particulares en las diferentes esferas de la vida.” En cuando a la
oración, ésta era el medio de comunicación con Dios y el alimento primordial de la vida cristiana. En
relación con la vida futura, Calvino rechazó la idea de un Purgatorio afirmando que había sólo dicha
eterna o condenación eterna. Además, condenó otras enseñanzas católicas medievales como la
confesión auricular y la intercesión de los santos.

Las enseñanzas eclesiológicas de Calvino. Como vimos, Calvino y Lutero tuvieron muchas cosas
en común. Pero la enseñanza del primero se distinguió significativamente de la del reformador
alemán en dos cosas: el fuerte énfasis que puso sobre la Iglesia y su concepto de los sacramentos,
en especial, la Cena del Señor.
La Iglesia. Los reformadores enseñaron que para tener una Iglesia verdadera sólo son necesarias
tres cosas: la Biblia, los sacramentos (generalmente la Cena del Señor y el Bautismo) y una vida
cristiana disciplinada. Lutero pensaba que la Iglesia verdadera consistía de los creyentes auténticos
y que sólo Dios sabía quiénes eran. Calvino creía lo mismo señalando que la Iglesia no es idéntica
con ninguna institución visible, sino que incluye a todos los elegidos, estén vivos o muertos. No
obstante, para Calvino, la Iglesia era una institución para la educación cristiana, donde la gente no
sólo era llamada al arrepentimiento y la fe, sino también era enseñada en cómo vivir la vida cristiana
en forma práctica. Por esto, para Calvino, la Iglesia visible tenía mucha importancia. Creía que debía
ser organizada según el Nuevo Testamento y enseñó que debía atender a sus propios asuntos sin
interferencia del Estado.

Su sistema de gobierno eclesiástico fue una democracia, pero no de carácter absoluto, sino más
bien representativa. Este sistema de gobierno consistía en una serie de cuerpos representativos que
ejercían funciones legislativas, ejecutivas y judiciales, bajo la dirección de la Biblia (Sesiones locales,
Presbiterio, Sínodo y Asamblea General). La disciplina eclesiástica fue muy rígida y severa, llegando
a ser administrada incluso por medio de las autoridades civiles. El calvinismo estableció iglesias
nacionales donde pudo hacerlo y desgraciadamente fue intolerante con los disidentes y en
particular con los anabautistas.

Los sacramentos. En la primera mitad del siglo XVI, todos los reformadores y algunos católicos
coincidían en considerar que la misa, tal como era celebrada y entendida por la Iglesia Católica
Romana en sus días, no tenía nada que ver con las enseñanzas del Nuevo Testamento.
Lamentablemente, no todos estuvieron de acuerdo en cuanto a con qué reemplazarla. De hecho,
las varias interpretaciones de la Eucaristía y el Bautismo fueron uno de los elementos que
provocaron profundas divisiones entre los diversos cuerpos protestantes. Calvino reconoció dos
sacramentos: el Bautismo y la Cena del Señor. Respecto al bautismo, conservó el bautismo infantil
enseñando que era tanto un sello de la gracia (Lutero) como una señal de la misma (Zuinglio), por
eso debía conferirse sólo a los hijos de padres cristianos. En cuanto a la Cena del Señor, negaba que
el cuerpo y la sangre de Cristo estuviesen realmente presentes en los elementos, pero afirmaba que
el comulgante participa del Cristo glorificado de un modo espiritual cuando lo hace con fe (presencia
mística).

Así, a mediados del siglo XVI, los cristianos sostenían cuatro conceptos diferentes en cuanto a
la Cena del Señor: Los católicos romanos sostenían la transubstanciación, por la cual, según el Cuarto
Concilio de Letrán (1215), la sustancia material del pan y del vino se transformaba literalmente en
el cuerpo y la sangre de Cristo. Para Lutero, el cuerpo y la sangre de Cristo se daban junto con el pan
y el vino, por la fidelidad de Dios a su pueblo y no por la acción del sacerdote. Tampoco la Cena era
un nuevo sacrificio de Cristo por nuestros pecados, sino que era un acto de comunión con él. El pan
y el vino no cambian, pero Cristo viene a todo aquél que come y bebe con fe “bajo” la forma del pan
y el vino. Esta doctrina se conoce como consubstanciación. Calvino enseñó que en la Cena se daba
una “presencia espiritual real” de Cristo, por la cual el Señor viene, pero sólo a los creyentes. Zuinglio
y otros entendieron la Cena como un acto conmemorativo, como una proclamación y una entrega,
donde los elementos sólo cumplen la función de símbolos.
LA REFORMA RADICAL

Junto con el movimiento del protestantismo magisterial clásico (luteranos, reformados y


anglicanos) y el catolicismo tridentino, se desarrolló en Europa occidental durante el siglo XVI lo que
bien podría considerarse como el ala izquierda de la Reforma y que se ha denominado como la
Reforma Radical. Es posible que estos radicales hayan surgido de la situación histórica inmediata a
la Reforma y del avivamiento producido por el estudio de la Biblia; aunque no se descarta que hayan
tenido antecedentes en la baja Edad Media, dada la complejidad y variedad que manifestó este
movimiento. El movimiento estuvo representado por tres tendencias principales, no muy
estrechamente vinculadas al comienzo: el anabautismo propiamente dicho, el espiritualismo y el
racionalismo evangélico.

_ Trasfondo de la Reforma Radical


La división de la cristiandad europea, que comenzó con la condena de Lutero en 1520, fue
inevitable y permanente. Teólogos protestantes y católicos tuvieron una serie de conferencias y
debates para tratar de resolver sus diferencias, el último de los cuales se llevó a cabo en 1541. Pero
todos ellos fracasaron. Muchos esperaban que un Concilio General de la Iglesia resolviera los
problemas, pero la reunión del Concilio se fue posponiendo repetidamente debido a que el
emperador Carlos V estaba en guerra con el rey de Francia, Francisco I. Los conflictos religiosos y
políticos estuvieron siempre mezclados durante este período e hicieron poco menos que imposible
el diálogo teológico y la posibilidad de unión de la Iglesia dividida.

Kenneth S. Latourette: “En muchos aspectos el protestantismo fue tan político como
religioso. En pocas tierras en donde existía se vio libre de complicaciones políticas. En varias
tierras donde prevaleció lo hizo porque los monarcas o príncipes vieron en él un medio de
aumentar su autoridad. En un tiempo cuando el poder de los monarcas se estaba
incrementando, muchos gobernantes tomaron ventaja de las ideas del protestantismo para
obtener el control de la Iglesia dentro de sus dominios.”

Del lado católico las cosas eran iguales. En 1527, soldados del emperador Carlos V saquearon
Roma porque el Papa se había puesto del lado de los franceses. El historiador inglés del siglo XVIII,
Edward Gibbon dice que: “Los destrozos de los bárbaros, a quien Alarico había conducido desde las
riberas del Danubio, fueron menos destructivos que las hostilidades ejercidas por las tropas de
Carlos V, un príncipe católico, quien se consideraba Emperador de los Romanos.”

Se intentó resolver la multiplicidad de conflictos religiosos y políticos que afectaban a la


cristiandad europea con la realización de un Concilio General. El Concilio finalmente se reunió en
Trento en 1545, pero para entonces ya era muy tarde para reunir a la Iglesia. Sin embargo, teólogos
protestantes asistieron a la segunda sesión del Concilio en 1552, hasta que en 1555 se logró un
cierto acuerdo religioso mediante medios políticos y militares cuando se firmó la Paz de Augsburgo,
que reconocía los derechos de los estados luteranos dentro del Imperio.
Pero esto no llevó los conflictos a su solución definitiva. En Francia la guerra civil continuó desde
1562 a 1594 debido a cuestiones religiosas complicadas por disputas políticas, y alcanzó un pico de
violencia cuando varios miles de protestantes murieron en las masacres del Día de San Bartolomé
en 1572. La Guerra de los Treinta Años, principalmente entre Francia y el Imperio, se llevó a cabo
en las primeras décadas del siglo XVII. Finalmente, fue la Paz de Westfalia, conocida también como
la Paz de Münster y Osnabrück por las ciudades donde se firmaron los tratados en 1648, la que fijó
el mapa religioso y político de Europa más o menos como es hoy.

La mezcla de los conflictos políticos y religiosos resultó en que los distintos países y ciudades de
Europa occidental fueron escogiendo entre el protestantismo y el catolicismo. Según este arreglo,
el norte y este de Alemania eran luteranos. Dinamarca, Noruega y Suecia, junto con sus colonias en
Islandia y Groenlandia se convirtieron al luteranismo con sus reyes. El sur de Europa (Italia, España,
Portugal, Austria, el sur de Alemania y la mayor parte de Francia) fueron territorios que
permanecieron bajo control católico romano. La mayor parte de Francia era católica, si bien los
hugonotes gozaron de casi un siglo de tolerancia bajo el Edicto de Nantes promulgado por Enrique
IV, y que estuvo en vigor desde 1598 hasta 1685. De igual modo, en el centro de Europa, el
catolicismo prevaleció en lo que es hoy Hungría, la República Checa, Eslovaquia y Polonia. En los
Países Bajos, Escocia y Suiza la Iglesia reformada se estableció como oficial. Europa oriental tuvo un
desarrollo un tanto más complicado, mientras que Inglaterra siguió su propio curso de Reforma bajo
la influencia y conducción de sus monarcas. La situación particular de Inglaterra se debió en buena
medida al hecho de que los ingleses siempre habían estado bastante desligados de las presiones e
influencias religiosas y políticas de Europa continental. Como puede verse, durante este tiempo no
hubo lugar en Europa para los reformadores radicales.

George H. Williams: “La implacable supresión de la Reforma Radical por los príncipes y los
patricios protestantes y católicos causó una desfiguración permanente de la estructura
social y constitucional de la Europa central, que culminó en los tratados de Münster y de
Osnabrück, sancionadores de la completa desintegración del gran ideal de los tiempos
medievales: el sueño de una sociedad cristiana universal.”

Así, pues, hubo algunos reformadores que no fueron aceptados ni por los católicos ni por los
protestantes: los reformadores radicales. Sus ideas y prácticas fueron ilegales en todas partes,
porque se oponían al concepto “constantiniano” imperante, que sostenía que cada nación debía
tener una sola religión y que el gobierno debía apoyarla. Tanto católicos como protestantes
persiguieron a muerte a los anabautistas, que representaban un cuestionamiento radical al
paradigma de cristiandad. Refiriéndose a la persecución de los anabautistas, Rufus M. Jones señala:
“La autoridad imperial y los oficiales de la Iglesia habían resuelto la extirpación del anabautismo a
cualquier costo. Puede decirse con seguridad que ningún otro movimiento por la libertad espiritual
en la historia de la Iglesia tiene un martirologio tan enorme.”

El anabautismo era ilegal en todas partes. Su radicalismo fue rechazado y despreciado como
herejía y subversión. Este movimiento extraño de profetas solitarios, que profesaban que lo único
que querían era “obedecer a Dios antes que a los hombres,” surgió en medio del tumulto de la
Reforma. Creían que el Nuevo Testamento indicaba una Iglesia de creyentes libres, sin apoyo ni
reconocimiento del Estado, que era guiada y fortalecida por la Palabra y el Espíritu de Dios.

Este movimiento se conoce como la Reforma Radical, porque sus propulsores lo fueron en dos
sentidos. Por un lado, aplicaban las ideas de Lutero, Zuinglio y Calvino en todas las esferas de la vida
en forma cabal. No hicieron una reforma a medias, sino que intentaron hacerla en forma completa.
Para la mayoría, era necesaria una ruptura radical con el pasado inmediato y todas sus instituciones
mundanalizadas, para intentar la restauración de la Iglesia primitiva o la reunión de una nueva
Iglesia. Y todo esto con un fuerte tinte escatológico, que resultó mucho más intenso que el que por
aquel entonces se podía encontrar en el protestantismo o en el catolicismo.

George H. Williams y Angel M. Mergal: “Si bien anabautistas, espiritualistas y racionalistas


evangélicos diferían entre sí en cuanto a qué era lo que constituía la raíz de la fe y el orden
y la fuente final de la autoridad divina entre ellos (el Nuevo Testamento, el Espíritu, la
razón), los tres grupos dentro de la Reforma Radical concordaban en recuperar esa raíz y en
liberar a la Iglesia y el credo de lo que ellos consideraban como el crecimiento sofocante de
la tradición eclesiástica y la prerrogativa magisterial. Precisamente esto hace de su reforma
una ‘Reforma Radical’.”

Por otro lado, el movimiento, al menos en parte, nació en las bases o fue una “reforma desde
abajo.” Sus líderes eran mayormente laicos y trabajaban entre los campesinos y artesanos; no eran
ministros o sacerdotes sino que pertenecían a las clases sociales menos privilegiadas. No es extraño,
entonces, que haya sufrido la oposición de la Reforma Magisterial, que fue una “reforma desde
arriba,” conducida por eruditos con preparación universitaria, que trataron de persuadir a príncipes
y a los Consejos de las ciudades libres para que los ayudaran a reformar la Iglesia. El movimiento
anabautista, por el contrario, fue el resultado de los esfuerzos de los así llamados reformadores de
izquierda o radicales.

En su concepto de la sociedad, la Reforma Magisterial continuó con el tipo de pensamiento que


la Iglesia había conocido desde los días de Constantino. La mayor parte de los cristianos creía que
cada nación debía tener una sola religión, y que los gobernantes debían sostener la práctica de esa
única religión. Los anabautistas se resistían a este concepto de cristiandad, que era cuestionado
especialmente por su rechazo del bautismo infantil. Esta acción horrorizaba a la Europa cristiana,
tanto católica como protestante, porque ponía en tela de juicio la estabilidad de la estructura misma
de la sociedad religiosa y política.

Ugo Gastaldi: “Uno de los aspectos más evidentes de la decadencia de la Iglesia según los
radicales era el hecho que ésta ya no era más una Iglesia de creyentes, como la apostólica,
a la cual se entraba mediante una confesión de fe y un acto de adhesión voluntaria, sino
una institución de la que se llegaba a ser parte por nacimiento y que comprendía de derecho
a toda la población de un territorio determinado. Ya no era más una Iglesia del pueblo de
Dios, sino simplemente una Iglesia del pueblo (Volkskirche). En lugar de ser el ‘cuerpo de
Cristo’ (cospus Christi), la Iglesia era un solo cuerpo con la sociedad histórica, de la que era
el aspecto sacral (corpus christianum). Sobre este particular, la Iglesia ‘reformada’ no era
diferente de la vieja Iglesia.

En razón de que en la falsa Iglesia se entraba a través del bautismo de los infantes, se
puede comprender cómo los radicales estaban de acuerdo y eran intransigentes en
considerarlo como el más corrupto y ruinoso de los sacramentos de la Iglesia decadente. El
antipaidobautismo es de hecho una constante que recorre a todo el movimiento radical, y
no era el producto de una interpretación literalista del texto neotestamentario, sino de una
visión global de la esencia del cristianismo y de la naturaleza de la Iglesia.”

La reacción oficial fue casi la misma en toda Europa. En razón de que a los anabautistas les
gustaba tanto el agua, miles de ellos fueron quemados vivos en la hoguera. Los registros oficiales
de todos los países europeos atestiguan la ejecución de muchos miles de anabautistas durante el
siglo XVI. La Paz de Augsburgo reconoció los derechos de los luteranos; la Paz de Westfalia hizo lo
propio con los reformados; pero los anabautistas no tuvieron un estatus legal en Europa hasta el
siglo XVIII. Sobre el particular, Rufus M. Jones señala: “Juzgado por la recepción que tuvo en manos
de quienes estaban en el poder, tanto en la Iglesia como en el Estado, igualmente en países católicos
romanos como protestantes, el movimiento anabautista fue uno de los más trágicos en la historia
del cristianismo.” Ningún otro movimiento que luchara por la libertad espiritual en la historia del
testimonio cristiano tuvo un martirologio tan grande.

_ Los reformadores radicales


Los anabautistas sufrieron, pero sobrevivieron. Se gloriaron en el martirio y publicaron un libro
sobre ello, que titularon Espejo de los mártires. Esta obra es el logro literario más grande de los
anabautistas holandeses. Fue publicada en 1562 y es posible detectar en ella la teología anabautista
del martirio y entender de qué manera llegaron a imaginarse como una Iglesia sufriente en sucesión
con el remanente justo desde los días de los profetas. Podían aplicarse a sí mismos una de las marcas
de la verdadera Iglesia según Lutero: “la portación santa de la Santa Cruz.” Los radicales no sólo
sobrevivieron sino que también hicieron una contribución única, a través de su profunda influencia,
al desarrollo de una comprensión más comprometida y rica del evangelio cristiano. Hubo diversos
tipos de reformadores radicales.

Biblistas o anabautistas. Entre ellos se encontraban hombres como Conrado Grebel (1498–
1526), Félix Manz (1498–1527) y Baltasar Hübmaier (1480–1528), que habían sido seguidores de
Zuinglio en Zurich, pero diferían de él porque sostenían que la Iglesia debía ser reconstruida
estrictamente sobre la base de la imitación de la vida de Cristo y el ejemplo de los primeros capítulos
del libro de los Hechos. Enseñaban también que la Iglesia debía ser totalmente independiente del
Estado.

No obstante, la discusión principal con Zuinglio giraba en torno al bautismo infantil. En 1525, el
Consejo de Zurich arregló un debate entre Zuinglio, Grebel, Manz y Hübmaier, para aclarar este
tema. El Consejo votó en favor de Zuinglio y ordenó el bautismo de todos los niños. Tres días más
tarde, los rebeldes se rebautizaron y desde ese momento se los llamó “anabautistas” (i.e.,
rebautizadores). La reacción oficial fue rápida: Grebel murió en prisión, Manz fue ahogado y
Hübmaier fue quemado vivo, y cientos de anabautistas corrieron la misma suerte.

Debido a estas persecuciones que se desataron en Suiza, el anabautismo se extendió a Austria


y Moravia. La persecución se vio intensificada porque se pensaba que eran cómplices en la revuelta
campesina de 1525, y en parte esta acusación se justificaba pues Tomás Muntzer, el líder de la
revuelta, era considerado anabautista.

El cuerpo más numeroso de los anabautistas que sobrevivió a las persecuciones fue el de los
menonitas, que recibieron ese nombre de Menno Simons (1496–1561). Menno Simons era un
sacerdote holandés, que en 1536 renunció a la Iglesia Católica Romana y fue bautizado por
anabautistas pacífistas. Fue un extraordinario predicador itinerante, que difundió la fe anabautista
en Holanda y Alemania.

Menno Simons: “Se me ocurrió cada vez que administraba el pan y el vino en la misa, que
no eran la carne y la sangre del Señor. Pensé que el diablo me estaba sugiriendo eso para
que me apartara de la fe. Lo confesé con frecuencia, suspiré y oré, pero aun así no pude
deshacerme de la idea.… Después de esto ocurrió … que un temeroso de Dios y piadoso
héroe, llamado Sicke Snijder, fue decapitado en Leeuwarden por haber sido rebautizado.
Sonaba muy extraño para mí oír de un segundo bautismo. Examiné las Escrituras
diligentemente y las consideré con seriedad, pero no pude encontrar indicios del bautismo
de infantes.… Después, las pobres ovejas descarriadas que anduvieron errabundas …
después de muchos crueles edictos, garrote y matanzas se congregaron en un sitio cerca del
lugar de mi residencia … Y, ay, mediante las impías doctrinas de Munster … desenvainaron
la espada para defenderse, la espada que el Señor le había mandado a Pedro que guardase
en su vaina.… La sangre de esta gente … me tocó tan profundamente el corazón que no
pude resistir.… Meditando estas cosas mi conciencia me atormentaba tanto que ya no pude
sufrirlo más.… Comencé a predicar públicamente desde el púlpito la palabra de verdadero
arrepentimiento, a señalar a la gente el camino angosto … y también el verdadero bautismo
y Cena del Señor, conforme a la doctrina de Cristo.… Entonces, sin presión alguna,
repentinamente renuncié a toda mi reputación mundana, mi nombre y mi fama, mi
anticristianas abominaciones, mis misas y bautismos de infantes, y mi cómoda vida y,
voluntariamente, me sometí a las aflicciones y a la pobreza bajo la pesada cruz de Cristo.”

Como se indicó antes, la Paz de Augsburgo (1555) reconoció sus derechos religiosos a los
luteranos; la Paz de Westfalia (1648) hizo lo propio con los reformados; pero los anabautistas no
pudieron adorar a Dios con libertad y predicar sus convicciones hasta el siglo XVIII. Fueron tolerados
en diferentes momentos de su historia en el sur de Alemania, en Europa oriental y especialmente
en los Países Bajos. Más tarde fueron invitados como colonos a Polonia y Rusia, y en los siglos XIX y
XX muchos emigraron a América.

Luteranos espiritualistas. Mientras Lutero se encontraba refugiado en Wartburgo, comenzaron


a aparecer los primeros síntomas de división entre sus seguidores. Entre los que promovían los
conflictos estaban los espiritualistas. Al principio estuvieron asociados con Lutero, pero sostenían
que su énfasis sobre la Palabra debía balancearse teniendo en cuenta los efectos del Espíritu sobre
los creyentes. Hombres como Andrés Carlstadt procuraron desarrollar una Iglesia que manifestase
en sus formas exteriores el significado de la libertad del Espíritu que proclama el evangelio.

Carlstadt, en 1521, hizo cambios en la liturgia y la gente continuó los cambios quitando las
imágenes de los templos. Lutero se enfureció. Temía que su reforma teológica se transformase en
un movimiento popular incontrolable. Regresó a Wittenberg y después de una febril campaña de
predicación, como se indicó anteriormente, recuperó el control de la situación. Carlstadt salió de
Wittenberg, renunció a sus títulos académicos, adoptó una actitud anticlerical y adquirió
popularidad como predicador. Estaba convencido de que una experiencia religiosa profunda debía
expresarse en igualdad social. Más tarde se relacionó con Zuinglio en Zurich y con Bullinger en
Basilea.

Los escritos de Carlstadt lo presentan como un reformador que quiso avanzar más
profundamente en el proceso de reforma, que lo que Lutero estaba dispuesto a tolerar. Sus ideas
radicales no pudieron llevarse a cabo por falta de una base comunitaria concreta y por la
intervención autoritaria de Lutero. En su obra Si se ha de proceder en forma paulatina en los asuntos
que atañen a la voluntad de Dios para no escandalizar a los débiles, escrita en 1524 en Orlamünde,
Carlstadt se dirige al secretario del ayuntamiento de la ciudad de Joachimsthal, y le plantea una
crítica de lo que él consideraba un peligroso conservadurismo y un exceso de cuidado y temor por
parte de la reforma luterana.

Andrés Carlstadt: “En respuesta a mis noticias acerca de algunos cambios ocurridos aquí,
me escribís comunicándome que, entre vosotros deseáis seguir paulatinamente y me dais a
entender en forma velada en esa carta que, a causa de los débiles, para evitar escándalo,
no se debe proceder rápidamente sino en forma lenta. Así no estáis haciendo otra cosa que
aquello que hace hoy todo el mundo, que clama: ‘¡Los débiles, los débiles!… ¡No hay que
apresurarse! ¡Despacio, despacio!’ No os culpo por ello. Empero, por más que en este caso
habláis como la gran mayoría … debo deciros que ni en este caso ni en otros asuntos que
atañen a Dios debéis tener en cuenta lo que dice o juzga la gran mayoría, sino que sólo
debéis atender a la palabra de Dios. Porque es evidente que los príncipes de los escribas
[Lutero y sus seguidores] y toda su gente se han equivocado en ocasiones y pueden
equivocarse.”

Milenarios radicales. Tomás Muntzer (1488–1525) era un pastor luterano espiritualista en


Allstedt (Sajonia), que se relacionó con los “profetas de Zwickau” y compartió su predicación
violenta contra el clero. Muntzer veía la obra del Espíritu en los movimientos sociales y políticos de
su tiempo. Creía en una Iglesia espiritual cuyos miembros alcanzaban los dones del Espíritu
mediante una intensa lucha interior. Estaba en contacto con los campesinos que se oponían a la
injusticia provocada por los cambios económicos del período, y fue su líder en la revuelta de 1525.
La guerra no duró mucho, pero sí lo suficiente como para hacer bastante daño. Los campesinos
fueron derrotados y Muntzer capturado y decapitado. John Howard Yoder señala: “Lo característico
en el mensaje de Muntzer es la relación particular entre su misticismo muy interiorizado y su
esperanza en una revolución social. Sin embargo, no tenía propósitos sediciosos, pues esperaba que
los príncipes mismos se hiciesen instrumentos del cambio inminente que exigía Dios.”

Tomás Muntzer: “Si vosotros queréis ser buenos gobernantes, debéis iniciar el gobierno
desde las raíces y como Cristo lo ha ordenado. ¡Ahuyentad a sus enemigos de entre los
elegidos! Porque vosotros sois el medio para ese fin. Amados, no nos deis excusas huecas
[como la de] que el poder de Dios debe hacerlo, sin la intervención de vuestra espada … Por
eso no permitáis que sigan viviendo los malhechores que nos hacen apartar de Dios, Deut.
13:5. Porque el hombre impío no tiene derecho a vivir, cuando estorba a los justos … Por
eso, estimados padres de Sajonia, debéis arriesgar todo por el Evangelio … Pero para que
eso ocurra en forma recta y ordenada, deberán hacerlo nuestros estimados padres, los
príncipes, que confiesan con nosotros a Cristo. Pero en cuanto no lo hagan, la espada les
será quitada, Dn. 7:26; porque así estarán confesándolo con palabras, pero negándolo con
los hechos, Ti. 1:16 … No hay otra manera de que la Iglesia Cristiana vuelva a sus orígenes.
Hay que arrancar la cizaña del huerto de Dios al llegar el tiempo de cosecha.”

Un intento principal de los milenaristas fue el de producir el reino milenario, trayendo los cielos
a la tierra, incluso mediante el uso de la fuerza. Uno de estos milenaristas fue Nicolás Storch, amigo
de Muntzer, que estaba influido por su doctrina y el movimiento milenarista de Bohemia. Sucesor
de Muntzer fue también Melchor Hoffman (1493–1543). Después de la revuelta campesina, muchos
radicales emigraron a Estraburgo, donde había tolerancia. Hoffman dijo que Cristo establecería en
esa ciudad un reino milenario y que esto ocurriría en el año 1533; pero en ese año lo único que
ocurrió fue que Hoffman fue puesto en la cárcel, donde quedó hasta su muerte.

No obstante, sus enseñanzas influyeron sobre muchos anabautistas en Alemania y los Países
Bajos, y sobre algunos de los que participaron en la tragedia de Münster. A principios de 1534 la
ciudad libre alemana de Münster había sido tomada por anabautistas fanáticos que decían que esa
ciudad era la “Nueva Jerusalén.” El líder de la ciudad fue uno de los seguidores de Hoffman y sucesor
suyo al frente del movimiento quiliasta o milenarista, Juan Matthys (m. 1534), quien creía ser el
profeta Enoc e hizo uso de la fuerza para lograr sus propósitos milenaristas. Miles de anabautistas
con ideas hoffmanitas se dirigieron a Münster, donde se pretendía levantar un reino teocrático. Sin
embargo, al poco tiempo la ciudad fue sitiada y Matthys murió en la defensa de la misma. Juan de
Leyden, discípulo de Matthys, se declaró rey del lugar. Se instituyó la comunidad de bienes y la
poligamia. Los ejércitos católicos finalmente prevalecieron en la toma de la ciudad y la mayoría de
sus habitantes fue masacrada. Protestantes y católicos tomaron los episodios en Münster como
prueba de que las enseñanzas anabautistas conducían a la inmoralidad y al derramamiento de
sangre.

Radicales místicos. El sacramentalismo y la teología escolástica produjeron una reacción en


aquellos que buscaban interiormente el testimonio e iluminación del Espíritu Santo. Uno de ellos
fue Hans Denck (1495–1527), erudito humanista y reformador que durante un tiempo estuvo
asociado con Zuinglio, pero que se alejó de él al relacionarse con el anabautismo. Fue alumno de
Ecolampadio en Basilea y fue influido por el espiritualismo de Muntzer y Carlstadt. Alrededor de
1525 salió de Nuremberg, donde residía, y anduvo de lugar en lugar por el sur de Alemania. Pasó
alrededor de un año en Augsburgo, donde fue rebautizado por Hübmaier, y se estableció como líder
anabautista. Terminó sus días en Basilea, donde sucumbió ante una epidemia.

George H. Williams: “Hombre de temperamento apacible, poco dado a controversias, mal


preparado para ser, ni siquiera temporalmente, el caudillo del anabaptismo en el Sur de
Alemania, Denck no tuvo nunca un lugar permanente de residencia. Antes de cumplir los
treinta y dos años murió de la peste, poco después de haber redactado su apología.”

Racionalistas evangélicos. No eran un grupo organizado, sino un movimiento de pensadores


que incluso incluía a algunos católicos de España e Italia. Creían que la libertad cristiana da a cada
creyente el derecho de examinar la totalidad de la vida y el pensamiento cristiano sobre la base del
evangelio. Estaban más inclinados a la filosofía que a la teología y las cuestiones eclesiológicas. No
obstante, algunos seguidores del movimiento lograron formar algunas iglesias en Polonia y Hungría,
pero su contribución mayor fue a la reflexión cristiana en algunos períodos posteriores.

Un representante de esta posición fue Miguel Servet (1511–1553), un médico y humanista


español. Fue secretario del confesor de Carlos V, pero dejó la corte imperial para ir a Basilea y de
allí a Estrasburgo, donde tomó contacto con Martín Bucero. Comenzó a desarrollar ideas
antitrinitarias, especialmente negando la eternidad del Hijo. Volcó estas ideas en varios libros que
provocaron la reacción ortodoxa. Se concentró, entonces, en sus estudios de medicina y llegó a
describir la circulación pulmonar de la sangre. Volvió más tarde a sus reflexiones teológicas contra
la Trinidad y rechazó el bautismo infantil. En algunos sentidos, sus ideas tenían algo en común con
las de Andrés Carlstadt. Quería combinar la religión mística con un profundo interés en la filosofía.
Terminó proclamando un panteísmo cristocéntrico combinando elementos neoplatónicos,
franciscanos y cabalísticos.

Servet reaccionó contra la Institución de Calvino con su obra Christianismi Restitutio (1553). La
idea más importante en esta obra era que no es suficiente reformar la Iglesia; la Iglesia debe ser
totalmente reconstruida y reestructurada. Debía haber una segunda Reforma que fuese más radical.
La verdadera forma de la Iglesia se había perdido hacia mucho tiempo y había que comenzar de
nuevo usando la Biblia, la luz del Espíritu y la razón humana como guías. Servet se opuso a Calvino
y esto le valió que éste ordenara su arresto como hereje y luego su ejecución, quemándolo vivo.
Servet fue el único hereje que murió en Ginebra y una sombra negativa en el ministerio de Calvino.

_ Las ideas de los anabautistas


La contribución más importante de los anabautistas es la influencia continuada y profunda de
sus ideas. La mayoría de los cristianos evangélicos hoy acepta las ideas anabautistas como
expresiones adecuadas de la fe del Nuevo Testamento. Los radicales del siglo XVI sentaron el
ejemplo de un cuestionamiento libre, agudo y honesto de las ideas cristianas tradicionales. Este
cuestionamiento fue el resultado obvio de la comprensión anabautista de la vida cristiana. Como
señala Gastaldi: “El acento puesto sobre la regeneración y el discipulado conduce naturalmente a
un lenguaje teológico diferente y resulta en una doctrina que se aleja no poco de la teología de la
Reforma y reniega de la ortodoxia tradicional de la Iglesia.” Algunos de los principios fundamentales
de estos radicales siguen siendo columnas sólidas de la fe evangélica en América Latina.

Rufus M. Jones: “Juzgado por los principios que fueron puestos en juego por las personas
que llevaron este sobrenombre vergonzoso [anabautista], debe declararse uno de los más
trascendentales y significativos emprendimientos en la memorable lucha religiosa del ser
humano por la verdad. Recogió los logros de movimientos anteriores, y es el suelo espiritual
del que todas las sectas no conformistas han surgido, y es el primer anuncio claro en la
historia moderna de un programa para un nuevo tipo de sociedad cristiana que el mundo
moderno, especialmente en América e Inglaterra, ha ido realizando lentamente—una
sociedad religiosa absolutamente libre e independiente, y un Estado en el que cada persona
cuenta como persona, y tiene su parte en conformar tanto a la Iglesia como al Estado.”

La Biblia. Era para ellos la autoridad suprema, especialmente el Nuevo Testamento, que
aplicaban literalmente y usaban como única norma para la Iglesia. Era la Biblia y no la teología lo
que garantizaba la vitalidad de la Iglesia. Las cosas que aceptaban o rechazaban encontraban su
respuesta en la Biblia. Conrado Grebel le escribió una carta a Tomás Muntzer (1524) en la que
argumenta en contra del uso del canto en los cultos porque “no encontramos nada enseñado en el
Nuevo Testamento en cuanto al canto, ningún ejemplo del mismo.” Y continúa: “Pablo muy
claramente prohibe cantar en Ef. 5:19 y Col. 3:16 dado que dice y enseña que ellos deben hablar
unos a otros y enseñar unos a otros con salmos y canciones espirituales, y que si alguien va a cantar,
debe cantar y dar gracias en su corazón. Cualquier cosa que no se nos enseñe a través de pasajes o
ejemplos claros debe ser considerada como prohibida.”

El Nuevo Testamento era considerado un libro clave para la vida cristiana, y era en este sentido
que se lo estimaba como autoritario. Los anabautistas fueron literalistas en su interpretación de la
Biblia, pero no legalistas. Es por esto que se distinguieron por su estudio diligente de las mismas.
Según John C. Wenger, “Los anabautistas consideraban a toda la Escritura como la Palabra de Dios
inspirada y autoritativa. Pero colocaban un fuerte énfasis sobre el papel preparatorio del Antiguo
Testamento. Sentían que la palabra final de Dios estaba en el Nuevo Testamento, no en la
dispensación preparatoria del Antiguo. Por lo tanto insistían que toda doctrina y práctica debía tener
el apoyo del Nuevo Testamento.”

La Iglesia. Insistían en que la Iglesia debía estar compuesta exclusivamente por creyentes
regenerados y bautizados después de una profesión de fe en Cristo. La Iglesia debía ser reconstruida
siguiendo el modelo del Nuevo Testamento, sin ningún tipo de compromiso con el mundo o el
Estado. La interpretación anabautista de la Iglesia era fundamentalmente diferente de la sostenida
por la Iglesia Católica y por las iglesias protestantes establecidas. La Iglesia era una asociación
voluntaria de cristianos que seguían el Nuevo Testamento. La fe y la vida cristiana demandaban un
cierto tipo de Iglesia, y los anabautistas consideraban que a diferencia de otros disidentes, ellos
estaban logrando lo que éstos habían dejado a mitad de camino.
El punto más importante es que la Iglesia no era concebida meramente como una asociación de
personas bautizadas, sino como una comunidad de aquellos que habían tenido una experiencia
personal con el Cristo vivo. Estas personas vivían la fe y la vida cristiana de una manera diferente y,
en consecuencia, estaban separados del mundo. La presencia del Cristo vivo, pues, era para ellos el
fundamento de la Iglesia, más allá de las confesiones o credos teológicos e incluso de la Biblia misma
como libro.

El Bautismo. Los anabautistas rechazaban el bautismo infantil como contrario a las Escrituras.
La interpretación del bautismo que tenían los diferenciaba totalmente del resto del movimiento de
reforma del siglo XVI. En realidad, es precisamente en torno al bautismo que se ve el contraste entre
la Reforma Magisterial y la Reforma Radical. En la primera, el bautismo reforzaba el concepto
constantiniano de la realidad, que insistía en la uniformidad religiosa y en la idea de una sociedad
cristiana bajo una sola religión, con el Estado respaldando la fe y la práctica de la Iglesia. El rechazo
del paidobautismo (el bautismo de infantes) por parte de los anabautistas ponía en peligro el
corazón mismo del orden constantiniano o paradigma de cristiandad. Tanto católicos como
protestantes reaccionaron por igual contra esta amenaza al status quo.

George H. Williams: “El paidobautismo, equiparado con la circuncisión—y cuya eficacia


sacramental nunca quedó perfectamente definida—, siguió siendo para los reformadores
magisteriales el símbolo más sobresaliente de la continuidad entre sus iglesias y la vieja
iglesia, y, a través de ésta, de su entronque con el antiguo Israel. A la inversa, para el más
numeroso de los tres componentes de la Reforma Radical, el bautismo de los creyentes fue
el símbolo y el principio constitutivo de una iglesia que ellos concebían, no como un corpus
christianum, sino como un pueblo ligado por un pacto de alianza, un pequeño grupo
disperso a lo largo de la historia y de la geografía, y que una y otra vez era congregado por
el Espíritu de Dios y por su Palabra.”

La Cena del Señor. La Cena del Señor era una conmemoración de la muerte de Cristo (igual
concepto que el de Zuinglio), un símbolo de la comunión con él y un recuerdo de la promesa de su
regreso. Sólo los bautizados participaban de la Cena, que es exclusivamente para los miembros del
cuerpo de Cristo, la comunidad de Dios, cuya cabeza es Cristo. Como dice el apóstol Pablo, no se
puede compartir la mesa del Señor con los incrédulos (1 Co. 10:21).

Confesión de Schleitheim (1527): “Así, todos los que siguen al diablo y al mundo, no tendrán
comunión con aquellos que hayan sido llamados fuera del mundo, hacia Dios. Todos los que
hayan sucumbido al mal, no tendrán parte en el bien. Así debería ser y será: quien no tenga
el llamado de Dios único a la fe única, que reúne a todos los hijos de Dios, no puede
constituir con ellos un solo pan, como debe ser si se desea verdaderamente partir el pan
según el mandato de Cristo.”

Otras convicciones. Los anabautistas creían en la separación de la Iglesia y el Estado. Esto


significaba que los creyentes no podían ser funcionarios públicos o tener cargos
LA REFORMA EN INGLATERRA

La condición de insularidad le dio a los procesos históricos de Inglaterra un matiz muy particular.
Lo mismo ocurrió con su Reforma, que tuvo un nacimiento, desarrollo y consecuencias muy
singulares y bastantes diferentes de los procesos similares en el continente europeo. El carácter más
pragmático de la Reforma en Inglaterra significó una contribución muy valiosa para toda la
cristiandad, a partir de los diversos movimientos que de ella fueron surgiendo con el correr del
tiempo.

_ Trasfondo de la Reforma en Inglaterra


Factores políticos. La Reforma en Inglaterra fue bastante diferente de la Reforma en el
continente europeo y en Escocia. Inglaterra está en una isla y siempre estuvo separada de los
procesos históricos que se vivían en Europa continental. En el siglo XVI, el gobierno se centralizó
más que nunca antes, y los sentimientos nacionalistas del pueblo fueron más fuertes que en otros
países. La historia de Inglaterra durante este período estuvo muy influida por sus monarcas. El gran
historiador inglés G. R. Elton introduce su capítulo sobre “La Reforma en Inglaterra” con las
siguientes palabras: “Inglaterra, como es notorio, lució su Reforma con una diferencia. Mientras en
otras partes el levantamiento religioso trajo como consecuencia la reconstrucción política y
constitucional, el alejamiento de Inglaterra respecto de Roma fue conducido por el gobierno por
razones que tenían poco que ver con la religión o la fe.” George Park Fisher dice: “La Reformación
inglesa en vez de desarrollarse como un movimiento puramente religioso e intelectual, tuvo que
someterse en grado importante a las influencias perturbadoras de la autoridad y política mundanal
del gobierno civil.”

En 1485 llegó a su fin una larga serie de guerras civiles amargas y destructivas. En este tiempo,
muchos factores afectaron grandemente la vida inglesa. Entre ellos, un hecho muy significativo fue
el término del gobierno débil de los reyes medievales Plantagenet, que fueron reemplazados por
una nueva casa gobernante, fuerte y dinámica, los Tudor. También fue de importancia el hecho de
que Inglaterra perdió para entonces todas sus posesiones en Francia, lo que le dio más tiempo para
dedicarse a sus intereses internos. Las guerras civiles habían eliminado prácticamente a la vieja
nobleza feudal, dándole a los monarcas manos libres para centralizar más en ellos su control del
reino.

Con la llegada al trono inglés de Enrique VII (reinó de 1485 a 1509), según algunos historiadores,
comenzó la edad moderna en Inglaterra. Tomás M. Lindsay considera que la época medieval en la
historia inglesa terminó en 1485. Según él: “Cuando el conde de Richmond ascendió al trono de
Inglaterra y la gobernó con ‘autoridad política’ como Enrique VII, ya había empezado
distintivamente la historia moderna de Inglaterra.” Sin embargo, desde un punto de vista histórico
esta distinción es un tanto arbitraria, ya que la decadencia continua de las viejas instituciones y la
formación de otras nuevas hace imposible fijar una fecha en la que las instituciones medievales
dejaron de existir y las modernas ocuparon su lugar. Para 1485 muchas instituciones y conceptos
medievales ya habían muerto, pero muchos otros sobrevivían.

No obstante, el año 1485 marca el comienzo de la dinastía Tudor, bajo cuyo gobierno e
influencia Inglaterra pasó de la medievalidad a la modernidad. Cuando Enrique VII ascendió al trono,
había mucho que era medieval y poco que era moderno; cuando con la muerte de Isabel I se terminó
la línea de los Tudor, en 1603, la proporción se había invertido.

La posición de Enrique VII en el trono fue similar en muchos aspectos a la ocupada por Enrique
IV. El Parlamento le concedió la corona, de modo que su título descansaba exclusivamente en una
concesión parlamentaria. En razón de que su posición en el trono era tan insegura, su ambición real
fue colocar a su dinastía sobre un fundamento más firme. Casi todas sus políticas más importantes
estuvieron relacionadas con este motivo. Para ello, el apoyo popular era esencial. Para ganarlo,
reconoció que debía darle al pueblo inglés lo que ellos querían. Debido a su habilidad política se
ganó el reconocimiento de las potencias extranjeras, repelió la invasión foránea, sometió la rebelión
interna y removió la amenaza a su posición en el trono. El embajador de España tuvo que reconocer:
“Enrique es rico, ha establecido un buen orden en Inglaterra, y mantiene al pueblo en tal sujeción
como nunca antes ha sido el caso.” El resultado del reinado de Enrique VII fue el aumento notable
de la autoridad real. Él hizo por la nación inglesa lo que ésta más deseaba.

Factores económicos y sociales. El reinado de Enrique VII fue evidentemente un período de


grandes cambios. La alteración en el carácter del gobierno, la expansión notable del comercio, la
revolución agraria y la decadencia de las guildas fueron signos de la vasta transformación que estaba
ocurriendo. Otro factor económico de importancia fue que Inglaterra comenzó a manufacturar sus
propios paños, en lugar de importarlos del continente, con lo que hubo una mayor acumulación de
riqueza y mayor desarrollo tecnológico.

Fue en este período también que la nación insular comenzó a ganar poder en el mar. A lo largo
del siglo XVI, sus navegantes pusieron en jaque a los convoyes españoles que salían de América
cargados de oro, plata y otras materias valiosas. También encontraron un pasaje hacia Rusia
navegando hacia el norte y sus embarcaciones hicieron contacto con todos los océanos del mundo.
Todo el siglo fue testigo del crecimiento notable de Inglaterra en materia de comercio y poder naval.
Un aspecto oscuro de este comercio internacional se puso de manifiesto cuando John Hawkins
comenzó el comercio de esclavos trayendo a africanos de Guinea a Europa en 1562. En 1600 la
Compañía Británica de las Indias Orientales recibió licencia real.

Factores culturales. Otro importante movimiento que asumió relevancia durante el reinado de
Enrique VII, si bien comenzó antes y continuó después, fue el Renacimiento inglés. Este movimiento
comenzó con un interés renovado en la antigüedad clásica, que se manifestó primero en Italia pero
muy pronto llegó también a Inglaterra. De manera particular, el humanismo encontró importantes
exponentes en las principales universidades inglesas, como Oxford y Cambridge. Uno de ellos fue
Juan Colet (1467–1519) destacado humanista inglés, que en 1496 había disertado en Oxford sobre
las epístolas de Pablo y en 1512 volvió a fundar la escuela de San Pablo. También Erasmo había
enseñado en Cambridge de 1511 a 1514 y desarrolló una profunda amistad con Colet y otros
humanistas, como Juan Fisher (1469–1535) y Tomás Moro (1478–1535).

Como resultado del espíritu de esta nueva era, la educación se fue esparciendo. El valor de la
educación escolar como una preparación para los desafíos ordinarios de la vida comenzó a ser
apreciado y la educación misma se secularizó. El resultado principal de todos estos procesos fue el
de proveer de una nueva concepción de la vida, y esto gradualmente fue penetrando en todas las
capas de la sociedad. Las escuelas continuaron multiplicándose y sus nuevos puntos de vista pasaron
de ellas a los hogares y al mercado. La popularización de las nuevas ideas fue promovida por la
imprenta, que hizo accesibles los libros impresos en inglés a un mayor número de personas. La
página impresa trajo a muchos la oportunidad de adquirir conocimientos en un momento cuando
el nuevo espíritu de la época estaba despertando en ellos el deseo de adquirirlos.

_ Enrique VIII (1491–1547)


Cuando Enrique VIII ascendió al trono en 1509, su posición era muy diferente de la que había
ocupado su padre en 1485. Todo estaba a su favor, su popularidad estaba en pleno aumento y era
un joven monarca amado por su pueblo. Durante los primeros años de su reinado el gobierno del
país se movió sin problemas siguiendo los carriles que había fijado Enrique VII. No hubo nada que
perturbara la tranquilidad interna.

Al no tener demasiadas cosas en que ocupar su atención internamente, Enrique VIII se volcó a
las cuestiones exteriores. Allí el nuevo rey encontró pronto un terreno fértil para sus ambiciones.
Mediante guerra y diplomacia, alianzas y matrimonios, Enrique reforzó sus pretensiones domésticas
y de ultramar. En todo lo que hizo, Enrique VIII se mostró como un monarca absolutista, lleno de
egoísmo y crueldad. Sus políticas fueron dictadas por sus fines egoístas, y fueron llevadas a cabo
mediante medios arbitrarios. Sin embargo, produjeron resultados que no estuvieron en divergencia
con la voluntad nacional. La separación de la Iglesia de Inglaterra respecto a Roma, por ejemplo, no
se podría haber logrado de no haber sido expresión de los deseos de una buena parte de la nación.
Particularmente el anticlericalismo generalizado de la gente común y la codicia por las tierras y
bienes eclesiásticos por parte de la nobleza fueron factores importantes que respaldaron el
proyecto separatista de Enrique.

Además, el alcance de su poder estuvo mayormente velado. Enrique supo cubrir sus acciones
con un manto de legalidad y preservó las formas externas de la ley mientras cometía las injusticias
más grandes. Sus crímenes judiciales afectaron comparativamente a pocos individuos, mientras que
la mayoría de las personas recibió en sus cortes una justicia más o menos equilibrada, que no
hubieran tenido con un monarca más débil. Quizás es por esto que su liderazgo despótico pudo
llevar a Inglaterra a través de un proceso de revuelta eclesiástica con un mínimo de derramamiento
de sangre.

Esto es un hecho importante para notar. La tolerancia era un principio desconocido en el siglo
XVI. Al dividirse la nación entre católicos y protestantes, el resultado debería haber sido una guerra
civil o una persecución en una escala mucho más grande que la promovida por Enrique. Esto es lo
que ocurrió en la experiencia continental. Las ejecuciones de Enrique figuran en las páginas de la
historia en razón de que muchas de sus víctimas fueron personas de alta posición y porque a
menudo fueron manifestaciones de su voluntad despótica. No obstante, el derramamiento de
sangre fue mucho menor en Inglaterra que en cualquier país del continente que pasó por cambios
similares. Elton dice: “Cualquiera haya sido el horror de Europa, Inglaterra tomó la revolución con
bastante calma,” y agrega, “no hubo una persecución generalizada de los católicos mientras vivió
Enrique, si bien algunos pocos sufrieron.” Por otro lado, su gobierno firme aseguró la prosperidad
material de su pueblo y logró el respaldo de las mayorías.

W. E. Lunt: “Es debatible cuánto Enrique puede haber violado el sentimiento moral o los
ideales políticos de su tiempo, pero los resultados de su gobierno fueron juzgados por sus
contemporáneos como conducentes al bienestar general. Sólo así podemos explicar el
mantenimiento de un absolutismo tal no sólo sin la fuerza de las armas sino incluso sin
protestas serias de parte de algún sector importante de la nación.”

En este sentido, la iniciativa de Enrique de separar a la Iglesia de Inglaterra de Roma, aventó el


espíritu nacionalista inglés. Como señala Williston Walker: “Al comienzo del reinado de Enrique VIII
nada hacía presumir un cambio de la situación eclesiástica existente. Se destacaba, sin embargo, un
rasgo de la vida nacional que habría de ser la base del apoyo de Enrique VIII. Éste era una conciencia
nacional fuertemente desarrollada—un sentimiento de Inglaterra para los ingleses—que fácilmente
se levantaba contra toda intromisión extranjera, de cualquier origen que fuera.”

_ La Reforma en Inglaterra
La Reforma de la Iglesia en Inglaterra, como se indicó, fue muy diferente de la Reforma en
Europa continental. La idea de una Reforma de la Iglesia no era nueva en Inglaterra. Uno de los
“reformadores antes de la Reforma” más tempranos fue Juan Wycliffe (1320–1384), y uno de los
defensores más radicales de un Concilio General como la autoridad suprema en la Iglesia fue otro
inglés: Guillermo de Ockham (1300–1349). En 1526, después de una visita a Lutero, Guillermo
Tyndale (1494–1536) publicó una versión en inglés no autorizada del Nuevo Testamento. Muchas
copias fueron secuestradas y quemadas, y Tyndale mismo murió por su fe diez años más tarde. Con
posterioridad (1537), Miles Coverdale (1488–1568) publicó una versión inglesa de toda la Biblia.

No obstante, los reyes ingleses mantuvieron al país fiel a la Iglesia Católica Romana, aunque no
estuvieron muy de acuerdo en que el Papa interviniera en sus asuntos internos. El rey Juan sin Tierra
había aceptado con sumisión su corona de manos del papa Inocencio III, en 1215. El segundo
monarca Tudor, Enrique VIII, en 1521 escribió un libro (Afirmación de los siete sacramentos)
respondiendo al tratado de Lutero, La cautividad babilónica de la Iglesia, y atacando sus enseñanzas
sobre los sacramentos. Como resultado de ello, los monarcas ingleses han ostentado desde
entonces el título de “Defensores de la Fe”. Elton señala que “a lo largo del siglo XV y
posteriormente, la Corona inglesa mantuvo la relación más amistosa con Roma, e Inglaterra fue el
más papista de los países.” Sin embargo, al igual que otros monarcas europeos, los Tudor quisieron
gobernar su propia tierra sin la ayuda o interferencia del Papa. La conclusión de Elton a la actitud de
Enrique es la siguiente: “La causa principal y real de la Reforma fue política. Todo el anticlericalismo
del pueblo que pueda haber habido, apoyado por las objeciones nacionalistas a la interferencia
foránea del Papa en Inglaterra, no habría conducido a una ruptura con Roma si la Corona no hubiera
considerado necesario confrontar el control papal de la Iglesia.”

La revuelta inglesa. Algunos historiadores del cristianismo, como Williston Walker, prefieren
hablar de una Revuelta o Revolución Inglesa en lugar de una Reforma Inglesa cuando se refieren al
proceso religioso del siglo XVI en Inglaterra. Según Owen Chadwick: “La Reforma Inglesa fue
enfáticamente una revolución política, y su autor el rey Enrique VIII resistió, por algún tiempo con
ferocidad, muchas de las consecuencias religiosas que acompañaron a los cambios legales en otras
partes de Europa.”

Si bien de muchas maneras Inglaterra siguió su propio derrotero político, los Tudor continuaron
involucrados en la política de Europa continental. Esto fue así en razón de la costumbre de que los
monarcas debían casarse con mujeres de sangre real o noble, frecuentemente hijas de otros reyes.
En 1509, Enrique se casó con una princesa española, Catalina de Aragón (1485–1536), hija de los
Reyes Católicos y tía del gobernante más poderoso en Europa, el emperador Carlos V. La reina
Catalina había sido comprometida en matrimonio anteriormente con el hermano mayor de Enrique,
Arturo, quien murió antes de llegar a ser rey y de que se consumara el matrimonio. En los dieciocho
años que vivió con Enrique tuvo varios hijos, pero todos murieron al nacer o muy pequeños. La única
que sobrevivió fue una hija, María, que siempre fue muy débil físicamente. Enrique temía que jamás
tendría un hijo varón que lo heredase en el trono. Así que, al no poder tener un hijo varón y al
sentirse atraído por una dama de la corte, Ana Bolena (1507–1536), decidió divorciarse. Llegó a
pensar que su matrimonio con Catalina no era válido, debido a que era ilegal para un hombre
casarse con la viuda de su hermano (incesto), si bien el Papa en su momento había dado una
dispensa especial para su matrimonio.

Hay diferentes interpretaciones de las motivaciones de Enrique para divorciarse de la reina e


incluso más todavía en cuanto a las circunstancias reales que llevaron a la Revuelta inglesa. Las
opiniones difieren entre autores católicos y protestantes. De todos modos, para poder divorciarse
de Catalina, Enrique necesitaba de una dispensa especial del papa Clemente VII. Así es que le pidió
a su canciller, Tomás Wolsey (1475–1530), cardenal arzobispo de York, que hiciera los arreglos
necesarios para la anulación de su matrimonio o que fuese declarado inválido. Pero Wolsey fracasó
en estas gestiones (1529) porque el Papa se hallaba presionado por Carlos V, que era sobrino de
Catalina. Un teólogo de la Universidad de Cambridge, Tomás Cranmer (1489–1556), sugirió que se
le pidiera consejo jurídico a las universidades de Europa. Las respuestas favorecieron
mayoritariamente la anulación, pero el Papa no iba a cambiar de parecer. Enrique, entonces, tomó
las cosas en sus manos e hizo que el clero inglés lo declarara “único y supremo señor” de la Iglesia
de Inglaterra. Para entonces, Cranmer había sido nombrado arzobispo de Canterbury y primado de
la Iglesia de Inglaterra. En ejercicio de sus funciones, Cranmer anuló el matrimonio de Enrique, quien
se casó con Ana Bolena, en 1533.
Al año siguiente (1534), el Parlamento regularizó la situación con el Acta de Supremacía, que
declaraba que el rey era “la única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra,” con lo cual
la Iglesia inglesa quedaba fuera de la jurisdicción del Papa. Con esto quedaba también consumada
la separación de Roma. Esto dejó a los ingleses en una situación extraña ya que pertenecían a una
Iglesia Católica, pero que rechazaba la autoridad del Papa. No todos estuvieron de acuerdo con estos
cambios y algunos murieron por ser leales al Papa, entre ellos Tomás Moro (1478–1535), que había
sucedido a Wolsey como canciller y fue autor de la célebre obra Utopía, en la que contrasta el
mundo tal como es y como debería ser.

Las maniobras arteras de Enrique en cuanto a su sucesión no lo beneficiaron en su política con


respecto a la Iglesia. Una cosa hubiera sido que él le pidiera a sus súbditos que aceptaran sus planes
en cuanto a la sucesión al trono. Pero algo totalmente diferente era que él les exigiera que aceptaran
también los principios fundamentales que estaban expresados en su política respecto al Papa.
Muchas personas miraban con sospecha a estas demandas. La ejecución de Moro y otros opositores
sirvió para mostrar que Enrique estaba bien plantado en su nueva política y que a través de las
resoluciones del Parlamento u otros medios él tenía el poder legal para aplastar a la oposición.

Otro personaje importante en estos episodios fue Tomás Cromwell (1485–1540), que fue
viceregente del rey para asuntos eclesiásticos y que puso en marcha las “reformas” de Enrique,
hasta que cayó en desgracia y fue decapitado. Cromwell fue el artífice de las confiscaciones de
monasterios y propiedades eclesiásticas, cuyas rentas alimentaron el voraz apetito del rey para el
mantenimiento de su corte despilfarradora y sirvieron para comprar a los nobles a su causa.

La característica sobresaliente de la Revuelta inglesa fue que no tuvo un líder religioso


prominente, como Lutero en Alemania o Zuinglio y Calvino en Suiza. Sus motivos fueron más
políticos y sociales en su carácter que una verdadera revolución religiosa. Esta es la razón por la que
no provocó un auténtico avivamiento espiritual en el pueblo. Además, la Revuelta inglesa (a
diferencia del luteranismo y el calvinismo) no se esparció fuera de Inglaterra y fue una reforma a
medias dado que no rompió de manera total con la teología católica romana. La corona tomó el
control del movimiento y este hecho mismo explica por qué fue menos radical que los movimientos
en el continente. En general, su teología fue una mezcla de luteranismo, calvinismo y catolicismo, si
bien el tipo de adoración fue más católico que protestante, como también lo fue su estructura
eclesiástica.

Además, algunos de los cambios que se produjeron en la Iglesia de Inglaterra fueron


contradictorios. Enrique nunca dejó de ser católico en materia doctrinal, sin embargo, bajo la
dirección de Cromwell, mandó confiscar monasterios al tiempo que autorizó la publicación de la
Biblia de Miles Coverdale, que estaba basada en una traducción hecha por Guillermo Tyndale, y
hacía sus máximas concesiones al protestantismo por medio de los Diez Artículos (1536). Por otro
lado, por el Acta de los Seis Artículos (1539) afirmaba la transubstanciación, la confesión, el celibato
del clero, el derecho a misas privadas y la validez de los votos monacales.

El protestantismo en Inglaterra. La Reforma protestante en Inglaterra tomó un curso


peculiarmente propio. Los reyes fueron los que controlaron y regularon las creencias y prácticas
religiosas de sus súbditos. Enrique VIII realmente no tenía la más mínima intención de reformar la
doctrina de la iglesia, sino que estaba determinado simplemente a deshacerse de la jurisdicción
papal. Walker sugiere que “la posición religiosa del propio Enrique era la de un católico ortodoxo,
salvo en que había sustituido la autoridad del Papa por la suya propia.” George Park Fisher señala
que “el rasgo distintivo de la Reformación inglesa, no consistió en haberse separado de la sede papal
toda una comunidad política … porque lo mismo sucedió en otras partes donde llegó a predominar
la Reforma, sino en el hecho de que dicha separación dio por resultado inmediato un abandono
demasiado pequeño del sistema dogmático de la edad media.”

Sin embargo, incluso durante el reinado de Enrique, hubo aquellos que deseaban una reforma
más completa de la religión estatal que la que el rey estaba dispuesto a admitir. Por supuesto,
durante el reinado de Enrique VIII, la uniformidad fue mantenida por medio de la represión y la
fuerza. No había muchas posibilidades para una reforma más profunda de la Iglesia inglesa ni
libertad para los individuos que tenían otras afiliaciones religiosas. Pero la comprensión oficial de la
fe cristiana no fue la única en el espectro religioso del siglo XVI. Algunas expresiones protestantes
encontraron su lugar en Inglaterra y comenzaron a desarrollar conventículos en secreto,
conduciendo sus propios servicios de adoración.

El protestantismo en Inglaterra no fue primero y antes que nada un acto de la corona. Las ideas
protestantes estuvieron esparciéndose en Inglaterra incluso confrontando la oposición del rey.
Como ha afirmado A. G. Dickens: “Esta extensión del protestantismo no fue producida
primariamente por los actos del Estado. Al igual que en los Países Bajos y en Escocia, las creencias
protestantes avanzaron en algunos momentos en las fauces de la oposición real de los gobiernos.”

¿Quiénes fueron estos hombres y mujeres que procuraron una reforma de la Iglesia de
Inglaterra y que en diversas maneras expresaron sus inquietudes por una fe más bíblica?

Maynard Smith: “Estas fueron personas que habían heredado las tradiciones de los
lolardos; fueron personas que habían sido discipuladas por los anabautistas de los Países
Bajos, personas que habían leído los tratados luteranos traducidos al inglés, personas que
habían leído el Nuevo Testamento en inglés y encontrado las notas de más actualidad que
el texto. Muchas de ellas eran celosas y estaban orientadas espiritualmente, la mayoría
probablemente era más inteligente que la mayoría convencional, pero era casi tan
ignorante. No obstante, creían en su propia iluminación, y pensaban que se encontraban en
el carromato del progreso; pensaban que era su vocación romper los grillos del pasado y
destrozar la superstición; comenzaron a hacerlo cargados con los esloganes que se les
habían enseñado.”

El protestantismo llegó a Inglaterra a través de canales intelectuales y comerciales bien


establecidos con Alemania y los Países Bajos. La influencia alemana fue la primera y la más fuerte, y
afectó los círculos más altos de la vida intelectual inglesa. Miembros de la Universidad de Cambridge
en particular fueron los primeros en ser persuadidos, y el protestantismo que ellos adoptaron fue
de tipo luterano. Tan fuerte fue el compromiso de unas pocas personas a la nueva enseñanza que
desde comienzos de la década de 1520 ingleses nativos se involucraron en la propaganda a favor
del protestantismo.

El luteranismo había sido introducido temprano en Inglaterra. Trevelyan dice: “Las doctrinas
luteranas apenas habían sido proclamadas en Wittenberg cuando se transformaron en un poder en
Inglaterra, si bien todavía bajo la condena de la Iglesia y el Estado. Inmediatamente ellas absorbieron
a los lolardos en el movimiento protestante.” Los escritos de Lutero pronto comenzaron a encontrar
ávidos lectores en Inglaterra, y ejercieron alguna influencia sobre el pensamiento inglés ya antes de
1529, si bien es imposible decir cuántos discípulos obtuvieron. Elton afirma que “en los años de
1520 una forma diferente de herejía [diferente del lolardismo] comenzó a aparecer, y los obispos,
procurando hacerle frente, muchas veces confundieron a las dos. Las universidades, especialmente
Cambridge, comenzaron a responder a las enseñanzas de Lutero en el continente.” Y ya se mencionó
que Enrique VIII en 1521 reaccionó contra las enseñanzas de Lutero sobre los sacramentos con su
libro Assertio septem sacramentorum.

Además, el lolardismo todavía tenía adherentes en los distritos locales y entre personas de los
niveles sociales más bajos. Fisher es de la opinión de que “hay razón para creer que aun a principios
del siglo XVI, había entre la población rural de Inglaterra muchos lolardos, o discípulos de Wickliffe.”
Dickens señala: “Si bien durante la primera cuarta parte del siglo XVI se registran muchos casos de
lolardismo, es difícil que las investigaciones modernas se animen a hacer alguna estimación
estadística del problema, porque una larga experiencia ha hecho de los lolardos adeptos en el arte
del ocultamiento.” Albert H. Newman afirma que “el cristianismo evangélico, en la forma del
lolardismo, persistió en Inglaterra y Escocia con considerable vigor hasta después de la inauguración
de la Revolución protestante.”

Los dos movimientos (lolardismo y luteranismo) pueden haber estado operando de manera
paralela: el uno, el más nuevo, vigoroso y efectivo especialmente en los círculos intelectuales y
universitarios; el otro, el más viejo, pero menos fuerte y efectivo, en los círculos donde no era muy
probable que el movimiento tuviese alguna influencia significativa sobre la vida religiosa de todo el
reino. La actitud del gobierno hacia estas dos herejías jamás estuvo en dudas en los años de 1520.
Enrique VIII estaba convencido que él era el “defensor de la fe” católica ortodoxa.

La actitud meramente política y antipapal del rey no fue, entonces, la única expresión de la
Reforma inglesa. Un conglomerado de varios movimientos tiene que ser tomado en cuenta para
explicarla. La revuelta oficial de la corona, comenzada bajo Enrique VIII y continuada bajo su hija
Isabel, que rompió con Roma y erigió la supremacía eclesiástica de la corona inglesa, debe ser
diferenciada de la reforma teológica de orientación marcadamente protestante. Esta reforma
teológica, ajena a las consideraciones puramente políticas, “fue el proceso por el cual las ideas que
se tornaron características del curso principal del protestantismo inglés se fueron trabajando entre
aquellos que posteriormente llegaron a ser los patrones y misioneros del protestantismo.”

Roger B. Manning: “Este movimiento comenzó con los luteranos de la posada Casa Blanca
en Cambridge en los años de 1520; incluyó a Tyndale, Frith y a los exiliados de los días de
Enrique, a Tomás Cromwell y su círculo de reformadores erasmianos, a obispos de los días
de Enrique y Eduardo como Cranmer, Latimer y Hooper, casas aristocráticas como las de la
reina Catalina Parr, y los exiliados de tiempos de María; y culminó en el movimiento puritano
isabelino y la obra de Richard Hooker. Como movimiento de reforma teológica fue diverso
y abrazó una variedad de cepas erasmianas y protestantes.”

La complejidad del protestantismo inglés temprano no es fácil de descifrar. Es todavía más difícil
tratar de marcar los límites entre las diferentes líneas teológicas que se estuvieron desarrollando.
Algunas de las herejías consideradas en la convocación de 1536 “podían tener un origen
directamente luterano; muchas eran más incuestionablemente derivadas del lolardismo; algunas
pocas pudieron venir de ambos movimientos, mientras que otras pudieron ser ya sea anabautistas
o lolardas.” Además, esta diversidad fue estimulada por el carácter no oficial del protestantismo
inglés durante la mayor parte del reinado de Enrique VIII. Manning señala este factor cuando dice
que “en general la reforma oficial no miró más allá del mantenimiento de la supremacía real y la
uniformidad litúrgica.” Y agrega: “Las reformas teológica y popular ocurrieron mayormente bajo los
auspicios de un patronazgo no oficial o como mucho semioficial, y debido a fuerzas políticas,
intelectuales y sociales mayormente fuera del control de los gobiernos Tudor.”

_ El desarrollo de la Reforma inglesa


Protestantismo y reacción (1547–1558). Cuando Enrique murió, fue sucedido por su hijo
Eduardo VI (1537–1553), que tenía nueve años y que gobernó seis años. Al principio lo hizo bajo la
tutoría de Eduardo Seymour, duque de Somerset (1506–1552), que era hermano de la madre de
Eduardo y tercera esposa de Enrique VIII, Juana Seymour, y simpatizaba con el ala protestante.
Durante su reinado, Cranmer pudo llevar adelante la promoción del protestantismo. Entre las
medidas tomadas durante este período de mayor tolerancia estuvieron: la administración de la copa
a los laicos; la confiscación de tierras eclesiásticas, especialmente las llamadas chantries, o sea,
capillas en las que se decían misas; la confiscación de propiedades de cofradías y congregaciones
religiosas; la abrogación de los Seis Artículos; la condena de las imágenes en las iglesias; el
matrimonio del clero; sendas actas de uniformidad que imponían el uso del Libro de oración común
en inglés. En 1549, en medio de muchos de estos cambios, Somerset fue depuesto como Protector
por Juan Dudley, conde de Warwick (1502–1553), quien ocupó su lugar como duque de
Northumberland y que promovió todavía más la causa protestante por razones de orden político.

Todos estos cambios terminaron cuando sobrevino la muerte de Eduardo y se produjo la


ascensión al trono de María Tudor (1516–1558), la hija de Catalina de Aragón. María era católica,
como su madre, y se casó con Felipe II de España. El pueblo inglés no la quería. Su reinado triste
duró sólo cinco años, en los que destiló su resentimiento por la anulación del casamiento de sus
padres. Con la ayuda del cardenal Reginaldo Pole (1500–1558) revocó los cambios realizados en la
Iglesia de Inglaterra desde 1529 y procuró imponer nuevamente el catolicismo en su reino. Muchos
resistieron estas medidas y fueron ejecutados, entre ellos Tomás Cranmer. La persecución de
protestantes fue severa y varios líderes eclesiásticos terminaron en la hoguera, como Juan Rogers
(1500–1555), Hugo Latimer (1485–1555), Nicolás Ridley (1500–1555) y Juan Hooper (1495–1555).
Todo esto hizo que María recibiera el mote de “la sanguinaria” y que se despertara en Inglaterra un
profundo sentimiento anti-romanista.

Establecimiento de la Iglesia de Inglaterra (1558–1603). María no dejó herederos y fue sucedida


por Isabel I (1533–1603), la hija de Ana Bolena. Isabel no hizo públicas sus convicciones religiosas,
pero fue educada en el protestantismo y su legitimidad como reina dependía de los hechos que
establecieron la Iglesia de Inglaterra como Iglesia separada de Roma. El Papa no la reconoció como
reina, España tampoco porque su rey Felipe II pretendía ser el sucesor legítimo como esposo de
María. Por ello, en 1588 envió a su Armada Invencible, que fracasó rotundamente en su intento de
liquidar a la armada inglesa e invadir Inglaterra. Además, durante todo su reinado, Isabel sufrió un
complot detrás del otro para derrocarla. Esto alentó los sentimientos anticatólicos en la población,
porque Isabel era una reina muy popular.

Su reinado fue el período de oro del renacimiento inglés (o renacimiento isabelino) y fue en él
que la Iglesia de Inglaterra se estableció sobre bases más permanentes. Isabel contó para su
proyecto monárquico con la ayuda de uno de los más cautos e inteligentes estadistas de Inglaterra,
Guillermo Cecil (1521–1598). El período isabelino fue el período de los logros culturales más
grandes. Músicos, poetas, artistas, dramaturgos (como William Shakespeare) fueron los más
grandes de aquel tiempo, mientras los navegantes y exploradores ingleses (como Sir Francis Drake)
recorrían los océanos de todo el mundo. En 1559 el Parlamento proclamó a Isabel como
“gobernadora suprema de la Iglesia de Inglaterra” mediante la Segunda Acta de Supremacía, que
declaraba también que la fe ortodoxa era la que se enseñaba en la Biblia, en los primeros cuatro
concilios ecuménicos (de Nicea a Calcedonia), y en las Actas del Parlamento. Además, se rechazaba
la autoridad del Papa y todos los pagos y apelaciones a él. El proceso se completó con la adopción
de una nueva versión del Libro de oración común (1559) y la confesión oficial de los Treinta y nueve
artículos (1563), que presentan una tendencia calvinista y que constituyen la declaración de fe de la
Iglesia de Inglaterra. Isabel nombró nuevos obispos y designó a Mateo Parker (1504–1575) como
arzobispo de Canterbury.

De esta manera, hacia el año 1563, la corona de Isabel estaba sólidamente afirmada, pero se
veía amenazada por dos lados: por el de Roma, y aún más peligrosamente, por el de los
reformadores más fanáticos que luego serían conocidos como los puritanos. La corona inglesa había
ido demasiado lejos en sus pretensiones de independizarse de Roma, por eso en 1570 el Papa
excomulgó y depuso a Isabel y puso bajo el bando a Inglaterra. Esto significaba que cualquier nación
podía conquistarla, contando para ello con la aprobación papal. Ya se vio que Felipe II intentó
hacerlo en 1588 con su Armada Invencible, pero fue derrotado.

Un elemento distintivo de la Revuelta inglesa fue su carácter pragmático más que reflexivo, es
decir, los líderes de la Iglesia de Inglaterra se mostraron siempre más interesados por asuntos
prácticos, como el gobierno de la Iglesia y la adoración, que en cuestiones de teología dogmática.
Así, pues, mientras los europeos en el continente discutían acerca de la relación de las dos
naturalezas de Cristo y la predestinación, los ingleses se dividían por asuntos de gobierno
eclesiástico. Estas disputas dieron lugar al surgimiento de diversos grupos que se fueron
identificando como episcopales, presbiterianos y congregacionalistas. En general, la teología
fundamental de estas diversas expresiones del protestantismo inglés era la misma, pero diferían
profundamente en cuestiones eclesiológicas y litúrgicas.

El teólogo anglicano más importante del siglo XVI fue Ricardo Hooker (1553–1600), cuya obra
más destacada tiene que ver con el gobierno episcopal de la Iglesia y lleva por título Leyes de política
eclesiástica (1594, 1597). Hooker expresa la idea anglicana característica de que la fuente o el origen
de la verdad cristiana no es uno sino muchos. Según él, creemos la verdad de la Biblia porque la
Iglesia y el pueblo cristiano la han afirmado. De este modo, el anglicanismo terminó ocupando una
posición intermedia entre el catolicismo y el zuinglianismo. En materia de eclesiología, Hooker
enseñaba que ninguna forma de gobierno eclesiástico podía pretender una base segura en la Biblia
o en la Iglesia primitiva. Pero al igual que todos los anglicanos de su tiempo, insistía en la necesidad
de una forma de adoración uniforme y oficial. En definitiva, el anglicanismo siguió una singular via
media, que ha sido su sello distintivo a lo largo de los siglos.

LA REFORMA EN ESCOCIA

_ Trasfondo de la Reforma en Escocia


La Escocia de principios del siglo XVI era un país sumido en el feudalismo con una corona débil
e incapaz, una nobleza empobrecida y una Iglesia inmensamente rica en tierras y muy secularizada.
Al igual que en el continente, la Reforma en Escocia fue producto del espíritu crítico propio del
Renacimiento y del deseo de encontrar satisfacción espiritual en una Iglesia decadente. No
obstante, para entender la Reforma en Escocia es necesario considerar los factores políticos y
económicos con los que estaba entramada la cuestión religiosa. En realidad los hilos están tan
estrechamente ligados que es difícil desenmarañarlos.

El trasfondo político tiene que ver con la rivalidad de los intereses franceses e ingleses en Escocia
y la lucha entre la corona y los nobles. Estos viejos conflictos asumieron un tinte religioso. Francia
representaba a la vieja religión católica, mientras que Inglaterra se afirmó como potencia anti-papal.
Entre los anglófilos había algunos que eran simpatizantes del protestantismo y otros que eran
nobles con aspiraciones políticas y económicas. El rey Jacobo V (1524–1542) estaba del lado de
Francia, pero con su muerte, Enrique VIII vio la oportunidad para adueñarse de Escocia. Después de
numerosos conflictos, finalmente para 1558 el reino estaba más bajo el dominio de Francia que de
los ingleses. Esta influencia católica francesa fue la que finalmente llevó a la revolución protestante.

El trasfondo económico tiene que ver con las riquezas de la Iglesia en Escocia. Si bien la fortuna
de la vieja Iglesia en Escocia mejoraba o declinaba con los cambios en la situación política, su
posición se fue deteriorando notablemente bajo la influencia de la presión económica. La Iglesia era
dueña de la mayor parte de la riqueza del reino. Al comienzo de la Reforma sus ingresos eran por lo
menos diecisiete veces mayores que los de la propia corona, que debía recurrir frecuentemente a
las arcas eclesiásticas para resolver sus problemas financieros. Además, la Iglesia no sufría tanto la
inflación porque cobraba impuestos cada vez mayores y aumentaba las tarifas por sus servicios
religiosos. Pero estos recursos sólo beneficiaban a la jerarquía de la Iglesia. Mientras la corona, la
nobleza y el bajo clero se empobrecían, los jerarcas de la Iglesia se hacían cada vez más ricos.

J. D. Mackie: “Saqueada por la corona, envidiada por los nobles, sospechada por los pobres,
la Iglesia estaba bien abierta a los ataques de aquellos que esperaban curar sus pesares
económicos abrazando la causa de la Reforma. El preludio al año de crisis de 1559 fue la
“Convocación de los Mendigos,” clavada sobre las puertas de las casas de los frailes el 1 de
enero de 1559, convocando a los ocupantes a salir y ocuparse ellos mismos en un trabajo
honesto dejando sus riquezas a las viudas, huérfanos, los enfermos y los pobres.”

El trasfondo religioso está ligado estrechamente a los dos anteriores. El estado de la Iglesia
escocesa en este tiempo hacía que muchos dudaran de si el servicio religioso que ella prestaba
guardaba relación alguna con los enormes privilegios que gozaba. Las críticas se fueron sumando y
creando un ambiente de disconformidad propicio para el cambio. Además, el país estaba preparado
para la Reforma por la educación de algunos sectores sociales, el constante intercambio con Francia
y los Países Bajos, y la simpatía de los estudiantes escoceses por los primeros movimientos de
reforma en Inglaterra y Bohemia.

