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7/10/2020 Desarrollo y ambiente: cuando el dilema, a veces, es falso - Cenital

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ECONOMÍA

Desarrollo y ambiente: cuando el dilema, a veces, es


falso
El proyecto para la exportación de carne porcina a China generó un fuerte debate en las
últimas semanas, acerca de sus ventajas y potenciales riesgos. ¿Es posible conciliar ambas
demandas?

Por Daniel Schteingart
2 de agosto de 2020 COMPARTÍ 

En las últimas semanas, el debate público se acaloró producto del proyecto anunciado por la
Cancillería para exportar carne de cerdos a China. Por un lado, hubo una movida signi cativa en redes
sociales impulsada por colectivos ambientalistas expresando el rechazo al proyecto (con el hashtag
#BastaDeFalsasSoluciones). Como sostiene en esta nota el lósofo Lucas Villasenin, dentro de los
diversos argumentos en contra se incluyen la soberanía alimentaria, la posibilidad de fabricar nuevas
pandemias, el maltrato animal o, lisa y llanamente, una crítica al modelo de desarrollo productivo de
Argentina, considerado extractivista y profundamente desigual.

Por el otro, hubo voces en defensa a la iniciativa, entre las cuales me incluyo. Abordar punto por
punto estas críticas implicaría un largo artículo, de modo que me voy a detener particularmente en el
último punto: el del modelo de desarrollo. En esta nota voy a argumentar por qué creo que el
proyecto porcino, con los debidos cuidados y con la adecuada regulación estatal en la dimensión
ambiental y sanitaria, puede contribuir a mejorar sosteniblemente la pobreza y la desigualdad en
nuestro país.  

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7/10/2020 Desarrollo y ambiente: cuando el dilema, a veces, es falso - Cenital

Subir la vara
De nitivamente, el ambientalismo tiene mucho para aportar a subir la vara del debate sobre
desarrollo sostenible, y sus aportes son fundamentales para la agenda que viene. Negar el cambio
climático o el impacto ambiental de las actividades económicas, como hacen ciertos discursos de
derecha extrema, es peligrosísimo, pues amenaza el futuro de la humanidad.

Sin embargo, también creo necesario tener cuidado con algunos enfoques radicales dentro del
ambientalismo que, en nombre de la ecología, se opone a todo lo que sea “desarrollo”. En el extremo,
esa visión se opone a toda interferencia humana sobre el ambiente. No dudo de sus buenas
intenciones; no obstante, creo que las consecuencias de no aprovechar nuestros recursos -con las
precauciones necesarias- serían dramáticas en un país donde la pobreza pone en jaque el presente y
el futuro de todos.

Exportaciones y ambiente: ambas dimensiones son fundamentales


Si queremos menor pobreza, menor desigualdad, menor desempleo y menor precarización laboral,
necesitamos producir y exportar más, y los recursos naturales son importantes. Si no logramos
aumentar las exportaciones y que nuestra economía genere dólares genuinos, repetiremos lo de
siempre: devaluación, in ación, empobrecimiento de las mayorías y aumento de la desigualdad,
desempleo y precarización laboral.

Es por eso que, así como el cuidado ambiental es fundamental, también lo son las exportaciones. ¿Por
qué? Si queremos que nuestros salarios aumenten sosteniblemente o apuntalar a nuestra industria
nacional o la producción con energías limpias, necesitamos sí o sí exportar más. La razón es la
siguiente: cuando se incrementan nuestros salarios, tendemos a consumir más: cambiamos el celular
o el auto, nos vamos de vacaciones al exterior, nos compramos una tele o una compu nueva, etc.
Cuando una industria crece, necesita maquinarias o insumos. Cuando queremos producir con menor
impacto ambiental (por ejemplo, con energía fotovoltaica), necesitamos bienes como paneles solares.
Todo eso implica importaciones: las maquinarias, los paneles solares, el celular, la tele, el auto o la
compu tienen muchos contenidos importados. Lo mismo, si nos vamos de vacaciones a Uruguay o
Brasil estamos también importando (en este caso, un servicio turístico). Las importaciones se pagan
en dólares. Y podemos nanciarla básicamente con exportaciones (lo cual es sostenible) o con deuda
externa (lo hemos hecho en los últimos años y ya sabemos cómo nos fue).

