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Un encanto en Camur

Janneth Liliana Taimal Aza

Resguardo Indígena de Cumbal

Acomoda el fogón, con algunas chamisas de cipré. Pone en una pequeña olla negra un poco
de café y comienza a revolver el azúcar. En unas tasas de loza sirve el café caliente.
Mientras eso conversamos. Ella es la mamita Rosa Taramuel. Dentro de poco tendrá
ochenta años. El pasar del tiempo no ha logrado que su cabello se haga blanco. Ella dice
que las maticas de romero con el toronjil son bien buenas para tener el pelo negro. La
mamita vive sola la mayor parte del tiempo. El tío Juancho llega los fines de semana de
Güel. Cerca vive mi mamá Laura, es una hija, de las más jóvenes, de los diez que ella tuvo
la mamita. Ellas se visitan siempre. Ambas cogen la hierba de los cuyes y siempre toman
café.

Viste siempre con sacos de lana, lleva una falda de tela con plises de color café y por
debajo refajos de lana. Usa unas botas de color azul. Su contextura es delgada. Y siempre
camina derecho cobijada una vieja ruana que usa como chalina. Cada vez que sale a ver a
los animales se pone su sombreo de color negro. Tiene un puerco, algunas gallinas, conejos
y cuyes, a quienes constantemente les da de comer. Ella también está pendiente de las
plantas. Por eso en el corredor de la casa tiene varias. Unas son orquídeas que el tío
Juancho trae de Güel. Otras son flores y algunos maceteros de malva de olor. Atrás de la
casa tiene sábilas. Ella dice que guardan la casa, porque los males también entran por la
ventana. Al frente del patio tiene los remedios. Están debajo de unas grandes palmas que el
papa señor Jesús Aza trajo de Güel. Ahí están la ruda, la hierba verde, el ajenjo, la
caléndula, la menta, la hierba buena, el toronjil de castilla y toronjil lanudo. Los remedios
están silenciosos, pero alertas. Y la mamita los afana en luna creciente con abono del cuy.
Les pone cercos con chamizas, para que las gallinas no desraícen remedios y se sequen.
Salimos de la cocina. La mamita busca la hoz para ir a coger la hierba, mi mamá busca el
costal y llevamos un poco de ruda en el bolsillo. Vamos caminando por el callejón, es una
zanja muy ancha. Por las orillas del camino hay hierba de picuí, moras de castilla y
culantrillo. La mamita dice que esa es la comida del chutún. Llegamos a la cuadra que
llama la loma. En esa parte estaba la casa vieja de los mayores antiguas. Por los lados hay
unas matas de tausos, apenas están en flor. Dice mi mamá, esa es la fruta favorita del
chutún. Ahí la mamita conversa que el chutún está encantado en la cuadra de Camur. Ella
con voz fuerte dice, ese cuco anda por las zanjas. Por la cabecera de la cuadra.

El costal ya está casi lleno. Cortamos otro poco, especialmente chicorias para los conejos.
Mientras eso, mi mamá dice que le da miedo del chutún. Porque cuando era niña oía ruidos
en la casa vieja. Y que el sonido parecía que salía de la tierra. Sonaba como si fuera un
animal. Y sonriendo dice, hora me hace pensar que esos ruidos eran el chutún.

Ese chutún es un encanto, por eso puede aparecer en varias partes. La mamita dice, el papa
señor Manuel Paguay y la mamá María Rosero desque eran incrédulos. Por eso que el papa
señor se fue a traer esos curanderos al Putumayo. Esos quesqué manejaban la magia. Ya
que estaban aquí, se encerraron en la casa vieja. Para criar el chutún desque eran bien
agradados, no que va hacer así nomas. Tonces que estaban en un cuarto oscuro. El papa
José Domingo quesqué era chiquito y bien curioso. Tonces desque los vio que pusieron en
la candela una olla plancha de barro. Ahí quesqué llenaron algodón, tabaco, ruda, pelos de
animales, lana. Esos desque cantaban. Y el papa Domingo desque no les entendía. Tonces
que vio que subían la olla al soberado. El guaga que era curioso. Y desque los primeros
días, se subió con un palo a jurgar la olla. Y que vio una baba espesa, como gelatina. A los
quince días el guaga quesqué se fue vuelta a verlo. Tonces desque ya estaba un gato recién
parido, que no abría los ojos todavía. Los mayores desque esperaron que se crie. Y quesque
comenzaron a agradarlo. Despuesito ese que ya salía al corredor a abrigarse. A los días que
el papa Domingo lo vio lambiendo la leche. Y el mayor Manuel desque dijo, buena venta,
buena venta. A ese que le gustaban las moras, las naranjas, la carne, la leche. Cuando los
mayores se acabaron, quesqué los hijos ya no le hicieron caso. El papa Domingo desque no
era ambicioso. Por eso no lo agradó más. Y ese cuco que se fue chillando a la zanja.
El encanto sale de vez en cuando conversan la mamita y mi mamá. Por eso el chutún está
encargado en un cuy chinguzo grande, en una lagartija de varios colores, en el gato pardo y
en la culebra. Estos salen desde la tierra, desde la zanja a abrigarse a la hora que comienza
a salir el sol. También ven en la mitad de los potreros un cururo de lana girando en el aire.
Cuando se quieren hacer ver, es porque va a haber buenos tiempos o quiere agrados. Tal
vez sea porque al derrumbarse la casa vieja, la olla donde estaban los ingredientes mágicos,
que causan ver las visiones, quedó enterrada. Ahí entre el bahareque, palos viejos y paja se
mezcló la esencia del chutún. Por eso sale desde la tierra y es través de ella que se
manifiesta. En las siembras, en los arboles de reina y su abundancia. A la orilla de las
zanjas muestra su presencia en las matas de mora de castilla y los checheres. Se traslada por
dentro de las zanjas y rodea la cuadra. Pero vuelve al sitio donde fue criado.

La mamita conversa que ese anda por ahí. Por eso hay que sembrar los remedios. Desde la
tierra brotan semillas abundantes y entre ellas crían los remedios. Y con su fragancia curan
los nervios y también son la contra para que el chutún no pique. Por eso toca llevar la ruda,
las hojas de tabaco, la hierba verde y el trago. Ella dice que el chutún ya la conoce, por eso
no le tiene miedo.

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