El luteranismo se infiltró en Escocia ya durante el reinado de Jacobo V, pero sin mayor éxito
debido a la oposición del rey y del obispo de San Andrés, Jacobo Beaton (m. 1539). Varios
protestantes sufrieron como resultado de esta persecución. El primer mártir de la fe reformada en
Escocia fue Patricio Hamilton (1504–1528), quien había visitado Wittenberg y estudiado en
Magdeburgo. Hamilton predicó el luteranismo y terminó en la hoguera en 1528. En 1543, el
Parlamento escocés autorizó la lectura y traducción de la Biblia. El principal predicador protestante
en este tiempo fue Jorge Wishart (1513–1546), quien también terminó sus días en la hoguera.
Durante la minoría de edad de María Estuardo (1542–1587), la hija de Jacobo V, el protestantismo
hizo notables progresos. En 1546 un motín de protestantes terminó en el asesinato del cardenal
David Beaton (1494–1546), arzobispo de Edimburgo. Entre los amotinados estaba Juan Knox, que
se convirtió en su consejero espiritual. En 1554 asumió la regencia de Escocia la viuda de Jacobo V,
María de Guisa, demasiado débil para oponerse al lento pero persistente avance del calvinismo en
Escocia. Sin embargo, la oportunidad para la Reforma se presentó bajo el reinado de María Estuardo,
hija de Jacobo V y viuda del rey de Francia, Francisco II (1544–1560).

Al morir su marido, María no pudo sostenerse en el trono escocés por las intrigas de la nobleza
protestante liderada por su medio hermano, el conde de Murray (1531–1570), de tendencia
protestante. En 1557 algunos grandes nobles y otros firmaron el primer Pacto formal, que obligaba
a la “Congregación de Cristo” a resistir a la “Congregación de Satanás,” lo que creó un instrumento
que, renovado cuatro veces más, sirvió para unir a los protestantes y darles una base sólida para
enfrentar con ventajas la crisis de 1559–1560.

Después de un corto destierro, María Estuardo fue invitada por los católicos y por los mismos
protestantes a regresar a Escocia (1561). Casada en segundas nupcias con Enrique Darnley (1545–
1567), uno de los nietos de Enrique VII, éste terminó asesinado. Al casarse en terceras nupcias con
el conde Bothwell (1536–1578), uno de los asesinos de su segundo marido, fue acusada de
complicidad en el crimen y los protestantes exigieron que fuera ejecutada. María tuvo que abdicar
a favor de su hijo Jacobo VI (1566–1625), que tenía apenas un año de edad. La regencia cayó en
manos del conde de Murray. María huyó a Inglaterra para buscar refugio junto a su prima Isabel I,
en 1568, pero ésta la mandó apresar y la mantuvo encarcelada durante diecinueve años, hasta que
la hizo ajusticiar por “alta traición” (1587). Para entonces, el protestantismo escocés había
encontrado vía libre para su difusión en el reino y consiguió el control del Parlamento escocés.

_ Juan Knox (c. 1514–1572)


El principal protagonista de la Reforma en Escocia fue Juan Knox. Había sido educado y ordenado
como sacerdote, si bien nunca ejerció como clérigo. Conocía bien el latín pero poco el griego. Actuó
como escribano durante algún tiempo, pero el estudio de Jerónimo y Agustín lo convencieron de
que mucho del saber antiguo era pura superchería. Knox también había estudiado con Calvino en
Ginebra, y por su fe y convicciones políticas había sido puesto preso en las galeras por un año y
medio. Después de ser liberado (1549) fue a Inglaterra, donde predicó atacando la misa como un
acto idolátrico. Durante el reinado de Eduardo VI fue uno de los seis Capellanes Reales y tuvo parte
en la preparación del Segundo Libro de Oración Común. Durante el reinado de María Tudor en
Inglaterra (1553) huyó a Europa (primero a Frankfort y después a Ginebra), donde se encontró con
Calvino, Bullinger y otros líderes suizos. En Ginebra trabajó en la versión ginebrina de la Biblia en
inglés.

Para muchos escoceses, la dependencia de Francia era tan odiosa como las pretensiones de
dominio inglés. Es así como las causas del protestantismo y la independencia nacional parecían
unirse en una. Knox llegó a transformarse en el líder de ambos movimientos. En 1555 regresó a
Escocia y predicó abiertamente la doctrina protestante, para volver a Ginebra al año siguiente,
donde escribió Primer toque de trompeta contra el monstruoso regimiento de mujeres (1558). En
este libro Knox indicaba que el reinado de mujeres contravenía la ley natural y divina: el ataque iba
dirigido contra María Tudor, María de Guisa y más tarde contra Isabel y María Estuardo.

Knox se propuso “aconsejar” a la reina de Escocia, pero también luchó por destituirla porque la
consideraba una usurpadora, y por ello fue perseguido tanto en Escocia como en Inglaterra. Sin
embargo, regresó a su país en 1559, aprovechando un tratado de paz que establecía cierta
tolerancia religiosa en Escocia. Allí se puso al frente del movimiento de reforma. Un año más tarde,
al morir la reina madre, María de Guisa, el Parlamento abolió el catolicismo y la jurisdicción papal,
e introdujo una constitución eclesiástica de tipo presbiteriano: el Primer libro de disciplina. El
Parlamento adoptó como credo del reino una confesión de fe calvinista, preparada por Knox.

Al regresar María Estuardo a Escocia (1561), Knox denunció sus misas y su vida cortesana. Knox
se entrevistó con ella tres veces y fue duro en sus ataques a la reina. Más tarde, cuando María huyó
a Inglaterra, el Parlamento proclamó el calvinismo como religión oficial del Estado y durante la
regencia de Murray los católicos fueron perseguidos. Así se constituyó la Iglesia de Escocia en forma
oficial, con total autonomía en sus asuntos internos a pesar de ser una Iglesia estatal. La Iglesia
escocesa adoptó una confesión de fe calvinista (Confesión Escocesa), que Knox ayudó a redactar, y
estableció una forma de gobierno eclesiástico presbiteriano pero descentralizada, a diferencia de
las demás iglesias reformadas.

Cuando Jacobo VI, el hijo de María Estuardo, asumió la corona de Escocia, comenzó un período
de mayor calma religiosa en el reino, pero pronto los calvinistas instigaron al rey para que
persiguiera a los católicos y a los anglicanos, más por razones de orden político que religioso. Al ser
nombrado rey de Inglaterra, cuando murió Isabel I, Escocia se unió al reino del sur en la persona de
su rey, quien gobernó como Jacobo I. No obstante, Escocia se afirmó en el calvinismo y el catolicismo
no desapareció por completo. Por el Pacto Nacional de 1648 los escoceses se inclinaron por el
“presbiterianismo”. Esto significaba que la autoridad estaba en manos de los presbiterios locales,
grupos de “ancianos” que gobernaban las iglesias en cada distrito particular y que examinaban,
ordenaban y removían ministros.

_ Características de la Reforma escocesa


A diferencia de la Reforma en Inglaterra, la Reforma escocesa en sus comienzos no tuvo mucho
que ver con cuestiones propiamente políticas ni fue liderada por el rey. Jacobo V dejó las cuestiones
religiosas totalmente en manos del clero. Además, estaba bajo la presión de Francia y del Papa que,
a principios del siglo XVI consideraban a Escocia como territorio católico. Por otro lado, los nobles
codiciaban las enormes riquezas de la Iglesia, especialmente en tierras y castillos y, en consecuencia,
estaban más abiertos a considerar un rompimiento con Roma e inclinarse al lado protestante con
tal de quedarse con los bienes eclesiásticos. Pero el monarca no podía romper tan fácilmente con
Roma, porque eso significaba perder el apoyo de sus viejos aliados católicos.

George T. Warner, C. Henry K Marten y D. Erskine Muir: “La Iglesia en Escocia era rica, pero
mucho de su riqueza no era utilizado para fines eclesiásticos. Los obispos eran de lejos más
nobles que eclesiásticos—guerreros, ambiciosos de riquezas y mundanos. Generalmente
eran los hijos más jóvenes de grandes familias, que usaban su posición para saquear a la
Iglesia a favor de su propia casa. Peleaban entre ellos: cuando Jacobo Beaton, arzobispo de
San Andrés, le ordenó al prior de San Andrés corregir su vida inmoral, el prior—que
pertenecía a la más salvaje de todas las familias de las Tierras Bajas—contraatacó
levantando en armas a sus siervos y amenazando con hacer la guerra al arzobispo.
Incidentes de este tipo, que involucraban a magnates eclesiásticos, no eran de ningún modo
extraños. Los clérigos comunes eran pobres e ignorantes y de mala conducta.”

Por otro lado, en Inglaterra la corona se arrogó todo el poder que había ostentado el Papa: el
monarca era Cabeza de la Iglesia y el gobierno de la Iglesia era autoritario. En cambio, en la Iglesia
escocesa, el movimiento de Reforma nació como una revolución contra una reina ausente, que era
papista. En general, el apoyo de la corona a la Reforma fue débil y ésta se desarrolló bajo la amenaza
constante de una invasión papista desde el exterior y de la apostasía de gobernantes protestantes
en el interior. Por ello mismo, esta Iglesia no podía esperar que el Estado suprimiera a los opositores,
sino que debía defenderse sola. No es extraño, pues, que siguiera la doctrina calvinista que
enseñaba que el gobierno civil, si bien era considerado como una necesidad, debía ser reconocido
sólo cuando era conducido conforme a la Palabra de Dios.

Además, la Reforma escocesa siguió en todo el modelo de Calvino. Fue más doctrinal que
política; exaltó la Biblia como única regla de fe y orden; y, puso gran énfasis en la disciplina. Tuvo
éxito con todas las clases sociales ya que la nobleza la aceptó primero ofreciéndole su apoyo, y luego
le siguió la gente común. De este modo, surgió una sorprendente unanimidad religiosa entre los
escoceses. Por otro lado, fue una Reforma democrática, al menos mucho más que la Reforma
calvinista. Cada congregación tenía el derecho de escoger a su propio pastor. Había más libertad en
los Sínodos, las Sesiones y la Asamblea General. Puso énfasis sobre la educación, especialmente el
estudio de los idiomas bíblicos y la hermenéutica. Lamentablemente, fue muy intolerante con los
disidentes. No había muchos reformadores radicales en Escocia, pero Knox y sus seguidores no
tuvieron misericordia con ellos y especialmente con los católicos romanos.

J. D. Mackie: “La revolución de 1559–60 quedó muy lejos de sus esperanzas. No obstante,
fue un evento de primera importancia. Expulsó a la Iglesia Romana y, si bien no concretó
sus ideales, estableció el patrón de una nación organizada para la adoración a Dios
conforme a un sistema que hizo de la rectitud personal el deber de cada individuo. No todas
las personas fueron verdaderamente religiosas … No obstante, en lo principal el pueblo
escocés se transformó no sólo en temeroso de Dios sino en un pueblo que confió en Dios.
La medida de su confianza aparece en la adhesión general al Pacto que expresaba la
creencia que toda la nación era especialmente una con Jehová.”

LA REFORMA EN FRANCIA

_ Trasfondo de la Reforma en Francia


Francia fue el único país latino en el que arraigó con cierta fuerza la Reforma. El protestantismo
francés no procedía del luteranismo alemán, sino del calvinismo. En las filas protestantes francesas
figuraban personas de gran relieve e influencia.

Entre los precursores de la Reforma en Francia estaba Jacques Lefèvre de Étaples (1455–1536),
profesor de la Sorbona, quien ya en 1512 en su comentario sobre la Epístola a los Romanos,
anticipaba las enseñanzas de Lutero. Margarita de Angulema (1492–1549), hermana de Francisco I,
antes de ser reina de Navarra reunía en su casa a humanistas y reformadores con tendencia al
misticismo, que se oponían al escolasticismo medieval. Como la mayoría de los humanistas y
místicos, éstos no estaban a favor de hacer cambios en las instituciones externas y establecidas de
la Iglesia, pero sí aspiraban a un cristianismo más bíblico y a una espiritualidad más auténtica. Desde
Navarra y ciudades fronterizas como Estrasburgo y Ginebra se fueron infiltrando en Francia las ideas
protestantes. Cuando se publicó la Institución de Calvino, dedicada a Francisco I, el espíritu
revolucionario fue difundiéndose junto con sus ideas. En verdad, fue Calvino quien a través de su
obra introdujo la fe evangélica en Francia.
Durante el reinado de Francisco I (reinó de 1515 a 1547), el protestantismo no tuvo mayores
oportunidades de expansión. El monarca había obtenido el control de la Iglesia francesa con la firma
del Concordato de Bolonia con el Papa y no tenía ningún interés en promover el protestantismo en
su reino. No obstante, bajo el reinado de su sucesor, Enrique II (reinó de 1547 a 1559), el
protestantismo calvinista logró difundirse ampliamente entre la burguesía, a pesar de la enérgica
oposición del monarca. Enrique II inició la más cruel persecución contra los protestantes, que se
incrementó con su sucesor, Francisco II, casado con María Estuardo de Escocia, y por lo tanto,
celosamente católico. No obstante, para 1555 ya se había organizado la primera iglesia protestante
francesa siguiendo el modelo calvinista. Algunos nobles también se inclinaron a la fe calvinista, como
el rey de Navarra, Antonio de Borbón, casado con Juana de Albrit, hija de Margarita de Navarra,
hermana de Francisco I de Francia; Luis de Condé, hermano de Antonio de Borbón; el militar
Francisco d’Andelot; y algunos otros grandes señores, como el almirante Gaspar de Coligny (1519–
1572).

Los católicos, que constituían la mayoría de la población en Francia, consideraban como sus
líderes a la poderosa familia de los Guisa, en especial al duque Francisco de Guisa (1519–1563), que
había jugado un papel heroico en la defensa de la ciudad de Metz, contra las tropas de Carlos V
(1552). Después de la firma del Tratado de Cateau-Cambresis (1559), las luchas entre los Hapsburgos
y los Valois llegaron a su fin, liberando momentáneamente a Francia del temor de una invasión
extranjera. Esto dio lugar a luchas intestinas por el poder político entre las principales familias
francesas, especialmente los Borbones y los Guisa, que después de 1559 intentaron controlar a los
débiles monarcas Valois. Los primeros eran calvinistas y los segundos católicos, y esto dio lugar a un
turbulento período de las guerras de religión.

Los tres hijos de Enrique II, que lo sucedieron en el trono de Francia fueron sucesivamente,
Francisco II, adolescente de quince años de edad, que sólo reinó un año (1559–1560); Carlos IX
(1560–1574), coronado a los diez años y reinó bajo la regencia de su madre; y, Enrique III (1574–
1589), príncipe afeminado e incapaz. Los tres reyes, jóvenes y enfermizos, carecieron de la
capacidad y energía indispensables para afrontar las dificultades de la época. Cayeron bajo la
influencia de su madre, Catalina de Médicis (1519–1589), una princesa italiana carente de
escrúpulos, ambiciosa, audaz y preocupada en mantener la autoridad real a toda costa.

El debilitamiento de la autoridad real despertó en la alta nobleza católica y protestante—


apoyada por sus parciales—el deseo de asumir el gobierno del país. Al frente de los calvinistas,
llamados también hugonotes (probablemente del alemán eidgenossen, los juramentados),
figuraban las casas de Borbón, a la que pertenecían el príncipe Luis de Condé y Enrique, rey de
Navarra, y la de Montmorency, emparentada con Gaspar de Coligny. La familia de los Guisa
encabezaba a los católicos entre los que se contaban el duque de esa casa, Francisco, y el cardenal
de Lorena, hermano de Francisco y sumamente rico.

Al poco tiempo de subir al trono Carlos IX se iniciaron las hostilidades. En un encuentro murió
asesinado Francisco de Guisa y los calvinistas lograron una mayor influencia sobre el rey, con la
consiguiente alarma de Catalina de Médicis. Ella era católica, pero quería congraciarse con los
hugonotes. Así promulgó un edicto por el que autorizaba a los calvinistas a celebrar públicamente
su culto, siempre que lo hicieran afuera de las ciudades (1562). Pocos meses después, el duque de
Guisa atacó y asesinó a varios hugonotes en una granja en Vassy. La matanza de Vassy dio comienzo
a una serie de guerras de carácter religioso y de gran ferocidad, que se prolongaron hasta 1593. Los
católicos contaron con el apoyo de Felipe II de España, mientras que los protestantes con la ayuda
de Isabel de Inglaterra y de algunos príncipes alemanes. Como resultado de esto, Francia cayó en
un estado de completa pobreza y anarquía.

_ Los hugonotes franceses


Como se indicó, la influencia de Calvino había penetrado profundamente en Francia y los
protestantes franceses o “hugonotes”, como se los llamó desde 1557, se multiplicaron a pesar de la
persecución. Durante ocho años hubo guerra entre hugonotes y católicos, hasta que en 1570 se
firmó la Paz de San Germán, que fue una victoria para los hugonotes, porque se les permitió el culto
en cuatro ciudades.

Para consolidar la reconciliación de los dos partidos se arregló el matrimonio de Enrique de


Borbón, hijo del rey de Navarra (protestante) con Margarita de Valois, hermana de Carlos IX
(católica). Catalina de Médicis, celosa de la influencia del calvinista Gaspar de Coligny, quien había
sido el gestor de este arreglo con su hijo, resolvió eliminarlo. Para ello se concertó con Enrique de
Guisa, pero el plan fracasó. Carlos IX, indignado, juró vengar el agravio inferido a su consejero y
ordenó una investigación. Catalina, temerosa de que se descubriera su participación, convenció a
su hijo de que los protestantes estaban tramando su muerte y así obtuvo su consentimiento para
organizar la matanza de los principales líderes hugonotes.

La ocasión escogida para el atentado fue la boda de Enrique de Borbón con Margarita de Valois
en París, cuando se reunieron nobles católicos y hugonotes para celebrar tal evento. El 24 de agosto
de 1572, día de San Bartolomé, el partido católico, apoyado por el pueblo católico fanático de París,
inició una horrenda matanza de hugonotes, que luego se extendió a toda Francia. Coligny y miles de
hugonotes perecieron bajo la más extrema violencia. La noticia fue recibida con alegría en Roma
porque la causa católica en Francia se había salvado de un gran peligro.

Enrique Fliedner: “Coligny fue la primera víctima … El cuerpo decapitado fue paseado en
triunfo por las calles, llevado por un populacho delirante, y precipitado en el Sena. Desde
este momento, sólo se oyó en calles y casas el ruido de las armas, de las detonaciones de
los arcabuceros, los aullidos de los asesinos, los gemidos de los moribundos y los gritos
angustiosos de los que huían, los cuales encontraban la muerte dondequiera que buscaban
un refugio. Cuéntase también, que el rey, desde lo alto del balcón del Louvre, disparaba
sobre los que intentaban huir, ‘a fin, decía, de que no quedase un solo Hugonote para
acusarle’. La carnicería duró tres días y tres noches en París, de suerte que muy pocos
lograron escapar. Las principales ciudades del reino, tales como Orleáns, Lión, Tolosa y
muchas otras, tuvieron también su San Bartolomé; de manera que, según los cálculos más
moderados, veinte mil Hugonotes perdieron entonces la vida.
Esta monstruosa carnicería, perpetrada a favor de una traición infame, arrancó un inmenso grito
de horror a toda la cristiandad evangélica. Pero el papa Gregorio XIII triunfaba. Hizo cantar un Te
Deum, y para perpetuar el recuerdo de este sangriento auto de fe, hizo acuñar una medalla con la
inscripción siguiente: ‘El papa Gregorio XIII’ [anverso] y ‘Matanza de los Hugonotes, 1572’
[reverso].”

_ El desarrollo de la Reforma francesa


Después de este triste episodio, conocido como la Matanza de San Bartolomé, y como
consecuencia de la misma, se dieron cuatro guerras entre hugonotes y católicos. Los hugonotes
reaccionaron fundando la Unión Calvinista, que resultó ser como un verdadero estado protestante
dentro del reino de Francia y proclamó su absoluta desvinculación respecto de un monarca al que
consideraban “traidor y asesino.” Carlos IX murió poco después (1574), y su sucesor, Enrique III,
deseoso de calmar a los calvinistas, les acordó algunos privilegios, entre otros el de celebrar su culto
en toda Francia, excepto en la ciudad de París (1576). Los católicos, indignados por estas
concesiones, formaron la Santa Liga, que tuvo como jefe a Enrique de Guisa, hijo de Francisco.

La Santa Liga tenía propósitos tanto políticos como religiosos, tales como el reestablecimiento
de la religión católica como exclusiva y la restauración de los antiguos derechos, preeminencias y
libertades de las distintas comarcas de Francia. Por entonces, la muerte del único hermano de
Enrique III convirtió a Enrique de Borbón, rey de Navarra, líder de los hugonotes, en el heredero del
trono de Francia. La Santa Liga quiso impedir esto buscando el apoyo de Felipe II, pero fracasó al
llegar a su fin el gobierno de los Valois con la muerte de Enrique III (1589), que fue asesinado por un
fanático. Así comenzó el dominio de los Borbones (protestantes) con Enrique de Borbón, que se
proclamó rey de Francia con el nombre de Enrique IV.

Con la llegada al trono de Enrique IV en 1589, los hugonotes esperaban una mayor tolerancia
hacia su fe. No obstante, Enrique IV, por motivos políticos (ganar el favor de la mayoría católica y
poder instalarse en París) se convirtió al catolicismo (1593). Según se cuenta, dijo en tal oportunidad:
“París bien vale una misa.” La ciudad que estaba en manos de un ejército español, capituló en 1594.
La guerra continuó por unos tres años más hasta que terminó con la paz de Vervins (1598), por la
que Felipe II reconoció al nuevo monarca francés y Enrique obligó a los españoles a retirarse de
Francia. Más tarde, Enrique IV puso fin a las guerras de religión promulgando el Edicto de Nantes
(1598). Mediante este tratado, los hugonotes fueron admitidos a todas las funciones públicas, se
garantizó la libertad de conciencia en todo el reino, el culto público hugonote fue permitido en
ciertos lugares, se decretó la igualdad entre católicos y protestantes y los hijos de hugonotes no
podían ser obligados a recibir la enseñanza católica. En garantía del cumplimiento del edicto,
Enrique IV concedió a los protestantes un centenar de plazas fuertes, y les permitió reunirse en
asambleas generales para considerar sus propios asuntos (sínodos). El Edicto de Nantes proclamó
por primera vez la libertad religiosa en un país europeo y significó un adelanto en los tratados de
paz religiosa del siglo XVI. Bajo el reinado de Enrique IV, que logró pacificar al país, Francia prosperó
y experimentó notables progresos. Lamentablemente, el rey fue asesinado en 1610 por un fanático,
que con ello quería “salvar al catolicismo.”

Enrique IV fue sucedido en el trono por Luis XIII (1601–1643), de nueve años de edad, quien
gobernó bajo la regencia de su madre, María de Médicis (1573–1642). El matrimonio de Luis XIII con
Ana de Austria (1601–1666) dio lugar a varios levantamientos y protestas de los hugonotes, que
terminaron con el Tratado de Montpellier (1622). De todos modos, las iglesias hugonotes entraron
desde entonces en su período de prosperidad y crecimiento, conservando sus privilegios religiosos
a pesar de sufrir los ataques de los jesuitas y otras influencias católicas a medida que avanzaba el
siglo XVII. Armando Juan Du Plesis, cardenal de Richelieu (1585–1642) conquistó en 1628 la fortaleza
de La Rochela, que era un bastión de los hugonotes, y por el edicto de Nimes (1629) les revocó a
éstos todos sus privilegios políticos. Más tarde, la revocación del Edicto de Nantes, por Luis XIV, en
el año 1685, los redujo a la situación de Iglesia mártir, perseguida y proscrita, hasta la Revolución
Francesa (1789). Miles de sus miembros se vieron forzados a emigrar hacia Inglaterra, Holanda,
Prusia y América.

LA REFORMA EN LOS PAÍSES BAJOS

Los territorios al norte de Francia y sobre el mar del Norte eran conocidos como Países Bajos
por estar sus tierras al nivel del mar o aun debajo, protegidas por diques. El territorio comprendía
dos partes: la del sur, Flandes, era rica, comercial e industrial; y la del norte, era más pobre y poblada
mayormente por pescadores. Los Países Bajos estaban divididos en provincias, gobernadas por
asambleas de representantes del clero, la nobleza y la burguesía. Las ciudades gozaban de una
amplia autonomía, mientras el orden era mantenido por milicias locales. La capital era Bruselas,
donde residía el gobernador general, nombrado por el rey de España y era sede de los estados
generales, integrados por los representantes de las provincias.

_ Trasfondo y desarrollo de la Reforma en los Países Bajos


El testimonio protestante en los Países Bajos se vio afectado especialmente por la situación
política de la región, que fue de gran inestabilidad a lo largo del siglo XVI. El país había caído bajo el
dominio español cuando sus diecisiete provincias pasaron al control de Felipe II como herencia de
su padre, Carlos V, en 1555. La economía estaba fundada sobre el comercio y la fabricación de paños
y, en consecuencia, sus habitantes eran celosos custodios de su independencia. El luteranismo tuvo
un ingreso temprano, pero había sido desplazado por el radicalismo anabautista, especialmente en
los niveles sociales más bajos de la población. En 1561, Guy de Gray redactó la Confesión Belga, que
era una expresión del calvinismo que predominaba en los sectores burgueses. La nobleza, mientras
tanto, continuaba siendo mayormente católica.

Así, pues, durante el reinado de Carlos V, el protestantismo en todas sus versiones había
encontrado campo fértil para su avance, especialmente en la parte norte. Carlos se mostró bastante
tolerante en los Países Bajos y no pudo combatir al protestantismo. No fue así con Felipe II, que
pretendió imponer en esta región la misma uniformidad religiosa que en España y sus dominios. En
1559, Felipe colocó como regente a su hermana, Margarita de Parma, acompañada con un consejo
consultivo. De este modo, Felipe se aseguró el control de los Países Bajos, incluso de su Iglesia, y se
valió de todos los medios para aplastar la disidencia religiosa. Esto provocó la reacción de los
burgueses y nobles protestantes que veían afectado el comercio y la industria.

Los nobles también se opusieron al abusivo dominio español, entre ellos Guillermo de Nassau,
príncipe de Orange (1533–1584), que había nacido luterano y se había hecho un católico nominal,
hasta que se transformó en el héroe de la independencia holandesa. Felipe presionó con los
decretos del Concilio de Trento y amenazó con castigar severamente toda disidencia. En 1566,
doscientos jóvenes de la aristocracia se presentaron armados ante Margarita de Parma para pedirle
nuevamente la suspensión de las principales medidas adoptadas contra las libertades del país.
Margarita, al verlos desfilar, no pudo contener las lágrimas. Al advertirlo uno de sus consejeros
exclamó: “¿Puede acaso Vuestra Alteza temer a semejantes mendigos?” Desde entonces, el
calificativo les quedó como apodo que aceptaron en gesto de desafío. Estos patriotas elaboraron
una petición de protesta, conocida como la “Petición de los Mendigos,” con la cual comenzó la
rebelión de los Países Bajos contra el Imperio español y el catolicismo. Los protestantes predicaron
abiertamente su mensaje y hubo actos de vandalismo e iconoclastía en varias iglesias.

Para Felipe esta rebelión era tanto política como religiosa, y se propuso aplastarla. Para ello
envió a Bruselas como gobernador a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba (1508–1582), un
hábil general español, al frente de un poderoso ejército. Alba instituyó un tribunal extraordinario,
llamado de los Disturbios, que pronto llegó a ser conocido como el de la Sangre, a causa de su
excesiva severidad. Las persecuciones fueron terribles y los impuestos sobre los comerciantes
resultaron insoportables. En tres meses hubo mil ochocientas ejecuciones, siendo las víctimas más
ilustres los condes Egmont y Hoorn, que se habían distinguido en el servicio de España.

Lejos de amilanarse, la población se levantó en masa, a principios de 1572. La resistencia,


capitaneada por Guillermo de Orange, apodado el Taciturno, se fortaleció en las provincias del
norte. Los holandeses rompieron diques e inundaron varios puntos de su país para dificultar la
marcha del enemigo. Corsarios independentistas capturaron a Brill mientras los hugonotes de
Francia y los enemigos de España respaldaban a los rebeldes de los Países Bajos. A partir de 1576,
Inglaterra sumó su apoyo y en 1577, Orange hizo su entrada triunfal en Bruselas. Por entonces, los
Países Bajos estaban divididos entre el sur católico y el norte calvinista. Los católicos se unieron en
la Liga de Arrás en 1579, mientras que los protestantes hicieron lo propio con la Unión de Utrecht.
La intervención de Alejandro Farnesio, duque de Parma (1545–1592) mantuvo las diez provincias
del sur (mayormente lo que hoy es Bélgica) bajo control católico y español, mientras los siete
estados del norte declararon su independencia de España en 1581 y siguieron una convicción
calvinista. Así se formó la República de las Provincias Unidas.

El primer Sínodo Nacional de la Iglesia Reformada se había llevado a cabo en Emden, en 1571.
Dos años después, Guillermo de Orange abrazó el calvinismo. La Iglesia Reformada de los Países
Bajos fue presbiteriana en su constitución, pero se mantuvo mayormente ligada al Estado en razón
de las enormes dificultades políticas en medio de las cuales nació. De todos modos, los Países Bajos
gozaron de una amplia tolerancia religiosa, salvo para los católicos. Incluso los anabautistas gozaron
de tolerancia, ya que Guillermo de Orange, en 1577, les concedió la libertad de celebrar su culto.
Esto hizo de los Países Bajos un centro de refugio para todos los oprimidos por cuestiones religiosas
en Europa occidental.

Con la muerte de Guillermo de Orange (1584) la causa independentista y protestante corrió


peligro. Al año siguiente, Isabel I envió al conde de Leicester con un pequeño ejército, pero éste
fracasó en su gobierno. La habilidad militar del duque de Parma parecía ser invencible, y hubiera
conseguido su propósito de no haber sido que Felipe II se involucró en una empresa que finalmente
puso fin a su poderío imperial: el intento de invadir a Inglaterra que terminó con la derrota de la
Armada Invencible en 1588. El hijo de Guillermo, Mauricio, continuó la lucha por la independencia
holandesa. La guerra continuó hasta 1609, en que el nuevo rey de España, Felipe III (1578–1621)
firmó una tregua de doce años. Las hostilidades quedaron concluidas hacia mediados del siglo XVII,
cuando se firmó la Paz de Westfalia (1648). El calvinismo fue implantado como religión oficial y se
prohibió el culto católico en la República de las Provincias Unidas.

_ Características de la Reforma en los Países Bajos


La Reforma en los Países Bajos asumió una forma bastante singular en relación con movimientos
similares en el resto del continente europeo. Primero, el trasfondo humanista creó un contexto de
una mayor tolerancia hacia ideas dispares que en el resto de Europa. Esto se debió a la influencia
del humanismo y, de manera especial, al desarrollo de la imprenta. Algunas ciudades flamencas
como Amberes y Rótterdam y holandesas como Ámsterdam y Utrecht fueron importantes centros
de impresión de materiales humanistas y también reformados. Hacia 1500 había quince imprentas
en los Países Bajos.

Paul Johnson: “El rápido desarrollo de la imprenta, con su tremenda concentración en las
obras de interés fundamental para la religión y la Reforma, representó un problema
completamente nuevo para las autoridades eclesiásticas y oficiales que tradicionalmente
controlaban la difusión del saber. Censurar e impedir la circulación de libros impresos era
esencialmente lo mismo que controlar manuscritos, pero la diferencia de velocidad y escala
era absolutamente fundamental. Se necesitó por lo menos una generación de censores para
resolver el asunto y en realidad nunca pudieron ejercer el mismo grado de supervisión eficaz
que habían demostrado en los días que precedieron a las impresiones baratas.”

Por otro lado, el humanismo echó raíces profundas en esta parte de Europa. Hay que recordar
que Erasmo, el padre del humanismo, nació en Rótterdam (Holanda) y comenzó su educación en
una escuela privada en Gouda y más tarde estudió en Deventer. Erasmo viajó incansablemente por
Francia, Inglaterra e Italia, pero su estancia preferida fueron los Países Bajos, donde residió
alternativamente en Bruselas, Amberes y Lovaina. La influencia de Erasmo fue notable. Él fue el
primer escritor que percibió todas las posibilidades de la imprenta como medio de comunicación
masiva. Por eso escribió libros pequeños, manuales y baratos. Trabajó deprisa, a menudo en la
propia imprenta, escribiendo y corrigiendo inmediatamente las pruebas. “Le estimulaba el olor de
la tinta de imprimir, el incienso de la Reforma.”

Erasmo fue el representante más extraordinario del Nuevo Saber, que parecía ofrecer
oportunidades ilimitadas de progreso espiritual e intelectual, y que presagiaba una reforma integral
de la sociedad, dirigida desde adentro por un movimiento universal y voluntario. Sus ideas tuvieron
un peso importante, especialmente en su tierra natal. Sin embargo, no fueron suficientes para evitar
la división radical de su país, donde se formaron dos campos opuestos y armados: uno reformado a
medias, que basaba sus afirmaciones exclusivamente en la Biblia y el otro, no reformado, que se
basaba exclusivamente en la autoridad de Roma y la tradición. Como vimos, entre el norte
protestante y el sur católico en los Países Bajos había un abismo infranqueable, colmado con las
víctimas de la guerra y la persecución.

Un segundo factor a tomar en cuenta es que la Reforma en los Países Bajos prosperó
mayormente en las clases mercantiles y pequeño burguesas. Especialmente a partir de la segunda
mitad del siglo XVI, la región se destacó por ser un muy importante centro comercial e industrial a
nivel internacional. Esto generó en su población una mentalidad profundamente comercial. Los
Países Bajos fueron unos de los focos generadores del capitalismo comercial.

En este sentido, la Reforma en los Países Bajos tuvo su veta comercial. La Inquisición española,
que fue aplicada con suma dureza en los Países Bajos, atacaba a judíos y a protestantes por igual.
Ambos eran acusados de usura y de dedicarse al comercio, que era considerado como una actividad
indigna de un gentilhombre cristiano, según los españoles. De este modo, el protestantismo
holandés se incorporó a la estructura de odios del Imperio Español y el racismo vino a reforzar la
ortodoxia doctrinaria. La campaña española en los Países Bajos estuvo dirigida tanto contra los
judíos como contra los protestantes. Muchos de ellos eran marinos y comerciantes, con lo cual la
rivalidad comercial se reforzaba con el odio doctrinario y la guerra en el mar cobraba una ferocidad
distinta. Quienes más se destacaron en estas persecuciones fueron los jesuitas.

Paul Johnson: “Los elementos progresistas de la economía, que poco a poco llegaron a
identificarse con el sistema capitalista, se distinguían no por su adhesión a cierta
formulación doctrinaria específica sino por su antipatía a todas las formas muy
institucionalizadas y muy clericales del cristianismo … La característica común de estos
empresarios era su deseo de que los entusiastas y organizadores religiosos los dejasen en
paz y poder escapar de la red formada por el clericalismo y el derecho canónico. Su religión
podía ser intensa, pero era esencialmente privada y personal. Por consiguiente, tenía mucho
en común con el tipo de piedad religiosa preconizada por Erasmo en su Enchiridion;
ciertamente, las ideas de Erasmo, que tenían un trasfondo urbano análogo, reflejaban y al
mismo tiempo plasmaban las actitudes de la nueva elite económica. Estos hombres
acomodados y laboriosos eran individuos educados. Deseaban leer personalmente las
Escrituras. No querían que nadie interfiriese o censurase su material de lectura.
Desaprobaban la conducta de los clérigos, especialmente de los que pertenecían a las
órdenes, porque los juzgaban deshonestos o perezosos, o ambas cosas. Deploraban los
agregados supersticiosos del cristianismo medieval y preferían las prácticas más sencillas de
la Iglesia ‘primitiva’, las mismas que, según ellos afirmaban, podían percibirse en los Hechos
de los Apóstoles y las epístolas de san Pablo. Creían en el mérito incluso en la santificación
de la vida secular; exaltaban el estado conyugal y creían que los seglares espiritualmente
eran iguales a los clérigos.”

Un tercer factor de la Reforma en los Países Bajos tiene que ver con el papel y el dominio del
Estado en el proceso, que fue muy similar al de otros movimientos que terminaron cuajando en
Iglesias establecidas u oficiales. En la década de 1560 los protestantes en los Países Bajos se
levantaron contra el dominio español de los Habsburgo católicos, que aplicaban una política de
persecuciones. Los holandeses apelaron a la resistencia armada utilizando como justificación su
antigua estructura constitucional, diciendo que se alzaban en defensa de sus leyes, costumbres y
cartas tradicionales. No obstante, el modelo fue el mismo en uno y otro caso. Se trataba de la
imposición de la religión del príncipe, es decir, la ideología que le asignaba poder sacerdotal al
gobernante. No es extraño que el resultado haya sido, como en otras partes de Europa continental
e Inglaterra, un movimiento hacia la guerra civil en el ámbito nacional y entre los Estados en el
internacional. La unidad religiosa era imposible y, por el imperio de esta ideología, la polarización
política y religiosa era inevitable. Finalmente, en Holanda se estableció una Iglesia Reformada
Holandesa, con el apoyo y sostén de la corona.

LA REFORMA EN OTROS PAÍSES EUROPEOS

La Reforma en estos países no está tan ligada a la decadencia de la Iglesia Romana como en
otros lugares de Europa. El nuevo orden eclesiástico que se desarrolló a lo largo del siglo XVI
respondió más bien a cuestiones de carácter político. La fe de estos pueblos, que habían sido los
últimos en ser cristianizados durante la Edad Media, era lo suficientemente plástica y carente de
tradiciones profundas como para que el protestantismo encontrara en ellos un terrero fértil y
propicio. Los obispos católicos se opusieron al principio a la Reforma, pero pronto fueron
doblegados por la fuerza de los príncipes.

En Suecia se destaca la labor de los hermanos Olaf (1493–1552) y Lorenzo Peterson (1499–
1573), que estudiaron en Wittenberg e introdujeron el luteranismo hacia 1520, en conexión con la
revolución política por la independencia. A pesar de la matanza de Estocolmo (1520), provocada por
Cristián II de Dinamarca, los suecos consiguieron independizarse de Dinamarca en 1523,
proclamando rey a Gustavo I o Gustavo Vasa (1523–1560), que se había pasado al luteranismo
durante su estancia en Lubec. En la Dieta de Vesteras (1527) la Iglesia sueca se separó de Roma. Se
confiscaron propiedades de la Iglesia Romana, se le dio al rey amplios poderes sobre la Iglesia, se
abolió la confesión obligatoria y se hicieron varias otras innovaciones. Algunos obispos que se
opusieron fueron ajusticiados. La Reforma en Suecia fue más por una cuestión de autoridad
administrativa que por convicciones doctrinarias. Si bien el sucesor de Gustavo Vasa, Erico XIV,
intentó introducir el calvinismo, Suecia ha permanecido firmemente luterana hasta el presente.
En Finlandia, estrechamente unida a Suecia, se pasó al luteranismo en la misma Dieta de
Vesteras (1527). Gustavo Vasa fue quien introdujo y desarrolló el luteranismo en este país. Más
tarde, Isaac Rothovius, obispo de Abo (1627 a 1652), hizo mucho por elevar el nivel del cristianismo
en la región. La asistencia a los cultos se hizo obligatoria, se mejoró la calidad del clero, se promovió
la educación, se fundó una universidad y se imprimió una traducción finlandesa de la Biblia. El
luteranismo fue la forma de protestantismo que prevaleció.

En Dinamarca el rey Cristián II se valió del luteranismo para terminar con la preponderancia del
clero católico y de la nobleza contraria en su reino. Ya en 1520 Martín Reinhard, un sacerdote
alemán que había estudiado en Wittenberg, estuvo predicando en Copenhague como capellán de
la corte. Cristián II intentó reformar la disciplina de la Iglesia, pero fue depuesto por su tiranía en
1523. Su sucesor, Federico de Holstein I (reinó de 1523 a 1533) prometió en las capitulaciones de
elección prohibir la predicación del luteranismo en el país. Pero una vez dueño del poder favoreció
a los reformadores luteranos. En la Dieta de Odense (1527) se les concedió la tolerancia a los
luteranos. Cristián III (reinó de 1533 a 1559) hizo triunfar definitivamente al luteranismo. El rey
mismo le pidió ayuda a Lutero para efectuar la reorganización religiosa de su reino. Se desarrolló
una liturgia luterana, se tradujo la Biblia al danés y se adoptó la Confesión de Augsburgo con ligeras
modificaciones. Cristián IV (1588–1648) privó a los católicos de sus derechos civiles y la conversión
al catolicismo fue castigada con la confiscación de los bienes y con el destierro.

En Noruega, también unida a Dinamarca en la persona de Cristián III, se proclamó al luteranismo


como religión oficial en 1536. Los obispos que se resistieron fueron degradados. Lamentablemente,
la situación religiosa de Noruega dejó mucho que desear. Los pastores luteranos que llegaron fueron
pocos y cayeron en disputas ociosas. La falta de un liderazgo de habla nórdica efectivo hizo que el
progreso del protestantismo fuese lento. Habrá que esperar hasta el siglo XVII para ver alguna
mejoría.

La misma suerte le tocó a Islandia, unida también a Dinamarca (1550). Desde 1540 la isla había
sido visitada por comerciantes luteranos. La Biblia fue traducida al islandés y publicada. La isla era
gobernada desde Dinamarca y con Cristián III se impuso el luteranismo. El obispo más destacado
fue Gudbrand Thorlaksson, que sirvió desde 1570 hasta 1627. Él preparó un himnario y publicó una
traducción de la Biblia al islandés. También hizo editar y distribuir catecismos y otra literatura
luterana.

En los países bálticos, como en Prusia, se impuso el luteranismo cuando el gran maestre de la
Orden Teutónica, Alberto de Brandeburgo, se hizo luterano y secularizó los territorios
pertenecientes a esta Orden. La misma suerte siguieron las demás regiones del Báltico, como
Estonia, Livonia y Curlandia, que eran feudos de la Orden.

En Polonia y Lituania, a pesar de las prohibiciones del rey Segismundo I (1506–1548) se


establecieron en el país algunas colonias de luteranos y calvinistas. Prácticamente todos los grupos
de la Reforma del siglo XVI encontraron oportunidad de difusión en Polonia. El líder más destacado
fue Juan a Lasco (1499–1560), de una distinguida familia polaca y sobrino del primado de la Iglesia
Católica polaca. Fue amigo de Erasmo y abrazó la causa protestante, estimulando la traducción de
la Biblia al polaco y tratando de unificar las varias ramas protestantes. En 1573 se les concedió plena
libertad de culto a la mayor parte de los grupos protestantes: luteranos, calvinistas, zuinglianos y
socinianos. No obstante, con la aparición de los jesuitas y el apoyo de monarcas católicos celosos,
la persecución desbandó al protestantismo polaco. A fines del siglo XVI y principios del XVII la
persecución recrudeció durante el reinado de Segismundo III Vasa (1566–1632), quien actuó bajo la
influencia de los jesuitas. Finalmente, Polonia quedó como reino católico, mientras los protestantes
y antitrinitarios que sobrevivieron a las persecuciones se vieron forzados a emigrar a otros países.

En Hungría, el catolicismo estaba muy debilitado por los continuos ataques de los turcos y por
su situación de corrupción interna, y esto favoreció la penetración del protestantismo tanto
luterano como calvinista. El movimiento husita se había difundido ampliamente en el país al igual
que los valdenses. Existía una traducción de la Biblia al húngaro y el humanismo contaba con
adeptos en los círculos aristocráticos. Con la derrota de los húngaros por parte de los turcos en la
batalla de Mohacs en 1526, la Iglesia Romana perdió a varios de sus líderes más importantes. Los
turcos ocuparon buena parte del reino y tendieron a favorecer al protestantismo.

Lo mismo ocurrió en Transilvania, donde el luteranismo encontró buenas oportunidades de


arraigo ya en los días de Lutero. Varios húngaros estudiaron en Wittenberg, entre ellos Matías Biró
de Devay, un gran predicador que llegó a ser considerado como el Lutero húngaro, y Esteban Kis de
Szeged, un teólogo de bastante influencia. En las filas protestantes militaban también reformados,
anabautistas y seguidores de Miguel Servet. Tanto en Hungría como en Transilvania se crearon
fuertes colonias de calvinistas y luteranos, de suerte tal que para fines del siglo XVI los protestantes
constituían la mayoría. Cuando en 1540 Matías Devay abandonó su convicción luterana por el
calvinismo, esta religión consiguió la preponderancia en el país. En 1563 se redacto la Confessio
hungarica. En 1561 se instalaron los jesuitas en Tyrnau, constituyendo un poderoso dique para la
expansión del calvinismo. En la Dieta de 1557 se les concedió a los calvinistas la libertad de culto.
En Transilvania en 1568 el príncipe reconoció iguales derechos a católicos, luteranos, reformados y
unitarios o antitrinitarios. Esto fue confirmado en 1571 por la Dieta Transilvana.

EL PROTESTANTISMO HACIA EL AÑO 1600

Comenzamos esta unidad señalando que a comienzos del siglo XVI se dieron las dos condiciones
necesarias para una gran expansión del cristianismo: comunicaciones y vigor espiritual. Terminamos
la unidad preguntándonos si después de un siglo se verificó ese avance. Con respecto a los
protestantes, la respuesta es no, debido a dos razones.

Primero, la Reforma Protestante se produjo en países pequeños y débiles. Las dos grandes
potencias del siglo XVI (España y Portugal) no fueron alcanzadas por la Reforma y continuaron
católicas romanas. Los países protestantes a lo largo del siglo fueron: (1) Luteranos: los estados del
norte de Alemania; Dinamarca, Noruega, Islandia, Suecia (independiente de Dinamarca desde
1523). (2) Presbiterianos y reformados: buena parte de Suiza; los Países Bajos, separados de España
después de la Guerra de Independencia, en 1568; algunas partes de Alemania; y Escocia. (3) La
Iglesia de Inglaterra: Inglaterra e Irlanda del Norte. (4) Los protestantes esparcidos por Francia eran
reformados, mientras que los de Irlanda del Norte eran anglicanos y presbiterianos.

La mayoría de estos países recién comenzaban a lograr y expresar su independencia nacional;


algunos ni siquiera habían alcanzado esto (Noruega y los estados alemanes). Ninguno de ellos era
una gran potencia económica, política o militar. Además, es evidente que los protestantes, en
contraste con los católicos no tenían una visión muy amplia del mundo. Esta fue una de las razones
por las que carecieron de espíritu misionero. Según el padre de la misionología protestante, Gustav
Warneck: “Nos falta en los reformadores no sólo la acción misionera, sino incluso la idea de
misiones, en el sentido en que las entendemos hoy.”

Stephen Neill: “Naturalmente los Reformadores no eran conscientes del mundo no cristiano
alrededor de ellos. Lutero tiene muchas cosas para decir, y a veces sorprendentemente
cosas buenas, acerca de judíos y turcos. Es claro que la idea de un progreso constante de la
predicación del Evangelio por todo el mundo no es extraña a su pensamiento. No obstante,
cuando se ha dicho todo lo favorable que se puede decir, y cuando todas las evidencias
posibles en los escritos de los Reformadores han sido colectadas, todo ello suma
excesivamente muy poco.”

Segundo, la otra debilidad de los protestantes del siglo XVI fue que tuvieron que luchar durante
mucho tiempo en defensa propia para poder sobrevivir y de esta manera se replegaron sobre sí
mismos en lugar de salir “a todo el mundo”. Una evidencia de esto son las múltiples divisiones y
subdivisiones que experimentó el protestantismo a lo largo de su historia. El cuadro que sigue
presenta sólo las principales escisiones, pero son suficientes para mostrar que hay una dispersión
de energía, que podría haber sido utilizada de una mejor manera para la expansión del reino de
Dios.

CUADRO 3 - ÁRBOL DEL DESARROLLO DE LA IGLESIA


Si consideramos el crecimiento de la Iglesia como el de un árbol, veremos que el tronco principal
se divide muy tempranamente (1054), en una rama oriental (que no se muestra en el cuadro) y otra
occidental. La rama occidental se divide en el siglo XVI con la Reforma Protestante. A la derecha
vemos la Iglesia Católica Romana arrancando con su posición moderna (hasta el Concilio Vaticano
II) a partir del Concilio de Trento en 1545 (ver próxima Unidad). Los luteranos brotan en 1517. Toda
la ramificación ginebrina (reformados y presbiterianos) se desarrolla todavía más hacia la izquierda,
por ser más radical en su protestantismo, en 1536. La rama anglicana, que no es tan extrema,
comienza a asumir sus características distintivas con la aparición de la Biblia en inglés en 1538. De
la ramificación ginebrina comienza otra división hacia 1580, que hoy se conoce como el
congregacionalismo, y del congregacionalismo en 1608 surge otra rama que posteriormente llegará
a ser una de las más numerosas: los bautistas. Un brote importante, pero posterior al período que
estamos considerando en este punto, es el metodismo, que comienza a separarse de la Iglesia de
Inglaterra en 1784.

Como puede verse, el protestantismo europeo durante el siglo XVI tuvo un gran desarrollo,
lamentablemente fundado en una dinámica divisionista que fue el resultado de la incapacidad de
los teólogos protestantes por acordar una teología común. Hay que tomar en cuenta también que
en la mayor parte de los casos la falta de acuerdo fue más política y social que teológica, y que fue
promovida mayormente por los poderes políticos. El protestantismo del siglo XVI no logró, en
general, romper con el paradigma de cristiandad y quedó cautivo de una ideología que terminó por
someter a la Iglesia a los intereses del Estado.

LA REFORMA EN INGLATERRA

La condición de insularidad le dio a los procesos históricos de Inglaterra un matiz muy particular.
Lo mismo ocurrió con su Reforma, que tuvo un nacimiento, desarrollo y consecuencias muy
singulares y bastantes diferentes de los procesos similares en el continente europeo. El carácter más
pragmático de la Reforma en Inglaterra significó una contribución muy valiosa para toda la
cristiandad, a partir de los diversos movimientos que de ella fueron surgiendo con el correr del
tiempo.

_ Trasfondo de la Reforma en Inglaterra


Factores políticos. La Reforma en Inglaterra fue bastante diferente de la Reforma en el
continente europeo y en Escocia. Inglaterra está en una isla y siempre estuvo separada de los
procesos históricos que se vivían en Europa continental. En el siglo XVI, el gobierno se centralizó
más que nunca antes, y los sentimientos nacionalistas del pueblo fueron más fuertes que en otros
países. La historia de Inglaterra durante este período estuvo muy influida por sus monarcas. El gran
historiador inglés G. R. Elton introduce su capítulo sobre “La Reforma en Inglaterra” con las
siguientes palabras: “Inglaterra, como es notorio, lució su Reforma con una diferencia. Mientras en
otras partes el levantamiento religioso trajo como consecuencia la reconstrucción política y
constitucional, el alejamiento de Inglaterra respecto de Roma fue conducido por el gobierno por
razones que tenían poco que ver con la religión o la fe.” George Park Fisher dice: “La Reformación
inglesa en vez de desarrollarse como un movimiento puramente religioso e intelectual, tuvo que
someterse en grado importante a las influencias perturbadoras de la autoridad y política mundanal
del gobierno civil.”

En 1485 llegó a su fin una larga serie de guerras civiles amargas y destructivas. En este tiempo,
muchos factores afectaron grandemente la vida inglesa. Entre ellos, un hecho muy significativo fue
el término del gobierno débil de los reyes medievales Plantagenet, que fueron reemplazados por
una nueva casa gobernante, fuerte y dinámica, los Tudor. También fue de importancia el hecho de
que Inglaterra perdió para entonces todas sus posesiones en Francia, lo que le dio más tiempo para
dedicarse a sus intereses internos. Las guerras civiles habían eliminado prácticamente a la vieja
nobleza feudal, dándole a los monarcas manos libres para centralizar más en ellos su control del
reino.

Con la llegada al trono inglés de Enrique VII (reinó de 1485 a 1509), según algunos historiadores,
comenzó la edad moderna en Inglaterra. Tomás M. Lindsay considera que la época medieval en la
historia inglesa terminó en 1485. Según él: “Cuando el conde de Richmond ascendió al trono de
Inglaterra y la gobernó con ‘autoridad política’ como Enrique VII, ya había empezado
distintivamente la historia moderna de Inglaterra.” Sin embargo, desde un punto de vista histórico
esta distinción es un tanto arbitraria, ya que la decadencia continua de las viejas instituciones y la
formación de otras nuevas hace imposible fijar una fecha en la que las instituciones medievales
dejaron de existir y las modernas ocuparon su lugar. Para 1485 muchas instituciones y conceptos
medievales ya habían muerto, pero muchos otros sobrevivían.

No obstante, el año 1485 marca el comienzo de la dinastía Tudor, bajo cuyo gobierno e
influencia Inglaterra pasó de la medievalidad a la modernidad. Cuando Enrique VII ascendió al trono,
había mucho que era medieval y poco que era moderno; cuando con la muerte de Isabel I se terminó
la línea de los Tudor, en 1603, la proporción se había invertido.

La posición de Enrique VII en el trono fue similar en muchos aspectos a la ocupada por Enrique
IV. El Parlamento le concedió la corona, de modo que su título descansaba exclusivamente en una
concesión parlamentaria. En razón de que su posición en el trono era tan insegura, su ambición real
fue colocar a su dinastía sobre un fundamento más firme. Casi todas sus políticas más importantes
estuvieron relacionadas con este motivo. Para ello, el apoyo popular era esencial. Para ganarlo,
reconoció que debía darle al pueblo inglés lo que ellos querían. Debido a su habilidad política se
ganó el reconocimiento de las potencias extranjeras, repelió la invasión foránea, sometió la rebelión
interna y removió la amenaza a su posición en el trono. El embajador de España tuvo que reconocer:
“Enrique es rico, ha establecido un buen orden en Inglaterra, y mantiene al pueblo en tal sujeción
como nunca antes ha sido el caso.” El resultado del reinado de Enrique VII fue el aumento notable
de la autoridad real. Él hizo por la nación inglesa lo que ésta más deseaba.

Factores económicos y sociales. El reinado de Enrique VII fue evidentemente un período de


grandes cambios. La alteración en el carácter del gobierno, la expansión notable del comercio, la
revolución agraria y la decadencia de las guildas fueron signos de la vasta transformación que estaba
ocurriendo. Otro factor económico de importancia fue que Inglaterra comenzó a manufacturar sus
propios paños, en lugar de importarlos del continente, con lo que hubo una mayor acumulación de
riqueza y mayor desarrollo tecnológico.

Fue en este período también que la nación insular comenzó a ganar poder en el mar. A lo largo
del siglo XVI, sus navegantes pusieron en jaque a los convoyes españoles que salían de América
cargados de oro, plata y otras materias valiosas. También encontraron un pasaje hacia Rusia
navegando hacia el norte y sus embarcaciones hicieron contacto con todos los océanos del mundo.
Todo el siglo fue testigo del crecimiento notable de Inglaterra en materia de comercio y poder naval.
Un aspecto oscuro de este comercio internacional se puso de manifiesto cuando John Hawkins
comenzó el comercio de esclavos trayendo a africanos de Guinea a Europa en 1562. En 1600 la
Compañía Británica de las Indias Orientales recibió licencia real.

Factores culturales. Otro importante movimiento que asumió relevancia durante el reinado de
Enrique VII, si bien comenzó antes y continuó después, fue el Renacimiento inglés. Este movimiento
comenzó con un interés renovado en la antigüedad clásica, que se manifestó primero en Italia pero
muy pronto llegó también a Inglaterra. De manera particular, el humanismo encontró importantes
exponentes en las principales universidades inglesas, como Oxford y Cambridge. Uno de ellos fue
Juan Colet (1467–1519) destacado humanista inglés, que en 1496 había disertado en Oxford sobre
las epístolas de Pablo y en 1512 volvió a fundar la escuela de San Pablo. También Erasmo había
enseñado en Cambridge de 1511 a 1514 y desarrolló una profunda amistad con Colet y otros
humanistas, como Juan Fisher (1469–1535) y Tomás Moro (1478–1535).

Como resultado del espíritu de esta nueva era, la educación se fue esparciendo. El valor de la
educación escolar como una preparación para los desafíos ordinarios de la vida comenzó a ser
apreciado y la educación misma se secularizó. El resultado principal de todos estos procesos fue el
de proveer de una nueva concepción de la vida, y esto gradualmente fue penetrando en todas las
capas de la sociedad. Las escuelas continuaron multiplicándose y sus nuevos puntos de vista pasaron
de ellas a los hogares y al mercado. La popularización de las nuevas ideas fue promovida por la
imprenta, que hizo accesibles los libros impresos en inglés a un mayor número de personas. La
página impresa trajo a muchos la oportunidad de adquirir conocimientos en un momento cuando
el nuevo espíritu de la época estaba despertando en ellos el deseo de adquirirlos.

_ Enrique VIII (1491–1547)


Cuando Enrique VIII ascendió al trono en 1509, su posición era muy diferente de la que había
ocupado su padre en 1485. Todo estaba a su favor, su popularidad estaba en pleno aumento y era
un joven monarca amado por su pueblo. Durante los primeros años de su reinado el gobierno del
país se movió sin problemas siguiendo los carriles que había fijado Enrique VII. No hubo nada que
perturbara la tranquilidad interna.

Al no tener demasiadas cosas en que ocupar su atención internamente, Enrique VIII se volcó a
las cuestiones exteriores. Allí el nuevo rey encontró pronto un terreno fértil para sus ambiciones.
Mediante guerra y diplomacia, alianzas y matrimonios, Enrique reforzó sus pretensiones domésticas
y de ultramar. En todo lo que hizo, Enrique VIII se mostró como un monarca absolutista, lleno de
egoísmo y crueldad. Sus políticas fueron dictadas por sus fines egoístas, y fueron llevadas a cabo
mediante medios arbitrarios. Sin embargo, produjeron resultados que no estuvieron en divergencia
con la voluntad nacional. La separación de la Iglesia de Inglaterra respecto a Roma, por ejemplo, no
se podría haber logrado de no haber sido expresión de los deseos de una buena parte de la nación.
Particularmente el anticlericalismo generalizado de la gente común y la codicia por las tierras y
bienes eclesiásticos por parte de la nobleza fueron factores importantes que respaldaron el
proyecto separatista de Enrique.

Además, el alcance de su poder estuvo mayormente velado. Enrique supo cubrir sus acciones
con un manto de legalidad y preservó las formas externas de la ley mientras cometía las injusticias
más grandes. Sus crímenes judiciales afectaron comparativamente a pocos individuos, mientras que
la mayoría de las personas recibió en sus cortes una justicia más o menos equilibrada, que no
hubieran tenido con un monarca más débil. Quizás es por esto que su liderazgo despótico pudo
llevar a Inglaterra a través de un proceso de revuelta eclesiástica con un mínimo de derramamiento
de sangre.

Esto es un hecho importante para notar. La tolerancia era un principio desconocido en el siglo
XVI. Al dividirse la nación entre católicos y protestantes, el resultado debería haber sido una guerra
civil o una persecución en una escala mucho más grande que la promovida por Enrique. Esto es lo
que ocurrió en la experiencia continental. Las ejecuciones de Enrique figuran en las páginas de la
historia en razón de que muchas de sus víctimas fueron personas de alta posición y porque a
menudo fueron manifestaciones de su voluntad despótica. No obstante, el derramamiento de
sangre fue mucho menor en Inglaterra que en cualquier país del continente que pasó por cambios
similares. Elton dice: “Cualquiera haya sido el horror de Europa, Inglaterra tomó la revolución con
bastante calma,” y agrega, “no hubo una persecución generalizada de los católicos mientras vivió
Enrique, si bien algunos pocos sufrieron.” Por otro lado, su gobierno firme aseguró la prosperidad
material de su pueblo y logró el respaldo de las mayorías.

W. E. Lunt: “Es debatible cuánto Enrique puede haber violado el sentimiento moral o los
ideales políticos de su tiempo, pero los resultados de su gobierno fueron juzgados por sus
contemporáneos como conducentes al bienestar general. Sólo así podemos explicar el
mantenimiento de un absolutismo tal no sólo sin la fuerza de las armas sino incluso sin
protestas serias de parte de algún sector importante de la nación.”

En este sentido, la iniciativa de Enrique de separar a la Iglesia de Inglaterra de Roma, aventó el


espíritu nacionalista inglés. Como señala Williston Walker: “Al comienzo del reinado de Enrique VIII
nada hacía presumir un cambio de la situación eclesiástica existente. Se destacaba, sin embargo, un
rasgo de la vida nacional que habría de ser la base del apoyo de Enrique VIII. Éste era una conciencia
nacional fuertemente desarrollada—un sentimiento de Inglaterra para los ingleses—que fácilmente
se levantaba contra toda intromisión extranjera, de cualquier origen que fuera.”

_ La Reforma en Inglaterra
La Reforma de la Iglesia en Inglaterra, como se indicó, fue muy diferente de la Reforma en
Europa continental. La idea de una Reforma de la Iglesia no era nueva en Inglaterra. Uno de los
“reformadores antes de la Reforma” más tempranos fue Juan Wycliffe (1320–1384), y uno de los
defensores más radicales de un Concilio General como la autoridad suprema en la Iglesia fue otro
inglés: Guillermo de Ockham (1300–1349). En 1526, después de una visita a Lutero, Guillermo
Tyndale (1494–1536) publicó una versión en inglés no autorizada del Nuevo Testamento. Muchas
copias fueron secuestradas y quemadas, y Tyndale mismo murió por su fe diez años más tarde. Con
posterioridad (1537), Miles Coverdale (1488–1568) publicó una versión inglesa de toda la Biblia.

No obstante, los reyes ingleses mantuvieron al país fiel a la Iglesia Católica Romana, aunque no
estuvieron muy de acuerdo en que el Papa interviniera en sus asuntos internos. El rey Juan sin Tierra
había aceptado con sumisión su corona de manos del papa Inocencio III, en 1215. El segundo
monarca Tudor, Enrique VIII, en 1521 escribió un libro (Afirmación de los siete sacramentos)
respondiendo al tratado de Lutero, La cautividad babilónica de la Iglesia, y atacando sus enseñanzas
sobre los sacramentos. Como resultado de ello, los monarcas ingleses han ostentado desde
entonces el título de “Defensores de la Fe”. Elton señala que “a lo largo del siglo XV y
posteriormente, la Corona inglesa mantuvo la relación más amistosa con Roma, e Inglaterra fue el
más papista de los países.” Sin embargo, al igual que otros monarcas europeos, los Tudor quisieron
gobernar su propia tierra sin la ayuda o interferencia del Papa. La conclusión de Elton a la actitud de
Enrique es la siguiente: “La causa principal y real de la Reforma fue política. Todo el anticlericalismo
del pueblo que pueda haber habido, apoyado por las objeciones nacionalistas a la interferencia
foránea del Papa en Inglaterra, no habría conducido a una ruptura con Roma si la Corona no hubiera
considerado necesario confrontar el control papal de la Iglesia.”
La revuelta inglesa. Algunos historiadores del cristianismo, como Williston Walker, prefieren
hablar de una Revuelta o Revolución Inglesa en lugar de una Reforma Inglesa cuando se refieren al
proceso religioso del siglo XVI en Inglaterra. Según Owen Chadwick: “La Reforma Inglesa fue
enfáticamente una revolución política, y su autor el rey Enrique VIII resistió, por algún tiempo con
ferocidad, muchas de las consecuencias religiosas que acompañaron a los cambios legales en otras
partes de Europa.”

Si bien de muchas maneras Inglaterra siguió su propio derrotero político, los Tudor continuaron
involucrados en la política de Europa continental. Esto fue así en razón de la costumbre de que los
monarcas debían casarse con mujeres de sangre real o noble, frecuentemente hijas de otros reyes.
En 1509, Enrique se casó con una princesa española, Catalina de Aragón (1485–1536), hija de los
Reyes Católicos y tía del gobernante más poderoso en Europa, el emperador Carlos V. La reina
Catalina había sido comprometida en matrimonio anteriormente con el hermano mayor de Enrique,
Arturo, quien murió antes de llegar a ser rey y de que se consumara el matrimonio. En los dieciocho
años que vivió con Enrique tuvo varios hijos, pero todos murieron al nacer o muy pequeños. La única
que sobrevivió fue una hija, María, que siempre fue muy débil físicamente. Enrique temía que jamás
tendría un hijo varón que lo heredase en el trono. Así que, al no poder tener un hijo varón y al
sentirse atraído por una dama de la corte, Ana Bolena (1507–1536), decidió divorciarse. Llegó a
pensar que su matrimonio con Catalina no era válido, debido a que era ilegal para un hombre
casarse con la viuda de su hermano (incesto), si bien el Papa en su momento había dado una
dispensa especial para su matrimonio.

Hay diferentes interpretaciones de las motivaciones de Enrique para divorciarse de la reina e


incluso más todavía en cuanto a las circunstancias reales que llevaron a la Revuelta inglesa. Las
opiniones difieren entre autores católicos y protestantes. De todos modos, para poder divorciarse
de Catalina, Enrique necesitaba de una dispensa especial del papa Clemente VII. Así es que le pidió
a su canciller, Tomás Wolsey (1475–1530), cardenal arzobispo de York, que hiciera los arreglos
necesarios para la anulación de su matrimonio o que fuese declarado inválido. Pero Wolsey fracasó
en estas gestiones (1529) porque el Papa se hallaba presionado por Carlos V, que era sobrino de
Catalina. Un teólogo de la Universidad de Cambridge, Tomás Cranmer (1489–1556), sugirió que se
le pidiera consejo jurídico a las universidades de Europa. Las respuestas favorecieron
mayoritariamente la anulación, pero el Papa no iba a cambiar de parecer. Enrique, entonces, tomó
las cosas en sus manos e hizo que el clero inglés lo declarara “único y supremo señor” de la Iglesia
de Inglaterra. Para entonces, Cranmer había sido nombrado arzobispo de Canterbury y primado de
la Iglesia de Inglaterra. En ejercicio de sus funciones, Cranmer anuló el matrimonio de Enrique, quien
se casó con Ana Bolena, en 1533.

Al año siguiente (1534), el Parlamento regularizó la situación con el Acta de Supremacía, que
declaraba que el rey era “la única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra,” con lo cual
la Iglesia inglesa quedaba fuera de la jurisdicción del Papa. Con esto quedaba también consumada
la separación de Roma. Esto dejó a los ingleses en una situación extraña ya que pertenecían a una
Iglesia Católica, pero que rechazaba la autoridad del Papa. No todos estuvieron de acuerdo con estos
cambios y algunos murieron por ser leales al Papa, entre ellos Tomás Moro (1478–1535), que había
sucedido a Wolsey como canciller y fue autor de la célebre obra Utopía, en la que contrasta el
mundo tal como es y como debería ser.

Las maniobras arteras de Enrique en cuanto a su sucesión no lo beneficiaron en su política con


respecto a la Iglesia. Una cosa hubiera sido que él le pidiera a sus súbditos que aceptaran sus planes
en cuanto a la sucesión al trono. Pero algo totalmente diferente era que él les exigiera que aceptaran
también los principios fundamentales que estaban expresados en su política respecto al Papa.
Muchas personas miraban con sospecha a estas demandas. La ejecución de Moro y otros opositores
sirvió para mostrar que Enrique estaba bien plantado en su nueva política y que a través de las
resoluciones del Parlamento u otros medios él tenía el poder legal para aplastar a la oposición.

Otro personaje importante en estos episodios fue Tomás Cromwell (1485–1540), que fue
viceregente del rey para asuntos eclesiásticos y que puso en marcha las “reformas” de Enrique,
hasta que cayó en desgracia y fue decapitado. Cromwell fue el artífice de las confiscaciones de
monasterios y propiedades eclesiásticas, cuyas rentas alimentaron el voraz apetito del rey para el
mantenimiento de su corte despilfarradora y sirvieron para comprar a los nobles a su causa.

La característica sobresaliente de la Revuelta inglesa fue que no tuvo un líder religioso


prominente, como Lutero en Alemania o Zuinglio y Calvino en Suiza. Sus motivos fueron más
políticos y sociales en su carácter que una verdadera revolución religiosa. Esta es la razón por la que
no provocó un auténtico avivamiento espiritual en el pueblo. Además, la Revuelta inglesa (a
diferencia del luteranismo y el calvinismo) no se esparció fuera de Inglaterra y fue una reforma a
medias dado que no rompió de manera total con la teología católica romana. La corona tomó el
control del movimiento y este hecho mismo explica por qué fue menos radical que los movimientos
en el continente. En general, su teología fue una mezcla de luteranismo, calvinismo y catolicismo, si
bien el tipo de adoración fue más católico que protestante, como también lo fue su estructura
eclesiástica.

Además, algunos de los cambios que se produjeron en la Iglesia de Inglaterra fueron


contradictorios. Enrique nunca dejó de ser católico en materia doctrinal, sin embargo, bajo la
dirección de Cromwell, mandó confiscar monasterios al tiempo que autorizó la publicación de la
Biblia de Miles Coverdale, que estaba basada en una traducción hecha por Guillermo Tyndale, y
hacía sus máximas concesiones al protestantismo por medio de los Diez Artículos (1536). Por otro
lado, por el Acta de los Seis Artículos (1539) afirmaba la transubstanciación, la confesión, el celibato
del clero, el derecho a misas privadas y la validez de los votos monacales.

El protestantismo en Inglaterra. La Reforma protestante en Inglaterra tomó un curso


peculiarmente propio. Los reyes fueron los que controlaron y regularon las creencias y prácticas
religiosas de sus súbditos. Enrique VIII realmente no tenía la más mínima intención de reformar la
doctrina de la iglesia, sino que estaba determinado simplemente a deshacerse de la jurisdicción
papal. Walker sugiere que “la posición religiosa del propio Enrique era la de un católico ortodoxo,
salvo en que había sustituido la autoridad del Papa por la suya propia.” George Park Fisher señala
que “el rasgo distintivo de la Reformación inglesa, no consistió en haberse separado de la sede papal
toda una comunidad política … porque lo mismo sucedió en otras partes donde llegó a predominar
la Reforma, sino en el hecho de que dicha separación dio por resultado inmediato un abandono
demasiado pequeño del sistema dogmático de la edad media.”

Sin embargo, incluso durante el reinado de Enrique, hubo aquellos que deseaban una reforma
más completa de la religión estatal que la que el rey estaba dispuesto a admitir. Por supuesto,
durante el reinado de Enrique VIII, la uniformidad fue mantenida por medio de la represión y la
fuerza. No había muchas posibilidades para una reforma más profunda de la Iglesia inglesa ni
libertad para los individuos que tenían otras afiliaciones religiosas. Pero la comprensión oficial de la
fe cristiana no fue la única en el espectro religioso del siglo XVI. Algunas expresiones protestantes
encontraron su lugar en Inglaterra y comenzaron a desarrollar conventículos en secreto,
conduciendo sus propios servicios de adoración.

El protestantismo en Inglaterra no fue primero y antes que nada un acto de la corona. Las ideas
protestantes estuvieron esparciéndose en Inglaterra incluso confrontando la oposición del rey.
Como ha afirmado A. G. Dickens: “Esta extensión del protestantismo no fue producida
primariamente por los actos del Estado. Al igual que en los Países Bajos y en Escocia, las creencias
protestantes avanzaron en algunos momentos en las fauces de la oposición real de los gobiernos.”

¿Quiénes fueron estos hombres y mujeres que procuraron una reforma de la Iglesia de
Inglaterra y que en diversas maneras expresaron sus inquietudes por una fe más bíblica?

Maynard Smith: “Estas fueron personas que habían heredado las tradiciones de los
lolardos; fueron personas que habían sido discipuladas por los anabautistas de los Países
Bajos, personas que habían leído los tratados luteranos traducidos al inglés, personas que
habían leído el Nuevo Testamento en inglés y encontrado las notas de más actualidad que
el texto. Muchas de ellas eran celosas y estaban orientadas espiritualmente, la mayoría
probablemente era más inteligente que la mayoría convencional, pero era casi tan
ignorante. No obstante, creían en su propia iluminación, y pensaban que se encontraban en
el carromato del progreso; pensaban que era su vocación romper los grillos del pasado y
destrozar la superstición; comenzaron a hacerlo cargados con los esloganes que se les
habían enseñado.”

El protestantismo llegó a Inglaterra a través de canales intelectuales y comerciales bien


establecidos con Alemania y los Países Bajos. La influencia alemana fue la primera y la más fuerte, y
afectó los círculos más altos de la vida intelectual inglesa. Miembros de la Universidad de Cambridge
en particular fueron los primeros en ser persuadidos, y el protestantismo que ellos adoptaron fue
de tipo luterano. Tan fuerte fue el compromiso de unas pocas personas a la nueva enseñanza que
desde comienzos de la década de 1520 ingleses nativos se involucraron en la propaganda a favor
del protestantismo.

El luteranismo había sido introducido temprano en Inglaterra. Trevelyan dice: “Las doctrinas
luteranas apenas habían sido proclamadas en Wittenberg cuando se transformaron en un poder en
Inglaterra, si bien todavía bajo la condena de la Iglesia y el Estado. Inmediatamente ellas absorbieron
a los lolardos en el movimiento protestante.” Los escritos de Lutero pronto comenzaron a encontrar
ávidos lectores en Inglaterra, y ejercieron alguna influencia sobre el pensamiento inglés ya antes de
1529, si bien es imposible decir cuántos discípulos obtuvieron. Elton afirma que “en los años de
1520 una forma diferente de herejía [diferente del lolardismo] comenzó a aparecer, y los obispos,
procurando hacerle frente, muchas veces confundieron a las dos. Las universidades, especialmente
Cambridge, comenzaron a responder a las enseñanzas de Lutero en el continente.” Y ya se mencionó
que Enrique VIII en 1521 reaccionó contra las enseñanzas de Lutero sobre los sacramentos con su
libro Assertio septem sacramentorum.

Además, el lolardismo todavía tenía adherentes en los distritos locales y entre personas de los
niveles sociales más bajos. Fisher es de la opinión de que “hay razón para creer que aun a principios
del siglo XVI, había entre la población rural de Inglaterra muchos lolardos, o discípulos de Wickliffe.”
Dickens señala: “Si bien durante la primera cuarta parte del siglo XVI se registran muchos casos de
lolardismo, es difícil que las investigaciones modernas se animen a hacer alguna estimación
estadística del problema, porque una larga experiencia ha hecho de los lolardos adeptos en el arte
del ocultamiento.” Albert H. Newman afirma que “el cristianismo evangélico, en la forma del
lolardismo, persistió en Inglaterra y Escocia con considerable vigor hasta después de la inauguración
de la Revolución protestante.”

Los dos movimientos (lolardismo y luteranismo) pueden haber estado operando de manera
paralela: el uno, el más nuevo, vigoroso y efectivo especialmente en los círculos intelectuales y
universitarios; el otro, el más viejo, pero menos fuerte y efectivo, en los círculos donde no era muy
probable que el movimiento tuviese alguna influencia significativa sobre la vida religiosa de todo el
reino. La actitud del gobierno hacia estas dos herejías jamás estuvo en dudas en los años de 1520.
Enrique VIII estaba convencido que él era el “defensor de la fe” católica ortodoxa.

La actitud meramente política y antipapal del rey no fue, entonces, la única expresión de la
Reforma inglesa. Un conglomerado de varios movimientos tiene que ser tomado en cuenta para
explicarla. La revuelta oficial de la corona, comenzada bajo Enrique VIII y continuada bajo su hija
Isabel, que rompió con Roma y erigió la supremacía eclesiástica de la corona inglesa, debe ser
diferenciada de la reforma teológica de orientación marcadamente protestante. Esta reforma
teológica, ajena a las consideraciones puramente políticas, “fue el proceso por el cual las ideas que
se tornaron características del curso principal del protestantismo inglés se fueron trabajando entre
aquellos que posteriormente llegaron a ser los patrones y misioneros del protestantismo.”

Roger B. Manning: “Este movimiento comenzó con los luteranos de la posada Casa Blanca
en Cambridge en los años de 1520; incluyó a Tyndale, Frith y a los exiliados de los días de
Enrique, a Tomás Cromwell y su círculo de reformadores erasmianos, a obispos de los días
de Enrique y Eduardo como Cranmer, Latimer y Hooper, casas aristocráticas como las de la
reina Catalina Parr, y los exiliados de tiempos de María; y culminó en el movimiento puritano
isabelino y la obra de Richard Hooker. Como movimiento de reforma teológica fue diverso
y abrazó una variedad de cepas erasmianas y protestantes.”

La complejidad del protestantismo inglés temprano no es fácil de descifrar. Es todavía más difícil
tratar de marcar los límites entre las diferentes líneas teológicas que se estuvieron desarrollando.
Algunas de las herejías consideradas en la convocación de 1536 “podían tener un origen
directamente luterano; muchas eran más incuestionablemente derivadas del lolardismo; algunas
pocas pudieron venir de ambos movimientos, mientras que otras pudieron ser ya sea anabautistas
o lolardas.” Además, esta diversidad fue estimulada por el carácter no oficial del protestantismo
inglés durante la mayor parte del reinado de Enrique VIII. Manning señala este factor cuando dice
que “en general la reforma oficial no miró más allá del mantenimiento de la supremacía real y la
uniformidad litúrgica.” Y agrega: “Las reformas teológica y popular ocurrieron mayormente bajo los
auspicios de un patronazgo no oficial o como mucho semioficial, y debido a fuerzas políticas,
intelectuales y sociales mayormente fuera del control de los gobiernos Tudor.”

