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Evangelio

legalismo
versus

Cómo enfrentar la influencia insidiosa del legalismo

MARVIN MOORE

2
Titulo del original: The Gospel vs. Legalism, Review and Herald
Publ. Assn., Hagerstown, MD, E.U.A., 1994.

Traductor y editor: Hugo A. Cotro


Copy editor: Aldo D. Orrego
Tapa: Hugo O. Primucci

IMPRESO EN LA ARGENTINA
Printed in Argentina

Primera edición MCMXCVIII - 4M


Es propiedad. © Review and Herald Publ. Assn. (1994).
© ACES (1998).
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 950-573-679-7

225 Moore, Marvin


MOO Evangelio versus legalismo - 1a. ed. - Florida (Buenos Aires):
Asociación Casa Editora Sudamericana, 1998. 240 p.; 20x14 cm.
Traducción de: Hugo A. Cotro
ISBN 950-573-679-7

I. Título -1. Biblia - Nuevo Testamento

Impreso, mediante el sistema offset, en talleres propios.


270798

—36502—

3
Índice

1. Ingresemos a la Epístola a los Gálatas—Introducción 7

2. Conflicto entre el cristianismo judío y el cristianismo


gentil 17

3. Llamado a ser un apóstol 27


Gálatas 1

4. Contendiendo por la fe 39
Gálatas 2:1-14

5. ¿Cuán especiales son los judíos? 51


Gálatas 2:15-19

6. Victoria en Cristo 63
Gálatas 2:20, 21

7. La santificación también es por fe 69


Gálatas 3:1-5

8. Probando su evangelio por medio de las Escrituras 77


Gálatas 3:6-14

9. Dios siempre cumple sus promesas 85


Gálatas 3:10-18

4
10. El evangelio según el Sinaí - Parte 1 93
Gálatas 3:19, 20

11. El evangelio según el Sinai - Parte 2 113


Gálatas 31:21-24

12. Ya no bajo un tutor 131


Gálatas 3:25

13. Hijos e hijas de Dios 139


Gálatas 3:26 a 4:20

14. Pacto nuevo versus pacto antiguo 159


Gálatas 4:21-31

15. Legalismo 169

16. Las consecuencias del legalismo 191


Gálatas 5:1-15

17. La victoria sobre el legalismo 205


Gálatas 5:15-26

18. Cómo tratar con los legalistas 221


Gálatas 6

5
C APÍTULO 1

Ingresemos a la Epístola a
los Gálatas - Introducción

S alí de la casa de un predicador frustrado; no de la mía, sino de


la de un hombre que me había invitado a conversar con él
acerca de la Biblia.
Cuando me llamó por teléfono y me invitó a su casa, dijo que
quería que habláramos acerca de la ley. Específicamente quería saber
si los Diez Mandamientos todavía se aplicaban a los cristianos.
Tras mi llegada, conversamos amigablemente durante unos mi-
nutos y entonces hizo nuevamente la pregunta: ¿Siguen los Diez
Mandamientos en vigencia para los hijos de Dios después de la cruz?
Le expliqué por qué yo creía que sí. Para empezar, Pablo dijo
que "por medio de la ley es el conocimiento del pecado", y "por el
mandamiento el pecado... [llega] a ser sobremanera pecaminoso"
(Romanos 3:20; 7:13). Pablo también dijo que "la ley a la verdad es
santa, y el mandamiento santo, justo y bueno" (Romanos 7:12), y
Santiago se refirió a "la perfecta ley, la de la libertad" (Santiago 1:25).
Mi anfitrión se puso extremadamente agitado. "¡Eso no es cier-
to!", exclamó casi a los gritos en mi oído. "¿No ha leído usted que
los cristianos han sido liberados de la ley?", dijo refiriéndose a Ro-
manos 7:1-3. "La ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste
vive", dijo leyendo parte del versículo 1. Luego saltó al versículo 3,
en el cual el género de los pronombres pasa a ser femenino. "Pero si
su marido muriese, [la mujer] es libre de esa ley" (versículo 3). "Pues
no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia", dijo señalándome Romanos
6:14.

6
Titubeé, pero no por el súbito cambio de género en los pro-
nombres.
"¡Y mire esto!", continuó con aire triunfal. Abrió entonces su
Biblia en Gálatas 3 y comenzó a leer: " 'Entonces, ¿para qué sirve la
ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la si-
miente a quien fue hecha la promesa" (versículo 19). Mi interlocutor pro-
nunció las últimas palabras con un énfasis especial. "Allí dice preci-
samente que la ley estuvo en vigencia solamente hasta que la Si-
miente vino", dijo. "Y si usted lee el versículo 16, verá que la Si-
miente es Cristo".
Respiré profundamente, pero no tuve oportunidad de pronun-
ciar una sola palabra.
"¡Y aquí está la prueba final!", exclamó mientras señalaba con el
dedo el versículo 25: "Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos
a cargo de ese esclavo que era la ley" (versión Dios habla hoy).
Francamente, yo no sabía qué contestar. Así que me limité a
musitar unas pocas palabras y me excusé diciendo que tenía otro
compromiso. Mientras abandonaba aquella casa, tomé la determi-
nación de llegar hasta el fondo de este problema. Ciertamente, aqué-
lla no fue mi primera experiencia con el tema. Había presentado mis
textos bíblicos probatorios de rutina a distintas personas muchas
veces. Sólo ocasionalmente algún interlocutor me había confrontado
con los textos probatorios aparentemente favorables al otro lado de
la cuestión. Pero ello había ocurrido con suficiente frecuencia como
para hacerme penosamente consciente de aquella aparente contra-
dicción del Nuevo Testamento, especialmente en los escritos de Pa-
blo, acerca de la ley. En el pasado, cada vez que alguien me confron-
taba con el problema, me las ingeniaba para salir del paso, y cada
vez resolvía que algún día estudiaría el problema hasta que encontra-
ra la respuesta. Esta vez supe que "algún día" había llegado a ser
"ahora".
El día siguiente tomé mi Biblia y comencé. Decidí empezar con
la Epístola de Pablo a los Gálatas, puesto que es allí donde se en-
cuentra la mayoría de los problemas al respecto, especialmente en el
capítulo 3. No obstante, comencé con el capítulo 1 en la certeza de
que tenía que entender el contexto de todo el libro para comprender
los pasajes problemáticos del capítulo 3.
7
Después de varios meses de estudio acompañado de oración
encontré la respuesta que necesitaba. No fue fácil, pero descubrí
que era posible llevar un problema a la Palabra de Dios y encontrar
las respuestas. Eso ocurrió en 1984. Desde entonces he tenido
oportunidad de poner por escrito mis opiniones al respecto en una
serie de estudios bíblicos, y preparé una serie de conferencias graba-
das en casetes de audio acerca de la ley en Gálatas. Finalmente, de-
cidí que era tiempo de escribir un libro, el libro que usted está le-
yendo.
Tal vez debería explicarle que no recurrí a ningún comentario
bíblico acerca de Gálatas durante mi estudio. No consulté ningún
trabajo erudito sobre el particular. Solamente estudié mi Biblia.
Tampoco recurrí al texto griego original del Nuevo Testamento du-
rante la mayor parte de mi trabajo, aun cuando tengo un conoci-
miento instrumental aceptable de esa lengua.
Utilicé la versión bíblica en idioma inglés conocida como New
International Versión [Nueva Versión Internacional].
Después de varios años de estudio intensivo, finalmente "había
resuelto" Gálatas para mi satisfacción.
En otras palabras, estoy escribiendo desde un trasfondo pasto-
ral, no erudito. No pretendo discutir en este libro cada sutileza pre-
sente en el libro de Gálatas. Para hacerlo, yo tendría que ser un eru-
dito, lo que no soy.
Esto no significa que dude de mis conclusiones. Como la mayo-
ría de las personas que estudian un asunto en particular, creo haber
alcanzado una comprensión correcta de Gálatas, especialmente de
los textos problemáticos que se encuentran en los capítulos 3 y 4.
Sin embargo, soy consciente de que mis conclusiones son per-
fectibles y me parece que la mejor manera de descubrir si estoy en
lo correcto es compartir mis opiniones para que otros, incluyendo a
los eruditos, puedan analizarlas.
A riesgo de ser mal interpretado, me gustaría compartir con us-
ted otra conclusión significativa a la que llegué como resultado de
mi estudio. Pero para hacerlo necesito presentarle antes algo del
trasfondo.

8
Como dije antes, cuando comencé mi estudio de Gálatas decidí
recurrir solamente a la Biblia. Sin embargo, cuando terminé de es-
cribir los capítulos que se refieren a Gálatas 3:19-25 —el pasaje más
difícil de toda la epístola de Pablo— no pude resistir mi curiosidad.
¿Había algún comentador de la Biblia que interpretara Gálatas como
yo? Como me encontraba justamente en el campus de la Uni-
versidad Andrews me dirigí a la Biblioteca y hurgué en la sección de
comentarios bíblicos. Abrí el Word Biblical Commentary en la sección
de Gálatas, 1 busqué Gálatas 3:19 y comencé a leer. Descubrí enton-
ces que el autor, Richard N. Longenecker, explicaba claramente el
texto griego de ese pasaje de las Escrituras y analizaba los sutiles ma-
tices de significado de cada palabra y frase. Ese comentario es uno
de los mejores que he leído.
Mi entusiasmo crecía a medida que leía. El Dr. Longenecker in-
terpretaba Gálatas 3:19-25 exactamente como yo lo había hecho.
Versículo tras versículo, él señalaba exactamente los mismos proble-
mas que yo había observado, y casi en cada caso él explicaba esos
problemas en armonía con las conclusiones a las que yo había lle-
gado. ¡No lo podía creer!
Comparto esta experiencia con usted porque quiero que sepa
que me acerqué al libro de Gálatas de la misma manera como cual-
quier laico lo haría. No obstante, mis conclusiones no son necesaria-
mente muy diferentes de las de otras personas. Si yo pude hacerlo,
usted también.
Sospecho que muchos cristianos se acercan a la Biblia con el
temor de que no podrán entenderla porque carecen de la formación
académica de un erudito. 2 Tengo buenas noticias para todos los
que tienen ese temor. Todo lo que usted necesita es una buena tra-
ducción de la Biblia en lenguaje actual para basar en ella su estudio,
y varias otras buenas traducciones para hacer comparaciones cuan-
do sienta que llegó a puntos problemáticos.
También es útil un diccionario bíblico confiable y uno o dos
buenos comentarios bíblicos (el hecho de que yo decidiera no refe-
rirme a comentario bíblico alguno en mi estudio de Gálatas no sig-
nifica que sean innecesarios). Con estas herramientas, todo lo que
usted tiene que hacer es prestar cuidadosa atención a cada palabra.
No trate de hacer que las palabras signifiquen lo que usted desea que
9
signifiquen o lo que piensa que deberían significar. Tanto como sea
posible, ponga a un lado sus ideas preconcebidas y la teología con la
que usted creció, y permita que las palabras de las Escrituras le ex-
pliquen lo que el escritor de la Biblia quiso decir. Le garantizo que la
Palabra de Dios no lo hará extraviarse.
Antes de entrar en Gálatas, quisiera compartir con usted algo
del contexto, del lugar y de las personas a quienes fue escrita la epís-
tola. Pablo escribió su carta a una iglesia o grupo de iglesias situadas
en la región central del Asia Menor (zona que corresponde aproxi-
madamente a lo que hoy conocemos como Turquía). Esta región
era conocida con el nombre de Galacia. Pablo escribió esta carta en
respuesta a una crisis doctrinal surgida en el seno de la iglesia del
Nuevo Testamento y que consistía en una falsa enseñanza que Pa-
blo llama "un evangelio diferente" (véase Gálatas 1:7-9).
Este evangelio falso era promovido por un grupo de cristianos
de extracción judía que tal vez habían sido fariseos antes de su con-
versión al cristianismo. Varias traducciones bíblicas se refieren a es-
te grupo como "la secta de los fariseos" (Hechos 15:5). Otras ver-
siones los denominan "el partido de los fariseos". Los estudiantes
contemporáneos de la Biblia a menudo se refieren a ellos como "ju-
daizantes". Yo he decidido llamarlos "el partido judío". Usted leerá
mucho acerca de este partido en el resto del presente libro.
La iglesia de Galacia parece haber sido particularmente suscep-
tible a las enseñanzas falsas de ese grupo.
A medida que nos adentremos en Gálatas, usted encontrará de
utilidad entender un poco acerca de la estructura de la epístola. Por
supuesto que tiene una introducción y una conclusión. Y el cuerpo
del libro puede dividirse en tres secciones: histórica, teológica y
práctica. El siguiente diagrama muestra dónde comienza y termina
exactamente cada una de esas partes:
BOSQUEJO DE GÁLATAS
Parte 1 Parte 2 Parte 3
Histórica Teológica Práctica
Gálatas 1:6 a 2:14 Gálatas 2:15 a 4:31 Gálatas 5:1 a 6:10

10
Debo advertirle que la línea de razonamiento empleada por Pa-
blo a lo largo de la Epístola a los Gálatas no es fácil de seguir. Pedro
dijo en cierta ocasión que en las cartas de Pablo "hay algunas [cosas]
difíciles de entender" (2 Pedro 3:16). ¡Gálatas estaba sin duda a la
cabeza de su lista de cartas paulinas difíciles! Haré lo mejor de mi
parte para hacer que esta epístola le resulte comprensible, pero us-
ted obtendrá el mayor provecho de la lectura de este libro si se es-
fuerza un poco más que con la mayoría de los libros que ha leído.
Le sugiero que comience leyendo toda la epístola en una ver-
sión de la Biblia que use un lenguaje actual. Luego, mantenga su Bi-
blia junto a usted, abierta en la carta a los Gálatas, mientras lee este
libro con el fin de dirigirse rápidamente a ella cuando encuentre algo
que parezca poco claro.
Muchas personas creen que Pablo se refiere en Gálatas a una
controversia doctrinal ocurrida casi dos mil años atrás y que es su-
mamente irrelevante para los cristianos de hoy. El principal benefi-
cio resultante de la lectura de Gálatas, dicen, es la teología acerca de
la justificación por la fe, la cual Pablo pone por escrito en respuesta
a la herejía de Galacia. Nadie exige actualmente que los cristianos se
circunciden. Por lo tanto, el mensaje práctico de Pablo era para los
gálatas y otros cristianos de su época, no para nosotros.
Eso no es cierto. En verdad, no tenemos que hacer frente exac-
tamente a la misma herejía teológica que los cristianos de la época
de Pablo conocieron. No sé de nadie que ande por allí insistiendo
en que los cristianos de hoy deben someterse a la circuncisión y a
otras leyes ceremoniales, como lo exigía el partido judío. Pero la lec-
ción práctica de Gálatas tiene que ver mucho más con el legalismo
como principio erróneo de vida, que con cualquier forma específica
de él.
Soy adventista del séptimo día. En consecuencia, he escrito este
libro desde una perspectiva adventista. Pero traté de tener en mente
a todos los cristianos cuando lo escribí, porque creo que Gálatas tie-
ne un mensaje para todos nosotros.
Permítame ser totalmente sincero. Usted está a punto de ver un
montón de ropa sucia en este libro. La clase de ropa sucia que nadie
ha intentado aún lavar.

11
¿Metió usted alguna vez la nariz en un canasto de ropa sucia e
inhaló profundamente? El resultado no fue muy placentero, ¿ver-
dad? Le aseguro que la ropa sucia adventista puede heder terrible-
mente. En verdad, me sentiría considerablemente incómodo expo-
niendo nuestra ropa sucia para que el mundo la vea si no fuera por
una cosa: Todos estamos en la misma condición. No existe una de-
nominación cristiana sobre la tierra que no tenga este problema. Y
la razón es simple: todos estamos infectados con la enfermedad que
produce la ropa sucia y que se llama pecado. 3
Además, todos somos tentados con el legalismo, que consiste
en el esfuerzo, por pequeño que sea, de salvarnos por nuestras pro-
pias obras o de asumir que algo de lo que hacemos puede cambiar la
actitud de Dios para con nosotros. Y demasiados de nosotros, en
todas las denominaciones cristianas, cedemos a esa tentación. El le-
galismo no es un problema exclusivamente adventista. Es un pro-
blema con el que cada cristiano debe lidiar.
Esa es la razón por la que estoy dispuesto a exponer la ropa su-
cia adventista para que usted la vea. Porque sé que usted también
tiene algo de ropa sucia, independientemente de cuál sea la deno-
minación o iglesia de la que es miembro. Si lo que usted aprende en
este libro acerca del lavado de ropa sucia puede ayudarlo a vivir una
vida mejor en su comunidad cristiana, entonces habrá valido la pena
que mi iglesia y yo le permitamos ver nuestra ropa sucia.
En verdad, creo que la mejor manera de aprender acerca de la
ropa sucia y de cómo lavarla es mirar de cerca algo de ropa sucia.
No creo que mis comentarios resultaran tan útiles si yo escribiera un
libro acerca del legalismo en general, que discutiera el legalismo tal
cual se encuentra en todas las iglesias. La mejor manera de bene-
ficiarnos con un libro acerca del legalismo es examinarlo de cerca en
una denominación que esté repleta de él.
Y creo que los adventistas estamos bien calificados para ofrecer
una mirada como esa a otros cristianos. Hace cien años, muchas de-
nominaciones cristianas tenían prohibiciones contra el uso de joyas,
la asistencia al teatro, el baile, los juegos de cartas, etc. Desde en-
tonces, la mayoría de las denominaciones han abandonado esas pro-
hibiciones con el correr de los años, pero unas pocas, incluyendo a
los adventistas del séptimo día, no lo han hecho. No tengo proble-
mas con el hecho de que todavía tengamos estas "normas", como
12
las llamamos. El problema no son las normas sino la manera como
las utilizamos.
Además de las normas tradicionales que acabo de mencionar,
los adventistas hemos agregado unas pocas más. Tenemos normas
acerca de la salud: no beber alcohol, no fumar, no ingerir té ni café,
no comer carnes inmundas, y decimos además que uno se sentirá
mejor si no consume carne de ninguna clase. Como consecuencia de
nuestro énfasis en la observancia del cuarto mandamiento, también
hemos sostenido algunas reglas más bien estrictas acerca de cómo
guardar el sábado: no trabajar, no practicar juegos seculares, no
hacer tareas de jardinería, no limpiar la casa, no pagar las cuentas, no
realizar negocios en sábado, etc. 4
Cualquier organización religiosa que enseñe a sus miembros a
respetar normas de conducta corre el riesgo de que alguno de sus
miembros transforme esas normas en legalismo. Y cuantas más nor-
mas tiene un grupo, mayor es la posibilidad de que se presten al
abuso. Puesto que hemos retenido la mayoría de las normas tradi-
cionales de hace un siglo y puesto que les hemos añadido cierto nú-
mero nosotros mismos, creo que los adventistas podemos ser un ex-
celente caso de estudio para cualquiera que desee analizar el fenó-
meno del legalismo. Esa es otra razón por la que deseo enfocar es-
pecíficamente el legalismo adventista.
Si usted es un lector adventista del séptimo día, espero que pue-
da aprender más acerca de usted mismo y de su vida espiritual a me-
dida que lea este libro. Si usted no es un adventista, espero que ob-
tenga una mayor vislumbre no sólo de los adventistas del séptimo
día, sino también de su propia vida y de la vida de la iglesia a la que
pertenece. Quienquiera que usted sea, espero que las lecciones que
aprenda de la Epístola a los Gálatas le ayuden a ser un cristiano más
feliz.

Referencias

1 Richard N. Longenecker, The Word Biblical Commentary: Galatians [El Co-

mentario bíblico de la Palabra: Gálatas] (Dallas: Word Books, 1990). El Dr.


Longenecker es profesor de Nuevo Testamento en el Wycliff College de la Univer-
sidad de Toronto, Canadá.
2 El autor menciona aquí varias versiones de la Biblia en idioma inglés. Los his-

panoparlantes disponemos también de un buen número de versiones bíblicas de


estudio que representan traducciones confiables del texto bíblico. Entre ellas
13
pueden citarse, además de la versión Reina-Valera, la Biblia de Jerusalén, la
Nueva Biblia Española, la Biblia del Peregrino de Alonso Schókel, etc.
3 No me refiero a que el legalismo en sí mismo sea pecado. El legalismo es causa-

do por el problema del pecado que nos infecta a todos por igual. El legalismo hace
que digamos y hagamos muchas cosas desconsideradas que lastiman a otros. Es-
tas formas desconsideradas de comportamiento son pecado. La mayoría de los
cristianos probablemente nos comportamos de manera desconsiderada alguna
vez en la vida. En el caso de algunos cristianos, el legalismo es una conducta ob-
sesiva y compulsiva, una adicción. Para esta clase de gente, juzgar a otros y hacér-
selo saber es una forma de vida. Ese era el problema del partido judío en Galacia.
Es un problema aún hoy.
4 Algunos adventistas piensan en el sábado fundamentalmente en términos de re-

glas acerca de lo que no se debe hacer en él. Sin embargo, eso no es todo lo que
significa el mandamiento del sábado. Correctamente observado, el sábado incluye
pasar tiempo con Dios y con Jesús, con los amigos cristianos, con las personas
necesitadas, etc. Pero este tema está más allá del propósito de este libro.

14
C APÍTULO 2

Conflicto entre el
cristianismo judío
y el cristianismo gentil

P iense conmigo durante unos minutos acerca de lo que habrá


significado ser judío durante la época de Cristo. La relevancia
del judaísmo era extremadamente importante para los judíos.
Siglos antes, Dios había llamado a Abraham y le había prometido
hacer de él una gran nación, y ellos eran esa nación.
Suponga que en los albores de nuestra historia denominacional,
Dios hubiera dicho lo siguiente a los adventistas del séptimo día por
intermedio de Elena de White: "Voy a hacer de ustedes una gran
iglesia". ¿Qué pensaríamos hoy acerca de nosotros mismos?
Luego Dios dio a los israelitas al gran rey David, y les dijo que el
Mesías descendería de ese rey y gobernaría todas las naciones.
Suponga que Dios hubiera dicho lo siguiente a los adventistas:
"Haré surgir de entre ustedes un gran dirigente. Por medio de su li-
derazgo, la Iglesia Adventista del Séptimo Día llegará a ser la iglesia
más importante. Ella dirigirá a todas las demás iglesias del mundo"
¿Qué pensaríamos de nosotros mismos si hubiéramos recibido
tales promesas? Aquellos de entre nosotros que las hubiésemos creí-
do nos sentiríamos tentados a pensar que somos en algún sentido
mejores que todos los demás.
Eso es en verdad lo que les ocurrió a los judíos tras su retorno
de la cautividad babilónica. La identidad nacional de los judíos, sus
prejuicios religiosos y su anhelo de pureza ritual eran tan fuertes que
rehusaron asociarse socialmente con los gentiles. *
Los judíos de la época de Cristo tenían también la firme expec-
tación de que el Mesías prometido estaba a punto de aparecer y que
la promesa hecha a Abraham, según la cual ellos serían la nación
más importante del mundo, estaba por cumplirse. El Mesías de los
judíos gobernaría el mundo entero.
Los discípulos de Jesús también estaban infectados con estas
ideas. Discutían entre sí cuál de ellos sería el más importante en el
reino venidero; quién sería el ministro de hacienda, el secretario de
Estado, etc. Tenían todas esas funciones organizadas en su mente y,
por supuesto, cada uno de ellos estaba seguro de que sería el Primer
Ministro.
La muerte de Jesús acabó con esas acariciadas esperanzas. Ellos
dijeron: "Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a
Israel" (Lucas 24:21). Cuando Jesús resucitó, las esperanzas de ellos
revivieron. En Hechos 1:6 leemos que dijeron a Jesús: "Señor, ¿res-
taurarás el reino a Israel en este tiempo?"
Es fácil perder de vista el significado de esa pregunta. Los discí-
pulos esperaban, por supuesto, que el yugo romano sería quebranta-
do y que Israel sería restaurado como una nación independiente. Pe-
ro la profecía del Antiguo Testamento no sólo afirmaba que Israel
sería una nación independiente al final de los tiempos, sino que fi-
nalmente llegaría a ser la cabeza de todas las naciones, y que todas
las naciones vendrían a Jerusalén a adorar (véase, por ejemplo Isaías
60, especialmente los versículos 10-14). Así que cuando los discípu-
los preguntaron a Jesús si restauraría el reino a Israel en ese tiempo,
lo que realmente querían decir era: "¿Es éste el tiempo del fin, cuan-
do Israel llegará a ser la cabeza de todas las naciones?"
Y de eso se trata la Epístola a los Gálatas. Ciertamente usted no
encontrará en ella nada acerca de los eventos del tiempo del fin ni
acerca de Israel como la futura nación dominante. Pero la suposi-
ción de que ése sería el destino de Israel se encuentra en la base de
todo el debate. Las promesas hechas por Dios a los judíos, que los
convencieron de que su religión era la única verdadera, estaban tan
enraizadas en la mente judía que incluso los apóstoles sólo pudieron
vencer esta actitud con gran dificultad, y muchos cristianos de ex-
tracción judía nunca lo lograron. Es imposible entender plenamente
la Epístola a los Gálatas sin el telón de fondo de este contexto.
2
En respuesta a la pregunta de los discípulos acerca de si habría
de restablecer el reino a Israel entonces, Jesús dijo: "No os toca a
vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su
sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre voso-
tros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Ju-
dea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hechos 1:7, 8).
Note que Jesús dijo a los apóstoles que fueran a predicar el
evangelio primero en Jerusalén, luego en Judea y Samaria, y final-
mente "hasta lo último de la tierra". Esta expresión significa que el
evangelio sería predicado a los gentiles, y que los gentiles llegarían a
ser cristianos. Sin embargo, la predicación comenzaría en Jerusalén y
Judea, y pasaría a Samaria antes de llegar a los gentiles.
Cuando leemos el libro de Hechos, descubrimos que eso fue
exactamente lo que ocurrió. El evangelio fue primeramente predica-
do en Jerusalén. La reunión multitudinaria de creyentes en ocasión
del día de Pentecostés ocurrió en Jerusalén. Pedro y Juan sanaron a
UN hombre lisiado en Jerusalén. Presentaron su encendida defensa
del evangelio ante el Sanedrín en Jerusalén. Los siete diáconos fue-
ron elegidos en Jerusalén. Los primeros seis o siete capítulos de
Hechos se refieren a la naciente iglesia neotestamentaria que estaba
en Jerusalén.
El libro de Hechos hace sólo una minúscula referencia a la ex-
pansión del cristianismo en Judea (véase Hechos 8:1). El apedrea-
miento de Esteban aparentemente precipitó una gran persecución
contra la iglesia. Como resultado de ello, muchos cristianos fueron
esparcidos por toda Judea y Samaria. Dondequiera que iban hacían
correr la voz acerca de Jesús. Ello fue ciertamente la razón por la
que Dios permitió aquella persecución. En Hechos 8:5 leemos que
Felipe se dirigió a una ciudad de Samaria donde proclamó a Cristo.
Aparentemente fue el primer dirigente de la iglesia que hizo eso.
Como resultado de su predicación, muchos endemoniados fueron
liberados, y muchos lisiados fueron sanados. La Biblia dice que
"había gran gozo en aquella ciudad” (versículo 8).
Pienso que Lucas registró esos milagros con un propósito. Él
era un escritor gentil y como tal quería asegurarse de que sus lectores
entendieran que Dios mismo condujo a estos primeros cristianos pa-
ra que predicaran el evangelio a los no judíos.
3
Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén se enteraron de
que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, enviaron a Pedro y a
Juan, los dos oficiales más destacados de la iglesia cristiana de Jeru-
salén, para que corroboraran los hechos. El presidente y el vicepresi-
dente de la Asociación General descendieron para ver lo que estaba
ocurriendo en Samaria. ¡Obviamente, se trataba de algo importante!
Lucas quería que sus lectores supieran que el éxito evangelístico en
Samaria no era algo insignificante.
Cuando Pedro y Juan llegaron, oraron por los samaritanos para
que pudieran recibir el Espíritu Santo y, maravilla de las maravillas,
eso fue precisamente lo que ocurrió. ¡Dios bendijo a los samaritanos
de la misma manera como lo hizo con los judíos que aceptaron a
Cristo!
Lucas también abre un paréntesis en su relato para decirnos que
el Espíritu Santo envió a Felipe al desierto como parte de lo que sin
duda parecía un proyecto evangelizador muy extraño. Felipe vio a la
distancia un carruaje que se acercaba, y el Espíritu Santo le dijo:
"Acércate y júntate a ese carro" (versículo 29).
Mientras Felipe se acercaba al carro, escuchó la voz de un hom-
bre negro —un etíope— que leía una profecía de Isaías referente al
Mesías. Felipe dio un estudio bíblico a aquel hombre y luego lo bau-
tizó. Nuevamente el Espíritu Santo había dirigido las cosas para la
conversión de un no judío.
Creo que Jesús tuvo un propósito para la progresión geográfica
—Jerusalén, Judea, Samaria, el resto del mundo— que bosquejó en
Hechos 1:8 para la difusión del evangelio. Jerusalén era el lugar más
conveniente para comenzar. Los apóstoles estaban en condiciones
de predicar en su propia cultura y de ganar para el evangelio a su
propia gente. El evangelio fue predicado exclusivamente a los judíos
durante los primeros tres o cuatro años posteriores al Pentecostés.
Aun cuando era tiempo de esparcir el evangelio más allá de los
límites judíos, Dios no envió a su iglesia directamente a territorio
gentil. En lugar de ello, condujo a su pueblo suavemente hacia el
próximo grupo geográfico. Si bien existía un profundo antagonismo
judío contra los samaritanos, éstos al menos estaban circuncidados
(en algo se parecían a los judíos, y esto contribuyó a atenuar el re-
chazo que ellos sentían para con los de Samaria).
4
Cuando los discípulos se adentraron en Asia Menor, aun en-
tonces comenzaron sus labores misioneras en las sinagogas. Si bien
los judíos no aceptaban su evangelio, los prosélitos a menudo sí lo
hacían (así como el eunuco etíope, que era probablemente un prosé-
lito judío). Note que había algo en común entre estas personas: ju-
díos, samaritanos y prosélitos estaban circuncidados. Los cristianos
de extracción judía que estaban en Jerusalén podían decir: "Los sa-
maritanos son gente circuncidada, al igual que los prosélitos y este
eunuco. Así que no hay problema".
Pero Dios no se detuvo aquí. Pedro estaba en Jope cierto día, en
la terraza de un amigo, cuando el Espíritu Santo le dijo que fuera a la
planta baja para recibir a unas visitas. Los hombres que Pedro cono-
ció en la puerta de aquella casa lo condujeron a Cesarea, a la casa de
un centurión romano. Este hombre era un gentil, y un buen judío no
mantenía trato social con gentiles. Pedro se sintió sin duda nervioso
cuando entró en la casa de aquel pagano. Pero cuando lo hizo en-
contró que la casa estaba llena de gentiles. ¡Y el Espíritu lo había me-
tido en esta situación!
Aparentemente Pedro estaba con algunos asociados, quienes sin
duda también se sintieron incómodos. Pero entonces ocurrió algo
asombroso. Mientras Pedro estaba hablando a la gente allí reunida,
el Espíritu Santo descendió sobre cada uno de ellos, y los gentiles
hablaron en lenguas. Los creyentes judíos que acompañaban a Pedro
se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo había sido derra-
mado incluso sobre gentiles. Entonces Pedro dijo: "¿Puede acaso al-
guno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han re-
cibido el Espíritu Santo también como nosotros?" (Hechos 10:47).
Y ordenó que fueran bautizados en el nombre de Jesús.
Tan pronto como Pedro volvió a Jerusalén se esparció rápida-
mente la noticia de que había estado en el hogar de un gentil y que
incluso había bautizado a gentiles. Estas noticias causaron un revue-
lo tal que los dirigentes de la iglesia convocaron una reunión de ne-
gocios. Ellos le dijeron: "Pedro, explícanos tu conducta. ¿Por qué
entraste en una casa de incircuncisos y comiste con ellos, y por qué,
para colmo de males, los bautizaste?"
¿Percibe usted la tensión creciente? No había problemas en bau-
tizar samaritanos y a un converso etíope. Pero Cornelio era un gentil
5
incircunciso y los cristianos judíos de derecha simplemente no pod-
ían tolerar su bautismo.
Pedro explicó todo lo que había ocurrido:"Y cuando comencé a
hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre noso-
tros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor,
cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió tam-
bién el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Je-
sucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?" (Hechos 11:15-
17).
Cuando quienes participaban de aquella reunión escucharon la
defensa de Pedro no tuvieron más objeciones. Por el contrario, ala-
baron a Dios diciendo: "¡De manera que también a los gentiles ha
dado Dios arrepentimiento para vida!" (versículo 18). Les parecía al-
go asombroso en extremo, pero cierto.
Lucas estaba destacando un punto importante aquí. Quería que
sus lectores entendieran que la dirigencia de la naciente iglesia cris-
tiana aceptaba paso a paso que el evangelio fuera predicado a los
gentiles. Pero aun aquí Dios condujo a su pueblo suavemente. Cor-
nelio era un gentil, pero también era un simpatizante del judaísmo
(véase Hechos 10:1, 2), lo cual hizo que su recepción del Espíritu
Santo resultara un poco más tolerable para los cristianos de extrac-
ción judía. Aquello no era lo mismo que ir a territorio completa-
mente gentil y traer de allí a los paganos directamente al cristianis-
mo.
Pero Dios pronto mostró que quería que su iglesia diera tam-
bién ese paso. Quienes habían sido esparcidos por la persecución
desencadenada en conexión con la muerte de Esteban llegaron a re-
giones tan apartadas como Fenicia, Chipre y Antioquía llevando
consigo el mensaje acerca de Jesús, pero sólo a los judíos (véase
Hechos 11:19). Todavía no entendían que tenían una misión para el
mundo gentil. Sin embargo, unos pocos fueron a Antioquía y co-
menzaron a predicar también a los griegos. La Biblia dice que "la
mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió
al Señor" (versículo 21).
De nuevo las noticias llegaron a oídos de la iglesia en Jerusalén y
Bernabé fue enviado a Antioquía. Cuando éste "llegó, y vio la gracia
6
de Dios, se regocijó, y exhortó a todos [los gentiles convertidos] a
que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor"
(Hechos 11:22, 23). Los que aceptaron a Cristo fueron tantos que
Bernabé necesitó ayuda. Y puesto que se encontraba en territorio
gentil, fue en procura de la mejor ayuda que podía encontrar para al-
canzar a los gentiles. Saulo había estado predicando en Tarso du-
rante varios años, y Bernabé lo invitó a venir a Antioquía. Saulo
aceptó la invitación y ambos trabajaron exitosamente durante todo
un año.
Ahora la iglesia estaba lista para lanzar su gran avanzada en te-
rritorio gentil. Nadie estaba preparado para ello, como veremos
pronto, pero un número suficiente de los dirigentes de la iglesia y de
sus miembros estaban espiritual y emocionalmente preparados para
impedir que la oposición cerrara el camino.
En Hechos 13:1 y 2 leemos que Dios guió a ciertos profetas y
maestros de Antioquía para que apartaran a Saulo y a Bernabé me-
diante ayuno, oración e imposición de manos, tras lo cual los comi-
sionaron para una extensa gira misionera en territorio gentil. Note
que antes de relatar la historia acerca de la primera gira misionera de
Pablo, Lucas asegura a sus lectores que aquél emprendió ese viaje
bajo la dirección del Espíritu Santo.
No me detendré en los detalles de la primera gira misionera de
Pablo. Alcanza con decir que fue inmediatamente exitosa. Muchas
personas fueron bautizadas y se establecieron numerosas iglesias.
Fue tal vez en este viaje cuando Pablo fundó la iglesia de Galacia,
aunque Lucas no lo menciona.
Al finalizar su recorrido misionero, Pablo y sus acompañantes
volvieron a Antioquía, donde convocaron a los creyentes a una reu-
nión en la que informaron todo lo que Dios había hecho entre los
gentiles por medio de ellos. Lucas no da la menor evidencia de que
los cristianos de Antioquía sintieran otra cosa que no fuera un gran
gozo por el éxito de la gira misionera de Pablo. Hay una buena ra-
zón para ello: la iglesia de Antioquía estaba compuesta mayormente
por creyentes de extracción gentil, no por judíos. Era natural que se
sintieran emocionados por el informe de Pablo.
Sin embargo, poco antes de que esas noticias llegaran a Jerusa-
lén ya el partido judío no se sentía tan emocionado. Cierto grupo de
7
ellos se sentía particularmente molesto y envió una delegación a An-
tioquía. Pero no confrontaron directamente a Pablo y a los otros di-
rigentes, sino que se infiltraron en la iglesia. La Biblia dice que "al-
gunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os cir-
cuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos" (Hechos
15:1).
La disputa entre Pablo y este partido judío llegó a ser tan áspera,
que la iglesia comisionó a Pablo, a Bernabé y a otros dirigentes para
que fueran a Jerusalén con el fin de consultar con los apóstoles y los
ancianos acerca de esta cuestión.
Lucas dice que: "Habiendo sido encaminados por la iglesia, pa-
saron por Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles;
y causaban gran gozo a todos los hermanos" (versículo 3). Lucas
quería que sus lectores supieran que el partido judío era sólo una pe-
queña facción; la mayoría de los cristianos se sentían inspirados por
el informe de Pablo. También destaca el hecho de que cuando la de-
legación de Antioquía llegó a Jerusalén "fueron recibidos por la igle-
sia y los apóstoles y los ancianos, y refirieron todas las cosas que
Dios había hecho con ellos" (versículo 4).
Los apóstoles convinieron en realizar una reunión para escuchar
a ambos lados del conflicto centrado en Antioquía. Esta reunión ha
llegado a ser conocida como el Concilio de Jerusalén. La Biblia dice
que los fariseos se pusieron de pie y dijeron: "Es necesario circunci-
darlos (a los gentiles), y mandarles que guarden la ley de Moisés"
(versículo 5). Pero Pedro replicó que Dios había enviado, por su in-
termedio, el Espíritu Santo a los corazones de los creyentes gentiles
(se estaba refiriendo a su experiencia con Cornelio). Pedro razonaba
entonces: ¿Por qué debía la iglesia exigir que los gentiles se hicieran
judíos para llegar a ser cristianos?
Cuando se tomó un voto resolutivo, la dirigencia de Jerusalén
aprobó lo que Pablo había estado haciendo. Varios delegados fueron
enviados desde Jerusalén para volver a Antioquía con Pablo y sus
acompañantes con el fin de resolver el problema allí. Cuando los
cristianos de Antioquía recibieron el informe del Concilio de Je-
rusalén se sintieron complacidos.
Este es el trasfondo que necesitamos conocer para entender la Epís-
tola a los Gálatas. Cuando penetremos en esta carta de Pablo, usted
8
descubrirá que el partido judío originador de los problemas en An-
tioquía no se aquietó simplemente porque el Concilio de Jerusalén
autorizara la predicación de Pablo a los gentiles, sino que persiguió a
Pablo a través del Imperio Romano, y parece que tuvieron una fuer-
te influencia en la mente de los cristianos de Galacia.

Referencia

*Las relaciones comerciales entre judíos y gentiles eran obviamente necesarias y


por eso permitidas. Lo que estaba prohibido era la interacción con propósitos so-
ciales; por ejemplo, comer juntos.

9
C APÍTULO 3

Llamado a ser apóstol


Gálatas 1

E l primer siglo de nuestra era fue el período ideal de la histo-


ria cristiana. Los apóstoles guiaban a la iglesia y el Espíritu
Santo llenaba el corazón de cada creyente con el poder de
Pentecostés. En consecuencia, el pueblo de Dios vivía en perfecta
paz y armonía.
¿Correcto?
¡No!
Serias divisiones fragmentaban a algunas congregaciones. Una
disputa acerca de la igualdad de derechos se desató muy temprano
en la iglesia de Jerusalén, y la iglesia de Corinto mantenía una batalla
acerca de quién era el mejor predicador (véase Hechos 6:1; 1 Corin-
tios 1:10-17). Y lo peor era que, como vimos en el capítulo anterior,
el conflicto acerca de la conversión de los gentiles a Cristo dividía a
la comunidad cristiana entera.
Parece que la iglesia que estaba en Galacia se vio particular-
mente minada con este conflicto. Puesto que Pablo fue el fundador
de esta congregación (véase Gálatas 4:13), era natural que se sintiera
inquieto por el bienestar de ella. Su Epístola a los Gálatas era su de-
fensa del evangelio que había predicado allí y su apelación a ellos pa-
ra que permanecieran fieles a ese evangelio.
Es importante entender que la Epístola a los Gálatas nos da sólo
la visión paulina del conflicto allí librado. No tenemos información
directa alguna acerca de los argumentos de sus oponentes. Tal vez
desearíamos tener una Epístola a los Gálatas escrita por el líder del
partido judío. Puesto que sólo tenemos el lado paulino del debate,
tenemos que depender de él para que nos diga cuáles eran los ar-
gumentos del partido judío. Desafortunadamente para nosotros, Pa-
blo da mayormente por sentado que sus lectores estaban familiari-
zados con esos argumentos, y los refuta sin citarlos. Todo lo que
podemos hacer para conocer los argumentos del partido judío es tra-
tar de inferirlos a partir de una lectura cuidadosa de la respuesta de
Pablo. Si mantenemos eso en mente, ello nos ayudará a lidiar con al-
gunos de los problemas que encontramos en su carta.
En verdad, nos vemos confrontados por esta dificultad ya en el
primer versículo del primer capítulo. Aparentemente, el partido ju-
dío sostenía que la misión encomendada a Pablo —predicar el evan-
gelio a los gentiles— era de origen humano. Pero Pablo insistía en
que era "apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo
y por Dios el Padre)".
Pablo se presenta frecuentemente en sus cartas como un após-
tol, y con frecuencia subraya el hecho de que era un apóstol "por vo-
luntad de Dios". Note, por ejemplo, los siguientes ejemplos:
Romanos 1:1: "Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser após-
tol, apartado para el evangelio de Dios".
1 Corintios 1:1: "Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por
la voluntad de Dios".
Efesios 1:1: "Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de
Dios".
Es probable que otro de los argumentos principales esgrimidos
por el partido judío contra Pablo fuera que no poseía credenciales
apostólicas. Es importante entender que el partido judío tenía aquí,
en un sentido muy real, un punto válido, al menos en vista de la de-
finición de "apóstol" adoptada en los primeros días de existencia de
la iglesia. Tras la ascensión de Jesús al cielo, pero antes de Pente-
costés, Pedro propuso que el grupo reemplazara a Judas con "uno
de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiem-
po que Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el
bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido
arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección"
(Hechos 1:21, 22).
Note dos cosas acerca de las calificaciones requeridas de un
apóstol según la declaración de Pedro: debía haber caminado y ha-
blado con Jesús durante tres años y medio, y debía haber visto con
2
sus ojos a Jesús resucitado. Pablo no llenaba ninguna de las dos
condiciones. El no podía decir con Pedro: "Habiendo visto con
nuestros propios ojos su majestad" (2 Pedro 1:16), ni podía decir
con Juan: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante
al Verbo de vida" (1 Juan 1:1).
En ninguna parte del Nuevo Testamento encontramos una acu-
sación por parte del partido judío en el sentido de que Pablo no es-
taba calificado para ser apóstol porque no había pasado tiempo per-
sonalmente con Jesús mientras éste estaba en la tierra. Pero la reite-
rada defensa que hace Pablo de su ministerio apostólico debería
hacernos sospechar que ése era ciertamente uno de los principales
argumentos de sus oponentes.
Pablo responde destacando una y otra vez que recibió su llama-
do directamente de Jesucristo, con lo que se refería sin duda a su ex-
periencia en el camino a Damasco. Como consecuencia de ello, él
reclamaba el derecho de ser considerado un apóstol a la altura de
cualquiera de los doce.
El rechazo de Pablo por parte del partido judío contiene una
importante lección para nosotros. Durante mi experiencia como
pastor, siempre encontré quien dijera: "Dios me ha llamado para
hacer esto y aquello". Y esas personas se trastornaban si la iglesia no
reconocía ese llamado ni les concedía inmediatamente la responsabi-
lidad que pretendían. Este es a menudo un problema de los jóvenes
que se sienten llamados al ministerio pastoral. Los dirigentes de la
iglesia a veces cuestionan las calificaciones de ciertas personas, lo
cual, por supuesto, hace que esos jóvenes se desanimen. Esto es
comprensible. Estoy seguro de que yo también me hubiera desani-
mado en esa situación.
Pero Pablo nunca se acobardó por el hecho de que algunos
cuestionasen su llamado al ministerio. Esto se verá cada vez con más
claridad a medida que nos adentremos en el libro de Gálatas.
En Gálatas 1:3-5, Pablo dice: "Gracia y paz sean a vosotros, de
Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo
por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, con-
forme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria
por los siglos de los siglos. Amén".
3
Las palabras "gracia y paz sean a vosotros" son un saludo, como
cuando decimos "Hola" o "¿Cómo estás?". Pablo utiliza a menudo
esta salutación en sus cartas.
En nuestra cultura, la expresión "¿Cómo estás?" es sólo una
formalidad. Lo que en realidad queremos decir con ella es: "Te veo y
te lo hago saber, porque si no acuso recibo de tu presencia pensarás
que soy un grosero".
Y la persona que contesta: "Bien, gracias", en realidad está di-
ciendo: "Me siento terriblemente mal, y hubiera preferido no des-
perdiciar la energía necesaria para saludarte. Pero entonces habrías
pensado que soy grosero, así que te dije que estoy bien sólo para
quedar bien contigo".
Por supuesto que he exagerado, pero usted sin duda captó lo
que quiero decir. Las palabras que decimos en una reunión son a
menudo una formalidad. No creemos lo que decimos. Generalmente
las decimos en forma automática, sin siquiera pensar. La pregunta
que debemos hacernos mientras leemos el saludo utilizado por Pa-
blo casi en cada una de sus cartas es: ¿Son esas palabras una mera
formalidad o Pablo sentía y creía lo que decía? "Gracia" es una pala-
bra común en griego (járis), parecida a nuestro "Hola", y el saludo
común en hebreo era "paz" (shalóm). Pedro y Juan también usaron
este saludo combinado (véase 1 Pedro 1:2; 2 Pedro 1:2; 2 Juan 3;
Apocalipsis 1:4). Aparentemente se trataba de una salutación neotes-
tamentaria común que reflejaba el sustrato tanto judío como gentil
de la iglesia.
No cabe duda de que estas palabras eran a menudo utilizadas
como un saludo en el que las palabras no necesariamente reflejaban
lo que sentía en verdad quien las expresaba.
No obstante, creo que podemos estar seguros de que Pablo
quería realmente que los cristianos que leyeran sus cartas experi-
mentaran la gracia de Dios. Él deseaba que comprendieran la reali-
dad de la paz que podían experimentar por medio de Jesucristo.
Quería que entendieran que Jesús realmente se dio a sí mismo por
los pecados de ellos para rescatarlos del mal presente en el mundo.
Por favor, note algo interesante. Compare los comentarios in-
troductorios de Pablo en Gálatas con sus comentarios introducto-

4
rios en varias de sus otras cartas. Repetiré Gálatas 1:3-5: "Gracia y
paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo,
el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del
presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Pa-
dre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén".
Compare esas observaciones con las introducciones paulinas en
las siguientes cartas:
Romanos 1:8: "Primeramente doy gracias a mi Dios mediante
Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divul-
ga por todo el mundo".
1 Corintios 1:4: "Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros,
por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús".
Filipenses 1:3: "Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo
de vosotros".
Note que Pablo no dice: "Agradezco a mi Dios por vosotros,
gálatas". ¿Por qué? Porque sabía que se estaban encaminando hacia
la apostasía. El no nos dice si pensaba que los gálatas eran indignos
de sus oraciones de gratitud o si estaba tan apurado por mandarles la
carta que se olvidó de decirles que agradecía a Dios por ellos. De
cualquier manera, pienso que podemos suponer con cierto grado de
seguridad que Pablo en efecto oraba por sus amigos gálatas así como
un padre ora por un hijo o una hija descarriados. Probablemente en
aquel entonces oraba por ellos más que por cualquier otro grupo de
creyentes.
En Gálatas 1:6, Pablo se lanza directamente al asunto que le
preocupa: "Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado
del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio di-
ferente". Desde el mismo comienzo Pablo dice: "Aquí hay un pro-
blema". No trató de ser diplomático. Simplemente dijo lo que tenía
que decir.
Cuando dijo: "Ustedes están desertando tan pronto de quien los
llamó por la gracia de Cristo", ¿se refería a sí mismo o a Dios? Por
supuesto que es Dios quien llama a cada cristiano. Pero me parece
que Pablo estaba hablando de sí mismo, pues dijo: "Tan pronto se
han alejado del que los llamó por la gracia de Cristo". Dios nunca ha ne-
cesitado la gracia de Cristo para llamar a las personas. Pablo sí.
5
Luego Pablo dijo a los cristianos de Galacia: "Os hayáis aleja-
do... para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que
hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de
Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro
evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema [la
versión Dios habla hoy traduce: "...que caiga sobre él la maldición de
Dios"] " (versículos 6-9).
Se trata de un lenguaje muy fuerte. Aunque no lo mencione ex-
plícitamente, Pablo se refiere al partido judío. Sus integrantes se hab-
ían infiltrado en la iglesia de Galacia y habían convencido a muchos
de los creyentes de origen gentil de que debían hacerse judíos para
poder ser buenos cristianos. Insistían en que los gentiles debían cir-
cuncidarse y observar todas las leyes ceremoniales y las festividades
religiosas judías. 1
Pablo llamó a esto: "Un evangelio diferente, aunque no hay
otro". Dijo que "hay algunos [el partido judío] que os perturban".
Es crucial entender que las personas del partido judío que ha-
bían llegado a Galacia eran sinceras en sus convicciones. Creían con
todo su corazón que su mensaje era esencial para la verdadera vida
espiritual y para la salvación eterna. Pero, según Pablo, estaban ab-
solutamente equivocados, tanto que quien predicara ese mensaje
¡sería eternamente condenado! Y lo dice dos veces, para asegurarse
de que sus lectores captaran el punto.
Piense en esto. Estas personas eran completamente sinceras y
estaban convencidas de que tenían la verdad. Aseguraban estar ani-
madas de las mejores motivaciones y decían querer lo mejor para los
cristianos gentiles de Galacia. Deseaban que ellos tuvieran la expe-
riencia religiosa más saludable y feliz. Pero Pablo les dijo: "Ustedes
están absolutamente equivocados". Y puesto que aceptamos a Pablo
como un apóstol de Cristo, creemos que estaba en lo correcto.
Dediquemos un momento para aplicar esto a nuestra situación.
A veces algunas personas ingresan a la Iglesia Adventista y dicen:
"Usted tiene que hacer esto y aquello, creer esto y aquello. Si usted
no cree y hace las cosas a mi manera, usted está equivocado y está
poniendo en peligro su salvación". A menudo estas personas —
estos partidos dentro de nuestra iglesia— parecen absolutamente
sinceras. Aseguran que tienen los mejores intereses de la iglesia en su
6
corazón. Pero, desafortunadamente, en muchos casos esas personas
están absolutamente equivocadas.
Los versículos 11 y 12 nos conducen al corazón del asunto: el
evangelio. "Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anuncia-
do por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de
hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo".
¿Por qué dijo Pablo: "Ni lo recibí ni lo aprendí de hombre al-
guno"?
Como parte de su estrategia para contrarrestar la aseveración
paulina de que Dios lo había llamado al ministerio apostólico, el par-
tido judío aparentemente decía que él había aprendido su evangelio
de personas a las que ellos consideraban cristianos renegados. Y
como veremos en Gálatas 2, los cristianos renegados que tenían en
mente eran nada menos que los dirigentes máximos de la iglesia en
Jerusalén: Pedro y Santiago. 2
Pablo replicó que había recibido su evangelio directamente de
Dios por medio de una revelación divina.
¿Había tenido Pablo una visión? ¿Le había hablado Dios? ¿Ha-
bía sido instruido por un ángel? Cualquiera de estos fenómenos po-
día ser considerado como una revelación. Pablo no dice exactamente
cómo le llegó esa revelación. No obstante, la revelación que men-
cionó en el versículo 12 es una de las dos que él menciona en su
Epístola a los Gálatas. La segunda aparece en el capítulo 2.
El partido judío discutía la aseveración paulina de que había re-
cibido su evangelio por medio de una revelación divina. ¿Cómo po-
día Pablo probar que así fue? Por supuesto que no podía hacerlo, no
al menos con evidencias objetivas. Tanto el partido judío como los
gentiles, usted y yo sólo podemos aceptar la aseveración de Pablo
por fe.
¿Pueden los adventistas demostrar que Dios habló por medio de
Elena de White? ¿Pueden los mormones demostrar que Dios habló
por medio de José Smith? No. Estos profetas sólo pueden ser acep-
tados por fe, y los adventistas rechazamos la pretensión mor- mona
de que José Smith fue un profeta porque no tenemos la fe de ellos.
En los versículos 13 y 14 Pablo comenzó la defensa de su apos-
tolado con un poco de autobiografía: "Porque ya habéis oído acerca
7
de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobre-
manera a la iglesia de Dios, y la asolaba; y en el judaísmo aventajaba
a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más
celoso de las tradiciones de mis padres".
¿Por qué habló Pablo de su experiencia previa como persegui-
dor de los cristianos? Recuerde que estaba defendiendo su asevera-
ción acerca del llamado divino al apostolado. Pienso que podemos
parafrasear la lógica de Pablo en los siguientes términos: "El partido
judío piensa que recibí mi evangelio de seres humanos, pero eso no
tiene sentido. Yo perseguí a la iglesia. Estuve a la cabeza de la mayo-
ría de mis compatriotas defendiendo el judaísmo. Ninguna persona
que estuviera así de arraigado en su religión se permitiría cambiar
por una mera influencia humana. Mi cambio tuvo que provenir de
Dios. Y esa revelación que mencioné fue la ocasión cuando Dios me
habló acerca de las nuevas doctrinas que quería que yo enseñara".
Luego Pablo se retrotrae a la experiencia que tuvo camino a
Damasco, y a los días y años que transcurrieron luego para substan-
ciar que ese evangelio no tenía su origen en los líderes de la iglesia de
Jerusalén: "Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vien-
tre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí,
para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté enseguida
con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes
que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco" (versícu-
los 15-17).
Pablo dice, en efecto: "¿Cómo pueden ustedes, judíos farisaicos,
decir que mi evangelio provino de hombres si no consulté a nadie
tras mi conversión? Ni siquiera fui a Jerusalén para ver a los apósto-
les. Fui directamente a Arabia, y regresé luego a Damasco".
En el versículo 18, Pablo dice que fue a Jerusalén después de
tres años, pero eso difícilmente podía esgrimirse como evidencia de
que había recibido su evangelio de los dirigentes de la iglesia, ya que
los únicos dirigentes con quienes habló fueron Pedro y Santiago, y
estuvo con ellos sólo durante quince días. El punto que parece des-
tacar es: "¿A qué se refieren cuando dicen que mi doctrina proviene
de hombres, si sólo estuve dos semanas en Jerusalén y consulté sólo
a dos de los apóstoles?"