Durante los años en que más se redujeron la pobreza y la desigualdad en Argentina y otros países de
América Latina, esto es, en la “década de los commodities”, el aumento de las exportaciones se
constituyó como una condición necesaria para esa dinámica. En la región ese aumento tuvo como
base la explotación de los recursos naturales. Obviamente, eso se dio con muchas limitaciones y
también consecuencias negativas (como el impacto ambiental que tienen algunas actividades
productivas). Pero sin exportaciones no se hubiera producido nunca esta mejora social. En la
actualidad, la clave es pensar cómo podemos congeniar este aumento de las exportaciones -que
termina siendo lo que habilita las mejoras sociales- con la transformación productiva y la
minimización de los daños ambientales.

Creo que eso es perfectamente posible, como lo demuestran por ejemplo los países escandinavos, en
donde combinaron abundantes exportaciones de recursos naturales, con el desarrollo de sectores

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muy intensivos en conocimiento y creatividad, con una agenda ambiental de vanguardia y los mejores
indicadores sociales del mundo: pobreza cero y desigualdad muy baja. Por ejemplo, Noruega es un
país exportador de hidrocarburos desde la década de 1970, lo que le permitió pasar a ser el país más
desarrollado del mundo según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Ellos
lograron que el petróleo (que se extrae en el Mar del Norte) tenga una enorme base tecnológica local,
apostando al desarrollo de proveedores locales (por ejemplo, plataformas para la extracción o buques
petroleros) y con crecientes exigencias ambientales. Gracias a ello, pudieron fortalecer
intensivamente el Estado de Bienestar que se estaba consolidando desde las décadas previas a los ’70.

Algo similar puede decirse de Finlandia, país que supo ser mayormente forestal y que luego fue
desarrollando otros eslabones de la cadena de valor, primero exportando maquinaria forestal y luego
utilizando las crecientes capacidades industriales para diversi carse hacia las telecomunicaciones
(con la empresa Nokia como emblema). Trayectorias parecidas experimentaron Dinamarca (pequeña
potencia agroalimentaria, con los cerdos como actividad destacada), Países Bajos (otro país muy
fuerte en la industria alimenticia), Canadá (país con mucha minería, forestal, agricultura o
hidrocarburos), Australia (mayormente minería), Nueva Zelanda (alimentos) o mismo Estados Unidos
(alimentos, minería, o hidrocarburos no convencionales). En todos estos países, los recursos naturales
fueron palancas fundamentales del desarrollo económico, y permitieron luego la diversi cación hacia
otras actividades productivas más so sticadas.

Ventajas y riesgos de la cuestión porcina


Todo proyecto productivo debe ser analizado integralmente, con información y argumentos sobre sus
pros y sus contras. Es fundamental hacernos preguntas tales como: ¿cuál es el impacto ambiental de
esta actividad? ¿Qué podemos hacer para minimizar ese impacto? ¿Cuánto empleo es capaz de
generar? ¿Desarrolla economías regionales o perpetúa las enormes asimetrías territoriales del país?
¿Ayuda a que exportemos más? ¿En qué medida? ¿Ayuda a que el Estado tenga más recursos scales
para hacer programas sociales y de infraestructura? ¿Genera el desarrollo de actores locales, de modo
tal que permita fomentar los conocimientos y la creatividad de nuestras empresas y de nuestros
trabajadores?

Como cualquier actividad, la producción y exportación de cerdos tiene sus pros y sus contras. Los
pros de la actividad porcina (que, dicho sea de paso, se triplicó en Argentina desde 2003, sin que se
veri caran mayores problemas ambientales) son muchos, y es por eso que creo que el proyecto vale la
pena. Por un lado, su contribución a la generación de dólares: se estima que el nuevo proyecto
anunciado aportaría 2.500 millones de dólares en cuatro años, lo cual sería más o menos comparable
con nuestras exportaciones de carne vacuna. Como se mencionó anteriormente, exportar más es
fundamental para que las mejoras sociales sean sostenibles, ya que siempre que nos aumenta el
ingreso necesitamos importar más. Además, el Estado podría recaudar más, ya que la actividad
económica y las exportaciones generan ingresos scales. Cuando la economía produce menos, los
ingresos scales caen (como lo vimos ahora en estos meses), debilitando la capacidad para ejecutar
políticas productivas verdes (como el desarrollo de la electromovilidad, de las energías renovables, de
la economía circular o subsidios para cambiar electrodomésticos viejos por otros más e cientes en lo
energético), para hacer obra pública, para nanciar el sistema de ciencia y tecnología o para
desarrollar programas sociales que ayudan a disminuir la pobreza y la desigualdad, como la AUH o el
Progresar, por ejemplo.