_ El desarrollo de la Reforma inglesa


Protestantismo y reacción (1547–1558). Cuando Enrique murió, fue sucedido por su hijo
Eduardo VI (1537–1553), que tenía nueve años y que gobernó seis años. Al principio lo hizo bajo la
tutoría de Eduardo Seymour, duque de Somerset (1506–1552), que era hermano de la madre de
Eduardo y tercera esposa de Enrique VIII, Juana Seymour, y simpatizaba con el ala protestante.
Durante su reinado, Cranmer pudo llevar adelante la promoción del protestantismo. Entre las
medidas tomadas durante este período de mayor tolerancia estuvieron: la administración de la copa
a los laicos; la confiscación de tierras eclesiásticas, especialmente las llamadas chantries, o sea,
capillas en las que se decían misas; la confiscación de propiedades de cofradías y congregaciones
religiosas; la abrogación de los Seis Artículos; la condena de las imágenes en las iglesias; el
matrimonio del clero; sendas actas de uniformidad que imponían el uso del Libro de oración común
en inglés. En 1549, en medio de muchos de estos cambios, Somerset fue depuesto como Protector
por Juan Dudley, conde de Warwick (1502–1553), quien ocupó su lugar como duque de
Northumberland y que promovió todavía más la causa protestante por razones de orden político.

Todos estos cambios terminaron cuando sobrevino la muerte de Eduardo y se produjo la


ascensión al trono de María Tudor (1516–1558), la hija de Catalina de Aragón. María era católica,
como su madre, y se casó con Felipe II de España. El pueblo inglés no la quería. Su reinado triste
duró sólo cinco años, en los que destiló su resentimiento por la anulación del casamiento de sus
padres. Con la ayuda del cardenal Reginaldo Pole (1500–1558) revocó los cambios realizados en la
Iglesia de Inglaterra desde 1529 y procuró imponer nuevamente el catolicismo en su reino. Muchos
resistieron estas medidas y fueron ejecutados, entre ellos Tomás Cranmer. La persecución de
protestantes fue severa y varios líderes eclesiásticos terminaron en la hoguera, como Juan Rogers
(1500–1555), Hugo Latimer (1485–1555), Nicolás Ridley (1500–1555) y Juan Hooper (1495–1555).
Todo esto hizo que María recibiera el mote de “la sanguinaria” y que se despertara en Inglaterra un
profundo sentimiento anti-romanista.

Establecimiento de la Iglesia de Inglaterra (1558–1603). María no dejó herederos y fue sucedida


por Isabel I (1533–1603), la hija de Ana Bolena. Isabel no hizo públicas sus convicciones religiosas,
pero fue educada en el protestantismo y su legitimidad como reina dependía de los hechos que
establecieron la Iglesia de Inglaterra como Iglesia separada de Roma. El Papa no la reconoció como
reina, España tampoco porque su rey Felipe II pretendía ser el sucesor legítimo como esposo de
María. Por ello, en 1588 envió a su Armada Invencible, que fracasó rotundamente en su intento de
liquidar a la armada inglesa e invadir Inglaterra. Además, durante todo su reinado, Isabel sufrió un
complot detrás del otro para derrocarla. Esto alentó los sentimientos anticatólicos en la población,
porque Isabel era una reina muy popular.

Su reinado fue el período de oro del renacimiento inglés (o renacimiento isabelino) y fue en él
que la Iglesia de Inglaterra se estableció sobre bases más permanentes. Isabel contó para su
proyecto monárquico con la ayuda de uno de los más cautos e inteligentes estadistas de Inglaterra,
Guillermo Cecil (1521–1598). El período isabelino fue el período de los logros culturales más
grandes. Músicos, poetas, artistas, dramaturgos (como William Shakespeare) fueron los más
grandes de aquel tiempo, mientras los navegantes y exploradores ingleses (como Sir Francis Drake)
recorrían los océanos de todo el mundo. En 1559 el Parlamento proclamó a Isabel como
“gobernadora suprema de la Iglesia de Inglaterra” mediante la Segunda Acta de Supremacía, que
declaraba también que la fe ortodoxa era la que se enseñaba en la Biblia, en los primeros cuatro
concilios ecuménicos (de Nicea a Calcedonia), y en las Actas del Parlamento. Además, se rechazaba
la autoridad del Papa y todos los pagos y apelaciones a él. El proceso se completó con la adopción
de una nueva versión del Libro de oración común (1559) y la confesión oficial de los Treinta y nueve
artículos (1563), que presentan una tendencia calvinista y que constituyen la declaración de fe de la
Iglesia de Inglaterra. Isabel nombró nuevos obispos y designó a Mateo Parker (1504–1575) como
arzobispo de Canterbury.

De esta manera, hacia el año 1563, la corona de Isabel estaba sólidamente afirmada, pero se
veía amenazada por dos lados: por el de Roma, y aún más peligrosamente, por el de los
reformadores más fanáticos que luego serían conocidos como los puritanos. La corona inglesa había
ido demasiado lejos en sus pretensiones de independizarse de Roma, por eso en 1570 el Papa
excomulgó y depuso a Isabel y puso bajo el bando a Inglaterra. Esto significaba que cualquier nación
podía conquistarla, contando para ello con la aprobación papal. Ya se vio que Felipe II intentó
hacerlo en 1588 con su Armada Invencible, pero fue derrotado.

Un elemento distintivo de la Revuelta inglesa fue su carácter pragmático más que reflexivo, es
decir, los líderes de la Iglesia de Inglaterra se mostraron siempre más interesados por asuntos
prácticos, como el gobierno de la Iglesia y la adoración, que en cuestiones de teología dogmática.
Así, pues, mientras los europeos en el continente discutían acerca de la relación de las dos
naturalezas de Cristo y la predestinación, los ingleses se dividían por asuntos de gobierno
eclesiástico. Estas disputas dieron lugar al surgimiento de diversos grupos que se fueron
identificando como episcopales, presbiterianos y congregacionalistas. En general, la teología
fundamental de estas diversas expresiones del protestantismo inglés era la misma, pero diferían
profundamente en cuestiones eclesiológicas y litúrgicas.

El teólogo anglicano más importante del siglo XVI fue Ricardo Hooker (1553–1600), cuya obra
más destacada tiene que ver con el gobierno episcopal de la Iglesia y lleva por título Leyes de política
eclesiástica (1594, 1597). Hooker expresa la idea anglicana característica de que la fuente o el origen
de la verdad cristiana no es uno sino muchos. Según él, creemos la verdad de la Biblia porque la
Iglesia y el pueblo cristiano la han afirmado. De este modo, el anglicanismo terminó ocupando una
posición intermedia entre el catolicismo y el zuinglianismo. En materia de eclesiología, Hooker
enseñaba que ninguna forma de gobierno eclesiástico podía pretender una base segura en la Biblia
o en la Iglesia primitiva. Pero al igual que todos los anglicanos de su tiempo, insistía en la necesidad
de una forma de adoración uniforme y oficial. En definitiva, el anglicanismo siguió una singular via
media, que ha sido su sello distintivo a lo largo de los siglos.

LA REFORMA EN ESCOCIA

_ Trasfondo de la Reforma en Escocia


La Escocia de principios del siglo XVI era un país sumido en el feudalismo con una corona débil
e incapaz, una nobleza empobrecida y una Iglesia inmensamente rica en tierras y muy secularizada.
Al igual que en el continente, la Reforma en Escocia fue producto del espíritu crítico propio del
Renacimiento y del deseo de encontrar satisfacción espiritual en una Iglesia decadente. No
obstante, para entender la Reforma en Escocia es necesario considerar los factores políticos y
económicos con los que estaba entramada la cuestión religiosa. En realidad los hilos están tan
estrechamente ligados que es difícil desenmarañarlos.

El trasfondo político tiene que ver con la rivalidad de los intereses franceses e ingleses en Escocia
y la lucha entre la corona y los nobles. Estos viejos conflictos asumieron un tinte religioso. Francia
representaba a la vieja religión católica, mientras que Inglaterra se afirmó como potencia anti-papal.
Entre los anglófilos había algunos que eran simpatizantes del protestantismo y otros que eran
nobles con aspiraciones políticas y económicas. El rey Jacobo V (1524–1542) estaba del lado de
Francia, pero con su muerte, Enrique VIII vio la oportunidad para adueñarse de Escocia. Después de
numerosos conflictos, finalmente para 1558 el reino estaba más bajo el dominio de Francia que de
los ingleses. Esta influencia católica francesa fue la que finalmente llevó a la revolución protestante.

El trasfondo económico tiene que ver con las riquezas de la Iglesia en Escocia. Si bien la fortuna
de la vieja Iglesia en Escocia mejoraba o declinaba con los cambios en la situación política, su
posición se fue deteriorando notablemente bajo la influencia de la presión económica. La Iglesia era
dueña de la mayor parte de la riqueza del reino. Al comienzo de la Reforma sus ingresos eran por lo
menos diecisiete veces mayores que los de la propia corona, que debía recurrir frecuentemente a
las arcas eclesiásticas para resolver sus problemas financieros. Además, la Iglesia no sufría tanto la
inflación porque cobraba impuestos cada vez mayores y aumentaba las tarifas por sus servicios
religiosos. Pero estos recursos sólo beneficiaban a la jerarquía de la Iglesia. Mientras la corona, la
nobleza y el bajo clero se empobrecían, los jerarcas de la Iglesia se hacían cada vez más ricos.

J. D. Mackie: “Saqueada por la corona, envidiada por los nobles, sospechada por los pobres,
la Iglesia estaba bien abierta a los ataques de aquellos que esperaban curar sus pesares
económicos abrazando la causa de la Reforma. El preludio al año de crisis de 1559 fue la
“Convocación de los Mendigos,” clavada sobre las puertas de las casas de los frailes el 1 de
enero de 1559, convocando a los ocupantes a salir y ocuparse ellos mismos en un trabajo
honesto dejando sus riquezas a las viudas, huérfanos, los enfermos y los pobres.”

El trasfondo religioso está ligado estrechamente a los dos anteriores. El estado de la Iglesia
escocesa en este tiempo hacía que muchos dudaran de si el servicio religioso que ella prestaba
guardaba relación alguna con los enormes privilegios que gozaba. Las críticas se fueron sumando y
creando un ambiente de disconformidad propicio para el cambio. Además, el país estaba preparado
para la Reforma por la educación de algunos sectores sociales, el constante intercambio con Francia
y los Países Bajos, y la simpatía de los estudiantes escoceses por los primeros movimientos de
reforma en Inglaterra y Bohemia.

El luteranismo se infiltró en Escocia ya durante el reinado de Jacobo V, pero sin mayor éxito
debido a la oposición del rey y del obispo de San Andrés, Jacobo Beaton (m. 1539). Varios
protestantes sufrieron como resultado de esta persecución. El primer mártir de la fe reformada en
Escocia fue Patricio Hamilton (1504–1528), quien había visitado Wittenberg y estudiado en
Magdeburgo. Hamilton predicó el luteranismo y terminó en la hoguera en 1528. En 1543, el
Parlamento escocés autorizó la lectura y traducción de la Biblia. El principal predicador protestante
en este tiempo fue Jorge Wishart (1513–1546), quien también terminó sus días en la hoguera.
Durante la minoría de edad de María Estuardo (1542–1587), la hija de Jacobo V, el protestantismo
hizo notables progresos. En 1546 un motín de protestantes terminó en el asesinato del cardenal
David Beaton (1494–1546), arzobispo de Edimburgo. Entre los amotinados estaba Juan Knox, que
se convirtió en su consejero espiritual. En 1554 asumió la regencia de Escocia la viuda de Jacobo V,
María de Guisa, demasiado débil para oponerse al lento pero persistente avance del calvinismo en
Escocia. Sin embargo, la oportunidad para la Reforma se presentó bajo el reinado de María Estuardo,
hija de Jacobo V y viuda del rey de Francia, Francisco II (1544–1560).

Al morir su marido, María no pudo sostenerse en el trono escocés por las intrigas de la nobleza
protestante liderada por su medio hermano, el conde de Murray (1531–1570), de tendencia
protestante. En 1557 algunos grandes nobles y otros firmaron el primer Pacto formal, que obligaba
a la “Congregación de Cristo” a resistir a la “Congregación de Satanás,” lo que creó un instrumento
que, renovado cuatro veces más, sirvió para unir a los protestantes y darles una base sólida para
enfrentar con ventajas la crisis de 1559–1560.

Después de un corto destierro, María Estuardo fue invitada por los católicos y por los mismos
protestantes a regresar a Escocia (1561). Casada en segundas nupcias con Enrique Darnley (1545–
1567), uno de los nietos de Enrique VII, éste terminó asesinado. Al casarse en terceras nupcias con
el conde Bothwell (1536–1578), uno de los asesinos de su segundo marido, fue acusada de
complicidad en el crimen y los protestantes exigieron que fuera ejecutada. María tuvo que abdicar
a favor de su hijo Jacobo VI (1566–1625), que tenía apenas un año de edad. La regencia cayó en
manos del conde de Murray. María huyó a Inglaterra para buscar refugio junto a su prima Isabel I,
en 1568, pero ésta la mandó apresar y la mantuvo encarcelada durante diecinueve años, hasta que
la hizo ajusticiar por “alta traición” (1587). Para entonces, el protestantismo escocés había
encontrado vía libre para su difusión en el reino y consiguió el control del Parlamento escocés.
_ Juan Knox (c. 1514–1572)
El principal protagonista de la Reforma en Escocia fue Juan Knox. Había sido educado y ordenado
como sacerdote, si bien nunca ejerció como clérigo. Conocía bien el latín pero poco el griego. Actuó
como escribano durante algún tiempo, pero el estudio de Jerónimo y Agustín lo convencieron de
que mucho del saber antiguo era pura superchería. Knox también había estudiado con Calvino en
Ginebra, y por su fe y convicciones políticas había sido puesto preso en las galeras por un año y
medio. Después de ser liberado (1549) fue a Inglaterra, donde predicó atacando la misa como un
acto idolátrico. Durante el reinado de Eduardo VI fue uno de los seis Capellanes Reales y tuvo parte
en la preparación del Segundo Libro de Oración Común. Durante el reinado de María Tudor en
Inglaterra (1553) huyó a Europa (primero a Frankfort y después a Ginebra), donde se encontró con
Calvino, Bullinger y otros líderes suizos. En Ginebra trabajó en la versión ginebrina de la Biblia en
inglés.

Para muchos escoceses, la dependencia de Francia era tan odiosa como las pretensiones de
dominio inglés. Es así como las causas del protestantismo y la independencia nacional parecían
unirse en una. Knox llegó a transformarse en el líder de ambos movimientos. En 1555 regresó a
Escocia y predicó abiertamente la doctrina protestante, para volver a Ginebra al año siguiente,
donde escribió Primer toque de trompeta contra el monstruoso regimiento de mujeres (1558). En
este libro Knox indicaba que el reinado de mujeres contravenía la ley natural y divina: el ataque iba
dirigido contra María Tudor, María de Guisa y más tarde contra Isabel y María Estuardo.

Knox se propuso “aconsejar” a la reina de Escocia, pero también luchó por destituirla porque la
consideraba una usurpadora, y por ello fue perseguido tanto en Escocia como en Inglaterra. Sin
embargo, regresó a su país en 1559, aprovechando un tratado de paz que establecía cierta
tolerancia religiosa en Escocia. Allí se puso al frente del movimiento de reforma. Un año más tarde,
al morir la reina madre, María de Guisa, el Parlamento abolió el catolicismo y la jurisdicción papal,
e introdujo una constitución eclesiástica de tipo presbiteriano: el Primer libro de disciplina. El
Parlamento adoptó como credo del reino una confesión de fe calvinista, preparada por Knox.

Al regresar María Estuardo a Escocia (1561), Knox denunció sus misas y su vida cortesana. Knox
se entrevistó con ella tres veces y fue duro en sus ataques a la reina. Más tarde, cuando María huyó
a Inglaterra, el Parlamento proclamó el calvinismo como religión oficial del Estado y durante la
regencia de Murray los católicos fueron perseguidos. Así se constituyó la Iglesia de Escocia en forma
oficial, con total autonomía en sus asuntos internos a pesar de ser una Iglesia estatal. La Iglesia
escocesa adoptó una confesión de fe calvinista (Confesión Escocesa), que Knox ayudó a redactar, y
estableció una forma de gobierno eclesiástico presbiteriano pero descentralizada, a diferencia de
las demás iglesias reformadas.

Cuando Jacobo VI, el hijo de María Estuardo, asumió la corona de Escocia, comenzó un período
de mayor calma religiosa en el reino, pero pronto los calvinistas instigaron al rey para que
persiguiera a los católicos y a los anglicanos, más por razones de orden político que religioso. Al ser
nombrado rey de Inglaterra, cuando murió Isabel I, Escocia se unió al reino del sur en la persona de
su rey, quien gobernó como Jacobo I. No obstante, Escocia se afirmó en el calvinismo y el catolicismo
no desapareció por completo. Por el Pacto Nacional de 1648 los escoceses se inclinaron por el
“presbiterianismo”. Esto significaba que la autoridad estaba en manos de los presbiterios locales,
grupos de “ancianos” que gobernaban las iglesias en cada distrito particular y que examinaban,
ordenaban y removían ministros.

_ Características de la Reforma escocesa


A diferencia de la Reforma en Inglaterra, la Reforma escocesa en sus comienzos no tuvo mucho
que ver con cuestiones propiamente políticas ni fue liderada por el rey. Jacobo V dejó las cuestiones
religiosas totalmente en manos del clero. Además, estaba bajo la presión de Francia y del Papa que,
a principios del siglo XVI consideraban a Escocia como territorio católico. Por otro lado, los nobles
codiciaban las enormes riquezas de la Iglesia, especialmente en tierras y castillos y, en consecuencia,
estaban más abiertos a considerar un rompimiento con Roma e inclinarse al lado protestante con
tal de quedarse con los bienes eclesiásticos. Pero el monarca no podía romper tan fácilmente con
Roma, porque eso significaba perder el apoyo de sus viejos aliados católicos.

George T. Warner, C. Henry K Marten y D. Erskine Muir: “La Iglesia en Escocia era rica, pero
mucho de su riqueza no era utilizado para fines eclesiásticos. Los obispos eran de lejos más
nobles que eclesiásticos—guerreros, ambiciosos de riquezas y mundanos. Generalmente
eran los hijos más jóvenes de grandes familias, que usaban su posición para saquear a la
Iglesia a favor de su propia casa. Peleaban entre ellos: cuando Jacobo Beaton, arzobispo de
San Andrés, le ordenó al prior de San Andrés corregir su vida inmoral, el prior—que
pertenecía a la más salvaje de todas las familias de las Tierras Bajas—contraatacó
levantando en armas a sus siervos y amenazando con hacer la guerra al arzobispo.
Incidentes de este tipo, que involucraban a magnates eclesiásticos, no eran de ningún modo
extraños. Los clérigos comunes eran pobres e ignorantes y de mala conducta.”

Por otro lado, en Inglaterra la corona se arrogó todo el poder que había ostentado el Papa: el
monarca era Cabeza de la Iglesia y el gobierno de la Iglesia era autoritario. En cambio, en la Iglesia
escocesa, el movimiento de Reforma nació como una revolución contra una reina ausente, que era
papista. En general, el apoyo de la corona a la Reforma fue débil y ésta se desarrolló bajo la amenaza
constante de una invasión papista desde el exterior y de la apostasía de gobernantes protestantes
en el interior. Por ello mismo, esta Iglesia no podía esperar que el Estado suprimiera a los opositores,
sino que debía defenderse sola. No es extraño, pues, que siguiera la doctrina calvinista que
enseñaba que el gobierno civil, si bien era considerado como una necesidad, debía ser reconocido
sólo cuando era conducido conforme a la Palabra de Dios.

Además, la Reforma escocesa siguió en todo el modelo de Calvino. Fue más doctrinal que
política; exaltó la Biblia como única regla de fe y orden; y, puso gran énfasis en la disciplina. Tuvo
éxito con todas las clases sociales ya que la nobleza la aceptó primero ofreciéndole su apoyo, y luego
le siguió la gente común. De este modo, surgió una sorprendente unanimidad religiosa entre los
escoceses. Por otro lado, fue una Reforma democrática, al menos mucho más que la Reforma
calvinista. Cada congregación tenía el derecho de escoger a su propio pastor. Había más libertad en
los Sínodos, las Sesiones y la Asamblea General. Puso énfasis sobre la educación, especialmente el
estudio de los idiomas bíblicos y la hermenéutica. Lamentablemente, fue muy intolerante con los
disidentes. No había muchos reformadores radicales en Escocia, pero Knox y sus seguidores no
tuvieron misericordia con ellos y especialmente con los católicos romanos.

J. D. Mackie: “La revolución de 1559–60 quedó muy lejos de sus esperanzas. No obstante,
fue un evento de primera importancia. Expulsó a la Iglesia Romana y, si bien no concretó
sus ideales, estableció el patrón de una nación organizada para la adoración a Dios
conforme a un sistema que hizo de la rectitud personal el deber de cada individuo. No todas
las personas fueron verdaderamente religiosas … No obstante, en lo principal el pueblo
escocés se transformó no sólo en temeroso de Dios sino en un pueblo que confió en Dios.
La medida de su confianza aparece en la adhesión general al Pacto que expresaba la
creencia que toda la nación era especialmente una con Jehová.”

LA REFORMA EN FRANCIA

_ Trasfondo de la Reforma en Francia


Francia fue el único país latino en el que arraigó con cierta fuerza la Reforma. El protestantismo
francés no procedía del luteranismo alemán, sino del calvinismo. En las filas protestantes francesas
figuraban personas de gran relieve e influencia.

Entre los precursores de la Reforma en Francia estaba Jacques Lefèvre de Étaples (1455–1536),
profesor de la Sorbona, quien ya en 1512 en su comentario sobre la Epístola a los Romanos,
anticipaba las enseñanzas de Lutero. Margarita de Angulema (1492–1549), hermana de Francisco I,
antes de ser reina de Navarra reunía en su casa a humanistas y reformadores con tendencia al
misticismo, que se oponían al escolasticismo medieval. Como la mayoría de los humanistas y
místicos, éstos no estaban a favor de hacer cambios en las instituciones externas y establecidas de
la Iglesia, pero sí aspiraban a un cristianismo más bíblico y a una espiritualidad más auténtica. Desde
Navarra y ciudades fronterizas como Estrasburgo y Ginebra se fueron infiltrando en Francia las ideas
protestantes. Cuando se publicó la Institución de Calvino, dedicada a Francisco I, el espíritu
revolucionario fue difundiéndose junto con sus ideas. En verdad, fue Calvino quien a través de su
obra introdujo la fe evangélica en Francia.

Durante el reinado de Francisco I (reinó de 1515 a 1547), el protestantismo no tuvo mayores


oportunidades de expansión. El monarca había obtenido el control de la Iglesia francesa con la firma
del Concordato de Bolonia con el Papa y no tenía ningún interés en promover el protestantismo en
su reino. No obstante, bajo el reinado de su sucesor, Enrique II (reinó de 1547 a 1559), el
protestantismo calvinista logró difundirse ampliamente entre la burguesía, a pesar de la enérgica
oposición del monarca. Enrique II inició la más cruel persecución contra los protestantes, que se
incrementó con su sucesor, Francisco II, casado con María Estuardo de Escocia, y por lo tanto,
celosamente católico. No obstante, para 1555 ya se había organizado la primera iglesia protestante
francesa siguiendo el modelo calvinista. Algunos nobles también se inclinaron a la fe calvinista, como
el rey de Navarra, Antonio de Borbón, casado con Juana de Albrit, hija de Margarita de Navarra,
hermana de Francisco I de Francia; Luis de Condé, hermano de Antonio de Borbón; el militar
Francisco d’Andelot; y algunos otros grandes señores, como el almirante Gaspar de Coligny (1519–
1572).

Los católicos, que constituían la mayoría de la población en Francia, consideraban como sus
líderes a la poderosa familia de los Guisa, en especial al duque Francisco de Guisa (1519–1563), que
había jugado un papel heroico en la defensa de la ciudad de Metz, contra las tropas de Carlos V
(1552). Después de la firma del Tratado de Cateau-Cambresis (1559), las luchas entre los Hapsburgos
y los Valois llegaron a su fin, liberando momentáneamente a Francia del temor de una invasión
extranjera. Esto dio lugar a luchas intestinas por el poder político entre las principales familias
francesas, especialmente los Borbones y los Guisa, que después de 1559 intentaron controlar a los
débiles monarcas Valois. Los primeros eran calvinistas y los segundos católicos, y esto dio lugar a un
turbulento período de las guerras de religión.

Los tres hijos de Enrique II, que lo sucedieron en el trono de Francia fueron sucesivamente,
Francisco II, adolescente de quince años de edad, que sólo reinó un año (1559–1560); Carlos IX
(1560–1574), coronado a los diez años y reinó bajo la regencia de su madre; y, Enrique III (1574–
1589), príncipe afeminado e incapaz. Los tres reyes, jóvenes y enfermizos, carecieron de la
capacidad y energía indispensables para afrontar las dificultades de la época. Cayeron bajo la
influencia de su madre, Catalina de Médicis (1519–1589), una princesa italiana carente de
escrúpulos, ambiciosa, audaz y preocupada en mantener la autoridad real a toda costa.

El debilitamiento de la autoridad real despertó en la alta nobleza católica y protestante—


apoyada por sus parciales—el deseo de asumir el gobierno del país. Al frente de los calvinistas,
llamados también hugonotes (probablemente del alemán eidgenossen, los juramentados),
figuraban las casas de Borbón, a la que pertenecían el príncipe Luis de Condé y Enrique, rey de
Navarra, y la de Montmorency, emparentada con Gaspar de Coligny. La familia de los Guisa
encabezaba a los católicos entre los que se contaban el duque de esa casa, Francisco, y el cardenal
de Lorena, hermano de Francisco y sumamente rico.

Al poco tiempo de subir al trono Carlos IX se iniciaron las hostilidades. En un encuentro murió
asesinado Francisco de Guisa y los calvinistas lograron una mayor influencia sobre el rey, con la
consiguiente alarma de Catalina de Médicis. Ella era católica, pero quería congraciarse con los
hugonotes. Así promulgó un edicto por el que autorizaba a los calvinistas a celebrar públicamente
su culto, siempre que lo hicieran afuera de las ciudades (1562). Pocos meses después, el duque de
Guisa atacó y asesinó a varios hugonotes en una granja en Vassy. La matanza de Vassy dio comienzo
a una serie de guerras de carácter religioso y de gran ferocidad, que se prolongaron hasta 1593. Los
católicos contaron con el apoyo de Felipe II de España, mientras que los protestantes con la ayuda
de Isabel de Inglaterra y de algunos príncipes alemanes. Como resultado de esto, Francia cayó en
un estado de completa pobreza y anarquía.
_ Los hugonotes franceses
Como se indicó, la influencia de Calvino había penetrado profundamente en Francia y los
protestantes franceses o “hugonotes”, como se los llamó desde 1557, se multiplicaron a pesar de la
persecución. Durante ocho años hubo guerra entre hugonotes y católicos, hasta que en 1570 se
firmó la Paz de San Germán, que fue una victoria para los hugonotes, porque se les permitió el culto
en cuatro ciudades.

Para consolidar la reconciliación de los dos partidos se arregló el matrimonio de Enrique de


Borbón, hijo del rey de Navarra (protestante) con Margarita de Valois, hermana de Carlos IX
(católica). Catalina de Médicis, celosa de la influencia del calvinista Gaspar de Coligny, quien había
sido el gestor de este arreglo con su hijo, resolvió eliminarlo. Para ello se concertó con Enrique de
Guisa, pero el plan fracasó. Carlos IX, indignado, juró vengar el agravio inferido a su consejero y
ordenó una investigación. Catalina, temerosa de que se descubriera su participación, convenció a
su hijo de que los protestantes estaban tramando su muerte y así obtuvo su consentimiento para
organizar la matanza de los principales líderes hugonotes.

La ocasión escogida para el atentado fue la boda de Enrique de Borbón con Margarita de Valois
en París, cuando se reunieron nobles católicos y hugonotes para celebrar tal evento. El 24 de agosto
de 1572, día de San Bartolomé, el partido católico, apoyado por el pueblo católico fanático de París,
inició una horrenda matanza de hugonotes, que luego se extendió a toda Francia. Coligny y miles de
hugonotes perecieron bajo la más extrema violencia. La noticia fue recibida con alegría en Roma
porque la causa católica en Francia se había salvado de un gran peligro.

Enrique Fliedner: “Coligny fue la primera víctima … El cuerpo decapitado fue paseado en
triunfo por las calles, llevado por un populacho delirante, y precipitado en el Sena. Desde
este momento, sólo se oyó en calles y casas el ruido de las armas, de las detonaciones de
los arcabuceros, los aullidos de los asesinos, los gemidos de los moribundos y los gritos
angustiosos de los que huían, los cuales encontraban la muerte dondequiera que buscaban
un refugio. Cuéntase también, que el rey, desde lo alto del balcón del Louvre, disparaba
sobre los que intentaban huir, ‘a fin, decía, de que no quedase un solo Hugonote para
acusarle’. La carnicería duró tres días y tres noches en París, de suerte que muy pocos
lograron escapar. Las principales ciudades del reino, tales como Orleáns, Lión, Tolosa y
muchas otras, tuvieron también su San Bartolomé; de manera que, según los cálculos más
moderados, veinte mil Hugonotes perdieron entonces la vida.

Esta monstruosa carnicería, perpetrada a favor de una traición infame, arrancó un inmenso grito
de horror a toda la cristiandad evangélica. Pero el papa Gregorio XIII triunfaba. Hizo cantar un Te
Deum, y para perpetuar el recuerdo de este sangriento auto de fe, hizo acuñar una medalla con la
inscripción siguiente: ‘El papa Gregorio XIII’ [anverso] y ‘Matanza de los Hugonotes, 1572’
[reverso].”

_ El desarrollo de la Reforma francesa


Después de este triste episodio, conocido como la Matanza de San Bartolomé, y como
consecuencia de la misma, se dieron cuatro guerras entre hugonotes y católicos. Los hugonotes
reaccionaron fundando la Unión Calvinista, que resultó ser como un verdadero estado protestante
dentro del reino de Francia y proclamó su absoluta desvinculación respecto de un monarca al que
consideraban “traidor y asesino.” Carlos IX murió poco después (1574), y su sucesor, Enrique III,
deseoso de calmar a los calvinistas, les acordó algunos privilegios, entre otros el de celebrar su culto
en toda Francia, excepto en la ciudad de París (1576). Los católicos, indignados por estas
concesiones, formaron la Santa Liga, que tuvo como jefe a Enrique de Guisa, hijo de Francisco.

La Santa Liga tenía propósitos tanto políticos como religiosos, tales como el reestablecimiento
de la religión católica como exclusiva y la restauración de los antiguos derechos, preeminencias y
libertades de las distintas comarcas de Francia. Por entonces, la muerte del único hermano de
Enrique III convirtió a Enrique de Borbón, rey de Navarra, líder de los hugonotes, en el heredero del
trono de Francia. La Santa Liga quiso impedir esto buscando el apoyo de Felipe II, pero fracasó al
llegar a su fin el gobierno de los Valois con la muerte de Enrique III (1589), que fue asesinado por un
fanático. Así comenzó el dominio de los Borbones (protestantes) con Enrique de Borbón, que se
proclamó rey de Francia con el nombre de Enrique IV.

Con la llegada al trono de Enrique IV en 1589, los hugonotes esperaban una mayor tolerancia
hacia su fe. No obstante, Enrique IV, por motivos políticos (ganar el favor de la mayoría católica y
poder instalarse en París) se convirtió al catolicismo (1593). Según se cuenta, dijo en tal oportunidad:
“París bien vale una misa.” La ciudad que estaba en manos de un ejército español, capituló en 1594.
La guerra continuó por unos tres años más hasta que terminó con la paz de Vervins (1598), por la
que Felipe II reconoció al nuevo monarca francés y Enrique obligó a los españoles a retirarse de
Francia. Más tarde, Enrique IV puso fin a las guerras de religión promulgando el Edicto de Nantes
(1598). Mediante este tratado, los hugonotes fueron admitidos a todas las funciones públicas, se
garantizó la libertad de conciencia en todo el reino, el culto público hugonote fue permitido en
ciertos lugares, se decretó la igualdad entre católicos y protestantes y los hijos de hugonotes no
podían ser obligados a recibir la enseñanza católica. En garantía del cumplimiento del edicto,
Enrique IV concedió a los protestantes un centenar de plazas fuertes, y les permitió reunirse en
asambleas generales para considerar sus propios asuntos (sínodos). El Edicto de Nantes proclamó
por primera vez la libertad religiosa en un país europeo y significó un adelanto en los tratados de
paz religiosa del siglo XVI. Bajo el reinado de Enrique IV, que logró pacificar al país, Francia prosperó
y experimentó notables progresos. Lamentablemente, el rey fue asesinado en 1610 por un fanático,
que con ello quería “salvar al catolicismo.”

Enrique IV fue sucedido en el trono por Luis XIII (1601–1643), de nueve años de edad, quien
gobernó bajo la regencia de su madre, María de Médicis (1573–1642). El matrimonio de Luis XIII con
Ana de Austria (1601–1666) dio lugar a varios levantamientos y protestas de los hugonotes, que
terminaron con el Tratado de Montpellier (1622). De todos modos, las iglesias hugonotes entraron
desde entonces en su período de prosperidad y crecimiento, conservando sus privilegios religiosos
a pesar de sufrir los ataques de los jesuitas y otras influencias católicas a medida que avanzaba el
siglo XVII. Armando Juan Du Plesis, cardenal de Richelieu (1585–1642) conquistó en 1628 la fortaleza
de La Rochela, que era un bastión de los hugonotes, y por el edicto de Nimes (1629) les revocó a
éstos todos sus privilegios políticos. Más tarde, la revocación del Edicto de Nantes, por Luis XIV, en
el año 1685, los redujo a la situación de Iglesia mártir, perseguida y proscrita, hasta la Revolución
Francesa (1789). Miles de sus miembros se vieron forzados a emigrar hacia Inglaterra, Holanda,
Prusia y América.

LA REFORMA EN LOS PAÍSES BAJOS

Los territorios al norte de Francia y sobre el mar del Norte eran conocidos como Países Bajos
por estar sus tierras al nivel del mar o aun debajo, protegidas por diques. El territorio comprendía
dos partes: la del sur, Flandes, era rica, comercial e industrial; y la del norte, era más pobre y poblada
mayormente por pescadores. Los Países Bajos estaban divididos en provincias, gobernadas por
asambleas de representantes del clero, la nobleza y la burguesía. Las ciudades gozaban de una
amplia autonomía, mientras el orden era mantenido por milicias locales. La capital era Bruselas,
donde residía el gobernador general, nombrado por el rey de España y era sede de los estados
generales, integrados por los representantes de las provincias.

_ Trasfondo y desarrollo de la Reforma en los Países Bajos


El testimonio protestante en los Países Bajos se vio afectado especialmente por la situación
política de la región, que fue de gran inestabilidad a lo largo del siglo XVI. El país había caído bajo el
dominio español cuando sus diecisiete provincias pasaron al control de Felipe II como herencia de
su padre, Carlos V, en 1555. La economía estaba fundada sobre el comercio y la fabricación de paños
y, en consecuencia, sus habitantes eran celosos custodios de su independencia. El luteranismo tuvo
un ingreso temprano, pero había sido desplazado por el radicalismo anabautista, especialmente en
los niveles sociales más bajos de la población. En 1561, Guy de Gray redactó la Confesión Belga, que
era una expresión del calvinismo que predominaba en los sectores burgueses. La nobleza, mientras
tanto, continuaba siendo mayormente católica.

Así, pues, durante el reinado de Carlos V, el protestantismo en todas sus versiones había
encontrado campo fértil para su avance, especialmente en la parte norte. Carlos se mostró bastante
tolerante en los Países Bajos y no pudo combatir al protestantismo. No fue así con Felipe II, que
pretendió imponer en esta región la misma uniformidad religiosa que en España y sus dominios. En
1559, Felipe colocó como regente a su hermana, Margarita de Parma, acompañada con un consejo
consultivo. De este modo, Felipe se aseguró el control de los Países Bajos, incluso de su Iglesia, y se
valió de todos los medios para aplastar la disidencia religiosa. Esto provocó la reacción de los
burgueses y nobles protestantes que veían afectado el comercio y la industria.

Los nobles también se opusieron al abusivo dominio español, entre ellos Guillermo de Nassau,
príncipe de Orange (1533–1584), que había nacido luterano y se había hecho un católico nominal,
hasta que se transformó en el héroe de la independencia holandesa. Felipe presionó con los
decretos del Concilio de Trento y amenazó con castigar severamente toda disidencia. En 1566,
doscientos jóvenes de la aristocracia se presentaron armados ante Margarita de Parma para pedirle
nuevamente la suspensión de las principales medidas adoptadas contra las libertades del país.
Margarita, al verlos desfilar, no pudo contener las lágrimas. Al advertirlo uno de sus consejeros
exclamó: “¿Puede acaso Vuestra Alteza temer a semejantes mendigos?” Desde entonces, el
calificativo les quedó como apodo que aceptaron en gesto de desafío. Estos patriotas elaboraron
una petición de protesta, conocida como la “Petición de los Mendigos,” con la cual comenzó la
rebelión de los Países Bajos contra el Imperio español y el catolicismo. Los protestantes predicaron
abiertamente su mensaje y hubo actos de vandalismo e iconoclastía en varias iglesias.

Para Felipe esta rebelión era tanto política como religiosa, y se propuso aplastarla. Para ello
envió a Bruselas como gobernador a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba (1508–1582), un
hábil general español, al frente de un poderoso ejército. Alba instituyó un tribunal extraordinario,
llamado de los Disturbios, que pronto llegó a ser conocido como el de la Sangre, a causa de su
excesiva severidad. Las persecuciones fueron terribles y los impuestos sobre los comerciantes
resultaron insoportables. En tres meses hubo mil ochocientas ejecuciones, siendo las víctimas más
ilustres los condes Egmont y Hoorn, que se habían distinguido en el servicio de España.

Lejos de amilanarse, la población se levantó en masa, a principios de 1572. La resistencia,


capitaneada por Guillermo de Orange, apodado el Taciturno, se fortaleció en las provincias del
norte. Los holandeses rompieron diques e inundaron varios puntos de su país para dificultar la
marcha del enemigo. Corsarios independentistas capturaron a Brill mientras los hugonotes de
Francia y los enemigos de España respaldaban a los rebeldes de los Países Bajos. A partir de 1576,
Inglaterra sumó su apoyo y en 1577, Orange hizo su entrada triunfal en Bruselas. Por entonces, los
Países Bajos estaban divididos entre el sur católico y el norte calvinista. Los católicos se unieron en
la Liga de Arrás en 1579, mientras que los protestantes hicieron lo propio con la Unión de Utrecht.
La intervención de Alejandro Farnesio, duque de Parma (1545–1592) mantuvo las diez provincias
del sur (mayormente lo que hoy es Bélgica) bajo control católico y español, mientras los siete
estados del norte declararon su independencia de España en 1581 y siguieron una convicción
calvinista. Así se formó la República de las Provincias Unidas.

El primer Sínodo Nacional de la Iglesia Reformada se había llevado a cabo en Emden, en 1571.
Dos años después, Guillermo de Orange abrazó el calvinismo. La Iglesia Reformada de los Países
Bajos fue presbiteriana en su constitución, pero se mantuvo mayormente ligada al Estado en razón
de las enormes dificultades políticas en medio de las cuales nació. De todos modos, los Países Bajos
gozaron de una amplia tolerancia religiosa, salvo para los católicos. Incluso los anabautistas gozaron
de tolerancia, ya que Guillermo de Orange, en 1577, les concedió la libertad de celebrar su culto.
Esto hizo de los Países Bajos un centro de refugio para todos los oprimidos por cuestiones religiosas
en Europa occidental.

Con la muerte de Guillermo de Orange (1584) la causa independentista y protestante corrió


peligro. Al año siguiente, Isabel I envió al conde de Leicester con un pequeño ejército, pero éste
fracasó en su gobierno. La habilidad militar del duque de Parma parecía ser invencible, y hubiera
conseguido su propósito de no haber sido que Felipe II se involucró en una empresa que finalmente
puso fin a su poderío imperial: el intento de invadir a Inglaterra que terminó con la derrota de la
Armada Invencible en 1588. El hijo de Guillermo, Mauricio, continuó la lucha por la independencia
holandesa. La guerra continuó hasta 1609, en que el nuevo rey de España, Felipe III (1578–1621)
firmó una tregua de doce años. Las hostilidades quedaron concluidas hacia mediados del siglo XVII,
cuando se firmó la Paz de Westfalia (1648). El calvinismo fue implantado como religión oficial y se
prohibió el culto católico en la República de las Provincias Unidas.

_ Características de la Reforma en los Países Bajos


La Reforma en los Países Bajos asumió una forma bastante singular en relación con movimientos
similares en el resto del continente europeo. Primero, el trasfondo humanista creó un contexto de
una mayor tolerancia hacia ideas dispares que en el resto de Europa. Esto se debió a la influencia
del humanismo y, de manera especial, al desarrollo de la imprenta. Algunas ciudades flamencas
como Amberes y Rótterdam y holandesas como Ámsterdam y Utrecht fueron importantes centros
de impresión de materiales humanistas y también reformados. Hacia 1500 había quince imprentas
en los Países Bajos.

Paul Johnson: “El rápido desarrollo de la imprenta, con su tremenda concentración en las
obras de interés fundamental para la religión y la Reforma, representó un problema
completamente nuevo para las autoridades eclesiásticas y oficiales que tradicionalmente
controlaban la difusión del saber. Censurar e impedir la circulación de libros impresos era
esencialmente lo mismo que controlar manuscritos, pero la diferencia de velocidad y escala
era absolutamente fundamental. Se necesitó por lo menos una generación de censores para
resolver el asunto y en realidad nunca pudieron ejercer el mismo grado de supervisión eficaz
que habían demostrado en los días que precedieron a las impresiones baratas.”

Por otro lado, el humanismo echó raíces profundas en esta parte de Europa. Hay que recordar
que Erasmo, el padre del humanismo, nació en Rótterdam (Holanda) y comenzó su educación en
una escuela privada en Gouda y más tarde estudió en Deventer. Erasmo viajó incansablemente por
Francia, Inglaterra e Italia, pero su estancia preferida fueron los Países Bajos, donde residió
alternativamente en Bruselas, Amberes y Lovaina. La influencia de Erasmo fue notable. Él fue el
primer escritor que percibió todas las posibilidades de la imprenta como medio de comunicación
masiva. Por eso escribió libros pequeños, manuales y baratos. Trabajó deprisa, a menudo en la
propia imprenta, escribiendo y corrigiendo inmediatamente las pruebas. “Le estimulaba el olor de
la tinta de imprimir, el incienso de la Reforma.”

Erasmo fue el representante más extraordinario del Nuevo Saber, que parecía ofrecer
oportunidades ilimitadas de progreso espiritual e intelectual, y que presagiaba una reforma integral
de la sociedad, dirigida desde adentro por un movimiento universal y voluntario. Sus ideas tuvieron
un peso importante, especialmente en su tierra natal. Sin embargo, no fueron suficientes para evitar
la división radical de su país, donde se formaron dos campos opuestos y armados: uno reformado a
medias, que basaba sus afirmaciones exclusivamente en la Biblia y el otro, no reformado, que se
basaba exclusivamente en la autoridad de Roma y la tradición. Como vimos, entre el norte
protestante y el sur católico en los Países Bajos había un abismo infranqueable, colmado con las
víctimas de la guerra y la persecución.

Un segundo factor a tomar en cuenta es que la Reforma en los Países Bajos prosperó
mayormente en las clases mercantiles y pequeño burguesas. Especialmente a partir de la segunda
mitad del siglo XVI, la región se destacó por ser un muy importante centro comercial e industrial a
nivel internacional. Esto generó en su población una mentalidad profundamente comercial. Los
Países Bajos fueron unos de los focos generadores del capitalismo comercial.

En este sentido, la Reforma en los Países Bajos tuvo su veta comercial. La Inquisición española,
que fue aplicada con suma dureza en los Países Bajos, atacaba a judíos y a protestantes por igual.
Ambos eran acusados de usura y de dedicarse al comercio, que era considerado como una actividad
indigna de un gentilhombre cristiano, según los españoles. De este modo, el protestantismo
holandés se incorporó a la estructura de odios del Imperio Español y el racismo vino a reforzar la
ortodoxia doctrinaria. La campaña española en los Países Bajos estuvo dirigida tanto contra los
judíos como contra los protestantes. Muchos de ellos eran marinos y comerciantes, con lo cual la
rivalidad comercial se reforzaba con el odio doctrinario y la guerra en el mar cobraba una ferocidad
distinta. Quienes más se destacaron en estas persecuciones fueron los jesuitas.

Paul Johnson: “Los elementos progresistas de la economía, que poco a poco llegaron a
identificarse con el sistema capitalista, se distinguían no por su adhesión a cierta
formulación doctrinaria específica sino por su antipatía a todas las formas muy
institucionalizadas y muy clericales del cristianismo … La característica común de estos
empresarios era su deseo de que los entusiastas y organizadores religiosos los dejasen en
paz y poder escapar de la red formada por el clericalismo y el derecho canónico. Su religión
podía ser intensa, pero era esencialmente privada y personal. Por consiguiente, tenía mucho
en común con el tipo de piedad religiosa preconizada por Erasmo en su Enchiridion;
ciertamente, las ideas de Erasmo, que tenían un trasfondo urbano análogo, reflejaban y al
mismo tiempo plasmaban las actitudes de la nueva elite económica. Estos hombres
acomodados y laboriosos eran individuos educados. Deseaban leer personalmente las
Escrituras. No querían que nadie interfiriese o censurase su material de lectura.
Desaprobaban la conducta de los clérigos, especialmente de los que pertenecían a las
órdenes, porque los juzgaban deshonestos o perezosos, o ambas cosas. Deploraban los
agregados supersticiosos del cristianismo medieval y preferían las prácticas más sencillas de
la Iglesia ‘primitiva’, las mismas que, según ellos afirmaban, podían percibirse en los Hechos
de los Apóstoles y las epístolas de san Pablo. Creían en el mérito incluso en la santificación
de la vida secular; exaltaban el estado conyugal y creían que los seglares espiritualmente
eran iguales a los clérigos.”

Un tercer factor de la Reforma en los Países Bajos tiene que ver con el papel y el dominio del
Estado en el proceso, que fue muy similar al de otros movimientos que terminaron cuajando en
Iglesias establecidas u oficiales. En la década de 1560 los protestantes en los Países Bajos se
levantaron contra el dominio español de los Habsburgo católicos, que aplicaban una política de
persecuciones. Los holandeses apelaron a la resistencia armada utilizando como justificación su
antigua estructura constitucional, diciendo que se alzaban en defensa de sus leyes, costumbres y
cartas tradicionales. No obstante, el modelo fue el mismo en uno y otro caso. Se trataba de la
imposición de la religión del príncipe, es decir, la ideología que le asignaba poder sacerdotal al
gobernante. No es extraño que el resultado haya sido, como en otras partes de Europa continental
e Inglaterra, un movimiento hacia la guerra civil en el ámbito nacional y entre los Estados en el
internacional. La unidad religiosa era imposible y, por el imperio de esta ideología, la polarización
política y religiosa era inevitable. Finalmente, en Holanda se estableció una Iglesia Reformada
Holandesa, con el apoyo y sostén de la corona.

LA REFORMA EN OTROS PAÍSES EUROPEOS

La Reforma en estos países no está tan ligada a la decadencia de la Iglesia Romana como en
otros lugares de Europa. El nuevo orden eclesiástico que se desarrolló a lo largo del siglo XVI
respondió más bien a cuestiones de carácter político. La fe de estos pueblos, que habían sido los
últimos en ser cristianizados durante la Edad Media, era lo suficientemente plástica y carente de
tradiciones profundas como para que el protestantismo encontrara en ellos un terrero fértil y
propicio. Los obispos católicos se opusieron al principio a la Reforma, pero pronto fueron
doblegados por la fuerza de los príncipes.

En Suecia se destaca la labor de los hermanos Olaf (1493–1552) y Lorenzo Peterson (1499–
1573), que estudiaron en Wittenberg e introdujeron el luteranismo hacia 1520, en conexión con la
revolución política por la independencia. A pesar de la matanza de Estocolmo (1520), provocada por
Cristián II de Dinamarca, los suecos consiguieron independizarse de Dinamarca en 1523,
proclamando rey a Gustavo I o Gustavo Vasa (1523–1560), que se había pasado al luteranismo
durante su estancia en Lubec. En la Dieta de Vesteras (1527) la Iglesia sueca se separó de Roma. Se
confiscaron propiedades de la Iglesia Romana, se le dio al rey amplios poderes sobre la Iglesia, se
abolió la confesión obligatoria y se hicieron varias otras innovaciones. Algunos obispos que se
opusieron fueron ajusticiados. La Reforma en Suecia fue más por una cuestión de autoridad
administrativa que por convicciones doctrinarias. Si bien el sucesor de Gustavo Vasa, Erico XIV,
intentó introducir el calvinismo, Suecia ha permanecido firmemente luterana hasta el presente.

En Finlandia, estrechamente unida a Suecia, se pasó al luteranismo en la misma Dieta de


Vesteras (1527). Gustavo Vasa fue quien introdujo y desarrolló el luteranismo en este país. Más
tarde, Isaac Rothovius, obispo de Abo (1627 a 1652), hizo mucho por elevar el nivel del cristianismo
en la región. La asistencia a los cultos se hizo obligatoria, se mejoró la calidad del clero, se promovió
la educación, se fundó una universidad y se imprimió una traducción finlandesa de la Biblia. El
luteranismo fue la forma de protestantismo que prevaleció.

En Dinamarca el rey Cristián II se valió del luteranismo para terminar con la preponderancia del
clero católico y de la nobleza contraria en su reino. Ya en 1520 Martín Reinhard, un sacerdote
alemán que había estudiado en Wittenberg, estuvo predicando en Copenhague como capellán de
la corte. Cristián II intentó reformar la disciplina de la Iglesia, pero fue depuesto por su tiranía en
1523. Su sucesor, Federico de Holstein I (reinó de 1523 a 1533) prometió en las capitulaciones de
elección prohibir la predicación del luteranismo en el país. Pero una vez dueño del poder favoreció
a los reformadores luteranos. En la Dieta de Odense (1527) se les concedió la tolerancia a los
luteranos. Cristián III (reinó de 1533 a 1559) hizo triunfar definitivamente al luteranismo. El rey
mismo le pidió ayuda a Lutero para efectuar la reorganización religiosa de su reino. Se desarrolló
una liturgia luterana, se tradujo la Biblia al danés y se adoptó la Confesión de Augsburgo con ligeras
modificaciones. Cristián IV (1588–1648) privó a los católicos de sus derechos civiles y la conversión
al catolicismo fue castigada con la confiscación de los bienes y con el destierro.

En Noruega, también unida a Dinamarca en la persona de Cristián III, se proclamó al luteranismo


como religión oficial en 1536. Los obispos que se resistieron fueron degradados. Lamentablemente,
la situación religiosa de Noruega dejó mucho que desear. Los pastores luteranos que llegaron fueron
pocos y cayeron en disputas ociosas. La falta de un liderazgo de habla nórdica efectivo hizo que el
progreso del protestantismo fuese lento. Habrá que esperar hasta el siglo XVII para ver alguna
mejoría.

La misma suerte le tocó a Islandia, unida también a Dinamarca (1550). Desde 1540 la isla había
sido visitada por comerciantes luteranos. La Biblia fue traducida al islandés y publicada. La isla era
gobernada desde Dinamarca y con Cristián III se impuso el luteranismo. El obispo más destacado
fue Gudbrand Thorlaksson, que sirvió desde 1570 hasta 1627. Él preparó un himnario y publicó una
traducción de la Biblia al islandés. También hizo editar y distribuir catecismos y otra literatura
luterana.

En los países bálticos, como en Prusia, se impuso el luteranismo cuando el gran maestre de la
Orden Teutónica, Alberto de Brandeburgo, se hizo luterano y secularizó los territorios
pertenecientes a esta Orden. La misma suerte siguieron las demás regiones del Báltico, como
Estonia, Livonia y Curlandia, que eran feudos de la Orden.

En Polonia y Lituania, a pesar de las prohibiciones del rey Segismundo I (1506–1548) se


establecieron en el país algunas colonias de luteranos y calvinistas. Prácticamente todos los grupos
de la Reforma del siglo XVI encontraron oportunidad de difusión en Polonia. El líder más destacado
fue Juan a Lasco (1499–1560), de una distinguida familia polaca y sobrino del primado de la Iglesia
Católica polaca. Fue amigo de Erasmo y abrazó la causa protestante, estimulando la traducción de
la Biblia al polaco y tratando de unificar las varias ramas protestantes. En 1573 se les concedió plena
libertad de culto a la mayor parte de los grupos protestantes: luteranos, calvinistas, zuinglianos y
socinianos. No obstante, con la aparición de los jesuitas y el apoyo de monarcas católicos celosos,
la persecución desbandó al protestantismo polaco. A fines del siglo XVI y principios del XVII la
persecución recrudeció durante el reinado de Segismundo III Vasa (1566–1632), quien actuó bajo la
influencia de los jesuitas. Finalmente, Polonia quedó como reino católico, mientras los protestantes
y antitrinitarios que sobrevivieron a las persecuciones se vieron forzados a emigrar a otros países.

En Hungría, el catolicismo estaba muy debilitado por los continuos ataques de los turcos y por
su situación de corrupción interna, y esto favoreció la penetración del protestantismo tanto
luterano como calvinista. El movimiento husita se había difundido ampliamente en el país al igual
que los valdenses. Existía una traducción de la Biblia al húngaro y el humanismo contaba con
adeptos en los círculos aristocráticos. Con la derrota de los húngaros por parte de los turcos en la
batalla de Mohacs en 1526, la Iglesia Romana perdió a varios de sus líderes más importantes. Los
turcos ocuparon buena parte del reino y tendieron a favorecer al protestantismo.

Lo mismo ocurrió en Transilvania, donde el luteranismo encontró buenas oportunidades de


arraigo ya en los días de Lutero. Varios húngaros estudiaron en Wittenberg, entre ellos Matías Biró
de Devay, un gran predicador que llegó a ser considerado como el Lutero húngaro, y Esteban Kis de
Szeged, un teólogo de bastante influencia. En las filas protestantes militaban también reformados,
anabautistas y seguidores de Miguel Servet. Tanto en Hungría como en Transilvania se crearon
fuertes colonias de calvinistas y luteranos, de suerte tal que para fines del siglo XVI los protestantes
constituían la mayoría. Cuando en 1540 Matías Devay abandonó su convicción luterana por el
calvinismo, esta religión consiguió la preponderancia en el país. En 1563 se redacto la Confessio
hungarica. En 1561 se instalaron los jesuitas en Tyrnau, constituyendo un poderoso dique para la
expansión del calvinismo. En la Dieta de 1557 se les concedió a los calvinistas la libertad de culto.
En Transilvania en 1568 el príncipe reconoció iguales derechos a católicos, luteranos, reformados y
unitarios o antitrinitarios. Esto fue confirmado en 1571 por la Dieta Transilvana.

EL PROTESTANTISMO HACIA EL AÑO 1600

Comenzamos esta unidad señalando que a comienzos del siglo XVI se dieron las dos condiciones
necesarias para una gran expansión del cristianismo: comunicaciones y vigor espiritual. Terminamos
la unidad preguntándonos si después de un siglo se verificó ese avance. Con respecto a los
protestantes, la respuesta es no, debido a dos razones.

Primero, la Reforma Protestante se produjo en países pequeños y débiles. Las dos grandes
potencias del siglo XVI (España y Portugal) no fueron alcanzadas por la Reforma y continuaron
católicas romanas. Los países protestantes a lo largo del siglo fueron: (1) Luteranos: los estados del
norte de Alemania; Dinamarca, Noruega, Islandia, Suecia (independiente de Dinamarca desde
1523). (2) Presbiterianos y reformados: buena parte de Suiza; los Países Bajos, separados de España
después de la Guerra de Independencia, en 1568; algunas partes de Alemania; y Escocia. (3) La
Iglesia de Inglaterra: Inglaterra e Irlanda del Norte. (4) Los protestantes esparcidos por Francia eran
reformados, mientras que los de Irlanda del Norte eran anglicanos y presbiterianos.

La mayoría de estos países recién comenzaban a lograr y expresar su independencia nacional;


algunos ni siquiera habían alcanzado esto (Noruega y los estados alemanes). Ninguno de ellos era
una gran potencia económica, política o militar. Además, es evidente que los protestantes, en
contraste con los católicos no tenían una visión muy amplia del mundo. Esta fue una de las razones
por las que carecieron de espíritu misionero. Según el padre de la misionología protestante, Gustav
Warneck: “Nos falta en los reformadores no sólo la acción misionera, sino incluso la idea de
misiones, en el sentido en que las entendemos hoy.”
Stephen Neill: “Naturalmente los Reformadores no eran conscientes del mundo no cristiano
alrededor de ellos. Lutero tiene muchas cosas para decir, y a veces sorprendentemente
cosas buenas, acerca de judíos y turcos. Es claro que la idea de un progreso constante de la
predicación del Evangelio por todo el mundo no es extraña a su pensamiento. No obstante,
cuando se ha dicho todo lo favorable que se puede decir, y cuando todas las evidencias
posibles en los escritos de los Reformadores han sido colectadas, todo ello suma
excesivamente muy poco.”

Segundo, la otra debilidad de los protestantes del siglo XVI fue que tuvieron que luchar durante
mucho tiempo en defensa propia para poder sobrevivir y de esta manera se replegaron sobre sí
mismos en lugar de salir “a todo el mundo”. Una evidencia de esto son las múltiples divisiones y
subdivisiones que experimentó el protestantismo a lo largo de su historia. El cuadro que sigue
presenta sólo las principales escisiones, pero son suficientes para mostrar que hay una dispersión
de energía, que podría haber sido utilizada de una mejor manera para la expansión del reino de
Dios.

CUADRO 3 - ÁRBOL DEL DESARROLLO DE LA IGLESIA

Si consideramos el crecimiento de la Iglesia como el de un árbol, veremos que el tronco principal


se divide muy tempranamente (1054), en una rama oriental (que no se muestra en el cuadro) y otra
occidental. La rama occidental se divide en el siglo XVI con la Reforma Protestante. A la derecha
vemos la Iglesia Católica Romana arrancando con su posición moderna (hasta el Concilio Vaticano
II) a partir del Concilio de Trento en 1545 (ver próxima Unidad). Los luteranos brotan en 1517. Toda
la ramificación ginebrina (reformados y presbiterianos) se desarrolla todavía más hacia la izquierda,
por ser más radical en su protestantismo, en 1536. La rama anglicana, que no es tan extrema,
comienza a asumir sus características distintivas con la aparición de la Biblia en inglés en 1538. De
la ramificación ginebrina comienza otra división hacia 1580, que hoy se conoce como el
congregacionalismo, y del congregacionalismo en 1608 surge otra rama que posteriormente llegará
a ser una de las más numerosas: los bautistas. Un brote importante, pero posterior al período que
estamos considerando en este punto, es el metodismo, que comienza a separarse de la Iglesia de
Inglaterra en 1784.

Como puede verse, el protestantismo europeo durante el siglo XVI tuvo un gran desarrollo,
lamentablemente fundado en una dinámica divisionista que fue el resultado de la incapacidad de
los teólogos protestantes por acordar una teología común. Hay que tomar en cuenta también que
en la mayor parte de los casos la falta de acuerdo fue más política y social que teológica, y que fue
promovida mayormente por los poderes políticos. El protestantismo del siglo XVI no logró, en
general, romper con el paradigma de cristiandad y quedó cautivo de una ideología que terminó por
someter a la Iglesia a los intereses del Estado.

GLOSARIO

absolutismo monárquico: forma de gobierno en la que todo el poder descansa sobre el monarca y
sus consejeros. Como teoría política comenzó a desarrollarse en la baja Edad Media y maduró en
los siglos XVI y XVII.

alumbrados: o iluminados, eran una secta mística que se oponía al excesivo formalismo en la
religión. Decían tener una experiencia directa y personal con Dios, que los llevaba a experimentar
una gran libertad espiritual. Fue un estilo no muy ortodoxo del misticismo español. Se destacaron
sobre todo en Castilla en dos etapas: hacia 1530 y hacia 1570.

anatas: tasa o impuesto sobre el ingreso de un beneficio eclesiástico durante el primer año de su
ejercicio. Originalmente, este impuesto era recaudado por los obispos locales, pero en 1306 el papa
Clemente V demandó anatas de los beneficios británicos del papado, y durante el siglo XV se hizo
común el pago de anatas al tesoro papal. Debido a los abusos y la oposición creciente, el Concilio de
Trento (1545–1563) restringió severamente las anatas papales.

auto de fe: lectura pública de las sentencias pronunciadas por los inquisidores, en presencia de los
acusados y concurriendo las grandes autoridades. En este mismo acto se entregaba al verdugo a los
condenados a muerte.

beneficio eclesiástico: un oficio eclesiástico que involucra el derecho del beneficiario a recolectar
fondos para su sostén. Dentro del paradigma de cristiandad se promovió la idea de que el clero no
debía trabajar para ganar su sustento, sino que debía dedicarse por completo a sus deberes
religiosos. En la Edad Media, los señores feudales entregaban tierras para el sostén de beneficiarios
de oficios eclesiásticos especiales. Durante los siglos XVIII y XIX, muchos de estos beneficios fueron
secularizados y hoy casi no existen.
canónigo: título eclesiástico que se refiere a un sacerdote diocesano ligado a una catedral y a un
miembro de ciertas órdenes religiosas. Un canónigo catedralicio es miembro de un colegio de
sacerdotes, cuyo deber es el de celebrar las funciones litúrgicas solemnes en una catedral o iglesia
colegial. Un canónigo regular es alguien que es miembro de un tipo de orden religiosa específica.

cantón: cada una de las divisiones administrativas del territorio de ciertos estados, como Suiza,
Francia y algunos americanos.

cofradía: congregación o hermandad que formaban algunos devotos, con autorización eclesiástica
competente, para ejercitarse en obras de piedad. Las cofradías eran originalmente gremios,
compañías o uniones de gentes asociadas para un fin determinado, bajo la protección de una
advocación particular de la Virgen o algún santo.

colportor: alguien que vende o distribuye libros, especialmente Biblias y otra literatura religiosa,
yendo casa por casa. La palabra deriva del francés (colporteur, llevar, vender como buhonero) y
tiene su origen en la forma en que el vendedor o distribuidor de Biblias llevaba colgada del cuello
su preciosa carga.

consistorio: en la Iglesia occidental llegó a significar la asamblea del clero de la ciudad de Roma bajo
la presidencia del obispo. Más tarde alcanzó su significado corriente de colegio de cardenales o
autoridades eclesiásticas. En el protestantismo designó a la reunión de líderes eclesiásticos. En el
luteranismo el término se ha empleado para describir a una junta de funcionarios del clero
(provincial o nacional) constituida para supervisar asuntos eclesiásticos.

conventículo: reunión de algunas personas considerada ilícita y clandestina.

Dieta: del latín dies, día. Asamblea política en que se discutían los negocios públicos de una nación
o reino. Llevaron este nombre las asambleas deliberantes celebradas en la Edad Media y comienzos
de la Moderna en Alemania, Polonia, Hungría, Suiza, Suecia, Dinamarca y Croacia.

Edad Moderna: señaló el florecimiento de la civilización europea occidental. El arte y las letras
produjeron obras maestras insuperables; el cristianismo se depuró y expandió; la filosofía dio origen
a nuevas corrientes de pensamiento; la ciencia se organizó y sistematizó, a la vez que se encauzó
hacia la técnica. Los descubrimientos geográficos completaron el conocimiento del mundo; la
colonización abrió nuevos mercados y transformó la economía (capitalismo comercial). Las naciones
se consolidaron en torno a monarquías absolutas; la burguesía fue desalojando a la nobleza en la
conducción política; las revoluciones inglesas del siglo XVII y la norteamericana del siglo XVIII
prepararon las profundas transformaciones de la Edad Contemporánea.

establecimiento religioso: algo establecido en materia religiosa, como un arreglo jurídico entre el
Estado y la Iglesia, que resulta en un determinado código de leyes. Una Iglesia establecida es una
organización religiosa reconocida por ley como la Iglesia oficial de una nación y es sostenida por la
autoridad civil. El establecimiento religioso es ese sistema de religión que cuenta con el apoyo oficial
del Estado.
garrote: instrumento de tortura y para ejecutar por estrangulación a los condenados a muerte, que
se compone de un aro de hierro sujeto a un poste fijo. Fue muy utilizado durante la Inquisición
española.

grey: rebaño de ganado menor (ovejas); congregación de los fieles bajo la autoridad de su pastor.

guilda: organización medieval de productores y comerciantes o de artesanos asociados con otros


de la misma profesión para protegerse recíprocamente y promover sus intereses. Eran asociaciones
de personas con iguales intereses (gremios).

hispanidad: conjunto de caracteres, de sentimientos, propios de los individuos de cultura o de


idioma españoles. Por extensión, se refiere a la conservación del carácter nacional español en
América (con excepción de Brasil); la conciencia de este carácter y el culto que se le rinde.

iconoclastía: (del gr. eikón, imagen, y klazein, romper; eikonoklastes, “rotoura de imágenes”).
Actitud y acción de desprecio de las imágenes religiosas por considerarlas expresión de idolatría,
que lleva a su destrucción o profanación. Por extensión se aplica a la actitud que no respeta los
valores tradicionales.

indulgencias: según la Iglesia Católica Romana, es la remisión total o parcial de la deuda de castigo
temporal que se debe a Dios por el pecado después de que se ha perdonado la culpa. Esta concesión
se basa en el principio de la satisfacción vicaria, que significa que puesto que el pecador es incapaz
de hacer suficiente penitencia como para expiar sus pecados, puede recurrir al tesoro espiritual
formado por los méritos extraordinarios de Cristo, de la Virgen María y de los santos.

lexicográfico: perteneciente o relativo a la lexicografía, i.e., la técnica de componer léxicos o


diccionarios. La lexicografía es una parte de la lingüística que se ocupa de los principios teóricos en
que se basa la composición de diccionarios.

marranos: término despectivo con el que se designaba a los cristianos nuevos convertidos del
judaísmo.

martirologio: lista de los días de fiesta de los santos con todos los nombres correspondientes a cada
fecha, a diferencia del calendario eclesiástico, que generalmente da sólo un nombre por día. El
martirologio ofrece alguna información biográfica para cada nombre y otros datos de interés. Los
martirologios más importantes en Occidente fueron el Martyrologium Hieronymianum, atribuido a
Jerónimo, y el Martirologio Romano, que surgió a fines de la Edad Media.

moriscos: cristianos nuevos, que antes de su conversión habían sido musulmanes.

nacionalismo: devoción a los intereses o cultura de una nación particular. La creencia que las
naciones se beneficiarán si actúan independientemente en lugar de hacerlo colectivamente,
enfatizando las metas y objetivos nacionales antes que los internacionales. El nacionalismo, muchas
veces, está asociado con las aspiraciones de independencia nacional cuando un determinado país
está bajo la dominación extranjera.
prior: título del superior religioso de ciertas órdenes religiosas de monjes, mendicantes y canónigos
regulares. Los agustinos y los carmelitas llaman “prior” al superior de una casa monástica, “prior
principal” al que gobierna sobre un territorio, y “prior general” al que lidera la orden.

quemar en efigie: sentencia de un condenado por herejía, que se aplicaba en caso de su ausencia
física. El auto de fe se llevaba a cabo como si la persona estuviese presente, pero sobre su efigie, es
decir, una representación o imagen de la misma, generalmente un muñeco.

quiliasmo: o milenarismo es la creencia de que habrá un período de mil años al final de esta edad,
cuando Cristo reinará en la tierra sobre un orden mundial perfecto. Varios grupos de la Reforma del
siglo XVI desarrollaron ideas quiliastas.

Renacimiento: movimiento renovador, intelectual y artístico, producido en Europa, y especialmente


en Italia, a partir del siglo XV, por el cual pareció nacer de nuevo la civilización grecorromana. El
cristianismo aventajó a las religiones paganas como fuente de inspiración de los artistas. El
movimiento se proyectó en tres direcciones: las letras y las artes, en las que originó el Renacimiento
propiamente dicho; la ciencia y la filosofía, en las que engendró el Humanismo; y la religión, en la
que provocó la Reforma.

sacerdotalismo: sistema religioso en el que el sacerdocio ocupa un lugar esencial como mediador
entre los seres humanos y Dios. El término señala también al espíritu, método o carácter de tal
sistema. Generalmente se lo utiliza en sentido peyorativo para denotar la exaltación de una clase
sacerdotal a expensas de los valores espirituales y la participación responsable de los laicos.

sambenito: hábito penitencial con el que se vestía a los condenados por la Inquisición que iban a
ser reintegrados a la comunidad. Los sambenitos se colgaban después en las iglesias con el
correspondiente nombre, para que se perpetuara la memoria del pecado.

secularizaciones: devolver las riquezas de la Iglesia al siglo, es decir, al mundo o los laicos.

segundón: hijo segundo de una familia y, por extensión, cualquier hijo que no sea el primogénito.
Bajo el régimen feudal, el hijo segundón no heredaba la propiedad y el título de nobleza de la familia,
que quedaban en manos del primogénito. Esto colocaba en gran desventaja económica y social a
los que no eran primogénitos.

simonía: compra o venta deliberada de cosas espirituales, como los sacramentos y sacramentales,
o temporales inseparablemente anejas a las espirituales, como las prebendas y beneficios
eclesiásticos.

Te Deum: primeras palabras en latín de un cántico que se usa en la Iglesia Católica Romana para dar
gracias a Dios por algún beneficio. Designa el canto en cuestión.

Tesoro de la Iglesia: o Tesoro de Méritos (Thesaurus meritorum). Doctrina de que la Iglesia Católica
Romana tiene acumulados y a su disposición, como en un banco, los méritos infinitos de Cristo y los
méritos supererogatorios (es decir, extras o sobreabundantes) de María y los santos. Alejandro de
Hales (1180–1245) desarrolló esta doctrina que forma parte de la de las indulgencias.

transubstanciación: (del latín eclesiástico transubstantiatio). Conversión de las sustancias del pan y
del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, al momento de la consagración de los elementos por
parte de un sacerdote debidamente ordenado.

LA REFORMA EN INGLATERRA

La condición de insularidad le dio a los procesos históricos de Inglaterra un matiz muy particular.
Lo mismo ocurrió con su Reforma, que tuvo un nacimiento, desarrollo y consecuencias muy
singulares y bastantes diferentes de los procesos similares en el continente europeo. El carácter más
pragmático de la Reforma en Inglaterra significó una contribución muy valiosa para toda la
cristiandad, a partir de los diversos movimientos que de ella fueron surgiendo con el correr del
tiempo.

_ Trasfondo de la Reforma en Inglaterra


Factores políticos. La Reforma en Inglaterra fue bastante diferente de la Reforma en el
continente europeo y en Escocia. Inglaterra está en una isla y siempre estuvo separada de los
procesos históricos que se vivían en Europa continental. En el siglo XVI, el gobierno se centralizó
más que nunca antes, y los sentimientos nacionalistas del pueblo fueron más fuertes que en otros
países. La historia de Inglaterra durante este período estuvo muy influida por sus monarcas. El gran
historiador inglés G. R. Elton introduce su capítulo sobre “La Reforma en Inglaterra” con las
siguientes palabras: “Inglaterra, como es notorio, lució su Reforma con una diferencia. Mientras en
otras partes el levantamiento religioso trajo como consecuencia la reconstrucción política y
constitucional, el alejamiento de Inglaterra respecto de Roma fue conducido por el gobierno por
razones que tenían poco que ver con la religión o la fe.” George Park Fisher dice: “La Reformación
inglesa en vez de desarrollarse como un movimiento puramente religioso e intelectual, tuvo que
someterse en grado importante a las influencias perturbadoras de la autoridad y política mundanal
del gobierno civil.”

En 1485 llegó a su fin una larga serie de guerras civiles amargas y destructivas. En este tiempo,
muchos factores afectaron grandemente la vida inglesa. Entre ellos, un hecho muy significativo fue
el término del gobierno débil de los reyes medievales Plantagenet, que fueron reemplazados por
una nueva casa gobernante, fuerte y dinámica, los Tudor. También fue de importancia el hecho de
que Inglaterra perdió para entonces todas sus posesiones en Francia, lo que le dio más tiempo para
dedicarse a sus intereses internos. Las guerras civiles habían eliminado prácticamente a la vieja
nobleza feudal, dándole a los monarcas manos libres para centralizar más en ellos su control del
reino.

Con la llegada al trono inglés de Enrique VII (reinó de 1485 a 1509), según algunos historiadores,
comenzó la edad moderna en Inglaterra. Tomás M. Lindsay considera que la época medieval en la
historia inglesa terminó en 1485. Según él: “Cuando el conde de Richmond ascendió al trono de
Inglaterra y la gobernó con ‘autoridad política’ como Enrique VII, ya había empezado
distintivamente la historia moderna de Inglaterra.” Sin embargo, desde un punto de vista histórico
esta distinción es un tanto arbitraria, ya que la decadencia continua de las viejas instituciones y la
formación de otras nuevas hace imposible fijar una fecha en la que las instituciones medievales
dejaron de existir y las modernas ocuparon su lugar. Para 1485 muchas instituciones y conceptos
medievales ya habían muerto, pero muchos otros sobrevivían.

No obstante, el año 1485 marca el comienzo de la dinastía Tudor, bajo cuyo gobierno e
influencia Inglaterra pasó de la medievalidad a la modernidad. Cuando Enrique VII ascendió al trono,
había mucho que era medieval y poco que era moderno; cuando con la muerte de Isabel I se terminó
la línea de los Tudor, en 1603, la proporción se había invertido.

La posición de Enrique VII en el trono fue similar en muchos aspectos a la ocupada por Enrique
IV. El Parlamento le concedió la corona, de modo que su título descansaba exclusivamente en una
concesión parlamentaria. En razón de que su posición en el trono era tan insegura, su ambición real
fue colocar a su dinastía sobre un fundamento más firme. Casi todas sus políticas más importantes
estuvieron relacionadas con este motivo. Para ello, el apoyo popular era esencial. Para ganarlo,
reconoció que debía darle al pueblo inglés lo que ellos querían. Debido a su habilidad política se
ganó el reconocimiento de las potencias extranjeras, repelió la invasión foránea, sometió la rebelión
interna y removió la amenaza a su posición en el trono. El embajador de España tuvo que reconocer:
“Enrique es rico, ha establecido un buen orden en Inglaterra, y mantiene al pueblo en tal sujeción
como nunca antes ha sido el caso.” El resultado del reinado de Enrique VII fue el aumento notable
de la autoridad real. Él hizo por la nación inglesa lo que ésta más deseaba.

Factores económicos y sociales. El reinado de Enrique VII fue evidentemente un período de


grandes cambios. La alteración en el carácter del gobierno, la expansión notable del comercio, la
revolución agraria y la decadencia de las guildas fueron signos de la vasta transformación que estaba
ocurriendo. Otro factor económico de importancia fue que Inglaterra comenzó a manufacturar sus
propios paños, en lugar de importarlos del continente, con lo que hubo una mayor acumulación de
riqueza y mayor desarrollo tecnológico.

Fue en este período también que la nación insular comenzó a ganar poder en el mar. A lo largo
del siglo XVI, sus navegantes pusieron en jaque a los convoyes españoles que salían de América
cargados de oro, plata y otras materias valiosas. También encontraron un pasaje hacia Rusia
navegando hacia el norte y sus embarcaciones hicieron contacto con todos los océanos del mundo.
Todo el siglo fue testigo del crecimiento notable de Inglaterra en materia de comercio y poder naval.
Un aspecto oscuro de este comercio internacional se puso de manifiesto cuando John Hawkins
comenzó el comercio de esclavos trayendo a africanos de Guinea a Europa en 1562. En 1600 la
Compañía Británica de las Indias Orientales recibió licencia real.

Factores culturales. Otro importante movimiento que asumió relevancia durante el reinado de
Enrique VII, si bien comenzó antes y continuó después, fue el Renacimiento inglés. Este movimiento
comenzó con un interés renovado en la antigüedad clásica, que se manifestó primero en Italia pero
muy pronto llegó también a Inglaterra. De manera particular, el humanismo encontró importantes
exponentes en las principales universidades inglesas, como Oxford y Cambridge. Uno de ellos fue
Juan Colet (1467–1519) destacado humanista inglés, que en 1496 había disertado en Oxford sobre
las epístolas de Pablo y en 1512 volvió a fundar la escuela de San Pablo. También Erasmo había
enseñado en Cambridge de 1511 a 1514 y desarrolló una profunda amistad con Colet y otros
humanistas, como Juan Fisher (1469–1535) y Tomás Moro (1478–1535).