8
Aparentemente Pablo ya había relatado su historia antes, y el
partido judío había puesto en tela de juicio su testimonio acerca de
los hechos, pues él responde en el versículo 20:"En esto que os es-
cribo, he aquí delante de Dios que no miento".
¡Pablo estaba realmente preocupado!
Pero no estaba conforme con compartir su autobiografía con
los gálatas. Después de su diálogo con Pedro y Santiago en Jerusalén
había ido a Siria y a Cilicia. ¿Dónde quedan Siria y Cilicia? La costa
oriental del Mar Mediterráneo corre desde Egipto, casi en línea recta
hacia el norte a lo largo de la costa de Palestina hasta llegar a Turqu-
ía. Si avanzamos en línea recta tierra adentro pasando por Turquía
pronto llegamos a la región de la antigua Siria y de Cilicia, donde
también se encontraba Tarso, cuna de Pablo. Él pasó muchos años
predicando el evangelio en esa región (véase Gálatas 2:1).
Pablo concluye el capítulo 1 diciendo: "Y no era [yo] conocido
de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo; solamente oían
decir: aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe
que en otro tiempo asolaba" (versículos 22, 23).
Y dice luego algo interesante: "Y glorificaban a Dios en mí"
(versículo 24). Siria y Cilicia eran territorio gentil, y, fiel a su llamado,
Pablo debió haber trabajado allí mucho entre los gentiles. Al declarar
cómo los cristianos de Judea alababan a Dios por su ministerio en
favor de los gentiles, Pablo estaba demostrando que el partido judío
era una pequeña minoría incluso entre las iglesias cristianas de ex-
tracción judía de la región de Judea.
Al comienzo de este capítulo planteé el interrogante: "¿Qué de-
berían hacer los cristianos que se sienten llamados a hacer cierta ta-
rea para Dios si la iglesia no reconoce ese llamado dándoles res-
ponsabilidades?"
A esta altura estamos en condiciones de contestar esa pregunta.
¿Qué hizo Pablo cuando recibió el llamado de Dios para predicar el
evangelio a los gentiles? Una de las conclusiones más obvias es que
la dirigencia de la iglesia en Jerusalén no exclamó exultante: ¡Qué
maravilla, Pablo, que Dios te haya dado el ministerio a los gentiles!
Te pondremos en la lista de personal asalariado ya mismo junto con

9
un presupuesto para viajes. Tu territorio será la División Sudeuro-
pea". Por el contrario, ¡Dios envió a Pablo al desierto de Arabia!
Así que si usted se siente llamado por Dios y la iglesia no reco-
noce su llamado y en lugar de ello usted siente que lo han echado al
"desierto" en alguna parte, recuerde a Pablo. ¡Dios lo envió a un
candente desierto! Después de pasar por su desierto —o aun mien-
tras usted esté atravesándolo— siga el ejemplo de Pablo. El no nece-
sitaba un llamado de la iglesia. Cuando Dios lo llamó, se arremangó
y fue a trabajar como laico.
Después de que Pablo se probó a sí mismo durante varios años,
la iglesia lo ordenó y lo envió a su primer viaje misionero. Aun des-
pués de haber recibido este reconocimiento formal, encontró seria
oposición por parte del partido judío. Así que no se sorprenda si,
después de que la iglesia reconozca finalmente su llamado, usted to-
davía experimente oposición por parte de algunas personas. Eso es
exactamente lo que le sucedió a Pablo, pero él nunca perdió su con-
vicción personal de que estaba realizando la obra de Dios. Fue esa
certidumbre lo que le permitió enfrentar la oposición con firmeza.
He aquí otro interrogante práctico que surge de estudiar el ata-
que dirigido por el partido judío contra Pablo: en nuestro celo por
preservar la pureza de la iglesia, ¿nos hemos hecho usted y yo culpa-
bles de lanzar ataques no cristianos contra aquellos con quienes no
estamos de acuerdo? Esta es una pregunta sumamente relevante en
la Iglesia Adventista actual. He escuchado algunos de los maliciosos
ataques contra la iglesia por parte de personas que aseguran ser cris-
tianos, que pretenden tener en mente los mejores intereses de la igle-
sia. En verdad, personalmente he experimentado varios de esos ata-
ques.
Al igual que el partido judío, ciertas personas que están dentro
de la Iglesia Adventista son extremadamente celosas en su forma
particular de enfocar la teología, tan celosas que a veces promueven
sus puntos de vista de maneras antiéticas. Se enojan con cualquiera
que no esté de acuerdo con ellos y lo condenan. Debo cuestionar la
teología de cualquier persona que se comporta de esa manera, in-
dependientemente de cuán acertada sea esa teología. Tengo que
cuestionar la teología y especialmente los motivos de las personas

10
que se enojan con otros cristianos simplemente porque no están de
acuerdo con ellos en un punto doctrinal en particular.
Aparentemente un gran número de cristianos gálatas aceptó el
mensaje del partido judío cuando éste llegó a la ciudad. No fueron
capaces de reconocer el falso evangelio. La pregunta es: ¿Podían
ellos reconocer el error? La respuesta es "Sí". Para eso Dios conce-
dió dones espirituales a la iglesia: "Y él mismo constituyó a unos
apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y
maestros... para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por
doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres
que para engañar emplean con astucia las artimañas del error" (Efe-
sios 4:11-14).
Los cristianos de Galacia fueron llevados de aquí para allá por el
viento de la enseñanza del partido judío. Afortunadamente Pablo
tenía los dones espirituales del apostolado, del conocimiento, de la
enseñanza y de la profecía. El utilizó todos esos dones para resolver
el problema que había en la iglesia de Galacia. Cuando ésta recibió la
carta de Pablo, ¿sentaron cabeza? Espero que sí. Espero que esa car-
ta haya producido unidad y estabilidad. Espero que de allí en más
hayan sido menos susceptibles a "todo viento de doctrina". Ese es
uno de los principales propósitos de los dones espirituales, y creo
que los dones espirituales de Pablo hicieron que eso fuera posible en
la iglesia de Galacia.
También espero que unos años después de recibir la carta de
Pablo, los cristianos gálatas hayan sido edificados como hombres y
mujeres dotados de dones espirituales, como quienes podían res-
guardarse para no caer en la próxima trampa doctrinal.
Sobre todo, espero que tanto usted como su iglesia sean espiritual-
mente fuertes y que usted utilice sus dones espirituales para impedir
que su iglesia sea "llevada por doquiera de todo viento de doctrina".

Referencias

1 Señalaré repetidamente en este libro que la preocupación fundamental del par-


tido judío era la ley y su religión como un todo, aunque también destacaré el
hecho de que el partido judío parecía obsesionado sólo con los aspectos ceremo-
niales de la ley. La respuesta a esta aparente inconsistencia se encuentra, creo, en
entender que los aspectos ceremoniales de esa ley eran usados por el partido ju-
11
dío para medir la lealtad de una persona al sistema como un todo. De manera
semejante, la preocupación de los adventistas legalistas es el adventismo como un
todo, incluyendo las normas como una medida de la lealtad de una persona a to-
do lo que la iglesia sostiene.
2 No estoy diciendo que Pedro y Santiago eran cristianos renegados. Ambos die-
ron todo su apoyo a Pablo en el Concilio de Jerusalén. Fue precisamente ese apo-
yo lo que hizo que el partido judío los considerara "renegados". Habían abando-
nado lo que sus oponentes consideraban "la fe verdadera".

12
C APÍTULO 4

Contendiendo por la fe
Gálatas 2:1-14

M ientras escribía los primeros capítulos de este libro, un


amigo me envió un casete de audio que contenía un
sermón predicado por una persona asociada con un minis-
terio adventista independiente. El orador comenzó su tema dirigien-
do una desprolija censura contra quienes enseñan cierta doctrina que
él considera falsa. "Si simplemente estudiáramos la Biblia, todos
comprenderíamos que la doctrina que se nos está enseñando es con-
traria a la Palabra de Dios", declaraba.
Vino a mi mente entonces un vídeo que había visto unos meses
antes, distribuido por otro ministerio independiente, que defendía
precisamente la misma doctrina condenada por el primero. Me sentí
particularmente impresionado por el hecho de que ambos predica-
dores oraran fervientemente pidiendo que Dios "revelara su verdad
hoy". Yo me preguntaba cuál de las dos oraciones había escuchado
Dios.
Puesto que no estoy a favor ni en contra del punto doctrinario
en cuestión (no creo que pueda ser demostrado uno u otro punto de
vista, y definitivamente no se trata de un asunto que tenga que ver
con la salvación), escuché ambos lados de la discusión más bien des-
apasionadamente.
Mi sentimiento más notorio fue tal vez el asombro de que las
personas que estaban de cada lado de la cuestión llegaran a estar tan
preocupadas por el asunto y tan absolutamente seguras de tener la
verdad, que daban por sentado que Dios estaba de su lado.
Creo que esta experiencia destaca lo que estaba ocurriendo en la
iglesia de Galacia. Ciertamente creo que había un lado acertado y
uno equivocado en aquella congregación. Pero el punto que quiero
destacar es que el partido judío estaba absolutamente seguro de que
estaba en lo correcto, y aparentemente se opuso a Pablo, hasta el
mismo día de la muerte del apóstol, con una pasión nacida de la
convicción más plena.
Nuestra primera reacción es deplorar esas situaciones. Nos re-
sulta fácil deplorar el conflicto judío-gentil ocurrido en la iglesia
primitiva porque sabemos que uno de los grupos estaba incuestiona-
blemente en lo correcto y que el otro estaba equivocado. Nos pre-
guntamos: "¿Por qué estaba el partido judío tan ciego?" Como si no
lo hubiésemos estado también nosotros en el caso de estar en sus
zapatos. Sacudimos nuestra cabeza con asombro y desaprobación
pensando cómo pudo haber ocurrido algo semejante.
Sin embargo, creo que el desacuerdo entre cristianos sinceros
acerca de cuestiones doctrinales es una parte normal de la vida de la
iglesia, incluso entre quienes tienen en su corazón los mejores in-
tereses para la causa de Dios. Debe esperarse que aparezcan dife-
rencias de opinión y darles la bienvenida. Las personas que sienten
un genuino interés por su iglesia cuestionan a quienes difieren de
ellos en cuestiones doctrinales importantes. He allí una de las marcas
distintivas de una iglesia saludable. Dios guía a su iglesia en medio de
estos desacuerdos hacia una mejor comprensión de la verdad.
Incluso cuando una de las partes de un desacuerdo está eviden-
temente equivocada, su adherencia a su punto de vista particular in-
centiva a quienes están tal vez más cerca de la verdad a estudiar su
propia posición más cuidadosamente. Si el partido judío no hubiera
insistido en sus opiniones, reconocidas hoy como falsas por la ma-
yoría de los cristianos, no tendríamos la Epístola a los Gálatas, y eso
habría significado una gran pérdida para los cristianos durante dos
mil años.
No obstante, ¡estoy seguro de que ninguno de nosotros se pon-
dría del lado del error en una discusión simplemente para "benefi-
ciar" a las generaciones futuras de cristianos! Todos queremos estar
del lado correcto. La cuestión es cómo estar seguro de cuál es la
verdad en un asunto profundamente controversial cuando personas
2
aparentemente buenas presentan argumentos tan persuasivos en
ambos bandos.
La controversia de Galacia nos proporciona un excelente mode-
lo bíblico para resolver conflictos doctrinales actuales y para saber
cómo estar del lado correcto.
En la iglesia del Nuevo Testamento, el Espíritu Santo utilizaba
tres elementos para resolver estas controversias: estudio intenso, de-
liberación seria y cuidadosa por parte de los líderes, y la autoridad de
la iglesia. Dios está tan dispuesto a utilizar estos elementos para ayu-
dar a los adventistas a resolver sus controversias doctrinales como lo
estuvo hace dos mil años. Debemos confiar en que Dios nos condu-
cirá a la comprensión de la verdad en medio de los debates en los
que a veces llegamos a estar tan embrollados emocionalmente.
Gálatas 2 nos presenta la manera divina de resolver las contro-
versias doctrinales. Pero antes de entrar en Gálatas 2, dediquemos
un momento a repasar el capítulo 1. El partido judío decía que Pablo
había recibido su evangelio de fuentes humanas, pero Pablo dice que
fue Dios quien se lo dio por revelación. Él señala que habría sido
imposible que él obtuviera su evangelio de una fuente humana,
puesto que casi no estuvo con los dirigentes de la iglesia ni con otros
cristianos durante los años inmediatamente posteriores a su expe-
riencia en el camino a Damasco. Pablo terminó el capítulo 1 seña-
lando que tres años después de su conversión fue a Siria y a Cilicia,
lo que hoy es el sudeste de Turquía. Y, como todos sus lectores sin
duda sabían, no había entonces cristianos en aquella región, a no ser
por los que Pablo mismo condujo al evangelio tras su llegada al lu-
gar.
Pablo inicia el capítulo 2 diciendo: "Después, pasados catorce
años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también con-
migo a Tito" (versículo 1). En Gálatas 1, el argumento de Pablo fue
"estuve todo este tiempo sin consultar a la dirigencia en Jerusalén".
En Gálatas 2, su argumentación cambia a: "Vean lo que los apósto-
les dijeron cuando finalmente me encontré con ellos".
¿Estuvo Pablo realmente catorce años predicando el evangelio
en Siria y en Cilicia? Probablemente no. En Hechos 11:19-26 des-
cubrimos que cuando el mensaje cristiano se arraigó en Antioquía,

3
Bernabé visitó la ciudad. Encontró un interés tan grande entre la
población griega, que no pudo manejar solo toda la tarea evangeliza-
dora. Trajo a Pablo para que lo ayudara y trabajaron juntos durante
un año. Eso significa que Pablo dedicó a lo sumo trece años en Siria
y Cilicia antes de hacer el viaje a Jerusalén que menciona en el capí-
tulo 2.
Pero, ¿cuándo hizo Pablo ese viaje a Jerusalén? Existen dos posi-
bilidades.
Hechos 11:27-30 dice que durante los dos años que Pablo y
Bernabé trabajaron juntos en Antioquía, la iglesia los envió a ambos
a Jerusalén con una ofrenda para aliviar el hambre. Esto debió haber
ocurrido poco antes de su primer viaje misionero. Varios eruditos
creen que ésta es la visita a Jerusalén mencionada por Pablo en Gá-
latas 2. Pero existe otra posibilidad. Hechos 15 narra la defensa que
hizo Pablo de su evangelio ante la dirigencia de la iglesia en Jerusalén
poco después de su primer viaje misionero, y otros eruditos creen que
ésta es la visita a Jerusalén mencionada en Gálatas 2. Mi conclusión
personal es que la visita de Pablo a Jerusalén mencionada en Gálatas
2 corresponde a la que Lucas menciona en Hechos 11, antes de su
primer viaje misionero, pero creo que Pablo escribió probablemente
su carta a los gálatas después de que participó del Concilio de Jeru-
salén mencionado en Hechos 15. Afortunadamente no necesitamos
resolver esta cuestión para lograr una interpretación adecuada de
Gálatas. *
En Gálatas 2:2, Pablo hace una declaración significativa. Dice
que fue a Jerusalén catorce años después de estar en Siria y Cilicia
"según una revelación", y destaca que el propósito de esa visita fue
"exponer ante los que tenían cierta reputación [la dirigencia que es-
taba en Jerusalén] el evangelio que predico entre los gentiles" (versí-
culo 2). Creo que esto nos proporciona un principio importante para
resolver las diferencias doctrinales. El punto que destaca Pablo en
todo el capítulo 1 es que recibió su evangelio directamente de Dios
por medio de una revelación y no de fuente humana alguna. No obs-
tante, en Gálatas 2 Dios le dio otra revelación en la que le dijo en
esencia: "Ahora quiero que vayas y que te reúnas con los dirigentes
de la iglesia para confirmar este evangelio que te he revelado".

4
Dios no trabaja en forma independiente de su iglesia ni de los
dirigentes elegidos por él. Eso no significa que la dirigencia de la
iglesia es perfecta ni que sea imposible que una iglesia y su dirigencia
apostaten a tal punto que Dios ya no pueda utilizarlos. Pero un nivel
tal de apostasía requiere muchos siglos. Eso no había ocurrido en el
breve lapso de la historia de la iglesia neotestamentaria cuando Pablo
fue por primera vez a Jerusalén, ni creo que le haya ocurrido a la
Iglesia Adventista del Séptimo Día en la actualidad.
Si Dios condujo a Pablo (a quien dio una revelación especial del
evangelio) para que buscara la confirmación de ese evangelio por
parte de los dirigentes de la iglesia, creo que hoy quiere que ac-
tuemos de la misma manera. Esto no significa que todos debemos
enseñar la misma doctrina concordando hasta en el último detalle, ni
que el presidente de la Asociación General y sus colaboradores de-
ben ser los árbitros finales de todas las diferencias doctrinales. Los
oficiales de la Asociación General que he conocido no desean esa
responsabilidad. Ellos reconocen que hay sitio para el desacuerdo en
los asuntos que no son esenciales. Pero en las enseñanzas centrales
de la iglesia, la Asociación General reunida en sesión debe tener la
última palabra, y la iglesia mundial debe unirse en torno a ese cuerpo
de enseñanza. Si Dios pidiera a alguno de nosotros, mediante una
revelación, que buscáramos la confirmación de la iglesia como lo
hizo con Pablo en Gálatas 2, es probable que nos pidiera que pre-
sentáramos nuestras opiniones primero ante los dirigentes de la igle-
sia, especialmente ante quienes han recibido la responsabilidad de
responder a variantes en la enseñanza doctrinal.
Algunas personas de entre nosotros no ven con agrado esta
idea. Están convencidos de que lo que enseñan es correcto y no
quieren someter sus opiniones al liderazgo de la iglesia. Pero pienso
que es extremadamente significativo que después de revelar el evan-
gelio a Pablo, Dios le dijo: "Ahora ve y busca la aprobación de la
iglesia". Creo que éste es un modelo que debemos seguir hoy.
Luego Pablo presenta el caso de Tito, quien era un gentil y, por
lo tanto, no estaba circuncidado: "Mas ni aun Tito, que estaba con-
migo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse" (versículo
3)

5
Es probable que Pablo llevara a Tito consigo a Jerusalén para
ver qué harían los líderes de la iglesia en Jerusalén. Probablemente
estaba muy seguro de que el partido judío objetaría la presencia de
Tito entre los cristianos de origen judío y, de ser así, las sospechas de
Pablo se verían confirmadas. Pero si leemos entre líneas en el relato
de Pablo, parece que antes de presentar sus objeciones, el partido
judío decidió cerciorarse de si Tito era realmente incircunciso. Des-
pués de todo, no querían desafiar a Pablo por el hecho de traer con-
sigo a un incircunciso y que él les contestara: "Ustedes están equivo-
cados; Tito ha sido circuncidado". Así que para no correr riesgos de-
cidieron investigar un poco primero.
La manera más sencilla de saberlo habría sido, por supuesto,
preguntar, pero el partido judío prefirió en cambio husmear. Pablo
dijo: "Y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondi-
das, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo
Jesús, para reducirnos a esclavitud" (versículo 4).
Esta conducta detectivesca de parte del partido judío es una cla-
ra indicación de los motivos que los animaban. ¿Por qué no inte-
rrogaron directamente a Pablo y a Tito para saber si éste había sido
circuncidado? No tengo dudas de que Pablo se habría sentido feliz
narrando los hechos. Él podría incluso haber recomendado que Tito
se sometiera a un examen físico. El hecho de que recurrieran al es-
pionaje sugiere que no estaban tan interesados en determinar cuál
era la voluntad de Dios como en promover sus propios intereses.
Pero el hecho de que hicieran de este caso un asunto tan vital clarifi-
có, como ninguna otra cosa podría haberlo hecho, que la cúpula di-
rigente de la iglesia cristiana aceptaba el principio de que los cristia-
nos de origen gentil no necesitaban someterse a la circuncisión, pues
Pablo informa que "ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser
griego, fue obligado a circuncidarse" (versículo 3).
Al forzar el asunto con su actuación antiética y detectivesca, el
partido judío hizo su derrota y nuestra victoria mayores que si hu-
bieran permanecido en silencio.
Dediquemos un momento a repasar la argumentación empleada
hasta aquí por Pablo en Gálatas. Su punto principal en el capítulo 1
es que la pretensión del partido judío de que Pablo había recibido su
evangelio de alguna fuente humana era una imposibilidad histórica.
6
Por el contrario, él lo recibió por revelación directa de Dios. En el
capítulo 2 Pablo reconoce que fue a Jerusalén, pero no para recibir
su evangelio de los líderes de la iglesia, sino más bien para presentar-
les el evangelio que había estado predicando todo el tiempo. Incluso
llevó consigo a Tito, para que la decisión de los dirigentes pudiera
fundarse en la acción concreta, no sólo en el ámbito de las creencias.
¿Cuál fue el resultado? "Los de reputación nada nuevo me co-
municaron. Antes por el contrario, como vieron que me había sido
encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de
la circuncisión... nos dieron a Bernabé y a mí la diestra en señal de
compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a
la circuncisión" (versículos 6-9).
Pienso que es importante notar que el conflicto de la iglesia
primitiva acerca de la circuncisión no fue sólo una cuestión de argu-
mentación teológica. Fue una cuestión práctica. El asunto no era
sólo qué debían creer todos, sino también qué harían todos, es decir,
cuál sería la práctica de la iglesia como un todo respecto de un tema
en particular. Podemos debatir asuntos teológicos profundos hasta
que el Señor regrese y, sin embargo, permanecer maravillosamente
unidos. Por ejemplo, existe una considerable discusión en el seno de
la Iglesia Adventista actual acerca de si los impíos serán castigados
por Dios en el lago de fuego o si la muerte de ellos será simplemente
un resultado natural de su propia pecaminosidad. Este debate no
tiene nada que ver con la conducta de uno. No nos dice qué comer
o beber, cuándo dormir o cuándo trabajar. En la medida en que es-
tas discusiones teológicas no afecten nuestra conducta podemos dis-
entir, despedirnos y olvidar el asunto. Nadie gana ni pierde mientras
todo lo que hagamos sea dialogar.
Pero cuando cada una de las partes siente firmemente que su
manera de hacer las cosas es la única correcta y que quienes difieren
en eso están equivocados, ya no podemos disentir y luego olvidar el
asunto. Puede ser que se posponga la entrada en acción en un es-
fuerzo por negociar la formación circunstancial de un frente unido,
pero si no se llega a un acuerdo satisfactorio para ambas partes, tar-
de o temprano uno de los bandos dirá: "Actuaremos de acuerdo con
nuestras convicciones". El lado que actúa primero presiona el asunto
hacia una resolución. Si a esa altura del conflicto no se logra acordar

7
un curso de acción uniforme, puede sobrevenir un cisma en la igle-
sia.
La Iglesia Adventista enfrentó una crisis como esa hace algunos
años. La ordenación de las mujeres para el ministerio evangélico no
es meramente un debate teológico. Implica acción: imponer o no las
manos sobre las damas para convertirlas en pastoras. El punto bási-
co de ese debate fue en todo momento idéntico al del conflicto de la
iglesia primitiva acerca de la circuncisión: ¿Qué hará el cuerpo de la
iglesia, la iglesia como un todo?
Me siento feliz de que nuestra iglesia resolviera esta cuestión de
acuerdo con el modelo del Nuevo Testamento, un modelo que fue
dado a Pablo por Dios mismo mediante una revelación (versículo 2).
Cuando Pablo llegó a estar envuelto en un candente desacuerdo con
el partido judío respecto de la validez del evangelio, Dios dijo: "Que
la iglesia decida".
En la iglesia primitiva, la decisión fue tomada por la dirigencia
en Jerusalén, equivalente, tal vez, a nuestros oficiales de la Asocia-
ción General. No obstante, actualmente nuestra iglesia somete los
asuntos profundamente significativos en materia de creencia y prác-
tica a una representación aún mayor. La cuestión de la ordenación
de las mujeres fue traída a la sesión quinquenal del cuerpo mundial
de la iglesia, celebrada en Indianápolis en julio de 1990. Como usted
seguramente sabe, la votación fue, por amplio margen, contraria a la
ordenación de las mujeres. Quienes estaban a favor de ella se sin-
tieron profundamente chasqueados, pero creo que aceptaron la deci-
sión con una disposición cristiana. Estoy agradecido de pertenecer a
una iglesia que puede resolver un asunto profundamente divisivo
según el modelo bíblico y permanecer unida y consagrada a su mi-
sión fundamental. Creo que el Espíritu Santo condujo a tal decisión,
así como lo hizo acerca de la circuncisión casi dos mil años atrás.
Desafortunadamente, el partido judío no aceptó la decisión de la
iglesia tan apaciblemente. Por el contrario, siguieron agitando sus
opiniones y trastornando iglesias. Pablo se refirió a una confronta-
(ión breve que tuvo con ellos poco tiempo después en Antioquía.
Pedro había sido uno de los dirigentes de Jerusalén que acepta-
ion el ministerio de Pablo a los gentiles, incluyendo la estipulación
de que los gentiles no necesitaban ser circuncidados (véase el versí-
8
culo 9). También hizo una firme defensa del evangelio de Pablo en
ocasión del Concilio de Jerusalén (véase Hechos 15:6-11).
Pedro visitó más tarde la iglesia de Antioquía, y mientras estaba
allí aparecieron algunos representantes del partido judío provenien-
tes de Jerusalén. La ocasión del encuentro fue tal vez una comida de
camaradería posterior a los servicios religiosos del sábado. Pablo no
dice nada acerca de cuál fue la ocasión. Pero cuandoquiera que haya
sido, el partido judío insistió en comer aparte del resto de los creyen-
tes gentiles, e invitaron a Pedro para que los acompañara. Pablo se
sintió horrorizado cuando Pedro aceptó la invitación de ellos.
En circunstancias normales no habría nada de malo en aceptar
la invitación de un grupo pequeño para compartir la mesa en una
comida de camaradería celebrada en la iglesia. Pero el partido judío
había preparado deliberadamente un "globo de ensayo", una situa-
ción de prueba, como cuando Pablo llevó a Tito consigo a Jerusalén.
Y Pedro cayó en la trampa. Desgraciadamente, otros cristianos ju-
díos siguieron el ejemplo de Pedro y comenzaron a apartarse de los
creyentes gentiles. Incluso Bernabé, el asociado personal de Pablo,
comprometió sus principios.
La reacción de Pablo fue inmediata y decisiva: "Pero cuando
Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de conde-
nar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con
los gentiles; pero después que vinieron se retraía y se apartaba, por-
que tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación partici-
paban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue
también arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no
andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro
delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no
como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?" (versículos
11- 14).
Cuando somos confrontados con un problema de conducta de-
ntro de la iglesia, tendemos a ser diplomáticos, tratamos de evitar
que la controversia se vuelva abierta. A veces esa estrategia es ade-
cuada. Pero en el contexto particular que estamos analizando, piense
en lo que la conducta de Pedro estaba diciendo a los gentiles que
participaban de aquella cena. Un día Pedro comía con ellos, confra-
ternizaba con ellos y estaba feliz de ser contado entre ellos. Estoy
9
seguro de que todos habían disfrutado de una buena velada juntos.
Pero al día siguiente, cuando llegó el partido judío, Pedro se apartó
para comer con sus integrantes y rehusó asociarse con los gentiles.
¿Cómo le parece que se habrán sentido los gentiles? Por lo menos
rechazados.
Si aquel incidente sólo hubiera significado lastimar los senti-
mientos de los cristianos gentiles, ya hubiera sido suficientemente
malo. Pero había mucho más en juego. Pablo se dio cuenta de que el
asunto real subyacente bajo la conducta de Pedro era el apoyo de la
iglesia al evangelio que él (Pablo) predicaba. ¿Estaban hablando en
serio Pedro y la iglesia cuando apoyaron el ministerio de Pablo en
favor de los gentiles? Ese era el verdadero asunto que estaba en jue-
go. Fue por eso que Pablo confrontó a Pedro con tanta firmeza.
Aparentemente, el partido judío había sido agresivo hasta el
punto de la rudeza. Se introdujeron en territorio gentil, donde la teo-
logía de Pablo era popular, y se manifestaron públicamente en su
contra. Cuando Pedro se dejó intimidar por esa clase de rudeza, Pa-
blo lo confrontó. Si no lo hubiera hecho, todo su ministerio en favor
de los gentiles se habría visto en peligro.
Si el partido judío era rudo, Pablo era más rudo. Era capaz de
competir con ellos mano a mano y en este caso sintió que el tacto
era menos importante que el futuro del evangelio a los gentiles. Creo
que puede decirse que en ese momento toda la historia futura del
cristianismo estaba en juego. Suponga que Pablo no hubiera con-
frontado a Pedro en aquella ocasión. Suponga que hubiese seguido
la línea de razonamiento de Pedro y se le hubiera unido para no co-
mer con los cristianos gentiles. Habría desecho todo aquello que de-
fendió durante tantos años, y la historia del cristianismo habría sido
muy diferente.
¿Por qué incluyó Pablo esta historia en su carta a los creyentes
de Galacia? Recuerde su propósito. El partido judío pretendía que
Pablo había recibido su evangelio de la dirigencia que estaba en Jeru-
salén. Pablo incluye esta historia para reafirmar que la dirigencia de
la iglesia no era la fuente de su evangelio, ya que uno de los máximos
dirigentes, que había aprobado antes el evangelio de Pablo, cedió a la
influencia del partido judío. Pablo lo confrontó públicamente. Pablo

10
no nos dice cuál fue la respuesta de Pedro, pero podemos asumir
que aceptó la reprensión paulina y comió con los cristianos gentiles.
¿Qué mejor confirmación humana de su evangelio pudo haber
tenido Pablo?

Referencia

*
Un estudio detallado de este problema se encuentra en el Comentario Bíblico
Adventista del Séptimo Día, tomo 6, pp. 315-317.

11
C APÍTULO 5

¿Cuán especiales
son los judíos?
Gálatas 2:15-19

H ace algunos años fui miembro de una congregación ad-


ventista que estaba haciendo planes de construir una nue-
va iglesia. Puesto que el dinero no abundaba en aquel lu-
gar, surgió naturalmente la pregunta acerca de cómo conseguiría la
congregación los recursos necesarios para hacer realidad ese ambi-
cioso proyecto cuyo costo superaba ampliamente el millón de dóla-
res. Se creó un fondo para la construcción y los miembros contribu-
yeron durante varios años con unos 150.000 dólares anuales.
Aquello era mucho dinero, pero ni por lejos lo suficiente para
una iglesia que necesitaba bastante más de un millón de dólares. La
iglesia había vendido su antiguo edificio y alquilaba el local de otra
denominación por mil dólares mensuales.
Aun con una inflación promedio de cero, nadie estaba deseoso
de pasar los próximos ocho años (150.000 x 8 = 1.200.000) juntando
el dinero necesario. Y en vista de las realidades de la inflación y de
los intereses de un préstamo, a razón de 150.000 dólares al año, la
iglesia estaría probablemente contemplando un período de entre 15
y 16 años para financiar el proyecto.
Los dirigentes de la iglesia local decidieron que era necesario
hacer algo para incrementar el nivel de la dadivosidad.
Yo era miembro de la junta en esa época, y recuerdo que anali-
zamos una variedad de posibilidades. Las opciones se redujeron fi-
nalmente a dos: aplicar un programa de recolección de fondos desa-
rrollado y experimentado allí con algún éxito, o contratar los servi-
cios de una organización profesional especializada en recolección de
fondos a fin de que nos asistiera en el proyecto. La junta votó solici-
tar que ambas organizaciones —la respaldada por una asociación
adventista y la profesional, no adventista— enviaran un represen-
tante para presentar sus respectivas ventajas. El caballero que hizo la
presentación en nombre de la organización profesional no adven-
tista era, según recuerdo, miembro de la Iglesia Bautista, pero la or-
ganización a la que representaba no estaba afiliada a ninguna deno-
minación.
Naturalmente había en la junta firmes proponentes de cada uno
de los métodos de recolección de fondos, y también firmes ob-
jeciones. Las dos objeciones más sólidas contra la propuesta de con-
tratar a la organización profesional fueron: 1) que ello costaría un
poco más de 40.000 dólares en concepto de honorarios y gastos, y 2)
que no deberíamos solicitar consejo a no adventistas acerca de cómo
hacer la obra de Dios cuando teníamos a nuestra disposición la Bi-
blia y los libros del espíritu de profecía.
Me alegra decirle que la iglesia contrató los servicios de los re-
colectores profesionales de fondos y en tres años reunió 750.000
dólares. No me alegra tanto decirle que algunos de los miembros de
la congregación estuvieron tan convencidos de que fue un error con-
tratar a quienes ellos llamaban "filisteos" para que nos ayudaran en
nuestra obra espiritual, que terminaron yéndose a otra iglesia de la
zona.
Personalmente me siento sumamente molesto cuando escucho
que un adventista se refiere a los cristianos de otras denominaciones
llamándolos "filisteos". Hay personas maravillosamente cristianas en
cada denominación, y el Señor los ama y está tan deseoso de sal-
varlos como a usted y a mí. Y, créase o no, a veces el Señor puede
utilizar a estos cristianos pertenecientes a otra fe para ayudarnos en
nuestro ministerio. ¡A veces pueden ayudarnos a crecer espiritual-
mente! A pesar de lo que algunos de entre nosotros puedan pensar,
los adventistas no somos dueños de una esquina del cielo.
No obstante, me siento confortado por un pensamiento: el pre-
juicio religioso no es algo nuevo entre los cristianos. Ya hemos visto
esto en la parte histórica de Gálatas: cristianos judíos que no podían
tolerar a los cristianos de origen gentil. La segunda mitad de Gálatas
2
nos introduce en la parte teológica del libro y revela la misma clase
de prejuicios profundamente enraizados.
Comencemos nuestro estudio de la segunda mitad de Gálatas
leyendo los versículos que examinaremos: "Nosotros, judíos de naci-
miento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hom-
bre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesu-
cristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justifi-
cados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por
las obras de la ley nadie será justificado. Y si buscando ser justifica-
dos en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por
eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera. Porque si las
cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago.
Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios"
(vers. 15-19).
Note las palabras iniciales empleadas por Pablo en esta declara-
ción: "Nosotros, judíos de nacimiento". Podemos dar por sentado
que, como en el caso de la mayoría de las iglesias que Pablo fundó,
la congregación de Galacia era una mezcla de cristianos de origen
judío y de cristianos de origen gentil. Es obvio que cuando Pablo di-
ce "nosotros, judíos de nacimiento", se está dirigiendo sólo al com-
ponente judío de la iglesia y no a toda la congregación. Además, el
uso que hace del pronombre nosotros deja ver con claridad que, al
menos en virtud del presente argumento, Pablo se estaba identifi-
cando con el componente judío de la congregación. El porcentaje de
judíos en las iglesias de Galacia era aparentemente elevado. Cuando
lleguemos al capítulo 3 veremos que Pablo recorrió enormes distan-
cias para explicar a los cristianos de Galacia el significado del sistema
legal del Antiguo Testamento. Eso difícilmente habría sido necesario
en una carta dirigida a una congregación compuesta mayormente de
gentiles, pues éstos no habrían estado así de interesados en el siste-
ma legal del Antiguo Testamento. *
Continuemos con aquella primera declaración del versículo 15:
"Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles".
¿Quiénes eran esos "pecadores de entre los gentiles" a los que se re-
fiere Pablo? ¿Estaba hablando de cristianos gentiles nacidos de nue-
vo o de paganos inconversos? Pienso que tenía en mente a gentiles
en su estado inconverso. Si esto es así, entonces Pablo está contras-
tando personas de origen judío con personas de origen gentil, ambas
3
en su estado inconverso, ambas igualmente perdidas a los ojos de
Dios. No obstante, piense cuidadosamente en las palabras de Pablo:
"Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los genti-
les" sugiere que los judíos eran en algún sentido mejores que los
gentiles, aun en su estado inconverso.
"Pero eso no suena paulino", tal vez esté pensando usted. "Pa-
blo enseñó que todos los hombres son igualmente pecadores ante
Dios".
Exactamente. Pero, ¿por qué suena esa declaración como si los
judíos fueran en algún sentido mejores que los gentiles? Yo sugeriría
que la expresión "pecadores de entre los gentiles" no se originó en
Pablo, sino más bien en el partido judío. En el contexto de las ten-
siones raciales de entonces, la expresión "pecadores de entre los gen-
tiles" era probablemente tan bienvenida a los oídos gentiles de en-
tonces como la palabra "negro" lo es hoy para los norteamericanos
de color, y como la palabra "filisteo" para mí cuando se la usa para
designar a personas de otros credos. Entonces, ¿por qué habló Pablo
de "pecadores de entre los gentiles"? Creo que no porque él aceptara
lo que estaba implícito en esa expresión, sino porque estaba respon-
diendo a un argumento del partido judío. La versión inglesa New In-
ternational Versión sugiere esto poniendo esa expresión entre comillas.
Leamos Gálatas 2:15 y 16 nuevamente, y ponga, por favor, mu-
cha atención, porque aquí estamos entrando en aguas profundas:
"Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los genti-
les, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley,
sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesu-
cristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de
la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado".
Note que Pablo retorna a su antiguo tema de la justificación por
fe y no por las obras de la ley. Este fue el tema dominante de todo
su ministerio. Lo desconcertante es por qué dice esto en este contex-
to en particular. El comienza señalando que los cristianos judíos
eran bien conscientes de que la persona es salva por fe y no por ob-
servar la ley. El dice: "Nosotros, judíos de nacimiento... sabiendo
que el hombre no es justificado por las obras de la ley".
Esperaríamos que siguiera diciendo: "Cuando los gentiles ponen
su fe en Cristo, ellos son también justificados por fe y no por las obras
4
de la ley". Pero Pablo da en cambio un rodeo y dice: "Nosotros [es
decir, los cristianos judíos] también hemos creído en Jesucristo, para
ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley". En
lugar de decir: "Los gentiles que han creído son salvos", Pablo dice:
"Nosotros, los judíos que hemos creído, somos salvos".
El punto que se destaca aquí es sutil pero crucial. Tal vez quede
más claro con un diagrama:

LO QUE ESPERARÍAMOS QUE PABLO HUBIERA DICHO


Proposición 1 Proposición 2
Los judíos ya sabemos que so- Lo mismo es cierto para los
mos salvos por la fe y no por las gentiles. Ellos son salvos por
obras de la ley. la fe, exactamente como noso-
tros los judíos, cuando ponen
su fe en Cristo Jesús.

Note la letra cursiva de la palabra "ellos" en la proposición 2.


Ello sugiere que los gentiles eran salvos de la misma manera como
lo son los judíos, por fe. Eso suena como buena teología paulina,
¿verdad? Pero no es lo que Pablo dijo. El siguiente diagrama bos-
queja su razonamiento como realmente lo expresó:

LO QUE PABLO DIJO EN VERDAD


Proposición 1 Proposición 2
Los judíos ya sabemos que somos Así que nosotros también [los
salvos por fe y no por obras de la judíos cristianos] hemos puesto
ley. nuestra fe en Cristo Jesús, para
que seamos justificados por la
fe en Cristo.

La frase clave aquí es: "nosotros también". Varias versiones de


la Biblia en idioma inglés (Revised Standard Versión, New American
Standard Bible, New King James Versión) traducen de la siguiente ma-
nera la parte que nos interesa (última parte del versículo 16). Aun no-
sotros hemos creído en Cristo Jesús". Ya sea "nosotros también" o
"aun nosotros", la inferencia es la misma. Pablo no estaba diciendo:
"Los gentiles son salvados como nosotros, los judíos". El dice exac-
5
tamente lo opuesto: "Nosotros, los judíos, somos salvados exacta-
mente como lo son los gentiles".
Durante mi primer estudio a fondo de Gálatas, estuve descon-
certado durante largo tiempo por esta aparente inversión en la lógi-
ca. Me parecía que todo el punto principal de la discusión de Pablo
con el partido judío era que los gentiles podían ser salvados por la fe
tanto como los judíos. ¿Por qué, entonces, Pablo dijo: "Nosotros los
judíos, quienes ya sabemos acerca de la justificación por la fe, hemos
puesto nuestra fe en Cristo, así que también nosotros podríamos ser
justificados por fe?" Parecería más apropiado que él hubiera dicho:
"Nosotros, los judíos, ya sabemos acerca de la justificación por la fe.
Cuando los gentiles ponen su fe en Cristo, ellos también pueden ser
justificados por fe".
Comencé a encontrar la solución para este rompecabezas cuan-
do descubrí la misma lógica aparentemente invertida en Hechos 15.
Como usted recordará, Hechos 15 registra la historia del Concilio de
Jerusalén, durante el cual Pablo y el partido judío se encontraron ca-
ra a cara para determinar de una vez por todas las condiciones que
los gentiles debían reunir para llegar a ser cristianos. Pedro concluyó
su discurso ante los delegados diciendo: "Ahora, pues, ¿por qué
tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo
que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes
creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual
modo que ellos" (Hechos 15:10, 11).
Otra vez vemos aquí la misma lógica aparentemente invertida.
¿Por qué no dijo Pedro: "Creemos que por la gracia del Señor Jesús
ellos serán salvos, así como lo somos nosotros"?
El primer punto que quisiera destacar es que en los dos casos
donde aparece esta lógica aparentemente invertida en el Nuevo Tes-
tamento, el contexto es el conflicto con el partido judío. Creo que
Tanto Pedro como Pablo están respondiendo a un argumento del
partido judío que nunca aparece explícitamente expresado en el
Nuevo Testamento. Si, como ya dijimos en un capítulo anterior, tu-
viéramos una "Epístola a los Gálatas" escrita por el partido judío,
creo que descubriríamos que la lógica de Pablo y de Pedro no está
invertida en absoluto. Puesto que no contamos con una epístola tal,
tendremos que arreglarnos con lo que Pablo y Pedro dijeron.
6
Pienso que el partido judío razonaba más o menos así:"Tanto
los judíos como los gentiles comienzan su vida como no cristianos,
pero los judíos tenemos una ventaja sobre los gentiles por nuestro li-
naje. Tenemos una ventaja inicial de una cabeza en la carrera para
ser salvos". El partido judío aceptaba indudablemente que los judíos
también nacieron en pecado, pero los bebés judíos no tenían una na-
turaleza tan pecaminosa, aun antes de la conversión, como los bebés
gentiles. Su condición de judíos los colocaba un palmo a la cabeza
de todos los demás en el camino hacia la salvación.
Pero si el hecho de ser judía le daba a una persona ventaja para
la salvación, ¿cómo podían lo gentiles siquiera salvarse? "Ah —dijo
el partido judío—, convirtiéndose al judaísmo. Los gentiles que se
convierten al judaísmo adquieren la misma ventaja inicial que poseen
los judíos de nacimiento. Entonces quedan calificados para la justifi-
cación por la fe". En lo que al partido judío concernía, sólo los jud-
íos estaban calificados para recibir la justificación por la fe. Los no
judíos no debían ni siquiera aspirar a ello, a menos que estuvieran dis-
puestos antes a hacerse judíos por medio de la circuncisión.
Pienso que ése era el argumento del partido judío. Ello explica la
lógica aparentemente invertida empleada tanto por Pablo como por
Pedro para responder al partido judío:"Los judíos ya sabemos que el
hombre es justificado por fe, no por obras". Pedro y Pablo di-
cen:"Su linaje no da a los judíos ventaja alguna, ni ventaja inicial de
ninguna clase en lo que concierne a la salvación. Nosotros los judíos
somos salvados de la misma manera como lo son los gentiles".
Tal vez podamos apreciar un poco mejor la profunda preocu-
pación del partido judío si recordamos su trasfondo, al que me referí
en el capítulo 1 de este libro. Los judíos creían que el reino sería fi-
nalmente restaurado a Israel, y que al final de los tiempos, cuando
Dios estableciera su reino eterno, todo el mundo buscaría a Israel
para que fuera el líder espiritual entre las naciones. Pero cómo podía
Israel ser ese gran líder espiritual, razonaba el partido judío, si los
gentiles podían llegar a ser cristianos sin llegar a ser judíos primero.
Y cómo podían los gentiles llegar a ser judíos si no se sometían a la
circuncisión y obedecían todas las otras leyes enseñadas por Moisés.
De acuerdo con la lógica del partido judío, la teología de Pablo echaba por tierra
todo lo sustentado por el Antiguo Testamento. ¡No es de asombrarse, pues,
que se le opusieran tan ferozmente!
7
La respuesta de Pablo fue que cada ser humano, judío o gentil,
se encuentra ante Dios exactamente a la misma altura: como peca-
dores. El linaje no daba a los judíos absolutamente ninguna ventaja a
los ojos de Dios. Ellos necesitaban de la justificación por la fe tanto
como el peor de los pecadores gentiles. Pablo dedicó los primeros
dos capítulos y medio de su carta a desarrollar este punto. Toda vez
que el partido judío decía:"Los gentiles necesitan llegar a ser más pa-
recidos a los judíos para ser salvos", Pablo contestaba: "Los judíos
necesitan llegar a ser más semejantes a los gentiles para ser salvos" Y
eso indudablemente hacía subir la temperatura del partido judío co-
mo el fuego. ¡¿Que los judíos tenían que descender para llegar a ser
como esos "pecadores de entre los gentiles" para poder ser salvos?!
La idea les resultaba espantosa y extremadamente reprensible.
La explicación que he dado de la línea de razonamiento seguida
por el partido judío llega a ser aún más clara cuando leemos Gálatas
2:17: "Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros so-
mos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado?"
En otras palabras, Pablo dice a los del partido judío: "¿Así que
ustedes piensan que los judíos tenemos una ventaja inicial para la
salvación por causa de nuestro linaje, y que los gentiles deben hacer
uso de nuestra ventaja inicial para poder ser salvos? Tengo noticias
para ustedes. Nosotros tenemos que llegar a ser pecadores como ellos
antes de que podamos ser salvos."
El partido judío protestó: "Pablo, ¡eso es terrible! Si cuando los
judíos vamos a Cristo somos aún más pecadores que cuando naci-
mos, entonces Cristo es un agente de pecado. De acuerdo con tu ra-
zonamiento, en lugar de eliminar el pecado, Cristo lo promueve, al
menos entre los judíos".
Pienso que eso explica el significado de las palabras de Pablo en
el versículo 17:"Si buscando ser justificados en Cristo, también no-
sotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pe-
cado? En ninguna manera".
En la expresión "nosotros somos hallados pecadores", el pro-
nombre nosotros se encuentra en griego en una forma enfática. Por
eso algunas versiones bíblicas, como la New International Versión, en
inglés, traducen así ese versículo: "Llega a ser evidente que nosotros
mismos somos pecadores". Pero si en el proceso de ir a Cristo llega a
8
ser evidente que aun los judíos son pecadores, ¿no convierte eso a
Cristo en un agente del pecado?
"En ninguna manera", replica Pablo. "Porque si las cosas que
destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago" (versículo
18).
¿Qué quiso decir Pablo con: "Si las cosas que destruí, las mismas
vuelvo a edificar"?
Tal vez lo primero que debe destacarse es que con esta expre-
sión Pablo se hace a un lado y deja de identificarse con el partido
judío para comenzar a hablar desde su propia perspectiva. Deja de
decir "nosotros" y comienza a decir "yo".
El ministerio de Pablo estaba edificado sobre el hecho de esta-
blecer la fe en Cristo como única fuente de vida eterna tanto para los
judíos como para los gentiles, y para cumplir ese objetivo él tenía
que destruir el sistema legal judío visto como ayuda para obtener la
salvación. De haber cedido apenas un palmo de terreno al partido
judío en este punto, habría reconstruido el mismo método de salva-
ción que estaba procurando destruir. Por ese mismo acto se habría
hecho transgresor, pues mientras que la ley no puede salvar, sí puede
señalar el pecado. La misma ley que el partido judío deseaba que Pa-
blo reconstruyera los condenaba como merecedores de la muerte
eterna. Y Pablo dijo: "No puedo hacer eso. No puedo volver a edifi-
car lo que he destruido".
En lugar de ello, dijo: "Yo por la ley soy muerto para la ley"
(versículo 19). Probablemente quiso decir con eso que la ley señaló
el pecado, lo cual lo "mató" y lo dejó "muerto".
Quisiera concluir este capítulo señalando dos cosas. Primero,
me gustaría resumir lo que considero que es el asunto realmente de-
batido en la Epístola a los Gálatas. Eso nos ayudará a entender me-
jor algunos de los problemas que encontraremos en el capítulo 3. La
ley y la circuncisión eran los puntos focales del argumento según el
partido judío, pero Pablo opinaba que el verdadero asunto iba mu-
cho más allá. El verdadero asunto en este amargo enfrenta - miento
neotestamentario acerca de la ley era judaísmo versus cristianismo. El
partido judío no estaba discutiendo tanto por la ley como por la
identidad judía, por lo que significaba ser judíos. La ley es lo que lo

9
hace a uno judío. El partido judío pretendía que al destruir la ley jud-
ía, Pablo destruía la identidad judía. Destruía a los judíos como pue-
blo favorito de Dios. Destruía las promesas hechas a Abraham,
según las cuales los judíos serían la nación más grande del mundo.
Destruía la promesa hecha a David, según la cual el Mesías sería uno
de sus descendientes. Destruía la esperanza de que un día Israel go-
bernaría al mundo.
Gálatas 3 resulta más comprensible en este contexto más amplio
de: judaísmo como religión versus cristianismo como religión, con la
ley como único camino para ingresar a la religión judía. En Gálatas
3, Pablo explicará lo que significa realmente ser judío.
El segundo punto que quiero destacar a manera de conclusión
es éste: Los adventistas tenemos mucho que aprender de los gálatas,
mucho acerca de lo cual nunca nos detuvimos a pensar, y espe-
cialmente del partido judío.
Como los judíos, creemos que Dios nos llamó de una manera
especial. Creemos que Dios nos ha llamado a preparar al mundo pa-
ra el fin del tiempo de gracia y para el segundo advenimiento de
Jesús. Y eso es peligroso. El peligro es que nos enorgullezcamos del
llamado, que pensemos más en cuán especiales somos que en la obra
que Dios quiere que hagamos. El partido judío no pudo ver más allá
de cuán especial era ser judío, y como resultado creó horrendos
problemas a la iglesia cristiana primitiva.
¿Qué clase de problemas supone usted que le creamos a Cristo
cuando nos enorgullecemos de cuán especiales somos y miramos
desde arriba a otros cristianos que no entienden "la verdad" de la
manera como nosotros la entendemos?
Algunos adventistas parecen fascinados tratando de descubrir
por qué Cristo ha demorado su venida durante los 150 años que han
transcurrido desde 1844. Si hay una razón, ¿podría ser que estamos
demasiado orgullosos de nuestra singularidad y tan poco dispuestos
a aceptar a otros cristianos como iguales a nosotros, que los aparta-
mos de nuestro mensaje en lugar de atraerlos hacia él?
¿Qué significaba realmente ser judío en los días de Pablo? ¿Qué
significa realmente ser adventista del séptimo día hoy? La respuesta
correcta a esa pregunta abre tremendas oportunidades para el servi-

10
cio cristiano y para el crecimiento espiritual. La respuesta equivocada
nos deja espiritualmente estancados y al mundo peor que si nunca
hubiéramos estado en él.

Referencia

*
Podría, no obstante, argumentarse que Pablo entró en tantos detalles porque los
cristianos gálatas no eran judíos. Pero parece poco probable que el partido judío
hubiera tenido tanta ascendencia en una congregación mayoritariamente gentil.
De haber estado Pablo explicando la ley y la historia judías a no judíos descono-
cedores de esos temas, habría dado a su presentación un enfoque muy diferente.
El tono general de las observaciones de Gálatas —lo que dice y lo que calla— su-
giere que el propósito de su autor no era informar a sus lectores acerca de la ley y
la historia judías, sino ayudarlos a ver desde una nueva perspectiva lo que ellos
entendían muy bien.

11
C APÍTULO 6

Victoria en Cristo
Gálatas 2:20, 21

D e una discusión puramente teológica en Gálatas 2:15-19,


pasamos ahora a uno de los pasajes espiritualmente más
significativos de todo el Nuevo Testamento. Es mi pasaje
favorito entre todos los escritos paulinos. Pablo dice: "Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí;
y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el
cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20).
Durante casi 2.000 años, los cristianos han recurrido a la Epís-
tola a los Gálatas como fuente principal para comprender la ense-
ñanza paulina acerca de la justificación por la fe. Y a menudo, espe-
cialmente entre los protestantes, ha existido una tendencia a cen-
trarse en el capítulo 3, donde Pablo define la justificación con tanta
precisión. Sin embargo, encuentro significativo el hecho de que
cuando Pablo pasa de responder a la falsa enseñanza del partido ju-
dío a definir el evangelio que Dios le comunicó, se detiene sólo bre-
vemente en la justificación (versículos 15-19) y entonces cambia de
tema para analizar la vida de un cristiano transformado. Porque de
eso se trata exclusivamente Gálatas 2:20.
Gálatas 2:20 es el mismo idioma de Romanos 6 al 8, donde Pa-
blo habló acerca de la santificación. No es el idioma de Romanos 3
al 5, que se refiere a la justificación.
Así que hablemos de santificación.
Lo primero que quiero que usted advierta es que la cláusula ini-
cial de Gálatas 2:20 se encuentra en voz pasiva: "Con Cristo estoy
juntamente crucificado". Podría presentarle una larga lección acerca
de la diferencia existente entre la voz activa y la voz pasiva, pero pa-
ra lo que nos hemos propuesto en el presente estudio el punto im-
portante es notar que en la voz pasiva, el sujeto de la oración es ob-
jeto de la acción, aquel sobre el mal se actúa, y no el que cumple la ac-
ción.
La siguiente oración se encuentra en voz activa: "Juan pateó la
pelota". Note que el sujeto, Juan, hace algo a la pelota. La patea. En
la voz pasiva, usted puede construir toda una oración gramatical-
mente completa sin mencionar en ningún momento al autor de la
acción. "La pelota fue pateada" es una oración completa donde no
se menciona quién pateó la pelota. Para mencionar al autor de la ac-
ción en una oración construida en voz pasiva se necesita agregar la
partícula "por": "La pelota fue pateada por Juan". Una variante de la
voz pasiva, la pasiva refleja, es especialmente útil cuando se desea
llamar la atención hacia lo que fue hecho sin nombrar a quien lo hi-
zo. Eso ocurre, por ejemplo, cuando una madre llega a la casa y pre-
gunta: "¿Quién rompió el plato?" y su hijo le contesta: "Se cayó",
pues no quiere admitir lo que ocurrió: "Yo hice caer el plato".
En la voz pasiva, el sujeto de la oración no hace nada. Sencilla-
mente se sienta allí y deja que algo o alguien actúe sobre él. Esa es la
razón por la que se llama pasiva a esta voz. En la oración anterior, al-
guien hizo algo con el plato. Este no se cayó solo, no provocó su
propia caída. Fue empujado por el niño. Este es el punto gramatical
que resulta tan significativo en la corta sentencia de Pablo: "Con
Cristo estoy juntamente crucificado". Note que no se menciona al
autor de la acción.
Tal vez usted esté pensando: "El autor de la acción sí es mencio-
nado, ya que es Cristo".
Probablemente es correcto decir que Cristo realizó la acción, pe-
ro note que en esta frase Pablo está crucificado "con Cristo", no "por
Cristo". Dentro de un momento nos detendremos en la expresión
paulina "con", porque también es importante. Pero centremos por
ahora nuestra atención en la primera parte de la declaración: "Estoy
crucificado". Pablo, el objeto o receptor de la acción (crucifixión) re-
cibe la acción ejercida por otro (el crucificador).
Es lógico que así sea. Las personas no pueden crucificarse a sí
mismas. Los prisioneros no podían acostarse sobre la cruz, tomar el
martillo y clavarse las cuatro extremidades al madero. Podrían clavar
2
ambos pies y una mano a la cruz, pero la otra mano debería ser cla-
vada a la cruz por otra persona. La crucifixión, por su misma natura-
leza, era realizada a un prisionero, no por el prisionero a sí mismo.
La comparación con un pasaje semejante que se encuentra en
Romanos explicará por qué Pablo utilizó la imagen de la crucifixión,
una acción pasiva, para explicar la vida cristiana. En Romanos 6:6,
Pablo dijo: "Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él". Note nuevamente el uso de la voz pasiva. El
"viejo hombre" significa, por supuesto, la naturaleza pecaminosa del
cristiano. Pablo dice en Gálatas que él fue crucificado, pero en Ro-
manos nos dijo exactamente a qué parte de él se refería: su naturaleza
pecaminosa.
He allí la razón por la que la crucifixión, una acción tan pasiva,
constituye una ilustración tan excelente de la manera como los cris-
tianos vencen el pecado. La victoria sobre el pecado no consiste en
que el prisionero luche para dar muerte a su propia naturaleza peca-
minosa, sino en permitir que otro le dé muerte. Es imposible para ti y
para mí.\ por nosotros mismos, matar el deseo de pecar que radica en nuestra
naturaleza.
Elena de White dijo: "Es imposible que escapemos por nosotros
mismos del abismo de pecado en que estamos sumidos. Nuestro co-
razón es malo y no lo podemos cambiar... La educación, la cultura,
el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano, todos tienen su pro-
pia esfera, pero para esto no tienen ningún poder. Pueden producir
una corrección externa de la conducta, pero no pueden cambiar el
corazón; no pueden purificar las fuentes de la vida. Debe haber un
poder que obre en el interior, una vida nueva de lo alto, antes de que
los hombres puedan convertirse del pecado a la santidad. Ese poder
es Cristo. Sólo su gracia puede vivificar las facultades muertas del
espíritu y atraerlas a Dios, a la santidad”.
"El Salvador dijo: 'A menos que el hombre naciere de nuevo' —
a menos que reciba un corazón nuevo, nuevos deseos, designios y
móviles que lo guíen a una nueva vida— 'no puede ver el reino de
Dios' " (El camino a Cristo, p. 18).
No podemos transformarnos a nosotros mismos. Sólo podemos
someternos para ser transformados. Note la última frase de la cita
que leímos: "'A menos que el hombre naciere de nuevo' —a menos
3
que reciba un corazón nuevo, nuevos deseos, designios y móviles
que lo guíen a una nueva vida— 'no puede ver el reino de Dios' ". El
hecho de recibir es, por su misma naturaleza, un acto pasivo. Al-
guien nos tiene que dar para que recibamos.
Y lo que tenemos que recibir es un corazón transformado pues
no podemos transformar nuestro propio corazón. No podemos ma-
tar nuestros viejos deseos pecaminosos, ni podemos implantar los
nuevos deseos del reino de Cristo. Sólo Jesús puede matar nuestros
malos deseos, y sólo Jesús puede implantar en nosotros nuevos de-
seos que estén en armonía con su ley.
Unamos las epístolas de Gálatas y Romanos. Pablo dice: "Mi
vieja naturaleza pecaminosa está crucificada con Cristo". El no mató
su propia naturaleza pecaminosa, sus propios malos deseos. El per-
mitió que Cristo lo hiciera por él. El sólo podía recibir la crucifixión.
Como señalé antes, un prisionero no podía crucificarse a sí mismo.
En el pasado, cuando se ejecutaba a las personas mediante la cruci-
fixión, muchos prisioneros luchaban denodadamente y los soldados
tenían que ponerlos por la fuerza sobre la cruz. Pero no ocurre así
con Jesús. El se colocó sobre la cruz y no ofreció resistencia cuando
fue crucificado. Eso es un modelo para usted y para mí. Cristo no
obligará a nuestra vieja naturaleza pecaminosa a morir crucificada.
Para que ello ocurra, debemos "yacer" sobre la cruz y someternos
voluntariamente a la ejecución.
Vayamos ahora a la otra parte que nos interesa de la declaración
paulina. Pablo dijo: "Con Cristo estoy juntamente crucificado". ¿Qué
significa ser crucificado "con Cristo"?
Una de las más claras enseñanzas del Nuevo Testamento es que
todos los seres humanos, sin excepción, hemos actuado corporati-
vamente representados por Adán y por Cristo. En Romanos 5:12,
Pablo dice: "El pecado entró en el mundo por un hombre [Adán], y
por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron". De la misma manera, la muerte de Cristo en
la cruz fue por todos los seres humanos: "Abundaron mucho más
para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hom-
bre, Jesucristo" (vers. 15). En 2 Corintios 5:14, Pablo dijo: "Si uno
murió por todos, luego todos murieron".