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En segundo lugar, la generación de empleos: se estima que las granjas porcinas crearán directamente
9.000 empleos de calidad, a los cuales hay que sumarles miles de empleos indirectos asociados a las
actividades de logística, comercialización, construcción de los galpones, y producción de insumos,
maquinarias y servicios intensivos en conocimiento. Dentro de los empleos indirectos, tenemos la
posibilidad de fomentar tanto a los puestos ligados a la ciencia y la tecnología, como aquellos
vinculados a la genética animal, la veterinaria, la biotecnología, la bioseguridad y la metalmecánica.
Asimismo, nuestro sistema cientí co-tecnológico, por medio de organismos como el CONICET, el
INTA o el SENASA pueden (y deben) cumplir un rol protagónico que ayude a que la producción
porcina sea cada vez más intensiva en conocimiento.

En tercer lugar, el fomento del empleo de calidad en regiones muy postergadas del país, como lo son
el NOA y el NEA -donde se prevé que las granjas se radiquen-, donde al sector privado le cuesta
muchísimo generar empleo formal. Ese desarrollo de territorios postergados permitirá reducir el
incentivo a migrar al AMBA por motivos laborales y económicos, con el desarraigo que ello implica. En
la actualidad, el AMBA concentra un tercio de la población del país en un esquema ambiental y
económicamente insostenible, y sería positivo pensar en un desarrollo territorial más equilibrado.

En cuarto lugar, el proyecto porcino apunta justamente a agregar valor a nuestra producción primaria
y a alejarnos del extractivismo. Los cerdos se alimentan mayormente a base de maíz y, en segundo
lugar, de soja. Producir cerdos supondría mayores incentivos relativos a sembrar maíz para luego
agregarle valor: hoy exportamos este cultivo a 200 dólares la tonelada. Utilizar ese maíz como
alimento para la carne porcina, que luego será exportada a 2.000 dólares la tonelada, es claramente
una buena oportunidad para Argentina, pues permite agregar valor y alejarnos del extractivismo.

En quinto lugar, aunque podría parecer extraño, el proyecto porcino puede tener aspectos
interesantes desde la perspectiva ambiental. Se estipula que cada granja trate los excrementos de los
cerdos para producir energía renovable y limpia (biogás) y fertilizantes orgánicos. También hay
potencial para que los techos de los galpones sean equipados con paneles solares, disminuyendo la
demanda de energías no renovables.

Lógicamente, toda actividad productiva tiene sus riesgos, si el Estado no controla bien, si la
comunidad cientí co-tecnológica no se involucra, si no se cumplen estándares ambientales, si no hay
información transparente y si no existen sistemas de alertas tempranas. Afortunadamente, hay mucho
potencial para que el proyecto porcino se pueda llevar adelante con riesgos reducidos. En efecto,
China elige a Argentina como proveedor de carne porcina dado que tenemos excelentes estándares
sanitarios: somos un país libre de peste porcina africana, de ebre aftosa, de peste porcina clásica, de
diarrea epidémica porcina y del síndrome reproductivo y respiratorio porcino. Se trata de activos que
absolutamente ningún argentino quiere dilapidar. Asimismo, las granjas están integradas (esto es, todo
el proceso productivo se desarrolla ahí), de modo que si existiera algún problema sanitario en una de
ellas, la probabilidad de contagio a las otras granjas resultaría muy bajo.

Por otra parte, países con una producción porcina notoriamente superior a la nuestra y con muy
buenos estándares ambientales no han tenido problemas con esta actividad económica. Es por
ejemplo el caso de Dinamarca, país cuya super cie es un séptimo de la provincia de Buenos Aires y en
donde la faena anual de chanchos es de 18 millones, contra 6 millones que tiene hoy nuestro país.

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También es el caso de Alemania, cuya super cie es similar a la de la provincia de Buenos Aires y en
donde la faena anual de cerdos es 55 millones.

El desarrollo sustentable argentino es un camino largo y complejo. Este proyecto tampoco es la


panacea y la solución a todos nuestros problemas, pero sí es un claro avance en el camino del
desarrollo económico y social sustentable, con integración de la dimensión ambiental. Para eso, es
fundamental un Estado que regule debidamente los procesos productivos y un sistema cientí co-
tecnológico activo para que los riesgos ambientales sean los menores posibles y para que la
exportación de cerdos contribuya signi cativamente a que las y los argentinos vivamos mejor.

Daniel Schteingart

Director del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI) en el Ministerio de Desarrollo Productivo.
 @danyscht

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