Como resultado del espíritu de esta nueva era, la educación se fue esparciendo. El valor de la
educación escolar como una preparación para los desafíos ordinarios de la vida comenzó a ser
apreciado y la educación misma se secularizó. El resultado principal de todos estos procesos fue el
de proveer de una nueva concepción de la vida, y esto gradualmente fue penetrando en todas las
capas de la sociedad. Las escuelas continuaron multiplicándose y sus nuevos puntos de vista pasaron
de ellas a los hogares y al mercado. La popularización de las nuevas ideas fue promovida por la
imprenta, que hizo accesibles los libros impresos en inglés a un mayor número de personas. La
página impresa trajo a muchos la oportunidad de adquirir conocimientos en un momento cuando
el nuevo espíritu de la época estaba despertando en ellos el deseo de adquirirlos.

_ Enrique VIII (1491–1547)


Cuando Enrique VIII ascendió al trono en 1509, su posición era muy diferente de la que había
ocupado su padre en 1485. Todo estaba a su favor, su popularidad estaba en pleno aumento y era
un joven monarca amado por su pueblo. Durante los primeros años de su reinado el gobierno del
país se movió sin problemas siguiendo los carriles que había fijado Enrique VII. No hubo nada que
perturbara la tranquilidad interna.

Al no tener demasiadas cosas en que ocupar su atención internamente, Enrique VIII se volcó a
las cuestiones exteriores. Allí el nuevo rey encontró pronto un terreno fértil para sus ambiciones.
Mediante guerra y diplomacia, alianzas y matrimonios, Enrique reforzó sus pretensiones domésticas
y de ultramar. En todo lo que hizo, Enrique VIII se mostró como un monarca absolutista, lleno de
egoísmo y crueldad. Sus políticas fueron dictadas por sus fines egoístas, y fueron llevadas a cabo
mediante medios arbitrarios. Sin embargo, produjeron resultados que no estuvieron en divergencia
con la voluntad nacional. La separación de la Iglesia de Inglaterra respecto a Roma, por ejemplo, no
se podría haber logrado de no haber sido expresión de los deseos de una buena parte de la nación.
Particularmente el anticlericalismo generalizado de la gente común y la codicia por las tierras y
bienes eclesiásticos por parte de la nobleza fueron factores importantes que respaldaron el
proyecto separatista de Enrique.

Además, el alcance de su poder estuvo mayormente velado. Enrique supo cubrir sus acciones
con un manto de legalidad y preservó las formas externas de la ley mientras cometía las injusticias
más grandes. Sus crímenes judiciales afectaron comparativamente a pocos individuos, mientras que
la mayoría de las personas recibió en sus cortes una justicia más o menos equilibrada, que no
hubieran tenido con un monarca más débil. Quizás es por esto que su liderazgo despótico pudo
llevar a Inglaterra a través de un proceso de revuelta eclesiástica con un mínimo de derramamiento
de sangre.

Esto es un hecho importante para notar. La tolerancia era un principio desconocido en el siglo
XVI. Al dividirse la nación entre católicos y protestantes, el resultado debería haber sido una guerra
civil o una persecución en una escala mucho más grande que la promovida por Enrique. Esto es lo
que ocurrió en la experiencia continental. Las ejecuciones de Enrique figuran en las páginas de la
historia en razón de que muchas de sus víctimas fueron personas de alta posición y porque a
menudo fueron manifestaciones de su voluntad despótica. No obstante, el derramamiento de
sangre fue mucho menor en Inglaterra que en cualquier país del continente que pasó por cambios
similares. Elton dice: “Cualquiera haya sido el horror de Europa, Inglaterra tomó la revolución con
bastante calma,” y agrega, “no hubo una persecución generalizada de los católicos mientras vivió
Enrique, si bien algunos pocos sufrieron.” Por otro lado, su gobierno firme aseguró la prosperidad
material de su pueblo y logró el respaldo de las mayorías.

W. E. Lunt: “Es debatible cuánto Enrique puede haber violado el sentimiento moral o los
ideales políticos de su tiempo, pero los resultados de su gobierno fueron juzgados por sus
contemporáneos como conducentes al bienestar general. Sólo así podemos explicar el
mantenimiento de un absolutismo tal no sólo sin la fuerza de las armas sino incluso sin
protestas serias de parte de algún sector importante de la nación.”

En este sentido, la iniciativa de Enrique de separar a la Iglesia de Inglaterra de Roma, aventó el


espíritu nacionalista inglés. Como señala Williston Walker: “Al comienzo del reinado de Enrique VIII
nada hacía presumir un cambio de la situación eclesiástica existente. Se destacaba, sin embargo, un
rasgo de la vida nacional que habría de ser la base del apoyo de Enrique VIII. Éste era una conciencia
nacional fuertemente desarrollada—un sentimiento de Inglaterra para los ingleses—que fácilmente
se levantaba contra toda intromisión extranjera, de cualquier origen que fuera.”

_ La Reforma en Inglaterra
La Reforma de la Iglesia en Inglaterra, como se indicó, fue muy diferente de la Reforma en
Europa continental. La idea de una Reforma de la Iglesia no era nueva en Inglaterra. Uno de los
“reformadores antes de la Reforma” más tempranos fue Juan Wycliffe (1320–1384), y uno de los
defensores más radicales de un Concilio General como la autoridad suprema en la Iglesia fue otro
inglés: Guillermo de Ockham (1300–1349). En 1526, después de una visita a Lutero, Guillermo
Tyndale (1494–1536) publicó una versión en inglés no autorizada del Nuevo Testamento. Muchas
copias fueron secuestradas y quemadas, y Tyndale mismo murió por su fe diez años más tarde. Con
posterioridad (1537), Miles Coverdale (1488–1568) publicó una versión inglesa de toda la Biblia.

No obstante, los reyes ingleses mantuvieron al país fiel a la Iglesia Católica Romana, aunque no
estuvieron muy de acuerdo en que el Papa interviniera en sus asuntos internos. El rey Juan sin Tierra
había aceptado con sumisión su corona de manos del papa Inocencio III, en 1215. El segundo
monarca Tudor, Enrique VIII, en 1521 escribió un libro (Afirmación de los siete sacramentos)
respondiendo al tratado de Lutero, La cautividad babilónica de la Iglesia, y atacando sus enseñanzas
sobre los sacramentos. Como resultado de ello, los monarcas ingleses han ostentado desde
entonces el título de “Defensores de la Fe”. Elton señala que “a lo largo del siglo XV y
posteriormente, la Corona inglesa mantuvo la relación más amistosa con Roma, e Inglaterra fue el
más papista de los países.” Sin embargo, al igual que otros monarcas europeos, los Tudor quisieron
gobernar su propia tierra sin la ayuda o interferencia del Papa. La conclusión de Elton a la actitud de
Enrique es la siguiente: “La causa principal y real de la Reforma fue política. Todo el anticlericalismo
del pueblo que pueda haber habido, apoyado por las objeciones nacionalistas a la interferencia
foránea del Papa en Inglaterra, no habría conducido a una ruptura con Roma si la Corona no hubiera
considerado necesario confrontar el control papal de la Iglesia.”

La revuelta inglesa. Algunos historiadores del cristianismo, como Williston Walker, prefieren
hablar de una Revuelta o Revolución Inglesa en lugar de una Reforma Inglesa cuando se refieren al
proceso religioso del siglo XVI en Inglaterra. Según Owen Chadwick: “La Reforma Inglesa fue
enfáticamente una revolución política, y su autor el rey Enrique VIII resistió, por algún tiempo con
ferocidad, muchas de las consecuencias religiosas que acompañaron a los cambios legales en otras
partes de Europa.”

Si bien de muchas maneras Inglaterra siguió su propio derrotero político, los Tudor continuaron
involucrados en la política de Europa continental. Esto fue así en razón de la costumbre de que los
monarcas debían casarse con mujeres de sangre real o noble, frecuentemente hijas de otros reyes.
En 1509, Enrique se casó con una princesa española, Catalina de Aragón (1485–1536), hija de los
Reyes Católicos y tía del gobernante más poderoso en Europa, el emperador Carlos V. La reina
Catalina había sido comprometida en matrimonio anteriormente con el hermano mayor de Enrique,
Arturo, quien murió antes de llegar a ser rey y de que se consumara el matrimonio. En los dieciocho
años que vivió con Enrique tuvo varios hijos, pero todos murieron al nacer o muy pequeños. La única
que sobrevivió fue una hija, María, que siempre fue muy débil físicamente. Enrique temía que jamás
tendría un hijo varón que lo heredase en el trono. Así que, al no poder tener un hijo varón y al
sentirse atraído por una dama de la corte, Ana Bolena (1507–1536), decidió divorciarse. Llegó a
pensar que su matrimonio con Catalina no era válido, debido a que era ilegal para un hombre
casarse con la viuda de su hermano (incesto), si bien el Papa en su momento había dado una
dispensa especial para su matrimonio.

Hay diferentes interpretaciones de las motivaciones de Enrique para divorciarse de la reina e


incluso más todavía en cuanto a las circunstancias reales que llevaron a la Revuelta inglesa. Las
opiniones difieren entre autores católicos y protestantes. De todos modos, para poder divorciarse
de Catalina, Enrique necesitaba de una dispensa especial del papa Clemente VII. Así es que le pidió
a su canciller, Tomás Wolsey (1475–1530), cardenal arzobispo de York, que hiciera los arreglos
necesarios para la anulación de su matrimonio o que fuese declarado inválido. Pero Wolsey fracasó
en estas gestiones (1529) porque el Papa se hallaba presionado por Carlos V, que era sobrino de
Catalina. Un teólogo de la Universidad de Cambridge, Tomás Cranmer (1489–1556), sugirió que se
le pidiera consejo jurídico a las universidades de Europa. Las respuestas favorecieron
mayoritariamente la anulación, pero el Papa no iba a cambiar de parecer. Enrique, entonces, tomó
las cosas en sus manos e hizo que el clero inglés lo declarara “único y supremo señor” de la Iglesia
de Inglaterra. Para entonces, Cranmer había sido nombrado arzobispo de Canterbury y primado de
la Iglesia de Inglaterra. En ejercicio de sus funciones, Cranmer anuló el matrimonio de Enrique, quien
se casó con Ana Bolena, en 1533.

Al año siguiente (1534), el Parlamento regularizó la situación con el Acta de Supremacía, que
declaraba que el rey era “la única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra,” con lo cual
la Iglesia inglesa quedaba fuera de la jurisdicción del Papa. Con esto quedaba también consumada
la separación de Roma. Esto dejó a los ingleses en una situación extraña ya que pertenecían a una
Iglesia Católica, pero que rechazaba la autoridad del Papa. No todos estuvieron de acuerdo con estos
cambios y algunos murieron por ser leales al Papa, entre ellos Tomás Moro (1478–1535), que había
sucedido a Wolsey como canciller y fue autor de la célebre obra Utopía, en la que contrasta el
mundo tal como es y como debería ser.

Las maniobras arteras de Enrique en cuanto a su sucesión no lo beneficiaron en su política con


respecto a la Iglesia. Una cosa hubiera sido que él le pidiera a sus súbditos que aceptaran sus planes
en cuanto a la sucesión al trono. Pero algo totalmente diferente era que él les exigiera que aceptaran
también los principios fundamentales que estaban expresados en su política respecto al Papa.
Muchas personas miraban con sospecha a estas demandas. La ejecución de Moro y otros opositores
sirvió para mostrar que Enrique estaba bien plantado en su nueva política y que a través de las
resoluciones del Parlamento u otros medios él tenía el poder legal para aplastar a la oposición.

Otro personaje importante en estos episodios fue Tomás Cromwell (1485–1540), que fue
viceregente del rey para asuntos eclesiásticos y que puso en marcha las “reformas” de Enrique,
hasta que cayó en desgracia y fue decapitado. Cromwell fue el artífice de las confiscaciones de
monasterios y propiedades eclesiásticas, cuyas rentas alimentaron el voraz apetito del rey para el
mantenimiento de su corte despilfarradora y sirvieron para comprar a los nobles a su causa.

La característica sobresaliente de la Revuelta inglesa fue que no tuvo un líder religioso


prominente, como Lutero en Alemania o Zuinglio y Calvino en Suiza. Sus motivos fueron más
políticos y sociales en su carácter que una verdadera revolución religiosa. Esta es la razón por la que
no provocó un auténtico avivamiento espiritual en el pueblo. Además, la Revuelta inglesa (a
diferencia del luteranismo y el calvinismo) no se esparció fuera de Inglaterra y fue una reforma a
medias dado que no rompió de manera total con la teología católica romana. La corona tomó el
control del movimiento y este hecho mismo explica por qué fue menos radical que los movimientos
en el continente. En general, su teología fue una mezcla de luteranismo, calvinismo y catolicismo, si
bien el tipo de adoración fue más católico que protestante, como también lo fue su estructura
eclesiástica.

Además, algunos de los cambios que se produjeron en la Iglesia de Inglaterra fueron


contradictorios. Enrique nunca dejó de ser católico en materia doctrinal, sin embargo, bajo la
dirección de Cromwell, mandó confiscar monasterios al tiempo que autorizó la publicación de la
Biblia de Miles Coverdale, que estaba basada en una traducción hecha por Guillermo Tyndale, y
hacía sus máximas concesiones al protestantismo por medio de los Diez Artículos (1536). Por otro
lado, por el Acta de los Seis Artículos (1539) afirmaba la transubstanciación, la confesión, el celibato
del clero, el derecho a misas privadas y la validez de los votos monacales.

El protestantismo en Inglaterra. La Reforma protestante en Inglaterra tomó un curso


peculiarmente propio. Los reyes fueron los que controlaron y regularon las creencias y prácticas
religiosas de sus súbditos. Enrique VIII realmente no tenía la más mínima intención de reformar la
doctrina de la iglesia, sino que estaba determinado simplemente a deshacerse de la jurisdicción
papal. Walker sugiere que “la posición religiosa del propio Enrique era la de un católico ortodoxo,
salvo en que había sustituido la autoridad del Papa por la suya propia.” George Park Fisher señala
que “el rasgo distintivo de la Reformación inglesa, no consistió en haberse separado de la sede papal
toda una comunidad política … porque lo mismo sucedió en otras partes donde llegó a predominar
la Reforma, sino en el hecho de que dicha separación dio por resultado inmediato un abandono
demasiado pequeño del sistema dogmático de la edad media.”

Sin embargo, incluso durante el reinado de Enrique, hubo aquellos que deseaban una reforma
más completa de la religión estatal que la que el rey estaba dispuesto a admitir. Por supuesto,
durante el reinado de Enrique VIII, la uniformidad fue mantenida por medio de la represión y la
fuerza. No había muchas posibilidades para una reforma más profunda de la Iglesia inglesa ni
libertad para los individuos que tenían otras afiliaciones religiosas. Pero la comprensión oficial de la
fe cristiana no fue la única en el espectro religioso del siglo XVI. Algunas expresiones protestantes
encontraron su lugar en Inglaterra y comenzaron a desarrollar conventículos en secreto,
conduciendo sus propios servicios de adoración.

El protestantismo en Inglaterra no fue primero y antes que nada un acto de la corona. Las ideas
protestantes estuvieron esparciéndose en Inglaterra incluso confrontando la oposición del rey.
Como ha afirmado A. G. Dickens: “Esta extensión del protestantismo no fue producida
primariamente por los actos del Estado. Al igual que en los Países Bajos y en Escocia, las creencias
protestantes avanzaron en algunos momentos en las fauces de la oposición real de los gobiernos.”

¿Quiénes fueron estos hombres y mujeres que procuraron una reforma de la Iglesia de
Inglaterra y que en diversas maneras expresaron sus inquietudes por una fe más bíblica?

Maynard Smith: “Estas fueron personas que habían heredado las tradiciones de los
lolardos; fueron personas que habían sido discipuladas por los anabautistas de los Países
Bajos, personas que habían leído los tratados luteranos traducidos al inglés, personas que
habían leído el Nuevo Testamento en inglés y encontrado las notas de más actualidad que
el texto. Muchas de ellas eran celosas y estaban orientadas espiritualmente, la mayoría
probablemente era más inteligente que la mayoría convencional, pero era casi tan
ignorante. No obstante, creían en su propia iluminación, y pensaban que se encontraban en
el carromato del progreso; pensaban que era su vocación romper los grillos del pasado y
destrozar la superstición; comenzaron a hacerlo cargados con los esloganes que se les
habían enseñado.”
El protestantismo llegó a Inglaterra a través de canales intelectuales y comerciales bien
establecidos con Alemania y los Países Bajos. La influencia alemana fue la primera y la más fuerte, y
afectó los círculos más altos de la vida intelectual inglesa. Miembros de la Universidad de Cambridge
en particular fueron los primeros en ser persuadidos, y el protestantismo que ellos adoptaron fue
de tipo luterano. Tan fuerte fue el compromiso de unas pocas personas a la nueva enseñanza que
desde comienzos de la década de 1520 ingleses nativos se involucraron en la propaganda a favor
del protestantismo.

El luteranismo había sido introducido temprano en Inglaterra. Trevelyan dice: “Las doctrinas
luteranas apenas habían sido proclamadas en Wittenberg cuando se transformaron en un poder en
Inglaterra, si bien todavía bajo la condena de la Iglesia y el Estado. Inmediatamente ellas absorbieron
a los lolardos en el movimiento protestante.” Los escritos de Lutero pronto comenzaron a encontrar
ávidos lectores en Inglaterra, y ejercieron alguna influencia sobre el pensamiento inglés ya antes de
1529, si bien es imposible decir cuántos discípulos obtuvieron. Elton afirma que “en los años de
1520 una forma diferente de herejía [diferente del lolardismo] comenzó a aparecer, y los obispos,
procurando hacerle frente, muchas veces confundieron a las dos. Las universidades, especialmente
Cambridge, comenzaron a responder a las enseñanzas de Lutero en el continente.” Y ya se mencionó
que Enrique VIII en 1521 reaccionó contra las enseñanzas de Lutero sobre los sacramentos con su
libro Assertio septem sacramentorum.

Además, el lolardismo todavía tenía adherentes en los distritos locales y entre personas de los
niveles sociales más bajos. Fisher es de la opinión de que “hay razón para creer que aun a principios
del siglo XVI, había entre la población rural de Inglaterra muchos lolardos, o discípulos de Wickliffe.”
Dickens señala: “Si bien durante la primera cuarta parte del siglo XVI se registran muchos casos de
lolardismo, es difícil que las investigaciones modernas se animen a hacer alguna estimación
estadística del problema, porque una larga experiencia ha hecho de los lolardos adeptos en el arte
del ocultamiento.” Albert H. Newman afirma que “el cristianismo evangélico, en la forma del
lolardismo, persistió en Inglaterra y Escocia con considerable vigor hasta después de la inauguración
de la Revolución protestante.”

Los dos movimientos (lolardismo y luteranismo) pueden haber estado operando de manera
paralela: el uno, el más nuevo, vigoroso y efectivo especialmente en los círculos intelectuales y
universitarios; el otro, el más viejo, pero menos fuerte y efectivo, en los círculos donde no era muy
probable que el movimiento tuviese alguna influencia significativa sobre la vida religiosa de todo el
reino. La actitud del gobierno hacia estas dos herejías jamás estuvo en dudas en los años de 1520.
Enrique VIII estaba convencido que él era el “defensor de la fe” católica ortodoxa.

La actitud meramente política y antipapal del rey no fue, entonces, la única expresión de la
Reforma inglesa. Un conglomerado de varios movimientos tiene que ser tomado en cuenta para
explicarla. La revuelta oficial de la corona, comenzada bajo Enrique VIII y continuada bajo su hija
Isabel, que rompió con Roma y erigió la supremacía eclesiástica de la corona inglesa, debe ser
diferenciada de la reforma teológica de orientación marcadamente protestante. Esta reforma
teológica, ajena a las consideraciones puramente políticas, “fue el proceso por el cual las ideas que
se tornaron características del curso principal del protestantismo inglés se fueron trabajando entre
aquellos que posteriormente llegaron a ser los patrones y misioneros del protestantismo.”

Roger B. Manning: “Este movimiento comenzó con los luteranos de la posada Casa Blanca
en Cambridge en los años de 1520; incluyó a Tyndale, Frith y a los exiliados de los días de
Enrique, a Tomás Cromwell y su círculo de reformadores erasmianos, a obispos de los días
de Enrique y Eduardo como Cranmer, Latimer y Hooper, casas aristocráticas como las de la
reina Catalina Parr, y los exiliados de tiempos de María; y culminó en el movimiento puritano
isabelino y la obra de Richard Hooker. Como movimiento de reforma teológica fue diverso
y abrazó una variedad de cepas erasmianas y protestantes.”

La complejidad del protestantismo inglés temprano no es fácil de descifrar. Es todavía más difícil
tratar de marcar los límites entre las diferentes líneas teológicas que se estuvieron desarrollando.
Algunas de las herejías consideradas en la convocación de 1536 “podían tener un origen
directamente luterano; muchas eran más incuestionablemente derivadas del lolardismo; algunas
pocas pudieron venir de ambos movimientos, mientras que otras pudieron ser ya sea anabautistas
o lolardas.” Además, esta diversidad fue estimulada por el carácter no oficial del protestantismo
inglés durante la mayor parte del reinado de Enrique VIII. Manning señala este factor cuando dice
que “en general la reforma oficial no miró más allá del mantenimiento de la supremacía real y la
uniformidad litúrgica.” Y agrega: “Las reformas teológica y popular ocurrieron mayormente bajo los
auspicios de un patronazgo no oficial o como mucho semioficial, y debido a fuerzas políticas,
intelectuales y sociales mayormente fuera del control de los gobiernos Tudor.”

_ El desarrollo de la Reforma inglesa


Protestantismo y reacción (1547–1558). Cuando Enrique murió, fue sucedido por su hijo
Eduardo VI (1537–1553), que tenía nueve años y que gobernó seis años. Al principio lo hizo bajo la
tutoría de Eduardo Seymour, duque de Somerset (1506–1552), que era hermano de la madre de
Eduardo y tercera esposa de Enrique VIII, Juana Seymour, y simpatizaba con el ala protestante.
Durante su reinado, Cranmer pudo llevar adelante la promoción del protestantismo. Entre las
medidas tomadas durante este período de mayor tolerancia estuvieron: la administración de la copa
a los laicos; la confiscación de tierras eclesiásticas, especialmente las llamadas chantries, o sea,
capillas en las que se decían misas; la confiscación de propiedades de cofradías y congregaciones
religiosas; la abrogación de los Seis Artículos; la condena de las imágenes en las iglesias; el
matrimonio del clero; sendas actas de uniformidad que imponían el uso del Libro de oración común
en inglés. En 1549, en medio de muchos de estos cambios, Somerset fue depuesto como Protector
por Juan Dudley, conde de Warwick (1502–1553), quien ocupó su lugar como duque de
Northumberland y que promovió todavía más la causa protestante por razones de orden político.

Todos estos cambios terminaron cuando sobrevino la muerte de Eduardo y se produjo la


ascensión al trono de María Tudor (1516–1558), la hija de Catalina de Aragón. María era católica,
como su madre, y se casó con Felipe II de España. El pueblo inglés no la quería. Su reinado triste
duró sólo cinco años, en los que destiló su resentimiento por la anulación del casamiento de sus
padres. Con la ayuda del cardenal Reginaldo Pole (1500–1558) revocó los cambios realizados en la
Iglesia de Inglaterra desde 1529 y procuró imponer nuevamente el catolicismo en su reino. Muchos
resistieron estas medidas y fueron ejecutados, entre ellos Tomás Cranmer. La persecución de
protestantes fue severa y varios líderes eclesiásticos terminaron en la hoguera, como Juan Rogers
(1500–1555), Hugo Latimer (1485–1555), Nicolás Ridley (1500–1555) y Juan Hooper (1495–1555).
Todo esto hizo que María recibiera el mote de “la sanguinaria” y que se despertara en Inglaterra un
profundo sentimiento anti-romanista.

Establecimiento de la Iglesia de Inglaterra (1558–1603). María no dejó herederos y fue sucedida


por Isabel I (1533–1603), la hija de Ana Bolena. Isabel no hizo públicas sus convicciones religiosas,
pero fue educada en el protestantismo y su legitimidad como reina dependía de los hechos que
establecieron la Iglesia de Inglaterra como Iglesia separada de Roma. El Papa no la reconoció como
reina, España tampoco porque su rey Felipe II pretendía ser el sucesor legítimo como esposo de
María. Por ello, en 1588 envió a su Armada Invencible, que fracasó rotundamente en su intento de
liquidar a la armada inglesa e invadir Inglaterra. Además, durante todo su reinado, Isabel sufrió un
complot detrás del otro para derrocarla. Esto alentó los sentimientos anticatólicos en la población,
porque Isabel era una reina muy popular.

Su reinado fue el período de oro del renacimiento inglés (o renacimiento isabelino) y fue en él
que la Iglesia de Inglaterra se estableció sobre bases más permanentes. Isabel contó para su
proyecto monárquico con la ayuda de uno de los más cautos e inteligentes estadistas de Inglaterra,
Guillermo Cecil (1521–1598). El período isabelino fue el período de los logros culturales más
grandes. Músicos, poetas, artistas, dramaturgos (como William Shakespeare) fueron los más
grandes de aquel tiempo, mientras los navegantes y exploradores ingleses (como Sir Francis Drake)
recorrían los océanos de todo el mundo. En 1559 el Parlamento proclamó a Isabel como
“gobernadora suprema de la Iglesia de Inglaterra” mediante la Segunda Acta de Supremacía, que
declaraba también que la fe ortodoxa era la que se enseñaba en la Biblia, en los primeros cuatro
concilios ecuménicos (de Nicea a Calcedonia), y en las Actas del Parlamento. Además, se rechazaba
la autoridad del Papa y todos los pagos y apelaciones a él. El proceso se completó con la adopción
de una nueva versión del Libro de oración común (1559) y la confesión oficial de los Treinta y nueve
artículos (1563), que presentan una tendencia calvinista y que constituyen la declaración de fe de la
Iglesia de Inglaterra. Isabel nombró nuevos obispos y designó a Mateo Parker (1504–1575) como
arzobispo de Canterbury.

De esta manera, hacia el año 1563, la corona de Isabel estaba sólidamente afirmada, pero se
veía amenazada por dos lados: por el de Roma, y aún más peligrosamente, por el de los
reformadores más fanáticos que luego serían conocidos como los puritanos. La corona inglesa había
ido demasiado lejos en sus pretensiones de independizarse de Roma, por eso en 1570 el Papa
excomulgó y depuso a Isabel y puso bajo el bando a Inglaterra. Esto significaba que cualquier nación
podía conquistarla, contando para ello con la aprobación papal. Ya se vio que Felipe II intentó
hacerlo en 1588 con su Armada Invencible, pero fue derrotado.
Un elemento distintivo de la Revuelta inglesa fue su carácter pragmático más que reflexivo, es
decir, los líderes de la Iglesia de Inglaterra se mostraron siempre más interesados por asuntos
prácticos, como el gobierno de la Iglesia y la adoración, que en cuestiones de teología dogmática.
Así, pues, mientras los europeos en el continente discutían acerca de la relación de las dos
naturalezas de Cristo y la predestinación, los ingleses se dividían por asuntos de gobierno
eclesiástico. Estas disputas dieron lugar al surgimiento de diversos grupos que se fueron
identificando como episcopales, presbiterianos y congregacionalistas. En general, la teología
fundamental de estas diversas expresiones del protestantismo inglés era la misma, pero diferían
profundamente en cuestiones eclesiológicas y litúrgicas.

El teólogo anglicano más importante del siglo XVI fue Ricardo Hooker (1553–1600), cuya obra
más destacada tiene que ver con el gobierno episcopal de la Iglesia y lleva por título Leyes de política
eclesiástica (1594, 1597). Hooker expresa la idea anglicana característica de que la fuente o el origen
de la verdad cristiana no es uno sino muchos. Según él, creemos la verdad de la Biblia porque la
Iglesia y el pueblo cristiano la han afirmado. De este modo, el anglicanismo terminó ocupando una
posición intermedia entre el catolicismo y el zuinglianismo. En materia de eclesiología, Hooker
enseñaba que ninguna forma de gobierno eclesiástico podía pretender una base segura en la Biblia
o en la Iglesia primitiva. Pero al igual que todos los anglicanos de su tiempo, insistía en la necesidad
de una forma de adoración uniforme y oficial. En definitiva, el anglicanismo siguió una singular via
media, que ha sido su sello distintivo a lo largo de los siglos.

LA REFORMA EN ESCOCIA

_ Trasfondo de la Reforma en Escocia


La Escocia de principios del siglo XVI era un país sumido en el feudalismo con una corona débil
e incapaz, una nobleza empobrecida y una Iglesia inmensamente rica en tierras y muy secularizada.
Al igual que en el continente, la Reforma en Escocia fue producto del espíritu crítico propio del
Renacimiento y del deseo de encontrar satisfacción espiritual en una Iglesia decadente. No
obstante, para entender la Reforma en Escocia es necesario considerar los factores políticos y
económicos con los que estaba entramada la cuestión religiosa. En realidad los hilos están tan
estrechamente ligados que es difícil desenmarañarlos.

El trasfondo político tiene que ver con la rivalidad de los intereses franceses e ingleses en Escocia
y la lucha entre la corona y los nobles. Estos viejos conflictos asumieron un tinte religioso. Francia
representaba a la vieja religión católica, mientras que Inglaterra se afirmó como potencia anti-papal.
Entre los anglófilos había algunos que eran simpatizantes del protestantismo y otros que eran
nobles con aspiraciones políticas y económicas. El rey Jacobo V (1524–1542) estaba del lado de
Francia, pero con su muerte, Enrique VIII vio la oportunidad para adueñarse de Escocia. Después de
numerosos conflictos, finalmente para 1558 el reino estaba más bajo el dominio de Francia que de
los ingleses. Esta influencia católica francesa fue la que finalmente llevó a la revolución protestante.
El trasfondo económico tiene que ver con las riquezas de la Iglesia en Escocia. Si bien la fortuna
de la vieja Iglesia en Escocia mejoraba o declinaba con los cambios en la situación política, su
posición se fue deteriorando notablemente bajo la influencia de la presión económica. La Iglesia era
dueña de la mayor parte de la riqueza del reino. Al comienzo de la Reforma sus ingresos eran por lo
menos diecisiete veces mayores que los de la propia corona, que debía recurrir frecuentemente a
las arcas eclesiásticas para resolver sus problemas financieros. Además, la Iglesia no sufría tanto la
inflación porque cobraba impuestos cada vez mayores y aumentaba las tarifas por sus servicios
religiosos. Pero estos recursos sólo beneficiaban a la jerarquía de la Iglesia. Mientras la corona, la
nobleza y el bajo clero se empobrecían, los jerarcas de la Iglesia se hacían cada vez más ricos.

J. D. Mackie: “Saqueada por la corona, envidiada por los nobles, sospechada por los pobres,
la Iglesia estaba bien abierta a los ataques de aquellos que esperaban curar sus pesares
económicos abrazando la causa de la Reforma. El preludio al año de crisis de 1559 fue la
“Convocación de los Mendigos,” clavada sobre las puertas de las casas de los frailes el 1 de
enero de 1559, convocando a los ocupantes a salir y ocuparse ellos mismos en un trabajo
honesto dejando sus riquezas a las viudas, huérfanos, los enfermos y los pobres.”

El trasfondo religioso está ligado estrechamente a los dos anteriores. El estado de la Iglesia
escocesa en este tiempo hacía que muchos dudaran de si el servicio religioso que ella prestaba
guardaba relación alguna con los enormes privilegios que gozaba. Las críticas se fueron sumando y
creando un ambiente de disconformidad propicio para el cambio. Además, el país estaba preparado
para la Reforma por la educación de algunos sectores sociales, el constante intercambio con Francia
y los Países Bajos, y la simpatía de los estudiantes escoceses por los primeros movimientos de
reforma en Inglaterra y Bohemia.

El luteranismo se infiltró en Escocia ya durante el reinado de Jacobo V, pero sin mayor éxito
debido a la oposición del rey y del obispo de San Andrés, Jacobo Beaton (m. 1539). Varios
protestantes sufrieron como resultado de esta persecución. El primer mártir de la fe reformada en
Escocia fue Patricio Hamilton (1504–1528), quien había visitado Wittenberg y estudiado en
Magdeburgo. Hamilton predicó el luteranismo y terminó en la hoguera en 1528. En 1543, el
Parlamento escocés autorizó la lectura y traducción de la Biblia. El principal predicador protestante
en este tiempo fue Jorge Wishart (1513–1546), quien también terminó sus días en la hoguera.
Durante la minoría de edad de María Estuardo (1542–1587), la hija de Jacobo V, el protestantismo
hizo notables progresos. En 1546 un motín de protestantes terminó en el asesinato del cardenal
David Beaton (1494–1546), arzobispo de Edimburgo. Entre los amotinados estaba Juan Knox, que
se convirtió en su consejero espiritual. En 1554 asumió la regencia de Escocia la viuda de Jacobo V,
María de Guisa, demasiado débil para oponerse al lento pero persistente avance del calvinismo en
Escocia. Sin embargo, la oportunidad para la Reforma se presentó bajo el reinado de María Estuardo,
hija de Jacobo V y viuda del rey de Francia, Francisco II (1544–1560).

Al morir su marido, María no pudo sostenerse en el trono escocés por las intrigas de la nobleza
protestante liderada por su medio hermano, el conde de Murray (1531–1570), de tendencia
protestante. En 1557 algunos grandes nobles y otros firmaron el primer Pacto formal, que obligaba
a la “Congregación de Cristo” a resistir a la “Congregación de Satanás,” lo que creó un instrumento
que, renovado cuatro veces más, sirvió para unir a los protestantes y darles una base sólida para
enfrentar con ventajas la crisis de 1559–1560.

Después de un corto destierro, María Estuardo fue invitada por los católicos y por los mismos
protestantes a regresar a Escocia (1561). Casada en segundas nupcias con Enrique Darnley (1545–
1567), uno de los nietos de Enrique VII, éste terminó asesinado. Al casarse en terceras nupcias con
el conde Bothwell (1536–1578), uno de los asesinos de su segundo marido, fue acusada de
complicidad en el crimen y los protestantes exigieron que fuera ejecutada. María tuvo que abdicar
a favor de su hijo Jacobo VI (1566–1625), que tenía apenas un año de edad. La regencia cayó en
manos del conde de Murray. María huyó a Inglaterra para buscar refugio junto a su prima Isabel I,
en 1568, pero ésta la mandó apresar y la mantuvo encarcelada durante diecinueve años, hasta que
la hizo ajusticiar por “alta traición” (1587). Para entonces, el protestantismo escocés había
encontrado vía libre para su difusión en el reino y consiguió el control del Parlamento escocés.

_ Juan Knox (c. 1514–1572)


El principal protagonista de la Reforma en Escocia fue Juan Knox. Había sido educado y ordenado
como sacerdote, si bien nunca ejerció como clérigo. Conocía bien el latín pero poco el griego. Actuó
como escribano durante algún tiempo, pero el estudio de Jerónimo y Agustín lo convencieron de
que mucho del saber antiguo era pura superchería. Knox también había estudiado con Calvino en
Ginebra, y por su fe y convicciones políticas había sido puesto preso en las galeras por un año y
medio. Después de ser liberado (1549) fue a Inglaterra, donde predicó atacando la misa como un
acto idolátrico. Durante el reinado de Eduardo VI fue uno de los seis Capellanes Reales y tuvo parte
en la preparación del Segundo Libro de Oración Común. Durante el reinado de María Tudor en
Inglaterra (1553) huyó a Europa (primero a Frankfort y después a Ginebra), donde se encontró con
Calvino, Bullinger y otros líderes suizos. En Ginebra trabajó en la versión ginebrina de la Biblia en
inglés.

Para muchos escoceses, la dependencia de Francia era tan odiosa como las pretensiones de
dominio inglés. Es así como las causas del protestantismo y la independencia nacional parecían
unirse en una. Knox llegó a transformarse en el líder de ambos movimientos. En 1555 regresó a
Escocia y predicó abiertamente la doctrina protestante, para volver a Ginebra al año siguiente,
donde escribió Primer toque de trompeta contra el monstruoso regimiento de mujeres (1558). En
este libro Knox indicaba que el reinado de mujeres contravenía la ley natural y divina: el ataque iba
dirigido contra María Tudor, María de Guisa y más tarde contra Isabel y María Estuardo.

Knox se propuso “aconsejar” a la reina de Escocia, pero también luchó por destituirla porque la
consideraba una usurpadora, y por ello fue perseguido tanto en Escocia como en Inglaterra. Sin
embargo, regresó a su país en 1559, aprovechando un tratado de paz que establecía cierta
tolerancia religiosa en Escocia. Allí se puso al frente del movimiento de reforma. Un año más tarde,
al morir la reina madre, María de Guisa, el Parlamento abolió el catolicismo y la jurisdicción papal,
e introdujo una constitución eclesiástica de tipo presbiteriano: el Primer libro de disciplina. El
Parlamento adoptó como credo del reino una confesión de fe calvinista, preparada por Knox.

Al regresar María Estuardo a Escocia (1561), Knox denunció sus misas y su vida cortesana. Knox
se entrevistó con ella tres veces y fue duro en sus ataques a la reina. Más tarde, cuando María huyó
a Inglaterra, el Parlamento proclamó el calvinismo como religión oficial del Estado y durante la
regencia de Murray los católicos fueron perseguidos. Así se constituyó la Iglesia de Escocia en forma
oficial, con total autonomía en sus asuntos internos a pesar de ser una Iglesia estatal. La Iglesia
escocesa adoptó una confesión de fe calvinista (Confesión Escocesa), que Knox ayudó a redactar, y
estableció una forma de gobierno eclesiástico presbiteriano pero descentralizada, a diferencia de
las demás iglesias reformadas.

Cuando Jacobo VI, el hijo de María Estuardo, asumió la corona de Escocia, comenzó un período
de mayor calma religiosa en el reino, pero pronto los calvinistas instigaron al rey para que
persiguiera a los católicos y a los anglicanos, más por razones de orden político que religioso. Al ser
nombrado rey de Inglaterra, cuando murió Isabel I, Escocia se unió al reino del sur en la persona de
su rey, quien gobernó como Jacobo I. No obstante, Escocia se afirmó en el calvinismo y el catolicismo
no desapareció por completo. Por el Pacto Nacional de 1648 los escoceses se inclinaron por el
“presbiterianismo”. Esto significaba que la autoridad estaba en manos de los presbiterios locales,
grupos de “ancianos” que gobernaban las iglesias en cada distrito particular y que examinaban,
ordenaban y removían ministros.

_ Características de la Reforma escocesa


A diferencia de la Reforma en Inglaterra, la Reforma escocesa en sus comienzos no tuvo mucho
que ver con cuestiones propiamente políticas ni fue liderada por el rey. Jacobo V dejó las cuestiones
religiosas totalmente en manos del clero. Además, estaba bajo la presión de Francia y del Papa que,
a principios del siglo XVI consideraban a Escocia como territorio católico. Por otro lado, los nobles
codiciaban las enormes riquezas de la Iglesia, especialmente en tierras y castillos y, en consecuencia,
estaban más abiertos a considerar un rompimiento con Roma e inclinarse al lado protestante con
tal de quedarse con los bienes eclesiásticos. Pero el monarca no podía romper tan fácilmente con
Roma, porque eso significaba perder el apoyo de sus viejos aliados católicos.

George T. Warner, C. Henry K Marten y D. Erskine Muir: “La Iglesia en Escocia era rica, pero
mucho de su riqueza no era utilizado para fines eclesiásticos. Los obispos eran de lejos más
nobles que eclesiásticos—guerreros, ambiciosos de riquezas y mundanos. Generalmente
eran los hijos más jóvenes de grandes familias, que usaban su posición para saquear a la
Iglesia a favor de su propia casa. Peleaban entre ellos: cuando Jacobo Beaton, arzobispo de
San Andrés, le ordenó al prior de San Andrés corregir su vida inmoral, el prior—que
pertenecía a la más salvaje de todas las familias de las Tierras Bajas—contraatacó
levantando en armas a sus siervos y amenazando con hacer la guerra al arzobispo.
Incidentes de este tipo, que involucraban a magnates eclesiásticos, no eran de ningún modo
extraños. Los clérigos comunes eran pobres e ignorantes y de mala conducta.”
Por otro lado, en Inglaterra la corona se arrogó todo el poder que había ostentado el Papa: el
monarca era Cabeza de la Iglesia y el gobierno de la Iglesia era autoritario. En cambio, en la Iglesia
escocesa, el movimiento de Reforma nació como una revolución contra una reina ausente, que era
papista. En general, el apoyo de la corona a la Reforma fue débil y ésta se desarrolló bajo la amenaza
constante de una invasión papista desde el exterior y de la apostasía de gobernantes protestantes
en el interior. Por ello mismo, esta Iglesia no podía esperar que el Estado suprimiera a los opositores,
sino que debía defenderse sola. No es extraño, pues, que siguiera la doctrina calvinista que
enseñaba que el gobierno civil, si bien era considerado como una necesidad, debía ser reconocido
sólo cuando era conducido conforme a la Palabra de Dios.

Además, la Reforma escocesa siguió en todo el modelo de Calvino. Fue más doctrinal que
política; exaltó la Biblia como única regla de fe y orden; y, puso gran énfasis en la disciplina. Tuvo
éxito con todas las clases sociales ya que la nobleza la aceptó primero ofreciéndole su apoyo, y luego
le siguió la gente común. De este modo, surgió una sorprendente unanimidad religiosa entre los
escoceses. Por otro lado, fue una Reforma democrática, al menos mucho más que la Reforma
calvinista. Cada congregación tenía el derecho de escoger a su propio pastor. Había más libertad en
los Sínodos, las Sesiones y la Asamblea General. Puso énfasis sobre la educación, especialmente el
estudio de los idiomas bíblicos y la hermenéutica. Lamentablemente, fue muy intolerante con los
disidentes. No había muchos reformadores radicales en Escocia, pero Knox y sus seguidores no
tuvieron misericordia con ellos y especialmente con los católicos romanos.

J. D. Mackie: “La revolución de 1559–60 quedó muy lejos de sus esperanzas. No obstante,
fue un evento de primera importancia. Expulsó a la Iglesia Romana y, si bien no concretó
sus ideales, estableció el patrón de una nación organizada para la adoración a Dios
conforme a un sistema que hizo de la rectitud personal el deber de cada individuo. No todas
las personas fueron verdaderamente religiosas … No obstante, en lo principal el pueblo
escocés se transformó no sólo en temeroso de Dios sino en un pueblo que confió en Dios.
La medida de su confianza aparece en la adhesión general al Pacto que expresaba la
creencia que toda la nación era especialmente una con Jehová.”

LA REFORMA EN FRANCIA

_ Trasfondo de la Reforma en Francia


Francia fue el único país latino en el que arraigó con cierta fuerza la Reforma. El protestantismo
francés no procedía del luteranismo alemán, sino del calvinismo. En las filas protestantes francesas
figuraban personas de gran relieve e influencia.

Entre los precursores de la Reforma en Francia estaba Jacques Lefèvre de Étaples (1455–1536),
profesor de la Sorbona, quien ya en 1512 en su comentario sobre la Epístola a los Romanos,
anticipaba las enseñanzas de Lutero. Margarita de Angulema (1492–1549), hermana de Francisco I,
antes de ser reina de Navarra reunía en su casa a humanistas y reformadores con tendencia al
misticismo, que se oponían al escolasticismo medieval. Como la mayoría de los humanistas y
místicos, éstos no estaban a favor de hacer cambios en las instituciones externas y establecidas de
la Iglesia, pero sí aspiraban a un cristianismo más bíblico y a una espiritualidad más auténtica. Desde
Navarra y ciudades fronterizas como Estrasburgo y Ginebra se fueron infiltrando en Francia las ideas
protestantes. Cuando se publicó la Institución de Calvino, dedicada a Francisco I, el espíritu
revolucionario fue difundiéndose junto con sus ideas. En verdad, fue Calvino quien a través de su
obra introdujo la fe evangélica en Francia.

Durante el reinado de Francisco I (reinó de 1515 a 1547), el protestantismo no tuvo mayores


oportunidades de expansión. El monarca había obtenido el control de la Iglesia francesa con la firma
del Concordato de Bolonia con el Papa y no tenía ningún interés en promover el protestantismo en
su reino. No obstante, bajo el reinado de su sucesor, Enrique II (reinó de 1547 a 1559), el
protestantismo calvinista logró difundirse ampliamente entre la burguesía, a pesar de la enérgica
oposición del monarca. Enrique II inició la más cruel persecución contra los protestantes, que se
incrementó con su sucesor, Francisco II, casado con María Estuardo de Escocia, y por lo tanto,
celosamente católico. No obstante, para 1555 ya se había organizado la primera iglesia protestante
francesa siguiendo el modelo calvinista. Algunos nobles también se inclinaron a la fe calvinista, como
el rey de Navarra, Antonio de Borbón, casado con Juana de Albrit, hija de Margarita de Navarra,
hermana de Francisco I de Francia; Luis de Condé, hermano de Antonio de Borbón; el militar
Francisco d’Andelot; y algunos otros grandes señores, como el almirante Gaspar de Coligny (1519–
1572).

Los católicos, que constituían la mayoría de la población en Francia, consideraban como sus
líderes a la poderosa familia de los Guisa, en especial al duque Francisco de Guisa (1519–1563), que
había jugado un papel heroico en la defensa de la ciudad de Metz, contra las tropas de Carlos V
(1552). Después de la firma del Tratado de Cateau-Cambresis (1559), las luchas entre los Hapsburgos
y los Valois llegaron a su fin, liberando momentáneamente a Francia del temor de una invasión
extranjera. Esto dio lugar a luchas intestinas por el poder político entre las principales familias
francesas, especialmente los Borbones y los Guisa, que después de 1559 intentaron controlar a los
débiles monarcas Valois. Los primeros eran calvinistas y los segundos católicos, y esto dio lugar a un
turbulento período de las guerras de religión.

Los tres hijos de Enrique II, que lo sucedieron en el trono de Francia fueron sucesivamente,
Francisco II, adolescente de quince años de edad, que sólo reinó un año (1559–1560); Carlos IX
(1560–1574), coronado a los diez años y reinó bajo la regencia de su madre; y, Enrique III (1574–
1589), príncipe afeminado e incapaz. Los tres reyes, jóvenes y enfermizos, carecieron de la
capacidad y energía indispensables para afrontar las dificultades de la época. Cayeron bajo la
influencia de su madre, Catalina de Médicis (1519–1589), una princesa italiana carente de
escrúpulos, ambiciosa, audaz y preocupada en mantener la autoridad real a toda costa.

El debilitamiento de la autoridad real despertó en la alta nobleza católica y protestante—


apoyada por sus parciales—el deseo de asumir el gobierno del país. Al frente de los calvinistas,
llamados también hugonotes (probablemente del alemán eidgenossen, los juramentados),
figuraban las casas de Borbón, a la que pertenecían el príncipe Luis de Condé y Enrique, rey de
Navarra, y la de Montmorency, emparentada con Gaspar de Coligny. La familia de los Guisa
encabezaba a los católicos entre los que se contaban el duque de esa casa, Francisco, y el cardenal
de Lorena, hermano de Francisco y sumamente rico.

Al poco tiempo de subir al trono Carlos IX se iniciaron las hostilidades. En un encuentro murió
asesinado Francisco de Guisa y los calvinistas lograron una mayor influencia sobre el rey, con la
consiguiente alarma de Catalina de Médicis. Ella era católica, pero quería congraciarse con los
hugonotes. Así promulgó un edicto por el que autorizaba a los calvinistas a celebrar públicamente
su culto, siempre que lo hicieran afuera de las ciudades (1562). Pocos meses después, el duque de
Guisa atacó y asesinó a varios hugonotes en una granja en Vassy. La matanza de Vassy dio comienzo
a una serie de guerras de carácter religioso y de gran ferocidad, que se prolongaron hasta 1593. Los
católicos contaron con el apoyo de Felipe II de España, mientras que los protestantes con la ayuda
de Isabel de Inglaterra y de algunos príncipes alemanes. Como resultado de esto, Francia cayó en
un estado de completa pobreza y anarquía.

_ Los hugonotes franceses


Como se indicó, la influencia de Calvino había penetrado profundamente en Francia y los
protestantes franceses o “hugonotes”, como se los llamó desde 1557, se multiplicaron a pesar de la
persecución. Durante ocho años hubo guerra entre hugonotes y católicos, hasta que en 1570 se
firmó la Paz de San Germán, que fue una victoria para los hugonotes, porque se les permitió el culto
en cuatro ciudades.

Para consolidar la reconciliación de los dos partidos se arregló el matrimonio de Enrique de


Borbón, hijo del rey de Navarra (protestante) con Margarita de Valois, hermana de Carlos IX
(católica). Catalina de Médicis, celosa de la influencia del calvinista Gaspar de Coligny, quien había
sido el gestor de este arreglo con su hijo, resolvió eliminarlo. Para ello se concertó con Enrique de
Guisa, pero el plan fracasó. Carlos IX, indignado, juró vengar el agravio inferido a su consejero y
ordenó una investigación. Catalina, temerosa de que se descubriera su participación, convenció a
su hijo de que los protestantes estaban tramando su muerte y así obtuvo su consentimiento para
organizar la matanza de los principales líderes hugonotes.

La ocasión escogida para el atentado fue la boda de Enrique de Borbón con Margarita de Valois
en París, cuando se reunieron nobles católicos y hugonotes para celebrar tal evento. El 24 de agosto
de 1572, día de San Bartolomé, el partido católico, apoyado por el pueblo católico fanático de París,
inició una horrenda matanza de hugonotes, que luego se extendió a toda Francia. Coligny y miles de
hugonotes perecieron bajo la más extrema violencia. La noticia fue recibida con alegría en Roma
porque la causa católica en Francia se había salvado de un gran peligro.

Enrique Fliedner: “Coligny fue la primera víctima … El cuerpo decapitado fue paseado en
triunfo por las calles, llevado por un populacho delirante, y precipitado en el Sena. Desde
este momento, sólo se oyó en calles y casas el ruido de las armas, de las detonaciones de
los arcabuceros, los aullidos de los asesinos, los gemidos de los moribundos y los gritos
angustiosos de los que huían, los cuales encontraban la muerte dondequiera que buscaban
un refugio. Cuéntase también, que el rey, desde lo alto del balcón del Louvre, disparaba
sobre los que intentaban huir, ‘a fin, decía, de que no quedase un solo Hugonote para
acusarle’. La carnicería duró tres días y tres noches en París, de suerte que muy pocos
lograron escapar. Las principales ciudades del reino, tales como Orleáns, Lión, Tolosa y
muchas otras, tuvieron también su San Bartolomé; de manera que, según los cálculos más
moderados, veinte mil Hugonotes perdieron entonces la vida.

Esta monstruosa carnicería, perpetrada a favor de una traición infame, arrancó un inmenso grito
de horror a toda la cristiandad evangélica. Pero el papa Gregorio XIII triunfaba. Hizo cantar un Te
Deum, y para perpetuar el recuerdo de este sangriento auto de fe, hizo acuñar una medalla con la
inscripción siguiente: ‘El papa Gregorio XIII’ [anverso] y ‘Matanza de los Hugonotes, 1572’
[reverso].”

_ El desarrollo de la Reforma francesa


Después de este triste episodio, conocido como la Matanza de San Bartolomé, y como
consecuencia de la misma, se dieron cuatro guerras entre hugonotes y católicos. Los hugonotes
reaccionaron fundando la Unión Calvinista, que resultó ser como un verdadero estado protestante
dentro del reino de Francia y proclamó su absoluta desvinculación respecto de un monarca al que
consideraban “traidor y asesino.” Carlos IX murió poco después (1574), y su sucesor, Enrique III,
deseoso de calmar a los calvinistas, les acordó algunos privilegios, entre otros el de celebrar su culto
en toda Francia, excepto en la ciudad de París (1576). Los católicos, indignados por estas
concesiones, formaron la Santa Liga, que tuvo como jefe a Enrique de Guisa, hijo de Francisco.

La Santa Liga tenía propósitos tanto políticos como religiosos, tales como el reestablecimiento
de la religión católica como exclusiva y la restauración de los antiguos derechos, preeminencias y
libertades de las distintas comarcas de Francia. Por entonces, la muerte del único hermano de
Enrique III convirtió a Enrique de Borbón, rey de Navarra, líder de los hugonotes, en el heredero del
trono de Francia. La Santa Liga quiso impedir esto buscando el apoyo de Felipe II, pero fracasó al
llegar a su fin el gobierno de los Valois con la muerte de Enrique III (1589), que fue asesinado por un
fanático. Así comenzó el dominio de los Borbones (protestantes) con Enrique de Borbón, que se
proclamó rey de Francia con el nombre de Enrique IV.

Con la llegada al trono de Enrique IV en 1589, los hugonotes esperaban una mayor tolerancia
hacia su fe. No obstante, Enrique IV, por motivos políticos (ganar el favor de la mayoría católica y
poder instalarse en París) se convirtió al catolicismo (1593). Según se cuenta, dijo en tal oportunidad:
“París bien vale una misa.” La ciudad que estaba en manos de un ejército español, capituló en 1594.
La guerra continuó por unos tres años más hasta que terminó con la paz de Vervins (1598), por la
que Felipe II reconoció al nuevo monarca francés y Enrique obligó a los españoles a retirarse de
Francia. Más tarde, Enrique IV puso fin a las guerras de religión promulgando el Edicto de Nantes
(1598). Mediante este tratado, los hugonotes fueron admitidos a todas las funciones públicas, se
garantizó la libertad de conciencia en todo el reino, el culto público hugonote fue permitido en
ciertos lugares, se decretó la igualdad entre católicos y protestantes y los hijos de hugonotes no
podían ser obligados a recibir la enseñanza católica. En garantía del cumplimiento del edicto,
Enrique IV concedió a los protestantes un centenar de plazas fuertes, y les permitió reunirse en
asambleas generales para considerar sus propios asuntos (sínodos). El Edicto de Nantes proclamó
por primera vez la libertad religiosa en un país europeo y significó un adelanto en los tratados de
paz religiosa del siglo XVI. Bajo el reinado de Enrique IV, que logró pacificar al país, Francia prosperó
y experimentó notables progresos. Lamentablemente, el rey fue asesinado en 1610 por un fanático,
que con ello quería “salvar al catolicismo.”

Enrique IV fue sucedido en el trono por Luis XIII (1601–1643), de nueve años de edad, quien
gobernó bajo la regencia de su madre, María de Médicis (1573–1642). El matrimonio de Luis XIII con
Ana de Austria (1601–1666) dio lugar a varios levantamientos y protestas de los hugonotes, que
terminaron con el Tratado de Montpellier (1622). De todos modos, las iglesias hugonotes entraron
desde entonces en su período de prosperidad y crecimiento, conservando sus privilegios religiosos
a pesar de sufrir los ataques de los jesuitas y otras influencias católicas a medida que avanzaba el
siglo XVII. Armando Juan Du Plesis, cardenal de Richelieu (1585–1642) conquistó en 1628 la fortaleza
de La Rochela, que era un bastión de los hugonotes, y por el edicto de Nimes (1629) les revocó a
éstos todos sus privilegios políticos. Más tarde, la revocación del Edicto de Nantes, por Luis XIV, en
el año 1685, los redujo a la situación de Iglesia mártir, perseguida y proscrita, hasta la Revolución
Francesa (1789). Miles de sus miembros se vieron forzados a emigrar hacia Inglaterra, Holanda,
Prusia y América.

LA REFORMA EN LOS PAÍSES BAJOS

Los territorios al norte de Francia y sobre el mar del Norte eran conocidos como Países Bajos
por estar sus tierras al nivel del mar o aun debajo, protegidas por diques. El territorio comprendía
dos partes: la del sur, Flandes, era rica, comercial e industrial; y la del norte, era más pobre y poblada
mayormente por pescadores. Los Países Bajos estaban divididos en provincias, gobernadas por
asambleas de representantes del clero, la nobleza y la burguesía. Las ciudades gozaban de una
amplia autonomía, mientras el orden era mantenido por milicias locales. La capital era Bruselas,
donde residía el gobernador general, nombrado por el rey de España y era sede de los estados
generales, integrados por los representantes de las provincias.

_ Trasfondo y desarrollo de la Reforma en los Países Bajos


El testimonio protestante en los Países Bajos se vio afectado especialmente por la situación
política de la región, que fue de gran inestabilidad a lo largo del siglo XVI. El país había caído bajo el
dominio español cuando sus diecisiete provincias pasaron al control de Felipe II como herencia de
su padre, Carlos V, en 1555. La economía estaba fundada sobre el comercio y la fabricación de paños
y, en consecuencia, sus habitantes eran celosos custodios de su independencia. El luteranismo tuvo
un ingreso temprano, pero había sido desplazado por el radicalismo anabautista, especialmente en
los niveles sociales más bajos de la población. En 1561, Guy de Gray redactó la Confesión Belga, que
era una expresión del calvinismo que predominaba en los sectores burgueses. La nobleza, mientras
tanto, continuaba siendo mayormente católica.

Así, pues, durante el reinado de Carlos V, el protestantismo en todas sus versiones había
encontrado campo fértil para su avance, especialmente en la parte norte. Carlos se mostró bastante
tolerante en los Países Bajos y no pudo combatir al protestantismo. No fue así con Felipe II, que
pretendió imponer en esta región la misma uniformidad religiosa que en España y sus dominios. En
1559, Felipe colocó como regente a su hermana, Margarita de Parma, acompañada con un consejo
consultivo. De este modo, Felipe se aseguró el control de los Países Bajos, incluso de su Iglesia, y se
valió de todos los medios para aplastar la disidencia religiosa. Esto provocó la reacción de los
burgueses y nobles protestantes que veían afectado el comercio y la industria.

Los nobles también se opusieron al abusivo dominio español, entre ellos Guillermo de Nassau,
príncipe de Orange (1533–1584), que había nacido luterano y se había hecho un católico nominal,
hasta que se transformó en el héroe de la independencia holandesa. Felipe presionó con los
decretos del Concilio de Trento y amenazó con castigar severamente toda disidencia. En 1566,
doscientos jóvenes de la aristocracia se presentaron armados ante Margarita de Parma para pedirle
nuevamente la suspensión de las principales medidas adoptadas contra las libertades del país.
Margarita, al verlos desfilar, no pudo contener las lágrimas. Al advertirlo uno de sus consejeros
exclamó: “¿Puede acaso Vuestra Alteza temer a semejantes mendigos?” Desde entonces, el
calificativo les quedó como apodo que aceptaron en gesto de desafío. Estos patriotas elaboraron
una petición de protesta, conocida como la “Petición de los Mendigos,” con la cual comenzó la
rebelión de los Países Bajos contra el Imperio español y el catolicismo. Los protestantes predicaron
abiertamente su mensaje y hubo actos de vandalismo e iconoclastía en varias iglesias.

Para Felipe esta rebelión era tanto política como religiosa, y se propuso aplastarla. Para ello
envió a Bruselas como gobernador a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba (1508–1582), un
hábil general español, al frente de un poderoso ejército. Alba instituyó un tribunal extraordinario,
llamado de los Disturbios, que pronto llegó a ser conocido como el de la Sangre, a causa de su
excesiva severidad. Las persecuciones fueron terribles y los impuestos sobre los comerciantes
resultaron insoportables. En tres meses hubo mil ochocientas ejecuciones, siendo las víctimas más
ilustres los condes Egmont y Hoorn, que se habían distinguido en el servicio de España.

Lejos de amilanarse, la población se levantó en masa, a principios de 1572. La resistencia,


capitaneada por Guillermo de Orange, apodado el Taciturno, se fortaleció en las provincias del
norte. Los holandeses rompieron diques e inundaron varios puntos de su país para dificultar la
marcha del enemigo. Corsarios independentistas capturaron a Brill mientras los hugonotes de
Francia y los enemigos de España respaldaban a los rebeldes de los Países Bajos. A partir de 1576,
Inglaterra sumó su apoyo y en 1577, Orange hizo su entrada triunfal en Bruselas. Por entonces, los
Países Bajos estaban divididos entre el sur católico y el norte calvinista. Los católicos se unieron en
la Liga de Arrás en 1579, mientras que los protestantes hicieron lo propio con la Unión de Utrecht.
La intervención de Alejandro Farnesio, duque de Parma (1545–1592) mantuvo las diez provincias
del sur (mayormente lo que hoy es Bélgica) bajo control católico y español, mientras los siete
estados del norte declararon su independencia de España en 1581 y siguieron una convicción
calvinista. Así se formó la República de las Provincias Unidas.

El primer Sínodo Nacional de la Iglesia Reformada se había llevado a cabo en Emden, en 1571.
Dos años después, Guillermo de Orange abrazó el calvinismo. La Iglesia Reformada de los Países
Bajos fue presbiteriana en su constitución, pero se mantuvo mayormente ligada al Estado en razón
de las enormes dificultades políticas en medio de las cuales nació. De todos modos, los Países Bajos
gozaron de una amplia tolerancia religiosa, salvo para los católicos. Incluso los anabautistas gozaron
de tolerancia, ya que Guillermo de Orange, en 1577, les concedió la libertad de celebrar su culto.
Esto hizo de los Países Bajos un centro de refugio para todos los oprimidos por cuestiones religiosas
en Europa occidental.

Con la muerte de Guillermo de Orange (1584) la causa independentista y protestante corrió


peligro. Al año siguiente, Isabel I envió al conde de Leicester con un pequeño ejército, pero éste
fracasó en su gobierno. La habilidad militar del duque de Parma parecía ser invencible, y hubiera
conseguido su propósito de no haber sido que Felipe II se involucró en una empresa que finalmente
puso fin a su poderío imperial: el intento de invadir a Inglaterra que terminó con la derrota de la
Armada Invencible en 1588. El hijo de Guillermo, Mauricio, continuó la lucha por la independencia
holandesa. La guerra continuó hasta 1609, en que el nuevo rey de España, Felipe III (1578–1621)
firmó una tregua de doce años. Las hostilidades quedaron concluidas hacia mediados del siglo XVII,
cuando se firmó la Paz de Westfalia (1648). El calvinismo fue implantado como religión oficial y se
prohibió el culto católico en la República de las Provincias Unidas.

_ Características de la Reforma en los Países Bajos


La Reforma en los Países Bajos asumió una forma bastante singular en relación con movimientos
similares en el resto del continente europeo. Primero, el trasfondo humanista creó un contexto de
una mayor tolerancia hacia ideas dispares que en el resto de Europa. Esto se debió a la influencia
del humanismo y, de manera especial, al desarrollo de la imprenta. Algunas ciudades flamencas
como Amberes y Rótterdam y holandesas como Ámsterdam y Utrecht fueron importantes centros
de impresión de materiales humanistas y también reformados. Hacia 1500 había quince imprentas
en los Países Bajos.

Paul Johnson: “El rápido desarrollo de la imprenta, con su tremenda concentración en las
obras de interés fundamental para la religión y la Reforma, representó un problema
completamente nuevo para las autoridades eclesiásticas y oficiales que tradicionalmente
controlaban la difusión del saber. Censurar e impedir la circulación de libros impresos era
esencialmente lo mismo que controlar manuscritos, pero la diferencia de velocidad y escala
era absolutamente fundamental. Se necesitó por lo menos una generación de censores para
resolver el asunto y en realidad nunca pudieron ejercer el mismo grado de supervisión eficaz
que habían demostrado en los días que precedieron a las impresiones baratas.”
Por otro lado, el humanismo echó raíces profundas en esta parte de Europa. Hay que recordar
que Erasmo, el padre del humanismo, nació en Rótterdam (Holanda) y comenzó su educación en
una escuela privada en Gouda y más tarde estudió en Deventer. Erasmo viajó incansablemente por
Francia, Inglaterra e Italia, pero su estancia preferida fueron los Países Bajos, donde residió
alternativamente en Bruselas, Amberes y Lovaina. La influencia de Erasmo fue notable. Él fue el
primer escritor que percibió todas las posibilidades de la imprenta como medio de comunicación
masiva. Por eso escribió libros pequeños, manuales y baratos. Trabajó deprisa, a menudo en la
propia imprenta, escribiendo y corrigiendo inmediatamente las pruebas. “Le estimulaba el olor de
la tinta de imprimir, el incienso de la Reforma.”

Erasmo fue el representante más extraordinario del Nuevo Saber, que parecía ofrecer
oportunidades ilimitadas de progreso espiritual e intelectual, y que presagiaba una reforma integral
de la sociedad, dirigida desde adentro por un movimiento universal y voluntario. Sus ideas tuvieron
un peso importante, especialmente en su tierra natal. Sin embargo, no fueron suficientes para evitar
la división radical de su país, donde se formaron dos campos opuestos y armados: uno reformado a
medias, que basaba sus afirmaciones exclusivamente en la Biblia y el otro, no reformado, que se
basaba exclusivamente en la autoridad de Roma y la tradición. Como vimos, entre el norte
protestante y el sur católico en los Países Bajos había un abismo infranqueable, colmado con las
víctimas de la guerra y la persecución.

Un segundo factor a tomar en cuenta es que la Reforma en los Países Bajos prosperó
mayormente en las clases mercantiles y pequeño burguesas. Especialmente a partir de la segunda
mitad del siglo XVI, la región se destacó por ser un muy importante centro comercial e industrial a
nivel internacional. Esto generó en su población una mentalidad profundamente comercial. Los
Países Bajos fueron unos de los focos generadores del capitalismo comercial.

En este sentido, la Reforma en los Países Bajos tuvo su veta comercial. La Inquisición española,
que fue aplicada con suma dureza en los Países Bajos, atacaba a judíos y a protestantes por igual.
Ambos eran acusados de usura y de dedicarse al comercio, que era considerado como una actividad
indigna de un gentilhombre cristiano, según los españoles. De este modo, el protestantismo
holandés se incorporó a la estructura de odios del Imperio Español y el racismo vino a reforzar la
ortodoxia doctrinaria. La campaña española en los Países Bajos estuvo dirigida tanto contra los
judíos como contra los protestantes. Muchos de ellos eran marinos y comerciantes, con lo cual la
rivalidad comercial se reforzaba con el odio doctrinario y la guerra en el mar cobraba una ferocidad
distinta. Quienes más se destacaron en estas persecuciones fueron los jesuitas.

Paul Johnson: “Los elementos progresistas de la economía, que poco a poco llegaron a
identificarse con el sistema capitalista, se distinguían no por su adhesión a cierta
formulación doctrinaria específica sino por su antipatía a todas las formas muy
institucionalizadas y muy clericales del cristianismo … La característica común de estos
empresarios era su deseo de que los entusiastas y organizadores religiosos los dejasen en
paz y poder escapar de la red formada por el clericalismo y el derecho canónico. Su religión
podía ser intensa, pero era esencialmente privada y personal. Por consiguiente, tenía mucho
en común con el tipo de piedad religiosa preconizada por Erasmo en su Enchiridion;
ciertamente, las ideas de Erasmo, que tenían un trasfondo urbano análogo, reflejaban y al
mismo tiempo plasmaban las actitudes de la nueva elite económica. Estos hombres
acomodados y laboriosos eran individuos educados. Deseaban leer personalmente las
Escrituras. No querían que nadie interfiriese o censurase su material de lectura.
Desaprobaban la conducta de los clérigos, especialmente de los que pertenecían a las
órdenes, porque los juzgaban deshonestos o perezosos, o ambas cosas. Deploraban los
agregados supersticiosos del cristianismo medieval y preferían las prácticas más sencillas de
la Iglesia ‘primitiva’, las mismas que, según ellos afirmaban, podían percibirse en los Hechos
de los Apóstoles y las epístolas de san Pablo. Creían en el mérito incluso en la santificación
de la vida secular; exaltaban el estado conyugal y creían que los seglares espiritualmente
eran iguales a los clérigos.”

Un tercer factor de la Reforma en los Países Bajos tiene que ver con el papel y el dominio del
Estado en el proceso, que fue muy similar al de otros movimientos que terminaron cuajando en
Iglesias establecidas u oficiales. En la década de 1560 los protestantes en los Países Bajos se
levantaron contra el dominio español de los Habsburgo católicos, que aplicaban una política de
persecuciones. Los holandeses apelaron a la resistencia armada utilizando como justificación su
antigua estructura constitucional, diciendo que se alzaban en defensa de sus leyes, costumbres y
cartas tradicionales. No obstante, el modelo fue el mismo en uno y otro caso. Se trataba de la
imposición de la religión del príncipe, es decir, la ideología que le asignaba poder sacerdotal al
gobernante. No es extraño que el resultado haya sido, como en otras partes de Europa continental
e Inglaterra, un movimiento hacia la guerra civil en el ámbito nacional y entre los Estados en el
internacional. La unidad religiosa era imposible y, por el imperio de esta ideología, la polarización
política y religiosa era inevitable. Finalmente, en Holanda se estableció una Iglesia Reformada
Holandesa, con el apoyo y sostén de la corona.

LA REFORMA EN OTROS PAÍSES EUROPEOS

La Reforma en estos países no está tan ligada a la decadencia de la Iglesia Romana como en
otros lugares de Europa. El nuevo orden eclesiástico que se desarrolló a lo largo del siglo XVI
respondió más bien a cuestiones de carácter político. La fe de estos pueblos, que habían sido los
últimos en ser cristianizados durante la Edad Media, era lo suficientemente plástica y carente de
tradiciones profundas como para que el protestantismo encontrara en ellos un terrero fértil y
propicio. Los obispos católicos se opusieron al principio a la Reforma, pero pronto fueron
doblegados por la fuerza de los príncipes.

En Suecia se destaca la labor de los hermanos Olaf (1493–1552) y Lorenzo Peterson (1499–
1573), que estudiaron en Wittenberg e introdujeron el luteranismo hacia 1520, en conexión con la
revolución política por la independencia. A pesar de la matanza de Estocolmo (1520), provocada por
Cristián II de Dinamarca, los suecos consiguieron independizarse de Dinamarca en 1523,
proclamando rey a Gustavo I o Gustavo Vasa (1523–1560), que se había pasado al luteranismo
durante su estancia en Lubec. En la Dieta de Vesteras (1527) la Iglesia sueca se separó de Roma. Se
confiscaron propiedades de la Iglesia Romana, se le dio al rey amplios poderes sobre la Iglesia, se
abolió la confesión obligatoria y se hicieron varias otras innovaciones. Algunos obispos que se
opusieron fueron ajusticiados. La Reforma en Suecia fue más por una cuestión de autoridad
administrativa que por convicciones doctrinarias. Si bien el sucesor de Gustavo Vasa, Erico XIV,
intentó introducir el calvinismo, Suecia ha permanecido firmemente luterana hasta el presente.

En Finlandia, estrechamente unida a Suecia, se pasó al luteranismo en la misma Dieta de


Vesteras (1527). Gustavo Vasa fue quien introdujo y desarrolló el luteranismo en este país. Más
tarde, Isaac Rothovius, obispo de Abo (1627 a 1652), hizo mucho por elevar el nivel del cristianismo
en la región. La asistencia a los cultos se hizo obligatoria, se mejoró la calidad del clero, se promovió
la educación, se fundó una universidad y se imprimió una traducción finlandesa de la Biblia. El
luteranismo fue la forma de protestantismo que prevaleció.

En Dinamarca el rey Cristián II se valió del luteranismo para terminar con la preponderancia del
clero católico y de la nobleza contraria en su reino. Ya en 1520 Martín Reinhard, un sacerdote
alemán que había estudiado en Wittenberg, estuvo predicando en Copenhague como capellán de
la corte. Cristián II intentó reformar la disciplina de la Iglesia, pero fue depuesto por su tiranía en
1523. Su sucesor, Federico de Holstein I (reinó de 1523 a 1533) prometió en las capitulaciones de
elección prohibir la predicación del luteranismo en el país. Pero una vez dueño del poder favoreció
a los reformadores luteranos. En la Dieta de Odense (1527) se les concedió la tolerancia a los
luteranos. Cristián III (reinó de 1533 a 1559) hizo triunfar definitivamente al luteranismo. El rey
mismo le pidió ayuda a Lutero para efectuar la reorganización religiosa de su reino. Se desarrolló
una liturgia luterana, se tradujo la Biblia al danés y se adoptó la Confesión de Augsburgo con ligeras
modificaciones. Cristián IV (1588–1648) privó a los católicos de sus derechos civiles y la conversión
al catolicismo fue castigada con la confiscación de los bienes y con el destierro.

En Noruega, también unida a Dinamarca en la persona de Cristián III, se proclamó al luteranismo


como religión oficial en 1536. Los obispos que se resistieron fueron degradados. Lamentablemente,
la situación religiosa de Noruega dejó mucho que desear. Los pastores luteranos que llegaron fueron
pocos y cayeron en disputas ociosas. La falta de un liderazgo de habla nórdica efectivo hizo que el
progreso del protestantismo fuese lento. Habrá que esperar hasta el siglo XVII para ver alguna
mejoría.

La misma suerte le tocó a Islandia, unida también a Dinamarca (1550). Desde 1540 la isla había
sido visitada por comerciantes luteranos. La Biblia fue traducida al islandés y publicada. La isla era
gobernada desde Dinamarca y con Cristián III se impuso el luteranismo. El obispo más destacado
fue Gudbrand Thorlaksson, que sirvió desde 1570 hasta 1627. Él preparó un himnario y publicó una
traducción de la Biblia al islandés. También hizo editar y distribuir catecismos y otra literatura
luterana.

En los países bálticos, como en Prusia, se impuso el luteranismo cuando el gran maestre de la
Orden Teutónica, Alberto de Brandeburgo, se hizo luterano y secularizó los territorios
pertenecientes a esta Orden. La misma suerte siguieron las demás regiones del Báltico, como
Estonia, Livonia y Curlandia, que eran feudos de la Orden.
En Polonia y Lituania, a pesar de las prohibiciones del rey Segismundo I (1506–1548) se
establecieron en el país algunas colonias de luteranos y calvinistas. Prácticamente todos los grupos
de la Reforma del siglo XVI encontraron oportunidad de difusión en Polonia. El líder más destacado
fue Juan a Lasco (1499–1560), de una distinguida familia polaca y sobrino del primado de la Iglesia
Católica polaca. Fue amigo de Erasmo y abrazó la causa protestante, estimulando la traducción de
la Biblia al polaco y tratando de unificar las varias ramas protestantes. En 1573 se les concedió plena
libertad de culto a la mayor parte de los grupos protestantes: luteranos, calvinistas, zuinglianos y
socinianos. No obstante, con la aparición de los jesuitas y el apoyo de monarcas católicos celosos,
la persecución desbandó al protestantismo polaco. A fines del siglo XVI y principios del XVII la
persecución recrudeció durante el reinado de Segismundo III Vasa (1566–1632), quien actuó bajo la
influencia de los jesuitas. Finalmente, Polonia quedó como reino católico, mientras los protestantes
y antitrinitarios que sobrevivieron a las persecuciones se vieron forzados a emigrar a otros países.

En Hungría, el catolicismo estaba muy debilitado por los continuos ataques de los turcos y por
su situación de corrupción interna, y esto favoreció la penetración del protestantismo tanto
luterano como calvinista. El movimiento husita se había difundido ampliamente en el país al igual
que los valdenses. Existía una traducción de la Biblia al húngaro y el humanismo contaba con
adeptos en los círculos aristocráticos. Con la derrota de los húngaros por parte de los turcos en la
batalla de Mohacs en 1526, la Iglesia Romana perdió a varios de sus líderes más importantes. Los
turcos ocuparon buena parte del reino y tendieron a favorecer al protestantismo.

Lo mismo ocurrió en Transilvania, donde el luteranismo encontró buenas oportunidades de


arraigo ya en los días de Lutero. Varios húngaros estudiaron en Wittenberg, entre ellos Matías Biró
de Devay, un gran predicador que llegó a ser considerado como el Lutero húngaro, y Esteban Kis de
Szeged, un teólogo de bastante influencia. En las filas protestantes militaban también reformados,
anabautistas y seguidores de Miguel Servet. Tanto en Hungría como en Transilvania se crearon
fuertes colonias de calvinistas y luteranos, de suerte tal que para fines del siglo XVI los protestantes
constituían la mayoría. Cuando en 1540 Matías Devay abandonó su convicción luterana por el
calvinismo, esta religión consiguió la preponderancia en el país. En 1563 se redacto la Confessio
hungarica. En 1561 se instalaron los jesuitas en Tyrnau, constituyendo un poderoso dique para la
expansión del calvinismo. En la Dieta de 1557 se les concedió a los calvinistas la libertad de culto.
En Transilvania en 1568 el príncipe reconoció iguales derechos a católicos, luteranos, reformados y
unitarios o antitrinitarios. Esto fue confirmado en 1571 por la Dieta Transilvana.