4
En Gálatas 2:20, Pablo no dice que él estaba literalmente en la
cruz con Jesús. Cualquiera sabe que una pretensión semejante habría
carecido de sentido históricamente. Pablo se refería a que cuando
Jesús murió, pagó con su muerte la condena por el pecado en be-
neficio de toda la humanidad. En consecuencia, aunque la humani-
dad no estaba físicamente en la cruz con Jesús, Dios considera su
sacrificio como si nosotros hubiéramos estado "en él", "con él". De
esa manera, cuando Cristo murió en la cruz, usted y yo también mo-
rimos legalmente en la cruz.
Eso significa dos cosas. Primero, que Jesús satisfizo con su
muerte en la cruz la condenación resultante de nuestros pecados, y,
por ende, ya no tenemos que pagar esa deuda nosotros mismos. Es
allí donde la muerte de Cristo nos afecta por medio de la justifica-
ción. Dios puede perdonarnos y tratarnos como si no hubiéramos
hecho nada malo, ya que la penalidad resultante de nuestros pecados
fue satisfecha cuando nosotros morimos "con Jesús", "en Jesús",
sobre la cruz.
En segundo lugar, la muerte de Cristo en la cruz nos afecta por
medio de la santificación, porque nuestra vieja naturaleza pecami-
nosa estaba también sobre la cruz con Jesús. Nuestra vieja naturale-
za pecaminosa fue crucificada "con Cristo", abriendo el camino para
que Cristo implante nuevos deseos y motivaciones en nuestro cora-
zón, conduciéndonos a una nueva vida de victoria sobre el pecado.
Pablo siguió desarrollando su tema para explicar cómo son im-
plantadas estas nuevas motivaciones, cómo recibimos la nueva vida
de victoria en Cristo. El dice: "Con Cristo estoy juntamente crucifi-
cado, y ya no vivo yo". Así como Cristo fue crucificado y luego resu-
citó, la vieja naturaleza pecaminosa del cristiano es crucificada para
que el cristiano mismo pueda resucitar a una nueva vida de victoria.
Pablo enseñó exactamente la misma lección en Romanos 6 por me-
dio de la analogía del bautismo: "¿O no sabéis que todos los que he-
mos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su
muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte
por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nue-
va" (Romanos 6:3, 4).

5
Unos pocos versículos después, Pablo dice: "Y si morimos con
Cristo, creemos que también viviremos con él" (versículo 8). Y luego
aplica este principio de la resurrección a nuestra propia victoria so-
bre el pecado: "Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los
muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque
en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto
vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pe-
ro vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro'' (versículos 9-11).
Volvamos a Gálatas 2:20: "Con Cristo estoy juntamente crucifi-
cado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí".
Cuando el "viejo hombre" de Pablo —su naturaleza pecamino-
sa— murió, permaneció muerto. Por eso dijo: "Ya no vivo yo, mas vi-
ve Cristo en mí". La vieja naturaleza pecaminosa de Pablo nunca vol-
vió a vivir. En lugar de ella, Jesucristo empezó a vivir "en él". Ahora
que los deseos pecaminosos estaban muertos, Jesús estaba libre para
implantar nuevos deseos y motivos en el corazón de Pablo. Por eso
Pablo podía decir: "Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe
del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí".
A menudo hablamos de la justificación por la fe. Pablo ha esta-
do analizando claramente el lugar de las buenas obras en la vida del
cristiano, y concluyó diciendo: "Lo que ahora vivo en la carne [las
buenas obras que produzco en este cuerpo mío], lo vivo en la fe del
Hijo de Dios". La fe en Jesús hace posible nuestra justificación; es de-
cir, el perdón de nuestro pecado. Y también hace posible nuestra
santificación; es decir, nuestra victoria sobre el pecado. Según lo en-
tiendo, la combinación de ambas, de la justificación por la fe y de la
santificación por la fe, constituye la justicia que es por la fe.
Pablo concluye el segundo capítulo de Gálatas diciendo: "No
desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, enton-
ces por demás murió Cristo" (versículo 21).
Ni la justificación ni la santificación pueden ser obtenidas por m
obedecer la ley. Ambas se obtienen sólo por medio de la fe en Jesu-
cristo. Nunca podemos vivir una vida "suficientemente buena" co-
mo para merecer el perdón, ni podemos producir buenas acciones
salidas de un buen corazón por nosotros mismos. La justificación
requiere fe en el perdón de nuestros pecados por parte de Cristo, y
la santificación requiere fe en la transformación que sólo él puede
6
producir en nuestro corazón. "Si por la ley fuese la justicia [ya sea la
justificación o la santificación] entonces por demás murió Cristo".
Estudiaremos la santificación por la fe en mayor detalle en el
próximo capítulo.

7
C APÍTULO 7

La santificación también es
por fe
Gálatas 3:1-5

L a abuela de mi esposa era muy celosa en lo que se refiere a


la observancia del sábado. Ella jamás habría hervido o coci-
nado una papa en ese día, pues la Biblia dice: "Lo que hab-
éis de cocer, cocedlo hoy [viernes], y lo que habéis de cocinar, coci-
nadlo; y todo lo que os sobrare guardadlo para mañana [sábado]"
(Éxodo 16:23).
Sin embargo, la abuela no tenía problemas en llegar del culto el
sábado, rebanar las papas que había hervido el día anterior y freirías,
¡porque la Biblia no decía que no se pudiera freír algo durante el sá-
bado!
Usted y yo sonreímos ante un literalismo tan extremo. Pero des-
afortunadamente, la actitud de la abuela, también conocida como le-
galismo, está muy viva y goza de buena salud en el adventismo con-
temporáneo. Seguramente todos hemos conocido a alguna persona
que se erigió a sí mismo en guardián de la ortodoxia de la iglesia.
Tuve un miembro de iglesia así en un lugar donde trabajé como pas-
tor. Ella ponía en sus labios la más dulce de las sonrisas, guiñaba sus
ojos y le decía a cada cual en qué se había equivocado. ¡Estoy seguro
de que ella no perecerá en el lago de fuego por no dar a la trompeta
el sonido certero en Sión y advertir a sus hermanos de los pecados
de ellos!
Si usted lee cuidadosamente Gálatas 3:1-5, descubrirá que éste
es exactamente el problema con el que Pablo tuvo que lidiar.
Pablo comienza Gálatas 3 de una manera interesante: "¡Oh gála-
tas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vo-
sotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre
vosotros como crucificado?" (versículo 1). ¡Son palabras fuertes!
¿Cómo se sentiría usted si alguien lo confrontara de esa manera en
relación con las creencias doctrinales que usted aprecia?
¿Por qué se expresó Pablo de una manera tan áspera? Porque se
sentía profundamente preocupado por la vida espiritual de sus ami-
gos gálatas. En Gálatas 2:20 había dicho: "Con Cristo estoy cierta-
mente crucificado". Ahora dice: "Ante vuestros ojos Jesucristo fue
ya presentado claramente entre vosotros como crucificado". Cristo
crucificado es un asunto espiritual. Y la teología del partido judío que con-
tendía en Galacia estaba a punto de destruir ese asunto espiritual.
¡No es, pues, de sorprenderse que Pablo estuviera tan preocupado!
En el versículo 2 él dice: "Esto solo quiero saber de vosotros:
¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?" Y
repite la pregunta en el versículo 3: "¿Tan necios sois? ¿Habiendo
comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?" Y en
el versículo 5 dice: "Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y
hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por
el oír con fe?"
Recibir el Espíritu es un asunto profundamente espiritual.
Creo que puede decirse que la mayoría de los adventistas creen
en la justificación por la fe. Al menos es lo que pretendemos. Justifi-
cación significa que cuando confesamos nuestros pecados, Dios los
perdona y nos declara justos. Él nos acepta, como dice Elena de
White, como si nunca hubiéramos pecado (véase El camino a Cristo,
p. 62). Nuestro registro celestial es limpiado y, en lo que a Dios con-
cierne, es como si nunca hubiéramos cometido todos esos pecados
pasados. Se trata de una acción instantánea. Eso es justificación.
Sin embargo, en Gálatas 3:1-5, lo cual estamos estudiando en es-
te momento, la atención de Pablo no está centrada en la justifica-
ción, sino en el Espíritu Santo. La mayoría de nosotros estamos
acostumbrados a la idea de que la justificación es recibida por fe, pe-
ro note que, según Pablo, los cristianos también reciben el Espíritu
por fe:

2
* "¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír
con fe?" (versículo 2).
* "Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas
entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír
con fe?" (versículo 5).
El Espíritu Santo cumple una función tanto en la justificación
como en la santificación. Confesamos nuestros pecados y procura-
mos el perdón divino (la justificación) porque hemos sido convenci-
dos de nuestros pecados por el Espíritu Santo. Esa misma convic-
ción hace que deseemos obtener la victoria sobre nuestros pecados.
El Espíritu Santo viene nuevamente en nuestra ayuda. Él transforma
nuestro corazón, eliminando de él el deseo de pecar, y nos da el po-
der que necesitamos para resistir la tentación. Eso es santificación.
Me gustaría sugerir que la santificación requiere de la fe tanto como
la justificación.
Así que la pregunta real que Pablo dirigió a los cristianos gálatas
fue: ¿Qué hace de una persona un cristiano genuino, lleno del Espí-
ritu Santo? ¿Qué hace de una persona un cristiano victorioso: hacer
o creer? ¿Es la verdadera religión un corazón que ha sido trans-
formado por el Espíritu Santo, o un estilo de vida? En un sentido,
ambas cosas no pueden ser separadas, porque nuestras obras dan
evidencia de que hemos aceptado al Espíritu Santo por fe y de que
hemos experimentado una transformación del corazón. El problema
surge cuando quienes no tienen el corazón transformado piensan
que porque viven de acuerdo con las reglas o normas de un estilo de
vida cristiano son cristianos genuinos. Eso es legalismo.
Los adventistas hemos sido llamados legalistas durante años
porque observamos el séptimo día, el sábado. No pienso que sea eso
lo que nos hace legalistas. No cabe duda de que existen muchos ad-
ventistas legalistas, y tampoco cabe duda de que muchos (si no la
mayoría) adventistas legalistas guardan el sábado de manera legalista.
Pero el sábado en sí mismo no es lo que los hace legalistas. Lo que
los hace legalistas es su énfasis total en el estilo de vida. El legalismo
es la creencia de que lo que uno hace lo convierte en religioso y lo
salva. Cualquier persona cuya religión pone un énfasis mayúsculo en
el estilo de vida, como lo hacemos los adventistas, está en grave pe-
ligro de caer en el legalismo. Además de las reglas que tienen que ver
3
con la observancia del sábado, tenemos una reforma en materia de
salud y alimentación, un código de vestimenta y adorno personal, y
prohibiciones contra ciertas clases de entretenimientos.
Puesto que la observancia del sábado es uno de los asuntos que
tienen que ver con nuestro estilo de vida, utilicémoslo por un mo-
mento como ejemplo.
¿Es correcto mojarse los pies caminando por la orilla del mar el
sábado de tarde, o en un río o lago cercano a nuestro hogar? Usted
sólo se quita los zapatos y deja que el agua moje sus pies. Creo que
difícilmente alguien dijera que eso está mal. Pero suponga que usted
permite que el agua llegue hasta sus tobillos. ¿Es eso condenable? ¿Y
hasta las rodillas? ¿Y si usted levanta su ropa y permite que el agua
llegue hasta sus muslos? Usted ya permitió que su ropa se mojara un
poco. ¿Es correcto refrescarse en el agua durante el sábado siempre
y cuando su ropa no se moje? Tal vez usted diga: "Bueno, tal vez es
correcto hasta los muslos". Pero suponga que usted introduce todo
su cuerpo en el agua y sumerge también su cabeza. Y entonces nada
un poco alrededor. ¿Es eso malo? Suponga que usted cruza a nado
el lago. ¿Es eso peor que caminar alrededor del lago en sábado?
Estoy seguro de que en cualquier grupo de adventistas encon-
traríamos una variedad de respuestas a esas preguntas. El punto que
quiero destacar es que estas son las clases de cosas que empiezan a
debatir quienes tienen un estilo de vida estricto. Las discusiones se-
mejantes a la del agua pueden volverse interminables, hasta que
comprendemos que no estamos hablando en absoluto acerca de
cuestiones que tienen que ver con la fe. En cambio, estamos ha-
blando acerca de la obediencia a reglas y normas. Nos estamos pre-
guntando si una persona que nada en el lago el sábado de tarde es
salva, si una persona que usa un poco de adorno o va al teatro de
vez en cuando es salva. ¡Y de pronto el razonamiento del partido ju-
dío comienza a resultarnos familiar!
Permítame asegurarle que el partido judío se habría sentido su-
mamente cómodo en algunos círculos adventistas. Ellos habrían en-
contrado gran satisfacción en debatir acerca de si quienes usan anillo
de casamiento, aros o asisten al teatro pueden ser salvos. No estoy
diciendo que esas cosas sean irrelevantes. Pero usar o no usar joyas
no es la verdadera cuestión. Tampoco lo es la asistencia al teatro. El
4
tema es la mente. ¿Soy vanidoso? ¿Soy orgulloso? ¿Me gusta alimen-
tar mi mente con violencia y lascivia? Sin duda es apropiado pregun-
tar si la vanidad, el orgullo y el libertinaje amenazan nuestra salva-
ción. Si las joyas conducen a la vanidad y al orgullo, son un error. Si
las películas y los programas de TV llenan nuestra mente de basura,
son un error. Y esos asuntos pueden ser una seria amenaza para nues-
tra vida eterna.
La salvación tiene que ver con la mente y con quién la controla.
Tiene que ver con los sentimientos que controlan nuestra mente.
Tiene que ver con el Espíritu, la creencia y la fe, y no con discutir
hasta qué punto del cuerpo es lícito mojarse en sábado.
Pablo diría: "Oh adventistas insensatos... ¿Recibisteis el Espíritu
por observar las normas de la iglesia, o por aceptar con fe lo que oís-
teis?" Me temo que muchos de nosotros, los adventistas, necesita-
mos escuchar las palabras de Pablo a los gálatas, pues una de nues-
tras grandes tentaciones es poner el rótulo de "infiel" en la espalda
de todo aquel que no sigue nuestro estilo de vida tan bien como
creemos que debería hacerlo.
Claro que es necesario prestar atención cuidadosa a lo que co-
memos y bebemos, a lo que usamos y a los lugares donde vamos en
busca de entretenimiento, pero estamos en grave peligro de perder la
vida eterna si creemos que nuestra obediencia a esas normas y reglas
asegura nuestra posición ante los ojos de Dios. Esas reglas no tienen
nada que ver con nuestra situación ante Dios. Nuestra posición ante
Dios está determinada por nuestra fe en Jesucristo.
¿Se siente tentado a acusarme de destruir el adventismo? Enton-
ces tal vez usted comprende la preocupación de los cristianos judíos,
que decían: "Pablo, tú estás destruyendo el judaísmo". Porque así
como ciertas prácticas habían llegado a ser una parte importante del
judaísmo, ciertas prácticas han llegado a ser una parte importante del
adventismo. Y siempre existe la tentación de pensar, como los cris-
tianos judíos lo hacían, que el hecho de ver las prácticas desde una
nueva perspectiva (no la tradicional) significa destruir nuestra reli-
gión, nuestra espiritualidad y nuestra conexión con Dios.
Podemos pensar que aquellos de entre nuestros hermanos que
no viven el estilo de vida adventista como nosotros lo hacemos
están poniendo en peligro su espiritualidad, pero no tenemos la me-
5
nor idea de cómo es la vida espiritual de esas personas o cómo es su
conexión con Cristo. Sencillamente no podemos juzgarnos unos a
otros a ese nivel. Tan pronto como lo intentamos, estamos dentro
del legalismo.
Volvamos ahora al tema de este capítulo y al tema de las obser-
vaciones de Pablo en Gálatas 3:1-5. La pregunta usual de Pablo es si
un cristiano recibe la justificación por fe o por obras, pero el asunto
clave en este pasaje es si el cristiano recibe el Espíritu Santo por fe o
por obras. Jesús dijo que el Espíritu Santo es quien nos convierte
(véase Juan 3:3, 5), y la conversión transforma el corazón, haciendo
posible la obediencia a la ley de Dios. Las personas convertidas,
quienes han recibido el Espíritu Santo, no sienten que tienen que
obedecer la ley de Dios, sino que quieren obedecer.
Esto significa que tanto la conversión como la santificación son
hechas posibles por fe, igual que la justificación. En el contexto de la
argumentación de Pablo en Gálatas, resulta claro que la conversión y
la santificación comienzan en el momento en que colocamos nuestra
fe en Jesucristo, como ocurre con la justificación.
Existe una especie de debate dentro del adventismo actual acer-
ca de si la conversión es parte de la justificación. Algunas personas
insisten en que la justificación es exclusivamente una transacción le-
gal que ocurre en los libros del cielo cuando Cristo perdona los pe-
cados de un cristiano, y que no tiene nada que ver con la experiencia
interna de esa persona. No estoy de acuerdo con esa posición, y creo
que en Gálatas 3:1-5 Pablo tampoco está de acuerdo con ella. Un
respetado erudito bíblico, que es especialista en el libro de Gálatas,
hizo el siguiente comentario acerca de este pasaje:
"Pablo da por sentado que el hecho de que Abraham fuese justi-
ficado por la fe demuestra que los gálatas debieron haber recibido el
Espíritu sólo por fe; y este argumento bíblico cae a tierra a menos que
la recepción del Espíritu sea igualada en algún sentido con la justifi-
cación. Porque si esto no fuera así, podría objetarse que si bien
Abraham fue en verdad justificado por la fe, ello no implica necesa-
riamente que la recepción del Espíritu tenga que depender necesa-
riamente de la fe; es concebible que si bien la justificación es por fe,
el don del Espíritu podría estar condicionado a las obras. Podemos
entonces aceptar que Pablo concibe la recepción del Espíritu en co-
6
nexión tan estrecha con la justificación, que ambas pueden ser con-
sideradas en algún sentido como sinónimas, así que en la recepción
del Espíritu por parte de los gálatas también estaba implícita su justi-
ficación".
"Por lo tanto, así como en el pasaje anterior (Gálatas 2:15-21)
Pablo interpretó la experiencia de su propia conversión en los
términos de la justificación por la fe, en el presente pasaje (Gálatas
3:1-6), se considera que la experiencia iniciática de los gálatas (la re-
cepción del Espíritu) incluyó la justificación por la fe, si es que no
era un sinónimo de ella. Esto muestra nuevamente que, para Pablo,
la justificación está ubicada al comienzo de la vida cristiana como
una parte integral de la experiencia cristiana" (Ronald Y. K. Fung,
The International Commentary on The New Testament: The Epistle to the Ga-
latians [Comentario internacional del Nuevo Testamento: La Epísto-
la a los Gálatas], F. F. Bruce, ed. [Grand Rapids: Eerdmans, 1988],
pp. 136, 137).
Mi opinión personal acerca de todo este debate en torno a la
justificación y la conversión que está teniendo lugar en la Iglesia Ad-
ventista es que mucho de él tiene que ver con exquisiteces teológicas
que le tienen sin cuidado al hombre y a la mujer promedio que ocu-
pan los bancos de la iglesia. Para el propósito de las definiciones te-
ológicas, es importante que la conversión y la justificación se man-
tengan separadas, pero debemos comprender que ambas comienzan
en el primer momento de la fe, y que ambas tienen que ver con el
corazón tanto como con los registros celestiales. Y, como Pablo lo
establece tan claramente en Gálatas 3:1-5, nuestra recepción del
Espíritu Santo, que constituye la base de la conversión y de la santi-
ficación, no está basada en las obras así como tampoco lo está la jus-
tificación. Ambas llegan a nosotros por medio de la fe y fe sola,
exactamente de la misma manera que como recibimos la justifica-
ción.
De comienzo a fin, no podemos enorgullecemos de que haya-
mos hecho nada para merecer la más ínfima parte de nuestra vida
cristiana. Todo está basado en Cristo y éste crucificado.
Ese es el mensaje de Gálatas 3:1-5.

7
C APÍTULO 8

Probando su evangelio
por medio de las Escrituras
Gálatas 3:6-14

E l partido judío había elaborado su teología valiéndose de las


Escrituras. Su doctrina estaba completamente basada en el
Antiguo Testamento. Esto se hace evidente en la asevera-
ción que hicieron en ocasión del Concilio de Jerusalén: "Es necesa-
rio circuncidarlos [a los gentiles] y mandarles que guarden la ley de
Moisés" (Hechos 15:5). Conocían a la perfección el contenido de
esas leyes. También conocían la promesa divina de hacer de Abra-
ham una gran nación, y la promesa de que el Mesías sería un descen-
diente de David.
Hasta aquí, Pablo ha compartido con nosotros su comprensión
del evangelio sin tratar de demostrarla a la luz de la Biblia. Usted y
yo podemos aceptar eso porque sabemos que Pablo es uno de los
escritores de la Biblia. Pero el partido judío no aceptaba a Pablo co-
mo escritor bíblico, y éste sabía que los cristianos de Galacia le exi-
girían más evidencia que su simple aseveración: "Dios me dio mi
evangelio mediante una revelación". El tendría que fundamentar su
evangelio mediante la Escritura. Y eso es lo que hizo en Gálatas 3:6-
14. En esos pocos versículos hace resonar un pasaje del Antiguo
Testamento tras otro. Sus transcripciones de pasajes del Antiguo
Testamento son tan densas y rápidas que es fácil sentirse confundi-
do. Sin embargo, cuando examinamos cuidadosamente su línea ar-
gumentativa, vemos que ella es muy lógica y suficientemente sencilla
como para entenderla.
Comencemos citando Gálatas 3:6-14. Destacaré con cursiva los
pasajes que Pablo cita del Antiguo Testamento para que usted pueda
identificarlos fácilmente.
"Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por
tanto, que los que son de fe, ésos son hijos de Abraham. Y la Escri-
tura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles,
dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán
benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos
con el creyente Abraham. Porque todos los que dependen de las
obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo
aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para
hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evi-
dente, porque: El justo por la fe vivirá-, y la ley no es de fe, sino que di-
ce: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la mal-
dición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito:
Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la
bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe
recibiésemos la promesa del Espíritu".
Probablemente, usted encontrará que le resulta más sencillo se-
guir mi explicación de este pasaje si se remite constantemente a él
mientras lee. Así también, puesto que la Epístola a los Gálatas es
sólo un resumen de las ideas que Pablo desarrolló más extensamente
en Romanos 3 y 4, en algunos casos nos remitiremos a Romanos pa-
ra entender mejor lo que Pablo quiso decir en Gálatas.
Cualquiera que haya estudiado aun brevemente los escritos de
Pablo sabe que el tema principal de su doctrina fue la justificación
por la fe en contraposición con las obras de la ley. Y ése es el punto
donde comienza en Gálatas a fundamentar su evangelio basándose
en el Antiguo Testamento. Dijo: "Así Abraham creyó a Dios, y le fue
contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, ésos son
hijos de Abraham". Pablo cita aquí, casi palabra por palabra, Génesis
15:6: "Y creyó [Abraham] a Jehová, y le fue contado por justicia".
En Gálatas, Pablo sólo comenta brevemente este pasaje, pero en
Romanos realiza un desarrollo pormenorizado a partir de ese texto.
El razonamiento de Pablo en Gálatas nos resultará mucho más
comprensible si nos detenemos un poco en Romanos. Comenzaré
citando Romanos 4:1-3: "¿Qué, pues, diremos que halló Abraham,
2
nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por
las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque,
¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por
justicia".
Note que Pablo comienza este pasaje mencionando la posibili-
dad de que Abraham hubiera sido justificado por las obras, pero
desbarata inmediatamente esa idea citando el mismo versículo de
Génesis que acabamos de leer en Gálatas: "Creyó Abraham a Dios, y
le fue contado por justicia". Y en Romanos comenzó diciendo: "¿Es,
pues, esta bienaventuranza solamente parta los de la circuncisión, o
también para los de la incircuncisión? Porque decimos que a Abra-
ham le fue contada la fe por justicia. ¿Cómo, pues, le fue contada?
¿Estando en la circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circun-
cisión, sino en la incircuncisión. Y recibió la incircuncisión como se-
ñal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircun-
ciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a
fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre
de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión,
sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre
Abraham antes de ser circuncidado".
Si usted no había escuchado antes el argumento paulino, el he-
cho de leerlo en este pasaje sin explicación alguna puede hacer que
se sienta un poco confundido. Sin embargo, la línea argumentativa
que sigue el apóstol es muy simple.
Génesis 15:6 dice: "Y creyó [Abraham] a Jehová, y le fue conta-
do por justicia". Pero tenemos que esperar hasta llegar a Génesis
17:9 y 10 para leer acerca de la circuncisión: "Dijo de nuevo Dios a
Abraham: En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia
después de ti por sus generaciones. Este es mi pacto, que guardaréis
entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: será circuncida-
do todo varón de entre vosotros". Un examen cuidadoso de la cro-
nología bíblica interna de estos capítulos del Génesis muestra que
Dios acreditó a Abraham su fe como justicia (fue justificado por fe)
¡17 años antes de que se le ordenara circuncidarse!
El partido judío insistía en que los gentiles no estaban en condi-
ciones de recibir la justificación por la fe hasta que fueran circunci-
dados. Pablo replicó ese argumento señalando que el primer hebreo
3
en ser circuncidado fue nada menos que el padre de la nación judía,
Abraham mismo. Y Abraham fue justificado por fe antes de que es-
tuviera circuncidado. Si Abraham pudo ser justificado por fe antes
de estar circuncidado, entonces seguramente los gentiles debían te-
ner acceso a la salvación también sin la circuncisión.
Si uno se pone a pensar en ello, era realmente un argumento
sencillo.
El siguiente "texto probatorio" de Pablo proviene también del
Génesis: "Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por
la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, di-
ciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de
la fe son bendecidos con el creyente Abraham" (Gálatas 3:8, 9). De
acuerdo con Génesis 12:2 y 3, Dios dijo a Abraham: "Y haré de ti
una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás
bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te mal-
dijeren, maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra". La
parte que se encuentra en letra cursiva es la que citó Pablo.
Con esta cita del Antiguo Testamento Pablo inicia otro tema
que desarrollará en el resto del capítulo 3 y en una parte considerable
del capítulo 4. El asunto es éste: ¿Quién tiene derecho a considerarse
un hijo de Abraham? El partido judío insistía en que los únicos des-
cendientes verdaderos de Abraham eran quienes recibieron el rito de
la circuncisión, como Abraham. Pedro Pablo dijo "No". Todo aquel
que cree es un descendiente de Abraham.
Note que Pablo dice: "Y la Escritura, previendo que Dios había de
justificar por la fe a los gentiles". Cuando Dios dijo que todas las na-
ciones serían bendecidas en Abraham, en verdad tenía en mente que
los gentiles serían justificados por fe. El evangelio de la justificación
por la fe no fue un pensamiento posterior. No tuvo su origen en
Jesús o en Pablo. Comenzó con Abraham. Pablo termina su ar-
gumento diciendo: "De modo que los de la fe [sean judíos o gentiles]
son bendecidos con el creyente Abraham".
Hasta aquí Pablo usó el Antiguo Testamento para probar su
evangelio de la justificación por la fe. Ahora utiliza el mismo Anti-
guo Testamento para demostrar que la salvación por la obediencia a
la ley es imposible: "Porque todos los que dependen de las obras de
la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito aquel que no
4
permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para
hacerlas" (Gálatas 3:10). Esta cita proviene de Deuteronomio 27:26:
"Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas".
El punto que Pablo quiere destacar es que si fuera posible obe-
decer la ley perfectamente, la justificación por las obras también se-
ría posible. Sin embargo, aun la desobediencia más insignificante trae
aparejada una maldición. Y puesto que todos los seres humanos
desde Adán hasta el presente han pecado (véase Romanos 3:23), to-
dos están bajo maldición. Todos están condenados a la muerte eter-
na.
Pablo vuelve entonces momentáneamente a su tema de la justi-
ficación por la fe y emplea otro de sus textos favoritos del Antiguo
Testamento: "El justo por la fe vivirá" (Gálatas 3:11). Esta cita pro-
viene de Habacuc 2:4: "Mas el justo por su fe vivirá".
Pero Pablo inmediatamente vuelve atrás para mostrar la incapa-
cidad de la ley para salvar: "Y la ley no es de fe, sino que dice: El que
hiciere estas cosas vivirá por ellas" (Gálatas 3:12). Esta declaración
proviene de Levítico 18:5: "Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis
ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos". La justi-
ficación por la obediencia a la ley sólo es posible en teoría, pero mi-
les de años de pecado han demostrado que ningún ser humano, con
excepción de Cristo, ha guardado perfectamente la ley. En con-
secuencia, desde una perspectiva práctica, la única manera de que un
ser humano pueda ser reconocido como justo delante de Dios es
por medio de la fe.
Así que Dios nos dio a los seres humanos una ley que guardar y
dijo que si la guardamos a la perfección ella podría hacernos dignos
de la vida eterna. Pero nadie jamás lo ha logrado, lo que significa que
todos estamos bajo maldición.
¿Puede, entonces, alguien ser salvo? ¡Por supuesto que sí! Pablo
dijo: "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por noso-
tros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado
en un madero)" (Gálatas 3:13). Pablo cita aquí Deuteronomio 21:23,
y citaré el versículo 22 para que usted tenga a la vista el contexto: "Si
alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hicie-
reis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo

5
pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día,
porque maldito por Dios es el colgado".
El punto que presenta Pablo es meridianamente claro. Aunque
Moisés, el autor del Deuteronomio, no tenía la muerte sacrificial de
Cristo en mente cuando escribió ese pasaje, Pablo lo aplicó de esa
manera. Él expandió el sentido de las palabras de Moisés. Usó las
palabras de Moisés como vehículo para mostrar que la maldición re-
sultante de nuestra desobediencia, que debería haber caído sobre no-
sotros, cayó en realidad sobre Cristo. Cristo llevó sobre sí nuestros
pecados para poder darnos su justicia. Elena de White lo expresa de
una manera hermosa en El Deseado de todas las gentes-. "Cristo fue tra-
tado como nosotros merecemos a fin de que nosotros pudiésemos
ser tratados como él merece. Fue condenado por nuestros pecados,
en los que no había participado, a fin de que nosotros pudiésemos
ser justificados por su justicia, en la cual no habíamos participado. El
sufrió la muerte nuestra, a fin de que pudiésemos recibir la vida suya.
'Por su llaga fuimos nosotros curados' " (pp. 16, 17).
Pablo concluyó la defensa de su evangelio basada en el Antiguo
Testamento declarando nuevamente por qué ello era tan importante:
"Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los
gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu"
(Gálatas 3:14).
Notemos dos cosas acerca de este versículo. Primero, toda la ar-
gumentación desarrollada hasta aquí por Pablo en Gálatas tuvo un
único propósito: mostrar que la bendición dada a Abraham por me-
dio de la fe está también disponible para los gentiles que ejercen la
misma fe. El partido judío estaba argumentando desesperadamente
que los gentiles reciben la justificación por la fe sólo si antes son cir-
cuncidados y guardan las otras leyes de Moisés. Pero Pablo dijo
"No". Abraham fue justificado por la fe antes de participar del rito
de la circuncisión, y lo mismo ocurre con los gentiles.
En segundo lugar, note que al final del versículo 14 Pablo volvió
a mencionar su argumento acerca de la santificación: "A fin de que
por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu". El propósito íntegro
de la justificación es abrir el camino para que los seres humanos res-
tablezcan su unión con Cristo por medio del Espíritu Santo. De otra
manera, Dios estaría salvando a las personas legalmente, sobre la ba-
6
se del contenido de los registros celestiales, sin que experimentaran
jamás una transformación en sus caracteres. Efesios 2:8-10 es tal vez
el lugar donde Pablo establece de manera más clara la relación exis-
tente entre la fe y las obras: "Porque por gracia sois salvos por me-
dio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por
obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados
en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de ante-
mano para que anduviésemos en ellas".

7
C APÍTULO 9

Dios siempre cumple


sus promesas
Gálatas 3:10-18

H ace varios años, cuando yo era pastor en Texas, la asocia-


ción me preguntó si estaría interesado en ser trasladado a
una iglesia mayor en Waco. El cambio haría necesario que
mi esposa y yo vendiéramos nuestra casa en Keene, cerca de Alvara-
do. Después de conversar con ella al respecto y orar, decidimos
aceptar la invitación de la asociación. Puse un cartel de venta en el
frente de nuestra casa y un aviso en el diario. Tiempo después, está-
bamos en la oficina de un abogado firmando los papeles de la tran-
sacción. Aún me veo tomando la lapicera en mi mano, escribiendo
mi nombre en la línea de puntos y pasando luego la lapicera a mi es-
posa para que ella pudiera firmar en la línea punteada. También fir-
mamos papeles para comprar una casa en Waco.
Hasta que firmamos los papeles para vender nuestra antigua ca-
sa, ésta todavía era nuestra. De la misma manera, una vez que fir-
mamos el contrato de compra por la nueva casa, ésta pasó a pertene-
cemos y dejó de ser del dueño anterior. Mi esposa y yo podíamos
ahora vivir felizmente en nuestro nuevo hogar, sabiendo que los an-
teriores propietarios nunca podrían ir y decirnos: "Esta es todavía
nuestra casa. Nosotros vivíamos aquí, y ustedes tendrán que irse".
Ni mi esposa ni yo podíamos volver a nuestra casa anterior y entrar
en ella cuando nos diera la gana. No podíamos exigir vivir en ella
nuevamente. Esa casa pertenecía ahora a otra gente. Mi esposa y yo
habíamos firmado papeles, los nuevos propietarios también lo
hicieron y ninguno de nosotros podía cambiar eso. Una vez que un
convenio humano ha sido debidamente establecido, no puede ser
cambiado o puesto a un lado.
He ahí una buena analogía de lo que Pablo quiso decir en Gála-
tas 3:15: "Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque
sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade".
Pablo estaba estableciendo un punto importante aquí. El dice
que cuando Dios prometió a Abraham la salvación por la fe, aquel
no podía cambiar y exigir que la salvación fuera basada en obras. Las
promesas de Dios son tan seguras como los convenios humanos, y
aún más. Si ni siquiera los seres humanos pueden dar marcha atrás
en cuanto a los documentos o convenios legales que firman, ¡segu-
ramente tampoco Dios!
Está todo muy bien, dice usted, pero Dios no firmó ningún do-
cumento con Abraham.
Eso es cierto. Pero una firma sobre papel no era la manera usual
como la gente hacía convenios legalmente obligatorios en la época
de Abraham. Tal vez usted se sorprenda al descubrir cómo lo hacían.
Génesis 15 nos lo dice.
Abraham estaba desesperado por tener un hijo y ya estaba
cansándose de esperar el cumplimiento de la promesa divina. Así
que, como usted recordará, propuso a su siervo Eliezer que fuese su
hijo. Era muy común en aquel tiempo que una familia que no podía
tener hijos hiciera de su siervo principal el heredero de su patrimo-
nio. Pero Dios dijo: "No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el
que te heredará" (véase Génesis 15:1-5). Es en este punto donde la
Biblia dice: "Y creyó [Abraham] a Jehová, y le fue contado por justi-
cia" (Génesis 15:6).
La promesa de un heredero estaba ahora establecida. Sin em-
bargo, Dios también había prometido dar a Abraham la tierra de
Canaán (véase Génesis 13:14, 15), y Abraham aún tenía un poco de
duda acerca de eso. "Y él [Abraham] respondió: Señor Jehová, ¿en
qué conoceré que la he de heredar [la tierra]? Y [Dios] dijo: Tráeme
una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de
tres años, una tórtola también, y un palomino" (Génesis 15:8, 9).
Abraham reunió todos estos animales en un mismo lugar, y
Dios le dijo que partiera cada uno de ellos en dos (excepto las aves),
2
y que colocara cada parte frente a la correspondiente dejando un es-
pacio. Cerca del atardecer, Abraham fue sobrecogido por el sueño, y
"el temor de una grande oscuridad cayó sobre él" (versículo 12). En-
tonces Dios le dijo: "Ten por cierto que tu descendencia morará en
tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años.
Mas también a la nación a la cual servirá, juzgaré yo; y después de es-
to saldrán con gran riqueza. Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás
sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá;
porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta
aquí" (versículos 13-16).
Note que Dios predijo el cautiverio de los israelitas en Egipto y
su retorno 400 años después, "en la cuarta generación" (en aquella
época, una generación era significativamente más longeva que hoy).
Era importante en extremo para Dios informar a Abraham acerca
del cautiverio israelita antes de que ocurriera, para que tras su cauti-
verio el pueblo no perdiera su fe en la promesa.
Pero, ¿qué acerca de la "firma" de este pacto o convenio entre
Dios y Abraham? La Biblia dice que: "Puesto el sol, y ya oscurecido,
se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba
por entre los animales divididos" (versículo 17).
En la antigüedad, las personas no siempre concretaban sus
acuerdos legales poniéndolos por escrito en un pergamino y estam-
pando sus firmas al pie. En lugar de ello, cortaban varios animales
domésticos —una ternera, una cabra o un carnero— y separaban los
pedazos más o menos un metro entre sí dejando un sendero entre
ellos. Los pactantes "firmaban" entonces el convenio caminando en
medio de los trozos de animales. Abraham estaba dormido cuando
Dios "firmó" el documento, así que él no caminó entre los animales
sacrificados. Pero Dios sí lo hizo en la forma de un horno humeante
con una antorcha de fuego.
Y a eso se refiere Pablo en Gálatas cuando dice: "Un pacto,
aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le
añade. Así es en este caso". El punto que Pablo desea destacar aquí
es que cuando Dios hizo ciertas promesas a Abraham sobre la base
de la fe de éste y luego ratificó esas promesas ("puso su nombre" al
pie de ellas) al pasar entre los trozos de animales, era imposible que
él diera marcha atrás o que se retractara.
3
Es importante prestar cuidadosa atención a lo que Dios prome-
tió exactamente a Abraham y a lo que no le prometió. Le prometió
que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo y
como la arena del mar (Génesis 15:5), que sus descendientes llegar-
ían a ser una gran nación (12:1-3) y que heredarían la región que hoy
llamamos Palestina (15:7). Dios no prometió nada acerca de la salva-
ción. Tampoco dijo a Abraham: "Cree en mí y te daré la vida eter-
na".
Sin embargo, cuando Abraham creyó la promesa divina acerca
de que sus descendientes llegarían a ser una gran nación en Palestina,
Dios le acreditó esa fe como justicia. Su fe en la promesa de Dios
llegó a ser una fe salvadora que condujo a la vida eterna. Ese es el
punto que Pablo quiere destacar.
Usted y yo podemos experimentar la misma bendición hoy.
Cuando leemos la Biblia descubrimos muchas promesas que Dios
nos ha dado como una ayuda para la vida diaria. Encontramos ayuda
para lidiar con los problemas personales, familiares, eclesiásticos y
laborales por mencionar sólo unos pocos. Cuando creemos estas
promesas, Dios nos acredita esa fe como justicia.
Creer que Cristo murió en una cruz para salvarnos del pecado y
que resucitó al tercer día para darnos una nueva vida en unión con
él, está sin duda incluido en lo que llamamos "justicia que es por la
fe". Pero lo mismo debe decirse del hecho de confiar en Dios lo su-
ficiente como para permitirle que sea el Señor en todos los asuntos
de nuestra vida. Dios acredita toda nuestra fe en él como justicia, in-
cluyendo nuestra fe en su dirección sobre nuestra vida cotidiana.
Pablo continuó diciendo que: "A Abraham fueron hechas las
promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si habla-
se de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo"
(Gálatas 3:16). Cristo es la promesa en el más pleno de los sentidos,
porque la promesa no habría sido más que palabras vacías sin él.
Aunque Dios no lo dijo exactamente de esa manera, Pablo interpre-
tó que la promesa hecha a Abraham significaba que Jesucristo ven-
dría algún día, moriría en la cruz y haría posible que cada persona re-
cibiera la justicia que es por la fe.
Las promesas de Dios son seguras. Podemos reclamar cualquier
cosa que Dios haya prometido como si tuviéramos un documento
4
firmado y sellado por él. Pero debemos reclamarlo por fe. Una pro-
mesa requiere, por su misma naturaleza, fe de parte de quien la reci-
be. Una vez que la promesa se ha cumplido, la fe ya no es necesaria.
Si prometo a mi esposa que le traeré algo de la tienda, ella tiene fe
para creer que lo haré. Cuando llego a casa con lo prometido en mis
manos, ella ya no necesita tener fe en mí. Ella ve las cosas que me
solicitó y sabe que las compré. Pero hasta que la promesa se cumple,
quien la recibió sólo puede tener fe en quien la hizo.
Uno de los principios más fundamentales de la vida es que de-
bemos ser capaces de confiar unos en otros. Sería terrible tener que
vivir en una sociedad donde no existe la confianza. Cada vez que
firmo un comprobante de compra con mi tarjeta de crédito estoy
prometiendo a la compañía crediticia que pagaré. Cada vez que pago
mi cuenta a tiempo, hago crecer la confianza que la compañía de
crédito tiene en mí. Para Pablo, la cuestión en juego era la confiabili-
dad de Dios. "La ley que vino cuatrocientos treinta años después, no
lo abroga, para invalidar la promesa. Porque si la herencia es por la
ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham me-
diante la promesa" (versículos 17, 18).
Aparentemente, el partido judío pretendía que la ley promulgada
por Dios en el Sinaí dejaba sin efecto la promesa hecha a Abraham.
Pablo seguía diciendo: "La promesa, la promesa, la promesa...", y
ellos seguían diciendo: "Sí, pero la ley, la ley, la ley..." Lo que ellos
querían decir era que la ley, cuando fue promulgada, anuló la prome-
sa hecha a Abraham. Pero Pablo dijo "No". Un documento humano
que ha sido firmado y sellado no puede ser modificado. ¿Cuánto
menos tratándose de una promesa —un "documento"— que Dios
"firmó" en favor de Abraham?
Pablo señalaba el hecho de que, independientemente del pro-
pósito que la ley hubiera cumplido durante sus 1.500 años de vigen-
cia desde el Sinaí hasta el Calvario, ella no anulaba la justicia que es
por la fe. La ley no reemplazaba el método de salvación surgido de la
promesa hecha a Abraham.
Todos hemos pasado sin duda por la experiencia de aceptar una
promesa que luego fue rota por quien la hizo. Cuanto más significa
una promesa para alguien, más penosa resulta su ruptura. No nos
gustan las promesas rotas, y menos aún las personas que rompen sus
5
promesas. Todavía recuerdo a un sujeto que me estafó en una con-
siderable suma de dinero. El se ganó mi confianza —mi fe— y luego
la usó para estafarme. E incluso firmó un compromiso de que me
devolvería mi dinero. Pero luego no lo hizo. Usted puede estar segu-
ro de que no me sentí muy a gusto respecto de esa persona.
Ahora, piense cómo nos sentiríamos usted y yo respecto de
Dios si después de que prometió justificar a Abraham sobre la base
de la fe, hubiera roto esa promesa 430 años después con la promul-
gación de la ley. Lo que Pablo destaca es que usted y yo podemos
confiar en Dios. El no rompió la promesa que hizo a Abraham y a
sus descendientes cuando entregó la ley 430 años después. El Sinaí
no anuló el pacto que Dios "firmó" cuando caminó entre aquellos
animales.
Esta es una buena lección para nosotros acerca de la confiabili-
dad. ¿Cuán dignos de confianza somos como cristianos? ¿Cuán dig-
nos de confianza deberíamos ser? ¿Qué tiene derecho a esperar de
nosotros el mundo? La respuesta es: absoluta integridad. Salmos
15:4 dice que sólo quienes cumplen sus promesas, aun en perjuicio
propio, tendrán acceso al reino de Dios. Los cristianos necesitan
construir ese reino de reputación para ellos mismos. Eso es amor en
acción. El amor no es un sentimiento. Es un principio que funciona
independientemente de cómo nos podamos sentir. Si dependiéra-
mos sólo de sentimientos, difícilmente haríamos lo que dice Salmos
15:4: mantener nuestra palabra aunque eso signifique un perjuicio
para nosotros. No es muy divertido salir perjudicado, y resulta fácil
para nosotros, los seres humanos, cambiar para evitar el perjuicio
propio. Pero lo correcto es "aun jurando en daño propio, no por eso
cambiar". He allí uno de los fundamentos sobre los que descansa el
amor, y esa es la razón por la que Dios no permitiría que la ley inva-
lidara la promesa que él hizo a Abraham.
El problema en Galacia no era que el partido judío y los gálatas
estuvieran realmente haciendo que Dios diera marcha atrás en su
promesa. Pero lo estaban tratando como si él lo hubiera hecho, y el
resultado psicológico es el mismo. Si usted me hace una promesa
pero yo estoy mal informado y pienso que la rompió, actuaré como
si usted la hubiera roto en verdad. De la misma manera, si pensamos
que Dios no es digno de confianza, para nosotros es lo mismo que si
en verdad no lo fuera.
6
Según Pablo, las buenas nuevas del evangelio son no sólo que
Dios es digno de confianza, sino también que confiar en él es el úni-
co camino de salvación. "Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).
Y ésa es una promesa que Dios nunca romperá.

7
C APÍTULO 10

El evangelio según el Sinaí


Parte I
Gálatas 3:19, 20

E
l estudio que realizaremos en este capítulo abarca sólo dos
versículos de Gálatas 3, pero uno de ellos (versículo 19) es
crucial, porque parece sugerir que Dios dio la ley sólo para
la gente que vivió en la época del Antiguo Testamento. En el próxi-
mo capítulo descubriremos que Gálatas 3:24, si se lo traduce exac-
tamente como se encuentra en el original griego, parece decir lo
mismo. Por eso Gálatas 3:19 y 3:24 han llegado a ser los textos favo-
ritos de quienes quisieran que creyéramos que a partir del Nuevo
Testamento los cristianos ya no tienen la obligación de guardar los
Diez Mandamientos.
Si sólo dispusiéramos de la Epístola a los Gálatas, podríamos
fácilmente concluir que los Diez Mandamientos fueron abrogados
cuando Cristo vino. No obstante, Romanos hace que resulte meri-
dianamente claro el hecho de que los Diez Mandamientos cumplen
una función importante en la vida de los cristianos del Nuevo Testa-
mento. Romanos es tan claro al respecto que nos obliga a releer más
cuidadosamente los textos de Gálatas donde parece decirse que la
ley fue puesta a un lado cuando Cristo vino. De ese modo podremos
asegurarnos de si lo que Pablo parece decir es lo que en verdad
pretendió decir. A eso vamos a dedicarnos en este capítulo y en el que
sigue.
Antes de avanzar, leamos el texto bíblico que estudiaremos en
este capítulo: "Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa
de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha
la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un
mediador. Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno"
(versículos 19, 20).
Enseguida comenzaremos a analizar estos versículos, pero haga-
mos antes un breve repaso del capítulo anterior de este libro.
Cuando el partido judío arribó a Galacia, sus integrantes eran
bien conscientes del argumento paulino según el cual la promesa de
la justicia por fe fue dada a Abraham antes de que él fuera circunci-
dado. Sabían que Pablo utilizaba ese hecho histórico para justificar
su aceptación de los gentiles dentro de la iglesia cristiana sin reque-
rirles que se sometieran a la circuncisión. Y eran lo suficientemente
sagaces como para darse cuenta de que tenían que responder a ese
argumento o correrían el riesgo de perder su influencia sobre la igle-
sia. No tenemos la respuesta de ellos por escrito, pero a juzgar por
lo que dice Pablo, podemos suponer cuál fue: Que la ley, la cual fue
dada 430 años después de Abraham, reemplazó a la promesa de la
justicia por la fe hecha a Abraham. Eso era esencialmente lo con-
trario al argumento que escuchamos actualmente con tanta frecuen-
cia, en el sentido de que el evangelio de la justificación por la fe dejó
sin efecto los Diez Mandamientos. El partido judío pretendía que la
ley del Sinaí anuló la promesa hecha a Abraham, la justicia por fe.
Pablo argumentó tan firmemente contra esta falsa enseñanza en
sus días como nosotros lo hacemos hoy contra la idea de que la ley
ha sido abolida. Su respuesta de Gálatas 3:15-18, que ya hemos estu-
diado en el capítulo anterior de este libro, fue que inclusive los con-
tratos humanos no pueden ser rotos cuando ya están firmados;
cuanto menos la promesa de Dios, su contrato con Abraham.
No obstante, Pablo comprendía que no era suficiente explicar
que Dios no podía romper su contrato con Abraham. Si la ley no re-
emplazaba a la promesa, entonces había que explicar qué hizo la ley,
cuál era su función o finalidad. Ese es el punto principal de la pre-
gunta que hace en el versículo 19: "Entonces, ¿para qué sirve la ley?"
Es importante que entendamos la función de esta declaración
dentro de la argumentación paulina. Uno de los métodos usados vez
tras vez por los escritores es lo que llamamos "transición". Puede
tratarse de una palabra, una frase o todo un párrafo. Este recurso
sirve para advertir al lector que el escritor está pasando a otra parte

2
del argumento. La transición le dice al lector: "Esto es lo próximo
que vamos a analizar".
Pablo era un escritor experimentado, y utilizaba las transiciones
como cualquier buen escritor. Una de las mejores transiciones de sus
escritos se encuentra en la declaración inicial de Gálatas 3:19: "En-
tonces, ¿para qué sirve la ley?". Estas palabras indicaban a los cris-
tianos gálatas que estaba a punto de iniciar una explicación acerca
del propósito de la ley según él lo entendía, en contraste con la com-
prensión que el partido judío tenía del asunto. Pablo continúa desarro-
llando este tema hasta el final del capítulo 4, aunque pueden encon-
trarse algunas alusiones más bien fuertes acerca del mismo tópico
incluso en el capítulo 5.
Sería fácil suponer que el propósito con el que Pablo discute el
tema de la ley en Gálatas era oponerse al uso equivocado que hacían
de ella los fariseos, quienes ya habían penetrado en las filas del ju-
daísmo en los días de Cristo. Pero ese no era el propósito de Pablo.
La carta a los Gálatas fue su respuesta al partido judío, y parece se-
guro afirmar que éste había abandonado, casi tanto como Pablo, las
opiniones erróneas extremas acerca de la ley según era interpretada
por ciertos fariseos. Sospecho que si hubiéramos podido escuchar a
los integrantes del partido judío, nos habrían dicho que su deseo era
restaurar el verdadero propósito de la ley, el que tuvo cuando Dios la
entregó en el Sinaí. El punto principal es que en Gálatas Pablo disin-
tió de la interpretación que el partido judío hacía de la verdadera fun-
ción de la ley. He allí la razón por la que Pablo hace la pregunta:
"¿Para qué sirve la ley?"; es decir, ¿cuál era la función correcta de la
ley cuando Dios la entregó en Sinaí?
Antes de avanzar me gustaría señalar que Pablo no pregunta:
"¿Cuál era el propósito de los Diez Mandamientos?" (la ley moral).
Tampoco preguntó: "¿Cuál era el propósito de los servicios religio-
sos celebrados en el tabernáculo?" (la ley ceremonial). Pablo tema en
mente toda la revelación hecha en el Sinaí. Y, como notaremos más
detalladamente luego, el Sinaí era, por sobre todo, la revelación de su
voluntad en forma de ley. Cuando Pablo preguntó: "¿Para qué sirve
la ley?", tenía en mente la ley moral, la ceremonial, y toda otra clase
de mandato divino, el Sinaí como un todo.

3
Tras preguntar cuál era el propósito de la ley, Pablo, sin pérdida
de tiempo, procede a responder. Y sus primeras palabras resultan
más bien sorprendentes para los adventistas. "Fue añadida [la ley] a
causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente". La simiente,
era, por supuesto, Cristo (véase el versículo 16), lo cual hace que Pa-
blo parezca decir que la ley estuvo en vigencia hasta que vino Cristo.
Eso implicaría que después de Cristo —después de la cruz— la ley
dejó de tener toda función válida. De allí que éste sea un texto tan
favorito de quienes quisieran que creyéramos que los Diez Manda-
mientos fueron abrogados por Cristo.
Comencé a entender cuál era la respuesta para este problema
desconcertante cuando advertí que Pablo menciona en este versículo
dos de los acontecimientos más importantes en de la historia bíblica:
el Sinaí y el Calvario. No es posible enfatizar demasiado la impor-
tancia de estas dos revelaciones. Desde la caída de Adán y Eva, Dios
se reveló dos veces a sí mismo en persona a la raza humana, y esas re-
velaciones fueron muy diferentes una de otra. Como notamos hace
un momento, en el Sinaí Dios se reveló a sí mismo primariamente
en términos de ley. Aun un vistazo a la segunda mitad de Éxodo y a
todo el libro de Levítico confirma esto. Estos libros, que son un re-
sumen de la revelación hecha por Dios a Moisés en el Sinaí, son
primordialmente libros legales.
Por otra parte, en Jesucristo Dios se reveló a sí mismo por me-
dio de una Persona. Pienso que eso es a lo que se refiere Juan en el
primer capítulo de su Evangelio cuando dice: "Pues la ley por medio
de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo" (Juan 1:17). Algunas personas tratan de usar este versícu-
lo para probar que la ley fue derogada cuando Jesús vino, pero creo
que Juan no tenía eso en mente. El estaba diciendo simplemente que
la revelación que Dios hizo de sí mismo en el Sinaí fue hecha pri-
mordialmente en términos legales, mientras que su revelación por
medio de Jesucristo fue hecha principalmente en los términos de la
gracia. Juan no dijo que Cristo puso fin a la ley.
Veamos ahora otro pasaje —esta vez en Romanos— que nos
ayudará a comprender lo que Pablo quiso decir cuando se refirió a la
ley en Gálatas: "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué apro-
vecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, cierta-

4
mente, que les ha sido confiada la palabra de Dios" (Romanos 3:1,
2).
A juzgar por la manera como algunos cristianos hablan de la ley,
cualquiera pensaría que es algo terrible. Pero, ¿descendió Dios sobre
el Sinaí para cargar a su pueblo con algo terrible? ¿Da Dios a su
pueblo dones que producen infelicidad? Claro que no. En su tiempo,
la ley que Dios reveló en el Sinaí fue lo mejor que tenía para ofrecer.
Por eso Pablo podía decir que los judíos tenían una enorme ventaja
respecto de los gentiles, pues "les ha sido confiada la palabra de
Dios".
Aquí hay algo más que quiero destacar tanto acerca del Sinaí
como del Calvario. Cada uno de ellos significó el comienzo de una
nueva religión. El Sinaí dio origen a la religión israelita. El Calvario
fue el inicio de la religión cristiana. Y cada una de ellas fue la religión
verdadera de Dios para su tiempo.
Note también que cada una de esas religiones vino a reemplazar
el sistema previo. El sistema patriarcal de religión que precedió al ju-
daísmo estaba centrado en la familia, donde el padre o el abuelo ac-
tuaban como sacerdote. En el Sinaí, Dios reemplazó el sistema pa-
triarcal de religión con una religión nacional que tenía un taberná-
culo y un sacerdocio para servir a la nación entera. Esto significó un
gran avance respecto de la religión patriarcal. De manera semejante,
el cristianismo, que comenzó en el Calvario, reemplazó al judaísmo y
fue un gran progreso respecto de él.
En un sentido, el sistema patriarcal de religión, la religión judía
que Dios reveló en el Sinaí, y la religión cristiana son lo mismo. Dios
no cambió su plan de salvación en el Sinaí ni en el Calvario. Los cris-
tianos aún sostienen que todo el Antiguo Testamento —que abarca
tanto el período patriarcal de la historia como el judío— es inspira-
do. Pero las formas externas del sistema patriarcal y del judaísmo
cambiaron en el Sinaí y en el Calvario respectivamente, y fueron
añadidas muchas vislumbres profundas. Una nueva cultura religiosa
—una nueva religión— se desarrolló a partir de cada una de esas
formas religiosas cambiadas y de las vislumbres añadidas. El punto
principal que Pablo destaca en todo el libro de Gálatas es que no
debemos permitir que las formas de la religión previa dominen nues-
tra religión presente.
5
Los seres humanos no permanecemos estáticos. La sociedad y
las estructuras sociales se transforman y se desarrollan a lo largo del
tiempo. La religión es una de las estructuras sociales más importan-
tes de la humanidad, y es importante entender que también esta es-
tructura social se transformará y se desarrollará con el correr del
tiempo. A veces esa evolución ocurre en la dirección equivocada, lo
cual constituye una de las razones por las que Dios reemplaza a ve-
ces una religión por otra. El judaísmo del primer siglo ya no podía
cumplir el propósito de Dios, lo cual es una de las razones impor-
tantes por las que Dios lo reemplazó con el cristianismo. Si el libro
de Apocalipsis está en lo cierto, el cristianismo entero llegará ser tan
imperfecto al final de la historia del mundo, que Dios tendrá que re-
emplazarlo con la "religión" que usted y yo conoceremos en el cielo,
después del segundo advenimiento de Cristo.
La manera como la verdadera religión de Dios se irá transfor-
mando, llámesele religión patriarcal, judaísmo o cristianismo, de-
pende en buena medida de la forma como Dios reveló esa religión
en sus comienzos. La religión judía creció a partir de la revelación
divina en el Sinaí, y puesto que allí Dios se reveló a sí mismo princi-
palmente en términos legales, no debería sorprendernos que esa re-
ligión evolucionara en términos legales. Usted entenderá mucho me-
jor Gálatas 3:21-24 (sección que examinaremos en el capítulo 11) si
recuerda que la religión judía, particularmente como los judíos la re-
cibieron en el Sinaí, era la verdadera religión de Dios. A medida que
fue transformándose, siguió siendo la verdadera religión de Dios —
aun cuando esa transformación fue a veces bastante imperfecta—
hasta que Dios la reemplazó con el cristianismo.
También es extremadamente importante entender que Dios dio
la ley a su pueblo porque quería que éste tuviera una experiencia es-
piritual más rica y más profunda que nunca antes. Tal vez usted se
esté preguntando si la ley puede realmente conducir a una expe-
riencia religiosa más rica y más profunda. Eso resulta difícil de en-
tender para nosotros los cristianos porque estamos acostumbrados a
obtener nuestras experiencias religiosas profundas por medio de
nuestra relación con Jesús. Pero los judíos de la época del Antiguo
Testamento no conocieron la historia de Jesús como usted y yo la
conocemos. Si iban a experimentar un reavivamiento, sería en virtud

6
de la revelación que tenían, y la mejor revelación de que disponían
era la ley que Dios les dio en el Sinaí.
En caso de que usted se pregunte si la ley es capaz de producir
un reavivamiento, me gustaría llamar su atención a un incidente re-
gistrado en el Antiguo Testamento. Durante la época de los reyes de
Judá, el templo cayó en desuso durante varios siglos, pero entonces
alguien comenzó a sacar las telarañas y a desempolvar el mobiliario.
Y en algún rincón oscuro encontraron una copia del libro de la ley.
Alguien se lo llevó al rey, quien lo leyó a todo el pueblo, y ese libro
produjo un tremendo reavivamiento (véase 2 Crónicas 34).
¿Qué fue lo que produjo este reavivamiento? La lectura de la ley.
Es sumamente importante comprender que la ley no era algo malo antes de
que Jesús muriera en la cruz. Ella era el plan de Dios y era lo mejor que él pod-
ía ofrecer hasta ese momento. Cuando fue correctamente usada, la ley produjo un
reavivamiento espiritual.
Volvamos a Gálatas.
Cuando Pablo dijo: "¿Para qué sirve la ley?", estaba preguntando
acerca del propósito de la ley durante el período judío de la historia
bíblica. Esto es particularmente evidente a la luz de lo que dijo lue-
go: "Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la
simiente a quien fue hecha la promesa".
Como notamos hace un momento, el propósito que Dios tuvo
para la ley entre el Sinaí y el Calvario fue muy bueno. Dios nunca
otorga algo cuyo propósito sea malo. Así que deberíamos esperar
que Pablo hablara en Gálatas acerca del uso correcto de la ley, de
acuerdo con el propósito que Dios tuvo para ella cuando la entregó
a su pueblo en el Sinaí. También es natural que Pablo se refiera al
uso adecuado de la religión judía que se desarrolló a partir de esa ley.
Según Pablo, ¿cuál fue el propósito de Dios al dar la ley a su
pueblo en el Sinaí? "Fue añadida a causa de las transgresiones".
Pero tenemos aquí un pequeño problema que parece una fla-
grante contradicción respecto de algo que Pablo dice en el versículo
15: "Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo
invalida, ni le añade". Pero ahora, en el versículo 19, él nos dice que
la ley fue añadida.

7
Tal vez una comparación con un punto menor de la ley moder-
na acerca de los legados o testamentos sirva para clarificar lo que
Pablo quiso decir.
Un "codicilo" es "una adición hecha a un testamento para cam-
biar, explicar, revocar o agregar provisiones" (Webster's New World
Dictionary [Diccionario Webster del Nuevo Mundo]). En el versículo
15, Pablo se desvía del tema que viene desarrollando para destacar
que nadie puede dejar sin efecto un convenio humano, y eso signifi-
ca al menos que la ley no revocó la promesa hecha por Dios a Abra-
ham. También podríamos decir con seguridad que ella no cambió la
promesa de ninguna manera significativa. Lo que sí hizo fue explicar
la promesa, y, como veremos, también la mejoró.
La declaración paulina que nos ocupa tiene dos partes que ne-
cesitamos examinar separadamente. En primer lugar, Pablo dice que
la ley "fue añadida". ¿A qué fue añadida? El contexto nos ayudará a
responder esta pregunta: "La ley que vino cuatrocientos treinta años
después, no lo abroga, para invalidar la promesa. Porque si la heren-
cia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a
Abraham mediante la promesa. Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue
añadida a causa de las transgresiones" (versículos 17-19).
¿Añadida a qué? A la promesa. Cuando usted agrega algo a otra
cosa no se deshace de ésta. Eso no sería añadir sino restar. Para aña-
dir, usted debe tomar dos cosas y ponerlas juntas. La ley fue añadida,
no sustraída. No reemplazó a la promesa, sino que fue puesta con ella.
Pablo quería impresionar a sus lectores con la superioridad de la
promesa por sobre la ley, en oposición al partido judío, que insistía
en la superioridad de la ley por sobre la promesa. El partido judío
enseñaba que la ley reemplazó a la promesa, o que al menos tenía
preeminencia sobre ella. Pero Pablo dijo "No". La ley podía ser
añadida a la promesa para explicitarla y mejorarla, pero no podía re-
emplazarla o siquiera detentar una posición superior sobre ella.
Veamos ahora la segunda parte de aquella declaración paulina.
¿Por qué fue añadida? Pablo dice que lo fue "a causa de las transgre-
siones". ¿Qué quiso decir con eso? Pablo hizo una declaración se-
mejante en Romanos 5:20, y ella nos ayuda a entender lo que quiso
decir en Gálatas 3:19. "La ley se introdujo para que el pecado abundase".
Dios dio la ley en el Sinaí para que el pecado pudiera verse más pe-
8
caminoso. La ley fue añadida a la promesa para producir una mayor
consciencia acerca del pecado, de su pecaminosidad.
Jesús hizo lo mismo en el Sermón del Monte. Señaló allí que el
pecado no sólo tiene que ver con lo que hacemos, sino con lo que
sentimos en nuestro corazón. Pecado no es sólo matar a una perso-
na, sino también odiarla. No tiene que ver únicamente con la consu-
mación física del adulterio. Es también sentir lujuria en el corazón
para con una persona del sexo opuesto. Jesús hizo exactamente lo
mismo que Dios pretendía que la ley hiciera: resaltó la pecaminosi-
dad del pecado. Demostró lo que el pecado realmente significa en
profundidad, y lo expuso como lo que verdaderamente es, para que
los seres humanos pudiéramos reconocerlo más fácilmente en nues-
tra propia vida.
El Espíritu Santo hace lo mismo hoy. En Juan 16:8, Jesús dijo a
sus discípulos que cuando el Espíritu Santo llegara, convencería al
mundo de pecado. El pecado es la gran enfermedad de la familia
humana, y Dios tiene que hacernos conscientes del pecado antes de
que la justificación por la fe pueda beneficiarnos de alguna manera.
La consciencia o convicción acerca del pecado es el punto de partida
para la salvación por la fe. Esa es la razón por la que la ley fue "aña-
dida" a la promesa. El propósito de la ley no era dejar sin efecto la
promesa de la justicia por fe, sino mejorarla haciendo que el pecado
se viera verdaderamente pecaminoso, para que la justicia que es por
la fe pudiera cumplir su función.
Hay otro principio que me gusta destacar toda vez que escribo o
hablo acerca de este tema y también procede de Romanos 5:20. Si
hubiéramos leído un poco más de ese versículo antes, habríamos lle-
gado a ese principio: "Mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gra-
cia".
Me gusta eso. Cada vez que Dios nos da una mayor consciencia
de pecado, nos da juntamente con ello una mayor percepción —una
mayor comprensión o entendimiento— del plan de salvación. Y
cuando usted contempla lo que ocurrió en el Sinaí, descubre que eso
fue exactamente lo que Dios hizo allí. Dio a los hijos de Israel una
comprensión más profunda acerca del pecado por medio de lo que
nosotros llamamos ley moral, y acompañó luego esa revelación con
una comprensión mucho más profunda de su plan de salvación me-
9
diante lo que conocemos como ley ceremonial. Cuando Jesús vino,
nos dio una comprensión mucho más profunda del pecado por me-
dio del Sermón del Monte, y reveló el evangelio en su plenitud abso-
luta por medio de su vida y de su muerte. Tanto en el Sinaí como en
el Calvario, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
Lo mismo es cierto acerca del Espíritu Santo. El Espíritu nos
convence, nos hace más conscientes de pecado, y cuando aceptamos
esa convicción y nos arrepentimos de nuestro pecado, él transforma
nuestro corazón para que ya no deseemos pecar. Donde abunda el
pecado —dondequiera que la revelación de la pecaminosidad del pe-
cado es incrementada para que la entendamos mejor— sobreabunda
la gracia. Dios nunca da una mayor comprensión del pecado sin comunicar jun-
tamente una mayor comprensión del plan de salvación.
Quienes vivimos durante la era cristiana, tendemos a pensar que
la ley y la gracia son dos cosas opuestas, casi como si estuvieran en
conflicto. Un judío de la época del Antiguo Testamento que en-
tendiera el propósito con el que Dios dio la ley nunca cometería ese
error. ¿Por qué? Porque en el Sinaí tanto la moralidad como la gracia
fueron reveladas en forma de ley. Los judíos aprendieron la mo-
ralidad y la gracia juntas por medio de la ley, antes que como si se
tratara de cosas opuestas.
En los próximos pocos párrafos me gustaría que centráramos
nuestra atención en la parte ceremonial de la ley, y me gustaría co-
menzar sentando el principio del que hemos estado hablando: la ley
ceremonial era en realidad el evangelio revelado en términos legales.
He allí porqué el título de este capítulo y del próximo es: "El
evangelio según el Sinaí". Los sacrificios que los judíos ofrecían eran
un tipo o símbolo de la cruz, y el ministerio de los sacerdotes en el
tabernáculo era un tipo o símbolo del ministerio intercesor de Cristo
en el cielo. El Día de Expiación era un tipo o símbolo del juicio final
de Dios y de la eliminación definitiva del pecado. Las personas que
vivían en la época del Antiguo Testamento encontraban perdón y
reconciliación con Dios por medio de la ley ceremonial. Si eso pare-
ce difícil de entender, lea Levítico 4:27-31:
"Si alguna persona del pueblo pecare por yerro, haciendo algo
contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se
han de hacer, y delinquiere; luego que conociere su pecado que co-
10
metió, traerá por su ofrenda una cabra, una cabra sin defecto, por su
pecado que cometió. Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofren-
da de la expiación, y la degollará en el lugar del holocausto. Luego
con su dedo el sacerdote tomará de la sangre, y la pondrá sobre los
cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al
pie del altar. Y le quitará toda su grosura, de la manera que fue qui-
tada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre
el altar en olor grato a Jehová; así hará el sacerdote expiación por él,
y será perdonado".
Note cuál era el resultado final de esta ceremonia: los pecadores
eran perdonados. Sus pecados eran expiados. ¡Eso es exactamente lo
que la gracia hace hoy! Pero en aquel entonces los pecadores no
podían sencillamente decir: "Dios, perdóname por favor". Tenían
que entregar una cabra sin defecto al sacerdote, poner su mano so-
bre ella y matarla. Cuando la cabra estaba muerta, el sacerdote debía
mojar su dedo en la sangre del animal, untarla en los cuernos del al-
tar del holocausto y arrojar el resto al pie del altar. Luego debía qui-
tar toda la grasa del animal y quemarla sobre el altar. Los pecadores
podían considerarse perdonados sólo después de que todo este ritual
había sido cumplido. 1
Ahora quiero que usted advierta algo: este ritual, que daba como
resultado el mismo perdón que usted y yo obtenemos directamente
por medio de Jesús, llegó a los judíos por medio de una ley. Aun la
vestimenta del sacerdote estaba contemplada dentro de las prescrip-
ciones de esa ley, y cada paso que él daba para la obtención del
perdón en favor de los pecadores estaba establecido en los términos
de la ley.
¿Cómo se sentiría usted si tuviera que cumplir con todo eso para
que sus pecados fueran perdonados? Sin duda nos parecería suma-
mente engorroso. Pero en su tiempo, ¡eso era gracia! Era el evange-
lio según el Sinaí, revelado en forma de ley y, 1.500 años antes de la
cruz, eso era lo mejor que Dios podía ofrecer. Esa fue la manera como
Dios hizo las cosas, y significó un enorme progreso respecto de cual-
quier otra forma de evangelio que el mundo conociera antes. No
pretendo decir que Dios estableció un nuevo plan de salvación en el
Calvario, sino que cada vez que él se revela a sí mismo a la humani-
dad, agrega a lo ya existente algo que convierte esto último en una
mejora respecto de lo anterior.
11
Examinemos otra fase de esta cuestión. Aun a riesgo de ser mal
interpretado, me gustaría sugerir que la ley ceremonial era la puerta a
través de la cual los judíos ingresaban a la salvación. No estoy di-
ciendo que las ceremonias mismas los salvaban, sino que ellas intro-
ducían al pueblo de Dios en la salvación. Ese era el medio provisto
por Dios para que ellos ingresaran en la experiencia de la salvación.
Podemos comparar esto con el bautismo. ¿Es el bautismo necesario
para ser salvo? Por supuesto que no. En un sentido, el bautismo só-
lo lava la piel. Pero en un sentido muy real el bautismo sí es necesario
por cuanto Dios ha provisto este acto simbólico como una manera
de expresar exteriormente lo que él ha hecho por nosotros inte-
riormente. El bautismo es para los cristianos una puerta visible de
entrada en la salvación. Incluso esperamos hasta que las personas se
bautizan para recién entonces admitirlas dentro de la feligresía de la
iglesia.
O considere la Cena del Señor. ¿Es la comunión necesaria para
ser salvo? No en el sentido católico de que el pan y el vino mismo
imparten la gracia de Dios. Pero encontramos la salvación en el ser-
vicio de la comunión porque el Espíritu Santo está allí presente para
impartir su poder. ¿Perdemos una experiencia salvífica con Dios
cuando decidimos deliberadamente no asistir al servicio de la comu-
nión? Por supuesto. Así que la comunión es un acto simbólico por
medio del cual entramos en una relación salvífica más íntima con
Dios. En este sentido podemos pensar en ella como una puerta de
entrada a la salvación. Aunque el servicio en sí no salva, el hecho de
participar en él nos pone en una relación más estrecha con Dios, y
esa relación sí salva.
Creo que es así como debemos considerar la ley ceremonial de
la época del Antiguo Testamento. Era una manera como los judíos
obtenían la experiencia de la salvación, y estaba establecida en térmi-
nos de ley. Desafortunadamente, los judíos permitieron que esas ce-
remonias degeneraran hasta convertirse en una forma, a tal punto
que Dios tuvo que decirles lo siguiente en tiempos de Isaías: "Prínci-
pes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro
Dios, pueblo de Gomorra. ¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multi-
tud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carne-
ros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de
ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras ma-
12
nos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?
No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación,
luna nueva y día de reposo, el convocar asamblea no lo puedo sufrir;
son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y
vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gra-
vosas; cansado estoy de soportarlas" (Isaías 1:10-14).
¿Por qué dijo Dios esto si fue él quien dio a su pueblo estos ho-
locaustos como una manera de que pudieran tener una relación más
estrecha con él? Porque el pueblo había permitido que estos rituales
degeneraran en algo que no era más que una forma. Porque pensa-
ban que el mero hecho de cumplir con la parte externa de las cere-
monias era suficiente para obtener el favor de Dios. Pero no experi-
mentaron la presencia del Espíritu Santo en sus corazones por me-
dio de estos rituales. Cuando los judíos verdaderamente entraban en
la experiencia de la salvación por medio de los rituales que Dios les
había comunicado, estos rituales resultaban una enorme bendición.
El sacrificio del cordero era su manera de obtener perdón. Pero
cuando observaron la ley ceremonial sólo para ganar el favor de
Dios, aquella fue inútil.
Podemos decir entonces que aunque la ley ceremonial no salva-
ba a los judíos, proveía, cuando era correctamente usada, una mane-
ra de que entraran en una relación más íntima con Dios y en una ex-
periencia de perdón y gracia. Les ayudaba a experimentar el evange-
lio.
Hemos dicho mucho hasta aquí acerca de las funciones propias
e impropias de la ley en el Antiguo Testamento. Pongámoslo todo
en un diagrama:
ANTIGUO TESTAMENTO
Función apropiada de la ley Función inapropiada de la ley
1. Instruir acerca del peca- 1. Como una manera de obtener
do. el favor de Dios.
2. Instruir acerca de la gra-
cia y del plan divino de salva-
ción.
3. Proveer una manera sim-
bólica de ingresar en la expe-
riencia de la salvación.
13
Dirijamos ahora nuestra atención al Nuevo Testamento. ¿Cuáles
son las funciones propias e impropias de la ley para los cristianos del
Nuevo Testamento? Pablo aclaró, especialmente en Romanos, que
una de las funciones correctas de la ley en el Nuevo Testamento es
revelar o poner de manifiesto el pecado. Veamos algunos de esos
pasajes: "Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que
están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede
bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser hu-
mano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado" (Romanos 3:19, 20). "¿Qué diremos,
pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el
pecado sino por la ley. Porque tampoco conociera la codicia, si la ley
no dijera: No codiciarás" (Romanos 7:7). "El pecado, para mostrarse
pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin
de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pe-
caminoso" (versículo 13).
Estos pasajes no dejan lugar a dudas de que en los tiempos del
Nuevo Testamento la ley todavía servía como una guía moral para
mostrar al pueblo de Dios la diferencia entre lo correcto y lo inco-
rrecto. Podemos decir, entonces, que una de las funciones correctas
de la ley en la era del Nuevo Testamento es proveernos de normas
morales acerca de lo correcto y lo erróneo.
¿Existen otras funciones apropiadas de la ley en el Nuevo Testa-
mento? La ley ceremonial revelaba a los judíos el plan de Dios para
la salvación, y es todavía posible estudiar esa ley y descubrir algunas
lecciones valiosas acerca de la salvación. El libro de Hebreos nos
ayuda a descubrir algunas de esas lecciones. La diferencia es que en
el Antiguo Testamento, la ley ceremonial era una de las mejores ma-
neras que la gente tenía de aprender acerca de la salvación, mientras
que ella es para nosotros hoy una manera muy limitada de hacerlo.
Tenemos la historia de Jesús en los cuatro Evangelios. Por su parte,
Pablo y los demás escritores del Nuevo Testamento expandieron
grandemente el significado de la vida y la muerte de Cristo. Esto
significa que si bien podemos decir que una de las funciones correc-
tas de la ley en el Nuevo Testamento es instruirnos acerca del plan
de salvación, también debemos entender las severas limitaciones de
esa función de la ley a partir de la cruz. No debemos depender de
los servicios religiosos del santuario del Antiguo Testamento como
14
nuestra fuente primaria de comprensión acerca de la gracia y la justi-
cia por fe.
En el Antiguo Testamento, la ley también proveyó una manera
de que el pueblo de Dios ingresara en la experiencia de la salvación.
¿Está esa función de la ley todavía en operación hoy? Claro que no.
Ese fue el punto central de la carta de Pablo a los Gálatas. Fue el
punto central de su conflicto con el partido judío. Este insistía en
que los cristianos que vivían en los tiempos del Nuevo Testamento
tenían que entrar en la experiencia de la salvación de la misma ma-
nera como entraban los judíos en la época del Antiguo Testamento,
y Pablo dijo: "No, esa es una función impropia de la ley". "Ya que
por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de
él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Ro-
manos 3:20). 2
Pablo estableció allí mismo las funciones propias e impropias de
la ley para los tiempos del Nuevo Testamento. Podemos en verdad
dividir la función impropia de la ley en dos partes. Primero, no po-
demos salvarnos esforzándonos por guardar la ley moral; y segundo,
no podemos usar la ley ceremonial del Antiguo Testamento como
entrada a la experiencia de la salvación. No podemos usarla para en-
trar en una relación de fe con Jesucristo y con Dios. Esta sí era una
función propia de la ley en los tiempos del Antiguo Testamento.
Dios lo dispuso de esa manera. Pero hoy eso constituye una función
impropia de la ley.
Veamos ahora las funciones propias e impropias de la ley en la
era del Nuevo Testamento mediante un diagrama:
NUEVO TESTAMENTO
Función propia de la ley Función impropia de la ley
1. Una manera de aprender 1. Una manera de obtener el fa-
acerca del pecado. vor de Dios.
2. Una manera limitada de 2. Una manera simbólica de en-
aprender acerca de la gracia y trar en la experiencia de la salva-
del plan divino de salvación. ción.

El punto acerca de la función propia e impropia de la ley es im-


portante a medida que nos adentramos en Gálatas 3:23-25 y trata-
15
mos de entender lo que Pablo quiso decir cuando habló acerca del
ayo o tutor.
En este capítulo hemos analizado solamente las dos primeras
declaraciones que aparecen en Gálatas 3:19. La pregunta paulina:
"¿Para qué sirve la ley?", y su respuesta: "Fue añadida a causa de las
transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la
promesa". Además, hemos discutido brevemente sus cruciales pala-
bras: "Hasta que viniese la simiente". Esta frase merece mucha más
atención de la que le hemos dedicado en este capítulo, pero nos
ocuparemos de ella en el próximo.
Pero antes de dejar este capítulo, necesitamos considerar breve-
mente las palabras de Pablo que aparecen en la última parte de Gá-
latas 3:19 y en todo el versículo 20.
Pablo dijo: "[La ley] fue ordenada por medio de ángeles en ma-
no de un mediador. Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios
es uno".
A primera vista, estas palabras no parecen tener relación alguna
con la línea de razonamiento seguida por Pablo hasta aquí. ¿Qué tie-
ne que ver el hecho de que la ley fuera ordenada por medio de ánge-
les en mano de un mediador con la perpetuidad de la promesa, aun
después de que la ley fuera dada? Y, ¿qué tiene que ver con esta ar-
gumentación el hecho de que un mediador no lo es de uno solo pero
Dios es uno?
Al comienzo de este libro dije que el significado de las expresio-
nes usadas por Pablo en su carta a los Gálatas nos resulta con fre-
cuencia poco claro pues él dio por sentado que los miembros de la
iglesia de Galacia estaban familiarizados con los argumentos del par-
tido judío, mientras que nosotros debemos inferir esos argumentos
de lo que Pablo dijo. El pasaje en cuestión probablemente no signi-
ficó problema alguno para los cristianos de Galacia. Desafortuna-
damente, existe poco o nada en el contexto o en el resto de la Biblia
que nos ayude a entender lo que Pablo quiso decir. No obstante, un
poco de información proveniente de la investigación erudita acerca
de la literatura judía de la época de Pablo puede resultarnos de ayu-
da.

16
Era común tanto entre los cristianos como entre los judíos de la
época de Pablo la creencia de que en el Sinaí, Dios transmitió la ley a
Moisés mediante ángeles, quienes la entregaron a su vez a los is-
raelitas. (La Biblia sugiere en tres lugares que los ángeles tuvieron
participación en la comunicación de la ley en el Sinaí [véase Hechos
7:53; Hebreos 2:2; Deuteronomio 33:2, especialmente la Septuaginta
griega].) Esto parece ser la mejor explicación de la declaración pauli-
na: "[La ley] fue ordenada por medio de ángeles en mano de un me-
diador". El mediador, por supuesto, habría sido Moisés. En otras
palabras, Dios entregó la ley a ángeles, quienes se la dieron a Moisés,
quien la dio al pueblo. Encontramos una declaración semejante en
Apocalipsis 1:1 y 2, donde se dice que Dios dio el Apocalipsis a
Jesús, quien se lo dio a un ángel, quien a su vez se lo dio a Juan para
que éste lo comunicara a las iglesias.
Pero, ¿por qué introduce Pablo este trozo de tradición en su ar-
gumentación?
Recuerde que el punto principal destacado por Pablo hasta aquí
en este pasaje (Gálatas 3:15-19) ha sido la superioridad de la pro-
mesa respecto de la ley. Por medio de su declaración acerca de que
la ley fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador,
aparentemente quiso decir que la promesa era superior porque fue
hecha a Abraham directamente por Dios, mientras que la ley fue
transmitida indirectamente a través de intermediarios. El hecho de
que la ley llegara hasta la gente por medio de ángeles y de un media-
dor humano habría significado, por partida doble, que esa no fue
una comunicación directa de Dios mismo. Esto confirma además la
conclusión de que cuando Pablo emplea la palabra "ley" en Gálatas
tiene en mente mucho más que los Diez Mandamientos, por cuanto
éstos sí fueron directamente comunicados al pueblo por Dios.
Yendo al versículo 20, ¿qué quiso decir Pablo con la frase "el
mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno"? El significado de
esta declaración paulina ha escapado a tal punto de la comprensión
de los lectores, ya desde el siglo primero, que ha recibido hasta el
presente ¡más de 250 explicaciones diferentes! Un comentador bíbli-
co llegó a afirmar que "¡se ha dicho que hay tantas interpretaciones
del versículo 20 como el número de años entre la promesa y la ley [o
sea, 430]!" (Fung, Galatians, p. 161; véase también el Comentario bíblico
adventista, tomo 6, p. 958).
17
Según una de esas 250 (o 430) explicaciones, un acuerdo entre
dos o más partes es más débil que un pronunciamiento de hecho
que puede ser manejado unilateralmente por una sola persona que
tiene gran autoridad. Una de las dos o más partes firmantes de un
convenio puede romper el trato, pero nadie puede derogar lo que ha
sido promulgado por un solo individuo que posee gran autoridad.
Así, la ley, que fue un acuerdo entre Dios y los israelitas, y que fue
transmitida por medio de ángeles y de un mediador, fue menos sig-
nificativa que la promesa, que fue dada a Abraham directamente por
Dios, quien es solo una persona con autoridad suprema.
No es posible saber a ciencia cierta qué quiso decir Pablo en
Gálatas 3:20, pero esta explicación me parece interesante porque
armoniza con toda la argumentación paulina hasta este punto de su
epístola.
Con esto concluye nuestro análisis de Gálatas 3:20. El trasfondo
que hemos descubierto aquí será crucial cuando estudiemos los
versículos 21 a 25.

Referencias

1
Obviamente, ningún judío podía traer un animal al santuario (o, más tarde, al templo) por
cada pecado cometido. En primer lugar, la mayoría de los judíos vivían sin duda demasiado
lejos de Jerusalén como para poder viajar hasta allí con frecuencia. Y, por otra parte, a me-
nos que los judíos fueran más santos que la mayoría de los cristianos de hoy, aun el mejor de
ellos habría quedado pronto en bancarrota. Pero la ley hacía provisión para esto mediante
los sacrificios matutino y vespertino, los cuales eran ofrecidos en beneficio de toda la nación.
2
Estoy haciendo una aplicación específica de este texto de Romanos. Los judíos que vivie-
ron en la época del Antiguo Testamento no se salvaban por medio de las obras, como tampo-
co los cristianos.

18
C APÍTULO 11

El evangelio según el Sinaí


Parte II
Gálatas 3:21-24

E
l 17 de octubre de 1888, 91 delegados se reunieron en una
iglesia construida hacía poco tiempo en Minneapolis, Min-
nesota, para asistir a la vigesimoséptima sesión del congreso
de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Aque-
lla convocatoria de la Asociación General llegó a ser en la historia
adventista un punto de inflexión en lo que respecta a nuestra com-
prensión de la justificación por la fe. Varios años atrás, cuando cele-
bramos el primer centenario de las sesiones de Minneapolis, el énfa-
sis mayor de los libros y las revistas adventistas estuvo puesto en la
contribución que aquel congreso significó para la doctrina de la jus-
tificación por la fe.
Sin embargo, es interesante notar que los delegados mismos ni
siquiera pensaban en el asunto. Imagine, por ejemplo, que usted fue-
ra un delegado que estuviera viajando hacia Minneapolis el 16 de oc-
tubre de 1888. Imagine que usted muriera en un accidente ferro-
viario ese día y fuera resucitado cien años después justo para la cele-
bración del centenario de ese congreso. Ciertamente se sentiría muy
sorprendido de descubrir que el congreso de la Asociación General
de 1888 tuvo siquiera algo que ver con la justificación por la fe, ¡ya
que el asunto ni siquiera figuraba en la agenda! Aun en el caso de
que usted hubiera asistido al congreso y hubiese muerto en el viaje
de regreso a su casa para resucitar cien años después, casi con segu-
ridad usted se sorprendería de que 1888 fuese un hito en la com-
prensión adventista de la justificación por la fe.
Los temas de agenda anunciados de antemano para aquel con-
greso fueron dos: los diez cuernos de Daniel 7 y la ley en Gálatas. El
asunto principal respecto de los diez cuernos era si el décimo de
ellos representaba a los hunos o a los alamanes. Urías Smith, una au-
toridad adventista reconocida durante cuarenta años en materia de
interpretación profética, sostenía que el décimo cuerno de Daniel 7
eran los hunos, mientras que el joven A. T. Jones defendía la idea de
que eran los alamanes. Los delegados al congreso de Minneapolis
dedicaron una cantidad increíble de energía emocional, y no pocas
expresiones acaloradas, a un asunto que a nosotros nos parece su-
perficial en extremo. Usted y yo sin duda sacudimos nuestra cabeza
y sonreímos con sólo pensar en aquello.
El tema de la ley en Gálatas es reconocidamente mucho más
significativo. La cuestión primaria al respecto era si la analogía del
"ayo" utilizada por Pablo en Gálatas 3:24 y 25 se refería a la ley mo-
ral o a la ceremonial. Las aguas estaban divididas entre la teología
tradicional de la iglesia y la "nueva teología". Urías Smith y el presi-
dente de la Asociación General, George I. Butler, defendían la opi-
nión tradicional de que el ayo se refería a la ley ceremonial. 1 Del
otro lado estaban A. T. Jones y E. J. Waggoner, dos hombres jóve-
nes provenientes de California, coeditores del periódico denomina-
cional Signs of the Times y profesores del Pacific Union College. Waggo-
ner expuso acerca de Gálatas, insistiendo en que el ayo era la ley mo-
ral.
No obstante, el énfasis mayor de Waggoner no estuvo puesto en
el tema de la ley en Gálatas. El presentó al menos 11 temas acerca de
esa epístola a lo largo de varios días, y su foco principal de atención
estuvo en lo que Gálatas dice acerca de la justificación por la fe. Por
lo tanto, el asunto de la justificación (o justicia) por fe fue un punto
vivamente discutido durante el congreso, aunque no fue el punto de
discusión anunciado. Desde entonces, los adventistas han recordado
aquel congreso de 1888 mucho más por lo que se dijo allí acerca de
la justificación por la fe que por lo dicho acerca de la ley en Gálatas.
A medida que nos aproximemos al estudio de Gálatas 3, hare-
mos bien en recordar la perspectiva de Waggoner. Fracasaremos en

1
Por razones de salud, Butler no pudo asistir al congreso, pero su influencia se sintió
de todos modos.
2
nuestro intento de comprender correctamente la teología de Pablo
acerca de la ley en Gálatas si la separamos de su teología acerca del
evangelio y de la justificación por la fe. Para Pablo, se trataba de
asuntos espirituales. Eran teológicos sólo porque la teología afecta la
espiritualidad. Es imperativo que nos acerquemos a nuestro estudio
de Gálatas 3:21-25 de la misma manera. Comencemos nuestro estu-
dio citando estos versículos: "¿Luego la ley es contraria a las pro-
mesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera
vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. Mas la Escritura
lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en
Jesucristo fuese dada a los creyentes. Pero antes que viniese la fe,
estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba
a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevar-
nos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero veni-
da la fe, ya no estamos bajo ayo".
La declaración problemática aquí es la que aparece al final: "Pe-
ro venida la fe, ya no estamos bajo ayo [pedagogo, según la Biblia de Je-
rusalén]".
Estoy seguro de que usted percibe cuál es el problema que este
pasaje representa para los adventistas. Es impensable para nosotros
la idea de que el pueblo de Dios ya no está bajo la ley moral. Esta
declaración de Gálatas 3:24 presenta el mismo problema que el ver-
sículo 19, donde Pablo dice que la ley fue introducida "a causa de las
transgresiones, hasta que viniese la simiente".
Nuestros pioneros adventistas adoptaron la posición de que el
ayo era la ley ceremonial. Hay mucho de verdad en ello, pero el ar-
gumento de Pablo va mucho más allá que eso, según veremos. Ana-
licemos los versículos 21 a 25, comenzando con el 21: "¿Luego la ley
es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si
la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la
ley".
En los versículos 15 a 18, Pablo había presentado el argumento
de que Dios hizo con Abraham un contrato legal en virtud del cual
le prometió la justicia por la fe, y que la ley, dada en el Sinaí 430 años
antes, no invalidó esa promesa. En el versículo 19, Pablo hace la
próxima pregunta obvia: Si la ley no invalidó la promesa, ¿cuál era su
función? Y su respuesta es: La ley fue añadida "a causa de las trans-
3
gresiones" hasta que viniese Jesús. Pero parece que la respuesta a esa
pregunta hacía surgir otro interrogante en la mente de Pablo, o tal
vez en la mente de sus oponentes judíos: "¿Luego la ley es contraria a
las promesas de Dios?". ¿Existe un conflicto entre la ley y la prome-
sa?
Absolutamente no, dijo Pablo, porque la ley no puede impartir
vida. El punto que él pretende demostrar es que tanto la ley como la
promesa tienen su propia función específica, y que ambas no están
en conflicto. Por el contrario, se complementan mutuamente. La ley
señala el pecado, mientras que la promesa da vida. La ley expone el
pecado que nos destruye, mientras que la promesa expone al Sal-
vador que nos libera. Si la ley pudiera impartir vida, la vida eterna
sería posible por la obediencia a la ley. Pero sería imposible diseñar
una ley capaz de dar vida.
Piense en eso por un momento. Hay varias cosas que Dios no
puede hacer y ésta es una de ellas: no puede hacer una ley que la
gente pueda obedecer con el fin de vivir para siempre. De haber sido
eso posible, Dios seguramente habría elegido ese camino para salvar
a los pecadores en lugar de entregar a su Hijo para que muriera por
el pecado. Pero Dios no podía hacer una ley que diera vida. Si no es
posible que una ley pueda proveer vida eterna, la única manera de
obtener esa vida es por medio de la promesa, por fe. He allí la razón
por la que Pablo dice que la ley y la promesa no están en conflicto.
Leamos ahora el versículo 22: "Mas la Escritura lo encerró todo
bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo, fue-
se dada a los creyentes".
Romanos 3:10-18 nos ayuda a entender la primera declaración
que hace Pablo en el versículo 22, donde él dice: "Mas la Escritura lo
encerró todo bajo pecado" o, como la traduce la versión Dios habla hoy.
"Según lo que dice la Escritura, todos son prisioneros del pecado".
En Romanos, Pablo dijo: "Como está escrito: No hay justo, ni aun
uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se
desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no
hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua
engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está
llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derra-

4
mar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no cono-
cieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos".
¡Qué cuadro terrible! Pablo se refiere a lo mismo en Gálatas:
"Todos son prisioneros del pecado".
¿Por qué dijo Pablo que todo el mundo es prisionero del peca-
do? El no creyente promedio considera esto como pura condena-
ción, como si Dios estuviera en el cielo con un gran látigo en la ma-
no tratando de descubrir a cuántas personas puede azotar. Pero yo
sugeriría que cuando Dios habla con aspereza acerca del pecado, es-
tá tratando de captar nuestra atención, de ayudarnos a entender que
nuestros corazones están infectados con una enfermedad mortal.
Damos a esta actividad divina el nombre de "convicción". Así que
cuando Dios condena al mundo por su pecaminosidad, está en reali-
dad apelando a nosotros para que abandonemos nuestros pecados y
podamos tener vida eterna. Una de las descripciones bíblicas más
hermosas de la convicción de pecado producida por Dios en sus
criaturas es la historia del hijo pródigo, quien dijo: "Me levantaré e
iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus
jornaleros" (Lucas 15:18, 19).
Cuando Dios declara que todo el mundo es prisionero del peca-
do, como lo hizo el padre del hijo pródigo, lo que está haciendo es
buscar una razón para celebrar. Él espera que por lo menos unas
pocas personas reconozcan su pecaminosidad y se arrepientan. Hay
más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por 99
que no necesitan arrepentimiento. La salvación es la razón primaria
por la cual Dios declara que todo el mundo es pecador. Y esa es
exactamente la razón que Pablo dio en Gálatas 3:22: "Mas la Escri-
tura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa [de la vida eterna] que es
por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes".
Vayamos un poco a algunos aspectos técnicos del versículo 22.
Hay allí dos o tres puntos que necesitamos notar. El primero de
ellos es la palabra "Escritura". Pablo dijo: "La Escritura lo encerró
todo bajo pecado". Eso es semejante a lo que dijo en Romanos 3:20:
"Por medio de la ley es el conocimiento del pecado". Note también
que Pablo concluye Gálatas 3:21 con la palabra "ley": "Si la ley dada
pudiera justificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley". Si Pa-
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blo dice en Romanos 3:20 que la ley convence de pecado, y si con-
cluye Gálatas 3:21 con la palabra "ley", entonces, ¿por qué no dijo en
Gálatas 3:22: "La ley lo encerró todo bajo pecado"?
Los comentadores han estado lidiando con esta aparente rareza
casi desde el momento mismo cuando Pablo escribió esto a los Gá-
latas, y no sé de nadie que haya dado con la respuesta correcta. Ten-
dremos que esperar esa respuesta hasta que podamos preguntarle a
Pablo mismo en el cielo. No obstante, sugeriré algunas posibilidades.
La respuesta más sencilla puede ser que no deberíamos atribuir
ningún significado teológico al uso que hace Pablo de la palabra
"Escritura". Es posible que cuando dictó su carta (véase Gálatas
6:11), utilizó aquí inadvertidamente la palabra "Escritura" en lugar
de la palabra "ley", y para cuando advirtió la inconsistencia ya era
demasiado tarde para cambiarla. Después de todo, Pablo no vivió en
nuestros días, cuando corregir un error de escritura es apenas cues-
tión de unas digitaciones en el teclado de la computadora e imprimir
una nueva página en la impresora láser. Para corregir su error, él
tendría que haber realizado al menos un desprolijo raspado sobre la
palabra equivocada para escribir allí mismo la correcta, o, peor aún,
tendría que haber descartado enteramente el costoso pergamino so-
bre el que el escriba estaba trabajando y hacer otra vez todo el traba-
jo sobre uno nuevo. Es posible que después de notar su error de
dictado, Pablo dijera algo como: "Hubiera querido decir ley en lugar
de Escritura, pero Escritura es suficientemente correcto. Dejemos
que lo que está bastante bien se las arregle solo".
Por otra parte, debemos considerar también la posibilidad de
que Pablo eligiera conscientemente la palabra Escritura en lugar de
la palabra ley. De ser así, ¿cuál fue la razón de esa elección? Mi me-
jor suposición es que pudo haber querido evitar que el significado de
lo que dijo en el versículo 22 fuera confundido con lo que quiso de-
cir en el versículo 23. Este asunto es un punto más bien menudo que
no necesitamos discutir en detalle aquí para no interrumpir nuestra
investigación acerca del tema principal desarrollado por Pablo.
Él dijo: "La Escritura declara que todo el mundo es prisionero
del pecado". Note que destaqué con cursiva la palabra es. Lo hice pa-
ra llamar la atención al hecho de que ese verbo se encuentra con-
jugado en tiempo presente. Lo significativo de esto está en que casi
6
todo lo demás que se encuentra en los versículos 19 a 25 está en
tiempo pasado. Por ejemplo, en el versículo 21 Pablo dice: "Si la ley
dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley", y
en el versículo 23 dice: "Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados
bajo la ley". La razón por la que casi todo el contenido de los versí-
culos 19-25 se encuentra en tiempo pasado es que el propósito pri-
mario de Pablo en este pasaje fue explicar la función de la ley du-
rante la era judía de la historia del Antiguo Testamento. Pero si us-
ted observa cuidadosamente, verá que ese no fue su propósito en el
versículo 22. Allí él dice: "Mas la Escritura lo encerró todo bajo pe-
cado". Todo se refiere, como ya hemos visto en otras versiones
bíblicas, al mundo entero, y no sólo a la nación judía. Esa es la razón
por la que Pablo dice en el versículo 22 que "el mundo entero es un
prisionero del pecado", en tiempo presente.
Mantenga en mente el hecho de que Pablo escribió estas pala-
bras entre 25 y 30 años después de la cruz. Así que cuando dice que
todo el mundo es prisionero del pecado, estaba haciendo una decla-
ración acerca de su propio tiempo, una declaración universal acerca
de la condición pecaminosa de los seres humanos en cada época, no
sólo acerca de los judíos que vivieron entre la entrega de la ley en el
Sinaí y el Calvario. Este punto será significativo cuando analicemos
el versículo 23.
Lo primero que debemos notar cuando nos adentramos en el
versículo 23 es que Pablo comienza nuevamente con la primera per-
sona del plural: "[Nosotros]... estábamos" y mantiene esa perspectiva
a lo largo de las siguientes declaraciones. Encontramos este mismo
enfoque en Gálatas 2:15, donde Pablo dijo: "Nosotros, judíos de na-
cimiento, y no pecadores de entre los gentiles". En el capítulo 2 él
quería que sus lectores supieran que estaba hablando es-
pecíficamente a judíos acerca de judíos y no a gentiles acerca de gen-
tiles. Pablo tenía la misma razón en mente cuando retomó la pers-
pectiva de la primera persona plural ("nosotros") en Gálatas 3:23. Él
pretendía explicar a los cristianos gálatas el propósito de la ley para
los judíos antes de la llegada de Jesús.
Pablo comienza el versículo 23 diciendo: "Antes que viniese la
fe". ¿Qué fe tenía en mente? Y, ¿antes de qué o de quién? La res-
puesta se encuentra en el versículo anterior, donde Pablo dice que la
Biblia declaró que todo el mundo es prisionero del pecado: "Para
7
que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los cre-
yentes". Queda claro entonces que cuando Pablo dijo "antes que vi-
niese la fe", quiso decir antes del tiempo de Cristo.
¿Qué ocurrió antes del tiempo de Cristo? "Antes que viniese la
fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser re-
velada".
Algunos comentaristas bíblicos han concluido que Pablo se re-
fería a que la justificación por fe estaría disponible después de Cris-
to. Sin embargo, esa conclusión pasa por alto todo el punto alrede-
dor del cual Pablo centra su argumentación en la Epístola a los Gála-
tas. Si eso fue lo que él quiso decir, se habría aliado al partido judío en
lugar de oponérsele, ya que sus integrantes insistían en que la ley reem-
plazó a la promesa hecha a Abraham. Pero Pablo dijo "No". La jus-
tificación por la fe comenzó con Abraham y continuó ininterrumpi-
damente hasta el tiempo de Cristo.
Esto no significa que la relación de los judíos con la ley antes de
la cruz fuera idéntica en todo a la relación de los cristianos con la ley
después del Calvario. Ciertamente había una diferencia. Pablo no ne-
gaba eso. Por el contrario, lo afirmaba. De no haber existido dife-
rencia alguna entre la función de la ley en la vida del pueblo de Dios
antes y después de la cruz, Pablo presumiblemente no habría tenido
conflicto alguno con el partido judío, el cual insistía en que no había
diferencia. Pablo escribió a los gálatas para mostrar que sí había una
diferencia y para explicar cuál era. Algunos cristianos piensan que
cuando Pablo escribió acerca del funcionamiento de la ley hasta que
Cristo vino, quiso decir que la ley fue derogada después de Cristo.
Pero Pablo no estaba diciendo eso, sino que el funcionamiento de la
ley antes de Cristo fue diferente del funcionamiento de la ley des-
pués de Cristo.
Estamos ahora entrando en la fase final de nuestro esfuerzo por
entender de qué estaba hablando Pablo cuando dijo que "ya no esta-
mos bajo ayo". Para ello necesitamos considerar juntos los versícu-
los 23 y 24. Aparentemente Pablo estaba muy ansioso de que sus
lectores entendieran el punto que él quería explicitar en estos versí-
culos, pues usa tres palabras griegas para explicarlo. Transcribiré se-
guidamente los versículos 23 y 24, destacando con cursiva las tres
palabras que son traducción de aquellos términos griegos: "Pero an-
8
tes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para
aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro
ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la
fe".
A continuación aparece un diagrama que muestra las tres pala-
bras griegas que examinaremos, juntamente con la manera como han
sido traducidas por dos versiones bíblicas:

GRIEGO REINA-VALERA BIBLIA DE JERUSALÉN


Frouréo "confinados" "encerrados"
Sugkléio "encerrados" "bajo vigilancia"
Paidagogós "ayo" "pedagogo"

Analicemos estas palabras, comenzando con frouréo. Como usted


habrá notado, la versión Reina-Valera traduce esta palabra como
"confinados". Otras versiones, como la New International Versión, en
inglés, traducen esa palabra griega mediante una expresión cuyo
equivalente castellano sería "presos", "en cautiverio". Tengo en mi
biblioteca un léxico griego preparado por los renombrados eruditos
Arndt y Gingrich. Se trata de uno de los más aceptados diccionarios
de griego bíblico en existencia. De acuerdo con Arndt-Gingrich,
frouréo significa "guardar", "mantener en custodia", "confinar", pero
no dicen que esa palabra signifique "encarcelar". Obviamente que
los prisioneros son en cierto sentido guardados, mantenidos en cus-
todia y confinados, por lo que no es incorrecto que algunas versio-
nes de la Biblia traduzcan ese vocablo griego como "nos tenía pre-
sos" (por ej.: Dios habla hoy). 2 Pero también es posible guardar cosas,

2
La preposición griega traducida en el versículo 23 como "para" (Reina-Valera), "en
espera" (Biblia de Jerusalén), "esperando" (Dios habla hoy), es eis, cuyo significado prima-
rio es "a", "hacia", "en". No obstante, las preposiciones son utilizadas en todos los
idiomas con una variedad de significados. Uno de los significados secundarios de eis es
"hasta", lo cual es claramente el sentido preferible en este caso. La palabra griega eis no
es la que se encuentra detrás del "para" de 1 Pedro 1:5. Mi comparación de Gálatas
3:23 con 1 Pedro 1:5 está basada en la versión Reina-Valera. Sería ideal para apoyar el
punto que deseo demostrar que Pedro utilizara la misma preposición que usó Pablo.
No obstante, creo que mi comparación es fiel al sentido que Pedro quiso dar a sus pa-
labras, como lo sugiere el contexto, y los traductores de la versión Reina-Valera coin-
ciden con ello.
9
tenerlas en custodia y confinarlas sin necesidad de encarcelarlas. Me-
ter a una persona en prisión es una manera terrible de confinarla e
implica la comisión de algún delito por parte de ella. Mi convicción
personal al respecto es que Pablo no pretendió describir la función
que la ley tuvo para los judíos antes de Cristo en términos tan duros.
No obstante, debemos analizar las tres palabras griegas antes de in-
tentar decidir el significado que Pablo quiso que tuvieran en cada ca-
so.
Veamos ahora la segunda palabra que Pablo usa en Gálatas 3:23,
sugkléio, traducida como "encerrados" por Reina-Valera. Si bien es
cierto que el léxico de Arndt-Gingrich menciona la idea del encarce-
lamiento como traducción posible de sugkléio, también dice que puede
significar "confinar" o "encerrar". ¿Con cuál de los dos significados
nos quedaremos? ¿Con el más duro, el del encarcelamiento, o con el
más suave, el de confinar o encerrar? El contexto ha de ayudarnos a
determinar cuál es la mejor traducción. Como ya hemos visto, en
Gálatas 3:19-25 Pablo estaba tratando de explicar la función apro-
piada de la ley para los judíos que vivieron entre el Sinaí y el Calva-
rio. También vimos que Pablo tenía un elevado concepto del propó-
sito cumplido por la ley en el período previo a la cruz. Significó una
gran ventaja respecto del sistema patriarcal que imperó antes del Si-
naí. Por todo ello, me parece que la idea de "encarcelamiento" es
demasiado negativa como para explicar la función de la ley entre el
Sinaí y el Calvario.
La validez de esta conclusión llega a ser aún más clara cuando
examinamos la tercera palabra que Pablo utiliza para explicar la fun-
ción de la ley durante el período judío de la historia del Antiguo Tes-
tamento: paidagogós. Esa es la palabra traducida como "ayo" en la ver-
sión Reina-Valera, como "pedagogo" en la Biblia de Jerusalén y como
"esclavo que vigila a los niños" en la versión Dios Habla Hoy. En la so-
ciedad romana, el paidagogós era un "guardián de los niños", alguien
que "los acompañaba a la escuela, los protegía de peligros, impedía
que se portaran mal, y tenía derecho a disciplinarlos. En las obras de
arte griegas el paidagogós, generalmente, se representa con un palo en la
mano" (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 959). Piense por un mo-
mento en la imagen que esta definición nos da acerca del significado
de paidagogós: alguien que protege a los niños para que no se lastimen,
vela para que no cometan errores, y los disciplina cuando desobede-
10
cen. ¡Esto difícilmente concuerda con la idea del duro y frío encarce-
lamiento!
Hay otro factor que me lleva a la conclusión de que Pablo no
tenía en mente la severa idea del encarcelamiento cuando escribió
Gálatas 3:23 y 24. En 1 Pedro 1:5 encontramos otra vez la palabra
griega frouréo, y en varios aspectos puede decirse que se la usa allí de la
misma manera como Pablo lo hizo en Gálatas: "Bendito el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia
nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Je-
sucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, inconta-
minada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que
sois guardados [frouréo] por el poder de Dios mediante la fe, para al-
canzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el
tiempo postrero" (1 Pedro 1:3-5).

Gálatas 3:23 1 Pedro 1:5


Pero antes que llegara Vosotros, que
la fe estábamos sois guardados
confinados bajo por el poder de Dios
la ley, encerrados mediante la fe,
para aquella fe... para alcanzar
la salvación...

Ciertamente podemos decir que existe alguna semejanza entre


"encerrar" o "encarcelar" a alguien y "guardarlo". Podría decirse que
un prisionero es guardado aparte del mundo exterior. Sin embargo,
la palabra "guardar" comunica más la idea de proteger que la de con-
finar a alguien en una prisión. Mientras examinamos el uso que Pa-
blo hace de esta palabra en Gálatas 3:23, debemos recordar que Dios
tuvo en mente un propósito benéfico cuando entregó la ley en Sinaí.
Aunque pueda parecemos restrictiva hoy, la ley resultó liberadora en
su tiempo. Por lo tanto, "guardar" expresa mucho mejor el propósi-
to divino para su ley que la palabra "encerrar" o "encarcelar".
Si lo dicho es cierto, ¿por qué algunas versiones de la Biblia (so-
bre todo en el idioma inglés) traducen la palabra frouréo como "ence-
rrar" o "encarcelar"? En primer lugar, debemos recordar que es po-
sible traducir esa palabra como "mantener preso". Además, puede
11
que los traductores hayan interpretado de esa manera la palabra frour-
éo porque estaban pensando en la manera áspera como Pablo se re-
fiere a la ley en otros lugares. De esa manera, perdieron de vista el
hecho de que en este caso Pablo trataba de explicar el uso correcto
de la ley en el Antiguo Testamento, no el uso inadecuado que hacía
de ella el partido judío en la época del Nuevo Testamento.
Substituyamos ahora en Gálatas 3:23 y 24 la palabra "confina-
dos" o "encerrados" por la palabra "guardados" o "preservados" y
veamos cómo suena: "Pero antes que viniese la fe, estábamos guar-
dados o preservados por la ley". ¿Nota la diferencia? La palabra
"guardado" o "preservado" comunica mucho más el propósito be-
néfico por el cual Dios dio la ley a su pueblo en el Sinaí. Para captar
realmente el punto en cuestión, invirtamos el procedimiento y re-
emplacemos la palabra "guardados" que aparece en 1 Pedro 1:5 por
la palabra "confinados": "Que sois confinados por el poder de Dios
mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero". Eso no suena muy apropiado,
¿verdad? Pues en Gálatas no resulta más apropiado que en 1 Pedro.
Esta conclusión adquiere aún más firmeza cuando advertimos
otra similitud entre Gálatas 3:23 y 1 Pedro 1:5. En Gálatas, Pablo di-
jo que los judíos fueron guardados por la ley hasta el primer advenimiento de
Cristo, y Pedro dijo que el pueblo de Dios de la era del Nuevo Testa-
mento es guardado por el poder de Dios hasta el segundo advenimiento de
Jesús
La ley en el Antiguo Testamento y el poder de Dios en el Nuevo
Testamento; en cada caso Dios proveyó un resguardo para proteger
a su pueblo hasta que llegara el siguiente gran acontecimiento en la
historia de la salvación.
Estoy convencido de que Pablo pensaba en la ley como una
protección para el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, como
un cerco puesto alrededor de aquél para evitar que se descarriara,
como un guardián encargado de convencerlos de pecado y de ayu-
darlos a comprender el plan divino para salvarlos del pecado. Más
aún, creo que Pablo tenía en mente no sólo la ley como tal, sino
también la religión judía que se desarrolló a partir de esa ley. El ju-
daísmo genuino protegía al pueblo de Dios de la misma manera co-
mo la iglesia y la fe cristiana nos protegen hoy a nosotros.

12
Podríamos comparar lo dicho con una madre que mantiene a su
bebé dentro de un corralito hasta que alcance la madurez suficiente
como para estar fuera de ese resguardo sin meterse en problemas. El
corralito confina, encierra, pero al mismo tiempo resulta una protec-
ción para el bebé. La madre se vale de él no porque pretenda de esa
manera tratar con rudeza a su hijito ni porque desee privarlo de la li-
bertad; ella sabe que su hijito necesita la protección del corral en esa
etapa de su vida. De manera semejante, durante la era del Antiguo
Testamento, la religión judía y la ley eran una protección para el
pueblo de Dios, un escudo sobre ellos o un cerco a su alrededor, no
porque Dios deseara tenerlos presos, sino porque sabía que necesi-
taban protección hasta que llegara la revelación plena de Jesucristo.
Hay aun dos expresiones más que necesitamos considerar en
Gálatas 3:24, para dedicar luego un poco de tiempo al más crítico de
los versículos de esa epístola: Gálatas 3:25. Ya he citado antes los
versículos 23 y 24. Las dos expresiones que debemos considerar se
encuentran transcriptas más abajo en letra cursiva y las he señalado
con números: "Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados
bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De ma-
nera que la ley ha sido nuestro ayo [1] para llevarnos a Cristo, [2] afín de que
fuésemos justificados por la fe".
Para llevarnos a Cristo. Las palabras "para llevarnos a" han sido inser-
tadas. La mayoría de las traducciones de la Biblia agregan estas pala-
bras al texto, pero ellas no aparecen en el idioma original. El original
griego dice: "Así que la ley fue nuestro guardián hasta Cristo", no upara
llevarnos a Cristo".
¿Por qué la mayoría de los traductores han incluido las palabras
"para llevarnos a"? En primer lugar, digamos que no hay nada teoló-
gicamente incorrecto en agregar esas palabras al texto original.
Por cierto que al señalar nuestros pecados, la ley nos muestra
nuestra necesidad de un Salvador y nos conduce así a Cristo.
Además, es precisamente en este versículo donde Pablo dice que la
ley fue un paidagogós, un guía, un guardián. Si el paidagogós llevaba a los
niños a la escuela, ¿por qué no habría la ley, como nuestro paidagogós,
de llevarnos a Cristo? Existen buenas razones para insertar aquí las
palabras "para llevarnos a", haciendo decir a Pablo que "la ley fue
nuestro ayo para llevarnos a Cristo".