EL PROTESTANTISMO HACIA EL AÑO 1600

Comenzamos esta unidad señalando que a comienzos del siglo XVI se dieron las dos condiciones
necesarias para una gran expansión del cristianismo: comunicaciones y vigor espiritual. Terminamos
la unidad preguntándonos si después de un siglo se verificó ese avance. Con respecto a los
protestantes, la respuesta es no, debido a dos razones.

Primero, la Reforma Protestante se produjo en países pequeños y débiles. Las dos grandes
potencias del siglo XVI (España y Portugal) no fueron alcanzadas por la Reforma y continuaron
católicas romanas. Los países protestantes a lo largo del siglo fueron: (1) Luteranos: los estados del
norte de Alemania; Dinamarca, Noruega, Islandia, Suecia (independiente de Dinamarca desde
1523). (2) Presbiterianos y reformados: buena parte de Suiza; los Países Bajos, separados de España
después de la Guerra de Independencia, en 1568; algunas partes de Alemania; y Escocia. (3) La
Iglesia de Inglaterra: Inglaterra e Irlanda del Norte. (4) Los protestantes esparcidos por Francia eran
reformados, mientras que los de Irlanda del Norte eran anglicanos y presbiterianos.

La mayoría de estos países recién comenzaban a lograr y expresar su independencia nacional;


algunos ni siquiera habían alcanzado esto (Noruega y los estados alemanes). Ninguno de ellos era
una gran potencia económica, política o militar. Además, es evidente que los protestantes, en
contraste con los católicos no tenían una visión muy amplia del mundo. Esta fue una de las razones
por las que carecieron de espíritu misionero. Según el padre de la misionología protestante, Gustav
Warneck: “Nos falta en los reformadores no sólo la acción misionera, sino incluso la idea de
misiones, en el sentido en que las entendemos hoy.”

Stephen Neill: “Naturalmente los Reformadores no eran conscientes del mundo no cristiano
alrededor de ellos. Lutero tiene muchas cosas para decir, y a veces sorprendentemente
cosas buenas, acerca de judíos y turcos. Es claro que la idea de un progreso constante de la
predicación del Evangelio por todo el mundo no es extraña a su pensamiento. No obstante,
cuando se ha dicho todo lo favorable que se puede decir, y cuando todas las evidencias
posibles en los escritos de los Reformadores han sido colectadas, todo ello suma
excesivamente muy poco.”

Segundo, la otra debilidad de los protestantes del siglo XVI fue que tuvieron que luchar durante
mucho tiempo en defensa propia para poder sobrevivir y de esta manera se replegaron sobre sí
mismos en lugar de salir “a todo el mundo”. Una evidencia de esto son las múltiples divisiones y
subdivisiones que experimentó el protestantismo a lo largo de su historia. El cuadro que sigue
presenta sólo las principales escisiones, pero son suficientes para mostrar que hay una dispersión
de energía, que podría haber sido utilizada de una mejor manera para la expansión del reino de
Dios.

CUADRO 3 - ÁRBOL DEL DESARROLLO DE LA IGLESIA


Si consideramos el crecimiento de la Iglesia como el de un árbol, veremos que el tronco principal
se divide muy tempranamente (1054), en una rama oriental (que no se muestra en el cuadro) y otra
occidental. La rama occidental se divide en el siglo XVI con la Reforma Protestante. A la derecha
vemos la Iglesia Católica Romana arrancando con su posición moderna (hasta el Concilio Vaticano
II) a partir del Concilio de Trento en 1545 (ver próxima Unidad). Los luteranos brotan en 1517. Toda
la ramificación ginebrina (reformados y presbiterianos) se desarrolla todavía más hacia la izquierda,
por ser más radical en su protestantismo, en 1536. La rama anglicana, que no es tan extrema,
comienza a asumir sus características distintivas con la aparición de la Biblia en inglés en 1538. De
la ramificación ginebrina comienza otra división hacia 1580, que hoy se conoce como el
congregacionalismo, y del congregacionalismo en 1608 surge otra rama que posteriormente llegará
a ser una de las más numerosas: los bautistas. Un brote importante, pero posterior al período que
estamos considerando en este punto, es el metodismo, que comienza a separarse de la Iglesia de
Inglaterra en 1784.

Como puede verse, el protestantismo europeo durante el siglo XVI tuvo un gran desarrollo,
lamentablemente fundado en una dinámica divisionista que fue el resultado de la incapacidad de
los teólogos protestantes por acordar una teología común. Hay que tomar en cuenta también que
en la mayor parte de los casos la falta de acuerdo fue más política y social que teológica, y que fue
promovida mayormente por los poderes políticos. El protestantismo del siglo XVI no logró, en
general, romper con el paradigma de cristiandad y quedó cautivo de una ideología que terminó por
someter a la Iglesia a los intereses del Estado.

GLOSARIO
absolutismo monárquico: forma de gobierno en la que todo el poder descansa sobre el monarca y
sus consejeros. Como teoría política comenzó a desarrollarse en la baja Edad Media y maduró en
los siglos XVI y XVII.

alumbrados: o iluminados, eran una secta mística que se oponía al excesivo formalismo en la
religión. Decían tener una experiencia directa y personal con Dios, que los llevaba a experimentar
una gran libertad espiritual. Fue un estilo no muy ortodoxo del misticismo español. Se destacaron
sobre todo en Castilla en dos etapas: hacia 1530 y hacia 1570.

anatas: tasa o impuesto sobre el ingreso de un beneficio eclesiástico durante el primer año de su
ejercicio. Originalmente, este impuesto era recaudado por los obispos locales, pero en 1306 el papa
Clemente V demandó anatas de los beneficios británicos del papado, y durante el siglo XV se hizo
común el pago de anatas al tesoro papal. Debido a los abusos y la oposición creciente, el Concilio de
Trento (1545–1563) restringió severamente las anatas papales.

auto de fe: lectura pública de las sentencias pronunciadas por los inquisidores, en presencia de los
acusados y concurriendo las grandes autoridades. En este mismo acto se entregaba al verdugo a los
condenados a muerte.

beneficio eclesiástico: un oficio eclesiástico que involucra el derecho del beneficiario a recolectar
fondos para su sostén. Dentro del paradigma de cristiandad se promovió la idea de que el clero no
debía trabajar para ganar su sustento, sino que debía dedicarse por completo a sus deberes
religiosos. En la Edad Media, los señores feudales entregaban tierras para el sostén de beneficiarios
de oficios eclesiásticos especiales. Durante los siglos XVIII y XIX, muchos de estos beneficios fueron
secularizados y hoy casi no existen.

canónigo: título eclesiástico que se refiere a un sacerdote diocesano ligado a una catedral y a un
miembro de ciertas órdenes religiosas. Un canónigo catedralicio es miembro de un colegio de
sacerdotes, cuyo deber es el de celebrar las funciones litúrgicas solemnes en una catedral o iglesia
colegial. Un canónigo regular es alguien que es miembro de un tipo de orden religiosa específica.

cantón: cada una de las divisiones administrativas del territorio de ciertos estados, como Suiza,
Francia y algunos americanos.

cofradía: congregación o hermandad que formaban algunos devotos, con autorización eclesiástica
competente, para ejercitarse en obras de piedad. Las cofradías eran originalmente gremios,
compañías o uniones de gentes asociadas para un fin determinado, bajo la protección de una
advocación particular de la Virgen o algún santo.

colportor: alguien que vende o distribuye libros, especialmente Biblias y otra literatura religiosa,
yendo casa por casa. La palabra deriva del francés (colporteur, llevar, vender como buhonero) y
tiene su origen en la forma en que el vendedor o distribuidor de Biblias llevaba colgada del cuello
su preciosa carga.
consistorio: en la Iglesia occidental llegó a significar la asamblea del clero de la ciudad de Roma bajo
la presidencia del obispo. Más tarde alcanzó su significado corriente de colegio de cardenales o
autoridades eclesiásticas. En el protestantismo designó a la reunión de líderes eclesiásticos. En el
luteranismo el término se ha empleado para describir a una junta de funcionarios del clero
(provincial o nacional) constituida para supervisar asuntos eclesiásticos.

conventículo: reunión de algunas personas considerada ilícita y clandestina.

Dieta: del latín dies, día. Asamblea política en que se discutían los negocios públicos de una nación
o reino. Llevaron este nombre las asambleas deliberantes celebradas en la Edad Media y comienzos
de la Moderna en Alemania, Polonia, Hungría, Suiza, Suecia, Dinamarca y Croacia.

Edad Moderna: señaló el florecimiento de la civilización europea occidental. El arte y las letras
produjeron obras maestras insuperables; el cristianismo se depuró y expandió; la filosofía dio origen
a nuevas corrientes de pensamiento; la ciencia se organizó y sistematizó, a la vez que se encauzó
hacia la técnica. Los descubrimientos geográficos completaron el conocimiento del mundo; la
colonización abrió nuevos mercados y transformó la economía (capitalismo comercial). Las naciones
se consolidaron en torno a monarquías absolutas; la burguesía fue desalojando a la nobleza en la
conducción política; las revoluciones inglesas del siglo XVII y la norteamericana del siglo XVIII
prepararon las profundas transformaciones de la Edad Contemporánea.

establecimiento religioso: algo establecido en materia religiosa, como un arreglo jurídico entre el
Estado y la Iglesia, que resulta en un determinado código de leyes. Una Iglesia establecida es una
organización religiosa reconocida por ley como la Iglesia oficial de una nación y es sostenida por la
autoridad civil. El establecimiento religioso es ese sistema de religión que cuenta con el apoyo oficial
del Estado.

garrote: instrumento de tortura y para ejecutar por estrangulación a los condenados a muerte, que
se compone de un aro de hierro sujeto a un poste fijo. Fue muy utilizado durante la Inquisición
española.

grey: rebaño de ganado menor (ovejas); congregación de los fieles bajo la autoridad de su pastor.

guilda: organización medieval de productores y comerciantes o de artesanos asociados con otros


de la misma profesión para protegerse recíprocamente y promover sus intereses. Eran asociaciones
de personas con iguales intereses (gremios).

hispanidad: conjunto de caracteres, de sentimientos, propios de los individuos de cultura o de


idioma españoles. Por extensión, se refiere a la conservación del carácter nacional español en
América (con excepción de Brasil); la conciencia de este carácter y el culto que se le rinde.

iconoclastía: (del gr. eikón, imagen, y klazein, romper; eikonoklastes, “rotoura de imágenes”).
Actitud y acción de desprecio de las imágenes religiosas por considerarlas expresión de idolatría,
que lleva a su destrucción o profanación. Por extensión se aplica a la actitud que no respeta los
valores tradicionales.
indulgencias: según la Iglesia Católica Romana, es la remisión total o parcial de la deuda de castigo
temporal que se debe a Dios por el pecado después de que se ha perdonado la culpa. Esta concesión
se basa en el principio de la satisfacción vicaria, que significa que puesto que el pecador es incapaz
de hacer suficiente penitencia como para expiar sus pecados, puede recurrir al tesoro espiritual
formado por los méritos extraordinarios de Cristo, de la Virgen María y de los santos.

lexicográfico: perteneciente o relativo a la lexicografía, i.e., la técnica de componer léxicos o


diccionarios. La lexicografía es una parte de la lingüística que se ocupa de los principios teóricos en
que se basa la composición de diccionarios.

marranos: término despectivo con el que se designaba a los cristianos nuevos convertidos del
judaísmo.

martirologio: lista de los días de fiesta de los santos con todos los nombres correspondientes a cada
fecha, a diferencia del calendario eclesiástico, que generalmente da sólo un nombre por día. El
martirologio ofrece alguna información biográfica para cada nombre y otros datos de interés. Los
martirologios más importantes en Occidente fueron el Martyrologium Hieronymianum, atribuido a
Jerónimo, y el Martirologio Romano, que surgió a fines de la Edad Media.

moriscos: cristianos nuevos, que antes de su conversión habían sido musulmanes.

nacionalismo: devoción a los intereses o cultura de una nación particular. La creencia que las
naciones se beneficiarán si actúan independientemente en lugar de hacerlo colectivamente,
enfatizando las metas y objetivos nacionales antes que los internacionales. El nacionalismo, muchas
veces, está asociado con las aspiraciones de independencia nacional cuando un determinado país
está bajo la dominación extranjera.

prior: título del superior religioso de ciertas órdenes religiosas de monjes, mendicantes y canónigos
regulares. Los agustinos y los carmelitas llaman “prior” al superior de una casa monástica, “prior
principal” al que gobierna sobre un territorio, y “prior general” al que lidera la orden.

quemar en efigie: sentencia de un condenado por herejía, que se aplicaba en caso de su ausencia
física. El auto de fe se llevaba a cabo como si la persona estuviese presente, pero sobre su efigie, es
decir, una representación o imagen de la misma, generalmente un muñeco.

quiliasmo: o milenarismo es la creencia de que habrá un período de mil años al final de esta edad,
cuando Cristo reinará en la tierra sobre un orden mundial perfecto. Varios grupos de la Reforma del
siglo XVI desarrollaron ideas quiliastas.

Renacimiento: movimiento renovador, intelectual y artístico, producido en Europa, y especialmente


en Italia, a partir del siglo XV, por el cual pareció nacer de nuevo la civilización grecorromana. El
cristianismo aventajó a las religiones paganas como fuente de inspiración de los artistas. El
movimiento se proyectó en tres direcciones: las letras y las artes, en las que originó el Renacimiento
propiamente dicho; la ciencia y la filosofía, en las que engendró el Humanismo; y la religión, en la
que provocó la Reforma.
sacerdotalismo: sistema religioso en el que el sacerdocio ocupa un lugar esencial como mediador
entre los seres humanos y Dios. El término señala también al espíritu, método o carácter de tal
sistema. Generalmente se lo utiliza en sentido peyorativo para denotar la exaltación de una clase
sacerdotal a expensas de los valores espirituales y la participación responsable de los laicos.

sambenito: hábito penitencial con el que se vestía a los condenados por la Inquisición que iban a
ser reintegrados a la comunidad. Los sambenitos se colgaban después en las iglesias con el
correspondiente nombre, para que se perpetuara la memoria del pecado.

secularizaciones: devolver las riquezas de la Iglesia al siglo, es decir, al mundo o los laicos.

segundón: hijo segundo de una familia y, por extensión, cualquier hijo que no sea el primogénito.
Bajo el régimen feudal, el hijo segundón no heredaba la propiedad y el título de nobleza de la familia,
que quedaban en manos del primogénito. Esto colocaba en gran desventaja económica y social a
los que no eran primogénitos.

simonía: compra o venta deliberada de cosas espirituales, como los sacramentos y sacramentales,
o temporales inseparablemente anejas a las espirituales, como las prebendas y beneficios
eclesiásticos.

Te Deum: primeras palabras en latín de un cántico que se usa en la Iglesia Católica Romana para dar
gracias a Dios por algún beneficio. Designa el canto en cuestión.

Tesoro de la Iglesia: o Tesoro de Méritos (Thesaurus meritorum). Doctrina de que la Iglesia Católica
Romana tiene acumulados y a su disposición, como en un banco, los méritos infinitos de Cristo y los
méritos supererogatorios (es decir, extras o sobreabundantes) de María y los santos. Alejandro de
Hales (1180–1245) desarrolló esta doctrina que forma parte de la de las indulgencias.

transubstanciación: (del latín eclesiástico transubstantiatio). Conversión de las sustancias del pan y
del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, al momento de la consagración de los elementos por
parte de un sacerdote debidamente ordenado.

SINOPSIS CRONOLÓGICA

1483 Nacimiento de Lutero en Eisleben (Sajonia).

1484 Nacimiento de Ulrico Zuinglio en Wildhaus


(Suiza).

1491 Nacimiento de Ignacio de Loyola en Azpeitia,


Guipúzcoa (España).
1498 Jerónimo Savonarola es quemado vivo.

1499 La Federación Suiza gana independencia de los


señores Habsburgos.

1500 Nacimiento de Carlos, futuro emperador Carlos


V en Gante (Bélgica).

1506 Comienzo de la reconstrucción de San Pedro en


Roma.

1509 Nacimiento de Juan Calvino en Noyon (Francia).


Enrique VIII accede al trono de Inglaterra.
Erasmo escribe Elogio de la locura.

1512 Comienza el Quinto Concilio Laterano.

1513 León X es elegido Papa.

1515 Francisco I accede al trono de Francia.

1516 Carlos I (futuro emperador Carlos V) accede al


trono de España. Publicación de la Utopía de
Tomás Moro. Publicación del Nuevo Testamento
Griego de Erasmo.
1517 Publicación de las Noventa y Cinco Tesis de
Lutero. Muere el Cardenal Jiménez de Cisneros.
Conclusión del Quinto Concilio Laterano.

1519 Carlos V es elegido emperador. Debate de


Leipzig entre Lutero y Eck.

1520 Bula papal Exsurge domine contra Lutero. “Baño


de Sangre de Estocolmo”: Gustavo Vasa lidera
rebelión sueca contra Cristián II. Revuelta de los
comuneros españoles.

1521 Lutero es condenado en la Dieta de Worms.


Comienzo de la guerra entre Carlos V y Francisco
I. Los turcos bajo Suleimán conquistan Belgrado.
Muerte de León X.

1522 Adriano VI es elegido Papa. Tratado de Windsor


entre Carlos V y Enrique VIII. Publicación del
Nuevo Testamento de Lutero.

1523 Muerte de Adriano VI y elección de Clemente VII.


Los primeros luteranos en ser quemados como
herejes mueren en Bruselas. Cristián II expulsado
de Dinamarca. Gustavo Vasa proclamado rey de
Suecia. Reforma y disputas en Zurich.

1524 Comienzo de la Guerra de los Campesinos en


Alemania. Francisco I conquista Milán.

1525 Derrota de los campesinos. Ejecución de Tomás


Muntzer. Casamiento de Lutero con Catalina von
Bora. Primera congregación anabautista en
Zollikon (Suiza). Alberto de Hohenzollern adopta
el luteranismo y seculariza tierras de los
Caballeros Teutónicos.

1526 El Consejo de Zurich proclama pena de muerte


contra anabautistas. Dieta de Espira deja la
regulación de cuestiones religiosas en manos de
los príncipes a la espera de un Concilio General.

1527 Roma es saqueada por el ejército imperial. La


Dieta de Vesteras introduce la Reforma en
Suecia.

1528 Reforma en Basilea, Berna y Estrasburgo. Se


funda la orden Capuchina.

1529 Dieta de Espira advierte a príncipes luteranos,


que presentan una “Protesta”. Fracasa el
Coloquio de Marburgo para unir a Lutero y
Zuinglio. Comienza “Parlamento Reformado” en
Inglaterra. Wolsey fracasa en conseguir del Papa
el divorcio de Enrique VIII y cae en desgracia. Los
turcos de Suleimán ponen sitio a Viena.

1530 Se presenta a la Dieta imperial la Confesión de


Augsburgo. Líderes luteranos forman una liga
(alianza) militar en Esmalcalda.

1531 Fernando es elegido rey de los romanos. El


Parlamento reconoce a Enrique como “cabeza
suprema” de la Iglesia en Inglaterra. Zuinglio
muere en el campo de batalla en Cappel.
1532 Dieta imperial ofrece concesiones temporales a
los protestantes. Sumisión del clero inglés.

1533 Enrique VIII se casa con Ana Bolena. Parlamento


decreta el Acta de Apelaciones.

1534 Los anabautistas ganan el control de Münster.


Muerte de Clemente VII y elección de Pablo III.
Ignacio de Loyola funda la Sociedad de Jesús.
Acta de Supremacía declara a Enrique cabeza de
la Iglesia de Inglaterra. Los “Placards” franceses
contra el papado obtienen rápido ataque real.

1535 Caída del “reino” de Münster. Los anabautistas


son masacrados.

1536 Calvino publica su Institución. Erasmo muere y es


sepultado en Basilea. Francisco I y Suleimán II se
alían. Nueva guerra entre Carlos V y Francisco I.

1537 Pablo III convoca un concilio general, pero no


tiene apoyo.

1538 Reforma en Ginebra. Calvino y Farel son


expulsados temporalmente de Ginebra.

1540 Edicto de Fontainebleau advierte que la herejía


en Francia será atacada sistemáticamente. Pablo
III aprueba a la Sociedad de Jesús.
1541 Se promulgan en Ginebra las Ordenanzas
eclesiásticas de Calvino. Publicación de los
Ejercicios espirituales de Loyola.

1542 Nueva guerra entre Carlos V y Fancisco I. Pablo


III vuelve a convocar un concilio general.

1544 La Dieta de Espira acuerda ayudar a Carlos contra


Francia y los turcos. Los príncipes van a
determinar las políticas religiosas hasta que se
lleve a cabo el Concilio General.

1545 Comienza el Concilio de Trento.

1546 Lutero muere en Eisleben. Comienza la Guerra


de Esmalcalda.

1547 Muere Enrique VIII y lo sucede Eduardo VI.


Muere Francisco I y lo sucede Enrique II. Carlos
derrota a la Liga de Esmalcalca. El Papa traslada
el Concilio de Trento a Bologna.

1548 Carlos V trata de imponer el Interim de


Augsburgo sobre el Imperio.

1549 Tomás Cranmer lanza el Primer Libro de Oración


Común en Inglaterra. Muere Paulo III y es elegido
Julio III.

1553 María Tudor sucede a Eduardo VI y reintroduce


catolicismo en Inglaterra.
1554 Felipe, hijo de Carlos V, se casa con María Tudor,
pero el Parlamento se rehúsa a reconocerlo
como rey.

1555 Paz de Augsburgo reconoce la división religiosa


del Imperio e impone el principio de cuius regio
eius religio. Paulo IV es elegido Papa.

1556 El emperador Carlos V abdica como rey de


España y emperador y es sucedido en el Imperio
por su hermano Fernando y en España y sus
dominios por su hijo Felipe II. Muerte de Loyola.

1557 Revuelta de los “Covenanters” escoceses. Inicio


de la reforma escocesa con el primer Pacto.

1558 Isabel I accede al trono de Inglaterra. Muerte de


Carlos V en el monasterio de Yuste.

1559 Se establece el Index papal. Paz de Cateau-


Cambrésis entre España y Francia. Parlamento
inglés promulga el Acta de Uniformidad.

1560 Edictos reales establecen tolerancia religiosa


parcial en Francia. Parlamento escocés establece
reforma. Turcos derrotan a la flota española-
italiana.

1561 El Coloquio de Poissy fracasa en producir


armonía religiosa en Francia.
1562 Comienzan las guerras de religión en Francia.

1563 Concluye sus sesiones el Concilio de Trento. Se


publican los Treinta y Nueve Artículos en
Inglaterra.

1564 Muere Calvino. La bula Benedictus Deus sanciona


los decretos tridentinos.

1566 Comienza la rebelión de los Países Bajos.


Suleimán conduce su última campaña en
Hungría.

1568 Se sienta un precedente cuando la Dieta de


Torda proclama la libertad religiosa en
Transilvania. María Estuardo, reina de los
escoceses, huye a Inglaterra.

1570 Isabel es excomulgada por el papa Pío V. Paz de


San Germán ofrece tolerancia limitada y
ciudades fortificadas a los hugonotes.

1571 Don Juan derrota a la flota turca en Lepanto. Los


39 Artículos de Religión en Inglaterra hechos
obligatorios para todos los sacerdotes.

1572 Los “Sea Beggars” (mendigos del mar)


holandeses capturan Brill. Masacre de San
Bartolomé: bajo órdenes de Catalina de Médicis.
1573 Confederación de Varsovia afirma libertad
religiosa.

1576 Pacificación de Gante repudia el control español.


Se forma la Liga Católica Francesa para luchar
contra los hugonotes.

1579 Los Países Bajos se dividen en territorios


católicos y calvinistas. Publicación de Vindiciae
contra Tyrannos.

1580 Felipe II conquista Portugal. Se proscribe a


Guillermo de Orange. Se publica la Fórmula de
Concordia.

1581 Declaración de independencia de los Países


Bajos.

1584 Asesinato de Guillermo de Orange.

1585 Felipe II hace alianza con la Liga Católica


Francesa.

1587 Es ejecutada María Estuardo, la reina de los


escoceses.

1588 La Liga Católica controla París. Enrique III huye.


Derrota de la Armada Invencible. El Duque de
Guisa es asesinado.
1589 Enrique III es asesinado. Enrique de Navarra
lucha por el trono.

1590 Fuerzas españolas invaden Francia.

1593 Enrique IV adopta la fe católica.

1594 Enrique IV gana París.

1596 Las Provincias Unidas obtienen reconocimiento


formal de Francia e Inglaterra.

1597 Publicación de Leyes de política eclesiástica de


Hooker.

1598 Edicto de Nantes concede tolerancia religiosa a


los calvinistas franceses. Muere Felipe II.

1603 Muere Isabel I.

CUESTIONARIOS DE REPASO

Preguntas sobre el material básico (para los niveles 1, 2 y 3):

1. Lutero probó todos los caminos que la Iglesia medieval ofrecía para traer perdón y salvación.
Menciona por lo menos seis de ellos.

2. Explica en tus propias palabras qué eran las indulgencias.


3. ¿Qué creía Lutero sobre la Cena del Señor?

4. ¿Por qué se llamó a los monarcas ingleses “defensores de la fe”?

5. ¿Cómo llegaron a ser llamados “protestantes” los seguidores de Lutero?

6. ¿Quién redactó la Confesión de Augsburgo?

7. ¿Cuál es la característica e importancia de la Confesión de Augsburgo?

8. ¿Qué tres planteos hizo la Reforma de Lutero en el pensamiento de la Iglesia?

9. ¿Cuál es la contribución más importante de Lutero a la teología cristiana?

10. ¿Cuáles fueron las dos enseñanzas básicas de Lutero?

11. La Reforma en Suiza fue un movimiento más práctico y con mayor énfasis en la organización que
el movimiento luterano (cierto - falso).

12. ¿Cuáles fueron las dos ideas más importantes de Zuinglio?

13. ¿Qué enseñaba Zuinglio acerca de la Cena del Señor y el Bautismo?

14. Menciona tres libros escritos por Juan Calvino.


15. Describe la obra de Calvino en Ginebra.

16. ¿Qué creía Calvino sobre la elección?

17. ¿Qué creía Calvino sobre la Cena del Señor y el Bautismo?

18. ¿En qué dos sentidos los propulsores de la Reforma Radical fueron radicales?

20. ¿Qué enseñaban los biblistas o anabautistas?

21. ¿Cuáles fueron las convicciones principales de los anabautistas?

22. Menciona algunas características generales de la revuelta en Inglaterra.

23. ¿Quién fue María Tudor y cuál fue su política en materia religiosa?

24. ¿Quién fue Isabel I y cuál fue su política en materia religiosa?

25. ¿Quién fue Juan Knox?

26. Menciona cinco características de la Reforma en Escocia.

27. ¿Cuál fue la orientación teológica de la Reforma en Escocia?

28. ¿Quiénes fueron los hugonotes?


29. ¿Qué fue la Noche de San Bartolomé?

30. Menciona algunos resultados del Edicto de Nantes de 1598.

Preguntas suplementarias (para los niveles 2 y 3):

1. ¿Qué tres temas generales para debatir proponía Lutero en sus Noventa y Cinco Tesis?

2. ¿Por qué Lutero y Calvino son considerados como “reformadores bíblicos”?

3. Menciona tres tratados de Lutero escritos en 1520.

4. ¿Cuáles fueron las “tres paredes” que la Iglesia levantaba para esconderse de una reforma, según
Lutero?

5. ¿Qué creía Calvino respecto de la Iglesia?

6. ¿Cuáles son las cuatro interpretaciones de la Cena del Señor que se desarrollaron en el siglo XVI?

7. ¿Cuál era la idea más importante de Miguel Servet?

8. ¿Qué evento llevó a la declaración de que el rey inglés era “el único y supremo Señor” de la Iglesia
de Inglaterra?

9. ¿Qué se entiende por “renacimiento isabelino”?

10. ¿Qué es el “presbiterianismo”?


Tareas avanzadas (para el nivel 3):

1. “Puede decirse que el año 1517 vio cumplidas las dos condiciones vitales para la expansión del
cristianismo: comunicaciones y vigor espiritual.” ¿Por qué razones el autor afirma esto?

2. ¿Qué entendía Lutero por la “justificación por la fe”?

3. Confeccionar un cuadro comparativo en dos columnas entre Lutero y Zuinglio sobre los siguientes
asuntos: Biblia, Cena del Señor, Bautismo, salvación y gobierno de la iglesia.

4. Explicar qué fue la Matanza de San Bartolomé.

TRABAJOS PRÁCTICOS

TAREA 1:

Lee y responde:

Martín Lutero: “Ahora bien: puesto que los campesinos se echan encima tanto a Dios como a los
hombres y han merecido ya por tantas razones la muerte en cuerpo y alma, y no admiten ni dan
lugar a derecho alguno, sino que persisten en su furia, me veo obligado a instruir a las autoridades
civiles sobre cómo proceder en las actuales circunstancias con limpia conciencia. En primer término
no quiero oponerme a aquellas autoridades que, pudiendo y queriendo hacerlo, repriman con todo
rigor y castiguen a tales campesinos sin previo ofrecimiento de llegar a un acuerdo equitativo, aun
cuando dichas autoridades no sean tolerantes respecto del evangelio. Al proceder en esta forma
están plenamente en su derecho, dado que los campesinos ya no luchan en defensa del evangelio,
sino que se convirtieron con toda evidencia en hombres pérfidos, perjuros, desobedientes, en
rebeldes, homicidas, asaltantes, blasfemos, a quienes también un gobierno pagano tiene el derecho,
el poder y hasta la obligación de castigar como malhechores, para esto lleva espada, para esto es
servidor de Dios para castigar al que hace lo malo, Romanos 13:2.”

Martín Lutero, Contra las hordas ladronas y asesinas de los campesinos, 1525.

- ¿Por qué Lutero consideraba a los campesinos como delincuentes y a su revuelta como un
movimiento subversivo?
- ¿Cuál es el fundamento bíblico y teológico que Lutero utilizó para justificar la guerra contra los
campesinos en rebeldía?

- ¿Por qué para Lutero la causa de los campesinos era ajena al evangelio cristiano?

Tomás Muntzer: “Comenzad a luchar la lucha del Señor; es hora. Evitad que vuestros hermanos
hagan escarnio de los testimonios de Dios; de lo contrario se perderán. Todo el país alemán, francés
e italiano está en movimiento; el Maestro quiere hacer un juego y los malvados tienen que intervenir
… Con que sólo hubiera tres de vosotros que, entregados a Dios, sólo buscaran su nombre y honor,
no temeríais a cien mil. Adelante, adelante, adelante; es bueno que los malvados se hayan
acobardado libremente, como los perros. Estimulad a los hermanos para que se decidan.

Es extremadamente necesario: adelante, adelante, adelante … No os dejéis conmover, como lo


ha ordenado Dios, Dt. 7. Y a nosotros también nos ha revelado lo mismo. Animad [a la gente] en las
aldeas y ciudades y, en especial, a los mineros y otros mozos fuertes … Tengo el mensaje de hacer
la guerra. Por ahora no puedo hacerlo de otra manera. Quisiera aleccionar yo mismo a los hermanos,
para que el corazón se les volviera más grande que todos los castillos y armamentos de los perversos
impíos de la tierra. Adelante, adelante, mientras el fuego aún arde. No permitáis que vuestra espada
pierda el calor de la sangre …

Voltead su torre al suelo. No será posible que os libréis del temor humano, mientras ellos vivan.
No se os puede hablar nada de Dios, mientras ellos os gobiernen. Adelante, adelante, adelante,
mientras sea de día. Dios os precede: seguidlo … No sois vosotros los que lucháis. Comportaos
virilmente y veréis la ayuda de Dios sobre vosotros. Cuando Josafat oyó estas palabras se postró.
Obrad, pues, también vosotros a través de Dios y que Él os dé fuerzas, sin temor a los hombres, en
la verdadera fe.”

Tomás Muntzer, “Carta a los campesinos,” fines de abril de 1525.

- ¿De qué manera el compromiso social y la visión profética se expresaron en Tomás Muntzer?

- ¿Por qué razón Muntzer repite tanto “Adelante” y apura a los campesinos a comprometerse en la
lucha?

- ¿De qué manera interpreta Muntzer los hechos políticos y sociales de ese momento (1525)?
En un párrafo de no más de 300 palabras hacer una comparación entre las perspectivas cristianas
de Lutero y Muntzer en cuanto a la rebelión campesina de 1525.

TAREA 2: El clamor por justicia social.

Lee y responde:

“He sostenido y seguiré sosteniendo sin cesar, que los mendigos son un signo seguro de que no
hay cristianos o que éstos son pocos y tibios en la ciudad en la que se ve gente mendigando.
Brevemente, esto debe entenderse así: son mendigos aquéllos que andan dando vueltas por ahí en
procura de pan o que están sentados en las calles o ante las casas e iglesias pidiendo pan. A esa
gente no se la debe tolerar; es preciso ahuyentarla; pero no de una manera irracional y tiránica, sino
con ayuda espontánea. Porque nosotros, los cristianos, no debemos permitir que nadie llegue a tal
grado de pobreza y necesidad, como para verse movido e impelido a clamar por pan [Mt. 26:11] …
[A la luz de Mt. 25:41–45] se deduce que no son cristianos los que permiten que los hambrientos
corran en procura de pan; porque deben mostrarse diligentes para que los hambrientos sean
alimentados, antes de que el hambre los obligue a clamar por pan … Para abreviar, incluiré un
precioso texto [Dt. 15:4, 7] … Este pasaje de las Escrituras es claro, … y nos enseña a todos que cada
ciudad debe cuidar de sus habitantes. Por lo tanto, si alguien cae en la pobreza, todos—y los
gobernantes, en particular—deben apiadarse de los pobres, y nadie debe cerrar su corazón, sino
abrir sus manos y prestar al hermano menesteroso lo que éste necesite. Así, pues, los magistrados
cristianos, en particular, deben mostrarse diligentes en prestar ayuda a los pobres que habitan en
sus ciudades. Porque ante todo debemos ayudar a los nuestros, como enseña Pablo [Gá. 6:10] …
Cada ciudad debe atender a las necesidades de sus pobladores, es decir, que deben facilitar a sus
hermanos menesterosos lo que éstos necesiten. También los príncipes, funcionarios,
burgomaestres, jueces, alcaldes y otros magistrados deben buscar medios y adoptar medidas
apropiadas para que los hermanos y hermanas pobres sean mantenidos de acuerdo con su
condición y no se permita que nadie ande mendigando su pan … Es también deber de las autoridades
observar cuáles son los mendigos fuertes, que podrían trabajar y obligarlos a ganarse el sustento
con su trabajo. Pero han de hacerlo brindándole orientación y ayuda para iniciar su negocio o trabajo
… Si alguien llega a la situación de poder devolver—sin penurias—lo que se le prestó, aceptarán ese
pago y ayudarán con él a otros. Pero si a alguien le resulta muy penoso devolver lo que se le prestó,
los benefactores no exigirán ni esperarán que el beneficiado lo haga [Dt. 15:9].”

Andrés Carlstadt, “Sobre el segundo artículo, referente a los mendigos,” en De la remoción de


imágenes y que no debe haber mendigos entre los cristianos, 1521.

- Carlstadt no sólo inició reformas culturales en Wittenberg sino también sociales y económicas.
Descubre cuáles y explícalas.
¿Qué proponía Carlstadt respecto de la mendicidad común?

¿Qué propuesta hacía Carlstadt para terminar con la mendicidad?

TAREA 3: Evaluación de la Reforma.

Lee y responde:

“… hacia mediados del siglo XVI había tres formas de religión oficial en Occidente: el catolicismo
papal, la cristiandad estatal (luteranismo) y la teocracia calvinista. Todas, por lo menos
teóricamente, perseguían propósitos universalistas: cada una preveía un futuro, y hasta cierto punto
trabajaba para realizarlo, en que sus doctrinas e instituciones serían impuestas a toda la cristiandad.
Cada una estaba vinculada orgánicamente con el Estado en que existía. Cada una era una religión
compulsiva, que exigía el monopolio del ministerio cristiano donde tenía poder.”

- A la luz de la conclusión de Johnson, hacer una evaluación de las tres ramas principales de la
cristiandad occidental hacia mediados del siglo XVI.

- Presentar ejemplos históricos que ilustren la frase “cada una era una religión compulsiva” en
relación con el catolicismo, el luteranismo y el calvinismo.

- Hacer una comparación de estas tres religiones con el movimiento anabautista. ¿Cuál fue la nota
distintiva de los anabautistas en relación con estas expresiones “compulsivas” del cristianismo?

DISCUSIÓN GRUPAL

1. ¿Puede una Iglesia equivocar el camino? ¿Cómo podemos saber si un grupo que se autodenomina
“Iglesia” realmente lo es? ¿Puede una Iglesia dejar de ser Iglesia?

2. ¿Nos ofrecen los Evangelios una sola forma de entender la Cena del Señor (considera también la
“tradición” que Pablo presenta en 1 Corintios 11:17–34)? ¿Es realmente problemático que dos
personas se acerquen a la Mesa del Señor con conceptos diferentes acerca de lo que allí ocurre?
¿Cuál es la opinión de ustedes acerca de las reglas de algunas iglesias que impiden a los cristianos
compartir la Cena del Señor junto con otros cristianos de convicciones diferentes?
3. Los reformadores consideraban que los católicos romanos daban demasiada atención a las
enseñanzas de los Padres y de los Papas, y no tanta a las de la Biblia. Consideraban también que los
radicales estaban más interesados en sus propias experiencias espirituales que en el texto de la
Biblia. Al interpretar un texto de la Biblia, ¿qué es lo más importante? (1) Lo que los eruditos bíblicos
dicen que es su significado. (2) La forma en que el texto es interpretado por la Iglesia. (3) La forma
en que el texto habla al lector en su circunstancia presente. (4) Otra alternativa que consideren
oportuna.

LECTURAS RECOMENDADAS

Bainton, La Iglesia de nuestros padres, 142–182.

Baker, Compendio de la historia cristiana, 175–228.

González, Historia del cristianismo, 2:33–112; 123–132.

Latourette, Historia del cristianismo, 2:11–196.

Muihead, Historia del cristianismo, 2:15–264.

Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 335–422; 430–441.


UNIDAD 2

La reforma católica

INTRODUCCIÓN

En esta Unidad veremos que la Reforma protestante no fue la única señal de nuevo vigor
espiritual durante el siglo XVI. Muchos cristianos dentro de la Iglesia Católica Romana luchaban
también por depurar a la Iglesia. Cuando hablamos de la Reforma del siglo XVI es necesario recordar
que se trató de la Reforma de la Iglesia Católica Romana. Al principio, ninguno de los reformadores
quiso dejar a esta Iglesia; lo que querían era cambiarla. Por supuesto, su acción afectó a la mayoría
católica, especialmente a los más instruidos, que leían y pensaban los escritos de los reformadores.
Los católicos reaccionaron a esta disidencia con lo que los historiadores llaman la “Contrarreforma,”
porque fueron contra la Reforma protestante. Sin embargo, hay historiadores que denominan a este
movimiento como la “Reforma católica.” Este título tiene como propósito dejar en claro que el
interés por cambiar y renovar la Iglesia no fue una cuestión exclusivamente de los reformadores
protestantes.

La Reforma y/o Contrarreforma católica es el nombre dado a los movimientos de nueva vida
que se dieron en esa parte de la cristiandad que permaneció bajo la alianza romana. Sin embargo,
es mejor hablar de avivamiento o reforma católica al referirnos a todo el proceso histórico, porque
hay evidencias del deseo de renovar la Iglesia dentro de la Iglesia Católica Romana, incluso antes de
la revuelta de Lutero. A pesar del movimiento protestante, la mayoría de los que querían cambiar
la Iglesia siguieron siendo católicos, y la Iglesia Católica Romana habría cambiado de todos modos
incluso sin la Reforma protestante. El movimiento protestante estimuló a la Iglesia de Roma a
realizar lo que muchos anhelaban, si bien el avivamiento católico terminó por dirigirse en contra de
los protestantes.

CUADRO 4 - METAS BUSCADAS POR EL AVIVAMIENTO CATÓLICO

Aspecto moral y social: reformar la Iglesia desde el Papa hasta el último


de los monjes, exigiendo el cumplimiento
estricto de las leyes canónicas y poniendo más
énfasis en la disciplina.
Aspecto polémico: detener el progreso del protestantismo en la
población.

Aspecto político: reconquistar los territorios perdidos como


consecuencia de la Reforma.

Aspecto misionero: ganar a los paganos de los nuevos territorios


conquistados por las potencias europeas para la
Iglesia Católica Romana.

La Reforma Católica tuvo su expresión más acabada en España. Hacia fines del siglo XV, España
experimentó cambios fundamentales que marcaron su destino histórico. En primer lugar, se produjo
la unificación territorial de la Península Ibérica con la conquista del reino moro de Granada (1492).
En segundo lugar, se produjo la unificación religiosa con la expulsión de musulmanes y judíos. En
tercer lugar, se produjo la renovación espiritual de la Iglesia Española. Como en el resto de Europa,
se sentía en España la urgente necesidad de una profunda transformación interna de la Iglesia. El
alto clero estaba sumido en la guerra y los conflictos por el poder político, mientras que el bajo clero
estaba comprometido con las supersticiones y la ignorancia. De los monarcas católicos, la más
interesada por limpiar la Iglesia era Isabel de Castilla, quien se caracterizaba por su vida devota. Con
miras a reformar el clero, los Reyes Católicos obtuvieron de Roma el derecho de patronato, es decir,
la autoridad para elegir y nombrar al clero español. Con este poder fue que Isabel logró colocar
como arzobispo de Toledo y primado de su reino, a Francisco Jiménez de Cisneros (1436–1517), un
fraile franciscano de ideas humanistas y de una vida austera.

Cisneros era un hombre bien preparado y llegó a ser arzobispo de Toledo, Gran Inquisidor,
confesor de la reina Isabel la Católica y fundador de la Universidad de Alcalá de Henares (1508).
Cisneros era un gran admirador de la antigüedad clásica. Se le debe la elaboración y publicación de
la Biblia Políglota Complutense, que presentaba el texto bíblico en tres idiomas: hebreo, griego y
latín, en columnas paralelas. También se le debe la elaboración de un vocabulario hebreo-caldeo y
una gramática hebrea. Reformó el clero y la Iglesia españoles de suerte tal que ciertas críticas de los
reformadores posteriores durante el período de la Reforma no se aplicaron a España.

Otro destacado personaje de este tiempo fue Elio Antonio de Lebrija (1441–1522), gran
conocedor de la literatura latina. Lebrija realizó estudios clásicos en Italia donde se relacionó con
muchos de los humanistas de la época. Publicó una gramática española (1492), que no solamente
fue la primera en España, sino también la primera de un idioma romance. Cuando Cisneros fundó la
Universidad de Alcalá, invitó a Lebrija a enseñar, quien preparó entonces diccionarios latín-español
y español-latín, y participó en la composición de la Políglota Complutense.
Ludwig Hertling: “Sería exagerado decir que la renovación eclesiástica en la época de la
restauración fue obra exclusiva de España. Pero sí fue una gran suerte para la Iglesia que en
el siglo XVI existiera al menos una gran potencia que hubiera quedado totalmente indemne
de la herejía, y que este país estuviera en condiciones de aportar a la Iglesia, en el momento
de su peor crisis, abundantes energías para su regeneración.”

Por otro lado, esta Unidad se cierra con la inserción de un apartado sobre el desarrollo de las
Iglesias Ortodoxas y Orientales desde 1500 a 1750. Éste me parece el lugar más adecuado para
considerar esta importante cuestión, que no ha recibido suficiente atención en muchos libros de
texto de historia del cristianismo en lengua castellana.

¿REFORMA O CONTRARREFORMA?

La designación más común y convencional que se da en la historiografía tradicional al proceso


de despertar espiritual católico romano y de reacción frente al protestantismo durante los siglos XVI
y XVII es la de Contrarreforma. Con este nombre se ha denominado a aquellos movimientos de
reforma que surgieron de la Iglesia Romana como una reacción a la Reforma protestante. Sin
embargo, el fenómeno presenta dos aspectos algo diferentes. Uno es el avivamiento o renovación
interior de la Iglesia y la reforma personal, que bien merece ser calificada como Reforma católica; y
el otro es la reacción defensiva y ofensiva de la Iglesia contra el protestantismo, que fue
propiamente una Contrarreforma.

El estudio detallado de los numerosos eventos y procesos históricos relacionados con el


catolicismo romano durante este período es un desafío monumental y casi imposible. La cantidad
de literatura disponible para este estudio (fuentes primarias y secundarias) es astronómica. Como
bien reconociera H. Outram Evennett, “el tema de la Contrarreforma es enorme; su definición y
análisis es difícil; su literatura está esparcida en muchos idiomas europeos.”

_ Análisis historiográfico de los conceptos


El concepto de una Contrarreforma. El nombre Contrarreforma fue acuñado en Alemania por
autores protestantes. Apareció por primera vez en 1762, cuando Johannes Stephan Pütter, un
jurisconsulto de Gotinga, utilizó la expresión para designar el retorno forzado a la práctica de la
religión católica en un territorio que previamente había abrazado la fe protestante. Pütter hablaba
de contrarreformas, en plural, porque no pensaba en un movimiento unitario, sino en una serie de
acciones aisladas. Desde 1776 en adelante, este autor comenzó a utilizar el término en singular,
pero con el mismo significado.

Leopoldo von Ranke reconocía el carácter unitario del movimiento católico de reconquista, que
fue llevado a cabo principalmente a través de los jesuitas en Alemania bajo la protección de varios
príncipes. En 1843, Ranke le dio a la expresión Contrarreforma un nuevo significado al utilizarla para
designar a todo este período histórico como la Era de la Contrarreforma (Zeitalter der
Gegenreformation). Estas palabras, que ahora encerraban un nuevo significado, fueron adoptadas
por los historiadores alemanes entre 1860 y 1870. Muy pronto fueron aceptadas por la historiografía
de otros países europeos y se popularizaron.

El concepto de una Reforma católica. En 1880, Wilhelm Maurenbrecher creó un nuevo concepto
historiográfico, cuando denominó “Reforma católica” al fenómeno relacionado con la renovación
espiritual y moral de la Iglesia Católica Romana en el siglo XVI. Según él, los orígenes de los
movimientos reformadores dentro de la Iglesia Romana fueron anteriores a los de la Reforma
luterana y tuvieron profundas raíces en el suelo de la pre-Reforma en la Edad Media tardía.
Maurenbrecher también estaba convencido de que la Contrarreforma en todos sus aspectos era
básicamente de inspiración española.

La mayoría de los historiadores católicos ha rechazado el término Contrarreforma por sus


connotaciones peyorativas y continúan viéndolo con desagrado, mayormente en los países latinos.
Ludwig von Pastor elaboró su propio concepto de una Reforma católica y ayudó a su divulgación a
través de su famosa Historia de los papas desde fines de la Edad Media. La designación de Pastor no
expresa continuidad alguna con la Edad Media ni con los elementos derivados de la reforma
tridentina. Pastor dejó de utilizar el nombre Contrarreforma porque consideraba que era falso e
inexacto. En lugar del mismo usó la expresión “Restauración católica.” Su autoridad fue muy
influyente sobre los autores católicos, particularmente aquellos de origen latino, especialmente
españoles. Varios historiadores españoles han seguido su clasificación. Pero él es también
responsable por el cambio del nombre en los historiadores protestantes.

_ Evaluación de los conceptos


Según el historiador católico Hubert Jedin, es necesario distinguir entre dos elementos en los
eventos transformadores del catolicismo del siglo XVI. Uno de ellos es de carácter positivo y tiene
que ver con la renovación religiosa, que tiene sus raíces en el siglo XV. El otro es de carácter negativo
y tiene que ver con las actitudes de defensa y ataque que caracterizaron el proceso durante el siglo
XVI. Para Jedin, la expresión Contrarreforma es inadecuada para referirse al conjunto de estos
eventos, porque sólo expresa la idea negativa. El concepto de una Restauración católica, según él,
también es limitado porque no expresa suficientemente ni la primera ni la segunda idea. De modo
que una sola expresión parece ser insuficiente para expresar ambos aspectos. Es, pues, necesario,
según él, usar dos expresiones: la Reforma católica y la Contrarreforma. La primera expresa el
elemento positivo; la segunda, el elemento negativo; y ambas se complementan la una a la otra.

No obstante, según algunos autores, tal distinción en el análisis del catolicismo del siglo XVI no
parece ser definitiva ni es totalmente convincente. Para estos estudiosos, son evidentes las
limitaciones que pueden surgir del uso de la expresión “Reforma católica”, como enfatizando los
indudables aspectos positivos de la reforma interna de la Iglesia antes que los elementos igualmente
presentes de la reacción contra el protestantismo (Contrarreforma).

Así y todo, la terminología de Jedin ha sido adoptada, si bien no de manera exclusiva, por varios
historiadores contemporáneos, tanto católicos como protestantes. Sin embargo, algunos eruditos
católicos muy conservadores no comparten las conclusiones de Jedin. Uno de ellos, el español
Ricardo García Villoslada, es de la convicción de que el nombre Contrarreforma es adecuado para
expresar ambos aspectos de la Reforma católica. Él utiliza la expresión en el sentido más amplio
para designar la totalidad de los eventos que surgieron en el seno del mundo católico desde 1545 a
1648, ya sea que tengan un carácter anti-protestante o no.

Por el contrario, el historiador francés Jean Delumeau utiliza la expresión Contrarreforma para
designar solamente las manifestaciones resueltamente anti-protestantes del catolicismo, que
estaba en proceso de renovación en los siglos XVI y XVII. Según él, la transformación de la Europa
occidental medieval fue el resultado de la contribución tanto de los líderes de la Reforma
protestante como de la Contrarreforma católica

Jean Delumeau: “No se puede negar la existencia de una Contrarreforma con múltiples
facetas. Pero ésta es sólo un aspecto, y no el esencial, del Renacimiento católico … Nuestro
cometido aquí [“Aspectos generales de la Contrarreforma”] consiste en estudiar no el
Renacimiento católico, sino sólo la hostilidad de la Iglesia romana al protestantismo.
Conviene, sin embargo, situar esta hostilidad en un contexto general de cruel intolerancia y
en una época en que amar y servir a la propia religión significaba a menudo combatir la de
los demás.

Cuando se analiza la historiografía contemporánea sobre esta cuestión, parece evidente que no
hay acuerdo entre los historiadores, particularmente entre los católicos romanos, en cuanto a los
límites cronológicos del período de la Reforma católica como en cuanto a la terminología a ser usada
para caracterizarla.

Harold J. Grimm: “Este asombroso avivamiento del catolicismo romano ha sido


diversamente llamado Contrarreforma, Reacción católica, Reforma católica y Restauración
católica. En razón de que todos estos cuatro elementos estuvieron presentes, el uso de la
expresión Reforma católica parece preferible, porque puede ser utilizada para incluir a las
otras tres.”

No obstante, desde una perspectiva conceptual, es conveniente guardar la expresión Reforma


católica para designar al proceso interno de reforma y renovación en la Iglesia Romana, que tuvo su
culminación con el Concilio de Trento. Como indica el erudito católico Henri Daniel-Rops: “La
verdadera reforma no estuvo dirigida contra un enemigo; fue llevada a cabo por Dios, por Jesucristo,
como una protesta de lealtad firme.” Una vez que la Iglesia se vio fortalecida internamente, pudo
entonces confrontar los desafíos planteados por el protestantismo. Esta segunda etapa puede ser
llamada con mayor propiedad Contrarreforma. Su desarrollo puede ser trazado a la luz de las
diversas medidas tomadas por la Iglesia Católica después del Concilio de Trento.

LA REFORMA CATÓLICA

Desde el Gran Cisma de 1378, muchos cristianos sintieron una urgente necesidad de reformar
a la Iglesia de Roma. La Reforma protestante fue el fruto de muchas de estas inquietudes dentro de
la Iglesia. Sin embargo, es importante tener en mente que, mientras los reformadores protestantes
estaban trabajando, la gran mayoría de todos los cristianos estaban ocupados en vivir y creer como
fieles católicos romanos. La búsqueda de una fe más significativa entre las personas más educadas
se manifestó en la renovación bíblica y la erudición humanista. Estrechamente ligado a esto estuvo
la búsqueda de una disciplina y vitalidad espiritual más profunda en la Iglesia misma. La Encyclopedia
Cattolica define a la Reforma católica como sigue: “Es el retorno de la Iglesia a un ideal de vida
cristiana mediante una renovación interna. Ésta es anterior a la restauración católica, con la cual la
Iglesia renovada internamente se vuelve al mundo exterior, para sostenerse contra el
protestantismo y resguardar el terreno perdido a causa del mismo.

CUADRO 5 - NECESIDAD DE REFORMA DEL CLERO Y DE LA CURIA ROMANA

1. El clero inferior no cumplía con su ministerio de cura de almas y la vida cristiana de los fieles
era pobre.

2. El clero superior (obispos y vicarios) no visitaban sus diócesis ni se preocupaban de otra cosa
que de las rentas de sus beneficios.

3. El Papa con su ejemplo inducía a descuidar las funciones pastorales por estar ocupado en los
negocios temporales.

4. Esta serie de males empezaba en el vértice supremo de la Iglesia, y desde allí se extendía a
todos los ámbitos de la vida cristiana.

5. Una reforma auténtica debía comenzar desde la cabeza de la Iglesia hasta el último de sus
miembros: esto es lo que se intentó.

_ Orígenes de la Reforma católica


El fenómeno de la Reforma católica, en su aspecto positivo, es anterior a la Reforma de Lutero.
Como señala Hubert Jedin, “la Reforma protestante no ha producido a la Reforma católica, sino que
la ha favorecido indirectamente contra su propia voluntad.” Esta Reforma no comenzó desde arriba,
sino desde abajo; no desde el centro, sino desde la periferia de la Iglesia. Estas iniciativas
embrionarias sólo pudieron desarrollarse cuando los papas asumieron el liderazgo del movimiento
de renovación religiosa. La Reforma católica fue como un río que recibe su caudal a través de
muchos afluentes pequeños, que han nacido de manera independiente unos de otros, pero que
terminan por unir sus aguas. ¿Cuáles fueron los tributarios principales que contribuyeron al caudal
de la Reforma católica?

Las órdenes religiosas. En las ciudades y pueblos a lo largo de Europa el deseo de una reforma
institucional se vio impulsado por las nuevas clases urbanas que no estaban satisfechas con las
estructuras de la Iglesia, que parecían promover la corrupción y la laxitud moral. Varios movimientos
monásticos nuevos se propusieron renovar una espiritualidad auténtica. Así, pues, el primer caudal
y quizás el más importante para el movimiento reformador católico fue seguramente el de las
nuevas órdenes religiosas.

Este movimiento comenzó en el siglo XV y se extendió a los franciscanos, dominicos, agustinos,


benedictinos, cistercienses, carmelitas, mercedarios y trinitarios. Muchos católicos destacados
recibieron entrenamiento e inspiración en estas órdenes. Predicadores populares como Bernardino
de Siena (1380–1444) y Juan de Capistrano (1385–1456); obispos como Antonino de Florencia
(1389–1459); cardenales como Nicolás Albergati; teólogos como Tomás de Vio Cayetano (1464–
1534), Jerónimo Seripando y Francisco de Vitoria (1486–1546); reformadores como Jerónimo
Savonarola (1452–1498) y Francisco Jiménez de Cisneros (1436–1517); y, misioneros como
Hernando de Talavera (1428–1507), todos éstos pertenecían a estas órdenes.

Entre las nuevas órdenes que se constituyeron en el siglo XVI, cabe mencionar a los capuchinos,
que se organizaron en 1525 en Italia como un movimiento de renovación de los franciscanos. Tres
años después Roma reconoció oficialmente a la orden. Unos diez años antes, en Brescia (Italia), una
mujer llamada Angela Merici (1474–1540) había comenzado a visitar los hospitales y a alojar a niños
huérfanos. Merici no estaba casada, pero no había tomado los votos en ninguna orden monástica.
Parece que era educada ya que estableció clases de lectura para niñas. A principios del siglo XVI
había recibido una visión por la que Dios le ordenaba comenzar una nueva orden de mujeres que
servirían en el mundo y no estarían encerradas en un claustro. Esta visión se hizo realidad en 1535
cuando Merici organizó la orden de las ursulinas. Para cuando murió, cinco años más tarde, la
comunidad ya contaba con ciento cincuenta miembros. El crecimiento continuó lentamente, si bien
la orden vio aprobada su regla por el papa Pablo III en 1544. En los siglos que siguieron las ursulinas
crecieron hasta transformarse en una orden católica misionera mayor.

Los movimientos místicos. Un segundo afluente al curso de la Reforma católica estuvo


constituido por una variedad de movimientos místicos y espiritualistas. Entre estos movimientos se
destaca lo que se conoció como la devotio moderna, promovida en los Países Bajos por Gerhard
Groote (1340–1384). Este movimiento buscaba el mejoramiento del clero y de las órdenes religiosas
mediante la oración metódica (meditación diaria, lectura espiritual y examen interior) y la imitación
de Cristo. Debido a la influencia de Gerhard Groote nacieron tres nuevas asociaciones religiosas: las
Hermanas de la Vida Común (1379), los Hermanos de la Vida Común (1381) y la congregación de
canónigos regulares que seguían la Regla de Agustín en Windesheim. Las dos primeras estaban
integradas por laicos piadosos que no hacían votos ni vestían un hábito especial, pero guardaban la
castidad y se consagraban a la preparación religiosa de la juventud. La tercera, de una tendencia
más contemplativa, influyó sobre la reforma de muchos conventos y monasterios de varias órdenes
religiosas. La devotio moderna produjo varias obras ascético-místicas, entre las cuales La imitación
de Cristo, atribuida a Tomás de Kempis (1380–1471), ha llegado a ser uno de los libros más leídos
después de la Biblia.

La piedad italiana. Un tercer afluente de la Reforma católica fue el de la piedad italiana. A fines
del siglo XV surgieron en Italia algunas asociaciones de laicos que se proponían, además de atender
a obras de caridad, la reforma de la Iglesia. La contribución de Italia a la renovación interna del
catolicismo fue inmediata y vino de los Oratorios del Divino Amor. La importancia de estos grupos
es sobreestimada por Ludwig von Pastor, quien los considera como el origen mismo de la
Restauración católica. En 1494, Bernardino de Feltre (1439–1494) instituyó en Vicenza una
organización secreta llamada la Compañía u Oratorio de San Jerónimo. Este grupo buscaba la
santificación personal a través de la práctica de la caridad con los pobres y enfermos, el culto a la
Eucaristía, la penitencia y los ejercicios devocionales. En imitación de ellos, el laico Héctor Vernaza
fundó en Génova, en 1497, la Compañía u Oratorio del Divino Amor (Fraternitas divini amoris sub
divi Hieronymi protectione). Sus miembros se comprometían a servir personalmente en un hospital
para enfermos incurables, que ellos mismos habían construido y sostenían con sus limosnas.
Practicaban la penitencia y sobre todo la disciplina del secreto con que rodeaban todas sus acciones.

Oratorios similares florecieron en Milán, Brescia, Cremona, Verona, Nápoles, Venecia y


Florencia. En estos Oratorios fue donde encontraron ambiente propicio muchos movimientos de
reforma anteriores a la disidencia luterana. El más influyente fue el de Roma, fundado alrededor del
año 1513 por impulso de Vernaza. A este Oratorio perteneció Cayetano de Thiene (1480–1547) y
Juan Pedro Caraffa (el futuro papa Paulo IV), quienes fueron los fundadores (1524) de la primera
congregación de clero regular de corte reformador, los Teatinos. Su nombre deriva de Teate (Chieti)
de donde era obispo Caraffa. Esta orden fue creada con el propósito específico de renovar a la
Iglesia. Practicaron la pobreza más completa, sin bienes ni rentas, e incluso con la prohibición de
pedir limosnas. Cultivaron la cura de almas y proveyeron de una mejor preparación para los
sacerdotes. Fueron la cuna de muchos obispos y oficiales eclesiásticos con ideas reformadoras.
Sobre todo, según destacados historiadores católicos romanos, “la importancia de estos círculos de
reforma se hace evidente cuando uno considera sus entrecruzamientos, tanto en personal como en
ideas, con la fundación de nuevos institutos religiosos y con la reforma tridentina.”

En la misma línea fueron fundados algunos otros grupos eclesiásticos, como el de Somasco, para
el cuidado de los huérfanos, y los Barnabitas dedicados a ministerios pastorales y más tarde también
a la educación. El primero (los somascos) fue fundado por Jerónimo Emiliani (1486–1537) en 1532.
Su nombre les viene de la casa matriz en la pequeña ciudad lombarda de Somasco. Inicialmente
eran una simple asociación de sacerdotes y de laicos, que fue transformada en orden religiosa por
Ángel Marcos Gambara y confirmada por Paulo III en 1450. Se dedicaron principalmente a la
educación de la juventud y al cuidado de huérfanos y ancianos. Los segundos fueron fundados en
1530 por Antonio María Zacarías (m. 1539). Su título oficial es el de Clérigos Regulares de San Pablo,
pero se los conoce como barnabitas por su iglesia de San Bernabé en Milán, donde fueron fundados.
Originalmente eran una cofradía milanesa, al estilo de los oratorios del Divino Amor. Se difundieron
por toda Europa, dedicándose básicamente a la educación y las misiones populares.

Al mismo tiempo aparecieron los capuchinos, que se dedicaron a un apostolado intensivo.


Fueron fundados por Mateo de Bascia (1495–1552), hijo de campesinos de Umbría, quien entró de
joven en los franciscanos observantes de Montfalcone. Se dedicó a las misiones populares y procuró
imitar en todo a Francisco de Assis. Por la capucha distintiva de su hábito se los llamó capuchinos.
Profesaban una pobreza extrema y fueron muy efectivos en su ministerio a los pobres y humildes.
Su superior general, Bernardino Occino (1487–1564), se convirtió al protestantismo. Se propagaron
rápidamente por toda Europa y fueron un auxiliar poderoso en la reforma de la Iglesia y del papado.

Al Oratorio del Divino Amor de Venecia se incorporaron tres grandes personalidades: el senador
Gaspar Contarini (1483–1542), quien actuó como mano derecha del papa Paulo III en la reforma de
la Iglesia; el humanista inglés Reginaldo Pole (1500–1558); y, el obispo de Módena, el cardenal Juan
Morone (1509–1580).

La renovación española. Un cuarto tributario a la renovación de la Iglesia está representado por


la contribución española, quizás la más importante de todas. El historiador católico León Cristiani
señala: “Como en Italia y como en Francia, la Reforma católica en España está enraizada en la plena
Edad Media y se sitúa claramente en una fecha anterior a la revolución luterana.” La Iglesia española
comenzó con su propia reforma, una tarea que fue llevada a cabo con el apoyo de los Reyes Católicos
y la gestión de la institución del Santo Oficio o Nueva Inquisición, desde 1478 en adelante. En el
Concilio nacional de Sevilla en ese año, se alcanzó un acuerdo entre los Reyes Católicos y los obispos
a fin de promover la reforma de la Iglesia española.

Emilio González López: “A la actividad expansionista del imperio de Carlos V sucede un


nuevo sentido imperial más conservador y organizador. Con esta tendencia conservadora
en la organización política del imperio, procedente de la propia evolución del Estado
español, coincide el movimiento espiritual de la Contrarreforma, que trata de detener en
Europa el progreso del humanismo renacentista y el avance del protestantismo heterodoxo.
España, perdida su unión con Alemania, y teniendo que luchar con enemigos poderosos,
que le disputaban (Francia e Inglaterra) la hegemonía en la Europa occidental, mientras en
la oriental seguía su antigua rivalidad con Turquía, pasa en esta época por un período de
exaltación nacional en el que, como en la Reconquista y en la época de los Reyes Católicos,
se identifican de nuevo la patria con la religión.”

CUADRO 6 - REFORMA DE LOS OBISPOS EN ESPAÑA

Los Reyes Católicos fijaron las normas para la elección de los obispos:

1. Que los elegidos “sean naturales de estos reinos,” con lo cual se consiguieron tres fines:
Político: los Reyes tenían al frente de las ciudades obispos dignos de confianza en
caso de conflictos internacionales.

Financiero: las píngües rentas del obispado no salían del reino.

Pastoral: el obispo residía en el lugar de su beneficio y podía desempeñar mejor su


trabajo pastoral.

2. Que los elegidos “sean de vida honesta,” con lo cual se conseguía un episcopado más digno.

3. Que los elegidos “provengan de la clase media,” con lo cual se quitaba a las familias nobles
su predominio y abuso en los obispados, y su competencia por el poder con los monarcas.

4. Que los elegidos “sean letrados,” con lo cual se conseguía un nivel cultural más alto en el
episcopado español.

En pocos años, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla renovaron el episcopado y reformaron


al clero inferior y a las órdenes religiosas. Contaron para ello con colaboradores eficaces, como el
cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. Cisneros reformó las casas franciscanas, de las que salieron
los misioneros más consagrados para el Nuevo Mundo. También fundó la Universidad de Alcalá, que
fue la rival de la de Salamanca. En estas universidades se formaron los mejores teólogos que España
envió al Concilio de Trento. Allí también se desarrolló la nueva teología escolástica, que resultó de
la fusión del humanismo con el tomismo medieval, y la fusión de la teología bíblica y positiva con la
especulativa. La nueva fórmula, inventada por Francisco de Vitoria (m. 1546), tuvo su representante
más conspicuo en Melchor Cano (1509–1560), quien desempeñó un papel activo en las
deliberaciones del Concilio de Trento.

Durante un siglo, España envió teólogos a enseñar en muchos países, mientras que sus
escritores ascéticos y místicos se transformaron en los más leídos maestros de la vida espiritual.
España forjó dos instrumentos esenciales para la Contrarreforma católica: la Compañía de Jesús,
fundada por Iñigo de Loyola, y la Inquisición.

El humanismo cristiano. Un quinto tributario al caudal de la Reforma católica fue el humanismo


cristiano, que ya hemos considerado en la Unidad anterior. La Biblia y la antigüedad cristiana se
transformaron en el centro de los estudios de muchos eruditos católicos. A través de este ejercicio
se formó un nuevo tipo de teólogo y obispo católico. Este nuevo tipo de líder eclesiástico ideal tuvo
un modelo en Juan Mateo Giberti (1495–1543), obispo de Verona. Giberti no sólo introdujo una
rígida disciplina en su clero sino que, como humanista cristiano, procuró mantener la teología
ortodoxa mediante la promoción del estudio de la Biblia. Junto con Contarini, Caraffa, Pole y
Sadoleto, integró una comisión de reforma de la Curia de nueve prelados, convocada por el papa
Paulo III en 1537, para hacer un estudio amplio de las condiciones de la iglesia, especialmente de la
Curia romana, y hacer los preparativos para un Concilio General. El informe se conoce como
Recomendación … en cuanto a la Reforma de la Iglesia, y fue sometido al Papa en febrero de 1537.

Harold J. Grimm: “El prefacio de la Recomendación declaraba que todos los abusos en el
papado surgían de la secularización de un oficio espiritual; que los papas, al igual que otros
gobernantes, habían permitido que aduladores los convencieran de que su poder era
absoluto, especialmente con respecto a la concesión de beneficios, que los canonistas los
habían alentado a vender para su provecho personal; y que la venalidad de los papas y de
los cardenales había sido la causa principal de las defecciones de la Iglesia.”

Todos estos afluentes se transformaron en un río poderoso cuando los papas y el Concilio de
Trento (1545–1563) canalizaron sus aguas y utilizaron el poder que tenían para el beneficio de la
Iglesia Católica Romana.

_ Desarrollo de la Reforma católica


La Reforma católica habría sido imposible si los papas no la hubieran coordinado y orientado.
Como dice Jedin: “La única reforma [católica] se puede comparar con riachuelos que, corriendo de
varios lados y tendiendo a la misma meta, no se podían reunir en un único río sin que el papado,
comprometido con esto, no lo coordinase.” Fue cuando los papas en Roma entendieron que ellos
eran los primeros que estaban en necesidad de una reforma, que la Reforma católica se desarrolló
con un nuevo ímpetu. Como ha indicado el autor protestante Peter J. Klassen: “Los eventos a
comienzos del siglo XVI demostraron que la Reforma católica pudo ser exitosa sólo con el apoyo
papal.”

La Reforma católica antes del Concilio de Trento. Al principio, los papas prestaron poca atención
a los múltiples intentos reformadores dentro de la Iglesia. Adriano VI (1459–1523), a pesar de sus
muchos esfuerzos, fue incapaz de responder adecuadamente a las demandas de una reforma y de
poner fin a los abusos en la Iglesia. Tampoco Clemente VII (1478–1534) pudo hacer algo por cambiar
la situación. El nepotismo y sus consecuencias políticas le impidieron hacer esto. Fue durante su
reinado que se produjo el saqueo de Roma (1527), bajo las fuerzas del ejército imperial. En febrero
de 1529 no tuvo más remedio que coronar solemnemente a Carlos V. Fue la última coronación de
un emperador alemán realizada por el Papa.

El cambio positivo ocurrió con Paulo III (1468–1549), cuyo nombre era Alejandro Farnese. Según
Ludwig von Pastor, “el siglo que va desde la elección de Paulo III hasta la muerte de Urbano VIII
(1644) es, en la historia del papado, uno de los períodos más luminosos y más importantes,
caracterizado por la reforma y por la restauración católica.” Pablo III tomó con empeño la
reconstrucción de Roma, confiando a Miguel Angel Buonaroti (1475–1564) la dirección de estos
trabajos. Además, patrocinó a los eruditos y reorganizó la Universidad Pontificia de la Sapienza, al
tiempo que reestructuró la Inquisición Romana colocando al frente de ella al cardenal Caraffa.
También renovó el Colegio de Cardenales, aprobó la Compañía de Jesús y, sobre todo, convocó al
Concilio de Trento. Estas tres últimas acciones de Paulo III se transformaron en la piedra
fundamental para el desarrollo del la Reforma católica.

Ludwig Hertling: “Vemos, pues, que el pontificado de Paulo III representó en muchos
aspectos un punto crucial de la historia eclesiástica. Mucho faltaba aún para la perfección,
y el propio Paulo III estaba lejos de ser un santo; pero la tarea había empezado con buenos
augurios. Desde entonces había en la Iglesia un poderoso partido reformista, no ya secreto
y subterráneo como en tiempos de León X y Clemente VII, sino a la luz del día y con
partidarios hasta en la cumbre de la jerarquía, entre los obispos y cardenales; en realidad,
no era ya un partido, puesto que el papa se había puesto a su frente con toda conciencia.
Estaba abierto el camino para la renovación general de la Iglesia.”

Con Marcelo II (1555), la Reforma católica alcanzó al trono papal, pero este Papa murió en unos
pocos días. El energético Paulo IV (1476–1559), conocido antes como el cardenal Juan Pedro Caraffa,
continuó con la Reforma católica con vigor y nombró a cardenales mejores, hombres como Michele
Ghislieri (1504–1572), el futuro papa Pío V. Su sucesor, Juan de Médicis, subió al trono de Pedro
como el papa Pío IV (1499–1565). Este representante de la clase media italiana utilizó la Inquisición
como instrumento para investigar a todos los líderes de la Iglesia, incluidos los cardenales Pole y
Morone. No obstante, su política no fue muy acertada (especialmente en relación con Carlos V,
Felipe II y Fernando de Austria) y cometió nepotismo al nombrar a su sobrino Carlos Borromeo
(1538–1584) como cardenal y arzobispo de Milán. Borromeo tenía veintiún años cuando asumió,
pero se transformó en el genio del pontificado de Pío IV. Fue debido a él que la Reforma católica
pudo continuar y que el Concilio de Trento pudo alcanzar sus metas. Su influencia es atestiguada
por el embajador veneciano ante Roma, Soranzo, quien dijo de Borromeo: “Él en su propia persona
hace más bien a la Corte romana que todos los decretos del Concilio juntos.”

La tercera fase del Concilio fue la más importante para la reforma de la Iglesia. La cura de almas
se transformó ahora en la idea central de la Iglesia. Todas las medidas reformadoras tridentinas
estuvieron apuntadas a la organización metódica de la cura de almas. Esta nueva orientación
transformó la imagen pública del catolicismo. Las reformas administrativas fueron importantes e
irreversibles. A partir de Trento, la Iglesia Católica no volvió a experimentar la corrupción
administrativa de períodos anteriores, especialmente en relación al abuso de los innumerables
beneficios eclesiásticos.

Ludwig Hertling: “El concilio introdujo innovaciones decisivas en la organización de los


beneficios eclesiásticos. Las viejas ‘prácticas financieras’, que tanto habían dado que hablar
desde los tiempos de Aviñón, expectancias, regresiones, accesiones, etc., fueron pura y
simplemente abolidas, mientras se introducían enérgicas reformas en otros puntos y se
prohibía la acumulación de varias prebendas en una sola mano, lo que por lo demás
resultaba ya imposible al establecerse la obligación de residencia. Por su parte, el papa
estuvo totalmente de acuerdo en que tanto él como la curia perdieran con este motivo una
gran parte de sus rentas.”

La Reforma católica después del Concilio de Trento. Este Concilio produjo decretos muy
importantes para el fortalecimiento de la religión romana. Pero no fue suficiente que se aprobaran
ciertos decretos. Era necesario ponerlos por obra. Esto es lo que hicieron los papas de la segunda
mitad del siglo XVI, junto con numerosos miembros del clero caracterizados por su piedad y
consagración. Entre ellos son dignos de mencionar Carlos Borromeo, Juan de Ávila (1499–1569),
Felipe Neri (1515–1595), Pedro Canisio (1521–1597), Teresa de Ávila (1515–1582) y muchos otros,
que trabajaron por el cuidado de las almas y ganaron el reconocimiento de la Iglesia. Cuando la
Iglesia Católica parecía condenada a la decadencia, estos hombres y mujeres trajeron una nueva
vitalidad interior. Sin ellos habría sido imposible para los papas aplicar los decretos de Trento.

En esta tarea interior de renovación fueron de vital importancia los jesuitas, las viejas órdenes
reformadas y las nuevas congregaciones religiosas, que estaban dedicadas a la educación, el cuidado
de los enfermos, la capacitación de los sacerdotes y los ministerios parroquiales. Sin embargo,
fueron los papas los que dirigieron y orientaron a todo este movimiento, si bien ellos mismos no lo
originaron. “En realidad, la renovación del papado formó la base para la aplicación de los decretos
tridentinos, que a su vez condujeron a la auto-afirmación exitosa de la Iglesia en la Contrarreforma.”

Pío IV aprobó los decretos tridentinos sin hacerles cambio alguno (1564). Él también estableció
la Congregación del Santo Concilio, compuesta por ocho cardenales, para vigilar el cumplimiento de
sus decretos y resolver cualquier duda en cuanto a su interpretación. Pío V (1504–1572), el más
reformista de todos los papas del siglo XVI, restauró la dignidad del trono papal, reduciendo la
fastuosidad de los palacios papales y rechazando de plano todo nepotismo. También publicó el
Catecismo romano (1566), compuesto con propósitos catequéticos y homiléticos para el uso de los
sacerdotes parroquiales, el Breviario romano (1568) dando preferencia a las lecturas bíblicas, y el
Misal romano (1570) que reformó la liturgia. De esta manera, Pío V puso fin a los abusos y dio
uniformidad a la liturgia católica.

Gregorio XIII (1502–1585), gran jurista, reformó el calendario (calendario gregoriano, 1583),
hizo correcciones en el Martirologio romano, revisó el Corpus iuris canonici y, más que nada,
promovió la fundación de escuelas y seminarios para la preparación del clero, entre ellos la
Universidad Gregoriana, que puso bajo la dirección de los jesuitas. Pastor ve un punto de transición
real de Reforma a Restauración durante el pontificado de Gregorio XIII, un nuevo elemento
auténticamente agresivo que merece el calificativo de “contra” en la Contrarreforma, elemento que
emergería plenamente bajo Sixto V y sus sucesores.

Sixto V (1521–1590) reorganizó el gobierno central de la Iglesia, estableciendo quince diferentes


Congregaciones de cardenales para tratar con cuestiones diversas en la misma. También sistematizó
la visita ad limina de los obispos y comenzó una edición oficial de la Vulgata, que fue concluida por
Clemente VIII (1536–1605). Con Sixto V desapareció de la Curia romana el ideal de reforma y se
estableció más plenamente el espíritu de la Contrarreforma. Los cambios que se produjeron fueron
más de carácter administrativo que espiritual, más orientados a mantener vivo el ideal tridentino
que a mantener viva a la Iglesia. Gregorio XV (Papa de 1621 a 1623) completó su obra creando la
Congregación de Propaganda fide (1622) para la administración y promoción del movimiento
misionero católico. Para el año 1600 el empuje reformista en la Iglesia Católica Romana comenzó a
decrecer lentamente y se impuso el talante contrarreformista.

MAPA 3 - EUROPA CATÓLICA EN EL SIGLO XVI

UNIDAD 2

La reforma católica

INTRODUCCIÓN

En esta Unidad veremos que la Reforma protestante no fue la única señal de nuevo vigor
espiritual durante el siglo XVI. Muchos cristianos dentro de la Iglesia Católica Romana luchaban
también por depurar a la Iglesia. Cuando hablamos de la Reforma del siglo XVI es necesario recordar
que se trató de la Reforma de la Iglesia Católica Romana. Al principio, ninguno de los reformadores
quiso dejar a esta Iglesia; lo que querían era cambiarla. Por supuesto, su acción afectó a la mayoría
católica, especialmente a los más instruidos, que leían y pensaban los escritos de los reformadores.
Los católicos reaccionaron a esta disidencia con lo que los historiadores llaman la “Contrarreforma,”
porque fueron contra la Reforma protestante. Sin embargo, hay historiadores que denominan a este
movimiento como la “Reforma católica.” Este título tiene como propósito dejar en claro que el
interés por cambiar y renovar la Iglesia no fue una cuestión exclusivamente de los reformadores
protestantes.
La Reforma y/o Contrarreforma católica es el nombre dado a los movimientos de nueva vida
que se dieron en esa parte de la cristiandad que permaneció bajo la alianza romana. Sin embargo,
es mejor hablar de avivamiento o reforma católica al referirnos a todo el proceso histórico, porque
hay evidencias del deseo de renovar la Iglesia dentro de la Iglesia Católica Romana, incluso antes de
la revuelta de Lutero. A pesar del movimiento protestante, la mayoría de los que querían cambiar
la Iglesia siguieron siendo católicos, y la Iglesia Católica Romana habría cambiado de todos modos
incluso sin la Reforma protestante. El movimiento protestante estimuló a la Iglesia de Roma a
realizar lo que muchos anhelaban, si bien el avivamiento católico terminó por dirigirse en contra de
los protestantes.

CUADRO 4 - METAS BUSCADAS POR EL AVIVAMIENTO CATÓLICO

Aspecto moral y social: reformar la Iglesia desde el Papa hasta el último


de los monjes, exigiendo el cumplimiento
estricto de las leyes canónicas y poniendo más
énfasis en la disciplina.

Aspecto polémico: detener el progreso del protestantismo en la


población.

Aspecto político: reconquistar los territorios perdidos como


consecuencia de la Reforma.

Aspecto misionero: ganar a los paganos de los nuevos territorios


conquistados por las potencias europeas para la
Iglesia Católica Romana.

La Reforma Católica tuvo su expresión más acabada en España. Hacia fines del siglo XV, España
experimentó cambios fundamentales que marcaron su destino histórico. En primer lugar, se produjo
la unificación territorial de la Península Ibérica con la conquista del reino moro de Granada (1492).
En segundo lugar, se produjo la unificación religiosa con la expulsión de musulmanes y judíos. En
tercer lugar, se produjo la renovación espiritual de la Iglesia Española. Como en el resto de Europa,
se sentía en España la urgente necesidad de una profunda transformación interna de la Iglesia. El
alto clero estaba sumido en la guerra y los conflictos por el poder político, mientras que el bajo clero
estaba comprometido con las supersticiones y la ignorancia. De los monarcas católicos, la más
interesada por limpiar la Iglesia era Isabel de Castilla, quien se caracterizaba por su vida devota. Con
miras a reformar el clero, los Reyes Católicos obtuvieron de Roma el derecho de patronato, es decir,
la autoridad para elegir y nombrar al clero español. Con este poder fue que Isabel logró colocar
como arzobispo de Toledo y primado de su reino, a Francisco Jiménez de Cisneros (1436–1517), un
fraile franciscano de ideas humanistas y de una vida austera.

Cisneros era un hombre bien preparado y llegó a ser arzobispo de Toledo, Gran Inquisidor,
confesor de la reina Isabel la Católica y fundador de la Universidad de Alcalá de Henares (1508).
Cisneros era un gran admirador de la antigüedad clásica. Se le debe la elaboración y publicación de
la Biblia Políglota Complutense, que presentaba el texto bíblico en tres idiomas: hebreo, griego y
latín, en columnas paralelas. También se le debe la elaboración de un vocabulario hebreo-caldeo y
una gramática hebrea. Reformó el clero y la Iglesia españoles de suerte tal que ciertas críticas de los
reformadores posteriores durante el período de la Reforma no se aplicaron a España.

Otro destacado personaje de este tiempo fue Elio Antonio de Lebrija (1441–1522), gran
conocedor de la literatura latina. Lebrija realizó estudios clásicos en Italia donde se relacionó con
muchos de los humanistas de la época. Publicó una gramática española (1492), que no solamente
fue la primera en España, sino también la primera de un idioma romance. Cuando Cisneros fundó la
Universidad de Alcalá, invitó a Lebrija a enseñar, quien preparó entonces diccionarios latín-español
y español-latín, y participó en la composición de la Políglota Complutense.

Ludwig Hertling: “Sería exagerado decir que la renovación eclesiástica en la época de la


restauración fue obra exclusiva de España. Pero sí fue una gran suerte para la Iglesia que en
el siglo XVI existiera al menos una gran potencia que hubiera quedado totalmente indemne
de la herejía, y que este país estuviera en condiciones de aportar a la Iglesia, en el momento
de su peor crisis, abundantes energías para su regeneración.”

Por otro lado, esta Unidad se cierra con la inserción de un apartado sobre el desarrollo de las
Iglesias Ortodoxas y Orientales desde 1500 a 1750. Éste me parece el lugar más adecuado para
considerar esta importante cuestión, que no ha recibido suficiente atención en muchos libros de
texto de historia del cristianismo en lengua castellana.

¿REFORMA O CONTRARREFORMA?

La designación más común y convencional que se da en la historiografía tradicional al proceso


de despertar espiritual católico romano y de reacción frente al protestantismo durante los siglos XVI
y XVII es la de Contrarreforma. Con este nombre se ha denominado a aquellos movimientos de
reforma que surgieron de la Iglesia Romana como una reacción a la Reforma protestante. Sin
embargo, el fenómeno presenta dos aspectos algo diferentes. Uno es el avivamiento o renovación
interior de la Iglesia y la reforma personal, que bien merece ser calificada como Reforma católica; y
el otro es la reacción defensiva y ofensiva de la Iglesia contra el protestantismo, que fue
propiamente una Contrarreforma.

El estudio detallado de los numerosos eventos y procesos históricos relacionados con el


catolicismo romano durante este período es un desafío monumental y casi imposible. La cantidad
de literatura disponible para este estudio (fuentes primarias y secundarias) es astronómica. Como
bien reconociera H. Outram Evennett, “el tema de la Contrarreforma es enorme; su definición y
análisis es difícil; su literatura está esparcida en muchos idiomas europeos.”

_ Análisis historiográfico de los conceptos


El concepto de una Contrarreforma. El nombre Contrarreforma fue acuñado en Alemania por
autores protestantes. Apareció por primera vez en 1762, cuando Johannes Stephan Pütter, un
jurisconsulto de Gotinga, utilizó la expresión para designar el retorno forzado a la práctica de la
religión católica en un territorio que previamente había abrazado la fe protestante. Pütter hablaba
de contrarreformas, en plural, porque no pensaba en un movimiento unitario, sino en una serie de
acciones aisladas. Desde 1776 en adelante, este autor comenzó a utilizar el término en singular,
pero con el mismo significado.

Leopoldo von Ranke reconocía el carácter unitario del movimiento católico de reconquista, que
fue llevado a cabo principalmente a través de los jesuitas en Alemania bajo la protección de varios
príncipes. En 1843, Ranke le dio a la expresión Contrarreforma un nuevo significado al utilizarla para
designar a todo este período histórico como la Era de la Contrarreforma (Zeitalter der
Gegenreformation). Estas palabras, que ahora encerraban un nuevo significado, fueron adoptadas
por los historiadores alemanes entre 1860 y 1870. Muy pronto fueron aceptadas por la historiografía
de otros países europeos y se popularizaron.

El concepto de una Reforma católica. En 1880, Wilhelm Maurenbrecher creó un nuevo concepto
historiográfico, cuando denominó “Reforma católica” al fenómeno relacionado con la renovación
espiritual y moral de la Iglesia Católica Romana en el siglo XVI. Según él, los orígenes de los
movimientos reformadores dentro de la Iglesia Romana fueron anteriores a los de la Reforma
luterana y tuvieron profundas raíces en el suelo de la pre-Reforma en la Edad Media tardía.
Maurenbrecher también estaba convencido de que la Contrarreforma en todos sus aspectos era
básicamente de inspiración española.

La mayoría de los historiadores católicos ha rechazado el término Contrarreforma por sus


connotaciones peyorativas y continúan viéndolo con desagrado, mayormente en los países latinos.
Ludwig von Pastor elaboró su propio concepto de una Reforma católica y ayudó a su divulgación a
través de su famosa Historia de los papas desde fines de la Edad Media. La designación de Pastor no
expresa continuidad alguna con la Edad Media ni con los elementos derivados de la reforma
tridentina. Pastor dejó de utilizar el nombre Contrarreforma porque consideraba que era falso e
inexacto. En lugar del mismo usó la expresión “Restauración católica.” Su autoridad fue muy
influyente sobre los autores católicos, particularmente aquellos de origen latino, especialmente
españoles. Varios historiadores españoles han seguido su clasificación. Pero él es también
responsable por el cambio del nombre en los historiadores protestantes.

_ Evaluación de los conceptos


Según el historiador católico Hubert Jedin, es necesario distinguir entre dos elementos en los
eventos transformadores del catolicismo del siglo XVI. Uno de ellos es de carácter positivo y tiene
que ver con la renovación religiosa, que tiene sus raíces en el siglo XV. El otro es de carácter negativo
y tiene que ver con las actitudes de defensa y ataque que caracterizaron el proceso durante el siglo
XVI. Para Jedin, la expresión Contrarreforma es inadecuada para referirse al conjunto de estos
eventos, porque sólo expresa la idea negativa. El concepto de una Restauración católica, según él,
también es limitado porque no expresa suficientemente ni la primera ni la segunda idea. De modo
que una sola expresión parece ser insuficiente para expresar ambos aspectos. Es, pues, necesario,
según él, usar dos expresiones: la Reforma católica y la Contrarreforma. La primera expresa el
elemento positivo; la segunda, el elemento negativo; y ambas se complementan la una a la otra.

No obstante, según algunos autores, tal distinción en el análisis del catolicismo del siglo XVI no
parece ser definitiva ni es totalmente convincente. Para estos estudiosos, son evidentes las
limitaciones que pueden surgir del uso de la expresión “Reforma católica”, como enfatizando los
indudables aspectos positivos de la reforma interna de la Iglesia antes que los elementos igualmente
presentes de la reacción contra el protestantismo (Contrarreforma).

Así y todo, la terminología de Jedin ha sido adoptada, si bien no de manera exclusiva, por varios
historiadores contemporáneos, tanto católicos como protestantes. Sin embargo, algunos eruditos
católicos muy conservadores no comparten las conclusiones de Jedin. Uno de ellos, el español
Ricardo García Villoslada, es de la convicción de que el nombre Contrarreforma es adecuado para
expresar ambos aspectos de la Reforma católica. Él utiliza la expresión en el sentido más amplio
para designar la totalidad de los eventos que surgieron en el seno del mundo católico desde 1545 a
1648, ya sea que tengan un carácter anti-protestante o no.

Por el contrario, el historiador francés Jean Delumeau utiliza la expresión Contrarreforma para
designar solamente las manifestaciones resueltamente anti-protestantes del catolicismo, que
estaba en proceso de renovación en los siglos XVI y XVII. Según él, la transformación de la Europa
occidental medieval fue el resultado de la contribución tanto de los líderes de la Reforma
protestante como de la Contrarreforma católica

Jean Delumeau: “No se puede negar la existencia de una Contrarreforma con múltiples
facetas. Pero ésta es sólo un aspecto, y no el esencial, del Renacimiento católico … Nuestro
cometido aquí [“Aspectos generales de la Contrarreforma”] consiste en estudiar no el
Renacimiento católico, sino sólo la hostilidad de la Iglesia romana al protestantismo.
Conviene, sin embargo, situar esta hostilidad en un contexto general de cruel intolerancia y
en una época en que amar y servir a la propia religión significaba a menudo combatir la de
los demás.

Cuando se analiza la historiografía contemporánea sobre esta cuestión, parece evidente que no
hay acuerdo entre los historiadores, particularmente entre los católicos romanos, en cuanto a los
límites cronológicos del período de la Reforma católica como en cuanto a la terminología a ser usada
para caracterizarla.
Harold J. Grimm: “Este asombroso avivamiento del catolicismo romano ha sido
diversamente llamado Contrarreforma, Reacción católica, Reforma católica y Restauración
católica. En razón de que todos estos cuatro elementos estuvieron presentes, el uso de la
expresión Reforma católica parece preferible, porque puede ser utilizada para incluir a las
otras tres.”

No obstante, desde una perspectiva conceptual, es conveniente guardar la expresión Reforma


católica para designar al proceso interno de reforma y renovación en la Iglesia Romana, que tuvo su
culminación con el Concilio de Trento. Como indica el erudito católico Henri Daniel-Rops: “La
verdadera reforma no estuvo dirigida contra un enemigo; fue llevada a cabo por Dios, por Jesucristo,
como una protesta de lealtad firme.” Una vez que la Iglesia se vio fortalecida internamente, pudo
entonces confrontar los desafíos planteados por el protestantismo. Esta segunda etapa puede ser
llamada con mayor propiedad Contrarreforma. Su desarrollo puede ser trazado a la luz de las
diversas medidas tomadas por la Iglesia Católica después del Concilio de Trento.

LA REFORMA CATÓLICA

Desde el Gran Cisma de 1378, muchos cristianos sintieron una urgente necesidad de reformar
a la Iglesia de Roma. La Reforma protestante fue el fruto de muchas de estas inquietudes dentro de
la Iglesia. Sin embargo, es importante tener en mente que, mientras los reformadores protestantes
estaban trabajando, la gran mayoría de todos los cristianos estaban ocupados en vivir y creer como
fieles católicos romanos. La búsqueda de una fe más significativa entre las personas más educadas
se manifestó en la renovación bíblica y la erudición humanista. Estrechamente ligado a esto estuvo
la búsqueda de una disciplina y vitalidad espiritual más profunda en la Iglesia misma. La Encyclopedia
Cattolica define a la Reforma católica como sigue: “Es el retorno de la Iglesia a un ideal de vida
cristiana mediante una renovación interna. Ésta es anterior a la restauración católica, con la cual la
Iglesia renovada internamente se vuelve al mundo exterior, para sostenerse contra el
protestantismo y resguardar el terreno perdido a causa del mismo.

CUADRO 5 - NECESIDAD DE REFORMA DEL CLERO Y DE LA CURIA ROMANA

1. El clero inferior no cumplía con su ministerio de cura de almas y la vida cristiana de los fieles
era pobre.

2. El clero superior (obispos y vicarios) no visitaban sus diócesis ni se preocupaban de otra cosa
que de las rentas de sus beneficios.

3. El Papa con su ejemplo inducía a descuidar las funciones pastorales por estar ocupado en los
negocios temporales.
4. Esta serie de males empezaba en el vértice supremo de la Iglesia, y desde allí se extendía a
todos los ámbitos de la vida cristiana.

5. Una reforma auténtica debía comenzar desde la cabeza de la Iglesia hasta el último de sus
miembros: esto es lo que se intentó.

_ Orígenes de la Reforma católica


El fenómeno de la Reforma católica, en su aspecto positivo, es anterior a la Reforma de Lutero.
Como señala Hubert Jedin, “la Reforma protestante no ha producido a la Reforma católica, sino que
la ha favorecido indirectamente contra su propia voluntad.” Esta Reforma no comenzó desde arriba,
sino desde abajo; no desde el centro, sino desde la periferia de la Iglesia. Estas iniciativas
embrionarias sólo pudieron desarrollarse cuando los papas asumieron el liderazgo del movimiento
de renovación religiosa. La Reforma católica fue como un río que recibe su caudal a través de
muchos afluentes pequeños, que han nacido de manera independiente unos de otros, pero que
terminan por unir sus aguas. ¿Cuáles fueron los tributarios principales que contribuyeron al caudal
de la Reforma católica?

Las órdenes religiosas. En las ciudades y pueblos a lo largo de Europa el deseo de una reforma
institucional se vio impulsado por las nuevas clases urbanas que no estaban satisfechas con las
estructuras de la Iglesia, que parecían promover la corrupción y la laxitud moral. Varios movimientos
monásticos nuevos se propusieron renovar una espiritualidad auténtica. Así, pues, el primer caudal
y quizás el más importante para el movimiento reformador católico fue seguramente el de las
nuevas órdenes religiosas.

Este movimiento comenzó en el siglo XV y se extendió a los franciscanos, dominicos, agustinos,


benedictinos, cistercienses, carmelitas, mercedarios y trinitarios. Muchos católicos destacados
recibieron entrenamiento e inspiración en estas órdenes. Predicadores populares como Bernardino
de Siena (1380–1444) y Juan de Capistrano (1385–1456); obispos como Antonino de Florencia
(1389–1459); cardenales como Nicolás Albergati; teólogos como Tomás de Vio Cayetano (1464–
1534), Jerónimo Seripando y Francisco de Vitoria (1486–1546); reformadores como Jerónimo
Savonarola (1452–1498) y Francisco Jiménez de Cisneros (1436–1517); y, misioneros como
Hernando de Talavera (1428–1507), todos éstos pertenecían a estas órdenes.

Entre las nuevas órdenes que se constituyeron en el siglo XVI, cabe mencionar a los capuchinos,
que se organizaron en 1525 en Italia como un movimiento de renovación de los franciscanos. Tres
años después Roma reconoció oficialmente a la orden. Unos diez años antes, en Brescia (Italia), una
mujer llamada Angela Merici (1474–1540) había comenzado a visitar los hospitales y a alojar a niños
huérfanos. Merici no estaba casada, pero no había tomado los votos en ninguna orden monástica.
Parece que era educada ya que estableció clases de lectura para niñas. A principios del siglo XVI
había recibido una visión por la que Dios le ordenaba comenzar una nueva orden de mujeres que
servirían en el mundo y no estarían encerradas en un claustro. Esta visión se hizo realidad en 1535
cuando Merici organizó la orden de las ursulinas. Para cuando murió, cinco años más tarde, la
comunidad ya contaba con ciento cincuenta miembros. El crecimiento continuó lentamente, si bien
la orden vio aprobada su regla por el papa Pablo III en 1544. En los siglos que siguieron las ursulinas
crecieron hasta transformarse en una orden católica misionera mayor.

Los movimientos místicos. Un segundo afluente al curso de la Reforma católica estuvo


constituido por una variedad de movimientos místicos y espiritualistas. Entre estos movimientos se
destaca lo que se conoció como la devotio moderna, promovida en los Países Bajos por Gerhard
Groote (1340–1384). Este movimiento buscaba el mejoramiento del clero y de las órdenes religiosas
mediante la oración metódica (meditación diaria, lectura espiritual y examen interior) y la imitación
de Cristo. Debido a la influencia de Gerhard Groote nacieron tres nuevas asociaciones religiosas: las
Hermanas de la Vida Común (1379), los Hermanos de la Vida Común (1381) y la congregación de
canónigos regulares que seguían la Regla de Agustín en Windesheim. Las dos primeras estaban
integradas por laicos piadosos que no hacían votos ni vestían un hábito especial, pero guardaban la
castidad y se consagraban a la preparación religiosa de la juventud. La tercera, de una tendencia
más contemplativa, influyó sobre la reforma de muchos conventos y monasterios de varias órdenes
religiosas. La devotio moderna produjo varias obras ascético-místicas, entre las cuales La imitación
de Cristo, atribuida a Tomás de Kempis (1380–1471), ha llegado a ser uno de los libros más leídos
después de la Biblia.

La piedad italiana. Un tercer afluente de la Reforma católica fue el de la piedad italiana. A fines
del siglo XV surgieron en Italia algunas asociaciones de laicos que se proponían, además de atender
a obras de caridad, la reforma de la Iglesia. La contribución de Italia a la renovación interna del
catolicismo fue inmediata y vino de los Oratorios del Divino Amor. La importancia de estos grupos
es sobreestimada por Ludwig von Pastor, quien los considera como el origen mismo de la
Restauración católica. En 1494, Bernardino de Feltre (1439–1494) instituyó en Vicenza una
organización secreta llamada la Compañía u Oratorio de San Jerónimo. Este grupo buscaba la
santificación personal a través de la práctica de la caridad con los pobres y enfermos, el culto a la
Eucaristía, la penitencia y los ejercicios devocionales. En imitación de ellos, el laico Héctor Vernaza
fundó en Génova, en 1497, la Compañía u Oratorio del Divino Amor (Fraternitas divini amoris sub
divi Hieronymi protectione). Sus miembros se comprometían a servir personalmente en un hospital
para enfermos incurables, que ellos mismos habían construido y sostenían con sus limosnas.
Practicaban la penitencia y sobre todo la disciplina del secreto con que rodeaban todas sus acciones.

Oratorios similares florecieron en Milán, Brescia, Cremona, Verona, Nápoles, Venecia y


Florencia. En estos Oratorios fue donde encontraron ambiente propicio muchos movimientos de
reforma anteriores a la disidencia luterana. El más influyente fue el de Roma, fundado alrededor del
año 1513 por impulso de Vernaza. A este Oratorio perteneció Cayetano de Thiene (1480–1547) y
Juan Pedro Caraffa (el futuro papa Paulo IV), quienes fueron los fundadores (1524) de la primera
congregación de clero regular de corte reformador, los Teatinos. Su nombre deriva de Teate (Chieti)
de donde era obispo Caraffa. Esta orden fue creada con el propósito específico de renovar a la
Iglesia. Practicaron la pobreza más completa, sin bienes ni rentas, e incluso con la prohibición de
pedir limosnas. Cultivaron la cura de almas y proveyeron de una mejor preparación para los
sacerdotes. Fueron la cuna de muchos obispos y oficiales eclesiásticos con ideas reformadoras.
Sobre todo, según destacados historiadores católicos romanos, “la importancia de estos círculos de
reforma se hace evidente cuando uno considera sus entrecruzamientos, tanto en personal como en
ideas, con la fundación de nuevos institutos religiosos y con la reforma tridentina.”

En la misma línea fueron fundados algunos otros grupos eclesiásticos, como el de Somasco, para
el cuidado de los huérfanos, y los Barnabitas dedicados a ministerios pastorales y más tarde también
a la educación. El primero (los somascos) fue fundado por Jerónimo Emiliani (1486–1537) en 1532.
Su nombre les viene de la casa matriz en la pequeña ciudad lombarda de Somasco. Inicialmente
eran una simple asociación de sacerdotes y de laicos, que fue transformada en orden religiosa por
Ángel Marcos Gambara y confirmada por Paulo III en 1450. Se dedicaron principalmente a la
educación de la juventud y al cuidado de huérfanos y ancianos. Los segundos fueron fundados en
1530 por Antonio María Zacarías (m. 1539). Su título oficial es el de Clérigos Regulares de San Pablo,
pero se los conoce como barnabitas por su iglesia de San Bernabé en Milán, donde fueron fundados.
Originalmente eran una cofradía milanesa, al estilo de los oratorios del Divino Amor. Se difundieron
por toda Europa, dedicándose básicamente a la educación y las misiones populares.

Al mismo tiempo aparecieron los capuchinos, que se dedicaron a un apostolado intensivo.


Fueron fundados por Mateo de Bascia (1495–1552), hijo de campesinos de Umbría, quien entró de
joven en los franciscanos observantes de Montfalcone. Se dedicó a las misiones populares y procuró
imitar en todo a Francisco de Assis. Por la capucha distintiva de su hábito se los llamó capuchinos.
Profesaban una pobreza extrema y fueron muy efectivos en su ministerio a los pobres y humildes.
Su superior general, Bernardino Occino (1487–1564), se convirtió al protestantismo. Se propagaron
rápidamente por toda Europa y fueron un auxiliar poderoso en la reforma de la Iglesia y del papado.

Al Oratorio del Divino Amor de Venecia se incorporaron tres grandes personalidades: el senador
Gaspar Contarini (1483–1542), quien actuó como mano derecha del papa Paulo III en la reforma de
la Iglesia; el humanista inglés Reginaldo Pole (1500–1558); y, el obispo de Módena, el cardenal Juan
Morone (1509–1580).

La renovación española. Un cuarto tributario a la renovación de la Iglesia está representado por


la contribución española, quizás la más importante de todas. El historiador católico León Cristiani
señala: “Como en Italia y como en Francia, la Reforma católica en España está enraizada en la plena
Edad Media y se sitúa claramente en una fecha anterior a la revolución luterana.” La Iglesia española
comenzó con su propia reforma, una tarea que fue llevada a cabo con el apoyo de los Reyes Católicos
y la gestión de la institución del Santo Oficio o Nueva Inquisición, desde 1478 en adelante. En el
Concilio nacional de Sevilla en ese año, se alcanzó un acuerdo entre los Reyes Católicos y los obispos
a fin de promover la reforma de la Iglesia española.
Emilio González López: “A la actividad expansionista del imperio de Carlos V sucede un
nuevo sentido imperial más conservador y organizador. Con esta tendencia conservadora
en la organización política del imperio, procedente de la propia evolución del Estado
español, coincide el movimiento espiritual de la Contrarreforma, que trata de detener en
Europa el progreso del humanismo renacentista y el avance del protestantismo heterodoxo.
España, perdida su unión con Alemania, y teniendo que luchar con enemigos poderosos,
que le disputaban (Francia e Inglaterra) la hegemonía en la Europa occidental, mientras en
la oriental seguía su antigua rivalidad con Turquía, pasa en esta época por un período de
exaltación nacional en el que, como en la Reconquista y en la época de los Reyes Católicos,
se identifican de nuevo la patria con la religión.”

CUADRO 6 - REFORMA DE LOS OBISPOS EN ESPAÑA

Los Reyes Católicos fijaron las normas para la elección de los obispos:

1. Que los elegidos “sean naturales de estos reinos,” con lo cual se consiguieron tres fines:

Político: los Reyes tenían al frente de las ciudades obispos dignos de confianza en
caso de conflictos internacionales.

Financiero: las píngües rentas del obispado no salían del reino.

Pastoral: el obispo residía en el lugar de su beneficio y podía desempeñar mejor su


trabajo pastoral.

2. Que los elegidos “sean de vida honesta,” con lo cual se conseguía un episcopado más digno.

3. Que los elegidos “provengan de la clase media,” con lo cual se quitaba a las familias nobles
su predominio y abuso en los obispados, y su competencia por el poder con los monarcas.

4. Que los elegidos “sean letrados,” con lo cual se conseguía un nivel cultural más alto en el
episcopado español.

En pocos años, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla renovaron el episcopado y reformaron


al clero inferior y a las órdenes religiosas. Contaron para ello con colaboradores eficaces, como el
cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. Cisneros reformó las casas franciscanas, de las que salieron
los misioneros más consagrados para el Nuevo Mundo. También fundó la Universidad de Alcalá, que
fue la rival de la de Salamanca. En estas universidades se formaron los mejores teólogos que España
envió al Concilio de Trento. Allí también se desarrolló la nueva teología escolástica, que resultó de
la fusión del humanismo con el tomismo medieval, y la fusión de la teología bíblica y positiva con la
especulativa. La nueva fórmula, inventada por Francisco de Vitoria (m. 1546), tuvo su representante
más conspicuo en Melchor Cano (1509–1560), quien desempeñó un papel activo en las
deliberaciones del Concilio de Trento.

Durante un siglo, España envió teólogos a enseñar en muchos países, mientras que sus
escritores ascéticos y místicos se transformaron en los más leídos maestros de la vida espiritual.
España forjó dos instrumentos esenciales para la Contrarreforma católica: la Compañía de Jesús,
fundada por Iñigo de Loyola, y la Inquisición.

El humanismo cristiano. Un quinto tributario al caudal de la Reforma católica fue el humanismo


cristiano, que ya hemos considerado en la Unidad anterior. La Biblia y la antigüedad cristiana se
transformaron en el centro de los estudios de muchos eruditos católicos. A través de este ejercicio
se formó un nuevo tipo de teólogo y obispo católico. Este nuevo tipo de líder eclesiástico ideal tuvo
un modelo en Juan Mateo Giberti (1495–1543), obispo de Verona. Giberti no sólo introdujo una
rígida disciplina en su clero sino que, como humanista cristiano, procuró mantener la teología
ortodoxa mediante la promoción del estudio de la Biblia. Junto con Contarini, Caraffa, Pole y
Sadoleto, integró una comisión de reforma de la Curia de nueve prelados, convocada por el papa
Paulo III en 1537, para hacer un estudio amplio de las condiciones de la iglesia, especialmente de la
Curia romana, y hacer los preparativos para un Concilio General. El informe se conoce como
Recomendación … en cuanto a la Reforma de la Iglesia, y fue sometido al Papa en febrero de 1537.

Harold J. Grimm: “El prefacio de la Recomendación declaraba que todos los abusos en el
papado surgían de la secularización de un oficio espiritual; que los papas, al igual que otros
gobernantes, habían permitido que aduladores los convencieran de que su poder era
absoluto, especialmente con respecto a la concesión de beneficios, que los canonistas los
habían alentado a vender para su provecho personal; y que la venalidad de los papas y de
los cardenales había sido la causa principal de las defecciones de la Iglesia.”

Todos estos afluentes se transformaron en un río poderoso cuando los papas y el Concilio de
Trento (1545–1563) canalizaron sus aguas y utilizaron el poder que tenían para el beneficio de la
Iglesia Católica Romana.

_ Desarrollo de la Reforma católica


La Reforma católica habría sido imposible si los papas no la hubieran coordinado y orientado.
Como dice Jedin: “La única reforma [católica] se puede comparar con riachuelos que, corriendo de
varios lados y tendiendo a la misma meta, no se podían reunir en un único río sin que el papado,
comprometido con esto, no lo coordinase.” Fue cuando los papas en Roma entendieron que ellos
eran los primeros que estaban en necesidad de una reforma, que la Reforma católica se desarrolló
con un nuevo ímpetu. Como ha indicado el autor protestante Peter J. Klassen: “Los eventos a
comienzos del siglo XVI demostraron que la Reforma católica pudo ser exitosa sólo con el apoyo
papal.”

La Reforma católica antes del Concilio de Trento. Al principio, los papas prestaron poca atención
a los múltiples intentos reformadores dentro de la Iglesia. Adriano VI (1459–1523), a pesar de sus
muchos esfuerzos, fue incapaz de responder adecuadamente a las demandas de una reforma y de
poner fin a los abusos en la Iglesia. Tampoco Clemente VII (1478–1534) pudo hacer algo por cambiar
la situación. El nepotismo y sus consecuencias políticas le impidieron hacer esto. Fue durante su
reinado que se produjo el saqueo de Roma (1527), bajo las fuerzas del ejército imperial. En febrero
de 1529 no tuvo más remedio que coronar solemnemente a Carlos V. Fue la última coronación de
un emperador alemán realizada por el Papa.

El cambio positivo ocurrió con Paulo III (1468–1549), cuyo nombre era Alejandro Farnese. Según
Ludwig von Pastor, “el siglo que va desde la elección de Paulo III hasta la muerte de Urbano VIII
(1644) es, en la historia del papado, uno de los períodos más luminosos y más importantes,
caracterizado por la reforma y por la restauración católica.” Pablo III tomó con empeño la
reconstrucción de Roma, confiando a Miguel Angel Buonaroti (1475–1564) la dirección de estos
trabajos. Además, patrocinó a los eruditos y reorganizó la Universidad Pontificia de la Sapienza, al
tiempo que reestructuró la Inquisición Romana colocando al frente de ella al cardenal Caraffa.
También renovó el Colegio de Cardenales, aprobó la Compañía de Jesús y, sobre todo, convocó al
Concilio de Trento. Estas tres últimas acciones de Paulo III se transformaron en la piedra
fundamental para el desarrollo del la Reforma católica.

Ludwig Hertling: “Vemos, pues, que el pontificado de Paulo III representó en muchos
aspectos un punto crucial de la historia eclesiástica. Mucho faltaba aún para la perfección,
y el propio Paulo III estaba lejos de ser un santo; pero la tarea había empezado con buenos
augurios. Desde entonces había en la Iglesia un poderoso partido reformista, no ya secreto
y subterráneo como en tiempos de León X y Clemente VII, sino a la luz del día y con
partidarios hasta en la cumbre de la jerarquía, entre los obispos y cardenales; en realidad,
no era ya un partido, puesto que el papa se había puesto a su frente con toda conciencia.
Estaba abierto el camino para la renovación general de la Iglesia.”

Con Marcelo II (1555), la Reforma católica alcanzó al trono papal, pero este Papa murió en unos
pocos días. El energético Paulo IV (1476–1559), conocido antes como el cardenal Juan Pedro Caraffa,
continuó con la Reforma católica con vigor y nombró a cardenales mejores, hombres como Michele
Ghislieri (1504–1572), el futuro papa Pío V. Su sucesor, Juan de Médicis, subió al trono de Pedro
como el papa Pío IV (1499–1565). Este representante de la clase media italiana utilizó la Inquisición
como instrumento para investigar a todos los líderes de la Iglesia, incluidos los cardenales Pole y
Morone. No obstante, su política no fue muy acertada (especialmente en relación con Carlos V,
Felipe II y Fernando de Austria) y cometió nepotismo al nombrar a su sobrino Carlos Borromeo
(1538–1584) como cardenal y arzobispo de Milán. Borromeo tenía veintiún años cuando asumió,
pero se transformó en el genio del pontificado de Pío IV. Fue debido a él que la Reforma católica
pudo continuar y que el Concilio de Trento pudo alcanzar sus metas. Su influencia es atestiguada
por el embajador veneciano ante Roma, Soranzo, quien dijo de Borromeo: “Él en su propia persona
hace más bien a la Corte romana que todos los decretos del Concilio juntos.”

La tercera fase del Concilio fue la más importante para la reforma de la Iglesia. La cura de almas
se transformó ahora en la idea central de la Iglesia. Todas las medidas reformadoras tridentinas
estuvieron apuntadas a la organización metódica de la cura de almas. Esta nueva orientación
transformó la imagen pública del catolicismo. Las reformas administrativas fueron importantes e
irreversibles. A partir de Trento, la Iglesia Católica no volvió a experimentar la corrupción
administrativa de períodos anteriores, especialmente en relación al abuso de los innumerables
beneficios eclesiásticos.

Ludwig Hertling: “El concilio introdujo innovaciones decisivas en la organización de los


beneficios eclesiásticos. Las viejas ‘prácticas financieras’, que tanto habían dado que hablar
desde los tiempos de Aviñón, expectancias, regresiones, accesiones, etc., fueron pura y
simplemente abolidas, mientras se introducían enérgicas reformas en otros puntos y se
prohibía la acumulación de varias prebendas en una sola mano, lo que por lo demás
resultaba ya imposible al establecerse la obligación de residencia. Por su parte, el papa
estuvo totalmente de acuerdo en que tanto él como la curia perdieran con este motivo una
gran parte de sus rentas.”

La Reforma católica después del Concilio de Trento. Este Concilio produjo decretos muy
importantes para el fortalecimiento de la religión romana. Pero no fue suficiente que se aprobaran
ciertos decretos. Era necesario ponerlos por obra. Esto es lo que hicieron los papas de la segunda
mitad del siglo XVI, junto con numerosos miembros del clero caracterizados por su piedad y
consagración. Entre ellos son dignos de mencionar Carlos Borromeo, Juan de Ávila (1499–1569),
Felipe Neri (1515–1595), Pedro Canisio (1521–1597), Teresa de Ávila (1515–1582) y muchos otros,
que trabajaron por el cuidado de las almas y ganaron el reconocimiento de la Iglesia. Cuando la
Iglesia Católica parecía condenada a la decadencia, estos hombres y mujeres trajeron una nueva
vitalidad interior. Sin ellos habría sido imposible para los papas aplicar los decretos de Trento.

En esta tarea interior de renovación fueron de vital importancia los jesuitas, las viejas órdenes
reformadas y las nuevas congregaciones religiosas, que estaban dedicadas a la educación, el cuidado
de los enfermos, la capacitación de los sacerdotes y los ministerios parroquiales. Sin embargo,
fueron los papas los que dirigieron y orientaron a todo este movimiento, si bien ellos mismos no lo
originaron. “En realidad, la renovación del papado formó la base para la aplicación de los decretos
tridentinos, que a su vez condujeron a la auto-afirmación exitosa de la Iglesia en la Contrarreforma.”

Pío IV aprobó los decretos tridentinos sin hacerles cambio alguno (1564). Él también estableció
la Congregación del Santo Concilio, compuesta por ocho cardenales, para vigilar el cumplimiento de
sus decretos y resolver cualquier duda en cuanto a su interpretación. Pío V (1504–1572), el más
reformista de todos los papas del siglo XVI, restauró la dignidad del trono papal, reduciendo la
fastuosidad de los palacios papales y rechazando de plano todo nepotismo. También publicó el
Catecismo romano (1566), compuesto con propósitos catequéticos y homiléticos para el uso de los
sacerdotes parroquiales, el Breviario romano (1568) dando preferencia a las lecturas bíblicas, y el
Misal romano (1570) que reformó la liturgia. De esta manera, Pío V puso fin a los abusos y dio
uniformidad a la liturgia católica.

Gregorio XIII (1502–1585), gran jurista, reformó el calendario (calendario gregoriano, 1583),
hizo correcciones en el Martirologio romano, revisó el Corpus iuris canonici y, más que nada,
promovió la fundación de escuelas y seminarios para la preparación del clero, entre ellos la
Universidad Gregoriana, que puso bajo la dirección de los jesuitas. Pastor ve un punto de transición
real de Reforma a Restauración durante el pontificado de Gregorio XIII, un nuevo elemento
auténticamente agresivo que merece el calificativo de “contra” en la Contrarreforma, elemento que
emergería plenamente bajo Sixto V y sus sucesores.

Sixto V (1521–1590) reorganizó el gobierno central de la Iglesia, estableciendo quince diferentes


Congregaciones de cardenales para tratar con cuestiones diversas en la misma. También sistematizó
la visita ad limina de los obispos y comenzó una edición oficial de la Vulgata, que fue concluida por
Clemente VIII (1536–1605). Con Sixto V desapareció de la Curia romana el ideal de reforma y se
estableció más plenamente el espíritu de la Contrarreforma. Los cambios que se produjeron fueron
más de carácter administrativo que espiritual, más orientados a mantener vivo el ideal tridentino
que a mantener viva a la Iglesia. Gregorio XV (Papa de 1621 a 1623) completó su obra creando la
Congregación de Propaganda fide (1622) para la administración y promoción del movimiento
misionero católico. Para el año 1600 el empuje reformista en la Iglesia Católica Romana comenzó a
decrecer lentamente y se impuso el talante contrarreformista.

MAPA 3 - EUROPA CATÓLICA EN EL SIGLO XVI

LA CONTRARREFORMA CATÓLICA
Como se indicó más arriba, el nombre de Contrarreforma, para designar a todo el proceso del
avivamiento católico en el siglo XVI, no es adecuado. E. L. Lampe dice que hablando con justeza, “el
término continúa siendo una expresión inadecuada dado que implica que el movimiento tuvo su
origen como una reacción hacia el protestantismo y era totalmente negativo en su aspecto. De
haber sido la noción católica de reforma una contrarreforma en este sentido solamente, no se
podría haber originado antes del movimiento protestante; y, no obstante, lo hizo.”

Es más conveniente, entonces, limitar el uso del término “Contrarreforma” a los esfuerzos de la
Iglesia Romana contra las enseñanzas y expansión del protestantismo, contra las tendencias de tipo
protestante dentro de la Iglesia y a sus empeños activos por recuperar a aquellos pueblos y
territorios que se sometieron a él. Estos esfuerzos se tornaron más dinámicos particularmente
después del Concilio de Trento.

Jean Delumeau: “La acción de la Contrarreforma revistió dos aspectos principales. Por una
parte trató de conquistar por las armas los territorios de confesión protestante, y por otra,
allí donde la victoria militar se lo permitía, convertir a las masas protestantes por toda clase
de medios: misiones, creación de colegios y universidades, y toda clase de presiones para
asfixiar a la religión contraria. Cuando se considera a la Contrarreforma como reconquista
de las regiones perdidas por la Iglesia romana, es obligado hacer ciertas puntualizaciones.
En primer lugar, ésta: las ambiciones políticas se mezclaron siempre con los propósitos
confesionales … El término ‘Contrarreforma’ significa, incluso por definición, la voluntad
deliberada de hacer desaparecer el protestantismo por la fuerza si era necesario … Roma,
naturalmente, aprobaba las acciones militares emprendidas por los príncipes católicos
contra los protestantes … Pero Roma poseía, en el plano material, medios bastante
limitados, y cuando se trataba de acciones militares tenía que actuar recurriendo a
intermediarios. La Contrarreforma, en tanto que empresa de conquista territorial, fue obra
de los soberanos, principalmente de los de la casa de Habsburgo.”

_ Orígenes de la Contrarreforma
La Iglesia Católica Romana, consolidada internamente, se lanzó a contraatacar el avance del
protestantismo y recuperar los territorios perdidos. Este aspecto o esfuerzo, agresivo y
reconquistador, se conoce comúnmente como la Contrarreforma. Como ya se ha indicado, algunos
autores lo llaman Restauración católica.

Hubert Jedin: “Es necesario estar convencido de que esta restauración católica es una obra
de la Contrarreforma y no una mera restauración del catolicismo medieval. Con la práctica
religiosa protestante, que en algunos países duró por generaciones enteras, las tradiciones
medievales se interrumpieron. Lo que más tarde llegó a las tierras clásicas de la
Contrarreforma, en Silesia y Bohemia, fue algo relativamente nuevo, para la esfera de las
instituciones como para la esfera de la piedad, la enseñanza, la literatura y la arquitectura
popular.”
Los orígenes de la reacción católica datan de los primeros tiempos del rompimiento religioso en
Europa occidental. Al comienzo, se intentó suprimir al luteranismo a través de procedimientos
legales. Pero el proceso contra Lutero, que culminó con el Edicto de Worms (1521), fracaso
totalmente en sus propósitos. Entonces el emperador trató de dar al problema una solución militar,
pero esto era casi imposible para él. También se recurrió a la polémica o las disputas, pero las
batallas teológicas tampoco tuvieron éxito en hacer que los protestantes volvieran a la comunión
con Roma. Se utilizó el diálogo, pero los coloquios religiosos sólo sirvieron para hacer todavía más
nítidas las divergencias.

En aquellos países donde los católicos constituían la mayoría de la población se aplicaron


métodos más enérgicos. Paulo III organizó la Inquisición Romana y colocó al frente de ella al severo
Juan Pedro Caraffa (1542). En Italia, la violencia de la Inquisición tuvo éxito en forzar la salida del
país de todos los grupos de humanistas heterodoxos, como los liderados por Bernardino Ochino,
Pedro Mártir Vermigli (1500–1562), Celio Secundo Curione, Mino Celsi, Camilo Renato, Matías Flacio
Ilírico (1520–1575) y otros.

En España, como vimos, el Santo Oficio rápidamente le puso fin a cualquier movimiento
disidente. Paulo III, siguiendo el ejemplo de la Universidad de París, publicó un Index librorum
prohibitorum (1543) para cortar todo tipo de infiltración protestante, especialmente a través de la
literatura. En 1559, Paulo IV produjo un Índice de libros prohibidos todavía más severo. En Venecia
solamente hizo que fuesen quemados más de 10.000 volúmenes de libros luteranos. El Index era
una lista de libros prohibidos, que pretendía asegurar la unidad de la Iglesia controlando las lecturas
de los católicos. Estaba prohibido leer libros escritos por herejes, ya fuesen anónimos o aquéllos
específicamente condenados por la Iglesia. Más tarde, se estableció en forma permanente una
congregación del Index, hasta que finalmente fue abolido por Paulo VI en 1966.
EL CATOLICISMO DEL SIGLO XVI: LOS MEDIOS

Una mirada de conjunto al catolicismo del siglo XVI muestra a una poderosa institución, la Iglesia
Católica Romana, pasando por un proceso de cambios profundos. Estos cambios se verificaron en
todos los niveles y expresiones de la fe y vida católicas. Hubo cambios espirituales, morales,
teológicos, estructurales, misionológicos, administrativos, culturales, económicos, sociales y
políticos. El catolicismo posterior al siglo XVI fue muy diferente del catolicismo anterior. Los medios
que generaron estos cambios fueron, como ya se sugirió, básicamente tres: los jesuitas, la
Inquisición y el Concilio de Trento.

_ Los jesuitas
Uno de los elementos más dinámicos en el proceso de cambio y renovación que experimentó la
Iglesia Católica Romana durante el siglo XVI fue el surgimiento de nuevas órdenes religiosas. Estas
órdenes nacieron con el propósito de generar y promover las transformaciones que eran necesarias
para colocar a la Iglesia de Roma en un camino auténticamente cristiano, conforme la comprensión
del catolicismo en ese momento. Éste fue el primer y más importante paso de la Reforma católica y
la Contrarreforma del siglo XVI. Apareció un nuevo tipo de clero regular (los que siguen una regla
determinada) constituido por sacerdotes de parroquia que vivían bajo una disciplina común, que
incluía sus responsabilidades parroquiales y que estaban ligados con los votos de pobreza, castidad
y obediencia. Estos religiosos levaban una vida comunitaria, pero no estaban en clausura, sino que
servían como sacerdotes dando misa, oyendo confesiones y predicando. No llevaban ropas
monásticas especiales sino que vestían como sacerdotes. No estaban ligados a una parroquia
particular y se movían conforme a las indicaciones de sus superiores. En la primera mitad del siglo
XVI se fundaron varias órdenes de clero regular como expresión del sentimiento de muchos en el
sentido de que la reforma debía comenzar en la vida de la Iglesia local. De entre todos estos
movimientos de religiosos, un tipo de orden algo diferente fue la Compañía de Jesús, conocida
también como la orden de los Jesuitas.

Loyola y la Compañía de Jesús. El catolicismo del siglo XVI no tuvo un hombre como Lutero, que
liderase el movimiento, produjese su literatura y sirviese como modelo de vida. No obstante, el
hombre más importante y quien hizo la contribución más permanente a la Reforma católica y a la
Contrarreforma fue Ignacio de Loyola (1491–1556).

Ignacio (Iñigo) nació en el seno de una antigua y noble familia de Guipúzcoa, en el país vasco.
Fue paje en la corte de Fernando el Católico, después capitán del ejército de Carlos V y un hombre
amante de la aventura. Cuando tenía treinta años fue herido de gravedad por una bala de cañón en
la defensa de Pamplona (1521) y ocupó su convalecencia leyendo la Vida de Cristo de Ludolfo de
Sajonia y la Vida de los santos (Leyenda de Oro). Esto produjo una suerte de conversión de su vida
mundana y disipada a una vida de piedad. Así fue que decidió hacerse caballero errante de la Virgen.
Su profunda devoción lo llevó a entregarse totalmente a la práctica de la vida religiosa. Durante
algunos meses llevó una vida penitente en una cueva cerca de Manresa, donde escribió su obra más
conocida, los Ejercicios espirituales. No pudiendo hacer un peregrinaje a Jerusalén, como era su
deseo, decidió prepararse, y para ello a los treinta y tres años comenzó sus estudios en cuatro
universidades. Empezó los estudios de gramática en Barcelona; continuó los estudios de filosofía y
teología en Alcalá de Henares, siguió en Salamanca y finalmente fue a París.

En estos años, Ignacio practicó la vida espiritual en forma intensa y habló a otros acerca de una
vida de obediencia a Jesús y de servicio a la Iglesia. Estando en la universidad de París, a la que
ingresó cuando Calvino egresaba, reunió a un grupo de seis de los mejores estudiantes para poner
en práctica sus enseñanzas. Para ello utilizó sus Ejercicios espirituales, que era un manual preparado
“para vencer a sí mismo y ordenar su vida,” como indica el subtítulo. En este manual Loyola
enseñaba que la contemplación debía hacerse por medio de la actividad, y que el método de esta
contemplación era la imaginación, de manera que lo que se contemplaba se reflejara en los cinco
sentidos. Cada ejercicio es acompañado por un “coloquio” o conversación entre el creyente, Dios,
Cristo o la Virgen. Estos ejercicios están preparados para unos treinta días (cuatro semanas), y cada
jesuita está obligado a retirarse y llevarlos a cabo una vez al año, aunque no siempre por treinta
días. El tema de la primera semana es el pecado (de los ángeles, de Adán, de la humanidad y de uno
mismo). En la segunda semana el tema de contemplación es Cristo; en la tercera, la muerte de
Cristo; y en la cuarta, la resurrección y ascensión.

Ignacio de Loyola: “… por este nombre, ejercicios spirituales, se entiende todo modo de
examinar la consciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras
spirituales operaciones, según que adelante se dirá. Porque así como el pasear, caminar y
correr son ejercicios corporales, por la mesma manera todo modo de preparar y disponer
el ánima, para quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas para
buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima, se
llaman ejercicios spirituales.”

Originalmente, Loyola pensó en su sociedad como una orden misionera, una especie de
compañía militar que luchara contra los infieles y los herejes. Los seis componentes del grupo, junto
con Ignacio, emitieron los primeros votos en 1534. El grupo estaba integrado por: Francisco Javier
(1506–1552), Pedro Faber, Fabro o Favre (1506–1546), Diego Laínez (1512–1565), Alfonso Salmerón
(1515–1585), Nicolás Bobadilla y el portugués Simón Rodríguez (n. 1510). El único sacerdote del
grupo era Pedro Fabro. En París, este primer grupo hizo votos de ir a Jerusalén y convertir a los
musulmanes, pero no pudieron viajar. Entonces, surgió una segunda meta: la absoluta obediencia
al Papa. En 1540 y después de muchas dudas, la Compañía fue aprobada por el papa Paulo III por la
bula Regiminis militantis Ecclesiae, como una congregación de clérigos regulares. Al año siguiente,
Loyola fue nombrado general de la Sociedad de Jesús, como fue el nombre que se le dio a su
movimiento al principio.

La primera necesidad del Papa en aquel momento no era tanto convertir a los musulmanes,
como la renovación espiritual y disciplinaria de la Iglesia y la reconversión de los protestantes. Los
jesuitas jugaron un papel importantísimo en favor de estas aspiraciones, recuperando para la Iglesia
Católica Romana importantes territorios en Austria, Bohemia, Hungría, Alemania del Sur y Polonia,
y actuando como los maestros más notables y eficientes de la Europa cristiana. Los jesuitas se
destacaron de las demás órdenes católicas romanas por su alto nivel intelectual, su práctica
sistemática de su método de contemplación, sus actividades e intrigas políticas y su obediencia
incondicional al Papa.

De este modo, el carácter y finalidad de la Compañía de Jesús se fue desarrollando con el


tiempo. Tuvieron que pasar algunos años hasta que los jesuitas adquirieran el talante peculiar y
definitivo que los distinguió de todos los demás religiosos en la Iglesia Romana. La limitación que
prohibía no sobrepasar el número de sesenta miembros fue suprimida ya en 1543. Por la primera
bula se hacía resaltar el carácter netamente apostólico de la Compañía: su misión era la difusión de
la fe entre los paganos, infieles, herejes y creyentes. Con la segunda bula de aprobación (decretada
por el papa Julio III en 1550), el fin primario de la Compañía paso a ser la defensa y difusión de la fe
católica. Un cuarto voto especial ponía a disposición del Papa a los mejores miembros de la
Compañía.

La Compañía se caracterizó desde el principio por el centralismo riguroso de su gobierno. Todos


los jesuitas estaban en manos de un superior general elegido de por vida, lo cual hacía viable un
empleo inmediato y articulado de todas las fuerzas más efectivas de la Compañía a favor de los
intereses de la Iglesia. Esta centralización, junto con una obediencia ciega y un perfil militar, se
constituyeron en el núcleo de lo que se denominó la conciencia jesuítica.

La obra misionera de los jesuitas. La Compañía de Jesús, a pesar de su celo antiprotestante en


el continente europeo, no olvidó nunca su primera vocación misionera. Los jesuitas fueron los
misioneros más famosos en India y China, y también los más prominentes en América. La primera
oportunidad se presentó cuando el rey de Portugal solicitó al Papa misioneros para las nuevas
colonias fundadas en Oriente. Loyola, que estaba enfermo en cama, llamó a su amigo y compañero
Francisco Javier (1506–1552), secretario de la orden y quien habría de ser uno de los más grandes
misioneros de todos los tiempos, y le dijo: “Bien sabeys, hermano Maestro Francisco, que dos de
nosotros han de pasar a la India por orden de Su Santidad; y que Bouadilla que para esta empresa
estaua señalado, no puede partir por su enfermedad, ni tampoco el Embaxador, por la prisa que a
él le dan, le puede esperar. Dios se quiere servir de en esto de vos, ésta es vuestra empresa, a vos
toca esta missión.” A esto Javier respondió con gran gozo y disposición: “Heme aquí, Padre,
aparejado estoy.”

Un bosquejo de la vida de Javier demanda, antes que nada, de un mapa. Nacido en Navarra en
el año 1506, estudió en la universidad de París en 1525, en el mismo tiempo en que lo hizo Calvino
y fue influido al principio por los mismos maestros. Allí en París se unió al grupo de Loyola. Fueron
ordenados juntos en Venecia en 1537. Javier fue con Loyola y el grupo de sus seguidores a Roma en
1538, donde dos años más tarde fueron reconocidos como orden religiosa. De los diez compañeros
originales, Javier fue el único misionero foráneo. En 1541, Loyola lo envió a Lisboa para responder
al pedido del rey de Portugal por misioneros para enviar a Goa (India). Destacado como misionero
a la India, emprendió un viaje agotador en un barco plagado de enfermedades, sin agua ni higiene.
Invernó en Mozambique y llegó a Goa (al sudoeste de la India) después de un viaje que duró un año
(1542). Allí comenzó el trabajo misionero entre pescadores de la costa. Se dice que en treinta días
convirtió más gente que los portugueses en treinta años, a pesar de que casi no conocía la lengua
local, el tamil.

Javier fue un modelo de misionero de masas. Su método era muy original. Contaba con el Credo,
el Padrenuestro y el Ave María traducidos al idioma local. Se los enseñaba de memoria a los niños y
éstos, a su vez, los enseñaban a sus padres. Cuando toda la familia podía recitar estos tres
elementos, eran bautizados. Utilizando estos procedimientos a lo largo de diez años de trabajo
misionero, Javier logró bautizar a cerca de 700.000 personas.

Estuvo en la India dos años y medio (que con dos visitas posteriores suman cuatro años y medio),
su período de mayor permanencia en un lugar. Desde Goa viajó hacia el sur de la India hasta llegar
a Ceilán (hoy Sry Lanka) y en Goa fundó un centro para que los “jóvenes de todas las razas, naciones
y lenguas” evangelizaran Oriente. En 1545 fue a la península de Málaca (Malaya) y luego a las islas
Molucas (Indonesia). Un japonés que encontró en Málaca le llamó la atención a Japón y se puso a
estudiar el japonés. En 1549, después de su regreso a la India, fue a Japón donde obtuvo resultados
sorprendentes. La Iglesia que fundó creció rápidamente. Su experiencia en Japón cambió su actitud
hacia la evangelización. Su nueva actitud se transformó en la marca distintiva de la estrategia
misionera de los jesuitas desde entonces, que tanto en China como en la India, procuraron alcanzar
a las clases sociales superiores.

Francisco Javier: “Desde Japón, desde la experiencia que tenemos de la tierra, les haré saber
lo que hemos aprendido acerca de ella: Primero de todo, el pueblo con el que hasta ahora
nos hemos relacionado es el mejor que hasta el momento hemos descubierto; y me parece
que, entre las naciones paganas, no habrá otro que sobrepase a los japoneses. Son una raza
de modales muy finos y generalmente buenos y no maliciosos, un pueblo de un asombroso
sentido de honor, que estima el honor más que cualquier otra cosa … Son un pueblo de gran
cortesía en el trato unos con otros … Son un pueblo de gran buena voluntad, muy sociable
y deseoso de conocer. Tienen un gran placer en escuchar acerca de las cosas de Dios,
especialmente cuando las entienden. De todas las muchas tierras que he visto en mi vida,
tanto aquellas que son cristianas como aquellas que no lo son, jamás he visto a un pueblo
que sea tan consistente con respecto al robo. No adoran a ídolos en la forma de animales;
la mayoría cree en hombres de la antigüedad, quienes, de lo que he oído, eran hombres que
vivían como filósofos … Les place oír de cosas conformes a la razón, e incluso si bien hay
pecados y vicios entre ellos, cuando se les dan las razones que muestran que lo que hacen
está mal, procuran aquello que está en conformidad con la razón por ser lo correcto.”

Estando en Japón tuvo noticias de China y sus posibilidades misioneras. Fue así que regresó a
Goa (1552) para preparar su viaje a aquel misterioso país. China limitaba todo su comercio exterior
a una pequeña isla en su costa sur. Regía la pena de muerte para todo aquel que introdujera a un
extranjero en el territorio chino. En una carta dirigida a Francisco Pérez (22 de octubre de 1552),
Javier comenta lo siguiente:
Francisco Javier: “Conforme a lo que la gente de la tierra nos cuenta, los peligros que vamos
a enfrentar son dos: el primero es que el hombre que nos lleva, después que se le haya
pagado … nos abandone en alguna isla desierta, o nos arroje al mar …; el segundo es que …
el gobernador [chino de Cantón] de órdenes para que seamos torturados o puestos en
prisión … Además de estos dos peligros, hay otros muchos más grandes que no tienen que
ver con la gente de la tierra, y que llevaría mucho tiempo relatar, si bien no omitiré
mencionar a unos pocos.

El primero es que dejemos de esperar y confiar en la misericordia de Dios, dado que es


por su amor y servicio que vamos a manifestar su ley y a Jesucristo, su Hijo, nuestro
Redentor y Señor, como Él bien sabe. Dado que a través de su santa misericordia, Él nos dio
estos deseos [de ir a China], desconfiar de su misericordia y poder ahora, en razón de los
peligros en los que nos veremos por su servicio, es un peligro mucho más grande … que
todos los males que todos los enemigos de Dios nos puedan infligir, dado que sin la licencia
y el permiso de Dios, los demonios y sus ministros no pueden dañarnos de ninguna manera.”

Este fue uno de sus últimos mensajes. En el umbral de una tierra prohibida y atendido sólo por
un fiel siervo chino, Javier partió de este mundo en 1552. Fue el misionero más viajero que recuerde
la historia del cristianismo y lo hizo en cumplimiento de sus funciones como nuncio apostólico,
visitador regio y superior de su orden.

Ángel Santos Hernández: “Ciertamente que no podemos negar que Javier viajó y se movió
muchísimo. En los diez años que transcurrieron desde su llegada a Goa en mayo de 1542
hasta su muerte el 2 de diciembre de 1552, y teniendo en cuenta los medios primitivos de
entonces para los viajes por tierra o por mar … pudo recorrer más de 40.000 kms. desde la
India hasta el Japón y hasta China: hizo por 13 veces el camino desde Goa hasta la Pesquería,
que es una distancia de unos 1.000 kms.; dos veces el camino entre las Molucas y Goa, con
unos 7.000 kms.; luego 8.000 kms. de ida al Japón con otros tantos de vuelta; y, 7.000 kms
más en su último viaje hacia China. Hay que añadir los centenares de kilómetros recorridos
a pie en el litoral o costa de la Pesquería, en Travancor, islas Molucas, Japón, etc.”

MAPA 4 - LOS VIAJES MISIONEROS DE FRANCISCO JAVIER


La muerte de Javier en el umbral de la China desafió a otros a intentar su sueño. A fines del siglo
XVI, los jesuitas volvieron a intentar la misión en China con una nueva estrategia: hacerse miembros
de la elite gobernante en el país. Durante siglos China había sido gobernada por burócratas eruditos,
cuyo profundo conocimiento del confusionismo los calificaba para el liderazgo. Los jesuitas se
propusieron ganar a esta clase social para conquistar a toda la nación. El experimento resultó
prometedor hasta que la política papal forzó a su abandono. Los portugueses controlaban el puerto
de Macao, y los jesuitas lo utilizaron como base para su misión en China. En 1583 dos jesuitas
lograron penetrar al país por el sur. Habían aprendido el idioma chino y adoptaron las costumbres
y vestimentas de aquella nación. De esta manera lograron cultivar la amistad de algunos mandarines
(oficiales de gobierno).

Uno de estos dos jesuitas fue Mateo Ricci (1552–1611), nacido en el norte de Italia. Había
estudiado matemáticas y astronomía en Roma y originalmente había sido enviado a Goa, donde
estudió teología, y luego se mudó a Macao. Más tarde en 1582, él y su amigo Miguel Ruggieri (m.
1607) se transformaron en los primeros jesuitas en obtener permiso de las autoridades para residir
en China (cerca de Canton). Allí hicieron algunos pocos convertidos y atrajeron la atención de los
oficiales de gobierno con sus sistemas de memorización de gran cantidad de información y su
conocimiento de los relojes y la astronomía. Mientras tanto, los misioneros se dedicaron al estudio
del idioma chino y sus costumbres.

Después de unos pocos años, Ruggieri salió a buscar apoyo para la misión en Europa, mientras
Ricci procuraba penetrar en el Imperio Chino. Su objetivo era alcanzar a las clases superiores, pero
China no tenía un sistema de castas como en India, de modo que lo más que logró fue bautizar a un
mendigo. Para 1594, Ricci y otros dos jesuitas se vistieron como monjes budistas, pero estos
ocupaban un lugar relativamente bajo en la sociedad china. Entonces probaron con vestirse como
eruditos confucionistas, que gozaban de gran prestigio social y poder. En 1598 se trasladó a Nanking,
donde logró convertir a un alto oficial del imperio, quien fue bautizado como Pablo Hsu. Este último
usó su influencia para defender al cristianismo, su habilidad como escritor para alabarlo y su riqueza
para sostenerlo.

Después de veinte años de intentos frustrados, finalmente en 1601, Ricci se las arregló para
llegar hasta Beijing y entrevistar al emperador. Vistió ropas chinas y se hizo miembro de la
burocracia china; compartió sus conocimientos científicos europeos y se involucró en debates
filosóficos con los sabios chinos. Algunos de éstos se hicieron cristianos. Con el tiempo llegaron otros
jesuitas y también franciscanos, dominicos y otros. Para 1605 ya había unas doscientas personas
estudiando la fe cristiana. Cuando Ricci murió en 1611 ya había dos mil quinientos cristianos en la
China. Hacia el año 1700 los cristianos sumaban trescientos mil conversos de todos los niveles de la
sociedad china, y había sacerdotes y obispos chinos. Lamentablemente, a principios del siglo XVIII
los católicos perdieron el favor del emperador y otros altos oficiales de gobierno. En 1724, después
de varias olas de persecución, un edicto prohibió totalmente el cristianismo. Para 1732 casi todos
los misioneros habían sido expulsados del país y la Iglesia se vio forzada a la clandestinidad. Al igual
que en Japón, la Iglesia subterránea logró sobrevivir por casi un siglo a pesar de la persecución.

Otro extraordinario misionero jesuita fue Roberto de Nóbili (1577–1656), que llegó a la India en
1606. Nóbili era de una familia noble italiana y sobrino del cardenal Roberto Bellarmino (1542–
1621). A poco de llegar a la India, llegó a la conclusión de que había dos cuestiones que estaban
impidiendo una evangelización más efectiva en el subcontinente. Primero, el odio de los indios hacia
los portugueses; y, segundo, la renuencia de los misioneros a observar las distinciones de castas. A
diferencia de los primeros misioneros portugueses, que se apoyaban en la violencia y el cohecho
para ganar convertidos nominales en las castas inferiores, Nóbili procuró predicar el evangelio en el
marco de la cultura india para ganar a las castas superiores. Para ello decidió hacerse hindú a fin de
ganar a los hindúes. Adoptó sus vestiduras y comidas, cortó el contacto oficial con la Iglesia y los
misioneros, y aprendió los idiomas locales (tamil y telugu).

Roberto de Nóbili: “Yo no soy un parangi (invasor portugués), no nací en la tierra de los
parangi ni jamás estuve conectado con su raza … Yo vine de Roma, donde mi familia tiene
el mismo rango respetable que tienen los rajás en este país … La ley que predico es la ley
del Dios verdadero, que desde los tiempos antiguos fue proclamada por su mandamiento
en estos países por hombres consagrados y santos. Cualquiera que diga que es la ley de los
paranji, sólo adecuada para las clases inferiores, comete un pecado muy grande, porque el
verdadero Dios no es el Dios de una raza, sino el Dios de todos.”

Nóbili fue el primer europeo en dominar el sánscrito y desarrolló una tarea de predicación
admirable, presentándose como un brahman (miembro de la casta superior hindú). Nóbili vio que
los hindúes de castas superiores identificaban al cristianismo con las castas inferiores, e hizo todo
lo posible para separarse de estos últimos. Así logró bautizar a unos 600 convertidos de las castas
superiores, a quienes permitió retener sus viejas costumbres, incluyendo la completa segregación
incluso de cristianos de castas inferiores. En sus discusiones con los hombres santos y los
brahmanes, Nóbili quería demostrar que el cristianismo enseñaba una verdad universal. Él sostenía
que si bien el evangelio era una verdad religiosa superior al hinduismo, era posible aceptar el
evangelio sin abandonar lo bueno del hinduismo. El arzobispo de Cranganore, el jesuita Francisco
Ros (m. 1624), describía en una carta (1613) las labores de Nóbili en Madura, en estos términos:

Francisco Ros: “La misión de Madura … es una misión muy espiritual, pero muy difícil, y en
todos respectos digna de hombres perfectos e hijos verdaderos de la Compañía, del todo
entregados a Dios, sin satisfacciones humanas, y con una mortificación perpetua de la carne.
Estoy persuadido que se ha tomado por divina inspiración, en orden a abrir el camino a la
conversión de todo el Malabar. Antes de adoptar este género de vida, el padre Roberto me
consultó primero a mí, que soy el pastor de esta Iglesia. Después que de común acuerdo
decidimos el plan de medidas que había que adoptar, el padre fue llevándolas gradualmente
a la práctica, mientras yo me decidía a ser en cierto modo su colaborador, y a asistirle en su
santa empresa. Primero leí, yo mismo, los libros de la idolatría hindú—los más sutiles que
existen—; después pedí el parecer de los mejores teólogos de la provincia del Malabar, y el
del inquisidor de Goa, y el del ilustre primado D. Alejo Meneses, y del gobernador de
Portugal. Y encontrando que sus puntos de vista concordaban con lo que yo había sacado
de mi larga experiencia en estas partes, di mi plena aprobación al método seguido por el
padre Roberto en la formación de sus cristianos.”

La metodología y la actitud de Nóbili tuvieron éxito con los hindúes de las castas superiores,
pero éste confrontó la oposición de otros misioneros portugueses, que le prohibieron trabajar en
Goa y elevaron sus quejas y denuncias al Papa, que terminó por respaldarlo con reservas. Las labores
misioneras de Nóbili hicieron que otros jesuitas trabajaran con las castas inferiores, lo que resultó
en un movimiento de masas que alcanzó a los doscientos mil convertidos para 1703. Para 1750, la
Iglesia Católica en India llegaba quizás a medio millón de miembros, la mitad de éstos en Goa y un
cuarto en Kerala. Para 1800 este número se había reducido a la mitad y la Iglesia se mostraba
sumamente débil. En buena medida esta declinación se debió a la salida forzada de los jesuitas en
la segunda mitad del siglo XVIII.

En América, los jesuitas obtuvieron sus mayores éxitos misioneros en Brasil, donde también
contaron con el apoyo del monarca portugués. Allí se opusieron a la esclavización de los indígenas
y asumieron la tarea de civilizarlos. Uno de los misioneros más destacados fue José de Anchieta
(1533–1597), quien indujo a los nativos nómadas a sedentarizarse en poblados. Anchieta es
conocido como “el apóstol de Brasil” porque pacientemente trabajó entre las tribus más salvajes en
las regiones más inhóspitas y se propuso educarlas. Para ello, escribió una gramática y un diccionario
en la lengua nativa y llegó a ser rector del Colegio de San Vicente. En 1578 fue designado como
provincial de la orden en Brasil. Sus labores establecieron firmemente las misiones jesuíticas en
Brasil y prepararon el camino para los logros que siguieron en el resto de América del Sur.

Más tarde, el rey de Portugal expulsó a los jesuitas de sus dominios en Asia, África y América
(1759) y catorce años más tarde el papa Clemente XIV disolvió la orden, con lo cual terminaron las
misiones jesuíticas.

Las actividades contrarreformistas de los jesuitas. Por su perfil militar, su activismo radical, su
dependencia directa del Papa, sus innovaciones a la disciplina religiosa y sus métodos de trabajo,
los jesuitas muy pronto se encontraron con serias oposiciones desde todos los sectores de la
cristiandad. Sobre todo, fueron sus intrigas políticas las que despertaron mayores sospechas y
rechazo. Un sentido de superioridad y fuerte militancia les daba la energía para acometer empresas
que otros consideraban imposibles. Esto se tradujo en un fuerte espíritu de cuerpo, que muchas
veces pareció poner incluso los intereses de la Compañía por encima de los intereses de la Iglesia
misma. Esto despertó la envidia y oposición de otras órdenes religiosas, que no veían con buenos
ojos esa especie de monopolio religioso que excluía a otros dentro de la Iglesia. No obstante, los
éxitos de la Compañía fueron extraordinarios. Cuando murió Ignacio (1556) apenas dieciséis años
después de la primera aprobación, la Compañía contaba ya con más de mil miembros, y cincuenta
años después ascendían a 13.000.

La Compañía se transformó en la antítesis y en el adversario principal del protestantismo. Sin


ella la Contrarreforma habría sido imposible. Desde 1540 los jesuitas trabajaron intensamente en
Alemania para reconquistar las posiciones perdidas por la Iglesia. Pedro Faber fue quien abrió la
marcha hacia el norte. A partir de 1552 se dio una serie ininterrumpida de fundaciones en Alemania,
que fueron poniendo diques de contención al avance del protestantismo. Como un reguero de
pólvora, la Compañía se fue estableciendo en ciudades en las que el protestantismo había hecho
entrada: Viena (1552), Colonia (1556), Ingolstadt (1556), Muchich (1559), Tréveris (1561), Maguncia
(1562), Augsburgo (1563), Dillingen (1563), y otras.

_ La Inquisición
A partir de Paulo III (Papa de 1534 a 1549), la Iglesia Católica Romana fue dirigida por una serie
de papas reformadores, enérgicos, inteligentes y hábiles. El papado no volvió a caer a los niveles tan
bajos en que se había encontrado a comienzos del siglo XV. La moral del Papa y la Curia fue un
modelo para toda la Iglesia. No obstante, no podía lograrse una reforma total porque los papas
seguían siendo no sólo las cabezas administrativas y espirituales de la Iglesia, sino también los
gobernantes de los estados papales en el centro de Italia, y esto hizo que durante tres siglos se
vieran comprometidos en los vaivenes de la política italiana.

Con Paulo III se inició una profunda reforma en la estructura organizativa de la Iglesia Católica
Romana. Entre los cambios más importantes estuvo el establecimiento del Santo Oficio de la
Inquisición Romana, reorganizada por Paulo III en 1542. “Inquisición” significa investigación. La
Inquisición Romana tenía antecedentes en el siglo XIII, cuando la herejía era fuerte en el sur de
Francia y los obispos tenían que mantener una corte que investigaba su fe y prácticas. No imponía
castigos por sí misma, si bien podía usar la tortura en sus investigaciones, como era común en aquel
entonces. El propósito era llevar a los herejes al arrepentimiento; si esto no ocurría, eran derivados
al poder civil para su castigo. Los españoles en su empresa de reconquista de España utilizaron la
Inquisición en escala nacional y bajo el control de la corona para perseguir a los musulmanes y los
judíos, y más tarde, a los protestantes. Fue, precisamente, en España donde la Inquisición logró sus
resultados más definitivos, ya que eliminó de allí todo rastro de protestantismo.
Williston Walker: “Una característica del despertar español fue la reorganización de la
inquisición. El temperamento hispano consideraba a la ortodoxia y el patriotismo como
esencialmente una sola cosa, y consideraba como un peligro a la vez para la iglesia y el
estado la subsistencia de las religiones judía y mahometana, y el retorno a ellas por sus
adherentes que habían aceptado el cristianismo. En consecuencia, en 1480, Fernando e
Isabel establecieron la inquisición, enteramente bajo la autoridad real, y con inquisidores
nombrados por el soberano. Este carácter nacional que habría de distinguir a la inquisición
española, … pronto se convirtió en un temible instrumento, bajo la dirección de Tomás
Torquemada. Es indudable que su valor como instrumento para quebrantar la
independencia de los nobles y llenar el tesoro real mediante confiscaciones, le conquistó el
aprecio de los soberanos, pero el principal motivo para que contara con el favor popular fue
la represión de la herejía y los disidentes.”

Con Paulo III la Inquisición, siguiendo el modelo español, se aplicó a toda la Iglesia, que se vio
de esta manera sometida a la investigación papal por primera vez. El tribunal del Santo Oficio estaba
constituido por seis cardenales y frailes dominicos, y su deber era eliminar las ofensas morales, la
simonía y la herejía, tanto del clero como de los laicos. Bajo el papa Paulo IV (cardenal Caraffa) la
Inquisición no perdonó a nadie, investigando tanto a la jerarquía eclesiástica como a la nobleza. Tan
severa fue la acción del Santo Oficio que, como se vio, en Italia el protestantismo casi desapareció.
La Iglesia Católica Romana todavía tiene un tribunal del Santo Oficio, pero bajo otro nombre y
diferente al del siglo XVI.

_ El Concilio de Trento (1545–1563)


La reforma institucional de la Iglesia Romana fue la obra del Concilio de Trento. Durante los días
de la Reforma todos querían un concilio general de la Iglesia, pero no todos lo querían por las
mismas razones. Carlos V, el emperador, quería unir a Europa política y religiosamente mediante la
conciliación con los protestantes. El papa Paulo III deseaba definir y declarar la doctrina católica
romana para condenar a los protestantes, si bien no le gustaba mucho la idea de convocar concilios
porque generalmente habían competido con la autoridad papal por el dominio de la Iglesia. Los
protestantes lo veían como una oportunidad para el debate teológico, donde podrían exponer sus
ideas. Otros deseaban un concilio para terminar con el cisma, para unir la cristiandad en una cruzada
contra los infieles musulmanes, o bien para reformar la Iglesia.

Ludwig Hertling: “Mientras los protestantes alemanes se hacían todavía la ilusión de


pertenecer a la Iglesia universal, nadie reclamó la celebración del concilio con mayor
insistencia que ellos. A este deseo se unieron después los católicos de todos los países. La
convicción de que un concilio y sólo un concilio podía poner remedio a la situación, procedía
del período conciliar del siglo XV. Pero el papa debía atender a que no se repitieran los
sucesos de Pisa, Constanza y Basilea, y a que el concilio no acabara irrogándose la suprema
autoridad en la Iglesia.”
De todos modos, no era fácil para los Papas convocar a un Concilio General. De hecho, muchos
de ellos no estaban muy a favor de tal convocación porque la mayoría de los concilios del siglo XV
había resultado en desastres y escándalos, y además habían pretendido tener una autoridad sobre
la Iglesia superior a la del Papa. Las controversias sobre la teología conciliar todavía repercutían en
la Curia romana y en las universidades de la Iglesia. No obstante, algunos Papas reformadores vieron
que no había otra forma para resolver los agudos problemas de la Iglesia. El contexto político en
Europa occidental tampoco ayudaba mucho a una convocación de un encuentro de esta
envergadura. Francia y el Imperio estuvieron en guerra a lo largo de las décadas a mediados del
siglo. Finalmente, aprovechando una tregua, el papa Paulo III, el mismo que ordenó a Miguel Ángel
pintar “El juicio final” en la capilla Sixtina, autorizó a los jesuitas (1540), instituyó la Inquisición
Romana (1542) y publicó el primer Index de libros prohibidos (1543), proclamó el Concilio y lo
convocó en un territorio neutral en los Alpes italianos (Trento). El propósito primordial del Papa
para este Concilio era terminar con la herejía protestante, unir a la cristiandad y preparar la guerra
contra los turcos infieles (musulmanes).