13
Sin embargo, puesto que las palabras "para llevarnos a" son in-
sertadas, debemos preguntarnos si realmente pertenecen a ese lugar,
y mi conclusión personal es que no. Creo que ese pasaje debe decir
en castellano lo mismo que dice en griego: "Así que la ley fue puesta
a cargo [fue nuestro guardián] hasta Cristo". Esa manera de expre-
sarse se adecúa mejor al contexto. En dos ocasiones anteriores, en
Gálatas 3:19-24, Pablo dijo que la ley cumplió una función particular
hasta que Cristo vino, ¿por qué no aquí? Unamos esas dos referencias con
la del versículo 24 y demos una mirada al conjunto. He destacado
con cursiva las palabras relevantes. Versículo 19: "[La ley] fue añadi-
da... hasta que viniese la simiente". Versículo 23: "Antes que viniese la fe, estába-
mos confinados bajo la ley" (está implícito aquí que cuando vino la
fe, dejamos de estar confinados bajo la ley). Versículo 24: "De ma-
nera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo [recorde-
mos que el original griego dice sólo: "hasta Cristo"]".
Puesto que el propósito de Pablo en Gálatas 3:19-25 fue expli-
car la función de la ley en la vida de los integrantes del pueblo de
Dios entre el Sinaí y el Calvario, ¿por qué no dejarle decir eso en el
versículo 24? ¿Por qué oscurecer el significado de ese texto aña-
diéndole las palabras "para llevarnos a"? Aunque no es un error teo-
lógico decir que la ley fue nuestro guardián para conducirnos a Cris-
to, cuando agregamos esas palabras interpretamos erróneamente lo
que Pablo quiso realmente decir.
"A fin de que fuésemos justificados por la fe" (versículo 24). Esta frase es
extremadamente importante ya que constituye el punto principal de
la argumentación de Pablo en Gálatas. Todo encaja en su respectivo
lugar cuando entendemos lo que Pablo quiso decir aquí.
A riesgo de ser redundantes, repasemos una vez más la argu-
mentación desarrollada por Pablo en los últimos diez versículos.
Dios entregó a Abraham la promesa de la justificación por la fe y
"firmó" con éste un "contrato" que no podía ser roto. Por lo tanto,
era imposible que la ley, que vino 430 años después, anulara la pro-
mesa. Por el contrario, la promesa siguió en efecto lado a lado con la
ley. De acuerdo con esta línea de razonamiento, es obvio que los ju-
díos se salvaban por la fe durante el período que se extiende entre el
Sinaí y el Calvario. Afirmar otra cosa equivaldría a decir que la ley en
verdad dejó sin efecto la promesa.

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Y ése es el punto que se pretende destacar con la expresión: "La
ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justifi-
cados por la fe".
En otras palabras, la ley finalmente contribuyó para que las per-
sonas que vivieron en la época del Antiguo Testamento fueran sal-
vas por la fe. La ley fue instituida para que ellos pudieran ser justifica-
dos por la fe mientras esperaban a Aquel que era el objeto de su fe.
La justificación por la fe habría resultado más difícil en la época del
Antiguo Testamento sin la ley, pero ésta hizo que resultara más sen-
cilla.
Esto es cierto al menos por dos razones. Primero, como ya he-
mos dicho, la ley señalaba el pecado, haciendo de esa manera que re-
sultara más sencillo para las personas reconocer su necesidad de un
Salvador e instándolas a acudir a él en procura de ayuda (en tal sen-
tido, es cierto que la ley conducía a las personas a Cristo, aunque no
es eso lo que Pablo está diciendo en Gálatas 3:24). La segunda razón
por la que la ley hizo que la justificación por la fe resultara más fácil
para los judíos en tiempos del Antiguo Testamento es que la ley ce-
remonial era en verdad el evangelio expresado en términos legales,
proporcionándoles un ritual por medio del cual tenían acceso al
evangelio.
Varias traducciones modernas de la Biblia han sugerido un sig-
nificado levemente diferente para la expresión que estamos anali-
zando en el versículo 24. Note cómo lo presentan tres versiones dis-
tintas:
The New English Bible: "Así que la ley fue una especie de tutor a
cargo de nosotros hasta que Cristo viniera y fuéramos justificados
por medio de la fe".
The Living Bible: "Las leyes judías fueron nuestro maestro y nuestro
guía hasta que Cristo viniera a reconciliarnos con Dios [justificación]
por medio de nuestra fe".
Today's English Versión: "Y así la ley estuvo a cargo de nosotros has-
ta que Cristo vino, para que pudiéramos entonces ser reconciliados
con Dios por medio de la fe".
El mismo fenómeno ocurre en varias traducciones de la Biblia al
castellano, incluyendo versiones como Reina-Valera y Dios habla hoy.

15
Si usted lee cuidadosamente estas traducciones del versículo 24
notará que cada una de ellas sugiere de alguna manera que la justifi-
cación por la fe llegó a estar disponible recién cuando Cristo vino.
Sin embargo, no creo que sea eso lo que Pablo quiso decir allí. El in-
siste a lo largo de esta sección de su epístola en que la justificación
por la fe fue otorgada a Abraham y en que ésa siguió siendo la ma-
nera divina de salvar a las personas a lo largo del período del An-
tiguo Testamento. Si esos traductores estaban tratando de hacer de-
cir a Pablo que la justificación por la fe no era posible en absoluto
antes de que Cristo viniera, perdieron por completo de vista el meo-
llo de la argumentación paulina en la Epístola a los Gálatas.
Es posible que los traductores de esas versiones bíblicas consi-
deraran que la justificación por la fe en los tiempos del Antiguo Tes-
tamento era una promesa que aún no había sido hecha legal por me-
dio de la muerte de Cristo en la cruz. De ese modo, cuando los inte-
grantes del pueblo de Dios de la época del Antiguo Testamento eran
en efecto justificados por la fe, lo eran porque miraban hacia el futu-
ro, a Cristo, quien daría validez a la fe de ellos mediante su muerte.
Si bien esta manera de ver las cosas es correcta en sí misma, no creo
que Pablo tuviera eso en mente en este pasaje.
Finalmente llegamos a Gálatas 3:25. La pregunta que allí se nos
plantea es: ¿Qué quiso decir Pablo con la expresión "pero venida la
fe, ya no estamos bajo ayo"? o, como lo traduce la versión Dios habla
hoy: "Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos a cargo de ese
esclavo que era la ley". Pablo parece estar diciendo que, después de
la cruz, los cristianos ya no están bajo la ley. Sin embargo, en Roma-
nos él deja meridianamente claro el hecho de que la ley sigue ocu-
pando un lugar apropiado en la vida de los cristianos: "Porque por
medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Romanos 3:20). "Yo
no conocí el pecado sino por la ley" (7:7). "La ley a la verdad es san-
ta, y el mandamiento santo, justo y bueno" (7:12).
Toda la teología que hemos discutido hasta este punto provee el
trasfondo para nuestra comprensión de Gálatas 3:25 y para resolver
la aparente contradicción existente entre ese texto y la enseñanza de
Pablo acerca de la ley en Romanos. La solución para este problema
es tan importante que he dedicado un capítulo entero para exponer
una interpretación de ese único versículo. Pasemos a él ahora.

16
C APÍTULO 12

Ya no bajo un tutor
Gálatas 3:25

H emos llegado ahora al versículo que causó tanto revuelo en


la sesión del Congreso de la Asociación General celebrado
en Minneapolis en 1888. Este es el versículo que, a prime-
ra vista, parece declarar muy inequívocamente que la ley fue abroga-
da cuando Cristo vino. Una interpretación tal es naturalmente un
gran desafío para nuestro énfasis adventista acerca de la importancia
de la ley en la vida del cristiano. Nuestros pioneros, en un esfuerzo
para contrarrestar ese desafío, interpretaron que el ayo o tutor al que
se refiere Pablo significa la ley ceremonial. Y en cierto sentido es así.
Como hemos visto, la ley ceremonial fue una parte importante de lo
que Pablo quiso representar mediante la figura del ayo. Sin embargo,
también vimos que esa idea incluye mucho más. Limitar el ayo a la
ley ceremonial es aplicar un "pegamento rápido" al problema. Des-
afortunadamente, nuestros pegamentos rápidos tienden a con-
vertirse en permanentes y a ser incorporados como doctrina. Quie-
nes aparecen luego con una solución más estudiada para el problema
son entonces considerados como una amenaza para "la verdad", la
cual es en realidad simplemente una solución superficial para el pro-
blema. Esa fue esencialmente la dinámica que operó en 1888 en la
sesión del Congreso de Minneapolis.
Es interesante que Jones y Waggoner (y éste en particular, ya que fue
quien tuvo a su cargo las disertaciones acerca de Gálatas) también
aplicaron un "pegamento rápido" al problema. Después de leer los
escritos de ambos, me parece que aunque estaban más cerca de la
verdad que Smith y Butler, aún estaban lejos de la línea de llegada, ya
que no entendieron la función "tutelar" de la ley según vimos en el
capítulo anterior. No alcanzaron a comprender que en los versículos
23 y 24 Pablo estaba definiendo el papel singular de la ley para los
judíos que vivieron entre el Sinaí y el Calvario. Ambos pensaron que
el pronombre "nosotros" que aparece en los versículos 2 3 a 25 se
refería al pueblo de Dios de cualquier época, incluyendo a los cris-
tianos a partir de la cruz. Puesto que creían, correctamente, que el
ayo incluía a la ley moral, y que la ley moral aún señala el pecado —
lo cual también es correcto—, ellos tenían que creer que los cristia-
nos están todavía bajo un ayo. Y eso fue lo que dijeron.
Pero Pablo dijo que "ya no estamos bajo ayo". ¡En última ins-
tancia, la solución rápida descubierta por Jones y Waggoner estaba
en contra de una declaración bíblica! La comprensión que ellos te-
nían del asunto era teológicamente correcta y era casi la única con-
clusión que podrían haber extraído en vista de que pensaban que el
pronombre "nosotros" de Gálatas 3:23-25 incluía a los cristianos a
partir de la cruz. Jones y Waggoner permitieron que su teología in-
fluyera su interpretación de las Escrituras cuando deberían haber
permitido que la Escritura influyera sobre su teología. Si la Escritura
dice que ya no estamos bajo ayo, ellos deberían haber tratado de en-
tender cómo podía aquello ser cierto, en lugar de forzar las Escri-
turas o rechazar una clara declaración bíblica para favorecer su pro-
pia teología.
Nuestro esfuerzo en este libro, y especialmente en los cinco ca-
pítulos previos, ha sido ir más allá de las soluciones rápidas, tradicio-
nes y presuposiciones teológicas, tratando de comprender qué quiso
decir Pablo realmente cuando se refirió a la ley y al ayo en Gálatas 3.
Hemos llegado ahora a Gálatas 3:25. Este versículo es la piedra
angular de la respuesta de Pablo a la opinión que el partido judío
tenía acerca de la ley, opinión que era ampliamente aceptada por las
iglesias de Galacia y que Pablo veía como una seria amenaza contra
el evangelio que Jesús le había revelado. El escribió su carta a los
Gálatas precisamente para contrarrestar esa amenaza. Hasta este
punto de la epístola, el apóstol ha hecho un gran esfuerzo por clari-
ficar la función de la ley en el Antiguo Testamento, entre el Sinaí y el
Calvario, y para explicar la relación existente entre esa función de la
ley y la promesa de justificación por la fe que Dios hizo a Abraham.
El versículo 25 es una declaración que hace las veces de resumen de
todo lo antedicho.

2
"Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo", dice Pablo. La Biblia
de Jerusalén vierte ese pasaje de la siguiente manera: "Mas, una vez lle-
gada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo".
Analicemos este corto versículo, comenzando con la primera
cláusula: "Pero venida la fe".
Sería un serio error pensar que Pablo quiso decir que la fe como
medio de salvación no estaba disponible antes de la cruz. Todo su
argumento hasta este punto ha sido precisamente que la ley dada en
el Sinaí no anuló la promesa de la justificación por la fe hecha 430
años antes a Abraham. No puede hacerse que Gálatas 3:25 con-
tradiga todo lo que Pablo dijo en los 10 o 12 versículos previos.
Cualquiera haya sido el significado que quiso dar a la palabra "fe" en
el versículo 25, lo cierto es que no pretendió que entendiéramos que
la fe como un medio de obtener la salvación comenzó únicamente
en la cruz, no cuando en el versículo anterior subrayó el hecho de
que la ley fue dada en el Sinaí "a fin de que fuésemos [el pueblo de Dios
que vivió entre el Sinaí y la cruz] justificados por la fe". El uso que
Pablo hace de la palabra fe en el versículo 25 tiene que ser diferente
de como la emplea en el versículo 24. De no ser así, se estaría con-
tradiciendo. Pero, ¿cuál es la diferencia?
Creo que en el versículo 25, Pablo utiliza la palabra fe para re-
ferirse a un sistema, en contraste con la ley como sistema, como
cuando nosotros hablamos de "guardar la fe", de la "fe cristiana", la
"fe bautista" o la "fe adventista". Fe en tal sentido equivale a un sis-
tema de creencia. El cristianismo se desarrolló a partir de un sistema
de creencia que comenzó en la cruz, así como el judaísmo se desa-
rrolló a partir de un sistema de creencia que comenzó en el Sinaí. Así
que podríamos decir que como síntesis final de su explicación acerca
de la función singular de la ley para los judíos antes de Cristo, Pablo
contrastó las dos religiones que se desarrollaron a partir de ambos
sistemas de creencia. Él dijo, en esencia, que el cristianismo reem-
plazó al judaísmo como guardián encargado de conducir al pueblo
de Dios hacia la consumación de todas las cosas.
Ahora que entendemos el sentido que Pablo dio a la palabra
"fe" en la primera parte del versículo 25, necesitamos preguntarnos
qué quiso decir en la última parte de ese texto cuando utilizó la ex-
presión "ya no estamos bajo ayo".
3
De una cosa podemos estar seguros: él no quiso decir que la ley
dejó de tener toda función válida después de la cruz. Eso es evidente
a la luz de la declaración que él mismo hace en el versículo 22: "La
Escritura [la ley] lo encerró todo bajo pecado". Varios pasajes de
Romanos señalan claramente que la ley sigue señalando el pecado
durante la era del Nuevo Testamento (véase Romanos 3:19; 5:20;
7:7, 13).
Cuando Pablo dijo que ya no estamos bajo la supervisión de la
ley (el ayo, pedagogo o tutor), se estaba refiriendo a que la función
de la ley como guardián, como cerco protector alrededor del pueblo
de Dios, había terminado. Había dejado de ser una puerta a través
de la cual se accedía a la salvación. Los cristianos no necesitan acer-
carse a Dios por medio de mediadores humanos ni con sacrificios
animales para obtener el perdón de sus pecados. Podemos acercar-
nos a él directamente por medio de Jesucristo. Ya no tenemos la li-
mitada comprensión de la verdad moral provista por palabras escri-
tas en piedra. Tenemos ahora la revelación plena de los principios
morales en las palabras y en la vida de Dios mismo en la persona de
Jesucristo. Ya no estamos al amparo de la ley, como ocurría hasta el
primer advenimiento de Cristo. Somos amparados por el poder de
Dios hasta el segundo advenimiento de Cristo. Ya no estamos más
al cuidado de un ayo o pedagogo. ¡Ahora estamos al cuidado del Di-
rector!
En ningún momento de la historia de nuestro mundo Dios dejó
a su pueblo sin una manera de aproximarse a él para obtener la sal-
vación. El primer evangelio (palabra que significa "buenas noticias")
fue anunciado en el Edén por Dios mismo cuando dijo: "Pondré
enemistad entre ti y la mujer" (Génesis 3:15). Podríamos llamar a es-
to: "El evangelio según el Edén". Este evangelio continuó a través
del período patriarcal hasta que Dios mismo anunció una puesta al
día en el Sinaí, lo que podríamos llamar "el evangelio según el Sinaí".
Este evangelio —compuesto por las leyes ceremonial y moral— es-
tuvo en vigencia durante 1.500 años, hasta que nuevamente Dios
mismo, en la persona de Jesucristo, anunció otra actualización. Po-
dríamos dar a eso el nombre de "evangelio según Jesucristo" o "el
evangelio según el Calvario". Este evangelio ha de continuar hasta
que Jesús regrese con poder y gloria en ocasión de su segundo adve-
nimiento.
4
Este evangelio, bajo el cual usted y yo vivimos, incluye la fe y la
ley. En verdad, nunca hubo un evangelio que no las incluyera. La di-
ferencia es que el evangelio según el Sinaí estaba organizado al-
rededor de la ley, con la fe como un componente importante, mien-
tras que el evangelio según el Calvario está organizado alrededor de
la fe e incluye la ley como componente importante.
Me gustaría resumir en una frase breve —sólo cinco palabras—
lo que creo que Pablo quiso decir en Gálatas 3:25: El cristianismo
reemplazó al judaísmo. O, para emplear el lenguaje paulino: "Ahora
que vino el cristianismo, ya no estamos más bajo el judaísmo".
Este fue el mensaje de Pablo a los cristianos gálatas. Fue su res-
puesta al partido judío. Y bajo esta luz tal vez podemos comprender
por qué el partido judío se le opuso tan ferozmente. Jones y Waggo-
ner confrontaron una interpretación tradicional que tenía 40 años de
antigüedad y que era en realidad sólo una verdad a medias, un "pe-
gamento rápido" y no la verdad íntegra. Pablo, por su parte, en-
frentó 1.500 años de tradición desarrollada alrededor de un evange-
lio que había sido dado por Dios mismo en el Sinaí. El evangelio
según el Sinaí no fue un pegamento rápido. Era la verdad divina, el
plan de Dios para su pueblo durante un milenio y medio. No es po-
sible hacer a un lado esa clase de tradición con un chasquido de de-
dos. Si Butler y Smith lo pasaron difícil en Minneapolis por las opi-
niones de dos jóvenes advenedizos provenientes de California, ¿po-
demos culpar al partido judío por no sentirse a gusto con Pablo?
Me gustaría ahora dirigir su atención a una cuestión práctica:
¿Qué lecciones hay en Gálatas 3:10-25 para nosotros? Buena parte
de nuestra discusión durante los últimos capítulos ha sido de carác-
ter teórico. Eso es inevitable. En verdad, no hay otra manera de
aclarar un pasaje difícil como Gálatas 3:19-25, pero una vez que la
parte teórica está cumplida, necesitamos preguntarnos qué valor es-
piritual hay detrás de la teoría. Ésta es una pregunta particularmente
importante para nosotros, ya que no tenemos un partido judío
acosándonos acerca de la circuncisión y de la observancia de los días
festivos judíos. En un sentido, toda esta argumentación de Gálatas
nos es ajena. Es un estudio interesante acerca de un problema anti-
guo que a primera vista parece tener poca relación con los proble-
mas que enfrentamos actualmente.

5
Sin embargo, si miramos debajo de la superficie, encontraremos
muchas lecciones sumamente significativas para nuestra vida.
En primer lugar, la promesa de un Redentor ya no es una cues-
tión de fe para nosotros. ¡Qué privilegio es para nosotros tener cua-
tro Evangelios que nos informan acerca de la vida y el ministerio de
Jesucristo! Deberíamos apreciar estas historias, especialmente la de
la cruz y la resurrección. Tenemos la historia de la obra del Espíritu
Santo en la iglesia del Nuevo Testamento. Tenemos las epístolas de
Pablo, Pedro, Santiago y Juan para interpretar el significado de la t
vida, muerte y resurrección de Jesús. Tenemos el libro de Apocalip-
sis, revelado a Juan en Patmos, que nos guía a través de los siglos de
la historia cristiana hasta el fin de todas las cosas. El mensaje básico
de Pablo a los Gálatas fue una especie de clamor: "¡Miren lo que
Dios ha hecho por ustedes en Jesucristo. Y ustedes están despre-
ciando todo eso para permanecer bajo un sistema limitado que es
sólo una figura o tipo de lo real!"
Nosotros no sentimos hoy una gran presión tendiente a hacer-
nos volver al judaísmo. Sin embargo, ¿hemos perdido de vista el
tremendo privilegio que poseemos, el de vivir bajo el evangelio se-
gún el Calvario? ¿Hemos llegado a estar tan acostumbrados a ello
que nos resulta indiferente? ¿Necesitamos hoy escuchar las reso-
nantes palabras de Pablo: "Ahora que ha venido la fe"? Y la res-
puesta es "Sí". Hasta que Jesús vuelva, debemos recordar cuán afor-
tunados somos de vivir después del Calvario, no antes; de conocer a
Jesús personalmente; de poder acercarnos a su trono de gracia di-
rectamente en lugar de tener que hacerlo a través de un mediador
humano con un animal a nuestro lado para ser sacrificado.
Aunque no corremos ningún riesgo de volver al judaísmo, Gá-
latas 3 nos enseña que nunca debemos permitir que ningún sistema
basado en las obras ocupe el lugar del evangelio de la justificación
por la fe. El judaísmo fue en su momento un protector apropiado
para el pueblo de Dios, un sistema que condujo a los integrantes de
ese pueblo a la experiencia de la justificación por fe. El problema del
partido judío radicó en que, cuando Dios instituyó un nuevo sistema
para conducir a su pueblo a la justificación por fe, insistió en perpe-
tuar el sistema antiguo. Nosotros no corremos el peligro de perpe-
tuar el antiguo sistema judío; pero, ¿estamos en peligro de introducir
un sistema diseñado por nosotros? Y creo que la respuesta nueva-
6
mente es "Sí". Cuán fácil es pensar que nuestra adherencia a ciertas
leyes relacionadas con la dieta, a algunas reglas que rigen el arreglo
personal y a normas que tienen que ver con el entretenimiento y con
la manera de observar el sábado nos asegura un lugar en el reino de
Dios. Cuán fácil es pensar que esas cosas constituyen el sistema
básico que nos conduce a Cristo y a la experiencia de la justificación
por la fe. Cuán fácil resulta para nosotros pensar que quienes obede-
cen las reglas son buenas personas y que quienes las violan, de
acuerdo con nuestra percepción, son malas personas.
Otra lección que aprendo de Gálatas y de la experiencia de
nuestra propia iglesia en Minneapolis tiene que ver con la humildad.
Cuán fácil nos resulta, como al partido judío o a quienes se opusie-
ron a Jones y Waggoner en Minneapolis, estar tan seguros de que
nuestra opinión es la única acertada que nos volvemos intolerantes
con las opiniones de cualquier otro. ¡Cuán fácil es levantarse en de-
fensa de la verdad tradicional sólo para estar completamente equivo-
cados!
Gálatas 3 significa una última cosa para mí. Aunque somos bien
libres bajo el presente sistema, y aunque somos muy afortunados de
vivir bajo ese sistema y no bajo el anterior, ¡qué glorioso privilegio
nos espera cuando seamos liberados de este sistema e introducidos
en el próximo! Cuando lleguemos al cielo, seguramente veremos con
alivio hacia atrás, al sistema bajo el cual estamos ahora, alivio de que
en el cielo ya no tendremos que vivir bajo él. Agradeceremos entonces a
Dios que hayamos escapado de un sistema basado en la fe de la
misma manera como le agradecemos ahora por haber quedado libres
de un sistema basado en la ley. Mientras que un sistema de aproxi-
mación a Dios basado en la fe es muy superior a uno basado en la
ley, aun así el primero resulta una limitación. Todavía no podemos
ver a Dios. Ahora esperamos la nueva Jerusalén, pero algún día cami-
naremos por sus calles. ¡Cuán limitado nos parecerá entonces el ac-
tual sistema basado en la fe! ¡No es de sorprenderse entonces que
Pedro dijera que por medio de la fe somos "guardados por el poder
de Dios... para alcanzar la salvación que está preparada para ser ma-
nifestada en el tiempo postrero" (1 Pedro 1:5)!

7
C APÍTULO 13

Hijos e hijas de Dios


Gálatas 3:26 a 4:20

C
ierto domingo de tarde de febrero de 1992 yo estaba re-
gresando a casa en avión como parte de mi trabajo para la
Pacific Press Publishing Association. Poco después de las
15, la voz del piloto se escuchó por los parlantes pidiendo a los pa-
sajeros que nos preparáramos para el aterrizaje. Yo sabía lo que eso
significaba, así que plegué la mesa rebatible que se encontraba
frente a mí, ajusté mi cinturón de seguridad y miré por la ventani-
lla. El paisaje invernal al este de Boise se veía desolado. Yo con-
templaba la pista de aterrizaje, que se acercaba más y más.
Mientras nos aproximábamos a la pista, se me ocurrió mirar
hacia adelante, y entonces tuve un enfoque doble. A la izquierda y
a unos pocos centenares de metros frente a nosotros se veía un pe-
queño avión volando hacia atrás. ¡Yo no podía creerlo! Claro que
un momento después comprendí que el avión en cuestión no esta-
ba volando hacia atrás. Cada uno de los dos aviones se estaba
aproximando a su propia pista de aterrizaje, y el Boeing 727 donde
yo viajaba estaba adelantándose rápidamente al pequeño aeropla-
no, lo cual hacía que éste pareciera volar hacia atrás. La realidad no
era lo que parecía ser.
Usted debe conservar este principio en mente mientras ingre-
samos en los últimos versículos de Gálatas 3 y en la primera mitad
de Gálatas 4. Puede que la realidad no resulte ser lo que aparenta a
primera instancia.
139
Mientras comenzamos a analizar la última parte del capítulo 3,
necesitamos tener en mente la línea de razonamiento seguida por
Pablo. Hasta este punto de la epístola, y particularmente en el capí-
tulo 3, él ha estado explicando la relación existente entre los judíos y
Dios antes del Calvario, una relación que estaba basada en la ley. Sin
embargo, en el versículo 26 Pablo comenzó a explicar la relación
tanto de judíos como de gentiles con Dios después del Calvario. In-
terpretaríamos muy mal a Pablo si perdiéramos de vista este cambio
en el rumbo de su exposición. Esto puede hacer fácilmente que la
realidad resulte diferente de lo que parece ser.
Además, ya en el versículo 26 Pablo introduce el tema de la "fi-
liación" en su argumentación contra el partido judío. Este es un
nuevo concepto que no encontramos hasta aquí en Gálatas. Leamos
lo que Pablo dijo en los últimos cuatro versículos del capítulo 3:
"Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque to-
dos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revesti-
dos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón
ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si voso-
tros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos
según la promesa".
La filiación es un concepto familiar dentro del Nuevo Testa-
mento. Juan escribió: "Mas a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios"
(Juan 1:12). Y en su primera epístola, el mismo apóstol dice: "Ama-
dos, ahora somos hijos de Dios" (1 Juan 3:2). En Gálatas 3:26-29,
Pablo hizo una aplicación significativa del concepto de filiación en
adición a la línea de razonamiento que hemos estado siguiendo hasta
aquí.
Tal vez la primera cosa que deberíamos notar es que, comen-
zando con el versículo 26, Pablo cambió la perspectiva desde la cual
hace su análisis. Ya hemos visto que en los versículos 23 a 25 él diri-
gió sus observaciones sólo a los cristianos de origen judío. Una de
las evidencias que tenemos de ello es el uso abundante que hace de
la primera persona plural (el pronombre "nosotros") en esos versícu-
los. Pero en el versículo 26 cambia a la segunda persona plural ("vo-
sotros" o "ustedes"): "Pues todos [vosotros] sois hijos de Dios por la
fe en Cristo Jesús; porque todos [vosotros] los que habéis sido bauti-
zados en Cristo, de Cristo estáis [vosotros] revestidos" (versículos
26, 27). Pablo sigue empleando la segunda persona del plural hasta el
final del capítulo 3 y en buena parte del capítulo 4, hasta que en éste
vuelve a emplear la primera persona del plural de vez en cuando.
¿A quién se refería Pablo cuando usaba el pronombre "voso-
tros"? En el texto griego original el pronombre está en plural, así
como el pronombre "nosotros" estaba en plural en los versículos an-
teriores. Parecería obvio que Pablo estaba dirigiéndose a los cris-
tianos de origen gentil que estaban en Galacia. Sin embargo, es pre-
cisamente aquí donde la realidad puede resultar diferente de lo que
parece a simple vista. Por algunas de las veces que Pablo utiliza el
pronombre "vosotros" en el capítulo 4 es incuestionable que se diri-
ge sólo a los cristianos de origen gentil, aunque no siempre. De ma-
nera semejante, no puede decirse que el pronombre "nosotros" se
refiera en todos los casos sólo a los cristianos de origen judío. El uso
alternado que Pablo hace de ambos pronombres ("nosotros" y "vo-
sotros") parece a veces indicar que se estaba dirigiendo al cuerpo en-
tero de los cristianos de Galacia, a judíos y gentiles juntos. El con-
texto es el factor determinante, y eso hace que debamos pregun-
tarnos en cada caso a quién tenía Pablo en mente.
Vayamos al versículo 26. Pablo comienza diciendo: "Todos sois
hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús". ¿Estaba él dirigiéndose sólo
a los cristianos de origen gentil cuando usó el pronombre "voso-
tros"? Existen varias evidencias clave que indican que estaba diri-
giéndose tanto a los cristianos de origen gentil como a los de origen
judío.
La primera de esas evidencias es la palabra "todos". El dice:
" Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús". La palabra "to-
dos" sugiere que Pablo se estaba dirigiendo a cada cristiano de Gala-
cia, no sólo a los de origen gentil. Si interpretáramos que el pro-
nombre "vosotros" se refiere sólo a los cristianos gentiles, le haría-
mos decir a Pablo que sólo los gentiles eran hijos de Dios por la fe
en Cristo Jesús. Pero todo el argumento de Pablo hasta aquí ha sido
que el estado de hijos de Dios por ser descendientes de Abraham,
por medio de una relación determinada con la ley, llegó a su fin con
Cristo. Ahora, por medio de Cristo, tanto los judíos como los genti-
les son hijos de Dios.

3
Pablo estaba obviamente respondiendo al argumento del partí-
do judío según el cual los gentiles podían ser herederos de la salva-
ción sólo si abrazaban el judaísmo. Es verdad que sólo los judíos es-
taban bajo la supervisión de la ley antes de que Cristo viniera, y que
los gentiles que querían llegar a ser hijos de Dios tenían que hacerse
judíos y colocarse bajo la ley. Pero cuando Cristo vino, tanto los ju-
díos como sus prosélitos de origen gentil quedaron libres de la su-
pervisión de la ley, y ahora nadie, ni judío ni gentil, necesitaba acer-
carse a Dios por medio de la ley. A decir verdad, hacerlo sería fatal
para la experiencia cristiana. Pablo dijo, en efecto, que la única ma-
nera de que alguien, judío o gentil, heredara las promesas hechas a
Abraham era aceptar a Cristo: "Y si vosotros sois de Cristo, cierta-
mente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa" (versí-
culo 29). Usted no necesita ser circuncidado para ser un hijo de
Abraham, ya que por medio de Cristo usted ha llegado a ser su hijo
directamente, pasando por alto todas aquellas leyes acerca de la cir-
cuncisión y de los rituales del templo.
Vayamos ahora a Gálatas 4. Pablo continuó su analogía de la "fi-
liación" en este capítulo y la iluminó con una interesante ilustración:
"Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo,
aunque es señor de todo; sino que está bajo tutores y curadores has-
ta el tiempo señalado por el padre. Así también nosotros, cuando
éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del
mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a
su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a
los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de
hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres
esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de
Cristo" (versículos 1-7).
Dividamos la analogía de Pablo en sus partes y analicemos cada
una de ellas. En ella se encuentran representadas cuatro clases de
personas: 1) El hijo cuando todavía es un niño, 2) el hijo cuando ya
ha llegado a ser adulto, 3) el esclavo cuando se encuentra sujeto a su
amo, 4) el esclavo cuando se convierte en una persona libre. El si-
guiente diagrama sugiere cómo creo que esperaba Pablo que enten-
diéramos las diferentes partes de esta analogía:

4
El hijo cuando es un niño El esclavo sujeto a su amo

Los judíos antes de Cristo Los gentiles antes de Cristo

El hijo cuando ya es adulto El esclavo liberado

Los cristianos de origen judío Los cristianos de origen gentil


después de Cristo después de Cristo

Note que en el versículo 3, cuando Pablo inició su explicación


de la analogía hijo/esclavo retomó el uso de la primera persona. Di-
jo: "Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud
bajo los rudimentos del mundo". ¿A quién se refiere el pronombre
"nosotros"? Ciertamente no sólo a los cristianos de origen gentil.
Pablo no utilizó en ninguna parte de su epístola el pronombre "no-
sotros" para dirigirse a los cristianos gentiles. No podría haberlo
hecho, pues "nosotros" incluye a la persona que está escribiendo, y
Pablo no era un gentil. La cuestión es si él tuvo en mente sólo a los
cristianos judíos o a todos los cristianos de las iglesias de Galacia.
Creo que tenía en mente sólo a los cristianos de origen judío. El
dijo: "Cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los ru-
dimentos del mundo". Con la expresión "niño" se estaba refiriendo
a un hijo que aún no alcanzó la mayoría de edad, y eso fueron los ju-
díos antes de Cristo. Pero, ¿por qué dijo que "nosotros, cuando éra-
mos niños" antes de Cristo, "estábamos en esclavitud bajo los rudi-
mentos del mundo"? ¿Por qué no dijo: "Estábamos en esclavitud bajo
la ley"? Eso habría sonado más en armonía con destinatarios ex-
clusivamente judíos, y el hecho de que no lo diga es un argumento a
favor de la inclusión de los gentiles dentro del "nosotros" de esa de-
claración.
Sin embargo, el versículo 4 deja meridianamente claro que Pablo
tuvo en mente sólo a cristianos de origen judío, ya que dijo: "Pero
cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, na-
cido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la
ley, a fin de que [nosotros] recibiésemos la adopción de hijos". Eso sólo
podía decirse de los cristianos de origen judío. Por lo tanto, no cabe
duda de que en esta sección de Gálatas, cuando Pablo se expresa en

5
la primera persona del plural ("nosotros"), se refiere sólo a los cris-
tianos de origen judío.
¿Por qué dijo Pablo que "nosotros [judíos] estábamos en escla-
vitud bajo los rudimentos del mundo"? ¿Por qué no dijo: "Estába-
mos en esclavitud bajo la ley"?
Pienso que la respuesta se encuentra en lo que Pablo entendía
por "rudimentos del mundo". La expresión "rudimentos" es traduc-
ción de la palabra griega stoijéia, que significa: "Los 'elementos' básicos
que componen el mundo y el universo (como en 2 Pedro 3:10, 12)...
y en sentido metafórico, los rudimentos del conocimiento (Gálatas
4:3, 9; Colosenses 2:8, 20)" (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 963).
Pablo quiso decir aparentemente que conocer a Cristo es una forma
más elevada de conocimiento que aquel que los judíos y los gentiles
habían tenido antes de llegar a ser cristianos. Estaba dirigiéndose a
cristianos tanto de origen judío como gentil, pero se estaba refirien-
do a la experiencia de ellos antes del Calvario. Y para ello necesitaba
un término que pudiera aplicarse a la experiencia precristiana de am-
bos. Puesto que la ley no era un fenómeno común a ambos, eligió la
expresión "rudimentos del mundo". En el caso de los gentiles, esa
expresión se refería a sus prácticas paganas antes de que llegaran a
ser cristianos. En el caso de los judíos, tal expresión se refería a su
condición bajo la ley antes de que Cristo viniera. De esa manera, Pa-
blo pudo referirse con una sola expresión al momento precristiano
en la vida de ambos grupos.
Creo que cuando Pablo dijo: "Cuando éramos niños, estábamos
en esclavitud bajo los rudimentos del mundo", si hubiera estado refi-
riéndose sólo a los judíos habría dicho "estábamos en esclavitud ba-
jo la ley". Eso ciertamente habría sido cierto. En verdad, eso fue lo
que quiso decir. Pero por cuanto su analogía hijo/esclavo se refería
tanto a los judíos como a los gentiles, utilizó su nueva expresión
"rudimentos del mundo", común a ambos grupos, para referirse a
los judíos que se encontraban bajo la ley antes de Cristo.
Volvamos a la analogía esclavo/hijo. Imagine que pudiéramos
contemplar por unos minutos la vida cotidiana de un acaudalado te-
rrateniente romano. Nuestro amigo romano tiene un hijo y un es-
clavo, y un día ordena a ambos que quiten las malezas del jardín. El

6
hijo, que había planeado jugar ese día con su amigo Romeo, protesta
enérgicamente.
"Lo siento, pero hoy no podrás ir a jugar con tu amigo Romeo.
Quiero que quites las malezas del jardín", le dice su padre.
Usted puede estar seguro de que ese muchacho trabajó aquel día
a la par del esclavo en el jardín, sin importar cuánto pudo haber de-
seado jugar con Romeo. Tal vez se enojó, refunfuñó y se quejó, pero
tuvo que obedecer a su padre. No tuvo ventaja alguna sobre el es-
clavo de la familia, quien también podía recibir de su amo la orden
de hacer lo que éste quisiera.
No obstante, había una enorme diferencia entre el hijo y el es-
clavo de la familia. El hijo heredaría todos los bienes de su padre.
Algún día dejaría de estar bajo la autoridad de su padre. Algún día
todo el patrimonio de su familia sería suyo. El esclavo no tenía tal
esperanza. Era muy probable que muriera como esclavo de su amo.
Al igual que el hijo, los judíos que vivieron antes de Cristo eran
herederos. Todavía no habían alcanzado la "mayoría de edad". Esta-
ban aún bajo la jurisdicción de la ley y, en un sentido, no aventaja-
ban a un esclavo que no es heredero. Pero cuando Cristo murió en
la cruz —el punto cuando el hijo alcanza la mayoría de edad—, los
judíos quedaron libres de la función supervisora de la ley, libres de la
ley como ayo. Así como la adultez dio libertad y la posición plena de
la filiación al hijo, el primer advenimiento de Cristo dio libertad y el
estado pleno de hijos a los judíos.
Esto hace que surja nuevamente la pregunta: ¿Fue mala la ley
antes de Cristo? ¿Fue una desgracia ser judío antes de que viniera
Cristo? Casi parecería que sí si pensamos en los judíos que vivieron
antes de la cruz como si se tratara de esclavos. Pero el punto que
Pablo destaca aquí en su argumentación es que los judíos que vivie-
ron antes de Cristo aventajaban a los esclavos, a los gentiles. ¡Ellos
eran los herederos! A ellos "les ha sido confiada la palabra de Dios"
(Romanos 3:2). Por lo tanto, Pablo no pensaba que vivir bajo la ley
fuera una desgracia. Lo único malo era seguir aplicando, después de
la cruz, una función de la ley que había llegado a su fin con la cruz.
Voy a utilizar seguidamente un par de analogías tomadas de la
vida actual.

7
Después de completar su primer año del nivel medio, mi hijo
Barry se fue de casa para continuar sus estudios en un colegio con
internado. El disfrutaba de aquella nueva experiencia que lo alejó de
casa, de la jurisdicción de mamá y papá. Ello le dio más libertad e in-
dependencia que nunca antes. Pero todavía puedo recordar el último
semestre de su secundaria cuando una noche nos llamó por teléfono
y dijo: "Papá, las reglas de este lugar son terribles. No me permiten
ni salir a dar una caminata de noche fuera de mi dormitorio sin tener
que decirle al preceptor a dónde voy y cuánto tiempo estaré fuera.
¿Puedes sacarme de aquí?"
Yo le dije: "Hijo, faltan sólo tres o cuatro meses para que termi-
nes tus estudios. Puedo asegurarte que la universidad será muy dife-
rente. Ten paciencia. Aguanta sólo un poco más".
Barry aguantó (no le quedaba otro remedio). Pocas semanas
después de iniciar sus estudios en la universidad le pregunté cómo se
sentía.
"Es como una bocanada de aire fresco, papá. ¡Es tan maravillo-
so estar en la universidad!"
Podía abandonar su dormitorio cuando quería, y si se olvidaba
de hacer firmar su permiso nadie andaba detrás de él por eso. Barry
decidió completar sus estudios en cinco años en lugar de hacerlo en
cuatro, y nunca lo escuché quejarse de las restricciones de aquella ca-
sa de estudios.
Piense por un momento en lo descabellado que habría sido para
el universitario Barry volver a aquel colegio secundario con inter-
nado y ponerse bajo sus reglas y regulaciones. Nadie que estuviera
en su sano juicio lo haría. ¿Significa eso que las reglas de aquel cole-
gio secundario eran malas? ¡Claro que no! Eran muy buenas para es-
tudiantes internos adolescentes. Cuando Barry fue allí sintió que
aquello era una experiencia liberadora. El era allí mucho más inde-
pendiente que en casa. Qué gloriosa libertad encontró allí, hasta que
descubrió, pocos años después, que aquello que había considerado
como libertad no lo era en realidad.
De manera semejante, la ley dio a los judíos gran libertad cuan-
do la recibieron en el Sinaí. Pero 1.500 años después ya era hora de
dar otro paso adelante, hacia una libertad aún mayor en Cristo. Cuán

8
necio era que el partido judío pretendiera colocarse a sí mismo y a
los cristianos gentiles de nuevo bajo la ley cuando todos ellos ya
habían concluido sus estudios de nivel medio y habían ingresado a la
universidad, a un nuevo sistema basado en la fe en Jesús.
Eso es precisamente lo que Pablo estaba diciendo en Gálatas 3 y
4.
Aquí hay otra analogía. Tiene que ver con un transatlántico. El
barco de nuestra analogía partió del puerto de Nueva York y se en-
cuentra en camino hacia Londres. Desafortunadamente, naufraga a
mitad de camino, en medio del Atlántico, pero todos sus pasajeros
logran subir en los botes salvavidas. El oficial a cargo de las comuni-
caciones había enviado un mensaje pidiendo auxilio tan pronto co-
mo fue informado del problema, y una o dos horas después llega un
barco que navegaba en las inmediaciones y sube a bordo a todos los
náufragos. Todos están a salvo y felices en el nuevo barco.
¿Fueron los botes salvavidas útiles cuando los náufragos estaban
a la deriva en medio del océano? ¡Por supuesto! Aquellas pequeñas
embarcaciones salvaron sus vidas. Habría sido una necedad saltar al
agua desde los botes salvavidas. Pero una vez que estuvieron a salvo
en el barco que los rescató, habría sido más necio aún volver a los
botes salvavidas. El pequeño bote que les había salvado la vida en
cierto momento se habría convertido en una trampa mortal pocas
horas después.
El punto que Pablo destaca en Gálatas es que el partido judío
estaba tratando de empujar a los cristianos de origen gentil, y en
verdad a sí mismos, de nuevo a un sistema que una vez ayudó al
pueblo de Dios a experimentar la salvación, pero que era una trampa
mortal después de Cristo.
En el versículo 6, Pablo dijo: "Por cuanto sois hijos..." Note el
cambio de perspectiva de Pablo, quien vuelve a usar el pronombre
" vosotros". ¿Estaba dirigiéndose sólo a los cristianos gentiles? Puesto
que acababa de dirigirse a los judíos solamente ("a fin de que [noso-
tros] recibiésemos"), es nuevamente tentador pensar que "vosotros"
se refiere sólo a los gentiles. Y en este caso creo que fue eso lo que
tuvo en mente. Es lo que sugiere el contexto, particularmente los
pronombres.

9
Sin embargo, hay algo extraño acerca de estos pronombres. He
aquí la declaración de Pablo con los pronombres destacados en cur-
siva: "Y por cuanto ["vosotros"] sois [segunda persona plural] hijos,
Dios envió a vuestros [el original griego dice "nuestros"] corazones el
Espíritu de su Hijo" (versículo 6). Puesto que ambos pronombres
son plurales, parece lógico concluir que se refieren a diferentes gru-
pos que se encontraban en las iglesias de Galacia. De nuevo nuestro
primer impulso nos llevaría a concluir que Pablo estaba pensando en
los cristianos de origen gentil cuando dijo "vosotros" y en cristianos
de extracción judía cuando dice "nuestros corazones". Y nueva-
mente este primer impulso es correcto, o al menos así me parece.
De todos modos, tratemos de interpretar esta declaración de esa
manera para ver si tiene sentido.
Pablo parece haber dicho que los judíos no podían recibir el
Espíritu Santo hasta que los gentiles llegaran a ser hijos. Una pará-
frasis de la declaración en cuestión puede ayudarnos a aclarar este
punto: "Puesto que ustedes, los gentiles, son ahora hijos, Dios puede
enviar el Espíritu Santo a nuestro corazón [el de los judíos]".
¿Es eso realmente lo que Pablo quiso decir, que los judíos no
podían recibir el Espíritu Santo hasta que los gentiles dejaran de ser
esclavos para transformarse en hijos por medio de Cristo? Pienso
que sí, y he aquí porqué.
El profeta Joel dijo que en los últimos días el Espíritu de Dios
sería derramado sobre todos, no apenas sobre unos pocos profetas
elegidos, como en los tiempos del Antiguo Testamento, sino sobre
todos (Joel 2:28, 29). Joel mencionó en tal sentido a los jóvenes, a
los ancianos y —sorpresa— aun a las jóvenes. Pero Dios tenía re-
servada una sorpresa mayor aún. ¡Él tenía planes de derramar su
Espíritu inclusive sobre los gentiles!
Pienso que Pablo quiso decir que el Espíritu no podía ser derra-
mado sobre nadie —tampoco sobre los judíos— hasta que pudiera
ser derramado sobre todos. Cuando los gentiles fueron también
convertidos en hijos por medio de Cristo, y dejaron de ser meros es-
clavos domésticos, ésa fue la señal para que el Espíritu fuera derra-
mado sobre todos, incluyendo a los judíos. Esa es mi mejor suposi-
ción acerca de lo que Pablo quiso decir con: "Y por cuanto [los gen-

10
tiles] sois hijos, Dios envió a nuestros corazones [de los judíos] el
Espíritu de su Hijo". Pero es una suposición.
Pablo dice en el versículo 7: "Así que ya no eres esclavo, sino
hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo". Ob-
viamente Pablo estaba refiriéndose aquí a los gentiles. Su analogía
esclavo/hijo así lo exige. Antes de Cristo, los judíos no tenían más
derechos que los esclavos, pero aun así no eran esclavos sino hijos.
Sólo los gentiles eran realmente esclavos durante la etapa precris-
tiana de sus vidas. Así que en este caso Pablo estaba claramente diri-
giéndose sólo a los gentiles cuando dijo "[tú] ya no eres". Antes de
Cristo, los judíos no tenían ventaja sobre el esclavo familiar ya que
estaban bajo la jurisdicción paterna. Ahora, después de Cristo, los
otrora esclavos estaban en un pie de igualdad con el hijo que llegó a
ser heredero, pues aquéllos también habían sido adoptados como
hijos y declarados herederos maduros.
Pablo dice en los versículos 8 y 9: "Ciertamente, en otro tiempo,
no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dio-
ses; mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos
por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres
rudimentos?".
Pablo estaba obviamente dirigiéndose de nuevo a los gentiles,
pues emplea el pronombre tácito "vosotros". El no habría dicho de
los judíos: "En otro tiempo no conocíais a Dios". Los judíos siem-
pre conocieron a Dios. Podían haber tenido ideas confusas acerca de
él, pero tenían en mente al Dios verdadero. Eran los gentiles quienes
no conocían al Dios verdadero.
Pablo dijo luego: "Mas ahora, conociendo [los gentiles] a Dios,
o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los
débiles y pobres rudimentos?" (versículo 9). En su vida precristiana anterior,
los miembros gentiles de Galacia habían sido paganos. Daría la im-
presión de que Pablo estuviera acusando a los cristianos gentiles de
volver a sus antiguas prácticas paganas. Pero no existe indicio alguno
de ello en la epístola. Pablo escribió a los gálatas para desaprobar el
hecho de que los cristianos gentiles estaban dirigiéndose hacia el ju-
daísmo. ¿Qué quiso decir con la pregunta "¿cómo es que [los genti-
les] os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos?" cuando
se estaban encaminando hacia el judaísmo, no hacia el paganismo?
11
Creo que Pablo se refería a que los gentiles, al encaminarse hacia
el judaísmo, estaban adoptando un estilo de vida que difería muy
poco de su experiencia pagana previa. De acuerdo con la analogía
paulina del hijo y del esclavo, éstos estaban en un plano de igualdad
antes de que el hijo alcanzara la mayoría de edad. En un sentido muy
real, tanto los judíos como los gentiles eran esclavos antes de Cristo;
los judíos eran esclavos de la ley, y los gentiles lo eran del paganis-
mo. El punto que Pablo quiere destacar es que los gentiles, al some-
terse a los rituales de la ley del Antiguo Testamento, estaban in-
clinándose hacia algo que era tan esclavizante como la condición en
la que habían estado cuando eran paganos.
"¿Cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudi-
mentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?", preguntó Pablo.
"Guardáis los días, los meses, los tiempos ["fechas", Dios habla hoy,
"estaciones", Biblia de Jerusalén] y los años" (versículos 9-11). Puesto
que el pronombre tácito "vosotros" se refiere sólo a los gentiles en la
declaración anterior, probablemente significa lo mismo aquí. Sin
embargo, la totalidad de los creyentes gálatas, no sólo los de origen
gentil, había caído bajo la influencia del partido judío, así que tam-
bién sería correcto decir que "vosotros" se refiere en este caso tanto
a los judíos como a los gentiles.
La expresión "días" ha sido usada por quienes guardan el do-
mingo como presunta evidencia de que la observancia del séptimo
día (sábado semanal) fue suprimida en la época del Nuevo Testa-
mento. Pero Pablo no dice nada acerca del sábado en este versículo.
Por el contrario, no sólo habla de días, sino también de meses, tiem-
pos y años, todo simultáneamente. A lo largo de nuestra historia de-
nominacional, la posición adventista típica consistió en negar que es-
to tenga algo que ver con el sábado semanal. Ya hemos señalado que
el sábado del cuarto mandamiento, el sábado del ciclo semanal, nun-
ca pudo haber sido asociado con otras celebraciones especiales tales
como las relacionadas con meses, tiempos y años. El sábado, sépti-
mo día de la semana, era una parte de los Diez Mandamientos, una
parte de la ley moral, mientras que todas esas fiestas y celebraciones
formaban parte de la ley ceremonial. Los Diez Mandamientos son
principios eternos entregados a toda la humanidad, mientras que la
ley ceremonial y sus celebraciones fueron una parte del ritual del
templo que fue dado sólo a los judíos.
12
Claro que todo esto es cierto. En la actualidad no observamos
los festivales lunares y anuales que pertenecían al ritual del santuario
judío. Hacerlo significaría volver a los débiles y pobres rudimentos
que Pablo condenó en el versículo anterior.
Pero, ¿es ésta la única aplicación válida de Gálatas 4:9 y 10 para
nosotros hoy? Me pregunto si al limitar el comentario de Pablo a la
ley ceremonial no estamos perdiendo de vista todo el objetivo de la
argumentación desplegada por él hasta aquí en Gálatas. Me pregunto
si en verdad no estamos retomando la interpretación defectuosa que
nuestros pioneros hicieron acerca del ayo antes de 1888.
Como usted recuerda, nuestra explicación tradicional de ese pa-
saje era similar a nuestra explicación de los días, meses, tiempos y
años. Igualábamos entonces el ayo con la ley ceremonial. Lo hacía-
mos porque nos parecía impensable que la ley moral pudiera estar li-
mitada a la era judía en cualquier sentido.
Si bien es cierto que la comprensión que Waggoner tenía de
Gálatas 3 era en cierto modo limitada, su conclusión de que el ayo
incluía la ley moral nos puso en la dirección correcta. Y si el asunto
del ayo en Gálatas 3 es el contexto necesario para nuestra compren-
sión de Gálatas 4 —lo cual obviamente es así—, entonces necesita-
mos considerar la posibilidad de que el sábado del cuarto manda-
miento podría estar incluido en los comentarios que hace Pablo en el
versículo 10 acerca de los días, meses, tiempos y años.
Un punto a ser destacado es que si bien casi todos los comenta-
rios de Pablo en lo que va de Gálatas han sido de carácter teórico,
éste es uno de los pocos lugares de su epístola donde él hace una
aplicación práctica. Inclusive al afirmar eso, ¿estamos contemplando
la epístola de Pablo desde nuestro punto de vista limitado? Estoy se-
guro de que para Pablo, toda su epístola era intensamente práctica.
Él estaba explicando a los cristianos gálatas la implicación teológica
del estilo de vida que estaban llevando. Los días, meses, tiempos y
años habían llegado a ser una parte importante de ese estilo de vida,
y la explicación teológica que hace Pablo en Gálatas 3 se aplicaba a
ese problema.
Creo que existe una manera muy apropiada de incluir el sábado
semanal en las observaciones que hace Pablo en Gálatas 4:10 (lo cual
no disminuye de ninguna manera nuestro deber de observar el cuar-
13
to mandamiento). Déjeme asegurarle desde el mismo comienzo que
el asunto tratado en este pasaje bíblico no es sábado versus domingo,
ya que, entre otras consideraciones, no existe evidencia alguna en el
Nuevo Testamento de que la observancia del domingo fuera un
asunto debatido por la iglesia cristiana antes del año 100 de nuestra
era. El tema en cuestión tampoco es si los Diez Mandamientos de-
ben ser obedecidos por los cristianos, ya que Pablo aclaró sobrada-
mente que sí en su Epístola a los Romanos. La cuestión es cómo
guardamos los mandamientos.
Y ésta es una lección que se aplica a los adventistas y a nuestra
manera de observar el sábado tanto como a los cristianos del Nuevo
Testamento, y también a su manera de observar tanto el sábado se-
manal como los otros días festivos judíos.
El asunto es cómo guardamos el sábado. ¿Lo guardamos de
acuerdo con las reglas, con nuestra atención puesta primariamente
en lo que es correcto o incorrecto hacer durante el sábado? ¿O hace-
mos que el centro primario de nuestro reposo sabático sea nuestra
relación con Jesús y con nuestros hermanos y hermanas cristianos?
Si nuestro caso es el primero, Gálatas 4:10 se aplica al sábado sema-
nal tanto como a los sábados anuales, nuevas lunas y otras festivida-
des del año religioso judío. La observancia del sábado centrada en
los sí y los no significa "volver a los débiles y pobres rudimentos" de
los que Pablo habló en Gálatas 4:9, justo antes de hacer sus ob-
servaciones acerca de los días, meses, tiempos y años.
Por favor, no piense que estoy poniendo a un lado las reglas.
Los Diez Mandamientos —principios de amor— están presentados
como reglas. Las reglas tienen un lugar muy importante en la vida,
especialmente para los niños y para quienes son jóvenes en la fe cris-
tiana.
Señalé en un capítulo previo que los padres establecen reglas pa-
ra la higiene, la puntualidad, la dieta, etc. Decimos: "Termina la espi-
naca antes del postre, cepilla tus dientes y acuéstate temprano". Los
niños necesitan esas reglas para desarrollar buenos hábitos. Las re-
glas son importantes en esa etapa de la vida. Pero los adultos ma-
duros no son esclavos de esas reglas. Comen la espinaca antes del
postre, cepillan sus dientes y se acuestan temprano porque han
aprendido que hacer esas cosas los mantiene sanos y felices.
14
Lo mismo puede aplicarse a los cristianos jóvenes. Cuando sue-
lo estudiar la Biblia con quienes quieren aprender cómo guardar el
sábado, ellos preguntan: "¿Cómo debo guardar el sábado? ¿Qué de-
bería hacer? ¿Qué no debería hacer?" Así que les digo: "Vaya a la igle-
sia, no vaya al trabajo, no haga los quehaceres domésticos ni arregle
el jardín". Esas orientaciones son provechosas en la experiencia cris-
tiana inicial de esas personas, pues las ayudan a desarrollar buenos
hábitos en relación con la observancia del sábado. Pero trato de que
resulte claro para mis estudiantes que su objetivo al observar esas
reglas debería ser que las "leyes" se vuelvan parte de su vida a tal
punto que ellos lleguen a olvidar las reglamentaciones y a concen-
trarse en el propósito real del sábado: mejorar su relación con Dios y
con los demás cristianos.
Si Pablo tuvo en mente el sábado semanal en Gálatas 4:10, no
estaba diciendo a sus lectores que dejaran de observar ese día ni que
lo cambiaran por el domingo. Tampoco estaba diciéndoles que el
domingo es el sábado de los cristianos y que la observancia del sépti-
mo día, sábado semanal, es "volver a los débiles y pobres rudimen-
tos". En verdad, ni siquiera les está diciendo que las reglas son algo
malo. Lo que está diciendo a los cristianos de Galacia es que se tras-
laden más allá de las reglas y ordenanzas para llegar al corazón de lo
que significa observar el sábado.
Pablo dijo: "Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano
con vosotros". ¡Pobre Pablo! Cuán mal debió sentirse. Después de
invertir todo ese tiempo y esfuerzo en conducir a estos conversos
gentiles a la libertad en Cristo, y a los conversos judíos a aceptar a
aquellos en Cristo, un grupo de disidentes había venido a la iglesia
de Galacia y los llevó a la apostasía.
Luego él dice: "Os ruego, hermanos" (versículo 12). Antes les
había dicho: "¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó?" (3:1). Eso
suena muy parecido a una condenación. Pero Pablo no estaba con-
denando a esas personas. El las amaba. Lo que sonaba como una
condenación era en realidad una súplica para que permanecieran fie-
les a la fe. "Os ruego, hermanos, que os hagáis como yo, porque yo
también me hice como vosotros" (vers. 12). Pablo probablemente
quiso decir que quería que sus hermanos gentiles llegaran a ser libres
como él en el evangelio. Cuando Jesús lo liberó, él abandonó su ju-
daísmo para llegar a ser como los gentiles, quienes nunca habían es-
15
tado bajo la ley, y ahora estaba invitando a sus amigos gentiles a lle-
gar a ser como él, libres tanto del paganismo como del legalismo ju-
dío. Él dijo algo semejante a esto en 1 Corintios 9:19-23: "Por lo
cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar
a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a
los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a
la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley;
a los que están sin ley [los gentiles], como si yo estuviera sin ley... para ganar a los que están
sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a to-
dos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos.
Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de
él".
"Ningún agravio me habéis hecho", continúa Pablo. "Pues vo-
sotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié
el evangelio al principio" (Gálatas 4:12, 13). Ni Pablo ni Lucas, quien
escribió el libro de Hechos, nos dicen en ninguna parte cómo, cuán-
do o dónde se enfermó Pablo. Algunos especulan con la idea de que
contrajo una enfermedad en las tierras bajas del Asia Menor, tal vez
en las proximidades del Mar Mediterráneo, y que se trasladó tempo-
rariamente a Galacia, que estaba en una región más alta, para recupe-
rarse. Independientemente de los detalles, se trató de una enferme-
dad que trajo a Pablo por primera vez a la región de Galacia. Y co-
mo siempre, aquel misionero, aunque estaba enfermo, predicó a
Cristo, ganó a algunos ciudadanos de Galacia para la fe cristiana y
estableció una iglesia.
Pablo dice luego: "Y no me despreciasteis ni desechasteis por la
prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis como a un
ángel de Dios, como a Cristo Jesús" (versículo 14). Esto muestra el
amor que esa gente sentía por Pablo. Cuando una persona enfrenta
una situación difícil y aun así se goza, ello constituye una clara indi-
cación de que ha experimentado la conversión. Aunque la enferme-
dad de Pablo era una experiencia penosa para aquellos nuevos cris-
tianos, no lo trataron con desdén o desprecio. En lugar de ello, le
dieron la bienvenida como si se tratara de un ángel de Dios, o como
si fuera Jesucristo mismo. Estas personas estaban obviamente con-
vertidas.
"¿Dónde, pues, está esa satisfacción que experimentabais?", pre-
guntó Pablo (versículo 15). El partido judío estaba tratando de llevar
16
a los cristianos gentiles nuevamente a la esclavitud, a un cristianismo
sin gozo. Los gálatas habían sido tan felices en el Señor. Habían en-
contrado gozo aun en cuidar a Pablo cuando él significaba una carga
para ellos. "¿Qué pasó con esa alegría?", preguntó Pablo.
El problema del legalismo es que suprime el gozo. Si mi hijo
hubiera vuelto a aquel colegio secundario con internado habría per-
dido todo el gozo que encontró en la universidad.
"Porque os doy testimonio de que si hubieseis podido, os hu-
bierais sacado vuestros propios ojos para dármelos" (versículo 15).
Aparentemente Pablo tenía un problema ocular. Tal vez nunca se
recuperó totalmente de la ceguera que experimentó en el camino a
Damasco.
Pablo dijo en el versículo 17: "Tienen celo por vosotros, pero
no para bien". Esta es una referencia obvia al partido judío.
¿Ha conocido usted alguna vez a un fanático celoso? Esa clase
de gente está siempre tratando de conseguir dentro de la iglesia
adeptos para su causa particular, para su teología particular y su pro-
pio estilo de vida. ¿Ha visto alguna vez que eso ocurra en la Iglesia
Adventista del Séptimo Día? ¿Ha visto que eso ocurra en su congre-
gación local con alguien a quien usted trajo a la fe? En ese caso, tal
vez usted pueda comprender mejor la profunda preocupación de
Pablo por los cristianos gentiles de Galacia. El partido judío estaba
poniendo mucho celo en ganar para sí a los conversos de Pablo, pe-
ro no para bien.
"Quieren apartaros de nosotros para que vosotros tengáis celo
por ellos" (versículo 17). Nuevamente, ¿le suena eso familiar? Exis-
ten numerosos ministerios independientes buenos que están sirvien-
do a la Iglesia Adventista. Los dirigentes de esos ministerios tienen
una actitud positiva para con la iglesia y animan a sus sostenedores a
permanecer fieles al cuerpo principal de creyentes. Sin embargo, hay
unos pocos que parecen esforzarse por separar de la iglesia a la gen-
te. Fomentan sospechas y dudas, e incitan a las personas para que se
sumen a sus críticas. Estas almas enemistadas dedican entonces di-
nero y energía a la "causa" de la crítica, lo cual es, por supuesto, lo
que la crítica pretende lograr. Al igual que el partido judío, estos
críticos "quieren apartaros de nosotros [la iglesia como un todo], pa-
ra que vosotros tengáis celo por ellos".
17
El motivo oculto detrás de esta clase de conducta suele ser el
orgullo. "Bueno es mostrar celo en lo bueno siempre, y no sola-
mente cuando estoy presente con vosotros", dijo Pablo (versículo
18). Cualquiera que lee el material impreso distribuido por esos mi-
nisterios independientes críticos, quienes escuchan sus casetes o ven
sus videos, sienten inmediatamente un celo intenso. El crítico asegu-
ra que ama a la iglesia y que quiere lo mejor para ella. Pero sólo hace
falta leer, escuchar o ver sus materiales durante unos pocos minutos
para descubrir que ese celo "no es para bien". Es en cambio crítico y
destructivo.
Otra cosa que he notado en relación con estos celosos ministe-
rios independientes es la fascinación que sienten por las normas. Su
principal preocupación parece ser señalar los defectos que hay en
todos los demás. No estoy diciendo que las normas sean algo malo.
Todos necesitamos de ellas. El problema de estos ministerios inde-
pendientes y de quienes se unen a ellos es que las normas parecen
ser el centro de su religión, la medida principal con la cual deter-
minan si las demás personas son cristianas. Toda vez que permiti-
mos que las reglas y las observancias acerca del estilo de vida se
conviertan en el centro de nuestra religión caemos en la trampa del
partido judío, aunque no insistamos en sus leyes particulares.
Y ahora viene una de las declaraciones más solícitas y amorosas
de toda la carta de Gálatas, la cual nos ayuda a entender la verdadera
motivación por la que Pablo escribió esta epístola: "Hijitos míos, por
quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea forma-
do en vosotros, quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar
de tono, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros" (versículos 19,
20). La aparente dureza con la que Pablo se expresó anteriormente
se desvanece de pronto. El amaba a estas personas. No era su inten-
ción condenarlas. Estaba profundamente preocupado por su vida
espiritual. Temía que perdieran el gozo y la libertad en Cristo que
habían aprendido de él. De eso se trata, en resumen, la carta a los
Gálatas. Ese es el mensaje que todos nosotros, independientemente
del tiempo en que vivamos, podemos tomar de Gálatas y aplicar a
nuestro propio corazón.
¡Nunca cambie el gozo y la libertad que usted tiene en Cristo
por una religión sin gozo centrada en reglas y observancias!

18
C APÍTULO 14

Pacto nuevo versus


pacto antiguo
Gálatas 4:21-31

E
n este capítulo examinaremos otro de esos pasajes que han
puesto en aprietos a los adventistas durante muchos años.
Dicho pasaje no se refiere a la ley como tal, excepto por el
primer versículo, donde dicho término se refiere al Pentateuco ente-
ro (este es un punto que explicaré brevemente). El problema con ese
pasaje es que se refiere al Sinaí de una manera más bien despectiva.
Puesto que los Diez Mandamientos, que nosotros apreciamos tanto,
provienen del Sinaí, cualquier comentario desfavorable acerca de él
tiende a ensombrecer los Diez Mandamientos.
He aquí el pasaje que consideraremos en este capítulo: "Decid-
me, los que queréis estar bajo la ley: ¿no habéis oído la ley? Porque
está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava, el otro
de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la li-
bre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son
los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para
esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y
corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está
en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos
nosotros, es libre. Porque está escrito: Regocíjate, oh estéril, tú que
no das a luz; prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores
de parto; porque más son los hijos de la desolada, que de la que tie-
ne marido. Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de
la promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne
perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora.
Mas, ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, por-
que no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De mane-
ra, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre"
(Gálatas 4:21-31).
¿Qué quiso decir Pablo mediante su analogía de la mujer esclava
y de la mujer libre, del Sinaí y las dos Jerusalén? Comencemos con el
versículo 21: "Decidme, los que queréis estar bajo la ley"
¿A quién se refiere cuando habla de "vosotros"? Pienso que a
cualquier cristiano de Galacia, judío o gentil, que estaba siendo in-
fluido por el partido judío. Pablo había enseñado a todos ellos que la
función divinamente asignada a la ley para su pueblo antes de la cruz
no se aplicaba a los cristianos después de la cruz. Desafortuna-
damente, el partido judío había desviado a varios cristianos gálatas
de este principio, logrando que "quisieran" someterse nuevamente a
la función que la ley había tenido en el Antiguo Testamento.
En vista de que Pablo se refirió a la ley, cabría esperar que con-
tinuara su exposición con algún comentario acerca de la ley extraído
de Éxodo, Levítico o Deuteronomio, pero no fue así. En lugar de
ello, contó la historia de Abraham, Agar y Sara, que se encuentra en
Génesis. ¿Qué quiso decir, entonces, con: "Decidme, los que queréis
estar bajo la ley: ¿no habéis oído la ley?" (versículo 21). ¿Es el Géne-
sis "la ley"?
Sí. Los judíos consideraban que la ley incluía no sólo los libros
de Éxodo, Levítico y Deuteronomio, sino todo el Pentateuco, los
primeros cinco libros de la Biblia. Por eso Pablo se refirió, apropia-
damente según el pensamiento judío, a la historia de Abraham como
"la ley". Esta es una de las evidencias de que las iglesias de Galacia
estaban probablemente integradas por un elevado porcentaje de cre-
yentes de origen judío. Pablo no habría empleado un estilo de len-
guaje judío para referirse a la ley si una amplia mayoría de sus lecto-
res hubieran sido gentiles poco familiarizados con los patrones de
pensamiento judíos.
Veamos ahora la historia: "Porque está escrito que Abraham tu-
vo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la es-
clava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa" (versí-
culos 22, 23).

2
Pablo no parece preocupado aquí por el hecho de que el naci-
miento de Ismael fuera producto de la desconfianza de Abraham.
No dijo que Ismael nació de una manera pecaminosa. Dijo en cam-
bio que Ismael nació "según la carne" ("de modo puramente huma-
no", Dios habla hoy). Pablo no destacó la implicación moral del acto
de Abraham de tener un hijo con Agar, sino la situación legal de
ambas madres y de sus hijos. Una de ellas y su hijo eran esclavos; la
otra madre y su hijo eran libres.
El punto que Pablo quería destacar era que Ismael fue concebi-
do como lo son las criaturas normalmente: como resultado de la re-
lación sexual entre un hombre y una mujer. Isaac, por otra parte, na-
ció cuando Sara ya no podía ser fértil. El nacimiento de Isaac fue un
milagro. Dios cumplió su promesa de que Abraham y su esposa
tendrían un hijo haciendo que la infértil Sara concibiera. Por lo tan-
to, Isaac era un hijo de la promesa. Y en este punto, por supuesto,
volvemos al tema de Gálatas, a saber, que la justicia alcanzó a Abra-
ham en virtud de una promesa, no por la ley. Esos dos hijos y sus
respectivas madres eran simplemente una analogía de este tema. Una
de las mujeres era una esclava y, de acuerdo con la ley, su hijo tam-
bién era un esclavo. La otra mujer era libre, y dio a luz un hijo que
legalmente era libre.
Pablo dice luego: "Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres
son los dos pactos" (versículo 24). Este no es el único lugar donde la
Biblia se refiere a los dos pactos. Jeremías dijo que Dios haría "un
nuevo pacto con la casa de Israel" (Jeremías 31:31). El autor de
Hebreos explicó que al llamar "nuevo" al pacto de Jeremías, Dios
"ha dado por viejo al primero" (Hebreos 8:13).
Sería fácil suponer que en su analogía del Sinaí, de las dos mu-
jeres y de sus respectivos hijos, Pablo tenía en mente los pactos
acerca de los cuales hablaron Jeremías y el autor de Hebreos, pero
pienso que tal cosa sería un error. De acuerdo con la explicación que
el libro de Hebreos hace de los dos pactos de Jeremías, llegaría un
día (cuando Cristo estuviera presente) cuando Dios haría un nuevo
pacto con la casa de Israel porque había algo que corregir en el pacto
antiguo. Existe una diferencia significativa entre eso y lo que Pablo
dijo en Gálatas. En ninguna parte de Gálatas se sugiere que hubiera
algo equivocado en la religión judía previa al Calvario.

3
Por el contrario, Pablo parece haber tenido en alta estima ese
sistema mientras estuvo en vigencia. El libro de Hebreos, por otra
parte, dice claramente que había algo equivocado en el primer pacto,
y dice que esa equivocación estaba en las personas, es decir, en los
israelitas (véase Hebreos 8:7, 8). Por lo tanto, podría decirse en cierta
medida que cuando pretendemos que la exposición de Pablo acerca
de los dos pactos en Gálatas arroje luz sobre el tema de los dos pac-
tos en Hebreos o viceversa, estamos comparando manzanas con na-
ranjas. Por esta razón, voy a analizar los dos pactos de Gálatas sin
referirme al libro de Hebreos.
Pablo dijo que Agar y su hijo representan "a la Jerusalén actual,
pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud" (Gálatas 4:25). El
ya se había referido a la esclavitud en Gálatas. Como usted recor-
dará, en el capítulo 4 él comparó al hijo que es heredero con el es-
clavo que carece de derechos. En esta analogía, el hijo representaba
a los judíos antes del Calvario y el esclavo representaba a los gentiles
antes de que aceptaran a Cristo. No obstante, en su analogía de Sara
y Agar, los esclavos son los judíos. Agar, la esclava, representa "a la
Jerusalén actual". Eran los judíos quienes pretendían relacionarse
con Dios, después de la llegada de Cristo, de la misma manera como
se habían relacionado con él antes de Cristo.
Por cierto que los judíos de la época del Antiguo Testamento no
pensaban que su religión fuera una esclavitud, ni Dios pretendía que
lo hicieran. Pero después de que Cristo llegó, cualquier esfuerzo por
permanecer en el judaísmo era esclavitud, y equivalía a que un hijo
mayor de edad insistiera en volver a estar bajo la jurisdicción paterna
como si se tratara de un niño; algo así como si mi hijo Barry, des-
pués de concluir el nivel medio e ingresar en la universidad, tratara
de colocarse bajo las reglas que anteriormente tuvo que respetar en
el colegio secundario.
Es interesante suponer que al comparar a Agar con la Jerusalén
de sus días, Pablo estaba pensando en el legalismo judío, tan pe-
netrante en los días de Cristo y que distorsionaba la ley dada por
Dios en el Sinaí. Cristo se opuso vigorosamente a ese legalismo, y no
cabe duda de que Pablo también lo habría considerado una forma de
esclavitud. Pero aquí, como por doquier en Gálatas, Pablo tenía en
mente la revelación que Dios comunicó en el Sinaí como algo bueno
para su pueblo en ese tiempo. Pero aun la más pura forma del ju-
4
daísmo, que fue una bendición tan grande para el pueblo de Dios
antes de Cristo, era una esclavitud si se permanecía en ella tras la lle-
gada de Cristo. Agar representaba a los cristianos que creían que les
era necesario colocarse bajo la jurisdicción de la ley como lo hizo el
pueblo de Dios en el Antiguo Testamento.
Sara, por otra parte, representa "la Jerusalén de arriba, la cual es
madre de todos nosotros, [y] es libre" (versículo 26), dijo Pablo. En
esta breve frase, Pablo incluyó a todos los cristianos, judíos o genti-
les, de Galacia o de cualquier parte, que habían aceptado la libera-
ción que Cristo y el cristianismo habían significado respecto del ju-
daísmo. El se refería a todos los cristianos que aceptaban la salva-
ción sin someterse a los rituales del templo judío ni a la circuncisión.
En nuestros días, esto significa todos los cristianos que tienen en alta
estima las normas bíblicas, pero no hacen de las normas la base de
su experiencia religiosa.
Con la analogía de la mujer esclava y la libre, Pablo concluyó su
arremetida teológica contra el partido judío. Pronto veremos bre-
vemente los versículos 28 a 31, pero primero me gustaría dedicar un
momento a pensar acerca de todo lo que hemos analizado hasta aquí
de Gálatas y cómo se aplica a nosotros hoy.
He aquí una lección práctica: No vuelva a aquello de lo cual fue
llamado a salir por Dios. Hay un versículo en el Apocalipsis que
considero aplicable aquí. Escribiendo a los cristianos de Éfeso, Dios,
por medio de Juan, dijo lo siguiente: "Pero tengo contra ti que has
dejado tu primer amor" (Apocalipsis 2:4). Esa era una iglesia que
había vuelto atrás. Cuando Dios le da a usted la victoria sobre el pe-
cado, no vuelva atrás. Esto no significa que usted nunca cometerá
ese pecado de nuevo, pero sea cual fuere la lección espiritual que us-
ted aprendió y que le permitió vencer ese pecado por primera vez,
no la deje ir. Siga intentándolo, siga esforzándose, siga cooperando
con Jesús y con el Espíritu Santo. No se dé por vencido diciendo:
"Creo que, después de todo, no puedo conquistar ese pecado".
Cuando Dios le conceda tener una experiencia espiritual especial
con él, siga practicando aquello que lo condujo por vez primera a ese
punto.
Actuar de otra manera sería estar entre las cinco vírgenes in-
sensatas que perdieron la vida eterna porque no mantuvieron ar-
5
diendo sus lámparas. Creo que podemos decir sin temor a equivo-
carnos que esas cinco vírgenes insensatas representan a quienes no
siguen el consejo dado por Pablo en Gálatas. Ellas permanecieron
levantadas con sus lámparas encendidas. Fueron cristianas verdade-
ramente convertidas. Pero a medida que el tiempo transcurrió se
fueron deslizando hacia atrás. Volvieron a una experiencia anterior.
¿Cómo lograron las vírgenes prudentes seguir creciendo en lugar
de volver atrás? Perseveraron diariamente en la oración y en el estu-
dio de la Palabra. Continuaron regularmente en comunión con el
pueblo de Dios. Aprovecharon cada oportunidad de compartir con
otros el testimonio de lo que Dios había hecho por ellos. Cultivaron
la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Así es como evitaron
volver atrás. Así es como usted y yo podemos preservarnos de vol-
ver atrás.
En Gálatas 3:1 y 2, Pablo dijo: "¡Oh gálatas insensatos! ¿quién
os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos
Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucifi-
cado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu
por las obras de la ley, o por el oír con fe?" Pablo puso mucho énfa-
sis en la presencia del Espíritu de Dios en la vida de las personas. Y
dijo: "No vuelvan atrás. Ustedes recibieron el Espíritu Santo por
creer lo que oyeron; no vuelvan atrás ahora tratando de recibir el
Espíritu Santo por lo que hacen".
Los cristianos genuinos dan por sentado que su experiencia cris-
tiana del día de mañana estará por encima de la de hoy. Los cris-
tianos genuinos van en busca de la experiencia del mañana. Piden
continuamente a Dios un cambio mayor de su corazón, mayores vic-
torias sobre sus malos hábitos y sus pecados. La única garantía de no
volver atrás es seguir avanzando. Esa es una de las más importantes
lecciones que podemos aprender de la carta de Pablo a los Gálatas.
Otra lección que podemos aprender hoy de Gálatas es la necesi-
dad de evitar el legalismo. Ya he analizado esto en parte en capítulos
anteriores, y en el próximo dedicaremos aún más atención a este
asunto. No obstante, en Gálatas 4:28-31, Pablo aconseja a sus lecto-
res cómo tratar con los cristianos legalistas. Dice en los versículos
28-31: "Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la
promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne
6
perseguía al que había nacido según el Espíritu". El partido judío es-
taba literalmente persiguiendo a los cristianos en Galacia al tratar de
conducirlos a la esclavitud del judaísmo.
A veces enfrentamos el mismo problema hoy: personas que pre-
tenden imponernos sus normas, que nos juzgan con dureza si no vi-
vimos exactamente como ellas piensan que deberíamos hacerlo. Eso
es precisamente lo que el partido judío estaba tratando de hacer a los
cristianos de origen gentil de Galacia. Estaban tratando de hacer que
se sintieran culpables. En nuestro celo por proteger a la iglesia con-
tra la corrupción, es importante que ninguno de nosotros trate de
obligar a otros a vivir como creemos que deberían hacerlo. No de-
bemos juzgarlos con dureza por el hecho de que no vivan la vida
cristiana como nosotros lo hacemos. Si usted se queja frecuen-
temente de algunos miembros de iglesia que rebajan las normas y se
queja de la tendencia descendente que advierte en ella, tenga cui-
dado. Podría darse el caso de que usted fuera un legalista que está
persiguiendo a otros cristianos. En ese caso, su mayor necesidad es
permitir que sea Dios quien cuide de su propia iglesia. Déle a esas
personas a las que critica la libertad de vivir sus vidas como ellos
piensan que deberían hacerlo, aunque no sea de la manera como us-
ted piensa que deberían hacerlo.
¿Significa eso que la iglesia no debería interesarse por la manera
como sus miembros viven? Claro que no. Pablo fue muy severo con
la conducta pecaminosa. El capítulo 5 de su primera Epístola a los
Corintios no deja lugar a dudas acerca de ello. Pero en materia de
vestimenta, dieta, entretenimiento, manera de guardar el sábado, y
otras normas relacionadas con el estilo de vida, estoy convencido de
que cuanto menos aconsejemos a otros tanto mejor, a menos que se
nos pida consejo al respecto. Lo único que conseguimos cuando
obramos de otra manera es alejar a las personas.
Recientemente supe de un anciano de iglesia que se autoerigió
en guardián de la pureza de la iglesia. Si alguien hace durante el sá-
bado algo que es desacertado según las normas de este anciano, o
asiste a la iglesia con un adorno en su vestimenta que él considera
inapropiado, en el lapso de la semana siguiente el transgresor recibe
una carta en la que se le advierte acerca de su pecado. Este anciano
examina cada año rigurosamente el informe de la comisión de nom-
bramientos para asegurarse de que cada candidato elegido para las
7
diferentes responsabilidades esté de acuerdo con su interpretación
personal de las normas de la iglesia.
Note cómo dice Pablo que deberíamos tratar esta clase de pro-
blemas: "Mas, ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su
hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre"
(versículo 30). Ese es un consejo muy fuerte, pero va directo al gra-
no. Pablo dijo a los cristianos de Galacia que se libraran del partido
judío. "Ya no tengan nada que ver con ellos", les ordenó. En otras
palabras, "sáquenlos corriendo". No estoy diciendo que Pablo pre-
tendía que los cristianos gentiles debían ser rudos con los integrantes
del partido judío, pero ciertamente esperaba que se mostraran fir-
mes, muy firmes.
Si alguien está tratando de hacer que usted se sienta culpable por
algo que usted hace y que esa persona piensa que no debería hacer,
siga el consejo de Pablo y "eche fuera a la esclava y a su hijo". No
necesita ser duro o descortés, pero debería ser firme. Usted podría
decir algo así como: "Gracias por su consejo, pero dejaré que sea
Dios quien me juzgue acerca de eso".
Hace algunos años, yo estaba pastoreando una iglesia en Texas
cuando dos hombres comenzaron a asistir de vez en cuando. Eran
integrantes de un pequeño grupo separatista, de una organización
rígida, severa, legalista. Al principio fueron amables y tuvieron mu-
cho tacto, pero yo sabía quiénes eran y la clase de problemas que
eran capaces de crear. Así que les dije: "Caballeros, ustedes son
bienvenidos en esta iglesia y saben muy bien qué creemos. Espero
que cualquier comentario que hagan durante la escuela sabática esté
en armonía con lo que los adventistas enseñamos. No quiero que
perturben a mis hermanos con sus doctrinas singulares".
"Oh, sí pastor. Haremos lo que usted dice", fue su respuesta. Y
durante varios meses así lo hicieron. Pero cierto día, durante un cul-
to de oración, uno de ellos se puso de pie y pronunció un largo dis-
curso que no estaba en armonía con las instrucciones que le di en su
momento. Me acerqué a él al concluir la reunión y le dije: "Herma-
no, lo que usted dijo hoy no estuvo en armonía con las instrucciones
que le di, y le pido que no vuelva a expresarse de esa manera en esta
iglesia".
El contestó: "Voy a decir lo que el Espíritu Santo me indique".
8
Le dije: "La Biblia dice que los espíritus de los profetas están su-
jetos a los profetas [véase 1 Corintios 14:32], y estoy seguro de que
usted puede controlar lo que dice. No quiero que vuelva a hablar co-
mo lo hizo hoy en esta iglesia".
El hombre me atacó entonces verbalmente. Varios miembros de
iglesia estaban presentes. En tal circunstancia tuve que decirle a
aquel hombre y a su amigo: "No quiero volver a verlos en esta igle-
sia". En mi condición de pastor, me resulta penoso decirle a la gente
que no venga a mi iglesia, pero sentí que tenía que enfrentar aquella
situación con prontitud y firmeza.
Aquellos hombres no aparecieron por la iglesia durante mucho
tiempo. Pero cierto sábado, uno de los diáconos me dijo que estaban
en la puerta del templo. "Están tratando de entrar. Sería mejor que
usted fuera a hablar con ellos", me dijo.
Así que fui a la entrada y les dije: "Caballeros, creo que fui claro
cuando les dije que no volvieran".
"No esperábamos encontrarlo hoy aquí", fue la respuesta asom-
brada de ellos.
"Bien, pero aquí estoy y no los quiero en esta iglesia. Ya se los
dije una vez y fue en serio".
Acto seguido, se retiraron.
Creo haber actuado de acuerdo con el consejo dado por Pablo a
los cristianos de Galacia: "Echa fuera a la esclava y a su hijo". No fui
rudo con esos hombres, pero los eché.
¿Significa esto que ningún miembro de iglesia debería aconsejar
a otro que está en falta? Después de todo, ¿no dice Mateo 18 que
debemos señalar el pecado que vemos en una persona? ¿Cómo po-
demos distinguir entre un legalista y una persona que está genuina-
mente señalando una falta cometida por otra? Veamos algunas
orientaciones que podrían resultar de ayuda en tal sentido.
En primer lugar, la persona que está verdaderamente practi-
cando lo que dice Mateo 18 señalará pecados manifiestos, evidentes
con fundamento en las Escrituras, no cuestiones que le molestan
porque no están de acuerdo con sus opiniones personales.

9
En segundo lugar, quien pretenda cumplir lo que dice Mateo 18
debe acercarse a su hermano en privado y hablarle compasiva, bon-
dadosamente, sin un espíritu o tono condenatorio.
Tercero, quien actúa en armonía con Mateo 18 le hablará a su
hermano acerca de una sola cosa.
Por último, aquella persona no estará molestando y acosando a
su hermano día tras día, semana tras semana, acerca del asunto en
cuestión. Una vez señalado el problema, dejará que su hermano se
haga cargo del asunto. No comentará el asunto con otros y no hará
que el tema tome estado público en la iglesia.
Si el pecado en cuestión es una infracción moral seria, tal como
el adulterio o una deshonestidad notoria, usted debería comenzar
hablando con la persona en privado. Si la persona rehúsa escucharlo,
usted debería llevar una o dos personas con usted, y sólo en esa ins-
tancia, si la persona se resiste a escuchar el consejo de varios cris-
tianos, usted debería someter el problema a la consideración de la
iglesia como un todo.
En conclusión, he aquí dos importantes lecciones que aprendí
de la Epístola de Pablo a los Gálatas: 1) No hay que volver atrás; 2)
no permita que un legalista le haga la vida imposible. Toda la Epís-
tola a los Gálatas es una exposición de estos dos prácticos consejos.

10
C APÍTULO 15

Legalismo

C
omencemos este capítulo con una pequeña evaluación. Es-
criba en una hoja una columna de números del 1 al 10, y
conteste las siguientes diez preguntas colocando junto al
número correspondiente la respuesta "Sí" o "No":
1. Estoy preocupado por la creciente mundanalidad que percibo
en la iglesia, especialmente en lo que respecta al relajamiento de las
normas por parte de muchos de sus miembros.
2. Tengo amigos que también están preocupados por esto y
conversamos acerca del asunto muy a menudo.
3. Desearía que Dios me utilizara de alguna manera para con-
ducir a la iglesia nuevamente a su estado de pureza original.
4. Me parece que algunos pastores destacan demasiado la justifi-
cación por la fe, pero no suficientemente la obediencia.
5. A veces me pregunto cómo puede ser que los miembros de
iglesia que usan joyas (aros, pulseras, brazaletes, collares, etc.), que
hacen cosas incorrectas durante el sábado, que asisten al teatro o al
cine, y que hacen otras cosas mundanas puedan tener una relación
con Jesús.
6. La Biblia y el espíritu de profecía parecen tan claros acerca de
nuestras normas, que a veces me pregunto si algunas personas han
leído alguna vez ese material.
7. Estoy tan preocupado por esas personas que he animado a
algunos de ellos a ser fieles, o al menos he pensado que debería ha-
cerlo.
8. Me esfuerzo mucho por educar a mis hijos de acuerdo con
las normas de nuestros pioneros (o quisiera que hubiera más padres
que eduquen a sus hijos de acuerdo con las normas de nuestros pio-
neros).
9. A veces desearía que existiera alguna manera de hacer que los
miembros de iglesia obedecieran las normas, y me pregunto por qué
la iglesia no asume una posición más firme al respecto.
10. Trato de animar a mis hijos mayores (o a los jóvenes en ge-
neral, si no tengo hijos) a que se mantengan fieles a lo que les ense-
ñé.
Cerca del final de este capítulo diré algunas cosas más acerca de
esta breve evaluación, pero por ahora me gustaría apartarme por un
momento de nuestro estudio de Gálatas y dedicar algo de tiempo a
analizar el legalismo. Esto nos ayudará a entender mejor los últimos
dos capítulos de Gálatas cuando lleguemos a ellos.
La palabra "legalismo" ha llegado a tener varios matices de sig-
nificado entre los cristianos. La diferencia entre esos sentidos del le-
galismo me fue ilustrada hace varios meses cuando leí un artículo en
cierta revista publicada por un grupo de adventistas que operan co-
mo un ministerio independiente dentro de nuestra denominación. El
tema del artículo era precisamente el legalismo, y el autor destacaba
que quienes lo tildaban de legalista eran injustos, ya que el legalismo,
decía él, es el esfuerzo por obtener la salvación guardando la ley, con
lo cual ni él ni sus seguidores estaban de acuerdo. Ellos creían en la
salvación por gracia sola, aparte de cualquier obra de la ley. La obe-
diencia y la conformidad con las normas vienen como resultado de la
salvación, afirmaba él, en lugar de ser la causa de ella.
La definición que ese autor dio del legalismo es uno de los sig-
nificados correctos de esa palabra. De acuerdo con esa definición, ni
él ni quienes creen como él son legalistas. Cada cristiano necesita
comprender de esa manera la relación que existe entre la ley y la gra-
cia.

2
Sin embargo, existen otras formas de legalismo, algunas de las
cuales son visibles hoy en la iglesia mientras que otras no lo son. La
forma de legalismo representada por el partido judío ya no existe en-
tre los cristianos. En este libro hemos examinado su teología y la
respuesta de Pablo. Ese tipo de legalismo murió cuando Jerusalén
fue destruida en el año 70 de nuestra era. Otra forma de legalismo es
la representada por la Iglesia Católica Romana y se desarrolló du-
rante la Edad Media. Esta forma de legalismo ya no existe entre los
protestantes.
Sin embargo, el legalismo no es sólo una teología. Más funda-
mentalmente es un conjunto de actitudes, una manera de pensar
acerca del pecado y de la relación entre los pecadores y Dios, y de
ellos entre sí. Estas actitudes han existido en todas las ramas de la
cristiandad desde los albores de la iglesia cristiana hasta el presente.
La teología resultante de esta manera de pensar será diferente en los
distintos grupos de cristianos, pero las actitudes que están detrás de
esas teologías diversas son comunes a todas las formas del legalismo.
En este capítulo examinaremos estas actitudes que subyacen bajo la
superficie del legalismo.
Pienso que es posible afirmar que estas actitudes tienden a ser
muy comunes entre los cristianos conservadores, o lo que solemos
denominar cristianismo "fundamentalista". Algunas de esas actitudes
son también evidentes en las formas fundamentalistas del islamismo.
Mucho de lo que digo en este capítulo será típico del legalismo exis-
tente entre los protestantes conservadores de nuestros días, y puesto
que escribo desde una perspectiva adventista, todo lo que afirmo
será característico del legalismo adventista. Definiré una docena o
más de actitudes bajo tres encabezamientos generales.

Actitudes acerca del pecado y la salvación


En la introducción a su carta a los Gálatas, Pablo señaló que la
raíz de la herejía sustentada por el partido judío era la comprensión
equivocada que aquel tenía del evangelio. Él lo definió como: "Un
evangelio diferente. No que haya otro" (Gálatas 1:6, 7). Una com-
prensión desacertada del evangelio ha sido la fuente de todo el lega-
lismo presente en la iglesia cristiana desde la época de Pablo hasta el
presente.

3
La teología de la mayoría de las religiones no cristianas se basa
en la idea de que la salvación —vida eterna más allá de la tumba—
depende de la buena conducta de la persona. El cristianismo es úni-
co en su enseñanza de que la salvación se obtiene sólo por gracia,
por medio de la fe, aparte de cualquier cosa que el pecador haga. Sin
embargo, el deseo humano de hacer algo para merecer la salvación
es tan intenso que aflora de tanto en tanto entre los cristianos, cre-
ando sutiles formas de legalismo incluso entre quienes profesan cre-
er en la salvación por gracia sola y por medio de la fe.
Relación entre justificación y crecimiento cristiano. Los adventistas afir-
man casi universalmente su creencia en la salvación por gracia sola
mediante la fe. Nuestro problema tiende a estar en comprender la
relación de esta enseñanza con el desarrollo del carácter. Esta difi-
cultad es tal vez ilustrada de la manera más sucinta por medio de lo
que cierta persona me dijo en una ocasión: "Dios nos salva de nues-
tros pecados, no en nuestros pecados". Los legalistas de esta clase
coinciden en que Dios acepta a los pecadores tal como son cuando
se acercan a Cristo por primera vez. El no exige que venzan ciertos
pecados o que alcancen cierto nivel particular de desarrollo del ca-
rácter para poder salvarlos.
Pero, ¿cómo actúa Dios con los pecados que los cristianos co-
meten después de que han sido perdonados y han experimentado la
conversión? Aquí es donde interviene la teología según la cual:
"Dios nos salva de nuestros pecados, no en nuestros pecados". La
idea es que el poder de Cristo es suficiente para dar a los cristianos la
victoria sobre todo pecado conocido (véase Filipenses 4:13). Por lo
tanto, una vez que la persona ha sido convertida, el desempeño per-
fecto es no sólo posible sino necesario para retener la certidumbre
de la salvación. Según esta teoría, en el momento en que las perso-
nas pecan, rompen su relación con Jesús y esa relación no es restau-
rada hasta que confiesan sus pecados y piden perdón. El pecado y la
justificación llegan a ser una especie de interruptor de encendido-
apaga- do para la salvación. La justificación activa la salvación, mien-
tras que la comisión de un pecado conocido la desconecta.
Una definición conductista del pecado. Creo que en la base de esta in-
terpretación incorrecta del evangelio yace una definición incorrecta
del pecado, la idea de que el pecado tiene que ver con lo que hace-
mos (conducta) y no con lo que somos (el corazón). En este mo-
4
mento hay un gran debate dentro de la Iglesia Adventista acerca de
esta cuestión, así que tal vez deberíamos dedicar un poco de tiempo
a clarificar el asunto.
Decir que el pecado tiene que ver primordialmente con nuestro
ser, y no con lo que hacemos, no significa que la conducta pecami-
nosa carece de consecuencias. La Biblia condena tanto los actos pe-
caminosos como el corazón pecaminoso. La pregunta que debemos
hacernos es: ¿Cuál es la fuente del problema? Si la fuente del pro-
blema es nuestra conducta, entonces el corazón humano es puro
hasta que resulta contaminado por el primer pecado cometido por la
persona. De acuerdo con esta definición del pecado, si un bebé pu-
diera de alguna manera evitar cometer ese primer pecado, perma-
necería impecable y presumiblemente no necesitaría de la salvación.
Por otra parte, si el corazón es la fuente del problema, cada ser hu-
mano es un pecador desde el momento mismo de su nacimiento,
aun antes de que cometa un primer pecado. No podemos evitar ha-
cer cosas malas porque nuestro corazón, la fuente de toda conducta,
está contaminado.
La Biblia dice que todos nosotros somos "por naturaleza hijos
de ira" (Efesios 2:3). Y el salmista afirma que: "En maldad he sido
formado, y en pecado me concibió mi madre" (Salmo 51:5). El pe-
cado no es tanto lo que hacemos. En su raíz, el pecado es lo que somos.
Hacemos cosas pecaminosas porque tenemos corazones pecamino-
sos. Dijo Jesús: "Del corazón de los hombres salen los malos pensa-
mientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos,
las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledi-
cencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro sa-
len, y contaminan al hombre" (Marcos 7:21-23).
Queda claro, entonces, que el pecado no es tanto lo que hacemos.
En su fundamento mismo, el pecado es lo que somos. Cometemos
actos pecaminosos porque tenemos corazones pecaminosos.
Este asunto tiene totalmente que ver con el legalismo. Para los
legalistas, quienes piensan acerca del pecado primordialmente en
términos de conducta, el objetivo mayor del crecimiento cristiano es
dejar de hacer cosas pecaminosas. Les parece impropio que las per-
sonas se consideren a sí mismas como cristianas en tanto sigan
haciendo cosas malas.
5
Sin embargo, si el pecado consiste primariamente en algo que
somos interiormente, y sólo secundariamente en lo que hacemos,
entonces la solución para el problema pasa en primer lugar por un
cambio de corazón. Llamamos a esto conversión. El cambio en la
conducta no puede ocurrir inmediatamente después de la conver-
sión, sino que ocurrirá a lo largo del tiempo. Un carácter pecamino-
so se desarrolla gradualmente a partir de las motivaciones que brotan
de un corazón pecaminoso. Cuando el corazón cambia, comienza un
desarrollo gradual del carácter en la dirección correcta.
La cuestión —la médula de todo el debate— es la siguiente: si el
cambio de la conducta ocurre sólo gradualmente a partir de la con-
versión, ¿en qué condición estamos delante de Dios durante el lapso
en el que luchamos contra la tentación, cuando la victoria todavía no
es completa? Los legalistas encuentran extremadamente difícil, sino
imposible, creer que Dios aceptará a los pecadores — con pecados y
todo— durante el proceso que conduce a la victoria. Insisten en que
"Dios nos salva de nuestros pecados, no en nuestros pecados".
Sin embargo, tengo la convicción personal de que si decidimos
mantener nuestra relación con Jesús, retenemos nuestra conversión
durante el período en el que la victoria está en proceso, cuando to-
davía no es completa. Rechazo absolutamente la teoría del interrup-
tor, según la cual la justificación conecta la salvación, mientras que
todo pecado subsecuente la desconecta hasta que ese pecado es con-
fesado y la justificación la posibilita nuevamente. Creo que Dios nos
acepta con nuestros defectos de carácter y las conductas equivocadas
que emanan de ellos, en tanto mantengamos nuestra relación con él.
La manera de desconectar la salvación no es pecar sino rebelarse,
negarse incluso a interesarse en la salvación o en vivir la vida cristia-
na. Por desgracia, es probable que eso se haga más frecuentemente
por negligencia que por una decisión consciente.
Tal vez iría demasiado lejos si dijera que todo aquel que adopta
la postura conductista acerca del pecado es un legalista. Pero creo
que esa definición del pecado es un caldo de cultivo o entorno pro-
picio para desarrollar maneras legalistas de pensar.
Una definición conductista de la perfección. Una definición conductista
de la perfección surge en forma natural de una definición conductis-
ta del pecado. Si el pecado es primariamente algo que hacemos, la
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perfección también es primordialmente algo que hacemos. De
acuerdo con esta posición, el crecimiento hacia la perfección es
cuestión de aprender qué conductas son equivocadas y obtener el
poder de Cristo para vencerlas. La perfección suma consiste enton-
ces en alcanzar el punto donde ya no se hacen cosas equivocadas, es
decir, la impecabilidad.
Hay, por supuesto, una gran verdad en la idea de que la perfec-
ción tiene que ver con la conducta. Los Diez Mandamientos fueron
enunciados primariamente en términos de conducta. Ninguna per-
sona perfecta comete adulterio, engaña o miente. Pero si la conducta
pecaminosa brota de un corazón pecaminoso, la cura real para el
problema del pecado no radica en cambiar la conducta, sino en
cambiar el corazón. La conducta equivocada es simplemente una
bandera que flamea frente a nuestro rostro, advirtiéndonos de esa
manera que todavía tenemos un corazón pecaminoso. En su funda-
mento, la perfección es primariamente una condición del corazón y
sólo secundariamente una condición de la conducta.
Este es un punto crucial de la teología para cualquier comunidad
escatológica (es decir, un grupo de creyentes que se están prepa-
rando para los acontecimientos finales de la tierra) que cree, como
los adventistas del séptimo día, en la perfección del pueblo de Dios
en el tiempo del fin.
No tengo problemas con la idea de que el pueblo de Dios que
viva en el tiempo del fin será tan perfecto como Dios pueda hacer
que lo sean los seres humanos de este lado del segundo advenimien-
to de Cristo. El libro de Apocalipsis parece sugerir eso (véase Apo-
calipsis 7:1-8; 14:1-5, 12; 16:15). No obstante, es extremadamente
esencial que cada comunidad de cristianos que abraza esta creencia
comprenda correctamente lo que significa el pecado y la salvación.
De lo contrario, con sus esfuerzos por ser perfectos, están en grave
peligro de encaminarse a sí mismos y a otros hacia la insania espiri-
tual, midiendo continuamente su propia conducta y la de los demás
mientras que el problema real se encuentra en el corazón. Esa es la
peor forma del legalismo.
Una obsesión con las normas. El concepto conductista del pecado y
de la perfección que acabo de describir, juntamente con nuestra cre-
encia en una perfección para el tiempo del fin, yacen en la base de
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mucho del legalismo que he observado en la Iglesia Adventista. Si el
pecado tiene que ver primariamente con lo que hacemos (no con lo
que somos en nuestro interior) y si la perfección debe medirse en
términos de la conducta (en lugar de medirse en términos del estado
del corazón), llega a ser de suprema importancia descubrir qué con-
ductas son correctas y cuáles son erradas. La justicia, la rectitud, se
convierte en una larga lista de cosas que se deben hacer y cosas que
no se deben hacer, y en una continua búsqueda de más cosas para
agregar a la lista. Y las normas que tienen que ver con el estilo de vi-
da encajan dentro de ese requerimiento como la mano en el guante.
Muchos de los legalistas que conozco tienen una obsesión con
el estilo de vida y las normas de conducta. Y, puesto que Dios está
perfeccionando toda una comunidad de santos para el tiempo del
fin, y no sólo a ellos, hacen frecuentemente un alboroto acerca de
los miembros de iglesia que usan joyas o adornos, que asisten al tea-
tro o al cine, que hacen ciertas cosas en sábado, etc. En cierta comu-
nidad adventista donde viví durante algún tiempo había un grupo
que se reunía regularmente para verificar el desarrollo del carácter de
cada uno de sus integrantes y para señalarse sus defectos e im-
perfecciones. Uno de sus motivos primarios para reunirse era apa-
rentemente ayudarse unos a otros en su preparación para el tiempo
del fin.
Una medida de la experiencia cristiana. De esa obsesión por las nor-
mas surge otra actitud estrechamente relacionada con ella. Los lega-
listas tienden a poner mucho énfasis en las normas que tienen que
ver con el estilo de vida como una medida del progreso en la vida
cristiana. Cuando ven en la iglesia una mujer con aros y collar, lo
primero que piensan es que ella está sin duda declinando en su expe-
riencia cristiana. Pero puede ser que ella haya considerado el asunto
con oración y a la luz de las Escrituras, y haya concluido que Dios
no objeta lo que está haciendo.
Debemos permitir que cada uno tenga esta libertad como cris-
tianos. Se trata de algo que no es asunto de otra persona. No nos
dedicaríamos a juzgar a una mujer por el tipo de ropa que usa para
asistir a la iglesia. No diríamos que la mujer que fue a la iglesia con
un vestido es una buena cristiana pero que otra sentada a su lado es-
tá perdiendo su relación con Jesús porque vestía camisa y falda. ¿Por

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qué deberíamos entonces juzgar la experiencia cristiana de una per-
sona por el hecho de que use collar y aros?
"Pero la iglesia tiene una norma de vestimenta", dice usted. "No
usamos joyas ni adornos como aros y collares".
Eso es cierto, y no estoy proponiendo que abandonemos nues-
tras normas al respecto. Las normas no son legalismo. No tengo
problemas con quien decide no usar joyas ni cosas parecidas, y no
tengo problemas con un grupo de personas (una iglesia) que está de
acuerdo en no usar joyas como adorno. Pero sí tengo un problema
con quienes usan esas cosas como base para juzgar la calidad de la
experiencia cristiana de otra persona. Eso sí es legalismo.
Rechazo para con los pecadores. En su extremo más lamentable, la
tendencia de los legalistas a interpretar erróneamente el evangelio los
lleva a rechazar a las personas que han pecado. Les parece que tratar
amablemente al pecador equivale a aprobar su pecado. Esta actitud,
que era común entre los fariseos de los días de Cristo (véase Lucas
15:1, 2), desemboca con frecuencia en algunas de las peores formas
de crueldad social, ¡y todo en nombre de mantener la pureza de la
iglesia!

La Biblia como libro de reglas


Si la justicia o rectitud ha de medirse primariamente por la con-
ducta, entonces es importante descubrir qué conductas son correctas
y cuáles no lo son. La principal fuente de información en tal sentido
es, por supuesto, la Biblia. Los adventistas del séptimo día también
consideran los escritos de Elena de White como dotados de autori-
dad, lo que la convierte en una fuente de autoridad para nosotros
acerca de la conducta correcta y de la errónea. El legalista, interesado
en descubrir la conducta acertada y la errónea, tomará cada declara-
ción inspirada acerca de la conducta como un mandamiento que de-
be ser literalmente obedecido en todo tiempo.
Este deseo de encontrar una declaración autoritativa para todo
acto de la conducta conduce a varias consecuencias desafortunadas.
Dificultad para tomar decisiones morales personales. La necesidad que
los legalistas sienten de tener una definición inspirada de la conducta
acertada y de la errónea hace que con frecuencia les resulte difícil
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ejercer su propio juicio acerca de los asuntos morales. Preferirían
que se les dijera cuál es el curso correcto de acción en lugar de tener
que decidir por sí mismos.
Claro que la Biblia señala ciertas conductas que son correctas y
otras que no lo son, como también lo hace Elena de White. Pero
aún más importante que eso es la descripción que la Biblia hace del
corazón que es recto delante de Dios y del que no lo es. Y en ese
contexto, la Biblia no define tanto la conducta correcta y la inco-
rrecta como los motivos o motivaciones correctos e incorrectos, de-
jando a menudo que el individuo decida por sí mismo qué conducta
es correcta.
Pero la idea de decidir por sí mismos qué es correcto y qué no
lo es resulta muy atemorizante para los legalistas. Y esto les ocurre
particularmente cuando su sentido común sugiere un curso de ac-
ción contrario a lo que las Escrituras parecen decir. Por ejemplo, los
adventistas guardamos el séptimo día de la semana, y tratamos de
observarlo en armonía con el principio bíblico según el cual debe-
mos evitar en ese día las transacciones comerciales comunes. Mu-
chos adventistas, entre los que me incluyo, observan ese principio
cargando el combustible para sus vehículos durante el viernes y evi-
tando comer en restaurantes durante el sábado. Sin embargo, si me
viera obligado a manejar durante varias horas en sábado, cargaría
combustible también ese día sin cargos de conciencia, y si estuviera
fuera de casa por razones de viaje sin disponer de un hogar conoci-
do donde comer, compraría comida en sábado. Los legalistas no
sólo se sentirían pésimamente teniendo que hacer eso, sino que
también condenarían a cualquiera que lo hiciera.
El error de convertir declaraciones culturales en prácticas atemporales. Otra
característica que es común entre los legalistas es la tendencia a con-
vertir declaraciones bíblicas destinadas a la cultura para la que fueron
escritas en normas atemporales, para todo tiempo y lugar. Permíta-
me ilustrar esto.
Un amigo mío que vivió varios años en el Lejano Oriente me
contó que en la cultura de Tailandia los niños demuestran su respeto
para con las personas mayores poniendo sus manos juntas debajo
del mentón e inclinándose. Suponga que el apóstol Pablo hubiera es-
tado aconsejando a los niños tailandeses de hoy. Seguramente les
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habría dicho: "Niños, junten sus manos e inclínense ante sus mayo-
res". Una interpretación correcta de esa hipotética declaración inspi-
rada nos llevaría a entender que los niños de toda cultura deberían
mostrar respeto para con sus mayores de la manera como se acos-
tumbre hacerlo en sus respectivas culturas, ya sea inclinándose, di-
ciendo "señor" o "señora", etc.
Sin embargo, si Pablo hubiera dado en verdad ese consejo, los
legalistas de todo el mundo habrían elevado esta costumbre de la
cultura tailandesa al nivel de norma eterna divinamente ordenada y
dirían a sus hijos que Dios quiere que junten sus manos y se inclinen
en señal de respeto.
Esto es en verdad lo que ha ocurrido con ciertas declaraciones
bíblicas que son claramente destinadas a una cultura en particular.
Por ejemplo, conozco a un buen número de hombres que no se re-
cortan la barba en obediencia a una prohibición registrada en Levíti-
co 19:27. No sabemos por qué dio Dios esa orden a los israelitas,
pero es muy probable que tuviera que ver con alguna práctica de
aquella época. Cortar la punta de la barba era tal vez una práctica re-
ligiosa de los cananeos y Dios quería que su pueblo se distinguiera
en ese sentido de los paganos. ¡Dios no se refería a que el acto de re-
cortarse la barba fuera por siempre algo erróneo!
Conocí a un hombre según el cual no se debía usar ropa confec-
cionada con hilados de distinto tipo (véase Levítico 19:19). En con-
secuencia, las camisas del tipo wash and wear (o sea, de secado rápido,
sin necesidad de planchado) estaban prohibidas pues están hechas
de una combinación de algodón y otro material sintético. También
afirmaba que era incorrecto usar al mismo tiempo dos prendas de
vestir hechas de diferentes materiales. Si la camisa era de algodón, el
pantalón también debía ser de algodón. (Siempre me he preguntado
qué tipo de ropa interior usaba ese hombre cuando iba a la iglesia
con su traje de lana.)
Escucho de vez en cuando acerca de cristianos que insisten en
que las mujeres no deben usar pantalones. Ciertamente la Biblia dice
que una mujer no debería vestir ropa de hombre (véase Deuterono-
mio 22:5). Sin embargo, debe señalarse que en la época cuando eso
fue escrito, los hombres y las mujeres usaban mantos por igual. La
diferencia entre los mantos femeninos y masculinos se evidenciaba
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por el corte. Lo mismo puede decirse de los pantalones. Hombres y
mujeres los usan por igual, pero los pantalones femeninos no son
iguales a los masculinos. La diferencia está en el corte. Usted puede
poner a prueba esta teoría yendo a la tienda más cercana y compa-
rando un vaquero de dama con uno de varón. Ciertamente hay una
diferencia.
Me cuesta creer que Dios pretendiera hacer del uso femenino de
ropa típicamente masculina y viceversa una cuestión moral para de-
batir. Pienso que la razón por la que la gente usa ropa adecuada para
su sexo es más de orden práctico que moral. Personalmente me sen-
tiría un tonto si tuviera puestos los pantalones de mi esposa, y creo
que a ella le ocurriría lo mismo si usara los míos.
Convirtiendo las preferencias personales en normas morales. Algunos le-
galistas pretenden convertir en asuntos morales lo que no pasa de
ser una cuestión de gusto personal o una práctica cultural contem-
poránea. Recuerdo, por ejemplo, la resistencia de parte de algunos
cristianos conservadores a fines de la década del 60 y a comienzos
del 70 contra el pelo largo y la barba, que volvían a ponerse de moda
en esa época. El uso de la barba era común a fines del siglo XIX
(por el año 1800) y la costumbre de llevar el pelo largo no era muy
rara en los varones. No obstante, ambas cosas cayeron en desuso a
comienzos del siglo veinte, y en la década del 50 nuestra cultura es-
taba tan acostumbrada a que los hombres tuvieran el cabello muy
corto y no usaran barba, que teníamos la tendencia a pensar que el
aspecto de un hombre barbado y de cabello largo resultaba extraño.
Y algunos cristianos conservadores estaban seguros de que cualquier
hombre que usara el pelo largo y/o barba debía estar decayendo en
su experiencia espiritual. Actualmente, muy pocas personas pensar-
ían en juzgar la experiencia cristiana de un hombre por el hecho de
que use barba o pelo largo.
Creo que muchas de las discusiones actuales acerca de temas
como la música, el uso de joyas o adornos, la longitud de la pollera
de una mujer (¿debería estar encima de la rodilla o debajo de ella?), la
manera de guardar el sábado, cuánta o cuán poca azúcar se debe
consumir y los estilos de adoración, tienen mucho más que ver con
la preferencia personal, con el condicionamiento cultural o con am-
bas cosas más que con la moralidad bíblica.

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Sólo una manera correcta de hacer las cosas. Si la Escritura es un libro
de reglas, bastaría con leer las reglas y aplicarlas. Y esto conduce a
otra actitud característica de muchos legalistas: la absoluta certeza de
que existe sólo una manera correcta de interpretar la Biblia respecto
de las normas. Y la interpretación correcta es, por supuesto, siempre
la de los legalistas. Cualquier opinión diferente de la de ellos les re-
sulta sospechosa. Sus propias opiniones les parecen tan obviamente
correctas que se preguntan cómo puede ser que alguien no vea las
cosas de la misma manera que ellos. Para ilustrarlo de otra manera, a
los legalistas les resulta muy difícil aceptar el hecho de que puedan
existir diferencias honestas de opinión entre cristianos.
Una vez que "saben" qué es lo correcto, los legalistas pasan a
juzgar la experiencia cristiana de otros por medio de esta norma arti-
ficial. Algunos legalistas insisten en que otros cristianos, y a menudo
que la iglesia como un todo, debe adoptar su punto de vista particu-
lar.
Y esto nos lleva a la tercera actitud general que ha sido caracte-
rística del legalismo a lo largo de los siglos.