Papa Paulo III: “Por tanto, contemplando con el dolor más amargo de nuestra alma que las
cuestiones de la cristiandad se estaban tornando peor cada día, con Hungría oprimida por
los turcos, Alemania en peligro, y todos los estados anonadados con aprehensión y dolor,
resolvimos no esperar más por el consentimiento de ningún príncipe, sino mirar solamente
a la voluntad del Todopoderoso Dios y al bien de la república cristiana (Christianae
republicae).”

El Concilio de Trento es considerado en la Iglesia de Roma como el décimonono concilio


universal o ecuménico. Cuando se inauguró en diciembre de 1545 sólo había treinta y un delegados
oficiales, pero fueron doscientos cincuenta y cinco delegados los que finalmente firmaron el Decreto
final, dieciocho años más tarde. El Concilio tuvo un desarrollo tormentoso por razones políticas y
teológicas. Una sesión fue aplazada por la guerra y otra por la plaga. Entre la segunda y la tercera
sesión, Carlos V abdicó de su trono imperial y de la corona de España. Desde entonces, los
Hapsburgos españoles fueron reyes de España y los de Austria gobernaron el Imperio. Esto significó
que Europa nunca más volvió a estar en manos de un solo gobernante católico.

El Concilio se reunió en tres ocasiones que ocuparon un total de seis años entre 1545 y 1563;
1545 a 1547; 1551 a 1552; 1562 a 1563. Dos tercios de los padres conciliares provenían de Italia,
con representantes de Francia, Alemania, España y dos dominicos enviados por el rey de Portugal,
pero no hubo representantes de las diócesis coloniales. Un triunvirato de representantes del Papa
presidió el Concilio, que se desarrolló en un total de veinticinco sesiones. Poco se logró durante las
tres primeras sesiones, pero sí hubo medidas más importantes a partir de la cuarta, en la que se
discutió la autoridad e interpretación de la Biblia y se indicó que la predicación debía ser en la lengua
vernácula, si bien la liturgia debía ser en latín.

La sexta sesión en 1547 discutió la cuestión de la justificación. Los debates fueron largos y
tormentosos. El Decreto decía que si bien Cristo murió por todos, no todos reciben los beneficios
de su justificación, sino sólo aquellos a quienes sus méritos son comunicados. La justificación es el
traslado del estado de pecado al estado de gracia, producido a través del lavamiento de la
regeneración (bautismo) o su deseo. Los pecadores son justificados por gracia a través de Jesucristo.
El comienzo de la justificación se encuentra en la gracia previniente de Dios que ilumina y da
capacidad a los pecadores para participar en su propia justificación a través de su asentimiento y
cooperación. Dios no comunica justificación a otros fuera de aquellos que son salvos.

Además, la justificación involucra tanto la remisión de pecados como la santificación o


renovación de la vida. Ni la fe ni las buenas obras que puedan preceder a la justificación hacen
meritoria a la gracia. Más bien, la gracia es el fundamento de la fe y las buenas obras. La capacidad
que tienen los seres humanos de cooperar con Dios en su salvación, es en sí misma un don de gracia
que puede ser rechazado. La seguridad de fe resultante no es la base de la salvación, pero de todos
modos es una respuesta deseable. Por la misma razón, la fe no exceptúa al creyente de la obediencia
y la ley sino que es una parte integral de las mismas. De este modo, la doctrina católica romana de
la justificación se mantuvo equidistante del pelagianismo y del luteranismo. No exagera la libertad
humana ni la acción de la gracia. En la redacción del decreto final predominó una perspectiva
negativa, es decir, se enfatizó el rechazo de la doctrina protestante de la justificación.

Concilio de Trento: “Canon 9. Si alguien dice que el impío es justificado por la fe sola, en el
sentido de que no se requiere ninguna otra cosa para cooperar a la gracia de la justificación
y que no es de ningún modo necesario prepararse y disponerse por un movimiento de la
voluntad personal, sea anatema.

Canon 10. Si alguien afirma que los hombres son justificados sin la justicia de Cristo por la
que ha merecido por nosotros [pelagianos] o que por ella sola son formalmente justos
[protestantes], sea anatema.

Canon 11. Si alguien enseña que los hombres son justificados por la sola imputación de la
justicia de Cristo o por el solo perdón de los pecados, con exclusión de la gracia y de la
caridad, que son difundidas en sus corazones por el Espíritu Santo y que llegan a ser
inherentes a ellos, o que la gracia, por la que somos justificados, es solamente un don de
Dios, sea anatema.

Canon 12. Si alguien afirma que la fe que justifica no es otra cosa que la confianza en la
misericordia divina, que perdona los pecados por los méritos de Cristo, o que sólo esta
confianza es la que nos justifica, sea anatema.”

En la séptima sesión del Concilio se discutió la doctrina de los sacramentos. Trento reafirmó la
doctrina medieval de los siete sacramentos de la Iglesia Romana, así como la comprensión de la
misa como un sacrificio. La doctrina de la transubstanciación quedó fijada desde entonces hasta
hoy. En los años 1551 y 1552 se discutió la doctrina de la eucaristía y otros sacramentos, y se
establecieron cánones que a todas luces condenan los puntos de vista de los reformadores.

Concilio de Trento: “… después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera,
real y sustancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la
apariencia de aquellas cosas sensibles … La Iglesia de Dios tuvo siempre la persuasión y
ahora nuevamente lo declara en este santo concilio, que por la consagración del pan y del
vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan y del vino en la sustancia del cuerpo
de Cristo Señor Nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. La cual
conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la santa Iglesia
Católica.”

La mayor parte de los decretos conciliares estuvieron dirigidos en contra de las enseñanzas de
los reformadores protestantes. No obstante, las decisiones del Concilio de Trento fueron de vital
importancia para la Iglesia Católico Romana. Los más importantes tratan ciertos temas cruciales,
como la Biblia, el pecado original, la justificación por la fe y los sacramentos. En todos los casos, se
reafirmó la enseñanza tradicional católica, pero definida ahora de manera nueva, precisa y estricta.
El decreto sobre la justificación por la fe muestra que los teólogos participantes en el Concilio
estudiaron detenidamente la enseñanza de los reformadores. De igual modo, los sacramentos
fueron discutidos en detalle y se apoyó el purgatorio, las oraciones a los santos y la validez de las
indulgencias.

En razón de lo indicado, sería un error ver al Concilio de Trento sólo como una reacción al desafío
protestante, ya que planteó una respuesta católica romana a los problemas de la Iglesia a mediados
del siglo XVI. Las reformas que Trento instituyó perduraron a lo largo del tiempo, incluso cuando ya
el protestantismo no representaba una amenaza de expansión territorial. Las iniciativas educativas
que Trento estableció a nivel de las diócesis y las parroquias, las direcciones que dio para el orden
sacerdotal, e incluso el entusiasmo que instiló por un estudio renovado de la Biblia fueron todos
elementos positivos que resultaron en la reforma de la Iglesia de Roma. El Concilio proveyó de un
nuevo modelo para la vida de la iglesia, un modelo que se tradujo a numerosas situaciones nuevas
por todo el mundo. Tan efectivo fue este modelo que las estructuras que generó, y que
eventualmente llegaron a definir a la Iglesia como tridentina, perduraron por tres siglos más y recién
sufrieron ciertos cambios con los Concilios Vaticano I y II.

CUADRO 8 - DECISIONES DEL CONCILIO DE TRENTO

1. Reafirmó el credo católico medieval, rechazando las creencias protestantes.


EL CATOLICISMO DEL SIGLO XVI: LOS RESULTADOS

El período de la Reforma católica tiene sus raíces mucho antes que la celebración del Concilio
de Trento. Sin embargo, después del Concilio, las acciones reformadoras adquirieron una tendencia
marcadamente anti-protestante. Las decisiones del Concilio y sus acciones disciplinarias fueron muy
efectivas no sólo para parar el avance protestante y reconquistar territorios perdidos, sino también
para renovar la vida interior de la Iglesia. No obstante, el gran período de avivamiento y
transformación en la Iglesia Católica Romana vino después del Concilio de Trento, cuyas decisiones
y acciones disciplinarias fueron efectivas.

La Contrarreforma también resultó exitosa, si bien no alcanzó todas las metas propuestas. El
primer interés de la Iglesia de Roma no pudo ser conquistado, que fue el intento de restaurar la
unidad de la fe en Europa occidental. No obstante, la Iglesia Católica tuvo una asombrosa
recuperación y aquellas partes de Europa que permanecieron católicas romanas para 1600 todavía
continúan siéndolo hoy. Ciertamente lo más trágico de la Contrarreforma fue la nueva rigidez de la
Iglesia, su incapacidad de despegar de la cosmovisión medieval y proyectarse a la modernidad, y su
actitud defensiva crónica que terminó por debilitarla y quitarle energías para la expansión. Las
enseñanzas del Concilio de Trento y las nuevas agencias de la Iglesia también fueron negativas. No
sólo que fueron pensadas, diseñadas y ejecutadas en contra de los reformadores y las nuevas
iglesias protestantes, sino que descuidaron la atención del propio rebaño y la solución de los
numerosos problemas internos. El catolicismo romano del siglo XVI condenó oficialmente el trabajo
de científicos como Copérnico y Galileo, cuyos descubrimientos y teorías novedosas acerca de la
naturaleza del universo parecían estar en conflicto con una interpretación literal de la Biblia y la
enseñanza oficial y tradicional de la Iglesia.

De esta manera, los valores positivos de la Reforma católica, según están representados por el
nuevo misticismo, el celo misionero, el incremento de la educación y el desarrollo y estímulo de
nuevas expresiones artísticas, se desarrollaron en contraste con el fondo negativo de la
Contrarreforma. La Iglesia asumió esta misma posición defensiva contra las tendencias modernas
en el pensamiento y la reflexión en los siglos que siguieron. Particularmente en aquellos países en
los que el catolicismo romano resultó ser la religión de la mayoría, prevalecieron actitudes religiosas
intolerantes y un fanatismo ciego regado de sincretismo y nominalismo. Reforma y Contrarreforma
han continuado, desde entonces, como el dilema más agudo que ha enfrentado el catolicismo
romano en los últimos siglos.

CUADRO 9 - CAMBIOS ASOMBROSOS

1. Se elaboraron catecismos para la instrucción de los creyentes, que expresaban la fe católica


romana tal como la había definido el Concilio de Trento.
2. Se produjeron libros litúrgicos revisados, incluso el Misal y el Breviario.

3. Se revisó la Vulgata y se promovió su publicación.

4. Se indicó a los obispos organizar sínodos regulares en sus diócesis, la visitación al clero de su
diócesis para supervisión y el mantenimiento de un seminario en cada diócesis para su
capacitación.

5. Se redujo a la mitad el gasto administrativo de la Iglesia de Roma gracias a una mejor


administración central y un grado menor de corrupción.

Entre los logros más notables del catolicismo del siglo XVI cabe mencionar:

_ Un nuevo estilo de vida sacerdotal y monástico


Las pautas para la vida sacerdotal y monástica fueron elevadas, así como el nivel de educación
teológica. Se definieron claramente los límites de la fe. Los católicos romanos llegaron a ser
verdaderamente un solo pueblo, con un sentido de dirección, y una gran determinación y energía,
bajo un liderazgo digno de ser seguido e imitado.

En un sentido lato, la Reforma católica tuvo éxito, especialmente en este particular. La


permanente reforma interna de la Iglesia fue sorprendente cuando se la mira y evalúa en su
conjunto. En 1622 ocurrió un evento muy inusual. En la iglesia de San Pedro en Roma, que había
sido reconstruida completamente durante el período de la Reforma, fueron canonizados cinco
santos en una sola ceremonia. Cuatro de ellos fueron elevados a los altares apenas a los cincuenta
años de su muerte, lo cual era totalmente extraño a los procedimientos usuales en la Iglesia de
Roma. Cuatro de ellos fueron líderes de la Reforma católica: Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila,
Francisco Javier, el gran misionero jesuita y compañero de Loyola, y Felipe Neri, un reformador en
Roma y fundador de una orden de clero regular. La Iglesia reconoció rápidamente los grandes
cambios que estaban ocurriendo y honró a aquellos que habían ayudado a lograrlos.

_ Una nueva vitalidad eclesiástica


Se elevó el nivel moral del sacerdocio y de la vida monástica y mejoró la calidad de la educación
teológica. Se definió la fe católica con claridad de tal manera que los católicos eran uno en doctrina
con un sentido de dirección y gran determinación. La obra de los jesuitas renovó el espíritu de
sacrificio y valor en una Iglesia que estaba moribunda. Si bien la Iglesia Católica Romana no tuvo
éxito total en lograr la restauración de la unidad religiosa en Europa occidental, hizo una gran
recuperación, ya que los territorios que eran católicos hacia el 1600 todavía hoy lo siguen siendo.
La reforma interna de la Iglesia fue asombrosa. El Concilio ordenó la preparación de un catecismo
que expresaba la fe de Trento. Se revisaron los libros litúrgicos, incluso el misal y el Breviario;
también se revisó la Vulgata. Se ordenó a los obispos realizar sínodos regulares en sus diócesis y
visitar al clero y mantener un seminario. Se redujeron a la mitad los gastos administrativos de la
Iglesia. Pero muchas de estas reformas fueron negativas y colocaron a la Iglesia Católica Romana en
una posición de excesiva rigidez. Las enseñanzas de Trento y la nueva estructura eclesiástica no sólo
condenaron a los reformadores protestantes sino también a científicos como Copérnico y Galileo.
Más tarde, en el siglo XIX, sobre la base del pensamiento tridentino la Iglesia Católica Romana
asumió una posición defensiva contra las tendencias modernas en el campo político, económico,
social y científico, cometiendo errores que le costó mucho corregir. Los cristianos siempre hemos
sido mejores en el ataque que en la defensa.

_ Un gran desarrollo de la piedad mística


El avivamiento católico se caracterizó también por un acrecentamiento del misticismo que se
expresaba en la contemplación y la oración silenciosa hasta lograr la unión en el amor divino o en
éxtasis de revelación interior. La Contrarreforma produjo, especialmente en España, una de las
formas más bellas y profundas de la mística europea de todos los tiempos. La exaltación religiosa
llevó a los místicos españoles por un lado, a una visión beatífica de la divinidad; y, por otro, a trabajar
intensamente dentro de las propias órdenes religiosas para darles un sentido de mayor austeridad
moral y más rígida disciplina. La Orden del Carmelo dio a España sus dos grandes místicos, los dos
de la misma provincia de Ávila, en Castilla la Vieja. Uno, Teresa de Jesús (1515–1582), cultivadora
de la prosa: en el Libro de su vida, en el que cuenta su propia historia y expone sus inquietudes
religiosas; en el de Las fundaciones, en el que narra sus esfuerzos para crear nuevos conventos
carmelitas reformados; y, sobre todo, en El castillo interior o Las moradas (1588), en el que nos
ofrece un auténtico estudio psicológico de los procesos por los que pasa el místico para llegar a una
unión perfecta con Dios. Teresa realizó una infatigable obra como reformadora de su orden,
recorriendo toda España, y compuso algunos de los más altos escritos de la literatura mística de
todos los tiempos.

El otro, Juan de la Cruz (1542–1591), discípulo de Teresa, que en su Cántico espiritual entre el
alma y Cristo su esposo y en Noche del alma, expresó en la poesía española más sublime, llena de
un simbolismo mágico, el mundo maravilloso de la mística que lleva a la búsqueda y a la unión con
Dios. Juan de la Cruz enseñó nuevas formas de oración interior. Otro místico famoso fue Francisco
de Sales, un prelado francés que llegó a ser obispo de Ginebra y fue fundador de la orden de la
Visitación. La piedad de estos místicos expresaba los anhelos religiosos de muchos católicos sinceros
y era acompañada de una devoción exterior a la Iglesia y los sacramentos. Esta misma pasión tuvo
su expresión estética en el arte barroco (pintura, escultura y arquitectura).
_ Una nueva teología y filosofía escolástica
La Contrarreforma produjo un notable florecimiento de los estudios de teología y filosofía
escolástica especialmente en España. Estos estudios que, desde la Edad Media habían estado a
cargo de los dominicos, pasaron en la Contrarreforma a ser compartidos por la nueva orden
contrarreformista, la Compañía de Jesús. En torno de Francisco de Vitoria, teólogo y humanista, se
formó en Salamanca una escuela de teólogos dominicos. Discípulos suyos fueron: Domingo de Soto
(1494–1560) y Melchor Cano (1509–1560), ambos profesores de Salamanca en la época de Carlos
V; y sobre todo Domingo Báñez (1528–1604), que escribió ya en la época de Felipe II, fue
comentarista de la Suma de Tomás de Aquino, y polemizó con los jesuitas en torno a diversos
problemas teológicos.

En la segunda mitad del siglo XVI, coincidiendo con la marcha de la Contrarreforma y el ascenso
de la influencia de la Compañía de Jesús, se distinguieron los teólogos jesuitas españoles, que
ejercieron una gran influencia en el neoescolasticismo y en el pensamiento católico europeo:
Alfonso Salmerón, teólogo tridentino, profesor de Ingolstadt; Luis de Molina (1533–1600), autor de
un famoso tratado sobre el libre albedrío, contendedor con los dominicos, que tuvo una gran
influencia con su molinismo en la teología moderna; y, sobre todo, el granadino Francisco Suárez
(1548–1617), profesor en Roma, Alcalá, Salamanca y Coimbra autor de varios tratados teológicos, y
de una importante obra filosófica Disputaciones metafísicas, en las que examina con gran agudeza
los principales puntos de la filosofía escolástica para presentarlos con cierta originalidad de
pensamiento.

_ Una notable expansión de la obra misionera


Ya mencionamos el trabajo misionero de los jesuitas en la India y la China. Más adelante
discutiremos las misiones católicas en América Española. La empresa misionera fue también obra
de las órdenes monásticas, pero especialmente de los frailes, como los franciscanos y los dominicos,
que contaron con el respaldo de las grandes potencias católicas del siglo XVI: España y Portugal.

El Imperio Español incluía las Islas, que fueron descubiertas por Fernando de Magallanes (1480–
1521) y donde el cristianismo penetró en forma casi total hasta hoy, ya que las Filipinas son el único
país de Asia nominalmente cristiano. Las rutas seguidas por el imperio portugués muestran también
una notable expansión del cristianismo, aunque a diferencia de España no agregó territorios
completos como ganancias permanentes para la cristiandad, con excepción de Brasil.

En África el cristianismo fue llevado por primera vez al sur del Sahara por la obra de los
franciscanos que predicaron en la costa occidental y por los jesuitas que hicieron lo propio en la
costa oriental. Estas misiones, no obstante, no dejaron resultados permanentes.

India era el centro del poder portugués, con Goa como la capital y una sucesión de otros puertos
a lo largo de la costa occidental que hacia el sur llegaban hasta Ceilán. Los portugueses poseían
Ormuz en la entrada del Golfo Pérsico, Málaca sobre la Península Malaya, y varios puertos más en
las Indias Orientales. Comerciaban también con Burma, con un puerto en el sur de la China con
Japón. Siguiendo esta vasta red de intercambio comercial el cristianismo se fue esparciendo. Goa
fue transformada en obispado con jurisdicción sobre los cristianos esparcidos desde el cabo de
Buena Esperanza hasta Japón. En los puertos marítimos en poder de los portugueses y en las
regiones vecinas muchas veces el gobierno utilizó el soborno y la violencia para convertir a las
poblaciones sometidas. No obstante, es notable que los éxitos más espectaculares se dieron donde
no existía el dominio portugués o donde estaba muy limitado. En Japón, en una sola generación,
desde 1549 a 1582, el uno por ciento de la población fue ganado para la fe cristiana, y en China
entre 1640 y 1700 hubo emperadores que favorecieron tanto a los misioneros, que por un momento
existió la posibilidad de que ascendiera al trono imperial un emperador cristiano.

La colonización de ultramar no fue sólo española o portuguesa. Los franceses (católicos) y más
tarde los ingleses y holandeses (protestantes) ocuparon también importantes territorios. Francia
llegó a ser una gran potencia europea hacia fines del siglo XVI, más preocupada en sus problemas
internos y en lograr la hegemonía en Europa que en realizar el comercio de ultramar. El primer
centro de atención francesa en el siglo XVI fue el territorio de América del norte a lo largo del río
Lorenzo (Canadá). Los franceses visitaron esta región desde 1524, pero no la colonizaron
regularmente hasta el siglo XVII, y entonces sin hacer asientos permanentes. Los jesuitas y los
recoletos establecieron misiones que fueron temporarias.

EL CATOLICISMO DEL SIGLO XVI: LOS RESULTADOS

El período de la Reforma católica tiene sus raíces mucho antes que la celebración del Concilio
de Trento. Sin embargo, después del Concilio, las acciones reformadoras adquirieron una tendencia
marcadamente anti-protestante. Las decisiones del Concilio y sus acciones disciplinarias fueron muy
efectivas no sólo para parar el avance protestante y reconquistar territorios perdidos, sino también
para renovar la vida interior de la Iglesia. No obstante, el gran período de avivamiento y
transformación en la Iglesia Católica Romana vino después del Concilio de Trento, cuyas decisiones
y acciones disciplinarias fueron efectivas.

La Contrarreforma también resultó exitosa, si bien no alcanzó todas las metas propuestas. El
primer interés de la Iglesia de Roma no pudo ser conquistado, que fue el intento de restaurar la
unidad de la fe en Europa occidental. No obstante, la Iglesia Católica tuvo una asombrosa
recuperación y aquellas partes de Europa que permanecieron católicas romanas para 1600 todavía
continúan siéndolo hoy. Ciertamente lo más trágico de la Contrarreforma fue la nueva rigidez de la
Iglesia, su incapacidad de despegar de la cosmovisión medieval y proyectarse a la modernidad, y su
actitud defensiva crónica que terminó por debilitarla y quitarle energías para la expansión. Las
enseñanzas del Concilio de Trento y las nuevas agencias de la Iglesia también fueron negativas. No
sólo que fueron pensadas, diseñadas y ejecutadas en contra de los reformadores y las nuevas
iglesias protestantes, sino que descuidaron la atención del propio rebaño y la solución de los
numerosos problemas internos. El catolicismo romano del siglo XVI condenó oficialmente el trabajo
de científicos como Copérnico y Galileo, cuyos descubrimientos y teorías novedosas acerca de la
naturaleza del universo parecían estar en conflicto con una interpretación literal de la Biblia y la
enseñanza oficial y tradicional de la Iglesia.

De esta manera, los valores positivos de la Reforma católica, según están representados por el
nuevo misticismo, el celo misionero, el incremento de la educación y el desarrollo y estímulo de
nuevas expresiones artísticas, se desarrollaron en contraste con el fondo negativo de la
Contrarreforma. La Iglesia asumió esta misma posición defensiva contra las tendencias modernas
en el pensamiento y la reflexión en los siglos que siguieron. Particularmente en aquellos países en
los que el catolicismo romano resultó ser la religión de la mayoría, prevalecieron actitudes religiosas
intolerantes y un fanatismo ciego regado de sincretismo y nominalismo. Reforma y Contrarreforma
han continuado, desde entonces, como el dilema más agudo que ha enfrentado el catolicismo
romano en los últimos siglos.

CUADRO 9 - CAMBIOS ASOMBROSOS

1. Se elaboraron catecismos para la instrucción de los creyentes, que expresaban la fe católica


romana tal como la había definido el Concilio de Trento.

2. Se produjeron libros litúrgicos revisados, incluso el Misal y el Breviario.

3. Se revisó la Vulgata y se promovió su publicación.

4. Se indicó a los obispos organizar sínodos regulares en sus diócesis, la visitación al clero de su
diócesis para supervisión y el mantenimiento de un seminario en cada diócesis para su
capacitación.

5. Se redujo a la mitad el gasto administrativo de la Iglesia de Roma gracias a una mejor


administración central y un grado menor de corrupción.

Entre los logros más notables del catolicismo del siglo XVI cabe mencionar:

_ Un nuevo estilo de vida sacerdotal y monástico


Las pautas para la vida sacerdotal y monástica fueron elevadas, así como el nivel de educación
teológica. Se definieron claramente los límites de la fe. Los católicos romanos llegaron a ser
verdaderamente un solo pueblo, con un sentido de dirección, y una gran determinación y energía,
bajo un liderazgo digno de ser seguido e imitado.

En un sentido lato, la Reforma católica tuvo éxito, especialmente en este particular. La


permanente reforma interna de la Iglesia fue sorprendente cuando se la mira y evalúa en su
conjunto. En 1622 ocurrió un evento muy inusual. En la iglesia de San Pedro en Roma, que había
sido reconstruida completamente durante el período de la Reforma, fueron canonizados cinco
santos en una sola ceremonia. Cuatro de ellos fueron elevados a los altares apenas a los cincuenta
años de su muerte, lo cual era totalmente extraño a los procedimientos usuales en la Iglesia de
Roma. Cuatro de ellos fueron líderes de la Reforma católica: Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila,
Francisco Javier, el gran misionero jesuita y compañero de Loyola, y Felipe Neri, un reformador en
Roma y fundador de una orden de clero regular. La Iglesia reconoció rápidamente los grandes
cambios que estaban ocurriendo y honró a aquellos que habían ayudado a lograrlos.

_ Una nueva vitalidad eclesiástica


Se elevó el nivel moral del sacerdocio y de la vida monástica y mejoró la calidad de la educación
teológica. Se definió la fe católica con claridad de tal manera que los católicos eran uno en doctrina
con un sentido de dirección y gran determinación. La obra de los jesuitas renovó el espíritu de
sacrificio y valor en una Iglesia que estaba moribunda. Si bien la Iglesia Católica Romana no tuvo
éxito total en lograr la restauración de la unidad religiosa en Europa occidental, hizo una gran
recuperación, ya que los territorios que eran católicos hacia el 1600 todavía hoy lo siguen siendo.
La reforma interna de la Iglesia fue asombrosa. El Concilio ordenó la preparación de un catecismo
que expresaba la fe de Trento. Se revisaron los libros litúrgicos, incluso el misal y el Breviario;
también se revisó la Vulgata. Se ordenó a los obispos realizar sínodos regulares en sus diócesis y
visitar al clero y mantener un seminario. Se redujeron a la mitad los gastos administrativos de la
Iglesia. Pero muchas de estas reformas fueron negativas y colocaron a la Iglesia Católica Romana en
una posición de excesiva rigidez. Las enseñanzas de Trento y la nueva estructura eclesiástica no sólo
condenaron a los reformadores protestantes sino también a científicos como Copérnico y Galileo.
Más tarde, en el siglo XIX, sobre la base del pensamiento tridentino la Iglesia Católica Romana
asumió una posición defensiva contra las tendencias modernas en el campo político, económico,
social y científico, cometiendo errores que le costó mucho corregir. Los cristianos siempre hemos
sido mejores en el ataque que en la defensa.

_ Un gran desarrollo de la piedad mística


El avivamiento católico se caracterizó también por un acrecentamiento del misticismo que se
expresaba en la contemplación y la oración silenciosa hasta lograr la unión en el amor divino o en
éxtasis de revelación interior. La Contrarreforma produjo, especialmente en España, una de las
formas más bellas y profundas de la mística europea de todos los tiempos. La exaltación religiosa
llevó a los místicos españoles por un lado, a una visión beatífica de la divinidad; y, por otro, a trabajar
intensamente dentro de las propias órdenes religiosas para darles un sentido de mayor austeridad
moral y más rígida disciplina. La Orden del Carmelo dio a España sus dos grandes místicos, los dos
de la misma provincia de Ávila, en Castilla la Vieja. Uno, Teresa de Jesús (1515–1582), cultivadora
de la prosa: en el Libro de su vida, en el que cuenta su propia historia y expone sus inquietudes
religiosas; en el de Las fundaciones, en el que narra sus esfuerzos para crear nuevos conventos
carmelitas reformados; y, sobre todo, en El castillo interior o Las moradas (1588), en el que nos
ofrece un auténtico estudio psicológico de los procesos por los que pasa el místico para llegar a una
unión perfecta con Dios. Teresa realizó una infatigable obra como reformadora de su orden,
recorriendo toda España, y compuso algunos de los más altos escritos de la literatura mística de
todos los tiempos.

El otro, Juan de la Cruz (1542–1591), discípulo de Teresa, que en su Cántico espiritual entre el
alma y Cristo su esposo y en Noche del alma, expresó en la poesía española más sublime, llena de
un simbolismo mágico, el mundo maravilloso de la mística que lleva a la búsqueda y a la unión con
Dios. Juan de la Cruz enseñó nuevas formas de oración interior. Otro místico famoso fue Francisco
de Sales, un prelado francés que llegó a ser obispo de Ginebra y fue fundador de la orden de la
Visitación. La piedad de estos místicos expresaba los anhelos religiosos de muchos católicos sinceros
y era acompañada de una devoción exterior a la Iglesia y los sacramentos. Esta misma pasión tuvo
su expresión estética en el arte barroco (pintura, escultura y arquitectura).

_ Una nueva teología y filosofía escolástica


La Contrarreforma produjo un notable florecimiento de los estudios de teología y filosofía
escolástica especialmente en España. Estos estudios que, desde la Edad Media habían estado a
cargo de los dominicos, pasaron en la Contrarreforma a ser compartidos por la nueva orden
contrarreformista, la Compañía de Jesús. En torno de Francisco de Vitoria, teólogo y humanista, se
formó en Salamanca una escuela de teólogos dominicos. Discípulos suyos fueron: Domingo de Soto
(1494–1560) y Melchor Cano (1509–1560), ambos profesores de Salamanca en la época de Carlos
V; y sobre todo Domingo Báñez (1528–1604), que escribió ya en la época de Felipe II, fue
comentarista de la Suma de Tomás de Aquino, y polemizó con los jesuitas en torno a diversos
problemas teológicos.

En la segunda mitad del siglo XVI, coincidiendo con la marcha de la Contrarreforma y el ascenso
de la influencia de la Compañía de Jesús, se distinguieron los teólogos jesuitas españoles, que
ejercieron una gran influencia en el neoescolasticismo y en el pensamiento católico europeo:
Alfonso Salmerón, teólogo tridentino, profesor de Ingolstadt; Luis de Molina (1533–1600), autor de
un famoso tratado sobre el libre albedrío, contendedor con los dominicos, que tuvo una gran
influencia con su molinismo en la teología moderna; y, sobre todo, el granadino Francisco Suárez
(1548–1617), profesor en Roma, Alcalá, Salamanca y Coimbra autor de varios tratados teológicos, y
de una importante obra filosófica Disputaciones metafísicas, en las que examina con gran agudeza
los principales puntos de la filosofía escolástica para presentarlos con cierta originalidad de
pensamiento.
_ Una notable expansión de la obra misionera
Ya mencionamos el trabajo misionero de los jesuitas en la India y la China. Más adelante
discutiremos las misiones católicas en América Española. La empresa misionera fue también obra
de las órdenes monásticas, pero especialmente de los frailes, como los franciscanos y los dominicos,
que contaron con el respaldo de las grandes potencias católicas del siglo XVI: España y Portugal.

El Imperio Español incluía las Islas, que fueron descubiertas por Fernando de Magallanes (1480–
1521) y donde el cristianismo penetró en forma casi total hasta hoy, ya que las Filipinas son el único
país de Asia nominalmente cristiano. Las rutas seguidas por el imperio portugués muestran también
una notable expansión del cristianismo, aunque a diferencia de España no agregó territorios
completos como ganancias permanentes para la cristiandad, con excepción de Brasil.

En África el cristianismo fue llevado por primera vez al sur del Sahara por la obra de los
franciscanos que predicaron en la costa occidental y por los jesuitas que hicieron lo propio en la
costa oriental. Estas misiones, no obstante, no dejaron resultados permanentes.

India era el centro del poder portugués, con Goa como la capital y una sucesión de otros puertos
a lo largo de la costa occidental que hacia el sur llegaban hasta Ceilán. Los portugueses poseían
Ormuz en la entrada del Golfo Pérsico, Málaca sobre la Península Malaya, y varios puertos más en
las Indias Orientales. Comerciaban también con Burma, con un puerto en el sur de la China con
Japón. Siguiendo esta vasta red de intercambio comercial el cristianismo se fue esparciendo. Goa
fue transformada en obispado con jurisdicción sobre los cristianos esparcidos desde el cabo de
Buena Esperanza hasta Japón. En los puertos marítimos en poder de los portugueses y en las
regiones vecinas muchas veces el gobierno utilizó el soborno y la violencia para convertir a las
poblaciones sometidas. No obstante, es notable que los éxitos más espectaculares se dieron donde
no existía el dominio portugués o donde estaba muy limitado. En Japón, en una sola generación,
desde 1549 a 1582, el uno por ciento de la población fue ganado para la fe cristiana, y en China
entre 1640 y 1700 hubo emperadores que favorecieron tanto a los misioneros, que por un momento
existió la posibilidad de que ascendiera al trono imperial un emperador cristiano.

La colonización de ultramar no fue sólo española o portuguesa. Los franceses (católicos) y más
tarde los ingleses y holandeses (protestantes) ocuparon también importantes territorios. Francia
llegó a ser una gran potencia europea hacia fines del siglo XVI, más preocupada en sus problemas
internos y en lograr la hegemonía en Europa que en realizar el comercio de ultramar. El primer
centro de atención francesa en el siglo XVI fue el territorio de América del norte a lo largo del río
Lorenzo (Canadá). Los franceses visitaron esta región desde 1524, pero no la colonizaron
regularmente hasta el siglo XVII, y entonces sin hacer asientos permanentes. Los jesuitas y los
recoletos establecieron misiones que fueron temporarias.

EL MUNDO DE LA REFORMA Y DE LA CONTRARREFORMA CATÓLICA


El explosivo desarrollo de la ciencia y la técnica, el comercio y las artes en la Europa cristiana de
fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI ayudó notablemente a la difusión del cristianismo fuera
del continente europeo y al comienzo de la configuración de un cristianismo verdaderamente
mundial. Las invenciones científicas en Europa tuvieron un impacto sobre la difusión de las
enseñanzas cristianas en África, mientras que el estudio de las religiones y culturas de Asia por los
misioneros europeos tuvo efectos sobre el desarrollo teológico en Occidente. Movimientos
filosóficos, económicos y sociales también influyeron sobre los desarrollos teológicos. El
conocimiento de otros idiomas promovió y a veces dificultó el desarrollo de nuevos movimientos
cristianos en todo el globo. Avivamientos y movimientos de renovación espiritual tuvieron un
impacto importante sobre movimientos sociales, entre otros sobre el papel de las mujeres en la
sociedad.

En razón de la penetración del cristianismo, hubo imperios y naciones que colapsaron, mientras
otros nuevos se levantaron sobre fundamentos cristianos. Las migraciones de pueblos, a veces
forzada (tráfico de esclavos) y otras voluntaria (europeos a América; chinos al sudeste asiático)
influyeron sobre el desarrollo del cristianismo de manera global. El poder económico, militar y
político de algunas naciones (primero España y Portugal, y más tarde Inglaterra y los Países Bajos)
afectó profundamente la dirección del crecimiento de la fe cristiana así como el tipo de cristianismo
que se desarrolló en algunas partes del planeta.

Por otro lado, el siglo XVI fue crítico en términos del desarrollo de culturas religiosas alrededor
del globo. Especialmente en las primeras décadas de este siglo hubo procesos y movimientos
religiosos en Asia, África y las Américas, que determinaron el curso de la civilización en los siguientes
cinco siglos. Mientras el Islam se afirmaba en los Balcanes y también hacía significativos progresos
en la India e Indonesia, el budismo se fortalecía en Myanmar (Birmania), Tailandia (Siam), Laos y
Vietnam.

En África, cristianos portugueses y musulmanes árabes combinaban su exploración comercial


con la difusión de su religión. Musulmanes y cristianos traían y establecían su religión al tiempo que
exploraban y colonizaban, de modo que la historia moderna del continente africano está
determinada más por la fe religiosa que por el poder económico de los invasores. En todos estos
casos, el catolicismo romano fue el representante más conspicuo de la fe cristiana (España y
Portugal) en la primera parte del siglo XVI, mientras que el protestantismo (representado por
Inglaterra y los Países Bajos) tendría un protagonismo un poco mayor en la segunda parte de este
siglo y en el siguiente.

_ El cristianismo en Asia
Como vimos en la Introducción General a este volumen, para mediados del siglo XV, los chinos
se habían anticipado a los europeos en colonizar una parte importante del mundo fuera de su propio
territorio continental, pero pronto se replegaron. Los árabes, que por siglos habían mantenido bajo
su control amplios territorios que fueron la cuna del cristianismo temprano, casi habían perdido el
control del Mediterráneo hacia comienzos del siglo XVI. No obstante, si bien hubo un repliegue de
su avance sobre Occidente, los musulmanes esparcieron su religión y cultura durante los siglos XIV
y XV en el sudeste de Asia, África del este y el noroeste de África. Por otro lado, los turcos otomanos
dominaron los Balcanes durante este período, transformando a la región en una de las más tensas
y violentas hasta nuestros días. La expansión del cristianismo en Asia durante el siglo XVI estuvo
entretejida con el comercio de esclavos, la conquista territorial y las reformas de la Iglesia. No
obstante, a fines del siglo XV y comienzos del XVI, el mundo estaba bajo el dominio de la expansión
colonial ibérica (España y Portugal), mientras que la expansión China y árabe estaba contenida.

En la primera mitad del siglo XVI, el mundo cristiano europeo se encontraba ante nuevas
posibilidades y nuevos problemas. Los problemas de retroceso continuaron así como las esperanzas
de recuperación. No obstante, la influencia europea y cristiana se esparció notablemente en el
mundo no occidental. Esto fue más cierto en Asia que a través de África, en parte en razón de que
el involucramiento militar y económico de los europeos (especialmente los portugueses) en Asia fue
más grande. Mercaderes portugueses establecieron puestos de comercio en Goa, India, en 1510 y
en Málaca sobre la península Malaya en 1511. De aquí siguieron a los piratas-comerciantes filipinos
y de Okinawa al norte de la costa de la China. Frailes portugueses celebraron una misa en las Islas
Molucas en 1520, mientras que frailes españoles hicieron lo propio en la expedición de Magallanes
que llegó a las Filipinas en 1521. Los portugueses comenzaron a comerciar en Kagoshima, al
sudoeste de Japón, a principios de la década de 1540 y establecieron un puerto en Macao sobre la
costa de China en 1557.

Las misiones fueron parte de la motivación de los portugueses en su empresa exploradora y


comercial. Así, pues, los cristianos católicos romanos, habiendo recuperado España y Portugal de
manos de los musulmanes hacia fines del siglo XV, se dispusieron a llevar el testimonio cristiano a
otras latitudes. Bajo la concesión papal del padroado (patronato), el rey de Portugal tenía el derecho
de nombrar obispos y controlar a la Iglesia en sus dominios. Esto subordinó al clero secular a la
agenda política y militar de la corona y creó cierto conflicto entre el clero secular (controlado por el
rey) y los jesuitas, dominicos, franciscanos y otras órdenes religiosas.

CUADRO 10 - PRIVILEGIOS DEL PADROADO PORTUGUÉS

Según la bula Aeterni Regis Clementia, del papa Sixto IV (1483):

1. Quedaba reservada a los portugueses la navegación en los mares de los descubrimientos, a


fin de evitar que otros navíos llevaran armas a los infieles.

2. Los portugueses eran los verdaderos dueños de estos mares y de todas las tierras que se
descubrieran y se conquistaran, lo mismo que lo eran de las ya descubiertas y conquistadas.
3. Losportugueses podían negociar libremente con los infieles, aun con los mahometanos, a
condición de que no les proporcionaran armas u otras cosas semejantes.

4. La corona portuguesa podía fundar y construir iglesias, monasterios y otras obras pías; el
clero que estuviera al servicio de esas iglesias o instituciones tenía todos los poderes en
orden a la administración de los sacramentos, y podía absolver todos los pecados,
exceptuados los reservados a la Santa Sede.

5. Desde los cabos Bojador y Nou hasta las Indias orientales, toda la jurisdicción espiritual
correspondía para siempre a Portugal.

India occidental. Los portugueses llegaron a la India bajo la dirección de Vasco da Gama en 1498,
y en pocos años se apoderaron de toda la costa occidental, desde Ormuz hasta Málaca, donde
sembraron sus guarniciones y factorías. Cochín, en la costa Malabar, fue el primer asentamiento y
más tarde Goa, que se transformó en el centro de la expansión y comercio portugués en Oriente.
En los años que siguieron, hubo sacerdotes y frailes en todas las expediciones portuguesas a la India,
que se ocuparon de evangelizar. Poco a poco se fueron plantando iglesias y dando forma a su
organización. En 1534, el papa Paulo III erigió la sede episcopal de Goa. El primer obispo fue el
español franciscano Juan de Alburquerque, que llegó a Goa en 1538.

A la llegada de los portugueses, India estaba dividida en varios miles de castas, que estaban
ordenadas conforme a una jerarquía de poder y prestigio. Esto dificultaba cualquier tipo de acción
evangelizadora. No obstante, en 1536, los bharathas, un pueblo pescador de perlas en la costa
Coromandel del sudeste aceptó el bautismo. Esto, por supuesto, impidió que otras castas se hiciesen
cristianas.

Como vimos, en 1542 llegó a la India Francisco Javier. Hasta entonces los únicos misioneros en
India habían sido franciscanos y dominicos. En pocos años él y sus compañeros jesuitas misionaron
en muchas partes, instruyendo a los convertidos y plantando iglesias. Lamentablemente, la mayor
parte de las conversiones fueron hechas entre miembros de la Iglesia de Santo Tomás en Kerala
(Iglesia Ortodoxa Siria de Malabar). Estos cristianos, que sostenían una cristología nestoriana y
tenían una liturgia diferente (siríaca), cooperaron al principio con los portugueses contra los
musulmanes, pero pronto perdieron su autonomía. En 1557 la sede episcopal de Goa fue elevada
como arzobispado. En 1599 un nuevo arzobispo romano, Alejo de Meneses, llegó a Goa lleno del
celo de la Contrarreforma católica. Aprovechó la muerte del obispo siríaco, Mar Abraham, para
forzar a los tomasitas a unirse a la Iglesia Católica Romana y adoptar sus prácticas (Sínodo de
Diamper, 1599).
De esta manera, la Iglesia Ortodoxa Siria se sometió a Roma y fue obligada a condenar el
nestorianismo. La Iglesia de Santo Tomás casi desapareció. Hacia 1600, un jesuita portugués fue
elevado como obispo y la Iglesia Siria quedó oficialmente como una Iglesia uniata, con una minoría
independiente. Cincuenta y tres años más tarde (1653), un tercio de los cristianos tomasitas se
salieron de la Iglesia Romana y reestablecieron una organización independiente (Iglesia Malabar)
siguiendo sus formas tradicionales, una teología monofisita y nombraron su propio metropolitano
(Mar Thoma I). Para entonces llegaron a la costa Malabar los calvinistas holandeses, que
reemplazaron a los portugueses en el control de la región. Sin obispos para ordenar su clero, los
ortodoxos independientes renunciaron a su nestorianismo y se sometieron al patriarca jacobita de
Antioquía, con lo cual se hicieron monofisitas. Mientras tanto, la orden de los carmelitas continuó
ganando adeptos para Roma, de modo que para mediados del siglo XVII la Iglesia Ortodoxa Siria
estaba dividida en tres: el sector jacobita, la Iglesia uniata que continuaba utilizado la liturgia en
siríaco, y la rama católica romana que seguía el rito latino.

India oriental. Los jesuitas fueron los protagonistas de la cristianización de la región costera
comprendida entre la Pesquería y Bengala. La primera región había sido visitada por Javier y otros
misioneros. Sus habitantes eran conocidos con el nombre de paravas y habían recibido en masa el
bautismo casi sin instrucción religiosa (1535–1537). Los jesuitas continuaron con su obra misionera
con bastante buenos resultados, hasta que entraron en conflicto con el obispo de Cochín por razón
de jurisdicción (1608) y se retiraron por algunos años. A partir de 1649, los calvinistas holandeses se
adueñaron de toda esta región.

Más al norte estaba la región de Madura. En 1606 llegó allí el jesuita Roberto de Nóbili con una
nueva visión que consistía, como ya vimos, en identificarse lo más posible con las castas superiores.
El apostolado de Nóbili puede ser considerado como una primera etapa de esta misión (1607–1623),
en la que el jesuita aplicó sus nuevos métodos. Esto le valió la oposición de otros misioneros, que
querían implantar la cultura europea junto con el evangelio cristiano, o que querían cambiar la
estructura social india y hacerla más igualitaria. Tal oposición provenía de otras órdenes misioneras
que fueron llegando a la India, como los agustinos, dominicos y franciscanos, y más tarde algunos
miembros del clero secular. En una segunda etapa (1623–1640) el proceso de cristianización se fue
extendiendo a localidades como Trichinópoli, Salem-Poindichery, Coimbatore y Tanjore. Todo esto
en medio de las hostilidades de los holandeses y de los brahamanes. No obstante, la mayor dificultad
fue la falta de un clero local. La mayor parte del clero en India estaba compuesto por europeos.

En Mysore el trabajo misionero comenzó en 1648 con el jesuita Leonardo Cinamo, en medio de
enormes dificultades. En Bengala, el rey del Gran Mogol tenía el control militar de la región, pero
mantenía relaciones con los portugueses a través de un mercader llamado Pedro Tavares. Así surgió
la ciudad portuguesa de Ugolin (1579–1580), que pronto se transformó en un centro de difusión
cristiana gracias a las labores misioneras de los jesuitas (1598), los agustinos (1599) y los dominicos
(1600).

Ceilán. Los portugueses avistaron esta isla en 1505, pero recién en 1518 lograron levantar una
guarnición en Colombo, desde donde fueron apoderándose del resto del litoral. En los primeros
años de ocupación portuguesa casi no hubo conversiones. En 1543 llegó un grupo de franciscanos
que se establecieron en Colombo. Para 1550 ya había un rey cristiano y se pensaba en la
cristianización de toda la isla. No obstante, para entonces, los holandeses habían comenzado a
competir con los portugueses por el control del comercio, y a partir de 1636 iniciaron la ocupación
de la isla. Los jesuitas llegaron a partir de 1602 y pronto hicieron lo propio otras órdenes (dominicos,
agustinos). En 1658, los holandeses terminaron de expulsar a los portugueses de la isla, cuando
franciscanos y jesuitas decían tener unos noventa mil convertidos. Los holandeses se propusieron
erradicar el budismo y el catolicismo, y procuraron establecer la Iglesia Reformada, pero no tuvieron
éxito.

Uno de los misioneros católicos más destacados en Ceilan fue José Vaz (1651–1711),
considerado como el apóstol de Ceilán, nacido en Goa, de casta brahamánica. Ordenado sacerdote,
entró en la congregación del oratorio de Goa, de la que fue nombrado superior. El cuidado espiritual
de los católicos en Ceilán estuvo bajo su responsabilidad a partir de 1688 en plena ocupación
holandesa. Los esfuerzos misioneros católicos romanos se vieron seriamente limitados por la
presencia calvinista de los holandeses. Para 1722, los holandeses pretendían contar con
cuatrocientos veinte mil convertidos, que eran atendidos por apenas cinco pastores de los cuales
uno solo hablaba la lengua local. La Iglesia Católica continuó creciendo mediante el trabajo de
sacerdotes locales en la clandestinidad y el budismo también experimentó cierto crecimiento.

El Gran Mogol. Tal era el nombre que los portugueses le dieron al imperio que se extendía por
todo el centro y norte de la India. El rey de este imperio, Akbar, tomó contacto con los portugueses
y los misioneros, que llegaron a su corte con Julián Pereira en 1576. Para 1580 ya habían construido
un templo en Lahore y el emperador permitió a sus súbditos hacerse cristianos. Esta primera
tentativa de cristianización del gran imperio mogol terminó así como comenzó. Diez años más tarde,
el emperador Akbar pidió nuevos misioneros, que llegaron a Lahore para ocuparse de la educación
de los príncipes e hijos de los nobles. Pero al poco tiempo, desanimados como sus predecesores, los
padres se quisieron volver a Goa de donde habían venido. Por tercera vez Akbar pidió el envío de
misioneros y esta vez se logró fundar una misión más permanente bajo el liderazgo de Jerónimo
Javier, sobrino segundo de Francisco (1595). El método misionero escogido fue el de mantener
continuas disputas y discusiones, en presencia del propio rey, con los doctores mahometanos, sobre
diversos puntos de dogma y de moral. En 1613 empeoraron las relaciones entre el Gran Mogol y los
portugueses, hasta degenerar en una guerra. Esto afectó la obra misionera, ya que los misioneros
fueron perseguidos. Más tarde la situación cambió y el Gran Mogol se transformó en centro de otras
empresas misioneras. Los jesuitas misionaron en esta región hasta la supresión de la orden en
Europa (1773).

El sudeste asiático. El primer centro de difusión cristiana en esta región estuvo en Málaca, al
sudoeste de la península Malaya. Los portugueses perdieron el control del lugar en 1641 cuando
aparecieron los holandeses e ingleses, que no mostraron interés en la evangelización de los nativos.
Los católicos desarrollaron labores misioneras exitosas en Indochina, donde jesuitas provenientes
de Japón se establecieron en 1615. Más tarde, los franceses establecieron una sociedad misionera
de sacerdotes seculares, la Societé de Missions Etranjeres de París o Misión de París. Para 1786
había unos ciento treinta mil cristianos tan sólo en la provincia de Tongkin. Más tarde, las
autoridades misioneras hicieron que el gobierno francés apoyara a un rey exiliado y así ayudaron al
establecimiento del colonialismo francés en la región. En Tailandia hubo pequeños comienzos con
el arribo de portugueses y Misión de París. Los misioneros establecieron un centro de preparación
para el clero nacional. En Burma, los misioneros portugueses trataron de trabajar allí, país
fuertemente budista, pero sin éxito.

MAPA 5 - EL CRISTIANISMO EN ASIA

Filipinas. Como vimos, el primer europeo en llegar a estas islas fue Fernando de Magallanes en
1521. Con él viajaron frailes y se celebró una misa en la isla de Mactán, donde fue asesinado por los
nativos. Sin embargo, el proceso de colonización recién comenzó en 1565, cuando Miguel López de
Legaspi (1510–1572) llegó desde México con un proyecto de conquista y colonización. El pueblo
filipino, poco armado y muy fragmentado, ofreció poca resistencia a la invasión española, de modo
que muy pronto todas las tierras bajas cayeron bajo dominio español. La ocupación de las Filipinas
fue una extensión de las conquistas españolas en el Nuevo Mundo. Al igual que en América Latina,
los españoles querían hacer riquezas en las nuevas tierras, pero su objetivo evangelizador fue más
dominante. Los frailes españoles emprendieron una de las campañas evangelizadoras más exitosas
en toda la historia del cristianismo. Como señala Latourette: “Nunca jamás se había ganado para
religión alguna a un grupo tan grande de pueblos cuyo centro de propagación estuviese tan remoto
como España respecto a las Filipinas. La conversión de las Filipinas fue un logro muy notable y fue
debido al entusiasmo por la conquista y el celo por las almas.” Quizás estos resultados, que fueron
proporcionalmente mayores que en América, se debieron al hecho que en las Filipinas no había oro,
lo que tanto codiciaban los conquistadores.

Con Legaspi viajaron cinco agustinos, que pronto fueron seguidos por los franciscanos (1577).
En 1578, una bula papal ordenó la erección de la diócesis y la catedral de Manila. Los dominicos
llegaron en 1581, en compañía del primer obispo para las islas, Domingo de Salazar, un dominico
que había ido a España desde México, donde había actuado en defensa de los indígenas. Con él
llegaron también los jesuitas y tiempo más tarde los agustinos recoletos. Estas órdenes religiosas
fueron las protagonistas de la cristianización de las Filipinas. La corona española financió la empresa
y, como en América Latina, se estableció el sistema de la encomienda para la instrucción de los
nativos. Antes de fines del siglo XVI más de cuatrocientos cincuenta regulares se habían embarcado
hacia las Filipinas desde España pasando por México. Para 1591, Manila ya había sido constituida
en arzobispado y dejó de depender de México.

El proceso de conversión fue rápido, salvo en las islas del sur donde prevalecía el Islam. Para
1610 más de 300.000 filipinos, casi la mitad de la población, eran cristianos y la Iglesia continuó
creciendo en las décadas que siguieron. Al ser bautizados, los filipinos tomaban nombres españoles,
pero su fe y práctica estaban muy sincretizadas. La Iglesia desarrolló escuelas y hospitales, mejoró
la agricultura y la situación de las mujeres. El trabajo de los misioneros fue paternalista y no hubo
un gran desarrollo de clero nativo. Para 1750 el número de cristianos en las Filipinas alcanzaba al
millón. El islamismo hizo también grandes progresos, especialmente entre los pueblos montañeses
animistas al norte de la isla Luzón y en algunas islas al sur del archipiélago (Mindanao). La resistencia
musulmana fue bastante violenta en algunos casos. Sea como fuere, las Filipinas fueron y continúan
siendo el único país asiático con su población mayoritariamente cristiana.

Si bien la evangelización de las Filipinas fue uno de los capítulos más exitosos en la historia de
las misiones católicas, hubo dos problemas que impidieron el éxito final. Por un lado, la renuencia
de las órdenes religiosas de derivar su trabajo al clero secular. Sin éxito obispos y gobernadores
procuraron organizar en diócesis la Iglesia, que estaba bajo el control del clero regular. Por otro
lado, la renuencia de las órdenes religiosas a ordenar a filipinos al sacerdocio. Los argumentos
utilizados eran como sigue:

Gaspar de San Agustín: “El orgullo filipino se agravará con la elevación a un estado tan
sublime como el del sacerdocio; su avaricia, con la mayor oportunidad de oprimir a otros;
su pereza, con el hecho de no tener ya que trabajar para vivir; su vanidad, con la alabanza
que buscarán, deseando ser servidos por aquellos a quienes en otra situación de vida
tendrían que respetar y obedecer … El filipino que busca las órdenes sagradas no lo hace
porque tiene un llamado a un estado de vida más perfecto, sino por causa de las grandes y
casi infinitas ventajas que le vienen junto con la nueva situación de vida que escoge. ¡Cuánto
mejor ser un Reverendo Padre que un campesino u obrero! ¡Qué diferencia hay entre pagar
tributo y que se le pague un salario! ¡Entre ser reclutado para talar árboles y ser servido de
pie a cabeza! ¡Entre remar una galera y viajar en una!”

La triste realidad es que para 1899, cuando terminó el control colonial español de las Filipinas,
no había un solo obispo católico filipino.

Japón. El testimonio cristiano en Japón (conocido por los europeos como Cipango) comenzó en
1549 con un puñado de creyentes y se desarrolló hasta alcanzar a más de trescientos mil unas seis
décadas más tarde, representando así uno de los crecimientos más explosivos en toda la historia
del cristianismo. El cristianismo se arraigó profundamente en Japón y sobrevivió a pesar de terribles
persecuciones a mediados del siglo XVII.

Cuando Francisco Javier llegó con sus compañeros encontró al país sumido en el caos. El viejo
orden feudal estaba en decadencia y los japoneses estaban interesados en las nuevas ideas y
métodos que provenían de Occidente. El emperador carecía de poder y el shogun o gobernador
militar había perdido el control. Japón estaba dividido en numerosos feudos guerreros liderados por
un señor feudal o daymio. El budismo era la religión dominante, pero estaba dividido en numerosas
sectas y monasterios. El shintoismo, la religión nativa de Japón, estaba en decadencia y el
confucionismo todavía no había llegado a cautivar a las clases dominantes. En este contexto de
confusión política, militar y cultural, el cristianismo encontró oportunidades magníficas para
prosperar y plantar una Iglesia típicamente japonesa con un liderazgo japonés. Uno de estos líderes,
Yahiro, había huido de Japón después de matar a un hombre y se encontró con Javier en Málaca y
lo acompañó a Goa, de donde regresó con los jesuitas para introducirlos en su tierra. En la isla de
Kyushu (al sur), algunos señores feudales ofrecieron protección a los jesuitas y a sus seguidores, con
la esperanza de ganar así el favor comercial de los portugueses.

Los sacerdotes portugueses no eran muchos, de modo que el liderazgo cayó sobre numerosos
nativos japoneses (dojuku). Cada feudo o pueblo tenía una iglesia compuesta por varias células más
pequeñas. Los creyentes se reunían los domingos en los templos y durante la semana en las casas
para escuchar la predicación y enseñanza de los dojuku, cantar himnos en japonés y orar juntos.
Estos grupos cristianos o kirishitan construyeron hospitales y escuelas, sirvieron a sus paisanos en
tiempos de inundación o hambre, y ganaron así el respeto de la comunidad. La Iglesia creció gracias
a conversiones masivas en razón de que con la conversión del señor feudal o daymio se convertía
todo su feudo. Además, al principio los japoneses pensaban que el cristianismo, que había llegado
al país procedente de la India, no era otra cosa que una forma del budismo indio. Muchos monjes y
monjas budistas se convirtieron. Para 1580 ya había unos treinta mil cristianos en Japón. Pero
pronto los budistas descubrieron el lado hostil de los recién llegados, cuando los jesuitas ordenaron
a sus seguidores saquear templos budistas y shintoistas y forzaron a los budistas a convertirse.

Durante este período, Japón fue gradualmente unificándose bajo tres grandes conquistadores
militares. El primero se mostró favorable a los cristianos y apoyó a varios jesuitas, pero el segundo,
Toyotomi Hideyoshi, expulsó a los jesuitas y decretó que todos los cristianos japoneses debían
renunciar a su fe, ir al exilio o morir (1587). Para entonces, el número de cristianos casi llegaba a los
ciento cincuenta mil. Con el tiempo, Toyotomi dejó sin efecto estas medidas, pero aparecieron
nuevas amenazas. En 1593, franciscanos españoles llegaron a Japón, seguidos por agustinos y
dominicos en 1602. Los franciscanos no entendieron la situación política, se identificaron con los
fines imperiales de España y pretendieron ocupar un lugar público prominente. El primer obispo
llegó en 1596, cuando ya había dos seminarios y veintiún sacerdotes japoneses. Toyotomi reaccionó
en 1597 y crucificó a veinte sacerdotes japoneses (tres eran jesuitas y el resto franciscanos) y a seis
españoles en Nagasaki, y luego expulsó a los franciscanos y los jesuitas de Japón.
Toyotomi murió en 1598 y fue sucedido por Tokugawa Ieyasu en 1600, quien se ocupó de
unificar a Japón con la ayuda de algunos daymio cristianos, lo que permitió a la Iglesia seguir
creciendo. Pero pronto aparecieron comerciantes holandeses e ingleses, que intrigaron contra los
españoles y portugueses para ocupar su lugar en el comercio, y de este modo comenzaron de nuevo
las persecuciones. Esto ocurrió cuando las misiones católicas se encontraban en su punto de mayor
éxito. Para 1601 toda la población de Nagasaki era cristiana. En 1614 Tokugawa declaró que todos
los cristianos eran por definición agentes subversivos de las potencias extranjeras. Ya en 1612 se
había promulgado un primer decreto prohibiendo a los japoneses pasar al cristianismo. Pero el
decreto principal fue el de 1614, que apuntaba a la eliminación total del cristianismo en el Japón.

José Santos Hernández: [El decreto de 1614] “Establecía las siguientes normas: (1) Un censo
general de todos los cristianos del Imperio; (2) Concentración de todos los misioneros
extranjeros en el puerto de Nagasaki, donde habrían de embarcar expulsados
definitivamente del Japón; (3) Destrucción de todas las iglesias, capillas y casas de los
misioneros; (4) Apostasía general de todos los japoneses que hubieran abrazado el
cristianismo.”

Efectivamente, los misioneros y sacerdotes japoneses fueron deportados a Macao y Manila, las
iglesias fueron destruidas y se les ordenó a los creyentes renunciar a su fe. Todo japonés debía
registrarse en un templo budista local y recibir supervisión de un sacerdote budista. Después de la
muerte de Tokugawa en 1616, su hijo y más tarde su nieto se embarcaron en una campaña de terror
contra los cristianos. Se estima que unos cinco o seis mil cristianos (dos por ciento del total)
murieron bajo torturas indescriptibles en esos treinta años. La mayoría logró sobrevivir, muchos
huyeron al noreste de la isla donde el control del gobierno era más débil o fueron forzados a la
clandestinidad. El budismo quedó establecido como la religión oficial del Japón. En 1642, algunos
jesuitas desembarcaron en secreto, pero fueron descubiertos, torturados y ejecutados. La
persecución de los “cristianos ocultos” (Sempuku Kirishitan) continuó a lo largo del siglo XVII.
Durante más de un siglo toda la población de Nagasaki tenía que pisar la cruz una vez al año. De
este modo, la Iglesia japonesa perdió contacto con Occidente y dejó de existir a los ojos de Roma.
No obstante, muchas comunidades cristianas perseveraron en su fe en secreto por más de
doscientos años.

China. Como se indicó, Francisco Javier murió a las puertas de China sin poder cumplir su meta
de evangelizar este país, cuya población era más numerosa que la de Europa y América juntas. Pero
con Mateo Ricci y otros el cristianismo logró resultados considerables. Un año después de la muerte
de Ricci, los jesuitas en Beijing estuvieron a cargo del calendario oficial del imperio. Juan Adam Schall
von Bell (1592–1666), uno de ellos, predijo un eclipse que los musulmanes habían anticipado mal,
lo cual lo hizo muy famoso. No obstante, a comienzos del siglo XVII hubo persecuciones menores,
hasta que el emperador decretó cierta tolerancia como un favor a Schall e incluso edificó una iglesia
en Beijing. Para 1644 ya había unos doscientos cincuenta y cinco mil cristianos en China. Fue
entonces cuando se desató una nueva persecución, que estuvo ligada a la situación política del
imperio. En ese año cayó la dinastía Ming y subió la nueva dinastía de los Manchú. No obstante, los
nuevos emperadores no reaccionaron muy fuertemente contra los jesuitas, a pesar de que algunos
misioneros, como Schall, habían apoyado a los Ming. Por el contrario, la obra continuó creciendo y
Schall mismo fue nombrado director del tribunal de matemáticas y astronomía, responsable del
calendario imperial, consejero y mandarín de primera clase. Después de veinte años de labores,
Schall cayó en desgracia con el hijo del emperador al morir éste. Schall y sus compañeros terminaron
prisioneros. Schall murió en prisión, pero el emperador Kang Hsi estudió matemáticas con un
sucesor de Schall, Fernando Verbiest, quien ostentó los mismos cargos. La persecución terminó y
con Verbiest el número de cristianos chinos continuó creciendo, hasta que se desató la controversia
de los ritos en el siglo XVIII. Mientras tanto, para 1690 fue ordenado el primer obispo chino y el
único hasta el siglo XX, el dominico Lo Wen-Tsao o Gregorio López (1611–1691), obispo de Nanking.
Para 1695 ya había setenta y cinco sacerdotes trabajando en China, de los cuales la mitad eran
jesuitas.

La oposición oficial no fue el único factor que frustró en algún grado el proyecto misionero de
los jesuitas. La controversia de los ritos, como se la conoce, contribuyó al debilitamiento de su obra.
Como se indicó, Ricci y otros jesuitas habían procurado contextualizar al cristianismo a la cultura
china. Para ello, casi no hicieron mención de la crucifixión, lo cual pensaban iba a escandalizar a las
elites chinas. Por otro lado, utilizaron palabras chinas para Dios y los cielos, y de este modo
procuraron convencer a los chinos que el conocimiento de Dios estaba profundamente enraizado
en su herencia cultural, pero había sido olvidado. Los jesuitas también permitieron a sus convertidos
continuar con sus prácticas medio religiosas de venerar a los ancestros. Estas acomodaciones a los
ritos ancestrales chinos les permitieron a los jesuitas obtener el éxito que tuvieron en su misión.

Hasta 1631 los jesuitas habían sido los únicos misioneros en China, pero a partir de entonces
otras órdenes (dominicos, franciscanos, agustinos) llegaron al gran imperio. Los misioneros de estas
órdenes, quizás celosos por el éxito de los jesuitas, los denunciaron al Papa, a partir de 1643, por
sus acomodaciones a la cultura china. Es interesante que mientras el Papa daba lugar a estas quejas,
el emperador chino apoyaba a los jesuitas al punto que en un momento obligó a todos los
misioneros a seguir sus métodos. No obstante, después de casi un siglo de discusiones, finalmente
el Papa dictaminó en contra de los jesuitas en 1742 y demandó que cambiaran su estrategia
misionera. Treinta y un años más tarde el Papa disolvió la Compañía de Jesús totalmente.

La población cristiana china, que había alcanzado alrededor de un cuarto de millón para fines
del siglo XVIII, comenzó a declinar. Esto se debió a varios factores: (1) la disolución de la Compañía
de Jesús y la salida de los jesuitas de China; (2) la confusión provocada por la Controversia de los
Ritos; (3) la declinación del apoyo europeo durante la Revolución Francesa y sus secuelas; (4) la
resistencia de los chinos a la penetración cultural europea y católica; y, (5) las persecuciones
provocadas por motivos políticos y religiosos.

Kenneth S. Latourette: “Para los eruditos confucionistas ortodoxos que constituían la clase
gobernante, el cristianismo era subversivo de mucho de lo que era supremo en la civilización
china … Lo maravilloso es, no que el cristianismo fuera perseguido, sino que se le haya
permitido existir.”
Corea. El testimonio cristiano en Corea tuvo comienzos misteriosos. Fueron los jesuitas en
Beijing quienes se interesaron por primera vez por esta tierra, que pagaba tributos al imperio chino.
Un libro de Ricci había circulado por la península y Adam Schall logró obtener permiso del gobierno
coreano para enviar misioneros, pero no había candidatos para iniciar la tarea allí. Hubo que esperar
hasta 1784, cuando un miembro de la embajada coreana en Beijing fue bautizado. Esta persona
volvió a Corea y enseñó a otros la fe católica. Hubo oposición por parte del gobierno, al punto que
algunos creyentes murieron por su fe al año siguiente.

No obstante, el testimonio cristiano no desapareció y algunos creyentes persistieron en la


clandestinidad. La Iglesia se organizó de manera subterránea con obispos y sacerdotes, que
bautizaron, confirmaron y celebraron la misa. Más tarde, algunos dudaron de seguir en la
clandestinidad y pidieron un sacerdote a Beijing. En 1794 un sacerdote chino logró entrar en Corea
y trabajó hasta que fue descubierto y ejecutado en 1801. Para entonces, la Iglesia Católica Romana
en Corea, contaba con unos diez mil miembros en la clandestinidad.

_ El cristianismo en África
A partir de fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI, el perímetro africano fue tocado por el
cristianismo, sin mayor penetración en el continente. En realidad, la masa continental africana era
más un obstáculo que una oportunidad para los navegantes portugueses, que querían alcanzar las
codiciadas riquezas de India, el sudeste asiático y el Lejano Oriente. Lo más que lograron fue
establecer factorías, guarniciones o puertos comerciales, que ayudaban como escalas forzadas al
largo viaje hacia Oriente y como puertos de salida al comercio esclavista. La mayor parte de los
intentos misioneros en este período fueron católicos romanos y auspiciados por los navegantes
portugueses. Desde los días de Enrique el Navegante (1394–1460), los portugueses mostraron una
cierta motivación cristiana en sus viajes de exploración, con la idea de unir a los cristianos de Europa
con los de la India en contra de los musulmanes y paganos de esa tierra, a fin de esparcir la fe
cristiana. En África, estos primeros esfuerzos misioneros de corte belicoso no tuvieron gran
permanencia, en buena medida debido al surgimiento del tráfico de esclavos en el Atlántico. No
obstante, como señala Kenneth S. Latourette, “debe notarse que, si bien se hizo una impresión
pequeña sobre el África negra en estos siglos, el cristianismo fue plantado. Ninguna otra fe jamás
antes había sido traída a tanto de la periferia del continente. El cristianismo fue así llevado a los
bordes de vastas regiones que jamás había tocado previamente.”

África occidental. Al tiempo de la llegada de los europeos, en la segunda mitad del siglo XV,
África occidental era una región constituida por reinos locales que controlaban un dinámico
comercio de productos naturales y artesanías. Reinos como Foutak, Dahomey, Congo, Matamba y
Mali en el interior, y Songhay, Ghana y Sokoto sobre la costa habían acumulado bastantes riquezas
a lo largo de los siglos. Estos reinos no eran tan antiguos ni estaban tan organizados como los reinos
de Nubia, Etiopía y Egipto, pero su surgimiento en el período previo a la llegada de los europeos
significó que los portugueses tuvieron que negociar con reinos y no con tribus locales. El rey
musulmán Mansa Musa (reinó c. 1307–1332) de Mali era tan rico, que en su peregrinaje a la Meca
envió quinientos esclavos para que le prepararan el camino y en Egipto hizo tantos regalos de oro
que redujo el precio del mismo en el norte de África. Los europeos denominaron a la costa
occidental africana conforme a las riquezas que allí encontraron: Costa de Marfil, Costa de Oro,
Costa de los Esclavos.

Cuando los portugueses arribaron a esta región (Mali, norte de Ghana [Togo y Benin], Burkina
Faso y el norte de Nigeria) se encontraron con reinos poderosos como el imperio de los Songhay en
Gao, sobre el río Níger al sudeste de Mali. Su rey, Sonni Ali (c. 1464–1492) expandió sus dominios y
su religión contraria al Islam. Los líderes y eruditos musulmanes en Timbuktú huyeron cuando las
tropas de Ali llegaron. Su sucesor, Askia Al-hajj Mahoma Ture (reinó de 1493 a 1528) utilizó las
riquezas obtenidas de sus saqueos para reconstruir Timbuktú como centro islámico de estudio y
extendió su imperio hasta lograr casi trescientos kilómetros de costa sobre el Atlántico. Los reinos
no musulmanes más pequeños sobre la costa adquirieron importancia a medida que los
portugueses iniciaron su comercio de oro y esclavos en la región.

El primer asentamiento portugués en África fue en las islas de Cabo Verde, frente a la costa de
Senegambia (1450). La evangelización europea de África occidental comenzó con el portugués Diego
Gómez en 1458. Gómez arribó al reino de Mali, debatió con un clérigo musulmán y convenció al rey
mandingo, Nomimansa, para que se convirtiera y expulsara al musulmán. El rey y otros querían
hacerse cristianos, y le pidieron al capitán que los bautizara, pero como él no era sacerdote no podía
hacerlo. Cuando Gómez regresó a Portugal, persuadió al príncipe Enrique que enviara a un
sacerdote, el abad de Soto de Cassa, para discipular a Nomimansa.

La tarea misionera portuguesa fue violenta, ya que estuvo en manos de los Caballeros de Cristo
(Militia Christi), que aplicaron estrategias militares a la labor evangelizadora. Con esto, la
evangelización se hizo militante y el comercio se tornó religioso. No fue suficiente que en cada punto
de la costa africana en que los portugueses desembarcaban en su derrotero alrededor del
continente africano plantaran una enorme cruz de madera. En general, la tarea evangelizadora de
los portugueses terminó en fracaso o por lo menos no produjo resultados permanentes.

En 1482 los portugueses establecieron una guarnición en Elmina, sobre la Costa de Oro (Ghana),
su primera posesión tropical. Un jefe local les pidió que se fueran; ellos le pidieron que se bautizara
y salvara su alma. Ambos pedidos fueron rechazados. Diego da Azambuja, el capitán portugués, hizo
que se celebrase la primera misa en suelo africano occidental. Más tarde, se establecieron en la isla
de Santo Tomé, cerca del reino del Congo (1483), que en los veinticinco años que siguieron se
transformó en el receptáculo principal del comercio esclavista portugués y en el centro de la
expansión portuguesa en África occidental. De 1490 a 1530 entre 300 y 2.000 esclavos fueron
llevados cada año a Lisboa. Estos esclavos debían ser bautizados y recibir sepultura cristiana. La
diócesis de Santo Tomé se estableció en 1534 y abarcaba la mitad sur de África occidental.

El objetivo de los portugueses en su periplo africano era la adquisición de oro y esclavos. Ya en


1444 un grupo de 235 esclavos había sido llevado a Portugal, dando comienzo así a este comercio
de carne humana. Al mismo tiempo, los portugueses mostraron cierto celo misionero. Muchos
sacerdotes y monjes esperaban que enseñándoles (en latín) la teología cristiana a los africanos
occidentales podrían evangelizar mejor África. En 1489 el rey de Senegambia y algunos de sus
hombres notables fueron bautizados en Lisboa, pero a su regreso el rey expulsó a los dominicos que
intentaban misionar en su pueblo.

A medida que los portugueses se fueron moviendo más al sur fueron estableciendo factorías e
iglesias, pero la actividad misionera no estaba organizada. La voluntad evangelizadora quedó
plasmada en unas setenta bulas papales a lo largo del siglo XV, que demandaban la evangelización
de la población local y concedían a la corona el derecho de patronato.

Sundkler y Steed: “Los portugueses no estaban motivados solamente por la esperanza de


encontrar un comercio lucrativo, sino que también estaban inspirados por el celo religioso,
si bien en este momento su compromiso misionero no se parecía al movimiento misionero
moderno. Era más bien expresión de la Iglesia Católica medieval en su forma lusitana. En
principio, estaba dirigido bajo el liderazgo exclusivo del rey, quien actuaba como el Gran
Maestro de la Orden de Cristo.”

Mejor suerte tuvieron las labores misioneras en la región del río Zaire, que había sido
descubierto por los portugueses allá por 1483 por Diego Cao. En 1491 comenzó la empresa
misionera más importante al sur del Sahara, durante la cuarta expedición portuguesa en el río Zaire.
El explorador portugués, Diego Cao había llevado a algunos congoleses a Portugal para ser
bautizados y había dejado a algunos portugueses en el Congo (1484). Cuando los congoleses
regresaron un año más tarde, hablando algo de portugués y testificando del cristianismo, el rey del
Congo solicitó más misioneros que instruyeran a su pueblo. Así, en 1491, cuando llegaron los
misioneros, hubo una oportunidad abierta para misionar. El rey, Nzinga Nkuvu fue bautizado
tomando el nombre del rey de Portugal, Joao I (Juan). Su esposa tomó el nombre de la reina,
Leonora, y su hijo (Mvemba Nzinga) se llamó Alfonso, como el príncipe portugués. Así comenzó un
movimiento en África occidental que fue muy similar al proceso de cristianización de Europa
occidental.

Más tarde, cuando Alfonso llegó al trono, recordaría las conversiones masivas y los numerosos
bautismos del pueblo: “La gracia del Espíritu Santo nos iluminó por medio de un favor único y
especial que nos fue dado por el Espíritu Santo … De manera definitiva renunciamos a todos los
errores e idolatrías en las que nuestros ancestros habían creído hasta entonces.” Alfonso resultó ser
un cristiano más comprometido que su padre. Cuando ascendió al trono en 1506 atacó toda
oposición al cristianismo, destruyó el templo tradicional en la ciudad capital y construyó una iglesia
nueva, renombró su capital como San Salvador en honor de “Nuestro Salvador” y permitió a los
misioneros establecer escuelas.

Al igual que lo ocurrido en Europa en siglos previos, la conversión del rey tuvo resultados
negativos y positivos. Alfonso ayudó a la expansión de la fe, pero lo hizo a punta de lanza con la
expansión de su poder como objetivo primario. Había sometido a su propio hermano con el apoyo
de sacerdotes católicos, para usurpar el trono. No obstante, su gobierno cristiano estuvo signado
por importantes reformas educativas, sociales e incluso médicas. Su reinado como monarca
cristiano fue reconocido incluso por el rey Manuel de Portugal quien, en 1512, envió sacerdotes,
constructores, artesanos y educadores para ayudarlo.

En 1513, Alfonso envió una embajada al Papa. No obstante, este primer reino cristiano en África
occidental no tuvo larga vida. La mezcla de codicia de riquezas y celo evangelizador no resultó.
Muchos de los sacerdotes participaron en el comercio esclavista. Alfonso se quejaba al rey Manuel,
diciendo: “Hoy nuestro Señor es crucificado otra vez por los mismos ministros de su cuerpo y
sangre.” Alfonso deseaba también que se pudiera entrenar a un clero africano para ministrar a su
pueblo. Lamentablemente, no se logró la formación de un clero africano que diera continuidad a la
obra, a pesar de que Enrique, el hijo de Alfonso fue educado en Europa, ordenado obispo por el
papa León X (1518) y enviado a San Salvador como el primer obispo africano. Varios otros africanos
fueron ordenados al sacerdocio.