El deseo de tener el control


Una de las características principales del legalismo, tanto del an-
tiguo como del moderno, es el deseo de tener el control, ya sea so-
bre los individuos o, en algunos casos, sobre toda una congregación
o aun sobre toda una denominación. Creo que es aquí donde el lega-
lismo del partido judío se asemeja más al de los legalistas de hoy El
partido judío quería controlar la vida individual de los cristianos de
la iglesia primitiva. En Antioquía quisieron controlar a toda una
congregación (véase Hechos 15:1), y como ya hemos visto, en Gala-
cia trataron de controlar las congregaciones de toda una región.
El legalismo no es el único método que las personas han usado
para controlar a otros cristianos. Algunas personas usan su dinero.
Otros usan su posición en la comunidad para influir sobre las deci-
siones de la iglesia. Otros incluso usan el enojo. Un amigo mío que
es pastor en New England me contó acerca de cierto hombre que
usaba su enojo para intimidar a una congregación entera y mante-
nerla sometida a él. Los legalistas usan su versión de la moralidad
para controlar la conducta de otros cristianos o grupos de cristianos.
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Seguidamente enumeraremos algunas de las características de esta
forma de legalismo.
Crítica e intimidación. Uno de los métodos usados más común-
mente por los legalistas para controlar a otros es la crítica y la inti-
midación. Los legalistas que quieren controlar a los individuos, los
atacan verbalmente en relación con ciertas cosas que éstos están ha-
ciendo y que aquéllos consideran incorrectas. Después de todo, ¿no
nos ordenó Jesús que señaláramos los pecados de la gente? (Véase
Mateo 18:15-20.) Las mujeres que usan joyas, adornos similares o
pantalones, los adventistas que almuerzan en restaurantes durante el
sábado, las personas que van a ver una película al cine, todos ellos
tendrán que escuchar a los legalistas hablando de esos asuntos.
Las iglesias también pueden resultar objeto de los esfuerzos de
los legalistas por tener el control. Dependiendo de la tradición reli-
giosa de cada iglesia, el uso de velas, de cruces, de otras versiones
bíblicas diferentes de la Reina-Valera, los árboles navideños y ciertos
estilos de música religiosa están entre las numerosas prácticas que
provocan la crítica de los legalistas. En cierta ocasión fui pastor de
una congregación que estaba construyendo su templo. Allí había
unas pocas personas que se oponían a poner un campanario en el
techo porque supuestamente cierta cultura pagana de la antigüedad
usaba las cúspides como símbolos fálicos.
Rara vez ocurre que los legalistas logren controlar una congre-
gación entera o una denominación. Su éxito radica en captar la aten-
ción de un reducido número de seguidores que compartan su espíri-
tu de crítica, y en crear luego una guerra entre las dos facciones. Mu-
chas congregaciones, y en varios casos denominaciones enteras, se
han dividido por cuestiones que en su raíz son el resultado de los in-
tentos de los legalistas por imponer sus opiniones personales a la
iglesia como un todo.
Por supuesto que toda congregación y toda denominación serán
controladas por alguien. En tal sentido, podría decirse que los lega-
listas tienen tanto derecho como cualquier otro a intentar controlar
la iglesia. El problema de los legalistas es que no pueden aceptar el
"No" como respuesta. Cuando la mayoría vota contra sus opiniones,
acusan a la iglesia de estar en apostasía y siguen criticando, conde-
nando y tratando de conseguir seguidores. Esto parece haber sido el
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caso del partido judío. En este libro he tomado la posición de que
Pablo escribió su carta a los Gálatas después del Concilio de Jeru-
salén. Si eso es correcto, aun cuando el partido judío resultó abru-
madoramente derrotado en la votación durante aquella sesión, se
negaron a aceptar el veredicto de la iglesia entera y siguieron es-
parciendo sus enseñanzas y criticando a todo aquel que se negó a
unírseles.
Un sentimiento de responsabilidad personal. Los legalistas tienden a
sentirse personalmente responsables de la moralidad de otros y fre-
cuentemente también de la pureza moral de la iglesia entera. ¿Acaso
no sugiere la respuesta de Dios a Caín que éste era efectivamente
responsable de su hermano? (Véase Génesis 4:1-12.) ¿Acaso no dijo
Dios a Ezequiel que debía ser un atalaya sobre el muro para señalar
los pecados de todos? (Véase Ezequiel 33:7-9.). ¿No nos ordenó
Jesús que fuéramos a hablar con un hermano que esté en pecado?
(Mateo 18:15-20.) Los legalistas usan su sentido de responsabilidad
personal por la conducta moral de otros como una justificación para
señalar el pecado, según ellos lo entienden, dondequiera que lo ven.
Con frecuencia serán críticos y condenatorios.
No obstante, difícilmente reconocerán que están criticando y
destruyendo. Los legalistas que quieren controlar una congregación
o una denominación asegurarán que desean purificar la iglesia de pe-
cado. En algunos casos, tal pretensión puede ser sincera. En otros
casos, estoy convencido de que debajo del deseo expresado de ayu-
dar a otros o de purificar la iglesia yace una necesidad de obtener el
control y de la que ellos mismos pueden no estar conscientes.
Jugando a ser Dios. Los legalistas que tratan de controlar la con-
ducta de otras personas mediante sus convicciones personales acerca
de la moralidad están en última instancia tratando de ser Dios para
esas personas. Es apropiado hablar a un individuo acerca de un caso
claro de pecado serio. Pero los asuntos que tienen que ver con el es-
tilo de vida, especialmente aquellos que están sujetos a una variedad
de interpretaciones, deberían ser dejados al arbitrio de cada persona.
No deberíamos acosar a las personas por ciertas cosas que hacen y
con las que no estamos de acuerdo. En el mejor de los casos, tales
asuntos pueden merecer una mención discreta, llena de tacto, y nada
más. Aunque en la mayoría de los casos, es mejor no hablar del
asunto.
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Existe entre quienes tratan de no ser legalistas la idea general de
que los legalistas son severos y faltos de tacto en sus reproches con-
tra lo que consideran pecaminoso. He conocido unos pocos legalis-
tas que en verdad son así, pero la mayoría de los que conozco tratan
de ser atinados en sus expresiones. El problema de fondo del lega-
lismo no es si los legalistas tienen tacto o no. El problema es su ten-
dencia a evaluar (es decir, a juzgar) la experiencia cristiana de otros a
la luz de cuán estrechamente se adecúan a las normas del estilo de
vida según los legalistas las entienden. Con tacto o sin él, los legalis-
tas se sienten personalmente responsables por la pureza de la iglesia
y están convencidos de que deben pronunciarse acerca de toda des-
viación de las normas bíblicas según ellos las entienden.
El legalismo en la familia. Una de las situaciones más trágicas en las
que los legalistas intentan controlar la conducta de otros es dentro
de la familia. Por supuesto que es responsabilidad de los padres en-
señar a sus hijos ciertos valores que tienen que ver con el estilo de
vida. Los hijos nunca adoptarán esos valores si sus padres no se los
enseñan. Si los padres enseñan a sus hijos los principios propios de
ese estilo de vida y no sólo una conducta —y si instruyen a sus hijos
en forma positiva y con amabilidad—, es probable que los hijos va-
yan adoptando en gran medida los valores de sus padres a medida
que crezcan. Pero si cada vez que los padres hablan de sus valores y
del estilo de vida resultante de éstos, agregan sus propias opiniones y
tratan de justificarlas con declaraciones de la Biblia (y, en el caso de
los adventistas, con citas de Elena de White), están preparando a sus
hijos para una de dos cosas: para que abandonen por completo los
valores de sus padres, o para que se conviertan ellos mismos en lega-
listas.
Los padres que sostienen convicciones religiosas firmes tienden
a sentirse amenazados cuando sus hijos que están creciendo toman
decisiones contrarias a las convicciones que sus padres tienen acerca
de lo correcto y lo incorrecto. Los padres que tienden a juzgar la ex-
periencia espiritual de otros creyentes por la adherencia de éstos a
las normas que tienen que ver con el estilo de vida, se sentirán parti-
cularmente amenazados cuando sus hijos transgredan esas normas.
Pensarán que la vida eterna de sus hijos está en juego, y querrán
hacer todo lo que puedan para "salvarlos". Entiendo bien ese senti-

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miento. Crecí en un ambiente como ése, no sólo en mi hogar, sino
en toda la cultura religiosa donde se desenvolvió mi infancia.
Pero he aprendido que no puedo ocupar el lugar de mis hijos en
lo que se refiere a la vida espiritual de ellos; son ellos quienes deben
vivirla. Yo no puedo vivirla por ellos. Mis hijos ya son adultos, y de-
bo respetar su derecho a tomar sus propias decisiones, aunque es-
tuviera en desacuerdo con ellas. Hay dos cosas que no puedo hacer
al mismo tiempo: ser respetuoso con ellos y al mismo tiempo recor-
darles permanentemente mi opinión acerca de sus decisiones.
Los padres no deben pretender controlar las decisiones de sus
hijos en lo que atañe a asuntos espirituales hasta que tengan 18 años
para permitirles, recién entonces, que decidan lo correcto por sí
mismos. Debemos aceptar mucho antes el derecho de nuestros hijos
a tomar decisiones de índole moral que difieren de las nuestras y a
darles nuestra opinión sólo cuando nos la pidan. No podemos ense-
ñar a nuestros hijos a tomar decisiones espirituales responsables si
controlamos esas decisiones. La única manera de enseñarles a tomar
sus propias decisiones es permitirles que decidan por sí mismos, li-
bres de nuestra interferencia continua.
Así es como deberíamos también relacionarnos unos con otros
en la iglesia. El asunto no es si la iglesia tiene normas acerca del uso
de joyas o cosas por el estilo, acerca de la asistencia al cine y de la
observancia del sábado. El asunto es cómo nos relacionaremos con
quienes están en la iglesia e interpretan esas normas de manera dife-
rente a la nuestra. No debemos tratar de controlarnos unos a otros
en lo que respecta a esos asuntos.
Y eso es lo que resulta tan difícil de aceptar para los legalistas.
Su sentido de responsabilidad por la pureza de la iglesia hace que
traten de controlar moralmente a los demás. No entienden, y en al-
gunos casos es probable que no puedan aunque quieran, que están
jugando a ser Dios.

Ejemplos de legalismo
Uno de los mejores lugares para dar un buen vistazo al pensa-
miento legalista existente en la actualidad dentro de la Iglesia Ad-
ventista es la sección de cartas de los lectores de nuestras revistas

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denominacionales. No estoy condenando a los editores de esas pu-
blicaciones por publicar esas cartas. Francamente, estoy contento de
que lo hagan, pues me permite ver cómo piensan otros dentro de mi
iglesia.
Otra excelente manera de tomar contacto con algo del pensa-
miento legalista presente en la iglesia es leer las preguntas enviadas
por algunos lectores a una sección especial (que dirigía Miriam Wo-
od) en la edición norteamericana de la Revista Adventista. Me gustaría
citar a continuación unos pocos ejemplos:
"Querida Miriam: Soy padre de un joven de 22 años que tiene su
propio departamento y es económicamente independiente. Desde
hace un par de años, mi esposa y yo estamos percibiendo su paulati-
no distanciamiento de la iglesia, y ayer, sábado, llegamos a un punto
crítico. El no llegó para el horario de la escuela sabática, sino para el
sermón, y se mostró disgustado cuando supo que se celebraría la
Santa Cena. Cuando las hermanas y los hermanos se separaron para
participar del rito de la humildad, él me dijo: 'Papá, ¿te molestaría
mucho si no participo esta vez de la ceremonia?' Entonces agarré a
ese muchachón del brazo y le dije que no sólo participaría sino que
no me despegaría de él hasta que llegáramos al lugar preparado para
el lavamiento. No dijo una sola palabra durante todo el servicio reli-
gioso. Lo habíamos invitado a almorzar, y cuando llegamos a casa lo
puse realmente en su lugar. Tal vez me salí un poco de mis casillas
porque le grité y golpeé la mesa, pero, ¿no dice acaso Dios que de-
bemos velar para que nuestros hijos hagan lo correcto? Mi esposa
teme que yo lo haya alejado con todo lo que pasó, pero yo estoy se-
guro de que hice lo correcto. ¿Qué opina usted?"
Este es un ejemplo extremo de la gran necesidad que siente el
legalista de controlar la conducta de otros, especialmente de los
miembros de la familia. No dudo de que este padre se preocupaba
por su hijo. Estaba desesperadamente ansioso de que su muchacho
se salvara. Desafortunadamente, no logró comprender que un hom-
bre de 22 años de edad tiene no sólo el derecho, sino también la res-
ponsabilidad de tomar sus propias decisiones en asuntos espirituales.
Aquel padre estaba jugando a ser Dios para su hijo. Ese es uno de
los grandes peligros de los legalistas: preocuparse tanto por la salva-
ción de otros, al punto de que tratan de ser Dios para ellos.

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En su respuesta a aquel padre, Miriam Wood dijo lo siguiente:
"Pienso que usted será afortunado si su hijo vuelve a pisar alguna
vez una Iglesia Adventista".
Ella está en lo cierto.
Aquí hay otro ejemplo:
"Querida Miriam: Un grupo de cristianos que guardan el do-
mingo y que no tienen templo propio nos ha pedido que le alqui-
láramos el nuestro durante algunos meses. Pienso que sería un error
permitir eso, pues sabemos que ellos guardan el día equivocado.
Además, los ángeles y el Espíritu Santo se irán de la iglesia cuando se
ponga el sol el sábado, así que ellos estarían de todos modos per-
diendo el tiempo allí al día siguiente".
Esta persona es un legalista. Piensa que quienquiera que no
piense exactamente como él no tiene posibilidad alguna de ser un
cristiano y, por lo tanto, que no debería concedérsele los privilegios
que acordamos a los cristianos.
He aquí uno de los más trágicos ejemplos de legalismo que al-
guna vez se haya visto:
"Querida Miriam: En nuestra pequeña iglesia, una de las jóvenes
quedó embarazada. Finalmente se casó con el padre de la criatura,
un no adventista. Pero se separaron pocas semanas después. Ella si-
guió asistiendo a la iglesia, y tras el nacimiento de su bebé, pidió que
fuera dedicado a Dios. El pastor realizó la ceremonia a pesar de la
oposición de varios de los miembros. Algunos de los miembros de
la iglesia creemos que ella debería sentirse avergonzada incluso de
mostrar su cara, y el hecho de que dedicara públicamente a su hijo
ha avergonzado a la iglesia entera. ¿Qué piensa usted?"
Y ésta es la respuesta de Miriam: "Tal vez usted preferiría que
ella usara una gran letra A de color escarlata en la ropa para asegurar
de esa manera que sufra cada día de su vida por su error. ¿Puedo
hacerle una pregunta? ¿Qué pecado cometió la criatura? Puedo cier-
tamente comprender la preocupación que usted siente por el buen
nombre de la iglesia, pero eso nunca puede estar por encima de la
necesidad de extender un amor incondicional en esos casos".

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Dios nos dice que debemos amar a los pecadores, independien-
temente de cuál sea el pecado cometido. La mujer que dijo: "Esta
chica soltera que tuvo un hijo trajo oprobio a la iglesia; debería haber
sido echada de la iglesia", era una farisea moderna. Como usted sin
duda recuerda, los fariseos fueron quienes dijeron a los discípulos:
"¿Por qué vuestro maestro se junta con pecadores?" (Véase Lucas
15:2.) Eso es legalismo.
Aquí hay otra carta:
"Querida Miriam: Le estoy escribiendo con el corazón apesa-
dumbrado. Pero quiero que sepa que amo a la Iglesia Adventista y
que nunca la dejaré, aunque a veces me siento tan rechazada y aban-
donada que apenas puedo soportar esta situación. Soy adventista de
cuna, pero mi esposo no lo es. Es un hombre maravilloso, moral,
recto en todo sentido, y siempre me ha permitido practicar mi reli-
gión con libertad. Él ha enviado a nuestros tres hijos a nuestros cole-
gios denominacionales y ha pagado puntualmente sus cuotas. Pero
los miembros de nuestra pequeña iglesia rural no se relacionan con
nosotros porque, como una hermana me dijo: 'Primera de Corintios
5:11 significa que debemos mantenernos alejados de quienes no per-
tenecen a nuestra iglesia ni guardan todas las leyes de Dios y las en-
señanzas de Elena de White'.
"En cierta ocasión, la iglesia organizó un picnic para el sábado de
tarde en el parque. Yo me sentía muy feliz porque pensaba que los
niños y yo podríamos participar de aquella actividad. Pero uno de los
miembros dijo: 'Eso no es para familias divididas; si fueras, no lo
disfrutarías'. Mis hijos se pusieron a llorar pues se sintieron muy des-
ilusionados.
"Durante el verano, los sábados de tarde parecían interminables,
pues nadie venía a visitarnos, y nuestras llamadas telefónicas a los
hermanos no eran bien recibidas. Nos hemos esforzado tanto por
ser amigables, pero nada ocurre. Antes de morir, mi madre, aunque
no era adventista, pidió que un pastor adventista oficiara su funeral,
y así fue. Pero ninguno de los miembros de la iglesia volvió a pisar
nuestra casa desde entonces.
"Si ustedes publican esta carta, estaré orando para que tal vez
otros puedan ver las necesidades que tenemos quienes vivimos en

20
un hogar dividido en materia religiosa y cuánto significaría para no-
sotros un poco de amistad".
Cada una de las cartas que hemos reproducido es un ejemplo de
frío y flagrante legalismo. Odio decirlo, pero cada una de esas cartas
fue escrita por un adventista del séptimo día, y reflejan la actitud de
demasiados de nosotros. Es la misma actitud que Pablo condenó en
los gálatas cuando dijo: "¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó?"
Es la misma actitud en la que no quería que sus hermanos gentiles
de Galacia recayeran. Es la misma clase de gente de la que los gálatas
debían librarse según el consejo de Pablo. Los gentiles estaban pre-
ocupados por la circuncisión y por los días festivos —legalismo ce-
remonial— en aquella época. Hoy nosotros estamos preocupados
por el legalismo del estilo de vida.
En el capítulo 16 analizaremos las consecuencias de esta manera de
pensar. Pero antes de pasar al próximo capítulo, quiero cumplir mi
promesa y ver el resultado de la autoevaluación que hicimos al co-
menzar este capítulo. Cuente cuántas respuestas afirmativas puso en
la evaluación y dibuje un círculo alrededor de ese número en la línea
que aparece debajo:

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

Ni la evaluación ni este diagrama de resultados son de tipo


científico. Ambas cosas se me ocurrieron en el lapso de una hora.
Pero a pesar de su sencillez, creo que esta evaluación constituye una
forma veraz de analizarnos a nosotros mismos si es que responde-
mos honestamente las preguntas y hacemos un círculo alrededor del
resultado numérico obtenido. Me permito sugerir que cuanto más
cerca esté usted del 10, más seriamente necesita preguntarse: "¿Soy
un legalista?"
Usted puede pensar que se trata de una cuestión trivial, pero no
lo es. Cuanto más cerca esté usted del 10, más seriamente debe pre-
guntarse si su actitud —su anhelo de pureza en la iglesia— puede es-
tar creando un clima de frialdad que aleja a las personas. Esto es es-

21
pecialmente cierto si al terminar la evaluación usted se sintió dis-
gustado porque el mero hecho de que yo hiciera tales preguntas le
sugiere que soy un liberal.
Desafortunadamente, la mayoría de los legalistas no comprenden
que lo son. Les resulta extremadamente difícil reconocer el daño que
sus actitudes están haciendo en las vidas de otras personas. Si usted
estuvo cerca del 10 —o en el 9—, lo insto a solicitar la ayuda de
Dios para entenderse a usted mismo y sus actitudes. Pídale que le
muestre lo que sus palabras y acciones están haciendo a otros. Pídale
que cambie su corazón y lo haga un cristiano amable y amoroso, ca-
paz de ganar a las personas para Jesús en lugar de empujarlos hacia
él, o alejarlos de él.

22
C APÍTULO 16

Las consecuencias
del legalismo
Gálatas 5:1-15

C
ierto miembro de una iglesia a la que yo asistía me dijo en
una ocasión que una dama anciana de esa iglesia los impor-
tunaba constantemente a él y a su esposa, hasta el hartazgo,
reprochándoles el tipo de ropa que usaban, la clase de alimentos que
consumían, los entretenimientos que elegían, la manera como guar-
daban el sábado, los programas que veían en la televisión.
"Ella es una ancianita sincera, y sé que su intención es buena.
Pero francamente, ya estoy cansándome de esto", dijo.
"Dígale que no son asuntos de su incumbencia", le sugerí.
"Eso no es fácil, ella es una amiga de mi familia y viene a casa
casi cada día", repuso él.
Dejé allí el asunto, ya que no era de mi incumbencia cómo ma-
nejaba él sus amistades. No obstante, este incidente ilustra la lección
que Pablo compartió con nosotros en la primera mitad de Gálatas 5.
El dijo allí: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos
hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. He
aquí, yo, Pablo, os digo que si os circuncidáis, de nada os aprove-
chará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida,
que está obligado a guardar toda la ley" (versículos 1-3).
Pablo dijo que Cristo nos hizo libres para que tuviéramos li-
bertad. ¿Qué significa ser libre?
Por una parte, significa ser libre de la noción según la cual so-
mos responsables de la conducta de cada persona que está en la igle-
sia, o aun en nuestra familia. Significa también ser libres de las per-
sonas que piensan que son responsables de nuestra conducta. Y por
supuesto, significa ser libres de la idea errónea según la cual nuestra
salvación depende de que obedezcamos todas las normas.
No estoy diciendo que debemos eliminar las normas. Simple-
mente estoy tratando de poner las normas en el lugar que les co-
rresponde. Ellas nos ayudan a vivir vidas ejemplares, y cada cristiano
debería ciertamente esforzarse por alcanzar esa meta. Pero las nor-
mas no nos salvan. El hecho de obedecerlas no nos salva. Sólo Jesús
y la fe en él pueden hacer eso. La libertad en Cristo nos hace libres
de la noción según la cual la obediencia a las normas nos salva.
Pablo dijo: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo
nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud".
Note que Pablo no dijo que los cristianos gálatas estuvieran impo-
niéndose a sí mismos un yugo esclavizante. Este yugo les estaba
siendo impuesto por alguien. Y ese alguien era, por supuesto, el par-
tido judío.
La libertad cristiana significa, entre otras cosas, que somos res-
ponsables ante Dios por nuestra conducta y que no deberíamos per-
mitir que otros nos impusieran su propia opinión acerca de cómo
deberíamos vivir. Mi amigo, quien estaba harto de la influencia con-
troladora de aquella amiga de la familia, no sabía cómo poner en
práctica el consejo de Pablo. Pero el consejo de Pablo para ese
hombre y su esposa es sumamente claro: Estén, pues, firmes en la li-
bertad con que Cristo los hizo libres, y no estén otra vez sujetos al
yugo de esclavitud. No permitan que otros, a pesar de su profesa
sinceridad, los presionen a adoptar el estilo de vida de ellos. Ni per-
mitan que otros los acosen o molesten al respecto.
Las normas de la conducta cristiana son un yugo de esclavitud
cuando nos las imponemos a nosotros mismos y las usamos para
medir nuestra experiencia espiritual y nuestra condición delante de
Dios. Ellas son un doble yugo de esclavitud cuando permitimos a
otros que nos impongan su propia manera de entender las normas y
juzguen la calidad de nuestra experiencia cristiana por medio de sus
ideas acerca de lo que es correcto e incorrecto. Hay dos maneras
como podemos permitir que otros hagan esto con nosotros. Una de
ellas es cediendo a la presión moral que ejercen sobre nosotros, ade-
2
cuando nuestra conducta a sus convicciones aunque nuestras pro-
pias convicciones no nos exijan esa clase de conducta. La otra mane-
ra es viviendo de acuerdo con nuestras convicciones, pero sin-
tiéndonos continuamente culpables porque otros insisten en que es-
tamos equivocados. En ambos casos estaremos permitiendo que
otra persona imponga un yugo de esclavitud sobre nosotros.
La única manera que conozco de manejar este problema es se-
guir el consejo de Pablo: Permanecer firmes. No permitirlo. Esto
significa hacer lo que mi amigo no estaba dispuesto a hacer, decirle
al perseguidor (porque eso es lo que tal persona es): "Yo soy respon-
sable ante Dios por mi conducta, no usted, y nuestra amistad puede
continuar sólo si usted deja de andar detrás de mí por las cosas que
hago y que usted no aprueba". No hace falta decirlo con enojo, pero
sí con firmeza. Usted no está diciendo a esa persona que no volverá
a dirigirle la palabra o a asociarse con él o ella en la iglesia, sino que
el nivel actual de amistad existente entre ambos no puede continuar
si esa persona sigue esforzándose por controlar la vida de usted. Eso
es lo que significa "echar fuera a la esclava y a su hijo" (Gálatas
4:30).
Las consecuencias de no asumir esta firme posición pueden ser
serias. Pablo dijo: "He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis,
de nada os aprovechará Cristo". ¡Esas son palabras fuertes!
Pablo no dijo a los cristianos gálatas: "No se circunciden ustedes
mismos". Dijo: "No se dejen circuncidar" por otros. Otra vez llamó
la atención a los esfuerzos hechos por el partido judío para imponer
su sistema de valores a los cristianos de Galacia, y dijo: "¡No permi-
tan eso!"
"Nadie está presionando hoy a los cristianos para que se cir-
cunciden", tal vez esté pensando usted. "El consejo de Pablo no tie-
ne nada que ver con las normas de conducta de hoy".
Es cierto que la conducta particular en los días de Pablo difería
de la actual. Pero como ya lo he señalado en el capítulo anterior, el
punto principal del legalismo gálata era el control. Cuando ése llega a
ser el núcleo del legalismo de hoy, es tan erróneo como el de en-
tonces, ya sea por tratar de imponer nuestro criterio de la moralidad
a otros o por permitir que otros nos impongan sus convicciones,
aunque no tengan que ver con la circuncisión, aunque se refieran a
3
asuntos como la dieta, el entretenimiento, la observancia del sábado
o la vestimenta. Los otros tienen que dar cuenta de sus vidas ante
Dios, y usted y yo tenemos que hacer lo propio con la nuestra. Cada
uno de nosotros es responsable sólo ante Dios por la manera como
vivimos. Cada vez que permitimos que algún otro ocupe el lugar de
Dios en nuestra vida, de nada nos aprovecha Cristo.
Esto no significa que la iglesia no tenga nada que decir acerca de
la vida de sus miembros. Pablo mandó a los creyentes corintios que
desfraternizaran a un hombre que tenía relaciones sexuales con la
esposa de su padre (probablemente su madrastra). La inmoralidad
sexual, el robo, la blasfemia y el homicidio están entre los pecados
por los que una iglesia puede lícitamente disciplinar a sus miembros.
Los adventistas del séptimo día incluyen en esa lista el consumo de
alcohol, tabaco y drogas ilícitas.
Pero aun en esos casos, el asunto no debería ser controlar la vi-
da de otras personas. Cualquier persona debería sentirse libre de be-
ber, fumar y comportarse sexualmente como quiera, siempre que tal
conducta esté de acuerdo con la ley del país donde viven. La iglesia
simplemente está diciendo que una persona no puede hacer esas co-
sas y pretender al mismo tiempo conservar su calidad de miembro
de la Iglesia Adventista. Cualquier organización tiene el derecho de
fijar las condiciones requeribles para llegar a ser miembro de ese
grupo y conservar su condición de tal, y la iglesia no es la excepción
a esa regla.
La diferencia respecto de los asuntos que tienen que ver con el
estilo de vida es el grado de "pecaminosidad" implícito y la posibili-
dad de que existan diferencias de opinión entre las personas conver-
tidas. La iglesia debe disciplinar pecados serios como el adulterio,
pero deberíamos respetar las diferencias de opinión acerca de asun-
tos de menos importancia, especialmente en los casos donde no
existan orientaciones claras y cuando lo acertado o errado de una
conducta sea una cuestión de juicio personal.
Por ejemplo, una mujer cristiana puede usar con recta concien-
cia una falda más corta, mientras que otra piensa que ese vestido de-
bería ser más largo. Una persona disfruta escuchando un determina-
do estilo de música, mientras que otra prefiere otro estilo. Una per-

4
sona puede mirar un programa de televisión que su amigo o amiga
cristianos encontrarían inadecuado para ellos.
La cuestión no es si una de las personas está en lo correcto
mientras que otra está en lo incorrecto. Continuamente me en-
cuentro con personas que hacen cosas que mi conciencia no me
permitiría hacer. La cuestión es si esas personas tienen el derecho de
vivir en armonía con sus conciencias, libres de la presión que yo
podría ejercer sobre ellos y libres de mis chismes acerca de su con-
ducta.
Algunas personas parecen emocional e intelectualmente inca-
paces de reconocer que tales diferencias de opinión pueden ser tole-
radas y de entender que aun así es posible tener una "buena" iglesia.
Según ellos, cada asunto es blanco o negro, tan claramente blanco o
negro que cada cristiano debe ser capaz de estar de acuerdo con los
demás acerca de qué es blanco y qué es negro. Por supuesto, como
lo señalé en el capítulo anterior, esas personas están siempre seguras
de que su opinión es la única acertada, y piensan que quienquiera
que piense de otra manera está del lado equivocado. No pueden ad-
mitir que exista una variedad de opiniones acerca de un mismo tema,
eso que a veces llamamos pluralismo. Algunas personas son los peo-
res legalistas dentro de la iglesia. Pueden dividir una iglesia por la mi-
tad. Son capaces de sacar de la iglesia a grandes cantidades de cris-
tianos débiles y, a pesar de eso, felicitarse piadosamente a sí mismos
por haber mantenido en alto las normas de la iglesia.
Me gustaría analizar seguidamente un tema que se está convir-
tiendo en un foco de creciente contención dentro de la Iglesia Ad-
ventista: el uso de joyas o de bisutería (joyería de imitación) como
aros, collares, etc.). Durante mis primeros 40 años de vida, yo podía
distinguir en la iglesia entre las damas adventistas y las que no lo
eran. Las adventistas nunca usaban aros o adornos por el estilo.
Cuando yo daba la bienvenida a la iglesia a una dama que tenía aros,
collares o brazaletes, estaba seguro de que esa persona no era adven-
tista.
Sin embargo, durante la década del setenta, y en forma creciente
durante la del ochenta, las damas adventistas comenzaron a usar esa
clase de adornos, especialmente aros pequeños y, en menor escala,
collares. Todavía recuerdo cuando hace varios años yo tenía que
5
hacer un esfuerzo consciente para no juzgar a esas damas por la cla-
se de adornos que usaban. Esa era una cuestión entre ellas y Dios,
no entre ellas y yo. Es enteramente posible que en varios casos la re-
lación de esas damas con Dios fuera menos que ideal. Pero yo per-
mito que ése sea un asunto de ellas. Hasta el día de hoy me resisto a
menospreciar a esas personas por la elección que hacen en materia
de adorno personal. Me niego a hablarles de eso y a criticar delante
de otros la decisión que ellas tomaron.
Veamos ahora las consecuencias del legalismo. Pablo dijo: "De
Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia
habéis caído. Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la es-
peranza de la justicia; porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale
algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor" (Gálatas
5:4- 6).
Pablo destaca en este pasaje algunas cosas acerca de quienes tra-
tan de ser justificados por la ley. Algunos cristianos no logran aplicar
este consejo a sí mismos porque aseguran creer en la justificación
por la fe. Pero su insistencia en juzgar la espiritualidad de las perso-
nas mediante la conformidad de éstas a ciertas normas de compor-
tamiento es una clara evidencia de que la ley es para ellos más im-
portante que la gracia. Pablo dijo dos cosas acerca de quienes tratan
de ser justificados por la ley: 1) Se "desligaron" de Cristo, y 2) "han
caído de la gracia".
Desligarse de Cristo significa no tener relación alguna con él. Si
lo que nos salva es una relación especial con Cristo, el hecho de es-
tar desligados de él significa la inexistencia de tal relación, y la con-
secuencia de ello es la pérdida de la vida eterna.
Pablo fue un paso más allá y dijo: "Los que por la ley os justifi-
cáis; de la gracia habéis caído". Caer de la gracia significa caer del es-
tado de salvación que el creyente disfruta cuando está bajo la gracia.
Significa estar perdido.
¡Las consecuencias del legalismo son serias!
Ya hemos hablado lo suficiente acerca del legalismo por el mo-
mento. ¿Cómo es un verdadero cristiano? Pablo dijo: "Por el Espíri-
tu aguardamos por fe la esperanza de la justicia". La justicia que

6
"aguardamos" está en contraste con la justicia según la ley, enseñada
por el partido judío.
Una pregunta que podemos hacer aquí es: Cuando Pablo habló
de "la esperanza que aguardamos", ¿estaba pensando en la justicia de
Cristo que sustituye nuestra conducta pecaminosa y de esa manera
nos salva, es decir, la justificación? ¿O estaba pensando en la con-
ducta justa del cristiano que ha sido transformado interiormente, lo
que comúnmente denominamos santificación?
Una consideración cuidadosa del pasaje en cuestión me sugiere
que Pablo tenía en mente la santificación. En primer lugar, la justifi-
cación, que nos pone legalmente en armonía delante de Dios, no es
algo que el cristiano aguarda. Aguardar significa anticipar algo que se
encuentra en el futuro. Pero la justificación ocurre instantáneamente,
en el momento mismo cuando confesamos nuestros pecados y po-
nemos nuestra fe en Cristo. La justificación produce nuestra certeza
de salvación y eso es algo que no necesitamos esperar o aguardar.
Podemos saber que tenemos eso ahora (véase 1 Juan 5:12, 13).
La santificación, por otra parte, ocurre de manera más gradual.
Puede decirse ciertamente que esperamos que ocurra un cambio en
nuestra conducta por medio de la transformación del corazón.
Pablo dijo en Gálatas 5:6: "Porque en Cristo Jesús ni la circun-
cisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor".
A muchos legalistas les resulta difícil expresar amor a quienes trans-
greden sus normas de conducta. ¿Recuerda usted los ejemplos de le-
galismo que mencioné en el capítulo anterior? Una característica
común a los cuatro casos era que quienes se sentían ofendidos eran
incapaces de mostrar amor a quienes ellos percibían como pe-
cadores. Los legalistas dirán: "Su presencia está dañando la moral de
la iglesia". El cristiano dirá en cambio: "Estoy tan feliz de verte en la
iglesia hoy". Recibirán al pecador con un abrazo y le dirán: "Siento
interés por ti". Los verdaderos cristianos no miran con ceño a los
pecadores, sino que les sonríen.
Tal vez usted ha comenzado a reconocerse como un legalista a
la luz de las descripciones que he hecho en el presente capítulo y en
los previos. Si usted es un legalista, espero que se haya dado cuenta
de ello. Y lo digo con cariño, pues tengo buenas noticias para usted.
Dios puede perdonar el legalismo así como puede perdonar cual-
7
quier otro pecado. Más aún, él puede ayudarlo a usted a vencer su
legalismo. Es posible escapar del legalismo. Probablemente sea uno
de los pecados más difíciles de abandonar pues es muy penoso reco-
nocer que existe en nosotros mismos. Pero no se desanime por el
hecho de que sea difícil. Lo que importa es que es posible. Analizare-
mos esto mucho más detenidamente en el próximo capítulo.
Hablemos de Gálatas 5:7-12: "Vosotros corríais bien; ¿quién os
estorbó para no obedecer a la verdad? Esta persuasión no procede
de aquel que os llama. Un poco de levadura leuda toda la masa. Yo
confío respecto de vosotros en el Señor, que no pensaréis de otro
modo; mas el que os perturba llevará la sentencia, quienquiera que
sea. Y yo, hermanos, si aún predico la circuncisión, ¿por qué padez-
co persecución todavía? En tal caso se ha quitado el tropiezo de la
cruz. ¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!"
Pablo habló muy específicamente acerca de quiénes estaban cre-
ando problemas en Galacia. No dio nombres, pero no cabe duda de
que estaba refiriéndose a ciertas personas en particular. El dijo: "Vo-
sotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la ver-
dad?" Los cristianos gálatas ciertamente sabían quiénes los habían
estorbado. Sabían exactamente quiénes eran los miembros del parti-
do judío y quiénes simpatizaban con éstos en las congregaciones de
Galacia.
En el versículo 10, Pablo dijo: "El que os perturba llevará la sen-
tencia, quienquiera que sea". Note que Pablo usa la forma singular al
referirse al partido judío. Probablemente tenía en mente a una per-
sona específica. Un grupo de personas se había infiltrado en las igle-
sias de Galacia y una de esas personas era sin duda el líder del grupo.
He allí la razón por la que Pablo se refiere a "el que os perturba".
Pablo podría haber dado un nombre específico. Probablemente sab-
ía cuál era ese nombre, pero prudentemente dejó ese dato fuera de
una carta que debía ser públicamente leída en la iglesia. Ello consti-
tuye un ejemplo de cómo deben ser tratados los legalistas que hay en
la iglesia: con firmeza, pero también con amabilidad.
Pablo dijo finalmente —y ello indica que más de un represen-
tante del partido judío había llegado a Galacia—: "¡Ojalá se mutila-
sen los que os perturban!" La expresión traducida como mutilar sig-
nifica en verdad emascular, castrar. ¡Pablo estaba realmente enojado!
8
Lo que él está diciendo es: "Me gustaría que estos perturbadores lle-
garan hasta las últimas consecuencias y se castraran a sí mismos".
En el versículo 9, Pablo dice algo que encuentro sumamente
significativo: "Un poco de levadura leuda toda la masa". Pablo se re-
fería a que si no se le ponía freno, el espíritu legalista del partido jud-
ío envenenaría finalmente el cuerpo entero de la iglesia cristiana en
Galacia.
Lo mismo es cierto hoy. El legalismo que no es detenido se es-
parcirá y crecerá. Y hay una buena razón que explica ese fenómeno:
a primera vista parece muy razonable. Los seres humanos no pode-
mos ver cuál es la condición del corazón de las personas, pero pode-
mos ver cómo es su conducta. Así que establecemos normas que
nos permiten medir la conducta, y entonces juzgamos la conducta de
los demás. En poco tiempo, el espíritu crítico de una persona, que
parece tan razonable porque se refiere a algo que es visible y mensu-
rable, se esparce por toda la iglesia. Al igual que una cucharada de
levadura, trabaja desde el interior y afecta a toda la masa. Como un
diminuto cáncer maligno, ha infectado todo el cuerpo.
Creo que la solución para este problema se encuentra en 1 Co-
rintios 4:5: "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que
venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y
manifestará las intenciones de los corazones".
La razón por la que Dios nos dice que no debemos juzgarnos
unos a otros en este mundo no es que nos falte inteligencia. Lo que
nos falta es información. No podemos leer el corazón. Las personas
a quienes consideramos pecadoras sobre la base de una observación
exterior pueden, no obstante, tener una relación estrecha con Jesús
en su interior. Por otra parte, hay personas cuya conducta nos pare-
ce de lo más ejemplar y que tal vez estén siendo indulgentes con los
pecados más ofensivos dentro de sus corazones y en su vida privada.
Somos suficientemente inteligentes como para juzgarnos unos a
otros ahora. Y uno de estos días, cuando Cristo regrese, Dios nos
dará toda la información necesaria para hacer eso. Entonces, "el Se-
ñor... aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las in-
tenciones de los corazones". Entonces tendremos pleno derecho de
evaluar la experiencia cristiana de otros, especialmente la de quienes
no estén junto a nosotros en el reino de Dios. Entonces en-
9
tenderemos, como Dios y los ángeles entienden ahora, por qué algu-
nas personas que parecen tan ejemplares en esta vida no recibirán la
vida eterna. También entenderemos por qué algunos acerca de los
cuales pensábamos que nunca llegarían al reino de Dios estarán allí.
En última instancia, el legalismo es el esfuerzo por usar nuestra
inteligencia, lo cual es adecuado, para juzgar a otros basándose en
datos que no son adecuados. Desafortunadamente, por cuanto el le-
galismo es tan visible y mensurable, parece adecuado; parece razona-
ble y correcto. Y ésa es la razón por la que puede esparcirse tan rápi-
damente a través de toda una congregación.
Es necesario un discernimiento espiritual especial por parte de
los dirigentes de una congregación para evitar que este espíritu tome
el control de toda una iglesia.
Me gusta lo que dice Pablo al comienzo de Gálatas 5:10: "Yo
confío respecto de vosotros en el Señor, que no pensaréis de otro
modo". Pablo expresó su confianza en los cristianos de Galacia. Es-
ta es una de las cosas que a los legalistas les resulta muy difícil. No
pueden confiar en que otros emitan juicios correctos. Esa es la razón
por la que intentan tan vehementemente imponer su propio juicio
sobre los demás. Temen que otros se equivoquen. En su "gran
amor" y "profunda preocupación" por otros, quieren ayudarlos a
encontrar la vida eterna. Los legalistas preferirían retorcer con sus
propias manos el pecado que hay en la iglesia antes que creer que los
pecadores pueden vencer esos pecados en virtud de su relación con
Dios.
Pablo no era de esa idea. Él expresó plena confianza en que los
cristianos gálatas vencerían la tentación del legalismo, en que supe-
rarían eso y crecerían en su experiencia cristiana. Creo que tenía una
confianza particularmente firme en que los dirigentes de la congre-
gación de Galacia impedirían que el legalismo del partido judío to-
mara el control de sus iglesias. Confiaba en que estos líderes "echar-
ían fuera a la esclava y a su hijo" (Gálatas 4:30).
Hablemos brevemente de Gálatas 5:13-15: "Porque vosotros,
hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la li-
bertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a
los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás

10
a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os coméis unos
a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros".
Hay un punto en el que coincido con los legalistas. Las elevadas
normas de la conducta cristiana son importantes. Pablo destacó ese
hecho cuando dijo: "Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llama-
dos; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne". Las
normas cristianas son una manera de definir la clase de conducta que
es aceptable y la que no lo es bajo la ley del amor para con los de-
más. El problema es que los legalistas ponen la norma por encima
del amor. Para ellos es más importante que una persona esté en ar-
monía con las normas. No logran comprender cuán desamorados
son en sus esfuerzos por "ayudar" a otros.
Pablo no tenía la intención de rebajar las normas de la iglesia o
las normas de la Biblia. Los cristianos no deben ser indulgentes con
su naturaleza pecaminosa, y, en consecuencia, tampoco deben com-
portarse de maneras que son obviamente una expresión de la natura-
leza pecaminosa. Pero la motivación que debe animar esas elevadas
normas debe ser el amor para con los demás, y no la observancia de
las normas en sí mismas. Quienes insisten en las normas elevadas sin
amor, y quienes tratan de controlar a otros, están siendo indulgentes
con su propia versión de la naturaleza pecaminosa.
Me gustaría concluir este capítulo con el versículo 15: "Tengan
cuidado, porque si ustedes se muerden y se comen unos a otros, lle-
garán a destruirse entre ustedes mismos" (versión Dios habla hoy).
Difícilmente las actitudes legalistas de unos pocos se harán ex-
tensivas a toda una congregación. Lo que es mucho más probable es
que se produzca una división en la iglesia, entre quienes adoptan las
opiniones estrechas de los legalistas y quienes no lo hacen. Desa-
fortunadamente, resulta muy difícil tratar con los legalistas ya que
sienten una gran necesidad de controlar a otros y se niegan a dejar
de criticar. En su momento, esto desemboca en algo que es casi tan
malo como una congregación entera convertida al legalismo: la gue-
rra dentro de la iglesia.
Y es muy probable que eso fuera lo que ocurrió en Galacia. La
insistencia del partido judío en que los gentiles se sometieran a la
circuncisión y a las otras leyes ceremoniales judías había dividido a la
iglesia de Galacia en dos bandos. En el momento en que Pablo es-
11
cribió su Epístola a los Gálatas, aquella división se había convertido
en una guerra verbal de enojo, acusaciones, denuncias y recusacio-
nes. Puede que la división estuviera delimitada por fronteras étnicas,
con los cristianos judíos de parte del partido judío, y los cristianos
gentiles del lado de Pablo.
Cuando pensamos en el legalismo como un deseo de obtener el
control, es inevitable que esta división ocurriera en las congrega-
ciones de Galacia. Tales divisiones pueden ocurrir en cualquier con-
gregación donde un grupo trata de controlar a otro. Y este problema
terminará, tarde o temprano, produciendo heridas emocionales, re-
laciones rotas y vidas arruinadas. Miles de jóvenes han abandonado
su relación con la iglesia, y algunos han abandonado también su re-
lación con Dios, por los esfuerzos que los legalistas de la iglesia han
hecho para controlarlos. Jesús dijo que a esos legalistas les conven-
dría que se les atase al cuello una piedra de molino y se les arrojase al
mar (véase Lucas 17:1, 2). No es de maravillarse que Pablo advirtiera
a los cristianos gálatas en los siguientes términos: "Tengan cuidado,
porque si ustedes se muerden y se comen unos a otros, llegarán a
destruirse entre ustedes mismos" (versión Dios habla hoy).
Por eso es tan importante que tengamos una comprensión co-
rrecta de las normas y de cómo vincularnos con ellas en nuestras re-
laciones interpersonales. Por eso es tan importante que aprendamos
a ser amorosos, comprensivos y amables con quienes no ven las co-
sas exactamente como nosotros, o no han alcanzado el mismo grado
de desarrollo que nosotros en su experiencia cristiana.
Recuerdo una declaración de G. R. Beasley-Murray: "El camino
hacia la cruz siempre ha sido más fácil para el publicano que para el
fariseo". 1
¡Hagamos nuestro camino hacia la cruz tan fácil como sea posi-
ble! Oremos para que Dios nos ayude a comprender el legalismo que
existe en nuestro propio corazón. Pidámosle que nos ayude a enten-
der lo que significa realmente ser libres en Jesús.

1
The New Century Bible Commentary [Comentario biblico del nuevo siglo] (Lon-
dres: Marshall, Morgan y Scott, 1974), p. 105.
12
C APÍTULO 17

La victoria sobre el
legalismo
Gálatas 5:12-26

H ace algunos años, mi esposa y yo asistimos a un seminario


de historia denominacional dictado en la Universidad An-
drews. Uno de los asistentes era un caballero de unos 75
años de edad, con quien compartimos en una oportunidad el al-
muerzo en la cafetería de la universidad. Durante la conversación, él
dijo: "Yo era un legalista acérrimo e intransigente. Estoy seguro de
que mi presencia resultaba sumamente desagradable para la gente a
la que me acercaba. Debo haber hecho miserable la vida de mi pobre
esposa. Pero hace unos tres años, el pastor de mi iglesia presentó
una serie de temas acerca de la justificación por la fe, y comencé a
verme como realmente era. Estoy agradecido de que Dios haya
cambiado mi vida. El ha transformado mi corazón y ya no soy un
legalista".
Mientras mi esposa y yo conversábamos con aquel hombre
comprendimos que él realmente había sido un legalista y que ya no
lo era. Más tarde, cuando estábamos en nuestra habitación, dijimos:
"¡Alabado sea Dios. Si eso puede ocurrir con un hombre de 75 años,
puede ocurrir con cualquier persona!" La edad no importa cuando
Dios transforma los corazones.
Sí, la victoria sobre el legalismo es posible. Y ése es el tema de la
segunda mitad de Gálatas 5. Creo que la manera más sencilla de
comprender esa sección será verla en primer lugar como un todo,
para luego analizar los detalles. Eso nos permitirá movernos entre
los versículos con libertad en lugar de examinar versículo por versí-
culo o sección por sección. Será una metodología mucho más ade-
cuada en este caso particular. He aquí los versículos 16 y 17: "Digo,
pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es
contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que
quisiereis".
El punto principal que debemos notar en estos versículos es el
conflicto existente entre la naturaleza pecaminosa y el Espíritu. En
los versículos 19-23 Pablo analizó detalladamente ambos conceptos.
He aquí lo que dice acerca de la naturaleza pecaminosa: "Y manifies-
tas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmun-
dicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto,
como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios" (vers. 19-21).
Pablo también se refirió al Espíritu y a su influencia en la vida
del cristiano: "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, pacien-
cia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales
cosas no hay ley" (versículos 22, 23).
Pablo concluye entonces el capítulo con un breve comentario
acerca de cómo pueden los cristianos vivir por el Espíritu en lugar
de vivir por la naturaleza pecaminosa: "Pero los que son de Cristo
han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el
Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vana-
gloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros"
(versículos 24-26).
La pregunta que se impone aquí es: ¿Por qué llega Pablo tan le-
jos, cerca del final de su respuesta al partido judío, como para ocu-
parse del tema de la naturaleza pecaminosa y de la vida en el Es-
píritu? La respuesta es muy simple: el legalismo destruye la verdadera
espiritualidad y finalmente conduce a los legalistas hacia abajo, preci-
samente a la senda descendente que ellos están tan ansiosos por evi-
tar, a una vida de pecado que está en armonía con la naturaleza pe-
caminosa. ¡Y recorren esa senda haciéndose la ilusión de que en rea-
lidad están avanzando hacia la santidad!
Mencioné antes en este libro que los miembros del partido judío
que llegaron a Galacia eran completamente sinceros en su deseo de
2
ayudar a los creyentes gálatas para que experimentaran la salvación.
Puedo imaginarlos orando de rodillas en la casa de alguno de sus
simpatizantes y rogando a Dios que "abra el camino para que la ver-
dad divina pudiera extenderse por toda Galacia". Yo mismo he
hecho muchas oraciones como ésa. ¿Cómo podía ser que individuos
tan sinceros estuvieran tan equivocados?
Desafortunadamente, también puedo visualizar cuán determi-
nados estaban a destruir la influencia de Pablo en las iglesias de Ga-
lacia. Puedo escuchar sus críticas a la teología del apóstol, su esfuer-
zo por desacreditarlo cuestionando la legitimidad de su apostolado.
No cabe duda de que todo lo decían empleando el vocabulario reli-
gioso adecuado, pero Pablo reconocía la motivación que se hallaba
detrás de sus devotas expresiones.
Volvamos al comienzo de la porción bíblica que estamos consi-
derando en este capítulo. En verdad, necesitamos comenzar con
Gálatas 5:15, lo cual analizamos en la conclusión del capítulo ante-
rior. He aquí ese versículo junto con los dos que le siguen: "Pero si
os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os con-
sumáis unos a otros. Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfa-
gáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el
Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre
sí, para que no hagáis lo que quisiereis".
El hecho de que estuvieran "comiéndose" y "mordiéndose"
unos a otros era el resultado de los esfuerzos de los miembros del
partido judío por imponer sus opiniones en las congregaciones de
Galacia. Los cristianos gálatas que se oponían a ellos probablemente
carecían de la madurez necesaria para manejar el problema sin sen-
tirse perturbados ellos mismos, y eso hizo que las peleas y la crítica
estallaran en las diversas congregaciones.
Con esto en mente, leamos el versículo 16: "Andad en el Espíri-
tu, y no satisfagáis los deseos de la carne", dijo Pablo.
Dos cosas resultan significativas respecto de este versículo. La
primera es el hecho de que la hostilidad y la crítica resultantes del le-
galismo del partido judío eran una manifestación de la naturaleza pe-
caminosa ("los deseos de la carne") en ambos bandos. La crítica del
partido judío contra Pablo y sus esfuerzos por obligar a los gentiles a
aceptar las demandas de la ley ceremonial del Antiguo Testamento
3
pudieron haber sido el origen del conflicto, pero ambos bandos es-
taban manifestando su naturaleza pecaminosa.
Encuentro muy significativo el hecho de que el legalismo es una
demostración precisamente de la misma naturaleza pecaminosa que
los legalistas condenan tan vehementemente en otros. He ahí por
qué el legalismo es un pecado tan difícil de reconocer en nosotros
mismos. Los legalistas se sienten tan bien por el hecho de que no
son "malos", que nunca se les ocurre que su espíritu condenatorio
puede ser tan pecaminoso como los pecados que condenan en otros.
Sin embargo —y esto nos conduce al segundo pensamiento im-
portante presente en el versículo 16—, allí donde Pablo señala el
problema, también destaca cuál es la solución: "Andad en el Espíri-
tu, y no satisfagáis los deseos de la carne". La victoria sobre cual-
quier forma de legalismo proviene de aprender cómo andar en el
Espíritu.
Si el legalismo brota de la naturaleza pecaminosa, la clave para
vencerlo consiste en aprender a vivir en el Espíritu. Me gustaría ana-
lizar lo que significa vivir en el Espíritu en el contexto del proceso a
través del cual obtenemos la victoria sobre el pecado. Comenza-
remos con el primer paso que los cristianos deben dar para vencer el
pecado en sus vidas y avanzaremos hasta el último. Pero para ello
nos desviaremos por un momento de la Epístola a los Gálatas, por-
que allí Pablo analiza sólo el primero y el último de esos pasos. Los
otros pasos intermedios son totalmente bíblicos, aunque Pablo no
los mencione aquí.
El primer paso para obtener la victoria sobre cualquier pecado
consiste en reconocer que se trata de un pecado y que somos culpa-
bles de él. Eso se llama convicción. La convicción es también el primer
paso del cristiano hacia una vida vivida en el Espíritu, pues éste es
quien convence de pecado. "Y cuando él venga, convencerá al mundo
de pecado" (Juan 16:8).
Una de las maneras más importantes como el Espíritu Santo nos
convence de pecado es por medio de la Biblia. Y puesto que Pablo
era un escritor bíblico, el Espíritu podía utilizar su epístola a los cris-
tianos gálatas para convencerlos de pecado.

4
En verdad, la convicción de pecado nunca termina en la vida de
los cristianos genuinos. Los cristianos están siempre dispuestos a
permitir que el Espíritu les señale otra área de sus vidas que necesita
ser sometida a Jesucristo, perdonada y limpiada por su sangre. La
convicción es el primer paso en el proceso a lo largo del cual los pe-
cadores llegan a ser cristianos, pues comienza aún antes de que sean
cristianos. Jesús dijo que ninguno de nosotros podría ir a él si no
fuera porque él toma la iniciativa de conducirnos (véase Juan 6:44),
aunque es el Espíritu Santo quien en efecto actúa en nuestra mente y
corazón para conducirnos a Jesús.
Dios no usó la carta de Pablo a los gálatas sólo para convencer-
los del pecado del legalismo que el partido judío estaba tratando de
imponerles; pienso que Dios usó aquella carta para tratar de con-
vencer a los integrantes mismos del partido judío acerca de la verda-
dera naturaleza de sus actitudes y de su conducta. Claro que no sa-
bemos si algunos miembros del partido judío reconocieron la veraci-
dad de las declaraciones paulinas, pero pienso que un gran número
de cristianos gálatas, incluyendo a los cristianos de origen judío de
Galacia, se rindieron sin duda a la convicción producida por el Espí-
ritu Santo y abandonaron su legalismo. Espero que así haya sido.
El legalismo no es la tentación de unos pocos. Es la tentación
de cada uno de nosotros. Creo que hay algo de legalismo en todo
cristiano. Todos tenemos que resistirnos a la idea de que podemos
hacer algo para merecer la salvación. Y sospecho que cada uno de
nosotros se ve tentado de vez en cuando a imponer a los demás sus
propias opiniones acerca de lo que consideramos moral. Cuando en-
tendemos lo que Pablo dijo a los gálatas, Dios puede usar su epístola
para convencernos a cada uno de nosotros del legalismo que hay en
nuestro interior.
Desafortunadamente, como lo he señalado antes, los legalistas
tienden a ser los últimos en reconocer su propio legalismo o en en-
tender que éste es un pecado. ¿Significa eso que no hay esperanza
para ellos?
Claro que no, o, como lo dijo Pablo: "En ninguna manera"
(Gálatas 3:21). Tengo buenas noticias para usted. Sí hay esperanza
para el legalista. Y puesto que hay un poco de legalismo en todos

5
nosotros, lo que digo se aplica a cada persona que está leyendo este
libro, incluyéndome a mí.
Comencemos con la raíz del problema: a ninguno de nosotros le
complace admitir que estamos equivocados. Sabemos teóricamente
que somos pecadores y no nos preocupa admitir eso en un sentido
general. En verdad, eso nos hace sentirnos muy acompañados, ya
que cada persona es un pecador. Pero odiamos ser demasiado es-
pecíficos acerca de nuestros pecados. "Sí, Señor, soy un pecador.
¡Pero seguramente no estás refiriéndote a aquello... a eso... o a lo
otro!" Créame. ¡Los legalistas no son los únicos que se resisten a re-
conocer pecados propios y específicos! Todos nosotros hacemos eso
todo el tiempo.
¿La opinión de quién pesa más cuando se trata de determinar si
una conducta o una característica personal es pecaminosa: la de
Dios, la suya o la mía? Pienso que todos estaríamos de acuerdo en
que sólo cuenta la opinión de Dios. Así es que no tenemos derecho
alguno de decirle nada a Dios acerca de nuestros pecados. Si de ve-
ras nos importa la salvación, nuestro principal objetivo no ha de ser
decirle a Dios lo que pensamos acerca de nuestra vida, sino escuchar
lo que él piensa acerca de nuestra vida.
Puesto que el legalismo es un rasgo humano casi universal, cada
uno de nosotros debería asumir el hecho de que muy probablemente
nos hemos sentido tentados a ser legalistas, y probablemente lo somos
en algunos sentidos, aunque más no sea un poco. Además, si te-
nemos aún la más tenue tendencia al legalismo, Dios lo sabe. En
verdad, cuanto más pequeña sea esa tendencia, menos conscientes
seremos de su existencia, lo que significa que sólo Dios conoce esa
realidad.
Con estos pensamientos en mente, he aquí lo que le sugiero que
haga. Pida a Dios que le muestre cualquier tendencia que exista en
usted hacia el legalismo. En otras palabras, invítelo a que produzca
en usted esa convicción. Dígale: "Dios, hazme saber si soy legalista
en alguna forma".
Si usted siente que no desea hacer esa oración, permítame com-
partir un par de pensamientos con usted. El primero de ellos es una
pregunta que ya hice anteriormente: ¿Qué opinión es más im-
portante para usted: la suya o la de Dios? ¿Siente usted temor de lo
6
que Dios podría decirle? ¡Ese es un terreno peligroso para que un
cristiano ponga su pie en él!
El segundo punto es el siguiente: esa oración —"Dios, hazme
saber si soy legalista en alguna forma"— no va a saltar sobre usted
para morderlo. Créame, se trata de una oración perfectamente segu-
ra. No le producirá cáncer. Ni siquiera le dará dolor de estómago.
Así que aun en el caso de que usted esté seguro de que no es un le-
galista, no tenga miedo de esa oración. En verdad, cuanto más segu-
ro esté usted de que no es un legalista, menos tiene que temer acerca
de esa oración. Porque si usted está tan en lo cierto como cree, en-
tonces Dios concuerda con usted y no intentará convencerlo de que
usted es culpable de algo acerca de lo cual es inocente. Por otra par-
te, seguramente usted estará de acuerdo en que si, a pesar de sentirse
seguro de lo contrario, usted es en verdad un legalista en ciertos sen-
tidos, usted necesita al igual que todos saberlo y debería querer saberlo.
Así que anímese y eleve la oración: "Dios, muéstrame si ves que
soy legalista en algún sentido".
Una vez que usted haya elevado esa plegaria, ¿qué puede ocu-
rrir?
Probablemente nada en un principio. Dudo que Dios escriba al-
go en el firmamento. Es improbable que usted tenga una visión o
escuche voces provenientes del espacio exterior. La convicción divi-
na de que usted es un legalista, si tal es el caso, se producirá muy
probablemente de una manera mucho más sutil. Simplemente repita
esa plegaria una vez al día durante no menos de un mes. Si usted es
en verdad un legalista en algún sentido, mucho o poco, Dios co-
menzará a mostrárselo claramente por medio de los acontecimientos
de su vida cotidiana. Así es como él opera generalmente.
La convicción es el primer paso en el camino que conduce a los
pecadores hacia la salvación. El arrepentimiento es el segundo paso.
La convicción es la voz del Espíritu Santo señalándonos los errores
que hay en nuestra vida. El arrepentimiento es nuestro reconoci-
miento de que Dios tiene razón. La parte que nosotros desempeña-
mos en la convicción es mayormente pasiva. El Espíritu Santo toma
la iniciativa de colocar pensamientos en nuestra mente sin siquiera
pedirnos permiso. Pero en lo que respecta al arrepentimiento, somos
nosotros quienes debemos decidir si aceptamos lo que Dios nos dice
7
acerca de nuestros pecados. Dios no nos obligará a arrepentimos.
No obstante, nadie jamás se arrepentiría por sí mismo, por iniciativa
propia. Es Dios quien nos conduce al arrepentimiento. Aunque él no
nos obligará a aceptar su veredicto acerca de nuestros pecados, nos
da el poder necesario para tomar esa decisión. Esto puede ilustrarse
con la imagen de un niño extendiendo su mano hacia un frasco con
galletitas que se encuentra en lo alto de un estante sin poder alcan-
zarlo, y su madre alzándolo para que él pueda extraer una de dentro
del recipiente.
En verdad, toda vez que decimos que Dios hace algo por noso-
tros en el ámbito de nuestra mente, como convencernos o a ayudar-
nos a que nos arrepintamos, es el Espíritu Santo quien realmente hace
esas cosas. El Espíritu Santo es el integrante de la Trinidad que habi-
ta en nosotros (véase Juan 14:17). En consecuencia, el arrepenti-
miento es también parte de aquello a lo que Pablo se refiere en Gála-
tas cuando habla de "vivir en el Espíritu".
Supongamos que usted ha estado repitiendo por lo menos una
vez al día la oración que le sugerí, y a veces dos o tres veces al día:
"Dios, muéstrame si soy un legalista en algún sentido". Imagine que
más o menos una semana después de eso, usted está hablando con
un amigo por teléfono, cuando repentinamente surca su mente el
pensamiento de que algunas de las palabras que acaba de pronunciar
se parecen a algo que leyó uno o dos capítulos atrás en este libro.
Unos días después, usted escucha que alguien utiliza en la iglesia la
misma clase de expresiones y vuelve a recordar que leyó algo al res-
pecto en este libro. Lo mismo le sucede dos o tres veces durante la
semana siguiente, y el sábado siguiente usted ya comienza a pre-
guntarse si eso que le ocurre es evidencia de que el Espíritu Santo
está tratando de decirle algo.
Dios dispone de mil maneras para producir en su mente la con-
vicción de que usted es un legalista. La situación imaginaria que des-
cribí en el párrafo anterior es un ejemplo de cómo podría él hacerlo.
Pero él tiene muchas otras maneras. En el transcurso de la primera
semana durante la cual usted esté repitiendo aquella oración, alguien
podría acercarse directamente a usted y decirle con todas las letras:
"Eres un legalista". ¡Eso podría ser una forma de respuesta a su ora-
ción!

8
Cualquiera sea la forma como Dios produzca en su mente la
convicción de que usted es un legalista, el siguiente paso, como lo
señalé anteriormente, debe ser el arrepentimiento. Desafortunada-
mente, si usted se parece a la mayoría de nosotros los pecadores, no
le gustará la idea de arrepentirse simplemente porque el Señor le
haya mostrado que necesita hacerlo. Así que, ¿cómo puede usted
arrepentirse cuando no quiere hacerlo?
Hay una forma de lograrlo que da resultado: oblíguese a sí mis-
mo. Usted puede decidir arrepentirse, así como un bebé puede deci-
dir que quiere alcanzar una galletita que se encuentra en un estante
inaccesible para él. Pero usted no puede realmente arrepentirse hasta
que el Espíritu Santo lo "alce" para que usted lo pueda lograr. Así
que le sugiero dos plegarias adicionales. En primer lugar, diga: "Si
eres tú quien me está hablando y si realmente estás tratando de decir-
me que soy un legalista en relación con ese asunto, sigue produ-
ciendo esta convicción en mí". La segunda plegaria es en realidad
una adición a la primera: "Señor, si en verdad eres tú quien me está
hablando, ayúdame a que quiera aceptar lo que me estás mostrando,
aunque en este momento yo no sienta la disposición a aceptarlo".
Eso equivale a pedirle a Dios que lo eleve para que usted pueda po-
ner su mano dentro del frasco de las galletitas, es pedirle que lo ayu-
de a arrepentirse.
Usted no tiene nada que perder al pronunciar esas plegarias.
Dios no le dirá que usted es un legalista si en verdad no lo es. Por
otra parte, si usted es un legalista, querrá saberlo para poder enfren-
tar el problema. En cualquiera de los dos casos, ¡es usted quien sale
ganando!
Vivir en el Espíritu no es tan malo después de todo, ¿verdad?
En última instancia, es simplemente cooperar con lo que ya sabía-
mos que Dios quiere hacer por nosotros y en nosotros.
Si Dios le muestra a usted que ha sido un legalista en algo que
parece una pequeñez, piense que ello puede ser la clave o la eviden-
cia de que usted también es legalista en otros sentidos que ni siquiera
sospecha. Siga elevando esas oraciones. ¡Dios seguirá respon-
diéndolas!
Si usted descubre que ha sido un legalista furibundo durante
años, la súbita percepción de que ha dañado a muchas personas a lo
9
largo de la vida podría dejarlo sumamente agobiado. Aquí es donde
el tercer paso del proceso resulta absolutamente esencial: confesión
y perdón. Pongo esas dos cosas juntas porque Dios lo hace: "Si con-
fesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9).
La victoria sobre cualquier pecado requiere confesión. Los al-
cohólicos que vencen su adicción por medio de Alcohólicos Anóni-
mos han aprendido eso. Sólo hace cincuenta años el mundo conoció
una manera de que los alcohólicos pudieran controlar su hábito. An-
tes de eso, fueron muy pocas las personas que realmente vencieron
el alcoholismo. Estoy convencido de que Alcohólicos Anónimos
tiene éxito porque emplea un método profundamente espiritual para
enfrentar el problema. Y me parece sumamente significativo que va-
rios de los doce pasos del método empleado por Alcohólicos Anó-
nimos tienen que ver con la necesidad de reconocer y confesar el
pecado; en el caso de ellos, el pecado del alcoholismo. He aquí los
pasos que tengo en mente:
Paso 4: "Hagamos un análisis y un inventario moral valiente
acerca de nosotros mismos".
Paso 5: "Admitamos ante Dios, ante nosotros mismos y ante
otro ser humano la naturaleza exacta de nuestros errores".
Paso 8: "Hagamos una lista de todas las personas a las que he-
mos lastimado, y desarrollemos la disposición a reparar todo ese da-
ño que hicimos".
Paso 9: "Compense directamente a esas personas por el daño
que les hizo siempre que eso sea posible, excepto en los casos en
que hacer eso significaría perjudicar a otras personas".
Los doce pasos de los Alcohólicos Anónimos dan resultado en
personas de toda clase de religión que los ponen verdaderamente en
práctica. También funcionan en el caso de personas que no tienen
una fe religiosa en particular. ¡Incluso funcionan con personas que
no creen en Dios! Alcohólicos Anónimos ha demostrado que es así
vez tras vez a lo largo del tiempo.
La pregunta es: ¿Por qué?

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Creo que la respuesta es que Dios hizo que la mente humana
funcione de esa manera. La confesión es una actividad profunda-
mente espiritual. Admitir nuestras faltas ante nosotros mismos y
confesarlas a quienes hemos dañado es el método divino para que
cualquiera pueda vencer un mal hábito. Esa es la razón por la que
Dios nos habla acerca de eso en las Escrituras.
Si usted desea sinceramente vencer el legalismo que Dios le está
mostrando, es esencial que usted haga algo por aquellas personas a
quienes ha dañado con sus actitudes y palabras. Esto puede ser ex-
tremadamente difícil. En verdad, algunas personas lo han encontra-
do imposible. Pero las buenas noticias son que no tiene por qué ser
así. Hay otra oración que usted puede elevar para manejar el dolor y
la dificultad implícitos en la confesión: "Dios, ayúdame a querer
confesar este pecado".
Una vez que usted ha confesado su falta, tiene el perfecto dere-
cho de reclamar el pleno y completo perdón divino.
La Biblia dice que "si confesamos" —y cuando usted hace su
confesión ya ha cumplido esta condición—, "él es fiel y justo para
perdonar".
El perdón divino tiene dos aspectos. En primer lugar, se trata de
una transacción legal que ocurre en los libros de registro del cielo.
Dios escribe la palabra "perdonado" sobre ese pecado. En verdad, la
Biblia dice que ¡lo borra (véase Isaías 44:22)! Dios lo trata a usted
como si nunca hubiera cometido esa falta.
El segundo aspecto del perdón ocurre en su mente y en su cora-
zón. Usted experimenta entonces una sensación de paz porque sabe
que Dios lo acepta tal cual es. "Justificados, pues, por la fe, tenemos
paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Roma-
nos 5:1). Algunas personas encuentran que esta paz no se produce
en ellos inmediatamente después de que confiesan un pecado. Si eso
le ocurre, pídale a Dios que ponga esa paz en usted. Él lo hará a su
tiempo y a su manera. Pienso que también es importante recordar
que usted tal vez siga sintiendo tristeza o inclusive dolor por el daño
que ha causado a otros. Esto es especialmente probable si esas per-
sonas perjudicadas no aceptan su confesión ni lo perdonan. Pero eso
no tiene por qué privarlo de su sensación de estar en paz con Dios.

11
Ahora estamos listos para referirnos al último paso del proceso
para vencer el legalismo: la conversión.
"¡Pero si yo me convertí hace años! ¿A qué se refiere usted
cuando dice que necesito conversión?", podría estar pensando usted.
Es probable que usted en verdad se haya convertido hace tiem-
po. Pero, ¿cuán a menudo dijo Pablo que moría? ¿Y qué quiso decir
con la expresión:"Cada día muero" (1 Corintios 15:31)? Como usted
recuerda, Pablo utiliza en Romanos 6 la muerte y la resurrección de
Jesús como una ilustración de la muerte del cristiano al yo y de su
resurrección a una nueva forma de vida (véase Romanos 6:3, 4). Eso
es la conversión. Así que si Pablo dijo que moría cada día, eso signi-
fica que también era resucitado a una nueva vida cada día. O, para
llevar la ilustración hasta su conclusión lógica, Pablo era convertido
cada día.
Me gustaría sugerir que la conversión incluye dos aspectos. La
primera forma de la conversión es la que todos los pecadores experi-
mentan cuando van a Cristo por primera vez. Demos a esta conver-
sión el nombre de "conversión general". No obstante, como todos
sabemos, Dios no nos da la victoria instantánea sobre todos nues-
tros defectos de carácter en el momento cuando lo aceptamos como
nuestro Salvador personal. Vencer esos defectos requiere cierto
tiempo. Necesitamos convertirnos de cada uno de esos defectos, y
en el caso de algunos de ellos —probablemente en la mayoría de
ellos— tendremos que experimentar la conversión muchas veces,
hasta que la nueva manera de vivir se haya fijado permanentemente
a nuestro carácter. Puesto que este aspecto de la conversión tiene
que ver con áreas o pecados específicos de nuestra vida, demos a
esas conversiones repetidas el nombre de "conversión específica".
Creo que Pablo estaba refiriéndose a la conversión específica, no a la
general, cuando escribió la parte de Gálatas que estamos examinan-
do en este capítulo: "Pero los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos
también por el Espíritu" (vers. 24, 25).
Tal vez usted se esté preguntando qué tienen que ver estos ver-
sículos con la conversión. Y la respuesta es: "Mucho". Note que
Gálatas 5:24 se refiere a la muerte de la naturaleza pecaminosa, y que
los versículos 16 y 25 hablan de la nueva vida en el Espíritu. "Vivir
12
por el Espíritu" significa estar convertido. En el versículo 16, Pablo
dijo que la manera de no vivir según la vieja naturaleza pecaminosa
es vivir en el Espíritu, es decir, estar convertido.
Analicemos específicamente la expresión "vivir por el Espíritu"
y lo que significa estar convertido.
En Romanos 8:5, Pablo dijo algo similar a lo registrado en los
versículos de Gálatas que acabamos de analizar: "Los que son de la
carne, piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu,
en las cosas del Espíritu".
Quiero que usted note un punto importante de Romanos que
Pablo no menciona en Gálatas. Él habló allí del contenido del pen-
samiento. Podemos tener nuestra mente puesta en lo que desea
nuestra naturaleza pecaminosa o en lo que el Espíritu Santo desea.
La pregunta es: ¿Qué significa tener la mente puesta en lo que el
Espíritu desea? ¿Cómo logran eso los cristianos?
No es tan complicado como podría parecerle. Ya nos hemos re-
ferido a eso. ¿Recuerda usted las plegarias que le sugerí elevar a
Dios? Veámoslas nuevamente:
1. Dios, muéstrame si soy legalista en algo.
2. Señor, si eres tú quien me está hablando, y si realmente estás
tratando de decirme que soy un legalista en eso, sigue produciendo
en mí esa percepción.
3. Señor, si eres tú quien me está hablando, ayúdame a querer
aceptar lo que me estás diciendo aunque en este momento no me
agrade aceptarlo.
Pensar en lo que el Espíritu desea significa elegir el camino de
Dios por encima de lo que nuestra naturaleza pecaminosa desea. Y
cada vez que usted eleva alguna de esas oraciones está decidiendo
poner su mente del lado de Dios, pensando lo que el Espíritu desea.
No obstante, debo prevenirlo de que no siempre resulta fácil
elevar esas oraciones. No siempre es fácil elegir el camino de Dios.
No siempre es fácil pensar en lo que el Espíritu desea. He aquí có-
mo describe Pablo este problema: "Porque el deseo de la carne es

13
contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se opo-
nen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis" (Gálatas 5:17). 1
Su vieja naturaleza pecaminosa no se someterá ni permitirá que
se le dé muerte sin oponer resistencia. Usted descubrirá que su de-
seo de incurrir en el legalismo reaparecerá vez tras vez. Y a veces pa-
recerá tan acertado. He allí lo engañoso del legalismo. Parece acertado.
Y no sólo parecerá acertado; puesto que es parte de su naturaleza
pecaminosa, usted querrá que siga funcionando. Usted querrá seguir
siendo legalista.
¿Cómo hará frente a eso? Pablo nos da una clave en el versículo
24: "Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pa-
siones y deseos".
¿Qué significa crucificar la carne (la naturaleza pecaminosa)?
Bien, ¿qué significa crucificar algo? Significa conseguir unos trozos
de madera, formar una cruz con ellos y clavar allí lo que usted se
propone crucificar. Por supuesto que usted no puede extraer de su
cerebro su naturaleza pecaminosa y clavarla en una cruz. Se trata de
una metáfora. ¿Cuál es entonces el significado real detrás de esas pa-
labras?
¿Cómo se sentiría usted si alguien lo acostara sobre una cruz,
extendiera sus manos y las atravesara con clavos? ¿Y cómo se sentir-
ía si esa misma persona fijara sus pies al madero vertical mediante
otro clavo? Creo que no se sentiría muy a gusto. En verdad, ¡estoy
seguro de que esa sería la experiencia más difícil de su vida!
Eso es lo que significa crucificar la naturaleza pecaminosa, muy
probablemente la experiencia más dolorosa de su vida. Esa es la ra-
zón por la que usted necesita estar muy cerca del Espíritu Santo
mientras está pasando por esa experiencia. He allí la razón por la que
usted necesita pronunciar esas tres plegarias y cualquier otra que a
usted se le ocurra y que se parezca a ellas. Por cierto, me gustaría
ahora compartir con usted una cuarta oración que lo ayudará a cruci-
ficar su antigua naturaleza pecaminosa: "Señor, ayúdame a no querer
ser un legalista". Cada vez que perciba un pensamiento legalista

1
La expresión "carne" es traducción exacta del original griego y tiene el sentido de:
naturaleza humana pecaminosa. Otras versiones de la Biblia traducen esa expresión
como "malos deseos" (Dios habla hoy).
14
asomándose a su mente, cada vez que aquella vieja manera de vivir
apele a sus emociones, eleve esa oración. "Señor, ayúdame a no que-
rer ser un legalista". "Transfórmame para que ya no tenga el deseo
de ser un legalista".
Pronunciar esas oraciones será lo que menos le agrade en el
momento cuando arrecie el deseo más intenso de ceder a su antigua
naturaleza legalista. Pronunciarlas será un asunto de decisión, un
ejercicio de la voluntad. Pero si las pronuncia, y las sigue diciendo
cada vez que se sienta tentado a ceder a su vieja naturaleza legalista,
le garantizo que darán resultado. Dios producirá ese cambio en su
mente y en su corazón, y usted descubrirá que el legalismo se desva-
nece de su vida, posiblemente más rápido de lo que usted jamás ha-
bría soñado que fuera posible.
Y aquí hay algunas buenas noticias para usted. Usted será mucho
más feliz cuando venza su legalismo. Usted sentirá la mayor libertad
cuando comprenda que no es responsable de la conducta de cada
persona de la iglesia. Usted no tiene que tratar de controlar a los
demás y sentirse frustrado o deprimido cuando ellos se niegan a co-
operar.
Y tengo otra buena noticia para usted. El método que he com-
partido con usted para vencer el legalismo es eficaz para vencer
cualquier otro pecado que usted esté tratando de abandonar.

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C APÍTULO 18

Cómo tratar con


los legalistas
Gálatas 6

Y o acababa de llegar a casa desde el trabajo y me puse a revi-


sar la correspondencia recibida durante la tarde. Casi al fi-
nal de la pila encontré el último número de la Revista Ad-
ventista en inglés, así que la tomé en mis manos y comencé a hojearla.
Un artículo que estaba cerca de las páginas centrales de la revista
cautivó tanto mi atención que empecé a leerlo. Cuando llegué al ter-
cer párrafo ya no podía dejarlo. Me gustaría compartir con usted al-
go de ese material:
"Mi padre, mi madre, mi hermana y yo asistimos a fines de la
década del 70 a un Seminario de Revelaciones del Apocalipsis que
un evangelista estaba dictando en nuestra ciudad. Mis padres y mi
hermana aceptaron al Señor y desearon ser bautizados. Yo todavía
no había llegado a conocer al Señor, pero la presión de mi familia y
de la iglesia por bautizar una familia entera hizo que yo consintiera
en dar ese paso".
"Después de nuestro bautismo como familia, caímos en una ru-
tina consistente en asistir a la iglesia alternando con algunas ausen-
cias de tanto en tanto. No hace falta decir que nuestra vida y nues-
tras prácticas no siempre estaban en armonía con las normas de la
iglesia. Durante uno de los períodos en los que no asistíamos a la
iglesia, los ancianos de la iglesia vinieron a visitarnos. Me di cuenta
de que algo andaba mal cuando rehusaron tomar asiento o aceptar
cualquier hospitalidad. Dijeron que venían de parte de la junta de la
iglesia".
"Dijeron que la junta de la iglesia había votado nuestra exclusión
de la lista de miembros pues nuestra asistencia irregular y otras acti-
vidades que no representaban correctamente las normas de la iglesia
eran una mala influencia para otros miembros de la iglesia. Dijeron
que dábamos a la comunidad una mala impresión acerca de la Iglesia
Adventista. Dijeron que existía la posibilidad de que fuéramos acep-
tados nuevamente como miembros de la iglesia si cambiábamos
completamente y llegábamos a ser mejores cristianos".
"Nunca olvidaré ese día ni la intensidad de mis pensamientos y
sentimientos. Podía sentir el calor de las lágrimas que brotaban de
mis ojos. Corrí a mi habitación reprimiendo aquellas lágrimas. Aque-
llos hombres representaban a Dios para mí; eran la voz de Dios.
Puesto que ellos me rechazaron, Dios también me había rechazado
sin duda. Dirigí mi ira hacia Dios, y todavía recuerdo el dolor que
experimenté cuando le di la espalda" (14 de mayo de 1992, p. 11).
La autora se refiere luego a los años de sufrimiento que soportó.
Ella está entre los afortunados que, después de recibir un trato se-
mejante, reanudaron su relación con la iglesia. La mayoría nunca lo
hace.
Esta autora narró su versión de lo ocurrido, el rechazo de la
iglesia tal como ella lo sintió. Me gustaría conocer el otro lado de la
historia. Posiblemente sonaría muy diferente. Pero desafortunada-
mente, aunque el hecho de conocer el otro lado de la historia mode-
rara la aparente insensibilidad demostrada en este caso particular, lo
que esta persona describe sucede continuamente en las denomina-
ciones cristianas conservadoras, incluyendo a la Iglesia Adventista.
En consecuencia, encuentro el incidente sumamente creíble.
Concedamos por el momento que el hecho ocurrió más o me-
nos como la autora lo describió, es decir, que los ancianos que visita-
ron su hogar fueron realmente tan insensibles como ella los percibió.
Es el ejemplo clásico de la clase de naufragios humanos que los lega-
listas pueden dejar como estela a su paso. Los dirigentes de esa con-
gregación parecen haber estado más preocupados por las normas y
el buen nombre de la iglesia que por el bienestar espiritual de sus
hermanos descarriados.
Leí la historia a mi esposa mientras ella preparaba la cena, y su
respuesta inmediata fue: "¡Qué horrible! ¿Por qué no pudieron esos
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ancianos tratar a esas personas de manera salvadora en lugar de em-
pujarlos fuera del camino?".
Esa es una buena pregunta. Cada uno de nosotros debe pensar
acerca de ello, especialmente quienes somos dirigentes en la iglesia
de Dios, quienes tenemos de tanto en tanto la responsabilidad de
tratar con hermanos que no están viviendo en armonía con las ense-
ñanzas de la Biblia y de la iglesia.
Pero me gustaría proponer una pregunta diferente: ¿Cómo po-
día alguien que reconociera la actitud legalista de esos ancianos ha-
ber tratado con ellos mismos, quienes, por más sinceros que fueran,
manejaron aquella situación tan cruelmente? Esa pregunta nos tras-
lada al corazón mismo del tema de este capítulo: cómo proceder con
los legalistas. Y creo que a eso se refirió Pablo en la primera parte de
Gálatas 6. Él comenzó diciendo: "Hermanos, si alguno fuere sor-
prendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle
con espíritu de mansedumbre" (versículo 1).
Dediquemos un momento a repasar lo que conocemos acerca
de la historia de la iglesia de Galacia. Pablo la estableció en esa re-
gión mientras se recuperaba de una dolencia. El enseñó el evangelio
a sus nuevos conversos y los dejó regocijándose en la nueva fe que
acababan de conocer. Desafortunadamente, tras su partida, una sec-
ta legalista de cristianos judíos proveniente de Jerusalén infiltró la
iglesia de Galacia, y sus integrantes adoptaron una actitud intolerante
para con quienes no estaban viviendo a la altura de las normas según
ellos (los del partido judío) las interpretaban. No obstante, ningún
miembro de la iglesia aceptó las enseñanzas del partido judío. En
verdad, varios de ellos se opusieron firmemente a esas enseñanzas, a
tal punto que la iglesia llegó a estar seriamente dividida. En su mo-
mento, se declaró una guerra en la que ambos bandos se criticaban
abiertamente y se condenaban entre sí.
Este es el contexto del consejo paulino: "Hermanos, si alguno
fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, res-
tauradle con espíritu de mansedumbre".
La pregunta que surge es: ¿Quiénes eran los pecadores a los que
se refiere Pablo? Existen por lo menos dos posibilidades. Una de
ellas es que esos pecadores eran personas a quienes el partido judío y
sus simpatizantes estaban tratando de reformar. Los legalistas son
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famosos por tratar severamente a quienes ellos consideran peca-
dores, y es posible que Pablo los estuviera animando a ser más amo-
rosos. De ser ése el caso, puede que él estuviera diciendo algo así:
"Por favor, legalistas, traten amablemente a quienes están luchando
con el hábito de decir malas palabras". "Por favor, sean amables con
las jóvenes solteras de la iglesia que quedan embarazadas". "Por fa-
vor, traten con bondad a los gentiles que salieron del paganismo pa-
ra unirse a la iglesia y que todavía tienen algunos malos hábitos que
deben vencer".
Sin embargo, me gustaría que usted pensara en el consejo de
Pablo desde una perspectiva levemente diferente, y ésta es la segun-
da interpretación posible de la expresión: "Si alguno fuere sorpren-
dido en alguna falta". Podría ser que Pablo estuviera pidiendo a la
iglesia que fuera más amable ¡con los legalistas! El tono severo con
que se dirige a los legalistas en una sección anterior de la epístola pa-
rece contradecir esta interpretación, pero lea los próximos dos o tres
párrafos antes de desechar completamente esa posibilidad.
En la segunda mitad de Gálatas 5, Pablo contrasta las obras de
la carne con los frutos del Espíritu, y en su lista de "obras de la car-
ne", mencionó las enemistades, los pleitos, las iras y las contiendas
juntamente con las borracheras y las orgías. Exhortó a los cristianos
de Galacia a dejar de "morderse y comerse irnos a otros" para que
no se consumieran unos a otros. Y en el último versículo del capítu-
lo 5 dijo: "No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a
otros, envidiándonos unos a otros".
Al principio del capítulo 6, él dijo: "Hermanos, si alguno fuere
sorprendido en alguna falta...".
¿Qué clase de falta? ¿Quién estaba en falta en Galacia? Quienes
estaban mordiéndose y comiéndose unos a otros. Quienes estaban
creando divisiones. El partido judío y sus simpatizantes. Esa era la
gente que estaba condescendiendo con su naturaleza pecaminosa,
quienes necesitaban ser restaurados. Y Pablo dijo: "Hermanos, si al-
guno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espiritua-
les, restauradle con espíritu de mansedumbre".
Es imposible saber exactamente qué tenía en mente Pablo
cuando se refirió a quienes estaban en falta dentro de la iglesia, pero
su exhortación era para que se los tratara con bondad, tanto a quie-
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nes son culpables de legalismo como a quienes lo son por cualquier
otro pecado. Eso suena extraño cuando recordamos el consejo apa-
rentemente duro que dio Pablo en Gálatas 4:30: "Echa fuera a la es-
clava y a su hijo". Sin embargo, el legalismo es una manifestación de
la naturaleza pecaminosa, tanto como la glotonería, la ebriedad y la
inmoralidad sexual. Si Dios nos pidió que tratáramos con amabilidad
a quienes son culpables de manifestar esos aspectos de la naturaleza
pecaminosa que nosotros llamamos ebriedad e inmoralidad sexual,
¿por qué deberíamos tratar de manera diferente a quienes ma-
nifiestan aspectos de la naturaleza pecaminosa que llamamos legalis-
mo?
Desafortunadamente, debo confesar que la actitud que los no
legalistas encuentran más fácil de manifestar para con los legalistas
es la misma rudeza que condenan en éstos. La pregunta es: ¿Cómo
podemos tratar amablemente a los legalistas cuando nuestro primer
impulso es ser duros con ellos?
Creo que hay tres cosas que pueden ayudarnos.
Primero, debemos recordar que los legalistas están en su dere-
cho de sostener sus propias opiniones. Puede que no estemos de
acuerdo con ellos, pero tenemos el deber de respetarlos. Aun cuan-
do tratan de imponer sus opiniones a otros, debemos ser respetuo-
sos con sus opiniones. Podemos intervenir en esa situación —y
hablaremos de eso luego—, pero aun el hecho de que estén tratando
de imponer sus opiniones a otros no nos da derecho a mostrarnos
irrespetuosos con sus convicciones. No debemos burlarnos de las
opiniones de los legalistas, independientemente de cuán extrañas
puedan parecer. En la medida en que nos mostremos irrespetuosos
para con las opiniones de los legalistas, perderemos incluso la opor-
tunidad de conducirlos a una comprensión más clara de los asuntos
espirituales.
En segundo lugar, necesitamos reconocer que Dios ama a los
legalistas y los ayuda en la medida de la comprensión que tengan de
lo correcto y de lo erróneo. Este hecho queda ilustrado por una fa-
milia que conocí hace años y que creía que era incorrecto usar ropa
hecha de distintas clases de fibras (véase Levítico 19:19). Cuando
iban a la tienda a comprar ropa para sus hijos, pedían al vendedor
ropa confeccionada ciento por ciento de algodón. Eso era difícil de
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conseguir en aquella época, ¡pero allí había una familia buscando ro-
pa hecha enteramente de algodón para vestir a varios niños y niñas
de los pies a la cabeza! El vendedor buscaba y buscaba hasta que fi-
nalmente encontraba ropa para niños hecha enteramente de al-
godón. Pantalones, camisas, polleras, todo era de algodón.
Pero había un problema adicional. La ropa de algodón puro cos-
taba casi tres veces más que la confeccionada con mezcla de fibras.
Aparentemente la demanda de ropa de algodón era tan reducida que
el fabricante tenía que ponerle un precio elevado para que le quedara
un margen de beneficio.
El padre de aquella familia explicó al vendedor sus creencias re-
ligiosas y le preguntó si, en vista de ello, la tienda estaría dispuesta a
venderles la ropa de algodón al mismo precio que la de fibras mix-
tas. El vendedor consultó entonces con su supervisor y volvió con
una respuesta afirmativa.
Usted puede imaginar el gozo de aquel padre cuando me narró
el incidente unos días después. "¡Vea cómo proveyó el Señor! Vale la
pena obedecer lo que la Biblia dice".
Usted y yo sonreímos al pensar en esa historia. Sacudimos nues-
tra cabeza y pensamos: ¿Es posible que Dios se aviniera a cooperar con se-
mejante disparate?
Y yo digo que sí. ¡Absolutamente! Creo que Dios honra las con-
vicciones honestas de toda persona. Creo que cada uno de nosotros
tiene convicciones que hacen sonreír a Dios. Dudo que haya alguien
que no haga de tanto en tanto cosas que hacen reír —o llorar— a
Dios y a los ángeles. ¿Acaso nos ayuda Dios sólo cuando nuestras
ideas y nuestra conducta tienen sentido para él? ¡Claro que no! ¿Re-
chaza un padre un pedido simple de un hijo sólo porque aquel pien-
sa que el pedido es una tontería? Tal vez algunos padres, pero puedo
asegurarle que no son los mejores padres. Los mejores padres con-
ceden a sus hijos lo que éstos les piden, siempre que les resulte posi-
ble y que no dañe a nadie, independientemente de lo que los padres
piensen acerca de lo solicitado.
Así que el segundo principio que debe tenerse presente mientras
estemos en contacto con legalistas es que Dios los ama y trabaja con

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ellos dentro de la medida de la percepción que ellos tengan de lo que
es correcto o erróneo.
Lo tercero que debemos recordar acerca de los legalistas es que
son absolutamente sinceros. Nunca he conocido legalistas que pre-
tendan destruir la iglesia. Ellos quieren ayudar a la iglesia. Quieren
ayudar a sus respectivas familias.
Hace varios años, cuando yo era pastor en Texas, tuve un feli-
grés que era conocido por su actitud legalista. El fue un día a verme
a mi oficina. Quería hablar acerca de sus hijos, quienes todavía eran
lo suficientemente jóvenes como para conformarse a los deseos de
su padre, pero yo me temía que llegaría el momento cuando la dure-
za de éste y su espíritu crítico y enjuiciador terminaría apartando a
sus hijos de sus raíces espirituales y de la iglesia. No obstante, aquel
querido hermano lloraba mientras compartía conmigo su profunda
preocupación por sus hijos. El no pretendía que se alejaran de la
iglesia. Nada estaba tan cerca de su corazón como sus hijos, y de-
seaba desesperadamente verlos salvos.
Los legalistas son absolutamente sinceros, y sólo puede ayudar-
los de manera redentora quien logre ver debajo de su áspero exterior
su profundo anhelo de que la iglesia entera esté en armonía con
Dios.
Para ayudar efectivamente a los legalistas debemos, pues, respe-
tar sus opiniones, aunque no estemos de acuerdo con ellas. Debe-
mos reconocer que Dios los ama y que obra en favor de ellos en los
términos de ellos, no en los nuestros. Y debemos entender que su
deseo de que la iglesia prospere es tan profundo como el nuestro. Si
podemos aproximarnos a los legalistas de esta manera, estaremos en
mejores condiciones de seguir el consejo del apóstol Pablo y los tra-
taremos amablemente.
Pablo mencionó una cualidad extremadamente importante de
quienes son llamados a tratar con los pecadores en la iglesia, inclu-
yendo a quienes son culpables del pecado del legalismo. Pablo dijo
que los tales deben ser espirituales. "Si alguno fuere sorprendido en
alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu
de mansedumbre", dijo. Ser espiritual significa tener una relación es-
trecha con Jesús. Significa poseer ciertos dones del Espíritu, tales
como la fe, sabiduría y discernimiento. Es extremadamente impor-
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tante que la iglesia comisione solamente a las personas más espiri-
tuales para tratar con quienes están creando facciones y divisiones en
la congregación. En la mayoría de los casos, esas personas serán los
ancianos, quienes fueron señalados para esa posición por sus cuali-
dades para el liderazgo espiritual.
En la segunda parte del versículo 1, Pablo dijo algo que también
es importante: "Considerándote a ti mismo, no sea que tú también
seas tentado".
Quienes reciben de la iglesia la misión de tratar con el pecado,
deben tener cuidado de que el mismo pecado que tratan de corregir
en otros no haga presa de ellos. Y en ningún otro caso es tan grande
ese riesgo como cuando tratamos con legalistas. Estos tienen la sin-
gular facultad de suscitar en nosotros la misma dureza que condena-
mos en ellos. Esto sucede porque los legalistas nos hacen sentir aira-
dos, lo cual desemboca en la dureza. Quienes no somos legalistas —
o pensamos que no lo somos— tendemos a airarnos con los legalis-
tas por dos razones. En primer lugar, nos enojamos con ellos cuan-
do tratan de imponernos sus opiniones. Y segundo, nos airamos con
ellos cuando su espíritu crítico y desconsiderado lastima a cristianos
más débiles.
He allí por qué el legalismo puede producir semejante estrago en
una iglesia. No es sólo porque la ira de los legalistas se descontrola.
Con frecuencia, quienes tratan de entrar en razones con los legalistas
terminan tan airados como éstos. Los legalistas se enfurecen cuando
entran en contacto con los no legalistas y éstos se enfurecen en con-
tacto con aquéllos. En tales circunstancias, la iglesia se convierte
pronto en un campo de batalla.
Examinemos los versículos 3-5 a la luz del problema de legalis-
mo que Pablo estaba enfrentando en Galacia. El dijo: "Porque el que
se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que cada
uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de
gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro". Este es un conse-
jo extremadamente importante para quienes tengamos que tratar con
legalistas.
Recientemente leí una carta sumamente crítica y dura que cierta
persona dirigió a un grupo de amigos míos y en la que criticaba a un
grupo de personas a las que consideraba legalistas. Era obvio que el
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tal tenía un muy elevado concepto de sus cualidades espirituales. Pe-
ro su carta estaba llena de acusaciones y comentarios insidiosos
acerca de la supuesta estrechez mental de sus oponentes. En mi opi-
nión, este hombre debería haberse juzgado a sí mismo antes de juz-
gar a aquellos a quienes estaba acusando. Debería haber revisado sus
propias palabras y acciones antes de revisar las de ellos (véase Mateo
7:1-5). Quienes se burlan de los legalistas están en última instancia
comparándose con ellos y diciendo: "Dios, te doy gracias porque no
soy como esos legalistas" (véase Lucas 18:11). ¡Es tan fácil para los
no legalistas pensar que son algo cuando no son nada!
Quisiera ahora llamar su atención a una aparente contradicción a
la que me referí antes entre lo que he dicho hasta aquí en este ca-
pítulo y lo que he dicho en capítulos anteriores. A lo largo de la ma-
yoría de este libro he asumido un tono más bien severo para con los
legalistas. Lo hice siguiendo el ejemplo de Pablo. En Gálatas 3:1, él
dijo: "¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó?" En Gálatas 4:17
dijo: "Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que quieren
apartaros de nosotros para que vosotros tengáis celo por ellos".
Luego, en el mismo capítulo, dijo: "Echa fuera a la esclava y a su
hijo" (versículo 30). Y en el capítulo 5 dijo: "De Cristo os desligas-
teis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído" (versí-
culo 4). Finalmente dijo: "¡Ojalá se mutilasen [se castrasen] los que
os perturban!" (versículo 12).
No cabe duda de que en la mayor parte de su Epístola a los
Gálatas, Pablo se opuso a los legalistas con algunas de sus más duras
expresiones. ¿Cómo pudo entonces aconsejar en los primeros versí-
culos del capítulo 6 que se asumiera una actitud más benévola para
con ellos? A primera vista, es una de las mejores razones para supo-
ner que los pecadores a los que se refirió Pablo en el versículo 1 no
eran los legalistas que estaban en las congregaciones de Galacia. Se-
ría fácil suponer que su llamado a la amabilidad se aplicaba a quienes
eran perseguidos por los legalistas, no a los legalistas mismos. Estoy
seguro de que todos coincidimos en que se debería ser amable con
las personas a quienes los legalistas persiguen. Pero creo que la ex-
hortación paulina en favor de un trato bondadoso se aplica también
a nuestras relaciones con los legalistas, ya que el legalismo es un pe-
cado —una manifestación de la naturaleza pecaminosa— tanto co-
mo el adulterio.
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¿Cómo podemos hacer ambas cosas? ¿Cómo podemos "echar
afuera" a los legalistas y al mismo tiempo tratarlos amablemente?
Para empezar, no creo que "echar fuera" signifique ser duro o
insensible. Si esas son las características que no nos gustan de los le-
galistas, ciertamente no deberíamos usarlas contra ellos, a pesar de
que nos sintamos tentados a ello. Prefiero la expresión "sean fir-
mes". La amabilidad y la dureza son cosas opuestas, como el calor y
el frío, lo húmedo y lo seco. Pero la gentileza y la firmeza armonizan
[lo cortés no quita lo valiente]. Es posible tratar a una persona con
amabilidad y con firmeza. Creo que debemos pensar en la palabra
"firme" cuando leemos el consejo paulino: "Echa fuera a la esclava y
a su hijo".
En el capítulo 15 de este libro describí tres actitudes que carac-
terizan a los legalistas. Analicemos ahora cómo tratar firme pero
gentilmente con cada una de esas actitudes.
La primera de esas actitudes se refiere al pecado y a la salvación.
¡Seguramente no deberíamos tener problemas en tratar amablemente
con alguien cuando estamos hablando acerca de la salvación! El
problema surge cuando los legalistas expresan ideas acerca de la sal-
vación que contradicen las Escrituras, tal como una definición del
pecado exclusivamente basada en la conducta. Creo que tenemos la
responsabilidad de dar respuesta a las ideas capaces de conducir a las
personas a una comprensión desacertada del evangelio. Enfrentamos
este problema con firmeza cuando expresamos con convicción
nuestra comprensión de la Escritura. Lo hacemos amablemente
cuando mostramos respeto por las opiniones de los legalistas, cuan-
do reconocemos que ellos tienen tanto derecho a sus propias opi-
niones como nosotros a las nuestras. A menudo damos a eso el
nombre de "pluralismo", palabra que significa tolerancia para con
una variedad de ideas.
"Pero los legalistas de mi iglesia se enfurecen conmigo cuando
hablo acerca de pluralismo", dice usted. "Me acusan de apostasía
cuando contradigo sus opiniones".
Eso ocurre en muchos casos. Cuando es así, usted está tratando
con un asunto que tiene que ver con el control, la tercera actitud que
analizaré. Pero por ahora sigamos con el tema del pluralismo.

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El pluralismo no significa que todas las ideas son acertadas. Sig-
nifica que respetamos el derecho de las demás personas de la iglesia
a sostener sus opiniones que difieren de las nuestras. Por supuesto
que algunas enseñanzas no pueden ser toleradas. No conozco nin-
guna iglesia que tolere la idea de que es correcto que los cristianos
abusen sexualmente de los niños. Cualquiera que enseñara eso en
una clase de escuela sabática o dominical debería ciertamente ser re-
levado de su responsabilidad y reprendido severamente.
No obstante, cada iglesia tiene creencias acerca de las cuales
existe una variedad de opiniones, y es posible sostener alguna de
esas opiniones diferentes y aun así ser miembro de esa iglesia. In-
clusive las enseñanzas que no son negociables pueden tener ramifi-
caciones que sí lo son. Por ejemplo, los adventistas del séptimo día,
al igual que muchos otros cristianos, aceptan la enseñanza de la sal-
vación sólo por gracia, por medio de la fe. Si usted se pusiera detrás
de un púlpito y enseñara que las personas son salvas por las obras,
se le impediría acceder nuevamente al púlpito. Pero dentro de esa
enseñanza existen sutiles variantes que están sujetas a una variedad
de interpretaciones que debemos tolerar y respetar, aunque disinta-
mos firmemente de ellas. Creo que lo mismo es cierto acerca de la
naturaleza divino-humana de Cristo, las normas que tienen que ver
con el estilo de vida, los estilos de adoración, diversos tipos de músi-
ca, etc.
Podemos expresar un firme desacuerdo con los legalistas, pero
siempre debemos hacerlo con respeto. Así es como podemos tratar
con ellos de manera firme y al mismo tiempo amable. Y eso también
es pluralismo. Cuando aprendamos a tratar las diferencias de opi-
nión de esa manera, en muchos casos eso será el fin del problema. Y
cuando esto es así, ¿quién estaba realmente en falta: usted y yo, o la
persona a la que considerábamos legalista?
La segunda actitud que mencioné en el capítulo 15, y que es una
de las características de muchos legalistas, es una interpretación rígi-
da y excesivamente literal de las Escrituras: la utilización de la Biblia
como si fuera un libro de reglas, a menudo de maneras que resultan
extremadamente ridículas para todas las demás personas. Un ejem-
plo de esto es la idea de que Deuteronomio 22:5 significa que las
mujeres no deberían usar pantalones, o que Levítico 19:27 significa

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que los hombres que usan barba no deberían recortar la punta de
ella.
¿Cómo se puede tratar con firmeza y con amabilidad a los lega-
listas en cuestiones como éstas?
Si los legalistas están tratando de imponer sus opiniones a otros,
no será demasiado problemático lograr la firmeza. Creo que todos
estamos de acuerdo en que esos asuntos no tienen que ver con la or-
todoxia. Probablemente usted ni siquiera necesite relevar a un maes-
tro que estuvo abogando por esas ideas en su clase de escuela sabáti-
ca o dominical. En la mayoría de los casos, el problema se resolverá
por sí sólo en el plazo de un par de semanas cuando el 90% de los
alumnos decidan mudarse de clase.
En la medida en que los legalistas estén dispuestos a sostener
sus opiniones en privado, nuestra actitud debería ser más amable
que firme. Deberíamos respetar sus opiniones por extrañas que nos
parezcan. Deberíamos regocijarnos con ellos cuando Dios responda
sus oraciones. No deberíamos ridiculizar sus ideas en público ni en
privado.
La tercera actitud que caracteriza a muchos legalistas es la ver-
daderamente difícil: el afán de controlar. ¿Cómo podemos tratar
firme pero amablemente a los legalistas que tratan de controlar a
otras personas o tal vez a la iglesia entera? ¿Cómo tratar con amabi-
lidad a quienes critican y condenan a la iglesia en relación con un
"asunto moral" que, según el resto de nosotros, no tiene nada que
ver con la moral?
Lo primero que debemos recordar es que si bien la palabra
"gentilmente" significa respetar las opiniones de los legalistas, ello
no implica ceder ante ellos o hacer las cosas como ellos quieren para
evitar una pelea. No significa ser agradable al punto de evitar la con-
frontación. No significa permitir que los legalistas acosen a las per-
sonas. No significa tolerar su conducta inaceptable.
Analicemos este asunto del control en dos niveles: personal y
corporativo. Primero, ¿cómo puede un cristiano tratar con legalistas
que están tratando de controlar a una persona? Segundo, ¿cómo
puede una iglesia tratar con legalistas que están tratando de controlar
a la congregación entera?

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En el ámbito personal, recuerde que existen dos clases de lega-
listas: el amable y el ofensivo. Si un legalista amable se le acerca y le
habla suavemente acerca de algo que tiene que ver con su estilo de
vida y que él o ella piensa que es indebido, no se enoje. Lleve el
asunto fuera de lo presuntamente erróneo que usted está haciendo a
un plano en el que pueda discutirse filosóficamente el asunto en sí
mismo. Diga algo como: "Si bien no estoy de acuerdo con usted
acerca de esto, respeto su derecho a creer como lo hace. ¿Qué evi-
dencia bíblica tiene usted para sostener sus opiniones? La mayoría
de los legalistas aceptarán la oportunidad de responder esa pregunta.
Usted ha desplazado la discusión de su práctica personal a lo que la
Biblia dice acerca de esa práctica. En lugar de intensificar la discu-
sión, usted la ha atenuado. La ha manejado amablemente.
Suponga que después de presentar su argumentación bíblica, el
legalista le pregunta por la suya. Aun en el caso de que usted tenga
una buena respuesta, el hecho de compartirla en ese mismo mo-
mento con su interlocutor probablemente los conduciría a ambos a
una discusión que podría fácilmente llevar la conversación de nuevo
a su conducta o estilo de vida. Sencillamente sonría y diga: "Hable-
mos de mi evidencia bíblica la próxima vez que conversemos". Si us-
ted no está seguro de cómo explicar su punto de vista a la luz de la
Biblia, admítalo. Usted podría decir: "No estoy seguro de qué dice la
Biblia acerca de eso. Creo que tendré que ir a casa y estudiar un po-
co más esta cuestión".
Esa es una manera amable de aquietar al legalista gentil que se
acerca a usted con una sonrisa. Hay muchas otras formas.
Distinto es el caso cuando el legalista lo critica a usted dura-
mente por su manera de vivir. Algunas personas se enojan ante el le-
galista ofensivo, se van de la iglesia y nunca vuelven. Cualquiera que
procede de esta manera ha caído directamente en la trampa del lega-
lista.
Hay un camino mucho mejor. Comienza manteniendo el plura-
lismo en mente. Usted debe insistir en que el legalista respete sus
opiniones tanto como usted respeta las de él o ella. Esto significa
poner un límite a lo que usted permitirá que el legalista le diga. Le
recomiendo que sonría y diga algo como: "Gracias por interesarse en
mi bienestar espiritual. Sin embargo, tengo firmes convicciones per-
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sonales acerca de este asunto, y apreciaré que no me vuelva a hablar
de este tema".
La parte amable de esta respuesta consiste en agradecer a la per-
sona con una sonrisa por mostrar interés en su bienestar. De esa
manera, usted ha reconocido el sincero deseo que su interlocutor
tiene de ayudarlo. La primera parte consiste en poner un límite a lo
que usted permitirá que la otra persona le diga. Así es como usted
"echa fuera a la esclava y a su hijo" con amabilidad.
Este tipo de aproximación detendrá al 95% de los legalistas
ofensivos. Muchos de ellos sentirán que al hablar con usted ya han
cumplido con su deber cristiano, y nunca volverán a molestarlo. Es-
toy convencido de que la mayoría de la gente es suficientemente de-
cente como para respetar un límite firmemente trazado. Si la misma
persona vuelve a atacarlo, dígale lo mismo serenamente, pero con
una expresión neutral en el rostro en lugar de hacerlo con una sonri-
sa, como la vez anterior. La tercera vez usted debería decir: "Ya
hemos discutido esto antes, y ya le he dicho lo que espero de usted".
Acto seguido, retírese.
En el raro caso de que la persona siga hostigándolo, aplique Ma-
teo 18:15-20. Usted ya ha hablado varias veces a solas con esta per-
sona. Ahora es tiempo de pedir al pastor o a un anciano que lo
acompañe para visitar a esa persona. Si eso no resuelve la cuestión,
pida ayuda a la junta de la iglesia.
Note que en ningún momento es necesario, en cualquiera de es-
tos pasos, perder los estribos. Esto es crucial. En la medida en que
usted se dirija a la otra persona respetuosamente, controlando su to-
no de voz, usted está siendo amable y firme.
¿Qué puede hacer una iglesia cuando uno o más legalistas están
tratando de imponer sus opiniones a toda la congregación? Este
problema es el más cercano a la situación que Pablo estaba enfren-
tando en Galacia y es mejor que la maneje el liderazgo de la iglesia.
Y también debe ser manejada con amabilidad. He visto milagros
cuando un conflicto eclesiástico se maneja con un toque delicado,
un poco de humor y una actitud relajada de parte del pastor y de los
otros líderes.

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Una manera de manejar con delicadeza un conflicto eclesiástico
consiste en hablar con cada persona involucrada. Los ancianos y el
pastor pueden visitar individualmente a los componentes de cada
grupo enfrentado para informarse de la situación. Esos líderes debe-
rían preguntar sinceramente cuál es el punto de vista de cada perso-
na, escucharla, tratarla respetuosamente y no hablar demasiado. La
solución puede surgir de estas conversaciones que satisfarán a todos.
Si esto no da resultado, puede ser necesario convocar a una reu-
nión con la presencia de ambas partes. Escriba en una pizarra los
hechos tal como los entiende cada parte, y trate de encontrar un ca-
mino intermedio de conciliación, un compromiso satisfactorio para
ambas partes. Si el conflicto es muy profundo, puede ser provecho-
so invitar a una persona ajena al conflicto —tal vez el pastor de otra
iglesia, alguien en quien todos confíen— para que dirija la delibera-
ción. Un conflicto eclesiástico extremadamente intenso puede ser
manejado por alguien entrenado para la resolución de conflictos in-
terpersonales. Esto costará algún dinero, pero puede ser la única
manera de salvar la iglesia.
Y por sobre todo, quienes están tratando de resolver un con-
flicto deben recordar que la firmeza no significa rudeza ni falta de
respeto. Significa trazar una línea. La mayoría de la iglesia tendrá que
decir a los legalistas que el asunto en el que están insistiendo no se
seguirá discutiendo, y que a quienquiera que insista en ello se le pe-
dirá que abandone el tema inmediatamente. La mayoría de las per-
sonas estarán de acuerdo con este requerimiento.
Otro punto para concluir. Es vital recordar que el consejo deja-
do por Pablo en Gálatas 6 no se refiere sólo al arreglo de diferencias
personales y contiendas eclesiásticas. Pablo dijo: "Si alguno fuere
sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restau-
radle con espíritu de mansedumbre". El tema principal de Pablo es
la restauración. Las declaraciones que hizo en Gálatas 5 destacan cla-
ramente que el legalismo es un pecado, lo que significa que la iglesia
debería restaurar a los legalistas. Y eso significa ayudarlos a alcanzar
una condición en la que ya no sean legalistas. Eso es algo difícil, ya
que los legalistas son los pecadores menos dispuestos a reconocer
sus propios problemas. Están seguros de que ellos están en lo cierto
y que el resto de la gente —o quienes no piensen como ellos— están
equivocados.
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Restaurar a los legalistas para que logren vivir de una manera
verdaderamente cristiana es uno de los mayores desafíos que en-
frentan los líderes cristianos. Eso es algo que requiere mucha ora-
ción. Creo que nuestras más fervorosas oraciones deberían ser eleva-
das en beneficio de nosotros mismos, para que Dios opere en cada
uno de nosotros los cambios necesarios con el fin de que podamos
hacer por esas personas lo que ellas necesitan.
Esto nos trae al final de nuestro estudio de Gálatas, con la ex-
cepción de unas pocas declaraciones finales usadas por Pablo y que
necesitamos examinar. En algunos casos, esas declaraciones están re-
lacionadas con el resto del libro y en algunos casos no. Las he cla-
sificado a todas como declaraciones finales, porque aun las que están
relacionadas con lo que Pablo dijo anteriormente parecen venir des-
pués de que él desarrolló su argumento principal.
Analicemos brevemente esos comentarios finales del apóstol.
El primero de ellos obviamente no tiene nada que ver con la
teología paulina de la salvación o con el problema del partido judío y
el legalismo. Pablo dijo: "El que es enseñado en la palabra, haga
partícipe de toda cosa buena al que lo instruye" (versículo 6). Aun
hoy discutimos a veces en las juntas de iglesia si el organista, el direc-
tor del coro y el tesorero de la iglesia deberían donar su tiempo o si
debería pagárseles por sus servicios. Aparentemente surgió una cues-
tión similar en las congregaciones de Galacia respecto de remunerar
a quienes servían como maestros. Pablo dijo: "Páguenles".
Luego aparece un pasaje considerablemente largo relacionado
con lo que Pablo dijo antes, pero, por cuanto aparece separado de
sus comentarios anteriores por este consejo acerca de la remunera-
ción de los maestros, parece probable que se trate de otro de sus co-
mentarios finales. "No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues
todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que
siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que
siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos can-
semos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no
desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a
todos, y mayormente a los de la familia de la fe" (versículos 7-10).
Me gustaría destacar varios puntos. Primero, aunque usted no se
haya dado cuenta de ello antes, el popular proverbio "Se recoge lo
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que se siembra" proviene de este pasaje de Gálatas. El punto que
Pablo destaca aquí es que todo pecado que los cristianos no contro-
len los controlará a ellos y finalmente los destruirá. En segundo lu-
gar, su exhortación a que los gálatas hicieran bien a todos, y mayor-
mente a los de la familia de la fe, podría ser una apelación final para
que quienes estaban riñendo entre sí comenzaran a tratarse con
amabilidad.
"Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano",
dice Pablo en el versículo 11. En dos o tres lugares de sus epístolas
se hace evidente que Pablo dictaba sus cartas a un escribiente (véase,
por ejemplo, Romanos 16:22). No obstante, aquí llama la atención
de sus lectores al hecho de que es él mismo quien escribe (véase
también 2 Tesalonicenses 3:17). Esta era probablemente su manera
de dejar constancia de que la carta era de su autoría, lo que actual-
mente hacemos colocando nuestra firma al final de una carta. Había
probablemente alrededor un gran número de falsos apóstoles que
habrían estado dispuestos a hacer circular entre las iglesias sus pro-
pios escritos como si fueran paulinos. La escritura final de puño y le-
tra del apóstol hacía que eso resultara imposible.
Note que Pablo llamó la atención de sus lectores al hecho de
que sus letras eran mucho mayores que las de su escribiente. Esto
podría haberse debido a un problema ocular (véase Gálatas 4:15).
De haber tenido una visión mejor, podría haber escrito todas sus
epístolas por sí mismo.
Pobre Pablo. Se sentía tan perturbado por el partido judío que
tuvo que hacer una apelación final a los cristianos de Galacia para
que no les prestaran atención: "Todos los que quieren agradar en la
carne, éstos os obligan a que os circuncidéis, solamente para no pa-
decer persecución a causa de la cruz de Cristo. Porque ni aun los
mismos que se circuncidan guardan la ley; pero quieren que vosotros
os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne" (versículos 12, 13).
Probablemente la cuestión más significativa suscitada por este
pasaje sea: ¿Por qué dijo Pablo que el motivo principal de la insis-
tencia del partido judío para que los cristianos gentiles se circuncida-
ran era "no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo"?
¿Quién estaba persiguiendo al partido judío, y cómo evitaría la cir-
cuncisión de los cristianos gentiles esa persecución? La persecución
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provenía probablemente de los judíos no cristianos que acusaban a
los judíos cristianos de destruir la fe de sus padres. Pablo sugirió que
la insistencia del partido judío en que los cristianos gentiles se some-
tieran a la circuncisión era motivada, al menos en parte, por el deseo
de responder a esa crítica de los judíos.
Podría escribirse todo un capítulo acerca de la siguiente decla-
ración de Pablo. Ciertamente se han predicado muchos sermones
acerca de ella. "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a
mí, y yo al mundo" (versículo 14), dijo. Probablemente hizo esa de-
claración para contrastar la motivación que lo impulsaba a predicar,
con la del partido judío. El hecho de que Pablo tuviera que escribir
una carta tan enérgica a los cristianos de Galacia sugiere que el parti-
do judío había ganado muchos adeptos entre ellos, y aparentemente
estaba haciendo alarde de su gran éxito (véase Gálatas 4:17). Pablo
dijo: "Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo".
Continuó diciendo: "Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión
vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación" (versículo
15).
En otras palabras, no es lo externo de la religión lo que cuenta,
sino la condición del corazón. Y entonces añadió: "Y a todos los que
anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel
de Dios" (versículo 16).
La expresión "Israel de Dios" parece referirse a todos los cris-
tianos de Galacia. Algunos comentaristas de Gálatas han sugerido
que Pablo usó la palabra "Israel" con la intención de dirigir una ben-
dición especial a los cristianos judíos. Sin embargo, ello contradeciría
la afirmación que Pablo hizo en Gálatas 3:28, de acuerdo con la cual
en Cristo "ya no hay judío ni griego". Interpretar la palabra "Israel"
simbólicamente es más consistente con la línea de razonamiento se-
guida por el autor de la epístola. Todos los cristianos han heredado
la promesa de justificación por la fe hecha por Dios a Abraham
(véase Gálatas 3:29). En consecuencia, todos los cristianos, tanto de
origen judío como gentil, son el nuevo Israel.
Pablo dice seguidamente: "De aquí en adelante nadie me cause
molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús"
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(versículo 17). Con esto parece haber completado el círculo de su
argumento en Gálatas. Su primera declaración en la epístola, y toda
su argumentación a lo largo del primer capítulo, fue una defensa de
su apostolado. Ahora, al final, retoma ese tema. La expresión "mar-
cas del Señor Jesús en mi cuerpo" se refieren a las cicatrices de los
azotes y de otras formas de persecución que él soportó mientras
predicaba el evangelio. El dice, en efecto: "Digan al partido judío
que deje de hacer problemas acerca de mi apostolado. Las marcas de
esa persecución, que llevo en mi cuerpo, son la mejor evidencia de
que soy un apóstol genuino".
Al comienzo de nuestro estudio notamos que Pablo inició su
carta con un saludo semejante en muchos aspectos al "Querido Fu-
lano" con que encabezamos nuestras cartas actualmente. De la mis-
ma manera, él también dice al final de su epístola: "Sinceramente,
Pablo". Por supuesto que no usó exactamente esas palabras. No era
ésa la costumbre entonces. He aquí lo que dijo: "Hermanos, la gracia
de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén" (versí-
culo 18). A menudo terminamos nuestras cartas con una nota cris-
tiana semejante cuando escribimos expresiones como "Suyo en Cris-
to" o "Suyo en el servicio de Cristo". Me gusta la manera como un
amigo mío concluye sus cartas: "Tuyo y de Él".
El versículo 18 parece una conclusión apropiada para una carta
en la que Pablo se expresó tan vigorosa y francamente. Es también
una conclusión adecuada para este libro: "La gracia de nuestro Señor
Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén".

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