No obstante, a la muerte de su padre, Enrique actuó más como líder político que como guía
religioso de su pueblo. Este primer reino cristiano en África occidental sufrió de una suerte de
cultura cristiana “cortesana”, que tuvo un impacto muy superficial sobre las provincias más
distantes. Por otro lado, después de la muerte de Alfonso, continuaron el comercio esclavista y la
dominación portuguesa. La resistencia al gobierno congolés centralizado estalló en 1569 en una
serie de guerras destructivas conocida como las guerras de Jaga. Después de una breve distracción
con sus nuevas tierras en Brasil y en Asia, los portugueses regresaron para imponer el orden y
expandir el comercio esclavista. Además, el cristianismo del pueblo congolés era superficial y los
sacerdotes nativos no eran muy dóciles.

Los jesuitas habían llegado alrededor de 1548 desde Coimbra y permanecieron por intervalos
hasta fines del siglo XVI, cuando aparecieron los franciscanos. Otros misioneros que trabajaron en
el Congo en este siglo fueron los carmelitas descalzos. Pero ninguna orden logró resultados
permanentes. Especialmente, el comercio esclavista fue uno de los factores que impidió un
testimonio cristiano firme en África occidental. Habrá que esperar a la llegada de los capuchinos en
1645 para ver un despertar del cristianismo en el Congo.

Más hacia el sur en la costa africana, en lo que hoy es Angola, los portugueses se encontraron
con reinos bantúes bien organizados (Kikongo, Loanda), especialmente el reino de Ndongo. Su
ciudad principal, Luanda, fue colonizada por los portugueses en 1575 con la participación misionera
de los jesuitas. Los misioneros jesuitas, en lugar de una evangelización belicosa, usaron una
estrategia diferente. Bajo el liderazgo de fray Pero Ravares, compraron extensiones de tierra para
establecer villas cristianas. Desde Luanda y por casi dos siglos, los jesuitas ejercieron una vasta
influencia sobre el futuro de Angola, especialmente en educación. Varios líderes y miles de sus
seguidores fueron bautizados. No obstante, el personaje más destacado en Angola fue una princesa
llamada Nzinga. Bajo las presiones portuguesas y sus expediciones esclavistas, Nzinga fundó un
reino con un poderoso ejército que ella misma entrenó y dirigió (Kimbundu y Matamba).

Sundkler y Steed: “La princesa era adepta a la política y no dudó en ir a Luanda para
encontrarse con el gobernador portugués. Ella ofreció paz y comercio en sus propios
términos de cambiar marfil por sal y vestidos … Aquí, después de un año, Nzinga decidió
unirse a la Iglesia, una decisión trascendental de dilatada importancia para sus súbditos.
Habiendo sido bienvenida como una princesa con la debida pompa portuguesa, fue
bautizada por los padres jesuitas en la Iglesia Católica. Ahora iba a ser llamada Doña Ana de
Souza, nombre de familia que compartía con su padrino, el gobernador portugués.”

La mayoría de estos asentamientos y proyectos evangelizadores fueron destruidos por la


conquista holandesa del siglo XVII (1641–1647), haciendo en estos dominios portugueses algo
similar a lo que hicieron en otras posesiones lusitanas en Ceilán, Malaya y las Indias Orientales.

África oriental. Mozambique ya había sido visitado por los chinos en 1414, pero fueron los
portugueses quienes lograron una presencia más permanente a partir de 1498. Vasco da Gama llegó
a Mozambique en marzo de ese año y plantó su cruz de padroado, indicando así el dominio y
patronato portugués, y la presencia cristiana. En 1507 se construyó un fuerte y una iglesia. Fue
desde aquí que los portugueses hicieron contacto con el reino de Zimbabwe en el interior del
continente. El jesuita Gonzalo da Silveira (1521–1551) dejó el sur de la India y después de una escala
en Mozambique, remontó el río Zambezi hasta llegar a la corte del rey Mwene Mutapa, el
“Emperador del Oro,” en la Navidad de 1560. Da Silveira atrajo la atención del rey con su disciplina
espiritual y piedad ascética, y éste le dio una choza cercana a la suya y la oportunidad de testificar
de su fe cristiana. El rey fue bautizado junto con toda su corte en 1561 a menos de un mes de la
llegada de Da Silveira. Pero mercaderes musulmanes lograron convencer al joven rey que Da Silveira
era un espía portugués con poderes mágicos para someter a los africanos. El rey lo condenó a
muerte en marzo de 1561 y Da Silveira se convirtió así en el primer mártir cristiano de Zimbabwe.
Lamentablemente, para los africanos el cristianismo no era otra cosa que la violenta conquista
portuguesa y el comercio de esclavos.

En la primera mitad del siglo XVII, los jesuitas tenían varias misiones sobre el río Zambesi, los
dominicos también habían establecido centros misioneros y los agustinos estaban presentes en
Mombasa y Malindi. En 1612, la sede episcopal de Mozambique, que había estado bajo el
arzobispado de Goa (India) se transformó en vicariato apostólico. En este período, los portugueses
también habían intentado plantar el cristianismo en la isla de Madagascar, pero sin resultados
permanentes. Lo mismo ocurrió en el siglo XVII con los intentos de los franceses, especialmente de
la congregación misionera de los lazaretos.

Etiopía. El cristianismo en Etiopía durante los siglos XV y XVI llevó las marcas de una religión
nacional e indígena. Su vitalidad se vio enriquecida por el contraste con el mundo musulmán que
los rodeaba. La liturgia cristiana, los edificios y el orden eclesiástico se caracterizaron por su carácter
típicamente etíope, pero también mostraron signos de renovada vitalidad en medio de cierto
aislamiento cultural y religioso, que no impidió la penetración de influencias exteriores. En el siglo
XV, de las tres naciones cristianas del noreste africano, sólo Etiopía contaba con un cristianismo
vivo. Nubia (norte de Sudán) capituló al Islam a mediados del siglo XV y Egipto había estado bajo
dominio musulmán desde el siglo VIII, si bien su Iglesia Copta continuaba existiendo como una
comunidad minoritaria. Por otro lado, Etiopía había experimentado un avivamiento religioso
signado por nuevos movimientos monásticos, nuevos edificios eclesiásticos y una mayor influencia
sobre regiones no musulmanas. Este Avivamiento Salomónico (ver tomo 2, p. 170), que identificó a
los cristianos etíopes con Israel, Jerusalén, y los reyes David y Salomón, ayudó al establecimiento de
una fuerte identidad etíope en su teología, adoración y servicio. Mientras otras iglesias quedaron
sometidas bajo la expansión musulmana, la Iglesia de Etiopía no sólo sobrevivió sino que continuó
creciendo y se mantuvo vital a lo largo del siglo XVI.

Desde 1450 a 1600, el cristianismo etíope puede ser caracterizado entorno a cuatro temas. Estas
cuestiones no están limitadas a este período de tiempo, pero es en estos años que estos elementos
se tornaron en cuestiones dominantes para la Iglesia.

Primero, el cristianismo etíope continuó siendo un cristianismo imperial, conducido por el


monarca. Al igual que lo ocurrido con el Imperio Romano en siglos anteriores, los emperadores
asumieron el liderazgo en materia eclesiástica. Durante los siglos XV y XVI, Etiopía fue uno de los
imperios cristianos más grandes del mundo. Esta forma de cristianismo imperial significaba que la
uniformidad en la creencia y práctica religiosa era parte de la agenda política del emperador y, en
consecuencia, fue impuesta por la fuerza. Los actores principales en la Iglesia fueron los abunas
(patriarcas) y los reyes. Los oficiales reales y los monjes condujeron a la Iglesia en sus respuestas al
Islam, en el comercio, las influencias foráneas y los continuos conflictos contra las prácticas paganas
de la magia y la astrología. Etiopía era y continuó siendo un reino cristiano, en el que el cristianismo
asumió una naturaleza política y los reyes se transformaron en líderes de la fe y la piedad.

El emperador Zara Ya’iqob (gobernó de 1434 a 1468) es un ejemplo de este tipo de líder. Se
destacó por su celo cristiano, se hizo llamar Constantino y consolidó las creencias y prácticas
cristianas en Etiopía. Convocó el concilio de Dabra Mitmaq en Shoa (1449) para resolver el problema
del sabbath judío y cristiano. Este concilio decretó la devoción a la Virgen María, el culto a la cruz y
la observancia del sábado y domingo como días sagrados. Zara Ya’iqob utilizó la fuerza para lograr
fines religiosos, predicó notables homilías contra los paganos, la idolatría y la magia, y terminó
siendo canonizado como santo por la Iglesia de Etiopía.

El emperador Galawdewos (1540–1559) escribió uno de las declaraciones teológicas más


importantes del período (Confesión de fe, 1555). Esta confesión fue escrita en respuesta a los
misioneros jesuitas que estaban comenzando a pretender a Etiopía para la Iglesia de Roma. Esta
confesión afirmaba la fe de los concilios de Nicea, Constantinopla y Éfeso, al tiempo que presentaba
otras convicciones etíopes como la observancia del sábado y el domingo, la circuncisión y la
abstinencia de carne de cerdo. De este modo, muchos emperadores etíopes consideraron su deber
ser líderes espirituales de los cristianos a través de sus sermones y confesiones de fe. Segundo, el
desarrollo de la Iglesia de Etiopía desde mediados del siglo XV y a lo largo del siglo XVI estuvo influido
por relaciones ecuménicas e internacionales con otras iglesias y gobiernos fuera de la región. El
abuna etíope continuó siendo designado por la Iglesia en Alejandría (y más tarde en El Cairo), Egipto.
Los peregrinajes a Jerusalén e incluso a Roma influyeron sobre la identidad cristiana en Etiopía. A su
vez, la llegada de exploradores y aventureros portugueses, españoles e italianos a lo largo del siglo
XVI fue muy importante para el desarrollo de la Iglesia. Ya en el siglo XV los europeos habían puesto
su interés en Etiopía movidos por el mito, el misterio y la misión. El mito—y en parte el misterio—
estaba representado por historias como la del Preste Juan, a la que ya hemos hecho referencia en
relación con las Cruzadas (ver tomo 2, p. 110). Muchos europeos buscaron a este legendario y
famoso rey-sacerdote en Etiopía, al otro lado de las líneas musulmanas.

Ya en 1400, el rey inglés Enrique IV (1367–1413) había enviado cartas al rey de Etiopía buscando
una alianza política y religiosa contra el Islam. En 1441 un abad etíope de Jerusalén envió a una
delegación al Concilio de Florencia. Para 1460 había una pequeña capilla etíope cerca del Vaticano
en Roma, en la que los africanos adoraban usando su propia lengua litúrgica etíope, el ge’ez. En
1513, tres años antes que Erasmo publicara su Nuevo Testamento Griego, se imprimió en Roma el
Salterio Etíope. Los viajes de los europeos a Etiopía se hicieron más frecuentes, hasta que se hicieron
contactos oficiales primero con la corona portuguesa y luego con los jesuitas. El contacto con los
portugueses fue religioso y militar, y en contra de los musulmanes. El contacto con los jesuitas fue
estrictamente religioso y multicultural, con los misioneros viniendo de Portugal, España y la India.
Esta apertura a los cristianos europeos resultó en una gran bendición pero también en una gran
maldición.

Los portugueses llegaron a Etiopía en 1493. En 1509, los etíopes, sintiendo la presión del Islam
en la frontera norte y este de su imperio, enviaron una embajada a Portugal pidiendo un esfuerzo
coordinado contra los musulmanes. Esto ocurrió durante el reinado de Lebna Dengel (1508–1540),
pero el joven emperador apenas tenía trece años en el momento y en realidad fue su madre, la
emperatriz, quien envió el pedido. La actividad misionera cristiana de este período era militante y
belicosa, al igual que la de la contraparte musulmana. Las relaciones con los europeos eran
complejas. Finalmente, en 1520, los portugueses enviaron una delegación, liderada por Rodrigo de
Lima, que permaneció en la capital del reino etíope por seis años. Uno de sus integrantes, Francisco
Alvares, registró sus observaciones en un libro titulado Verdadera relación de las tierras del preste
Juan de las Indias.

El primer trabajo misionero europeo en Etiopía fue llevado a cabo por los jesuitas. Ignacio de
Loyola había tomado contacto con la Iglesia de Etiopía en Roma y organizó el envío de misioneros,
con el propósito de colocar a los etíopes bajo la autoridad de Roma. Los primeros jesuitas en llegar
(1555) fueron todos ordenados como obispos: Juan Núñez Barreto y Melchor Carneiro
(portugueses), y Andrés Oviedo (español). Barreto iba a ser el nuevo patriarca de la Iglesia de Etiopía
y la unidad se iba a imponer. El emperador Galawdewos se opuso con discreción a este proyecto.
Como vimos, redactó una Confesión de fe, que no fue polémica sino pacífica, y que seguía el modelo
de su mentor, Enbaqom, abad de un monasterio en Dabra Libanos, quien consideraba buena y
auténtica la variedad de culturas en la fe cristiana. Los europeos rechazaron la Confesión y Oviedo,
que se mostró hostil, escribió un tratado titulado La primacía de Roma y los errores de los etíopes.
El emperador fue excomulgado y, después de su muerte, Oviedo hizo alianza con los turcos
(musulmanes) en contra de las fuerzas etíopes cristianas en un período de guerra civil. Poco
después, Oviedo fue consagrado como el patriarca latino de Etiopía, pero terminó sus días (m. 1577)
como sacerdote local de una comunidad extranjera.
Este primer capítulo de la obra misionera jesuita en Etiopía llegó a su conclusión para fin del
siglo XVI. Los jesuitas desarrollaron una comunidad cristiana nominal de razas mezcladas, pero casi
no trabajaron entre los no cristianos de la región. Hacia 1597, el sacerdote español Francisco López
murió y fue reemplazado por un indio sacerdote secular de Goa, Belchior da Silva. La mayoría de los
creyentes no hablaban portugués y muchos que decían ser católicos circuncidaban a sus hijos y
guardaban el sábado. El próximo capítulo de las misiones católicas romanas en Etiopía y África del
este comenzaría en 1603.

Tercero, el Avivamiento Salomónico definió un cristianismo típicamente etíope. La fuente


principal para conocer las características de las creencias y prácticas del cristianismo etíope de este
período es el libro de Alvares, Preste Juan de las Indias. Lo que hizo de la adoración del cristianismo
etíope algo único fue la combinación de una estrecha identidad con el rey Salomón, su relativo
aislamiento de la Iglesia ecuménica por varios siglos y la adaptación de muchas costumbres locales
africanas a la vida de la Iglesia. Monjes y sacerdotes carismáticos y los monasterios locales ocupaban
un lugar importante en el liderazgo. El clero era muy honrado; los sacerdotes se casaban, no eran
ricos, no tenían un hábito distintivo, eran ordenados sólo por el abuna y tenían que saber leer la
Biblia. Monjes y monjas eran muy importantes en la vida espiritual de Etiopía. Fueron el poder
detrás del trono. Vestían un hábito amarillo que los identificaba.

La liturgia etíope era singular. La mayoría de las iglesias eran redondas con un sector abierto
para los laicos, seguido por otro cubierto de cortinas para los sacerdotes y en el centro el altar donde
se guardaban los elementos eucarísticos. El culto consistía de oraciones recitadas o cantadas,
lecturas de los Salmos y música de campanas, tambores y canto. La danza era parte de la adoración
al igual que las procesiones. La congregación estaba de pie, se inclinaba, besaba el piso, escuchaba
la lectura de la Biblia que estaba en el antiguo idioma local (ge’ez), participaban de la comunión en
ambas especies. Los ayunos eran frecuentes y rigurosos; la circuncisión y el bautismo anual eran
prácticas muy guardadas. Los creyentes creían también en los augurios, en el poder de dichos
secretos, en días auspiciosos y en varias otras supersticiones. Poco a poco la fe cristiana se fue
definiendo en términos ritualistas y en oposición al Islam.

Cuarto, durante el siglo XVI el cristianismo en Etiopía fue también influido por el contacto y
conflicto con las naciones musulmanas de la región. Las invasiones islámicas e incluso una jihad
amenazaron a la Etiopía cristiana, pero al final, ya sea con la asistencia europea o por sí solos, los
etíopes cristianos mantuvieron a raya al Islam. De este modo, las relaciones entre europeos y
etíopes, y el propio desarrollo de la cristiandad etíope, estuvieron signados por la insurgencia
islámica y los intentos de unidad cristiana. Después de la muerte del emperador Zara Ya’iqob (1468),
los musulmanes comenzaron a presionar sobre el imperio cristiano etíope. A comienzos del siglo
XVI esos ataques se transformaron en conquistas territoriales y religiosas. Finalmente, en 1529,
estalló la guerra santa (jihad) bajo el liderazgo del imán Ahmed Gran, un hombre de enormes
recursos y fanatismo religioso. Gran derrotó al ejército etíope, ayudado por los portugueses, en la
batalla de Chembra Kouré. Esta fue una guerra religiosa inspirada por un guerrero religioso. Esto
llevó en la destrucción de iglesias, monasterios y manuscritos cristianos. Decenas de miles
adoptaron el islamismo, muchos otros terminaron como esclavos. La jihad resultó en un verdadero
genocidio cultural y nacional.

No obstante, este no fue el fin de la Etiopía cristiana. El emperador Lebna Dengel nunca fue
capturado y al morir en 1540 fue sucedido por su hijo Galawdewos quien, como vimos, fue un
poderoso rey cristiano. Con la ayuda de su madre, la emperatriz Sabla Wangel, y el apoyo militar de
los portugueses y sus armas de fuego, Galawdewos logró derrotar al imán Ahmed en la batalla de
Woguera (1543). Durante este período, el cristianismo etíope tuvo que luchar no sólo por su
supervivencia, sino también por lograr su identidad propia frente al Islam. El problema de la
reincorporación de miles de apóstatas demandó de una nueva comprensión de la identidad y
comunidad cristianas. La naturaleza imperial del cristianismo etíope se vio fortalecida dado que el
rey, su madre y su padre habían sido los defensores de la fe. Pero las relaciones con los cristianos
europeos continuaron siendo inestables, y así siguieron a lo largo del siglo XVII. De este modo, el
cristianismo etíope comenzó a definirse no sólo en el contexto de las costumbres y creencias
africanas, sino también de la teología islámica y el imperialismo religioso europeo.

La Confesión de Galawdewos expresa una respuesta etíope a los teólogos europeos, mientras
que Anqasa Amin (Puerta de fe), escrita por su mentor y amigo Enbaqom (cristiano árabe de Irak
que vivía en Etiopía), refleja la respuesta etíope al islamismo. La segunda es una apología escrita en
árabe y representa la única obra escrita en Etiopía con una discusión amplia del islamismo, citando
el Corán. El cristianismo es defendido en base a su fe de una moral superior (movida por amor a los
pobres y no por la guerra contra los infieles) y a que es una fe universal (basada en los muchos
idiomas en los que está traducida la Biblia).

MAPA 6 - EL CRISTIANISMO EN ÁFRICA


_ El cristianismo en América
La consideración detallada del testimonio cristiano en América se hará más adelante en el
volumen 5 de esta colección de Historia del cristianismo. Aquí nos limitaremos a una apretada
síntesis de los procesos históricos, poniendo énfasis en los primeros desarrollos de la cristiandad en
el Nuevo Mundo, después de la llegada de los europeos españoles y portugueses.

Hacia fines del siglo XV, Portugal y España estaban buscando nuevas rutas a Asia y a sus exóticos
productos. Ambas potencias católicas estaban interesadas en el comercio, pero también deseaban
llevar el evangelio a los pueblos no cristianos con los que tomaban contacto. Los dos reinos
concibieron sus exploraciones como cruzadas contra el Islam, especialmente después de la
recuperación de la península Ibérica y la terminación de la Reconquista (abril de 1492). Al igual que
esta epopeya de casi ocho siglos, la nueva empresa de descubrimiento y conquista se hacía en el
nombre de la fe cristiana. Si bien las Cruzadas habían terminado para 1291, el problema de la
presencia musulmana en el Cercano Oriente y en el Mediterráneo oriental, junto con la amenaza de
los turcos otomanos en Europa oriental continuaba siendo un verdadero dolor de cabeza para los
reinos cristianos de Occidente y sus intereses comerciales.

Los viajes de españoles y portugueses llevaron al papa Alejandro VI a marcar “esferas de


influencia” entre las dos potencias católicas más poderosas de principios del siglo XVI. Desde 1494
los portugueses fueron autorizados a levantar la Iglesia hacia el Este y España hacia el Oeste. Así la
mayor parte del continente americano, con la excepción de Brasil (dentro de la esfera de dominio
portuguesa), quedó bajo influencia española al igual que las Filipinas. La influencia portuguesa se
hizo sentir alrededor del perímetro africano (África occidental y Angola), África oriental y
Madagascar, continuando en India, sudeste asiático, Timor, las Molucas y Macao. A los soberanos
españoles y portugueses se les dieron derechos especiales de patronato sobre las Iglesias que
construían y sostenían, con la obligación de promover la obra misionera y la educación de los
indígenas en la fe católica romana. A mediados del siglo XVI había obispos españoles en las Indias
Occidentales, México, Perú y universidades en Lima y México. El derecho de patronato les dio a los
monarcas europeos un control pleno de las Iglesias establecidas e incluso el derecho de decidir si
los decretos papales se aplicaban o no en sus territorios coloniales.

Esta “explosión” de Europa por todo el mundo provenía de tensiones dentro de Europa misma.
Con la incorporación de una masa tan vasta de nuevos territorios bajo su gobierno y administración,
España y Portugal agregaron un problema mayor a los muchos que ya tenían en Europa. Esto se vio
reflejado en la administración de la Iglesia en América. Una cosa era velar por la Iglesia en la
península Ibérica y otra muy diferente era ser responsable por Iglesias a miles de kilómetros de
distancia, sin una infraestructura adecuada, sin comunicaciones frecuentes y, sobre todo, sin
experiencia previa. A fines del siglo XVI, la corona portuguesa no podía financiar a la Iglesia en sus
colonias ni enviar sacerdotes. Pero Portugal no quiso dejar su monopolio y control sobre la Iglesia
en sus dominios. Todos los misioneros que iban hacia Oriente debían salir de Lisboa y tener permiso
de la corona para hacerlo. Esto significó serios problemas para la misión a India y a China, pero este
arreglo continuó vigente hasta el siglo XIX.
Las misiones católicas en la América española. Como se indicó, tanto España como Portugal en
su avance hacia Occidente y Oriente fueron patrocinadoras poderosas de la religión cristiana.
España era señora del Nuevo Mundo desde el Caribe a lo largo de América Central y del Sur hasta
el Cabo de Hornos. Este vasto imperio fue testigo de muchas de las crueldades de la conquista y la
explotación colonial, pero también del celo evangelizador de frailes y soldados. España llegó a
América buscando una nueva ruta hacia Oriente. A diferencia de los conquistadores portugueses,
que eran navegantes y no pasaron de la fundación de puertos y guarniciones costeras, los españoles
eran soldados y se vieron frente a una vasta masa territorial, que finalmente se dieron cuenta que
no era parte de Asia sino un nuevo continente. Algunos de estos aventureros tuvieron éxito en su
empresa, como Hernán Cortés (1485–1547) en México y Francisco Pizarro (1470–1541) en Perú, y
fueron ingeniosos, valientes y originales. Muchos estaban tan ansiosos de predicar el evangelio,
como de conquistar nuevas tierras para el rey y de ganar riquezas y honor para sí mismos.

La historia detallada de las misiones españolas en América es extensa y sólo podemos ver
algunos episodios, especialmente el trabajo de franciscanos y dominicos en México y de los jesuitas
en Argentina, Brasil y Paraguay. La predicación del evangelio fue uno de los motivos fundamentales
de la conquista española en América. Los Reyes Católicos enviaron a Cristóbal Colón (1451–1506) y
sus expedicionarios con el propósito de descubrir una nueva ruta a la India, pero lo que motivó su
acción, según los documentos, fue “emplear los extraordinarios recursos obtenidos en la conquista
de Granada en la grande empresa de convertir a la fe cristiana a todos los pueblos sumidos en las
tinieblas de la idolatría.” La finalidad religiosa de lo que España iba a llevar a cabo en América era
algo claro ya en 1493, cuando el papa Adriano VI, “deseando que el nombre de Nuestro Salvador
sea introducido en aquellas regiones,” rogaba a los reyes de Castilla que continuaran la empresa. El
Papa les concedía las tierras descubiertas y por descubrir y les ordenaba que enviaran al Nuevo
Mundo “varones probos y temerosos de Dios, doctos, instruidos y experimentados para adoctrinar
a los indígenas y habitantes dichos en la fe católica e imponerles en las buenas costumbres.”

Colón trajo frailes con él en su segundo viaje y en el tercero construyó una iglesia. En su propio
informe Colón narra la experiencia del primer encuentro con los nativos a quienes llamó indios.
Cuenta que les obsequió muchas cosas de valor, y explica: “Hice esto para poder conciliarme con
ellos más fácilmente, y para que pudiesen ser llevados a hacerse cristianos … Que Cristo se regocije
en la salvación de las almas de tantas naciones hasta ahora perdidas. Que todos nosotros nos
regocijemos, de igual modo, a causa de la exaltación de nuestra Fe así como también por el aumento
de nuestra prosperidad temporal.” En estas palabras Colón cometió dos grandes errores. Primero,
el error más grande que jamás se haya cometido en geografía: al llamar indios (habitantes de la
India) a los indígenas americanos no sólo se refirió a un país equivocado, sino que se equivocó
también de continente y de hemisferio. Pero peor todavía fue su segundo error: relacionar la
exaltación de la “fe cristiana” con el “aumento de la prosperidad temporal.” Estos dos intereses son
opuestos y no pueden conciliarse, y en la historia de la conquista de América eso fue lo que
desgraciadamente ocurrió.

Las principales órdenes misioneras que llegaron a América fueron la de los franciscanos y la de
los dominicos. Los primeros llegaron a las Antillas en 1500 y 1524 pasaron a México, donde Cortés
los recibió con agrado. Desde 1541 comenzaron a trabajar en Perú. Al Río de la Plata llegaron con la
expedición de Pedro de Mendoza (1487–1537) e independientemente entraron del Perú por
Tucumán en 1550. Los dominicos comenzaron a establecerse en las Antillas en 1510 y llegaron a
México en 1526. Fueron los más destacados predicadores del evangelio en Perú, desde donde
continuaron su labor misionera hacia otras regiones. A la primitiva cristianización de América se
agregaron dos órdenes más, la de San Agustín y la de la Merced. El Consejo de Indias impedía la
venida de otras órdenes, de tal modo que para las cuatro órdenes mencionadas América fue en
virtud del patrono real, como un “coto cerrado de caza” en orden a la predicación del evangelio.

Para 1501 la Iglesia Católica Romana en las Indias Occidentales ya tenía su propio obispo. En
1519 Cortés llevó algunos frailes a México, y los primeros sacerdotes residentes llegaron a pedido
suyo en 1524, como vimos. El obispado de México se transformó en arzobispado en 1548, y durante
un tiempo la Iglesia de Filipinas estuvo bajo su jurisdicción. La caída vertiginosa del Imperio Azteca
llevó al desprecio de su extraordinaria cultura. México estaba en condiciones para asimilar la cultura
europea y la población estaba madura para la evangelización. En 1529 los franciscanos informaban
de 8.000 a 14.000 bautismos diarios en algunas regiones. El avance del cristianismo fue tan rápido
como el avance de las tropas conquistadoras. En parte estos éxitos se debieron a la efectividad de
los líderes religiosos. El primer obispo de la ciudad de México, Juan de Zumárraga (1468–1548). Fue
nombrado en 1527, era un seguidor de Erasmo que patrocinó la traducción de la Biblia a los idiomas
de México y la preparación de clérigos nativos.

El más famoso de todos los misioneros españoles en América fue el dominico Bartolomé de las
Casas (1474–1566). Por su incansable actuación en favor de los nativos del Nuevo Mundo es
conocido como el Apóstol de las Indias o el Protector de los indios. Llegó a América en 1502 como
un aventurero más sediento de riquezas, hasta que su vida cambió rotundamente después de oír
un sermón que condenaba las injusticias cometidas por los españoles contra la población indígena.
Recibió el llamado al sacerdocio y consagró el resto de su vida a combatir con denuedo los abusos
de los conquistadores. Hizo varios viajes a España con el objeto de obtener medidas favorables a los
indígenas e influyó especialmente en la reforma del sistema de encomiendas, que mantenía en
esclavitud a los indios. Su influencia fue tan importante que las Leyes de Indias (1542) reflejan su
pensamiento y acción. En 1545 fue consagrado como obispo de Chiapas (México) y escribió la
conocida Brevísima relación de la destrucción de las Indias, obra polémica en la que cuenta los
pormenores de la conquista, y una excelente Historia general de las Indias.

Muchos de los primeros misioneros manifestaron real compasión y celo evangelizador, pero los
resultados de su labor no fueron grandes. La lucha de hombres como Las Casas no logró neutralizar
la crueldad de muchos de los conquistadores. La población indígena de México central declinó de
11.000.000 de habitantes en 1519, año en que llegó Cortés, a 2.500.000 hacia fines del siglo XVI.
Este despoblamiento de América Central llevó a la necesidad de importar esclavos de África para
atender los trabajos más pesados. El comercio de esclavos, que había sido iniciado por los
portugueses, fue continuado por los ingleses y otros. Nadie pensaba entonces en la esclavitud de
los africanos como contraria a la ética cristiana, ni siquiera Las Casas.
Una de las empresas evangelizadoras más notables llevadas a cabo en América fue el trabajo
misionero de los jesuitas. Los jesuitas comenzaron a trabajar en América a los diez años de su
fundación como orden. Eran la principal orden misionera en Brasil, y un jesuita, Pedro Claver (1580–
1654), desarrolló un trabajo pionero evangelizando y protegiendo a los esclavos africanos en
Colombia, por lo cual fue llamado Apóstol de los negros. En Argentina, establecieron sus primeras
misiones en la gobernación del Tucumán y luego fundaron un colegio en Córdoba. Siendo
gobernador interino del Paraguay, Hernando Arias de Saavedra (1561–1634), los jesuitas
establecieron un colegio en Asunción. Poco después comenzaron a fundar reducciones indígenas en
territorios que hoy pertenecen a Paraguay, Argentina y Brasil. Estas misiones adquirieron un gran
desarrollo y constituyeron lo que algunos han denominado el “imperio jesuítico”. Lo más destacado
de la labor de los jesuitas fueron estas “reducciones”, que es el nombre dado en América a las
poblaciones de indígenas fundadas por los misioneros durante la colonización. Las más célebres
fueron las que se establecieron en Paraguay. La reducción constituía un poblado edificado alrededor
de una gran plaza, administrado por los mismos sacerdotes. El gobierno general de las misiones era
ejercido por el Padre Superior residente en la Candelaria (Posadas). Cada reducción tenía a su frente
un padre rector, que la administraba, auxiliado por uno o más sacerdotes que ejercían funciones de
maestros, doctrineros y despenseros. Complementaban las autoridades locales un corregidor, un
teniente corregidor y un cabildo cuyos miembros (alcaldes y regidores) eran todos indígenas.

El indígena cultivaba una parcela de tierra particular y un campo común, se dedicaba también a
la cría del ganado y debía pagar su correspondiente tributo. Las misiones eran verdaderas escuelas
agrícolas e industriales donde los indígenas trabajaban bajo la constante vigilancia de los sacerdotes,
alternando el trabajo con el aprendizaje de las primeras letras y del catecismo. Los indígenas
marchaban al lugar de sus faenas en procesión; mientras estaban en ellas, solían cantar u oír música.
Este sistema tuvo éxito en ganar a los indígenas que odiaban y temían a los españoles, y que eran
muy difíciles de civilizar con los métodos usuales debido a su estilo de vida nómada. Los jesuitas
recibieron permiso de la corona española para trabajar entre los indios guaraníes y persuadieron a
120.000 indígenas a mudarse a sus reducciones, donde se creó una sociedad cristiana, con los
jesuitas en el control en forma absoluta. Los jesuitas garantizaban la seguridad de los nativos y les
enseñaban la agricultura y la arquitectura. Todas las propiedades eran comunes.

MAPA 7 - EL CRISTIANISMO EN AMÉRICA


El método de los jesuitas fue muy paternalista, como lo fueron todos los esfuerzos españoles en
la instrucción religiosa y el bienestar social en América. Las consecuencias trágicas de esto se
hicieron evidentes cuando los jesuitas fueron expulsados del continente. La Compañía de Jesús
había llegado a ser tan poderosa e influyente que perjudicaba los intereses de la corona española.
Por esto, el rey Carlos III, en 1767, resolvió expulsarla de España y de todas sus colonias. Unos
trescientos jesuitas fueron embarcados en Buenos Aires en 1768, abandonando sus colegios y sus
misiones. Los jesuitas fueron reemplazados por otros religiosos, pero éstos no pudieron mantener
la organización implantada, y las misiones decayeron rápidamente hasta desaparecer por completo.
Los indígenas indefensos quedaron a merced de los encomenderos españoles o los bandeirantes
portugueses, que los asesinaron o dispersaron para quedarse con sus tierras.

Las misiones católicas en Norteamérica. El período de la colonización de ultramar no fue sólo


español o portugués. Pero España y Portugal fueron las grandes potencias conquistadoras y
colonizadoras de casi la mayor parte del siglo XVI. Entre las naciones que comenzaron a competir
con tal dominio especialmente en la segunda mitad del siglo XVI estuvo Francia. Hacia mediados del
siglo, Francia era una potencia rica pero no muy interesada en el comercio marítimo. Sus energías
más bien eran invertidas en la resolución de los conflictos políticos y religiosos en el continente
europeo. No obstante, los franceses, lejos de competir con España y Portugal por el comercio
ultramarino, canalizaron su sed de dominio a territorios fuera de las esferas coloniales de estas
potencias. Por un lado, afianzaron su poder en el Cercano Oriente cuando el rey de Francia y el
sultán de Turquía concertaron una alianza estratégica. Los turcos habían estado amenazando a
Hungría y a Austria, y tenían bloqueado el Mediterráneo oriental con su piratería. A través de un
tratado firmado en 1534, Francia se transformó en la potencia europea protectora de los Lugares
Santos en Palestina y de los cristianos en todo el Imperio Turco Otomano, sembrando su cultura e
influencia en estos territorios casi hasta nuestros días.
Por otro lado, los franceses apuntaron al norte del continente americano, en la región a lo largo
del río San Lorenzo (Canadá). Los franceses visitaron esta región desde 1524 (Newfoundland), pero
no con intenciones de establecer un dominio colonial. La empresa colonial recién se llevó a cabo en
el siglo XVII y no se trató en general de asentamientos permanentes. En dos ocasiones las
hostilidades de los colonos ingleses que estaban establecidos más al sur impidió el asentamiento de
los franceses de manera permanente. No obstante, hubo intentos misioneros temporarios, que
mayormente estuvieron bajo la responsabilidad de los jesuitas y los recoletos.

Ángel Santos Hernández: “La colonización y la evangelización del Canadá y de parte de los
Estados Unidos, comenzó por el río San Lorenzo, se extendía luego por la región de los
grandes lagos y bajaría después a través de sus grandes ríos por el Mississipi sobre todo,
hasta la región de la Luissiana. Pueden distinguirse tres períodos en la colonización y
evangelización de todos estos territorios: a) el período del monopolio de la sociedad
comercial, 1534–1629; b) el período de la colonización propiamente dicha, 1632–1674; y c)
la Iglesia canadiense con su propio obispo residencial ya desde 1674.”

En el primer período, los misioneros acompañaron a los exploradores y comerciantes en pieles,


y trabajaron intensamente en la evangelización de los indígenas hurones e iroqueses, y más tarde
los algonquinos y otras tribus nómadas. Los primeros intentos de evangelización en Nueva Francia
ocurrieron entre 1534 y 1536 en relación con las expediciones tempranas de Jacques Cartier (1491–
1557). Se dice que este navegante francés hacía la señal de la cruz sobre los indígenas enfermos
para sanarlos y les hablaba de la pasión de Cristo. Tres de los indígenas que Cartier llevó consigo a
Francia fueron bautizados. Las guerras civiles en Francia no permitieron la continuidad de estos
esfuerzos. Más tarde, a comienzos del siglo XVII (1605), los franceses se establecieron en Port Royal
o Anápolis (Nova Scotia). En 1608 se inició una colonia en Quebec con Samuel Champlain, donde
trabajaron frailes recoletos que llegaron en 1615. Port Royal fue la primera ciudad americana
europeizada en el Canadá, pero sin iglesias, ni sacerdotes, ni sacramentos. En 1611 llegaron dos
jesuitas (Pedro Biard y Ennemond Massé), pero fueron asesinados por los ingleses. En la primera
mitad del siglo XVII, jesuitas y recoletos lograron alcanzar a algunas tribus indígenas locales. La
historia de sus labores está signada por el heroísmo y el martirio, y por resultados no muy
permanentes, mayormente debido a la oposición inglesa y la cultura nómada de los evangelizados.

En el período de la colonización propiamente dicha, los jesuitas, franciscanos y capuchinos


jugaron un papel misionero importante. Los primeros regresaron a Canadá en 1632 con Pablo Le
Jeune y se transformaron en piezas claves en el proceso exploratorio y político en la Nueva Francia.
Varios misioneros sufrieron el martirio y trabajaron bajo condiciones extremas. Con los capuchinos
sucedió algo similar. Ellos también llegaron a Port Royal en 1632. Tuvieron conflictos con los colonos
y sus labores terminaron cuando los ingleses volvieron a atacar la colonia francesa (1654). Los
franciscanos llegaron en recién en 1650 y algunos murieron violentamente a manos de los indígenas.
Trabajaron preferentemente con los colonos y como capellanes de los fuertes, aunque no faltaron
misioneros entre los indios. Hasta 1710, año en que Port Royal cayó en manos de los ingleses,
pudieron ejercer sus ministerios parroquiales en toda la península acádica. En 1760, la colonia
canadiense pasó al dominio de Inglaterra. Desde entonces se prohibió a los jesuitas y otras órdenes
entrar en esos territorios, y se impusieron limitaciones para la formación y desarrollo de nuevos
sacerdotes. Con esto, las misiones de capuchinos y franciscanos fueron desapareciendo.

Durante los primeros años, la labor de evangelización se llevaba a cabo directamente por los
misioneros, bajo sus superiores respectivos. No había obispo alguno en Nueva Francia, y no podía
ni pensarse en la formación de un clero nativo. El primer vicario apostólico para Canadá fue
Francisco Laval-Montigny (1658), quien quince años más tarde fue nombrado como primer obispo
residencial. Así, en 1674 se erigió el primer obispado residencial de Quebec, y con él la jerarquía
ordinaria en el Canadá y el desarrollo de la Iglesia del Canadá.

EL CATOLICISMO HACIA EL AÑO 1800

La Iglesia de Roma a fines del siglo XVII no estaba al borde de la muerte o la irrelevancia como
había pronosticado Voltaire. La realidad es que la mayoría de la población europea seguía siendo
fiel a las creencias y ritos católicos romanos. Las misiones católicas alrededor del mundo no sólo
seguían creciendo, sino que nuevos campos se abrían a medida que se expandía el dominio colonial
de las potencias europeas. Es cierto que para el año 1800 estas potencias no tenían el poder
ultramarino que habían ostentado en tiempos anteriores, especialmente durante el siglo XVI. Esto
significó que el avance misionero católico se viese limitado o su progreso fuese más lento.

Si bien la expansión externa de la Iglesia de Roma no fue tan rápida ni dinámica como en el siglo
XVI, su crecimiento interno fue significativo. Por crecimiento interno quiero significar la maduración
en santidad y en la promoción de las virtudes cristianas. Muchos sacerdotes y monjes de este
período fueron elevados a los altares y alcanzaron el reconocimiento de la Iglesia como “santos”.
Esto se debió a sus vidas ejemplares y a su consagración al cumplimiento de notables obras de bien.

Con el correr de las décadas las tensiones entre la Iglesia y el Estado continuaron creciendo. La
Iglesia pretendía hacer valer sus derechos adquiridos a lo largo de la Edad Media y mantener su
posición hegemónica frente a Estados que se desarrollaban bajo monarquías absolutas y abrigaban
ideas anticlericales. El liberalismo político y económico creciente chocó con la estructura monolítica
de la Iglesia, cuyos obispos y clero alto asumieron posturas ultraortodoxas y conservadoras,
mientras los sacerdotes locales y el bajo clero abrigaban ideas más liberales. Estas tendencias
alcanzarían su grado máximo en la primera mitad del siglo XIX con los movimientos
independentistas y anticoloniales en América.

La situación espiritual y moral del clero en general fue mejorando notablemente a lo largo de
este período. No obstante, no eran pocos los eclesiásticos que no creían lo que enseñaban y se
mostraban más seguidores de las nuevas ideas de la modernidad que de los dogmas medievales de
la Iglesia. Después del Concilio de Trento se incrementó la disciplina del clero regular y secular, pero
todavía había mucho para corregir hacia el año 1800. Un historiador católico romano dice que cien
de los ciento treinta y cinco obispos franceses vivían vidas que podían catalogarse como “morales”,
y que esto era considerado como un buen porcentaje para ese tiempo.
Sea como fuere, el catolicismo logró sobrevivir los embates del absolutismo monárquico en
Europa y el anticlericalismo de la Revolución Francesa (1789). La fe y la devoción de los católicos no
sucumbió frente a los cambios radicales que pusieron en vilo su estabilidad e influencia. Los tiempos
que habrían de venir serían todavía más desafiantes. Pero en los siglos que pasaron, la Iglesia había
logrado organizar su fe, mejorar su disciplina y encontrar caminos para expandir su influencia por
todo el mundo.

EL CATOLICISMO DEL SIGLO XVI: LOS RESULTADOS

El período de la Reforma católica tiene sus raíces mucho antes que la celebración del Concilio
de Trento. Sin embargo, después del Concilio, las acciones reformadoras adquirieron una tendencia
marcadamente anti-protestante. Las decisiones del Concilio y sus acciones disciplinarias fueron muy
efectivas no sólo para parar el avance protestante y reconquistar territorios perdidos, sino también
para renovar la vida interior de la Iglesia. No obstante, el gran período de avivamiento y
transformación en la Iglesia Católica Romana vino después del Concilio de Trento, cuyas decisiones
y acciones disciplinarias fueron efectivas.

La Contrarreforma también resultó exitosa, si bien no alcanzó todas las metas propuestas. El
primer interés de la Iglesia de Roma no pudo ser conquistado, que fue el intento de restaurar la
unidad de la fe en Europa occidental. No obstante, la Iglesia Católica tuvo una asombrosa
recuperación y aquellas partes de Europa que permanecieron católicas romanas para 1600 todavía
continúan siéndolo hoy. Ciertamente lo más trágico de la Contrarreforma fue la nueva rigidez de la
Iglesia, su incapacidad de despegar de la cosmovisión medieval y proyectarse a la modernidad, y su
actitud defensiva crónica que terminó por debilitarla y quitarle energías para la expansión. Las
enseñanzas del Concilio de Trento y las nuevas agencias de la Iglesia también fueron negativas. No
sólo que fueron pensadas, diseñadas y ejecutadas en contra de los reformadores y las nuevas
iglesias protestantes, sino que descuidaron la atención del propio rebaño y la solución de los
numerosos problemas internos. El catolicismo romano del siglo XVI condenó oficialmente el trabajo
de científicos como Copérnico y Galileo, cuyos descubrimientos y teorías novedosas acerca de la
naturaleza del universo parecían estar en conflicto con una interpretación literal de la Biblia y la
enseñanza oficial y tradicional de la Iglesia.

De esta manera, los valores positivos de la Reforma católica, según están representados por el
nuevo misticismo, el celo misionero, el incremento de la educación y el desarrollo y estímulo de
nuevas expresiones artísticas, se desarrollaron en contraste con el fondo negativo de la
Contrarreforma. La Iglesia asumió esta misma posición defensiva contra las tendencias modernas
en el pensamiento y la reflexión en los siglos que siguieron. Particularmente en aquellos países en
los que el catolicismo romano resultó ser la religión de la mayoría, prevalecieron actitudes religiosas
intolerantes y un fanatismo ciego regado de sincretismo y nominalismo. Reforma y Contrarreforma
han continuado, desde entonces, como el dilema más agudo que ha enfrentado el catolicismo
romano en los últimos siglos.
CUADRO 9 - CAMBIOS ASOMBROSOS

1. Se elaboraron catecismos para la instrucción de los creyentes, que expresaban la fe católica


romana tal como la había definido el Concilio de Trento.

2. Se produjeron libros litúrgicos revisados, incluso el Misal y el Breviario.

3. Se revisó la Vulgata y se promovió su publicación.

4. Se indicó a los obispos organizar sínodos regulares en sus diócesis, la visitación al clero de su
diócesis para supervisión y el mantenimiento de un seminario en cada diócesis para su
capacitación.

5. Se redujo a la mitad el gasto administrativo de la Iglesia de Roma gracias a una mejor


administración central y un grado menor de corrupción.

Entre los logros más notables del catolicismo del siglo XVI cabe mencionar:

_ Un nuevo estilo de vida sacerdotal y monástico


Las pautas para la vida sacerdotal y monástica fueron elevadas, así como el nivel de educación
teológica. Se definieron claramente los límites de la fe. Los católicos romanos llegaron a ser
verdaderamente un solo pueblo, con un sentido de dirección, y una gran determinación y energía,
bajo un liderazgo digno de ser seguido e imitado.

En un sentido lato, la Reforma católica tuvo éxito, especialmente en este particular. La


permanente reforma interna de la Iglesia fue sorprendente cuando se la mira y evalúa en su
conjunto. En 1622 ocurrió un evento muy inusual. En la iglesia de San Pedro en Roma, que había
sido reconstruida completamente durante el período de la Reforma, fueron canonizados cinco
santos en una sola ceremonia. Cuatro de ellos fueron elevados a los altares apenas a los cincuenta
años de su muerte, lo cual era totalmente extraño a los procedimientos usuales en la Iglesia de
Roma. Cuatro de ellos fueron líderes de la Reforma católica: Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila,
Francisco Javier, el gran misionero jesuita y compañero de Loyola, y Felipe Neri, un reformador en
Roma y fundador de una orden de clero regular. La Iglesia reconoció rápidamente los grandes
cambios que estaban ocurriendo y honró a aquellos que habían ayudado a lograrlos.
_ Una nueva vitalidad eclesiástica
Se elevó el nivel moral del sacerdocio y de la vida monástica y mejoró la calidad de la educación
teológica. Se definió la fe católica con claridad de tal manera que los católicos eran uno en doctrina
con un sentido de dirección y gran determinación. La obra de los jesuitas renovó el espíritu de
sacrificio y valor en una Iglesia que estaba moribunda. Si bien la Iglesia Católica Romana no tuvo
éxito total en lograr la restauración de la unidad religiosa en Europa occidental, hizo una gran
recuperación, ya que los territorios que eran católicos hacia el 1600 todavía hoy lo siguen siendo.
La reforma interna de la Iglesia fue asombrosa. El Concilio ordenó la preparación de un catecismo
que expresaba la fe de Trento. Se revisaron los libros litúrgicos, incluso el misal y el Breviario;
también se revisó la Vulgata. Se ordenó a los obispos realizar sínodos regulares en sus diócesis y
visitar al clero y mantener un seminario. Se redujeron a la mitad los gastos administrativos de la
Iglesia. Pero muchas de estas reformas fueron negativas y colocaron a la Iglesia Católica Romana en
una posición de excesiva rigidez. Las enseñanzas de Trento y la nueva estructura eclesiástica no sólo
condenaron a los reformadores protestantes sino también a científicos como Copérnico y Galileo.
Más tarde, en el siglo XIX, sobre la base del pensamiento tridentino la Iglesia Católica Romana
asumió una posición defensiva contra las tendencias modernas en el campo político, económico,
social y científico, cometiendo errores que le costó mucho corregir. Los cristianos siempre hemos
sido mejores en el ataque que en la defensa.

_ Un gran desarrollo de la piedad mística


El avivamiento católico se caracterizó también por un acrecentamiento del misticismo que se
expresaba en la contemplación y la oración silenciosa hasta lograr la unión en el amor divino o en
éxtasis de revelación interior. La Contrarreforma produjo, especialmente en España, una de las
formas más bellas y profundas de la mística europea de todos los tiempos. La exaltación religiosa
llevó a los místicos españoles por un lado, a una visión beatífica de la divinidad; y, por otro, a trabajar
intensamente dentro de las propias órdenes religiosas para darles un sentido de mayor austeridad
moral y más rígida disciplina. La Orden del Carmelo dio a España sus dos grandes místicos, los dos
de la misma provincia de Ávila, en Castilla la Vieja. Uno, Teresa de Jesús (1515–1582), cultivadora
de la prosa: en el Libro de su vida, en el que cuenta su propia historia y expone sus inquietudes
religiosas; en el de Las fundaciones, en el que narra sus esfuerzos para crear nuevos conventos
carmelitas reformados; y, sobre todo, en El castillo interior o Las moradas (1588), en el que nos
ofrece un auténtico estudio psicológico de los procesos por los que pasa el místico para llegar a una
unión perfecta con Dios. Teresa realizó una infatigable obra como reformadora de su orden,
recorriendo toda España, y compuso algunos de los más altos escritos de la literatura mística de
todos los tiempos.

El otro, Juan de la Cruz (1542–1591), discípulo de Teresa, que en su Cántico espiritual entre el
alma y Cristo su esposo y en Noche del alma, expresó en la poesía española más sublime, llena de
un simbolismo mágico, el mundo maravilloso de la mística que lleva a la búsqueda y a la unión con
Dios. Juan de la Cruz enseñó nuevas formas de oración interior. Otro místico famoso fue Francisco
de Sales, un prelado francés que llegó a ser obispo de Ginebra y fue fundador de la orden de la
Visitación. La piedad de estos místicos expresaba los anhelos religiosos de muchos católicos sinceros
y era acompañada de una devoción exterior a la Iglesia y los sacramentos. Esta misma pasión tuvo
su expresión estética en el arte barroco (pintura, escultura y arquitectura).

_ Una nueva teología y filosofía escolástica


La Contrarreforma produjo un notable florecimiento de los estudios de teología y filosofía
escolástica especialmente en España. Estos estudios que, desde la Edad Media habían estado a
cargo de los dominicos, pasaron en la Contrarreforma a ser compartidos por la nueva orden
contrarreformista, la Compañía de Jesús. En torno de Francisco de Vitoria, teólogo y humanista, se
formó en Salamanca una escuela de teólogos dominicos. Discípulos suyos fueron: Domingo de Soto
(1494–1560) y Melchor Cano (1509–1560), ambos profesores de Salamanca en la época de Carlos
V; y sobre todo Domingo Báñez (1528–1604), que escribió ya en la época de Felipe II, fue
comentarista de la Suma de Tomás de Aquino, y polemizó con los jesuitas en torno a diversos
problemas teológicos.

En la segunda mitad del siglo XVI, coincidiendo con la marcha de la Contrarreforma y el ascenso
de la influencia de la Compañía de Jesús, se distinguieron los teólogos jesuitas españoles, que
ejercieron una gran influencia en el neoescolasticismo y en el pensamiento católico europeo:
Alfonso Salmerón, teólogo tridentino, profesor de Ingolstadt; Luis de Molina (1533–1600), autor de
un famoso tratado sobre el libre albedrío, contendedor con los dominicos, que tuvo una gran
influencia con su molinismo en la teología moderna; y, sobre todo, el granadino Francisco Suárez
(1548–1617), profesor en Roma, Alcalá, Salamanca y Coimbra autor de varios tratados teológicos, y
de una importante obra filosófica Disputaciones metafísicas, en las que examina con gran agudeza
los principales puntos de la filosofía escolástica para presentarlos con cierta originalidad de
pensamiento.

_ Una notable expansión de la obra misionera


Ya mencionamos el trabajo misionero de los jesuitas en la India y la China. Más adelante
discutiremos las misiones católicas en América Española. La empresa misionera fue también obra
de las órdenes monásticas, pero especialmente de los frailes, como los franciscanos y los dominicos,
que contaron con el respaldo de las grandes potencias católicas del siglo XVI: España y Portugal.

El Imperio Español incluía las Islas, que fueron descubiertas por Fernando de Magallanes (1480–
1521) y donde el cristianismo penetró en forma casi total hasta hoy, ya que las Filipinas son el único
país de Asia nominalmente cristiano. Las rutas seguidas por el imperio portugués muestran también
una notable expansión del cristianismo, aunque a diferencia de España no agregó territorios
completos como ganancias permanentes para la cristiandad, con excepción de Brasil.
En África el cristianismo fue llevado por primera vez al sur del Sahara por la obra de los
franciscanos que predicaron en la costa occidental y por los jesuitas que hicieron lo propio en la
costa oriental. Estas misiones, no obstante, no dejaron resultados permanentes.

India era el centro del poder portugués, con Goa como la capital y una sucesión de otros puertos
a lo largo de la costa occidental que hacia el sur llegaban hasta Ceilán. Los portugueses poseían
Ormuz en la entrada del Golfo Pérsico, Málaca sobre la Península Malaya, y varios puertos más en
las Indias Orientales. Comerciaban también con Burma, con un puerto en el sur de la China con
Japón. Siguiendo esta vasta red de intercambio comercial el cristianismo se fue esparciendo. Goa
fue transformada en obispado con jurisdicción sobre los cristianos esparcidos desde el cabo de
Buena Esperanza hasta Japón. En los puertos marítimos en poder de los portugueses y en las
regiones vecinas muchas veces el gobierno utilizó el soborno y la violencia para convertir a las
poblaciones sometidas. No obstante, es notable que los éxitos más espectaculares se dieron donde
no existía el dominio portugués o donde estaba muy limitado. En Japón, en una sola generación,
desde 1549 a 1582, el uno por ciento de la población fue ganado para la fe cristiana, y en China
entre 1640 y 1700 hubo emperadores que favorecieron tanto a los misioneros, que por un momento
existió la posibilidad de que ascendiera al trono imperial un emperador cristiano.

La colonización de ultramar no fue sólo española o portuguesa. Los franceses (católicos) y más
tarde los ingleses y holandeses (protestantes) ocuparon también importantes territorios. Francia
llegó a ser una gran potencia europea hacia fines del siglo XVI, más preocupada en sus problemas
internos y en lograr la hegemonía en Europa que en realizar el comercio de ultramar. El primer
centro de atención francesa en el siglo XVI fue el territorio de América del norte a lo largo del río
Lorenzo (Canadá). Los franceses visitaron esta región desde 1524, pero no la colonizaron
regularmente hasta el siglo XVII, y entonces sin hacer asientos permanentes. Los jesuitas y los
recoletos establecieron misiones que fueron temporarias.

EL MUNDO DE LA REFORMA Y DE LA CONTRARREFORMA CATÓLICA

El explosivo desarrollo de la ciencia y la técnica, el comercio y las artes en la Europa cristiana de


fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI ayudó notablemente a la difusión del cristianismo fuera
del continente europeo y al comienzo de la configuración de un cristianismo verdaderamente
mundial. Las invenciones científicas en Europa tuvieron un impacto sobre la difusión de las
enseñanzas cristianas en África, mientras que el estudio de las religiones y culturas de Asia por los
misioneros europeos tuvo efectos sobre el desarrollo teológico en Occidente. Movimientos
filosóficos, económicos y sociales también influyeron sobre los desarrollos teológicos. El
conocimiento de otros idiomas promovió y a veces dificultó el desarrollo de nuevos movimientos
cristianos en todo el globo. Avivamientos y movimientos de renovación espiritual tuvieron un
impacto importante sobre movimientos sociales, entre otros sobre el papel de las mujeres en la
sociedad.

En razón de la penetración del cristianismo, hubo imperios y naciones que colapsaron, mientras
otros nuevos se levantaron sobre fundamentos cristianos. Las migraciones de pueblos, a veces
forzada (tráfico de esclavos) y otras voluntaria (europeos a América; chinos al sudeste asiático)
influyeron sobre el desarrollo del cristianismo de manera global. El poder económico, militar y
político de algunas naciones (primero España y Portugal, y más tarde Inglaterra y los Países Bajos)
afectó profundamente la dirección del crecimiento de la fe cristiana así como el tipo de cristianismo
que se desarrolló en algunas partes del planeta.

Por otro lado, el siglo XVI fue crítico en términos del desarrollo de culturas religiosas alrededor
del globo. Especialmente en las primeras décadas de este siglo hubo procesos y movimientos
religiosos en Asia, África y las Américas, que determinaron el curso de la civilización en los siguientes
cinco siglos. Mientras el Islam se afirmaba en los Balcanes y también hacía significativos progresos
en la India e Indonesia, el budismo se fortalecía en Myanmar (Birmania), Tailandia (Siam), Laos y
Vietnam.

En África, cristianos portugueses y musulmanes árabes combinaban su exploración comercial


con la difusión de su religión. Musulmanes y cristianos traían y establecían su religión al tiempo que
exploraban y colonizaban, de modo que la historia moderna del continente africano está
determinada más por la fe religiosa que por el poder económico de los invasores. En todos estos
casos, el catolicismo romano fue el representante más conspicuo de la fe cristiana (España y
Portugal) en la primera parte del siglo XVI, mientras que el protestantismo (representado por
Inglaterra y los Países Bajos) tendría un protagonismo un poco mayor en la segunda parte de este
siglo y en el siguiente.

_ El cristianismo en Asia
Como vimos en la Introducción General a este volumen, para mediados del siglo XV, los chinos
se habían anticipado a los europeos en colonizar una parte importante del mundo fuera de su propio
territorio continental, pero pronto se replegaron. Los árabes, que por siglos habían mantenido bajo
su control amplios territorios que fueron la cuna del cristianismo temprano, casi habían perdido el
control del Mediterráneo hacia comienzos del siglo XVI. No obstante, si bien hubo un repliegue de
su avance sobre Occidente, los musulmanes esparcieron su religión y cultura durante los siglos XIV
y XV en el sudeste de Asia, África del este y el noroeste de África. Por otro lado, los turcos otomanos
dominaron los Balcanes durante este período, transformando a la región en una de las más tensas
y violentas hasta nuestros días. La expansión del cristianismo en Asia durante el siglo XVI estuvo
entretejida con el comercio de esclavos, la conquista territorial y las reformas de la Iglesia. No
obstante, a fines del siglo XV y comienzos del XVI, el mundo estaba bajo el dominio de la expansión
colonial ibérica (España y Portugal), mientras que la expansión China y árabe estaba contenida.

En la primera mitad del siglo XVI, el mundo cristiano europeo se encontraba ante nuevas
posibilidades y nuevos problemas. Los problemas de retroceso continuaron así como las esperanzas
de recuperación. No obstante, la influencia europea y cristiana se esparció notablemente en el
mundo no occidental. Esto fue más cierto en Asia que a través de África, en parte en razón de que
el involucramiento militar y económico de los europeos (especialmente los portugueses) en Asia fue
más grande. Mercaderes portugueses establecieron puestos de comercio en Goa, India, en 1510 y
en Málaca sobre la península Malaya en 1511. De aquí siguieron a los piratas-comerciantes filipinos
y de Okinawa al norte de la costa de la China. Frailes portugueses celebraron una misa en las Islas
Molucas en 1520, mientras que frailes españoles hicieron lo propio en la expedición de Magallanes
que llegó a las Filipinas en 1521. Los portugueses comenzaron a comerciar en Kagoshima, al
sudoeste de Japón, a principios de la década de 1540 y establecieron un puerto en Macao sobre la
costa de China en 1557.

Las misiones fueron parte de la motivación de los portugueses en su empresa exploradora y


comercial. Así, pues, los cristianos católicos romanos, habiendo recuperado España y Portugal de
manos de los musulmanes hacia fines del siglo XV, se dispusieron a llevar el testimonio cristiano a
otras latitudes. Bajo la concesión papal del padroado (patronato), el rey de Portugal tenía el derecho
de nombrar obispos y controlar a la Iglesia en sus dominios. Esto subordinó al clero secular a la
agenda política y militar de la corona y creó cierto conflicto entre el clero secular (controlado por el
rey) y los jesuitas, dominicos, franciscanos y otras órdenes religiosas.

CUADRO 10 - PRIVILEGIOS DEL PADROADO PORTUGUÉS

Según la bula Aeterni Regis Clementia, del papa Sixto IV (1483):

1. Quedaba reservada a los portugueses la navegación en los mares de los descubrimientos, a


fin de evitar que otros navíos llevaran armas a los infieles.

2. Los portugueses eran los verdaderos dueños de estos mares y de todas las tierras que se
descubrieran y se conquistaran, lo mismo que lo eran de las ya descubiertas y conquistadas.

3. Losportugueses podían negociar libremente con los infieles, aun con los mahometanos, a
condición de que no les proporcionaran armas u otras cosas semejantes.

4. La corona portuguesa podía fundar y construir iglesias, monasterios y otras obras pías; el
clero que estuviera al servicio de esas iglesias o instituciones tenía todos los poderes en
orden a la administración de los sacramentos, y podía absolver todos los pecados,
exceptuados los reservados a la Santa Sede.

5. Desde los cabos Bojador y Nou hasta las Indias orientales, toda la jurisdicción espiritual
correspondía para siempre a Portugal.
India occidental. Los portugueses llegaron a la India bajo la dirección de Vasco da Gama en 1498,
y en pocos años se apoderaron de toda la costa occidental, desde Ormuz hasta Málaca, donde
sembraron sus guarniciones y factorías. Cochín, en la costa Malabar, fue el primer asentamiento y
más tarde Goa, que se transformó en el centro de la expansión y comercio portugués en Oriente.
En los años que siguieron, hubo sacerdotes y frailes en todas las expediciones portuguesas a la India,
que se ocuparon de evangelizar. Poco a poco se fueron plantando iglesias y dando forma a su
organización. En 1534, el papa Paulo III erigió la sede episcopal de Goa. El primer obispo fue el
español franciscano Juan de Alburquerque, que llegó a Goa en 1538.

A la llegada de los portugueses, India estaba dividida en varios miles de castas, que estaban
ordenadas conforme a una jerarquía de poder y prestigio. Esto dificultaba cualquier tipo de acción
evangelizadora. No obstante, en 1536, los bharathas, un pueblo pescador de perlas en la costa
Coromandel del sudeste aceptó el bautismo. Esto, por supuesto, impidió que otras castas se hiciesen
cristianas.

Como vimos, en 1542 llegó a la India Francisco Javier. Hasta entonces los únicos misioneros en
India habían sido franciscanos y dominicos. En pocos años él y sus compañeros jesuitas misionaron
en muchas partes, instruyendo a los convertidos y plantando iglesias. Lamentablemente, la mayor
parte de las conversiones fueron hechas entre miembros de la Iglesia de Santo Tomás en Kerala
(Iglesia Ortodoxa Siria de Malabar). Estos cristianos, que sostenían una cristología nestoriana y
tenían una liturgia diferente (siríaca), cooperaron al principio con los portugueses contra los
musulmanes, pero pronto perdieron su autonomía. En 1557 la sede episcopal de Goa fue elevada
como arzobispado. En 1599 un nuevo arzobispo romano, Alejo de Meneses, llegó a Goa lleno del
celo de la Contrarreforma católica. Aprovechó la muerte del obispo siríaco, Mar Abraham, para
forzar a los tomasitas a unirse a la Iglesia Católica Romana y adoptar sus prácticas (Sínodo de
Diamper, 1599).

De esta manera, la Iglesia Ortodoxa Siria se sometió a Roma y fue obligada a condenar el
nestorianismo. La Iglesia de Santo Tomás casi desapareció. Hacia 1600, un jesuita portugués fue
elevado como obispo y la Iglesia Siria quedó oficialmente como una Iglesia uniata, con una minoría
independiente. Cincuenta y tres años más tarde (1653), un tercio de los cristianos tomasitas se
salieron de la Iglesia Romana y reestablecieron una organización independiente (Iglesia Malabar)
siguiendo sus formas tradicionales, una teología monofisita y nombraron su propio metropolitano
(Mar Thoma I). Para entonces llegaron a la costa Malabar los calvinistas holandeses, que
reemplazaron a los portugueses en el control de la región. Sin obispos para ordenar su clero, los
ortodoxos independientes renunciaron a su nestorianismo y se sometieron al patriarca jacobita de
Antioquía, con lo cual se hicieron monofisitas. Mientras tanto, la orden de los carmelitas continuó
ganando adeptos para Roma, de modo que para mediados del siglo XVII la Iglesia Ortodoxa Siria
estaba dividida en tres: el sector jacobita, la Iglesia uniata que continuaba utilizado la liturgia en
siríaco, y la rama católica romana que seguía el rito latino.
India oriental. Los jesuitas fueron los protagonistas de la cristianización de la región costera
comprendida entre la Pesquería y Bengala. La primera región había sido visitada por Javier y otros
misioneros. Sus habitantes eran conocidos con el nombre de paravas y habían recibido en masa el
bautismo casi sin instrucción religiosa (1535–1537). Los jesuitas continuaron con su obra misionera
con bastante buenos resultados, hasta que entraron en conflicto con el obispo de Cochín por razón
de jurisdicción (1608) y se retiraron por algunos años. A partir de 1649, los calvinistas holandeses se
adueñaron de toda esta región.

Más al norte estaba la región de Madura. En 1606 llegó allí el jesuita Roberto de Nóbili con una
nueva visión que consistía, como ya vimos, en identificarse lo más posible con las castas superiores.
El apostolado de Nóbili puede ser considerado como una primera etapa de esta misión (1607–1623),
en la que el jesuita aplicó sus nuevos métodos. Esto le valió la oposición de otros misioneros, que
querían implantar la cultura europea junto con el evangelio cristiano, o que querían cambiar la
estructura social india y hacerla más igualitaria. Tal oposición provenía de otras órdenes misioneras
que fueron llegando a la India, como los agustinos, dominicos y franciscanos, y más tarde algunos
miembros del clero secular. En una segunda etapa (1623–1640) el proceso de cristianización se fue
extendiendo a localidades como Trichinópoli, Salem-Poindichery, Coimbatore y Tanjore. Todo esto
en medio de las hostilidades de los holandeses y de los brahamanes. No obstante, la mayor dificultad
fue la falta de un clero local. La mayor parte del clero en India estaba compuesto por europeos.

En Mysore el trabajo misionero comenzó en 1648 con el jesuita Leonardo Cinamo, en medio de
enormes dificultades. En Bengala, el rey del Gran Mogol tenía el control militar de la región, pero
mantenía relaciones con los portugueses a través de un mercader llamado Pedro Tavares. Así surgió
la ciudad portuguesa de Ugolin (1579–1580), que pronto se transformó en un centro de difusión
cristiana gracias a las labores misioneras de los jesuitas (1598), los agustinos (1599) y los dominicos
(1600).

Ceilán. Los portugueses avistaron esta isla en 1505, pero recién en 1518 lograron levantar una
guarnición en Colombo, desde donde fueron apoderándose del resto del litoral. En los primeros
años de ocupación portuguesa casi no hubo conversiones. En 1543 llegó un grupo de franciscanos
que se establecieron en Colombo. Para 1550 ya había un rey cristiano y se pensaba en la
cristianización de toda la isla. No obstante, para entonces, los holandeses habían comenzado a
competir con los portugueses por el control del comercio, y a partir de 1636 iniciaron la ocupación
de la isla. Los jesuitas llegaron a partir de 1602 y pronto hicieron lo propio otras órdenes (dominicos,
agustinos). En 1658, los holandeses terminaron de expulsar a los portugueses de la isla, cuando
franciscanos y jesuitas decían tener unos noventa mil convertidos. Los holandeses se propusieron
erradicar el budismo y el catolicismo, y procuraron establecer la Iglesia Reformada, pero no tuvieron
éxito.

Uno de los misioneros católicos más destacados en Ceilan fue José Vaz (1651–1711),
considerado como el apóstol de Ceilán, nacido en Goa, de casta brahamánica. Ordenado sacerdote,
entró en la congregación del oratorio de Goa, de la que fue nombrado superior. El cuidado espiritual
de los católicos en Ceilán estuvo bajo su responsabilidad a partir de 1688 en plena ocupación
holandesa. Los esfuerzos misioneros católicos romanos se vieron seriamente limitados por la
presencia calvinista de los holandeses. Para 1722, los holandeses pretendían contar con
cuatrocientos veinte mil convertidos, que eran atendidos por apenas cinco pastores de los cuales
uno solo hablaba la lengua local. La Iglesia Católica continuó creciendo mediante el trabajo de
sacerdotes locales en la clandestinidad y el budismo también experimentó cierto crecimiento.

El Gran Mogol. Tal era el nombre que los portugueses le dieron al imperio que se extendía por
todo el centro y norte de la India. El rey de este imperio, Akbar, tomó contacto con los portugueses
y los misioneros, que llegaron a su corte con Julián Pereira en 1576. Para 1580 ya habían construido
un templo en Lahore y el emperador permitió a sus súbditos hacerse cristianos. Esta primera
tentativa de cristianización del gran imperio mogol terminó así como comenzó. Diez años más tarde,
el emperador Akbar pidió nuevos misioneros, que llegaron a Lahore para ocuparse de la educación
de los príncipes e hijos de los nobles. Pero al poco tiempo, desanimados como sus predecesores, los
padres se quisieron volver a Goa de donde habían venido. Por tercera vez Akbar pidió el envío de
misioneros y esta vez se logró fundar una misión más permanente bajo el liderazgo de Jerónimo
Javier, sobrino segundo de Francisco (1595). El método misionero escogido fue el de mantener
continuas disputas y discusiones, en presencia del propio rey, con los doctores mahometanos, sobre
diversos puntos de dogma y de moral. En 1613 empeoraron las relaciones entre el Gran Mogol y los
portugueses, hasta degenerar en una guerra. Esto afectó la obra misionera, ya que los misioneros
fueron perseguidos. Más tarde la situación cambió y el Gran Mogol se transformó en centro de otras
empresas misioneras. Los jesuitas misionaron en esta región hasta la supresión de la orden en
Europa (1773).

El sudeste asiático. El primer centro de difusión cristiana en esta región estuvo en Málaca, al
sudoeste de la península Malaya. Los portugueses perdieron el control del lugar en 1641 cuando
aparecieron los holandeses e ingleses, que no mostraron interés en la evangelización de los nativos.
Los católicos desarrollaron labores misioneras exitosas en Indochina, donde jesuitas provenientes
de Japón se establecieron en 1615. Más tarde, los franceses establecieron una sociedad misionera
de sacerdotes seculares, la Societé de Missions Etranjeres de París o Misión de París. Para 1786
había unos ciento treinta mil cristianos tan sólo en la provincia de Tongkin. Más tarde, las
autoridades misioneras hicieron que el gobierno francés apoyara a un rey exiliado y así ayudaron al
establecimiento del colonialismo francés en la región. En Tailandia hubo pequeños comienzos con
el arribo de portugueses y Misión de París. Los misioneros establecieron un centro de preparación
para el clero nacional. En Burma, los misioneros portugueses trataron de trabajar allí, país
fuertemente budista, pero sin éxito.

MAPA 5 - EL CRISTIANISMO EN ASIA


Filipinas. Como vimos, el primer europeo en llegar a estas islas fue Fernando de Magallanes en
1521. Con él viajaron frailes y se celebró una misa en la isla de Mactán, donde fue asesinado por los
nativos. Sin embargo, el proceso de colonización recién comenzó en 1565, cuando Miguel López de
Legaspi (1510–1572) llegó desde México con un proyecto de conquista y colonización. El pueblo
filipino, poco armado y muy fragmentado, ofreció poca resistencia a la invasión española, de modo
que muy pronto todas las tierras bajas cayeron bajo dominio español. La ocupación de las Filipinas
fue una extensión de las conquistas españolas en el Nuevo Mundo. Al igual que en América Latina,
los españoles querían hacer riquezas en las nuevas tierras, pero su objetivo evangelizador fue más
dominante. Los frailes españoles emprendieron una de las campañas evangelizadoras más exitosas
en toda la historia del cristianismo. Como señala Latourette: “Nunca jamás se había ganado para
religión alguna a un grupo tan grande de pueblos cuyo centro de propagación estuviese tan remoto
como España respecto a las Filipinas. La conversión de las Filipinas fue un logro muy notable y fue
debido al entusiasmo por la conquista y el celo por las almas.” Quizás estos resultados, que fueron
proporcionalmente mayores que en América, se debieron al hecho que en las Filipinas no había oro,
lo que tanto codiciaban los conquistadores.

Con Legaspi viajaron cinco agustinos, que pronto fueron seguidos por los franciscanos (1577).
En 1578, una bula papal ordenó la erección de la diócesis y la catedral de Manila. Los dominicos
llegaron en 1581, en compañía del primer obispo para las islas, Domingo de Salazar, un dominico
que había ido a España desde México, donde había actuado en defensa de los indígenas. Con él
llegaron también los jesuitas y tiempo más tarde los agustinos recoletos. Estas órdenes religiosas
fueron las protagonistas de la cristianización de las Filipinas. La corona española financió la empresa
y, como en América Latina, se estableció el sistema de la encomienda para la instrucción de los
nativos. Antes de fines del siglo XVI más de cuatrocientos cincuenta regulares se habían embarcado
hacia las Filipinas desde España pasando por México. Para 1591, Manila ya había sido constituida
en arzobispado y dejó de depender de México.
El proceso de conversión fue rápido, salvo en las islas del sur donde prevalecía el Islam. Para
1610 más de 300.000 filipinos, casi la mitad de la población, eran cristianos y la Iglesia continuó
creciendo en las décadas que siguieron. Al ser bautizados, los filipinos tomaban nombres españoles,
pero su fe y práctica estaban muy sincretizadas. La Iglesia desarrolló escuelas y hospitales, mejoró
la agricultura y la situación de las mujeres. El trabajo de los misioneros fue paternalista y no hubo
un gran desarrollo de clero nativo. Para 1750 el número de cristianos en las Filipinas alcanzaba al
millón. El islamismo hizo también grandes progresos, especialmente entre los pueblos montañeses
animistas al norte de la isla Luzón y en algunas islas al sur del archipiélago (Mindanao). La resistencia
musulmana fue bastante violenta en algunos casos. Sea como fuere, las Filipinas fueron y continúan
siendo el único país asiático con su población mayoritariamente cristiana.

Si bien la evangelización de las Filipinas fue uno de los capítulos más exitosos en la historia de
las misiones católicas, hubo dos problemas que impidieron el éxito final. Por un lado, la renuencia
de las órdenes religiosas de derivar su trabajo al clero secular. Sin éxito obispos y gobernadores
procuraron organizar en diócesis la Iglesia, que estaba bajo el control del clero regular. Por otro
lado, la renuencia de las órdenes religiosas a ordenar a filipinos al sacerdocio. Los argumentos
utilizados eran como sigue:

Gaspar de San Agustín: “El orgullo filipino se agravará con la elevación a un estado tan
sublime como el del sacerdocio; su avaricia, con la mayor oportunidad de oprimir a otros;
su pereza, con el hecho de no tener ya que trabajar para vivir; su vanidad, con la alabanza
que buscarán, deseando ser servidos por aquellos a quienes en otra situación de vida
tendrían que respetar y obedecer … El filipino que busca las órdenes sagradas no lo hace
porque tiene un llamado a un estado de vida más perfecto, sino por causa de las grandes y
casi infinitas ventajas que le vienen junto con la nueva situación de vida que escoge. ¡Cuánto
mejor ser un Reverendo Padre que un campesino u obrero! ¡Qué diferencia hay entre pagar
tributo y que se le pague un salario! ¡Entre ser reclutado para talar árboles y ser servido de
pie a cabeza! ¡Entre remar una galera y viajar en una!”

La triste realidad es que para 1899, cuando terminó el control colonial español de las Filipinas,
no había un solo obispo católico filipino.

Japón. El testimonio cristiano en Japón (conocido por los europeos como Cipango) comenzó en
1549 con un puñado de creyentes y se desarrolló hasta alcanzar a más de trescientos mil unas seis
décadas más tarde, representando así uno de los crecimientos más explosivos en toda la historia
del cristianismo. El cristianismo se arraigó profundamente en Japón y sobrevivió a pesar de terribles
persecuciones a mediados del siglo XVII.

Cuando Francisco Javier llegó con sus compañeros encontró al país sumido en el caos. El viejo
orden feudal estaba en decadencia y los japoneses estaban interesados en las nuevas ideas y
métodos que provenían de Occidente. El emperador carecía de poder y el shogun o gobernador
militar había perdido el control. Japón estaba dividido en numerosos feudos guerreros liderados por
un señor feudal o daymio. El budismo era la religión dominante, pero estaba dividido en numerosas
sectas y monasterios. El shintoismo, la religión nativa de Japón, estaba en decadencia y el
confucionismo todavía no había llegado a cautivar a las clases dominantes. En este contexto de
confusión política, militar y cultural, el cristianismo encontró oportunidades magníficas para
prosperar y plantar una Iglesia típicamente japonesa con un liderazgo japonés. Uno de estos líderes,
Yahiro, había huido de Japón después de matar a un hombre y se encontró con Javier en Málaca y
lo acompañó a Goa, de donde regresó con los jesuitas para introducirlos en su tierra. En la isla de
Kyushu (al sur), algunos señore

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